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Roma
Ecos DE LA ANTIGüEDAD.
ROMA
LISANDRO MENDOzA
FLORENCIO HUBEñÁK
LAURA ZACCARIA
MARíA CECILIA CULOTTA
PAULA CARDOzO DE GONzÁLEz
VIVIANA BOCH DE BOLDRINI
SS&CC ediciones
Ecos de la Antiguedad Romana / Viviana Boch ... [et al.]. - 1a ed -
Men- doza : SS&CC
Ediciones, 2022.
176 p. ; 21 x 15 cm.
ISBN 978-987-3835-61-2
FACULTAD DE
FILOSOFIA Y
LETRAS
INTRODUCCIÓN
9
10
Filosofía y Letras en la persona de su decano Dr. Adolfo Omar Cueto
por el permanente apoyo en todas las tareas vinculadas con la inves-
tigación.
Los AUTORES
11
LA PRIMITIVA SOCIEDAD ROMANA
LISANDRO MENDOZA
FACULTAD DE FILOSOFíA Y LETRAS, UnIVERSIDAD NACIONAL DE CUYO
leyjumas90@gmail.com
1 O tal vez antes: en el IV milenio a.C. a juzgar por los datos que aporta Villar, F.
Los indoeuropeos y los orígenes de Europa. Ed. Gredos, 1996, pp. 42 y ss.
2 La ciudad antigua, Ed. Porrúa, México, 2003, p. 5.
12
medio del rito el hombre puede ser intermediario o nexo entre dos
mundos o dimensiones. De aquí se desprende el carácter fundador del
hombre romano. Y esto se observa tanto en la fundación de la ciudad
como en la del hogar.
La casa del romano es –se pude decir- un santuario doméstico en
el que oficia como sacerdote el paterfamilias que conoce los ritos
pro- piciatorios y los nombres secretos de las divinidades (penates y
lares) protectoras del hogar. Y, de hecho, el hogar es, estrictamente
hablando, aquella parte de la casa que es su centro sacral. Es de
piedra y oficia de altar en donde se mantiene encendido el fuego
sagrado.
Y por eso el centro del espacio humanizado (casa, templo, ciudad)
es el fuego, “y gracias a él, este espacio entra en relación con el Gran
Espacio, que no es el espacio exterior, ajeno, y generalmente adverso,
sino el espacio cósmico, que tiene en la bóveda celeste su manifesta-
ción concreta. El espacio celeste muestra la armonía que rige el
univer- so; es la garantía más sólida del orden eterno (kosmos)”.3
El hogar y el matrimonio eran la base de la familia. Los novios ro-
manos, al dar su consentimiento de esponsales, decían “ubi tu Gaius,
ego Gaia”, demostrando que el matrimonio es una unión profunda de
varón y mujer que los iguala en dignidad aunque no en autoridad4.
Plu- tarco, que recoge esta frase tradicional dice que se refería a
“gobernar y participar de todo en común y lo que se quiere
manifestar es: donde tú eres señor y administrador, yo también soy
señora y administradora”.5 Y por eso el matrimonio es la base de la
comunidad familiar y se rea- liza –por lo menos en su forma
tradicional- por medio de rituales re- ligiosos6. Por eso podemos
afirmar que Roma surge de comunidades
14
unidas por rituales7.
Una de las definiciones clásicas de matrimonio que encontramos
en el derecho romano recogida por el jurista Modestino es la
siguiente: “El matrimonio es la unión de macho y hembra, consorcio
de toda la vida, participación de cuestiones divinas y humanas” 8. En
latín: “Ma- trimonium est coniunctio mari et feminae, consortium
omnis vitae, di- vini et humani iuris communicatio”. Nos
detendremos en dos palabras clave para entender el matrimonio:
Coniunctio y consortium. Ambas definen el matrimonio romano
como un hecho eminentemente religio- so-moral. Lo jurídico o legal
viene después a validar lo que ya está celebrado de acuerdo a la
religión-moral antigua: las mores maiorum (literalmente costumbres
de los antepasados o mayores). Estas eran aquellas costumbres
ancestrales de ámbito divino, transmitidas desde antiguo, que
suponían un patrimonio de sabiduría religiosa-moral; era lo que los
romanos entendían por tradición. Y, por eso, según esta tra- dición se
celebraba el matrimonio y el derecho solo se ocupaba de los aspectos
patrimoniales de la unión.
Coniunctio significa “unión”, pero además posee un significado
profundo con una raíz simbólica que marca el sentido del
matrimonio. Hace referencia a la unión del cielo y la tierra como
origen de todo y al fuego y el agua necesarios para engendrar. Por
eso dice Varron:
“las condiciones para que se produzca el nacimiento, son
dos: el fuego y el agua. Por eso, en las bodas se colocan
am- bos elementos en el umbral de la casa, porque allí tiene
lugar
16
una unión (coniungitur hic): el fuego es el varón, porque
en él está la simiente; el agua es la mujer, porque el feto es
fruto de su humedad. Y la fuerza de la fusión de ambos (vis
vinctionis) es Venus.”9
Consortium hace referencia al “hecho de estar unidos en un
diálogo constante, para la cópula y la generación de la especie, con
todo lo fortuito que ello trae aparejado (sors)”.10 Y este vocablo sors
se refiere precisamente a la suerte que los esposos enfrentan en
comunidad o juntos: corren la misma suerte.
Un matrimonio de acuerdo al derecho (ius) era un matrimonio sa-
grado. La iustae nuptiae es la celebrada de acuerdo a los ritos tradi-
cionales. Al respecto aclara Di Pietro: “No hay que ver en esto un
matrimonio “justo”, tal cual nos indicaría una traducción literal, sino
más bien, un matrimonio celebrado de acuerdo a los ritos. Pero estos
ritos, no determinan sino el estado “óptimo” de alguien con relación a
otro. Y esto es lo que determina la situación como “iusta”. De aquí
que el matrimonio romano celebrado según los ritos tradicionales no
sea otra cosa que el matrimonio ritual”.11
Dionisio de Halicarnaso nos indica, también, que ya desde los ini-
cios de Roma existía una Ley de Rómulo sobre el matrimonio. “La
ley era como sigue: que una mujer casada que se unía a su marido
con un matrimonio sagrado era partícipe de todos sus bienes y ritos.
(…) Esta ley obligó a las mujeres casadas, pues no tenían ningún
otro escape, a vivir de acuerdo con el carácter de su marido, y a los
hombres a conservar a su mujer como una posesión necesaria y
segura. Al ser así modesta y obedecer en todo a su marido, la mujer
era de esta manera señora de su casa, como el hombre, y si moría su
marido se convertía en heredera de sus bienes, como una hija de su
padre”12.
Por otra parte, es importante tener en cuenta la conciencia del
límite tan cara a los antiguos griegos y romanos. El templo es, en este
senti- do, un espacio delimitado, lo mismo que la casa. Sabemos que
templo (templum en latín) es una palabra que proviene del griego
témenos que a su vez procede de la raíz tem que significa “cortar”,
haciendo
9 Varron, M. De lingua latina, V, 62. Citado por Di Pietro, A. Op. cit.
10 Di Pietro, op. cit. p. 73.
11 Di Pietro, op. cit. p. 77.
17
12 Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de Roma, II, 25.
