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CUENTO CLÁSICO: BLANCANIEVES Y LOS SIETE

ENANITOS

Hace muchísimos años, una reina bordaba junto a una ventana de su castillo. De pronto, se pinchó y tres gotas
de sangre brotaron de su dedo.
–       ¡Me gustaría tener una niña de labios rojos como esta sangre, piel blanca como la nieve y cabellos negros
como el azabache! – suspiró.
Pasó el tiempo y así sucedió, la reina tuvo una niña bellísima y, en recuerdo de aquella tarde la llamó
Blancanieves. Pero la reina murió y el rey se casó con otra mujer. La nueva reina envidiaba a Blancanieves, por
ello, la humillaba imponiéndola las tareas más duras de palacio.
Un día que estaba sacando agua del pozo tuve una conversación con sus amigos los pajaritos, pidiéndoles el
siguiente favor:
–       Amigos míos, que con vuestro vuelo podéis llevar mis palabras a tierras lejanas, contad mi historia de
esclavitud y penumbra, encontradme un príncipe que venga a liberarme.
Los pájaros volaron y volaron, difundiendo las palabras de la hermosa Blancanieves, hasta llegar a un reino
donde un príncipe escuchó la historia y decidió ir a buscarla. Al llegar al reino, el príncipe vio asomada a
Blancanieves en un pequeño balcón y le dijo:
–       Buenos días, princesa, los pájaros me dieron vuestro mensaje.
–       ¿De quién es esa voz?, preguntó Blancanieves.
–       De un príncipe que ha venido de un reino muy lejano para rescatar a la más hermosa mujer que jamás ha
visto el mundo.
La reina, que estaba en una habitación cercana al balcón oyó su conversación, cogió su espejo mágico que le
recordaba lo hermosa que era y le preguntó:
–       Espejo, espejito mágico, ¿quién es la más hermosa del reino?- preguntó la reina.
–       Tú eres hermosa, pero Blancanieves es más hermosa que tú- respondió el espejo.
La reina al oír esas palabras se puso tan furiosa que decidió llamar a los guardias de palacio para apresar al
apuesto príncipe.
–       ¡Apresadlo, ha invadido los jardines de palacio!- dijo la reina.
La madrastra, loca de rabia y no contenta con apresar al príncipe en un calabozo llamó a su cazador,
ordenándole lo siguiente:
–       Deseo que lleves a Blancanieves al bosque y la mates.
El cazador no fue capaz de ejecutar la perversa orden de la reina.
–       ¡Huye, Blancanieves! – le suplicó el cazador.
Blancanieves corrió despavorida, agotada y sin aliento, quedó dormida profundamente. Cuando despertó se
encontró rodeada de simpáticos animalitos. Blancanieves se levantó y vio una minúscula casita a lo lejos, se
acercó hasta ella y, entró.
Había siete sillas diminutas, siete camitas… La casita estaba tan sucia y desordenada que Blancanieves, decidió
cambiarla de aspecto. Barrió el suelo, fregó los cacharros y colocó cada cosa en su sitio. Al terminar,cansada, se
echó sobre las camitas y, quedó dormida.
Mientras tanto, por el bosque, regresaban a casa después de un duro día de trabajo los siete enanitos que allí
vivían.
–       ¡Mirad! ¡La luz está encendida! – dijo el enanito más pequeño.
Tomando toda clase de precauciones, abrieron la puerta.
–       ¡Es una linda muchacha! – exclamaron a coro.
Blancanieves despertó y necesitó toda su paciencia para calmarles y contar su triste historia. Los enanitos
conmovidos decidieron acogerla en su casa.
Todas las mañanas cuando los enanitos se marchaban a trabajar, Blancanieves se dedicaba a las tareas de la
casa: limpiaba, cocinaba deliciosos platos… Pero aquella alegría duró poco tiempo, ya que la madrastra volvió a
preguntar.
–       Espejo, espejito mágico, ¿quién es la más hermosa del reino?
–       Bello es tu rostro, pero más bella que tú es, la que ahora vive con los enanitos, Blancanieves- respondió.
Al oír estas palabras, la madrastra lanzó un grito de furia:
–       ¡Blancanieves sigue viva!, ¡yo me encargaré de matarla!. La madrastra se transformó en bruja y envenenó
una manzana. Aquella mañana, puntuales como siempre, los enanitos salieron de casa a trabajar.
La reina bruja llegó hasta la casa de los enanitos disfrazada de anciana.
