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Las reglas del amor

Ann Charlton

Las Reglas del Amor (1994)


Título Original: Love rules (1992)
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Bianca 623
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Sam Buchanan y Charlotte Wells

Argumento:
—Todos necesitamos que nos hagan revivir cuando las cosas se vuelven
difíciles, linda.
Al quedar atrapada en un sótano con el hombre más guapo del mundo,
Charlotte Wells creyó encontrar la respuesta a todos sus sueños… Sin
embargo, descubrió que Sam Buchanan, a pesar de su reputación, era un
hombre con compromisos. Y si él debía tomar una decisión con respecto a
ella, ¿qué tan bien librada saldría?
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Capítulo 1
En el ascensor de la Casa Champions había un poster de Sam Buchanan en
acción. Decía, "Juega de nuevo, Sam". La señora Fullbright, una fanática del cricket
desde hacía cincuenta años, estaba muy impresionada. La señora Humphries, a quien
no le gustaban los deportes pero le atraía la fama, se arregló los guantes por tercera
vez. Y Charlotte, quien creció junto a personajes famosos y a quien le aburría el
cricket, bostezó, sin interés.
Charlotte sabía quién era Buchanan. ¿Existía alguien que no lo supiera? En
todos los periódicos aparecían análisis financieros acerca de Champions, la cadena de
tiendas deportivas de Buchanan; y, en las revistas deportivas siempre se hablaba del
éxito y los triunfos anteriores del jugador y de su terrible condición física actual.
Además, Buchanan tenía fama de ser un hombre audaz y muy rudo con los
periodistas, algo que Charlotte comprendía, pues a veces estos invadían con
exageración la intimidad de las personas famosas.
—Me pregunto si es cierto que él estaba ebrio —comentó la señora Fullbright,
quien creía que todos los jugadores de cricket eran unos caballeros—. Charlotte, ya
sabes que los reporteros exageran todo acerca de las celebridades. Tal vez
deberíamos aceptar al señor Buchanan tal como es y no preocuparnos por ese
desagradable incidente ocurrido en el club nocturno.
—¿Y olvidarnos también del incidente del árbitro —añadió la señora Humphries.
—Y del incidente de la chica desnuda en el cuarto de hotel —murmuró
Charlotte. Al ver la mueca de enfado que hizo la señora Fullbrigth, añadió—.
Seguramente que eso fue algo exagerado. Apuesto a que la chica sí tenía algo de ropa
puesta.
Se hizo un momento de silencio durante el cual las tres contemplaron la
naturaleza del hombre a quien iban a ver.
—Si tan sólo pudiera saber cuál es su signo astral —comentó la señora
Humphries, como si ese dato sirviera de alguna ayuda.
Las oficinas de Champions eran lujosas, modernas y funcionales. De un muro
colgaban varias fotografías del fundador de Champions: Buchanan, con el príncipe
Felipe; Buchanan, con personalidades del mundo de la televisión. En todas las fotos
el hombre tenía el mismo aspecto: una amplia sonrisa y un frondoso bigote oscuro.
Esa sonrisa junto con el bigote formaban el logotipo de la compañía que se adhería a
cada etiqueta de los artículos que se vendían en las tiendas Champions. Charlotte
pensó que el logotipo ya era anticuado, pues hacía mucho tiempo que Buchanan ya
no sonreía así en público.
—Tenemos una cita con el señor Buchanan —anunció la señora Fullbright a la
recepcionista—. Venimos en nombre de la Sociedad del Patrimonio Histórico.
La empleada sonrió y se metió por una puerta. Charlotte miró otras fotos de
Buchanan, ahora junto a la deportista del mes. Esta no era una verdadera deportista
sino una despampanante modelo que posaba con palos de golf o con esquís de nieve.

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Estas chicas llegaban a ser afortunadas si eran elegidas como la deportista del año,
pues entonces eran retratadas en el famoso catálogo anual de Champions y también
en el calendario, como la señorita Diciembre. Tanto el catálogo como el calendario
eran el tipo de publicaciones que se dedicaban a la explotación de mujeres. Y
Buchanan sonreía también de la misma manera en ese tipo de fotos. Sin embargo, sus
ojos entrecerrados le daban un aire de misterio… En ese momento, la recepcionista
volvió.
—Lo siento, el señor Buchanan tuvo que salir de urgencia… pero su asistente
las atenderá. Por aquí, por favor.
—Nosotros queremos hablar con el señor Buchanan —insistió la señora
Fullbright. Su actitud había salvado a muchos edificios y casas de ser demolidos—.
Tenemos que hablarle respecto de una propiedad que él tiene y que posee un gran
valor histórico.
Sin embargo, la recepcionista ya las conducía hacia otra puerta. Charlotte se
acercó a la primera oficina y empujó la puerta que se abrió, revelando una amplia
oficina con un pequeño gimnasio adjunto. Detrás de una bicicleta estacionaria, vio
otra puerta desde donde provenía el sonido de una regadera. ¿Acaso Buchanan se
estaba bañando? Charlotte vaciló. No podía confrontar a Buchanan en el baño ni
afirmar que este había mentido, pues eso no sería de ayuda para las futuras
negociaciones acerca de Cranston… Charlotte cerró la puerta y siguió a las demás.
El asistente de Buchanan, Grahame Norris, les sonrió mientras las oía hablar.
—Una petición. Está bien. No hay problema, chicas —tomó la petición de
manos de Charlotte y la dejó en una esquina del escritorio, demasiado cerca del cesto
de la basura. Charlotte volvió a tomarla.
—Ciento cuarenta y seis personas firmaron, señor Norris, para pedirle al señor
Buchanan que reconsidere su decisión de demoler la Mansión Cranston —señaló la
joven.
—Entiendo su interés. La historia… el patrimonio cultural. Algo muy
importante. Ustedes hacen una labor maravillosa. Pero en este caso… —sonrió y se
encogió de hombros—. Sam me pidió que lo disculpara con ustedes. Una secretaria
temporal concertó la cita de hoy y por desgracia no se la recordó a tiempo a Sam,
sino hasta que fue demasiado tarde para comunicarnos con ustedes. Sam nunca
habría dejado que vinieran hasta aquí inútilmente de haberlo sabido, porque él no
tiene la intención de hablar con ustedes acerca de su propiedad… ni ahora ni nunca.
La señora Fullbright y la señora Humphries jadearon de asombro al oír la cortés
negativa. Norris las sacó de la oficina antes que ellas se recobraran del asombro y les
entregó a cada una un paquete de fotos autografiadas por Sam Buchanan.
—Esto es para que se lo regalen a sus sobrinos, o a sus nietos —en cuestión de
minutos, Norris las condujo al ascensor y alargó la mano en dirección de la petición.
—Se la daremos en persona al señor Buchanan, señor Norris —señaló
Charlotte—. Creo que encontraremos la manera de verlo… a pesar de usted.
—Velo por televisión, linda —sonrió el hombre—. Sólo así podrás hacerlo.

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No obstante, minutos después, mientras las tres esperaban para cruzar la calle
frente al edificio de Champions, un BMW negro salió del sótano del edificio. El
conductor vestía, una camisa blanca y se ponía una corbata de moño con una mano.
Su cabello estaba húmedo, como si acabara de bañarse. El auto se adelantó justo
cuando Charlotte vio el famoso bigote.
—¿Qué no es…? —tartamudeó la señora Humphries. La señora Fullbright se
protegió del sol con las fotos para ver mejor. En ese momento, unos chiquillos
corrieron por la acera para ver a su héroe, seguidos de un reportero con una cámara.
Todos lo vieron alejarse con rapidez en el auto.
—Sí, es el que se nos escapó —suspiró Charlotte.

—¿Qué día es hoy? —gimió Gale, levantándose de la cama—. ¿Por qué


escuchas la música tan fuerte?
—Es viernes —sonrió Charlotte, sin sentir simpatía por la resaca de su prima.
Bajó el volumen del radio—. Viernes trece —añadió en tono sepulcral.
—Muy gracioso —Gale tomó la taza de café que su prima le dio.
—Me imagino que anoche te divertiste mucho.
—Fue estupendo —aseguró Gale—. ¿Me prestas tu pequeña maleta para este
fin de semana, Charls? Di que sí; ya guardé algo de ropa dentro.
—Preferiría que me pidieras mi opinión antes de usar mis cosas. ¿Estás segura
de poder divertirte aún más en este estado?
—Claro. Será un fin de semana maravilloso. Vamos a ver películas de horror
toda la noche… para celebrar que es viernes trece.
—Todos los videos que ves son de horror —comentó Charlotte y subió el
volumen para oír a las dos voces conocidas cantar una canción de moda. Gale
regresó, ya casi vestida para ir a trabajar mientras Charlotte metía unos emparedados
en una canasta.
—Esa es una de sus mejores canciones —comentó Gale, señalando el radio.
Charlotte asintió y abrió el refrigerador para sacar la media botella de vino que sabía
que había metido allí. Sin embargo, la única botella de vino blanco que había
pertenecía a Gale, como lo atestiguaba una etiqueta pegada en el cuello, que decía
"GALE". Charlotte se molestó. ¿Por qué su prima, que siempre abusaba de sus cosas,
era tan posesiva con las propias?
—¿A dónde vas a ir? —inquirió Gale.
—Tengo el día libre. Iba a comer con Martin y Linda, pero me cancelaron la cita.
Así que iré a fotografiar una casa para la sociedad histórica. Está cerca de aquí…
—Un día libre —gimió Gale—. Eso no es justo. ¿Y vas a pasarlo en una de tus
mansiones campiranas derruidas? Debes de estar loca para ir sola a esas casas viejas.
¿No temes encontrarte con un psicópata o algo peor?

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—Una vez vi unos boy scouts por allí —Charlotte no preguntó qué era peor que
un psicópata—. Esta casa es distinta, pues ha sido propiedad de los descendientes de
la misma familia desde que se construyó. Jamás adivinarías quién es el dueño ahora.
Pero Gale, que miraba su reflejo en la puerta del horno de microondas profirió
un grito.
—Mira mi cabello. Horror —gritó Gale—. Corrió al baño y empezó a aplicarse
mousse, gel y spray en determinadas secciones del cabello mientras los tubos eléctricos
se calentaban. Charlotte la siguió y observó todo, pensando que a Gale le habría
gustado oír el episodio sobre Buchanan, de sus elegantes oficinas y de su derruida
mansión del campo. Sin embargo, Gale, al igual que otros miembros de la familia de
Charlotte, no podía concentrarse durante mucho tiempo en una sola cosa.
—Si pasaras el mismo tiempo que empleas mejorando tu intelecto que
mejorando tu cabello, serías un genio.
—Y si tú pasaras el mismo tiempo arreglándote el cabello en lugar de leer
poemas y fotografiar ruinas, te verías despampanante —Gale miró con desagrado el
lacio cabello rubio de su prima—. Sabes, te pareces a la tía Linda. Ojalá me dejaras
alborotarte el cabello alguna vez. Tal vez tu vida cambiaría por completo.
—¿Y por qué querría yo cambiar mi vida? —Charlotte ignoró la expresión de
exasperación de Gale—. Además, no me gusta el cabello alborotado —se pasó una
mano por el pelo y se miró al espejo, pensando que en realidad no se parecía a su
madre. Linda tenía más de cuarenta años y era aún muy hermosa. Charlotte heredó
de ella sus arqueadas cejas y su boca sensual y de su padre heredó el color azul
grisáceo de sus ojos, pero no era tan atractiva como sus padres quienes además
sabían sacarse partido. Charlotte supuso que no era el tipo de hija que se esperaba
que tuvieran dos grandes artistas; y, por si fuera poco, no sabía cantar como ellos.
Escuchó las últimas notas de la canción que cantaban Martin y Linda y que se oía por
el radio de la cocina. La armonía de sus padres era maravillosa.
—Si a mí me dieran el día libre —protestó Gale—, no lo desperdiciaría tomando
fotos de una vieja ruina. Me iría en avión a la Costa Dorada, dormiría hasta tarde,
comería lo que quisiera, adquiriría un bonito bronceado e iría a los casinos y a los
clubes nocturnos hasta la madrugada… —se puso spray en el pelo.
—Y regresarías a casa sin un centavo, con quemaduras de sol y grandes ojeras.
Tus vacaciones son un riesgo para tu salud.
—Y, claro, tú nunca arriesgas la tuya.
—Yo no diría eso. Ayer casi me golpea un padre de familia que es alcohólico.
—¿De quién es padre?
—De Christopher Dunlop. Le dije que Christopher era inteligente y que debería
terminar la preparatoria. Y también le mencioné que su hijo regresaba todos los lunes
a clases con moretones en la cara. Creí que me iba a pegar a mí también, pero me
imagino que ni siquiera él se atreve a golpear a una maestra.

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—No sé por qué eres tan buena con ese chico Christopher después de lo que le
hizo a tu auto. Sin importar lo que hagas, se convertirá en un sinvergüenza como su
padre. Lo lleva en los genes.
—Los sinvergüenzas no nacen, se hacen.
—Como quieras. Oye, ¿me podrías prestar tus jeans este fin de semana? Los
míos aún están sucios.
—No. Quiero usarlos hoy.
—Vamos, prima. Tienes toda tu ropa limpia —comentó Gale como si por azar
del destino Charlotte siempre tuviera la ropa lavada y planchada—. Mira, si me los
prestas, te daré mi pata de conejo. Recuerda que hoy es viernes trece. A algunos eso
les da suerte, pero a otros no.
—Tu ofrecimiento es muy generoso, mas no acepto. No tengo la intención de
usar las partes amputadas de un animal indefenso.
Gale se alejó, gruñendo. Después de maquillarse y pintarse las uñas se fue con
la maleta de Charlotte.
—Te veré el lunes por la noche, Charls. No camines debajo de las escaleras y
aléjate de los gatos negros. No vayas a arriesgar tu salud.
Sin embargo, poco después, Charlotte descubrió que su prima se llevó los jeans.
Enfadada, se puso unos shorts y, para vengarse, metió la botella de vino de su prima
en su mochila.

Charlotte tomó el camino equivocado. De haber tomado por el sendero de la


izquierda, habría llegado a Cranston. Sin embargo, tomó el camino de la derecha y
ahora estaba retirada de la casa. Vio las chimeneas de la mansión que estaba
enclavada sobre la colina. Charlotte hizo a un lado su mochila y el maletín de la
cámara y se enjugó el rostro. A pesar de que ya era septiembre, hacía mucho calor. El
terreno era pedregoso y la casa parecía estar muy lejos. A Charlotte le dolían los pies.
Tomó sus cosas de nuevo y se adentró en la maleza, siguiendo el curso de un
riachuelo.
Llegó al arroyo después de caminar un poco más. El agua tenía un tono verde
oscuro en la sombra y plateado en la luz. Una libélula sobrevolaba la superficie del
agua. Los árboles frutales y los rosales silvestres sugerían que allí alguna vez hubo
un jardín. Tal vez la esposa de uno de los primeros colonizadores ingleses quiso
refugiarse allí del intenso calor australiano. Charlotte vio unas letras grabadas en un
árbol gomífero. Se acercó. "Robert y Emma. Los días terminan con el encuentro de los
amantes. Nos conocimos por casualidad el miércoles 26 de junio de 1839." Charlotte
tocó el grabado. Le pareció algo muy romántico. ¿Acaso Robert y Emma se
enamoraron a primera vista? Eso era muy probable. De lo contrario no habrían
recordado el primer día en que se conocieron… Charlotte sonrió, pues no creía en el
amor a primera vista. Sacó su cámara y su tripié y se dispuso a fotografiar la
inscripción.

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Unas flores de color rosa flotaban en el arroyo. Un pez saltó en el agua, sin ser
visto. Charlotte se inclinó para mirar por la lente de la cámara y le puso un filtro café
para disminuir la intensidad del reflejo del sol en el agua. El tronco del árbol quedó
reproducido en la lente de la cámara. Pero todavía se veían muchas burbujas y
ondulaciones en el agua. Charlotte supuso que debía ser un pez muy grande y esperó
a que la superficie se nivelara de nuevo.
Algo surgió del agua. Charlotte perdió el habla cuando un hombre apareció en
su radio de visión. Era un hombre grande, fuerte, desnudo, bronceado. Caminó por
el arroyo y tomó algo que flotaba cerca de él. Era una botella. El hombre la arrojó a la
ribera y luego se frotó la cabeza con las manos. Charlotte vio burbujas de champú
que empezaban a flotar en el agua. El hombre se enjuagó la cabeza y luego se quitó el
exceso de agua con los dedos.
Alzó un brazo y Charlotte pensó que se parecía a un dios romano que hubiera
emergido del mar. Unas cuantas flores se adherían a sus musculosos muslos.
Charlotte permaneció con el ojo pegado a la lente, hipnotizada por esa escena erótica
e idílica a la vez. De pronto, el hombre alzó la cabeza, como si presintiera algo. Se
puso las manos en las caderas y se volvió con lentitud, como si buscara algo en la
ribera. Charlotte no se movió de su posición; era como si así evitara que ese hombre
desapareciera.
Fascinada, vio que el hombre se sobresaltaba al verla.
—Espero que hayas tomado mi lado bueno —sonrió él. Pero de inmediato se
puso serio y se acercó a la orilla. Al oír su voz, Charlotte pareció despertar de un
sueño. La visión en miniatura de ese cuerpo masculino se transformó en un gigante
sin rasurar, con el cabello largo… y muy enfadado. Sus largas y velludas piernas
tenían restos de pasto. El hombre tenía una cicatriz arriba del ojo y otra en las
costillas, lo cual le daba una apariencia peligrosa. Charlotte contuvo una risa histérica
al ver que una de las florecitas se adhería al cuerpo del hombre, semejando una hoja
de parra diminuta—. Eres muy audaz, linda —se acercó a la chica, pero de pronto se
detuvo cuando tropezó con algo debajo del agua. Empezó a maldecir con rabia—. No
creas que te dejaré que te vayas de aquí sin antes… ¡Ay! —exclamó de nuevo y alzó
el pie para examinarlo.
Charlotte empezó a sentir miedo y fue consciente de estar sola con ese
desconocido. "¿No temes encontrarte con un psicópata o algo peor?" Era ridículo. Sin
embargo, ese hombre estaba muy malhumorado, de modo que la joven no esperó a
que él pudiera hacer uso de las dos piernas. Charlotte se colgó la cámara al cuello,
tomó sus mochilas y agarró el tripié como si fuera una lanza. Echó a correr.
—¡Oye! —gritó el extraño.
Charlotte siguió corriendo con rapidez. De pronto, llegó a lo que debía ser el
campamento del hombre. Esquivó una tienda de campaña, una motocicleta, un
montón de latas de cerveza vacías, una sartén, un hacha, un martillo y un arbusto
donde se secaban varios calzoncillos. Vaya, ese tipo estaba acampando en un sitio
ilegal y contaminando el arroyo con jabón y champú. Charlotte decidió que
reportaría ese incidente al agente de bienes raíces.

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—Espera un momento, tonta. No te vayas… ¡Ay! ¡Maldita sea!


La maleza repleta de arbustos espinosos no era el sitio más adecuado para un
hombre desnudo. El desconocido lanzó unas cuantas y sentidas imprecaciones y
gritó algo, pero Charlotte ya estaba tan lejos que no lo oyó.
Charlotte decidió alejarse del sendero por el que llegó, puesto que éste sólo la
llevaría de regreso al territorio de ese hombre. Así que corrió colina arriba hacia la
casa, ocultándose tras árboles y rocas. Al fin, cuando llegó a la cima, miró hacia el
arroyo. Nada se movía bajo los árboles. Tal vez el hombre se atendía las heridas o
bebía cerveza…
Charlotte se volvió y vio la mansión Cranston por vez primera. Y el impacto
que recibió fue muy grande. La piedra de la casa era de un tono durazno y tenía
muchos detalles arquitectónicos muy hermosos. ¿Cómo podía Buchanan pensar en
demoler una obra de arte como esa? Sin embargo, Charlotte vio que ya no tenía
puertas en las entradas de arco y que todas las ventanas estaban rotas. Había
pedazos de mampostería en el pasto.
La chica ansiaba explorar la casa, mas no se sentía muy segura. Se acercó en
silencio. No obstante, casi antes de llegar, escuchó el sonido del motor de la
motocicleta.
Con el corazón palpitante, se volvió y miró hacia el arroyo. Vio que la
motocicleta y su conductor recorrían la zona. De pronto, el hombre se detuvo y miró
a su alrededor, cubriéndose los ojos con una mano. Charlotte supo que la estaba
buscando y el pánico la invadió. Cuando el hombre desapareció tras un montículo,
corrió hacia la vieja casona. Adentro, pensó que todo sucedía como en una de las
historias de horror a las que Gale era aficionada. Una chica, perseguida por un
psicópata sádico y desnudo, se refugia en una casa abandonada… Claro que en las
películas de horror, el psicópata casi siempre cargaba un hacha. Charlotte recordó
que había un hacha y un martillo en el campamento de ese desconocido y empezó a
temblar de miedo. La motocicleta se acercó. Charlotte entró, rodeando una teja que
había caído del techo. El segundo piso de la casa ya no existía en esa parte y sólo se
veía el techo. Charlotte no pudo encontrar ningún sitio dónde esconderse, así que se
metió a la cocina. Oyó que la motocicleta se acercaba y se detenía. Unas pisadas
retumbaron en el interior de la mansión.
—Oye, linda. Sal si estás aquí.
Los pasos se acercaron y Charlotte se escondió en el único lugar en donde podía
ocultarse en la cocina: en la parte superior oscura de la escalera que llevaba al sótano.
—Oye tú, la chica de las botas… ¿Me oyes? Charlotte se miró las pesadas botas
del ejército que tenía puestas. Esa referencia la asustó más que ninguna otra cosa. Se
hizo un largo silencio y el hombre volvió a salir. Un psicópata… o algo peor. ¿Qué
era peor que un psicópata? Charlotte esperó que el hombre se alejara en la
motocicleta, pero en vez de eso escuchó unos golpes intermitentes. ¿Qué hacía ese
extraño… destruía la mansión? Charlotte miró un cardo que crecía en el suelo de la
cocina, justo donde entraba el sol. Había un polvo blanco sobre las hojas. Charlotte
sintió que el sol y el polvo estaban relacionados…

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—¡Demonios! —gritó el hombre y Charlotte se sobresaltó. Dio un paso hacia


atrás, alarmada, y el tripié que tenía dentro de la mochila chocó contra la botella de
vino. El sonido hizo eco en el sótano.
El hombre debió oírlo, puesto que de pronto se apareció en la cocina. La casa
estaba en penumbra, pero gracias al rayo de sol que entraba, fulgurante, Charlotte
vio su sombrío rostro y que el hombre cargaba un martillo. Charlotte dio gracias a
Dios de que no era un hacha, aunque morir a martillazos en realidad no representaba
un gran consuelo.
—¿Qué rayos haces aquí? —gruñó el hombre.
Por lo menos, ahora estaba vestido, algo que también le provocó alivio a la
joven.
—¿No oíste que te llamé? Vamos, vamos, sal de allí.
Charlotte recobró la sangre fría y golpeó al hombre con su tripié.
—¡Estás loca! —gritó el desconocido, defendiéndose del ataque. Tenía polvo
blanco en el brazo y eso distrajo más a Charlotte. Era el mismo polvo que cubría el
cardo y que ahora flotaba en el ambiente. De pronto, Charlotte se dio cuenta de que
si entraba sol en el suelo de la cocina debía haber un hoyo en el segundo piso y en el
techo de la casa. Alzó la vista al escuchar un estruendo proveniente de arriba. Parecía
como si un árbol estuviera a punto de derrumbarse…
El hombre profirió una maldición, aventó a un lado el martillo, hizo bajar a
Charlotte otro escalón de la escalera del sótano y la aplastó contra el muro.
—Mi tripié… —gimió la chica. Sintió que algo rozaba su cabeza antes que los
brazos del hombre la protegieran. Charlotte inhaló su aroma masculino consistente
en agua de río, champú y gasolina. Tenía un muro sólido y frío a sus espaldas y un
hombre cálido y sólido también enfrente. Se estremeció debido a ese calor y no al
frío. De pronto, el hombre dejó de aplastarla y Charlotte intentó recuperar el aliento.
—Ya vámonos —el hombre la tomó de la mano con fuerza.
—Mi tripié —exclamó, pero el hombre tiró de ella.
—Olvida ese maldito instrumento.
En vista de que el techo se estaba desmoronando y de que ese hombre tal vez la
salvaba de una muerte segura, Charlotte debió de haberse olvidado del tripié. No
obstante, estaba muy enfadada ahora y de pronto le pareció que su tripié era muy
importante. Se inclinó hacia el instrumento, pero el hombre la hizo subir a la cocina.
Fue como si la mansión hubiera esperado a que ellos salieran del sótano para que
una chimenea, que había estado en pie durante ciento cincuenta años, de pronto se
derrumbara y se estrellara sobre el suelo. Charlotte y su acompañante tuvieron que
retroceder. Bajaron de nuevo al sótano mientras las vigas del techo temblaban. Las
tejas y el resto de la chimenea cayeron con estruendo.
—¡Maldición! Todo se está cayendo sobre nosotros —gritó el desconocido—.
Ahora tendremos que esperar a que esto termine.

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El techo se cayó hacia adentro de la casa, sobre el segundo piso. Debido al hoyo
que había en el techo de la cocina, este se desplomó a su vez y los escombros llegaron
hasta la escalera del sótano, haciendo retroceder aún más a Charlotte y al hombre. De
pronto, una enorme viga cayó verticalmente y se atoró en diagonal en la escalera del
sótano. Más vigas se derrumbaron junto a la primera. Se escuchó un gran estrépito y
todo quedó sumido en la oscuridad.
Al fin, todo sonido cesó. El polvo se asentó y un rayo de sol se filtró por los
escombros, iluminando tenuemente el sótano. Charlotte y el hombre permanecieron
inmóviles, atónitos por lo sucedido.
De repente, un estrépito hizo vibrar el suelo de la cocina. Charlotte y el extraño
retrocedieron mientras veían cómo los escombros se compactaban más en las
escaleras. Parecía que un gigante había tomado el último pedazo de la mansión y lo
había usado para atrapar a los dos intrusos del sótano.

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Capítulo 2
De nuevo, el polvo se asentó y se hizo el silencio. No se escuchó ningún ruido
tal vez durante cinco minutos.
—Bueno, a lo mejor esto no está tan mal como parece —carraspeó Charlotte,
tratando de que el pánico no la invadiera.
—¿Y cuál es tu opinión respecto a esto, linda? —preguntó el hombre, a quien la
chica podía ver en la penumbra.
—Bueno, creo que podremos mover parte de esto —tragó saliva.
—¿Podremos? —apretó los dientes—. Te refieres más bien a mí, ¿verdad?
Después de que nos metiste en este lío, ahora yo debo actuar como si fuera Superman
para salir del problema.
—¿A qué te refieres con que yo tuve la culpa?
El hombre empezó a agarrar pedazos de ladrillo y teja de los escalones y los
aventó hacia el muro opuesto. Parecía estar ventilando su rabia y la chica se
estremeció con cada impacto.
—¿Qué les pasa a las mujeres? —gruñó—. Hace tres semanas que estoy
acampando junto al arroyo. Durante tres semanas gocé de paz y tranquilidad. Sólo
las víboras y los mosquitos me molestaban. Pero de pronto llega una mujer y, en el
espacio de una maldita hora, estoy atrapado en esta casa. Todo es culpa tuya. De no
ser porque te empeñaste en recoger tu maldito tripié, habríamos salido de aquí a
tiempo.
—Yo pagué mucho dinero por ese tripié —protestó la chica, temerosa—. Es
muy ligero y tiene un…
—No me importa si esa maldita cosa se transforma en un periscopio —rugió
él—. Vienes aquí sin pensar en tu propia seguridad, entras en una propiedad ajena —
la miró con ira—. Propiedad ajena —repitió, como si fuera un crimen.
—Yo no invadí ninguna propiedad. Pedí permiso antes de…
—Pediste permiso —se burló—. Pues yo no recuerdo haberte dado permiso
para venir a fisgonear en mi propiedad.
—¿Qué? —negó con la cabeza—. Sam Buchanan es el dueño de esto y… —se
quedó sin habla. De pronto, se puso lívida—. ¿Tú eres Sam Buchanan? —recordó las
fotos de la oficina de Champions y encontró cierto parecido con el hombre que tenía
enfrente.
—Vamos, no finjas inocencia. Sabes quién soy… de lo contrario, ¿por qué me
estabas fotografiando desnudo? ¿Y cómo lograste encontrarme? ¿Para qué periódico
sensacionalista trabajas?
Charlotte rio con una mezcla de impresión, confusión y miedo.

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—No trabajo para ningún periódico y no vine a buscarte a ti. Bueno, al menos
no hoy…
—¿Qué quieres decir?
—No pudimos verte en tu oficina —sintió alivio al descubrir que no era un
psicópata o algo peor, pero al mismo tiempo sintió nerviosismo por estar frente al
mismísimo Sam Buchanan—. Supongo que habríamos podido esperar o incluso
irrumpir en tu oficina y sacarte de tu regadera ejecutiva.
—¿Por qué hablas en plural? —la miró con suspicacia, como si estuviera loca.
—Me refiero a mí, a la señora Fullbright y a la señora Humphries… somos de la
Sociedad del Patrimonio Histórico. Fuimos a verte el mes pasado con una petición.
—¿Quieres decir que tú eres una de esas viejas fisgonas? —la miró con ganas de
matarla, pero al ver las piernas de la joven, decidió que no encajaba con la
descripción de Grahame Norris.
—Éramos dos viejas y una joven fisgona —habló fríamente.
—¿Eres una de esas problemáticas entrometidas que quieren que este cascajo se
incluya en el Patrimonio Cultural de la Nación?
—Ese sería el último recurso para salvar la mansión. Todo está escrito en
nuestras cartas… pero es obvio que aún no las has leído —comentó con ironía.
—Aquí esta mi respuesta, linda. No te metas en mis asuntos. No quiero que mi
propiedad quede en manos de una serie de samaritanas y burócratas que decidirán
lo que puedo y no hacer con ella. Y si te pesco una vez más aquí, te demandaré.
—Yo no invadí tu propiedad. Tu agente de bienes raíces me dio permiso para…
—Pues ese agente acaba de perderme como cliente. Es obvio que no ha venido a
inspeccionar el lugar, de lo contrario habría puesto un letrero. Hay un hoyo en el
techo y se han caído varias secciones esta semana. Cuando te vine a buscar, quise
advenirte del peligro, pero me atacaste como un gato enfurecido —se burló.
—Ah. ¿Para eso viniste a buscarme en tu moto, para advertirme acerca del
techo?
—¿Por qué creíste que te vine a buscar, linda? —se mofó.
—No lo sé. Un hombre… desnudo…
—¿Desnudo? —rezongó.
—… con la arrogancia de un luchador profesional, con cicatrices y lanzando
maldiciones y amenazas…
—Mira, linda, a mí lo único que me importaba era apoderarme de las fotos que
me tomaste mientras me bañaba —miró la cámara que colgaba del cuello de
Charlotte y ésta retrocedió.
—Pues yo no lo sabía. Podías ser un psicópata o algo peor. Si fueras mujer, ¿no
huirías en esas circunstancias?