18
referencia a la separación, o corte, que se establece entre lo sagrado y
lo profano. Los muros del templo y de la ciudadela -estos dos
términos en general implican lo mismo-, como los de la casa, marcan
el corte, la separación, entre el mundo inculto y el cultivado, entre el
mundo en donde el hombre se realiza porque encuentra los límites
que necesita su libertad y el mundo ilimitado en donde el hombre se
pierde, se di- luye. “El espacio no es homogéneo para el hombre
religioso; algunas partes son cualitativamente diferentes. Hay un
espacio sagrado y por lo tanto, fuerte, importante; y hay otros
espacios que no son sagrados y por lo tanto, carecen de estructura,
forma o significado. (…) esa no homogeneidad espacial encuentra
expresión en la experiencia de una oposición entre el espacio que es
sagrado -el único espacio real y real- mente existente- y todos los
otros espacios, la extensión informe que lo rodea.”13
Así como el fuego y el altar custodiados por Vesta y las Vestales
son el centro de Roma, el fuego del hogar –en latín altar se dice in-
distintamente focus, ara o vesta14- es el centro de la casa y la familia
romana. Y de hecho, el hogar es un fuego sobre un altar 15 (ara) de
piedra que ocupa el centro (o lugar destacado) de la casa. Sin hogar
no hay casa ni familia, así como sin templum y altar con fuego
sagrado no hay ciudad. Cicerón afirmará: “Gran cosa es, pues, tener
los mis- mos monumentos de los ancestros, usar los mismos
santuarios, tener sepulcros comunes”16. Y un antiguo apotegma latino
decía “pro aris et focis pugnare”, resumiendo de alguna manera el
espíritu fundacional y político del romano. Y es que pelear por el
altar y el fuego del hogar (y de la ciudad) es la divisa patriótica del
romano como homo conditor (hombre fundador). Van der Leeuw17,
para mostrar el vínculo entre la religión doméstica y las instituciones
religiosas de la ciudad, establece el siguiente paralelismo:
13 Eliade, M. Ocultismo, brujería y modas culturales. Ed. Paidos, 1977, p. 37.
14 Fustel de Coulanges, op. cit. p. 18.
15 La palabra altar hace referencia a un sitio elevado (altus que se relaciona simbóli-
camente con la montaña) propicio para establecer la comunicación entre los
dioses, los hombres y los difuntos. El altar se levanta sobre el mundus en donde se
unen los tres niveles: divino-cósmico, humano y subterráneo. Cf. Champeaux, G.
Introduc- ción a los símbolos, Ed. Encuentro, p. 246 y ss.
16 Sobre los deberes, I.
17 Fenomenología de la religión, Fondo de Cultura económica, 1964, p. 53.
19
“El fuego del hogar se confiaba a la protección de los
miem- bros femeninos (que más tarde serán las vestales),
mientras que el jefe de la casa aparecía como sacerdote del
fuego y sus hijos fungían de atizadores del mismo (los
flámines). El fuego es objeto del culto familiar más antiguo
en el que se concentra el poder de la comunidad.”
El fuego sagrado era distinto al fuego común hecho para co-
cinar o para fundir metales y se debía tener un cuidado especial
prescrito por la religión para mantenerlo puro. Esto “significa-
ba, en sentido literal, que ninguna cosa sucia podía echarse en el
fuego, y, en sentido figurado, que ningún acto culpable debía co-
meterse en su presencia. Había un día del año, que entre los ro-
manos era el l° de mayo, en que cada familia tenía que extinguir
su fuego sagrado y encender otro inmediatamente. Pero para obtener
el nuevo fuego era preciso observar escrupulosamente algunos ritos.
Ha- bía que preservarse sobre todo de emplear el pedernal hiriéndolo
con el hierro. Los únicos procedimientos permitidos eran concentrar
en un punto el calor de los rayos solares o frotar rápidamente dos
trozos de cierta madera hasta hacer brotar la chispa. Estas diferentes
reglas prue- ban suficientemente que, en opinión de los antiguos, no
se trataba sola- mente de producir o conservar un elemento útil y
agradable: aquellos hombres veían otra cosa en el fuego que ardía en
sus altares”.18
En síntesis, hay que decir que el hogar, la ciudad, el templo, son
los lugares en donde el hombre encuentra reflejado el orden cósmico
he- cho por los dioses. Y en esos ámbitos es en donde se puede vivir
bien la vida y son los centros a partir de los cuales se desenvuelve la
vida humana. Por eso afirma Mircea Eliade:
“descubrimos el mismo simbolismo cosmológico en la
estructura de toda casa, cabaña o tienda de las sociedades
tradicionales. Incluso entre las más arcaicas y “primitivas”.
En realidad, por lo general no es posible hablar de la casa
sin referirse a la ciudad, el santuario o el mundo. En mu-
chos casos, lo que se puede decir de la casa vale asimismo
18 Fustel de Coulanges, op. cit., p. 19. El autor explica que el culto del fuego no era
privativo de los romanos, sino que también aparece en Grecia y en Oriente (sobre
todo en la India de la religión brahamánica). Es un culto muy antiguo de los
pueblos indoeuropeos.
20
para la aldea o la ciudad. Las múltiples homologías -entre
cosmos, país, ciudad, templo, palacio, casa y cabaña- des-
tacan el mismo simbolismo fundamental: cada una de esas
imágenes expresa la experiencia existencial de estar en el
mundo, más precisamente, de entrar en el mundo
organizado y significativo (es decir, organizado y
significativo por haber sido creado por seres
sobrenaturales). El mismo simbolismo cosmológico,
formulado en términos arquitectónicos, espa- ciales,
informa la casa, la ciudad y el universo”.19
22
es decir: son comunidades de dioses, hombres y difuntos. La patria lo
es todo, y perderla es perder la vida. Se pierde la familia, los amigos,
los difuntos y los dioses, y por lo tanto el lugar en donde el individuo
ha recibido los mayores bienes, incluida su vida social, su crianza y
educación. Por eso la patria o la ciudad no son una mera abstracción
para los antiguos, sino que son un conjunto de realidades (divinidades
locales, culto cotidiano, antepasados, familia, comunidades) arraiga-
das en el alma y por las cuales vale la pena morir antes que perderlas.
Otra virtud fundamental de los antiguos romanos es la fides. Se tra-
ta de la confianza y la rectitud a partir de la palabra dada, es el
cumplir las promesas y es la base de la vida comunitaria. Por su
importancia se la considera como una diosa y su antigüedad era
proverbial signifi- cando su pertenencia al patrimonio de las mores
maiorum. Al respecto dice Pierre Grimal: “La diosa Fides es, en
Roma, la personificación de la Palabra Dada. Se la representa como
una anciana de cabello blanco, más vieja que el propio Júpiter. Con
ello se pretende indicar que el respeto a la palabra es el fundamento
de todo orden social y político. (…) Se le ofrecían sacrificios
llevando la mano derecha envuelta en una tela blanca”.22
La educación del niño romano comienza en el seno de su familia,
ese es el medio natural de formación. En los primeros tiempos, por
lo menos, es la madre quien educa al niño hasta los 7 años de edad.