–       ¡No te asustes, linda muchacha!, sólo soy una pobre anciana que viene a ofrecerte unas manzanas- dijo la
Reina Bruja.
–       ¡Qué grandes y rojas están! – suspiró la niña.
–       Prueba una y, si te gusta…
Blancanieves ignoró el peligro, mordió la manzana y cayó al suelo fulminada. Los enanitos que habían sido
alertados por los animales del bosque, corrieron para socorrerla.
–       ¡La muchacha está muerta!- se lamentaron.
Los siete enanitos trataron de reanimarla, pero todo fue inútil. Consternados y afligidos, construyeron una urna
de cristal y metieron en ella a Blancanieves y la llevaron a un claro del bosque.
Una mañana radiante de primavera llegó su príncipe, qué logró escapar del castillo de la malvada bruja. Al ver a
Blancanieves, el príncipe desconsolado por su pérdida decidió darla un besó de amor.
La bella muchacha, cuando recibió aquél beso, se despertó como por arte de magia, rompiéndose el horrible
hechizo que la mantenía dormida. Blancanieves abrazó a su dulce salvador y despidiéndose de sus amigos los
enanitos del bosque partió hacia el reino del príncipe, donde vivieron felices para siempre.
CUENTO CLÁSICO INFANTIL :
LOS TRES CERDITOS

 Los tres cerditos | Cuento infantil clásico


 
Hubo una vez tres hermanos cerditos, que decidieron abandonar el hogar familiar un verano, en busca de
aventuras y juegos por el bosque. Sin embargo, cuando se aproximaba el otoño y su aire frío, amenazador de
invierno, decidieron poner fin a su viaje de aventuras y asentarse en un único lugar construyendo un hogar
donde refugiarse.
El cerdito más perezoso construyó una casa de paja, deseoso como estaba de terminar su construcción y de
volver a los juegos de siempre:
 ¡Es demasiado frágil! – Le dijeron sus hermanos…a los que no escuchó.
El segundo cerdito, algo menos perezoso pero igual de testarudo, decidió construir la suya con tablas de madera,
y tras unos martillazos finalizó la casa en dos días, deseoso también de diversión y  juegos.
El tercer cerdito, por el contrario, que era muy sabio, decidió olvidar el juego durante un tiempo a cambio de
obtener con el trabajo de sus propias manos, una casa muy fuerte y duradera. Y así, ladrillo a ladrillo como un
albañil, el tercer cerdito fue terminando su casa mientras sus hermanos se burlaban de él por no querer ya jugar
con ellos.
Días después, unas grandes huellas sobre el terreno, avisaron a los cerditos del posible ataque de un lobo feroz y
se refugiaron asustados en sus respectivas casas. Una vez allí el temido lobo, enfurecido y hambriento, se situó
frente a la casa de paja gritando al pobre cerdito perezoso que se le iba a comer:
 ¡Sal cerdito! ¡Solo quiero hablarte!- Exclamó el lobo con la boca hecha agua.
Y tras la negativa del cerdito, el lobo hinchó sus pulmones de aire y sopló frente a la humilde casa de paja, que
se desmoronó por completo, dejando desprotegido al cerdito que corrió, antes de que el lobo se percatase, hacia
la casa más próxima: la de madera. Enfurecido el lobo al ver que había escapado el cerdito, se dirigió hacia la
casa de madera y de nuevo dirigió una llamada a su interior mientras golpeaba la puerta con sus peludas y fieras
pezuñas:
 ¡Abrid cerditos! ¡Sólo quiero hablaros!
Los dos hermanos cerditos refugiados en el interior de la casa de madera, se apoyaban contra la puerta haciendo
fuerza y lloraban aterrados de miedo, cuando el lobo de nuevo llenó de aire sus pulmones y lanzó un soplido
tan, tan grande, que hizo desplomar cada una de las tablas de madera que sostenían aquel hogar. El cerdito más
sabio, que había observado la desgracia de sus hermanos desde una de las ventanas de su fuerte y sólido hogar,
abrió rápidamente su puerta para acoger a sus hermanos y librarles de las zarpas del lobo feroz.
Ya en la tercera casa, los tres cerditos se sintieron más seguros y sosegados. El lobo una vez más se situó frente
a la puerta y comenzó a soplar, pero la resistente casa construida por el cerdito sabio ni siquiera se inmutaba.
Consternado y cada vez más hambriento, el lobo decidió colarse entonces por el hueco de la chimenea que
poseía el hogar.
