Está en la página 1de 1379

Nueva Era II©

= COMIENZO =

Basado en las novelas de Stephenie Meyer : Crepúsculo, Luna Nueva,


Eclipse y Amanecer ; y continuación de Despertar y Nueva Era I – Profecía,
ya escritos por mí.

Este libro está registrado en Save Creative para evitar posibles plagios.

Todos los derechos están reservados a Tamara Gutiérrez Pardo, la mala

utilización de los mismos por parte de otras personas podría ser objeto de
sanción y/o delito.

EN CASO DE COPIA O PLAGIO TOMARÉ LAS MEDIDAS LEGALES

QUE SEAN NECESARIAS.

2
NOTA DE LA AUTORA

Esta novela está basada en los libros de Stephenie Meyer: Crepúsculo, Luna
Nueva, Eclipse y Amanecer y es la continuación de todos ellos y de
Despertar y Nueva Era I – Profecía, escritos por mí. Los personajes de esta
novela están asociados a la saga citada anteriormente, están creados y son
propiedad de Stephenie Meyer, excepto otros personajes que solamente
aparecen en Despertar, en Nueva Era I – Profecía y en este relato, que están
creados por mí. La utilización en esta novela de los personajes propiedad de
Stephenie Meyer es puramente gratuita y sin ánimo de lucro ninguno,
solamente son usados con fines de entretenimiento.

Gracias por leerlo, espero que a quien lo lea le guste y que lo disfrute lo
mismo que lo haré yo escribiéndolo.

Junio 2011 - enero 2012.

TAMARA GUTIÉRREZ PARDO

Puedes encontrarme a mí y a mis obras en:

Tamara Gutiérrez Pardo - Autora

@JacobyNessie
tamara.gp.oficial

www.jacobnessie.blogspot.com.es

www.tamaragp.com

Una vez más, le dedico este libro a mi hermana Lucía, mi máximo

apoyo. Muchas gracias por ser tan paciente, por esperar los capítulos,

por aconsejarme y por corregir mis fallos.

También, y como ya hice en mi libro anterior, se lo dedico a todos

mis lectores de mi blog y de los foros relacionados con la saga de

Crepúsculo. Como ya dije en anteriores ocasiones, muchas gracias

por vivir estos libros como si fueran la continuación real de la saga,

por vuestra paciencia para esperar las actualizaciones y por

animarme como lo hacéis, sois los mejores.

= PARTE UNO =

COMIENZO

Renesmee

Prefacio

Mientras caminaba hacia él, mi mano se aferró al brazo de mi padre, ansiosa.

Por fin mi sueño se estaba haciendo realidad, por fin mis pies me llevaban
por esa arena hacia mi destino, yo había nacido para estar con él, y él había
nacido para estar conmigo, nuestras almas habían nacido para moverse como
dos constelaciones unidas e inseparables que bailaban una danza armónica,
como si fuesen una. Caminaba nerviosa pero segura hacia mi mejor amigo,
mi ángel de la guarda, mi alma gemela, mi compañero, el amor de mi vida, el
hombre de mi vida, todo, él lo era todo para mí. Jacob era todo lo que
deseaba, lo único que ansiaba, Jacob era mi sueño, y había esperado tanto
para esto.

Mi padre apoyó su mano sobre la mía para infundirme confianza. La


necesitaba, estaba hecha un flan, porque no veía el momento en que el viejo
Quil pronunciase esas ansiadas palabras, pero todavía me quedaba la
ceremonia por delante.

Ese sueño que había esperado tanto tiempo estaba a punto de hacerse
realidad. Aunque esto no era el final de una meta, no era el final de nuestro
cuento de hadas, era un comienzo, un comienzo nuevo de nuestras vidas. Ese
sueño iba a empezar ahora.

Sí, por fin.

Despedida

Lo primero que le dije a Jake cuando conseguimos despegar nuestros labios,


justo antes de que llegase mi familia, fue “quiero irme a casa”, a lo cual él ya
respondió con una amplia sonrisa.

Sin embargo, antes tuvimos que hacer otras cosas.

Cuando mi familia apareció, Alice llegó con una ropa para mí que había
conseguido en un pueblo que quedaba de paso. Me oculté detrás de un árbol,
acompañada en todo momento de Jacob, que aprovechó para darme un buen
repaso con otra enorme sonrisa, y me quité ese horroroso e incómodo vestido
que aquellas mujeres vampiro me habían puesto. Me puse los vaqueros que
me había traído acertadamente mi tía, la camiseta estampada, la chaqueta, me
calcé las playeras y salí de mi escondite ya cogida de la mano de mi chico.
No pensaba soltarla jamás.

El vuelo en ese avión privado se me hizo hasta corto, no fue así el que me
trajo a Bulgaria. En cuanto la sombra me llevó ante Razvan, este me hizo otro
hechizo con sus polvos dorados y ya me quedé totalmente inmovilizada, así
que esas horas de viaje se me hicieron muy largas y agónicas.

Ahora, en el de vuelta, no me despegué de Jake ni un segundo. Me pasé todo


el viaje entre sus brazos, con uno de ellos sobre mi hombro y el otro
rodeándome por delante para engancharse con mimo en mi cintura. Mis
brazos también le rodearon a él, no pensaban soltarle en la vida. Era una
postura más bien incómoda, ya que estábamos de lado, pero merecía la pena
solo por tener mi mejilla descansando en su pecho durante todo el vuelo,
incluso dormimos de ese modo. Hubiese preferido que no llevase puesta su
camiseta, para sentir su piel, pero aun así, se estaba en la gloria notando sus
fuertes latidos en mi rostro.

El viajecito duró muchas horas, aunque se me hizo corto junto a Jake,


además, como nos pasamos la mayor parte del vuelo durmiendo, ya que
estábamos agotados, el tiempo ni lo notamos.

Salimos de Bulgaria a las dos de la tarde, hora de allí, y llegamos al


aeropuerto de Forks a las cuatro de la tarde, hora de aquí, así que viajar tantas
horas y llegar casi a la misma fue un poco raro. Esto era debido a la
diferencia horaria, ya que en Bulgaria iban diez horas por delante de Forks.
Cuando en Bulgaria eran las doce del mediodía y estábamos luchando, aquí
en Forks todavía eran las dos de la mañana y la gente dormía plácidamente.

Me llevé una gran y emotiva sorpresa cuando vi a Charlie y a Sue a la salida


del aeropuerto, pero no estaban solos. Billy sonreía feliz y satisfecho a su
lado cuando nos vio a Jake y a mí bien cogidos de la mano.

Solo la solté para abrazar con fuerza a mi abuelo entre lágrimas, que
correspondió mi abrazo, me besó y suspiró tranquilo. No dejaba de darle
gracias a Dios todo el rato. Al siguiente que abracé fue a Billy y después a
Sue. Según me dijeron luego, Seth y Leah ya les habían contado todo lo que
había ocurrido, así que estaban al corriente, aunque habían esperado al día de
hoy para decírselo, para no preocuparles más de lo necesario. Aun así,
Charlie todavía tenía el susto dibujado en el rostro, tuve que jurarle muchas
veces que habíamos terminado con los culpables y darle un montón de besos
para que se quedase tranquilo del todo.

Billy también se sorprendió de ver allí a ese vendedor ambulante y mago que
le había vendido la piedra celeste, así que tuvimos que explicarle que todo
entraba dentro del plan para que Razvan, Nikoláy y Ruslán no pudieran
vernos mientras yo estaba en su casa y para que, al irme con Jake, él también
quedase protegido, por si acaso. Le explicamos, además, que ese truco de
magia que Ezequiel le había hecho con aquellos polvos en realidad había sido
un hechizo preventivo, es decir, una especie de vacuna para no ser contagiado
con el hechizo, por eso lo primero que había hecho Ezequiel en cuanto Billy
le había abierto la puerta, había sido lanzarle esos polvos, excusándose
después con lo del truco de magia, eso evitó que fuera contagiado por el
propio Ezequiel y le vacunó para que, al llegar yo, el contagio de mi hechizo
no le hiciera efecto. Le revelamos que si había funcionado con él, era porque
Ezequiel había actuado antes de que ocurriese el contagio, y que no había
sido así con mi familia y el resto de aliados, ya que fueron contagiados sin
darse cuenta y no se había podido evitar antes; el mismo Ezequiel ignoraba
que mi familia estuviese bajo un segundo hechizo encadenado, y cuando
llegó a la casa de mi familia en Anchorage, ya fue demasiado tarde.

Él y todos los que se encontraban allí también habían sido contagiados sin
poder evitarlo. También le tuvimos que aclarar que con los lobos había
pasado algo intermedio, puesto que el hechizo preventivo de Ezequiel no
había servido para que no fuesen contagiados, al ser demasiados individuos y
estar conexionados entre sí en su forma lobuna, pero había conseguido
detener el efecto contagioso del hechizo en ellos y eso había evitado que se
propagase a más gente. Le extrañó que el aspecto de Ezequiel fuera el de un
humano ese día y le aclaramos que había utilizado una de sus barreras para
modificar un poco su aspecto.

―¿Lo ves? La piedra era un amuleto ―le reiteró Billy a Jake cuando
terminamos de explicarlo todo.

―¿Y eso es en lo único que te fijas de todo lo que acabamos de contar? ―Mi
novio puso los ojos en blanco.

Billy decidió quedarse la piedra y el semblante de Charlie decía claramente:


no pensar, no pensar.

Mi abuelo insistió en llevarnos a La Push, así que mi familia aprovechó para


marcharse a su casa de Forks y organizar algunas cosas que Alice quería
preparar para la boda. Como Billy, Jake y yo íbamos en el coche patrulla de
Charlie, Quil, Cheran, Embry y Nathan lo hicieron en la vieja furgoneta de
Sue. Nos despedimos de ellos con un efusivo abrazo para darles las gracias
por todo y nos fuimos.

Ya me emocioné algo mientras observaba ese paisaje que tanto había


añorado, de camino a mi querida La Push, pero me dio un vuelco al corazón
cuando vi nuestra preciosa casita roja, y no pude evitar que un enorme nudo
se aferrase a mi garganta, aunque fui capaz de contenerlo. Jake me dio un
beso corto y apretamos el amarre de nuestras manos.

Les repetí unas mil veces que se quedasen a tomar una cerveza o algo en
nuestra casa, pero Billy y Charlie tenían cosas que hacer, al parecer, cosa que
me extrañó, así que nos dejaron en nuestro jardín y se marcharon.

Lo primero con lo que se toparon mis ojos fue con mi forito. Estaba aparcado
justo donde lo había dejado mi cuerpo carnal dominado por aquella brisa
gélida que lo poseía, hace un año.

Estaba muy sucio, claro.

―¡Mi coche! ―exclamé con alegría, tirando de Jake para acercarme.

Jacob se rio.
―Tendremos que comprobar si arranca, lleva demasiado tiempo parado
―declaró―. Y habrá que lavarlo, por supuesto, está hecho un asco.

Pero algo captó mi atención un poco más allá y mis pupilas se dirigieron en
esa dirección, atónitas.

―La plantación ―volví a exclamar, aunque esta vez un poco más bajo, de la
impresión.

Tiré de Jake de nuevo y me acerqué hasta la parte trasera de la casa. Abrí la


abertura de la lona de plástico transparente y mis ojos se abrieron como
platos cuando comprobé lo que mis pupilas habían creído ver.

Antes de que me diese tiempo a reaccionar, escuché unas pisadas y varios


latidos de corazón que bombeaban la sangre a diferentes ritmos.

―Como ves, las plantas están perfectas y ya han florecido ―dijo Brenda a
mis espaldas.

Me giré súbitamente y el nudo que ya llevaba un buen rato aferrado en mi


tráquea explotó.

―¡Brenda! ―lloriqueé, soltando a Jake para abrazarla con fuerza.

―Te hemos echado mucho de menos ―sollozó ella también, apretando su


abrazo. Luego, se despegó un poco de mí y me secó las lágrimas―. Pero ya
ha pasado todo, lo importante es que estás en casa.

―Sí ―sonreí, enjugando las suyas.

Entonces, me percaté de su compañía. Seth sonreía abiertamente y estaba


junto a Helen, Teresa y Mercedes, a los cuales también me abalancé para
abrazarles, lloriqueando como una niña.

Me fijé en que los ojos de Teresa ya empezaban a adquirir ese color dorado
que indicaba que no tomaba sangre humana, lo cual me alegró muchísimo.
Lo estaba consiguiendo.
Cuando ya conseguimos controlar la emoción del reencuentro, Brenda me
explicó que ella y Seth se habían encargado de la plantación, pensando en un
regreso de Helen.

Ya sabía que el cuerpo de Helen también había sido controlado por otra brisa
para engañar a todo el mundo, sin embargo, por culpa del hechizo ella nunca
había podido contarme cómo había sucedido todo exactamente. Pero ahora sí.
Al parecer, su cuerpo manipulado les había dicho a los lobos que la protegían
aquel día que se iba de Forks con Ryam, soltando ese humo dorado por su 8

boca que les había hecho creerlo, al igual que me había pasado a mí con mi
familia, aunque los chicos no habían sido hechizados después con ningún
otro encantamiento, como sí había ocurrido con mi familia. Lo demás fue
coser y cantar para Razvan. Al creerlo unos pocos, el resto también lo hizo,
debido a la conexión de sus pensamientos, entre la manada no hay secretos ni
dudas.

También fue así como creyeron que yo había abandonado a Jacob por otro
hombre, lo habían visto todo en la mente de Jake y ninguno pudo dudar de la
veracidad de esos recuerdos, claro. Por supuesto, Razvan engañó al padre de
Helen usando el mismo método. Tema aparte fue Ryam. Él sí que sospechó
que pasaba algo al llamar a Helen y que su teléfono siempre estuviera
desconectado, así que dejó de lado el tema de la hija de Teresa para investigar
la extraña desaparición de Helen.

Al final, todo le llevó al mismo punto y terminó encontrándose con Mercedes


y Ezequiel, el cual le ayudó.

Brenda y Seth siempre pensaron que Helen podría volver, así que se
dedicaron a seguir cuidando las plantas, las cuales ya habían florecido. Eso
me dio una alegría enorme, porque significaba que la curación de Helen y
Ryam ―y ahora también Mercedes― estaba a la vuelta de la esquina. Ahora
Carlisle y Louis ya tenían flores con las que trabajar en el antídoto, y seguro
que se ponían manos a la obra enseguida.

Eso me hizo recordar al resto de los gigantes. ¿Qué iba a pasar con ellos a
partir de ahora?
¿Dónde estarían? Porque ahora ya no estaban Razvan, Nikoláy ni Ruslán para
encargarse de ellos, bueno, si lo que hacían con ellos podía llamarse así.
Puede que siguieran en el castillo, en aquella caseta de piedra, olvidados, ya
que si no recibían ninguna orden, seguirían allí, sin moverse jamás.

O puede que Razvan los hubiera llevado a otro sitio antes de todo lo ocurrido
en Canadá y en Bulgaria. Me dio lástima, no por ellos en sí, por supuesto,
ahora eran unos seres monstruosos y despiadados, sino porque en su pasado
habían sido personas humanas a las que les habían arrancado la vida.

Sin embargo, Helen me alentó diciéndome que, ahora que Razvan, Nikoláy y
Ruslán ya habían muerto, Ryam se estaba encargando de buscarles para dar
con alguna solución, ya que se sentía obligado a ello en cierto modo, él
mismo era un gigante, aunque de naturaleza totalmente distinta.

Jake torció el gesto, desaprobaba totalmente ese afán solitario de Ryam, pero
a mí me calmó un poco, porque si los encontraba tal vez Carlisle y Louis
dieran con alguna solución para curarles a ellos también, si es que lo suyo
tenía cura.

Toda la guardia de Razvan había fallecido o desaparecido del mapa, así nos
lo ratificó Helen, que lo sabía porque Ryam había estado en el castillo, fue el
primer sitio donde había ido a buscar a los gigantes, los cuales tampoco
estaban. Los pocos vampiros que se habían quedado en el castillo para
vigilarlo habían huido muy lejos al enterarse de la muerte de los tres magos.
Jacob no les dio mayor importancia, pues ahora no estaban bajo el mando de
estos tres y lo más seguro es que aprovechasen para iniciar una nueva vida
como nómadas, lo cual no era peligroso para ninguno de nosotros. Sin
embargo, esto confirmó mi idea de que Razvan hubiese llevado a los gigantes
a otro sitio.

Durante estos días, Teresa, Helen y Mercedes se habían quedado en La Push,


donde también habían sido protegidas por la manada. Se habían alojado en
nuestra casa, que era el único sitio en el que Teresa podía estar, debido al
nuevo tratado, que seguía vigente. Aunque no le habían pedido
consentimiento a Jacob, todos decidieron tomar a Teresa como una amiga de
mi familia, así que le permitieron permanecer aquí. Eso sí, con la estricta
condición de no beber sangre humana. Esa orden severa y taxativa ayudó a la
abstinencia de Teresa y acabó siendo muy beneficiosa para ella.

Después de ese momento de larga cháchara, Jake y yo les invitamos a pasar a


casa para que se tomasen algo, pero, otra vez para mi asombro, declinaron la
oferta, alegando que tenían cosas que hacer.

¿Qué le pasaba a todo el mundo hoy? ¿Es que todos estaban tan ocupados,
incluso Teresa, Mercedes y Helen? También me extrañó que el resto de la
manada y sus chicas no estuviesen aquí para darnos la bienvenida, aunque no
le di más importancia. Unos estarían patrullando, y el resto tendría cosas que
hacer, visto lo visto. Además, para ser sincera, estaba deseando quedarme a
solas con Jake.

Ahora que todo peligro había terminado y que nosotros habíamos regresado a
nuestra casa, Teresa y Mercedes se iban a alojar en la vivienda que mi familia
tenía aquí en Forks, junto con el resto de nuestros aliados, y Helen por fin
regresaba a su casa, junto a su padre. Así que cuando los cinco se marcharon,
Jake y yo nos quedamos a solas.

¡Aleluya! Por fin, por fin estábamos solos.

―¿Vamos a entrar en casa o nos vamos a quedar aquí plantados como


espantapájaros? ―bromeó Jake.

―No, vamos. ―Y tiré de él para correr hacia allí.

Se rio y acompañó mis pasos.

―Bueno, no sé cómo estará todo, porque yo llevo sin entrar un año ―me
informó, aunque ya lo sabía―. Debe de estar todo bastante sucio.

―No importa ―le sonreí―. Seguro que Teresa, Helen y Mercedes lo han
adecentado.
Correspondió mi sonrisa y llegamos al umbral. Jacob abrió la puerta y
pasamos al interior1.

Me quedé inmóvil en el vestíbulo, aferrada a la mano de Jake, observándolo


todo con una atención especial. Había soñado que regresaba a casa tantas
veces, tantas durante mi largo encierro, que no pude evitarlo, otra vez me vi
embargada por la emoción. Era el olor de la casa, los muebles, incluso la luz,
todo lo que había añorado, y por fin estaba aquí, por fin estaba junto a él, por
fin ese infierno había terminado. Creo que no me había dado cuenta de esto
del todo hasta que no entré en casa y lo vi con mis propios ojos. Eso hizo que
las lágrimas brotasen sin control.

Me giré y me abalancé a los brazos de Jake, hundiendo el rostro en su cálido


cuello para llorar ahí. Él correspondió mi abrazo, rodeándome con esos
fuertes brazos que me hacían sentir tan segura, apretándome contra él.

―Ya pasó todo, cielo ―susurró en mi pelo―. Ahora estás en casa.

Me despegué un poco de él para mirarle.

―Estar aquí, contigo, me parece un sueño ―confesé.

―A mí me pasa lo mismo ―murmuró, dejando mi cintura para secar mis


mejillas con sus suaves dedos―. Cuando te fuiste, me quedé vacío, mi vida
sin ti no tenía sentido, ni siquiera podía entrar aquí, ni siquiera podía pasar
cerca de aquí, porque todo en esta casa era un recuerdo tuyo, todo, hasta el
color de la fachada. Así que el estar aquí contigo también me parece un
sueño.

―Pero no lo es ―sonreí.

―No, no lo es ―sonrió él también.

―Las píldoras anticonceptivas que viste el otro día las estoy tomando para
nuestra luna de miel ―le revelé, ya que llevaba tiempo queriendo aclararle
esto―. Alice me dijo que seguía viendo un acontecimiento importante en el
futuro de todos en el que intuía mucha felicidad, y que continuaba sin poder
verlo bien porque era de nosotros de quien se trataba y también debido a la
presencia de muchos metamorfos, así que tenía que ser nuestra boda. Ya
estaba segura de que todo iba a salir bien, pero ella me dio más confianza.
Así que le pedí a Carlisle que me las consiguiera.

―¿Y las consiguió tan rápido?

―Bueno, para un médico es muy fácil que se las vendan en una farmacia
―reí.

―Claro, me lo imagino ―me correspondió él, asintiendo.

Entonces, me puse más seria.

―Las tenía que tomar con antelación para que hicieran efecto, por eso las
llevaba ―declaré, acariciando su nuca―. Quiero que sepas que yo jamás me
entregaría a ningún otro.

―Mierda, cielo, no tienes por qué explicarme esto ―afirmó con un rostro
arrepentido, llevando sus manos a mi cintura de nuevo―. Sé que nunca lo
harías, al igual que yo, jamás he dudado de ti en ese aspecto. Bueno, vale, ese
día me volví loco, pero fue por culpa de ese estúpido rencor, que me cegó
durante un instante ―reconoció. Luego, se quedó mirándome y desplegó esa
sonrisa torcida que tanto me gustaba―. ¿Y a qué viene eso de las píldoras
ahora?

―Pues a que las píldoras ya hacen efecto ―insinué, llevando mis ojos a los
suyos con deseo.

―Ah, ¿ya hacen efecto? ―murmuró con voz sugerente, aproximando su


rostro al mío.

―Sí, y estamos a solas, sin hechizos por medio, por fin ―susurré,
acercándole a mí con ímpetu.

Mi espalda se topó con la pared y nuestros rostros se unieron del todo,


quedando nuestras bocas a pocos milímetros. Ya notaba su dulce y agitado
aliento entremezclándose con el mío, eso me volvía loca, mi cuerpo ya se
estremecía solo con sentirle pegado a mí.

―Sí, por fin ―repitió con un susurro lleno de deseo.

No perdimos más tiempo. Unimos nuestros labios y comenzamos a besarnos


con pasión y ardor mientras jadeábamos sin cesar. Despegué mis manos de su
espalda y su nuca y, cuando estaba a punto de rasgar su camiseta para dejar al
descubierto ese impresionante pecho, escuchamos un fuerte carraspeo que
nos asustó, haciendo que parásemos súbitamente y separásemos nuestros
labios para mirar a la culpable con sorpresa.

1 Los planos de la casa aparecen al final del libro.

10

―Alice, ¿qué… qué haces aquí? ―le pregunté, apurada, aunque sin
despegarme de Jake.

―¿Y cómo demonios has entrado? ―quiso saber él, molesto.

Mi tía se acercó a nosotros, danzando.

―Una ventana del saloncito estaba abierta, he entrado por allí ―le contestó a
Jake―. Siento molestar, pero vengo a por vosotros para las despedidas de
soltero y soltera ―contestó, sonriente, dando una palmada mientras se
elevaba con un balanceo de puntillas.

―¿Las… despedidas de soltero y soltera? ―repetí, pestañeando.

Jake y yo nos miramos y volvimos la vista hacia ella.

―Sí, claro, no querréis casaros sin hacer una despedida, ¿no? Ya estamos
todos listos, así que, venga, ducharos o hacer lo que tengáis que hacer y
prepararos, que nos vamos dentro de un rato.

―¿Ya estáis todos listos? ¿Quiénes? ―inquirió Jake, separándose de mí para


verla mejor.
―Ay, pues todos, quiénes vamos a ser ―suspiró mi tía―. Tus chicos, sus
novias y mujeres, el aquelarre de Denali…, todos. Nos vamos de cena por
separado, por supuesto, los chicos por un lado y las chicas por otro, y como
sé que no soportaréis estar separados mucho más tiempo, luego quedaremos
todos en una discoteca. No os imagináis lo que me ha costado encontrar dos
restaurantes que nos reservara unas mesas tan grandes ―resopló, aunque
orgullosa.

Mi chico y yo volvimos a mirarnos.

―¿Y no podemos dejar la despedida para mañana? ―le pregunté.

―¿Para mañana? ―parpadeó Alice.

―Bueno, como la boda es el domingo, podemos hacerla mañana con más


tranquilidad.

―Nessie, el domingo es mañana ―me aclaró ella con voz de sorpresa.

―Oh.

―¿Por qué te crees que nos juntamos todos? ―me explicó―. No hay tiempo
para que la gente de La Push organice sus despedidas y yo las nuestras. Eso
sí, los que os alimentáis de comida humana vais a tener que comer mucho,
porque si no, sobrará un montón de platos ―rio.

Con la diferencia horaria, me había hecho un lío y había calculado mal el día
en el que estábamos. Claro, hoy era sábado, no viernes, y mañana… Mañana
era domingo. ¡Mañana era la boda!

De repente, me entraron unos sofocos enormes.

―Oh, Dios, tengo… No tengo vestido de novia ―caí, empezando a pasear


de aquí para allá, llevándome la mano a mi pelo―. Tengo… tengo que
buscar uno, donde sea, como sea. ―Me paré en seco―. Oh, Dios, y hay que
organizarlo todo, hay que…
―Tranquiiiiila ―me paró Alice, poniéndome las manos sobre los hombros
para que me relajase de una vez―. Todo está listo, así que no te preocupes
por nada, ¿de acuerdo? Ha sido un largo año de sufrimiento y de luchas,
ahora toca divertirse.

―¿Cómo que todo está listo? ―pestañeé, perpleja.

Después, Jake y yo volvimos a miramos, sorprendidos.

―Tengo que reconocer que la gente de aquí es muy perseverante y muy


buena amiga de sus amigos ―le reconoció a Jake, el cual desplegó una
sonrisa orgullosa―. Tu gente ya ha organizado todo lo referente a la
ceremonia y al convite, tenéis las alianzas y todo, incluso el tema de tu
vestido está arreglado ―afirmó, ahora dirigiéndose a mí con una sonrisa
totalmente satisfecha, señal de que ella había metido mano en este último
asunto.

―¿Tengo… tengo vestido? ―inquirí, gratamente sorprendida y aliviada―.


Pero, ¿cómo…?

―El lunes, cuando entré en el vestidor de tu antiguo dormitorio, encontré tu


vestido de novia, o, bueno, lo que quedaba de él ―suspiró con un gesto de
dolor. Mi corazón se retorció al acordarme de cómo había sido destrozado―.
Por suerte, la parte superior estaba intacta, así que quedé con Sarah y se la
llevé para que recompusiera lo de abajo con algún apaño que se le ocurriese.

Mi rostro se iluminó y me lancé a ella para abrazarla.

―¡Alice, Alice, Alice! ―exclamé, levantándola mientras daba saltitos.

La dejé en el suelo y abracé a Jake, que se rio y me dio un beso en los labios.

―¿Ya estás tranquila? ―quiso saber él.

―Sí ―sonreí.

―Mañana todo saldrá genial, ya lo verás ―afirmó, acariciando mi mejilla.


Me moría por besar esos labios…

―Pues, hala, arreglaros, que nos vamos ―azuzó mi tía, sacándome de mis
pensamientos.

Me despegó de Jake, tomándome de la mano, y me obligó a subir las


escaleras con ella mientras los tres nos reíamos.

11

Cuando llegué a nuestro dormitorio, me invadió ese nudo emocionado de


nuevo, eran tantos buenos momentos en él, pero Alice enseguida me
entretuvo, buscándome un modelito que ponerme.

Mientras ella sacaba uno de mis vestidos, me fui hacia la ducha para que a
Jake también le diese tiempo a ducharse. En cuanto los dos nos arreglamos,
nos marchamos de nuestra preciosa y añorada casita.

Antes de separarnos por sexos, quedamos todos en Forks. Entonces, entendí


por qué todo el mundo estaba tan ocupado hoy. No había venido más gente a
casa, no se habían quedado más tiempo con nosotros, porque todos querían
darnos una sorpresa, la cual fue muy emotiva. Casi toda la manada estaba allí
con sus parejas ―los que faltaban estaban patrullando―, incluso Leah,
Simon, Billy, Charlie y Sue, y una vez más, me vi rodeada de abrazos, besos
y lágrimas de bienvenida. Me sentí genial, arropada, querida, como si nunca
me hubiese ido. También estaban allí Brenda, por supuesto, que acompañaba
a Seth, Helen y las gemelas, que no entendían mucho, lo único que sabían era
que yo había roto con Jake, cosa que me dolía como si me clavasen un puñal,
y que había vuelto con él, arrepentida de mi gran error, para casarme. Eso es
lo que Brenda les había podido decir. En fin, me moría por contarles la
verdad, pero era evidente que no podía hacerlo. Brenda también les había
dicho que Helen había vuelto, por lo que, además de darme la sorpresa y
bienvenida a mí, se la habían dado a Helen.