Esto honra a la mujer que es considerada pilar del hogar romano. “La
influencia de la madre marcaba al hombre para toda la vida –nos dice
Marrou- (…) Cuando la madre no bastaba para desempeñar esta fun-
ción, se elegía, como institutriz de los hijos de la casa, a alguna pa-
rienta venerable, de edad madura, que sabía imponer en su derredor,
incluso en los juegos una atmósfera de elevada inspiración moral y
severidad”.23
La educación familiar concluye a los 16 años y en ese momento
se realiza el cambio de toga, que se hace mediante una ceremonia:
el joven deja la toga praetexta (blanca con un bordado purpura en el
borde) y recibe la toga viril (toda blanca). Este acto señala el paso a
23
la vida pública24 y el inicio de una educación extra familiar. “Salvo
excepciones –señala Marrou- no era ya el padre quien se encargaba
de ello, sino algún viejo amigo de la familia, algún político cargado
de años, de experiencia y de honores.”25
Asimismo, esta educación tenía algunas características que la di-
ferenciaban de la del griego. “Ni los ideales estéticos del aristócrata
ateniense, ni la parcialidad castrense del espartano. Su formación en
el predio rústico tuvo un propósito práctico y si se quiere utilitario:
cultivar la tierra y defenderla con tenacidad de sus enemigos: plagas,
desastres y ataques armados. Este origen campesino mantiene su
sello a lo largo de toda la historia romana (…) Las tareas propias del
campo robustecían el cuerpo de los jóvenes y, sin embellecerlo, le
daban la dureza propia de los ejercicios sostenidos en largas jornadas
de tra- bajo. No fue el romano un atleta de estadio ni el concurrente
asiduo a los gimnasios. Alternaba la azada y el pico con la lanza y la
espada, y adquiría en el trato con esos instrumentos una consistencia
férrea y una paciencia de labriego.”26
Las exigencias de una vida dura en el campo, vida de agricultor,
impusieron sus condiciones al romano. Forjó así un ánimo práctico
tanto para el cultivo de la tierra como para la defensa del hogar. “Esto
explica que el espíritu romano no haya cedido nunca a las solicitacio-
nes de las abstracciones ideológicas, ni fue tentado por el deseo de
hacer una guerra sin finalidad política precisa. Fue hombre austero,
sobrio y cortante como una espada, pero supo siempre que la espada
es un instrumento, un medio y no un fin en sí misma. Este pueblo tan
combativo fue al mismo tiempo muy parco en sus elogios a las
glorias
24 De hecho, la palabra “público” proviene del latín pubicus que a su vez deriva de
pubes de donde proviene pubertad. “En el mundo arcaico se concede gran impor-
tancia a esta etapa y su significado ha quedado recogido en los rituales de inicia-
ción. En ese momento, los niños dejan de pertenecer exclusivamente al ámbito
familiar (la res privata) para comenzar a participar, cada vez más intensamente,
en un mundo más amplio que al que ya pertenece, porque en ellos está la
posibilidad de la procreación y, a la vez el compromiso de defender al conjunto y
de dar su opinión en las reuniones.” Herrera-Cajas, H. “Res privata, res pvblica,
imperivm” Semana de estudios romanos, Instituto de historia, Universidad
católica de Valpa- raíso, pp. 127-136, p. 130.
25 Marrou, H-I., op. cit., p. 305.
26 Calderón Bouchet, R. Pax Romana, p. 32.
24
militares. No obstante supo siempre que para alcanzar una paz durable
habría que concluir con el enemigo. En este sentido fue definitivo.” 27
Y por eso la antigua educación romana buscaba una formación
mo-
ral basada en el aprendizaje de la vida real. “No se trata ya, como en
la Hélade arcaica, de prepararse para una vida nobiliaria en que la ha-
zaña, deportiva o guerrera, alterna con los placeres elegantes: el ideal
romano es el del paterfamilias, responsable del buen gobierno de su
patrimonio”.28
Marrou destaca las virtudes campesinas que se buscaba desarro-
llar desde la educación: “afición al trabajo constante, frugalidad y
austeridad. El niño romano oía declamar contra el lujo corruptor y
celebrar el desinterés de los viejos cónsules o dictadores como Cin-
cinato, que cultivaban la tierra con sus manos hasta el día en que el
voto del senado los desligaba del arado para elevarlos a la supre-
ma magistratura”.29 Además del campo y sus labores estaban las
armas. Y por eso “un largo servicio militar completaba este primer
ciclo del “curriculum” romano. Nadie podía iniciar con provecho
una fructuosa carrera de honores si no había demostrado en el ejér-
cito que era digno de su sangre. La educación familiar tendía a de-
sarrollar en los jóvenes un carácter noble, porque no sólo insistía
en el respeto a la tradición nacional, sino que acentuaba la fidelidad a
las virtudes de la propia familia”30.
El apego al dinero y al lujo son vistos -de acuerdo a las mores
maio- rum- como contrarios al carácter tradicional romano y
corruptores de la vida política sana. Y en los momentos de
crecimiento del lujo y la formación de una plutocracia es cuando
Roma estaba en peligro de caer bajo el yugo de la guerra civil o de
los invasores extranjeros, pues- to que el lujo implica relajación y
caída en placeres exacerbados que no predisponen para el patriotismo
y la entrega generosa por el bien común sino todo lo contrario: forjan
un ánimo egoísta y calculador in- capaz de cosas sacrificadas y
grandes.31 Constantemente los educado-
27 Ibidem, p. 33.
28 Marrou, H-I. Op. cit., p. 310.
29 Ibidem, p. 309.
30 Calderón Bouchet, R. op. cit. p. 36.
31 Al respecto remitimos al libro de Carcopino, La vida cotidiana en Roma en el
25
apogeo del Imperio pp. 95-107. En el siglo I y II d. C., afirma Carcopino, “era
más
26
res y pensadores romanos estaban cuidando el no caer por la
pendiente del lujo a los placeres desordenados que impiden un
verdadero cultivo del hombre. Cuando César estaba en plena
campaña contra Pompeyo, ya en los tiempos finales de la República
consular, Salustio le escribe una carta en la que le pide que si se hace
con el poder en Roma tenga en cuenta que “la juventud debe
interesarse por la probidad y la acti- vidad, no por el despilfarro ni las
riquezas. Esto será así si eliminas el uso y atractivo del dinero, que es
la mayor de las perdiciones”. 32 Y en otra carta le insiste y le da
razones sobre este peligro de que el dinero se ponga por encima de la
virtud:
“el mayor bien, con mucho, que puedes idear para la patria,
los ciudadanos, padres e hijos y, en fin, para la humanidad, lo
obtendrás si suprimes el amor al dinero o, en la medida que
la situación consienta, lo rebajas. Si no es así, es imposible
gobernar ni asunto privado ni público, ni en paz o en
guerra. Pues cuando entra la pasión del dinero, ni la
disciplina ni las buenas mañas ni talento alguno son
capaces de impedir que más pronto o más tarde, pero
alguna vez sin duda, sucumba el espíritu. (…) cuando se
considera preclara la riqueza, al instante todos los bienes
resultan despreciables, la lealtad, la probidad, el pudor, la
vergüenza. Pues el camino a la virtud es uno solo y arduo,
al dinero cada cual se encamina por donde le viene en gana;
el dinero se consigue por las buenas o por las malas. De
modo que suprime en primer término el prestigio del
dinero.”33
¿Cómo podemos resumir esta educación (antigua) del romano con
sus elementos más significativos? Plinio el Viejo lo hace en diez puntos,
tratando de rescatar la formación previa a la influencia determinante
de Grecia a partir del siglo III a. C. Se trata de una oración fúnebre –
ventajoso ser esclavo de un hombre rico que un ciudadano libre y pobre, lo que
indica de qué manera se había alterado el orden imperial (…) este peligroso des-
equilibrio se agravaría con el tiempo ya que, en una sociedad cuya jerarquía estaba
marcada por el dinero, éste, en lugar de circular por las familias laboriosas y de
fructificar con el trabajo y la economía, se concentraba en un número cada vez más
restringido de grandes privilegiados favorecidos por el príncipe y por la habilidad
de sus especulaciones.”, p. 95.
32 Carta I, 7, 2-3.
27
33 Carta II, VII, 2-5
28
que recoge este autor- pronunciada por Cecilio Metelo Macedónico
en honor de su abuelo Lucio en el año 221 a. C.
“Había logrado poseer los diez bienes por excelencia, sólo
obtenidos por los Sabios tras una dura y difícil búsqueda
que ocupaba toda una vida; quiso ser un gran soldado, un
orador excelente, un general valeroso; afrontar la
responsabilidad de grandes empresas, investirse de la
suprema magistratura, poseer la sabiduría más excelsa,
ocupar el primer rango entre los senadores, acumular una
gran fortuna por medios hones- tos, dejar muchos hijos y
adquirir celebridad en el Estado”.34
30
afecto? ¿El poder del pater que era casi absoluto? Tengamos en
cuenta que, en los primeros tiempos, el pater tenía amplios derechos:
era jefe religioso, dueño de la propiedad y juez, jefe supremo del
culto domés- tico y por lo tanto sacerdote del hogar, tenía derecho de
reconocer o rechazar al hijo cuando nacía. Tenía derecho de repudiar
a la mujer por esterilidad o adulterio, derecho de casar a la hija y
también al hijo, derecho de emancipar, es decir, de excluir a un hijo
de la familia y del culto y derecho de adoptar, esto es, de introducir a
un extraño en el hogar doméstico y hacerlo cliente, compartiendo
algo más importante que la misma sangre: la comunidad de culto
doméstico. El adoptado pasa a ser así un hijo más, que lleva el
apellido gentilicio (nomen). Volveremos luego sobre esto.