 ¡Corred! ¡Encendamos el fuego! – Exclamó el cerdito sabio, consciente del nuevo plan urdido por el
lobo.
Y de este modo, cuando el lobo por fin consiguió adentrarse por el conducto estrecho de la chimenea, cayó
sobre el fuego ardiente del hogar prendido por los tres cerditos. Éstos, reían y reían observando la cola
humeante del desdichado lobo, que había echado a correr adentrándose en el bosque sin mirar atrás. Desde
aquel día los tres hermanos cerditos fueron muy felices, y todos decidieron dejar la pereza a un lado, y trabajar
duro para vivir así tranquilos ante cualquier adversidad.
Desde lejos observaba el lobo las sólidas y grandes casas construidas ya por los tres cerditos y sus enormes
chimeneas, y se rumorea que no se atrevió a volver por allí nunca jamás.
CUENTO CLÁSICO: EL PATITO FEO

 Cuentos clásicos infantiles : El Patito Feo


Ocurrió una vez en un bello lugar del campo, que una Mamá Pata al esperar ansiosa y alegre a sus pequeños
patitos, que siempre le salían preciosos, encontró un último huevo grande y muy extraño, que parecía no
quererse abrir.
Muy extrañada, Mamá Pata y sus pequeños patitos recién nacidos, observaron y observaron al huevo en espera
de algún movimiento, hasta que al fin ocurrió.
Y de aquel gran cascarón que Mamá Pata ni siquiera recordaba esperar, finalmente salió un patito de extraño
plumaje, completamente distinto a los demás. Perpleja, Mamá Pata contemplaba a aquel pequeño mientras él se
aproximaba a su mamá y a sus hermanos con movimientos absolutamente torpes.
–      ¡Sólo puede ser un error! – se decía Mamá Pata. ¡En nada se parece al resto de mis crías!
Y una vez que el patito de pelaje extraño se situó frente a Mamá Pata, ésta le retiró la mirada, negándole así el
calor que el pequeño necesitaba.
Nadie parecía quererle, tan distinto que era a su familia, de manera que aquel pobre pato al que habían apodado
el Feo, decidió al día siguiente abandonar su hogar y emprender un nuevo camino.
En busca de una familia que se le pareciera, el pobre patito se encontró con una mujer que le condujo a su casa.
Allí pudo conocer a otros animales y comió muy bien. Tanto…que pronto se advirtió del peligro que le
acechaba en casa de aquella anciana, que no había querido ayudarle, sino que procuraba engordarle y cenársele
por Navidad.
De nuevo, y aunque ya había llegado el invierno, el patito de pelaje extraño escapó. Las fuertes heladas
retrasaban su camino y languidecían al pobre animal, hasta que un hombre que paseaba le encontró desvanecido
sobre el blanco de la nieve y decidió llevarlo consigo a su hogar. ¡Qué felicidad reinaba en aquella casa! Y, ¡qué
cariño profesó aquella familia al pobre patito feo!
Sin embargo, una vez recuperado de salud, el hombre que le había recogido y cuidado, consideró que debían
liberarlo de nuevo y llevarlo a su verdadero hogar: el campo. Y así, llegada y florida la primavera, depositaron
al pato en un precioso y tranquilo estanque.
Los días resultaban armoniosos y cálidos en aquel lugar, y ya nadie parecía atosigar al patito feo. Paseaba tan
tranquilo por aquellas aguas, que casi parecía haber olvidado todo lo malo. Hasta que una tarde plácida, al
observar el fondo del cristalino estanque, el patito pudo ver su imagen reflejada por vez primera. Había crecido
mucho. Su plumaje ahora brillaba como el de aquellos cisnes que le acompañaban cada día en el estanque. Muy
contrariado, el patito de pelaje extraño decidió preguntar:
–      ¿Por qué nadáis en este estanque en compañía de un vulgar pato tan feo como yo?–exclamó.
Los cisnes quedaron boquiabiertos ante aquella pregunta, y el más viejo le respondió:
–      ¿Acaso no te ves, hermano mío? No solo eres un cisne, sino que además, eres uno de los más bellos que
mis ojos han visto nunca.
Y así fue como al fin en su hogar, el Cisne comprendió porque no había sido nunca el Pato más raro y feo…
¡Qué felicidad sintió!
CUENTO CLÁSICO TRADICIONAL : CAPERUCITA ROJA

Caperucita Roja – Cuento infantil

 Había una vez una niña llamada Caperucita Roja. Era llamada así, porque lucía a diario una bella capa roja que
le había cosido con mucho cariño su mamá, y ella la vestía con ternura.