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Esa pregunta lo dejó sin habla. Los ojos de Buchanan brillaron de hastío al
imaginarse como mujer.
—¿Qué es peor que un psicópata? —masculló él—. Pero debiste reconocerme —
de todos modos intentó echarle la culpa—. Debiste adivinar quién era yo.
—Quizá lo habría hecho de no ser porque te rasuraste el bigote. La única vez
que te vi en persona fue cuando te dirigías en tu auto a alguna fiesta. Te habías
levantado el pelo y te ajustabas una corbata de moño. Y tenías ese ridículo bigote. A
mí no se me ocurrió que un vagabundo desaliñado, barbón, bañándose en el arroyo
era el mundano y elegante Sam Buchanan, que se dedica a pelear en bares y
discotecas.
Él la miró, con desagrado.
—Entonces, ¿para qué trajiste la cámara? ¿Estás espiando a favor de tu grupo?
¿Vas a tomar fotos de un invaluable valor histórico para causarme un lío y así salirte
con la tuya?
—Yo iba a fotografiar una mansión invaluable antes que desapareciera —
corrigió—. Lo hago para los archivos de la Sociedad, pero ese también es mi
pasatiempo —se sentía rara, mareada. Empezó a temblar de modo incontrolable—.
Tomo fotos de casas viejas antes que sean demolidas o se derrumben. Un día de estos
escribiré un libro al respecto —empezó a levantar la voz—. Lo llamaré Rondando por
Casas Antiguas, porque eso dice mi prima que hago… Siempre estoy rondando casas
viejas, ¿entiendes la alusión? —empezó a toser debido al polvo y luego echó a reír—.
Jamás hago nada que arriesgue mi salud. Gale me dijo eso esta mañana —empezó a
reír con más fuerza.
—Basta —gruñó el hombre y la sacudió, pero Charlotte no podía dejar de reír ni
de hablar.
—Oh, espera a que Gale se entere… se va a morir de risa. Me dijo que no
caminara debajo de una escalera porque hoy es viernes trece. ¿Lo sabías? Hoy es día
de mala suerte, y otros piensan lo contrario. Yo nunca he sabido qué pensar. ¿Cuál es
tu opinión? ¿Crees que el trece es mi número de la suerte? —empezó a reír tanto que
perdió el equilibrio y retrocedió un poco para no caer—. Ya sé qué fue lo que se me
olvidó hacer hoy. Debí aceptar la pata de conejo que Gale me ofreció —y empezó a
gritar.
Sam la tomó por los brazos y la sacudió. Como eso no funcionó, la abofeteó. Eso
terminó de tajo con la histeria de Charlotte quien se quedó atónita y se frotó la
mejilla.
—No tenías por qué pegarme tan fuerte.
—Hay poca luz, así que juzgué mal la distancia —no estaba arrepentido—. Las
cosas ya están muy mal como para que le pongas histérica. Cálmate y ayúdame a
levantar esta viga.
Temblorosa por lo que acababa de suceder, Charlotte puso en el suelo sus
mochilas y la cámara. Trataron de mover la viga, pero fue en vano.
—Creo que debe pesar una tonelada —jadeó Buchanan.

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—Es eucalipto australiano. Tal vez la madera para construir esta casa fue
cortada en los árboles de la zona. Creo que cinco o seis hombres debieron arrastrar
esta viga para ponerla en su lugar. Henry Hawker… déjame ver, creo que fue tu
tatarabuelo materno… él debió de tener ayuda de los prisioneros que fueron
asignados a New South Wales, para poder edificar la casa. Había poca mano de obra
cuando empezó la fiebre del oro en 1840…
—No me des una sinopsis histórica, por favor. Vamos a tratar de levantar esto.
Aléjate —Buchanan sacó unas tablas de los escombros y las puso bajo la viga. Esta se
movió un poco igual que la masa de desechos. Pedazos de piedra y ladrillo llenaron
los huecos. Buchanan alzó la cara y de pronto retrocedió—. Mantente alejada y no
toques nada —advirtió—. Hay otra viga atorada que está a punto de caernos encima.
Si movemos cualquier cosa, el montón de escombros se nos vendrá encima como una
avalancha.
Charlotte vio lo que él quería decir. Los escalones eran de piedra y estaban
empotrados en un muro sólido. La viga de marras se apoyaba en un pedazo de una
chimenea y en tejas del techo. El extremo estaba roto, astillado y apuntaba hacia
abajo. Parecía una cruel trampa medieval en espera de ser accionada para caer.
Charlotte y Buchanan corrían el peligro de ser aplastados sin tener la menor garantía
de que eso los ayudara a abrirse paso por entre los escombros.
—Tal vez haya otra salida —Buchanan miró a su alrededor, pero la luz no
llegaba hasta los rincones del sótano.
—¿No lo sabes? —a Charlotte la asombró que él no conociera todos los detalles
de esa casa que le pertenecía.
—No.
—Pero… la casa ha sido de tu familia durante un siglo y medio.
—Bueno, pues yo no he vivido tanto tiempo —fue irónico—. Siempre hubo
muchos problemas con la familia de mi madre. Esta casa es un misterio para mí,
como lo es también el hecho de que mi tío Ralph me la haya heredado a mí.
—Ah. Bueno, en sus buenos tiempos, fue considerada como una de las
mansiones más lujosas de los alrededores. Los gobernadores solían cenar aquí y tus
ancestros organizaban importantes bailes en los salones. La cava de Henry Hawker
era la envidia de los colonizadores de Sydney y de Parramatta. Él plantó una viña y
produjo un vino de calidad hasta que las uvas quedaron infestadas con…
—Mira, ¿puedes dejar de actuar como una guía de turistas? —miró al techo—.
Quiero salir de aquí. Dime algo que sea más útil.
—Lo siento. Siempre hablo de más cuando estoy nerviosa. Puede que exista
otra entrada para recibir los toneles de vino y los víveres desde el exterior… Tengo
una linterna —se agachó y la sacó de la mochila.
—Eso es lo mejor que has dicho hasta ahora —tomó la diminuta linterna. La
encendió y alumbró a su alrededor. Charlotte vio cajas de madera llenas de viejos
periódicos, una cubeta que contenía agua opaca y una barra de jabón. Una colcha gris
yacía junto a un tazón despostillado. Una cama plegadiza estaba en un rincón y

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debajo había un bacín que por suerte estaba vacío—. Varios intrusos se establecieron
sin permiso aquí —explicó Buchanan mientras iluminaba una serie de posters
pegados al muro—. Vivieron aquí durante mucho tiempo —había muchas leyendas
pintadas en las paredes, palabras obscenas y chistes, todo escrito con mala ortografía,
que irritaba mucho a Charlotte. Buchanan la miró y no iluminó las inscripciones más
soeces.
—No te preocupes, ya he visto eso antes. Soy profesora de bachillerato —
explicó la joven.
—Una maestra. Y yo que no tengo una manzana aquí. ¿Y qué enseñas…
historia?
—La historia es uno de mis pasatiempos. Doy clases de inglés y de teatro y a
veces de matemáticas —lo oyó gruñir—. ¿No te gustaban las matemáticas?
—No me gustaban los maestros —por su tono de voz, le hizo saber a Charlotte
que no había cambiado de opinión desde entonces.
La joven se encogió de hombros y siguió buscando una salida. Había
respiraderos, pero estaban demasiados altos y sólo permitirían sacar un brazo.
Encontraron la segunda entrada, mas la habitación estaba cerrada y llena de
desperdicios también. Buchanan regresó a la escalera bloqueada y Charlotte lo
siguió. Él puso dos cajas de madera una encima de la otra y trepó sobre ellas para
inspeccionar las vigas—. Luego, se bajó e inspeccionó las paredes, concentrado.
—Ve si puedes encontrar una cuerda vieja —comentó de pronto.
Charlotte, quien ya estaba harta de seguirlo a todas partes sin que él
compartiera sus ideas, recordó que tenía otra linterna en su mochila. Fue a buscarla y
la encendió. Súbitamente todo el sótano quedó iluminado.
—¡Qué bien! —exclamó Buchanan y se adueñó de la lámpara sin que ella
pudiera evitarlo.
—¿Acaso hay alguna ley que me obligue a darte la luz más potente?
—La ley de la jungla. Soy más fuerte que tú —Buchanan le devolvió la linterna.
—Mira, ya estoy cansada de seguirte mientras meditas y me impartes órdenes
—comentó, frustrada.
—¿Y cómo es que estás aquí, cuando deberías estar en la escuela? —observó
Buchanan, sin tomar en cuenta el comentario de la joven.
—Un político visitó el lugar la semana pasada y nos dio un día especial de
asueto.
Buchanan maldijo a los políticos. Ahora, ya era obvio que no había otra salida
en el sótano. Buchanan dio un golpe en la pared y Charlotte se fijó en que tenía un
anillo de oro.
—¿Estás casado? —la chica recordó que Buchanan estaba divorciado o
separado. Empezó a interesarse por lo que se decía de él en los periódicos y revistas,
cuando se enteró de que él era el dueño de Cranston.

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—Vaya, sólo una mujer podía preguntar algo así en estos momentos —rezongó
él.
—No me importa cuál sea tu estado civil —Charlotte contestó fríamente—.
Confiaba en que tuvieras esposa que acampara contigo para que así viniera a
buscarte.
—Ninguna mujer vendrá a buscarme —habló con amargura—. Este anillo ya no
significa nada, pero no me lo puedo sacar. Un día de esos, tendré que ir con un joyero
para que me lo corte.
Así que él estaba divorciado. A Charlotte también la deprimió que la esposa de
Buchanan no existiera para que los auxiliara. Bajó la vista y, cuando la alzó, vio que
él ya estaba a un metro del suelo. Sus pies se apoyaban contra un muro de la escalera
mientras que su espalda se apretaba contra la otra pared. Al fin Charlotte entendió el
plan. Buchanan pensaba pasar por encima de la viga, utilizando la técnica de los
alpinistas para cruzar por desfiladeros y brechas muy estrechas.
—¿Es esta una buena idea? —inquirió, angustiada, al verlo hacer una mueca—.
Para llegar hasta arriba falta mucho todavía. Si te caes podrías quedar aplastado bajo
los escombros.
Pero él no la escuchaba y tampoco se veía amedrentado. Parecía estar
disfrutando del reto y eso alarmó a Charlotte.
—Espero que no quieras hacer el papel de un superhéroe, como en las películas.
Si tienes la fantasía de ser Indiana Jones, no lo intentes aquí. No quiero tener que sufrir
las consecuencias de tus tonterías.
—Pórtate bien conmigo, linda —sonrió—. De ese modo, regresaré por ti cuando
salga de aquí.
—No me llames linda. Ya es bastante difícil que la gente me tome en serio sin
que me ponga motes ridículos —se molestó.
—¿Qué?
—Claro, como tú mides un metro y noventa y eres hombre, la gente te toma en
serio de inmediato. Deberías tratar de ser mujer y de medir un metro sesenta.
De nuevo, la miró con los ojos brillantes de aburrimiento y Charlotte se
preguntó qué era más difícil para él: imaginar ser pequeño o imaginar ser mujer.
—Además, me llamo Charlotte Wells.
—Linda, no es momento para las presentaciones. Estoy subiendo por un muro y
no tengo red de seguridad —se apretó contra el muro y levantó los pies. La presión
muscular requerida para mantenerlo allí era enorme. Poco a poco, bañado en sudor,
subió. Abajo de él, estaba la viga que podía provocar una avalancha. Si alguien podía
hacerlo, ese era Buchanan. Era un hombre arrogante y malhumorado, pero era un
excelente atleta. Qué bueno que no quedé atrapada con Brian… Charlotte se
sobresaltó al pensar en algo tan desleal. Para ella, los músculos nunca fueron
importantes, no como la inteligencia o la sensibilidad de un hombre. Sin embargo,

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ahora, cuando se trataba de una cuestión de supervivencia, lo que se necesitaba era


precisamente la fuerza masculina.
—Ya casi llegas —exclamó con mucho entusiasmo—. Sam, eres maravilloso, ya
casi llegas…
El pie de Buchanan resbaló. Él pareció corregir el descuido, pero no fue así,
pues perdió el apoyo de la espalda. Cayó de lado, apenas rozando el extremo de la
viga astillada y, después de rodar por los escombros, cayó al sótano.
—Oh, no —Charlotte se arrodilló junto a él—. Vamos, no puedes estar herido —
la alarmó la quietud de él—. Vamos —se inclinó para tomarle el pulso. Jadeó de
alivio al sentirlo—. Estás vivo, gracias a Dios —le tocó la cabeza, pero Sam no parecía
estar golpeado allí—. Revisa los huesos —se dijo la chica, recordando el manual de
primeros auxilios de la escuela—. Si te rompiste algo, tendré que curarte mientras
estés inconsciente… —le abrió la camisa y le tocó las costillas, donde sintió unas
cicatrices—. Nunca he curado un hueso roto antes. ¿Qué decía el manual? Ah, sí,
debo hacer un entablillado. Tendré que desgarrarme la camisa para ello. Dejé las
vendas en el auto —se lamentó y unas cuantas lágrimas cayeron sobre Buchanan.
Charlotte se las secó y le revisó los brazos. El cuerpo tan fuerte ahora estaba sin vida.
Eso le provocó ternura y furia al mismo tiempo—. Maldito seas. Te dije que no
trataras de jugar al invencible —le revisó los tobillos y las pantorillas—. ¿Qué se
supone que debo hacer en un sótano con un hombre inconsciente y sin un botiquín
de primeros auxilios? ¿Cómo voy a salir de aquí sin ti?
—No hay nada como un poco de preocupación femenina —abrió los ojos y la
tomó de las manos, que ya le revisaban los muslos.
—Estás bien —lo abrazó, con alivio—. Gracias al cielo. ¿En qué te puedo
ayudar?
—¿Qué te parece si me das respiración artificial? ¿O acaso el manual no daba
instrucciones de cómo hacerlo?
Charlotte lo miró con enfado. De modo que él estuvo consciente durante todo
ese tiempo, mientras ella lloraba por él… Sam Buchanan estaba vivito y coleando y
era tan desagradable como antes.
—No bromees acerca de la respiración artificial, señor Buchanan —se tornó
muy seria—. Tal vez la necesite la próxima vez.
—Llámame Sam —sonrió—. O cariño, mi amor o como quieras.
—Sam —dijo la chica con decisión y lo ayudó a levantarse, poco a poco, pues él
estaba muy adolorido, sobre todo del muslo izquierdo.
—Se sincero conmigo —le pidió ella después de unos momentos—. ¿Crees que
podremos salir de aquí sin ayuda?
—Sólo si encontramos la forma de subir por esos escombros sin ser aplastados.
Tal vez tengamos que esperar a ser rescatados.
—¿Cuánto tiempo crees que pase antes de que alguien venga por aquí?
—Eso depende de ti.

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—¿Por qué? —Charlotte se tomó incómoda.


—Pues, porque yo me aseguré de que nadie supiera mi paradero. ¿Cuánto
tiempo pasará antes que alguien note tu ausencia?
—No será antes del lunes por la noche —calculó ella.
—¡Qué! —palideció—. Pero si hoy es viernes.
Se hizo un silencio mortal. Eso implicaba que faltaban tres días y tres noches.
Sam se levantó y una cucaracha corrió a esconderse.
—¿Por qué yo? —preguntó a las cantantes fotografiadas en los posters—. ¿Acaso
me crucé con un gato negro o abrí un paraguas adentro de una casa?
—Lo que pasa es que hasta el lunes por la noche mi prima notará mi ausencia,
mas no sabrá en dónde buscarme. Creo que nadie se imagina dónde estoy —contestó
sombría.
—Tienes que habérselo dicho a alguien —rezongó él.
—No. Anoche fue cuando decidí que vendría, así que sólo tuve la oportunidad
de decírselo a Gale pero ella no me hizo caso…
—El agente de bienes raíces. Él sabe que estás aquí.
—Hace varias semanas que le pedí permiso para venir y él me dijo que podía
hacerlo cuando yo quisiera antes que la casa fuera demolida. Además, no creo que
nadie le pregunte a él su opinión, cuando traten de encontrarme.
—Las viejas fisgonas… tus colegas de historia…
—La señora Fullbright y la señora Humphries se fueron de viaje a Nueva
Zelanda con la hija de la primera… se quedarán allí durante un mes.
—Bueno, alguien de tu sociedad debe saber que ibas a fotografiar esta casa —se
enfadó Sam.
—Me dieron una lista de los lugares que tenía que fotografiar para los archivos
de la sociedad. Este es sólo uno de ellos. Maldición. ¿Por qué no me quedé en casa a
lavar las cortinas? —se lamentó—. Habría podido ir a ese seminario de salud
naturista con Brian…
—¿Quién es Brian? ¿Tu novio?
—Es un colega. Hemos salido unas cuantas veces.
—¿Y tu colega no quiso saber dónde estarías en vez de ir con él a oír una
conferencia sobre brócoli y soya?
—Yo sólo le dije cuál era el plan A —se mordió el labio—. El plan A era comer
con mis padres. Ellos cancelaron la cita, así que llevé a cabo el plan B, que era venir
aquí.
—¿No les contaste a tus padres acerca del plan B?
—No.
—¿Por qué no?

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—Pues porque si no tenían tiempo para el plan A, no estarían interesados en el


plan B.
—Debes haberle dicho algo a alguien; a tus vecinos, a algún profesor de la
escuela… a una amiga, a la vendedora del rollo para tu cámara…
Charlotte negó con la cabeza.
—Tu auto —le señaló—. Estacionaste tu auto en la calle. Alguien lo verá y hará
averiguaciones.
—Lo estacioné debajo de un sauce, cuyas ramas llegan hasta el suelo.
—¿Por qué rayos hiciste eso?—gritó, considerándola una tonta.
—Pues para que estuviera en la sombra. El sol perjudica la pintura…
—No lo puedo creer. Estoy atrapado con la única mujer que he conocido a
quien le importa la pintura de su auto. ¿Haces esto con frecuencia? —la miró
molesto—. ¿Desapareces en el campo sin dejar ninguna huella, sin decirle nada a
nadie?
—¿Y qué me dices de ti? —replicó Charlotte. Lo vio alejarse y miró con tristeza
los muros llenos de inscripciones. De pronto, exclamó—, ¡las personas que vivían
aquí! Ellos tendrán que venir.
Sam rió sin diversión.
—Me temo que no será así. Les dije que se fueran hace un par de días.
—Pero tendrán que regresar por… su colcha —pero al ver la desgastada colcha,
se dijo que nadie volvería por eso.
—No volverán. Les dije que si los veía de nuevo por aquí, llamaría a la policía.
—Ellos no te hacían ningún daño —exclamó la chica, muy preocupada por
aquellos vagabundos que ya no regresarían a ayudarlos—. ¿Por qué no los dejaste
quedarse aquí?
—Porque no quería que se convinieran en vagabundos muertos —señaló Sam,
mientras caminaba de arriba a abajo, imitando a Charlotte, buscando alguna salida.
Empezó a golpear los muros, a lanzar maldiciones en contra de los políticos, de los
agentes de bienes raíces y de las fotógrafas aficionadas—. Debí poner el letrero antes
—por fin, decidió aceptar que él tenía en parte la culpa de lo que había sucedido ese
día.
—Un letrero —Charlotte lo miró con fijeza y recordó el martillo—. Ese ruido
que oí… esas vibraciones… justo antes que tú entraras por segunda vez a la casa…
¿Acaso estabas clavando algunos letreros afuera de la casa?
Sam frunció el ceño y asintió.
—Demonios —miró al techo—. Vibraciones… no creo que hayan sido lo
bastante fuertes como para… —se interrumpió. Ni siquiera el estaba convencido de
lo que decía.
—¿Qué decían los letreros?

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—ALÉJESE. EL TECHO PUEDE DERRUMBARSE.


Charlotte estaba muerta de miedo, pero de todos modos la situación le pareció
graciosa. Todo era de un humor negro inmejorable.
—Estuviste colocando unos letreros para que nadie se aventurara a entrar en la
casa y pudiera quedar aplastado bajo el techo y éste pudo haberse caído por la forma
en que estabas martillándolos para impedir que esto sucediera… —empezó a reír y
Sam rió con ella. Después, ambos volvieron a revisar para comprobar si no había una
puerta, ventana u hoyo que no hubieran visto.
—Espero que no ronques, linda.
—¿Por qué lo dices?
—Porque parece que pasaremos la noche aquí y sólo hay una cama.

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Capítulo 3
Charlotte miró la cama plegadiza. No parecía ser muy sólida, el colchón estaba
sucio, y lo peor de todo: era muy estrecha. Miró a Sam y se dio cuenta de que
tendrían que dormir muy pegados para caber en la cama. La alternativa era dormir
en el frío suelo de piedra por donde correteaban las cucarachas. Charlotte se
deprimió y de nuevo se puso nerviosa.
—¿Por qué no tomamos un poco de té? —inquirió con una alegría falsa.
—¿Té? —la miró con una mezcla de esperanza y también de suspicacia.
Pensaba que estaba a punto de tener un nuevo ataque de histeria.
Charlotte buscó en su mochila la comida. De nuevo se deprimió al pensar que
debió disfrutar de esa comida sentada bajo un árbol, tomando el sol… viendo el
cielo… De nuevo, sintió pánico.
—Hay emparedados, fruta, pastel —puso un mantel encima de una caja—. Por
suerte, traje una botella de vino… —por suerte… —Echó a reír por la ironía de las
palabras—. No lo habría hecho de no ser porque Gale se llevó mis jeans. La botella de
vino era de ella —explicó.
—Ah, ya entiendo —susurró, serio.
—Tenemos un termo con té. Y leche. Espero que no tomes azúcar porque no
traje.
—¿No tienes limones para el té? —bromeó y abrió el termo del té para servir
dos recipientes de plástico. Compartieron un emparedado de queso y pepinillos—.
Es mejor no comerlo todo de una sentada. Sólo por si las dudas…
La comida los animó. Sam probó el agua embotellada que dejaron los
vagabundos.
—Parece que está fresca. Supongo que fue tomada del arroyo.
—Espero que la hayan tomado río arriba del lugar donde te lavas el pelo —
bromeó la chica. Sam la miró con molestia antes de llevar el bacín y la cubeta, con
agua a la otra parte del sótano, en donde alguna vez se habían guardado los vinos y
que tenía más intimidad. Charlotte se llevó el pedazo de jabón y sacó una toallita de
su mochila. Sam Buchanan miró todo con diversión.
—Juguemos a la casita.
Después de todo, ya no pudieron hacer nada y el tiempo transcurrió con
lentitud. Charlotte empezó a deprimirse.
—¿Te das cuenta de que es posible que nunca nos encuentren aquí? —inquirió
ella, enfrentándose a la idea. Ya casi oscurecía. Se sentaron en la cama, separados—.
Podríamos morir aquí. Eso es absurdo. La gente no puede morir sólo porque quiere
tomar unas fotografías y hacer un día de campo, ¿o sí?
—Tranquilízate. Tenemos aire, comida y agua. Aún falta mucho para morirnos.

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—Yo siempre trato de decirles a mis alumnos que todas las adversidades tienen
algo de positivo —lamentó, sombría.
—Pues trata de encontrarle algo positivo a esto, linda. No te vayas a poner
histérica de nuevo.
Charlotte se calmó. Pasó una hora. Cada vez hacía más frío. Sacó su suéter de la
mochila, pero de todos modos tuvo frío. Pensó en su vida y en lo que podía suceder
ahora y se enfadó.
—No es justo —se levantó de la cama—. He trabajado tanto… He estudiado y
trabajado mucho porque creo en lo que hago y he ahorrado casi todo lo que gano.
Ahora ya tengo suficiente como para dar el enganche de una casa propia… No es
justo. Ni siquiera he empezado a vivir. Me he estado preparando para hacer todas las
cosas… He estado esperando. He sido…
—¿Buena? —se burló.
—No es gracioso —replicó—. Estaba segura de que uno de estos días iba a
viajar, que escribiría un libro, que conocería a un hombre que fuera diferente a todos
los demás. He esperado conocer a ese hombre y por eso no he… Oh, eso sí que sería
una ironía… haber esperado por nada. No sería justo —exclamó.
—Oh, linda, ¿no sabes que la vida es injusta? —rió—. Cálmate. Tal vez
encontremos la forma de provocar una avalancha en los escalones sin quedar
sepultados por los escombros… quizá tu prima recuerde el nombre de este lugar y
organice una comisión de rescate. Un terremoto puede ayudar a que tus viejas
fisgonas regresen más pronto de Nueva Zelanda. Podríamos salir de aquí el lunes
por la noche. Y, si nadie viene por aquí el martes, entonces tendré que volver a hacer
las veces de Indiana Jones y jugarme el todo por el todo.
—El lunes por la noche. ¡Maldición! —exclamó de pronto y dio un puñetazo en
el muro—. Si no salgo de aquí el lunes, perderé a Christopher.
—Creí que tu novio se llamaba Brian.
—Christopher es uno de mis alumnos. Christopher Dunlop.
—¿Es tu consentido?
—No es el consentido de nadie. Es insolente, necio, flojo y sólo mueve un dedo
para molestar a todos. Es un vándalo y un mentiroso. Me ha tomado un año hacer
que me diga cuáles son sus ilusiones. ¡Un año!
—¿Y qué desea Christopher? —Sam se mostraba curioso.
—Construir puentes. Quiere ser constructor, pero está convencido de que es
muy tonto y de que el sistema está en su contra. Su padre lo ha golpeado tanto que le
ha quitado su autoestima. Así que Christopher se dedica a destruir cosas —se rió
ante la ironía de la vida—. Sueña con ser un ingeniero y construir puentes y la misma
tarde que me lo confesó, me destrozó las llantas del auto con un cuchillo.
—¿Y qué hiciste? —Sam silbó.
—Le pasé la cuenta de unas llantas nuevas.

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—¿De veras? —se quedó impresionado.


—Hace semanas que intento convencerlo para que tome clases extra conmigo.
Por fin, accedió e íbamos a empezar este lunes. Si no llego a la cita, Christopher se
encogerá de hombros y pensará que sólo soy un adulto más que lo defraudó.
—Deberías ser más objetiva. Las cosas te importan demasiado.
—Lo que pasa es que no soporto el desperdicio. Christopher es un chico
inteligente y se está desperdiciando.
—Casas en ruinas, chicos con problemas —gruñó—. ¿Qué más quieres salvar?
—cerró los ojos y pareció olvidarla.
Charlotte miró las inscripciones en los muros y se deprimió.
—Cuéntame sobre tus viajes —pidió al volverse a sentar. Se cubrió con la
colcha—. Supongo que has viajado por todo el mundo… jugando cricket.
—Claro. Y también he ido a muchas partes donde no se juega ese deporte. Y no
te pierdes de gran cosa. Un lugar se parece mucho a otro.
—Ese fue un comentario muy cínico.
—¿En dónde has estado tú? —Sam se encogió de hombros.
—He visitado Australia en su totalidad y fui dos veces a los Estados Unidos,
pero estaba demasiado chica como para poder apreciarlo —suspiró—. Cuando
cumplí doce años, me quedaba en casa de mis tíos cada vez que mis padres salían de
viaje. Y desde entonces no he salido de esta ciudad —eso era porque Charlotte era
muy independiente y así lo había decidido, pues sus padres siempre le ofrecían que
los acompañara.
Sam también se cubrió con la colcha y al hacerlo sintió que Charlotte seguía
temblando. La tomó de la mano y suspiró.
—Bueno, ¿por dónde quieres empezar? Te puedo llevar a Inglaterra, la India,
Sri Lanka, Nueva Zelanda, las Antillas, Francia, Canadá o Malasia… ¿A dónde
quieres ir, Charlotte Wells?
Charlotte sintió que ese hombre no era del tipo que echaba a volar su
imaginación, así que le simpatizó más por tratar de hacer un esfuerzo para que ella
no se pusiera histérica.
—Mmm. Me gustaría ir a Nueva Zelanda. O a París. ¿Has estado allí?
—Sí, varias veces —hizo una mueca—. Bueno, empezamos —apagó la linterna
y empezó a hablar de los hoteles en París, de la Torre Eiffel y del número de
escalones que había dentro del Arco del Triunfo. Le contó sobre la vida nocturna en
París. Sin embargo, habló con tanto pesimismo que Charlotte no pudo imaginar
nada. Según Sam, París, la ciudad de los enamorados, era algo deprimente. Charlotte
pensó en su prima Gale quien se pasaría la noche viendo películas de horror,
mientras que ella estaba enterrada en un sótano con el guapo hombre moreno con el
que soñaba Gale. Y pensó en sus padres, quienes estarían grabando otro disco y no
pensarían en ella. Y pensó en Sam Buchanan, en esa cama y la larga y fría noche que

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los esperaba—; hay botes que te llevan a dar una vuelta por el Sena. Se llaman
bateaux mouches —concluyó Sam—. ¿Quieres oír cómo es Londres ahora?
—No, gracias.
—¿Qué te pasa? —enfadado, Sam la iluminó con la linterna—. Querías saber
sobre París y le conté cómo era —parecía un hombre rechazado en un momento de
generosidad.
—Quiero saber de París… no estar presente en el momento de su entierro —
Charlotte se quitó la linterna de la cara.
—Vaya, eres una ingrata… Yo sólo traté de evitar que volvieras a ponerte
histérica. No esperes simpatía de mi parte si de nuevo te pones a gritar, linda.
—Aprecio tu esfuerzo por distraerme, pero no quiero que todo el mundo quede
hecho una basura por tu cinismo… aun si nunca llego a conocerlo.
—Muy bien, linda. Vamos a comer uno de tus emparedados y a dormir.
Terminaron de comer con rapidez y Sam encendió la lámpara.
—Sólo por unos momentos, para no gastar la batería —comentó él. Charlotte
empezó a guardar el termo y a limpiar sus cosas mientras él la observaba. Por
primera vez desde que salió de su casa, Charlotte se dio cuenta de que su aspecto
debía ser deplorable y quiso arreglarse un poco. Pero la molestó sentir ese deseo sólo
porque Sam la miraba.
La cama parecía ser más estrecha que nunca. Charlotte trató de buscar si no
había un colchón viejo o una bolsa de dormir en alguna parte. Sam la miró con sorna.
—Si crees que seré un héroe y que dormiré en el suelo para dejarte la cama,
estás loca. Sólo hay una cama y una colcha y tengo la intención de usar ambas cosas,
¿lo entiendes?
—Muy bien —lo miró con aprensión.
—La caballerosidad ya no existe. Y te advierto que la noche será muy fría. Hace
veinte noches que duermo a diez grados bajo cero, sin importar que los días sean
muy cálidos —apagó la lámpara y encendió la linterna para alumbrar la cama—.
¿Nos acostamos?
—Puedes dormir en la cama. Dudo que yo pueda hacerlo. Me sentaré en una de
estas cajas… —y tiró de una caja mientras Sam la examinaba en silencio.
—Dijiste que esperabas conocer a un hombre diferente… ¿Significa eso que
nunca has estado en una cama con un hombre? ¿Es por eso que estás tan nerviosa? —
suspiró y la tomó del brazo—. Tranquila —la hizo sentarse en la cama—. No todos
somos unos salvajes. Por más increíble que te parezca, puedo compartir una cama
con una mujer sin perder el control. Te aseguro que para hacer el amor, primero me
debe atraer la mujer… —iluminó sus senos pequeños, su estrecha cadera y sus
piernas muy delgadas—. Y te aseguro que no se me hace agua la boca —concluyó,
con aspereza.

