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“Este es Un curso de milagros, por favor, toma nota.”

Asi es como comenzó la escritura de (’n curso de milagros en octubre de


1965. Durante los siete años siguientes 1 lelen Schucman, una psicóloga
clínica de la ciudad de Nueva York, oyó la voz de Jesús dictándole los tres
volúmenes que constituyen uno de los mensajes espirituales más
significativos de nuestro tiempo. Ausencia de felicidad relata este proceso
de dictado enmarcándolo en el contexto de la búsqueda de Dios que 1 lelen
llevó a cabo durante toda su vida. Aquí se refleja el conflicto entre su ego y
su naturaleza espiritual:

“Simbolizaba ambos lados de la personalidad de I lelen, y reflejaba la


misma ambivalencia que todos compartimos con respecto a nuestra
relación con Dios y con la persona de Jesús... Al hacer la crónica del
desarrollo de este conflicto personal y su resolución última estoy
escribiendo también la historia de todo el mundo".

Kenncth Wapnick. inspirado por la profunda relación con I lelen durante


los últimos ocho años de la vida de ella, reseña detalladamente su labor
como escriba del Curso, sus experiencias con Jesús, y su relación con
William Thetford. amigo intimo, colega y colaborador en la escritura del
Curso. El libro incluye extensos extractos de los recuerdos de I lelen. de sus
sueños y cartas, así como de los mensajes personales y del material
instructivo que recibió de Jesús como parte integral del dictado original del
Curso. Todo esta información no se ha publicado anteriormente.
Sobre todo, Ausencia de felicidad es un libro sobre el amor, tal como
concluye el prefacio del autor:

Helen y yo compartíamos un profundo amor mutuo y por Jesús, en


cuyo amor sabíamos que estábamos unidos, y en nombre de cuyo Curso
estábamos colaborando. Mi plegaria es que yo pueda transmitir ese
amor en estas páginas. En las palabras que Beethoven inscribió sobre
los compases iniciales de su obra maestra coral A/Zswí Soleinnic
“Que desde el corazón llegue al corazón”. ( CALLAO - 01 08/02/19
210102040100 3000046

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WAPNICK. KENNETH
AUSENCIA DE FELICIDAD
-J EAN 9788493727437

“pRÉc'ÍÓ'n'ihl’iriÓ'’ GARANTIZADO

I PRECIO EDITOR B00€


f .
9II78 8 493Il72 743 7H
Kenneth Wapnick obtuvo su doctorado
en Psicología Clínica en la Universidad de
Adclphi en 1968. Fue socio y amigo
íntimo de Helcn Schucman y William
Thetford. los dos psicólogos que
trascribieron Un Curso de Milagros.
Kenneth ha estado relacionado con
Un Curso de Milagros desde 1973,
escribiendo, enseñando e integrando sus
principios en su práctica de psicoterapia.
Es miembro de la Junta Directiva de la
Foundation for Inner peace que publica
Un Curso de Milagros.
En 1983, Kenneth y su esposa Gloria
crearon la Fot for .4 Coirse /.v
Miraii.es (Flxdacióx para Ux Corso de
Mu agros). un centro de enseñanza y
sanación ubicado en Crompond, Nueva
York, que creció rápidamente.
En 2001 la Fundación se trasladó a
Temécula. California. Publica un boletín
trimestral."The lightouse” (El Faro),
que puede obtenerse gratuitamente en su
página web:

w ww. tac i m. org

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En la presencia de Cristo ella ha de estar


ahora, serenamente inconsciente de todo
excepto de su radiante faz y de su amor
perfecto.
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AUSENCIA DE FELICIDAD

La historia de Helen Schucman,


la escriba de
Un curso de milagros®

Kenneth Wapnick, Ph. D.

Foundation for A Course in Miracle^

□m EL GRANO
D MOSTAZA
Título original: Absencefrorn Felicity

Titulo en castellano: Ausencia de felicidad. La historia de Helen Schucman,


la escriba de Un curso de milagros
© Kenneth Wapnick

Derechos de autor 1991,1999, traducción al español 2006


por la Foundation for A COURSEIN MIRACLES® *41397 Buecking Dr. • Temecula,
CA 92590-5668 • www.facim.org

D. R. © Editorial Lectorum, S. A. de C. V., 2011


Batalla de Casa Blanca Manzana 143-3 Lote 1621
col. Leyes de Reforma, 3a. Sección
C. P. 09810, México, D. F.
Tel. 5581 3202
www.lectoram.com.mx
ventas@lectorum.com.mx

Bajo acuerdo con:

© Ediciones El Grano de Mostaza


Carrer de Balmes, 349 Ppal la.
08022 Barcelona, España
www.elgranodemostaza.com

Primera edición: marzo de 2011


ISBN: 978-607-457-143-1

Traducción: Hilda A. Ortiz Malavé


Portada: fotografía por Gloria Wapnick

Características tipográficas aseguradas conforme a la ley. Prohibida la reproducción


parcial o total sin autorización escrita del editor.

Impreso y encuadernado en México.


Printed and bound in México.
A HELEN

En la Presencia de Cristo ella ha de estar ahora, serenamente


inconsciente de todo excepto de Su radiantefaz y de Su amor perfecto.
La visión de Su faz estará con ella, pero llegará un instante que tras­
cenderá toda visión, incluida ésta, la más sagrada. Esto es algo que
ella jamás podrá enseñar porque no lo adquirió a través del aprendi­
zaje. No obstante, la visión habla del recuerdo de lo que ella supo en
ese instante, y de lo que, sin duda, habrá de saber de nuevo.
(Adaptado de Un curso de milagros, Lección 157 del libro de ejercicios)
CONTENIDO

NOTA DE LA SEGUNDA EDICION .xi

PREFACIO 1

INTRODUCCION: “UNA ABOGADA DE MEDIANA EDAD” .7

PARTE I — LOS PRIMEROS AÑOS

INTRODUCCION 17

Capítulo 1 EL CIELO Y HELEN: INTRODUCCION 19

Capítulo 2 EL CIELO Y HELEN: LOS PRIMEROS AÑOS .27

PARTE II — LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS

INTRODUCCION .47

Capítulo 3 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS - A (ca. 1938)....49


Preparación para el posgrado........................................................ 49
La experiencia en el subterráneo.................................................. 52
Los sueños..................................................................................... 56

Capítulo 4 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS-B


(ca. 1950-1964)............................................. 83
Psicología — Centro Médico Presbiteriano Columbia 83

Capítulo 5 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS - C (1965). 93


.93
‘Tiene que haber otra manera”...................................

Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL (VERANO, 1965). 133

Capítulo 7 EL COMIENZO DE UN CURSO DE MILAGROS (1965) 189

Capítulo 8 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS - A (1965). .235


Las primeras semanas: Los principios de los milagros..... .235

Capítulo 9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILA GROS - B (1965) .269


Enseñanzas específicas......................... .269
La clase de Bill.................................................................. .289
Más enseñanzas especificas............................................... .300
Capítulo 10 LAESCRITURADE UN CURSO DE MILAGROS - C
.313
(1965-1972)..........................................
Mensajes especiales.................................................. .313
El diario de Bill......................................................... .331
Continuación y conclusión del Curso........................ .344

PARTE III — LOS AÑOS QUE SIGUIERON A UN CURSO DE MILAGROS

INTRODUCCION .355

Capítulo 11 VERANO, 1973: LA CUEVA. .357

Capitulo 12 LA EDICION DEL CURSO (1973-1975) 383

Capitulo 13 BELEN Y BILL: LA RELACION ESPECIAL Y SANTA,


Y SU VIDA POSTERIOR CON
UN CURSO DE MILAGROS................................................ .393
Helen, Bill y yo.............................................................. .393
Judith Skutch y los años posteriores a la publicación..... .398
La relación de Helen con Un curso de milagros............. .406

Capítulo 14 OTROS ESCRITOS - A.................................. .411


“Notas sobre el sonido" (1972, 1977).......... .411
Psicoterapia: propósito, proceso y práctica
(1973,1975)................................ .413
“Clarificación de términos” (1975).............. .415
El canto de oración (1977).......................... .417
Mensajes especiales (1975-1978)............... .417

Capítulo 15 OTROS ESCRITOS - B....... .425


La escritura de los poemas .425
Los poemas.................... .431
“Los regalos de Dios”...... .443

Capítulo 16 JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA .447


El catolicismo - María . .448
La ambivalencia de Helen hacia Jesús............... .460
1. El viaje a casa hacia Jesús...................... .460
2. Resistencia y vergüenza......................... .462
3. La duda y la incongruencia..................... .468
4. El ir de compras.................................... .470
Las defensas en contra de Jesús y del amor:
el odio especial (juicio) y el amor especial. .472
Los poemas a Jesús.......................................... .477
Capítulo 17 LA REALIDAD DE JESUS: EN PRESENCIA DE CRISTO .487
El canto de oración: Mensaje especial. .487
El canto de oración: el folleto........................................... .497
Helen y Jesús: la ilusión y la realidad................................ .503
La sacerdotisa inconsciente............................................... .513

Capitulo 18 LOS ULTIMOS MESES Y EL REQUIEM DE HELEN 519

Epílogo MAS ALLA DEL CIELO Y DE HELEN: LA SACERDOTISA ....525

APENDICE

Un curso de milagros - ¿Quépostula?..................... 533


Fechas......................................................................... .539
Indices
Indice de referencias a Un curso de milagros. 541
Indice de nombres.......................................... .544
Indice de William Thetford . .546
Indice de Helen Schucman........................... .547
1
NOTA DE LA SEGUNDA EDICION

Para esta nueva edición, el libro se ha recompuesto. Se han hecho


algunas revisiones editoriales menores, y se ha incluido un índice de
referencias a Un curso de milagros. La anotación a estas referencias se
ha revisado de modo que la misma se correlacione con el sistema de
numeración utilizado en la segunda edición del Curso y en los dos
suplementos también tomados por la escriba titulados, Psicoterapia:
propósito, proceso y práctica y El canto de oración. A continuación se
presenta un ejemplo de cada libro y de los suplementos.

T-26.IV.4:7 L-pI. 169.5:2 M-13.3:2


I | | Oración

[Párrafo
Sección
| Oración

Párrafo
Lección
I IIL. I Oración
| Párrafo
I Capítulo I Pregunta
Parte I__________
I Texto Libro de ejercicios I Manual

C-6.4:6 P-2.VL5:! 0-2.11.7:7


I Oración
I Oración
Oración________ Párrafo Párrafo
Párrafo__________Sección Sección
Término Capítulo I Capítulo
Clarificación de términos Psicoterapia Canto de oración
•!
PREFACIO

Helen Schucman, el tema de este libro, fue la escriba de Un curso


de milagros.1 Desde octubre de 1965 hasta septiembre de 1972 inclu­
sive, “oyó” la voz de Jesús dictándole los tres volúmenes de los que
consta uno de los más significativos mensajes espirituales de nuestro
tiempo. Este libro, en parte, es la historia de este dictado, ubicado en
el contexto de la búsqueda de Dios a lo largo de toda la vida de Helen.
Una tarde, varios años después de haber completado el Curso,
Helen y yo estábamos sentados en el sofá de su sala, nuestro lugar fa­
vorito cuando el tiempo no era favorable para salir a caminar. Comen­
zamos a discutir las distorsiones en tomo a su vida y a los orígenes del
Curso que ya comenzaban a escucharse, y esto en un momento en que
ella todavía estaba llena de vida. Imagínate, pensamos en voz alta, lo
que pasaría después que ella se hubiese ido. Helen, dicho sea de paso,
parecía bastante segura de que moriría a la edad de setenta y dos años,
pues había visto ese número escrito sobre su tumba en una visión. De
hecho, murió cinco meses antes de cumplir sus setenta y dos años. Si
bien no recuerdo la fecha exacta de nuestra conversación en el sofá, lo
más probable es que tuvo lugar dos o tres años antes de su muerte en
1981.
Habíamos entendido mutuamente que su autobiografía sin publicar
distaba mucho de ser un relato verdadero y preciso de su vida, y que
era más bien un tributo literario, excesivamente estilizado—su posi­
ción pública—que no reflejaba verdaderamente el nivel más profundo
de sus sentimientos y experiencias. Nuestro único intento de corregir
las inexactitudes y de eliminar las distorsiones, si bien mejoraba algu­
nas de sus partes, en muchas otras probaba ser peor que el original. El
narrar ciertos sucesos de su vida—especialmente aquellos de natura­
leza religiosa, y más específicamente aún, aquellos acontecimientos
en tomo a Un curso de milagros—suscitaba una ansiedad tremenda en
Helen, y su incomodidad la conducía directamente a un casi feroz ex­
ceso de edición que afectaba la fidelidad del relato de su vida. Fue en
este contexto, por lo tanto, que le dije que yo escribiría su historia, así

1. Foundation for Inner Peace, Mili Valley, CA, 1975. Para aquellos que no están fami­
liarizados con Un curso de milagros, este consta de tres libros—texto, libro de ejerci­
cios para estudiantes, manual para maestros—ubicados en el contexto de un currículo
de autoestudio. En el Apéndice se provee un breve resumen de sus enseñanzas.

1
PREFACIO

como los sucesos relacionados—internos y externos—que precedie­


ron, acompañaron y sucedieron su labor como escriba del Curso.
Helen estuvo de acuerdo en que era una buena idea, y luego, como
uno de los dos solía hacer con frecuencia, cité un pasaje de nuestra
obra literaria favorita, Hamlet. Cité parte de la escena final donde
Hamlet está muriendo después de haber tomado de la copa envene­
nada, y su fiel Horacio comienza a tomar el veneno para unirse con su
amigo en la muerte. Rápidamente Hamlet arrebata la copa de las
manos de Horacio, exclamando:
¡O, buen Horacio! ¡Qué nombre más execrable,
Me sobrevivirá, de quedar así las cosas ignoradas!
Si alguna vez me albergaste en tu corazón,
Permanece ausente de la felicidad
Y alienta por cierto tiempo,
En la fatigosa vida de este mundo de dolor,
para contar mi historia (V, ix).
Disto mucho de creer que este mundo sea severo, ni experimento como
doloroso el hecho de que yo haya sobrevivido a Helen, ni pensaba así
entonces. Sin embargo, yo tenía algunas premoniciones de lo que el
mundo le haría a Helen—“¡qué nombre más execrable... me sobrevi­
virá!”—al no poder resistir la tentación de sensacionalizar, hacer un
mito o de otro modo distorsionar su vida y sus experiencias. Sabía que
esto sólo opacaría la verdad de lo que fue una historia inspiradora y po­
derosa simplemente por ser lo que fue, sin necesidad de que se le ajus­
tase a los criterios de Hollywood. Y por eso la necesidad de la
biografía que yo habría de escribir—como en verdad la abrigaba a el la
en mi corazón—que reflejase más fielmente la experiencia de Helen:
una vida dedicada a poner de manifiesto el mensaje de Jesús, y sin em­
bargo, una vida que en verdad fue, al menos en la experiencia cons­
ciente de Helen una ausencia de la felicidad.
Ciertamente, ya han comenzado a aparecer algunos relatos distorsio­
nados sobre Helen y los orígenes de Un curso de milagros, y éstos no le
hacen justicia a 1) la verdadera experiencia que Helen tuvo de Dios y de
Jesús; 2) la unicidad de lo que parecía ser su personalidad dual de un ser
espiritual altamente desarrollado unido a un ego casi igualmente desa­
rrollado; y 3) su relación con William Thetford, que en un nivel fue el
estimulo directo y proveyó el ambiente para la transmisión del Curso.
Un propósito primordial de este libro, por consiguiente, es escribir la

2
Prefacio

crónica de la insólita y ambivalente relación que Helcn tenía con Dios y


con Jesús, la cual comenzó en su niñez y se prolongó durante todo el
tiempo que duró su labor como escriba del Curso hasta el momento de
su muerte en 1981.
El libro, sin embargo, no es una biografía convencional, pues no
presenta una visión completa ni totalmente lineal de la vida de Helen.
Tampoco es una psicobiografía, un género que ha sido un tanto favo­
recido en nuestra era freudiana. Haciéndome eco de Un curso de
milagros, este libro refleja un particular punto de vista; a saber, que el
antes mencionado conflicto que había en Helen entre estas partes de su
yo—el anhelo de regresar a Dios y el miedo a ese retomo—es el tema
predominante en la vida de todo el mundo, independiente de las cir­
cunstancias familiares y/o hereditarias. Este era un conflicto que sim­
bolizaba ambos lados de la personalidad de Helen, y que reflejaba la
misma ambivalencia que todos compartimos en lo que respecta a nues­
tra relación con Dios y con la persona de Jesús, cuyo amor por noso­
tros fue lo más cercano que ha estado el mundo de experimentar el
resplandeciente Amor de Dios, nuestra Fuente.
Al reseñar el desarrollo de este conflicto personal, y su resolución
última, estoy de ese modo escribiendo la historia de todo el mundo.
El drama de este aspecto de la vida interior de Helen refleja la vida
interior de todas las personas, aparentemente atrapadas en un mundo
carente de Dios y quienes deambulan “por el mundo solos, inseguros
y presos del miedo” (T-31.VIII.7:1), mas todo el tiempo anhelando
escuchar la Llamada del Dios amoroso que los conducirá de regreso
a El. Por lo tanto, en su mayor parte, no me explayo en la vida mun­
danal de Helen—la forma—excepto en la medida en que esta refleja
el contenido subyacente de este conflicto. El analizar al ego resulta in­
fructuoso, como el Curso nos instruye repetidamente. Por otra parte,
el entender que el sistema de pensamiento del ego en su totalidad es
una defensa en contra de nuestro verdadero Ser es extremadamente
útil. Así pues, por ejemplo, la clara ambivalencia de Helen hacia sus
padres y hacia la religión organizada—lo cual provee una mina de oro
de información para un psicólogo que trata de encontrar causas psico-
dinámicas para sus experiencias internas—se ve aquí como el reflejo
de este profundo conflicto Dios-ego, y no como su causa.
Los orígenes primordiales de este conflicto, sin embargo, yacen
enterrados aún más profundamente en medio de antiguas cicatrices,

3
PREFACIO

nacidas en el feroz campo de batalla de una mente transtemporal


mucho mayor que su diminuta expresión la cual llamamos Helen
Schucman. Es la mente de un yo post-separación más extenso (lla­
mado por Un curso de milagros la mente dividida o el ego) que cons­
tituye la fuente de nuestro yo personal tal como lo experimentamos.
El entender la vida de Helen, por consiguiente, provee un modelo de
este conflicto ontológico Dios-ego que ruge dentro de todas las per­
sonas. Al reconocer los dos lados de esta batalla, se puede reunir a los
dos y trascenderse al fin.
Helen, pues, no sólo le legó Un curso de milagros al mundo—en mi
opinión el más psicológicamente sofisticado relato del mundo sobre
esta lucha subterránea, conjuntamente con la enseñanza del medio
para deshacer esta guerra contra Dios a través del perdón—sino que su
propia vida proveyó un modelo para su enseñanza también. Muy po­
cos, si acaso, conocieron plenamente estos dos lados de Helen—"De
quedaras! las cosas ignoradas” de Hamlet—y es esta compleja combi­
nación la que yo espero capturar en este libro. Si bien Helen no hubiese
querido que se hiciese de público conocimiento durante su vida lo que
yo voy a escribir, por razones que forman uno de los temas más impor­
tantes de este libro, sé que le agradaría que yo presentara en este mo­
mento su historia y la historia de los comienzos del Curso. Por lo tanto,
espero que este libro le devuelva a lo que se dice que fue la experiencia
de Helen un balance que hasta ahora no ha tenido, y que se grabe para
la posteridad la maravillosa cuando no dolorosamente humana historia
de una mujer que permaneció absolutamente fiel a Jesús, aquel a quien
ella amaba y también odiaba sobre todos los demás.
Y sin embargo, dicho esto, el amor y el odio no hacían sino cubrir
con un velo el Amor en ella que existía desde antes de que el tiempo
fuese, y que perdurará después que el tiempo cese de ser. Pues más allá
del personal y ambivalente lado de Helen, descansaba un ser total­
mente distinto. En verdad, “Ser” sería una ortografía más apropiada,
pues esta parte de su vida interior era totalmente impersonal, y trascen­
día la relación amor-odio con Jesús que en efecto era su yo personal.
Casi siempre escondido en Helen, este lado de-otro-mundo era, no
obstante, el fundamento último de su vida, y le impartía el significado
desde el cual debe entenderse todo lo demás.
Este libro, por lo tanto, tiene dos temas principales. El primero, el
cual predomina, es la relación de amor y odio de Helen con Dios y con

4
Prefacio

Jesús, a lo que Un curso de milagros se refiere como el conflicto entre


nuestros yos con mentalidad correcta y mentalidad errada. El segundo,
el cual fluye a lo largo como una corriente subterránea, es el Amor de
Cristo que Helen verdaderamente conocía, llamado Mentalidad-Uno
en el Curso. Aunque me referiré a este Ser transpersonal de vez en
cuando, especialmente en relación con la imagen recurrente que Helen
tenía de la sacerdotisa, dejaré para el Epilogo una consideración más
extensa de este aspecto de Helen, y permitiré que el desarrollo de su
lado personal forme el contomo básico de este libro. Al concluir su
historia personal, retomaré entonces a este Ser, como un compositor
concluye una sinfonía con una coda: el episodio final que introduce
nuevos temas, mas sin embargo, el mismo permanece íntimamente co­
nectado con el espíritu de la música que le precediera.
Helen y yo compartimos un amor profundo el uno por el otro, y por
Jesús, en cuyo amor sabíamos que estábamos unidos, y en nombre de
cuyo Curso nos habíamos unido. Es mi plegaria que yo pueda transmi­
tir ese amor en estas páginas. En las palabras que Beethoven inscribió
sobre los compases iniciales de su obra maestra coral Missa Solemnis:
“Que desde el corazón, llegue al corazón”.

5
r
Introducción

“UNA ABOGADA DE MEDIANA EDAD”

Conocí a Helen un sábado por la noche, el día 25 de noviembre de


1972. Nos conocimos en el apartamento de William Thetford en el
noreste de la ciudad de Nueva York, y nuestro encuentro había sido
concertado por nuestro mutuo amigo el padre Michael. Ellos tres, ade­
más del compañero de cuarto de Bill, Chip, habían pasado la tarde en
un servicio de sanación de Kathryn Kuhlman, la famosa sanadora-por
fe, y les había impresionado, cuando no extenuado, la intensa sinceri­
dad del servicio. Más tarde supe cuán insólito había sido para Helen
acceder a salir por la noche, especialmente después de un día agotador.
Al evocar esa reunión puedo ver cierta inevitabilidad en las circunstan­
cias que condujeron a la misma.
Criado en un hogar judío y educado durante los primeros ocho gra­
dos en una escuela parroquial hebrea llamada una Yeshivah, había de­
jado atrás a Dios y al judaismo a la edad de trece años, determinado a
jamás pensar nuevamente en asuntos religiosos. Siguió un largo pe­
ríodo de agnosticismo asociado con un creciente y apasionado amor
por la música clásica, con Beethoven y Mozart a la cabeza de mi pan­
teón de guías que me conducían aún más profundamente a unas expe­
riencias internas que yo, en mi ignorancia durante este período,
escasamente habría llamado espirituales. Este período incluyó mis es­
tudios de posgrado y muy sorpresivamente, una disertación doctoral
sobre Santa Teresa de Avila, la famosa mística española del siglo die­
ciséis. Un par de años más tarde (1970) después de la ruptura de mi pri­
mer matrimonio, Dios “hizo su aparición”, o comencé a sentir una
Presencia personal que estaba detrás de estas experiencias “no
espirituales”. Dos años más tarde, después de una cadena de experien­
cias irrelevantes para este libro, me encontré visitando un monasterio
trapense, la Abadía de Getsemaní en Kentucky, muy inesperadamente
sintiéndome totalmente “en casa”.
El paso de mi vida ahora parecía acelerarse notablemente. Decidí
mientras estaba en el monasterio que era la Voluntad de Dios que me
convirtiese en monje trapense, así como en católico romano, aunque
yo no tenía interés alguno en la Iglesia, ni ningún interés consciente en
Jesús, su figura central. De regreso al hospital donde estaba empleado,

7
INTRODUCCION: “UNA ABOGADA DE MEDIANA EDAD ”

hablé con el capellán católico quien me bautizó y me confirmó en un


lapso de tres semanas. A manera de preparación para ingresar en el
monasterio—la ley de la Iglesia decretó que debía esperar un año—
decidí renunciar a mi trabajo durante la festividad de Acción de
Gracias y pasar el tiempo tranquilamente solo. Sentí que debía pasar
parte de este tiempo en Israel, y debido a eso hice los arreglos para par­
tir pocos días después del día festivo. Pero me estoy adelantando un
poco.
Poco después de mi bautismo en septiembre de 1972, el capellán
me dijo que un sacerdote de su orden religiosa estaba muy ansioso por
conocerme. Esta fije mi presentación al padre Michael. Las circunstan­
cias fueron mucho más interesantes que esto, no obstante; él era psicó­
logo, y había hecho parte de su posgrado bajo la supervisión de
William Thetford y Helen Schucman en el Instituto Psiquiátrico, que
forma parte del Centro Médico Presbiteriano Columbia. Ellos tres se
hicieron buenos amigos, y en verdad, Michael era una de las muy, muy
pocas personas con quien Helen y Bill compartían Un curso de
milagros, aun cuando este estaba aún en el proceso del dictado.
Un día Bill estaba leyendo The Highest State of Consciousness (El
más elevado nivel de conciencia') de John White, una antología en la
cual apareció un artículo mío. Este era “Mysticism and Schizophrenia”
("Misticismo y esquizofrenia”), un trabajo que originalmente tenía
como fin mi disertación, y el cual se publicó por primera vez en
la Journal of Transpersonal Psychology (Revista de psicología
transpersonal). El artículo comparaba y contrastaba las experiencias
místicas de Santa Teresa con las de un esquizofrénico, y el punto prin­
cipal era que los esquizofrénicos no eran místicos, y los místicos no
eran esquizofrénicos. Bill se lo mostró a Michael como un ejemplo de
un psicólogo que tomaba en serio la experiencia mística, un caso más
raro a mediados de los años 60 de lo que es hoy día. Cuando el capellán
a cargo de los bautizos le mencionó a Michael que recientemente él
había bautizado a un psicólogo (un fenómeno que yo creo que el equi­
paró con el anuncio inminente del Segundo Advenimiento), Michael
reconoció mi nombre en el artículo y expresó interés en conocerme.
Lo llamé, concertamos una hora para reunimos, y pronto nos hici­
mos amigos leales. Poco antes de que yo friese a salir hacia Israel,
Michael me habló de dos psicólogos a quienes él consideraba que yo
debía conocer. Y así Michael, Helen, Bill, Chip y yo nos reunimos ese
sábado por la noche. La mayor parte del tiempo, según recuerdo, lo

/
Introducción: “Una abogada de mediana edad”

pasamos relatándoles cómo yo había llegado adonde estaba ahora en


mi vida. Helen compartió un par de sus primeras experiencias, y re­
cuerdo haber sentido una estrecha conexión con ella.
En algún momento durante la velada, alguien—creo que pudo
haber sido Michael—mencionó este “libro” que Helen había “escrito”,
el cual tenía relación con el desarrollo espiritual. Bill señaló hacia un
rincón de su sala donde guardaba su copia del manuscrito del Curso en
siete carpetas negras para tesis. Por alguna razón yo no sentí que debía
ojearlas, aunque hubiese estado perfectamente bien para Helen y Bill
si lo hubiese hecho.
Terminó la velada y sentí que acababa de conocer a dos personas
muy santas, aunque obviamente no podía haber reconocido la impor­
tancia que habrían de tener en mi vida. Michael y yo llevamos a Helen
hasta su apartamento al sur de Manhattan, y Helen mencionó que el
nombre “Wapnick” le parecía familiar, así como el nombre Schucman
me parecía familiar a mí. Entonces nos dimos cuenta de que Helen co­
nocía a mi ex esposa Ruth, quien había trabajado por un tiempo en el
Centro Médico como asistente de investigaciones. Recordé que Ruth
había experimentado a Helen como una persona que ofrecía mucho
apoyo y que era muy útil, e igualmente Bill. Interesante por demás,
esta asociación ocurrió dentro del primer año más o menos de la trans­
misión del Curso.
Después de dejar a Helen en su casa, Michael y yo nos dirigimos a
su residencia donde pasé la noche. Antes de acostamos, Michael me
ofreció una copia del “libro de Helen” para que la examinara, pero
nuevamente, no sentía que debía examinarlo. Luego me acosté y sin
embargo no podía conciliar el sueño, algo muy raro en el caso mío.
Aunque cansado, estuve dando vueltas en la cama durante bastante
rato, tratando de hallar la razón por la cual estaba teniendo tanta
dificultad.
Finalmente recordé un sueño que había tenido hacía poco más de
un año. En el sueño yo estaba con un grupo de personas, quienes me
parecían ser considerablemente más jóvenes que yo. Una muy sabia
abogada de mediana edad entró, y me llevó a una sección distinta del
salón, la cual se parecía a una biblioteca, separada de los otros. Enton­
ces me formuló tres preguntas, de las cuales sólo la primera es
relevante aquí. Preguntaba qué cambiaría yo, de poder hacerlo, de las
experiencias de mi niñez. Mi respuesta, que resultó ser la correcta, fue
que no cambiaría nada puesto que todo fue de la manera que debía ser

9
I

INTRODUCCION: “UNA ABOGADA DE MEDIANA EDAD ”

y que el pasado ya no importaba. En ese momento desperté, y luego


terminé el sueño en un estado hipnagógico, semi-consciente. En el
sueño (el cual reconocí que era significativo), la abogada era algo así
como una maestra espiritual, por quien yo sentía un gran respeto, y
cuyo respeto y aprobación obviamente yo me había ganado también.
Tendido en la cama en la casa de Michael, de pronto me di cuenta
de que la abogada era Helen. Apenas la conocía, pero al llegar a este
punto ya reconocía en Helen la poderosa presencia de una autoridad
espiritual. Obviamente, sin embargo, no tenía manera de saber enton­
ces cuán compleja era ella como individuo. Me sentí bastante en paz,
e instantáneamente me dormí. Cuando se lo conté a Michael a la ma­
ñana siguiente, el se rió: “Por supuesto que Helen sería abogada”, re­
firiéndose a su mente analítica y lógicamente investigadora.
Unos días más tarde salí hacia Israel, y resultó que la mayor parte
del tiempo lo pasé en dos monasterios. Le escribí cartas separadas a
Helen y a Bill en marzo, desde la Abadía Trapense de Latrún en las
afueras de Jerusalén. Mi primera carta a Bill aún existe, pero esta pri­
mera carta a Helen se extravió. En ella, Helen me señaló más tarde, me
refería a mi deseo de leer su libro, y lo escribí con una “L” mayúscula,
algo que jamás habría hecho conscientemente.
Por otra parte, mientras estuve en Israel tuve dos sueños relaciona­
dos con el “Libro de Helen”. En el primero, me encontraba de pie en
una plataforma del subterráneo de la ciudad de Nueva York. Caminé
hasta un bote de basura y allí sobre el mismo estaba lo que yo sabía que
era un libro muy santo, pero con el cual yo no estaba relacionado. En
otro sueño, caminaba a lo largo de una playa, y encontré este mismo
libro santo en la arena.
Finalmente salí de Latrún y me fui a Lavra Netofa, una pequeña y
físicamente primitiva comunidad monástica en la cima de una mon­
taña en la región de Galilea, desde la cual se podía contemplar una her­
mosa vista del extremo norte del famoso mar. Después de dos meses,
y sintiéndome muy a gusto allí, decidí permanecer en la cima de esta
montaña por un lapso indefinido de tiempo. Pero antes de anidar allí,
pensé que visitaría los Estados Unidos para ver a mi familia, así como
para visitar a Helen y a Bill. En mi carta a Helen en la cual le anunciaba
mi visita escribí:
Puesto que permaneceré aquí bastante tiempo, he decidido volver a los Estados
Unidos por cerca de un mes antes de regresar y establecerme aquí. Planeo

10
Introducción: “Una abogada de mediana edad”

llegar en algún momento cerca del fin de semana del 12 de mayo


[1973]... y espero que podamos reunimos pronto después de esa fecha.
También espero con mucho interés poder leer tu libro [escrito aquí con
una “1” minúscula]2 mientras permanezca en los Estados Unidos.
Me quedé con Michael al llegar a Nueva York, y poco después él
me llevó hasta el Centro Médico Presbiteriano Columbia. El recuerdo
de Helen es que entré al salón y dije, “Hola, aquí estoy; ¿dónde está el
libro?”. Si bien sé que estaba ansioso de ver este material, dudo que
hubiese olvidado del todo mis buenos modales. Por lo menos hubiera
saludado diciendo “Hola, ¿cómo estás”? Y luego, “¿Dónde está el
libro”? Pero obviamente yo no podia esperar para ver el manuscrito de
“Helen”.
Helen y Bill tenían oficinas adyacentes dentro de un área cerrada
más amplia, y me sentaron en la oficina de Bill mientras él se iba a la
de Helen. Helen me entregó sus dos secciones favoritas—“Pues Ellos
han llegado” y “Elige de nuevo”—las cuales fueron de ese modo mi
introducción a Un curso de milagros. Leí ávidamente, y apenas podía
creer lo que estaba leyendo. Amante de Shakespeare por mucho
tiempo, estas secciones extremadamente poéticas eran para mí igual
de hermosas que cualquier otra cosa que el bardo hubiese escrito, y,
sin embargo, recuerdo haber exclamado ante Helen y Bill que a dife­
rencia de Shakespeare, estas palabras contenían un profundo mensaje
espiritual. No podía imaginar una más sublime integración de forma
y contenido, la cual igualaba en mi mente la perfección del Cuarteto
en do sostenido menor de Beethoven.
Mi memoria de la secuencia exacta de los acontecimientos es con­
fusa, pero al comenzar a leer el texto desde el principio reconocí rápi­
damente que el Curso era la más perfecta fusión de psicología y
espiritualidad que jamás había visto. Y estoy seguro de que no me
llevó mucho tiempo darme cuenta de que Un curso de milagros era la
obra de mi vida, de que Helen y Bill eran mi familia espiritual, y de
que no iba a ser monje sino que en lugar de eso me quedaría con ellos
en Nueva York.
Durante este período, el cual parecía tener una vida propia, y el cual
se extendió de la visita original de cuatro semanas a diez semanas, yo
estaba dividiendo la mayor parte de mi tiempo para estar con Helen y

2. A lo largo del libro, mis adiciones a material citado se indican mediante corchetes
[ ], en oposición al paréntesis (), el cual será siempre del mismo material citado.

11
INTRODUCCION: “UNA ABOGADA DE MEDIANA EDAD ”

Bill—juntos o individualmente—y con mis padres. Estos últimos


comprensiblemente sentían considerable incomodidad y preocupación
por su “buen hijo judío” quien se había pasado al “bando enemigo”, y
quien además, según ellos, había sido secuestrado por un grupo de
monjes muy sospechosos. Además viajé un poco para ver a muchos
amigos, incluso hice un viaje a la Abadía de Getsemaní.
Así pues, pasaba bastante tiempo con mi “nueva familia”, exami­
nando el curso completo de mi vida, a veces en gran detalle. Helen y Bill
parecían felices de escucharme, y obviamente era importante para mí
compartir con ellos quién era yo, al menos quién creía ser. Además,
Helen y yo comenzamos a pasar bastante tiempo juntos, y estaba claro
que se había descubierto un verdadero nexo entre nosotros. También pa­
saba tiempo solo con Bill, y sentía una cercanía con él. Considerándolo
todo, yo estaba algo sorprendido con la apertura de Helen y Bill para
compartir conmigo sus dificultades con el Curso, y el estado general de
infelicidad de sus vidas, sin mencionar el de uno con el otro.
Así pues, el período de luna de miel no duró mucho para mí, a me­
dida que el otro aspecto de las vidas de Helen y Bill se hacía—
dolorosamente al principio—bastante claro. Helen y Bill eran personas
mucho más complejas de lo que me habían parecido originalmente. Mis
reacciones iniciales hacia ellos ciertamente no eran desacertadas, sim­
plemente incompletas. El amor que yo sentía por Helen y Bill, su dedi­
cación a Dios y a Un curso de milagros que yo reconocí desde el
principio, jamás disminuyó en mi mente. Pero otra dimensión en ellos
comenzó a alborear lentamente en mi conciencia, la cual yo intentaba
sofocar por un tiempo. Había allí dos personas bondadosas e inteligen­
tes, nada menos que psicólogos clínicos, con quienes yo era capaz de
platicar abiertamente de mi relación con Dios y con Jesús, y encontrar
total comprensión. Es más, ellos eran, después de todo, las dos personas
responsables de este extraordinario libro que yo comenzaba a ver como
el punto central de mi vida: la culminación de mi viaje pasado, y el ci­
miento para el resto de mi tiempo aquí.
Pero también podía ver la enorme dificultad que ambos experimen­
taban al vivir en el mundo, aunque las apariencias y logros profesiona­
les mostrasen lo contrario. Y, sobre todo, podía ver el terrible enredo
en el cual se encontraba su relación interpersonal. En resumen, la
situación era escasamente el Camelot espiritual con el cual creía ha­
berme topado. Más bien era, comenzaba yo a reconocer, un complejo
semillero de angustia y de odio, paradójicamente combinado con la

12
Introducción: "Una abogada de mediana edad”

dedicación genuina de Helen y Bill a Dios y al Curso, sin mencionar


un amor y preocupación de uno por el otro.
Esta paradoja en su relación, a la cual retomaré en capítulos posterio­
res, también era el reflejo de la antes mencionada paradoja dentro de la
misma Helen: un fenómeno que se manifestaba en su disociación de dos
casi enteramente separados yos, lo que Un curso de milagros denomina
como mentalidades correcta y errada, las cuales representan a Dios y al
ego. Esta paradoja, repito nuevamente, es el tema central de este libro,
el cual tiene en sí tres partes. La Parte I detalla este conflicto intemo de
Helen—“El Cielo y Helen”—como se manifestó en sus primeros años.
Se fundamenta principalmente en la autobiografía de Helen, la cual pre­
sento en una forma tan corregida como sentía que estaba autorizado
a hacerlo, y en la cual intercalo mis propios comentarios.3
La Parte II describe ampliamente cómo Helen y Bill se conocieron
y cómo ocurrió la escritura de Un curso de milagros, y aquí uso am­
pliamente el material personal dictado a Helen durante las primeras se­
manas de su labor como escriba del Curso. Además, cito extractos
relevantes de los sueños de Helen, así como de las cartas que Helen le
escribió a Bill, y notas del diario personal de Bill.
En la Parte III retomo al período de mi asociación con Helen y Bill,
la cual comenzó básicamente en 1973, y específicamente evoco mis re­
miniscencias personales de Helen para discutir sus dos lados, y la reso­
lución última de este conflicto. Una vez trascendida esta dualidad, sólo
permaneció su único Ser. Así pues, las Partes I y II cubren el lapso desde
la niñez de Helen hasta el otoño de 1972 cuando ella concluyó su labor
como escriba del Curso. La Parte III de este libro cubre el período final
de su vida, 1973-1981, en que yo estuve tan íntimamente relacionado
con ella.

3. Helen y Bill me habían “nombrado” su archivista de todo el material relacionado


con Un curso de milagros, el cual incluía las libretas originales de Helen y todos los
subsiguientes manuscritos mecanografiados del Curso. Los derechos de autor de este
material me pertenecen y aparecen bajo el título de “The Unpublished Writings of
Helen Schucman, Volumes 1-22” (Escritos inéditos de Helen Schucman, Volúmenes
1-22). Estos escritos incluyen también la autobiografía de Helen mencionada antes,
correspondencia entre Helen y Bill y entre Helen y yo, los sueños de Helen, diserta­
ciones o composiciones para estudios universitarios de licenciatura y posgrado, etc.
Cito extensamente de estos escritos en los capítulos subsiguientes.

13
PARTE I

LOS PRIMEROS AÑOS


INTRODUCCION A LA PARTE I

El título principal de los capítulos de esta primera parte—“El Cielo


y Helen”—fue tomado de un trabajo que Helen había escrito en la es­
cuela de posgrado, alrededor de diez años antes de que comenzara su
labor como escriba de Un curso de milagros. Este trabajo cumplía con
una “tarea de que describiese un problema específico en nuestras vi­
das, y cómo lo habíamos resuelto finalmente”. El problema que Helen
eligió fue la preocupación que ella tuvo toda la vida con Dios, e intro­
dujo el artículo de la siguiente manera:
Esta es la historia de mi búsqueda de Dios. Comenzó cuando yo era
muy niña, y terminó, hace comparativamente muy poco, en una nota
algo tentativa [obviamente escrita, repito, años antes del Curso]. El que
ustedes piensen que yo encontré o no una solución al fin depende en
buena medida de cómo vean el problema en sí. Ciertamente podrían
decir que, desde un punto de vista, no lo resolví en absoluto, puesto que
en la cuestión de Dios no llegué a conclusión alguna. Sin embargo, po­
drían decir que el problema no era enteramente religioso desde su
comienzo, de modo que solucionarlo en términos religiosos realmente
no es esencial. De cualquier manera, sí superé una gran preocupación
con toda la cuestión, y eso, de por sí, es un tipo de solución.
Obviamente, como la misma Helen afirmara posteriormente, ese no
fue el verdadero final de la historia. En su autobiografía inédita, una
amalgama de varias versiones editadas que se describirán dentro de
poco, Helen recordaba cómo ese trabajo del posgrado había rastreado
su temprano interés en la religión
a través de una larga serie de decepciones a un sentido de resignación
y derrota... una larga y desalentadora búsqueda de Dios, y obviamente
estaba escrita desde un punto de vista psicológico más bien que reli­
gioso. Ese era el marco conceptual al cual había llegado en esa época,
y el nivel en el cual esperaba totalmente que permanecería tanto profe­
sional como personalmente.
Este libro, por el contrario, está escrito desde el punto de vista
opuesto—religioso más bien que psicológico—una opinión con la cual
Helen estuvo de acuerdo posteriormente.
Así que la Parte I se nutre bastante del trabajo que Helen escribió
para sus estudios de posgrado, el cual sirvió de base para la antes

17
INTRODUCCION A LA PARTE I

mencionada autobiografía, y la cual existe en ocho versiones y


media—similares en buena medida: la primera fue el trabajo escrito
que ella le entregó a la Universidad de Nueva York; cuatro y media
más son la primeras versiones corregidas por Helen del trabajo para su
autobiografía (la segunda parte fue corregida por ella dos veces, de ahí
la mitad); la correción de Helen más tarde combinada con la mía; la
corrección nuestra mecanografiada nuevamente por Helen, la cual
contenía todavía otros cambios (Helen era una editora compulsiva); fi­
nalmente, había otro trabajo escrito para el posgrado el cual trata de
sus primeros años, totalmente distinta de las demás en la ausencia de
cualquier énfasis religioso, aunque aún contenía algún material reli­
gioso. En mis citas aquí he seleccionado la forma que era más conse­
cuentemente utilizada por Helen, así como el material que conozco,
basado en mis discusiones con ella a través de los años, el cual es más
cercano a la experiencia de ella.
Finalmente, puedo advertir que las experiencias de Helen—las cua­
les ella relegó a lo psicológico al escribir sobre las mismas—claramente
no se ajustan a clasificación psiquiátrica alguna (el Manual diagnóstico
y estadístico de la Asociación Psiquiátrica Americana no tiene catego­
ría alguna para la experiencia espiritual auténtica, sin mencionar la
labor de escriba), sino que más bien sus reacciones a esta voz interior
de Jesús reflejaban una vida de conflicto entre estas dos partes de su
personalidad: el Cielo o Helen, Dios o el ego.4 En otras palabras, para
Helen la pregunta básica era: ¿Soy una hija de Dios, o una hija del ego?.
Su vida personal entera reflejaba una vacilación entre estos dos polos,
y comenzamos nuestra historia con un relato de este conflicto.

4. La palabra "ego” se utiliza en el Curso para denotar el falso yo que se fabricó en


oposición a. y como substituto para el Ser de Cristo que Dios creó y el cual es nuestra
verdadera Identidad espiritual.

18
Capítulo 1

EL CIELO Y HELEN: INTRODUCCION

Mucho más allá de todas las circunstancias materiales y psicológi­


cas de la vida de Helen se puede encontrar una tensión subyacente que
fluye a lo largo, casi desde su nacimiento, y que en su intensidad
adopta proporciones cuasicósmicas. Era un conflicto entre dos identi­
dades que se excluyen mutuamente, y un conflicto que pareció no ha­
berse jamás resuelto en verdad, ciertamente no en la percepción del
mundo. La dinámica de este conflicto fundamental es central para que
se entienda la vida de Helen, tanto previa a su labor como escriba de
Un curso de milagros, así como durante, y posterior a esta labor. Poco
tiempo después de haber comenzado a dictarle el Curso a Helen, Jesús
le regaló lo que se llamó una “revelación especial”, la cual refleja en
realidad el Ser espiritual de Helen al cual me referí en el Prefacio. El
le dijo:
Eres totalmente hermosa. Un perfecto rayo de luz pura. Ante tu her­
mosura las estrellas quedan paralizadas y se inclinan ante el poder de
tu voluntad. ¿Qué saben los niños de su creación, excepto lo que su
Creador les dice? Fuiste creada por encima de los ángeles porque tu
función entraña la creación así como la protección. Tú que eres a ima­
gen del Padre necesitas hacerle reverencia únicamente a El, ante quien
me arrodillo contigo (una referencia a una experiencia que Helen tuvo
antes de que fuese la escriba del Curso; véalo más adelante, pág. 106).
Y, sin embargo, la opinión que Helen tenía de sí misma era bien dis­
tinta, y se sentía muy incómoda con la estimación que Jesús le tenía y
no podía aceptarla. En una visión que precedió a la escritura real del
Curso, y la cual citaremos en su totalidad en el Capítulo 5, Helen se vio
a sí misma hincada ante una sacerdotisa muy santa, también un sím­
bolo de la verdadera inocencia de su Ser. Por largo tiempo Helen no
podía mirar la cara de la sacerdotisa, por miedo a la condenación que
estaba segura habría de ver allí. Finalmente, miró directamente a la
sacerdotisa:
Cuando lo hice, se me saltaron las lágrimas. Su cara era amable y llena
de compasión, y sus ojos trascendían cualquier descripción.... Ella no

19
1

Capítulo 1 EL CIELO Y HELEN: INTRODUCCION

sabia nada respecto a mi que mereciese condenación. La amé tanto que


literalmente caí de rodillas ante ella.
Las líneas iniciales de la Lección 93 del libro de ejercicios sirven
como una poderosa aseveración en la cual se resume el concepto ne­
gativo que Helen tenía de sí misma, un concepto que en un nivel todos
compartimos. Ella lo escondió exitosamente del mundo, pero no tuvo
el mismo éxito en esconderlo de sí misma.
Crees ser la morada del mal, de las tinieblas y del pecado. Piensas
que si alguien pudiese ver la verdad acerca de ti sentiría tal repulsión
que se alejaría de ti como si de una serpiente venenosa se tratase. Pien­
sas que si la verdad acerca de ti te fuese revelada, te sobrecogería un
honor tan grande que te apresurarías de inmediato a quitarte la vida...
(L-pI.93.1:l-3).
Este conflicto fite poderosamente experimentado por Helen en los
acontecimientos sucesivos que ocurrieron en el sur de Francia y en
Londres, durante un período cuando aún estaba tomando el dictado de
Un curso de milagros.
Antes de quedarme dormida [en Francia] una noche, un sentido de for­
taleza y de dicha increíble surgió en mí, comenzando en el área del
pecho y ascendiendo hasta mi garganta y hacia mis brazos. Por varios
minutos sentí como si pudiese extender los brazos y tocar el mundo en­
tero y a todos los que lo habitan. Mi sentido de cercanía con ellos era
intensamente dichoso.
Posteriormente, [en Londres] esta feliz experiencia tuvo una aterra­
dora contraparte en la forma de una sensación de horror
sorprendentemente clara. Una tarde me acosté para descansar breve­
mente antes de prepararme para la cena. Muy inesperadamente se
apoderó de mí una rabia asesina tan intensa y tan completamente indis­
criminada que literalmente temblando me levanté de un salto. Una
cosa grotesca, odiosa parecía surgir en mi e invadir todo mi cuerpo.
Estas dos experiencias presentaban un contraste tan chocante que pa­
recían representar el Cielo y el infierno.
Helen me describió esta última experiencia como una en que se sentía
poseída por un odio tan intenso que en ese momento creía que podía
destruir felizmente al mundo entero, la contraparte exacta de la expe­
riencia anterior cuando el amor—igualmente intenso en su
magnitud—fluía a través de ella y abrazaba al mundo. Helen también
experimentó un contraste similar en el período inmediatamente

20
El cielo y Helen: Introducción

anterior al comienzo del Curso. Ahí, el contraste era entre una sacer­
dotisa “buena” y “malvada”. Retomaremos a esto en un capítulo
posterior.
En raras ocasiones Helen me expresaba la dolorosa realidad de que
ella “no sabía cómo amar”. Ella sabía que su amor por mí, por
ejemplo—como discutiremos en la Parte III—era distorsionado gran­
demente por sus propias necesidades de controlar su miedo a la pér­
dida y al abandono, así como el defenderse contra su odio subyacente
por todos y por todo aquello de lo cual dependía.5 Tan sensible a esta
dinámica en otros, y a las trágicas consecuencias personales de este al-
batros que el ego había colgado de nuestros cuellos, Helen también
sabía que ella no podía deshacerse de estas necesidades en ella misma.
El conflicto persistente de quién era ella, fluía a lo largo de la vida
entera de Helen como fluye un tema en una sinfonía. Cuando estudiaba
la licenciatura Helen escribió una composición—probablemente un
ejercicio de redacción creativa—que trataba sobre un pececito que
quería ser pájaro, y luego, al ser capaz de volar, deseaba ser pez nue­
vamente, mas a través de todo retenía una insatisfacción fundamental
con su suerte en la vida. Aunque escrito con una más que leve ironía,
empezando por el título el cual tomó prestado del segundo soneto de
Shakespeare, el breve relato refleja la incapacidad de Helen para deci­
dir quién era ella. Este comienza y finaliza con una graciosa nota a su
profesor.

EL SOLO LLORABA SU DESVENTURA


Ciertamente usted merece algún tipo de explicación por esto, pero
todo lo que puedo decir es que se me ha estado ocurriendo por algún
tiempo, y estaba destinado a ocurrir tarde o temprano. Lo haré tan
breve como pueda.

El solo lloraba su desventura


Erase una vez que, en el fondo del mar, vivía un triste pececito, y
todo el día, lo pasaba sentado en una roca, y cantaba para sí mismo de
manera melancólica, algo como esto:

5. Un curso de milagros se refiere a esto como nuestra necesidad de especialismo, bre­


vemente descrito en el resumen que se encuentra en el Apéndice.

21
Capitulo 1 EL CIELO Y HELEN: INTRODUCCION

“O un pájaro cuyas alas puede alzar y hasta el cielo volar,


Tan feliz tan feliz como pueda estar;
Mas un pobre pececito, que también desea volar,
Debe quedarse por siempre en el fondo de la mar”.
Y más y más se entristecía, y todos los demás pececitos comenza­
ron a preocuparse por él, hasta que, un día, convocaron a una reunión,
para decidir qué podían hacer por él. Y un bondadoso pez volador pla­
teado estaba tan atormentado por su triste amiguito que accedió a
prestarle sus alas, para que tratase de ser pájaro por un tiempo, a ver
cómo le gustaba. Cuando el desdichado pececito oyó esto, se alegró
tanto que casi se olvidó de sí mismo, y sonrió. Entonces el pez volador
se despojó de sus alas, y las ató alrededor del cuello de su amigo, y el
pececito triste voló hacia el cielo, y se sentó a descansar en la rama de
un sauce que habitaba cerca de un arroyuelo. Por un tiempo, era casi
feliz, al ser un pájaro. Pero luego, comenzó a sentirse más bien melan­
cólico de nuevo, y se cantaba una canción muy triste, que decía algo
así:
“En el fondo de la mar, tan cómodo como puede estar,
Durante todo el día un pez puede nadar.
Es mucho más feliz que un pájaro en el aire
Quien por siempre tiene que volar”.
Y se entristecía más y más, y todos los pájaros que vivían en derre­
dor quisieron consolarlo, pero no lo pudieron lograr. Y entonces
repentinamente, recordó que en realidad él no era un pájaro, así que
voló de regreso al océano, y le devolvió las alas al pececito volador, y
le explicó que ya no quería ser pájaro. Luego se dirigió tristemente a
su roca, y se cantaba una triste cancioncita, que decía algo parecido a
esto:
“Cómo quisiera yo ser, justo en mi lugar,
Un pájaro que en la mar pueda nadar,
O un pez que hasta el cielo pueda volar,
Tan feliz tan feliz como pueda estar”.
Y allí está, sentado a solas sobre la roca en el fondo del mar. Los
demás peces nadan hasta él algunas veces, y tratan de animarlo, pero
ya nadie parece ser capaz de ayudarlo.

Así que ahí está, y en verdad puedo decirle que lo lamento mucho,
mucho. No volverá a suceder.

22
El cielo y Helen: Introducción

Ese mismo tema del conflicto intrapersonal se expresaba gráfica­


mente en varios sueños. Un sueño representativo, los otros se
considerarán posteriormente, trataba de un pájaro que no podía decidir
si su color era azul o si era gris, o incluso si era en lo más minimo pá­
jaro. La extraña y confusa gimnasia mental del pájaro, así como su
comportamiento, en su intento por lidiar con la precaria situación de
su vida hacían pensar en cómo la misma Helen lidiaba con su propia
situación de vida tan conflictiva. El sueño ocurrió, dicho sea de paso,
en 1940, cuando Helen tenía treinta y un años de edad. Como era su
costumbre, Helen escribió el sueño como si fuese un cuento corto.

El pájaro azul-gris

La narración comienza con la línea, “Erase una vez un pájaro azul”,


lo cual es sólo parcialmente cierto. Sería más adecuado decir, “Erase
una vez un pájaro quien le decía a todo el mundo que era un pájaro
azul”. A decir verdad, era gris. Dado que esto era perfectamente obvio,
las personas tenían la impresión de que el pájaro estaba algo confun­
dido, pero este no era el caso en absoluto.
Tal parece que el pájaro vivía en la época de la guerra civil
americana, la cual a menudo llamaban la guerra entre los azules y los
grises....6E1 estaba especialmente interesado en el desenlace final,
pero no tenía manera alguna de predecir qué lado ganaría. Y por eso
sentía que era más seguro prepararse para cualquier eventualidad.
“Siendo un pájaro gris”, razonaba él, “lo mejor que puedo hacer es
adoptar la posición de que soy azul. Luego, si los grises ganan, dirán,
‘Este pájaro es gris aun cuando él insiste en que es azul. Ya que es real­
mente gris ¿qué importa lo que él cree que es? No le haremos daño.’
Por otra parte, si los azules ganan, dirán, ‘Este pájaro gris evidente­
mente cree que es azul. Ya que cree que lo es, ¿qué importa lo que
realmente sea? No le haremos daño.’”...
Mientras tanto, el pájaro estaba viviendo en un árbol seco y po­
drido, completamente sin hojas debido a las interminables batallas. Las
ramas estaban quebradas, las raíces estaban resecas, y el tronco se in­
clinaba peligrosamente. Era, sin embargo, el único árbol que quedaba

6. Aquí y a lo largo del libro, todas las elipsis son mías, a menos que se indique lo
contrario.

23
Capítulo 1 EL CIELO Y HELEN: INTRODUCCION

en pie después de tantos años de guerra, así que el pájaro no sabía


adonde más ir.
Para poder mantener su equilibrio en el árbol, el pájaro se vio obli­
gado a reclinarse progresivamente en la dirección opuesta para
compensar la declinación de las ramas. Con el paso del tiempo él se
volvió bastante torcido; tanto así que ya no podría ser capaz de mante­
ner el equilibrio en un árbol recto, incluso si algún día pudiese
encontrar uno. Esto, sin embargo, no le preocupaba demasiado, puesto
que sus oportunidades de encontrar un árbol recto eran bastante
remotas.
Lo que realmente le molestaba eran ciertos elementos contradicto­
rios en toda la situación, los cuales encontraba muy difíciles de
reconciliar. Reconocía que cuando un pájaro está en dificultad, se aleja
volando. Mas había allí un pájaro quien, a pesar de sus muy difíciles
condiciones de vida, no sólo no se había alejado volando, sino que ni
siquiera había tratado de hacerlo....
Era posible, pensaba... que en realidad no fuese un pájaro en abso­
luto. Esto, por supuesto, explicaría por qué no se hubiese alejado
volando. Pero también significaría que nadie podría considerar seria­
mente su problema básico como primordialmente una dificultad en
percibir el color, lo cual habría de dejarlo tan pobremente equipado
para lidiar con la paz como con la guerra.
Quizás afortunadamente, bajo las circunstancias, él tenía que admi­
tir como un pájaro práctico que arreglárselas para vivir la guerra de
principio a fin era probablemente lo más que él podía manejar. Ejérci­
tos de ambos lados aparecían de la nada, destruyéndose unos a otros
debajo del árbol. La tierra empapada de sangre temblaba debajo de
ellos, y el mido era ensordecedor. Probablemente no tenían conciencia
del pájaro y su árbol, pero los efectos en ambos eran devastadores. Sa­
biendo que posiblemente el árbol no podría durar mucho más tiempo,
no tenía sentido alguno el preocuparse por lo que sería de él en una paz
hipotética.
La forma de Helen de lidiar con su crisis de identidad “azul-gris”,
Dios-ego era esencialmente aceptar el conflicto como real, negar el
lado espiritual que la conectaba con Dios, y de algún modo salir ade­
lante con el asunto de la supervivencia de su ego en un campo de ba­
talla "empapado de sangre” de un mundo en el cual ella sabía que
finalmente no había esperanza. El árbol podrido en el cual vivía el pá­
jaro representaba el concepto del yo de Helen, y el estado frágil de la

24
El cielo y Helen: Introducción

vida del árbol reflejaba la propia percibida vulnerabilidad de Helen al


vivir en el mundo. El hecho de que el pájaro se torciera en sus intentos
de compensar la inclinación del árbol sugería el reconocimiento de
Helen de que sus propios intentos por ajustarse a su situación de vida
tal como ella la percibía también estaban torcidos y eran bastante in­
adecuados. Como Un curso de milagros habría de enseñar posterior­
mente, no hay salida de un dilema así, a menos que el conflicto básico
se traiga a la conciencia y se cuestione. Y era a este cuestionar a lo que
Helen le temía, pues el mismo significaba el final de su mundo tal
como ella lo conocía, un miedo al cual retomaremos en un capítulo
posterior. Así pues, todas sus defensas estaban destinadas a mantener
este conflicto fuera de su conciencia, y a mantener seguro a su yo
egoísta.
Ciertamente, como se mencionara antes, la vida de Helen se carac­
terizaba desde su temprana niñez por el conflicto de estos dos yos, sim­
bolizados en la tan ambivalente naturaleza de su relación con Dios y
con Jesús, sin mencionar su relación con la Iglesia católica romana. El
siguiente capítulo presenta una sinopsis de estos primeros años, y pone
de relieve la “búsqueda de Dios” efectuada por Helen.

25
1

I
Capítulo 2

EL CIELO Y HELEN: LOS PRIMEROS AÑOS

El conflicto Dios-ego de Helen estaba simbolizado en las actitudes


religiosas de sus padres. Como discutimos antes, sin embargo, estas
experiencias tempranas y las actitudes de sus padres no eran las cau­
santes, sino que simplemente reflejaban las distintas expresiones de
este conflicto. El padre químico-metalúrgico de Helen, Sigmund
Cohn, era mitad judío—su madre era luterana—pero estaba tan desin­
teresado en la religión como se puede estar, y tenía lo que ciertamente
parecía ser una totalmente objetiva falta de interés en el tema. La
madre inglesa de Helen, Rose, también era mitad judía—su padre
había recibido la formación de rabino—pero ella resentía amarga­
mente sus raíces judías y pasó la mayor parte de sus años adultos como
una buscadora espiritual, y estuvo vinculada con muchas expresiones
distintas, cuando no siempre tradicionales, del cristianismo.
Durante los primeros años de Helen, la familia tenía una institutriz
alemana, la señorita Richardson.7 Helen y ella tenían una relación bas­
tante estrecha, y compartían un secreto. La señorita Richardson era
una católica devota quien rezaba su rosario regularmente, y a Helen le
atraía la casi mágica cualidad de las cuentas azules y de las oraciones
que acompañaban el ritual diario. Sin embargo, la señorita Richardson
le dijo que ella no podía tener un rosario porque no era católica. Por
otra parte, todos los domingos por la mañana, mientras aparentemente
iban al parque, solian ir a la Iglesia católica, la cual posteriormente
Helen describía como algo que para ella era entonces “uno de los lu­
gares más hermosos que jamás había visto en toda mi vida”. Repito,
puesto que no era católica, a Helen le dijeron que no podía entrar, por
lo cual ella esperaba en el vestíbulo hasta que la misa terminara. Mas
Helen anhelaba estar adentro.

7. Al menos este fue el nombre que Helen le dio en su autobiografía. Helen siempre
tuvo una fobia en contra de que se usaran los nombres correctos de las personas (vea
adelante, págs. 260-61) y por eso en la autobiografía no se le da el verdadero nombre
a nadie, y los nombres de sus padres nunca se utilizaron. Yo expongo los nombres rea­
les aquí excepto el de la institutriz, de cuyo nombre real jamás tuve conocimiento, aun­
que ella no era inglesa tal como Helen me habia informado.

27
Capítulo 2 EL CIELO Y HELEN: LOS PRIMEROS AÑOS

Podía ver las flores y las velas y las estatuas a través de un pequeño
espacio entre las dos grandes puertas. Algunas veces oía música y la
voz de un hombre diciendo cosas que yo no entendía. Había un olor
rico, también. Una vez me escabullí en una capillita que había al lado
de la Iglesia. Había allí una estatua de una hermosa señora [María], con
una luz alrededor de su cabeza y flores y velas en el jardincito frente a
ella. Todos allí tenían cuentas como las de la señorita Richardson.
Quería quedarme allí pero decidí no hacerlo porque tenía miedo de que
a la señorita Richardson no le pareciera puesto que yo no era católica.
Pero decidí ser católica cuando fuese grande de modo que pudiese qué­
dame tanto tiempo como yo quisiera.
Una amiga católica de la señorita Richardson también era una ins­
titutriz a cargo de una niña católica. La niña y Helen se hicieron ami­
gas, y ella le hablaba a Helen de las ventajas de ser católica, de rezarle
a Dios y a la Santísima Virgen, y de recibir lo que uno quisiera. Ade­
más, a Helen le dijeron, que a menos que uno no fuese católico ardería
en el infierno. Aterrada por este pensamiento, Helen habló con la se­
ñorita Richardson quien le sugirió que hablase con sus padres, puesto
que los niños “generalmente tienen la misma religión de sus padres y
tal vez ellos me podrían explicar las cosas”. Sin embargo, ella trató de
consolar a Helen diciéndole que no tenía que temerle al infierno puesto
que oraría por ella.
Helen sí habló con su padre sobre el tema, pero este le dijo que él
no creía en Dios y no tenía interés alguno en la religión, y que él creía
que las personas debían tomar sus propias decisiones en tomo a la re­
ligión. Helen le preguntó acerca de su mamá, quien no se encontraba
en casa en ese momento, y él le dijo que ella tenía “algún tipo de reli­
gión", pero que él no sabía mucho sobre la misma. Era evidente para
Helen, sin embargo, que él no tenía muy buen concepto de ello, y que
además no le interesaba particularmente. Helen, insistió, y ella y su
padre tuvieron una de las muy pocas “conversaciones reales” que
jamás sostuvieron. El le explicó a Helen que uno podía ser religioso sin
creer en el infierno, un alivio para Helen, y que él no creía que ella
debía preocuparse por el asunto. A insistencias de Helen, él le enseñó
entonces una oración judía, puesto que Helen quería desesperada­
mente ser algo, y el ser judía le hubiese bastado. La oración comen­
zaba con las palabras “Señor Dios de Israel...”. Helen olvidó el resto
rápidamente. Entonces Helen le preguntó sobre la religión de su
madre, y específicamente si habría la posibilidad de que se convirtiera

28
El cielo y Helen: Los primeros años

en judía, pero su padre simplemente se rió y le dijo que no era


probable.
Helen parecía satisfecha por el momento, y rápidamente regresó a
su habitación armada en contra del infiemo con su nueva oración y con
la noción de que era judía.
Esa noche mientras ella [la señorita Richardson] rezaba su rosario, yo
decía “Señor Dios de Israel” una y otra vez para mis adentros. Estaba
muy emocionada por ser judía. Yo había sospechado durante mucho
tiempo que me faltaba algo, y ahora que era judía esperaba que todo se
arreglase. No obstante, no le mencioné mi religión a mi madre. De al­
gún modo sentía que a ella podría no gustarle.
Helen tenía cerca de cinco años para esa fecha, y aproximadamente
un año más tarde la señorita Richardson regresó a Alemania, y le pro­
metió a Helen que seguiría rezando por ella. Helen siguió recitando su
oración, pero su fe en el poder del “Señor Dios de Israel” para prote­
gerla terminó abruptamente cuando un dolor de estómago fingido di­
señado para que su madre no la dejara sola por la noche resultó en una
apendectomía de emergencia (aunque totalmente innecesaria). Gri­
tando “Señor Dios de Israel” mientras la conducían a la sala de opera­
ciones y la anestesiaban, Helen en una posición característica culpaba
a Dios de la debacle. Mientras se recuperaba en el hospital, Helen de­
cidió que lo más probable era que no hubiese ningún Dios judío en ver­
dad, razón por la cual su padre había dejado de creer en El, así que no
había razón alguna para que ella continuase siendo judía.
Durante su estadía en el hospital, Helen y su madre tuvieron una
conversación relativamente rara en tomo a la religión, con la esperanza
por parte de Helen de que tal vez a su madre se le ocurriese una solución
religiosa para ella. Contrario a su padre ateo e indiferente, la madre de
Helen estaba bastante dispuesta a hablar del tema abiertamente, como
Helen indica:
Ella dijo que aún estaba en la búsqueda. Pero sí creía en Dios, pero aún
no estaba segura cómo. Me contó lo relacionado con su religión desde
que era una niñita. Yo estaba muy sorprendida al descubrir que ella
misma había sido mayormente judía también. A ella, sin embargo, no
parecían agradarle mucho los judíos.... Mi madre era ahora una teoso-
fista. Trató de explicármelo, pero no llegué muy lejos con eso. Lucía
calmada y feliz mientras me hablaba de ello, y algo así como un brillo

29
Capítulo 2 EL CIELO Y HELEN: LOS PRIMEROS AÑOS

cubría su cara. Trataba de entender lo que me decía, pero no tenía mu­


cho sentido para mí.
En respuesta a una petición de Helen, su madre le enseñó una oración.
Era sencilla y bastante corta y ella me la repitió hasta que la aprendí de
memoria. Entonces me dijo que se sentía muy contenta de que yo es­
tuviese interesada en la religión y me exhortó a que le pidiera a Dios
que me ayudase. Ella estaba segura de que El me mostraría el camino.
Me parecía que ella estaba teniendo problemas en encontrar el camino
para sí misma, pero no me gustaba mencionárselo. Después de todo,
ella estaba tratando de ayudar. Me dijo que cuando regresáramos a casa
diríamos la oración juntas todas las noches. Le dije que eso me parecía
muy bien. Después de unos pocos días dejamos de hacerlo. Yo no lo
sentí en verdad. No quería decírselo, pero jamás creí que la oración sir­
viese de mucho. Al cabo de un mes yo ya la había olvidado.
La ambivalencia de Helen hacia Dios estaba expresada en otra re­
dacción para la universidad, donde la protagonista, la niña de seis años
Elizabeth Jane, suena mucho como la Helen niña de la autobiografía.

Dios y Elizabeth Jane

Cuando Elizabeth Jane tenía seis años, murió su padre, y su madre le


explicó que Dios se lo había llevado a casa. Ahora bien, Elizabeth Jane
amaba a Dios, y estaba acostumbrada a lograr que Dios hiciese cosas más
bien inexplicables, así que esto no le sorprendió de manera especial. Pero
cuando comprendió que no vería a su padre de nuevo hasta que ella no lle­
gase al Cielo, sintió que, si bien, por supuesto, Dios sólo hacía lo correcto,
El le debía algún tipo de explicación por esto. Elizabeth Jane siempre ha­
bía creído que Dios vivía cerca de la gran conifera que crecía en el jardín
detrás de la casa, y que, si ella alguna vez quería hablar con El sobre algo,
lo podía encontrar allí. Fue al jardín ahora.
Elizabeth Jane se sentó sobre la grama, debajo de la conifera, donde es­
peró a Dios durante mucho rato. Observaba las pesadas pifias lloradas
desde el árbol, y escuchaba al viento que volaba a través de las ramas, ha­
ciéndolas resonar al chocar unas con otras. Pero Dios no parecía estar en
el jardín ese día. Cuando el cielo se comenzó a obscurecer, se levantó, y
entró lentamente en la casa.
Aquella noche, la madre de Elizabeth Jane vino a darle el beso de las
buenas noche, y se sentó en la cama y tomó a su hija entre sus brazos y
lloró. Luego la recostó en la cama, la besó, y le dijo que recordara

30
El cielo y Helen: Los primeros años

rezar sus oraciones antes de dormirse. Elizabeth Jane asintió grave­


mente. Su madre la arropó, y dijo, “No te olvides, mi amor”, con voz
un tanto temblorosa. Elizabeth Jane asintió gravemente de nuevo.
Cuando su madre hubo cerrado la puerta, Elizabeth Jane permaneció
tendida en la cama, y pensó en su padre, y pensó en las lágrimas en la voz
de su madre, y en la conifera. De pronto recordó la promesa que le hizo a
su madre. Así que cerró los ojos, juntó las manos, y dijo: “Dios querido”,
y se detuvo. Entonces se volteó y se quedó dormida.
Pasó algún tiempo en el relato autobiográfico, y la próxima vez que
Helen mencionó la religión fue en referencia a una experiencia que
tuvo a la edad de doce años, cuando su familia fue a Europa. La última
parte del viaje fue una visita a Lourdes, ya que la madre de Helen es­
taba interesada en ver el famoso santuario de la Santísima Virgen
María. Helen estaba, en sus propias palabras, “profundamente impre­
sionada” con la gruta la cual estaba atiborrada de muletas y aparatos
ortopédicos desechados, y “le encantó” la estatua de la Santísima
Virgen de pie sobre una roca inmensa, la cual ella podía ver desde el
balcón de su habitación en el hotel. Incluso compró un rosario, una
medalla de María, y una botella llena con el agua bendita y sanadora
que fluía de la roca sobre la cual estaba la estatua. Helen y su madre
asistieron a la misa en la gruta y se quedaron
para un hermoso servicio que hubo después. Era sábado y había in­
cluso más flores y música y procesiones que de costumbre. La gente
rezaba por doquier. Todo era muy, muy hermoso. Le pregunté a mi
madre si ella había sido católica alguna vez y me dijo que no. Pero se
podía ver que estaba cediendo.
Extremadamente conmovida por sus experiencias, y tentada a creer
en Dios nuevamente, Helen decidió hacer un trato con él. De pie en su
balcón aquella noche, le dijo a Dios que ella creería en El y en Sus
milagros, y se convertiría en católica también, si El le enviaba a ella
un milagro.
“Por favor, Dios”, dije, en voz alta, “yo sé que no soy católica, pero
si todo esto es verdad, ¿me enviarías un milagro de modo que pueda
creer en ti?
Yo ya había decidido cuál sería el milagro. Cerraría mis ojos y diría
tres Ave Marías. Entonces, si veía un meteoro en el cielo cuando
abriese mis ojos ese sería mi milagro.... Cuando abrí los ojos el cielo
estaba lleno de estrellas fugaces. Observaba en pasmoso silencio, y

31
Capítulo 2 EL CIELO Y HELEN: LOS PRIMEROS AÑOS

entonces murmuré, “Es mi milagro. Dios realmente lo envió. ¡Miren,


o miren! ¡Es mi milagro!”
La dicha y la fe de Helen duraron muy poco, sin embargo. Cuando
el cielo se obscureció nuevamente, ella comenzó a racionalizar su mi­
lagro: el guía turístico les había hablado de la frecuencia con que ocu­
rrían las lluvias de meteoros en esta época del año—uno puede ser
fácilmente engañado por este tipo de cosa, razonaba ella; y finalmente,
si las estrellas fugaces eran realmente obra de Dios, entonces El se ha­
bría ocupado de que ella creyese en Su milagro, lo cual ella comenzaba
a no hacer muy rápidamente.
Me había tomado profundamente sospechosa de todo el asunto. In­
cluso sentí un poco de ira al respecto. Quizás, dije para mis adentros,
el agua y las curaciones y las muletas eran todas como la lluvia de me­
teoros. La gente simplemente creía que eran milagros. Todo podía
suceder de ese modo.
Por otra parte, continuó Helen, el milagro sí ocurrió tal como ella lo
pidió; y además, ¿qué tal si Dios se enfadaba con la ingratitud y la in­
credulidad de ella?
Si existía un Dios a El8 podía no gustarle la forma en que yo estaba to­
mando su milagro. Tal vez yo no me estaba mostrando agradecida. Si
Dios se había tomado la molestia de enviar un milagro especialmente
para mí, puede que no se tomara a bien todo este escepticismo. Y si
existía un Dios, entonces también tenía que existir un infierno para to­
das las personas que no le estuvieran agradecidas.
Incapaz de resolver su problema, el cual rápidamente estaba adop­
tando proporciones mayores en su mente, Helen decidió finalmente
que no era necesario que tomase una decisión de inmediato. Y ahí
quedó el asunto de Dios, de los milagros y de la Iglesia católica, por
decirlo asi. Sin embargo, a lo largo de su vida Helen no perdió su fas­
cinación y atracción por el catolicismo. Años más tarde, reflexionaba
en tomo a este período:

8. Inieresante por demás—a tono con su pose como atea durante sus estudios de pos­
grado. lo cual discuto más adelante—aquí Helen no escribe con letra mayúscula los
pronombres relacionados con Dios. Posteriormente, sin embargo, era muy insistente
respecto al uso de la letra mayúscula en la mayoría de las palabras asociadas con lo
Div ino. Vea más abajo, pág. 389.

32

i
El cielo y Helen: Los primeros años

Cuando era más joven solía entrar en las Iglesias católicas con bas­
tante frecuencia. Me llevaba bien con la Santísima Virgen, pero no
tomaba en cuenta a Dios para nada. Siempre iba por el lado de la
Iglesia donde estaba la estatua de ella.... Me gustaban la Iglesia y las
velas y especialmente los servicios dedicados a la Santísima Virgen.
Solía unirme en los cánticos y persignarme y sentirme como todos los
demás.
Cuando decidí ser una gran poeta [vea más adelante] me compré un
rosario de plata e iba a la Iglesia católica todos los días. Me hincaba
como todos los demás y rezaba mi rosario, pero en vez de decir los
“Ave Marías”, en su lugar pronunciaba el nombre de un poeta
famoso.... Cuando... [decidí ser] una gran pintora usaba los nombres
de grandes pintores. En mi papel como una gran cantante recitaba
nombres de óperas en las cuentas.
En cuanto a su madre y las experiencias en Lourdes, Helen escribió:
Mi madre había cambiado su religión nuevamente, pero no discutía
mucho conmigo y a mí no me gustaba plantear el asunto. Todavía yo
usaba mi medalla de la Santísima Virgen pero aún no había llegado a
una conclusión definitiva sobre mi milagro. Me acordaba del mismo de
vez en cuando pero siempre aplazaba tomar una decisión firme.
La religión, no obstante, alzó su cabeza alrededor de un año poste­
rior a la experiencia en Lourdes, a través de la criada de la familia,
Georgia. Georgia y Helen habían estado muy unidas por algún tiempo,
pero su amistad se hizo más profunda cuando la familia se mudó a un
apartamento más pequeño después que Adolph el hermano de Helen,
catorce años mayor que ella, contrajo matrimonio y se mudó. Georgia
procedía de Alabama y no tenía familia en Nueva York, por lo cual los
Cohns, y particularmente Helen, se convirtieron en su familia. Georgia
era una bautista profundamente religiosa, y Helen desarrolló un fuerte
interés en su religión.
Su Iglesia creía que el infiemo era real, me dijo ella, pero yo deduje
que ella misma creía en un Dios bastante amigable y que no iba por ahí
asustando a la gente con el fuego infernal y la condenación. Además,
aunque él no molestaba a sus hijos exigiéndoles cosas irrazonables no
los defraudaba, y arreglaba las cosas de modo que siempre les salieran
bien al final. Esto sonaba lo suficientemente bueno para mi. Yo no es­
taba muy segura de que todo me saldría bien.

33
Capítulo 2 EL CIELO Y HELEN: LOS PRIMEROS AÑOS

Helen iba todas las noches a la habitación de Georgia a leer la


Biblia. “Era muy bueno hacerlo antes de acostarse”, observaba Helen.
Luego un domingo Georgia invitó a Helen a que la acompañara a su
Iglesia, y a duras penas Helen podía contener su entusiasmo cuando
viajaban juntas al sector norte de la ciudad.
Georgia decía que Dios estaría esperándonos y ella generalmente tenía
razón. Antes del servicio, Georgia me llevó justo hacia el frente de la
Iglesia y me presentó al ministro, quien me dijo “Dios te bendiga”.
Luego Georgia y yo nos sentamos juntas y esperamos al Señor.
Las personas en la Iglesia de Georgia cantaban canciones muy dis­
tintas a las que yo jamás había escuchado. Eran breves melodías
sencillas y hermosas. Las personas las cantaban una y otra vez, y co­
menzaban suavemente y cada vez cantaban más y más alto. Todo se
tomó tan lindo que se te podían saltar las lágrimas. A muchas personas
les ocurría. Pero la mayoría de ellos se ponían muy felices y comenza­
ban a dar palmadas y a golpear el suelo con los pies al compás de la
música.’ Algunos incluso se subían sobre sus asientos o se salían a las
naves y comenzaban a gritar. Yo sabía que se estaban sintiendo de ma­
ravilla aun cuando no podía entender la mayor parte de las palabras que
estaban diciendo en voz alta. Ni siquiera estaba segura de que hablasen
inglés.10 Era obvio, no obstante, que se llevaban bien con Dios y esta­
ban acostumbrados a hablarle de este modo. Al principio todo esto me
sorprendía. Siempre me había dirigido a Dios formalmente, y difícil­
mente con intimidad. Por un rato no sabía cómo interpretar este
enfoque, y hasta sospechaba que podía ser un error. Pero pronto mis
pies comenzaron a llevar el ritmo de la música. Un poquito después es­
taba dando palmadas y aún un poco más adelante estaba cantando en
voz alta como todos los demás.
Georgia se balanceaba hacia atrás y hacia adelante con sus ojos ce­
nados, pero de vez en cuando me echaba una ojeada y se sonreía.
Estaba sintiéndome feliz y muy a gusto. Luego el ministro nos dio una
plática maravillosa. Nos contó todo lo de Dios, del Cielo, y de la sal­
vación. Nos dijo que este mundo no era nuestro hogar real y que nos
aguardaban cosas maravillosas. Algún día, dijo él, todos estaríamos
para siempre con el Señor. Lo único que necesitábamos era tener fe. La
fe era un don de Dios y a cualquiera que se lo pidiese le sería

9. Este parecería ser el génesis del amor que Helen sintió durante toda la vida por los
espirituales negros. Vea la pág. 441.
10. Aquí Helen se refería al fenómeno pentecostal de “hablar en lenguas”, uno de los
"dones del Espíritu Santo" descritos en el Nuevo Testamento.

34
El cielo y Helen: Los primeros años

concedido...cantamos un poco más y todo el mundo salió afuera a


darle la mano al ministro. Cuando llegó mi tumo él me preguntó cómo
me había gustado el servicio y le dije que me había parecido maravi­
lloso. Me dijo que debía volver y me dio una palmada en el hombro.
Ahora que había sido especialmente invitada yo asistía a la Iglesia
con Georgia tantas veces como me era posible.... En la Iglesia yo
oraba y cantaba con todos los demás, pero afuera cuando yo trataba de
hablarle a Dios nunca estaba realmente segura de que hubiese alguien
ahí que me escuchase. Faltaba algo. Y finalmente un día averigüé qué
era. Georgia me llevó un domingo a un servicio bautismal. Las perso­
nas usaban unas túnicas blancas y estaban de pie junto a una piscina de
mármol frente a la Iglesia. El ministro, quien ahora era un gran amigo
mío, estaba en la piscina y reclinaba a cada persona suavemente hacia
atrás adentro del agua. Después, salían por el lado opuesto de la piscina
y se unían a las filas de los redimidos. Yo estaba muy impresionada.
Antes de la ceremonia el ministro había dicho, “Aquellos que se van a
bautizar hoy han venido a cumplir con los deseos del mismo Señor. El
nos ha dicho que tenemos que bautizamos para ser salvados. A menos
que te bautices no puedes ser puro de corazón, y a menos que seas puro
de corazón no puedes ver a Dios”.11 Eso es, pensé para mis adentros.
Tienes que bautizarte antes de que puedas ver a Dios. Yo no me había
bautizado. Eso era lo que faltaba.
Helen discutió esto primero con Georgia, quien con fervor reco­
mendaba esta “experiencia que había sido la más maravillosa de su
vida”.
Ella decía que cuando te bautizan el Espíritu del Señor desciende sobre
ti y obra milagros en tu corazón, y luego tienes una gran fiesta. El bau­
tismo te hace un verdadero hijo de Dios. Después de todo, la Biblia
dice que se supone que te bautices. Georgia tomó la Biblia y me mostró
el pasaje. Eso era lo que decía, en efecto. No había duda al respecto.
Helen se decidió: ella debía bautizarse. Habló con el ministro,
quien le explicó que se espera que los bautizados se unan a la Iglesia.
Esto le planteaba a Helen un problema que ella no había previsto. El
ministro le sugirió a Helen que lo pensara un poco.

11. Uno de los pasajes bíblicos más favoritos de Helen era la primera epístola de
Juan 3:2-3 “Queridos, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que
seremos: pero sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él; porque
le veremos tal cual es. Y todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo,
como él es puro”. Vea T-3.II.5:10; T-l 1.VIII.2; T-30.VHI.5:8-9.

35
Capitulo 2 EL CIELO Y HELEN: LOS PRIMEROS AÑOS

Me fui a casa y lo pensé. Las cosas eran más complicadas de lo que


yo habia supuesto. Yo no había contado con que unirse a la Iglesia era
parte del ser bautizado, y sentía que al menos uno debía creer en Dios
antes de dar un paso tan grande como ese.
Helen también habló con un ministro bautista cerca de su casa, pero
este le dijo lo mismo: “El se alegraría de bautizarme y de aceptarme
como miembro de su Iglesia. Esas parecían ser las reglas”. Sin em­
bargo, finalmente encontró un ministro quien efectuaba un servicio
bautismal cada mes, y estuvo de acuerdo con bautizar a la niña de trece
años. El le sugirió, no obstante, que tal vez fuese una buena idea que
Helen les preguntase a sus padres primero, especialmente, debido a
que su padre era judío.
Helen obedeció. Su madre estaba complacida y prometió comprarle
la cartera que ella deseaba, mientras que su padre no mostró senti­
miento alguno en absoluto, que no fuera el sentir que Helen debía
hacer lo que ella deseara. Así que Helen retomó al ministro, y se pre­
paró para que la bautizaran el domingo siguiente.
Georgia vino a mi bautizo como mi testigo y mi amiga. Ella me ayudó
a prepararme y me puso la túnica blanca. Estaba muy emocionada y re­
petía que yo iba a tener la experiencia más maravillosa de mi vida. Yo
esperaba que ella tuviera razón. Después de la ceremonia me vestí y fui
al estudio del ministro a buscar mi certificado de bautismo mientras
Georgia retiraba mis cosas húmedas en una bolsa que habíamos
traído....
Camino a casa Georgia me dijo que debíamos tener algún tipo de
fiesta, asi que ella me invitó con helado y pastel y más tarde me com­
pró una caja de dulces. Yo disfruté la fiesta, pero al llegar a casa
comencé a sentirme triste. Realmente no era diferente ahora que me
había bautizado. Seguí asistiendo a la Iglesia con Georgia durante al­
gún tiempo, por si acaso. Luego comencé a asistir sólo de vez en
cuando, y finalmente simplemente [dejé de asistir por completo]....
Era inútil. Yo no tenía fe. Georgia decía que probablemente era obra
del diablo y me sugería que orase de cualquier manera. También me
prometió que oraría por mi. Dios no me defraudaría, ella estaba segura,
ahora que yo había sido debidamente bautizada. Yo sentía mucho
afecto por Georgia. Ella había sido muy generosa conmigo. Le di las
gracias por sus oraciones y dejé las cosas así.
Recuerdo que el esposo de Helen, Louis (se pronuncia Lía), me dijo
una vez cuán importante había sido para Helen la figura de Georgia,

36
El cielo y Helen: Los primeros años

puesto que ella fue quien “le había dado a Helen su cimiento reli­
gioso”, y cuánto Helen la había querido siempre. Georgia se quedó con
Helen y Louis, dicho sea de paso, hasta alrededor de 1970, cuando es­
taba casi ciega e ingresó en un hogar para el cuidado de ancianos. Ella
y Helen permanecieron en contacto por un tiempo después, y luego
Helen perdió el rastro de su vieja amiga, una de las muy, muy pocas
personas en su vida hacia quien Helen no mostró ambivalencia.
La vida joven de Helen pareció deteriorarse a partir de este punto.
Al entrar en su adolescencia, un progresivo problema de peso adoptó
de pronto proporciones casi cósmicas. Ella se convirtió en el blanco de
las bromas crueles de sus amigos, y los muchachos no le prestaban casi
ninguna atención.
Me sentía bastante desdichada e hice lo que hacía siempre cuando me
sentía miserable. Comía. Mientras más comía más aumentaba de peso.
Comencé a rehusar todas las invitaciones y venía directo a casa des­
pués de clases y me quedaba ahí. No había encontrado a Dios y
comenzaba a parecerme que tampoco me querían mucho en la tierra.
La madre de Helen era de gran apoyo y trataba de ser útil. Para esta
época ella había cambiado su interés religioso hacia la ciencia
cristiana, y por eso llevó a Helen con el practicante médico “más ma­
ravilloso”, alguien que “le había mostrado la luz”.
Yo misma necesitaba un poquito de luz, así que accedí a hacer la
prueba con el practicante. Mi madre me dio un libro el cual debía leer
primero. No me impresionó mucho ni en una forma ni en la otra, y fui
a ver al practicante más por desesperación que por fe. Este habló mu­
cho acerca de Dios, me planteó innumerables argumentos con la
locuacidad nacida de una frecuente repetición, pero no pude evitar el
pensamiento de que con su manera de argüir se puede probar práctica­
mente cualquier cosa. Pronto me di cuenta de que me enfrentaba
nuevamente al viejo problema de la fe. Tienes que creer primero y
luego buscar la prueba. No tenía sentido alguno pasar nuevamente por
lo mismo.
Finalmente, sin la ayuda de Dios, Helen adelgazó, aunque su peso
fue un constante problema y preocupación a lo largo de su vida. En
sus últimos años Helen tuvo éxito en mantener su peso, pero a gran­
des expensas de energía mental. Estaba constantemente preocupada
con la invasión de un exceso de calorías en su sistema, y debido a sus

37
Capítulo 2 EL CIELO Y HELEN: LOS PRIMEROS AÑOS

“pensamientos de gordura” yo solía bromear con ella y le decía que


era la persona delgada más gorda que yo había conocido jamás.
En general, los años de preparatoria de Helen e incluso los de la uni­
versidad fueron años infelices. Por otra parte, ella había decidido en
algún punto que se distinguiría en la vida como una gran escritora,12
mas había un serio problema con las aspiraciones de Helen en términos
de la escritura—su gran miedo a poner las palabras en papel.
No tenía duda de que algún día seria una gran escritora, probablemente
una novelista intemacionalmente famosa. Viviría sola y escribiría....
En vista de mi meta secreta, la intensa dificultad que yo tenía para es­
cribir cualquier cosa en lo más mínimo era particularmente difícil de
superar. Más aún, era tan sensible acerca de cualquier cosa que escribía
que incluso cuando finalmente tuviese éxito en lograr poner algo por
escrito lo más probable era que rehusara entregarlo. Era difícil negar
que esto no armonizaba con mi futura carrera tal como yo la imagi­
naba. Finalmente me las ingenié, aunque inciertamente, para
intercalarlo en mi papel como intelectual y gran futura escritora aun­
que nunca me sentí muy a gusto con ello. Como intelectual era
hipercrítica y como escritora era supersensible. Algún día estos atribu­
tos incrementarían mi eminencia aunque por el momento eran difíciles
de manejar.
A la luz del conflicto posterior de Helen en su función como escriba
de Un curso de milagros, sus primeras dificultades con la escritura ad­
quieren gran interés. Mientras Helen estaba anotando el Curso, Jesús
le explicó esto:
Tu agudo problema anterior para anotar las cosas procedía de un muy
anterior [i.e., de una vida pasada] uso inadecuado de unas habilidades
muy grandes como escriba. Estas se tomaron en una ventaja secreta
más bien que compartida, privando a la capacidad de su potencial mi­
lagroso y desviándola hacia la posesión.
Más adelante habrá más sobre esto, pero para continuar ahora con la
autobiografía de Helen:

12. En otras ocasiones, como se mencionó antes, Helen consideró carreras como la de
una pintora mundialmente famosa y como una cantante de ópera; su maestra de canto
pudo incluso lograr una audición para un programa de radio, sin embargo Helen desa­
rrollo una laringitis “que me duró tanto tiempo que mi carrera como cantante de algún
modo se hizo a un lado permanentemente”.

38
El cielo y Helen: Los primeros años

Mientras tanto leí mucha filosofía [Platón fue siempre un favorito de


Helen] y me sentí felizmente implicada en sistemas de pensamiento en
general, y de lógica en particular. Aquí al fin había una clase de segu­
ridad. No importa lo que pudiese ocurrir en un mundo incierto, aún uno
podía pasar con seguridad de unas premisas dadas a las conclusiones
adecuadas.... Yo amaba la lógica, las matemáticas y cualquier cosa
que me diera la sensación de ser un sistema bien apretado y cerrado.
Sentía que con esto yo podía salir adelante. Casi me dio un ataque de
cólera la primera vez que me topé con la matemática inductiva. Me
sentía traicionada por mi mejor amigo. Yo hice mi licenciatura en filo­
sofía, la cual ofrece oportunidades excelentes para argüir en ambos
lados de cualquier cuestión, y la pasé muy bien.... [De ese modo] ju­
gaba con los silogismos durante años y me encantaban, pero al asunto
de la vida le prestaba tan poca atención como fuese posible.
La fascinación de Helen con la lógica llenaba exitosamente su ne­
cesidad de manipular la forma, sin prestarle particular atención al sig­
nificado subyacente o al contenido de su miedo a relacionarse con el
mundo. Ella amaba, por ejemplo, la idea de que lógicamente uno podía
probar cualquier cosa—bien fuese cierta o falsa—una vez que uno
aceptaba la premisa inicial. Esta dinámica de la “forma a expensas del
contenido” era un componente primordial en el sistema defensivo de
Helen contra el significado de Dios, y fue característico de su vida en­
tera. Es interesante advertir, como se describirá plenamente con poste­
rioridad, cómo en Un curso de milagros Jesús utilizó las destrezas
silogísticas de Helen, pero cambió el contenido subyacente del miedo
de Helen al amor de él.
Cuando cursaba su segundo año en la Universidad de Nueva
York, Helen conoció a Louis Schucman, quien era un estudiante de
cuarto año que trabajaba en la biblioteca. Uno de sus primeros en­
cuentros tuvo que ver con una súplica de Helen para que Louis le per­
mitiese quedarse con un libro reservado un día adicional puesto que
ella no había terminado la tarea para su clase. Al principio Louis se
negó, pero acabó sucumbiendo a los encantos y a las promesas de
Helen de devolver el libro con prontitud. Helen tomó el libro, con
toda la intención de devolverlo tal como lo había prometido. Pero
mientras lo leía cerca de una ventana abierta, el libro “voló” de sus
manos hacia el más inaccesible callejón. Muy avergonzada ella tuvo
que informarle a Louis lo que había sucedido, pero a pesar del fiasco
de tratar de recobrar el libro (finalmente sí lo recobraron), se hicieron

39
Capítulo 2 EL CIELO Y HELEN: LOS PRIMEROS AÑOS

buenos amigos, y encontraron uno en el otro un compañero ade­


cuado: intelectuales algo incómodos con el sexo opuesto, y, en ver­
dad, con todo el “asunto de vivir”.
Tres meses más tarde Louis le propuso matrimonio a Helen. El
padre de ella predeciblemente no tenía opinión alguna al respecto:
como le dijo a Helen, él apenas conocía al joven. Su madre, por otra
parte, si bien tenía algunas dudas puesto que Louis era judío, no obs­
tante, se mostró entusiasta, en buena medida porque tenía miedo de
que Helen no recibiese otra proposición.
Mi madre me preguntó si yo estaba segura de que él era la persona co­
rrecta y yo le dije que sí, al no saber realmente qué otra cosa decir.
Entonces mi madre me besó y comenzó a organizar una fiesta. Y así,
tal parecía, estábamos comprometidos.
Helen y Louis se casaron unos meses más tarde el día 26 de mayo
de 1933, en una breve ceremonia efectuada, para complacer a los pa­
dres de Louis, en la oficina de un rabino reformado. Poco antes de la
boda Helen hizo una cosa característica:
El domingo antes de casamos Georgia hizo una consagración espe­
cial para nosotros, y...realmente yo lo agradecí. Yo estaba un tanto
inquieta por lo del matrimonio. La tarde anterior a la ceremonia salí a
dar un paseo meditativo, y con una cosa y la otra me detuve en una
Iglesia católica. No hice oración alguna pero encendí dos velas, una
por mi futuro esposo y una por mí. Me parecía una buena idea.
La ceremonia terminó en diez minutos, aparentemente para alivio
de todo el mundo. Y luego Helen y Louis regresaron a los hogares de
sus respectivos padres a estudiar para sus exámenes finales. Muchos
años más tarde, Helen le describió la boda en una carta a Bill:
Tuvimos una boda horrible (yo afirmo que no estuve allí), y mi her­
mano me gritó, y mi madre dijo que ella esperaba que todo saliera bien
aun cuando Jonathan (Louis)13 era un judío ruso. Mi padre vino a la
boda, por supuesto, pero realmente no estaba allí. Afortunadamente,
yo tenia que estudiar para un examen y Jonathan tenía que hacer lo
mismo, asi que todo volvió a la calma sin mayor fanfarria.

13. Vea las páginas 260-68 para una discusión de cómo Helen le puso otro nombre a
Louis.

40
El cielo y Helen: Los primeros años

Louis se graduó esa primavera y se dedicó al negocio de los libros,


su amor, y a Helen le faltaban dos años de estudios para terminar. Al
principio vivían con los padres de Helen, puesto que ellos no tenían di­
nero. El estar casados no parecía tener ningún o casi ningún efecto en
ninguno de ellos. Poco tiempo después de la graduación universitaria
de Helen, su madre se enfermó de gravedad. El doctor recomendó que
se le relevase de todas las responsabilidades hogareñas, por lo cual los
padres de Helen se mudaron a un hotel, al tiempo que Helen y Louis
tomaron un pequeño apartamento cercano.
Los Cohn ya no necesitaban a Georgia, pero se sentían responsables
de ella pues era “virtualmente un miembro de la familia”. Puesto que
Helen y Louis no podían pagar una criada, y Helen era totalmente in­
capaz de llevar una casa, los padres de Helen continuaron pagando el
salario de Georgia de modo que ella pudiese trabajar para Helen y
Louis: “Yo agradecí mucho esta decisión. Yo no sabía cocinar, y
Georgia era una vieja amiga y era muy bueno tenerla con nosotros”.
El matrimonio de Helen con Louis precipitó inseguridades profun­
damente arraigadas que se manifestaban en preocupaciones excesivas
y obsesivas acerca de la salud de él. Y ella retomó una vez más a la
magia que le ofrecía la Iglesia católica:
Ahora, para proteger a Louis de la enfermedad, el desastre y la
muerte repentina...comencé a asistir a la Iglesia católica de nuevo.
Esta vez se volvió una verdadera prisión. Tenía que asistir a misa todos
los días, y a los servicios especiales por la noche. Hacía novenas todo
el tiempo. Recitaba oraciones una y otra vez, y tenía que asegurarme
de que cada una se dijese exactamente como aparecía en el libro de
oraciones. Rezaba durante todo el día.... Louis es judío. El no es reli­
gioso, pero tiene un sincero interés en las cosas judías. A él no le
gustaba que yo fuese a la Iglesia todo el tiempo, pero no interfería.
Posteriormente Helen me dijo que el miedo constante de Louis era que
despertase un día y encontrase que Helen había sido bautizada como
católica romana.
La infelicidad de Helen continuaba, sin embargo, puesto que ella en
realidad no sabía qué hacer con su vida. El unirse a Louis en la librería
no funcionaba muy bien; era la vida de él; no la de ella. Y luego Helen
se enfermó gravemente. Los años de comer en exceso seguidos de die­
tas igualmente compulsivas—su peso subiendo y bajando con gran
rapidez—le ocasionaron una seria condición de su vesícula. Durante
varios meses Helen retrasó la inevitable operación, pero las noches de

41
Capítulo 2 EL CIELO Y HELEN: LOS PRIMEROS AÑOS

pesadillas a gritos asociadas con un dolor que se hacía peor la obliga­


ron finalmente a acceder a ingresar al hospital. El doctor le aseguró
que la cirugía era de rutina, y que ella debía de estar en su casa dentro
de una semana más o menos. Pero Helen no le creía, y así recurrió a
Dios en busca de ayuda una vez más todavía.
Aquella noche me senté y traté de organizarme. No me gustaba la
idea de someterme a esta operación por mi cuenta. Sería mucho más
fácil, pensaba yo, si creyese que Dios cuidaría de mí. Había la posibi­
lidad, suponía yo, de que él existiese después de todo. Ciertamente el
hecho de que yo no creyera en él no tenía nada que ver con su existen­
cia de una u otra forma. En cualquier caso, no había nada malo en tratar
de transigir. Pondría la operación en las manos de Dios en caso de que
existiese, y si las cosas salían bien yo incluso podría creer en él nueva­
mente. No se perdía nada con tratar. Recé el Padre Nuestro, puse mi
operación en las manos de Dios, y me fui al hospital al día siguiente
con mi medalla de la Santísima Virgen alrededor del cuello.
La operación resultó ser todo menos sencilla, y Helen apenas sobre­
vivió a la misma. Permaneció inconsciente por largo tiempo y no la
dieron de alta por espacio de más de cuatro meses. Una de las enfer­
meras de Helen era una católica muy religiosa, y al ver la medalla de
Helen supuso que ella también lo era. Más tarde, la enfermera le dijo
a Helen que ella había orado por ella todos los días, y que había ofre­
cido una misa de acción de gracias cuando Helen recobró el
conocimiento.
Dios había sido muy bueno conmigo, dijo ella, y fue un verdadero mi­
lagro que yo me hubiese salvado. Dijo que yo debía sentirme muy
agradecida. Yo no lo veía de ese modo. Tenía mucha ira por todo el
asunto y estuve así durante años. Si esta era la idea de Dios de hacer
que las cosas resultasen bien, pensaba yo, en verdad tenía un detestable
sentido del humor. La enfermera no estuvo de acuerdo con mi actitud
y dijo, más bien rígidamente, que continuaría rezando por mí de cual­
quier modo. Dios haría que yo viera las cosas debidamente. Ella creía
que yo no agradecía todo lo que él había hecho por mí.... Le dije a la
enfermera que yo no podía evitar que ella rezara, por supuesto, pero
añadí que le agradecería que no le pidiera a Dios otro milagro, al me­
nos hasta que yo estuviera lo suficientemente fuerte para arreglármelas
con este. Le dije que, considerándolo bien, era afortunada al haberlo
sobrevivido. Estaba, en verdad, dispuesta a esperar largo tiempo antes
del próximo, y le sugerí que le dijese a Dios que no había prisa. La

42
El cielo y Helen: Los primeros años

enfermera respondió que era obvio que yo necesitaba oraciones, sin


importar cómo yo me sintiese al respecto, y que ella continuaría tra­
tando de ayudarme a pesar de mi falta de agradecimiento por el
milagro que Dios me había otorgado. Yo sentía cualquier cosa menos
gratitud, y se lo dije. Lo que realmente necesitaba era sentirme mejor
y salir del hospital, y no me parecía nada probable que sus oraciones
ayudarían.
Cuando finalmente Helen fue dada de alta, su depresión pre­
hospitalización regresó, pues ella se dio cuenta de que nada había
cambiado.
Estaba convencida de que nadie en realidad se preocupaba por mí, una
creencia que ni mi esposo ni Georgia podían mermar. Si existiese un
Dios, lo cual dudaba mucho, probablemente tampoco él se preocu­
paba. Me sentía olvidada por la tierra así como por el Cielo.... Pasaron
años antes de que cayera en la cuenta de que yo podría haber estado
mirando las cosas en la forma equivocada. Habiendo admitido tanto
como esto comencé a repasar mi vida hasta entonces, y entre otras co­
sas examiné la larga y dolorosa búsqueda de Dios. Estaba claro que no
habia llegado a ninguna parte con eso. Cierto es que la culpa podía ha­
ber sido mía. Quizás, como había dicho la enfermera en el hospital, no
contemplaba a Dios debidamente, y no agradecía todo lo que El había
hecho allí por mí. Tuve problemas con la aceptación de un milagro una
vez anterior, como recordaba. Tal vez yo había erigido todo el pro­
yecto equivocadamente desde el principio. Sin embargo, las personas
pueden erigir proyectos únicamente lo mejor que pueden, y a mi ma­
nera yo sentía que había tratado. No tenía sentido especular en tomo a
cómo la búsqueda pudo haber resultado de haberlo hecho de manera
distinta. Si Dios sí existía, lo cual yo dudaba mucho, El mismo podría
suscitar el asunto de la religión algún día. Si no existía, pues, así es la
cosa. Para mí, el proyecto había terminado.
Cinco años posteriores a su matrimonio, su madre murió “mientras
consideraba la posibilidad de Unity [la Unity Church, de la cual se
piensa ahora como una forma del cristianismo de la Nueva Era], pero
no tuvo tiempo de llegar a conclusiones sobre ello. Georgia cuidó del
padre de Helen, hasta que este murió unos años más tarde, y luego re­
gresó a vivir con Helen y Louis.
Helen terminó su disertación para la universidad de este modo:
De los Viejos Dioses sólo queda Georgia. Ella es algo como un mi­
lagro de por sí. Su cabello es canoso pero por lo demás ha cambiado

43
Capítulo 2 EL CIELO Y HELEN: LOS PRIMEROS AÑOS

muy poco.... Todavía es muy religiosa, y siempre que va a la Iglesia


reza una oración por mi esposo y por mí. Ella dice que el Señor mismo
aún se me revelará.
Bien, tal vez lo haga. En cuanto a mí, ya no pienso en él con fre­
cuencia. Es lindo saber que Georgia reza por nosotros, no obstante. Y
aún conservo la medalla de la Santísima Virgen, atada a mi llavero, y
la contemplo de vez en cuando. Odiaría perderla, de alguna manera.
Más allá de eso, ya no pienso en Dios con frecuencia.
Esencialmente, esto concluye la primera parte de la vida de Helen.
La división en la mente de Helen, tan claramente expresada en su con­
flicto con Jesús y con Un curso de milagros, se presagia en estos pri­
meros años. Durante el próximo período, que finalmente llevó a Helen
a estudiar el posgrado, y la preparó para su vida profesional como psi-
cóloga y para la posterior labor como escriba de Un curso de milagros,
ella tuvo varios sueños que también reflejaban esta división. Además
de eso, Helen tuvo una visión que fue posiblemente la más sorpren­
dente de su vida. Este período, incluyendo la visión y los sueños es el
tema del siguiente capítulo, al comenzar la Parte II.

44
PARTE II

LA ESCRITURA DE
UN CURSO DE MILAGROS
1

I
INTRODUCCION A LA PARTE II

La labor como escriba de Un curso de milagros fue presagiada por


varios acontecimientos—internos y externos—los cuales comprenden
los primeros cuatro capítulos de esta Parte. Estos incluyen la decisión
de Helen de iniciar sus estudios de posgrado en psicología clínica, las
circunstancias que la condujeron al Centro Médico Presbiteriano
Columbia y a que conociese a William Thetford, y una serie de visio­
nes. sueños y fenómenos psíquicos que la prepararon para el inicio del
dictado.
Los cuatro capítulos siguientes describen la labor como escriba del
Curso en sí, y presentan porciones del material personal que subsi­
guientemente se eliminaron de la edición impresa. Estos ilustran,
como se discutirá en más detalle en los capítulos en sí, la naturaleza
intensamente personal de la relación de Helen con Jesús y la ayuda es­
pecífica que él le proveyó tanto a ella como a Bill para que compren­
diesen el Curso teóricamente y aprendiesen a aplicar los principios del
mismo en sus vidas.
Esta Parte también presenta extractos de una serie de cartas que
Helen le había escrito a Bill durante el verano que precedió el co­
mienzo de su labor como escriba del Curso, así como notas de un dia­
rio que Bill había mantenido alrededor de un año durante el dictado.
Estos reflejan la sinceridad y dedicación con la cual Helen y Bill abor­
daron la tarea de aprender y practicar las enseñanzas de perdón del
Curso. Las cartas y el diario permanecen tal vez como la más brillante
luz personal en el cielo de su relación de veintitrés años.

47
I
Capítulo 3

EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS - A


(de ca. 1938)

Preparación para el posgrado

Durante el período posterior a su infortunada operación de vesícula,


la desdicha y la depresión de Helen continuaban. Incluso ella consultó
a dos psicoanalistas. El primero, un freudiano ortodoxo, no resultó de
mucho provecho, puesto que Helen básicamente sabía y entendía todo
lo que el psicoanalista podía ofrecerle. También era muy difícil para
ella aceptar ayuda de alguien, dado su miedo a la unión. En un nivel
mucho más profundo aún, sin embargo, la psicoterapia era inútil para
Helen puesto que su neurosis seguía otra lógica, como veremos dentro
de poco y discutiremos en mayor profundidad más adelante en este li­
bro. Fue durante este primer análisis que ella discutió su experiencia
recurrente de sentir la presencia de un hombre detrás de su hombro iz­
quierdo, quien trataba de captar su atención la cual ella rehusaba darle
resueltamente. Helen ciertamente conocía la identidad del hombre
(ella lo habría escrito con “H” mayúscula), de cuya crucifixión dos mil
años atrás, le dijo una vez un psíquico británico, ella nunca se había
recuperado. Sin embargo mantenía su identidad en secreto del analista.
Sin el entendimiento de su motivada renuencia de acudir a Jesús, cual­
quier intento por ayudar a Helen habría sido insustancial y en vano. La
segunda analista de Helen, una analista homeyana, terminó convirtién­
dose en la “paciente” de Helen; en una sutil inversión de papeles,
Helen resultó ser de mucho provecho para ella.
Este período de depresión, el cual cubrió sus años veinte y treinta,
pareció llegar a su fin con la decisión de Helen de regresar a la univer­
sidad y estudiar para obtener su doctorado en psicología. Así es como
ella lo describe en su autobiografía:
Cuando me aparté de mi investigación sobre el Cielo, pensé que
en su lugar probaría la investigación sobre la tierra, al darme cuenta
de que más me valia comenzar la búsqueda de una mejor manera de
pasar el resto de mi vida. Esto, reconocía yo, podría ser difícil, puesto
que aún yo sabía muy poco acerca del mundo, pero sentía que de igual

49
Capítulo 3 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS - A

manera debería comenzar. Georgia todavía se ocupaba de las tareas


de la casa y nosotros no teníamos niños que ocupasen mi tiempo.
Al principio traté el negocio de los libros una vez más, pero si bien
claramente este era el lugar adecuado para mi esposo era igualmente
claro que era el lugar equivocado para mí. Comencé a ir allí con cada
vez menos frecuencia y generalmente peleaba con mi esposo cuando
lo hacía. Parecíamos no llevamos bien en los negocios. Comencé a
sentirme atrapada en una mala situación sin una idea meridianamente
clara de cómo salir de la misma. Durante un tiempo parecía como si mi
búsqueda de un lugar en la tierra pudiese terminar tan inefectivamente
como mi búsqueda del Cielo, aun cuando yo era singularmente libre de
hacer lo que quisiera.... En el curso de buscar en derredor encontré un
campo de especial interés para mí. Me di cuenta de que necesitaría mu­
chísimo adiestramiento y experiencia, y encontraba el prospecto
bastante abrumador al principio. Decidí que el tiempo que me tomaría
no importaba mucho, no obstante... [y] a mi padre no le importaba te­
ner que ayudarme con los gastos que podría conllevar.
Louis fue un gran apoyo y estimuló mucho a Helen durante este pe­
riodo. Ciertamente, él siempre fue una figura importante en la vida
adulta de Helen, aunque a veces de carácter secundario, como discutiré
más adelante en el libro. Realmente Louis fue el primero en sugerirle
que considerara regresar a la universidad para que estudiase su
doctorado en psicología. Conociendo la habilidad intuitiva de Helen
para serle útil a las personas angustiadas, como lo había hecho con la
familia y con los amigos durante muchos años, Louis reconocía la pér­
dida que implicaba el que ella permaneciese en la casa sin nada que ha­
cer. Y sin embargo, Helen estaba renuente a regresar a la universidad.
Mi esposo mostraba una paciencia ejemplar durante nuestras largas
y frecuentes discusiones sobre mi potencial carrera, pero yo estaba tan
insegura que me tomó años tomar la decisión. Aun después de haber
decidido más o menos ser una psicóloga, mis esfuerzos se limitaron
durante largo tiempo a discusiones interminables con mi esposo, a so­
licitar cursos por catálogo y a hablar sobre posibilidades de
adiestramiento con los consejeros universitarios. Realmente yo no sa­
bía de qué trataba la psicología. Sólo tenía una especie de vaga noción
de que la misma contenía algunas de las respuestas que yo necesitaba.
Finalmente me decidí a superar mis miedos y a ingresar en el programa
de posgrado.... Estaba determinada a obtener notas sobresalientes, y
estudiaba compulsivamente, perseguida por un fuerte miedo de fracasar
y casi ferozmente impulsada a triunfar.... Habiendo fracasado en mi

50
Preparación para el posgrado

búsqueda del Cielo, estaba inflexiblemente determinada a triunfar en la


tierra.
Mas el relato es más interesante que eso. En relación con su carrera
profesional, Helen había
planeado cada paso con obsesivo cuidado, y había tomado decisiones
sólo después de extenuantes e interminables reflexiones. Mas no eran
mis propias decisiones las que dictaban las principales direcciones pro­
fesionales que yo tomaba. Por ejemplo, solicité y fui aceptada en un
programa doctoral el cual, sin yo saberlo, había sido cerrado a nuevas
admisiones. Un estudiante junto a quien me senté en la cafetería me su­
girió un potencial tópico para mi tesis, el cual era de gran interés para
el director de mi departamento, aunque yo lo desconocía en el mo­
mento. El no sólo aprobó mi admisión al programa, sino que accedió a
ser mi director de tesis.
Tal como Helen comenzaba a experimentarlo, sus “decisiones”
profesionales desde este punto en adelante en su vida no tenían nada
que ver con su lógica o sus deseos. Más bien, estaban basadas en una
decisión tomada en un nivel enteramente distinto que se relacionaba
con su disposición de convertirse en la escriba de Un curso de
milagros. Esta decisión obviamente se relacionaba con la muy cercana
relación de Helen con Jesús. Ya sea que ella haya o no haya elegido
aceptar el hecho, Helen estuvo profundamente relacionada con Jesús
toda su vida, como se discutirá en capítulos posteriores.
En la mente de Helen, sin embargo, el tomar la decisión de asistir a
la Universidad de Nueva York y convertirse en psicóloga resolvió su
frustrante e infructuosa búsqueda de Dios. Ahora creía que por fin es­
taba libre para distinguirse en el mundo. En lo que a Dios se refiere,
Helen concluyó que ella había hecho el máximo que había podido por
encontrarlo, pero El no se había esmerado al ayudarle a ella. Y por lo
tanto, bastaba ya de El: ahora ella era una científica racional y objetiva,
y esa sería su religión. Una extraordinaria experiencia en el subterrá­
neo de la ciudad de Nueva York, no obstante, si ella le hubiese pres­
tado alguna atención, le hubiese indicado el desatino de tal idea. Esto
demostraba que al final Georgia había tenido razón: Dios se le revela­
ría a Helen, aunque, como escribió Helen más tarde, “Me tomó mucho
tiempo reconocerlo y mucho más tiempo aún aceptarlo. En verdad, me
opuse amargamente a la idea completa durante bastante tiempo”.

51
Capítulo 3 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS - A

La experiencia en el subterráneo

El relato que Helen hace de esta experiencia, la cual comienza la se­


gunda parte de la autobiografía—la primera parte la constituye el tra­
bajo que escribió estando en el posgrado que discutí antes (vea págs.
17-18)—estaba característicamente algo bordada en cuanto al am­
biente que Helen le dio, aunque no en cuanto a la experiencia en sí. En
lugar de editar el relato escrito de Helen sin la ayuda de ella, decidí re­
producirlo como Helen lo escribió (y lo reescribió). Mi recuerdo del
relato que Helen me hizo de esta experiencia, dicho sea de paso, asi
como lo que se plantea en una de las versiones de la narración, fue que
la misma sucedió muchos años antes de su ingreso al posgrado (“des­
pués de haber estado casada unos cinco años más o menos”), sin em­
bargo, aparece en todas las demás versiones de su autobiografía como
algo que sucedió mientras asistía a la universidad. Si mi memoria está
verdaderamente en lo cierto, al igual que mi comprensión de esta dis­
crepancia, el cambio de fecha surge del sentir de Helen de que era efec­
tivo desde un punto de vista literario (una constante preocupación de
ella) ubicar la experiencia al tiempo en que ella asistía al posgrado, en
lugar de ubicarla con anterioridad. Este cambio temporal proveería en­
tonces un agudo contraste entre la impresionante naturaleza religiosa
de la experiencia y el “airado ateísmo” que ella adoptó durante el pe­
riodo en que asistía a la Universidad de Nueva York. He aquí la des­
cripción de Helen:
Resultó que el tema de Dios no era un asunto cerrado después de
todo. Surgió nuevamente de la manera más inesperada. El primero de
una larga serie de asombrosos episodios tuvo lugar en un momento
particularmente inverosímil. Yo había cambiado del agnosticismo a un
airado ateísmo, hasta llegar a un punto en que la mera mención de la
religión o de Dios me irritaba. Estaba pesadamente armada con armas
"científicas”, preparada e incluso ávida de batallar contra las ideas de
tono remotamente religioso. Si alguien se proponía proseguir con el
tema yo era propensa a tomarme más bien insultante, y si por casuali­
dad me encontraba con una discusión religiosa en la radio o en la TV
apagaba el aparato abruptamente, y luego dirigía unos cuantos comen­
tarios floridos en su dirección.
También me enfadaba con la gente. Mi resentimiento guardado se­
guía aflorando e invertía gran parte del tiempo y la energía buscando
cosas a mi alrededor con las cuales enfadarme. Naturalmente, no era

52
La experiencia en el subterráneo

difícil encontrarlas. Las personas parecían haber desarrollado una


tendencia explotadora y una falta de consideración cuyo alcance yo no
había sospechado previamente. Me sentía crecientemente desposeída,
tratada con ingratitud y ofendida, pero no sospechaba que estaba real­
mente deprimida y ansiosa. Firme, aunque más bien cándidamente,
creía que había superado al fin la superstición religiosa, y que al llegar
a la única área de la verdad que quedaba—un rígido y dogmático
experimentalismo—finalmente estaba mirando las cosas de manera
realista. Para tomar prestada una frase de mis propias notas posteriores
[realmente, la frase se originó en los propios labios de Helen al desper­
tar una mañana, y la misma se relacionaba con Bill; vea adelante, pág.
168], “jamás subestimes el poder de la negación”. Esta puede cierta­
mente opacar lo más obvio.
Una fría noche de invierno mi esposo y yo fuimos a visitar a unos
amigos quienes vivían algo distantes. Yo odiaba el transporte público
y la evitaba siempre que era posible. Yo había sido una cliente de taxi
durante años antes de casarme, pero generalmente abandonaba el taxi
a una cuadra más o menos de nuestro edificio porque mi padre se opo­
nía enérgicamente al uso de taxis a no ser que fuese una emergencia.
Ahora yo no veía necesidad alguna de tener que dar explicaciones por
mi capricho. De hecho, sentía que eso era algo a lo cual realmente yo
tenía derecho. Yo quería tomar un taxi esa noche, particularmente de­
bido a que estaba comenzando a nevar. Louis no compartía mi punto
de vista, y me recordó, para gran molestia de mi parte, que el viaje era
largo y que el subterráneo sólo estaba a una cuadra de distancia. Con­
sideré esto como un insulto imperdonable, pero sin expresar más
objeciones me encaminé furiosamente hacia el subterráneo, sombría­
mente determinada a sufrir, pero no sola.
Al llegar a la plataforma salía un tren, y tuvimos que esperar el
próximo durante unos veinte minutos. A medida que pasaba el tiempo
me sentía con más y más ira. Cuando el siguiente tren llegó finalmente
estaba abarrotado, y tuvimos que permanecer de pie por un rato antes
de poder ocupar un asiento sobre un radiador muy caliente. Yo estaba
usando un abrigo de piel nuevo, el cual estaba segura que se estropea­
ría. En cada estación una brisa congelante soplaba contra mi cabeza sin
sombrero cada vez que la puerta se abría. Además estaba haciendo
estragos con mi peinado, en el cual había invertido un tiempo consi­
derable antes de salir de casa. Cada vez me convencía más y más de
que iba a pescar una pulmonía [un miedo constante de Helen], pro­
bablemente en ambos pulmones. Como un peligro adicional, las
personas estaban tosiendo y estornudando alrededor mío, y yo casi po­
día ver los gérmenes atacándome. Estaba convencida para entonces de

53
Capítulo 3 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS- A

que la falta de consideración de mi esposo tendría un desenlace fatal.


Su feliz absorción en su periódico no ayudaba en modo alguno,
tampoco.
Además de ser peligrosa, toda la situación me estaba causando pro­
funda repulsión. El tren olía a ajo y a maní, y las personas apiñadas con
nosotros se veían sucias y descuidadas. Al otro lado del pasillo un niño
con las manos veteadas con chocolate había tocado la cara y hombros
de su madre, y había dejado las huellas de sus dedos sucios sobre ella.
Dos asientos más adelante otra madre se estaba limpiando el traje
donde su bebé había vomitado. Un grupo de niños mayores estaban ha­
ciendo mucho ruido, y uno de ellos tomó una bolita de goma de mascar
del piso y se la llevó a la boca. En el extremo opuesto del tren algunos
viejos estaban discutiendo acaloradamente y sudando copiosamente.
Yo estaba encontrando toda la situación progresivamente insoportable,
y cerré los ojos para apartarla de mi, sintiéndome con el estómago
revuelto.
Y entonces sucedió algo asombroso. Fue muy breve. Las intensas
emociones asociadas con ello comenzaron a desvanecerse casi de in­
mediato, y desaparecieron totalmente en algo menos de un minuto. Un
relato preciso de lo que sucedió es imposible. Como una aproxima­
ción, sin embargo, fiie como si una luz que me cegaba resplandeció
detrás de mis ojos cerrados e inundó mi mente por completo. Sin abrir
los ojos, me parecía estar observando a una figura mía cuando era niña,
que caminaba directamente hacia la luz. La niña parecía saber exacta­
mente lo que estaba haciendo. Parecía como si la situación fuese
I completamente familiar para ella. Por un momento se detuvo y se arro­
dilló al tiempo que tocaba la resplandeciente tierra con los codos, las
muñecas y la frente en lo que parecía un gesto oriental de profunda re­
verencia. Luego se levantó, caminó hacia la derecha y se arrodilló
nuevamente, y esta vez descansando su cabeza como si se reclinara
contra una rodilla gigante. La sensación de un gran brazo [“Los eternos
Brazos de Dios”] la abarcaba y ella desapareció. La luz se tomó más
brillante aún, y sentí el más indescriptible intenso amor que fluía de la
luz hacia mí. Era tan poderosa que literalmente quedé sin aliento y abrí
los ojos.
Vi la luz por un instante más, durante el cual amé a todo el mundo
en el tren con esa misma increíble intensidad. Todo el mundo allí era
increíblemente hermoso e increíblemente querido. Luego la luz se des­
vaneció y el viejo cuadro de mugre y fealdad regresó. El contraste era
verdaderamente chocante. Me llevó varios minutos recobrar un sem­
blante de compostura. Luego busqué la mano de Louis con
incertidumbre.

54
La experiencia en el subterráneo

“No se cómo explicar esto”, dije con voz temblorosa, “pero una
cosa muy graciosa acaba de suceder. Realmente, me asustó un poco, y
es muy difícil de describir. Pero, pues”, vacilé un momento, y luego se­
guí sin aliento, “vi una gran luz, y olas y olas de amor emanaban de
ella, y cuando abrí mis ojos amaba a todo el mundo aquí, tanto como
ésta me amaba a mí. Ahora todo ha desaparecido, y no entiendo lo que
pasó”.
Louis, un lector omnívoro, había leído un poco sobre el misticismo,
aunque encontraba que el tema era de limitado interés. Muy extraña­
mente, él no parecía sorprendido, y me dio unas palmadas en la mano
de modo tranquilizador.
“No te preocupes”, me dijo, suavemente, y tomó su periódico nue­
vamente. “Es una experiencia mística común. No pienses más en ello”.
La experiencia fue tan asombrosamente distinta de la vida cons­
ciente de Helen, que ella trató de hacer lo que Louis le recomendó:
Traté de seguir su consejo y lo logré parcialmente. El episodio no
se ajustaba a mi vida consciente, la cual permaneció inalterada por el
mismo durante mucho tiempo. Sin embargo, colgaba suspendido en un
rincón de mi mente, aunque no pensé seriamente en él durante años.
Dicho sea de paso, los lectores familiarizados con Un curso de
milagros reconocerán una alusión a esta experiencia en el hermoso pa­
saje del texto titulado “La canción olvidada”:
Más allá del cuerpo, del sol y de las estrellas; más allá de todo lo
que ves, y, sin embargo, en cierta forma familiar para ti, hay un arco
de luz dorada que al contemplarlo se extiende hasta volverse un círculo
enorme y luminoso. El círculo se llena de luz ante tus ojos. Sus bordes
desaparecen, y lo que había dentro deja de estar contenido. La luz se
expande y envuelve todo, extendiéndose hasta el infinito y brillando
eternamente sin interrupción ni límites de ninguna clase. Dentro de ella
todo está unido en una continuidad perfecta. Es imposible imaginar
que pueda haber algo que no esté dentro de ella, pues no hay lugar del
que esta luz esté ausente.
Esta es la visión del Hijo de Dios, a quien conoces bien. He aquí la
apariencia de aquél que conoce a su Padre. He aquí el recuerdo de lo
que eres: una parte de ello que contiene todo ello dentro de sí, y que
está tan inequívocamente unida a todo como todo está unido en ti
(T-21.I.8-9:3).
Este pasaje siempre incomodaba a Helen, por razones que por mucho
tiempo yo nunca podía entender, puesto que su hermoso lenguaje era

55
Capítulo 3 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS-X

tal que normalmente, a Helen le habría encantado. Luego yo recordé


un dia la conexión del pasaje con la “experiencia del subterráneo”, y
reconocí que la incomodidad se relacionaba con esta experiencia, y no
con el pasaje en sí.
Durante este período que precedió su ingreso al posgrado, Helen
tuvo una serie de sueños que se relacionan con su yo dividido. Ya
hemos examinado uno de estos, “El pájaro azul-gris”, pero los demás
son interesantes también, pues reflejan directamente el conflicto sub­
yacente en Helen que es uno de los temas centrales de este libro. Ahora
pasamos a ellos.

Los sueños

Como mencioné en la discusión de “El pájaro azul-gris” Helen


anotó los sueños de manera estilizada, como si fuesen cuentos cortos.
Si bien la forma de los sueños, por lo tanto, ha cambiado, su contenido
que es reflejo del conflicto intemo de Helen ha permanecido igual. Por
otra parte, éstos muestran una congruencia notable, aun cuando abar­
can muchos años.14 Los sueños, dicho sea de paso, no fueron titulados
por Helen, pero he suplido los títulos para facilitar la referencia. Por
otra parte, ocasionalmente los he editado, mediante elipsis que indican
mis omisiones (a menos que no se indique lo contrario), y también he
realizado alguna corrección menor de errores que sé que Helen hu­
biese deseado que se corrigiesen. Obviamente, ella nunca planeó que
estos sueños se publicasen, lo cual explica la naturaleza informal de su
redacción.

El Caballero

El primer sueño que consideramos es “El Caballero”, en el cual


Helen se encuentra frente a frente con un Caballero, simbólico de
Jesús, razón para la “C” mayúscula. El le ofrece la alternativa de unirse
a su mundo, el cual entre otras cosas tiene una “economía de gran

14. La mayoría de estos sueños no se fecharon, pero creo que su cronología general se
puede indagar. Algunos de ellos se extienden más allá de sus años de estudiante de
posgrado en la Universidad de Nueva York, pero se han incluido aquí por la razón de
mantener la continuidad del tema del yo dividido.

56
Los sueños

abundancia” y “no es una economía de escasez”; sus habitantes no tie­


nen necesidades de clase alguna. El Caballero es totalmente no
confrontador y no ejerce ningún tipo de coacción en absoluto sobre
Helen. El simplemente plantea la realidad de la elección de Helen, y le
permite total libertad para que acepte o rechace su ofrecimiento. Ca­
racterísticamente, Helen no toma una posición, y aún retiene el dere­
cho a elegir su propio mundo personal: ‘“Gracias por la invitación’...
no he decidido si voy, pero si lo hago, insistiré en llevar mis propios
trajes pantalón”. Este es el sueño:
“¿No sería maravilloso si permaneciese así durante todo el año?”,
me digo para mis adentros, despojándome de mi capa y deleitándome
felizmente bajo el cálido sol. “Pero por supuesto no será así. Dentro de
poco será invierno y la nieve y el frío retomarán y volveré a morirme
de frío. Y se quedará así durante meses y meses, y sentiré más y más
frío. He resistido muchos inviernos, pero de algún modo tengo la sen­
sación de que no resistiré uno más”. Comienzo a tiritar a pesar del
calor, y me arropo en la capa que llevo alrededor de los hombros.
“¿Quizás te gustaría pasar el invierno bajo la tierra con nosotros
este año?”, pregunta el Caballero. Estamos de pie en una enorme ca­
verna subterránea, alumbrada por cientos de diminutos racimos de
luces de cristal ubicados en el alto techo, techo arqueado. Las luces es­
tán tan remotas que parecen estrellas, y la alta cúpula sugiere un cielo
abierto....
“Este lugar seguramente está destinado a un gran número de perso­
nas”, digo yo. “¿Dónde están todos?”
“Aún no han llegado”, explica el Caballero, pero vendrán. No hay
necesidad de que vengan aquí mientras aún sea verano. Y ahora dime”,
pregunta retomando a su pregunta inicial, “¿cómo te gustaría pasar el
invierno bajo tierra con nosotros?”.
“No lo sé aún”, le digo, de manera agitada. “Mejor debo pensarlo
antes... temo que me sentiré terriblemente incómoda aquí”.
“No hay necesidad de que te preocupes por eso”, dice el Caballero
animadamente. “Estarás bien a salvo aquí...”.
“No es que ponga en duda su palabra, por supuesto”, añado
apresuradamente....
El Caballero se ríe de manera agradable. “Es bien evidente que du­
das de mi palabra”, dice él, “pero no es probable que tú puedas aceptar
la palabra de nadie en cuanto a cosa alguna. La fe no es uno de tus pun­
tos fuertes, ahora, ¿verdad?...”
“¿Cómo es el clima aquí?”, le pregunto enseguida, al sentir que ésa
es una pregunta importante para mí.

57
Capítulo 3 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS - A

“Es bastante cálido y muy agradable”, dice el Caballero. “De


hecho, la mayoría de las personas vienen aquí primero debido al clima.
Aunque si deciden quedarse, pues, y la mayoría lo hace, generalmente
lo hace por mejores razones”.
"¿Tales cómo?”, pregunto curiosamente.
“Eso es difícil de explicar”, dice el Caballero. “Es muy diferente
aquí; tan diferente que al principio es difícil acostumbrarse. Verás, el
ambiente aquí es perfecto, pero cómo lo percibas, es estrictamente
asunto tuyo. Eso de por sí cambia mucho las cosas. Pero el entender la
diferencia depende de tu capacidad para percibirla, lo cual, por su­
puesto, nadie puede hacer por ti. Puede que no seas capaz de advertir
ninguna diferencia en absoluto, lo cual sería muy desafortunado. Es­
pero que con el tiempo aprenderás. Pero si no es así, eres libre de
marcharte. Nadie te va a detener”.
Hasta aquí me parece justo. Sin embargo, todavía hay unos cuantos
asuntos que resolver.
“¿Como se viste uno aquí abajo?”, le pregunto, repasando mental­
mente mi guardarropa.
‘No tienes por qué preocuparte por eso”, responde el Caballero.
‘Nosotros nos ocupamos de todos esos detalles por ti”. Me conduce a
una de las tiendas. En los escaparates abiertos hay montones de trajes
pantalón negros los cuales lucen algo curiosos....
Los trajes de pantalón no me agradan particularmente. No obstante,
los examino, principalmente por educación.
“¿Cuántos necesitaría?”, pregunto.
“O, no necesitas más de uno”, dice el Caballero.
A mí no me agrada esto en absoluto. Uno solo difícilmente bastaría.
Comienzo de inmediato a ingeniarme alguna forma de obtener más, y
decido que, puesto que los escaparates están abiertos, resultaría fácil
robarse uno o dos trajes extra sin ser descubierta. Como si hubiese ha­
blado en voz alta el Caballero responde, aún agradablemente y sin el
más mínimo afán de criticar, “Te dije que aquí era diferente. Es com­
pletamente imposible hurtar cosa alguna. La nuestra no es una
economía de escasez. Tenemos abundancia de todo. Simplemente lo
tomas si quieres. En cuanto a los trajes, yo no dije que sólo podías to­
mar uno. Te dije que necesitarías sólo uno. Puedes tomar tantos como
desees...la nuestra no es una economía de dinero. No hay nada que
puedas ni robar ni comprar. Tenemos una economía de gran abundan­
cia, porque donde hay escasez es difícil para las personas darse cuenta
de que no existe nada que merezca comprarse o hurtarse. Es mejor que
comiences tomando tanto de todo como lo creas conveniente. Pasado

58
Los sueños

un tiempo ya no se te ocurrirá tomar más de lo que necesites. No ten­


dría ningún sentido hacerlo”.
Tiendo a dudarlo, pero me abstengo de decirlo. “Yo tengo dos bo­
nitos trajes pantalón azules en casa”, digo. “¿Crees que estaría mal que
me los trajese?”
“Claro que no”, dice el Caballero. “¿Cómo podría estar mal, si tú
crees que éstos te harán más feliz? Sin embargo, no los usarás mucho
tiempo...”.
Empiezo a sentirme confundida. Obviamente el Caballero tenía ra­
zón. Este lugar es muy diferente, y no estoy tan segura de que me lleve
bien aquí. Yo me las he arreglado en mi propio mundo, hasta cierto
punto, pero este lugar podría resultar ser algo que yo no pudiese
manejar.
“Si a ustedes no les importan las apariencias, y si la gente no puede
hurtar o comprar nada, ¿como se las arreglan para llevarse bien?”, pre­
gunto. Digo, “¿cómo logra uno agradar o hacerse notar?”.
“Eso es muy sencillo”, dice el Caballero. “Si eres bondadosa, la
gente te notará y le agradarás. Si no, pues entonces, no será así. El que
te noten o les agrades llevará bastante tiempo. De hecho, podrías serles
prácticamente invisible durante algún tiempo a las personas aquí, por­
que lo que tú recalcas ellos ni siquiera lo ven. Pero aún así, puesto que
no puedes soportar otro frío invierno, no puedes perder nada si te das
la oportunidad. Si quieres lo puedes considerar como un experimento.
Siempre puedes marcharte. Aún es verano, así que tienes tiempo sufi­
ciente para pensarlo. La decisión no es definitiva, de una u otra
manera, así que no abrigues la noción de que es un asunto de vida o
muerte. Realmente no lo es. Cuando llegue el otoño, a ver cómo te
sientes al respecto, y entonces haz lo que mejor te agrade”.
Nos estrechamos la mano. “Gracias por la invitación”, digo cortés-
mente, y me voy. No he decidido si he de venir, pero si lo hago,
insistiré en traer mis propios trajes pantalón. Yo no creo en las
utopías....
Repito, las líneas finales reflejan, como lo hace todo el sueño, la
parte de la mente de Helen que se resistía a aceptar el ofrecimiento de
Jesús a que entrase al mundo de abundancia y de paz, al cual se refiere
Un curso de milagros como el mundo real. Hasta el final, Helen man­
tuvo su derecho a elegir quedarse exactamente donde estaba, aun
cuando claramente no era feliz.

59
Capítulo 3 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS - A

La gallina y la olla

“La gallina y la olla”, sucinta cuando no mordazmente, describe el


conflicto de Helen entre un yo suicida, atraído por la muerte y un yo
que lucha por sobrevivir. Los protagonistas son una Helen hambrienta
y una gallina suicida la cual persiste en zambullirse en una olla de co­
cinar. El sueño termina con una aseveración de la aparentemente pe­
renne situación de Helen: “Ninguna de nosotras se mueve. Esto si es
un callejón sin salida, y no hay respuesta alguna”.
Acabo de poner una gran olla de acero vacía sobre la estufa. Antes
de encender la llama debajo de la misma, una pequeña gallina de color
marrón, la cual se parece de algún modo a un faisán hembra, entra vo­
lando por la ventana y se va directamente hacia la olla. Se anida en el
fondo, agita las alas alegremente, y me sonríe dulcemente. Me sor­
prende bastante su repentina intromisión, pero no quiero hacerle daño.
Aparto mi mano de la perilla del gas, y trato de levantarla de la olla
suavemente. No es pesada, y se le puede alzar fácilmente. Sin em­
bargo, hace un esfuerzo desesperado y exitoso para volver a meterse
en la olla cada vez que la saco. Finalmente, trato de razonar con ella.
“¿Porqué te quieres quedar en la olla?”, le pregunto. “No tiene mu­
cho sentido que persistas en correr el riesgo de quemarte”.
“No es cuestión de sentido”, responde la gallina, con cierta presun­
ción. “Es un instinto. Lo hago todo el tiempo. No podría detenerme aun
cuando lo deseara, como sucede”.
Encuentro esto mortificante. Con algo de irritación, le digo, “Ten­
drás que volar ahora. Tengo que hacer el almuerzo. Y francamente, no
creo mucho en todo esto. Míralo de esta manera. No hay agua ni grasa
en la olla, y tú ni siquiera servirías para un guiso sabroso. Estás toda
llena de plumas, las cuales únicamente se quemarían. Aun cuando no
te importe lo que te pase, la olla se echaría a perder. Ahora sé una
buena gallina, por favor, y vete. Realmente no quiero hacerte daño”.
La gallina mueve la cabeza. “El instinto es el instinto”, responde
ella. “Esta es mi vida. Lamento que esté interfiriendo con la tuya, y no
tengo nada en contra de ti personalmente. Sin embargo, puesto que
nuestros intereses están en conflicto al llegar a este punto, es única­
mente justo que te diga que probablemente yo ganaré”.
Hay un momento de silencio, mientras trato de decidir lo próximo
que voy a hacer. Esta gallina está obviamente hablando en serio. Tra­
taré de apelar a su compasión.

60
Los sueños

“Mira”, le digo, “realmente, estaba hasta la coronilla desde antes de


tú llegar. ¿Crees tú que si te dijese por qué no he podido probar bocado
durante casi dos días, te apiadarías de mí y te irías?”
“Francamente, lo dudo”, responde la gallina. “A mí realmente no
me importas tú de una forma u otra, aunque te repito que la animosidad
personal no está implicada. Quieres comer, y aparentemente necesitas
esta olla para ese propósito. Yo necesito esta olla para mis propias
tendencias suicidas. Desafortunadamente, como yo veo las cosas, nin­
guna de las dos va a obtener lo que quiere. Tú no encenderás la llama
y yo no me iré”.
“Tal vez podamos llegar a un acuerdo”, digo esperando resolver
este callejón sin salida. “Mira,—traeré otra olla y tú te puedes quedar
en ésta. ¿Estás de acuerdo?”
“Obviamente no”, dice la gallina, con indignación. “Si enciendes el
fuego debajo de otra olla, tendré que volar y meterme en ella. Tú no
esperas que yo simplemente me quede tranquilamente posada en una
olla fría, ¿o sí? Con eso no lograrías nada”.
A estas alturas me encuentro desesperada. “Por favor, sé razona­
ble”, le suplico a la gallina. “He tenido muchísimos problemas en esta
cocina. Se rompió la nevera, y compramos otra nueva pero tampoco
funcionó. La línea del gas o algo se rompió, también, y hubo un gran
enredo con la estufa. Nada ha estado funcionando correctamente hasta
el preciso instante en que tú llegaste. Estoy muerta de hambre, y tú no
me permites cocinar mi almuerzo. No creo que eso sea justo. Estoy dis­
puesta a hacer un trato contigo, pero no puedo permitirte que
interfieras conmigo para siempre”.
“Es dulce de tu parte pensar que yo te esté dando una alternativa”,
dice la gallina, “pero tú realmente no entiendes la situación. Tengo que
hacer esto. Es la obra de mi vida. Es inapropiado de tu parte pensar si­
quiera en comer en un momento como este”.
Miro a la gallina silenciosamente uno o dos minutos, y de pronto
doy un salto, estremecida por el brillo fugaz de inconfundible odio en
sus redondos ojos negros. Su ecuanimidad vuelve pronto, y se sonríe.
Ninguna de las dos se mueve. Es un callejón sin salida, y no existe res­
puesta alguna.
El callejón sin salida por supuesto es entre las dos partes de la
mente dividida de Helen—la que escoge vivir, la que escoge morir—
un conflicto el cual en este punto de su vida no muestra indicios de re­
solverse. El próximo sueño presenta un cuadro similar.

61
Capítulo 3 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS- A

El cachorro

En un sueño que parece haber acaecido mientras se escribía


Un curso de milagros, puesto que existe un comentario escrito por B i 11
en el otoño de 1966, Helen expresaba el mismo conflicto en un detes­
table más obviamente perturbado cachorro. De camino hacia una
importante cita, Helen se enfrenta con un perrito aparentemente per­
dido y atolondrado, quien, sin embargo, de un modo no muy distinto
al de la gallina suicida, y por supuesto a las formas de sobrevivir de
Helen también, obstinadamente se aferra a sus inadecuados medios de
relacionarse.
Aunque obviamente bastante enojada con las manipulaciones del
cachorro, Helen no obstante se halla incapaz de resistir ayudarle a lle­
gar a casa (la tienda de mascotas al otro lado de la calle). El perrito en­
tonces parece bastante contento. Pero la propietaria de la tienda de
mascotas le dice a Helen que pronto comenzará a aullar de nuevo, y
repetirá el mismo proceso nuevamente con alguien más. “El comen­
zará a sentirse intranquilo y decidirá irse.... Tal parece que simple­
mente no puede decidirse”.
Voy corriendo por la calle, con la esperanza de poder abordar un
tren que acaba de llegar a la estación del subterráneo elevado. Antes de
llegar a la escalera, me detiene un aullido que me rompe el corazón.
Acurrucado en el arroyo junto a la acera veo a un pequeño cachorro ne­
gro. Fija sus tristes ojos en mí y aúlla nuevamente. Algo me advierte
que no me implique con este cachorro. Se ve lo suficientemente paté­
tico, pero también tiene algo vagamente indeseable. Además, ya se me
ha hecho bastante tarde para mi compromiso,—al cual ansio mucho
llegar—y no tengo tiempo que perder. Comienzo a correr, decidida a
ignorar al cachorro. Al pasarjunto a él, sin embargo, echa la cabeza ha­
cia atrás y emite un aullido verdaderamente espantoso. El cachorro
gana. Me dirijo hacia él y le digo, suavemente, “Ya, ya. Creo que te has
extraviado. Tal vez pueda ayudarte”.
“Ya era hora de que trataras”, replica el cachorro con enfado.
“¡Vaya, si puedes hablar!”, digo yo, muy sorprendida. “Pero eso es
imposible. Los perros no pueden hablar, tú lo sabes”.
“Yo puedo”, contesta el cachorro, un tanto engreído. “No lo hago
con frecuencia, sin embargo. La mayor parte del tiempo sólo aúllo.
Pero hoy nadie me va a prestar atención, así que pienso que tal vez
deba comenzar a hablar”.

62
Los sueños

“Eso es razonable”, digo, seriamente. “Y ahora que has decidido


hablar, quizás tengas la bondad de decirme lo que quieres, de modo
que yo pueda seguir adelante. Ya de por sí es bastante tarde”.
“Muy bien, pues, te diré”, dice el cachorro, tomándose de pronto
eficiente. “Quiero a mi mamá”.
“Puedo entender eso”, le digo, compasivamente. “¿Dónde está tu
mamá?”
El cachorro mueve una pata. “Ella está ahí en esa tienda de
mascotas al otro lado de la calle”, dice él, “y quiero verla de
inmediato”.
Me siento complacida al encontrar que el problema no va a ser muy
difícil, después de todo. “Bien, entonces” le digo “en tanto sepas dónde
está tu mamá no estás realmente perdido. ¿Por qué no cruzas la calle y
vas a buscarla?...”
“No”, dice el cachorro. “Ni siquiera lo consideraría”.
Sigo aferrada a la paciencia. “Si eso no te satisface, ¿quizás desea­
rías sugerir algo mejor?”, le pregunto.
“Sí, lo haría”, responde el cachorro. “Sugeriría que tú me cargaras
hasta allá.... Si realmente tienes tanta prisa probablemente te ahorra­
rías mucho tiempo si me levantaras y me llevaras sin alegar tanto al
respecto”, apunta el cachorro, razonablemente. “Sólo considera cuánto
tiempo has desperdiciado ya”....
“Está bien, te llevaré”, le digo, desesperada. “Ven y terminemos
con esto”....
Agarro al cachorro y lo cargo hasta el otro lado de la calle y lo llevo
a la tienda de mascotas. Una mujer mayor, de cara ordinaria, sale de las
sombras en la parte de atrás de la tienda y se adelanta a recibirme,
mientras se limpia las manos en un sucio delantal blanco. El cachorro
se ha acurrucado cómodamente en el recodo de mi brazo, y parece ha­
berse quedado dormido. Lo tiro al suelo frente a la mujer y digo, “Creo
que este perro le pertenece. Lo encontré...”.
“Lo sé”, dice la mujer, cansadamente. “Lo encontraste sentado en
el arroyo aullando. Así que lo trajiste de vuelta. Alguien lo hace
siempre”.
“Debo decir que no pareces muy alegre de verlo”, le digo, comen­
zando a sentir lástima por el cachorro. “El está muy apegado a ti.
Además, él entiende el inglés perfectamente y sospecho que es muy
sensible. Tienes que tener cuidado con lo que dices delante de él”.
La mujer suspira. “Tú no tienes que vivir con él”, dice ella. “Es ver­
daderamente espantoso. Todo lo que hace durante todo el día es aullar.
Es la más terrible molestia”.
“No hay duda de eso”, estoy de acuerdo, sinceramente.

63
Capítulo 3 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS - A

Ambas observamos al cachorro en silencio. El está felizmente


sentado a los pies de la mujer, jugueteando alegremente con las aguje­
tas de sus zapatos. Luce como un cachorro perfectamente común y
corriente, y si entiende lo que hemos estado diciendo, no da señales de
ello.
“¿Qué hará ahora?”, pregunto, después de un rato.
“0, él estará bastante satisfecho por un tiempo”, responde la mujer.
“y luego todo comenzará nuevamente. El comenzará a ponerse
inquieto e infeliz y decidirá irse, y luego terminará en algún arroyo y
aullará hasta que alguien lo traiga de regreso. Simplemente, no parece
poder decidirse. Si quieres esperar, lo puedes ver por ti misma”.
“No, gracias”, le digo, apresurándome hacia la puerta. “Daré por
cierto lo que me dices”.
Este sueño, también, refleja las dos partes de Helen: la que necesita
ayuda desesperadamente, mas tercamente rehúsa aceptarla excepto
bajo sus propios términos, mientras que la otra es totalmente capaz de
elegir la Ayuda que siempre está ahí. Este conflicto interno estaba cla­
ramente reflejado en las propias experiencias de Helen, donde ella es­
taba continuamente en la posición de ayudar a personas que ella no
estimaba particularmente, y que además le molestaban por las intromi­
siones experimentadas en su tiempo y energía. No obstante, casi nunca
rehusó una petición de ayuda de nadie. La misma Helen comentaba
esta característica de ella en sus cartas a Bill las cuales se presentan en
el Capítulo 6.

El conejo

Si bien los sueños anteriores reflejan una indecisión en la mente de


Helen—el “callejón sin salida” de “La gallina y la olla”, por
ejemplo—“El conejo” no deja duda alguna de lo que será el desenlace
del conflicto del sueño. Aquí, Helen está vestida como Alicia en un
ambiente muy parecido al de Alicia en El país de las maravillas de
Lewis Carrol!. Ella se enfrenta a un conejo muy discutidor, acusador y
no muy agradable, más parecido a un abogado fiscal que al conejo de
la fantasía de Carrol!. El ve a través de las defensas de Helen, particu­
larmente de su “cara de inocencia”, con la cual ella parece ser “una
inocente y bien intencionada niñita a quien le suceden varias cosas ex­
trañas, de las cuales ella no es responsable”.

64
Los sueños

En una situación no muy distinta a la de K en El juicio de Kafka,


Helen-Alicia se encuentra atrapada en un juicio injusto en el cual ella
descubre al final que ella lucha en contra de si misma: el nombre que
se le da al proceso es “Helen versus Helen”. Por otro lado, a ella se le
dice que tendrá muy poco de lo cual quejarse puesto que la calidad del
proceso estará más allá de reproche alguno: “Tú misma eres algo for­
malista, y estoy seguro de que estarás de acuerdo con el estilo”. Al co­
menzar “el juicio”, Helen pierde “interés en el proceso puesto que,
después de todo, hay muy poca duda del desenlace”. He aquí el sueño,
el cual realmente ocurrió en 1961, después de la llegada de Helen al
Centro Médico Presbiteriano Columbia, pero aún cuatro años antes de
que comenzara Un curso de milagros.
Estoy de pie en un campo abierto, amplio, vestida como Alicia en
El país de las maravillas, mirando hacia arriba a un conejo muy
grande. El conejo, quien parece tener un punto de vista muy legalista,
está arguyendo que toda la escena puede no ser lo que parece.... El
presenta su punto de vista sin apasionamiento, pero su desaprobación
es evidente.
“Ahora tú alegas que todo esto es una escena tomada directamente
de Alicia en el país de las maravillas, el cual, según recuerdo, es un
cuento acerca de una inocente bien-intencionada niñita a quien le ocu­
rren varias cosas, ninguna de las cuales es responsabilidad suya”. Aquí
el conejo hace una pausa, con una mirada de profunda sospecha. Tose
levemente, y en efecto, con desdén, y prosigue.
“Tengo que decir a tu favor que has montado todo esto bastante
bien. El escenario es bastante auténtico, así como la vestimenta. Hay,
sin embargo, ciertos detalles los cuales se prestan a un serio
cuestionamiento”....
[Helen responde irritablemente:] “No veo sentido alguno en com­
plicar las cosas innecesariamente. Esto luce como un boceto de Alicia
en el país de las maravillas muy convencional, tomado, en efecto, jus­
tamente de las ilustraciones originales. No tendrías razón alguna para
sospechar que sea otra cosa si no fueses un conejo tan suspicaz. ¿Por
qué debe ocurrírte siquiera que no sea lo que parece ser?”
“O, la posibilidad existe de que lo sea”, el conejo se apresura a ase­
gurarme, “pero tenemos que considerar todos los ángulos, tú sabes”.
“¿Eso por qué?”, protesto yo. “Probablemente haya tantos que ja­
más los encontraremos todos. Y yo no estoy segura de que éstos valgan
el tiempo, aun cuando pudiésemos encontrarlos”.

65
Capítulo 3 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS - A

“Tonterías", contesta el conejo. “Tú no puedes ser a tal grado inge­


nua. Tú sabes perfectamente bien que tú tienes que llegar a estar
terriblemente complicada primero, y luego comenzar a ser más simple
en tu enfoque. No hay posibilidad alguna de que lo hagas de la otra
manera”.
“No lo creo", estallé yo. “Si eso fuese cierto, la mayoría de nosotros
jamás saldría de la complejidad. Seria mucho más sensato comenzar
siendo sencillo, y luego complicarse únicamente si fuese absoluta­
mente necesario. De la otra manera atascarías las cosas durante años y
años”.
“Ciertamente sí podrías hacerlo así”, dice el conejo, de modo un
tanto complaciente. “La mayoría de nosotros lo hace. Tus propias
oportunidades de escapar, en verdad, no son muy buenas.... es cierto
que vestirme a mí de conejo blanco fue idea tuya... ”,
El conejo me mira directamente mientras dice esto, y su mirada
acusadora es difícil de encarar. Sin embargo, no puedo evitar el senti­
miento de que hay cierta injusticia básica en su actitud. También me
estoy sintiendo crecientemente molesta con la necesidad de defender
mi posición, la cual todavía siento que no fue carente de ética y que no
debió haberse considerado a la luz de eso desde el comienzo. Me siento
todavía más irritada por un incómodo sentimiento de que tengo que in­
geniármelas para disipar las sospechas del conejo, o de lo contrario, las
cosas no me van a salir muy bien de algún modo....
[El conejo dice pomposamente;] “Creo que debemos dejarle todo
este asunto al jurado, yo mismo”....
El conejo saca una campanita plateada de su bolsillo, y comienza a
hacerla sonar solemnemente, con sólo la sombra de una sonrisa en la
comisura de sus labios. No es una sonrisa buena.
“Oíd, oíd....”15 comienza él.
“¡Oye, un momento!”, estallo, sin que ya me importe calmarlo.
"Considero todo esto una imposición, y no quiero tener nada más que
ver contigo. Yo no tengo que soportar esta tontería, y no me importa lo
que pienses de mí. Realmente no necesito tu aprobación, y si la nece­
sitase. probablemente jamás la obtendría no importa lo que hiciese.
Creo que eso es bastante obvio a estas alturas. Pero no tengo que so­
meterme a un juicio por algo que tú creas que yo hice. Voy a
mantenerme firme en mi interpretación original, y tú puedes, y proba­
blemente lo harás, mantenerte firme en la tuya. No lo puedo evitar, y
ni siquiera me voy a preocupar por remediarlo más”.

15. Elipsis de Helen.

66
Los sueños

El conejo no me presta atención alguna, y simplemente prosigue,


“Oid, oíd....”16
Abruptamente abandono mi actitud desafiante. “Muy bien”, digo,
“habrá que efectuar un juicio. No le temo a un juicio si el mismo es
justo”.
“O, no te preocupes”, dice el conejo, con una presunción exaspe­
rante, “no será un juicio justo”.
Su comentario casi me hace llorar. Sin embargo, decido ver si
puedo obtener alguna protección incluso en esta situación tan
irrazonable.
¿”No crees que al menos debo saber algo más sobre el juicio?”, le
pregunto, desesperadamente. “Por ejemplo, la mayoría de los casos
tienen nombres. ¿Cómo se llamará este?”
“O, hace mucho tiempo que tiene nombre”, responde el conejo, de
una manera informal. “Se llama Helen versus Helen. Puede que no te
guste el título, pero no había razón alguna por la cual hubiese que
consultarte”.
Me siento verdaderamente indignada. “Eso es atroz”, le digo, prác­
ticamente a punto de gritar. “Definitivamente yo no voy a tomar ambos
lados de este caso. Mi propia posición es perfectamente clara, tal como
lo afirmé desde el principio. Tú eres quien se está poniendo del otro
lado, y enteramente sin justicia, si me permites decirlo. Rehuso asumir
responsabilidad de tu distorsionado punto de vista”.
“Puedes rehusar tanto como gustes, pero ese es todavía el nombre
del caso”, dice el conejo, soberanamente. “Puesto que tu opinión real­
mente no importa, no veo mucho objeto en que tú continúes alargando
innecesariamente este asunto. Terminará del mismo modo no importa
lo que tú hagas, en todo caso”.
“Pero si es un asunto de Helen versus Helen, no hay posibilidad de
que yo pueda ganar”, le digo llorosamente.
“O, vamos, ya”, dice el conejo dándome palmadas en el hombro
con una irritante pretensión de darme confianza. “Eso depende de
cómo lo mires. También puedes decir que no hay posibilidad de que
pierdas. ¿Por qué ser tan pesimista?”
“Pero tú acabas de decirme que el juicio no sería justo”, le grito.
“Por favor, no prosigas con esto. No tengo posibilidad de ganar”.
Trato de agarrarme de la manga del conejo, la cual él desprende
suavemente de mi mano. Luego continúa, casi ensoñadoramente, “No
será justo, es cierto. Tú lo sabes, y quizás yo también lo sepa. Pero eso
no te da derecho a que ataques nuestras bien establecidas instituciones.

16. Elipsis de Helen.

67
Capítulo 3 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS - A

Te aseguro que el juicio sonará enteramente correcto en todas sus for­


mas, y no habrá fundamentos [sobre los cuales] objetar la calidad del
proceso. Tú misma eres algo formalista, y estoy seguro de que aproba­
rás el estilo. Y así, quizá sea mejor que comencemos.
El conejo se da la vuelta abruptamente, y mueve la pata. “Tú nota­
rás la magnificencia de esta corte”, anuncia de manera espectacular.
Miro cuidadosamente a mi alrededor. La escena no ha cambiado en
absoluto. “¿Qué corte?”, le pregunto.
El conejo pasa esto por alto, y prosigue, con gran dignidad. “Y aquí
está el jurado. Te aseguro que fueron cuidadosamente seleccionados.
Creo que debes decirles, ‘hola qué tal’”.
Me volteo hacia el lugar que indica el conejo, pero no veo a nadie
en absoluto. El conejo, sin embargo, no se detiene a esperar mi
respuesta. Comienza su discurso en una profunda y sonora voz. “Da­
mas y caballeros del jurado, esta es la culpable,—quiero decir la
acusada. Es su ultrajante contención que todo esto no es nada más que
una escena tomada de Alicia en el país de las maravillas. Si bien esta
contención es claramente ridicula, siento que es mi deber presentar el
punto de vista de ella tan justamente como sea posible, a pesar del he­
cho de que para mí es profundamente repugnante, y un insulto a la
inteligencia de ustedes. Tal parece que en el mes de abril del año 1961,
esta mujer...”.17
Oigo que el sonido de su voz se desvanece, y se convierte en una
confusión de sonido. Ya no puedo entender lo que dice, aunque tengo
conciencia de que está haciendo una apelación profundamente apasio­
nada ante un auditorio invisible. Pierdo interés en el proceso puesto
que, después de todo, hay muy poca duda respecto al desenlace.
El pesimismo aquí, como se indicara antes, es kafkiano en su impla­
cable presentación del inevitable desenlace. Es, pues, una descripción
dolorosamente acertada del sistema de pensamiento del ego víctima-
victimario, perseguido-perseguidor, en el cual, aparentemente no hay
salida.

“La experiencia más extraordinaria de mi vida ”

Ahora llegamos a esta muy curiosa descripción de lo que Helen


llamó “la experiencia más extraordinaria de mi vida”. Por la referen­
cia a “nuestro negocio de libros” sabemos que la misma antecede.

17. Elipsis de Helen.

68
Los sueños

probablemente por unos cuantos años, el ingreso de Helen al pro­


grama de posgrado. Así pues, es más que probable que la experiencia
tuviese lugar durante los años 40, cuando Helen aún tenía treinta y
tantos años. Como ella explica más adelante, la experiencia consta de
dos sueños y el día siguiente a los mismos. Lo cito todo primero.
Aquella noche tuve la experiencia más extraordinaria de mi vida.
De hecho, era mi vida. Fue una vida corta. Duró menos de veinticuatro
horas y constó solamente de dos sueños y del día que sucedió a los mis­
mos. Antes de eso jamás estuve viva en realidad, y morí poco tiempo
después. Pero cuando llegue al trono de Dios y El me pregunte, “¿Al­
guna vez te ocurrió algo mientras estuviste viva?”, recordaré estos
sueños y diré, “Sí, Señor, algo me sucedió en realidad”.

Sueño I

Estaba sentada muy, muy somnolienta en una poltrona muy


acojinada.... Me sentía en paz y muy tranquila.... En un apartado lu­
gar del salón una radio estaba tocando muy suavemente una música
que no podía distinguir. Sin perturbar la gran paz del salón, la voz de
mi primo Harry salía suavemente de la radio, medio entonando cánti­
cos de la Biblia de la ciencia cristiana;
“Dios Padre-Madre Nuestro todo armonía, santificado sea Tu
Nombre...”.18
“Ciencia cristiana aún”, digo yo, levemente molesta. “En fin, ya se
callará”.
No se calló. Simplemente seguía repitiendo la frase una y otra vez.
Después de un rato se tomó más apacible que la música, y nuevamente
yo estaba a punto de quedarme dormida. Entonces Harry comenzó a
llamarme,
“Helen, Helen, Helen”, decía él, en un monótono curiosamente hip­
nótico, “sólo sigue escuchando la radio un rato más, y el Señor Dios
Mismo te hablará. Tiene un mensaje especial para ti y tú seguramente
querrás oírlo”....
Proseguía la voz inalterada.
“Sabes, Helen, tú estás en muy mal estado”, murmuró. “¿Me pre­
gunto si tú te das cuenta de cuán malo realmente es?”