Por lo pronto interesa consignar que el fundamento o principio es-
tructurador de la familia antigua romana no era la fuerza del derecho
paterno. Había algo previo, que le daba sustento y autoridad: “Lo que
une a los miembros de la familia antigua es algo más poderoso que el
nacimiento, que el sentimiento, que la fuerza física: es la religión del
hogar y de los antepasados. Por ella la familia forma un cuerpo en
esta vida y en la otra. La familia antigua es una asociación religiosa
todavía más que una asociación natural.” 36 Y por eso cada familia
tiene su tumba, donde sus muertos descansan unos al lado de otros,
siempre juntos. Todos los de la misma sangre deben ser enterrados
allí, y a ningún miembro de otra familia se lo puede admitir.
La figura del pater, como vemos, era fundamental. Pero, de todos
modos, la moral doméstica tradicional señala otros derechos por los
cuales la mujer del hogar, la mater, tiene un puesto relevante y muy
difícil de sustituir. Dicha moral “dice a la esposa que debe obedecer,
al marido que debe mandar. Enseña a ambos que deben respetarse
mutuamente. La mujer tiene derechos, pues tiene un sitio en el hogar
[fuego sagrado]; es ella la que debe velar para que no se apague; es
ella sobre todo, la que debe estar atenta para que se conserve puro,
ella lo invoca, ella le ofrece el sacrificio. También ella tiene, pues, su
sacer- docio. Donde ella no está, el culto doméstico resulta
incompleto e in- suficiente. Es gran desgracia para un griego el tener
“un hogar falto de esposa” [dice Jenofonte]. Entre los romanos, la
presencia de la mujer
37 Ibidem, p. 88-89.
38 Plutarco, Cuestiones romanas, 50.
39 Cicerón en su libro Sobre los deberes (4, 11) hace notar que “es algo común a
todos los seres vivos el impulso de unirse en vistas a la procreación y cierto grado
de cuidado de la prole”.
40 Di Pietro, A. y Lapieza Elli, A. Manual de derecho romano, Ed. Lexis Nexis,
2005, p. 10.
32
–y competir- en la vida política de Roma. Hay que tener en cuenta
que la gens tampoco es algo que pertenezca exclusivamente a
Roma41. “Muchos pueblos itálicos contaban también con gentes, entre
ellos los etruscos, como demuestran las inscripciones que prueban
que la cos- tumbre de los dos nombres estaba difundida por toda la
península”42.
Cada gens tiene un culto especial y un jefe: el pater gentis o prin-
ceps gentis cuyo puesto depende de la autoridad y la edad y esto le
confiere poder (potestas). “Esta persona, que tiene más potestas que
otras, comienza a presentarse, a actuar y a ser designada con un
térmi- no que, en su raíz, encierra justamente este “más”: magis-ter;
y será este magister que pasará a ser magistratus el que instaura las
“magis- traturas”, y con las magistraturas ya estamos totalmente
dentro del ho- rizonte del mundo público. Hemos abandonado el
mundo de la familia, donde no hay magistraturas, donde nadie
compite con el poder del padre, donde él está solo.”43 Es decir que las
primeras magistraturas son una prolongación al ámbito público de la
autoridad y el poder del pater. Asimismo, del ámbito y derecho
privado proviene el ámbito y derecho público. Por eso existía, en los
comienzos, un conjunto de normas propias y exclusiva de cada gens:
el ius gentilitatis, que con el tiempo irá cediendo lugar a un derecho
público (ius publicus).
El romano para ser parte de la ciudad o sociedad debía pertenecer
a una familia. No existía un individuo aislado y sin raíces que pudiera
participar en la vida pública. Por eso el romano lleva un praenomen,
un nomen y un cognomen. El nomen nos indica la pertenencia a la
gens y por eso Cicerón dice que “pertenecen a la misma gens los que
tienen el mismo nombre (nomen)”.44 Ese nomen lo recibe el recién
nacido en su octavo día de vida mediante una ceremonia en la que
asisten los miembros de la gens. También recibe su prenombre
(praenomen o “nombre puesto delante”) y el cognomen, puesto al
final, indica la
41 “El tipo de la familia indoeuropea era la que se conoce con el nombre de «gran fa-
milia» (joint family). Los parientes se agrupaban bajo la autoridad de un cabeza de
familia, el *pater. Los descendientes varones, al casarse, no abandonaban la
unidad familiar, ni fundaban familia nueva. Normalmente al tomar esposa la
introducían en el seno de la gran familia.” (Villar, Los idoeuropeos y los orígenes
de Europa. Lenguaje e historia, Ed. Gredos, 1996, p. 129)
42 Cornell, T. J. Los orígenes de Roma, Ed. Crítica, 1999, p.
33
111. 43 Herrera Cajas, H. “Res privata…” p. 132.
44 Tópicos, VI
34
familia a la que pertenece. “Así César, que llevaba el nombre
personal de Cayo, pertenecía a la “gens” Julia y a la familia César.
Cayo Julio César constituía su completa filiación. La mujer llevaba
solamente el nombro gentilicio: Julia, Tulia o Cornelia. Como esto se
prestaba a grandes confusiones en el seno de una comunidad tan
numerosa, se usaron innumerables sobrenombres y diminutivos que
permitían la in- dividualización de las muchachas”.45 En el caso de la
gens Julia (Iulia) el antepasado común era Julo el hijo de Eneas.
El nomen, entonces, indica la pertenencia a un mismo culto de un
antepasado común. “Cada gens se transmitió de generación en
genera- ción el nombre del antepasado y lo perpetuó con el mismo
cuidado con que perpetuaba su culto. Lo que los romanos llamaban
propiamente nomen era el nombre del antepasado, que todos los
descendientes y to- dos los miembros de la gens tenían que
ostentar”.46 El nomen aparece ya en inscripciones muy antiguas (siglo
VII a. C.), lo cual confirmaría su antigüedad y su sacralidad por
pertenecer al ámbito de la religión doméstica.
Por su parte, los clientes, son individuos con una serie de
obligacio- nes frente a su patrón (patronus), y a cambio son
protegidos y asistidos a través de un vínculo recíproco de fidelidad
que los liga a ambos. Este vínculo es la fides. La obligación de
defensa y asistencia al cliente por parte del patronus (entregándole
tierras de labranza), está contra- pesada por la obligación de
obediencia (cliens viene de cluens, “el que obedece” y de cluere,
“obedecer”) y asistencia laboral, política y hasta armada.
Probablemente el origen de los clientes esté en grupos o individuos
ajenos a la gens, extranjeros, que, al incluirse en la orga- nización
gentilicia, lo hacen como subordinados a la gens, en la que todos sus
miembros son iguales. El cliente era adoptado por el pater gentis y
pasaba a ser miembro de esa gens portando el mismo nomen que
todos sus miembros.
La clientela es, según lo explica Roldán Hervás, “una institución,
enraizada en la conciencia romana desde tiempos inmemoriales y
pre- supuesto esencial del fundamento del orden estatal en su
conjunto so- cial y político, cuida el control de gobierno
aristocrático frente a la
36
masa popular exterior al grupo nobiliario”47. En un principio, la clien-
tela representaba la única forma de tener acceso a la tierra y de
obtener protección, pues, pertenecer a una gens, ya sea como gentil o
como cliente implicaba pertenecer a la sociedad romana en sentido
pleno.