A Caperucita, que era una niña muy buena, le gustaba visitar cada día a su abuelita que vivía atravesando el
bosque. Una mañana, la mamá de Caperucita le encomendó llevar unos bizcochos calientes y recién hechos a su
abuela, que se encontraba algo enferma. Como la mamá de Caperucita no la podía aquel día acompañar, advirtió
a la pequeña para que fuese muy prudente en el camino, puesto que atravesar el bosque conllevaba siempre
ciertos peligros.
Recibidos los consejos, emprendió el camino hacia casa de su abuela Caperucita, muy contenta y con ganas de
verla y entregarle sus bizcochos. Corría dando saltitos y cantaba jovialmente por el camino la pequeña,
entreteniéndose a cada paso ante la belleza del bosque:
 ¡Qué fresas tan rojas!- Exclamó Caperucita, asomada entre la hierba.
Mientras degustaba con apetito y alegría las fresas maduras, recordó las palabras de mamá e imaginó a su pobre
abuelita en cama, y Caperucita reanudó el camino.
Pocos pasos después, Caperucita se encontró con una mariposa preciosa que la condujo con su contoneo hasta
un árbol, cuyas raíces se encontraban cubiertas de cientos de margaritas blancas. No pudo evitar Caperucita
detenerse de nuevo ante el primoroso perfume que desprendían, y ante su humilde y gran belleza.
 ¡Qué bonitas son!- Exclamó la niña, mientras organizaba concienzudamente un ramillete para llevar a su
abuela.
Escuchó de pronto entre la maleza unos extraños ruidos. Entre los árboles, los ojos atentos de un lobo fiero
observaban a la pequeña, que quiso reanudar sin conseguirlo de nuevo el camino:
 ¿Dónde vas, pequeña?- Preguntó el lobo con extraña amabilidad a Caperucita Roja.
 Voy a casa de mi abuelita que está enferma. Debo entregarle estos bizcochos – Respondió Caperucita
asustada y con apenas un tenue hilillo de voz.
 Pues creo que estás errada en tu camino, y este que te señalo es mucho más corto.
Confiada la pequeña Caperucita ante las palabras del lobo, que parecía tan amable, emprendió el nuevo camino.
Pero el recorrido que el lobo había señalado a Caperucita era el doble de largo que el anterior, y la pobre
Caperucita llegó a casa de su abuela casi de anochecida y con los bizcochos recién hechos completamente fríos.
 ¡Mientras espero a la niña, me comeré a su abuela!- Exclamó el lobo cruel y feroz, que había tomado el
camino más corto, ante la puerta de la casa de la abuelita.
 ¿Quién es?- Preguntó la abuela de Caperucita desde la cama, al escuchar dos toques sobre la puerta.
 ¡Soy yo abuela, Caperucita!- Exclamó el lobo feroz con una voz muy suave y delicada.
La abuelita sin sospechar nada del cruel engaño, abrió la puerta al lobo feroz, y nada más entrar por ella de un
bocado se la comió. Vestido con las ropas de la abuela, decidió esperar el lobo feroz en la cama a Caperucita,
que un poco más tarde llamó a la puerta:
 Abuelita, ¿estás ahí?- Preguntó la pequeña Caperucita Roja.
Y desde la cama, el lobo imitó su voz:
 ¡Si, hija mía! ¡Pasa!  – Respondió el lobo.
 Abuelita, ¡pero qué voz tan ronca tienes! – Exclamó la niña asombrada al acercarse a la cama – Y….
¡qué orejas, abuelita!
 Son…para oírte mejor – Dijo el lobo, hambriento.
 ¡Y qué ojos tan grandes!
 Son…para verte mejor – Dijo el lobo, ansioso.
Y Caperucita Roja, extrañada y algo asustada, exclamó en último lugar:
 Y ¡qué boca tan grande tienes!
Y el lobo, saltando de la cama de la abuela y dando un feroz rugido, contestó a la niña:
 ¡Para comerte mejooooor!
Y, tras aquellas palabras, se comió el lobo también a la pobre Caperucita. Saciado de su hambre, decidió
echarse una siesta en la cama, quedando dormido profundamente durante algunas horas…
Paseaba mientras tanto por allí, un cazador que andaba tras el rastro de un lobo. Cansado, y divisando desde no
muy lejos la casa de la abuela de Caperucita, decidió aproximarse para ver si los dueños le ofrecían su
hospitalidad y podía descansar así un rato en ella. Extrañado ante el silencio, decidió el cazador mirar por la
ventana de la casa para ver si se encontraba habitada o no.