18. Elipsis de Helen.

69
Capítulo 3 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS - A

“Te aseguro que si”, le dije, lo suficientemente despierta ahora


como para sentirme irritada. “Pero aún así, ¿por qué toda esta insensa­
tez? Ese tipo de cosa jamás ha solucionado nada todavía”.
La voz simplemente proseguía como si no la hubiese interrumpido.
“...No tendrás mucha posibilidad de ganar, lo sabes”.
“Si lo sé”, dije, “y no finjo que me guste. Mas, me las arreglaré para
salir adelante sin ese tipo de ayuda, y si no salgo adelante, pues, gra­
cias, pero aún asi no me interesaría”.
La voz prosiguió, calmada, firme e insistente.
“¿Estás segura de que sabes a lo que te enfrentas?”
“Lo sé”, repetí. “Y aún así digo, ‘no gracias’”.
“Pero es tan fácil”, continuaba la voz, ahora casi cantando. “Hete
aquí después de tantos, tantos años de pelear una desesperada y casi
inútil batalla. Y ahora, además de estar bastante maltratada y muy, muy
cansada, tienes el impedimento adicional de una mayor conciencia de
lo que probablemente haría las cosas más fáciles para ti. No hay mucha
posibilidad de que salgas bien de todo esto al final... ”,
“Puedo tratar”, dije, con una seguridad que no sentía.
“Fíjate, Helen”, proseguía la voz monótonamente. “Sólo imagina
un minuto que yo pudiese darte un fuerte Poder fuera de ti misma,—
un Poder que te dijese qué hacer y que te resolviese todos tus proble­
mas. Estarías perfectamente a salvo entonces, ¿no crees? Jamás
pensarías siquiera en el suicidio entonces”.
“Pero yo no creo en ello”, le discuto. “Es ridículo. Aún la frase,
‘Dios Padre-Madre Nuestro,’ pero si basta pensarlo. Es infantil. No es
real. Ni siquiera lo consideraría”.
“Como quieras”, dice la voz, aún inalterada. “Pero por favor permí­
teme una sola pregunta. No importa lo que tú pienses al respecto, ¿no
te gustaría que una cosa así fuese cierta? No contestes de inmediato;
sólo recuerda la posición en que te encuentras, y considera mi oferta
un tiempo”.
Al considerar el asunto, mi determinación se desvanece. “Sí, me
gustaría”, dije, mi propia voz tomándose muy queda ahora. “Dios Mío,
si, me gustaría”.
La voz esperó por espacio de un segundo más o menos, y luego co­
menzó de nuevo. “Pues ahora ya eso está decidido, y todo lo que tienes
que hacer es tomar esos dos pedacitos de cartulina que están sobre la
mesa al lado tuyo, y los acomodas entre tus ojos y tus espejuelos. En­
tonces duérmete. Eso es todo lo que hay que hacer. ¿Seguramente no
tienes nada que temer?”
No estaba enteramente segura, pero estiré la mano y tomé los dos
pedacitos de cartulina, y los puse frente a mis ojos. Entonces me los

70
Los sueños

arrebaté de nuevo y me desperté bruscamente. “¡No lo haré!”, dije.


“¡Sencillamente, no lo haré! Está obscuro en este salón y no puedo ver
muy bien como está. Con estas cosas frente a mis ojos no podré ver
nada en absoluto. ¡No lo haré!”
La voz de la radio continuaba cantando. La lucha que libré para no
dormirme bajo su persuasión casi me parte en dos. Desperté helada.
“¿Y qué?,—sólo una pesadilla”, me digo, y me volví a dormir.

Sueño II

Yo estaba ascendiendo lenta y dolorosamente de un enorme hoyo


en la tierra. Contra la superficie interior del hoyo parecía tan diminuta
como una mosca. Estaba impulsándome mano sobre mano a lo largo
de una soga amarilla que yacía suelta sobre el suelo junto a la boca del
hoyo y se balanceaba a lo largo de un lado. La soga parecía un
arriesgado medio de escapar, y yo estaba pensando que habría sido
mucho mejor si al menos la soga hubiese estado atada a algo substan­
cial como un buen árbol fuerte. Sin embargo, me ofrecía la única
salida, por lo tanto no había alternativa. Había sido un camino muy
largo el ascender por esa soga. Tenía la impresión de que había pasado
la mayor parte de mi vida en este trabajo, y me estaba sintiendo terri­
blemente cansada. Las paredes del hoyo eran resbalosas, y no podía
apoyarme bien con los pies contra el lado. Las manos me dolían terri­
blemente. La piel se había desprendido casi hasta el hueso, y la sangre
fluía por la soga, lo que la hacía casi demasiado resbalosa para aga­
rrarme. Estaba tan extenuada que no sería capaz de agarrarme durante
más tiempo de todos modos.
Había estado ascendiendo en completa obscuridad por algún
tiempo, pero estaba tomándose más claro ahora. Al mirar hacia arriba,
podía ver un pedacito de cielo sobre mi cabeza.
“De modo que este ascenso tiene final, después de todo”, pensé
para mis adentros. “Es bueno saber aunque sea eso, al menos. No podía
estar segura ni siquiera de eso hasta ahora”.
Pero todavía me quedaba un gran trecho por delante. Casi no me
quedaban fuerzas, y estaba sintiéndome increíblemente cansada. La
soga se estaba poniendo cada vez más resbalosa, mis manos no iban a
resistir más, y estaba peligrosamente a punto de desmayarme. Seguí
despacio, casi abrumada por mi creciente sentido de desesperanza.
“Esto no puede valer la pena”, pensé. “No puede ser. Nada lo val­
dría. Jamás lo lograré de todas maneras. Es imposible. Además, inicié
este ascenso sin considerar la cuestión debidamente en primer lugar.

71
Capítulo 3 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS - A

Ha sido un asunto tan largo y terrible el salir de este hoyo, y ¿qué


prueba tengo de que haya valido la pena todo este esfuerzo? Todo lo
que sé es que de una u otra forma yo decidí que valía la pena hacerlo,
y desde entonces he actuado como si así fuera. Esto no es sino un pre­
sentimiento, y no tiene porqué ser verdad. Tal vez he desperdiciado mi
vida entera en una ilusión. De cualquier modo, no hay mucha posibi I i-
dad de que jamás pueda salir de aquí. Y aún si tuviese la posibilidad,
¿cómo puedo estar segura de que haya algo fuera de este hoyo, después
de todo? Jamás he estado fuera, por lo tanto no puedo tener certeza
alguna sobre lo que hay allá fuera. Y si hubiese algo fuera, ¿por qué
debo suponer que sea algo bueno? Que yo sepa, estoy mejor dentro del
hoyo que hiera. Y por eso todo este ascenso puede haberse emprendí do
sobre la base de una falsa suposición desde el principio. Seguramente
es insensato tener opiniones y sentimientos sin ningún conocimiento
en absoluto”.
“Así que todo lo que tengo que hacer es soltar la soga, y entonces
todo habrá terminado para siempre. Mis manos se abrirán por sí mis­
mas dentro de poco, de cualquier modo. Y todo lo que pasaría es que
me deslizaría de nuevo al interior del hoyo. Es un largo camino el des­
censo, lo sé, y jamás tendría la sombra de una posibilidad de salir
nuevamente, pero caeré en los cojines que hay en el fondo y me dor­
miré tranquilamente y jamás despertaré. Cuando pienso en ello, eso
sería lo mejor que se pueda hacer, en vista del hecho de que aun si hu­
biese algo bueno afuera, y aun cuando jamás lo descubriese, ni siquiera
eso puede molestarme si estoy dormida. Por otra parte, si allá fuera no
hay nada, o si es algo malo, pues, entonces, jamás sabría eso tampoco.
Seguramente esta es una solución razonable para el problema, particu­
larmente en vista del estado en que me encuentro...
Me detuve a pensarlo. Luego, sin soltar la soga ni seguir adelante
en mi ascenso, descansé un ratito y pensé, “Si me suelto ahora, será mi
fin. Jamás llegaré tan lejos nuevamente. En un sentido salvaría mi vida,
pero en otro sentido la perdería, y esta vez la perdería para siempre. Es
cierto que no sé qué hay fuera, y también es cierto que tal vez no pueda
lograrlo. Pero aún no he muerto, de modo que aún puedo tratar. Vale la
pena. Tiene que valer la pena. Y si no lo logro, moriré tratando. Hay
gente que gustosamente ha muerto por menos”... ,20

19. Elipsis de Helen.


20. Elipsis de Helen.

72
Los sueños

Cuando desperté en esta ocasión estaba hecha un lío. Estaba empa­


pada en sudor, mi cara estaba cubierta de lágrimas, y mis uñas habían
hecho hoyos en las palmas de mis manos. Permanecí acostada un rato
y seguía repitiendo, “Valió la pena; sí...”.21 Luego decidí echarme un
poco de agua fría en la cara, y me arrastré hasta el cuarto de baño. Me
lavé la cara y eché una larga y profunda ojeada a mi imagen en el
espejo.
“Esa soy yo”, dije para mis adentros, con alguna sorpresa. “Seguro
que luzco terrible en este momento, pero soy realmente yo. Cuando lo
pienso, nunca antes me sentí segura”.
No tenía mucho sueño, así que me dirigí hacia la sala. Tomé un li­
bro, pero no sentía muchos deseos de leer, y de todos modos no tenía
puestos los lentes, así que sólo me senté allí y miré a mi alrededor. En­
tonces noté una sorprendente mejoría en mi visión. No estaba usando
lentes, pero podía ver bien claramente los pequeños dobleces sobre las
cortinas al otro lado de la habitación. Me acerqué a la ventana, y
encontré que podía ver el otro lado de la calle sin ninguna dificultad.
Y además de eso, me sentía bastante diferente en general.
“Se siente como si algo hubiese ocurrido realmente”, pensé. “Sé
que sólo fue un sueño, pero parece que ha hecho muchos cambios”.
Me senté a pensar detenidamente sobre todo esto. Permanecí allí
largo rato, todavía convencida de que algo había sucedido. No podía
entenderlo, pero la convicción persistía. Al llegar la mañana, regresé a
la cama y dormí un par de horas. Mucho antes de que despertara total­
mente me escuché decir, “Valió la pena. O, sí, realmente valió la pena”.
Es difícil explicar exactamente qué era tan distinto al día siguiente.
Nada extraordinario había sucedido. De hecho, era extremadamente
ordinario. Pero era distinto de cualquier otro día de mi vida. Después
de lavarme la cara noté una espinilla en mi mentón. Alcé las manos
para apretar y sacarla, pero cambié de idea. “Siempre me hago un hoyo
en la cara al hacer esto”, pensé. “Y de todos modos, ¿qué hay de malo
en una espinilla?”.
Luego me cepillé el cabello, y noté que estaba un poquito más largo
en un lado que en el otro. Tomé las tijeras para emparejarlo, y luego de­
cidí no hacerlo. “¿Y para qué?”, pensé. “¿Por qué tiene que estar
parejo?”
Mientras me vestía, seguí recordándome todas las cosas acerca de
mí misma que no me gustaban, pero éstas simplemente no me moles­
taban, “Después de todo”, pensé, “Soy una persona, lo cual es muy

21. Elipsis de Helen.

73
Capítulo 3 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS - A

hermoso ser. Las personas no tienen que ser perfectas. Ellas sólo hacen
lo mejor que pueden, y algunas de ellas son muy amables”.
Era una actitud poco familiar para mí, y al principio no la entendía,
pero se me ocurrió de pronto. “Es respeto a mi misma eso es lo que es”,
pensé. “Me pregunto, ¿dónde habrá estado todo este tiempo? Después
de todo, jamás he hecho algo de lo que tenga que avergonzarme”.
Luego pensé, “Me estoy poniendo vieja y se empieza a notar, tam­
bién. Y algún día moriré”.
Esta idea no tenía atractivo alguno para mí, pero no era excesiva­
mente perturbadora.
“Al menos estoy viva ahora”, pensé. “En cuanto a morir, anoche me
deshice de mi inmortalidad, y créanme, es un placer”.22
Cuando Louis llegó a la casa, dije “hola” como de manera amigable,
sin jamás haberlo visto antes, y sintiéndome un poquito sorprendida y
complacida respecto a él.
“He ahí otra persona”, pensé. “Qué cosa tan agradable, ¿verdad?”.
Después de la cena, Louis me pidió que comenzara un catálogo
nuevo, así que busqué lápiz y papel, y comenzamos a esbozar un enca­
bezamiento. Al sentarme, todo mi cuerpo experimentaba algo muy
singular. Se sentía muy agradable, pero no reconocía lo que era. Nue­
vamente me surgió de improviso.
“Estoy descansando”, pensé. “No lo reconozco pero en realidad ja­
más lo he hecho antes”.
Todavía más tarde, sentía algo más extraño. Interfería con mi me­
talografía, pero era más bien agradable. Entonces pensé, “Me está
dando sueño. Es tarde y no dormí bien anoche, de modo que es lo que
se supone que suceda. Generalmente me acuesto cuando creo que es
hora de hacerlo, yjamás me he detenido a considerar si tengo sueño o
no, así que nunca antes lo supe. De manera que me acostaré. Eso es lo
que hacen las personas cuando tienen sueño”.
Después de desvestirme comencé a cepillarme el cabello de
acuerdo con mi inflexible regla de que se supone que me cepille el ca­
bello dos veces al día. En esta ocasión la rutina me irritó, y decidí que
al infierno con ella. De pronto se me ocurrió que jamás había conside­
rado el valor real de muchas cosas que me parece que son
absolutamente esenciales. ¿Yo qué sé?; el cepillarse el cabello puede
que no sea necesario en absoluto, y ciertamente no tengo que hacerlo
con tan horrible regularidad. La próxima vez que lo haga, pensé, será
cuando me dé la regalada gana.

22. Con esto Helen quería decir que ya no tenía miedo de morir; así que era innecesario
para ella el apegarse a la defensa de creer en la inmortalidad.

74
Los sueños

Louis se retiró a dormir, pero todavía era bastante temprano para mí


y me fui a la otra habitación a meditar en tomo a mi nueva situación.
Fue un error aunque todo comenzó con bastante sensatez. En primer
lugar me dio por considerar el futuro, el cual no me parecía tan aterra­
dor, pero el cual ciertamente sí necesitaba algo de planificación. Louis
y yo ya llevamos años viviendo muy por encima de nuestros ingresos,
calculé, y nada bueno puede resultar de eso, pero afortunadamente no
es demasiado tarde para hacer algo al respecto. Después de todo,
pensé, nuestro negocio de libros es potencialmente un negocio bas­
tante bueno, y en el pasado ha sufrido de dos impedimentos,—Louis y
yo. Pero si dejamos de perder tanto tiempo, y producimos nuestros
catálogos a tiempo, lo cual nunca hemos logrado hacer, éstos nos da­
rían muy buen resultado. Siempre nos han dado resultado. O yo podría
continuar trabajando con Louis y buscar algo para mí que pudiese in­
teresarme más. Esa noción que siempre he tenido de que no tendría
tiempo para ambas cosas no es así realmente. Yo no sé hacer nada,
pensé, pero aún así puedo averiguar. Otras personas lo hacen, y yo
tengo tantas posibilidades como cualquier otro. He desperdiciado un
tiempo considerable, y estoy bastante atrasada, las cuales son muy
buenas razones para no desperdiciarlo más. Después de todo, pensé,
ahora me pertenezco a mí misma....23
Ese último comentario lo hizo. Comencé a inquietarme por Louis,
así que me dirigí al dormitorio para arroparlo de modo que no fuese a
resfriarse y a morir. Luego recordé que no había rezado mis oraciones
en todo el día. De alguna manera se me habían olvidado. De hecho, ni
siquiera las recé entonces, pero sabía que ése no era el punto realmente.
La “gran diferencia” había desaparecido. Ofrecí un tanto de resistencia
contra todo el asunto, pero carecía de convicción. Sabía que no habría
de ganar.
Así concluyó la “experiencia más extraordinaria” de la vida de Helen.
En el primer sueño, la voz del primo Harry se puede equiparar con
la Voz del Espíritu Santo o de Jesús, presentándole a Helen de ma­
nera calmada los argumentos lógicos de por qué ella debía al menos
considerar “otra manera”, puesto que la suya no estaba funcionando
muy bien. En este sentido, Harry no era distinto al Caballero en el
sueño anterior quien también le presentó su posición a Helen muy ob­
jetivamente. La “manera” en este sueño consiste en que Helen impida
que su visión funcione (los dos pedazos de cartulina), en cuyo caso

23. Elipsis de Helen.

75
Capítulo 3 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS - A

la implicación no formulada sería que de ese modo ella permitiría que


otra visión tomara su lugar. Dentro del sueño Helen se resiste con una
“lucha que...casi me parte en dos”. Dejando a un lado por el mo­
mento la literalidad de los pedazos de cartulina, se puede denotar el
mismo tono y el proceso encontrado años más tarde en los mensajes
de Jesús a Helen en Un curso de milagros.
En el segundo sueño nos encontramos una vez más en medio de la
lucha titánica de Helen contra sí misma. El hoyo del cual está tratando
de salir representa su vida. “En un sentido salvaría mi vida, pero en
otro sentido la perdería, y esta vez la perdería para siempre”. Esta
aseveración es paralela en su forma a la respuesta del conejo a la obje­
ción de Helen al juicio de Helen versus Helen, un juicio que ella no
podía ganar. “0, vamos.... Eso depende de cómo lo mires. También
puedes decir que no hay posibilidad de que pierdas”. El ascenso tam­
bién representa la decisión final de Helen de no desistir de su lucha—
“Aún puedo tratar. Vale la pena. Tiene que valer la pena”—reflejan
sus decisiones de no morir antes de ser la escriba de Un curso de
milagros. En el sueño, como ciertamente fiie en su vida, finalmente
Helen permanecerá fiel a su promesa de elegir la vida. Sin embargo, esta
fidelidad no se hará manifiesta inmediatamente.
Al despertar de los sueños, decididamente Helen era distinta y de
manera casi extática repetía las palabras: “Valió la pena”. Su visión
había mejorado físicamente, sus compulsiones habían desaparecido, y
su actitud hacia Louis estaba totalmente cambiada. Sobre todo, se sen­
tía descansada, por primera vez en su vida. El cambio duró un día com­
pleto, y culminó con la aseveración “Ahora me pertenezco a mí
misma”, lo cual refleja su experiencia de libertad de la tiranía del ego
sobre ella. Luego, el antes mencionado miedo del amor y de la paz de
Dios retomaron de pronto, y con excluir una vez más a Jesús o a Dios
de su vida, como solía hacerlo, cayó de nuevo en su acostumbrada an­
siedad. Las defensas de su ego recobraron su supremacía.
La “gran diferencia” habia desaparecido. Ofrecí un tanto de resistencia
contra todo el asunto, pero carecía de convicción. Sabía que no habría
de ganar.
El irremediable pesimismo de esta experiencia encuentra paralelos,
repito, en la obra de Franz Kafka. Una de las expresiones más claras
de este máximo pesimismo, el cual recordaba siempre al pensar en
Helen, es la escena en Eljuicio, a veces subtitulado “Ante la ley”: Un

76
Los sueños

hombre espera durante toda una vida para lograr la entrada a través de
una singular puerta que lo conducirá a la Ley, su meta. Finalmente,
cuando el hombre está al borde de la muerte, el portero le dice, desapa­
sionadamente: “Nadie excepto tú podría lograr entrada a través de esta
puerta, puesto que esta puerta fue destinada para ti. Ahora voy a ce­
rrarla”.24 Fin del relato.
Afortunadamente, como hemos visto, había otro sistema de pensa­
miento presente en la mente de Helen. Este próximo sueño, el cual llegó
muy posteriormente, refleja este otro lado de ella, más positivo.

La bruja/ángel

Durante el mes de junio del 1975, Helen soñó con una joven quien
era un cruce entre una bruja y un ángel. Como en los otros sueños, este
refleja el conflicto intemo de Helen, proyectado aquí sobre la figura de
una mujer. Sin embargo, el sueño parece anticipar una resolución más
favorable de este conflicto, al apuntar hacia una época en que el juicio
de Helen no estará contaminado, y sus considerables dones serán uti­
lizados más adecuadamente. Esta resolución realmente refleja la antes
mencionada dimensión transpersonal de la vida interior de Helen
como la sacerdotisa, la cual será el tema del Epílogo. A propósito, Bill
escribió a máquina el sueño de la descripción que Helen le hizo del
mismo, de ahí su diferencia estilística de los otros. Los dos comenta­
rios entre paréntesis son de Bill.
Una menuda mujer delgada, intensa y de cabello obscuro, quien es
como una niña. Es una persona impulsiva y curiosa pero Helen le ñeñe
cariño, y al mismo tiempo no tanto cariño. Esta mujer-niña tenía ciertos
talentos y dones—mucho de lo sobrenatural. Si bien “no era malvada”,
tenía poco criterio para juzgar. Ella no podía ver la diferencia.
En general, ella estaba en algún punto entre una bruja y un ángel.
Era sumamente caprichosa. Había vivido con Helen pero siempre se
separaban con una gran pelea. Ahora, no hay pelea alguna, sino que se
han despedido como amigas. Esta vez era distinto. Ya no era asequible.
Además, algo sobre guardar una habitación para ella en el futuro.
En el sueño, Helen reconocía que era esencial que ellas no tuvieran
estas terribles peleas de nuevo. Antes de eso ella había sido golpeada
en la cabeza (por Helen).

24. Franz Kafka, The TYial [Eljuicio] (Alfred A. Knopf, New York, NY, 1960), pág. 269.

77
C.wm.T.0 3 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS- A

Esta mañana, después de despertar Helen seguía viendo la figura de


la sacerdotisa.
La interpretación del sueño muy clara para Helen. Cuando llegue el
momento en que su criterio para juzgar sea lo suficientemente bueno,
ella lo podrá utilizar con el propósito correcto (interpretación del sig­
nificado de “guardar una habitación”). Ahora su criterio está
demasiado contaminado.
Este es un final positivo, el cual abriga mucha más esperanza para
el futuro, refleja el significado más profundo de la vida de Helen en
términos de su identificación última con el Ser sacerdotisa.

E! registrador

En 1945 Helen tuvo un sueño que en el nivel de la forma jamás po­


dríamos entender completamente, pero en otro nivel refleja lo que yo
siento que ha sido el centro de la vida de Helen. Se refiere
particularmente al significado de que Helen haya estado en el mundo,
y presagia en el tiempo el instante decisivo cuando Helen sí hizo en
verdad la elección correcta. El hecho de que este sueño anticipara la
decisión futura de Helen de unirse a Bill fue lo que me condujo a ubi­
carlo fuera de la secuencia cronológica, y al final de este capítulo. He
aquí el sueño:
Estoy de pie en un pequeño salón rectangular forrado de libros
desde el piso hasta el techo. No hay ventanas. Una sola puerta, abierta
detrás de mí, conduce hasta un corto y oscuro corredor que da acceso
al obscuro interior de un edificio grande e indistinguible. En el centro
del salón un hombre alto e increíblemente anciano, evidentemente al­
gún tipo de oficinista, está sentado en un taburete muy alto, sus enjutos
hombros encorvados sobre un pequeño escritorio de superficie plana.
Sus pies están enroscados alrededor de un peldaño justo debajo del
asiento del taburete y sus huesudas rodillas se alzan casi hasta su bar­
billa. Está cuidadosamente haciendo pequeñas anotaciones con una
pluma de ave de mango largo, en un gran libro mayor encuadernado de
color gris. Sus débiles ojos, protegidos por una visera verde, miran
miopemente de soslayo sus meticulosos números a través de espejue­
los con cristales muy gruesos. Me introduzco cautelosamente en el
salón, carraspeo varias veces sin éxito alguno, y finalmente puedo
hablar.

78
Los sueños

“Perdóneme por molestarlo, señor”, comienzo, muy respetuosa­


mente. “Sé que está muy ocupado. Pero tengo un problema muy difícil
en mi mente y he tenido la esperanza de que usted querría ayudarme.
Entiendo que todo lo que es o ha sido alguna vez en el universo entero
está registrado aquí, así que sentí que este sería el lugar lógico adonde
acudir”.
El oficinista se siente algo molesto por la intromisión. Continúa es­
cribiendo y contesta distraídamente, “Es cierto en verdad que estoy
muy ocupado. Sin embargo, si me haces tu pregunta, trataré de
contestarte”.
“Pero, ésa es precisamente la dificultad”, le digo, con tristeza. “Si
sólo supiese la pregunta probablemente podría hallar la respuesta yo
misma. Pero no tengo la más remota idea de cuál sea la pregunta. De
hecho, ese es realmente el problema”.
“Me temo que no puedo ayudarte, entonces”, dice el oficinista. “La
mayoría de las personas que vienen aquí saben lo que quieren pregun­
tar. Tu problema me suena imposible e incluso un poco insensato. No
sabría dónde o cómo buscarlo”.
“No es fácil, lo sé”, le digo disculpándome, “pero pensé que tal vez
podríamos tratar primero bajo la letra ‘C’ de ‘Conocimiento’. Si usted
tiene la bondad de mostrarme dónde guarda el libro de la ‘C’, trataré
de encontrar la pregunta por mí misma”. [Este es tal vez el presagio del
uso que hace el Curso de conocimiento como sinónimo de Cielo.]
“El conocimiento no se encuentra en un libro”, dice el oficinista, de
modo un tanto pedante. Extiende una mano deformada y amarillenta
hacia el piso, busca torpemente al lado de su taburete, y finalmente le­
vanta un cilindro de cartón gris de aproximadamente medio metro de
largo y unos ocho centímetros de diámetro. Los extremos están sella­
dos con unos discos de cartón. Abre uno de los extremos a medida que
habla.
“Yo guardo el ‘Conocimiento’ en esto”, explica. “Consta de un nú­
mero infinito de diplomas de piel de oveja, enrollados uno dentro del
otro. Sospecho que lo que buscas está en algún lugar en medio de esta
cosa, pero tendrás que desprender los diplomas uno por uno para poder
hallarlo. Puesto que el número de diplomas es infinito, es obvio queja-
más podrías llegar al centro. Por lo tanto, lo mejor sería que ni te
molestaras en comenzar”.
A medida que él habla, cruza por mi mente el retrato de un objeto
pesado, en forma de huso de unos ocho centímetros de largo y un cen­
tímetro de ancho, parecido a una plomada de pescar.
“¡O sí, ahí es donde está!”, exclamo, muy emocionada. “Pero no
hay necesidad de que nos desvíen los diplomas. Todo lo que tenemos

79
Capítulo 3 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS - A

que hacer es sacudir el contenedor y lo que sea que esté en el centro del
mismo saldrá con facilidad”.
El oficinista se disgusta con esto. Aparta el cilindro a distancia se­
gura de mi ávida mano y dice, a modo de censura, “No puedo permitir
esos métodos de investigación no ortodoxos. No, lo siento mucho pero
el conocimiento no te ayudará”.
El regresa el cilindro al piso y se aleja de mí con desaprobación. Yo
me siento decepcionada y un poco castigada, pero después de una
breve pausa decido tratar de nuevo.
“¿Quizás podríamos tratar bajo la ‘I’ de ‘Información’?” sugiero,
esperanzada.
“Información meramente da números telefónicos”, dice el ofici­
nista. “No hay posibilidad de que eso pudiese ayudarte”.
“¿O tal vez la ‘P’ de ‘procacidad’ [i.e. lascivia u obscenidad]?”,
pregunto, desesperada pero aún persistente.
“Permíteme recordarte, jovencita, que la investigación se realiza
debidamente sólo con una mente abierta y libre de prejuicios”, dice el
oficinista, severamente. “Tal palabra es indicativa de un prejuicio
emocional muy fuerte. Este no tiene lugar en tu investigación”.
“Lo siento mucho”, digo en forma contrita, retrocediendo un poco.
“Yo sólo pensé que tal vez,—” me interrumpo, y luego digo, esta vez
más bien con violencia, “¿Cómo vería bajo la ‘S’ de ‘Salomé’?”
Esta vez el oficinista está realmente enfadado.
“Ahora estás diciendo puras tonterías”, dice él bruscamente. “Yo
no tengo tiempo para sandeces y te sugiero que te marches”.
La ira del oficinista me asusta y trato de calmarlo para que recobre
un grado razonable de cordialidad.
“Por favor, no se enfade conmigo”, le suplico. “Realmente no lo
quise decir. Simplemente se me salió. Mire, para que vea;—lo olvidaré
todo si usted lo prefiere. Quizás eso sea lo mejor, después de todo”.
“Ciertamente sería más atinado”, dice el oficinista, secamente.
Luego, al ver que todavía yo estaba muy renuente a irme, añade, firme­
mente. “Bien, entonces, adiós”.
Me vuelvo obedientemente hacia la puerta. El enojo del oficinista y
la brusquedad con que me ha despachado me han hecho sentir profunda­
mente incómoda. Además, toda la entrevista ha sido terriblemente
decepcionante. El oficinista no me ha ayudado. Además ha puesto muy
en claro que mi problema, que nunca le interesó mucho, ahora no le in­
cumbe en lo absoluto. No hay una razón real para sospechar que él me
ayudaría aun cuando quisiera hacerlo. Y sin embargo persiste el senti­
miento de que de algún modo él podría ayudarme enormemente, si tan
sólo quisiera. Temo encolerizarlo más al no aceptar mi despedida, pero

80
Los sueños

también estoy renuente a permitir que el asunto termine con una nota
tan poco satisfactoria. Sigo rondando la puerta con inseguridad por un
rato, cambiando de un pie al otro tristemente. Luego regreso al salón
muy suavemente de puntillas. Al principio el oficinista finge que no
me ha visto. Al fin mueve los hombros con resignación, y dice con for­
zada paciencia, “¿Todavía aquí, eh?”
“Me temo que sí”, digo en voz muy baja. “Sé que soy una terrible
molestia, pero me preguntaba si usted me diría qué está haciendo,—es
decir, si no le importa mucho”, añado rápidamente.
“Estoy llevando cuentas”, dice el oficinista, brevemente.
“¿Las cuentas de quién?”, le pregunto, con avidez, complacida de
que siquiera me haya contestado.
“Las de todo el mundo”, responde el oficinista.
“No entiendo eso”, digo yo. “¿Podría tener la bondad de explicármelo?”
El oficinista suspira. “Supongo que no tendré paz hasta que lo
haga”, dice él cansadamente. “Muy bien, pues”; en este libro mayor
hay una página de cuentas para todos los que viven, y todas sus accio­
nes se registran aquí. Siempre que alguien muere, yo trazo una línea
debajo del último registro, sumo todas las cantidades, y obtengo un to­
tal. Este total se lo paso a las Autoridades pertinentes”.
“Ya veo”, digo, muy interesada. “Quiere decir que usted decide
quién ha sido bueno o malo, y cosas así”.
“Por vida mía, no”, responde el oficinista. “Yo simplemente regis­
tro los hechos. Bueno y malo no tiene ningún significado para mí. Eso
puede interesarle a las Autoridades, por supuesto. Yo no sabría. No es
mi departamento”.
“Estaba pensando”, digo, hablando en tono casual. “Es decir,
bueno, ¿cómo diría usted que luce mi página?”
“No lo sabría aún”, responde el oficinista sin mucho interés. “Tu
cuenta no se ha cerrado aún”.
“Lo sé, pero ya debe haber algunas cifras en ella. Yo estaba como
que preguntándome ¿cómo lo ve hasta ahora. ¿Cree usted que cuadrará
bien?”, pregunto, ansiosamente.
“Yo jamás me aventuro a especular”, replica el oficinista. “En mi
trabajo sería una pérdida de tiempo. Una y otra vez he visto a una per­
sona decidirse súbitamente a hacer algo muy inesperado,—algo que
cambia el cuadro total de sus cuentas. Es bastante probable que no lo
haga hasta el último minuto. Por lo tanto, he desistido de especular de
antemano. Y más tarde, por supuesto, ya no es necesario adivinar. Te
diré una cosa, no obstante”, dice, girando repentinamente hacia mí y
hablando con un énfasis no acostumbrado, “tu cuenta final se determi­
nará en gran medida por lo que decidas hacer con ese calzador”.

81
Capítulo 3 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MIL A GROS- A

“¡Calzador!”, grito asombrada. “¿Qué calzador? No tengo idea al­


guna acerca de lo que usted está hablando”.
El oficinista me mira directamente.
“Creo que lo sabes”, dice, muy calmadamente. “O, sí, creo que lo
sabes. Sin embargo”, prosigue, y su voz regresa a su anterior tono ca­
sual, “a mi no me importa de una manera u otra. Me pareció caritativo
mencionarlo, puesto que tengo la idea de que no te das cuenta de su im­
portancia. En cuanto a mi, registraré debidamente tu decisión cuando
la tomes y ahí terminará mi interés en el asunto. Y ahora, si me discul­
pas, proseguiré con mi labor de llevar los libros, después de esta larga
y más bien fútil interrupción. Adiós nuevamente”.
Esta vez yo también le digo adiós.
Recuerden que el sueño ocurrió en 1945, alrededor de trece años
antes de que Helen conociese a Bill, y veinte años antes del discurso
de Bill “Tiene que haber una manera mejor”, el cual, como veremos
más adelante, fue el estímulo externo para que Helen fuese la escriba
de Un curso de milagros. Si bien Helen, Bill y yo jamás pudimos
descifrar el simbolismo del calzador, nos parecía como si de algún
modo se refiriese a la decisión de Helen de unirse con Bill, así como,
en otro nivel, a su decisión de no utilizar erróneamente su habilidad
como escriba que se expresaría en la visión “Dios Es” que se describe
más adelante en el Capítulo 5. (Yo personalmente traté, en vano, de es­
tablecer conexiones entre el calzador y el rollo de pergamino en esta
visión, para lo cual exploré toda clase de asociaciones hebreas, y otras
también.) Sin embargo, la “cuenta final” de Helen me pareció
saldada—al fin—pues sus decisiones con respecto a Bill y a Un curso
de milagros sí reconciliaron al final su “cuenta” con Jesús, quien pudo
entonces traerla amorosamente a Casa.

82
Capítulo 4

EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS-B


(ca. 1950-1964)

Psicología - Centro Médico Presbiteriano Columbia

Helen ingresó al programa doctoral en psicología clinica de la


Facultad de Educación de la Universidad de Nueva York a principios
de los años cincuenta, destacó en sus estudios, y terminó como la pri­
mera en su clase. El éxito de Helen fue mucho más sorprendente de­
bido a su fobia contra la lectura. Uno podría casi haberla llamado una
analfabeta funcional, como yo solía bromear con ella, debido a esta fo­
bia. Retomaré a esta increíble capacidad para aprender, especialmente
dado este impedimento psicológico, en el Capítulo 6.
La dificultad de Helen en la escuela estaba compuesta, por otra
parte, por una ansiedad de escritora que rayaba en lo extremo, lo cual
hacía que las tareas escritas fuesen muy difíciles. Aquí recurro nueva­
mente a la autobiografía de Helen para un relato de los acontecimien­
tos correspondientes a este período de tiempo.
Como estudiante de licenciatura me las había ingeniado para escribir
muy pocos trabajos, conformándome con una nota inferior o con leer
un libro extra; cualquier cosa para evitar escribir los trabajos. En el
posgrado los escribía y reescribía cualquier número de veces, y nece­
sitaba la reafirmación de Louis para cada nueva versión. Después que
los había entregado, me preocupaba incesantemente hasta que me los
devolvían. Siempre estaba segura de que había escrito algo terrible­
mente estúpido, y de que el profesor se reiría de mí cuando lo leyera.
Siempre obtenía buenas notas y comentarios favorables, lo cual no era
sorprendente en vista de cuán duro había trabajado. No me sentía se­
gura, y en cada ocasión tenía la certeza de un desastre.
Esta experiencia de extrema ansiedad sobre la calidad de su trabajo
escrito surgió nuevamente, como veremos, a medida que su trabajo
como escriba de Un curso de milagros progresaba. A propósito, los
comentarios de Helen aquí fueron excesivamente modestos. Tengo en
mi poder dos trabajos de fin de trimestre que ella escribió—
“Conceptos psicoanalíticos de un ‘Ser Real’” y “Conceptos psicoana-
líticos del ‘conflicto básico’”—los cuales le fueron devueltos por su

83
Capítulo 4 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS - B

profesor Dr. William Rockwell con los siguientes comentarios sobre cada
trabajo respectivamente:
Apreciada señora Schucman—Una de las satisfacciones de estar dedi­
cado a la actividad docente es la de ser testigo de cómo un estudiante
se esfuerza y alcanza, una meta en la consecución y síntesis de su pen­
samiento que es incondicionalmente admirable. Este trabajo es tan
bueno que vacilo al utilizar adjetivos de uso corriente para describirlo.
¡Felicitaciones por un excelente trabajo! ¿Qué tal si lo publica? Creo
que lo amerita. Comentémoslo algún día.
Apreciada señora Schucman—No sé si usted ha experimentado alguna
vez el orgullo y la dicha que embarga a un maestro ante una excelente
obra realizada por un estudiante. Así me siento ahora. Este es un tra­
bajo extremadamente bueno.
Otro profesor también leyó este segundo trabajo, y escribió:
Si es que puedo añadir mis comentarios también, sólo me gustaría de­
cirle el gran placer que ha sido en verdad leer su trabajo. Usted tiene la
clase de mente hacia la cual uno sólo puede tener la más profunda ad­
miración y el más profundo respeto.
El interés profesional de Helen era la investigación y los niños con
retraso mental, una población siempre muy allegada a Helen. En ver­
dad, los retrasados mentales eran probablemente el único grupo acerca
de quienes yo jamás escuché a Helen pronunciar una palabra de crítica
o poco amable. Al graduarse en 1957, una propuesta de subvención ba­
sada en su estudio doctoral—“Un estudio sobre la capacidad de apren­
dizaje de los niños con severo retraso mental”—le fue aprobada para
provisión de fondos por una agencia federal la cual no le había dado
fondos a la universidad desde hacía más de treinta años. El proyecto
resultó bien y la directora del Departamento le ofreció un puesto como
maestra en la universidad, basado en el acuerdo de que ella habría de
someter propuestas de investigación adicionales, una actividad en la
cual Helen era experta.
El éxito de la carrera profesional de Helen parecía asegurado, y ella
tuvo visiones de ser la directora de un gran Departamento de investi­
gación. El lanzamiento adecuado de esta carrera sólo esperaba la casi
segura aprobación de sus más recientes solicitudes de subvención. El
día que las estaban considerando, el nivel de ansiedad de Helen era su­
perior a su acostumbrado alto nivel, por lo cual ella se fue a dar un

84
Psicología - Centro Médico Presbiteriano Columbio

paseo en un intento por calmar sus nervios y distraer sus pensamientos.


Para su gran sorpresa, esta “atea” racional se encontró en un Iglesia
católica,
y para mi aún mayor sorpresa encendí una vela y oré por la aprobación
de mis propuestas de subvención. Quizás pensé que era un buen mo­
mento para darle a Dios una oportunidad más debido a que estaba tan
desesperada. No estaba preparada, sin embargo, a darle opción alguna
en cuanto al resultado. Quería que me aprobasen fondos para más pro­
puestas, y eso no tenía vuelta de hoja. Incluso antes de terminar de
hacer mi petición yo sabía cuál iba a ser el desenlace. Era como si me
estuviesen diciendo que el departamento en el que yo estaba era el lu­
gar equivocado para mí y que no me habría de quedar allí. Las
subvenciones no llegarían y yo tendría que buscar un trabajo en otro
lugar. Esto era totalmente inaceptable para mí [Helen me dijo más ade­
lante que ella le había informado a Dios que su petición era “no
negociable”: ella quería que se aceptasen esas propuestas de subven­
ción] y salí de la Iglesia con mucha ira.
Helen sabía que había perdido la “batalla” y que no se saldría con la
suya. Y ciertamente cuando regresó a su casa aquella noche se enteró de
que las propuestas habían sido rechazadas, y dejaban un hueco en su
vida profesional que William Thetfordy el Centro Médico Presbiteriano
Columbia llenarían dentro de poco tiempo. No creo que el ego de Helen
jamás olvidase (ni perdonase) esta afrenta a su propia importancia. En
palabras de Un curso de milagros, Helen siempre prefería tener razón
más bien que ser feliz (T-29.VII. 1:9); y ella proseguía esta actitud con
agravantes, al elegir ultimadamente, como veremos, sacrificar su felici­
dad y paz mental en sus intentos egoístas por mantener control sobre su
vida y excluir a Dios.
Ahora Helen estaba desempleada, y no hizo nada durante varias se­
manas excepto tomarse progresivamente deprimida y colérica.
Continuaba lamentándome de cuán desdichada me sentía sin un empleo,
pero no hacía nada por encontrar uno. Realmente, había establecido ex­
celentes conexiones profesionales, y probablemente sólo tenía que
llamar a unos cuantos amigos. Sentía, sin embargo, que en realidad ellos
me debían llamar a mí, aun cuando ellos no sabían que yo estaba dispo­
nible. Finalmente reconocí lo poco razonable de mi posición. Me serené,
hice una lista de personas a quienes podía llamar, y comencé a hacerlo a
la mañana siguiente. Había estado trabajando en un área altamente espe­
cializada, y en la cual se necesitaba mucho personas con adiestramiento

85
Capítulo 4 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS - B

y experiencia. La primera persona a quien llamé [Harold Michal-Smith]


me dio una lista de contactos muy prometedores.
Inmediatamente después de la llamada de Helen, William Thetford,
quien había llegado al Centro Médico recientemente, también llamó a
Michael-Smith, y le preguntó si conocía a algún psicólogo investigador
bueno para un proyecto en el Centro Médico Presbiteriano Colombia.
Helen estaba a punto de hacer la primera llamada en la lista que había
recibido, cuando Michal-Smith la volvió a llamar y le dijo enfática­
mente que se olvidara de la lista que él le había dado:
“Llama a William Thetford ahora mismo. El es el director del
Departamento de Psicología en el Hospital Presbiteriano. Aquí está su
número. Y cuando lo localices, asegúrate de decirle que yo dije que él
te está buscando”.
Helen no quería trabajar particularmente en un ambiente médico, ni
la descripción del trabajo sonaba muy atrayente. Sin embargo, debido
a la “sorpresiva urgencia” de Michal-Smith ella le hizo su primera lla­
mada al doctor Thetford, y se concertó una cita.
Al entrar a su oficina unos dias después hice el primero de una serie de
comentarios que yo misma no entendía, y al cual le presté muy poca aten­
ción en ese momento.
“Y ahí está”, dije para mis adentros. “El es a quien tengo que ayudar”.
Yo habría de hacer un comentario algo similar unos días más tarde,
después de que Bill y yo nos habíamos conocido un poco mejor. Fue otra
de esas cosas raras sin relación alguna que de algún modo comenzaron a
irrumpir en mi consciente sin que tuviesen conexión alguna con mi vida
presente. Por un breve intervalo me parecía que estaba en algún otro lu­
gar. diciendo, como si respondiese a una llamada silenciosa pero urgente,
“Por supuesto que iré, Padre. El está atascado y necesita ayuda. Además,
¡sólo será durante tan poco tiempo!” La situación tenía algo de la calidad
de una memoria medio-olvidada, y yo sólo era consciente de estar en un
lugar muy feliz. No tenía idea de a quién le estaba hablando, pero de al­
guna manera sabia que estaba haciendo un compromiso definitivo que no
rompería. El comentario real, sin embargo, tenía poco significado para
mi igual que el anterior en la oficina de Bill durante nuestra primera
reunión.
Esta “memoria medio-olvidada” se puede entender como la breve
conciencia que Helen tenía de otro nivel de su mente, en el cual ella
había estado de acuerdo (“un compromiso definitivo”) con aceptar su

86
Psicología - Centro Médico Presbiteriano Columbio

función como la portadora de luz, para Bill así como para el mundo.
Este “otro nivel de su mente” es el hogar del Ser sacerdotisa de Helen,
la cual estaba en constante comunicación con Dios.
El trabajo “no valía mucho”, sin título ni salario impresionante.
Mas Helen lo aceptó, ostensiblemente por las razones de que el Cen­
tro Médico Presbiteriano Columbia era una institución de prestigio,
ella tendría tiempo para dedicarse a una consultoría en el Instituto
Shield para niños con retraso mental, una organización que ella que­
ría mucho, y de que habría fondos disponibles para proyectos espe­
ciales que ella pudiese iniciar. En retrospectiva, sin embargo, Helen
escribió:
En vista de los últimos acontecimientos, sin embargo, parece probable
que en realidad yo no tuve mucha opción en el asunto. Era ahí donde
se suponía que yo estuviese.
El puesto, sin embargo, resultó ser incluso mucho peor de lo que
Helen había imaginado.
El trabajo era realmente espantoso. El hospital no proveía espacio
para el proyecto y se hacía cada vez más claro que el “nivel más alto”
lo consideraba más como un riesgo que como una ventaja. Cuando al
fin se ubicó en un apartamento cercano yo me instalé en el trabajo
más tedioso y en la situación más difícil de mi vida profesional. El
trabajo era más que rutinario; en realidad era opresivo. Además, se
llevaba a cabo en una atmósfera de sospecha y competitividad a la
cual no había sido expuesta previamente. Al conocer mejor a Bill me
enteré de que había serías dificultades en todo el departamento,
donde los fondos así como la armonía interpersonal escaseaban
depresivamente.
Al crecer la amistad de Helen y Bill, Helen se enteró de que Bill,
al igual que ella, había terminado en el Centro Médico Presbiteriano
Columbia en cierto modo para su propia sorpresa. El había estado
previamente en el Centro Médico de la Universidad de Comell al
otro lado de Manhattan, donde trabajaba bajo la dirección de Harold
Wolff, el notable pionero en el estudio de la medicina psicosomá-
tica. En una reunión profesional, a Bill se le acercó un colega a
quien él apenas conocía, quien insistió en que él metiera una solici­
tud para el puesto de director de un programa de formación predoc­
toral en psicología clínica, así como el de director del Departamento

87
Capitulo 4 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS-B

de Psicología en el Hospital Presbiteriano. Bill no estaba intere­


sado25, puesto que en ese momento se sentía complacido de perma­
necer en Comell. Sin embargo, estuvo de acuerdo al menos en
acudir a una entrevista. Aún sin interés en el cambio, Bill hizo lo que
consideró una petición irrazonable; a saber, que lo nombrasen pro­
fesor asociado. Algún tiempo después, para su sorpresa, a Bill le
concedieron su petición. Así que en febrero de 1958 Bill se convir­
tió en profesor asociado de psicología médica en el Departamento
de Psiquiatría. (Más tarde lo ascendieron a profesor de planta. Helen
entró como profesora asistente, y más tarde fue ascendida a profe­
sora asociada.)
Al igual que Helen, Bill había tenido una cuota más que suficiente
de dificultades en su vida en el mundo, a pesar de su rápido adelanto
profesional. En palabras de Helen:
Cuando yo llegué unos meses más tarde no cabía duda alguna de
que Bill necesitaba ayuda. Se veía demacrado, y necesitaba imperiosa­
mente a alguien con quien hablar. La suya era una asignación
inesperadamente difícil.
Así pues, por una parte Helen y Bill obviamente fueron unidos,
como si ambos reconociesen en otro nivel un propósito mayor al sim­
plemente profesional. Helen sentía una inesperada devoción para ayu­
dar a Bill a desarrollar el Departamento de Psicología. El esfuerzo de
ellos, dicho sea de paso, aunque exitoso en algunas áreas, fracasó te­
rriblemente en otras puesto que sencillamente no había apoyo para la
psicología en el hospital. Sin embargo, por otra parte
había otra fuente de tensión que nosotros encontrábamos aún más difí­
cil de manejar. Bill y yo éramos realmente el equipo más improbable,
y a pesar de nuestra meta compartida nos exacerbábamos mutuamente
los ya crispados nervios una buena parte del tiempo. ,
Si bien yo no conocía a Helen y a Bill durante este período de
tiempo, mi cercana amistad y asociación con ellos más tarde, no hace
muy difícil el describir, al menos en términos generales, la tremenda
animosidad que existía entre ellos. Esperaré hasta unos capítulos más
adelante para una presentación de algunos de los detalles más infelices,

25. Al menos ese era el recuerdo de Bill. Vea, sin embargo, la págs. 297-98 más ade­
lante, donde en el dictado del Curso a Helen, el relato de Jesús sobre el nombramiento
de Bill difería del de este.

88
Psicología - Centro Médico Presbiteriano Columbio

durante el período en que yo sí estaba presente. Basta por ahora con


afirmar que Helen y Bill probablemente no habrían podido decirse hola
uno al otro por la mañana sin que ello los condujera a mayor fricción y
tensión. Cada uno encontraba al otro básicamente responsable de la in­
felicidad del otro. Helen hasta acusó a Bill, bastante directamente, de
ser responsable de todas las dificultades de ella, incluso desde [antes de
que se conocieran!
Así pues, casi desde el principio, su relación se caracterizaba por
una hostilidad que existía, paradógicamente, en el contexto de una
mutua confianza y apoyo que no encajaba en una explicación psicoló­
gica racional. En algún nivel, la naturaleza ambivalente de esta rela­
ción reflejaba el conflicto con Dios que estaba presente dentro de la
misma Helen. Por otra parte, las dificultades propias que Helen y Bill
tenían el uno con el otro reflejaban la animosidad y la beligerancia que
existía dentro de su departamento y entre este y otros departamentos
del Centro Médico. Así pues, Helen y Bill experimentaban su situa­
ción global como un campo de batalla profesional, una guerra en la
cual ambos eran activos cuando no ávidos participantes.
Incluso en lo físico eran opuestos. Bill era como trece años más
joven que Helen (Helen tenía cuarenta y nueve años cuando ellos se
conocieron, Bill tenía casi treinta y seis años), y era cerca de 30 centí­
metros más alto que Helen. Aun más dispares eran sus personalidades.
Bill tendía a ser tranquilamente de hablar pausado, mientras que Helen
era bastante asertiva y a veces solía ser abrasiva. La ira de Bill casi
siempre era canalizada a través de medios pasivos, mientras que Helen
era directa cuando no fuertemente agresiva a veces. Solían discutir du­
rante todo el día, y luego por la noche solían pasar a menudo una hora
más o menos al teléfono repasando sus mutuas ofensas, cada uno de
ellos desesperadamente convencido de lo correcto que era su propia
posición. Constantemente críticos el uno del otro, sus discusiones pa­
recían interminables.
Sus diferencias de personalidad simplemente avivaban las llamas de
su animosidad. Mientras Helen estaba tomando el Curso, con frecuen­
cia Jesús describía estas diferencias en términos de los respectivos usos
de la negación y la proyección por parte de Helen y de Bill. Retomare­
mos a estos en su debida secuencia. Finalmente, estaba la homosexua­
lidad de Bill. Aunque jamás particularmente activa sexualmente (en
una carta a Bill, Helen una vez se refirió a él como asexual), la falta de

89
Capítulo 4 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS-B

interés sexual de Bill hacia ella era percibido por Helen como algo que
frustraba eficazmente el deseo de ella de controlarlo sexualmente. Al
principio Helen se había sentido atraída por Bill, quien posteriormente
le preguntó retóricamente que con cuántos hombres por quienes ella se
había sentido atraída estaba implicada en el presente. La respuesta por
supuesto fue que con ninguno, y una forma sexual de su intensa rela­
ción obviamente habría interferido con la transmisión de Un curso de
milagros. Helen, a propósito, a pesar de sentirse ocasionalmente atraída
por otros hombres, permaneció fiel a Louis.
Helen describía sus diferencias con Bill de esta manera:
[Bill] había llevado una vida más bien difícil, y cuando yo lo conocí
estaba en un punto muy bajo en su vida personal así como en sus asun­
tos profesionales. El estaba bastante vulnerable a la ansiedad,
deprimido y algo apartado. Sin embargo, mantenía una persistente
chispa de optimismo inherente y la creencia un tanto vacilante de que
había una salida y que él se las arreglaría para encontrarla. En con­
traste, yo estaba ansiosa al punto de la agitación, capaz de ser mordaz,
y trabajaba con una intensidad que Bill encontraba positivamente alar­
mante. Yo trataba de mantener una fachada de esperanza y de certeza
pero el pesimismo y la inseguridad subyacentes estaban muy cerca de
la superficie. Bill y yo abordábamos los problemas del Departamento
y reaccionábamos a la presión en formas muy distintas. Bill era pro­
penso a aislarse cuando percibía una situación como acuciante o
coercitiva, lo cual hacia con frecuencia; direcciones en que su percep­
ción estaba bastante prejuiciada en ese momento. El raras veces
atacaba abiertamente cuando estaba enojado o se sentía irritado, lo cual
le sucedía a menudo, pero era mucho más probable que se tomase pro­
gresivamente reservado y hermético, y luego abiertamente colérico.
Yo, por el contrario, tenía la tendencia a involucrarme excesivamente
y a luego sentirme irremediablemente atrapada y resentida.
Recibía muchas peticiones de ayuda durante ese período, y mi telé­
fono estaba generalmente ocupado toda la noche, a veces hasta muy
tarde. Yo no rehusaba ayudar allí donde podía, aun cuando muchas lla­
madas procedían de personas totalmente extrañas quienes habían
obtenido mi nombre de algún modo. En verdad, generalmente yo era
más compasiva con los extraños y con los recién conocidos que con
aquellos más cercanos a mí, tales como Louis o Bill, hacia quienes
sentía considerable resentimiento. Mi sentido de que abusaban de mí,
el cual había aumentado con los años, comenzó a alcanzar un potencial
explosivo.

90

I
Psicología — Centro Médico Presbiteriano Columbio

La naturaleza perjudicial de su propia relación se reflejaba en sus


relaciones profesionales. El estado del departamento empeoraba y se
llenaba de tensión, en medio de una atmósfera de competencia, disputas
y una ira muy disgregadora. Respecto a su relación con Bill, Helen es­
cribió en su autobiografía:
La relación entre Bill y yo se deterioraba firmemente. Nos habíamos
tomado bastante interdependientes, pero también habíamos desarro­
llado una ira considerable el uno hacia el otro. Nuestros genuinos
intentos de cooperar estaban más que contrabalanceados por nuestros
crecientes resentimientos. Comenzamos a rendir mucho menos en
nuestro trabajo, al tiempo que experimentábamos cada vez más fatiga.
... Se hacía cada vez más evidente que lo mejor que yo podía hacer era
irme. Sin embargo, Bill y yo parecíamos estar atrapados en una rela­
ción de la cual, aunque la odiáramos en muchas formas, no podíamos
escapar.
Esta severa tensión de las relaciones personales y profesionales de
Helen y Bill se convirtió en el ambiente para el repentino viraje que
condujo al comienzo de Un curso de milagros. Como diría el Curso
más adelante, “En la crucifixión radica la redención” (T-26.VII. 17:1),
y dejamos esta redención para el próximo capítulo.

91
Capítulo 5

EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS - C


(1965)

“Tiene que haber otra manera”

Tal como Helen lo registró en su autobiografía, en junio de 1965


tuvo lugar un cambio de lo más inesperado.
Lo que ocurrió después es particularmente difícil de describir, por­
que yo había llegado a un estado mental en el cual una respuesta
positiva de mi parte era singularmente improbable. Sin embargo, hubo
una, y desde ese momento en adelante comenzó un gran cambio.
Algún tiempo antes, Helen y Bill se habían convertido en consulto­
res para un proyecto de investigación interdisciplinario en el Centro
Médico de la Universidad de Comell, donde antes trabajaba Bill. Sus
responsabilidades incluían una reunión semanal de una hora la cual
llegó a convertirse en el epítome de todo lo que andaba mal en sus
vidas personales y profesionales. Las reuniones se caracterizaban por
la misma maledicencia cuando no competitividad e ira a las cuales
ellos estaban acostumbrados en su propio Centro Médico, sin mencio­
nar la de su propia relación. Helen y Bill odiaban asistir a las reunio­
nes, puesto que se sentían incómodos y con mucha ira, mas creían que
profesionalmente no tenían alternativa.
Así que esta tarde de junio se preparaban una vez más a salir, y se
detuvieron primero en el apartamento de Bill en el lado este de la ciu­
dad. Esta vez, sin embargo, su perenne discusión negativa tomó un
giro distinto.
[Bill] tenía algo en mente, pero parecía bastante desconcertado y en­
contraba difícil abordar el tema En verdad, intentó comenzar varias
veces sin éxito alguno. Por fin respiró profundamente, se ruborizó un
poco, y pronunció un discurso. Le resultó difícil, me dijo más tarde,
porque las palabras sonaban trilladas y sentimentales incluso cuando
las pronunciaba. Tampoco esperaba una respuesta particularmente fa­
vorable de mi parte. Sin embargo, dijo lo que sintió que debía decir.
Había estado pensando las cosas y había concluido que ellos estaban
utilizando el enfoque equivocado. “Tiene", dijo, “que haber otra
manera". Nuestras actitudes se habían tomado tan negativas que no

93
Capítulo 5 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS-C

podíamos resolver nada. El había decidido, por lo tanto, tratar de mirar


las cosas de manera distinta. [La cursiva es mía]
Bill propuso, bastante especificamente, probar el nuevo enfoque
ese día en la reunión de investigación. No se iba a enfadar y estaba de­
terminado a no atacar. Iba a buscar un lado constructivo en lo que las
personas dijesen e hiciesen, y no se iba a centrar en las faltas ni a seña­
lar errores. Iba a cooperar más bien que a competir. Obviamente
habíamos tomado el camino equivocado y era tiempo de tomar una
nueva dirección. Fue un discurso largo para Bill, y se expresó con in­
usitado énfasis. No cabía duda de que estaba hablando muy en serio.
Cuando terminó esperaba mi respuesta con evidente incomodidad. No
importa la reacción que él pudiera haber esperado, ciertamente no fue
la que obtuvo. Yo me paré de pronto y le dije a Bill con genuina con­
vicción que él tenia perfecta razón, y que me uniría a él en este nuevo
enfoque.
Podría decirse verdaderamente que el nacimiento de Un curso de
milagros ocurrió aquella tarde de junio en el apartamento de Bill. En
la unión de Helen y Bill para encontrar esa otra manera, un ejemplo de
lo que el Curso llamó posteriormente un “instante santo”, se encuentra
un radiante ejemplo de un milagro: “El más santo de todos los lugares
de la tierra es aquel donde un viejo odio se ha convertido en un amor
presente” (T-26.EX.6:1). Los resultados no se evidenciaron inmediata­
mente, pero sin embargo, ciertos cambios, internos y externos, sí co­
menzaron a manifestarse.
Ninguno de nosotros dos logró mucho en la reunión esa tarde aun­
que ambos nos esforzamos. Ni puedo decir con veracidad que siquiera
hayamos tenido éxito ahora, tantos años más tarde. Puedo decir, sin
embargo, que hemos seguido tratando, y que tampoco hemos fraca­
sado totalmente. Muchas cosas inesperadas han sucedido desde
entonces. Mencionaré algunos de los cambios más basados en hechos
que se efectuaron primero, porque es comparativamente fácil hablar de
estas cosas. Las experiencias de otra índole [las intemas], de las cuales
ha habido un número considerable [vea más adelante] resultarán más
difíciles de describir. Muchas de las palabras que necesitaría para des­
cribirlas no se han inventado aún.
Los hechos son sencillos. El clima total del Departamento gra­
dualmente cambiaba para bien. Bill trabajaba particularmente duro
en esto, determinado a convertir las hostilidades en amistades al per­
cibir las relaciones de manera distinta. Requería gran esfuerzo de su
parte, pero finalmente sí tuvo éxito. Las tensiones disminuyeron y los

94
"Tiene que haber otra manera”

antagonismos se desvanecieron. La gente no indicada se marchó,


aunque en términos amigables, y los indicados llegaron casi de inme­
diato. Una nueva y segura posición se abrió para mí. Aunque
nuestros esfuerzos eran incongruentes a veces y a menudo medio
desganados, hay poca duda de que mostraban resultados. Con el
tiempo el Departamento funcionaba sin trabas, de manera relajada y
eficiente. Mientras tanto yo me sentí inclinada a retomar mis amista­
des anteriores las cuales se habían roto por una u otra razón. En
algunos casos esto resultaba muy difícil, especialmente cuando la
ruptura había estado acompañada por una marcada hostilidad, y yo
había sentido que me habían tratado injustamente en el curso de la
misma. En un caso vacilé durante más de un año. Mas reconocía va­
gamente que estos pasos reparatorios eran esenciales. Parecían ser
parte de un período de preparación obligatorio.
A medida que la situación departamental mejoraba, Bill volvió su
atención hacia el mejoramiento de sus propias relaciones sociales tam­
bién. Ambos sentíamos que esto era crucial. En su mayor parte
tuvimos éxito con estos intentos. Teníamos mayor dificultad con nues­
tra propia relación. Tratábamos de ser tolerantes y comprensivos el uno
con el otro, especialmente desde que nos habíamos aventurado en un
nuevo enfoque el cual obviamente debía extenderse hasta nosotros
mismos, y el cual había probado que valía la pena.
Sin embargo, aunque estábamos cada vez más dispuestos a recono­
cer nuestra impaciencia y falta de apreciación del uno hacia el otro, y
sí logramos progresos significativos en estos aspectos, continuábamos
experimentando mutuos exabruptos de antagonismo, algunas veces
por razones triviales y otras veces sin ninguna razón. Esto nos pertur­
baba mucho, pues ambos nos dábamos cuenta de que esto era un serio
impedimento para la cooperación y el verdadero progreso, y de que
tendríamos que superarlo.
Como veremos más adelante, en cualquier clase de nivel observa­
ble Helen y Bill jamás tuvieron éxito en sanar su propia relación. Si
dijese cosa alguna diría que, a excepción del período que comenzó
ahora, su relación externa parecía empeorar con el tiempo.
Concurrente con los cambios que Helen y Bill luchaban por aplicar
conscientemente a sus relaciones, una serie de experiencias pura­
mente internas comenzaron también para Helen. Era casi como si
Helen hubiese estado esperando durante toda su vida que Bill pronun­
ciase su discurso de “Tiene que haber otra manera”. Este pareció ser­
vir para actuar como un estímulo que desencadenara una larga serie

95
Capítulo 5 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS-C

de experiencias internas que se pueden categorizar variadamente


como visiones, sueños, imaginación exaltada y de lo psíquico.
Fue mientras tratábamos de poner en orden las cosas entre nosotros
que comenzó otro tipo de experiencia. Parecería algo un poco más
plausible si para introducir esto mencionase una característica mía la
cual he tenido desde que tengo memoria. Cuando cerraba los ojos a
menudo solia ver cuadros mentales muy claros. Eran tan parte de mi
propia conciencia mental que pensé que le ocurría a todo el mundo.
Los cuadros podían ser de cualquier cosa, una mujer con un perro, ár­
boles bajo la lluvia, la vitrina de una zapatería, un bizcocho de
cumpleaños con las velas encendidas, un tramo de escaleras que des­
cendían por el lado de un despeñadero. A veces podía reconocer que
parte del cuadro se relacionaba con algo que había visto realmente,
pero aun entonces había detalles que yo sabía que no habían estado ahí
originalmente. La mayoría de los cuadros no parecían estar asociados
con nada. Algunas otras imágenes las identificaba como mis propios
cuadros imaginarios de cómo iba a lucir alguien a quien yo vería, o
cómo se vería un lugar el cual yo iba a visitar. Los cuadros de esta clase
raras veces resultaban adecuados, pero aun así surgían en mi mente en
relación con las personas o los lugares que originalmente los
suscitaban.
Los cuadros eran particularmente definidos justo antes de que me
quedase dormida, pero a menudo era consciente de imágenes visuales
muy claras durante el día aun cuando mis ojos estaban abiertos, mien­
tras hablaba con alguien más y hasta cuando estaba sola. De hecho, los
cuadros casi parecían representar las palabras o pensamientos como
símbolos correspondientes a un nivel de conciencia diferente pero re­
lacionado. Podían aparecer virtualmente en cualquier momento. No
intemimpían o perturbaban siquiera mis actividades públicas en modo
alguno. Era como si hubiese una actividad mental constante ocu­
rriendo en el trasfondo que podría traerse al primer plano en el
momento en que yo eligiese notarlo. Durante años los cuadros habían
sido inmóviles y en blanco y negro, y eran muy parecidos a una serie
de “vistas fijas”, a menudo sin ninguna relación o progresión. A me­
dida que nuestra “aventura en cooperación” continuaba, sin embargo,
los cuadros empezaron a tomar color y movimiento, y poco después
aparecían con frecuencia en secuencias significativas. Así, también,
mis sueños, los cuales continuaban con temas comenzados antes de
que yo me durmiese o con imágenes de sueños de la noche anterior.

96
‘‘Tiene que haber otra manera ”

Durante el período de cuatro meses que precedió la escritura de


Un curso de milagros, tres “líneas más o menos distintas y secuenciales”
de visiones e imágenes oníricas llegaron hasta la “asombrada concien­
cia” de Helen. Ella las observaba como si estuviese viendo una película,
y por lo tanto se experimentaba a sí misma más como una observadora
que como una participante en esta experiencia. Esto era así incluso
cuando ella, como era el caso a menudo, se contemplaba a sí misma. Era
como si una parte de su yo estuviese observando a la otra.
Tal vez podría llamársele a todas material de sueños, puesto que todas
tenían lugar cuando mis ojos estaban cerrados, bien fuese por un breve
lapso o mientras dormía. Partes de ellas me llegaban durante mis inten­
tos de “meditar”, un proceso que Bill estaba convencido nos seria de
utilidad, pero el cual yo no entendía y encontraba vagamente atemori­
zante. Bill, sin embargo, estaba leyendo libros sobre el tema, y yo oía
sus ávidos relatos con alguna irritación. No sentía que nuestro acuerdo
de probar un nuevo enfoque a los problemas justificaba el penetrar en
áreas “de chifladuras”. Yo había creído durante algún tiempo que la to­
lerancia es un prerrequisito para la salud mental, y que también tendía
a evitar úlceras y a reducir la presión sanguínea. Sin embargo, las cosas
como la PES (percepción extra sensorial), los platillos voladores, los
espíritus de otro mundo y el misticismo indio eran otra cosa. En cuanto
al tema de Dios, me había convertido en una agnóstica inquieta.
Por sobre una resistencia considerable, finalmente leí un poco so­
bre la meditación, y bajo ninguna circunstancia me sentía optimista en
cuanto a sus posibilidades. Mas sentía que al cerrar los ojos unos mi­
nutos varias veces al día probablemente me sentiría descansada,
cuando menos, puesto que generalmente me sentía bastante tensa e in­
clinada a la hipertensión. Además, el entusiasmo de Bill me resultaba
algo contagioso así como agravante, y convinimos en probarlo por
unos minutos juntos durante el día, y también en continuar separada­
mente por las mañanas cuando despertásemos, y antes de acostamos
por la noche. Fue durante estos momentos que las primeras secuencias
de cuadros comenzaron.
Aquí, pues, está el propio relato de Helen sobre estas experiencias,
las cuales comienzan con la visión de la sacerdotisa parcialmente citada
en el Capítulo 1. Las experiencias se traslapan entre sí de algún modo,
pero Helen las presentó separadamente en tres series para efectos de
claridad, como lo hago yo aquí. Reflejan un lado bastante diferente de

97
Capítulo 5 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS-C

Helen, y esta primera experiencia en particular refleja el Ser más allá de


lo personal que yo mencioné en el prefacio de este libro.

Serie 1

La primera de las series comenzó con una figura femenina irreco­


nocida, pesadamente ataviada y de rodillas con la cabeza inclinada.
Pesadas cadenas se enroscaban alrededor de sus muñecas y tobillos.
Un fuego se elevaba a lo alto por sobre su cabeza desde un brasero de
metal grande que estaba cerca de ella en un trípode bajo. Ella parecía
ser algún tipo de sacerdotisa, el fuego parecía estar asociado con un an­
tiguo rito religioso. Esta figura venía a mí casi a diario por varias
semanas, cada vez con un cambio notable. Las cadenas comenzaron a
desprenderse y ella comenzó a levantar la cabeza. Al fin se puso de pie
muy lentamente, con sólo un corto, inconexo pedazo de cadena aún
atado a su muñeca izquierda. El fuego llameaba con un brillo inusitado
al ponerse ella de pie.
Yo estaba muy poco preparada para la intensidad de mi reacción
emocional hacia ella. Cuando alzó los ojos por primera vez y me con­
templó yo estaba terriblemente asustada. Estaba segura de que ella
estaría muy airada y esperaba que sus ojos estarían repletos de conde­
nación y desdén. Mantuve la cabeza volteada las primeras dos o tres
veces que la vi después que se hubiese levantado, pero finalmente me
decidí a mirarla directamente a la cara. Cuando lo hice, rompí en
llanto. Su rostro era amable y lleno de compasión, y sus ojos estaban
más allá de toda descripción. La mejor palabra que pude hallar para
describírselos a Bill fue “inocentes”. Ella jamás había visto lo que yo
temía que encontrase en mí. No sabía nada con respecto a mí que me­
reciese condenación. Mas ella sabía muchas cosas que yo jamás había
conocido, o al menos había olvidado totalmente. La amaba tanto que
literalmente caí de rodillas ante ella. Luego traté inútilmente de unirme
con ella mientras permanecía frente a mí, bien fuera deslizándome ha­
cia su lado o atrayéndola hacia el mío. Noté que aún tenía unos cuantos
eslabones en ambas muñecas. Ese, sentí yo, era probablemente el
problema.
Mis próximas reacciones fueron más extrañas aún. De pronto me
sentí inundada por un sentimiento de dicha tan grande que apenas po­
día respirar. En voz alta pregunté, “¿Esto significa que yo puedo
recobrar mi función?”. La respuesta, silenciosa pero perfectamente
clara, fue, “¡Por supuesto!” Al oírlo comencé a danzar alrededor del
salón en una intensa oleada de felicidad como jamás había sentido

98
"Tiene que haber otra manera "

antes. No habría creído que fuese posible experimentar tanta felicidad


como la que esa respuesta había traído consigo, y por un momento se­
guía repitiendo, “¡Cuán maravilloso! ¡O, cuán maravilloso!” Parecía
que no había duda alguna de que había una parte de mí que yo no
conocía, pero la cual entendía exactamente lo que esto significaba. Era
una conciencia extrañamente dividida, de una clase que habría de tor­
narse progresivamente familiar.
La sacerdotisa surge aún de vez en cuando [escrito aproximada­
mente en 1971; yo no tengo conciencia de que Helen la experimentase
como un símbolo visual después de esa vez], pero jamás he podido
identificarme completamente con ella todavía. Siempre que la veo, no
obstante, me siento fuertemente impulsada a tratar. Quizás tenga éxito
cuando Bill y yo hayamos arreglado nuestra relación de una vez por to­
das. Después de todo, ella aún usa un pedacito de cadena alrededor de
su muñeca, aunque me parece que la misma se está achicando.
Esta visión es interesante por varias razones, aparte de la más obvia
de que Helen experimentase la inocencia de Cristo, tan distinta de la
indigna percepción que ella, al igual que nosotros, abrigaba de sí
misma. Esta experiencia también refleja la percepción consciente que
tuvo Helen de dos yos: inocencia y culpa, la sacerdotisa y el yo egoísta.
La sacerdotisa fue de ese modo un símbolo extremadamente impor­
tante para Helen, y la identificación con ella llegó a representar la meta
de Helen de recordar su inocencia eterna. La aparente incapacidad de
Helen para unirse con esta inocencia en sí misma, reflejaba la incapa­
cidad en su vida de perdonar a Bill conscientemente, excepto en los
raros momentos que discutiremos más adelante. Y sin embargo, el
final feliz de la visión ciertamente sí refleja el perdón, apuntando hacia
el Ser sacerdotisa de Helen con el cual concluiré este libro. Una visión
posterior la cual contiene un antiguo pergamino encontrado en una
cueva refleja este mismo perdón, y por eso pospondremos cualquier
discusión adicional hasta entonces.

Serie II

La segunda serie, igual que la primera, le llegó a Helen en “breves


atisbos más bien como ensoñaciones y a veces en sueños mientras dor­
mía”. Los cuadros incluían a Bill en lo que parecería haber sido situa­
ciones de vidas pasadas. No es necesario, sin embargo, que el lector
crea en la reencarnación (vea M-24, por ejemplo). En un nivel, Helen

99
Capítulo 5 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS-C

no se permitía a sí misma creer en ella, aunque sus cartas a Bill de este


período desmienten su acostumbrada aserción de que no creía en ello.
Sea como fuere, el tema la hacía sentir muy incómoda. Pero por lo
menos diría que, las distintas imágenes sí reflejan simbólicamente el
carácter muy ambivalente de la relación de Bill y Helen.
Nosotros [Helen y Bill] aparecíamos unidos en varias relaciones, aun­
que la cronología real era bastante confusa. Situaciones que parecían
ser bastante antiguas a menudo aparecían después de algunas casi con­
temporáneas. Muchos de los episodios me parecían esencialmente
alegóricos incluso en ese momento. Me vi a mí misma en un bote y re­
maba frenéticamente pero no llegaba a ningún lugar. Al mirar en
derredor, identifiqué el lugar como Venecia y el bote como una gón­
dola. Muy cerca un hombre alto y delgado, el cual me recordaba
mucho a Bill, estaba casualmente apoyado en un poste de madera con
unas franjas el cual sobresalía del agua. Sus brazos estaban cruzados
sobre su pecho, y me observaba con fingida seriedad. Me convencía
más y más de que era Bill cuando noté sus ojos. Estaba vestido como
un gondolero con relucientes lentejuelas esparcidas sobre la camisa. Ni
se movía ni hablaba. Entonces noté que la góndola estaba atada al mue­
lle con una pesada soga. Era una situación tonta; yo me estaba
esforzando mucho para lograr lo imposible. Bill no decía nada aún,
pero era evidente que consideraba mis esfuerzos como divertidos. No
se ofreció a ayudarme, aunque su sonrisa no carecía de bondad.
Los sucesos siguientes en la serie son bastante vagos. Bill se con­
virtió en un torero con un atuendo espectacular, dorado de la cabeza a
los pies, y había la vaga impresión de un redondel al fondo. Luego apa­
reció como un médico brujo con plumas alrededor de los tobillos y de
las muñecas, vestido con una falda de paja y usando un imponente to­
cado de plumas brillantes y joyas relucientes. Yo usaba un sencillo
traje confeccionado con tela hecha en casa. Ambos éramos negros. Es­
tábamos de pie uno frente al otro en un claro de una espesa jungla, y
parecía que yo había acudido a él en busca de ayuda. El respondía a mi
petición con un baile raro, acompañado de gritos muy altos en un len­
guaje que yo no entendía. Al principio creí que esto me ayudaría, y
brevemente experimenté una sensación de alivio. Luego me dio miedo
y le pedía que se detuviese. El no parecía escucharme a través de un
crecientemente alto golpear de los rudos instrumentos de madera que
sostenía y el fuerte golpear de tambores en el trasfondo. Me escapé si­
gilosamente del lugar aterrada, con las manos sobre los oídos en un
frenético esfuerzo por no escuchar el ruido. Estaba ahora en un estado
de terror, y no miraba hacia atrás. No hubo conclusión.

100
“Tiene que haber otra manera”

El siguiente episodio que nos incluía a Bill y a mí parecía un cuento


dentro de un cuento. Un tema en particular llevó cerca de una semana
antes de que llegase a su desoladora conclusión. Estaba muy claro. Yo
era una sacerdotisa en lo que parecía un templo egipcio, aunque yo te­
nía la idea de que era mucho más antiguo. Enormes estatuas de piedra
estaban vagamente perfiladas a lo largo de los lados y de la parte de
atrás del edificio. Estas [obviamente, las estatuas eran de figuras] esta­
ban sentadas rígidamente erectas, con los brazos adheridos a los
costados y las manos apretadas sobre las rodillas. No podía definirlas
bien porque el interior del templo estaba tenuemente iluminado. In­
cluso en la media luz yo podía ver que el templo era enorme y en
extremo imponente. Aunque el templo completo parecía ser magní­
fico, el altar, la única parte del templo que estaba brillantemente
alumbrada, era particularmente espléndido. Una luz refulgente brillaba
sobre el mismo desde una fuente que yo no podía identificar. Joyas
magníficas brillaban en derredor del mismo, y sus suaves superficies
de piedra pulida reflejaban la luz como espejos. Como la gran sacerdo­
tisa yo estaba elaboradamente ataviada, y usaba una pesada corona con
joyas incrustadas en la cual faltaba la gran piedra del centro.
En la escena “inicial”, yo estaba de pie ante el altar inclinada sobre
Bill, quien yacía en el suelo casi desnudo. Yo sostenía el asta de una
afilada lanza. Su punta estaba descansando sobre la frente de Bill entre
sus ojos. Entonces surgió una serie extensa de “escenas retrospectivas”
de los acontecimientos que condujeron a esta escena. Había habido una
sublevación de esclavos. Yo estaba a punto de matar a Bill, el líder de
la revuelta, quien se había robado el gran rubí del centro de mi corona.
No era un rubí ordinario. Este le otorgaba al que lo usase poderes má­
gicos. Había que matar al ladrón si estos poderes habían de regresar a
mí, la sacerdotisa salvaje cuya religión era el poder y la esclavitud. Re­
belarse en contra de ella era pedir la muerte.
No puedo dar fe de lo que ocurrió después. Sólo puedo decir que
era totalmente fuera de carácter y completamente inesperado. Yo sen­
tía una furia intensa y unas enormes ansias de venganza al prepararme
para hundir la punta de la lanza en la cabeza de Bill entre sus ojos. El
no parecía estar particularmente atemorizado. Simplemente me miraba
y esperaba. Me preparé, lista para bajar la lanza, y titubeé por sólo un
instante. Sabía que todo había terminado para mí. Bill viviría y yo mo­
riría. Al arrojar la lanza mi muerte era segura. [La cursiva es mía]
En el episodio final, yo estaba de pie sola en el peldaño superior de
una amplia escalera ante una enorme puerta cerrada. Yo estaba fuera
del templo. Mi corona había desaparecido, así como mi magnífica tú­
nica. Estaba usando un traje blanco suelto, manchado a los lados y

101
Capítulo 5 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS-C

desgarrado en el escote. Frente a mi no había nada sino desierto. El


viento soplaba arena seca y caliente contra mi cara, y yo podía ver hue­
sos blanqueados esparcidos en la distancia. Pronto los míos estarían
entre esos. Me maldije amargamente por no haber matado a Bill. Debo
haber estado loca. La ira literalmente me sacudía al bajar lentamente la
escalinata, con la sed mordiendo ya mi garganta y el olor a muerte en
el viento.
El impacto emocional de este último episodio fue intenso y dura­
dero. Sentía la ira mucho después que las imágenes se hubiesen
desvanecido, y más tarde ardía en una furia total mientras le contaba el
relato a Bill durante el almuerzo al día siguiente, particularmente
cuando hablaba del robo del rubí. Era como si todo estuviese suce­
diendo de nuevo. Un cuadro claro como el cristal del rubí, hermoso y
rojo como la sangre, surgió ante mis ojos a medida que hablaba. Y du­
rante un breve periodo la escena se hizo real para mí. Nuevamente me
reprendí con vehemencia por morir por un esclavo rebelde que no era
más que un ladrón común. Apenas podía contener la furia que sentía
contra Bill, quien estaba comprensiblemente perturbado. También lo
estaba yo. La intensidad de mi ira era bastante sorprendente para
ambos.
Cuando Helen y yo discutimos este episodio muchos años más
rde, me sorprendí de encontrar aún remanentes de esta ira específica
a el interior de ella. Me describió un intento anterior de parte de Bill
de ser bondadoso con ella, y ella profirió que era “¡demasiado poco y
demasiado tarde!” Parecía en buena medida un resultado de esta
experiencia el que Helen se sintiese justificada en culpar a Bill, como
mencioné antes, no sólo por los infortunios presentes, sino por todos
los de su pasado también, incluso los casi cuarenta y nueve años que
ella vivió sin conocerlo. El alcance de su ira, sin mencionar su odio,
era verdaderamente alarmante, reminiscente de su experiencia poste­
rior de odio en Londres, descrita en el Capítulo 2.
El tema de “uno o el otro”—“Bill vivirá y yo moriré”—-juega un
papel importante en el sistema de pensamiento del ego, como lo ex­
plicará Un curso de milagros más tarde. Y era un tema muy impor­
tante en la vida de Helen por igual. Llegaba en diferentes formas. Una
forma prominente, a la cual retomaremos, era el que Helen quisiese
ayudar a otros, pero siempre sintiéndolo como un sacrificio, como si
ella estuviese renunciando a algo de sí misma. Otra forma era que re­
sultaba muy difícil para Helen amar a dos personas al mismo tiempo:
psicológicamente una tenía que vivir, la otra tenía que morir. Pares

102
“Tiene que haber otra manera ”

importantes en su vida en los cuales esto se ponía en función fueron


sus padres, su madre y Louis, Louis y Bill, Bill y yo, yo y Louis. En
todos éstos, el amor y la atención de Helen podía expresarse única­
mente a uno de los dos, nunca a los dos simultáneamente. Esta diná­
mica juega un papel importante en la defensa del ego en contra del
Amor de Dios, el cual sólo conoce la aceptación de todos Sus hijos sin
excepción y sin pérdida de ninguna clase para ninguno. / •a C&j-
Pasó un tiempo antes de que Helen pudiese permitir que la próxima
experiencia en las series acudiese a su mente. Ella había estado com­
partiendo estos sucesos intemos con Bill en un nivel diario, y “Era casi
como si tuviésemos que recuperamos un poco antes de proseguir”.
Aunque la siguiente imagen también era negativa en su desenlace, ca­
recía de la intensidad de la anterior.
Bill, un monje franciscano vestido con una túnica marrón y sanda­
lias, recorría de un extremo a otro un corredor arqueado de un
monasterio, inmerso en un libro. El corredor era uno de los cuatro la­
dos que bordeaban un pequeño, bien cuidado prado verde. En el centro
había una hermosa fuente, con pájaros que se bañaban en la pila e hi­
leras de flores alrededor de su base y esparcidas en áreas a través de la
grama. La época era incierta, pero el lugar parecía ser España. Yo iba
caminando despacio por el corredor hacia Bill, vestida de negro opre­
sivo. Mi cara estaba cubierta por un velo, mis ojos miraban hacia
abajo, y mis manos estaban entrelazadas como en señal de oración.
Cuando alcancé a Bill me arrodillé ante él como una penitente y con
mucha humildad le pedí perdón. El no levantó la vista. La ira se apo­
deró de mí, y me levanté y lo acusé de ser un religioso excesivamente
intelectualizado sin corazón. El parecía no escucharme, simplemente
continuaba con su lectura. Sus ojos jamás abandonaron el libro. Me
volví atrás con airada pero inútil frustración. El cuadro se desvaneció
lenta e inconclusamente.
Esta escena es evocadora de mucho de lo que sucedía en la mente
de Helen en relación con Bill; a saber, que él era insensible a las nece­
sidades de ella, y por otra parte, que él no tenía conciencia de su propia
hostilidad pasiva.

Lo que siguió fue un retomo a la imagen de esta sacerdotisa muy


santa, el verdadero Ser de Helen.
La próxima escena, en orden de aparición, era tan antigua que pa­
recía llevarse a cabo en el comienzo mismo del tiempo. Yo era una

103
Capítulo 5 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS-C

sacerdotisa nuevamente, pero de una clase muy distinta. Esta sacerdo­


tisa era, en verdad, muy parecida a la de los ojos inocentes la cual yo
había visto emerger de pesadas cadenas a la libertad. Si bien yo estaba
segura de que la sacerdotisa era yo misma, de algún modo no estaba
aunada con ella, tal como no pude identificarme completamente con
la semejanza previa de ella. Ella estaba escondida del mundo en un
blanco templo de marfil, ubicado en un valle muy amplio y verde. Yo
no estaba segura de que su cuerpo fuese enteramente sólido. Real­
mente lo que yo veía era poco más que un boceto de una diminuta,
delgada mujer ataviada de blanco, quien jamás penetró en el mundo
más allá del dintel de la puerta de un pequeño salón, el cual contenía
un sencillo altar de madera adyacente a la pared más lejana. Una pe­
queña llama ardía sobre el mismo, enviando hacia arriba una pequeña
y constante columna de humo blanco. La sacerdotisa permanecía cerca
del altar, sentada sobre un banco de madera de poca altura, orando con
los ojos cerrados por aquellos que acudían a ella en busca de ayuda.
[La cursiva es mía]
Hubo varios episodios en esta serie. Algunas veces yo sólo veía el
valle verde fuera del templo. A veces parecía que no había nadie allí,
pero en otras ocasiones el valle se llenaba con una columna humana de
gente que marchaban juntos alegremente en filas que parecían exten­
derse en ambas direcciones. Yo podía sentir un profundo sentido de
libertad y unidad en cada uno al ir marchando hacia una victoria
segura.
No estaba segura del papel exacto que la sacerdotisa tenía en la fe­
licidad de ellos, pero sabía que sus oraciones de algún modo hacían
una contribución vital. También estaba segura de que gente de todas
partes acudía a ella en busca de ayuda; algunos, de hecho, desde muy
lejos. Ellos, sin embargo, no hablaban con la sacerdotisa directamente.
Se anodillaban uno a uno en el saliente que bordeaba una pared baja
que separaba las partes interna y externa del templo, al tiempo que le
planteaban sus necesidades a un hombre que parecía una especie de in­
termediario entre la sacerdotisa y el mundo. El permanecía en el
espacio adjunto entre la sacerdotisa y aquellos que venían en busca de
ayuda. El hombre le comunicaba a ella las necesidades de ellos.
El jugaba un papel crucial en permitir que la sacerdotisa cumpliera
su función, y yo insistí mucho tiempo en que él no era Bill, aunque a
la larga llegué a reconocer que probablemente era él [en una visión
posterior de la misma sacerdotisa, el hombre era Jesús; vea más ade­
lante págs. 267-68], Era alto y delgado, pero yo no podía ver su rostro
claramente. Cuando la gente le decía lo que necesitaba, él iba a la
puerta de su salón y le decía: “Sacerdotisa, un hermano ha venido a tu

104
“Tiene que haber otra manera ”

santuario. Sánalo por mí”. Ella jamás preguntaba por el nombre de na­
die, ni por los detalles de su petición. Simplemente oraba por él,
sentada muy calladamente junto a la llama en el altar. Jamás se le
ocurrió que la ayuda no sería concedida. Oraba por todos en la misma
forma, y jamás abandonó realmente el lado de Dios, al permanecer
apaciblemente segura de Su presencia allí en el salón con ella. Jamás
se adentró en el mundo, y estaba muy tranquila y muy feliz. Estaba tan
cerca de Dios que siempre era consciente de El. Yo estaba segura de
que ella era yo misma, y sin embargo no estaba segura. Lo cierto era
que yo la observaba con gran amor. [La cursiva es mía]
Las oraciones en cursiva reflejan nuevamente el reconoci­
miento de Helen de que la sacerdotisa era ella misma, y sin embargo
al mismo tiempo no era capaz de identificarse con la sacerdotisa. La
imagen de otro mundo de la sacerdotisa—“Yo no estaba segura de que
su cuerpo fuese enteramente sólido”; “Ella jamás entró en el mundo”;
el hecho de que ella estuviese “oculta del mundo” en un templo intemo
en el cual la gente no podía penetrar excepto a través de un interme­
diario—sugiere que su Ser no estaba realmente aquí, sino que perma­
necía totalmente aunado con el Amor de Dios. Así pues, ella “nunca
partió realmente del lado de Dios, y permanecía pacíficamente segura
de Su presencia allí en el salón con ella.... Estaba tan cerca de Dios
que siempre tenía conciencia de El”. Esto reflejaba el estado mental
que posteriormente Un curso de milagros llamaría el “mundo real”,
que hemos mencionado antes.
Finalmente, la oración de la sacerdotisa anticipa el primer principio
de los milagros con el cual comienza el Curso, de que no hay orden de
dificultad entre ellos (T-l. 1.1:1). Oraba por toda la gente “en la misma
forma” y “nunca preguntaba el nombre de nadie, ni los detalles de su
petición”, y “jamás se le ocurrió que la ayuda no sería concedida”.
Para Helen, la sacerdotisa era verdaderamente la persona más santa del
mundo, y la experiencia que Helen tuvo de ella era el recordatorio de
que ella era esa Persona (Ser) también. Una experiencia paralela en el
contenido, aunque no en la forma, es descrita por Helen en una carta a
Bill, la cual se presentará en el Capítulo 6. Esta visión incluía una co­
rona de laurel (la cual representaba el yo de Helen) la cual desaparecía
en la luz.

105
Capítulo 5 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS - C

El siguiente episodio retomó a Helen a la tierra, como quien dice, y


al “más usual” antagonismo entre ella y Bill, esta vez con Helen en el
papel de victimaría y Bill en el de víctima.
El siguiente episodio fue un contraste dramático. Bill y yo éramos
esclavos en lo que parecía ser los Estados Unidos a mediados del siglo
diecinueve. Estábamos casados, pero yo mostraba bastante desprecio
hacia él. Era mucho mayor que yo, mucho más obscuro en el color de
su piel y profundamente religioso en lo que yo consideraba como una
forma muy tonta. No veía justificación alguna para su pueril confianza
en Dios. Tenia una confianza en mí igualmente ingenua, y por esto al
menos yo sabía que él no tenía razón. La historia real no estaba clara,
pero yo infería vagamente parte de lo que estaba sucediendo. Yo era
bella, de apariencia casi blanca, y completamente amoral. Los hom­
bres blancos se prendaban de mí, y yo me prestaba de no mala gana a
devolver favores. Me las había arreglado para hacer un trato mediante
el cual yo ganaría la libertad y desaparecería de la escena con la ayuda
de mis “amigos” blancos. Bill tendría que quedarse atrás, un hecho que
no me producía preocupación alguna. Sentía que estaba muy por en­
cima de él; mejor educada, mucho más atractiva, y bastante más
sofisticada. No aguantaba sus tontas nociones religiosas. Le oculté mis
planes hasta el último momento. Luego disfrutaba hablándole de los
mismos. El no me condenaba ni intentaba interferir. Le di la espalda y
me alejé con enfado. Pero recuerdo la tristeza en sus ojos.
Esta segunda serie terminó, muy inesperadamente dados los cua­
dros anteriores, con una “nota de logro y hasta de gloria”. La caracte­
rística en estos episodios de cambios rápidos de una dimensión a otra,
dicho sea de paso, también se encontraba en su experiencia cotidiana
“normal”, como expondré en un capitulo posterior.
Me encontraba en un amplio salón en el piso superior del edificio
de una Iglesia. Bill, sentado ante un gran órgano anticuado de Iglesia,
estaba tocando el “Coro Aleluya” de Handel, su rostro radiante de di­
cha. Finalmente habíamos logrado nuestra meta. Yo estaba de pie en la
parte posterior del salón, frente a un sencillo altar de madera color ma­
rrón sobre el cual había escritas dos palabras una arriba de la otra. No
puedo imaginar un par de palabras menos apropiado. La palabra supe­
rior era “Elohim”, la cual no reconocí en el momento. Más tarde
descubrí que es la palabra hebrea para Dios. La otra palabra, “Evoe”,
reconocí que era el grito de las bacantes griegas, las mujeres que fes­
tejaban en los ritos de Baco.

106

I
“Tiene que haber otra manera"

Mientras lo contemplaba, un rayo dentado procedente de la parte


posterior del salón cayó sobre el altar y borró totalmente la segunda pa­
labra. Unicamente “Elohim” permaneció, con sus brillantes letras
doradas resaltando en austera sencillez contra el fondo marrón del al­
tar. La música alcanzó un crescendo y una figura delineada en brillante
luz salió de tras del altar y se acercó a mí. Al reconocer que se trataba
de Jesús comencé a arrodillarme pero él se dirigió hacia el lugar donde
yo estaba y se arrodilló a mi lado ante el altar, diciendo, “Preferiría
arrodillarme ante tu altar que tenerte arrodillada ante el mío”. Bill se
levantó del órgano y se arrodilló al otro lado de él. Y entonces una Voz,
con la cual habría de familiarizarme progresivamente, dijo silenciosa
e inequívocamente, “Ese altar está dentro de ti”. El impacto fue tan in­
tenso que rompí a llorar y no recobré mi compostura durante algún
tiempo.
Esta visión estaba entre las más poderosas y significativas de la
vida de Helen, y reflejaba el retomo a su más profundo Ser al ella
haber elegido, irrevocablemente, desprenderse de su ego (simbolizado
por la palabra “Evoe”). Al tomar la decisión a favor de Dios, sólo Su
memoria permanecería en la mente de ella. El efecto inmediato de esa
elección, como se experimentó en este mundo, fue el unirse con Jesús
y con Bill lo cual constituyó el punto culminante de esta visión. El de­
cidirse por Dios vino a través de su unión con Jesús, quien representa
al Ser sacerdotisa en Helen, la inocencia de Cristo. Esto le permitió a
ella entonces unirse a Bill, quien es percibido ahora como la imagen
de la inocencia de Helen, proyectada desde su mente. Esta inocencia
vino a ser simbolizada más adelante en el Curso por la imagen de “la
faz de Cristo”. Bill era la lección especial de aprendizaje de Helen, y
al perdonarle los pecados que percibía en él, ella estaría perdonando
los suyos propios. Así pues, al fin sería capaz de recordar su verdadero
Ser. El mensaje culminante de la Voz interior del Espíritu Santo—“Ese
altar está dentro de ti”—significaba por supuesto que la visión extema
simplemente reflejaba el altar intemo de su mente, donde se hizo la
elección.
Cuando en el verano de 1974 yo me mudé a un apartamento a una
cuadra de distancia de Helen, hice arreglos para que le construyeran el
altar Elohim a ella, exactamente con las especificaciones de la visión,
tanto en tamaño como en color. Donde había estado la palabra “Evoe”,
hice que le pintasen una estrella dorada. En Un curso de milagros la
estrella es un símbolo de Cristo, la presencia de Dios llena de luz la

107
Capítulo 5 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS-C

cual se nos revela a través del perdón y del deshacimiento del ego. Para
Helen, una estrella dorada era aún más específicamente un símbolo
profundamente significativo de Jesús. Puesto que yo sabía la impor­
tancia que esta visión tenía para ella, pensé que tener un altar en mi
apartamento, donde pasaríamos juntos una cantidad considerable de
tiempo, seria significativo para ella. Louis ciertamente jamás lo
hubiese querido en el apartamento de ellos, y yo no estoy seguro de
que Helen lo hubiese querido tampoco.
El altar estaba ubicado frente a mi sofá-cama donde solíamos orar
juntos a menudo, y Helen y yo pasábamos muchas horas en presencia
de este. Helen me decía que a veces ella solía despertar a media noche,
pensar en el altar en mi apartamento, y sentir que del mismo salía una
atracción muy fuerte hacia ella. Ella experimentaba esta atracción bas­
tante directamente como el Amor de Dios, no muy distinto de las ex­
periencias de amor en el subterráneo o al sur de Francia. También yo
le pedí que escribiese un poema para el altar cuando me mudé a mi
apartamento, y ella bondadosamente me complació con estas dos her­
mosas estrofas:
Dedicatoria a un altar
Son los templos donde los santos altares de Dios están,
Y El ha puesto un altar en cada Hijo
Que creó. Rindamos culto aquí
En acción de gracias pues lo que El da a uno
A todos da, y jamás toma nada.
Pues ya Su Voluntad por siempre hecha está.
Son los templos donde un hermano acude a orar
Y a descansar un poco. Quienquiera que sea él,
Trae consigo una lámpara encendida para mostrar
Que el rostro de mi salvador reside allí para que lo vea yo
Sobre el altar, y recuerde a Dios.
Hermano mío, ven y rinde culto aquí conmigo.
{The Gifts ofGod [¿05 regalos de Dios], pág. 93)

Serie 111

La serie final de cuadros fue más larga que las demás, y tenía una
trama, por así decirlo. A lo largo de la secuencia aparecía una figura
masculina de tiempo en tiempo, siempre en un papel de ayudar. Al

108
"Tiene que haber otra manera”

principio Helen no lo reconocía, luego pensó que quizás era Bill. Pero
con el tiempo ella “estaba segura de que realmente era Jesús, una con­
clusión acompañada de gran asombro e incluso conmoción”. En algún
punto más tarde cuando Helen estaba relatándole uno de los episodios
a Bill, él le preguntó que a quién se parecía Jesús, y ella le respondió:
“Es gracioso, pero se parece mucho a ti”. Esto les parecía sorprendente
a los dos, y aún más adelante cuando Helen le preguntó a Jesús acerca
de ello, escuchó: “¿A quién más esperabas que me pareciera?”. La
serie básicamente relata el propio viaje interno de Helen, y su agitada
aunque pacífica conclusión. El “relato” comenzó
mientras estaba vagando a orillas de un lago, y me acercaba a un bote
grande abandonado que yacía sobre un costado, con una puerta que
conducía a la cabina abierta de par en par. El bote estaba atado con so­
gas muy gruesas a un ancla de metal sumergida profundamente en el
barro que cubría la mayor parte del bote también, aparentemente impi­
diendo su rescate. Obviamente había sido abandonado años atrás. De
algún modo sabía que se suponía que yo lo pusiese a funcionar de
nuevo, aunque rescatarlo parecía casi imposible.
Sabía que no podía liberar el bote sin ayuda pero no obstante me
sentía impulsada a tratar. Inútilmente halaba las sogas con fuerza, las
cuales eran tan pesadas que apenas podía levantarlas. Además el barro
era tan resbaloso que hacía que me cayese. Clamé por ayuda, aunque
sabía que no había probabilidad de que alguien me oyera en un lugar
tan desierto. Cruzó por mi mente que tal vez podría telefonear pidiendo
ayuda, pero esto tampoco parecía posible puesto que no había casas en
derredor. Era una situación frustrante. Me di cuenta de la importancia
de liberar el bote pero también tenía conciencia de mi total incapacidad
para hacerlo. Y luego me llegó la respuesta. Había estado actuando de
manera equivocada.
“Dentro del bote hay un aparato emisor y receptor muy poderoso”,
decía la Voz interior. “No lo han usado durante mucho tiempo pero aún
funciona. Y esa es la única forma en que lograrás echar a caminar el
bote de nuevo”.
El primer episodio terminó ahí.
Varias cosas más bien confusas sucedieron luego. Un Hombre26 sa­
lió de algún lugar, y juntos conseguimos sacar el ancla del lodo,
enderezar el bote y finalmente lanzarlo al agua. Entonces comenzó a

26. Como se discutirá más adelante (vea pág. 389), la preferencia personal de Helen
era escribir con letra mayúscula los nombres y pronombres relacionados con Jesús,
aunque esta práctica no se sigue en Un curso de milagros.

109
Capitulo 5 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS - C

moverse, aunque el ancla arrestaba un poco al principio. El bote ganó


impulso, sin embargo, y parecía embarcarse en un curso muy definido,
casi con un poder propio. No tenia idea de adonde iba, pero aparente­
mente no era necesario que lo supiese. El Hombre lo sabía. Eso bastaba.
Después que el bote seguía su curso por un rato el agua comenzó a
ponerse brava y yo empezaba a sentir miedo. Afortunadamente el
Hombre estaba en el bote, ataviado para el peligro con un impermeable
amarillo, casco y botas. Esta vez lo identifiqué como Jesús. Yo estaba
llevando el timón con inseguridad cuando él llegó, y me quitó el timón
de la mano.
“Vete a sentar allá”, me dijo firmemente pero no sin bondad. “Ha­
brá mal tiempo durante un rato. Te sacaré de esto y luego puedes llevar
el timón de nuevo”.
Yo no estaba ni sorprendida ni particularmente impresionada. In­
cluso parecía haber estado esperándolo. Me senté inquieta en un banco
a lo largo de un costado del bote.
“Si crees que va a haber dificultad”, dije tímidamente, “tal vez de­
bamos utilizar ese aparato emisor y receptor que está en el bote y pedir
más ayuda”.
“Nos mantendremos alejados de eso”, dijo el Hombre, rápida y aún
más firmemente. “Aún no estás lista. Simplemente te meterías en difi­
cultades. Cuando estés lista para utilizarlo, te lo diré. Mientras tanto,
no te preocupes. Lo lograremos, todo bien”.
Yo observaba mientras el Hombre timoneaba el bote a través de un
pasaje muy estrecho en el cual la corriente era sorpresivamente fuerte.
Una tormenta rugía violentamente alrededor de nosotros. La lluvia
caía a raudales de un cielo negro, y olas enormes se alzaban por encima
de los costados del bote y caían con fuerza sobre la cubierta. Con gran
extrañeza, yo ni siquiera me mojaba. Gradualmente la tormenta
amainó, el bote emergió en aguas tranquilas, y encontré la rueda del ti­
món nuevamente en mis manos. “Puedes hacerte cargo, ahora”, dijo él.
“Yo vigilaré”.
El Hombre, todavía Jesús, se había quitado el impermeable, y es­
taba holgazaneando cómodamente en pantalones cortos y una camisa
de verano de cuello abierto. El tiempo se había tomado cálido y so­
leado, el agua serena y el bote era fácil de timonear. Estábamos juntos
de pie al volante y conversando. Noté que usaba una cadena de oro al­
rededor del cuello, con un pequeño símbolo poco familiar que colgaba
de la misma. Pensé que tal vez sería una letra griega. Luego recordé
algo.
“Yo tengo uno como ese”, dije, mirando el símbolo. “De hecho, lo
estoy usando en este momento”.

110
Tiene que haber otra manera "

“Yo lo sé”, respondió el Hombre, sonriendo.


“Lo único es que”, añadí, “el mío va del otro lado”.
“También sé eso”, dijo el Hombre, sonriendo aún. “A propósito,
este también es tuyo igual que el que estás usando. “Te lo guardaré un
tiempo más, sin embargo, pero prometo que te lo entregaré cuando lo
puedas usar y te sea de utilidad”.
Los dos símbolos, imágenes exactas el uno del otro, estaban tan
claras en mi mente que las copié más tarde. Una iba de izquierda a de­
recha y la otra de derecha a izquierda. Por lo demás eran idénticas.
Algún tiempo después me encontré con un amigo que había sido un
erudito hebreo, y le pregunté si los reconocía. Al principio estaba inse­
guro, pero finalmente reconoció los símbolos. “¡Por supuesto!” dijo él,
“el símbolo del milagro del reverso”. Tuvo que explicarme que cuando
Moisés bajó del Monte Sinaí donde Dios le dio los diez mandamientos,
las palabras se podían leer correctamente lo mismo por el anverso que
por el reverso de las tablas, aun cuando esto no era posible por medios
ordinarios.
Una explicación adicional aunque paralela, la cual yo le propor­
cioné a Helen cuando ella me hizo el relato y dibujó los dos símbolos,
fue que cuando se unían, los símbolos trazaban el contomo de las dos
tablas. Las tablas, conjuntamente con los diez mandamientos, repre­
sentaban el pacto de Dios con el pueblo judío. Yo sentía que en la vi­
sión de Helen los dos símbolos representaban el pacto que ella y Jesús
se habían hecho mutuamente de anotar Un curso de milagros. Los sím­
bolos se asemejaban bastante a la letra hebrea “resh” (“r” en inglés), y
la “resh” invertida. He aquí cómo lucían, con la resh a la derecha:

El relato de Helen continúa:


Mis reacciones a esta información eran curiosamente mixtas. Por una
parte estaba encantada y profundamente impresionada. Por otra parte,
sin embargo, me sentía irritada y hasta con ira. Seria más adecuado de­
cir que estaba atemorizada. Aún encontraba difícil de creer que mis
cuadros fuesen más que intentos irreales de que se cumplieran mis de­
seos, y me las ingenié para de algún modo descartar mucho de lo que
ya había visto y oído sobre el particular. No me gustaba este tipo de

111
Capitulo 5 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS - C

cosa, y me resultaba difícil darle crédito. Esto, sin embargo, era más
difícil de justificar fácilmente con explicaciones.
Quizás file mi incomodidad lo que detuvo el resto de la serie
durante algún tiempo, y cuando el próximo episodio sí apareció tomó
la forma de un sueño. De la manera característica de un sueño, el bote
se convirtió en un automóvil. Yo iba al volante cruzando un puente con
mucho tránsito. Quería hacer un viraje a la derecha pero me encontraba
en el canil equivocado y otro carro estaba obstruyendo mi camino.
Ambos estábamos atrapados, con automóviles al frente y detrás. La si­
tuación era un gran embotellamiento de tránsito. Aparentemente, no
habia manera posible de que yo pudiese hacer el viraje, aun cuando era
esencial que lo hiciese.
“Si trato de virar me estrellaré contra el automóvil que está al lado
mió”, pensé, “y si este dobla hacia la derecha no voy a tener tiempo su­
ficiente de hacer el viraje a la derecha antes de que el espacio se llene
y quede atrapada otra vez”.
Me sentía muy molesta con esto, y seguía tratando de pensar en for­
mas de hacer el viraje. Pero todas eran inadecuadas, la mayoría
desastrosas, y una o dos podrían resultar fatales. Y entonces me llegó
la solución.
“Lo haremos juntos”, pensé, felizmente. “No habrá dificultad al­
guna”. Y así nuestros dos automóviles hicieron juntos el viraje a la
derecha. “Es gracioso que jamás lo pensara antes”, me dije a mí misma
a medida que el cuadro se desvanecía.
La próxima vez me encontraba sola en el bote, consciente aún de
haber hecho el viraje a la derecha. El bote se movía fácilmente y con
lentitud a lo largo de un lindo canal estrecho. El paisaje era bastante
hernioso y muy apacible. El canal estaba bordeado por hermosos árbo­
les y verdes prados adornados en la orilla con riberas floreadas, y sólo
había brisa suficiente para ayudar a que el bote se desplazase.
“Me pregunto si habrá un tesoro enterrado aquí”, pensé para mis
adentros, ensoñadoramente. “No me sorprendería que lo hubiese. Es
justo el lugar para ello”. Entonces noté un palo largo con un gancho en
la punta, el cual yacía en el fondo del bote. “Justo lo que necesito”,
pensé, lanzando el gancho en el agua tranquila y llevando el palo tan
profundamente como me era posible. El gancho capturó algo pesado y
lo levanté con dificultad. Era un antiguo cofre de tesoro, la madera gas­
tada por el agua, pero con los bordes de metal y el candado aún
intactos. El fondo estaba cubierto de algas marinas. Logré subir el co­
fie al bote y lo abrí con gran entusiasmo.
Me sentí amargamente desilusionada. Había esperado un tesoro en­
tenado, probablemente joyas o monedas, pero en el cofre no había

112
“Tiene que haber otra manera ”

nada excepto un gran libro negro. La encuademación era como las


“carpetas de tesis” que se utilizan para guardar temporalmente
manuscritos grandes o trabajos escritos. En el lomo, impreso en oro,
aparecía la palabra “Aesculapius”. Cuando lo busqué encontré que era
el nombre del dios griego de la sanación [Helen lo presenta en su
escritura romana]. Unas noches después vi el libro de nuevo. En esta
ocasión había una hilera de perlas a su alrededor. Ni Bill ni yo teníamos
idea de qué representaba el libro hasta que un día, mucho tiempo des­
pués, de pronto nos dimos cuenta de que la encuademación se parecía
a las carpetas para tesis en las cuales habíamos puesto el manuscrito
original del curso para protegerlo.
Posteriormente Helen me contó una experiencia adicional que tuvo
aún con el “libro”, en un sueño durante este mismo período. Ella es­
taba de pie en la tierra mirando hacia arriba a una cigüeña que estaba
volando sobre el lugar. Ella se preguntaba que había de especial en eso,
y entonces la Voz interior le dijo, “Fíjate en lo que la cigüeña está car­
gando”. Y cuando Helen miró no vio al esperado bebé, sino más bien
el libro negro, esta vez con un cruz dorada en la cubierta. Entonces la
Voz le dijo, “Ese es tu libro”.
Esta importante serie requiere algún comentario, aunque su amplio
significado está claro. El “gran bote abandonado” se puede entender
como el viaje de Expiación que al fin Helen está lista para emprender:
“Obviamente había sido abandonado años atrás. De algún modo sabía
que se suponía que yo lo pusiese a funcionar de nuevo, aunque resca­
tarlo parecía casi imposible”. Mas Helen sabía que ella no podía ha­
cerlo sola; este reconocimiento en sí—una expresión de la “pequeña
dosis de buena voluntad” que Un curso de milagros recalca—la inicia
con éxito en su viaje. Aún ella intenta liberar el bote ella misma pero
comprende la futilidad de sus esfuerzos: “Sabía que no podía liberar el
bote sin ayuda pero no obstante me sentí impulsada a tratar.... Me di
cuenta de la importancia de liberar el bote pero también tenía concien­
cia de mi total incapacidad para hacerlo”.
A Helen se le explica que la única forma de liberar el bote—
comenzar el viaje—era mediante el “aparato emisor y receptor muy
poderoso”. Esto simbolizaba su antigua habilidad de “oír” o de expe­
rimentar una cercanía con Jesús la cual sólo proviene de una decisión
de unirse con el amor. Ella, sin embargo, no estaba lista para utilizarlo
todavía; como se le dijo más tarde en la secuencia: “Simplemente te
meterías en dificultades. Cuando estés lista para usarlo, te lo diré”.

113
Capítulo 5 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS-C

Pero ella fite capaz de permitirle a Jesús liberar el bote: “Juntos


logramos...finalmente lanzarlo al agua”. [La cursiva es mía] Ella no
sabía cuál seria el curso de viaje del bote, pero como Jesús lo sabía, no
era necesario que ella lo entendiese. Por otra parte, él siempre aparecía
cuando se necesitaba ayuda, y su presencia comenzó a parecerle natu­
ral a Helen.
El incidente con los símbolos dorados paralelos, aunque opuestos
el uno al otro, subraya la idea de Helen de unirse con Jesús. Si mi in­
terpretación es correcta (vea las págs. 110-11), su unión tiene como re­
sultado el logro del pacto hecho entre ambos. El episodio de los
automóviles que hacen el viraje juntos, el que Helen se uniera al otro
conductor, refleja entonces su unión con Bill. Al no ver ya sus intere­
ses separados, cuando no antagónicos los de uno a los del otro, ella se
da cuenta felizmente de la solución: “Lo haremos juntos”. Y así los dos
automóviles hacen el viraje como uno.
El final del viaje ocurre en las tranquilas aguas del canal, cuyas ri­
beras están bordeadas con verdes prados que recuerdan los prados del
Cielo los cuales representan el mundo real, la meta de nuestro viaje
con el Curso. Y allí Helen encuentra su tesoro, no el tesoro del ego,
sino el del amor en su corazón: el manuscrito de Un curso de milagros
que refleja su amor por Jesús, y que es el fruto de que ella se uniese
con él. Repito, una experiencia muy significativa para Helen.

Al no tener interés ni creencia en los fenómenos psíquicos, Helen


encontraba estas series, así como otros cuadros de imágenes que co­
menzaron a aparecer, de lo más desconcertantes. Estas imágenes suge­
rían fuertemente algo a lo cual Helen se refería como “escenas
retrospectivas de mí misma en otros tiempos y en otros lugares”.
Como mencioné antes, una parte de Helen encontraba la idea de la
reencarnación “particularmente repulsiva”, y por lo tanto más adelante
decidió pensar en esto como
estrictamente simbólico; el común cambio de símbolos oníricos muy
familiares para los psicólogos clínicos. Yo los observaba como una
espectadora, aunque casi no me cabía duda de que fuesen represen­
taciones de mí misma.
Era obvio para ella, no obstante, que estaban ocurriendo incidentes que
resultaban difíciles de justificar con explicaciones.

114
Tiene que haber otra manera"

Yo me sentía en tanto conflicto debido a la situación que trataba de no


pensar en ello en absoluto. Todo esto resultaba muy perturbador....
Ellos [los incidentes internos] eran consecuentes, en verdad, y bastante
bien organizados. No obstante, yo creía, o quizás más adecuadamente
esperaba, que fuesen sencillamente imaginarios. De cualquier otro
modo yo me hubiese sentido intensamente asustada.
En retrospectiva, está claro que estas experiencias intemas, al menos
en parte, eran la preparación para lo que vendría luego, incidentes que
serían “verdaderamente difíciles de explicar”.
Louis, el esposo de Helen, encontraba que oír sobre estas experien­
cias le causaba mucha ansiedad, y por eso ella le contaba relativamente
muy poco. Bill, sin embargo, estaba intensamente interesado en todos
estos episodios, y Helen le hacía un relato minucioso según ocurrían.
Además, ciertamente era algo que los implicaba a los dos—-juntos. Al
igual que Helen, Bill no tenía ningún interés previo en, ni conoci­
miento de fenómenos psíquicos. Sin embargo, a medida que estos epi­
sodios se revelaban él comenzó a desarrollar un interés serio, al estar
seguro de que los mismos significaban algo. Comenzó a adquirir y a
leer libros sobre el tema, lo cual fue el inicio de que él acumulase una
biblioteca bastante grande, la cual, a medida que Un curso de milagros
se revelaba, incluía también una impresionante colección de libros
sobre espiritualidad y misticismo, oriental y occidental. Claramente,
Bill adoptó una visión mucho más amplia y de mayor apertura mental
en tomo a los fenómenos paranormales que Helen. El estaba particu­
larmente impresionado con la evidencia que sugería que las mentes
podían alcanzarse unas a otras a través de medios extrasensoriales, y
solía señalarle a Helen que “algunas cosas bastante inusitadas” habían
estado ocurriendo de las cuales claramente no se podía dar una expli­
cación en la forma usual. Helen no podía estar en desacuerdo con eso,
a pesar de su enorme ansiedad.
Poco tiempo después, luego de que la tercera serie de experiencias
intemas terminara, Bill leyó un libro sobre el gran psíquico norteame­
ricano Edgar Cayce, escrito por su hijo Hugh Lynn Cayce. Bill quedó
impresionado y trató de hablar acerca del mismo con Helen, quien ac­
cedió a leerlo, aunque no sin considerable desagrado, a pesar de su
“determinación de permanecer objetiva”. Ella sí encontró que el libro
era interesante, mas al mismo tiempo sentía

115
Capítulo 5 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS - C

aversión por lo que yo consideraba como sus aspectos “fantasmales” y


más increíbles.... Bill estaba realmente impresionado con las lecturas
que hacia Cayce, pero, como me dije a mí misma, él era dado a impre­
sionarse por prácticamente cualquier cosa en esos términos. No me
extrañaba que creyese las cosas muy raras de las que yo le hablaba,
pero eso era diferente.
Los constantes intentos de Bill por interesar a Helen en este campo
siempre se encontraban con una gran oposición. Helen escribió:
Quizás producto de la desesperación, aunque él jamás fue un ateo
como la atea virulenta en la cual yo me había convertido, Bill leyó unos
cuantos libros en lo que yo no vacilaba en describirle a Louis como “el
borde chiflado de la religión”. Cuando Bill hizo una leve referencia a
algo que él había leído sobre la reencarnación, yo estaba segura de que
realmente él se estaba descocando.... Yo rehusaba leer los libros que
él me sugería y tendía a sentirme incómoda y enojada cuando traía a
colación el tema.
Así pues, Helen permanecía
firmemente opuesta a tomar en serio esas cosas extrañas, aun cuando
mi posición podía parecer un tanto incongruente. Yo no lo veía de esa
manera. Me estaban sucediendo cosas que eran difíciles de explicar, y
eso era todo. Ello no justificaba adoptar ningún tipo raro de base extra­
sensorial. La idea de la reencarnación me resultaba particularmente
repugnante. La consideraba disparatada.... También era consciente de
que me hacía sentir muy ansiosa.
Repito, encontraremos aúna Helen completamente distinta en sus car­
tas a Bill las cuales datan de este mismo período. Las cartas, no censu­
radas por sus posteriores preocupaciones literarias o sociales que
afectaron su relato de estas experiencias, muy definitivamente reflejan
su creencia en la reencarnación. Estas cartas son el tema del próximo
capítulo.
Estos “raros” y “disparatados” acontecimientos continuaron ocu­
rriendo, sin embargo, y la próxima serie de cuadros de imágenes co­
menzó al Helen observar
a una delgada, y frágil niña en un opulento salón francés. La época pa­
recía ser a mediados del siglo dieciocho, a juzgar por su traj e. Era todo
blanco, ajustado hasta la cintura y llegaba hasta el piso, con muchos
volantes, lazos y bordes de encaje. Ella estaba tocando un instrumento
musical parecido a un clavicordio en una reunión de damas y

116
“Tiene que haber otra manera ”

caballeros magníficamente vestidos, aparentemente huéspedes en un


espléndido acontecimiento social. La niña tenía a lo sumo dieciocho
años, y obviamente estaba enferma. “Ella es demasiado frágil”, dije
mientras la observaba. “No vivirá un año más. No puede hacer nada
sino desvanecerse. Es un error. Jamás lo logrará”. Un mayordomo es­
pléndidamente vestido se dirigió hacia el frente y cerró las puertas del
salón, más bien en la forma en que alguien bajaría el telón en una es­
cena de teatro. La niña se había ido.
Poco después hubo un cuadro incluso más vago de otra niña, algo
mayor que la primera, la cual estaba tendida en el piso cubierto de paja
de una celda de prisión sin aire. Sus brazos estaban apretadamente ata­
das a su espalda con una soga y sus pies estaban encadenados al piso.
La época parecía ser alrededor de los siglos doce o trece, y el lugar era
desconocido. Podría aún ser Francia, pero esto no era en modo alguno
definitivo. No había ningún relato concluyente relacionado con la niña,
aunque yo tenía la escalofriante sensación de que a ella probablemente
la mataron al final. No tengo idea de por qué.
Cuadros subsiguientes incluian a una monja no siempre cristiana, la
cual aparecía en diferentes épocas y lugares. Los más claros de éstos
tuvieron lugar en Francia, donde la monja era una
mujer mayor, artrítica y amargada, desgastada y enferma por una vida
de severa austeridad, y emocionalmente torcida y estéril. Ella iba ca­
minando por la nave lateral de una Iglesia grande y hermosa,
sorprendentemente reminiscente de la Catedral de Notre Dame en
París. La nave estaba obscura y la vela que la monja sostenía apretada
en la mano derecha casi no era de ninguna ayuda. Mientras caminaba,
pasaba la mano izquierda despacio a lo largo de la pared de piedra gris
como si buscase una puerta o quizás más literalmente una salida. No la
encontraba. Las severas líneas de su cara se hacían más profundas
mientras yo la observaba. “Ella no sabe”, pensé. “Está tratando pero no
sabe”. Sentí aversión debido a su expresión tan austera, pero sentí una
profunda compasión por su causa perdida.
Estas tres infelices imágenes, las cuales ocurrieron todas en Francia,
ciertamente parecerían estar relacionadas con la curiosa ambivalencia
de Helen acerca del país. Ella podía hablar francés de maravilla, y podía
cantar de memoria secciones de la gran ópera de Debussy, Pelleas et
Melisande, y sin embargo, odiaba utilizar esta habilidad. De hecho,
muy raramente escuché a Helen hablar francés en lo más mínimo. Bill
me dijo una vez cómo, cuando ellos asistían a una conferencia interna­
cional de psicología en Francia, Helen rehusó hablar francés en lo más

117
Capítulo 5 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE NULA GROS-C

mínimo, una negativa que puso a estos dos norteamericanos en una de­
cidida desventaja. De hecho, una vez Bill tuvo que literalmente supli­
carle a Helen que usara su francés para ayudarles a salir de un atolladero
práctico, en el cual las personas de quienes ellos necesitaban ayuda no
hablaban inglés en absoluto. Por otra parte, fue mientras estaba en el sur
de Francia que Helen tuvo aquella maravillosa experiencia de amor ex­
tático que se discutió en el Capítulo 1.
La siguiente imagen de la jovencita, la última de esta serie, fue
única. Su inocencia prácticamente no encuentra contraparte alguna en
ninguna de las experiencias de Helen, con la excepción de la sacerdo­
tisa, y obviamente reflejaba a ese Ser que prácticamente no tuvo ex­
presión en su vida.
En sorprendente contraste con aquella austera figura [de la monja
de Notre Dame] había una que recurría a intervalos y que aún cruza por
mi mente de vez en cuando. Esta era la única imagen que seguía retor­
nando de forma completamente inalterada. Este era el cuadro de una
niña que se parecía a mi en muchas formas, aunque no parecía tener
más de dieciséis años. Su cabeza estaba echada ligeramente hacia atrás
en una feliz risa y sus brazos estaban extendidos como en una bienve­
nida universal. Era totalmente dichosa; literalmente incapaz de sentir
pena o dolor. Estaba de pie sobre un prado verde brillante [una vez
más, nótese este símbolo del mundo real] y en su extraordinaria felici­
dad sus pies descalzos apenas parecían tocar la tierra. Estaba vestida
con un traje azul suelto que no evocaba recuerdos de ninguna época ni
de ningún lugar, aunque tenía un aire griego. Sin embargo, ella no tenía
nada que sugiriera realmente el pasado, ni parecía preocuparle en lo
más mínimo el futuro. No creo que considerase el tiempo como lo ha­
cemos nosotros.
Igual que con la sacerdotisa, Helen se reconocía a sí misma en la
inocente jovencita. Colmada de “risa feliz”, estaba “enteramente di­
chosa” y no sabía nada de pena ni de dolor. Por otra parte, tenía una
cualidad intemporal lo cual sugería que no estaba realmente en el
mundo en absoluto, aunque parecía estarlo. Repito, esta era una ima­
gen del Ser más allá del “Cielo y de Helen”.
A medida que estas imágenes continuaban, a Helen le era muy di­
fícil explicarlas y finalmente tuvo que admitir que su mente lógica y
su formación científica no le ofrecían ayuda alguna. Esta concesión
pareció introducir un nivel nuevo de experiencias psíquicas, las cuales

118
Tiene que haber otra manera "

le proveyeron evidencia adicional de que su mente científica estaba se­


veramente limitada en su poder explicativo.
La nueva fase comenzó un día cuando Bill y yo estábamos traba­
jando en un informe de investigación y yo me concentraba en el
aspecto estadístico de la información. De pronto y muy inesperada­
mente solté los papeles y dije, con gran premura, “¡Pronto, Bill! Joe,
tu amigo de Chicago está pensando en el suicidio. Debemos enviarle
un mensaje de inmediato”. Bill se sentó a mi lado mientras yo le en­
viaba un intenso mensaje mental a Joe. Las palabras que utilicé fueron:
“La respuesta es la vida, no la muerte”. Luego, le dije a Bill, “Te
apuesto a que no pasaba nada”, pero estaba equivocada. Bill llamó a su
amigo aquella noche para preguntarle si estaba bien. Joe se alegró de
que lo llamara; él había estado muy deprimido, y realmente había to­
mado un revólver aquella tarde, pero algo lo detuvo. Soltó el revólver.
Era difícil no estar impresionada, particularmente cuando aconteci­
mientos sorpresivos continuaban ocurriendo durante un tiempo. Bill
había salido a una reunión fuera de la ciudad, y a su regreso le describí
el lugar donde se había quedado con lujo de detalles aun cuando yo ja­
más lo había visto. También le dije aparentemente con extraordinaria
precisión varias cosas que habían sucedido allí antes de que él tuviera
oportunidad de hablarme de ellas, aparentemente con extraordinaria
precisión. [En una de ellas] yo habia visto un cuadro claro de él en lo
alto de una escalera, parado allí, vacilante, dando la vuelta, y luego re­
gresando a la planta baja. Bill me dijo que en efecto él había hecho eso.
No había notado donde quedaba el cuarto de baño, y pensó que tal vez
podría estar arriba. Al subir la escalera, sin embargo, vio que sólo había
puertas cerradas y sin letreros en la planta superior, y al sospechar que
tal vez había pasado por alto la puerta en el primer piso, vaciló por un
instante, y luego dio la vuelta para regresar. Más tarde le di una des­
cripción muy detallada de la casa de un amigo en el campo donde él se
quedó durante el fin de semana, incluso los colores de las paredes y los
muebles. Posteriormente aún, cuando se fue de vacaciones a las Islas
Vírgenes le envié un “mensaje mental” en el cual le describí un pren­
dedor con un acabado florentino. Noté por casualidad que eran casi las
diez de la mañana cuando se me ocurrió la idea. A su regreso Bill me
entregó el prendedor. El iba caminando por una calle donde se hacen
compras a eso de las diez de la mañana después de su llegada con un
amigo [Chip] quien también me conocía. Pasaban frente a una joyería.
Bill no quería entrar, pero su amigo prácticamente insistió. El amigo
también escogió un prendedor florentino de oro, y exhortó a Bill a que
lo comprase para mí y le dijo que eso era lo que yo quería.

119
Capítulo 5 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS-C

Helen tenia reacciones ambivalentes a estas experiencias. Una parte


de su mente estaba orgullosa de estas habilidades, incluso se encontraba
disfrutando fantasías de poder y prestigio que estas habilidades le pro­
porcionarían. Pero otra parte de su mente sentía un miedo considerable,
y trataba desesperadamente de justificar con explicaciones los episo­
dios, “llegando a grandes y hasta absurdos extremos” para hacerlo. Esta
ambivalencia de atracción y miedo se hizo más fuerte durante un
tiempo, llevándola a tener pesadillas que no podía recordar. Aunque
Helen no podía recordar el contenido de los sueños, encontraba difícil
el sacar las asociaciones de “brujería y maldad” de su mente.
Mas el orgullo avanzaba al mismo paso que la ansiedad, y aunque sen­
tía un creciente sentido de peligro también experimentaba un
sentimiento concomitante de creciente engreimiento.
Fue mientras Helen estaba en lo que ella misma llamó su “fase má­
gica”, que sucedió algo que contenía una
extraña mezcla de hecho y fantasía pero que también apuntaba hacia
una futura dirección definida. El episodio comenzó con evidentes tin­
tes mágicos, y prosiguió con una nota más religiosa y terminó con una
simple situación de la vida real.
Este episodio, como se verá claro en el relato de Helen, fue una de las
experiencias más significativas que ella y Bill compartieron juntos. Su
“mensaje” proveyó una premonición bien práctica del mensaje del
Curso de unirse a través de compartir los intereses de otro. Como dirá
el manual para maestros más adelante acerca del maestro de Dios:
Sus atributos consisten únicamente en esto: de alguna manera y en al­
gún lugar ha elegido deliberadamente no ver sus propios intereses
como algo aparte de los intereses de los demás (M-l.l:2).
La narración de Helen continúa:
El hospital quería enviamos a Bill y a mí a la Clínica Mayo a estu­
diar sus procedimientos de evaluación psicológica. La noche [9 de
septiembre de 1965] antes de salir, un cuadro tan claro cruzó por mi
mente que me sentí impulsada a llamar a Bill y a describírselo por es­
crito: “Iremos a la Clínica Mayo el día 10. Veremos una Iglesia de
piedra gris con una torre central de un gris ligeramente más obscuro la
cual es muy elevada, y dos mucho más altas, una a cada lado. (Pensé
brevemente que había esferas en las pequeñas cúspides, pero luego
descarté eso como demasiado obviamente fálico. Pero puede ser que

120
Tiene que haber otra manera "

los símbolos no estén implicados, si sólo están ahí). Hay una pequeña
cruz de piedra sobre la cúspide mayor. En la esquina a la izquierda (al
estar frente a la Iglesia) hay un basurero de alambre bajo la luz de la
calle. Al principio pensé que la Iglesia era católica, pero probable­
mente es luterana. La calle que queda detrás de la luz va cuesta arriba
empinadamente. Es un poco torcida. Puede que haya un área de esta­
cionamiento o algún tipo de solar baldío con piedras grises en la
esquina al otro lado de la luz de la calle. Hay pequeñas tiendas por am­
bos lados de la cuesta, pero ninguna a un lado de la Iglesia, ni en frente
de ésta. Creo que tal vez sólo hay yerba y arbustos”.
Los detalles sobresalían con claridad asombrosa. Parecía que yo es­
taba observándolo desde arriba, en un ángulo que sugería que yo
estuviese mirando desde un avión que volaba bajo. El cuadro era tan
claro que me olvidé de tener cautela y le dije a Bill que estaba segura
de que veríamos la Iglesia cuando aterrizáramos en Minnesota al día
siguiente.
Estaba decepcionada y enfadada cuando no vimos nada por el
estilo. Me había puesto en una situación precaria, y me sentía desilu­
sionada y avergonzada. En un intento por restaurar mi autoestima
herida, trataba de sonar mucho más segura de lo que me sentía. Dije,
con gran convicción, que encontraríamos la Iglesia en algún lugar en
el pueblo de Rochester. Era tarde cuando llegamos, estábamos cansa­
dos y teníamos una cita al otro día temprano. En el hotel, busqué un
directorio de Iglesias, y averigüé que había bastantes Iglesias en dife­
rentes partes de la ciudad, y aunque creía que la Iglesia que buscábamos
era luterana, ya no estaba realmente demasiado segura de nada con res­
pecto a esto. Nos fuimos a nuestras habitaciones a tomar una siesta, y
planeamos encontramos para cenar.
No podía dormir. Tenía que encontrar esa Iglesia. Se había conver­
tido en algo atrozmente importante para mí. Tomamos un taxi después
de la cena y tratamos de encontrar la Iglesia. Antes de salir yo había
seleccionado varias Iglesias del directorio del hotel que por una u otra
razón parecían ser posibles candidatas. No eran las conectas. Entonces
le describí la Iglesia al conductor del taxi y le pregunté si conocía al­
guna razonablemente parecida. El no sonaba prometedor, aunque
sugirió unas cuantas posibilidades más. [Mi recuerdo del relato que
Helen y Bill hicieron fue que, de las veintisiete o veintiocho Iglesias
en Rochester, Minnesota, ellos vieron veinticuatro.] Tras un largo
tiempo Bill insistió prudentemente en que regresáramos al hotel y nos
olvidásemos del asunto. Yo odiaba rendirme, pero obviamente el con­
ductor del taxi comenzaba a preocuparse por nosotros, y nos quería

121
Capitulo 5 EN CAMINO H ACIA UN CURSO DE MILA GROS-C

fuera de su taxi. Además se estaba haciendo muy tarde y los dos está­
bamos bastante cansados para entonces.
Yo dormité un poco, pero continuamente me despertaba en un
sobresalto, paralizada por una larga serie de pesadillas. Cuando me en­
contré con Bill a la mañana siguiente ambos estábamos cansados y
teníamos los ojos enrojecidos. Apenas habíamos dormido. De algún
modo cumplimos con el cargado itinerario de nuestro día, y al anoche­
cer nos dirigimos extenuados hacia el aeropuerto. Bill se fue a mirar un
puesto de periódicos mientras yo me senté y cerré los ojos. Estaba de­
masiado cansada para mirar cosa alguna. Comenzaba a quedarme
dormida....
“He aqui tu Iglesia”, dijo Bill, mientras sostenía frente a mí una
foto de una guia turística [vea en la pág. 224 una foto de la Iglesia de
Helen].
“¡0, sí, esa es!”, dije felizmente, despierta por completo. “¿Dónde
queda?”
“En ningún sitio”, respondió Bill. “Aquí. Léelo tú misma”.
Bill tenia razón. La Iglesia en verdad no estaba en lugar alguno.
Una vez había ocupado la sede de la Clínica Mayo, pero la habían de­
molido cuando se construyó el hospital.
“Así que es por eso por lo que yo la miraba desde arriba”, exclamé.
“Era porque pertenece al pasado. No tenía nada que ver con aviones”.
Y entonces un escalofrío me recorrió y ya no quería hablar más so­
bre la Iglesia. No había mucho más que decir, realmente. El episodio
tuvo, sin embargo, una conclusión inesperada y muy real.
De regreso a casa tuvimos que cambiar de avión [en Chicago] y es­
peramos una buena hora en un aeropuerto frío, casi desierto.
Acurrucada contra una pared había una solitaria mujer. Yo podía sentir
olas y olas de angustia que fluían a través de ella. Se la señalé a Bill,
quien se oponía a que yo hablase con ella. Ambos estábamos exhaus­
tos, era muy tarde, y él no estaba como para implicarse con extraños
en este momento. Además, yo podría simplemente estar imaginán­
dome su angustia. Ella no mostraba señales extemas de otra cosa que
no fuese sueño. Yo no podía, sin embargo, escaparme del sentimiento
de dolor que estaba recibiendo de ella. Finalmente le dije a Bill que no
podía contenerme, y fui a hablar con ella.
Su nombre era Charlotte y dijo que estaba muerta de miedo. Ella
nunca había estado en un avión antes de este día, y ya había estado
varias horas en el aire durante un viaje muy difícil. Estaba severa­
mente afectada, y atenada por el miedo de ir a Nueva York hacia
donde se dirigía. ¿Podría yo sentarme junto a ella, y agarrarle la

122
"Tiene que haber otra manera"

mano? “Por supuesto”, le dije. “Es así al principio. Después de un


rato te acostumbras tanto que no te importa en lo más mínimo”.
Llevé a Charlotte hasta donde estaba Bill, le expliqué la situación,
y sugerí que ella se sentara entre nosotros en el avión de modo que
tuviese un amigo de cada lado. Bill fue cortés, por supuesto, pero yo
notaba que no estaba complacido conmigo. El no había tenido un viaje
muy feliz, y era medianoche. Sentía, con alguna justicia, que a ambos
nos hacía falta viajar tranquilos de regreso a casa.
Charlotte temblaba terriblemente al despegar el avión, pero le di
unas palmadas en la mano y se calmó rápidamente. Entonces quería
hablar. Tenía diecinueve años, y abandonaba su hogar porque su ma­
drastra la odiaba, y su papá, a quien ella amaba se había vuelto en
contra de ella. Se proponía buscar un empleo y jamás regresar a su
casa. Resultaba, sin embargo, que ella había hecho asombrosamente
poco en cuanto a planear su viaje y no tenía idea alguna de dónde se
quedaría en Nueva York, y no se le había ocurrido que el aeropuerto
podría quedar a alguna distancia de la ciudad. A ella no le preocupaba,
sin embargo, porque tenía trescientos dólares consigo. Además era
luterana, y estaba segura de que todo lo que tenía que hacer era buscar
una Iglesia luterana y ellos se sentirían felices de cuidar de ella. Bill y
yo nos miramos. El mensaje no era difícil de captar. “Y esto”, dijo la
Voz, “es realmente mi Iglesia”.
Bill pudo haber objetado el inmiscuirse con Charlotte original­
mente, pero ciertamente ahora se nos unía para ayudar. Cuando
llegamos al aeropuerto Charlotte fue al servicio de damas. Bill y yo tu­
vimos una conferencia de emergencia mientras ella estaba ausente. Era
obvio que ella no podría cuidar de sí misma en la ciudad. Bill se comu­
nicó por teléfono con un hotel para mujeres en Nueva York [el
Barbizon] y reservó una habitación para ella. La llevamos al hotel en
nuestro taxi, y le dijimos que yo la llamaría al día siguiente.
Cuando la llamé, Charlotte sonaba feliz y emocionada. Iba a salir
a conocer la ciudad y a hacer unas compras. Le di mi dirección y nú­
mero telefónico, y le dije que se comunicase conmigo si necesitaba
algo. No tuvimos problemas en mantenemos en contacto con ella.
Aquella tarde Bill se encontró accidentalmente con ella en un alma­
cén [Bloomingdale’s] y al otro día por la noche se apareció en mi
casa para cenar. Louis y yo fuimos amigables, por eso ella volvió la
noche siguiente. Su dinero se le estaba terminando, y pensó que tal
vez podíamos encontrar un lugar menos caro para ella. Había cerca
una Iglesia luterana, y después de la cena fui a la misma con Charlotte.
Estaba llena y había una larga lista de espera [por una habitación], pero
de algún modo hicieron lugar para Charlotte. El lugar era limpio, seguro

123
Capítulo 5 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS-C

y no era caro. Parecía perfecto. Charlotte generalmente aparecía en mi


apartamento alrededor de la hora de cenar.
Se quedó en Nueva York alrededor de diez días. Encontró un em­
pleo, y nos comunicó que al fin se había establecido. La noche
siguiente llamó poco antes de la medianoche. Sonaba desesperada y
hablaba casi incoherentemente. Dijo que tenía que ir a su casa
inmediatamente, porque había llamado a su papá y se enteró de que él
había intentado suicidarse debido a que ella se había marchado. Dijo
que había estado caminando varias horas por la calle antes de tomar su
decisión. No le quedaba mucho dinero, pero aún tenía suficiente para
que un taxi la llevase al aeropuerto, y compró un boleto de regreso con
mayor previsión de la que yo le hubiese acreditado.
La historia de Charlotte sonaba rara, pero no cabía duda de que so­
naba desesperada. Dijo que el avión partía dentro de poco, y que no
tenía tiempo para hacer arreglos y que le enviaran su equipaje. Me dio
la dirección de su casa, y me preguntó si yo podía encargarme de ello.
Le dije que se olvidase del equipaje y que se fuera, puesto que era evi­
dente que eso era lo que se proponía hacer de todos modos. Al día
siguiente hice los arreglos pertinentes, y le envié unas líneas a
Charlotte diciéndole que sus cosas iban de camino. Poco tiempo des­
pués, recibí una extensa carta de ella. Decía que quería decirme la
verdad, porque su conciencia la estaba molestando. Ella era, parecía,
un poco mayor de lo que había dicho. Estaba casada y tenía tres hijos,
pero que eran “difíciles”, y ella y su esposo no congeniaban. Ella se ha­
bía estado poniendo “terriblemente nerviosa”, y había decidido irse a
Nueva York y comenzar una nueva vida. Decía que Nueva York era un
lugar maravilloso, y todo el mundo había sido tan bueno con ella que
ella sabía que todas las cosas malas que la gente decía de las grandes
ciudades no eran ciertas. Esperaba volver algún día a visitamos.
Charlotte y yo hemos mantenido correspondencia durante años
ahora. Parece que ha logrado mejorar su vida, aunque aún tiene sus al­
tas y bajas. Siempre disfruto tener noticias de ella, especialmente por
estarle muy agradecida. Tengo una idea de que yo jamás hubiese en­
contrado aquel pergamino [vea pág. 125 más adelante] sin su ayuda.
Muy bien podía ser que la magia tuviese que terminar con el simple he­
cho de Charlotte antes de que yo pudiese tomar la decisión final de
abandonar la magia a cambio de algo mucho más deseable.
Así pues, la experiencia concretizó la decisión de Helen de abando­
nar de una vez por todas la tentación de utilizar el poder de su mente
(magia), y en su lugar elegir utilizarlo en beneficio del amor de Jesús

124
Tiene que haber otra manera "

(el milagro). Como Un curso de milagros dijo más tarde sobre los po­
deres psíquicos:
El Espíritu Santo tiene necesidad de esos dones, y quienes se los ofre­
cen a El y sólo a El caminan con la gratitud de Cristo en sus corazones
y con Su santa visión siguiéndoles muy de cerca (M-25.6:9).
Helen siempre hablaba de Charlotte con mucho cariño, y recuerdo
que recibió una llamada de Charlotte en mi presencia y sostuvieron
una breve aunque cálida conversación. Por su parte, Charlotte perma­
neció muy agradecida a Helen y a Bill por su amorosa y solícita ayuda.
A propósito, Charlotte finalmente abandonó a su esposo, pero le in­
formó a Helen que estaba feliz y en paz.
La “fase mágica” de Helen llegó a su asombroso final con un último
“episodio de imágenes”, en el cual ella sabía que había hecho una
“elección irrevocable”, una elección de abandonar cualquier tentación
de utilizar mal el poder de su mente. Esta fue una elección sobre la cual
obviamente, al menos de acuerdo con estas experiencias del verano,
ella había estado muy ambivalente en el pasado.
Me vi a mí misma entrar a una cueva en una formación de rocas en una
costa desolada, arrasada por el viento.27 La entrada a la cueva era baja,
y la cueva era bastante profunda. Todo lo que encontré en ella fue un
gran rollo de pergamino muy viejo. Sus extremos estaban enrollados al­
rededor de unos pesados palos con puntas doradas, y los dos lados se
tocaban en el centro del rollo y estaban atados con una franja de papel
de pergamino la cual se cayó tan pronto mis dedos la tocaron. Desaté los
cabos y abrí el rollo lo suficiente para exponer el panel central, sobre el
cual había escritas sólo dos palabras: “Dios es”, y nada más. Luego des­
enrollé un poco más el rollo lentamente, y diminutas letras negras
comenzaron a aparecer en ambos paneles laterales. La Voz me explicó
la situación:
“Si miras al panel de la izquierda serás capaz de leer sobre todo lo
que sucedió en el pasado. Y si miras al panel de la derecha serás capaz
de leer sobre todo lo que ocurrirá en el futuro”.
Las pequeñas letras a los lados del panel se estaban haciendo más
claras, y durante varios minutos me sentí tentada a mirarlas. Luego tomé
la decisión. Envolví el rollo para ocultarlo todo excepto el panel central.

27. Algún tiempo después Helen escribió: “Cuando fui a Israel varios años después,
quedé atónita al ver esa misma costa en Qumrán, donde se encontraron los Pergaminos
del Mar Muerto”. Vea la pág. 379.

125
Capítulo 5 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS-C

“No estoy interesada ni en el pasado ni en el futuro”, dije, con fina­


lidad. “Simplemente me detengo en esto”.
La Voz sonaba tanto tranquilizada como tranquilizadora. Me asom­
bró la profundidad de la gratitud que de algún modo transmitía.
“Gracias”, dijo. “Esta vez lo lograste. Gracias”.
Y ya estuvo, tal parecía.
Al igual que con la experiencia del subterráneo varios años antes,
un aspecto de la experiencia de la cueva de igual manera encontró
forma de introducirse en el Curso. El libro de ejercicios afirma: “De­
cimos ‘Dios es’, y luego guardamos silencio, pues en ese conoci­
miento las palabras carecen de sentido” (L-pI. 169.5:4). Lo que es de
Dios y por consiguiente permanece más allá del mundo, permanece
también más allá de las capacidades de las palabras para expresar su
verdad. El manual para maestros afirma:
Dios no entiende de palabras, pues fueron hechas por mentes separadas
para mantenerlas en la ilusión de la separación.... No olvidemos... que
las palabras no son más que símbolos de símbolos. Por lo tanto, están
doblemente alejadas de la realidad (M-21.1:7, 9-10).
Repito, la experiencia de la cueva, junto con el episodio de la
Clínica Mayo, parecieron llevar a exitoso término este periodo, y mar­
car el fin de la preparación de Helen para ser la escriba de Un curso de
milagros. Cualesquiera que hayan sido los asuntos del ego que perma­
necieron para ella en el nivel consciente, ella no obstante en un nivel
mucho más profundo había decidido irrevocablemente permitir que su
mente fuese un claro instrumento a través del cual pudiese pasar el
amor de Jesús. Como ella escribió sencillamente, repito, “Y ya estuvo,
tal parecía”.

Este inusitado pero agotador período desde junio hasta fines del
verano había terminado ahora, y Bill sugirió que sería una buena idea
tomarse unos días libres e ir a Virginia Beach a visitar la Asociación
para la Investigación y el Esclarecimiento, la organización fundada
por Edgar Cayce. Como ya se mencionara, Bill había desarrollado
mucho interés en Cayce y en su obra, y sentía que una visita podría
ser útil para clarificar los sucesos del pasado verano. Helen, como era
de esperarse, sentía de manera distinta, aunque con renuencia estuvo
de acuerdo en ir.

126
Tiene que haber otra manera ”

La idea no me atraía. Ese tipo de cosa todavía me asustaba y yo no que­


ría que fuese verdad. Ya era bastante molesto que no entendiese lo que
me estaba pasando. Yo no quería particularmente ninguna exacerba­
ción de mis infortunados esfuerzos “mágicos”, los cuales estaba más
que dispuesta a abandonar por ahora. Sin embargo, la idea de unas cor­
tas vacaciones me sonaba muy bien, y mi esposo, quien sabía que yo
estaba cansada, me animaba a ir. Era una época perfecta del año para
el viaje y él pensaba que me haría bien. El y Bill se habían hecho
amigos, y aunque sentía que Bill estaba desarrollando unos intereses
más bien raros, mi esposo sabía que él me cuidaría. Salí hacia Virginia
Beach con algunos recelos, pero anhelaba el descanso.
Resultó que el viaje fue todo excepto descansado para mí. Las per­
sonas en la Asociación para la Investigación y el Esclarecimiento
(A.R.E.), entonces un pequeño grupo dedicado a hacer que el material
de Cayce estuviese disponible para el público, eran inteligentes, since­
ros y obviamente cuerdos. Tampoco la masiva documentación era algo
que uno pudiese dejar de lado. Yo estaba impresionada pero muy in­
tranquila. A medida que el interés de Bill se hacía más profundo, mi
ansiedad aumentaba. Bill leyó más sobre el tema aquella tarde, y tam­
bién compró algunos libros para llevarlos a casa. Yo hojeé un volumen
y lo solté abruptamente, con suficiente incomodidad para bordear en
pánico. Me alegré cuando terminó el viaje. De regreso en casa eché una
ojeada a varios de los libros que Bill había comprado, pero no podía
leerlos. Para mí éstos simplemente parecían sonar la nota “mágica”
nuevamente.
Helen y Bill habrían de regresar a Virginia Beach poco tiempo des­
pués de que el Curso comenzase, y con los años desarrollaron una útil
amistad con Hugh Lynn Cayce, quien fue un gran apoyo para Helen.
Helen y Bill hicieron copias del aún incompleto manuscrito para él, y
obviamente él se impresionó mucho con lo que leyó. Helen y Bill me
dijeron posteriormente que Hugh Lynn sentía que su padre Edgar tuvo
algo que ver con la transmisión del Curso. Luego de una de sus visitas
a la A.R.E., Cayce acompañó a Helen hasta la puerta de su oficina y le
dijo: “¡Tú tienes que ser un alma muy adelantada, pero ciertamente no
lo pareces!”. Helen escribió más tarde sobre sus experiencias en la
A.R.E.:
Afortunadamente, a medida que mi ansiedad amainó y me familia­
ricé más con el trabajo de la A.R.E., se corrigió esta impresión
inadecuada de sus actividades y propósitos. He sido miembro desde
hace varios años ahora, y siento un considerable respeto por el grupo

127
Capitulo 5 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILA GROS-C

y sus propósitos. Estoy particularmente en deuda con Hugh Lynn


Cayce por dedicarle tanto tiempo de su ocupada vida a mi manus­
crito, y también por su consecuente amistad, paciencia y estímulo.
Después que se terminó la escritura del Curso, Helen y Bill prepararon
una copia del manuscrito para Hugh Lynn. Esta, dicho sea de paso, fue
el manuscrito que yo vi primero, y al cual Helen, Bill y yo nos refería­
mos como la “versión Hugh Lynn”.28
Hubo algunas experiencias aisladas durante ese verano, todas posi­
tivas, que también ameritan ser citadas aquí. Una serie de experiencias
refleja la creciente conciencia de Helen de unirse con otros, y la obvia
importancia de ello en el viaje de regreso a Dios. A propósito, esta
clase de experiencia, con la cual Helen se estaba familiarizando pro­
gresivamente, era marcadamente distinta de los sentimientos de sepa­
ración más comunes y poderosos de Helen.
Varias veces durante aquel verano sentí algo como la “experiencia
del subterráneo” de unos años atrás, aunque con mucha menos intensi­
dad. Generalmente tenían lugar entre una multitud de personas, con
quienes sentina una breve pero poderosa afinidad. Una tuvo lugar una
noche calurosa en que Louis y yo caminábamos a lo largo de un paseo
entarimado de un concurrido centro de turismo [en Atlantic City—vea
la carta de ella a Bill, pág. 157], Una súbita sensación de cercanía
emocional con todo el mundo allí me invadió, con un claro y seguro
reconocimiento de que todos estábamos haciendo el mismo viaje jun­
tos hacia una meta común. Otra tuvo lugar cuando Bill, Louis y yo
estábamos sentados en un teatro a oscuras. Sentados en la obscuridad,
de pronto tuve conciencia de una intensa luz interior que comenzaba
en mi pecho, y crecía progresivamente fuerte y abarcadora hasta que
parecía irradiar por todo el teatro e incluir a todos allí. Mi conciencia
de la luz y de la paz y la dicha que la acompañaban duró unos diez mi­
nutos. Era tan fuerte que apenas podía creer que nadie más la notase.
[La cursiva es mía]
Un incidente un tanto similar ocurrió posteriormente al sur de Francia,
el cual ya presenté en el Capítulo 1.
Una serie de imágenes totalmente distinta incluía retratos de un cáliz,
algunas veces de oro y otras veces de plata, pero siempre con una luz
brillando sobre el mismo. Al principio estas imágenes me asustaban

28. Este apelativo no sugiere que hubo otras versiones del Curso; sólo se refería al
último manuscrito escrito a máquina.

128
'Tiene que haber otra manera"

porque las asociaba con sacrificio y pérdida, pero se me aseguraba si­


lenciosa pero totalmente que en realidad eran símbolos de gran alegría.
Sin embargo, realmente no experimentaba mucha emoción relacio­
nada con ellas, pero al menos dejé de sentir miedo de ellas.
En Un curso de milagros, el cáliz se utiliza como un símbolo de la
Expiación, el término con el cual el Curso se refiere a la corrección que
hace el Espíritu Santo de la creencia en el pecado de la separación. El
término (y por consiguiente su símbolo de un cáliz) se contrapone de­
liberadamente a la visión original de expiación, la cual promulga que
Dios exige sufrimiento y sacrificio como el pago por nuestro pecado
en contra de El. El cáliz en la Ultima Cena, y la oración que se supone
que Jesús hiciese durante la “agonía” en el Huerto de Getsemaní—que
su Padre “apartara esta copa” (de su muerte sacrificatoria en la cruz)
de él (Lucas 22:42)—por lo tanto, ha representado durante dos mil
años el plan de sufrimiento y sacrificio de Dios para los cristianos. Este
era el significado del miedo de Helen. El interés de Helen en el cáliz
afloró nuevamente durante el verano de 1973, como discutiremos en
la Parte III.
Hubo una ocasión en que Helen recordó pedir específicamente una
experiencia que la animase cuando se sentía un poco abatida:
La respuesta llegó en la forma de un cuadro de un vivero, con plantas
muy tiernas en hileras bien ordenadas, cuidadosamente rotuladas y apa­
rentemente cuidadas con gran esmero. Cerca de las plantas había una
gran regadera. No había yerbajos ni hojas muertas allí, y las plantas eran
verdes y obviamente saludables. El cuadro no significaba nada para mí
y lo encontraba levemente irritante.
“Y de mucho que me sirve eso”, gruñía yo. “¿Qué hay de útil en
eso?”
“Fíjate dónde está creciendo”, dijo la Voz, paciente y
amorosamente.
“¿Pero qué significa?”, pregunté indignada aún.
“Mira—dónde—está—creciendo”, repitió la Voz, lenta y
claramente.
“O, está bien”, dije, un tanto malhumorada. Entonces miré el cuadro
más cuidadosamente. El vivero estaba rodeado completamente por un
desolado desierto carente de vida. Sólo el pequeño redondel en el cual
estaban creciendo las plantas estaba húmedo y verde.
“Y ahora que finalmente se ha iniciado”, dijo la Voz, “tú seguirás
regándola, ¿no es así?”.
Yo estaba bastante agobiada, pero prometí que trataría.

129
Capítulo 5 EN CAMINO HACIA UN CURSO DE MILAGROS - C

El símbolo de los desiertos que se convierten enjardines, repito, se en­


cuentra en el Curso, notablemente en la sección “El pequeño jardín”
(T-18.VII1), y en este hermoso pasaje del libro de ejercicios, que se
tomó prestado en parte del famoso discurso de Porcia en El mercader
de Venecia:
Los milagros son como gotas de lluvia regeneradora que caen del
Cielo sobre un mundo árido y polvoriento, al cual criaturas hambrien­
tas y sedientas vienen a morir. Ahora tienen agua. Ahora el mundo está
lleno de verdor. Y brotan por doquier señales de vida para demostrar
que lo que nace jamás puede morir, pues lo que tiene vida es inmortal
(L-pII.13.5).
Finalmente, hubo una interesante y consoladora experiencia sobre
la insignificancia del mundo del tiempo:
También hubo algunos breves períodos durante los cuales se efectua­
ron cambios en la conciencia del tiempo. Tal vez el más convincente
de éstos sucedió una noche mientras yo me cepillaba el cabello, y de­
cidía que necesitaba recortármelo y me sentía todo menos inspirada.
Súbitamente vi mi vida simbolizada por una línea dorada que se exten­
día infinitamente hacia atrás e infinitamente hacia adelante. El
intervalo de tiempo que representaba mi vida parecía tan increíble­
mente diminuto que fácilmente se podía pasar por alto en su totalidad
a menos que se buscase con sumo cuidado a lo largo de la línea. Enton­
ces se podía ver una minúscula hondonada antes de que la línea
continuase. Aplaudí con verdadero deleite.
“¿Qué puede importar lo que posiblemente pase en este ínfimo e in­
significante parpadear de tiempo?”, me preguntaba, con feliz asombro.
“Parece tan largo e importante mientras estás en él, pero en menos de
un instante es como si jamás hubiese sucedido”. Estuve segura de esto
por varios minutos, durante los cuales parecía como si un gran peso hu­
biese sido levantado de mi mente. La certeza se había desaparecido
para cuando se lo conté a Bill, aunque aún sentía que “Vi la eternidad
la otra noche”.
La noción de que todas nuestras experiencias en el mundo no son
sino una “minúscula hondonada” (“tan increíblemente diminuta”) en
la línea de la eternidad recurrió en el Curso con la frase “brevísimo
lapso de tiempo” (T-26.V.3:5). Un pasaje paralelo en el Curso, el cual
permaneció hasta que Helen y yo lo repasamos juntos por última vez,
fue eliminado por Helen bajo instrucciones de Jesús. Yo nunca entendí
por qué, ni tampoco Helen, aunque ella tenía bien claro que debía

130
"Tiene que haber otra manera ”

eliminarse. Apareció en lo que es ahora el Capítulo Diecinueve29 del


texto, en la sección llamada “La irrealidad del pecado”. Aparecía entre
las palabras “Y cuando la corrección se completa, el tiempo se con­
vierte en eternidad” y “El Espíritu Santo puede enseñarte a ver el
tiempo de manera diferente”. Aquí está en su totalidad, tal como Helen
lo anotó:
El tiempo es como una espiral, cuyo descenso parece partir de una
larga, línea ininterrumpida, a lo largo de otro plano, pero que no quie­
bra la línea en modo alguno, ni interfiere con su tranquila continuidad.
A lo largo de la espiral, parece como si la línea tuviese que haber sido
quebrada, pero, en la línea, su integridad es evidente.
Todo lo que se ve desde la espiral se percibe erróneamente. Pero, al
aproximarte a la línea, te das cuenta de que ésta no fue afectada en ab­
soluto por la caída en otro plano. Pero, desde este plano, la línea parece
interrumpida. Y esto es sólo un error de percepción, el cual puede ser
fácilmente corregido en la mente, aunque los ojos del cuerpo no verán
cambio alguno. Los ojos ven muchas cosas que la mente corrige, y tú
respondes, no a las ilusiones de los ojos, sino a las correcciones de la
mente. Tú ves la línea como si estuviese quebrada, y a medida que
cambias a diferentes aspectos de la espiral, la línea se ve diferente. Mas
en tu mente hay Uno [el Espiritu Santo] Que sabe que ésta es inque­
brantable y por siempre inmutable.
Antes de pasar a la escritura de Un curso de milagros propiamente,
primero examinamos, en el próximo capítulo, el grupo de cartas que
Helen le escribió a Bill durante el período de verano.

29. Para evitar una posible confusión, estoy escribiendo con letra los números de los
capítulos a los cuales me refiero en el Curso, mientras que retengo los números arábi­
gos cuando me refiero a los capítulos de este libro.

131
Capítulo 6

LAS CARTAS DE HELEN A BILL (VERANO, 1965)

Durante los siete años y medio que datan desde el discurso de Bill
“Tiene que haber una manera mejor” hasta el final de la escritura del
Curso, hubo un período en que la relación de Helen y Bill pareció cam­
biar para bien. Sobrevive una serie de cartas que Helen le escribió a
Bill en el verano de 1965, y algunas notas de un diario que Bill llevaba
durante las postrimerías del verano y el comienzo del otoño de 1966.
Mediante estas cartas y las anotaciones del diario es claro cuán ardua­
mente Helen y Bill se esforzaron en la aplicación de los principios que
estaban aprendiendo de Jesús. Este aprendizaje incluía no sólo las lec­
ciones de Un curso de milagros en sí, sino las enseñanzas más perso­
nales que estaban recibiendo de Jesús—las cuales comenzaron con
antelación al comienzo del Curso—y que abarcaban sus vidas indivi­
duales así como la relación de uno con el otro. Había un sentido de es­
peranza el cual no existió antes ni después, sin mencionar una apertura
a examinar verdaderamente las propias percepciones equivocadas de
sí mismos y las que cada cual tenía del otro. En este capítulo examina­
mos las cartas de Helen, y dejamos el diario de Bill para el Capítulo 10.

Casi todas las cartas se le escribieron a Bill mientras Helen y Louis


estaban de vacaciones al sur de Nueva Jersey, o cuando Bill estaba de
vacaciones fuera de la ciudad. Ninguna de éstas estaba fechada, y sólo
un par de ellas tenía anotado el día de la semana. Así pues, es imposi­
ble ubicarlas con exactitud, o estar seguro de su adecuada secuencia.
Sin embargo, de acuerdo con otra evidencia, parece casi seguro que las
mismas datan del verano de 1965. No puedo, por consiguiente, garan­
tizar su orden correcto, sino que las he ubicado lo mejor que he podido
basándome en el contenido de las cartas en sí.

El lector encontrará también en la mayoría de estas cartas un tono


autoritario aunque suave e indefenso. Obviamente el mismo procedía
de una “Sabiduría que no es...la suya [la de Helen]” (L-pI.135.11:2).
En su análisis de las situaciones de ella propiamente y las de Bill, sin
mencionar el consejo que da ella, Helen suena por lo general más como
el Jesús del dictado, cuyas palabras habrían de ser tan amorosamente

133
Capítulo 6 LAS CARTAS DE BELEN A BILL

incisivas y útiles. Similar a mi práctica de presentar el material del dic­


tado original del Curso, como se explicará en el Capítulo 8, he elimi­
nado material demasiado personal, así como comentarios ajenos
hechos por Helen en tomo a su estilo de escritura, errores de mecano­
grafía, etc. Para facilitar la lectura y las referencias, he omitido las elip­
sis que denotan tales omisiones, y he numerado las nueve cartas.

Una nota final: estas cartas surgen dentro del contexto del período
intenso, reducido a unas pocas semanas cortas, que inmediatamente
precedieron la escritura del Curso. Los rápidos cambios ocasionales de
Helen de un tema a otro se entienden mejor cuando se ven dentro del
contexto de este intenso examen de sí misma. Puesto que no tenemos
acceso a los acontecimientos diarios tanto intemos como extemos de
este período, parte del material encontrado en las cartas puede ser di­
fícil de entender. He añadido un comentario cuando lo he creído perti­
nente en un intento por explicar cómo funcionaba la mente de Helen.