Mi familia ―excepto Alice, claro―, el aquelarre de Denali, Teresa,


Mercedes, Louis y Monique ya nos esperaban por separado en los respectivos
restaurantes, así que le di un beso a Jake ―beso que me hubiese gustado que
fuera más largo si no hubiese sido por todas mis amigas― y las féminas nos
dividimos de los chicos para marcharnos.

Las despedidas se iban a celebrar en Port Angeles, por lo que tuvimos que
repartirnos en varios coches.

Ya les había pasado con Alice, pero Alison y Jennifer se quedaron alucinadas
con mi madre, mis tías y todas las mujeres vampiro que nos encontramos en
el restaurante, sobre todo por la belleza tan llamativa de Rosalie. Por
supuesto, no sabían que eran vampiros, y para ellas mi madre y mis tías eran
mis primas.

Las gemelas no fueron las únicas que se quedaron impresionadas con las
chicas vampiro, los comensales del restaurante incluso dejaron de comer al
ver tanta belleza junta, aunque también era por el gran número de féminas
que éramos y el divertido contraste que creábamos, ya que íbamos del blanco
pálido y níveo de la piel de los vampiros, a la tez morena y cobriza de las
quileute.

A mamá y todas las chicas vampiro no les quedó más remedio que tragarse
algo de la comida humana que nos pusieron en el plato, por lo menos para
disimular un rato. Después achacaron su falta de hambre a guardar la línea. El
resto cenamos muy bien, y fue una velada muy amena y divertida en la que
no faltaron las típicas bromas de una despedida de soltera. Gracias a Dios,
mis amigas quileute estaban allí para poner un poco de alegría al asunto.

Me lo pasé muy bien, pero para ser sincera del todo, tengo que reconocer que
no hacía más que pensar en Jacob, en cómo lo estaría pasando con el resto de
los chicos, todos mezclados con los hombres de mi familia y amigos
vampiros. Era paradójico, la manada se dedicaba a cazar seres como los que
estaban cenando con ellos, pero ahí estaban, todos juntos en armonía. Bueno,
eso esperaba.

Cuando terminamos de cenar, Teresa, las chicas de Denali y Sue decidieron


irse a casa, así que ellas se marcharon en un taxi y las demás nos fuimos a la
discoteca donde habíamos quedado con los chicos. Yo ya estaba ansiosa por
ver a Jacob, no podía evitarlo, se me notaba en la cara.
Habíamos estado demasiado tiempo separados y lo único que quería ahora
era pasar todos los minutos de mi vida junto a él.

La discoteca estaba abarrotada de gente, cómo no, era sábado. Conseguimos


entrar y llegar hasta la pista. Lo primero que hizo mi vista de semivampiro
fue buscar a Jacob entre toda esa gente. No me costó mucho ver que no
estaba. No había ningún grupo en el que destacasen sus cabezas por encima
del tumulto de personas, así que supe que aún no habían llegado.

―Vamos a tomar algo ―me instó Rachel, cogiéndome de la mano para


acercarnos a la barra.

―Esperad, yo también quiero pedir ―se unió Leah.

Y de repente, todas las quileute, mas las gemelas, Helen y Brenda se


agregaron a nosotras para ir hacia la barra. Estábamos justo al lado, así que
no fue difícil acceder a la misma. Rachel y yo nos hicimos un hueco y la
escotada camarera se acercó a nosotras.

12

―¿Qué quieres? ―me preguntó mi ya casi cuñada.

―Una cerveza sin alcohol.

―Yo otra ―dijo Jennifer.

―Y yo ―siguió su hermana.

Y, una vez más, el resto se unió a la petición.

Rachel pidió todas esas cervezas a la camarera, las repartió y sacó la cartera
para pagar.

―¿Qué haces? ―le detuve―. Esto lo pago yo. Es mi despedida, ¿recuerdas?

―Quietas, quietas ―intervino Alice, que salió de la nada―. Está todo


apalabrado con el dueño de la discoteca para que me envíe la cuenta mañana,
así que nada de pagar.

―¡Alice! ―protesté.

―Era lo más cómodo, no querrás que nos peleemos todos por pagar, ¿no?
―alegó ella―.

Además, nosotros queríamos invitar a todos como agradecimiento por su


ayuda.

―Nessie ya forma parte de nuestra familia, no tenéis que agradecer nada


―afirmó Rachel, sonriendo.

―Nosotros queremos agradecerlo igualmente ―declaró mi tía, sonriendo


también.

Rachel asintió para aceptar su gesto, mi tía hizo lo mismo para ratificarlo y
me dio un beso en la mejilla para danzar hacia las demás.

Sonreí.

Eché otro vistazo general a la entrada de la sala y al no ver señal de los altos
quileute, me volví al frente para coger mi cerveza.

―Hola, preciosa, ¿estás sola? ―me dijo una conocida voz ronca a mi lado
con insinuación.

Mi corazón comenzó a latir aceleradamente. Me giré y vi a Jake, que se había


apoyado en la barra y me sonreía con esa sonrisa torcida que me volvía loca.
Estaba tan guapo con esa camisa azul… Me moría por lanzarme a sus brazos
para besarle, pero me contuve para seguir su juego.

―Pues no, estoy esperando a mi novio ―le contesté, simulando un tono un


tanto borde.

―¿Ah, sí? ¿Y dónde está? ―siguió él, mirando alrededor para buscarle.
Se me escapó una risilla, aunque la controlé enseguida.

―Está en su despedida de soltero, pero va a venir ahora ―respondí, tomando


un trago de mi botellín.

―Vaya, ¿en su despedida de soltero?

Dejé la cerveza en la barra y me giré hacia él.

―Sí, y esta es mi despedida de soltera ―le solté con una sonrisa que no pude
evitar―. Nos casamos mañana.

―¿Y qué le ves a ese tipo, para casarte con él? ―su sonrisa pícara se amplió.

Me acerqué más a él.

―Es muy guapo y está como un tren ―le revelé con un murmullo, llevando
mi dedo a su pecho.

―¿Solo eso? ―murmuró Jake con otra sonrisa torcida.

Me arrimé más a su cuerpo.

―Es fuerte, simpático, alegre, divertido, leal, fiel, inteligente, honesto,


generoso, impulsivo y la persona más maravillosa del universo ―susurré,
perdiéndome en mis adorados ojos negros―. Y

me siento muy protegida entre sus brazos.

Me rodeó con los mismos y me apretó contra él, haciendo que nuestros
rostros ya se tocasen. Mi boca dejó exhalar un suave suspiro al tenerle tan
pegado.

―¿Como ahora? ―susurró en mis labios, provocando al vello de todo mi


cuerpo.

―Sí. ―Solo me salió un hilo de voz.


Unimos nuestros labios para besarnos con pasión mientras mis manos ya se
perdían por su pelo y sus hombros.

Dejé su cabello para llevar mi mano a su mejilla y le mostré la puerta que


había visionado al entrar en la discoteca donde ponía privado. Después, le
mostré todo lo que se me ocurría que podíamos hacer allí.

Soltó mis labios, nos miramos, sonriendo, y me tomó de la mano para iniciar
la marcha hacia ese almacén.

―¿No quieres tomar nada, Jacob? ―nos detuvo mi padre, señalando al resto
de los quileute, que estaban esperando a Jake para dirigirse a la barra.

Escuché el ligero gruñido de mi chico.

Suspiré. Tendría que esperar a llegar a casa.

―Venga, ve a pedir algo con ellos ―le exhorté, empujándole hacia los
chicos.

13

―¿Seguro? ―me preguntó.

―Sí, ve.

Jacob se unió a ese grupo, papá sonrió con satisfacción y yo le dediqué un


mohín.

La música sonaba muy alta, pero nosotros nos escuchábamos perfectamente.


Billy, Charlie y el aquelarre de Denali también se habían ido a casa después
de cenar. Jake no tardó nada en regresar a mi lado, sosteniendo su cerveza y
la mía, la cual me pasó.

―¿Qué tal lo has pasado en la cena? ―inquirí, tomando otro trago de mi


botellín.

―Muy bien ―asintió, y de pronto, su sonrisa se amplió, adquiriendo un


matiz un tanto maléfico―. Hicimos que tu padre tuviera que tragarse todo un
bistec, no veas la risa que pasamos.

―¿En serio? ―pestañeé, riéndome.

―Sí ―se rio―. Verás, primero el camarero vino y le preguntó si no le


gustaba, ya que tu padre fue el único que ni lo probó. Entonces le dijimos al
tipo que estaba poco hecho y que a él no le gustaba así. El camarero se llevó
la carne y la trajo más hecha, ya sabes, sin que sangrase una gota y eso. Y
después liamos a Edward para que tuviera que tragárselo delante del
camarero. ―Empezó a carcajearse.

Mi padre le dedicó una mirada asesina, aunque los quileute, y también


Emmett, acompañaron sus carcajadas y el resto de vampiros también
sonrieron.

―Pobre papá ―me reí.

Emmett y Rosalie se acercaron a nosotros.

―Toma, chucho, te he traído unos huesos ―dijo Rosalie con una sonrisa
maliciosa, alzando una bolsa de plástico transparente para mostrársela a Jake.

―Vaya, rubia, veo que no puedes olvidarte de mí ni un instante. ¿Tanto te


preocupas por mí, que me traes comida?

―Eres la mascota de la familia, alguien tiene que alimentarte ―siguió ella.

―Claro, y por eso te encargas tú ―dedujó él, ampliando su sonrisa―. Lo


intentas disimular, pero en el fondo me quieres, lo sé.

―Sigue soñando, chucho ―contestó mi tía, tirando la bolsa al suelo, aunque


no pudo evitar que se le escapase una sonrisita.

Jake se rio con satisfacción.

Nos quedamos varias horas en la discoteca, bailando y charlando. Me lo pasé


genial, había estado encerrada un año, y el poder salir y hacer algo normal fue
como volver a la realidad de nuevo. Hasta que llegó la hora de marcharse.

Salimos de la discoteca y nos dirigimos hacia los coches. Iba a marcharme


con Jake, cuando mamá tiró de mí.

―¿Adónde vas? ―rio―. Hoy no puedes dormir con él, te vienes a casa con
nosotros.

―¿Qué? ―parpadeé, mirando a Jacob con agonía.

―Nada de dormir juntos hasta la noche de boda ―dijo ella.

―Pero, pero…

Mis ojos no se despegaban de él, que también me miraba un poco


sorprendido.

―Es la tradición ―siguió Alice―. Además, mañana hay que preparar


muchas cosas, hay que vestirte, peinarte, maquillarte… Y si ya estás en casa,
será más fácil para todos.

―Tienen razón, Nessie ―aceptó Jake, acercándose a mí―. Es mejor si ya


duermes allí.

Además ―subió su mano para acariciarme la mejilla―, yo también tengo


que preparar muchas cosas.

―Pero yo quería…

Acercó su boca a mi oreja y susurró.

―No me importa esperar. Eso hará que la noche de boda sea más interesante,
¿no crees?

Todo el vello se me puso de punta.

―Claro que sí ―asintió Alice, tirando de mí de nuevo―. Bueno, chicos,


hasta mañana.
―Hasta mañana ―se despidieron los quileute.

―Mañana ya te llamamos para organizarnos ―le dijo papá a Jacob.

―De acuerdo ―contestó él.

Otra vez miré a Jake, el cual me sonrió. Suspiré. No me quedó más remedio
que rendirme a su sonrisa y se la correspondí. Bueno, puede que tuvieran
razón. Esperaría un día más, no era para tanto. Y la noche de boda sería
especial y mágica.

Me subí en el coche con mis padres y no dejé de mirar a mi ya casi marido


por la ventanilla hasta que nos alejamos de allí.

14

Comienzo

Me resultó un poco raro dormir en mi antigua y enorme cama sin Jake, ahora
que todo se había arreglado, aunque también me trajo muchos recuerdos.

Recordé la primera vez que Jake durmió en esta cama, sobre la colcha,
después de aquella horrible pesadilla, y cómo yo me fijaba en su
impresionante pecho a la luz de la luna llena; las veces que nos tumbábamos,
me acurrucaba sobre su torso y él me pasaba los dedos por el pelo,
haciéndome casi ronronear; aquella otra noche de luna llena en la que él
regresó después de marcharse por mi culpa, por mentirle y decirle que solo
quería ser su amiga, en la que la luz de ese satélite iluminaba sus iris negros,
confiriéndole un brillo especial con ese reflejo blanco, y su rostro me parecía
aún más hermoso…

Finalmente, me dormí por puro agotamiento.

En cuanto me desperté, lo primero que hice fue coger el móvil de la mesita.


Me quedé sentada, marqué el número de Jake a toda velocidad y esperé al
único tono que sonó.
―Buenos días, preciosa ―me saludó nada más descolgar, se notaba que con
una enorme sonrisa.

Sonreí al imaginármelo. Escuchar su ronca voz fue como música para mis
oídos.

―Buenos días.

―¿Has dormido bien? ―me preguntó.

―Regular. Te he echado mucho de menos ―confesé, enroscando mi dedo


índice con la sábana.

―Sí, yo también ―volvió a sonreír―. ¿Estás nerviosa? Porque yo estoy


neurótico perdido.

―Estoy histérica ―reí.

Jacob acompañó mi risa al otro lado de la línea.

―Me parece que hoy va a ser un día muy largo para los dos.

―Sí ―asentí, sonriendo―. Por cierto, ¿dónde has dormido? ¿En casa o con
Billy?

―Con mi viejo ―contestó. Entonces, escuché las voces de Billy, Rachel y


otra voz femenina que me pareció la de Rebecca. Estaban montando un
barullo tremendo―. Mierda. Escucha, tengo que dejarte, nena, ya me están
liando para que vaya a la peluquería.

―Vale ―reí otra vez.

―Nos veremos en el altar.

―Sí ―sonreí.

―Te quiero.
―Te quiero.

Y colgamos.

Dejé caer la espalda sobre el colchón con los brazos en cruz y sonreí de
felicidad. Estuve mirando el techo un buen rato de esa guisa, con cara de
tonta, hasta que me cansé.

La luz del sol entraba por la cristalera, invadiéndolo todo, hoy hacía un día
precioso. Que esto sucediera en Forks, era tener suerte.

Me levanté, me duché y bajé a la cocina para desayunar. Cuál fue mi sorpresa


cuando vi que Esme me había preparado un delicioso desayuno.

―Muchas gracias, Esme ―reí con entusiasmo, y le di un beso en la


mejilla―. ¡Y hasta me has hecho tarta de fresas! ―exclamé cuando la vi,
sentándome a la mesa.

―Por supuesto, cielo, sé que es tu favorita ―sonrió, mostrando esos


adorables hoyuelos mientras pasaba su mano por mi pelo húmedo―. Hoy
tienes que alimentarte bien, es un día muy importante.

―No sé si seré capaz de comer algo ―reconocí, partiendo los huevos


revueltos con el tenedor―.

Creo que esta comida va a ser la única que pueda meterme hoy.

Esme sonrió de nuevo y se sentó frente a mí.

―Estar nerviosa es normal, es un paso muy importante en tu vida.

―Más que nerviosa, estoy ansiosa ―le confesé, un poco ruborizada―.


Ahora mismo me 15

hubiera gustado que las bodas quileute fueran al amanecer, en vez de al


anochecer ―reí.

―Por cierto, eso me recuerda algo ―dijo―. El vuelo hacia la isla de Santa
Lucía sale a las cinco de la mañana, así que tendréis que estar en el
aeropuerto a las cuatro como mínimo para que os dé tiempo de embarcar sin
problemas.

Sonreí al recordar nuestro viaje de luna de miel. Por fin íbamos a poder irnos
a ese islote privado que quedaba a unos kilómetros de la isla de Santa Lucía.
Lo malo es que íbamos a tener que viajar justo después de la celebración de
la boda, con lo cual, la noche de boda se iba a retrasar, pero sabía que la
espera iba a merecer la pena.

―De acuerdo ―asentí―. Gracias por todo, abuela, aunque ya le daré las
gracias al resto, también.

―De nada, cielo ―sonrió, satisfecha y complacida―. No tienes por qué


agradecernos nada, es el regalo de boda de todos.

―De todas formas, gracias ―insistí.

Sí, nuestra luna de miel era el regalo de toda mi familia, bueno, de casi toda,
porque mis padres le iban a regalar la Harley a Jake y un regalo secreto para
mí que no había manera de sonsacarles.

Carlisle y Esme ponían el viaje, Rose y Em ponían el alojamiento, esa


enorme casa de lujo que tenían en el islote y al que habían ido varias veces,
seguramente en una de sus múltiples lunas de miel, con un servicio de
abastecimiento y limpieza incluido que venía en barco todas las mañanas; y
Jazz y Alice nos habían alquilado una avioneta privada para que fuéramos a
la isla de Santa Lucía todas las veces que quisiéramos y a cualquier hora. El
aquelarre de Denali, Louis y Monique también nos habían preparado algo,
aunque no nos lo habían querido decir para no estropear la sorpresa.

Me tragué el desayuno como pude, si bien la tarta de fresas me entró


estupendamente, y ayudé a Esme a recoger mi plato, ya que ella lo había
hecho todo en escasos segundos.

Justo cuando salía por la puerta de la cocina, escuché el ruido de un motor


acercándose.
―Es Sarah, te trae tu vestido de novia ―me reveló mi padre, que estaba en el
níveo sofá leyendo el periódico, junto a mi madre―. Y le ha quedado
precioso, por cierto.

Mi sonrisa se amplió aún más.

―¿Mi vestido de novia?

Antes de que Sarah aparcara su vehículo, yo ya le estaba esperando en la


puerta.

Salió del coche, se acercó al maletero, el cual abrió, sacó una funda y una
caja redonda de cartón, cerró el maletero y llegó hasta el umbral.

―Buenos días, Ness, te traigo tu vestido y tu corona de flores ―me anunció


con una sonrisa.

La mía ya no me entraba en la cara.

―Pasa. ―Le cogí de la muñeca y la llevé hacia dentro con presteza.

En un abrir y cerrar de ojos, todas mis tías, mi madre y mi abuela estaban


revoloteando a nuestro alrededor.

―¡Vamos arriba para que te lo pruebes! ―clamó Alice, ahora tirando ella de
mí.

―Esto es como abrir la caja de Pandora ―se rio Emmett, que se sentó al
lado de mi padre.

―Sí, imposible de parar ―siguió Jasper, haciéndolo en la butaca de al lado.

Ambos se rieron.

No sé cómo fui capaz de subir las escaleras sin caerme, ya que las tenía
pegadas a mí como lapas. Menos mal que mis tías de Denali habían salido de
caza junto a Teresa y el resto de su aquelarre. Mercedes observaba la escena
desde uno de los sillones con una sonrisa tímida.
Entramos todas en mi cuarto y, cuando Sarah y yo nos dimos cuenta, mamá,
mis tías y Esme estaban sentadas en la cama, esperando.

―Venga, ¿a qué esperas? ―azuzó Rosalie―. Tengo que ver cómo es para ir
pensando en el peinado que te voy a hacer.

―Voy a llevar el pelo suelto ―le adelanté ya, por si acaso.

―Alguna orquilla para despejar tu cara te quedaría mejor ―afirmó ella.

―Bueno, ya veremos ―respondí.

Sarah posó la funda en la cama, un neceser con material de costura, y abrió la


cremallera de lo primero.

―Espero que te guste ―me dijo, sacando el vestido con cuidado.

Cuando lo extendió sobre la colcha, mi rostro se iluminó como si el sol


estuviese enfocándome con uno de sus rayos.

―¡Es precioso! ―exclamó Alice con entusiasmo, levantándose de un salto


para verlo mejor.

16

Mi amiga quileute lo cogió y lo alzó para que lo viese mejor.

―¡Sí, es precioso! ―alabé, emocionada. Y nerviosa. Tener mi vestido ahí,


me hacía recordar lo cerca que estaba mi sueño. Solamente faltaban unas
horas―. ¡Te ha quedado genial, Sarah, muchas gracias! ―reí, abrazándole.

―Cuidado, el vestido ―me paró entre risas.

―Oh, sí, perdón ―murmuré, ruborizada, apartándome de ella―. No sé cómo


hacer para pagártelo, en serio, ni para pagarte todo el tiempo y el esfuerzo
que le has dedicado, creo que no serviría ni todo el dinero del mundo.

―No tienes que pagarme nada, tu vestido y el traje de Jake es mi regalo de


boda ―afirmó, sonriente.

―No puedo aceptarlo, Sarah, es demasiado…

―Para mí es un honor haber hecho los trajes de novios del Gran Lobo y su
esposa ―me cortó con un poso de respetabilidad.

Sabía que era así y que jamás aceptaría que se lo pagase. Y yo debía aceptar
el regalo para no ofenderla.

―Está bien. Muchas gracias, Sarah, de verdad ―sonreí, y le di un beso en la


mejilla.

Ella sonrió, complacida y orgullosa.

―Venga, ¿a qué esperas? Pruébatelo ―me apremió mamá, riéndose.

―Sí, sí ―asentí, comenzando a quitarme la ropa.

Todas esperaron expectantes a que terminara y me pusiera el vestido, hasta


que, por fin, Sarah acabó de abrocharme toda esa fila de botones de la
espalda.

Se hizo un momento de silencio en el que las cinco se quedaron absortas,


mirándome.

―Bueno, ¿cómo estoy? ―inquirí, ya que no decían nada.

―Estás maravillosa ―sonrió Esme, algo emocionada.

―Estás realmente preciosa, cielo ―siguió mamá, también con chiribitas en


los ojos.

―Te queda como un guante ―declaró Alice.

―Preciosa ―afirmó Rosalie, sumándose a la emoción de las demás.

―Traía el neceser, por si tenía que hacerte algún ajuste de última hora, pero
ya veo que te queda perfecto ―manifestó Sarah, analizando cada parte del
vestido con satisfacción.

―Mírate en el espejo ―sugirió mi madre, levantándose para acompañarme


al vestidor.

Entramos, encendimos la luz y me plantó delante del espejo.

Una vez más, mi rostro se iluminó.

La parte de arriba era la misma, ese corsé hecho con esa tupida tela de seda
blanca que dejaba mis hombros desnudos y que llegaba hasta mis caderas.
Seguía estando revestida en su parte superior de esas grandes flores de seda
vaporosa y en la parte izquierda delantera de la cadera continuaba llevando
esas dos flores que eran semejantes a las del corpiño, solo que más pequeñas.

El cambio venía en la falda.

Ahora era una falda ligera y más estrecha que llegaba hasta los tobillos, hecha
de una vaporosa seda que tenía más movimiento y caía libre desde mis
caderas, ciñéndose más a mi cuerpo.

En definitiva, se parecía bastante al anterior, solo que la falda ya no tenía


volantes ni hacía esa forma de “A”, sino que era más suelta y ligera.

―Es precioso ―repetí, mirándolo sonriente.

―Bueno, pues hala, ya está ―irrumpió Sarah, entrando en el vestidor con


precipitación―.

Quítatelo ya, que da mala suerte probárselo mucho tiempo antes de la boda.

―Vale, vale ―me reí.

Salí del vestidor, acompañada de mi madre.

―En fin ―suspiró Alice―, ya te hemos visto el vestido, así que te dejamos a
solas para que te vuelvas a cambiar.
―Id bajando vosotras, yo voy ahora ―le dijo mamá.

―Por supuesto ―aceptó Esme.

Sarah cogió su neceser y salió con el resto, cerrando la puerta a sus espaldas.

―¿Qué pasa? ―quise saber, algo extrañada, aunque ya intuía que me iba a
dar uno de esos discursos que dan las madres antes de una boda.

―Quería darte una cosa ―declaró para mi sorpresa, porque eso sí que no me
lo esperaba.

―¿Una cosa?

Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una pequeña bolsita de


tela violeta que iba cerrada en la parte superior por medio de una cinta. Cogió
mi mano, poniendo mi palma hacia 17

arriba, y dejó su regalo encima.

―Mamá, no tenías por qué haberte molestado.

―Oh, sí, claro que sí ―sonrió―. No se casa tu única hija todos los días. Y,
además, con una de las personas que más quiero del mundo, como es Jacob.
Así que, venga, ábrelo.

―Vale ―sonreí yo también.

Tiré de uno de los extremos de la cinta, le di la vuelta a la bolsita y dejé caer


su tintineante contenido en la palma de mi mano.

Era una tobillera de oro blanco. De los eslabones de la cadena, colgaban una
serie de figuritas talladas artesanalmente, también del mismo material, que se
distribuían a lo largo de la tobillera.

―Son lobos ―murmuré, gratamente sorprendida.

―Sí. Mira la inscripción. ―Y me señaló el final de la cadena, donde uno de


los eslabones no era hueco.

Lo cogí con mis dedos y le di la vuelta para poder leerlo.

Más que mi propia vida, rezaba con unas letras diminutas.

―Mamá… ―susurré, emocionada.

―Me gustaría que la llevases hoy ―murmuró, acariciando mi mejilla con


dulzura.

―Claro que sí. ―Y me abalancé a ella para abrazarla―. Gracias. Te quiero,


mamá.

―¿Te gusta de verdad? ―me preguntó, separándome por los hombros para
mirarme.

―Me encanta ―asentí, secándome las lágrimas.

―Me alegro ―sonrió.

Se hizo un silencio en el que aproveché para mirar la tobillera un poco más.

―Siento que papá y tú no podáis ser los padrinos ―lamenté, alzando la vista
para observarla a ella con pesar―. No pensábamos que esa tradición de bailar
con los padrinos fuera tan importante.

Pero lo era. Y Jacob no había podido convencer al Viejo y testarudo Quil


para que pasara por alto eso. Mis padres podrían bailar perfectamente con los
lobos y sus parejas, ya sabían que eran vampiros, pero con el resto de
quileutes que desconocían todo este mundo no podrían. A ver cómo se les
explicaba que eran congelados al tacto, y no iban a llevar guantes en pleno
junio, además, ni siquiera unos guantes servirían para disimular el frío de sus
manos y sus brazos. El Viejo Quil era un hombre de costumbres arraigadas,
así que no nos quedaba más remedio que acatar la tradición.

El año pasado no le habíamos dicho nada, menos mal que esta vez a Jake le
dio por preguntárselo, si no, hubiéramos llegado al altar y hubiésemos tenido
que cambiar los padrinos de sopetón e improviso; seguro que eso es lo que
nos hubiera pasado el año anterior.

―No importa, después de todo lo que ha pasado esto es una tontería.


Nosotros estamos muy felices por ti, igualmente ―aseguró con una sonrisa
orgullosa, metiéndome el pelo detrás de mi oreja―. Además, me gusta que lo
vayan a ser Seth y Brenda, sobre todo por Seth, claro, a Brenda la conozco
menos.

―Sí, creo que lo harán bien ―reí.

Habíamos escogido a Seth y Brenda como los padrinos de boda. Quil y


Embry eran los mejores amigos de Jake, sin embargo, Claire aún era una
niña, y Embry no tenía pareja. No era obligatorio que los padrinos fuesen
pareja, por supuesto, nosotros mismos habíamos sido los padrinos de Rachel
y Paul, y en aquel entonces no éramos novios, pero también estaba Seth en
una de nuestras opciones, y su pareja daba la casualidad que era una de mis
mejores amigas, así que nos decantamos por ellos. Además, Seth siempre
había sentido debilidad por Jake, y había sido el primero en formar manada
con él cuando Jacob se marchó en solitario.

Al principio, Brenda iba a ser una de mis damas de honor, pero como ahora
iba a ser la madrina, metí en su puesto a la pequeña Claire, a la que le hacía
muchísima ilusión. Sarah también había tenido que arreglar el vestido de
dama de honor de Brenda, para adaptárselo a Claire. Desde luego esa mujer
se merecía un premio.

―En fin, ahora sí, me voy abajo con tu padre. ―Y empezó a caminar hacia
la puerta.

―Sí, y yo me quitaré esto antes de que caiga un maleficio sobre mí o algo, ya


he tenido bastante con todos aquellos hechizos ―bromeé―. Ah, ¿me
desabrochas los botones? ―le pedí antes de que saliese.

―Claro. ―Se acercó a mí y desabotonó mi espalda con gran agilidad―. Ya


está.
―Gracias. ―Le di un beso en la mejilla.

―Te veo abajo ―repitió, ahora sí, saliendo de la habitación después de que
yo asintiese.

Mamá cerró la puerta y yo me quedé observando la tobillera un buen rato


antes de quitarme el vestido, fijándome en los detalles con más calma. Más
que mi propia vida, volví a leer. Y sonreí.

18

La mañana pasó más bien despacio. Entre lo nerviosa que estaba, y lo que
echaba de menos a Jake, no veía el momento de que llegase la tarde.

Pero llegó.

El cuarto de baño se había convertido en un salón de belleza. Mientras Alice


me maquillaba, Rosalie se dedicaba a darme tirones supersónicos en el pelo.
Mamá me estaba haciendo la manicura a la francesa y Esme se dedicaba a
traerme tilas de vez en cuando.

Sí, estaba hecha un flan. En ese momento estaba sentada, pero temía
levantarme y que mis piernas cedieran. Estaba tan nerviosa, tan ansiosa de
que llegase el momento…

Después de toda esa sesión, mis tías y mi madre me obligaron a vestirme sin
dejar que me mirase en el espejo.