 ¡Dios mío, el lobo! – Exclamó atónito el cazador al ver tras los cristales al lobo que tanto había
perseguido, metidito en la cama y con la barriga muy llena, en la habitación – ¡He dado con él!
Y lentamente y sin hacer ruido, el cazador entró en la casa por la ventana, y liberó a la abuela y a Caperucita de
las entrañas del animal.
 ¡Qué suerte que haya llegado a tiempo! – Gritó la abuela aturdida y muy agradecida al cazador.
Desde lejos se veía correr a la madre de Caperucita, que asustada por la tardanza de su hija, se había acercado
también a la casa. Y así, todas agradecieron al hombre su acción y lloraron de alegría.
 ¡Qué miedo he pasado abuelita! – Exclamó Caperucita Roja, recuperándose poco a poco del susto.
Y tras abrazarse fuertemente a la abuela y despedirse de ella, Caperucita Roja y su madre volvieron a su hogar
sin despistarse, ya nunca más,  ni un segundo del camino.
CUENTO PARA NIÑOS: CENICIENTA

Érase una vez una humilde joven, cuyo difunto padre había contraído, en una ocasión, matrimonio por segunda
vez. A la pérdida de sus queridos padres, se sumaba ahora una nueva familia formada por una antipática
madrastra y sus dos hijas caprichosas y descaradas.
Aquella madre y sus hijas trataban muy mal a la joven huérfana. La obligaban a realizar todas y cada una de las
tareas de la casa, y destinaban para su vestimenta andrajos, mientras ellas se engalanaban con las telas más ricas
jamás habidas  y con los mejores perfumes. A Cenicienta, que así la llamaban por su color de piel tiznado de las
cenizas que a menudo barría junto a la chimenea, su madrastra y sus hermanastras la envidiaban a más no poder
por la enorme belleza que a cada paso irradiaba.
Y de este modo, decidieron burlarse una vez más de ella, con motivo del baile que el príncipe de aquel lugar
pensaba organizar para buscar esposa. ¡Cuánto se había ilusionado la pobre Cenicienta con la noticia de aquel
baile, pensando que al menos por un día podría dejar de barrer y vestirse elegantemente! Sin embargo, aquel no
era el destino que su madrastra tenía pensado para ella. Aquella egoísta y cruel mujer, que había visto en la
fiesta la ocasión perfecta para casar a una de sus hijas y emparentar con la mismísima realeza, decidió prohibir a
Cenicienta acudir a aquel baile, recordándola al paso sus tareas en el hogar. Procuró la madrastra buenos y ricos
vestidos a sus hijas para el baile, las cuales presumían frente a una desconsolada Cenicienta.
Llegado el día, Cenicienta observaba deslumbrada los preciosos vestidos de sus hermanastras, al tiempo que las
peinaba:
 ¡Qué desgraciada soy!- Dijo para sí Cenicienta sollozando, mientras observaba a la madrastra y a sus
hijas partir finalmente hacia el baile del príncipe.
Cuando de pronto, una luz muy brillante se apareció al fondo de la chimenea, que se encontraba apagada.
 No llores más niña- Dijo una voz muy suave y cálida.
Cenicienta levantó la cabeza, y divisó frente a ella a un hada que sonreía a la joven con mucha ternura:
 Por haber sido una joven tan buena, te concederé el deseo de acudir al baile del príncipe.
 Pero yo no tengo ropas adecuadas para acudir, solo tengo ropas para limpiar la casa- Replicó la joven
triste y aturdida.
El hada condujo a Cenicienta hasta el jardín, y allí como de la nada, surgió una enorme calabaza:
 Tu carruaje te espera. ¡Corre!- Exclamó el hada.
 Pero… ¿Cómo? Si es solo una calabaza- Contestó Cenicienta muy confundida.
Y de pronto, al posar su mano sobre la gran calabaza que había brotado en el jardín, ésta se convirtió en un
hermoso carruaje, y Cenicienta pasó de estar vestida con ropas humildes y estropeadas, a lucir el vestido más
brillante y bello que había visto jamás.
 Ve, pequeña. Pero antes de que den las doce, deberás estar de vuelta en casa- Dijo el hada a Cenicienta,
mientras le entregaba unos preciosos y brillantes zapatos de cristal.