Carta uno

Comenzamos con un documento que en realidad no es una carta a


Bill, sino reflexiones de Helen hechas a sí misma acerca de material
que ella no había discutido con Bill en una conversación telefónica
anterior. La “carta” es bastante larga, y a veces raya en un fluir de
conciencia. Después de un rato, las reflexiones cambian a una comu­
nicación directa con Bill. Incluyo su mayor parte aquí, ya que pro­
porciona unos maravillosos ejemplos de la apertura de Helen en
cuanto a su relación con Bill, con Louis y con los demás. Es evidente
que durante este período Helen le estaba prestando cuidadosa aten­
ción a casi cada pensamiento en su mente, fiel a la petición que les
hiciera Jesús a ella y a Bill esbozada más tarde en el Curso de esta
manera:

Examina detenidamente qué es lo que estás realmente pidiendo. Sé


muy honesto contigo mismo al respecto, pues no debemos ocultamos
nada el uno al otro (T-4.IIL8:1 -2).
Por la referencia en la carta al cumpleaños de Helen (14 de julio), sa­
bemos que ésta se escribió en julio. También podemos fechar el año

134
Las cartas de Helen a Bill

con seguridad como 1965, pues fue entonces que se enviaron a la tierra
las fotografías de Marte a las cuales Helen hace referencia.

Helen comenzó refiriéndose a una conversación que tuvo con Bill,


en la cual ella había cambiado una palabra relacionada con Juana de
Arco:

Pensé que era mejor cambiar la palabra antes de decirla. Estuve tentada
a corregir esto varias veces, pero lo descarté como carente de
importancia.
Este rasgo de alterar algún aspecto de la verdad, no importa cuán
pequeño, era una parte integral de los intentos mágicos de Helen por
controlar su mundo y mantener a Dios afuera. La defensa funcionaba
en ella de este modo: si la verdad se cambia y se descarta, de ese modo
se toma falsa y no-existente; el reemplazo que Helen hace de la misma
se convierte entonces en la verdad por virtud de su aceptación como la
realidad de ella. La nueva “verdad” está ahora bajo su control, mien­
tras que la verdad de Dios ha sido reemplazada. Veremos otros ejem­
plos de este rasgo más adelante, particularmente cuando consideremos
la edición del Curso, donde se redujo la ansiedad de Helen al ella poder
efectuar cambios muy insignificantes (tales como substituir “que” por
“el cual”, y vice versa), o estar a “cargo” de la puntuación y algunas
letras mayúsculas.

Helen cambió entonces a una discusión de un amigo cercano de


Bill, a quien yo identifico simplemente como S. Como se verá claro en
las aseveraciones de Helen, a ella no le agradaba él en absoluto, y creía
que ejercía una influencia negativa sobre Bill. También sentía que a
menudo Bill utilizaba a S como un medio indirecto de expresar hosti­
lidad hacia ella. El amigo de Bill adopta un papel importante no sólo
en esta comunicación sino en otras cartas también.

Un símbolo doloroso de los asuntos suscitados por S para Helen y


de la amistad de él con Bill lo era una casa en Watermill, un suburbio
playero de la ciudad de Nueva York localizado en Long Island. Era un
sitio al cual Bill iba a menudo durante los fines de semana del verano.
El era mitad dueño de la casa, la otra mitad la poseían otros amigos de
Bill, una pareja casada. Helen sentía que Bill utilizaba la casa en parte

135
Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

como un medio para evadirla a ella, y lo resentía mucho. Logró per­


suadir a Bill y a sus amigos de que les permitiesen a ella y a Louis venir
a la misma, lo cual hacían bastante a menudo. Pero, como se verá, este
arreglo jamás funcionó en realidad, y parecía ser otra cuña más de
culpa y ataque en la relación ya tormentosa de ella y Bill. Los comen­
tarios de Helen en tomo a su relación con S, los cuales yo he resumido,
señalan tanto la magnitud de la hostilidad de su ego, así como sus sin­
ceros intentos de ser honrada consigo misma y con Bill, sin mencionar
sus esfuerzos por deshacer tales proyecciones de su ego.

Cuando le mencioné [a Bill] a S, a quien yo no esperaba referirme


en absoluto, el pensamiento cruzó por mi mente, “Dios mío, ¿tú quie­
res decir que lo tengo que amar a él también?”. Esto me molestó a un
extremo increíble, y lo descarté como tonto. Aún creo que es tonto, y
no quisiera amar a S bajo ninguna circunstancia. En efecto, me siento
extremadamente negativa hacia él, e insisto en que él es una mala in­
fluencia sobre Bill (en algún sentido lo creo así), y creo que él es una
verdadera amenaza para mi. Recordé en ese momento que S ha men­
cionado varias veces (él estaba ebrio, creo), que yo “lo ponía
nervioso”. Daba diferentes razones para esto cada vez, y Bill me dijo
que no es inusitado; yo “pongo nerviosas a muchas personas”. Esto es
ridiculo, y es primeramente un sentimiento negativo de Bill hacia mí.
La actitud de Bill no me ha ayudado a considerar a S más caritativa­
mente; ésta ha cegado a Bill a su real antagonismo hacia mí; y le ha
dado a S una falsa sensación de seguridad debido al respaldo incons­
ciente de Bill. Realmente hay una muy buena razón de por qué yo
“pongo nervioso” a S. Y no dice mucho a su favor, tampoco.
Este último comentario es probablemente una alusión al odioso
maltrato a las mujeres por S en una vida pasada, en parte sexual, y su
miedo a un contraataque producido por su culpa. Helen sin duda creía
que la homosexualidad de S fue una elección de él como una defensa
en contra de las mujeres por los “pecados” de él en contra de ellas, pe­
cados de los cuales el ego de Helen claramente deseaba mantenerlo
responsable. Ella retoma a esto más adelante en la carta.

Es interesante advertir aquí también que durante este período, con­


trario a sus relatos posteriores (vea arriba pág. 99), los pensamientos de
Helen sobre los demás con frecuencia incluían referencias a vidas pa­
sadas, en parte influenciada por explicaciones que Jesús le había dado.

136
Las cartas de Helen a Bill

Su receptividad a esta clase de pensamiento se originó en un nivel de­


bido a que Bill la inició en los escritos de Edgar Cayce, los cuales están
repletos de referencias a la reencarnación. Además, para entonces lo
más probable es que Helen haya tenido la serie de visiones descritas en
el Capítulo 5, las cuales claramente implican la reencarnación.

Continuamos con comentarios adicionales relacionados con la falta


de perdón de Helen hacia S:

Lo siguiente cruzó mi mente en varias ocasiones a lo largo del día, sin


ninguna concomitancia emocional en absoluto. Pensé en S, y en los co­
mentarios que yo había hecho el día anterior, algo por el estilo de que
él necesita mi perdón muy urgentemente, pero jamás lo obtendrá. El no
sabe cómo pedirlo; yo podría decirle cómo, pero incluso si él lo pidiera
adecuadamente, yo no se lo otorgaría. Yo hablaba en serio. A excep­
ción de eso, me olvidé del asunto por el momento. Nada relevante
sucedió hasta que Bill me dijo que “movido por un impulso” saldría
más temprano [hacia Watermill] de lo que había sido su intención. Se
me ocurrió brevemente que S, como siempre, estaba interfiriendo en
un momento en que yo necesitaba mucho a Bill. Todo lo que pensé en­
tonces fue, “Déjalo. Es sólo una cosa más”.
A la mañana siguiente, me alegré de que Bill se hubiese ido, porque
pensé que él estaba mucho mejor en Watermill, y yo me sentía mucho
mejor. De hecho, me comporté genuinamente amorosa, y bastante li­
berada conscientemente de un odio intenso hacia los hombres. Fui
realmente constructiva cuando descubrí que él [Bill] había dejado mu­
chas cosas en desorden por toda la cocina. Hablé con él sobre esto,
pero no sentía ira. Hablé del asunto enteramente como un verdadero
problema de él, sobre el cual yo pensaba que a él le convenía resolver.
Estuvo de acuerdo en que era así, y no reaccionó con su acostumbrado
antagonismo cuando ocurre este tipo de cosa.
Por la mañana, se me ocurrió S nuevamente. Me parecía que él es­
taba muy ansioso por darme un regalo, y quería hacerlo particularmente
en mi cumpleaños. (S realmente mencionó el “día de la Bastilla”
cuando hablé con él por teléfono el viernes, pero apenas pude escuchar
lo que me dijo porque en ese momento había mucho ruido. No le pedí
que lo repitiera. No me gusta hablar con él.) En esta ocasión, pensé que
él tenía todas las razones para querer hacerme un regalo ese día, y es­
pecialmente algo que se lleva alrededor del cuello. Recordé que
cuando él me preguntó originalmente si me gustaba el jade, le dije que
no, y también que considero que ese color no me queda bien. El había

137
Capítulo 6 LAS CARTAS DE BELEN A BILL

dicho que tenia un collar de jade que le gustaba, y había tenido la in­
tención de regalármelo de parte de Bill. Le respondí que prefería otra
cosa,—o mejor aún nada,—y le repetí que no me gusta el jade. Me im­
pactó en ese momento que era raro que a pesar de todo él sí me diera
el collar. Mientras le daba las gracias, y le aseguraba que me gustaba
mucho, (sobre todo por cuestión de cortesía),30 me impactó el hecho de
que él parecía haber olvidado mi repetido énfasis en que no me gustaba
el jade. Esto lo convertía en un regalo extraño, pensé. Hice que me en­
sartaran las cuentas nuevamente, perojamás las he usado. Al principio,
traté de devolvérselas por varias razones aceptables, pero S no parecía
escuchar.
S puede tratar aún de darme algo para el cuello que sea realmente
hermoso. (Esto no es misterioso de por si; Bill me dijo que S quiere
darme la cadena.) Cuando escuché esto por primera vez mi respuesta
inmediata fue “no podría aceptarlo”, a lo cual añadí en silencio, “y ade­
más no lo aceptaría”. Ahora se me ocurría que este regalo era
realmente una soga, que S se siente impulsado a darme, y la cual tiene
que verme usar. El cuadro de la soga que pasó por mi mente me resul­
taba muy repulsivo, y sabía que si debía aceptarlo de él representaría
un símbolo de que yo lo había perdonado, lo cual él necesita tanto. Mi
reacción inmediata fue la de negarme a ser chantajeada. Dicho sea de
paso, yo he perdido mi interés en las joyas más bien repentinamente.
Tengo muchas, y no necesito precisamente más. De hecho, creo que he
comprado suficiente de prácticamente todo. (Cuando fui de compras el
sábado compré un abrigo para Bill—Bill, lo cambiaré si no te gusta,—
y algunas gorras para Jonathan [Louis]. No quise comprar nada para
mí.)
Retomando a la soga, más tarde, pensé, “pero esta vez es preciosa.
Tal vez ahí radique la diferencia”. Me pareció una idea feliz en aquel
momento, y no volví a pensar en el asunto nuevamente.
Estos comentarios parecerían referirse a una vida pasada cuando S
había colgado a Helen con una soga (o fue parte de ese ahorcamiento).
Ahora él estaba pidiendo perdón al regalarle una cadena bonita, en lo
cual “radica la diferencia”.

Helen prosigue:

30. Helen, dicho sea de paso, casi siempre era una persona socialmente propia, a pesar
de sus frecuentes sentimientos que implicaban lo contrario.

138
Las cartas de Helen a Bill

El día fue muy agradable, aunque no disfruté Los gondoleros [a Helen


le agradaban mucho Gilbert and Sullivan], aun cuando la representa­
ción fue excelente en muchos sentidos. Por alguna razón, me sentía
impulsada a ver varios defectos en la misma.
Desperté súbitamente alrededor de las 5 esta mañana, experimen­
tando un odio tan grande hacia S que tuve que levantarme y tomar café
y fumar unos cuantos cigarrillos. Resultaba muy difícil para mí superar
esto y volverme a dormir. Incluso traté de orar (lo cual yo encontraba
muy vergonzoso, y odio admitirlo). (Jonathan me dijo que en realidad
yo soy muy religiosa y siempre lo he sido en verdad, y ¿por qué luchar
en contra de ello? Es una buena pregunta.)
A pesar de su distanciamiento de la vida de Helen, Louis a veces le
mostraba unas observaciones de mucho discernimiento, como la que
menciono arriba. Helen retoma luego a S:

Tampoco podía desprenderme de la idea de que él saca lo peor de


Bill. (No te enfades, Bill,-—pero hasta cierto punto yo creo que el imi­
tar a S, lo cual tú haces algunas veces, no es el mejor uso de tu relación.
La “trivialidad” de S es algo que él va a tener que superar. Hay mejores
formas de lidiar con la depresión.)
Así que finalmente me volví a dormir y superé mi odio a S hasta
cierto punto. Fue sofocante mientras duró.
Helen entonces “se sintonizó” con un sueño que Bill estaba so­
ñando, el cual ella interpretó astutamente como un juego sobre el nom­
bre real de S, el cual significaba que ella y Bill podrían ir más allá del
impedimento en la relación de ellos, simbolizado por S. La carta con­
tinúa entonces con una importante observación sobre la capacidad de
Helen y Bill de ayudarse mutuamente, un punto al cual se retomará
muchas veces en estas cartas, así como en el dictado original del
Curso.

Sin querer, omití el pensamiento de que ni Jonathan [Louis] ni


Chip [el compañero de cuarto de Bill] nos pueden ayudar ni a Bill ni
a mí por el momento, pero nosotros les podemos ayudar mucho a am­
bos. Las dos personas que en este momento están listas para ayudarse
mutuamente somos Bill y yo. Pero primero tenemos que resolver al­
gunas cosas.

139
Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

Helen prosiguió esto con una referencia ambigua a las fotografías


de Marte, “las cuales creo que están programadas para ser enviadas a
la tierra el día 14 de julio”. Esta porción de la carta concluye entonces:

Y ahora creo que esto ha terminado. Lo cual está muy bien, porque
tengo muchas otras cosas que hacer. Agradezco mucho el no recordar
lo que escribí, y preferiría no leerlo.
Probablemente aquí hubo una pausa en la escritura de Helen, pero
luego la carta continúa, dirigida ahora directamente a Bill:

Bill, lamento mucho haberte metido en todo este embrollo, aun


cuando soy lo suficientemente detestable para decirte que “tú lo co­
menzaste”. Bien, tal vez todo sea para bien,—¿quién lo dice? Por
favor, considera esto como el esfuerzo de toda una vida, aunque soy
realmente mejor escribiendo diseños para investigación, y ciertamente
estoy mucho más a salvo.
Mi convicción es que ningún hombre me ha amado jamás, aunque
todos han querido esto o aquello de mí. Puesto que soy tan dadivosa,
dulce, y generalmente adorable (siseo), generalmente se encariñan
conmigo. Irresistible, ¡esa soy yo! Excepto que ahora tengo un millón
de años, y esto me preocupa.
Me siento muy celosa de cualquiera que ama. Creo que se supone
que me amen a mí. Por tener conciencia de esto, he sido muy cuidadosa
de no herir a las personas, y realmente he hecho bastante por ser obje­
tiva con las muchas personas que me han confiado sus problemas de
amor y me han pedido que les ayude. La mayoría, me alegra decirlo,
ha tenido un resultado bastante bueno. Sólo que cada vez me siento
enfadada. Pero eso es asunto privado, y realmente no permito que in­
terfiera con lo que yo digo o hago.
Ya hemos notado este aspecto de la personalidad egoísta de Helen, la
cual creía que ella tenía que sacrificar su propia felicidad en el proceso
de ayudar a otros. En un nivel más profundo, su compromiso con Jesús
hacía imposible que ella no ayudase a aquellos que tenían dificultades.
Y por eso ella se encontraba en conflicto con su Ser: incapaz de no ex­
tender la amorosa voluntad de su Señor, y sin embargo incapaz de
aceptar ese amor para su yo personal. Discutiremos este asunto nueva­
mente en la Parte III.

140


Las cartas de Helen a Bill

Los siguientes comentarios sobre un sueño, “del cual yo nunca me


recuperé”, son extremadamente interesantes y se relacionan con una

bola de goma verde y roja, que aparecía en tantos sueños ella sola,
hasta que al fin ubiqué su primera aparición en un sueño del cual jamás
me he recuperado. Estaba en la cuna, al pie, y mi padre vino a la puerta
y yo estaba tendida muy felizmente pensando en cuán bonita era yo lo
calentita que me sentía. El sólo permanecía ahí y me contemplaba pero
no entraba, y yo era muy pequeña por lo cual no podía levantarme y
acercarme a él. En el sueño me vi cambiar de una niñita muy bella a
una muy fea, y él sólo miraba y luego se alejó.
De modo que sí me convertí en una niña muy fea. Era gorda y ho­
rrible, y todos los muchachos me desdeñaban. Mi madre decía que yo
■ parecía un elefante, y que ella no podía soportarlo.
Muchos años más tarde Helen habló conmigo acerca de su padre y
de la bola verde y roja, pero me dijo que era un recuerdo de un hecho
real, no de un sueño. Esto es interesante dado el hecho que Helen ten­
dría que haber tenido menos de un año de edad cuando el “incidente”
ocurrió. Al recordar este “suceso” para mí ella describía la fría objeti­
vidad de su padre. De cualquier modo, bien friese un recuerdo o un
hecho real, la experiencia ciertamente refleja la percepción más bien
amarga que Helen tenía de la indiferencia de su padre hacia ella. La
carta pareció concluir entonces:

Acabas de llamar. Puesto que tú lo sabes de ahí en adelante, no lo


voy a repetir. Que duermas bien. Con amor—Helen.
Hubo un receso aquí, pero luego le sigue otra carta, también en se­
cuencia de página. Evidentemente, Helen escribió éstas mientras Bill
estaba fuera, y luego se las envió todas juntas, o, más probable, se las
dio cuando él regresó. Así pues, éstas eran más parecidas a la forma
particular de las notas de un diario de Helen. Esta próxima anotación
comienza:

Querido Bill: Me alegra tanto que llamaras cuando lo hiciste. Es ate­


rrador cuánto puede sucederme sin que siquiera lo note. Así que
trataba de orar, (realmente), y creo que lo hice sólo por un breve ins­
tante. No deja de asombrarme cuán difícil es para mí. Le pedí a él
[Jesús] que me reubicara en la escalera, y lo dije en serio pero no
duró. Generalmente yo no me pongo de rodillas, porque creo que es

141
Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

una posición tonta y hace que te veas ridicula. Pero sí traté y comencé
a llorar (cosa que parece estar pasando muy a menudo) pero no es­
tuvo mal. Cuando me levanté más bien dije inesperadamente en voz
alta, “Y te doy las gracias por permitirme tratar de nuevo después de
todo”. (Supongo que debe ser una “T” mayúscula.) Tenía la intención
de rezar una oración por mi madre, como tú me sugeriste, y comencé
a hacerlo, pero me resultó un tanto diferente. Creo que lo que dije
fue, “Por favor, no permitas que jamás hiera a nadie vivo o muerto”.
Hubo una breve pausa, y terminó “en el pasado o el presente o el fu­
turo”. Lo dije en serio.
La sinceridad de los sentimientos de Helen es obvia aquí. Una parte
de ella no quería herir a nadie jamás, y eso nuevamente lo expresaba
en su disposición de prestar ayuda a cualquiera que la necesitase, sin
importar sus pensamientos negativos acerca de la persona, ni su expe­
riencia de imposición. El amor de su Ser sacerdotisa podía liberarse de
ese modo. Helen refleja entonces su aceptación de unirse que era el
significado de la relación de ella y de Bill, así como su exhortación di­
recta a Bill a que cambiase de mentalidad.

Bill, estoy feliz respecto a una cosa; muy feliz, creo. Es bonito ha­
cer cosas juntos porque se supone que así estemos. Si tú aumentas tu
fe (la cual era muy pobre, dicho sea de paso) tienes que salir de la sus­
pensión. Tal vez eso sea todo lo que tengas que hacer. Porque si
comienzas con eso, no tendrás que pasar por todo este embrollo para
entender. Yo siempre me he caracterizado por una marcada tendencia
a comenzar por el final y abrirme paso hacia el principio, yavecesme
encuentro hecha un lío a medio camino. Esta no es la manera fácil,
créeme, y probablemente nunca fue necesario. Pero muchos de noso­
tros no apreciamos el valor de que una línea recta sea la distancia más
corta entre dos puntos. Pero lo es.
Tengo que dejar de fumar sin boquilla. Me sorprendí de que por al­
guna razón he estado fumando sin ella por algún tiempo (2 semanas
más o menos), y no me molestó lo ojos en lo más mínimo. (En reali­
dad). Pero la idea estaba equivocada. No hay que usar el poder de esa
manera. Es un uso erróneo de lo que puede ser una mejor clase de in­
mortalidad. Con amor—Helen.
Este último comentario, el cual se emite a principios del verano de
1965, presagia la visión de la cueva que Helen tuvo, en la cual juró no
usar erróneamente el poder de su mente. Helen, dicho sea de paso, fu­
maba un cigarrillo tras otro, con un promedio de aproximadamente

142
Las cartas de Helen a Bill

cuatro cajetillas al día hasta que casi se murió por asfixia mientras
hacía un viaje en algún momento durante la escritura del Curso. Aban­
donó el hábito de inmediato en ese momento, y jamás volvió a tocar
otro cigarrillo. Noten también la preocupación que Helen tenía con sus
ojos, un tema importante al cual retomaremos en breve. Finalmente,
este pasaje se refiere a lo que Jesús describiría posteriormente
(T-1.1.20,23) como el error de confundir los niveles de la mente y del
cuerpo. La enfermedad proviene del nivel de la mente (aunque con fre­
cuencia se manifiesta en el nivel del cuerpo), y la sanación, por lo
tanto, únicamente puede provenir de un cambio de mentalidad. El al­
terar el nivel físico (como en el caso de Helen, usar o no usar una bo­
quilla) para efectuar la sanación de un síntoma, constituye la magia:
“No hay que usar el poder de esa manera”. En sí y de por sí esto no es
malo ni pecaminoso (T-2.IV.4:4), pero si se toma en serio la magia
puede conducir a la antes mencionada confusión de niveles, y de ese
modo se entorpece la verdadera sanación que resulta únicamente del
perdón, que es todo el propósito del Curso.

Luego Helen añadió lo siguiente:

Preferiría no añadir esto, pero creo que debo hacerlo. Digo esto con
voz muy queda, un susurro realmente, con la esperanza de que tú no
puedas oírlo. (Aquí parece haber un leve caso de sinestesia31). Tienes
razón, Bill. No tiene sentido alguno el decir “Dios está de parte mía”.
Hay que decir, “Yo estoy de parte de El”.
Esto, por supuesto, anticipa ese importante tema en Un curso de
milagros de traer la obscuridad a la luz, no la luz a la obscuridad; de­
bemos venir hacia donde Dios está al cambiar nuestra mentalidad
sobre El, no exigir que El se una a nosotros en nuestras mentes enaje­
nadas: nosotros nos unimos a El.

Carta Dos

La segunda carta contiene una sabiduría que integra (como lo


hace el Curso) una sofisticada psicología con una avanzada actitud

31. La combinación de dos modalidades sensoriales, tales como “el oír” un color, o
“ver” un sonido. Esta combinación no es el mismo caso en la carta de Helen, razón por
la cual ella usa el calificador “leve”.

143
Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

espiritual. El contexto específico es la dificultad que tiene Helen con


la casa de Watermill, una importante lección para ella, como vimos
en la carta anterior.

Querido Bill:
Parece muy necesario que escriba esto antes de mañana. Espero que
tengas paciencia con ello, porque puede ser importante para los dos.
Sin embargo, trataré de asumir las responsabilidades, porque tendré
muchas. Comienza con aquel dicho que encontraba más bien singular
pero conmovedor de uno de los libros que tú me diste. Estoy cambián­
dolo levemente, porque este tiene aplicación universal de cualquier
modo, si es que tiene alguna en lo más mínimo:
Un niño ve una casa como una casa.
Un adulto ve una casa como muchas cosas.
Un sabio ve una casa como una casa.
Creo que dije, de manera más bien petulante la semana pasada, que
esperaba con ansias ir a Watermill porque en un sentido siempre es
esencial regresar a “la escena del crimen”. También dije (espero) va­
rias cosas mucho más positivas también, y estoy segura de que será
más de ese modo. Sin embargo, puede ser que lo más conveniente para
mi sea aclarar eso antes de llegar. Podía ser arriesgado.
Francamente, no me había dado cuenta de que Watermill represen­
tará una prueba más bien severa. Ambos la hemos visto “como muchas
cosas” y es una equivocación investir a un lugar con símbolos perso­
nales porque en un sentido se viola el significado real o la existencia
del lugar en sí. El resultado de esto es una pérdida de la única clase de
aprecio que es en verdad seguro, y también genuinamente gratificante.
Creo que podría adivinar tus símbolos en esa conexión razonablemente
bien, pero esa no es mi tarea ahora. Si alguna vez te interesa profundi­
zar en esto, (y puede que lo quieras), bien. Probablemente yo tendría
algo que decir, aunque sólo sea porque estoy más familiarizada que tú,
quizás, con la búsqueda de lo correcto en la forma equivocada y en el
momento equivocado. Mientras tanto, permite que me limite como es
debido a mis propios problemas, porque podría tener muchas dificul­
tades a menos que reaprenda esta lección en particular. Si realmente
tengo éxito, puede que sea capaz de aprenderla demasiado bien y ad­
quiera protección estable para el futuro.
He odiado a Watermill probablemente por encima de todos los lu­
gares sobre la faz de la tierra. No importa cuánta racionalización yo
pueda haberle aplicado a este estado de cosas tan desastroso, sigue
siendo mi responsabilidad el deshacer un símbolo de tanta maldad.

144
Las cartas de Helen a Bill

Una casa no es muchas cosas, ni es realmente un símbolo en absoluto.


Probablemente no haya una sola parte de ella a la cual yo no le haya
adjudicado algo que no está ahí, y con lo cual tenga yo singular pro­
pensión a tropezarme o a resbalarme. Esto es obvio simplemente
porque yo lo he hecho peligroso. Un lugar nunca es peligroso, pero las
personas sí lo son algunas veces, y luego hay mucha confusión. Le
temo bastante a Watermill, porque creo que es una amenaza real para
mí. Puesto que yo lo hice de esa manera (o pensé que lo hice) con toda
seguridad puedo deshacer todo esto, porque la verdad es que yo no lo
hice en absoluto. Es una casa en una playa (una playa muy bonita, por
cierto) y yo no tuve nada que ver con su creación ni con su ambiente,
físico ni humano.
Interrumpo la carta de Helen para señalar la sabiduría de sus co­
mentarios, muy parecidos al punto que se presenta mucho más tarde en
el manual para maestros, donde Jesús explica:

Tal vez sea útil recordar que nadie puede enfadarse con un hecho.
Son siempre las interpretaciones las que dan lugar a las emociones ne­
gativas, aunque éstas parezcan estar justificadas por lo que
aparentemente son los hechos (M-17.4:l-2).
Como se ha comentado ya, y a lo cual retomaremos en la Parte III,
había en Helen una sabiduría que muy ciertamente antecede a Un curso
de milagros, y a la cual le recordaban sus experiencias con Jesús. Esta
sabiduría, la cual pertenece al Ser sacerdotisa que existía más allá del
“Cielo y Helen”, se refleja aquí en sus comentarios a Bill que provienen
de su conciencia de la naturaleza ilusoria de la forma, la cual no es nada
más que un símbolo neutro sobre el cual la mente proyecta los pecados
del ego, o la santidad del Espíritu Santo. Como enseña una de las Lec­
ciones posteriores del libro de ejercicios “Mi cuerpo es algo comple­
tamente neutro” (L-pII.294). Así pues, la casa de Watermill es neutra,
y Helen reconoce aquí que sus pensamientos sobre la misma provienen
de ella, y son totalmente independientes de la casa en sí. Por lo tanto,
puesto que estos son sus pensamientos, ella los puede cambiar. Como
señalaré de nuevo posteriormente, está claro por comentarios como los
que Helen emite aquí que ella no necesitaba a Un curso de milagros
para que le enseñase su sabiduría. Esta ya estaba presente en la unidad
que existía entre ella y Jesús, y antecede el comienzo de la escritura
del Curso.

145
Capitulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

La carta continúa:

Había esperado descansar un poco allí en esta ocasión, y aún podría


hacerlo. En realidad he orado por que no malinterprete las cosas, y las
vea erróneamente. Creo que es especialmente importante para mí re­
cordar que, si en algún momento me enfado de pronto (y me temo que
pueda suceder) disto de ser inocente en el asunto, y que soy realmente
afortunada de tener otra oportunidad de percibirlo mejor. No es técni­
camente necesario para mí ir a Watermill para hacer esto, por supuesto,
pero hay cierta franqueza acerca de “regresar a la escena del crimen”
si es que lo haces para remover el crimen en lugar de reforzarlo.
(Tengo mucha dificultad con mi mecanografía ahora, pero creo que es
mejor terminar con esto ahora, en lugar de hacerlo más tarde).
Espero que para el momento en que me vaya de Watermill en esta
ocasión, lo haga en acción de gracias y con una sincera bendición para
la casa y todo el mundo allí. No sé si realmente pueda hacer esto, pero
espero, al menos, que haga un esfuerzo muy genuino. Yo podría fácil­
mente echar a perder todo esto, pero sería un error muy infortunado,
especialmente para mi. También llevaré cualesquiera pecados que no
pueda superar allí a cada casa que vaya, incluyendo la mía. No quiero
hacer esto, y creo que puedo ganar mucho si utilizo la oportunidad
adecuadamente.
La despedida de la carta estaba escrita a mano, como se explica:

La maquinilla se está portando mal de modo que tengo que termi­


nar. Ayúdame, Bill, podrías estar ayudándote a ti mismo.
Felices vacaciones para todos nosotros.
Con amor,
Helen
Infortunadamente, Helen no pudo poner en práctica la meta del per­
dón sobre la cual era capaz de escribir tan conmovedoramente en esta
carta. Ella sí hizo el intento, pero años más tarde no podía hablar de
Watermill sin amargura y sin enfado hacia Bill. Sin embargo, pudo al
menos tener claro el principio que habría de aprender, y claramente
esta carta demuestra su buena voluntad de aprender la “otra manera” y
perdonar. También ilustra la división en su mente: una parte refleja
claramente la sabiduría de Jesús, la otra parte demuestra con igual cla­
ridad la terquedad de la mentalidad errada del ego.

146
Las cartas de Helen a Bill

Carta Tres

Esta próxima carta contiene un sueño, el cual parece simbolizar al


ego de Helen el cual está siendo desplazado por Jesús (el hombre),
cuyos mensajeros no se oponen a ella. La dama en el sueño parecería
simbolizar al Espíritu Santo; mientras que los niños—especialmente la
niña de pelo obscuro—podría simbolizar la inocencia de Cristo.

Estoy comenzando ésta con el sueño del viernes, porque tú me di­


jiste que lo anotase. No lo hice en el momento, pero creo que lo
recuerdo bastante bien;—es difícil decirlo, porque este cubrirá el
sábado y muchas otras cosas.
El sueño, el cual creí que llegó en 2 partes idénticas, pareció co­
menzar tan pronto me quedé dormida, pero yo no estaba lista para el
mismo aunque ya había comenzado. De todas maneras, creo que en
realidad pensé “Más tarde, todavía no”. Pareció ocurrir nuevamente
poco antes de despertar. Sonó el timbre de la puerta, y cuando lo con­
testé muchos niños hermosos entraron corriendo en el corredor y en
todas las habitaciones. Eran conducidos o supervisados (no estoy se­
gura del papel real de ella) por una bella dama cuyo cabello negro
estaba dividido en el centro, y cuyos hermosos ojos de un color marrón
obscuro se veían ya sea extremadamente serenos o extremadamente en
blanco. Parezco cambiar de idea una y otra vez acerca de esto. Esta
dama me entregó varias hojas de papel, lo cual, sentí, explicaba el que
ella viniese con los niños. (Yo me había vuelto a acostar, y ella me en­
tregó los papeles desde los pies de la cama donde estaba parada). De
algún modo yo inferí de los papeles (ninguno de los cuales recuerdo en
realidad) que los niños iban a vivir en el apartamento, (creo que la
dama iba a estar allí, también, y como que se iba a hacer cargo de todo).
Al principio la idea no era cuestionable ni peligrosa en modo al­
guno. El elemento de peligro aparentemente llegó mucho más tarde,
después de que los niños habían estado corriendo por doquier más bien
felizmente, y la dama había permanecido bastante quieta mirándome
durante largo rato. Luego repentinamente caí en la cuenta de que toda
la situación no era lo que parecía ser. De hecho, súbitamente me di
cuenta de que me iban a desahuciar, y esta rara familia venía a buscar
un hogar del cual me iba a echar a mí. Tomé el teléfono bastante des­
esperadamente y te llamé [Bill], pidiéndote que permanecieras en la
línea porque yo estaba en una situación bastante peligrosa y podría ne­
cesitar tu ayuda con urgencia. Tú dijiste que te quedarías en la línea, y
yo me quedé con el teléfono al oído durante toda la próxima parte del

147
Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

sueño. La dama no intentó interferir con la llamada, ni comentó nada


al respecto. No hizo comentario alguno acerca de nada. Tampoco cam­
bió su expresión durante todo el sueño.
Le dije a ella de manera más bien hiriente que ella y los niños ten­
drían que irse, o de lo contrario llamaría a la policía. Le pregunté que
cómo se atrevía a entrar luciendo tan parecida a una madona, cuando
en realidad estaba al servicio “del hombre”. Los ángeles no deben tra­
bajar para los demonios, le dije. Ni tampoco ella tenía ningún derecho
a pervertir a esos preciosos niños para hacerlos parte de una historia de
maldad. La dama no hizo comentario alguno, sino que extendió su
mano para pedirme los papeles, los cuales le devolví, y de inmediato
me arrepentí de haberlo hecho. Le pedí que me devolviese un papel en
particular, de modo que yo pudiese cotejar el nombre “del hombre”.
Ella no hizo ademán de devolverlo, por lo cual le dije con una con­
fianza que no sentía:
“Voy a mandar a la policía tras él, no importa que usted me entre­
gue el papel o no. Con el tiempo recordaré su nombre, y cuando lo haga
no lo volveré a olvidar. El que usted esconda el papel no lo salvará a
él, ni a usted tampoco”. La dama no dijo nada. Ella simplemente llamó
a los niños, y los condujo a través de la puerta hasta el pasillo. Poco
antes de que la puerta se cerrase, una niñita de ojos marrón y cabello
obscuro, (quien se parecía en algo a la misma dama, ahora que lo re­
cuerdo), regresó, corrió hasta mi cama con los brazos extendidos.
Parecía muy espontánea e inocente, y pensé para mis adentros, “Ojalá
y fueses lo que pareces ser. Pero te han adiestrado para que hagas tu
papel, y el papel es malvado. Es una verdadera vergüenza, porque po­
tencialmente eres tan hermosa. Pero no estás aquí con ningún
propósito bueno, y ya te han adiestrado minuciosamente en lo que
tienes que hacer”. La niñita dio la vuelta y regresó con la dama, quien
mantuvo abierta la puerta el tiempo necesario para permitir que la niña
pasara, y luego la cerró tras ella.
Entonces hablé por teléfono, y dije, “Gracias, Bill. Todo está bien
ahora; se han ido y no volverán. Ya no hay peligro. Pero no puedo re­
cordar el nombre ‘del hombre’, y aunque dije que lo haría, no puedo.
Creo que serás tú quien me lo diga”.
Como se mencionó al principio, este sueño parece simbolizar el
miedo que Helen tenía de Jesús (“el hombre”) quien la desplaza de su
hogar en el ego; la inocencia de los niños reemplazaría la culpa en la
mente de ella. Repito, es interesante la indefensión de la dama, quien
no trata de imponer su voluntad, ni presiona a Helen para que acepte
la presencia de ella y de los niños. En este sentido el sueño es muy

148
Las cartas de Helen a Bill

parecido al sueño anterior de Helen con “El Caballero”, el cual se pre­


sentó en el Capítulo 3. El lector puede recordar la amorosa manera in­
defensa en que el Caballero, quien representa a Jesús, sencillamente
presenta su “caso” a favor de un mundo mejor y más feliz al cual queda
invitada Helen.

Ambos sueños reflejan un importante tema en Un curso de


milagros. Este tema es especialmente evidente en las Lecciones 182 y
160 del libro de ejercicios, donde Jesús les recalca a sus estudiantes el
hecho de que en este mundo nosotros (como Cristo) somos verdadera­
mente extranjeros.

Este mundo en el que pareces vivir no es tu hogar. Y en algún recodo


de tu mente sabes que esto es verdad. El recuerdo de tu hogar sigue ron­
dándote, como si hubiera un lugar que te llamase a regresar.... No
obstante, sigues sintiéndote como un extraño aquí, procedente de algún
lugar desconocido (L-pI. 182.1:1-4).
En el sueño Helen teme ser desplazada de su casa por la extraña pre­
sencia de la inocencia de Cristo. Y, sin embargo, en verdad el extraño
es su ego. Como afirma la Lección 160 con relación al miedo, el cual
representa al yo egoísta:

“Yo estoy en mi hogar. El miedo es el que es un extraño aquí”.


El miedo es un extraño en los caminos del amor. Identifícate con el
miedo, y te vuelves un extraño ante tus propios ojos. Y de este modo,
no te conocerás a ti mismo. Lo que tu Ser es sigue siendo algo ajeno
para la parte de ti que cree que es real, aunque diferente de ti.... Hay
un extraño entre nosotros [i.e., el miedo de nuestro ego] que procede
de una idea tan ajena a la verdad, que habla un idioma distinto, percibe
un mundo que la verdad desconoce y entiende aquello que la verdad
juzga como carente de sentido. Pero aún más extraño es el hecho de
que no reconoce a aquel [su Ser] a quien visita, y sin embargo, sostiene
que el hogar de este es suyo, mientras que el que está en su hogar [su
Ser] es el que es el extraño.... ¿Quién es el extraño? ¿A quién no le
corresponde estar en el hogar que Dios proveyó para Su Hijo, a ti o al
miedo? (L-pI. 160.1:1-4; 2:1-2; 4:1-2).
Así es que Helen, al estilo característico del ego, ha puesto al revés la
verdad. La inocencia de Cristo, su Ser, se convierte en el extraño que
amenaza desahuciarla, y el cual es descrito como malvado. Sin embargo,

149
Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

en realidad es el extraño yo egoísta el que cree que ha desposeído a Dios


y a Su Hijo.

Debo mencionar, además, que uno de los libros favoritos de Helen


era El hombre quefuejueves de Chesterton. Por la mejor parte de esta
novela los lectores son llevados a creer que están en el centro de una
astuta historia de espionaje, sólo para descubrir que los conspiradores
—cada uno de los cuales recibe un nombre código de los días de la
semana—realmente están al servicio de Jesús: domingo. El plan les
exige insidiosamente que “se apoderen” del mundo.

La carta de Helen continúa ahora con otro tema importante:

El asunto del cual yo no quería hablarte todavía era el de un miedo


de toda la vida a ser abandonada, primero por mi madre y más tarde
por Jonathan [Louis]. Jonathan es singularmente improbable que me
abandone (su constancia es parte de sus muchas virtudes, muchas de
las cuales yo no aprecio todavía en realidad), pero siempre estaba te­
merosa de que se muriera y me abandonase. No puedo soportar la idea
de estar sola, y siempre sentí que prefería cometer suicidio a enfrentar
la soledad. Aún me siento muy incómoda sobre todo el tema, advierto.
En fin, esta es un área en la cual “Hágase tu voluntad” no aplica a mí.
Aquí será a mi manera, aun cuando tuviese que matarme a mí misma.
Lo extraño, o quizás lo “malo” sería una palabra mejor, es que en
su calidad de “compañía para mí, yo jamás consideré a Jonathan (ni tal
vez a mi madre tampoco) como una persona por derecho propio. He
bromeado acerca de esto al decir, “Tengo que proteger mi inversión, la
cual es meramente la parte de previsión e inteligencia”. La palabra “in­
versión” la cual he utilizado realmente en esta conexión, es mucho más
aplicable a una cosa que a una persona, por supuesto. Y sin embargo,
de algún modo es así como me siento al respecto. Es mía, e insisto en
aferrarme a ella. No me importa si es bueno para Jonathan o no; o si­
quiera si es bueno para mí. Necesito esto, y he dedicado prácticamente
toda mi vida a protegerla. Te sorprenderías si supieras cuántas cosas
extrañas hice para proteger a mi madre, (excepto ser amable con ella,
por supuesto).
No se podría pedir una descripción más específica de la terrible na­
turaleza de las relaciones especiales, en las cuales buscamos en otros
únicamente lo que es necesario para nuestra propia salvación, tal como
entendemos que sea. La otra persona jamás es vista tal como él o ella

150
Las cartas de Helen a Bill

realmente es, como Cristo, sino como una sombra de nuestro pasado,
basada en nuestras necesidades y expectativas. Uno de los más dolo­
rosos miedos de Helen, el cual se remontaba a su niñez, era el de estar
sola y abandonada, y por eso los demás—notablemente su madre,
Louis, Bill y yo—le servíamos a su ego sólo con estar allí para ella.

La discusión de Helen continúa, centrada primero en Louis


[Jonathan], y luego en una importante visita a su madre.

Regreso del pasado al reciente paseo en autobús. [Pensé] que


Jonathan se iba a morir. Pensé que había llegado tan lejos como había
podido en esta ocasión, y que no saldría adelante esta vez, así que
estaba listo para rendirse y partir. Entonces pensé de pronto, “no”, eso
no está bien todavía. El se pondrá muy enfermo, pero no morirá a me­
nos que yo lo quiera. Yo aún podría salvarlo si en realidad quisiera, y
en realidad ayudarle a que se convirtiese en una persona guiada por vo­
luntad propia si yo tratara. Y súbitamente quería tratar. Así que me
parecía que él estaba muy enfermo y en el hospital, y de algún modo
yo logré que saliera adelante. La manera en que lo hice fue amándolo.
Entonces lo miré (estaba dormido en ese momento, lo cual probable­
mente estuvo menos mal).
También amaba a todo el mundo en el autobús durante un rato.
Contemplé a Jonathan, y pensé que realmente puede lograrlo en esta
ocasión, y no tiene que esperar. Es tarde, pero lo es para todos. El tiene
posibilidades reales, y si le ayudo (y tú también por razones más bien
sorprendentes que vienen a continuación) él desarrollará determina­
ción y fortaleza aquí y ahora, y nunca más estará perdido. La “santa
alianza” para esta encamación parece ser cambiante, pero es santa a su
manera. Cuando se me ocurrió por primera vez (las cosas más gracio­
sas me llegan en la meditación; me preocupa un poco, pero creo que
está bien), que mi propósito esta vez es hacer una santa alianza, pensé
primero en hacerla contigo. Pero en esta ocasión pensé que tal vez debe
incluirse a Jonathan.
El clima, de una manera general, no era bueno en Asbury [Asbury
Park, Nueva Jersey], así que el viernes sugerí que fuésemos a Long
Branch y viésemos a la madre de Jonathan para salir de eso. Jonathan
se alegró, porque yo siempre he sido un tanto desagradable (por omi­
sión) con su mamá, y esto lo ha perturbado. Me dijo que yo no tenía
que ir, y que él me “cubriría”, aunque admitía que a ella le encantaría
verme. Ella está ridiculamente orgullosa de mí. Y yo sí sé que mi visita
representaría algo muy importante para ella, aun cuando creo que sus

151
Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

razones están equivocadas. ¿Pero por qué debía preocuparme con algo
más que darle alguna alegría a una anciana sin importarme cuáles fue­
sen los términos de ella? Así que decidí ir. Y entonces me dio un
verdadero ataque de ira. Subí a buscar un tranquilizante (me hubiese
tomado más de uno, pero no tenía más), y todo el trayecto hasta allá lo
pasé temblando. Jonathan fue muy atento e incluso bastante compa­
sivo al respecto. Hizo las cosas para mi tan fáciles como le fue posible,
y hasta le pidió al conductor del taxi que esperara, lo cual no es nada
característico de Jonathan. (El resultado fire, que el conductor del taxi
no le cobró a Jonathan por esperar, pero Jonathan le dio una propina
generosa, lo cual tampoco es característico de Jonathan. Le tiene tirria
a dar propinas, aun cuando es muy generoso en otras cosas).
Cuando llegamos a la casa de Mamá, todo resultó muy bien. El
prado estaba hernioso, y si el conductor no hubiese estado esperando
me hubiese alegrado poder quedarme un rato más. Mamá me presentó
orgullosamente a muchas personas, pero sólo hubo tiempo para sentar­
nos al sol, y estaba muy bello y en paz. Me alegré mucho de ver a
mamá también. Aun cuando sus razones sean torcidas, no quedan mu­
chas personas (si es que alguna vez las hubo) que quieran verme tanto.
Se pensaría que me habría sentido agradecida por ello antes, ¿no es
así? Especialmente yo, con esta intensa necesidad de que me quieran.
Y ahí estaba ella todo el tiempo, deseando que viniera, y yo me negaba.
Un error. Me alegro de haber tenido la oportunidad de subsanarlo un
poco, y ojalá pudiera hacer lo mismo con mi propia madre. Una vez es­
tuve sin verla (ni ver a mi padre) durante cerca de dos años. Algo
relacionado con el análisis, creo. No podía permanecer en la misma ha­
bitación con ella. Pero sí la llamaba, y ella vino [a visitarme] antes de
morir. Y recuerdo haberle dicho que en realidad yo sí la amaba, y que
me alegraba de que hubiese venido.
La visita de Helen a su suegra y la reunión con su propia madre son
ejemplos de la corrección de viejos errores. Fue un proceso, como lo
describió Helen en su autobiografía, que comenzaron Helen y Bill, in­
cluso antes de que comenzara la escritura de Un curso de milagros.
Tales expresiones abiertas de perdón eran una primera parte integral
del programa de adiestramiento mental en el cual Jesús les estaba
instruyendo.

Luego Helen prosigue con una discusión de la relación con su ma­


dre, otro buen ejemplo de la relación especial descrita en detalle pos­
teriormente en el Curso:

152
Las cartas de Helen a Bill

Cuando pensé que Jonathan podía ser reclutado por el ejército, le


pregunté a mi madre si podía venir a vivir con ella de nuevo. Ellos te­
nían una alcoba y un baño extra, y además era el único otro hogar que
yo conocía, así que nunca pensé que no sería bienvenida. Recuerdo la
sorprendente respuesta de mi madre. Ella dijo que podía venir, por su­
puesto, (su acento era tan inglés), pero tendría que hacer las cosas a su
manera, porque ella tenía hábitos fijos ahora, y no quería que nada in­
terfiriese con eso. Me recordó que yo siempre había sido bastante
difícil, y ella no quería tener problema alguno desde su ataque al cora­
zón. Yo estaba terriblemente atónita en el momento, pero creo que ella
tenía razón. De todos modos, a Jonathan no lo reclutaron, y me alegra
haberla invitado a volver antes de que muriese.
Esta última aseveración fue una referencia al comentario anterior de
Helen sobre el haber invitado a su madre al apartamento suyo después
de haber estado sin verla durante dos años. Debo mencionar que Helen
siempre se sintió culpable de haber abandonado la habitación de su
madre en el hospital mientras ella estaba críticamente enferma, y por
lo tanto no estuvo con ella en el momento de su muerte.

La carta continúa:

La secuencia temporal aquí es terrible, pero en realidad estoy tra­


tando de escribir esto según se me ocurre. Tú sabes, Bill, que yo he
estado repitiendo que tú puedes lograr cosas simbólicamente, mediante
cierta clase de disposición. Las experiencias reales son necesarias a ve­
ces, pero si de algún modo puedes aprender la lección que las
experiencias te habrían enseñado de manera simbólica, eso tiene tanta
convicción como la que habrías ganado del suceso real; puedes evitar
la experiencia real de dolor en muchos casos.
El estudiante del Curso puede estar interesado en una aseveración
similar en el texto, donde Jesús explica que no es necesario para noso­
tros repetir literalmente su crucifixión:

...si eres capaz de oír al Espíritu Santo en otros, puedes aprender de


sus experiencias y beneficiarte de ellas sin tener que experimentarlas
directamente tú mismo.... No se te pide que repitas mis [las de Jesús]
experiencias, pues el Espíritu Santo, a Quien compartimos, hace que
eso sea innecesario (T-6.I.10:5; 11:2).
Helen retomó entonces a Louis (Jonathan):

153
Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

No creo que Jonathan vaya a estar enfermo en absoluto. Estaba segura


de ello entonces, y también estaba segura de que él viviría mucho
tiempo, porque él siempre decía que no le importa envejecer si se
siente lo suficientemente bien para disfrutarlo. El cree que hay muchas
cosas que hacer, y él nunca podía entender mi propio miedo a enveje­
cer. Las personas no se mueren hasta que ellas quieran.
Repito, el estudiante del Curso encontrará interesantes estas asevera­
ciones comparables tanto en el texto como en el libro de ejercicios:

Nadie puede morir a menos que elija la muerte (T-19.IV-C. 1:4).


Y nadie muere sin su propio consentimiento (L-pI. 152.1:4).
Continuamos, el tema todavía es Louis:

De pronto se me ocurrió que él no tendría dificultades en su vejez,


y que realmente la disfrutaría mucho. Pensé, “su hernia ha desapare­
cido”, y ahí cometí un error, creo. No es un don mío ver el futuro,
excepto simbólicamente. Tú, Bill, eres el que tiene el verdadero don de
la predicción de hechos. Es por eso por lo que tengo que preguntarte
acerca de ello. Más tarde me di cuenta—esto podría parecer como una
evasiva, y hasta cierto punto lo es, pero realmente creo que las predic­
ciones de hechos son peligrosas para mí, porque podrían hacerme
orgullosa, y yo ya tengo problemas en esa línea. Tú, por el contrario,
lo necesitas.
Este pasaje es importante debido a su énfasis en el peligro de que
Helen haga predicciones de hechos. Retomaremos a esto en la Parte III
cuando discutamos algunos de los errores auditivos de Helen, fuera de
su labor como escriba del Curso. Su carta continúa con el mismo tema:

Hace dos años, yo hice algunas predicciones sacadas de mi propia


imaginación acerca de ti y de mí y de Chip y [de algunos otros]. No te
dije de la que hice sobre Jonathan, porque me asustaba. Creo que sólo
dije que se enfermaría, y se recuperaría. Lo mencioné el otro día en el
Pabellón Harkness [parte del Centro Médico Presbiteriano Columbia]
y dije, “Bueno, sí tiene una hernia”. Traté, bastante supersticiosa­
mente, de ligar lo que realmente había pensado con la hernia, y
encubrir lo otro. Pensaba en el momento que él desarrollaría cáncer, y
luego pensé que seria cáncer de la próstata, y no muy serio. Pero me
preocupó muchísimo. Así que traté de conformarme con una hernia.
Simbólicamente, lo que la hernia representaba para mí en aquel

154
Las cartas de Helen a Bill

momento sí ha desaparecido. Y trataré de ayudar a Jonathan a que lo­


gre su vejez feliz, porque él hará un tremendamente buen uso de la
misma.
En el autobús de regreso, hubo mucho más acerca de la feliz vejez
de Jonathan. No creo que él vaya a estar seriamente enfermo en abso­
luto. Eso se acabó.
Jonathan siempre ha tenido el secreto deseo de escribir una enciclo­
pedia acerca de Nueva York, una ciudad que él ama. Una vez llegó al
punto de hacer un fichero de todas las referencias que encontraba, y lo
conservó por algún tiempo. Luego lo dejó, porque la idea de escribir
un libro le pareció demasiado imposible para él. Pero no creo que per­
manecerá imposible, de algún modo. Creo que cuando envejezca eso
es exactamente lo que hará. Yo siempre he estado preocupada de que
no le falte, pero ya nos hemos ocupado de eso, y Jonathan debe estar
económicamente bien provisto de por vida, aunque no sea con tanto re­
finamiento. Tal vez tú veas el libro; por alguna razón yo no creo que lo
veré. Pero me alegro mucho por ello, de todos modos. No puedo ex­
presarte cuánto me alegro.
En realidad, Louis ha disfrutado muchísimo su vejez. En el mo­
mento en que escribo esto (1991) Louis32 se aproxima a su cumpleaños
octogésimo tercero, y ha sobrevivido a Helen más de diez años. Prin­
cipalmente debido a Helen, él ha estado muy bien cuidado, y desde que
ella murió, por primera vez en su vida Louis ha estado económica­
mente seguro. Disfruta de buena salud y se mantiene muy activo, visi­
tando a sus amigos y familiares constantemente. De hecho, la única
hora consecuente en que puedo comunicarme con él por teléfono es a
las siete de la mañana, después de la cual está fuera, para comenzar su
ocupado día con un desayuno en su restaurante local favorito. A pro­
pósito, Louis jamás ha estado seriamente enfermo. Hace unos cuantos
años tuvo una cirugía para su hernia, pero sin complicaciones. Helen
se refiere al libro de Louis en una carta posterior, y por lo tanto lo dis­
cutiremos un poco más adelante.

Helen retomó entonces a su discusión de los símbolos:

Esto se ha prolongado una eternidad, y yo detesto ser redundante


después de tanto rato. Pero tú sí puedes hacer cosas simbólicamente, si
de pronto entiendes los símbolos realmente. Yo nunca tuve mucha

32. Louis falleció el 16 de diciembre, 1999.

155
Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

experiencia de la vida, pero la única ventaja que siempre tuve (no creo
que esto sea un asunto de orgullo tanto como una cuestión de hecho)
es que siempre fui muy buena alumna cuando trataba de serlo. Quizás
no se trate de orgullo tanto como una forma de gracia. Cuando era pe­
queña, y no muy preocupada por el orgullo (eso vino después, creo,
después que me puse gorda e inaceptable) solía entender muchísimos
pasos siguientes sin que me lo hubiesen enseñado. Mi tío, (ese es el
matemático) se sorprendía conmigo en las matemáticas, una materia
que siempre me asustaba tan terriblemente que no quería asistir a cla­
ses. Sin embargo, parecía que yo podía dar respuestas muy exactas
siempre que pudiese entender el nivel. Extrañamente, el nivel siempre
parecía ser muy superior de lo que yo habría sabido si hubiese enten­
dido a la maestra, lo cual generalmente no era así. Todo el asunto era
bastante difícil, y muy exasperante en los exámenes.
Durante una gran parte de su vida adulta Helen le tenía fobia a la
lectura, y apenas leía un libro, como mencioné antes, excepto tal vez
la Biblia y algo de poesía. No sólo el que cursara su posgrado, sino que
fuese la primera de su clase, fue, por lo tanto, un tributo a su gran ca­
pacidad para aprender. Helen siempre tuvo un extraordinario sentido
de lógica (una habilidad utilizada, por ejemplo, en la forma lógica en
que Un curso de milagros desarrolla su argumento). De modo que ella
era capaz de leer un párrafo o dos y deducir el argumento básico del
libro, o escuchar una conferencia y deducir la totalidad del sistema de
pensamiento del curso que estaba tomando mediante esa pequeña
parte. De igual manera, como psicóloga podía entender la totalidad del
sistema egoísta de una persona mediante unas pocas claves extraídas
de una aseveración aparentemente sin importancia. Esto tiene sentido
cuando se considera que el sistema de pensamiento del ego sigue una
feroz aunque consecuente lógica. Así pues, cuando se entiende una pe­
queña parte del mismo, el resto se desprende inevitablemente si uno
está armonizado con la lógica subyacente, como Helen ciertamente lo
estaba.

La carta de Helen concluye con una cita de su pieza de literatura fa­


vorita, Hamlet:

Creo que la cita es una aseveración extraordinariamente adecuada de


una experiencia simbólica, la cual en un sentido es el tema global aquí.

156
Las cartas de Helen a Bill

Shakespeare la utilizó para la muerte; tal vez también sea cierto para la
vida:
“Si llegó mi hora, ya no hay que esperarla;
y si no ha de esperarse, es que es ahora;
y si no llegó la hora, ella vendrá;
siempre hay que estar dispuesto”.
A lo cual yo le añado humildemente, “y dada la disposición, puede que
no sea necesario que sufras la experiencia”. Esas, dicho sea de paso,
han sido siempre mis líneas favoritas. Detesto tocarlas, pero hemos
convenido en que el punto no es el estilo. Especialmente ya que las lí­
neas concluyen:
“Si ningún hombre sabe cuándo dejará esto,
¿qué valor tiene lo que deja? Sea pues lo que fuere”.
Y así será para mí. Y sin embargo, creo que lo que fuese que escribí,
(no lo recuerdo, realmente) es la verdad.
La frase “siempre hay que estar dispuesto”, dicho sea de paso, encon­
tró dos veces su lugar en la importante enseñanza de Un curso de
milagros: estar dispuesto no quiere decir que se haya alcanzado la
maestría (T-2.VII.7; M-4.IX.l:10). Uno puede estar dispuesto a perdo­
nar, por ejemplo, sin que haya alcanzado la maestría para hacerlo; una
pequeña dosis de buena voluntad es todo lo que se requiere.

Comentarios adicionales (añadidos el lunes por la mañana)


Me olvidé del ratito en el paseo entarimado. Una noche íbamos cami­
nando y Jonathan señaló a un muchacho con daño cerebral (de doce
años de edad más o menos) cuyos padres lo empujaban en una ca­
rreóla. Había otros lisiados33 allí, además. Mientras caminábamos
súbitamente (y brevemente) tuve la sensación de que todos caminaban
felizmente y muy unidos por el mismo camino. Como en la escalera.
No todos podemos caminar solos todavía, pero con el tiempo todos lle­
garemos a casa. A veces amo mucho a todo el mundo.
Nuevamente, encontramos una referencia a la experiencia recu­
rrente de Helen de ver a toda la gente unida como una, y la gran feli­
cidad que el darse cuenta de ello le producía.

33. El término británico para referirse a los que padecen retraso mental; el aprecio que
Helen sentía por Inglaterra, obviamente en un nivel basado en la identificación de ella
con su madre, a menudo se reflejaba en su manera de expresarse.

157
Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

Carta cuatro

Esta carta que sigue, una carta breve, trae de nuevo la imagen de la
sacerdotisa de Helen, en el contenido, aunque no necesariamente en la
forma.

Querido Bill: No iba a escribirte acerca de esto. Se me ha ocurrido que


algunas cosas que me suceden son para mí únicamente, pero otras son
imperativamente para ambos. Creí que ésta era privada, pero tal parece
que no lo es. La regla (por ahora) parece ser que cualquier cosa que
tenga que ver con luz, visión o resplandor es también para ti. Esa es la
forma en que podré determinar la diferencia. Estoy renuente a hacerlo,
pero definitivamente tiene que ver con luz, así que creo que debo
hacerlo.
Bill, yo no tengo visiones, pero a veces me llegan cuadros. Estos
solían permanecer perfectamente quietos, pero ahora parecen incluir
mucha más acción. Además, me han llegado mucho más asociados
conmigo, que con una especie de persona sin nombre, o lugar, o cosa
suspendida en la inmovilidad. Esta cruzó por mi mente mientras estaba
meditando,—una cosa que tú deseas mucho que yo haga. Al principio
me irritó muchísimo, pero se ha vuelto muy sosegado. Ya no creo que
sea tonto, pero aún no sé lo que es.
En fin, este habría de ser en tomo al tema (creo que es una amones­
tación, ¿es esa la palabra? No estoy segura) de “Hágase tu voluntad”.
Yo no escojo estas cosas de antemano, pero la idea del que es apro­
piado parece llegar justo antes de acostarme. Así que lo hice. El cuadro
acompañante era bastante claro y muy brillante (así que repito nos co­
rresponde a los dos).
No vi muy bien el principio. Entré en el momento en que yo me
arrodillaba en una reverencia casi japonesa,—creo que eso es correcto,
aunque era siamesa en El rey y yo. Pensándolo bien, esa última es una
asociación muy buena. Quizás este sea el próximo capítulo de El Cielo
y Helen. En fin, estaba de rodillas, con la cabeza y los brazos tocando
la tierra, y una luz muy brillante frente a mí. No tenía forma, y no lle­
gaba del todo a tocarme. Había una corona de laurel en mi mano, un
símbolo de victoria para los romanos y para la mayoría de las culturas
antiguas, creo. Algo se me escapa aquí, pero déjalo ir. Este es corto.
La idea parecía ser que la corona no debe ser mía, sino que perte­
nece a la luz. Creo que entró en la luz y se quemó. Aquí hay un eslabón
perdido, porque falta la transición. Algo sucedió y la corona se
desapareció.

158
Las cartas de Helen a Bill

Creo que la idea es que la victoria no la hacemos nosotros, sino que


se hizo para nosotros. Me avergüenza mucho haber escrito esto, pero
puesto que es para ti también creí que debía hacerlo, me temo que te
reirás, pero recuerda que sí traté.
Este “próximo capítulo de El Cielo y Helen” al que Helen se refiere
en la carta refleja su logro de la Mentalidad-Uno de la sacerdotisa—la
cual trasciende tanto su mentalidad errada como la correcta—que yo
he introducido antes en el libro en una forma breve, para retomar a la
misma al final de este. Como Helen la describe aquí, la etapa alcan­
zada se caracteriza por la total ausencia de un yo personal: “la corona
no debe ser mía, sino que pertenece a la luz. Creo que entró en la luz y
se quemó”. No es la “victoria” de ella y de Bill, sino que la victoria se
le otorga a ellos. Al igual que con las muchas otras visiones fugaces
previas (y algunas posteriores) de esta trascendente unidad, no hubo
ningún efecto aparente en la vida cotidiana de Helen.

Carta cinco

El conflicto entre “El Cielo y Helen” continuó, como se ve en esta


próxima carta, la cual parece que se escribió al día siguiente. La refe­
rencia a las “cosas extrañas” que le estaban sucediendo a Helen pare­
cería referirse a los sucesos del verano de 1965, y por lo tanto
aportarían apoyo a que estas cartas se fecharan en ese mismo período.

Querido Bill, Anoche estuve muy feliz por un rato, y sintiéndome muy
descansada. Las cosas comenzaron a estropearse, pero lentamente.
Aún no me he recuperado. He tenido que ser muy cuidadosa hoy, y no
hacer nada hasta estar segura de que es lo correcto. Sí siento que debo
escribir esto ahora, pero lo que escribí anoche debe romperse [esto tal
vez explique por qué la carta sobreviviente—Carta cuatro—es tan
corta]. La forma en que comenzó está bien, pero el resto no. Por eso
comenzaré de nuevo en la misma forma.
Pensé, sí, veo visiones y siempre las he visto. Brevemente esto pa­
recía real, y aunque pensé que era algo peligroso por un segundo,
cambié de opinión y pensé, es una cosa muy buena porque es una
fuente de esperanza. Había un cuadro del demonio que vi de pasada en
un libro, y pensé cuán no atemorizante. Lo que sucedió después es di­
fícil de describir, pero comenzó cuando pensé que en realidad era
bastante raro que, entre todas las cosas extrañas que me están

159
Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

sucediendo, en realidad yo no crea que me esté pasando nada. Tú si,


pero yo no. Eso es muy peculiar. Apuesto a que si le preguntase a las
personas si creen que es notable o no, lo más probable es que digan que
si. Yo no. Tú sí. Jonathan si (aunque él no sabe aún lo que en realidad
está pasando). Yo no.
Me sorprendió la similitud entre lo que te leí por teléfono y lo que
te había dicho antes. Y luego, después de un corto período de convic­
ción (creo que debemos fijamos en esa palabra), pensé, no, quizás eché
una mirada de antemano y no lo recuerdo. La gente se engaña tan fá­
cilmente. (Como el milagro en Lourdes). Creí que estaba segura, pero
no lo estaba. Una duda bastante salvaje se apoderó de mí, y súbita­
mente me di cuenta de que probablemente yo podía dar cuenta de
muchas de las cosas que sucedieron en otras formas bastante dentro de
una posibilidad de variación normal, ¿y cómo pude ser tan tonta como
para tragarme todo esto?
El lector encontrará en estas palabras las mismas dudas que Helen
expresaba en su recuento autobiográfico de este período de tiempo. Y
sin embargo, obviamente, como se verá, otra parte de Helen sí creía, o
al menos, confiaba lo suficiente en lo que estaba sucediendo para per­
mitir que las experiencias continuasen.

Así que recé una oración (como tú dijiste), y se me ocurrió que era
preferible dejar las cosas en espera. De hecho, pensé que incluso po­
dría ser peligroso no hacerlo. Traté de escribir lo que estaba pensando,
pero sabía que era un error. Hasta creo que era malévolo, y la única
cosa que creo que debo escribir aquí es un curioso error de escritura de
“primigenio”, que me salió como “primer mal”. No dormí durante mu­
cho rato, aun cuando estaba muy cansada, y espero poder tomar una
siesta pronto, porque vamos a salir por la noche.
Esta mañana, me prometí que sólo haría lo que me pareciera esen­
cial; ser muy precisa y mantenerme cerca de la honradez incluso en los
detalles más insignificantes de lo que diga. He tratado de hacer esto.
Muchas cosas horribles cruzaron por mi mente, y la mayor parte de
lo que escribí (y he roto) era horrible. Era algo acerca de milagros dis­
torsionados. Puedo olvidarlo ahora.
Esta mañana, seguía diciendo, así como sin intención y ya pasó—
“Soy un canal”, lo cual parecía tener algún significado en el momento.
Pero el canal se obstruyó, por lo cual no siempre funciona excepto
cuando las cosas pasan a través de la masa interpuesta. Aún no está
abierto.

160
Las cartas de Helen a Bill

Esta última aseveración es una referencia a la misma idea expre­


sada en la visión de la secuencia del bote, donde Helen no estaba lista
aún para utilizar el “aparato emisor y receptor”. Por lo tanto, podemos
ver la honradez de Helen en observar ambos lados de su mente divi­
dida: el canal así como la interferencia.

Los próximos comentarios de Helen utilizan terminología de su


gran amor, las estadísticas. El significado, no obstante, es claro incluso
para una persona lega, en la forma en que Helen habla de la importan­
cia de su relación con Bill (un “grupo”) la cual les provee un balance
mutuo muy necesario, mediante el cual cada uno puede corregir los
errores de especialismo del otro antes de proseguir sus respectivos
caminos.

Bill, creo no correr riesgo al escribir ahora únicamente que las per­
sonas se unen en pequeños grupos de luz durante un tiempo, mientras
ese grupo sirve mejor en el análisis de síndrome.34 Pero los nodos35
cambian, y sus significados cambian según ellos lo hacen. Muchas ve­
ces los grupos permanecen juntos durante mucho tiempo, hasta que el
balance se estabiliza y todas las luces brillan igualmente. Entonces otro
grupo es más conveniente para los miembros del grupo original, y el
patrón cambia.
Creo que a ti y a mí nos corresponde estar en el mismo grupo du­
rante bastante tiempo. Por el momento tenemos un problema especial
de balance, el cual no sólo necesita corregirse, sino que es muy crucial
para el próximo problema de balance, para el cual creo que nos nece­
sitaremos nuevamente. El sistema de peso ha sido pobre, y eso ha
obscurecido el significado real de los datos. Ambos hemos hecho cosas
muy raras en un intento por corregir esto, pero todavía se necesitan
más ajustes. Ya hemos cambiado algunos de los nombres de las dimen­
siones en el análisis de factores,36 y creo que un cambio muy
importante fue el que hicimos hace tiempo al cambiar la polaridad pa­
siva agresiva por la pasiva creativa. Ese fue el comienzo de una
comprensión mucho mejor de la dimensión, y todos los nombres asig­
nados a los grupos son arbitrarios, basados únicamente en lo que tú
crees que significan los factores en ellos.

34. Estudio de características o variables que van juntas.


35. Los puntos aislados sobresalientes del grupo bajo observación y estudio.
36. Una forma de análisis estadístico complicada y sofisticada.

161
Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

Esta discusión anticipa la explicación que Jesús provee en los co­


mienzos del dictado del Curso sobre las diferencias entre los egos de
Helen y de Bill. Aquí, la explicación que Helen le da a Bill contrasta
el mal uso que hace el ego de ella de su muy fuerte voluntad (como en
el caso de la sacerdotisa mala de sus visiones) con la más congruente
propensión de Bill de centrarse, la cual, sin embargo, había sido
severamente debilitada. Esta explicación continúa ahora, utilizando
los términos “creativo” (como substituto de “agresivo”), y “receptivo”
(como substituto de “pasivo”).

Creo que nos necesitamos mucho el uno al otro ahora para restaurar
el balance en esta dimensión. Yo he utilizado mal el extremo creativo,
y tú has utilizado mal el receptivo. Ninguno de los dos ha neutralizado
bien estos impulsos, y por eso no entendemos que ninguna posición en
el continuo es peligrosa de por sí. También hemos perdido la compren­
sión de que el control real radica en un sentido de proporción, porque
estamos demasiado fuera de balance para verlo.
Es curioso que, muy al contrario de lo que cualquiera de nosotros
probablemente hubiese predicho hace algunos años, cada uno ha hecho
bastante por estimular y ayudar al otro en la dirección que difícilmente
hubiésemos anticipado. Por lo menos, lo habríamos anticipado si hu­
biésemos sido realmente honrados en aquel momento, lo cual no
fuimos. Estoy tratando arduamente de traerte hacia el predominio, del
cual tú estas demasiado temeroso. La razón de tu miedo es que has de­
finido los extremos incorrectamente, y, por lo tanto, estás confundido
en cuanto a dónde radica la hostilidad. No radica en ningún sitio a lo
largo del continuo. Tu noción de receptividad ha sido equiparada con
el hurto, y tu definición privada de creatividad es asesinato. Mientras
creas eso, no podrás ni recibir ni crear, aun cuando tú eres realmente
capaz de ambos. Pero no des ningún paso todavía. Aún estás dema­
siado atado por tus propias definiciones.
Una porción substancial del dictado de los comienzos del Curso
Jesús la dedicó a ayudar a Bill con este preciso problema de confundir
la receptividad con el hurto, y la creatividad con el asesinato, cuando
el problema se manifestó en relación con una clase que él iba a enseñar
en la Universidad de Columbia. Como se discutirá más adelante, el
miedo de Bill de hablar en público y de profesar (retruécano de Jesús
sobre el hecho de que Bill fuese profesor) un sistema de pensamiento
que surgió de su pasado mal uso del poder de su mente. Así que él
equiparaba la creatividad (o la enseñanza) con el asesinato. Por otra

162
Las cartas de Helen a Bill

parte, el no compartir el amor y la verdad que estaban contenidos en


su mente le producía culpa por un acaparamiento egoísta, i.e., haberse
robado esta verdad y quedarse con ella para sí mismo. Todo esto es un
presagio directo de las enseñanzas posteriores del Curso sobre las re­
laciones especiales, las cuales representan la creencia original de la se­
paración de que utilizamos mal nuestras mentes para asesinar a Dios
y robarle Su poder. Estas definiciones de sí mismo como asesino y la­
drón reemplazan la definición de Dios de que somos, y siempre sere­
mos, Su inocente y amante hijo.

Helen se pasa luego a sí misma, a las acusaciones de sí misma de


rechazar a los demás para no recibir el amor de ellos, o de mantener
apartado su amor con manipularlos—“utilizando los anzuelos”—para
que se conviertan en esclavos de ella.

Entro en esto con una clase opuesta de distorsión. Le he temido mu­


cho a la receptividad, y ni siquiera quería escuchar a Dios con una
mente abierta. Nadie puede aproximarse mucho a mí, porque puede
darme algo, y puesto que lo deseo mucho podría verme tentada a
tomarlo y quemarme. Mi noción de la receptividad es la muerte. Y por
eso he cerrado los canales. La creatividad, por otra parte, está más aso­
ciada en mis distorsiones con el poder y especialmente con una clase
de hechicería la cual es particularmente perversa. Yo no lo asocio tanto
con el asesinato (creo que ese es más tu error) como con el esclavizar
a la gente. Utilizo la magia para retorcer anzuelos y plomadas de pesca,
y los pobres peces caen presos en las púas. En realidad no quiero decir
magia, tanto como ingenio. Estoy en un dilema peculiar, el cual es de
algún modo lo opuesto del tuyo, porque creo que mi alternativa es en­
tre la muerte (y es una muerte violenta, además) y utilizar los anzuelos.
Tú no puedes moverte porque crees que tienes que robar o asesinar.
Ambos estamos equivocados.
Repito, un estudiante de Un curso de milagros reconocerá aquí que
las palabras de Helen son precursoras de discusiones posteriores sobre
las relaciones especiales. En estas dementes y perversas defensas en
contra de la verdad, la elección siempre se hace entre nuestra propia
muerte, o el preservar nuestra aparente vida al cebar a otros, y por con­
siguiente matarlos simbólicamente. El cuerpo es el medio para lograr
la meta del ego, y sobre esto el Curso habrá de decir posteriormente:

163
Capitulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

¿Para qué quieres proteger el cuerpo? Pues en esa elección radica tanto
su salud como su destrucción. Si lo proteges para exhibirlo o como car­
nada para pescar otro pez, o bien para albergar más elegantemente tu
especialismo o para tejer un marco de hermosura alrededor de tu odio,
lo estás condenando a la putrefacción y a la muerte (T-24.VII.4:4-6).
Helen continúa entonces, y suena como la voz de Jesús, que imparte
el mismo tono de amorosa sabiduría que es tan característico de
Un curso de milagros, y con el cual, sin embargo, una vez más anticipa
la escritura del Curso. De ese modo podemos ver evidencia de la sabi­
duría que estaba presente en Helen, a pesar de sus exitosos intentos por
ocultarla. Específicamente aquí, ella se refiere a lo necesario que es
para ella y para Bill cambiar los conceptos de sí mismos, y el papel im­
portante que juega la unión de ambos—“nuestra reciente Alianza”—
en esta redefinición.

En nuestra reciente Alianza, has hecho mucho por cambiar tus de­
finiciones, pero no puedes apreciar la magnitud del cambio porque tus
definiciones, aunque ahora son abiertas, aún no son correctas. No
puedo moverme demasiado todavía, porque aún tengo miedo de abrir
el canal y redefinir ambos extremos. Bill, esta dimensión tiene que re­
solverse. Las luces en el grupo están todas fuera de balance.
Después de algún material el cual yo no he incluido aquí, la carta
continúa:

(Recordé que mi hermano me tiró al agua—era muy profundo porque


creo que era un lago y él estaba remando; dijo que era para enseñarme
a nadar. Tú sabes, Bill, es curioso sobre esta vida y las defensas; Freud
tenia razón sobre las mismas, excepto que cuando encuentras traumas
para ti mismo, también son defensas. No es lo que otras personas te hi­
cieron lo que justifica las cosas. Si es eso lo que buscas, puedes
analizar eternamente y no pasará nada, aun cuando sea probablemente
cierto. Y entonces si decides odiar a tu hermano porque te arrojó al
agua, te equivocas dos veces.37
Los sabios comentarios de Helen aqui son similares en forma y con­
tenido a los que hizo anteriormente, en los cuales señala el reconoci­
miento de que estamos perturbados no por lo que otros nos han hecho

37. La primera equivocación es la de odiar a alguien más, la segunda es la de echarle


la culpa de ese odio a lo que aparentemente te hicieron.

164
Las cartas de Helen a Bill

en el pasado, sino porque elegimos estar perturbados en el presente:


“No es lo que otras personas te hicieron lo que justifica las cosas. Si es
eso lo que buscas, puedes analizar eternamente...”. En la Parte III re­
tomo a este tema de la sabiduría de Helen y cito tres ejemplos de su
vida previa al Curso los cuales ilustran su comprensión intuitiva de
cómo lo extemo no tiene efecto alguno en su estado mental. Clara­
mente, esos discernimientos representan el total opuesto al sistema de
pensamiento egoísta de Helen que culpaba a todos y a todo lo demás
por su propia miseria e infelicidad. Estas cartas recalcan nuevamente
la incisiva conciencia de su mente dividida.

Carta seis

Sigue otra “carta”, la cual Helen le escribió a Bill mientras se en­


contraba en el Centro Médico, y lo esperaba en la oficina de ella para
regresar a sus oficinas privadas en otro edificio:

Es mi impresión que este informe es crucial. No para el pasado sino


para el futuro. Las preguntas (y la visión) eran para ti a través de mí. Y
puesto que esto ha comenzado desde anoche, tú no estabas ahí en ese
momento.
El cuadro que me vino antes de dormirme era de un cielo oscuro
con una sola estrella. La estrella era muy refulgente, pero también muy
distante. Pero a pesar de su distancia, había un perfecto rayo ininte­
rrumpido que emanaba de ella y llegaba hasta el centro de tu frente. Sí
le pedí [a Jesús] una explicación de esto, y creo que ambos la necesi­
tamos. Pero las explicaciones no son generalmente necesarias, y deben
cesar antes de que nos atasquemos en el pasado. Hasta aquí, pero no
más lejos.
El tema que va a prevalecer desde aquí hasta el final es la palabra
“uno”.

El cielo obscuro es el mundo de miedo y culpa del ego (la defini­


ción del yo), mientras que la única estrella es el Cristo que es la ver­
dadera definición de nuestro Ser. Este Ser parece estar “muy
distante”, pero se puede ganar acceso al mismo en un instante a tra­
vés de ese “rayo ininterrumpido” que representa al Espíritu Santo, o
la memoria del Amor de Dios en nuestras mentes. Este rayo nos une
de ese modo con nuestra realidad, aun cuando creamos que estamos
aqui en el mundo.

165
Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

Las instrucciones de Helen a Bill continúan:

El curioso hilo paradójico en la historia de tu vida es muy impre­


sionante. Eso es realmente debido a que tú fuiste literalmente “de
estrellas cruzadas”. (Al llegar a este punto dije que yo no creo en la in­
fluencia de las estrellas. Tenía razón acerca de esto. Pero lo que pasa
no es que las estrellas en sí tengan influencia, sino que una persona
elige un patrón de estrellas en particular porque este le muestra cuál va
a ser el escenario. La persona simplemente lee las señales, las cuales le
muestran el escenario adecuado. La influencia procede de la persona,
pero las estrellas le muestran dónde ocurrirán las influencias más
apropiadas).
La frase “de estrellas cruzadas” se refiere a la experiencia que tuvo
Bill del conflicto entre sus padres, del cual él se sintió muy victimi-
zado. Helen, sin embargo, le está diciendo que el conflicto era intemo,
y simplemente se proyectó hacia afuera. Sus comentarios sobre la as-
trología son notables, pues apoyan su posición de que no somos victi­
mados por fuerzas externas a nuestras mentes. Helen está diciendo
esencialmente que las constelaciones de estrellas no tienen una in­
fluencia causativa sobre nuestras vidas, sino más bien una influencia
correlativa. En otras palabras, la causa de nuestra conducta radica en
nuestras mentes, totalmente más allá de este mundo físico, y la misma
decisión que determina nuestra conducta también determina la confi­
guración de las estrellas. El entender el escenario de las estrellas (y
planetas) puede ayudamos a entender las decisiones que hemos to­
mado—“este le muestra cuál va a ser el escenario”—pero a las estre­
llas en sí no se les debe atribuir ningún poder causal.

Helen prosigue, y se refiere nuevamente a la creencia de Bill de que


él fue la victima de sus padres, y lleva la discusión un paso más lejos:

Mi pregunta sobre si “era zurdo tu padre” no era irrelevante, y debí


haberle dado seguimiento, pero con una mente más abierta. Cruzó por
mi mente entonces que hay algo en tu herencia que está cruzado, o que
interfiere con el progreso. Un lado parecía entonces provenir de tu ma­
dre y otro lado provenía de tu padre. La interpretación de la herencia,
la cual era esencialmente genética, era demasiado literal. Debes haber­
los elegido por esa razón, pero el conflicto real está en la herencia
kármica. Había dos fuerzas igualmente fuertes en tu herencia kármica,

166
Las cartas de Helen a Bill

las cuales eran enteramente contradictorias, y las cuales son de por sí


irresolubles. Al principio creí que una era mala y la otra era buena,
pero no lo creo así ahora. Lo cierto es que eran diferentes, y no pueden
manejarse simultáneamente. Si se toman juntas, tienen que inducir pa­
rálisis o suspensión. Si se toman una a la vez, ambas conducirán a
mejor unificación.
El primer paso fuera del callejón sin salida tenía que proceder de ti,
al tú tomar una verdadera decisión de adherirte a una y hacer caso
omiso de la atracción de la otra. Lo hiciste cuando súbitamente deci­
diste ayudarme de todo corazón. Es curioso que lo que viste en mí fue
aquello a lo cual más le temías. Yo nunca fui de estrellas cruzadas,
pero estaba trabajando bajo la influencia de ambos lados de la misma
estrella.
Helen está describiendo de ese modo las diferentes formas en que
se manifiesta el conflicto de ella y el de Bill: el de Helen, dentro de una
estrella, representa la naturaleza errática aunque fuerte de su firme
atracción hacia Dios; el de Bill, entre dos estrellas (“de estrellas cruza­
das”), el conflicto que debilita grandemente su atracción hacia Dios.
La “herencia kármica” de la explicación de Helen se puede entender
más propiamente como el conflicto sepultado profundamente en la
mente de Bill entre su atracción hacia Dios, y su miedo de apoderarse
agresivamente del poder divino. Puesto que el tiempo es al fin y al
cabo no lineal, lo que llamamos pasado es simplemente simbólico de
un pensamiento más reprimido que en realidad coexiste con los más
conscientes los cuales se experimentan como que están ocurriendo en
el presente.
Observen de nuevo, dicho sea de paso, la firmeza de la creencia
personal de Helen en la reencarnación, lo cual claramente contradice
las aseveraciones en contra de la reencarnación que aparecen poste­
riormente en su autobiografía. Estas aseveraciones supuestamente re­
flejan las creencias que ella sustentaba del mismo período previo al
Curso tal como las reflejan las cartas. Esta discrepancia en los escritos
de Helen pone de relieve la ocasional inestabilidad de sus informes.
Las aseveraciones de su autobiografía, escritas mucho tiempo después
de los acontecimientos descritos, contrastan dramáticamente con su
experiencia real en ese momento. Estas aseveraciones posteriores sir­
ven de ese modo para proteger la imagen pública de Helen como una
atea racional y científica, sin mencionar que las mismas cumplen con
un dramático propósito literario también.

167
Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

La discusión continúa:

No podías soportar la contradicción (de la cual quizás tú sabes más que


yo, realmente), y sentías una apremiante necesidad de resolverla. El re­
sultado fue que, en mi, la estrella (la única) entró en la perspectiva
correcta. Pero al mismo tiempo, tú renunciaste a la influencia de la es­
trella atravesada en ti mismo, y te dirigiste abrupta (y muy
correctamente) hacia un solo rumbo.
Esto lo he captado esta mañana. Desperté con una oración muy
clara pero más bien extraña, “Jamás subestimes el poder de la
negación” en mi mente.38 Lo siento mucho, pero lo único que salvó la
situación fue que yo lo decía con buena intención. Desafortunada­
mente, también conduce a un curiosa ineficacia en mí, y a una
verdadera pérdida de armonía entre nosotros. Me gustaría reparar esto.
(Ya no heriré a nadie más, pero sí corro el riesgo constante de no ayu­
dar tanto como debería y tendría que ayudar.)
Es mi propia responsabilidad (y esto se me dijo [lo dijo Jesús] muy
rigurosamente, también) asegurarme de que tú entiendas, te des cuenta
y aceptes completamente el hecho de que tú ya no eres de estrellas cru­
zadas. Nada de eso importa ahora. La única razón por la cual se me
pidió (y hasta se me exhortó) que escribiera esto es porque tú tienes
que aprender que el pasado es útil únicamente en la medida en que con­
tribuya a las condiciones de aprendizaje en las cuales funcionas en el
presente para crear el futuro. Y puedes estar seguro—tú sí lo creas.
Este último punto fue importante para Bill, puesto que él se sentía
claramente atrapado por su pasado infeliz, y tendía a culparlo por sus
conflictos presentes. Aquí Helen está tratando de liberarlo de esto. Ve­
remos los mismos, aunque más detallados, intentos hechos por Jesús
en el dictado del Curso por ayudar a Bill en este asunto. Observen tam­
bién la claridad de Helen sobre su decisión de ya no herir a nadie, pero
observen además la ambivalencia que aún persiste en tomo a ayudar a
los demás que claramente interferiría con la ayuda amorosa que en rea­
lidad ella podría ofrecer.

El consejo de Helen a Bill continúa:

38. Posteriormente, esto se introdujo en el Curso en la forma: “no subestimes el poder


que el ego le aporta al creer en él [el ataque contra Dios]” (T-5.V.2:11).

168
Las cartas de Helen a Bill

Bill, puedes ponerlo como quieras; tu casa está lista; o la puerta está
abierta; o ahora sólo hay una estrella. Tienes que escucharme con res­
pecto a esto. Eres perfectamente libre ahora. No lo eras; pero lo eres
ahora. Puede llevar un poco de tiempo antes de que esto sea realmente
aceptado—por extraño que parezca, algo que tiene que ver con el
tiempo que le lleva a la luz de una estrella llegar a la tierra. Puede haber
una discrepancia real de tiempo aquí, y algunas veces incluso vemos
estrellas que ya no están ahí. Olvídalo; realmente ha desaparecido.
Cuando regrese, lo cual no ocurrirá durante algún tiempo, ésta también
será la única.
Helen le dice a Bill insistentemente aquí que él ya no es un prisio­
nero de su pasado: “Eres perfectamente libre ahora”. Aun cuando pa­
rece que su pasado es un factor determinante en la vida de Bill, la
verdad es que el pasado está deshecho. Los astrónomos enseñan que
hay un retraso de tiempo entre la realidad de la estrella y cuándo noso­
tros en la tierra la percibimos realmente. De igual manera, podemos
percibir la luz de una estrella cuando, en realidad, la estrella ha desapa­
recido ya. El conflicto de “estrellas cruzadas” de Bill ha desaparecido,
a pesar de que él continúa experimentándolo. En el mundo de la ilu­
sión, todavía debe transcurrir algún tiempo antes de que el fin de este
conflicto sea experimentado por Bill, y se conozca su único Ser: “este
también será el único”.

La carta concluye:

Lo único que es necesario añadir aquí es otro verso de Wordsworth


[el primer verso no aparece registrado aquí]. Este también estaba con­
migo cuando desperté, o tal vez un poco después. El verso es, (porfavor,
escucha)—
“Hermosa cual estrella cuando sólo una brilla en el firmamento”.
Siempre creí que este es uno de sus mejores versos. El teléfono acaba
de sonar, y le dije a Joan [la secretaria de Helen] “Si, quiero hablar con
el doctor Thetford”, porque esto está terminado. Voy enseguida.
Así pues, Helen está exhortando a Bill a que elija finalmente renunciar
al miedo de unirse a la atracción única de Dios—la única estrella—
puesto que en otro nivel él ya ha renunciado a todas las estrellas ex­
cepto a ésta. En otras palabras, él sí está listo.

169
Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

Carta siete

Siguen dos cartas importantes, escritas desde un hotel en Morristown,


Nueva Jersey donde evidentemente Helen y Louis estaban pasando el fin
de semana. Es posible que Bill estuviese de vacaciones en Watermill al
mismo tiempo. Esta carta refleja claramente que Helen está experimen­
tando la autoridad de Jesús como fuerte cuando no severa, y en clara
oposición al yo egoísta de ella. Y sin embargo parece no haber duda al­
guna de que ella “obedecerá”.

Querido Bill,
No estoy segura de que quiera escribir esto, pero tengo la idea de
que estoy obedeciendo una Orden. Estas Ordenes son bastante firmes,
y el sentimiento principal que experimento es que no me atrevería a
desobedecerlas. Esta es la segunda, y la primera me fue impartida el
jueves por la mañana cuando estaba tan convencida de que tengo que
estar segura de que sepas que estás totalmente exonerado y eres perfec­
tamente libre. Me parece que despierto con ciertas Instrucciones muy
definitivas y de una Autoridad apremiante que definitivamente no
bromea.
El corazón de esta Orden es, brevemente, que ahora que tú estás
liberado, tú estás definitivamente a cargo de todo lo que tenga que ver
con Tiempos. Eso aplica a nosotros dos. No sé lo que estoy haciendo
al respecto, y no tengo ningún criterio sobre esto, tampoco. Tú eres
mtic/io más balanceado en ese sentido. Tendrás que sobreponerte con
el tiempo a tu cautela, pero mientras tanto tengo que seguir tus instruc­
I
ciones en esa dimensión.
Puesto que Bill ha sido liberado de su conflicto externo, como se
discutió en la carta anterior, Helen afirma que a él se le ha puesto a
cargo (presumiblemente lo ha puesto Jesús, a quien se le llama
“Sargento Primero” en una carta posterior) de establecer el momento
oportuno para la toma de ciertas decisiones. Helen prosigue, y refleja
un cambio en la posición de su ego al decir que el “desobedecer” una
Orden no conduce al castigo, sino simplemente a la pérdida de paz.

Yo no he de interferir en absoluto con tu sentido del tempo y per­


deré mucho si lo hago (originalmente esto iba a ser “seré castigada
severamente”, pero tal parece que “perder mucho” es más apropiado
ahora). El énfasis en el “castigo” terminó, y ambos tenemos que damos
cuenta de esto. Pero la alternativa de progreso versus estasis parece ser

170
Las cartas de Helen a Bill

un problema que persiste. Tú ganarás al decidirte a seguir adelante y


yo ganaré al decidir seguirte debidamente. Tú tienes que ganarte el de­
recho a dirigir y yo tengo que aprender a seguir.
En general, no debo decirte mucho sobre ti a menos que tú me pre­
guntes (creo que podría recibir algunas Ordenes ulteriores sobre esto
de tiempo en tiempo. Debo seguirlas entonces, pero jamás excederlas).
Creo, sin embargo, que tal vez en cada ocasión habrá un breve añadido
del cual debo escribir o informarte. La última vez no lo escribí, como
se me instruyó, pero después de algún titubeo y de una cuidadosa con­
sulta contigo (como debes recordar) te hablé de ello.
Estoy indecisa sobre esto, y sigo vacilando. Pero creo que hay más
si que no en tomo a esto. Además, no me gusta la idea. Creo que de­
pende de para qué lo escriba.
El estudiante de Un curso de milagros reconocerá las últimas refe­
rencias que recalcan el propósito como el criterio para evaluar el sig­
nificado de cualquier cosa en nuestras vidas. Vea, por ejemplo:

“...¿Para qué?” Esa es la pregunta que tú tienes que aprender a


plantear en relación con todo. ¿Qué propósito tiene esto? Sea cual
fuere, dirigirá tus esfuerzos automáticamente (T-4.V.6:6-9).
En cualquier situación en que no sepas qué hacer, lo primero que
tienes que considerar es sencillamente esto: “¿Qué es lo que quiero que
resulte de esta situación? ¿Qué propósito tiene?” (T-17.VI.2:l-2).
La prueba a la que puedes someter todas las cosas en esta tierra es
simplemente esta: “¡JPara qué es?”. La contestación a esta pregunta es
lo que le confiere el significado que ello tiene para ti. De por sí, no
tiene ninguno; sin embargo, tú le puedes otorgar realidad, según el pro­
pósito al que sirvas (T-24.VII.6:l-3).
El extracto anterior continúa el consejo de Helen a Bill, así como a
sí misma: Bill debe aprender más autoafirmación y aceptación del
papel de liderato, mientras que Helen debe hacer exactamente lo
opuesto: aprender a ser menos asertiva y a aceptar el liderato de otro
(el de Bill).

La carta continúa:

Si lo hago [aconsejar a Bill] porque me siento orgullosa de cuánto sé,


indudablemente se armará un desmadre. Si lo hago porque te puede

171
Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

alentar (y quizás a mi también) acerca de un futuro mejor, estaré bien


y tú lo oirás. Tú pareces estar a salvo en cualquiera de los casos, aun­
que si yo lo hago mal, puede que tú no te beneficies. El peligro real es
sólo para mí. Voy a tomarme un minuto más o menos para rezar una
oración en tomo a esto (no me gustó escribir esto, así que mejor me
doy prisa).
Muy bien—esto es todavía una Orden, pero la cuestión crucial es el
comienzo. Iba a comenzar con “Creo que todas esas cosas sobre las
cuales te hablé son ciertas”. Esto hubiese sido un error mortal. (Me es­
tán doliendo los ojos súbitamente, pero creo que está bien. Esperaré,
no obstante. Realmente tengo que aprender a tener paciencia.)
Las cosas se han tomado un poco más amables. Este39 dice “Abre
tu corazón al don de Dios y síguelo'". Trataré, pero tengo que ser cui­
dadosa. Creo que es seguro proseguir. Tú tienes derecho a una
explicación, por supuesto, la palabra “explicación” era impertinente de
mi parte. La palabra debió haber sido “clarificación”, y esta no procede
de mi. (No es para mí, tampoco.)
Este es un aparte de lo principal pero es una desviación esencial, tal
vez como una salvaguardia para mí. Ayer pensaba que la congruencia
intema de todas las cosas extrañas que dije era asombrosamente alta.
Y luego pensé (muy imperativamente, además) que la consistencia in­
tema en ese nivel es asunto de Dios, no mío. La razón es que es
imposible determinar un acuerdo entre jueces, porque sólo hay un
Clasificador. Infiero, sin embargo, que Uno es suficiente.
Estas referencias estadísticas—“consistencia interna” y “acuerdo
entre jueces”—astutamente plantean que no importa cuán consistente
pueda ser el ego, no importa cuán a menudo esté de acuerdo consigo
mismo, aún podría estar equivocado puesto que el ego no es Dios, el
único Juez verdadero.

(Me detuve aquí, porque desafortunadamente se me ocurrió que esa


última [la susodicha referencia al “único Clasificador”] es de lo más
linda. Realmente, aun cuando eso está bien, con tal que reconozca que
me estoy refiriendo a un don—o tal vez hasta a un préstamo—el cual
es lo suficientemente genuino, pero que no se debe utilizar mal. Me
duelen los ojos nuevamente—Esperaré.)
Este dice “Sigue adelante, si estoy ayudándote”. Me imagino que
está bien, Bill (y Helen también). Así que—

39. Observe el uso que Helen hace del “Este” menos amenazante en lugar de “El”; más
tarde retomaremos a esta defensa de juego de palabras en contra de Jesús.

172
Las cartas de Helen a Bill

Tal parece que he pasado muchos años vacilando entre ser una sa­
cerdotisa malvada con un rasgo sinceramente religioso, y una nueva o
real sacerdotisa de alguna clase con un rasgo de maldad.40 En cual­
quiera de las dos formas esto jamás funcionó, naturalmente. El dilema
no ha sido totalmente neutralizado aún, tampoco, pero lo será. Es por
eso por lo que no puedo dirigir ahora. Me atrae mucho el peligro, y no
se puede depender de mí para pedir y dar verdadera ayuda
congruentemente.
Debo detenerme inmediatamente.
Esta carta, al igual que muchas otras, era interrumpida repetidamente
por la misma Helen. Ella le hacía frecuentes apartes a Bill sobre su estilo
de escritura y errores de mecanografía (corregidos todos por mí). Estos
reflejaban su ansiedad y ambivalencia al escribirle estas cartas a Bill,
como ella misma comenta. La ansiedad de Helen está claramente rela­
cionada con el grado de honradez que ella está mostrando aquí con Bill,
y su disposición a hacer lo que dice una lección posterior del libro de
ejercicios: “Me haré a un lado y dejaré que El me muestre el camino”
(L-pI. 155). El seguir la dirección de Bill sería aquí el símbolo de que
Helen siguiese a Jesús o al Espíritu Santo.

Carta Ocho

En esta próxima carta Helen también comenta acerca de seguir las


“Ordenes” de Jesús. Está fechada el domingo, presumiblemente el día
que Helen y Louis iban a regresar a su casa, como se ve en la referencia
a la maquinilla de ella en el primer párrafo.

Querido Bill:
Esto es absolutamente lo último que quiero hacer ahora, pero este
ha sido un fin de semana muy extraño, y creo que esto es parte de ello.
Estaba tratando de tomar una siesta después del desayuno pero no
estaba durmiendo de todos modos y súbitamente me sentí profunda­
mente consciente de que tenía trabajo que hacer (a saber, esto) y tuve
que hacerlo. El descanso es realmente la paz de Dios. Lo buscamos en
el sueño y en vacaciones y cosas como esas, y somos lo suficiente­
mente sabios en hacerlo por el momento. Pero esa no es la respuesta

40. Una obvia referencia a las visiones de las vidas pasadas de Helen las cuales ella
tuvo en el verano de 1965, presentadas en el Capítulo 5.

173
Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

completa. Singularmente, hay que trabajar fuerte para lograr el verda­


dero descanso. Sigo diciendo que si pudiese esperar hasta llegar a mi
máquina de escribir esta noche me llevaría la mitad del tiempo y tal vez
menos. Si, ciertamente, y esa es la idea. Se supone que requiera
esfuerzo.
Una vez más observamos la serena sabiduría de Helen, en esta ocasión
con respecto a la idea que tiene el mundo del descanso versus el ver­
dadero descanso de Dios, y el “trabajo” que conlleva el lograr Su paz.
Helen prosigue entonces con sus comentarios sobre el creciente papel
que Jesús estaba asumiendo en la vida de ella.

No estoy acostumbrada a estar en el ejército (puede ser que real­


mente sea el ejército del Señor) y he tenido unos días más bien difíciles
este fin de semana. Un Sargento Primero (quien dice que ese es el tér­
mino correcto, y que no se abrevie, tampoco, porque TS [la
abreviación inglesa de Top Sergeant] tiene exactamente las implica­
ciones que debo específicamente evitar) ha estado literalmente
impartiendo órdenes las cuales, aunque no han sido punitivas, han sido
muy severas. En términos generales, no me ha producido resentimiento
esto, pero sí las he hallado bastante apremiantes. El escribir esto es una
de ellas, y esta es una de las muy pocas que me produce en alguna me­
dida resentimiento. Trataré, sin embargo.
El Sargento Primero, por supuesto, es Jesús, y es importante obser­
var que la experiencia que tuvo Helen con sus “órdenes” como muy
severas refleja simplemente eso, la experiencia de ella. Jesús obvia­
mente no es severo; mas, el miedo de Helen a su amor coloreaba, por
no decir distorsionaba, su experiencia de esto. Este es el mismo fenó­
meno relatado por tantos seguidores de Jesús (o del Espíritu Santo)
también. Recuerdo que muchos años después Helen me dijo que ella
sabia cuando quien le hablaba era Jesús, porque él le decía exacta­
mente lo opuesto a lo que ella quería escuchar. Dentro del marco de la
experiencia de su conflicto intemo—Helen y el Cielo—la voluntad de
Jesús y la de ella siempre estaban separadas. Y sin embargo, como se
discutirá en la Parte III, el amor de Jesús es abstracto y no personal, y
perfectamente unificado con nuestro Ser real. El amor no sabe nada de
cosas específicas, y por eso cualquier percepción de Jesús en términos
personales—e.g., severo o amoroso—refleja la proyección del indivi­
duo. Esto explica por qué las personas experimentan a Jesús de tantas
maneras diferentes.

174
Las cartas de Helen a Bill

La carta de Helen continúa:

Ayer desperté con la convicción definitiva de que debía hacerme a


un lado y hacer todo lo que Jonathan dijese hasta nuevo aviso. Traté y
tuve éxito mayormente, creo. La primera razón que me llegó para esta
orden fue su utilidad para mí. (Yo siempre me he puesto primero—ha
sido mi gran error.) En el almuerzo como que emití una breve objeción,
al preguntar si realmente tenía que estar tan “subordinada”. La res­
puesta fue severa y rápida, “Unicamente hasta que estés a salvo. Te
necesito”. (Este Sargento Primero no está bromeando.)
A intervalos durante el día se me ocurría que en realidad a mí no
me ha importado el bienestar de nadie más y que realmente no sé cómo
hacer que me importe. Intelectualmente sí—emocionalmente no.
Puesto que he podido mantener el área intelectual relativamente hu­
milde y genuina, me ha servido para mantenerme fuera de dificultades
mayores, porque intelectualmente jamás habría sostenido que no exis­
tía nadie excepto yo.
Bill—sé que estoy mayormente escribiendo sobre mí en esta oca­
sión. Eso es parte de la Orden en este momento, debido a tu tempo.
Pero creo que no terminará con eso.
La arrogancia emocional, no la intelectual, ha sido mi pecado per­
sistente y su amplitud me aterra. (Aparte—lo cual me produce
resentimiento en este momento—“El Señor es mi pastor”, una frase a
la cual le temo porque la asocio con funerales. Pero me siento a salvo
haciendo esto, porque se hace en obediencia. Esto constituye una
enorme diferencia, en términos de seguridad).
El casi torrente de conciencia de Helen aquí refleja su disposición
de obedecer a Jesús—“El Señor es mi pastor”—aun cuando la frase en
sí tiene connotaciones de muerte para ella. Esta obediencia es lo que
ella ha estado eligiendo en relación con Bill y Louis (Jonathan). Su dis­
posición a dejar a un lado su propia voluntad provee, por lo tanto, la
seguridad y la protección, pues la pone a ella bajo la protección divina
dentro de su mente.

El punto más primario en este segmento es la conciencia de Helen


de la distinción entre su entendimiento intelectual de la verdad, y su in­
capacidad de aceptarlo emocionalmente. A ella se le cita correcta­
mente casi al final de su vida como que ha dicho acerca del Curso: “Sé
que es cierto. Yo simplemente no lo creo”. Esta aseveración ha sido
muy mal interpretada por los estudiantes del Curso, sin embargo,

175
Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

como que sugiere que ella no creía en el Curso. La situación era exac­
tamente lo contrario. Helen sí creía en la verdad de las enseñanzas del
Curso, sin mencionar la existencia de su autor. Sin embargo, ella no
podía aceptar emocionalmente la verdad de este en su propia vida per­
sonal. Observen, además, el alcance de la lección de la carta anterior
de permitirle a Bill tener un papel de liderato; ahora incluye a Louis
(Jonathan) también.

La carta continúa, y Helen discute el tema de la comprensión inte­


lectual y su valor:

La voluntad intelectual es una gran ventaja mientras eso sea lo


único que tienes. Entonces tienes que usarla. Jamás conducirá al amor,
pero puede y sí te ayuda a mantenerte limpio hasta que aprendas una
manera mejor.'" También conduce a la manera mejor más rápidamente,
porque es la contraparte humana de otra voluntad que tiene la verdadera
Autoridad. La diferencia fundamental es que la voluntad humana, aun­
que fuerte a su manera, jamás es justa, y por lo tanto su dirección puede
ser la correcta pero siempre es limitada.
Anoche le pregunté al Sargento Primero (más bien tímidamente) si
yo no podría por favor ver algo de luz, quizás—pensé haber obedecido
bastante cuidadosamente. Tienes razón, Bill—no hay negociaciones.
El estaba todavía bastante severo sobre esto. Probablemente yo no vea
mucha luz durante un tiempo—y puede ser un tiempo largo, además,
porque cuando la vea de nuevo tiene que ser para siempre.
Esta era la verdad, de acuerdo con lo que sucedió. Helen no pareció
“ver mucha luz” en el balance de su vida, ni progresó paso a paso,
como es más usual en la experiencia de la gente. Casi al final del ma­
nual para maestros, Jesús afirma:

El programa de estudios es sumamente individualizado, y todos sus as­


pectos están bajo el cuidado y la dirección especial del Espíritu Santo
(M-29.2:6).
Y tal pareció, como lo expongo al final del libro, como si la claridad
de visión de Helen le hubiese llegado de repente en el momento de su

41. Esta es una referencia obvia al discurso de Bill “Tiene que haber otra manera".
Helen y Bill, sin mencionar a Jesús en el Curso, con frecuencia substituían la palabra
“mejor” por “otra” en sus referencias a la aseveración de Bill.

176
Las cartas de Helen a Bill

muerte. La decisión que permite que tal visión llegue ocurre en el nivel
de la mente, la cual existe fuera del tiempo y del espacio, una impor­
tante enseñanza del Curso a la cual retomo en el Capítulo 7. La deci­
sión de Helen, como ya hemos visto, se reflejaba en sus primeros
sueños y visiones, como en la que aparece el pergamino “Dios es”.

La carta concluye con algunos comentarios adicionales acerca de


Louis (Jonathan), comenzando con una reiteración de la importancia
de que Helen le permita asumir más un papel de liderato en la relación
de ambos. Helen también expresa la importancia de que ella se des­
prenda de la necesidad de controlar a otras personas:

Hoy al fin he tenido un indicio de lo que Jonathan necesita. Realmente


me sorprendí de cuán naturalmente él se pasó al asiento del conductor
cuando yo me salí del mismo. (También me salvó la vida en el tránsito
de Morristown, el cual es verdaderamente salvaje.)
Jonathan tiene que aprender a querer su libertad, y yo debo apren­
der a dársela. (Aún creo que este problema es esencialmente entre tú y
yo en el sentido de una deuda kármica, pero ambos podemos metemos
en dificultades si erigimos futuras deudas para con otros.) En la medida
en que lo resolvamos juntos (y sí hemos avanzado un largo trecho
desde nuestra inicial explosión frontal, gracias a una combinación de
tu guía y mi voluntad, ninguna de las cuales es suficiente ahora)—
tenemos que limpiar nuestras otras relaciones concomitantemente.
El punto aquí es que aun cuando Un curso de milagros en si enseña
que cuando en verdad perdonamos a una persona, todo el mundo será
perdonado, eso no significa que sin embargo no trabajemos en la sana-
ción de todas las relaciones al mismo tiempo. Helen y Bill claramente
tenían la mayor dificultad en perdonarse mutuamente, mas Jesús les
exhortaba (y aquí lo hace la misma Helen) a que perdonasen todas las
otras relaciones también.

Helen prosigue con Bill, y termina su carta abruptamente:

Aquí no debo hablar por ti. Sino por mí misma. Seré capaz de amar
a las personas en la medida en que las pueda liberar de mí. Esto es par­
ticularmente cierto en lo que respecta a Jonathan. El tiene un libro que
escribir, y he de ayudarlo a que se prepare para escribirlo. (Dudo si es­
taré aquí cuando él lo escriba en efecto, pero creo que tú lo estarás. Por
favor ayúdale. Es para ustedes dos.) El necesita mi espíritu con él

177
Capitulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

durante un tiempo, y me dijo que me dedicará el libro, y cada página


que escriba. Estaba bromeando, por supuesto, pero no realmente, aun­
que no lo sabe aún.
Su libro será un paso muy real hacia su independencia. Que Dios
me perdone por haberlo hecho más débil en lugar de hacerlo más fuerte
(estoy llorando un poco ahora), y con Su ayuda le ayudaré todavía (es­
toy llorando mucho ahora).
Louis nunca logró escribir su libro, desafortunadamente, pues cier­
tamente le habría producido gran placer, y probablemente hubiese sido
una dicha para los neoyorquinos. El siempre hablaba de escribir un
libro acerca de su amada Ciudad de Nueva York, su único hogar. Si
bien fue difícil para Helen ayudar a Louis congruentemente de manera
emocional durante su vida, pudo hacerlo simbólicamente después de su
muerte al proveerle ampliamente para su bienestar material, como ob­
servamos antes. Por otra parte, al final de su vida, como discutiré en el
Capítulo 18, progesivamente ella recurrió a él en busca de ayuda. En
sus últimas semanas lo llamaba continuamente de una manera infantil
de dependencia, “Louis,” “Louis”. Si bien este período fue particular­
mente difícil para él, no obstante, Louis se sentía complacido de que al
fin Helen lo necesitase, un sentimiento que en realidad nunca antes
había experimentado.

Carta nueve

La carta final está fechada domingo, 11 de la mañana. La mención


de Virginia Beach en el segundo párrafo es otro punto de referencia
para fechar estas cartas en el verano de 1965, ya que Helen y Bill fue­
ron a ver a Hugh Lynn Cayce en septiembre de ese año. Entre otras co­
sas, aquí Helen le da un sabio consejo a Bill relacionado con la
meditación, básicamente instruyéndolo en la diferencia entre forma y
contenido. Como ya se ha visto en algunas de las cartas anteriores, Bill
estaba continuamente exhortando a Helen a que meditase. También
encontramos aquí otra referencia a la importancia que tenía para Helen
el permitir que Bill tomase ciertas decisiones por ella.

Querido Bill:
Este es el momento oportuno para hacer esto. He estado esperando
hasta que lo fuese. Iba a hacerlo ayer por la noche; llegamos a casa

178
Las cartas de Helen a Bill

alrededor de las 11 de la noche y sintonicé el programa de Jean Shepard


(el cual me agrada), y lo hubiese hecho entonces, pero decidí que soy
muy buena y merezco escuchar algo que disfrute. En realidad, el sacrifi­
cio como tal no significa nada y no purifica. Incluso puede ser un
pecado. (Todo el tema aquí es el pecado de todas maneras.)
Esto comienza con una amonestación para ti. Tú estás aún a cargo
de esta empresa [la de hallar “otra manera”], y probablemente sigas es­
tándolo durante algún tiempo. La idea de Virginia Beach en su totalidad
está enteramente en tus manos, y no creo que la plantee yo misma, aun­
que no estoy segura. De cualquier manera, toda la determinación de
tiempos en este asunto te corresponde a ti.
De cualquier manera, creo que estabas equivocado sobre cuándo y
dónde puedes meditar. La respuesta es en cualquier lugar y en cualquier
momento. El pecado es una falta de perspectiva y de proporción.42 He
sido culpable de ser demasiado inconsciente de las cosas externas, pero
tú has sido culpable de depender demasiado de las mismas. Por favor,
trata de acostumbrarte a la idea de que cuando sientes que es un buen
momento [para meditar], lo es. Realmente no depende de estar en un
sitio familiar (que es lo que pasa contigo), y el estar sosegado puede
ocurrir en cualquier lugar. No es el ruido exterior lo que cuenta. Creo
haber tenido razón al decir que recordaba que mi propia experiencia
más religiosa tuvo lugar en el subterráneo, del cual yo tenía mucho
miedo en aquel momento. Creo que dondequiera que sientas miedo es
probablemente tu mejor oportunidad de sosegarte. Es un error pensar
que el decorado del escenario es el drama, del mismo modo que yo co­
metí un error al pensar que tú no necesitas ningún escenario en
absoluto.
La razón por la cual no siempre necesitas tu propio escenario es que
algunas veces la meditación realmente puede salvarte del desastre.
Este último comentario se refiere al “desastre” que podría experi­
mentarse al intentar resolver un problema o lidiar con una situación de
emergencia por nuestra cuenta, en lugar de hacerlo con Jesús o con el
Espíritu Santo. Es notable que esta instrucción sobre la diferencia cru­
cial entre forma y contenido—en la discusión de que no se necesitan
cosas externas para meditar—vino antes de que comenzase la escritura
de Un curso de milagros, en el cual se recalca esta enseñanza tan im­
portante. La principal característica de las relaciones especiales, las

42. Un curso de milagros enseñará posteriormente que la “falta de perspectiva” radica


en ver al pecado como merecedor de castigo, como el ego quiere que creamos, en lugar
de verlo como un error que ha de ser corregido por el Espíritu Santo.

179
Capitulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

cuales pueden entenderse como el arma más importante del ego en su


guerra en contra de Dios, es la confusión de forma y contenido. Nues­
tra dependencia de las formas ritualistas de la oración—¿cómo?
¿dónde? ¿cuándo? ¿qué?—las cuales reflejan nuestra dependencia en
las relaciones—obscurecen el contenido de amor que es el corazón de
nuestro orar. Helen prosiguió entonces:

Por favor, ten paciencia conmigo ahora, porque trataré de ser muy pre­
cisa, y dondequiera que me equivoque ahora se corregirá a su debido
tiempo. Siento que debo decirte que cometeré algunos errores aquí,
pero creo que las ideas fundamentales son ciertas.
Quiero darte las gracias por salvar mis ojos, los cuales iba a perder.
Esto no fue debido a un justo castigo; no creo que la idea de la retribu­
ción deba recalcarse mucho porque ésta nunca es el punto principal.
Repito, la excesiva preocupación de Helen por sus ojos se discutirá
posteriormente en varios contextos distintos. No sé el contenido real
aquí de los comentarios de Helen en tomo a que Bill le “salvase” sus
ojos, pero es importante notar la gratitud de ella hacia Bill por su
ayuda. Es interesante también ver cómo Helen se estaba apartando de
la idea del castigo, la cual juega un papel tan importante en el demente
sistema de pensamiento de pecado del ego.

El tema de la visión ocular de Helen prosigue ahora, en el contexto


del incidente que sigue. Encontramos aquí también otros ejemplos del
deseo de Helen de ayudar a otros, al igual que sus intentos continuos
de ser honesta con Bill y consigo misma sobre el ego de ella.

Me subía a ese taxi en un estado de ánimo ligeramente confuso, porque


pensé que se suponía que meditase desde las 5:45 [P.M.] hasta las 6
[P.M.] y luego llamarte. Después supe que no tenía importancia, por­
que tu tren [desde Watermill] se retrasaría, y de todos modos tú no
llegarías a las 6 si la hora de partida era la correcta.
La esposa de Sam me retuvo un momento, y realmente yo quería
ayudarle. Ella es una mujer muy buena y muy linda, pero tiene mucha
desesperación y realmente necesitaba un poco de consuelo. Se sintió pa­
téticamente agradecida, lo cual no necesitaba sentir. Creo que
elaboramos un enfoque más sosegado y optimista, no obstante. Luego
Charlotte quería conducir hasta la estación [de trenes] conmigo, y se
tardó una eternidad (esto es una exageración, pero casi parecía ser así en
el momento; no me gusta que otras personas interfieran con mis planes,

180
Las cartas de Helen a Bill

aun cuando estoy empezando a captar la idea de que los planes ayudan
pero que no pueden regir ni yo tampoco puedo.)
El taxi, el cual no tomamos de inmediato, se tardó una eternidad (no
realmente). Cuando nos demoramos en el tránsito, por un momento me
puse muy inquieta. Luego se me ocurrió que no se puede establecer el
tiempo y el lugar para la meditación siempre, y estaba retrasada porque
en realidad había tratado de ayudar a Gale (la esposa de Sam), y espe­
rar a Charlotte había sido una cosa buena, además. Así que realizar
cosas buenas es la mejor forma de prepararse para la meditación, y
puesto que eran casi las 6, pensé por qué no aquí mismo. Me alegro de
haberlo hecho.
Así que me desvinculé del ruido, aunque aún lo escuchaba, y pensé
en las cosas que tú me dijiste también, sobre “Mis ojos han visto la glo­
ria”, y todo lo demás, y comencé a sentirme mejor, aunque el dolor no
se apartaba de mis ojos. Pensé que tal vez lo terminaría cuando llegase
a casa, pero seguí pensando, ¿por qué esperar? Por lo tanto volvía a co­
menzar. Cuando salimos de la complicación del tránsito y tomamos la
entrada a la Autopista FDR que rodea el flanco este de Manhattan), ce­
rré los ojos y pensé mucho.
Por favor, escucha, Bill—la parte que sigue es tan importante para ti
como para mí. Esto es realmente para nosotros dos ahora. Lo primero
que pensé fue “He estado ciega”. Luego pensé en “ojos tienen pero no
ven”. Pensé que sería hermoso ver Esto (no entiendo el Esto escrito con
letra mayúscula pero no lo voy a corregir), porque el mundo que Dios
hizo es hermoso, y es parte de mi legítima herencia. Se hizo para mí y
para todos nosotros, pero he rehusado verlo. Así que pedí tener la capa­
cidad de verlo y unirme con él, de modo que todos pudiésemos proseguir
juntos. Fue un sentimiento agradable, y realmente lo disfruté.
Un curso de milagros, por supuesto, enseña que Dios no creó el uni­
verso físico, pero sí un mundo de espíritu—el Cielo—el cual consiste en
Cristo y en Sí Mismo. El reflejo de Su unidad y amor dentro del sueño
que es este mundo, es a lo que el Curso se refiere como el antes mencio­
nado “mundo real”, el estado de total inocencia de la mente dividida que
refleja la realidad del Cielo. Este sería el mundo al cual Helen se está re­
firiendo, incluso sin el beneficio de las enseñanzas específicas de Jesús
en el Curso. Y vemos expresiones de la dicha de Helen con la idea de
que al unirse con lo que originalmente se percibía como algo que estaba
fuera de su mente (vea la Lección 30 del libro de ejercicios para un ejer­
cicio que expresa exactamente esta experiencia), todos podemos retor­
nar a Dios juntos.

181
Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

La carta prosigue con el viaje de Helen a casa en taxi. El taxi tuvo


algún problema con el motor no muy lejos del apartamento de Helen,
y por lo tanto Helen lo abandonó y llamó otro. Retomamos la historia
aquí, con Helen muy preocupada aún con su vista.

Bill, querido, hubiese ocurrido un accidente si de pronto yo no hu­


biese querido ver [por qué esto es así no está claro en la carta de
Helen], Me hubiese quedado ciega. Pero no habría sido como un justo
castigo. Simplemente habría sido porque si fuese ciega lo que más
hubiese querido habría sido la vista, lo cual he descuidado amarga­
mente. Ha sido un pecado.
Es tiempo de ponerme al día en algo que vino antes, porque encaja
muy bien aquí. Cuando estábamos en tu oficina y estabas tratando de
ayudarme con la tensión en mis ojos, pensé brevemente en la ceguera
y en el cáncer del seno, y pensé si estaría dispuesta a tenerlos si fuese
mejor de ese modo. (No creo que el fumar le hará daño a mis ojos
nunca más).
Luego pensé brevemente que estaría dispuesta si fuese necesario,
porque era realmente bondadoso. Me sentí mejor después de eso. Pero
creo que estar dispuesto puede ser un substituto real para el desastre, si
ya no lo vuelves a hacer. Aún no he dilucidado lo del cáncer del seno,
pero no creo que me dará. De algún modo parece que he escapado de
eso también, y te doy las gracias, pero aún no tengo claro cómo ha sido.
Tiene algo que ver con utilizar mal el cuerpo y sentirse orgulloso de la
misma cosa.
Mientras quiera ver en realidad, no tengo que cegarme. Cuando
pensé en ser ciega y además estar dispuesta, se me ocurrió que la
próxima vez [i.e., en la próxima vida; vea más adelante, el comen­
tario que Jesús le hace a Helen en la pág. 526-27] mi visión será
perfecta, y podré utilizarla debidamente. Puede ser que ahora mejore
en esta ocasión.
En Un curso de milagros, la enfermedad se entiende, entre otras co­
sas, como una decisión que toma la mente de expiar nuestros pecados
en contra de Dios. El es concebido por el ego como sediento de sangre
en su necesidad de venganza, y por eso nuestro sufrimiento procura
aplacar Su ira al tomar nosotros el castigo en nuestras propias manos.

La enfermedad es una forma de magia. Quizá sería mejor decir que es


una forma de solución mágica. El ego cree que castigándose a sí
mismo mitigará el castigo de Dios (T-5.V.5:4-6).

182
Las cartas de Helen a Bill

Una vez que nuestra culpa desaparece, sin embargo, mediante el cam­
bio de nuestras mentalidades y el perdonar a otros y a nosotros mismos,
la necesidad de la retribución desaparece también: “estar dispuesto
puede ser un substituto real para el desastre”. Las preocupaciones de
Helen por su ceguera, así como sus miedos de desarrollar cáncer del
seno, son pues, los efectos inevitables de esa culpa. Estas preocupacio­
nes también le sirven muy bien al propósito del ego de distraer a Helen
de Dios y del propósito de su vida, dos cosas que en un nivel le resulta­
ban tan aterradoras a ella.

Helen retomó luego a un tema que era muy importante para ella,
puesto que el mismo señalaba una característica particular que funcio­
naba maravillosamente bien al mantener el conflicto: el no decir siem­
pre la verdad, aunque pareciera distinto. Mencioné antes este rasgo, y
aquí está nuevamente:

Por la noche, porfavor, escucha Bill, tuve la idea más desconsola­


dora. (Súbitamente decidí llamarte aquí). Recordé las pequeñas
mentiras que te dije; o la reinterpretación de la verdad con un ligero én­
fasis no convencional. Ayer te mencioné esto, y dijiste que siempre lo
habías sabido; aquí me puse a la defensiva, pero no creo que importe
ahora. Tú también te tomaste brevemente agresivo, pero ninguno de
nosotros fue lo suficientemente intenso para interferir seriamente.
Creo que lo que te dije era la verdad. Tú sí parecías permanecer ahí
como un bloque inamovible, renuente a moverte o a dar o a unirte. Así
que traté de penetrar en tu casa por cualquier puerta que estuviese
abierta, algunas de las cuales no eran amables. Pensé que tenía que lle­
gar hasta ti, pero olvidé que el fin no justifica los medios.
Me di cuenta entonces de que desde el nivel en el cual yo estaba en
ese momento no estaba siendo deshonesta, excepto que el nivel de ho­
nestidad era bajo. Además de esto, yo había utilizado mal la realidad
para acomodarla a mi propia idea de cómo yo quería que fuese la rea­
lidad, la cual yo no conocía en aquel momento. Así que tengo que
dejarla ser, y ajustar mis ideas a ella en lugar de hacerlo a la inversa.
No tengo que pagar por el pasado, pero tengo que tratar de no hacerlo
nunca más. Eso bastará.
La discusión de Helen sobre este rasgo suyo contiene una descrip­
ción del sistema de pensamiento de todo el mundo. Todos tratamos de
hacer de la realidad lo que nosotros queremos, lo cual nos recuerda la
enseñanza medular del Curso en tomo al comienzo de la existencia del

183
Capitulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

ego: nuestro pensamiento original de habernos separado de Dios en el


cual creimos que realmente podíamos rehacer la realidad. Helen con­
tinúa entonces:

Así que durante todo el día siguiente trataba de decirlo todo tan ho­
nestamente como me fuera posible. Suprimí varias observaciones
perfectamente inocentes pero totalmente innecesarias para el conduc­
tor del taxi esa noche, no porque fuesen malas sino porque habrían sido
ligeramente inexactas. No me corresponde a mí describir ni crear la
realidad. Sólo debo mirarla. Me sorprendí posteriormente varias veces
con Phil y Mary posteriormente [viejos amigos de Helen y Louis], y
estoy asombrada de cuánto de mi vida tiene que haber sido así. Es di­
fícil de corregir, pero al menos yo lo veo [ La cursiva es mía].
Y eso, después de todo, habría de ser todo lo que Un curso de
milagros nos pediría: la pequeña dosis de buena voluntad para ser ca­
paces de ver en nuestras mentes lo que hemos pensado y hecho, sin que
lo protejamos con la falta de perdón. Esa visión de no juzgar es sufi­
ciente para permitir que el amor del Espíritu Santo sane todas las fuen­
tes de angustia y de infelicidad. En una importante aseveración hecha
posteriormente en el dictado, Jesús le dice a Helen que todo lo que se
necesita hacer para escapar del sufrimiento de cualquier índole es “ver
el problema tal como es, y no de la manera en que lo has urdido”
(T-27.VII.2:2); i.e., mediante la proyección de la responsabilidad
sobre agentes extemos.

Helen pasa ahora a un relato de una riña que ella tuvo con Louis
(Jonathan), y demuestra una vez más su tremenda apertura durante este
periodo previa al Curso para cambiar sus percepciones y aceptar res­
ponsabilidad de sus propios pensamientos y sentimientos.

Entrada la noche, pasé un mal rato (brevemente) con Jonathan, pero


creo que todo resultó bien. Por razones suyas, él se había cambiado las
medias, (lo explicó bastante racionalmente, pero la explicación no in­
cluía por qué dejó las otras sobre la mesa de la sala). Me puse
absolutamente furiosa cuando las vi, y le grité (brevemente de nuevo).
Las retiró inmediatamente (aunque con lo que yo pensé que era una ac­
titud de complacer mi capricho).
Además, dio las razones más ridiculas por haber llegado tarde a
casa. Creo que tal vez había algo de verdad en ello, pero si se pone todo

184
Las cartas de Helen a Bill

junto no tiene sentido. No me enojé por ello (lo cual es bastante inusi­
tado en mí), sino que pensé que él tendrá que deshacer sus propias
racionalizaciones, las cuales no son ninguna amenaza para mí. Si con­
tinúo atacándolo basándome en que él no cambiará mientras no vea la
intención de éstas, realmente no lo estoy ayudando, sino que estoy re­
calcando mi propio odio, el cual es en realidad irrelevante para el
asunto. Además, el único resultado entonces será mayor defensión de
su parte, y yo urdiré muchísimas razones para justificar en lugar de ver
mi propia injusticia en el futuro.
El argumento prosiguió, relacionado con el cepillado de dientes de Louis.

Luego irrumpió (esta palabra es realmente injusta) en el cuarto de


baño donde yo había estado lavándome la cara, y comenzó a cepillarse
los dientes. Fue la rutina de cepillado de dientes más larga que he visto
jamás. Mi impresión fue de que le tomó cerca de cinco años. Entonces
se volteó y me preguntó por qué yo estaba simplemente rondando allí,
y yo exploté: “Tu simplemente entraste y te apoderaste del lugar, ¿ni
siquiera notaste mis cosas aquí?”. Jonathan, (correctamente, dicho sea
de paso) me contestó que yo me estaba ejercitando cuando él entró, y
aparentemente interrumpió mi lavado; ¿cómo iba él a saberlo? Esto me
pareció razonable, así que simplemente esperé. Jonathan retomó a la
tarea del cepillado de dientes (él no se los cepilla más de una vez al día,
lo que creo es un error, pero cuando lo hace, me parece que quiere com­
pensar por la omisión). Me decía que esa era la forma en que yo debía
permitirle cepillarse, porque es así como él quiere hacerlo, y ¿por qué
habría de enojarme y mirarlo con esa rabia? Le dije que no lo estaba
mirando con rabia, lo cual no era cierto. Sosteniendo aún el cepillo de
dientes, lo cual me indignó aún más, me dijo que si no era rabia enton­
ces era odio. Le dije, tratando de terminar esto bondadosamente,
“Estás equivocado; ni siquiera te estaba mirando en absoluto”. El dijo,
“Bueno, si puedes engañarte hasta ese punto, ¿qué puedo decir yo?”.
Mi respuesta, “Ni siquiera te estaba mirando en absoluto”, co­
menzó a preocuparme en este punto. No cabe duda de que yo estaba
mirándolo, pero ciertamente no lo estaba viendo correctamente. Así
que lo corregí diciéndole, “Te estaba mirando, y estaba tratando de
verte más bondadosamente. Lamento lo del odio” (Lo decía en serio).
Es un pecado no mirar a las personas [correctamente]. No sólo no
les ayudas sino que las eliminas. Esta no es la forma correcta. Todos
nos necesitamos.
Me gustaría detenerme ahora, pero pienso que debo simplemente re­
sumir un tema que parece correr a través de esto. Si tú tienes la

185
Capítulo 6 LAS CARTAS DE HELEN A BILL

disposición, no tienes que pagar. Y es mucho mejor y más fácil tener la


disposición que ser crucificado. Sólo lo que tiene que desaparecer ne­
cesita ser crucificado, de cualquier manera. Bill, mis ojos están de
maravilla ahora. No hay tensión en ellos, y me pregunto qué veré. Será
maravilloso.
Una vez más, Helen está reflejando aquí la pequeña dosis de buena
voluntad de mirar honestamente su propia responsabilidad de su per­
cepción de los demás. Esto deshace la culpa que es la causa del miedo
al castigo y de la creencia en la necesidad del sacrificio para lograr la
paz y el Amor de Dios: “Si estás dispuesto, no tienes que pagar”. La
discusión de Helen aquí ilustra muy bien de ese modo una vez más el
elegir mirar sin juzgar sus “pecados” de “mirar” con su ego. Al cam­
biar su mentalidad acerca de Louis, (i.e., el mirar a través de la visión
de Cristo, o de la percepción del Espíritu Santo), ella podía verlo en­
tonces tal como era, en la inocencia con la cual Dios lo creó. Es esta
visión lo que nos permite experimentar nuestra unidad con toda la
creación de Dios. Así pues, no es ni siquiera que “todos estemos mejor
juntos”, como dice ella más adelante, sino que nosotros jamás no
hemos estado juntos. Sanada su visión interior, los ojos de Helen
correspondientemente se sanaron también, y ella puede informar feliz­
mente que estos “se sienten de maravilla”. Su tensión meramente re­
flejaba la tensión interior de oponerse a Jesús y a su mensaje de
verdadera visión.

La carta concluye con una breve discusión de que Helen ya no de­


seaba excluir a nadie de su vida. Como una expresión de la necesidad
subyacente de su ego de estar separado, Helen siempre necesitaba
mantenerse protegida de la gente, ella lograba esto bien fuese mediante
un aislamiento real (permitía que muy pocos viniesen a su aparta­
mento, por ejemplo), o mediante el sutil medio psicológico de contro­
lar cuidadosamente los límites de sus relaciones. Pero obviamente,
esto no sólo estaba evitando que otros estuviesen con ella, sino que lo
hacía con Jesús también. Es durante este período que Helen estaba co­
menzando a reconocer el gran precio que estaba pagando por esta ex­
clusión, y nuevamente expresa que ya no quiere pagarlo.

Y Jonathan tenía razón. Yo lo odio porque el que él viviese en mi


casa interfiere conmigo, tal como yo planeaba la casa. El plan estaba

186
Las cartas de Helen a Bill

equivocado. Hay muchísimo espacio. Realmente hay muchas man­


siones. Pienso que eso es todo.
Yo jamás he querido encajar, y he cerrado las puertas a cualquier
cosa que no encajase conmigo. Espero que todos mis queridos amigos
regresen, de modo que yo pueda encajar con ellos. Todos estamos me­
jor juntos.
Esto completa la serie de cartas que Helen le escribió a Bill. Crono­
lógicamente estamos ahora en las postrimerías del verano de 1965, y
próximos a aquella noche de octubre en la cual comenzó la labor de
escriba de Un curso de milagros, el tema del próximo capítulo.

187
Capítulo 7

EL COMIENZO DE UN CURSO DE MILAGROS (1965)


1
Un día hacia fines del otoño de 1965, Helen le mencionó a Bill que
ella tenía la sensación de que estaba “a punto de hacer algo muy ines­
perado”, algo obviamente mucho más inesperado de lo que ya había
sucedido: “No tenía idea de lo que era, pero sabía que ocurriría
pronto”. Desde la visita a Virginia Beach a principios de septiembre,
Helen había estado llevando, a insistencias de Bill, “cierto tipo de dia­
rio” de sus distintas experiencias, en el cual escribía sus propios pen­
samientos, así como los mensajes que recibía de Jesús (o de su Voz
interior como ella prefería considerarlo).43
Bill le sugirió ahora que anotase cualquier cosa que se le ocurriese
relacionada con la sensación del “algo inesperado”, que tal vez podría
ayudarle a identificar de qué se trataba. Al reflexionar sobre esta escri-
tura, Helen escribió posteriormente que “al principio no resultó gran
cósale mis intentos”, pero sus anotaciones parecen desmentir esto? Su
labor como escriba del Curso comenzó la noche del 21 de octubre,
pero las anotaciones correspondientes al 18, 19, 20 y la mañana del 21
son en verdad interesantes, particularmente por dar testimonio de la
experiencia que Helen tenía de Jesús y de su confianza en él, previo a
Un curso de milagros. Algunas de estas notas son similares al tono y
contenido de sus primeras cartas a Bill, puesto que eran escritas por
Helen a sí misma, y algunas de las notas llegaban en un torrente de
conciencia. Reproduzco algunos extractos aquí.

La primera anotación está realmente sin fecha y se encontró suelta


en la libreta de Helen. Sin embargo, de la evidencia intema se des­
prende que casi definitivamente se puede ubicar previo a las notas del
19 y 20 de octubre, las cuales estaban fechadas. La razón más persua­
siva para ponerle la fecha anterior del día 18 es la referencia a la cita

43. La libreta que contenía estos pensamientos y mensajes, infortunadamente desapa­


reció, si es que en efecto hubo siquiera una libreta por separado. Todo lo que queda de
este período de escritura “previa al Curso” son unas notas escritas en tres hojas de
papel separadas, y varias páginas escritas durante los tres días inmediatamente previos
al comienzo de su labor como escriba. Estas páginas están incluidas en la misma
libreta que contiene las páginas iniciales del Curso.

189
Capítulo 7 EL COMIENZO DE LW CURSO DE MILAGROS

bíblica, “Que en cuanto lo hicisteis a uno de estos... ”, la cual tiene que


preceder la referencia a la confusión de términos encontrada en la nota
del 19 de octubre. En la misma página en la cual comienzan estas notas
hay un listado de cosas que Helen debe hacer, similar al listado que en­
cabeza las notas del día 19, de ahí la razón para asignar estas anotacio­
nes al día 18. Un comentario final: igual que en el dictado inicial del
Curso en sí, el hablante en estas notas pasa de ser Jesús a ser Helen y
viceversa. Esta primera anotación comienza con la voz de Jesús expo­
niendo el hecho de que Dios no se inmiscuye en los problemas de Sus
Hijos.
La razón por la cual Dios no interfiere con el libre albedrío del hombre
es que [eso] es lo máximo en respeto, y Dios sí respeta a Sus creaciones
aun cuando Sus creaciones no lo hagan. Si El interfiriese con la volun­
tad de ellos estaría esclavizándolos y Dios no esclaviza.
El significado subyacente en esta explicación se expresa más adelante
en el texto, en el cual Jesús es el agente que no interfiere. Se puede en­
contrar en el cuarto párrafo de “Miedo y conflicto” (Capítulo Dos), y
en el párrafo inicial de la sección subsiguiente, “Causa y efecto”.
A propósito, explicaciones tales como la que se presenta aquí fue­
ron expresadas en la forma en que Helen las pudiese entender en ese
momento, como habré de exponer en la Parte III. Está claro de acuerdo
con el dictado posterior de Un curso de milagros que la no interven­
ción de Dios en verdad se debe a que Dios ni siquiera sabe nada sobre
el mundo: al estar fuera de Su Mente, la cual es la única realidad, el
mundo de la separación en su totalidad tiene que ser ilusorio y por lo
tanto no puede existir. ¿Cómo, pues, podría Dios inmiscuirse en algo
que no está ahí?
Las notas continúan luego con unos comentarios de Helen en tomo
a un sueño que ella había olvidado, pero Jesús le dice que el signifi­
cado del sueño es: “No debes descuidar tus responsabilidades aquí".
La insistencia de Jesús con Helen en la importancia de que ella perma­
neciese fiel a sus responsabilidades (las cuales incluirían tanto las per­
sonales como las profesionales) es congruente con el énfasis de él en
el Curso en que se preste atención a las formas del salón de clases que
hemos elegido, dentro del cual podemos aprender nuestras lecciones
de perdón. A pesar de las enseñanzas del Curso sobre la naturaleza ilu­
soria del mundo y del cuerpo, continuamente se nos exhorta, sin

190
El comienzo de Un curso de milagros

embargo, a que no nos saltemos los pasos de nuestro aprendizaje de las


lecciones del Espíritu Santo aquí, donde creemos que estamos.
Jesús prosigue con un mensaje para Bill en forma de retruécano:
Dile a Bill que si él puede aprender a substituir “testarudo (tener ca­
beza dura)” por “enseñar duro (enseñar con empeño)” estará muy bien.
Helen: sostengo que este es un retruécano muy malo, y también lo aso­
cio con una orden, la cual no seguí, de buscar algo como la palabra
“enseñar” anoche—todo lo que recuerdo es que se me ocurrió otra pa­
labra “ar”—puede ser “ayudar” o “entrenar”. Sí la busqué esta mañana
y entre otras cosas significa “impartir o comunicar conocimiento”.
Obviamente aquí falta alguna información, pero como se explicará en
el próximo capítulo, el uso que Jesús hacía del retruécano era una
forma de expresar su amor por Bill, quien era un maravilloso
equivoquista. La rebelión de Helen, por supuesto, era típica de sus in­
teracciones con Jesús, y la ecuación de enseñanza con comunicación
de conocimiento se tomaría más clara para ella una vez la escritura del
Curso comenzase: los maestros, de Dios, a través del Espíritu Santo, se . ex­
convierten en instrumentos para la comunicación (o el reflejo) del co-
nocimiento del Cielo al utilizar los símbolos del mundo.
Jesús, en una manera con la cual Helen se habría de familiarizar
posteriormente, prosigue aquí con la corrección de una famosa aseve­
ración bíblica:
Corrección: “en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis pequeñitos a Mí * ^--9
lo hicisteis44” ha sido traducida erróneamente.
Los paréntesis los puso Helen quien se confundió sobre lo que debía
seguir—“mis hermanos” o “mis hijos”, o siquiera cosa alguna—y,
como mencioné antes, esto se discutió al día siguiente. Ahora Jesús
formula su nuevo significado de la cita:
Lo que realmente dijo fue “en cuanto le das más a aquellos que tienen
menos, Me lo das a Mí”.
Helen: Pensé que esto era lo más lindo, y El se rió y dijo, que se ale­
graba de que me gustase; El lo tomó prestado de una de mis charlas
para la recaudación de fondos [en el Instituto Shield para Niños con
Retraso Mental], “A aquel que tiene se le dará”. Esto parece injusto a

44. Repito, más adelante comentaré acerca del uso que hace Helen de la letra mayús­
cula para las palabras y los pronombres asociados con Jesús.

191
Capítulo 7 EL COMIENZO DE UN CURSO DE MILA GROS

menos que lo mires más de cerca. No significa que al que tiene menos
se le dará menos aún. Pero si piensas en ello como una orden de darle
más a aquellos que tienen menos, entonces se convierte en una forma
de ayudar a todos los hombres a hacerse libres e iguales (lo cual puede
ser aún cómo se crearon las cosas).
El próximo párrafo es un mensaje para Bill, el tema del cual jugará
una papel importante en un segmento posterior de la escritura:
Y dile a Bill que este miedo a la enseñanza proviene de su miedo a con­
trolar las mentes. El está confundido en relación con el cerebro y el
alma, así que tiene miedo de interferir.
Helen: Eso es para nosotros dos.
Jesús: La falacia es que si el cerebro es la mente (lo cual no es) no te
atrevas a tocarlo. El error es obvio.
7. El punto planteado aquí es sutil, pero, sin embargo, importante. Jesús
está explicándole a Bill que su miedo a enseñar proviene de una creen­
cia fabricada de que él puede atacar a otras mentes. En armonía con las
explicaciones posteriores que Jesús le da a Helen, en un nivel esto pro­
vendría de un mal uso anterior (en una vida pasada) de su mente. No
obstante, ninguna mente puede atacar a otra, a menos que esa otra
mente haya elegido ser atacada. Una vez este error se ha hecho real, y
se ha equiparado a la mente con el cerebro (el cual parece capaz de ser
enseñado por otros cerebros), la protección obvia para no cometer el
error de nuevo es abstenerse totalmente de enseñar. El miedo de Bill a
hablar en público, a lo cual retomaremos más adelante, es el resultado
del mismo pensamiento erróneo que inevitablemente conduce a defen­
sas inadecuadas: la protección de algo que realmente no está ahí.
A propósito, es importante señalar aquí que el equiparar a la mente
con el cerebro es una defensa muy común, efectuada por casi todos los
investigadores, por no mencionar a los que no se han especializado en
ese campo. Se toma en una parte importante de la teoría del Curso el
que la mente no está en el cuerpo, aunque el cerebro muy definitiva­
mente lo está. Tanto el cerebro como el cuerpo siguen siendo proyec­
ciones del pensamiento ilusorio de la separación que está contenido en
la mente separada. Es la mente, sin embargo, la que toma las decisio­
nes; el cerebro simplemente lleva a cabo sus directivas.

192
El comienzo de Un curso de milagros

Jesús retoma ahora a Helen. La corona que se menciona es simbó­


lica de la verdadera Identidad de Helen, la cual fue simbolizada en sus
primeras visiones por la figura de la sacerdotisa:
Tú no puedes perder tu corona: Yo podría tener que guardártela nue­
vamente, pero eso siempre será porque tú la desechaste. El libre
albedrío es terriblemente mal entendido, y las personas siguen enten­
diéndolo erróneamente debido a la proyección. Incluso se culpan a sí
mismos y unos a otros por Mi crucifixsión [ízc] la cual te aseguro se
efectuó debido a Mi perfectamente libre albedrío.
Se supone que tú seas perfecta incluso como tu Padre en el Cielo es
perfecto: El te hizo de esa manera.
En Un curso de milagros en sí, Jesús habría de corregir la última ase­
veración para que se lea: “El te creó de esa manera”.
La parte final de esta nota del 18 de octubre es una súplica que
Helen le hace a su colega David Diamond, quien estaba en estado de
coma y muriéndose. Discutiré a Dave cuando consideremos las notas
del 20 de octubre. Simplemente presento ahora el pasaje, en el cual
Helen le habla a David desde su mente:
Helen: Dave - Sólo recuerda no ser condenatorio en ninguna forma y
ayudar si puedes. X y Dave no pudieron resolverlo en esta ocasión
pero lo harán.
Jesús: Agradece que tú y Bill están listos ahora. Amén.
Pasamos ahora a las notas del 19 de octubre. Helen comienza:
Creo que hay un error en tomo a este no advertir y no recordar nom-
bres, etc. No creo que se trate única ni siquiera primordialmente de
proyección. Puede que sea más bien miedo de involucrarse o de inte­
ractuar debido a una interpretación de la interacción como uno a solas
y el otro subordinado, o como una manera de que uno obtenga ganan­
cia debido a la pérdida del otro. Se evita esto si no se conocen. O ni
siquiera se ven.
Vea más adelante, págs. 260-61, para una discusión más amplia del
mal uso que hace Helen de los nombres; además, recuerden nuestra
discusión anterior, págs. 102-03, del principio de Helen (y del ego) de
uno o el otro: uno gana, otro pierde; uno vive, otro muere. Este princi­
pio le sirve muy bien a la ya mencionada necesidad de Helen de man­
tenerse aislada y protegida de la percibida amenaza de otros.
Las notas continúan, nuevamente Helen es la hablante.

193
Capitulo 7 EL COMIENZO DE UN CURSO DE MILA GROS

Además, la idea del síndrome de “quién oyó jamás hablar.de mi”


me parece más una manera de negar habilidad. Si bien en efecto sirve
como pretexto para explotar a otro, también puede ser una negación de
mi propia fortaleza la cual, me temo, ha sido utilizada erróneamente.
Incluso puedo haber suprimido mucho por haberlo utilizado mal (tú
también, Bill).
Este síndrome es un ejemplo de la arrogancia del ego disfrazada de hu­
mildad que el Curso discutiría posteriormente, en el cual negamos una
habilidad que ha procedido del Amor de Dios, al creer que sabemos
más que El. De ese modo, el ego haría que creyésemos que tenemos el
poder para cambiar lo que Dios creó. Esta creencia es el cimiento del
sistema de pensamiento de separación y usurpación del ego en su tota­
lidad. Más específicamente, Jesús le pediría posteriormente a Helen y
a Bill que no negasen su habilidad de participar en la “empresa de co­
laboración” de traer el Curso al mundo. El comentario final de Helen
arriba se refiere a la explotación del ego de una aparente debilidad
como una artimaña para manipular a otro mediante la culpa y la pena.
Ahora Helen discute un tema extremadamente importante, similar
al mensaje de Jesús a Bill en la nota del día 18 relacionado con su
miedo de enseñar:
La falacia ahora es que si no utilizo nada mío, no le haré daño a nadie
y por consiguiente no me haré daño a mí mismo. La respuesta obvia es
que la parálisis no te llevará a ningún sitio, tanto literalmente como en
sentido figurado....
Las notas continúan a la mañana siguiente, 20 de octubre.
* Creo que debajo de la proyección y de toda esa cosa se esconde una
nostalgia por el alma. Queremos recobrarla de modo que podamos
identificamos con ella, porque eso es lo que somos realmente, y en al­
gún lugar lo sabemos....
Esto refleja lo que posteriormente se convertiría en un principio
fundamental de la enseñanza del Curso; a saber, que el sistema de
pensamiento del ego en su totalidad—“la proyección y toda esa
cosa”—es una defensa en contra de nuestro anhelo subyacente de
regresar a Dios—“una oculta nostalgia que tenemos de nuestra
alma”—la cual en algún nivel sabemos que está ahí. Como afirma­
ría el texto posteriormente:

194
El comienzo de Un curso de milagros

Bajo los tenebrosos cimientos del ego yace el recuerdo de Dios....


Te das cuenta de que, al despejar la tenebrosa nube que lo oculta, el amor
por tu Padre te impulsaría a contestar Su Llamada y a llegar al Cielo de
un salto.... Pues subyacente a los cimientos del ego, y mucho más
fuerte de lo que este jamás pueda ser, se encuentra tu intenso y ardiente
amor por Dios, y el Suyo por ti. Esto es lo que realmente quieres ocultar
(T-13.HI.2:1, 6, 8-9).
Las notas continúan luego, con la ya mencionada referencia a la cita
bíblica presentada el día anterior. Jesús exhorta a Helen a que le diga
a Bill:
Creo que es raro que yo no pudiese recordar la cita correcta “en cuanto
lo hicisteis a uno de estos Mis hijos/hermanos más pequeños...”. Al
principio decidí que la cita probablemente terminaba con “a uno de es­
tos más pequeños” y simplemente estaba confusa sobre una adición.
Estaba añadiendo lo que realmente no debía estar ahí.
Esto, por supuesto, refleja la importante característica del ego de
Helen que se mencionó antes, y que repetidamente Jesús le señalaba al
igual que ella se lo señalaba a sí misma: la característica de siempre
“añadir” sus propias interpretaciones de situaciones que “realmente no
estaban ahí”. Helen continúa:
Entonces yo no podía decidir si eran hijos o hermanos, y se me dijo que
te lo preguntase a ti [Bill]. Es raro que tú aparentemente no podías de­
cidir entre los mismos dos términos. La Orden [i.e., de Jesús] es
cerciorarme de que tú sepas que esto es importante para nosotros dos.
Nota: Le temo hoy a Comell [una reunión que se celebraría en el
Centro Médico de la Universidad de Comell].... Si logro poner mi
alma en su lugar todo saldrá bien, no obstante.
En realidad estaba bastante deprimida esta mañana lo cual es ahora -fe
muy inusitado. (Yo solía estarlo todo el tiempo45) pero El dice /£> :
“¡Animo! yo he vencido al mundo”. q-(| j
Me alegró mucho que llamaras [Bill], aunque no creo que estuve
perturbada más de un breve instante. Por un breve momento y muy in­
apropiadamente, me conmocioné cuando dijiste: “Dotty está
esperando y tú puedes subirte a un taxi sola, ¿no es así?”. No existe
competencia alguna entre Dotty y yo, y pensé que probablemente ella

45. Esto, el lector puede recordar, fue uno de los motivadores para que Helen retomase
a la escuela.

195
Capítulo 7 EL COMIENZO DE UN CURSO DE MILAGROS

si te necesitaba más a ti por el momento. Sé que nunca me abandona­


rás. Asi que el taxi estaba esperando en la esquina.
Al igual que en las cartas de Helen, encontramos aquí la misma hones­
tidad al observar a su ego en acción, lo cual le permitía pasar rápida­
mente de lo que el ego interpreta como desaire y ofensa, y llegar a la
verdad. El reconocimiento de la unidad de la Filiación y de la seguri­
dad del siempre presente Amor de Dios evita que cualquiera de los
pensamientos del ego desarrolle fortaleza. Esta conciencia siempre es­
tuvo muy presente en Helen. Sin embargo, fue únicamente durante
este período que ella fue capaz de aceptarlo congruentemente. La ma­
yoría de las veces durante sus últimos años, eligió negar esta verdad,
resultado de lo cual fue la ira y la angustia que eran su experiencia
constante.
La apertura de Helen a ella misma y a Jesús prosiguió con estas no­
tas, las cuales reflejan su aceptación del deseo de ser genuinamente útil
a los demás, un aspecto importante del nuevo sistema de pensamiento
que muy pronto Un curso de milagros estaría promulgando:
Una cosa bastante sorprendente ocurrió mientras estaba meditando
después de tu llamada [la de Bill], Dije precisamente lo que tú suge­
riste: “Me siento bastante angustiada sobre algo lo cual probablemente
es un error en la percepción de alguna [experiencia] pasada y Tú [i.e.,
Jesús] por favor, corrígeme”.
Por lo tanto, El dijo “Al morir vives. Pero asegúrate de entender lo
que esto significa”. Me asusté terriblemente porque pensé que debo es­
tar muriéndome, y luego se me figuró que no es una manera mala de
irme, asi que relájate y disfrútalo. De modo que simplemente me sentí
resignada y muy en calma.
Helen, por supuesto, entendió el mensaje de Jesús erróneamente.
En su confusión de forma y contenido—las palabras literales con su
significado—no se dio cuenta aquí de que Jesús se estaba refiriendo a
la muerte del ego, no a la muerte del yo físico. Unas cuantas semanas
tras haber iniciado el dictado del Curso, Jesús clarificó este punto para
Helen en un pasaje que en la actualidad aparece casi al final del I
Capítulo Tres del texto:
A medida que te acercas a tu Origen, experimentas el miedo a la des­ !
trucción de tu sistema de pensamiento como si se tratase del miedo a
la muerte. Pero la muerte no existe. “Lo que existe es la creencia en la
muerte (T-3 .VII. 5:10-11).

196
El comienzo de Un curso de milagros

Helen prosigue, preocupada aún con pensamientos de su propia


muerte física:
Y entonces sucedió. Súbitamente me di cuenta de que esto era te­
rriblemente egoísta, y entonces decidí... que si yo moría, tú [Bill] te
sentirías terriblemente conmocionado y que incluso tu progreso se de­
tendría y después de haber llegado tan lejos, además. Por favor,
permíteme quedarme y ayudarle durante un rato más. Y Jonathan ja­
más se recuperaría porque él no está listo aún, tampoco....
Así que oré por poder quedarme mientras me fuese posible ayudar,
y ¡acaso no sería maravilloso! Entonces sólo podré estar bien. Me sentí
muy feliz debido a esto durante un tiempo, y luego me dio miedo....
Sueño: al estar muy asustada y cansada y perturbada, me drogué a mí
misma y me dormí temprano, pero sí le pedí a El [Jesús] que orase
mientras yo me retiraba para hacer una breve pausa.
Esta mañana se me ocurrió que no tenía ningún derecho a desper­
diciar nada—dinero, ropa ni mi propia vida porque todo tiene que
utilizarse de manera correcta. Todo tiene un lugar en el Plan. Y no pue­
des tirar los regalos. La vida es un regalo que recibes para ayudarte a
ganar la vida eterna. Es la manera primordial en que El puede ayudarte
ahora.
Seguro de vida—y realmente lo que debes decir es que quieres vivir
mientras seas de alguna utilidad para El, y luego harás precisamente
eso. Y sólo bien puede proceder de esto para todo el mundo—Amén.
Así que decidí morir pronto [i.e., previo al mensaje de Jesús], lo
cual habría hecho. Esta no era una decisión que yo debía tomar porque
podría ser un desperdicio terrible por el cual habría tenido que respon­
der. Pero tú puedes cambiar las profecías si cambias de mentalidad, así
que tal vez debo decir que prefiero dejarlo a discreción de El.
(Bill—estoy perturbada respecto a esto pero sé que es cierto).
Un centro de interés primario en estas anotaciones era David
Diamond, el ya mencionado colega de Helen. (En su libreta, dicho sea
de paso, Helen casi anotó el nombre correcto de una persona, distinto
a su práctica usual de olvidar y cambiar nombres). Dave se estaba mu­
riendo, y Helen obviamente sentía que orar por él era una “tarea”. Ella
le pidió a Dave que aceptase la ayuda de Jesús (más frecuentemente
llamado Cristo aquí), y que olvidara a otro colega, Harry Silver (mi
pseudónimo), a quien Dave le había hecho daño. Estas anotaciones son
bastante conmovedoras en la ferviente expresión del deseo de Helen
de ser útil, típico de cómo ella vivió su vida.

197
Capítulo 7 EL COMIENZO DE UN CURSO DE MILAGROS

El taxista me preguntó si me importaba la música y pensé que tal


vez me ayudaría a orar por Dave, así que comenzamos con una marcha
y pensé, “Anímate Dave, únete a nosotros y todos podemos marchar
juntos", y luego fue un ballet, y pensé, “Anímate, Dave, Dios tiene ca­
bida para momentos más alegres también”.
Dave no te rindas—tienes una misión real—no pierdas tu
oportunidad—los milagros son la ley natural. Luego le pedí a Cristo
que ayudase a Dave a conocer que El estaba ahí y a que Lo viera y co­
nociese la verdad de manera que pudiese ser libre.... “Si cualesquiera
dos se unen en Mi nombre”46—Dave, tú tienes que ser ese otro—te
necesitamos—la vida es lo que sana, la muerte no....
Puede ser que mientras Dave esté durmiendo nuestras mentes in­
conscientes puedan llegar hasta Cristo y El se unirá a nosotros en
oración—“Podemos hacerlo, Dave”.
Dave se interpuso una vez en el camino de Harry Silver y de algún
modo interfirió en su progreso. Silver sabe que debe perdonarlo y ha­
cer todo lo posible por liberarlo. Es por eso por lo que Silver amó a
Dave a primera vista y se ha dedicado pacientemente a él. Silver tiene
miedo de “permitir que Dave muera” porque él sabe que esta es su
deuda kármica. Dave no está en posición alguna ahora debido a lo que
le hizo a Harry y ambos están en prisión.
Dave, escúchame ahora y permite que Cristo te ayude—déjaselo a
El y descansa. No le hagas daño a Harry de nuevo abandonándolo.
Harry necesita que un milagro le enseñe que el cerebro no es la sede de
la vida sino Dios. El puede aprender esto si tú estás dispuesto a que­
darte y a enseñarle. Ayuda a que todos nos salvemos, Dave. Porfavor,
coopera. Una vez le negaste la verdad a Harry Silver—por favor, libé­
ralo y libérate a ti mismo ahora. Le enseñaste erróneamente, Dave,
pero recuerda cuán bueno fuiste siempre al enseñar a los mentalmente
perturbados, y enséñale ahora mismo.
Dave querido, muéstrale a Harry que el espíritu no vive en el cere­
bro. Vuelve tu afirmación hacia la forma correcta, y sabe que el
espíritu puede sanar al cerebro que hizo. No es de la otra manera.
Libera a los niños esta vez, Dave—por el amor de Cristo, Amén.
Dave—recuerda a tu niñita—ella fue indemne aun cuando se con­
cibió en un útero el cual se suponía que fuese estéril porque estaba tan i
dañado por tumores fibrosos. Decían que había que eliminarla. Pero
aún así fue un hogar temporal para una niña perfecta, contra todas las
adversidades de acuerdo con la medicina moderna. Por favor, Dave, no

46. La cita bíblica real es como sigue: “Porque donde están dos o tres reunidos en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18:20).

198
El comienzo de Un curso de milagros

te identifiques con tu cerebro. Conoce tu inmortalidad y rompe la pri­


sión para Harry Silver. Escucha por favor, Dave—puedes destruir a tus
enemigos al convertirlos en tus amigos. Tú le haces daño a Harry pero
él te ama. Agradece a Dios que tú puedas ayudarle ahora—Estoy
asombrada con tu misión, y ruego poder ayudar a que Cristo te ayude.
Dave—tarde o temprano tendrás que dirimir esto, y puedes ahorrar mi­
les de años ahora mismo. Tenemos que hacer volver a los niños. Cristo
te dará el máximo ahora, si tú quieres tomarlo, porque te has reducido
al mínimo. Acéptalo por El, quien quiere darte todo el poder en el
Cielo y en la Tierra.
Dave, ayúdale a Cristo a llegar hasta tu espíritu y no dependas de
tu cerebro. Ayúdanos, Dave, y escúchalo a El... Dave, cambia tu iden­
tidad de Diamond (Diamante) a Perla de Gran Precio, y reclama tu
derecho de perdonar ahora. Tu espíritu y el mío sí pueden unirse y en­
tonces los dos si nos hemos unido en el nombre de Cristo. Jesús
prometió estar ahí, Dave. Tu cerebro no importa si quieres entender la
vida como lo hizo Jesús. Cuando dijo “Padre, en Tus Manos enco­
miendo Mi Espíritu” se estaba refiriendo a Su resurrección, no a Su
muerte. Recuerda y entiende eso porque ello te puede salvar ahora. La
anoxia de Su muerte no le hizo daño a Su cerebro [i.e., mente]. Por fa­
vor, Dave—escúchalo decir: “Yo soy la resurrección y la vida, y aquel
que cree en mi no perecerá”.
Dave, significa algo el que sus apellidos sean Diamond (Diamante)
y Silver (Plata). Recuerda dónde yacen tus verdaderos tesoros. Silver
tiene a todo el Instituto Neurológico vigilándote. Pero todos ellos
creen que la vida es el cerebro. Ayúdales, Dave—eres un maestro.
Dave, aún puedes oír la llamada “Levántate”—Lázaro ya estaba
muerto; tú no.
Esta importante anotación expresa cuatro temas que forman el co­
razón de las enseñanzas de Un curso de milagros las cuales estaban
próximas a surgir:
1) el unirse con otro: “Anímate Dave, únete a nosotros y todos pode­
mos marchar juntos”; el que Helen exhorte a Dave a unirse con Harry,
una unión que refleja el significado del perdón.
2) el unirse con Jesús: El que Helen le pida a Dave que le permita a
Cristo (Jesús) ayudarle: “Si cualesquiera dos se unen en Mi nombre”;
al suplicarle más tarde a Dave, Helen escribió: “Tu espíritu y el mío sí
pueden unirse y entonces los dos sí nos hemos unido en el nombre de
Cristo”.

