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Staff

Disclaimer
1. Tabitha
2. Silas
3. Sawyer
4. Tabitha
5. Tabitha
6. Sawyer
7. Silas
Agradecimientos
https://t.me/+4NVN1baM4DAzZTYx
STAFF
Traducción

Rose

Corrección

Phinex∕ Black

Diseño

Harley Quinn

Lectura Final

Bones
Trabajo sin fines de lucro, traducción de fans para fans, por lo que se
prohíbe su venta.
Favor de no modificar los formatos, publicar o subir capturas en redes
sociales.
Para todas mis guarrillas malhabladas y descaradas.

También quiero dar las gracias a mi tribu de Páginas Prohibidas. Los


quiero a todos por ser increíbles y apoyarme.
Tabitha

—Y es, joder. Jesús, te sientes tan condenadamente bien, Tabby.


Mantuve los ojos cerrados todo el tiempo que John metió su polla flácida
en miniatura en mi muslo. Me estremecía con cada resoplido que soltaba y
me preguntaba cómo coño no sabía que no me estaba penetrando, sino
pasándoselo en grande con la carne de la cara interna de mi muslo. ¿De
verdad es esta mi vida?
—Nena. Estoy a punto de explotar, pero no quiero hacerlo todavía.
Abrí los ojos de golpe.
—¿Qué? ¿Por qué?
Esbozó una sonrisa perezosa y me morí por dentro un poco más.
—¿Puedo comerlo?
No. No.
Desvié la mirada hacia la puerta y luego hacia el reloj rosa que había en
la mesilla de noche, a mi izquierda.
—Tenemos tiempo —dijo, deslizándose por mi cuerpo.
Solté un suspiro y me tragué el nudo que tenía en la garganta cuando
me separó las piernas. Probablemente, a la mayoría de las chicas les
encantaba que sus novios se dieran un festín con ellas como si estuvieran
muertos de hambre. Sin embargo, para mí no era así. Para empezar, John
ni siquiera era mi novio, bueno, no oficialmente. Para ser sincera, no tenía
ni idea de lo que era. Todo era un gran montaje entre nuestros padres. Las
alegrías de haber nacido con dinero.
John me besó la cara interna del muslo, el mismo lugar donde la punta
de su polla me había rozado varias veces.
—Me encanta lo mojada que estás para mí, Tabby —arrulló.
Gracias a Dios que tenía los ojos cerrados, porque si los hubiera tenido
abiertos, habría visto hasta qué punto se me habían desviado hacia la nuca.
Apreté las tetas mientras su lengua se deslizaba por mis pliegues. Estaba
decidido, lamía y besaba todo menos el clítoris. Hace meses que dejé de
guiarle, porque daba igual lo mucho que levantara las caderas o le metiera
la nariz en el sitio adecuado; se negaba a reconocerlo. Me quedé mirando al
techo y dejé que gemidos falsos gotearan de mis labios mientras contaba de
cien en cien. Cuando llegué a cincuenta, mis gemidos falsos se hicieron más
fuertes, y a los veinte ya estaba hundiendo los dedos en sus cabellos
castaños. A veces deseaba que alguien me diera un Oscar por mi digna
actuación de orgasmo fingido. Era la perfección.
—Sí, John. Justo ahí. Por favor... —Dejo que mis palabras entrecortadas
se pierdan en el aire.
Sus labios se cerraron en torno a los labios exteriores de mis pliegues y
yo di lo mejor de mí en mi falsa experiencia extracorpórea de diez sobre diez
antes de volver a caer de golpe en la cama. Feliz de que todo hubiera
terminado, dejé que mis párpados se abrieran una vez más, pero el gruñido
de John masturbando su polla flácida me hizo hundir la cara en la
almohada. ¿Es esta mi pesadilla?
Sus gritos desgarradores atravesaron el aire y echó la cabeza hacia
atrás, moviendo frenéticamente los dedos mientras agarraba el triste trozo
de carne.
—Shh. Alguien te va a oír —escupí. Mis palabras fueron frías.
—Tabby... —gimoteó, con la boca abierta y los ojos cerrados.
Su cuerpo se sacudió desvergonzadamente mientras un hilo de semen
brotaba y caía sobre la toalla que yacía sobre mi edredón rosa. Decepcionada
por toda la experiencia, volví la cabeza y dejé que mi barbilla se hundiera en
la almohada. Él cambió de peso y se apartó de la cama, y yo me alegré.
Rechazando su mirada, se volvió a vestir y se pasó unos dedos por el cabello.
—¿Vas a prepararte? —preguntó, bajando al borde junto a mí.
—Sí, sólo necesito un minuto. A solas.
—Ah, vale. Bueno, no me hagas esperar demasiado. —Se inclinó y me
besó el hombro.
Con los ojos fijos en el minutero de mi reloj rosa, esperé a que cerrara
la puerta tras de sí antes de saltar para echar el cerrojo. Aunque John era
una mierda en la parte de sexo mecánico de nuestra relación, sus juegos
preliminares me excitaban. Comprobé dos veces la manilla para asegurarme
de que estaba cerrada, me acerqué a la mesilla y abrí el cajón. Allí, tumbado
en su inocencia, estaba mi fiel vibrador de color lila.
Pellizcándolo entre dos dedos, lo llevé de vuelta a la cama y me puse
cómoda. Con los pliegues ya sensibles, me coloqué los auriculares de oreja
de gato sobre los míos y me apoyé en la gran almohada envuelta en satén.
Sonó la estática y luego una fuerte voz masculina se filtró por los altavoces.
—Me encanta cuando gritas por mí. —Sus palabras eran como miel
espesa rezumando en mis oídos, y con cada gruñido grave que emitía su voz,
mis piernas se ensanchaban.
—Tu coño está hecho para ser tomado.
Sus palabras me robaron el aliento
—Te odio, joder.
Con los labios entreabiertos y los ojos cerrados, aumenté la vibración.
—No puedo esperar a contarle a todos lo bien que tomaste mi semilla,
como la sucia puta que eres.
Mi espalda se desplomó sobre las sábanas, las piernas en alto, con mi
conejito lila vibrando con fuerza en mi clítoris. No quería que terminara, pero
con cada insulto degradante, la chispa de fuego que me recorría las venas
me acercaba al límite.
—Voy a follarte y llenarte todos los agujeros que tienes empezando por
esa boquita tuya que me calienta la polla.
Mi pecho se elevó en busca de aire mientras mis movimientos se
congelaban, y me tragué el gemido ansioso por traspasar mis labios. Sus
últimas palabras me llevaron al clímax y apreté las piernas, desesperada por
aferrarme a la fugaz sensación que ansiaba. Perdida en el subidón de todo
aquello, mi burbuja estalló con el traqueteo de la manilla de la puerta y salí
disparada hacia arriba.
—Enseguida salgo —grité.
—No hay prisa, cariño. Sólo quería asegurarme de que no estabas
durmiendo. Todo el mundo está...
—Vale, mamá, bajo enseguida —le dije, interrumpiéndola a mitad de la
frase.
Balanceé los pies sobre el borde de la cama, respiré hondo y me quité
los auriculares antes de dirigirme al baño.

Me miré por última vez en el espejo, me despeiné un poco el flequillo y


me apliqué una capa más de brillo de labios antes de bajar las escaleras. En
cuanto abrí la puerta, me llegó la cacofonía de ruidos procedentes del
comedor. Decir que estaba nerviosa era quedarse corto. Hacía casi cuatro
años que no estaba en casa, y mi padre me llamó para decirme que tenía
algo importante que contarme una semana antes de uno de los partidos de
fútbol más importantes de la temporada. Bajé las escaleras, deseando no
hacer ruido al tocar el fondo. Era extraño estar en casa, extraño mirar las
mentiras en la pared de nuestras fotos familiares, sonriendo como si
fuéramos normales. Pasé los dedos por el grupo de plantas altas del suelo al
pasar junto a ellas y me detuve a mirar la foto de Agatha. Era un pequeño
marco perfilado de cristal de 5x8 que reposaba sobre una mesa de madera
vintage.
Agatha fue mi niñera durante muchos años. Era como una madre para
mí, pero problemas de salud le quitaron el último aliento hace cinco años. A
veces me olvidaba de Agatha, hasta que pasé por delante de su foto. La
incliné para que mirara hacia la corriente de luz solar que entraba por el
pasillo principal y me dirigí hacia el comedor. Ansiosa por llamar la atención
de mi padre al oír su voz retumbar desde el otro lado de la puerta, me quedé
helada al oír otra voz. ¿No podía ser? Como un barco que se hunde en medio
del océano, se me cayó el estómago. ¿Silas?
Con el labio inferior sujeto entre los dientes, esperé unos minutos al
otro lado de la puerta. Hacía más de cuatro años que no veía a mis hermanos
y quería que siguiera siendo así. Mientras esperaba, con la esperanza de que
Silas y mi padre se fueran a otra parte de la casa, John interrumpió mi
escondite apareciendo detrás de mí.
—Cariño, ¿por qué estás ahí de pie? —Apoyó la palma de la mano en la
puerta y la abrió de un empujón.
—John, tenemos asuntos familiares que discutir esta noche. Me temo
que tendrás que irte —dijo mi padre desde el otro lado de la habitación.
John se escabulló sin decir palabra. No fue el único incapaz de
protestar. Me quedé en la puerta, ahora sola, con los ojos de Silas clavados
en los míos. En ese momento, dejé de respirar y los sonidos que me rodeaban
parecieron evaporarse en el aire. La mayoría de la gente teme a las alturas o
a la oscuridad, pero uno de mis mayores miedos estaba delante de mí y se
llamaba Silas Santoro.
Silas