Deslumbrados quedaron todos los asistentes que habían acudido al palacio del príncipe, cuando Cenicienta
apareció en el salón de baile. Tan preciosa y cambiada estaba, que ni su madrastra, ni sus hijas, reconocieron
bajo el vestido a la humilde joven, que disfrutó y bailó como nunca lo había hecho junto al príncipe, al cual no
le había pasado desapercibida la presencia de la joven que irradiaba felicidad.
Las horas se le hicieron segundos a Cenicienta, y el reloj marcó las doce en el salón de baile. Rápida, sin
despedirse del príncipe, y perdiendo en la carrera hasta uno de sus bellos zapatitos de cristal, emprendió la
vuelta a casa que había prometido al hada. Recogió entristecido el príncipe, el zapato de Cenicienta, con la
esperanza de volverla a encontrar, y decidió al día siguiente buscarla, probando dicho zapato a cada una de las
mujeres jóvenes de la ciudad.
Finalmente, y tras haber probado el zapato a todas las mujeres del pueblo, terminó el príncipe en casa de
Cenicienta. Tras probarse la madrastra y sus dos hijas el zapato de cristal, Cenicienta hizo la prueba, y al fin el
príncipe (muy sorprendido por ver a la joven con aquellas ropas y rodeada de útiles de fregar), pudo reconocer a
la joven que tanto había buscado de aquí a allá.
Propuso tras la prueba el príncipe matrimonio a Cenicienta, y de este modo la joven pudo abandonar la casa que
tanto sufrir la había hecho, y ser feliz a partir de entonces y querida de verdad.
CUENTO TRADICIONAL : LA BELLA Y LA BESTIA

Érase una vez un mercader que tenía varias hijas. De todas ellas la que más brillaba era la hija más pequeña, que
además de bella tenía el corazón enormemente noble. A diferencia de las demás, jamás solicitaba a su padre
ningún objeto ni mercancía de ninguno de los lugares lejanos que visitaba, y se conformaba con esperarle y
verle de vuelta sano y salvo. Sin embargo, ante la insistencia de su adorado padre, Bella (que así la llamaban)
decidió pedirle una humilde rosa en su último viaje.

De este modo, todo se sucedía con tranquilidad mientras las hijas del mercader esperaban una vez más la
llegada de su padre. Pero nada ocurrió como de costumbre, y el mercader a su regreso, se vio envuelto en una
fuerte tormenta que le desviaba una y otra vez del camino. Presuroso, corrió junto a su caballo en busca de
algún refugio que pudiese apaciguarle de la lluvia y del aire gélido que le calaba los huesos. Y así, casi sin saber
cómo había llegado, ni dónde estaba, el mercader de pronto se encontró frente a la gran puerta de un extraño
castillo.
Cansado, y al ver que nadie le escuchaba ni abría la puerta, decidió adentrarse en él. La puerta se encontraba
abierta, y tras ella, todo parecía perfectamente dispuesto: la mesa iluminada y repleta de comida para cenar; las
habitaciones ambientadas con leña fresca y colchones bien mullidos…Y el mercader no pudo resistirse a todos
aquellos placeres, tan hambriento y fatigado como estaba. De modo que cenó, durmió caliente, e incluso
desayunó mientras seguía sin responder nadie a sus llamadas ni recibirle en ninguna estancia. Repuesto, el
mercader salió al jardín con la esperanza de encontrar al fin al dueño de aquella casa, y poder agradecerle así
antes de su partida tantísima hospitalidad. Pero también el jardín se encontraba vacío y silencioso, de manera
que el mercader decidió volver a casa.
Justo cuando estaba a punto de salir de aquel extraño lugar, el mercader recordó la petición de su joven
hija Bella, casi hipnotizado por el fuerte y maravilloso perfume que desprendían los rosales de aquel jardín.
Eligió la rosa que más resaltaba y brillaba de todas y la cortó. En aquel momento, la tranquilidad y el silencio
del jardín se vieron interrumpidos por una gran fiera que se lanzó sobre el mercader, atacándole con amenazas e
insultos por no haberse comportado como un buen y agradecido invitado, robándole las flores de su jardín.
El pobre mercader intentó explicarse, hablándole a aquella Bestia de su hija pequeña y de su humilde promesa.
Sin embargo, las palabras del mercader no ablandaban a la Bestia que quería encerrar al mercader para siempre
en su castillo como castigo.
–       Te perdonaré la vida si en tu lugar, traes a tu hija Bella para que me acompañe en el castillo.