Esme ya tenía mi vestido preparado en mi habitación, así que fue llegar y


cambiarme. Mi madre abrochó toda esa retahíla de botones y Alice me puso
delante unos bonitos zapatos de tacón, no muy altos, de color blanco para el
trayecto, ya que en la playa iba a tener que quitármelos.

Mientras me calzaba, mamá me puso la tobillera y Rose abrió la caja redonda


de cartón, donde se encontraba la corona de flores. Mi tía la sacó y se acercó
a mí.
La corona de flores estaba construida a base de unas preciosas orquídeas y
campanillas blancas, estas se unían entre sí por medio de unos verdes tallos
que también estaban llenos de unas pequeñas flores níveas, confiriéndole a
toda la corona un aspecto armonioso, compacto y homogéneo.

―Trae, yo se la pondré ―se ofreció mi madre, cogiéndola.

La llevó sobre mi cabeza y la colocó con cuidado, enganchándola bien para


que no se moviera.

Cuando terminaron, las cuatro se quedaron observándome maravilladas y


emocionadas. Si no hubieran sido vampiros, se habrían puesto a llorar.

―Estás maravillosa ―alabó mamá con ojos vidriosos―. Jacob tiene razón,
pareces un ángel.

―Toma, el ramo ―me dio Rosalie.

Cogí ese ramo también hecho de orquídeas y campanillas blancas que hacía
juego con mi corona.

―Ahora ya puedes mirarte ―me anunció Alice, haciendo rodar un enorme y


alargado espejo con ruedas que seguramente solo había comprado para esta
ocasión.

Lo colocó justo frente a mí y por fin pude mirarme.

Tengo que reconocer que yo misma me quedé anonadada. Sí, por qué no
decirlo, estaba muy guapa, preciosa, como diría Jake.

Rosalie había despejado mi cara sujetando los mechones laterales de mi pelo


hacia atrás con unas horquillas que no se veían y que tampoco lo dejaban
tirante, sino que simplemente lo amarraban de una forma casi ocasional, eso
hacía que mi pecho y mis hombros se vieran mucho más, dándole también
protagonismo a la parte superior de mi vestido. Mi cabello caía con una
cascada de rizos sobre mi espalda, sueltos, naturales, vivos, y la corona de
flores se adaptaba perfectamente a ese peinado, formando parte del mismo.
Mi maquillaje era muy suave y natural, sutil. El rosa claro de los párpados le
confería más luminosidad a mis ojos, llevaba el toque justo de rimel y una
fina línea negra perfilaba mis pestañas. Alice había preferido no pintarme
mucho los labios, según ella, para no recargarme, tan solo les había puesto un
ligero toque de carmín prácticamente del mismo color de mis labios.

Todo era armonioso y sencillo en el conjunto, justo lo que yo había buscado.

―Estoy preciosa ―reconocí, boquiabierta.

―Bueno, pues, venga ―me azuzó mamá, empujándome hacia la puerta―.


Tu padre ya te está esperando abajo para marcharos.

―Sí. ―De repente, mis nervios subieron hasta el infinito de nuevo.

No sé ni cómo fui capaz de bajar esas escaleras, porque mis pies no


obedecían muy bien a mi cerebro. Cuando llegué abajo, mis tíos, Carlisle y
mi padre, que eran los únicos que se encontraban aquí, puesto que el resto ya
estaba en La Push, exclamaron impresionados.

―Guau, nunca he visto una novia más bonita ―aclamó Emmett.

―Desde luego. Está muy, muy hermosa ―coincidió Carlisle, sonriendo con
orgullo.

―Está bellísima ―dijo Jasper.

―Estás maravillosa, impresionante ―sonrió papá, emocionado, dándome un


beso en la mejilla cuando llegué a su lado.

Todos los vampiros que acudían a la boda, incluida mi familia, también iban
maquillados con 19

una base opaca, pero muy suave, cuya misión solamente consistía en mitigar
todo lo posible los destellos de su piel con el sol. Apenas se les notaba, pues
Alice había utilizado el color más claro que había encontrado en el mercado,
aunque, aun así, su piel de verdad seguía siendo más nívea.
Los rayos iban a ser débiles, puesto que la ceremonia era al anochecer, pero
toda precaución era poca.

―Gracias ―sonreí yo también, algo ruborizada por las miradas y los


comentarios de todos.

―¿Preparada para casarte con Jacob Black? ―me preguntó, sonriente,


ofreciéndome su brazo.

―Llevo preparada toda la vida ―reconocí con una sonrisa, enganchándome


a él.

Emmett se frotó las manos con emoción y todos comenzamos a caminar


hacia la puerta de la casa.

Hoy tenía licencia, así que mi padre aparcó cerca del tramo final de la media
luna de la playa.

Nos bajamos de su Volkswagen marrón metálico, que estaba adornado para


la ocasión, me agarré a su brazo derecho y comenzamos a caminar hacia la
playa de First Beach.

Mi padre estaba especialmente callado, pero creo que no me decía nada


porque sabía que yo no le iba a escuchar. Estaba demasiado nerviosa, ya
observando a esa muchedumbre que se veía entre los árboles y que ya estaba
esperando mi aparición.

El cielo era de color anaranjado, solo unas dispersas nubes salpicaban el


firmamento de pinceladas blancas y rosadas. El astro rey parecía estar
suspendido sobre el horizonte de ese chispeante y brillante océano, también
esperando mi llegada para comenzar a sumergirse. Hoy el sol parecía más
grande que nunca. Los escarpados acantilados parecían estar encendidos en
las zonas donde la sombra no podía llegar, casi parecían enormes bloques
volcánicos debido al azafranado tan intenso con que la luz solar del
anochecer los bañaba.

Las altas y rojas llamas de la pira también sobresalían de entre los árboles,
podía notar su calor desde nuestra posición, y verla me ponía más ansiosa,
porque justo ahí es donde me esperaba Jacob.

Llegamos al borde de la playa y papá me ayudó a descalzarme. Conseguí


poner un pie sobre la arena y después el otro, y así fuimos avanzando poco a
poco hasta llegar al fondo de ese ancho pasillo de gentío, donde nos
quedamos quietos.

Entonces, por fin vi a Jacob.

El corazón no podía latirme más deprisa, casi se me salía del pecho, y las
mariposas iniciaron ese revolucionado vuelo, incitándome a acercarme a él.
No pude evitar que se me escapase un suave jadeo, de la impresión. Estaba
guapísimo, perfecto, más que eso. Dios mío, ni siquiera podía describirle.

Estaba nervioso, se balanceaba levemente, oscilando el peso de su cuerpo de


una pierna a otra mientras sus manos no sabían dónde colocarse. Como
marcaba la tradición quileute, también iba de blanco, pues era símbolo de
castidad y fidelidad absoluta, y aquí no solo las mujeres tenían que cumplir
eso, aunque ya se sabe que, hoy en día, lo primero casi nadie lo cumplía.
Vestía una elegante pero informal camisa de lino de manga larga, de color
hueso, que hacía juego con unos pantalones del mismo estilo y tonalidad y
que hacía resaltar su preciosa piel cobriza. La camisa caía sobre los
pantalones, libre, suelta, así como estos, que lo hacían sobre sus pies
descalzos.

Noté cómo mi cara reflejaba el encantamiento al que fue sometida con esa
espectacular imagen.

Las fuertes llamas de la hoguera lo hacían todo más mágico. El sol todavía se
sostenía en el horizonte y sus rayos se reflejaban en el blanco de su ropa,
haciendo que su hermoso rostro contrastara y se iluminara más. Me obligué a
respirar para no ahogarme.

Pero mi corazón pasó a latir a trompicones cuando él también me vio,


quedándose paralizado al momento. Pude escuchar cómo se quedaba sin
respiración por un instante, aunque su ritmo cardíaco enseguida se aceleró, y
sus ojos me repasaron entera para, después, clavarse en los míos,
maravillados, totalmente deslumbrados. El ramo de flores no se me cayó al
suelo de puro milagro.

Por un momento nos quedamos inmóviles, hipnotizados el uno por el otro,


sonriéndonos atontados. La energía ya empezó a fluir incluso desde esa
distancia, mágica, increíble, cálida, giraba y giraba a nuestro alrededor,
sumiéndonos aún más en ese estado de deslumbramiento mutuo.

La pequeña orquesta empezó a tocar la marcha nupcial quileute, una sencilla


música tradicional india tocada con instrumentos típicos de viento y
percusión, y de repente, todo el mundo se giró hacia mí.

Me pareció oír que se producía una exclamación popular consistente en un


sonoro y alegre 20

¡Oooooooh!, pero apenas lo percibí.

Mis damas de honor comenzaron a andar por la arena, portando sus pequeñas
cestas. Rachel, Leah, Helen y la pequeña Claire, con sus preciosos vestidos
de gasa azul claro, fueron lanzando los pétalos de rosas de color rojo y rosa
para que yo caminase por esa alfombra que caía sobre la arena.

Mi pulsera vibró suavemente para avisarme, aunque papá tuvo que tirar
levemente de mi brazo para que mis pies reaccionaran y pudiesen comenzar a
caminar, pues seguía embelesada mirando a Jacob.

Mientras caminaba hacia él, mi mano se aferró al brazo de mi padre, ansiosa.

Por fin mi sueño se estaba haciendo realidad, por fin mis pies me llevaban
por esa arena hacia mi destino, yo había nacido para estar con él, y él había
nacido para estar conmigo, nuestras almas habían nacido para moverse como
dos constelaciones unidas e inseparables que bailaban una danza armónica,
como si fuesen una. Caminaba nerviosa pero segura hacia mi mejor amigo,
mi ángel de la guarda, mi alma gemela, mi compañero, el amor de mi vida, el
hombre de mi vida, todo, él lo era todo para mí. Jacob era todo lo que
deseaba, lo único que ansiaba, Jacob era mi sueño, y había esperado tanto
para esto.

Mi padre apoyó su mano sobre la mía para infundirme confianza. La


necesitaba, estaba hecha un flan, porque no veía el momento en que el viejo
Quil pronunciase esas ansiadas palabras, pero todavía me quedaba la
ceremonia por delante.

Ese sueño que había esperado tanto tiempo estaba a punto de hacerse
realidad. Aunque esto no era el final de una meta, no era el final de nuestro
cuento de hadas, era un comienzo, un comienzo nuevo de nuestras vidas. Ese
sueño iba a empezar ahora.

Todo el centro de atención estaba puesto en mí, pero yo apenas noté las
miradas de los invitados, ni siquiera me fijé en mi familia y amigos. Mi único
punto de visión, entre todo aquel revoltijo de pétalos, era Jacob. Era como si
casi estuviésemos a solas, no había nada más alrededor.

Él me observaba llegar completamente deslumbrado, maravillado, y yo me


acercaba a él exactamente con el mismo rostro.

Hasta que mis damas de honor se retiraron hacia atrás, soltando los últimos
pétalos, y por fin llegué a él. Mi padre y yo nos colocamos al lado de Seth,
que creo que me sonrió. Yo solo podía mirar a Jacob.

Sus grandes ojos negros y brillantes, penetrantes y dulces al mismo tiempo,


profundos e intensos, no se despegaron de los míos en ningún instante,
hipnotizándome aún más, atrayéndome hacia él aún más, reclamándome aún
más. No hizo falta palabras, con mirarnos, lo dijimos todo.

Sin embargo, cuando ya me disponía a dejar a mi padre para agarrar la mano


de Jacob, mi progenitor me detuvo, quedándonos frente a él. Fue el único
momento en que Jacob apartó la vista de mí, para mirar a mi padre.

―Sé que aquí no es costumbre, pero me gustaría decir unas palabras. Seré
muy breve ―le dijo al viejo Quil, pidiéndole permiso. Este miró al sol, algo
apurado, pero asintió, así que papá comenzó a hablarle a Jake, que clavó la
vista en él con esa honorabilidad con la que solo saben mirar los indios―. Ya
te lo dije en una ocasión, sin embargo, hoy lo hago públicamente. Aunque
empezamos con muy mal pie en el pasado, ahora te aprecio como a un hijo,
Jacob, ya formas parte de mi familia. ―Los invitados que no estaban al
corriente de que él era mi padre no entendían nada, pero sonrieron ante el
discurso tan emotivo de mi primo―. Amas a mi… a Renesmee ―rectificó a
tiempo―, darías la vida por ella, como ya has demostrado, y eso es lo más
importante para mí. Sé que no habría hombre para ella mejor que tú, que
nadie cuidaría de ella mejor que tú, nadie la amaría de la misma forma en que
tú la amas, y sé que será eternamente, por eso estoy feliz y orgulloso de
entregártela aquí y ahora. Os doy mi bendición.

―Gracias, Edward ―asintió Jacob con la misma mirada―. Te prometo que


siempre cuidaré de ella.

―Gracias, papá ―murmuré yo, muy emocionada, dándole un beso en la


mejilla.

Mi padre asintió también para los dos, aflojó su brazo y me dejó con Jacob.
Se retiró de ese altar de arena y fuego, y se colocó junto a mi madre, que
agarró su mano y me sonrió, visiblemente emocionada. Le correspondí la
sonrisa y la emoción. Fue cuando me fijé en que el resto de mi familia estaba
allí, más nuestros aliados, muy cerca de nosotros, y que también se
encontraban Sue, Charlie y Billy. Estos últimos no podían reprimir una
inundación en sus ojos, aunque ambos consiguieron que las lágrimas no
rebosaran.

Jacob volvió a pegar su vista en la mía y, sin dejar de mirarnos con ese
deslumbramiento, nuestras manos se aferraron automáticamente,
entrelazando los dedos para apretar ese amarre.

21

Las mariposas de mi estómago saltaron con ímpetu, haciéndome cosquillas


sin parar. La energía era electrizante y muy intensa, incluso mi pulsera de
compromiso estaba ansiosa.

El Viejo Quil, que estaba apoyado sobre su bastón de castaño e iba vestido
con su traje tradicional quileute, carraspeó para llamar nuestra atención y
ambos nos obligamos a bajar al planeta Tierra para mirar al frente, aunque las
miradas de reojo se nos escapaban continuamente.

Los chasquidos de la hoguera hacían que las chispas volasen hacia arriba,
cayéndose después, ya como cenizas.

―Queridos hermanos y amigos ―comenzó el anciano Quil Ateara, usando


su tono majestuoso―, estamos reunidos frente a esta hoguera y esta puesta de
sol para unir en matrimonio a Renesmee Cullen y Jacob Black, dos almas
gemelas que caminan juntas, que se aman, dos espíritus que se mueven
unidos para formar un único todo, un vínculo inseparable y único, mágico y
espiritual.

Jake y yo nos miramos y volvimos a apretar nuestro amarre. Se hizo un


brevísimo silencio y el fuego quiso chasquear los leños de la pira para soltar
otra descarga de chispas hacia ese cielo que ya estaba más oscurecido. Ya
fuimos incapaces de despegar los ojos el uno del otro.

―Desde el principio de los tiempos, todos los elementos de la tierra, el aire y


el agua han tenido y tienen un ciclo. El sol ―elevó la voz y señaló a ese
medio círculo que quedaba con la mano― es testigo y símbolo de que se
cierra uno para dar comienzo a otro más hermoso y prodigioso, como es el
formar un vínculo inseparable y una familia, pero también más importante y
trascendental, puesto que una nueva era llena de amor y paz también
comienza ahora. Nuestros ancestros lo saben, y así lo han querido.

»Si hay alguien que, delante del fuego y de los espíritus, quiera oponerse a
esta unión, que hable ahora o que su boca sea sellada hasta el fin de los
tiempos.

Jacob apretó aún más mi mano y miró de reojo hacia atrás con una mirada un
tanto amenazadora. Pero nadie dijo nada, así que sus ojos regresaron a los
míos.

El Viejo Quil siguió con su discurso nupcial, pero yo apenas le presté


atención.
La casi noche hacía que el romántico fuego se reflejara en su hermoso rostro
y en sus preciosos ojos negros, que estaban clavados en los míos,
enganchándome a cada segundo. Ya me estaban besando con pasión. Otra
vez esas luciérnagas de fuego bailaban a nuestro alrededor, danzaban junto
con la extraordinaria energía que emergía de nosotros.

Entonces, algo llamó nuestra atención en la alocución del anciano Quil


Ateara y ambos volvimos la vista al frente de nuevo.

―Los anillos, pequeña ―le pidió a Claire, haciéndole un gesto con los dedos
para que se acercase.

La niña se acercó, sonriente, pasando por delante de su también sonriente y


orgulloso imprimado, y entró en la zona del altar. Me ofreció a mi primero
una pequeña bandeja de mimbre, donde reposaban las dos sencillas alianzas
de oro. Cogí el aro más grande y esperé. Claire se fue hacia Jacob y él cogió
la mía.

―Podéis proceder a los votos y al intercambio de anillos ―nos instó el


anciano Quil Ateara.

Me giré hacia él, separando nuestras manos para tomar la suya izquierda y
alzarla.

Mis ojos ya estaban clavados en los suyos, pero los hundí más, si cabe, y
pronuncié las palabras lentamente.

―Yo, Renesmee Carlie Cullen, me entrego a ti, Jacob Black, para ser tu
esposa, y prometo amarte, serte fiel y respetarte en lo bueno y en lo malo, en
la salud y en la enfermedad, durante el resto de mis días y en la eternidad del
más allá ―juré con la voz entrecortada de la emoción, aunque con confianza
y determinación.

Deslicé el anillo por su dedo anular y se lo puse.

Los dos alzamos la vista y sonreímos.


Jake cogió mi mano izquierda y la levantó.

―Yo, Jacob Black, me entrego a ti, Renesmee Carlie Cullen, para ser tu
esposo, y prometo amarte, serte fiel y respetarte en lo bueno y en lo malo, en
la salud y en la enfermedad, durante el resto de mis días y en la eternidad del
más allá ―juró él sin ningún titubeo ni duda, enganchándome con esos
ojazos negros.

La alianza dorada entró perfectamente por mi dedo cuando él me la puso,


parecía que este estuviera hecho para llevarla.

―Por el poder que me otorgan los espíritus, yo os declaro marido y mujer.


Puedes…

Antes de que el Viejo Quil terminara su frase, Jacob y yo nos abalanzamos el


uno al otro para 22

besarnos con auténtica pasión y felicidad. El ramo se me cayó a la arena


cuando arrojé mis manos a sus hombros y a su pelo para acercarle más a mí y
las suyas me apretaron contra su cuerpo, mientras ya dejábamos descargar las
lágrimas contenidas durante la ceremonia.

Noté cómo la pulsera vibraba suavemente, casi parecía que suspiraba,


tranquila, pues ya había cumplido su principal cometido.

Los integrantes de la manada corearon unos aullidos entre aplausos y risas,


uniéndose al resto de invitados, que también aplaudían con entusiasmo y
silbaban por nuestro efusivo e interminable beso.

Sí, hoy era el día más feliz de mi vida, por fin, por fin mi sueño se había
cumplido, por fin era la joven señora Black.

23

Celebración

El Viejo Quil terminó dando unos toques con su bastón sobre la espalda de
Jake para avisarnos.

―Bueno, bueno, ya está, ¿no? ―protestó, aunque riéndose.

―¡Estos dos ya han empezado la noche de boda! ―se burló Emmett, todavía
desde su puesto entre los invitados, que se rieron de la broma.

Jake y yo tuvimos que obligarnos a despegar nuestros labios y tomamos una


buena bocanada de aire para recuperarnos de todas las emociones y
sensaciones que sentíamos.

―Te quiero ―susurró, aún con su ardiente frente pegada a la mía.

―Te quiero ―murmuré.

―No te lo he podido decir antes, pero estás impresionante, nena, pareces


salida de un sueño.

―Tú también estás guapísimo, todo un Rey de los Lobos.

Nos sonreímos, nos dimos un beso corto y nos separamos, entrelazando


nuestros dedos de nuevo.

―Venga, ya te están esperando para el lanzamiento del ramo ―me anunció


el anciano Quil Ateara, señalando a mis espaldas.

Seth me pasó el ramo con una enorme sonrisa.

Ni siquiera me había dado cuenta de que ya habían encendido los farolillos


que se distribuían sobre nosotros y todos los invitados. Me giré y vi a toda la
masa de chicas solteras detrás de mí, medio peleándose por mi cotizado
ramo. Volví a girarme, con una risilla, y lancé las flores hacia atrás.

Se escucharon unos gritos y una exclamación, y cuando me volví, Leah


levantaba el ramo, triunfal, mientras los chicos ya le daban empujones a
Simon en broma, el cual sonreía.

―¡Ya era hora, Leah! ―se mofó Jared.


Esta le dedicó una mirada de odio que hizo que a él se le borrase la sonrisa de
la cara al instante.

―Enhorabuena, chicos ―nos felicitó Seth, dándonos un abrazo, a mí con


beso y a Jacob con palmada en la espalda.

―Gracias ―contestamos los dos a la vez.

Brenda se acercó a los dos para hacer lo mismo, aunque a mí me dio un


efusivo abrazo en el que también se unieron Helen, Jennifer y Alison, que
estaban muy emocionadas.

Quién iba a decir, hace un tiempo, que Brenda terminaría siendo la madrina
de nuestra boda.

Y de repente, Jake y yo nos vimos envueltos por un montón de gente,


metamorfos y vampiros que nos abrazaban y nos besaban para darnos la
enhorabuena, incluidos mis propios padres.

Después de ese buen rato, de firmar junto con Seth y Brenda todo lo que
tuvimos que firmar, y de dejar que todo el mundo nos hiciese fotos
―también Kate, que se convirtió en nuestra fotógrafa oficial y nos estuvo
sacando fotos por la playa para el álbum―, nos dirigimos a la carpa para
comenzar el banquete.

La mesa era rectangular y presidía ese comedor improvisado de lona blanca.


Jacob y yo nos sentamos juntos, por supuesto, en el centro, Brenda se sentó al
lado de él, junto a mis padres, y Seth se sentó al mío, junto a Billy y Charlie,
que en este caso estaba en la mesa representando a Jake, puesto que siempre
habían sido como familia.

El menú, hecho por Sue como cocinera principal, junto con Emily, Jemima,
Kim y Martha como ayudantes de cocina, consistía en salmón, marisco y
diferentes tipos de pescados y carnes, y estaba buenísimo. Los platos que
servían Eve, Ruth y Sarah, a la cual no hacían más que felicitar por mi
vestido y el traje de Jake, y un grupo más de los componentes de la manada,
desfilaban sin descanso entre las mesas de los invitados, ya que había gente
que repetía, bueno, más bien los metamorfos.

No fue así con mi familia de vampiros, el aquelarre de Denali, Ezequiel,


Teresa, Louis y Monique. La única que comió en ese grupo de mesas fue
Mercedes. Los ocasionales camareros les ponían los platos sobre la mesa
intercaladamente para disimular, pero después venía otro y se los 24

iba quitando de la misma forma.

Justo en la mesa de enfrente teníamos a Rachel y Paul, y a Rebecca, su


marido surfista y sus tres críos ―ahora también mis sobrinos―, a los cuales
ya me habían presentado, por supuesto, y que estaban montando una
revolución enorme al no parar quietos, aunque no eran los únicos. Paul no
hacía más que hacerle bromas a Jake desde su mesa, para hacerle de rabiar.

Uno de los momentos más emotivos fue cuando Billy dio unos golpes en su
vaso con el tenedor y pronunció un discurso en el que yo terminé llorando y
Jake abrazando a su padre, emocionado.

Después de cortar la tarta y de recibir los regalos, excepto los de mis padres,
mi familia de Denali y los vampiros franceses, que insistían en que nos los
darían más adelante, llegó el momento de la fiesta.

―¡Venga, venga, tenéis que abrir el baile! ―nos azuzó Rachel, tomándonos
de las manos para que nos levantásemos.

―Vale, vale, ya vamos ―rio Jake.

Me cogió de la mano y nos encaminamos hacia la salida de la carpa entre los


aplausos y el griterío de la gente. Todos los invitados, incluida toda mi
familia y amigos, vinieron tras nosotros hasta la hoguera e hicieron un
corrillo a nuestro alrededor, dejándonos en el centro, frente al fuego.

Emmett se juntó a los chicos de la manada para aullarnos y silbarnos.

―Qué vergüenza ―cuchicheé, riéndome, mientras rodeaba su cuello con mis


brazos y me arrimaba a él para bailar―. Espero que no sea una canción muy
cursi.

―Tú haz como que no estuviesen ―me bisbiseó al oído, poniéndome todo el
vello de punta.

Y entonces, cuando volvió el rostro hacia mí, me clavó esos ojazos negros y
amarró mi cintura para pegarme a él, la gente desapareció.

La pequeña orquesta comenzó a tocar, esta vez con instrumentos modernos, y


nuestros pies empezaron a moverse, siguiendo su ritmo. Me pareció oír unos
aplausos y unos suaves rumores.

Mientras bailábamos con un suave balanceo, nuestras frentes se encontraron.


Las mariposas de mi estómago saltaron para revolotear con ímpetu, porque
habíamos nacido para estar de este modo, habíamos nacido para estar juntos.
La energía comenzó a fluir a nuestro alrededor, danzando con nosotros.

―¿Lo ves? No hay nadie alrededor ―murmuró, enganchándome con esos


ojos en los que se reflejaban las llamas de la pira.

Me quedé anonadada por un instante y tuve que obligarme a reaccionar para


contestar.

―Sí, solo estamos tú y yo ―afirmé con un susurro, que era lo único que me
salía.

―¿Te he dicho que estás más que impresionante? ―susurró.

―Sí ―sonreí, acariciando su frente con la mía.

―¿Y que estás preciosa con esa corona de flores?

―Eso no ―volví a sonreír.

―Pues te lo digo ahora, estás preciosa con esa corona de flores ―reiteró con
otro murmullo, acercando sus labios a los míos―. Digna de una diosa.

Me estremecí al notar su abrasador aliento y mi boca dejó escapar un suave


jadeo. Había sido un año demasiado largo.

Mi mano abandonó su cuello para posarse sobre su mejilla y le mostré lo


inmensamente feliz que era y lo mucho, lo infinitamente y alocadamente que
le amaba. Jacob también jadeó por la intensidad de mi pensamiento y sus
manos me pegaron más a él, cosa que volvió a estremecerme.

―Ojalá yo pudiese hacer eso para que vieras que siento exactamente lo
mismo ―susurró, dándome un par de besos cortos, pero intensos, que yo
correspondí más que gustosamente.

Se me puso todo el vello de punta, estaba en el Cielo y no quería bajar,


nunca. Mi estómago estaba a punto de explotar, debido al intenso cosquilleo.
Nuestros pies ya ni siquiera seguían el ritmo de la música.

―No me hace falta, sé que es así ―sonreí.

―Dime que no estoy soñando ―susurró de nuevo―, dime que este último
año solo ha sido una pesadilla y que esto es real.

Todo mi ser se estremecía con sus susurros.

―No estás soñando, por fin somos marido y mujer.

―Dímelo otra vez, nena ―imploró con otro murmullo en mi boca―, dime
que por fin eres mi mujer.

Mi estómago no explotaba de milagro, las mariposas estaban a punto de salir


volando como cohetes.

25

―Por fin soy tu esposa ―susurré, llevando la mano que tenía sobre su
mejilla a su nuca mientras ya hiperventilaba―, soy la señora Black.

Nuestros labios se encontraron para besarse con efusividad, y me di cuenta de


que llevábamos sin movernos un rato.
No me percaté de que seguíamos en esa pista de arena y de que la canción ya
había terminado hasta que no se me metió un alto silbido por el oído.

―¡La noche de boda toca después! ―se carcajeó Emmett, coreado por los
integrantes de la manada.

Los dos nos vimos obligados a romper esa energía mágica y a interrumpir
nuestro beso, y nos despegamos. Cuando me fijé en la gente, toda la sangre se
me subió a la cabeza. Nos miraban completamente atontados, con unas
sonrisas bobaliconas en sus semblantes, incluso mi familia vampírica. Bueno,
excepto Em y los metamorfos, que tenían una sonrisa pícara de oreja a oreja.

La orquesta comenzó otra canción y los invitados invadieron la pista de


arena.

―¿Me lo prestas un momento? ―me pidió Rebecca, alzando las manos hacia
su hermano.

Jacob y yo nos miramos y nos sonreímos.

―Claro ―acepté, sonriendo, dejándole libre.

―Ahora es mi turno ―declaró mi padre, también ofreciéndome sus manos.

Me acerqué a él con una sonrisa y comenzamos a bailar.

―Estás realmente radiante, y la ceremonia ha sido preciosa ―afirmó,


sonriéndome.

―Gracias, primo ―bromeé con otra sonrisa.

La suya se amplió, aunque enseguida la cambió para adoptar otra expresión.

―Estoy muy orgulloso, y me siento muy feliz por ti ―murmuró, mirándome


con esos ojos dorados que casi lloraban de la emoción.

―Papá, vas a hacerme llorar ―le advertí con la voz entrecortada.


―Oh, sí, perdona, ya no digo más ―sonrió.