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Charlotte se ruborizó. Aunque ella no le gustara, pensó que eso no era


suficiente protección… Habría preferido que Sam la dejara en paz porque la
respetaba como persona, y no porque ella no era su tipo.
—¿No me crees, linda? Ya sé que me catalogas como un bárbaro y un maniático
sexual, pero tú eres una de esas doncellas victorianas que en el fondo están
obsesionadas por el sexo.
—Mira quien habla —se burló Charlotte.
—¿Qué dices?
—Tú publicas el catálogo y el calendario Champions. ¿No puedes vender palos
de golf ni esquís sin fotografiar a chicas en bikini?
—El día que los hombres dejen de prestar atención al cuerpo femenino será el
día en que éste deje de usarse para vender cosas.
—¿Y qué porcentaje de tus clientes son mujeres? ¿Quién compra el equipo
deportivo de los niños… los zapatos de fútbol, los shorts, las pelotas de tenis? Pues
las madres de ellos. ¿Y crees que ellas quieren tener un calendario de chicas
semidesnudas en la cocina? Yo hablo con muchas madres de familia y le aseguro que
eso les desagrada.
—¿Cómo rayos estamos hablando sobre las estrategias mercantiles de mi
compañía? —se enfadó—. Y quítate eso si vas a dormir conmigo.
—¿Qué? —Charlotte no supo a qué se refería hasta que lo vio mirándole los
pies.
—No voy a compartir la cama con tus botas.
Charlotte se dio cuenta de que su nerviosismo confirmaba la teoría de Sam de
que parecía una doncella victoriana. Lo que pasaba con los hombres era que no
entendían la peculiar vulnerabilidad de ser mujer… Charlotte empezó a quitarse las
botas.
—¿Son excedentes del ejército? —inquirió y tomó una—. Son demasiado
grandes para ti y son de hombre, demasiado pesadas. Es una tontería ahorrar en algo
como esto. Apuesto a que te duelen los pies por caminar con ellas.
Charlotte no dijo nada. De no ser porque los pies le dolieron y se dirigió al
arroyo, tal vez no estaría allí ahora… Tímida, se acostó en la cama. Sintió el peso de
Sam cuando éste hizo lo mismo, empujándola a la orilla. Ya todo estaba oscuro.
—Esto es demasiado estrecho, así que no podemos guardarnos rencor, linda —
con un brazo musculoso, la acercó a su cuerpo, abrazándola por el estómago.
Charlotte se alzó para facilitar el movimiento. Sam dobló las piernas y Charlotte lo
imitó, tomando la esquina de la colcha que él le aventó. Aparte de los movimientos
necesarios, Charlotte se quedó quieta. Sam se movió docenas de veces hasta que se
acomodó contra la chica, resignado. Charlotte lo sintió suspirar sobre su cabello antes
que él se quedara quieto.

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—Por el amor de Dios —tiró de su brazo después de unos minutos—, ¿por qué
asumes la actitud de una doncella a punto de ser sacrificada? Creí que ya habíamos
aclarado eso.
—¿Por qué eres tan intolerante? Estoy un poco tensa, nada más. Esta es la
primera vez que estoy sepultada en vida en un sótano.
—Los dos somos vírgenes en lo que a eso se refiere, linda —bromeó—. Relájate,
me haces sentir muy incómodo.
—¡Qué desconsiderada soy! —se burló.
Sam echó a reír y sacudió a Charlotte con las vibraciones de su cuerpo.
Irradiaba una calidez que la invadió y la hizo sentirse mejor.
—¿Qué edad tienes, linda?
—Hoy envejecí el equivalente a cincuenta años, lo cual hace que casi tenga
setenta y tres.
—Dime algo —sonrió, curioso—. ¿Cómo es que a tu edad no tienes…
experiencia?
—Si eso fuera cierto, y no te estoy diciendo si lo es o no —se tensó de nuevo—,
no entiendo por qué no lo podrías creer.
—Soy un cínico.
—Como tú mismo lo dijiste, no todos son promiscuos. No todos se dejan llevar
por la moderna obsesión de todo lo que es físico.
—Pero, de todos modos… esperar tanto tiempo… casi tienes setenta y tres años.
Charlotte echó a reír.
—¿Hay alguna razón en especial para eso, linda? ¿Acaso fuiste novicia o algo
parecido?
—No —fue cortante.
—Tu novio, Brian… ¿acaso él no se ha acercado a ti?
El silencio de la joven habría intimidado a otro que no fuera Sam. Este se
mantuvo impasible, pues lo intrigaba la falta de vida amorosa de Charlotte. Tal vez
eso era una peculiaridad en una época en la que todos buscaban la gratificación
sexual. A veces Charlotte sentía que era una mujer rara, pues, a pesar de haber tenido
muchas oportunidades para hacer el amor, no lo había hecho. Siempre falló algo en
los hombres que le propusieron tener relaciones sexuales. Y ahora, a los veintidós
años, ni siquiera sabía qué estaba esperando. Y tal vez ahora ya nunca lo sabría…
—Tal vez tienes mucha fuerza de voluntad —especuló Sam—. ¿O puede ser
que no tengas urgencias sexuales? O quizá Brian no le atraiga como hombre.
—Si estás tratando de que no me ponga histérica, Sam, prefiero tus deprimentes
descripciones de París —se exasperó. No podía hacer nada por defender el atractivo
sexual de Brian frente a un hombre que sólo irradiaba sex appeal. Sin embargo, Sam
ya no comentó algo más sobre el tema.

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El frío arreció. Empezaron a temblar, acurrucados uno contra otro,


agradeciendo el calor corporal que mutuamente se proporcionaban. Charlotte sentía
un afecto falso por Sam, por el hecho de estar allí, vivo y cálido. Era un hombre
brusco, rudo, necio y egocentrista, pero ella supuso que podría estar atrapada con
alguien peor.
Escucharon un pequeño ruido en la pila de escombros y unas cucarachas
cruzaron el suelo y los muros.
—¿En dónde está la linterna? —susurró Charlotte.
—¿Te da miedo la oscuridad, linda? —inquirió con infinita tolerancia
masculina.
—Quiero ver si hay ratas o ratones…
—¿Ratas? —se tensó, jadeante.
—¿Te dan miedo las ratas, Sam? —se burló. Lo vio erguirse y pasear la linterna
por todos los rincones—. Sí tienes miedo. Relájate —sonrió, más tranquila ahora que
estaba con un hombre que le tenía miedo a algo—. Las oiremos acercarse. Sus ojos
brillan con un color rojo en la oscuridad.
—Mi buen nombre ahora está por los suelos, mi matrimonio fracasó, perdí a mi
hijo y justo cuando creí que las cosas no podían ser peores, estoy atrapado con una
rubia parlanchina, una cama espantosa y tal vez ratas —suspiró.
—Preferiría que no me catalogaras como una "rubia parlanchina". ¿Dijiste que
tienes un hijo? ¿Eres padre? —inquirió, asombrada por esa nueva información. No
recordaba haber leído nada al respecto.
—Sí, es un niño. Tiene cuatro años. Vive con su madre. Se llama Steven —fue
brusco—. Stevie —añadió con la pena del padre que ya no puede ver a su hijo. De
inmediato, calló, como si lamentara haber revelado demasiado de sí mismo.
Charlotte se dio cuenta de que para ella había dejado de ser un hombre
malhumorado y egoísta para ser un hombre de carne y hueso, con miedos y
sufrimientos. Y ahora ella sentía curiosidad por saber más.
—¿Stevie… es inteligente? —inquirió. Era un tema infalible para que los padres
empezaran a hablar. Poco a poco, Sam le contó todas las señas de la genialidad de
Stevie Buchanan. La primera palabra proferida a los once meses, su extraordinario
entendimiento a los dos años, su increíble coordinación física a los tres…
—Tiene un palo de cricket en miniatura. La primera vez que le lancé la bola, le
pegó muy fuerte, como todo un campeón de la serie internacional —recordó.
—Mira, creo que ha llegado el momento de decirte que me aburre el cricket —
advirtió—. No quiero que ahora me des un relato detallado de los mejores jugadas y
partidos.
—No, eso lo usaré como un antídoto para después…
—¿Un antídoto para qué?
—Para tus sermones sobre historia —sonrió—. Jaque mate, linda.

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Cuando Charlotte lo vio esa tarde, no creyó que él tuviera sentido del humor.
Recordó la forma en que lo observó cuando se bañaba en el arroyo y de nuevo la
asombró la forma en que quedó apabullada por su presencia. Había visto a muchos
hombres guapos antes… El baterista de sus padres era un hombre joven, musculoso,
con una esplendorosa sonrisa y un pecho tan magnífico que nunca se lo cubría. Sin
embargo, Charlotte intentó recordar a Quinn y no lo logró.
—Buenas noches, linda. Charlotte —y añadió, después de una pausa—. Charlie.
¿Te importa si te llamo Charlie?
—Claro que no, Sam. Sammie.
Sam rió y a Charlotte le pareció increíble que, dadas las circunstancias, aún
tuvieran ánimo para reír. Acostada, acurrucada contra el fuerte cuerpo de Sam quien
apoyaba su mano en su estómago y poco a poco se relajaba, supo que no podría
dormir. Charlie. Le gustaba la forma en que él lo decía. La respiración de Sam se hizo
más pausada y arrulló a Charlotte quien también se durmió.

Charlotte despertó y quiso apagar el despertador. Mas no lo encontró. ¿Qué


había pasado con su despertador? Tal vez Gale lo tomó de nuevo… Eso ya era el
colmo. Charlotte cerró los ojos y escuchó una respiración pausada. Sintió un peso
sobre sus piernas. Alguien estaba en la cama con ella.
Charlotte nunca había dormido con nadie desde la época de su niñez cuando a
veces se refugiaba en la cama de sus padres para escapar de sus pesadillas. Ahora,
tenía encima una pierna musculosa y masculina. Un brazo igualmente musculoso la
rodeaba y se sintió apabullada por tanta masculinidad, como si se hubiera encogido
durante la noche. Trató de alejarse, mas no lo logró y sintió claustrofobia. Intentó
aventar el brazo de Sam, pero éste sólo acomodó mejor su pierna entre las suyas y
apoyó la mano en su vientre.
—Mmm —murmuró Sam contra su cuello, moviendo su rasposa barbilla de
lado, provocándole cosquillas en la espalda. Del cuerpo de Sam emanaba un calor
casi tropical y Charlotte se preguntó si no había imaginado el frío de la noche. De
pronto, él alzó la mano y tomó un seno de Charlotte quien jadeó, atónita—. Mmm —
murmuró él de nuevo, satisfecho. Charlotte le tomó la mano y la empujó pero, un
momento más tarde, Sam repitió el movimiento, acariciándola. A pesar del sostén y
de su camisa de manta, la sensación que invadió a Charlotte fue maravillosa, como si
una oleada de placer recorriera todo su cuerpo. Charlotte se ruborizó, pues esa
caricia no era para ella en especial. Ella podía ser cualquier mujer para Sam. Pensó
que se sentiría mejor si Sam supiera que era ella, Charlotte. Trató de levantarse de la
cama, pero él la abrazó con más fuerza. Contuvo el aliento al sentir la clara evidencia
de la excitación de Sam. Sabía que estaba dormido todavía. Y también se dio cuenta
cuando él despertó, momentos después.
Charlotte decidió fingir que dormía y empezó a respirar lenta y profundamente.
Cerró los ojos. Tal vez Sam la creería dormida. Él le dio un beso en el cuello y de
pronto abrió los ojos. Ya debía haberse dado cuenta de que no soñaba o que ella no

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era la mujer con quien él solía despertar. Y luego descubrió lo que sus manos estaban
haciendo, casi por voluntad propia. Sam se apartó de Charlotte con rapidez.
—¿Qué demonios…? —Sam maldijo y se separó del todo de ella—. Buchanan,
estúpido… pareces un adolescente… —masculló y Charlotte tuvo que contenerse
para no echarse a reír—. ¿Charlie, estás despierta? —inquirió con cautela.
—Mmm —murmuró y fingió que despertaba. Se volvió y vio la boca y la
naciente barba de Sam, su cicatriz sobre la ceja. Le era familiar, pero al mismo tiempo
era un extraño, aunque habían dormido juntos. Sam estaba un poco angustiado y eso
le agradó mucho.
—Vaya, pareces un vagabundo —comentó Charlotte, sorprendida en el fondo
por la calidez que sentía por él.
Él la miró con detenimiento, con sus azules ojos. Tal vez la comparaba con el
tipo de mujer con quien normalmente hacía el amor por las mañanas… Eso la
amargó un poco.
—Sí, me siento como un vagabundo —se pasó una mano por la barba.
—¿Cómo fue que te hiciste tantas cicatrices? —demasiado tarde, Charlotte se
dio cuenta de que se refirió a la cicatriz que no estaba a la vista, a la cicatriz que le vio
cuando estaba desnudo en el agua.
—Vaya, sí que me miraste bien, linda —sus ojos brillaron con sarcasmo—. Esta
—se palmeó las costillas—, fue provocada por un accidente cuando esquiaba en el
agua. Y además, también me lastimé la frente en ese momento… tenía diecinueve
años y, como era muy macho, no quise ponerme un casco. Bueno, pues te aseguro
que, desde entonces, no esquío si no es con casco.
Pero el episodio no lo curó de seguir siendo un macho. Sam era un hombre muy
masculino por naturaleza y Charlotte nunca había estado con alguien que tuviera un
magnetismo personal tan poderoso. Sam la miró un momento más y luego se
levantó. Se estiró para calentar los músculos y luego dio unos brincos y corrió en un
mismo sitio. Era obvio que estaba tratando de ejercitar su pierna izquierda.
—Hablaste mientras dormías —comentó al volver a ver a Charlotte.
—¿Y qué fue lo que dije?
Sam se tomó las muñecas con las manos e hizo unos ejercicios isométricos. Aun
bajo la tenue luz del amanecer, Charlotte pudo ver cómo se movían sus músculos
bajo la camiseta.
—Pues hablaste de muchas cosas… comentaste algo acerca de un dios romano
en un arroyo —la miró con una sonrisa traviesa.
Charlotte lo miró con desagrado y Sam bajó unos cuantos puntos en su estima.
Él debió tener la suficiente diplomacia como para no mencionar el incidente,
considerando lo que él estuvo haciendo mientras dormía junto a ella.
—Pues debo haber estado soñando. Sabes, de hecho tuve otro sueño antes de
despertar —frunció el ceño, como si intentara recordar de que se trataba. Por el

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rabillo del ojo, se dio cuenta de que Sam había dejado de hacer ejercicio—. No
recuerdo bien de que se trataba salvo que… este…
—¿Qué cosa? —la miró, tenso.
—Que fue algo horrible.

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Capítulo 4
—"Olvida las notas y toca la música" —leyó Charlotte en el muro. Habían
pasado la mitad del día tratando de erosionar la mezcla de cemento de un ladrillo,
subidos en unas cajas, a nivel del suelo. A Charlotte le dolía el cuello por la faena y
ahora descansaba mientras Sam seguía golpeando el cemento con medio ladrillo y un
pedazo de tubo—. "Los ruiseñores han olvidado las palabras". Eso casi suena poético
pero tiene un error de ortografía. Debo decírselo a mi padre, pues siempre busca…
—se interrumpió. Su padre siempre buscaba ideas para escribir canciones, pero
Charlotte no quiso hablar sobre él, pues, de hacerlo, Sam se olvidaría pronto de ella
para concentrarse en la emocionante vida de Linda y Martin Wells.
—¿Qué busca?
—Ya sabes, cosas raras, frases ocurrentes —vaciló—. Me pregunto quién hizo
esa inscripción en el tronco que está junto al arroyo. "Robert y Emma. Los días
terminan con el encuentro de los amantes". Es la cita de un poema de Twelfth Night.
—Vaya, ahora mi educación está completa —se burló—. ¿Bob y Emma no
cometieron errores de ortografía, maestra? ¿Qué calificación merecen?
—Estás insoportable.
—Eso me pasa por estar atrapado con una profesora. Me recuerdas a una vieja
cascarrabias que me dio clases en la primaria, la señorita Penrose. Solía apretar los
labios como tú cuando veía un error de ortografía. Y me miraba con visión de rayos X
cuando decía, "Samuel Buchanan, el hecho de correr rápido y lanzar bien una bola no
te bastará en la vida para salir adelante. Pon atención".
—Soy demasiado joven para que me consideres una cascarrabias —la
impresionó la imitación de la señorita Penrose.
—Bueno, las fieras también cambian con los años. Ella puede haber sido muy
parecida a ti cuando joven.
Charlotte lo miró molesta y eso lo animó. Miró los huecos que quedaban en el
muro. Habían roto ya dos posters para cortarlos en pedazos y escribir en el reverso
una nota de auxilio, señalando el lugar y el día de su accidente. Luego Sam alzó a
Charlotte para que esta quitara la malla de uno de los respiraderos y echara afuera
las notas. Charlotte miró con nostalgia el pasto verde y la luz del sol antes que Sam la
bajara, tomándola por la cadera, rozándole las piernas con las palmas de sus manos.
Por enésima vez, deseó haberse puesto sus jeans y también por enésima vez maldijo a
Gale.
Sin embargo, el día pasó y nadie se acercó a la casa. Habían hecho un hoyo en el
cemento y se habían dado cuenta de que tardarían semanas en aflojar siquiera un
ladrillo. Cuando el sol se ocultó en el horizonte, Charlotte volvió a caminar y a leer
las inscripciones de los muros.
—"Abajo con la gravedad" —leyó—. Eso es inteligente…

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Escucharon los graznidos de los cuervos y el coro de los pájaros que se


preparaban para dormir en los árboles. Sam y Charlotte cenaron sus escasas
provisiones y caminaron por el sótano. Cuatro pasos a la cama y cuatro pasos de
regreso. Charlotte se acostó mientras Sam seguía caminando. Era la peor parte del
día. Ya estaba demasiado oscuro como para hacer algo y era demasiado temprano
como para ir a dormir. En la civilización, uno se distraía con la televisión o el radio y
Charlotte entendió que así la gente evitaba pensar. Y, cuando uno pensaba, debía
reconocer sus miedos y errores. Y Charlotte deseó que sus padres fueran personas
normales que la cuidaran y se preocuparan por ella… Deseó tener una relación con
Sam Buchanan quien no dejaba de caminar. Eso terminó por exasperarla.
—¿Por qué no te sientas o…?
—¿Vienes a la cama?
—Te duermes un rato.
—Nunca conocí a nadie que tuviera tanto cuidado con las palabras —rió él—.
Parece que son bombas molotov y que, si dices una palabra equivocada, habría una
desgracia. ¿Crees que me voy a emocionar si me dices, "ven a la cama"?
—Bueno, el uso da cierto sentido a las frases —fue digna—. Y unas palabras sí
son incendiarias… tú deberías saberlo.
—Sí —suspiró Sam y se sentó en la cama—. Y yo he dicho algunas de esas
palabras en fechas recientes.
—¿Te refieres al cuento de que encontraron una chica desnuda en tu cuarto de
hotel? —susurró.
—¿Quieres saber si es cierto? Claro que lo es, salió en todos los periódicos —se
burló—. Una tonta admiradora sobornó a alguien para entrar en mi cuarto, se
desvistió y me esperó. Me fotografiaron sacándola de la habitación y diciendo que ni
siquiera sabía su nombre… lo cual es verdad. Pero a la gente le di la impresión de ser
una bestia insensible.
—¿Y qué pasó con ese cuento de que te emborrachaste en un club nocturno y te
portaste violento con un fotógrafo?
Sam se acostó sobre la espalda e hizo que ella quedara medio acostada sobre él,
de frente. Charlotte apoyó la cabeza en su hombro. Se movió un poco y su boca rozó
el cuello rasposo de Sam. Se movió otra vez y el cabello de Sam le hizo cosquillas en
la nariz. Charlotte se irritó y se dijo que debía existir una parte de él que no la raspara
o le provocara miles de sensaciones en la piel. Logró apoyar la cabeza en su mano, al
erguirse sobre un codo, y separarse un poco.
—Estaba borracho —comentó—. Ruth había logrado ese día que una corte me
negara el acceso a Stevie. Y me temo que no lo tomé como un hombre —se despreció
a sí mismo—. Salí con unos amigos a ahogar mi pena y fui con ellos después a un
club nocturno. Y no empujé a un fotógrafo, sólo impedí que él me pusiera la cámara
frente a la cara. Me dijo una serie de cosas y yo le contesté otras…
—¿Palabras que fueron como bombas molotov?

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—Algo así. Un chico de doce años me regresó por correo su poster,


despedazado, después del episodio del centro nocturno. Incluso la señora Hume me
mira de modo acusador todo el tiempo. Es mi ama de llaves. Tonta. No dejaba de
idolatrarme y yo tenía que bajar de mi pedestal, tarde o temprano —resintió el hecho
de que la gente lo idolatrara y se enfadó consigo mismo por no poder seguir siendo
idolatrado.
—Los héroes viven poco. El héroe perfecto es aquel que muere joven… que
nunca tiene la oportunidad de cometer un error, que nunca envejece ni tiene arrugas,
que nunca… —se interrumpió al darse cuenta de lo que decía frente a Sam.
—Si morir joven mejorara mi imagen, eso ya lo habría pensado Grahame —fue
seco—. Mi mala reputación significa menos ganancias para Champions. Y Grahame
pasa su tiempo planeando cómo restablecer mi buen nombre.
—Ahora entiendo por qué está tan tenso. ¿Sabe que te rasuraste y ya no te ves
como el logotipo de la compañía?
Sam rió y se tocó el lugar en donde estuvo el bigote.
—No.
—¿Y te lo dejarás crecer cuando salgamos de aquí?
—Tal vez no, quizá sea hora de hacer un cambio —le apretó la mano, pues la
sintió temblar de miedo—. Creo que podemos ir de nuevo a París, ¿qué dices a eso?
Charlotte se tranquilizó mucho al sentirse tomada de la mano. Qué amable era
Sam por reconfortarla. Ese hombre era mucho más profundo y sensible de lo que
parecía.
—Pero no quiero que sea un comentario cínico como ayer… ¿Me darás sólo tus
primeras impresiones?
—Está bien, acabamos de llegar y nunca he estado allí. Sam la rodeó por los
hombros y empezó a recordar su primer viaje, recreando las imágenes para
Charlotte. Le contó de los autos que circulaban junto al Arco del Triunfo, de los altos
africanos que vendían pájaros mecánicos en la Torre Eiffel, del hombre que, en el
Jardín de las Tullerías daba de comer a los gorriones, de una pareja de músicos que
tocaban en una estación del metro para ganar un poco de dinero…
—El Louvre está cerrado —informó Sam.
—Oh, qué mala suerte.
—Vendremos mañana. Esta noche, iremos a bailar… —Sam se puso de pie y la
abrazó. Empezó a tararear una vieja canción de Stevie Wonder mientras la hacía girar
en el reducido espacio. De pronto, se detuvo—. Ya se acabó la música, Vamos a la
cama —chasqueó los dedos—. Perdón, quise decir… vamos a dormir.
—Me gustó el París de esta noche —comentó Charlotte al acostarse—. Debió ser
muy divertido.
—Sí, ya lo había olvidado… —le dio un beso en la palma de la mano—. Buenas
noches, Charlie —comentó con acento francés.

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Ella seguía despierta cuando él se quedó dormido. Tenía la sensación de que


Sam la sustituyó en sus recuerdos de París por otra mujer, tal vez por su ex esposa.
Se indignó al pensar que Sam se olvidó de ella y envidió a esa mujer por haber
compartido sus días de inocencia. Cerró los ojos y trató de recordar el consejo que les
daba a sus alumnos, de que, en todo lo malo, siempre había algo positivo…

Sam despertó con deseos de hacer el amor. Se quedó quieto, sintiendo el cabello
de Charlotte en su rostro y su muslo sedoso debajo de la mano. Le quitó las manos
de encima y se puso de pie, con cuidado para no despertarla. La miró por un
momento. Con o sin las botas, tenía unas piernas muy hermosas. La cubrió con la
colcha y se alejó para hacer ejercicios en el suelo. Mientras hacía unas sentadillas,
pudo ver a Charlotte. Se preguntó cómo logró meterse en esa situación… Era como si
Charlotte hubiera provocado el recuerdo de tiempos mejores… como anoche. Por
primera vez en muchos años, Sam se sentía joven y despreocupado. Había salido con
muchas mujeres hermosas y deseosas en los últimos seis meses, mas no logró
emocionarse con ellas. Y ahora estaba en una situación desastrosa, atrapado con una
chica que era una mezcla de Juana de Arco y de su maestra de historia de la primaria.
Atrapado en un lugar, sin poder escapar; Sam se sentía más vivo que nunca.
Charlotte estiró un brazo y rodó de lado. Su suéter se abrió, al igual que su
blusa y Sam pudo verle los senos, aunque no supo por qué eso lo emocionó. Ella no
era muy abundante en ese aspecto y además usaba un sostén de algodón que no
revelaba gran cosa. Tal vez la excitación de Sam se debía a que se suponía que él no
debía ver nada. Tal vez en un mundo enloquecido por el encaje, el satén y la
consciente exhibición del cuerpo femenino, el hecho de ver por accidente un sostén
de algodón era una novedad. Sam pensó en las doce chicas poco vestidas que
adornarían los doce meses del calendario de Champions y eso no lo conmovió.
Ahora se daba cuenta de que ya no lo emocionaba como antes, al igual que
Champions, su compañía, que al principio fue un reto y ahora ya no le interesaba.
Sintió una nueva inquietud que nada tenía que ver con su fracasada carrera en los
deportes.
Charlotte volvió a rodar y ahora su camisa se abrió hasta la pretina de los shorts.
Sam no sabía por qué ella lo atraía. Después de todo, no era una chica
despampanante… Empezó a correr con entusiasmo y energía y Charlotte abrió los
ojos.
—Buenos días —le sonrió la joven. Sam se molestó. ¿Por qué sonreía? Parecía
saber lo que Sam sublimaba con todo ese ejercicio.
—Buenos días —fue brusco y recordó que ella tenía la culpa de que estuvieran
en ese lío. Y su humor no mejoró ese día, pues Charlotte lo irritó con su alegría al
compartir una rebanada de pastel de frutas. Sam odiaba el pastel de frutas. Y ella de
nuevo empezó a contar anécdotas con una voz clara y precisa.

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—Todos dijeron que Henry Hawker no podría cultivar uvas aquí, pero él
decidió demostrarles que se equivocaban —comentó. Era toda una maestra de
escuela y Sam odió siempre a todos sus profesores.
—Mencionaste que las viñas quedaron infestadas por una plaga.
—Sí, por filoxera. Pero Henry logró obtener cuatro buenas cosechas antes de
eso. Más tarde, su hijo, creo que se llamaba Thomas, y el hijo de éste, Richard,
volvieron a plantar los viñedos, mas no tuvieron éxito. Plantaron manzanos, pero
todos los árboles murieron, así que tuvieron que sembrar una variedad distinta, y
esos árboles aún están en tu propiedad.
—Pobres ancestros —se burló Sam—. Todo ese esfuerzo ¿y que queda? Una
vieja ruina y unos cuántos árboles.
—Qué desperdicio —Charlotte lo miró con desaprobación—. ¿Por qué tuviste
que heredar Cranston? ¿Por qué no lo hizo alguien que tuviera el valor de restaurar
la propiedad en vez de derribarla?
—El techo ya se derrumbó sobre nosotros, yo no lo derribé, linda.
—Pero no todo está mal —y le dio un sermón acerca de la hermosa escalera, de
los arcos de las ventanas y de las puertas. Comentó que la casa podía ser reforzada
con vigas de acero. Sam la dejó terminar y dijo:
—Ya pedí a una compañía de demoliciones que me haga un presupuesto. En
cuanto salga de aquí, derribarán la casa.
Charlotte se quedó boquiabierta y no pudo decir nada durante un minuto de
glorioso silencio para Sam.
—Deberías dejar que esta mansión se quede como está y, dentro de veinte años,
dársela a tu hijo. Después de todo, también es la herencia de él.
—Entonces será él quien la destruya.
Charlotte se molestó y Sam la miró, fascinado. ¿Cuándo fue la última vez que
vio que a una mujer le importara algo que no la beneficiara en persona? De pronto, se
sintió intimidado por ella, pues no se podía controlar a una mujer que no le
interesaban las joyas ni los autos.
—Rompes todo, ¿verdad, Sam? Golpeas a árbitros y a fotógrafos. Pero tu hijo
proviene de varias generaciones de constructores. ¿Y quién sabe? Si crece sin que
estés a su lado, tal vez se convierta en un constructor y no en un demoledor.
—¿Sin mí? —fue como si hubiera recibido un golpe en el plexo solar. Stevie,
adolescente, convirtiéndose en un hombre y Sam no lo escucharía, no lo llevaría a
pescar ni resolvería sus problemas. Charlotte había puesto el dedo en la llaga—. Eres
una estúpida —contestó bruscamente para ocultar su sufrimiento con el enfado.
—Oh, Sam —Charlotte lo entendió de inmediato y lo tomó del brazo—. Lo
lamento. Ese fue un golpe bajo de mi parte. Lo que pasó fue que me hiciste enfadar
—lo miró con sus grandes ojos de color azul grisáceo—. No quise lastimarte.
—Me enfureciste —corrigió—. Y deja de verme así —la sacudió.

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—¿Cómo?
—Como una mujer comprensiva.
Charlotte estaba más cerca de lo que él creyó. Podía oler su fragancia femenina
y le apretó un poco el brazo.
—No sé qué tienes en contra de las mujeres comprensivas —se irritó. Eso le
gustó a Sam quien la tomó por el hombro y sintió satisfacción al oírla jadear.
Así que Juana de Arco era vulnerable. Sam ya sabía que la atraía, lo notó en esas
pequeñas señales que Charlotte intentó reprimir. Así que esa era una materia en la
que la rubia hablantina era una novata. Ella misma lo confesó. Sam sintió que
recuperaba su orgullo masculino, que de nuevo controlaba la situación. Ella no se
movió cuando él la tomó por el otro hombro y la acercó un poco más.
—Este… —tartamudeó. Eso era algo gracioso en Charlotte a quien nunca le
faltaban las palabras, quien nunca se quedaba sin saber qué decir. Sam sonrió un
poco y se inclinó, saboreando de antemano el momento en que la besaría,
prolongándolo… Charlotte se humedeció los labios con nerviosismo y ese
movimiento le provocó una oleada de calor a Sam. Si lo deseaba, podía tener a su
merced a esa chica samaritana. Le acarició las clavículas y la cintura y las curvas del
inicio de la cadera.
Sin embargo, a punto de besarla, Sam vaciló. Miró los ojos ansiosos y
aprensivos de Charlotte y se alejó, sintiéndose como un actor de tercera categoría que
hace las veces del malvado seductor en una vieja película. Metió las manos en los
bolsillos de su pantalón y, sombrío, notó que el primer botón de la camisa de
Charlotte se había desabrochado de nuevo y que por lo tanto revelaba el sostén de
algodón que casi no enseñaba sus senos. La sangre de Sam fluyó hacia abajo, como si
fuera un hombre de principios de siglo que se excitara al ver un tobillo.
—Tus ojales se han agrandado —comentó, serio, y tuvo el deleite de verla
sonrojarse. La vio sacar un diminuto costurero de su mochila. Charlotte le dio la
espalda para arreglar los ojales… ¡Por el amor de Dios, esa chica hasta tenía un
costurero! Aun ese pequeño placer le sería negado.