El mercader, tras aquella horrible propuesta, acudió a casa nervioso y muy asustado.  Una vez en casa y más
tranquilo, el mercader pudo relatar todo lo que había sucedido a sus hijas, y Bella, serenándole con un beso, le
dijo:
–       No te preocupes, padre mío, que yo volveré al castillo en tu lugar.
Y así fue como Bella terminó llegando al castillo, al igual que lo había hecho su padre. En él, fue recibida por
una extraña Bestia, que al contrario de lo que había relatado su padre, se mostraba amable, delicada y muy
galante. Rodeada de una más que apacible tranquilidad, Bella fue pasando en el castillo los días mientras
bordaba, leía historias o charlaba animosamente con la Bestia. Pero pronto empezó a echar de menos a su
familia y a preocuparse por ellos, reflejándose en su rostro una tristeza que la Bestia, a pesar de sus buenos
modales, no podía remediar. Decidió entonces regalar a Bella un espejo mágico en el cual pudiese ver siempre a
los suyos y no preocuparse por ellos más. Cuando de pronto, una noche Bella vio reflejado en el espejo a su
padre cansado y enfermo.
La pobre Bella, cuyo corazón era bueno y amaba a los demás, sintió la necesidad de acompañar a su padre y de
marchar, a pesar de su promesa con la Bestia.
–       ¡Desearía tanto ver a mi padre, aunque sea por última vez!- exclamó la joven apenada.
La Bestia, conmovida, permitió a marchar a Bella con la condición de su regreso al cabo de unos días. Pero
pasaron días y también semanas, y Bella no volvía junto a la Bestia, tan a gusto como se encontraba al lado de
su padre y de sus hermanas. Poco a poco, sin embargo, y cada vez con más fuerza, Bella recordaba a aquella
extraña Bestia que había salvado a su padre y que tan bien se había portado con ella.
Y así fue como Bella decidió volver finalmente al castillo para continuar con el cumplimiento de su promesa
dando compañía a la Bestia, a la cual encontró desplomada y agonizante a su llegada en el jardín:
–       ¡No te mueras por favor! Has sido tan bueno conmigo…No te volveré a dejar solo y me casaré contigo –
exclamó llorosa y preocupada la joven Bella.
Tras aquellas palabras un halo mágico envolvió a la Bestia, que poco a poco fue perdiendo sus garras, su pelo,
sus dientes…hasta convertirse en un hermoso  y joven príncipe, que tan solo había sido víctima de un hechizo.
Un hechizo, que solo podía romper el amor puro de un alma noble…
Celebrada la boda, el joven príncipe inundó el jardín de rosas en honor a Bella, a las que superaba en belleza de
rostro y corazón.

CUENTO INFANTIL CLÁSICO : PINOCHO


Érase una vez un humilde carpintero llamado Geppetto, que vivía muy solo y sin hijos. Esta soledad le apenaba
tanto, que Geppetto planeó construirse un muñeco de madera, al cual daría forma con mucho tiento, como lo
hacía con cada trozo de madera que debía trabajar.
 Lo llamaré Pinocho- se dijo el carpintero a sí mismo, sonriente, tan contento como estaba con su
proyecto.
Y así fue como poco a poco, Geppetto le fue dando forma a la madera. Primero las piernas, después los
brazos…Hasta estar completamente terminado. El muñeco se veía precioso, casi parecía un niño con aquellos
ojos pintados tan brillantes. Sin embargo, el pobre Geppetto pronto se dio cuenta de que con aquel muñeco no
iba a aliviar su soledad:
 Ojalá tuviera vida…- se dijo con los ojos enjugados en lágrimas.
Al caer la noche, mientras Geppetto descansaba de su jornada, un Hada de los deseos se apareció en la casa del
carpintero frente al muñeco Pinocho. El Hada, que había escuchado las súplicas del carpintero, decidió
concederle su deseo en recompensa a su esfuerzo y bondad. Y con un toque de magia, de pronto Pinocho fue
moviendo cada una de las partes de su pequeño cuerpo, que sin embrago, permanecía de madera. ¡No podía
creer Geppetto lo que vio al amanecer!
 ¡Hola papá!- exclamó Pinocho
 Pero… ¿eres tú, Pinocho, y no estoy soñando?- contestó Geppetto algo aturdido de la alegría.