199
Capítulo 7 EL COMIENZO DE UN CURSO DE MILA GROS

3) el papel del milagro: “los milagros son la ley natural”; interesante


por demás, esto se escribió dos días antes de que comenzase el dictado
de los principios del milagro (vea especialmente el sexto: “Los
milagros son naturales. Cuando no ocurren, es que algo anda mal”
[T-1.1.6]). Al igual que en las páginas iniciales del texto, el milagro pa­
rece estar asociado aquí con el cuerpo, como al Helen pedirle a Dave
que viva de modo que Harry pueda aprender: “Harry necesita que un
milagro le enseñe que el cerebro no es la sede de la vida sino Dios. El
puede aprender esto si tú estás dispuesto a quedarte y a enseñarle”. Pos­
teriormente en el Curso, sin embargo, Jesús aclara que los milagros sólo
conllevan un cambio de mentalidad, y que el cuerpo no está implicado
en la enfermedad ni en la sanación. El texto enseña, por ejemplo:
El milagro no tiene ninguna utilidad si lo único que aprendes es que el
cuerpo se puede curar, pues no es ésta la lección que se le encomendó
enseñar. La lección que se le encomendó enseñar es que lo que estaba
enfermo era la mente que pensó que el cuerpo podía enfermar. Proyec­
tar su culpabilidad no causó nada ni tuvo efectos (T-28.II. 11:6-7).
4) el poder de la mente (llamado “espíritu ’’ aquí) sobre el cerebro:
Helen le suplica a Dave que le enseñe a Harry que “el espíritu no vive
en el cerebro. “Vuelve tu aseveración hacia la forma correcta, y conoce
que el espíritu [i.e., la mente] puede sanar al cerebro el cual hizo. No
es de la otra manera”. Y luego: “Dave, ayúdale a Cristo a llegar hasta
tu espíritu y no dependas de tu cerebro”. Después de una exposición
sobre la resurrección de Jesús, Helen le pide a Dave que le enseñe a
“todo el Instituto Neurológico... (el cual) cree que la vida es el cere­
bro”. Una vez más podemos ver que Helen era más que sólo un simple
canal en blanco a través de quien Jesús dictó Un curso de milagros.
Por derecho propio, cuando se identificaba con su mente sana, ella era
la Voz de la Sabiduría.
Las siguientes anotaciones también parecen haber sido escritas el
20 de octubre, y reflejan los intentos de Jesús de ayudar a Helen y a
Bill; más específicamente aquí, se trata de que Jesús y Helen están pro­
curando ayudar a que Bill supere su resistencia a Jesús y de ese modo
se acerque más a él.
Si no recibes una respuesta es siempre porque estás equivocado.
Helen: Dije que El prometió venir cuando Lo llamasen, y Bill pide
y no te conoce y realmente ha tratado de tocar y no le han abierto. Creo
que la puerta está bastante entreabierta pero en realidad no lo llamaría

200
El comienzo de Un curso de milagros

muy abierta. ¿Está bien si pregunto por él [Bill] puesto que él quiere
que lo haga?
Esta idea de Helen de pedir ayuda por Bill (y por otros) se mantuvo
como un asunto importante para ella, y retomaremos a ello en la Parte
III.
Las notas continúan ahora con Jesús en el papel de primera persona.
El principal centro de interés sigue siendo Bill:
No puedo responder donde él [Bill] pide equivocadamente. Cuando
pide correctamente yo he respondido. El tiene una tendencia a captar
parte de una respuesta y decidir por sí mismo cuándo desconectarse.
Debe preguntar si eso es todo. Puesto que yo no sé cuándo se va a des­
conectar tengo que ser muy breve e incluso críptico. El desmenuza
demasiado los mensajes.
También hay interferencia de tres áreas muy importantes.
1) El no tiene mucha confianza verdadera en que yo me comunicaré.
Jamás reclama sus derechos. Debe empezar con mucha más confianza.
Yo cumpliré mis promesas, pero tú [Helen] no actúas como si en reali­
dad esperases que él lo haga ....
2) El tiene que aprender mejor concentración. Su mente revolotea de­
masiado para lograr buena comunicación. Sugiere una frase muy corta
como “Heme aquí, Señor” y no pienses en nada más.47 Sólo recoge tu
mente poco a poco de cualquier otro lugar y céntrala en estas palabras.
Esto lo llevará [a Bill] además a darse cuenta de que realmente está
aquí. El no está muy seguro.
3) Dile que se asegure de no confundir tu [Helen] papel. Si él reacciona
de manera exagerada o te sobrevalora como persona, ambos estarán en
peligro [i.e., de su propia culpa].
Helen: El [Jesús] piensa que es el momento de algunas explicaciones
para las cuales es probable que ya estemos preparados. Siempre hay
riesgos en apresurar las cosas. Todo esto se emprendió debido a que las
cosas se están retrasando porque tantas personas perdieron persistente­
mente más de lo que ganaron.48
Esta próxima anotación pareció escribirse por la mañana del día 21
de octubre, el día en que el Curso comenzó realmente. También ésta se

47. En otra ocasión Jesús le dio a Bill una segunda frase para ayudarle a concentrar
más su mente en él: “Jesús, hermano mío, muéstrame tu amor”.
48. Más adelante esto se convirtió en parte de la explicación que se le dio a Helen en
relación con los recientes sucesos intemos. Vea adelante, pág. 204.

201
Capítulo 7 EL COMIENZO DE UN CURSO DE MILA GROS

centra en el tema de la disposición de Helen a ayudar a otros, así como


en resistencia a tales extensiones de amor.
Helen: Por la mañana. Anoche cruzó por mi mente que algo muy malo
habla sucedido. Me enojé porque pensé que no se me debiese pedir que
yo pida [a Jesús] por ti [Bill], y que era una forma de explotación [i.e.,
de parte de Bill] que era muy peligrosa para mí y que representa una
técnica de evasión para ti. Pensé que todo eso era tan peligroso que te­
nía que decirte que no lo hagas otra vez. Cruzó por mi mente con
brevedad (pero sin ningún impacto emocional en absoluto lo cual es
siempre sospechoso)—que me podría producir resentimiento el pedir
por alguien más porque prefiero la idea de “exclusiva”.
Cristo dice que puedo notar que algo está mal siempre que recibo
una respuesta “irascible”.... El tono está mal.
Esta mañana estuvo muy claro para mí que en relación contigo no
he tenido razón desde que te pregunté qué querías tú de modo que pu­
diese en realidad pedirlo por ti. Esto sí era esencial.... Tienes todo el
derecho, de hecho debes pedirme que pida por ti. Esto no es un don
egoísta, y sí es uno real. (Esto me perturba también). Tiene que utili­
zarse para otros, y particularmente para ti.
Jesús: Pídele a Bill que por favor te ayude a reponerte rápidamente de
haber sido mezquina al respecto.
Helen: Nota—Por el momento tengo serias dudas respecto a todo.
Esto está deteniéndolo todo.
Mientras anotaba algunos de estos pensamientos la noche del 21 de
octubre, Helen oyó a la Voz interior ahora “más o menos familiar”
comenzar a darle instrucciones definitivas. Si bien bastante acostum­
brada para entonces a recibir mensajes, ciertamente ella no estaba pre­
parada para lo que le dijo la Voz. Dicho sea de paso, Helen era bien
consciente, repito, de que la Voz pertenecía a Jesús, pero con frecuen­
cia ella se las arreglaba para mantener la identidad de él en el trasfondo
de su mente. Con el comienzo del dictado de Un curso de milagros, sin
embargo, en realidad ya no podía hacerlo. En su autobiografía original,
la cual Helen esperaba plenamente en ese momento que se publicaría
(de ahí su cuidadosa corrección de estilo), ella escribió de él en esta
forma, al intentar nuevamente negar la identidad de Jesús como la
Voz. Quién era él, no obstante, era obviamente aparente para ella
como se ve en las notas del 19 y 20 de octubre, sin mencionar la serie
de cartas que ya hemos considerado. Las palabras de Helen desde

202
El comienzo de Un curso de milagros

ahora hasta el final del capítulo se toman, por lo tanto, de esta biografía
corregida. Comenzamos con las observaciones que ella emite sobre la
Voz interior:
Yo [no] entendía la calmada pero impresionante autoridad con la cual
la Voz dictaba. Primordialmente debido a la naturaleza extrañamente
apremiante de esta autoridad de inmediato me referí a la Voz con una
“V” mayúscula. La particular combinación de certeza, sabiduría,
amabilidad, claridad y paciencia que caracterizaban a la Voz hacía que
esa forma de referencia pareciese perfectamente atinada.
En la corrección de estilo realizada años más tarde por Helen y por
mí de la autobiografía de ella, el asunto de escribir acerca de Jesús la
ponía tan ansiosa que ella optó por omitir ese párrafo totalmente, así
como otras referencias a la autoría. Por lo tanto, dejó a discreción mía,
como lo expuse en el Prefacio en relación con uno de los propósitos
del libro, el que describiera su relación con la “Voz”.
Jesús comenzó el dictado del Curso de esta manera:
Este es un curso de milagros, por favor toma notas.
Helen siguió adelante hasta tomar cerca de una página de notas antes de
llamar a Bill en un estado de terror. Le explicó lo que estaba sucediendo,
y su impresión de que la Voz “parece querer continuar.... Estoy segura
de que hay más”. Bill sabiamente le sugirió que continuase lo mejor que
pudiera, y que se reunirían en la oficina temprano por la mañana para
discutir este asombroso giro de sucesos intemos. Durante un rato más
largo Helen prosiguió. Antes de presentar lo que ella escribió, es nece­
sario dar una explicación acerca de las diferencias obvias entre el mate­
rial que Helen tomó originalmente y el Curso que se publicó.
Durante el primer mes del dictado más o menos, el nivel de ansie­
dad de Helen era tan alto que laforma (no el contenido) del dictado se
afectó en el sentido de que la escritura era torpe y a veces excesiva­
mente tajante. Varias veces Jesús tuvo que corregirle una palabra o
frase equivocada uno o dos días después de haberla escrito, cuando la
mente de Helen estaba abierta a recibir la corrección. Se podría esta­
blecer una analogía con un grifo que no se ha utilizado, por el cual
fluye agua herrumbrosa cuando se abre por primera vez. En la medida
en que el agua corre por un tiempo, el herrumbre desaparece y el agua
“retoma” a su naturaleza clara. El “moho” de la interferencia, el cual
parece resultar de un largo período de desuso, realmente se debía al

203
Capítulo 7 EL COMIENZO DE UN CURSO DE MILA GROS

miedo de Helen al poder de su mente, y más específicamente, a su


miedo del amor de Jesús con el cual ella estaba tan identificada.
Aun más a propósito aún de la diferencia entre las primeras páginas
originales y las publicadas, sin embargo, fue la experiencia inicial de
Helen de que Jesús estaba con ella como un hermano mayor con su
hermana, a quien le hablaba dulce y amorosamente. Cerca de lo que es
ahora el Capítulo Cinco del texto, el tono de la escritura comienza a
cambiar y se toma progresivamente fluido y más objetivo, y su lectura
se asemeja más a una conferencia que a un diálogo. Al principio, por
consiguiente, la enseñanza real (lo que se encuentra en los libros pu­
blicados) estaba intercalada con material personal diseñado para ayu­
dar a Helen y a Bill con su propia relación, con otras relaciones en sus
vidas, y con sus propios problemas. Además, había comentarios en
tomo a ciertos asuntos profesionales para ayudar a Helen y a Bill a lle­
nar el vacío entre su comprensión de la psicología y la del Curso. Por
instrucciones de Jesús, Helen y Bill eliminaron estos pasajes que se
apartaban de las enseñanzas específicas del Curso, puesto que los mis­
mos no iban dirigidos a la lectoría en general. Retomaré al manuscrito
original y a la edición subsiguiente en capítulos posteriores, donde pre­
sentaré algo de este material que se ha eliminado mediante la ilustra­
ción de la naturaleza intensamente personal del contacto de Helen con
Jesús, y su amorosa preocupación por ella y por Bill.
Como ya hemos visto, la explicación para la llegada de Un curso de
milagros comenzó incluso antes de que comenzara la escritura. Poste­
riormente, en su autobiografía, Helen lo expresaba de esta manera:
Se me dio una especie de “explicación” mental... en la forma de una
serie de pensamientos relacionados que cruzaban por mi mente en rá­
pida sucesión y formaban un todo razonablemente coherente. De
acuerdo con esta “información”, la situación mundial se estaba empeo­
rando a un paso alarmante. Se estaba llamando a personas de todo el
mundo para que ayudasen, y estaban desarrollando lo que para ellas
eran talentos inesperados, y cada cual hacía su contribución individual
a un plan global previamente dispuesto. Aparentemente yo había con­
sentido en tomar un curso de milagros el cual me dictaría la Voz como
parte de mi acuerdo, y el hacerlo era en realidad mi razón para venir.
En realidad esto no implicaba habilidades inesperadas, puesto que yo
estaría utilizando habilidades que había desarrollado hacía mucho
tiempo, pero que yo no estaba preparada para utilizar nuevamente
[simbolizado por el aparato “emisor y receptor” que estaba en el fondo

204
r

El comienzo de Un curso de milagros

del bote en la visión de Helen]. Y esa era la razón por la cual tendría
tanta dificultad para hacerlo. Sin embargo, las personas habían llegado
a un punto en que estaban perdiendo más de lo que estaban ganando.
Así pues, debido a la aguda emergencia, el habitualmente lento, pro­
ceso evolucionario de desarrollo espiritual se estaba pasando por alto
en lo que podría llamarse una “prisa celestial”. Yo podía sentir la ur­
gencia que yacía detrás de esta explicación, sin importar lo que pudiese
pensar del contenido, sin mencionar el hecho de que no la entendía. Se
me transmitió la sensación de que el tiempo se acercaba a su fin.
Discutiré esta “explicación” en la Parte III, cuando considere los dis­
tintos niveles de la relación de Helen con Jesús.
Helen prosiguió entonces:
No estaba satisfecha. Incluso en la improbable circunstancia de que
esto fuese verdad, no me consideraba una buena candidata para un pa­
pel de escriba. Expuse mi oposición silenciosa pero enérgicamente.
“¿Por qué yo?”, preguntaba. “Ni siquiera soy religiosa. No com­
prendo las cosas que me han estado ocurriendo y ni siquiera me
agradan. Además, me ponen muy nerviosa. Soy justamente la elección
más pobre que podrías hacer”.
“Todo lo contrario”, se me aseguró tranquilamente. “Eres una ele­
gida excelente, y por una sencilla razón. Tú lo harás”.
No tuve respuesta para esto, y me retiré derrotada. La Voz tenía ra­
zón. Yo sabía que lo haría. Y así comenzó la escritura del “curso”.
Esta respuesta era típica de las muchas que Helen recibió de Jesús. Su
naturaleza práctica y lógica descartaba cualquier argumento de parte
de ella. Por ejemplo, ya Helen estaba tomando el Curso, y por eso no
podía argüir muy bien con el razonamiento de Jesús: “Tú lo harás”.
Además, por supuesto, en otro nivel ya Helen había estado de acuerdo
en ser la escriba del Curso, y por lo tanto no podía ir en contra de lo
que su mente la había comprometido a hacer.
Helen se refería a la escritura del Curso como un “dictado intemo”;
o sea, ella no entraba en un estado alterado, en un trance, ni realizaba
una escritura automática. Siempre era consciente de lo que estaba ha­
ciendo, aun cuando elegía no prestarle atención. Independientemente
de su actitud, la escritura continuaría:
Lo sentía llegar casi diariamente, y a veces más de una vez al día. La
hora jamás estaba en conflicto con el trabajo o con las actividades so­
ciales, y comenzaba cuando estaba razonablemente libre para escribir

205
Capítulo 7 EL COMIENZO DE UN CURSO DE MILAGROS

sin interferencia. Escribía en taquigrafía en una libreta que pronto co­


mencé a llevar conmigo, por si acaso. Podía negarme y muy a menudo
sí me negaba a cooperar, pero me sentía tan agudamente incómoda que
pronto aprendí que no tendría paz hasta que lo hiciese. Aun así, man­
tuve mi “derecho a negarme” durante todo el proceso, y no con poca
frecuencia obré de acuerdo con este por algún tiempo. A veces no es­
cribía por espacio de un mes o más, durante el cual me deprimía cada
vez más. Pero jamás tuvo nada de automático la escritura. Siempre re­
quería mi total cooperación consciente.
Las noches resultaban ser el tiempo favorecido para la “toma del
dictado”. Me opuse a esto amargamente, y a veces me iba a la cama de
manera desafiante sin haber escrito nada. Pero no podía dormir, y fi­
nalmente me levantaba con un poco de disgusto y escribía según se me
indicaba, como el menor de dos males. A veces estaba tan cansada que
volvía a la cama y me quedaba dormida después de haber tomado sólo
unos cuantos párrafos. [Esas ocasiones están evidenciadas por la cali­
dad desigual de las líneas escritas en taquigrafía por Helen]. Luego me
sentiría incitada a continuar antes del desayuno al día siguiente, tal vez
para terminar la sección de camino al trabajo o en algunas ocasiones
entre presiones de trabajo durante el día. Cuando comenzaba una ora­
ción jamás sabia cómo iba a terminar, y las ideas llegaban tan
rápidamente que tenía dificultad en no quedarme atrás incluso en el
sistema de símbolos de taquigrafía y abreviaturas que había desarro­
llado durante muchos años de tomar notas en las clases y de registrar
sesiones de terapia.
La experiencia que tenía Helen del dictado de Jesús, especialmente
después de las semanas iniciales, era similar a la de tener una graba­
dora de cintas en su mente la cual podía prender y apagar a voluntad,
sin que surtiera efecto alguno en el material en sí. En la Parte III, a pro­
pósito, discuto la diferencia entre la experiencia de Helen con Jesús, y
la realidad de su relación con él. Esto, sin embargo, es cómo ella des­
cribía el proceso del dictado intemo:
El dictado era altamente interrumpible. En la oficina yo podía dejar
a un lado la libreta para contestar el teléfono, hablarle a un paciente,
supervisar a un subalterno, o acudir a una de nuestras numerosas emer­
gencias, y retomar a la escritura sin siquiera verificar dónde la había
detenido. En casa le podía hablar a Louis, conversar con un amigo,
contestar el teléfono o tomar una siesta, y retomar el dictado sin inte­
rrumpir en lo más mínimo el terso fluir de palabras. Ni siquiera
importaba si me había detenido en medio de una oración o al final de

206
El comienzo de Un curso de milagros

un párrafo. Era como si la Voz simplemente esperase a que yo regre­


sara y entonces comenzaba de nuevo. Escribía con igual facilidad en
casa, en la oficina, en un banco del parque o en un taxi, en autobús o
en el subterráneo. La presencia de otras personas no interfería en abso­
luto. Cuando llegaba el momento de escribir, las circunstancias
externas parecían ser irrelevantes. Podía haber interrupciones de horas,
días y en ocasiones hasta de semanas, sin pérdida alguna de la
continuidad.
La naturaleza “altamente interrumpible” del dictado se toma incluso
más impresionante cuando se considera la calidad superior de las sec­
ciones más poéticas, con la comúnmente complicada estructura de las
oraciones presentada en perfecto pentámetro yámbico.
Helen era una editora “feroz”, quien casi atacaba literalmente a un
manuscrito con el propósito de purificarlo de palabras, frases y pun­
tuación irrelevantes. Su estilo de redactar textos profesionales era con­
ciso, directo y sucinto, rasgos que eran perfectamente adecuados y
respetables en la redacción para fines científicos. Con el lenguaje poé­
tico y metafórico de Un curso de milagros, sin embargo, el estilo de
Helen era totalmente inapropiado. Retomaré a este aspecto de la forma
en que Helen redactaba y corregía un texto con más detalle cuando ex­
ponga nuestra propia revisión del manuscrito en 1974. Por ahora, sin
embargo, he aquí su propia experiencia descriptiva de los intentos por
mejorar el dictado de Jesús:
Al principio, particularmente, a veces me sentía tentada a cambiar
una palabra aquí y allá, en lo que yo pensaba que era el interés por la
congruencia. Generalmente la urgencia de cambiarlo a su forma origi­
nal era tan fuerte que lo hacía bastante pronto. De hecho, tenía la
propensión a sentirme incómoda hasta que lo hiciera. Más aún, pronto
se hizo evidente que las palabras no eran seleccionadas al azar. A veces
lo que parecía ser incongruente en ese momento sería explicado poste­
riormente, y el fraseo original era necesario para la claridad posterior.
En otras ocasiones, ideas específicamente fraseadas se mencionarían
más tarde en contextos de los cuales yo no era consciente aún, de modo
que cualesquiera cambios que yo hiciese probablemente reducirían la
congruencia en lugar de incrementarla.
Durante los siete años que llevó realizar la labor de escriba del
Curso, el inicialmente “agudo terror” y la ansiedad de Helen disminu­
yeron considerablemente. Y aunque ella “jamás se acostumbró a ello”,
la labor de escriba se convirtió en una parte integral de su vida, tanto

207
Capítulo 7 EL COMIENZO DE UN CURSO DE MILAGROS

así que ella admitió que la echaba de menos cuando cesó. Este era el
caso a pesar de su percepción general de que la escritura era “una sig­
nificativa y a menudo exasperante interferencia en mi vida”. Durante
uno de los ya mencionados períodos en que ella retrasó el dictado en
curso del texto durante cerca de un mes, se deprimió y se enfermó.
Louis el esposo de Helen, siempre dispuesto a apoyarla aunque delibe­
radamente no se involucraba con lo que estaba ocurriendo, finalmente
le dijo: “¿Por qué no retomas a lo que estabas haciendo; siempre pare­
ces sentirte mejor cuando lo haces”. Pero lo más sorprendente para
Helen a lo largo del proceso, como lo discutiría conmigo posterior­
mente, fue que ella jamás pensó realmente en no hacerlo:
Mas a pesar de los períodos de abierta rebelión, jamás se me ocurrió
seriamente que lo dejaría....
Y sin embargo, incluso en medio de este sentido de imposición, Helen
experimentó momentos en que
[Yo] me sentía curiosamente transportada mientras escribía. En estas
ocasiones las palabras casi parecían cantar, y yo experimentaba un pro­
fundo sentido de confianza y de dicha, e incluso de privilegio.
Posteriormente advertí que estas secciones resultaron ser las más poé­
ticas. Pero estos fueron sólo breves aunque felices períodos de tregua.
Algunos de estos pasajes transportadores incluían la versión del Padre
Nuestro del Curso al final del Capítulo Dieciséis del texto, las seccio­
nes “La Semana Santa”, “Pues Ellos han llegado”, y “Elige de nuevo”
(en los capítulos Veinte, Veintiséis y Treinta y Uno, respectivamente),
y el párrafo final de la Lección 157 del libro de ejercicios.
Mucho más difícil para Helen que la escritura en sí, la cual aunque
perturbadora, transcurrió de una manera relativamente fluida y fácil,
era el leerle las notas a Bill al día siguiente. Ellos habían acordado que
al final del día, o siempre que pudiesen encontrar tiempo en lo que era
entonces un horario de trabajo muy cargado, Helen le dictaría a Bill lo
que se le había dictado el día anterior. Y Bill lo escribiría a máquina,
como solía exponer más tarde en tono de broma, “con una mano sobre
Helen y la otra en la máquina de escribir”.
Detestaba escuchar lo que había escrito. Estaba segura de que sería in­
coherente, tonto y sin sentido alguno. Por otra parte, probablemente
me sentiría inesperada y profundamente emocionada, y súbitamente
estallaría en llanto. Jamás podía decir de antemano cuándo ocurriría

208
El comienzo de Un curso de milagros

esto, y la incertidumbre aumentaba mi ya intensa ansiedad. Bill estaba


extremadamente dispuesto a ayudarme, particularmente durante las
transcripciones iniciales, las cuales resultaban muy difíciles para
ambos. Me llevaba mucho tiempo—a veces incluso horas—poder leer
inteligiblemente. El poder mecanografiar una sola página era un ver­
dadero logro, y resultaba muy extenuante. Apenas podía leer en lo más
mínimo las notas en voz alta. Comenzaba a tartamudear, un problema
que jamás tuve antes ni después del dictado. Además sufría agudos ata­
ques de tos o caía en prolongadas rachas de bostezar, lo cual hacía
imposible que pudiese hablar durante largo rato o que pudiese hablar
claramente. Algunas veces perdía la voz completamente.
Bill volvería entonces a leerle a Helen lo que ya había escrito a má­
quina, y esto servía como una verificación contra posibles errores.
La mecanografiada original realizada por Bill era continua excepto que
cada dia comenzaba la misma en una página nueva, la cual fechaba.
Más tarde ambos lo releíamos todo y estuvimos de acuerdo en que este
método parecía romper el contenido real y no reflejaba los intervalos
naturales en el material, los cuales parecían ocurrir en patrones más na­
turales. Por lo tanto, anotamos lo que parecían ser las subdivisiones
más lógicas, y más tarde aún introdujimos títulos y subtítulos a los ca­
pítulos, los cuales, al igual que el material en sí, me surgían muy rápida
y fácilmente una vez hube consentido en introducirlos. Luego volví a
mecanografiar el manuscrito yo misma [realmente Helen mecanogra­
fió el texto dos veces], lo cual no era demasiado difícil para mí. Sin
embargo, no podía leerlo posteriormente sin experimentar una gran in­
comodidad, por lo tanto Bill acordó revisarlo minuciosamente y juntos
corregimos mis errores de mecanografía. Los únicos cambios reales
que hicimos en el original consistieron en omitir algunas referencias
muy personales las cuales originalmente se habían incluido al princi­
pio [como se ha indicado antes, Jesús había instruido a Helen y a Bill
a tales efectos]. Posteriormente, el fraseo se tomó más impersonal, y
sentimos que el material podía reproducirse tal y como se había
anotado.
Estaba claro para Helen que aunque era ella quien oía la voz de
Jesús, la labor de escriba era, en palabras del Curso, una “empresa de
colaboración” (T-4.VI.8:2). Como Helen escribiera más tarde “mucha
de su significación, estoy segura, radica en eso”. Ciertamente, el tema
fundamental de Un curso de milagros es el perdón, una definición del
cual sería que dos personas previamente separadas por las percepcio­
nes de sus egos, se unen en un interés común. El que Helen y Bill

209
Capítulo 7 EL COMIENZO DE UN CURSO DE MILA GROS

convinieran en ayudarse mutuamente a encontrar una manera mejor de


relacionarse simbolizaba esta unión, y el Curso representaba la
respuesta de Jesús a esta petición. Sin embargo, Helen y Bill compar­
tían no solo su deseo de una mejor manera, sino también la ansiedad
por esta manera.
Bill y yo teníamos muchas discusiones sobre el doble aprieto en el
cual yo me encontraba, y Bill tampoco estaba libre de conflictos simi­
lares. El tenia que lidiar con sus propios problemas de falta de creencia
y mis claramente continuos ataques de pánico, sin duda una combina­
ción desalentadora. Para añadir a sus dificultades, él reconocía que yo
no podia continuar sin su apoyo y activo aliento, los cuales eran difíci­
les de ofrecer congruentemente ante sus propias incertidumbres. Y sin
embargo, la idea de abandonar todo este asunto le era tan remota como
tomar semejante idea en serio me era a mí. Parecíamos estar cum­
pliendo con una tarea conjunta la cual ambos sentíamos que era
importante proseguir, a pesar de nuestros sentimientos ferozmente
contradictorios.
Posteriormente Bill se refería a esta tarea conjunta como una “tarea sa­
grada” que él y Helen sentían que se les había encomendado, y la cual
estaban seguros de que honrarían.
Helen continuaba, sin embargo, encontrándose en una situación pa­
radójica. Conscientemente aún ella se aferraba a su admitida posición
ateísta, mas ciertamente no podia negar qué y quién estaba implicado
en la escritura. Llegó a referirse a Un curso de milagros como la obra
de su vida, mas de manera inquietante se encontraba en la imposible
situación de profesar que no creia en él, “una situación tan ridicula
como angustiosa”. Y sin embargo, como le señaló Bill a Helen una vez
con respecto a Jesús: “Tienes que creer en él, aunque sólo sea porque
estás arguyendo tanto con él”.
En cuanto a mí, no podía ni responder por mis actitudes ni reconciliar
las mismas puesto que éstas eran obviamente incongruentes. Por una
parte, aún me consideraba oficialmente atea, me producía resenti­
miento el material que estaba anotando, y me sentía fuertemente
incitada a atacarlo y a probar que estaba equivocado. Por otra parte, pa­
saba un tiempo considerable anotándolo y posteriormente dictándoselo
a Bill, razón por la cual era evidente que también lo tomaba bastante
en serio.

210
r

El comienzo de Un curso de milagros

Está claro, sin embargo, de acuerdo con las cartas de Helen durante
este período, sin mencionar sus notas antes del Curso, que su fe era
muy fírme, y que su creencia en Jesús era bastante tangible. También
estaba claro que el conflicto que ella estaba experimentando era total­
mente interno.
Las circunstancias externas eran sorprendentemente favorables. La es­
critura aparentemente estaba calculada de modo que ocasionase una
interrupción mínima, y a pesar de su propio conflicto Bill me ofrecía re­
acciones positivas congruentes y un apoyo admirablemente continuo.
Sin embargo, como psicólogos, Helen y Bill ciertamente podían expli­
car la muy peculiar situación de Helen de luchar en contra de algo en
lo cual ella creía en otro nivel. Ellos entendían la dinámica de la diso­
ciación, mediante la cual uno separa las dos partes del yo que están en
aparente conflicto, con lo cual le permiten que continúen su coexisten­
cia en la mente. Los dos yos por supuesto son las partes de la mente
que contienen los pensamientos del ego y del Espíritu Santo. Al poner­
los juntos el ego tiene que desaparecer, del mismo modo que la obscu­
ridad desaparece ante la presencia de la luz. Por consiguiente, el
sistema defensivo del ego protege su pensamiento de miedo al disociar
el amor que amenaza su existencia.
De manera interesante, el Centro Médico Presbiteriano Columbia
puso de su parte para ayudar al dictado también. En 1963, Bill fue sor­
presiva e inesperadamente designada para el Comité Planificador de
Investigación cuya responsabilidad era asignar los espacios en un
nuevo edificio de investigación que se estaba construyendo. El edificio
se iba a nombrar en memoria de William Black, el magnate del café
(Choc Full O’Nuts) y un donante principal del Centro Médico. Así
pues, Bill tuvo la oportunidad de diseñar una gran área encerrada y re­
lativamente aislada que incluía oficinas para Helen y para él, las cuales
comunicaban con un espacio secretarial mayor (más tarde utilizado
por mi cuando me uní a ellos en el 1973). Estas oficinas estaban total­
mente separadas de sus oficinas normales de psicología en el Instituto
Neurológico (Helen) y en el Instituto Psiquiátrico (Bill), y de sus se­
cretarias, quienes se alojaban en estos edificios al otro lado de la calle
del Edificio Black. Bill pudo también procurarles una elaborada red de
teléfonos de modo que pudiesen estar en fácil comunicación verbal
con el resto del departamento, y no obstante mantener su espacio
privado. El Edificio Black se terminó en el verano de 1965, y Helen y

211
Capítulo 7 EL COMIENZO DE UN CURSO DE MILAGROS

Bill se instalaron rápidamente en sus oficinas. Sólo unas semanas des­


pués esto serviría como el “pesebre” para el nacimiento del mensaje de
perdón de Jesús en el siglo veinte.
Además de la “cooperación” del Centro Médico en la escritura, las
actitudes de Louis
eran inesperadamente positivas y útiles. Difícilmente podía él pasar
por alto mis frecuentes períodos de escritura, y tenía derecho a una ex­
plicación. Así que, con bastante recelo decidí decirle lo que estaba
pasando, aunque no anticipaba su aprobación en vista de su posición
agnóstica [Helen debió haber mencionado también su fuerte identifi­
cación judia]. Felizmente, él era más que tolerante; era activamente
alentador, aunque prefería no leer lo que yo había escrito. En las pocas
ocasiones en que le mostré algunas de las páginas escritas a máquina,
limitaba sus comentarios a hacer una observación sobre la claridad del
lenguaje y, en algunos casos, sobre lo poético del fraseo. Era evidente,
sin embargo, que todo esto lo hacía sentirse extremadamente incó­
modo, y tenia la tendencia a despacharlo como algo que “no le iba a él
mayormente”. Una o dos veces incluso parecía producirle ira, y por lo
tanto dejé de mostrarle el material después de un tiempo. Mas a pesar
de su falta de inclinación hacia el material en sí, en realidad se mos­
traba entusiasmado con que yo lo escribiese. No entendía cuál era su
procedencia, pero aparentemente estaba dispuesto a pasar por alto esa
pregunta. De vez en cuando solía hacer una observación de que la cosa
era en realidad sorprendente, y en una ocasión hasta llegó a decir que
a menudo pensaba cuán raro era todo. Incluso reconocía ocasional­
mente ciertas similitudes entre lo poco que yo le mostraba y algunos
conceptos místicos sobre los cuales había leído en algún lugar. Rápi­
damente comenzó a dar más o menos por sentado el proceso de la
escritura en sí, y no parecía sentir que le provocase ansiedad.
Tal vez este sea el lugar para intercalar unas cuantas palabras acerca
de Louis. En el momento de la muerte de Helen ellos habían estado ca­
sados durante más de cuarenta y ocho años, y en su propia forma única,
fueron una pareja idealmente constituida. Aunque eran diferentes en
todos los niveles, y en muchas formas vivían vidas separadas, perma­
necieron dedicados el uno al otro. Hasta el día en que ella murió, Louis
mostró gran respeto y admiración por la inteligencia de Helen, y esto
de un hombre quien cuando Helen estaba llevando a cabo la adminis­
tración de la Escala Weschler de Inteligencia Adulta (una prueba nor­
malizada de coeficiente intelectual) para el posgrado, obtuvo una

212
El comienzo de Un curso de milagros

puntuación perfecta en la escala verbal de la prueba. Una puntuación


así era casi desconocida hasta ese momento.
Louis es un judío, y muy identificado como tal. Sin embargo, hasta
el presente afirmaría que es ateo. Esto jamás le impidió, no obstante,
el que con frecuencia leyera sobre religión y misticismo en general, y
sobre el pensamiento religioso judío en particular. Cuando un día le
cuestioné su ateísmo, me respondió que él no creía en Dios porque
tenía miedo de que El le castigase por ser tan pecaminoso. Si bien
Louis tenía su parte de culpa, como todo el mundo, no obstante llevaba
una vida caracterizada por una suave benignidad (excepto consigo
mismo), y un verdadero interés por el bienestar de los demás. En
efecto, todavía yo bromeo con él en términos de que es el ateo más re­
ligioso que jamás he conocido.
La relación de Louis con el Curso era interesante. Por una parte, el
que Helen fuese la escriba de Un curso de milagros, su tema—y espe­
cialmente su fuente—lo ponían muy ansioso. Por otra parte, como ya
hemos visto, él apoyaba el hecho de que Helen lo escribiese. El lector
debe recordar cómo durante un período de la escritura en que Helen se
declaró en huelga, por decirlo así, y se resistía a tomar cualquier dic­
tado durante cerca de un mes, fue Louis quien le sugirió que retomara
a lo que estaba haciendo. Como señalara Helen, básicamente Louis no
mostraba interés en ver el manuscrito, pero se alegraba de que Helen
tuviese a Bill, quien siempre le agradó a Louis y en quien siempre con­
fiaba, que la apoyaría más directamente en su trabajo. Por esa razón se
sentía agradecido de poder permanecer fuera de esto.
En julio de 1975, si puedo adelantarme un poco en mi relato, todos
íbamos hacia California a presentar el Curso (vea más adelante,
Capítulo 13). Algún tiempo antes de salir, Helen le dijo a Louis una
noche que lo menos que él podía hacer era leer el manuscrito y tener
una mente abierta, especialmente debido a que toda esta gente a quie­
nes conoceríamos se decía que estaba muy interesada en el mismo.
Además, prosiguió Helen, ella era su esposa después de todo. Louis
accedió renuentemente, puesto que la petición de Helen contenía una
racionalidad que él no podía refutar. Y por lo tanto, por un angustioso
período de varios días, leyó el Curso. Al menos sus ojos recorrían cada
página. Ocasionalmente yo observaba a Louis “leyendo”. Se sentaba
en su silla favorita después de la cena, y, tieso como un tambor, pasaba
cada página del voluminoso manuscrito con una rígida e inconmovible
expresión en su cara.

213
Capítulo 7 EL COMIENZO DE UN CURSO DE MILA GROS

Una tarde durante el viaje, todos estábamos sentados en un salón


con un grupo de personas obviamente muy interesadas e impresiona­
das con el relato de Helen y Bill. Louis casi nunca asistía a estas sesio­
nes, pero estaba allí esta tarde única. Finalmente, una persona se
dirigió a él y le preguntó que qué pensaba de todo esto, y el le respon­
dió: “Bueno, mi esposa suele hacer cosas bastante inusitadas”. Hasta
el presente él se refiere al Curso como “el libro de mi esposa”. Una
vez, después de haber muerto Helen, mi madre le preguntó si él creía
que Jesús (o Dios) había escrito Un curso de milagros, y él le respon­
dió con premura: “Por supuesto que no, lo escribió Helen”.
Hace algunos años, apareció en el diario The New York Times un
artículo sobre el Curso. Era relativamente breve y esbozaba los oríge­
nes del Curso y el creciente interés en este. El artículo no era el mejor,
pero era positivo en su actitud y sí contenía en forma correcta algunos
de los datos. El Times era la Biblia de Louis, y por tal razón se impre­
sionó con el hecho de que publicase algo acerca del “libro de su es­
posa”. Más tarde ese día me llamó para contarme del artículo, y
cuando le pregunté si le gustó, me contestó en su estilo característico
que él no lo había leído. Después de todo, dijo, yo sabía que el escu­
char o incluso leer algo acerca de Helen y del Curso lo hacía sentir muy
incómodo. En realidad, había sido su primo David quien lo llamó para
informárselo. Y luego dijo: “Pero Ken, tengo que hacerte una pre­
gunta. Dave me dijo que el artículo decía que Jesús le había dictado el
Curso a Helen. Eso no es cierto, ¿verdad? Helen jamás me dijo eso”.
Le expliqué a Louis que yo me temía que eso era cierto, pero que es­
taba seguro de que él recordaba cuán incómoda solía sentirse Helen
con todo esto, y esa era la razón por la cual jamás hablaba de ello. “Es
cierto”, dijo Louis, “a ella jamás le gustó hablar de ello”. Y ahí quedó
el asunto.
Sin embargo, hasta el día de hoy, Louis permanece fascinado con
“el libro de Helen”, y con su fenomenal historia desde el punto de vista
de su publicación. Y jamás deja de conmoverse con los innumerables
relatos que escucha de las personas en tomo a cómo el Curso les ha
ayudado. Además, él siempre ha sido muy insistente en que yo me ase­
gure de que la gente sepa que Un curso de milagros es un libro reli­
gioso. Repetidamente me ha expresado su preocupación en tomo a
personas que han presentado el Curso en una forma no religiosa y pu­
ramente psicológica, puesto que él sabía que Helen era una persona

214
r
El comienzo de Un curso de milagros

religiosa y que el propósito de “su libro” era conducir a las personas a


que se acercasen más a Dios. Lo que es más, en una ocasión él
reconoció ante mí que él sabía que si el cristianismo hubiese enseñado
los principios del Curso, jamás hubiese habido 2,000 años de antise­
mitismo. Y todo esto, por supuesto, de un hombre que jamás lo estu­
dió, y que aún no le habla del mismo a su familia ni a sus amigos
íntimos. Se ha convertido en su secreto culpable, tal como lo había
sido para su esposa.

Al retornar ahora a las reacciones de Helen a su función de escriba,


señalamos que estaba claro para ella, a pesar de su fuerte ambivalen­
cia en torno a Jesús, que ella no era la fuente de la obra. En eso ella
era inequívoca. También estaba claro para ella que Jesús había hecho
uso de su “trasfondo educativo, de sus intereses y experiencias, pero
que eso había sido en asuntos de estilo más bien que de contenido”.
Difiero la discusión más completa de este importante asunto del “es­
tilo (forma) y del contenido” del Curso” hasta la Parte III, cuando
consideraré nuevamente, la relación de Helen con Jesús: sus distintos
niveles de forma y contenido, de ilusión y realidad.
En su relato autobiográfico, Helen advertía que ella desconocía to­
talmente las tradiciones místicas de Oriente y de Occidente, todas las
cuales son temas importantes en el material del Curso. Cuando Bill le
señalaba los paralelos del Curso con el pensamiento místico tradicio­
nal, Helen se sentía bastante perturbada.
El hecho de que mi escritura [i.e., como escriba] estaba en aparente ar­
monía con material sobre el cual yo no sabía nada era extremadamente
desconcertante. Las explicaciones indirectas y a veces bastante direc­
tas que de vez en cuando surgían en la escritura en sí eran aún más
inquietantes para mí. Parecía muy poco probable que Jesús o el
Espíritu Santo me utilizase a mí como vehículo de comunicación. Ade­
más, yo no estaba segura en modo alguno de creer en ellos.
Durante unos breves períodos creía en la verdad de lo que estaba
escribiendo, y fueron momentos felices de respiro. Recuerdo haber
abordado un taxi en una ocasión e inesperadamente haberme dicho,
“¡Por supuesto que creo en la sanación! ¿Por qué luchar contra ella?”,
y todo el taxi pareció iluminarse de felicidad. Pero en términos gene­
rales, yo era fríamente incrédula, suspicaz y temerosa.
Le pedimos nuevamente al lector que recuerde la discrepancia entre las
palabras reales de Helen que fueron escritas durante este período en sus

215
Capitulo 7 EL COMIENZO DE UN CURSO DE MILA GROS

cartas a Bill y las notas previas al Curso, y lo que posteriormente escri­


bió retrospectivamente, años después, en su autobiografía. En las
primeras, la creencia de Helen en Jesús se afirmaba congruente y clara­
mente, si bien no emocionalmente establecida; mientras que en las úl­
timas, el miedo la llevó a adoptar una postura de incredulidad la cual
era claramente superpuesta, después de los hechos, a su experiencia
real.

Para resumir, podemos decir que el escribir Un curso de milagros


inevitablemente suscitaba en Helen una tremenda ansiedad, y pode­
mos identificar dos fuentes principales de esta incomodidad: la identi­
ficación de Jesús como la Voz interior, y la presentación que el Curso
hacía de un sistema de pensamiento el cual era totalmente antitético a
sus creencias conscientes y a la manera en que ella vivía su vida. Exa­
minemos brevemente cada una de estas a su vez, comenzando con la
relación de Helen con Dios y con Jesús.
Aunque, repito, se le ha dado gran importancia en los círculos de
Un curso de milagros al hecho de que Helen escribiese una vez que
ella era atea, esa aseveración se hizo en el mismo espíritu de proteger
retroactivamente el secreto culpable de su vida interior el cual hemos
estado discutiendo. Helen adoptó la “persona” de una psicóloga atea
de Nueva York para encubrir su subyacente amor a Dios. Hubiese es­
tado más cerca de la verdad la frase “ateísmo militante (o airado)” la
cual Helen utilizaba ocasionalmente para describir su punto de vista
religioso. Y claramente, no se necesita ser un psicólogo titulado para
reconocer que no es posible oponerse militantemente a algo (o a al­
guien) en lo cual no se cree. Ya he hablado sobre el conflicto interno
de toda la vida de Helen como el reflejo de lo que el Curso llama, desde
el punto de vista del ego, la batalla entre Dios y el ego. Una vez comen­
zado Un curso de milagros, la dinámica de este conflicto se concentró
en la figura de Jesús, el problema que ella creía haber resuelto exitosa­
mente a través de un proceso de rechazarlo y no prestarle atención.
La segunda fuente de ansiedad asociada con la labor de Helen como
escriba de Un curso de milagros, y la cual está firmemente relacionada
con la primera, era la naturaleza amenazante para el ego de las ense­
ñanzas del Curso en sí. La “guerra en contra de Dios” de Helen se for­
talecía con su 1) constante preocupación con la enfermedad; 2) una
continua identificación de sí misma como víctima, justificada en hacer
juicios airados de casi todo el mundo y de cualquier cosa; y sobre todo,

216
r

El comienzo de Un curso de milagros

3) la firme convicción de que ella estaba en control de su vida, segura


de que sabía cuáles eran sus mejores intereses. Y sin embargo, estaba
devotamente tomando, a un considerable costo personal de tiempo y
energía, la “obra de su vida” que le enseñaba exactamente lo opuesto:
a saber, 1) la enfermedad era una defensa en contra de la verdad, una
decisión tomada en la mente y proyectada luego sobre el cuerpo; 2) el
ataque y el juicio de los demás jamás estaban justificados, sino que
simplemente eran una proyección sobre otros de nuestra propia .
responsabilidad por sentimos separados; y 3) no sabemos cuáles son
nuestros mejores intereses, y debemos en su lugar dejarle todas las de­
cisiones a la amorosa guía del Espíritu Santo o Jesús.
Helen intuía que el permitir conscientemente que Dios entrara en su
vida significaba el final de su propio sistema egoísta, y de cualquier
control que ella pudiese ejercer sobre su vida. Un curso de milagros
afirma:
Has construido todo tu sistema de pensamiento porque crees que
estarías desamparado en Presencia de Dios, y quieres salvarte de Su
Amor porque crees que este te aniquilaría.... Crees haber construido
un mundo que Dios quiere destruir; y que amando a Dios, lo cual ha­
ces, desecharías ese mundo, lo cual harías (T-13.111.4:1,3).
Y por consiguiente, desde el punto de vista de su ego, Helen tenía toda
la razón al mantener su sistema defensivo.
Confrontado ahora con esta percibida doble acometida—Jesús y el
Curso—contra la existencia de su propia serie de creencias, el ego de
I Helen respondía. La defensa inicial de ella era simplemente ignorar lo
mejor que podía a la persona de Jesús, al referirse a él como un “este”,
o como la Voz sin mencionar su renuencia a prestar atención alguna al
sistema de pensamiento que él estaba dictándole. Como veremos más
adelante, Helen eligió concentrarse únicamente en cómo Un curso de
milagros se presentaba a sí mismo, no en qué presentaba. Como ella le
dijera a Bill: “Tú le prestas atención al contenido; yo le prestaré aten­
ción a la forma”.
Sin embargo, otra parte de la mente de Helen intentaba sincera­
mente “prestarle atención”, y practicar los principios de perdón del
Curso. Tanto Helen como Bill, durante los primeros años de la trans­
misión, e incluso previo a la misma, trabajaban en la sanación de otras
relaciones en sus vidas, y trataban de deshacer sus pasados errores de
juicio y separación. Experimentaron varios niveles de éxito, pero los

217
Capítulo 7 EL COMIENZO DE UN CURSO DE MILAGROS

intentos en su propia relación no condujeron a resultados tan clara­


mente definidos. Al principio, Helen y Bill se esforzaban por cambiar
las percepciones erróneas que tenían el uno del otro, y aparentemente
lograban un éxito moderado. Posteriormente veremos, no obstante,
que no podían sostener este perdón por mucho tiempo, pues pronto
después de estos adelantos retrocedían a sus viejos patrones de recri­
minación, casi con agravantes. Para cuando yo los conocí, a fines del
otoño de 1972 precisamente después de haberse completado el Curso,
su relación se encontraba en su nivel más bajo hasta ese momento, y
sólo parecía empeorar desde ahí. Era como si Helen estuviese determi­
nada a probar que el Curso era inoperante en el mejor de los casos, y
deletéreo en el peor de los casos, lo cual le permitía sentirse incluso
más justificablemente amargada respecto a su vida.
Retomaremos a la relación de Helen y Bill en capítulos posteriores.
Ahora comenzamos a examinar el material escrito como tal, y en el si­
guiente capítulo se describirán las primeras semanas del dictado.

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La entrada del Hospital Presbiteriano

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Placa sobre el Edificio Black, donde se ubicaban las oficinas de Helen y de Bill

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La cubierta de la primera libreta de Helen, que contiene los inicios de la es­


critura de Un curso de milagros (las anotaciones sobre la cubierta son mías)

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La hoja donde Helen inició la escritura del Curso

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Helen Schucman en una fiesta de vísperas de Año Nuevo

223
La fotografía en la guía turística de Bill donde se ve “la iglesia de
Helen” en la esquina inferior derecha—sitio actual de la Clínica Mayo

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Helen, Bill y yo en la cueva en Lavra Netofa, Israel, 1973

Helen, Bill y yo en el Monte de los Olivos, Israel, 1973

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Rollo de “Dios es” que mandé hacer según las especificaciones de Helen

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Helen
(La “mancha” en su rostro es del reflejo de luz en la fotografía original)

228
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Estatua de Nuestra Señora de Latrún


Abadía de Latrún, Israel

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230
Louis, hacia 1975

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Helen, Bill y yo, hacia 1975

231
Altar Elohím en mi apartamento, 1976

232
Helen y yo, hacia 1975

Helen y yo, hacia 1975

233
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A
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A'IN
WRACLi',:
PREFACE

cficATION OFTERMS

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UN CURSO DE M1LA GROS

234
Capítulo 8

LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILA GROS - A (1965)

Las primeras semanas: Los principios de los milagros

Si bien desafortunadamente Helen no pudo dejamos una relación


de su vida del todo precisa, confiable o completa, particularmente con
respecto a sus experiencias con Jesús y a su papel como la escriba de
Un curso de milagros, somos afortunados, no obstante, de que sus
notas originales como escriba aún existan. Estas describen, como no lo
harían sus remembranzas posteriores, el ámbito de su relación perso­
nal con Jesús, la íntima conexión entre esta relación y el Curso, y hasta
qué punto Jesús estaba intentando serles útil a ella y a Bill como amigo
y maestro. En este y en los dos capítulos siguientes, presento extractos
amplios de estas notas iniciales—eliminadas del Curso publicado—
los cuales ilustran esta relación. Estas notas, más que cualquier otra
cosa, me parece, deben ponerle fin a los malentendidos en tomo a la
experiencia personal de Helen, sin mencionar aquellos en tomo a su
propia postura religiosa.
Como se mencionara previamente, los primeros capítulos del texto
no fueron dictados tal como aparecen ahora en el Curso impreso. El
contenido por supuesto permanece igual, pero la forma es notable­
mente distinta de lo que el estudiante de Un curso de milagros está
acostumbrado a ver. Se le pide al lector una vez más que tenga presente
que estas primeras notas se le dictaron a Helen informalmente, inter­
caladas con material personal diseñado para ayudarle a superar su tre­
menda ansiedad. Como veremos dentro de poco, por ejemplo, algunos
errores obvios de “audición”, conducentes a un fraseo torpe, fueron
corregidos subsiguientemente por Jesús uno o dos días después.
De este material personal surge claramente el adiestramiento men­
tal que es inherente al sistema de pensamiento de Un curso de
milagros en sí. Ya hemos visto los comienzos de este adiestramiento
incluso previo al inicio de la escritura. Sin embargo, en estas notas, los
lectores serán capaces de ver por sí mismos cómo Jesús estaba adies­
trando a Helen y a Bill a pensar en armonía con los principios promul­
gados por el Curso. Específicamente, les estaba enseñando a reconocer
que la causa de su aflicción no radicaba en los sucesos externos, en las

235
1

Capítulos LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS - A

situaciones ni en uno ni el otro, sino más bien en la forma en que ellos


estaban percibiendo estas circunstancias y cómo se percibían uno al
otro. Intrínseco a este adiestramiento eran las repetidas exhortacio­
nes de Jesús a que Helen y Bill (y del mismo modo por supuesto
todos nosotros) acudieran a él en busca de ayuda, pues sólo a través
de él podrían dejar a un lado a sus egos. Como él dictara varios meses
más tarde:
Cuando te unes a mí lo haces sin el ego porque yo he renunciado al
ego en mí y, por lo tanto, no puedo unirme al tuyo. Nuestra unión es,
por consiguiente, la manera de renunciar al ego en ti [“ustedes” en el
original] (T-8.V.4:l-2).
Si bien estos temas cruciales se encuentran en el Curso en sí, el mate­
rial dictado que se eliminó ilustra precisamente cuán personal era esta
instrucción originalmente. Presentaré varios ejemplos de esta instruc­
ción tal y como procedía la enseñanza durante dos o tres meses
iniciales.
El dictado real, pues, comenzó con las palabras: “Este es un curso
de milagros, por favor toma notas”. Prosiguió con el primer principio
de los milagros. La introducción publicada, dicho sea de paso, a excep­
ción de las dos oraciones que siguen en breve, se añadió en algún lugar
entre el material originalmente escrito a máquina por Bill y la primera
vez que Helen volvió a escribirlo a máquina. En esa versión, la intro­
ducción realmente llegó en dos partes, en la segunda ocasión que
Helen volvió a escribir el material a máquina se combinaron tal y
como aparecen ahora. Posteriormente Helen me dijo que ella se había
quejado a Jesús de que el texto necesitaba una introducción mejor que
“Este es un curso de milagros”. Y por lo tanto Jesús la complació, aun­
que las notas para esto no existen. Es muy posible que Helen simple­
mente mecanografiara la introducción actual sin tomarla primero en
taquigrafía. Un último comentario antes de empezar: siempre que a
Helen le parecía que una palabra o una frase se recalcaba en su mente,
ella la subrayaba. No todas estas palabras se mantuvieron, sin em­
bargo; aquellas que se conservaron, por supuesto, aparecen en bastar­
dillas. He aquí, pues, el primer principio de los milagros:
1. Lo primero que hay que recordar acerca de los milagros es que no
hay orden de dificultad entre ellos. Uno no es más “difícil” o más
“grande” que otro. Todos son iguales.
2. Los milagros no importan. Carecen bastante de importancia.

236
Las primeras semanas: Los principios de los milagros

3. Ocurren naturalmente como una expresión de amor. El verdadero


milagro es el amor que los inspira. En este sentido, todo lo que procede
del amor es un milagro.
a) Verificar nuevamente con 1. Esto explica la falta de orden. Todas
las expresiones de amor son máximas.
b) Verificar nuevamente con 2. Es por esto por lo que “la cosa de
por si” no importa. Lo único que importa es la Fuente y está más allá
de la evaluación humana.
En obvia respuesta al intento de Helen de minimizar lo que estaba ex­
perimentando, Jesús le dijo como algo aparte:
Tú estás ropiendo (sic) la comunicación al pensar que es lindo. No
estás equivocada pero eso desvía tu atención.
Helen: Es cierto.
Jesús: Por supuesto que es cierto, y me alegra que captaras la idea. No me
enfado cuando ocurre este tipo de cosa, pero la lección se deteriora bajo una
carencia de concentración.
Por favor, lee estos tres puntos (con corolarios) tantas veces como pue­
das hoy, porque puede que haya una prueba corta esta noche. Esto es
simplemente para introducir estructura, si es necesario. No es para asustarte.
Esta referencia a la prueba corta obviamente era una broma, pero el én­
fasis de Jesús en que Helen y Bill leyeran las notas cuidadosamente era
en serio, y se repetía con frecuencia durante la primera parte del dictado.
Helen: Bueno, ¿Considerarías esta [comunicación] como una clase de
milagro, tal vez?
Jesús: Es mejor que releas esto ahora. No hay nada especial o sorpre­
sivo en tomo a todo esto. Lo único que ocurrió fue el Milagro
Universal el cual fue la experiencia de intenso amor que tú has sentido.
(No te avergüences—las cosas que son verdaderas no avergüenzan. La
vergüenza es sólo una forma de miedo, y en realidad particularmente
peligrosa porque refleja egocentrismo.)
(No pienses tampoco, en cuán fascinante Bill encontrará esto. Te
dije que las releyeras y no lo hiciste.)
Helen: Lo hago ahora.
Jesús: No te sientas culpable por el hecho de que estás dudando de esto.
Sólo vuelve a leerlas, y su verdad vendrá a ti. Te amo. Y no estoy
temeroso ni avergonzado ni dudoso. Mi fortaleza te apoyará, así que no
te preocupes y déjame el resto a Mí.

237
Capítulo 8 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILA GROS- A

No corras hacia Bill a contarle. Habrá tiempo, pero no interrumpas


las cosas. Yo arreglaré el itinerario. Tienes mucho que hacer hoy. Vís­
tete o llegarás tarde. [Obviamente, este párrafo al menos fue dictado a
la mañana siguiente.]
Pero cuando sí veas a Bill, asegúrate de decirle cuánto te ayudó al
darte el mensaje correcto. (Y no te molestes en preocupar te por cómo
lo recibiste. Eso no importa, tampoco. Sólo tenías miedo.)
Mientras iba en el taxi que la llevaba al Centro Médico, obviamente
Helen estaba temerosa sobre una comunicación de Jesús que relacio­
naba la sanación de David Diamond y la hernia de Louis. Su miedo re­
flejaba el principio “uno o el otro”, bajo el cual ella vivía. Así pues, si
Dave vivía, entonces Louis tendría que morir. Pero luego Helen pudo
corregir este pensamiento erróneo, y escribió:
No, es un error pensar que tal vez Dave se curará (con mucho miedo
aquí, porque quiero apartar el próximo pensamiento de Dave quien se
está muriendo en términos humanos) y la hernia de Louis se curará.
Jesús: Recuerda el punto 1, y reléelo ahora.
Helen también escribió otros dos puntos durante la primera noche de
dictado: “Verás milagros a través de tus manos gracias a Mí”. Y “Ayú­
dame [Helen] a hacer cualesquiera milagros que quieras de mí hoy”.
Aunque Helen y Bill proveían las fechas de las actividades de es­
critura cada día, no comenzaron a hacerlo hasta un poco después en el
proceso. Y por lo tanto, sólo podemos aproximamos a las fechas de
estas notas iniciales. Continuamos, con lo que posteriormente se con­
virtió en el cuarto principio del milagro. Originalmente, el principio no
estaba numerado:
Todos los milagros significan Vida, y Dios es el Dador de la Vida. Su
Voz te guiará muy específicamente. El planear por adelantado es un
buen consejo en el mundo, donde se debe y se tiene que controlar y di­
rigir allí donde se ha aceptado responsabilidad. Pero el Plan Universal
está en manos más apropiadas. Sabrás todo lo que necesites saber.
No intentes planear por adelantado en este respecto....
Al llegar a este punto, la libreta de Helen contiene algunas notas re­
lacionadas con el trabajo, y luego continúa con el siguiente principio
del milagro:

238
Las primeras semanas: Los principios de los milagros

4. Los milagros son hábitos y deben ser involuntarios. De lo contrario


se pueden tomar no democráticos. Los milagros selectivos son peligro­
sos, y pueden destruir el talento.
Este principio fue subsiguientemente corregido por Jesús en letra de
Helen en el manuscrito original escrito a máquina (apodado por noso­
tros el “Urtext”, lo cual significa texto original): la segunda oración se
eliminó y se substituyó por: “No deben estar bajo control consciente”;
y la tercera oración se enmendó para que diga: “Los milagros seleccio­
nados conscientemente por lo general son dirigidos erróneamente, y
esto hará que el talento sea inútil”. Más tarde aún, esta última oración
se cambió a su forma actual.
Los próximos cinco principios (6-10) se dictaron virtualmente uno
tras otro, tal como aparecen en el Curso publicado. El noveno principio
actual originalmente llegó como dos principios separados, no obstante.
Helen escribió entonces:
Helen: No creo que Bill quiera este curso, y yo no estoy segura de que­
rerlo, tampoco. El está muy irascible.
Jesús: Creo que esto es ligeramente cierto porque algo le está moles­
tando, pero ciertamente no está muy irascible. Por lo tanto, ¿por qué no
tratar de ayudarlo en lugar de agrandar esto y convertirlo en una obs­
trucción? El te ayuda todo el tiempo.
Helen: Esto me produce resentimiento. Se supone que él me ayude a
mi. Nota: No siempre me siento así. Es una señal de peligro ahora, y
sólo significa que algo anda mal.
De todos modos, presumiblemente este es una optativa.
Jesús respondió entonces, con lo que luego se escribió a máquina
como la introducción al texto, aunque en una forma más simplificada.
Posteriormente, esta introducción se amplió, como explicásemos
antes. Lo que sigue es la primera versión, la cual comienza con la res­
puesta de Jesús a la presunción de Helen:
No lo es. Es un requisito definitivo. Sólo el tiempo en que lo tomes es
voluntario. Libre albedrío no significa que tú establezcas el currículo.
Significa únicamente que eliges qué tomarcuándo.
Es sólo porque tú no estás lista para hacer lo que debes que el
tiempo existe en lo más mínimo.
Helen enmendó entonces las líneas iniciales, por instrucciones de
Jesús las cuales no se escribieron.

239
Capítulo 8 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILA GROS- A

De vez en cuando Helen solía dictarle a Bill “sin [utilizar] notas”,


simplemente repitiendo las palabras que estaba “oyendo” interna­
mente. La siguiente línea fue el primer ejemplo de esto.
Es crucial que se diga primero que este curso es obligatorio.
Las siguientes anotaciones son del 24 de octubre, y contienen los
sueños de Helen de la noche anterior. Intercalado entre estas estaba el
siguiente aparte de Jesús con respecto al Curso:
Ciertamente, la forma en que se te transmite el Curso es bastante
inusitada, pero como dice Bill tú no eres la mujer norteamericana pro­
medio, lo cual es simplemente un hecho. Tu experiencia en la vida ha
sido atípica....
Ahora Helen recuerda en sus notas un sueño anterior, y luego este
de la noche del 23 de octubre:
También hay uno en el cual tres animales, pequeñitos, estaban en la
misma habitación, y sabia que tenía que mantenerlos separados porque
se odiaban unos a otros. Debido a que estaba tan ocupada, esto era una
gran presión adicional sobre mí. Una de ellos estaba preñada, y los
otros dos la querían matar, pero los otros dos también se odiaban mu­
tuamente. De una manera extraña, sentía pena por todos ellos porque
todos estaban confundidos, pero en distintas formas. Sentí que tenía
que sacar primero a la que estaba preñada, no obstante, debido a la
criatura.
(Pensé que esto presentaba un adelanto sobre el sueño recurrente
que tuve durante años en tomo a animales que morían de hambre, y yo
me sentía apenada a veces, y otras veces trataba desesperadamente de
ayudarles—a veces también dándome cuenta de que yo los había he­
cho morir de hambre y sintiéndome muy culpable—pero jamás los
salvaba.)
Ciertamente, este sí parece ser un sueño importante, pues el mismo
refleja el compromiso interno de Helen de permitir que la amorosa
ayuda de Jesús se extendiese a través de ella. En este sentido, el sueño
representa la misma decisión intema reflejada en la secuencia de la
cueva en la cual Helen elige no utilizar el poder de su mente para lucro
personal. La promesa de Helen de regar las plantas que crecían en el
desierto refleja la misma decisión; en un nivel el regar las plantas sim­
boliza el que Helen nutriese su decisión de regresar a su función, mas
en otro nivel también puede entenderse que simboliza la nutrición de

240
Las primeras semanas: Los principios de los milagros

las personas que creen habitar el mundo material el cual es el desierto.


Una experiencia simbólica posterior en la cual Helen ayuda a una es­
trella de mar herida, presentada en la Parte III, también refleja esta de­
cisión de ayudar.
Hubo un sueño adicional esta misma noche, en el cual se expresa el
tema del interés de Helen por ayudar a otros:
El último sueño era sobre un niño en el programa CDP [una unidad
de investigación infantil de la cual Helen era consultora]. Parecía que
yo examinaba los protocolos del niño, y sospechaba algún tipo de diag­
nóstico o problema algo obscuro. Yo rehusaba declararlo públicamente,
debido a que se trataba de un asunto médico y pensaba que Gates [el psi­
quiatra a la cabeza del proyecto] no estaría de acuerdo.
Pero sentía una responsabilidad hacia el niño y llamé a su médico
en relación con esto. Recibí una carta de respuesta, diciéndome que el
médico se sentía muy agradecido, y que la vida del niño se había sal­
vado y que la información era muy necesaria.
Jesús prosiguió entonces:
[Cuando digas] “Si quieres que lo haga lo haré”, por favor añade “y si
no lo quieres no lo haré”. Este es el uso correcto de la inhibición. Tiene
que haber algún control sobre el aprendizaje para fines de canaliza­
ción. Recuerda la inhibición retroactiva [un término aplicable a la
teoría del aprendizaje], la cual debe ser bastante fácil para ti. Algunas
veces el aprendizaje nuevo es el más importante, y tiene que inhibir al
viejo. Es una forma de corrección.
Esta última oración es la primera de muchas ocasiones en que Jesús le
enseñaba a Helen mediante ejemplos extraídos de su trasfondo psico­
lógico, el cual incluía tanto la psicología experimental (teoría del
aprendizaje, estadísticas, etc.) como la clínica (psicoanálisis, teoría de
la personalidad, etc.).
Los principios de los milagros continuaron fluyendo entonces, in­
tercalados con comentarios personales a Helen. Incluyo algunos de
éstos aquí:
Jesús: La única cosa adicional es el miedo de Bill al castigo por lo que
se hace ahora. Todo el mundo comete errores. Esos errores son com­
pletamente triviales. Dile que allí donde el pasado se ha perdonado,
esas infracciones menores se alteran muy fácilmente....

241
Capítulo 8 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS -A

Helen: Anoche yo estaba planeando mecanografiar el Curso por ti


[Bill], y recibí una orden estricta [de Jesús] de no volver a hacerlo antes
de ponerle fin a lo de S [el amigo de Bill ya mencionado a quien Helen
no había perdonado aún].
Tal parece que el Curso tiene muchísimas respuestas, y está alta­
mente calificado, pero como tú dices siempre, tienes que conocer
cuáles son las preguntas primero.
Esta mañana en efecto pedí ayuda en el caso de S. La respuesta pa­
rece estar en los puntos 6 y 7. Es por eso por lo que El me dio el cáliz
para S. Le pertenece a él pero no puede encontrarlo.
Presento el importante simbolismo del cáliz en el Capítulo 9.
Entonces Jesús le impartió instrucciones especiales a Helen:
Jesús: Las notas en tomo a este curso deben tomarse únicamente bajo
condiciones de aprendizaje adecuadas, y deben repasarse.
Helen: Iba a escribir “rehusarse”.
Jesús: Lo mismo aplica a los períodos de repaso. Te diré cuándo, pero
recuerda preguntar.
En lo que respecta al punto del milagro 16, de que es tan bienaven­
turado dar como recibir, Jesús la exhortó:
Ten mucho cuidado al interpretar esto.
Luego siguieron algunos mensajes personales extensos. El primero de
estos contrasta las dinámicas del ego de Helen y Bill, y es uno de mu­
chos mensajes de esa naturaleza. El segundo mensaje discute el primer
principio en tomo a que no hay orden de dificultad, en el contexto de
la preocupación de Helen de que la obscuridad de su ego era dema­
siado fuerte para la claridad del amor. Dicho sea de paso, aún estamos
dentro de la primera semana de dictado.
Ustedes [Helen y Bill] tienen un problema de identidad., el cual los
hace inestables pero de maneras distintas. El [Bill] carece de confianza
en su identidad, y necesita fortalecerla. Tú vacilas en tu identidad y ne­
cesitas un mejor control. No tienen que preocuparse.
En respuesta a que Helen sintiese que Dios la abandonaría, y justi­
ficadamente, Jesús dijo:
Te dije que te perdoné y eso significaba que toda aflicción y odio que
jamás hubieses expresado se ha cancelado. Necesito a los hijos de la
luz ahora y te estoy llamando a que seas lo que una vez fuiste y tienes

242
Las primeras semanas: Los principios de los milagros

que ser de nuevo. El intervalo se ha desvanecido sin dejar rastro al­


guno. Tú que habitas tan cerca de Dios no debes dar paso a la culpa.
La ley kármica exige el abandono por haber abandonado, pero tú has
recibido misericordia, no justicia.
Ayuda a los niños porque los amas y amas a Dios.
Recuerda que un milagro es una chispa de Vida. Refulge a través
de las tinieblas y trae la luz. Debes comenzar a olvidar y a recordar.
Este es un punto privado, sólo para ti. No es parte del curso. Un mi­
lagro es amor—tú siempre querías regalos, y un paquete cerrado era
intolerable. Por favor, este, ábrelo. Actúas como si fuese una bomba
de tiempo. Cuando dije “un milagro abole el tiempo”, podrías volver
atrás y repasar el punto en paréntesis. [“El tiempo es, por lo tanto, un
recurso de enseñanza y un medio para alcanzar un fin. El tiempo cesará
cuando ya no sea útil para facilitar el aprendizaje” (T-1.I.15).] Temes
que no haya tiempo suficiente para ti. Olvídalo y recuerda que no
existe diferencia real entre un instante y la eternidad....
Recuerda que no hay orden en los milagros porque éstos son siem­
pre máximas expresiones de amor. Tú sí hiciste un esfuerzo máximo
por Chip y la única razón por la cual lo hiciste fue porque amabas a
Bill. Podrías decirle que piense en eso algunas veces porque él sí nece­
sita señales de amor. Pero no siempre las reconoce debido a que no
tiene suficiente confianza. Tú prácticamente diste tu vida por él muy
voluntariamente, pero no sabes que a lo que estabas renunciando en
verdad era a la muerte. Esto es lo que realmente significa “morir para
vivir”. Y me dije a Mí Mismo que ningún hombre posee amor más
grande.
Este, dicho sea de paso, fue el primero de muchos ejemplos donde
Jesús se refiere en el dictado a aseveraciones atribuidas a él en la
Biblia: “y dije...” Estas no deben tomarse como que el Jesús histórico
realmente pronunció esas palabras. Sin embargo, puesto que Helen
creía que Jesús sí emitió esas aseveraciones, las citas bíblicas se con­
i virtieron en un punto de referencia conveniente para reforzar o ilustrar
algo que Jesús le estaba enseñando en el momento.
Jesús retoma entonces a su exhortación a que Helen estudie el ma­
terial dictado:
Repasa tus notas de ayer de que tu identificación es fuerte pero errá­
tica, y es por eso por lo que tienes tanta fuerza de voluntad pero la
utilizas equivocadamente en ocasiones. Bill tenía razón acerca del uso
equivocado de este cuando estabas enferma y era una señal de voluntad

243
Capítulo 8 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS - A

sobrehumana totalmente mal dirigida. Tu cuerpo no la necesita, pero tu


espíritu [i.e., la mente] sí. Y yo también la necesito.
El propósito de este curso es la integración. Te dije que no podrías
utilizarlo correctamente hasta que lo hayas tomado. Mientras tu
identificación vacile, (y la de Bill sea débil) no podrás aceptar el don
que te pertenece. Aún estás vacilando entre reconocer el don o tirarlo.
Bill se considera a si mismo demasiado débil para aceptarlo. Tú no co­
noces aún su poder sanador. Después que hayas pasado el curso, lo
aceptarás y lo retendrás y lo utilizarás. Ese es el examen final, el cual
pasarás sin dificultad alguna. Las calificaciones trimestrales no se ano­
tan en el registro permanente.
Esta última aseveración debe ser un estímulo para todos los estudian­
tes de Un curso de milagros (o de cualquier camino espiritual a tales
efectos). Sólo necesitamos hacer lo mejor que podamos ahora; al
final—y el “desenlace es tan seguro como Dios” (T-4.II. 5:8), como ve­
remos dentro de poco—los errores a lo largo del viaje simplemente
desaparecerán.
La próxima fecha anotada para las notas es el 28 de octubre, y los
principios 17 y 18 fueron dictados, seguidos por esta alusión a las
bienamadas matemáticas de Helen:
Es por eso por lo que no puedes mantener esa situación con S. Si lo ha­
ces, tu propio valor puede calcularse en X, o infinitamente menos que
eso. Esto no tiene valor alguno matemáticamente, y por consiguiente,
es incalculable únicamente en el sentido literal. (Añadí eso especial­
mente para Bill, porque él sí necesita muestras especiales de amor.
Realmente no lo necesita, pero él sí lo cree).
He eliminado parte del material personal para Helen y Bill, después
del cual siguió este mensaje de Jesús para Bill:
...y asegúrate de decirle que sí lo besé en la frente y que lo estoy be­
sando nuevamente ahora. El va muy bien, y le estoy profundamente
agradecido por sus esfuerzos. En efecto, necesito ayuda con este curso.
Jesús siempre insistía en que Bill supiera cuánto él lo amaba. Como
discutiremos de nuevo más adelante, los innumerables retruécanos
eran una expresión de ese amor.
Este no es el lugar para un examen detallado de la libreta de
Helen. Sin embargo, afirmo de nuevo que para ilustrar la naturaleza
íntimamente personal de la relación de Helen con Jesús, sin mencio­
nar su amoroso interés y atención para con ella y para con Bill,

244
r
Las primeras semanas: Los principios de los milagros

presento estos extractos de parte del material personal. Además cito


de algunas de las correcciones que Jesús le habia hecho a Helen,
para aclarar algunos de los puntos que su ansiedad inicial había opa­
cado. Esto ilustrará además el tono informal y conversacional de
principios del dictado, cuyo propósito era no sólo presentar el ma­
terial básico de Un curso de milagros en sí, sino el de ser de ayuda
directa a Helen y a Bill.
A menudo a principios del dictado, como he mencionado antes, la
ansiedad de Helen era tal que su “audición” se afectaba, no en el conte­
nido o significado de lo que se le estaba transmitiendo, sino en la forma
o estilo de este. Un claro ejemplo es el que aparece en los actuales prin­
cipios del milagro 19 y 20. Estos dicen:
19. Los milagros hacen que las mentes sean una en Dios. Se basan en
la cooperación porque la Filiación es la suma de todo lo que Dios creó.
Los milagros reflejan, por lo tanto, las leyes de la eternidad, no las del
tiempo.
20. Los milagros despiertan nuevamente la conciencia de que el espí­
ritu, no el cuerpo, es el altar de la verdad. Este reconocimiento es lo
que le confiere al milagro su poder curativo. (T-1.1.19-20)
Pero cuando Helen tomó estos principios originalmente, los mismos
decían algo bastante distinto. He aquí la secuencia, comenzando con
las notas de Helen y luego las correcciones de Jesús:
19. Los milagros se fundamentan en la ley y el orden de la eternidad.
No del tiempo.
20. Los milagros son una necesidad industrial. La industria depende de
la cooperación, y la cooperación depende de los milagros.
Luego seguía una larga instrucción, jamás registrada de la libreta de
Helen. Reproduzco extractos de esta ahora como evidencia, repito, del
nivel personal de enseñanza que ocurrió durante las primeras semanas
del dictado, sin mencionar el amor de Helen por Jesús.
Jesús: Los milagros descansan sobre pies planos. No tienen arcos. (Bill
será mejor en esto que tú.)
Helen: Más vale que lo sea porque yo no lo entiendo en absoluto, y es­
toy comenzando a sentirme muy sospechosa de esto también. Bill—
¿se interrumpió la comunicación, o acaso esto significa algo?

245
Capítulo 8 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE M1LA GROS- A

Jesús: Una pista—tiene algo que ver con “heme aquí, Señor”. Bill sabe
[esta es una referencia a la breve oración que Jesús le había indicado a
Bill que rezara; vea la pág. 201].
La idea es que no quiero recalcar demasiado tu lenguaje específico.
Helen: Mis propias asociaciones aquí son muy malas; una respuesta
Rorschach de “huellas” al rojo superior en la 2.49
Jesús: No—está bien: es el arco del tiempo. No existe ninguno. Por eso
significa que los “milagros descansan en la eternidad”.
Helen: Tengo que decir que esta es la manera difícil, y estoy segura de
que esto se pudo haber hecho más directamente. No veo por qué deba
recibir un mensaje en una forma que me lleve a no entender y a tener
que entrar en un coma mental para entenderlo.
Jesús: Tú has estado haciéndolo desde el principio. Ni siquiera te has
molestado en mirar los otros que están muy claramente expresados. Yo
sólo pensé en dictarte este en tal forma que no pudieses pasarlo por
alto. Es un ejemplo del efecto de choque tan útil a veces para enseñar
a los estudiantes que no escuchan. Obliga a poner atención....
Y recuerda darle las gracias a Bill de Mi parte por su apoyo incon­
dicional. Lo necesito, porque tú no quieres oír nada. Pero no te
preocupes, los tres lo lograremos. No estamos nada cerca de la final. A
propósito, tú eres un ejemplo del punto sobre la cooperación. Y no sub­
estimes tu cooperación tampoco. Tú no escuchas, y te ahorrarías
muchas angustias si lo hicieras. Pero sí lograste que Chip superase sus
percepciones equivocadas de S con una integridad muy encomiable.
Helen: Así que le dije, un poco tímida de pronto y muy sorprendida,
“¿Quieres decir que tú crees que soy amable?". Y prorrumpí en llanto.
Y El50 dijo—que ha de creerlo, realmente, puesto que sigue dándome
todo, y que El no está enfadado porque yo continúe rechazándolo. Pero
lamenta que yo sufra tanto sin razón alguna. En verdad fue muy ama-
ble en tomo a esto. Le dije que realmente Lo amo, pero que tengo

49. Esta es una referencia a las diez manchas de tinta creadas por el psiquiatra suizo
Hermann Rorschach como un instrumento psicológico para ayudar a entender cómo
las personas entienden su mundo. La segunda de estas consiste, en parte, de dos man­
chas rojas en la parte superior de la tarjeta.
50. Regularmente Helen escribía con letra mayúscula los pronombres relacionados
con Jesús hasta que posteriormente él le indicó que utilizara letra minúscula. El punto
de Jesús en eso era recalcar su inherente igualdad con nosotros. Tal y como él escri­
biera: “Los que son iguales no deben sentir reverencia los unos por los otros, pues la
reverencia implica desigualdad. Por consiguiente, no es una reacción apropiada hacia
mí”(T-l.II.3:5-6).

246
Las primeras semanas: Los principios de los milagros

dificultad con ello (aunque si lo sentía de corazón durante un breve


lapso, de todos modos, antes de que me avergonzase), y El dijo que en­
tendía muy bien, y que seguiría tratando.
El dictado prosiguió entonces:
21. Los milagros son telarañas de hierro. Unen la fragilidad humana a
la fortaleza de Dios.
Helen consideró cambiar “hierro” por “acero”, pero se le dijo:
No. “Acero” no sería una palabra mejor. El acero es muy útil pero tiene
que ser templado por el fuego. El hierro es la materia prima. El punto
de los milagros es que estos substituyen al fuego, por lo cual lo hacen
innecesario.
Poco tiempo después el principio fue corregido.
Otra porción de las libretas—omitida del texto publicado—
prosiguió, y se presenta aquí:
No te preocupes por tu autismo.51 Es sólo un talento usado errónea­
mente, el cual necesitas en realidad. Tienes que desconectarte
totalmente de este mundo para ver otro. Esta habilidad es un don, y
cuando se manifieste bajo un control involuntario en lugar de manifes­
tarse bajo una involuntariafalta de control, será muy útil.
El dictado continuó con los actuales principios 21 y 22, junto con
las “Instrucciones aclaratorias”, parte de las cuales se convirtió en el
primer párrafo de “Cómo escapar de la obscuridad” en el Capítulo Uno
del texto publicado. Luego le siguieron las correcciones a los primeros
puntos de los milagros. El orden exacto de las dos o tres páginas si­
guientes es problemático, puesto que el orden de las libretas no coin­
cide con el manuscrito mecanografiado. He unido las diferentes partes
del dictado lo mejor que he podido.
Corrige el punto [ahora 20] acerca de las “telarañas de hierro”. En la
forma en que se ha expuesto está al revés. La parte sobre “la unidad de
la fragilidad humana con la fortaleza de Dios” está bien, pero la expli­
cación se detiene demasiado pronto. Si el hierro es la materia prima,
las telarañas no se pueden convertir en hierro. Eso es sólo la forma apa­
rente, debido a que las telarañas se asocian con la fragilidad y el hierro
con la fortaleza. Si te fijas cuidadosamente en el fraseo, verás que está

51. Un término clínico para el estado psicótico mediante el cual se obstruye el mundo
extemo.

247
Capítulo 8 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILA GROS-A

invertido (un punto ya te dice que los milagros invierten las leyes o el
orden físico inferior).
La materia prima, o el hierro, es pesado pero burdo, y representa al
cuerpo, el cual es una creación burda. El concepto de la telaraña se
acerca más a cómo se debe considerar el cuerpo, i.e., como un hogar
ligero y muy temporal, el cual puede fácilmente desaparecer con una
leve brisa.
Helen: Corregido de acuerdo con las instrucciones.
Jesús: El punto debe decir “Un milagro despierta nuevamente la con­
ciencia de que el espíritu, no el cuerpo, es el altar de la Verdad. Este es
el reconocimiento que conduce al poder sanador del milagro”.
Luego se dictó el principio del milagro 23, seguido de una explica­
ción adicional del error de la escritura:
Jesús: Dile a Bill sobre la idea...
Helen: aún confusa para mí
Jesús: ...Que la razón no es que ustedes (plural) duden, o se distan­
cien,52 o que no puedan creer. Es más una formación de reacción53 en
contra de una atracción la cual ambos reconocen que es tan intensa que
temen que se les desarraigue. Pero recuerden que una telaraña es en
realidad más fuerte que el hierro, si la ven correctamente. Este miedo
es también la razón por la cual no podían captar el punto correctamente.
Jesús continúa aquí con el juego de palabras que era bastante típico
de él durante estas primeras semanas del dictado:
A propósito, no es cierto que ustedes dos sean “sólo escribas". De­
ben recordar que los escribas eran hombres muy sabios y santos y que
a veces incluso se escribe con E mayúscula. Si quieren ir más allá, po­
drían incluso cambiar “sólo” de “meramente” a “honrados”, un
término que se usa en la Biblia asociado con “poder”. Dile a Bill que
no podrías hacer ese retruécano si el fraseo original hubiese sido en
singular.

52. Una defensa psicológica caracterizada por “permanecer alejado” de los pensa­
mientos que se consideran nocivos.
53. Una defensa psicológica caracterizada por el reaccionar en una forma opuesta a lo
que realmente se está sintiendo inconscientemente. Esta dinámica era de particular
prominencia en Helen, como lo explica Jesús.

248
Las primeras semanas: Los principios de los milagros

[Helen hizo un aparte acerca de que le gustaba más un retruécano an­


terior, refiriéndose al retruécano “especial” para Bill.]
Jesús: El [Bill] está todavía bajo la impresión de que él necesita señales
especiales de amor. Advierte también que el lenguaje especial aquí es
una combinación del tuyo y el de él. Ustedes dos se unieron en Mi nom­
bre. Respuesta: Era más lindo pero este significa más. La verdadera
razón por la cual no te gusta es porque se refiere a ti en una posición muy
elevada. Eso te pone nerviosa.
Y no pierdas de vista el énfasis en la cooperación, lo de no singular.
Ese punto sobre “necesidad industrial” debe decir “corporativa”, al re­
ferirse al cuerpo de Cristo, lo cual es una forma de referirse a la Iglesia.
Pero la Iglesia de Dios es sólo la suma de las almas que El creó, la cual
es el cuerpo corporativo de Cristo. Corrige para que diga: “Un milagro
hace que las almas sean una en Dios”. Deja la siguiente parte acerca de
la cooperación, no obstante.
Jesús prosiguió luego:
Recuérdale a Bill que compre otra libreta. [Helen estaba usando en­
tonces una más pequeña, y necesitaba la de tamaño normal.] Yo no me
doy por vencido tan fácilmente como él lo hace. Si pude lograr que tú
oyeras, puedo lograr que él registre. El lograr que tú oyeras fue de por
sí un milagro, y él debe apreciar esto más que ninguna otra cosa, por
haber tenido él mismo alguna dificultad con este problema.
“Señor, sáname” es la única oración legítima. Esto también signi­
fica “Señor, expía por mí”, debido a que lo único que el hombre debe
pedir en oración es el perdón. Tiene todo lo demás.
Ahora toma esto personalmente, y préstale atención a la lógica
Divina: Si, cuando has sido perdonada, tienes todo lo demás, y si has
sido perdonada, entonces tienes todo lo demás.
Esta resulta ser la más sencilla de todas las proposiciones.
Si P luego Q.
P.
Por lo tanto, Q.
La verdadera pregunta es, ¿es P verdad? Si revisaras la evidencia, creo
que encontrarías esto ineludible. Yo declaré públicamente a tales efec­
tos, y soy el único Verdadero Testigo de Dios. Tienes todo el derecho
de examinar mis credenciales—de hecho, te exhorto a que lo hagas. No
has leído la Biblia desde hace años.

249
Capítulo 8 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS - A

El silogismo anterior figura entre las proposiciones más básicas de la


lógica, una forma con la cual Helen estaba más que familiarizada, y la
cual se repite en el Curso. A propósito, el que Jesús esté exhortando a
Helen a que lea la Biblia debe entenderse en el contexto de que ella uti­
lizaba el evitar la Biblia como un medio simbólico de evitar a Jesús. El
que la volviese a leer ahora nuevamente sería por lo tanto simbólico de
su retomo a él.
Al llegar a este punto Helen tomó notas sobre la Expiación, las cua­
les se ubicaron posteriormente en los últimos principios de los milagros
y en las últimas porciones del primer capítulo del texto. En el contexto
del principio 27, Jesús afirmó que la Expiación es la “profesión natural
de los Hijos de Dios (T-l.III. 1:10), porque ellos me han profesado a
mí”. Luego utilizó esto a manera de retruécano para establecer una pro­
posición a Helen y a Bill. Los retruécanos, como se comentara antes,
tenían la intención de Jesús de que fuesen regalos especiales para Bill,
quien repito era un excelente equivoquista.
Dile a Bill que eso es lo que significa en realidad “Profesor”. Como un
Profesor Asociado, él tiene que asociarse con Mi fortaleza. Como
Profesora Auxiliar, tú tienes que auxiliarlo a él y a Mí. Los niños nece­
sitan tanto fortaleza como ayuda. No puedes ayudar hasta que no seas
i
fuerte. Los Sempiternos Brazos son tu fortaleza, y la Sabiduría de Dios
es tu ayuda.
El tema se cambió a la revelación, cuyo material está mayormente
contenido en el principio de la sección en el Capítulo Uno llamado “La
revelación, el tiempo y los milagros”. En las libretas fue interrumpido
por este pasaje, omitido del texto publicado, el cual parece describir
una intensa experiencia de Helen:
Helen [a Jesús]: Señor, dejaré mi deseo de ayudarle [a Bill] en Tus
Manos. Si Tú me dices qué hacer, lo haré.
Jesús: Y esa...es la respuesta.
Helen: El impacto de esto fue increíblemente intenso, como una gran
explosión de inesperada claridad. Fue por un breve tiempo tan persua­
sivo que parecía como si no hubiese nada más. El mundo entero
simplemente desapareció. Cuando se desvaneció no hubo efecto pos­
terior, excepto un leve sentido de asombro que también se desvaneció,
aunque un poco más lentamente.

250
Las primeras semanas: Los principios de los milagros

Se me dijo que “no escribiese nada más esa noche”, pero que toma­
ríamos el Curso nuevamente por la mañana. También se explicó que
esa clase de experiencia estaba en el nivel de la Revelación, la cual es
diferente pero no fuera de armonía en modo alguno.
Las notas continuaron entonces con una discusión de la diferencia
entre revelaciones y milagros, parte de la cual se encuentra en el
Capitulo Uno. Como un aparte, Jesús dijo:
Dile a Bill que los milagros no dependen de la Revelación. La in­
ducen. El es capaz de obrar milagros ya, pero aún está muy temeroso
de las Revelaciones. Advierte que tu [Helen] Revelación ocurrió espe­
cíficamente después de que en el nivel visionario tú te habías
enfrascado en un proceso de negar el miedo.... Dile a Bill que tu pro­
pensión a las Revelaciones, lo cual es muy importante, es el resultado
de un elevado nivel de comunión pasada. Su naturaleza transitoria pro­
viene del descenso hacia el miedo, el cual aún no se ha superado. Su
propio estado “suspendido” mitiga en contra de ambos extremos. Esto
ha sido muy aparente en el curso del desarrollo de los patrones de de­
sarrollo recientes de ambos.
Los milagros son el curso de acción esencial para ustedes dos. Es­
tos lo fortalecerán a él y te estabilizarán a ti.
Observa que las notas mucho más personales de lo usual que estás
tomando reflejan la experiencia Reveladora. Esto no produce la cuali­
dad más generalizable hacia la cual se encamina este curso. Pueden,
sin embargo, serle de gran ayuda a Bill personalmente, puesto que tú
pediste algo que le ayudase personalmente. Esto depende de cómo él
escuche, y de cuán bien él entienda la naturaleza cooperativa de la ex­
periencia conjunta de ustedes. Puedes ayudar únicamente al leer esta
nota primero. Pregúntale después si esto se debe incluir en lo más mí­
nimo en la parte escrita del texto, o si deben mantener esta nota por
separado. El está a cargo de estas decisiones.
Este último punto es congruente con lo que notamos en las cartas de
Helen de un mes antes más o menos, donde ella reconocía la importan­
cia de dejarle ciertas decisiones a Bill.
A la mañana siguiente, después de algún dictado adicional (el cual
incluía varios principios de los milagros) que no se incluyen aquí,
Helen despertó con miedo, al pensar en la frase bíblica, “De Dios no
se hace mofa”, y anticipar algún castigo. Jesús le explicó que la cita
tenía el propósito de tranquilizar. Tú temes que lo que escribiste ano­
che fuese contradictorio, y que estuviese en conflicto con algunos

251
Capítulo 8 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS -A

puntos anteriores, especialmente porque estabas escribiendo toda dro­


gada [Helen tomaba una fuerte pastilla para dormir cada noche].
Recuerda, “De Dios no se hace mofa” bajo ninguna circunstancia.
Las contradicciones en Mis palabras significan falta de entendi­
miento, o fallas en la escritura, las cuales me esfuerzo mucho en corregir.
Pero aún son no mídales. La Biblia tiene el mismo problema, te aseguro,
y aún la están corrigiendo. Considera el poder de Mi Palabra, en que esta
ha aguantado todos los ataques del error, y es la Fuente de la Verdad.
Dile a Bill que hay ciertas ventajas en ser psicólogo. Una ventaja
principal es el entender la proyección, y el alcance de sus resultados.
Las aseveraciones emitidas aquí acerca de la Biblia no se deben
tomar como literalmente ciertas. Ya he señalado, y retomaré a esto en
la Parte III, que la forma del Curso fue directamente influenciada por
(Helen) (aunque ciertamente no en su contenido), y que Helen conocía
bien la Biblia, y creía que ciertas aseveraciones en los evangelios eran
palabras de Jesús. Por lo tanto, el contenido del mensaje de Jesús aquí
llegó en consonancia con este sistema de pensamiento. En nuestra dis­
cusión más adelante también señalaré la falta de confianza en la audi­
ción de Helen cuando se relacionaba con cosas específicas.
Después de algún material adicional sobre la proyección, Jesús le
hizo una advertencia a todos los que intenten ser útiles, i.e., ser obra­
dores de milagros:
Uno de los principales problemas con los obradores de milagros es que
ellos están tan seguros de que lo que están haciendo es lo correcto, de­
bido a que saben que ello proviene del amor, que no se detienen para
permitirme establecer Mis límites.
Posteriormente en el dictado, Jesús le comentaba a Helen acerca de un
famoso sanador quien no siempre preguntaba cuándo debía “obrar un
milagro particular”, y como consecuencia se ocasionó a sí mismo “una
tensión innecesaria”. Esto condujo luego al siguiente comentario:
Cualquiera que sea incapaz de dejar las peticiones de los demás sin
contestar no ha trascendido el egocentrismo totalmente. Yo jamás “di
de Mí” en esta forma inapropiada....
De esa manera Jesús le pedía a Helen que siempre le preguntase a él
primero, antes de tratar de ayudar a otros; esta petición se encuentra
ahora en el primer capítulo del texto, el cuarto párrafo en la sección
“La Expiación y los milagros”. Repito, retomaremos en la Parte III a

252
Las primeras semanas: Los principios de los milagros

este asunto de estar seguro de que uno tiene razón en tomo a escuchar
la voz de Jesús o del Espíritu Santo.
Siguieron varios apartes alentadores para Bill, y luego Jesús le dio
a Helen el mensaje (“revelación especial”), el cual se citó antes en la
página 19. A este le siguió:
Esta Revelación se permitió porque tú no proyectaste sobre Bill la
culpa por tu omisión de preguntarme si debes transcribir las notas. El
hecho de que él debía haberlo hecho no te exime de tu propia omisión.
Gracias por bendecirlo con un milagro en vez de maldecirlo con la
proyección.
Encontramos aquí la misma apertura a mirar el ego que Helen mos­
traba en sus cartas a Bill.
Siguieron algunas notas relacionadas con Louis (omitidas aquí), y
luego:
Jesús: Bendita eres con María como la madre de los niños.
Helen: Pedí perdón por haber tirado todo el dinero [una referencia a las
notas omitidas acerca de Louis], pero El [Jesús] dijo “Está bien. Vivías
en la escasez entonces, pero ahora estás perdonada. Por lo tanto vives
en abundancia. Ya no hay necesidad de tirar nada, ni de carecer de nada
tampoco”.
Lo que seguía a continuación no está claro en las notas de Helen,
pero parecía haber habido alguna experiencia de Jesús como un in­
fante, lo cual llevó a Helen a afirmar:
Helen: Contempla a la esclava del Señor; hágase en mí de acuerdo a
Tu Voluntad.
Jesús: ¡Egocéntrica por seguro! No necesito otra madre física, y ella
[María] fue la única que concibió sin carencia alguna de amor....
En la Parte III discutiré la conexión entre Helen y María, la madre
bíblica de Jesús.
El dictado continúa entonces con palabras de estímulo para Helen
y Bill. Luego le pide a Helen que no se avergüence de él, otro tema im­
portante al cual retomaremos más tarde cuando discuta la relación de
Helen con Jesús.
Dile a Bill que tan pronto ustedes dos hayan entrado completa­
mente en la segunda fase no sólo desearán entrar en comunión, sino
que entenderán la paz y la dicha.

253
Capítulo 8 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE M1LAGROS- A

El compromiso de ustedes no es total aún. Es por eso por lo cual


todavía tienen más que aprender que lo que tienen para enseñar.
Cuando se estabilice su equilibrio, pueden enseñar tanto como apren­
den. Esto les dará el sentido de balance apropiado.
Mientras tanto, recuerden que ningún esfuerzo se pierde. A menos
que recuerden esto, no podrán aprovechar Mis esfuerzos, los cuales son
ilimitados.
Tengan un buen día. Puesto que sólo la eternidad es real, ¿por qué
no utilizar la ilusión del tiempo constructivamente? Pueden recordar
que en el fondo están los Sempiternos Brazos.... Nota: La cita bíblica
“Si te avergüenzas de Mí me avergonzaré de ti” es interpretada como
una amenaza únicamente mientras permanezcan en el primer paso
[i.e., uno no reconoce que no hay nada que uno quisiera esconder, aun
cuando fuese posible hacerlo].
Lo que esto [la cita] significa realmente es que si estás avergonzada
de Mí (te avergüenza el amor), proyectarás y harás imposible que Yo
llegue hasta ti.
Haz todo el esfuerzo que puedas por no hacer esto. Yo te ayudaré
tanto como tú Me lo permitas.
Seguían algunas notas relacionadas con un amigo de Bill, y luego
continuaban los puntos de los milagros con lo que se convirtió en el
principio 24, y una corrección adicional:
Los milagros hacen que el tiempo y la marea esperen a todos los hom­
bres. Pueden curar a los enfermos y resucitar a los muertos, porque el
hombre mismo hizo la muerte y los impuestos, y puede abolir ambos.
Nota: “impuesto” también significa “imposición”. Busca “milagros”—
creo que la tercera definición es la mejor: “aquello o aquél que es capaz
de sobrepasar la excelencia o el mérito”.
Correcto—Til eres un milagro. Dios crea únicamente “aquello o
aquél que es capaz de sobrepasar la excelencia o el mérito”. El hombre
es capaz de esta clase de creación también, al ser imagen y semejanza
de su propio Creador. Cualquier otra cosa es sólo su propia pesadilla, y
no existe. Sólo las creaciones de luz son reales.
A propósito, acerca de los pies planos. Este es un término del argot
aplicable a “los policías”, o guardianes de la ley y el orden. Este se uti­
lizó primero, antes de la parte “no tiene arcos”. Corrígela para que diga:
Los milagros descansan en la ley y el orden de la eternidad. [Esto se co­
rrigió aún más posteriormente para que dijese, como se citó antes: “Los
milagros reflejan, por lo tanto, las leyes de la eternidad, no las del
tiempo”—parte del principio 19.]

254
Las primeras semanas: Los principios de los milagros

Mientras tomes notas precisas, cada palabra es significativa. Pero


no siempre puedo comunicarme. Siempre que sea posible, corregiré re­
troactivamente. Asegúrate de anotar todas las correcciones posteriores.
Esto significa que estás más receptiva de lo que estabas cuando traté
antes.
Siguió el dictado del principio 25, el cual Jesús ilustró entonces me­
diante un incidente que implicaba a un amigo y colega de Helen.
Porciones de esta ilustración se utilizaron posteriormente en el Capítulo
Uno puesto que los mismos se referían específicamente a la capacidad
de Jesús para cancelar nuestros errores, por él estar a cargo del proceso
de Expiación (T-l.III. 1:1-4)
Helen preguntó luego si había algunas correcciones que Jesús qui­
siera que ella le hiciese a las notas. El respondió:
Si, que cambies la palabra “pecado” por “ausencia de amor”. Pecado
es una palabra fabricada por el hombre con connotaciones de amenaza
que él mismo hizo. No existe amenaza real alguna implicada en ningún
sitio. Sólo porque la “naturaleza aborrezca a un vacío”, lo cual es bas­
tante cierto, no tiene que resultar en que el vacío se llene con fuego del
infierno. No se gana nada con asustarte a ti misma, y es muy destruc­
tivo. Los milagros necesitan libertad del miedo. Parte de su valor en la
Expiación implica precisamente eso. La palabra “expiar” significa
“deshacer”.
La siguiente porción de la libreta de Helen jamás se transcribió,
aunque dictados posteriores cubrían la misma idea de acudir a Jesús en
busca de ayuda, y de permitirle ser nuestro guía en todas las cosas,
grandes o pequeñas:
La razón por la cual yo manejo todo lo que carece de importancia
es porque es una manera de no desperdiciar tu libre albedrío. Si insistes
en hacer lo trivial a tu manera, desperdicias demasiado tiempo y volun­
tad en ello. La voluntad no puede ser libre si se ata a trivialidades.
Jamás puede escapar.
Te diré exactamente qué hacer en conexión con todo lo que no im­
porta. Esa no es un área en la cual deba invertirse opción alguna. Hay
un mejor uso del tiempo.
Tienes que recordar pedirme que me haga cargo de todas las minu­
cias, y Me encargaré de las mismas tan bien y tan rápidamente que no
podrás atascarte en ello.
•El único problema restante es que tú estarás renuente a pedirlo por­
que le temes a no quedar atascada. No permitas que esto nos retrase. Si

255
Capítulo 8 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS -A.

lo pides, yo puedo ordenar estas cosas aun cuando a ti no te


entusiasme.
La oración puede ser muy específica en asuntos menores. Si nece­
sitas un abrigo, pregúntame dónde encontrarlo. Conozco bien tu gusto,
y también sé dónde está el abrigo que comprarás finalmente de cual­
quier modo.
Si posteriormente no te gusta el abrigo, eso es lo que habría pasado
de todas formas. Yo no escogí el abrigo por ti. Dijiste que querías algo
cálido, no muy caro, y que pudiese soportar un uso rudo. Te dije que
podías adquirir un Borgana, pero te permití que adquirieses uno mejor
porque el peletero te necesitaba.
Esta referencia es a un abrigo que Helen había comprado reciente­
mente, por recomendación de Jesús, en el almacén Klein’s. Helen
acostumbraba comprar en algunas de las tiendas más exclusivas de la
ciudad, tales como Lord and Taylor o B. Altman. Klein’s, la cual que­
daba a cinco minutos de camino del departamento de Helen, se cono­
cía como una verdadera tienda de gangas, y difícilmente una mujer del
gusto de Helen habría comprado allí un abrigo de invierno. No obs­
tante Jesús le ordenó a que fuese allí. Helen no sólo encontró exacta­
mente el abrigo que quería, sino que el vendedor que la atendió
necesitaba con urgencia la ayuda de Helen. El tenía un niño con retraso
mental y estaba desorientado en cuanto a qué hacer, y Helen pudo serle
extremadamente útil. El punto que Jesús quería presentarle a Helen
aquí era que al consultar su “Servicio Superior de Compras” (vea ade­
lante) ella no sólo recibiría lo que creía que necesitaba, sino que él po­
dría ayudar a otros a través de ella también. Finalmente pues, era una
lección en cómo el milagro ahorra tiempo. Su explicación continúa:
Observa, sin embargo, que es mejor en términos de los criterios que
tú estableciste. Yo pude hacer esto porque tú viste el abrigo más de esa
manera que en términos de un material en particular. Tú misma pen­
saste en Klein’s hace unos días, y luego lo descartaste porque Borgana
mantiene precios fijos. Luego recordaste un abrigo que Grace [la her­
mana de Louis] consiguió allí mucho más barato, y se parecía bastante,
y te preguntabas si era correcto entusiasmarse con el nombre de una
marca comercial en particular por medio de la publicidad. Eso te abrió
la mente.
Yo no puedo ahorrarte más tiempo del que tú me permites, pero si
estás dispuesta a probar el Servicio Superior de Compras, el cual cubre
también todas las necesidades menores e incluso bastantes caprichos

256
Las primeras semanas: Los principios de los milagros

dentro de lo razonable, yo puedo aprovechar muy bien el tiempo que


ahorremos.
Recuerda, la respuesta específica que recibas depende de la pre­
gunta específica que formules. Mientras menos límites impongas,
mejor será la respuesta que recibas. Ej.: podrías preguntar: ¿Dónde
puedo encontrar un abrigo Borgana? o ¿dónde se encuentra el abrigo
que quiero? o ¿dónde se encuentra el abrigo que debo comprar? y así
sucesivamente. La forma del pensamiento determina el nivel de
creación.
Helen jamás podía en realidad incorporar este principio a su rela­
ción con Jesús, especialmente en lo relacionado con desprenderse de
las limitaciones que ella imponía al pedir ayuda específica. Vea el
Capítulo 17 para la explicación de esta idea que surgió muchos años
más tarde, cuando obviamente Helen estaba más receptiva a la ense­
ñanza en su totalidad.
Las notas prosiguen ahora con el mismo tema de ahorrar tiempo al
escoger el milagro y la ayuda de Jesús, habiéndose exhortado a Helen
a que restringiese su necesidad de controlar:
Los milagros dependen de conocer el momento oportuno, razón por
la cual no debes perder el tiempo. Te dije hace algún tiempo que el
tiempo cesaría cuando ya no fuese útil como un medio para el apren­
dizaje. Hay una manera de que avances con más velocidad. Y esa es
que dejes cada vez más tiempo para Mí. De ese modo lo puedes dedicar
a los milagros.
La primera parte de lo que escribiste anoche está correcta. Verifica
esto ahora. (Corregido por recomendación.) La segunda parte54 la in­
tercalaste tú, porque no te gustaba la primera. Era un intento de
restablecer tu propio control del tiempo. Recuerda, tú no puedes sopor­
tar el no saber qué hora es.
No estoy entrometiéndome en tu voluntad, sino que estoy tratando
de liberarla. Te dije que la próxima parte del Curso pondrá un énfasis
creciente en la Expiación, y definí esto como un “deshacer”. Sabes
muy bien que el cambiar patrones de aprendizaje requiere que se
deshagan los viejos. El significado verdadero de inhibición retroactiva
es simplemente que cuando dos clases de aprendizaje coexisten, inter­
fieren el uno con el otro.

I 54. No pude averiguar con seguridad a qué se refieren estas dos partes.
I
i
I 257
I
Capítulo 8 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS -A

Esta breve nota que sigue provee un excelente ejemplo de cómo


Jesús nuevamente utiliza los intereses formales de Helen (aquí la
estadística y la psicología experimental) para reforzar el contenido de
su enseñanza, específicamente el mensaje de la Expiación: el
minimizar y finalmente deshacer el efecto del ego sobre la Presencia
del Espíritu Santo.
Jesús: Fuiste prudente en lograr que William Rockford55 te permitiese
medir los aprendizajes viejo y nuevo, lo cual hizo posible medir ¡apro­
porción. Realmente, yo te ayudé esta vez....
Helen [interrumpiendo]: Estoy enfadada por esto.
Jesús: ...porque la mayoría de los estudios sólo miden el decremento
[la pérdida] causado por el nuevo aprendizaje con el viejo. Pero el én­
fasis debe ser en cómo minimizar el efecto del viejo sobre el nuevo.
Esta es un área mucho más útil en la cual trabajar....
El dictado regresa entonces a la enseñanza específica del signifi­
cado de la Expiación y la disposición a aprenderlo.
No te atasques en esos sueños de anoche. Son reflejos de viejos
patrones de aprendizaje. Surgieron porque a ti no te gustaba lo que
te dije de que me dejases las minucias a Mi. Simplemente ilustran tu
disposición a atascarte porque le temes al curso. Así que no los uti­
lices de esa manera. Si te sientes tentada a hacer esto, pídele a Bill
que te detenga. Este curso es sobre estar dispuesto, no renuente. La
I
renuencia debe ser reemplazada por la disposición, porque la dispo­
sición es parte de la preparación, sin la cual no puede ocurrir el
I
aprendizaje.
Ve y busca expiación, y luego vístete. Para ahorrar tiempo, ponte I
exactamente lo que yo te diga y vete. I
I
Helen anotó luego lo que encontró en el diccionario, seguido por I
los comentarios de Jesús: i
Expiación - obsoleto - forma corta para “aunar” y “reconciliar”, “es­ i
tar de acuerdo”. Obviamente, antes de que la reconciliación o el I
I

i■
55. Esto se refiere a William Rockwell, uno de los profesores más importantes de
Helen en la Universidad de Nueva York, a quien mencionamos antes. La propensión
de Helen a olvidar o a cambiar nombres es ampliamente discutida por Jesús más ade­ i
lante (vea págs. 260-61). A propósito, Helen me relató que una vez mientras tomaba l
la clase del profesor Rockwell, ella lo llamó doctor Rockhead.
i
!
258 i

Las primeras semanas: Los principios de los milagros

acuerdo sea posible, lo discordante o fuera de armonía tiene que desha­


cerse. Podría parecer como si la obscuridad tuviese que ser disipada
antes de que la luz pudiese entrar, pero la verdad es que la obscuridad
es disipada por la luz.
A esto le seguía el dictado de más principios de los milagros (regre­
samos a las notas que Bill escribió a máquina), los números actuales
35-39, y donde ahora se encuentra “Espíritu Santo”, el término “Ojo
Espiritual” fue originalmente utilizado por Helen, otro ejemplo de
cómo su miedo interfería con la claridad de su audición en el nivel de
la forma. Más tarde esto se cambió al término apropiado.
A lo que es ahora el principio 40, le siguió:
Dile a Bill que esta es la verdadera “marca rosácea de nacimiento” de
la hermandad. Esto es sólo una señal de interés personal por él, porque
él sigue preocupándose por esto.
La “referencia a la “marca rosácea de nacimiento” surge de la ópera
de Mozart Las Bodas de Fígaro, una favorita de Bill. En el tercer
acto, Fígaro se escapa de una situación difícil al descubrir súbita­
mente a su madre perdida desde hacía mucho tiempo por la marca
rosácea que lleva en el brazo, la cual ella le había puesto. La refe­
rencia es pues sólo otro ejemplo del regalo personal de Jesús a Bill,
mediante el cual intentaba ayudarle a liberarse de su resistencia al
amor aferrándose a su propio sentido de minusvalía. Estos regalos
“especiales” (los cuales, repito, incluían la plétora de retruécanos
del Curso) tenían el propósito de simbolizar el amor de Jesús por
Bill.
Es interesante al llegar a este punto contrastar las defensas pri­
marias bastante distintas de Bill y Helen—proyección para Helen y
negación para Bill—en cuanto a Jesús, por temerle al amor de él por
ellos, y al de ellos por él. Helen básicamente peleaba con Jesús, y
proyectaba sobre él sus propios fracasos, al tratar de hacerlo respon­
sable de los sentimientos de infelicidad de ella. Bill, por otra parte,
continuamente intentaba negar la persona de Jesús, e incluso encon­
traba difícil pronunciar su nombre, y preferiría llamarlo J.C. en
lugar de su nombre “Jesús”. En sus últimos años, Bill afirmaría pú­
blica así como privadamente su creencia de que la fuente del Curso
fue la Mente Crística o la Conciencia Crística, mediante lo cual con­
tinuaba evitando la presencia personal y el amor de aquel a cuyo

259
Capítulo 8 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS-A

Curso él dedicara tan fielmente su vida. Esta negación era una de­
fensa particularmente importante para él.56
Jesús continuó, y el lector familiarizado con Un curso de milagros
notará nuevamente cuánto del material personal destinado a Helen y a
Bill se introdujo en el Curso en sí.
Podrías añadir que su [la de Bill] falsa idea sobre su propia exclu­
sión del amor universal es una falacia en tus términos, y arrogante en
los de él. Su verdadero especialismo no procede de la exclusión, sino
de la inclusión. Todos Mis hermanos son especiales [T-l.V.3:5-6]. El
debe dejar de interpretar esto como “todos excepto Bill”. ¡Esto es
ridículo!
Dile que la implícita carencia de amor que contiene su versión está
lejos del blanco [otro retruécano], y equivoca por completo el nivel co­
rrecto de pensamiento. El tiene que sanar su percepción en este
respecto. Tiene que obrar un milagro a favor de sí mismo aquí.... Dile
a Bill que cincuenta millones de franceses sí pueden equivocarse, por­
que la noción está muy fragmentada. La que no puede equivocarse es
la Filiación universal de la cual él forma parte.
Siguieron notas adicionales, las cuales incluían las que se relacio­
nan con la Regla de Oro (T-1.III.6), que se encuentra ahora en el
Capítulo Uno. Jesús pasó entonces a una prominente cuando no a
veces humorística defensa de Helen: su inclinación a olvidar nombres,
o a tratar de cambiarlos. El más significativo de estos cambios era el
de utilizar el nombre Jonathan para su esposo Louis, como ya hemos
visto. Además, en el momento de dar su nombre para el certificado de
bautismo a la edad de trece años, “inadvertidamente” ella dio el nom­
bre de soltera de su madre en vez de dar su propio apellido. Jesús le I
explicó este fenómeno defensivo de esta manera: I
I
Recalco nuevamente que tu tendencia a olvidar los nombres no es hos­
tilidad, sino un miedo al compromiso o al reconocimiento. Tú habías
malinterpretado los encuentros humanos como oportunidades para la
I
I
magia, más bien que para los milagros, y por consiguiente trataste de
I

56. En un nivel, como discutiré en la Parte III, puede decirse que Bill tenía razón al
decir que Un curso de milagros procedía de la abstracta “Mente de Cristo”. Sin
embargo, la motivación específica detrás de que él hablase de ese modo parecía ser la i
negación de su propia relación personal con Jesús como Bill. Era, pues, la voz del
miedo la que hablaba, no la voz de la sabiduría. Los frecuentes intentos de Jesús
durante este período por ayudar a Bill a desarrollar su relación con él iban dirigidos a í
reducir este miedo. I

260
Las primeras semanas: Los principios de los milagros

proteger el nombre. Esta es una manera muy antigua y primitiva de tra­


tar de proteger a una persona.
Observa la muy antigua práctica judía de cambiar el nombre de una
persona que está muy enferma, de modo que cuando se le entregue la
lista al Angel de la Muerte, no se encuentre a la persona con ese
nombre.
Este es un buen ejemplo de la curiosamente literal regresión la
cual puede ocurrir en personas muy brillantes cuando se sienten
atemorizadas. Tú y Bill lo hacen. Realmente, este es un mecanismo
relacionado muy de cerca con la fobia, en el sentido de que ambos
mecanismos reducen el miedo a un simple aspecto de un problema
mucho mayor de modo que pueda evitarse.
Un mecanismo similar opera cuando te enfureces por una infracción
comparativamente menor cometida por alguien hacia quien te sientes
ambivalente. Un buen ejemplo de esto es tu respuesta a Jonathan [i.e.,
Louis], quien sí deja las cosas por doquier de maneras muy extrañas.
Realmente, él hace esto porque piensa que mediante áreas menores de
desorganización él puede proteger su estabilidad. Te recuerdo que tú
misma has hecho esto durante años, y debes comprenderlo muy bien.
Esto debe enfrentarse con gran caridad, en lugar de gran furia. La furia
proviene de tu conciencia de que no amas a Jonathan como debes, y re­
duces tu falta de amor centrando tu odio en el comportamiento trivial
en un intento de protegerlo de ello [i.e., del odio]. También le llamas
Jonathan por la misma razón.
Observa que un nombre es un símbolo humano que “representa” a
una persona. Las supersticiones en tomo a los nombres son muy
comunes precisamente por esa razón. También es por eso por lo que las
personas a veces responden con ira cuando sus nombres se escriben o
se pronuncian incorrectamente. En realidad, la superstición judía en
tomo al cambio de nombres fue una distorsión de una Revelación en
tomo a cómo alterar o alejar la muerte. Lo que constituía el contenido
verdadero de la Revelación, era que aquellos “que cambian de mentali­
dad” (no de nombre) respecto a la destrucción (o el odio) no tienen que
morir. La muerte es una afirmación humana de una creencia en el odio.
Esa es la razón por la cual la Biblia dice que “La muerte no existe”, y
es por eso por lo que yo demostré que la muerte no existe. Recuerda que
yo vine a cumplir la ley al reinterpretarla. La ley en sí, si se entiende
correctamente, sólo le ofrece protección al hombre. Aquellos que aún
no han “cambiado su mentalidad” han introducido en ella el concepto
del “fuego del infierno”.

261
Capítulo 8 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS -A

Un poco más tarde, Jesús recalca nuevamente el punto en tomo a


pedir su consejo y su ayuda;
La razón por lo cual has llegado tarde recientemente [al trabajo] debido
a que estabas tomando dictado es simplemente porque no recordaste
preguntarme cuándo detenerte. Este es un ejemplo del obrar milagros
de manera “indiscriminada o descontrolada” de la cual ya hablamos.
La intención es buena pero está mal aconsejada.... Observa que tú
cerraste el libro y lo pusiste a un lado sin consultarme. Pregunta “¿eso
es todo?”.... Los escribas tienen que aprender el control Crístico, para
reemplazar sus hábitos anteriores, los cuales si producían escasez en
lugar de abundancia. Partiendo de errores de esta clase, si es inevitable
el sentido de privación, pero este se corrige muy fácilmente.
Entre otros tópicos, siguió una extensa discusión de la confíabili-
dad, de la validez y de otros conceptos estadísticos que eran significa­
tivos para Helen. En medio de la discusión, se dijo lo siguiente,
relacionado con las anteriores experiencias de Helen de un desierto, un
símbolo que también se encuentra posteriormente en el Curso en sí,
como indicara antes:
Un desierto es un desierto es un desierto. Puedes hacer lo que quieras
en él, pero no puedes cambiarlo de lo que es. Aún carece de agua. Es
por eso por lo que es un desierto. Lo que se hace con un desierto es
abandonarlo.
Mientras Helen estaba tomando notas (casi al principio de la li­
breta 4), un amigo la llamó para decirle que Dave Diamond había
muerto. La fecha exacta no está clara, pero es en algún momento a
principios de noviembre de 1965. Helen hizo entonces la observación
de que tal vez esa era una manera de abandonar el desierto. Ella escri­
bió las siguientes notas, ningunas de las cuales se transcribieron, por
tratarse de las reflexiones de Helen sobre los últimos días de Dave y
las visitas que ella le hiciera. Incluyo algunas de ellas aquí como ilus­
tración del estado mental de Helen, y de sus sinceros intentos de
unirse con otro en el nombre de Jesús, y de pedirle su ayuda de modo
que pudiese ser verdaderamente útil. Helen también pudo generalizar
esta lección para incluir a Louis.
i
Helen: Entré a la habitación [del hospital] (bajo instrucciones) y le
hablé a David, quien estaba muy aturdido. Cada vez que abría los
ojos yo le decía, “Todos te amamos, así que no temas”. Oré porque
él pudiese corresponderles, amando a todo el mundo (esto también

262
Las primeras semanas: Los principios de los milagros

bajo instrucciones) [Helen se había referido previamente a algunas


relaciones que quedaban sin perdonar en la vida de él], por lo cual se
le había dicho (creo que de parte de la Gran Autoridad), que el único
peligro verdadero para él provenía de carencias en esta conexión.
No lo visité el viernes, pero estoy segura de que esto era lo co­
rrecto, porque tuve mucho cuidado de preguntar. Además, iba para
allá después de la conferencia, y se me dijo que no lo hiciera. Tal vez
se trataba de que no había “necesidad de saber”.
Me siento perturbada por ello, y voy a dejar mis notas un rato. Creo
que es preferible que ore ahora mismo.
Esther [una mutua amiga] dijo que Terry [presumiblemente la es­
posa de Dave] estaba hablando de regalar la bebé [presumiblemente
una niña adoptada]. Salté a la conclusión de que se suponía que yo la
tomase, pero eso podía fácilmente ser un impulso milagroso indiscri­
minado. Creo que mejor me detengo ahora.
Oré por Dave, y dije que cualesquiera milagros que yo pudiese
hacer por él, o por alguien de su familia, mi voluntad sería hacerlos
[vea más adelante págs. 264-65 para una explicación]. También le
pedí a Jesús que ayudase a Dave con el curso. Entonces se me dijo
que fuese a platicar con Jonathan, y que orase por él, particularmente
si estaba dormido, y sí lo estaba. Esta fue la única ocasión hasta el
momento en que oré intensamente por él. Cuando eso sucede, yo soy
fuertemente consciente de que no estoy orando sola. Nosotros [i.e.,
Helen y Jesús] le dijimos a Jonathan que debe olvidarse de [sus pe­
cados pasados]... y de todo el resto, porque eso no importa. El
mostró mucho amor en esta ocasión, y debe reclamar su perdón. El
no necesita hacerse daño a sí mismo y tiene que detener esos sínto­
mas de desequilibrio y establecer su libertad. Despertó y dijo que se
sentía mejor pero que tenía hambre.
Iba a lavarme el cabello después de prepararle la cena, pero se me
dijo que visitara a su mamá. No siento mucho entusiasmo por esto,
pero lo voy a hacer ahora.57 Se me ocurrió mientras esperaba el as­
censor que me alegraba de ir, porque era una manera de expiar a
Jonathan por yo haber sido tan antipática con ella (él siempre se ale­
graba de que yo visitase a su mamá), y de algún modo de que expiase
a Dave también. La naturaleza impersonal de los milagros se debe a

57. El lector ha de recordar el recuento de Helen en una de sus cartas a Bill sobre la
visita a la madre de Louis en la playa de Nueva Jersey. Sin embargo, el lugar de resi­
dencia permanente de la suegra de Helen era Nueva York.

263
Capítulo 8 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS- A

que la Expiación es una. Al ser una, ésta une a todas las creaciones
con su Creador.
Estas dos últimas oraciones fueron probablemente dictadas por
Jesús, pues las mismas llevaban a la continuación del dictado de los
principios de los milagros, así como de material el cual se ubicó des­
pués de los principios, mas aún en el primer capítulo del texto. Mu­
chos de éstos eran comentarios en tomo a la necesidad de permitir
que Jesús controle la expresión de los milagros, lo cual obviamente
Helen había podido hacer, como se ve en estos comentarios que Jesús
le hizo a ella:
Estuviste sorprendentemente bien hoy, después de un comienzo
más bien malo. Realmente, Dave te ayudó, pero esto no se te explicará.
(Sentí mucho temor en tomo a esto.) Es pues un ejemplo de cómo nin­
gún milagro se pierde jamás, y siempre bendice al que lo hace. Esto no
tiene nada que ver con la magia. La Regla de Oro es la ley de la justi­
cia, no de los hechizos. Ya hemos hablado sobre eso.
Poco después Helen escribió, al hacerle eco a su decisión de no
abusar del poder de su mente: ‘Wo quiero que los errores de la escriba
penetren demasiado en el curso. Aunque supongo que se corregirán
cuando suceda”. Entonces Jesús comentó que los escribas
tienen un papel particular en el plan de la Expiación, porque poseen la
habilidad de experimentar Revelaciones ellos mismos, y además de
poner en palabras lo suficiente de la experiencia para que sirva de base
a los milagros. ¡
Esto se remonta a la experiencia de Helen, descrita en la pág. 250, des­
pués de la cual ella había escrito: “Si Tú me dices qué hacer, es mi vo­
luntad hacerlo”. Ella no sabía que se había dicho “mi voluntad es i
hacerlo”, y su intención había sido simplemente escribir “Lo haré”.
Este reconocimiento, como mencionara Helen, tuvo un impacto ex­
traordinario, pues reflejaba una decisión activa de parte de ella de i

hacer la voluntad de Jesús, quien luego le dijo en relación con esta i


experiencia:
i
Esta es la razón por la cual tú experimentaste esa Revelación sobre
“mi voluntad es hacerlo” muy personalmente, y además la escribiste.
Lo que escribiste puede serle útil a otros obradores de milagros además
I
de ti. Nosotros [la primera aparición del “nosotros” editorial] dijimos I
antes que la oración es el vehículo de los milagros. La oración del i
I
!
264
t
Las primeras semanas: Los principios de los milagros

milagro es lo que tú escribiste, i.e., “Si Tú me dices qué hacer, mi vo­


luntad es hacerlo”.*
Esta oración es la puerta que conduce a abandonar el desierto para
siempre. [Una referencia a la aseveración anterior en tomo a abando­
nar los desiertos.]
*He!en: Corrección al día siguiente.
Jesús: Esta no es una aseveración completa, porque no excluye el ne­
gativo. Ya te hemos dicho que añadas “y no hacer lo que tú no quieres
que haga” en relación con los milagros. Aquí también se ha hecho la
distinción entre “mentalidad milagrosa” como un estado, y el “obrar
milagros” como su expresión.
La primera necesita tu cuidadosa protección, porque es un estado
de preparación para los milagros. A esto es a lo que se refiere la Biblia
en las muchas referencias a “Manténganse preparados” y otros
mandatos similares. Preparación significa aquí que mantienes tu per­
cepción con el lado correcto (o válido) hacia arriba, de modo que
siempre estés preparada, dispuesta y seas capaz. Estos son los elemen­
tos esenciales para “escuchar, aprender, y hacer”. Debes estar
preparada para escuchar, dispuesta a aprender y ser capaz de hacer.
Sólo el último es involuntario, porque es la aplicación de los milagros
la cual debe ser controlada por Cristo. Pero los otros dos, los cuales
constituyen los aspectos voluntarios de la mentalidad milagrosa, sí es­
tán a discreción tuya.
El canalizar [lo cual se mencionó antes] sí tiene una connotación de
“limitar”, aunque no en el sentido de carencia. El estado mental subya­
cente, o la Gracia, es un compromiso total. Sólo el aspecto de hacer
implica el canal en lo más mínimo. Esto se debe a que el hacer es siem­
pre específico.
Como dijo Jack [Jack Cohén: psicólogo estadístico de la
Universidad de Nueva York], “Un instrumento confiable tiene que me­
dir algo”, pero un canal también es válido. Este debe aprender a hacer
únicamente lo que se supone que haga. Cambia la oración para que
diga: Si me dices qué hacer, sólo eso es mi voluntad hacer.
Helen: Me opongo al sonido prosaico de esto, y lo considero una poe­
sía muy inferior.
Jesús: Es difícil de olvidar, sin embargo.
Las notas continuaron con material que se encuentra en el Capítulo
Uno relacionado con la revelación, el milagro, el papel de Jesús y los

265
Capítulo 8 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILA GROS-A

principios 46-48, después de lo cual Jesús retomó a la relación de


Helen y Bill.
Dile a Bill que tiene razón al proveerte la consecuente fortaleza que ne­
cesitas adquirir, y que él necesita ofrecer. Tu inestabilidad y su
debilidad son el resultado de malas elecciones kármicas, y su relación
ahora es crucial para el futuro. Ambos deben ejercer todo el esfuerzo
para restaurarla para que sea lo que una vez fue. Los dos están llevando
a cabo una corrección donde antes fracasaron. Esto los ha capacitado
ya para realizar un papel muy inesperado en su mutua salvación, y la
salvación de muchos otras criaturas que les encomendaré progresiva­
mente. Bajo ninguna circunstancia éstas se han escogido al azar. Bill
debe saber que su preparación no es únicamente en términos de
hacerse partícipe de los resultados de tu mejor aplicación de unos
talentos más bien inusitados. Su propio papel, el cual entenderá una
vez su preparación se haya completado, será sorprendente de igual
manera. El necesitará tu ayuda entonces, tal como tú necesitas ahora su
fortaleza.
Helen y Bill, y posteriormente nosotros tres, pasábamos un tiempo
considerable reflexionando sobre el “sorprendente” papel posterior de
Bill. Pero este jamás se materializó, así como tampoco las que cierta­
mente parecían ser expectativas de Jesús en tomo a funciones adicio­
nales de Helen y Bill además de la función de escribas. Discutiré este
asunto en más detalle en la Parte III. El dictado de Jesús sobre la rela­
ción de Helen y Bill continúa ahora:
Observa que tú [Helen] no necesitas su [la de Bill] ayuda como
escriba, porque tú desarrollaste esa habilidad por tus propios esfuer­
zos, y finalmente los pusiste a Mi disposición. Al prestarte su
fortaleza, él se fortalece a sí mismo. Cuando él se gane esto por sus
propios esfuerzos, necesitará tu ayuda de manera muy inesperada.
Pero esto es sólo otro ejemplo de la naturaleza recíproca de los
milagros....
Tú y Bill si tienen talentos especiales los cuales son necesarios
para la Prisa Celestial en este momento. Pero observa que el término
prisa no es una que se relacione con trascender el tiempo. Cuando el
tiempo se haya abolido, y todos los Hijos de Dios hayan llegado a i

casa, no se necesitarán agentes especiales. Pero no subestimes el po­ i


der de esos agentes especiales ahora, ni la gran necesidad que hay de
ellos. Yo Mismo no pretendo ser más que eso. Nadie en su mente co­
I
rrecta (un término que debe ser especialmente observado), jamás
|
i

266
I
Las primeras semanas: Los principios de los milagros

quiere más o menos que eso. Aquellos que son llamados a dar testi­
monio por Mí ahora están dando testimonio por todos los hombres,
como lo estoy dando yo.
El papel de sacerdotisa era una vez el de experimentar
Revelaciones y obrar milagros. El propósito era traer a aquellos que
aún no estaban disponibles para las Revelaciones directas al centro
de interés adecuado para ellos. El atributo esencial de la Sacerdotisa
era siempre la percepción elevada.
Después que Un curso de milagros se hizo público, y que se dio a
conocer la identidad de Helen como la escriba que oia la voz de Jesús,
con frecuencia a ella se le acercaban personas para que le pidiera a
Jesús consejo por ellos. Con la sabiduría de la sacerdotisa, Helen solía
decirles que con gusto oraría con ellos, y les ayudaría a facilitar el que
ellos oyesen las respuestas por sí mismos. Con frecuencia escuché a
Helen decirles a otros que no había nada especial en lo que ella hizo;
ellos podían oír por sí mismos. Huelga decir que esta era la actitud que
Jesús promovía en el Curso. Como él dijo: “Todos Mis hermanos son
especiales” (citado previamente, vea pág. 260).
Luego Helen escribió esta importante nota, la cual obviamente hizo
posible que Jesús le hiciese a ella su próxima aseveración:
Helen: Esta mañana fue la primera vez que jamás dije que sería un ho­
nor para mí que hubiese algunas notas que El quisiera que yo tomase.
Dijo que sí las había.
Jesús: Te dije que ahora estabas reintegrada a tu papel anterior en el
plan de la Expiación. Pero aún tienes que elegir libremente el dedicar
tu herencia a la Restauración mayor. Mientras quede un solo esclavo
caminando por la tierra, tu liberación no estará completa. La total res­
tauración de la Filiación es la única meta verdadera de los que tienen
una mentalidad milagrosa....
Tu agudo problema anterior al escribir las cosas procedía de un uso
erróneo mucho más antiguo de las muy extraordinarias habilidades de
escriba. Estas se volvieron secretas más bien que una ventaja compar­
tida, lo cual las privó de su potencial milagroso, y las desvió hacia la
posesión.
Luego Helen escribió en su libreta una revelación especial la cual
no fue transcrita por Bill. Se refiere a una de las anteriores series de
“escenas retrospectivas” con Bill, donde ella era una vez más una an­
tigua sacerdotisa, ante quien Bill traía a las personas necesitadas. El

267
Capítulo 8 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILA GROS- A

papel de Bill ahora sin embargo, fue asumido por Jesús, quien le dijo
a Helen: “Sacerdotisa, un hermano se ha arrodillado en tu santuario.
Cúralo a través de Mí”. Helen escribió entonces, acerca de ella misma:
Helen: Tengo la idea de que el “santuario” simplemente se referia al
“altar interior”, al cual la Sacerdotisa le servía. Me imagino que la co­
municación era directa, y el “hermano” siempre anónimo. Creo que la
Sacerdotisa respondía automáticamente al orarle directamente a Dios,
de pie con los brazos en alto para que descendiese una bendición sobre
su hermano, quien permanecía de rodillas afuera. Su respuesta era
completamente automática e impersonal. Ella jamás pensaba siquiera
en verificar el resultado, porque no había duda alguna. Me imagino
que aún no hay duda, realmente. Solo que la Sacerdotisa ya no puede
pedir sola. Originalmente era “hermana”, no “Sacerdotisa” [ostensi­
blemente refiriéndose al saludo de Jesús],
Esta descripción es notablemente similar a la experiencia de Helen con
la sacerdotisa a principios de ese verano con Bill, la cual presenté en
el Capítulo 5.
Helen le formuló entonces una pregunta a Jesús relacionada con
memorias pasadas, y él le respondió:
Mientras recuerdes siempre que nunca sufriste nada debido a algo que
alguien más te hizo, esto no es peligroso. Recuerda que tú que quieres
paz sólo puedes hallarla mediante el total perdón. Nunca antes quisiste
la paz realmente, por lo tanto no tenía objeto alguno el saber cómo ob­
tenerla. Este es un ejemplo del principio de la “necesidad de saber”, el
cual fue establecido por el Plan de la Expiación mucho antes de la CIA.
Además de la graciosa alusión a la Agencia Central de Inteligencia y
su principio de “necesidad de saber” podemos ver aquí un breve resu­
men de la enseñanza del Curso de que nuestra única necesidad es el
perdonar o que aceptemos la Expiación, lo cual nos permite saber (o
recordar) la verdad que siempre ha estado dentro de nosotros, pero que
hemos olvidado.
Las notas continuaron con material que se encuentra ahora casi al
final del Capítulo Uno, así como los dos últimos principios de los
milagros. La fecha aquí es imprecisa, pero estamos en algún punto de
principios de noviembre.

268
Capítulo 9

LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS - B (1965)

Enseñanzas especíñcas

Comenzamos el capítulo con una referencia a Helen y a Bill de


principios de noviembre de 1965. Jesús explica que sus distintas pero
complementarias dinámicas egoístas presentan un salón de clases ideal
para que ambos se sanen, con la tácita salvedad de que ellos acepten
con gratitud la oportunidad de aprender. En sus cartas a Bill, Helen
también comentaba en tomo a sus diferencias egoístas, así como sobre
el hecho de que estas diferencias servían para un propósito útil en la
sanación de sus mentes. Ya hemos visto evidencia del énfasis impor­
tante que Jesús pone en este tema, puesto que el mismo refleja direc­
tamente el mensaje principal de perdón del Curso. Más adelante lo
consideraremos en mayor profundidad.
La discusión de Jesús acerca de las defensas egoístas de Helen y
Bill se centra básicamente en dos puntos relacionados: 1) el uso que
Helen hace de la proyección, y Bill de la negación; y 2) la fuerte aun­
que a veces mal dirigida voluntad de Helen, y la voluntad más débil
aunque más consecuente de Bill. Característicamente, como ya hemos
observado, Helen era la personalidad más fuerte: volátil y fácilmente
propensa a la ira. Bill, por otra parte, tendía a manejar su ira en formas
más pasivas y sutiles, y con frecuencia no tenía conciencia de la ver­
dadera naturaleza de sus sentimientos. Así pues, Helen siempre solía
expresar mucho más abiertamente sus emociones relacionadas con
Dios y con Jesús, y proyectaba sobre Ellos sus propios pensamientos
de rechazo, al sentirse justificadamente enfadada por la aparente falta
de respuesta de parte de ellos; mientras que Bill con mucha frecuencia
negaba todas sus emociones, y de ese modo no tenía contacto con
ellas. Era el mecanismo de defensa de negación de su ego lo que tenía
como resultado la débil, aunque constante identificación con su fun­
ción. De este modo Bill se mantenía fiel a su función, aunque su nega­
ción no le permitía experimentar su relación con Jesús. La proyección
de Helen, por otra parte, se correlacionaba con su fuerza de voluntad,
aunque su volatilidad tenía como resultado una gran incongruencia. A

269
Capítulo 9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS- B (1965)

pesar de todo, siempre estaba claro para Helen que su trabajo se hacía
en íntima relación con Jesús, el “Sargento Primero” de sus cartas.
La situación de las dinámicas complementarias de proyección y ne­
gación del ego, cuando no se aceptan como un salón de clases para
aprender a perdonar, desafortunadamente se convierten en un tormen­
toso campo de batalla en el cual la lección del ego de “uno o el otro”
reina suprema. A medida que pasaban los años, el campo de batalla se
tomaba en realidad para Helen y para Bill. Pero por ahora, la luna de
miel aún estaba en sesión. Volvemos ahora a un breve comentario de
Jesús. Aún después en este capítulo, así como en el próximo, este im­
portante tema se repetirá.
Tú [Helen] eres más apta para la mentalidad milagrosa, y menos ca­
paz de reconocer el miedo debido a tu más fuerte, pero dividida,
identificación. Bill, también característicamente es menos apto para la
mentalidad milagrosa, pero más capaz de reconocer el miedo, porque
su identificación es más consecuentemente correcta pero más débil.
Juntas, las condiciones necesarias para una mentalidad milagrosa con­
secuente, el estado en el cual se ha abolido el miedo, pueden lograrse
particularmente bien. En realidad, esto ya antes se había resuelto bien.
En medio de una discusión sobre la Expiación (lo que aparece ahora
en las secciones iniciales del Capítulo Dos), Jesús respondió al evi­
dente malestar de Helen:
La razón por la cual esto te está perturbando es porque la Expiación
es un compromiso total. Todavía piensas que esto está asociado con
pérdida. Este es el mismo error que cometen todos los separados, de
una u otra manera. No pueden creer que una defensa la cual no puede
atacar sea también la mejor defensa. Si no fuese por esta percepción
errónea, los ángeles podrían haberles ayudado. ¿Qué crees tú que sig­
nifica “los mansos heredarán la tierra”? Ellos literalmente tomarán
posesión de ella debido a su fortaleza. Una defensa de doble sentido es
inherentemente débil; precisamente porque tiene doble filo se puede
volver en contra del yo muy súbitamente. Esta tendencia no puede ser
controlada excepto por los milagros.
El milagro vuelve la defensa de la Expiación hacia la protección del
ser intemo, el cual, a medida que se toma cada vez más seguro, asume
su talento natural de proteger a los demás. El ser intemo se conoce a sí
mismo como un hermano y como un hijo.

270
Enseñanzas específicas

Las anteriores notas fueron escritas por Helen con gran dificultad y
constituían la única serie que hasta el momento se había escrito muy
lentamente. Cuando Helen cuestionó a Jesús sobre esto, se le dijo:
No te preocupes por las notas. Están correctas, pero tú no actúas aún lo
suficiente desde tu Mente Correcta para escribir sobre la Expiación
con comodidad. Ya escribirás sobre ello con gozo.
En otras palabras, el sistema de pensamiento del ego, con el cual Helen
estaba tan identificada, encontraba que el principio de la Expiación—
la separación nunca ocurrió en verdad—era demasiado amenazante
para su propia existencia. La “pérdida” a la cual se refiere Jesús es la
pérdida del ego. Es únicamente cuando la identidad de uno cambia
hacia el sistema de pensamiento del Espíritu Santo (el pensar con la
mente correcta) que se puede aceptar la Expiación con gozo, en lugar
de terror.
Helen prosiguió entonces con una interesante experiencia la cual
indicaba sus sentimientos ambivalentes hacia Jesús. Ella misma es la
que habla:
Anoche me sentí breve pero intensamente deprimida, temporal­
mente bajo la impresión de que estaba abandonada. Trataba, pero no
podía superarlo en absoluto. Pasado un momento, decidí rendirme por
el momento, y El me dijo “no te preocupes. Jamás te abandonaré ni te
desampararé”. Sí me sentí un poco mejor, y decidí que realmente no
estaba enferma, de modo que podía regresar a mis ejercicios. Mientras
me ejercitaba, tuve unas experiencias que eran visiones en parte las
cuales encontraba ligeramente atemorizantes por momentos, y en otros
momentos eran bastante alentadoras.
No estoy muy segura de la secuencia, pero comenzó con una afir­
mación de amor muy clara, y un énfasis igualmente claro en mi propio
gran valor, belleza y pureza. Después de eso las cosas se tomaron un
tanto confusas. Primero, la idea de “Desposada de Cristo” se me ocu­
rrió con unos “murmullos” vagamente inapropiados. Luego hubo una
repetición de la “ola de Amor”, y una reafirmación de una experiencia
anterior, como si fuese ahora de El para mí: “He aquí la Esclava del
Señor; hágase en ti según Su Palabra”. (Esto me lanzó al pánico antes,
pero en aquel momento, se expresó en el fraseo bíblico más preciso:
“Hágase en mí según Su Palabra”.) Esta vez me sentía un poco in­
quieta, pero recordé que lo había percibido erróneamente la última vez,
y probablemente aún no lo veía correctamente. En realidad, es

271
CapÍto.0 9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE M1LA GROS- 'ÜC 965)

realmente sólo una afirmación de lealtad al Servicio Divino, el cual di­


fícilmente puede ser peligroso.
Siguió entonces una “extraña secuencia” que implicaba a Jesús y
algunos pensamientos sexuales confusos, y luego esta aseveración de
Helen:
Helen: Casi pensé brevemente que El [Jesús] se convertía en un demo­
nio. Me asusté sólo un poco, pero me pareció tan tonto, que no tiene
sentido alguno tomarlo en serio... ,5S
Esta mañana repasamos el episodio completo. El [Jesús] dijo que
se sentia muy complacido de la comparativa ausencia de miedo, y ade­
más de la conciencia concomitante de que esto [la fantasía del diablo]
era una percepción equivocada. Esto demostraba una fortaleza mucho
mayor, y una creciente mentalidad correcta. Esto se debe a que ahora
las defensas se están utilizando mucho mejor, en pro de la verdad más
que del error, aunque no completamente así.
El uso más débil de la mala proyección [i.e., proyección] se mues­
tra mediante mi reconocimiento de que esto [la fantasía del diablo]
realmente no puede ser de ese modo, lo cual se hizo posible tan pronto
como la negación se aplicó en contra del error, no de la verdad. Esto
permitía una conciencia mucho mayor de interpretaciones alternativas.
Esto también fue explicado (debe observarse el cambio a la forma pa­
siva en lugar de “El también explicó”. Esta es una expresión de
miedo.)....
Este cambio, dicho sea de paso, era un patrón constante de Helen,
quien, como ya hemos visto, continuamente procuraba poner distancia
entre ella y la presencia personal de Jesús mediante esta defensa in­
consciente de describir la voz de él en el modo pasivo, o como “este”.
Durante los años que pasamos juntos yo solía hacerle bromas con fre­
cuencia en tomo a esta tendencia suya de decir “Este dijo” en lugar de
“Jesús dijo”. Sin embargo, era un “hábito” del cual ella no podía libe­
rarse con facilidad.
La experiencia anterior de Helen con Jesús expresa poderosamente
la intensidad del amor de ella, así como la promesa de que el amor de
él siempre estaría presente para ella. El miedo de ella, presente

58. Un tema importante en Un curso de milagros es el miedo del Amor de Dios que
caracteriza al sistema de pensamiento del ego, lo cual hace que nosotros tomemos el
amor en su opuesto: miedo, odio o maldad; en este caso, Jesús se convierte en el
diablo.

272
Enseñanzas específicas

también, tomó la forma de confundir la experiencia de amor con fan­


tasías sexuales y del diablo. Al principio del dictado, en un pasaje pos­
teriormente editado y que se encuentra ahora casi al final del primer
capítulo del texto (T-l.VII.l), Jesús le explicó a Helen:
La confusión de los impulsos milagrosos con impulsos sexuales es una
fílente mayor de distorsión perceptual, debido a que induce en lugar de
corregir la confusión básica de niveles la cual le sirve de fundamento
a todos aquellos que buscan la felicidad en los instrumentos del
mundo.
Así pues, era el miedo que Helen tenía de su amor por Jesús (el im­
pulso milagroso) lo que la llevaba a su defensa vía los pensamientos
sexuales. A propósito, el cambio de “impulsos sexuales” a “impulsos
físicos”, como se presenta ahora en el texto, fue hecho por Helen y por
mí en nuestra última corrección, con la aprobación de Jesús. Es otro
ejemplo de cómo una frase que originalmente iba dirigida específica­
mente a Helen se cambió para que se ajustase a la enseñanza más ge­
neralizada del Curso: todos los impulsos del cuerpo son diseñados por
el ego para distorsionar y esconder los impulsos milagrosos del
Espíritu Santo. Ambos “impulsos” se encuentran dentro de la mente
dividida, como también se encuentra nuestra capacidad para elegir
entre ellos.
Después de una breve sección, omitida aquí, continuamos con el
dictado:
Tú la has percibido [a la Expiación] principalmente como externa
hasta ahora, y es por eso por lo que tu experiencia de ésta ha sido mí­
nima. Se te ha mostrado el Cáliz muchas veces, pero no lo has
aceptado para ti misma. Tu mayor uso inadecuado de las defensas
ahora se limita principalmente a la extemalización. No dejes de apre­
ciar tu propio extraordinario progreso en este respecto. Primero lo
percibiste como una vasija de alguna clase cuyo propósito era incierto.
Sí advertiste, sin embargo, que el interior era de oro, mientras que el
exterior, aunque brillante, era de plata. Este era un reconocimiento del
hecho de que la parte interna es más preciosa que el lado extemo, aun
cuando los dos sean resplandecientes, aunque con diferente valor.
Quizás el lector recuerde que Helen mencionó el cáliz en una carta
a Bill relacionada con S, el amigo de Bill con cuyo perdón ella expe­
rimentó tanta dificultad. El cáliz de la Expiación representaba para
ella un importante símbolo del perdón. En Un curso de milagros,

273
Capítulo 9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS- B (1965)

“el cáliz”, aunque se utiliza sólo una vez en la edición publicada, es no


obstante otro ejemplo de la ya mencionada corrección de Jesús a la tra­
dicional asociación cristiana de la Expiación (y de ahí el cáliz o copa
de la cual bebió Jesús) con el sufrimiento y el sacrificio. La ocasión
única en que aparece en el Curso se da en un importante pasaje escrito
poco antes de la Pascua, y por consiguiente, su mensaje de perdón se
expresa en el simbolismo Pascual:
Junto a ustedes [i.e., Helen y Bill] se encuentra uno que les ofrece
el cáliz de la Expiación, pues el Espíritu Santo está en él. ¿Preferirían
guardarle rencor por sus pecados o aceptar el regalo que les hace? ¿Es
este portador de salvación tu amigo o tu enemigo? Decide cuál de esas
dos cosas es, sin olvidar que lo que has de recibir de él dependerá de
lo que elijas (T-19.IV-D. 13.1-4).
Jesús prosiguió con el dictado, con palabras que pueden encon­
trarse en forma editada en el Curso publicado:
Sólo puedes aceptar la Expiación dentro de ti liberando la luz inte­
rior. Desde la separación, las defensas se han usado casi
exclusivamente para defenderse contra la Expiación y mantener así vi­
gente la separación. Generalmente esto se manifiesta como una
necesidad de proteger el cuerpo de invasión extema.... El error princi­
pal en ambas situaciones es la creencia de que el cuerpo se puede
utilizar como un medio para lograr la Expiación. Percibir el cuerpo
como un templo es sólo el primer paso en el proceso de corregir esta
distorsión (T-2.III. 1:1-5).
Helen: Aquí quemé mi mano con agua hirviendo. No había mantequi­
lla en el refrigerador, pero se me ocurrió que la Expiación era el
remedio para el error.
La quemadura parecía ser mínima, y le ocasionó poca incomodidad a
Helen. Así esta defensa del ego de atacar su mano en un intento más
bien transparente por evitar la escritura fue rápidamente deshecho al
Helen recurrir a la Expiación como defensa. Esto le proveyó un ejem­
plo muy claro de cómo la defensa de la Expiación puede deshacer la
defensa del ataque del ego en el instante en que se elige.
En respuesta a la petición de Helen de un mensaje especial para
I
Bill, Jesús dijo:
Dile a Bill que sus tácticas dilatorias lo están atrasando. El real­ i
mente no entiende el desprenderse, el distanciarse y el retirarse. Los
!

274
Enseñanzas específicas

está interpretando como que éstos lo “mantienen apartado” de la


Expiación.
La referencia de Jesús aquí era a su discusión previa del uso apropiado
de las defensas—“desprendimiento, distanciamiento y retiro”; a saber,
el separarse del ego, en lugar de separarse de la Expiación. Cuando uno
si se separa de la Expiación, el resultado tiene que ser el aumento de la
culpa. En relación con la Expiación y la sanación, Jesús le señalaba a
Helen la naturaleza recíproca de la sanación en este importante pasaje:
Tú no entiendes la sanación debido a tu propio miedo. Te he estado
insinuando en todo momento (y una vez lo expresé muy directamente,
porque en ese momento no estabas temerosa) que tienes que sanar a
otros. La razón es que su sanación da testimonio de la tuya.
Posteriormente aún, este pasaje en tomo a la sanación y cómo tempo­
ralmente el miedo de Helen y de Bill interfiere con la misma:
El sanador que confía en su propia aptitud está poniendo en peligro
su entendimiento. El está perfectamente a salvo mientras permanezca
completamente despreocupado acerca de su aptitud, pero mantenga
una confianza consecuente en la Mía. (Los errores de esta clase produ­
cen un comportamiento muy errático, el cual por lo general pone de
manifiesto una renuencia subyacente a cooperar. Observa que al inser­
tar el carbón al revés, Bill creó una situación en la cual no existían dos
copias. Esto reflejaba dos niveles de falta de confianza, una en Mi ap­
titud para sanar, y la otra en su propia disposición a dar.) Estos errores
inevitablemente introducen ineficiencia en el comportamiento del
obrador de milagros, e interrumpen temporalmente su mentalidad mi­
lagrosa. Podríamos también hacer comentarios muy similares en tomo
a tu propia vacilación sobre siquiera dictarle. Este es un error mayor
sólo porque su resultado es una ineficiencia mayor. Si no dices nada,
nadie puede utilizarlo, lo cual me incluye a Mí. Hemos establecido que
para todos los procesos correctivos, el primer paso es saber que esto es
miedo. A menos que hubiese entrado el miedo, el procedimiento co­
rrectivo jamás hubiese sido necesario. Si tus propensiones a obrar
milagros no están funcionando, es siempre debido a que el miedo se ha
entrometido en tu Mentalidad-Correcta, y literalmente la ha perturbado
(i.e., la ha invertido).
Como ha sido fácilmente obvio, el nivel de ansiedad de Helen era
bastante alto durante este período, y el miedo de su ego a que se
deshiciera de su sistema de pensamiento era extremo. Una de sus

275
Capítulo9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS-3 (1965)

defensas, como Jesús advertía ya, era el intento de socavar la autoridad


de él. Esto, simplemente intensificaba la división en la mente de ella,
puesto que obviamente otra parte de su mente aceptaba la autoridad y
el amor de él. En el siguiente pasaje, escrito el 15 de noviembre de
1965, encontramos uno de los más ingeniosos intentos de Helen de
atrapar a Jesús en un error, específicamente un error gramatical. La in­
tención de ella era probarle a su mente atemorizada que si en efecto se
le mostraba a Jesús que estaba equivocado, entonces él no podía ser
quien él decía que era: de ese modo se invalidaba el Curso y se ponía a
salvo el ego de ella una vez más. El error específico radicaba en la con­
cordancia de un sujeto en singular con un verbo en plural, en el cual el
singular “ninguno” aparentemente se unia con el plural “tienen”.
Jesús: Todo el mundo experimenta miedo, y nadie lo disfruta. Mas, re­
queriría muy poco pensamiento correcto para saber por qué ocurre. Ni
tú ni Bill han pensado en ello tampoco [La cursiva es mía],
Helen: Me opongo al uso de un verbo en plural con un sujeto propia­
mente en singular, y recuerdo aquella última vez en una oración
similar, El la dijo correctamente y yo la anoté con verdadero placer.
Este verdadero error gramatical me hace sospechar de la genuinidad de
estas notas.
Jesús: Lo que esto muestra realmente es que tú no estás muy receptiva.
La razón por la cual resultó de ese modo, es porque estás proyectando
(de manera inapropiada) tu propia ira, la cual no tiene nada que ver con
estas notas. Tú cometiste el error, porque no te estás sintiendo amable,
así que quieres que yo suene tonto, de manera que no tengas que pres­
tar atención. Realmente, estoy tratando de hacerme entender en contra
de una oposición considerable, porque tú no estás muy feliz, y yo qui­
siera que lo estuvieses. Pensé que correría el riesgo, aun cuando tú
ofreces tanta resistencia, porque yo podría hacerte sentir mejor. Puede
que tú seas incapaz de no atacar en absoluto, pero sí trata de oír un
poco, también....
Tú y Bill han estado temerosos de Dios, de Mí, de ustedes mismos
y, en uno u otro momento, de prácticamente todos aquellos a quienes
conocen. Esto sólo puede ser debido a que nos han creado falsamente
a todos nosotros, y ustedes creen en lo que han creado. (Pasamos
mucho tiempo en esto antes, pero no ayudó mucho.) Jamás habrías he­
cho esto si no tuvieses miedo de tus propios pensamientos. Los
vulnerables son esencialmente falsos creadores, debido a que perciben
la Creación equivocadamente.

276

j
Enseñanzas específicas

Tú y Bill están dispuestos a aceptar primordialmente aquello que


no cambia sus pensamientos demasiado, y los deja libres para permitir
que los mismos se mantengan sin vigilancia la mayor parte del tiempo.
Ustedes persisten en creer que cuando no vigilan su mente consciente­
mente, ésta no piensa. Es hora de considerar el mundo del inconsciente
en su totalidad, o la mente sin vigilancia. Esto los atemorizará debido
a que es la fuente del terror. Pueden mirarlo como una nueva teoría del
conflicto básico, si lo desean, lo cual no será un enfoque totalmente in­
telectual, porque dudo de que la verdad se les escape completamente.
La mente sin vigilancia es la responsable del contenido total del in­
consciente, el cual radica al nivel del milagro. Todos los teóricos
psicoanalíticos han hecho alguna contribución a la verdad en este sen­
tido, pero ninguno de ellos lo ha [La cursiva es mía] visto en su
verdadera totalidad. (La gramática correcta aquí es una señal de tu me­
jor cooperación. Gracias).
El “conflicto básico” mencionado arriba se refiere a esta importante
teoría en el cuerpo de la teoría psicoanalítica, en el cual cada teórico
tenía su propio entendimiento de lo que era este conflicto. Mientras
hacía sus estudios de posgrado, Helen escribió un trabajo de fin de tri­
mestre sobre el tópico, como mencioné en el Capítulo 4. El punto de
Jesús—“su nueva teoría del conflicto básico”—es que el ego cree que
está en guerra con Dios, y que ese conflicto ocurre únicamente dentro
del mundo de sueños de la mente dividida.
En una discusión más a fondo de la teoría psicoanalítica, diseñada
para ayudar a que Helen y Bill viesen la contribución de Freud (y de
sus seguidores) en una nueva luz, Jesús planteaba:
La estructura de la psiquis, como tú [Helen] observaste muy correc­
tamente [en las disertaciones del posgrado], procede de conformidad
con los términos del concepto de la particular libido [energía básica]
que emplean los teóricos.
Helen no estuvo de acuerdo entonces, al creer que los hechos ocurrían
en el sentido opuesto. Entonces Jesús la contradijo, al exponer el pro­
pósito subyacente de Helen de distraerlo y de distraer el dictado del
propósito vigente: el cambio de mentalidad de ella. El le dijo:
Esta confusión surge del hecho de que tú sí cambiaste el orden—en
efecto varias veces. Realmente, ni importaba, porque los dos conceptos
sí emanan el uno del otro. Fue una pérdida de tiempo extraordinaria, y
poco me importa implicarme en la misma. ¡Porfavor!

277
Capítulo 9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILA GROS- B (1965)

Siguieron más notas sobre Freud y el psicoanálisis, y luego una sec­


ción completa sobre el miedo, el conflicto, y el Juicio Final, la cual le
fue dictada a Helen directamente de Jesús sin notas escritas (ella le
transmitía las palabras a Bill quien las escribía a máquina). Casi todo
este material se encuentra actualmente en el Capítulo Dos del texto.
Los dos párrafos finales que actualmente aparecen al final del pri­
mer capítulo, y que tratan de la necesidad de estudiar el Curso para lo­
grar su meta de adiestramiento mental, originalmente aparecían en
medio de una discusión que surgió al llegar a este punto en el dictado.
Jesús nuevamente estaba exhortando a Helen y a Bill a que estudiasen
las notas escritas, tal como los maestros exhortarían a sus estudiantes
a estudiar el material que se les da en la clase.
Todo aprendizaje implica atención y estudio en algún nivel. Este
curso es un curso de adiestramiento mental. Los buenos estudiantes se
asignan períodos de estudio a sí mismos. Sin embargo, puesto que este
paso tan obvio no se les ha ocurrido a ustedes, y puesto que estamos
cooperando en esto, asignaré la tarea obvia ahora.
Bill comprende mejor que tú la necesidad de estudiar las notas,
pero ninguno de ustedes se da cuenta de que muchos de los problemas
a los cuales se siguen enfrentando puede que ya se hayan solucionado
allí. Ustedes no piensan en las notas de este modo en absoluto. Bill si
lo hace de vez en cuando, pero generalmente dice, “Probablemente
esté en las notas”, y no lo busca. El cree que, aunque las lea, no pueden
realmente ayudarle hasta que estén completas.
En primer lugar, él no puede estar seguro de esto a menos que trate.
Segundo, estarían completas si ustedes dos lo deseasen.
Saben vagamente que el propósito del curso es algún tipo de prepa­
ración. Sólo puedo decirles que no están preparados.
Me pareció gracioso cuando le recordaste a Bill que a él, también,
se le está preparando para algo bastante inesperado, y él dijo, que él no
sentía curiosidad en absoluto por saber de qué se trataba. Este desinte­
rés es bastante característico de él cuando tiene miedo. El interés y el
miedo no van juntos, como lo muestra el respectivo comportamiento
de ustedes.
Luego siguió una breve discusión sobre el retraso mental (el parti­
cular campo de interés profesional de Helen), en la cual se incluía el
uso de la misma como una “defensa de inadaptación”, mediante la cual
una persona inteligente inconscientemente “finge” que no entiende.
Como señala Jesús, Helen y Bill eran expertos en esta particular forma

278 ■
Enseñanzas específicas

de defensa. Retomamos el dictado con esta referencia, después de la


cual Jesús retoma a su exhortación a Helen y a Bill a que estudien este
material.
Esto produce “el síndrome del pseudoretraso” el cual se clasifica justa­
mente como un síntoma (o nivel de perturbación) psiquiátrico. Ustedes
dos hacen esto todo el tiempo. Bill actúa como si no comprendiese ni si­
quiera su propio lenguaje especial, y mucho menos el Mío, y tú no
puedes leer en absoluto. Esto representa un ataque conjunto a ustedes
mismos y a Mí, porque hace débil a su mente, y a la Mía incompetente.
Recuerden, esto los pone en una posición verdaderamente temerosa. Si
no pueden entender ni su mente ni la Mía, no saben lo que es realmente
su voluntad. Por consiguiente es imposible evitar el conflicto, tal como
se definió antes, porque aun cuando actuasen de acuerdo con la volun­
tad, no lo sabrían.
La próxima parte de este curso se fundamenta demasiado en estas
secciones iniciales para no exigir el estudio de las mismas. Sin esto, se
aterrarían demasiado cuando sí ocurra lo inesperado para que hagan uso
constructivo de ello. No obstante, a medida que estudien las notas, verán
algunas de las implicaciones obvias, a menos que persistan en utilizar la
defensa del retraso mental. Por favor, recuerden que su uso constructivo
dista de ser una parte real de su propio equipo real. Es una defensa par­
ticularmente inapropiada tal como ustedes la usan, y sólo puedo
exhortarles a que la eviten.
La razón por la cual es necesario un cimiento sólido al llegar a este
punto es debido a la altamente posible confusión de “temeroso” y “reve­
rencial” la cual comete la mayoría de la gente. Recordarán que dijimos
en una ocasión anterior que reverencia es inapropiada en relación con los
Hijos de Dios, porque no debe experimentarse reverencia en la presencia
de sus propios iguales. Pero sí se recalcó que la reverencia sí es la reac­
ción apropiada del Alma en presencia de su Creador. Hasta el momento,
este curso ha tenido que recurrir a Dios únicamente de manera indirecta,
y raras veces siquiera se refiere a El directamente. He recalcado repeti­
damente que la reverencia no es apropiada en relación a Mi, debido a
nuestra inherente igualdad. He tenido el cuidado de clarificar mi propio
papel en la Expiación, sin exagerarlo ni subestimarlo. He tratado de ha­
cer exactamente lo mismo en relación con el de ustedes.
El próximo paso, sin embargo, sí implica el acercamiento directo al
Mismo Dios. Sería demasiado imprudente siquiera comenzar este paso
sin una preparación muy cuidadosa, o la reverencia se confundirá con el
miedo, y la experiencia será más traumática que beatífica.