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Capítulo 5
Tres días. Ya era domingo. Sólo quedaba la fruta y el vino en la mochila de
Charlotte. Dos poster más habían sido despedazados para enviar hacia afuera
mensajes de auxilio.
—¿Qué edad tenías cuando te casaste, Sam? —inquirió Charlotte.
—¿Por qué lo preguntas? —respondió él, viendo cómo podía liberar los
escombros de la escalera.
—Para no pensar en carne frita con puré de papas, ensalada de frutas y
mucha…
—Está bien —gruñó—. Tenía veintidós años y era demasiado joven como para
casarme—. Ruth tenía veinte. Era una modelo y yo era una estrella del deporte.
Ambos tratábamos de hacer frente al éxito cuando la mayor parte de los jóvenes sólo
tratan de convertirse en adultos. Yo necesitaba estabilidad, regresar a un hogar
después de las giras. Ella quería dejar de tener que lidiar con los tipos adinerados
que no dejaban de hacerle toda clase de propuestas. Supongo que a ambos nos
provocó alivio casarnos. Fue como un puerto seguro para los dos.
—¿Y estaban enamorados?
—Locamente enamorados. Nos juramos amor eterno. Una gran pasión. Al
menos, al principio. No sé qué fue lo que no resultó. Al final, la única pasión de Ruth
era el dinero —contestó con aspereza y fue a tomar su turno para tratar de aflojar el
cemento de los ladrillos—. Y, no importa cuánto dinero tengas… siempre hay
alguien que tiene más que tú.
—Ya tendrás más suerte la próxima vez —intentó animarlo, pues parecía estar
deprimido.
—¿Bromeas, linda? Ya me aseguraré de que no haya una segunda vez.
Ese comentario hizo que Sam se irritara y que Charlotte se sintiera perturbada.
El ambiente se tensó y Charlotte se dispuso a limpiar las lentes de su cámara.
—No me incluyas en tus fotos —comentó Sam cuando la vio enfocarlo—. No
quiero verlas publicadas en los periódicos, si es que salimos de aquí.
Charlotte jadeó. ¿De veras creía Sam que vendería las fotos de él? Lo enfocó con
la lente. Parecía Miguel Ángel esculpiendo en la piedra.
—¿Cuánto crees que me darían por ella, Sam? Unos doscientos dólares me
vendrían bien; ya sabes que los profesores ganamos poco…
Sam bajó de las cajas y se quitó el polvo de los brazos. Parecía amenazador,
aunque se habría visto más intimidante con el bigote. Charlotte se dio cuenta de que
ella, al igual que las demás personas, siempre vio en Sam al logotipo de la compañía
y no al verdadero hombre.
—Nada de fotos, linda. Guarda la cámara —se acercó y Charlotte se enfureció al
ver que desconfiaba de ella. Decidió gastarle una broma y fingir que tomaba una

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foto, así que accionó el dispositivo del flash. Sin embargo, Sam tomó la cámara con
tanta fuerza que la lanzó contra el muro.
—Mi cámara —gimió Charlotte. La lente estaba estrellada y el dispositivo del
flash había volado al otro extremo de la habitación—. La arruinaste… Ahorré
durante siglos para comprarla…
—Fue un accidente. Pásame la cuenta después, linda.
Charlotte perdió la paciencia y quiso abofetearlo, pero Sam la tomó del brazo,
acercándola a él. Se hizo un silencio muy tenso.
De pronto, Sam se inclinó y le dio un beso en el cuello. Una oleada de placer la
embargó. Por favor. Charlotte contuvo el aliento, preguntándose si había dicho eso en
voz alta. Se sobresaltó, pues era algo que amenazaba su disciplinada vida y se sintió
agradecida por ese fuerte y experimentado hombre que la confundía todas las
mañanas con otra mujer. Lo miró a los ojos y se apartó, decidida.
—Ya es hora de tus ejercicios.
Sam se quedó petrificado y Charlotte se arrepintió por haber hecho ese
comentario de inmediato. Sam había tratado de no abochornarla y ahora ella era
quien lo hacía avergonzarse.
—Sam, no quise… —se interrumpió al ver su mirada de furia.
—Así que ayer estabas despierta, al igual que esta mañana —apretó los
dientes—. Fingiste dormir y sin duda te burlaste de mí mientras yo intenté no
ofender tu sensibilidad femenina. Vaya, no tienes nada de delicadeza…
—Yo no me burlé… yo…
—No te imagines que me excitas porque tienes algo especial —la encaró—.
Tienes un cuerpo bonito, pero no eres nada del otro mundo y yo estoy acostumbrado
a las mujeres hermosas. Pero ya sabes cómo somos nosotros, los machos insensibles,
linda… De noche, todos los gatos son pardos…
Charlotte se enfureció y le dio un puntapié en la espinilla. Sam lanzó un grito y
saltó sobre un pie, pero la abrazó con fuerza. Esa vez, no la dejó escapar y la miró con
rabia antes de besarla. Fue un beso brusco, experto, deliberado que afirmó la
superioridad física de Sam. Sin embargo, él sintió una fuerte atracción; se apartó para
mirarla y la volvió a besar con suavidad y pasión. Charlotte le echó los brazos al
cuello, pero Sam alzó la cabeza y escuchó. Charlotte también se quedó quieta, sin
entender qué sucedía. De pronto, escucharon un sonido explosivo, como un corcho
que sale de una botella.
—¡Un disparo! —exclamó Sam—. Son cazadores de conejos, creo. Rápido, echa
estas notas por el respiradero y esperemos que haya viento —la cargó sobre los
hombros y Charlotte aventó los mensajes—. Bien, ahora hay que hacer ruido. Espero
que sepas gritar, Charlie —tomó un pedazo de madera y una tapadera de cobre y
empezó a golpear con fuerza—. Vamos, linda, saldremos de aquí.

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Charlotte corrió hacia un tubo de drenaje que Sam colocó el día anterior hacia el
cielo y empezó a gritar como una loca. Golpeó el tubo con otro palo que Sam había
encontrado también.
Después de unos minutos de ruido infernal, se detuvieron, jadeando. Sam
redobló los esfuerzos, pues los disparos se escuchaban más lejanos. Durante media
hora siguieron armando escándalo, tomando turnos para descansar. Pero los
disparos casi no se oían ya. La desesperación los invadió y Sam golpeó la tapadera
hasta desfondaría por el centro mientras que Charlotte no dejaba de gritar por el
tubo.
Jadeantes, se detuvieron. Ya no se oía nada más que el sonido de un trueno
distante. Sam se apoyó contra el muro mientras Charlotte lanzaba un último grito
por el tubo.
—No tiene caso —objetó Sam.
—¡Malditos! ¿Por qué tienen que matar a conejos indefensos? —se indignó ella.
De repente, oyeron el sonido de gotas de lluvia.
—Ah, no —se deprimió Charlotte. Ahora, la lluvia convertiría en una pulpa
ilegible los mensajes de auxilio.
Empezaron a oler el pasto mojado y Charlotte fue a llorar a la cama mientras
Sam la abrazaba.
Esa noche tomaron algo de vino. Charlotte se preguntó si lo habían guardado
para un momento como ese. Cayó una fuerte tormenta, pero los cazadores no
buscaron refugiarse en la vieja mansión. Así que Charlotte y Sam dejaron de albergar
esperanzas de ser rescatados. De modo que, uno por uno, entraron al otro cuarto
para desnudarse y lavarse con la poca agua que quedaba en la cubeta y con el pedazo
de jabón. Charlotte incluso tomó el lápiz labial que no se había puesto desde el
viernes por la mañana. Se cepilló el cabello y se lo dejó suelto y luego se puso algo de
bronceador, fingiendo que era crema perfumada.
—Me encantaría rasurarme —comentó Sam, frotándose la mandíbula—. Eso sí
que es trivial, ¿no te parece?
—Pues yo me "maquillé" en la oscuridad. Creo que eso es aún más trivial.
Estaban a oscuras, pues la linterna de Charlotte ya casi no tenía batería. Sin
embargo, Sam le acarició el labio inferior. Charlotte se dijo que ahora, en la
oscuridad, se podían encontrar uno a otro muy bien. Era como si el resto de los
sentidos compensaran la falta del otro.
—Así es. ¿Por qué, Charlie?
—Supongo que por la misma razón por la que quisiste rasurarte. Esto es como
una ocasión especial… una cena con vino. O, mejor dicho, una cena de vino.
Sam rió. Los dos estaban roncos de tanto gritar. Sam le dio un pequeño beso en
los labios, para darle valor, y susurró:
—Me gusta tu lápiz labial, linda —se apartó y tomó un sorbo de la botella—.
Salud.

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—Creo que podría emborracharme —rió Charlotte, algo mareada.


—Es imposible, Sólo has tomado una copa de vino.
—Sí, pero nunca bebo con el estómago vacío. Y creo que nunca lo he tenido más
vacío que ahora. Sería la primera vez que me emborrachara. Y tal vez la última.
—No lo digas, ni lo pienses —la tomó de la cintura y la besó con pasión en la
boca, como para borrar esas deprimentes palabras. Y funcionó, pues Charlotte se
sintió más optimista y le devolvió el beso.
—Calma, Charlie —dijo él y se levantó de la cama.
—¿A dónde vas?
—Pues a cenar a un restaurante y luego a la ópera… ¿A dónde crees que puedo
ir en este maldito sótano?
—No tienes que ser cínico. Bueno… lo que pasa es que… la estábamos pasando
bien…
—Así es.
—¿Qué haces? —inquirió al oír unos golpes suaves.
—Ejercicio —fue seco.
Charlotte encontró su pequeña linterna y lo iluminó. Sam le dio la espalda y
empezó a correr, levantando mucho las rodillas. Charlotte se estremeció al verle la
espalda; era como si ansiara acariciarle esos músculos…
—Preferiría hacerte el amor, Charlie —fue brusco—. Yo tengo la ventaja en esta
situación —aclaró, sin arrogancia—. Te atraigo y podría aprovecharme de eso,
pero…
—Pero, ¿qué?
—Bueno, si fuera una mujer atrapada aquí con un hombre que me atrajera,
sentiría que no podría negarme si él empezara a seducirme. Quizá se enfurecería al
ser rechazado y yo sentiría la obligación de ser amable con él. Si yo fuera una chica
como tú, Charlie, no me gustaría lidiar con una complicación como esa en un
momento como éste.
Charlotte se quedó atónita. Al fin Sam Buchanan logró imaginarse en la
posición de una mujer… Sorprendida, se dio cuenta de qué fue lo que faltó en sus
relaciones anteriores. Ella nunca había tenido la oportunidad de decidir. Siempre la
presionaron para hacer el amor y Charlotte nunca quiso hacerlo por sentir lástima
por un hombre, ni porque el sexo estuviera de moda ni porque debía hacerlo después
de una serie de invitaciones a cenar. Quería hacer el amor porque así lo deseaba,
porque el hombre la emocionaba y nada más. Y ahora, en ese deprimente sótano, por
fin tenía enfrente a un hombre atractivo que le gustaba y que era sincero con ella. Un
hombre que podría aceptar una negativa. La invadió una gran calidez por él.
—Eres muy considerado —susurró, ronca.
—Soy un tonto conmigo mismo —se burló—. Y deja de pasear esa luz sobre las
distintas partes de mi cuerpo. Me haces sentir como un objeto sexual.

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—¿Y si yo te dijera…? —se interrumpió, como si se dispusiera a escalar un


acantilado sin tener ninguna protección o red debajo—. ¿Si te dijera que te puedo
decir que no, pero que no deseo hacerlo?
—¿Es eso una invitación, Charlie? —se detuvo, tenso.
La chica tragó saliva.
—Creo que sí, Sam.
Sam gimió.
—No sería como imaginaste que sería tu primera vez —se hizo un largo
silencio—. No habrá luz de luna ni rosas, ni una cama con sábanas de satén.
—Nunca me parecieron indispensables las rosas ni el satén —se sintió un poco
asustada. ¿Qué había desencadenado? Su sentido de responsabilidad y cautela se
rebeló en su interior.
—No estoy seguro. Eres muy práctica, pero también muy romántica —
entrecerró los ojos—. Podrías quedar embarazada.
—Yo no correría ese riesgo en circunstancias normales. Y supongo que no tienes
un… este… No, claro que no. Tal vez nunca salgamos de aquí, así que no merece la
pena hablar sobre las consecuencias —se ruborizó.
—Siempre merece la pena hablar sobre eso. Sólo los tontos se apresuran al hacer
las cosas —sonrió—. Podemos… minimizar el riesgo de un embarazo, Charlie. Y ese
es el único riesgo que correrás, ¿me entiendes? Yo nunca fui infiel en mi matrimonio
y, a pesar de la publicidad que me han hecho en los periódicos, no he estado con
otras mujeres.
—¿No has tenido una amante desde tu divorcio? —lo miró, incrédula. Todas
esas hermosas chicas…
Sam parpadeó y frunció el ceño. Charlotte se dijo que no debió mencionar el
delicado tema del divorcio, pues no quería que él recordara a su ex mujer ahora.
—No.
De nuevo, se hizo el silencio. La lluvia ya había cesado.
—Si has cambiado de opinión, dímelo ahora, antes que te toque —advirtió,
brusco.
—No he cambiado de opinión —Charlotte sintió que sus palabras la habían
acariciado.
—Entonces ven a bailar conmigo.
—Dijiste que no había música.
—Yo sí oigo algo —sonrió—. Apaga la linterna y ven, Charlie.
Así lo hizo, encontrándolo sin tropezar en la oscuridad. Bailaron sin música,
moviéndose muy lento. Charlie le acarició la musculosa espalda, el cabello. Se
besaron con fervor, con una ternura que Charlotte deseó que durara horas. Sin
embargo, se sintió insatisfecha. Y él también empezó a impacientarse al acariciarla.

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—Tómalo con calma, Charlie —la tomó del trasero y la hizo jadear—. Nunca
debí perseguirte por mi campamento —rió—. Debí ofrecerte una taza de café,
invitarte a nadar y habríamos podido hacer el amor en el arroyo…
—¡En el arroyo!
—¿No sabes nadar? Bueno, entonces, en el pasto, bajo la sombra, con esas flores
color de rosa cayendo sobre nosotros —le quitó la camisa—. Y yo te habría cubierto
de flores —le quitó el sostén con suavidad—. Pondría una flor aquí y otra aquí —le
rozó los senos con ternura. Charlotte sintió que las rodillas se le doblaban y se apoyó
contra él mientras Sam le acariciaba la cadera y luego la entrepierna, con
delicadeza—. Y aquí.
Charlotte se sintió perdida por las fuertes sensaciones que la invadían y se
refugió en las palabras.
—Es la escena de las flores del Amante de Lady Chattertey.
—Tenía que ser una profesora de inglés la que me acusara de hacer un plagio
en un momento como este. Calla. Todavía no termino con las flores…
Charlotte descubrió que nunca había sentido lo que era el deseo. Nunca había
experimentado esa intensidad, la forma en que su pulso se aceleraba cada vez que él
la rozaba.
—Sam, por favor… —susurró. Él la cargó en brazos y la depositó en la cama
mientras se desnudaba. Se acostó contra ella y Charlotte sintió los músculos de su
hermoso cuerpo…
—Relájate, linda —susurró cuando ella se tensó, temerosa por un momento. Le
pareció un extraño, una fuerza poderosa y temible…
—Sam… —murmuró, aprensiva.
—Nos podemos detener ahora mismo si eso deseas —aseguró él. Charlotte se
calmó y confió en él. Lo abrazó, acercándolo.
—¡Sam! —gritó al sentir dolor. Sam se quedó quieto durante un tiempo y le
acarició el rostro, dejándola acostumbrarse a él—. Oh, Sam —jadeó—. Es
maravilloso.
Él se rió y fue aún más maravilloso. Charlotte movió la cadera con timidez y
Sam gruñó.
—Charlie, tranquila…
La excitación de la joven aumentó y se acopló al ritmo de Sam, ansiosa por
realizar al fin ese descubrimiento.

—Estás decepcionada —dijo Sam, más tarde.


—No, no —mintió.
—Mentirosa —rió—. Habría sido mucho mejor de no ser por mi nerviosismo.

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—¿Estabas nervioso tú? —se alzó sobre un codo, atónita.


—Bueno, es la primera vez que estoy con una chica virgen.
—Ah. Bueno, fuiste muy… este…
Sam se echó a reír y Charlotte se exasperó. Claro, él estaba de buen humor, pero
ella estaba tensa, insatisfecha y sí, desilusionada.
—A veces la primera vez no es lo que esperas —comentó él.
—La primera vez que he hecho el amor —susurró y se deprimió.
—La primera —susurró y la abrazó, subiéndola sobre él, de manera tan
prometedora que no fue necesario que dijera—: mas no la última.
—¿Y bien? —urgió él, sonriente, pues ya sabía la respuesta. Los gemidos de
placer de Charlotte habían retumbado en el sótano y le clavó las uñas a Sam en la
espalda.
—Yo… yo… —tartamudeó.
—Por fin encontré la forma de dejarte callada.
Charlotte sonrió, feliz, acurrucada en los brazos de Sam. Había escalado con
éxito ese abrupto acantilado y se sentía despreocupada y libre. Sin embargo, el
sótano empezó a enfriarse y la chica se desesperó.
—La semana pasada vi un vestido ridículo en una tienda —comentó para no
caer presa del pánico—. No tiene tirantes y es ajustado y negro. Y sin duda cuesta
una fortuna, pues la tienda es muy elegante.
—Sin duda.
—Creo que no podría usar ese vestido más de dos veces, así que no sería
práctico comprarlo.
—Nada práctico.
—Nunca me pongo nada negro. Todos me dicen que es un color que no me
sienta bien. Y yo no soy una mujer que se ponga vestidos ajustados ni negros, sin
tirantes, ¿verdad?
—No puedo comentar nada al respecto, después de ver las botas que usas.
—Cuando salga de aquí, voy a comprarme ese vestido.
—No lo harás, Charlie —rió Sam—. Cuando salgas, volverás a ser sensata y no
obedecerás a tu impulso de comprarlo.
—¿Quieres apostar?
—Está bien. Veinte dólares —se estrecharon la mano—. ¿Qué más harás cuando
salgas de aquí?
—Voy a escribir mi libro, a viajar y a tejerme un suéter. Y a tomar un curso de
orientación para no volver a perderme —añadió—. ¿Y tú?
—Yo seré amable con los reporteros, volveré a fungir como padre y le escribiré
a mi madre. Y empezaré a entrenar a jóvenes jugadores.

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—Cuéntame del cricket —se acurrucó.


—Vaya, nunca creí que hubieras gozado tanto —rió.
—No sé a qué te refieres.
—Linda, me dijiste que preferías morir a escuchar anécdotas sobre el cricket. Así
que debes estar muy satisfecha después de hacer el amor.
—Así es, pero cuéntame cómo llegaste a ser una gran estrella en el cricket antes
que recupere mi buen juicio.
Sam le contó de sus éxitos a temprana edad, que era un chico tan sólo cuando
empezó a jugar en un deporte reservado para hombres. Le contó que los comentarios
predijeron que un chico temperamental de veinte años no podría desempeñarse bien
debido a la falta de experiencia. De la sensación de fracaso que lo invadió cuando
resultó que los comentaristas estuvieron en lo cierto… y del placer que le dio
probarles a todos que se equivocaron. El nerviosismo antes de un partido, la
frustración, las heridas… La adulación y las críticas certeras. Y sobre todo, de cómo
jugaba al cricket, de cómo le gustaba hacerlo. Le contó que quiso tener un lugar en la
historia del deporte, que quiso colocar su nombre junto al de los grandes jugadores a
quienes Sam citaba como si fueran sus contemporáneos, aunque Charlotte sabía que
habían vivido hacía cincuenta, setenta o cien años. Pero para Sam y para el resto de
los aficionados al deporte, esos héroes seguían con vida.
—Creo que me quedé jugando demasiado tiempo —confesó Sam, reacio, como
si le costara trabajo reconocerlo—. Todo empezó a salirme mal, pero yo creí poder
cambiar mi suerte. Quería retirarme rodeado de gloria.
Sam guardó silencio tanto tiempo que Charlotte se preguntó si estaba
decidiendo si se retiraría para siempre o si intentaría volver a jugar para tener una
victoria más antes de retirarse. Tal vez ya era adicto a ese deporte y le parecía que un
estrellato mediocre era mejor que ninguno. La pasión de Sam. Su matrimonio debió
ser una carga para él… En la vida sólo se puede tener una gran pasión.
Al fin, Sam se movió y le besó el cuello.
—¿Aún disfrutas del resplandor después de haber hecho el amor?
—No, ya desapareció —comentó con tristeza.
—Bueno, entonces, si quiero contarte cuál fue mi mejor temporada, será mejor
que organicemos otro resplandor.
—Pero, ¿de nuevo? —Charlotte se estremeció, como si resucitara—. ¿No dicen
que los atletas tienen muchos problemas con ese tipo de cosas? —tartamudeó.
—Subestimas la urgencia del deportista.
—No lo creo —Charlotte tragó saliva al sentirse apretada contra él.
—Me refería a la urgencia que siente el deportista por hablar de sus partidos —
rió él—. Sólo estoy haciendo esto para ponerte de humor para contarte de la serie
contra el equipo de Las Antillas Occidentales, en el verano de…

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Charlotte gimió y más tarde gimió y mucho después volvió a gemir y por fin se
quedó dormida, transportada por la gloria.

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Capítulo 6
Por la mañana, despertaron al oír el sonido de una voz.
—Qué raro —comentó alguien, arriba—. Esa motocicleta de enfrente… alguien
debe de estar aquí. Me imagino que debe ser Sam Buchanan.
—No sueñes, amigo —respondió otro hombre—. No podríamos tener la suerte
de conocerlo. Es cierto. Mira el techo se cayó.
Sam y Charlotte se miraron y no pudieron creer lo que oyeron. Se levantaron de
inmediato.
—¡Oigan! ¡Aquí abajo! —gritó Sam.
—¿Qué fue eso? —preguntó el primer hombre—. Pareció una voz.
—No, debió ser un cuervo.
Charlotte empezó a hacer ruido con la destartalada tapadera mientras que Sam
gritaba por el tubo.
—Buenos días —saludó el primer hombre—. ¿Está usted abajo, señor
Buchanan?
—Sí, en el sótano —gritó Sam.
—Es cierto —asintió el segundo hombre.
—Lo ves, te dije que se trataba de Sam Buchanan —exclamó el primer
hombre—. Lo sacaremos de allí, señor Buchanan, no se preocupe. Somos Ross y
Barry Marshall, de la compañía de demoliciones. Vinimos a ver la mansión para
darle el presupuesto que nos solicitó. Supongo que usted empezó sin nosotros —
bromeó—. Nos dio gusto conocerlo, señor Buchanan. Supongo que este es nuestro
día de suerte.
Se fueron a dar aviso a las autoridades mientras Charlotte reía y lloraba a la
vez.
—Sí, claro, su día de suerte —sollozó ella, feliz.
—¿Qué te parece ese simbolismo, Charlie? —Sam la abrazó—. Salvados por los
demoledores.

La policía llegó junto con el escuadrón de rescate, la grúa de los hermanos


Marshall y, claro, la prensa. Un fotógrafo debió echarse al suelo y enfocar su cámara
por un respiradero, pues el sótano quedó inundado por la luz del flash.
Sam maldijo y el reportero fue sacado del sitio por la policía, mas Sam quedó
aprensivo y pensativo.
—Linda, será mejor que aclaremos algunas cosas.

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—¿Qué cosas, Sam? —se acurrucó junto a él y le sonrió feliz, pues su liberación
ya estaba cerca.
—Si no tenemos cuidado, la prensa va a armar un escándalo. Por el bien de los
dos, hay que hacer parecer este episodio lo menos complicado posible. Sólo somos
dos extraños que se quedaron atrapados juntos, ¿de acuerdo?
Charlotte recordó las palabras clave: poco complicados, extraños. Sam se apartó
de ella un poco.
—Si sales con esa mirada soñadora, la gente se hará una idea equivocada —
prosiguió Sam, alejándose más—. Creerán que hay algo… entre nosotros —fue
brusco.
Y no lo hay. Eso es lo que Sam le decía. Charlotte volvió a la realidad. El
prospecto de la liberación había sido como un regalo para los nuevos sentimientos
que albergaba por Sam. Sin embargo, no se dio cuenta de que él era parte del sótano,
no de la libertad. Charlotte no podía tener a Sam y ser libre a la vez. Debió darse
cuenta antes y no hacerse ilusiones… Después de todo, Sam no le prometió nada y
además, le aclaró que no quería tener un compromiso.
Eso no le importó a Charlotte cuando no sabía si morirían o vivirían. No
obstante, por orgullo, se echó a reír.
—Tranquilízate, Sam. No pensaba prolongar nuestro episodio. No tendrás que
cambiar tu número de teléfono ni decirle a tu secretaria que no me comunique
contigo. Te prometo que no te esperaré desnuda en un cuarto de hotel —añadió,
cortante.
—Charlie, eso no fue lo que yo…
—Sam, todo está bien. Soy consciente de que, en circunstancias normales, tú y
yo jamás habríamos estado juntos. Fue algo agradable, pero ya terminó.
Charlotte sintió una gran satisfacción al verlo fruncir el ceño. Tal vez Sam
esperó lágrimas y recriminaciones. Sin embargo, ella debía ser justa y reconocer que
Sam fue sincero y que no le contó mentiras.
Charlotte había comprobado que sí podía existir un hombre muy especial y eso
le agradó.
—Sin embargo, quiero que sepas que siempre te recordaré con mucho cariño —
su voz tembló. A Sam no le gustó la idea de que ella no lo olvidara. Charlotte se
percató de que pronto echaría a llorar si no hacía algo. Tomó una pluma de su
mochila y empezó a escribir en la pared.
—¿Qué haces? ¿Vas a dejar un mensaje? ¿Charlotte estuvo aquí? —fue rudo.
—No —rayó la palabra "olvido"—. Antes de irme quiero corregir la ortografía.
A los demoledores y policías les dio curiosidad por saber de qué sea reía Sam.

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El rescate fue más bien como un circo. El equipo de emergencia impartía


órdenes y la policía enviaba los mensajes por radio mientras que los reporteros
daban la noticia. Mientras los hermanos Marshall hacían su trabajo con la
maquinaria, Sam le contó a Charlotte sobre sus mejores partidos de cricket. Eso ayudó
a que ella no perdiera la paciencia.
Al caer la tarde, Sam y Charlotte al fin quedaron libres y la mansión Cranston
era un desastre.
Otros muros internos se habían caído y los escombros habían sido apartados
para que la maquinaria pudiera pasar. Todo estaba iluminado por focos eléctricos y
le daba un aire de festividad a la casa.
A Charlotte, acostumbrada a la penumbra del sótano, la luz del ocaso le pareció
muy brillante. El aire olía a eucalipto, pasto y gasolina.
Envuelta en una colcha, bebió un poco de té. No reconoció a nadie entre la
multitud. ¿A quién esperaba ver, a sus padres? Sonrió ante tal idea y de pronto vio a
Grahame Norris.
—Esto es magnífico —susurró Grahame a Sam—. Esto era lo que necesitabas
para obtener publicidad positiva.
—Por el amor de Dios, Grahame. A mi no me importa un…
—Vamos, a Champions le haría bien esta noticia y a ti te ayudaría aparecer
como un héroe para recuperar la custodia de tu hijo.
Sam prestó atención a Grahame al oír eso y se tornó pensativo.
—¿En dónde está la chica? —inquirió Grahame con un brillo en los ojos.
Sam le presentó a Charlotte y Grahame la miró como si la evaluara para
representar el papel de chica indefensa y recatada. Charlotte quiso gritarle que eso
era la vida real, no una obra de teatro.
—Vaya, vaya —comentó Grahame al reconocer a la joven—. Usted dijo que
vería a Sam a toda costa. ¿Cómo lo encontró aquí?
—Fue pura suerte —contestó con ironía.
Los llevaron a un hospital cercano donde le pusieron antiséptico a Charlotte en
las heridas y revisaron y vendaron la pierna de Sam.
Charlotte salió a la sala de espera, donde Sam charlaba con los hermanos
Marshall. De pronto, un niño corrió hacia Sam quien se quedó petrificado. Lo alzó en
brazos con torpeza.
—¡Papá! ¡Papá!
—Stevie… —susurró, muy impresionado y angustiado y Charlotte bajó la vista
para darle más intimidad.
—Supongo que usted es la novia —comentó una voz detrás de Charlotte quien
se sobresaltó y se volvió para ver a una mujer alta, vestida de rojo. Era muy hermosa.
Su piel era suave y su negro cabello lacio y sedoso. Sus ojos tenían un color casi como
de bronce. Esa tenía que ser la madre de Stevie, la ex esposa de Sam… Ruth.

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Esta adoptó una pose teatral mientras fumaba un cigarro y, aunque Charlotte
estaba deprimida, se dio cuenta de que debía tener un aspecto deplorable frente a esa
elegante mujer. Esta la miró como si evaluara a Charlotte.
—Usted no es como las modelos a quienes Sam ha visto en fechas recientes —
comentó Ruth y eso no pareció complacerla—. No fue discreto de su parte, al meterse
en semejante lío. Fueron a pasar el fin de semana al campo y el techo les cayó
encima… —alzó la ceja y miró a Sam—. Así que no basta con que Sam la emocione
con su pericia amorosa…
Charlotte se sonrojó. Se sentía a la defensiva con esa mujer que compartió la
vida de Sam y que tuvo un hijo con él.
—No… fue mera coincidencia… —susurró y vio acercarse a Grahame.
—Hola Ruth —sonrió—. No esperábamos verte aquí. Y no deberías fumar en
un hospital, querida.
Ruth lo ignoró.
—Stevie vio la noticia por la televisión de que su padre estaba atrapado y tuve
que traerlo para probarle que Sam estaba a salvo. Me lo llevaré a casa de nuevo. No
quiero que Stevie se encuentre con esos latosos reporteros.
Grahame mostró alivió al saber que Ruth se marcharía pronto.
—Tráeme un cenicero, por favor, Grahame —pidió Ruth con la seguridad de
una mujer a quien los hombres obedecen sin chistar. A solas con Charlotte, le
sonrió—. Sam es un hombre muy atractivo… y también muy rico. Pero, cariño, si
sólo buscas su dinero, búscate a otra presa. Yo tengo más derechos sobre él y tengo
un abogado. Sam me dará la mitad de su fortuna para cuando termine de
divorciarme de él.
Grahame regresó con un cenicero y Ruth sacudió la ceniza de su cigarro,
tratándolo como a un sirviente. Luego, fue a buscar a Stevie y Sam los acompañó a la
salida, queriendo prolongar el momento de la despedida.
Para cuando termine de divorciarme de él… Charlotte sintió un ligero mareo. Sam
aún estaba casado. Charlotte recordó ahora que él sólo dijo que su matrimonio había
terminado y que quería quitarse el anillo de matrimonio… algo que Ruth todavía
llevaba puesto. Charlotte supuso que estaba divorciado y Sam la dejó suponer eso.
Stevie abrazó a su padre por última vez y Grahame los guió a todos hacia la
salida, lejos de los reporteros. Charlotte le preguntó a Sam si no había tenido una
amante desde su divorcio, antes de bailar con él en la oscuridad. En ese momento él
debió aclarar que aún no estaba divorciado… y no lo hizo. Charlotte se enfureció.
Sam regresó, más fuerte y decidido que antes. Le sonrió a Charlotte.
—He estado pensando acerca de Cranston… —empezó.
—Me di cuenta de que tu esposa tampoco puede quitarse su anillo de bodas —
interrumpió la chica con frialdad.

