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Blancanieves y los siete enanitos

Hace muchísimos años, una reina bordaba junto a una ventana de su castillo. De pronto,
se pinchó y tres gotas de sangre brotaron de su dedo.
– ¡Me gustaría tener una niña de labios rojos como esta sangre, piel blanca como la
nieve y cabellos negros como el azabache! – suspiró.
Pasó el tiempo y así sucedió, la reina tuvo una niña bellísima y, en recuerdo de aquella
tarde la llamó Blancanieves. Pero la reina murió y el rey se casó con otra mujer. La
nueva reina envidiaba a Blancanieves, por ello, la humillaba imponiéndola las tareas más
duras de palacio.
Un día que estaba sacando agua del pozo tuve una conversación con sus amigos los
pajaritos, pidiéndoles el siguiente favor:
– Amigos míos, que con vuestro vuelo podéis llevar mis palabras a tierras lejanas,
contad mi historia de esclavitud y penumbra, encontradme un príncipe que venga a
liberarme.
Los pájaros volaron y volaron, difundiendo las palabras de la hermosa Blancanieves,
hasta llegar a un reino donde un príncipe escuchó la historia y decidió ir a buscarla. Al
llegar al reino, el príncipe vio asomada a Blancanieves en un pequeño balcón y le dijo:
– Buenos días, princesa, los pájaros me dieron vuestro mensaje.
– ¿De quién es esa voz?, preguntó Blancanieves.
– De un príncipe que ha venido de un reino muy lejano para rescatar a la más
hermosa mujer que jamás ha visto el mundo.
La reina, que estaba en una habitación cercana al balcón oyó su conversación, cogió su
espejo mágico que le recordaba lo hermosa que era y le preguntó:
– Espejo, espejito mágico, ¿quién es la más hermosa del reino?- preguntó la reina.
– Tú eres hermosa, pero Blancanieves es más hermosa que tú- respondió el espejo.
La reina al oír esas palabras se puso tan furiosa que decidió llamar a los guardias de
palacio para apresar al apuesto príncipe.
– ¡Apresadlo, ha invadido los jardines de palacio!- dijo la reina.
La madrastra, loca de rabia y no contenta con apresar al príncipe en un calabozo llamó
a su cazador, ordenándole lo siguiente:
– Deseo que lleves a Blancanieves al bosque y la mates.
El cazador no fue capaz de ejecutar la perversa orden de la reina.
– ¡Huye, Blancanieves! – le suplicó el cazador.
Blancanieves corrió despavorida, agotada y sin aliento, quedó dormida profundamente.
Cuando despertó se encontró rodeada de simpáticos animalitos. Blancanieves se
levantó y vio una minúscula casita a lo lejos, se acercó hasta ella y, entró.
Había siete sillas diminutas, siete camitas… La casita estaba tan sucia y desordenada
que Blancanieves, decidió cambiarla de aspecto. Barrió el suelo, fregó los cacharros y
colocó cada cosa en su sitio. Al terminar,cansada, se echó sobre las camitas y, quedó
dormida.
Mientras tanto, por el bosque, regresaban a casa después de un duro día de trabajo los
siete enanitos que allí vivían.
– ¡Mirad! ¡La luz está encendida! – dijo el enanito más pequeño.
Tomando toda clase de precauciones, abrieron la puerta.
– ¡Es una linda muchacha! – exclamaron a coro.
Blancanieves despertó y necesitó toda su paciencia para calmarles y contar su triste
historia. Los enanitos conmovidos decidieron acogerla en su casa.
Todas las mañanas cuando los enanitos se marchaban a trabajar, Blancanieves se
dedicaba a las tareas de la casa: limpiaba, cocinaba deliciosos platos… Pero aquella
alegría duró poco tiempo, ya que la madrastra volvió a preguntar.
– Espejo, espejito mágico, ¿quién es la más hermosa del reino?
– Bello es tu rostro, pero más bella que tú es, la que ahora vive con los enanitos,
Blancanieves- respondió.
Al oír estas palabras, la madrastra lanzó un grito de furia:
– ¡Blancanieves sigue viva!, ¡yo me encargaré de matarla!. La madrastra se
transformó en bruja y envenenó una manzana. Aquella mañana, puntuales como
siempre, los enanitos salieron de casa a trabajar.
La reina bruja llegó hasta la casa de los enanitos disfrazada de anciana.
– ¡No te asustes, linda muchacha!, sólo soy una pobre anciana que viene a ofrecerte
unas manzanas- dijo la Reina Bruja.
– ¡Qué grandes y rojas están! – suspiró la niña.
– Prueba una y, si te gusta…
Blancanieves ignoró el peligro, mordió la manzana y cayó al suelo fulminada. Los
enanitos que habían sido alertados por los animales del bosque, corrieron para
socorrerla.
– ¡La muchacha está muerta!- se lamentaron.
Los siete enanitos trataron de reanimarla, pero todo fue inútil. Consternados y afligidos,
construyeron una urna de cristal y metieron en ella a Blancanieves y la llevaron a un
claro del bosque.
Una mañana radiante de primavera llegó su príncipe, qué logró escapar del castillo de
la malvada bruja. Al ver a Blancanieves, el príncipe desconsolado por su pérdida decidió
darla un besó de amor.
La bella muchacha, cuando recibió aquél beso, se despertó como por arte de magia,
rompiéndose el horrible hechizo que la mantenía dormida. Blancanieves abrazó a su
dulce salvador y despidiéndose de sus amigos los enanitos del bosque partió hacia el
reino del príncipe, donde vivieron felices para siempre.
La Bella y la Bestia : Cuento tradicional infantil