279
Capítulo 9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE M1LA GROS-K(\MS)

La sanación es de Dios en última instancia. Los medios se explican


cuidadosamente en las notas. La revelación ocasionalmente les ha mos­
trado el fin, pero para alcanzarlo se necesitan los medios.
Estas importantes palabras deben ser leídas y releídas por los estu­
diantes de Un curso de milagros como recordatorios de la necesidad
de la buena voluntad, la diligencia y sobre todo la paciencia al trabajar
con este material y al estudiarlo.
Luego Helen le dictó a Bill el primer párrafo del siguiente pasaje
sin ningún tipo de notas. El resto de esta sección fue escrito por Helen
y dictado a Bill en la forma acostumbrada. Es un mensaje admirable,
dado el caso de que es el único lugar en el dictado donde Jesús siste­
máticamente les enseñó a Helen y a Bill basado en su reciente compor­
tamiento, al utilizarlo para ilustrar los principios que les estaba
enseñando en el Curso. La introducción es incluso más específica en
este sentido, y yo presento el pasaje completo sin interrupción.
La siguiente es la única descripción detallada que necesita escri­
birse en cuanto a cómo el error interfiere con la preparación. Los
incidentes a los cuales me refiero aquí específicamente podrían ser
cualesquiera incidentes, ni su particular influencia tiene importancia.
Es el proceso lo que se ha de observar aquí, y no sus resultados. La
clase de creencias, y las premisas falaces implicadas en el pensamiento
falso se ejemplifican tanto aquí como en cualquier otro lugar. No hay
nada de especial interés sobre los incidentes descritos más adelante,
excepto su naturaleza típica. Si este es un verdadero curso de adiestra­
miento mental, entonces el valor total de esta sección se fundamenta
tínicamente en mostrarles a ustedes qué no hacer. El énfasis más cons­
tructivo radica, por supuesto, en el enfoque positivo. La vigilancia
mental habría evitado que nada de esto ocurriese, y lo evitará en cual­
quier momento en que ustedes lo permitan.
Dile a Bill que la razón por la cual él estaba tan tenso ayer es porque
se permitió a sí mismo un número de actitudes que producen miedo.
Eran lo suficientemente fugaces para ser más quimeras que errores in­
tencionales serios, pero a menos que él vigile este tipo de cosa, sí
hallará que las notas son atemorizantes, y, puesto que lo conozco bien,
se distanciará erróneamente [i.e, se apartará de ellas]. Su irritación sin
motivo era perdonable [interesante por demás, es que Helen escribió
esto como imperdonable lo cual revelaba su falta de perdón hacia Bill]
excepto por sí mismo, y él no eligió perdonarla. Tú sí, pero me temo
que estabas bajo alguna tensión al hacerlo. Esto era desafortunado, y
debilitaba tu propia habilidad para comportarte de manera sanadora

280
Enseñanzas específicas

hacia Bill en ese momento, y también posteriormente hacia Louis,


puesto que ambos si actuaban “estúpidamente”.59 Pero una “estupidez”
a la vez es generalmente suficiente. Tú te estás acercando demasiado
al uso indebido del retraso mental cuando la “estupidez” se introduce
por doquier.
Bill, una vez que se había debilitado a sí mismo, estaba muy fuera de
su mentalidad milagrosa, primero al no preguntarle a D si quería que la
llevara en el taxi, el cual iba por su ruta. Aun cuando ella no lo desease,
ella habría podido hacer buen uso del pensamiento. Probablemente no
haya un error humano que produzca más miedo (en el sentido del con­
flicto voluntad/comportamiento60) que el de contestar a cualquier forma
de error con error. El resultado puede ser altamente inflamable. Al reac­
cionar a la “estupidez”61 de D con la de él, se han provisto todos los
elementos que con virtual certeza engendran el miedo.
Bill debe observar que esta es una de las pocas ocasiones en que él
tuvo que esperar un taxi. El creía estar a cargo de la situación al abrir
la puerta de un taxi que venía por esa dama, pero estaba mal aconse­
jado en esta creencia. (Las creencias son pensamientos, y por lo tanto,
están bajo la orientación de Cristo, no bajo el control.) Realmente, al
ofrecerle este taxi a ella, él fue muy poco amable contigo. Era bastante
evidente que tú sentías un frío intenso, y además era muy tarde. La idea
de que al dejar que ella tomase el taxi expiaría sus errores pasados es­
taba singularmente fuera de lugar, y bien calculado para que condujese
a un nuevo error. Si, en vez de intentar expiar por sí solo, hubiese pe­
dido orientación, no habría habido dificultad alguna en la situación con
el taxi. No era necesario que nadie esperase en absoluto.
El desaire original de Bill hacia D, debido a su propia necesidad de
llegar a casa tal como él lo percibía, no permitió que él se beneficiase
del mecanismo para ahorro de tiempo del milagro. Habría llegado a
casa mucho más rápido si hubiese tomado tiempo para utilizar el
tiempo propiamente.

59. Aquí, como en toda esta sección, el uso que Jesús hace de la palabra “estúpido”
refleja el uso enjuiciador que Helen hacia de la misma en sus pensamientos de ataque.
60. Esta es una referencia a una discusión anterior de este conflicto, la cual se omite
aqui porque aparece en el Capítulo Dos del texto publicado, en la sección titulada
“Miedo y Conflicto”, quinto párrafo. El conflicto se corrigió de “voluntad/comporta­
miento” a “mente/comportamiento”, puesto que la voluntad jamás puede estar en con­
flicto. El punto esencial es que el miedo es la consecuencia cuando lo que hacemos
está en conflicto con lo que verdaderamente queremos. Esto refuerza nuestro sentido
de separación, primero de nosotros mismos, y finalmente del Espíritu Santo y de Dios.
61. No está claro en la explicación que Helen ofrece cuál fue la “estupidez" de D.

281
Capítulo 9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILA GROS - B (1965)

Tú estabas sufriendo aún debido a la tensión (vea lo anterior), y te


irritaste mucho con la muchacha que estaba del lado de la puerta que
impedía que ésta se abriese.62 Su presencia allí hacía necesario que
cada vez que se abría la puerta hubiese que sujetarla por más tiempo
de lo necesario, y tú te enfadaste porque esto te daba frío. Realmente,
la muchacha estaba cuidando del niño más joven que estaba de pie
afuera, y los dos padecían retraso mental. Si recuerdas, la niña mayor
te preguntó muy insegura sobre el autobús, y tú te diste perfecta cuenta
en el momento de su extrema inseguridad. Hubiese sido mucho más
prudente si le hubieses incrementado su confianza, en lugar de aso­
ciarte con su “estupidez”. Esto redujo tu propia eficiencia, y lo único
que te salvó entonces fue que sí recordaste, en el taxi, preguntarme so­
bre las notas, en lugar de suponer que necesariamente tenían que
acordar reunirse al día siguiente y repasarlas. Bill ya estaba tan des­
orientado que no se le ocurría que su propia voluntad [i.e., la toma de
decisiones de su mente] (la cual él justificaba con el contenido de las
notas recientes,—un mal uso de la verdad aparentemente sólo en bene­
ficio propio) podría ser cuestionable. (Tú misma tomaste notas
deficientes aquí, porque te enfadaste con él al recordar esto. Si bien tú
trataste de ejercer bien la voluntad en el taxi, en realidad no tuviste
éxito. El error está notándose ahora.)
Bill se puso, pues, en una condición en la cual iba a experimentar
miedo en lugar de una reacción de amor. [Helen advirtió que ella iba a
escribir “una posición excelente” en vez de “una condición” pero no lo
hizo.] (Tenías razón acerca del mal uso de “excelente” aquí, y por favor
no lo taches. Aún estás enfadada. Una excelente posición para crear
falsamente no es un enfoque significativo al problema.) Ciertamente
era descortés (“en verdad” no es necesario; fue un error tuyo aquí; no
estoy diciendo esto con ningún tono severo. Simplemente estoy tra­
tando de crear mejores condiciones de aprendizaje para los períodos de
estudio. Queremos tan poca interferencia como sea posible, por muy
buenas razones).
Ahora, para volver a Bill; élfue descortés cuando te dijo que él que­
ría quedarse con las copias originales de las notas, al haber decidido
por su propia voluntad, que las iba a copiar en Xerox, y luego al
justificarlo con una muy leve interpretación errónea de lo que yo dije
sobre “útil para otros”. En efecto, si él releyese la nota en sí, vería que
realmente significa “útil para él". Tú la habías interpretado de esa
manera, y francamente esto estaba muy claro para Mí en ese momento.
Pero este tipo de cosa ocurre todo el tiempo. Debe observarse, sin

62. Esta es una referencia a una de las salidas del Centro Médico.

282
r

Enseñanzas específicas

embargo, que el resultado fue no sólo una planificación considerable y


totalmente innecesaria de parte de Bill, sino también dejar de utilizar
lo que iba dirigido a él como una ayuda para si mismo. Y antes de que
tú te sientas demasiado satisfecha contigo misma, te recordaría que tú
lo haces todo el tiempo, también.
Bill actuó inadecuadamente hacia ti, al decirte que él quería estar
seguro de que el original no se perdiese o ensuciase. Es notable que,
habiendo decidido ya lo que él quería hacer, jamás se le ocurrió que es
posible que él mismo pudiese perderlas o ensuciarlas, especialmente
ya que no me las había encargado a Mí. Esta es una forma de arrogan­
cia sin la cual él sería mucho más feliz. También debe advertir que
probablemente esto no habría ocurrido si él ya no hubiese estado lite­
ralmente “equivocado”. Asegúrate de decirle que este retruécano es
para reasegurarle que no estoy enfadado.63 Si no lo entiende, o no le
gusta, sé que no es muy bueno. La razón es que él Me puso en una po­
sición donde realmente le puedo dar muy poco por el momento.
Pero quiero que sepa que soy muy consciente de las extremada­
mente pocas veces que él comete errores de esta clase ahora. Ha
adelantado muchísimo en este respecto. Parece una vergüenza que se
permita a sí mismo siquiera este grado de molestia por ello.
A ti te sugiero que oremos64 por él, y que Yo ore por tu total coope­
ración en esto. Esto corregirá tus errores, y le ayudará a él a reaccionar
mejor al trabajo en el armario, lo cual puede de otro modo prestarse
para un mal uso por una proyección errónea. No habría habido ningún
problema en absoluto con el armario, y quizás ni siquiera un armario,
si la solución al problema del almacenaje se me hubiese dejado a Mí.
He prometido guiarlos a salir de problemas, y ciertamente no se los
crearé. Pero esto significa que ustedes no se den a la tarea de resolver­
los ustedes mismos. Un problema de almacenaje difícilmente sería
más difícil para Mí de resolver que un problema de espacio (vea los co­
mentarios bajo principios especiales para los obradores de milagros).
Tú comenzaste bien en tu intento de orar conmigo por Bill, pero
terminaste mal. Esto se debe a que ya habías cometido varios errores
anteriores. Estabas equivocada al sentirte complacida con la critica
de WG acerca de T, y no debiste haber disfrutado la descripción que
WG hizo de la caricaturización que J hizo de ella. Podías haberte
reído con Bill, pero no de T. La verdadera cortesía jamás hace esto.

63. Desconozco el significado de este retruécano.


64. “Orar” aquí, al igual que en el Curso, no tiene la connotación de implorar a Dios
por un desenlace deseado, sino el unirse en perdón y amor.

283
Capítulo 9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILA GROS - B (1965)

Debes saber que todos los hijos de Dios son totalmente merecedores
de completa cortesía. Jamás debes unirte con uno a expensas de otro.
Cuando llamaste a Bill a unirse contigo, con G y con A a la hora
de almuerzo, debiste haber esperado hasta que Me preguntases. De
hecho, ni siquiera debiste haberle dicho a A que tú llamarías. Luego
pudiste haberle preguntado a Bill primero si él quería venir, y haber
llamado a A. Es cierto que fue mejor que él viniese, pero esto no tiene
nada que ver con el verdadero asunto. Hay maneras de tratar a los de­
más en las cuales sólo se ofrece cortesía consecuente, incluso en
cosas pequeñas. Este es un hábito muy sanador el cual debe
adquirirse.
La respuesta de Bill a tu llamada era una clara aseveración de su
estado tristemente en conflicto. El dijo, “No quiero unirme a ustedes,
pero eso es descortés, así que iré”. Cada vez que cualquier invitación
a unirse a otros se ofrece de manera amable, siempre se debe recibir
con respeto, aunque no es necesario aceptarla siempre. Sin embargo,
si se recibe de manera descortés el sentimiento generado puede ser la
coerción. Esta es siempre la reacción de una voluntad dividida.65
Bill no resolvió esto al actuar amablemente. El almuerzo no tenía
que haber implicado tensión ni física ni mental para él, y no debió
haber surgido ninguna “necesidad de escapar”. Esta fue una regre­
sión de la clase improductiva. Bill seguirá experimentando esta
necesidad ocasionalmente, hasta que esté dispuesto a darse cuenta de
que no hay nada de lo cual él necesite o quiera escapar.
Es muy difícil salirse de la cadena de falsa creación que puede
surgir incluso del más simple mal-pensamiento. Para adoptar una de
tus propias frases, “Esta clase de tragedia humana es mucho más fá­
cil de alejar que de deshacer”.
Ustedes dos deben aprender a no permitir que esta clase de reac­
ción en cadena comience. No podrán controlarla una vez que haya
comenzado, porque todo y todos serán jalados hacia esta falsa pro­
yección, y por consiguiente la interpretarán de manera errónea. Nada
es hermoso para el que no ama. Esto se debe a que están creando
fealdad.
Tú, Helen, definitivamente no estabas actuando desde tu menta­
lidad correcta al escribir estas notas justo en frente de Jonathan.
(Observa que escribiste su nombre como “Jonathan” esta vez, aun­
que previamente en estas mismas notas te referías a él como “Louis”,
al utilizar su verdadero nombre intencionalmente. En realidad, por

65. Esta es una referencia a un conflicto entre lo que posteriormente se llama la mente
correcta y la mente errada.

284

J
Enseñanzas específicas

supuesto, no importa cómo lo llames, pero observa que te sentías li­


bre en aquel momento de utilizar el nombre que tú preferías. En esta
ocasión, fuiste forzada a llamarlo “Jonathan” porque lo estabas
atacando cuando tomabas las notas frente a él, y estás ahora cayendo
de nuevo en el mecanismo mágico de “proteger su nombre”.)
Helen: Yo había estado considerando llamar a Bill más bien de manera
ambivalente, y me había levantado para hacerlo, pero recordé pregun­
tar. La respuesta [de Jesús] fue que le llamase a las 8:30.
Jesús: Sería mejor si él llamase, pero él puede decidir no hacerlo. Si no
lo hace, tú [Helen] debes tratar de comunicarte, y si él ha decidido no
estar allí, simplemente deja un mensaje de que no es importante. Este
es aún un gesto de amabilidad, y el mensaje debe frasearse en una
forma amorosa. [Bill sí llamó a Helen].
Sin entrar en una explicación más extensa, y podríamos dedicarle
muchas horas a esto, consideremos todo el tiempo que tuvimos que
desperdiciar hoy. Y todas las notas que pudieron haberse dedicado a un
propósito mejor que el de deshacer la pérdida, y de ese modo crear más
pérdida. Existe un uso mejor para el tiempo, también. Hubiese prefe­
rido haber dedicado algún tiempo a la corrección de las notas pasadas,
como un paso importante antes de repasarlas. Es necesario un punto
mayor de clarificación en conexión con la frase “reemplazar el odio (o
el miedo) con el amor”.
(No, Helen) no verifiques esto contra la oración que Bill muy ama­
blemente escribió a máquina para ti en la tarjeta. Esa fue una ofrenda
amable de su parte, y tú también la aceptaste con amabilidad en el mo­
mento. ¿Por qué privarte del valor de la ofrenda al referir esta
corrección primero a é/?
Jesús comentó luego sobre la dificultad de Helen de oír claramente:
Estas notas no continuaron en esta ocasión, debido al hecho obvio
de que Helen claramente no estaba aún en su mente correcta. Sin em­
bargo, Bill sugirió más tarde que “corregir” o “corregir para” debía
usarse en lugar de “reemplazar”. En ese momento, él estaba bastante
seguro acerca de esto, y tenía perfecta razón. La razón por la cual era
esencial que él hiciera esta corrección era que la palabra “reemplazar”
fue su elección originalmente, y reflejaba un malentendido temporal
suyo. Era, sin embargo, tanto cortés como necesario que él mismo
cambiase esto, como una señal de su propio mejor entendimiento, y
de evitar que alguien más efectuase la corrección, lo cual hubiese
sido descortés.

285
Capítulo 9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DEMILAGROS-3{\965)

Las notas anteriores, probablemente más que ningunas otras, ilus­


tran la tutoría muy especial que Helen y Bill recibían de Jesús. Esto
continuó por aproximadamente un mes más, durante el cual la
enseñanza personal se intercalaba con el dictado propio del Curso.
Sin embargo, la amorosa atención que Jesús les dispensaba a ellos
jamás disminuyó. Como encontramos a lo largo del Curso, una firme
voz autoritaria se combinaba aquí con una amorosa suavidad, siem­
pre paciente y bondadosa. Pueden recordarse las palabras posteriores
de Jesús en el Curso sobre el tomarlo a él como nuestro modelo para
el aprendizaje (T-5.II.9:6; 12:3; T-6.in.2:l). Si bien originalmente se
expresaba en términos de su actitud de indefensión frente al ataque,
el tomar a Jesús como nuestro modelo también puede aplicarse a
nuestro comportamiento de unos con otros. Sus amorosas reprensio­
nes en relación con la poca amabilidad y la falta de cortesía de Helen
y de Bill confirman este mismo punto.
El 16 de noviembre de 1965, Helen tomó un mensaje especial en
forma de oración que Bill podría dirigirle a Jesús:
Me [a Bill] gustaría pedir que mi voluntad se uniese con la Vuestra
[la de Jesús], en reconocimiento de que Vuestro perfecto amor bastará
por (o corregirá) mi imperfecto amor. Pido que pueda aceptar la
Expiación con convicción, y reconocer su inevitable valor, y mi propio
valor divino como parte de esta identificación con Vos. Pido que mi
miedo sea reemplazado por un activo sentimiento de Vuestro amor, y
de Vuestra continua buena voluntad de ayudarme a superar la división,
o la voluntad dividida, la cual es responsable de mi dificultad con esto.
Acepto la divinidad de los mensajes que hemos recibido, y afirmo mi
voluntad de aceptar y de actuar guiado por el principio de la Expiación.
Heme aquí, Señor.
Jesús extendió luego el contenido de la oración anterior en un men­
saje a Helen y a Bill, en el cual recalcaba nuevamente la importancia
de volverse hacia él en busca de ayuda, y de identificarse con su meta
en lugar de identificarse con la meta del ego.
El problema mayor que tienen ustedes dos es la continua voluntad
[i.e., mente] dividida, la cual naturalmente interfiere con su verda­
dera identificación. En la medida en que se aferren a esta división, les
tomará más tiempo salir adelante e interferirá notablemente con sus
propios esfuerzos de integración. La confianza debe depositarse en
Mí, lo cual es suficiente una vez que hagan esto sin distanciamiento

286
Enseñanzas específicas

o división de lealtades.66 Esto se fortalecerá a través de una continua


afirmación de la meta que ambos quieren lograr, y una conciencia de
su inevitabilidad. De esta manera, ambos percibirán y conocerán su
verdadero valor, y la importancia de mantener una identificación
completa.
En un mensaje sin fecha, identificado únicamente como un mensaje
que llegó a principios del dictado, Jesús una vez más le da a Bill pala­
bras para que se exprese en oración:
Yo [Bill] he estado renuente a reconocer que esta es una búsqueda
de dicha. En lugar de reaccionar con angustia en ocasiones, y con un
sentimiento de frustración y de futilidad, anhelo verme únicamente
como verdaderamente soy. Nada más puede importar a excepción de
esto. El Reino está totalmente colmado de paz y de alegría, y yo soy
una parte esencial de este. Por lo tanto, tengo que estar renuente a acep­
tar lo que ya es obvio, incluso en mi estado de conflicto.
Sólo anhelo a Dios y Su Reino. Este es el único mensaje que tiene
significado, porque es mi realidad. Todo lo demás es ilusión. Seré útil
al ofrecer mi ayuda a otros. Me conoceré a mí mismo al reconocer mi
única verdadera relación con todos mis hermanos.
Los “Principios especiales para los obradores de milagros” fueron
lo próximo, y éstos se encuentran ahora en el Capítulo Dos del texto.
Fueron dictados el 20 de noviembre. Lo que es ahora el Capítulo Tres
comenzó el 22 de noviembre. Quisiera mencionar que por un tiempo
Helen y Bill continuamente escribieron erróneamente “crucifixión”
como “crucificción”, o variantes de la misma.
El 24 de noviembre, Helen tuvo “un súbito destello de iluminación”
y deseaba mucho ofrecer una oración por Bill, la cual ofreció como si­
gue: “Señor Jesús, ayúdame a ver a Bill como realmente es, y de ese
modo liberarlo tanto a él como a mi”. Posteriormente pensó: “Cada
vez que algo que no sea amoroso cruce por la mente de uno...debes
reconocer inmediatamente que tú no quieres hacerle daño a tu her­
mano”. Luego Jesús comentó:
Tuviste mucha dificultad con las palabras posteriormente (las cua­
les son esencialmente irrelevantes) en parte debido a que estabas
insatisfecha contigo misma en ese momento, pero también porque

66. Jesús está exhortando de este modo a Helen y a Bill a que no se distancien más de
él, y a que no dividan su lealtad entre él y sus egos.

287
Capitulo 9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILA GROS-V>(\965)

estás confundida en tomo a la diferencia entre percepción y cognición.


Has observado que hemos dicho muy poco acerca de la cognición
[posteriormente corregida como “conocimiento”] hasta ahora.
(Aparte: Una de las excepciones radica en la fórmula para la correc­
ción del miedo, la cual comienza con conoce primero.) La razón para
esto es que tienes que arreglar tus percepciones antes de conocer algo.
Esto subraya nuevamente el proceso básico de la sanación que
Un curso de milagros promulga: no hemos de enfocamos en la verdad
(i.e., conocimiento), sino más bien en el deshacer de las ilusiones al
corregir nuestros malos pensamientos o percepciones falsas. Es por
eso, por ejemplo, por lo que Jesús dedica tanto tiempo a ayudar a
Helen y a Bill a que entiendan sus errores. Una vez que se entendieran
por lo que eran, estos errores podían ser corregidos por Jesús en la me­
dida en que Helen y Bill acudían a él en busca de ayuda.
Las notas para el Capítulo Tres continúan, y entonces Jesús inter­
cala lo siguiente respecto a Helen y a Bill:
La percepción, los milagros y el hacer están íntimamente relacio­
nados. El conocimiento es un resultado de la Revelación, e induce
únicamente al pensamiento.67 La percepción implica al cuerpo incluso
en su forma más espiritualizada. El conocimiento proviene del altar in­
terior, y es eterno porque es verdadero. Percibir la verdad no es lo
mismo que conocerla. Es por eso por lo que Bill está teniendo tanta di­
ficultad en lo que él llama “integrar” las notas. Su percepción tentativa
es muy incierta para el conocimiento, porque el conocimiento es
seguro. Tu [Helen] percepción es tan variable que oscilas del conoci­
miento repentino aunque real a una total desorganización cognitiva. Es
por esto por lo que Bill es más propenso a la irritación, mientras que tú
eres más vulnerable a la ira. El está continuamente por debajo de su
potencial, mientras que tú lo consigues a veces y luego no das ni remo­
tamente en el blanco.
Realmente, estas diferencias no importan. Pero pensé que te alegra­
ría saber que están mucho mejor con diferentes problemas
perceptuales de lo que estarían si padeciesen de los mismos problemas.
Esto hace posible que cada uno de ustedes reconozca (y esta es la
palabra correcta aquí) que las falsas percepciones del otro son innece­
sarias. Es debido a que tú no sabes qué hacer al respecto que Bill
reacciona a las tuyas con irritación, y tú respondes a las de él con furia.

67. Posteriormente esto se cambió a “experiencia”, puesto que el conocimiento es


pensamiento.

288
La clase de Bill

Nuevamente observamos el énfasis que le da Jesús al gran potencial de


aprendizaje que había en la relación de Helen y Bill.
En relación con la habilidad de Bill para los retruécanos, Jesús tenía
estas amorosas palabras para expresar que:
Lo que el hombre percibe como su [conocimiento] ataque es su pro­
pio reconocimiento del hecho de que este puede recordarse siempre,
puesto que jamás ha sido destruido. Este no es un recuerdo literal tanto
como un recuerdo real. (Esto es en gran parte para Bill. Me gustaría
que él decidiese utilizar ese talento suyo constructivamente. No tiene
idea de cuán poderoso puede ser el mismo. En realidad, este si procede
del inconsciente, y realmente es una forma distorsionada de la percep­
ción milagrosa la cual él ha reducido a un torcer de palabras. Aunque
esto puede ser bastante gracioso, es un verdadero desperdicio. Tal vez
a él le interese permitirme que lo controle, y aún utilizarlo él mismo de
manera jocosa. No tiene que decidir que sea uno u otro.)

La clase de Bill

Luego sigue una discusión extensa, primordialmente dirigida a Bill,


en relación con una clase de psicología anormal que lo habían progra­
mado para enseñar en el campus de la escuela para estudiantes de licen­
ciatura de la Universidad de Columbia. Bill siempre le tenía un miedo
mórbido a hablar en público (aunque en efecto era un excelente orador),
y se sentía preso de pánico al pensar en esta próxima clase. Jesús inten­
taba ayudarle en este problema, y muchas de estas notas se mantuvieron
en el texto en sí (primordialmente en el Capítulo Cuatro). Subsiguiente­
mente Bill no pudo enseñar el curso por sí mismo, pero Helen lo acom­
pañó y lo enseñaron juntos. Mucho de este extenso dictado se incluye
aquí para mostrar, como en notas previas, la enseñanza persistente y
amorosa de Jesús durante las primeras semanas de la escritura. Esta
parte del dictado, a propósito, parece haberse tomado sin notas en taqui­
grafía, dictado por Helen directamente a Bill; al menos las notas no so­
breviven, si acaso las hubo. Esto se escribió el 7 de diciembre de 1965,
y comenzó con una discusión de la relación de Bill con sus padres:
Como tú [Helen] has dicho tan a menudo, nadie ha adoptado como
propias todas las actitudes de sus padres. En cada caso, ha habido un
largo proceso de elección, en el cual el individuo ha escapado de
aquellas que él mismo ha vetado, mientras conserva aquellas por las

289
Cap1tulo9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS(1965)

cuales votó. Bill no ha conservado las creencias políticas de sus padres,


a pesar de la clase particular de periódicos que constituían el material
de lectura de ellos en esta área. La razón por la cual él podía hacer esto
era porque él creía que era libre en esta área.
Tiene que haber algún agudo problema suyo que lo haga estar tan
dispuesto a aceptar la falsa percepción de ellos en tomo al valor de él.
Esta tendencia se puede considerar siempre como punitiva. No puede
ser justificada por la fortaleza desigual de padres e hijos. Esto jamás es
más que temporal, y es principalmente un asunto de diferencia de ma­
duración y por consiguiente físico. No perdura a menos que uno se
aferre al mismo.
Este es un punto extremadamente importante: el pasado no ha de
verse como lo que determina los problemas presentes. Este es un
tema crucial en las enseñanzas posteriores del curso cuyo propósito
es liberamos de las cadenas del pasado. De ese modo se le da gran
énfasis al poder de la mente para elegir en el presente. Como se in­
dica en la primera oración, este era un principio utilizado por Helen
en su terapia para ayudar a sus pacientes a entender que ellos no tie­
nen que ser prisioneros de su pasado. Puesto que han sido ellos los
que selectivamente (aunque inconscientemente) eligieron por cuáles
de las actitudes de sus padres serían atados, son ellos quienes ahora
pueden elegir nuevamente.
La noción de elegir en el presente ser atados por el pasado es expli­
cada ahora por Jesús en el contexto de la relación de Bill con su padre:
Cuando el padre de Bill vino a su nueva oficina y la “destruyó”, es
muy evidente que Bill tenía que haber estado dispuesto a permitir que
la destruyese. Sólo las muchas veces que él ha comentado este inci­
dente sugerirían la extrema importancia de esta falsa percepción en su
propio pensamiento distorsionado. ¿Por qué alguien debe adjudicarle
tanto poder a una percepción falsa? No puede haber ninguna justifica­
ción real para ello, puesto que incluso el mismo Bill reconocía el
problema real al decir: “¿Cómo pudo él hacerme esto?”. La respuesta
es que él no lo hizo.
Bill tiene que formularse una pregunta muy seria con relación a
esto. Dijimos antes que el propósito de la Resurrección fue “demostrar
que ninguna cantidad de falsa percepción tiene influencia alguna en el
Hijo de Dios”.
Esta aseveración va al corazón de las enseñanza del Curso sobre el per­
dón; a saber, que nadie tiene el poder de apartar la paz de Dios de

290
r

La clase de Bill

nosotros, no importa lo que haga o piense. Posteriormente Jesús nos en­


señaría respecto a su crucifixión: “El Príncipe de la Paz nació para resta­
blecer la condición del amor, enseñando que la comunicación continúa
sin interrupción aunque el cuerpo sea destruido...”. (T-15.XI.7:2).
El mensaje para Bill continúa:
Esta demostración exonera a aquellos que perciben falsamente, al es­
tablecer más allá de dudas que ellos no le han hecho daño a nadie. La
pregunta de Bill, la cual él tiene que formularse muy honradamente, es
si él está dispuesto a demostrar que sus padres no le han hecho daño.
A menos que esté dispuesto a hacerlo, no los ha perdonado.
La meta esencial de la terapia es la misma que la del conocimiento.
Nadie puede sobrevivir independientemente mientras esté dispuesto a
verse a sí mismo a través de los ojos de otros. Esto siempre lo pondrá
en una posición donde tiene que verse a sí mismo en diferentes luces.
Los padres no crean la imagen de sus hijos,68 aunque pueden percibir
imágenes las cuales ellos sí crean. Sin embargo, como ya hemos dicho,
no eres una imagen. Si te pones del lado de los fabricantes de imáge­
nes, simplemente estás siendo idólatra.
Bill no tiene justificación alguna para perpetuar ninguna imagen de
sí mismo en absoluto. El no es una imagen. Sea cual sea su verdad es
completamente benigna. Es esencial que él sepa esto sobre sí mismo,
pero no puede saberlo mientras elija interpretarse como lo suficiente­
mente vulnerable para ser perjudicado. Esta es una clase especial de
arrogancia, cuyo componente narcisista es perfectamente obvio. Esta
dota al perceptor de suficiente fortaleza irreal para hacerlo a él de
nuevo, y luego reconoce la falsa creación del perceptor. Hay ocasiones
en que esta extraña falta de verdadera cortesía parece ser una forma de
humildad. Realmente, jamás es nada más que simple rencor.
Lo que se quiere decir aquí es que el ego primero cree arrogante­
mente que puede hacer de nuevo lo que Dios creó, al substituir al Ser
con su imagen, y luego “humildemente” denigra al andrajoso yo que
ha fabricado, puesto que cree que este es real.
Jesús continúa ahora, dirigiéndose a Bill directamente a través de
Helen:
Bill, tus padres sí te percibieron equivocadamente de muchas ma­
neras, pero su capacidad para percibir era bastante torcida, y sus falsas

68. En otras palabras, únicamente nosotros somos los determinantes de la imagen de


nosotros mismos; los demás pueden reforzarla, pero no obstante la responsabilidad
radica en nosotros únicamente.

291
Capitulo 9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS-ü (1965)

percepciones se interponían en el camino de su propio conocimiento.


No hay razón alguna por la cual esto deba interponerse en el camino
tuyo. Es cierto que tú aún crees que ellos te hicieron algo. Esta creencia
es extremadamente peligrosa para tu percepción, y totalmente destruc­
tiva para ni conocimiento. Esto es cierto no sólo de tu actitud hacia tus
padres, sino también del uso equivocado que haces de tus amigos. Aún
piensas que tienes que responder a sus errores como si fuesen ciertos.
Al reaccionar de manera destructiva contigo mismo, les estás otor­
gando aprobación a sus percepciones falsas.
En otras palabras, al otorgarle a los pensamientos de ataque de otros
poder sobre nuestras mentes por virtud de que nos han hecho daño, de­
mostramos que sus percepciones son correctas. No podríamos sentir­
nos vulnerables y perjudicados a menos que creyésemos primero que
nuestros pecados merecen tal castigo. De ese modo estamos otorgán­
doles aprobación a las percepciones de ataque de otros. Esto inevita­
blemente refuerza su propia culpa por haber encubierto tales
pensamientos en primer lugar. La lección continúa:
Nadie tiene el derecho de cambiarse a sí mismo de acuerdo con las
diferentes circunstancias.69 Únicamente sus acciones son capaces de la
apropiada variación. Su creencia en sí mismo es una constante, a me­
nos que se fundamente en la agudeza perceptual en lugar de
fundamentarse en el conocimiento de lo que él es.
Es tu deber establecer más allá de dudas que tú estás renuente por
completo a ponerte de parte de (identificarte con) las falsas percepcio­
nes que cualquiera tenga de ti, incluso con la tuya propia.
Esta importante discusión sobre Bill y sus padres obviamente es apli­
cable a toda la gente. Sus implicaciones en la psicoterapia, especial­
mente aquellas formas que se centran en el pasado, son igualmente
importantes. Repito, los problemas nunca son causados por incidentes
del pasado, sino más bien por una decisión tomada en el presente de afe­
rrarse al pasado. Esto no significa que los cuerpos de las personas no
puedan hacerle daño a otros cuerpos; como diría Jesús posteriormente en
el Curso: “¿Son, entonces, peligrosos los pensamientos? ¡Para los cuer­
pos sí!” (T-21 .VIII. 1 :l-2). El punto es más bien que nuestra verdadera

69. El uso de la palabra “derecho” puede ser confuso aquí. Lo que se quiere decir es
que no es posible que permitamos que la imagen de nosotros mismos sea cambiada
debido a circunstancias extemas, tales como la aprobación o desaprobación paterna.
Somos libres de creer que se puede, pero esto no hace que esa sea la realidad.

292
La clase de Bill

naturaleza como Cristo es totalmente invulnerable a los ataques aparen­


tes de otros. El enseñamos esto por supuesto era el propósito de la cru­
cifixión de Jesús (vea T-6.1), como indicáramos antes. Este principio se
convierte luego en el cimiento para que se entienda el perdón que el
Curso formula; a saber, que nos perdonamos unos a otros por lo que no
se nos ha hecho, no por lo que se nos ha hecho. Y esta es la enseñanza
implícita aquí en el mensaje de Jesús a Bill.
Jesús vuelve ahora su centro de interés a la clase de Bill, la cual uti­
liza como otro ejemplo para ilustrar el significado del perdón, y para
ayudarle a él (y también a Helen) a entender que el verdadero propó­
sito de todas las situaciones y relaciones es enseñamos la fundamental
igualdad de todos los miembros de la Filiación. Ciertamente las dife­
rencias sí existen en el mundo de la forma entre padres e hijos, maes­
tros y discípulos y no se nos pide que hagamos caso omiso de las
mismas. Sin embargo, al mismo tiempo se nos pide que no les demos
poder a estas diferencias para que determinen nuestra propia valía o
para que afecten la imagen que tenemos de nosotros mismos.
Si tú comienzas a preocuparte por factores totalmente irrelevantes,
tales como las condiciones físicas de un salón de clases, el número de
estudiantes, la hora del curso y los muchos elementos que elijas recal­
car como base para la percepción falsa, has perdido el conocimiento de
para qué es cualquier relación interpersonal. No es cierto que la dife­
rencia entre discípulo y maestro sea duradera. Ellos se encuentran con
el propósito de abolir la diferencia. Al principio, puesto que todos es­
tamos aún en el tiempo, se unen sobre una base de desigualdad de
capacidad y de experiencia. El propósito del maestro es darles más de
lo que es temporalmente suyo. Este proceso tiene todas las condiciones
del milagro a las cuales nos referimos al principio. El maestro (u obra­
dor de milagros) les da más a aquellos que tienen menos, y los acerca
más a la igualdad con él, al mismo tiempo que gana para sí mismo.
La confusión aquí se debe únicamente a que ellos no ganan las mis­
mas cosas, porque no necesitan las mismas cosas. Si las necesitasen,
sus respectivos, aunque temporales, papeles no conducirían a una ga­
nancia mutua. La liberación del miedo puede ser lograda únicamente
tanto por el maestro como por el estudiante si éstos no comparan ni sus
necesidades ni sus posiciones, uno con respecto al otro, en términos de
más alto o más bajo.

293
Capítulo 9 LA ESCRITURA DE LW CURSO DE MILAGROS - B (1965)

Esta última aseveración señala que no debe permitirse que la


forma—las diferencias entre maestro y discípulo—opaque el contenido
subyacente—la unidad entre todos los hijos de Dios.
Presumiblemente, los hijos tienen que aprender de sus padres.70 Lo
que los padres aprenden de los hijos simplemente es de un orden dife­
rente. Finalmente, no hay diferencia alguna en el orden, pero esto
implica únicamente al conocimiento. Ni de los padres ni de los hijos
puede decirse que posean conocimiento, o sus relaciones no existirían
como si estuviesen en diferentes niveles. Lo mismo es cierto del
maestro y el discípulo. Los hijos tienen un problema de autoridad úni­
camente si creen que su imagen es influida por la autoridad. Este es un
acto de voluntad de parte de ellos, porque ellos están eligiendo percibir
falsamente a la autoridad y otorgarle este poder.
Un maestro con un problema de autoridad es simplemente un dis­
cípulo que rehúsa enseñarle a otros. Quiere mantenerse a sí mismo en
una posición donde pueda ser utilizado incorrectamente y falsamente
percibido. Esto hace que esté resentido con la enseñanza debido a lo
que él insiste que ésta le ha hecho.
La única salida de este particular aspecto del desierto es aún aban­
donarlo. La manera en que se abandona es que se libere a todos los
implicados, mediante el rehusarse absolutamente a comprometerse en
cualquier forma de honrar el error. Ni el maestro ni el discípulo es apri­
sionado por el aprendizaje a menos que lo utilice como un ataque. Si
hace esto, será aprisionado no importa que en realidad enseñe o
aprenda, o se rehúse a participar en el proceso en lo más mínimo.
El papel del maestro, propiamente concebido, es el de conducirse a
sí mismo y conducir a otros a salir del desierto. El valor de este papel
difícilmente podrá subestimarse, aunque sólo sea debido a que fue uno
al que gustosamente le dediqué Mi propia vida. Repetidamente les he
pedido a Mis discípulos que Me sigan. Esto quiere decir que, para que
sean maestros efectivos, tienen que interpretar la enseñanza como la
interpreto yo. He hecho todo esfuerzo posible para enseñarles entera­
mente sin miedo. Si ustedes no escuchan, no podrán evitar el muy
obvio error de percibir la enseñanza como una amenaza.
Huelga decir que la enseñanza es un proceso cuyo propósito es
producir aprendizaje. El propósito último de todo aprendizaje es abolir
el miedo. Esto es necesario de modo que el conocimiento pueda ocu­
rrir. El papel del maestro no es el papel de Dios. Esta confusión es
cometida con demasiada frecuencia, por padres, maestros, terapeutas,

70. En nuestro mundo de ilusiones, esto, por supuesto, es verdad.

294
La clase de Bill

y por el clero. Es realmente un falso entendimiento tanto de Dios como


de Sus milagros. Cualquier maestro que crea que la enseñanza es ate­
morizante no puede aprender debido a que se paraliza. Tampoco puede
enseñar realmente.
Bill tenia bastante razón al sostener que este curso es un prerrequi-
sito para el suyo. Sin embargo, en realidad estaba diciendo mucho más
que eso. El propósito de este curso es prepararte para el conocimiento.
Tal es el único propósito real de cualquier curso legítimo. Todo lo que
se requiere de ti como maestro es que Me sigas.
Siempre que alguien decide que puede desempeñarse únicamente
en algunos papeles pero no en otros, no puede sino estar intentando
transigir, lo cual no funcionará. Si Bill está bajo la falsa creencia de que
él está haciéndole frente al problema del miedo al funcionar como un
administrador y como un maestro de intemos, pero no como un maes­
tro de estudiantes, simplemente se está engañando a sí mismo. El se
debe mayor respeto a sí mismo. No hay nada tan trágico como el in­
tento de engañarse a uno mismo, pues esto implica que te percibes
como tan indigno que el engaño se ajusta más a ti que la verdad. O bien
funcionas en todos los papeles que propiamente has emprendido des­
empeñar, o bien no puedes funcionar efectivamente en ninguno de
ellos. Esta sí es una decisión de todo o nada. No puedes hacer distin­
ciones inapropiadas de niveles dentro de esta alternativa. O eres capaz
o no lo eres. Esto no quiere decir que tú puedas hacerlo todo, pero sí
quiere decir que o bien estás totalmente en tu mente milagrosa o bien
no lo estás. Esta decisión no está abierta a transigencias de clase al­
guna. Cuando Bill dice que él no puede enseñar, está cometiendo el
mismo error del cual hablamos antes, cuando actuó como si las leyes
universales [de amor, felicidad, paz] aplicaran a todo el mundo excepto
a él. Esto no sólo es arrogante, sino visiblemente falso. Las leyes uni­
versales tienen que aplicarse a él, a menos que él no exista. No vamos
a molestamos en argüir al respecto.
Descartes se comprometió en un procedimiento pedagógico muy
interesante, y del cual él mismo aprendió muchísimo. Comenzó du­
dando de la existencia de todo, excepto de la suya. Insistía en que su
propia existencia no estaba abierta a la duda, y reconstruyó su sistema
de pensamiento completo sobre la única premisa “Pienso, luego soy”.
Es digno de mención el que él llegase a aceptar en su totalidad el sis­
tema del cual originalmente dudaba, solamente sobre la base de esta
única pieza del conocimiento. Hubo, sin embargo, un marcado cambio
en su propia percepción. Realmente no cuestionó más la realidad de lo
que percibía, porque sabía que él estaba ahí.

295
Capítulo 9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS-3{\965)

Mencionamos antes que Bill no está muy seguro de esto, y es por


eso por lo que sugerimos que se concentrase en “Señor, heme aquí”. Es
poco probable que un maestro sea efectivo a menos que comience por
estar ahí. Bill, realmente esto no está abierto a cuestionamiento. Per­
derás todo tu miedo de enseñar y de relacionarte en cualquier forma
una vez que sepas quién eres. No tiene caso alguno el que permanezcas
en la prisión de creer que esto depende de ti. Tú no existes en diferentes
luces. Es esta creencia lo que te ha confundido acerca de tu propia rea­
lidad. ¿Por qué querrías permanecer tan oculto de ti mismo?
Este importante mensaje para Bill (aunque obviamente para todo el
mundo) recalca la naturaleza todo-o-nada de las enseñanzas del Curso,
cuyos principios aplican a toda la gente en todas las situaciones, sin ex­
cepción. Es esta naturaleza global del perdón lo que lo hace un princi­
pio tan amenazante para el sistema de pensamiento del ego que
siempre intenta separar y hacer excepciones.
El dictado prosiguió entonces (aunque aparentemente aún sin notas
en taquigrafía) con el material acerca del Juicio Final y el problema de
autoridad el cual se encuentra actualmente al final del Capítulo Tres
(T-3.VI). Y luego esta nota personal:
Es esencial que todo el problema de autoridad se descarte volunta­
riamente de una vez por todas antes de su [el de Bill] curso. Ninguno
de ustedes dos entiende cuán importante es esto para su cordura. Am­
bos están dementes en lo que se refiere a este punto. (Esto no es un
juicio; es simplemente un hecho. No, Helen, debes usar la palabra
“hecho” aquí. Tanto es esto un hecho como el que Dios es. Un hecho
es simplemente un “hacer” o un punto de partida. Tú sí comienzas
desde este punto, y todo tu pensamiento se invierte debido a ello.)
El fluir del dictado se reinició con la sección con la que actualmente
concluye el Capítulo Tres. Lo que ahora aparece al final del primer pá­
rrafo de esta sección originalmente se escribió así:
Nada hecho por un Hijo de Dios carece de poder. Es absolutamente
esencial que se den cuenta de esto, porque de lo contrario no entende­
rán por qué tienen tanta dificultad con este curso, y no podrán escapar
de la prisión que han creado para sí mismos. (Esto sí fue un error. De­
biste haber dicho “hecho”.)
Este último comentario refleja la importante distinción que Jesús esta­
blece en el Curso entre las palabras “hacer (fabricar)” y “crear”: el ego
hace (fabrica) al proyectar sus propias ilusiones, mientras que el

296
La clase de Bill

espíritu—nuestra verdadera realidad—sólo puede crear, al extender la


verdad que es él mismo).
Un poco más tarde, Jesús comentaba sobre el problema de autori­
dad de Helen y Bill.
Tú y Bill aún creen que son imágenes de su propia creación. Están
divididos en sus propias Almas [i.e., mentes] con respecto a esto, y no
hay solución posible, porque creen en la única cosa que es literalmente
inconcebible. Es por eso por lo que no pueden crear, y temen hacer o
producir. Tú, Helen, estás constantemente arguyendo en tomo a la au­
toría de este curso. Esto no es humildad; es un verdadero problema de
autoridad.... Tú, Bill, realmente crees que al enseñar estás asumiendo
un papel dominante o patriarcal, y que la “figura paterna” te matará.
Esto tampoco es humildad.
Retomando a la clase de Bill en Columbia, Jesús dictó el extenso
pasaje que sigue, posteriormente incorporado al Capítulo Tres, y luego
al Capítulo Cuatro en la discusión sobre enseñanza y aprendizaje.71 El
mensaje le explica a Bill lo que hay detrás de sus miedos de enseñar o
de profesar, y le enseña que él es libre de hacer otra elección: al cam­
biar su identificación con el sistema de pensamiento del ego de sepa­
ración y de pérdida. Por consiguiente, el propósito de la clase de Bill,
el cual Jesús recalca fue “muy cuidadosamente seleccionado” para él
y el cual es una “tarea asignada”,72 era proveerle una oportunidad para
que cambiase de mentalidad y aceptase su verdadera función de con­
vertirse en lo que posteriormente el manual para el maestro llamaría un
“maestro de Dios”, un maestro de perdón. En los pasajes que siguen,
he omitido el material dictado que substancialmente no sufrió cambio
alguno y que aparece en esa forma en el Curso publicado.
Cada síntoma que el ego ha fabricado implica una contradicción de
términos. Esto se debe a que la mente está dividida entre el ego y el
Alma, de modo que todo lo que el ego hace es incompleto y contradic­
torio. Considera lo que un “profesor mudo” significa como concepto.
Literalmente significa un “profesor que no profesa”, o un “orador que

71. Las referencias son las siguientes: T-3.VI.7; T-4.I.1; T-4.1.2,3,4; T-4.1.6,7;
T-4.I.13.
72. En realidad, por supuesto, Jesús (o el Espíritu Santo) no eligen por nosotros ni
asignan tareas. Nuestras mentes hacen la elección y la asignación, o con el ego o con
el Espíritu Santo como nuestro guía. Sin embargo, puesto que a menudo nuestra expe­
riencia es que el Espíritu Santo estáfuera de nosotros, con frecuencia Jesús les hablaba
de ese modo a Helen y a Bill, y a todos nosotros en el Curso.

297
Capítulo 9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS-B (1965)

no habla”. Las posiciones insostenibles como esta son el resultado del


problema de autoridad, el cual, debido a que acepta el único pensa­
miento inconcebible como su premisa, sólo puede producir ideas que
son inconcebibles. Bill puede reclamar (y ciertamente lo ha hecho en
el pasado) que el profesorado le file impuesto. Esto no es verdad. El lo
deseaba mucho, y también trabajó arduamente para lograrlo. No hu­
biese tenido que esforzarse tanto, si no lo hubiese entendido
erróneamente.73
El término “profesar” se utiliza en la Biblia con bastante frecuen­
cia, pero en un contexto algo diferente. Profesar es identificarse con
una idea y ofrececérsela a otros para que la hagan suya. La idea no dis­
minuye; se fortalece. El maestro clarifica sus propias ideas y las
fortalece al enseñarlas. Maestro y discípulo, terapeuta y paciente son
todos iguales en el proceso de aprendizaje. Están en el mismo orden de
aprendizaje, y a menos que compartan sus lecciones carecerán de con­
vicción. Si un vendedor tiene que creer en el producto que vende,
cuánto más tiene un maestro que creer en las ideas que profesa. Pero
necesita otra condición; también debe creer en los estudiantes a quie­
nes les ofrece sus ideas.
Bill no podría tener miedo de enseñar a menos que aún creyese que
la interacción significa pérdida, y que el aprender significa separación.
El monta guardia en tomo a sus propias ideas, porque quiere proteger
su sistema de pensamiento tal y como es, y el aprendizaje significa
cambio. El cambio les resulta siempre aterrador a los que se creen se­
parados, porque no pueden concebirlo como un cambio hacia sanar la
separación. Siempre lo perciben como un paso hacia una mayor sepa­
ración, debido a que la separación fue su primera experiencia de
cambio.
Bill, todo el miedo que tienes de enseñar no es sino un ejemplo de
tu propia intensa ansiedad por la separación, la cual has manejado con
la acostumbrada serie de defensas mixtas en el combinado patrón de
ataque a la verdad y defensa del error, lo cual caracteriza a todo pensa­
miento egoísta. Insistes en que si no permites que se efectúe cambio
alguno en tu ego, tu Alma hallará paz. Esta profunda confusión es
posible únicamente si sostienes que un mismo sistema de pensamiento
puede erigirse sobre dos cimientos....
Mi lección fue como la tuya, y puesto que la aprendí puedo ense­
ñarla. Jamás ataco sus egos (a pesar de que las extrañas ideas de
Helen afirman lo contrario), pero sí trato de enseñarles cómo es que

73. Vea más arriba, págs. 87-88, la interpretación bastante diferente de Bill sobre las
circunstancias que rodearon la adquisición de su profesorado.

298
I

La clase de Bill

han surgido sus sistemas de pensamiento. Cuando les recuerdo su


verdadera Creación, sus egos no pueden sino responder con miedo.
Bill, enseñar y aprender son sus mayores fortalezas ahora, porque
ustedes tienen que cambiar de mentalidad y ayudar a otros a cambiar
la suya. Es inútil rehusarse a tolerar el cambio o a cambiar porque al
hacerlo creas demostrar que la Separación jamás ocurrió. El soñador
que duda de la realidad de su sueño mientras está soñando todavía,
realmente no está sanando la división de niveles....
Toda la ansiedad de la separación es un síntoma de una determina­
ción continua de permanecer separado. Esto no puede repetirse con
demasiada frecuencia debido a que no lo has aprendido. Bill, tienes
miedo de enseñar debido únicamente a que le temes a la impresión que
la imagen de ti mismo hará sobre otras imágenes. Crees que la apro­
bación de tu imagen por parte de ellos la exaltará, pero también que tu
ansiedad de la separación aumentará. Crees también que su desaproba­
ción de ella disminuirá la ansiedad de la separación, pero a costa de una
depresión....
Bill, si anhelas ser un maestro dedicado más bien que egocéntrico,
no tendrás miedo. La situación de la enseñanza es atemorizante si se
utiliza erróneamente como una implicación egoísta. Si te atemorizas,
es porque la estás utilizando de este modo. Pero el maestro dedicado
percibe la situación tal como es y no como es su voluntad que sea. No
la ve como peligrosa debido a que no la está explotando....
Yo necesito maestros dedicados [i.e., Bill] tanto como necesito sa­
cerdotisas dedicadas [i.e., Helen]. Ambos sanan la mente, y ese es
siempre Mi propio objetivo. El Alma [i.e., espíritu]74 está más allá de
la necesidad de tu protección o de la Mía. La cita bíblica debe decir:
“En este mundo no tienes por qué tener tribulaciones porque yo he
vencido al mundo”. Por eso es por lo que debes “tener ánimo”.
El curso de Bill se eligió cuidadosamente, debido a que la “psico­
logía anormal” es psicología del ego. Esta es precisamente la clase de
contenido que jamás debe enseñarse desde el ego cuya anormalidad
debe ser disminuida por la enseñanza, no aumentada. Tú [Bill] estás
perfectamente capacitado para percibir la diferencia, y puedes por con­
siguiente enseñar este curso como debe enseñarse. La mayoría de los
maestros tienen una desafortunada tendencia a enseñar el curso anor­
malmente, y muchos de los estudiantes tienen la tendencia a padecer

74. A Helen se le indicó posteriormente que cambiase la palabra “alma” por espíritu,
para evitar cualquier confusión teológica acerca de su significado (vea C-1.3:2-3).

299
Capítulo 9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS-B (1965)

de considerable distorsión perceptual debido a sus propios problemas


de autoridad.
Al utilizar la frase “enseñar el curso anormalmente”, Jesús está refi­
riéndose a la tendencia de los maestros a hacer real el error del ego: al
enseñar la psicología anormal de la separación mediante el verse a sí
mismos separados de sus estudiantes. Esto refuerza entonces las pro­
pias creencias de los estudiantes en la realidad de la separación unos
de otros, de sus profesores, y de Dios. Jesús le está pidiendo a Bill en
esa forma que enseñe a sus estudiantes de manera distinta, de modo
que él pueda aprender una lección distinta para sí mismo.
Tu asignación docente (y te aseguro que es una asignación) será
presentar distorsiones perceptuales sin implicarte en las mismas, o es­
timular a tus estudiantes a que lo hagan. Esta interpretación de tu papel
y del suyo es demasiado caritativa para que suscite miedo. Si te adhie­
res a este papel, engendrarás amor y experimentarás esperanza, e
inspirarás en lugar de desanimar a los futuros maestros y terapeutas
que te estoy encomendando. Te prometo que Yo Mismo asistiré, y por
lo menos debes reconocerme alguna formalidad al cumplir Mis propias
promesas. Jamás las hago frivolamente, debido a que conozco la nece­
sidad que Mis hermanos tienen de confianza.
Al llegar a este punto pareció haber una pausa en el dictado, la cual
concluyó la discusión sobre la clase de Bill.

Más enseñanzas específicas

Estamos ahora en una nueva sección (T-4.II.l:l-3:5), y Jesús co­


mienza con el comentario de una pregunta formulada por Bill, la misma
pregunta que es formulada en uno u otro momento por casi cada estu­
diante de Un curso de milagros.
Bill ha preguntado últimamente cómo fue posible que la mente
hubiese podido haber crear al ego. Esta es una pregunta perfecta­
mente razonable; en verdad, la mejor pregunta que cualquiera de
ustedes dos podría formular. No tiene sentido ofrecer una respuesta
histórica, porque el pasado no importa en términos humanos,75 y la
historia no existiría si los mismos errores no se estuviesen repitiendo

75. En otras palabras, el pasado sóloparece tener un efecto en las vidas de las personas.

300
Más enseñanzas específicas

en el presente. Bill te ha dicho [Helen] a menudo que tu pensamiento


es demasiado abstracto a veces, y tiene razón. La abstracción si se
aplica al conocimiento, debido a que el conocimiento es completa­
mente impersonal, y los ejemplos carecen de importancia para que se
entienda. La percepción, sin embargo, siempre es específica, y por
consiguiente bastante concreta....
Tu [Helen] propio estado presente es el mejor ejemplo concreto que
Bill podría tener de cómo la mente fabricó al ego. Tú sí tienes verda­
dero conocimiento a veces, pero cuando lo descartas es como si nunca
lo hubieses tenido. Esta obstinación es tan aparente que Bill sólo nece­
sita percibirla para ver que sí ocurre. Si puede ocurrir así en el presente,
¿por qué ha de sorprenderle que ocurriese de ese modo en el pasado?
Toda la psicología se fundamenta en el principio de la continuidad de
la conducta. La sorpresa es una respuesta razonable a lo que no es fa­
miliar, pero difícilmente a algo que ha ocurrido con tal persistencia.76
Jesús pasa entonces a comparar y contrastar a Helen y a Bill nueva­
mente. Esta es una discusión típica durante esta fase de la escritura, en
la cual Jesús presenta a Helen y a Bill como ejemplos de la dinámica
del sistema de pensamiento del ego que él les está enseñando. También
hace referencia a la vista de Helen, una discusión que se tomará más
significativa aún para nosotros en la Parte III, cuando discuto cómo los
problemas visuales de Helen simbolizan su defensa contra Jesús y su
mensaje en el Curso.
Un ejemplo extremo es un buen recurso de enseñanza, no porque
sea típico, sino porque es claro. Mientras más complejo sea el material,
más claros deben ser los ejemplos para propósitos de enseñanza. (Bill,
recuerda eso para tu propio curso, y no evites lo dramático. Este man­
tiene el interés de los estudiantes precisamente porque es tan evidente
que se puede percibir fácilmente.) Pero, como hemos dicho antes, to­
dos los recursos de enseñanza en manos de buenos maestros tienen
como propósito el hacerse innecesarios. Por lo tanto, me gustaría usar
tu [Helen] presente estado como un ejemplo de cómo la mente puede
funcionar, a condición de que ambos reconozcan completamente que
no tiene que funcionar de esa manera. Jamás olvido esto Yo Mismo, y
un buen maestro comparte sus propias ideas, en las cuales él mismo
cree. De lo contrario, no puede realmente “profesarlas”, tal como uti­
lizamos el término antes.

76. Para una discusión más extensa de este asunto, con una respuesta ofrecida en dis­
tintos niveles, vea C-in.4; C-2.

301
Capitulo 9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS-'Q(\%5)

Con pleno reconocimiento de su naturaleza transitoria, (un reconoci­


miento el cual espero que ambos compartan), Helen ofrece un ejemplo
docente muy bueno de alternaciones entre Alma [espíritu] y ego, con va­
riaciones concomitantes entre paz y frenesí. En respuesta a la pregunta
de Bill, es perfectamente obvio que cuando ella es dominada por el ego,
no conoce su Alma. Su habilidad abstracta, la cual es perfectamente ge-
nuina y sí emana del conocimiento, no puede ayudarle porque ella se ha
vuelto hacia lo concreto lo cual no puede manejar de manera abstracta.
Al ser incapaz de la adecuada concreción perceptualmente, debido a que
su ego no es su morada natural, padece de las intromisiones de este, pero
no de una completa carencia de conocimiento.
El resultado es una clase de “doble visión”, la cual habría producido
una verdadera diplopía,77 si ella no se hubiese conformado con la miopía.
Este fue un intento de ver lo concreto más claramente y completamente
a través de los ojos del ego, sin la “interferencia” del alcance más largo.
Su virtual falta de astigmatismo78 se debe a sus verdaderos esfuerzos por
lograr objetividad y justicia. No los ha logrado, o no sería miope. Pero sí
ha tratado de ser justa con lo que se ha permitido ver....
Esta última discusión relaciona la visión física de Helen con su visión
interior, en la cual las interferencias que su mente introducía se reflejan
en sus interferencias visuales. Su miopía representa de ese modo un in­
tento de transigir y ver las cosas clara y completamente, mas sin el be­
neficio del “largo-alcance” o de la perspectiva espiritual que emanaría
de su sabiduría intema. Jesús continúa luego con el desarrollo de la
analogía entre la percepción interna y la externa a medida que con­
trasta la visión de Helen y Bill.
La creencia de que si hay otra manera es la idea más sublime de la
cual es capaz el pensamiento egoísta. Esto se debe a que contiene un
indicio de reconocimiento de que el ego no es el Ser.79 Helen siempre
tenía esta idea, pero simplemente la confundía. Bill, tú eras más capaz
de una visión de largo alcance, y es por eso por lo que tu vista es
buena. Pero tú estabas dispuesto a ver porque tú utilizabas el juicio
en contra de lo que veías. Esto te daba una percepción más clara que
la de Helen, pero interrumpia el nivel cognitivo [i.e., el nivel del
conocimiento de Dios] más profundamente. Esa es la razón por la
cual crees que nunca tuviste conocimiento. La represión sí ha sido un

77. Desorden ocular que consiste en ver dobles los objetos.


78. Desorden visual mediante el cual los objetos se ven indistintamente.
79. Estas dos oraciones iniciales se encuentran en T-4.II.4:10-11.

302
Más enseñanzas específicas

mecanismo más fuerte en defensa de tu propio ego, y por tal motivo


encuentras los cambios de ella tan difíciles de tolerar. La obstinación
es más característica de ella, y por lo tanto ella tiene menos sentido
que tú.
Es extremadamente afortunado, temporalmente, que las fortalezas
particulares que finalmente ambos desarrollarán y utilizarán sean pre­
cisamente aquellas que el otro tiene que proveer ahora. Tú [Bill] quien
serás la fortaleza de Dios, eres bastante débil, y tú [Helen] quien serás
la ayuda de Dios, claramente necesitas ayuda tú misma. ¿Qué mejor
plan pudo haberse diseñado para evitar la intromisión de la arrogancia
del ego en el resultado?
Una vez más, Jesús recalca la complementariedad de los egos de Helen
y Bill, lo cual se presta idealmente para la sanación de sus mentes
cuando ellos se unen, un punto con el cual él prosigue ahora:80
Socavar el sistema de pensamiento del ego tiene que percibirse como
doloroso, aun cuando esto es todo menos cierto. Los bebés gritan de ra­
bia cuando se les quita un cuchillo o unas tijeras, aunque se lastimarían
si no se hiciese. La prisa los ha ubicado a ambos en la misma posición.
Ustedes no están preparados en modo alguno, y en este sentido aún
son bebés. Carecen de un instinto de conservación real y es posible que
decidan que necesitan aquello que les haría más daño. No importa que
lo sepan o no ahora, sin embargo, ambos han acordado cooperar en un
concertado y muy encomiable esfuerzo por llegar a ser ¡«ofensivos y
útiles, dos atributos que tienen que ir juntos. Sus actitudes, incluso ha­
cia esto, son necesariamente conflictivas, puesto que todas las
actitudes se basan en el ego.
Esto no perdurará. Sean pacientes por un tiempo, y recuerden lo que
dijimos en una ocasión anterior: ¡El resultado es tan seguro como Dios!
Después de una considerable cantidad de material, la mayoría del
cual aparece en el Curso publicado, Jesús prosiguió:
Tú, Helen, has sido más honesta que Bill al tratar realmente de ver
a quién le ha hecho daño tu ego, y también al tratar de cambiar de men­
talidad acerca de ellos.
Helen interrumpió aquí para expresar duda sobre la exactitud en la es­
critura de esta última aseveración, puesto que la misma se escribió en
un momento en que ella estaba muy enojada. Jesús continuó luego:

80. Vea T-4.II.5.

303
Capítulo 9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS-B (1965)

No hago caso omiso de sus esfuerzos, pero aún tienen demasiada


energía invertida en su ego. Esto no tiene por qué ser así. Vigilen sus
mentes contra las tentaciones del ego, y no se dejen engañar por este.
Sepan que no les ofrece nada.81
Tú, Bill, no has hecho esfuerzos constantes por cambiar de menta­
lidad excepto a través de la aplicación de viejos hábitos a ideas nuevas.
Pero has aprendido, y has aprendido mejor que Helen, que tu mente
ejerce control sobre sí misma cuando la diriges genuinamente hacia el
percibir verdaderamente a alguien más.
Nuevamente Helen expresó dudas sobre la exactitud de su labor
como escriba. Su preocupación aquí, así como en el párrafo anterior,
de que su ira estuviese interfiriendo con la “exactitud de su labor como
escriba” refleja los intentos inconscientes de ella de estar libre del ego
en su escritura. Sin embargo, en vista de los comentarios de Jesús en
otras partes del dictado con relación a la tendencia a negar, la cual era
mayor en Bill que en Helen, es poco probable que la ira de ella aquí
haya contaminado su audición. Estos dos últimos párrafos no parecen
poco amables en su tono, y por consiguiente parecerían ser un ejemplo
más de cómo Helen pudo dejar a un lado sus sentimientos egoístas en
aras de ser fiel a su “asignación” de ser la escriba del curso.
Los comentarios de Jesús dirigidos a Bill continúan:
Tu falta de vitalidad se debe al significativo esfuerzo anterior por
resolver tu depresión y ansiedad innecesarias mediante el desinterés.
Debido a que tu ego sí se veía protegido por este infortunado atributo
negativo, tienes miedo de abandonarlo.
Un poco más adelante, Jesús anima a Helen y a Bill:
No estoy equivocado. Sus mentes optarán por unirse a la mía, y jun­
tos somos invencibles. Ustedes dos se unirán finalmente en mi nombre
y su cordura les será restaurada (T-4.IV. 11:4-6).
Al igual que con otros comentarios similares de Jesús, este último
tiene que entenderse dentro del contexto de la existencia de la mente
fuera del tiempo y el espacio. Allí, la unión de Helen y Bill con Jesús
ya ha ocurrido, y simplemente aguarda su aceptación. El lector puede
recordar la discusión de Helen con Bill en sus cartas del verano ante­
rior, en las cuales ella comparaba el aparente retraso en la sanación de

81. VeaT-4.IV.5:6; 6:1-2.

304
Más enseñanzas específicas

Bill con el tiempo que le toma a la luz de una estrella el que se le reco­
nozca en la tierra.
En el contexto de la eliminación por parte del ego del intento de la
mente de formular preguntas significativas (T-4.V.4:9-10), Jesús se re­
fiere ahora al sueño que Helen tuvo con “el registrador”, el cual se pre­
sentó antes en el Capítulo 3. El continúa aquí con el contraste entre
Helen y Bill, específicamente en términos de los caóticos intentos de
Helen de defenderse en contra del aprendizaje del Curso, mientras que
Bill demuestra una más continua buena voluntad. Mas ambos son, no
obstante, débiles en su deseo total de identificarse con la meta del
aprendizaje. La motivación de los estudiantes de aprender sigue siendo
el ingrediente primordial de la enseñanza efectiva, y el que Helen y
Bill se perdonasen a sí mismos y mutuamente sigue siendo el medio
primordial de deshacer los obstáculos a su aprendizaje.
Si recuerdas tu sueño sobre el registrador, este era notablemente pre­
ciso en algunos aspectos porque procedía en parte del conocimiento
reprimido por el ego; el verdadero problema se planteaba correcta­
mente como ¿Cuál es la pregunta?”, porque como sabías muy bien, la
respuesta se podía encontrar si se reconocía la pregunta. Si te acuerdas,
habían varias soluciones que intentaste, todas basadas en el ego, no
porque tú creyeses que podrían funcionar, sino porque la pregunta en
sí no estaba clara.
Cuando la Biblia dice “Buscad y hallaréis”, no significa que debas
buscar ciega y desesperadamente algo que no podrías reconocer. La bús­
queda significativa se emprende conscientemente, se organiza
conscientemente y se dirige conscientemente. La contribución principal
de Bill a la empresa de colaboración de ustedes es su insistencia en que
la meta debe formularse claramente, y debe tenerse en mente siempre.
Tú, Helen, no eres muy hábil para hacer esto. Aún vas en pos de
muchas metas simultáneamente, y esta confusión de metas, dada una
voluntad fuerte, tiene que producir un comportamiento caótico. El
comportamiento de Bill no es caótico, pues, no es que esté dividido
entre metas, sino más bien no se ve dirigido por meta alguna. Allí
donde Helen está demasiado dedicada a muchas metas, Bill se ha de­
dicado muy poco a todas las metas. Tiene la ventaja de una
potencialmente mayor libertad del aturdimiento, pero no siempre tiene
el suficiente interés en utilizarla. Helen tiene la ventaja de ejercer gran
esfuerzo, pero sigue perdiendo de vista la meta.
Bill ha sugerido muy inteligentemente que ustedes dos deben tra­
zarse la meta de estudiar realmente para este curso. No cabe duda

305
Capítulo 9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE M1LA GROS-Kii 965)

alguna cuánta sabiduría hay en esta decisión, para cualquier estudiante


que quiera pasarlo. Pero, puesto que conozco sus debilidades indivi­
duales como estudiantes y puesto que soy un maestro con alguna
experiencia, debo recordarles que el aprender y el querer aprender son
inseparables....
Cuando le dije a Bill que se concentrase en la frase “Heme aquí,
Señor”, no quise decir “en este mundo” al decir “aquí”. Quería que el
pensase en sí mismo como una conciencia separada [i.e., ser], capaz de
una comunicación directa con el Creador de esa conciencia. Además,
tiene que comenzar a pensar en sí mismo como un “canal emisor y re­
ceptor” muy poderoso, una descripción que te di una vez muy clara,
aunque simbólicamente. Recuerda que él lo entendió antes que tú, por­
que tú eres más disociadora [i.e., separada] y menos reprimida.
La gran deuda de uno para con el otro es algo que jamás deben ol­
vidar. Es exactamente la misma deuda que tienen para Conmigo.
Un poco más adelante en el dictado, Jesús refuerza sus palabras an­
teriores de ánimo a Helen y a Bill, recordándoles sus importantes pa­
peles, sin mencionar el suyo. El estudiante de Un curso de milagros
puede ver aquí la original naturaleza personal de este importante pa­
saje que se encuentra en el texto impreso casi al final del Capítulo
Cuatro (T-4.VI.6-7). Como se explicara previamente, las afirmaciones
de confianza de Jesús al “elegir” a Helen y a Bill deben entenderse
como su manera de hablarles en un lenguaje que pudiesen aceptar y
entender. Retomo a este punto en el Capítulo 17.
Mi confianza en ustedes es mayor que la que ustedes tienen en Mi
en este momento, pero no siempre será de ese modo. La misión de us­
tedes es muy sencilla. Han sido elegidos para que vivan de tal manera
que demuestren que no son un ego. Repito que no elijo los canales de
Dios equivocadamente. El Santísimo comparte Mi confianza y
aprueba siempre mis decisiones con respecto a la Expiación, porque
Mi voluntad jamás está en desacuerdo con la Suya.
Les he dicho varias veces que estoy a cargo de la totalidad de la
Expiación. Esto se debe únicamente a que completé Mi parte en la
misma como hombre, y ahora puedo completarla a través de otros
hombres. Mis canales receptores transmisores elegidos [Helen y Bill]
no pueden fracasar, porque les prestaré Mi fortaleza mientras la suya
sea insuficiente. Iré con ustedes al Santísimo, y mediante Mi percep­
ción El podrá salvar la pequeña brecha. La gratitud de uno hacia el otro
es el único regalo que quiero. La llevaré a Dios por ustedes, sabiendo
que conocer al hermano es conocer a Dios.

306


Más enseñanzas especificas

Poco después, Jesús volvió a dirigirse especificamente a Helen y a


Bill, y una vez más comparó y contrastó los sistemas defensivos de sus
egos. Casi al final de este pasaje Jesús vuelve a sus intentos de corregir
la notable tendencia de Bill a alejarse de otros (distanciamiento), un
tema similar al que se encuentra en su discusión de la clase de Bill en
Columbia.
Porque ustedes son todos el Reino de Dios, puedo conducirlos de
regreso a sus creaciones, las cuales no conocen aún. Dios las ha man­
tenido muy seguras en Su conocimiento mientras la atención de
ustedes ha estado vagando. Bill te [Helen] dio una idea muy importante
cuando te dijo que lo que se ha disociado aún está ahí.
En otras palabras, el Amor de Dios el cual ha sido apartado no ha des­
aparecido de la mente; simplemente ha estado oculto por el miedo que
el ego tiene del mismo. Mucho antes, Jesús le había dicho a Helen
estas estimulantes palabras:
No has usurpado el poder de Dios, pero lo has perdido. Afortunada­
mente, perder algo no significa que haya desaparecido. Significa
simplemente que no recuerdas dónde está. Su existencia no depende de
que puedas identificarlo, o incluso localizarlo (T-3.VI.9:2-5).
Jesús prosigue y le agradece a Bill que le recordase a Helen aquella útil
idea:
Le estoy agradecido por eso, y espero que no decida que ésta es apli­
cable únicamente a ti. Aun cuando la disociación es mucho más
aparente en ti, y la represión es mucho más evidente en él, cada uno de
ustedes las utiliza ambas.
La sabiduría siempre dispone que un terapeuta penetre poco a poco
las defensas más débiles primero. Es por eso por lo que le sugerí a Bill
que te persuadiera para que te ocupases de la represión primero. Sólo
nos hemos acercado al punto donde la disociación significa tanto para
ti, debido a que es tan importante para tus creencias falsas. Bill haría
bien—y tú podrías ayudarle aquí—en concentrarse más en sus
tendencias disociadoras y no tratar de ocuparse de la represión todavía.
Se lo insinué cuando comenté acerca de su hábito de alejarse, y cuando
le hablé sobre el distanciamiento y la despreocupación. Estas son todas
formas de disociación, y las formas más débiles siempre eran más evi­
dentes en él que en ti. Eso se debe a que la disociación era tan extrema
en tu caso que no tenías que ocultarla porque no tenías conciencia de
que estaba ahí. Bill, por el contrario, sí disocia más de lo que cree, y es

307
Capítulo 9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS - B (1965)

por eso por lo que no puede escuchar. El no tiene que pasar por el
mismo curso en represión que tú pasaste, porque él renunciará a su
principal defensa errónea después que se haya librado de las menores.
No te perturbes con la represión, Bill, pero si adiéstrate a estar
alerta a cualquier tendencia a alejarte de tus hermanos. El alejarse es
atemorizante, y tú no reconoces todas las formas que toma en ti. Helen
tiene razón en que experimentará cosas que van en contra de todas sus
percepciones debido a su sorprendente conocimiento. Tú tenías razón
en que esto ocurrirá cuando ella aprenda a reconocer lo que ya sabe y
ha disociado.
Tú, Bill, aprenderás de manera algo distinta, porque le temes a todos
los compromisos totales, y crees que te degradan. Has aprendido a tener
una visión tanto más clara sobre esto que ya debieras estar listo para opo­
nerte a ello en ti mismo con relativa facilidad. Al acercarte a un
hermano, si te acercas a mí, y al apartarte de él me tomo distante para ti.
Tu paso gigante de adelanto fue el insistir en una empresa de cola­
boración. Esto no está reñido con el verdadero espíritu de la
meditación en absoluto. Es inherente a la misma. La meditación es una
empresa conjunta con Dios. No se puede ser emprendida exitosamente
por aquellos que se alejan de la Filiación, porque [al hacerlo] se están
alejando de Mí.
Por esta época Helen tomó un largo mensaje para ella y para Bill
que nunca se escribió a máquina. Una vez más encontramos una ilus­
tración de la naturaleza personal de la relación de Helen con Jesús, así
como de las formas específicas en que él estaba intentando ayudarles
a ella y a Bill. El principal centro de interés de este mensaje era la ex­
hortación que Jesús le hacia a Helen y a Bill a que consultasen más con
él en sus decisiones diarias. Para establecer su proposición, les provee
ejemplos específicos de cómo ellos se abstuvieron de pedirle ayuda, y
por consiguiente, cuán inevitables eran las tristes consecuencias. Sigue
ahora el mensaje completo:
La razón para la reacción de miedo es bien aparente. Todavía ustedes
no han podido suspender el juicio, y simplemente han logrado debilitar
el control que tienen sobre el mismo. Puesto que tienen una infortunada
tendencia a castigarse a sí mismos, creen que el control del juicio es una
función para su propia conservación, y por consiguiente se requiere
como una defensa necesaria de su yo. El debilitar la expresión de esta
defensa se percibe entonces como una vulnerabilidad peligrosa, la cual
les aterra.

308
Más enseñanzas específicas

Esta explicación bastante sofisticada se refiere a los intentos de Helen


de controlar sus juicios por sí misma (“debilitando” el control), en
lugar de permitirle a Jesús que él los controle por ella (“suspender” el
juicio). De esta manera, el ego de Helen le “permite” aparentar que ha
prescindido de sus juicios al controlarlos externamente, mientras que
sus pensamientos enjuiciadores permanecen ocultos en su mente, y de
ese modo conserva su yo egoísta. Sin el juicio como defensa, la vulne­
rabilidad inherente al ego se hace más aparente, y se exacerba la expe­
riencia de miedo. El mensaje de Jesús continúa:
Bill tenía razón con respecto a que debes preguntar antes de inten­
tarlo nuevamente.82 Sería muy imprudente tratarlo antes de que
podamos hacerlo juntos, como te dije anoche. Te aseguro que estaré
alerta para identificar el momento oportuno y, como te dije muy clara­
mente, la próxima vez lo haremos juntos. No te dije cuándo será eso
porque no lo sé. Tú Me lo dirás, pero puede que no reconozcas que lo
has hecho. Es por eso por lo que Me necesitas para que te retransmita
tu mensaje. Cuando ambos estén listos, no será atemorizante.
En respuesta a la pregunta de Bill en términos de por qué él tiene
tanta dificultad de comunicación, tenías razón en lo que dijiste en el
taxi y que Bill no pudo escuchar. Sin embargo, él parece poder escu­
char estas notas con bastante cuidado. Pídele, por favor, que escuche
éstas muy cuidadosamente.
Si Me pides orientación, has dado a conocer la buena voluntad de
renunciar a tu propio control, al menos hasta cierto punto. La frecuen­
cia con que dejas de pedir en lo más mínimo indica que en esos
momentos no tienes ni siquiera la voluntad de llegar hasta ahí. Pero
cuando al menos pides, estás actuando basada en un pensamiento co­
operativo, aun cuando puede que no te falte ambivalencia. Por
consiguiente, tienes derecho a una respuesta específica, pero a menos
que la sigas sin juzgarla, te tomarás defensiva respecto a los siguientes
pasos que des.
Los detalles de lo que sigue no están claros, pero la idea general era
que Helen le había pedido ayuda a Jesús—tal como él le exhortaba a
hacerlo—en tomo a la hora en que el conductor del taxi debía pasar a
buscarla. Bill reaccionó de manera poco amable. Helen reciprocó
luego, y sus egos hicieron de las suyas. He aquí el comentario de Jesús:

82. No sé cuál es el significado de esta referencia.

309
Capítulo 9 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILA GROS - B (1965)

Simplemente preguntaste qué debías hacer ahora. La respuesta fue


que le dijeses a Jack [el conductor del taxi de Helen] que pasara por ti
a las 3. La reacción de Bill a esto fue desafortunada, y la tuya fue mu­
cho más constructiva, e hizo particularmente desafortunado el que Bill
aceptase con disgusto tu muy correcta contestación a sus reacciones.
Pero esto era inevitable porque ya él le había dado cabida al miedo. En­
tonces tú reaccionaste a su error con irritación, y perdimos nuestra
comunicación por un tiempo. Tratemos de restablecer nuestra comuni­
cación ahora.
Bill fue imprudente al decidir por cuenta propia que a menos que tú
fueses a su apartamento, Jack tendría dificultades. Esta asociación sig­
nificaba que él veía solamente una alternativa, y que era incapaz de
mantener una mente abierta. Ciertamente él debe confiar en que cual­
quier orientación que proceda de Mí no pone en peligro a nadie.
También debe observarse que él proyectaba su falsa percepción so­
bre ti, al suponer que tú estabas contando con la magia para lograr que
Jack te llevase a tu casa a pesar del tránsito, y sin darte cuenta de la si­
tuación tal como es. Quisiera decirle a él por ti que esto fue una
percepción equivocada de parte suya, y que aunque tú has hecho esto
a veces en el pasado [i.e., has percibido equivocadamente], no estabas
haciéndolo en ese momento.
Como tú afirmaste muy correctamente, lo cual Bill no pudo oír en
ese momento, simplemente estabas remitiendo un mensaje que habías
pedido, y no estabas juzgando el resultado. Bill sí. Si puedes continuar
sin evaluar Mis mensajes y simplemente los sigues, éstos conducirán
al bien de todos. Puesto que ésta es la misma área de dificultad que les
está causando problemas a ustedes dos con respecto a la meditación, la
práctica de esto es esencial.
No sé aún qué decisiones tomarán más tarde hoy aquellos implicados
[en lo que] está sucediendo, pero te aseguro con una confianza que te ex­
horto a compartir, que cualesquiera que sean las cosas se pueden utilizar
para bien si dejas que se utilicen para bien. ¿Por qué no liberarse ustedes
de esta clase de responsabilidad la cual no pueden cumplir, y se dedican
en paz a las muchas otras que pueden satisfacer sin tensión? Es respon­
sabilidad de ustedes reconocer la diferencia. Cualquier confusión al
respecto es arrogancia. Adviertan además que yo te dije específicamente
en respuesta a tu pregunta de esta mañana, que los milagros se le deben
ofrecer lo mismo a Art [un colega] que a tu hermano [Adolph el hermano
de Helen]. Ustedes [Helen y Bill] tienen necesidad urgente de los
mismos, aunque este no es el espíritu con el que deben emprenderlos. Se
han hecho daño a sí mismos y necesitan sanación. No importa si las per­
sonas que ustedes creen que les han hecho daño realmente han pensado

310
Más enseñanzas específicas

de manera peijudicial. Ustedes lo han hecho. Tenemos que deshacer


esto, y sus intentos con seguridad serán bendecidos.
Puesto que ambos Me han pedido que les señale los errores de per­
cepción, sugeriría que Bill repasase cuidadosamente sus reacciones a
tu sugerencia de que examinasen el caso del Neuro [Neurological
Institute]. Aunque no pediste orientación, lo cual fue un error, de inme­
diato Bill evaluó la sugerencia en términos de su propia conveniencia,
lo cual fue otro error. Tus reacciones no fueron poco caritativas, aun
cuando el hecho de que no pidieras orientación era una señal de miedo.
Pensaste que Art podría entender el que Bill fuese al hospital, mientras
que él [Bill] no podía entender tu presencia en el I. P. [Instituto
Psiquiátrico].
La reacción de Bill no tomaba en consideración las posibilidades
alternas, lo cual es uno de sus principales problemas. El también debe
adiestrarse a aprender que es mejor que las posibilidades alternas no se
dejen a discreción suya. Siempre que reaccione como si así fuese, ten­
drá dificultades.
Si tú hubieses preguntado adonde ir, y Bill hubiese tenido la buena
voluntad de renunciar al control de la decisión, cualquier cosa que hu­
biesen hecho habría sido únicamente benigna. ¿Podríamos continuar el
día en ese espíritu? Si quieres ayudar a Bill a superar su irritación, la
cual es totalmente injustificada a pesar de su falsa percepción, no sólo
le ayudarás a él, sino que harás posible que nosotros dos [Jesús y Bill]
te ayudemos a ti. Esto instituirá la cadena de utilidad y de inocuidad
que siempre conduce a la Expiación y se convierte en una parte pode­
rosa de su beneficencia.
Yo ofrezco mucho más que guía parcial, aunque no me pidan más.
La desigual cualidad de la destreza de pedir y de seguir Mi dirección
se debe a las alteraciones que experimentan entre la percepción egoísta
y la percepción orientada hacia el milagro. Esto sí es motivo de ten­
sión, pero afortunadamente puede superarse conjuntamente con las
demás. Jamás habrá un momento en que yo no quiera tratar nueva­
mente. Ustedes podrían regocijarse al recordar eso.
Así leemos nuevamente las súplicas de Jesús a Helen y a Bill de
que aprovechen toda la magnitud de su amor, por el bien de los dos.
Se sentirían mucho mejor pidiendo y aceptando su amorosa orienta­
ción, en lugar de actuar por cuenta propia. En palabras que aparece­
rían posteriormente en el texto, y a las cuales me he referido ya, en
efecto Jesús les pregunta aquí: “¿Prefieren tener razón o ser felices?”
(T-29.VII. 1:9). Permítanme tener razón por ustedes, les exhorta Jesús,
y les garantizo que serán felices.

311

i
Capítulo 10

LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS - C


(1965-1972)

Mensajes especiales

El 14 de diciembre de 1965, se les dijo a Helen y a Bill en un im­


portante mensaje que le pidiesen ayuda específica al Espíritu Santo
para auxiliar a un amigo. En la Parte III retomaré al asunto de pedir
cosas específicas, y su lugar en el camino de la Expiación. Partiendo
de las enseñanzas al final del último capítulo, el tema esencial aquí es
que Helen y Bill no le ocultasen nada al Espíritu Santo. Además, Jesús
está recalcando la necesidad de que Helen y Bill pidiesen ayudajuntos.
A propósito, el mensaje comienza con otra afirmación del deseo de
Jesús de que todo el material personal se eliminase del Curso
publicado.
Nada que se relacione con una relación específica tiene cabida en
estas notas. Pero sí se te ha dicho que si le pides al Espíritu Santo guía
específica en una situación específica, El te la dará muy específica­
mente. Cuando tú y Bill estén listos para preguntarle a El juntos qué
pueden hacer ustedes por M [uno de los amigos de Bill], El les dirá, si
ustedes no intentan dar la respuesta por El. No prejuzguen Su res­
puesta, pues si lo hacen, no la oirán. Pero estén seguros de esto:
El Espíritu Santo jamás les enseñará a interrumpir la comunica­
ción, pero estén totalmente dispuestos a permitir que El la mantenga a
Su manera. M está infeliz y atemorizado, porque cree que la comuni­
cación a través del cuerpo se puede buscar y se puede encontrar. No
es más difícil para el Espíritu Santo enseñarle que la comunicación es
de la mente, y «o del cuerpo de lo que es para El enseñárselo a ustedes.
El Espíritu Santo no tendrá dificultad alguna, y mucha dicha, si se Le
permite enseñarle esto a M a través de ustedes. Pero asegúrense de es­
tar dispuestos a aprenderlo con él, o inevitablemente interferirán con lo
que el Espíritu Santo quiere que él aprenda con ustedes.
Hay una extensa serie de notas que se escribieron en hojas separa­
das y se insertaron en las libretas de Helen (a estas alturas no sé en cuál
se ubicaron originalmente), y que no se transcribieron. Si bien se des­
conoce la fecha exacta de su escritura, casi definitivamente estas notas

313
Capítulo 10 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILA GROS-C

se pueden ubicar en este lapso de tiempo general. Parecería que se es­


cribieron de una sola sentada, aun cuando las mismas tratan diferentes
temas.
El mensaje comienza con unos comentarios de Jesús en tomo a la
laborde escriba de Helen, específicamente resaltando la falta de efecto
que el ego de Helen tuvo en lo que se dictó. Este es un testimonio tanto
de la parte de la mente dividida de Helen que se identificaba con el
ego, como de la parte que se identificaba con un compromiso más pro­
fundo con su función.
Observarás que al principio se utilizan muchos términos que se cla­
rifican posteriormente. Esto se debe a que el principio fue escrito por
una Escriba renuente cuyo ego ejercía gran dominio, y cuya Alma se
disociaba la mayor parte del tiempo. Puede que no te des cuenta de
cuán firme testimonio de la verdad son estas notas si no recuerdas eso.
El marcado ascenso en pensamiento que muestra el desarrollo de
las notas, y es asombroso en términos humanos cuán firmemente evo­
lucionan hacia la unidad, se debe a una sola señal de consentimiento.
Le pedí a ella [a Helen] que tomase notas, y ella lo hizo.
Ha habido muy pocos errores serios, y quizás yo pueda sugerir que
revisen nuevamente sus notas en la primera libreta, las cuales ella no
leyó correctamente en su totalidad. Algunos de los cambios se verán
inmediatamente, y es probable que ella recuerde la mayoría de los de­
más. No se molesten ahora—de cualquier manera se ha omitido
mucho.
3 Esta última es una referencia a las notas personales que ya se habían
eliminado, por instrucciones de Jesús. Helen y Bill, dicho sea de paso,
sí revisaban el material escrito muy cuidadosamente para cotejar los
posibles errores, y evidentemente los habían corregido. También yo he
verificado las primeras libretas con el texto original escrito a máquina
y no encontré “errores reales”. A estas alturas del dictado (ya estamos
en el tercer mes y en el actual capítulo cinco del texto), cualquier in­
formación personal que se diese no estaba tan entrelazada con el ma­
terial de enseñanza del Curso en sí, como ya he planteado. Esto, unido
a la disminución de la ansiedad de Helen, minimizaba considerable­
mente la posibilidad de errores de escritura.
El mensaje continúa con una discusión sobre el karma, un tópico
que era de gran interés para Helen y Bill durante este período, y su in­
clusión mostraba la influencia de la obra de Edgar Cayce sobre Helen.

314
Mensajes especiales

En tomo a la cuestión del karma—la mayor parte de las teorías


sobre la reencarnación son esencialmente mágicas, y todo el asunto no
es realmente necesario para la religión en absoluto. El valor principal
del concepto radica en su utilidad para contrarrestar la idea del in­
fierno, una creencia a la cual le resulta difícil renunciar al ego. Como
símbolo de la separación, el ego no puede escaparse de los sentimien­
tos de culpa, y el miedo al castigo es inevitable. No insistas en esos
pensamientos atemorizantes.
Uno de los mayores peligros de las teorías kármicas es la tendencia
que induce a prestarle atención a la falacia genética, y a pasar por alto
el hecho verdaderamente religioso de que el único tiempo es ahora.
Ya hemos discutido el interés de Helen en el tema de la reencarna­
ción, a pesar de sus posteriores declaraciones de lo contrario. Aquí
Jesús está advirtiendo que no tire el bebé con el agua del baño. Aun
cuando el concepto es inherentemente ilusorio, la creencia en la reen­
carnación puede servir a un propósito útil para algunas personas. Al fi­
nal, sin embargo, una creencia en la realidad del karma o de la
reencarnación como conceptos viables tiene que descartarse, puesto
que obviamente están ligados a una visión lineal del tiempo, el cual es
uno de los trucos mágicos del ego para opacar la realidad de la eterni­
dad. La “falacia genética”, una creencia que el ego patrocina ávida­
mente, reduce al pasado todo el comportamiento y los sentimientos
presentes, bien sea al atribuirlos a vidas anteriores, a la conformación
genética o a las primeras experiencias en el desarrollo. La verdad es,
por supuesto, que todo lo que hacemos, pensamos o sentimos procede
únicamente de una decisión tomada por la mente en el presente: “ahora
es el único tiempo..
Jesús retoma ahora a la exactitud de las notas tomadas por Helen, y
se refiere aquí a las cartas y a las notas que precedieron la escritura del
Curso, las cuales discutimos en los Capítulos 6 y 7.
En respuesta a lo que Bill mencionara, algunas de las cosas que Helen
dijo antes de que comenzaran las notas son ciertas, algunas de ellas he­
chos y otras simbólicas. En algunas ocasiones estaba proyectando, y en
varias ocasiones simplemente estaba siendo manipuladora, aunque
esto fue muy raro y jamás lo intentaba conscientemente. También tra­
taba de ser honrada sobre esto, aun cuando su ego se tomaba temeroso
de “ser abandonado”.

315
Capítulo 10 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILA GROS-C

Esta última aseveración se refiere al miedo del ego de Helen a que si


ella exponía sus manipulaciones, las cuales servían siempre para man­
tener atada a ella a la persona manipulada, Bill la abandonaría.
Luego Jesús le asegura a Helen que el Curso está perfectamente a
salvo:
Te dije que yo editaría las notas contigo cuando fuese útil hacerlo.
Por el momento, no es necesario, pero cuando estemos seguros de lo
que debemos hacer con las cosas, lo podemos considerar nuevamente.
[La completa consideración de la edición aguardó mi entrada en es­
cena, como discutiremos en la Parte III.] Te he dicho ya en relación con
[Edgar] Casey [ríe] que por respeto hacia sus grandes esfuerzos a favor
de Mí yo no permitiría que la obra de su vida condujese a otra cosa que
no fuese la verdad al final. [Las notas en tomo a Cayce, las cuales he
eliminado, se escribieron a fines de noviembre de 1965.] Estas notas
son parte de la obra de tu vida, y yo las trataré con igual respeto.
Jesús vuelve ahora a la “falacia genética”, un concepto intrínseco a
la psicología freudiana (y neofreudiana) que tanto Helen como Bill
aprobaban y con la cual se identificaban. Aquí, como en otros lugares
en las notas, Jesús les instruye en su nueva psicología.
Es cierto que esto conducirá a algo bastante distinto debido a que
éstas [las notas] sólo apuntan hacia el futuro. Conducirán a un futuro
que ustedes conocerán. Hubo un pasado, pero no importa. Este no ex­
plica el presente ni es responsable del futuro. Ustedes dos repasaron su
niñez con cierto detalle y a un precio considerable, y esto simplemente
animó a sus egos a tomarse más tolerables para ustedes. Difícilmente
yo querría que ustedes repitiesen el mismo error.
Esta es una alusión a las primeras experiencias de Helen y Bill como
pacientes psicoanalíticos. Posteriormente, en una sección titulada “El
sanador no sanado”, la cual puede encontrarse en el Capítulo Nueve
del texto, Jesús expone específicamente las falacias inherentes a los
enfoques psicoterapéuticos tradicionales. Los trabajos escritos por
Helen en la escuela de posgrado, dicho sea de paso, revelan una oca­
sional solidaridad con la posición no tradicional y no reduccionista.
El mensaje pasa ahora a una de las enseñanzas clave del Curso: el
recuerdo de Dios (conocimiento) se puede adquirir únicamente al
aprender que no tenemos intereses que estén separados de los de otra
persona. Este aprendizaje, el cual constituye el significado del perdón,

316
Mensajes especiales

deshace la piedra angular de la separación y la exclusión del ego, y pre­


para el terreno para la conciencia de nuestra unidad fundamental con
toda la humanidad como el Hijo único de Dios. Jesús, pues, plantea un
punto importante aquí. No necesitamos a otras personas para regresar
a casa, pero ciertamente necesitamos perdonarlos nosotros a ellos para
eliminar las interferencias que impiden nuestro retomo. Como Jesús
nos recuerda con frecuencia, este no es un curso sobre el amor, sino
sobre los milagros que eliminan “los obstáculos que impiden experi­
mentar la presencia del amor” (T-in.l :7). Al ya no ver a Bill como su
enemigo, sino como alguien a quien ella ha de ayudar, Helen
“readquiere” su función. Recuerden la respuesta intema al ver a Bill
por primera vez: “Y ahí está. El es a quien tengo que ayudar”; y luego
nuevamente unos días después: “Por supuesto que iré, Padre. El está
atascado y necesita ayuda”.
El conocimiento no se adquiere mediante la curiosidad, la cual es
un atributo del ego. El conocimiento puede hallarse únicamente si se
busca para dárselo a alguien más. Esto significa que estás lista para
apreciar su valor real, y que ya has aceptado su valor para ti misma.
Eso es lo que quise decir cuando te dije que no puedes ir a Dios con
Bill, pero si puedes ir por él y traerle el conocimiento a él.
La última oración es una referencia al verdadero Ser de Helen como la
sacerdotisa, que está tan cerca de Dios que puede salvar la brecha para
otros.
Luego Jesús comenta más extensamente sobre la vacuidad de estu­
diar el pasado:
Si esto está en el futuro [el que Helen vaya a Dios], ¿por qué habría
de importarte el pasado en absoluto, excepto en la medida en que tu
ego se opone a tu legítimo destino? ¿Estás interesada en sanar la de­
mencia, o en estudiar el pasado? Eso debe preocuparte únicamente si
crees que algo que podría remediarlo ocurrió en el pasado. Incluso Mi
historia personal carece de valor para ti excepto en la medida en que te
enseña que yo puedo ayudarte ahora. Pero ninguna historia de puntos
de vista irreconciliables es útil en el establecimiento de la verdad. El
Alma [i.e., espíritu] no tiene historia, puesto que es la misma ayer, hoy
y siempre. La historia de una mente dividida no es un centro de interés
constructivo para aquellos que se están adiestrando en un concepto in­
tegrado y verdadero de sí mismos.

317
Capítulo 10 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS - C

Estoy dispuesto a tratar tu pregunta nuevamente cuando ya no sea


de interés para sus egos, y si es de ayuda para alguien más.83 Por otra
parte, sería mucho mejor que se dedicasen a conocer a Dios. Les dije
una vez que la Expiación no estaría completa hasta que todos los Hijos
de Dios hubiesen vuelto a casa. No nos importa dónde han estado ni
qué han hecho. No querríamos evaluar su pasado como tampoco que­
remos evaluarlos a ellos.
En otras palabras, el pasado es totalmente irrelevante—-“dónde han es­
tado o qué han hecho” las personas—para el poder sanador de la
Expiación. Jesús continúa en esta vena, al referirse a Edgar Cayce:
Es casi imposible para la mente mirar algunos de los registros del
pasado de Casey [sic] sin juicio de clase alguna. Es por eso por lo que
él mismo generalmente relacionaba el pasado con una condición cor­
poral aun cuando él sabía que la mente era la constructora. Su énfasis
en ganancias y pérdidas no ha de ser el tuyo. Estos términos son eva-
luativos, y por consiguiente en desacuerdo con las metas de tu curso.
A propósito, como discutiré en la Parte III, esta importante asevera­
ción sobre evitar la discusión de “ganancias y pérdidas” nos ayuda a
entender mejor el contexto en el cual las primeras “explicaciones” re­
lacionadas con la “prisa celestial” se le dieron a Helen. Puesto que trata
específicamente con la ganancia y pérdida de la gente, no debe to­
marse demasiado en serio como una explicación verdadera.
El mensaje concluye con el énfasis que Jesús le da nuevamente a la
importancia de abandonar el pasado como un prerrequisito para el
aprendizaje de este Curso. Nuestra destreza de emitir juicios se ha de
utilizar únicamente para juzgar como falso el sistema de pensamiento
del ego, y como verdadero el del Espíritu Santo.
Hemos discutido la Separación en algún detalle, así como lo hemos
hecho con su sanación. El interim no tiene importancia. Tu juicio es
una defensa real [i.e., la del Espíritu Santo], sin ataque alguno a la ver­
dad, sólo cuando este evalúa la Separación y sus símbolos como lo que
son, y te pide que retires tu creencia en ellos. Yo sería ciertamente un
maestro pobre si permitiese cualquier interferencia en el desarrollo de
una destreza cuya maestría no has logrado en forma alguna.

83. Esto se refiere a la pregunta sobre el pasado; vea las notas presentadas antes en las
págs. 300-01.

318
Mensajes especiales

En enero de 1966, la administración del Centro Médico le pidió a


Bill que asistiera a una conferencia en tomo a los principios básicos de
la rehabilitación que se celebraría en Princeton, Nueva Jersey, patroci­
nada por la New York Academy of Sciences. El no deseaba ir, pero
sentía que tenía que asistir, lo cual se corrobora en el siguiente dictado
el cual se diseñó para ayudar a Bill a aceptar esta “tarea asignada”. El
mensaje no estaba destinado a Un curso de milagros en sí, pero la ora­
ción final, la cual resume el tema del mensaje, claramente se tenía que
incluir al igual que las dos líneas iniciales, que aparecen ahora como
las dos últimas líneas del Capítulo Cuatro del texto. Esta oración en
realidad ha probado ser uno de los pasajes más populares del material,
y actualmente se encuentra, ligeramente cambiada, en el Capítulo Dos
del texto, y cierra la sección sobre los “Principios especiales de los
obradores de milagros”. He aquí el mensaje en su totalidad:
Los verdaderamente útiles son los obradores de milagros de Dios,
a quienes dirijo hasta que todos estemos unidos en la dicha del reino.
Te dirigiré a dondequiera que puedas ser verdaderamente útil, y a
quienquiera que pueda seguir Mi guía a través de ti. He hecho
arreglos84 para que Bill asista a las reuniones de rehabilitación por muy
buenas razones, y quiero que él las conozca de modo que podamos
compartir nuestra meta allí.
Propiamente hablando, toda mente que está dividida necesita reha­
bilitación. La orientación médica hace hincapié en el cuerpo, y la
orientación vocacional pone énfasis en el ego. El enfoque de equipo ge­
neralmente conduce más a la confusión que a ninguna otra cosa, debido
a que con demasiada frecuencia se utiliza mal como un expediente para
compartir el dominio del ego con otros egos, en lugar de utilizarlo como
un experimento real en la cooperación de mentes.
La razón por la cual Bill necesita esta experiencia es porque él
mismo necesita rehabilitación. ¿Cuán a menudo he contestado: “ayú­
dale” cuando tú Me pedías que te ayudase? El, también, ha pedido
ayuda, y se le ha ayudado cada vez que él haya sido verdaderamente
útil para ti. También él ha ganado en la medida en que pudo dar. El te
ayudará a tí más verdaderamente al asistir, si puede recordar durante
todo el tiempo que esté allí que la única razón para que esté allí es para
representarme a Mi.

84. Vea la pág. 297, nota al pie de página 72, para una explicación del significado
de términos como “elegir”, “asignar tareas”, o “disponer” en relación con Jesús o el
Espíritu Santo.

319

L
Capítulo 10 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILA GROS-C

La rehabilitación, como movimiento, ha sido un adelanto sobre la


evidente negligencia, pero a menudo es poco más que un doloroso
intento de parte del cojo por dirigir al ciego. Bill, verás esto en cada
reunión. Pero no es por esto por lo que se te eligió para que fueras. Tie­
nes miedo de los cuerpos quebrantados porque tu ego no puede
tolerarlos. Tu ego no puede tolerar la debilidad del ego, tampoco, sin
ambivalencia, porque le teme a su propia debilidad y a la debilidad de
la morada de su elección.
Es realmente por eso por lo que retrocedes ante las exigencias del
que depende, y ante la presencia de un cuerpo quebrantado. Tu ego es
amenazado, y obstaculiza tu natural impulso a prestar ayuda, al po­
nerte bajo la tensión de una voluntad dividida. Te retiras para permitir
que tu ego se recupere, y para recuperar la fortaleza suficiente para ser
útil de nuevo sobre una base lo suficientemente limitada para que no
amenace a tu ego, pero también demasiado limitada para darte dicha a
ti.
Aquellos con cuerpos quebrantados con frecuencia son desprecia­
dos por el ego, debido a su creencia de que nada excepto un cuerpo
perfecto es digno de ser su propio templo. Una mente que retrocede
ante un cuerpo lastimado tiene gran necesidad de rehabilitación ella
misma. También un cerebro averiado dista de ser un peligro. Todos los
síntomas de dolor necesitan verdadero servicio, y siempre que se les
i recibe con este, la mente que así los recibe se sana a si misma.
Las personas que retroceden ante la lesión de otro están reflejando
su propia necesidad de sanación, puesto que están, en palabras poste­
riores del Curso, haciendo real el error. La enfermedad es sólo de la
mente, y es su defensa en contra de la realidad de la perfección de
Cristo como Hijo de Dios. Por consiguiente es ilusoria, como dice el
libro de ejercicios más adelante:
El dolor no es sino un testigo de los errores del Hijo con respecto a lo
que él cree ser.... El dolor es señal de que las ilusiones reinan en lugar
de la verdad.... Si Dios es real, el dolor no existe. Mas si el dolor es
real, entonces es Dios Quien no existe (L-pI. 190.2:3; 3:1; 3:3-4).
El mirar más allá de las ilusiones hacia la verdad es la única respuesta
verdaderamente útil para otro, y sana a la mente que cree estar en­
ferma, y a la mente que percibe a otro como enfermo. Puesto que la se­
paración es la única causa de la enfermedad, su sanación sólo puede
venir a través de la unión.
El mensaje a Bill continúa:

320
Mensajes especiales

La rehabilitación es una actitud de alabanza a Dios tal como El


Mismo conoce la alabanza.85 El te ofrece alabanza a ti, y tú debes ofre­
cérsela a otros. Las verdaderas limitaciones de la psicología clínica, tal
como la evalúan sus seguidores en el presente, no son reflejadas por las
actitudes de los psiquiatras, o las juntas médicas, o los administradores
de hospitales, aun cuando la mayoría de ellos tristemente necesitan re­
habilitación para sí mismos. Los verdaderos impedimentos de los
clínicos radican en sus actitudes hacia aquellos a quienes sus egos per­
ciben como debilitados o lastimados. Debido a estas evaluaciones,
ellos han debilitado su propia utilidad, y de ese modo han retrasado su
propia rehabilitación. A la rehabilitación no le interesa la lucha del ego
por el control, ni la necesidad del ego de evadir y retirarse.
Bill, tú puedes hacer mucho en favor de tu propia rehabilitación y
de la de Helen, y mucho más universalmente también, si piensas en las
reuniones de Princeton de esta manera:
Estoy aquí únicamente para ser verdaderamente útil.
Estoy aquí para representar a Cristo, que me envió.
No tengo que preocuparme por lo que debo decir ni por lo que debo
hacer, pues Aquel que me envió me guiará.
Me siento satisfecho de estar dondequiera que El desee, al saber que El
va conmigo.
Sanaré en la medida en que Le permita enseñarme a sanar.
“El Guía a la salvación” en el Capítulo Cinco originalmente iba en
parte dirigido a Bill. En las libretas originales decía asi:
Bill, quien ha hecho un número de contribuciones vitales a nuestra em­
presa conjunta, hizo una significativa hace un tiempo, la cual él mismo
no apreció o entendió siquiera. Si juntos reconocemos su valor, podre­
mos utilizarla juntos, porque era una idea, y por consiguiente tiene que
compartirse para que prevalezca.
Cuando Bill dijo que estaba determinado a “no verte de ese modo”,
estaba hablando negativamente. Si expresase la misma idea positiva­
mente, vería el poder de lo que dijo. El se había dado cuenta de que
había dos maneras de verte, y también de que eran diametralmente
opuestas la una de la otra. Estas dos maneras tienen que estar en su

85. El uso de la palabra “alabanza” no refleja aquí su significado general. Más bien se
usa como una expresión del Amor de Dios, el cual nos une con El en espíritu, y tras­
ciende todos los pensamientos de cuerpos—enfermos y no enfermos. Si bien la enfer­
medad simboliza nuestra separación de Dios al arraigamos en nuestros cuerpos, la
rehabilitación (sanación) refleja el cambio de mentalidad que finalmente nos reúne
con El: “el alabar a Dios como El mismo conoce la alabanza".

321
Capítulo 10 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS - C

mente, puesto que se estaba refiriendo a sí mismo como el perceptor.


También tienen que estar en ti, debido a que te estaba percibiendo a ti.
Dentro del mundo de la separación, la mente de cada persona contiene
ambas maneras de ver: la culpa y el ataque del ego, y el perdón y la
unidad del Espíritu Santo. Además, dentro del mundo ilusorio, la per­
cepción que Bill tenía de Helen asegura que también ella está ahí. En
el nivel metafísico, por otra parte, Un curso de milagros enseña que no
hay nadie fuera de nuestras mentes en absoluto.
Lo que él estaba diciendo en realidad era que no te miraría a través
de su ego, ni percibiría tu ego en ti. Expresado positivamente, él te ve­
ría a través del Espíritu Santo en su mente, y lo percibiría en la tuya.
Lo que reconoces en tu hermano, lo estás reconociendo en ti. Lo que
tú compartes lo fortaleces. La Voz del Espíritu Santo es débil en ti. Es
por eso por lo que tienes que compartirla, porque debe aumentar en
fortaleza antes de que tú puedas oírla. Es imposible oírla en ti mientras
sea tan débil en tu propia mente. Esta no es débil de por sí; pero está
limitada por tu renuencia a escucharla.
La voluntad misma es una idea, y por consiguiente se fortalece al
compartirse. Has cometido el error de buscar al Espíritu Santo en ti
misma, y es por eso por lo que tus meditaciones te han atemorizado. Al
adoptar el punto de vista del ego, emprendiste un viaje ajeno al ego con
ei ego como guía. Esto estaba destinado a producir miedo. La mejor
idea de Bill necesita ser fortalecida en ustedes dos. Puesto que era
suya, él puede incrementarla al dártela a ti.
Sugiero que él quizá quiera hablar contigo al respecto, y tal vez in­
cluso permitirte que tomes notas para él. El tiene mucho que enseñar a
través del Espíritu Santo, y ésta podría ser una manera muy buena de
comenzar.
Un poco más tarde, esto en tomo a Helen en un pasaje al cual retor­
naremos en la Parte III cuando la consideremos a ella en más detalle,
en particular su necesidad de mantenerse separada de los demás:
Tienes que haber notado cuán a menudo he utilizado tus propias
ideas para ayudarte. Bill tiene razón al decir que tú has aprendido a ser
una terapeuta amable, prudente y muy comprensiva, excepto para ti
misma. Esa excepción te ha dado más que percepción para otros de­
bido a lo que veías en ellos, pero menos conocimiento de tus
verdaderas relaciones con ellos porque no los hacías parte de ti. La
comprensión está más allá de la percepción, puesto que introduce sig­
nificado. Pero está por debajo del conocimiento, aun cuando puede

322
Mensajes especiales

crecer hacia este. Es posible, con gran esfuerzo, comprender a alguien


más y serle útil, pero el esfuerzo está mal dirigido. La dirección equi­
vocada es bien aparente. Está dirigida en sentido opuesto a ti.
Esto no significa que esté perdida para ti, pero sí quiere decir que
no eres consciente de ello. He guardado todas tus amabilidades y cada
pensamiento amoroso que has tenido, y te aseguro que has tenido mu­
chos. Los he purificado de los errores que ocultaban su luz, y los he
conservado para ti en su perfecta luminosidad propia. Están más allá
de la destrucción y más allá de la culpa. Procedían del Espíritu Santo
en ti, y sabemos que lo que Dios crea es eterno.
La mayor parte de este último párrafo se unió posteriormente con otro
mensaje dirigido a Helen, y juntos se ubicaron en lo que es ahora un
pasaje muy conmovedor que aparece al final de la sección “Enseñanza
y curación” en el Capítulo Cinco.
Jesús retoma ahora a su contraste psicológico de Helen y Bill. Ob­
viamente esta era una forma de enseñanza con la cual ellos, ambos psi­
cólogos clínicos astutos, podían relacionarse con una cantidad mínima
de resistencia:
Bill una vez habló del Reino de esta manera, porque anhela lo que
reprimió. Tú le temes mucho más, porque la disociación es más aterra­
dora. El mejor contacto de Bill le ha permitido la fortaleza para retener
el miedo en conciencia, y recurrir al desplazamiento, el cual está
aprendiendo a superar con tu ayuda. Eso se debe a que tú no lo percibes
a él como disociado, y puedes ayudarlo con su represión, la cual no te
asusta. El, por otra parte, no tiene dificultad en verte a tí disociada, y
no tiene que enfrentarse con la represión en ti, la cual produciría miedo
en él.
Unirse a la Expiación, lo cual repetidamente te he pedido que ha­
gas, es siempre una forma de salir del miedo. Esto no quiere decir que
puedas sin riesgo no reconocer aquello que es verdad, pero el Espíritu
Santo no dejará de ayudarte a reinterpretar todo lo que percibes como
atemorizante, y enseñarte que únicamente lo que es amoroso es verda­
dero. Está más allá de tu capacidad de destruir, pero totalmente a tu
alcance. Te pertenece porque tú lo creaste. Es tuyo porque es parte de
ti, así como tú eres parte de Dios porque El te creó.
Y más adelante, un pasaje para Bill, nuevamente exhortándolo a
unirse, esta vez consigo mismo así como con Helen, puesto que ésta es
la manera de unirse con Jesús. De este modo se le está enseñando a Bill
(y a todos nosotros) que no es posible unirse con uno sin el otro, puesto

323
Capítulo 10 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS - C

que en realidad todos somos parte del único Cristo. El separarse de un


aspecto de la Filiación, es separarse de toda; de igual manera, el unirse
verdaderamente con uno, sin ilusiones, es unirse con toda. En verdad
estamos, como veremos más adelante, totalmente unificados en nues­
tro Ser, así como unificados con todo el Cristo: “uno y aunados a la
vez”.
Hay tiempo para la demora, pero no tiene por qué ser así. Dios llora
ante el sacrificio de Sus Hijos quienes creen que están perdidos para
El. Lo “único más” que Bill tiene que aprender es sencillamente que él
no es lo único más. El es uno y aunado a la vez. Si aprendiese esto
ahora, su voluntad estaría en armonía con el juicio final, el cual en rea­
lidad es únicamente el recordatorio bíblico de la inevitabilidad de la
inclusión de sí mismo. Esto es lo que significa realmente “Médico, cú­
rate a ti mismo”. Con frecuencia Bill ha observado por sí mismo que
esto es difícil de hacer. Sin embargo, él ha tenido perfecta conciencia
de sólo lo que tú deberías hacer al respecto.
Podrías preguntarle por Mí si él no piensa que podría estar diso­
ciándose él de su propia conciencia, puesto que él está tan claro sobre
el remedio para ti. También podrías recordarle que en la misma medida
en que se separe de ti, se está separando de Mí. Esta es una empresa
conjunta. Permíteme, por consiguiente, devolverle sus propias ideas,
de modo que puedan compartirlas y de ese modo ayudarse mutua­
mente a ayudarme a Mí.
Poco tiempo después, Helen escribía sobre sí misma, conjunta­
mente con la corrección de Jesús:
Helen: Yo...le pedí al Espíritu Santo en mí que escuchase en caso de
que nuestro hermano [Jesús] quisiera compartir algunos de Sus pensa­
mientos conmigo, y que me sentiría honrada si El lo quisiera. La
respuesta fue que ese no era un buen comienzo porque El siempre
quiere compartir los Suyos.
En otras palabras, el amor de Jesús no viene y va. Sus amorosos pen­
samientos siempre están presentes en nuestras mentes, aguardando
pacientemente nuestra bienvenida. Somos nosotros quienes los
abandonamos, con lo cual hacemos que su amor parezca inconstante,
una proyección de nuestro propio amor inconstante. El desprender­
nos de estos pensamientos es, por consiguiente, nuestra responsabi­
lidad, y por eso es por lo que somos los que necesitamos retomar a
su presencia constante.

324
Mensajes especiales

En un mensaje para Helen y Bill—en el contexto de lo que ahora


aparece en la introducción al Capítulo Seis del texto—Jesús explica
cómo él puede utilizar a favor de la Expiación, el poder de la mente el
cual había sido una vez dirigido hacia el ego:
Han sido elegidos para que enseñen la Expiación precisamente por­
que ustedes han sido ejemplos extremos de fidelidad a sus sistemas de
pensamiento, y por lo tanto, han desarrollado la capacidad para la
fidelidad. Ciertamente, ésta ha sido mal ubicada. Bill se había conver­
tido en un ejemplo sobresaliente de fidelidad a la apatía, y tú te has
convertido en un asombroso ejemplo de lealtad a la variabilidad. Pero
ésta si es una forma de fe, la cual ustedes han estado dispuestos a redi­
rigir. No pueden dudar de la fortaleza de su devoción cuando
consideren cuán fielmente la observaron. Era bien evidente que ya us­
tedes habían desarrollado la habilidad para seguir a un modelo mejor,
si podían aceptarlo.
Y para Bill, quien creía que enseñar era un martirio, Jesús comenta
un poco después en el espíritu de su enseñanza anterior sobre la clase
de Bill:
Bill es un ejemplo sobresaliente de esta confusión, y literalmente ha
creído durante años que enseñar es un martirio. Esto se debe a que él
pensaba, y todavía lo piensa a veces, que la enseñanza conduce a la
crucifixión en lugar de conducir a volver a despertar. La naturaleza in­
vertida de esta asociación es tan obvia que él sólo pudo haberla hecho
debido a que se sentía culpable.
Más adelante, en el contexto de las lecciones del Espíritu Santo
ahora al final del Capítulo Seis, Jesús comentaba nuevamente sobre la
diferencia entre Helen y Bill. Después de haber descrito el primero de
los tres pasos—“Para poder tener, da todo a todos”—Jesús planteaba:
Tú, Helen, habías dado este [primer] paso, y porque creías en él, se
lo enseñaste a Bill quien aún creía en la solución del dormir [i.e., retiro
y pasividad]. No fuiste constante al enseñarlo, pero lo enseñaste lo su­
ficiente para permitir que él lo aprendiese. Una vez que él lo
aprendiese, podía enseñarte cómo llegar a estar más constantemente
despierta, y de ese modo comenzar a despertarse a si mismo. Esto lo
ponía, además, a cargo del viaje. Su reconocimiento de la dirección
que tenía que tomar estaba perfectamente planteada cuando él insistió
en la colaboración. Tú, Helen, habías dado un paso gigante para entrar

325
Capítulo 10 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS - C

en conflicto, pero Bill los volvió a ambos hacia la salida. Mientras más
él enseñe esto, más lo aprenderá.
En medio de la discusión del segundo paso, Jesús hacía los siguien­
tes comentarios:
Mientras tanto, la creciente claridad de la Voz del Espíritu Santo
hace imposible para el aprendiz el que no la oiga. Por un tiempo, pues,
está recibiendo mensajes conflictivos aceptándolos ambos. Este es el
clásico “doble ciego” en la comunicación, del cual escribieron en tomo
a ustedes mismos muy recientemente, y con buenos ejemplos, además.
Es interesante que Helen reclamase en el momento que ella nunca es­
cuchó nada al respecto y que no lo entendía. Pensé que podría
ayudarles a ambos si les instaba a escribir juntos sobre ello. Debes re­
cordar la insistencia de nuestro hermano [Bill] en su inclusión. Tú
pensabas que él se había tomado bastante exigente en este punto, pero
estaba reforzado en su mente con bastante fuerza, y por lo tanto quería
enseñarlo en su texto. Esto, por supuesto, era una forma muy buena
para tú aprenderlo.
Poco más adelante en el dictado, en medio del material que actual­
mente aparece en el Capítulo Siete del texto, Jesús intercaló comenta­
rios específicos sobre Helen para ilustrar el principio general que él
estaba enseñando acerca del uso que el Espíritu Santo hace de habili­
dades originalmente hechas para servir al propósito del ego. Podemos
de ese modo ver aquí otro ejemplo de la naturaleza personal de la en­
señanza de Jesús durante las etapas iniciales de la escritura. A propó­
sito, retomaré a este pasaje nuevamente en la Parte III, cuando discuta
la función de Helen como escriba del Curso.
El Espíritu Santo te enseña a utilizar lo que el ego ha hecho para ense­
ñar lo opuesto de lo que el ego ha aprendido. La clase de aprendizaje
es tan irrelevante como lo es la habilidad particular que se aplicó al
aprendizaje.
No podrías tener un ejemplo mejor del propósito unificado del
Espíritu Santo que este curso. El Espíritu Santo ha tomado áreas muy
diversificadas de tu aprendizaje pasado, y las ha aplicado a un curri-
culo unificado. El hecho de que ésta no haya sido la razón del ego para
el aprendizaje es irrelevante por completo. Tú hacías el esfuerzo por
aprender, y el Espíritu Santo tiene una meta unificada para todo es­
fuerzo. El adapta los potenciales del ego para sobresalir a potenciales
para igualar. Esto los hace inútiles para los propósitos del ego pero
muy útiles para los Suyos.

326
Mensajes especiales

Si habilidades distintas se aplican el tiempo suficiente a una meta,


las habilidades de por sí se unifican. Esto se debe a que se han canali­
zado en una sola dirección, o de una sola manera. Al final, pues, todas
contribuyen a un resultado, y al así hacerlo se acentúa su similaridad
en lugar de sus diferencias. Tú puedes sobresalir en muchas formas di­
ferentes, pero puedes igualar de una sola manera únicamente. La
igualdad no es un estado variable por definición. Es por eso por lo que
una vez dijimos que será fácil escribir documentos cuando hayas
aprendido este curso. Para el ego no parece haber conexión, debido a
que el ego es discontinuo. Pero el Espíritu Santo enseña una sola lec­
ción y la aplica a todos los individuos en todas las situaciones. Al estar
libre de conflicto, El maximiza todos los esfuerzos y todos los resulta­
dos. Al enseñar el poder del Reino de Dios Mismo, te enseña que todo
poder es tuyo. Su aplicación no importa. Siempre es máxima. Tu vigi­
lancia no lo establece como tuyo, pero sí hace posible que lo utilices
siempre y de todas las maneras.
En lo concerniente al dictado del Curso en sí, la escritura fue fácil
como hemos visto: Helen y Bill se unieron verdaderamente con Jesús
en la escritura de esta “manera mejor”. Con todas las otras “tareas asig­
nadas de redacción”, sin embargo, la experiencia de Helen y Bill fue
bastante distinta. La gran dificultad que experimentaron al colaborar
en manuscritos profesionales reflejaba sus dificultades de uno con el
otro. Una de mis primeras experiencias con estas dificultades tuvo
lugar durante el verano que pasé con Helen y Bill en 1973, y la relataré
en el Capítulo 11.

Los días 13 y 14 de junio de 1966, Helen escribió en hojas sueltas


dos cortos mensajes que nunca se transcribieron. Estos, dicho sea de
paso, llegaron mientras Helen estaba tomando notas, las cuales se ubi­
carían más tarde o bien al final del Capítulo Ocho del texto, o bien al
comienzo del Capítulo Nueve (la fecha era imprecisa aquí). El primer
mensaje trata de Bill y su tendencia, como ya hemos visto, a excluirse
a sí mismo de la Filiación, específicamente denotada aquí por la total
invulnerabilidad de ésta. La referencia de Jesús al primer principio de
los milagros subraya nuevamente su importancia en el sistema de pen­
samiento del Curso:
Bill no conoce su totalidad. Cree que hay un núcleo central de si
mismo el cual es invulnerable, pero no incluye la totalidad de sí mismo
en este. El suyo es un peculiar concepto del yo ahora, debido a que está

327
Capítulo 10 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS - C

cambiando la creencia sobre sí mismo, pero aún no lo ha hecho com­


pletamente. Como resultado, cree en grados de invulnerabilidad, un
concepto que realmente no significa nada.
La invulnerabilidad es lo opuesto de la vulnerabilidad, y es total.
Una vez él pensaba que era totalmente vulnerable. Ahora piensa que es
parcialmente invulnerable y parcialmente vulnerable. Esto ha limitado
su ansiedad grandemente, pero aún no se ha desvinculado de ella.
Esto se debe finalmente a su persistente creencia en que hay un or­
den de dificultad en los milagros. El encuentra esto más fácil de decir
que de creer, pero cuando él crea que no hay orden de dificultad en
seguir todo lo que yo enseño, incluirá la totalidad de sí mismo en Mi
enseñanza.
El próximo mensaje es breve y se centra en Helen, de quien se habla
aquí en tercera persona. Obviamente, Helen había estado disgustada,
lo cual disgustaba a Bill, algo que ocurría con frecuencia como discu­
tiremos en la próxima sección. La solución, Jesús instruye a Helen y a
Bill, es concentrarse únicamente en lo que se puede hacer en tomo a la
situación en el presente, y soltar los intentos de analizar el pasado.
Nuevamente Jesús expone el uso que hace Helen de la proyección—
su principal línea de defensa—mediante la cual una división intema se
ve que existe fuera de su mente, característicamente entre ella y Bill.
Hay algo muy erróneo en Helen, a lo cual Bill está reaccionando
muy mal porque también le molesta a él. El algo en realidad no es
nada, y no voy a hacer hincapié en qué es tanto como en cómo
superarlo.
Ha habido un intenso aumento en la competencia, el cual es sólo un
intento de proyectar un lado del conflicto intemo en prácticamente
cualquier situación externa que ella [Helen] ve. Esto es regresivo, por­
que es retomar a una forma anterior de resolver el problema.
Más adelante aún en el dictado, Jesús respondió a las quejas de
Helen de que el Curso no le ayudaba. Casi al final del Capítulo Once
del texto encontramos una versión compendiada de ello en la sección
“El problema y la respuesta”. El original decía:
Te quejas de que este curso no es lo suficientemente específico para
que tú puedas entenderlo y utilizarlo. Sin embargo, ha sido muy espe­
cifico, y no has hecho lo que específicamente recomienda. Este no es
un curso de especulación teórica, sino de aplicación práctica. Nada
podría ser más específico que el que le digan a uno, muy claramente,
que si pide recibirá.

328
Mensajes especiales

Los días 13 y 14 de septiembre de 1966, Jesús le comentó muy es­


pecíficamente a Helen y a Bill sobre el odio en su relación, y el papel
de este en ocultar el amor que verdaderamente estaba ahí. Esto llegó
durante el período en que ambos aún estaban sinceramente dispuestos
a mirar su relación con apertura y honestidad. Fue esta pequeña dispo­
sición de parte de ellos lo que obviamente le permitió a Helen oír estos
dos breves mensajes:
Ustedes no tienen idea de la intensidad de su deseo de deshacerse
el uno del otro. Esto no quiere decir que ustedes no se sientan fuerte­
mente movidos el uno hacia el otro, pero si significa que el amor no es
la única emoción. Debido a que su amor se ha hecho más consciente,
ya el conflicto no puede “resolverse” por medio de sus intentos previos
de minimizar el miedo. El amor hace que el ataque sea insostenible,
pero ustedes todavía sienten el miedo. En lugar de tratar de resolverlo
directamente, tienen una fuerte tendencia a tratar de escapar del amor.
No obstante, esto es lo último de lo que querrían escapar. Y aún si pu­
diesen hacerlo, pueden escapar de todo lo demás, pero no de este.
Alégrense de que en efecto la salvación no tenga escapatoria.
No se dan cuenta de cuánto se odian mutuamente. No se liberarán
de esto hasta que sí se den cuenta de ello, pues hasta entonces, creerán
que quieren deshacerse el uno del otro y mantener el odio. Mas si son
cada uno la salvación del otro, ¿qué puede significar esto que no sea
que prefieren el ataque a la salvación? Alégrense de que ni su realidad
ni su salvación es asunto de su preferencia, pues tienen mucho motivo
de dicha. Pero que la causa no es de la fabricación de ustedes es segu­
ramente obvio. Ustedes sí se odian y se temen mutuamente, y su amor,
que es muy real, es totalmente opacado por ello. ¿Cómo pueden cono­
cer el significado del amor a menos que este sea total?
Este será un período muy difícil para ustedes, pero no será así por
mucho tiempo. Están en peligro, pero recibirán ayuda, y no ocurrirá
nada. Pero no pueden quedarse en la obscuridad, y esta será la salida.
Miren el odio tan calmadamente como puedan, pues si hemos de negar
la negación de la verdad, primero tenemos que reconocer lo que esta­
mos negando. Recuerden que el conocimiento precede a la negación,
y que la separación fue el descender de la magnitud a la pequenez. Y
por consiguiente, la salida es desandar el camino hacia la magnitud.
El odio de ustedes no es real, pero es real para ustedes. El mismo
esconde lo que realmente quieren. ¿Sin duda están dispuestos a mirar
sin miedo lo que no quieren, aun cuando esto les aterre, si de ese modo
pueden liberarse de ello? Pues no pueden escapar de la salvación, y no
se escaparán del miedo hasta que quieran la salvación. No le teman a

329
Capítulo 10 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS-C

este viaje hacia el miedo, pues ese no es su destino. Y caminaremos a


través del mismo con seguridad, pues la paz no está lejos, y ustedes se­
rán conducidos en su luz.
Obviamente este es un mensaje muy importante, y dirigido no sólo
a Helen y a Bill. El mismo toca el corazón mismo del mensaje de Jesús
en Un curso de milagros para todos nosotros: que estemos dispuestos
a mirar con él nuestros pensamientos egoístas—sin culpa y sin miedo.
Únicamente de ese modo puede traerse su obscuridad a la luz de él, y
así eliminarla para siempre. Puesto que hemos hecho reales estos pen­
samientos de odio, y luego los hemos negado, primero tenemos que ser
capaces de mirar lo que hemos ocultado antes de que podamos damos
cuenta de su fundamental carencia de realidad y de ese modo aceptar
el amor que es lo único real. Como les sucede a todos los estudiantes
serios del Curso, esto fue extremadamente difícil para que Helen y Bill
lo hiciesen. Y su incapacidad para traerle verdaderamente a Jesús lo
que el Curso llamaría posteriormente “odios ocultos” y * pecados se­
cretos” tenía como resultado el que no experimentasen ninguna verda­
dera paz y sanación mutua. Retomo a esto en la Parte III.
El 16 de septiembre, en respuesta a las preguntas de Helen, Jesús e
dictó este mensaje especial para Bill, parecido a sus mensajes anterio­
res sobre la necesidad que tenía Bill de aceptar quién es verdadera­
mente como un Hijo de Dios:
Pregunta: ¿Por qué está Bill más deprimido que de costumbre?
Respuesta: Está en un estado de sueño muy profundo y mucho más re­
sistente a despertar que tú. El mayor problema con él es que la suya es
una resistencia pasiva, lo cual implica una cesión de voluntad. Esto
siempre induce a un estado de resignación y por consiguiente de depre­
sión. Dile que nadie puede renunciar a la Filiación, puesto que el ser
miembro de la misma no es opcional. El ha estado buscando a alguien
que le arrebate la voluntad, porque creía que esta era la fuente de su
dificultad. Puesto que el Curso ha puesto un énfasis tan persistente en
la voluntad, y puesto que él está de acuerdo con el énfasis, su pasado
ajuste se ve amenazado. Esa es la razón por la cual él no podía dormir.
Su pasado venía a “atormentarlo” porque él está renunciando a su
creencia en fantasmas.
Dile nuevamente que no le tema a los fantasmas, y recuérdale que
él no tiene pasado. Lo que él quiere es el retomo de su voluntad. Nadie
puede aceptarlo excepto él mismo.

330
El diario de Bill

Dos meses después, el 15 de noviembre, Helen tomó la siguiente


nota de Jesús para ella. Esta le ayudó a entender que sus ataques a Bill
no podían mantenerse separados de otros. Su creencia de que podían,
le servía muy bien al propósito del ego de creer que el odio puede jus­
tificarse en ciertas ocasiones y por consiguiente se puede limitar.
Como ya hemos observado, odiar a una parte de la Filiación es odiar a
todas las partes, incluso a uno mismo.
Bill tenía razón al no considerar esto como un problema separado:
el salvaje problema del rechazo personal. No existe el miedo en el ver­
dadero amor. Tú no quieres que él se sienta inocente, sino rechazado.
Esta es la única área en la cual quieres retener esto, pero no podrás li­
mitarlo. No verás la pureza de él hasta que renuncies al rechazo como
un arma en contra de él o de todos los demás. Piensas que estas son las
únicas alternativas. Asegúrate de considerar por qué quieres mantener
esta posición. Bill te ayudará con esto.
Como mencionamos al principio del Capítulo 6, Bill llevaba un dia­
rio personal durante el período de casi dos meses el cual incluía partes
de agosto y de septiembre de 1966. Las anotaciones del diario caen
dentro de la secuencia cronológica que hemos estado siguiendo hasta
el momento en este capítulo, e ilustran, repito, el compromiso que
Helen y Bill tenían de trabajar juntos para encontrar una manera mejor
de relacionarse. Por lo tanto, interrumpo la narración de la escritura del
Curso que hacía Helen para presentar este diario.

El diario de Bill

Las notas del diario de Bill abarcan el período desde el 11 de agosto


hasta el 28 de septiembre de 1966 inclusive. Estoy razonablemente se­
guro de que él compartía las mismas con Helen, puesto que habría sido
muy atípico de él el no haberlo hecho, pero no puedo estar absoluta­
mente seguro. Las anotaciones reflejan claramente, tal como lo hacen
las cartas de Helen del año anterior, una inusitada disposición y aper­
tura a mirar al ego sin proyectar ninguna responsabilidad por ello.
Además, señalan la gran importancia que Bill le adjudicaba a las reac­
ciones de Helen. Esta necesidad de parte de Bill de lograr que Helen
fuese diferente de su ego en realidad jamás lo abandonó, y se convirtió
para él en la razón principal por la cual la relación de ellos jamás se
sanó realmente, ni tampoco su propia mente a tales efectos.

I
331
Capítulo 10 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE M1LA GROS-C

Helen siempre sentía que Bill realmente no entendía ciertos aspectos


del Curso, y su insistencia en que el cambio de Helen era un prerrequi-
sito para su propio cambio sugeriría un aspecto de su entendimiento
equivocado. Uno puede ver en estas notas, por lo tanto, las continuas
referencias de Bill al estado mental de Helen, y el uso de “nosotros” y
de “nos” para señalar su progreso conjunto o la falta de este. El veía cla­
ramente que los respectivos caminos de la salvación de ambos no sólo
estaban entrelazados sino que eran interdependientes. Por consiguiente,
creía que la salvación de ellos dependía del cambio de mentalidad del
otro. Para citar un solo ejemplo del diario, el 11 de septiembre Bill es­
cribió esta nota relacionada con su propia respuesta a la gran variabili­
dad de Helen al oscilar entre las metas de culpa e ilusión del ego, y las
metas de perdón y la verdad del Curso:
[Yo] sé que Helen está tratando, pero me resulta difícil el no responder
a mi percepción de las fluctuaciones en lo que a la dirección de la meta
se refiere.
Como veremos también, por lo tanto, Bill siempre estaba preocu­
pado con el progreso de otras personas, y lo experimentaba como algo
crucial para el suyo. Mas el perdón, la enseñanza central de Un curso
de milagros, puede ocurrir únicamente en la mente individual de uno,
aunque este proceso de sanación inevitablemente ocurre en el contexto
de una relación con otro. La culpa en las mentes individuales de Helen
y de Bill se debía a decisiones que cada uno había tomado de aferrarse
a ésta. Esta decisión a favor de la culpa y de la separación no era acep­
tada por ellos como una responsabilidad personal, sino que la proyec­
taban cada uno sobre el otro. Por lo tanto, para que ocurriese una
sanación genuina, la proyección tendría que deshacerse y la responsa­
bilidad por su desgracia tendría que retomarse a ellos. Para crédito
suyo, Helen siempre entendía esto intelectualmente, aunque jamás
podía aplicar este principio conscientemente a sí misma.
He aquí la primera anotación de Bill:
11 de agosto de 1966
Recuento de los incidentes del 10 de agosto.
Cuando vi a Helen alrededor de la 1:30 (por primera vez ese día)
lucía particularmente radiante. Es asombroso cómo cambia su aparien­
cia cuando está “con ello”. Esta iluminación continuó a lo largo de la
tarde, aunque hubo un período relativamente corto en el cual ella “se
nubló”, y mostraba una marcada reacción de miedo, la cual alteró su

332
El diario de Bill

apariencia brevemente. Sin embargo, se repuso muy rápidamente. El


problema estaba relacionado con la meditación y el “pedir”, a lo cual
le siguió la escritura de una carta a la madre de Chip. Yo era consciente
de que estaba un tanto disgustado mientras estábamos haciendo esto,
aunque me complacía tener una oportunidad de compartir en este “mi­
lagro”. Los cambios en la madre de Chip son milagrosos, y demuestran
muy poderosamente los efectos del amor. Sin embargo, yo parecía es­
tar respondiendo inadecuadamente a lo que yo percibía como una
ambivalencia de Helen en tomo a hacer la carta. Le sugerí que le aña­
diese una aseveración al final relacionada con los deseos de ella [de la
madre de Chip] en ese momento de quedarse en el hospital, el cual ella
aún considera que es su casa [vea mis comentarios más adelante].
Durante la meditación, pregunté por qué yo estaba experimentando
una reacción conflictiva, y recibí la respuesta: “Temes que se te libere
del aprisionamiento, el cual estabas describiendo en la carta sobre la
Sra. P [la madre de Chip]”. Esto tiene sentido, y no cabe duda de que
le temo a la liberación, aunque conscientemente con frecuencia parece
ser lo contrario. Es evidente que aún pienso que el ego tiene algo que
ofrecer.
Helen recalcaba la importancia de hacer todas esas cosas que he­
mos aplazado, pero que aún están rondando en nuestras mentes. El
listado se completará con más detalle posteriormente y luego acción.
Helen llamó por la noche y mencionó una corrección a las notas es­
critas a máquina hoy por la mañana. Yo estaba mirando exactamente la
página donde se indicaba la corrección de “prueba” a “verdad”. A pro­
pósito, estaba a punto de leer el párrafo cuando Helen llamó, y dijo que
ella pensó que yo estaba leyendo estas páginas. Tenía razón.
Bill, dicho sea de paso, siempre se impresionaba extremadamente
con la capacidad psíquica, tanto con la suya como con la de otros. Y
como hemos visto, generalmente Helen podía ofrecerle numerosos
ejemplos de esos fenómenos paranormales. La sección en tomo al uso
(y el mal uso) de las habilidades psíquicas en el manual para maestros
(M-25) en parte puede haber sido dictado para Bill. El punto de esta
sección era que si bien estas habilidades pueden serle de utilidad al
Espíritu Santo en términos de demostrar la falta de límites en la comu­
nicación, estas mismas habilidades pueden ser tentaciones si se consi­
deran “poderosas”, capaces de hacer especiales a ciertas personas. La
decisión irrevocable de Helen en la cueva simbólica de no explotar tal
habilidad, sino más bien interesarse sólo por el Dios viviente, se con­
virtió en el ejemplo perfecto de alejarse de esa tentación. El

333
CaHtui.0 10 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS -C

comentario de Bill de que él aún piensa que el “ego tiene algo que ofre­
cer”, si bien no se refiere a esa tentación, ciertamente podría abarcarla.
Como se mencionara en la introducción a las notas de este diario, la
preocupación de Bill por el progreso (o la regresión) de Helen se puede
ver en esta primera anotación. La “liberación del aprisionamiento”, la
cual fue la respuesta a Bill en la meditación, habría llegado en el ins­
tante en que él pudiese liberar a Helen de su papel de salvadora, el cual
le daba a ella el poder de afectar el propio progreso espiritual de él, y
de salvarlo o de aprisionarlo.
La importancia que tenían para Bill los cambios positivos de las
personas también se veía en esta anotación en términos de la madre de
Chip. Chip y su mamá habían estado separados por muchos años, y él
no tenía conocimiento del paradero de ella. Finalmente Helen pudo lo­
calizarla en un hospital mental fuer de la Ciudad de Nueva York. Esta
fue una historia conmovedora, y Chip, paciente de Helen, le estuvo
eternamente agradecido por los esfuerzos amorosos que ella hizo en
beneficio de él.
También encontramos en esta anotación evidencia de la honestidad
de Bill al hacer esfuerzos de observarse a sí mismo y reconocer su res­
ponsabilidad por sus reacciones negativas hacia Helen (“yo parecía
estar respondiendo inadecuadamente... ”).

El diario de Bill continúa, con notas adicionales que reflejaban su


confianza en el progreso de otras personas, conjuntamente con su
apertura a observar sus “limitaciones a la paz impuestas por él
mismo”. Además, podemos notar la importancia que tenía para Helen
y para Bill la mutua confirmación de su “audición”. Esta necesidad
jamás los abandonó realmente, y consideraré sus implicaciones en el
Capítulo 17.
Memorias del 11 de agosto
Considerable retraso hoy, con los acostumbrados conflictos y las limi­
taciones a la paz impuestas por mi mismo. Estuve muy favorablemente
impresionado con la habilidad de C [un amigo de Bill] para resolver de
un día para otro sus conflictos del fin de semana. Además [yo] había
estado ayudando a R [otro amigo] cuya fe en su ministerio fue ruda­
mente sacudida. Como de costumbre, una convincente demostración
de que la paz y el descanso no proceden de dormir, sino de despertar.

334
El diario de Bill

Este último comentario se basa en una anterior enseñanza de Jesús, la


cual se encuentra en el presente al final del Capítulo Ocho del texto:
“Descansa en paz” es una bendición para los vivos, no para los
muertos, ya que el descanso procede de despertar, no de dormir
(T-8.IX.3:5).
Las notas del diario de Bill continúan:
Era consciente de que Helen estaba teniendo dificultades, pero no
respondí a esto de la manera más útil. Más bien, caí de nuevo en per­
cepciones orientadas por el ego. Esto siempre produce los mismos
resultados, tal como el enfoque opuesto invariablemente fiinciona de
acuerdo con nuestras metas compartidas. Todo el acostumbrado mate­
rial en tomo a la privación, sacrificio al ayudar a la gente, confusión
acerca de prácticamente todo, dificultad tanto para preguntar como
para oir, fatiga, incoherencia y aseveraciones ilógicas sobre problemas
fueron compartidas por Helen y por mí.
Helen muy disgustada por no haberme transmitido el mensaje rela­
tivo a JL [amigo de Bill de Chicago; vea pág. 119) la noche anterior,
cerca de las 11, cuando se percató de que yo debia llamarle. Yo también
habia pensado en ello más bien vagamente al mismo tiempo (11 de la
noche), pero no le había prestado atención alguna. Resolución de lla­
marle la noche del día 11. Ambos decidimos la misma hora para hacer
la llamada: 9:30 de la noche. [Una referencia a la pregunta que le hi­
cieran Helen y Bill a Jesús o al Espíritu Santo sobre cuándo debían
llamar. Vea el Capítulo 17, repito, para una discusión completa en
tomo al tema de “pedir orientación”.] Cuando le hablé (según previsto,
por supuesto), le pregunté si había estado disgustado cerca de las 10 de
la noche tiempo de Chicago la noche anterior, y si él había deseado ha­
blarme en ese momento. Respuesta fue sí a ambas preguntas. Aunque
no se sentía libre para decir demasiado durante nuestra conversación,
era el mismo tipo de problema, y él se sentía mejor a medida que ha­
blábamos. Le recalqué la importancia para él de la meditación
silenciosa, en la cual pondría su mente tan en blanco como le fuera po­
sible a la misma hora todos los dias. Ha prometido hacerlo, y le
daremos seguimiento la próxima semana.
Entonces, llamé a Helen y le informé lo anterior, lo cual pareció
provocar la misma clase de sorpresa que con frecuencia ella muestra
cuando ha habido una confirmación de nuestra capacidad de oír. Es­
taba muy satisfecha, y prometió comenzar de nuevo hoy.

335
Capítulo 10 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS- C

La próxima anotación no ocurre sino hasta un mes después, y es un


repaso del fin de semana del 10-11 de septiembre.
Domingo, 11 de septiembre
Sábado por la mañana fui a reunión del International Parapsycho-
logical Association con Helen. Contenido de reuniones pareció más
bien decepcionante, pero le hablé a GM [identidad desconocida para
mí] sobre posible artículo para revista.86 Me sentía inquieto y raro en
este escenario, el cual no parece guardar relación alguna con las metas
[del] curso. Sin embargo, un interés en esta área podría abrir más im­
plicaciones pertinentes contrarias a modelos mecanicistas actuales de
la psicología. Helen muy disgustada en tomo a asistencia a la sesión.
Se había caído y magullado las rodillas. Considerables indicaciones de
distracciones ambientales, etc. Caminamos por el Parque [Central] y
volvimos a mi apartamento donde hablamos hasta cerca de las 4. Al­
gún progreso en estado general después de esto. Sé que Helen está
tratando, pero me resulta difícil no responder a mi percepción de fluc­
tuaciones relacionadas con la dirección de la meta.
Bill siempre tenía la esperanza de que podría establecer nexos entre
la psicología profesional/académica y el Curso, además de intentar
ayudar a Helen personalmente a cerrar la brecha entre sus experiencias
y el mundo, más notablemente entre la llamada Nueva Era o la comu­
nidad parapsicológica. Sus intentos de esto último especialmente
jamás parecían cuajar, puesto que Helen siempre se sentía enajenada
de los psíquicos y sanadores, pues ella creía que no entendían verda­
deramente la naturaleza profunda de Un curso de milagros, el cual,
ella creía, era únicamente para muy pocos, y ciertamente no para las
masas. Este asunto surgirá nuevamente en varías discusiones en la
Parte III.
La anotación de Bill para ese día continúa, y hace referencia a Cal
(Hatcher). Cal era un administrador del hospital con quien Helen y
Bill compartían el Curso desde sus comienzos. Su relación tenía un
principio interesante. Cerca de un año antes de que comenzara la
escritura, Cal se le acercó a Bill para preguntarle si podía hablar con
él sobre ciertas experiencias religiosas que había estado teniendo
(éstas incluían visiones de luz, las cuales Cal encontraba bastante

86. Durante este periodo Bill era director asociado de la prestigiosa revista del
American Psychological Association, la Journal ofAbnormal and Social Psychology.
Helen era su asistente en este cargo.

336
El diario de Bill

atemorizantes.87 Bill le contestó que él no era la persona adecuada,


puesto que él no tenía conocimiento, ni interés alguno en nada reli­
gioso. Sin embargo, poco tiempo después de que comenzara la escri­
tura (y tal vez incluso antes), Bill regresó a Cal y cambió su respuesta.
A Cal le interesó de inmediato, y con frecuencia solía reunirse con Bill
en su oficina temprano por la mañana para repasar las últimas notas
escritas.
Retomamos ahora al diario, y a otro momento en el cual cambió el
estado de ánimo de Bill como resultado del progreso de alguien más:
Estado general de depresión leve, el cual se disipó considerable­
mente durante la noche. Cal llegó alrededor de las 7 y se marchó
después de las 11. Durante ese tiempo me sentía extremadamente im­
presionado con cuánto él había aprendido al aplicar el Curso
directamente. Ha habido literalmente cientos de episodios en esta vida
donde él ha tenido resultados sorprendentes inmediatos. Relación con
J [uno de los amigos de Cal] ha cambiado casi totalmente de lo que ha­
bía sido en el pasado. Como testigo, Cal es convincente en todo
respecto. Me acosté alrededor de las 12, sintiéndome mucho más con
ello de lo que me había sentido por algún tiempo.
Domingo por la mañana me levanté alrededor de las 7, y traté de
dedicar mi atención a las notas hasta la 1 cuando Helen llegó. Durante
este tiempo, sentí la extrema importancia de dominar el material, pero
aún con un peculiar sentido de irrealidad en tomo a este por momentos.
Es difícil ver el ego por lo que es.
Era consciente cuando Helen llegó de su gran esfuerzo por ayu­
darme al demostrarme un cambio dramático desde el sábado. Por
momentos lucía radiante, pero con una leve corriente oculta de depre­
sión y de tensión. Pero su esfuerzo por ser útil era impresionante, y yo
me sentía mejor en algunos aspectos. Todavía, sin embargo, una con­
ciencia de no estar totalmente comprometido.
Por la noche, me sentía deprimido. Conversación con Helen en la
cual nuevamente ella hacía todo esfuerzo por ser útil. Conciencia de
que es únicamente mi responsabilidad de lo que percibo y cómo per­
cibo. Pero aún tengo dificultad con esto. No obstante, la motivación de
Helen, si se mantiene, tiene que ser muy estimulante para ambos.
Tarea asignada de mantener registro diario, y listado de tareas no
completadas:...

87. La referencia en la Lección 15 (L-pI. 15.3:1,3) a “episodios de luz” fue puesta ahí
por Jesús para aliviar la ansiedad de Cal: “No les tengas miedo”.

337
Capítulo 10 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS -C

A esto le siguió entonces un listado de nueve ítems (no incluidos


aquí), de los cuales cinco se relacionaban con personas. Helen y Bill
con frecuencia hablaban de otros a quienes debían ayudar como “ta­
reas asignadas”, y generalmente eran fíeles a ofrecer cualquier ayuda
que pudiesen, a pesar de la reacción esencialmente negativa que tenían
los egos de ambos a la aparente imposición. Ocasionalmente en la es­
critura a máquina que Bill hacía del dictado del manuscrito original de
Helen, él solía escribir “tú y tu molestia (bother)” en lugar de “tú y tu
hermano (brother)”. Este “lapsus freudiano” reflejaba muy bien los
pensamientos egoístas de Helen y de Bill, aunque, por supuesto, no de
la otra parte de sus mentes que se mantenía fiel a su promesa de ser
útiles.

La próxima anotación repite algunos de los temas que ya hemos


visto.
martes 13 de septiembre
Gran dificultad para levantarme, sentimiento de fatiga generalizada,
etc., como continuación de depresión previa. Encontraba dificultad
para cambiar este estado de ánimo, pero mejoraba a medida que el día
continuaba. Discutí problema con Helen, quien obviamente estaba te­
niendo una fuerte reacción fóbica, pero [yo] estaba impresionado con
sus intentos muy genuinos de mirar este problema tal como es, y de re­
nunciar a la creencia en la fantasía gratificante como algo significativo
[i.e., las diferentes formas de especialismo]. Pasos muy notables hacia
las metas del curso. Si ella también pudiese renunciar a la creencia en
atacarse a sí misma como una tentativa de solución a las situaciones de
conflicto, yo sé que se sentiría inmensamente mejor....
Por la tarde traté de centrarme en los artículos de la Revista [la an­
tes mencionada Journal ofAbnormal and Social Psychology], Me he
sentido un tanto deprimido en lo que respecta al envío de correspon­
dencia. Pero sí escribí cartas y acabé con unos 12 trabajos por la tarde.
Ciertamente este es un récord para mí en el manejo de este tipo de pro­
blema. Luego, pasé ‘A hora en el apartamento con Helen tratando
iniciativas que nos ayudasen a centramos en el trabajo. Pasamos por el
rollo de costumbre, de sentimos cansados, de que era demasiado tarde,
etc., pero Helen en efecto respondió muy bien a este relativamente
breve momento, y [yo] la dejé con el sentimiento de que realmente ha­
bíamos progresado.
Pasé alrededor de una hora en conversación telefónica con BN
[otro de los amigos de Bill]. (Debo tratar de verlo el miércoles por la

338
El diario de Bill

noche.) El es una situación extremadamente difícil, pero en efecto


sentí que el hablar con él nos ayudó a ambos. Si yo realmente creyese
que no había orden de dificultad, etc. [referencia al muy importante
primer principio de los milagros: No hay grados de dificultad en los
milagros], me sentiría mucho más optimista sobre la capacidad de J [la
esposa de BN] para cambiar de mentalidad. Obviamente ella está terri­
blemente asustada, pero se está implicando en casi cada posible
distorsión para evitar ser consciente de este miedo. Ha de ser impor­
tante para mí hacer una contribución directa aquí.
Hablé con Helen dos veces por la tarde. Le pedí que me devolviese
la llamada después de la primera conversación lo cual ella hizo. El pro­
greso fue notable la segunda vez (que hablamos). Desalenté deseo
obviamente autodestructivo de ejercicios, etc., lo cual ella aceptó (pero
sin entusiasmo inicial). Estamos progresando, pero nuestras vacilacio­
nes son tan grandes que a veces es difícil ver esto claramente.
Menciono nuevamente, debido a su importancia durante los doloro­
sos años finales de la relación de Helen y Bill a la cual retomaré en la
Parte III, que el ego de Bill por desgracia lo estaba convidando al fra­
caso. Al adjudicarle a Helen los medios para su salvación, él estaba re­
forzando la dinámica de dependencia de la relación especial, en la cual
la felicidad de uno se ve directamente conectada con las decisiones de
otro. La incapacidad final de Helen de demostrar cualquier cambio cons­
tante marcó el final de cualesquiera esperanzas que Bill tuviese de “pa­
sar” el Curso. Su “fracaso” se lo atribuyó entonces al “fracaso” de
Helen, mediante lo cual él justificaba su ira hacia ella. Haciendo una di­
gresión breve, mi entrada en escena en el 1973 cuando su relación estaba
en un punto tan bajo, y el desarrollar una relación estrecha con Helen,
significaba para Bill en un nivel que su fracaso ahora era permanente.
Los dos días siguientes se cubrieron en la anotación siguiente del
15 de septiembre, la cual está llena de optimismo en tomo al progreso
alcanzado en las vidas personales y profesionales de Helen y de Bill.
Notas que abarcan los días 13 y 14 de septiembre
Estos han sido días turbulentos, y cruciales, en términos de la apli­
cación del curso. En muchos respectos, no han sido diferentes de la
mayoría de los días durante los últimos pocos meses o años, pero en
este momento sí siento que hemos logrado un progreso significativo.
Puesto que lo hemos logrado, lo peor que podría pasar seria una vaci­
lación y una disociación temporal de lo que se ha tomado
apremiantemente real.

339
Capítulo 10 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS - C

Las tardes del martes y del miércoles se dedicaron exclusivamente


a las tentativas de hacer frente al miedo y a la hostilidad mutua y de
entender los mismos. Helen sentía gran pánico en tomo a esto y encon­
traba todo lo asociado con nuestra colaboración atestado de miedo y de
peligro. Sin embargo, el cambio principal ha sido el muy claro recono­
cimiento que ella me expresara anoche por teléfono de que ella ya no
veía nada atemorizante en torno a las notas más recientes. Es obvio
para ambos que una aseveración explícita de un problema, a saber
nuestras mutuas actitudes ambivalentes, sólo pueden conducir a una
solución constructiva de este conflicto de tanto tiempo. Helen veía con
gran claridad anoche que el brillo del amor disipa el miedo totalmente,
y se sentía radiante cuando llamó. Reconocía también algo más lo cual
yo considero de gran importancia, porque su evidencia no se puede ne­
gar. Es decir, que la apariencia física de ella cambia totalmente cuando
ella está libre de conflicto y cree únicamente en la realidad del amor.
Esto ha sido muy evidente para todos los que la han visto durante el pa­
sado año. Su propio reconocimiento de este hecho obvio debe ser muy
alentador para nosotros dos.
Como de costumbre, las predicciones de Helen con respecto a mí
eran bastante precisas. Sí me fui a casa y dormí muy profundamente
antes de ver a WC [no conozco la identidad de esta persona]. Es la pri­
mera vez que he tomado una siesta durante esta semana [la falta de
energía de Bill generalmente requería una siesta por la tarde]. Si bien
me sentía algo aturdido cuando desperté, me sentía bastante con ello,
y me alivió mucho la conversación (telefónica) mencionada antes [con
Helen], Durante la noche no dormí con particular profundidad; una
vaga conciencia de vez en cuando de que una gran cantidad de material
inconsciente estaba moviéndose. Tal vez esto esté relacionado con los
inicios de liberar la represión.
Otros sucesos de importancia del día 14: Durante la tarde recibí una
llamada de P [una generalmente hostil psiquiatra de cuyo proyecto de
investigación sobre desarrollo infantil Helen y Bill eran consultores],
cuyo único propósito era señalar algunas actitudes muy positivas sobre
la psicología, basadas en una confirmación médica de una predicción
psicológica respecto al problema visual en un niño hacía dos años. P
recalcaba de manera muy atenta que ella quería indicar su capacidad
para hacer una llamada que no fuese una queja, sino más bien un cum­
plido. Debe ser muy impresionante para nosotros dos [Helen y Bill]
que sus actitudes hayan cambiado completamente, a medida que nues­
tra propia percepción cambiaba hacia la realidad. Un buen ejemplo de
que “no hay orden de dificultad”.

340
El diario de Bill

Además, mis actitudes hacia DF [secretaria] y hacia el reemplazo


de N [miembro del personal de psicología] son notables. Mientras yo
persistía en negar la verdad en la mente de DF estuvimos teniendo di­
ficultad con esta decisión. En el curso de dos conversaciones con ella
por la tarde, hubo un cambio considerable. Durante la primera conver­
sación, hice un verdadero esfuerzo por no sentir ira, pero sin embargo
era un tanto enjuiciador e impaciente en tomo a emplear a alguien por
su encanto personal, etc., en lugar de darle énfasis a sus destrezas de
mecanografía. Exhorté firmemente a D a pedir referencias en tomo a
la mujer solicitante a quien habíamos visto el martes. D me devolvió
la llamada rápidamente antes de las 4 para indicarme la recomendación
extensamente brillante que había recibido en relación con la solici­
tante, y que haría que se presentase el lunes para conocer a HH [el jefe
de departamento].
Lo importante de lo anterior es que entre estas dos llamadas, sí traté
de mirar a DF con mayor conciencia de la realidad, y que el cambio re­
flejado en sus actitudes posteriores tiene que estar relacionado con el
cambio en mis propias percepciones.
¿Cuándo cesaremos de negar el hecho de que los ejemplos anterio­
res son típicos de lo que nos ocurre cada vez que estamos dispuestos a
buscar la verdad y no el error? En realidad es bien sorprendente, pero
soy consciente de mi verdadera dificultad en tener esto presente sin
duda o equivocación. Cuando ya no niegue más la realidad de mi ex­
periencia, todos estos problemas se desvanecerán....
Fue debido a que la expectativa de un cambio real era tan alta du­
rante este período, que la decepción posterior—que parecía desarro­
llarse gradualmente—resultó tan dolorosa. Repito, el error de Bill, a
pesar de sus sinceros esfuerzos por practicar los principios del Curso,
consistió en caer sutilmente en la telaraña del ego de confundir la
forma con el contenido, al esperar que el cambio fuese extemo, y al
buscar ese cambio como validación del cambio interno que es el énfa­
sis y la meta del Curso. Una vez más, el optimismo casi eufórico de
Bill basado en sucesos externos positivos, sin el correspondiente cam­
bio intemo, terminó siendo una trampa del ego, en la cual él se metió
sin saberlo.
La próxima anotación, aproximadamente dos semanas más tarde,
es la última en sobrevivir, si es que realmente hubo cualesquiera otras.
Dudo, sin embargo, que las hubiese; pues como mencioné antes, el lle­
var un diario no era una actividad que Bill generalmente quisiera rea­
lizar. Y sospecho que puesto que la decepción en su relación con Helen

341
Capítulo 10 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILA GROS - C

comenzó a convertirse en la norma, su motivación por continuar habría


disminuido. Además, el principio del otoño, cuando Bill suspendió sus
anotaciones, significó el retomo de su ocupado período en el Centro
Médico, el cual típicamente dejaba a Bill extenuado al final del día.
Esta anotación, igual que la anterior, es bastante optimista acerca
del futuro, y de la capacidad de Helen y de Bill para aprender el Curso.
Comienza con la mención que Bill hace, repito, de la importancia que
tenía para él el aprendizaje del Curso con Cal Hatcher durante sus re­
uniones temprano por las mañanas.
28 de septiembre, ‘66
Considerable interrupción durante anotación diaria, en parte debido a
que el tiempo más propicio para hacer esto (tal como lo veo ahora) es
temprano por la mañana. He estado reuniéndome regularmente con
Cal Hatcher de 8 - 9 cada mañana desde la semana pasada. Hoy no se
presentó, lo cual está en armonía con nuestro acuerdo. A saber, nin­
guna coerción en tomo a esto. Para mi propio aprendizaje, pienso que
es ventajoso si estoy aquí a las 8 independientemente de Cal. Sin em­
bargo, [yo] sí experimenté un leve sentido de decepción cuando él no
llegó. La interacción mutua en tratar de aprender el material es facili­
tadora para mí, pero intenté repasar las notas solo. Esto es útil, pero no
tanto como cuando lo hacemos juntos, bien sea con Helen o con Cal.
Ayer fue notable en que tanto Helen como yo estamos haciendo un
esfuerzo más concertado por mirar el problema que estamos enfren­
tando, y experimentamos más éxito al hacerlo. La evidente falta de
lógica de nuestra posición de vacilar todo el tiempo se toma progresi­
vamente más obvia, y por fortuna, progresivamente inaceptable.
Siempre que vacilamos estamos negando la realidad de nuestras expe­
riencias cuando estamos en nuestras mentes correctas. Eso que
siempre funciona cuando estamos pensando de acuerdo con ello difí­
cilmente puede ser vacilante. Sólo nuestras propias percepciones,
decisiones y disposición para aprender que hay una sólo cosa que que­
remos aprender es lo que constituye el problema. Todo lo demás que
imponemos como barreras al aprendizaje son evidentemente reaccio­
nes de miedo, fundamentadas en la creencia de que la verdad y el amor
son destructivos. Esto es absurdo. Si bien yo tengo aún dificultad en
tener esto presente constantemente, la lógica o ilógica de la situación,
la cual depende del maestro que elijamos, es difícil que se me escape.
Me sentí complacido de que Helen y yo hiciésemos una presenta­
ción ayer la cual creo que fue bastante exitosa con los residentes del
Neuro [Neurological Institute], Ambos estábamos ansiosos respecto a

342
El diario de Bill

esto, a pesar del hecho de que Helen había preparado muy cuidadosa­
mente el material ilustrativo apropiado para esta ocasión. Me parecía
que era de algún modo necesario en esta ocasión demostrar que no ne­
cesitábamos la rígida estructura que frecuentemente se cree que es
esencial en cualquier presentación. Aunque experimentaba considera­
ble ansiedad de antemano, trataba de tener presente que aquel que me
envió me diría qué hacer y qué decir. [Esto, por supuesto, es una refe­
rencia al mensaje para Bill relacionado con la conferencia de
Princeton, vea la pág. 321, el cual concluía con la oración, “Estoy aquí
únicamente para ser verdaderamente útil... ”.] Por primera vez en mi
experiencia con esta clase de charla profesional, decidí que no era ne­
cesario tener notas, o un bosquejo, y que simplemente trataría de seguir
lo que dice. Desde el punto de vista de la convicción, esto debería ser
muy convincente para mí, porque hablé durante 20 ó 25 minutos sin
ninguna dificultad, y creo que con razonable coherencia, y cubrí los
puntos esenciales de orientación que eran necesarios. Probablemente
sería muy difícil para mí reconstruir lo que realmente dije, pero podía
medir por la reacción de la audiencia que parecía encaminado en la di­
rección correcta.
Cuando le pasé la sesión a Helen en el momento que parecía apro­
piado, ella también presentó el material muy claramente y muy bien.
Si pudiésemos metemos en la cabeza que todo se puede manejar fácil­
mente, de forma similar, esto seria de un enorme alivio y convicción
para los dos.
Me siento muy animado de que estemos logrando un progreso con­
siderable ahora, y mucho más de lo que cualquiera de nosotros
reconoce. Helen está comenzando a ver que en realidad sólo hay dos
emociones, amor y miedo. Esto es perfectamente obvio para mi ya que
la veo todos los días. Cuando ella está tratando de negar el amor, se
siente muy atemorizada y anticipa desastre. El presente episodio de
frío ilustra esto en gran medida. Mas, lo opuesto a ello ha sido amplia­
mente demostrado muchas veces, y ella está en paz, feliz y radiante y
libre de miedo cuando reconoce que existe una sola cosa que es real,
y una sola cosa que ella quiere.
A medida que veamos esto claramente y con convicción, no debe­
mos tener problemas con el curso, el cual es muy explícito en cuanto a
este punto.
Esto concluye el diario de Bill. Mediante discusiones posteriores
con Helen y Bill, estaba claro que este período de sinceros intentos de
perdón y reconciliación, sin mencionar la honestidad personal que
ellos compartían abiertamente uno con el otro, fue un tanto efímero.