Mi padre seguía con la puta boca abierta cuando mi hermana de mierda


entró en el comedor con su inútil novio. Todo lo que decía mi padre me
entraba por un oído y me salía por el otro en cuanto miraba a Tabitha. Ella
apartó la mirada y se esforzó por formar una frase coherente cuando nuestra
madre entró y le hizo una pregunta.
Me llevé el vaso de whisky a los labios y bebí un sorbo, mi mirada seguía
clavada en la suya mientras miraba por encima del borde del vaso. Ella lo
odiaba. Sé que lo odiaba, pero era una mierda ocultando sus emociones, y
el miedo que yo le provocaba era claro como el barro en su cara.
—Cariño —arrulló nuestra madre entre labios hinchados—. Hace siglos
que no ves a Silas. Dale un abrazo a tu hermano —dijo, presionando con
sus dedos cuidados la parte baja de la espalda de Tabitha.
Eso es, Tabby. Ven a saludar apropiadamente a tu pesadilla viviente.
Se arrastró hacia delante, con los labios temblorosos y la boca seca. Su
jodido aroma a caramelo me envolvió los pulmones cuando se paró a escasos
centímetros de mí e inhalé. Era visceral, un aroma que había olvidado
durante los últimos cuatro años, pero olerlo ahora despertó al monstruo que
había en mí. El monstruo al que tanto temía.
Con el labio inferior asegurado entre sus pequeños y perfectos labios
chupapollas, extendió los brazos y la atraje hacia mí con un rápido
movimiento. El movimiento fue inesperado, y mi polla se alegró al oír crujir
sus huesos con mi contacto. Ella lo odiaba. Me odiaba. Nos odiaba.
La abracé con fuerza, ignorando las miradas pasajeras entre nuestros
padres y el personal. Saboreé el agarre de mal gusto que mis manos ejercían
sobre ella y bajé los labios hasta la concha de su oreja.
—No finjas que no te alegras de verme, Tabby.
—No lo hago —respondió ella con los dientes apretados.
—¿No? ¿Por qué? Dímelo. Las mentes curiosas quieren saber.
Ella no dijo una palabra, pero giró la cabeza desafiante en la dirección
opuesta.
—Vete a la mierda.
—Sólo dime cuándo y te complaceré —dije, forzando mi mirada a la
suya.
Su mirada se endureció ante mis palabras y convirtió mi sonrisa
ladeada en una sonrisa de lobo.
Con un movimiento de pereza, se puso de puntillas, con la nariz de botón
y los labios a escasos centímetros de los míos.
—Mi padre nunca te creerá —dijo, apretando las mejillas mientras bajaba
al suelo.
—Lo sé. —Inhalé—. Pero hacer que las lágrimas broten de tus ojos de
putita remediará esa victoria perdida. —Dejé que mis palabras gotearan en
sus oídos antes de morder la suave carne del lóbulo de su oreja.
Dio un salto hacia atrás, casi tropezando consigo misma al captar mi
mirada. Me encantaba cuando hacía eso, la forma en que me miraba con un
atisbo de esperanza y desesperación. Pero no se merecía nada, y nada me
hacía fluir la sangre como la forma en que su garganta se retorcía al tragar
con fuerza la incertidumbre.
—Silas, Tabitha. —La voz de nuestro padre rompió el silencio y
encontramos su mirada.
Nos indicó que nos sentáramos, y la putita mentirosa encontró el lugar
que le correspondía junto a nuestro padre. Con una ceja arqueada y la nariz
apuntando al cielo, mantenía en su sitio la corona imaginaria que llevaba en
la cabeza, y yo no deseaba otra cosa que arrancársela. Tomé asiento frente
a ellos y me acomodé mientras esperaba a que empezara el espectáculo de
mierda. Hacía cuatro años que no estaba en casa y el fastidio que corría por
mi sangre estaba en su punto más alto. No perdí de vista a Tabby mientras
bebía otro trago. Hablaba de la universidad y de sus estúpidas ideas para la
empresa cuando se graduara en primavera. Una pequeña parte de mí
deseaba arrastrarla hasta el pasillo y cerrarle la boca con cinta adhesiva
mientras le sacaba la audacia de su pequeño y desgastado coño. Nunca
digas nunca.
Transcurridos veinte minutos de cena y de rancia conversación, padre
levantó la barbilla y entrecerró la mirada mientras observaba el asiento vacío
a mi lado. Todo el mundo estaba aquí para el gran anuncio, excepto Sawyer.
—¿Se unirá a nosotros? —preguntó papá con la boca llena de pollo.
Clavé el tenedor en las verduras salteadas.
—No estoy seguro. A él no le interesa mucho el espectáculo de putas,
pero...
—¡Lenguaje! —siseó nuestra madre antes de llevarse el vaso de vino a
los labios.
Veinte minutos y ya va por su segunda copa. Con clase. Jodidamente
elegante.
—Cariño, no te molestes en regañarlo —dijo mientras engullía la carne
y raspaba el tenedor contra el plato de porcelana—. Arregla tu actitud y
quizá te veas al frente de mi empresa antes de lo que crees, hijo. —Asintió y
volvió a centrar su atención en el revuelto mejunje de pollo al limón y patatas
que tenía bajo los ojos.
—Lo dudo. No con esa plaga podrida de carne de puta pegada a tu saco
de pelotas —murmuré en voz baja.
¿Quería que me oyera? Sí, pero no tenía ni puta energía para discutir
con ese gilipollas. Tenía jet-lag, estaba cabreado y hacía días que no follaba
por el estrés del trabajo y el regreso a casa. Seguimos cenando. Una
cacofonía de conversaciones inútiles martilleaba mis tímpanos y tuve la
corazonada de levantarme e irme. Estuve a punto de hacerlo hasta que pillé
a la descarada susurrando al oído de nuestro padre como una maldita niña
de cinco años.
Padre arqueó las cejas, luego las arrugó y sus ojos se tensaron en las
comisuras antes de abrirse de golpe. Maldita sea. Volví a sentarme en la silla
y pinché el pollo con el tenedor mientras los fulminaba con la mirada.
Con expresión apagada y los labios fruncidos, se limpió la servilleta en
la comisura de los labios antes de bajarla a la mesa. Estupendo. Allá vamos.
—¿Qué mentiras te ha hecho creer ahora? —pregunté, cruzando los
brazos sobre el pecho—. Llevo en casa menos de veinticuatro horas y ya
estás contaminando el puto aire con tu...
—No te atrevas a hablarle así a tu hermana —me espetó.
—¿O qué? —Me enfrenté a su mirada—. Los dos sabemos que nunca
vas a poner a esa mocosa bocazas a la cabeza de la empresa. ¿Verdad,
mamá?
—Silas —dijo nuestra madre
Deslicé una amplia sonrisa de satisfacción en mi cara.
—Silas, una mierda. ¿No eres tú la que siempre me dice que no me
preocupe por Tabitha porque papá es un cabrón machista y tacaño que no
dejaría acercarse a su imperio a nadie con coño y tetas?
—Fuera —dijo padre mientras se ponía en pie.
Me levanté y golpeé la mesa con la servilleta, negándome a darle otra
oportunidad de hablar. El grillete de su mirada me quemó el costado de la
cara mientras rodeaba la mesa para abandonar el comedor. Aunque el pulso
me golpeaba los tímpanos de rabia, una pequeña parte de mí estaba más
que contento de que me mandara a mi habitación en mitad de la cena.
Mientras me apoyaba en la pared del largo pasillo, mi teléfono vibró.

Sawyer: En camino. Estaré allí en 15 minutos.

Silas: Date prisa, joder.


Sawyer: ¿Padre cabreado ya?

Silas: Esa pequeña puta de tu hermana.


Sawyer: También es tu hermana.

Silas: La odio.
Sawyer: Estoy seguro de que el sentimiento es mutuo...

Silas: Trae tu culo aquí para que podamos ocuparnos de la


mocosa y darle una lección.

Sawyer: Sí, señor.

Silas: Gilipollas.

Volví a meter el móvil en el bolsillo del pantalón y dejé que mi cabeza


descansara contra la fría pared. Mientras una bocanada de aire desinflaba
mis mejillas, clavé los ojos en el retrato de familia que tenía enfrente. Para
el común de la gente, parecíamos una típica familia normal. Me acerqué al
gran lienzo rectangular encajado en un marco dorado. Como de costumbre,
papá estaba en el centro, como siempre. Luego estaba mamá, segura a su
lado. Una sonrisa se dibujó en la comisura de mis labios cuando mi memoria
me recordó cómo se apresuró a prepararse para la foto después de que la
pillaran follando con el chico de la piscina. Al otro lado de él estaba Tabitha,
con su perfume de lavanda flotando, contaminando el aire, ahogándonos
mientras esperábamos con la respiración contenida a que todo terminara. Y
detrás, Sawyer y yo.
Los Santoro, la familia que todos envidiaban. Nadie podía imaginarse lo
jodidos que estábamos a puerta cerrada, porque a la luz éramos perfectos.
Tal y como papá quería. Dejé que mi pulgar trazara la esquina inferior
izquierda del marco para limpiar un trozo de polvo entre la curvatura del
diseño. Mientras seguía pensando en la foto, el suave sonido de unos
tacones golpeando el suelo de mármol captó mi atención.
Después de toda la mierda que armó durante la cena, tuvo el descaro
de escabullirse una vez que toda la atención no estaba sobre ella. Con los
ojos clavados en su teléfono, giró por el pasillo de enfrente sin percatarse de
mi presencia. Me quité los zapatos de vestir y la alcancé dando pasos largos.
Debió de notar mi presencia porque se dio la vuelta en el momento exacto
en que mis dedos rodeaban su garganta de puta. Ahí estaba de nuevo, esa
mirada que le rompía las costillas y hacía que mi polla palpitara de
necesidad. ¿Qué tenía Tabitha temblando bajo mi ira que me hacía gotear
como un grifo roto? Era enfermizo.
—Silas... —Forcejeó, sus uñas pintadas de azul se clavaron en la piel de
mis manos mientras luchaba por contener el aliento alojado en sus
pulmones.
Me incliné hasta que nuestras frentes se tocaron.
—¿Sí?
La desesperación de sus ojos mientras me miraba se coló como una
deliciosa putrefacción en mis huesos, y el brillo de las lágrimas no
derramadas que se alineaban en las comisuras de sus ojos despojó a mis
nervios de su envoltura mientras resbalaban por sus mejillas color de rosa.
—Yo... —Sus palabras se interrumpieron cuando su helado agarre
alrededor de mi muñeca vaciló.
—Te gusta esto, ¿verdad? —Le susurré al oído—. Sé que te gusta porque
sé cada jodida cosa asquerosa sobre ti, Tabby.
El pasillo estaba en silencio, con sólo las vibraciones del aire
acondicionado encendiéndose y apagándose de forma acompasada. No había
nadie cerca y nadie oiría sus gritos. Al sujetarla como a una muñeca de trapo
moribunda, me dolían los dedos, que se movían como una araña hacia su
muslo y por debajo de la falda. Una sonrisa perversa recorrió mis labios
mientras la humedad cubría mis dedos.
—Sucia putita. Tsk. Tsk.
Aflojé el agarre y ella se apartó. Temblores sacudieron su cuerpo y
retrocedió un paso. Con la sonrisa diabólica dibujada en mis labios, di un
paso adelante, repitiendo mis acciones cada vez que ella retrocedía. Giró
sobre sus talones, con la intención de huir, pero mi mano se aferró a su
coleta y la atraje hacia mi duro pecho. A Tabitha le encantaba hacerse la
tonta, sobre todo si el resultado era hacernos quedar como una mierda, pero
los gemidos que salían de su lengua no eran ninguna actuación. Cuando la
obligué a acercarse a la puerta, al final del pasillo, intentó resistirse y sus
rodillas se doblaron a pocos metros del picaporte. Algo en los gritos ahogados
que morían contra mi mano al salir de sus labios hizo que una oleada de
electricidad me recorriera la columna vertebral.
—Juega juegos de mierda, cosecha consecuencias de mierda, putita.
Cogí el picaporte y abrí la puerta. Antes de que Tabitha pudiera
protestar una vez más, la metí dentro y cerré la puerta de golpe. De espaldas
a la puerta, apoyé la cabeza en ella. Sus gemidos mezclados con los arañazos
de sus uñas eran como un soneto erótico que me entraba por un oído y me
salía por el otro. Lo único que temía más que la desaprobación de mi padre
era la oscuridad absoluta y los espacios cerrados.
Joder, qué asco ser ella.
Sawyer