Con el paso del tiempo y el crecimiento de la ciudad la gens fue
perdiendo cierta vigencia pues la civitas se hizo más compleja y em-
pezó a tomar a su cargo la protección del individuo/familia por me-
dio de otras instituciones al margen de los cuadros gentilicios. Los
ciudadanos (cives) se integraron por medio de instituciones políticas
tales como el Senado, los Comicios, las magistraturas, los colegios
sacerdotales y el ejército ciudadano. Sin embargo la base gentilicia se
mantuvo firme hasta los tiempos finales de la República consular. En
el siglo I a.C. la gens pierde relevancia jurídica y se conserva como
un conjunto de individuos que sólo tenían en común un nomen,
reliquia de una primitiva creencia en un antepasado también común,
sin embar- go hubo gentilicios que mantuvieron su prestigio aun en
tiempos del Imperio como la gens Iulia de Julio Cesar y Octavio
Augusto.
38
“Rómulo, nombrado de esta manera rey por hombres y dio-
ses, fue reconocido como hábil y osado en la guerra y como
el más prudente para desarrollar la mejor forma de
gobierno en paz y en guerra. Era como sigue: dividió todo
el pueblo en tres grupos y al frente de cada uno puso como
jefe al hombre más distinguido. A continuación dividió a
cada uno de los tres grupos de nuevo en diez, y nombró
igualmente como jefes de ellos a los más valientes. Llamó a
los grupos mayores tribus y a los más pequeños curias,
como se llaman todavía en nuestro tiempo. (…) Las curias
fueron divididas por él en diez grupos, y un jefe ordena
cada uno de los diez, llamado decurión en la lengua del
lugar. Una vez que todos estuvieron distribuidos y
ordenados en tribus y curias, di- vidió la tierra en treinta
lotes iguales, dando un lote a cada curia, tras reservar una
zona suficiente para templos y recin- tos sagrados y dejar
también una porción de tierra para uso público. Ésta fue la
única división de hombres y territorio hecha por Rómulo,
que comporta la mayor igualdad cívica”.
Dionisio, que es de origen griego y que entiende que Roma debe
su organización y grandeza a la herencia helénica, hace un
paralelismo entre ambas culturas en cuanto a su constitución. Así, la
tribu equivale a la phylé griega y la curia a la phratría. El jefe de una
tribu es tribuno en Roma y phylarchoi en Grecia y el de una curia es
el curión entre los romanos y phratríarchoi para los griegos. Es de
notar que cada curia posee su templo y su fuego sagrado. Así lo
cuenta el mismo Dionisio: [Rómulo] “estableció en cada una de las
treinta curias un fuego sobre el que sacrificaban los miembros de las
curias y nombró sacerdotes a sus jefes, imitando las costumbres
griegas que aún se conservan en las ciudades más antiguas. En
efecto, los llamados entre ellos pritaneos son templos de Hestia, y
son servidos por quienes tienen el mayor poder en las ciudades.”49
De nuevo encontramos el paralelismo con los griegos. Esta vez con
el pritaneo que era un templo en el que ardía el fuego sagrado en
cada polis y también era sede de los magistrados. En los textos
citados de Dionisio hemos visto la referencia a un lugar para cada
curia (en “lotes iguales”) y por eso se afirma que “en la topografía
romana queda constancia de varias de estas curias, es
39
49 II, 65, 4.
40
decir, de lugares donde se reunían los hombres provenientes de dis-
tintas familias en momentos en que la necesidad exigía reuniones
más amplias que la de los miembros propios de una familia. (…) Es
intere- sante recordar, finalmente, que el término curia va a ser
sinónimo de “Senado””50.
La curia era una reunión de pater gentis o varones con autoridad
fa- miliar. Y, justamente, curia proviene de co viria que significa
reunión o conjunto de varones pero curia también significó otra cosa,
que en realidad está relacionada con el primer significado y es el
recinto en donde se llevaba a cabo la reunión de esos varones
elegidos. La Curia Hostilia fue la primitiva sede del Senado que
luego se trasladó a la Curia Julia en tiempos de César.
¿Qué funciones cumplían las curias? Di Pietro destaca dos
funciones primordiales: la del reclutamiento militar —100 infantes
y 10 jinetes por curia— de donde se formaba el (primer) ejército
romano constituido por trescientos soldados de caballería y tres mil
de infantería, (aportando cada tribu cien caballeros y mil infantes).
Las otras funciones curiales eran comiciales. Estas últimas eran 1) el
reconocimiento del imperium del rex —posteriormente, de los ma-
gistrados cura imperio— por la lex curiata de imperio (ley curiada
acerca del imperio), manifestado por el suffragium o aclamación
unida al ruido (fragor) producido por el golpear de las armas; 2) el
control de los actos e intereses de gentes y familias: testamento,
adrogación, cooptatio o admisión en la civitas de una gens extraña,
etcétera; y 3) reuniones para información acerca de asuntos de interés
público51.
Había una organización interna en cada curia. ¿Era esta una or-
ganización privativa de los patricios o de todo el pueblo romano? al
respecto dice Cornell: “Cada curia tenía un jefe llamado curión (cu-
rio), que debía tener más de cincuenta años para poder acceder al
cargo, que además era vitalicio. Uno de esos jefes era elegido presi-
dente de todas las curias, con el título de curio maximus. A comien-
zos del período republicano el puesto fue ocupado siempre por un
patricio, lo cual no tiene nada de sorprendente; pero en 209 a.C. fue
elegido un curión máximo plebeyo, lo cual indica que en el siglo M
43
de Madrid.
SALUSTIO, CARTAS A CÉSAR. ED. GREDOS.
VAN DER LEEUW, G. Fenomenología de la religión, Fondo de Cultura
económica, 1964.
VARRÓN, M. De lingua latina. Ed. Gredos.
VILLAR, F. Los indoeuropeos y los orígenes de Europa. Ed. Gredos, 1996.
44
LA REPúBLICA ROMANA
FLORENCIO HUBEñÁK
UnIVERSIDAD CATóLICA ARgENTINA SANTA MARíA DE LOS BUENOS AIRES
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46
garantizando sus auspicios favorables mediante los augurios 3. Los
pa- tres eran los dueños de la tierra: terra patrum o patria4 donde
residían sus ancestros.
Al incursionar en la historia de Roma podemos apreciar la
profunda influencia que ejercieron las creencias religiosas en la
formación de las instituciones jurídicas, como por ejemplo el papel
fundamental que adquirió el pater familias (padre de familia) en la
conformación jurídi- ca de la vida familiar al poseer un arbitrio
individual omnipotente y sin restricciones, traducido en el derecho
privado “con la autoridad única y plena sobre el patrimonio”5, la
configuración de las potestades dentro del matrimonio, los rangos del
parentesco, los derechos de propiedad y de herencia6.
La estructura gentilicia romana basada en la familia patriarcal era
la imagen reducida del estado7 y sobre su modelo se conformó la
comu- nidad política (la civitas)8 que pobló la urbe (urbs)9. Cicerón
expresó la importancia de la familia en la base de la estructura
política de la
3 Posteriormente se llamó imperator al comandante militar y luego, con motivo de
la expansión, solamente al que tenía dicho mando sobre todo el territorio
(imperio), con lo cual el territorio terminó dando el nombre a la función y no a la
inversa.
4 “...también ésta es la tierra de mis padres, terra patrum, la patria: aquí está mi
patria, puesto que aquí están los manes de mi familia...” (Fustel de Coulanges, N.
op.cit., p. 98).
5 Meynal, E., Derecho romano, en Crump, C.G.-Jacob, E.F, El legado de la Edad
Media, Madrid-Oxford, Pegaso, 1950, p. 505.
6 Ghirardi, Juan C., “Roma y la laicización del derecho” en: Profundización en
Derecho romano, Córdoba, Alveroni, 1998, p. 42.
7 Daremberg-Saglio. Dictionnaire des Antiquités, p. 378. Es importante aclarar que
la noción moderna de Estado es totalmente ajena a Roma; “decir que la res
publica romana era el Estado romano es confundir totalmente los conceptos,
puesto que estamos hablando de cosas muy diferentes y hasta opuestas” (Di Pietro,
A., “Res Publicae”, en Prudentia Iuris, 34, junio 1994, p. 62). Encontramos
frecuentemente el término status en las fuentes jurídicas y extra-jurídicas pero para
indicar “la condición de una persona o cosa” (Bussi, E., Evoluzione storica dei tipi
di Stato, Milano, Giuffré, 2002, p. 24).