Le correspondí la sonrisa y seguimos bailando.

La canción terminó y Jake cambió de pareja cuando su otra hermana le cogió


por las manos para bailar. Mi padre me dio un beso en la mejilla y me dejó
libre.

―Genial, porque así bailo yo contigo ―afirmó Shubael, ya cogiéndome por


la mano y la cintura.

El metamorfo comenzó a danzar conmigo, dándome vueltas sin parar,


topándonos en el camino con Seth, que ya estaba bailando con otra de las
chicas solteras de la tribu, con Embry, que lo hacía con Brenda, y con Jacob,
que, por supuesto, estaba bailando con Rachel.

―Estás preciosa, Nessie ―me halagó Shubael.

―Gracias ―asentí, un poco ruborizada.

―Creo que el matrimonio te sienta muy bien.

―¿Tú crees? ―sonreí―. Pero si me acabo de casar.

―Ya, pero te sienta muy bien, de veras ―aseguró.

―Sí, yo también lo creo ―coincidí, mirando a Jake con una enorme sonrisa.

Pero él y Rachel se habían detenido y estaban mirando algo con las cejas
levantadas, incrédulas.

De pronto, mi espalda chocó con alguien y me giré para pedir disculpas.


Entonces, me quedé estupefacta.

Era Embry, se había parado, junto con Brenda, a la cual no le había quedado
más remedio que detenerse también, y estaba mirando algo como un ciego
que ve el sol por vez primera.
Los ojos se me abrieron como platos cuando vi que era Mercedes y yo misma
me detuve.

―¿Qué pasa? ―preguntó mi compañero de baile, extrañado. Pero enseguida


lo vio―. ¡No, otro no! ―protestó.

Mercedes le sonrió con timidez, eso fue la puerta para que Embry reaccionase
de una vez, soltase a Brenda y se acercase a ella.

Sin cortarse un pelo, sin mediar palabra y sin apartar la vista de ella, se la
quitó a Jasper, cogiéndola de la mano, y la acercó a él para bailar.

―¿Qué le pasa a este? ―inquirió Jazz, alucinado.

―Nada, que se acaba de imprimar ―escuché que le cuchicheaba Emmett al


oído con una voz casi imperceptible.

Mercedes se aproximó a él, mirándole embelesada, y se pusieron a bailar. Por


supuesto, Embry era todo lo que había buscado en un chico, era su alma
gemela.

―¡Qué rollo! ―resopló Shubael, iniciando nuestro baile de nuevo.

Rollo no era la palabra. El vocablo era problema. Porque Mercedes y Teresa


por fin se habían 26

reencontrado, y lo más seguro es que no se quedasen aquí, puesto que tenían


pensado marcharse con Ezequiel, que había hecho muy buenas migas con
Teresa.

―¿Cómo te llamas? ―le preguntó Embry a Mercedes, observándola


maravillado.

―Mercedes ―respondió ella con las mejillas ruborizadas, aunque tampoco


apartaba la vista de él.

―Mercedes… ―repitió él, deslumbrado.


―¿Y tú? ―interrogó ella.

El quileute tardó un par de segundos en contestar.

―Ah, me llamo Embry ―reaccionó finalmente―. Embry Call.

―Embry. Es un nombre un poco raro ―dijo con una risilla. Para mi


asombro, ya que no le gustaba nada que se metieran con su nombre, él se
quedó más embobado todavía, sonriéndole―.

Pero me gusta ―siguió Mercedes con otra sonrisa tímida.

Y la de Embry se amplió aún más.

Miré a Jake, mordiéndome el labio. Una sola mirada fue suficiente.

―Cambio de pareja ―dijo.

Y con una vuelta un tanto torpe, Rachel pasó a los brazos de Shubael y yo a
los de Jake.

―Es increíble ―rio―, resulta que ayer, en la despedida, Embry se pasó todo
el tiempo merodeando por la discoteca con Isaac y Shubael para buscar
chicas, y resulta que tenía a la de sus sueños delante de las napias y no la vio,
hay que ser idiota.

―¿Y qué vamos a hacer? ―le pregunté, preocupada.

―¿Que vamos a hacer? ―repitió sin comprender.

―Jake, Mercedes se marchará con su madre y con Ezequiel en cuanto pase la


boda ―le revelé―, y Embry se quedará destrozado.

―Pues yo creo que Mercedes, Teresa y Ezequiel se quedarán por Forks una
buena temporada ―afirmó con una sonrisa, señalándome a Embry y
Mercedes con la cabeza.

Giré el rostro hacia allí y mis ojos volvieron a abrirse, alucinados.


La nueva pareja bailaba muy acaramelada, y ya mantenía una conversación
entre sonrisitas bobaliconas.

―Pero, ¿tan… rápido? ―No me lo podía creer.

―Esta cae antes de que termine la fiesta ―se rio con satisfacción,
guiñándole el ojo a Quil, que exhibía su dedo pulgar en señal de victoria.

―Sois incorregibles ―le regañé, aunque no pude evitar que mi labio se


curvase hacia arriba.

―No, somos irresistibles ―me corrigió con esa sonrisa torcida que me
volvía loca―. Verás, por aquí estos flechazos con los imprimados son
bastante habituales, ¿sabes?, así que Mercedes querrá quedarse para estar con
Embry, y Teresa no puede negarle nada, ha estado demasiado tiempo
separada de su hija, así que se quedarán.

―Te veo muy seguro ―reí.

―Es que es así, somos irresistibles ―repitió con la misma sonrisa.

―Pues sí, por lo menos tú lo eres para mí, tengo que reconocerlo ―admití,
pegando mi frente a la suya. Sonrió y nos dimos un beso corto―. Pero eso no
quita para que me preocupe ―dije acto seguido, observando a la parejita―.
Y encima, ella es un gigante, ¿sabe eso Embry? ―inquirí, cambiando la vista
hacia Jake otra vez.

―Claro que lo sabe, lo sabe toda la manada ―aseguró―. No te preocupes,


preciosa, ya verás cómo no pasa nada. Además, Doc y ese científico chiflado
de Louis pronto darán con el antídoto para curar a Mercedes, Helen y ese
insociable de Ryam, así que ella dejará de serlo y todos tan contentos.

Bueno, eso era verdad.

―Pero todavía queda el tema de si Mercedes se va o no ―insistí,


suspirando―. Y peor, ¿cómo le explicaremos a Teresa que Embry se ha
imprimado de su hija?
―Nessie, eso no nos concierne a nosotros al fin y al cabo, ¿no crees?
―declaró―. Quiero decir, que si ella se va, Embry ya es mayorcito para
tomar una decisión, es bien libre de irse con ella, si quiere. Y eso de decírselo
a Teresa, bueno, eso es cosa de ellos, que para eso son los implicados.

Pero ya te digo que pienso que ella se quedará aquí, ya lo verás, así que no te
preocupes,

¿vale? ―Llevó su ardiente mano a mi cara y acarició mi mejilla con su


pulgar, haciendo que todo el vello se me pusiese de punta―. Además, ahora
estamos en nuestra boda, y quiero que lo pases bien.

―Oh, cielo, sí, perdona ―lamenté, acercando mi frente a la suya para


acariciársela―. Te prometo que ya no pensaré más en este tema ―sonreí.

27

―Bien ―sonrió él también ―. Oye, ¿qué te parece si vamos a tomar algo a


la barra? Me estoy muriendo de sed.

―Sí, genial. Yo también estoy sedienta ―reí.

―Vale, pues vamos ―me instó con una enorme sonrisa, separándose de mí
para tomarme de la mano y comenzar a caminar hacia la abarrotada barra de
la verbena.

―Nessie, tienes que bailar conmigo ―irrumpió Isaac cuando dimos dos
pasos.

―Y conmigo también ―se unió Cheran.

―Sí, pero después conmigo ―añadió Nathan.

―Y luego conmigo ―me pidió Thomas.

―Y…

―Bueno, bueno ―protestó Jake, interrumpiendo a Michael a la vez que


hacía aspavientos con la mano suelta para que se apartaran―, de momento se
viene conmigo a tomar algo, así que os tendréis que esperar un poquito.

Se abrió paso entre todos y seguimos caminando.

―Luego bailo con vosotros, chicos ―les prometí con una sonrisa.

Ellos asintieron, sonrientes.

―Hay que ver, menos mal que saben que estás casada conmigo, y aun así, no
hago más que espantarte moscas ―bromeó.

―Pobrecitos ―reí―, solo quieren bailar con la novia, nada más.

―Sí, nada más ―rio él también―, anda que no saben nada.

Llegamos a la zona de la barra y no hizo falta que Jake se peleara mucho para
que accediéramos a la misma, pues los invitados le dejaron paso, eso sí,
recibiendo felicitaciones por todas partes.

En cuanto Jake llegó a la barra, me hizo un hueco y me coloqué junto a él, sin
separar nuestras manos.

―Una cerveza sin, ¿no? ―adivinó con su sonrisa torcida.

―Sí ―sonreí, algo embobada.

Mi chico se giró hacia la encimera de madera.

―¡Dos cervezas sin alcohol! ―voceó, pues Rephael, que hacía de camarero
junto con Abel, estaba algo alejado de nosotros.

Rephael se percató de la voz de Alfa y dejó todo lo que estaba sirviendo para
correr hacia la nevera en donde se encontraban las cervezas.

―No seas malo, Jake ―le reprendí, riéndome―. Eso se llama abuso de
autoridad.
―De algo me tenía que servir esto, ¿no? ―Y se rio con satisfacción y
malicia.

No pude evitar que se me escapase una sonrisilla entre dientes.

El quileute llegó con las dos cervezas.

―Aquí tiene, señor, oh, señor ―le echó en cara en un tono sarcástico,
entornando los ojos para simular odio.

―Ya puedes retirarte ―se burló Jake, haciéndole un gesto con la mano para
que lo hiciese.

―Capullo ―se rio Rephael, haciendo negaciones con la cabeza.

Jacob se carcajeó, otra vez con malicia y satisfacción, y se llevó el botellín a


la boca para tomar unos buenos tragos.

Su hermano de manada se dio la vuelta para seguir con sus menesteres y yo


también aproveché para darle un trago a mi cerveza fría y refrescante.

Tanto como la mano que sentí en mi espalda acto seguido.

―Eso es una de las cosas que más hecho de menos ―afirmó Em,
suspirando―, tomarme una buena cerveza fría.

―¿Quieres que te pida una? ―le preguntó Jake, desplegando una sonrisa
burlona.

―Ja, ja ―articuló mi tío con ironía.

―¿Y tú, rubia? ¿No quieres tomar nada?

―Lo único que quiero es salir a campo abierto, esto huele igual que una
perrera ―resopló, llevándose la mano a la nariz.

―Pero si fuiste tú la que quisiste venir a la barra para estar con ellos ―reveló
Emmett, mirándola con incredulidad.
Ella le dedicó una mirada asesina por ese chivatazo involuntario.

―¿Ah, sí? ―sonrió Jake, observándola con intención.

Rose se giró hacia Jacob con un movimiento enérgico.

28

―Solo para estar con Nessie ―alegó, alzando su barbilla de lado con
encopetamiento.

―Venga ya ―dudó él―. ¿Cuándo vas a reconocer de una vez que me


adoras?

―Sigue soñando, perro ―negó, llevando su pelo hacia atrás de un manotazo.

Jacob se carcajeó y le dio más tragos a su cerveza.

―¿Qué tal lo estáis pasando? ―irrumpió mi madre, que consiguió meterse


entre la gente, junto a papá.

―Muy bien, ¿y vosotros? ―quise saber.

―Estupendamente ―contestó mi padre.

―Ha sido una ceremonia preciosa ―declaró mamá, acariciando mi mejilla


con la mano.

Dejé el botellín en la barra, le cogí la mano, la besé en el dorso y la bajé para


amarrarla, como tenía la de Jacob.

―Qué casualidad que Embry se imprimara de Mercedes, ¿no? ―rio Emmett.

Ahora el que le mandó una mirada asesina fue mi padre, aunque enseguida la
llevó hacia mí para mirarme con ojos seguros.

―No te preocupes, Teresa y Ezequiel todavía no tienen muy claro adónde


van a ir, puede que, con esto que ha ocurrido, se queden aquí ―me
tranquilizó―. Yo le explicaré bien a Teresa en qué consiste la imprimación.

―Gracias, pa… primo ―rectifiqué, por si acaso alguien nos oía.

―¿Lo ves? ―sonrió Jake―. Te dije que no tenías de qué preocuparte.

―Sí. ―Le correspondí la sonrisa y le di un beso corto en esos labios que ya


me apetecía comer.

―Vamos con los demás ―sugirió mi padre―, están deseando hablar un


poco con vosotros.

―Ah, sí, claro ―asentí, soltando la mano de mi madre para que fuera con él
delante.

Salimos los seis de la zona de la barra y nos dirigimos al lugar donde se


encontraba mi familia, el aquelarre de Denali y los franceses. Teresa y
Ezequiel se encontraban bailando, aunque no eran los únicos, Jasper y Alice,
y Eleazar y Carmen también estaban en la pista de arena, dándolo todo.

―Estás bellísima, cielo, todo ha sido precioso ―me dijo Esme, dándome un
beso en la mejilla.

―Gracias ―sonreí.

―¡Nessie, Nessie, Nessie! ―exclamó Alice cuando me vio, y tiró de Jasper


para venir corriendo a paso humano―. ¡Has estado espectacular, maravillosa,
y estás preciosa, divina!

―Gracias ―volví a sonreír.

―¿Y a mí no me decís nada? ―se quejó Jake, riéndose.

―Tú también estás muy guapo ―asintió Alice con una sonrisa.

―Sí, lo estás ―coincidió mamá, mirándole de arriba abajo―. Te sienta


realmente bien este traje.
―Bueno, gracias ―sonrió él.

―Después me debes un baile ―le recordó ella.

―Claro, mujer, luego bailo contigo ―asintió Jake.

―Me ha parecido una boda muy interesante y emocionante, la verdad, ha


sido preciosa ―afirmó Garrett.

―Gracias ―agradeció Jake.

―Me ha impresionado mucho cómo utilizáis aquí la simbología de


elementos tan naturales como el fuego o el sol.

―Bueno, sí. El sol simboliza el fin de una vida para comenzar otra con la
persona que se ama ―empezó a explicar Jake―. Por eso las bodas se
celebran justo en la puesta de sol. Y las llamas de la hoguera representan el
amor incombustible y poderoso que puede arrasar con todo lo que se pone
por delante, al igual que hace el fuego. También simboliza la pasión que
tienen los quileute para la fertilidad. ―Y desplegó una enorme y pícara
sonrisa que hizo que se me subiesen un poco los colores, pues sabía de
primera mano que eso era verdad, bueno, por lo menos él.

―Muy interesante ―murmuró Garrett, llevándose la mano a la barbilla.

―Ya lo creo ―coicidió Louis.

―Sí, todo eso es estupendo, pero yo no me acostumbro a llevar un precioso


vestido e ir descalza ―objetó Alice.

Nos reímos y seguimos charlando.

Observé la estampa que tenía frente a mí y me encantó. Era esperanzador,


vampiros integrados entre los humanos y los hombres lobo, metamorfos
receptivos y abiertos, todos hablando, riendo, tratándose en armonía y en paz.
Esto era el principio del cumplimiento de la profecía.

Jake y yo tuvimos que volver a la pista de arena para bailar con los invitados
―con la primera 29

que bailó Jacob fue con mi madre, tal y como le había prometido―, al igual
que estaban haciendo Seth y Brenda con las solteras y solteros de La Push,
aunque también tuvimos tiempo para bailar juntos más veces.

Había pasado un año sin vernos, sin abrazarnos, sin besarnos, sin tocarnos…,
y cada vez que me rozaba con sus manos o sentía su aliento en mi oreja, mis
mariposas se ponían como locas. Me moría por llegar a la isla de Santa Lucía
ya y sentirle por todo mi cuerpo…

Afortunadamente, lo estábamos pasando bien y el tiempo transcurrió con


rapidez, así que, cuando nos dimos cuenta, ya nos teníamos que marchar a
casa para cambiarnos. El viaje era largo y teníamos que ir cómodos.

Las maletas ya las habíamos preparado con antelación y ya nos esperaban en


el maletero del Volkswagen marrón metálico de mi padre, así que solamente
tuvimos que pasar por casa para cambiarnos de ropa. Después, regresamos a
First Beach.

Nos despedimos de todo el mundo, cosa que nos costó un triunfo porque era
bastante gente y todos querían felicitarnos de nuevo ―menos Embry y
Mercedes, que se despidieron rápidamente de nosotros para quedarse a solas
otra vez―, y nos fuimos de la playa, acompañados por mis padres, que eran
los encargados de llevarnos al aeropuerto, y de toda esa muchedumbre, que
nos siguieron para vernos partir.

Del parachoques trasero ya colgaban toda una serie de latas de refrescos


vacías, atadas a este por medio de unos cordeles largos que hacían que estas
quedasen a rastras, por la calzada.

―Muy graciosos ―les dijo Jake a todos con retintín.

Los invitados se rieron, nos aplaudieron y nos silbaron.

Nos subimos al coche con rapidez, ya que yo me moría de la vergüenza, mi


padre arrancó y nos pusimos en marcha enseguida.
El sonido metálico de las latas nos acompañó durante todo el trayecto hasta el
aeropuerto, pero no nos importó. Jake y yo nos amarramos de la mano,
entrelazando nuestros dedos y apretándolos, y nos pasamos todo el camino
echándonos miraditas con absoluta felicidad.

30

Fuego

El vuelo que nos sacaba de Forks se había retrasado más de dos horas por
problemas con la niebla, y entre escalas, esperas y demás, habíamos llegado a
la isla de Santa Lucía muy cerca del anochecer, aunque no se nos hizo
demasiado largo, ya que pasamos la mayoría de las horas durmiendo. Allí, ya
nos esperaba la avioneta que nos llevaba al islote privado de Emmett y
Rosalie, esa que Alice y Jasper habían alquilado para nosotros.

Este último trayecto apenas duró media hora. El astro rey ya empezaba a
ocultarse en el horizonte marino, y Jake y yo vimos parte de la preciosa
puesta de sol desde el aire. También observamos el islote. Era una superficie
de forma irregular, totalmente arbolada y verde, que abarcaba pocos
kilómetros y cuyas playas, que bordeaban casi toda la pequeña ínsula, eran
las únicas superficies de color arena que se veían entre tanta vegetación.
Pudimos ver un estanque que reposaba en las faldas de la única cordillera que
había en el islote.

―¿Crees que encontraremos a King Kong aquí? ―bromeó Jake.

―Muy gracioso ―le respondí con retintín, dándole un pequeño empujón en


el brazo mientras los dos nos reíamos.

La avioneta aterrizó primero en el agua y después se deslizó con suavidad


hasta que llegó a la orilla de la playa, donde ya se detuvo del todo.

Nos bajamos del aparato y el amable y simpático piloto nos ayudó con las
maletas, metiéndolas en la espectacular casa.

Jacob y yo nos quedamos boquiabiertos cuando la vimos.


La vivienda, de dos plantas y de forma rectangular, era enorme. Parecía un
cubo alargado, pues prescindía de cubierta inclinada, ya que la azotea era
transitable. Sus paredes blancas reflejaban los pocos rayos de sol que
quedaban y estaban llenas de grandes ventanales, tanto en la zona superior
como en la inferior. Las terrazas con vistas al mar estaban a la orden del día
en la planta de arriba, donde, supuse, estaban los dormitorios. Cada una de
ellas estaba provista de un sofá rojo lleno de cojines a juego y una mesa baja
de mimbre.

―Guau ―exclamó Jake, estupefacto―. Sí que maneja pasta tu familia.

Yo también tuve que pestañear varias veces.

El piloto no tardó en salir de la casa.

―Enhorabuena, y que tengan una bonita luna de miel, señores Black ―nos
dijo con ese acento latino que era tan dulce. No pude evitar sonreír al
escuchar mi nuevo estado civil y apreté la mano de Jacob―. Si me necesitan,
solo tienen que llamarme.

―Gracias, Fernando ―le respondió Jake con otra sonrisa, dándole una
palmada en la espalda―, pero creo que tardaremos una buena temporada en
hacerlo.

Este le rio el chiste, yo me puse roja como un tomate, le dimos una propina y
se alejó en su avioneta.

Sin embargo, era verdad. Un año de abstinencia era demasiado para nosotros,
y ahora por fin habíamos llegado a este islote paradisíaco completamente
solitario, este paraíso de aguas caribeñas y arenas blancas que habíamos
estado esperando todo este tiempo. Y teníamos quince días por delante,
quince días en los que no tenía pensado despegarme de él ni un segundo.

―Venga, entremos ―le insté, tirando de él.

―Espera ―me paró. Entonces, pasó su mano por detrás de mis piernas y me
tomó en brazos―.
Hay que hacer las cosas bien ―afirmó con esa sonrisa torcida suya que me
encantaba.

Solté una risilla, agarrándome bien a su cuello, y le di un beso corto en los


labios.

La puerta ya estaba abierta, así que solo tuvo que pasar y cerrarla con el pie.
La casa era tan grande, que el suave portazo hizo eco en las paredes.

―Guau ―repitió al observar el interior.

El amplio vestíbulo, decorado con un moderno taquillón blanco y un espejo,


comunicaba directamente con el salón de una forma diáfana y las escaleras se
veían al fondo. Avanzamos por allí, atravesando ese salón, que era enorme.

31

―Mira, la chimenea está encendida ―me fijé mientras Jake caminaba hacia
las escaleras, que estaban en esa estancia.

―Genial ―sonrió.

Subió esos peldaños que se distribuían en U, con rapidez y agilidad, y


llegamos a otro vestíbulo, donde se encontraban las puertas de los
dormitorios. Había una que ya estaba abierta, así que supusimos que esa era
nuestra habitación y Jake pasó adentro, llevándome en sus brazos.

―Vaya, este dormitorio es tan grande como la sala de nuestra casa ―rio,
dejándome en el suelo.

―Ya ―asentí, riéndome yo también.

La habitación rectangular contaba con una descomunal cama que tendría unas
medidas de dos y medio por dos y medio ―seguramente adaptada para
Emmett―, cuyo moderno cabecero ocupaba toda la pared, dos mesitas bajas
y anchas a juego con la cama, un escritorio y dos butacones junto al ventanal
que daba a la terraza.
―Ugh. ¿No te da un poco de cosa saber que en esa cama Emmett y
Rosalie…?

―¡Jake! ―Y le tapé la boca con la mano para que parase―. No sigas, esta
será nuestra cama a partir de ahora mismo.

―Vale, vale ―rio cuando le dejé la boca libre.

Caminamos para ver la habitación y entramos por una entrada sin puerta de la
pared que quedaba a la izquierda de la cama. Esa entrada daba a un pequeño
pasillo, encendí la luz y vimos que la parte derecha era un vestidor y que el
baño estaba en la parte izquierda.

―Menudo baño ―murmuró Jake, después de abrir la puerta y prender la luz


del mismo.

Como parecía ser habitual en toda la casa, era enorme. Los azulejos, en color
crema, seguían la misma gama cromática y estilo que las baldosas que
pavimentaban el suelo. Disponía de dos lavabos encastrados en una gran
encimera de mármol travertino, un inodoro y un bidé que prescindían de
base, colgando de la pared, y que se distribuían en una zona independiente
separada con dos muretes bajos cuya parte superior tenía una mampara de
cristal, una bañera de por lo menos dos metros que reposaba bajo una ventana
grande desde la que se veía el mar, y una ducha de dos por dos.

―Guau ―pestañeé yo.

Salimos del baño y observamos el surtido vestidor. Estaba dividido en dos


zonas, una repleta con ropa femenina y otra con ropa masculina. Me fijé en
una tarjeta que reposaba en una de las estanterías y la cogí. La abrí y la leí en
voz alta.

―Esperamos que todo sea de vuestro agrado. No hace falta que os


preocupéis por la ropa en el viaje de vuelta, pues todo os será enviado a
vuestra casa. Por supuesto, todos los gastos corren de nuestra cuenta. Un beso
afectuoso. Carmen y Eleazar.
―¿Todo esto es para nosotros? ―inquirió Jake, alucinado.

―Al parecer… ―asentí.

―Pues no sé qué vamos a hacer con tanta ropa en La Push ―rio.

―Ponérnosla ―sonreí, y le di un beso corto en los labios―. Vamos a ver la


terraza ―le dije, dejando la tarjeta en la estantería y tirando de él para iniciar
la marcha.

Ya vería esa ropa con más detenimiento, ahora urgía otra cosa.

Salimos de allí, recorrimos la habitación y nos fuimos a la amplia terraza,


accediendo a ella por el ventanal.

Como ya habíamos visto desde fuera, había un cómodo sofá de color rojo y
una mesa baja de mimbre, pero Jake y yo nos asomamos a la barandilla para
ver el mar. La luna llena todavía no estaba arriba del todo, pero ya iluminaba
ese brillante mar hasta el horizonte, desde donde se podía divisar la isla de
Santa Lucía muy al fondo.

El sonido de esa masa de agua rompiendo sus suaves olas en la orilla lo


inundaba todo. El aire era cálido, acogedor. Observé a mi ya marido por el
rabillo del ojo y mis mariposas empezaron a revolucionarse solas. Esa suave
brisa agitaba su pelo azabache, despeinándolo más, y aplastaba su camiseta
contra su pecho, haciendo que esta se ciñese a sus impresionantes músculos
con ganas.

Tenía las manos en los bolsillos de su pantalón corto y no pude evitar fijarme
en esos brazos y antebrazos tan fuertes; ya me moría por estar entre ellos. La
luz de la luna llena se reflejaba en esos ojazos negros y los hacía brillar aún
más. En conclusión, mi marido era guapísimo y estaba como un cañón.

Me giré hacia él y rodeé su cuello con mis brazos. Jake enseguida sacó las
manos de sus bolsillos para agarrar mi cintura.

32
―Por fin estamos aquí, por fin estamos solos ―murmuré, pegando mi frente
a la suya.

―Sí, no puedo creerlo ―susurró con una sonrisa.

―Pues créetelo ―le confirmé, dándole un beso corto en los labios.

―¿Qué te parece si quedamos en el salón dentro de quince minutos? ―me


propuso, dándome otro beso corto.

―¿Es una cita? ―sonreí.

―Sí ―sonrió él también, elevando su labio con picardía para seguir mi


juego―. ¿Qué me dices?

¿Quedarás conmigo?

―Mmmm, no sé ―fingí hacerme la pensativa.

―Tenemos la chimenea encendida ―alegó con un susurro, deslizando sus


tórridos labios por los míos con suavidad. Jadeé y mis mariposas se volvieron
locas―. Y ya sabes lo que dice la tradición ―sonrió en mi boca.

Sí, claro que lo sabía. Según la tradición quileute, el fuego de la pira no solo
simbolizaba ese amor incombustible y poderoso de la pareja que puede
arrasar con todo, sino que también representaba la pasión que tenía que tener
para la fertilidad y procreación, por eso la noche de boda debía tener lugar
junto al fuego de una hoguera, ya que se creía que, así, los espíritus
bendecirían al recién matrimonio, eso cerraba el círculo de la ceremonia
matrimonial.

―Está bien ―acepté con un hilo de voz, que era lo único que mi garganta
me dejaba proferir―, quedaremos en el salón dentro de quince minutos.

―Bien ―sonrió―. Entonces me ducho en otro baño y te veo abajo, ¿vale?


―murmuró.

―Sí.
Llevé mi boca hacia la suya para que mis labios bebieran un poco, pero el
muy remolón los apartó hacia atrás, mostrando una media sonrisa juguetona.
Se separó de mí, sin dejar de mirarme con esos ojos seductores que ya me
volvían loca, se dio la vuelta y salió de la terraza para marcharse.

Tardó un poco, ya que se puso a buscar algo en la maleta, pero en cuanto la


puerta del dormitorio se cerró, reaccioné y salí de la terraza para ponerme en
marcha.

Abrí mi maleta y me puse a rebuscar, buscando entre todos esos picardías que
mi tía Alice me había metido uno que me había gustado especialmente para
esta ocasión. Lo encontré, guardé lo demás con prisas y me dirigí al cuarto de
baño corriendo.

Me duché en esa enorme ducha que también disponía de hidromasaje y cuyo


suelo estaba formado por tablillas de madera y me sequé a toda velocidad.

Me puse ese picardías blanco que tenía más encajes de los que a mí me
hubiese gustado y me miré en ese amplio espejo que ocupaba gran parte de la
pared del lavabo. Mi pelo estaba limpio, por eso no me lo había lavado. Me
atusé mi cabello un poco y salí del baño con agilidad para buscar mi corona
de flores en la maleta.

Cuando encontré la caja en la que iba, la saqué y la observé. Las campanillas


y las orquídeas blancas se habían conservado muy bien, ya que la florista que
la había confeccionado la había rociado con un líquido que hacía que se
mantuviesen frescas más tiempo. Sonreí y me la puse, mirándome en un
espejo de pie que había en la habitación.