Llegué a casa de nuestros padres, agradecido por haberme perdido el


espectáculo de putas de la cena de la que me había hablado Silas. Con la
mano pegada a la gran puerta, entré, ignorando el pavor que corría por mis
venas. Dejé caer mi bolso al suelo en el vestíbulo principal. Una cosa en la
que padre nunca tuvo problemas para gastar dinero fue en la ayuda, y justo
cuando giré la cabeza para observar la gran escalera de caracol, una mujer
con un moño francés en lo alto de la cabeza se arrodilló a mi lado para
recogerlo.

Silas: Tengo una sorpresa para ti.

Sawyer: ¿Ah, sí? Qué suerte tengo.

Hacía cinco años que no estaba en casa y el lugar no había cambiado


nada. Pasé por delante de la gran foto de familia y se me escapó una risita
mientras recordaba los acontecimientos de aquel día. A mi madre la pillaron
follándose al chico de la piscina mientras mi padre estaba demasiado
ocupado teniendo un momento íntimo y acalorado con su hermano. Qué
cabrón. Al girar por cada pasillo, el silencio me salía al encuentro. No era
propio de mis padres tener una casa tranquila. Nuestra madre vivía para ser
anfitriona, para presumir de la torre de mentiras que apilaba en el cielo.
Pasé por delante del despacho de mi padre, la puerta parcialmente abierta y
miré dentro. Estaba con su portátil, trabajando, lo que mejor sabía hacer
una vez terminado el espectáculo circense.
Continué mi camino por la casa de muñecas y detuve mis movimientos
cuando encontré a Silas apoyado contra un armario, con un pie en el suelo
y el otro apretado contra la puerta. Avancé sigilosamente, con el calor de la
sangre subiendo mientras corría por las gruesas venas bajo mi piel. Por un
momento me pregunté dónde estaría Tabitha, pero la duda fue efímera al oír
los desesperados golpes que rebotaban en las paredes. Silas tenía los ojos
cerrados, una postura firme y la mano agarrada con fuerza al pomo de la
puerta. Disfrutaba con ello, como demostraba la sonrisa salvaje que se
dibujaba en la comisura de sus labios.
—Tardaste bastante —dijo, con los ojos aún cerrados.
—Si fuéramos gemelos, seríamos peligrosos —dije, deteniéndome frente
a él.
Inspiró y abrió los ojos.
—Ya somos peligrosos. Si fuéramos gemelos, seríamos uno. —Empujó la
puerta y se giró para mirarla—. Sé que ha pasado tiempo para ti.
Estudié sus rasgos, a la caza de la mentira que bullía entre sus dientes,
pero cuando me apoyé en la pared, el brillo de su mirada envenenada no
decía más que la verdad.
Me encogí de hombros.
—No tanto.
—Oh, ¿te diviertes sin mí? —Un destello de luz tocó sus ojos mientras
cortaba su mirada hacia mí—. Sabía que la terapia no podía ayudarte. Nada
puede. Bastardo demente.
Sólo tres personas en este mundo sabían por qué iba a terapia, pero
sólo Silas conocía la verdadera razón. Tenía un hambre desquiciada por
presenciar el miedo en los ojos de las mujeres cuando las forzaba a abrirse
de piernas. Necesitaba oírlas gritar cuando me las follaba, y nada me hacía
estallar más fuerte que cuando intentaban luchar contra mí todo el tiempo.
Cuando intentaban escapar, el monstruo les miraba el alma.
—Por favor, por favor... Silas. —Las palabras ahogadas y amortiguadas
que salían de los labios de Tabitha rompieron nuestro velo de silencio, y el
sonido de sus uñas arañando la puerta fue como música para mis oídos.
—Llora todo lo que quieras, corderito. No hay salvación para putas como
tú. —Me devolvió la mirada—. ¿No es cierto, hermano?
Sentí que todos los nervios de mi cuerpo se despertaban cuando cesaron
los golpes. Silas se apartó de la puerta y yo ocupé su lugar. Tabitha no temía
tanto a Silas como a mí, porque fui yo quien le robó la virginidad a la fuerza
la noche que nos folló. Me enfureció, y no quería otra cosa que romper su
puta alma en mil pedazos, así que le quité lo único que tanto le importaba.
No debía disfrutarlo, y ella tampoco. Silas oyó sus súplicas aquella noche
mientras yo bombeaba dentro de su apretado coño, pero se limitó a mirar,
con la mano sobre la boca de ella, con la satisfacción congelada en sus
facciones. Sus gritos pronto se convirtieron en un soneto de placer mientras
la hacía correrse una y otra vez. Ella lo odiaba. Yo sabía que lo odiaba. Pero
cuanto más se resistía, más fuerte follaba yo.
El lejano recuerdo hizo que mi lengua reseca saliera disparada entre mis
labios para atrapar el rastro de saliva. Un placer desquiciado me lamió el
corazón cuando toqué el picaporte y abrí el armario. El vapor de luz del
pasillo iluminó el pequeño espacio y encontré a nuestra pequeña Tabby
apoyada contra la pared más alejada, con las rodillas cerradas y los dedos
estrangulados alrededor del dobladillo de la falda. Mi mirada serpenteó a lo
largo de ella, deteniéndose en sus temblorosos labios carnosos.
—Guárdame unas lágrimas —dijo Silas mientras cerraba la puerta.
El chorro de luz se apagó al cerrarse la puerta, pero no necesitaba luz
para tomar lo que quería. Para tomar lo que había estado ansiando durante
los últimos cinco años. Nada había sido capaz de saciar mi apetito, el
hambre interna que nunca parecía cesar. Sus patéticos gemidos cubrieron
el aire mientras yo acechaba.
—Shh, corderito. Te prometo que no haré que te duela demasiado —dije
mientras pasaba el cinturón de cuero por las trabillas de los pantalones.
Lo azoté contra el suelo del armario y ella dio un respingo. Un jadeo
audible se escapó de sus labios e, incluso en la oscuridad, pude ver los
temblores que le recorrían los hombros. La hebilla del cinturón sonó al tocar
el suelo y el sonido de mis pantalones bajándose la cremallera se extendió
por todo el pequeño espacio. Era fascinante, y mi polla palpitaba ansiosa
por besar el coño húmedo y caliente de Tabitha. Apretar mi polla palpitante
hizo que un lento gruñido subiera por mi garganta y se derramara por mis
labios. Y ella gimió.
Con el pulgar apoyado en su labio inferior, dejo que mi frente descanse
sobre la suya.
—Gírate. De cara a la pared. Sabes que te follo más fuerte cuando puedo
estrangularte bien.
Detuvo sus movimientos un momento y luego se volvió lentamente hacia
la pared. Mis ojos se adaptaron a la oscuridad, con la ayuda de una
tonalidad azul que se abría en abanico desde el enchufe de control de plagas
de la pared a nuestra izquierda. Coloqué el pie entre sus tobillos y la obligué
a separar más las piernas, con la otra mano como una prensa en sus suaves
cabellos.
—¿Está ese sucio agujero mojado para mí? —Tiré de su cabeza hacia
atrás hasta que expuso su garganta ante mí—. Espero que no porque me
encanta cuando mi empuje deja un aguijón.
Olía a problemas, una mezcla de dulzura y acidez. Las yemas de mis
dedos agarraron sus bragas y las hicieron jirones. Los jirones flotaron hasta
sus tobillos. Con la nariz hundida en la nuca, aspiré y los segundos pasaron
hasta que volví a marcarla. Hasta que la embarace como el pequeño
pastelillo de mierda que era. Mis dedos serpentearon alrededor de su
garganta en cuanto acerqué la punta de mi carne goteante a su raja. Empujé
hacia delante, su voz tembló ante la intrusión.
—Dime, ¿te folla papá como yo? —La saqué y volví a meterla. Mis dedos
apretando su garganta como alambre de púas.
Intentó hablar, pero sus palabras se rompieron, como piezas de un
rompecabezas que cayeran al suelo. El pulso en la columna de su garganta
latía contra la palma de mi mano mientras la empalaba por dentro como a
una muñeca desechable. La follé con fuerza y sus súplicas de clemencia
cayeron en saco roto. Quería que gritara, que se lamiera las lágrimas que
brotaban de la comisura de sus ojos, pero en lugar de eso los sonidos que
salían de sus labios eran gemidos hambrientos, y su coño goteaba para mí.
Su propia carne y sangre. Su hermano.
—Mírate. Ese sucio coño tuyo suplicando por mi polla. Maldita puta
enferma.
Un sollozo brotó de su garganta mientras la martilleaba sin
remordimientos y el sonido de su coño empapado contra mi carne palpitante
hizo que todos los músculos de mi cuerpo se flexionaran.
—Eso es. Tómalo, puta. Voy a llenarte tan bien que cada vez que des un
maldito paso, gotearás como el asqueroso desecho de semen que eres.
Sentí un hormigueo en la base de la columna vertebral, la liberación me
invadió como una nube oscura y caí en picada dentro de ella. Los únicos
sonidos que salían de sus labios eran palabras confusas y respiraciones
entrecortadas debido a mis fuertes golpes. Mientras deslizaba mis dedos por
las rendijas de los suyos, la liberé y mi semilla la llenó hasta el borde. Era
caliente, pegajosa y espesa. La dejé caer en mis brazos, con la cabeza
apoyada en mi pecho mientras sus rodillas flaqueaban. Me quedé allí, en el
oscuro armario, con el dulce aroma del pervertido sexo incestuoso en el aire.
—Silas dijo que nos has estado causando problemas. Limpia tu
desorden o la próxima vez que meta mi polla en tu coño, realmente llorarás
lágrimas de dolor.
La empujé contra la pared y giré sobre mis talones para abrir la puerta.
Sawyer había encontrado un sitio cómodo en el suelo a unos metros de
distancia, con una sonrisa socarrona permanente en el rostro.
Tabitha