A partir de entonces, Geppetto se convirtió en el hombre más feliz de la tierra. Tenía un hijo al fin y ya no
estaba solo. Y poco a poco fue enseñándole cada una de las cosas que Pinocho necesitaba para sobrevivir. Le
enseñó a hablar y caminar correctamente, y hasta empeñó parte de sus enseres para poder comprarle libros con
los que ir a la escuela. ¡Qué contento y agradecido estaba Pinocho! Pero a pesar de todo, el pequeño seguía sin
ser un niño de carne y hueso como los demás, y para serlo, el hada le encomendó ser un niño muy bueno, y le
regaló un pequeño grillito llamado Pepito Grillo para acompañarle en su camino.
Mientras se dirigía a la escuela, se imaginaba Pinocho aprendiendo miles de cosas y haciéndose muy, muy listo,
para poder ganar dinero cuando se hiciera mayor, y comprarle a su padre todas las cosas que había vendido para
pagar sus libros.  Pero en el camino, Pinocho se encontró con un lobo malvado que a cambio de algunas
monedas y mucha diversión, consiguió conducir a Pinocho hasta el teatro de títeres de la ciudad, desoyendo a
Pepito Grillo que le advertía una y otra vez de su error.
 ¡Vengan, señores, al teatro de títeres!- Vociferaban desde la plaza del pueblo.
Pronto Pinocho se unió a la fiesta y se puso a bailar frente aquel teatro lleno de marionetas, como uno más.
Aquel niño de madera era tan inocente aún, que no sabía distinguir el bien del mal, acostumbrado como estaba a
las bondades de su padre. Y Pinocho, fue engañado de este modo por el titiritero más famoso de la ciudad.
Aquel hombre, egoísta y muy cruel, había observado pacientemente al extraño hijo del carpintero, y pensó que
podría hacerse rico llevando a su teatro al primer muñeco de madera con vida, habido jamás en ningún lugar.
Rápidamente, encerró al pobre Pinocho  bajo llave en una jaula de hierro, y el pobre Pinocho lloró y lloró junto
a Pepito Grillo arrepentido de su acción.
Aquel llanto conmovió al Hada de los deseos, que se presentó junto a la jaula de hierro preguntando a Pinocho
cómo había llegado hasta allí:
 ¡Me atraparon unos malvados camino de la escuela y me encerraron en esta jaula! – exclamó Pinocho.
Y el Hada de los deseos, sabedora de la realidad, hizo crecer la nariz de Pinocho en castigo por no decir la
verdad.  Decidió, sin embargo, dar otra oportunidad de demostrar su bondad a Pinocho y deshizo con su magia
todos los barrotes de la jaula de hierro que le encerraban. Una vez libre, Pinocho volvió a olvidar los consejos
del hada y de su amigo Pepito Grillo, y de nuevo, se dejó tentar por unos niños que hablaban, a su paso, de la
llamada Isla de los juguetes. Una vez allí, Pinocho disfrutó de lo lindo con montones de juegos durante largas
horas, hasta que de pronto, las orejas de Pinocho comenzaron a crecer y crecer hasta convertirse en unas
grandes orejas de burro, destino de todos los niños que abandonaban la escuela solo por diversión. ¡Qué
avergonzado se sentía Pinocho por todo! Y lloraba frente a Pepito Grillo pidiéndole perdón, y suplicando al
Hada de los deseos, que su padre no se hubiera olvidado de él.
Lejos de eso, Geppetto buscaba a su hijo perdido por tierra y mar, y casi frente a la misma Isla de los juguetes,
el carpintero fue tragado por una ballena gigante, que tras engullirle, se adentró de nuevo en el mar. Pinocho,
avisado por Pepito Grillo del suceso, no dudó en echarse al mar para intentar liberar a su padre de las zarpas de
la ballena. Nadando como pudo con sus pequeños bracitos de madera, Pinocho se situó sobre la boca de la
ballena siendo también engullido por ella.
Dentro de la boca de la ballena, padre e hijo se sintieron inmensamente contentos. No tenían miedo. Al fin
Geppetto había encontrado a su pequeño y juntos se contaron todas sus historias. Pepito Grillo, mientras tanto,
urdía un plan para poder escapar de aquel lugar, y enciendo una fogata en la boca del animal, consiguió hacerle
estornudar, y con ello, salir despedidos de nuevo hacia el mar.
Tras todo aquello, Pinocho nunca volvió a desobedecer a Geppetto ni a portarse mal, y el Hada de los deseos
decidió premiar al pequeño por todo su esfuerzo, convirtiéndole al fin en un niño de carne y hueso, como los de
verdad.

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