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—Charlie… —sin querer, se miró la mano izquierda. Ella se alejó y tropezó con
un grupo de reporteros. Grahame llegó antes que ella pudiera contestar a las
preguntas que le hicieron.
—Está bien, amigos —rodeó a Charlotte con un brazo—. Dejen tranquila a esta
pobre jovencita. Esperen a que Sam llegue —condujo a Charlotte a un cuarto que
estaba lleno de cámaras y micrófonos—. Será mejor que terminemos con esto de una
vez, linda. Ellos quieren hablar con Sam, así que sólo míralo con una sonrisa y
aparenta estar rendida. Nosotros nos haremos cargo de la situación, ¿de acuerdo?
Sam llegó después, cojeando un poco. Parecía un aventurero con la barba
crecida y los jeans rotos. Los reporteros lo fotografiaron y lo bombardearon con
preguntas tontas. Sam contestó de buen humor, parecía emanar fuerza y decisión y
fue como si Charlotte hubiera sido invisible. No pudo quitarle los ojos de encima.
Sam parecía haber revivido en los últimos días. Parecía que esa aventura era lo que él
necesitaba; la amenaza revigorizante a su existencia quedó completada, pues incluso
una mujer se había enamorado de él en ese tiempo. Y acababa de recibir una
bienvenida digna de un héroe por parte de su hijo.
En cambio, Charlotte perdió su tripié y dañó su cámara. Y eso sólo para
empezar. Comenzó a sentirse excluida de lo que pasaba… y era una sensación
conocida, pues así siempre le sucedía cuando estaba con sus padres. Sin embargo, le
hicieron unas preguntas. Sam y Grahame manipularon bien la situación y
contestaron por ella, de modo que ésta nunca pudo decir nada. Grahame volvió a
colocar a Sam en su pedestal, ignorando que él tuvo la culpa de que el techo se
derrumbara al clavar esos letreros.
—¿Por qué estaba usted allí, señorita Wells? —preguntó un reportero.
—Es una fotógrafa aficionada —sonrió Sam, implicando que sólo jugaba a
tomar fotos cuando era en realidad una buena fotógrafa. Charlotte se irritó aún
más—. Por fortuna, llevó consigo comida para pasar el día, así que tuvimos algo que
comer. ¿De qué eran esos emparedados, linda?
—De queso y pepinillos —se molestó porque no la llamó por su nombre. Él y
Grahame la estaban haciendo ver como una pobre niña con una cámara y una
canasta de comida que fue alentada y protegida por un gran héroe. Y parecía que
Sam no quería que ella revelara por qué estuvo en Cranston. Charlotte se dio cuenta
de que él quería demoler la mansión, así que no era de su interés que ella hablara del
valor histórico de la casa. Y recordó que siempre lo recordaría como un hombre
especial y con mucho cariño. Eso la hizo rabiar. Creyó en Sam Buchanan, pues le
pareció que éste le dio una opción, que podía aceptar una negativa. Pero Sam tan
sólo se aseguró de acostarse con ella al no decirle que aún estaba casado. La enfureció
que él se diera cuenta de cuáles eran sus ideales y que los usara en contra de ella.
—¿Estás bien, linda? —la miró con una preocupación fraternal. Charlotte lo
odió en ese momento. Claro, sería conveniente para Sam que ella siguiera con la
farsa. La buena de Charlotte quien no acosaría a Sam cuando la aventura terminara y
quien no revelaría sus planes para demoler la mansión. En un par de días, Sam la
olvidaría. ¿Charlotte, qué? Descubrió que quería crear problemas y se irguió.

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—Estaba tomando fotos de la casa para la Sociedad del Patrimonio Histórico —


habló con claridad—. Le hemos entregado al señor Buchanan una petición para que
no derribe la casa.
Sam la miró con los ojos entrecerrados, pero los reporteros no hicieron caso
alguno. A nadie interesó la revelación de Charlotte, pues estaba de moda conservar
el patrimonio cultural y eso ya no era noticia. La entrevista terminó. Grahame sacó a
los periodistas, pero uno de estos le preguntó a Charlotte:
—¿Puede decirme su nombre de nuevo?
—Me llamo Charlotte Wells… como Martin y Linda Wells.
—¿Los cantantes? —quedó alerta.
—Son mis padres.
Eso sí interesó a los reporteros. De nuevo, su petición cobró importancia.
—¿Por qué no lo dijiste? —susurró Grahame.
Sam sólo la miró con fijeza. Como la mayor parte de los reporteros se habían
ido, sólo dos muchachos captaron esa información adicional. Le preguntaron a
Charlotte si estuvo dispuesta a pedir la conservación de una casa cuyo techo le cayó
encima y si lo haría de nuevo. La joven respondió que lo haría, pues la casa tenía un
gran valor histórico. Los reporteros le preguntaron su opinión a Sam quien sólo se
echó a reír y comentó que la señorita Wells estaba muy impresionada por lo
sucedido. Sin embargo, Charlotte se dio cuenta de que estaba furioso.
Grahame sacó a los periodistas y Sam la miró con rabia.
—Vaya, linda, eso sí que fue una bomba. ¿Por qué no me contaste acerca de
papi y mami y de sus canciones cuando me desnudaste tu alma en ese sótano?
—Tú tampoco me lo dijiste todo —señaló. Lo vio entrecerrar los ojos como si la
evaluara de nuevo sólo por ser hija de unos cantantes famosos. Ya no era sólo
Charlotte para él.
—¿Por qué demonios hiciste eso?
—Pues porque no quería que mi única frase publicada por la prensa fuera "De
queso y pepinillos" —fue cortante—. Tú y el perro guardián intentaron dominarme,
que guardara silencio. Me hicieron ver como una estúpida mientras tú representabas
el papel del gran héroe.
—Intentamos protegerte para que tu intimidad no fuera invadida.
—Y después habrías ignorado nuestra petición y nuestras cartas…
—Ah, eso ya lo sabes, ¿verdad? —fue duro.
—Y ahora que es algo del dominio del público y que todos saben que eres
dueño de Cranston, tendrás que ser más cuidadoso.
—¿Eso crees?
—No sería bueno para tu imagen derribar una hermosa mansión como esa —lo
encaró—. Nunca regresarás a tu pedestal si haces cosas así. Pregúntaselo a Grahame.

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—Si te imaginas que me has acorralado con tus declaraciones de esta noche, te
equivocas —la tomó del brazo—. No te felicites, linda. No me has obligado a hacer
nada. Haré lo que quiera con mi propiedad, ¿lo entiendes? —la sacudió y eso la
debilitó y se tuvo que apoyar sobre Sam para no caer al suelo. Él la rodeó por la
cintura y la llevó a la salida. Por un momento, Charlotte se olvidó de todo y se dijo
que podía confiar en Sam—. Bueno, camina sola —indicó éste de pronto—. La policía
llevó tu auto al estacionamiento del hospital. ¿Hay alguien que te lleve a casa? ¿Tus
padres? No, supongo que no —frunció el ceño.
Charlotte casi se echó a reír. Sam era una rata, pero su instinto por proteger a
los demás era más fuerte que todo; tal vez, sí intentó protegerla de los reporteros.
Charlotte estaba confundida.
—Es mi prima, Gale —señaló con el dedo a una chica que se acercaba corriendo.
Grahame se alejó con Sam y Gale se echó en brazos de Charlotte, para abrazarla.
—Charls… estás bien. No pude creerlo cuando me llamaron por teléfono. Traté
de comunicarme con Linda y Martin, pero están en un festival de música en
Adelaide.
—No importa —respondió Charlotte, aunque hubiera querido ver a sus padres.
—Perdón, perdón —lloró Gale—. Me porté muy mal y no debí hacerlo, te
prometo que no volverá a suceder.
—Gale, ¿de qué hablas?
—De tus jeans —sollozó con angustia—. Tomé tus jeans y cuando no regresaste
a casa… Pudiste haber muerto en ese lugar y tu último pensamiento sobre mí habría
sido que yo tomé tus jeans sin tu permiso.
Aumentó el deseo histérico de reír, por parte de Charlotte.
—Cuando vi pasar mi vida frente a mis ojos, pensando lo peor, te aseguro que
no pensé en mis jeans. Vámonos a casa. ¿Trajiste tu auto? Mañana vendremos a
recoger el mío.
Charlotte se volvió, pero Sam ya no estaba. Un reportero que merodeaba por los
alrededores la abordó cuando ella ya se disponía a marcharse con Gale.
—Usted debe sentir que es muy afortunada, ¿no es verdad, señorita Wells? —
inquirió el hombre. Y pareció esperar una respuesta a su idiota pregunta.
—Claro —asintió, seria.
Charlotte se sintió mareada mientras Gale conducía para ir a casa. Su prima no
dejaba de hacer resoluciones para el futuro.
—Y voy a empezar a planchar y a lavar mi ropa todos los días y nunca más te
volveré a pedir prestadas tus cosas —declaró—. Y a partir de hoy voy a tener más
cuidado. Si algo como esto te puede suceder a ti, que eres tan prudente, entonces yo
puedo morir en cualquier momento. Claro, supongo que no fue del todo horrible…
Quiero decir que habrías podido quedar enterrada viva con un sinvergüenza en vez
de Sam Buchanan.

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Gale hizo una pausa para que Charlotte le contara los detalles de su aventura,
mas no fue así y tuvo que seguir adelante.
—Oh, Charls, no sabía dónde estabas… y lo habría sabido si te hubiera
escuchado. Desde ahora, aprenderé a ser más atenta. ¿Estás bien? —inquirió al oírla
reír.
—Ese hombre dijo que yo era afortunada —le tomaría muchos días saber si lo
era o no. En el espacio de unos días, Charlotte había vivido toda una vida. Descubrió
lo que era el verdadero miedo, su propia mortalidad. Descubrió cosas sobre ella
misma que no habría sabido de otra manera. Supo que era una mujer valiente y
apasionada. ¿Era eso bueno o malo?, se echó a reír.
—No hagas eso, Charls. Me da escalofríos cuando te ríes así —Gale la miró con
angustia.
—Sabes, aún no lo sé y eso sí que es gracioso —rió ella.
Charlotte dejó de reír de repente y miró el cielo estrellado por el parabrisas.
—Aun no sé si el trece es mi número de la suerte o si no lo es.

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Capítulo 7
Charlotte vio cómo la fotocopiadora sacaba cincuenta copias de un examen
sobre las hermanas Brontë. Ya casi todo el personal y el alumnado de la escuela
estaba en sus casas. Era miércoles por la tarde y sólo se escuchaba la práctica de los
chicos que hacían deporte en las canchas de la escuela. El año escolar llegaba a su fin.
Los padres de Charlotte habían regresado de Adelaide, pero habían descubierto
que el productor de su último disco había desaparecido sin decir nada. Como aún no
terminaban de grabar el álbum, Martin y Linda se dispusieron a buscar al hombre.
Sin embargo, lograron comunicarse con Charlotte con frecuencia y sintieron horror y
preocupación al saber de la aventura de su hija y asombro al enterarse de que
Charlotte estuvo atrapada con Sam Buchanan, una persona tan famosa como ellos.
—Lo único que me importa es que estás a salvo ahora —comentó la madre de la
joven—. Y también encontrar a Sid cuanto antes.
En la escuela, los estudiantes crearon una serie nueva de bromas acerca de la
cautividad de la señorita Wells con un deportista millonario. Charlotte lo tomó todo
con indiferencia pero, como lo predijo, de nuevo perdió el contacto con Christopher
Dunlop quien sólo se encogía de hombros cuando ella le hablaba. Las revistas
femeninas querían que Charlotte relatara su experiencia y no dejaban de molestarla.
Y Brian estaba muy molesto, como si Charlotte lo hubiera hecho a propósito.
—Me siento como el hazmerreír de la escuela —comentó Brian cuando le
preguntó si algo le molestaba—. Todos sabían que salías conmigo y, ¿cómo crees que
me siento ahora que todos comentan que pasaste el fin de semana con Sam
Buchanan?
—No pasé el fin de semana con él. Yo ni siquiera conocía a ese hombre. ¿Te
parezco el tipo de mujer que… nada desnuda en un arroyo y comparte una tienda de
campaña con un millonario malhumorado que juega al cricket, el deporte más
aburrido que se haya inventado?
Brian quedó intrigado al oír la parte del arroyo, pero quedó complacido al oír la
descripción de Sam.
—¿Entonces, no lo volverás a ver?
—¿Por qué habría de hacerlo? —se encogió de hombros.
—Bueno, es una celebridad y tú te mezclas con ese tipo de gente.
A Brian no le gustaban las celebridades, de modo que nunca molestó a
Charlotte con querer conocer a sus padres. Eso le agradaba a ella.
—Por eso no lo volveré a ver —afirmó ésta. A pesar de estar molesta con Brian,
aceptó cuando él la invitó a cenar y a ver una película. Charlotte tenía que regresar a
su vida normal.

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Ahora, metió las fotocopias en su bolso, junto con un libro sobre puentes que
compró para Christopher. Este había faltado a clases desde hacía una semana y
Charlotte cargaba siempre el libro con la esperanza de verlo y dárselo.
Al dirigirse a su auto, en el estacionamiento ya vacío, vio un BMW negro,
Grahame conducía y Sam, en el asiento del pasajero, hablaba por teléfono. Al ver a
Charlotte, Grahame bajó del auto y la miró de manera distinta, ¿porque presionó a su
jefe respecto de Cranston o por ser la hija de unos famosos cantantes?
—¿Ya te recuperaste?
—Sí —Charlotte intentó no ver a Sam, quien todavía hablaba por teléfono
dentro del auto—. ¿Qué hacen aquí?
—Pues si tú no lo sabes, yo tampoco —contestó Grahame.
Sam vio a Charlotte, colgó el teléfono y salió del auto.
—No me gusta tu peinado. Pareces el prototipo de la maestra de escuela —
criticó Sam. Estaba vestido con un traje elegante y llevaba el cabello corto de nuevo.
Charlotte, acostumbrada a verlo en tonos grises, quedó impresionada por esos ojos
azules, por el cabello castaño y piel bronceada.
—Veo que no te has dejado crecer ese ridículo bigote —se defendió y se alejó—.
Vete, Sam. Ya estoy harta de ser noticia. Si los chicos que están jugando cricket vienen
para acá ahora, nunca podré estar tranquila de nuevo.
—Si no querías ser noticia, debiste quedarte callada durante la conferencia de
prensa —señaló Sam—. Y, si no quieres más fama, será mejor que entres a tu auto y
me lleves a casa antes que alguien nos tome una foto.
—No creo que los fotógrafos aún te persigan.
—¿Por qué no? —inquirió Sam con vanidad, pues sabía que era muy guapo.
Alarmada, Charlotte se metió al auto y Sam la imitó.
—¿Por qué tengo que llevarte a casa? Allí está tu auto… —pero vio que
Grahame ya se alejaba.
—Quiero hablar contigo. Cuando llegues a la avenida, da vuelta a la derecha —
tomó los libros y carpetas y los puso en el asiento trasero.
—Bueno, pues habla conmigo. Luego te llevaré a tomar un taxi.
—¿Acaso me echarás del auto, Charlie? —sonrió al verla apretar los dientes—.
Puentes famosos de todo el mundo —leyó el título del libro—. ¿Propaganda para
Christopher?
—Sí, lo compré para él en un mercado de antigüedades —metió la llave en el
encendedor del motor.
—¿Esto es para tu suéter? —comentó Sam al ver una bolsa llena de estambre en
el asiento trasero.
—¿De qué quieres hablar? Si es de Cranston, pues ya recibiste nuestra petición
—se irritó al ver que él todo lo adivinaba.

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—Ah, sí. Déjame recordarte que sin importar lo que piensen los demás, haré lo
que me venga en gana —se tornó serio.
En ese momento, Brian fue al estacionamiento, acompañado del director de la
escuela. Vio a Charlotte sentada con Sam y se acercó, indeciso.
—Te veré mañana a las siete de la noche, Charlotte.
Charlotte se molestó por el tono posesivo de Brian, mas no dijo nada, pensando
que él después querría que le diera una explicación del porqué estaba con Sam. Los
dos hombres se miraron con detenimiento.
—Supongo que ese era Brian. ¿A dónde le llevará mañana?
—Al cine —encendió el auto.
—¡Al cine! Clases de tejido, reuniones de historia y una película con el viejo
Brian. Entonces, después de haber escapado de la muerte, ¿no has decidido hacer
nada más emocionante?
—A mí no me aburre Brian, si eso implicas. Tiene muchas cualidades.
—¿Cómo cuáles?
—Es agradable, culto, inteligente y soltero —añadió. Y lo dejó callado, aunque
Charlotte no pensaba que Sam estuviera avergonzado. Este le dio instrucciones y
pronto llegaron a la única casa moderna de toda una cuadra de casas de estilo
eduardiano, en una zona residencial muy antigua llamada St Leonards—. Muy
adecuado para ti —comentó Charlotte al estacionarse—. Supongo que tuviste que
echar abajo una mansión vieja antes de construirla. Es un lugar para ti.
—De hecho fueron dos casas —los ojos de Sam brillaron—. Y estaban tan
carcomidas por las termitas que no fue necesario derribarlas.
—No me has dicho de qué quieres hablar —comentó Charlotte mientras los dos
bajaban del auto.
—Sólo quería saber si te encuentras bien, Charlie. ¿Está todo bien?
—No —se irritó—. Ya estoy harta de que mis alumnos hagan comentarios
vulgares en clase e inventen metáforas sobre el cricket. Ya estoy harta de que los
hombres me miren como si fuera una seductora tigresa disfrazada. Y estoy cansada
de que una revista me llame todo el tiempo para hacerme una entrevista. Y si Gale
me vuelve a preguntar una ver más qué se siente despertar junto a Sam Buchanan…
—se ruborizó al recordar lo que fue despertar junio a él.
—Oh, sí, pero quiero decir… ¿Está todo bien? —inquirió con una suavidad
insistente.
—No estoy embarazada, si a eso te refieres —de pronto, Charlotte entendió la
preocupación de Sam. Lo vio sentir un gran alivio que fue muy parecido al de ella,
pero eso la irritó. Charlotte creyó que Sam fue a buscarla porque se sentía unido a
ella, no porque quisiera asegurarse de no haber creado una responsabilidad extra en
su vida.

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De pronto, la puerta de la casa se abrió y un niño corrió hacia Sam quien lo alzó
en brazos. Sam miró a su hijo con un amor puro y sin complicaciones y Charlotte se
dijo que el día en que Sam mirara así a una mujer, ésta se volvería loca de alegría.
—Saluda a Charlie —dijo Sam a su hijo.
—Te vi en el hospital —señaló Stevie—. Tenías una cámara en el cuello.
—¿De veras? —Charlotte no lo recordaba con tanta claridad.
—Además, Charlie es un nombre para un niño.
—Es el diminutivo de Charlotte, así como Stevie es el diminutivo de Steven —
miró sus ojos azules que se parecían mucho a los de Sam, antes que éste se hubiera
cansado de todo menos de su hijo.
—Te voy a enseñar mi bicicleta nueva —comentó el niño, como si le hiciera un
favor especial a Charlotte—. Espera aquí —bajó de brazos de Sam y entró en la casa.
—¿Stevie se está quedando contigo? —inquirió molesta por no poderse ir, pero
molesta también por no querer herir los sentimientos de Stevie.
—Durante un tiempo. Las cosas están mucho mejor. Ahora que estuve
castigado en ese sótano, la señora Hume me ha perdonado por el incidente del club
nocturno. Y Ruth y yo hemos pactado una tregua, pues pudimos hablar con calma y
llegar a un acuerdo sobre Stevie. Y eso te lo tengo que agradecer a ti.
—¿Por qué?
—Me obligaste a recordar los viejos tiempos, mi relación con Ruth antes que
todo se echara a perder. Nos habíamos olvidado de eso y recordar esa época feliz nos
ayudó a hablar con sensatez y sin recriminaciones.
Fantástico, pensó Charlotte. París en el verano, recordado en la oscuridad de un
sótano. ¿Acaso pensaban reconciliarse y posponer el divorcio? Y Sam le estaba dando
las gracias a Charlotte…
—Qué bien —fue cortante.
En ese momento, Stevie se acercó en su bicicleta, tocando la bocina. Charlotte
admiró el vehículo.
—Pronto ya no necesitaré las ruedecitas de atrás —indicó el niño, orgulloso—.
Si tienes tu cámara en el auto, podrías tomarme una foto.
—Mi cámara no funciona, está descompuesta —respondió Charlotte y vio
avergonzarse a Sam.
—Está bien. Puedes conseguir una y venir otro día. Te llamaré porque ya sé
usar el teléfono. Mira cómo pedaleo a toda velocidad —presumió el niño y se alejó.
Charlotte lo miró y pensó que, sin importar los problemas que hubiera entre sus
padres, ese niño tenía una confianza en sí mismo que permanecía intacta.
—Tu hijo es muy agradable. ¿No lo has llevado a ver la casa que su familia
construyó? ¿Lo llevarás a ver cómo se derrumba?

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—Linda, ¿nunca has pensado que exageras en tu proselitismo? Creo que esa
mansión es peligrosa y que debería ser derribada. Sin embargo, estoy dispuesto a
escuchar las opiniones de los expertos.
—Eso es razonable —decidió no insistir por el momento—. Por lo menos,
pospondrás la ejecución unos meses.
—Si es que la mansión dura tanto tiempo —replicó secamente y la siguió
cuando ella se metió en el auto—. Ya le escribí una carta a la señora Fullbright para
que no se alarme.
—¿Quieres decir que la sociedad por fin ha recibido una carta del evasivo Sam
Buchanan? —fingió asombro—. Vaya, las cosas sí están mejorando.
—Ten cuidado con tu colega el maestro, linda —rió—. Esos hombres tranquilos
y estudiosos pueden ser imprevisibles.
—Pues te equivocas. Brian no es imprevisible en lo absol… —se mordió el labio,
viendo la trampa tendida demasiado tarde.
—Apuesto a que aún no te compras ese vestido negro —sonrió.
—Perdiste. Me debes veinte dólares —lo miró a los ojos y encendió el auto para
alejarse con rapidez. No obstante, al día siguiente, durante la comida, Charlotte fue a
la tienda y compró el vestido negro que le costó una fortuna. Y, cuando lo vio, Gale
se puso verde de envidia.
—Lo compré obedeciendo a un impulso —comentó Charlotte, ahora
avergonzada.
—Vaya, sí que has cambiado —esa confesión asombró más a Gale que el mismo
vestido—. ¿Qué hubo entre tú y el guapo de Sam, Charls?
—Muchos escalofríos, pues hacía un frío espantoso —Charlotte no era el tipo de
mujer que no usara tirantes… no en circunstancias normales—. Tal vez nunca tenga
el valor de ponérmelo.

Sam apareció en la televisión esa semana y anunció que se retiraría del cricket.
Eso sorprendió a Charlotte y la hizo admirarlo. Sam. sería recordado como un
excelente jugador, pero no como un jugador maravilloso. Sam no se retiraba cubierto
de gloria, pero sí con dignidad, lo cual lo hizo ser un héroe de nuevo y la gente
lamentó su partida. Sin embargo, una cadena de televisión lo contrató como
comentarista deportivo. Sam había recuperado su reputación, al igual que a Stevie.
Tal vez las acciones de Champions habían aumentado también. Un entrevistador le
preguntó a Sam si pensaba derribar la mansión de Cranston y Sam contestó que
primero quería tener la opinión de los expertos.
—¿La señorita Wells lo ha orillado a hacer esto?

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—No —Sam pareció molesto, en la pantalla—. Yo ya había decidido darle a esa


casa una segunda oportunidad… cuando estaba atrapado en el sótano. ¿Qué ironía,
no?
Claro, Charlotte pensó que Sam dijo eso para salvar su reputación y nada más.
Sin embargo, eso la incomodó y la hizo albergar nuevas sospechas cuando Stevie la
llamó, dos semanas después.
—¿Tú solo me llamaste por teléfono, Stevie? —inquirió la chica, queriendo
saber si Sam estaba escuchando por la otra línea.
—Sí, te dije que ya sabía usar el teléfono —presumió el chico—. Puedo leer
números y tu número está apuntado en nuestra libreta.
—¿Ah, sí? —¿acaso Sam apuntaba los números telefónicos de sus antiguas
amantes en una libreta? Charlotte no quería ser fría con el niño, pero tampoco quería
que éste adquiriera la costumbre de llamarla.
—Mi mamá está en Melbourne y mi papá me va a llevar al zoológico de
Taronga mañana. Y dijo que un día me llevará a dar un paseo en el tractor.
—¿Tienen tractores en el zoológico? —inquirió Charlotte, con una sonrisa.
—No, el tractor va a estar en nuestra casa. Fuimos a ver a un hombre a una
granja y él le va a dar un tractor a mi papá y mi papá le va a dar dinero… —explicó,
con cierta confusión.
—¿Tu papá va a rentar un tractor, Stevie? ¿Por qué? —se tensó.
—Pues para que pueda subirme en él —aseguró el niño, intrigado por la
ingenuidad de los adultos.
—¿Va a estar el tractor en tu casa del campo, Stevie? —inquirió Charlotte,
intrigada. Sólo se le ocurría una razón para que Sam alquilara un tractor.
—Sí, donde hay un arroyo con renacuajos. Los renacuajos se convierten en
ranas —afirmó, seguro de sí mismo.
—¿Y cuándo te dijo tu papá que te podías subir al tractor, Stevie? —no le
agradaba interrogar a un niño de cuatro años, mas no tenía otro remedio.
—El sábado —empezó a susurrar—. La señora Hume viene para acá. Se va a
enojar conmigo por tomar el teléfono —y colgó.
Charlotte se mordió el labio. No tenía pruebas de las intenciones de Sam más
que lo que Stevie le había revelado. Claro que a nadie le sorprendería que Cranston
se derrumbara, dado que todos sabían ya que estaba en muy malas condiciones…
Charlotte imaginó a Sam conduciendo el tractor, derribando los muros de la
mansión. Eso le provocó un dolor físico.
Se dijo que Sam no lo haría… pero también era cierto que a Sam no le agradaba
que la gente le dijera lo que tenía que hacer. Charlotte decidió el viernes que iría a
Cranston. Y esa vez le puso a Gale una nota en el espejo, para decirle a dónde iba a ir.

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La neblina de la mañana empezó a disiparse, pues el sol empezaba a calentar el


ambiente. Charlotte consultó su reloj. Eran las siete de la mañana. Hacía una hora
que estaba en Cranston. Ya se había asegurado de que la mansión siguiera en pie.
Tomó unas fotos con su nueva cámara que le fue entregada hacía unos días con un
mensaje breve. "Para la próxima vez, asegúrate de que el techo no se vaya a
desplomar. S.B." Eso era algo típico en Sam.
No se disculpaba por haberle arruinado la cámara. Ese hombre no sabía
expresarse.
Junto al arroyo, no había un campamento ahora. Charlotte miró el agua,
fotografió la inscripción de Robert y Emma y regresó al auto. Pasaron dos horas más.
Charlotte estaba estacionada bajo un sauce llorón y durmió un poco en el asiento
trasero. Tal vez Stevie se equivocó y Sam iría a Cranston el sábado de la siguiente
semana. Charlotte se sentía ridícula por estar allí, aunque la complacía que Cranston
siguiera todavía en pie.
Sam llegó al mediodía. Charlotte tomaba el sol bajo un árbol cuando oyó el
motor del tractor. Charlotte vio que un vehículo enorme entraba por las rejas de la
propiedad. Y, al ver la forma en que caminaba Sam al cerrar, se dio cuenta de que
estaba contento consigo mismo. Sí, se disponía a derribar la casa.
—¡Sam! —gritó, mas él no la oyó debido al ruido del motor. Charlotte subió por
la colina pero, cuando llegó del otro lado, Sam se había alejado. Charlotte lo vio
desaparecer tras una nube de polvo. Volvió a gritarle, pero no la oyó. Charlotte
vaciló. No sabía qué hacer ahora que Sam estaba allí. Se dispuso a seguir al tractor y
luego decidió que tomaría un atajo para llegar antes que él frente a la casa.
Jadeando, Charlotte subió por un cerro y corrió colina abajo, más y más rápido
cada vez. De pronto, vio surgir al tractor frente a ella. No lo pudo ver, debido a que
la máquina estuvo oculta momentáneamente por un gran sauce. Y ahora Charlotte ya
no podía detenerse. Vio el rostro horrorizado de Sam quien pisó el freno y el tractor
se detuvo. Charlotte pasó frente a las enormes ruedas a treinta centímetros de
distancia. Dio un salto y cayó del otro lado del camino, sobre el pasto.
El motor del tractor se apagó y Sam se quedó petrificado. Se llevó una mano a
los ojos y sacudió la cabeza como si quisiera deshacerse de una ilusión. Pálido, miró a
Charlotte.
—¿Qué rayos crees que estás haciendo? —recriminó él.
Tensa, silenciosa, Charlotte se puso se pie y señaló en dirección de la casa.
—No puedo dejar que… —se quedó sin aliento, así que se paró frente al tractor
y puso las manos en la cadera, desafiante. Se mantuvo firme mientras Sam la miraba
con enfado.
—Apártale de mi camino, Charlie —susurró en tono peligroso.
—No, Sam. Por favor, espera un momento, antes que hagas cualquier cosa. Esto
es indigno y bajo de tu parte y después te odiarás por hacerlo; sé que así será.
—No necesito que salves mi alma —apretó los dientes—. Apártate.

60
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—No.
Sam bajó del tractor. Vestía unos pantalones flojos y una camiseta sin mangas y
parecía ser lo suficientemente fuerte como para derribar solo a Cranston. La observó
con detenimiento.
—¿Cómo supiste que hoy estaría aquí?
—Stevie me dijo que…
—¿Stevie? —replicó con frialdad.
—Me llamó por teléfono… —lo vio mirarla con escepticismo—. Es verdad.
—¿Acaso has estado interrogando a mi hijo? ¿A mi hijo? —alzó la voz—.
¿Acaso un niño de cuatro años se ha convertido en el espía de su padre?
—No seas tonto, Sam —se puso nerviosa—. No fue así…
—No hay nada más peligroso que una buena samaritana —se molestó—.
Después, vas a intervenir mi teléfono, por mi propio bien, por una buena causa, claro
está —tomó un pedazo de cuerda de la cabina.
—¿Para que es eso? —retrocedió.
—Es por tu propio bien —sonrió Sam. La tomó del brazo y la hizo apoyarse
contra una higuera. Sostuvo a la chica con las rodillas, mientras la ataba por la
cintura.
—Linda, haz caso de mi consejo: cásate con un tipo que pueda sobrevivir a tus
sermones y ten una familia pronto. De lo contrario, te convertirás en una vieja
fisgona y amargada.
—No puedes hacer esto… te acusaré con la policía —gritó la chica.
—¿Ah, sí? Y yo diré que te echaste frente a mi tractor para ser arrollada y que
tuve que evitar que lo volvieras a hacer… por tu propio bien, claro está —la ató al
árbol.
—Sam, eres un hijo de… —Charlotte estiró los brazos hacia atrás para deshacer
el nudo—. No te saldrás con la tuya en todo esto.
—Además, te acusaré de estar en mi propiedad sin mi autorización.
—Maldición, Sam. No quiero hacerlo, pero me obligaré a ver cómo destruyes tu
herencia para que después te avergüences. ¿Cómo puedes venir aquí, sin que nadie
más lo sepa? ¿Qué le dirás a Stevie cuando te pregunte lo que le pasó a la casa que
sus ancestros construyeron?
—Creo que en cinco minutos podrás liberarte, linda —comentó Sam—. Y,
mientras tanto, podrás ver qué es lo que vine a hacer —le palmeó el hombro y se
alejó con satisfacción.
—Haz lo que quieras, Sam. Esas paredes tienen medio metro de espesor. Tal
vez pienses que eres el verdugo en jefe subido en ese tractor, pero será necesario algo
más que ese pequeño tractorcito para derribar una casa que se ha mantenido en pie
durante más de un siglo.