8 Los romanos emplearon la palabra populus como sinónimo de civitas. Cfr.
Mommsen, Römishes Staatsrecht, 3,4, Tübingen, 1952, p. 3. “Civitas y res publica
se emplean como sinónimas para designar la “República o comunidad política”
(García Gallo, A.. Manual de historia del derecho español. Madrid, 1973, I, p.
505/6).
9 “Entre urbs y civitas hay esta diferencia: urbs son los edificios, civitas, los
47
habitantes”. Cfr. Cicerón, De Republica, I, 26, 41; VI, 9,13.
48
República, pues “...este sistema comprende el matrimonio legal, los
hijos legítimos, el culto de los dioses penates y lares en las
residencias de las familias, de manera que todos puedan hacer uso
de los bienes comunes y de los suyos propios (patrimonio)…nada
hay más feliz que una Ciudad bien constituida”10.
Integraban la civitas, solo los ciudadanos11, que compartían el mis-
mo culto sagrado (gentilicio). La comunidad política era conocida
también como res publica y se refería más que a una forma de
organi- zación institucional a la experiencia política según la cual los
ciudada- nos estaban implicados en los asuntos de la comunidad. Se
ha señalado que la palabra res para los romanos no se refería
solamente a los entes exteriores sino también a los asuntos, los
problemas, las cuestiones que de algún modo interesaban a los
hombres y a su vez, unida a la expresión “publica” o populus12,
significaba que todos los ciudadanos estaban implicados en los
asuntos comunes.
La estructura patriarcal o gentilicia, favorecida por el sentido “or-
denador” y el interés práctico por “las cosas” (la res), les llevó a inte-
resarse por el “arte de gobernar” (la techné o política) y establecer las
normas más adecuadas para ello (derecho): las instituciones de la res
publica o sea la “cosa de todos”.
La civitas se fue organizando a través del tiempo y como es más
que evidente la comunidad necesitaba de autoridades e instituciones
que la rigieran. De este modo se fue configurando el sistema que
cono-
10 De Republica, V- 5-7.
11 Cfr. Bussi, E. op. cit. p. 25. “Los cives romani “ciudadanos romanos” son los
únicos miembros de la civitas y los únicos que se rigen por el derecho propio de
ésta y que intervienen en el gobierno de ella y de todos los territorios sometidos.
Ellos, y sólo ellos, constituyen el populus (“pueblo”) de Roma. Los habitantes
de los países sometidos son peregrini (“extraños” o “de paso”), aunque cada
uno es ciudadano de su ciudad natal. En una situación intermedia se encuentran
los habitantes de la región del Lacio -los latini “latinos”- que se rigen en los
asuntos
patrimoniales por el derecho de Roma (ius commercium), aunque no poseen -
salvo excepción- el de contraer matrimonio (ius connubi) con romanos, ni el de
votar
en las asambleas de éstos (ius sufragii) o ejercer cargos en Roma (ius honorum).”
(García Gallo, A. op.cit., p. 506). Eran parte de la plebe (plebs).
12 Según Cicerón, por populus no había que entender toda reunión de hombres con-
49
gregados de cualquier modo, sino ¨un grupo numeroso de hombres asociados los
unos con los otros por adhesión a un mismo ius y a una comunidad de intereses¨
(Cicerón. De re publica, 25).
50
cemos como republicano y que ha influido notablemente en las
institu- ciones modernas de Occidente.
Podríamos afirmar entonces que cuando los habitantes de la
región se organizaron sociopolítica e institucionalmente como una
comuni- dad, conformaron una res-publica, en un período más qué
difícil de precisar.
¿Qué ocurrió realmente, en el aspecto político, en la época que es-
tamos historiando? Simplemente, expulsados los etruscos, se pasó del
dominio del rex etrusco (tyrannus griego) a la libertas del populus,
encarnada en los magistrados que seguían gobernando en nombre Se-
natus ad populo romano (S.Q.P.R.). Es importante aclarar que según
Mommsen los romanos entendían por populus a la comunidad
política (la civitas) o sea los ciudadanos con derechos civiles y
políticos.
Las fuentes nos confirman que los romanos organizaron la res-pu-
blica como un sistema político aristocrático donde primaron las ma-
gistraturas implicaba que la autoridad residía en los magistrados. Para
limitar el poder, todas las magistraturas romanas fueron colegiadas
(de dos o más titulares) y anuales. Sabemos que existieron
magistrados “republicanos” desde épocas muy antiguas, incluso en el
período que ha sido denominado “monarquía” y perduraron hasta la
“caída” de Roma.
En nuestra opinión se podría concluir que el tan citado paso de la
“monarquía” a la “república” no fue más que el establecimiento de la
colegialidad del poder, para evitar la repetición de una tiranía al estilo
helénico como la etrusca.
Por otro lado la magistratura específicamente identificada con la
República, el consulatus, no aparece en las fuentes antes de la
reforma del 367 a C. en reemplazo del praetor que cumplía también
la función judicial. Como bien sabemos el consulado fue una
magistratura dual y su nombre hacía referencia a la colegialidad (“el
que va con”).
La institución más importante y prestigiosa fue, indudablemente,
el Senado13 o consejo de ancianos (senex). Era un verdadero consejo
asesor integrado originariamente por los trescientos patres fundado-
res o sus descendientes, agrupados en las treinta curias que formaron
la ciudad primigenia. Éste era convocado por el magistrado principal
51
13 De senex que significaba mayor de sesenta.
52
(el cónsul), quien presidía la sesión y entre sus atribuciones más im-
portantes se encontraba el control de la política exterior, el veto a las
decisiones de la asamblea o comitia y la garantía de la seguridad.
Las disposiciones adoptadas por el Senado consistían en el
senatus- consultus obligatorio y la auctoritas patrum facultativa,
mediante la cual los senadores otorgaban legitimidad a las leyes
aprobadas por los comicios.
La población (populus) se reunía en asambleas (Comitia) que a lo
largo del desarrollo de la Res-publica, adoptaron tres formas:
curiados, centuriados y tributos. Eran convocados por magistrados
curules14 y no podían auto-convocarse.
• Curiados (curiata): estaban integrados por todas las familias
pa- tricias distribuidas en las tradicionales treinta curias. Éstas
se reu- nían dos veces al año y votaban a razón de un voto por
curia. Sus atribuciones fueron esencialmente religiosas y de
derecho priva- do. De ellas conservaron hasta los últimos
tiempos la llamada lex curiata de imperium que confería
legalidad y formalidad (fecha de asunción) a los magistrados
elegidos; “aquella por la cual el populus (las curias) reconocía el
imperium que le asistía al nuevo rex que lo iba a regir”15.
14 Aquellos que poseían el ius agendi cum populo, es decir la potestas de tomar
decisiones consultando al populus.
15 Di Pietro, A., “Significado y papel de la ley en Roma”, en: Anuario de Filosofía
Jurídica y Social, Buenos Aires, 6, 1986, p. 58.
53
los comicios sobre la base de proyectos del Senado (pedidos, roga-
tia) o de los magistrados curules y se promulgaban bajo la expresión
S.P.Q.R. (Senatus Populusque Romanus) que simbolizaba armónica-
mente la auctoritas de los senadores y la potestas del populus expre-
sada en los Comitia.
• Tributos (concilia plebis tributa): surgidos a partir del acuerdo
entre patricios y plebeyos. Esta asamblea de la plebe fue
aprobada para los plebeyos en 449 a.C. -tras los enfrentamientos
entre pa- tricios y plebeyos- por la lex Valeria-Horatia16, y se
convirtieron en obligatorios para todos los ciudadanos,
concentrando la ma- yoría de las funciones legislativas que
ejercían los Centuriados.
