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El bullerengue o bullarengue es un género musical y una danza del Caribe Colombiano​y de la provincia de

Darién, Panamá.En Colombia es ejecutado principalmente por los actuales descendientes de los cimarrones
que habitaron el Palenque de San Basilio. En el país, "bullerengue" o "bullarengue"4​significa "pollerón" (falda
grande, usada especialmente en fiestas).En Panamá es propio del palenque del Mamoní o Santiago del
Príncipe y la tribu de los mandinga de Kuna Yala, que se extendieron hasta el Darién histórico.​En este país
se entiende que la palabra "bullerengue" viene de la unión de "bulla" y "arenga", o sea, "bullarenga".6
Colombia
El bullerengue se caracteriza por ser un baile cantado, cuya danza es de mujeres solamente, de indudable
ancestro africano, al parecer desprendida de las costumbres rituales del Palenque de San Basilio, formando
parte de los actos de iniciación de las jóvenes a la pubertad, tomando como referencia a Cartagena.
A pesar de que los ritmos tradicionales de la costa se aprenden, estos no se enseñaban, solo hasta hace
algunos años con la creación de festivales y escuelas de música tradicional en algunos pueblos como María
La Baja, Puerto Escondido, Necoclí, San Juan de Urabá se están implementando algunas metodologías
occidentales, tomadas de la educación formal escolarizada. Según las viejas cantadoras y tamboreros, ellos
aprendieron con un familiar muy cercano o un amigo, que a su vez aprendió de otro familiar u otro amigo, por
eso podemos ver que estos músicos son fruto de una larga herencia musical, donde esta se socializa
constantemente.
El bullerengue surge con la venida de los esclavos a Cartagena de Indias, los cuales utilizaban tambores
hembra y llamador, las mujeres utilizaban polleronas. Por medio de esta bulla de tambores y palmas también
celebraban su libertad como esclavos.
Cantadoras, bailadoras y tamboreros nunca dejan de aprender y solo cuando son veteranos son realmente
reconocidos dentro de la comunidad como buenos bullerengueros. Durante sus visitas a otros pueblos y hoy
en día en la participación a festivales, estos personajes aprenden cantos, versos, pasos, golpes de tambor,
conocen a cantadoras, bailadoras y tamboreros de los cuales aprenden viendo; en ningún momento un
tamborero “veterano” va a pedir a otro tamborero que le enseñe un toque, ellos los aprenden y para esto
utilizan el término coger, los tamboreros, las cantadoras y bailadoras se cogen los golpes, los cantos y los
pasos de otras personas.
El bullerengue se convirtió para estas nuevas comunidades en la música festiva por excelencia, con esta
amenizaban sus reuniones y las celebraciones del calendario santoral popular, realizaban fiestas de
bullerengue durante las celebraciones de san Juan, san Pedro y san Pablo (24 y 29 de junio) y luego desde la
celebración de santa Catalina (25 de noviembre), la Inmaculada Concepción de María (8 de diciembre), al 25
de diciembre, muchas veces las fiestas seguían hasta el 6 de enero.

El más popular es el bullerengue sentao, con un reposo instrumental apto para que las cantadoras entonen
largas y líricas frases, explorando si se quiere las entonaciones y registros; algunos con sentido dramático de
la vida y sus avatares.
El bullerengue es una danza, práctica musical y festiva, característica de la población afrocolombiana que
habita en la región de Urabá y en las costas de los departamentos de Córdoba y Bolívar. Además, comparte
un pasado histórico que lo conecta con la provincia del Darién en Panamá. Por su carácter representativo de
la afrocolombianidad, esta práctica cultural constituye un importante aporte como expresión de la diversidad
cultural del país.

Las cantadoras de San Cayetano, Malagana y Palenque previamente acordado el lugar y la hora
conformaban lo que se conoce como cofradía que no era más que la reunión de muchas cantadoras para
amenizar las fiestas patronales de los diferentes pueblos. Iban por calles y plazas, patios y caminos batiendo
palmas e improvisando versos. Eran más de tres días bajo el embrujo de los tambores y los cantos de las
bullerengueras.

El mismo autor también referencia la posibilidad de un origen conectado con danzas rituales de maternidad o
la pubertad que fue cambiando con las dinámicas sociales hasta tomar un carácter de fiesta.