Observé la sencilla alianza de oro que vestía mi dedo anular izquierdo y


sonreí de nuevo, con un cosquilleo que ya empezaba a llenar mi estómago.
Me parecía que quedaba tan bien ahí, ese dedo estaba especialmente hecho
para llevar ese anillo.

No entendía por qué estaba tan nerviosa, pero, en cierto modo, esto era como
otra primera vez, y no podía evitar que unos ligeros nervios recorrieran todo
mi cuerpo. Respiré hondo y salí del dormitorio.

Bajé por las escaleras con presteza, pero al girar en el descansillo, me


sosegué un poco, para disimular.

Todo estaba a oscuras, la única luz que se veía era ese reflejo anaranjado que
fluctuaba en las paredes. Era el fuego de la chimenea.

Y entonces, cuando llegué al final de las escaleras, mi corazón se puso a latir


como loco, lo hacía con tanta fuerza, que parecía que se me iba a salir del
pecho. También escuché el suyo, que lo hacía justo a la mitad que el mío, se
habían sincronizado incluso para esto.

Jacob ya me esperaba junto a la chimenea. Solamente vestía los pantalones de


lino color hueso que había llevado en la boda, que resaltaban sobre la cobriza
piel de su increíble torso desnudo, y clavó sus ojos de fuego en los míos,
reclamándome como nunca antes.

Las mariposas de mi estómago ya salieron despedidas, excitadas, alocadas,


ansiosas. El deseo 33

que sentía por él era indescriptible, ninguna palabra, por grandilocuente que
fuera, podría describir el inmenso deseo que sentía por Jacob. Era un tornado,
un tsunami de fuego, algo que arrasaba con todo, incontrolable, incontenible.

Me fijé en una cosa que llamó mi atención durante un mínimo instante. La


enorme alfombra que se extendía frente a la chimenea no se veía, pues estaba
totalmente cubierta de pétalos de rosa rojos. El servicio debía de haberlo
preparado todo para nosotros. Seguramente Alice ya conocía de la tradición y
les había mandado hacerlo.

Me acerqué a él lentamente, sin despegar mis encendidas pupilas de las


suyas, que tampoco se apartaban de las mías. Mis adorados ojos negros me
llamaban, me reclamaban, me hipnotizaban…

La energía ya comenzó a fluir desde la distancia.


Le observé bien. Su hermoso rostro, su portentoso cuerpo, sus fuertes brazos,
sus enormes y expresivos ojazos, sus gruesos labios… Me sentí la mujer más
afortunada del universo por tenerle.

Seguí caminando en ese sueño hipnótico, hasta que, por fin, llegué a él.

Me tomó por la cintura y me arrimó a su cuerpo con animosidad. Se me


escapó un suave jadeo cuando nuestros rostros se unieron gracias a ese
pequeño empuje, y llevé mis manos a su cuello y a su ancha espalda. Su
preciosa piel cobriza olía tan maravillosamente como siempre, pero ahora,
además, estaba mezclado con el olor frutal del gel de ducha. Nuestros labios
se rozaban sin parar mientras ya hiperventilábamos con más que deseo y la
energía subía de tono.

―Nessie… ―susurró en mi boca.

Jadeé al sentir su abrasador aliento tan cerca del mío, ya se mezclaban,


ansiosos.

Ya sabía lo que quería hacer, así que, de una forma totalmente sincronizada,
yo bajé mis brazos de su cuello y él retiró sus manos de mi cintura mientras
nuestras bocas no se despegaban ni un ápice.

Las llevó a mis hombros y bajó los tirantes de mi picardías, deslizando sus
sedosas palmas por mis brazos. Este bajó poco a poco, rozando mi
estremecido pecho, lo deslizó por mis caderas y cayó al suelo. No me había
puesto ropa interior, así que me quedé completamente desnuda.

Subió sus ardientes manos por mi columna vertebral, estremeciéndome


completamente, las bajó de nuevo y llegó a mi espalda más baja, donde ya se
quedaron para pegarme a él. Jadeé con intensidad al notarle, ya totalmente
encendido, y al sentir la ardiente y sedosa piel de su pecho pegada a la mía.
Él también jadeó en mis labios.

Le deseaba, le deseaba con toda mi alma, quería sentir sus tórridas manos por
todo mi cuerpo, sus labios, quería tenerle dentro de mí ya, todo mi organismo
lo gritaba con ansias.
Me besó despacio, deslizando sus suaves y tórridos labios por los míos
concienzudamente, aunque con un deseo que se desbordaba por todos sitios.
Sus fervientes jadeos me estaban volviendo completamente loca y mi mano
se aferró a su húmedo pelo con fervor para que no se separase de mí nunca.

Solo solté su cabello para que mi mano se uniera a la otra, tenían que quitarle
el pantalón.

Conseguí bajárselo un poco y tiré de este hacia abajo hasta que también cayó
al suelo con facilidad.

Mientras nuestros labios seguían besándose y nuestros pulmones respiraban


sin descanso, deslicé mis manos por sus abdominales para subirlas
lentamente hacia su impresionante pecho.

Eso le excitó aún más y volvió a pegarme a él para friccionarme contra su


cuerpo desnudo.

Ambos jadeamos con entusiasmo y nuestras bocas pasaron a ese nivel de la


locura. Nuestras lenguas se encontraban y se perdían frenéticamente mientras
mis manos se deleitaban en su impresionante pecho, en sus amplios hombros,
en su portentosa espalda, y las suyas se movían por mi espalda y por mi nuca
con fervor.

Amarró mi cabello en un puño y tiró hacia abajo para que mi cabeza se


alzase. Eso me excitaba muchísimo, me encantaba cómo agarraba mi pelo,
con esa pasión, con ese deseo. Su ardiente boca comenzó a deslizarse por mi
cuello y mi mano también se aferró a su pelo a la vez que los dos jadeábamos
con una pasión desmedida.

Dejó mi cuello y volvió a pegar su rostro al mío, clavándome esa mirada de


fuego. Mis ojos también flameaban.

―Te quiero… ―murmuró con voz segura en mis labios.

―Yo también te quiero, con toda mi alma… ―conseguí susurrar, pues ya me


derretía completamente.
Sin despegar su boca de la mía, caminó hacia mí, obligando a mis pies a que
fueran hacia atrás, y me asistió para ayudarme a tumbarme en ese lecho de
pétalos que yacía junto a las llamas. Me quedé echada boca arriba y él se
acomodó a mi lado, sin despegar sus pupilas de mi cuerpo.

34

Me repasó entera con esa mirada de fuego, respirando agitadamente.

―Eres tan preciosa… ―susurró sin apartar la vista de mí.

―Soy toda tuya… ―susurré yo.

Sus seductores ojos se movieron para engancharse a los míos con


determinación y mi ritmo cardíaco aumentó de ritmo.

Cogió un puñado de pétalos, repasándome de nuevo con la mirada, y


comenzó a soltarlos por todo mi cuerpo. Los repartió por mi pecho, por mi
abdomen, por mi pelvis y mis muslos, dejando que estos cayesen
delicadamente sobre mi estremecida piel.

Y entonces, empezó a quitármelos poco a poco, acariciándome lentamente


con su ardiente mano.

Todas sus caricias me llevaban a la locura y yo me dejé hacer sin remedio.


Comenzó por mi muslo, deslizando su tórrida palma hacia arriba con calma,
aunque él también respiraba con fervor.

Repasó mi cadera, ascendió por mi vientre y llegó a mi pecho, donde se


recreó un poco más.

Mi boca ya no podía exhalar con más intensidad, su ardiente palma sabía


cómo tenía que acariciarme, pero cuando su mano volvió a deslizarse y bajó
más allá de mi vientre para retirar esos pétalos, ya no pude evitar que mis
piernas se abrieran y que mi pelvis acompasase sus lentos y seguros
movimientos entre suaves gemidos.
Jacob llevó su sedienta boca a la mía y nos besamos con pasión, a la vez que
mis manos ya aferraban su pelo ardientemente. Nuestros jadeos ya lo
caldeaban todo y la energía subió de intensidad. Dejó mi vientre bajo y se
colocó entre mis piernas, entonces mis manos pasaron a acariciar su ancha y
portentosa espalda con avidez mientras las suyas lo hacían con mis muslos y
mis caderas.

Volvió a soltar mi boca para que la suya recorriese la línea de mi mandíbula y


bajase a mi cuello. Lo besaba, lo lamía, lo mordía… Mis manos ya habían
perdido el juicio, no había cabello ni milímetro de su piel que no quisieran
tocar. La corona de flores se me cayó cuando Jake llegó a mi pecho y mi
espalda se arqueó con excitación, haciendo que mi cabeza también se fuese
hacia atrás.

Solo podía sentir sus sedosos y calientes labios, su ardiente lengua


deslizándose lentamente, sus delicados mordiscos, su tórrida boca, su
abrasador aliento en el corazón de mi seno, mientras una de sus manos se
aferraba a mi cabello y la otra también se deleitaba en mi pecho, en mis
muslos, en mis caderas... Por fin, por fin le sentía por mi cuerpo de nuevo
después de ese tiempo eterno.

Mis fuertes jadeos ya se parecían más a gemidos y mi cuerpo se movía bajo


el suyo, buscándole a él con auténtico frenesí.

Su boca abandonó mi pecho para seguir descendiendo. Me besó despacio,


recorriendo mi abdomen con dulzura, y acarició mi vientre con sus labios.
Mis manos se cayeron a ambos lados, sobre los pétalos, preparándose para lo
que sabían que iba a sentir ahora. Su boca siguió bajando, se deslizó por el
interior de mi muslo izquierdo, hasta que por fin se coló entre mis piernas.

Esta vez gemí en voz alta, arqueándome de nuevo hacia atrás, y mis manos se
aferraron a ese lecho floral con un ansia desmedida. Los pétalos quedaron
encerrados en mis puños y mis uñas se llevaron parte del tejido de la
alfombra sobre la que reposaban, tanto, que incluso llegaron al suelo.

Mi cuerpo siguió los calmados movimientos de su tórrida lengua, su boca y


su más que ferviente y agitado aliento con entusiasmo. Jake sabía lo que me
gustaba, sabía cómo tocarme, cómo acariciarme, cómo lamerme, cómo
moverse por todo mi cuerpo para hacerme enloquecer. Mis entusiasmados
movimientos parecieron excitarle mucho más y su boca pasó a moverse
apasionadamente. El placer que sentía era tan intenso, que mi bajo vientre ya
palpitó, haciéndome gemir más fuerte.

Su boca abandonó mi entrepierna para besar y mordisquear el interior de mis


muslos con ardor, eso también me excitaba enormemente, él lo sabía. Fue
subiendo poco a poco por todo mi cuerpo, parándose otra vez en mi pecho,
mientras sus manos también me recorrían entera, y llegó a mis labios para
besarme con más que pasión. Mis manos se alzaron para aferrarse a él con un
ansia desmedida y le obligué a girarse para que se quedase boca arriba. Ahora
la que quería acariciarle era yo.

Le besé con fervor a la vez que sus manos se metían por mi pelo para llegar a
mi nuca y luego bajaban, acariciando mi espalda con avidez.

Retiré mi boca de la suya y lamí sus labios, pasando mi lengua de arriba


abajo, muy despacio, mientras mi encendida mirada se perdía en sus intensos
y apasionados ojos y ambos respirábamos con deseo. La punta de su lengua
se escapaba de vez en cuando para encontrarse con la mía, y sus manos se
metieron por mi cabello.

Me eché a un lado, aunque sin bajarme de su cuerpo, y sin dejar de lamer sus
labios llevé mi 35

mano hacia abajo hasta que encontré con facilidad lo que quería encontrar.

Su ya agitada respiración se convirtió en una sucesión de fuertes jadeos


cuando comencé a mover mi mano, y las suyas encerraron mi pelo en puños
apretados que tiraban de mi raíz, excitándome el triple.

Dejé que mi boca casi se posase en la suya, pero no hice nada más. Mientras
los dos jadeábamos con intensidad, nuestros labios se rozaban y nuestros
alientos se mezclaban con pasión.

Subí mi mano de nuevo y me separé de su boca para observarle bien. El


fuego de la chimenea bailaba sobre su cuerpo, haciendo un contraste de luces
y sombras que se movían por la fluctuación de las llamas. Su cuerpo era
perfecto, fuerte, vigoroso, hermoso y poderoso, todo en él era poderoso.

Comencé a acariciar su impresionante torso, deleitándome en cada músculo,


en cada centímetro de su sedosa piel, pues era mío y podía tocarle cuanto
quisiera. Después, llevé mi boca para recorrerlo bien. Mis caricias le
excitaban sumamente, eso hacía que yo me encendiese el triple.

Su piel olía muy bien, tenía ese algo aromático que me encantaba y que se
mezclaba con el bosque, la madera, la naturaleza, pero ahora, además, se le
sumaba ese olor frutal del gel de ducha que casaba tan bien con su propio
efluvio.

Mi boca descendió por su cuerpo, recorriendo sus abdominales, y finalmente


se encontró con eso que mi mano había buscado antes.

Jacob gimió y su mano se posó sobre mi cabeza para acariciarme y apartarme


el pelo de la cara, aunque él no era el único, mi lengua y mi boca también
disfrutaron como nunca, y tenían para gozar un buen rato.

En cuanto terminé, volví a reptar por su cuerpo para llegar a sus labios. Sus
brazos me acogieron con fuerza mientras su mano se aferraba a mi cabello
otra vez y nuestras bocas comenzaban a saciar su sed de nuevo. Ambos nos
giramos, quedándose sobre mí, y se acomodó entre mis piernas.

Su boca dejó de entrelazarse para quedarse pegada a la mía y clavó sus


intensos ojos en los míos, seductores, sensuales, hipnotizadores,
reclamándome como nunca antes, seguros de sí mismos pero maravillados al
mismo tiempo por obtener al fin lo que nos había sido arrebatado durante ese
año de agónica separación.

Y, entonces, ese sueño tan esperado por los dos, tan deseado, tan ansiado, tan
suspirado, tan necesitado y vital como respirar, empezó a hacerse realidad.

Su portentosa hombría comenzó a unirse a mí y se me escapó un gemido.


Toda mi alma se estremeció al sentir cómo se unía a mí despacio, sin prisa,
parándose a sentir nuestra unión como si fuera lo último que fuésemos a
hacer en la vida. Mis manos se amarraron a su pelo y a su espalda y terminé
gimiendo en sus labios una vez más cuando por fin le sentí completamente
dentro, aunque él también soltó un gemido sordo que rozó mi boca.

Sí, lo sabía, lo sentía… Jacob y yo habíamos nacido para estar así…

Mi cuerpo ya palpitaba solo con eso, pero comenzó a deslizarse dentro de mí


igual de despacio, rozándome concienzudamente, sin prisa, de esa forma en
la que solamente él sabía hacerlo, dejando que su boca y la mía siguieran
acariciándose, besándose, sin apartar sus profundos e intensos ojos de fuego
de los míos mientras jadeábamos en voz alta, y entonces el orgasmo vino
solo.

―Jake… ―gemí en su boca.

Solamente fue un orgasmo físico, pero invadió todo mi cuerpo, haciendo que
me evadiera durante un instante, y mis dedos se clavaron en su piel con ansia
a la vez que mis gemidos subían de tono. Había pasado demasiado tiempo sin
sentirle dentro de mí, y mi cuerpo también le había echado mucho de menos.

―Te quiero, nena… ―jadeó sobre mis labios, excitado.

―Dímelo otra vez… ―jadeé yo también, sujetando su pelo con fervor.

―Te quiero. Te quiero, nena… ―repitió, todavía más encendido.

La energía ya era frenética.

―Mi amor…

Jacob se excitó aún más con mi entusiasmada reacción y comenzó a empujar


más fuerte, con movimientos espasmódicos y rítmicos, aunque siguiendo con
esa cadencia concienzuda y lenta, atenta.

Todo mi ser ya se volvía completamente loco con su manera de hacerme el


amor, me lo hacía entregándose a mí completamente, con toda su alma. Solo
él sabía elevarme al cielo con rozarme, y esto ya me llevaba más allá. El
fuego ya empezaba a quemar todo mi cuerpo, lo sentía por todos los costados,
dentro de mí, por todas partes, y su piel ya comenzaba a arder, junto con la
mía, las dos 36

fundiéndose en una sola. El ardor de mi cuerpo hizo que mi epidermis


empezase a sudar, aunque no fue la única, su piel ya se estaba humedeciendo,
haciendo que su efluvio me excitase aún más.

―No pares… ―exhalé con más que frenesí, llevando mis manos a su
espalda más baja para que siguiera empujando del mismo modo.

―Nessie… ―susurró con fervor.

Sus fuertes jadeos aumentaron junto con los míos, y la intensidad de esa
energía mágica que nos rodeaba y que nos atraía como imanes se amplificó
aún más. Siguió deslizándose despacio, aunque sus movimientos
espasmódicos subieron un poco de ritmo.

Sin dejar de moverse, unió su boca a la mía del todo y nos besamos con una
pasión y un deseo desmedidos, eso hizo que mis manos reptasen por su
espectacular espalda para llegar a sus amplios hombros y al pelo de su nuca.
Su lengua buscaba la mía con ansia, y la mía se entregaba a ella ciegamente.

Nuestro fuego aumentaba a cada instante.

Abandonó mi boca para deslizar la suya por mi cuello y mi garganta mientras


mis manos se perdían frenéticamente por su cabello y sus hombros. Ascendió
con avidez y llegó a mi oreja, exhalando su agitado y abrasador aliento en mi
oído a la vez que su tórrida lengua repasaba mi lóbulo. Me estremecí aún más
y jadeé con más intensidad.

Volvió a llevar su boca a la mía para que continuasen acariciándose y


besándose, y siguió moviéndose dentro de mí con esa cadencia lenta y
meticulosa, cuidadosa, esmerada. Su humedecido pecho se rozaba con el mío
siguiendo el mismo ritmo, excitándolo más, y sus caderas lo hacían con el
interior de mis muslos, estremeciéndome continuamente, mientras mi cuerpo
acompañaba sus movimientos con fervor. El intenso placer invadía mi bajo
vientre con ansia.

Las llamas de la chimenea ardían a nuestro lado, pero el calor que radiaba de
nosotros las superaban. Ardor, fuego, fervor. Eso era lo único que podía
sentir junto con el inmenso placer que ya comenzaba a tomar todo mi cuerpo.
En sus ojos flameaban las llamas de la pasión, en su abrasador e impetuoso
aliento, en sus tórridos labios… Todo. Todo en él era fuego, y eso hacía que
mi cuerpo se contagiase sin remedio. Quería sentir ese fuego recorriéndome,
lo necesitaba, lo ansiaba, y cada vez sentía más placer. Más, más, más...

Sus jadeos aumentaron de volumen, así como los míos, y sus lentos
movimientos pasaron a ser más espasmódicos y potentes. El inmenso e
incontenible placer ya se acercaba como un tornado y la energía pasó a ser
electrizante, se movía a nuestro alrededor con delirio. Su boca sobre la mía,
jadeando con fervor, su abrasadora piel frotando mi piel, su cuerpo
deslizándose dentro del mío…

Las palpitaciones de mi organismo alcanzaron sus cotas más altas y acto


seguido llegó la locura.

La energía explotó a la vez, juntándose con ese clímax de fuego que recorrió
todo mi cuerpo, invadiéndolo como un fogonazo, y alcancé el cielo. Sentí
cómo su espíritu se mezclaba con el mío, y por un instante fuimos uno solo.
El orgasmo duró más tiempo y fue mucho más inmenso, infinitamente más
placentero, haciendo que toda mi alma se entregase a él completamente, que
se perdiera en otro mundo diferente a este junto a él, uno más espiritual y
mágico, indescriptible. Le amarré más fuerte, quemándome del todo, y mis
piernas se abrieron más en respuesta. Las lágrimas cayeron a ambos lados de
mi rostro justo cuando nuestras bocas gimieron más alto mientras seguían
tocándose, y mis dedos se clavaron en la piel de su espalda con tanto
frenetismo que pude oler su sangre por un instante.

Por fin había podido entregarme a él del todo, por fin había sentido ese fuego.

Nos miramos a los ojos, todavía respirando con agitación, y Jake llevó su
boca a la mía para besarme con dulzura. Sin embargo, nuestra noche de boda
no había hecho más que empezar, y todavía nos quedaba mucho fuego que
apagar. Mucho, mucho fuego.

Esa ternura pronto pasó a ser pasión desenfrenada de nuevo y terminamos


besándonos con fervor, jadeando con intensidad, y rodando por ese lecho de
pétalos rojos, hasta que me quedé sobre él. Sin dejar de besarle en ningún
momento, repté hacia atrás, tirando de su mano para que se incorporase y me
siguiera, y conseguí que se pusiese de pie conmigo.

Mis manos se aferraron a su nuca y a sus hombros para pegarle a mi cuerpo y


le obligué a caminar en mi dirección, hasta que llegamos a donde yo quería.
Entonces, dejé su boca, le despegué de mí y le empujé hacia el sillón, donde
se cayó sentado.

Me senté sobre él y uní nuestros cuerpos de nuevo, aferrándome bien a su


cuello. Ambos soltamos un gemido sordo y Jacob llevó sus manos a mi
espalda baja para pegarme a él del todo, haciendo que nuestros rostros se
arrimasen.

37

Hacía demasiado calor, el fuego lo invadía todo, todo, y yo necesitaba saciar


este deseo incombustible que sentía por él.

Empecé a moverme sobre Jake desenfrenadamente, cabalgando con fervor,


mientras nuestras bocas volvían a exhalar el aire con locura. Mi organismo ya
comenzaba a palpitar, ansioso, y todo mi ser se estremecía profundamente
con lo que sentía. Subió sus manos, acariciando mi espalda, y las metió entre
mi pelo para que mi rostro no se separase del suyo jamás.

Mi cuerpo se deslizaba una y otra vez con pasión y nuestras hambrientas y


feroces bocas se entrelazaban juntas entre jadeos salvajes.

Todo en él me volvía completamente loca, su glorioso cuerpo, sus ojazos


negros de fuego, sus ardientes y sedosos labios, sus enormes, suaves y
prodigiosas manos, su tórrida y húmeda piel, su roce con la mía, el olor de su
sudor, su más que apasionado aliento en mi boca, sus besos, sus ávidas
caricias, él, él, él, él…

No pude evitarlo, aferré el pelo de su frente para obligarle a ladear su rostro y


hundí mis dientes en su cuello sin dejar de moverme sobre él con entusiasmo.

Gimió, muy excitado, y sus manos se aferraron en mi espalda baja con avidez
para que aumentase mi ritmo un poco más.

Por supuesto no mordí su yugular, y solo me permití beber un poco de su


sangre, pues sabía que si empezaba y me dejaba llevar demasiado, ya no
podría parar, pero el saborear su hirviente y extremadamente delicioso
plasma me excitó sumamente y mis movimientos se volvieron frenéticos,
aunque no era la única, Jacob también se volvió loco, jugar a este juego
peligroso era muy, muy excitante. Solté su cuello, lamiendo la sangre que se
desbordaba por la herida antes de que esta se cerrase, y acto seguido le quedó
una suave y rosada cicatriz con la forma de mis dientes.

La locura se desató del todo.

Su mano se aferró a mi cabello una vez más y tiró para que mi barbilla se
alzase. Comenzó a besarme y a lamerme con hambre por mi cuello y mi
garganta, por mi pecho…, mis dedos no podían sujetar su pelo con más
fuerza, mientras ambos jadeábamos salvajemente.

Subió su rostro y aflojó un poco su amarre para que el mío se pegase al suyo.
Aferré las manos en el respaldo y pasé a deslizarme sobre él de una forma
completamente desbocada, tanto, que si no llega a ser porque el sillón estaba
apoyado en la pared, hubiéramos volcado. Escuché un crujido de la madera
bajo mis manos, pero ni siquiera noté que había roto nada, solamente podía
sentir a Jacob. Jacob, Jacob, Jacob. Nuestros jadeos pasaron a ser gemidos y
sus dedos se clavaron en la piel de mi espalda más baja para que no parase.

Pero Jake también pasó a la acción.

Despegó su espalda del respaldo, obligándome a soltarme del mismo para


inclinarme hacia atrás y él se unió a mis movimientos de una forma salvaje.
El inmenso placer que me hacía sentir me dominaba hasta dejarme llevar
completamente. Mi cuerpo se dobló hacia atrás y mis manos se agarraron a
los brazos del sillón con un ansia desmedida. Jacob llevó sus manos por todo
mi cuerpo, acariciándome los muslos, el abdomen, el pecho… Todo me hacía
palpitar, y mis dedos ya rasgaron la tela.

Sus manos pasaron a mi espalda y me empujaron hacia él, haciendo que mi


pecho se fundiera con el suyo y que nuestros rostros se uniesen de nuevo.
Mientras mis manos ya se repartían por su pelo y sus hombros, nuestras
bocas se besaban con un ardor que lo quemaba todo. La energía corría a
nuestro alrededor con una pasión ciega.

Coloqué mi mano sobre su mejilla para compartir con él todo lo que sentía y,
entonces, la locura se convirtió en algo indómito. Jacob se excitaba aún más
viendo lo que yo sentía, y mi excitación también tocaba el cielo, al verle a él.
Nuestros irrefrenables movimientos pasaron a ser lujuria plena, éramos como
dos animales salvajes, fuego contra fuego, y el placer estalló del todo en los
dos.

Su alma volvió a tomar la mía y otro clímax barrió mi cuerpo completamente,


mezclándose con la energía que había explotado del todo, llevándome al
éxtasis absoluto. Dejé este mundo momentáneamente y mis uñas se clavaron
en su piel una vez más mientras los dos gemíamos en nuestras bocas, más
alto.

Cuando todo terminó, nos quedamos quietos, todavía unidos, y nos miramos
a los ojos a la vez que nuestras bocas seguían intercambiándose el aliento
agitadamente. No quería separarme de él jamás, no ahora que había pasado
ese horrible año y por fin era mío de nuevo.

Lo vi en sus intensas pupilas, las cuales reflejaban las mías. Nuestro fuego
aún no se había apagado, y quedaba mucho para que eso ocurriera.

Jacob se levantó, tomándome en brazos, y regresamos a ese lecho de pétalos


para consumirnos 38

del todo.
Las llamas de la chimenea terminaron apagándose a lo largo de la noche, pero
nuestro fuego siguió más allá del amanecer.

39

Nadar

Estaba en la gloria.

Mi mejilla descansaba en su ardiente pecho desnudo, mi cuerpo estaba


pegado al suyo, piel contra piel, las cuales aún estaban húmedas por aplacar
nuestra última llamarada de la mañana, la suya olía extremadamente y
afrodisíacamente bien, y sus brazos me arropaban con seguridad y mimo
mientras sus manos jugueteaban con mi enredado cabello. La verdad es que
tenía bastante calor, pero no me importaba en absoluto. Estaba en el paraíso,
en mi paraíso particular y exclusivo, todo para mí.

Desde luego, no había nada ni nadie mejor que Jacob en todo el universo.

Sonreí con satisfacción y giré el rostro para inspirar su efluvio


profundamente. Sí, cómo había echado de menos esto durante mi largo
encierro. La pulsera me había ayudado a mitigar aquel dolor, soltando su
fragancia por la noche, sin embargo, no era lo mismo que inhalar su aroma de
primera mano, obviamente, con mi nariz pegada a su piel, con mi cuerpo
sintiendo el suyo… Pero ahora lo tenía todo para mí, por fin estábamos juntos
de nuevo, y no merecía la pena perder mi valioso tiempo junto a él
recordando ese infierno que ya había terminado para siempre, y menos en
nuestra luna de miel, así que me prometí a mí misma no pensar en esos malos
momentos nunca más.

Volví a apoyar mi mejilla en su cálido torso y escuché los potentes y


calmados latidos de su corazón más de cerca. Mientras entraba en un estado
de trance total gracias a su vivo ritmo cardíaco y a las continuas incursiones
de sus prodigiosos dedos en mi pelo, me dio por observar mi mano sobre su
pecho. Mi blanca y pálida piel hacía un bonito contraste con su preciosa tez
cobriza, pero ahora, además, se le sumaba esa alianza dorada que tanto había
soñado. Esta brillaba con ganas, parecía el reflejo de mi felicidad plena y
absoluta.

Alcé el rostro para mirar mis adorados ojos negros. El suyo ya llevaba un rato
mirándome. Me sonrió con ternura, observándome completamente
embelesado, me apartó unos cabellos mojados de la cara con sus sedosos y
ardientes dedos y me dio un beso en los labios que hizo que me estremeciera
de nuevo.

Despegué mi mano de su pecho y la posé sobre su mejilla, dejándole ver todo


lo que le amaba, lo maravillosas, increíbles y mágicas que eran todas las
veces que hacíamos el amor… Jacob cerró los ojos y jadeó al sentirlo,
rozando su frente con la mía.

―Yo también siento exactamente lo mismo ―murmuró, abriendo los


párpados de nuevo para clavar esos profundos e intensos ojazos en los míos.

―Lo sé ―sonreí.

Correspondió mi sonrisa y llevó sus labios a los míos, besándome otra vez.