Me desperté de la siesta, con la mirada nublada y Sawyer y Silas de pie


sobre mi cama. Tenía entrenamiento de porristas por la mañana temprano.
Aunque estaba a cientos de kilómetros de mi colegio privado, me negué a
romper mi racha de entrenamientos y, con la ayuda de mi padre, me
permitieron entrenar con el equipo de animadoras del colegio de nuestra
ciudad. Al final todo salió bien porque pude enseñarles un par de cosas a su
capitana de animadoras. Había olvidado lo altos que eran y ahora me
parecían más altos y grandes, imponiéndose sobre mi cama con sus miradas
siniestras. Anoche no dormí nada, después de que Sawyer me atormentara
y me follara duro en el armario.
Odiaba cómo me hacía sentir, que mi cuerpo se sintiera obligado cuando
me abría de piernas y se salía con la suya. Mi única misión en la vida ha
sido tratar de arruinar la suya por todos los años de acoso que soporté a sus
manos, pero hiciera lo que hiciera, parecía que al final siempre ganaba.
Me incorporé y dirigí la mirada hacia la puerta. Frente a ella estaba mi
tocador blanco, con Sawyer sentado en la silla redonda rosa. No había salida
y me maldije por no haber cerrado la puerta antes de quedarme dormida.
—Despierta puta y chúpame la polla. —dijo Sawyer sin expresión.
—Fuera —espeté, tirando del dobladillo de mi traje de animadora. Tenía
los volantes arrugados de tanto dormir con él.
—¿Crees que suenas amenazadora cuando abres la boca? —preguntó
Sawyer desde el otro lado de la habitación. Se inclinó hacia delante y apoyó
los codos en los muslos.
Tuve la corazonada de mandar a Sawyer a la mierda, pero entonces su
boca se curvó en una sonrisa y mi cuerpo reaccionó. Le odiaba. Mantuvo la
mirada fija en mí, evaluándome, y yo aparté la vista, negándome a mirar la
cicatriz de quemadura que ocupaba la mitad izquierda de su cara. La cicatriz
que yo le hice hace años. Ambos vestían pantalones de vestir oscuros, con
las camisas metidas por dentro y las mangas remangadas hasta medio
brazo. No necesitaba ser un científico espacial para saber que acababan de
tener una reunión con papá y, por sus caras, las noticias no eran
agradables. Por fin, todo funcionaba a mi favor.
Silas dio la vuelta a la cama, arrastrando los dedos por la suave tela
hasta llegar a un extremo, y luego repitió los pasos hasta llegar al otro lado
de la cama. El suave tejido de la alfombra amortiguaba cada uno de sus
pasos, y yo tragué saliva por la sequedad de mi garganta mientras tanteaba
el bulto de palabras que tenía en la punta de la lengua. Sin embargo, no me
atrevía a decir nada mientras seguía los movimientos de Silas.
—Realmente esperaba que dejaras de fingir que te importaban dos
pollas los asuntos de papá —dijo mientras se metía las manos en los bolsillos
de los pantalones—. Pero no parece ser el caso. Así que ahora...
Sus palabras se desvanecieron como un trozo de hielo cayendo por un
acantilado y la curva de mi espalda se enderezó cuando Sawyer se unió a su
lado. Sólo he podido manejarlos de uno en uno. Normalmente, si cabreaba
a uno de ellos, al otro no le preocupaba, pero hasta anoche no me di cuenta
de que era dos contra uno: yo contra ellos.
Me llevé las rodillas al pecho.
—¿Y ahora qué? —gruñí entre dientes.
—Ahora te arruinamos —dijo Sawyer.
La habitación se silenció, un pequeño momento de silencio antes de que
Silas me levantara de la cama. En un abrir y cerrar de ojos, estaba pegada
a su pecho, con el cuerpo entre sus largas y delgadas piernas.
—Cuanto más luches, más divertido será para mí —me susurró al oído
mientras yo luchaba por zafarme.
Su brazo me rodeó el torso como una prensa y su otra mano se enredó
en mis suaves cabellos. Se me escapó un grito mientras sentía un cosquilleo
en el cráneo por la presión añadida. Silas respiró en mi oído. El aire cálido
y mentolado me provocó un escalofrío. Inspiré entrecortadamente mientras
él bajaba los labios hasta la concha de mi oreja.
Sawyer siempre era el que cogía lo que quería de mí, y por mucho que
intentara hacerme odiar la forma en que reaccionaba mi cuerpo cuando me
forzaba, no podía negar lo mucho que me gustaba. Pero Silas era territorio
nuevo. Me llamaba por todos los nombres degradantes del libro, pero
siempre se retiraba en cuanto sus dedos se movían con la necesidad de
tocarme. Sin embargo, una pequeña parte de mí temía que su tacto me
gustara más que el de Sawyer.
Su agarre se tensó.
—Papá tenía mucho que decir esta mañana en nuestra reunión y, por
alguna extraña razón, acabó poniendo el nombre de tu putita en la línea de
una de sus mayores cuentas. —Sus dientes me rozaron el cuello—. Tsk. Tsk.
Tuvo que ser un error, ¿verdad?
—Papá no comete errores —dije, tragándome el nudo de emoción alojado
en mi garganta.
Las yemas de los dedos de Silas rozaron la piel de mi muslo mientras el
calor de su sangre recorría sus venas.
—Lo sabemos. Por eso vamos a asegurarnos de que seas su mayor puto
arrepentimiento.
Sawyer se acercó a mi cómoda y sacó mi vibrador morado. Alojada entre
los fuertes brazos y las musculosas piernas de Silas, forcé la vista para
seguir los movimientos de Sawyer. Colgó el dispositivo de silicona en la mano
y la cama se hundió cuando se posó en la base de mis pies. Incapaz de
moverme, con mi mirada anclada en Sawyer, escrutó el juguete, su mirada
se detuvo en él con un destello de perversa fascinación. Con los ojos
cerrados, aspiró profundamente el aroma prohibido que impregnaba el
dispositivo y dejó que un brote de sonrisa se dibujara en la comisura de sus
labios.
—Huele a que nuestra pequeña amante de las pollas ha estado ocupada
—gruñó.
—Estás enfermo —dije, forcejeando contra el agarre de Silas.
La lengua de Sawyer encontró la suavidad del vibrador y dejó que
recorriera un lento sendero desde la parte superior hasta el centro del
juguete.
—Tú también. —Dirigió su atención al osito de peluche sentado frente a
mi cama y luego volvió a mí—. Los dos sabemos que trabajas ese puto coño
como una puta intentando sacar el alquiler.
Sawyer se inclinó hacia mí, sus manos ligeras sobre mis tobillos. Intenté
cerrarlos, pero me agarró el tobillo izquierdo y me lo pasó por encima del
hombro, obligándome a abrirme a él. El corazón me robó unos latidos extra
cuando el zumbido llenó el aire e inhalé cuando la punta me tocó el clítoris
a través de las bragas. Intenté luchar contra ello, intenté componer mis
emociones para que Silas no fuera testigo de la verdad. No quería disfrutarlo,
aunque el hecho de que Sawyer me sacara de mis casillas me ponía al límite,
y con cada segundo que pasaba, sentía que mi escudo se debilitaba.
—Para... Por favor... —Le supliqué.
Silas soltó una inesperada carcajada, bañada en ácido.
—No juegues con nosotros, putilla. Sé que en el fondo quieres que Sawyer
abra la boca y te degrade como la asquerosa tragona de semen que eres.
Tenía razón, eso era exactamente lo que yo quería, y mucho. Lo ansiaba.
La sensación del vibrador me obligó a arquear la espalda, pero Sawyer se
negó a aflojar. Concentrada en él mientras intentaba no correrme sentada
entre las piernas de Silas, al principio no noté la ligera sensación que me
recorría el brazo, pero luego se convirtió en un pinchazo. Me estremecí
cuando mis ojos vieron un molinete de tres púas.
Silas me inspiró.
—No seas tímida. Sé que te gusta cuando duele un poco.
Movió el rollo de agujas de mi brazo y lo colocó en un lado de mi cuello.
Mi cuerpo se aleccionó mientras las agujas rodaban sobre mi piel.
Sawyer apartó el vibrador y se levantó. Se acercó a mi tocador y rebuscó
en los cajones hasta que encontró la posesión preciada. Un juguete de color
rosa con un agujero vibrador en el centro. En un abrir y cerrar de ojos, se
me escapó un suspiro tembloroso cuando Sawyer me enganchó el juguete
succionador de clítoris y Silas me arrancó la blusa. Dejó al descubierto mi
sujetador de encaje blanco y tiró de las copas hasta que se me vieron los
pezones.
—Mira a nuestra putita en celo. ¿Te gusta cuando Sawyer juega con tu
coño adicto al semen?
Me retorcía entre las piernas de Silas mientras dejaba que el molinete
de púas se desplazara desde mi brazo hasta la parte superior de mi pecho.
Con cada vuelta, bajaba el dispositivo más cerca de mis pezones erectos, y
una respiración estremecedora escapaba de mis pulmones. Estaba
encerrada en un trance entre los dos. Palabras enfermizas, carne sudorosa
y sensaciones confusas se apoderaron de todo mi cuerpo y ansiaba cada
segundo de aquello.
Mis labios se entreabrieron, mi pecho se levantó con un orgasmo
explosivo en camino. Sawyer se inclinó hacia mí y sus suaves labios
encontraron el interior de mi muslo. Me besó y luego dejó que su lengua
recorriera mi pierna de la forma más pervertida antes de retirar los labios.
—Sé que quieres correrte. Sé que te gusta cuando te toco así. Zorra.
Mantendré este juguete en tu sucio clítoris toda la noche si tengo que
hacerlo. Ahora sé una buena chica y haz que ese coño de puta se corra para
mí.
Miré a Silas con los ojos nublados, el molinete de púas clavándose en
un pezón y luego en el otro. Proporcionaba un vaivén de dolor, un cosquilleo
insoportable, pero con cada movimiento que hacía, ansiaba más. Me
temblaron las piernas y perdí todo el control cuando una risita gutural salió
de los labios de Sawyer y surcó el aire. Sus gruesos dedos separaron mis
pliegues y mantuvo el juguete en su sitio. No mostraba ni un ápice de
remordimiento en sus facciones mientras yo gritaba; mi placer se estaba
convirtiendo en un dolor agudo mientras abusaba de mí. Con las manos
libres, intenté agarrar el juguete, pero la gran mano de Silas encontró mi
muñeca y las unió.
—Ahí están. Esas malditas lágrimas que me encanta ver. ¿Quieres que
pare? —Sawyer preguntó, su voz baja y oscura.
Apenas podía hablar, la succión del juguete y los calambres en el bajo
vientre hacían que las palabras se me escaparan de la lengua.
Se levantó, apoyó una rodilla en la cama y se inclinó sobre mí, con el
juguete bien agarrado.
—Sigue follando con nosotros Tabby y nos aseguraremos de que desees
no haber nacido.
La habitación se quedó en silencio una vez que apagó el juguete, y me
encontré con su mirada mientras devoraba sus palabras. Tiró el juguete
sobre la cama y sacó el teléfono del bolsillo. Parpadeé mientras cada destello
me cegaba y luché contra el fuerte abrazo que Silas me tendía.
—A papá le encantaría ver esto. ¿No es así, hermano?
—Joder, sí. —Silas me levantó y me puso a su lado antes de levantarse.
Se arregló la camisa y fijó su mirada en la mía, luego me metió un pulgar
bajo la barbilla—. Apuesto a que se le pondrá dura la polla sólo con mirar
tu sucio coño. Estoy seguro de ello.
El peso de sus amenazas persistía en el aire sofocante, con la intención
de asfixiarme, pero mientras me las tragaba, me invadió un deseo
hambriento. Con un rápido movimiento, Sawyer apartó el tocador y abrió la
puerta de mi dormitorio con tanta fuerza que el pomo chocó con la pared.
Tabitha