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De pronto, Charlotte se dio cuenta de lo que había dicho. Claro. Esas paredes
sólo caerían con un terremoto o una demoledora. Pero se percató en ese momento de
que lo que la preocupó no fue Cranston sino que Sam se pusiera en el papel de
destructor. Sin importar si la casa quedaba dañada, Sam sí estaña dañado después de
intentarlo. Y Charlotte no podía dejar que Sam sufriera.
Sam rodeó un árbol con el tractor y luego lo derribó. Bajó y, con una sierra
eléctrica, empezó a cortar las ramas en pedazos iguales. Charlotte observó que el
estaba derrumbando un árbol muerto y que Sam nunca intentó demoler la casa con
una máquina que ni siquiera la abollaría. Sin embargo, ella se estaba portando como
una loca de remate.
Se desató y se acercó a Sam, pensando que le debía una disculpa. Sam la vio y
guardó la sierra en el tractor. Se apoyó contra él, sudoroso pero tranquilo.
Estaba tan atractivo que Charlotte se resintió por ello. Sam se limpió la cara con
una toalla y luego tomó un sorbo de agua. Luego fijó la vista en la blusa de la joven.
—¿Así que soy un verdugo en jefe? —se burló.
—Ah —Charlotte se dio cuenta de la tontería que había dicho.
¿Por que se portaba como una demente?
—Hormigas blancas —tomó una rama de aspecto sólido y la partió en un
santiamén—. La señora Hume traerá aquí a Stevie por la tarde y yo no quería que mi
hijo tuviera un accidente, pues le encanta trepar por árboles.
—Pudiste explicarme que sólo ibas a derribar un árbol muerto —suspiró.
—Esta es mi tierra. Mi casa. Mis árboles. No tengo que explicar nada.
—Pudiste decírmelo cuando te detuve en el camino.
—Pudiste confiar en mí cuando te dije que esperaría a tener la opinión de los
expertos.
—¿Confiar en ti? Me mentiste una vez, ¿por qué no habrías de volver a hacerlo?
—No te mentí —se ruborizó, pero Charlotte no estuvo segura de si él sentía
vergüenza o no, pues Sam pareció no saber lo que ella quería decir.
—Mentiste al no decirme la verdad. Es lo mismo. Tuviste la oportunidad de
decirme que no estabas divorciado y sin embargo, me hiciste creer que sí lo estabas.
Nunca volveré a confiar en ti.
—Vaya, he caído de otro pedestal —sonrió.
—Yo nunca te puse en un pedestal. No fuiste mi héroe y no lo eres ahora
tampoco —sin embargo, no estuvo tan segura de no haber endiosado a Sam en ese
sótano, ni de no haberse enfurecido cuando descubrió que él sólo era humano,
después de todo—. Dame una buena razón para no haberme contado la verdad.
—Acababas de pedirme que fuera a la cama contigo. No era el momento
indicado para explicarte que mi matrimonio estaba terminado. Terminado —añadió,
alzándose de hombros.

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—Debiste decírmelo. Yo no me mezclo con hombres casados.


—Vamos, linda. Había una fuerte atracción entre nosotros y habríamos podido
morir en ese sótano. ¿Acaso afirmas que el hecho de estar casado habría hecho que
las cosas fueran distintas?
—Así es.
—¿Habrías muerto virgen? —se mofó.
—Y tú habrías muerto casado —lo miró a los ojos—. Es obvio que piensas que
eso habría cambiado las cosas… de lo contrario, no me habrías mentido.
—Te deseaba. Y tú misma dijiste que las cosas estaban bien. Entonces, ¿por qué
arruinar nuestro momento con una serie de tecnicismos?
Charlotte se emocionó al oír que la deseó. Y también se deprimió. Pero, después
de todo, ¿acaso esperó oír que la amaba, que la necesitaba?
—Parece que tienes calor. Si quieres un refresco, están en la hielera —señaló el
tractor con el pulgar.
Charlotte tenía tanta sed que subió al tractor y tomó una lata de limonada. Bajó
la vista y vio que Sam la miraba con detenimiento.
—Bueno, debo irme —comentó.
Sam se acercó para ayudarla a bajar del tractor. La rodeó por la cintura, pero no
la bajó de inmediato. Sus ojos brillaban y Charlotte inhaló el aroma masculino que de
él emanaba, y decidió que, a partir de ese día, la señora Fullbright y la señora
Humphries se harían cargo de todo lo relacionado con Cranston. Ella no quería
volver a ver a Sam… era un hombre peligroso.
—¿Cómo estuvo la película que viste con tu buen amigo Brian?
—Buena —pero añadió—. Era una película italiana.
—Ah. Eso sí que es vida. Una película italiana. La dolce vita, linda.
—Tu acento italiano es horrible. Bájame, por favor.
—Perdiste un botón —Sam le miró el frente de la blusa.
—¿Qué? —Charlotte vio al fin lo que Sam estuvo contemplando. Su blusa
estaba abierta y revelaba el sostén de algodón blanco y la mitad de sus senos—.
¡Mirón! —gritó y se ruborizó al tratar de cubrirse.
—Mmm. ¿Qué tiene el algodón blanco que es tan…? —inhaló hondo y de
pronto le dio un beso en el pecho.
—No —soltó su blusa para empujarlo y así cometió dos errores, puesto que lo
tomó de los hombros y la blusa se abrió más, de modo que Sam pudo besarla de
nuevo. Charlotte sintió que una corriente eléctrica traspasaba su cuerpo.
—Sam —gimió.
—Charlie —le quitó la blusa y le besó los senos, lamiendo la piel aquí y allá.
Charlotte sintió que peligraba, pero no le importó. Las manos fuertes de Sam la

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acariciaban, su boca se apretaba contra su piel y el sol la calentaba. Charlotte hundió


los dedos en el cabello castaño y suspiró, jadeante. Y, al oír ese sonido tan
desacostumbrado en ella, recuperó la sangre fría.
—Bájame, Sam —se puso seria.
—Ni siquiera tu madre te reconocería ahora —la admiró, complacido al verla
despeinada, sonrojada. Charlotte bajó de un brinco del tractor y se arregló la blusa y
el cabello. Sam se tornó pensativo y comentó—. Debes haber sido una verdadera
rebelde de adolescente… Me atrevo a decir que preocupaste mucho a tus padres,
entonces.
—¿Cómo te atreves a decir eso?
—La mayor parte de los chicos quieren ser diferentes de sus padres… quieren
impresionarlos con su ropa, con su pelo y con su gusto por la música. Pobre Charlie
—rió—. Tus padres desde entonces ya habían quebrantado todas las reglas. Estaban
escribiendo la música de rock con la cual bailaban tus contemporáneos, usaban la
ropa de moda y el cabello largo, así que imagino que tú no pudiste hacerlo.
—Ningún adolescente que se respete a sí mismo quiere parecerse a sus padres.
—Supongo que habrías podido ir más lejos y volverte punk o retro.
—Lo que me desalentó fueron los alfileres colocados a través de la nariz.
—Así que hiciste lo contrario. Te volviste conservadora y pudorosa. Creo que a
tus padres les dio pánico tener una hija pudorosa. Igual que una chica vestida con
minifalda habría asustado a sus progenitores. Apuesto a que ni siquiera te gustaba su
música.
—Cuando la oyes en todas las etapas de composición y luego la vuelves a oír en
público, pierden un poco su sabor —se encogió de hombros.
—Déjame adivinar… solías ir a tu cuarto y oír música clásica.
—Así es —se volvió y unió las dos partes de la blusa con un alfiler.
—Vaya, qué rebelde, Y supongo que no le hiciste ningún peinado estrafalario,
que nunca te pintaste el pelo de rojo o de azul.
—Esos colores no me sentaban bien.
—De hecho, tus padres eran los hijos y tú eras como su madre.
—Bueno, alguien tenía que recordar que había que pagar la cuenta de la luz. Y
comprar la comida y regar el jardín. Los músicos tienden a olvidar esas pequeñeces
cuando escriben nuevas canciones —pequeñeces como una hija, se dijo para sus
adentros, asombrada de que eso aún pudiera dolerle.
—Debes haber tenido una crianza rara. ¿Eras famosa en la escuela?
—Yo era la hija de mis padres —se encogió de hombros—. Conocí a otros
músicos y todos querían saber cómo eran ellos. Mis padres me daban pilas de
autógrafos para que los regalara en la escuela. Una vez fueron a dar un miniconcierto
a fin de reunir fondos para construir un gimnasio —sonrió—. Fue el equivalente de
un pastel hecho en casa para la feria de la escuela.

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—Ellos tenían todas las aventuras, corrían todos los riesgos y tú mantenías el
orden en el hogar. La hija sensata y prudente.
—Sólo hasta que cumplí veinte años. Entonces el gerente se hizo cargo de todo
cuando yo me fui de la casa.
—Para compartir un apartamento con tu prima —se burló—. Gale tiene todas
las aventuras mientras, apuesto, tú mantienes el orden en el hogar. ¿Qué ha
cambiado? ¿Acaso Gale te llama mamá?
—No todas las aventuras. Por desgracia, yo quedé atrapada en un sótano —lo
miró con enojo.
—No fue una desgracia. Saliste más viva que nunca, reconócelo.
—Te sobreestimas, Sam —rezongó.
—Y ahora estás dando marcha atrás. Es por eso que estás con Brian.
—Todo este análisis psicológico es fascinante —se alejó de él—. Te sugiero que
lo apliques a tu propia vida; ésta lo necesita.
—¿Te asusta lo que puede pasar si te liberas, Charlie? —ignoró el comentario y
empezó a caminar a su lado.
A Charlotte la sorprendió que Sam fuera tan intuitivo.
—Has regresado a como eran las cosas antes. Has vuelto a tu vida común y
corriente, has vuelto con Brian porque él te da seguridad.
—Tonterías.
—Sabes que no despertarás deseándolo, linda —susurró, intenso—. Sabes que
no le rasguñarás la espalda, ni gemirás de deseo ni gritarás.
—¡Basta! —lo encaró con enfado.
—No, eso no fue lo que gritaste —recordó Sam.
—Eres un cerdo…
—Tú misma te escandalizaste, ¿verdad, Charlie? —fue más suave—. No te
conocías y ahora quieres enterrar esa parte de ti y racionalizar lo sucedido. "Pensé
que iba a morir…"
—No creí que moriría —se tensó.
—Y, en vez de eso, sufriste un destino peor que la muerte —sonrió, satisfecho—
. Encontraste otra faceta de tu personalidad y ahora quieres enterrarla en vida…
aunque no lo estás logrando muy bien, ¿verdad?
—No sé de qué hablas.
—De hoy. Gritabas como una valquiria. Toda esa pasión. Casi te echaste bajo el
tractor…
—Me preocupaba Cranston, eso es todo.
—… me hundiste los dedos en el pelo, gimiendo…

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—¡Cállate ya!
Se detuvo al llegar junto al árbol contra el cual había sido atada. El sendero que
la llevaría hacia la salida quedaba muy lejos aún. ¿Por qué Charlotte no podía nunca
tomar la dirección correcta?
—No quisiera que enterraras esa otra parte de ti —parecía tenso, preocupado.
—Ten cuidado, Sam, ya pareces un buen samaritano. ¿Qué te importa lo que yo
haga?
—Pues ya hay demasiadas mujeres taciturnas e insatisfechas en el mundo.
Además, en cierto sentido, me siento… responsable.
¡Responsable por haberla convertido en mujer! Charlotte se atragantó y en un
murmullo maldijo el tamaño de su ego.
—¿El tamaño de mi qué? —inquirió, sin inmutarse. Sacó una navaja y empezó a
grabar algo en el tronco de la higuera—. Toda esa pasión, Charlie. De no ser porque
me detuve, ahora estaríamos haciendo el amor en el pasto.
Sin querer, Charlie los imaginó acostados en la hierba, haciendo el amor bajo la
luz del sol.
—No sabía lo que hacía. Recibí una fuerte impresión. Después de todo, casi me
atropello un tractor y luego un bárbaro me ató…
—"No sabía lo que hacía" —se burló—. "Creí que moriría". De nuevo estás
racionalizando las cosas. Si yo fuera un verdadero samaritano, re salvaría. Te llevaría
a vivir conmigo y te haría el amor todas las noches. Bueno, casi todas las noches —
concedió, modesto.
—¿Por mi propio bien? —Charlie se enfadó, pero su corazón se aceleró al
imaginar nuevas escenas donde las sábanas enredadas sustituían al pasto.
—Y el mío —confesó.
Arrogante. Hablaba como si sólo tuviera que sugerirlo para que ella aceptara de
inmediato.
—¿Que pasó con eso de hacer que el episodio no fuera nada complicado? ¿El
gran adiós, el pensar que fue algo divertido y que ya terminó?
—Entonces me pareció una buena idea —entrecerró los ojos—. Sin embargo, al
volverte a ver, ya no estuve tan seguro. Y hoy se ha comprobado que… aún nos
interesamos el uno por el otro —sonrió, complacido—. Y parece que le agradaste
mucho a Stevie.
—¿Ah, eso es lo que hace que me apruebes, Sam? ¿Que yo le agradé a tu hijo?
—Es un factor impórtame. Stevie pasará más tiempo conmigo en el futuro y es
importante que le agraden todas las personas de… mi vida.
—Bien, Así que he sido aprobada por Buchanan padre e hijo —se burló—. Y
ahora ya me permiten jugar en el mismo equipo. ¿Debo sentirme honrada?

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—Distorsionas las cosas, linda. Stevie ha tenido muchos problemas desde hace
un año. No quiero hacerlo sufrir más al obligarlo a estar con alguien que no le
agrade. Cuando se trate de escoger entre cualquier mujer y mi hijo, Stevie ganará
siempre.
—Claro —la molestó eso de "cualquier mujer", no el hecho de que Sam quisiera
proteger a su hijo. No quería ser "cualquier mujer", sino ser aceptada por ella
misma—. Dijiste que no volverías a tener una relación seria.
—No tengo esa intención. No será algo permanente —la miró a los ojos.
—Al menos eres sincero. Por esta vez.
—¿Cuál es tu respuesta, linda? —apretó la mandíbula.
—¿Quieres decir que hablas en serio? ¿Quieres que me mude contigo, que
tengamos una aventura, otro episodio… hasta que nos aburramos?
—¿Cómo quieres que te lo diga? —se exasperó Sam.
—No importa —Charlotte quería oír palabras como "amor", "necesitar",
"compartir", palabras que no existían en el vocabulario de Sam—. La respuesta es no.
Sam tan sólo se estiró y enseñó los músculos del pecho y los hombros. Charlotte
bajó la vista para no ver toda la masculinidad que rechazaba. Qué bueno que era una
chica con principios.
—Tal vez sea mejor así. Ya empezaba a arrepentirme —Sam se mostró
descarado. Charlotte se deprimió al ver que ni siquiera estaba molesto.
—De todos modos era algo absurdo. No soy el tipo de mujer que tenga una
aventura furtiva, a escondidas, con un hombre casado.
—Separado.
—Y, cuando me busque un amante, no será alguien como tú —añadió.
—Pues te parecí muy aceptable, linda —la miró con detenimiento—. Y más de
una vez.
Charlotte se sonrojó. Fue tonto de su parte tratar de ponerse al tú por tú con un
hombre experimentado como Sam.
—El tiempo se terminaba y eras el único hombre disponible…
—No, no trates de hacer eso, linda. No fue sólo un experimento. Eres el tipo de
mujer que necesita primero sentir que está enamorada.
—Bueno, sí sentí eso. Entonces.
—Confiaste en mí para que yo fuera tu primer amante.
—Y fuiste muy amable —trató de ser justa—. Muy considerado y paciente y…
amable —concluyó, sin saber qué decir.
—¿Me das una calificación de diez? —se mofó. Tomó la cuerda y se alejó. En el
árbol había grabado "Charlie estuvo aquí".

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—Infantil —susurró la chica y se dirigió a la salida. Antes de llegar a la reja, se


volvió para ver el esplendor en ruinas de Cranston. Claro, el tractor de Sam jamás
lograría derribar la mansión. Y Charlotte sintió gusto al pensar que, aún estando
rodeado por hermosas y descosas mujeres, Sam la deseaba a ella. Claro que no era
algo serio y él no sufriría porque ella lo rechazó. Se volvió; tal vez nunca más
volvería a ver esa casa, ni a Sam.
Pero tal vez el no la olvidaría del todo. Charlie estuvo aquí. Las higueras vivían
muchos años, y también el mensaje infantil de Sam perduraría.
Charlotte miró las ondulantes y soleadas colinas del horizonte y se preguntó
cuánto tiempo tardaría en dejar de interesarse por Sam.

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Capítulo 8
El domingo, Charlotte fue a tomar el té con la señora Fullbright y la señora
Humphries quienes vivían juntas desde que quedaron viudas. Después de servir el té
y los pastelillos y de observar todas las formalidades, se hizo un emocionante silencio
que intrigó a Charlotte.
—Cranston va a ser restaurada —anunció la señora Fullbright con entusiasmo.
Las dos amigas empezaron a hablar con rapidez y animación.
—Fue todo un éxito, Charlotte, y estamos seguras de que tú tienes algo que ver
con eso. Sam Buchanan nos dijo que decidió no derrumbar la casa mientras estaba
atrapado en el sótano.
—¿Cómo hiciste para hacerlo cambiar de opinión, querida? Claro que, después
de estar tanto tiempo juntos y ser compañeros en desgracia…
—No creo que debamos presionar a Charlotte para que nos diga cómo…
convenció al señor Buchanan.
Era obvio que preferían no conocer los detalles, si era cierto que Charlotte se
sacrificó en aras de conservar la mansión.
—Para ser un hombre tan famoso, es muy dulce. Algo raro en un Tauro.
—¿Dulce? —Charlotte se tornó suspicaz. ¿Qué tramaba Sam?
—Dos arquitectos aprobaron que la casa podía restaurarse. Nos ha ofrecido
usar la cochera cuando le pongan el techo.
—Y nos dará acceso a los documentos y diarios de la familia.
—Es un hombre tan modesto y amable…
—La restauración se basará en los planos y en la decoración originales.
—Y nos dará un donativo muy generoso a cambio de hacer el trabajo de
investigación en los archivos de su familia —se mencionó una suma exorbitante para
la Sociedad del Patrimonio Histórico.
—Ese dinero lo podremos gastar en cualquier proyecto que interese a la
sociedad… no tenemos ninguna obligación para con el señor Buchanan sobre la
forma de usar esa suma. No tengo que decirte, Charlotte, que el comité recibiría una
gran desilusión si el ofrecimiento del señor Buchanan no llegara a realizarse.
—¿Y por qué no habría de ser así?
—Pues… eso depende de ti, Charlotte —las señoras se miraron.
Charlotte se tensó. La última vez que oyó "eso depende de ti", quedó atrapada
en el sótano.
—Verás, el señor Buchanan desea que tú realices la investigación. Me dio la
impresión de que sólo te aceptará a ti —explicó la señora Fullbright. Charlotte se dijo
que nunca trabajaría para Sam.

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—¿Y cuándo les dijo mi compañero de desastre que quería que me comunicara
con él?
—Dijo que estaría en su oficina durante la semana próxima… o que podrías
verlo esta misma tarde, si no tienes inconveniente.
Charlotte apretó los dientes y se dijo que Sam era una rata. La señora Fullbright
le explicó que Sam estaba entrenando a unos chicos en el juego de cricket y le dio la
dirección del terreno de juego.
—¿Hay alguna razón en especial por la que sientas que no podrías hacer esa
investigación para el señor Buchanan? —inquirió la señora Humphries.
"Porque creo que estoy enamorada de él y eso sólo empeorará si leo los diarios
de su familia y le aconsejó la forma de restaurar su casa", pensó.
—No creo que tendré el tiempo necesario —Charlotte se despidió de sus amigas
y se fue, enfadada, a buscar a Sam.
Estacionó su auto junto a la cancha de cricket. Varios chicos lanzaban bolas en
redes de práctica. Sam le estaba gritando algo a un chico que corrió con la bola y la
perdió. Vestido con protectores de piernas y con guantes, Sam parecía un guerrero
medieval. Alzó la vista y vio a Charlotte. Se enjugó el sudor de la frente, tomo el palo
de cricket y se dirigió a ella. No estaba asombrado de verla.
—Mentiroso —dijo ella—. Dijiste que no habría condiciones y ahora le has
puesto un ultimátum a la asociación. Si no trabajo para ti, la sociedad no recibirá ni
un centavo.
—No dije eso —Sam la miró con desaprobación—. La señora Fullbright tan sólo
supuso que yo perdería el interés por la sociedad si tú no aceptabas mi ofrecimiento
y…
—Y tú la dejaste suponer —concluyó—. Sí, eres bueno para eso, Sam.
Este se ruborizó un poco.
—Es una oferta razonable, Charlie. A ti te importa más que a nadie ese viejo
caserón.
—¿Cómo puedes mirar a dos ancianas a los ojos y decirles que decidiste
restaurar Cranston mientras estabas en el sótano y sólo despotricabas en contra de la
casa?
—Ah, pero tú sí la elogiabas. Oí cientos de elogios y creí que unas cuantas
imprecaciones harían las cosas más interesantes. Tú supusiste que a mí sólo me
interesaban los deportes, y que era insensible, de modo que no podía apreciarla, así
que creíste que yo hablaba en serio.
—¿Qué? Entonces, todo eso que dijiste de que, en el momento en que salieras la
derribarías, y todo lo demás, ¿fue sólo para hacerme enfadar? Eres un desgraciado,
Sam.
—Eso te sirvió de lección. Yo apenas había recibido mi herencia cuando tu
sociedad ya me estaba molestando acerca de lo que haría con Cranston. El tío Ralph

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pensó derribarla antes de morir y a mí también me pareció una buena idea. Pero,
cuando fui allá para esconderme de todo el mundo y estar solo, la mansión empezó a
hechizarme.
—¿Te refieres a cuando estabas acampando junto al arroyo?
—Así es. Así que no eres responsable por mi cambio de opinión. ¿Estás
desilusionada?
A Charlotte la mortificó estarlo. En el fondo, le hubiera gustado que Sam
hubiera cambiado de idea por ella. Ahora, Charlotte recordó que Sam quiso decirle
algo sobre Cranston la noche que los llevaron al hospital. Tal vez jugó a ser el
abogado del diablo cuando en realidad pensaba restaurar la vieja mansión. Y luego
ella hizo ese comentario ante la prensa y dio la impresión de que Sam quedaría
obligado a cambiar de planes frente a la presión de la opinión pública.
—Ah —se deprimió—. ¿Por qué me dejaste decir todo eso acerca de la petición
y de la casa?
—¿Acaso había forma de detenerte? —se burló Sam—. Me hiciste parecer como
un vándalo, linda, y eso no me gustó. Pude decir en ese momento que no necesitabas
seguir luchando, pero tengo mi orgullo —pensó un momento—. Y pudiste ser
atropellada por un tractor por tu obsesión y mi orgullo.
Charlotte se mordió el labio. La imagen que Sam tenía de ella era horrible. La
joven parecía una mujer impositiva, arrogante. Sin embargo, no podía decirle que no
solía ser así, que era el mismo Sam quien despertaba esa pasión en ella, que luego
canalizó hacia Cranston.
—Te pido una disculpa —se tensó—. No debí suponer que eras un deportista
insensible. Siempre es peligroso conjeturar cosas.
—Entonces, ¿cuál es tu decisión, Charlie? —él ni se inmutó ante el comentario.
—La respuesta es no. ¿Por qué no lo haces tú solo?
—Ten piedad de mí. Me ha llevado dos semanas mirar el contenido de una caja
de diarios y de viejos libros de cocina —la siguió a su auto, vigilado por los chicos.
Viejos libros de cocina. Eso era como una especie de historia en sí. Charlotte no podía
resistirse a las viejas cartas ni a los diarios. Pero ahora se resistió—. No conozco muy
bien ese período como para saber lo que es valioso y lo que sólo representa un
recordatorio sentimental —señaló Sam—. Pero encontré el diario de alguien llamado
Emma.
—¿Crees que sea esa Emma? —se volvió ansiosa—. ¿La de la inscripción del
árbol?
—¿"Los días terminan con el encuentro de los amantes"? —Sam se encogió de
hombros—. No lo sé. Puede haber otra pista en las once cajas que quedan.
—¡Once! —gimió Charlotte. Estaba interesada y él lo sabía. Doce cajas de
historia para restaurar a Cranston. Charlotte se dijo que tal vez de esa manera
lograría olvidar a Sam. En vez de batir la retirada, haría un ataque frontal con el
problema. Eso sería más valiente.

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Los chicos esperaban a que Sam volviera. Unos niños más pequeños corrieron a
pedirle su autógrafo y Sam firmó una libreta, unos pedazos de papel, una camiseta y
un bracito pecoso. Estar junto a Sam era muy parecido a estar junio a los padres de
Charlotte y ésta se dijo que, si eso no la curaba, nada lo haría.
—¿Cuál es tu respuesta, Charlie?
—No tengo espacio en mi apartamento para guardar doce cajas.
—De modo que la respuesta es afirmativa.
—Sabes bien que es la única propuesta que me has hecho que no puedo
rehusar.
—Bien, necesitarás esto —sacó unas llaves de su bolsillo y se las dio—. Son las
llaves de mi casa. Allí están las cajas.
—¿En tu casa? —dudó de la prudencia de un ataque frontal. Pensó que tal vez
trabajaría en una bodega o en las oficinas de Champions.
—En un cuarto están las cajas y un escritorio. Puedes ir cuando así lo desees.
Tenía la intención de darte estas llaves por razones diferentes, pero soy muy
adaptable. Después de todo, llevo la sangre de mis ancestros en las venas —la vio
intrigada y añadió—. ¿Acaso, cuando no pudieron tener viñedos, no plantaron
manzanos?
¿Y qué significaba eso? Que Sam perdió el interés en Charlotte como mujer,
pero que valoraba el entusiasmo de la chica por Cranston. La buena Charlotte, útil,
trabajadora. Si no era su amante, entonces sería su investigadora. Sin embargo,
aunque Charlotte trató de convencerse de que era mejor que Sam sólo fuera su socio,
eso no la satisfizo. De pronto, se imaginó que un día abriría la puerta y encontraría a
Sam en los brazos de una despampanante mujer.
—Trabajaré en tu casa, pero no quiero toparme contigo, Sam.
—Ven cuando la casa esté vacía —pareció molestarlo la franqueza de ella—. Yo
tendré que salir en varios viajes de negocios y te avisaré con anticipación.
—Tampoco quiero que me llames por teléfono todo el tiempo —le indicó seria.
—¿Qué propones, linda? ¿Una paloma mensajera?
—¿Y cuántas llaves de tu casa has repartido por allí? ¿Acaso habrá gente que
entre mientras yo trabajo? Tal vez podrías darme una lista, para que pueda distinguir
a las visitas autorizadas de los ladrones.
—Si te refieres a otras mujeres, te equivocas. Salvo la señora Hume, sólo otra
mujer tiene las llaves de mi casa. Mi madre.
Ah, fantástico. Ahora, me pone en la misma categoría que su madre. Charlotte
casi echó a reír, mas vio que Sam estaba malhumorado y parecía vulnerable.
Charlotte recordó que era un hombre muy reservado y que tenía una opinión cínica
de tas mujeres. Supuso que ella era especial, puesto que Sam le confiaba esas llaves,
pero la confianza era sólo lo que seguía uniendo a Charlotte con Sam y eso no le
agradó.

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—Muy bien —metió las llaves en su bolsillo—. Durante las seis semanas
siguientes, hasta que termine los exámenes de la escuela, sólo podré trabajar dos
horas por semana. Y tendrás que pagarme por mi trabajo, además de ese donativo
que harás a la sociedad. Y también tendrás que pagarme la gasolina.
Sam pareció sorprendido. "Arrogante", pensó ella. Le había confiado unas
cuantas migajas históricas y ahora quería que ella se matara trabajando para él.
Trabajar por amor… en más de un sentido.
—De cuando en cuando te dejaré una cuenta en el escritorio. Y prefiero que me
pagues con cheque —Charlotte entró en el auto y cerró la puerta.
—Entonces, si te voy a pagar, también podrías regar las plantas —comentó
divertido.
—Regar las plantas es algo extra.
Charlotte lo oyó reír mientras se alejaba. Por el espejo retrovisor lo vio dirigirse
a los chicos que lo aguardaban. Sam lo había organizado todo para su propia
conveniencia y ya se había olvidado de ella. Charlotte envidiaba esa capacidad de él
para salirse con la suya, mientras que ahora ella tenía las llaves de la casa de Sam. Se
burló de su propia bravuconería y se preguntó cómo era posible que tuviera las
agallas de darles clases a unos adolescentes rebeldes.

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Capítulo 9
Sam dejó a un lado su equipaje y tomó la correspondencia que la señora Hume
le había reunido. Fue al amplio estudio, lleno de cajas y repisas donde Charlotte
había clasificado los documentos desde hacía seis semanas. No obstante, Sam no fue
a ver eso sino que se acercó al escritorio donde ella le había dejado una nota. Esa era
su manera de comunicarse. Al principio, las notas fueron concretas y muy breves.
Poco a poco, Sam empezó a incluir bromas y comentarios ocurrentes, que a veces
hacían alusión al tiempo que pasaron juntos en el sótano. Sam le preguntó a Charlie
cómo iba el trabajo de Rondando por Casas Antiguas y la chica respondió que ya había
terminado dos capítulos y que en enero iría a recorrer el Sendero de Milford en
Nueva Zelanda.
Sam recordó eso y se sirvió un trago de whisky. Se preguntó si iría sola o si Brian
la acompañaría. Sam imaginó a Charlie caminando por el sendero Milford con sus
botas del ejército, tomando notas e identificando pájaros con binoculares. A Charlie
le importaban mucho los detalles hasta el grado de ser pedante.
No había sido fácil mezclarse con alguien como Charlie, pensó. Él debió estar
loco por siquiera sugerirlo. Quizás un día llegaría a casa y vería que los neumáticos
de su auto estaban desgarrados por algún protegido de Charlie, o tal vez que ella
había vuelto a meterse en líos por tratar de salvar otro viejo edificio. Sam se puso de
pie y tomó uno de los discos del grupo Earthbound; ese era el nombre del grupo de
rock de los padres de Charlie. Hoy en día, Sam escuchaba la letra de las canciones con
más cuidado, para ver si así podía averiguar algo sobre el pasado de ella.
Era una mujer muy irritante, aun para vivir con ella durante una corta
temporada. A él no le gustaban los compromisos ni las ataduras. Qué bueno que lo
rechazó… Recordó la nota que le escribiera la última vez, "Los constructores ya están
erigiendo andamios en Cranston. La chimenea original fue encontrada detrás del
muro de madera del cuarto de estar, como lo suponías. Dentro de un mes, quedará
techada la cochera. Avísale a tus viejas fisgonas en la próxima reunión". R S. "¿Vas a
ir al sendero de Milford sola o le acompañará tu viejo y protector amigo Brian? ¿Qué
voy a hacer en un cuarto de estar? No me gusta estar solo".
Sam se aflojó la corbata y tomó la nota de Charlie. Sonrió, pensando en la
respuesta que ella le daría. Además, quería saber si iría sola a Nueva Zelanda. Sam
frunció el ceño. Era una cuenta desglosada. "Pago por honorarios…", leyó Sam.
Charlie había escrito una cantidad extra por regar las plantas. Sam volteó el pedazo
de papel, esperando ver alguna frase escrita al reverso. Pero no había nada. Se sintió
frustrado, enfadado, deprimido por llegar a casa. Aventó la nota en el escritorio y, al
salir, dio un puntapié al cesto de la basura.