Me separé de él momentáneamente para ponerme boca arriba, aunque mi


costado siguió muy pegado a su torso, y me quité el anillo para verlo mejor,
con tanto trajín estos días no había podido fijarme bien en él.

Bueno, no había mucho que ver, la verdad, el aro de oro era muy sencillo,
liso, no muy ancho…

Pero era mi anillo de casada y para mí tenía un valor incalculable.

Sin embargo, al girarlo entre mis dedos, me fijé en que había una inscripción
grabada en la parte interior de la alianza.

Renesmee y Jacob, rezaba, junto con la fecha de nuestra boda. Pero había
algo más. Que quowle.

Giré mi rostro hacia él para mirarle sorprendida.

―Espero que no te parezca muy cursi ―rio.


―Mírate el tuyo ―le indiqué, animada.

―¿El mío? ―preguntó, ya sacándose su anillo del dedo.

Lo ladeó un poco y vio mi inscripción.

Jacob y Renesmee, ponía, junto con la fecha de nuestra boda. Pero, otra vez,
había algo más.

Que quowle.

40

Nos miramos y sonreímos de oreja a oreja.

―¿Sabías que yo te había puesto eso? ―inquirió, sorprendido.

―No ―confesé con una risilla―. ¿Y tú?

―Qué va ―negó, sonriendo aún más.

Nos reímos y nos abrazamos con ímpetu. Después, me quedé de costado,


pegada a su pecho de nuevo.

―Qué guay ―reí, poniéndome el anillo.

Mi dedo ya lo echaba de menos.

―Es por nuestro vínculo, preciosa ―afirmó él. Yo no podía estar más de
acuerdo―. Tenemos telepatía hasta para esto. ―Y él también se puso su
alianza de nuevo.

―Pues me encanta… ―murmuré, dándole una serie de besos en los labios


que él correspondió con ganas―. Me encanta tu inscripción… ―le di más
besos―, y sobre todo me encanta lo que simboliza este anillo ―concluí, ya
besándole efusivamente.
Jacob me apretó contra su cuerpo, haciéndome estremecer.

―Que quowle… ―susurró en mi boca.

Cada vez que me decía te amo en quileute me derretía sin remedio.

―Que quowle… ―jadeé, llevando mi mano a su nuca con fervor.

Comenzamos a besarnos con pasión y…

…finalmente terminamos haciendo el amor otra vez.

Y, otra vez más, acabé entre sus brazos, con mi feliz mejilla apoyada en su
ardiente pecho.

Mi rostro de felicidad lo decía todo. Era la mujer más feliz del universo
entero, porque estaba con el hombre más maravilloso del planeta.
Llevábamos un rato en silencio, escuchando cómo latían nuestros corazones y
el sonido del mar, en el exterior.

Sí, esto era el paraíso.

―¿Qué te parece si hoy salimos un poco por la playa? ―me propuso,


pasando sus dedos por mi pelo―. ¿Te apetece?

Despegué mi cara de su torso y la alcé para mirarle.

―Vale ―acepté, sonriendo.

―Genial, entonces vamos a desayunar ―sonrió, haciendo el amago de


incorporarse.

―Espera que se vaya el servicio de limpieza ―le cuchicheé, parándole.

Después de pasarnos tres días en la cama sin que prácticamente nos


levantásemos ―tan solo lo habíamos hecho para comer y poco más―, me
daba una vergüenza horrible toparme con alguno de ellos.
―Podemos ir duchándonos ―sugirió con su preciosa sonrisa torcida.

―Solo si lo hacemos juntos ―maticé yo, también levantando mis labios.

―Claro que sí, nena ―asintió, dándome un beso corto.

Nos sonreímos y nos separamos el uno del otro para levantarnos de esa más
que enorme cama.

Caminamos desnudos por la habitación, cogidos de la mano, y pasamos por


esa entrada de la pared para acceder al cuarto de baño.

Nos duchamos en esa enorme ducha, en la que, jugueteando a lo tonto,


también terminamos apagando otra llamarada, y nos pusimos esos albornoces
blancos para dirigirnos al amplio y surtido vestidor.

Habíamos traído bañadores, pero Eleazar y Carmen nos habían regalado


mucha ropa, entre ella, trajes de baño, así que aprovechamos.

Jacob se puso un bañador tipo bermudas de color azul, con un estampado


abstracto, y yo elegí un escotado bikini en motivos florales que no me
hubiera atrevido a ponerme nunca si no fuera porque estábamos en un islote
desierto para nosotros solos. Jake sonrió con gran satisfacción cuando me lo
vio puesto y yo lo hice con más, pues la prenda no solo me servía para
ponerme morena, si es que lo conseguía, sino para tener a mi chico contento.
Yo tampoco pude evitar echarle un buen vistazo a ese cuerpazo suyo, y eso
que ya le había visto desnudo un montón de veces, pero es que no me
cansaba nunca, todo lo contrario, cuanto más le miraba, más perfecto y
espectacular le veía.

Los empleados del servicio doméstico ya se habían ido, fue entonces cuando
me puse un pareo, dejamos el dormitorio y bajamos a la cocina.

Nos habían dejado el desayuno preparado, así que fue llegar y desayunar
tranquilamente.

Después, nos lavamos los dientes, cogimos las toallas, la bolsa y salimos a la
playa.

41

Ya teníamos preparadas dos tumbonas a unos metros de la casa, con una


mesita de madera y una sombrilla cerrada en medio de las dos. Caminamos
hacia allí y extendimos las toallas sobre ellas, donde ya nos tumbamos al sol.
Saqué la crema de la bolsa y me la eché por el cuerpo.

―Trae, yo te echo por la espalda ―se ofreció él con una enorme sonrisa,
sentándose a los pies de mi tumbona.

―Qué amable ―reí, pasándole el bote.

Me giré, de modo que mi espalda quedase en su dirección, y aparté mi coleta


hacia delante para dejar mi piel libre.

Jake se echó un chorro de crema en la mano, dejó el bote a su lado y


comenzó a extendérmela por la espalda. Cuando la crema tocó mi piel, ya
estaba caliente, ya que su mano la había caldeado.

Sus grandes y sedosas palmas se movían por mi piel con soltura, acariciando
toda mi espalda. Las subió y las deslizó por mis hombros con gran habilidad,
haciéndome un pequeño masaje con los dedos. Su forma de tocarme me
estaba gustando tanto, que no ronroneaba de milagro.

―¿Sabes a qué me recuerda esto? A aquel masaje que me diste en ese motel
―recordó mientras acariciaba mi piel; y por su tono de voz pude deducir que
sonreía con picardía.

Me ruboricé un poco al acordarme de aquello, aunque yo también sonreí al


evocarlo. Me volteé para tenerle de frente.

―¿Y te gustó? ―le pregunté para tontear un poco con él.

―Uf, ¿que si me gustó? Casi salgo ardiendo de allí ―rio―. Entre el masaje
y tu mini toalla, estuve a punto de entrar en combustión. Con decirte que
luego tuve que darme una ducha fría…

―Y, sin embargo, desaprovechaste la oportunidad que te puse tan en bandeja


―le reproché en broma―. Me llevé una desilusión horrible, ¿lo sabías? Ya
no sabía qué hacer para seducirte, a poco más, y me quedo desnuda
directamente.

―Estaba confuso, en realidad, mi tarro era un completo lío ―alegó.


Entonces, se quedó pensando en algo de mi frase y su sonrisa se volvió
golfa―. Si te hubieras desnudado del todo, ya no habría estado confuso.

―Ja, ja ―articulé con ironía.

Jacob se rio y me dio un beso en los labios.

Cogí el bote de crema y lo abrí.

―¿Qué vas a hacer con eso? ―inquirió, mirándome con un cierto estado de
alerta, ya apartándose un poco.

―Tú también tienes que echarte crema ―le dije, llevando el bote hacia él
para soltarle un chorretón en el hombro.

―Puaj, ni hablar ―rechazó, levantándose con rapidez para apartarse―. Mi


piel ya está muy curtida.

―Aunque tu piel sea oscura, tienes que protegerte igual ―rebatí,


poniéndome en pie para echársela.

Jake interceptó mis manos entre las risas de los dos.

―Mira, lo mejor para protegerse del sol es la sombra. ―Soltó mis manos y
desplegó la sombrilla―. ¿Ves? Así no me da el sol.

―Claro, y a mí tampoco ―fruncí el ceño.

―Espera, que la oriento para que solo me dé a mí, a ver. ―La sacó de la
arena, la cogió y la clavó al otro lado de su tumbona―. Ya está, ¿ves?
―Eso está mejor ―sonreí.

Dejé la crema en la mesilla de madera y, cuando estaba a punto de sentarme


en la tumbona para echarme, Jacob me cogió de la mano y me detuvo.

―Vamos al agua ―propuso, tirando de mí hacia la orilla.

―¿Al agua? Pero yo quiero tomar el sol.

―Eso luego, ahora vamos a nadar.

―No sé nadar, ya lo sabes ―le recordé.

―Un vampiro que no sabe nadar ―se burló, ya llegando a la orilla.

―Un semivampiro ―maticé―. Un semivampiro metamorfo, para ser


exactos.

Nuestros pies fueron bañados por una de las suaves olas que llegaron para
morir en la arena, mojándonos hasta los tobillos. A diferencia de las playas de
La Push, esta agua era cálida.

―Bueno, me da igual ―siguió, metiéndose en el agua conmigo colgando―.


Eso es muy raro,

¿no te parece? Todos los vampiros, o semivampiros ―apuntilló con


intención, mirándome del mismo modo―, saben nadar, y tú seguro que no
eres una excepción.

42

―Jake, no sé nadar ―insistí, caminando ya con cautela por esas aguas tan
cristalinas de color turquesa que me llegaban a las rodillas.

―Claro que sabes, lo que pasa es que siempre le has tenido miedo al agua, no
entiendo por qué, desde niña. Cuando eras pequeña y te llevaba a La Push,
solamente era capaz de meterte en las charcas, porque en el mar no había
quién te metiera.
―Sí que me metía ―rebatí, observando esa agua que ya me alcanzaba la
cintura mientras tragaba saliva.

―Sí, claro, pero solo si te llevaba en mi cuello, no te digo ―chistó,


riéndose―. Pero tú suelta, no había manera.

―Bueno, en aquellos tiempos ya era una chica lista ―confesé con una
sonrisita pillina―. Me encantaba estar ahí, ¿para qué iba a preocuparme por
el agua?

―Ese es el problema, que nunca te has enfrentado al agua tú sola y siempre


le has tenido miedo, por eso nunca has probado a nadar, pero ya verás como
sí sabes.

El líquido salino ya sobrepasaba mi pecho.

―Jake, creo que aquí ya está bien, ¿no? ―le detuve, tirando de su mano para
que no siguiera.

―¿Aquí? Pero si aquí no cubre nada ―dijo, mirando alrededor.

―No te cubrirá a ti, pero a mí sí.

―Vale, vale ―rio―. Pero yo no me quedo aquí.

Soltó mi mano y saltó hacia delante, sumergiéndose en el agua por un


instante. Cuando salió, echó a nadar con gran soltura y maestría, alejándose
de mí para adentrarse más.

―Jake, ¿dónde vas? ―quise saber, algo preocupada.

Se detuvo y se giró hacia mí, quedándose de pie. El agua le llegaba al cuello,


señal de que en esa zona cubría mucho.

―Si vienes aquí, te doy un beso ―afirmó con esa sonrisa torcida que me
volvía loca.

―Ni hablar ―reí, negando con la cabeza.


―Vamos, nena, solo tienes que mover los brazos y las piernas, ya me has
visto hacerlo.

―Estás muy lejos, y ahí cubre mucho ―objeté.

―¿Qué pasa? ¿Es que no te atreves? ―me pinchó, riéndose.

―Claro que me atrevo ―le respondí, ya un poco picada.

―¿Entonces? ―volvió a reír―. Venga, preciosa, si llegas a mí te prometo


que te haré un masaje que no olvidarás en la vida.

―¿Esta noche? ―sonreí.

―Esta noche o cuando quieras ―asintió―. Venga, lánzate. Yo estoy aquí,


¿ves? No voy a dejar que te pase nada, confía en mí.

―¿Seguro?

―Seguro, te lo prometo. No tengo pensado quedarme viudo ―rio.

―Más te vale ―le advertí en broma.

Jake se carcajeó.

―Ven a mí, preciosa ―me instó con una sonrisa, sacando las manos del agua
para indicarme que me acercase.

―Idiota ―mascullé, riéndome.

Y se volvió a carcajear.

Observé la distancia y la profundidad de esa agua cristalina. Bueno, no era


tan grave, ahogar no me iba a ahogar, con ponerme de pie…

―Me voy a arrugar ―se burló.

―Voy, voy.
Pero sí que iba a hacer el ridículo delante de Jake. Ya lo estaba viendo. Yo
aquí toda mona con mi bikini sexy en estas aguas cristalinas que bien
merecían un anuncio de bañadores, y ahora lo iba a estropear todo pataleando
y haciendo aspavientos con los brazos para intentar salir a la superficie.

Sin embargo, qué le iba a hacer. Como decía Jake, algún día tendría que
aprender a nadar, ¿no?

Así que tomé aire, lo expulsé con determinación y me lancé.

Yo no pegué un salto como Jacob para sumergirme, simplemente me eché


hacia delante, eso sí, con los pies preparados por si tenían que intervenir en
cualquier momento para erguirme.

Comencé a mover los brazos y las piernas, al igual que le había visto hacer a
Jake, pero no se manejaban con la misma soltura que los suyos y, a cada
poco, me hundía en el agua, teniendo que impulsarme con los pies para
volver a salir a la superficie.

43

―¡Venga, preciosa, tú puedes! ―me animó Jacob, extendiendo los brazos


hacia mí.

Conseguí avanzar un poco sin que mi cabeza se hundiera en el agua, pero


después tuve que volver a llevar los pies sobre la arena de ese fondo que cada
vez estaba más al fondo para tratar de salir a la superficie. Sin embargo, con
esa profundidad daba igual que ya apoyase los pies, pues ya me cubría
mucho, así que no me quedó más remedio que seguir chapoteando para
mantenerme a flote.

Al final, y a trompicones, logré llegar a Jake, que me recibió con un abrazo y


una risa orgullosa.

―¡Genial, nena! Lo has hecho, ¿lo ves? ―me alabó.

―Sí, lo he hecho. Lo he hecho fatal ―reí, contagiada por su entusiasmo,


rodeándole con mis brazos y mis piernas para encaramarme a él.

―Pero has nadado y has llegado hasta mí ―me sonrió.

―Ahora quiero mi primer premio ―exigí con otra sonrisa, ya arrimando mi


rostro al suyo.

―Claro que sí ―aceptó.

Y empezamos a besarnos.

Mis mariposas ya se agitaban con ganas. Sus ardientes labios sabían salados,
debido al agua marina, pero su aliento seguía siendo dulce y abrasador…

De repente, noté algo frío rozándome la pierna a toda velocidad y separé mi


boca de la suya, sobresaltada.

―¡Jake, me ha tocado algo! ―le dije, asustada, mirando al agua sin parar.

―Tranquila, cielo, solo son tiburones.

―¡¿Tibu… tiburones?!

Entonces, vi las formas grisáceas de los escualos nadando a nuestro


alrededor. Se movían a gran velocidad y eran cinco individuos de un tamaño
relativamente pequeño. Relativamente, porque su boca debía de ser lo
suficientemente grande y debía de estar bien dotada para darte un buen
mordisco.

―¡Jake, hay que salir de aquí! ―grité, aferrándome a él con fuerza.

―Shhhh, no grites, que les atraerás más ―me aconsejó con una voz y una
pose demasiado tranquilas para mi gusto―. Además, tenemos que quedarnos
muy quietos ―cuchicheó.

―Nos van a morder ―le advertí en voz baja, con miedo.

―No te preocupes, yo te protegeré y no te tocarán ni un pelo ―aseguró―.


En todo caso me morderán a mí, pero como me curo muy rápido.
―Entonces, frunció los labios, entornó los ojos y se quedó pensativo―.
Aunque, claro, el olor de mi sangre atraerá a más tiburones…

―¡No, Jake, hay que salir de aquí! ―chillé, revolviéndome sobre su cuerpo
ya un poco presa del pánico.

Y, de pronto, un chorro de aire salió por el lomo de uno de los tiburones


cuando salió a la superficie.

Sus manos me afianzaron con confianza y rompió a reír con ganas. Sus
carcajadas se podrían escuchar hasta en la isla de Santa Lucía, seguro. Fruncí
el ceño ante su graciosa bromita.

―Eres… eres… ―mascullé, rabiada.

―Ay, qué bueno ―soltó entre sus últimas risas.

―Idiota ―le pegué un manotazo en el brazo, aunque no pude evitar


contagiarme de su risa―.

Menudo susto me has dado.

―Deberías haberte visto la cara ―sonrió con malicia.

―Sí, claro, debería marcharme ahora mismo y dejarte aquí plantado ―le dije
con retintín.

―Bueno, nena, no te enfades. ―Y me dio un beso en los labios―. Mira qué


bonitos son los delfines.

La verdad es que sí que lo eran. Nadaban a nuestro alrededor, jugueteando los


unos con los otros.

―Son preciosos ―sonreí, mirándolos―. Nunca los había visto así, ¿se
dejarán tocar?

―Prueba, pero no creo.


Solté mis piernas de su cintura y, sin dejar de rodear su cuello con mi brazo,
dejé que mi cuerpo se hundiera un poco más en el agua. Extendí la mano y
esperé a que uno de los delfines se acercase.

Pasó como un auténtico bólido, pero uno se deslizó bajo mi mano,


permitiéndome sentir su piel.

―Se ha dejado ―exclamé, entusiasmada―. Es muy suave.

―¿A ver?

Jake probó a hacer lo mismo y otro delfín se acercó jugueteando, dejando que
su mano rozase su lomo gris.

44

Los dos nos miramos y nos reímos.

Los delfines nos acompañaron durante un rato, jugando con nosotros,


saltando y nadando a nuestro alrededor. Parecían estar tan a gusto con
nosotros, como nosotros con ellos, pero, de pronto, se marcharon con
precipitación, como si algo les hubiese espantado.

―¿Qué ha pasado? ¿Por qué se van así? ―inquirí, extrañada.

―No sé, cualquier ruido submarino, quién sabe ―manifestó, encogiéndose


de hombros―. Los delfines tienen un sónar muy potente, pueden detectar
sonidos a muchos kilómetros de distancia.

Tal vez oyeran algún barco o algo.

―No será por un tiburón, ¿no? ―Me mordí el labio.

―No, tranquila ―sonrió con confianza―. Los tiburones van en solitario y


aquí suelen ser bastante pequeños. Los delfines van en grupo y saben
defenderse muy bien de los tiburones.

―Ah.
―Bueno, venga, vamos a practicar ―me apremió, quitando mi brazo de su
cuello para tomarme de las manos―. Estírate y trata de venir hacia mí.

Hice lo que me mandó, tomando sus manos como apoyo. Jacob caminaba
hacia atrás a la vez que yo avanzaba en su dirección con la agitación de mis
piernas, hasta que ya me fue soltando las manos. Cuando me di cuenta,
nadaba hacia Jake casi sin problemas mientras él lo hacía de espaldas.

―¡Qué guay! ¡Estoy nadando! ―reí.

―¡Genial! ―se carcajeó, y se puso a aullar.

Nos pasamos mucho tiempo en el agua, practicando mi natación y


jugueteando como los delfines hasta que casi me convertí en una experta.
Bueno, para ser sincera, todavía me quedaba bastante que aprender, la
verdad.

Después de esa hora larga, nos detuvimos para descansar un poco,


manteniéndome a flote como Jake me había enseñado.

―Bueno, creo que ya estás lista para la moto ―declaró con una sonrisa.

―¿Para la moto? ―pregunté sin comprender.

Me hizo una señal con la cabeza y su sonrisa se amplió. Me giré y vi dos


motos de agua junto a la casa.

―Venga, vamos ―me azuzó, echando a nadar hacia la orilla.

Le acompañé y nadamos unos metros hasta que ya hacíamos pie, entonces


seguimos nuestro camino andando como podíamos entre el agua. Jake me
mostró una sonrisa golfa y me tendió la mano.

―Ahora lo entiendo todo ―reí, cogiéndosela―. Por eso tenías tanto interés
en que aprendiese a nadar. Lo que querías era que montásemos en las motos.

―Bueno, quería que aprendieses, era una vergüenza que un semivampiro


como tú no supiera ―se burló. Yo le dediqué un mohín―. Pero así, de paso,
ya podíamos subirnos a la moto sin que hubiese ningún peligro, ¿entiendes?
Ahora si te caes por lo que sea, ya estaré un poco más tranquilo pensando que
por lo menos sabrás salir a la superficie.

Torcí el gesto, pero no podía rebatírselo, eso era verdad.

Salimos a la orilla y mis piernas pesaban un quintal. Parecía que me hubiesen


colgado cien kilos de cada una de ellas.

Llegamos junto a las dos motos acuáticas y nos fijamos en que había una nota
sobre el sillín de una de ellas. Jake la cogió, la sacó del sobre y la leyó en voz
alta.

―Esperamos que os guste nuestro regalo de boda. Seguro que en La Push


son muy prácticas.

No os preocupéis, todos los trámites y gastos del envío corren de nuestra


parte. Un beso y que disfrutéis de ellas. Kate y Garrett. Guau. ―Esto último
no venía en la nota.

―Madre mía, entre la ropa y las motos, ya no vamos a tener espacio en casa
―me reí.

―Ya te digo.

―Bueno, vamos a probarlas ―le insté, quitándole la nota de la mano para


posarla en el sillín de la otra moto.

―Sí. ―Sonrió con satisfacción y con ansias por cogerla. Asió los dos
chalecos naranjas que colgaban del manillar―. Toma, ponte esto ―me
mandó, pasándome uno―. Toda precaución es poca.

Me puse el chaleco y él también lo hizo.

Se colocó en la parte de atrás de la moto y la empujó, arrastrándola hacia la


orilla. La metió un poco en el agua y yo fui detrás de él, dando saltitos
emocionados como una tonta. Cuando el agua 45
ya nos cubría por sus rodillas, se sentó en el sillín, dejándome un hueco a mí.

―Vamos, nena. ―Me tendió la mano y me ayudó a subir.

Me senté detrás de él, arrimándome bien a su espalda, le rodeé con mis


brazos, apretándole, y Jake puso la moto en marcha. El motor rugió con
fuerza al principio, pero después pasó a ser un sonido continuo y llano, más
suave.

―¿Lista? ―me preguntó, ladeándose hacia atrás para mirarme.

―Sí ―reí con entusiasmo y emoción.

―¡Pues allá vamos! ―exclamó, ya iniciando la marcha.

Y la moto salió disparada hacia delante, corriendo como un bólido entre los
gritos emocionados de los dos.

46

Extraño

Noté algo de frío y me sentí rara, ya que no estaba abrazada a su cuerpo.

Mis párpados se abrieron poco a poco, y lo primero que hicieron mis pupilas
en cuanto se acostumbraron a la luz fue mirar a mi lado para buscar a Jacob,
junto con mi mano, que también se unió, palpando.

Abrí los ojos del todo, extrañada, al ver que no estaba y me incorporé,
todavía torpemente, para observar la habitación. La luz del baño estaba
apagada, y en el vestidor tampoco estaba. Entonces, escuché unos ruidos que
provenían de la cocina.

Me mordí el labio, sonriente.

Me levanté y cogí la corta bata de seda rosa de la butaca para vestirme con
algo, pues estaba desnuda. Me la puse y até el cinturón.
Abrí la puerta, la cual solo estaba arrimada, y salí del dormitorio en puntillas.
Bajé los peldaños de la escalera de igual modo, atravesé parte del salón y me
detuve junto a la puerta de la cocina, escondiéndome.

Asomé la cabeza y le vi. Solamente llevaba puestos sus pantalones de pijama


largos y no pude evitar echarle un buen vistazo primero, después, ya me fijé
en la encimera. Ya tenía preparada una bandeja para llevarme el desayuno y
estaba tostándome la última rebanada de pan. Sonreí por su esfuerzo de
darme una sorpresa, pero solté una risilla sorda cuando sacó la tostada y
consiguió dejarla en el plato después de que esta saltara de una mano a otra,
quemándole.

Cogió la bandeja y yo ya eché a correr, otra vez de puntillas, hacia el


dormitorio. Subí a toda velocidad, aunque sigilosamente, entré en la
habitación, arrimando la puerta como antes, me quité la bata, tirándola en la
butaca, y me metí en la cama corriendo.

En cuanto me tapé con la sábana, entró por la puerta. Cerré los ojos y me hice
la dormida.

El olor a café y tostadas ya invadía todo el dormitorio. Dejó la bandeja en su


mesilla y se medio echó a mi lado de costado para tenerme de frente,
ayudándose de su brazo para mantenerse algo erguido.

Se quedó un rato mirándome, pensando que dormía plácidamente.


Seguramente estaba dudando entre despertarme o no. Casi me derrito cuando
pasó sus ardientes y sedosos dedos por mi rostro para apartar mi pelo y
acariciarme, todo el vello de mi cuerpo se puso de punta automáticamente,
pero las mariposas de mi estómago aumentaron sus aleteos cuando se acercó
y me dio un beso en los labios que fue intenso y dulce a la vez, muy, muy
dulce.

Entonces, ya no pude evitar abrir los ojos para observar ese hermoso rostro
que me sonreía.

―Buenos días, preciosa ―murmuró.


―Buenos días ―sonreí yo también.

Y volvió a acercar su rostro para darme otro beso. A mis labios les costó
dejar que los suyos se marchasen.

―¿Has dormido bien? ―inquirió, apoyándose sobre su brazo otra vez.

Mi mente aún tenía demasiado frescas esas tórridas imágenes de hacía solo
unas horas, pero lo poco que había dormido lo había hecho en la gloria a su
lado.

―Sí, muy bien. ―Y acerqué el rostro para darle otro beso en los labios.
Jacob sonrió―. ¿Y tú qué haces levantado ya? ¿Y por qué huele tan bien?
―le pregunté, disimulando que no sabía nada de su sorpresa.

―Genial, ya lo sabías ―se dio cuenta.

Me conocía demasiado bien, incluidos todos mis gestos, por mínimos que
fueran.

―Noooo. ―La negación, la cual empecé oscilando la voz con un tono agudo
y terminé en un tono más grave, y que pretendía disimular mi pillaje, me
salió un tanto exagerada. Jacob entrecerró los ojos para acusarme con la
mirada mientras un lado de su labio se elevaba, esperando a ver cómo
terminaba mi mentira―. No lo sabía. Bueno, es decir, ¿saber el qué?

―Venga ya, sabías de sobra que te he preparado el desayuno ―rio.

―Huele mucho a tostadas y café ―alegué, aunque no pude evitar morderme


el labio.

47

Jake se rio más y finalmente me dio un beso en los labios, agradeciendo mi


intento de que su sorpresa no se rompiera.

―Toma, anda ―dijo, irguiéndose para coger la bandeja―. Nah, es poca


cosa, pero bueno. ―Y
se giró hacia mí, portándola.

―Qué va, está genial ―sonreí, incorporándome para sentarme en la cama,


tapándome con la sábana.

―Zumo, café y tostadas ―declaró con una sonrisa, poniéndome la bandeja


sobre las piernas.

―Qué bien huele ―exclamé, inhalando el olor a la vez que metía mi pelo
detrás de las orejas―.

Muchas gracias, cielo. ―Y me incliné hacia él para darle un merecido beso


que correspondió de buena gana.

Mi chico cogió su zumo, yo cogí el mío y chocamos los vasos a modo de


brindis, riéndonos. Nos bebimos los zumos de unos tragos y posamos los
vasos vacíos en la bandeja otra vez.

Mientras él echaba azúcar en su café y en el mío, yo cogí una tostada y


comencé a untarla con mantequilla.

―¿Te apetece ir esta noche a la isla de Santa Lucía? ―me propuso,


revolviendo mi café.

―¿Por la noche? ―inquirí, llevándole la tostada a la boca.

―Sí, podemos cenar allí y salir un poco, ¿qué te parece? ―Y le dio un


bocado.

―Sí, vale, me apetece salir y bailar ―acepté con una sonrisa, mordiendo la
tostada yo también.

―¿Quieres bailar? ―rio.

Le ofrecí lo que quedaba de tostada y se la metió en la boca, chupando mis


dedos mientras yo los retiraba.
―Sí, no sé por qué, pero me apetece mucho bailar contigo ―sonreí,
cogiendo otra tostada para untarla.

―Bueno, nena, si eso es lo que quieres, bailaremos toda la noche ―asintió


con su preciosa sonrisa torcida.

―No, toda no. El resto de la noche quiero reservarla para otras cosas
―confesé, sonriéndole con picardía mientras le llevaba la tostada que
acababa de untar hacia la boca.

―Ya me parecía a mí… ―sonrió él también, y le dio un mordisco a la


tostada.

Se me escapó una risilla traviesa y le pegué un bocado a la misma.