Estaba en el baño, con el corazón todavía acelerado por el intenso encuentro


que acababa de compartir con los chicos. La naturaleza prohibida de
nuestra conexión me producía escalofríos, que se mezclaban con los restos
de deseo que aún corrían por mis venas.
Apoyada en el lavabo, miré mi reflejo en el espejo, con el cabello
alborotado enmarcando mi cara sonrojada. Pensé en las palabras que Silas
y Sawyer me decían mientras me abrían las piernas y hacían lo que querían
conmigo. El mero hecho de rememorarlas en mi mente hizo que las yemas
de mis dedos bajaran hasta mis pliegues excesivamente sensibles. Deslicé
dos dedos en su interior y un rápido tirón de aire hinchó mi pecho. Usada,
abusada y humillada es lo que me sentí mientras empujaba los dedos hacia
delante. La humedad sobrante de mi orgasmo cubrió mi dedo y me dejó sin
aliento. Al recogerlo, no pude evitar saborear los jugos que aún corrían por
el interior de mis muslos. Mis sentidos se agudizaron con una embriagadora
mezcla de excitación e incertidumbre. Al abrir los ojos y mirarme a mí misma
y a los trozos rotos de mi traje de animadora pegados a mi cuerpo, un
recordatorio visual de los riesgos que habíamos corrido, me quedé con ganas
de más.
No estaba destinado a ser así, pero no pude resistirme al encanto.
Desatar la venganza sobre ellos estaba destinado a satisfacer una necesidad
primaria, la anticipación de tomar el control del imperio de mi padre. Y de
hecho, sucedió, como yo lo había orquestado. Sin embargo, en mi interior,
albergaba un plan secreto: tejer una red de ilusiones para Sawyer y Silas.
Quería que creyeran que había un rayo de esperanza, una oportunidad de
influir en la inflexible voluntad de mi padre. Su creencia en mi capacidad
para alterar su decisión era la clave para abrir el demonio que jugaba en sus
corazones, seduciéndolos para que me trataran como yo quería. Como yo
deseaba.
Después de respirar hondo para tranquilizarme, me aparté del lavabo y
me dispuse a quitarme el traje de animadora. Con cuidado, quité los restos
de tela y cogí ropa nueva. Un vestido de verano de flores y un par de
ballerinas. Mientras jugueteaba con la ropa, una cacofonía de sonidos
resonó tras la puerta de mi habitación y volví a fijarme en el espejo,
asegurándome de que mi aspecto parecía normal y nada fuera de lo común.
Cuando salí de la comodidad de mi habitación, mis pasos resonaron
suavemente en el pasillo. El zumbido de nuestro demente y cruel encuentro
sexual aún se aferraba a mí como una savia pegajosa. Decidida a llevarme
a la tumba el secreto de cómo me hicieron sentir los chicos, caminé con
cautela, con los sentidos agudizados y el corazón latiéndome con fuerza en
el pecho.
Al doblar una esquina, me quedé helada cuando mis ojos se clavaron en
las espaldas fuertes y musculosas de Sawyer y Silas. Estaban frente a la
entrada de la gran sala de estar, con los ojos pegados a sus teléfonos. Incluso
a casi seis metros de distancia, el espeso aroma a canela de su colonia me
impregnó los pulmones.
Silas sujetaba mis bragas empapadas con una mano y su teléfono con
la otra mientras se desplazaba por la pantalla. Entré en trance al ver las
venas de sus manos mientras apretaba la delicada tela; como ríos
serpenteantes, las venas recorrían sus manos, prominentes y palpitantes.
Sawyer levantó la barbilla en dirección a Silas y yo giré sobre mis talones
mientras me desviaba por otro pasillo, desesperada por evitarlos. Por el
momento.
—¿Por qué no te la follaste? —preguntó Sawyer, con voz grave y dura.
Justo como me gustaba.
Silas dejó escapar un suspiro.
—Estoy esperando el momento perfecto. La quiero inclinada con ese traje
de animadora mientras meto mi polla en su apretado y jugoso coño.
—¿Y su dormitorio no era el momento perfecto?
—No, estabas demasiado ocupado jugando en su coño para que yo la
estirara. Además, no quiero que ella sepa que está llegando. ¿Qué gracia
tendría eso?
—Joder, me encanta cuando intenta escapar —dijo Sawyer.
—Ya lo sé, gilipollas. Siempre te ha gustado coger lo que no era tuyo —
se burló Silas.
Silas acusó a Sawyer de todas las cosas que le había quitado a lo largo
de los años, incluida mi virginidad. Sólo con oírle relatar los detalles, mi
cuerpo vibraba. Con una ardiente necesidad de escapar, me dirigí hacia la
piscina y, al pisar la terraza exterior, un cálido abrazo de sol envolvió mi
cuerpo, sus rayos dorados proyectando un suave resplandor sobre mi pálida
piel. Habían llegado los últimos días de septiembre, pero el tiempo
conservaba un toque veraniego. Por un momento dejé mis pensamientos a
la deriva, olvidándome de los chicos, del negocio y de mi padre. Pero el
momento fue fugaz cuando un gemido inesperado brotó de una tumbona de
la piscina apenas oculta tras un arbusto cuidado.
Mientras me acercaba, el moño alto de mi madre apareció desde lo alto
de los arbustos, con los ojos cerrados y la boca ligeramente abierta. Unas
fuertes manos eran como correas alrededor de su cintura, clavándose
mientras mi madre se deslizaba arriba y abajo de su polla. El tipo no me vio,
debido a que mi madre le estaba montando la polla, pero yo sabía
exactamente quién era. El chico de la piscina. Sus gemidos se hacían más
fuertes a medida que pasaban los segundos, y una pequeña parte de mí se
odiaba por ver a mi madre siendo embestida, pero otra parte de mí quería
mirar. Me acerqué un paso, sólo para que ella levantara la barbilla hacia el
cielo despejado y abriera los ojos.
Volví corriendo hacia la casa, saltando por encima del tabique que
separaba el suelo de mármol del ladrillo del patio. Encontré consuelo en un
rincón luminoso y miré hacia el patio desde la ventana, donde mi madre
seguía cabalgando sobre el chico de la piscina con toda su fuerza y sin
preocuparse por nada en el mundo. Lentamente recuperé el aliento, exhalé,
sólo para que una mano fuerte lo alojara en su lugar. Obligada a ponerme
de puntillas mientras los dedos se arrastraban por mi vestido, el familiar
aroma de Silas se filtró en mis pulmones.
—Mírate espiando como una sucia puta. —Se inclinó hacia mí, sus
dientes se clavaron en el lóbulo de mi oreja—. Como madre. Como hija.
El profundo timbre de sus palabras impregnaba el aire, cautivador y
peligroso a la vez. Un encanto inexplicable que me produjo escalofríos y me
cortó la respiración. Todavía de puntillas, la mano de Silas encontró el lugar
que le correspondía y deslizó un dedo en mi interior.
—Abre esas piernas para mí, mierdecilla. —Se burló, metiendo otro
grueso dedo dentro de mi coño—. Eso es. Te gusta ver como follan duro a
mamá mientras te tocan el coño. ¿Verdad?
Apenas podía controlarme mientras me metía los dedos, bien fuerte. Las
piernas me flaqueaban y el pecho se me erizaba con cada respiración. La voz
de mi madre atravesó la ventana, con sus gemidos como los de una sirena.
El chico de la piscina la tenía a horcajadas sobre él, como una vaquera,
mientras bombeaba dentro de ella como un cilindro hidráulico roto.
Silas deslizó su mano desde mi boca hasta mi pecho.
—¿Estás mojada porque te estoy metiendo los dedos o porque estás
viendo cómo se follan a mamá como a una puta?
Mi alma ardía. Su tacto y sus palabras me encendían como una
llamarada salvaje. Cerré los ojos cuando una bocanada de aire hinchó mis
pulmones y Silas retiró los dedos. Desolada, abrí los ojos y casi me ahogo
cuando me metió los dos dedos en la boca, obligándome a saborear mis
jugos.
—Te follaré tan fuerte que me suplicarás que pare con cada aliento de
tu cuerpo —advirtió con fiereza, y luego me plantó un suave beso en la
frente—. Pero no pararé. Te lo prometo.
Con sus últimas palabras flotando en el aire, se retiró por el pasillo
opuesto justo cuando la voz de nuestro padre resonaba al doblar la esquina.
Sin molestarse en saludar a Silas mientras se alejaba, mi padre me miró
fijamente y me tragué el nudo que tenía en la garganta. Arreglándome la
ropa para que no se diera cuenta, tiré del dobladillo de mi vestido de flores
y me alisé la coleta. No quería que supiera que me acababan de meter un
dedo y me habían amenazado. Un atisbo de calidez brilló en sus ojos grises
y dirigió su atención al desconocido que tenía a su lado.
Los dos hablan de negocios antes de interrumpir su conversación para
saludarme.
—Esta es mi hija, Tabitha. La futura jefa de la Inmobiliaria Santoro.
—Encantado de conocerte, Tabitha —dijo el hombre.
Forcé una dulce sonrisa y le tendí la mano. Como la niña buena que mi
madre me enseñó a ser. Por el rabillo del ojo, distinguí un pecho ancho.
Pertenecía a Sawyer, y la expresión mordaz grabada en sus facciones era
clara como el día. Puse las manos delante del vestido y giré la rodilla hacia
dentro mientras fingía una risa y ampliaba la falsa sonrisa que se extendía
por mis labios. Acurrucados entre mi padre y el hombre misterioso,
caminamos hasta la entrada de la casa, donde nos esperaba el coche. Mi
padre me preguntó si quería ir a la oficina con él y acepté encantada.
Cualquier cosa con tal de cabrear más a los chicos.
Cuando mi padre y su colega se adelantaron tres pasos, mi paso
confiado se detuvo bruscamente, interrumpido por un despiadado tirón de
mi coleta.
—Cuenta tus días, putita de polla de dos caras —me sopló Sawyer al
oído antes de dejar que mi cabello resbalara por su tenso agarre, seguido de
un empujón.
Con la zancada interrumpida, me tomé un momento para recuperar la
compostura, sintiendo que el palpitar de mi cuero cabelludo se calmaba
lentamente. Incliné la barbilla hacia un lado, lo suficiente para que Sawyer
se diera cuenta.
—Estoy deseando conocer al personal, papá. Ya que pronto me haré
cargo.
Sawyer