Llegó el día en que las clases terminaron y empezaron las vacaciones de verano.
Gale fue a Noosa de vacaciones, la Sociedad del Patrimonio Histórico también cerró
durante el verano y Charlotte cumplió veintitrés años. Lo celebró con algunos

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amigos, incluyendo a Brian. Sus padres le enviaron un ramo de exóticas flores y


medio litro de perfume francés, con una nota, "Querida Charlotte, Feliz Cumpleaños
te desean con mucho amor Linda y Martin. R S. Vamos a quedamos en Los Ángeles y
no regresaremos a casa para Navidad. Tenemos que terminar el último disco,
¡Escribimos una canción acerca de los ruiseñores que se olvidan de la letra de la
tonada".
Sam también le envió un regalo, varios días después de su cumpleaños. Un par
de botas Bunyip para caminar. La nota decía, "Ponte esto en vez de las botas del
ejército. Así, al menos, cuando te encuentren en Nueva Zelanda, no tendrás ampollas
en los pies". Era una alusión directa a su pésimo sentido de orientación.
—Vaya, vaya, otro regalo del guapo Sam —comentó Gale al verlas.
—Ya te dije que él me debía la cámara, pues me rompió la mía —se molestó
Charlie—. Estas botas…
—¿Qué hay entre tú y él? —la miró con malicia—. Vas con frecuencia a su casa
y ahora te regala cosas.
—Vamos, si no son diamantes o ligueros de encaje negro —reprobó Charlotte—
. Son botas para caminar y no me van a quedar bien. Las devolveré.
No obstante, cuando Charlotte se las puso, le quedaron de maravilla. Pasó
Navidad con los padres de Gale y varios familiares más. Luego, fueron a ver un
concierto en vivo donde Linda y Martin tocaron música de Navidad y otras
canciones y luego, al final, dijeron por el micrófono:
—Feliz Navidad, Charlotte. Te veremos en Año Nuevo, linda.
Eso hizo que los ojos de Charlotte se llenaran de lágrimas. En Año Nuevo,
Charlotte fue a una fiesta a la que habría preferido no asistir. Y en seguida, se fue a
Nueva Zelanda. Después de una semana de viaje, Charlotte se fue al Fiordland
National Park y caminó durante tres días por el sendero de Milford. Fue una ardua
experiencia, pues tuvo que escalar una montaña, las moscas le picaron y tuvo que
cruzar varios arroyos, pero a Charlotte le encantó, pues vio bosques de abetos y
musgo, cascadas de cien metros de altura, montañas neblinosas y valles encantados.
Las botas de Sam fueron muy útiles.
De regreso a Sydney, trabajó en su libro durante unos días antes de ir a casa de
Sam. Este le dijo que se iría dos semanas a visitar a su madre, a partir del dieciocho
de enero.
La casa de Sam era sencilla, muy moderna, equipada con la última tecnología
en aparatos de gimnasia, de música y de video. La señora Hume siempre la
conservaba inmaculada y muy ordenada. Así que, cuando Charlotte entró, de
inmediato notó la diferencia.
Se detuvo en la sala. Un cojín tirado en el suelo y un cuadro estaba chueco.
Además, la puerta de vidrio que daba al patio estaba entreabierta. Alguien estaba en
la casa. En ese momento, oyó ruidos y se preguntó si serían ladrones o la señora
Hume que estaba trabajando todavía. Tomó un palo de cricket y siguió el ruido. Llegó

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frente a la puerta del baño principal. Inhaló hondo, apoyó el palo en su hombro y
abrió la puerta con fuerza.
—¿Es usted, señora Hume? —inquirió Charlotte. Se encontró con dos pares de
ojos atónitos. La tina de baño estaba llena de espuma.
—Ah —se ruborizó Charlotte—. Sam…
—Siempre me sorprendes mientras me baño —la miró con calma—. Me
pregunto si eso es un simbolismo. ¿Te asombra verme en la tina con alguien? —
añadió al ver que no podía articular palabra.
Ese alguien, era Stevie, quien tenía una pipa para hacer burbujas en una mano y
un barco de plástico en la otra.
—Hola, Charlie —saludó el niño—. ¿Qué haces con ese palo? Ven a ver mi
barco, vamos —la llamó.
Charlie vio al padre quien estaba reclinado contra la tina, estirando los brazos
sobre el borde circular. Sus hombros y bíceps se delineaban muy bien contra los
azulejos cuyo color pálido aumentaba el tono bronceado de su piel. Agua jabonosa
escurrió por el pecho musculoso y Charlotte tuvo que apartar la vista para no mirar
los fabulosos contornos. Los ojos de Sam brillaban de diversión al ver su confusión.
—Me volviste a sorprender en el baño —susurró Sam.
—Creí que estaban en casa de tu madre —explicó. Cuando vi que la puerta del
patio estaba entreabierta y oí esos ruidos…
—Viniste a golpear a los intrusos con un palo de cricket muy valioso —señaló y
Charlotte vio que el palo estaba firmado por varios jugadores famosos—. El hijastro
de mi madre tuvo paperas, así que no pudimos ir para allá.
—Charlie, ¿quieres tener algo maravilloso? —inquirió Stevie—. Alarga las
manos.
Charlotte sólo quería huir, pero no quiso desilusionar al niño que al parecer
quería darle una sorpresa. Se arrodilló junto a la tina, consciente de la cercanía de
Sam y del hecho de que sólo estaba cubierto por espuma y agua jabonosa.
—Aquí van —exclamó Stevie y le sopló una serie de burbujas con una pipa de
plástico—. Atrápalas, Charlie. Hay cien burbujas. Y cien años son un siglo —le
informó, sapiente. Al parecer, al chico no le molestaba que una mujer lo viera junto a
su padre en la tina. Charlotte trató de atrapar las burbujas que se desbarataban todas.
Sin embargo, logró atrapar una burbuja solitaria y Stevie sonrió.
—Eres muy lista —comentó el niño, pinchó la burbuja y echó a reír mientras
chapoteaba. Charlotte se puso de pie para irse.
—¿No vas a echar a correr sólo porque estamos en casa, verdad, linda? —
inquirió Sam—. Sigue adelante con tu trabajo como de costumbre.
—Eso iba a hacer —se irritó—. Pero tampoco dejes de jugar con tu barco de
plástico sólo porque estoy aquí.

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Sam se dispuso a levantarse y todas las burbujas corrieron hacia abajo de su


cuerpo. Charlotte huyó del baño, mientras él reía.
Charlotte decidió que trabajaría por lo menos una hora más antes de irse. Así se
lo exigía su propia dignidad. Si se marchaba ahora, daría la apariencia de estar
demasiado implicada emocionalmente con Sam. Regresó a trabajar en los diarios de
la familia y cerró la puerta del estudio. Ya tenía esbozado un árbol genealógico,
aunque aún no colocaba en él a Robert y a Emma. Tal vez ellos ni siquiera eran parte
de la familia…
—¿Sí? —inquirió con seriedad cuando la puerta se abrió.
Sin embargo, no pudo conservar la compostura al alzar la vista. Sam estaba de
pie en el umbral con la falta de timidez característica de un hombre satisfecho con su
propio cuerpo. Vestía una bata de felpa que era demasiado pequeña para él. Por el
escote en V, se veía su musculoso y velludo pecho y sólo le cubría la mitad de los
muslos. El cabello húmedo le caía sobre la frente y sus ojos brillaban con intensidad.
—¿Cómo va el proceso de restauración humana? —inquirió con burla—. ¿Le
gustó a Christopher Dunlop el libro Puentes famosos del mundo?
—Lo quemó —fue cortante.
—¿Qué? —la miró con fijeza—. ¿Quemó el libro? Vaya, es un desgraciado…
¿Cómo sabes que lo quemó?
—Lo hizo en el patio de la escuela, lo bastante cerca como para que yo lo viera y
lo bastante lejos como para que no pudiera impedirlo.
—Christopher Dunlop… Qué tonto. Supongo que te olvidaste de él después de
eso —entrecerró los ojos al ver que ella guardaba silencio—. No, claro que no lo
olvidaste.
—Ya no importa ahora. Christopher se ha ido y no regresará a terminar la
preparatoria. Me enteré de que estaba recibiendo dinero del fondo a los desocupados
—se encogió de hombros—. Bueno, no siempre se puede ganar en la vida.
—Demonios, Charlie, lo siento mucho. Sé que eso significaba mucho para ti.
—Claro, estoy decepcionada —sus ojos se llenaron de lágrimas—. Pero es algo
que forma parte de la profesión de maestra —se puso de pie para enjugarse los ojos,
pero no pudo hallar un pañuelo. Era tonto sentirse así cuando ya era algo que había
aceptado con filosofía. La simpatía de Sam la entristecía de nuevo…
—Ven —Sam la hizo volverse y apoyar la cabeza contra su hombro, cubierto
por la bala—. Llora todo lo que quieras. Esta felpa es muy absorbente.
Charlotte rió, pero echó a llorar mientras Sam la abrazaba.
—Quiero volver a ver al señor Dunlop —dijo, contra el pecho de Sam—. Él dijo
que yo sólo era una entrometida.
—Bueno, pues tiene razón. Las buenas intenciones no te dan el derecho de
interferir en esa familia —señaló Sam.
—Gracias por decirme eso —se molestó.

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—De nada, para eso son los amigos.


—¿Amigos, Sam? ¿Alguna vez has sido el amigo de una mujer? ¿Sobre todo de
una que…? —se sonrojó.
—¿Que trabaja para mí? —sonrió—. Es una nueva experiencia. ¿Cómo le fue en
Nueva Zelanda? ¿Hubo un terremoto mientras estuviste allí?
—Fue hermoso. Todo verde y lleno de flores. Y no hubo terremotos.
—Ah, entonces eso significa que Brian no fue contigo —se burló.
—Gracias por las botas —se apartó con dignidad—. Fueron muy útiles.
—De nada —asintió—. ¿Qué vas a hacer el domingo?
—¿Por qué lo preguntas? —se emocionó como si de nuevo fuera una
adolescente a quien le pidieran una cita.
—¿Por qué no vienes a Cranston, a ver los progresos que se han hecho con la
remodelación? Me gustaría que me ayudaras a averiguar dónde quedaron los
antiguos viñedos.
—El domingo cobro doble tarifa —se deprimió al ver que sólo le era útil a Sam.
—Creí que eso te agradaría —se enfadó Sam—. Creí que vendrías como…
amiga.
—¿Por qué quieres saber lo de los viñedos? —a Charlotte le agradó que la
llamara así.
—Bueno, pues sólo por saberlo —se encogió de hombros, pero quedó muy
impresionado cuando Charlotte le entregó una de las etiquetas originales que sus
antepasados colocaron en las botellas de vino.
—¿Al fin te interesas en la historia de tu familia, Sam?
—Creo que sí —sonrió—. Yo llevaré la comida. Te debo la comida de un día de
campo. ¿Puedo pasar por ti a las once?
En ese momento, Stevie llegó corriendo y Sam lo cargó.
—Charlie va a venir con nosotros mañana —explicó a su hijo.
—Qué bien. ¿Vas a dormir aquí esta noche, Charlie? —inquirió, ingenuo.
—No, Stevie.
—¿Por qué no?
—Tiene cuatro años —Sam la miró con burla—. No le compliques la existencia.
—Tengo que ir a casa a… regar mis plantas. Buenas noches, Stevie.
Después de arreglar su escritorio, se marchó, ansiosa por alejarse de los
Buchanan, quienes eran muy atractivos en su propio estilo.
Ese día que pasaron en Cranston fue el primero de varios ese verano. La casa
tenía un aspecto grandioso, a pesar de los andamios que la rodeaban. Hacía mucho
calor. Comieron junto al arroyo que ya estaba casi seco debido al calor. Charlotte

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recordó cuando lo vio profundo y verde; también el momento en que Sam apareció
en la lente de la cámara y la inscripción de Robert y Emma en el árbol.
—Según uno de sus diarios, el arroyo solía desbordarse con frecuencia. El
puente del camino tuvo que ser construido dos veces —comentó la chica, con
pedantería—. Se instalaron unos tubos cerca del arroyo y con una bomba se bombeó
agua para los viñedos.
Era el tipo de observación que una vez habría aburrido a Sam. Sin embargo,
ahora mostró interés. Recorrieron las riberas del arroyo, tratando de buscar la vieja
tubería, pera no hallaron nada. Después, Charlotte tomó fotos de Stevie atrapando
renacuajos en un frasco, de Stevie corriendo por la colina, de Stevie trepando a un
árbol.
—¿Qué dice ese árbol? —preguntó al ver una inscripción.
—"Charlie estuvo aquí" —respondió Sam, mirando a Charlotte quien se sonrojó.
—Pon mi nombre también —pidió el niño—. Y el tuyo, papá.
Sam tomó una piedra y añadió "Stevie y Sam" al mensaje. Tal vez, dentro de
unos años, alguien pensaría que se trataba de los nombres de tres niños. Las higueras
vivían cientos de años y Charlotte deseó que su nombre no estuviera grabado en esa.

A mediados de febrero, se inició otro año escolar. El techo de Cranston empezó


a reconstruirse. Cuando la cochera estuvo lista para ser ocupada, la señora Fullbright
se instaló allí. La vida era agradable. Charlotte salía a cenar de cuando en cuando con
Brian. Pasaban semanas sin que viera a Sam y, cuando así era, él estaba tenso y
malhumorado, como si no hubieran pasado juntos esos días de verano en Cranston.
Cuando Charlotte se enteró de que Sam ya estaba divorciado, éste ya no usaba el
anillo de bodas. No obstante, Sam no le habló por teléfono ni le escribió una nota
para comunicarle su divorcio. Y, después de todo, ¿por qué habría de hacerlo? ¿Qué
importancia tenía un divorcio entre dos amigos? Sin embargo, Charlotte empezó a
distanciarse más de Sam y dejó de escribirle mensajes.
Se dedicó a sus nuevos alumnos, empezó a tejer un suéter y por fin un editor se
dispuso a publicar su libro, de modo que tuvo que ponerse a trabajar con ahínco en
ese proyecto. Su vida era plena y satisfactoria y se sentía afortunada… estaba segura
de que la sensación de vacío que a veces la embargaba desaparecería con el tiempo.

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Capítulo 10
Charlotte volvió a ver a Sam en el mes de abril. Fue una noche en que había ido
al cine con Brian. Después lo invitó a su apartamento a tomar una taza de café. No
obstante, pronto se aburrió al oír el análisis que Brian hacía sobre la película francesa.
Cuando alguien tocó el timbre, poco después de la medianoche, Charlotte se puso de
pie.
—Es raro que alguien venga a esta hora —Brian se molestó, pues empezaba a
examinar las intenciones del director de la película—. No tienes que abrir.
Sin embargo, como no quería oír la disertación, abrió la puerta. Se quedó
pasmada al ver a Sam. Por un segundo, le pareció que estaba desolado, pero de
pronto sonrió y le entregó una manzana con delicadeza.
—Una manzana para la maestra —sonrió, tambaleándose un poco.
—Estás borracho —sonrió Charlotte y se dio cuenta de que nunca bostezaba
junto a Sam.
—Así es —se inclinó hacia adelante, en el momento en que otro inquilino
pasaba por el pasillo.
—Será mejor que entres —Charlotte lo tomó del brazo—, de lo contrario,
alguien te reconocerá y de nuevo publicarán una sórdida historia sobre ti en los
periódicos.
—No sería la primera vez —sonrió pero, al ver a Brian, dejó de sonreír. De
pronto, un brillo iluminó sus ojos y, con una amplia sonrisa y una gran amabilidad,
saludó a Brian; Charlotte miró a Sam con suspicacia.
—Prepararé más café —ofreció ella.
—Ya sabes cómo me gusta, linda —Sam se sentó en el sofá con una gran
familiaridad. Se quitó los zapatos y cruzó los dedos detrás de la nuca. Se pasó la
lengua por los dientes—. Espero haber dejado un cepillo de dientes aquí… lo voy a
necesitar mañana por la mañana.
Brian se puso de pie, tenso y Sam vio que Charlotte lo miraba con enfado.
—No pongas esa cara de preocupación, linda. Brian es un hombre de mundo.
Entiende de estas cosas —miró a Brian—. Ya sabes cómo empieza todo. Allí
estábamos, en ese sótano… Dos personas apasionadas que tuvieron que compartir
una estrecha cama y que pensaban que nunca más volverían a ver la luz del día… —
se encogió de hombros.
—¿Acaso debo entender que…? —Brian se ruborizó.
—¿Ya ves, linda? Te dije que él lo entendería —sonrió Sam—. ¿Fueron al cine
esta noche?
—Eres un… —Charlotte empuñó las manos furiosa.

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—¿Una película europea? Fantástico. Ven a saludarme, linda —estiró un brazo


y tiró de Charlotte para sentarla en su regazo. Con mucho gusto la besó en la boca—.
Por favor, Brian, siéntete como en casa… —alzó la vista cuando la puerta se cerró de
un portazo—. Demonios, ya se fue. ¿Acaso dije algo que lo molestó?
Charlotte trató de alejarse, mas no lo logró, sólo se arregló el vestido y se
alborotó el cabello.
—Eres un cerdo egoísta, Sam —gritó—. ¿Cómo te atreves a irrumpir así en mi
vida íntima?
Sam le puso una pierna sobre las suyas para impedir que ella se pusiera de pie.
—¿Vida íntima… con el bueno de Brian? —se rió y le besó la oreja—. Vamos,
Charlie. Eres demasiado mujer para él. Mmm, hueles como a flores en la lluvia.
Charlotte contuvo su emoción por el beso y el poético comentario.
—Brian me gusta tal y como es —olvidó lo aburrida que estuvo por el análisis
fílmico de Brian—. ¿Y qué te hace pensar que no tengo una relación formal con él?
Tal vez él dejó su cepillo de dientes aquí.
Sam la miró con intensidad, frunciendo el ceño. Pero sonrió.
—No —dijo con una satisfacción que enfureció a la joven. Esta le puso una
mano en el pecho y lo empujó.
—Si te imaginas que llevo una vida enclaustrada, te equivocas, Sam. No
considero el haber sido desflorada por Sam Buchanan, como una ocasión tan sagrada
que no pueda volver a tener un amante.
—Ten otro amante —sonrió—. Pero que no sea el bueno de Brian —le dio un
beso en el cuello y bajó la cara hacia su escote.
—Deja de hacer eso y suéltame, bruto —gritó Charlotte, pero gimió cuando él le
dio un beso en la base del cuello. Le hundió los dedos en el cabello mojado por la
lluvia y Sam la abrazó y besó con fiereza en la boca.
—Charlie… —susurró con voz ronca, acariciándole la nuca. Charlotte oyó que
le bajaba el cierre del vestido y se dispuso a levantarse, mas se olvidó de su intención
cuando Sam le besó la garganta. Sólo un beso más y me pongo de pie, pensó ella. Sin
embargo, le acarició el pecho a Sam y éste le besó los hombros y el pecho. Le bajó el
vestido y le acarició los senos y Charlie se dijo que no tenía importancia si lo amaba
una vez más. Eran dos adultos que se deseaban y eso era motivo suficiente para
mucha gente. El deseo la invadía, haciéndola imaginar las caricias de Sam… no
obstante, para Charlotte el deseo no bastaba.
—No —lo empujó y se sentó. Se arregló la ropa, abochornada por su aspecto.
Sam le sonrió, divertido.
—Yo bebí demasiado y no supe lo que hacía —dijo, provocador—. ¿Cuál es tu
excusa, Charlie?
—Por el bien de nuestra amistad, creo que debemos olvidar que esto sucedió,
Sam.

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—Sí, señorita Wells —se burló—. ¿Lo escribo cien veces? "No beses el cuello de
Charlie, no beses el cuello de Charlie…"
—¡Sam! —lo miró con enfado—. Iré a preparar café. Quédate sentado.
Pero Sam la siguió a la cocina. La ropa desaliñada y la naciente barba le daban
un aspecto muy atractivo y masculino. Tenía desabrochados los tres primeros
botones de la camisa, pero Charlotte no recordaba haberlos desabotonado.
—Pareces el sucio detective de una película —fue cortante. Lo vio tornarse
pensativo—. ¿Qué pasa, Sam?
—Ruth se casó hoy —contestó al fin, con una mirada de dolor y tristeza.
Charlotte se quedó inmóvil y sintió rabia.
—¿Es por eso que te emborrachaste, Sam? ¿Es por eso que estás aquí? ¿Para
llorar sobre mi hombro y distraerte un poco porque tu ex esposa se volvió a casar?
—Jim Merrick —miró al suelo, como si no la hubiera escuchado—. Ese es su
nuevo marido. Es un corredor de bolsa.
Charlotte decidió que le daría una taza de café y que luego lo enviaría a casa en
un taxi. Aunque fuera su amiga, no pensaba escuchar sus tonterías.
—Me pregunto cómo llamará Stevie a Merrick —murmuró Sam, triste.
El enfado de Charlotte desapareció. Eso era lo que de veras preocupaba a Sam.
Este la miró con profunda desolación.
—¿Crees que lo llamará papá?
—Stevie… ¿Se está quedando con ellos? —se mordió el labio.
—Sí. Acepté darle tiempo para que se acostumbre a Merrick. Y luego vendrá a
vivir conmigo un mes. No sé si estamos haciendo lo correcto con el niño,
confundiéndolo de esta manera. Tal vez debiera quedarse con ellos para siempre.
Era obvio que Sam adoraba a su hijo, pues estaba dispuesto a renunciar a él si
eso era lo mejor para el chico. Charlotte sintió lástima por él.
—Qué bueno que estabas en casa, Charlie —abrió los ojos, sobresaltado—.
Necesitaba hablar contigo —diluyó la intensidad del comentario.
Charlotte se deprimió al pensar que Sam la respetaba, la necesitaba, confiaba en
ella y era su amiga, pero que no la amaba.
—Puedes hablar con toda libertad, Sam. Gale no está.
No obstante, Sam guardó silencio y cerró los ojos. Charlotte creyó que estaba
dormido y dejó que pasaran veinte minutos. Sin embargo, como su prima podía
llegar en cualquier momento y, como no quería que Gale viera a Sam echado en el
sofá, decidió llamar un taxi.
Sam abrió los ojos en ese momento y miró al techo.
—Me pregunto si habría sido un niño o una niña.
—¿De qué hablas?

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—De si tú y yo hubiéramos tenido un bebé.


—¿Qué dijiste? —se quedó atónita.
—Sentí alivio cuando dijiste que no estabas embarazada, pero ahora casi deseo
que lo hubieras estado. Habría sido bonito tener otro hijo —suspiró—. Eso se me
ocurrió cuando me despedía de Stevie.
Charlotte volvió a molestarse y se plantó frente a Sam.
—Tal vez te interese saber que no comparto tus absurdas fantasías. Te cuesta
trabajo aceptar que Ruth se volvió a casar, así que vienes aquí, pensando que soy una
sustituta. Extrañas a tu hijo y ahora no te importaría tener otro. Déjame decirte, Sam,
que ningún hijo mío ni yo seremos nunca los sustitutos de nadie.
—Sólo hacía conjeturas, Charlie —se mostró herido.
—¿Ah, sí? —se puso las manos en la cadera—. ¿Y dónde encajo, en tus
conjeturas? Creo que te habría gustado que yo hubiera tenido ese hijo y que luego me
esfumara.
—No seas tonta, Charlie. Me habría casado contigo.
—¿De veras? No eres de los que se vuelven a casar, pero imaginas que a mí me
habría encantado que te casaras conmigo, sin quererme, sólo para ser el padre de un
hijo que siempre habría sido menos importante que Stevie.
—Si te lo pidiera ahora, ¿te casarías conmigo, linda? —sonrió, sin inmutarse.
Charlie se detuvo y no pudo saber si él hablaba en serio o no. Y luego pensó que
ya estaba harta de tratar de averiguar si él era sincero, si la amaba y qué tan
profundo era ese amor, en caso de que existiera.
—Esto es algo bueno. Podemos reconstruir Cranston juntos. Somos compatibles
en la cama —opinó Sam—. Podríamos tener hijos. ¿Cuántos niños quisieras tener,
Charlie? Cuatro —la miró con cariño—. ¿Qué me dices, Charlie?
—No.
—Bueno, tal vez cuatro sean demasiados hijos. Entonces dos…
—Por el amor de Dios —se tensó—. ¿Puedes dejar de hablar de eso? No.
—Supongo que debí arrodillarme y todo eso —suspiró Sam—. Quieres que te
jure amor eterno y toda la cosa. No puedo decirte eso, querida Charlie, no puedo
mentirte. Las mujeres quieren oír mentiras, pero tú no.
Charlie pensó que tal vez, si Sam le dijera una mentira, ella la creería por un
tiempo.
—Llegas diez años tarde, Charlie. Yo ya jugué a ser el tonto enamorado y mira
lo que eso me causó —blandió un dedo—. No, no. No dejaré que eso me suceda de
nuevo. Ahora ya no creo en… en…
—¿Las grandes pasiones? Bueno, pues eso es lo que yo quiero, Sam. Quiero
tener una gran pasión. Quiero ser importante para un hombre, no ser amada cuando
estoy cerca y olvidada cuando no lo estoy. Quiero ser tan importante que él no pueda

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ser feliz sin mí —se acaloró—. Cuando me case con alguien será porque no puedo
estar separada de ese hombre, no porque seamos afines en la cama y compartamos
intereses comunes. No quiero ser la espectadora de un hombre cuya vida esté
completa sin mí. Quiero ser parte de su vida —se detuvo y miró, frustrada, que Sam
ya estaba dormido. Tal vez era mejor. Llamó a un taxi y esperó, mirando dormir a
Sam.

Dos días después, mientras Charlotte trabajaba en casa de Sam, éste llegó, de
modo inesperado. Era la segunda vez que coincidían, desde que ella lo sorprendió
bañándose en la tina con Stevie.
—Buenas noches, Sam —saludó Charlotte al verlo entrar. Por suerte, hoy no
estaba vestido con su bata de felpa, sino con su traje, pues regresaba de trabajar.
—Hola, Charlie —Sam se apoyó en el marco de la puerta mientras bebía una
lata de cerveza. Estaba incómodo—. La otra noche —bajó la vista—, cuando fui a tu
casa…
—¿Sí?
—Bebí de más y no recuerdo bien lo que… —la miró a los ojos—. ¿Acaso te
pedí que te casaras conmigo?
¿Acaso hacía dos días que eso le preocupaba? Charlotte decidió que se vengaría
por la forma en que Sam se portó con Brian, pues éste aún le hacía la vida difícil en la
escuela.
—Sí, así es —le sonrió con calidez.
Lo vio tragar saliva y palidecer, lo cual la enfadó más aún.
—¿Cuándo vamos a ir a comprar el anillo, cariño? —le sonrió de una manera
posesiva que lo hizo sudar.
—Charlie —dijo con brusquedad—, yo no sé cómo decir esto… No sabía qué
decía.
—Creí que eran sólo las ratas las que te ponían en este estado —se dio cuenta de
que Sam temía a un compromiso, mucho más de lo que ella pensó—. Tranquilo —
decidió no hacerlo sufrir más—. Tu propuesta de matrimonio fue tan sólo hipotética.
Dijiste, "Si te lo pidiera, ¿te casarías conmigo?" —habló con aspereza. Vio que el color
regresaba a sus mejillas y que cerraba los ojos, como si diera gracias al cielo—. Y mi
respuesta fue negativa, así que deja de poner esa cara de condenado a muerte —su
simpatía por él desapareció del todo.
—Eres una chica excepcional, Charlie —sonrió con calidez.
Charlie pensó que Sam era generoso con los premios de consolación; le decía
que era tan confiable como su madre, que era su única amiga y que era una chica
excepcional.

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—Deberías tratar de curarte esa fobia —comentó y se dio cuenta de que Sam la
miraba, exasperado, suspicaz—. Después de todo, no puedes tenerle miedo a las
ratas toda la vida, ¿o sí?
Él se alejó, riendo. Y Charlotte se deprimió aún más.

Pronto, llegó el invierno. Martin y Linda ya habían terminado el disco, que se


lanzaría en Australia en agosto. Gale había roto todas sus resoluciones menos una,
pues nunca más tomó nada prestado de Charlotte. Brian pidió ser transferido a otra
escuela y Charlotte lo extrañaba un poco, pues no le agradaba perder amigos. Los
primeros exámenes escolares se acercaban y Charlotte estaba deprimida pensando en
eso, ya que no le gustaba reprobar a los alumnos. Sin embargo, una noche, Gale llegó
a casa, con un sobre en la mano.
—Es para ti. Estaba bajo la puerta. No tiene sello, así que alguien debe haberlo
traído en persona.
Charlotte tomó el sobre y vio que contenía un giro por veinte dólares. Intrigada,
leyó la breve nota.
"Querida señorita Wells. Aquí le envío veinte dólares para empezar a pagar sus
neumáticos. Ahora tengo un trabajo pero, como no gano mucho, tardaré bastante en
pagárselos. Christopher Dunlop. P.S. Lo que quemé fue un viejo libro de Hamlet. No
quemé el libro que usted me regaló".
Charlotte empezó a bailar de alegría y Gale, después de leer la nota, la
consideró loca, pues sólo eran veinte dólares. Charlotte marcó el teléfono de Sam,
muy emocionada, y le contó lo sucedido.
—Así que no quemó mi libro, sino tan sólo una vieja copia de Hamlet.
—¿No es eso un sacrilegio, linda, que una profesora de inglés aplauda la quema
de un libro de Shakespeare?
—Además, me envió veinte dólares para pagar los neumáticos —rió—. Es
increíble. Cuando se fue de la escuela, creí perderlo.
—Como verás, linda, eres el tipo de persona que perturba la vida de un
individuo, sin importar qué tan lejos huya de ti… o trate de huir —la alegría de
Charlotte disminuyó al verse comparada con una especie de Némesis—. Pero no te
emociones mucho. Parece que Christopher ha ondeado la bandera blanca, mas aún
no se rinde.
—No se trata de que él se rinda —estaba desilusionada por la reacción de
Sam—. No fue una cuestión de ver quién salía vencedor. Bueno, sólo quería decírtelo.
Eres el único que… Bueno, creí que esto era una buena señal. Como Christopher no
ha quemado su libro, tal vez algún día construya un puente.
—Y tal vez le ponga tu nombre, linda.

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El sarcasmo de Sam le dolió, porque no entendía por qué él no compartía su


esperanza en lo que a Christopher se refería. A pesar de todo, esa fue la segunda vez
que se sintió defraudada por Sam.

Por fin, el techo de Cranston quedó reconstruido. Ya sólo faltaba ponerle las
tejas. Se estaban haciendo las puertas para las entradas arqueadas y la vieja
caballeriza sería ahora la residencia del personal de servicio. Los miembros de la
sociedad trabajaban los fines de semana para instalar un museo en la cochera.
Sin embargo, cayó una tormenta que arrancó una sección de tejas del techo y
una rama rompió las ventanas de la cochera, destruyendo dos vitrinas que estaban
listas para ser exhibidas dentro de una semana. Los miembros de la sociedad
solicitaron ayuda y Charlotte fue a Cranston, dos días más tarde. Ahora, por fortuna,
ya no llovía tanto, aunque el arroyo estaba convertido en un torrente. Charlotte se
detuvo junto al puente que había sido construido ya dos veces, y miró las aguas
turbulentas, recordando el tiempo en que el arroyo fue un riachuelo tranquilo y
cuando vio a Sam desnudo, mirándola con enfado. Hasta ese día, casi un año
después, Charlotte no recordaba si había tomado la foto o no. Ya nunca lo sabría.
Subió a su auto y se estacionó frente a la mansión. Sabía que dentro de poco ya
no vería más esa hermosa casa. Su investigación para Sam ya estaba casi terminada y
la casa quedaría como nueva en seis meses o tal vez antes. Al estacionarse junto a
otros vehículos, se dio cuenta de que nunca pertenecería a ese lugar. Sam estaba allí
con otra mujer.
Era una chica hermosa, muy elegante. Sam miró a Charlotte salir del auto y ésta
le sonrió e hizo un pequeño saludo, aunque Sam la miraba de modo desafiante,
recordándole a alguien. No obstante, Charlotte se alejó en dirección de la cochera.
—Charlie, Charlie —la llamó Stevie—. Aquí estoy, ¿trajiste tu cámara?
Al verlo, Charlotte sintió un golpe en el plexo solar. De modo que eso era una
reunión familiar. Sam no llevaría a cualquier chica a Cranston, con su hijo. Ella debía
ser muy especial. De nuevo, se sintió excluida, pero tuvo que sonreír al ver acercarse
a Stevie. El niño estaba subido en su bicicleta y le mostró que ya no usaba las
ruedecitas de atrás y le pidió que lo fotografiara. En ese momento, Sam se acercó con
su amiga.
—Belinda, te presento a Charlie.
—Hola —saludó Belinda, pero cojeó, como si tuviera una piedra en el tacón de
la bota—. ¿Tú fuiste quien quedó enterrada viva en el sótano con Sam? Debió ser
horrible. A mí me daría un colapso si algo semejante me sucediera. Soy
claustrofóbica —volvió a mirarse la bota y Sam la tomó de la cintura para sostenerla
mientras cojeaba y se limpiaba el lodo de la suela—. Gracias —le sonrió, soñadora.
Sam miró a Charlotte con una rara expresión que a la joven también le pareció
conocida, pero ésta tan sólo sonrió con amabilidad.