La diferenciación de los aires es un asunto fundamental para los bulleren-gueros:


Dentro del bullerengue existen tres aires representativos […]. El más popular es el bullerengue sentao, con un
reposo instrumental apto para que las cantadoras entonen largas y líricas frases, explotando si se quiere las
entonaciones y registros; algunos con un sentido dramático de la vida y sus avatares. En esta corriente la
principal impulsora es Etelvina Maldonado. El fandango utiliza las onomatopeyas con la cantadora en un
formato similar al sentao codificados en una métrica ternaria. Es una variante rítmica ágil para que se luzcan
los bailarines. Es necesario definir que este subgénero del bullerengue constituye a su vez la denominación
genérica de todos los bailes cantaos llamados precisamente fandangos de lengua. Las cantadoras de
Arboletes, Antioquia, son diestras manejando esta especial variante rítmica. En cambio el tercer aire, llamado
chalupa maneja un tiempo rápido, ágil y apto para jolgorios, en donde el alegre soporta la estructura rítmica y
es figura preponderante, mientras que la cantadora ‘construye’ versos más cortos, o frases centelleantes, de
menor contextura que los tradicionales versos octosílabos. […] Como representantes de esta variante se
puede situar a Dolores Salinas de Palenque y Petrona Martínez de Palenquito.

También se encuentran relatos en los que se destacan las especificidades locales, es decir, la forma en que
cada grupo en representación de su municipio interpreta el bullerengue de manera diferente; mientras que
otras versiones hablan de un elemento común que caracteriza al bullerengue de Urabá: la alegría con la cual
se ejecuta esta expresión cultural. En términos prácticos, es posible ver cómo esta alegría se traduce en la
interpretación de algunos ritmos de forma más rápida que en otras poblaciones y la mayor expresividad, y
movimiento en el momento del baile. Esta forma de interpretar el bullerengue contrasta con el deje triste,
melancólico y lento que tiene esta manifestación en la zona de Bolívar.

Como producto de estos intercambios y del creciente interés por parte de músicos y productores extranjeros
en la música del Caribe colombiano, la visibilización del bullerengue ha sido mayor así como su contribución a
las mezclas de la nueva ola de música colombiana con una creciente participación de jóvenes y nuevos
compositores que buscan reivindicar la potencia creadora de estos ritmos y bailes cantaos. Así mismo, se ha
trabajado en la importancia del mestizaje que supone la combinación de instrumentos, improvisación y diálogo
entre el canto y la danza, y su conexión como patrimonio que rescata la memoria colectiva de la región a tal
punto que se ha convertido en un instrumento para la recuperación de las narrativas del conflicto y la
propuestas de construcción de paz.

En definitiva, el bullerengue también ha vivido las consecuencias de las migraciones (sean forzosas o no) de
artistas, bailadores y gestores culturales, entre otros, que se han establecido en las principales ciudades del
país y que han llegado a establecer puntos de encuentro para la creación y el disfrute.

Según lo manifiestan algunas personas pertenecientes a la tradición bullerenguera, anteriormente su sustento


económico era derivado de actividades agrícolas y otras propias del ámbito rural. De esta forma, la
transmisión de la tradición se hacía en medio de la cotidianidad de las familias, en el compartir de las labores
domésticas o agrícolas y en los espacios festivos que de momento interrumpían esta cotidianidad.

Además de las migraciones del campo a la ciudad, uno de los elementos relevantes para el devenir de la
tradición son las consecuencias de las nuevas interpretaciones generadas por los jóvenes con respecto a los
formalismos tradicionales, pues en el bullerengue como en la mayoría de las manifestaciones populares no
solo se retratan las historias relacionadas con la identidad de un pueblo o colectivo sino que se reflejan los
cambios, rupturas, conflictos e imaginarios.

Tradicionalmente se han tenido definidos unos roles de género que responden a las dinámicas y los ‘diálogos’
que se dan en medio de la manifestación. Así, se espera que la voz líder sea una mujer, la cantadora, quien
entabla un diálogo que podría verse como amoroso con su compañero de escenario, intérprete del tambor,
hombre por supuesto, el tamborero. Estas dos figuras constituyen los papeles protagónicos en la escena. Al
mismo tiempo, entran en el juego los bailarines, pareja hombre-mujer; la bailadora dejándose llevar por el
llamado del tambor, siendo seducida por su embrujo, y el bailador coqueteándole a la bailadora y tratando de
alejarla de los encantos del tambor.La aparición de mujeres intérpretes de tambor o tamboreras es un
fenómeno reciente que ha sido bastante controvertido. A pesar de la fuerte ruptura que esto representa en
relación con los diálogos que ya se han explicado en el desarrollo del bullerengue, la presencia de tamboreras
ha sido bien recibida gracias a lo que simboliza el hecho de que una mujer se atreva a ‘igualarse’ a un hombre
al tocar el tambor con destreza.

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