Mientras veíamos a Tabitha saltar como una conejita detrás de papá y el


hombre misterioso, me apoyé en el marco de la puerta y los miré subir al
todoterreno tintado.
—La odio —dijo Silas desde detrás de mí.
Me levanté del marco y me giré para mirarle.
—Lo sé. Los dos lo sabemos. —Dejando que una sonrisa se deslizara por
mis labios, le di un puñetazo en el brazo y me dirigí hacia la escalera.
—¿Quieres jugar rápido? Las pocas llamadas que tenía se cancelaron,
así que estoy libre.
—Claro —dije, mientras me dirigía a mi habitación.
Cada vez que entraba en la habitación de mi infancia, me invadía una
oscura nostalgia mientras los recuerdos lejanos se alzaban para rodearme.
Encima de una estantería había viejos libros de negocios, medallas y placas
de diferentes clubes y deportes que me dejaban el alma seca, pero que
enorgullecían a nuestro padre. Mientras me acercaba a la cómoda en busca
de un par de pantalones cortos de baloncesto limpios, me di cuenta de lo
huecas que eran nuestras vidas. Las habitaciones de la mayoría de los niños
estaban llenas de recuerdos positivos y fotos de ellos sonriendo con sus
mejores amigos a su lado. Pero no en nuestro caso. En el momento en que
nacimos, nuestro destino estaba sellado. Formar parte del imperio Santoro
por cualquier medio necesario.
La habitación de Silas era un espejo de la mía. La pared más alejada
albergaba libros de negocios y de derecho, y no había ni una sola foto suya
en la amplia y lúgubre habitación. Me quité la ropa de trabajo y me puse los
pantalones cortos y un par de Air Jordan de edición limitada. Mientras me
ponía los zapatos, sonó el timbre y despertó mi interés.
—¿Quién demonios está en la puerta? —Silas preguntó mientras se unía
a mí al final de las escaleras.
Nadie tocaba nunca el timbre de nuestra puerta. Era una regla no
escrita en nuestra casa. La presentación lo era todo para mi padre, y eso
incluía a los visitantes que se paraban en su gran porche de piedra. El
servicio y el mantenimiento utilizaban siempre la entrada trasera, y todos
los demás, la lateral. Con una mezcla de inquietud y curiosidad, abrí la
puerta principal, y una vez que vi la sonrisa astuta que nos miraba a Silas
y a mí a la cara, todo cobró sentido. Ryker Lawson. El delincuente gilipollas
del infierno y amigo de Silas.
—¿Invitaste a los enfermos mentales? —bromeé mientras pasaba junto
a Silas de camino al patio.
—Bueno, no me gusta cómo suena eso. Me hace parecer un desquiciado.
—dijo Ryker mientras atravesaba la gran entrada.
—¿Pero no lo eres? ¿Mentalmente jodido y psicótico?
—Ehh. Depende de a quién le preguntes. Pero por lo que me ha dicho
Silas, parece que me estás alcanzando. Sawyer...
Nunca me gustaron ni Ryker ni Warren, aunque han sido nuestros
vecinos durante más de veinte años. Ambos eran descuidados, groseros y
les encantaba presumir. Ryker me siguió hasta la pista y se quitó la camiseta
en cuanto sus zapatos tocaron el pavimento.
—¿Dos contra uno? —Silas sonó desde detrás de nosotros.
—Sólo me gustan esas probabilidades si tienen que ver con mi polla y
dos agujeros estrechos —dijo Ryker mientras lanzaba una pelota de
baloncesto entre las manos y una sonrisa arrogante se dibujaba en sus
labios.
—O mi polla y sus apretados agujeros —resonó una voz detrás de
nosotros. Maldito Warren.
Se acercó paseando como si viviera aquí. Se quitó la camisa y se unió al
lado de Ryker.
—¿Significa algo para ti la palabra 'allanamiento'? —pregunté,
acercándome a él hasta que nuestras narices prácticamente se tocaron.
—Veo que sigues con ese palo metido en el culo, Sawyer —dijo Ryker
sin gracia mientras regateaba.
Ignorando el comentario de Ryker, fijé mi mirada en Warren y retrocedí
lentamente.
—Ofensa.
—Bien, cara de polla —dijo Ryker, empujando el balón en mi dirección.
Empezó el partido y lo único en lo que podía pensar era en lo mucho que
odiaba al psicópata de Ryker y la mierda de Tabitha. Silas parecía
imperturbable, algo que envidiaba de él. Incluso en las peores situaciones,
mantenía la calma. Las suelas de nuestros zapatos saltaban contra el
pavimento mientras jugábamos en silencio, y lo agradecí hasta que terminó.
—¿Quieres jugar o quieres soñar despierto? —Ryker gritó mientras
marcaba una vez más.
—No te preocupes por ella, hermano —dijo Silas, levantando el brazo para
secarse las gotas de sudor de la frente.
Ryker se quedó a un lado, con la ceja arqueada por la curiosidad.
—¿Preocuparse por quién? Alguien tiene a Sawyer con las pelotas hechas
un lío.
—Cierra la puta boca.
—No me saques tus problemas con tu padre —le gritó Ryker.
Silas se rascó la barbilla.
—Más bien problemas con hermanas.
—¿Oh? —preguntó Warren con una sonrisa.
—Chúpame la polla —dije.
Warren dejó que la pelota girara sobre su dedo corazón, y dejó que la
comisura izquierda de su boca se inclinara hacia arriba.
—Lo intenté, ¿recuerdas? No quisiste.
—Maldito imbécil...
Mis palabras se entrecortaron cuando intenté estampar mi puño contra
la cara de Warren. Silas intervino, sus brazos como barricadas presionando
el pecho de ambos.
—¿Quieres pelear conmigo, gilipollas? —pregunté, extendiendo los
brazos mientras seguía empujándome en dirección a Warren, a pesar de que
Silas se interponía entre nosotros.
—Joder, vamos a pelear. Déjame arruinar el otro lado de esa cara de
Freddy Krueger que tienes —incitó Warren.
Las palabras de Warren me hicieron prepararme para una puta pelea,
pero el acto en sí se interrumpió cuando su mirada se desvió hacia la casa.
Me giré y vi a nuestra madre acercándose con una bandeja de limonada
recién exprimida.
—Hola, chicos —llamó, agitando sus largas uñas pintadas a la francesa
mientras se deslizaba por la calurosa acera.
Llevaba un conjunto escaso que apenas disimulaba sus tetas postizas y
hacía malabarismos con una bandeja de vasos mientras mantenía una
amplia sonrisa en el rostro. Todos nos quedamos boquiabiertos mientras se
dirigía a la pequeña mesa situada a la izquierda del banco de madera. Puse
los ojos en blanco y retrocedí un paso. Silas bajó los brazos y Warren hizo lo
mismo que yo, una falsa paz nos invadió a expensas de la puta de mi madre.
Se giró y se puso las gafas de sol color ámbar sobre el pelo rubio.
—Pensé que podríais tener sed.
—No tenemos —dije, mis palabras frías.
—Habla por ti, cara quemada —dijo Ryker mientras se acercaba a mi
madre y le quitaba la bebida de sus cuidadas manos.
Maldito imbécil.
Percibió el enfado que emanaba de mí y esbozó una sonrisa tan grande
que probablemente le hizo estremecer sus mejillas perforadas. Sin embargo,
no tenía nada de alegre. Si las palabras “desquiciado” y “sociópata”
necesitaran un ejemplo, ése sería Ryker Lawson. Sin duda alguna. Apretó
los labios contra el vaso y bebió un gran trago.
—¿Esta buena? —Pregunté, deseando no darle un puñetazo en la cara
al cabrón.
Cerró los ojos y dejó que esa horrible sonrisa de asesino en serie se
dibujara en sus labios.
—Sensacional.
—Espero que te ahogues como una perra con una polla en la garganta.
Me tragué el resto de mis palabras, aunque mi garganta estaba
inflamada por la necesidad de seguir hablando mal del despreciable pedazo
de carne que tenía delante.
Con todo el descaro de su cuerpo, se deslizó hacia mí, con la cara a
escasos centímetros de la mía.
—Aún no me han follado por el culo, así que no soy una zorra. —Se
acercó, con su aliento caliente en mi cuello—. ¿Qué se siente al estirar ese
agujero fruncido?
Silas me estranguló rápidamente, impidiéndome llevar a cabo cualquier
acción letal porque sabía que quería matarlo. Mientras tanto, Ryker
consumió tranquilamente el contenido restante de su bebida antes de soltar
despreocupadamente el vaso, dejándolo caer y romperse en incontables
fragmentos sobre el pavimento.
—Vámonos. Tenemos dinero que ganar —llamó Ryker a Warren
mientras se dirigía hacia la puerta.
Warren chocó los puños con Silas y me hizo un gesto con la cabeza antes
de alcanzar a Ryker. Volví a centrar mi atención en mi hermano guardián de
secretos y lo miré con una ceja levantada.
—¿Qué? —preguntó agarrándose la camisa—. Sabes que los Lawson lo
saben todo. Además, dijiste que no habías llegado hasta el final así que...
Puse los ojos en blanco. No me apetecía volver a contar los detalles del
percance del verano del año pasado en Nueva York, que acabó conmigo
hecha una mierda en una cama con el culo al aire y un tío desnudo que se
alzaba sobre mí. Fue un error, un percance en mi juicio sexual. Yo sólo
ansiaba coño, el coño de Tabitha, para ser exactos. Silas tenía palabras en
la lengua, pero el zumbido de mi teléfono las interrumpió.