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—Fue un placer conocerte. Con su permiso, debo ir a trabajar —Charlotte se


disculpó con cortesía. Ya en la cochera, empezó a quitar fragmentos de vidrio de un
mural recién pintado. Stevie la siguió y no dejó de hacerle preguntas y pedirle que lo
fotografiara hasta que ella se molestó con él. La señora Humphries y la señora
Fullbright lo mimaron y lo dejaron llevarse un frasco de vidrio. Al verlo alejarse,
Charlotte se dijo que le diría que tuviera cuidado con ese frasco.
No obstante, Stevie no regresó. Pasaron veinte minutos antes que Charlotte lo
extrañara. ¿Y si Stevie se subió a su bicicleta con el frasco? Charlotte buscó al niño,
mas nadie lo había visto. Tal vez Sam ya lo había llevado a casa, pues el clima había
empeorado y el viento ya arreciaba. Sin embargo, el auto de Sam aún estaba allí y la
bicicleta de Stevie yacía en la terraza. Charlotte empezó a angustiarse. Belinda estaba
sentada frente a la casa, tomando vino, aburrida.
—¿Has visto a Stevie? —le preguntó Charlotte.
—Estaba aquí hace un momento. Tal vez está adentro con Sam quien está
tratando de cubrir algo, en caso de que vuelva a llover.
Charlotte no supo qué hacer. Algo la inquietaba, mas no sabía qué era… De
pronto, volvió a pensar en el frasco. Stevie con un frasco… Los recuerdos se
agolparon de repente. Stevie con otro frasco en otro día, cuando el sol brillaba y los
grillos cantaban… Stevie, recogiendo renacuajos en el arroyo… Pero entonces, como
era época de sequía, el arroyo apenas era un riachuelo, pero ahora…
—Oh, Dios mío… —exclamó, recordando el torrente que vio bajo el puente.
Invadida por el temor empezó a correr, mientras gritaba el nombre del niño. Corrió
lo más rápido que pudo, colina abajo, hacia el arroyo—. ¡Stevie!

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Capítulo 11
Arriba, bajo las nuevas vigas del techo, Sam luchaba con una lona. Pronto caería
otra tormenta. Al principio no prestó atención al agudo y lejano sonido que
escuchara. Todas las partes de la casa que estaban un poco flojas, hacían ruido con el
viento.
—Ven a tomar algo, Sam —comentó Belinda, llevándole una copa de vino. Sam
se volvió a verla.
—¿En dónde está Stevie?
—Fue a la cochera y debe estar jugando por allí. Tu amiga Charlie lo está
buscando.
—¿Dónde lo está buscando? —de nuevo, oyó el lejano sonido. El pelo de su
nuca se erizó. Stevie. Charlie llamaba a su hijo y parecía haber angustia en la voz…
Dejó la lona y tomó el brazo de Belinda para hacerla bajar de la escalera—. ¿Por
dónde se fue Charlie?
—Creo que bajó por ese lado de la colina —se molestó Belinda.
—¿Hacia el arroyo? —Sam se quedó helado—. No, Stevie no iría allí… Sabe que
lo tiene prohibido. Ve y dile a los demás que lo busquen… —salió con rapidez y
corrió por la resbalosa ladera, pensando en el torrente de agua lodosa. Recordó que,
de camino a Cranston, Stevie habló de atrapar un renacuajo y de guardarlo hasta que
se convirtiera en rana. "No debí traerlo, debí dejarlo con la señora Hume", pensó
Sam. Resbaló, cayó, rodó. Se puso de pie, jadeante, pensando que Charlie tal vez ya
lo había encontrado y le daba una conferencia sobre el medio ambiente y los
renacuajos.
Atrapar un renacuajo… Y el arroyo ya se salía de su cauce. No sintió los
rasguños de los espinosos arbustos al acercarse al arroyo.
—Stevie… Charlie… —empezó a gritar mientras veía el torrente de agua lodosa
y revisaba las riberas con frenesí—. Dios mío…
—Papá, papá —gritó Stevie. Sam vio primero el impermeable de color amarillo
que vestía su hijo, atrapado cerca de la ribera, en la corriente.
—Ya voy, Stevie —corrió hacia su hijo, quitándose la chaqueta; la acción le
aclaró la mente. Se echó al agua, luchando contra la corriente y entonces fue cuando
vio a Charlie.
Ella estaba más abajo que Stevie. Vio a Sam y su boca formó las palabras "Sam"
y "Stevie". La corriente la hizo hundirse y lo último que Sam vio fue la mano de
Charlotte señalando a Stevie.
—Oh, no, Charlie, Stevie —gritó Sam con dolor. Las lágrimas rodaban por su
rostro. Ambos lo necesitaban. ¿Pero quién lo necesitaba más? ¿Y si rescataba a uno
pero no podía rescatar al otro?—. No me hagas esto —suplicó a un poder
sobrenatural. Sam sintió que su vida se destrozaba y que todo lo demás dejaba de

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importar. Si algo llegaba a sucederle a cualquiera de los dos… Sam empezó a nadar,
haciendo promesas si los dos se salvaban.
—¡Papá, papá!
Sam siguió a la voz. Stevie había quedado atrapado junto a un tronco que había
sido arrancado por el agua. Jadeando, el niño subió por el tronco y cayó en la ribera,
exhausto. Empezó a llorar.
—Apóyate contra el árbol, Stevie. Y no te muevas de allí. Prométeme que no lo
harás. Tengo que salvar a Charlie.
—Te lo prometo —contestó el niño, sollozando.
Charlie había desaparecido. Desesperado, Sam examinó la bullente superficie.
—Charlie, ¿dónde estás? No te atrevas a ahogarte… ¡Charlie! No puedes
dejarme, maldita sea.
Por un momento, vio la tela de la blusa y nadó hacia ella. Se acercó y pudo
atraparla por la tela. Agotado por el esfuerzo, Sam la rodeó con los brazos y se mareó
al ver que ella no se movía, ni siquiera un poco. Recitando una oración una y otra
vez, se aferró al cuerpo de ella, como si su vida dependiera de ello y no al revés, y
nadó, haciendo un último esfuerzo hacia la ribera.
Sacó a Charlotte fuera del agua, como a diez metros del sitio donde dejó a su
hijo. Ella no respiraba y no tenía pulso.
—Charlie… vamos —le abrió la boca, revisó que nada obstruyera su garganta y
respiró dentro de ella—. Vamos, maestra parlanchina, regañona, pedante —gruñó.
Le rompió la blusa e hizo presión sobre su corazón. ¿Cuántas presiones debía hacer
entre las respiraciones? ¿Por qué no hizo caso de los anuncios de primeros auxilios
que estaban pegados en los muros del gimnasio? Volvió a respirar en su boca y le
presionó el pecho—. Vamos —gritó—. ¿Cómo demonios va a construir Christopher
Dunlop su puente si tú no estás allí para alentarlo? Respira, Charlie. ¡Maldición!
A la tercera vez que él hizo presión, ella tosió. Fue el sonido más hermoso que
Sam oyera en su vida. La levantó con suavidad y la abrazó, meciéndola mientras ella
tosía y se atragantaba y volvía a la vida.
Entonces, otras personas se acercaron. Un hombre se acercó a Stevie, quien
seguía llorando.
—¿Y Stevie?—gimió Charlotte.
—Está a salvo —Sam los abrazó con fuerza, como si el agua pudiera volver a
subir y se los volviera a llevar lejos de él.
—Gracias, Dios mío —susurró—. Nunca más quiero tener que escoger entre
ustedes dos de nuevo.

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Charlotte sintió que se llenaba de vida al sentir que Sam la abrazaba con
calidez. Sam le decía algo pero ella no entendía qué, debido al tumulto del arroyo, a
los sollozos de Stevie y a sus propios jadeos.
En ese momento, la señora Fullbright se acercó, agradeciéndole a Sam el haber
revivido a Charlotte.
—Llévela al médico —pidió Sam—. Su corazón ya no latía. Tiene que ser
examinada.
Charlotte lo miró con fijeza, muy impresionada.
—Gracias por haberme salvado, Sam —le dijo, pero Sam la miraba con una
extraña expresión en la cara, como si esperara oír otra cosa, como si todas sus
máscaras también se hubieran ahogado en el arroyo. Estaba más vulnerable que
nunca y, por un momento, Charlotte se emocionó al mirar en sus ojos todo lo que ella
quería ver. No obstante, alguien separó a Sam de Charlotte y Belinda se acercó a él.
El problema de querer creer en algo es que uno modifica las cosas a su manera,
pensó. Claro que Sam la quería, pero estaba impresionado por casi perder a su hijo y
nada más. Por eso estaba vulnerable y la miró de esa manera.
Charlotte fue llevada al médico con rapidez y no pudo despedirse de Sam ni de
Stevie. Al llegar a casa, rendida, empezó a llorar, desolada. Se dio cuenta de que, en
el fondo, siempre había esperado que Sam la amara algún día. Ella le importaba, pero
eso no era suficiente. Sintió una desolación interminable como un invierno helado.
Gale había salido y el apartamento estaba vacío y frío. Charlotte trató de llamar
a sus padres, pero estos habían salido, y les dejó un mensaje en la máquina
contestadora, diciéndoles que los vería el viernes en el concierto. Luego, puso uno de
los discos de Earthbound y pensó que tal vez, si conectaba la televisión, podría ver
una de las entrevistas grabadas de Sam. Todas las personas a quienes quería,
disponibles tan solo con apretar un botón. Charlotte apagó todo y se fue a dormir.

Después de todo, encontró el valor suficiente para ponerse el vestido negro, sin
tirantes, para ir al concierto de sus padres. La gente se volvió para mirarla y le
agradó la sensación. El baterista del grupo, Quinn, quien tenía su grupo particular de
admiradoras, quedó fascinado por su cambio y se acercó a charlar con ella, aunque
ella no tomó en serio su actitud. Sin embargo, Quinn no se alejó, contemplando el
resultado de los esfuerzos de Gale y de Moira, una cosmetóloga. Gale por fin había
logrado convencer a su prima y le había alborotado el cabello de manera artística. Y
Moira la había maquillado con tonos de ciruela, gris y rojo en la boca. Sólo cuando se
puso el vestido, Charlotte se dio cuenta de que Moira era un genio.
—Luces preciosa —le dijo Quinn, ahora. Charlotte se sintió halagada aunque,
para variar, se cansó de Quinn más rápido de lo que él se cansó de ella. Sus padres
estaban rodeados por un grupo de personas, así que Charlotte se mantuvo a cierta
distancia, observándolos. Se dio cuenta de que se querían mucho, de que se miraban
y sonreían y se tocaban las manos como para reforzar ese sentimiento de unión en un

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medio donde imperaba el descontento y la inseguridad. Era raro. Charlotte no quería


amar a un hombre como lo hacían sus padres, pero deseaba tener una relación y un
compañerismo tan fuerte como el de ellos. No la asombraba sentirse celosa.
Al final, Charlotte les dejó una nota con Gale quien estaba en su elemento
reuniendo autógrafos, y se fue a casa en un taxi, después de la medianoche, sintiendo
un extraño letargo.
Un BMW negro estaba estacionado afuera del edificio. Charlotte se tensó de
inmediato. Pero había muchos autos como ese. Los faros iluminaban la entrada del
edificio y un hombre fornido esperaba en el interior. Pero había muchos fornidos. Al
acercarse a la entrada, Charlotte pudo ver el color castaño oscuro de su cabello y que
ladeaba la cabeza con cierta arrogancia. Sólo había un Sam.
A Charlotte la invadió la euforia, antes de pensar si él tenía una buena razón
para ir a visitarla, antes de recordar la vez en que Sam fue a verla porque Ruth se
volvió a casar. Tal vez quería que volviera a trabajar en los archivos de su familia, tal
vez quería pedirle un consejo profesional respecto de la educación de Stevie o tal vez
sólo quería charlar un poco con su buena y vieja amiga Charlie.
Cuando se acercó a la luz, Sam se irguió dentro del auto y alzó las cejas.
—¿Charlie…? —la devoró con la mirada. El vestido mostraba sus hombros, se
amoldaba a su cuerpo hasta la cadera y luego se abría para revelar sus piernas.
Charlotte se sintió segura de sí misma y dio un giro para presumir su vestido.
—Me debes veinte dólares —comentó.
Sam echó a reír y ella se puso furiosa. Justo cuando lo estaba haciendo todo tan
bien, tenía que aparecerse y echarlo todo a perder. ¿Cómo podría olvidar a un
hombre cuya sola presencia la hacía querer huir de él? Maldijo.
—Estoy cansada, Sam, ¿qué quieres? —metió la llave en la cerradura, molesta.
Pero Sam se le adelantó y la hizo retroceder un poco, mientras se metía las manos en
los bolsillos.
—A ti —sonrió un poco tenso.
El enfado acudió en ayuda de Charlotte, quien dio un portazo al cerrar la puerta
y atravesó el vestíbulo del edificio con rabia.
—Bueno, pues no puedes tenerme —contestó y subió por la escalera. El vestido
de seda hizo un sonido frívolo, echando a perder el ambiente que quería crear, así
que se aplastó la falda al subir.
Sam murmuró algo para sus adentros y subió los escalones de dos en dos.
—Charlie… ese día, en el arroyo…
—¿Cómo está Stevie? —se detuvo para observarlo—. ¿Tuvo pesadillas?
—Sólo la primera noche. Al principio no quería que me alejara de él por nada
del mundo, pero ya se recuperó de la impresión. Soy quien sigue teniendo pesadillas
—añadió.

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—Me da lástima oír eso —Charlotte subió por otra escalera y llegó a la puerta
de su apartamento.
—Cada vez que imagino lo que habría podido ocurrir, empiezo a sudar frío —
dijo al mirarla introducir otra llave en la cerradura—. No puedo dejar de temblar.
—Parece que te vas a resfriar —abrió la puerta y se dispuso a cerrarla, pero Sam
se lo impidió y la miró con enfado mientras comentaba algo acerca de Christopher
Dunlop.
—¿Qué? ¿Dijiste algo acerca de Christopher Dunlop?
—Sí —se molestó Sam—. Uno no puede alejarse de ti, Charlie. Maldición, ese
chico y yo lo intentamos y fracasamos. Está bien. Me rindo. Te deseo. Te necesito. Te
amo. Cásate conmigo.
A Charlotte la inundó la esperanza, pero hizo un esfuerzo por conservar la
sensatez.
—Maldición, Sam, ¿estás borracho otra vez? Ya te lo dije antes. No me casaré
contigo para ser otro refugio para ti, ni para darte más hijos con quienes puedas jugar
cuando no puedas estar con Stevie. No seré un platillo de segunda mesa… No quiero
ser una espectadora, quiero…
—Quieres ser parte de mi vida —concluyó—. Lo sé. Creo que eso ya me lo
dijiste. Calla y escucha —pidió—. Siempre creí que preferiría pasar un año en un
sótano plagado de ratas a casarme de nuevo.
—¡Un sótano plagado de ratas! —rezongó Charlotte—. Eres todo un poeta —
desesperada, sacó la llave de la cerradura, pero Sam le puso una mano en el hombro
y la volvió hacia él.
—Cometí un error, sufrí un infierno y juré que nunca más volvería a correr un
riesgo semejante —murmuró—. Creí que te podría convencer de que te fueras a vivir
conmigo, sin compromisos y sólo para pasarla bien. Y me alegré cuando te negaste
porque, después de que se me pasó la euforia de sentirme vivo de nuevo, al salir del
sótano, me invadió el miedo —hizo una pausa, como si esa fuera una confesión muy
importante—. Claro, como me encantan los castigos, no pude dejarte en paz. Así que
te pedí que fueras a trabajar a mi casa —silbó ante su propia estupidez—. Debí huir
con rapidez, mas no lo hice y ahora ya no tengo más energía para seguir huyendo.
—No me gustan tus metáforas —se molestó—. Me haces parecer como una
arpía que te persigue. Pero te recuerdo que yo no te acosé en ningún momento…
—Le propongo matrimonio y ella critica mis metáforas —Sam miró al techo—.
¿Puedes dejar de ser una maestra de inglés por un segundo? Además, ¿por qué
demonios estoy confesándome en un corredor? —con uno de sus movimientos
rápidos por los que era famoso, Sam le quitó las llaves a Charlotte, la metió en el
apartamento y cerró la puerta. La rodeó con un brazo, acercándola con urgencia y
hundió su rostro en su cuello. Suspiró mientras la abrazaba con fuerza, necesitando
su cercanía. Y luego, la soltó.
Charlotte se quedó allí, apoyada contra la puerta. Se llevó las manos al pecho
para asegurarse de que su vestido no se hubiera caído. Sam metió las manos en los

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bolsillos, las volvió a sacar, se alisó el pelo, y se aflojó la corbata como si la sintiera
muy apretada. Fascinada, Charlotte lo contempló sin decir nada, sin atreverse a
concluir nada.
—Fue el peor día de mi vida, Charlie —susurró él al fin—. Cuando los vi a ti y a
Stevie en peligro… Las dos personas que más… —se detuvo para buscar la palabra
correcta—… atesoro en el mundo.
Se hizo un silencio tenso. Atesorar. Era una palabra hermosa que la confundió y
la hizo sentir una gran calidez.
—Charlie… ya sabes lo mucho que Stevie significa para mí. Si lo perdiera,
sentiría que la vida ya no tiene sentido. Él es parte de mí —cerró los ojos durante un
momento—. Cuando los vi, a ti y a Stevie… no sabía quién de ustedes dos me
necesitaba más. No supe a quién ayudar primero. No podía soportar la idea de
perder a cualquiera de ustedes dos.
Una vez, Charlotte pensó que si Sam llegaba a querer a una mujer con la mitad
del amor que sentía por su hijo, esa mujer sería muy afortunada. Charlotte recordó
que Sam la abrazó junto con Stevie y que dijo algo que ella no pudo oír. Se acordó de
su impresión, de sus ojos abiertos y vulnerables y de que el le dijo con la mirada lo
que ella quería saber. Ahora, los ojos de Sam ya no brillaban por la impresión, pero sí
tenían esa misma expresión de seriedad e intensidad. Sam de veras la amaba.
Charlotte creyó oír campanas en alguna parte…
—Me salvaste la vida —su voz fue ronca.
—Salvó la mía —le acarició el cabello—. Te amo, Charlie. Espero con toda mi
alma que tú también me ames.
—A ti… y a Stevie.
—Tú, yo y Stevie —dijo Sam, disfrutando esas palabras.
—Formaremos un gran equipo.
—Sabes, nos habríamos ahorrado mucho tiempo y problemas si te hubiera
dicho que te amaba cuando fuimos rescatados de ese sótano —sonrió él.
—Pero… entonces no me querías —abrió mucho los ojos. De pronto, el amor de
Sam era algo sólido y firme y muy nuevo a la vez.
—No me di cuenta en ese momento —gruñó Sam—. Creí que tenías un buen
corazón y que eras valiente y fastidiosa. Eras la primera mujer a quien conocí que era
justa y honesta desde el principio. Eras casi como un chico más de la pandilla —
sonrió y le miró los senos delineados por el vestido negro. Le acarició los hombros y
luego le besó la piel que estaba al descubierto. El pulso de Charlotte se aceleró.
Querido Sam. No sabía qué le estaba provocando…
—No quise reconocer lo que sentí porque no quería comprometerme, pero me
habías calado como… una piedra en un zapato —prosiguió—. Me confundías
mucho. Me sentía irritado, protector. Te deseaba como un loco.

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—Bueno, eso sí lo pude entender —se apoyó contra la puerta cuando Sam la
tomó de la cintura. Una piedra en un zapato, pensó, soñadora. Ese hombre sí que era
un romántico.
—Te necesitaba —susurró, un poco alejado todavía—. Fue por eso que no te
dije que, técnicamente, estaba casado.
—Fuiste una rata, Sam —se tensó un poco.
—No hables de ratas, por favor. Creí que tú tal vez sabías que no me había
divorciado aún… y, cuando me di cuenta de que no lo sabías, bueno, demonios,
Charlie, ya era un poco tarde para mí. Me besaste y me hiciste sentir optimista, aun
en medio de un desastre. Y yo quería seguir sintiendo eso. Te necesitaba.
—Antes dijiste que me deseabas.
—Bueno, también. Pero no sólo a una mujer le gusta que la abracen en los
momentos difíciles. No sólo era una cuestión sexual, era… —buscó de nuevo una
palabra adecuada—. Consuelo. Paz.
Charlotte se sintió radiante de alegría. Sam sí que estaba diciendo cosas
hermosas esa noche, cosas que no se le habrían ocurrido siquiera un año atrás. Se dio
cuenta de que se sintió mal por la traición de Sam, pero ahora se percató de que él
nunca la engañó, pues su matrimonio ya no existía para él cuando hicieron el amor.
De modo que no la manipuló.
—En ese caso, creo que podré aceptar tus disculpas —sonrió.
—No creí que lo compraras —comentó él, contemplando el vestido negro.
—Aún me debes veinte dólares —le recordó—. Haz honor a tus deudas, Sam.
Él rió y sacó un billete que metió dentro del corpiño del vestido. Sus dedos
fueron cálidos sobre su piel. El billete nuevo tronó al ser metido entre sus senos.
—Ya está saldada —la acercó con lentitud. Para ser un hombre tan rápido, se
movía lentamente de una manera maravillosa. Sam Buchanan en cámara lenta era
una experiencia memorable… todos los comentaristas de deportes lo decían.
Charlotte lo vio acercarse, mirarla con amor y fue como si sintiera el beso antes que él
la abrazara siquiera.
—Charlie, ¿te quieres casar conmigo? —le susurró al oído.
—¿Y si le digo que no? —le echó los brazos al cuello.
—Entonces tendré que llevar a cabo el plan B.
—¿Cuál es ese?
—Suplicarte, ponerme de rodillas, enviarte flores todos los días y escribirte
poemas de amor…
—¿Tú… escribes poemas de amor? —hizo una mueca—. En ese caso, acepto el
plan A —sin embargo, al verlo tan tenso, se olvidó de sus chistes y le dijo con
seriedad—. Te amo, Sam. Quiero casarme contigo.

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—Ah —la besó con impaciencia, haciéndola alzarse de puntas, calentándole la


espalda con las manos. Sam en cámara lenta o Sam a toda velocidad… Charlotte no
sabía cuál de los dos le gustaba más, pero sabía que nunca tendría que decidirlo.
—Vamos. Marchémonos antes que llegue tu prima —la tomó de la mano y
salieron del apartamento.
—Espera un momento —Charlotte se detuvo al bajar por la escalera—. ¿Y qué
me dices de Belinda? ¿Acaso ella… es decir, ustedes dos…?
—Ella no es nada mío y no tengo ninguna relación con Belinda.
—Eso no fue lo que a mí me pareció. Ella estaba loca por ti.
—Belinda parece estar loca por cualquiera. Sin sus lentes, está más ciega que un
topo… es miope. ¿No lo notaste? Su miopía le da esa mirada soñadora con la que ella
se gana la vida. Es modelo, Charlie, y está contratada para trabajar para Champions.
Ese día, lo único que le interesaba a Belinda era su apariencia y saber si el fotógrafo
iría a tomarle fotos contra unos árboles muertos. Pero, como la luz no fue lo bastante
buena, el tipo no fue.
—La presentaste como si… fuera una amiga íntima.
—Sí —se rascó la nariz—. Bueno, era mi última resistencia. Traté de
convencerme de que no estaba loco por ti. Belinda sólo se estaba apoyando en mí
para no caer pero yo me di cuenta de lo que pensaste y tomé ventaja de ello, eso es
todo —pareció avergonzarse de sí mismo—. Sólo aparenté estar quemando mis
alternativas, igual que Christopher Dunlop. Él sabía que su vida nunca volvería a ser
la misma, por culpa de la señorita Wells, y yo también… cuando le vi vestida con la
ropa de trabajo y tu moño de institutriz. Pero Chris y yo luchamos hasta el final. Fue
necesaria una inundación para que yo dejara de engañarme a mí mismo.
—¿"Ultima resistencia, luchar hasta el final"? —se quejó—. ¿Por qué usas
palabras de guerra? Estamos hablando de amor, ¿no es cierto?
—Pero yo no quería enamorarme… así que fue una guerra para mí Charlie.
Esta se quedó pensativa al entrar al auto.
—Entonces, tal vez pienses que has perdido la guerra —comentó, angustiada.
—Esta es una guerra que ganas cuando pierdes —susurró y sonrió, victorioso—
. Vamos a mi casa.
Charlotte dejó de preocuparse y dijo:
—No recuerdo haberme peinado con un moño de institutriz.
—Mira, me encanta tu cabello como sea —le acarició los rizos y ella echó a reír.
La casa estaba cálida y limpia, lista para ser habitada. Sam encendió una luz y la
llevó al único cuarto que ella no había visitado aún.
Sam se sentó en su amplia cama y la sentó en su regazo con esos movimientos
tan rápidos que lo hicieron tan famoso. Luego siguieron los movimientos en cámara
lenta que la dejaron sin aliento.

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—Al día siguiente de que me sacaste del arroyo, tuve unos moretones horribles
—comentó ella, besándole el cuello.
—Tuve que volver a hacer que tu corazón latiera. Después de todo, eso hiciste
tú con el mío.
—Y me resucitaste.
—Con la respiración de boca a boca. El beso de la vida —Sam demostró cómo
era la técnica y le bajó el cierre del vestido mientras le besaba un hombro y luego
acercaba los labios al hueco de sus senos donde crujió el billete de veinte dólares.
—Siempre hago honor a mis deudas —comentó él.

Rondando por Casas Antiguas fue publicado a finales del verano y el lanzamiento
del libro tuvo lugar en Cranston, pues un capítulo estaba dedicado a la mansión. De
todos los edificios fotografiados, era el único que seguía en pie. Aún faltaba mucho
por hacer, pero la cocina, la sala y la hermosa entrada con la escalera ya estaban
completamente restauradas. Sin embargo, no estaba amueblada como una casa vieja,
pues a Sam le gustaban los muebles modernos, diciendo que había que tomar lo
mejor del pasado y lo mejor del presente y Charlotte estuvo de acuerdo. Sólo el
cuarto principal estaba decorado de acuerdo con la época y hasta tenía una colcha
hecha a mano sobre la cama.
—Aunque a mis ancestros les habría gustado la tecnología actual para hacer
colchones —comentó Sam al probar los resortes.
Los invitados estuvieron de acuerdo en que la mansión era cálida aun cuando
aún no estuviera remodelada y redecorada del todo.
—No es tan fría como la mayor parte de las casas de su época —comentó el
editor de Charlotte.
—Aún no ves el sótano —bromeó.
Se dijeron discursos, se tomaron cócteles y se aplaudió mucho. Gale opinó que
el libro era mejor de lo que ella esperó y que Sam era guapísimo. Era cierto que él
tenía ahora una sonrisa más plena, como la de un niño, y que sus ojos brillaban de
contento. Vestido con un elegante saco azul oscuro, tenía una apariencia espléndida.
Gale suspiró y susurró al oído de su prima:
—Vaya, contigo sí que es difícil cumplir las promesas.
—¿A qué promesas te refieres?
—A que nunca, nunca, volvería a tomar algo prestado que fuera tuyo —y echó
a reír—. Y la casa está bonita también. No está mal para ser un vejestorio. Tienes
demasiado espacio para todos tus brincos.
—¿Cuáles brincos? —se volvió Sam.
—Pues, poco después de que quedaron atrapados en el sótano, Charlotte
empezó a hacer ejercicios de calistenia —explicó Gale.

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—Calistenia —sonrió Sam—. No me digas. ¿Qué fue lo que te hizo empezar con
eso, linda? —añadió con un placer malicioso.
Charlotte lo miró con enfado de maestra y luego dejó que la fotografiaran. Ya la
habían entrevistado para la televisión. Debido a la historia del rescate de Cranston,
del incidente del sótano y de su compromiso con Sam, Rondando por Casas Antiguas
era objeto de un gran interés entre la gente.
Los padres de Charlotte le enviaron una nota que decía, "Estaremos contigo en
espíritu, pero no iremos a tu celebración. Nos encantó tu libro. Besos de Martin y
Linda". Charlotte se quedó intrigada, pues pensó que sus padres no perderían la
oportunidad de brillar en sociedad.
—Dicen que no vendrán, no que no pueden venir —le dijo a Sam.
—Creo que están permitiendo que tú seas la estrella, por una vez —sugirió
éste—. Ya sabes qué pasaría si vinieran. Tal vez este sea su equivalente del pastel
hecho en casa para llevar a la feria de la escuela, ¿no crees?
Charlie echó a reír. Tal vez lo era.
El sol empezaba a ponerse cuando el último invitado se fue. Charlotte y Sam
caminaron, tomados de la mano, hacia los viejos manzanos de la propiedad.
—Tal vez deberíamos intentar volver a plantar los viñedos —observó Sam.
—¿Hablas en serio?
—He estado pensando en ello desde que me mostraste la vieja etiqueta de
botella. Vino de la propiedad Cranston. Hay un viñedo cerca de aquí que produce un
buen vino. No sé nada sobre eso. ¿Crees que podría ser un buen vinicultor?
—Serás lodo lo que quieras ser —sonrió.
—Ven. Quiero mostrarte algo antes que oscurezca —la tomó de la mano y la
guió hacia el arroyo donde los espinosos arbustos ya habían sido recortados.
Charlotte acarició la inscripción. "Robert y Emma. Nos conocimos por casualidad el
miércoles 26 de junio de 1839".
Charlotte leyó la inscripción en voz alta y comentó:
—Me pregunto cómo se conocieron y quiénes fueron.
Sam se inclinó y tomó algo del pasto. Era un martillo y un cincel.
—¿Qué haces?
—Sigo adelante con la tradición —la hizo a un lado—. Ya sé lo mucho que te
gustan las tradiciones.
Había nuevas marcas en el mismo árbol. Charlotte recibió una sorpresa al ver
que Sam había estado trabajando en eso algún tiempo atrás. Había labrado, "Sam y
Charlotte".
—Pusiste tu nombre primero —lo acusó.
—Claro. Eso mismo hizo Bob. No hay que hacer las cosas a medias cuando se
trata de una tradición.

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Sam y Charlotte.
—Está bonito —comentó ella con un nudo en la garganta.
Lo vio grabar la fecha de su primer encuentro. Si su sentido de orientación
hubiera sido mejor, habría elegido la dirección correcta en la bifurcación y hubiera
llegado a Cranston. Tal vez nunca hubiera conocido a Sam, ni hubiera quedado
atrapada en el sótano. Hubiera tomado sus fotos, comido sus emparedados bajo
algún árbol y regresado a su vida agradable y ordenada, sin saber que ese
maravilloso hombre estuvo allí, tan cerca. Un encuentro casual. El sol de la tarde se
filtró por las hojas de los árboles y brilló sobre la vieja inscripción y sobre la nueva.
—Ya está, ¿qué te parece? —Sam depositó sus herramientas en el suelo y
admiró su obra.
—Me encanta —y Charlotte leyó en voz alta—. Sam y Charlotte se conocieron
aquí por casualidad, el viernes 13 de… —echó a reír y abrazó con fuerza a Sam—.
Trece —lo besó—. Mi número de la suerte.

Fin

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