343
Capítulo 10 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILA GROS-C

En algún punto, ambos volvieron a caer en sus yos egoístas, y regresa­


ron a sus estados previos al Curso de proyección y negación, y de
ataques mutuos, uno en contra del otro. La animosidad recurrente y el
evidente fracaso de su relación desde la perspectiva del Curso se con­
virtió ahora en la responsabilidad única del otro: “Si sólo fueses dife­
rente, yo sería diferente y mucho más feliz”.
Por otra parte, Helen y Bill parecían sentir que Un curso de milagros
les había fallado, y obviamente en otro nivel, que ellos le habían fallado
al Curso. El miedo de Helen de soltar el conflicto en su relación con
Jesús simplemente reforzaba la propia ambivalencia de Bill. Como ya
he indicado, la aparente falta de crecimiento de Helen en el Curso, le
permitía a Bill sentirse justificado en su propia limitación. Su ira con
Helen simplemente reforzaba la propia postura defensiva de ella hacia
él, y de ese modo ambos terminaron atrapados en este círculo vicioso
de culpa y recriminación. Y así para la época en que yo los conocí en
el otoño de 1972, como ya he señalado, su relación estaba según sus
propias palabras en “el punto más bajo”. Evidentemente, no mejoró a
partir de ese punto; si acaso, se deterioró aún más, aunque mi presen­
cia parecía suavizar las expresiones directas de amargura que exis­
tían. Más de eso en la Parte III; retomamos ahora a la escritura del
Curso.

Continuación y conclusión del Curso

El final del Capítulo Quince se escribió en la temporada de


Navidad, 1966, y provee un interesante ejemplo de cómo Jesús podía
entrelazar un tema extemo con su presentación del currículo del curso,
en este caso las relaciones especiales, el sacrificio y el instante santo.
El capítulo incluso concluía con un hermoso mensaje de Año Nuevo.
El 30 de diciembre, Jesús dictó un mensaje especial sobre la verdadera
versus la falsa empatia. En el texto se ubicó exactamente donde llegó
en el dictado, y evidentemente fue dictado de Helen a Bill sin notas de
clase alguna. El mensaje se reproduce casi palabra por palabra al prin­
cipio del Capítulo Dieciséis, en la sección titulada “La verdadera
empatia”.

La ansiedad de Helen en tomo al Curso continuó a lo largo de este,


y de vez en cuando resurgía con agravantes. En una ocasión tal suceso

344
Continuación y conclusión del Curso

tuvo un clímax sorprendente. He aquí la descripción de Helen, tomada


de su autobiografía:
Hasta casi el mismo final del texto continuaba anticipando que sal­
drían a la luz en mis notas serios deslices cuando se las dictase a Bill.
Con frecuencia él me recordaba que yo estaba esperando una incohe­
rencia absurda que jamás encontraba, pero yo parecía virtualmente
imposible de tranquilizar al respecto. Tuvo lugar un episodio bastante
notable el cual sí logró impresionarme por un tiempo, aunque su amo­
roso impacto no duró para darme consuelo permanente. Una noche
comencé tarde, y estaba escribiendo con bastante resentimiento. A me­
dida que escribía, era consciente de un súbito cambio de estilo y de
tiempo, y estaba segura de que la incoherencia que había temido por
tanto tiempo finalmente ocurría. Dudé si debía continuar.
“Simplemente escríbelo tal como se te ocurra”, decía la queda Voz,
muy claramente. [Advierta una vez más cómo Helen evita el uso del
nombre de Jesús en esta reflexión autobiográfica.] “Más tarde lo
reconocerás”.
“Pero se ha vuelto loco”, protesté. “Siempre supe que sucedería,
tarde o temprano, y ahora ha sucedido”.
“Sólo escríbelo”, decía la Voz suavemente. “Lo estás haciendo muy
bien. Y lo reconocerás más tarde”.
Proseguí con la escritura hasta que se terminó la sección, y en me­
dio de una gran agitación llamé a Bill entonces.
“¡Ha ocurrido!” anuncié, dramáticamente. “Se ha vuelto loco. No
tiene ningún sentido en absoluto”.
“Lo dudo”, dijo Bill, quien ya había pasado por esto muchas veces
antes. “Pero ya que estás tan disgustada al respecto, trata de olvidarlo
ahora y por la mañana lo revisaremos”.
A la mañana siguiente, llegué temprano, libreta en mano y segura
del desastre. Le leía las notas a Bill, y me ponía más y más ansiosa a
medida que me aproximaba a la parte en que me había percatado del
cambio. Al comenzar a leer me detuve un instante, y luego rompí en
llanto. La Voz había tenido razón. Sí lo reconocí. Era una versión del
Padre Nuestro. Me tomó algún tiempo recobrar mi compostura lo su­
ficiente para volver al trabajo.
Aquí está “lo que ocurrió”, la causa de las lágrimas de Helen, tal como
aparece al final del Capítulo Dieciséis del texto. Fue dictado el 10 de
enero de 1967:
Perdónanos nuestras ilusiones, Padre, y ayúdanos a aceptar nuestra
verdadera relación Contigo, en la que no hay ilusiones y en la que

345
Capítulo 10 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS-C

jamás puede infiltrarse ninguna. Nuestra santidad es la Tuya. ¿Qué


puede haber en nosotros que necesite perdón si Tu perdón es perfecto?
El sueño del olvido no es más que nuestra renuencia a recordar Tu
perdón y Tu Amor. No nos dejes caer en la tentación, pues la tentación
del Hijo de Dios no es Tu Voluntad. Y déjanos recibir únicamente lo
que Tú has dado, y aceptar sólo eso en las mentes que Tú creaste y que
amas. Amén.
El 31 de mayo de 1967, Helen se encontraba en medio de otra crisis,
y la respuesta de Jesús para ella fue un mensaje especial, el cual no
aparece en ninguna de sus libretas. Así que o bien Helen se lo dictó a
Bill directamente desde su audición interna, o de lo contrario lo tomó
en una hoja de papel suelta que ya no existe. Originalmente se ubicó
en su propia secuencia temporal en la sección conocida como “La de­
bilidad y la defensión”, entre las palabras “Y toda incertidumbre no es
otra cosa que las dudas que tienes acerca de ti mismo” y “Cuán débil
es el miedo”. Posteriormente se ubicó en el Capitulo Dieciocho como
la sección “No tengo que hacer nada”, donde el mensaje se reproduce
casi palabra por palabra.
La crisis de Helen, la que en un nivel externo literalmente era un no-
suceso, giraba en tomo a una amenaza de huelga del sindicato la cual
implicaría al operador del elevador en el edificio de Helen. Ella y
Louis vivían en el 16o piso, y el miedo de Helen era a que la huelga
comenzase en un momento en que ella y Louis estuviesen separados,
uno en el apartamento y el otro abajo. Puesto que en la mente de Helen
el subir o bajar los dieciséis pisos de escalera significaba un paro car­
díaco instantáneo, o para ella o para Louis, ella estaba fuera de sí ante
la inminente amenaza de separación. Habiendo definido el problema
de esa manera, su solución era obvia y lógica: ella y Louis se mudarían
a un hotel cercano. Lo hicieron, y permanecieron allí por una semana,
sin enterarse jamás de que la huelga había concluido incluso antes de
comenzar.
El mensaje de Jesús era en parte un intento por ayudar a Helen a re­
conocer que no tenía que hacer nada respecto a ningún problema per­
cibido, puesto que en verdad no hay un problema real “allá fuera”. El
único problema que existe es nuestra creencia de que estamos separa­
dos de Dios, y esta percepción equivocada básica inevitablemente
tiene como resultado la percepción equivocada de todos y de todo.
(Esto no significa, dicho sea de paso, que uno no haga nada en térmi­
nos de comportamiento, sino más bien que no debemos actuar por

346
Continuación y conclusión del Curso

nuestra cuenta sin la ayuda del Espíritu Santo.) En este caso en parti­
cular, tampoco había ningún problema real externamente, puesto que
los elevadores habían continuado funcionando normalmente.
El mensaje también contenía información útil sobre la relación
entre Un curso de milagros y otros caminos espirituales, la cual el lec­
tor interesado puede decidirse a consultar en el texto. Parte del men­
saje contenía esta importante aseveración para Helen en tomo a evitar
el enjuiciar a otras espiritualidades, al tiempo que proseguía su propio
camino: “No aprovechas el curso si te empeñas en utilizar medios que
le han resultado muy útiles a otros, y descuidas los que se establecieron
para ti" (T-18.VII.6:5). Ese mensaje se le daría a Helen nuevamente
unos años más tarde en otra forma, como veremos en la Parte III.

El 11 de marzo de 1968, Helen escribió otro mensaje especial,


cuyas circunstancias son desconocidas para mí. Originalmente se
ubicó en el centro de la sección titulada “La alternativa a los sueños de
miedo”, entre las palabras “tiene que ser un sueño y no puede ser la
verdad” y “Has concebido una diminuta brecha”. Posteriormente se
ubicó en el Capítulo Veintidós, como los dos párrafos al comienzo de
“La bifurcación del camino”. Virtualmente aparece en el texto impreso
tal como se le dictó a Helen.

El 19 de junio de 1968, poco antes de que se completase el texto,


Helen escribió este mensaje para sí misma sobre la importancia de no
enjuiciar en el contexto de su función como psicóloga:
Como lo veas a él te verás a ti mismo. Bien sea a través del uso de
pruebas psicológicas, o al emitir juicios en alguna otra forma, el efecto
es aún el mismo. Siempre que has juzgado a alguien, es imposible para
ti no emitir el mismo juicio sobre ti mismo. Si ves a uno de tus herma­
nos, quien resulta ser un paciente, como si este mostrase señales de un
desorden al pensar, luego experimentarás este mismo desorden en tu
propia percepción. Pues lo que sea tu pensamiento en tomo a cual­
quiera determina cómo responderás y reaccionarás hacia ti mismo y
hacia todos en tomo tuyo. Tengan cuidado pues, cuando sean llamados
a cumplir su función como maestros, de enseñar la verdad sobre el Hijo
de Dios. La única manera en que pueden experimentar alguna paz
mientras persista esta infortunada necesidad de interpretar ilusiones es
reconocer que están discutiendo únicamente ilusiones, y que esto no
tiene ningún significado en absoluto. Traten de decir una oración por

347
Capítulo 10 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILAGROS - C

su hermano mientras hacen esto y suscitarán y experimentarán un mi­


lagro en su lugar.
Ciertamente, esto no significa, dicho sea de paso, que los psicólo­
gos deban cesar en sus funciones mundanas, sino más bien que deben
continuar su trabajo sin tomar en serio sus formas profesionales. Jesús,
pues, no estaba diciéndole a Helen y a Bill que abandonasen su trabajo,
sino sencillamente que fuesen conscientes de que estaban “discutiendo
puras ilusiones”. Así que debían utilizar la ilusión de la teoría psicoló­
gica como el vehículo para enseñar el contenido de la verdad. En otras
palabras, Jesús nos está diciendo a todos que son nuestros pensamien­
tos sobre nuestro trabajo los que tienen que cambiar, no necesaria­
mente el trabajo en sí. Como posteriormente nos aconsejará el libro de
ejercicios sobre el traer la luz de la verdad al mundo de la obscuridad:
Y luego vuelves a la obscuridad [desde la luz], no porque creas que es
real, sino sólo para proclamar su irrealidad usando términos que aún
tienen sentido en el mundo regido por la obscuridad (L-pI. 184.10:3).
Por lo tanto, no dejamos de hacer cualesquiera juicios personales o
profesionales que sean pertinentes a nuestro funcionamiento en el
mundo. Sólo que los emitimos sin condenación y sin ataque. Tomando
prestadas las palabras del evangelio, a las cuales Jesús alude con fre­
cuencia en el Curso, se nos está enseñando cómo estar en el mundo,
mas siempre recordando que no somos de este.

A medida que el dictado de Un curso de milagros progresaba,


Helen comenzaba a preguntarse cuándo (o tal vez incluso si acaso) es
que este terminaría. He aquí su relato tomado de su autobiografía:
En varias ocasiones antes del final le dije a Bill que las cosas esta­
ban llegando a su conclusión, pero estaba equivocada. Luego comencé
a preguntarme cómo sabría cuándo en realidad se había terminado. Se
me dio una respuesta. Lo sabría cuando se usase la palabra “amén”.
Aún creía que todo había concluido antes de que la palabra se utilizase
realmente [Recuerdo que Helen me dijo que una de esas ocasiones fue
al principio de lo que sería la última sección del texto, con las palabras:
“Pues El ha venido, y esto es lo que te está pidiendo”], pero no fue
hasta el párrafo que comienza “Y ahora decimos ‘Amén’” que supe
que el texto había concluido.

348
Continuación y conclusión del Curso

El texto tardó casi tres años en completarse, y concluyó el 10 de


octubre de 1968. El párrafo final, entre los pasajes más inspiradores
del material, si no es que en toda la literatura espiritual, dice así:
Y ahora decimos “Amén”. Pues Cristo ha venido a morar al lugar
que, en el sosiego de la eternidad, Tú estableciste para El desde antes
de los orígenes del tiempo. La jomada llega a su fin, y acaba donde co­
menzó. No queda ni rastro de ella. Ya no se le otorga fe a ninguna
ilusión, ni queda una sola mota de obscuridad que pudiese ocultarle a
nadie la faz de Cristo. Tu Voluntad se hace, total y perfectamente, y
toda la creación Te reconoce y sabe que Tú eres la única Fuente que
tiene. La Luz, clara como Tú, irradia desde todo lo que vive y se mueve
en Ti. Pues hemos llegado a donde todos somos uno, y finalmente es­
tamos en casa, donde Tú quieres que estemos (T-31.VIII.12).
Al llegar a ese punto, por supuesto, no se le dijo nada a Helen en tomo
a que había algo más para el Curso, y por consiguiente ella y Bill no
tenían idea de que seguirían dos volúmenes adicionales. Pasaría algún
tiempo hasta que comenzase el libro de ejercicios.
Y ahora, con este tomo masivo en sus manos, se dieron a la tarea de
tratar de poner el texto en algún tipo de orden. Como señalara antes, la
propia Helen reescribió el texto a máquina dos veces y gradualmente
ella y Bill dividieron el material del texto en secciones y capítulos, y
les ponían nombres a medida que lo hacían. La mayoría de las veces
las divisiones de las secciones se daban naturalmente, puesto que el
dictado se terminaba cada día después de una de estas interrupciones
naturales. En su autobiografía, Helen describía el período inicial de la
edición de esta manera:
Entonces comenzaba el largo y tedioso trabajo de cotejar los errores ti­
pográficos y de escribir nuevamente a máquina. Para realizar esta labor
con un minimo de trastorno emocional, asumí la actitud de una editora
cuya función es considerar únicamente la forma y hacer caso omiso del
contenido tanto como fuese posible. Encontramos varios errores de
mecanografía, los cuales yo marcaba con el debido estilo editorial e in­
dicaba por página en mis hojas de errata. Bill era inflexible al oponerse
a cualquier cambio en absoluto, excepto a que se eliminasen las refe­
rencias personales del comienzo y que se corrigiesen los errores reales
de la escritura a máquina. Yo quería cambiarlo prácticamente todo,
pero sabía que Bill tenía razón. Cualesquiera cambios que yo hacía
siempre resultaban equivocados a la larga, y tenía que ponerlos nueva­
mente en su lugar. La actitud estrictamente editorial no sólo me ayudó

349
Capítulo 10 LA ESCRITURA DE UN CURSO DE MILA GROS-C

a realizar un trabajo largo y difícil, sino que resultó ser la más útil, en
cuanto a lo que el verdadero material se refiere. Este tenía una manera
de saber lo que estaba haciendo, y era mucho mejor dejarlo exacta­
mente como estaba.
Cuando se terminó finalmente la escritura a máquina, le puse la cu­
bierta a la máquina, respiré aliviada, y me dije a mí misma felizmente,
“Y el mido de la máquina ya no se oye más”. Disfruté mi “liberación”
por aproximadamente una semana. Luego comencé a sentirme curio­
samente sin propósito alguno. Había que hacer muchísimo trabajo,
pero de algún modo ello no llenaba el vacío en mi vida que se tomaba
progresivamente inmenso y opresivo. Unos seis meses más tarde, es­
taba deprimida en espíritu y físicamente enferma gran parte del
tiempo. Cruzó por mi mente, casi subliminalmente, que podría haber
algo más que tenía yo que hacer. Una vez le mencioné esa posibilidad
a Bill, y rápidamente cambió de tema. Realmente, fue a mi esposo a
quien al fin se le ocurrió.
“Tal vez no hayas terminado la escritura”, dijo muy tranquilamente
y con evidente sinceridad.
“No lo digas”, le respondí con ira. “Nada más eso me faltaba”.
“Pero tal vez sea verdad”, continuó él. No contesté. Varias semanas
más tarde, sin embargo, le mencioné a Bill, con un gran esfuerzo por
sonar despreocupada, que yo tenía una idea de que el texto tenía que ir
acompañado de un libro de ejercicios. El me dijo que eso le parecía una
idea muy buena. No volví a tocar el tema nuevamente por espacio de
unas seis semanas, durante las cuales me sentía cada vez peor. Parecía
que ciertamente había la intención de un libro de ejercicios, y en el de­
bido momento comencé a escribirlo. No era tan difícil de escribir como
lo había sido el texto. En primer lugar, me gustaba el formato general
aun cuando encontraba que las primeras cuantas “lecciones” eran más
bien triviales. [A propósito, esta fue una opinión que Helen realmente
no perdió jamás, y la aparente simpleza de éstas siempre le hacía sentir
algo incómoda. Jamás pudo pasar más allá de la forma de estas leccio­
nes iniciales hacia su profundo contenido subyacente.] Sin embargo,
creo que pronto adoptó un buen estilo y un verso libre muy aceptable
[a partir de la lección 99], el darme cuenta de lo cual me ayudó mucho.
Además, el proceso de la escritura de por sí ya no era particularmente
extraño para mí. Y finalmente, estuve de acuerdo con la forma precisa
de la organización del libro de ejercicios. Decía desde su inicio exac­
tamente lo que iba a hacer, y luego procedió a hacerlo. Incluso su final
estaba predeterminado. Planteaba desde el principio que habría una
lección diaria por un período de un año, y esa fue exactamente la ma­
nera en que resultó.

350
Continuación y conclusión del Curso

En lo que se refiere al libro de ejercicios y la preocupación de ella


con la forma o el estilo, Helen me comunicó posteriormente que ella
le había insistido a Jesús que la introducción de una sola oración a
todas las lecciones individuales del repaso fuese diferente una de la
otra (e.g., las introducciones a las lecciones 51 y 52 dicen: “El repaso
de hoy abarca las siguientes ideas:” y “El repaso de hoy abarca estas
ideas:”). La misma “exigencia” a Jesús aplica igualmente al segundo
repaso.
La escritura del libro de ejercicios y del manual para maestros pro­
cedió con relativa suavidad sin incidente alguno. El libro de ejercicios
se escribió desde el 26 de mayo de 1969, hasta el 18 de febrero de 1971
inclusive; el manual comenzó exactamente un año más tarde el 12 de
abril de 1972, y concluyó hacia mediados de septiembre de 1972 (la
fecha exacta se desconoce). Podría mencionar, que así como en el texto,
las temporadas de Navidad y de Pascua inspiraron ciertos pasajes del
libro de ejercicios (vea L-pI. 13 5.25-26; L-pI.151.16; L-pII.303).

351
PARTE III

LOS AÑOS QUE SIGUIERON A


UN CURSO DE MILAGROS
INTRODUCCION A LA PARTE III

Retomamos ahora a mi encuentro con Helen y Bill a fines del otoño


de 1972, y al comienzo de mi asociación con ellos. Como indiqué en
la Introducción, aquella profética noche de noviembre ciertamente no
había manera de que yo conociese la situación hacia la cual me enca­
minaba. Aunque había habido alguna mejoría en la relación de Helen
y Bill durante los meses iniciales del dictado, tal como lo discutí cerca
del final de la Parte II, su situación interpersonal, de acuerdo con lo
que ellos mismos me informaron, había empeorado considerable­
mente. Los aparentes éxitos iniciales en la aplicación de los principios
del Curso a su relación no duraron mucho tiempo, y los intentos
iniciales de pasar por alto el error—y ver únicamente expresiones o pe­
ticiones de amor uno en el otro—pronto dieron paso a los viejos patro­
nes de culpa y de autorecriminación. Helen y Bill estaban firmemente
convencidos cada uno por su parte de que el otro—ahora más que
nunca—era la causa de todos los problemas y fracasos: pasados, pre­
sentes y futuros. Esto no estuvo verdaderamente claro para mí durante
muchos meses, no obstante. Primero hubo el periodo de luna de miel.
La Parte III comienza con un capítulo sobre el desarrollo de mi
relación con Helen y Bill, y continúa con nuestra edición del Curso, re­
flexiones sobre cómo se iba deteriorando la relación entre Helen y Bill
y por consiguiente con Un curso de milagros también, escritos adicio­
nales, una discusión a fondo de la relación de Helen con Jesús, y
finalmente los últimos meses y la muerte de Helen.

355
i
Capítulo 11

VERANO, 1973: LA CUEVA

Para reiterar brevemente lo que mencioné en la Introducción al li­


bro, después de aquella primera noche a fines del otoño en el aparta­
mento de Bill, partí hacia Israel como lo había planeado, donde
inesperadamente permanecí cerca de cinco meses, en dos monasterios.
Durante este tiempo ocasionalmente pensaba en el “Libro de Helen”,
y uno de mis propósitos para regresar a los Estados Unidos en mayo
de 1973 era visitar a Helen y a Bill y echarle una ojeada a este libro.
Lo hice, por supuesto, y relativamente pronto después de eso—a me­
dida que leía el manuscrito y pasaba el tiempo con mis dos nuevos
amigos—me di cuenta de que habría de quedarme en Nueva York:
había encontrado el propósito y la obra de mi vida.
Pasé diez semanas en los Estados Unidos (como explicaré más ade­
lante, sí regresé a Israel por un período breve), una buena parte de este
tiempo la pasé con Helen y Bill, relatándoles en gran detalle el trayecto
de mi propia vida, en la cual ellos parecían tener interés. También pa­
saba un tiempo considerable con cada uno de ellos por separado. Mi
memoria específica de esta época es un tanto vaga, aunque no creo que
haya reconocido conscientemente ningunas dificultades reales en la si­
tuación. En parte, estaba demasiado absorto con el aura de Un curso
de milagros, y con estas dos admirables personas, sin mencionar los
cambios que ocurrían rápidamente en mi propia vida. Y no fue el ín­
fimo de estos cambios, sin duda una leve subestimación, mi súbita
conciencia de la presencia de Jesús en mi vida. Es necesario insertar
aquí unas breves palabras respecto a mi relación con Jesús.
Yo era, como me había señalado Helen, un cristiano muy gracioso.
Un católico romano bautizado en el mes de septiembre anterior (aun­
que, como mencioné antes, sin identificación alguna con la Iglesia y
sus enseñanzas), y muy atraído por la vida de monje trapense, estaba
sin embargo libre de compromisos con Jesús. Esto era mucho más no­
table al considerar que durante este período israelí, cuando no estaba
en los monasterios, pasaba la mayor parte de todo mi tiempo en los lu­
gares asociados con Jesús, y tuve muy fuertes experiencias de la pre­
sencia de Dios mientras estaba allí. Incluso tuve un sueño muy
poderoso en el cual Jesús se me acercaba la noche anterior a mi viaje

357
Capítulo 11 VERANO, 1973: LA CUEVA

a Jerusalén por primera vez. Y sin embargo, en todo ese tiempo jamás
pensaba conscientemente en la figura asociada con estos lugares, sin
mencionar su lugar central en la vida monástica a la cual yo estaba as­
pirando. Mientras estuve de regreso en los Estados Unidos durante este
verano de 1973, hice planes para visitar la Abadía de Getsemaní, el
monasterio trapense al cual había pensado ingresar originalmente, y
con muchos de cuyos monjes había desarrollado amistad. Además le
había prometido a uno de los monjes de Lavra Netofa en Israel que vi­
sitaría a su familia en Saint Louis, no muy lejos de los trapenses de
Kentucky.
Planeaba tomar un autobús desde Nueva York hasta el monasterio,
pero en el último minuto Helen me exhortó a volar, diciéndome que
ella sentía que yo debía ahorrar tiempo. Confiaba en el consejo de
Helen, y cuando estaba a punto de salir hacia el aeropuerto, Bill me dio
una taijeta de fichero con una de las lecciones del libro de ejercicios
escrita a máquina. Llegué a Louisville tarde por la noche, y llegué al
monasterio a la mañana siguiente, el jueves de la Ascensión (el día sa­
grado de los católicos en que se conmemora la Ascensión de Jesús
hasta su Padre, cuarenta días después de la Pascua de Resurrección), a
tiempo para asistir a la Bendición Abacial de la inauguración del padre
Timothy Kelly como el nuevo abad. Helen tenía razón—fue conve­
niente que “ahorrase tiempo” y decidiese volar.
Terminé permaneciendo una semana en el monasterio, durante lo
cual finalmente Jesús “apareció” para mí. Ocurrió muy temprano el
domingo por la mañana. Estaba levantado una hora antes del primer
servicio de oración de los monjes, el cual habría de comenzar a las 3:00
de la madrugada, y estaba continuando con mi lectura del manuscrito
del Curso por primera vez. Esa mañana estaba leyendo las páginas fi­
nales del texto. Al comenzar los párrafos que empiezan con “No me
niegues el pequeño regalo que te pido”, súbitamente alboreó en la
parte consciente, no intelectual de mi mente, quién era verdaderamente
la primera persona del Curso. Yo lo sabía, por supuesto, pero no real­
mente. Y ahora repentinamente sí lo sabía. Las lágrimas brotaron den­
tro de mí mientras me dirigía a la Iglesia para la oración matinal.
El abad me había dado una puesto entre los monjes para permitirme
participar directamente con ellos durante la oración, y al concluir el
servicio me quedé en la obscura y silenciosa Iglesia mientras los
monjes desfilaban hacia su período de oración privada. Pasarían

358
Verano, 1973: la cueva

aproximadamente dos horas antes de que comenzase el próximo servi­


cio, y anhelaba quedarme a solas en la Iglesia. Después de un rato co­
mencé a oír lo que ahora se estaba convirtiendo en una voz interior
familiar, la cual siempre identificaba con Dios. Pero ahora, de pronto,
se me ocurría en un momento que jamás olvidaré, que la voz era más
personal de lo que jamás había experimentado, y que la persona era
Jesús, el mismo Jesús cuya suave, amorosa y autoritaria voz era la
fuente de Un curso de milagros. No podía contener las lágrimas que se
deslizaban por mi rostro, ni la dicha intema que me embargaba. Clara­
mente había sido, y todavía sigue siendo, la experiencia central de mi
vida aquí en la tierra.
Me quedé en el monasterio algunos días más, disfrutando del tibio
fulgor de esta nueva relación con mi antiguo amigo, cuyo nombre he
conocido para siempre. El día que iba a abandonar el monasterio me
detuve en el recibidor, esperando al monje que me llevaría al aero­
puerto. Introduje la mano en el bolsillo de mi chaqueta y descubrí la
tarjeta que Bill me había dado. No podía creer lo que leía, de la
Lección 303, originalmente escrita en la Navidad de 1970:
Hoy nace en mí el Cristo santo.
Velad conmigo, ángeles, velad conmigo hoy. Que todos los santos
Pensamientos de Dios me rodeen y permanezcan muy quedos a mi
lado mientras nace el Hijo del Cielo. Que se acallen todos los sonidos
terrenales y que todos los panoramas que estoy acostumbrado a ver
desaparezcan. Que a Cristo se le dé la bienvenida allí donde El está en
Su hogar, y que no oiga otra cosa que los sonidos que entiende y vea
únicamente los panoramas que reflejan el Amor de Su Padre. Que
Cristo deje de ser un extraño aquí, pues hoy El renace en mí.
Mientras proseguía con la segunda parte de la lección, sabía que en mi
corazón de corazones finalmente le había dado la bienvenida al Hijo
de Dios conocido como Jesús, así como a mi verdadero Ser: dos seres
aquí, mas un solo Ser en realidad.
Le doy la bienvenida a tu Hijo, Padre. El ha venido a salvarme del
malvado ser quefabriqué. Tu Hijo es el Ser que Tú me has dado. El es
lo que yo soy en verdad. El es el Hijo que Tú amas por sobre todas las
cosas. El es mi Ser tal como Tú me creaste. No es Cristo quien puede
ser crucificado. A salvo en Tus Brazos, déjame recibir a Tu Hijo.

359
Capítulo 11 VERANO, 1973: LA CUEVA

Completé el resto de mi “tarea” en el oeste medio, y anhelaba el re­


greso a Nueva York para compartir con Helen y Bill todo lo que había
sucedido. Especialmente Helen parecía más que complacida con mi
“informe”, casi como si hubiese estado esperando que ocurriese este
incidente intemo. Luego comencé a pasar más y más tiempo en el
Centro Médico cuando no estaba viajando por los alrededores ha­
blando con distintas personas, y progresivamente pasando más tiempo
con Helen; obviamente nos estábamos acercando más el uno al otro.
Un importante proyecto que les interesaba a Helen y a Bill en este
momento era la compleción de un capítulo sobre “Otras teorías psico­
lógicas de la personalidad” para la segunda edición del Comprehensive
Textbook of Psychiatry, una prestigiosa publicación. Esta no era una
tarea fácil. Requería que Helen y Bill colaborasen muy de cerca (pro­
fesionalmente), una experiencia que en el pasado, como se indicara an­
tes, se veía marcada por un fuerte antagonismo mutuo, aunque el
producto final siempre era excelente.
Aunque esto no estaba claro para mí al principio, entendí en retros­
pectiva cómo era que Helen y Bill difícilmente podían hacer algo jun­
tos (aparte del Curso) sin que todos sus resentimientos saliesen a la
superficie con agravantes (¡literalmente!). Y este artículo ciertamente
no era la excepción. Bill solía escribir, y luego Helen editaba, y el texto
iba y venía entre los dos. La tensión era tan densa que se podía cortar
con un cuchillo. Traté de mediar de algún modo, puesto que estaba fa­
miliarizado con el material que ellos estaban cubriendo, y tenía alguna
habilidad para escribir y editar también. Mis esfuerzos por ayudar no
eran nocivos, sino que hacían poco por diluir la atmósfera de campo
de batalla de la oficina.
Sin embargo, la tensión siempre se disipaba durante esos momentos
cuando Helen y Bill oían mi historia atentamente, o cuando hablábamos
juntos acerca del Curso. Era un período muy extraño para mí, por decir
lo menos. Aquí estaba yo por una parte acercándome más y más a las
dos personas responsables del libro más extraordinario que jamás había
visto. Por otra parte estaba observando a estas dos personas presas de
una horrible relación que claramente estaba muy, muy por debajo de la
estatura espiritual presente en ellos dos. Desde un punto de vista obje­
tivo no tenía sentido, y probablemente esta era mi primera introducción
a las literalmente absurdas circunstancias que ahora estaba haciendo mi
hogar, y haciéndolo muy feliz si bien desconcertantemente.

360
Verano, 1973: la cueva

En su mayor parte creo que hice caso omiso de parte de la incon­


gruencia de los dos escribas peleando juntos como niños. O por lo
menos puse a un lado las incongruencias a la luz de la clara santidad
de ambos. Con el paso de las semanas, como relataré más adelante, la
incongruencia se volvió más centrada para mí, y pronto aprendí a
aceptar ambos aspectos de la relación de ellos—tanto sus característi­
cas especiales como las santas88—como un hecho.
En otro nivel, uno de los ítems que progresivamente habría de ocu­
pamos a todos era la cueva que existía en la cima de la montaña israelí
(monte Netofa, creo que la llamaban) que era la sede del monasterio
del bajo Galilea al cual yo había pensado regresar después de mi visita
de “tres o cuatro” semanas a los Estados Unidos.
Era una cueva que había sido cavada por la comunidad—a la cual
me uní en los últimos dos meses de trabajo—y la cual se utilizaría
como su capilla. De hecho, justo antes de abandonar Israel, el obispo
vino a decir misa y a consagrar la capilla. En lo que era lo más poco
característico de mí (a quien jamás atraen los lugares), sentía una cu­
riosa conexión con la cueva desde el instante en que posé mis ojos en
ella. Y esta atracción continuó durante los dos meses de trabajo—
picando y moviendo rocas pesadas, arrastrando tierra, etc.—en
preparación para la visita del obispo. Pasé muchas pacíficas horas so­
litarias sentado tranquilamente en el interior de la cueva, y me sentía
especialmente atraído hacia el rincón inferior izquierdo de la cueva, el
cual resultaba inaccesible debido a una pesada piedra.
Al inicio de mis conversaciones con Helen y Bill les mencioné esta
cueva de paso. Inmediatamente Helen se “sintonizó”, y comenzó a
describir con asombrosa precisión las características de la cueva. Ade­
más, antes de que yo pudiese decir nada, afirmaba sentir que había
algo de gran valor en ese rincón a mano izquierda. Este tópico tomó
incremento hasta convertirse en casi una obsesión, especialmente
puesto que Helen sentía que el “algo” muy bien podía haber sido el
cáliz de la Ultima Cena. Aunque Bill se sentía un poco más indeciso,
especialmente al principio, él también cayó atrapado en este “mischa-
gas espeleológico” (como llegamos a considerar este episodio poste­
riormente; a propósito, “espeleología se refiere a la exploración o al
estudio de cuevas, mientras que “mischagas” es un término yídish

88. Para una breve descripción de lo que el Curso entiende por relaciones especiales y
relaciones santas, el lector puede consultar el Apéndice.

361
Capítulo 11 VERANO, 1973: LA CUEVA

cuyo significado es exactamente así como suena). Tal vez él pensaba


que allí había un importante pergamino, enterrado en un cilindro.
Posteriormente me enteré de que algunos historiadores creían que
esta área en general (la baja Galilea) era un escondite para los nuevos
cristianos quienes estaban huyendo de las autoridades y buscando lu­
gares secretos en los cuales reunirse después de la muerte de Jesús. Era
concebible, por lo tanto, pensábamos nosotros, que algunos de los se­
guidores de Jesús podrían haber venido a esta cueva precisamente.
Y finalmente había Freddie, un joven técnico de rayos X que se lle­
vaba bien con Helen y Bill, y quien era además el “psíquico” del hos­
pital. El también creía que había algo de gran valor lo cual se
encontraría en la cueva. En cuanto a mí, no tenía ningunos pensa­
mientos reales en tomo a lo que había allí, mas sentía que había algo
incomparablemente especial en tomo a la sede de esta cueva. Y por
consiguiente, decidimos que yo debía realizar alguna exploración del
interior de la cueva a mi regreso.
Aun cuando estaba claro para mí ahora que yo iba a permanecer per­
manentemente con Helen y Bill en Nueva York, por varias razones sen­
tía, sin embargo, que debía regresar temporalmente al monasterio: en la
comunidad se estaba quedando un joven que tenía muchas dificultades
y a quien había prometido ayudar; deseaba comunicarle personalmente
a los monjes que no ingresaría a su comunidad; y ahora estaba esta
cueva la cual debía explorar. Así que se hicieron planes para mi retomo
a Israel a mediados de julio, y Helen, Louis, Bill y Chip habrían de lle­
gar al final del verano para ver la cueva, y viajar por Israel conmigo.
Luego regresaríamos a Nueva York juntos. Por lo menos, yo parecía
tener claro que Helen y Bill vendrían. Tomó un tiempo, como pronto
veremos, para que ellos aceptasen y completasen los trámites.
A propósito, era Bill el que básicamente insistía en hacer el viaje.
Helen odiaba viajar, y creo que en un nivel se sentía un tanto inquieta
en relación con el viaje al Oriente Medio, y no era la menor de sus ra­
zones el calor del verano en el Mediterráneo. En otro nivel, no obs­
tante, creo que ella se sentía realmente inquieta debido a las
asociaciones con Jesús. Louis, sin embargo, siempre había querido vi­
sitar Israel. Era su deseo, junto con la insistencia de Bill de que era lo
menos que podían hacer, dada su participación en entusiasmarme a
seguir con la empresa de la cueva, lo que convenció finalmente a
Helen para que consintiera en hacer el viaje.

362
Verano, 1973: la cueva

Y básicamente el viaje resultó tal como se había planeado, aunque


no sin que se invirtiese una gran cantidad de tiempo, energía,
correspondencia y llamadas telefónicas en la empresa espeleológica.
Si bien los detalles completos de esto tal vez ameriten otro libro, resu­
miré brevemente mi experiencia con la cueva. Interesante por demás,
la cueva y su supuesto contenido comenzaron a asumir la misma im­
portancia que había tenido para Helen la experiencia de la Clínica
Mayo hacía ocho años, con más o menos paralelos similares como
veremos.
Había una entrada interior dentro de la cueva de por sí, que condu­
cía, eso esperábamos, al lugar donde yacía enterrado este objeto des­
conocido. El abad planeó sellar esta entrada, la cual se convertiría
luego en el tabernáculo y hogar del Santísimo Sacramento. Yo lo per­
suadí, sin embargo, para que retrasase este sellado un par de semanas,
lo cual me permitiría realizar algo de exploración. El consintió ama­
blemente, y así comencé una “excavación” de cuatro días (del 9 al 12
de agosto). A lo largo de los preparativos para el profético día—
jueves—en que yo había de comenzar, había una correspondencia casi
diaria entre Nueva York e Israel (cito de esta correspondencia más ade­
lante). Y para un informe más inmediato sobre mi progreso, le hacía
llamadas telefónicas a Helen y a Bill semanalmente también.
Pero no encontré nada después de tres días excepto algunas viejas
monedas y fragmentos de alfarería, hallazgos no precisamente raros en
esa parte del país. El rincón inferior izquierdo de la cueva, que era
donde creíamos que había algo importante, estaba totalmente inacce­
sible. No había manera de arrastrarse hasta el mismo sin que literal­
mente se demoliese la roca, lo cual ciertamente habría causado un
derrumbe de las paredes de la cueva y habría destruido la capilla. No
obstante, el proceso en sí fue extremadamente significativo para mi;
mi conciencia de la presencia de Jesús se hacía más profunda a medida
que yo cavaba en lo profundo de los lugares más recónditos de la
cueva, obviamente un símbolo personal de mi penetrar en lo profundo
de mi mente.
El sábado, tercer día de excavación, tomé la decisión de que el
domingo haría mi último intento, independientemente de lo que se en­
contrase o no se encontrase. Y luego, como lo habíamos dispuesto
previamente, llamaría a Helen y a Bill el lunes. Desperté temprano el
domingo por la mañana de un sueño muy feliz en el cual una niñita—-

363
Capítulo 11 VERANO, 1973: LA CUEVA

la sobrina de uno de los monjes quien en ese momento se estaba


quedando en el monasterio con su mamá- —estaba saltando felizmente
sobre mi pecho, y juntos cantábamos la canción de Walt Disney,
“Zippity Doo Da”, la cual terminaba con las palabras: “Todo es satis­
factorio”. Luego yo ascendía la pequeña colina rumbo a la cueva. El
sol estaba saliendo, y en su prístino fulgor casi podía ver al Jesús resu­
citado, y experimentaba la dicha ascendente de su vida resucitada en
mí. Sabía que esta mañana traería algo.
Penetré al interior de la cueva por última vez, y no mucho tiempo
después mientras cavaba en un área en la cual ya lo había hecho, en­
contré un anillo grabado en piedra. Tenía grabados que yo no podía ni
descifrar ni reconocer, aunque ciertamente parecía antiguo. Sentí una
gran dicha, aunque claramente esto no era lo que Helen y Bill se ima­
ginaban. Pero sentía entonces que el anillo simbolizaba un regalo de
Jesús para mí, símbolo de la boda de nuestros dos seres. Para mí era la
culminación del verano en su totalidad, el cual había comenzado con
mi experiencia en Getsemaní. Abandoné la cueva poco rato después,
desbordante de gratitud por mi maravilloso regalo.
Llamé a Helen y a Bill al día siguiente, y aunque Helen especial­
mente parecía desilusionada, creo que en otro nivel sentía el alivio
de que no había resultado nada de este breve residir en el ámbito de
la magia. Creo además que mi entusiasmo con la experiencia, inde­
pendientemente de su desenlace “negativo”, me ayudó a alentar sus
ánimos. Luego comenzamos a completar los planes para la llegada
de ellos. Pero antes de continuar con este relato, permítame discutir
la antes mencionada correspondencia entre yo y Helen y Bill. Entre
otras cosas, las cartas de Helen ilustran su sentido del humor y sus
constantes luchas con la fe en un Jesús en quien ella, a pesar de sus
protestas de lo contrario, obviamente creía y a quien amaba. También
estaba claro que ella había aceptado decisiones las cuales ya había to­
mado en otro nivel, pero que no tenían sentido para su mente racio­
nal, lógica. Cito algunos extractos de las cartas de Helen para mí, y
de algunas de Bill también, aunque él no era tan dado a escribir cartas
como lo era Helen.
17 dejulio
Ken querido—
...Huelga decir, que me siento muy incómoda con respecto a todo el
asunto [con lo de la cueva] y prefiero saltármelo, especialmente por

364
Verano, 1973: la cueva

ser del tipo nervioso. Además te sugiero firmemente que lo consultes


con El,89 porque no me gustaría que las cosas se nos fueran de las ma­
nos, y me refiero a las Suyas. En cuanto a mí, todo esto me parece un
tanto alocado.
Ken querido, fue maravilloso tenerte con nosotros, aunque me
siento bastante confundida por el momento. Espero que todo esto
salga bien de algún modo, y supongo que no tengo que saber cómo.
Tu certeza fue un gran alivio para Bill y para mí, y la echo de menos.
Bien—tal vez encuentres algo, incluso si es sólo la Verdad.
20 de julio
Ken querido,

Pasamos un tiempo maravilloso juntos [las diez semanas previas


a mi regreso a Israel], ¿No es así? No puedo evitar preguntarme a
dónde iremos después de esto. Creo que leí algo sobre la confianza
en algún lugar, pero no soy muy buena en ello todavía. Estamos ha­
ciendo nuestras lecciones, no obstante, y creo que ayudan. Me gusta
particularmente la de las 11:15 contigo [Helen, Bill y yo acordamos
meditar en tomo a la lección diaria del libro de ejercicios a las 11:15
de la mañana, hora de Nueva York]. El sentido de unión es muy alen­
tador, y me alegra tanto que nuestro grupo finalmente se haya
iniciado [vea adelante, la carta del 31 de julio].
23 de julio
Ken querido,
Fue algo maravilloso hablar contigo esta mañana, y se oía más
claro que una llamada local, además. Estamos muy ansiosos de recibir
algunas cartas, porque entendemos que algunas cosas muy acertadas
han estado ocurriendo. Sentí profundamente que me hundía en un pan­
tano después que te fuiste, y Bill y yo echamos de menos tu entusiasmo
alentador el cual, me temo, no caracteriza a ninguno de nosotros dos.
El cuervo de Poe, tal vez, rodeado por la psicología Gestalt [una refe­
rencia al capítulo sobre teorías de la personalidad que Helen y Bill
estaban escribiendo]. No creo que terminemos el capítulo jamás, y si
alguna vez lo hacemos no me gustará.
Espero con fervor que realmente haya algo en la cueva. Sería difícil
pasarlo por alto, pensaría yo, aunque Bill dice que tal vez yo podría.
Jonathan [Louis] dice, aunque muy agradablemente, que todos

89. Vea arriba, pág. 246, nota al pie de página 50, para una explicación del uso que
Hclcn hace de las letras mayúsculas en los pronombres relacionados con Jesús.

365
Capítulo 11 VERANO, 1973: LA CUEVA

estamos locos. Tú sí le agradas, e incluso me pide especialmente que


te envíe su saludo.... En efecto parece raro que Freddie [el técnico de
rayos X que mencioné antes] fuese tan específico, y parezca haber
visto exactamente lo mismo que nosotros vimos. Ojalá yo supiese si es
algo real o un símbolo, o tal vez ambos. El esperar resulta muy difícil
para mí, especialmente si se trata de algo como esto. Supongo que hay
una remota probabilidad de que Jonathan tenga razón, después de todo.
Sin embargo, tal vez no.
Fue hermoso lo relacionado con el bote, no obstante. De pronto lo
reconocí, y me sorprende ahora que no lo hiciese antes. Incluso el án­
gulo desde el cual lo miro es exactamente igual a lo que fue la primera
vez que lo vi con el ancla atascada profundamente en el lodo. Cambió
su forma varias veces durante la larga secuencia de aventuras que si­
guieron, y esta es la única vez que luce en la misma forma que al
principio. Pero en esta ocasión el agua está muy tranquila y el ancla
está bastante segura. Dudo que se pueda desanclar nuevamente. De he­
cho, se me ha asegurado [por Jesús] que no sucederá. Después de todo,
hay un lado mío que cree todo esto. Confuso, ¿no te parece?
Esta era, por supuesto, una referencia al bote en la secuencia visio­
naria que culminó con que ella descubriese el libro negro en el cofre
del tesoro. Aquí Helen se está refiriendo a que ella lo había visto con
una bandera en el mástil, la cual contenía un anillo de estrellas. Ella
había visto esta bandera en dos ocasiones; en una contenía seis estre­
llas, en la otra diez. El “seis” procedía de la creencia de Helen de que
habría un grupo interno central de cinco o seis personas que verdade­
ramente entenderían Un curso de milagros (vea más adelante), y que
proveería su punto central en el mundo. El “diez” era más obscuro, y
nosotros teníamos la hipótesis de que podría ser una referencia a las
diez tribus perdidas de Israel, las cuales se relacionan simbólicamente
al “habernos encontrado”, y que nos hemos reunido ahora una vez
más. Bill y yo con frecuencia le hacíamos bromas a Helen sobre el
diez, y le decíamos que ella había aumentado el “número mágico” de
seis.
25 dejulio
Ken querido—

Hoy me encontré con Freddie en el pasillo a la hora del almuerzo—


súbitamente me parece encontrarme con él todos los días, después de
no haberlo visto durante meses. No me gusta mencionar esto, pero él

366
Verano, 1973: la cueva

quiere que yo esté segura de decirte que no tires ningún hueso que
puedas encontrar. El está seguro de que tendrían un valor histórico es­
pecial—bíblico, de hecho. En cuanto a mi—me sentiría satisfecha si
sólo encontrases algo. Y tal vez incluso lo que pensamos. Seria mara­
villoso, ¿o no? Me temo que es bastante difícil para mí creer, incluso
cuando he visto. Después de todo, como me repito una y otra vez a mí
misma, el curso es bastante visible.
Continuamente yo le recordaba a Helen esta última aseveración en
años posteriores, como discutiré más adelante.
28 de julio
Ken querido—
...Y quiero agradecerte especialmente que oraras por mí en el santua­
rio de María Magdalena. En verdad me fue muy útil.
Helen sentía una atracción especial por María Magdalena, tanto como
la que sentía por María, la madre de Jesús. Yo le había escrito a Helen
que me había acordado de ella mientras estaba frente al altar de la
Magdalena en la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén.
La carta continúa:
Bill y yo almorzamos y nos sentamos un rato en el parque, y entonces
sentí anhelo de ir a la Iglesia. Así que oí la misa en San Francisco
Javier. Francamente, no mucho, si acaso.
Me temo que me he sentido inquieta sobre el viaje a Israel y todo el
asunto del cáliz. Parece que no me sentiré muy feliz pase lo que pase.
Y la fe parece en buena medida un efecto secundario. Creo que la idea
es seguir la Orientación y que la fe llega porque se siguió. Eso es a
grandes rasgos lo que se hace ¿no es así?
De todos modos, me siento tan alegre de que El [Jesús] te eche el
ojo. Probablemente El llegue a todos nosotros con el tiempo. Mientras
tanto, pensamos mucho en ti y anhelamos mucho recibir tus cartas.
Hay tanta esperanza en ellas que incluso un poquito de la misma se ad­
hiere a mis dedos.
Con amor nuevamenti ■Helen
30 dejulio
Ken querido,

Hay algo que me gustaría decirte acerca de la cueva. Bill creyó que
podía esperar, pero creo que eso se debe a que me dio un verdadero

367
Capítulo 11 VERANO, 1973: LA CUEVA

ataque cuando sucedió. Tal parece (noto que aún estoy teniendo un
ataque, pero relativamente menor) que Freddie me dijo la semana
pasada que él creía que María Magdalena está sepultada allí. Ahora, no
te desmayes. Yo ya lo hice. Juro que yo jamás mencioné el nombre, ni
siquiera le di indicios de nada de lo que tú y yo dijimos acerca de ella.
Además, como tú bien sabes, todo este asunto me pone tan nerviosa,
que es muy poco probable que yo aborde el tema innecesariamente. El
simplemente lo dijo, y ya. También dijo que la Cosa en la cueva expli­
cará de algún modo lo que le sucedió a ella. No entiendo esa parte. De
hecho, no entiendo nada de todo esto. Pero sí creo que sólo es justo
mencionarlo. A propósito, Bill dice que podría ser un mero ejemplo de
telepatía mental, que para él es mas “mero” de lo que es para mí. El
dice que Freddie es experto en captar cosas de las personas, y que
puede haber sido así que él se enteró. ¿Es esa una explicación? Dicho
sea de paso, Freddie sí me dijo que tú volverías al interior de la cueva
el próximo jueves [esto fue cierto]. Entiendo que en eso él puede haber
tenido razón.
Todo lo que puedo decir es que esto solía ser un Departamento de
Psicología muy respetable, y jamás ocurría nada raro. Puede que haya
sido algo aburrido, pero nada inesperado tenía probabilidades de ocu­
rrir y sacudir a la gente muy fuertemente. Yo casi me desmayo con ese
numerito de Freddie, pero Bill parece creer que está entre los más or­
dinarios de los más recientes sucesos. ¿Qué crees tú?
...Yo no sé lo que significa cosa alguna, sin embargo, y ese no es
precisamente mi estilo de vida preferido. Estoy tratando de acostum­
brarme a ello, pero considero que es difícil lograrlo. Bill quiere añadir
una nota, y no quiero acaparar todo el espacio [Helen estaba casi al fi­
nal de la hoja], así que—con amor—Helen
Querido Ken—Fue tan agradable hablar contigo hoy, y luego recibir 3
cartas tuyas en la oficina... ¡Si yo sólo tuviese la capacidad de tu con­
vicción sobre la orientación en todo momento! ¡La espeleología jamás
será la misma!
Con amor—Bill
La siguiente carta es importante puesto que Helen comenta sobre la
diferencia crucial entre contenido y forma (“hecho y alegoría”), y los
paralelos que Bill señalaba entre la cueva y sus experiencias anteriores
alrededor de la visita a la Clínica Mayo.
31 dejulio
Ken querido,

368
Verano, 1973: la cueva

Esta es una carta que siento que tenía que escribirse, y escribirse lo
antes posible. Esta tiene que ver con hecho y alegoría y la línea
divisoria un tanto incierta entre estos. Hemos estado pensando en el
cáliz y la cueva y todo eso en términos muy literales, y creo que estuvo
bien hacerlo. Por supuesto, no sé cuál será el resultado, y tal vez los as­
pectos más literales realmente estén allí. Freddie no entiende de
simbolismos; el querido muchacho no puede entender siquiera cómo
una cosa puede representar algo más. Bill examinó esto con él, y todo
lo que pudo captar fue que si ves algo eso está ahí. No es que él sea
estúpido, el Cielo lo sabe, pero sencillamente él parece que no puede
ir más allá de los hechos, así que puede estar equivocado debido a eso.
Quiero darte el resto de su mensaje primero, antes de pasar a mis
propias preocupaciones. El vino por aquí hoy, y me pidió que me ase­
gurase de decirte que la primera y la segunda e incluso la tercera vez
que trates probablemente no sea suficiente. El piensa que el cáliz (si así
fuese) está más bien profundamente cubierto por el tiempo. Diferimos
en eso, si tú lo recuerdas. También quiere que te diga que él cree que
es algo más bien pequeño, y teme que lo pases por alto porque estás
pensando en algo más grande. El no sabe que tú le estás preguntando
qué hacer a Alguien más, y yo aún me dejaría llevar más por El que por
este tipo de cosa, que puede escabullirse demasiado fácilmente. El
Otro no puede.
Esta noche llamé a Bill y le pregunté qué tenemos que hacer si no
hay nada en la cueva; o por lo menos si tú no encuentras nada allí. El
me dio una respuesta en la cual tal vez debamos pensar los dos. Incluso
me calmó un poco, lo cual requiere un poco de trabajo. Me dijo que tal
vez debemos recordar el lío de la Clínica Mayo—esa Iglesia ya no es­
taba allí, tampoco, pero no cabía duda de que la imagen y el lugar en
general significaban algo incluso más importante. Creo que la idea es
no permitimos el lujo de que entre la desilusión. Estoy segura de que
siempre podemos preguntar cuál es la lección, y tiene que haber una
respuesta no importa lo que en efecto sea el resultado. Si te da la im­
presión de que estoy escribiendo más para mí misma que para ti, puede
que tengas razón.
Las cosas han sido bastante deprimentes, excepto que el capítulo
está casi terminado. A sólo un día más o menos ahora. Pensándolo
bien, hubo un momento bueno; súbitamente me sentí extremadamente
dichosa y dije para mis adentros, “¡Todos nos estamos uniendo al fin.
Y qué cosas maravillosas haremos en Tu Nombre!”
En lo que posteriormente nos dimos cuenta de que había sido una expe­
riencia simultánea, una tarde yo estaba leyendo el Curso en el monasterio

369
Capitulo 11 VERANO, 1973: LA CUEVA

cuando dejé a un lado las páginas frente a mí y en su lugar pasé a “Pues


Ellos han llegado”, la sección mutuamente favorita de Helen y mía.
Lloré profusamente al leer sus palabras “de otro mundo”, mientras pen­
saba específicamente en Helen, en Bill y en mi y en el hecho de que nos
habíamos unido.
La carta de Helen continúa:
Me emocioné mucho con todo esto, sin molestarme por el hecho de
que no tenía idea de lo que significaba. No duró mucho, sin embargo.
No parezco poseer la persistencia tuya en asuntos de esta clase. De
hecho, como ves, a duras penas recordaba el episodio completo. En
fin, su significado probablemente se manifieste, puesto que el tiempo
es lo que es. De modo que he dicho lo que creo que debía decir y me
iré a acostar. Ojalá este asunto de la cueva se resuelva de una u otra
manera.
Con amor, Helen
P.D. Bill siempre te envía su amor, también.
2 de agosto
Querido Ken,

En cuanto a tu otra tarea asignada, el curso probablemente te irá


gustando con el tiempo, y sí parece correcto que llegues a conocerlo
muy bien. Es bastante comprimido en el estilo de su escritura, y a ve­
ces dice una cantidad sorprendente en una oración o en dos. Puesto
que a ti parece irte mucho mejor con él que a nosotros, tu entusiasmo,
el cual espero que aún esté ahí, tal vez aún pueda ser una luz para
nosotros.
3 de agosto (de Bill)
Querido Ken,
Tus cartas continúan siendo el más convincente testimonio a fa­
vor del Curso, de su Fuente y de su aplicabilidad a la miríada de
aparentes problemas que enfrentamos diariamente. Desearía que des­
pués de estos muchos años de esfuerzo parcial yo experimentase el
grado de convicción que impregna todas las áreas de tu vida. Pero los
esfuerzos parciales sólo pueden producir resultados parciales, y sé
que tu ayuda es una parte esencial del plan para todos nosotros. Cier­
tamente parecemos estar aproximándonos, más rápidamente de lo
que yo creía posible, a alguna resolución de muchos asuntos. A veces
parece lo mismo emocionante que desconcertante, puesto que

370
Verano, 1973: la cueva

algunos días Ariadna puede desenredar muy rápidamente.90 Pero el


nuevo patrón, no importa cómo se entreteja, es el que todos debemos
buscar y con seguridad tenemos que encontrar, donde la estabilidad
y la paz reemplacen a estos rápidos cambios entre dos mundos.
... En cuanto a la espeleología y sus problemas especiales, parecemos
estar rodeados de una orientación experta en todo lo especifico. Si
por lo menos uno de los prisioneros de Platón encontró su salida de
la cueva, estoy seguro de que tú encontrarás el camino de entrada
correcto. A propósito, ¡algunos descubrimientos arqueológicos im­
portantes han sido efectuados por “aficionados”, y dudo que muchos
de ellos viniesen equipados con casi un galón de cemento de goma!
Una de las recomendaciones de Freddie era que llevase conmigo algún
cemento de goma para que tomase impresiones del objeto que encon­
traría. Traté de utilizarlo para el anillo que encontré, pero el cemento
no mantuvo la impresión.
La carta de Bill concluye:
El folleto turístico sobre Israel es muy útil y fascinante. Pero lo más
importante de todo es nuestra conciencia diaria de tu ventura en la fe
la cual se expande continuamente, y tu anhelo de compartirla con
nosotros.
Paz,
y Amor, Bill

El 5 de agosto, Helen escribió:


Querido Ken,
...A propósito, como que se me ocurrió que podría ser un pergamino.
Y Bill había pensado en una ocasión que podría ser, también. No puedo
decirlo, realmente. Estoy en el punto en que me conformaría con lo que
fuese.
Recibimos algunas guías para Israel, por si acaso. En realidad sí
odio esta incertidumbre. En un súbito torrente de religión que se me su­
bió a la cabeza bajé hasta San Juan [una Iglesia capuchina frente a la
estación Pennsylvania en la Ciudad de Nueva York]...y oi misa allí.
Pensé que la idea era que Bill también fuese, lo cual él hizo. Esto no me
provocó a mí, pero a Bill sí le provocó—de hecho, salirse directamente
de la Iglesia. Dudo que la encontremos [la respuesta] allí. Bill dijo que

90. Una referencia al mito griego de Ariadna quien le provee un hilo a Teseo el cual le
permite escapar del laberinto.

371
Capítulo 11 VERANO, 1973: LA CUEVA

está bien si uno cree que se anota tantos por ello, pero de algún modo él
no lo veía de esa manera. Tampoco yo. Triste, ¿no es cierto? Sería tan
fácil de ese modo....
Realmente me sentí decepcionada acerca de... [la] Iglesia. Sigo
abrigando la esperanza de que ese tipo de cosa resultará de manera dis­
tinta, pero tal parece que no es así. Ni tampoco tengo tu manera feliz
de ver las cosas como lecciones, aun cuando se nos ha asegurado que
lo son,—repetidamente, además. ¿Qué crees tú que está mal? Sé que
no es nada extemo, ¿pero no podría ser que algo interno se accionó de
algún modo? Jamás parece funcionar. Tal vez a ti se te ocurra una idea
mejor....
Los últimos comentarios de Helen se refieren a la esperanza mágica
del ego de que lo externo sea lo que determina lo interno, para que la
fe en Dios pudiera propiciarse con actividades externas, tales como la
asistencia a misa. La carta concluye entonces:
Esta debe ser la Semana Mayor [de mi entrada a la cueva], su­
pongo. ¡Por la esperanza!, pero no sé de qué. Las cosas por lo menos
parecían estar mejor cuando yo creía saber lo que estaba haciendo. ¿Y
tú?
Con amor—Helen
Al día siguiente Helen escribió de nuevo:
6 Ó7 de agosto
Querido Ken:
Como es obvio, no estoy muy segura de cuál es la fecha. Lo que sí
sé, sin embargo, es que nos acercamos a la Semana de la Cueva, lo cual
aún encuentro muy desconcertante. Bill piensa que yo tengo nervio­
sismo espeleológico, lo cual me parece muy serio ciertamente, y aún
no hay cura para eso. Esto se debe a que es muy raro, y aún no se ha
hecho mucha investigación al respecto. En efecto, prácticamente nadie
lo padece. Como puedes ver, hasta mi mecanografía se ha afectado
adversamente....
Aún es incómodo estar listo a medias para alzar vuelo. No puedes
caminar firmemente con un pie fuera de la tierra, y es realmente difícil
saber qué hacer con el otro al llegar a este punto. Hasta el momento
sólo ha habido silencio absoluto de Arriba, o tal vez deba decir Aden­
tro. Tal vez los hilos estén cruzados por el momento. En parte puede
ser debido a que he estado muy renuente a volver al asunto del sonido
[vea el Capítulo 14], al no haberme recuperado aún del capítulo. Tal
vez la forma de recuperarme del capítulo sea volver al asunto del

372
Verano, 1973: la cueva

sonido, pero aún no puedo verlo de ese modo. Tú no pareces tener la


dificultad que yo tengo con las tareas asignadas.
Aún nos estamos encontrando con Freddie casi todos los dias, aun
cuando el solía ser bastante raro en nuestros horizontes. Ha llegado a
tal punto que incluso sabemos cuándo va a aparecer, y dónde, ade­
más. No entiendo realmente cuál es su parte en todo esto (no dije en
todo este embrollo, notarás, pero obviamente cruzó por mi mente),
pero parece guardar alguna relación con ello. Quizás deba mencionar
de nuevo que él estaba tan ansioso de que tú recordases que puede ha­
ber un número considerable de intentos antes de que encuentres el...
el...91 quién sabe qué.
Estoy comenzando a recordar con nostalgia los buenos días idos,
cuando sólo me sentía deprimida o ansiosa, pero tenía un sentimiento
general de que sabía lo que estaba haciendo. Las cosas eran mucho me­
jor entonces. Bill dice que no lo eran, sin embargo. Espero que sea ese
paso final lo que está retrasando las cosas. Es difícil de aceptar para la
mayoría de nosotros. ¿Cómo es posible que te las hayas arreglado tú?
¡Imagínate! A estas alturas ya has estado en la cueva. Ni respiro si­
quiera. Y mientras tanto, Bill quiere decirte hola. Así que con amor—
Helen
Querido Ken—Freddie y Angel [su amigo] van a pasar por mi aparta­
mento el jueves para una visita. Tal vez ellos se “sintonizarán” con tu
progreso de hoy. De algún modo creo que hoy puede haber sido impor­
tante para ti, pero lo sabremos pronto.... Como siempre, tus cartas
diarias son una fuente de felicidad.
Con amor—Bill
En esta próxima carta, después de una breve referencia a la cueva,
Helen menciona a mis padres, quienes estaban bastante disgustados
con el comportamiento más bien extraño (para ellos) de su hijo de con­
vertirse al catolicismo y de planear su ingreso a un monasterio.

9 de agosto
Querido Ken,
... Este es el día de la C, sobre el cual me siento bastante recelosa. No es
que piense que tendrás dificultad, pero no sé qué o si, o siquiera si....92
Es una lástima que no sepas nada de tus padres, y yo entiendo más
que bien tu preocupación. Se me ocurrió por un breve momento que yo

91. Elipsis de Helen.


92. Elipsis de Helen.

373
Capítulo II VERANO, 1973: LA CUEVA
l

podría ayudar [Helen lo hizo; vea adelante, el Capítulo 16], pero no ha­
ría nada al respecto a menos que tú estuvieras de acuerdo. Y puede ser
que ya hayas tenido noticias de ellos, y sepas que todo está bien. Sé que
es difícil para ti lidiar con esto, particularmente con tu mamá, quien si
parece tener un estilo de vida autodestructivo. Por desgracia, puede
que todavía ella crea que funcionará.
Tú tienes el más feliz don de dejarle las cosas al Piloto, así que me
imagino que sabes mejor que yo qué hacer en relación con tu familia.
Supongo que lo mismo aplica a lo que sea que pase en la cueva (o, de
hecho, fuera de ésta,) ... ¿Crees que surgirá algo definitivo? Tal vez la
cueva sea sólo una pequeña parte de algo más grande, como tú inteli­
gentemente sugieres.
Estamos haciendo una lección particularmente afortunada hoy, jun­
tos contigo [“La luz ha llegado”.] Parece especialmente buena para el
día de la cueva, independientemente de lo que resulte de ello.... Y
agradezco que con toda seguridad tú no te desanimes fácilmente. Ese
es un prerrequisito para todo....] [Yo te] envío mi amor nuevamente.
Helen
La carta de Helen del 10 de agosto, mi segundo día en la cueva, con­
tiene una referencia al “joven en dificultad” que mencioné antes, a
quien yo estaba ayudando a salir de un arranque psicótico. Lo había es­
tado discutiendo con Helen y Bill en mis cartas. Se me olvida ahora el
paralelo específico al cual Helen alude en sus comentarios.
10 de agosto
Querido Ken—
Ahora, es después del Día de la Cueva I, y desearía que pudiésemos
tener noticias. Entiendo perfectamente el problema con el teléfono que
describes, el cual Bill anticipaba. Y tal vez no haya nada que decimos.
Pero quizás con el tiempo.
Pareces estar teniendo una aventura bastante celestial por allá en el
monte. Dudo si realmente está relacionada con el lugar, no obstante.
De hecho, incluso creo que hay evidencia bíblica que muestra lo con­
trario. Y entiendo que en efecto hay alguna ayuda activa muy práctica
para la cual se te ha llamado incluso allí. Puede ser que ya no haya
apartados montes donde impere la paz, si es que alguna vez los hubo.
Es interesante que te hayas encontrado con un joven cuyo problema se
asemeja tanto a los de la familia [i.e., Helen y Bill] aquí. Tal vez eso
sea algo especial para ti. ¿Quién sabe dónde terminaremos todos, o qué
estaremos haciendo allí? Estoy segura de que nos podemos ayudar mu­
cho unos a otros al hacerlo, no obstante.

374
Verano, 1973: la cueva

Realmente estoy tratando de ser paciente en tomo a las noticias de


la cueva, pero me temo que soy más bien deficiente en ese sentido. Ni
siquiera merezco un 10 por el esfuerzo. “Mas bástale al dia su propio
final”, lo cual es por lo menos una hermosa línea. Y así, amor por hoy
nuevamente—Helen
11 de agosto
Querido Ken—
Y así que aún estamos esperando noticias. Es tan hermoso recibir
tus cartas de cualquier manera—De ningún modo estoy quejándome al
respecto. Supongo que si yo tuviese tu amorosa perspectiva, diría que
es tan maravilloso tener noticias tuyas, y recibir esos mensajes espiri­
tuales tan alentadores que es verdaderamente ingrato tener necesidad
de algo más. Estoy practicando hacerlo, pero tú sabes que no soy el
tipo (aún). Tus cartas son aún muy bienvenidas para nosotros dos, te lo
aseguro. Supongo que la cueva sólo espera.
Vamos a ir a la Oficina de Turismo Israelí el lunes, para estar listos
por si acaso. Todo me parece como un sueño. Bill es más realista. Al
igual que tú, él dice “Tú simplemente ve”. En cuanto a mí—veo pro­
blemas. Se me indica practicar más.
Sí espero que hayas tenido noticias de tus padres a estas alturas y
que te sientas tranquilizado respecto a ellos. La preocupación a larga
distancia es particularmente dolorosa. Tu Amigo podría ayudar—pero
estoy segura de que se Lo has pedido. La amistad de ustedes parece es­
tar creciendo, ¿no es así?... Mucho amor por ahora—Helen
El lunes, el día que yo solía llamar a Helen y a Bill, Bill me escribió
una carta, mayormente acerca de nuestro mutuo amigo, el padre
Michael. Estas porciones se han omitido.
13 de agosto
Querido Ken,
Sentado ante mi escritorio esta mañana temprano estaba pensando en
ti, en que pudiésemos recibir una llamada no programada. Cuando
pienso en las dificultades que implican el que tú hagas una llamada
(aun cuando tu camino esté allanado), no estoy seguro de que este sea
el mejor uso de tu tiempo. Pero tal vez esto pueda servir como parte de
nuestros intentos de mejorar la frecuencia de nuestra correspondencia.
Esta vez, pensé que tal vez Helen quisiese añadir algo al final, puesto
que ella nos ha estado representando a los dos tan fielmente....
Esta tarde, Helen y yo planeamos detenemos en la Oficina de
Turismo Israelí para recoger cualquier información pertinente que

375

l
Capítulo 11 VERANO, 1973: LA CUEVA

pueda haber. Pero, este es el momento para que Helen te diga el


resto—
Con amor, Bill
Ken querido—No queda mucho espacio [al final de la hoja] para el
resto, pero no hay nada en realidad. Estamos algo así como suspendi­
dos, y uno se siente un poquito raro. Sería bueno oír algo definitivo—
tal vez pronto. Con seguridad estás recibiendo cartas de nosotros ahora
[el correo había estado errático]. Estamos escribiendo muchas—
Mucho amor—Helen
Las últimas dos cartas de Helen fueron escritas después de mi lla­
mada telefónica para informar sobre la cueva, y consistían principal­
mente en el viaje que se aproximaba, el cual Helen y Bill pudieron
finalmente hacer definitivo.
16 de agosto
Querido Ken—
Es gracioso repasar todo esto, porque para cuando recibas esta carta
ya sabrás todo al respecto: Hemos hecho arreglos para dos noches en
Tel Aviv bajo el consejo [de Jesús], y probablemente sea una buena
idea en ese particular....
Freddie aún está seguro de algo detrás de unas piedras sueltas en la
parte posterior de la cueva. El está seguro de que el lugar es particular­
mente santo debido a ello. Creo que él podría estar refiriéndose al
pasado, lo cual sugiere tu carta sobre la historia del área....
Así que estaremos allá dentro de poco. No creo que te escribamos
después de esta semana, porque podríamos igualmente llevarte las car­
tas en persona para ese tiempo.... Y así que tal parece que has tenido
razón sobre nuestras vacaciones, después de todo. Será hermoso verte,
aunque mi propia certeza se queda ahí.
Con amor—Helen
Bill añadió lo siguiente:
Querido Ken,
Recibimos tres cartas tuyas esta mañana lo cual ciertamente ha ilu­
minado nuestro día.... Una vez que aceptemos la idea de que “no hay
orden de dificultad en los milagros”, Helen y yo habremos de estar
bien encaminados hacia la aceptación de la paz y la dicha que se irradia
a través de tus cartas. Tendremos mucho de qué hablar, y muy pronto,
puesto que nuestra llegada probablemente sea poco después de que re­
cibas ésta. Amor, y una feliz reunión pronto. Bill

376
Verano, 1973: la cueva

17 de agosto
Ken querido—
Esta debe llegar prácticamente junto con nosotros. Ahora que he­
mos tomado la decisión y que incluso hemos pagado los boletos,
lentamente estoy cayendo en la cuenta de que probablemente vamos a
ir. Una de las cosas más gratificantes para mí, dedicada a preocuparme
por vocación, es que todos los desastres que estoy anticipando som­
bríamente en el camino no existe posibilidad alguna de que ocurran.
No habrá tiempo suficiente. El pensamiento no es en realidad un gran
consuelo, no obstante.
Por otra parte, existe la mera posibilidad de que pueda ser un viaje
maravilloso—incluso muy importante. De cualquier manera, lo único
que sí sé es que será hermoso estar contigo nuevamente. Y si queremos
ver tu montaña, también, y con un poco de suerte la bella estarna de
Latrún [vea más adelante, pág. 378]. Así que tal vez, con toda posibi­
lidad, todo saldrá bien. Pero, ¿realmente tenías que irte tan lejos?
Creo que en realidad era un viaje inevitable, tal como tú lo suge­
riste. Como que se nos vino encima a todos, ¿no es así? Todavía
estamos más o menos manteniendo las cosas bastante libres de planes,
aunque hay mucho que quisiéramos ver. Puedo escucharte decir clara­
mente “Hay tiempo de sobra”. Espero que para esta fecha hayas tenido
noticias de tu otra familia, y que las noticias sean buenas.
Es gracioso decir “te veré pronto” pero así es. Con amor—Helen
(con el amor de Bill también)
El séquito de Nueva York sí llegó tal como se había programado, el
día 29 de agosto, y los recibí en el aeropuerto de Tel Aviv. Alquilamos
un automóvil y yo actué como chófer o guía turístico durante las dos
semanas que pasamos juntos. Recuerdo que una de las primeras cosas
que hice después de la llegada de ellos a Israel fue afeitarme mi barba
de “Israel” en honor a Helen. Después de pasar dos noches en Tel Aviv,
manejamos rumbo al norte hacia Haifa. Después de dejar a Louis por
el día—él no tenía deseos de ir a ascender montañas, y mucho menos
a explorar cuevas—Helen, Bill, Chip y yo fuimos en auto hasta la villa
árabe de Deir Hanna, en la base de la montaña.
Yo había hecho lo que creía que eran arreglos definitivos para la
transportación montaña arriba (el subir a pie, el medio de “transporta­
ción” frecuente de la comunidad, ni pensarlo para Helen), pero un día
feriado escolar había dislocado esos planes. Sin embargo, yo me las
arreglé para convencer a un miembro de una familia árabe que yo

377
Capítulo 11 VERANO, 1973: LA CUEVA

conocía para que nos llevase en su tractor. Y de ese modo comenzamos


a ascender la montaña, con Helen y yo sentados apretadamente juntos
en la parte posterior de la cabina, y Helen estaba aterrada de caerse,
pero incluso más aterrada de que las sacudidas le desprendiesen la re­
tina. Mientras tanto, Bill y Chip se transportaban precariamente en el
carretón adjunto, por casi una milla de camino polvoriento y muy lleno
de hoyos rumbo al monasterio.
Después de un almuerzo agradable con dos monjes y varios otros
visitantes a la comunidad—todos los cuales deben haber pensado que
había algo muy raro en tomo a nosotros, sin mencionar este peculiar
interés en la cueva—llevé a Helen y a Bill a la cueva. Hay una fotogra­
fía de nosotros tres de pie allí (vea la pág. 225). Indeleblemente im­
presa en mi mente está la imagen de Helen, envuelta en mi
impermeable para proteger su ropa, encaramada en una saliente en la
entrada interior de la cueva, no muy lejos de donde yo encontré el ani­
llo. Helen y Bill estuvieron de acuerdo con mi manera de pensar, dicho
sea de paso, de que no debía quedarme con el anillo, sino que más bien
debía dejarlo en Israel. Después de todo, el verdadero regalo era el sig­
nificado que el anillo tenía para mí, no el objeto en sí: el contenido, no
la forma. Posteriormente visitamos un museo en Jerusalén, donde al
anillo se le asignó la fecha de un período anterior a la época de Jesús.
■ Al final dejamos el anillo con el abad, y no estoy seguro de qué haya
sucedido con el mismo desde entonces.
Todos regresamos a Haifa, y luego tomamos el camino de regreso
a través de Galilea, visitamos algunos lugares sagrados, y entonces
condujimos a lo largo del Jordán rumbo a Jerusalén. En el camino, de­
tuve el automóvil junto a un santuario musulmán poco conocido donde
se supone que esté localizada la tumba de María Magdalena, y Helen
y yo pasamos unos cuantos minutos de silencio orando allí. Luego pa­
samos varios días en Jerusalén, visitando los distintos lugares sagrados
cristianos y judíos. Helen y yo fuimos a la Abadía de Latrún, el
monasterio trapense en el cual yo había pasado tres meses. En la
Iglesia había una estatua bella de María (vea la pág. 229), la cual me
atraía enormemente, y la cual Helen deseaba mucho ver. Discutiré la
atracción que Helen sentía por María en el Capítulo 16.
En un momento durante nuestra estadía en Jerusalén, Bill insistía
en que visitásemos Qumrán, en las afueras de Jericó, el lugar donde
se encontraron los pergaminos del Mar Muerto. Estos habían sido

378
Verano, 1973: la cueva

enterrados en las cuevas inmediatamente adyacentes al hogar de la


comunidad esenia. Unos cuantos meses antes yo había paseado en
auto con unos amigos cerca de este lugar, y la decisión de detenemos
me la dejaron a mí. Pero no sentí que debíamos detenemos; tal vez en
otro momento iría allí, me dije para mis adentros, pero no entonces.
El “otro momento” obviamente había llegado ahora, así que todos fui­
mos a Qumrán. El resultado fue totalmente inesperado, y al igual que
con el episodio de la Clínica Mayo años antes—debidamente recor­
dado por Bill durante el verano (vea la carta de Helen del 31 de julio)
—los extraños acontecimientos del verano finalmente recibieron su
explicación, como relataré ahora.
Casi desde el momento en que llegamos a Qumrán, Helen se sentía
visiblemente conmovida, muy poco característico de ella. Mientras es­
tábamos en la sede de la antigua comunidad, miramos a través del área
acordonada hacia una serie de cuevas, inclusive la cueva donde se ha­
bían encontrado los pergaminos en un cilindro no muy distinto a lo que
Bill pensó que podría haber en “mi” cueva. En cierto momento Helen
prorrumpió en llanto, y nos dijo que la cueva frente a ella era la cueva
exacta que ella había visto en su visión del pergamino “Dios Es”.
Luego exclamó que estaba de pie sobre el lugar más santo de la tierra,
ss Al darse la vuelta para mirar hacia el Mar Muerto, no lejos de
Qumrán, Helen comentó que el nivel del agua era demasiado bajo, y
que debía ser considerablemente más alto. Bill consultó su libro guía,
y ciertamente este afirmaba que hacía dos mil años el nivel del agua en
efecto había sido mucho más alto. Helen y yo caminamos entonces
hacia algunas de las ruinas, y ella me dijo de su fuerte impulso de ca­
minar sobre el área que los esenios habían utilizado como su cemente­
rio. Pero luego sintió un impulso igualmente fuerte proveniente de
Jesús que le indicaba que no lo hiciese, al oír que él le decía: “Deja que
los muertos entierren a los muertos”. Y así que Helen se mantuvo ale­
jada de lo que ella consideraba que había sido la sede de su propia
tumba, hacía mil novecientos años.
Helen, Bill y yo estábamos discutiendo más tarde esta mañana más
bien emotiva, cuando se nos ocurrió a todos que era esta cueva en
Qumrán, y lo que ésta representaba para Helen, la que era el verdadero
objeto de lo que tanto nos había preocupado durante el verano. Esa
preocupación había sido desplazada hacia la cueva en el monasterio.
Similar a la experiencia de Helen y Bill con la Clínica Mayo, no sólo
habíamos equivocado el contenido, sino la forma también.

379
Capítulo 11 VERANO, 1973: LA CUEVA

En otro nivel pienso que los sentimientos de Bill sobre un perga­


mino enterrado en un cilindro fueron desplazados de la cueva de
Qumrán a la del monte Netofa. Los pensamientos de Helen en tomo a
un cáliz—un simbolo tan sagrado del cristianismo, de las leygndas ar-
turianas, así como de Un curso de milagros donde como hemos visto,
'seTdentifica con la Expiación—fueron igualmente desplazados de su
experiencia en Qumrán, “el lugar más santo de la tierra”. En cuanto a
mí, aún siento que hay algo de valor en la cueva, pero tal vez sólo era
de significado personal, un significado que fue más que logrado por mi
experiencia al encontrar el anillo. Del cáliz, del pergamino, o sea lo
que sea que esté o no esté enterrado allí, jamás sabremos. El interiora
la cueva está sellado, y es así, tal parece, que debe estar. Que los muer­
tos entierren a los muertos, por decirlo así: el pasado-rda forma—se
terminó; el contenido de amor permanece. -------
En suma, por lo tanto, la experiencia fue un ejercicio de fe, tener
confianza sin preocuparse por el resultado. Y cuando menos, el episo­
dio de la cueva nos ha unido a Helen, a Bill y a mí incluso más
íntimamente.
En septiembre salimos de Israel rumbo a Nueva York. Tal como
aconteció, fue una salida muy a tiempo, puesto que fue unos cuantos
días antes de que estallase la guerra del Yom Kippur. Llegué a Nueva
York sin tener un lugar donde vivir, y mucho menos un empleo. Du­
rante los primeros días me quedé en el apartamento de Bill, hasta que
el padre Michael hizo arreglos para que me quedase en la Casa Leo, un
hotel católico en la calle 23 poniente de Mahattan. Habría de permane­
cer allí por casi un año. Una congelación de plazas en el Hospital
Presbiteriano hacía imposible que obtuviese un empleo allí, pero puesto
que el dinero no era una preocupación inmediata, pude establecerme
allí como si hubiese tenido un puesto permanente. No sería hasta des­
pués de un año adicional que habría disponible para mí un puesto de
medio tiempo, y eso me proveería el ingreso que necesitaba. Mientras
tanto, el padre Michael había comenzado a referirme algunas monjas y
sacerdotes para que les administrase terapia, y antes de que me perca­
tase estaba ejerciendo en forma regular. Michael también coordinó para
que administrásemos algunas pruebas psicológicas a los candidatos a
ingreso en órdenes religiosas. Helen, Bill y yo colaborábamos en esto,
y el dinero que se generó de las evaluaciones pagó los gastos de la me­
canografía final del manuscrito del Curso (realmente, sólo el texto re­
quería que se reescribiese a máquina) y los gastos de las copias.

380
Verano, 1973: la cueva

Pero me estoy adelantando a los acontecimientos, los cuales han de


esperar otro capítulo. Recuerdo que cuando aterrizamos en Nueva
York, estaba sintiendo que estaba a punto de emprender un viaje cuya
dirección no podía comenzar a entender, el cual me llevaría a lugares
sobre los cuales probablemente era preferible que en este punto no su­
piese nada al respecto. Tuve indicios en Israel de la relación ambiva­
lente de Helen y Bill, sin mencionar aquellas diez semanas al final de
la primavera y principios del verano cuando estuve en Nueva York,
pero no fue hasta ahora, cuando estaríamos juntos casi todo el tiempo,
que se aclararía para mí el alcance completo de esta ambivalencia. Re­
tomaré a la relación especial y santa de Helen y Bill en el Capítulo 13,
después del siguiente capítulo el cual presenta el trabajo de edición del
Curso realizado por Helen y por mí.

381
Capítulo 12

LA EDICION DEL CURSO (1973-1975)

Terminé mi primera lectura de Un curso de milagros durante las


diez semanas que estuve de regreso en Estados Unidos en el 1973. Leí
una de las copias que Helen había reescrito a máquina (por lo menos
del texto) la cual se le regaló a Hugh Lynn Cayce, y que por consi­
guiente la llamamos, como mencioné antes, la “Versión Hugh Lynn”.
El texto, dicho sea de paso, se dividió en cuatro volúmenes en ese mo­
mento, los cuales correspondían a las cuatro carpetas para tesis que
Bill había comprado para guardar el manuscrito. Leí el texto, el libro
de ejercicios y el manual desde el principio hasta el final, y luego co­
mencé el texto nuevamente cuando regresé a Israel. Helen, Bill y yo
acordamos hacer el libro de ejercicios juntos, pero sólo con la condi­
ción de Helen de que comenzáramos con la Lección 51, el principio
del repaso correspondiente a las primeras cincuenta y un lecciones. A
Helen nunca le agradaron las primeras cincuenta lecciones, como se
discutió en la Parte II. Terminé mi segunda lectura de los tres libros, la
cual hice más despacio, algún tiempo después de nuestro regreso a
Nueva York. Poco tiempo después comencé de nuevo, parcialmente
como preparación para un glosario-índice para el Curso, algo que pen­
saba que sería útil. A final de cuentas, sin embargo, no comencé a tra­
bajar seriamente en ese libro hasta 1977, cuando estábamos todos en
Inglaterra, e incluso entonces no se habría de completar hasta después
de otros cinco años.
De todos modos, estaba leyendo el texto nuevamente, y muy cuida­
dosamente esta vez. Les comenté a Helen y a Bill que pensaba que el
manuscrito necesitaba alguna edición adicional. Algo del material per­
sonal y profesional todavía estaba presente, y parecía inadecuado para
una edición publicada. Los primeros cuatro capítulos no sonaban bien
en absoluto, en gran medida debido a que el material personal elimi­
nado dejó brechas en el texto restante, y por consiguiente requería unas
adiciones menores de palabras para suavizar la transición. Además, al­
gunas de las divisiones en el material me parecían arbitrarias, y mu­
chos de los títulos de las secciones y de los capítulos no coincidían con
el material. (Más tarde me enteré de que la metodología usual de Helen
era obtener el título de la sección de sus líneas iniciales, aun cuando el

383
Capítulo 12 LA EDICION DEL CURSO

material subsiguiente fuese en una dirección distinta.) Finalmente, la


división en párrafos, la puntuación y el uso de las letras mayúsculas no
sólo eran idiosincráticos, sino notablemente incongruentes.
Helen y Bill estuvieron de acuerdo en que necesitaba una revisión
final. Puesto que a Bill le faltaba la paciencia y la atención a los deta­
lles que se necesitaba para una tarea así, decidimos que Helen y yo lo
revisaríamos juntos y así lo hicimos, sin percatamos jamás de cuánto
tiempo nos tomaría completar la edición. Anteriormente cité la aseve­
ración de Helen de que ella había llegado a considerar a Un curso de
milagros como la obra de su vida, y abordó el proyecto de edición con
verdadero empeño. Ella y yo revisamos cada palabra meticulosamente
para aseguramos de que el manuscrito final estuviese correcto.
Helen era una editora compulsiva, y excelente en ello. Ella no edi­
taba un manuscrito realmente; ella lo atacaba. Si bien Helen tenía un
bloqueo de escritor, como se discutió antes, ese bloqueo no existía
cuando se trataba de editar algo previamente escrito. Un día salía yo
de la oficina para una cita de almuerzo y Helen estaba hablando por
teléfono. Escribí a toda prisa una nota en la cual le decía que iba sa­
liendo y que regresaría más tarde. Sin parpadear o perder el hilo del
pensamiento en su conversación telefónica, Helen tomó un lápiz y co­
menzó a editar mi nota. Siempre lamenté posteriormente no haberla
guardado. Por lo tanto, era sorprendente por demás que ella pudiese re­
sistir la gran tentación, sin mencionar su necesidad compulsiva, de edi­
tar el Curso y “mejorarlo”. Sin duda, era necesario alguna cantidad de
edición en los primeros capítulos, y Helen sentía que Jesús le estaba
ayudando a hacerlo. Pero por lo demás pudo dejar el manuscrito como
estaba.
La edición no estuvo exenta de sus momentos humorísticos—a
pesar de la evidente incomodidad de Helen—y fueron bastantes. La
ahora casi legendaria ansiedad de Helen en tomo al Curso probable­
mente jamás tuvo mayor fuerza. Si bien ella quería definitivamente
que completásemos el proyecto de edición, no obstante encontraría
casi cualquier excusa que nos distrajese de sentamos y hacerlo. El pro­
yecto nos tomó considerablemente más tiempo del que tenía que to­
mamos debido a estas dilaciones, circunstancias no muy distintas a las
del dictado de Un curso de milagros en sí, el cual claramente no tenía
porqué consumir siete años completos.
Hicimos la mayor parte de la edición o bien en las oficinas de Helen
en el Instituto Neurológico y en el Edificio Black, o en mi apartamento

384
La edición del curso

estudio, o en el apartamento de Helen, el cual era el lugar favorito de


ella. Así pues, a menudo solíamos sentamos en un sofá de su sala y allí
trabajábamos. Sin embargo, invariablemente Helen solía empezar a
quedarse dormida. Podíamos estar editando, y de pronto yo miraba a
mi izquierda, y ahí estaba Helen, desplomada en el extremo del sofá,
con los ojos generalmente muy alerta, prácticamente cerrados. Con
frecuencia la somnolencia solía estar acompañada por pronunciados
ataques de bostezos que hacían casi imposible que pudiese hablar. Y
luego estaban las veces en que Helen comenzaba a toser simultánea­
mente, como si tratase de expeler algún agente extraño atorado en su
garganta. En estos momentos Helen comenzaba a reírse de lo obvias
que resultaban las defensas de su ego, al tiempo que las lágrimas co­
rrían por sus mejillas, como acompañamiento a esta muy bien orques­
tada fuga de ansiedad compuesta de bostezos, tos y risa. Yo no podía
sino pensar en el final del preludio de Wagner a Die Meistersinger (El
maestro cantor), donde se combinan tres temas en una obra maestra de
festiva composición de contrapunto. La naturaleza amable de la mú­
sica de Wagner se reflejaba para mí en el suave humor de las distrac­
ciones del ego de Helen, por lo menos de este aspecto de ellas.
Y luego estaba la ocasión en que regresábamos del Centro Médico,
caminando por la calle 14 de la Octava a la Tercera Avenida, de re­
greso a casa para continuar la edición. Literalmente estábamos en el
medio de la Sexta Avenida cuando formulé una pregunta sobre la edi­
ción. No recibí respuesta alguna y di la vuelta, sólo para encontrar a
Helen en el suelo, riéndose a carcajadas de sí misma. No había ni ba­
ches ni grietas en la calle que podrían haberle hecho tropezar, pero
ciertamente estaban los baches internos del miedo que periódicamente
levantaban su fea cabeza para hacer caer a Helen. En este caso, la única
víctima real fue la pantimedia de Helen la cual se desgarró en la caída.
Un importante centro de interés de nuestro trabajo fue la edición de
los capítulos iniciales del texto. Repasamos completamente por lo
menos dos veces la edición de éstos, y parcialmente, muchas veces
más. Como indiqué en la Parte II, las primeras dos semanas del dictado
se caracterizaron no sólo por la extrema ansiedad y por el miedo de
Helen, sino por la informalidad del dictado de Jesús a ella. El tono con­
versacional de estas sesiones, junto con el material personal entrete­
jido con la enseñanza real, hacían muy difícil la edición. Como
mencioné brevemente antes, las brechas estilísticas quedaron cuando
se eliminó el material personal. A propósito, los principios del milagro

385
Capítulo 12 LA EDICION DEL CURSO

con los cuales comienza el texto propiamente no vinieron punto por


punto, sino que estaban salpicados con otro material considerable,
como es evidente en los extractos citados antes en el Capítulo 8.
Recuerdo haberle pedido a Helen medio en broma en cierto mo­
mento que le sugiriese a Jesús que tal vez él pudiera dictar de nuevo
los primeros capítulos, pero estaba claro que esto no iba a hacerse. Así
pues, hicimos lo mejor que pudimos en la reorganización de este ma­
terial en secciones coherentes y capítulos que se ajustasen al texto
como un todo. Un lector con capacidad de discernimiento puede captar
la diferencia en tono y estilo a medida que el texto continúa. El pre­
sente quinto capítulo del texto aproximadamente marca una de tales lí­
neas divisorias, después de la cual el texto se dictó más o menos tal
como se encuentra ahora. El material personal que vino más adelante
no presentaba el mismo problema de edición, como comenté antes,
pues no estaba tan entretejido con el material del texto en sí.
Nuestro procedimiento básico era que temprano por la mañana yo
leía el material que cubriríamos más tarde ese día, o repasaba nuestro
trabajo del día anterior. Marcaba con lápiz aquellas correcciones y
cambios que creyese que eran necesarios. Luego Helen y yo los exa­
minábamos juntos, después de lo cual yo revisaba lo que habíamos he­
cho, y se lo presentaba nuevamente a Helen. Este procedimiento iba y
venía en estos primeros capítulos, hasta que creíamos que esa era la
forma en que Jesús lo quería. Ambos sentíamos su presencia guiándo­
nos en este trabajo, y en su mayor parte estaba claro que nuestras pre­
ferencias e intereses personales no jugaban ningún papel importante en
estas decisiones. Añadí la frase calificativa “en su mayor parte”, ya
que Helen sentía que en efecto Jesús le permitía la licencia para hacer
cambios menores en la forma, mientras el contenido en sí no se afec­
tase. Esta licencia sólo se extendía a cuestiones de puntuación, divi­
sión de párrafos, uso de mayúsculas y cambios menores de
vocabulario (tales como cambiar “que” por “el cual” y vice versa; vea
más adelante), pero jamás a la inclusión o exclusión de material
importante.
Varias veces durante nuestra edición Helen reconocía una palabra
que ella había cambiado en el dictado original, y que ella y Bill no ha­
bían captado en su edición inicial. Y por lo tanto, cambiábamos esas
palabras a las originales nuevamente. Estaba yo impresionado a lo
largo del trabajo por la integridad con la cual Helen realizaba la
edición. Ya he comentado sobre la ferocidad de su edición cuando se

386
La edición del curso

trataba de trabajos profesionales, y sin embargo ella podía resistir tal


compulsividad durante la edición del Curso. Cualesquiera cambios
que efectuamos en el orden del material (he indicado antes cómo cier­
tos párrafos se movieron de lugar) se los mostrábamos a Bill, quien de
igual manera compartía la actitud de Helen de absoluta integridad y fi­
delidad al dictado original.
Bill generalmente estaba más interesado en la forma, pero recuerdo
dos excepciones fuertes. Helen me había dicho cuán insistente él es­
taba en que el inspirador párrafo final del texto—“Y ahora decimos
‘Amén’”—no se partiese, y que el párrafo en su totalidad estuviese en
una sola página. El continuó su insistencia con la edición publicada,
aunque naturalmente este cayó de ese modo en la composición tipo­
gráfica. Segundo, Bill insistía en que hubiese cincuenta principios de
los milagros, aun cuando en el dictado original sólo había 43, poste­
riormente cambiados a 53 en las dos reescrituras a máquina hechas por
Helen. Repito, esta clase de insistencia no era característica de Bill. En
estos cambios de numeración, dicho sea de paso, no se añadió ni se eli­
minó texto alguno; el material simplemente se reorganizó.
Un aspecto lindo, mas extraño, de nuestra edición recurría de vez
en cuando, cuando luego de leer un pasaje particularmente difícil
Helen se volvía hacia mí riéndose, y exclamando que ella no tenia la
más remota idea de lo que significaban las palabras. Y así que yo me
encontraba en la situación bastante rara de explicarle el Curso a la per­
sona que en otro nivel entendía lo que este estaba diciendo más clara­
mente de lo que pudiese entenderlo cualquier otro. De ese modo
comenzó mi primera experiencia de enseñar este material.
De manera interesante, cuando se encontraba en presencia de al­
guien más que intentase explicar el Curso, Helen estaba pronta a reco­
nocer las inexactitudes de la explicación; de igual manera, era experta
en ayudar a otras personas a entender, generalmente en un contexto te­
rapéutico, la aplicación de los principios del Curso a las situaciones
personales. Ella, sin embargo, muy raramente les explicaba a otros lo
que el Curso decía, directa o indirectamente, excepto en dos ocasiones
que yo recuerde. En una, Helen trataba de ayudar a alguien a entender
cómo Dios no podía haber creado el hermoso escenario del lago donde
estábamos en ese momento, y la importancia de las enseñanzas meta­
físicas como esa para poder apreciar el mensaje del Curso; y en la otra,
mientras estábamos en una cena en casa de la hermana de Louis, Helen
intentaba explicarles a sus parientes muy judíos la importancia de no

387
Capítulo 12 LA EDICION DEL CURSO

juzgar a Hitler y a los Nazis. Estos eran ejemplos relativamente raros,


no obstante, pues en general, la ansiedad de Helen sobre el sistema de
pensamiento postulado en el Curso hacía que ella me dejase a mí las
verdaderas explicaciones de Un curso de milagros.
La división en párrafos, la puntuación y el uso de las letras mayús­
culas, las cuales raramente tenían alguna relación con la enseñanza en
sí, no obstante, se convirtieron en un importante centro de interés de
nuestro trabajo, una de cuyas razones obvias era el valor que como dis­
tracción tenían para Helen. Durante sus dos reescrituras a máquina del
texto, Helen le impuso al manuscrito su peculiar idiosincrasia de hacer
que los párrafos fuesen de nueve líneas, casi siempre independiente­
mente del contenido del material. Por fortuna Helen no objetó que los
corrigiésemos. Más de un lector ha comentado sobre el uso de los pun­
tos y comas en el Curso, los cuales se utilizaban a menudo en lugar de
los dos puntos que hubiesen sido más adecuados. Esta también fue una
preferencia de Helen. Y a medida que revisábamos el texto, descubrí
que Helen tenía dos filosofías en tomo a la coma: excesiva y mínima.
No puedo recordar (la negación a veces le sirve a un propósito pia­
doso) cuán a menudo—cuando Helen repentinamente se decidía por
un cambio en la filosofía de la coma bien avanzada la edición—yo
tenía que volver al comienzo del manuscrito a cambiar las comas. Al
final, llegamos a una decisión de usar comas de más, con la esperanza
de que esto sería de más ayuda para el lector que ya tenía que luchar
con la dificultad de los conceptos del Curso, sin mencionar su frecuen­
temente complicada estructura de la oración. Al día de hoy no estoy se­
guro de cuán congruentes fuimos (todavía hay algunos cambios que
me sentiría tentado a efectuar, como estoy seguro de que muchos estu­
diantes sienten que se deben hacer también); sin embargo, el contenido
del Curso jamás se arriesgó como resultado de nuestra edición.
A Helen con frecuencia le daban ataques sobre el uso de empalmes
de oraciones o de oraciones incompletas, pero sabía que éstas eran una
parte importante de la presentación del Curso, que servía para un pro­
pósito estilístico de añadir énfasis. Mantuvimos todas estas, a pesar del
“mejor” juicio de Helen, aunque a instancias de un amigo que era pro­
fesor de lingüística, sí cambiamos en ediciones posteriores algunos de
los participios más conspicuamente inconexos.
Finalmente estaba el uso de las letras mayúsculas. Se puede obser­
var una “evolución” en el estilo de Helen al seguir el Curso desde su
dictado original en las libretas, a través de la primera escritura a

388
La edición del curso

máquina de Bill y las subsiguientes reescrituras a máquina de Helen.


El proceso culminó en que Helen sentía que cada palabra remotamente
asociada con Dios (una leve, pero sólo leve exageración de mi parte)
debía escribirse con letra mayúscula, incluso los pronombres y pro­
nombres relativos. Debo mencionar que si bien aquí Jesús dejó a Helen
en libertad de hacer como ella desease, él sí hizo algunas excepciones.
Bajo su instrucción específica, todos los pronombres que se refiriesen
a él habrían de escribirse con letra minúscula (en los manuscritos ini­
ciales Helen siempre los escribía con letra mayúscula, como hemos
visto), para reflejar la unidad de él con nosotros (información adicional
al respecto más adelante). Jesús le dio instrucciones a Helen de que
siempre escribiese el término “Hijo de Dios” con letra mayúscula, para
recalcar la inclusión de todos nosotros como parte del Hijo único de
Dios, en contradicción a la exclusión del cristianismo tradicional de
todos excepto Jesús de la Filiación especial de Dios. Los pronombres
que se refiriesen al Hijo, sin embargo, habrían de escribirse con letra
minúscula, para recalcar nuestro estado de separación. La excepción,
por supuesto, sería cuando “Hijo de Dios” se refiriese a nuestra
Identidad como Cristo, donde los pronombres se escribirían con letra
mayúscula. Además, Jesús le pidió a Helen que escribiese con letra
mayúscula todos los pronombres que se refiriesen a la Trinidad—Dios,
Cristo y el Espíritu Santo—de lo contrario el lector podría no saber
siempre a quién (o Quién) se dirigía el término de remisión.
En la “Versión Hugh Lynn”, la que estábamos editando, el uso que
Helen hacía de las letras mayúsculas era bastante incongruente. Si bien
al principio yo traté de convencerla de que abandonase lo que yo creía
que era el excesivo énfasis estilístico en la divinidad de Dios, pronto
abandoné esta infructuosa empresa y terminé diciéndole a Helen que
yo usaría la letra mayúscula en las palabras en la forma que ella qui­
siese, pero que este uso de mayúsculas debía ser congruente. Esto cla­
ramente apelaba a su sentido de la lógica, y por consiguiente, nos
dimos a la tarea de escribir las reglas que habríamos de seguir en el uso
de la letra mayúscula, y que nos ceñiríamos a éstas de la mejor forma
que pudiésemos.
En resumen, esta parte de la edición fue un ejercicio muy valioso
en la práctica del importante principio del Curso de reconocer la
distinción entre forma y contenido; a saber, que es el propósito o el sig­
nificado lo que le da importancia a la forma, no la forma de por sí. En
este caso, el contenido de amor se expresaba en el entendimiento de

389
Capítulo 12 LA EDICION DEL CURSO

que estas manipulaciones menores de la forma no tenían importancia


cuando se ponían junto al valor de unirme con Helen. Como dice el
texto en sí:
Reconoce lo que no importa, y si tus hermanos te piden algo “des­
cabellado”, hazlo precisamente porque no importa. Niégate, y tu
oposición demuestra que sí te importa (T-12.111.4:1-2).
Posteriormente regresaré a este importante principio con respecto a la
relación de Helen con Jesús.
Helen también sentía la licencia para hacer los ya mencionados
cambios de que a cual y vice versa, un ejercicio que le tomó un tiempo
considerable, otro ejemplo obvio de Helen de controlar su ansiedad
por el contenido del Curso al centrarse en la manipulación de suforma.
También estaba el ejercicio que Helen me pidió que yo realizase
cuando descubrió que muchas veces en el Curso la palabra “saber (co­
nocer)” estaba usada en el sentido popular, en lugar de Jesús adherirse
estrictamente al significado más técnico de la palabra como sinónimo
del estado de Cielo. Así pues, por ejemplo, el Curso enseña que el es­
píritu conoce, pero que el ego percibe. Helen pues me pidió que cam­
biase todos los “conoceres (saberes)” “populares” por otras palabras,
y que reservase “conocer (saber)” para su uso técnico. Intenté hacerlo
que Helen me pedía, lo cual no presentaba problemas en por lo menos
la primera mitad del texto. “Conocer (saber)” se convertía variable­
mente en “reconocer”, “percibir”, “entender”, etc. Pero luego cuando
el material se tomaba más poético, y los pasajes salían y entraban al
verso libre, tales cambios resultaban imposibles sin que se hiciese es­
tragos con la métrica, un pecado capital en la religión de Helen. Por lo
tanto, yo detuve lo que estaba haciendo y discutí la situación con
Helen, quien resolvió el conflicto cambiando su posición y pidién­
dome que cambiase nuevamente muchas de las palabras al “conocer
(saber)” original. Un lado del sistema defensivo de Helen—su necesi­
dad de ser estrictamente congruente—de esa forma, daba paso al otro,
para el cual la poesía era sacrosanta.
Ya he mencionado brevemente que cuando Helen estaba escri­
biendo las palabras de Jesús, ella subrayaba todas aquellas que pare­
cían entrañar un énfasis mayor. En los manuscritos mecanografiados a
todas estas palabras se pusieron con mayúsculas para facilitar la escri­
tura a máquina, pero obviamente había un número excesivo de éstas.
Así que otra parte de nuestro trabajo era dejar únicamente aquellas

390
La edición del curso

palabras o frases que parecían requerir un énfasis adicional. Estas son


las palabras que aparecen en cursiva en los libros publicados.
El libro de ejercicios y el manual requerían muy poco trabajo de
edición, que no fuera el que los leyésemos juntos para aseguramos de
que todo estaba correcto. Solamente la puntuación, la división de pá­
rrafos y el perenne uso de letras mayúsculas se corrigieron, sin men­
cionar los “ques” y los “cuales”.
Varias veces durante la edición, Helen se sentía obviamente conmo­
vida por lo que estábamos leyendo, aunque estos momentos eran mucho
más esporádicos de lo que uno hubiese esperado; las defensas de Helen
siempre estaban vigilantemente erguidas. Cuando hubimos completado
las secciones sobre el especialismo en el Capítulo Veinticuatro—
básicamente la última discusión en tomo a este tópico que aparece en el
texto, aunque obviamente sus principios se expresan de principio a
fin—Helen me comunicó que cuando ella había terminado de escribir
éstos originalmente, ella sentía la gratitud de Jesús por haber comple­
tado la escritura de los mismos. La implicación era que en otro nivel—
recuerden la enseñanza del Curso de que el tiempo es ilusorio: ya todo
ocurrió—ella había intentado esto pero no podía terminar el material
sobre las relaciones especiales. La defensa “previa” de Helen en contra
de haber tenido que reconocer conscientemente ante sus ojos su propio
sistema de pensamiento de especialismo de culpa, miedo y ataque, era
simplemente rehusarse a escribir el material. Ahora, sin embargo, de­
bido a su compromiso de ser la escriba del Curso de Jesús, ella lo hizo,
pero sin prestarle atención alguna a lo que decía, y centrándose en la
forma y el estilo de la escritura, al tiempo que ignoraba lo mejor que
podía el contenido y significado del Curso. Y esta fue también su polí­
tica general durante la edición.
Aunque Helen y yo raramente discutíamos esto, estaba claro para
ella que la discusión de Jesús en tomo a las relaciones especiales, el
corazón del sistema de pensamiento del ego, era casi literalmente una
descripción de la propia mente de ella. Así pues, ella estaba escri­
biendo palabras que describían su yo egoísta. Sin duda, todos compar­
timos el mismo sistema de pensamiento del ego, pero la mente
dividida de Helen contenía expresiones flagrantes y extremas de la di­
námica de especialismo. Como resultado, la vida cotidiana de Helen
era una pesadilla viviente, repleta de ansiedades, fobias y pensamien­
tos de ataque que fácilmente podían ser el tema de cualquier texto
clásico sobre neurosis, sin mencionar el modelo para la descripción

391
Capítulo 12 LA EDICION DEL CURSO

que Jesús haría del ego. Por otra parte, por supuesto, la mente de Helen
también contenía la expresión extrema del Amor de Dios, la cual re­
presentaba el lado positivo de su relación con Jesús.
La edición tomó más de un año. Mi recuerdo es que comenzamos
casi a fines del 1973, y completamos nuestro trabajo a principios del
1975. Entonces el texto tenía que ser totalmente reescrito a máquina, y
esto también tomó tiempo. Encontramos a una hermana Maryknoll de
avanzada edad, quien sentía que era un privilegio escribir a máquina el
manuscrito para nosotros, aunque en efecto encontraba que algunos de
los conceptos eran difíciles de aceptar. Una experiencia beatífica, no
obstante, cuando ella escribía a máquina el Capítulo Quince—el cual
discutía el instante santo entre otras cosas—puso fin a todas sus dudas,
y ella pudo completar el trabajo de mecanografía en un tiempo razonable
y de muy buen ánimo. Casi al final yo, junto con Helen y Bill, comencé
a sentir una urgencia por completar nuestro trabajo, y por lo tanto hubo
una especie de “empujón” para lograrlo. Finalmente, a principios de la
primavera de 1975 teníamos un manuscrito terminado de Un curso de
milagros que esperaba no-sabíamos-qué (o a quién).
Encontramos el “quién” el 29 de mayo, cuando conocimos a Judith
Skutch, y dejo este segmento de la historia para el próximo capítulo.

392
Capítulo 13

HELEN Y BILL:
LA RELACION ESPECIAL Y SANTA, Y SU VIDA
POSTERIOR CON UN CURSO DE MILAGROS

Antes de continuar la historia en secuencia, permítame volver atrás


brevemente partiendo de la compleción de la edición del Curso para
retomar mi relación con Helen y Bill a nuestro regreso de Israel en
septiembre de 1973.

Helen, Bill y yo

Huelga decir que las semanas iniciales de regreso en Nueva York


fueron interesantes, y que yo necesitaba un ajuste mayor en mi orien­
tación. Como he indicado ya, me encontraba en medio de la relación
muy especial de Helen y Bill. Cada uno solía hablarme de sus resenti­
mientos en contra del otro, y en más de una ocasión me encontraba re­
cordando el cuento budista de dos discípulos quienes se acercaron por
separado a su maestro para quejarse del otro, y a cada uno el maestro
le dice: “Tienes razón”. Un tercer discípulo oye la conversación por
casualidad y le dice al maestro: “Has oído dos puntos de vista contra­
dictorios y estuviste de acuerdo con los dos”, a lo que el maestro res­
ponde: “Tienes razón, también”. Tanto Bill como Helen tenían razón
en el nivel “objetivo” al enumerar las dinámicas del ego del otro.
Donde no tenían razón era en hacer estas dinámicas responsables de su
propia infelicidad.
Por momentos parecía como si tanto Helen como Bill hubiesen es­
tado rivalizando por mi atención, lo cual simplemente agravaba la si­
tuación. Era imposible ponerse de parte de uno de los dos, puesto que
al igual que en el cuento budista, repito, tanto Helen como Bill tenían
razón desde sus propios puntos de vista. Mas ninguno de los dos podía
tomar la decisión de mirar la relación de una manera distinta. Aunque
aún no había leído el material personal incluido en el dictado original
(mucho del cual presenté en la Parte II), donde repetida, y muy espe­
cíficamente, Jesús discutía esta situación, se volvía bastante obvio para

393
Capítulo 13 HELEN Y BILL

mí que ciertamente había una clara distinción entre los egos de Bill y
de Helen: uno proyectaba, el otro negaba. Esto en efecto hacía más
fácil que discutiese la situación con Helen, quien nunca trataba de
negar sus propias percepciones airadas de Bill (ni de hecho, de nadie
más); ella simplemente no las soltaba. Bill, por otra parte, parecía no
ser consciente del alcance total de su hostilidad hacia Helen. Parecía
convencido, una creencia que se reflejaba en las notas del diario que
cité en la Parte II, de que si sólo Helen hubiese sido diferente, la situa­
ción casi imposible de ellos se hubiese aliviado grandemente. Una vez
más, lo que Bill decía acerca de Helen ciertamente era verdad, como
estuvimos de acuerdo muchas veces él y yo. Sin embargo, él nunca fue
capaz de aceptar responsabilidad por sus reacciones hacia Helen.
Una mañana los tres estábamos en la oficina de Helen, en una at­
mósfera llena de la acostumbrada tensión, a la cual todos habíamos lo­
grado acostumbramos. Yo estaba literalmente sentado en medio de
ellos, a propósito: Helen estaba sentada detrás de su escritorio cerca de
la ventana; yo estaba en mi asiento acostumbrado, frente al escritorio
junto a la puerta, mientras que Bill estaba sentado en la entrada de
modo que el humo de sus cigarrillos no entrase a la oficina de Helen.
Un típicamente airado intercambio tuvo lugar entre Helen y Bill, en el
cual los dos estaban uniéndose en igual medida de hostilidad. Los dos
se volvieron hacia mí en busca de substanciación a sus posiciones, y
en ese momento no tuve otra opción que decir que ambos parecían
estar atacándose mutuamente. Bill se indignó ante mi aseveración de
que él estaba siendo hostil, tanto como Helen, y se alejó furiosamente
de la entrada hacia su oficina adyacente. Helen se volvió hacia mí y
dijo, en efecto: “¿Te das cuenta del aprieto en que yo me encuentro?”.
Recuerdo una vez durante uno de nuestros viajes a California (vea
más adelante), haberle hablado directamente a Bill sobre su relación
con Helen. Bill y yo, dicho sea de paso, éramos madrugadores, a dife­
rencia de Helen y Louis, y por lo tanto pasábamos juntos práctica­
mente cada mañana del mes, y esperábamos que Helen y Louis se
levantasen y comenzasen su día. Me referí a la historia maravillosa­
mente conmovedora de la sanación de una relación del propio Bill en
los primeros años de la transmisión del Curso, en que Bill había hecho
un esfuerzo verdaderamente devoto para pasar por alto la hostilidad de
un colega. Con el tiempo, la actitud del colega hacia Bill cambió nota­
blemente, y finalmente ambos se hicieron y permanecieron buenos

394
Helen, Bill y yo

amigos. Le pregunté a Bill si acaso él podría hacer el mismo esfuerzo


ahora con Helen, pero replicó casi tajantemente que la situación era
distinta. Supe entonces que no debia sacar a colación el tema nueva­
mente. Más tarde en el viaje, Bill me pidió que me uniera a él para con­
frontar a Helen en términos de las exigencias de su especialismo. Yo
rehusé, no porque las exigencias de Helen no estuviesen repletas de es­
pecialismo, sino porque la reunión que Bill proponía no me parecía
amorosa, ni creía que habría de ser particularmente útil.
Así que Bill jamás pudo aceptar personalmente la enseñanza del
Curso de que nuestros problemas descansaban en la decisión que no­
sotros tomamos de buscar los resentimientos en otros, de modo que
pudiésemos evitar la responsabilidad por nuestro propio deseo de per­
manecer separados y por consiguiente infelices. Tal como Jesús lo ex­
plicó al llegar a un punto en el Curso:
La ira siempre entraña la proyección de la separación, lo cual tenemos
que aceptar, en última instancia, como nuestra propia responsabilidad,
en vez de culpar a otros por ello (T-6.in.l:2).
Por lo tanto, la paz nunca puede llegar hasta que las personas cambien
su mentalidad de desear el conflicto, al darse cuenta de que lo único
que quieren verdaderamente es la paz. Este es el significado del men­
saje básico de perdón del Curso, originalmente dirigido a Helen y a
Bill.
Helen, quien era plenamente consciente de su ira, no podía (o no
quería) soltar sus resentimientos en contra de Bill. Una y otra vez ella
y yo solíamos discutirlos. Yo incluso escribía poemitas de perdón para
ella, y oraciones para que ella se las dijese a Jesús, pidiéndole ayuda
para perdonar. Además, con frecuencia yo solía orar con Helen, y le
pedía ayuda a Jesús a nombre de ella para que mirase a Bill de manera
diferente. Así que a pesar de la conciencia de su propia hostilidad, y de
la contradicción que la postura de ella sustentaba frente al Curso, su
entendimiento no le servía de nada. Era como si Helen intuitivamente
supiese que ella no podía (o no quería) liberarse de sus defensas, y des­
cansaba contenta con esta conciencia. Un incidente sobre todos los
demás permanece indeleblemente impreso en mi memoria. No impli­
caba a Bill específicamente, pero el incidente, no obstante, ilustra la
necesidad que Helen tenía de su ira, en contra de Bill o en contra de
cualquier otra persona.

395
Capítulo 13 HELEN Y BILL

Era un sábado lluvioso, y Helen y yo no pudimos salir, como solía­


mos hacer. Esta tarde en particular Helen estaba furiosa con alguien
quien en general a ella no le agradaba, pero en esta ocasión más que de
costumbre. Su ira seguia y seguía, y nada que yo pudiese decir o hacer
podía convencerla de que la soltara. A medida que el día avanzaba, de
hecho, su ira parecía aumentar. Pero finalmente, después de la cena, la
furia de Helen disminuyó lo suficiente como para permitirme sugerirle
una posible solución. Tomé prestada la imaginería de la experiencia de
Helen con Jesús en la visión de Elohim, y le pedí que se imaginase de
rodillas frente al altar con Jesús a un lado y esta persona al otro lado.
Accedió con renuencia, y eventualmente pudo permitir que la presen­
cia de Jesús evaporase la ira, y se sintió en paz nuevamente. Poco
tiempo después me fui a casa.
Al día siguiente cuando llegué a su casa, Helen me saludó en la
puerta con una ira helada que yo no veía en ella con frecuencia, y raras
veces dirigía hacia mí. “Jamás se te ocurra volver a hacerme eso”, me
dijo cortantemente. No tenía idea de lo que eso significaba, pero pron­
tamente me explicó que después de haberse acostado pacíficamente,
despertó en medio de la noche con una furia tal que casi igualaba su
experiencia en Londres muchos años atrás. Si la persona objeto de su
falta de perdón hubiese estado disponible, ella literalmente la hubiese
descuartizado. Su ira era tan avasalladora que no pudo volver a dor­
mirse, y aún estaba experimentando los efectos de ese ejercicio de per­
dón. Le aseguré que “jamás le haría eso nuevamente”. Estaba claro que
la ira de Helen era necesaria para “protegerla” de la paz de Dios que
aún era tan amenazante y yo aprendí a respetar esa necesidad en ella.
Respetar al ego de Helen fue una lección difícil de aprender para
muchos, pues la tentación siempre era grande en aquellos que cono­
cían a Helen, de tratar de hacerla cambiar para “salvarla” de su propio
ego. Recuerdo que durante el último año o los dos últimos años de vida
de Helen, algunos de sus bien intencionados amigos del Curso la pre­
sionaban para que fuese a California en un intento por sacudirla de su
estado de depresión y de aislamiento. Insistían en que ella hiciese el
viaje, con alguien disponible para cuidarla, e incluso la sentaron en un
carro frente al volante (ella no había manejado desde hacía bastante
tiempo). Así pues, se hizo el intento de hacerla cambiar de mentalidad
al forzar unos cambios en sus patrones de comportamiento. Esta

396
Helen, Bill y yo

imposición de cambios externos sobre una persona inadvertidamente


deprecia el poder de la mente que podría elegir de manera distinta, el
único poder que verdaderamente podría ayudar a alguien. Helen hizo
el viaje con Louis (yo no pude ir), y si bien ella sobrevivió las bue­
nas intenciones, su ego también sobrevivió muy bien los intentos de
salvarla.
Si bien no había duda alguna de que la actitud enjuiciadora y las
preocupaciones fóbicas de Helen no le brindaban paz alguna, ese es­
tado era preferible—para ella—al amor que yacía detrás de sus defen­
sas. Recuerdo al comienzo de nuestra relación a Helen citándome unos
versos de Yeats: “Pisa con tiento sobre mis sueños. Son sueños. Mas
son mis sueños”.93 Jamás olvidé esa lección, y posteriormente discutiré
en mayor profundidad cómo Jesús trataba a Helen también en este res­
pecto: el amor es fuerte cuando permite que el ser amado sea débil en
presencia de la negación de la mente de su propia fortaleza. La fuerza
del amor, como dice el Curso, sobre el Espíritu Santo (T-5.II.7:1-4), no
exige, no da órdenes, ni trata de controlar. En su amabilidad sólo le re­
cuerda a la mente la fortaleza de Cristo que tiene y que es. De ese modo
recuerda el poder de la mente para elegir de nuevo, cuando así lo de­
see, al saber que el resultado de la verdad es seguro. Este es el resul­
tado último de la paciencia, una de las diez características de los
maestros de Dios que se discute en el manual para maestros
(M-4.VIII).
Durante los últimos años de Helen, progresivamente yo parecía
estar en el papel de su terapeuta, puesto que ella confiaba en mí más
que en ningún otro. Mas se había aclarado para mí después del primer
par de años de nuestra relación que Helen no cambiaría su actitud men­
tal, y que no tenía por qué hacerlo. Así pues, mi papel se tomaba más
y más en el de ofrecerle apoyo y consuelo, y mi amor por ella se ex­
presaba mediante el permitir que ella eligiese tal como lo hacia, con
profundo respeto por la sabiduría mayor que yo sabía que era la fuente
de su vida aquí, a pesar del lado egoísta de su experiencia.

93. Helen no recordaba estos versos con exactitud. Son del poema de Yeats "Aedo
anhela los lienzos del Cielo”, y el poema completo dice como sigue: “Si de los cielos
el bordado lienzo poseyera./Labrado con dorada y con plateada luz,/Los azules y los
tenues y los obscuros lienzos/De la noche y del día y de la media luz,/Los lienzos a tus
pies yo tenderia:/Mas, siendo pobre, sólo mis sueños tengo;/Y a tus pies yo mis sueños
he tendido;/Pisa con tiento pues tú caminas sobre mis sueños”.

397

Capítulo 13 HELEN Y BILL
I
Y así, al amar tanto a Helen como a Bill, llegué a aceptar la natura­
leza no sanada de su relación. Mis intentos de ayudarles a cambiar en
armonía con los principios establecidos en Un curso de milagros—
dados, después de todo, para ayudar a inducir a semejante cambio—
con el tiempo se convirtieron en amorosos recordatorios. Si bien mi
preferencia personal claramente hubiese sido que ellos se perdonasen
mutuamente en el mundo de la forma, en un nivel más profundo su
aparente falta de perdón se tomaba irrelevante para la sanación que ya
había ocurrido en el instante en que ellos se unieron de común acuerdo
en junio de 1965.
Una gracia salvadora de todo este período, dicho sea de paso, era el
agudo sentido del humor que nosotros tres compartíamos. A pesar de
ja cccmua tensión subjacente nos reíamos mucho. Nuestra risa podía
etc re-cuencia expresar el propósito último de que estuviéramos jun­
tes. _r amor desmentido con frecuencia por las riñas interpersonales.
A. merrdar esta época. está claro que jamás hubo duda alguna en nin-
grma de nuestras mentes de la honradez de que nos hubiésemos unido
de común acuerdo. Este reconocimiento siempre le permitió a Helen y
a Bill ir más allá de la falta de perdón hacia el amor y el compromiso
que constituía el verdadero vínculo de la relación. Y eran este compro­
miso y esta fidelidad los que hacían que su relación fuera verdadera­
mente santa.
Retomo ahora a nuestro relato ahora donde lo dejamos en la prima­
vera de 1975, cuando conocimos a Judith Skutch.

Judith Skutch y los años posteriores a la publicación

A medida que la relación de Helen y Bill empeoraba, las esperan­


zas que una vez habíamos compartido de un día vivir y enseñar el
Curso juntos se marchitaban. Puesto que la vida del Curso para Helen
y Bill estaba tan intrincadamente entrelazada con su propia relación
—la unión de ellos fue después de todo el lugar de nacimiento de
este—era lógico que el deterioro de su relación afectara adversa­
mente su relación con el Curso al cual, casi paradójicamente, los dos
estaban tan fielmente dedicados. Por lo tanto, era obvio que nuestro
colaborar como maestros en el futuro no sería posible, y si bien no
sabíamos lo que el futuro deparaba, ciertamente reconocíamos que

398
Judith Skutch y los años posteriores a la publicación

no deparaba el que los tres estuviésemos juntos. Y entonces conoci­


mos a Judith Skutch.94
En muchas formas, con la llegada de Judy la situación mejoró, por
lo menos externamente. Esto era similar en un respecto a mi entrada a
escena dos años antes, lo cual había disipado algo de la intensidad de
la presión que había en la relación especial de Helen y Bill. Judy
proveía un claro centro de interés extemo que servía como una distrac­
ción necesaria de las tensiones y frustraciones intemas. Por ejemplo,
nos reuníamos regularmente dos o tres tardes cada semana en el apar­
tamento de Judy, y a petición de Judy hacíamos juntos el libro de ejer­
cicios por espacio de un año (la tercera ronda para Helen y Bill). Y
muy ciertamente Judy proveía el estímulo directo para sacar a Helen y
a Bill “del clóset”, por decirlo así. El infeccioso entusiasmo de Judy
con el Curso, y su gran número de amigos de la comunidad de la
Nueva Era (Bill hizo una vez un comentario en tono de broma de que
estábamos a punto de asistir a una reunión para conocer a cinco mil de
los amigos más íntimos de Judy), llevó a Helen y a Bill a consentir en
reunirse con grupos de personas para narrarles su historia y presentar
el Curso. Sin embargo, al principio estas reuniones no se llevarían a
cabo en Nueva York, sino a tres mil millas de distancia en California.
Al cabo de un mes o dos de nuestra reunión inicial, Judy hizo arre­
glos para que pasáramos (Louis incluido, por supuesto) un mes en los
alrededores de la bahía de San Francisco (el segundo hogar de Judy en
ese momento, y ahora su residencia permanente). Ahí conocimos a nu­
merosos grupos de personas muy interesadas, quienes a veces, sin em­
bargo, parecían más interesadas en la historia de la escritura del Curso
que en el material en sí. Esta fascinación con los ostensibles elementos
psíquicos de la historia eventualmente palidecieron, y muchas de estas
mismas personas perdieron interés en el Curso en sí después de un
tiempo, especialmente después de reconocer lo que este verdadera­
mente decía. Los fundamentos profundamente metafísicos del Curso—
“¡El mundo no existe! Este es el pensamiento básico que este curso se
propone enseñar” (L-pI. 132.6:2-3)—y el compromiso espiritual—
“Aprender este curso requiere que estés dispuesto a cuestionar cada uno

94. La historia de cómo nos conocimos y los detalles de los subsiguientes avances los
cuales implicaban a la Foundation for Inner Peace y la publicación del Curso se pue­
den encontrar en el libro de Robert Skutch Journey Without Distance (Celestial Arts,
Berkeley, CA, 1984).

399
Capítulo 13 HELEN Y BILL

de los valores que abrigas” (T-24.in.2:1)—ciertamente tenían poco que


ver con los mundanos énfasis y la naturaleza menos exigente de mu­
chos enfoques contemporáneos de la Nueva Era.
De esa manera se organizaron varias reuniones a lo largo de nuestra
estadía. Mi papel, en lo que de manera jocosa solíamos llamar nuestra
rutina de vodevil para la presentación del Curso, parecía consistir en
que yo dijese después que Helen y Bill habían completado sus historias
y descripciones de las circunstancias que rodearon la escritura del
Curso: “Deben saber que la voz interior a la cual se ha estado haciendo
referencia era la de Jesús”. Era muy difícil, cuando no casi imposible,
bien fuese para Helen o para Bill mencionar lo obvio en términos de
Jesús y de su papel con el Curso. Al año siguiente repetimos nuestro
viaje a California, por espacio de un mes nuevamente.
Si bien Helen parecía disfrutar el cambio de ritmo que Judy le pro­
veía a su vida relativamente aislada de Nueva York, la ansiedad que ro­
deaba su papel con respecto al Curso continuaba en ascenso. Helen y
Bill, dicho sea de paso, no creían que ellos debieran tener parte oficial
alguna en la vida pública del Curso. Antes de conocemos, Judy y su
esposo Robert habían establecido la Foundation for Parasensory
Investigation (Fundación para la investigación parasensorial), cuyo
propósito era investigar y proveer fondos para trabajos de investiga­
ción de los fenómenos paranormales, la sanación, etc. La Fundación
permanecía intacta como una entidad legal, pero su nombre se cambió
al de Foundation for Inner Peace (Fundación para la paz interior), que
actualmente publica Un curso de milagros. Judy retuvo su puesto
como presidenta, y Bob el suyo como vicepresidente, con Helen, Bill
y yo como consultores informales. Posteriormente yo me convertí en
el tercer miembro—junto con Judy y Bob—de la mesa directiva. Judy
comenzó aplazando decisiones por deferencia hacia Helen y Bill, pero
a medida que ellos gradualmente se desligaban de la responsabilidad
de la vida pública del Curso, Judy llenó el vacío. Y con el tiempo
Helen especialmente se tomó bastante desinteresada en lo que el
mundo estaba haciendo (o no estaba haciendo) con los tres libros.
En el verano de 1977 permanecimos en Nueva York, pero a princi­
pios del otoño Judy hizo arreglos para que viajásemos a Londres por
dos semanas para conocer a unas personas interesadas en el Curso. No
fue un viaje feliz, por decir lo menos, ciertamente no desde el punto de
vista de la situación de Helen. A pesar de ser una anglofila desde su

400
Judith Skutch y los años posteriores a la publicación

niñez, en realidad Helen nunca quiso ir. Judy era insistente, y puesto
que parecía que no teníamos nada que perder—la situación en Nueva
York ciertamente no estaba mejorando—hacia allá nos dirigimos. Las
acostumbradas ansiedades de Helen respecto a los viajes aumentaban
especialmente, y las mismas no disminuyeron una vez aterrizados.
Helen, Louis y yo nos quedamos en un hotel en el corazón de la ciu­
dad, y Bill y Judy se quedaron en una casa que pertenecía a uno de los
amigos de Judy. Judy y Bill llevaban a cabo la mayoría de las
reuniones con las personas, mientras que mi tarea era poco más o
menos quedarme con Helen y Louis. Louis, para quien Londres era su
! segunda ciudad favorita (Nueva York por supuesto era la primera), se
divertía profundamente, y a menudo se iba solo. Helen y yo, mientras
tanto hacíamos juntos nuestras cosas rutinarias—ir de compras, cami­
nar e ir a la Iglesia. Generalmente, sin embargo, nos reuníamos con
Bill y Judy en algún momento posterior durante la tarde. Para terminar,
todos pasamos un día juntos de paseo por la hermosa campiña inglesa,
y otro día fuimos a visitar a Ina Twigg, miembro venerable del círculo
psíquico británico. Estaba bien claro, sin embargo, que Helen no de­
seaba reunirse con personas para discutir el Curso y, con muy pocas
excepciones, no lo hizo. Creo que en un nivel Helen estaba intuyendo
que la mayoría de estas personas no estaban realmente interesadas en
el mensaje del Curso, y en otro nivel su comportamiento casi antisocial
reflejaba su gradual aislamiento del mundo el cual iba en aumento.
Ese habría de ser nuestro último viaje juntos, y básicamente marcó
una línea divisoria en términos de la propia implicación de Helen con
el Curso. Después de esto, ella siguió aislándose de las personas que
profesaban un interés en los tres libros. Ella sí se reunía con personas
de vez en cuando, pero las reuniones mayores se las dejaba a Judy, así
como a Bill, quien comenzó a identificarse más y más con Judy y sus
presentaciones del Curso.
Para complicar lo que ya era una situación en detrimento, Helen fue
obligada por la política de retiro obligatorio del Centro Médico
Presbiteriano Columbia a abandonar el Centro. Helen había cumplido
sesenta y cinco años en 1974, y le exigieron que se retirase. Sin em­
bargo, debido a que su cumpleaños caía en julio, Bill pudo negociar un
año adicional para que ella permaneciese como miembro oficial del
departamento. Y luego por dos años adicionales, Helen continuó como
consultora voluntaria, lo cual le permitía ir al Centro Médico todos los

401
Capítulo 13 HELEN Y BILL

días como antes. Pero finalmente, en algún momento a mediados de


1977, ocurrió lo inevitable y Helen abandonó el Centro Médico, para no
regresar jamás. Un año más tarde Bill se retiró, y algún tiempo después
se mudó permanentemente a California.
Por lo tanto, la aparente mejoría de la situación entre Helen y Bill
después que Judy entró en escena, y su creciente relación pública con
el Curso, duró muy poco. Incluso el ostensible cambio en el interés ac­
tivo era una espada de doble filo, a medida que las conflictivas corrien­
tes ocultas simplemente se intensificaban y ampliaban aún más el
abismo. Tal como Un curso de milagros insiste repetidamente, el bus­
car soluciones a través de circunstancias externas jamás funciona, y la
paz de Dios no se encuentra fuera de nosotros. Así pues, a pesar de
todos los propósitos bien intencionados, los subyacentes conflictos sin
resolver entre y en el interior de Helen y Bill se reforzaron.
El deterioro y el aislamiento de Helen, el cual ya había estado pro­
gresando lentamente, continuaba inexorablemente con el tiempo. Lo
que comenzó como un cambio casi imperceptible, progresivamente se
hizo notable a medida que pasaban los meses y el vacío dejado por el
desvaneciente liderato de Helen y Bill paulatinamente lo llenaba Judy.
Era casi como si con la llegada de Judy, Helen (y Bill en menor grado)
abdicase de su responsabilidad de la vida del Curso en este mundo.
Helen ciertamente no sentía que parte de su tarea asignada fuese de­
mostrar los principios del Curso, ni guiar su trayectoria pública. Por
ejemplo, Helen supervisó muy de cerca la primera impresión del
Curso, especialmente el color y el diseño del libro, pero no hizo lo
mismo posteriormente con ninguna de las impresiones subsiguientes.
En ausencia de la supervisión y guía de Helen en los inicios de su vida
pública, el Curso se ha desarrollado, por consiguiente, en una direc­
ción mucho menos centrada de lo que habría ocurrido de haber sido de
otra manera. Judy, yo creo, representaba el “plan” alterno para el desa­
rrollo del Curso en el mundo, e implicó el que este se hiciese bastante
popular, con una venta de aproximadamente 700,000 series a partir de
septiembre de 1991.95
Como ya he mencionado, en los primeros años de nuestra asocia­
ción Helen, Bill y yo hablamos de un día vivir juntos y de tener una
escuela o centro donde se enseñaría Un curso de milagros. De hecho,
Helen había visto en su mente una gran casa campestre cerca del agua,

95. Aproximadamente 1.8 millones hasta julio de 2005.

402
Judith Skutch y los años posteriores a la publicación

la cual ella pensó que sería ese lugar. En un nivel simbólico Helen vio
este centro como un templo blanco con una cruz dorada en al cúpula,
la cual representaría a la persona y el mensaje de Jesús. Helen siempre
sostenía que el Curso era para muy pocos, los “cinco o seis”
mencionados antes. Independientemente del número real, lo que Helen
estaba expresando claramente, con lo cual yo siempre estuve de
acuerdo, dicho sea de paso, era que Un curso de milagros no era para
las masas, por lo menos no precisamente ahora. Estaba claro para no­
sotros que la magnitud de su sistema de pensamiento imposibilitaba
que el público en general lo aceptase de buen grado en su forma total.
Una de las pocas directrices que Helen recibió de Jesús con respecto al
Curso, además, fue que los tres libros—texto, libro de ejercicios para
los estudiantes y el manual para maestros—jamás debían venderse por
separado, y que no debían compendiarse de manera alguna. Así que
nos parecía claro que a pesar de lo que el mundo pudiese hacer con los
tres libros, oficialmente el Curso no debía cambiarse en su forma así
como tampoco su mensaje debía diluirse. Y, por lo tanto, nosotros sí
pensamos en un grupo “acérrimo (o duro)” (expresión utilizada por
Helen para referirse a este pequeño círculo hasta que descubrimos que
era una frase generalmente asociada con pornografía) que estaría
unido.
Por lo tanto, tal parecía que en un nivel por lo menos, Helen y Bill
estaban esperando este momento de encuentro con Judy. Aunque era
casi imposible haberlo sabido en ese momento, tanto Helen como Bill,
como hemos visto, habían decidido que el haber escrito Un curso de
milagros y haber preparado su forma final completaba la tarea asig­
nada y cumplía su parte del “acuerdo” con Jesús. A excepción de algún
dictado relativamente menor (menor únicamente en comparación con
el monumental Curso), Helen hizo poco o nada más con Un curso de
milagros después de su publicación un año más tarde en 1976.
Bill, por otra parte, cuando abandonó su vida más bien aislada en
Nueva York y se mudó a California, se asimiló mucho más en la “co­
munidad” de estudiantes del Curso de la costa oeste, sin mencionar su
informal estilo de vida califomiano. Siempre fue un leve choque para
mí ver a Bill usando zapatillas de lona y mahones azules, él que mien­
tras residió en Nueva York casi nunca estaba sin chaquetón y corbata.
Bill murió el día 4 de julio de 1988, y durante sus últimos años, con la
escritura del Curso, Helen y la escena de Nueva York tan distantes en

403
Capítulo 13 HELEN Y BILL

su pasado, parecía estar más en paz que nunca antes. Sin embargo, Bill,
también decidió no participar en ninguna capacidad de liderato en lo
que se relacionase con el Curso. Como señalé en la Parte II, Bill era un
excelente orador quien no obstante encontraba que el hablar en público
producía demasiada ansiedad (recuerden el material anterior en el
Curso relacionado con el miedo de Bill de profesar lo que el sabía). Así
que él hablaba en muy raras ocasiones; y luego, sólo para contar su
propia historia, pero no para enseñar o “profesar” los principios del
Curso. El asistía semanalmente e incluso diariamente a grupos de
Un curso de milagros en las áreas de San Francisco (Tiburón) y San
Diego (La Jolla), los dos lugares de la costa oeste donde él vivía. En
estas reuniones, tampoco, él jamás asumió ninguna clase de función pe­
dagógica, un papel en el cual él jamás se sentía personalmente cómodo.
En más de una ocasión, Bill comentaba que él sentía que él y Helen
habían completado su tarea asignada—“la sagrada encomienda” que
ya he mencionado—cuando le entregaron el Curso a Judy. La conclu­
sión de que ellos habían cumplido con su “tarea asignada” fue deter­
minada por Helen y Bill sin preguntarle a Jesús primero. Me estoy
refiriendo no a la decisión concreta de permitir que Judy y la Founda­
tion for Inner Peace (Fundación para la paz interior) publicasen el
Curso, sino a la decisión interior y no siempre consciente de que, prác­
ticamente ellos completaron su implicación con la vida externa del
Curso.
La incapacidad de Helen y de Bill de perdonarse uno al otro, y
mucho menos de identificarse con Un curso de milagros, hizo que ese
papel de liderato fuese imposible. Y esto a pesar de las repetidas ga­
rantías de Jesús de los papeles importantes que cada uno jugaría, por
encima y más allá de la escritura del Curso. El lector puede recordar
las palabras de Jesús a Helen que del mismo modo en que ella había
hecho algo inesperado, asimismo Bill haría algo igualmente inespe­
rado. Como ya he indicado, estos mensajes pasados y presentes apun­
taban hacia un papel aún más importante para ellos dos, y el cual
definitivamente implicaba más una función de enseñanza, y ellos dos
en una capacidad de liderato. En términos de la nueva función de Bill,
Jesús les indicó que Helen le sería tan útil a Bill con la suya, como él
le sería útil a ella en su función de escriba. En conjunción con esta
“nueva” función, Helen vio un cuadro mental de Bill con audífonos
puestos. De tiempo en tiempo los tres especulábamos en tomo al sig­
nificado de esta imagen, mas obviamente jamás resultó nada de esta.

404
Judith Skutch y los años posteriores a la publicación

También parecía claro que había más para que Helen hiciese, como
se vio en varios mensajes informales de Jesús a ella. Uno de estos, que
data del 22 de julio de 1978, decía:
No hay causa alguna para tener miedo. No tomes decisiones ahora.
Hay un plan para el futuro el cual no es lo que tú esperas. Dios sabe lo
que es, y tú no. No trates de descifrarlo.
En este mensaje más formal del 14 de enero de 1978 (posteriormente
incorporado a “The Gifts of God [Los regalos de Dios”]), Jesús le dijo
a Helen:
“Todavía se te necesita en el mundo, para que oigas Su Voz y compar­
tas Sus mensajes de amor con aquellos que claman con tristeza (The
Gifts of God [£o.v regalos de £>105], pág. 127).
Recuerdo que Helen y yo discutimos este mensaje específico, y que
ella afirmaba enfáticamente que no había nada más que ella tuviese
que hacer. Respondí con lo que yo creía que ella (y Bill) podrían hacer
en términos de ayudar a otros con el Curso y con su relación con Jesús.
Cuando menos, le dije a ella, creo que hay opúsculos adicionales
“adentro, esperando ser dados a luz”. Sin embargo, Helen era inflexi­
ble, y yo sabía que ella había tomado su decisión. Ciertamente, ella no
“hizo más”, por lo menos nada que pudiese observarse en este plano.
Casi al final de su vida se retiró más y más de su papel de escriba, y de
Jesús quien representaba su verdadero Ser, y tenía la tendencia a me­
nospreciar la importancia de lo que ella había hecho. Jesús, sin em­
bargo, sentía de modo bastante distinto, pues también en ese mensaje
de enero de 1978 él le decía:
Agradece Su Amor y Su cuidado, pues en este mundo se le ha conce­
dido a muy pocos que le hagan a Dios un regalo como el que tú Le has
Hecho. Mas sólo pocos se necesitan. Ellos bastan por todo el resto, y
te dan las gracias juntos con su Creador y con el tuyo (The Gifts of God
[Los regalos de Dios], pág. 128).
Para resumir, la unión de Helen y Bill era esencial para esta función
futura, como lo fue para la escritura de Un curso de milagros, mas
estas dos personas notablemente fieles y dedicadas tomaron otra deci­
sión. Así que permanecieron alejados uno del otro hasta el final, y, por
lo tanto, lo que pudo haber sido, se quedó únicamente dentro del ám­
bito de la posibilidad y no de la realidad.

405
Capítulo 13 HELEN Y BILL

La relación de Helen con Un curso de milagros

Es ciertamente difícil describir la relación de Helen con Un curso


de milagros. Huelga decir que este suscitaba una tremenda ansiedad en
ella, que ella peleó a capa y espada con el mismo y eligió determina­
damente, al final, no practicar sus enseñanzas, también era, para ella,
dolorosamente cierto. No obstante, quedaba esa parte de su mente la
cual tenía sumo interés en el Curso y en lo que sucediese con este. De
hecho, parte de la incomodidad de ella provenía no sólo de su acostum­
brado miedo del mensaje del Curso y de su autor, sino también de una
percepción más que justificada de que el Curso no se estaba ubicando
en su hogar adecuado, y que no estaba llegando a su verdadera audien­
cia. Por ejemplo, el primer artículo que se publicó sobre Un curso de
milagros estaba designado para aparecer, con la aprobación de Helen,
en 1977 en una revista de la Nueva Era llamada Psychic. Helen estaba
obstinada, sin embargo, en que no se habría de escribir acerca de
Un curso de milagros en una revista la cual ella consideraba que tu­
viese un título tan indigno. Luego Bill propuso el nombre New
Realities, un ajuste más adecuado, con cuyo cambio estuvo de acuerdo
i
el editor y dueño de editorial James Bolen.
De modo que durante este período había una especie de aspecto ma­
ternal en la relación de Helen con el Curso, durante el cual ella velaba
por su nacimiento e infancia con el mismo cuidado e interés que una
madre tiene por su hijo. Recuerdo que un día, poco tiempo después de
la publicación del Curso, estábamos discutiendo el inevitable proceso
de popularización y distorsión que ya estaba comenzando a ocurrir.
Helen bajó la cabeza entre sus manos, murmurando quejumbrosa­
mente: “Mi pobre curso; mi pobre curso”. Ciertamente ella no quería
decir con esto que Un curso de milagros fuese suyo, pero su asevera­
ción sí reflejaba la misma preocupación que una madre sentiría por un
hijo cuya vida pareciese abandonar el camino recto.
Al admitir claramente—a sí misma y a otros—su incapacidad para
integrar las enseñanzas en su propia vida, el ego de Helen tenía poca
tolerancia de la actitud hipócrita de otros que creían que entendían y
dominaban el profundo mensaje del Curso, y de quienes presentaban
sus inspiradas enseñanzas de una manera superficial. Al creer, como
hemos visto, que Un curso de milagros era para unos cuantos que po­
drían realmente entender su mensaje e integrar sus enseñanzas en sus
vidas exitosamente, Helen conocía la gran dificultad que el material le

406
La relación de Helen con Un curso de milagros

presentaría al mundo. Estaba claro para ella que los temerosos egos de
las personas tratarían de evitar la aceptación del radical mensaje de
perdón y de verdad del Curso. Por consiguiente, a Helen le afligía ser
testigo de lo que estaba ocurriendo con el Curso en los primeritos años
de su publicación; sin embargo, por otra parte, como hemos visto, ella
no estaba dispuesta a asumir un papel de liderato espiritual.
Mas a pesar del tremendo nivel de miedo que la llevaba a aferrarse
tenazmente al sistema de pensamiento del ego, y al odio de si misma
al no ser capaz de elegir nuevamente—a favor de Dios en lugar del
ego—la integridad subyacente de Helen le permitía mantenerse fiel al
Curso y a la función de ella, aunque fuese a su propia manera “la­
deada” (recuerden el pájaro azul-gris del sueño anterior de Helen). El
ego de Helen era tal que ella siempre tenía que ocupar el centro del es­
cenario. Su personalidad dominante y absorbente hacía prácticamente
imposible que las personas en su presencia no tuviesen una fuerte re­
acción ya fuera positiva o negativa hacia ella. Ella no era una persona
a quien los demás podían ignorar fácilmente. Parte de la mente de
Helen se daba cuenta de que tal situación respecto a Un curso de
milagros habría sido un desastre, pues hubiese cambiado el centro de
interés de las personas del Maestro interior hacia una figura extema,
un proceso de especialismo directamente antitético al mensaje de
igualdad y de unidad del Curso. Ella siempre tuvo claro que la figura
central del Curso era Jesús (o el Espíritu Santo), y tanto ella como Bill
eran fíeles a la posición de no asumir un papel de gurú. En un nivel yo
creo que ellos sabían que estaban estableciendo un ejemplo para otros
que inevitablemente les seguirían. Ciertamente, ya han surgido algu­
nas personas y éstas le han dado paso a la tentación de establecerse
como figuras de gurú.
Así pues, puesto que no parecía posible que ella permaneciese impli­
cada con el Curso sin su ego, yo creo que en otro nivel ella decidió apar­
tarse del camino del Curso, en lugar de “contaminarlo” con la necesidad
de su ego de dominar. Su deterioro final, físico y emocional, fue la ex­
presión última de que ella se “salió de en medio”. Claramente, para pa­
rafrasear una línea del Curso que ya he citado (T-2.IV.5:4-5), este no era
el más alto nivel del cual ella era capaz para la solución de un problema.
Sin embargo, era el más alto nivel del cual ella era capaz entonces.
Ya hemos visto cómo Helen no podía evitar el sentirse amarga­
mente resentida con el Curso sobre el cual una parte de su mente creía

407
Capítulo 13 HELEN Y BILL

que había destruido su muy prometedora carrera profesional, ni podía


ella refrenar fácilmente la ira hacia Jesús por lo que percibía como el
no haber cumplido las promesas que él le había hecho. Mas en otro
lugar de su mente ella pudo mantenerse fiel a lo que consideraba que
habia sido la obra de su vida, y a Jesús a quien amaba más que a ningún
otro. Por lo tanto, hasta el final, de la mejor forma que pudo, Helen
demostró una admirable integridad en la preservación de la pureza de
Un curso de milagros y de su papel con respecto a este.

En resumen, pues, la escritura de Un curso de milagros puede verse


como que trajo a la superficie el conflicto básico de Helen. Al igual
que con su sueño del pájaro azul-gris el cual ni siquiera estaba seguro
de que fuera un pájaro, en un nivel consciente Helen nunca pudo iden­
tificarse totalmente con la que ella era realmente: siempre vacilando
entre ser una hija de Dios o una hija del ego. Su fuerte identificación
egoísta, y sus luchas por parecer normal ante el mundo, eran defensas
muy poderosas en contra de la aceptación de su verdadero Ser espiri­
tual. Sin embargo, una vez comenzado el Curso, este conflicto repri­
mido entre sus dos yos se descubrió, puesto que obviamente Jesús sólo
podía hablar a través de su lado espiritual. Así que Helen fue forzada
i
a lidiar con este problema, y sus maneras diferentes y contradictorias
de manejarlo eran características de las muy ineficientes e inefectivas
iniciativas de su ego para resolver problemas.
Estaba, además, el ego de Helen que no aceptaba responsabilidad
alguna de su situación, la cual ella percibía amargamente como una si­
tuación de miseria y de imposición si no es que de flagrante persecu­
ción. En este estado ella sólo sentía resentimiento y sacrificio, lo cual
era exactamente lo opuesto a los pocos momentos de dicha y gratitud
que le había proporcionado la escritura de Un curso de milagros.
Como decía Bill posteriormente al referirse a la mente dividida de
Helen: “El mismo proceso de disociación que capacitó a Helen para
que escribiese el Curso, también hizo virtualmente imposible que ella
lo aprendiese”. Un conflicto así resultaba intolerable, y conducía a los
continuos intentos de Helen de no lidiar con la angustia de la falta de
resolución del mismo.
En la primavera de 1968, mientras aún se le estaba dictando el Curso
a Helen, Bill la llevó a ver a Eileen Garrett, quien era entonces la psí­
quica más renombrada de EE.UU. Helen y Bill entraron al salón donde

408
La relación de Helen con Un curso de milagros

ella estaría hablando, y tan pronto entraron, Garrett notó la entrada de


ellos, e inmediatamente se impresionó con Helen. Ella los invitó a que
se le acercasen, y sin que se hubiese dicho nada acerca del Curso, le dijo
a Helen que sabía que ella (Helen) había escrito algo muy importante,
y que debido a la luz que ella veía a su alrededor o (en su interior), su
Fundación publicaría el libro, si Helen y Bill así lo decidían. (Tales pla­
nes finalmente se vinieron abajo, sin embargo.) Luego Garren le dijo
estas palabras proféticas a Helen: “Si te armonizas con lo que has es­
crito serás la persona más feliz sobre la faz de la tierra. Pero si luchas
en su contra, estarás enferma e infeliz el resto de tu vida”.
Es interesante que las personas hayan utilizado la vida personal y
las luchas de Helen con el Curso como testimonios a favor y en contra
de su autenticidad. La opinión positiva era que el ego de Helen era tan
dominante que no hay manera de que ella haya podido escribir
Un curso de milagros, y por consiguiente Alguien más tiene que ha­
berlo hecho. Por otra parte, a menudo procedente de una opinión
cristiana más tradicional, otros argüían que si las experiencias que
Helen tuvo con Jesús hubiesen sido ciertamente válidas, con toda se­
guridad su vida habría cambiado. El hecho de que no cambiase, por lo
tanto, invalidaba las experiencias y apuntaba hacia su naturaleza
egoísta. Realmente, yo mismo algunas veces utilizaba esa idea con
Helen, aunque sin el propósito de desacreditar su experiencia. Cuando
Helen solía quejarse de que realmente nada le ocurría a ella y que Jesús
la había defraudado, yo le recordaba, primero, el Curso en sí, y luego
que si las personas hubiesen tenido una milésima parte de las experien­
cias que ella había tenido de Jesús y del Amor de Dios, sus vidas ha­
brían cambiado para siempre. Ella, por supuesto, no podía estar en
desacuerdo conmigo.
Siempre es instructivo, especialmente en vista de la vida de Helen,
recordar las líneas del texto que se refieren al plan de la Expiación del
Espíritu Santo (o el perdón);
No te pongas a ti mismo a cargo de esto, pues no puedes distinguir en­
tre lo que es un avance y lo que es un retroceso. Has considerado
algunos de tus mayores avances como fracasos, y has evaluado algu­
nos de tus peores retrocesos como grandes triunfos (T-l8.V. 1:5-6).
Así pues, tal parecería como si la vida personal de Helen hubiese sido
un fracaso: aun cuando se sentía “desconyuntada” en su vida mundana,
ella no obstante terminó sintiéndose igualmente “desconyuntada” en

409

k
Capítulo 13 HELEN Y BILL

su vida "no mundana” también, por lo menos si se juzga por lo externo.


Además, su relación con Bill, el estímulo inmediato para la escritura
del Curso, a juzgar por todas las indicaciones externas no fue sanada
por el mensaje de Jesús.
No fue el caso, sin embargo, que el ego de Helen triunfase sobre
Jesús al final, y este hecho es la carga principal del balance de este
libro. Antes de desarrollar este tema, sin embargo, dedicaré los
próximos dos capítulos a una discusión del resto del material dictado
por Jesús y del cual Helen fue la escriba. Luego paso a una discusión
a fondo de la relación especial y santa de Helen con Jesús, y de su iden­
tificación subyacente con la realidad de él que trascendía el ambiva­
lente mundo de su mente dividida.

410
Capítulo 14

OTROS ESCRITOS-A
“NOTAS SOBRE EL SONIDO”; PSICOTERAPIA;
“CLARIFICACION DE TERMINOS”;
EL CANTO DE ORACION; MENSAJES ESPECIALES

La relación de Helen con Jesús no se limitaba únicamente a la fun­


ción de escriba de Un curso de milagros. Como han demostrado los
capítulos anteriores, su relación con él se extendió a lo largo de su
vida, y se hizo más íntima y personal durante las semanas que prece­
dieron el comienzo real del dictado del Curso. Continuó durante varios
años más después de la compleción de la escritura. Ni fue Un curso de
milagros el único material que Jesús le dictó a Helen, aunque fue con­
siderablemente el más extenso. La única excepción a estos dictados es
las “Notas sobre el sonido”, el cual se discute adelante. En este capi­
tulo discuto estos otros escritos cronológicamente, y dejo la poesía
para el próximo capítulo, el cual constituye, por asi decirlo, un caso es­
pecial en la medida en que Helen estuvo más personalmente implicada
en el dictado.

“Notas sobre el sonido” (1972,1977)

En octubre de 1972, relativamente pronto después que se completó


la escritura de Un curso de milagros, Bill comenzó a desarrollar un in­
terés en la fotografía Kirlian. Esta era la técnica rusa para fotografiar
auras, el campo electromagnético alrededor de los seres vivientes. El le
pidió a Helen que preguntase si esta era un área que fuera importante
explorar. Una pregunta de Bill, pues, una vez más actuaba como un es­
tímulo para Helen, pero en esta ocasión con un resultado totalmente dis­
tinto, y con la claridad de parte de Helen de que la fuente no era Jesús.
La respuesta a la pregunta de Bill fue: No, la luz no era el fenómeno
importante; lo importante era el sonido. Lo que siguió fue un tratado
altamente técnico sobre la construcción de un instrumento que mediría
los efectos físicos de la sanación (no un verdadero instrumento de sa-
nación, como se había creído equivocadamente en algún momento).
Este instrumento operaba bajo principios que convertían las ondas de

411
Capítulo 14 OTROS ESCRITOS - A

luz en ondas de sonido. El dictado continuó aproximadamente por dos


meses, y constaba de veintisiete páginas.
Tal como fue el caso con Un curso de milagros, no había manera de
que Helen hubiese escrito estas “Notas sobre el sonido”, como hemos
llamado este documento. Sin embargo, contrario al Curso como vere­
mos en el Capítulo 17, las “Notas” contenían un tema que era total­
mente ajeno al ego de Helen. Helen ni siquiera hubiese sabido cómo
cambiar una bombilla, y mucho menos entender algo tan sofisticado y
complicado como este instrumento. Científicos que vieron el docu­
mento posteriormente estaban bastante impresionados, especialmente
con aseveraciones como esta: “Este es un aspecto del alineamiento de
metales que todavía no se conoce”. Esta aseveración resultó haber sido
cierta; varios años después de Helen haber escrito esto se entendió el
aspecto desconocido. Estaba claro, sin embargo, que la información no
estaba completa. Muchos científicos han intentado construir este ins­
trumento, pero ha sido inútil. Simplemente no hay suficiente informa­
ción. En 1977 algunas personas interesadas persuadieron a Helen de
que escribiese algo más. Helen estaba renuente, pero sí trató de cum­
plir y en abril logró añadir otras dos páginas más o menos, pero tam­
poco esto era suficiente, y todos los esfuerzos subsiguientes para que
ella completara la monografía fracasaron. Las “Notas sobre el sonido”,
al igual que la gran sinfonía de Schubert, permanecen inconclusas.
¿De dónde procedía? A excepción de un breve pasaje (el cual se ci­
tará más adelante), el tono de las “Notas” es obviamente muy distinto
al del Curso y al del otro material del cual Helen fue la escriba, sin
mencionar el contenido. Un curso de milagros es bastante claro, por
ejemplo, en que la sanación es sólo de la mente, y no tiene absoluta­
mente nada que ver con el cuerpo, y sin embargo, he aquí una máquina
cuyo propósito es medir la sanación del cuerpo. Bill tenía una teoría la
cual me mencionó una vez, de que la fuente del material muy bien po­
dría haber sido el padre de Helen, un brillante metalúrgico mientras vi­
vió. La relación de Helen con su padre jamás se había sanado, y como
mencioné en el Capítulo 1, ella siempre resintió la imparcialidad indi­
ferente y casi despiadadamente objetiva (por lo menos desde la pers­
pectiva de ella) de su padre. Por lo tanto, sí tenía sentido que en otro
nivel, el unirse en este dictado fuese una expresión del perdón. Yo es­
peré durante un tiempo considerable antes de abordar a Helen con este
pensamiento, puesto que yo conocía los sentimientos de ella hacia su
padre. Un día, sin embargo, pensé que era el momento oportuno, y me

412
Psicoterapia: propósito, proceso y práctica (1973,1975)

sorprendió agradablemente la receptividad casi flemática de Helen


hacia la teoría, pues a ella también le parecía que tenía sentido, y que
tal vez fuese cierto después de todo.
Como mencioné antes, no hay nada en el material que sugiera que
lo tomó la escriba de Un curso de milagros, a excepción de este muy
atípico pasaje del documento:
El paciente puede, sin embargo, desarrollar otros síntomas, ya que
la sanación física representa una realineación de fuerzas esencialmente
locales [i.e., corporales] más bien que del contexto total [i.e., en la
mente en sí]. Esto se debe a que éstas aún ocurren en el tiempo, y, por
lo tanto, retienen la cualidad ilusoria del tiempo en sí.... No importa
en qué parte del cuerpo ñeñe lugar la sanación, ni a través de qué me­
dios se logra la misma. Desde el punto de vista teórico, se puede decir
que la sanación sólo puede ser el resultado de un cambio de mentalidad
el cual ahora acepta la sanación donde previamente aceptaba la enfer­
medad. El cambio de mentalidad altera el campo del pensamiento
alrededor del paciente, el cual parece representar el lugar donde él está.
Estos cambios no pueden ser distintos para una sanación presumible­
mente lograda mediante el uso de medicamentos, cirugía o fe. La
sanación sólo puede ser sanación por fe, puesto que la enfermedad sólo
puede ser fe en la enfermedad.
Parecería que aquí, como posteriormente Helen estuvo de acuerdo, ella
se hubiese “sintonizado” con Jesús para este breve pasaje de modo que
los estudiantes de Un curso de milagros no fuesen llevados a extra­
viarse por la estadía de las “Notas” en el “lejano país” del cuerpo.