Padre: Encuéntrame en Sage y Saffron para una rápida reunión


de negocios. Trae a Silas.
Sawyer: OK.

Mientras el sol del mediodía bañaba de calor las calles de la ciudad,


Silas y yo cruzamos de mala gana la entrada del pretencioso restaurante. El
aire del interior apestaba a opulencia y privilegio, un claro recordatorio del
espectáculo de putas que ambos despreciábamos. Intercambié una mirada
cautelosa con Silas, reconociendo en silencio nuestro desdén compartido por
aquella elaborada fachada. Era la maldita hora de comer y nuestro padre
tenía el descaro de hacerlo en uno de los restaurantes más lujosos. Ni
siquiera servían almuerzos, pero eso no nos sorprendía. El objetivo de
nuestra vida era impresionar a cualquiera, por cualquier medio. Navegué
por el extravagante comedor, mis pasos resonando con renuente
determinación. Poco sabíamos que nuestra hermana de mierda se uniría a
nosotros. Nuestra presencia llamó su atención y nos dedicó una sonrisa
agria. Quería meterle la polla hasta el fondo de la garganta. Me dolía,
literalmente.
—Hijos. Por aquí —gritó nuestro padre.
Los dos estiramos el cuello de un lado a otro y tiramos de los cuellos de
nuestras camisas de vestir. Ignorando a nuestra hermana, nos sentamos
frente a frente, con Tabitha al lado de Silas. Nuestro padre y el hombre
misterioso charlaban mientras sorbían su brandy, y Tabitha tenía el descaro
absoluto de parecer que tenía suficientes neuronas para comprender
siquiera la maldita conversación. Maldita puta.
Hice un gesto al camarero para que se acercara con pan y aceite. Silas
hizo lo mismo que yo. No estábamos aquí para comer y charlar. Padre nos
había invitado a este almuerzo por una razón y queríamos saber por qué. La
conversación se fue apagando y padre se aclaró la garganta. Tabitha se
levantó de la mesa y se dirigió al baño, el aroma de su jugoso perfume me
hizo estremecer las fosas nasales.
Con los brazos cruzados sobre el pecho, levanté una ceja en dirección a
mi padre.
—Así que estamos aquí. ¿Cuál es el gran problema? —pregunté, con
frialdad.
—Silas y Sawyer, ¿verdad? —preguntó el otro hombre, esperando
pacientemente un gesto de aprobación.
No le di ninguna y mantuve la mirada fija en nuestro padre. Bebió otro
sorbo de la copa de cristal y la dejó en la mesa mientras cruzaba una pierna
sobre la otra.
—El señor Shaw —dijo el padre, señalando al hombre con una frágil
sonrisa en la cara—. Es un ángel inversor especializado en inmuebles
comerciales en Asia oriental y occidental. Le ha echado el ojo.
—¿Qué tiene que ver esto con nosotros? —Interrumpí, no me gustaba la
dirección que estaba tomando esta conversación.
—Su padre me ha dicho que los dos tienen mucho interés en la empresa.
—¿Es así? —Silas intervino.
—Chicos, estoy buscando expandirme a nuevos territorios y
necesitamos a alguien que explore posibles lugares donde podamos
construir.
No sabía a quién quería golpear más. A mi padre por traernos esta
estúpida idea, o al hombre misterioso por seguirle la corriente a mi padre.
Mientras contemplaba esta batalla interna, asentí con la cabeza,
inclinándome hacia delante en la mesa, mi mano encontrando consuelo en
mi barbilla.
Silas, cuyo rostro era un retrato de estoicismo, permaneció impasible,
irradiando una mezcla palpable de apatía e hirviente descontento. El
ambiente se volvió tenso, cargado de una tensión tácita, mientras el peso de
nuestra frustración colectiva se apoderaba de la sala.
Exhalé.
—¿No tienes gente que pueda hacer el trabajo sucio por ti? —Apreté las
muelas de atrás, con la rabia corriendo por mis venas—. ¿Qué tal esos putos
becarios que adoran el maldito suelo que pisas sólo por tener la oportunidad
de limpiarte la meada de la polla o coger tu puto café rancio?
—Le pido disculpas por el arrebato, Sr. Shaw. Mis hijos creen que por
tener mi apellido merecen las llaves del reino. Un reino que construí con...
—Oh, eso es jodidamente rico viniendo de ti, viejo —soltó Silas. —Nunca
hemos pedido las llaves del reino, pero mostrarnos un poco de respeto por
toda la mierda que hemos aguantado no es descabellado.
—Si me permite —interrumpió el Sr. Shaw. Bebió un sorbo y volvió a
dejar el vaso sobre la mesa—. Fue idea de Tabitha, y sinceramente sé cómo
puede sonar, pero...
Me puse en pie desafiante, con el cuerpo rebelándose contra el incesante
bombardeo de palabras sin sentido de aquel hombre. La idea que proponía
era absurda, un concepto propio de los recién llegados o de los desesperados
por abrirse camino en el negocio de la familia Santoro. Era un papel
destinado a los forasteros, no a los miembros de la familia que habían
soportado un sinfín de gilipolleces día tras día. Sentía el calor de la
indignación irradiándome por las venas, la sangre hirviéndome de
frustración. Aceptar ese papel, o siquiera considerarlo por un momento, era
totalmente impensable, y sabía a ciencia cierta que Silas pensaba lo mismo.
—Y se preguntan por qué no les doy dos más —comentó padre, con la
voz teñida de un deje de decepción. Sacudió la cabeza, con un gesto cargado
de desaprobación, mientras se llevaba el vaso de cristal a los labios.
Aquí vamos. Aquí vamos.
—No, nos preguntamos si Tabitha te está acariciando las pelotas por la
noche, por la forma en que la dejaste deslizarse hasta tus garras y le diste
al azar las cuentas a las que habíamos echado el ojo durante años.
La mano de padre temblaba, la tensión visible en sus nudillos blancos
mientras se aferraba con fuerza al vaso de cristal. El sonido de su temblor
era casi imperceptible, ahogado por el peso de sus palabras que flotaban en
el aire.
—Eres una desgracia para esta familia.
Metí las manos en los bolsillos y rodeé la mesa hasta llegar a su lado.
Entonces me agaché hasta que mis palabras quedaron seguras entre los
dos.
—Si nosotros somos la desgracia, ¿entonces qué es nuestra madre? La
última vez que lo comprobé, se estaba follando a otro hombre en tu cama. —
Me levanté y le quité el vaso de la mano. El líquido ámbar acarició mi lengua
mientras desprendía un calor ardiente que se extendió por mi garganta—.
Menudo puto reino.
Silas me siguió mientras nos dirigíamos al pasillo, y no me sorprendió
ver a Tabitha huyendo en dirección contraria. Podría haberla dejado
marchar, pero no estaba de humor para hacer la vista gorda ante sus
travesuras. Mi sangre corría caliente, y los dos estábamos encendidos.
Aumentando nuestras zancadas, la seguimos y me levanté las mangas de la
camisa hasta la mitad del brazo.
Silas