Es interesante la observación de que “los comicios, electores de
los magistrados superiores, tenían amplias atribuciones: otorgaban la
potestas, votaban las leyes y conocían en apelación las sentencias de
muerte. Eran una combinación del principio democrático y del aristo-
crático. Se trataba, como se ve, de un régimen político mixto y fuerte-
mente conservador que contaba con una magistratura, la censura cuya
finalidad era el mantenimiento del sistema, reformando todo cuando
pudiera cambiar el espíritu y el corazón de los ciudadanos a través de
novedades peligrosas”17.
En cuanto a las magistraturas ordinarias –como anticipamos-
todas eran colegiadas, anuales y gratuitas; con el tiempo se organizó
una verdadera carrera administrativa (cursus honorum; carrera de
honores o escala jerárquica de las magistraturas), reglamentada en el
193 a.C. Ésta se iniciaba a partir de los veintisiete años y el primer
grado de la misma era el de cuestor (quaestor). La integraban:
• Questores: a cargo de la custodia de los fondos públicos e im-
puestos.
56
en caso de vacancia o por muerte y su atribución indirecta de excluir
o alterar la ubicación de los ciudadanos en las “clases”, les confirió
un poder considerable19.
El dictador (dictator dicitur) era un magistrado convocado en ca-
sos de peligro extremo para velar por la “seguridad del estado”. Se le
elegía para una misión concreta y duraba solo seis meses en su cargo;
generalmente se elegía a uno de los cónsules, ratificado por un
decreto del Senado llamado senatus consultum ultimum20. Durante su
mandato se suspendían las demás magistraturas y todas las
“prerrogativas cons- titucionales”, implicando que poseía la “suma
del poder público”. No debe confundirse con el tirano griego, ya que
aquel llegaba al poder por la fuerza pero podía ejercerlo lícitamente,
mientras que el dictador era designado legalmente, pero asumía con
la “suma del poder públi- co”.
Asimismo se consideraba magistratura extraordinaria al tribunado
de la plebe; los tribunos (tribuni plebis) fueron designados a partir de
493 aC. para defender los intereses de los plebeyos. Era una
magistra- tura colegiada y anual, pero para no otorgarle el imperium
sacro, sólo se le confirió la profana potestas, como también el
derecho al veto. Su persona era sagrada y su hogar -refugio de
asilados- era inviolable.
Ésta fue -a grandes rasgos- la organización institucional que
existía en Roma en tiempos de Polibio de Megalópolis y la impresión
que le causó su funcionamiento no es muy diferente de la admiración
que produce a la mirada de los historiadores contemporáneos y
prueba de ello es la influencia que ha tenido en las instituciones
actuales de Occi- dente. Al respecto se ha señalado que “toda la
grandeza de la Repúbli- ca romana se resume en la noción de
magistratura. Son los magistrados quienes gobiernan Roma. Ellos
simbolizan la unión rigurosa de dos
19 “El censor se ocupa del reclutamiento del senado; tiene por tarea vigilar las
costumbres, reprimir los excesos de cualquier naturaleza: tanto infracciones a las
reglas morales como al lujo desordenado; de ahí censura, con su sentido moral.
Por último, se encarga de adjudicar el arrendamiento de los impuestos, los trabajos
públicos, y regular las relaciones entre los adjudicatarios y el estado. Estas diver-
sas funciones se unen a aquella que es la función esencial del censor: el censo, la
clasificación de los ciudadanos” (Benveniste, E., Vocabulario de las instituciones
europeas. Madrid, Taurus, 1983, II, p. 324).
20 Para el detalle de las instituciones de la Res publica veáse: Bloch, L.,
57
Institucio- nes romanas. Barcelona, Labor, 1930.
58
poderes: judicial y político, que más que establecer la ley, regulan la
vida misma de la ciudad, ligada al derecho civil como el ciudadano lo
está a la ciudad”21.
60
observar como el poder pasó de uno a muchos -aunque no tantos-
para regresar de muchos a uno solo, según lo requerían las
circunstancias y de acuerdo con el elogiado “genio práctico” de los
romanos24.
61
24 Barrow, R. Los romanos. México, F.C.E., 1970, p. 131/45.
62
consecuencia de la invasión de los galos (390 a.C.), el dictador Mar-
co Camilo realizó una reforma militar que modernizó las legiones, a
las que dividió en centurias, decurias y manípulos, logrando una gran
movilidad en el campo de batalla, que terminó desplazando a la hasta
entonces invencible falange macedónica.
Con la victoria en las guerras samnitas 25 (343 a.C. - 283 a.C.) y en
la de Tarento (282 a.C.- 272 a.C.) -donde lucharon contra Pirro, rey
del Epiro y sus treinta mil soldados y veinte elefantes- Roma terminó
la conquista de toda la península itálica.
Hacia fines del siglo II -como bien lo explica el historiador ruso
Mijail Rostovtzeff- la urbe era el centro político “con la constitución
normal de una ciudad-Estado, un extenso territorio diseminado por
toda Italia y un cuerpo de ciudadanos distribuido por todo el
territorio. Alrededor de Roma había otras ciudades-Estado ligadas a
aquélla por tratados que variaban en diferentes casos...Aunque
constituían una sola unidad en todos los asuntos de política
extranjera, las partes com- ponentes de la liga no estaban unidas por
un común lazo de sangre y las constituciones individuales de las
comunidades aliadas a Roma eran asombrosamente diversas”26.
Producida la ocupación de toda la península itálica, los romanos
comenzaron a mirar más allá del mar (Mediterráneo), donde se aso-
maba con brío la floreciente Cartago (Karthago), colonia fenicia en el
norte del África. Romanos y cartagineses se enfrentaron en varias
oca- siones en las llamadas guerras púnicas (264 a.C. - 241 a.C.),
(218 a.C.
- 202 a.C.), (149 a.C. - 146 a.C.) El imperialismo estaba en marcha.
Como afirmaba el historiador griego Polibio -autor de una historia
de Roma entendida como Historia universal- los romanos eran cam-
pesinos en armas que luchaban en defensa de sus valores, sus dioses
y sus tierras. Los cartagineses, en cambio, eran una tropa mercenaria
que seguía a sus jefes tan sólo por el botín.
Después de la derrota romana en la batalla de Cannas (216 a.C.)
(aún hoy estudiada como clásico de la estrategia militar) los romanos,
temerosos por su supervivencia, otorgaron el mando militar (impe-
rium) al joven Publio Cornelio Escipión (“el africano”), que condujo
25 Contra los pobladores del Samnio.
26 Rostovzeff, Miguel. Roma. De los orígenes a la última crisis. Buenos
Aires, EUDEBA, 1968, p. 68/71.
63
la guerra al África y obtuvo una resonante victoria en Zama (202
a.C.), hiriendo de muerte el poder cartaginés. La obra fue concluida
en el 146 a.C., por el cónsul Paulo Escipión Emiliano, quien destruyó
la ciudad de Cartago hasta sus cimientos.
Terminado el peligro cartaginés, el Senado romano decidió saldar
cuentas con el rey Filipo V de Macedonia, el gran aliado del caudillo
cartaginés Hannibal. Las batallas de Cinoscéfalos (197 a.C.) y Pydna
(168 a.C.) fueron rotundas victorias que acabaron con la “libertad” de
las poleis griegas y permitieron a Roma, crear la provincia de
Grecia27, modelo de administración y romanización de los territorios
ocupados.
Escipión el Africano fue el primer ejemplo claro del camino hacia
la militarización del poder que se acentuó un siglo más tarde, funda-
mentalmente a partir de Cayo Mario. Resulta evidente el modelo de
Alejandro magno, que rescatarán Marco Antonio y Julio César. Roma
avanzaba hacia la conversión en la última monarquía helenística, pro-
yecto detenido con el asesinato de éste.
Al finalizar las guerras fue necesario organizar adecuadamente el
gobierno de los territorios ocupados, convertidos en provincias (pro-
vinci = para vencedores), y la eficiente (y pragmática) elite dirigente
romana fue expandiendo Roma urbe et orbi (ciudad y mundo), al es-
tructurar de hecho (como en el caso helenístico) un conjunto de
ciuda- des organizadas según el modelo implementado por la ciudad
capital (cabecera).