Érase una vez un mercader que tenía varias hijas. De todas ellas la que más brillaba era
la hija más pequeña, que además de bella tenía el corazón enormemente noble. A
diferencia de las demás, jamás solicitaba a su padre ningún objeto ni mercancía de
ninguno de los lugares lejanos que visitaba, y se conformaba con esperarle y verle de
vuelta sano y salvo. Sin embargo, ante la insistencia de su adorado padre, Bella (que así
la llamaban) decidió pedirle una humilde rosa en su último viaje.
De este modo, todo se sucedía con tranquilidad mientras las hijas del mercader
esperaban una vez más la llegada de su padre. Pero nada ocurrió como de costumbre, y
el mercader a su regreso, se vio envuelto en una fuerte tormenta que le desviaba una y
otra vez del camino. Presuroso, corrió junto a su caballo en busca de algún refugio que
pudiese apaciguarle de la lluvia y del aire gélido que le calaba los huesos. Y así, casi sin
saber cómo había llegado, ni dónde estaba, el mercader de pronto se encontró frente a
la gran puerta de un extraño castillo.

Cansado, y al ver que nadie le escuchaba ni abría la puerta, decidió adentrarse en él. La
puerta se encontraba abierta, y tras ella, todo parecía perfectamente dispuesto: la mesa
iluminada y repleta de comida para cenar; las habitaciones ambientadas con leña fresca
y colchones bien mullidos…Y el mercader no pudo resistirse a todos aquellos placeres,
tan hambriento y fatigado como estaba. De modo que cenó, durmió caliente, e incluso
desayunó mientras seguía sin responder nadie a sus llamadas ni recibirle en ninguna
estancia. Repuesto, el mercader salió al jardín con la esperanza de encontrar al fin al
dueño de aquella casa, y poder agradecerle así antes de su partida tantísima hospitalidad.
Pero también el jardín se encontraba vacío y silencioso, de manera que el mercader
decidió volver a casa.
Justo cuando estaba a punto de salir de aquel extraño lugar, el mercader recordó la
petición de su joven hija Bella, casi hipnotizado por el fuerte y maravilloso perfume que
desprendían los rosales de aquel jardín. Eligió la rosa que más resaltaba y brillaba de
todas y la cortó. En aquel momento, la tranquilidad y el silencio del jardín se vieron
interrumpidos por una gran fiera que se lanzó sobre el mercader, atacándole con
amenazas e insultos por no haberse comportado como un buen y agradecido invitado,
robándole las flores de su jardín.
El pobre mercader intentó explicarse, hablándole a aquella Bestia de su hija pequeña y
de su humilde promesa. Sin embargo, las palabras del mercader no ablandaban a
la Bestia que quería encerrar al mercader para siempre en su castillo como castigo.
– Te perdonaré la vida si en tu lugar, traes a tu hija Bella para que me acompañe en
el castillo.
El mercader, tras aquella horrible propuesta, acudió a casa nervioso y muy
asustado. Una vez en casa y más tranquilo, el mercader pudo relatar todo lo que había
sucedido a sus hijas, y Bella, serenándole con un beso, le dijo:
– No te preocupes, padre mío, que yo volveré al castillo en tu lugar.
Y así fue como Bella terminó llegando al castillo, al igual que lo había hecho su padre.
En él, fue recibida por una extraña Bestia, que al contrario de lo que había relatado su
padre, se mostraba amable, delicada y muy galante. Rodeada de una más que apacible
tranquilidad, Bella fue pasando en el castillo los días mientras bordaba, leía historias o
charlaba animosamente con la Bestia. Pero pronto empezó a echar de menos a su familia
y a preocuparse por ellos, reflejándose en su rostro una tristeza que la Bestia, a pesar de
sus buenos modales, no podía remediar. Decidió entonces regalar a Bella un espejo
mágico en el cual pudiese ver siempre a los suyos y no preocuparse por ellos más.
Cuando de pronto, una noche Bella vio reflejado en el espejo a su padre cansado y
enfermo.
La pobre Bella, cuyo corazón era bueno y amaba a los demás, sintió la necesidad de
acompañar a su padre y de marchar, a pesar de su promesa con la Bestia.
– ¡Desearía tanto ver a mi padre, aunque sea por última vez!- exclamó la joven
apenada.
La Bestia, conmovida, permitió a marchar a Bella con la condición de su regreso al cabo
de unos días. Pero pasaron días y también semanas, y Bella no volvía junto a la Bestia,
tan a gusto como se encontraba al lado de su padre y de sus hermanas. Poco a poco, sin
embargo, y cada vez con más fuerza, Bella recordaba a aquella extraña Bestia que había
salvado a su padre y que tan bien se había portado con ella.
Y así fue como Bella decidió volver finalmente al castillo para continuar con el
cumplimiento de su promesa dando compañía a la Bestia, a la cual encontró desplomada
y agonizante a su llegada en el jardín:
– ¡No te mueras por favor! Has sido tan bueno conmigo…No te volveré a dejar solo
y me casaré contigo – exclamó llorosa y preocupada la joven Bella.
Tras aquellas palabras un halo mágico envolvió a la Bestia, que poco a poco fue
perdiendo sus garras, su pelo, sus dientes…hasta convertirse en un hermoso y joven
príncipe, que tan solo había sido víctima de un hechizo. Un hechizo, que solo podía
romper el amor puro de un alma noble…
Celebrada la boda, el joven príncipe inundó el jardín de rosas en honor a Bella, a las que
superaba en belleza de rostro y corazón.

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