Por supuesto, la noche no era el único momento en el que dábamos rienda


suelta a la pasión, también había otros momentos, y ese día no fue una
excepción. Tuvimos el momento de la orilla de la playa, con sus olas bañando
nuestros cuerpos, el momento del jacuzzi, con todas aquellas burbujas y ese
vaho que subía la temperatura aún más, el momento de la chimenea al
atardecer, esta vez sin pétalos sobre la alfombra… Aunque también hicimos
otras cosas entre medias, como montar en las motos, bañarnos en el mar,
relajarnos en la zona de spa, en la piscina…

Después de ese intenso día, nos duchamos y nos arreglamos.

Yo elegí un vaporoso vestido floreado en tonos celeste, crema y turquesa, de


tirantes finos que dejaban un escote recto. Iba abotonado por delante hasta
arriba, así que dejé un par de botones desabrochados para que mi escote fuera
un poco más pronunciado. Aquí no me conocía nadie, y quería que Jake no
me quitase el ojo de encima, para qué lo íbamos a negar, me encantaba que
me mirase y me desease. La falda era corta, pero sin pasarse, y mejoró aún
más cuando me puse unas sandalias a juego que tenían bastante tacón. En
conclusión, si mi tía Alice me viera, estaría muy orgullosa de mí. También
elegí un bolso pequeño de color celeste que se podía colgar en el hombro.

Dejé mis rizos sueltos, tan solo amarré mi cabello con dos horquillas a ambos
lados de mi frente para que este no se me fuera a la cara, y me maquillé
ligeramente, yo no tenía la paciencia de Alice.

Aun así, Jake sonrió con satisfacción cuando me vio, y yo cuando lo vi a él.
Llevaba una ceñida camiseta blanca que le sentaba realmente bien y unos
pantalones cortos de color arena que eran bastante pijos, por qué no decirlo,
aunque sus pies calzaban unos playeros de esos de vestir que hacían de su
aspecto algo más informal. Estaba guapísimo.

Los dos nos quedamos mirándonos embelesados durante un rato, hasta que
Jake reaccionó y se acercó a mí. Rodeó mi cintura con sus brazos y me
arrimó a él, haciendo que mi boca ya suspirase.

―Estás preciosa ―murmuró con una sonrisa.

―Tú también estás muy guapo ―sonreí, llevando mis brazos a su cuello―.
Esa camiseta te sienta muy bien.

―Y a ti este vestido te queda de fábula. ―Su mirada bajó automáticamente a


mi escote―. Dios, te queda de fábula ―repitió, y yo sonreí, satisfecha.

Ambos acercamos nuestros labios para besarnos. Nos dimos un beso lento,
deslizándolos bien 48

para sentirnos mejor, y después otro, y otro más... Mis mariposas explotaron
para acariciar las paredes de mi estómago con sus alas y mi mano ya quiso
subir a su nuca para aferrar su pelo, pero me contuve y separé nuestras bocas.

―Si seguimos, ya no podremos parar… ―susurré en sus labios con una


sonrisa―. Y Fernando ya nos está esperando con su avioneta.

―Sí, tienes razón ―sonrió.

Inspiramos el aire profundamente y conseguimos despegarnos.

Salimos del dormitorio, bajamos esas escaleras en U, atravesamos el salón y,


por fin, llegamos al vestíbulo, donde cogimos las llaves del taquillón blanco y
nos fuimos de la casa.

El viaje en la avioneta pasó rápidamente, la apenas media hora de trayecto se


vio amenizada por la charla del piloto sobre la isla de Santa Lucía, y también
nos aconsejó varios sitios para ir a cenar y tomar algo.

Cuando aterrizamos, ya lo hicimos en una de las playas del sur de la isla, ante
las atentas y curiosas miradas de la gente que caminaba por el paseo de la
misma, cosa que me dio una vergüenza horrible. Jake insistió en llevarme en
brazos hasta suelo firme, pero me negué. Lo que me faltaba era llamar más la
atención de esos viandantes. Me descalcé para que no se me clavasen los
tacones en la arena, y nos bajamos de la avioneta.

Al llegar a la acera del paseo, me sacudí los pies y me volví a poner las
sandalias. Jake y yo no habíamos soltado nuestras manos en ningún
momento, así que solamente tuvimos que ponernos en marcha, siguiendo las
amables indicaciones que Fernando nos había dado durante el vuelo.

Solo nos detuvimos en el paseo para observar esa romántica puesta de sol que
tanto nos recordaba a la de nuestra boda. Después, seguimos caminando.

No tardamos mucho más en llegar a un restaurante que quedaba en el puerto


y que Fernando nos había recomendado fervientemente si queríamos cenar
buenos pescados. Fue allí donde cenamos. Tuvimos que esperar un poco para
que nos dieran una mesa, pero lo hicimos tomando unas cervezas sin alcohol
en la barra, en medio de una amena conversación, así que cuando nos dimos
cuenta ya nos sentaron.

En cuanto escuché: señores Black, la cara se me iluminó, y no precisamente


porque nos dieran la mesa. La gente se quedó mirando algo extrañada al
principio, por lo jóvenes que parecíamos para ya estar casados, y alucinada
después, mientras caminábamos hacia la mesa, por nuestro aspecto, supongo.
Bueno, yo también llamaba la atención, tenía que reconocerlo, cosa que hacía
que la sangre se me pusiese toda en las mejillas, pero el que más miradas
acaparaba siempre era Jake, eclipsándome un poco a mí, para mi alivio. Mi
espectacular marido ―qué bien sonaba― era el centro de atención
mayoritario allí donde iba. En los restaurantes, en el aeropuerto… y es que,
aparte de ese cuerpazo escultural que no se lo quitaba nadie, parecía un
jugador de la NBA y la gente siempre se quedaba con el mismo semblante,
ese que se pregunta dónde jugaría. Era muy divertido. Eso sí, una vez que lo
miraban a él, las miradas pasaban a mí. Ay.

Como nos había dicho Fernando, se cenaba muy bien allí, aunque para mí la
amena y divertida compañía que tenía enfrente era lo mejor de todo.

Después de cenar y de salir de ese restaurante, pasando por el mismo pasillo


de miradas que para entrar, nos fuimos a un chiringuito de moda que también
nos había recomendado el piloto.

Quedaba en la playa, los farolillos que se extendían sobre el pequeño


complejo, consistente en una barra, mesas y un reducido escenario donde
tocaba un grupo local, se veían desde el paseo marítimo.

Llegamos sin problemas y tuve la suerte de que unas tablas de madera se


extendían sobre la arena con el fin de que las féminas pudieran llevar sus
tacones para bailar cómodamente. Varias parejas ya se encontraban bailando
esa música con ritmos de salsa.

Bajamos las escaleras que daban a la arena y nos dirigimos a las mesas, otra
vez ante las miradas de la gente, sentándonos en una libre.

―¿Qué te apetece tomar? ―me preguntó Jake.

―Un cóctel sin alcohol ―contesté con entusiasmo―. No sé, el que veas tú.

―Vale ―sonrió―. Espérame aquí, vengo enseguida, ¿de acuerdo?

―Sí, tranquilo, no me voy a marchar ―me reí.

Se rio también, se levantó, me dio un beso y se fue a la barra.

Me percaté de cómo le miraban las féminas de su alrededor, algunas


descaradas se lo comían con la mirada. No le di importancia, en cambio,
sonreí con malicia en mi fuero interno, orgullosa y feliz. Porque ese hombre,
del que ellas solamente veían su impresionante físico, ignorando lo 49

maravilloso que era, además, en los demás aspectos interiores, era mío y solo
mío. Sí, qué felicidad.

Sin embargo, algo captó mi atención, más bien, alguien.

Era un hombre, un extraño, y también observaba a Jake atentamente. Me


llamó la atención porque llevaba gafas de sol en plena noche y vestía todo de
largo, con el calor que hacía aquí. Su camisa era de manga larga y sus
pantalones también. Su pelo moreno era muy longevo e iba atado en una
coleta baja que le llegaba a la espalda. No estaba consumiendo nada,
solamente estaba sentado en una mesa, sin compañía alguna. Me fijé en su
rostro, pero, lo poco que dejaban ver sus gafas, no me delataba nada raro. Su
piel parecía de un color normal.

Jacob terminó de pagar al camarero y cogió los dos preparados para regresar
a mi lado. El hombre desvió la vista y miró hacia el pequeño escenario,
aplaudiendo como el resto del personal al terminar la canción que había
estado sonando. Ahora parecía más normal…

Me quedé pensando. ¿Podía ser que ya me obsesionase por cualquier cosa?


Sí, claro que podía.

Lo había pasado tan mal durante ese año… En ese instante, me regañé a mí
misma. Me había prometido no recordar eso nunca más, y lo que tenía que
hacer era calmarme un poco, no todo tenía por qué ser peligroso. Si me
preocupaba por cada personaje raro que me encontrase, lo llevaba claro.
Tomé aire y lo solté, relajándome automáticamente. No le di más
importancia, gente rara la había por todas partes, además, estaba en mi luna
de miel, quería disfrutarla a tope, y no quería preocupar a Jake con tonterías.

Su sonrisa hizo que el asunto se me olvidase rápidamente.

―Toma, preciosa ―posó mi cóctel en la mesa―, a ver si te gusta.

Se sentó a mi lado, ya bebiendo del suyo por la pajita.


Los dos cócteles estaban servidos en dos enormes copas de cuello ancho que
estaban a rebosar de cubitos de hielo picado. El suyo era de color amarillo y
estaba aderezado con una cuña de lima, cuya corteza habían cortado para que
cayese en un bucle, y el mío era de un rosa intenso y estaba adornado con una
rodaja de naranja que había sido pelada con el mismo efecto.

―Gracias ―sonreí, observando mi copa mientras revolvía mi cóctel entre


todo aquel hielo para deshacer el azúcar del fondo―. No me lo digas, por el
olor ya me hago una idea. El tuyo es de piña y el mío de fresa. ―Y acto
seguido lo probé.

―Sí ―rio.

―Me encanta, está muy rico ―asentí, dándole un beso en la mejilla. Luego,
cogí el suyo―. A ver cómo está este…

―También está bueno ―afirmó a la vez que yo lo probaba.

―Sí, tienes razón ―asentí, dejando la copa en su sitio―. Pero me gusta más
el mío.

―Ya lo sabía, por eso te lo cogí de fresa ―declaró con una sonrisita.

Sí, me conocía demasiado bien. Le sonreí y nos dimos un beso corto.

La noche era cálida, y la suave brisa del mar te abrazaba para acogerte en un
ambiente romántico y veraniego.

Nos quedamos un rato sentados, tomando nuestras bebidas mientras


observábamos cómo bailaba la gente ese merengue tan movido. Las féminas
meneaban las caderas sin parar, dando vueltas con su pareja, enredando sus
brazos para desenredarlos después… Yo miraba atenta para tomar nota, por si
Jake se animaba luego y nos arrancábamos en uno de esos bailes moviditos.

Aunque él eso de menear las caderas…

Pero entonces, el grupo del escenario comenzó a tocar una canción más lenta,
siguiendo las pautas de esos ritmos y sonidos caribeños.

Esta era la mía.

―Vamos a bailar ―le propuse, tirando de su mano para levantarle.

―¿Bailar? ¿Ahora? ―inquirió, aunque ya se estaba poniendo en pie,


conmigo.

―Sí, vamos ―reí, arrastrándole hacia la pista.

―Vale, vale ―rio él también.

Llegamos allí donde la gente estaba bailando y rodeé su cuello con mis
brazos para comenzar a bailar. Jake enseguida me abrazó y me arrimó a él.
Nuestros pies empezaron a moverse al son de ese pausado ritmo,
balanceándonos de un lado a otro sin dejar de mirarnos a los ojos. Las
mariposas de mi estómago ya no podían aletear más deprisa.

―Dime, ¿lo estás pasando bien? ―interrogó con un murmullo, sonriéndome.

―Más que eso, soy la mujer más feliz del universo ―murmuré, arrimando
mi frente a la suya para acariciarla―. Ojalá pudiéramos quedarnos aquí para
siempre.

―Ya te digo ―sonrió, dándome un beso en los labios que hizo que mi
cuerpo ya se estremeciera.

50

Después, dejó mi boca para hablar de nuevo―. Pero, desgraciadamente, solo


nos queda una semana aquí.

―Bueno, La Push está muy bien ―sonreí―. Para mí es el mejor sitio del
mundo.

―Y ahora ya sabes nadar ―siguió él―. Podremos darnos algún chapuzón


juntos de vez en cuando.
―Sí, qué guay ―sonreí otra vez―. Aunque allí el agua está más fría, voy a
tener que pegarme bien a ti ―insinué con voz sugerente, llevando mis labios
a los suyos.

―Pégate todo lo que quieras, cielo ―susurró en mi boca.

Y nos dimos un beso un poco más largo y efusivo que el anterior, que, a poco
más, hace que mis mariposas saliesen despedidas hacia las estrellas.

Conseguimos terminar ese beso, con el fin de no dar el espectáculo allí, y


apoyé mi cabeza en su clavícula para seguir bailando, a la vez que él me
apretaba contra su cuerpo con mimo.

Estaba en la gloria, en el cielo, moviéndome con él en ese suave balanceo


mientras esa cálida música nos llevaba. Hasta que noté algo raro que me sacó
de mi nube.

Era ese extraño otra vez, pero ahora nos observaba a los dos, y no nos quitaba
ojo. Empecé a sentirme realmente incómoda, ¿por qué nos miraba así?
Parecía un agente del FBI, o del servicio secreto, un agente de esos que salen
en las películas, lo único que le faltaba era la gabardina. Y

encima, nos observaba con una desaprobación clara, la censura le salía hasta
por las gafas. No le veía los ojos, pero su boca, en gesto de hastío, lo decía
todo.

Eso me puso más enferma. Me recordó a Nahuel y su forma de mirarnos, con


esa crítica y censura, pero, claro él sabía que yo era un semivampiro y que
Jake era un hombre lobo, todavía se podía entender que tuviera algún
prejuicio estúpido. Sin embargo, este hombre no nos conocía de nada, y
parecíamos despertar algún tipo de rechazo en él, tanto, que no podía apartar
sus ocultos y tontos ojos de nosotros. Mis dedos se aferraron a la nuca de
Jake con más fuerza, rabiados, y él se dio cuenta de que algo me ocurría.

―¿Qué pasa? ―me preguntó, claro, despegándose un poco de mí para


mirarme.
Pero yo no quería que nuestra maravillosa velada se nos estropease por culpa
de un extraño con prejuicios, y menos siendo mi luna de miel. Ni hablar. Así
que le di un puntapié a la imagen de ese hombre y me concentré en el único
que me importaba.

―Nada, cielo ―le sonreí. En ese momento, la música pasó a ser rápida de
nuevo y la pista se llenó de más gente para menear las caderas.

―Ay, madre ―rio, separando su cuerpo del mío para tomarme de la mano―.
Vamos a seguir tomando esos cócteles.

―¿No quieres probar? ―me reí mientras él ya tiraba de mí hacia la mesa―.


Mira, solo hay que mover las caderas y…

―¡Uf! Mis caderas y yo vamos a ritmos diferentes, somos incompatibles


―bromeó―. Y encima, en este baile tengo que llevarte yo, quita, quita.

―Que no, es muy fácil, ya verás ―le detuve, ahora tirando yo de él para
volver a la pista.

―Ay, no sé, Nessie… ―dudó.

―Yo aprendí a nadar, y tú aprendes a bailar. Es justo, ¿no? ―le sonreí,


poniéndome frente a él para comenzar a danzar―. Mira, es así, ¿lo ves? ―Le
cogí de las manos mientras yo llevaba los pies de un lado a otro con pasos
rítmicos que hacían que mis caderas se movieran solas.

―Tú lo haces muy bien, desde luego ―afirmó con una sonrisa pícara,
observándome de arriba abajo.

―Y ahora doy una vuelta. Tú levanta el brazo así para que yo pase por
debajo. ―Y se lo alcé yo para hacerlo.

Fui girando poco a poco, meneando las caderas, y cuando mis ojos lo
tuvieron en su ángulo de visión le miré con seducción.

―Creo que esto ya me está gustando más. ―Su sonrisa golfa se amplió.
―Venga, inténtalo tú ―le exhorté, sonriéndole, cuando terminé de girar.

Sus pies comenzaron a moverse, no con mucha soltura, la verdad, pero al


menos lo hacían al ritmo de la música. En cambio, sus brazos y sus manos
seguían mis movimientos perfectamente.

―Me siento ridículo ―declaró, mordiéndose su sonriente labio.

―Que nooooo, lo estás haciendo genial, mira. ―Y pasé a sujetar la parte


superior de sus brazos para menearme un poco más pegada a él.

―Bueno, esto no está tan mal, tengo que reconocerlo ―sonrió, sujetando mi
bailarina cintura con sus grandes manos.

51

―Claro que no, nene, tú suéltate ―le animé con un murmullo, acercando mi
frente a la suya para seguir con mi sugerente baile.

Y se soltó. Y no solo él. Los dos nos soltamos tanto con esa música y esos
bailes tan sensuales y apasionados, que terminamos escondiéndonos donde
pudimos para besarnos como dos ardientes adolescentes.

Cuando llegamos a casa, ya prácticamente nos íbamos comiendo por el


camino. No nos dio tiempo a subir al dormitorio. Jake abrió mi vestido de un
tirón, haciendo que los pequeños botones saliesen despedidos por todas
partes, y terminamos de apagar esas llamas en el mismo vestíbulo.

A la mañana siguiente, y después de ducharme yo primero ―Jake quería


dormir cinco minutos más―, bajé a la cocina en albornoz para ir poniendo la
mesa, puesto que el amable servicio ya se había molestado en hacernos el
desayuno. Cuando terminé de colocarlo todo, no me pude resistir a coger una
de las fresas que nos esperaban en una de las bandejas.

Unos brazos fuertes y protectores me rodearon por detrás y me atrajeron a su


cuerpo cálido con mimo. Al igual que yo, él llevaba su albornoz.
―Ya estoy aquí, preciosa ―susurró Jacob en mi oído, provocando a mi
estremecido vello.

―Menos mal, porque ya te echaba de menos ―le confesé, girando el rostro


hacia él mientras acariciaba sus antebrazos.

Mis adorados ojos negros se engancharon en los míos, haciendo que mi


corazón aumentase su ritmo automáticamente.

―Pues ya me tienes aquí ―sonrió.

Me di la vuelta y rodeé su cuello con mis brazos para darle un beso.

―Estaba pensando que podíamos ir a una de las playas de Santa Lucía ―le
propuse―. Por ver cómo es el ambiente y eso.

―Vale ―aceptó, aunque no parecía estar demasiado atento a eso, porque se


dedicó a soltar mi cintura para que una de sus manos cogiesen una fresa.

La acercó a mi boca, clavándome esa mirada de fuego que ya me hizo entrar


en otro estado metafísico, y no pude evitar morderla mientras ya le miraba
con ojos encendidos. Luego, él se terminó de comer el fruto.

Llevó sus manos hasta el cinto de mi albornoz y lo desató, abriéndolo


después para que mi cuerpo quedase al descubierto. Ya llevaba un rato
hiperventilando, pero cuando me repasó con sus intensos ojos y metió sus
ardientes y sedosas manos para acariciar mis caderas y tomar mi cintura, mi
respiración se transformó jadeante en toda regla.

Pero yo no iba a ser menos.

Desaté su cinto y también abrí su albornoz, permitiéndole a mi privilegiada


vista que observase su cuerpo sublime. Sí, lo era, y su tez morena contrastaba
con ese blanco de la prenda, haciéndola todavía más hermosa. Llevé las
manos a su impresionante torso y comencé a acariciárselo, entonces, su
respiración también se intensificó.
Me pegó a su cuerpo con un movimiento enérgico y decidido, que hizo que
mi piel se estremeciera al contacto con la suya, y empezamos a besarnos con
auténtica pasión.

Parecía mentira que hubiésemos hecho el amor hacía unas pocas horas, pero
nuestras manos se deslizaban por nuestra piel ávidamente mientras nuestras
bocas se entrelazaban sin descanso entre jadeos alocados.

Jake obligó a que nuestros cuerpos se girasen y mi cintura chocó con la


encimera. Su brazo arrastró las cosas que reposaban sobre la misma,
creándose un estrepitoso y momentáneo ruido, y me sentó en ella, donde mis
piernas ya estaban abiertas para acogerle.

A partir de ahí, la locura se desató.

Esta vez le dijimos a Fernando que aterrizase en un sitio lo más desapercibido


posible. Si ayer ya habíamos llamado la atención con los transeúntes que
caminaban por el paseo, no queríamos ni pensar lo que pasaría hoy en una
playa abarrotada.

Aterrizó en una cala, donde se reunían más bien familias, y nos dirigimos a
otra de las playas, cualquiera nos servía.

No tardamos mucho en encontrar una que nos gustase. Bajamos las escaleras
que separaban el paseo con la arena y comenzamos a pasear por la playa para
buscar un sitio donde poner las toallas.

Hacía mucho calor, así que mi chico solamente vestía su bañador tipo
bermudas y yo llevaba un corto pareo.

52

No me fijé si también yo era objetivo de miradas, porque mi vista solo pudo


reparar en cómo le observaban las féminas mientras caminábamos. Se lo
comían con la mirada, pero también lo observaban con un poco de distancia.
Jake tenía ese puntito canalla y rebelde que hace que una mujer desconfíe
pero se sienta atraída a la vez sin remedio. Una vez más, me reí en mi fuero
interno, porque era mío, mío, mío y solo mío. Sonreí de felicidad y seguí
caminando con mi chico de la mano, con la cabeza muy alta, aunque también
me di cuenta de que él tenía la misma expresión.

Encontramos un sitio y extendimos las toallas.

Me daba un poco de vergüenza quitarme el pareo de pie, a la vista de toda esa


gente de alrededor, así que me senté y me lo quité en la misma toalla. Lo
guardé en la mochila que había cargado Jake y saqué la crema para empezar
con ese ritual de siempre. Por supuesto, Jacob se ofreció para echármela por
la espalda y yo acepté encantadísima. Cuando terminó, le eché un chorrete en
el pecho a traición.

―¡Puaj! ¿Qué haces? ―se quejó.

―Ahora tú, aquí no tenemos sombrilla, así que no te queda más remedio
―declaré, extendiéndole la crema por el torso.

―Desde luego, ya no sabes qué hacer para tocarme, ¿eh? ―sonrió con esa
maravillosa sonrisa torcida mientras se dejaba caer hacia atrás, apoyándose
con los brazos estirados―. ¿Qué pasa? ¿No has tenido bastante con lo de la
cocina? ―me recordó con voz sugerente.

―Jake…. ―le regañé, riéndome, pegándole un manotazo en el brazo.

Aunque solo pensar en ello, ya hacía que me estremeciera de nuevo. Él se rio


con satisfacción y yo sonreí.

Seguí acariciando su increíble pecho ante algunas miradas verdes de envidia,


eso hizo que mi sonrisa se ampliara aún más. Después, seguí por su espalda,
su cuello y sus amplios hombros. A poco más, y se me acaba el bote de
crema.

―Toma, ahora échate tú por el resto del cuerpo. ―Y se la pasé.

―Ay, qué asco ―se volvió a quejar, poniendo una mueca―. Odio las
cremas.
―Pero hay que echárselas ―rebatí, sentándome como había hecho él antes,
con los brazos como apoyo.

Se hizo un momento de silencio mientras terminaba de extenderse la crema


en el que me fijé en él, aunque, claro, eso no era nada difícil, teniendo ese
cuerpazo a mi lado. Pero no fue en eso en lo que puse mi atención, al menos,
no del todo, sino en el color de su piel. Su tez era más oscura, en cambio, la
mía…

Puse mi brazo junto a él y torcí el gesto.

―¿Qué pasa? ―rio, ya dándose cuenta de lo que pasaba por mi cabeza.

―¿Cómo es posible? Tú estás todo el tiempo a la sombra ―me quejé al ver


mi pálido brazo igual de níveo que cuando llegamos hacía una semana,
contrastando con su morena piel.

―Es genética, nena ―declaró, mostrándome esa preciosa sonrisa torcida―.


Yo llevo sangre india en mis venas, y tú…, bueno, tu madre siempre ha sido
una piel pálida y tu padre…, en fin, para qué hablar, no es transparente de
milagro ―se burló, tirando el bote encima de la toalla―. Es lo que hay,
llevas genes de vampiro, y que yo sepa, los vampiros no se ponen morenos
―cuchicheó, y su sonrisa se amplió.

―Pues yo me marcharé de aquí morena ―le contradije, frunciendo el ceño.

―Vale, vale ―se rio. Luego, miró a su alrededor y fijó su vista en un puesto
de helados―. No sé tú, pero yo me estoy achicharrando. ¿Te apetece un
helado? ―terminó, mirándome a mí.

―Sí, vale ―acepté, sonriente.

―De acuerdo ―asintió, poniéndose en pie. Cogió la cartera de la mochila y


se inclinó sobre mí―. Vengo enseguida. ―Y me dio un beso en los labios
que yo correspondí de muy buena gana.

Le sonreí cuando se incorporó de nuevo y no le quité ojo mientras se dirigía


al puesto de helados.

Había bastante cola, así que, cuando Jake ya estaba a punto de pedir, ya
llevaba unos cinco minutos sola.

―Hola, ¿sabes que eres el bombón de la playa? ―habló una voz en español,
de repente, que hizo que me sobresaltara y apartase la vista de mi chico para
mirar.

―Y probablemente de toda la isla ―siguió otro chico, sentándose en la toalla


de Jake.

Era un grupo de cuatro chicos que parecían bastante presuntuosos, por cierto.
Lucían su palmito de gimnasio con orgullo, ignorando que lo que yo tenía
superaba a los cuatro juntos, y todo natural, cien por cien.

53

―No estoy sola ―les advertí, también hablando en español, aunque malo,
echándole una mirada fulminante y asesina a ese que se había atrevido a
usurpar la toalla de Jacob.

―Yo te veo sola ―rebatió otro de ellos.

―Pues no lo estoy ―respondí con voz borde―. Mi marido va a venir ahora


mismo.

―Ah, ¿estás casada? ―preguntó el cuarto con cierta duda.

―Sí ―le respondí sin más, usando un tono firme y mostrándole mi alianza.

―Bueno, no somos celosos ―afirmó el primero que había hablado.

Idiotas, si ellos supieran…

―¿Qué pasa? ¿Hay algún problema? ―intervino Jake en su lengua


estadounidense, que se plantó frente a ellos con unas pupilas amenazantes
que lo decían todo.
Los cuatro abrieron los ojos como platos. Aparte de su masa muscular, Jake
les sacaba la cabeza.

―No, ninguno, tío… ―dijo el tercero, ya en inglés, en un tono trémulo.

―¿Estáis molestando a mi mujer? ―siguió él.

―No, no sabíamos… ―intentó defenderse el primero, ya comenzando a


iniciar la huida.

―¿Y tú qué haces ahí? ―bufó Jake, cambiando la misma mirada hacia el
tipejo que se había atrevido a sentarse en su toalla―. Aparta, venga.

―Sí, perdón…

En cuanto ese se levantó, los demás ya estaban caminando con presteza por la
arena, con el rabo entre las piernas.

―Menos mal que llegaste, no sabía cómo quitármelos de encima ―resoplé.

―Qué pesados. Desde luego, te dejo sola cinco minutos y los buitres ya te
acechan, hay que ver ―gruñó. Luego, suspiró y me ofreció mi helado―.
Bueno, toma.

―Gracias, cielo. ―Lo cogí y le di un merecido beso en los labios con una
sonrisa más que orgullosa.

El helado estaba muy bueno, y entraba bien, con ese calor no había quién
estuviese.

Pero, de repente, mis ojos se fijaron en algo y mi boca dejó de comer.

Era el extraño que había visto la noche anterior, y como entonces, llevaba sus
gafas de sol y vestía completamente de largo. Pero, esta vez, había algo más
que hizo que me quedase helada por un instante. Era su olor. La suave brisa
corría en nuestra dirección y me traía su efluvio, su efluvio vampiro. El
individuo estaba a la sombra de una palmera, por eso su piel no destellaba.
―¿Qué pasa? ―quiso saber Jake al ver mi cara. Su vista se fijó justo donde
la mía, aunque su nariz ya había detectado el olor antes―. Mierda, es un
vampiro ―masculló―. Y nos está mirando, como anoche.

Giré el rostro hacia él, sorprendida.

―¿Ya lo sabías?

―Sí, ¿tú también te fijaste ayer? ―inquirió él, volviendo el rostro hacia mí
para mirarme con la misma expresión.

No hizo falta que ninguno asintiera. Nuestros rostros ya lo dijeron todo.


Ninguno había dicho nada para no preocupar al otro, pero los dos nos
habíamos dado cuenta anoche.

Como ayer, su expresión era de hastío total.

―No sé por qué nos mira así ―dije, mordiéndome el labio.

―No me gusta ni un pelo. Voy a ver qué diablos le pasa ―gruñó,


comiéndose lo que le quedaba de cucurucho de un bocado mientras ya se
ponía en pie con enfado.

―No, Jake, espera ―intenté pararle, levantándome yo también.

Pero no hubo forma.