A partir de la conquista de gran parte del espacio mediterráneo, la
política de los romanos para con las zonas conquistadas (provincias)
determinó la designación de pro-cónsules (gobernadores) y la presen-
cia de legiones romanas para velar por la seguridad de los colonos
(legionarios retirados) y los funcionarios romanos establecidos en las
provincias.
Una de las razones más importantes de la eficacia del sistema con-
sistió en que “la administración provincial romana era supervisora;
la principal tarea de los procónsules y legados era mantener la paz
expulsando a los enemigos extranjeros y apaciguando los mayores tu-
multos...El gobernador romano y sus satélites eran seres remotos en
quienes el provinciano corriente, en todos los niveles de la sociedad,
67
maestros (pedagogos), influyeron helenizando la primigenia cultura
romana. Así se hizo realidad la expresión poética de Horacio cuando
escribió: “Grecia, la cautiva, tornó a su salvaje vencedor cautivo, e
introdujo las artes en el rústico Lacio”3623. Roma -como bien señala
Grimal- fue “la última ciudad helenistica”37.
Esta paideia griega fue sumamente importante. “De Cumas, por
ejemplo, aprendieron los romanos el alfabeto. Durante largo tiempo
los préstamos tomados a la cultura griega no crearon, al parecer, di-
ficultad alguna. Pero, hacia la mitad del siglo II a. C. los influjos -en
religión y en filosofía, en el teatro y en la historiografía- se habían
hecho tan preponderantes que algunos romanos, como Catón el
Viejo, protestaron larga y fuertemente”38.
El crecimiento acelerado de la helenización dividió a los romanos
en dos grupos claramente diferenciados, los seguidores de Marco
Por- cio Catón, defensor de un tradicionalismo representado por la
defensa de las mores maiorem (costumbres)39 del “soldado-
agricultor” en con-
69
tra de la invasión de las “nuevas ideas” imperialistas y racionalistas
provenientes del helenismo y defendidas por los Escipiones, agrupa-
dos en un verdadero “círculo” intelectual. “Catón no podía vencer; la
ciudad-estado romana desaparecía. La riqueza del mundo y las ideas
asiáticas respecto al empleo de la riqueza iban penetrando en
Roma”40. A partir del triunfo de la posición helenística “la
romanización fue equivalente a helenización”41. Como bien señala
el historiador fran- cés Paul Veyne “la Roma republicana, ese
pueblo que había tenido la cultura de otro pueblo, Grecia, no había
sentido que esta cultura fuera extranjera, sino que incluso la sentían
como civilización sin más, asi- mismo, en el Imperio e incluso fuera
de sus fronteras, la civilización greco-romana era la civilización
misma; uno no se romanizaba o se
helenizaba, sino que se civilizaba”42.
Este proceso de inculturación griega en el espíritu romano (que
ge- nerara una única cosmovisión) fue denominado por los romanos
hu- manitas y el pensador Marco Tulio Cicerón fue uno de sus
máximos exponentes. La carta a su hermano gobernador es una clara
demostra- ción de estos valores. “El deber de un jefe -le dice-, es
hacer que los que gobiernan sean tan felices como puedan: debe
mostrarse lleno de humanitas y no ser altanero ni cruel; con más
razón si se tiene en cuenta que no está gobernando un pueblo
bárbaro e inhumano, sino a unos griegos; que su humanidad les
devuelva la humanitas o civili- zación de la cual ellos fueron los
pioneros y que todos le deben. ¿El nuevo gobernador, no dedicó los
años de su juventud al estudio de la humanitas o la cultura? Su
provincia vivirá en concordia si en cada ciudad la clase más
elevada, la de los optimates, detenta el poder”43.
Obviamente estos valores “helenizados” fueron la base educativa
solamente de una elite, pero ésta marcó la cultura occidental y como
señala Barrow “...hay que recordar que los romanos se encontraron
frente a la tarea de diseminar los conocimientos existentes, más bien
que a la de ampliarlos. Habían emprendido la obra de civilizar el Oc-
cidente, y, para los pueblos que estaban educando, esos
conocimientos
40 Barrow, R. op. cit., p. 69.
41 Toynbee, A. op. cit., p.
225.
70
42 Veyne, Paul. Humanitas, los romanos y los demás; en, Giardina, Andrea, El
hombre romano. Madrid, Alianza, 1991. p. 418.
43 Cicerón. Q. Fr. I, 1, 24-5, 27-8; Veyne, P. op. cit. p. 416.
71
eran suficientes, y más que suficientes, a medida que estos pueblos se
mezclaban más y más con los bárbaros que penetraban en las provin-
cias occidentales”44.
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César reaccionó “cruzando” el río Rubicón y ocupando Roma por
la fuerza militar. Ya en el poder intentó imponer su solución a la
crisis: la monarquía helenística. Cinco años después, con motivo de
su in- tento de proclamación como rex, un grupo de republicanos
liderados por Casio y Bruto, lo asesinaron los idus de marzo (15 de
marzo del 44 a.C.), a los pies de la estatua de Pompeyo, en el Senado
romano.
La última “guerra civil” enfrentó a Marco Antonio -jefe de la
caba- llería de César- con Cayo Julio César Octaviano, su hijo
adoptivo. Am- bos representaban mentalidades diferentes. Marco
Antonio planeaba coronarse rey (particularmente luego de su relación
con Cleopatra VII, reina de Egipto); Octaviano, en cambio, buscaba
afirmar una estructu- ra política que le permitiera dominar Roma,
pero a partir del resguardo de los valores y tradiciones ancestrales de
los romanos.
La historiografía tradicional ha impuesto la teoría que con
Octavia- no “murió” la república y se inició el imperio romano pero
los hechos nos muestran otra cosa.
Luego de su victoria naval contra Marco Antonio y Cleopatra en
Actium (31 a.C.), Octaviano se dedicó a reorganizar los cuerpos de la
República romana al acentuar, según el esquema de César, la partici-
pación del “círculo de los provinciales” e implementó su propia solu-
ción: el Principado48 o el gobierno del primer ciudadano49, por el cual,
conservaba el sistema republicano de las magistraturas, pero transfor-
mándolas en vitalicias y unipersonales. El sistema era una
“monarquía de hecho”, pero con una cubierta republicana: la Res-
publica restituta (la República restituída)50. El mismo aclaraba su
objetivo: “así me sea
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lícito poner sus bases a la cosa pública, sana y salva y recoger de
esta empresa el fruto a que aspiro, es decir, ser llamado creador del
estado óptimo y llevarme conmigo al morir la esperanza de que
permanece- rán radicados en forma estable los fundamentos
estatales que yo ha- bré echado”51. Así, en el 27 a.C. devolvió al
Senado todos los poderes recibidos, afirmando que había acabado
con la anarquía que devorara a Roma durante un siglo y permitido el
libre juego de las instituciones. El Senado, temeroso de un regreso a
las guerras civiles, se negó a aceptar su renuncia y le otorgó el título
de Augustus52 que significa “elegido de los dioses”, con plenos
poderes para nombrar la mitad del Senado y proponer los
funcionarios públicos que éste designaba. El mismo Octaviano refiere
este hecho en sus memorias expresando: “En mis consulados VI y
VII, después de haber apagado las llamas de la guerra civil y de
haberme encargado de la dirección de los asuntos por
consentimiento universal, transferí la República de mi propio po- der
a la voluntad del Senado y del pueblo de Roma. Por este servicio
recibí por decreto del Senado el nombre de Augusto”53.
Esta afirmación nos produce un interrogante: Entonces de dónde
salió un imperio romano? Como señalábamos al principio se trata de
una concepción anacrónica trasladada por historiadores modernos a
Roma54 donde prosiguió la república cada vez mas disfrazada de mo-
narquía.
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