Sawyer probablemente no se diera cuenta de que estaba enfadado porque


siempre se me ha dado bien ocultar mis emociones, pero cada hueso de mi
cuerpo estaba a punto de romperse después de oír a mi padre y su absurda
idea. Probablemente me habría dejado llevar, pero en el momento en que
mencionó el nombre de Tabitha, todo lo que vi fue rojo. Todo lo que vi fue la
traición de nuestro padre, un hombre que nos prometió que su empresa
quedaría en nuestras manos. Hemos malgastado todos los años de nuestras
vidas intentando complacer a ese bastardo desagradecido y ya era hora de
que cumpliera su parte del trato.
Tabitha intentó entrar corriendo en el cuarto de baño privado, pero yo
metí el pie en la puerta. Sus ojos se abrieron de par en par cuando entramos,
y la seriedad de sus tonterías se hizo patente cuando Sawyer cerró la puerta
tras de sí. La devoré, empezando por el perfecto recogido de su cabeza, hasta
que mis ojos bajaron hasta sus ballerinas. Si no llevaba un vestido de flores,
llevaba un maldito traje de animadora. En cualquier caso, ambos conjuntos
me facilitaban el acceso. Me desabroché el cinturón y lo pasé por las trabillas
del pantalón.
—¿Qué haces? —preguntó, con un deje de miedo en la voz, mientras
retrocedía hacia la pared.
Tabitha pensaba que todo el mundo era estúpido, un puto peón en su
gran esquema de mierda de las cosas. Pero vi a través de ella. Disfrutaba de
los juegos, del acoso, de la forma en que Sawyer la follaba con toda la
frustración de su cuerpo. Llenando su coño sucio con su semilla día tras día
hasta que ella cedió. No tenía intención de ceder, porque ansiaba la locura.
—Ponla en el tocador —dije, levantando la barbilla en dirección a
Sawyer.
Dejó escapar un gemido cuando Sawyer la movió, su sonrisa de lobo
saliendo a la luz entre el velo de oveja que ocultaba su falsa inocencia.
—¿Tú o yo? —Preguntó Sawyer, mordiéndose el labio inferior.
—Yo. A ella le gusta que la machaques. La excita, pero lo único que
quiero de esta puta son lágrimas.
Sin decir una palabra, la obligué a poner los brazos a la espalda y le
rodeé las muñecas con el cinturón de cuero. Hizo una mueca de dolor al
sentir la tensión y mi corazón se encendió. Me alegro. Espero que le duela.
Tuvo la corazonada de abrir la boca y hablar, pero eso no iba a ocurrir.
Pellizqué tres toallas de mano y las até por el extremo antes de meterle el
fajo en la boca. Dando un paso atrás, admiré mi trabajo. Nuestra
despreciable hermanita de mierda en el tocador con las manos atadas a la
espalda y una toalla metida entre sus labios chupapollas.
—Toma —dije y le entregué a Sawyer un pequeño vaso de papel blanco.
—¿Para qué es esto? —preguntó mirando hacia abajo.
Paseándome entre las piernas de Tabitha, le arranqué las bragas y subí
sus tobillos hasta mis hombros.
—Para tu semen.
No necesitó más información después de eso. Tabitha gimió a través de
las toallas alojadas en su boca cuando saqué mi polla y la acerqué a su
agujero.
—Siempre he querido follarte. Ahora puedo hacerlo sin que hables. Odio
tu voz.
Un grito ahogado salió de sus labios y me hizo empujar con más fuerza.
Que le jodan a ella y a su comodidad. Quería que doliera. Sawyer siempre
decía que hacía que doliera, pero nunca lo conseguía. Se mojaba para su
polla, pero no para la mía. Cerré sus piernas para ayudar a una mayor
fricción. Sabía que ella lo sentía. Las pequeñas lágrimas brotaban después
de cada fuerte penetración mientras la martilleaba.
—Joder, Sawyer, ¿por qué no me dijiste que tenía un agujero más
apretado que una vagina de hule de una tienda porno barata?
—Sorpresa —dijo con una sonrisa de satisfacción mientras se apoyaba
en la pared y se bajaba la cremallera de los pantalones.
Un silencio sepulcral cubrió el cuarto de baño, mientras los dos
trabajábamos nuestras pollas como locos mientras nos concentrábamos en
la línea de meta. Tabitha gimoteaba, lloriqueaba y lloraba mientras yo le
follaba los sesos y me encantaba cada minuto. No tuve piedad de ella
mientras la empalaba, ignorando las palmas de sus manos en mi pecho
cuando intentaba apartarme. Me mantuve firme en mi postura, con las
rodillas juntas, las piernas en alto y las manos atadas a la espalda. Sé que
lo odiaba, porque sus ojos se cerraron de una forma dolorosa, el tipo de
súplica silenciosa que uno hace justo antes de que las lágrimas salten por
su mejilla. Estaba tan cerca. Quería saborear sus lágrimas más que nada.
Por mucho que intentara aguantar, oír el gruñido grave de Sawyer
escapando de su garganta mientras bombeaba dentro del vaso de papel me
producía un cosquilleo en la base de la columna vertebral. La saqué y ella
jadeó alrededor del fajo de papel que tenía en la boca, luego volví a
embestirla, repitiendo los movimientos hasta que un grueso y constante
chorro de mi semilla fluyó dentro de su coño de puta.
—Dame tu vaso —dije con un temblor en mi voz mientras mi polla
palpitaba dentro de ella.
Extendí la mano y él la colocó cuidadosamente entre mis dedos. Retiré
mi polla, y dejé que las últimas gotas de semen gotearan en el exterior de
sus maltratados labios vaginales.
Vio el vaso lleno de semen y en cuestión de segundos las lágrimas se
agolparon en sus ojos. Esperé, sofocándola con la mirada. Entonces una
lágrima se derramó por el borde de sus pestañas. Una a una, se deslizaron
por su suave mejilla. Me incliné hacia ella, con la lengua ansiosa por probar
el sabor salado de su dolor. Se estremecía con cada lametón, sus ojos
marrones ya no estaban nublados por la lujuria, sino por el miedo. Seguía
los movimientos de mi mano y, cuando se dio cuenta de su destino, intentó
escapar, pero mi mano encontró su garganta. La mantuve en su sitio, a
pesar de su afán por apartar la boca de la taza.
—Debes estar sedienta con todas las mentiras que saltaron de tu lengua
los últimos días. —Llevé mi mano a su nuca y le agarré la coleta para
alargarle la garganta—. Toma, vamos a saciar esa reseca lengua mentirosa
tuya.
Le arranqué la mordaza de la boca y su grito desgarrado penetró en el
aire mientras le acercaba el vaso a los labios.
Sawyer estaba detrás de mí, con su teléfono en la mano, grabando todo
el calvario.
—Bébetelo, sucia zorra. Apaga esa lengua.
Ella luchó contra mí todo el tiempo, pero al final, conseguí lo que quería.
Saborear sus lágrimas y llenar su coño con mi semilla mientras llenaba su
boca con la de Sawyer. Fue un espectáculo hermoso, verla tragar una carga
mientras las lágrimas caían por su cara. Hermoso.
Me lamí los labios, volví a meterme la polla en los pantalones y me
deleité con mi logro. Sawyer me pasó su teléfono y se puso manos a la obra
para quitarle el cinturón de las muñecas.
—¿Qué haces? —espetó, su cuerpo voló hacia mí en cuanto sus manos
quedaron libres.
Me encantaba cuando lloraba.
—Enviado —dije y me metí el teléfono en el bolsillo.
Se limpió la boca, con la mente acelerada por todas las horribles
posibilidades, mientras abría la puerta del baño. Yo sabía dónde iba. A correr
y llorarle a papá como la putita mentirosa que era.
—Sawyer se secó el cabello mojado, antes de secarse las manos en una
toalla.
—¿Qué has enviado?
Me encogí de hombros:
—Oh, nada. Sólo le dije a papá que mamá se coge al chico de la piscina
todos los días como a las 10AM.
Salimos del baño y encontramos a Tabitha destrozada. Todavía le
temblaba la boca por el semen que le había hecho tragar, tenía el cabello
hecho un desastre y los ojos húmedos de lágrimas. Lo que le dijera a mi
padre hizo que la mirara fijamente con ardientes brasas en sus ojos
hundidos y, por una vez, el brote de una sonrisa que asomaba a mis labios
estaba justificado. Le di la espalda a mi padre antes de que pudiera hablar,
y Sawyer hizo lo mismo.
—¿Crees que ha funcionado? —preguntó, con sus pasos sincronizados
con los míos.
—Por ahora. Pero conocemos a Tabitha. Nos dejará ganar por ahora
hasta que quiera volver a jugar.
—Que empiecen los juegos.
Muchas gracias por leer BRED HARD . Sé que es corto, pero después
de escribir Wrong necesitaba algo sin trama para limpiarme un poco el

paladar. Aunque BRED HARD fue corto y terminó de una manera no


romántica, espero que lo hayan disfrutado. Para mis queridos lectores que
esperan más de Ryker y Warren, esa miga de pan era para ustedes.
¡Los quiero, amigos!

Natalie

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