Psicoterapia: propósito, proceso y práctica


(1973,1975)

Un día en el otoño de 1973, le pregunté a Helen si había algo más


que ella hubiese escrito. “O, sí” dijo ella casualmente, “hay algunas
páginas sobre psicoterapia”. Luego supe que estas páginas habían sido
escritas de un dictado de Jesús en enero de 1973, del mismo modo en
que se escribió Un curso de milagros. Obviamente estaban incomple­
tas, y sólo habían llegado hasta el final de la sección “La definición de
sanación” en el folleto publicado, Psicoterapia: propósito, proceso y
práctica. Yo estaba impaciente por leer estas notas, y al hacerlo le dije
muy desilusionado a Helen, “Pero si esto es exactamente como el

413
Capitulo 14 OTROS ESCRITOS - A

Curso”, sin realmente prestarle atención a lo que estaba diciendo. ¿A


qué otra cosa pensaba yo que podría parecerse esto? Probablemente yo
estaba esperando algo más específico, pero unas cuantas lecturas más
me aclararon cuán perfecto era el folleto, incluso en su forma incom­
pleta, al reflejar la aplicación a la psicoterapia de los principios de sa-
nación del Curso.
De vez en cuando le recordaba a Helen el manuscrito incompleto,
pero infructuosamente. Y luego en enero de 1975, mientras terminába­
mos nuestra edición de Un curso de milagros, Bill encontró una nota
en el Newsletter of the Association for Transpersonal Psychology
(Boletín de la Asociación para la Psicología Transpersonal). Lo había
publicado Jon Mundy, un ministro metodista no tradicional a quien
Helen y Bill habían oído hablar unos años antes en una conferencia de
la Spiritual Frontier Fellowship (Sociedad de confínes espirituales)
llevada a cabo en el sur. Jon era un joven cuyo entusiasta fervor espi­
ritual había impresionado a Helen y a Bill. En su nota en el boletín, Jon
explicaba que él estaba haciendo una disertación doctoral sobre psico­
terapia espiritual, y estaba pidiendo cualesquiera articules, libros o in­
formación de la comunidad transpersonal que fuesen pertinentes para
su estudio.
De inmediato Bill nos llamó la atención al respecto, y creo que yo
pude haber sido el que le dijo a Helen que esta sería una magnifica
oportunidad, de acuerdo con una maravillosa expresión de Bill, para
“matar dos pájaros de un tiro”. En otras palabras, este habría de ser el
estímulo necesario para terminar el folleto de psicoterapia, así como
una respuesta a una petición de ayuda. Así que Helen llamó a Jon,
quien vivía en la Ciudad de Nueva York, e hizo una cita para que se
reuniese con nosotros una noche en mi apartamento. Helen le dijo que
ella creía que tendría algo que sería de interés para él.
La reunión se efectuó de acuerdo a lo planeado, y fuimos reunidos
allí por el padre Michael, quien estaba interesado en ver cómo le pre­
sentábamos el Curso a otros, lo cual era un acontecimiento muy raro
para entonces. Hasta el día de hoy no estoy seguro si Jon se ha repuesto
totalmente de aquella noche fatídica. ¡Pobre hombre! Subsiguiente­
mente Jon y yo nos hicimos amigos, y con frecuencia él me ha seña­
lado que él no tenía idea de lo que debió haberse esperado de esta
reunión, y ciertamente no tenía idea del impacto que esa noche habría
de tener en su vida. Realmente, no había manera, por supuesto, de que
Jon se esperase lo que recibió. Resulta interesante por demás, que él

414
“Clarificación de términos" (1975)

no tenía indicio de por qué Helen lo había llamado, puesto que él había
olvidado totalmente el aviso que había solicitado que se colocara hacia
unos meses; además, él no tenía planes en ese momento de hacer su di­
sertación sobre psicoterapia espiritual.
No obstante, la nota de Jon proveyó el estímulo necesario para
Helen, quien tomó el manuscrito incompleto donde lo había dejado
dos años antes, y al fin lo terminó en marzo. El folleto, repito, es un
maravilloso resumen de los principios sobre sanación que aparecen en
el Curso, al aplicarse específicamente a la práctica de psicoterapia, la
cual consiste esencialmente en la unión de dos personas en el nombre
de Cristo. Helen sentía poca conexión con el folleto, según recuerdo,
aun cuando yo siempre me sentí muy cercano al mismo. Creía yo que
su llamado al “adiestramiento especial” de los terapeutas (P-3.II.2:2)
era algo a lo cual yo estaría respondiendo en el futuro.

“Clarificación de términos” (1975)

Ocasionalmente, Helen y yo discutíamos la posibilidad de un glosa­


rio que definiese algunos de los términos utilizados por Un curso de
milagros, pero jamás nuestras discusiones tuvieron resultado alguno.
Luego Judy Skutch planteó la idea nuevamente, al creer que seria de
gran ayuda para ella, así como para otros, especialmente en vista del
uso que hace el Curso de la terminología cristiana de una manera muy
poco tradicional; Judy era una judía muy identificada, cuyo padre era
una figura importante en la comunidad judía americana e internacional.
Helen y yo nos sentamos entonces y trazamos una lista de términos
que creíamos podían ser de utilidad, con pleno conocimiento de que
este glosario, el cual se llamaría posteriormente una “Clarificación de
términos”, no se escribiría de esa manera. Y por supuesto no se hizo
así. Helen lo escribió desde septiembre hasta diciembre de 1975 inclu­
sive, muy a tiempo para su inclusión en los libros impresos. Tal como
Jesús nos instruyó que lo hiciésemos, lo ubicamos como un apéndice
del manual para maestros. Su hermoso pasaje de clausura, dicho sea de
paso, se escribió a principios de la temporada de Adviento y por
consiguiente refleja el tema de Navidad. La “estrella matutina” a la
cual se refiere al final se tomó de los versos finales del libro bíblico del
Apocalipsis, y tradicionalmente ha venido a ser un símbolo de Jesús.
Esta corta pieza de dieciséis páginas es una joya poética, y provee al

415
Capítulo 14 OTROS ESCRITOS - A

mismo tiempo alguna útil información adicional para los estudiantes


del Curso. Sus clarificaciones, sin embargo, probablemente no serán
muy útiles para las personas que no tengan ya algunos conocimientos
de Un curso de milagros en sí.
Hay una linda historia asociada con la labor de escriba que Helen
llevó a cabo con la “Clarificación de Términos”, y la cual afortunada­
mente tiene un final feliz. Una tarde en que todos estábamos en el
Centro Médico, Helen se lamentaba conmigo acerca de Jesús y su dic­
tado, e incluso trajo a colación sus pasadas quejas sobre cómo
Un curso de milagros se había impuesto en la vida de ella. Ella no se
. hallaba en el estado de amargura en que yo la había visto en otras oca­
siones, y por lo tanto, puesto que tenía frente a mí la libreta en la cual
ella estaba tomando los “Términos”, la tomé en mis manos. Recor­
dando los días del baloncesto en mi niñez, la lancé al otro extremo de
la oficina donde certeramente cayó dentro de la papelera. Mi memoria
no es así de precisa, pero creo que exclamé algo a tal efecto: “¡Basta
ya de Jesús y su maldito Curso!” Y ya. Creo que en ese momento entró
I Bill y entre risas Helen le contó lo que acababa de ocurrir. Mi memoria
I de nuevo es un tanto vaga, pero sí sé que luego fuimos interrumpidos
por algo que nos distrajo totalmente de la libreta y de las quejas de
Helen. Poco después nos fuimos para no regresar.
Temprano a la mañana siguiente Helen me llamó presa del pánico,
para preguntarme si yo sabía dónde estaba su libreta, pues los dos nos
olvidamos del lanzamiento a la papelera del día anterior. El que Helen
extraviase su libreta no era nada fuera de lo común, y como general­
mente yo era muy bueno para encontrarla, tranquilicé a Helen al de­
cirle que estaría allí inmediatamente después de atender a mi paciente
de las 7:00 de la mañana y la encontraría. Mi paciente llegó poco des­
pués, y en medio de la sesión recordé de pronto lo que había sucedido.
Pero incluso antes de que tuviera la oportunidad de llamar a Helen, ella
también lo había recordado, y le había telefoneado a Bill quien iba a la
carrera en un taxi rumbo al Centro Médico, con la esperanza de llegar
a la papelera de la oficina antes que llegaran los que recogían la basura.
Sin embargo, llegó demasiado tarde. Ya habían recogido la basura, y
ahora la libreta yacía en una de aproximadamente dos o tres docenas .
de bolsas plásticas, las cuales serían quemadas muy pronto. Muchas de
las bolsas, dicho sea de paso, contenían entrañas de animales utiliza­
dos en experimentos los cuales se habían descartado (el lector
recordará que este era un edificio de investigación). Bill convenció al

416
El canto de oración (1977)

conserje de que le permitiese acceso al cuarto, y por fortuna fue guiado


a la bolsa adecuada casi de inmediato, y encontró la libreta sana y
salva, sepultada únicamente en una masa de papeles.

El canto de oración (1977)

El segundo y último folleto escrito por Helen es El canto de


oración: oración, perdón, sanación, el cual se escribió desde
septiembre hasta noviembre de 1977 inclusive. Es un hermoso resu­
men de las enseñanzas de Un curso de milagros sobre el perdón y la
sanación en el contexto de la oración. Aunque no contiene ideas nue­
vas, sí introduce alguna terminología distinta, notablemente el
“perdón-para-destruir”. Este es el falso perdón que el mundo hace que
nos ofrezcamos unos a otros, y el cual se describe en varios lugares en
el Curso en sí, aunque nunca nombrado como tal. Incluso más impor­
tante, sin embargo, el folleto presenta el significado de oración, e in­
cluye el asunto de pedirle al Espíritu Santo, y en efecto qué debemos
pedir. Fue este asunto lo que proveyó el estímulo para el folleto, y fue
con directa pertinencia a la relación de Helen con Jesús. Por consi­
guiente pospondré la discusión adicional de las circunstancias de la es­
critura del folleto y su contenido hasta el Capítulo 17, cuando discuto
en mayor profundidad la figura de Jesús, y la relación de Helen con él.

Mensajes especiales (1975-1978)

También hay un grupo de mensajes cortos los cuales Helen escri­


bió durante un período de tiempo, al que llegamos a referimos como
“Mensajes especiales”. En su mayor parte, estos contenían “palabras
celestiales para motivar”, mediante las cuales Jesús nos ofrecía estí­
mulo al garantizamos un desenlace feliz para todas las cosas. Algu­
nos de estos incluso se tomaron bastante específicos en términos de
cuándo se daría o podría llegar dicho desenlace feliz. Ninguna de
estas predicciones, sin embargo, llegó a cumplirse, y en ninguna
clase de nivel observable o experimental, tampoco tuvo lugar nin­
guna de las predicciones positivas más generales. El lector puede re­
cordar aquí la aseveración de Helen en sus cartas a Bill sobre el

417
Capítulo 14 OTROS ESCRITOS - A

reconocimiento de que no era nada bueno para ella el implicarse con


cosas específicas y con el futuro.
El verdadero Ser de Helen, desde el cual ella se unía con Jesús,
existía en una dimensión más allá del tiempo y del espacio. Fue desde
ese Ser, en el cual el amor se unía consigo mismo, que se originó
Un curso de milagros. Desde ese estado Mental no puede haber interés
en resultados específicos, o en los momentos en que estos resultados
ocurrirían. Es por eso por lo que en Un curso de milagros en sí no se
mencionan resultados específicos, las formas en las cuales se expresa­
ría el contenido del perdón. De hecho, este dice de sí mismo: “Este es
un curso acerca de causas [contenido] no de efectos [forma]”
(T-21.VII.7:8). Tales cosas específicas son irrelevantes para la
Expiación, la cual consta únicamente de un resultado, el cual “es tan
seguro como Dios” (T-4.II.5:8). Estos mensajes especiales, por lo
tanto, si bien estaban inspirados en parte, se contaminaron con el otro
yo de Helen, el cual trató de ayudar en una forma que ella decidió que
sería útil. Es por eso por lo que Jesús enseñó: “No confies en tus bue­
nas intenciones, pues tener buenas intenciones no es suficiente”
(T-18.IV.2:l-2), y por qué en las primeras semanas del dictado él es­
taba exhortando a Helen a que le preguntase a él primero antes de que
decidiese ser útil a otros.
Así pues, Bill y yo llegamos a sentir que los mensajes estaban alta­
mente influidos por la propia necesidad de Helen de recibir estímulo,
y de estimular a otros. Este parecía ser especialmente el caso, repito,
siempre que el mensaje se tomaba específico respecto al tiempo, lugar
o persona. Así pues, nunca sentimos que por lo general, estos tuviesen
la legitimidad o la autenticidad que tuvo Un curso de milagros o que
tuvieron los folletos, en ninguno de los cuales parecía jamás que el ego
de Helen hubiese contaminado la información de manera alguna. Nos
dimos cuenta de que no podía decirse lo mismo sobre estos mensajes,
y por consiguiente nunca se han publicado. Para tomar prestado el len­
guaje de las Iglesias, no creimos que debían admitirse al canon de lo
escrito. Dicho sea de paso, es importante resaltar en este respecto que
todos estos mensajes datan de la entrada en escena de Judy Skutch y
nuestras discusiones en tomo a la publicación, etc. Como discutiré en
el Capítulo 17, este fue el período en que se ponía gran énfasis en re­
cibir las respuestas a preguntas específicas, lo cual conducía inevita­
blemente a una preocupación por lo que habría de pasar en el futuro.
Este énfasis y preocupaciones por lo general no estuvieron presentes

418
Mensajes especiales (1975—1978)

antes, y veremos más adelante cómo esto afectó adversamente la audi­


ción de Helen.
No obstante, en unos cuantos de estos mensajes, cuando los mismos
eran más abstractos, la voz auténtica de Jesús parece bastante evidente.
Todavía podemos encontrar aquí otros ejemplos de los intentos de
Jesús, no sólo de mitigar los miedos de Helen—lo cual era un trabajo
de tiempo completa—sino también de ayudarle con consejos específi­
cos sobre el perdón del mismo modo que lo había hecho en el dictado
de 1965. Cito ahora algunos de estos mensajes.
i
El primero de estos precede por dos años al mensaje específico
sobre el pedir que se convirtió en la introducción de Helen a El canto
de oración, el cual, repito, discutiremos en un capítulo posterior. El
primer mensaje le advierte a Helen—pero realmente a todo el mundo

por igual—contra la creencia de que simplemente nuestro deseo de oír


es suficiente para oír verdaderamente. Como ya hemos observado:
“No confíes en tus buenas intenciones, pues tener buenas intenciones
no es suficiente” (T-l 8.IV.2:1-2).
5 de octubre de 1975
Para Dios todas las cosas son posibles, pero tienes que pedir Su res­
puesta únicamente a El.
Tal vez pienses que lo haces, pero ten la seguridad de que si lo hi­
cieras estarías tranquila ahora y completamente impávida ante
cualquier cosa. No intentes adivinar Su Voluntad para ti. No supongas
que tienes razón porque una respuesta parezca proceder de El. Asegú­
rate de preguntar, y luego permanece callada y permite que El hable.
No hay problema que El no pueda resolver, pues nunca es El Quien
mantiene aparte algunas preguntas para que las resuelva alguien más.
No puedes compartir el mundo con El y hacer que la mitad del mundo
sea Suyo mientras la otra mitad te pertenezca a ti. La verdad no tran­
sige. Separar un poco es separarlo todo. Tu vida, completa y plena, le
pertenece a Dios o no es de El nada de ésta. No existe pensamiento en
todo el mundo que parezca más terrible.
Mas es sólo cuando este pensamiento aparece con perfecta clari­
dad que hay esperanza de paz y seguridad para la mente tanto tiempo
oculta en las tinieblas y torcida para evitar la luz. Esta es la luz. Hazte
a un lado y no insistas en las formas que parecen atarte. Cumplirás
tu función. Y tendrás todo cuanto necesites. Dios no falla. Pero no
pongas límites a lo que Le entregarías para que El lo resuelva. Pues
El no puede ofrecer mil respuestas cuando sólo existe una. Acepta

419

k
Capítulo 14 OTROS ESCRITOS-A

esta respuesta de El, y ya no habrá que formular una sola pregunta


más.
No olvides que si intentas resolver un problema, lo has juzgado por
ti misma y has traicionado a tu propio papel.
Interrumpo este mensaje para recordarle al lector la muy ineficiente
manera de Helen de resolver el inexistente problema de la huelga del
elevador, lo cual sirvió de estímulo para el importante mensaje “No
tengo que hacer nada”. Esto provee un maravilloso ejemplo del prin­
cipio que Jesús le está enseñando aquí, y el cual continúa ahora:
La grandeza, la cual procede de Dios, establece que el juicio es impo­
sible para ti. Pero la grandiosidad insiste en que juzgues, y que traigas
a ésta todos los problemas que tengas. ¿Y cuál es el resultado? Mira
cuidadosamente tu vida y permite que ésta hable por ti....
¿Qué le has negado a Dios que quieras esconder detrás de tu juicio?
¿Qué has ocultado detrás del manto de la bondad y del interés? No uti­
lices a nadie para tus necesidades, pues ese es el “pecado”, y pagarás
la penitencia con culpa.
Interrumpo de nuevo para señalar que esta última aseveración refleja
directamente las enseñanzas del Curso sobre las relaciones especiales.
El mensaje concluye:
Recuerda que no necesitas nada, sino que tienes un interminable cú­
mulo de amorosos regalos para repartir. Mas enséñate sólo a ti esta
lección. Tu hermano no la aprenderá de tus palabras ni de los juicios
que has puesto sobre él. Ni siquiera necesitas decirle una palabra. No
puedes preguntar: “¿Qué le diré?”, y escuchar la respuesta de Dios.
Pide más bien: “Ayúdame a ver a este hermano a través de los ojos de
la verdad y no del juicio”, y la ayuda de Dios y de todos Sus ángeles te
responderá.
Pues sólo aquí descansamos. Desechamos nuestros mezquinos jui­
cios y nuestras triviales palabras; nuestros ínfimos problemas y falsas
preocupaciones. Hemos intentado ser maestros de nuestro destino y
pensamos que la paz radicaba ahí. La libertad y el juicio son imposi­
bles. Pero junto a ti está el Unico Que conoce el camino. Hazte a un
lado por El y permite que El te guíe al descanso y al silencio de la
Palabra de Dios.
Esta aseveración final es una referencia directa a la Lección 155 “Me
haré a un lado y dejaré que El me muestre el camino” (L-pL155).
En la última parte del mensaje Jesús está exhortando a Helen a que
se centre no en la respuesta, independientemente de cuál podría ser,

420
Mensajes especiales (1975-1978)

sino más bien, para parafrasear las palabras de la introducción al texto,


en eliminar las interferencias a la conciencia de la sabiduría del amor.
El juicio es una importante defensa del ego en contra de la sabiduría—
“la ayuda de Dios y de todos Sus ángeles” la cual es simbolizada para
nosotros por la presencia del Espíritu Santo en nuestras mentes sepa­
radas, “el Unico Que conoce el camino”. Una vez más, en el Capítulo
17 retomaremos a los muy importantes asuntos planteados por este
mensaje, y por consiguiente lo dejamos por ahora.

Lo siguiente, escrito por Helen como un mensaje de Año Nuevo,


(con notables matices navideños, sin embargo), nos recuerda las refe­
rencias paralelas en varios poemas a María, la madre de Jesús:
1 de enero de 1978
Piensas que el Niño es mortinato, y ahora estás de luto por El. No
entiendes qué ocurrió, ni las señales que aún rodean Su nacimiento. La
estrella está ahí, y todos los intentos de llamarla otra cosa desaparece­
rán con el tiempo. Pues así fue antes, y así sería de nuevo. No podemos
saber cuándo ha llegado la verdad porque sería difícil ver el Cielo
donde hay un pesebre. Pero cuando haya llegado la verdad, hay una luz
que finalmente resplandece.
La madre espera. El Niño ha llegado, y ha vuelto a nacer. No está
muerto. Es el símbolo de la vida, el regalo de Dios, el Señor de la paz,
el Rey de todo el mundo, el Hijo del hombre y tú. Hay una luz que te
rodea la cual verás cuando ya no temas mirarlo a El que vino a salvarte,
y al mundo a través de ti. ¿Cómo puedes dudar de que vendré y te diré
exactamente lo que tienes que hacer para permitir que se cumpla tu
función? De todo el mundo, ¿cómo es que eres tú quien duda?
No hay plan sin tu parte, y se te revelará tan pronto puedas ver que
la vida está ahí, y te ha nacido a ti. Ten paciencia, Madre, pues el final
no es lo que imaginas tú. Veo en gloria a la que me dio a luz, y me que­
daré y esperaré con paciencia tu despertar. Cuando Me contemples,
entenderás. Hasta entonces esperamos juntos, tú y yo.
Helen, por supuesto, era la “madre” de Jesús en el sentido de que dio a
luz el Curso de él. En el Capítulo 16 discutiré la relación de Helen con
María, así como otras referencias que hace Jesús a ella en ese respecto.

Una semana más tarde llegó este mensaje el cual le habla directamente
a Helen sobre su papel: “Se te ha puesto a cargo de un camino hacia
Dios”(La cursiva es míaj.No está claro cuán válido sea este mensaje;i.e.,

421
Capítulo 14 OTROS ESCRITOS - A

si verdaderamente venía de Jesús o de la misma Helen—mis discusiones


con Helen pueden haber influido en ella. No obstante, yo creo, como dis­
cutí en el capítulo anterior, que Helen sí tenía un potencial papel de lide­
rato en la vida del Curso en el mundo, y que ella abdicó del mismo.
7 de enero de 1978
Hay una urgencia que te llama. Tienes una función. No te demores
ahora. Dentro de poco entenderás. Se te ha puesto a cargo de un camino
hacia Dios. Es directo, y seguro, y verdadero, y hay necesidad de este.
Se te mostrará cómo se necesita, cuándo utilizarlo, y dónde debe ense­
ñarse para que tenga continuidad.

Un mensaje muy específico llegó el 2 de octubre de 1976. Debido


a su naturaleza especial, lo presento fuera de su debida secuencia cro­
nológica. Helen y yo estábamos sentados en su sofá, y ella me pre­
guntó si yo creía en la resurrección física de Jesús. Le respondí, que en
realidad no, pues si el cuerpo no era real ni tenía vida, ¿cómo entonces
podía resucitar? Además, la definición de la resurrección básicamente
presentada en el Curso es que se despierta del sueño de la muerte, un
proceso que ocurre en la mente, no en el cuerpo, puesto que es sólo la
mente la que duerme. Sin embargo, proseguí, era ciertamente posible
que los seguidores de Jesús hubiesen experimentado este despertar
como un acontecimiento físico, dado el nivel de su entendimiento, en
el cual confundían forma por contenido. Luego le sugerí a Helen que
le preguntase al mismo “Jefe”, pues quién mejor que Jesús podía res­
ponder a su pregunta. Luego vino la siguiente respuesta:
¿Hubo una resurrección física?
Mi cuerpo desapareció porque yo no tenía ilusiones sobre el mismo.
La última de éstas se había extinguido. Lo depositaron en una tumba,
pero no quedaba nada para sepultar. No se desintegró porque lo irreal
no puede morir. Simplemente se convirtió en lo que siempre fue. Eso es
lo que significa el “rodar la piedra”. El cuerpo desaparece, y ya no
oculta más lo que yace más allá. Simplemente deja de interferir con la
visión. Rodar la piedra es ver más allá de la tumba, más allá de la
muerte, y entender que el cuerpo no es nada. Lo que se entiende que no
es nada tiene que desaparecer.
Yo sí asumí una forma humana con atributos humanos posterior­
mente, para hablarles a aquellos que habrían de probarle al mundo la
falta de valor del cuerpo. Este había sido muy mal interpretado. Vine a

422
Mensajes especiales (1975—1978)

decirles que la muerte es ilusión, y que la mente que fabricó al cuerpo


puede fabricar otra puesto que la forma de por sí es una ilusión. Ellos
no lo entendieron. Pero ahora te hablo a ti y te doy el mismo mensaje.
La muerte de una ilusión no significa nada. Desaparece cuando despier­
tas y decides no soñar más. Y aún tienes el poder para tomar esta
decisión como lo hice yo.
Dios le extiende Su mano a Su Hijo para ayudarle a resucitary a que
regrese a El. Yo puedo ayudar porque el mundo es ilusión, y yo he trans­
cendido el mundo. Mira más allá de la tumba, del cuerpo, de la ilusión.
No tengas fe en nada excepto en el espíritu y en la orientación que Dios
te da. El no pudo haber creado el cuerpo puesto que este es un límite.
Tiene que haber creado el espíritu porque este es inmortal. ¿Pueden es­
tar limitados aquellos que han sido creados como El? El cuerpo es el
símbolo del mundo. Déjalo atrás. El cuerpo no puede entrar al Cielo.
Pero yo puedo llevarte allá en el momento que tú lo decidas. Juntos po­
demos observar al mundo desaparecer y a su símbolo desvanecerse
conforme este lo hace. Y entonces, y entonces—no puedo hablar de eso.
El cuerpo no puede quedarse sin la ilusión, y la última que se ha de
superar es la muerte. Este es el mensaje de la crucifixión: No hay orden
de dificultad en los milagros. Este es el mensaje de la resurrección: Las
ilusiones son ilusiones. La verdad es verdadera. Las ilusiones se desva­
necen. Sólo la verdad permanece.
Estas lecciones necesitaban que se enseñasen sólo una vez, pues
cuando la piedra de la muerte se rueda, ¿qué otra cosa puede verse sino
una tumba vacía? Y eso es lo que ve el que me sigue rumbo a la luz del
sol y se aparta de la muerte, trasciende todas las ilusiones, sigue ade­
lante hacia el portal del Cielo, adonde Dios Mismo vendrá a llevarte a
casa.
Para que los estudiantes de Un curso de milagros no se confundan,
debe reconocerse que este mensaje le llegó a Helen en palabras que ella
podía entender en ese momento. Su mente ya estaba en un estado de
miedo, de lo contrario no me hubiese preguntado a mí en lugar de pre­
guntarle a Jesús. Y por lo tanto, la respuesta sí lleva consigo la implica­
ción de que Jesús “regresó” en forma: “Sí asumí una forma humana....”
Sin embargo, una lectura cuidadosa del mensaje nos ayuda a compren­
der que el hablar de ese regreso es no entender, puesto que el énfasis pre­
dominante aquí es la inherente naturaleza ilusoria del cuerpo. Y asi una
vez más tenemos un ejemplo de Jesús hablándole a Helen de una ma­
nera (laforma) que ella podía aceptar sin demasiado miedo, y al mismo
tiempo pone la verdad (el contenido) dentro de las palabras en sí.

423

k
I

i
Capítulo 15

OTROS ESCRITOS-B
LOS REGALOS DE DIOS: LA POESIA DE BELEN

La escritura de los poemas

Mencioné en el capítulo anterior haberle preguntado a Helen en


1973 si había algo más que ella hubiese escrito, y que ella me mostró
la primera parte de lo que se convertiría en el folleto de psicoterapia.
Y ahí quedó. Algún tiempo después—probablemente a fines del
otoño—en el transcurso de una discusión informal con Helen, que Bill
y yo sosteníamos, Bill hizo una referencia casual a los poemas que
Helen había escrito en 1971, seguro de que Helen me los había mos­
trado. Mis orejas se aguzaron al oír mencionar estos poemas, y dije:
“Helen, ¿qué poemas?”. Ella se puso roja de la turbación, admitió la
existencia de tales poemas, pero no me los quiso mostrar.
La incomodidad de Helen y la renuencia a mostrarme los poemas
era extraña, dada la intimidad de nuestra relación, tanto más puesto
que ella sabía que yo amaba la poesía tanto como ella, especialmente
a Shakespeare, favorito de ella. Siempre que mencionaba los poemas,
lo cual yo hacía irreprimiblemente de vez en cuando, ella seguía rubo­
rizándose de turbación, pero aún no me los mostraba. Finalmente me
dijo la razón: “No son muy buenos, y no creo que te gustarán”. Persistí,
sin embargo, seguro de que los poemas eran bastante buenos, especial­
mente después que Helen me dijo que los poemas le habían llegado del
mismo modo que el Curso, y que compartían los mismos temas bási­
cos. “Sabes, Helen”, solía decirle, “por lo menos deben ser mediana­
mente decentes”.
Nuestras discusiones se prolongaron por un tiempo, y finalmente al
acercarse la Navidad—la primera de muchas Navidades que pasaría­
mos juntos—Helen cedió y estuvo de acuerdo en que la víspera de
Navidad ella me permitiría ver estos poemas, su “secreto culpable”.
Fue extremadamente interesante para mí ver cuán incómoda estaba
Helen. Tan angustiada como Un curso de milagros la hizo sentir, eso
no fue nada comparado con la ansiedad suscitada por estos poemas.
Tuvo poca dificultad, después de un tiempo, en mostrarles a ciertas
personas las más poéticas y bellamente escritas secciones del Curso.

425
Capítulo 15 OTROS ESCRITOS - B

Se sentía muy orgullosa de éstas, dicho sea de paso, aunque estaba


claro para ella que las mismas no eran de su autoría. Pero la poesía era
otra cosa, repito.
Después de cenar esa Nochebuena, llegó el gran momento. Helen
sacó los poemas, todos nítidamente escritos a máquina y guardados en
un cartapacio de archivo el cual había sido sepultado en una gaveta.
Sentado con Helen junto a la mesa de cenar comencé a leerlos, y sin
sorpresa alguna, me gustaron mucho. Había cincuenta y ocho poemas
en total. El primero de ellos, llamado “The Gifts of Christmas” (“Los
regalos de Navidad”), se escribió el Día de Navidad, 1969, mientras
Helen tomaba el dictado del libro de ejercicios. En realidad yo había
visto antes ese poema, pues Bill lo había colocado al principio de la
carpeta en la cual se guardaba la primera parte del manuscrito del libro
de ejercicios. El segundo poema, “The Singing Reed” (“El junco can­
tor”), se escribió en marzo de 1971, mientras que los cincuenta y seis
restantes se escribieron todos en un período de dos meses en el otoño
de 1971. Si bien no era gran poesía, como creo que son muchos de los
poemas posteriores, estos primeros poemas—todos relativamente ob­
jetivos en su tono—-eran pequeñas expresiones muy hermosas de mu­
chos de los temas que se encuentran en Un curso de milagros.
Ciertamente no eran nada de lo cual Helen tuviese que avergonzarse.
Pero, por supuesto, no eran realmente los poemas los que le causaban
tal turbación a Helen, sino lo que estos representaban acerca de ella.
Explicaré más abajo.
Mientras yo leía los poemas, Helen me observaba con aliento entre­
cortado para ver mi reacción, y pareció sentirse muy aliviada cuando
obviamente me gustaron. Entonces habló un poquito sobre la poesía,
cómo la había escrito, etc., y yo le comenté nuevamente cuán buena
era. Añadí que tal vez debíamos hacer algo en términos de publicarlos
y ponerlos a la disposición de otros. Helen, a propósito, nunca deseó
que se publicasen los poemas—ni los primeros ni los más sofisticados
que escribió posteriormente—mientras ella viviese y muy pocas per­
sonas sabían de ellos siquiera. Un año después de su muerte, la
Foundation for Inner Peace (Fundación para la Paz Interior) los pu­
blicó bajo el título The Gifts ofGod {Los regalos de Dios').'36
Aquella Nochebuena fue hermosa, y yo me despedí poco rato des­
pués de haber leído los poemas de principio a fin por segunda vez. Vi

96. Foundation for Inner Peace, Mili Valley, CA, 1975.

426
La escritura de los poemas

a Helen al día siguiente, Navidad, y me saludó en la puerta con un re­


galo de los cincuenta y ocho poemas, los cuales había reescrito a má­
quina para mí después que yo me fui. Pero no sólo eso, además había
escrito tres o cuatro poemas adicionales, los cuales me regaló también.
Dos eran poemas de Navidad, “Nativity” (“Natividad”) y “The
Holiness of Christmas” (“La beatitud de la Navidad”). Este fue el co­
mienzo de la segunda fase de la poesía de Helen. Siguieron varios poe­
mas, y entre Nochebuena y Año Nuevo escribió diez poemas en total.
Continuó la escritura de poemas a intervalos durante los próximos
cinco años, con el último poema, “The Second Easter” (“La segunda
Pascua de Resurrección”, escrita para la Pascua, 1978. El poema en
prosa titulado “The Gifts of God” (“Los regalos de Dios”), el cual dis­
cutiré a continuación, se completó poco después. Y este, básicamente,
marcó el fin de la función de Helen como escriba.
Antes de proseguir, permítame discutir la escritura en sí de la poe­
sía. En un sentido Helen escribió los poemas del mismo modo en que
había escrito Un curso de milagros, y por consiguiente podemos decir
que ella fue la escriba de la poesía. En otro sentido, sin embargo, Helen
consideraba que los poemas eran parcialmente suyos, y esa era la
causa de su turbación. Así pues, debido a que ella siempre sentía que
su voz jugaba una parte importante en la transmisión de dichos poe­
mas, uno podría describir el proceso de la escritura de estos como una
inspiración compartida con Jesús, una empresa conjunta por decirlo
así.
Muchos de los poemas están escritos en primera persona, y Jesús
obviamente era la voz. En algunos de estos, especialmente los poemas
de la Pascua, él habla sobre su crucifixión y resurrección, y la voz es
claramente la misma dulce y amorosa voz del Curso. Sin embargo, en
varios poemas la primera persona es la misma Helen, aunque clara­
mente no la persona que ella experimentaba ser. Más bien, era una voz
procedente de una parte de su yo la cual ella había disociado exitosa­
mente, pero que logró atravesar su sistema defensivo. Ocasional­
mente, esta voz es angustiosa, como veremos en algunos ejemplos más
adelante, los cuales expresan la amargura y la decepción de Helen al
experimentar que Jesús no cumplía sus promesas. En otros poemas, la
voz está llena de amor y gratitud, como se encuentra en la trilogía de
poemas de amor del Día de San Valentín.
De ese modo la poesía le dio voz a una parte de Helen con la cual
ella no tenía contacto en absoluto, y una parte que ciertamente no tenía

427
Capítulo 15 OTROS ESCRITOS - B

expresión en su vida personal. En este sentido, pues, muchos de estos


poemas posteriores son claramente personales, mientras que Un curso
de milagros no lo es. Es interesante observar que Helen siempre amó
la poesía, especialmente a los renombrados poetas de la Gran Bretaña,
y como mencioné antes, una vez tuvo la aspiración de ser uno de los
poetas mundialmente famosos. Por lo tanto, distinto a Un curso de
milagros, del cual ella fue escriba mediante la toma del dictado direc­
tamente de la voz Jesús, y caracterizado por ella como un proceso de
dictado intemo, simplemente podemos caracterizar el proceso de es­
critura de los poemas como un proceso inspirado.
Los poemas solían llegar en cualquier momento o en cualquier lu­
gar, y Helen no estaba realmente en control consciente de los mismos.
Podía comenzar un poema en un autobús, en un taxi, mientras estába­
mos caminando o cuando se encontraba sola en su apartamento. Gene­
ralmente solia escribir a toda prisa una o dos líneas como mínimo, en
su libreta si la tenía a la mano, o de lo contrario, en cualquier pedazo
de papel que tuviese disponible. Y eso habría de “salvar” el poema.
Posteriormente lo terminaría, aun cuando “posteriormente” signifícase
meses en el futuro, como ocurría ocasionalmente.
Otra importante diferencia entre la transmisión de Un curso de
milagros y la de la poesía, sin embargo, fue que el Curso pasó sin nin­
gún impedimento en absoluto. No había dificultad en la “audición” de
Helen, y el material del Curso simplemente fluía a través de ella—
especialmente después de más o menos los dos primeros meses del
proceso. La ansiedad de Helen, como hemos visto, no afectaba el fluir
del dictado. Ese no era el caso con los poemas, por lo menos con los
últimos. Hasta donde me alcanza la memoria, en términos de la facili­
dad y rapidez con que se escribieron, así como las reminiscencias que
la propia Helen me confiara, los primeros poemas llegaron con bas­
tante rapidez. Sin embargo, muchos de los poemas posteriores a esa
Nochebuena de 1973 fueron escritos con mucha dificultad—había
estrofas invertidas, los versos solían estar fuera de secuencia, etc. A
veces Helen no podía en realidad oír claramente entre dos frases, por
lo cual anotaba las dos, y más tarde decidíamos cuál de ellas debía uti­
lizar. También había gran resistencia a muchos de los poemas, lo cual
discutiremos más adelante en lo que respecta a la relación personal de
Helen con ellos.
Si bien Helen resistía la tentación de editar el Curso, aun cuando se
sentía tentada a hacerlo muchas veces, no sentía tener que resistir esa

428
La escritura de los poemas

tentación con la poesía. Más bien, sentía que era su prerrogativa mejo­
rar los poemas, y con frecuencia solía cambiar palabras o frases—
aunque no en gran medida, sin duda. Por lo tanto, estaba claro que ella
sentía una clase de conexión especial con la poesía la cual no creía
haber tenido con el Curso.
Como he dicho, el proceso de escritura de la poesía no fluyó con la
misma suavidad que cuando Helen estaba ejerciendo su función de es­
criba de Un curso de milagros. Ella siempre tenía libretas de taquigra­
fía en las cuales anotaba el Curso, y hay una libreta la cual contiene
algunos de los poemas. En su mayoría, sin embargo, los poemas se es­
cribieron en cualquier cosa que estuviese a la mano: por detrás de so­
bres, papelitos de notas, y así por el estilo. Una de mis tareas asignadas
era rescatar estos pedacitos de papel, los cuales de otro modo se hubie­
sen perdido para siempre en la cartera de Helen, en una gaveta de to­
cador o simplemente los hubiese tirado. La ansiedad de Helen con
frecuencia la llevaba a la distracción, y siempre se le extraviaban las
cosas. Mientras tomaba el Curso, una vez dejó su libreta en un taxi,
sólo para que el conductor corriese tras ella para devolvérsela. Páginas
escritas a máquina del manuscrito del Curso de algún modo termina­
ban en medio de informes psicológicos, los cuales posteriormente eran
encontrados por una secretaria avergonzada y devueltos a Helen. Y por
lo tanto, siempre que Helen escribía algo, de inmediato yo solía quitár­
selo para guardarlo.
A veces los poemas se escribían durante un periodo de días. En
otras ocasiones, como ya he mencionado, Helen solía escribir frag­
mentos de versos que simplemente se quedaban inconclusos por allí.
Yo los guardaba en un cartapacio, y de vez en cuando los sacaba y le
decía a Helen, “Aquí hay un poema que no has terminado. ¿Por qué no
escribes lo que falta?”. Helen tenía una voluntad férrea, y era imposi­
ble lograr que hiciese algo que realmente no quería hacer, pero había
ocasiones en que protestaba y oponía una resistencia la cual yo sabía
que era superficial. Después de un rato yo podía ver la diferencia bas­
tante bien. Cuando yo sentía que una parte de ella estaba dispuesta a
continuar un poema, o incluso a escribir uno, yo solía exhortarle a que
lo hiciese. Tuve mi mayor éxito cerca de la Navidad o de la Pascua
Florida, razón por la cual hay varios sobre éstas, así como los de mi
cumpleaños. Otras ocasiones que parecían prestarse para un poema
también se pondrían a prueba. Más adelante describiré algunos de los

429
Capítulo 15 OTROS ESCRITOS - B

poemas que resultaron de estos esfuerzos, y sus circunstancias. Oca­


sionalmente yo actuaba con “sutileza”, y ponía la libreta bajo la almo­
hada de Helen para que captara la indirecta cuando se acostase. Incluso
una vez le escribí un poema en el cual le pedía que me escribiese uno
a mí.
Por una parte, por supuesto, los poemas no eran ni remotamente tan
significativos como Un curso de milagros. Por otra parte, sin embargo,
—especialmente los últimos poemas personales—tenían un lugar im­
portante si no es que especial en la experiencia de Helen, puesto que
hicieron posible, repito, que ella tuviese acceso a una parte de su
mente que de otro modo había apartado de su conciencia. Creo que
esta es la razón por la cual ella, a pesar de sus ocasionales protestas en
las que expresaba lo contrario, se sentía orgullosa de sus poemas y
consintió en permitirme que la “fastidiase” para que los escribiera.
Además, los poemas tienen el valor obvio de ayudar a tantas personas
a relacionarse con su propia experiencia espiritual, e incluso más es­
pecíficamente, con la relación ambivalente que tienen con Jesús. Jesús
obviamente los valoraba también. Una mañana salíamos del aparta­
mento de Helen hacia el Centro Médico, y ella tenía su libreta consigo
puesto que estaba en vías de escribir un poema. Casi cruzábamos la
puerta cuando ella se detuvo para expresar su preocupación por no ha­
berse traído un informe psicológico en el cual estaba trabajando. Jesús
le respondió: “Eso no es lo que dejarás tras de ti”, con lo cual se refería
al importante legado de su poesía (sin mencionar Un curso de
milagros de por sí), y no a su trabajo profesional, el cual su ego por
supuesto consideraba de gran valor.
Sólo hubo una ocasión en la cual un fragmento de un poema conti­
nuamente resistía todos mis esfuerzos por convencer a Helen de que lo
terminase. Todos los demás fragmentos finalmente encontraron hogar
en un poema, pero de algún modo Helen nunca pudo terminar este en
particular. Los versos parecían particularmente interesantes, sin men­
cionar cuán profundos, más mis exhortaciones siempre fueron en
vano. Finalmente, después de muchos, muchos meses de esto, Helen
me dijo que este fragmento no era un poema en absoluto, sino que su
lugar estaba en el Curso en sí. Estaba fechado el 15 de junio de 1971,
mientras Helen estaba escribiendo el libro de ejercicios, y poco antes
del período cuando escribió un cúmulo de “pequeños” poemas. Pero el
fragmento reflejaba un nivel mucho más sofisticado que estos poemas

430
Los poemas

iniciales, y ese ciertamente era más apropiado para Un curso de


.milagros. Y luego Helen me dijo: “Búscale su el lugar”.
Así lo hice, obviamente con mucha ayuda. El reto de encontrar el
lugar adecuado implicaba forma y contenido. El fragmento estaba es­
crito en verso libre, de modo que la ubicación tenía que armonizar con
la poesía, y por supuesto, el tema del fragmento tenía que ajustarse al
tema del párrafo en el cual se colocaría. El lugar que claramente le co­
rresponde está al final del Capítulo Veintisiete en el décimo párrafo de
la sección “El soñador del sueño”. El fragmento sí parece ajustarse a
la perfección en medio del párrafo. Las ocho líneas, tal como Helen las
escribió originalmente, son:
Hay un riesgo en pensar que la muerte es la paz
Y que pretenda el mundo al cuerpo equiparar
Con el Ser que Dios creó. Mas no puede una cosa
Ser su opuesto jamás. Y la muerte
Es lo opuesto a la paz, pues de la vida es
Lo opuesto por igual. Y la vida es la paz.
Despierta y en la muerte ya no pienses jamás,
Y hallarás que de Dios ya posees la paz.
Debo mencionar también que casi todos los poemas de Helen están
escritos en pentámetro yámbico, la métrica utilizada por Shakespeare.
La única excepción a esto en los últimos poemas es “La invitación”,
en la cual cuatro líneas tienen menos de cinco metros (o medidas). Y,
por supuesto, como mencioné antes, gran parte de Un curso de
milagros también está escrito en el mismo verso libre. De hecho,
Helen no consideraba que ningún poema amétrico fuese un poema. Yo
mismo escribí un gran número de poemas, muchos de ellos para Helen,
como mencionaré más adelante. Uno de ellos no estaba dentro de una
métrica, y Helen dijo desdeñosamente: “Esto no es un poema”. Ya
hemos visto cómo ella prestaba cuidadosa atención a la forma o estilo
del Curso, y cuán satisfecha se sentía con el elevado nivel poético de
su lenguaje. Por lo tanto, ella consideraba que esta poesía era un regalo
de Jesús para ella.

Los poemas

Una serie de poemas, llamados los “Poemas personales” en la co­


lección, tratan sobre la relación de Helen con Jesús. Uno de los valores

431
Capítulo 15 OTROS ESCRITOS - B

reales de este grupo en particular es su claro planteamiento de la pro­


fundidad e intensidad de la relación de Helen con Jesús—el lado posi­
tivo y el negativo. Como sería aparente ahora para el lector, difícilmente
diría que Helen era un canal inconsciente e ignorante a través del cual
pasaban las palabras de Jesús. Su relación con él era muy real para ella,
y no sin que mediase una gran emoción.
Los poemas personales, por consiguiente, muestran un vasto ám­
bito de sentimiento. Está, primero la trilogía de los poemas de amor,
escritos a insistencia mía para el Día de San Valentín. Le sugerí a
Helen lo lindo que sería para ella decirle a Jesús cuánto lo amaba y
estos fueron los resultados: “Canción de amor” (Mi Señor, mi Amor,
mi Vida, vivo en ti”), “El lugar de descanso” (Mis brazos están abier­
tos. Ven, mi Señor, a mí y descansa sobre mi corazón. Late por ti y
canta en gozosa bienvenida), y “Liberación” (Voy en la gloria, pues Tú
vas en mí). Y luego, al otro extremo del espectro, están esos poemas
que reflejan un amargo desencanto, como en “Oración para una casa”,
el cual termina con este cuarteto:
Se suponía que este templo fuese levantado
Para Ti Que dijiste que su altar estaría alumbrado
Para siempre. Y pensé que habías dicho
Que no puede ser tumba un altar santo.
(The Gifts of God [¿os regalos de Dios], pág. 49)
El poema completo se puede encontrar en el próximo capítulo.
Estos poemas, por lo tanto, revelan la profundidad inconsciente de
su amor y su añoranza de Jesús, juntos con la ira y la desesperación por
lo que ella percibía como promesas incumplidas por Jesús. Pronto se
aclaró para mí después que los poemas personales comenzaron a lle­
gar, la razón por la cual Helen se sentía tan turbada por los poemas ini­
ciales: estos apuntaban en dirección a esta mayor expresión de
sentimiento, una profundidad contra la cual ella se defendía tan enér­
gicamente a lo largo de su vida. Así pues, mientras Un curso de
milagros en su totalidad era un mensaje directo para Helen de Jesús,
muchos de los poemas eran, en efecto, un mensaje directo a Helen de
sí misma. Estos revelaban, como pocas otras cosas acerca de ella lo
hacían, esta división más profunda que su relación con Jesús represen­
taba. Esta división ha sido uno de los temas principales de este libro, y
retomaremos al mismo en el próximo capítulo cuando utilizaré varios
de estos poemas de Jesús.

432
Los poemas

Muchos de los poemas tienen interesantes historias relacionadas con


los mismos. Los poemas de Pascua y de Navidad tenían el estímulo
obvio del calendario litúrgico, y había sido costumbre de Helen,unavez
que comenzaron a llegar los poemas, escribir poemas para estas dos fes­
tividades. Sin lugar a dudas, creo, que los poemas de la Pascua de
Resurrección están entre los más exquisitos de la colección, y además,
están entre los más hermosos de cualquier poesía religiosa que yo haya
visto. Los temas de Pascua, por supuesto, representaban el espectro
completo de la mente dividida, y abarcan desde la culpa y el miedo del
sistema de pensamiento de crucifixión del ego, hasta la esperanza de re­
surrección del mensaje de Expiación del Espíritu Santo a través de Jesús.
Uno de esos poemas es “El lugar de la resurrección”, escrito en
1974, aproximadamente un mes antes de la Pascua. El Domingo de
Ramos, el cual ese año correspondía al segundo día de la Pascua de los
hebreos, Helen y yo cenamos con el padre Michael en el sector sur
oriente de Nueva York con dos amigas muy queridas, la hermana
Regina y la hermana Mercy. Estas monjas habían abandonado su muy
hernioso y tranquilo hogar de Maryknoll en el Condado de
Westchester para establecer una presencia de oración entre los pobres.
Helen y Bill les habían sido presentados por Michael, y Helen había
insistido mucho en que yo las conociera durante mi primer verano de
regreso en Nueva York. Lo hice, y pronto nos hicimos buenos amigos.
Como las hermanas no vivían a más de 15 o 20 minutos de distancia a
pie del apartamento de Helen, ocasionalmente ella y yo solíamos visi­
tarlas, puesto que a Helen siempre le gustaba sentarse y orar con ellas.
Nuestro plan para este Domingo de Ramos era tener una cena ceremo­
nial judía (Seder), la cual yo dirigiría, seguida por una misa que diría
Michael para nosotros en la capilla de las hermanas. Pocos sacerdotes
que yo haya conocido han dicho la misa tan significativamente y con
tanta sinceridad como lo hacía Michael, y con frecuencia él decía la
misa para nosotros y para las hermanas.
También traía conmigo “El lugar de la resurrección”, la cual
pensé que sería hermoso leer en algún momento durante el día. Hasta
ese momento las hermanas no sabían nada sobre Un curso de mila­
gros, pero sentían un profundo amor y respeto por Helen, el cual cier­
tamente era recíproco. Sabía que les agradaría el poema, al igual que
a Michael, quien sí sabía acerca del Curso y era un amante de la poe­
sía de Helen. Uno de nosotros leyó el poema después de la cena (se
me olvida si lo leyó Helen o si lo leí yo), y entonces sucedió algo

433
Capítulo 15 OTROS ESCRITOS - B

asombroso. Espontáneamente todos caímos en un profundo y devoto


silencio, y creo que todos sentimos la amorosa y eterna presencia de
Jesús que se reflejaba en las líneas finales del poema:
Y ante una tumba vacía aprende a ver,
Que no ha muerto El Que aquí fuese crucificado.
The Gifts of God [¿oí regalos de Dios], pág. 99)
Finalmente “retomamos” al salón, y nos dirigimos en silencio hacia la
capilla para la misa de Michael.
De regreso a casa, Helen y yo íbamos recordando ese instante
eterno, y siempre atento a una oportunidad para otro poema, le sugerí
a Helen que escribiese un poema sobre lo que había sucedido. Gene­
ralmente yo podía sentir cuándo Helen estaba preñada con un nuevo
poema, y actuaba como una partera, por así decirlo. Y justo al día si­
guiente Helen me obsequió con “Transformación”, uno de sus más be­
llos poemas, yo creo. El mismo comienza:
Súbitamente ocurre. Hay una Voz
Que pronuncia una Palabra, y todo cambia.
Y concluye con otro tema Pascual:
Junto a la tumba
Prestos están los ángeles en radiante esperanza
A llevar el redentor mensaje: “Que libre seas,
Y que aquí no te quedes. Sigue hasta Galilea”.
(The Gifts of God [Los regalos de Dios], pág. 64)
Otros dos poemas estaban relacionados con la hermana Regina y la
hermana Mercy. Un año después de ellas estar viviendo en el bajo este,
le sugerí a Helen que un poema de aniversario sería un hermoso y signi­
ficativo regalo para ellas. Ibamos a pasar parte del día con las hermanas,
y por lo tanto Helen les obsequió con un dulce poemita que comenzaba:
“Un año es breve. Mas entregado a Mí / Por siempre permanece”. El se­
gundo poema también se escribió en 1974, cuando la madre de la
hermana Regina se estaba muriendo. Cuando supimos la noticia de su
muerte, estimulé a Helen para que le escribiese un poema a Regina, y el
resultado fue un hermoso “Réquiem”. Recuerdo haber pensado en el
momento que este sería el Réquiem para sí misma también.
Hay un gran número de poemas que Helen había escrito para mi, y
algunos de éstos, también están asociados con interesantes historias.
Comenzaré con el primero, “Despierta en calma”, escrito en enero de

434
Los poemas

1974. Este estaba indirectamente asociado con el comienzo de nuestra


edición. Ya he hablado de los incidentes que nos llevaron a Helen y a
mí a la edición final del manuscrito del Curso. No recuerdo si real­
mente habíamos comenzado la edición, aunque creo que sí, pero cier­
tamente justo alrededor de ese momento Helen me dijo una noche que
había una oscura piedra angular en mi mente la cual debía sanar. Era
la primera, y creo que la única vez que ella jamás me habló de esa ma­
nera. Había una urgencia en su voz mientras hablaba, ciertamente muy
atípica de Helen en relación conmigo. Lo que ella comunicaba, si no
directamente entonces por implicación con toda seguridad, era que
este obstáculo interferiría, no sólo con nuestra edición, sino con el tra­
bajo que yo estaría realizando en el futuro. El párrafo final del texto
afirma que “Ya no se le otorga fe a ninguna ilusión, ni queda una sola
mota de obscuridad que pudiese ocultarle a nadie la faz de Cristo”
(T-31.VIII. 12:5). Helen me estaba diciendo que no debía haber nada
que interfiriese con nuestro trabajo juntos, o con el mío posterior­
mente, y ahora era el momento, justo al principio, para remover todas
esas “manchas de obscuridad”.
Le respondí que no sabía qué era esta “mancha”, pero que cierta­
mente estaba listo para proceder a ponerla al descubierto. No tardó
mucho tiempo para que la obscuridad saliese a la superficie, y se relacio­
naba con la muerte de mi abuelo la cual ocurrió cuando yo tenía seis
años. Yo había sido muy apegado a él, en aquel momento posiblemente
más apegado a él que a mis padres, y me había sentido devastado por su
muerte tan súbita en el hospital debido a complicaciones que surgieron
de un procedimiento quirúrgico relativamente fácil. Ese asunto había
aflorado para mí hacía cerca de tres años en un inédito cuento breve que
yo había escrito, y repito, muy inesperadamente, el año anterior mientras
estaba en el monasterio trapense en Israel. Una mañana temprano, mien­
tras me encontraba en la Iglesia monástica, me encontré reviviendo su
muerte en mi mente, y sollozando casi sin consuelo.
Así que Helen y yo hablamos acerca de esto, y espontáneamente
comenzó una especie de proceso de visualización. No era algo que yo
acostumbrase hacer, antes o desde entonces, pero Helen era muy
sensible visualmente, como ya hemos visto en su serie de experiencias
anteriores a la llegada del Curso, y generalmente yo podía “ponerme
en sintonía” con el simbolismo de Helen. Por lo tanto, casi podíamos
compartir los cuadros en la mente de cada uno. Más adelante en el libro
retomaré a otro ejemplo.

435
Capítulo 15 OTROS ESCRITOS - B

Y de ese modo, comenzó para mí una serie de imágenes que se ex­


tendió por espacio de varios días. Todas las noches después de la cena,
Helen y yo soliamos compartir el desarrollo de esta serie, a través de
las cuales ella me dirigía, a medida que las iba observando. Comenzó
con un ataúd en un rincón de un salón obscuro, con mi abuelo dentro
del ataúd. Finalmente él se incorporó, se levantó y caminó conmigo
hacia el rincón opuesto, donde, a medida que yo podía soltarlo, él des­
aparecía en ese rincón obscuro. Súbitamente el salón comenzó a ilumi­
narse y a llenarse de luz. Las ventanas y las paredes desaparecían, y
ahora el salón se abría hacia una inmensa y abierta llanura. Se hizo
claro para nosotros que mi abuelo era un símbolo de Jesús, y la expe­
riencia representaba mi resurrección, la cual el Curso entiende como
el despertar del sueño de la realidad de la muerte.
La nota llena de la luz y de la dicha de la resurrección terminó la
experiencia, la cual claramente era muy significativa para mi, y por la
cual yo siempre le estaría agradecido a Helen. Además, básicamente
fue el único instante en que Helen pudo ser una ayuda directa para mí,
como discutiré en el Capítulo 16.
Después de haberme marchado esa noche, Helen escribió este
poema para mí: “Despierta en calma”. Me lo dio a la mañana siguiente.
Que la paz te cobije, dentro y fuera por igual,
Que en radiante silencio y en tan profunda paz
A tu mente serena no se acerque jamás
Un sueño de pecado o de mal. Despierta en calma
Primero hay silencio; después el despertar.
Ahora es el momento asignado al fin
De tu sueño. Cuna es de sosiego donde a renacer
Llegas. El Cristo ya se aviva en el hogar
Que ha elegido para que sea Su hogar.
Sobre tus ojos Su visión descansa ya, y pronto
Contemplarás Su faz, y olvidarás
Todas las fantasías que reales parecían
Antes de la calma llegar. El Hijo de Dios
A unirse a ti ha llegado. Su mano radiante
En tu hombro se ha posado. La Voz queda de Dios
Del Cielo habla sin cesar. Y podrás escuchar
Su único mensaje llamarte hacia Sí Mismo
de Su morada eterna, a despertar en Dios.
(The Gifts of God [¿oí regalos de Dios], pág. 73)

436
Los poemas

Mi cumpleaños, el 22 de febrero, proveía obvias ocasiones para


poemas, y me las ingenié para convencer a Helen de que yo tenia una
madre devota y amorosa que se sentía más que feliz de hacerme rega­
los materiales en mi cumpleaños, pero que no tenía una madre que pu­
diese escribir poemas. (Pasado un tiempo, dicho sea de paso, pude
reciprocarle, y escribí poemas para el cumpleaños de Helen, para el
Día de las Madres y para Navidad). Recuerdo que una vez estaba con
mi familia en la casa de mis tíos en Long Island para la segunda cena
ceremonial judía (Seder) de Pascua (Helen y Louis solían venir a la
casa de mis padres la primera noche de ceremonia), y Helen estaba en
su acostumbrado estado de pánico de que yo pudiese sufrir alguna in­
creíble calamidad y que no regresara. Le llamé desde la isla para de­
cirle que había llegado a salvo, y me relató que Jesús le había dicho
que ella no era mi madre en ese sentido, y que por lo tanto no tenía que
sentirse responsable de mi bienestar físico. Helen me contó una vez
que ella recordaba haber estado en la parte de atrás de la Iglesia de San
Francisco en Nueva York, cuando una anciana eccéntrica se le acercó
y le dijo que ella iba a tener un hijo. Helen lo descartó como las pala­
bras de una persona perturbada, pero ahora creía que esto había ocu­
rrido cerca de mi nacimiento en 1942.
Así que aunque por un lado Helen sabía que relacionarse conmigo
como su hijo real era inadecuado, por otro lado esto no le impedia
comprarme zapatos, cinturones, abrigos, etc., y no hacía que dejase de
preocuparse, pero sí la llevaba casi siempre a escribir un poema para
mi cumpleaños. Tal confusión de papeles puede entenderse mejor úni­
camente como otro ejemplo de su confusión de forma y contenido, en
la cual el contenido de que yo fuese su hijo espiritual—al proveerle la
continuidad para Un curso de milagros era erróneamente traducida por
ella al papel de ser mi madre material.
“Cumpleaños” y “Día onomástico” fueron dos poemas de cumplea­
ños específicos escritos para mí, mientras que los otros dos implicaban
algunas circunstancias interesantes las cuales relato ahora. Al acercarse
el día de mi cumpleaños en 1976, comencé a “cabildear” a Helen por un
poema específicamente sobre Jesús. Aparte de mi obvio deseo de ese
poema, también pensaba que ya era tiempo de que Helen fuese un poco
más comunicativa acerca de él. Ella no descartaba la idea siempre que
yo se la planteaba, mas obviamente esto hacia que se sintiese incómoda.
Sin embargo, en otro nivel yo sentía que ella estaba de acuerdo, y por
consiguiente continuaba con mis esfuerzos. Como ya he mencionado,

437
Capítulo 15 OTROS ESCRITOS - B

nadie, incluso Jesús o yo, podía lograr que Helen hiciese algo que ella
no consintiese en hacer. Pero yo podía sentir que el poema ya estaba pre­
sente en la mente de ella. Entonces una noche se me ocurrió la idea de
que lo que proveería el estímulo para el nacimiento del poema era que
yo le escribiese un poema a ella. Y rápidamente escribí lo que a duras
penas podría pasar en la historia literaria como una obra maestra de la
poesía, pero que no obstante hizo posible que Helen diera a luz uno de
sus más exquisitos poemas. El poema que yo le regalé a Helen al día si­
guiente se llamó “Una petición de cumpleaños”:
Por mí, preguntas tú, qué podrías hacer,
Para mi cumpleaños que ya pronto ha de ser,
Algo que ese mi día pudiese completar,
Y que para mí fuese un regalo especial.
Es mi único anhelo con El poder estar,
Pues, ¿quién de Su presencia se podría cansar?
Es El únicamente Quien sanamos podría,
A Jesús un poema obsequiarle querría:
Que cuanto El ha hecho nos relate prolijo,
Sólo para enseñamos que de Dios somos Hijo;
A El Le dice esto todo cuanto sentimos
Y que con real amor Le hemos agradecido.
Jesús, Jesús, proclaman hoy los hombres
Todo cuanto aquí hacemos, lo hacemos en Tu nombre.
Eres nuestra esperanza, nuestra vida, nuestro amor,
Allá en las alturas, Tú, nuestro hermano mayor.
De todo esto, suplico, que hable lo que escribas
Que a El Que es nuestra luz tu poema lo diga;
Pues El es Quien a todos a nuestro hogar nos guía,
Por favor, a Jesús un poema, escribe Madre mía.
Unos días más tarde recibí “Plegaria a Jesús”, cuya estrofa final habla
por todos nosotros, y concluye con una maravillosa línea tomada del
Cardenal Newman que sería la plegaria de todos los que en verdad
aman a Jesús:
Un perfecto retrato de lo que puedo ser
Me muestras tú, que pueda yo ayudarte a renovar
La fallida visión de tus hermanos. Que al levantar sus ojos
No sea a mí a quien vean, sino a Ti nada más.
(The Gifts ofGod [Loó- regalos de Dios}, pág. 83)

438
Los poemas

La historia asociada con el otro poema de cumpleaños, “Regalo del


Cielo”, es más larga. Cuando recién conocí a Helen ella me había re­
galado una medalla del Espíritu Santo la cual había sido suya por mu­
chos, muchos años. La usé por un tiempo, y luego, al no estar
realmente acostumbrado a usar medallas, me la quité y la guardé en la
gaveta de mi escritorio. Algún tiempo después entraron en mi aparta­
mento estudio para robar mientras yo estaba en el Centro Médico, pero
si bien sacaron las gavetas del escritorio, a excepción de una pequeña
cantidad de efectivo y sellos de correo, no parecía faltar nada más del
apartamento. Lo puse en orden y jamás volví a pensar en el robo.
Algún tiempo después, poco antes de mi cumpleaños estaba bus­
cando algo en la gaveta del escritorio donde había puesto la medalla de
Helen, y en el curso de mi búsqueda descubrí que la medalla había des­
aparecido. Al recordar el robo, concluí que se habían robado la meda­
lla, y me preocupaba que Helen se disgustase. Sin embargo, cuando se
lo dije al día siguiente no pareció molestarse, y esa tarde me llevó a una
tienda católica de regalos y me compró otra medalla del Espíritu Santo
(la cual uso hasta el día de hoy), y luego escribió este poema. Original­
mente se titulaba “Un regalo de cumpleaños”, pero como el poema en
sí no trataba sobre los días de cumpleaños, le di otro titulo antes de pu­
blicarlo. El poema es, pues, otra ilustración de cómo una circunstancia
específica puede actuar como acicate para un poema (o, como hemos
visto, para una sección de Un curso de milagros) que generalice una
enseñanza mayor En este caso la lección es que la pérdida es imposi­
ble, como se ve en las líneas del poema: “Nadie a la eternidad puede
robar.... Nadie quitarle puede a la totalidad.... Nadie puede al amor
aminorar.... El Cielo solamente puede dar. Perder es imposible y esta
es la señal” (The Gifts of God [Los regalos de Dios], pág. 80).
“Con agradecimiento” era un poema de gratitud que Helen había
escrito para mí, mientras que “El regalo” llegó en la Navidad, cuando
nuevamente me las ingenié para convencerla de que no me comprase
un regalo, sino que me escribiese un poema en lugar de ello. Y final­
mente ahí estaba “Continuidad”. Se me olvidan las circunstancias
exactas, pero creo que llegó como resultado de discusiones que Helen
y yo teníamos en torno a la vida de Un curso de milagros en el
mundo, a lo cual ocasionalmente Bill se refería como la “Mischagas
de los milagros”. Aunque sólo llevaba un año de impreso, ya estaba
claro, como discutí antes, cómo la gente se estaba apoderando del
Curso para el engrandecimiento de sus yos, tanto psicológica como

439
Capítulo 15 OTROS ESCRITOS - B

económicamente. Muchos estudiantes, en efecto comenzaron a esta­


blecerse como maestros, y se hacian pasar como representantes de la
santidad y de la sabiduría del Curso, sin ningún conocimiento real de
lo que el Curso estaba diciendo. Nada de esto complacía a Helen,
aunque como he mencionado antes, ella no estaba en condiciones de
hacer nada al respecto. Recuerdo que Jesús me pidió que le citase a
Helen de los bíblicos “Hechos de los Apóstoles” la escena donde va­
rios judíos se están quejando con el rabino Gamaliel sobre las activi­
dades milagrosas y prédicas de Pedro y de otros discípulos. Gamaliel,
el renombrado rabino que fuese maestro de San Pablo, sabiamente les
respondió de esta manera a sus preocupaciones:
Os digo, pues, ahora: desentendeos de estos hombres y dejadlos. Por­
que si esta idea o esta obra es de los hombres, se destruirá; pero si es
de Dios, no conseguiréis destruirla (Hechos 5:38-39).
El punto era asegurarle a Helen que lo que estaba ocurriendo con el
Curso era “la obra... de los hombres”, no “de Dios”, y por lo tanto
Helen no tenía que preocuparse por ello. El cumplimiento del papel del
Curso en el mundo estaba garantizado por Jesús.
Dicho sea de paso, lo que apenas estaba comenzando como una ten­
dencia en esos primeros años, ahora se ha tomado más solidificado y
más amplio, al cabo de quince años desde que se publicara el Curso en
1976. Era un consuelo para Helen saber que yo estaba por aquí, y que
estaría por aquí por algún tiempo para asegurarme de que el mensaje
del Curso se trate con fidelidad, y de que su vida en el mundo fuera
digna y amorosa. “Continuidad” era un reflejo de ese sentimiento.
Comienza:
Tu vida es como joya en la corona,
Luz brillante que Jesús me prometiera
Cuando mi tenue luz se desvanezca.
Salvo que ahí tu luz permaneciera mi corona sería
Una cosa temporal, que como todas su final tuviera,
Sin que un eco quedase para la eternidad.
Más tarde afirma:
Eres luz que por un tiempo queda atrás
Para traer Su sosiego y Su paz a todos
Cuantos Lo busquen en la tristeza....

440
Los poemas

Y concluye con un cambio de tiempo y de estado anímico, del tiempo


a la eternidad:
A mí me espera El como he de esperarte a ti,
Parada junto a El. En tu visión límpida
El mundo se ha de desvanecer. Se inclina El hasta ti
Y hacia tu hogar te alza. Contempla cómo brilla
La corona que tiene para ti. Ven ahora, hijo mío,
Y en Su luz desaparece conmigo.
(The Gifts of God [Los regalos de Dios], pág. 78)
Otro poema digno de mencionarse es “Hermano cisne”, escrito para
Gerald Jampolsky, a quien habíamos conocido en 1975 a través de
Judy Skutch. En sus libros y en sus conferencias públicas, Jerry había
reseñado su cambio súbito, a través de Un curso de milagros, del alco­
holismo, de problemas crónicos de la espalda y de haber sido una per­
sona generalmente infeliz. La referencia en el poema, por supuesto, es
a la historia del patito feo que se convirtió en cisne.
El poema más raro de todos, en parte porque creo que no estaba des­
tinado a ser un poema, es “El tren de la gloria”. Como mencioné en el
Capítulo 2, desde que era niñita y asistía a la Iglesia bautista de
Georgia, Helen siempre sintió amor por los espirituales negros. De he­
cho, durante los años 70 hubo una obra de teatro en Broadway llamada
“Your Arms Too Short to Box with God” (“Tus brazos son muy cortos
para boxear con Dios”), un musical evangélico lleno de espirituales.
Llevé a Helen a verlo, y ella disfrutó mucho al escuchar la música que
tanto amaba. La música espiritual ciertamente no era un interés que al­
guien habría asociado con Helen (cuyo gran amor, como ya he men­
cionado, eran Gilbert y Sullivan). Dada la persona de Helen como una
intelectual objetiva, tal imperturbable interés en la demostración
emocional de la música espiritual ciertamente causaba sorpresa. Des­
pués que Helen escribió el poema, creimos que se prestaba más para
una canción, como puede verse en esta estrofa inicial:
El tren de la gloria pasando va,
¡Aleluya!
Cual raya de oro en el cielo al pasar
Un destello y un silbido muy alto se elevan
Por sobre las almas que en morir piensan,
¡Aleluya!

441
Capítulo 15 OTROS ESCRITOS - B

De hecho, alguien una vez se ofreció a ponerle música, pero no pasó


de ahí. Helen se hubiese rebelado si a alguno de sus poemas se le hu­
biese puesto música, puesto que un poema tiene su propio metro rítmico
con el cual podría interferir la música. Sin embargo, ciertamente Helen
estuvo de acuerdo en el caso de “El tren de la gloria” como excepción.
Ya he mencionado los poemas de Navidad y de Pascua Florida, y
estos hablan por sí mismos. “La esperanza de Navidad” se escribió es­
pecíficamente como un regalo para el padre Michael, por quien Helen
sentía gran aprecio.
En realidad hay un poema el cual no se incluyó en la colección pu­
blicada. Esta fue una breve pieza que se escribió, a insistencias mías,
para el impresor y su personal quienes habían trabajado tan intensa­
mente para acelerar la primera impresión del Curso y que la misma sa­
liera dentro del plazo que nos habíamos impuesto. Se titula “Con
gratitud”.
El tiempo que utilizas se te regresa a ti
En horas relucientes y en paz queda.
El cuidado que Le diste Dios guarda para ti
Con hermosa bondad que tus dolores cesa.
Tu paciencia es la Suya, y hasta ti llegará
Cuando la necesites. Mas mira nada más
Esa sonrisa Suya, y habrás de comprender
Cuán abundantes gracias por Su libro te da.
Cerca de dos años más o menos antes de la muerte de Helen, está­
bamos discutiendo la suerte que habría de correr su poesía. Está claro
que la fase de la poesía había terminado, y que en efecto Helen no sería
escriba de ningún otro material. Ella había dejado sus deseos bastante
en claro de que, como ya he mencionado, no quería que se publicase
su poesía mientras ella viviese. Por lo tanto, yo le dije, en el mismo
espíritu de nuestras discusiones anteriores en tomo a su autobiografía,
que cuando ella muriese mis poemas serían mi responsabilidad, y que
como yo sabía que había algunas palabras y líneas que ella quería cam­
biar, que lo mejor sería que las revisara conmigo. Le dije que básica­
mente yo sabía lo que ella deseaba, y que ciertamente haría esos
cambios, pero que prefería más que nada hacerlos con ella. Ella estaba
renuente, pero al fin la convencí de que esto sería algo bueno.
Y, por lo tanto comenzamos, pero después de sólo unos pocos poe­
mas me di cuenta de que este proyecto de edición era un error. La

442
"Los regalos de Dios"

compulsión de Helen por editar prevalecía, con frecuencia a expensas


de los poemas. Creo que ella se dio cuenta también, y gustosamente es­
tuvo de acuerdo con que nos detuviésemos. Le di mis excusas y le
prometí no abordar el tema nunca más. Ella parecía sentirse cómoda
con el hecho no expresado de que la poesía se iba a publicar después
de su muerte, y que yo supervisaría el proceso. Como ya he dicho, los
poemas permanecen como testimonio maravilloso de los dos lados de
la mente dividida de Helen, y al mismo tiempo son una de las más her­
mosas colecciones de poesía espiritual contemporánea que uno podría
encontrar.

“Los regalos de Dios”

Finalmente, está el poema en prosa llamado “The Gifts of God”


(“Los regalos de Dios”), el cual requiere alguna explicación. Si bien
no fue escrito para mí, yo fui directamente el estímulo para el mismo.
Probablemente más que cualquier otra parte del material escrito, esta
maravillosa pieza ilustra cómo algo bastante hermoso e inspirador
puede proceder de una situación egoísta casi desesperada. Esta fue la
situación de su origen: Una vez al mes, el domingo temprano por la
mañana, yo viajaba en tren hacia Ossining al norte del condado de
Westchester para pasar día y medio en el Claustro Maryknoll. Esta era
una pequeña comunidad de monjas de claustro con quienes yo me re­
unía individualmente, y a quienes me dirigía también como grupo. Yo
siempre estaba de regreso en Nueva York temprano el lunes por la
tarde. Para este domingo en particular (8 de febrero de 1978), el in­
forme meteorológico había pronosticado una ventisca la cual comen­
zaría más tarde esa mañana, y continuaría durante todo el día y la
noche. Ya he mencionado la dependencia que Helen tenía en mí, la
cual solía exacerbarse siempre que yo estaba fuera de mi apartamento
y no estaba con ella. Para aliviar su ansiedad y sus perennes miedos de
que yo no regresaría jamás, yo solía llamarle regularmente, y proveerle
los números de teléfono donde podía encontrarme.
Así que Helen se puso frenética con la anticipación de mi casi se­
guro fallecimiento en la ventisca, y me pidió que no fuese. Sin em­
bargo, como debido a una petición de Helen yo había cancelado mi
visita el fin de semana anterior, sentía que no debía hacerlo de nuevo.
Traté de convencerla de que debido a que la tormenta no azotaría a

443
Capítulo 15 OTROS ESCRITOS - B

Nueva York hasta después de mi llegada a Maryknoll, no había nada


que temer: estaría bien protegido, y estaba seguro de que regresaría el
lunes. Eso pareció aliviar algo de la ansiedad de Helen, por lo menos
temporalmente. Pero luego más tarde ese domingo por la mañana,
como se había predicho, la nieve comenzó a caer, y caer, y caer. La
ansiedad de Helen parecía extenderse más allá de sus considerable­
mente extensos límites, y yo le llamaba con frecuencia durante el día
y entrada la noche, y ella me llamaba entre una y otra llamada. Estaba
absolutamente fuera de sí con la preocupación. Yo continuaba asegu­
rándole que las hermanas me estaban cuidando bien, que tenía sufi­
ciente alimento, que no tenía frío en el claustro, y que yo regresaría a
casa al día siguiente. Pero era en vano. Y luego para complicar la si­
tuación, el conmutador se apagaba a las 10 de la noche, lo cual signi­
ficaba que no había comunicación posible entre nosotros hasta por la
mañana.
Sólo puedo imaginar la ansiedad de Helen en ese punto, y sin em­
bargo al llegar probablemente al máximo, obviamente había otra parte
de su mente que pidió ayuda y le permitió que llegase a través de ella
un mensaje diferente de Jesús. En algún momento tarde esa noche co­
menzó “The Gifts of God” (“Los regalos de Dios”), el cual esencial­
mente contrasta los regalos de miedo del ego con los regalos de amor
de Dios. La primera sección (yo añadí los títulos y las secciones pos­
teriormente) era “El sueño de miedo”, seguido a la mañana siguiente
por “Los dos regalos”. Ambos eran mensajes personales de Jesús, y su
propósito específico era ayudar a Helen a elegir en contra del miedo,
al decirle en efecto: “Entrégame todos tus regalos de miedo—tus ate­
rradores sueños—y yo los intercambiaré por la paz de Dios, Sus rega­
los”. Por desgracia, estos maravillosos mensajes no tenían un efecto
observable en Helen. Salí de Maryknoll más tarde el lunes por la ma­
ñana, y el regreso me llevó más de siete horas, puesto que el servicio de
trenes había sido adversamente afectado por la tormenta. Para la hora en
que llegué al apartamento de Helen—alrededor de las 7:00 de la
noche—ella tenía los nervios destrozados, pero obviamente se sintió ali­
viada de verme, y encima a salvo.
La crisis había pasado por ahora, pero dos días más tarde Helen re­
anudó la escritura donde la había dejado, y “El final del sueño” le fue
dictado. Esta sección es un resumen muy poderoso del mundo del ego,
y en el mismo, junto con el resto de la pieza, hay una especie de ver­
sión en miniatura de Un curso de milagros. Encontramos aquí en esta

444
"Los regalos de Dios"

sección una explicación del ego, cómo se originó, el propósito de la


culpa, del miedo y del mundo físico en sí, y los efectos de la paz y del
amor cuando cambiamos de mentalidad y le entregamos el sistema de
pensamiento del ego a Jesús.
La siguiente sección, “Nuestros regalos a Dios”, se escribió en la
primera semana de marzo, y la bellamente inspiradora sección final,
“El amor del Padre”, llegó el 11 de abril, y en realidad es el último tra­
bajo verdaderamente auténtico que Helen realizó como escriba. Este
concluye con esta emotiva súplica que nos hace Dios, nuestro Padre:
No olvides. No olvides, hijo Mío. Abre la puerta frente al lugar
oculto, y permite que Yo resplandezca sobre un mundo que se toma ale­
gre en repentino éxtasis. Vengo, vengo. Contémplame. Heme aquí pues
Yo soy Tú; en Cristo, para Cristo, Mi Propio bienamado Hijo, gloria del
infinito, del Cielo dicha y de la tierra paz santa a Cristo retomado y
desde Su mano a Mí. Ahora di Amén, Hijo Mío, pues se ha consumado.
El lugar secreto al fin abierto está. Olvida todo excepto Mi inmutable
Amor. Olvida todo excepto que Yo estoy aquí (The Gifts of God [ios
regalos de Dios], pág. 128).
En medio de esta sección, dicho sea de paso, inserté otra pieza, la
cual requiere alguna explicación. A principios de ese año, el 14 de
enero, Helen había escrito un hermoso y consolador mensaje especial,
que aunque no teníamos manera de saberlo entonces, era una prefigu­
ración de “The Gifts of God” (“Los regalos de Dios”) que llegaría pos­
teriormente en menos de un mes. Ciertamente, parecía de un nivel
diferente a los otros “mensajes especiales” de Helen. Cuando estaba
visitando a Bill en su apartamento de California el verano después de
la muerte de Helen en 1981, y estábamos discutiendo la publicación de
la poesía de Helen, y lo que debíamos hacer con “Los regalos de Dios”,
le recordé este mensaje y le pregunté sobre el mismo. Me contestó casi
con las mismas palabras que Helen había usado varios años antes con
relación a las líneas “Hay un riesgo en pensar que la muerte es la paz”.
Bill dijo: “Búscale su lugar” [i.e., en “The Gifts ofGod" (“Los regalos
de Dios”)]. Y eso hice, después del primer párrafo en la página 127 y
antes del segundo párrafo en la página 128. El pasaje insertado co­
mienza con “Obscura está la noche pero tendrá un final” y concluye
con ‘Ten la seguridad de que una madre no le falla al hijo que ama, y
que un Padre a Su criatura nunca abandonará”.
Cuando estuvo claro que “The Gifts of God” (“Los regalos de
Dios”) estaba completo en 1978, no sabíamos qué hacer con él. Al

445
Capítulo 15 OTROS ESCRITOS-B

principio ni siquiera sabíamos si todo debía unirse, aunque después de


un tiempo se hizo obvio que sí debía ser un solo poema. Recuerdo que
lo discutí con Helen, y le decía que se debía publicar porque era tan
hermoso, y que las personas lo hallarían consolador y útil. Sin em­
bargo, no era lo suficientemente amplio para publicarlo separadamente
como un folleto, como eran, por ejemplo, Psychotherapy (Psicotera­
pia) y The Song ofPrayer (El canto de oración). Así que simplemente
lo pusimos a un lado. Mas cuando estábamos planeando la publicación
de la poesía después de la muerte de Helen, nos pareció que ese volu­
men era el lugar perfecto para el mismo. Es interesante observar que
en “The Gifts of God” (“Los regalos de Dios”) las circunstancias es­
pecíficas y personales de sus comienzos no aparecen en absoluto. Cla­
ramente su destino último, al igual que el de Un curso de milagros
doce años antes, era el mundo en general.
“The Gifts of God” (“Los regalos de Dios”) permanece, repito,
como un maravilloso testimonio de cómo la seda (el regalo del amo­
roso mensaje de Jesús) se puede hacer de la oreja de un cerdo (el “re­
galo” del miedo de Helen). Además, es incluso otro ejemplo de la
división en la mente de Helen: ella pudo quitar de en medio a su ego
lo suficiente para escribir este mensaje, pero no pudo integrar su mente
lo suficiente para poder beneficiarse del mismo. Para recordar nueva­
mente las perspicaces palabras de Bill: “El mismo proceso de disocia­
ción que le permitió a Helen escribir el Curso, también hizo
virtualmente imposible que lo aprendiese”. En las palabras del pom­
poso Polonio en Hamlet (II, ii):
Es cierto que es una lástima, y es una lástima que sea cierto.

446
Capítulo 16

JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

Estos próximos dos capítulos tratan en específico, aunque no nece­


sariamente en orden cronológico, sobre la naturaleza de la relación de
Helen con Jesús. En los primeros dos capítulos me centré en la expe­
riencia de Jesús que tuvo Helen, e hice uso de mis experiencias perso­
nales con ella respecto a Jesús, las cuales ilustran las diferentes facetas
de su relación con él. En el siguiente capítulo discuto la verdadera na­
turaleza de Jesús—el contenido detrás de la forma—y de su realidad
en la mente de Helen.

El título para este capítulo procede, por supuesto, de la famosa ase­


veración atribuida a Jesús en el evangelio de Juan (14:6), de que él es
el camino, la verdad y la vida. Esta era una de las citas preferidas de
Helen, y en el Curso se hace referencia a la misma cuatro veces
(T-6.I.10:3; T-7.III.1:9; L-pI.rII.5:1; L-pII.LF.iii.4:4), una en el fo­
lleto, Psychotherapy {Psicoterapia) (P-l .2:3), y dos veces en The Gifts
ofGod (Los regalos de Dios) (págs. 47, 54). Debo mencionar que con
frecuencia Helen escribía incorrectamente la frase, y substituía
“vida” por “luz”. Para Helen, Jesús era claramente el camino, la ver­
dad y la vida; sin embargo, como hemos visto, ella luchaba amarga­
mente contra él. Esta ambivalencia fluctuaba desde una abierta
hostilidad, indiferencia pasiva y total rechazo por una parte, y por
otra hasta una devoción, dedicación y amor que era tan intenso como
lo era la hostilidad.
Si bien era difícil para Helen hablar directamente sobre su ego, era
capaz, no obstante, de expresar su anhelo de tener una relación positiva
con Jesús. Con bastante regularidad solíamos orar juntos, y yo le decía
a Jesús en voz alta los que yo sabía que eran los pensamientos de
Helen. Estos momentos generalmente llegaban al final de un largo día,
o bien en el Centro Médico, o más característicamente, después de una
expedición vespertina de compras. La mente de Helen se aquietaba fi­
nalmente, y se tomaba más receptiva a aceptar el amoroso consuelo de
su Señor, como ella se refería a Jesús en su poesía. Este era un lado de
Helen raramente visto por otros, y probablemente jamás visto en abso­
luto, mas uno que tocaba otra parte de su mente, ilesa a los frenéticos

447
Capítulo 16 JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

manejos del ego que se cometían para mantener el conflicto en ella.


Con frecuencia Helen solía llorar durante estos momentos de quietud,
y se permitía a sí misma experimentar su gratitud hacia Jesús, sin men­
cionar su capacidad para experimentar la gratitud de él.
Puesto que la relación de Helen con Jesús estaba muy correlacio­
nada con su ambivalencia hacia la Iglesia católica romana, comienzo
este capítulo con la relación de amor-odio que Helen tuvo con la
Iglesia durante toda su vida.

El catolicismo - María

Aunque Helen nunca estuvo de acuerdo con las doctrinas y dogmas


de la Iglesia católica romana (o de ninguna enseñanza religiosa formal
en realidad), jamás abandonó su fascinación con esta. Parecía encon­
trar un raro consuelo en algunos de sus rituales, notablemente en la
misa y el rosario. De hecho, fue Helen quien primero me enseñó a
rezar el rosario, y cuando se sentía particularmente ansiosa, encontraba
consuelo si lo rezábamos juntos, así como lo encontraba al asistir a
misa. Con frecuencia podía oír útiles mensajes de Jesús mientras es­
taba en la Iglesia, durante períodos en que sentía que su audición por
lo demás estaba obstruida. Curiosamente, justo después que ella mu­
rió, Louis me pidió que sacara del apartamento, junto con el Curso, dos
carteras repletas de rosarios y medallas católicas acumuladas por
Helen durante muchos años y “ocultas” en una gaveta de tocador.
Helen y yo solíamos asistir a misa juntos, y una de sus Iglesias fa­
voritas era la antes mencionada Iglesia de San Francisco (St. Francis
Church), ubicada calle abajo al salir de la estación Pennsylvania en el
centro de Manhattan. Cuando el clima del sábado era bueno, parte de
nuestro ritual de por la tarde era ir a la Iglesia de San Francisco y asistir
a la misa mayor la cual servía para cumplir con la obligación domini­
cal de los católicos. Sin embargo, la ya discutida curiosa atracción que
Helen sentía por la Iglesia católica romana desde su niñez no carecía
de filos cortantes, pues Helen también odiaba a la Iglesia—en parte
por ésta no haber podido proveerle la paz que ella tan desesperada­
mente deseaba, y en parte además debido a la distorsión que la Iglesia
había hecho de la persona de Jesús y de sus enseñanzas. En otro nivel,
Helen reconocía la futilidad de buscar la salvación fuera de sí misma,
mas continuamente trataba de negar este hecho al culpar a la Iglesia

448
El catolicismo - María

por la inevitable decepción que sentía. Este sentimiento de futilidad se


puede ver en una de las cartas que me escribió mientras yo estaba en
Israel (vea antes, pág. 372).
Ya he discutido cuán pronto en la vida de Helen se comenzó a de­
sarrollar su interés por la Iglesia católica romana. Si bien esta atrac­
ción, como he mencionado, claramente servía el propósito defensivo
de distraer su mente, ciertamente había muchas otras formas en el
mundo que ella podía haber escogido. Y por consiguiente, uno estaría
mal asesorado si descartara el interés de Helen simplemente como una
parte de la armadura de su carácter neurótico. La Iglesia era un buen
vehículo para permanecer cerca del contenido de la mente de Helen—
el amor y la devoción a Jesús—y al mismo tiempo le proveía las
formas a través de las cuales ella podía, paradójicamente, defenderse
de este amor y no identificarse con el mismo.
Helen iba a la Iglesia con mucha frecuencia en su vida, y durante
ciertos períodos solía asistir diariamente a misa, hacer novenas (una
serie de nueve rosarios recitados con la intención de una petición es­
pecífica), y a menudo rezaba el rosario. Incluso cargaba en su cartera
un “rosario de bolsillo”, lo cual le permitía rezar el rosario mientras ca­
minaba, viajaba en autobús o en taxi, aun cuando Louis estaba pre­
sente, pues nadie podía ver la actividad de sus manos dentro del
bolsillo: otro de los secretos que ella le ocultaba al mundo.
Además, Helen conocía la Biblia muy bien, y podía citar pasajes de
la misma tan fácilmente como podía citar a Shakespeare. Por supuesto,
estaba más familiarizada con el Nuevo Testamento, pero también es­
taba en su elemento con los más renombrados libros y versos del
Antiguo Testamento, especialmente Isaías y los Salmos. Como era de
esperarse, en un nivel la atracción que Helen sentía por la Biblia se
debía al hermoso lenguaj e isabelino de la versión King James, la única
traducción que ella conocía. En otro nivel, la Biblia—las profecías del
Antiguo Testamento que se supone que estuviesen relacionadas con
Jesús, y el Nuevo Testamento—era el llamado testimonio que relataba
acontecimientos de Jesús, y por lo tanto ahí radicaba la atracción sub­
yacente de ella por la Biblia. Al mismo tiempo, por supuesto, su rela­
ción de amor-odio con Jesús, por no decir con el cristianismo
tradicional, se proyectaba sobre sus libros. Por eso para Helen, la
Biblia era una obra maestra literaria así como un recordatorio simbó­
lico de Jesús, por lo cual la sometía a la misma ambivalencia que sentía
por él.

449
Capitulo 16 JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

El lado negativo de su ambivalencia hacia la Biblia y hacia el


cristianismo o hacia la Iglesia católica romana no siempre era evi­
dente. Sin embargo, recuerdo una vez en que sí lo fue. Helen me estaba
ayudando a editar mi folleto, Christian Psychology in A COURSEIN
MIRACLES {Psicología cristiana en UN CURSO DE MILAGROS). Este
folleto se escribió en 1977 para ayudar a los cristianos identificados a
salvar la brecha entre su entendimiento religioso y el Curso. Así pues,
con frecuencia citaba de la Biblia al explicar los principios del Curso,
y se refería también a algunas creencias cristianas tradicionales.
Una sección del folleto consistía en reexaminar citas del Nuevo
Testamento a la luz de las enseñanzas del Curso. Raras veces yo había
visto a Helen tan furiosa. La lectura de estos pasajes suscitó tanta ira
en ella que era impresionante incluso para mí, que con frecuencia ya
había visto a Helen en su “peor” momento. Toda la ira reprimida con­
tra las Iglesias—las cuales daban a entender que enseñaban el
evangelio de Jesús y sin embargo en verdad lo corrompían—se in­
flamó. Este no era un asunto con el cual Helen se relacionaba general­
mente, pero obviamente estaba ahí. Más profundo aun, por supuesto,
estaba la propia culpa de Helen por tampoco haberle sido fiel a Jesús.
La desilusión, la ira y el odio hacia Jesús por sus “promesas no cum­
plidas” que generalmente Helen ocultaba bajo la superficie (aunque
apenas) de pronto se inflamó salvajemente, y ella lo atacó ferozmente
por no haber cumplido su palabra. Asimismo la Iglesia, aunque un
poco de manera secundaria, recibió su parte de abuso por su confusión
de forma y contenido, con el cual atrapaba a sus creyentes en una tela­
raña de rituales y dogma. Estos sentimientos expresados hacia Jesús no
eran demasiado distintos de lo que encontramos en algunos de los poe­
mas de Helen los cuales discuto posteriormente en este capítulo, aun­
que a estos sentimientos les faltaba la expresión más controlada que
está contenida en esta poesía. Su ira en esta ocasión incluso la mantuvo
despierta durante toda la noche, me informó Helen más tarde, puesto
que ella no podía calmar su mente herida y vengativa.
No obstante, la mayor parte de la relación consciente de Helen con
la Iglesia era positiva. Ya he indicado el afecto de Helen hacia el padre
Michael, compartido por todos nosotros. Durante un período de nues­
tra amistad, Michael pasaba por Bill a su apartamento una vez por se­
mana temprano por la mañana, y lo llevaba al Centro Médico, donde
Helen y yo nos reuníamos con ellos. Luego Michael oficiaba la misa
para nosotros cuatro en la oficina de Helen. Si bien Bill era el que se

450
El catolicismo - María

sentía más incómodo con los rituales religiosos de la clase que fuera,
mucho más con una misa católica, él, junto con Helen y conmigo, dis­
frutaba este pacífico momento de íntimo compartir. Dicho sea de paso,
Michael se apartaba un poco de lo tradicional, al permitirme a mí ele­
gir las lecturas de la misa en lugar de seguir el calendario litúrgico dia­
rio. Así que la “epístola” procedía del Curso, y la selección del
evangelio seguía el mismo tema que se hallaba en la lectura del Curso.
De vez en cuando nos reuníamos en mi apartamento para oír la misa,
y luego teníamos una cena liviana (para la cual Louis se nos unía ge­
neralmente—después de la misa). La obvia sinceridad y la devoción de
Michael hacia Dios era el contenido con el cual nosotros nos uníamos,
puesto que no estábamos de acuerdo con el dogma católico de que el
pan y el vino literalmente se convertían en el cuerpo y sangre de
Jesús.97 Helen solía bromear con Michael en tomo a esto y decía, “Des­
pués de todo, Mike, el pan es pan”. Pero le sugerí a Helen que tal vez
ella no debía bromear con él de ese modo, puesto que la misa era bas­
tante seria y real para él.
Michael tenía mucha confianza con la madre Teresa, y siempre que
ella venía a Nueva York, él le servía como chófer a todas partes a pe­
tición del Cardenal. En varias ocasiones Michael hizo arreglos para
que nosotros nos reuniésemos con ella, una vez incluso en nuestras ofi­
cinas en el Centro Médico, y Helen y ella compartían un mutuo res­
peto. La madre Teresa se sintió particularmente impresionada por el
trabajo que Helen realizaba con los niños retrasados, y de manera aser­
tiva le dijo a Helen un invierno que el año próximo ella (Helen) estaría
en la India prestando sus talentos a beneficio de los niños pobres. La
madre Teresa podrá haber hecho que los obispos temblasen cuando

97. En el dictado original del Curso, Jesús le hizo a Helen cuatro comentarios por sepa­
rado acerca de la Eucaristía, dos de los cuales se encuentran ahora en la Segunda
Edición: “La idea del canibalismo en relación con el [Sagrado] Sacramento es un
reflejo de una visión distorsionada del compartir. Te dije antes que la palabra 'sed’ en
relación con el Espíritu se utilizaba en la Biblia debido al limitado entendimiento de
aquellos a quienes les hablaba. También te dijeque no la utilizaras.... No quieto com­
partir mi cuerpo en el acto de la comunión porque no estaría compartiendo nada. ¿Por
qué iba a tratar de compartir una ilusión con los santísimos Hijos de un santísimo
Padre? Y sin embargo sí quiero compartir mi mente contigo [T-7.V. 10:7-9].... Mas,
¿iba acaso a ofrecerte a ti, a quien quiero, mi cuerpo, sabiendo lo insignificante que
es? ¿O, por el contrario, te enseñaría que los cuerpos no nos pueden separar? Mi
cuerpo no fue más valioso que el tuyo [T-19.IV-A.17:5-7]..„ La comunión viene con
la paz, y la paz tiene que trascender el cuerpo”.

451
Capítulo 16 JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

venía a sus diócesis, y tenía a Jesús de su parte por añadidura, pero ni


siquiera ella pudo lograr que Helen hiciese algo que ella no decidiese
hacer; ni Jesús tampoco pudo lograrlo, como hemos visto. Así pues,
¡hasta los santos pueden equivocarse!
A tono con su identificación psicológica como católica, Helen tenía
una exaltada opinión de los sacerdotes y de las monjas, y creía mági­
camente que ellos estaban más adelantados espiritualmente que los
demás simplemente por virtud de sus vocaciones. Su experiencia con
este grupo le ofreció muchas oportunidades de ver lo opuesto, y sin
embargo, en un nivel por lo menos, ella jamás abandonó esta ingenua
posición. Esta actitud, anómala en otro respecto, dada la gran sabiduría
mundana de Helen (sin mencionar su sabiduría procedente de otro
mundo), tenía sentido a la luz de la substitución que Helen hacía de
contenido por forma: la forma de la vida religiosa en lugar del
contenido del Amor de Dios. Y por eso a ella le gustaba conocer a las
monjas y sacerdotes con quienes yo trabajaba, muchos de los que sí ex­
presaban dedicación y compromiso con Dios lo cual se reflejaba en la
forma de sus vidas. Ocasionalmente, Helen me acompañaba a los con­
ventos donde yo daba una charla y les proveía consejo a las hermanas,
y obviamente disfrutaba estar con personas que ella creía que habían
hecho un compromiso el cual ella conscientemente tenía mucho miedo
de hacer.
Helen era, pues, una cristiana de armario. El lector puede recordar
la actitud de “secreto culpable” de Helen presente ya en su niñez,
cuando se escabullía para ir a la Iglesia los domingos con su institutriz
católica. Posteriormente, como una mujer casada, Helen pasó por un
período en que nuevamente se escabullía de la casa—por la noche
mientras su esposo Louis estaba durmiendo—para caminar hasta la
Catedral de San Patricio y asistir a los servicios efectuados tarde en la
noche. Tan devota era ella, por lo menos en un nivel, que Michael tenía
la certeza de que en el momento de su muerte Helen le pediría que la
bautizara. Y el único gran temor de Louis, como mencioné en la Parte
I, era que él despertase una mañana para encontrarse con que Helen se
había convertido al catolicismo. Obviamente él sabía lo que nosotros
estábamos haciendo en mi apartamento antes de que se reuniera con
Helen, con Bill, con Michael y conmigo para cenar, pero característico
de él, decidió no prestarle atención, y solía aceptar los relatos de poco
crédito de Helen sobre nuestro “orar juntos”.

452
El catolicismo - María

Además estaba la afinidad de Helen con María, llamada la


Santísima Madre por la Iglesia católica. Si bien Helen jamás se sentía
tímida sobre el compartir sus sentimientos de ira hacia Jesús o incluso
hacia Dios, yo jamás la oí decir nada negativo acerca de María. De he­
cho, apenas hablaba sobre ella en absoluto. Y sin embargo, no había
duda alguna sobre una fuerte atracción subyacente hacia la madre de
Jesús, considerada por los católicos como “la más santa de todas las
mujeres”. Esta atracción se puede trazar en retrospectiva hasta las ex­
periencias que Helen tuvo dentro de la Iglesia católica cuando era una
niñita y acompañaba a su institutriz, pero tenía que esperar en el ves­
tíbulo, y a hurtadillas le echaba ojeadas a la “bella mujer vestida de
azul”. La experiencia que tuvo del “milagro de Dios” ocurrió en
Lourdes cuando ella tenía doce años, en el lugar donde María se le apa­
reció a la pequeña Bemardette en 1858.
Es interesante por demás, sin embargo, que una de mis primeras
charlas serias con Helen se centraba en María. Sucedió en el verano de
1973, en que Helen y yo apenas comenzábamos a relacionamos. Pasa­
mos el día en el zoológico del Bronx y recuerdo que Helen me pre­
guntó sobre María y mis sentimientos acerca de ella. Pensé que la
pregunta tenía alguna importancia para Helen, y le respondí con el re­
lato de mis experiencias en la abadía trapense de Latrún en Israel,
donde sentí una muy profunda conexión con María, a través de la her­
mosa estatua que los monjes tenían al frente del santuario. Fue una co­
nexión que yo encontré bastante rara, puesto que había crecido como
judío, y no tenía formación alguna en la devoción mañana. De hecho,
mi parte favorita de cada día en el monasterio llegaba al final, cuando
lo último que los monjes cantaban antes de retirarse era el hermoso
himno gregoriano que me ronda por la memoria “Salve Regina”
(“Salve Reina Santa”). Todos nos arrodillábamos en la Iglesia en pe­
numbra, y la luz única emanaba de la estatua de María de un tamaño
superior al natural. Siempre era un momento especial para mí.
Compartí estas experiencias con Helen, quien se sentía fascinada
con todas. Sin embargo, debido a que Jesús era siempre el objeto espe­
cífico de mi experiencia espiritual, y no María, en realidad nunca dis­
cutimos el tema nuevamente. Además, la clara ambivalencia de la
relación de Helen con Jesús parecía requerir más atención. Si yo hu­
biese proseguido con el tema de María, estoy seguro de que Helen hu­
biese hablado mucho más acerca de sus sentimientos y experiencias
relacionados con ella, y probablemente estas discusiones hubiesen

453
Capítulo 16 JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

estimulado la escritura de más poemas de los que escribió sobre temas


marianos.
Asi que había en Helen, en un nivel, la acostumbrada mentalidad
católica de venerar a María, especialmente al rezar el rosario, pero en
Helen había un nivel más profundo también. Durante la escritura de
Un curso de milagros, Jesús hacía referencias ocasionales a María, en
las cuales comparaba a Helen con ella en términos de función—María
al dar a luz a la persona de Jesús, Helen al dar a luz su mensaje a través
de Un curso de milagros—con indicaciones del mismo grado de santi­
dad. En un corto mensaje especial para Helen, probablemente dictado
en 1978, Jesús comenzaba con las palabras “Paz, Madre”. Siempre es­
tuvo claro para Helen, dicho sea de paso, que de ninguna manera ella
era una encamación de María: Ella sabía que Jesús se estaba refiriendo
al contenido, no a la forma. Así que hubo indicaciones, como se ha
planteado, de que Helen compartía el mismo resplandor interno y la
pureza de María, y del mismo modo, que Helen era tan íntimamente
una con Jesús como lo era María. Y por lo tanto, podemos decir que la
figura de María, la madre de Jesús, no sólo sería comparable sino idén­
tica en contenido a la antigua sacerdotisa de la visión de Helen. La
mente del Hijo de Dios es una, y por eso cada uno de nosotros lleva
consigo este pensamiento de la absoluta pureza de Cristo que las figu­
ras históricas de Jesús y María representan. En los múltiples mensajes
y experiencias intemas que tuvo Helen, Jesús le estaba ayudando a que
se identificase nuevamente con el amor que era su verdadero Ser.
Una visión extremadamente poderosa e importante de María que
tuvo Helen refleja el gran respeto, si no es que el amor, que ella sentía
por esta mujer que era en todo respecto igual a Jesús. Fue una visión
de la gran estatua de Miguel Angel, la “Pieta”, la cual representa a
María sosteniendo el cuerpo desplomado y muerto de su hijo. Helen
vio esta figura de María frente a ella, y la oyó decir: “Esto no significa
nada”. Imaginen la profundidad del amor y de la conciencia espiritual
que le permitiría a una madre pronunciar estas palabras, y decirlas ple­
namente de corazón. La figura de María representaba para Helen el
mismo contenido que representaba la sacerdotisa de su visión anterior,
sin mencionar la imagen de la “vida pasada” de Helen como una anti­
gua sacerdotisa que apenas estaba en el mundo, y que permanecía al
“borde de este”, para sanar a aquellos que eran llevados ante ella. Creo
que es acertado decir que para Helen, María representaba a un ser que
compartía la misma mente rarificada que compartía Jesús, y que

454
El catolicismo - María

probablemente era una de las muy, muy pocas que verdaderamente


comprendía este mensaje. Es una mente, como discutiré en el Epilogo,
que en otro nivel también Helen compartía.
De igual manera, varios poemas hacen referencia a María, aunque
algunos de los mismos son admisiblemente extrañas referencias, por
decir lo menos. El primero de estos, “Madre del mundo”, se escribió
el 23 de febrero de 1974, junto con otros dos poemas que se relaciona­
ban con Jesús. Originalmente Helen llamó el poema “Madre de la
tierra”, pero posteriormente nos dimos cuenta de que las connotacio­
nes paganas no armonizaban con el poema, y por consiguiente lo cam­
biamos primero a “Madre Santa”, y finalmente a su título actual. Helo
aquí en su totalidad:
La paz es una mujer, madre del mundo,
Por Dios enviada a posar su suave mano
En las frentes febriles de mil hijos.
En su fresca certeza no existe el miedo,
Y emana de sus pechos una tranquilidad
Sobre la cual se apoyen y disfruten la paz.
Trae a sus temerosos corazones un mensaje
De Aquel Que la enviara. Escuchad ahora
A Quien en nombre de vuestro Padre, madre vuestra es:
“No escuchéis las voces del mundo.
Ni intentéis crucificar otra vez
A Mi Primogénito, y aún hermano vuestro”.
En sus ojos está el Cielo, porque ella contempló
A este Hijo Que fue el primero. Y ahora
A vos ella contempla para hallarlo otra vez.
No neguéis a la madre del mundo
Lo único que jamás anhela ver,
Pues es lo que vos también queréis hallar.
(The Gifts of God [Los regalos de Dios], pág. 84)
Después de la referencia en la estrofa inicial a una casi arquetipica ma­
dre, las estrofas segunda y tercera son claras alusiones a María, la
madre de Jesús. Estas estrofas también cargan conjuntamente consigo
la súplica ferviente de que se oiga el llamado a la paz de la madre, y
para nosotros sus temerosos hijos de que seamos como Jesús, su
“Primogénito”.
Uno de los últimos poemas de Helen, escrito el Día de Año Nuevo
de 1978, es “La resurrección y la vida”. Ciertamente es un raro poema,

455
Capítulo 16 JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

y combina los mensajes de Navidad y de Pascua Florida. Tiene siete


estrofas, pero en un sentido realmente son dos poemas, y Helen espe­
cíficamente pidió que sólo las primeras cuatro estrofas se imprimiesen
como el poema real. (El poema, desafortunadamente, se imprimió en
su totalidad.) De hecho, Helen me pidió que trazara una línea entre
estos dos poemas (estrofas 1-4, 5-7) en los papeles en los cuales los es­
cribimos a máquina originalmente, lo cual reflejaba la clara distinción
entre los dos que había en su mente. Estructuralmente, sin embargo,
son similares, puesto que cada estrofa comparte el mismo número de
líneas y la misma distribución de rima abcbdb. Este “primer poema”
es un hermoso mensaje de Navidad y de Pascua Florida, como se ve en
la segunda estrofa:
Tan quedo el nacimiento que vos no comprendiste
Quien llegó a vos. A vuestros ojos aterrados
El Señor de la luz y de la vida les parece fallar
En sus promesas de gracia Celestial, y ha expirado
Para siempre en la cruz. No podéis contemplar
Al Niño de la esperanza en un pesebre cobijado.
(The Gifts of God [Los regalos de Dios}, pág. 100)
Y termina con esta exhortación a que Helen contemple la vida resuci­
tada de Jesús.
Entonces contémplalo otra vez,
Y únete a Su bendición, “Todo se ha consumado.
(The Gifts ofGod [Los regalos de Dios}, pág. 100)
El segundo poema no sólo combina temas de Navidad y de Pascua
Florida, sino también imágenes de Helen y María, de Jesús y Cristo.
Cuando resucitó os llevaba en Sus brazos,
Vencida está la muerte. Mas vuestro mirar quedó
Fijo en el monte de los muertos, y tal parecía
Que habría de ser por siempre. Y ahora esperáis vos
Ver más allá del final que creíais haber visto,
Al primer Niño que de vos nació.
En este Niño que regresa pensad. El es
El Hijo aquel Que pareció morir. A vos ofrece El
La maternidad que la sombra de la cruz
Pareció arrebatar. Lo que en tomo a la cruz logró crecer
Las azucenas del renacer. Aceptadlo de nuevo
Al Inmortal, el Hijo santo Que solías conocer.

456 i
El catolicismo - María

No veáis un final donde el comienzo está,


Ni sombra en la luz solar. Vos que vinisteis a llorar,
Recordad ahora la antigua canción del nacer,
A un lado haced las usadas señales del pesar
De las madres sin hijos. Hasta El alzad vuestro corazón
Pues un Niño os ha nacido una vez más.
(The Gifts of God [Los regalos de Dios], págs. 100-01)
Este poema hacía que Helen se sintiese muy incómoda, al igual que
el compañero de este “Madre del mundo”. Era una incomodidad na­
cida del miedo del ego al Ser más allá del “Cielo y Helen”, el Ser iden­
tificado con la sacerdotisa, y aquí con María. El llamado de la poesía
era a que Helen se identifícase con este Ser, y a que recordase que den­
tro de su mente santa había vuelto a nacer el santo Niño de Cristo. Su
función como escriba para Jesús, el que diese a luz a su Curso, era sim­
plemente el reflejo de este renacer más abstracto de la presencia de
Cristo en su mente. El mensaje de resurrección y renacer de la Pascua
Florida se entiende en Un curso de milagros como el despertar del sueño
de muerte a la verdad del presente nacimiento de Cristo en nuestra
mente. Como afirma la Lección 303: “Hoy nace en mí el Cristo santo”.
Otros dos poemas—“Stabat Mater” y “Espera”—llevan consigo
una sugerencia de María, en un tema inmortalizado en los grandes
himnos de la Iglesia, como “Stabat Mater”: la madre (María) en el
evangelio de Juan quien está parada tristemente al pie de la Cruz.
Aquí, pues, María se ve como un símbolo del ego, de la desesperanza
y la desesperación. El poema “Stabat Mater” de Helen transmite esa
desesperanza de creer que el Amor de Dios ciertamente ha sido asesi­
nado por el odio y el miedo del ego. El poema comienza y termina de
esta manera:
Quien al lado de una cruz se para está muy sola,
Pues un pesar como este no puede compartirse....
De pie está ella
Sobre el filo de eones sin esperanza.
Aquí es para siempre. Aquí es la eternidad.
¿Quién creer pudo que el tiempo de morir tiene final?
(The Gifts of God (¿ov regalos de Dios], pág. 92)
Después que Helen escribió este poema (además, debe observarse, en
la época de Navidad), yo le escribí un poema similar pero con un final
distinto: “Stabat Mater II”.

457
Capítulo 16 JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

Cerca de un mes antes Helen había escrito “Espera”, el cual si bien


no se refería específicamente a la Cruz, ciertamente transmite el
mismo sentido de espera. Mas aquí la fe triunfa contra la casi espe­
ranza sin esperanza de que al final la Palabra de Dios sea cierta, y la
del ego sea falsa. Es un poema importante puesto que refleja el viaje
interior de Helen, y en la cuarta estrofa hay una referencia directa a la
parte incrédula de la mente de Helen, que en otro “tiempo”—esto sig­
nifica realmente otra parte de su mente—había escogido la ilusión por
encima de la verdad. También puede ser una referencia a un recuerdo
de la huida real de Helen de la escena del Calvario—“cuando huí”. En
resumen, “Espera” apunta hacia la resurrección de Helen y hacia el fin
de su sueño de muerte, como se discutirá más adelante en el libro. He
aquí el poema en su totalidad:
Es terrible esperar. Mas sé hoy
Que muchas veces antes he esperado.
Con vanidad y desaliento voy
Y de una obscura puerta a otras más obscuras he pasado.
Sin embargo hay una diferencia. Pues oír puedo
Otra voz, tenue aún, tal vez, que canta
Una antigua melodía. Y los gritos del miedo
Con un batir de alas levemente se calman.
Tal vez tenga un final la espera. El
Que prometió volver puede aún resucitar
De lo que muerte pareciera. El aún puede ser
Lo que nunca empezó y no muere jamás.
Quizá hubo un momento, hace ya tanto tiempo
Que apenas lo recuerdo, me fui huyendo
Sin que partir yo viera a las sombras del miedo,
Y que a los vivos contemplar pudiera, no a los muertos.
Que yo no pierda del confiar la diminuta chispa
Que brotó en vida súbita nacida tardíamente.
Quizás los muertos jamás fueron ceniza.
Quizá nunca fue necesario lamentar la muerte.
Que yo recordar pueda. Pues aún podría ser
Que no fuese como yo pensé. Los muertos resucitaron,
Y tal vez en mi prisa, yo no podía ver
Que no hay que cerrar un círculo que nunca ha comenzado.
(The Gifts of God [Los regalos de Dios}, pág. 52)

458
El catolicismo - María

Este sería el lugar adecuado para referirme a un asunto que con fre­
cuencia se trae a discusión en estos días a través de las estudiantes fe­
ministas de Un curso de milagros-, su lenguaje masculino. En el Curso
en sí no aparece ni una sola referencia femenina (la única excepción
está en el apéndice del Curso, la “Clarificación de Términos”, donde
se hace una comparación entre la dulzura del milagro y “una madre
amorosa [quien] adormece con su canto a su criatura” [C-2.8:2]). Las
tres Manifestaciones de la Trinidad, a tono con el uso cristiano tradi­
cional, son masculinas, como lo son los pronombres que se refieren a
Ellas. A tono con la convención gramatical, los pronombres que se re­
fieren a la “persona” o al “uno” neutral se mantienen en la forma
masculina.
Finalmente está la frase “Hijo de Dios”, utilizada para designamos
a todos nosotros aparentes fragmentos del Cristo unificado. El término
se ha usado específicamente en el Curso para recalcar la unidad de no­
sotros con Jesús, como se ha discutido previamente. A lo largo de los
dos mil años de historia del cristianismo, “Hijo de Dios” se usaba ex­
clusivamente para referirse a Jesús, “el Hijo único de Dios”. El resto
de la humanidad fue designada (por San Pablo, Ga 4:5) como hijos
adoptivos. Puesto que Un curso de milagros recalca bastante que nues­
tra verdadera Identidad es el espíritu y no el cuerpo, el uso del término
“Hijo” y los pronombres que lo acompañan claramente no tienen sig­
nificado en cuanto a género.
Es importante observar, dicho sea de paso, que la disputa sexista no
tenía significado para Helen, quien jamás planteó interrogante o inte­
rés alguno al efecto. De hecho, todos nos sentimos bastante sorprendi­
dos cuando tras la publicación del Curso, la gente comenzó a objetar
el lenguaje. Jamás se le había ocurrido a ninguno de nosotros que este
lenguaje fuese un problema.

Pasamos ahora a la discusión de algunos aspectos específicos de la


ambivalente relación de Helen con Jesús. La próxima sección se cen­
trará en mis experiencias personales con Helen, lo cual servirá como
ilustración de los que a estas alturas ya deben ser temas familiares para
el lector.

459
Capítulo 16 JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

La ambivalencia de Helen hacia Jesús

1. El viaje a casa hacia Jesús

Una velada mientras Helen y yo estábamos orando, ella me dijo que


veía un cuadro de nosotros dos parados en medio de ruinas y escom­
bros, ella vestida con un andrajoso traje blanco, y yo como un niñito.
La relación podría haber sido de madre-hijo, y si no literalmente así,
ciertamente en espíritu. La descripción y los sentimientos de Helen
sobre ello sugerían con fuerza a Qurnrán, durante la época inmediata­
mente después de la destrucción de la comunidad esenia por los
romanos en el año 70d.C. Pero esto era claramente simbólico, como el
lector puede recordar la experiencia de Helen en Qurnrán donde ella
sintió claramente que (en una vida pasada) fue sepultada ahí.
Yo podía visualizarme a mí mismo de pie allí junto a Helen, y en­
tonces comenzó una serie de sucesos internos que parecían reflejar un
proceso en la mente de Helen. Ella y yo emprendimos un viaje hacia
el norte rumbo a Galilea, a lo largo del río Jordán. No recuerdo todos
los sucesos, mas uno en particular, así como la conclusión de la serie,
yo jamás lo olvidaré.
Mientras caminábamos por la orilla la cual en este punto se aseme­
jaba a un mar u océano, y no al Jordán, Helen se detuvo ante tres ob­
jetos: una concha, una urna y una estrella de mar. La estrella de mar
capturó su atención puesto que tenía un brazo roto, y aún estaba muy
viva. Helen sabía que con seguridad se moriría, sin embargo, si perma­
necía mucho más tiempo en la playa. Y por lo tanto, ella levantó sua­
vemente a la estrella de mar herida y la retomó al agua, donde ésta
felizmente se fue nadando. Helen sentía que esto era significativo, y
casi podía oír que Jesús le daba las gracias por salvar la vida de un
pequeño.
El tema de este segmento de la serie no parecía muy distinto de al­
gunos de los sueños iniciales de Helen, donde ella trataba de salvar a
los animales indefensos. El salvar o el ayudar a los niños era un hilo
de amor que se extendía a lo largo de la vida de Helen. En el material
inicial que se eliminó de Un curso de milagros, Jesús hacía varias re­
ferencias a la ayuda prestada a los niños, y como discutí antes, el gran
amor profesional de Helen era ayudar a las familias de los niños retra­
sados. Repito, Helen siempre estaba accesible para ayudar a los demás,

460
La ambivalencia de Helen hacia Jesús

sin importarle sus propios sentimientos personales (i.e., los del ego)
sobre la otra persona. En el más profundo nivel, además, su acuerdo de
escribir el Curso era una expresión de esta misma disposición de serle
útil a todos aquellos que deambulan “por el mundo, solos, inseguros,
y presos del miedo” (T-31.VIII.7:1).
Algunos días después de este segmento me dirigía a casa en el tren
subterráneo, y pensaba en Helen y la estrella de mar, y el hermoso re­
galo que ella le estaba haciendo al mundo. Pensaba cuán hermoso sería
si alguien le escribiese a ella un poema de gratitud, al ver cómo ella le
había dado tanto a otros, y específicamente ahora con este poema que
ella estaba escribiendo. Pensaba que eso era algo que yo debía hacer
por Helen, pero no me veía como un poeta. Entonces, súbitamente,
sentado en el tren, acudió a mi mente este poema. Dudo si muchas
otras cosas que he hecho me hayan producido más dicha que este
poema. De hecho, este poema se convirtió en el primero de los que
subsecuentemente escribí para ella.
La estrella de mar
Cristo llega a nosotros como a El llegaríamos;
De vida rota un trozo lanzado hacia la orilla,
Con dolor aparente y tenebrosas ansias de muerte,
Una estrella de mar que en suelo arenoso agoniza.
Y sin embargo Su luz brota de cada punta.
Su amor por nosotros niega lo que los ojos verían
Cuando los ciega la temible garra de la ilusión,
Cual cadena que el perdón dulcemente rompería.
Tu suave mano se inclina a bendecir y a sanar
A dos trozos quebrados reúne cual uno solo.
Donde antes hubo muerte hay vida resucitada.
Cumplida la obra del perdón, se ha consumado todo.
Con gratitud te bendice la estrella de mar.
Tu gran regalo de amor al pecado viene a sustituir.
La estrella de mar en ti se une a bendecirte
Pues lo que fuera dos en Dios se ha vuelto a unir.
Helen tuvo una experiencia recurrente la cual compartía este mismo
tema. Me lo informó como un sueño, pero creo que la experiencia fue
más que probablemente una expresión de otra parte de su mente—el
hogar de la sacerdotisa—que ella generalmente reprimía con éxito.
Helen se veía a sí misma de pie junto a un portal, al final de una vasta

461
Capítulo 16 JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

y despejada llanura. Un constante desfile de personas venía hasta el


portal, y a cada una de ellas ella solía decirle: “En el Nombre de Cristo,
pasa por este portal en paz”. Los estudiantes familiarizados con
Un curso de milagros reconocerían el simbolismo de los prados del
mundo real que conducen al portal del Cielo: y el propósito del Curso
es conducir a las personas hasta el portal, “más allá del cual el apren­
dizaje no puede ir” (T-18.IX.11:3), después del cual “Dios se inclina
hasta nosotros y nos eleva” (L-pI. 168.3:2).
Después del episodio de la estrella de mar, la serie que describe este
viaje rumbo al norte continuó con varios sucesos distintos, el cual he
olvidado en gran medida, pero la secuencia culminó en que Helen y yo
llegamos a la meta, una hermosa arboleda en lo que parecía ser la baja
Galilea, la sede biblica de la infancia de Jesús y de una buena parte de
su ministerio. Raramente he visto a Helen tan conmovida. Comenzó a
llorar al ver esta arboleda, al tiempo que decía: “Nunca creí que vería
esos árboles nuevamente”. A través de los árboles se podía ver la fi­
gura de Jesús, y felizmente sabíamos que habíamos llegado al final del
viaje y que pronto estaríamos con él nuevamente.
La secuencia parecía representar simbólicamente el viaje espiritual,
el cual comienza con la devastación que es el mundo del ego
(Qumrán), y que continúa a través de ir aprendiendo el significado del
perdón y el interés abnegado (la estrella de mar), el cual culmina final­
mente con la consecución del mundo real (el regreso a Jesús en
Galilea). Para Helen personalmente parecía representar el mismo es­
tado reflejado en muchos de sus poemas: la aparente destrucción de su
vida y esperanza, sus sueños hechos añicos, y luego el cumplimiento
súbito de las promesas de Jesús. Posteriormente en este capítulo retor­
naremos a estos poemas que tan elocuentemente hablan de la relación
de Helen con Jesús.

2. Resistencia y vergüenza

Pero claramente había otro lado en la relación de Helen hacia


Jesús también, alternadamente caracterizado por franca resistencia y
vergüenza.
Una tarde—yo no estaba con ella en ese momento—Helen iba cru­
zando la Calle 14 de regreso a su casa, y pasaba cerca de Mays, una
tienda con precios económicos famosa por sus ofertas. Ocasionalmente

462
La ambivalencia de Helen hacia Jesús

Helen y yo solíamos ir a la misma en busca de cositas. Al encontrarse


Helen de pie frente a la puerta de entrada planeando entrar a comprar
alguna ropa interior, claramente oyó la voz de Jesús que le dijo que no
entrase. Indignada por su atrevimiento de decirle a ella qué hacer, ella
le repostó: ¿Qué sabes tú de ropa interior de mujer? y entró, probable­
mente más como desafío que como necesidad en ese instante.
A los pocos minutos se dio cuenta de que le habían hurtado la car­
tera, lo cual dicho sea de paso, era un constante miedo y una preocu­
pación para Helen, puesto que ella siempre olvidaba dónde había
dejado este importante símbolo de su yo. Furiosa, acusó a Jesús de no
protegerla. Pero escuchó su tierna voz que la consolaba al decirle que
lo recobraría todo. Eso enfureció a Helen aun más, y para cuando yo
la vi más tarde estaba fuera de sí, más por su enojo en contra de Jesús
que por la pérdida. Sin embargo, él tenía razón. Dentro de unas cuantas
horas le devolvieron la cartera a Helen, con todo adentro excepto el di­
nero en efectivo que llevaba en la misma. Helen no se sentía satisfe­
cha, sin embargo, puesto que una vez más, sentía ella, que Jesús le
había mentido puesto que no lo recobró todo. Y luego pocos días des­
pués en respuesta al relato que Helen hacía de esta historia (aunque no
la parte acerca de Jesús), un amigo le dijo que revisara su póliza de se­
guros, porque este tipo de hurto podría estar cubierto. Y en efecto
Helen estaba cubierta, y por consiguiente sí lo recobró todo, tal como
Jesús le prometió que sucedería.
Sería bueno informar que esta experiencia fortaleció su fe en Jesús,
pero aparte de una momentánea ola de gratitud, el incidente pareció no
tener efecto. Era en respuesta a situaciones como esta que se me guiaba
de vez en cuando a hacerle el ya mencionado comentario a Helen—al
tiempo que le señalaba hacia el armario donde ella guardaba el
Curso—de que si otros hubiesen tenido siquiera una fracción de las ex­
periencias de ella sus vidas habrían cambiado para siempre. Ella solía
reírse, y decir que no podía disputar lo que era flagrantemente cierto.
Sin embargo, el hecho continuaba siendo que la vida de Helen, por lo
menos desde el punto de vista de su propia experiencia egoísta, no
cambiaba para bien como resultado de su relación con Jesús.
En otra ocasión, durante los primeros meses de la escritura del
Curso, Helen tocó todos los registros en sus intentos de atacar y deni­
grar a Jesús. Ella bajó la guardia y lo acusó directamente de todos los
problemas psicológicos que pudo recordar, y en efecto le dijo: “¿Qué

463
Capítulo 16 JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

autoridad tienes tú? Eres un paranoico esquizofrénico, lleno de delirios


de grandeza, pensamientos de persecución religiosa, y de dudoso de­
sarrollo psicosexual”,
“O, ahí sí, no sé”, le respondió suavemente Jesús. “Después de
todo, a mí se me confirió todo el poder del cielo y de la tierra”.
Helen no podía argüir contra su respuesta, y retrocedió en su posi­
ción, en asombroso y sin embargo humilde silencio.
Aún recuerdo otra ocasión en que Helen estaba en una furia abso­
luta relacionada con Jesús y con algo que él le estaba pidiendo a ella,
a lo cual ella oponía resistencia tercamente. En algún punto en medio
de su diatriba, ella pudo escuchar la clara, aunque amorosa respuesta
de él: “Esta es una batalla que jamás ganarás”. Además, mientras edi­
tábamos el Capítulo Veintitrés del texto, Helen me recordó su ira
cuando después de Jesús describir el demente sistema de pensamiento
del ego, afirmó: “Dios, no obstante, sabe que eso no es posible”
(T-23.1.2:7). La ira de Helen reflejaba su actitud: “¡Quién se cree El
que es!” Esta era una defensa del ego la cual generalmente le era muy
difícil a Helen hacer a un lado.
Poco después de que comenzáramos a editar el Curso juntos, llega­
mos a la línea que actualmente aparece en el tercer párrafo de “La re­
velación, el tiempo y los milagros” en el Capítulo Uno. De esta manera
es como aparece en la Versión Hugh Lynn”:
Un hermano mayor [dicho sea de paso, Helen escribía estas dos pala­
bras con letra mayúscula en sus libretas] merece respeto por su mayor
experiencia, y una razonable medida de obediencia por su mayor
sabiduría [La cursiva es mía].
Le dije a Helen que el añadido matiz de “una razonable medida” no me
parecía del todo correcto; después de todo, uno o bien le obedecía a
Jesús o bien no le obedecía. La cara de Helen se puso roja mientras con­
fesaba entre carcajadas que originalmente ella sólo había escuchado la
palabra “obediencia”; sin embargo, no podía obligarse a sí misma a es­
cribir esa palabra en su libreta sin que primero disminuyese el compro­
miso con Jesús que la misma representaba. Ella sabía, por supuesto, que
la frase no iba bien ahí y consintió con agrado en que se eliminase. Uno
no podría pedir un ejemplo más claro de la resistencia de Helen a no
ocultarle nada a su Señor. Jesús trató este tema un poco más tarde con
las siguientes palabras, las cuales se encuentran actualmente en el oc­
tavo párrafo de “Amor sin conflicto” en el Capítulo Cuatro:

464
La ambivalencia de Helen hacia Jesús

Examina detenidamente qué es lo que estás realmente pidiendo. Sé


muy honesto contigo mismo al respecto, pues no debemos ocultamos
nada el uno al otro (T-4.III.8:1-2).
Una experiencia conmovedora (para Helen y para mí) ilustra pode­
rosamente su conflicto interno con Jesús. Esta experiencia refleja di­
rectamente la vergüenza de ella respecto a su amor por él, y cambia el
“campo de batalla” a un nivel más profundo que la ira de ella. Esto
ocurrió una tarde mientras estábamos sentados en el sofá de la sala de
ella, y reflexionábamos en tomo a la más bien fuera de lo común vida
de Helen. Ese día Helen estaba en un estado de ánimo particularmente
colérico, amargo debido a lo que sentía—considerablemente justifi­
cado desde su punto de vista—que era la falta de equidad en haber ella
cumplido su promesa de hacer el trabajo para Jesús, mientras que él no
había cumplido las promesas suyas de ayudarle. Ella se estaba refi­
riendo específicamente a las afirmaciones de Jesús de que ella hallaría
la paz, como a menudo lo oyó decirle. Durante un rato aquella tarde,
Helen despotricó en una hostil diatriba en contra de Jesús quien no
había cumplido sus promesas de ayudarle, y utilizaba un lenguaje que
parecería inadecuado en boca de una escriba de Un curso de milagros.
Finalmente, le sugerí que lo haría mejor en esta situación si trajese
su ira directamente a Jesús, en lugar de utilizarme a mí como interme­
diario. Al fin estuvo de acuerdo, y aquietó su mente lo suficiente para
preguntarle a Jesús muy específicamente: “¿Por qué no me has ayu­
dado más?”. La respuesta de él, nada de lo que ella estaba esperando,
también fue muy específica: “No puedo ayudarte más porque estás tan
avergonzada de mí”. Al reconocer la verdad de las palabras de Jesús,
Helen prorrumpió en sollozos. Comprendió que realmente ella jamás
le pedía ayuda para deshacer su conflicto básico, y siempre trataba de
limitar la ayuda de él a asuntos no personales o extemos.
La vergüenza, por supuesto, es un aspecto de la culpa; una culpa
que era el resultado, en parte, de estos persistentes intentos de excluirlo
de su vida de modo que ella pudiese estar a cargo de todo. Como se
mencionó antes, Helen siempre tenía que estar en control, y prefería
tener la razón con su ego que ser feliz con Dios.
Ciertamente, su relación con Jesús era un secreto culpable para
Helen, como ciertamente lo era Un curso de milagros, un secreto el
cual era compartido con prácticamente nadie. Hasta el día de hoy,
menos de un puñado de personas en el Centro Médico tienen

465
Capítulo 16 JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

conocimiento de que Bill escribía a máquina las notas del Curso del
día anterior las cuales Helen le dictaba, un suceso que tenía lugar casi
diariamente detrás de las puertas cerradas de la oficina. Así pues, prác­
ticamente ninguno de los amigos, colegas o familiares de Helen sabía
nada respecto al Curso o a su “otra vida”.
Un incidente lleno de humor, aunque altamente embarazoso en el
momento, ocurrió mientras estábamos en Israel. Una pareja de la cual
Helen y Louis habían sido amigos por muchos años se había mudado
a Jerusalén varios años antes, y se mantenía en comunicación con ella
mediante cartas ocasionales. Lo último que Helen deseaba era encon­
trarse con ellos, sin embargo, y por consiguiente nunca les notificó de
nuestra visita: ¿cómo hubiese podido ella explicarles qué hacíamos
todos allí? Incluso habíamos bromeado en tomo a tal posibilidad,
puesto que Helen había expresado su culpa por no informarles sobre
nuestro viaje. Y luego efectivamente, una noche al entrar a un restau­
ran! cerca del hotel El Rey David, nos topamos con ellos.
Jamás he visto a Helen ponerse tan nerviosa, ella que casi siempre lucía
tan serena en público. No sabía qué decir, puesto que sus amigos la repren­
dieron por no haberles dicho nada sobre el viaje. Helen balbuceó algo acerca
de que este era una especie de iniciativa altamente confidencial, lo cual im­
plicaba una conexión con las agencias de inteligencia del gobierno. Así
pues, ella no estaba en libertad de revelar la naturaleza del viaje, pero podría
hablar más al respecto posteriormente. La pareja tenía una cita y por consi­
guiente, por fortuna para Helen, no podían quedarse más tiempo. A esto le
siguió uno de los momentos más graciosos de mi vida. Nos sentamos todos
para la cena, y entonces Bill y yo comenzamos a bromear con Helen por no
haberle dicho la verdad a sus amigos. Y por eso nos pusimos a contar la ver­
dadera historia de por qué estábamos en Israel, y comenzamos con las vi­
siones y experiencias de Helen en 1965, la escritura del Curso, y
continuamos con el episodio de la cueva. El contraste entre lo que nosotros
decíamos, lo cual era absolutamente cierto, y la forma en que nosotros sa­
bíamos que le sonaría a una persona “normal”, lo cual incluía el círculo de
relaciones personales y profesionales de Helen, era graciosísimo.
Este círculo de los “que no sabían” se extendía también hasta mis
padres, por lo menos al principio. Sorpresivamente, puesto que eran
tan distintas, Helen y mi madre desarrollaron una amistad relativa­
mente estrecha, por lo menos desde el punto de vista de mi madre. Mi
madre sentía una verdadera conexión con Helen, y casi desde que se
conocieron—en una cena en el apartamento de mis padres, en la cual

466
La ambivalencia de Helen hacia Jesús

Bill y Louis también estaban presentes—respetaba a Helen y confiaba


mucho en ella. A Helen le agradó mi madre, y al sentir su angustia, tra­
taba de serle de ayuda. El hecho de que ella era mi madre era un factor
de mucha importancia también. Como razonaría el ego de Helen, el
estar cerca de mi madre era simplemente otra manera de mantenerse
cerca de mí.
Y por consiguiente mis dos madres solían almorzar juntas ocasio­
nalmente, y como mencioné previamente, posteriormente Helen y
Louis se convirtieron en asiduos asistentes al ceremonial de la Pascua
judía (Seder) de la familia. Pero, por supuesto, Helen nunca dijo nada
sobre Un curso de milagros, y ciertamente nada sobre su labor de es­
criba. En este punto de su relación el Curso no se había publicado aún,
y todo lo que mis padres sabían era que yo estaba profundamente im­
plicado con este libro espiritual y psicológico, que Helen y Bill habían
“escrito”. Como he indicado ya, Helen me había pedido que jamás ha­
blase de la verdadera naturaleza del Curso a menos que ella se sintiese
absolutamente cómoda con las circunstancias.
Pero a medida que pasaban los meses, y mis padres formulaban la
acostumbrada pregunta sobre qué era la que estaba yo haciendo, y más
específicamente, acerca de este libro, se hacía progresivamente más
difícil para mí mantener la conversación dentro del marco de lo gene­
ral. Le hablé a Helen sobre esto, y le expliqué cómo la situación estaba
comenzando a sonar algo extraña y misteriosa, como si hubiese algo
que yo estaba tratando de ocultar, una circunstancia la cual yo sabía
que Helen no quería, en términos de su relación con mi madre, por no
mencionar la mía. Por consiguiente, ella estuvo de acuerdo en que lo
mejor sería narrarle la historia a mi madre, y a insistencias mías, que
fuese ella la que se la contara.
El gran día llegó al fin, y Helen estaba preparada para decírselo a mi
madre durante un almuerzo que iban a tener juntas en Manhattan. Yo es­
taba planeando ver a mis padres esa noche en Brooklyn, y por eso esperé
a que Helen regresara del almuerzo para averiguar cómo le había ido,
antes de yo viajar hasta Brooklyn. Cuando hablamos, Helen me dijo con
gran turbación que ella simplemente no había podido decirle nada a mi
madre. Las palabras no le salían. La discrepancia entre su persona pública
como una psicóloga normal y su vida oculta como una escriba para Jesús
simplemente era demasiado grande para ella poder salvarla. Y por consi­
guiente no dijo nada. Acordó que a estas alturas yo mismo debía decírselo

467
Capítulo 16 JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

a mis padres. La división en su mente no era algo que ella pudiese desha­
cer. El secreto culpable, para ella, permanecía como tal.
Si bien Helen era extremadamente protectora de Un curso de
milagros durante el tiempo previo a su publicación, y generalmente de­
seaba que Bill y yo no lo compartiésemos con nadie, a veces solía hacer
excepciones si sentía que la persona sería receptiva al mismo. Así que
a varios amigos míos se les “permitía” que viesen el manuscrito, aunque
unos cuantos de ellos habían sido expuestos ya a muchas de sus ideas,
aunque en forma modificada. E incluso después de su publicación,
cuando la misma Helen podía hablarles a los estudiantes del Curso
acerca del material, ella a duras penas discutía a Jesús, a menos que sin­
tiese que estos estudiantes también compartían una relación con él.
Para prácticamente todos los que la conocían, pues, Helen era una
brillante psicóloga investigadora, ingeniosa conversadora, una amiga
ávida de servirle de ayuda profesional a aquellos en desgracia, una
mujer inmaculada en su apariencia y propensa a salir de compras ex­
cesivamente (con una debilidad por las joyas y por los zapatos), y una
persona un tanto neurótica preocupada con la enfermedad y la ame­
naza de un tiempo inclemente; pero difícilmente alguien cuya vida in­
tema se centrase en intereses religiosos que implicasen a Jesús
directamente: ciertamente un secreto muy bien guardado.

3. La duda y la incongruencia

Otra forma en la cual Helen manifestaba su ambivalente relación


con Jesús era en sus experiencias de duda. La duda, por supuesto, al
igual que la ira y la ansiedad, era simplemente la defensa de Helen en
contra de la certeza del amor que los unía a ella y a Jesús, y que ella
conocía como la realidad. Creo que una de mis importantes funciones
con Helen era proveerle la inquebrantable certeza de la presencia de
Jesús que mitigaba la ansiedad que provenía de su afán de defender la
duda. Un ejemplo ilustró muy bien la necesidad que Helen tenía de una
“prueba” de que había un Jesús, y de que su “audición” no era producto
de la imaginación de ella.
Yo había hecho arreglos con Helen un domingo por la tarde de
venir a su casa después que los huéspedes que había invitado a comer
se marchasen. Poco antes de salir, comenzó a nevar, no muy fuerte,

468
La ambivalencia de Helen hacia Jesús

pero lo suficiente para hacer que las calles de Nueva York estuviesen
fangosas y sucias. Salí de mi apartamento e iba rumbo al elevador
cuando vino a mi mente el pensamiento de que debía regresar y po­
nerme mis botas de goma. Sabía que era idea de Jesús y no mía,
puesto que yo casi nunca usaba botas de goma, y entendí que esto era
para beneficio de Helen, quien siempre, siempre se estaba preocu­
pando por mí.
No pensé más en ello, me puse las botas, y caminé la corta cuadra
y media hasta la casa de Helen. Cuando ella abrió la puerta de su apar­
tamento, ni siquiera se le ocurrió saludarme, sino que de inmediato
miró hacia mis pies. Parecía que estaba a punto de llorar cuando me
dio las gracias, mientras me decía que Jesús le había prometido que yo
me pondría las botas. El hecho de que en efecto yo las había usado pa­
recía como si Jesús hubiese pasado un examen para Helen. Y si él cum­
plió su palabra con lo de mis botas, entonces quizás se podía confiar
en que también la cumpliría respecto a otros asuntos.
Todavía una forma más en la cual se manifestaba la ansiedad de
Helen era en su gran incongruencia al ir y venir entre su mentalidad
errada y la correcta. Bill solía comentarme con frecuencia acerca de
este desconcertante fenómeno, y no hay duda de que él estaba en lo
cierto. Aunque el ego de Helen generalmente estaba prominentemente
desplegado, uno nunca sabía de un minuto al otro cuando seria la voz
del miedo o la de la sabiduría la que hablaría, el ego o Jesús. Y cuando
era claramente su voz la que hablaba a través de ella, y sus palabras
reflejaban una verdad que no se podía negar, Helen podía muy rápida­
mente—en cuestión de segundos—cambiar de nuevo a su ego. Así que
en un minuto se podía estar discutiendo con ella un asunto importante
relacionado con el Curso, o alguna situación que necesitase ser aten­
dida con seriedad, y en el próximo minuto Helen estaría de nuevo en
su estado egoísta preocupada por un cambio de temperatura, por el úl­
timo catarro de Louis, o algo por el estilo.
Esta curiosa incongruencia (o quizás “inestabilidad” sea un término
mejor) se manifestaba en algunas formas graciosas. Mi favorita
implicaba la manera de caminar de Helen, una actividad en la cual pa­
sábamos muchas, muchas horas. A medida que caminábamos a lo
largo de las aceras de Nueva York, los pasos de Helen jamás se ajusta­
ban a una línea recta, puesto que continuamente viraba de un lado a
otro, y a veces parecía un jugador de fútbol corriendo a campo

469
Capítulo 16 JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

obstaculizado para evitar a los atajadores. Generalmente caminábamos


a un paso cómodo, y a menudo el frenesí de muchos neoyorquinos los
llevaba a tratar de rebasamos. Pero con frecuencia sus intentos se frus­
traban y los virajes repentinos de Helen de un lado para otro les desba­
rataban sus planes. Y por consiguiente yo solía tomar su brazo y
detenerla hasta que la persona había podido pasar exitosamente. Yo le
decia a Helen que tal vez mi mayor contribución al mundo, aunque pa­
sase desapercibida, era para los transeúntes de Manhattan, a quienes a
menudo yo salvaba de los peligros de las payasadas de ella a campo
obstaculizado.

4. El ir de compras

Ya he mencionado que Helen utilizaba el ir de compras para defen­


derse contra Jesús, y hemos visto a Jesús hacer alusión a ello durante
las primeras semanas del dictado. Era una defensa maestra, pues pre­
ocupaba a Helen casi totalmente, y tenía éxito en su propósito de man­
tener a Jesús fuera de la atención de Helen de manera muy segura. Los
años previos a mi aparición en escena, las joyas eran el centro de inte­
rés de las compras de Helen, y cada semana veía cómo ella añadía un
par de aretes nuevos a su colección. Los zapatos también jugaban un
papel importante en este plan defensivo, y esto se trasladó a nuestros
días de ir de compras juntos. Con frecuencia solíamos caminar por la
Quinta Avenida, y comenzábamos en Lord and Taylor’s en la Calle 38,
donde cubríamos todas las tiendas de calzado hasta que llegábamos a
la Calle 34, y comenzaba el deleite. Casi parecía haber una tienda de
calzado tras otra en las dos cuadras entre la Quinta y la Séptima
Avenidas. Con frecuencia en el pasado, Helen solía comprar zapatos
que no le quedaban, por lo cual necesitaba un viaje más para cambiar­
los, y el proceso solía comenzar una vez más. Esta táctica en particular
había cesado grandemente durante los años que salíamos de compras
juntos, aunque sí ocurría de vez en cuando.
Era muy instructivo para mí observar la experiencia de Helen de cuán
dulcemente Jesús solía tratar con esta defensa. Ella jamás sintió su censura
o desaprobación, y no pocas veces, experimentaba que Jesús le estaba
ayudando activamente a encontrar lo que ella estaba buscando. Por su­
puesto, no siempre ella se lo pedía, pues de haberlo hecho, la cantidad de

470

i
La ambivalencia de Helen hacia Jesús

tiempo invertido en estas expediciones de compras habría disminuido


considerablemente, pero igualmente habría disminuido el valor defensivo
de las mismas para distraerla de la paz y el amor de él. No obstante, sé que
significaba muchísimo para ella el experimentar que Jesús la iba acompa­
ñando cuando ella ir de compras. Era un maravilloso ejemplo de su impor­
tante enseñanza en el Curso, la cual he citado ya antes:
Reconoce lo que no importa, y si tus hermanos te piden algo “descabi)e-
liado”, hazlo precisamente porque no importa (T-12.1II.4:!).
Y luego aproximadamente cien páginas más adelante:
He dicho que si un hermano te pide que hagas algo que a ti te parece
absurdo, que lo hagas. Pero ten por seguro esto no significa que tengas
que hacer algo que pudiese ocasionarte daño a ti o a él, pues lo que le
haga daño a uno, le hará daño al otro (T-16.1.6:4-5).
Una tarde en que Helen y yo salíamos del Centro Médico, le pre­
gunté a qué tiendas ella quería ir (Lord and Taylory B. Altman estaban
entre sus favoritas), pero ella me dijo que Jesús le había dicho que no
debía ir más de compras (esto no quería decir que no comprase lo ne­
cesario), puesto que ahora esto resultaría perjudicial para ella. Helen
aceptó esto sin la más mínima resistencia. Luego le sugerí que como
teníamos por delante el resto de la tarde, tal vez ella quisiera ir a visitar
a sus amigas, las hermanas Maryknoll en el sector sur oriente de la ciu­
dad. Accedió de inmediato y por lo tanto hacia allá nos dirigimos. En
ese momento otra gran amiga de nosotros, Doris Yokelson, estaba vi­
sitando a las hermanas. Mientras estábamos allí, Doris le dio espontá­
neamente a Helen un juego de brazaletes de oro de la India que Helen
previamente había admirado. Estos brazaletes tenían gran valor perso­
nal y significado espiritual para Doris, pero ahora se los ofreció a
Helen como un regalo. Dicho sea de paso, yo sabía que Helen siempre
tuvo la intención de devolvérselos, y por eso después de su muerte se
los devolví a Doris. La sincronicidad de este regalo con la pronta acep­
tación de Helen de la petición de Jesús de que no saliese más de com­
pras no se nos escapó ni a Helen ni a mí. Ella, por lo tanto, aceptó el
regalo con el mismo amor con que le fue ofrecido, y cuando orábamos
juntos posteriormente, le dio las gracias a Jesús de corazón también.

471
Capítulo 16 JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

Las defensas en contra de Jesús y del amor:


el odio especial (juicio) y el amor especial

Atrapada en un cenagal de sentimientos contradictorios de los cua­


les jamás podía liberarse conscientemente, Helen creía en sus primeros
años en el Centro Médico Presbiteriano Columbia que al fin ella había
podido empujar a este “intruso” Jesús fuera de su vida. Y luego, súbi­
tamente, con el comienzo de Un curso de milagros—provocado por la
unión de ella con Bill para encontrar “otra manera” de relacionarse—
ahí estaba Jesús nuevamente: “Yo era un extraño y tú me acogiste, a
pesar de que no sabías quién era” (T-20.1.4:3). Esta línea, a propósito,
era una de las pocas en el Curso que infaliblemente hacía que las lágri­
mas asomasen a los ojos de Helen.
El proceso de ser la escriba de Un curso de milagros, sin mencionar
las enseñanzas de este de por sí, era la prueba innegable de que las de­
fensas de Helen contra Jesús y su amor, al fin y al cabo fracasarían. Y
sin embargo, ella se aferraba a las mismas con firmeza. Una de las de­
fensas primarias de su ego era el juicio (una expresión a la cual Jesús
se refiere como odio especial), y raras veces he estado frente a alguien
con el grado de crítica que Helen poseía. Su miedo—la verdadera de­
fensa contra el amor—era apoyado por una incrementada percepción
del mundo extemo que veía a prácticamente todo y a todos como una
amenaza (por lo cual justificaba su miedo). Esta era la base de todos
sus juicios, bien fuese en la forma de un sutil cambio de temperatura
el cual la hacía sentirse físicamente incómoda, o mucho más al punto,
sus juicios de los demás los cuales necesitaban de su “autoprotección”
de ira y de crítica. Esto mantenía a la amenaza exitosamente distante,
y obviamente las personas permanecían separadas de ella.
El mismo resultado de separación ocurría incluso cuando los jui­
cios eran útiles y su intención era buena, como cuando Helen funcio­
naba como psicoterapeuta. Esta aguda conciencia de lo que estaba
sucediendo en tomo suyo y en las mentes de las otras personas hacían
de Helen una terapeuta con mucho discernimiento y muy sabia aun
cuando su postura terapéutica reforzaba los pensamientos de separa­
ción. Ella sabía intuitivamente la verdad de lo que estaba pasando en
la mente de la otra persona, independientemente de las palabras o con­
ducta al descubierto. La terapia de Helen, por consiguiente, no era un
proceso de verdadera unión, como se discute en el folleto de psicote­
rapia, sino que más bien era un proceso de señalar lo que estaba mal

472
Las defensas en contra de Jesús y del amor

en la vida de la otra persona, y de dar recomendaciones muy específicas


sobre qué hacer al respecto. En el texto Jesús comentaba sobre esta cuali­
dad de la terapia de Helen, planteado aquí en el contexto de la enseñan?»
El le dijo:
Has enseñado bien, y sin embargo no has aprendido cómo aceptar el bien­
estar de tu enseñanza.... Has enseñado libertad, pero no has aprendido a ser
libre.... ¿No te demuestra el hecho de que no has aprendido lo que has en­
señado, que no percibes a la Filiación como una? ¿Y eso no te demuestra
además que no te consideras a ti misma como una?... Has enseñado lo que
eres, pero no has permitido que lo que eres, te enseñe a tí [ligeramente edi­
tado del original; en el presente el pasaje se encuentra en el texto:
T-16.III.1:2; 2:1; 3:1-2; 4-2],
El lector puede recordar además este planteamiento previamente citado
que Jesús le hizo a Helen en el material originalmente dictado, el cual re­
calca el mismo punto sobre el reforzar la separación:
Bill tenía razón al decir que has aprendido a ser una terapeuta amorosa, sa­
bia y muy comprensiva, excepto para ti misma. Esa excepción te ha dado
más que percepción de los demás debido a lo que veías en ellos, pero menos
que conocimiento de tu verdaderas relaciones con ellos porque no los ha­
cías parte de ti.... Es posible, con gran esfuerzo, comprender a alguien más
y serle útil, pero el esfuerzo está mal dirigido. La dirección equivocada es
bastante aparente. Está dirigida a apartar de ti.
Estuve con Helen en un gran número de ocasiones cuando ella estaba
aconsejando a alguien, y su consejo—repito, siempre atinadamente
pertinente—estaba totalmente basado en los principios del Curso, y yo
sabía que era muy pertinente a su propia situación personal. Cuán útil le
sería a Helen, pensaba para mis adentros, si ella escuchase lo que acaba de
decir. Cuando la persona se iba y nos quedábamos solos, entonces yo solía
preguntarle a Helen si por casualidad ella recordaba sus palabras, o si­
quiera les había prestado atención. Ella solía reírse apenadamente y confe­
saba que no había escuchado una sola palabra de su consejo. Y yo sabía
que eso era cierto. Nunca intenté, sin embargo, imponerle su propia sabi­
duría externa, pues yo comprendía que en otro nivel ella sabía lo que es­
taba haciendo, aun cuando los resultados parecían ser tan dolorosos para
ella.
El carácter crítico de Helen también se extendía en pro de Jesús y de su
Curso. A pesar de sus sentimientos ambivalentes, ella, como hemos visto,
era apasionadamente devota del Curso y de su autor. En capítulos anteriores

473
Capítulo 16 JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

he discutido las observaciones de Helen en tomo a estudiantes del


Curso. Ella tenía conocimiento de lo que Un curso de milagros decía y
quién era el que lo decía, y a veces su ego se tomaba intolerante con
aquellos que fingían tener ese conocimiento. Helen podía ver a través
de estos estudiantes, y estos se convertían en el objeto de su desprecio
y de su ira, aunque casi nunca se los decía en sus caras a menos que los
conociese bien. Su creencia de que Un curso de milagros era para
“cinco o seis” nacía—en sentido figurado o literal—del conocimiento
intemo que ella tenía de su profundidad y de su fuente. Era como si
Helen tuviese un barómetro interno que pudiese medir dónde estaba la
gente, en relación con esa profundidad.
Como hemos visto, la misma Helen tenía dificultad en hablar del
Curso, sin mencionar el explicárselo a otros, pero ciertamente ella lo
entendía. Así que muy raras veces asumía el papel de maestra del
Curso para nadie. Una vez más, Helen no era contraria a dar consejo
a las personas algunas veces si se lo solicitaban, pero realmente ella
jamás “enseñó” los principios del Curso per se. Ocasionalmente las
personas hablaban del valor de Helen como maestra en sus vidas, pero
generalmente—y no de manera muy amorosa—se referían con eso al
valor de observar su ego en acción e intentar mirar más allá del
mismo. Esto, por supuesto, era un ejemplo del falso perdón llamado
“perdón-para-destruir” en el ya mencionado folleto “El canto de ora­
ción”. Ahí se describe el proceso claramente en el cual el pecado y el
ego primero se hacen reales, y luego se pasan por alto y se “perdonan”.
Así que si bien el carácter crítico de Helen se basaba en la verdad,
su actitud de desdén ciertamente no lo estaba. Una tarde en que ella es­
taba despotricando y rabiando en su mente acerca de alguien en otro
camino espiritual que ella consideraba que no era auténtico, súbita­
mente oyó la voz sin juicios de Jesús, que se abría paso por entre sus
juicios: “No tomes el camino de otro como el propio, pero tampoco
debes juzgarlo”. En presencia de esta amorosa y dulce corrección para
sus juicios, la ira de Helen se disipó rápidamente. El planteamiento de
Jesús, dicho sea de paso, como hemos visto casi al final de la Parte II,
era paralelo a un mensaje que le dio a ella con mucha más antelación
en la sección titulada “No tengo que hacer nada” en el texto.
A propósito, encontraba que casi nunca estaba yo en desacuerdo
con el juicio objetivo de Helen en términos de la relación de otras per­
sonas con el Curso, y de su comprensión y aprecio del mismo, o la falta
de ello. Pero en la mayoría de las ocasiones era difícil ayudarle a soltar

474
Las defensas en contra de Jesús y del amor

la ira. Una vez que ella “olfateaba” la falta de autenticidad de las personas
en lo que respecta a su “devoción” al Curso y un amor “de dientes para
afuera” por el mismo, ella se tomaba de lo más renuente a perdonar. Helen
siempre sabía lo que significaba para una persona el seguir a Un curso de
milagros, y el reconocer su llamada a una dedicación desinteresada a Jesús
y a la profundidad de sus enseñanzas de perdón. Repito, para gran crédito
suyo, ella jamás pretendió ante los otros ser un ejemplar de lo que este de­
cía. En efecto, ella solía decir: “Haz lo que yo escribí, no lo que yo hago”.
Por otra parte, esta perspicacia crítica también hacía imposible para ella
el acercarse a otro. Tal vez yo era la persona con la cual ella se permitía
intimar más; la única de quien ella se permitía recibir afecto y amor, así
como poder ella ofrecérselo también. Mas sus necesidades de especialismo
le servían como una importante línea de defensa en contra de este amor,
también. Helen se había tomado tan dependiente de mí, que para ella era
psicológicamente imposible serme de ayuda, con la excepción única que
implicó a mi abuelo y que relaté en el Capítulo 15. El ego de Helen razo­
naba: si ella me ayudaba a mí, quién estaría ahí para ayudarle a ella.
Recuerdo que una vez que regresábamos de hacerle una visita a mis pa­
dres, le comentaba a Helen cuán enfermo lucía mi padre. El tenía un cora­
zón afectado, y aun cuando con el tiempo su salud mejoró y vivió
considerablemente más tiempo de lo que los doctores habían pronosticado,
en ese momento su condición no parecía favorable para una larga vida. La
respuesta inmediata de Helen, la cual prácticamente se le salió, fue: “¿Y qué
hay conmigo?”. En otras palabras, su mente rápidamente saltó a la muerte
de mi padre, y al hecho de que yo tuviese que pasar más tiempo con mi
madre y por consiguiente menos tiempo con ella.
Así pues, si bien Helen podía ser, y de hecho lo era, extremadamente
útil para muchas, muchas personas, no podía darme nada a mi en esa
forma. De hecho, una tarde ella estaba lamentando esa situación, y excu­
sándose por ser tan egocéntrica que no podía ser de más ayuda para mí en
mi trabajo. Le aseguré que yo realmente no necesitaba tal ayuda entonces,
pero—anticipando un futuro del cual yo no tenía conciencia específica en
ese momento—posteriormente después que ella muriese necesitaría su
ayuda para todo lo que yo estaría haciendo. Por lo tanto, le dije a Helen que
yo sabía que entonces, después de su muerte, ella estaría más que disponi­
ble para mí. Y a lo largo de estos pasados años ciertamente he sentido la
amorosa presencia de Helen, así como también la ha sentido mi esposa
Gloria. Ambos hemos experimentado el amoroso y orientador apoyo de

475
Capítulo 16 JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

Helen en todo lo que hemos estado haciendo con la Foundation fbr


A Course in Miracles (Fundación para Un curso de milagros) y su
Academia y Centro de retiro en Roscoe, Nueva York98.
La forma que generalmente asumía el amor especial de Helen era
la de una relación madre-hijo, como he discutido antes. Yo era en
efecto el hijo que Helen nunca tuvo. En sus formas egoístas, por su­
puesto, las preocupaciones maternales de Helen por mí parecían más
bien neuróticas, y en este nivel ciertamente ella no sabía cómo amar.
Siempre fue una bendición, creo yo, que ella y Louis nunca tuviesen
hijos. Ella nunca podía mantener plantas en el interior de la casa, por
ejemplo, puesto que siempre les echaba agua hasta que las mataba, al
preocuparse neuróticamente de si tenían suficiente agua. En sus últi­
mos años, Helen ocasionalmente recibía plantas como regalos, y feliz­
mente me permitía que yo las “rescatase” y me las llevase a mi casa.
Ella y yo solíamos pensar entre risas lo que ella habría hecho con un
niño propio. En relación con esto yo le decía cuán afortunada había
sido de que yo llegara a su vida, como en el nacimiento de Venus, to­
talmente crecido. Pero cuando se le permitía al contenido real del amor
ser él mismo, nuestra relación era de verdadera devoción uno por el
otro, lo cual reflejaba nuestra devoción a Jesús, y más específicamente
a Un curso de milagros. Los poemas escritos para mí, discutidos antes,
emanaban de ese amor
Helen era más que consciente de los aspectos de especialismo de su
relación conmigo, y sin embargo eligió apegarse a los mismos. Hubo
una ocasión en que fui a visitar a alguien en Manhattan y sabía que es­
taría regresando tarde a casa esa noche. Helen casi siempre me pedía
que tomase un taxi de regreso a casa en lugar de tomar el subterráneo,
el cual era mi medio de transporte acostumbrado, e incluso insistía en
darme dinero para el pasaje. Entonces, por supuesto, yo le llamaba tan
pronto llegaba a casa de modo que ella supiese que estaba sano y salvo.
Cuando hablé con ella esa noche en particular al regresar a casa, me
dijo que ella se habia dado cuenta más temprano de cuán terrible era lo
que ella estaba haciéndose a sí misma y haciéndome a mí. Qué tal, me
dijo, si debido a su petición yo abordaba un taxi, y luego el taxista me
asaltaba o hasta me asesinaba. Todo sería culpa de ella. Y a esto yo le
añadí: el mero hecho de que ella tuviese esos pensamientos reflejaba
un deseo subyacente de matarme, puesto que el asesinato era la meta

98. En el año 2001 la Fundación se trasladó a Temecula, California.

476
Los poemas a Jesús

última del especialismo. Sin embargo, como ocurría con frecuencia


después de discusiones como ésta, solíamos dejar el tópico a un lado y
no tendría impacto alguno en la futura ansiedad de Helen y en sus
“descabelladas peticiones”. Ambos entendíamos silenciosamente que
ésta sería la forma que tendría la relación, y que su muy breve duración
aquí no tendría ningún efecto en la naturaleza eterna del amor que
jamás podría ser cambiado, ni disminuido por el especialismo.
Así pues, a pesar de las raras veces en que el ego bajaba sus barreras
de especialismo y de juicio, las defensas de Helen casi siempre
permanecían intactas y en plena operación. Todas sus relaciones de
amor y de odio especial no eran sino el reflejo de su postura defensiva
hacia Jesús. Pero del mismo modo en que ocasionalmente permitía que
las barreras que había entre los dos se desplomasen, asimismo caían
entre ella y su “amoroso Señor de la Vida”, como tan conmovedora­
mente señalan los poemas.

Los poemas a Jesús

En ningún otro lugar está más claramente expresada la ambivalen­


cia de Helen respecto a su amor por Jesús que en la poesía, donde,
como comenté brevemente en el capítulo anterior, se le permite al lec­
tor ver profundamente la mente dividida de Helen. Aqui encontramos
el amor y el miedo (odio) a Jesús que Helen no permitía con frecuencia
en su estado de conciencia normal. Así pues, estos poemas expresan,
como pocas otras cosas relacionadas con Helen pueden hacerlo, la pro­
fundidad de su amor por Jesús, contrabalanceado por el odio, la decep­
ción y la ira que la defendían en contra de la intensidad de su
identificación con él como el inocente y bienamado Hijo de Dios. Exa­
minaremos algunos de esos poemas ahora.
En “Radiante extraño” se describe a Jesús como “un intruso en mi
paz”, cuyos regalos no se percibieron: “Traté de dejarlo” afuera con

99. Quiero mencionar que el uso de la letra mayúscula en la poesía es distinto al que
se utiliza en el Curso. Jesús había instruido a Helen respecto al Curso a que no utilizase
letra mayúscula en ningún pronombre que se refiriese a él, con el propósito de recalcar
su inherente igualdad con nosotros, aun cuando en las libretas y trabajos originales de
ella, los pronombres estaban escritos con letra mayúscula. Sin embargo, en los poemas
Helen se sintió en libertad de usar la letra mayúscula como ella lo desease, y por lo
tanto todas las palabras relacionadas con Jesús comienzan con letra mayúscula.

477
Capítulo 16 JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

candados y llaves que simplemente se desvanecieron ante Su llegada”.


Estos candados y llaves se pueden entender como el sistema defensivo
de Helen, el cual incluía su miedo y su odio, como se ve en “La
segunda oportunidad”. Aunque no es uno de los mejores poemas de
Helen, no obstante lo cito en su totalidad debido al claro planteamiento
del papel que el odio de Helen jugaba en mantener el amor de Jesús
alejado de ella. El lector, dicho sea de paso, puede notar el uso del sim­
bolismo de la estrella en la segunda estrofa, un símbolo personal im­
portante para Helen. Como se observara antes, además de su uso en el
Curso para denotar a Cristo o la presencia llena de luz de Dios, la es­
trella también representaba a Jesús para Helen. De hecho, Jesús le
había dicho a Helen que fuese a una joyería en Nueva York donde en­
contraría una estrella de oro que él quería que ella tuviera. No era la
tienda que ella personalmente hubiese elegido, pero siguió las instruc­
ciones, y efectivamente encontró exactamente lo que quería. La estre­
lla tenía un gran significado para Helen y con frecuencia la usaba en
una cadena, como la uso yo ahora junto con la medalla del Espíritu
Santo que Helen había comprado para mí. He aquí el poema:
En muchas formas a mi Dios he traicionado,
De mis amargas noches y secretos días a lo largo.
A lo profundo de mi mente llegó mi odio, y destrozó
El poquito de amor que ahí guardaba yo.
Mas sin remordimiento yo lo miré partir,
Cuánto perdía con ello no podía percibir.
Con el odio como amigo, yo no temía
Perderlo por un dios al que entonces quería.
Cuán segura me sentía, por el odio apoyada,
Sentía que del amor estaba al fin salvada.
Fijos me contemplaron los ojos de Cristo
Cual si mi odio secreto jamás hubiesen visto.
Al que yo con fuerza asía y ocultaba en mi corazón
Y al que todavía de Su Amor apartaba con tesón.
Mas un día se miraron mis ojos en los Suyos, y al instante
Abriéronse mis manos y mi corazón. Y radiante
Al apartar mis ojos una estrella había en mi mano;
Y otra en mi corazón. Y oír pude muy claro
Su voz que en silencio me decía, “Ahora vete
Y no odies más”. Y yo le respondí, “Así sea”.
(The Gifts of God [Los regalos de Dios], pág. 45)

478
Los poemas a Jesús

El miedo en la mente de Helen el cual la “protegería" del amor de


Jesús encontró expresión consumada en “Extraño en el camino”, tal
vez el más conmovedor poema de Helen. Aquí, más que en ningún
otro lugar en la poesía, vemos cómo la presencia de Jesús significaba
el deshacimiento del sistema de pensamiento de culpa, miseria y
muerte de su ego. Ella se aferraba a esta miseria con el mismo nivel de
ferocidad con el que una persona que se está cayendo se aterra a una
rama extendida, o una persona moribunda trata de recuperar un aliento
fallido, luchando desesperadamente por evitar el inevitable fin. El
poema describe la lucha de Helen por no creer en el Jesús resucitado,
como una manera de conservar la propia vida de su ego. El contexto se
toma de la famosa narración en el evangelio de Lucas (24:13-35),
donde dos discípulos en el camino de Emaús (una villa en las afueras
de Jerusalén) se encuentran con un extraño a quien no reconocen como
Jesús. Le narran los recientes sucesos de la resurrección y de la tumba
vacía. Es sólo cuando el extraño comparte el pan con ellos y lo ben­
dice, que lo reconocen. Y entonces él desaparece tan súbitamente
como había llegado: “Entonces se les abrieron los ojos y le reconocie­
ron; pero él desapareció de su lado” (v. 31).
“Extraño en el camino” es el poema más largo de Helen. y fue por
mucho el que le resultó a ella más difícil de escribir, puesto que las es­
trofas le llegaban en un orden diferente al que aparece en el poema im­
preso. Además, se le eliminaron tres estrofas, puesto que Helen y yo
habíamos acordado que las mismas eran claramente redundantes y le
restaban al poderoso fluir del poema. Tal como yo recuerdo, tomó
algún tiempo para que el poema en su forma final emergiese, puesto
que Helen escribía una estrofa o dos, y dejaba a un lado su pluma. Y
luego nos tomó un tiempo hasta que se completó el “rompecabezas".
Resumo aquí algunas de las líneas sobresalientes, en forma de prosa:
Los muertos están muertos. No resucitan de nuevo. Y sin embargo veo
en Ti una mirada que conocí en Uno recientemente destruido.... Noal-
zaré mis ojos, pues el miedo ha agarrado mi corazón, y yo conozco el
miedo el escudo que me mantiene a salvo de la naciente esperanza;
el amigo que aún Te mantiene como un extraño para mí.... No me per­
turbes ahora. Conforme estoy con la muerte.... Ahora camino con
certeza, pues la muerte ha llegado con seguridad. No perturbes el final.
... No resucites a los muertos.... mis ojos se han sellado contra el del­
gado hilo de esperanza que interrumpe mi calmada desesperación. ¡0.
déjame ir! (The Gifts of God [Los regalos de Dios], págs. 103-04).

479
Capítulo 16 JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

Mas era una lucha que sabía que iba a perder al final, tal como lo había
reconocido muchos años antes cuando furiosa abandonó la Iglesia al
escuchar que Dios le “decía” que no iba a recibir las subvenciones que
ella deseaba.
Así que el poema refleja el poderoso tema de Un curso de milagros
de que nuestro miedo no es realmente a la crucifixión, sino a la reden­
ción (T-13.III. 1:10-11). El “yo” que conoce al miedo es el ego, y su
existencia está garantizada mientras nosotros tengamos miedo. El
Amor de Dios, que es nuestra redención, es el mayor miedo del ego, y
una amenaza contra la cual hay que defenderse. El soltar nuestro
miedo está directamente relacionado con la decisión de aceptar el
amor de Jesús por nosotros. Esta decisión se refleja en nuestra elección
de perdonar, que es la razón por la cual Jesús le dijo a Helen el
Domingo de Ramos, y que ya hemos citado antes: “Yo era un extraño
y tú me acogiste, a pesar de que no sabías quién era. Mas lo sabrás por
tus regalos de azucenas [i.e., perdón]”. (T-20.I.4:3-4). Con ese regalo
el ego desaparece, y todo su miedo y su odio desaparecen con él. Este
cambio está simbolizado en el Curso, así como en este poema, por la
elección entre aceptar la crucifixión o la resurrección, la muerte o la
vida, al ego o a Dios. John Dunne, un teólogo contemporáneo, escribió
una línea cuya fuente no puedo localizar: “¿Acaso no sabes que lo que
murió en la cruz fue el miedo?”. Y por consiguiente este maravilloso
poema concluye con estas tres estrofas que reflejan la ahora bienve­
nida noticia de la resurrección:
Señor, ¿cumpliste en realidad Tu amorosa Palabra?
¿Era yo quién estaba equivocada? ¿Otra vez resucitaste?
¿Y fui yo la que falló, y no Tú el Que fallaste?
¿Has regresado para de los muertos Tú salvarme?
Querido Extraño, que pueda yo reconocer Tu faz,
Y que mis dudas todas tengan respuesta. Muertas están
Si vives Tú. Permite que nuevamente vea,
Y que la esperanza se transforme en certeza.
Muertos están los muertos pero sí resucitan de nuevo.
Permite que tan sólo ése sea mi recuerdo. El sueño
Era todo lo demás. Ha llegado la luz.
Para mirarte a Ti mis ojos se van abriendo.
(7%e Gifts of God [Los regalos de Dios], págs. 104-05)

480
Los poemas a Jesús

Otros poemas están más centrados en la amarga desesperación sin


esperanza que acompañó a la muerte de Jesús, simbólica del “hecho”
de que el ego se separó de Dios y de que la paz del Cielo fue destruida.
En “El antiguo amor” leemos:
Amor, guardas silencio. Ni una sola palabra radiante
Ha llegado a mi corazón por una eternidad
De llantos y de espera....
A veces creo
Que una vez Te conocí. Mas pienso luego
Que un sueño fuiste al que una vez real creyera.
¿Es acaso silencio lo que Tú ofreciste
Cual dorada promesa como el Hijo de Dios?...
Tú prometiste que eterna era
Tu respuesta. Mas, Amor, en silencio Te quedas.
(The Gifts of God [¿oí regalos de Dios], pág. 44)
¿Cuántos otros han sentido que nuestras súplicas de ayuda sólo han
sido recibidas por el silencio? En ocasiones en que Helen se lamentaba
de que Jesús nunca le ayudaba realmente ni contestaba sus oraciones
desesperadas, o que a ella jamás le sucedía nada, nuevamente yo solía
señalarle el armario en su sala donde ella guardaba el Curso, y le pre­
guntaba: “¿Estás segura?”. Dicho sea de paso, el poema anterior con­
tiene una línea interesante: “A veces creo que una vez te conocí”. Si
bien su significado real, como en el poema “Espera” que se discutió
antes en este capítulo, se relaciona con una experiencia atemporal en
la mente de Helen, la línea se podría interpretar también como que re­
fleja una memoria de una vida pasada. Como ya he mencionado, una
psíquica inglesa le dijo a Helen una vez que ella jamás se había recu­
perado de la crucifixión. Y aunque durante el periodo posterior a la es­
critura del Curso Helen nunca admitió creer en la reencarnación,100 su
experiencia de Jesús, sin mencionar sus ocasionales arrebatos de ira en
contra de él, ciertamente no apuntaban hacia una anterior relación ín­
tima con él. Ya hemos visto en las cartas a Bill, fechadas desde 1965,

100. Un curso de milagros en sí no asume una posición sobre el tema, puesto que la
creencia en la reencarnación no es pertinente a la salvación, ya que el tiempo es iluso­
rio de todas maneras. Por otra parte, muchos pasajes en el Curso que reflejan nuestra
experiencia del tiempo sí sugieren la reencarnación. Además, en muchos de sus men­
sajes personales para Helen, Jesús se refería a otras vidas de ella, además de las refe­
rencias a las experiencias de Helen en vidas pasadas que le llegaron a ella durante el
verano anterior al comienzo del Curso.

481
Capítulo 16 JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

que Helen con toda certeza sí creía en vidas pasadas y en la utilidad de


éstas para explicar, por lo menos en un nivel, ciertos problemas o con­
flictos contemporáneos.
La desolación de la vida sin Jesús es conmovedora, si no es que do­
lorosamente expresada en dos poemas escritos con un intervalo de dos
días entre los dos, en mayo de 1974. Su capacidad para evocar este es­
tado de vacuidad sin esperanza me lleva a citarlos en su totalidad. El
primer poema, “Oración para una casa”, realmente tienen su origen en
la mudanza de Bill de un apartamento a otro en el lado noreste de
Manhattan. Le sugerí a Helen que tal vez debía escribir un poema para
la ocasión. La respuesta fue este poema de “noche obscura” de deses­
peración que literalmente no tenía nada que ver con la mudanza de
Bill, sino con la vida en un hogar (i.e., la mente) despojado de la pre­
sencia del amor. Yo cité en el capítulo anterior las líneas finales del
mismo. He aquí el poema en su totalidad:
Entra a mi casa. Su santidad es la Tuya,
Y tiene que esperarte a Ti Que eres el hogar
De la Misma Santidad. Está su altar
En tinieblas aún, pero abierto a la luz
Que habrás de traer Tú. El brillo he olvidado
De los diamantes y del oro el destellar
Que pensé una vez que a las tinieblas podían alumbrar
Y consuelo me traerían. Las cortinas plateadas han desaparecido
De pesadas alfombras vacíos están los pisos
Cuya desnudez una vez ocultaban los diseños
Que manos orientales tejieran con empeño
En pesada obscuridad. Y es esta desnudez
La señal de que el Huésped que debía llegar
No está aún listo a aparecer, para traer la paz
Que había prometido a aquellos que moran con El.
Mis dedos sin anillos sostienen aún la lámpara
Apagada y fría. Amargamente el viento canta
La melopea del miedo que hace eco en las paredes
Y que en mi corazón entra incesantemente.
Se suponía que este templo fuese levantado
Para Ti Que dijiste que su altar estaría alumbrado
Para siempre. Y pensé que habías dicho
Que no puede ser tumba un altar santo.
(The Gifts of God [Los regalos de Dios}, pág. 49)

482
Los poemas a Jesús

Helen, quien obviamente nos está representando a todos, está reflexio­


nando aquí en tomo a la amargura de haber renunciado a todos los
ofrecimientos del mundo (“El brillo he olvidado de los diamantes...”)
sólo le queda, sin embargo, la desnudez de los pisos vacíos, los cuales
simbolizan las promesas de Jesús aparentemente huecas. “Sábado de
Gloria”, escrito varios meses después como parte de la trilogía de la
Pascua Florida, describe el mismo desolado estado de ánimo que
queda tras el triunfo de la obscuridad de la muerte sobre la luz de la
vida. Concluye con estas palabras dirigidas a Jesús:
Tú dijiste que serías la redención
Del mundo. Mas sólo una cruz puedo ver.
Tan sólo un sueño parece ser la resurrección.
(The Gifts of God [¿os regalos de Dios], pág. 108)
El segundo de estos poemas de mayo de 1974 es “La cruz al borde
del camino”, la cual refleja nuevamente las desoladas esperanzas de lo
que se percibe como una promesa fallida, y termina con una conmove­
dora cita de los Salmos 13 y 89:
Al borde del camino espero. Desamparada yo
Cada noche regreso a una casa vacía
Sólo para despertar y cada día volver,
En silencio y desesperación nuevamente a esperar.
¿Hasta cuándo, O Señor, Tú ordenaste que fuese
Moradora en casa de fantasmas? Las sombras vienen
Y caen de noche sobre mis ojos, para traer
Una parodia del dormir. Y por el día voy
En una ilusión de que despierta estoy
A mi señalada ronda de amargura.
Vacía está la copa de la que bebo. Y
Las migajas a mí asignadas no han de sustentar
Mi pequeña vida sino brevemente. Mas debo guardar
Una tan frágil esperanza que se ahoga en el polvo
De la espera en antiguo camino que pareciera
A ningún sitio llevar. No he olvidado
Tu promesa. Y hasta que vengas Te estaré esperando.
Pero debo esperar en el dolor, con la canción
De la muerte a mi alrededor por el camino
En el que estoy y espero Tu regreso.
¿Hasta cuándo, O hermoso Señor de la Vida, hasta cuándo?
(The Gifts of God [¿os regalos de Dios], pág. 50)

483
Capítulo 16 JESUS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

Ocasionalmente Helen me hablaba sobre la amargura de encon­


trarse en lo que ella experimentaba como “un callejón sin salida” con
Jesús. Por una parte, se le decía que la forma de conocer y confiar en
su amor era renunciar a su miedo y a sus juicios. Por otra parte, no
podía renunciar a su ego sin el amor de él. Del mismo modo, podemos
decir que Jesús espera la invitación de nosotros, y sin embargo es su
presencia la que nos permite ofrecérsela. “La invitación” expresa este
proceso aparentemente paradójico, aunque dentro de un marco posi­
tivo. El poema, dicho sea de paso, es uno de los muy pocos en la co­
lección, como mencioné antes brevemente, que se aparta del estricto
pentámetro yámbico. Aquí es Jesús quien habla:
He venido hasta ti.
Supe cuando tu llanto vi
Que estabas lista. Me habías invitado
En el instante que supiste que el pecado
Es una ilusión. Pobre eras en verdad.
Vi tus manos apretadas y las miré sangrar
Desde dorados clavos; pesada corona enjoyada
En tomo a tu cabeza, como la Mía sagrada.
Yo te necesitaba a ti
Mucho. Mas hasta que crecer vi
Tu entender, sólo podía esperar
Con muda paciencia más allá del Celeste portal.
Vacía estaba la casa de Mi Padre. Cual nosotros así
Parte de El somos, asimismo tú eres parte de Mí.
Somos uno. Y juntos entramos.
Y así termino lo que había comenzado.
(The Gifts of God [Los regalos de Dios}, pág. 90)
Ya hemos visto el otro lado de esta ambivalencia en los poemas de
amor. Pues aunque Helen podía sentir odio hacia Jesús por traicionar
sus promesas, ella se ponía incluso más furiosa con otros que hablaran
negativamente de él. Era como si su intimidad con Jesús le permitiese
a ella la prerrogativa y la libertad de gritarle, similar a lo que ocurre a
veces en relaciones en que dos personas están muy ligadas la una a la
otra, y sin embargo pelean constantemente. Pero que un “intruso”
hable mal del otro, y el amor subyacente descarta al odio más superfi­
cial. Cierro debidamente este capítulo sobre las relación de Helen con
Jesús—el camino, la verdad y la vida de ella—con uno de sus hermo­
sos poemas de amor de San Valentín dedicados a él.

484
Los poemas a Jesús

El lugar de reposo
Abiertos están mis brazos. Ven, mi Señor, a mí
Y sobre mi corazón descansa. Este late por ti
Y canta en gozosa bienvenida. ¿Qué soy
Salvo tu lugar de descanso y tu reposo?
Mío es tu descanso. Sin Ti perdida estoy
En insensato vagabundear que no tiene final,
Ni meta ni significado, por camino que lleva
Por torcidos desvíos rumbo a la nada.
Ven, ahora, mi Amor, y sálvame de la desesperación.
El Camino, la Verdad, la Vida conmigo están.
El viaje se ha olvidado con la dicha
De la calma eterna y Tu beso de paz.
(The Gifts of God [Los regalos de Dios], pág. 54)

485
Capítulo 17

LA REALIDAD DE JESUS: EN PRESENCIA DE CRISTO

Helen, como Helen, siempre experimentaba a Jesús como separado


de ella, una persona a quien amar, odiar o ignorar. Sólo cuando estaba
en el estado mental simbolizado por la sacerdotisa ella podía trascen­
der la ambivalencia de su relación con Jesús y tomarse una con el amor
que era la identidad compartida de ambos. La experiencia de la
sacerdotisa que Helen tuvo en el verano de 1965, como hemos visto,
comenzó con una experiencia de separación, pero con el claro recono­
cimiento de la unidad esencial que en verdad estaba ahí. Por consi­
guiente, el conflicto de lo que Helen generalmente experimentaba
como su vida, giraba en tomo a amar y a odiar a Jesús; la solución úl­
tima llegó al ella trascender la ambivalencia completamente y llegar a
ser una con él. En el lenguaje de los inicios del Curso, la mentalidad
correcta corrigió a la mentalidad errada, y quedó la mentalidad Uno de
Cristo.
El capítulo anterior examinó la ambivalente relación de Helen con
Jesús. Aquí, discutiré a Jesús, y la relación de Helen con él, desde la
perspectiva de la sacerdotisa; i.e., desde el punto de vista en la mente
de Helen más allá del “Cielo y Helen”. Es desde este punto que pode­
mos identificamos con Jesús, no como una persona con una personali­
dad definida que nos habla o que guía nuestras vidas específicamente,
sino como el símbolo dentro de nuestras mentes separadas del abstracto
y universal amor de Cristo. El folleto El canto de oración, en su discu­
sión del orar, por implicación se refiere a este asunto de Jesús como rea­
lidad y como símbolo. Por lo tanto, comenzamos con el folleto y las
interesantes e importantes circunstancias de su escritura.

El canto de oración'. Mensaje especial

El origen de El canto de oración en el otoño de 1977 se refiere di­


rectamente a los diferentes niveles de relacionarse con Jesús, y por
consiguiente amerita una presentación antes de considerar las ense­
ñanzas reales del folleto.

487
Capítulo 17 LA REALIDAD DE JESUS

Por algún tiempo yo me había estado sintiendo molesto con nuestra


manera de practicar el “pedir”. Esta incomodidad se refería en primer
lugar a la manera de Helen y Bill de meditar y pedirle ayuda a Jesús o
al Espíritu Santo101 en asuntos como horas de reunirse, esquinas donde
debían pararse a esperar los taxis, si debían asistir a ciertas reuniones,
y así por el estilo. Al unirme a Helen y a Bill naturalmente me unía con
ellos en esta actividad de pedir también, aunque, repito, había algo en
esta práctica que nunca me parecía que estuviera bien.
Después que conocimos a Judy, esta práctica de pedir cosas especí­
ficas continuaba, y a decir verdad, parecía aumentar con todas las de­
cisiones prácticas que necesitaban resolución. Con bastante frecuencia
durante nuestras reuniones vespertinas en el apartamento de Judy, los
cuatro solíamos sentamos y “preguntar” específicamente qué debía­
mos hacer respecto al Curso. Si bien con frecuencia recibíamos res­
puestas, y a menudo las mismas (después de todo las mentes están
unidas), yo continuaba sintiéndome incómodo con el proceso. Todo
parecía tan mágico, y si bien yo no creía que el fenómeno de por sí
fuera necesariamente inválido, sí parecía ser bastante inferior a lo que
nosotros éramos capaces de hacer, especialmente Helen. Las reuniones
parecían perder de vista el sentido de desarrollar una relación signifi­
cativa con Jesús, pues el relacionarse con él obviamente implicaba
mucho más que simplemente formular preguntas muy específicas.
Progresivamente yo sentía que había implicado algún engaño a sí
mismo, en cuanto a que no me parecía que esta actividad de oración
fuese en realidad lo que parecía ser. Especialmente yo sentía esto en lo
que respecta a lo que yo consideraba una confusión entre habilidad psí­
quica y verdadera espiritualidad. Ciertamente faltaba algo en todo
esto, y tenía que ver con la ausencia del amor y la paz de Jesús.
Yo sabía que Helen lo comprendía y de vez en cuando compartía
mis pensamientos con ella. Helen no estaba en desacuerdo conmigo,
pero puesto que ella ya había comenzado a retirarse de una participa­
ción activa con el Curso, yo reconocía que no había mucho que pudiera
hacerse en términos de cambiar nuestra práctica. Además, yo com­
prendía las implicaciones de esta discusión relacionada con la relación
de ella con Jesús. Como discutiré más adelante, el que Helen relegase

101. Como se mencionara antes, Bill nunca superó su incomodidad con la persona de
Jesús, y prefería hablar de él como del Espíritu Santo como “el E.S ” o la
mayoría de las veces simplemente usaba el término más impersonal “Orientación”

488
El canto de oración: Mensaje especial

a Jesús a que fuese poco más que un informante era una excelente de­
fensa en contra del amor abstracto que era su realidad mutua, y esta
realidad representaba el fin del sistema de pensamiento del ego. No
obstante, yo sí sentía que este asunto de pedir era algo importante
sobre lo cual debíamos hablar. Así que desde 1973 en adelante, Helen
y yo discutiríamos el tema del “preguntar” de vez en cuando, y nues­
tras pláticas se tomaban más serias a medida que pasaban los años.
Una de esas discusiones en el otoño de 1975 condujo al mensaje es­
pecial del 5 de octubre, el cual presenté en el Capítulo 14(págs.419-20).
1 Este mensaje trataba sobre el tema de pedir cosas específicas, y el lector
recordará que el mismo recalcaba, entre otras cosas, la importancia de
eliminar los juicios que interfiriesen con nuestra “audición”, y no recal­
caba en absoluto lo que “oiríamos” específicamente.
Estas discusiones entre Helen y yo llegaron a su culminación una
, , y ahora sólo puedo recordar los detalles vagamente,
lunque sí recuerdo la preocupación de Helen. Poco después ella co-
enzó a ser escriba de un mensaje especial procedente de Jesús sobre
"1 tema específico del pedir y de la oración. Este constituía la base de
1 presentes páginas iniciales del folleto, que siguió poco después del
mensaje personal para Helen. Primero presentaré el mensaje en su to-
Mlidad iunto con mis comentarios, seguidos en la próxima sección por
pasajes relevantes del principio del folleto.
P Jesús comenzó refiriéndose a un asunto que iba surgiendo progre­
sivamente en nuestro círculo. Además de que Bill y Judy le pidiesen a
Helen consejo específico y respuestas específicas a sus preguntas,
otros estaban exigiéndole a ella esto mismo también. Helen se sentía
Generalmente incómoda con este papel, y frecuentemente me decía
cuán molesto solía sentirse Bill si ella no podía darle una respuesta que
él quería, pues creía que ella le estaba ocultando algo a él. Si bien a
veces Helen sí oía respuestas de Jesús para otras personas, y con fre­
cuencia para Bill, ella entendía intuitivamente la trampa potencial que
había en esto, tanto para ella como para otras personas. Siempre es ten­
tador confundir \a forma como la respuesta en lugar del contenido de
experimentar la presencia de Jesús. Esta experiencia de su paz única­
mente era la Respuesta, pues sólo esta podía generalizarse a todos los
problemas. Y por eso el mensaje comienza refiriéndose al asunto de pe­
dir, y se relaciona específicamente con la importancia del unirse me­
diante la armonía, en lugar de sustentar la separación que mantiene la
ilusión de diferencias, y es el corazón del sistema de pensamiento del ego.

489
Capítulo 17 LA REALIDAD DE JESUS

El pedir es santo, y es santo porque es una manera de llegar a Dios.


El es la Respuesta porque tú necesitas una Respuesta. Tú puedes pedir
por otro y recibir la Respuesta para él. Pero puedes, y ciertamente de­
bes, ayudarlo al ofrecerle tu amor y apoyar que su pedir sea santo y que
se reconozca su verdadera necesidad. Eso es la oración; es lo mismo
para ti o para otro. No hay diferencia. Si sólo tú recibieses las respues­
tas para otro, habría diferencia.
Esto no significa que tú no puedas obtener mensajes para otro, si es
Dios Quien elige esta forma de llegar a él. Esto normalmente ocune de
manera inesperada, generalmente en la forma de un sentimiento súbito
de que tienes que decirle algo; un mensaje que le tienes que dar. No te
has equivocado en el pasado acerca de cómo has pedido, pero ahora es­
tás lista para un paso de adelanto. Hay decisiones de conjunto en las
cuales la unanimidad de la respuesta es una buena indicación de auten­
ticidad. Esto no debe abandonarse. Pero el pedir es una lección de
confianza, y nadie puede confiar por otro. Sólo se puede fortalecer la
confianza de otro al ofrecérsela a él y al tener fe en su capacidad para
oír por sí mismo.
Así pues, en más de una ocasión, como ya he señalado en la Parte
II, Helen le sugería a aquellos que estaban pidiéndole ayuda que ora­
sen juntos, y que ella, Helen, les reforzaría su capacidad para recibir la
respuesta dentro de sí mismos. Helen siempre afirmaba que lo que ella
podía hacer, todo el mundo lo podía hacer también; de hecho, hasta
que ellos pudiesen aceptar ese poder de sus mentes, la salvación per­
manecería como un concepto vacío. Por eso Jesús estaba reforzando en
este mensaje la importancia de lo que ya Helen estaba practicando, y
al mismo tiempo sancionaba el recibir mensajes para otros si esto fuese
útil y si era un reflejo de la Voluntad de Dios. Pero claramente lo que
es esencial en esta enseñanza es el reconocer la unidad básica entre todos
los Hijos de Dios, especialmente donde las diferencias parecen ser rea­
les, como en la capacidad de unos para “oír” la voz de Jesús o la Voz del
Espíritu Santo, contrario a la incapacidad de otros. Helen entendía esto
claramente, y esta era la causa de su incomodidad a “oír” por los demás.
Sin embargo, a pesar de que Helen comprendía el importante prin­
cipio de no pedir por otro, ella no se permitía el generalizar esto hacia
sí misma. Del mismo modo en que al Helen pedir por otros recalcaría
el estar separada de ellos y la realidad de las diferencias, asimismo,
además, el estar pidiéndole continuamente a Jesús respuestas específi­
cas para sus preguntas específicas recalcaba su separación de él

490
El canto de oración: Mensaje especial

también. Si bien ciertamente hay un beneficio en esta actividad, como


discutiremos más abajo, en el caso de Helen se estaba convirtiendo en
un obstáculo. Ya ella estaba en una etapa mucho más allá de la nece­
sidad de establecer una relación con Jesús, lo cual se fomentaría con la
formulación de preguntas específicas. Ahora, casi al final de su vida,
ella estaba lista para comenzar la aceptación de la unidad de espíritu y
de amor que verdaderamente los unía. En realidad, ella y Jesús no eran
diferentes. Así que ella estaba lista para ese próximo paso, con el cual
continúa el mensaje:
El pedir es el camino hacia Dios porque te ofrece la Voluntad de El
como El quiere que la oigas. Tendremos una serie de lecciones [Le., el
folleto] en tomo al pedir porque tú no lo has entendido. Pero no pienses
debido a eso, que has estado equivocada en tus intentos. Lo has hecho
bien y lo harás mejor.
Esto concluía la primera parte del mensaje, el cual específica y
amorosamente se refería a los asuntos que yo había estado planteán­
dole a Helen. El lector puede observar en el mensaje de Jesús la total
ausencia de culpar o de buscar defectos: “No te has equivocado en lo
que has pedido anteriormente, pero estás lista para dar un paso ade­
lante ahora”. Y luego el mismo tono amoroso nuevamente en el último
párrafo, donde la actitud de él, característica del tono de Un curso de
milagros también, es que Helen ha hecho lo mejor que ha podido, y
que sus errores se corregirán ahora: “Lo has hecho bien y lo harás
mejor”. Recuerdo aquí la aseveración que Helen escuchó una vez de
Jesús: “Si haces mi voluntad te apoyaré. Si no haces mi voluntad te
corregiré”. El significado claro es que no perderemos de ninguna de
las dos maneras, y que todo lo que se nos pide es que simplemente ha­
gamos lo mejor que podamos”. Los “errores”, los cuales pueden pro­
ceder únicamente de nuestro miedo al amor de Jesús, siempre se
corregirán en una oportunidad posterior cuando sintamos menos
miedo. De hecho, el elegir sentirse menos temeroso es la corrección al
error, cuyo origen, no importa la forma que asuma, siempre es el
miedo.
La segunda mitad del mensaje comienza la enseñanza más formal
con la idea de que las preguntas específicas inevitablemente le ponen
limitaciones a Dios:
Cualquier pregunta específica implica un gran número de suposi­
ciones las cuales limitan la respuesta inevitablemente. Una pregunta

491
Capítulo 17 LA REALIDAD DE JESUS

específica es realmente una decisión sobre la clase de respuesta que es


aceptable. El propósito de las palabras es limitar, y al limitar, hace más
manejable una vasta área de experiencia. Pero eso quiere decir mane­
jable para ti.
Al estudiante de Un curso de milagros se le recuerda esta aseveración
del manual para maestros:
Dios no entiende de palabras, pues fueron hechas por mentes separadas
para mantenerlas en la ilusión de la separación (M-21.1:7).
La aseveración en el mensaje sobre el manejar una “vasta área” es un
punto importante, pues recalca el propósito subyacente del ego de
Helen de que se continúe pidiendo cosas específicas (“el propósito de
las palabras”), el cual era ponerle un límite (“hacer... más manejable”)
a Jesús y a la experiencia de su amor. Retomaremos a este fenómeno
más abajo.
El mensaje continúa:
Para muchos aspectos de la vida en este mundo eso [hacer “más mane­
jable”) es necesario. Pero no para el pedir. Dios no utiliza palabras, y
no contesta con palabras. El sólo puede “hablarle” al Cristo en ti Quien
■ traduce Su Respuesta al lenguaje que tú puedas entender y aceptar.
El antes mencionado mensaje del 5 de octubre de 1975, citado en el
Capítulo 14, planteaba el mismo punto:
Hazte a un lado y no insistas en las formas que parecen atarte. ... no
pongas límites a lo que Le entregarías para que El lo resuelva. Pues El
no puede ofrecer mil respuestas cuando sólo existe una. Acepta esta
respuesta de El, y ya no habrá que formular una sola pregunta más.
Para comprender esta importante enseñanza, consideremos un vaso
de agua. Para propósitos de este ejemplo, pensaremos en el agua como
abstracta e informe, por lo cual tiene las propiedades del espíritu. Así
que el agua simbolizará aquí para nosotros la abstracta e informe na­
turaleza del Amor de Dios, el cual es la única realidad, y es una reali­
dad que verdaderamente compartimos como el Hijo de Dios. Como
afirma el Curso: “La condición natural de la mente es una abstracción
total” (L-pI. 161.2:1). Esta realidad como Cristo, sin embargo, está más
allá de nuestro limitado y separado yo egoísta, al cual le damos un
nombre, una historia, un futuro anticipado, etc. Es por consiguiente
imposible para nosotros conocer a Dios en este mundo, porque como
explica el Curso, este mundo en general, y los cuerpos y cerebros en

492
El canto de oración: Mensaje especial

particular se hicieron para cumplir el propósito del ego de mantener


alejado de nosotros el conocimiento de Dios, de Cristo, y de Su unidad
(“Así fue como surgió lo concreto” [L-pI.161.3:l]).102
Cuando invocamos el Amor de Dios, y nos volvemos hacia El
como nuestro Ser, podemos en efecto trascender nuestra identificación
con el ego, aunque sólo sea por un instante. En ese instante santo que
trasciende al tiempo y al sistema de pensamiento del ego en su totali­
dad, recordamos nuestra realidad e Identidad como el Hijo de Dios.
Por consiguiente, nos convertimos en esa Identidad, abstracta e in­
forme como nuestro Creador. El amor se ha vuelto a unir consigo
mismo, y ese Amor es uno. Repito, estoy usando el agua como un sím­
bolo de esa unidad de ser con Ser, amor con Amor.
Esa parte de nuestras mentes que elige retomar al lugar de donde
jamás nos fuimos en verdad es “donde” Dios nos “habla”. Sin em­
bargo, cuando nuestras mentes retoman a la creencia en la separación,
y nuevamente nos experimentamos como un yo personal en relación
con nuestro Creador—contrario a ser uno con El—el “hablar” se efec­
túa a través de nuestras mentes separadas y llega en forma de palabras,
las cuales nuestras mentes pueden entender. Es por eso por lo que
nuestras mentes separadas estructuran lo no estructurado, moldean lo
no moldeado, y le dan forma a lo informe. No es Dios Quien hace esto,
porque El no tiene conocimiento de molde o de forma. Su Amor, que
simplemente es, provee el contenido; nuestras mentes proveen el
molde o las palabras. Retomando a nuestra imagen del agua y del vaso,
entendemos que el Amor de Dios es el agua, y la mente separada es el
vaso que da forma al agua, y limita su accesibilidad a lo que el vaso ■
puede contener, o a lo que el miedo de nuestras mentes puede tolerar.
Para replantear esto, en el instante santo nuestras mentes han ele­
gido ser una con el Amor de Dios, el cual no es un estado con el cual
nuestro ego nos permite continuar, puesto que eso significa el final del
ego en sí. Como explica el Curso:
Es posible que en algunas ocasiones un maestro de Dios tenga una
breve experiencia de unión directa con Dios. Sin embargo, es casi im­
posible que en este mundo una experiencia así pueda perdurar....
Todos los estados mundanos son en cualquier caso ilusorios. Si se

102. Una discusión completa de esta dinámica está más allá del alcance de este libra,
pero el lector interesado puede consultar mi libro, Lave Does Not Condena, (El amor
no condena), Capítulo 13.

493
Capítulo 17 LA REALIDAD DE JESUS

alcanzase a Dios directamente en una conciencia continua, el cuerpo


no se podría conservar mucho tiempo (M-26.3:1 -2,7-8).
Y por eso la mente elige retomar a su identificación con el ego, mas
trae el Amor de Dios consigo. En la medida en que el miedo perma­
nezca en la mente, sin embargo, las palabras del cuerpo opacarán y dis­
torsionarán la pureza del amor; mientras menos miedo haya, más
transparentes son las palabras, las cuales sólo sirven para expresar el
amor en una forma que se pueda aceptar sin miedo. Utilizando la ana-
logia de un cuadro de luz y su marco, el Curso habla del propósito del
Espíritu Santo (contenido) para las relaciones (la forma) en el mundo:
[El cuadro de luz del Espíritu Santo está enmarcado de forma que] se
vea con perfecta claridad.... tiene un marco muy liviano, pues el
tiempo no puede contener a la eternidad.... El cuadro de luz, en claro
e inequívoco contraste [con el tenebroso cuadro del ego], se transforma
en lo que está más allá del cuadro. A medida que lo contemplas, te das
cuenta de que no es un cuadro, sino una realidad. No se trata de una
representación pictórica de un sistema de pensamiento, sino es el Pen­
samiento mismo. Lo que representa está ahí. El marco se desvanece
suavemente y brota en ti el recuerdo de Dios, ofreciéndote toda la crea­
ción a cambio de tu insignificante cuadro, que no tenía ningún valor ni
ningún significado (T-17.IV.13:3; 14:1; 15).
Así que no es el marco lo que es importante, sino el cuadro de luz
que contiene; de igual manera, nuestras palabras no son lo importante,
sino el contenido de amor que estas expresan. Y por eso no es real­
mente la persona de Jesús lo que buscamos y anhelamos, sino el amor
que él expresa, y más tajantemente aún, el amor en nosotros como
Cristo que él refleja hacia nosotros. Para nosotros en el mundo occi­
dental, sin embargo, y ciertamente para Helen, Jesús es el símbolo
máximo del Amor de Dios:
El nombre de Jesucristo como tal no es más que un símbolo. Pero
representa un amor que no es de este mundo.... Constituye el símbolo
resplandeciente de la Palabra de Dios, tan próximo a aquello que repre­
senta que el ínfimo espacio que hay entre ellos desaparece en el
momento en que se evoca el nombre (M-23.4:l-2,4).
Jesús entonces, y las formas específicas en que lo experimentamos en
nosotros mismos, es el cristal que nos permite experimentar el Amor
de Dios en una forma que podemos llegar a aceptar. Laforma no es el

494
El canto de oración: Mensaje especial

Amor de Dios, mas en última instancia se fundirá con ese Amor, como
nos fundiremos todos.
Retomando ahora al mensaje especial para Helen, el Amor de
Dios—la única respuesta a cualquiera de nuestros problemas, preocu­
paciones o preguntas—está más allá de todas las palabras o de todos
los pensamientos. Como afirma Un curso de milagros: “Decimos
‘Dios es’, y luego guardamos silencio, pues en ese conocimiento las
palabras carecen de sentido” (L-pI. 169.5:4). Mas este Amor de Dios sí
se refleja para nosotros en la forma que podemos aceptar, una forma
que establecemos para nosotros mismos. En lenguaje metafórico, el
proceso se le explica a Helen en el mensaje como que Cristo traduce
para nosotros: “Cristo... traduce Su [la de Dios] Respuesta”. En el
Curso en sí, esta “traducción” es una función generalmente concedida
al Espirita Santo. Se plantea metafóricamente para que corresponda a
lo que es nuestra experiencia, no porque sea realidad de por sí.
Otra analogía útil que puede ayudar a nuestro entendimiento es el
considerar nuestras percepciones de las salidas y puestas del sol.
Todos nosotros, sin excepción, observamos que el sol parece salir y
ponerse cada día. Muchas personas, de hecho, informan de profundas
experiencias espirituales o de experiencias estéticas en tomo a estas
percepciones. Sin embargo, a casi todos se nos ha enseñado que no es
el sol el que sale o se pone, o que siquiera se mueve en absoluto. Más
bien, es la rotación de la tierra sobre su eje lo que causa que el sol
“salga” y “se ponga”, mientras que la revolución del planeta alrededor
del sol causa los cambios de estaciones. Así pues, la apariencia es
realmente una ilusión que desmiente la realidad. Del mismo modo,
nuestra experiencia de que Jesús o el Espíritu Santo hacen cosas para
nosotros, o nos dicen cosas a nosotros, es la ilusión que desmiente la
realidad de que nosotros somos los verdaderos agentes de nuestras pa­
labras y acciones. Es esencial que nos demos cuenta de que somos no­
sotros los que elegimos alejamos de la presencia del amor y de la luz
en nuestras mentes, a la cual nos referimos como el Espíritu Santo o
Jesús. Así que somos nosotros los que tenemos que decidimos a regre­
sar a esta fuente de luz estacionaria. El movimiento de la mente—el
alejarse del amor y luego retomar a él—es nuestra responsabilidad.
Por lo tanto, todas nuestras preguntas tienen su origen en que noso­
tros hayamos elegido apartamos de nuestra Fuente en la mente—esa
es la razón por la cual el Curso enseña que las preguntas son del ego

495
Capítulo 17 LA REALIDAD DE JESUS

(C-in.4; C-2.9:1)—y encuentran su respuesta al nosotros retomar a la


decisión que tomó la mente de separarse, y elegir ahora a favor de Dios
y no en contra de EL El centrarse en necesidades o en preguntas espe­
cíficas se convierte pues en el refuerzo de lo que el ego quisiera que
creyésemos: que verdaderamente nos alejamos. Una respuesta desde
el exterior de nuestras mentes, que es como nosotros experimentamos
a Jesús normalmente, simplemente continúa entonces la ilusión de que
estamos separados. Así pues, Jesús está exhortando a Helen a que re­
grese al Amor de Dios en busca de su respuesta, del mismo modo que
nos exhorta a nosotros en esta hermosa Lección: “Invoco el Nombre
de Dios y el mío propio”:
No pienses que El [Dios] oye las vanas oraciones de aquellos que lo
invocan con nombres de ídolos que el mundo tiene en gran estima. De
esa manera nunca podrán llegar a El. Dios no puede oír peticiones que
le pidan que no sea El Mismo o que Su Hijo reciba otro nombre que no
sea el Suyo....
Recune al Nombre de Dios para tu liberación y se te concederá. No
se necesita más oración que ésta, pues encierra dentro de sí a todas las
demás. Las palabras son irrelevantes y las peticiones innecesarias
cuando el Hijo de Dios invoca el Nombre de su Padre....
Todo lo insignificante se acalla. Los pequeños sonidos ahora son in­
audibles. Todas las cosas vanas de la tierra han desaparecido. El
universo consiste únicamente en el Hijo de Dios, que invoca a su Padre.
Y la Voz de su Padre responde en el santo Nombre de su Padre. La paz
eterna se encuentra en esta eterna y serena relación, en la que la comu­
nicación transciende con creces todas las palabras, y, sin embargo,
supera en profundidad y altura todo aquello que las palabras jamás pu­
diesen comunicar. Queremos experimentar hoy esta paz en el Nombre
de nuestro Padre. Y en Su Nombre se nos concederá (L-pI. 183.7:3-5;
10:1-3; 11).
Continuamos ahora con el resto del mensaje, y retomamos la idea
que ya he discutido; a saber, que las palabras le pueden servir tanto al
miedo del ego como al amor de Jesús. Una vez más, la forma no es lo
importante, sino el contenido subyacente. La “Voz” de Dios, sin forma,
es silenciosa, como veremos.
Algunas veces las palabras limitarán el miedo; a veces no. Es por eso
por lo que algunas personas oyen palabras, algunas reciben sentimientos
de convicción interna, y algunas no adquieren conciencia de nada. Mas
Dios les ha contestado, y Su Respuesta llegará a ti cuando estés lista.

496
El canto de oración: elfolleto

Las respuestas no dependen de ti. Cualquier límite que les pongas a


éstas interfiere con la audición. La Voz de Dios es inaudible y habla en
silencio. Esto significa que tú no ftaseas la pregunta y no restringes la
respuesta [lo que significa que lo mejor para nosotros es no hacerlo].
El pedir es una forma de oración. No es una exigencia. No es un
cuestionamiento. No es una limitación. La única petición real es pedir la
Respuesta de Dios. Esta necesita la humildad de la confianza, no la arro­
gancia de la falsa certeza. La confianza no puede radicar en ídolos, pues
eso es simplemente fe en la magia. La confianza requiere fe en que Dios
comprende, sabe y responderá. Significa un estado de paz. Esto sí pue­
des pedirlo con seguridad. De hecho, si no sientes que la tienes, el
pedirla es la única petición real que puedes hacer.
Otra expresión de la misma idea es la aseveración que se cita repe­
tidas veces en Un curso de milagros de que nuestra sola y única fun­
ción es aceptar la Expiación para nosotros mismos. No pedimos ni
exigimos; simplemente aceptamos la paz y la verdad que ya está pre­
sente en nosotros. Así que encontramos claramente expuesto lo que se
reiterará dentro de poco, que nuestras verdaderas peticiones deben ser
pedir la paz, y esa es la única oración que tiene sentido.
Esto concluye el mensaje especial de Jesús paraHelen, después del
cual llegaron las notas que pertenecen más propiamente al folleto en
sí. Estas notas no tienen fechas escritas sobre las mismas y por eso no
sé exactamente cuántos días transcurrieron entre el mensaje y el fo­
lleto. Sin embargo, sí recuerdo que el lapso de tiempo fue relativa­
mente corto.

El canto de oración', el folleto

En las primeras dos páginas de El canto de oración encontramos las


siguientes aseveraciones las cuales se refieren al mismo tema del orar
pidiendo cosas específicas:
La oración es el mayor regalo con el cual Dios bendijo a Su Hijo al
crearlo. Era ésta entonces lo que ha de llegar a ser: la única voz que el
Creador y la creación comparten; el canto que el Hijo entona al Padre,
Quien devuelve a Su Hijo las gracias que el canto Le ofrece
(0-1.in. 1:1-2).
Así que la oración se usa como sinónimo del estado de perfecta uni­
dad entre Dios y Cristo, creador y creación. Es a la memoria de esa

497
Capítulo 17 LA REALIDAD DE JESUS

unidad en nuestras mentes divididas a lo que el Curso se refiere como


el Espíritu Santo, y el cual se manifiesta como Jesús para nosotros en
el sueño de este mundo. Y sin embargo, repito, puesto que no estamos
listos para hacer a un lado nuestro miedo a aceptar el amor de quién
somos, necesitamos aceptar este amor en las formas en que podamos
aceptarlo:
Para ti que te encuentras brevemente en el tiempo, la oración toma
la forma que mejor se ajusta a tu necesidad. Sólo tienes una.... [La ora­
ción] no es sólo una pregunta o una súplica. No puede tener éxito hasta
que no te des cuenta de que no pide nada.... La verdadera oración debe
evitar la trampa de la súplica. Pide, en su lugar, recibir lo que ya se ha
dado; aceptar lo que ya está ahí (O-l.in.2:l-2; O-l.1.1:2-3, 6-7).
Sin embargo, no debemos olvidar que tal petición es ilusoria, y, por lo
tanto, puede tentamos a olvidar que la verdad ya está presente en nues­
tro interior y sólo necesita que se le acepte.
El folleto continúa:
Se te ha dicho que le pidas al Espíritu Santo la respuesta a cualquier
problema específico, y que recibirás una respuesta específica si esa es
tu necesidad.103 También se te ha dicho que hay un solo problema y una
sola respuesta.104 En la oración, esto no es contradictorio. ...no es la
forma de la pregunta lo que importa, ni tampoco la manera como se for­
mula. La forma de la respuesta, si es dada por Dios, se ajustará a tu
necesidad tal como tú la ves. Esto es simplemente un eco de la respuesta
de Su Voz. El verdadero sonido es siempre un canto de acción de gra­
cias y de amor (O-1.I.2:1-3, 6-9).
Aquí encontramos la misma enseñanza que aparece en el mensaje es­
pecial, pero se presenta ahora de manera más generalizada. También
encontramos aquí el principio que explicaría la forma en la cual
Un curso de milagros llega; a saber, que la forma de la enseñanza se
adapta, tal como Jesús lo ha estado explicando arriba, a la necesidad
de enseñanza específica de la sección en cuestión. En el contexto de la
oración como un proceso, lo que Jesús dice refleja el final del proceso
donde entendemos que sólo hay un problema—la separación—y una
solución—el que se acepte la Expiación; en otras ocasiones él está

103. Vea, por ejemplo, T-ll.VIII.5:4-5; T-20.IV.8:4-7, así como las palabras persona­
les de Jesús a Helen, como hemos visto en su mensaje especial para ella del 14 de
diciembre de 1965 (pág. 313 anteriormente).
104. Vea L-pI.79-80.

498
El canto de oración: elfolleto

reflejando las etapas iniciales del proceso, donde experimentamos que


el Espíritu Santo resuelve nuestros problemas. La verdadera solución
a nuestros problemas, sin embargo, siempre descansa en la única
Respuesta que es el Amor de Dios, el cual es el “verdadero sonido” del
canto de oración. Como Jesús nos explicará ahora, es la experiencia de
la canción lo que en verdad queremos—su amor—no las formas iluso­
rias en las cuales podamos experimentar su reflejo:
No puedes, por lo tanto, pedir el eco. Es la canción la que consti­
tuye el regalo. Con ella vienen los sobreagudos, las armonías, los ecos,
pero estos son secundarios. En la verdadera oración sólo escuchas el
canto. Todo lo demás es simplemente agregado. Has buscado primero
el Reino de los Cielos, y ciertamente, todo lo demás se te ha dado por
añadidura (O-1.1.3).
En otras palabras, al continuar el tema de su mensaje especial a
Helen, aquí Jesús les está advirtiendo a todos los estudiantes de su
Curso que lo que en verdad ellos quieren es la paz de Dios, no sus re­
flejos específicos. La realidad del amor es el deseo de nuestro corazón,
no las manifestaciones ilusorias; es el maravilloso canto del Amor de
Dios lo que anhelamos recordar, no los varios ecos que se desvían a
través de nuestras mentes temerosas. El propósito de Jesús en nuestras
vidas no es concedemos nuestras peticiones específicas ni contestar
preguntas específicas, sino más bien recordamos la única Respuesta a
todas estas preocupaciones que descansa tranquilamente dentro de
nuestras mentes, esperando con paciencia que le demos nuestra bien­
venida. Como afirma el Curso: “El amor espera la bienvenida...
y el mundo real no es sino tu bienvenida a lo que siempre fue”
(T-13.VII.9:7).
Por lo tanto, una vez que nos volvemos a unir con este amor, que
hemos tomado la mano de Jesús la cual nos recuerda Quién somos ver­
daderamente, todas nuestras preocupaciones desaparecen inevitable­
mente. Puesto que el contenido de nuestros problemas era la
separación del amor, el deshacerlos simplemente radica en que nos
unamos con él nuevamente. Ese es el significado de la alusión a la ase­
veración bíblica de que cuando hayamos buscado el amor del Reino de
los Cielos, todo lo demás “se nos ha dado”: hemos recordado la paz y
el amor que es nuestra única Respuesta.
El canto de oración continúa, y Jesús se toma incluso más
específico:

499
Capítulo 17 LA REALIDAD DE JESUS

El secreto de la verdadera oración es olvidar las cosas que crees ne­


cesitar. Pedir lo específico es muy similar a reconocer el pecado y
luego perdonarlo (O-1.1.4:1-2).
“Verdadera oración” es el término que Jesús utiliza para referirse a los
tramos superiores de la oración, el verdadero significado de unirse con
el Amor de Dios. Un poco más adelante en el folleto él compara el pro­
ceso de la oración con una escalera. El orar por cosas específicas, o el
buscar guía para respuestas específicas, refleja los escalones inferiores
de la escalera. A esto se le denomina “pedir-desde-la-necesidad”, y
siempre implica “sentimientos de ser débil e inadecuado, y jamás
podrían ser realizadas por un Hijo de Dios que sepa Quién es”
(0-1.11.2:1). Por lo tanto, cualquiera que se sienta inseguro de su Iden­
tidad no puede evitar el orar en estas formas.
Claramente el propósito de Jesús aquí no es hacer que las personas
se sientan culpables al incurrir en estas formas mágicas de la oración,
sino simplemente recordarles lo que en verdad quieren. Siempre se
debe empezar por el principio, y Un curso de milagros jamás sugeriría
que sus estudiantes deben saltar los pasos necesarios para alcanzar su
meta de verdadera paz. Son estos pasos los que permiten que Dios dé
Su “paso final” de elevar a Sus hijos nuevamente hasta el Cielo—
“Dios Mismo dará este paso final. No te niegues a dar los pequeños
pasos que te pide para que puedas llegar hasta El” (L-pI.193.13:6-7).
Sin embargo, aquí en las páginas iniciales del folleto, Jesús está inten­
tando corregir los errores que sus estudiantes, así como Helen, estaban
cometiendo en los comienzos de la vida pública del Curso. El Ies está
recordando a las personas que ellas son tentadas a conformarse con las
pequeñas migajas que el ego les ofrece, cuando en su lugar pueden
tener el hermoso canto de su Identidad como Cristo: “El Hijo de Dios
no pide mucho, sino demasiado poco” (T-26.VII. 11:7). Este punto se
hace más claro en el próximo pasaje:
De la misma manera, también en la oración pasas por encima de tus ne­
cesidades específicas tal como tú las ves, y las abandonas en Manos de
Dios. Allí se convierten en tus regalos para El, pues Le dicen que no
antepodrías otros dioses a El; ningún Amor que no sea el Suyo. ¿Cuál
otra podría ser Su Respuesta sino tu recuerdo de El? ¿Puede esto cam­
biarse por un trivial consejo acerca de un problema de un instante de
duración? Dios responde únicamente por la eternidad. Pero aun así to­
das las pequeñas respuestas están contenidas en esta.... No hay nada
que pedir porque no queda nada que desear. (O-l.I.4:3-8;5:6).

500
El canto de oración: elfolleto

Así que cuando nos sentimos indecisos o inseguros de una situa­


ción, y desconocemos qué debemos hacer, se nos pide que alcemos la
atención de nuestras mentes por encima del campo de batalla en el cual
creemos existir, y donde continuamente buscamos “un trivial consejo
sobre algún problema de un instante de duración”. Al abandonar el
campo de batalla, nos reunimos con la presencia amorosa de Jesús o
del Espíritu Santo, y de ese modo se nos recuerda que todo lo que que­
remos es la paz de Dios. Desde ese lugar de paz y de amor dentro de
nuestras mentes, volvemos nuestra atención hacia la situación que es­
tamos confrontando. De nuevo en el campo de batalla, pero portando
la memoria de nuestra verdadera meta, inevitablemente reconocere­
mos lo que debemos hacer. Hemos hecho nuestra parte al eliminar
nuestro miedo a la unión—la interferencia a nuestra conciencia de la
presencia del amor—y la Respuesta fluirá entonces a través de nues­
tras mentes en la forma que necesitemos oír: “No hay nada que pedir
porque ya no hay nada más que desear”. Así que Jesús le ha planteado
la pregunta a todos sus estudiantes: ¿Es la pequeña respuesta que reci­
bes a una pregunta específica lo que realmente quieres, cuando en su
lugar puedes tener la paz de Dios, y la certeza de tus próximos pasos
en este mundo ilusorio? Las pequeñas respuestas están contenidas en
la única Respuesta, pero no viceversa; traemos las ilusiones a la ver­
dad, no la verdad a las ilusiones.
Esta enseñanza, por consiguiente, consta de una “serie de leccio­
nes” que Jesús le mencionó a Helen en su mensaje preliminar para ella.
El le estaba recordando, nuevamente en este periodo final de su vida,
que recordara quién era ella, y que ya no era necesario fingir que ella
era alguien que no era. Su vida como Helen podía expresar entonces
su realidad como amor. Como ya hemos visto, sin embargo, estas lec­
ciones no tuvieron un efecto observable. De hecho, Helen habría de
elegir dilatar este paso hasta el momento de su muerte.
Regresamos al folleto, donde Jesús retoma a las experiencias de las
personas en los peldaños inferiores de la escalera, y a la necesidad de
ayuda:
Este no es un nivel de oración que todo el mundo puede alcanzar
por ahora. Aquellos que no lo han alcanzado aún necesitan tu ayuda en
la oración, porque su pedir no se basa todavía en la aceptación. La
ayuda en la oración no significa que otro media entre Dios y tú. Pero
sí significa que otro está a tu lado y te ayuda a elevarte hacia El
(O-1.1.6:1-4).

501
Capítulo 17 LA REALIDAD DE JESUS

El lector puede recordar aquí las palabras de Jesús para Helen antes de
que comenzara El canto de oración (vea anteriormente, pág. 490), las
cuales refuerzan la unión de ella con otros al fortalecerles su habilidad
para “oír” por sí mismos. Cito nuevamente el recordatorio que Jesús
nos hace en el texto: “Todos mis hermanos son especiales”
(T-1.V.3-.6).
Comentando una vez más sobre los diferentes niveles de la oración,
podemos extrapolar los diferentes niveles en que se puede entender a
Jesús, e incluir qué significa el relacionarse con él. En Un curso de
milagros, Jesús explica que no podemos ni siquiera pensar en Dios sin
un cuerpo, o en alguna forma que creamos reconocer (T-18.VIII. 1:7).
Por lo tanto, como lo explica más adelante un importante pasaje del
texto:
Puesto que crees estar separado, el Cielo se presenta ante ti como
algo separado también. No es que lo esté realmente, sino que se pre­
senta así a fin de que el vínculo que se te ha dado para que te unas a la
verdad pueda llegar hasta ti a través de lo que entiendes. El Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo son Uno, de la misma manera en que todos tus
hermanos están unidos en la verdad cual uno.... La función del
Espíritu Santo es enseñarte cómo experimentar esta unidad, qué tienes
que hacer para experimentarla, y adonde debes dirigirte para lograrla.
De acuerdo con esto, se considera al tiempo y al espacio como si
fueran distintos, pues mientras pienses que una parte de ti está sepa­
rada, el concepto de una unidad unida cual una sola no tendrá sentido.
... [Por consiguiente esta Unidad tiene que] utilizar el idioma que di­
cha mente entiende, debido a la condición en que esta mente cree
encontrarse (T-25.1.5:1-3; 6:4; 7:1,4).
Así pues, tenemos que hablar de Jesús en dos niveles: el primero es
el metafisico, en el cual su amor y su presencia es abstracta y no-
específica, como es conocido por la sacerdotisa, y el cual puede ser
simbolizado por el agua en nuestro ejemplo del vaso; el segundo re­
fleja nuestra experiencia dentro del sueño, donde lo conocemos como
un cuerpo con una personalidad, puesto que creemos que nuestra iden­
tidad está arraigada en el ámbito corpóreo. El amor y la presencia de
Jesús, por lo tanto, son transmitidos a través de nuestras mentes sepa­
radas las cuales creen que estamos en cuerpos, y por consiguiente
nuestra experiencia de él como persona es determinada por la forma
particular del vaso que está constituido por nuestras propias necesida­
des de aprendizaje.

502
Helen y Jesús: la ilusión y la realidad

Correspondientemente, el peldaño más bajo de la escalera descrita


en El canto de oración consiste en pedir cosas, porque creemos que
nuestra realidad está aquí en el mundo:
En estos niveles la oración es un simple desear, el cual surge de una
sensación de escasez y carencia (0-1.11.1:5).
A medida que crecemos en el perdón y ascendemos la escalera de la
ción sin embargo, progresivamente nos hacemos conscientes de la
naturaleza informe de la presencia del amor,
, ta míe lia oración! alcanza su estado informe, y se fusiona en total
^nunicación con Dios (0-1-11.1:3).
I P to concluye nuestra discusión de El canto de oración, y nuestra
bS zt; crresión para considerar la naturaleza de la oración y de Jesús,
breve d la ilusión y ia realidad. En esta próxima sección re-
y para c tema Helen, y a las implicaciones de nuestra discusión
paTsu propia relación con Jesús.

Helen y Jesús: la ilusión y la realidad

Comenzamos con el proceso mediante el cual se escribió Un curso


. milaRros Hasta ahora en el libro hemos discutido la escritura desde
1 nerspectiva en la cual Helen experimentaba a Jesús y al dictado.
a ' en vista de nuestra discusión en las secciones anteriores, pode­
mos dar otro paso en términos de entender la verdadera naturaleza de
la escritura del Curso.
Alrededor de un año más o menos después que se publicó el Curso,
a mujer obviamente sincera se le acercó a Helen y le preguntó cómo
había sido posible que Jesús escribiese el Curso, puesto que él no sabia
inglés Si bien por un lado la pregunta podría parecer simplista, por el
otro ayuda a centrar la indagación en el papel que Jesús jugó realmente
en la escritura de Un curso de milagros. A primera vista, y tal como se
nana la historia sobre la escritura del Curso, parecería como si la per­
sona de Jesús hubiese estado dentro de la mente de Helen con un mi­
crófono, dictándole—palabra por palabra, ¡en inglés!—los tres libros
del Curso. Tiene que recordarse, por supuesto, que en un nivel esta era
la experiencia de Helen. Pero que similar a la percepción errónea de la
salida y la puesta del sol todos los días, la experiencia de uno, aunque

503
Capítulo 17 LA REALIDAD DE JESUS

válida para el individuo, no obstante, no debe tomarse como la verdad


real, y mucho menos como un modelo en forma para la experiencia de
otras personas. Antes de proseguir con mis comentarios en tomo a la
escritura del Curso, quisiera relatar un importante incidente el cual im­
plica a Helen y a Jesús. Este incidente, quizás más que ningún otro,
ilustra los dos niveles con los cuales se puede describir la relación de
uno con Jesús: la apariencia y la realidad. Primero relataré las circuns­
tancias tal y como ocurrieron, y luego las discutiré en el contexto de
nuestra relación con Jesús.
Una tarde durante nuestro viaje a San Francisco en el verano de
1975, Helen y yo visitamos una hermosa capilla que había sido cons­
truida por el hermano de una hermana Maryknoll que era una querida
amiga nuestra. Mientras Helen y yo estábamos sentados tranquila­
mente, a Helen le cayó una pestaña dentro de un ojo. Me relató que no
era una experiencia nada rara para ella, ya que sus pestañas eran largas.
Sin embargo, continuó, esto jamás era un problema porque Jesús siem­
pre le sacaba la pestaña del ojo. Helen me describió cómo ella cerraba
los ojos y oraba, y cuando los abría la pestaña estaba fuera. Y así sen­
tados en la capilla, procedimos a cerrar los ojos y a orar juntos. Claro
está, unos instantes después, la pestaña estaba descansando en la me­
jilla de Helen.
Claramente, la experiencia de Helen era que Jesús le sacaba la pes­
taña del ojo, pero realmente esto no tiene sentido a menos que uno esté
listo para creer que Jesús extraía la pestaña del ojo de Helen con su
dedo, o una variación de lo mismo. Puesto que yo sabía que la discu­
sión de este Jesús mágico sólo pondría a Helen ansiosa, me contuve de
mencionarlo, aunque sí lo hice un par de años más tarde en la discusión
sobre el orar la cual condujo a la escritura de El canto de oración. Lo
que yo creo que sí pasó con la pestaña es lo que sigue.
Consideremos nuevamente que Jesús literalmente no hace nada. El
permanece como una abstracta presencia de amor en nuestras mentes,
análogo al faro que simplemente brilla en la obscuridad de la noche.
Aquellos barcos que están perdidos en el mar perciben la luz y nave­
gan hacia la misma. La luz en sí no los llama activamente, pero su pre­
sencia les recuerda dónde radica la seguridad. Del mismo modo Jesús
(y el Espíritu Santo) sirven como un recordatorio. Como es obvio
desde este libro, Helen pasó una vida intentando huir de Jesús,
continuamente apartándose de su luz y utilizando como escondite las
preocupaciones y los juicios de su ego. Es por eso por lo que Jesús le

504
Helen y Jesús: la ilusión y la realidad

dice al comienzo del dictado, en relación con las dos etapas contenidas
en cómo escapar de la obscuridad: “La primera es el reconocimiento
de que la obscuridad no puede ocultar nada.... La segunda es el reco­
nocimiento de que no hay nada que desees ocultar aunque pudieses ha­
cerlo”. A propósito, esta aseveración, de la cual ya he citado, en el
presente se encuentra en una forma ligeramente editada en el primer
párrafo de la sección “Cómo escapar de la obscuridad” en el Capítulo
Uno del texto.
Una de las maneras en que Helen expresaba este huir era a través
del ataque a sus ojos. La visión siempre ha sido un importante símbolo
de la espiritualidad, y Un curso de milagros no es la excepción. Por lo
tanto, sería lógico que el ego de Helen atacase sus ojos como algo sim­
bólico de los intentos de ella por no ver lo que Jesús le estaba ense­
ñando. De hecho, mientras Helen estaba tomando el Curso, ella pasó
por un período en el cual estaba segura de que estaba perdiendo la
vista. Presa del pánico, se hizo examinar en el Instituto de Ojos que era
parte del Centro Médico. Se le dio de alta después de un par de día
cuando todas las pruebas resultaron negativas. Poco después, recobr
la vista. Y durante muchos, muchos años Helen estuvo “meditando” ei
tomo al desarrollo de un desprendimiento de retina, puesto que su
miedo de esto era tan grande. Y, ciertamente, casi en las postrimerías
de su vida sí “logró” finalmente desprenderse la retina.
Otro ejemplo de la resistencia de Helen a compartir la visión de
Jesús llegaba en el contexto de una serie de esfuerzos que él le pedía a
ella que hiciese para contemplarlo en la cruz, presumiblemente de
modo que ella pudiese ver que él no estaba sufriendo. Muy a menudo
yo trataba de ayudar a Helen en esto, y oraba con ella mientras ella
“miraba” la cruz. Pero siempre desviaba la mirada hacia el ángulo
inferior izquierda de su campo visual, con lo cual evitaba mirarlo de
frente. No pudo nunca mirarlo como él se lo pedía.
En una escala mucho menor, pues, las “pestañas desprendidas” de
Helen pueden entenderse también como el reflejo de su resistencia a
ver lo que Jesús quería que ella viese. Así pues, en un nivel con el cual
no estaba en contacto, ella tomaba la decisión de separarse de su amor
y por consiguiente de la visión de Cristo que es la meta del Curso. Esta
decisión, procedente del miedo, era esencialmente tan no-especifica
como el amor que Jesús representaba, aun cuando se manifestaba en
formas específicas. En este caso, la pestaña en el ojo era el efecto de la
causa: la decisión de Helen de separarse del amor de Jesús. Cuando

505
Capítulo 17 LA REALIDAD DE JESUS

Helen decidía permitir que Jesús le ayudase con la pestaña, ella estaba
reflejando en este nivel corporal la decisión tomada en su mente de
acercarse más a Jesús y de unirse con su amor. Así que ella deshacía la
causa de la pestaña en el ojo—el estar separada de Jesús—al decidir
unirse a él. En este punto, con la causa deshecha, el efecto se deshacía
también, y por eso la pestaña terminaba en la mejilla de Helen.
El punto en todo esto es que en realidad Jesús no hacía nada. Helen
hacía todo el trabajo; primero al apartarse de Jesús (lo cual la conducía
a poner la pestaña en su ojo), y luego al acercarse a él (lo cual la con­
ducía a sacarse la pestaña del ojo). Sin embargo, su experiencia, simi­
lar al antes citado ejemplo de la salida y puesta del sol, era que Jesús
le ayudaba. En realidad, del mismo modo que el sol permanece relati­
vamente estacionario mientras la tierra rota y revoluciona a su alrede­
dor, el amor y la luz de Jesús permanecían quietos, mientras que Helen
se alejaba y se acercaba hacia él.
Retomando ahora a Helen y al Curso, si bien su experiencia muy
definitivamente era de que Jesús—una persona fuera de ella—se rela­
cionaba con ella y que le dictaba, verdaderamente la realidad era muy
distinta. Helen podía retomar su mente a esa memoria del Amor de
Dios—su verdadera Identidad—simbolizada por ella como Jesús. Al
unirse con él, se unía con el amor. Esa unión no tiene forma ni nada
específico, pues el amor, como hemos visto, es abstracto y está más
allá de todas las divisiones del ego. Este amor, del cual Jesús era la ma­
nifestación, fluía a través de la mente separada que conocemos como
Helen (el agua que toma la forma del vaso) y salió al mundo en la
forma de tres libros que conocemos como Un curso de milagros. Así
pues, fue la mente de Helen la que le dio su forma al Curso; el
contenido vino de fuera de su mente egoísta, de un amor que no obs­
tante está dentro de la mente de ella, como ciertamente está en todos
nosotros. Recordemos la descripción que Helen hizo de sí misma, pre­
sentada en la Parte II, de que Jesús hizo uso de sus “antecedentes edu­
cativos, de sus intereses y de su experiencia, pero eso fue en materias
de estilo [i.e., forma] más bien que en el contenido”.
Al mirar los pormenores de la forma y la estructura del Curso, se
pueden encontrar paralelos casi idénticos con la propia vida de Helen.
Helen era americana y obviamente hablaba inglés, el idioma y
lenguaje del Curso. Era una psicóloga freudiana y educadora, y el
Curso contiene un sofisticado estudio psicodinámico del ego, el cual
viene dentro de un formato curricular: texto, libro de ejercicios para

506
Helen y Jesús: la ilusión y la realidad

estudiantes y un manual para maestros. Su meta, además, es que apren­


damos de nuestro Maestro intemo, el Espíritu Santo, de modo que nos
convirtamos en maestros de Dios. A pesar de su clara ambivalencia,
Helen no obstante se identificaba con la tradición cristiana, más espe­
cíficamente con el catolicismo romano, y estaba muy bien versada en
la Biblia. Un curso de milagros cae dentro del marco del cristianismo
tradicional, y corrige todas las distorsiones y malentendidos de estos
dos mil años de tradición, además de contener más de ochocientas
citas y alusiones a la Biblia. Helen era una amante de Shakespeare así
como de los grandes poetas ingleses, y la escritura del Curso es bas­
tante shakespeareana en su forma, con grandes porciones del material
escritos en verso libre y pentámetro yámbico, la métrica de la poesía
de Shakespeare. Helen poseía una mente agudamente lógica—el lector
puede recordar su amor si no es que adoración por la lógica cuando era
estudiante universitaria—y la teoría del Curso se presenta con una ri­
gurosa lógica con la cual, una vez que se aceptan sus premisas básicas,
no se puede argüir. Finalmente, Helen sentía un gran respeto y amor
por Platón, y se incluye varias alusiones específicas a la obra de
Platón. Además, como señalé en Lave Does Not Condemn (El amor no
condena), Un curso de milagros surge dentro de la tradición filosófica
que, aun cuando traza sus comienzos a los presocráticos, más propia­
mente comienza con Platón, el verdadero padre de la filosofía occiden­
tal, junto con Sócrates.
La única aparente excepción a esta lista en términos de las caracte­
rísticas formales del Curso es la fuerte temática gnóstica que corre a lo
largo del material, sin mencionar el uso de terminología gnóstica
específica.105 Helen y yo nunca discutíamos el tema (mi interés en este
realmente no comenzó hasta después de su muerte), pero a mi entender
ella no tenía un conocimiento consciente de este importante movi­
miento filosófico y religioso. Sin embargo, puesto que los platonistas
formaban parte de los principales gnósticos, y el gnosticismo platónico
se refleja en muchas de las enseñanzas del Curso, tiene que haber
habido una parte de la mente de Helen que estaba familiarizada con
esta tradición.
Por lo tanto, repito, Helen era responsable de la forma específica
del Curso; el amor abstracto de Jesús—la fuente—del contenido. En

105. Estas se discuten ampliamente en mi antes mencionado libro Lave Does Nol
Condemn (El amor no condena)

507
Capítulo 17 LA REALIDAD DE JESUS

respuesta a una pregunta formulada por un grupo de Carolina del Norte


al cual visitamos una vez, Helen le dijo con naturalidad que Un curso
de milagros era psicológico y presentado como un currículo, puesto
que ella era psicóloga y educadora. Posteriormente yo le recordé, sin
embargo, que ella se había convertido en psicóloga y maestra debido a
una decisión que había tomado previa a y en un nivel distinto a su exis­
tencia consciente como Helen Schucman. Esto era similar al hecho de
que las tres personas más cercanas al Curso—Helen, Bill y yo—todos
teníamos doctorados en psicología clínica. El Curso enseña que el
tiempo no es lineal, y que las decisiones se toman en el nivel de la
mente—fuera del tiempo—independientes del cerebro y del cuerpo
con el cual nos identificamos.106 Por lo tanto, nuestras decisiones de
convertimos en psicólogos, y la de Helen de convertirse en educadora
también, difícilmente fueron accidentales. El que Helen se convirtiese
en psicóloga y maestra era necesario para que su cerebro pudiese acep­
tar las enseñanzas del Curso en esa forma. La dificultad para entender
este fenómeno, como se mencionara brevemente antes, procede de
nuestros cerebros programados linealmente, los cuales no pueden ir
más allá de su propia programación, para entender la no linealidad de
la mente.
No obstante, la experiencia de Helen, como hemos visto, era de que
Jesús utilizaba sus habilidades y talentos particulares, del mismo modo
que lo experimentaba ayudándole específicamente. De hecho, el lector
puede recordar estas líneas del dictado original (vea antes, pág. 322),
omitidas del Curso publicado.
Tienes que haber notado cuán a menudo he utilizado tus propias ideas
para ayudarte a ti.
Y luego en el contexto de cómo el Espíritu Santo nos enseña “a usar lo
que el ego ha fabricado a fin de enseñar lo opuesto a lo que el ego ha
aprendido” (se encuentra en forma ligeramente modificada en el texto
publicado, T-7.IV.3, y se presenta en la Parte II de este libro), Jesús le
dijo a Helen:
No podrías tener un ejemplo mejor del propósito unificado del
Espíritu Santo que este Curso. El Espíritu Santo ha tomado áreas

106. El lector interesado puede consultar mi libro A Vast ¡Ilusión: Time According
to A Course m Miracles (Una vasta ilusión: el tiempo de acuerdo con Un curso de
milagros) para un trato profundo de cómo el Curso entiende el tiempo.

508
Helen y Jesús: la ilusión y la realidad

muy diversificadas de tu aprendizaje pasado, y las ha aplicado a un


curriculo unificado.
En verdad, una vez más, fue en realidad la mente más allá de Helen—
llamada aquí Espíritu Santo—la que tomó las “áreas diversificadas de
su vida” y “las aplicó a un curriculo unificado”.
Por lo tanto, ahora podemos entender mejor, en un nivel más sofis­
ticado, la verdadera naturaleza de la relación de Helen con Jesús. Una
presencia abstracta y no específica, Jesús permanece como un pensa­
miento de perfecto amor dentro de las mentes de todas las personas
que aún creen en la realidad del sueño. El pensamiento que conocemos
como Helen se unió de nuevo al pensamiento que conocemos como
Jesús. Dentro del sueño del mundo, esta unión de amor se manifestó
como Un curso de milagros. El Ser de Helen que hemos descrito como
la perfectamente objetiva e impersonal sacerdotisa es la más completa
expresión de esta unión, puesto que reflejaba directamente la abstracta
naturaleza impersonal de este amor.
Dada esta realidad, ahora podemos entender además la motivación
detrás del folleto El canto de oración y del mensaje que lo precedió.
Al centrarse en lo específico de las preocupaciones de su ego, Helen
virtualmente pudo sepultar el amor de su Ser; el milagro de este amor
fiie sacrificado por la magia contenida en las exigencias de respuestas
a sus preguntas. Retomando a nuestra analogía anterior, en lugar de
sostener un envase casi infinito para las fluyentes aguas de Jesús,
Helen le presentó el estrecho dedal de las necesidades de su ego, para
que él lo llenase. En este sentido, repito, el amor de Jesús se hacía más
“manejable”. Repito parte del mensaje:
Una pregunta específica es realmente una decisión sobre la clase de
respuesta que es aceptable. El propósito de las palabras es limitar, y al
limitar, hacer más manejable una vasta área de experiencia.... Las res­
puestas no dependen de ti. Cualquier límite que les pongas interfiere
con la audición.
Todas las preguntas sobre lo específico llegaron asi a simbolizar la
limitación que el miedo le ponía al amor. Al principio, los peldaños
más bajos de nuestra escalera de oración, pueden representar nuestros
intentos de unimos con Jesús en una forma aceptable que minimizaría
nuestro miedo a unimos con su amor. Sin embargo, es una tentación el
dejarse seducir por las “respuestas” y de ese modo evitar la verdadera
Respuesta. El ir más allá de esta tentación, repito, era el propósito del

509
Capítulo 17 LA REALIDAD DE JESUS

mensaje de Jesús a Helen. Siempre es útil, por lo tanto, el que se nos


recuerde la diferencia entre símbolo y realidad, apariencia y verdad:
las formas del mundo sólo tienen significado en la medida en que nos
ayudan a movemos más allá de ellas hacia el contenido del Amor de
Dios que es nuestro único deseo y nuestra única meta.
Desde la perspectiva de esta discusión sobre el significado de la
oración, podemos regresar ahora a las reuniones de “oración” con
Judy, con Bill, con Helen y conmigo, y a nuestra práctica de pedir
orientación en las decisiones relacionadas con la vida mundana del
Curso. Hay un peligro en atribuirle a la inspiración todo lo que ocurrió
en los primeros años de la Fundación. El “peligro” surge al presentarle
un ideal al mundo que haga extremadamente fácil establecer un mo­
delo de especialismo, en el cual los estudiantes de Un curso de
milagros terminen sintiéndose como fracasados por “no llegar a la
altura” del ejemplo que supuestamente establecimos. Se cometieron
errores durante esos primeros años, y no había nada de sagrado o sa­
crosanto en cómo procedíamos. No cabe duda de que teníamos buenas
intenciones, pero los estudiantes del Curso están familiarizados con
estas importantes palabras de precaución, en parte citadas ya antes:
No confíes en tus buenas intenciones, pues tener buenas intencio­
nes no es suficiente. Pero confía implícitamente en tu buena voluntad,
independientemente de lo que pueda presentarse (T-18.IV.2:l-3).
Esta última referencia, por supuesto, es a la pequeña dosis de buena
voluntad que se nos pide que le demos al Espíritu Santo para abandonar
nuestra creencia de que tenemos razón en nuestras percepciones y valo­
res. Muy a menudo cuando las personas piden respuestas específicas
para preguntas específicas realmente le están pidiendo al Espíritu Santo
o a Jesús que les provea las respuestas que inconscientemente ya han de­
seado. Así que están trayendo la verdad a la ilusión, en lugar de traer la
ilusión a la verdad como se nos pide repetidamente en el Curso. Puesto
que nosotros fabricamos el mundo—la ilusión—específicamente para
excluir el Amor de Dios, es pues el colmo de la arrogancia del ego pe­
dirle a Dios (o a Sus manifestaciones simbólicas) que entre al mismo a
ayudar a resolver problemas sobre los cuales no sabe nada. Por eso, re­
pito, Un curso de milagros nos pide que traigamos nuestras creencias y
percepciones ilusorias a la verdad que está en el interior de nuestras
mentes, donde en presencia de su luz la obscuridad de nuestros miedos
y de nuestras preocupaciones simplemente desaparece.

510
Helen y Jesús: la ilusión y la realidad

El sistema de pensamiento del ego es casi todo inconsciente para


nosotros, y por consiguiente en su mayor parte no tenemos conciencia
de los callados apegos que tenemos al resultado de los acontecimien­
tos. Esta es la ventaja de moverse más allá de lo especifico: hay menos
probabilidades de que la audición se “contamine”. En la sección sobre
los “Mensajes especiales” para Helen, mencioné la falta de confiabili­
dad de Helen cuando se trataba de lo específico. Para replantear este
importante punto, los conflictos y las exigencias inconscientes del ego
salen a la superficie más fácilmente cuando la atención de uno se fija
en preguntas, necesidades y resultados específicos. Cuando uno reposa
en la paz de Dios, los resultados nunca son motivo de grave preocupa­
ción, y la respuesta siempre se sabe y se entiende. Esto no significa,
ciertamente, que las decisiones no sean necesarias. Como dice Jesús en
El canto de oración:
Aquí hay decisiones que tomar, y tienen que tomarse sean o no
ilusiones. (0-1.1.2:4).
Y en el folleto de psicoterapia, Jesús nos recuerda que “Aun el tera­
peuta avanzado tiene algunas necesidades terrenales mientras esté aquí
(P-3.III. 1:3), lo cual significa que se le tiene que prestar alguna aten­
ción al dinero. El punto es que el problema radica en poner énfasis en
“oír” la respuesta específica a una pregunta, pues tal preocupación nos
distrae de la verdadera Respuesta.
Así pues, cuando Helen estaba tomando el Curso, parte de su mente
descansaba con Jesús, y su mensaje de amor y de verdad pasaba a tra­
vés de la mente de ella puramente sin impedimento. La preocupación
con decisiones relacionadas con el Curso, sin embargo, siempre era el
producto de una mente dividida que estaba apegada a lo que se hacia,
y por eso las “respuestas” carecían de la pureza del Curso en sí. Una
vez más, es esencial que no se olvide la distinción crucial entre forma
y contenido. Era el amor de Jesús únicamente—el contenido—lo que
era la fuente de Un curso de milagros, pero la orientación respecto a
su vida en el mundo de la forma provenía, yo creo, de mentes que a
menudo estaban demasiado implicadas en las respuestas del mundo, y
no necesariamente en la Respuesta del Cielo siempre.
Parte del mensaje especial del 5 de octubre de 1975, merece una re­
petición de la cita:
Para Dios todas las cosas son posibles, pero tienes que pedir Su res­
puesta únicamente a El.

511
Capítulo 17 LA REALIDAD DE JESUS

Tal vez pienses que lo haces, pero ten la seguridad de que si lo hi­
cieras estarías tranquila ahora y completamente impávida ante
cualquier cosa. No intentes adivinar Su Voluntad para ti. No supongas
que tienes razón porque una respuesta parezca proceder de El. Asegú­
rate de preguntar, y luego permanece callada y permite que El hable.
Esta extremadamente importante advertencia en contra de creer que la
voz interior es la de Dios simplemente porque uno lo experimente así,
fue subrayada por esta aseveración en el manual para maestros: “Son
muy pocos los que pueden oír la Voz de Dios” (M-12.3:3).
Antes de proseguir, quisiera introducir una leve digresión para na­
rrar una historia que señala el error de presentar a Helen (o a cualquier
otro de nuestro “santo” grupo) como un ejemplo de audición impeca­
ble respecto a lo específico. Hace algún tiempo recibí una llamada te­
lefónica de un hombre muy turbado, quien me relató cómo había
estado recibiendo orientación específica del Espíritu Santo durante los
últimos años. No recuerdo la mayoría de los detalles de nuestra con­
versación, pero sí recuerdo que a él le habían dicho cosas muy especí­
ficas relacionadas con lugares, fechas, etc. Parte de esta orientación
afirmaba que él iba a morir en una fecha específica, para la cual falta­
ban tres días. Este hombre me estaba llamando el día anterior al que
debía ingresar al hospital para una cirugía menor, la cual tendría lugar
el mismo día que el Espíritu Santo le había dicho que sería el último
para él.
Le expliqué la confusión de forma y contenido, y utilicé como
ejemplo los errores de Helen, los cuales incluían errores en las fechas
de la muerte de Louis, de Bill y de ella misma. Por fortuna, él entendió,
y al sentirse aliviado, ingresó en el hospital para su cirugía. Más o
menos una semana después me llamó para decirme que estaba a salvo
en su casa, la operación fue todo un éxito, y obviamente él estaba muy
vivo. Con frecuencia les advierto a los estudiantes de Un curso de
milagros sobre esta clase de error, y les exhorto a que sospechen de
cualquier orientación específica que reciban, y mucho más aún cuando
Jesús o el Espíritu Santo suenen apremiantes o exigentes. El amor
siempre es paciente, puesto que no sabe de tiempo. El contenido puede
ser del Espíritu Santo, pero la forma siempre es el producto de la mente
separada individual.
Un buen ejemplo de esta confusión de forma y contenido es la
“explicación” que Helen recibió sobre el momento del Curso, el men­
saje de la “prisa celestial” (vea arriba, págs. 204-05). Por desgracia,

512

I
La sacerdotisa inconsciente

esta historia frecuentemente es considerada por los estudiantes de


Un curso de milagros como literalmente cierta. Más bien, debe enten­
derse como una serie de simbolos que se adaptaron al nivel de enten­
dimiento conceptual de Helen en ese momento, y cuyo significado está
más allá de todos los conceptos. Así pues, esta “explicación” fue la
forma en la cual Helen podía entender mejor los sorprendentes acon­
tecimientos de aquel verano de 1965. En un importante pasaje, al cual
ya hemos hecho referencia, Jesús enseña:
El valor de la Expiación [con lo cual se quiere decir aqui cualquier
expresión de amor del Espirita Santo] no reside en la manera en que
ésta se expresa. De hecho, si se usa acertadamente, será expresada ine­
vitablemente en la forma que le resulte más beneficiosa a aquel que la
va a recibir. Esto quiere decir que para que un milagro sea lo más eficaz
posible, tiene que ser expresado en un idioma que el que lo ha de reci-
P pueda entender sin miedo. Eso no significa que ése sea
bir
necesanijámente el más alto nivel de comunicación de que dicha per­
sona es capaz. Significa, no obstante, que ése es el más alto nivel de
comunicación de que es capaz ahora. El propósito del milagro es ele­
var el nivel de comunicación, no reducirlo mediante un aumento del
miedo (T-2.IV.5).
Repito en este punto de su vida, el ego de Helen no podía entender la
aturaleza ilusoria del tiempo, lo cual habría sido demasiado aterrador
"ara ella- no fue hasta mucho tiempo después que se discutió en el
Curso Por lo tanto, puesto que el pensamiento de Helen todavía estaba
sujeto a la creencia de que el tiempo es lineal, el nivel de explicación
aue ella podía aceptar era acorde con esta creencia. Si ella requería una
explicación posteriormente, la cual no requirió, indudablemente se le
hubiese dado en un estilo más sofisticado.
Concluyo este capítulo con algunos comentarios y ejemplos rela­
cionados con la sabiduría de Helen. Los cito como evidencia de la san­
tidad del Ser que siempre estuvo presente en ella, aunque muy oculto
la mayor parte del tiempo.

La sacerdotisa inconsciente

A lo largo de toda la vida de Helen había una sabiduría, casi como


un conocimiento o un conocimiento previo de los funcionamientos de
la mente que más tarde el Curso explicaría. Y era como si esa sabiduría.

513
Capítulo 17 LA REALIDAD DE JESUS

indicativa del subyacente Ser de la sacerdotisa en Helen, ya estuviese


firmemente en su lugar en la mente de ella—antes del Curso—y yo creo
que sí lo estaba. Ella siempre parecía ser alguien a cuyo alrededor gra­
vitaban los demás en busca de ayuda. Mientras era muy joven aún le
ocurrió un incidente que ejemplifica esto, y al mismo tiempo refleja la
amargura que Helen sentía hacia su padre. En una reunión familiar, una
de las tías de Helen buscó su ayuda, y Helen y ella pasaron algún
tiempo juntas. Al concluir la velada, el padre de Helen la interrogó
sobre el propósito de esta prolongada conversación. Helen le explicó, y
su padre le respondió incrédulamente: “¿Por qué alguien querría hablar
contigo? Tú eres la más pequeña y la más insignificante”. Helen jamás
perdonó a su padre conscientemente por lo que ella percibió como un
insulto enorme, pero en “Liberación”, su poema a Jesús, ella escribió:
Soy lo más insignificante y lo más grande no obstante. Yo
Que al tu mano sostener del Cielo tengo el poder en mí.
En la gloria voy, pues Tú vas en mí.
Libérame en los Brazos de mi Padre.
(The Gifts of God [Los regalos de Dios], pág. 55)
Ciertamente parecería que con estas palabras, procedentes de una parte
más profunda de la mente de Helen, ella había perdonado a su padre al
fin. Resulta muy interesante, que el contexto del poema es que Jesús
conduce a Helen de regreso a los Brazos de su Padre. El lector puede
recordar además la gran posibilidad de que el padre de Helen fuese la
fuente del material dictado a ella acerca del sonido (vea arriba, pág.
412), una expresión de que Helen le permitiese a su padre que se uniera
con ella.
Regreso ahora de esta pequeña digresión relacionada con el padre
de Helen. Helen me relató tres incidentes aislados en su vida, cada
uno de los cuales ejemplifica su sabiduría innata en el reconoci­
miento del poder de la mente, y la falta de poder de cualquier cosa
extema para afectar la mente. Estas dos ideas, dicho sea de paso, son
esenciales para el sistema de pensamiento de Un curso de milagros.
Debo mencionar además que si bien la conciencia de la verdad de
estas ideas ciertamente no es en sí y de por sí una expresión de un
estado avanzado de santidad, yo creo que en el caso de Helen tal con­
ciencia ciertamente era reflejo de esta sabiduría más profunda que
procedía de su verdadero Ser. El primer incidente ocurrió cuando
Helen era niña. Los otros dos ocurrieron en su edad adulta.

514
La sacerdotisa inconsciente

El hermano de Helen, Adolph, tenía catorce años, y aunque ellos no


tenían (ni, de hecho, nunca llegaron a tener) una relación estrecha, él
sí disfrutaba de hacerle cosquillas a Helen, cuyos chillidos y gritos ha­
cían que la actividad fuese más atractiva para él. Al reconocer que si
bien no había nada que pudiese hacer físicamente para detenerlo, ella
sabía que podía controlar sus reacciones a las cosquillas. Y decidió que
ya no tendría cosquillas. La próxima vez que Adolph comenzó a ha­
cerle cosquillas se encontró con que no había ni chillidos ni gritos. Pa­
sada toda la diversión, rápidamente él abandonó la actividad. Helen no
había hecho nada para detener la fuente externa de su aflicción, pero
pudo hacer algo en tomo a su fuente intema, su propia mente.
El mismo principio se aplicó muchos, muchos años después cuando
una mujer se mudó al apartamento que estaba arriba del apartamento
de Helen y Louis. La señora tenía el puro piso de madera en su habita­
ción, la cual estaba directamente sobre la cama de Helen. Por la noche,
tarde ya, mientras Helen intentaba dormir la mujer solía caminar en ta­
cones altos por su habitación. Y Helen yacía en su cama y estaba que
echaba humo de la cólera que sentía, y experimentaba que esta persona
aparentemente insensible y desconsiderada caminaba sobre su cabeza.
Mientras yacía en su cama una noche, súbitamente se le ocurrió que el
problema era muy sencillo: ella creía que la mujer estaba caminando
sobre su cabeza. Siempre la persona visual, Helen vio un cordón atado
desde los tacones altos de la mujer hasta la cabeza de ella, y entendió
que el problema era el cordón o la conexión y no los tacones de la mu­
jer. Una vez que percibió que el problema existia en su mente, la solu­
ción era clara. Visualizando aún el cordón que conectaba los zapatos
con su cabeza, Helen se adentró en su imaginación, tomó unas tijeras,
y cortó el cordón. Y de inmediato se quedó dormida. Repito, Helen no
había hecho nada para cambiar la situación externa, ni tenía que hacer
nada con la mujer en términos de perdonarla. Simplemente cambió su
mentalidad, y se llevó a cabo el perdón.
Este ejemplo, dicho sea de paso, es importante como una corrección
al error que cometen muchos estudiantes de Un curso de milagros res­
pecto al perdón, al creer que es necesaria alguna expresión de compor­
tamiento para que se complete el proceso del perdón. Si bien algunas
veces se requiere ese comportamiento, el mismo no es necesario. Esto
se le enseñó muy claramente a Helen durante los primeros meses en que
escribía el Curso, en un incidente al cual yo hice alusión en la Parte II.

515
Capítulo 17 LA REALIDAD DE JESUS

En el contexto de lo que es ahora el principio de los milagros 25, Jesús


utilizó el ejemplo de un colega de Helen que no había hecho el mejor
trabajo posible en un importante informe. Jesús le explicó a Helen
cómo al corregir el informe, sin que la persona se enterase (¡hasta hoy!)
del error, ella estaba realizando un milagro al deshacer los efectos del
“pecado” de un colega.
Los milagros son parte de una entrelazada cadena de perdón, la
cual, cuando se completa, es la Expiación. Este proceso está en función
todo el tiempo y en todas las dimensiones del tiempo. Un ejemplo muy
bueno de cómo se logra esto es la ocasión en que volviste a escribir el
informe completo por X.... X le había hecho daño a algo que tú amas,
al escribir un informe que tú consideraste muy malo. Tú lo expiaste al
escribir en su nombre un informe muy bueno. Realmente, tu responsa­
bilidad profesional no era hacer esto pero... reconociste en este caso
que tú sí eres el guardián de tu hermano. Si bien no cancelaste el pe­
cado de X [posteriormente definido como “falta de amor”], sí
cancelaste sus efectos [lo cual finalmente cancela—i.e., deshace—el
pecado].
Algún día quiero decirle a X que él no sólo está perdonado, sino
que los efectos de todos sus pecados están cancelados. Esto es lo que
ya te he dicho. Cuando pueda decírselo a él, sentirá miedo por mucho
tiempo, porque recordará muchas cosas, consciente o inconsciente­
mente, incluyendo el... informe, un pecado [i.e., falta de amor] el cual
tú cancelaste por adelantado en un milagro de devoción.
El ejemplo final implica a Louis. Una noche Helen y Louis tuvieron
una disputa, la cual no se había resuelto para el momento en que Louis
se retiró a su cuarto a tomar su acostumbrada siesta vespertina. Helen
todavía estaba que echaba humo, y en el transcurso de su airado ir y
venir, fue hasta la cocina y por alguna razón abrió la panera. Y ahí,
junto al pan y al bizcocho que estaban guardados, había un par de cal­
cetines ya muy usados de Louis. La agresión pasiva detrás de las dis­
tracciones de Louis no se le escapaba a Helen (Louis nunca sintió que
él fuese un contendiente para la ira de Helen, y por eso esta no era una
forma rara de “cobrárselas”), y se puso más furiosa aún. Súbitamente,
en medio de su diatriba mental, durante la cual estuvo a punto de
irrumpir en la habitación lista para matar, se le ocurrió el pensamiento:
“Tengo ira porque creo que soy una panera, y que Louis me hizo esto
a mi”. Su ira inmediatamente se calmó al darse cuenta de la tontería de
su posición.

516
La sacerdotisa inconsciente

Esta situación con Louis, así como la situación con la señora en ta­
cones altos, antecedieron al Curso. Repito, estas ilustran el entendi­
miento intuitivo de Helen del importante principio de Un curso de
milagros, citado ya, de que jamás nos enfadamos con un hecho, sino
con la interpretación de este (M-17.4:1-2); en otras palabras, nuestra
ira sólo procede de nuestra percepción errónea (la interpretación) de
que nuestra infelicidad es causada por incidentes o circunstancias ex­
ternas a nosotros y más allá de nuestro control. En estas dos situacio­
nes, los hechos eran que la señora caminaba con tacones altos sobre un
piso de madera, y que Louis puso sus calcetines en la panera. La inter­
pretación fue que estos hechos se le estaban haciendo a Helen. Y si
bien esto puede haber sido la intención inconsciente de Louis (en rea­
lidad yo no puedo atestiguar a favor de esto en lo que respecta a la mu­
jer), ello no tendría nada que ver con Helen a menos que ella se hiciera
partícipe de estos pensamientos de ataque. Así que ella no cambió los
hechos; simplemente los reinterpretó. Helen no necesitaba que la sabi­
duría de Un curso de milagros le enseñase este principio; ella era esa
Sabiduría.

517
Capítulo 18

LOS ULTIMOS MESES Y EL REQUIEM DE HELEN

Retomando ahora a nuestra visión cronológica de la vida de Helen,


llegamos a sus meses finales en 1980 y 1981. No se necesitaba el ojo
de un experto para observar la continuación del deterioro físico y emo­
cional de Helen. Aparte de sus efectos obvios en Helen, el empeora­
miento de su condición logró aislarla de prácticamente todos sus
amigos. Puedo pensar en dos personas en particular, ambos estudiantes
de Un curso de milagros y que sentían gran afecto por Helen, quienes
se sintieron tan perturbados cuando la vieron como estaba, que se vie­
ron obligados a acortar sus visitas muy abruptamente (uno de ellos
había viajado una distancia bastante larga para verla). Esta discrepan­
cia entre la Helen que ellos conocían—impecablemente acicalada y
socialmente propia, inteligente y útil, sin mencionar que era compa­
ñera íntima de Jesús y escriba de Un curso de milagros—y la Helen
que ahora estaban experimentando—físicamente desaliñada, preocu­
pada con sus propios pensamientos inquietantes, y totalmente insensi­
ble a cualquiera salvo a ella misma—era tan crasa que resultaba
perturbadora, dolorosa, e incluso aterradora.
Como ya he indicado, durante su último año Helen jamás abandonó
su apartamento, salvo para ir al doctor o al hospital. No lo supimos
hasta mucho tiempo después, pero ya ella estaba experimentando los
efectos emocionales y físicos de un cáncer pancreático. Por cierto, de
todas las formas malignas de esta enfermedad, esta es la más deseable,
ya que, por lo general, trae consigo el menor dolor. Por otra parte, de­
bido a la ubicación del páncreas detrás del hígado, el cáncer casi siem­
pre pasa indetectado hasta que el tumor ha crecido hasta tal grado que
es muy poco lo que se puede hacer por el mismo. Con frecuencia, el cre­
cimiento del tumor tropieza con el hígado, e interfiere con el funciona­
miento de ese órgano vital. Este mal funcionamiento que se desarrolla
en el hígado puede convertirse—en el nivel del cuerpo1”—en la causa

107. Un curso de milagros, por supuesto, enseña que toda aflicción es el resultado de
la falta de perdón—una decisión tomada en la mente—aunque las apariencias demues­
tren lo contrario.

519
Capítulo 18 LOS ULTIMOS MESES Y EL REQUIEM DE HELEN

de aflicción emocional y física, y por último de la muerte, como suce­


dió en el caso de Helen.
Ese último año fue difícil, especialmente para Louis, puesto que
Helen de manera progresiva y exigente centraba su atención en él. La
dependencia que en distintas épocas de su vida ella había puesto sobre
su madre, sobre Bill y más recientemente sobre mí, ahora la transfería
a Louis, como mencionara antes al principio del libro. El no podía salir
del apartamento sin que Helen se sintiera muy disgustada. Con el
tiempo llegaron a un acuerdo mediante el cual Louis podía salir du­
rante cierto período todos los días, mientras yo me quedaba junto a
ella, junto con una enfermera y compañera diurna y con Evelyn, un
ama de llaves muy fiel de Helen y Louis, quien substituyó a Georgia.
Durante este período final, virtualmente nada de importancia se ha­
blaba entre Helen y yo relacionado con Un curso de milagros. Así
como en el pasado solíamos orar juntos regularmente, hablar acerca de
Jesús, o hablar sobre lo que yo estaba haciendo en relación con el
Curso, ahora muy raras veces discutíamos ninguna de estas cosas. Es­
taba claro que Helen se preparaba a sí misma para la muerte, aunque
aún manteníamos la suposición de que ella moriría a la edad de setenta
y dos años, a pesar de nuestras experiencias pasadas de su falta de con­
fiabilidad en lo que respecta a predicciones específicas; el número se­
tenta y dos parecía haber sido muy claro y preciso para ella. Por lo
tanto, aun cuando el final llegó rápidamente, hasta su último día o sus
últimos dos días yo aún creía que iba a resistir durante varios meses
más, hasta llegar al verano de 1981.
Bill solía llamarle todos los días desde California, pero sus conver­
saciones eran breves e innocuas, como habían sido ya desde hacía
algún tiempo. Su relación había perdido toda la expresión de volatili­
dad del pasado, y había caído en la adherencia ritualista a la forma la
cual, no obstante, reflejaba aún la conexión interna, no importa cuán
débilmente lo hiciese.
Ya hacía tiempo que yo había abandonado cualquier pensamiento
de que en el nivel de la mente consciente de Helen habría alguna sana-
ción respecto a su relación con Bill, con Jesús o con el Curso. Por con­
siguiente, no me sorprendía que cuando alguno de estos temas surgía,
había una ausencia notable de cualquier expresión positiva de parte de
Helen, por decirlo suavemente. Así pues, el conflicto de Helen entre
sus dos yos nunca pareció resolverse. Simbolizado sobre todo por su
relación con Jesús, el conflicto que había hecho estragos durante

520
Los últimos meses y el réquiem de Helen

años—ahora en el período final de su vida—nuevamente quedaba en


la aparente inconsciencia de la falta de atención o del olvido rotundo.
Sin embargo, la desazón y la falta de paz interior—el resultado inevi­
table de cualquier conflicto sin resolver—permanecía en ella, incluso
cuando ya no había expresiones emocionales evidentes de este
conflicto.
Y sin embargo, aun cuando no parecía ser así, yo estaba seguro de
que en el momento real de su muerte Helen llegó finalmente a una so­
lución pacífica de su conflicto vitalicio con Dios. El siguiente recuento
de su muerte provee la puntuación final a esta maravillosamente inspi­
radora, si bien algo triste historia de su vida. Debo mencionar que si
bien esta resolución ocurrió a la hora de morir Helen, no tenía por qué
haber esperado tanto tiempo. La muerte física, como el Curso enseña,
no es la respuesta a ningún problema. El lector puede recordar la línea
inicial del fragmento que Helen me pidió que insertase en el texto:
“Existe el riesgo de pensar que la muerte te puede brindar paz”
(T-27.VII.10:2).
El domingo, 8 de febrero de 1981, yo tenía un compromiso desde
hacía mucho tiempo de dictar una conferencia en la región al norte de
Nueva York. Si bien la condición de Helen se estaba empeorando, re­
pito que no sospechábamos cuán inminente era su muerte en realidad.
Llamé durante el día, y se me olvida siquiera si había hablado con ella.
A mi regreso por la noche vi a Helen y a Louis, y decidí quedarme
hasta el otro día. Ella solía gritar constantemente “Louis” en su delirio,
y pensé que yo debía permanecer cerca. Creo que también estaba pre­
sente una ayudante de enfermera. Temprano por la mañana salí a ver a
algunos pacientes. Mi último recuerdo del estado consciente de Helen
fue el haberle dicho adiós, y me daba cuenta de que ella ni siquiera
sabía quién era yo. Al cerrar la puerta tras de mí la oi llamar “Louis”
por última vez. Su condición permaneció igual a lo largo de la mañana,
y salí de mi apartamento para asistir a una cita que tenía para almorzar
al norte de la ciudad. Cuando regresé a casa, había un mensaje en mi
máquina contestadora de que Louis llevaba a Helen a la sala de emer­
gencia del Hospital de Nueva York, donde me reuní con ellos.
Ya Helen había caído en coma. Eran como las 3 de la tarde, según
recuerdo, y Louis y yo nos quedamos con ella cuando la trajeron a su
cuarto. Yo tenía una clase sobre el Curso esa noche, la cual suspendí,
al reconocer que la muerte de Helen estaba próxima, y que ella no so­
breviviría la noche. Louis y yo nos quedamos hasta cerca de las 8 de

521
Capítulo 18 LOS ULTIMOS MESES Y EL REQUIEM DE HELEN

la noche, y la condición de Helen parecía estar estabilizándose. Por re­


comendaciones del personal médico, quienes creían que ella viviría un
poco más, por lo menos hasta la mañana siguiente, Louis eligió regre­
sar a su casa. Yo lo acompañé, sólo para que al cabo de tres horas, poco
después de las 11 de la noche, nos llamaran para informamos que cier­
tamente Helen había muerto. Regresamos al hospital, y ella aún estaba
en su cama. Su rostro tenía una notablemente serena expresión de paz,
tan distinta de la torturante intranquilidad que nos habíamos acostum­
brado a ver durante los últimos meses. Súbitamente recordé lo que
Helen había compartido conmigo en varias ocasiones, un pensamiento
que siempre le produjo gran consuelo. Jesús le había dicho que cuando
ella muriese, él personalmente vendría a buscarla. ¿Quién puede saber
realmente lo que había en su mente en esos momentos finales? Mas su
rostro lleno de paz era inconfundible, y hablaba convincentemente de
una experiencia de saber, justo al final, que su bienamado Jesús en
efecto había cumplido su promesa, del mismo modo que ella había
cumplido la suya. La sacerdotisa había vuelto a casa.
Mientras permanecía junto al cadáver de Helen en el hospital sabía
que ella era libre al fin, y diferentes líneas del antes mencionado
poema “Réquiem”, escrito originalmente para la madre de hermana
Regina, pasaban por mi mente. Y di gracias por ello. El poema com­
pleto es como sigue:
Sólo viniste por un tiempo. Al llamarte Jesús
Rebosante de dicha partiste. Pues ¿quién se quedaría
A presenciar el triste ciclo de las noches
Tomarse fríamente gris con el retomo de cada día?
Este mundo no era tu hogar. ¿Acaso Dios permitiría
Que vagase su hija más tiempo sin un hogar
Que El Mismo hace brillar? Tus cansados ojos
Agradecidos se cerraron cuando El te dijo, “Ven” al final.
Todo esto has olvidado. Todos los tristes pensamientos,
Tu pesar, todo remordimiento, ya no están más
En tu recuerdo. Aquel Que te llamó
Ha roto tus cadenas y estás en libertad.
Porque te amo prefiero que te vayas.
Porque a El amo a duras penas puedo llorar.
Porque El te ama Su gloria va contigo,
Y en esa gloria tal pareces soñar.

522
Los últimos meses y el réquiem de Helen

El vino con clemencia. Permíteme a El agradecerle


Que con nosotros estuviste hasta que Lo viste sonreír
Y decirte todo está consumado. Pronto Ei volverá
Con la misma clemencia a buscarme a mí.
Sólo por eso espero, y tengo la certeza
De que el Creador de las estrellas no ha de olvidar.
Dichosa habré de estar al ver que El me sonríe,
O si El lo decidiese, un poco más aún he de esperar.
(The Gifts of God [Los regalos de Dios], pág. 111)
Louis y yo regresamos a su apartamento desde donde llamé a Bill,
a Judy y a otros amigos y familiares. Como ya he mencionado, Louis
no perdió tiempo en pedirme que removiera del apartamento las copias
del Curso y las medallas y rosarios católicos de Helen—¡esa misma
noche!
El funeral se llevó a cabo dos días después, el 11 de febrero, día de
la festividad católica de Nuestra Señora de Lourdes, en el cual se con­
memora la aparición de la Santísima Virgen a Bemardette, una fecha
adecuada dados los sentimientos de Helen hacia María, y la experien­
cia de su niñez en Lourdes. Las personas que se congregaron en este
funeral judío tradicional, aproximadamente caían en dos categorías:
aquellos que eran estudiantes del Curso, y aquellos que eran familia­
res, amigos y colegas, casi ninguno de los cuales no sabía absoluta­
mente nada sobre la “otra vida” de Helen, sin mencionar la existencia
de Un curso de milagros.
Yo pronuncié el panegírico, con una voz tan queda según me dije­
ron, que muchos en la enorme multitud tenían dificultad para oírme.
Louis quería que omitiese cualquier referencia al Curso o, de hecho, a
cualquier cosa cristiana, y sin embargo deseaba que yo hablase de la
gran naturaleza espiritual de Helen. Para sorpresa de muchos, por lo
tanto, hablé de la devoción religiosa de Helen, y describí cómo eso la
llevó a ayudar a todos aquellos que ella creía que Dios le enviaba. Tan
hábilmente como pude, traté de describir su compromiso espiritual con
Dios y con Su obra lo cual más propiamente le pertenecía al Curso y a
Jesús. Mi centro de interés principal fue hasta qué grado Helen se
había dedicado a ayudar a otros, un hecho del cual podía dar agrade­
cido testimonio la gran mayoría de las personas sentadas en la capilla.
Pero mi tarea ese día, e incluso en este libro, era realmente imposi­
ble, pues ¿cómo describir en verdad a esta extraordinaria mujer, cuyo

523
Capítulo 18 LOS ULTIMOS MESES Y EL REQUIEM DE HELEN

ser muy humano no pudo en última instancia ocultar el amor de su Ser


transhumano al que tan fielmente se le permitió fluir por sus manos? El
regalo de amor de Helen, mediante la unión de Helen y Jesús, se ha in­
mortalizado en Un curso de milagros, los tres libros por los cuales el
mundo le estará por siempre agradecido. Y por eso, independiente­
mente de cualesquiera palabras que yo haya utilizado realmente para
cerrar el panegírico, mi corazón le estaba cantando estas líneas a Helen,
basadas en el dulce adiós de Horacio a su bienamado Hamlet (V,ii):
¡ Ya se quiebra un noble corazón. Que la noche te acoja, dulce madre;
Y que los coros angelicales arrullen tu sueño]

524
Epilogo

MAS ALLA DEL CIELO Y DE HELEN: LA SACERDOTISA

Mi centro de interés primario en este libro ha sido los dos lados de


la personalidad de Helen—“El Cielo y Helen”. Pero había otra dimen­
sión además, la cual he señalado a lo largo del libro, especialmente en
el Capítulo 17. Esta dimensión existía más allá de la división de mente
correcta y mente errada, y estaba representada por la sacerdotisa de las
visiones de Helen.
Con muy poca frecuencia, Helen me habló de otro nivel de “audi­
ción” que trascendía su experiencia de la voz de Jesús. En ciertas raras
ocasiones (dudo que hubiese ocurrido más de cuatro o cinco veces),
me encontraba con Helen cuando ella se permitía a sí misma y me per­
mitía a mí experimentar esta otra dimensión. Era ciertamente un mo­
vimiento más allá del oír a Jesús, hacia un estado mental incluso más
allá de la individualidad del mismo Jesús. En estos momentos Helen
lucía atemporal, transformada en un estado en el cual parecía fundirse
finalmente con la sacerdotisa de su visión. En estos instantes verdade­
ramente santos se me concedió un atisbo de la Identidad real de Helen,
un Ser carente de ego que apenas estaba aquí. Las palabras que emitía
hablaban a través de ella en estos instantes desde una fuente que no era
de este mundo, sino que más bien reflejaba una antigua, eterna sabidu­
ría. Su rostro parecía despojado de todo sentimiento, y lo más cerca
que pude llegar de explicármelo a mí mismo fue el recuerdo del abso­
luto vacío de emoción humana adjudicado a la máscara de muerte de
Beethoven. El poeta alemán del siglo veinte Rilke se refería a esta
máscara en The Journal ofMalte Laurids Brigge,m en palabras que re­
flejaban la paz de otro mundo en la vida interior del gran compositor
en el momento de su muerte. Rilke escribió:
El moldeador [fabricante de moldes de yeso], frente a cuyo taller paso
todos los días, ha colgado dos máscaras junto a su puerta. El rostro de
una joven ahogada, la cual... sonreía tan engañosamente, como si su­
piese. Y debajo de ésta, el rostro de él, que sí sabe (pág. 76).

108. Random House, New York, NY, 1982.

525
Epílogo MAS ALLA DEL CIELO Y DE HELEN: LA SACERDOTISA

Este Ser conocedor, carente de ego, era la verdadera Helen, aunque


el nombre “Helen” no encaja del todo aquí. Estaba claro para mí que
la Helen que el mundo reconocía, con quien me relacionaba la mayor
parte del tiempo, estaba totalmente desvinculada de este otro Ser. Para
poder “oír” la voz de Jesús y lograr que su amor se tradujera en
Un curso de milagros, era necesario que ella tuviese una máscara, una
“máscara de vida”, por decirlo así. La máscara fue notablemente exi­
tosa, pues nadie jamás podía haber sabido lo que yacía detrás de la
misma.
Sin duda, los elementos que componían esta máscara egoísta pro­
cedían de la misma Helen. En el contexto de las experiencias de su
“vida pasada”, ciertamente parecía como si en otra parte de su mente
ella hubiese utilizado erróneamente el poder espiritual de modo que
este estuviese al servicio de su yo en lugar de servirle a Dios. Y sin em­
bargo, mi propia experiencia de Helen fue que durante toda su vida ella
pudo haberse desprendido de esa parte egoísta en el momento en que lo
hubiese decidido. Una y otra vez durante estos años finales, yo pensaba
en el príncipe Hal y la maravillosa escena casi al final del Enrique IV,
Parte II de Shakespeare, donde el antes príncipe se ha despojado de su
libertino estilo de vida para convertirse en el Rey Enrique V. En una
visita que recibió de su antiguo compañero en la bebida, Falstaff, el
nuevo y maduro rey dice:
No presumas que aún soy lo que antes era;
Pues Dios sí sabe, como el mundo lo percibirá,109
Que me he despojado de mi anterior persona (V,v).
Ciertamente, creo, que Dios sí sabe, y que ahora el mundo puede
percibir que Helen se ha despojado de su anterior yo egoísta, y ha rea­
sumido su antiguo Ser. En innumerables ocasiones Helen me men­
cionó que Jesús le dijo que “la próxima vez que vuelvas serás distinta”,
lo cual nos recuerda las líneas de la Lección 157, “En su Presencia he
de estar ahora”, dirigida originalmente a la misma Helen:
Mas llegará un momento en que no retomarás con la misma forma en
la que ahora apareces, pues ya no tendrás más necesidad de ella. Pero
ahora tiene un propósito, y lo cumplirá debidamente (L-pI. 157.7:3-4).

109. Nótese, a propósito, el interesante contraste que establece Shakespeare entre


conocer para referirse a Dios y percibir para referirse al mundo, una distinción idén­
tica a la hecha por el Curso, una similaridad difícilmente accidental.

526
Más allá del cielo y de Helen: La sacerdotisa

A propósito, este era una de las lecciones favoritas de Helen. Su com­


prensión de estas líneas, aun cuando el tema de la reencamación gene­
ralmente la hacía sentirse muy incómoda, era que la próxima vez que
ella “vinierasu próxima vida—sería libre de ego, como lo era la sa­
cerdotisa de su visión anterior. Así pues, Helen se habría despojado de
la última cadena que rodeaba la muñeca de la sacerdotisa, y se mostra­
ría ante el mundo como la luz que verdaderamente era, al haberse
unido finalmente con su Ser. Uno de los poemas más hermosos de
Helen, “El cántico silente” escrito en marzo de 1974, refleja este des­
pojarse de su falso yo:
Camino en silencio. Donde radica mi reposo
Es en el Cielo. Y el silencio de las estrellas
Canta en un círculo silente. Pues el cántico
Del Cielo el oír trasciende, y se eleva
Más allá del espacio ínfimo que el oido puede captar,
Y asciende hasta una ilimitada cumbre
Donde silencio y sonido en unidad se funden.
Santa soy, yo que traigo de mi Padre el Nombre
Conmigo y que moro en El, aun cuando
Sola camino al parecer. Mira cuidadosamente,
Y tal vez un atisbo tengas de Aquel Que permanece
Junto a mí. Y en El descanso con segura
E inmutable confianza. No era así
Antes, pues me sentía aterrada
De la Ayuda del Cielo aceptar como mía.
Mas nunca falló el Cielo, y solamente yo
Sin consuelo seguía, al tiempo que los dones del Cielo
Ante mí se vertían. Ahora los brazos de Cristo
Son todo lo que tengo y todo cuanto mi tesoro es.
Ahora ya no suelo preguntar. Ahora vengo
Desde el caos a la calma de mi hogar.
(The Gifts of God [Los regalos de Dios], pág. 76).
Así pues, la vida de Helen no se puede evaluar verdaderamente desde
afuera, sin que se violente el verdadero propósito de su mente. Las ex­
periencias egoístas de Helen, cuando observamos su vida en su totali­
dad, no ascendieron a nada. Cuando otra parte de su mente eligió
unirse con Bill y con Jesús—-lo cual refleja su decisión de reunirse con
su Ser y convertirse en Su instrumento de amor y de paz, en lugar de
convertirse en el instrumento del odio y del poder del ego—esa deci­
sión canceló todas las demás. No hay ninguna diferencia en que uno

527
Epílogo MAS ALLA DEL CIELO Y DE HELEN: LA SACERDOTISA

tenga un ego monstruoso o sólo una astilla; una ilusión sigue siendo lo
que es, y todas ellas pueden desaparecer en un verdadero instante
santo. De hecho, este principio fue enunciado por el registrador en el
sueño de Helen (vea arriba, pág. 81), quien le dijo en respuesta a su
pregunta sobre cuán bien ella lo estaba haciendo:
Yo jamás me aventuro a especular.... En mi trabajo sería una pérdida
de tiempo. Una y otra vez he visto a una persona decidirse súbitamente
a hacer algo muy inesperado,—algo que cambia el cuadro total de sus
cuentas. Es bastante probable que no lo haga hasta el último minuto.
Los continuos esfuerzos de Helen en beneficio de los demás se pue­
den entender, por lo tanto, como un reflejo y un recordatorio constante
de esta presencia de amor más profunda en su interior. No es laforma
en que ella con su comportamiento solía ayudar a aquellos que la ne­
cesitaban lo que constituye el factor significativo, sino el contenido de
unirse con Jesús y, por consiguiente, con los demás en un amor que
trascendía totalmente los superficiales pensamientos egoístas de su yo
mundano. Esta presencia de amor pertenece más propiamente a la
identidad simbólica de la antigua sacerdotisa, quien en la visión de
Helen ayudaba a todos aquellos que se le acercaban, indiscriminada­
mente por completo y con igual amor y devoción. Y podemos recordar
este mismo contenido expresado en el “sueño” recurrente de Helen de
pie junto al portal del Cielo, saludando a todos los que regresaban con
estas palabras: “En el Nombre de Cristo, cruza este portal en paz”.
Cuando Jesús le dijo a Helen que la próxima vez que viniese ella
sería diferente, él estaba reflejando el que Helen ya hubiese resuelto fi­
nalmente el conflicto “el Cielo y Helen”. Como uno suele hacer con un
atuendo viejo, ella descartó a su ego, y sólo dejó presente a su verda­
dero Ser. Este es el estado mental al cual Un curso de milagros se re­
fiere como el mundo real, el reflejo dentro del sueño de la separación
de la realidad de nuestro verdadero Ser. En este sentido, por lo tanto,
el ego de Helen era un escudo que ocultaba su santidad, al tiempo que
expresaba su antiguo conflicto. El tramo final en el camino de su
Expiación de deshacer su ego se logró cuando ella eligió unirse con
Bill y colaborar en Un curso de milagros (simbolizado por el último
vestigio de cadena en la muñeca de la sacerdotisa, reflejado, repito, en
el sueño de “El registrador” con el simbolismo de su calzador). Aun­
que pudo haberse hecho más en el mundo, tras la compleción de su
labor de escriba, la tarea de Helen ciertamente estaba completa. Y

528
Más allá del cielo y de Helen: La sacerdotisa

ahora el atuendo se ha deslizado, para revelar el esplendor de la anti­


gua sacerdotisa y compañera espiritual de Jesús. Sólo este resplandor
permanece.

Así que, Jesús, de hecho, sí “vino” a buscar a Helen, aunque en su


hogar de luz ellos siempre fueron uno e inseparables. Juntos ahora
ellos—con todos los demás que han cruzado el portal—le dan la bien­
venida a aquellos que llegan a su hogar: Cristo reúne a los Suyos en Su
Ser. Un curso de milagros es uno de los medios que guían al mundo
que duerme en tinieblas hasta el despertar de la luz de Cristo que res­
plandece a través del portal. Desde ahí, se les da al fin la bienvenida a
todos los hijos de Dios para que entren a la Luz que está más allá, en
la cual desaparecen como Uno.
Tal como el nacimiento del Curso se logró a través de la unión del
amor consigo mismo, el regalo de Helen al mundo, que su luz de amor
se extienda ahora por toda la obscuridad—incluso como el Amor de
Dios se extiende por todo Su Cielo—y que nos llame dulcemente a re­
cordar nuestra única realidad como Cristo.
Ahora se ha cumplido el más santo propósito de Helen.
Pues ella ha llegado. Pues ella ha llegado al fin.
En Presencia de Cristo ha de estar ahora,
Regocijémonos y agradezcamos que así sea.
AMEN

529
-

.1

k
APENDICE
UN CURSO DE MILAGROS - ¿Qué postula?

En 1977, en respuesta a varias peticiones de añadir una breve in­


troducción a Un curso de milagros, Helen redactó en calidad de es­
criba, un folleto de tres partes titulado: Un curso de milagros: ¿Cómo
se originó? ¿Qué es? ¿Qué postula?' Helen misma redactó las prime­
ras dos partes. La parte final—¿Qué postula?—le fue dictada por
Jesús y constituye un maravilloso resumen de los principios del
Curso. A continuación aparece reproducida en su totalidad.

*******

Nada real puede ser amenazado.


Nada irreal existe.
En esto radica la paz de Dios.
Así comienza Un curso de milagros, el cual establece una clara dis­
tinción entre lo real y lo irreal, entre el conocimiento y la percepción.
El conocimiento es la verdad y está regido por una sola ley: la ley del
amor o Dios. La verdad es inalterable, eterna e inequívoca. Es posible
no reconocerla pero es imposible cambiarla. Esto es así con respecto a
todo lo que Dios creó, y sólo lo que Él creó es real. La verdad está más
allá del aprendizaje porque está más allá del tiempo y de todo proceso.
No tiene opuestos, ni principio ni fin. Simplemente es.
El mundo de la percepción, por otra parte, es el mundo del tiempo,
de los cambios, de los comienzos y de los finales. Se basa en interpre­
taciones, no en hechos. Es un mundo de nacimientos y muertes, basado
en nuestra creencia en la escasez, en la pérdida, en la separación y en
la muerte. Es un mundo que aprendemos, en vez de algo que se nos da;
es selectivo en cuanto al énfasis perceptual, inestable en su modo de
operar e inexacto en sus interpretaciones.
Del conocimiento y de la percepción surgen dos sistemas de pensa­
miento distintos que se oponen entre si en todo. En el ámbito del co­
nocimiento no existe ningún pensamiento aparte de Dios porque Dios
y Su creación comparten una sola Voluntad. El mundo de la percep­
ción, por otra parte, se basa en la creencia en opuestos, en voluntades
separadas y en el perpetuo conflicto que existe entre ellas, y entre ellas

* Ahora se incluye como Prefacio de todas las ediciones publicadas del Curso.

533
APENDICE

y Dios. Lo que la percepción ve y oye parece real porque sólo admite


en la conciencia aquello que concuerda con los deseos del perceptor.
Esto da lugar a un mundo de ilusiones, mundo que es necesario defen­
der sin descanso, precisamente porque no es real.
Una vez que alguien queda atrapado en el mundo de la percepción,
queda atrapado en un sueño. No puede escapar sin ayuda, porque todo
lo que sus sentidos le muestran da fe de la realidad del sueño. Dios nos
ha dado la Respuesta, el único Medio de escape, el verdadero
Ayudante. La función de Su Voz—Su Espíritu Santo—es mediar entre
los dos mundos. El Espíritu Santo puede hacer eso porque, si bien por
una parte conoce la verdad, reconoce también nuestras ilusiones, aun­
que no cree en ellas. El objetivo del Espíritu Santo es ayudamos a es­
capar del mundo de los sueños, enseñándonos cómo cambiar nuestra
manera de pensar y cómo corregir nuestros errores. El perdón es el re­
curso de aprendizaje excelso que el Espíritu Santo utiliza para llevar a
cabo ese cambio en nuestra manera de pensar. El Curso, no obstante,
ofrece su propia definición de lo que en realidad es el perdón, así como
también de lo que es el mundo.
El mundo que vemos refleja simplemente nuestro marco de referen­
cia interno: las ideas predominantes, los deseos y las emociones que
albergan nuestras mentes. “La proyección da lugar a la percepción”.
Primero miramos en nuestro interior y decidimos qué clase de mundo
queremos ver; luego proyectamos ese mundo afuera y hacemos que
sea real para nosotros tal como lo vemos. Hacemos que sea real me­
diante las interpretaciones que hacemos de lo que estamos viendo. Si
nos valemos de la percepción para justificar nuestros propios errores—
nuestra ira, nuestros impulsos agresivos, nuestra falta de amor en cual­
quier forma que se manifieste—veremos un mundo lleno de maldad,
destrucción, malicia, envidia y desesperación. Tenemos que aprender
a perdonar todo esto, no porque al hacerlo seamos “buenos” o “carita­
tivos”, sino porque lo que vemos no es real. Hemos distorsionado el
mundo con nuestras absurdas defensas y, por lo tanto, estamos viendo
lo que no está ahí. A medida que aprendamos a reconocer nuestros
errores de percepción, aprenderemos también a pasarlos por alto, es
decir, a “perdonarlos”. Al mismo tiempo nos perdonaremos al mirar
más allá de los conceptos distorsionados que tenemos de nosotros mis­
mos, y ver al Ser que Dios creó en nosotros, como nosotros.

534
UN CURSO DE MILAGROS-¿Quépostula?

El pecado se define como una “falta de amor". Puesto que lo único


que existe es el amor, para el Espíritu Santo el pecado no es otra cosa
que un error que necesita corrección, en vez de algo perverso que me­
rece castigo. Nuestra sensación de ser inadecuados, débiles y de estar
incompletos procede del gran valor que le hemos otorgado al “princi­
pio de escasez” el cual rige al mundo de las ilusiones. Desde este punto
de vista, buscamos en otros lo que consideramos que nos falta a noso­
tros. “Amamos” a otro con el objeto de ver qué podemos sacar de él.
De hecho, a esto es a lo que en el mundo de los sueños se le llama amor.
No puede haber mayor error que ése, pues el amor es incapaz de exigir
nada.
Sólo las mentes pueden unirse realmente y lo que Dios ha unido,
ningún hombre lo puede desunir. No obstante, la verdadera unión, que
nunca se perdió, sólo es posible en el nivel de la Mente de Cristo. El
“pequeño yo” procura engrandecerse obteniendo del mundo extemo
aceptación, posesiones y “amor”. El Ser que Dios creó no necesita
nada. Está eternamente a salvo y es eternamente integro, amado y
amoroso. Busca compartir en vez de obtener; extender en vez de pro­
yectar. No tiene necesidades de ninguna clase y sólo busca unirse a
otros que, como él, son conscientes de su propia abundancia.
Las relaciones especiales que se establecen en el mundo son des­
tructivas, egoístas e “infantilmente” egocéntricas. Mas si se le entre­
gan al Espíritu Santo, pueden convertirse en lo más sagrado de la
tierra: en los milagros que señalan el camino de retomo al Cielo. El
mundo utiliza las relaciones especiales como el último recurso en
favor de la exclusión y como una prueba de la realidad de la separa­
ción. El Espíritu Santo las transforma en perfectas lecciones de perdón
y las utiliza como un medio para despertamos del sueño. Cada una re­
presenta una oportunidad de sanar nuestras percepciones y de corregir
nuestros errores. Cada una es una nueva oportunidad de perdonamos a
nosotros mismos, perdonando a otros. Y cada una viene a ser una in­
vitación más al Espíritu Santo y al recuerdo de Dios.
La percepción es una función del cuerpo, y, por lo tanto, supone
una limitación de la conciencia. La percepción ve a través de los ojos
del cuerpo y oye a través de sus oídos. Produce las limitadas reaccio­
nes que este tiene. El cuerpo aparenta ser, en gran medida, automoti-
vado e independiente, mas en realidad sólo responde a las intenciones
de la mente. Si la mente lo utiliza para atacar, sea de la forma que sea,
el cuerpo se convierte en la víctima de la enfermedad, la vejez y la

535
APENDICE

decrepitud. Si la mente, en cambio, acepta el propósito del Espíritu


Santo, el cuerpo se convierte en un medio eficaz de comunicación con
otros—invulnerable mientras se le necesite—que luego sencillamente
se descarta cuando deja de ser necesario. De por sí, el cuerpo es neu­
tro, como lo es todo en el mundo de la percepción. Utilizarlo para los
objetivos del ego o para los del Espíritu Santo depende enteramente
de lo que la mente elija.
Lo opuesto a ver con los ojos del cuerpo es la visión de Cristo, la
cual refleja fortaleza en vez de debilidad, unidad en vez de separación
y amor en vez de miedo. Lo opuesto a oír con los oídos del cuerpo es
la comunicación a través de la Voz que habla en favor de Dios, el
Espíritu Santo, el cual mora en cada uno de nosotros. Su Voz nos pa­
rece distante y difícil de oír porque el ego, que habla en favor del yo
falso y separado, parece hablar a voz en grito. Sin embargo, es todo lo
contrario. El Espíritu Santo habla con una claridad inequívoca y ejerce
una atracción irresistible. Nadie puede ser sordo a Sus mensajes de li­
beración y esperanza, a no ser que elija identificarse con el cuerpo, ni
nadie puede dejar de aceptar jubilosamente la visión de Cristo a cam­
bio de la miserable imagen que tiene de sí mismo.
La visión de Cristo es el don del Espíritu Santo, la alternativa que
Dios nos ha dado contra la ilusión de la separación y la creencia en la
realidad del pecado, la culpabilidad y la muerte. Es la única corrección
para todos los errores de percepción: la reconciliación de los aparentes
opuestos en los que se basa este mundo.
Su benévola luz muestra todas las cosas desde otro punto de vista, re­
flejando el sistema de pensamiento que resulta del conocimiento y ha­
ciendo que el retomo a Dios no sólo sea posible, sino inevitable. Lo '
que antes se consideraba una injusticia que alguien cometió contra
otro, se convierte ahora en una petición de ayuda y de unión. El pe­
cado, la enfermedad y el ataque se consideran ahora percepciones fal­
sas que claman por el remedio que procede de la ternura y del amor.
Las defensas se abandonan porque donde no hay ataque no hay nece­
sidad de ellas. Las necesidades de nuestros hermanos se vuelven las
nuestras, porque son nuestros compañeros en la jomada de regreso a
Dios. Sin nosotros, ellos perderían el rumbo. Sin ellos, nosotros jamás
podríamos encontrar el nuestro.
El perdón es algo desconocido en el Cielo, donde es inconcebible
que se pudiese necesitar. En este mundo, no obstante, el perdón es
una corrección necesaria para todos los errores que hemos cometido.

536
UN CURSO DE MILAGROS-¿Qué postula?

Perdonar a otros es la única manera en que nosotros mismos podemos


ser perdonados, ya que refleja la ley celestial según la cual dar es lo
mismo que recibir. El Cielo es el estado natural de todos los Hijos de
Dios tal como Él los creó. Esa es su realidad eternamente, la cual no
ha cambiado porque nos hayamos olvidado de ella.
El perdón es el medio que nos permitirá recordar. Mediante el per­
dón cambiamos la manera de pensar del mundo. El mundo perdonado
se convierte en el umbral del Cielo, porque mediante su misericordia
podemos finalmente perdonamos a nosotros mismos. Al no mantener
a nadie prisionero de la culpabilidad, nos liberamos. Al reconocer a
Cristo en todos nuestros hermanos, reconocemos Su Presencia en no­
sotros mismos. Al olvidar nuestras percepciones erróneas, y al no per­
mitir que nada del pasado nos detenga, podemos recordar a Dios. El
aprendizaje no nos puede llevar más allá. Cuando estemos listos, Dios
Mismo dará el último paso que nos conducirá de regreso a El.

537
I

!
FECHAS
Helen Schucman

1909 (14 de julio): Nacimiento


1921 (verano): Experiencia en Lourdes, Francia
1922 Bautizada en la Iglesia bautista
1931—1935 Universidad de Nueva York (B.A.)
1932 (otoño): Conoce a Louis Schucman
1933 (26 de mayo): Contrae matrimonio con Louis Schucman
1938 ca Experiencia en el subterráneo
1952-1957 Universidad de Nueva York (Doctorado)
1958 (A principios): Conoce a William Thetford
1965 (junio): Discurso “Tiene que haber una manera mejor”
1965 (junio-octubre): Visiones y experiencias anteriores al Curso
1965-1972 Escritura de Un curso de milagros
texto: 21 de octubre de 1965-10 de octubre de 1968
libro de ejercicios: 26 de mayo de 1969-18 de febrero de 1971
manual: 12 de abril de 1972-7 de septiembre’ de 1972
1969, 1971 (25 de diciembre de 1969; 12 de marzo de 1971-
11 de noviembre de 1971): Primeros poemas
1972 (octubre), 1977 (abril): “Notas sobre el sonido”
1972 (25 de noviembre): Conoce a Kenneth Wapnick
1973 (enero), 1975 (enero, marzo): Psicoterapia:
propósito, proceso y práctica
1973 (24 de diciembre)-1978 (20 de marzo): Poemas posteriores
1973 (a fmes)-1975 (a principios): Edición final de Un curso de milagros
1975 (29 de mayo): Conoce a Judith Skutch
1975 (verano, otoño): Distribución de 300 fotocopias
de Un curso de milagros
1975 (septiembre-diciembre): “Clarificación de términos”
1976 (junio): Publicación de Un curso de milagros
1977 (septiembre-noviembre): “El canto de oración"
1978 (8 de febrero-11 de abril): “The Gifts of God” (“Los regalos de Dios”)
1981 (9 de febrero): Muerte
1988 (4 de julio): Muerte de Bill

* Esta es la última fecha que aparece en el original, pero es casi seguro que no fue la
última fecha del dictado, la cual probablemente ocurrió una semana más tarde más o
menos.

539
INDICES

INDICE DE REFERENCIAS A UN CURSO DE MILAGROS

texto

T-in 236,239 T-3.VI............ 296


T-in.l:7 317,421 T-3.VI.7.......... 297
T-l.I.l ......... . 327-28 T-3.VI.9:2-5..... 307
T-1.I.1:1 ...... 339 T-3.VII.l:7-8.... 296
T-1.1.4 ......... 238 T-3.VU.5:10-11... ...... 196
T-1.1.5 ......... 238 T-4.I.1 ............ 297
T-l.1.6 ......... 200 T-4.1.2,3,4....... 297
T-1.I.15 ....... 243 T-4.1.6,7......... 297
T-1.I.16 ....... 242 T-4.I.13.......... 297
T-l.1.19-20 .. ..... 245 1-4.11.1:1-3:5 ....... 300
T-1.I.19:3 .... ..... 254 T-4.II.4:10-ll ------ 302
T-1.1.20 ...... .. 247-48 T-4.II.5.......... 303
T-1.1.20, 23 . ..... 143 1-4.11.5:8 .... 244,418
T-1.1.24 ....... 254 1-4.111.8:1-2.... .... 134.465
T-1.1.25 ....... 516 T-4.IV.5:6; 6:1-2 304
T-l.II 250,251 T-4.IV.11:4-6 ..„ ........ 304
T-l.n.3:5-6 . ..... 246 T-4.V.4:9-10... 305
T-l.11.3:7..... 464 T-4.V.6:6-9.... 171
T-l. III. 1:1-4 255 T-4.VI.6-7...... 306
T-l.III.l:10 . ...... 250 T-4.VI.8:2...... .... 209
T-1.III.4...... 252 T-4. VI1.8:7-8 ........ 319
T-1.III.6...... 260 1-5.11.7:1-4..... 397
T-l.IV ......... 505 T-5.II.9:6....... 286
T-l.IV.l ..... 247 1-5.11.12:3...... 286
T-l.V.3:5-6 . 260,267 T-5.III........... . 321
T-1.V.3:6.... 502 T-5.IV.......... . 323
T-l.VIL 1 .... 273 T-5.V.2:11..... 168
T-l.VII.4-5 .. ..... 278 T-5.V.5:4-6.... 182
T-2.III.l:l-5 274 T-6.in.l:2 ...... 395
T-2.IV.4:4 ... ..... 143 T-6.in.2......... 325
T-2.IV.5 ..... 513 T-6.in.2:l ...... 286
T-2.IV.5:4-5 407 T-6.I............ 293
T-2.V. 18:2-6 319 T-6.I.10.-3...... 447
T-2.VI.4 ..... 190 T-6.I.10:5; 11:2 153
T-2.VI.5 ..... 281 T-6.V ...... 325-26
T-2.VII.1 .... 190 T-7.III.1:9 447
T-2.VII.7 .... 157 T-7.IV.3....... 508
T-3.II.5:10 ... ....... 35 T-7.V. 10:7-9 ... .......... 451

541
INDICES

texto (continuado)

T-8.V.4:l-2 236 T-19.IV-D.13:l-4.. 274


T-8.IX.3:5 335 T-20.I ......... 208
T-9.V 316 T-20.1.4:3 ....... 472
T-11.VIII.2........... 35 T-20.I.4:3-4 .... 480
T-ll.VIII.5:l-4 328 T-20.IV.8:4-7 ..... 498
T-l l.VIII.5:4-5 498 T-21.1.8-9:3 ...... 55
T-12.III.4:1 471 T-21.VII.7:8 ...... 418
1-12.111.4:1-2 390 T-21.VIII. 1:1-2 .... 292
T-13.III.l:10-ll 480 T-22.IV.1-2 ...... 347
T-13.III.2:1,6, 8-9 195 T-22.V......... 346
T-13.II1.4:1,3 217 T-23.1.2:7 ....... 464
T-13.VII.9:7 499 T-24.in.2:l . 299-300
T-15.XI.7:2 291 T-24.VII.4:4-6.... 164
T-15.XI.10 344 T-24.VII.6:l-3.... 171
T-16.I 344 T-25.I.5:1-3; 6:4; 7:1,4 502
T-16.I.6:4-5 471 T-26.V.3:5....... 130
T-l 6.111.1:2; 2:1; 3:1-2; 4:2 ... 473 T-26.VII.11:7 . 500
T-16.VII.12 208,345-46 T-26.VII.17:1 ..... 91
T-17 257 T-26.IX 11,208, 370
T-17.IV.13:3; 14:1; 15 494 T-26.IX.6:1 ...... 94
T-17.VI.2:l-2 171 T-27.VII.2:2 ...... 184
T-18.IV.2:l-2 418,419 T-27.VII.10 ...... 431
T-18.IV.2:l-3 510 T-27.VII.10:2 ..... 521
T-18.V. 1:5-6 409 T-28.II. 11:6-7..... 200
T-18.V1I 346,420,474 T-28.V......... 347
T-l8.VII.6:5 347 T-29.VII.1:9 .. 85,311
T-18.VIII 130 T-30.VIII.5:8-9 .... 35
T-l8.VIII. 1:7 502 T-31.VIII .. 11,208
T-l8.IX. 11:3 462 T-31.VIII.7:! ..... 3,461
T-19.III 131 T-31.VIII.12...... 349
T-19.IV-A. 17:5-7 451 T-31.VIII. 12:5.... 435
T-19.IV-C.1:4 154

libro de ejercicios

L-pI.15.3:l,3 337 L-pI.79-80 498


L-pI.30 181 L-pI.rII.5:l .... 447
L-pI.51 351 L-pI.93.1:1-3 . 20
L-pI.52 351 L-pI. 132.6:2-3 399

542
Indice de refencias a UN CURSO DE MILAGROS

libro de ejercicios (continuado)


L-pI. 135.11:2 133 L-pI. 169.5:4 126,495
L-pI. 135.25-26 351 L-pl.182.kl-4............ 149
L-pI.151.16 351 L-pI. 183.7:3-5; 10:1-3; 11 496
L-pI.152.1:4 154 L-pl. 184.10:3............. 348
L-pL155 173,420 L-pI.190.2:3; 3:1; 3:3-4 ... . 320
L-pI. 157.7:3-4 526 L-pl.l93.13:6-7 500
L-pI.157.9 208 L-pII.294 ...... 145
L-pI. 160.1:1-4; 2:1-2; 4:1-2... 149 L-pll.303 351,359.457
L-pI. 161.2:1 492 L-pII.13.5 .... 130
L-pI.161.3:l 493 L-pIl.LF.in.4:4 447
L-pI.168.3:2 462

manual para maestros


M-l.l:2 .......... 120 M-23.4:1-2,4 ... .... 494
M-4.VIII........ 397 M-24........... 99
M-4.IX.l:10 ... .. 157 M-25........... .... 333
M-12.3:3 ........ 512 M-25.6:9..... .... 125
M-17.4:1-2 145,517 M-26.3:l-2,7-8 493-94
M-21.1:7 ........ 492 M-29.2:6...... .... 176
M-21.1:7, 9-10 126

clarificación de términos

C-in.4 .... 301,496 C-2.8:2 459


C-l.3:2-3 299 C-2.9:l 496
C-2 ....... 301

psicoterapia propósito, proceso y práctica


P-1.2:3 ... ....................... 447 P-3.III.1:3 511
P-3.11.2:2 415

el canto de oración
O-l.in.l:l-2 .... 497 0-114:1-2 500
0-1.in.2:1-2 .... 498 0-1.14:3-8; 5:6 500
O-1.1.1:2-3,6-7 498 O-l.I.6:l-4 501
O-l.I.2:l-3,6-9 498 0-1.11.1:3 503
0-11.2:4 511 0-1.11.1:5 503
O-1.I.3 499 0-1.11.2:1 500

543
INDICES

El propósito de los tres índices siguientes es proveerle al lector un medio


manejable para encontrar algunos de los más importantes nombres, lugares y
temas del libro. No se pretende que sea un listado exhaustivo. Así que no
hay anotaciones principales para algunos de los nombres y términos—e.g.,
Dios, Jesús y Un curso en milagros—los cuales aparecerían ordinariamente
en índices más amplios. Las inscripciones que no aparezcan en el Indice de
nombres o en el Indice de William Thetford pueden aparecer en el más com­
pleto Indice de Helen Schucman.

INDICE DE NOMBRES
Adolph (hermano de Helen) Freud 3, 164, 277-78
vea Indice de Helen Schucman y la falacia genética 315, 316
Aesculapius 113 Fundación para la paz interior 399,400,
Altman, B. (tienda) 256,471 404,510
Asbury Park 151
Gamaliel, Rabino 440
Bolen, James 406 Garrett, Eileen 408-09
Georgia 33-37, 40,41, 43-44, 50, 51
Cayce, Edgar 115, 137,314,316,318 Gilbert y Sullivan 441
Asociación para la Investigación y el Los Gondoleros 139
Esclarecimiento (Virginia
Beach) 126-28, 178 Hatcher, Cal 336-37, 342
Cayce, Hugh Lynn 115,127, 178, 383
Charlotte 122-25,180 Jampolsky, Gerald 441
Chesterton, G.K.
El hombre quefuejueves 150
Chip 7,119,139, 154, 243,246,333, Kafka, Franz 65, 68, 76
334,362,377, 378 Klein’s (tienda) 256
Claustro de Maryknoll 443-44
Cohn, Rose y Sigmund Lord and Taylor (tienda) 256,471
(padres de Helen), vea Indice de
Helen Schucman María Magdalena 367, 378
María, madre de Jesús 28, 31,44, 253,
Descartes 295 367,378,421,454-55
Diamond, David 193, 197-200,238, vea también Indice de Helen
262,263,264 Schucman: Iglesia católica
romana
Escritos inéditos de Helen Schucman, Mays (tienda) 462
Los 13 Mercy, hermana 433-34,434,471
Evelyn 520 Michael, padre 7, 8-11, 380, 414, 433-
Freddie (técnico de rayos x) 362, 366, 34,442,450-51
366-67, 368-69, 373, 376 Michal-Smith, Harold 86
Morristown 170, 177

544
Indice de nombres

Mundy, Jon 414-15 Universidad de Columbia 162,289-300


New York Times, The 214
Newman, Cardinal 438 Wapnick, Kenneth
vea también, Indice de Helen
Pelleas et Melisande 117 Schucman
Platón 39, 371,507 “petición de cumpleaños, Una”
(poema para Helen) 438
El amor no condena 493,507
Regina, hermana 433-34,434,471,522
“estrella de mar, La” (poema) 461
Revista de psicología social y anormal
Getsemaní, Abadía de 7, 12,358-59
336, 338
Israel 10,357-58,361-80
Richardson, la señorita 27-29 Latrún, Abadía de 10,378,453
Rockwell, Dr. William 84,258 LavraNetofa 10,358
padres 374,466-68
S (amigo de Bill) 135-39,139,242,244, Psicología cristiana en UN CURSO
246, 273 DE MILAGROSA
St. Francis Church 437,448 “Stabat Mater II” (poema para
Shakespeare 11,21,431,449, 507 Helen) 457
Hamlet 2,4, 156-57,446,524 vasta ilusión, Una: el tiempo de
Shield, Instituto para niños retrasados acuerdo con Us curso de
87, 191 MILAGROS 5N
Skutch, Judith 398-404, 415, 418, 441, Watermill (New York) 135,137, 144-
488-89,510, 523 46,170,180
Skutch, Robert 399,400 Wolff, Harold 87

Teresa, madre 451-52 Yeats, William Butler 397


Yokelson, Doris 471

545
INDICES

INDICE DE WILLIAM THETFORD


cartas a Kenneth Wapnick 368, 370-71, 373, 375-76, 376-77

equivoquista 191

homosexualidad 89

Jesús, relación con 259-60,488


oración de Jesús 201,246, 287

marca rosácea de nacimiento 259


miedo de enseñar 192, 194,293-300, 325
miedo de hablar en público 162, 192, 289,404
mudanza a California 403-404

nombramiento como director del Departamento de Psicología, Hospital Presbiteriano


88,297-98

padres, relación con 166-68, 289-93


profesor, significado de 250, 297-98

retruécanos, los 162,244, 248, 250, 259, 260, 283, 289


reuniones en Princeton 319-21, 343

últimos años y muerte 403-404

546
Indice de Helen Schucman

INDICE DE HELEN SCHUCMAN


Adolph (hermano de Helen) 40,164, PSIQUICAS
310,515 compras, ir de 447,468
agnosticismo 52, 97 corona 193
astrología 165-69 “crucifixión,” error ortográfico de 193,
ateísmo 32, 52, 85, 116, 167,210,216 287
autobiografía curso de milagros, Un
vea también SUEÑOS; creencia en 175.210-11,216-18,
EXPERIENCIAS E 406-10
INCIDENTES; forma y contenido 203,215,252,
EXPERIENCIAS 507-508,511-13
PSIQUICAS; VISIONES lenguaje masculino 459
citas de 17, 27-44,49-56, 83-91, pasajes favoritos 11,208,370.472
93-97, 125, 127-28, pentámetro yámbico 207
203-12,215,345,348-50 principios del milagro
edición de 1-2, 13, 17-18,202-203 “pies planos" 245-46.254
ayuda sacrificatoria (“uno o el otro”) “telarañas de hierro" 24748
101-103, 140, 168, 193,238
ego contrastado con el de Bill 89,
bautismo 35-36 162-65.242.24344,251,
Biblia, La 269-70.275.288.296-97,
conocimiento de 243, 250,252, 301-308,323-26.330.394
449-50, 507 espirituales negros, amor por 34.441
pasajes favoritos de 35,447 estadísticas, amor por 161.172,
258,262
canto de oración, El 417,474 EXPERIENCIAS E INCIDENTES
folleto 497-503, 511 abrigo de piel - tienda Klein’s
mensaje especial 489-97, 509 256-57
origen de 487-89, 504, 509 Atlantic City, en 128,157
Centro Médico de la Universidad de brazaletes de oro 471
Comell 88, 93-94, 195 calcetines de Louis en panera
Centro Médico Presbiteriano Columbia 516-17
65, 85-91,93, 154, 360, corrección de informe de colega 516
401-402,450,451,465,472 cosquillas por el hermano 515
Depto. de psicología 86,87,88,89, disputa con Louis 184-87
91,94-95,368 encuentro con amigos en Israel 466
Edificio Black 211,384 encuentro con Eileen Ganen
Instituto de Ojos 505 408-409
Instituto Neurológico 199,200, encuentro con psíquica inglesa 49,
211,311,342,384 481
Instituto Psiquiátrico 211,311 escriba, función de
ciencia cristiana 37, 69 "error gramatical" cometido
“Clarificación de términos” 415-17,459 por Jesús 275-76
incidente de la papelera 416-17 “Estoy dispuesta a hacerlo"
Clínica Mayo, vea EXPERIENCIAS 250-51,264-65

547
INDICES

Padre Nuestro, el 344-46 fumar 142


quemadura de la mano 274
“cantidad razonable de hospitalizaciones
obediencia” 464 apendectomía 29
tiempo, insignificancia del cirugía de vesícula 41-43
130 enfermedad terminal 521-22
estrella de oro de Jesús 478 “¿Hubo una resurrección física?”
experiencia más extraordinaria de 422-23
mi vida, La 68-75 huelga de los operadores de elevadores
ira hacia Jesús 465 346
Londres, en 20
Mays, tienda 462-63 Iglesia católica romana
mirar a Jesús en la cruz 505 encender velas 33, 40, 85
mujer en tacones altos 515 Lourdes 31-32, 33, 160, 453, 523
pestaña en el ojo 504-506 María 28-31, 33, 42, 44, 377, 378,
propuestas de subvenciones 421,453-57
rechazadas 84-85 Pieta 454-55
subterráneo, en el 51-56, 108,128, medallas 42,44, 439, 448
179 misa 27,31,41,367, 371,448,
sur de Francia, en el 20,108, 118, 450-52
128 Eucaristía, la 451
teatro a oscuras, en 128 novenas 41, 449
Wapnick, Kenneth relación con 25, 33, 448-52
Iglesia de San Francisco - rosario 27,31,33,448, 523
mujer eccéntrica Inglaterra
437 aprecio por 157
viaje a 400-401
botas de goma 468-69 Instituto Psiquiátrico 8
caída en la calle 14 385 ir de compras 470-71
ira - altar Elohim 395-96 Israel
“campo obstaculizado” cueva (Lavra Natofa) 361-80
caminar en 469-70 Qumrán 125, 379-80, 460
EXPERIENCIAS PSIQUICAS
Bill fuera de la ciudad 119 judaismo 27,28-29, 29, 40, 523
Bill y el prendedor de oro 120
Clínica Mayo 120-24, 369,379, letra mayúscula, uso de 32,49,109,181,
380 191,203,246,388-89,477
Joe - Chicago 119,335 lógica 39, 156, 507
silogismos 250
fobias
Louis (Jonathan) 212-15
escritura 38, 83-84, 384 actitud hacia función de escriba 212
lectura 83, 156 dependencia en 178, 520
nombre 27,193,197,258,260-61, libro sobre la Ciudad de Nueva
284 York 155, 177-78
Francia, ambivalencia sobre 117 matrimonio con 40

548
Indice de Helen Schucman

negocio de libros 41, 50 “Regalo del Cielo” 439


y la decisión de asistir a la escuela “regalo, El” 439
graduada 50 “regalos de Dios, Los” (poema en
prosa) 405,44346
María 253 “regalos de Navidad, Los” 426
medallas 523 “Réquiem” 434,522-23
“resurrección y la vida, La” 455-57
“Notas sobre el sonido” 411-13 “Sábado de Gloria” 483
“segunda oportunidad, La” 478
Ojo Espiritual 259 “segunda Pascua de Resurrección,
oración y meditación 28-31,41-43,141, La”427
158, 160, 178-80,196,262-63, “StabatMater”457
267,283,286-87,308,310, “Transformación” 434
322,447-48,488,505 “tren de la gloria, El” 44142
vea también canto de la oración, El “prisa celestial” 201,204-205,266,303,
318,512-13
padres Psicoterapia: propósito, proceso y
madre 27-31, 33,37,40,43,141, práctica 413-15,472,511
142, 150,151-53
padre 27-30,40,43, 50,53,141, reencarnación 99, 116, 136-37,167,
152,412-13,514 182,315,481-82
POESIA religión bautista 33-36
“antiguo amor, El” 481-82
“Canción de amor” 432 sabiduría de 133, 143,145,164-65,174,
“Con agradecimiento” 439 200,473,513-17
“Con gratitud” 442 sacerdotisa 19-20,77-78,87,99,107,
“Continuidad” 439-41 118,142, 145,158-59,193,
“cruz al borde del camino, La” 483 267,317,454,457,461,487,
“Cumpleaños” 437 509,514,522
“Dedicatoria a un altar” 108 mala 21,162,173
“Despierta en calma” 434-36 Sargento Primero (Jesús) 170-76,195,
“Día onomástico” 437 270
“Espera” 457,458,481 sexualidad 89-90,272-73
“Extraño en el camino” 479-80 simbolismo de la estrella 108,478
“Hermano cisne” 441 suegra 151-52,263
“invitación, La” 484 SUEÑOS
“junco cantor, El” 426 animales 240
“Liberación” 432,514 bola de goma verde y roja 141
“lugar de la resurrección, El” bruja/ángel, La 77-78
433-34 Caballero, El 56-59,75,149
“lugar de reposo, El” 432,485 cachorro, El 62-64
“Madre del mundo” 455,457 conejo, El 64-68,76
“Oración para una casa” 432, desposeimiento por “el hombre”
482-83 147-48
“Plegaria a Jesús” 438 el diagnosticar enfermedad del
“Radiante extraño” 477-78 niño 241

549
INDICES

experiencia más extraordinaria de niña - siglo doce o trece 117


mi vida, La 69-72 niña, dichosa e inocente 118
gallina y la olla, La 60-61 plantas en el desierto 129, 240
pájaro azul-gris, El 23-25,407 portal del Cielo 461-62
registrador, El 78-82, 305 sacerdotisa 19-20,97-99,103-105,
266-68
Universidad de Nueva York una estrella en cielo oscuro 165
estudios universitarios de viaje a Galilea 460-62
licenciatura 39-41 vidas anteriores con Bill 99-107
“Dios y Elizabeth Jane” 30-31 niña - Francia del siglo dieciocho
“El solo lloraba su 116
desventura” 21-22 vista-problemas visuales 143, 172,
posgrado 50-51, 56, 83-84 180-82, 186, 301-302,
trabajo de fin de trimestre 504-506
17-44, 83-84,277
WAPNICK, KENNETH
VISIONES - IMAGENES y muerte del abuelo 435-36
altar de EIohim 106-108 y El canto de oración 488-89
bote - Jesús 108-15 cartas a 364-77
“aparato emisor y receptor” y la “Clarificación de términos”
109, 110, 113, 161, 415-17
204 incidente de la papelera 416-17
cigüeña 113 de compras con 470-71
cofre de tesoro 112-14, 366 y el altar EIohim 107-108, 396
cáliz 128-29,242,273-74,361,380 orar con 108, 395-96,447,460,
corona de laurel 158 488-89, 505,510
cueva: pergamino “Dios es” y estrella de oro 478
125-26, 177,240, 333, y poesía 425-27,429-31,433-46,
379 457
Desposada de Cristo 271-72 y Psicoterapia 413-15
María - Pieta 454-55 regalo de medallas a 439,478
monja - Francia 117 visión con (viaje a Galilea) 460-62

550
La Fundación para Un Curso de Milagros1

Kenneth Wapnick obtuvo su doctorado en Psicología


Clínica de la Universidad deAdelphi en 1968. Fue socio y
amigo íntimo de Helen Schucmany William Thetford, las
dos personas que trascribieron Un Curso de Milagros.
Kenneth ha estado relacionado con Un Curso de Milagros
desde 1973, escribiendo, enseñando e integrando sus prin­
cipios en su práctica de psicoterapia. Es miembro de la
Junta Directiva de la Foundation for Inner peace,
(Fundación para la Paz Interior) que publica Un Curso de
Milagros.
En 1983, Kenneth y su esposa Gloria crearon la
Foundation for A Course in Miracles (Fundación para
Un Curso de Milagros), un centro de enseñanza y soña­
ción en Crompond, Nueva York, que creció rápidamente.
En 1988 abrieron una Academia y centro de retiros en la
región norte del estado de Nueva York. En 1995, comenza­
ron el Institute For Teaching Inner Peace trougli A Course
in Miracles (Instituto para la enseñanza de paz interiora
través de Un Curso de Milagros), una corporación docen­
te legalmente constituida por la New York State Board of
Regents (Junta de gobierno de las universidades del esta­
do de Nueva York). En 2001 la Fundación se trasladó a
Temécula, California, haciendo énfasis en la enseñanza
electrónica. Publica un boletín trimestral, “The lightouse"
(El Faro), que puede obtenerse gratuitamente en su página
web: www.facim.org

A continuación se exponen los conceptos de Kenneth y


Gloria sobre la Fundación.
Fundación para Un Curso de Milagros®

Durante los primeros años de estudio de Un Curso de


Milagros, y de enseñanza y aplicación de sus principios en
nuestras respectivas profesiones de psicoterapia, educación
y administración escolar, parecía evidente que este sistema
de pensamiento no era el más fácil de comprender. Era así
no sólo en cuanto a la comprensión intelectual de sus prin­
cipios, sino lo que es aún más importante, en cuanto a la
aplicación de estos en la vida personal de cada uno. Así que
nos pareció desde el comienzo que el Curso se prestaba a
ser enseñado en paralelo con la enseñanza continuadel
Espíritu Santo, en las oportunidades que se nos presentan
diariamente en nuestras relaciones, tal como lo presenta el
Manual para el Maestro en sus primeras páginas.

Un día, hace varios años, mientras Helen Schucman y yo


(Kenneth) discutíamos estas ideas, ella compartió conmigo
una visión que había tenido de este Centro como un templo
blanco con una cruz dorada, sobre él. Aun cuando era obvio
que esta imagen era simbólica, entendimos que era repre­
sentativa de lo que sería el Centro de enseñanza: un lugar
donde se manifestarían la persona de Jesús y su mensaje en
Un Curso de Milagros. Algunas veces hemos visto una
imagen de un faro que proyecta su luz hacia el mar, y que
llama a aquellos navegantes que la buscan. Para nosotros
esta luz es la enseñanza de perdón del Curso, que espera­
mos compartir con aquellos que se sienten atraídos por la
manera de enseñar de la Fundación y por la visión que ésta
tiene de Un Curso de Milagros.
Fundación para Un Curso de Milagro^

Esta visión conlleva la creencia que Jesús dictó el Curso en


este momento histórico preciso y en esta forma específica
por varias razones:

1) La necesidad de sanar la mente de su creencia de que


el ataque es la salvación; esto se logra por medio del per­
dón, el deshacimiento de nuestra creencia en la realidad
de la separación y la culpa.

2) Dar énfasis a la importancia de Jesús y/o del Espíritu


Santo como nuestro Maestro amoroso y benévolo, y al
desarrollo de una relación con este Maestro.

3) Corregir los errores del cristianismo, especialmente el


énfasis en el sufrimiento, el sacrificio, la separación y el
sacramento como factores inherentes al plan de salva­
ción de Dios.

Nuestro pensamiento siempre ha sido inspirado por


Platón (y su mentor Sócrates), tanto por el personaje mismo
como por sus enseñanzas. La academia de Platón era un
lugar adonde la gente seria y reflexiva acudía a estudiar su
filosofía en una atmósfera conducente al aprendizaje; des­
pués regresaban a sus profesiones para poner en práctica lo
que el gran filósofo les había enseñado. Así pues, al inte­
grar los ideales filosóficos con la experiencia, la escuela de
Platón parecía ser el modelo perfecto para el centro de
enseñanza que íbamos a dirigir durante tantos años.
Fundación para Un Curso de Milagro^

Por lo tanto, vemos como propósito principal de la


Fundación ayudar a los estudiantes de Un Curso de
Milagros a profundizar conceptual y empíricamente, en la
comprensión del sistema de su pensamiento de modo que
puedan ser instrumentos más eficaces de la enseñanza de
Jesús en sus propias vidas personales. Puesto que enseñar
el perdón sin haberlo vivido es vano, una de las metas espe­
cíficas de la Fundación es ayudar a facilitar el proceso que
permite a las personas reconocer que sus pecados han sido
perdonados y que son verdaderamente amadas por Dios.
De este modo, el espíritu Santo puede extender Su amor a
otros a través de ellas.

y -

!
I

La Fundación para Un Curso de Milagros1


Temécula, California
Títulos que recomendamos

Una introducción básica a Un curso de milagros


Kenneth Wapnick

Despierta del sueño


Una presentación de Un curso de milagros
Gloria Wapnick y Kenneth Wapnick

Amor sin condiciones


Paul Ferrini

Los doce pasos delperdón


Paul Ferrini

Flores de Baclt
38 descripciones dinámicas
Dr. Ricardo Orozco

Tu realidad inmortal
Cómo romper el ciclo de nacimiento y muerte
Gary R. Renart

La desaparición del Universo


Un relato sobre las ilusiones, las vidas pasadas,
la religión, el sexo, la política y los milagros delperdón
Gary R. Renart
Ausencia de felicidad. La historia de Helen
Schucman, la escriba de Un curso de milagros,
de Kenneth Wapnick, fue impreso y terminado en
marzo de 2011 en Encuademaciones
Maguntis, Iztapalapa, México, D. F.
Teléfono: 5640 9062.

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