―No te separes de mí ―masculló sin quitarle ojo al extraño.

Me cogió de la mano, apretándola con fuerza, y con paso firme y seguro se


acercó al vampiro, que nos esperó tranquilamente, apoyado en la palmera.

54

Rey y reina

Llegamos a donde el vampiro y Jake se plantó frente a él sin ningún tipo de


reparo ni temor, conmigo de la mano.
―No sé quién eres, pero ya me estás tocando mucho las narices ―le soltó
nada más llegar.

Mi mano apretó la suya para que se calmase, aunque no me hizo ni pizca de


caso. Las risas y el griterío de las personas que se encontraban en la playa
pasando un divertido día se mezclaban y contrastaban con el ambiente
enrarecido y tenso que había bajo esa palmera en la que nos encontrábamos
los tres.

―Así que el rumor era cierto ―habló el vampiro con una hermosa voz que
no casaba nada con su gesto de hastío―. El hombre lobo y la semivampiro se
han casado ―censuró.

Vaya, las noticias vuelan.

―Me importa una mierda lo que tú pienses ―criticó Jake, mirándole de


arriba abajo con desdén―. ¿Solo has venido a espiarnos para eso?

―Si quisiera espiaros, me habría tomado las molestias de esconderme, ¿no te


parece?

―No lo sé, dímelo tú. ―El tono de Jake ya se acercaba más a lo chulesco―.
Puede que seas lo bastante estúpido como para no hacerlo, o demasiado
osado, quién sabe.

El vampiro sonrió con arrogancia.

―Me he enterado de que Nikoláy, Ruslán y Razvan han muerto.

―¿Es que los conocías? ―inquirió Jake, ya algo alerta―. ¿Estás buscando
venganza o algo así?

Volví a apretar su mano, pero esta vez asustada.

―No. Solo quería ver cómo era ese Gran Lobo que lo había logrado y del
que tanto hablan los miembros de nuestro mundo ―declaró.

―No sabía que era tan popular ―afirmó Jake con acidez.
―Lo eres ―ratificó el vampiro.

―¿Cómo demonios sabías que estaba aquí? ―quiso saber Jacob.

―Como ya dije, vuestro reciente… matrimonio ―le costó decir la palabra,


como si no se pudiese creer que un hombre lobo y un semivampiro estuviesen
casados, me sacaba de quicio―

está en boca de todos.

―Ya veo que ha sido todo un bombazo ―afirmó Jake, alzando la barbilla
para mirarle con chulería―. Pero sigo sin saber cómo has dado con nosotros.

―No ha sido difícil rastrear los vuelos programados para el 19 de junio


―reveló el vampiro, hablando con presunción―, sobre todo cuando los
viajeros se llamaban Jacob Black y Renesmee Cullen.

―Renesmee Black ―le corregí, molesta.

―¿Y solo te has molestado en venir hasta aquí para mirarme? ―inquirió mi
chico con cierto aire jocoso.

―Quería comprobar que ese rumor sobre vosotros era cierto ―manifestó el
vampiro, observando nuestras alianzas. Yo alcé la mano, mostrándole el
anillo para que lo viera bien. Lo observó, osciló la mirada hacia mí, y después
solamente miró a Jake―. También quería comprobar cómo era ese Gran
Lobo que derrotó a Nikoláy, Ruslán y Razvan.

―Pues ya me has visto ―le espetó mi chico de malos modos―. Ahora


lárgate de aquí y déjanos en paz.

―Tienes que ser realmente poderoso, si has podido terminar con ellos
―continuó el vampiro, haciendo caso omiso de su exigencia―. Ni siquiera
nosotros hemos podido.

Eso llamó la atención de Jake.


―¿Vosotros? ―interrogó, enfatizando el plural.

―Nikoláy, Ruslán y Razvan tenían más enemigos, aparte de vosotros


―aseguró ese extraño individuo―. Mi grupo y yo hemos intentado terminar
con ellos en varias ocasiones, aunque sin éxito.

55

―¿Y vais a vuestra bola o trabajáis para alguien? ―preguntó Jake con
suspicacia.

―¿Por qué íbamos a tener que trabajar para alguien? ―cuestionó el vampiro,
fingiendo una falsa sorpresa.

―No me tomes por tonto ―le respondió Jacob, ofendido―. ¿Crees que me
iba a tragar esas trolas que acabas de contar? Puede que también vinieses por
eso, pero he visto cómo has mirado el anillo de mi mujer, estabas
comprobando si era el que Aro nos regaló.

El vampiro sonrió con arrogancia otra vez, mientras mi corazón pegaba un


salto, nervioso.

―Veo que no se te escapa nada.

―Mira, no sé qué pretende ese vejestorio tarado, seguramente está muy


preocupado por esa dichosa profecía; y tampoco sé quién eres tú y tu grupito
de chupasangres, ni qué tenéis que ver con los Vulturis, pero me importa una
mierda. ―La irritación de mi chico subía por momentos―.

Puedes decirle a ese chiflado decrépito que se quede tranquilo, a mí no me


interesa para nada esa profecía, así que su estúpido reinado de idiotas estará a
salvo. Lo único que yo quiero es vivir tranquilamente con mi mujer, formar
una familia y tener críos más adelante. ―El labio del vampiro se levantó un
poco en señal de repulsión con la última afirmación de Jacob. Ya me tenía
harta, las ganas de pegarle un puñetazo se volvieron urgentes―. Todo lo
demás me importa un bledo, así que dejadnos en paz de una vez, ¿vale?
Maldita sea, ¡estamos en nuestra luna de miel!
La sonrisa arrogante del vampiro ya hacía un rato que se le había borrado de
la cara. Se quedó en silencio, mirando a Jake con seriedad durante un rato,
hasta que habló por fin.

―Le daré tu mensaje ―asintió―. Aunque le disgustará enormemente que no


aceptaseis su regalo de boda.

―No aceptamos regalos de chupasangres ―respondió Jake con


impertinencia.

―Sin embargo, habéis aceptado los regalos de otros vampiros, como esas
motos acuáticas, por ejemplo ―espetó ese individuo, altanero.

Ambos nos quedamos paralizados por un momento, aunque mi respiración


enseguida incrementó de intensidad.

―¿Cómo demonios sabes eso? ―inquirió Jacob en tono monocorde,


apretando los dientes.

―No hay mucha distancia de aquí a ese islote, sobre todo para un vampiro
―desveló él, jactándose de su proeza.

Entonces, caí en algo.

―Por eso se fueron los delfines ―murmuré con una mezcla de sorpresa y
temor.

Jake soltó mi mano súbitamente y se acercó al vampiro hasta que se encaró


con él, quedándose a dos palmos.

―No vuelvas a acercarte por allí, ¿me has entendido? ―masculló, furioso,
clavándole una mirada más que amenazante desde arriba, ya que le sacaba
una cabeza al vampiro―. Y sobre todo no te atrevas a acercarte a mi mujer,
no sabes de lo que soy capaz por ella. Solo con que oses a mirarla, te mataré
―le avisó, cerrando sus manos ya temblorosas en puños rabiosos.

La gente que estaba más cerca empezó a curiosear, al ver el evidente estado
de cabreo de Jake y una posible pelea a la vista. Esto ya empezaba a ser
peligroso, pero con el asunto de la gente más, pues esas mismas personas
atraían la atención de las que estaban a su alrededor, contagiándoles esas
ansias por cotillear.

La verdad es que, visto desde fuera y con la distancia de desconocer que su


contrincante era un vampiro, Jake parecía el matón de turno.

―Jake, vámonos ―le pedí con voz nerviosa, cogiéndole del antebrazo para
tratar de separarle.

Pero él no me hizo caso. Solamente se limitó a amarrar mi mano y a


entrelazar nuestros dedos con fuerza.

―Tranquilo, ya te he dicho que solo he venido a comprobar que os habíais


casado y a ver cómo eras tú ―se defendió el vampiro―. Mi misión ha
terminado. No estoy aquí para llevármela.

―Más te vale ―le advirtió Jake.

Le dedicó una última mirada amenazadora y tiró de mi mano para darnos la


vuelta.

Y, sin más, comenzamos a caminar hacia las toallas entre aquel círculo
invisible de miradas que nos rodeaba.

No podíamos hacer más. Estábamos rodeados de gente, Jake no se podía


transformar, y, a decir verdad, puede que fuera peor si nos cargábamos a ese
vampiro. Era un enviado de Aro, y si lo matábamos podíamos empeorar las
cosas.

Me giré y vi cómo el vampiro se marchaba, caminando a un paso humano.


Subió las escaleras que separaban la arena del paseo y desapareció de mi
vista.

56
Me volteé de nuevo y observé a mi chico. Jacob estaba realmente enfadado.

―Esto es increíble ―bufó, ya llegando junto a las toallas―. ¿Es que nunca
nos van a dejar en paz? ¿Tan importantes somos?

Los dos nos sentamos a la vez, sin separar nuestras manos. Aunque luego yo
solté la suya.

―Tranquilo, cielo ―intenté calmarle, hablando con voz dulce, mientras me


ladeaba y llevaba las manos a su cuello para pegar mi frente a su sien―. Ya
se ha ido, y ahora no creo que nos vuelva a molestar. Ya ha visto lo que Aro
le ha mandado y se marchará de la isla.

Mi voz pareció sosegarle un poco, aunque seguía con ese rostro enfrascado.
Se tumbó en la toalla, boca arriba, llevándome con él, y me acomodé sobre su
ardiente pecho, apoyando mis antebrazos en el mismo para mirarle.

La verdad es que, con el calor que hacía y su tórrida piel, me achicharraba,


pero se estaba tan a gusto pegada a él… Menos mal que yo no sudaba en
estas situaciones, si no, ya llevaría un buen rato chorreando. Sin embargo, su
piel sí que ya estaba algo humedecida, y su maravilloso efluvio se veía
intensificado, adquiriendo esos matices afrodisíacos que lo llenaban todo de
feromonas y me volvían loca. Si estuviéramos en nuestro islote privado, ya
me habría lanzado sobre él. Tuve que llamarme la atención a mí misma para
concentrarme en la importante conversación que estábamos manteniendo.

―Sí, ya lo sé, pero a mí el que me preocupa es Aro ―declaró, llevando sus


preciosos ojazos negros a los míos a la vez que su brazo ya me arropaba y sus
dedos comenzaban a pasar a través de mi pelo―. Todo ese rollo de los
anillos me da muy mala espina. Y se ve que está muy preocupado por esa
profecía, no creo que lo deje estar así como así.

―¿Y quiénes serán ese grupo? ―pregunté en voz alta, mordiéndome el


labio.

―No tengo ni idea. Cuando lleguemos al islote llamaré a Doc para ver si
sabe algo. Lo que está claro es que los Vulturis no solo disponen de su
guardia, tienen a más gente que trabaja para ellos, seguramente son sicarios
―aventuró.

Su efluvio cada vez era más intenso…

―¿Sicarios? ―pestañeé.

―Sí, gente que les hace el trabajo sucio, ya sabes.

―Ese… hombre ―utilicé otro nombre para llamar al vampiro, pues


estábamos rodeados de gente, y, aunque hablábamos en voz baja y había
bastante bullicio, a lo mejor alguien muy cotilla podía oír ciertas palabras que
eran peligrosas― dijo que él y su grupo también intentaron terminar con
Razvan, Nikoláy y Ruslán. ¿Crees que los Vulturis sabían de sus intenciones
e intentaron quitárselos del medio?

―Puede ser, no sé. ―Frunció los labios y siguió hablando―. Pero entonces
no entiendo por qué no han intentado evitar nuestra boda.

―¿Cómo? ―pregunté sin comprender.

―La intención de esos tres era invertir la profecía para que Razvan fuera…
―miró a ambos lados y cuchicheó más bajito― un rey en nuestro mundo
―dijo, torciendo el gesto al pronunciar esa palabra a la que él todavía no
daba credibilidad―, y es evidente que eso no les interesaba a los Vulturis.
Pero tampoco les interesa que no se invirtiera, ¿entiendes? Quiero decir, que
ninguna de esas dos opciones es buena para ellos, porque en las dos salen
perdiendo. Y si tú y yo nos casábamos, la profecía se cumplía, ¿no? No
entiendo por qué Aro no envió a nadie para chafárnosla.

―Tienes razón ―coincidí, y empecé a acariciar ese húmedo y apetecible


pecho con mi mano―.

A los Vulturis no les interesa que seas el rey de nuestro mundo ―sonreí.

Ya sé que la situación no era para sonreír, pero me sentía tan orgullosa de él,
que no pude evitarlo.
―No sonrías tanto ―objetó con esa sonrisa que me volvía loca―. Yo no voy
a ser el rey de nada, además, no he notado ningún cambio en mí, ¿y tú?

―No.

―Pues eso.

―Pero lo eres, lo dice la profecía ―insistí.

―Esa profecía se puede equivocar ―contradijo, dándome un toque en la


nariz con la punta de su dedo.

―De momento, todo lo que está escrito se ha ido cumpliendo ―afirmé,


subiendo mi mano por su pecho―. Ezequiel me ha dicho que todo lo que su
esposa vaticinaba se cumplía. Anna era una vidente muy buena, incluso
mejor que Alice, ya que ella sí que podía ver a los licántropos y metamorfos.
Además, si los Vulturis están tan interesados, es por algo, ¿no crees?

57

―Entonces, ¿por qué no impidieron nuestra boda, eh? ―cuestionó,


volviendo a su interrogante de antes, se notaba que para cambiar de tema.

―No lo sé ―reconocí―. Pero esta es nuestra luna de miel, y no pienso dejar


que nos la estropeen. Ya pensaremos en eso cuando lleguemos a casa.

―Tienes razón ―asintió―. No les daremos esa satisfacción.

―Pero tú eres el Rey de los Lobos, y reinarás en nuestro mundo ―reiteré,


acercando mi rostro al suyo.

―¿Tanto te gusta eso? ―murmuró, elevando un lateral de su boca con


seducción.

Si él supiera que su olor ya me estaba volviendo loca y que lo único que me


apetecía era abalanzarme sobre él, arrancándole el bañador de cuajo…

―No es que me guste porque vayas a ser más o menos importante, eso me da
lo mismo, yo te amo igual, es que estoy muy orgullosa de ti, eso es todo
―conseguí susurrar.

―Sí, ya lo sé. Pero sabes lo que significa que la profecía se cumpla, ¿verdad?
―susurró mientras sus dedos bajaban por mi espalda para estremecerme―.
Más responsabilidades, para ambos ―apuntilló.

―¿Para ambos? ―No comprendía a qué se refería.

―Si yo soy el Rey de los Lobos, tú eres la Reina, ¿no es así? ―Su sonrisa se
amplió, adquiriendo ese matiz de golfería que me hacía perder la poca
cordura que me quedaba―. Y eso te carga de responsabilidades, nena. No sé
si te has dado cuenta cuando leíste la profecía en ese libro, pero tú eres muy
importante, eres el sello entre las dos civilizaciones, entre chupasangres y
metamorfos. ―Sus penetrantes y profundos ojos se clavaron en los míos con
más intensidad y me quedé sin aire por un instante―. Tú eres la fuerza que
impulsa a mi espíritu, eres mi guía y mi luz, y tú eres la que me proporciona
poder ―citó de la profecía con un susurro, poniéndome todo el vello de
punta―. Y eres la única elegida para proporcionarme una estirpe pura y
perfecta que garantizará mi… reinado ―vocalizó, usando cierto retintín―.
Así que todo eso te va a dar mucho trabajo, preciosa, sobre todo en la práctica
de lo último.

Volvió a mostrarme esa sonrisa torcida y ya no pude resistirme. Rodeé su


cuello con mis brazos y acerqué mis labios a los suyos para besarlos con
deseo, cosa que él correspondió, si bien pronto los despegué, no quería dar el
cante aquí.

―Te daré todos los hijos que quieras ―susurré en su boca con fervor―.
Llama a Fernando, quiero irme al islote ahora mismo.

―¿Ya quieres encargar uno? ―inquirió con un susurro en forma de sonrisa,


aunque no escapó a mis oídos ese tono ilusionado.

―No te hagas ilusiones ―sonreí yo también―. Eso lo dejaremos para dentro


de unos años, tenemos una vida muy larga. De momento, podemos ir
practicando para cuando nos pongamos de verdad.
―Pásame el móvil ―me pidió ya con prisas.

Dicho y hecho. Me despegué de su cuerpo y saqué el móvil de la mochila,


pasándoselo.

Jake llamó a Fernando y quedó con él en la misma cala donde nos había
dejado. Recogimos todo, me puse ese pareo corto de color morado, Jacob se
colgó la mochila al hombro e iniciamos la marcha para irnos de la playa.

Una vez más, fuimos el centro de atención de las miradas, aunque esta vez
pude percibir que también se unían otras vistas curiosas por el casi incidente
de antes.

Subimos las escaleras, dejando abajo esa arena blanca, y llegamos al paseo de
la playa.

Paseamos con rapidez durante un rato y después nos metimos por una
callejuela que daba directamente a la cala, así no teníamos que rodear tanto.
Sin embargo, no llevábamos ni dos minutos caminando por allí, cuando
alguien saltó delante de nosotros.

Eran los cuatro chicos que me habían molestado en la playa, y nos rodearon,
portando unas navajas.

―Lo que me faltaba ―suspiró Jake, mirando hacia un lado con cansancio.

―Es mejor que nos dejéis en paz ―les avisé.

Y no solo lo decía por Jake, yo también sabía defenderme.

―Si no quieres que te pinchemos, lárgate de aquí y déjanos a la chica


―exigió uno de ellos.

Jacob volvió la vista hacia él, ya observándole con irritación.

―¿Me estás tomando el pelo? ―espetó, clavándole una mirada amenazante


que hizo que el chico ya se asustara algo―. No tengo ganas de pelea, así que,
venga, apartaos de ahí y dejadnos pasar, tenemos un poco de prisa.
58

―¡¿No me has oído?! ―repitió el chico, gritando con nerviosismo.

―¡Venga, pínchale ya! ―azuzó otro de ellos.

―¿Quereis pincharme? ―les provocó Jacob―. Adelante, pinchadme.

―No, Jake ―le regañé.

Pero no me hizo ni caso, les mostró una sonrisita chulesca para provocarles
aún más y esperó a que el primero de ellos se lanzara a por él.

―¡Estúpido, tú te lo has buscado! ―voceó este, que se arrojó a él navaja en


mano para incrustársela en el abdomen.

La hoja del cuchillo se hundió hasta el fondo y el chico la sacó, haciendo que
un chorro de sangre saliera tras ella sin que Jacob moviera un solo dedo para
defenderse.

El olor de su delicioso plasma desató mis instintos durante un instante, pero


fui capaz de controlarme, por supuesto, jamás olvidaba quién lo llevaba en
sus venas.

Jacob hizo un poco de teatro y se llevó la mano al abdomen, doblándose


hacia delante para fingir dolor.

―¡Ya está, coged a la chica! ―les ordenó el chico a sus acompañantes.

―Espera ―habló Jake, irguiéndose de nuevo―. ¿Qué pasa aquí? ¿A ver?


―Quitó la mano para mirarse―. Vaya, parece que ya no tengo nada. ―Y
alzó la vista hacia ellos para clavarles esa profunda mirada.

Todavía estaban los restos de la sangre que le había dado tiempo a emanar de
la herida, pero esta ya solamente era una cicatriz rosada.

―¡¿Qué coño…?! ―exclamó otro de los chicos.


―¿Quieres clavármela otra vez? ―Jacob se inclinó hacia el mismo que le
había hundido la navaja y se la quitó, aprovechando el estupor de su
agresor―. Trae, ya me la clavo yo. ―Y se lo incrustó en el abdomen de
nuevo ante las atónitas miradas de los cuatro chicos, que no podían creerse lo
que estaban viendo.

Retiró la navaja de su carne y la sangre volvió a brotar.

―Jake, no sigas ―le advertí, ya un poco sedienta.

La boca ya se me hacía agua y la acidez que notaba en mi garganta quemaba


más. Gracias a Dios, la herida se cerró a los pocos segundos, haciendo que
los ojos de nuestros agresores se abrieran como platos.

―¿Qué es esto, tío? Vámonos de aquí ―dijo uno de ellos, echando el pie
hacia atrás.

―¿No queréis más? ―siguió Jake―. No os vayáis todavía, mirad esto, es


divertido. ―Llevó el chuchillo a su antebrazo y se hizo varios cortes; antes
de que terminara de hacerse el último, los primeros ya se estaban cerrando.

―¡Jake, ya está bien! ―le reñí, ahora con más ímpetu, quitándole la
navaja―. ¡Mira cómo te has puesto!

―No te preocupes, preciosa, me bañaré en el mar, así no olerás mi sangre,


¿vale?

Y esos cuatro idiotas salieron corriendo, despavoridos.

―No sé por qué has hecho eso ―seguí regañándole mientras iniciaba la
marcha y tiraba de él para que se moviese―. Ha sido peligroso, ¿y si nos
descubren?

Tiré el cuchillo en una papelera, de la que pasábamos.

―Bah, no pasa nada ―rio él, totalmente despreocupado―. ¿Quién va a creer


a esos cuatro? Y
además, ¿crees que van a contarle a alguien que iban a matar a un turista para
forzar a su mujer?

En eso tenía razón, pero aun así…

―Bueno, me da igual ―discutí, aunque un poco menos enfadada―. Ahora


mírate, estás lleno de sangre. ¿Qué cara crees que va a poner la gente que está
en esa cala cuando te vea aparecer?

―Iré corriendo al agua y ni se enterarán ―rebatió con una enorme


sonrisa―.Venga, nena, no te enfades. Les he dado una buena lección, ¿no
crees? ¿Viste la cara que pusieron? ―Y se rio en voz alta con malicia.

No pude evitar levantar los labios ante su risa contagiosa.

―La verdad es que se quedaron horrorizados ―reconocí, ya riéndome―. No


creo que vuelvan a intentar nada así en su vida.

―Sí, estos no vuelven a salir de casa, te lo digo yo. ―Entonces, me miró con
picardía y habló con seducción―. Cuando lleguemos al islote, te dejaré que
pruebes un poco de mi sangre, ¿qué te parece?

Giré el rostro para mirarle.

―Eso ya lo haces siempre ―le recordé.

59

―Pero hoy dejaré que bebas un poco más ―afirmó con su sonrisa torcida.

―¿Más? ¿Dejarías que bebiese un poco más? ―Mi tono salió alegre, pero
seductor a la vez.

―Claro, nena, confío en ti.

―Es peligroso ―objeté, aunque solo de pensarlo, ya empezaba a salivar,


unido a la excitación que eso me producía…
―Eso lo hace todavía más excitante ―declaró, y su sonrisa se amplió―.
Venga, ya sabes que me encanta. Cuando haces eso, me vuelvo loco,
pequeña.

―Sí, ya lo sé ―murmuré, sonriendo―. ¿Solo un poco más?

―Cuatro tragos más. Pero cuatro, ¿vale? ―insistió, siguiendo con esa
sonrisa que me gustaba tanto―. Tampoco quiero que me dejes seco. Y,
bueno, en fin, querrás que pueda terminar, ¿no? Así que cuatro contados.

―Vale ―acepté, tirando de él más fuerte.

Eso era más que suficiente.

Se carcajeó y llegamos a las escaleras que daban a la pequeña cala.

―Ahora cuidado, ¿eh? ―le pedí, ya bajando los peldaños de piedra a su


lado.

―Sí, en cuanto pise la arena, salgo despedido hacia el agua ―aseguró.

―Y frótate bien, para que se quite la sangre reseca ―le aconsejé, echándole
un vistazo a ese cuerpo serrano que ahora incluso era más apetecible con esa
sangre.

―A la orden. ―Hizo el saludo militar, me pasó la mochila y, en cuanto pisó


la arena, salió despedido hacia el agua.

Las personas que estaban en la arena le miraron, pero fue más bien por la
rápida carrera de un hombre tan alto, ni siquiera les dio tiempo a verle con
detalle. Entró en el mar, armando un buen escándalo con el agua, que se
estampaba en su cuerpo debido a la velocidad con la que se internó, y se
zambulló de un salto.

Otra vez más, no pude evitar soltar una risilla. Los niños de alrededor se le
quedaron mirando, riéndose, parecía uno de ellos.

La avioneta ya nos esperaba, estancada en la arena. Jake salió y se acercó a


mí, chorreando el agua por el bañador.

―Ya está, ¿ves? ―dijo, escurriéndose el mismo con las manos.

―Venga, vamos ―reí, cogiéndole de la mano para ir a la avioneta.

Nos subimos a esta y Fernando enseguida dejó de leer el periódico para


ponerse en marcha.

La media hora de trayecto se me hizo más bien larga. No veía el momento de


llegar para quedarme a solas con Jacob. Además, tanto tiempo también me
dio para pensar en ese asunto de los Vulturis, aunque terminé obligándome a
olvidarme del asunto temporalmente, esta era nuestra luna de miel, y después
de todo lo que habíamos tenido que pasar, no pensaba dejar que nadie nos la
ensombreciera con nada. Jacob parecía estar pensando lo mismo que yo, y
ambos nos miramos y nos sonreímos cuando llegamos a la misma conclusión.

En cuanto la avioneta aterrizó en el islote, nos despedimos de Fernando y


corrimos hacia la casa.

Lo primero que hicimos fue llamar a Carlisle para preguntarle si sabía algo de
ese grupo del que nos había hablado ese vampiro, pero su móvil no estaba
operativo, así que Jake enseguida pasó a la segunda parte de nuestros planes.

Me cogió en brazos como si fuese el primer día de nuestra estancia aquí y me


subió a la habitación, donde por fin pude dar rienda suelta a mis ansias.

Sí, todavía nos quedaba una semana para aplacar este fuego, aunque no sé por
qué intuí que necesitaríamos toda una vida para eso.

60

En casa

Lo primero que hicimos nada más entrar en casa fue respirar tranquilos. El
viaje había sido muy largo, y otra vez sufrimos los retrasos de los vuelos. Así
que cuando Seth y Brenda nos dejaron en el jardín, se marcharon y entramos
en nuestro hogar estábamos bastante cansados.

Nos daba pena que nuestra luna de miel se hubiera terminado, bueno, nuestra
luna de miel oficial, claro, porque nosotros no necesitábamos de eso para
vivir nuestra pasión, pero por otro lado ya nos apetecía llegar a nuestra
preciosa casita roja, que sería pequeña, pero era acogedora y formaba nuestro
hogar.

Respiré hondo nada más entrar por la puerta, inspirando los aromas que
conformaban nuestra casa, ese olor que estaba mezclado con nuestros
efluvios, con el océano, los árboles, la hierba del jardín, la tierra… Todo eso
que nos hacía sentir tan a gusto, que nos acogía, entremezclándose en
completa armonía y que me recordaba cada día que este era mi verdadero
hogar.

Todavía recordaba todo lo que había echado de menos mi casa.

Después de inspirar el olor del interior, de sonreírnos y de darnos un beso en


los labios, subimos las maletas a nuestro dormitorio.

Las dejamos a un lado y me tiré en la cama con los brazos en cruz, boca
arriba, para sentir ese colchón tan añorado en mi espalda. Jake gateó desde
los pies del camastro y se acomodó entre mis piernas con una enorme sonrisa
dibujada en su rostro y yo rodeé su cuello con mis brazos, correspondiendo
su alegría.

―¿Contenta de estar en casa? ―preguntó.

―Me da pena que nuestra luna de miel se haya terminado, pero sí, ya tenía
ganas de llegar ―le contesté.

―Se acabaron los lujos ―suspiró.

―No, yo todavía tengo el mayor de todos conmigo. ―Y mi sonrisa se


amplió, junto a la suya.

Llevó sus labios a los míos y nos besamos durante un rato, dejando que la
energía fluyera despacio a nuestro alrededor.

Después, terminamos ese beso, tomando una buena bocanada de aire para
recuperarnos.

―¿No tienes hambre? ―sugirió cuando lo consiguió, sonriéndome―.


Porque yo tengo un poco.

―Sí, yo también ―coincidí.

―Entonces vamos a hacernos unos bocadillos ―propuso, despegándose de


mi cuerpo para salir de la cama.

Me tomó de las manos y me ayudó a incorporarme. Intenté hacer ese juego


suyo de no dejarme levantar, pero por más contrapeso que hice, me levantó
con facilidad, entre las carcajadas de los dos. Me estampé contra su cuerpo,
que enseguida me acogió con sus fuertes brazos, si bien los míos también
rodearon su cuello.

―No puedes ganarme ―fanfarroneó a un palmo de mi rostro, con una


enorme sonrisa.

―¿Tú crees?

Y me separé súbitamente de él para iniciar una carrera hacia la cocina,


aunque él ya había adivinado mis intenciones, cómo no, y saltó casi a la vez
para perseguirme, otra vez entre las carcajadas de ambos.

―¡No vale, eso es trampa! ―se quejó a mis espaldas, riéndose, cuando
conseguí salir la primera por la puerta.

―¡No es trampa! ¡Es astucia! ―maticé, carcajeándome con malicia mientras


ya corría por el pasillo con él pisándome los talones.

―¿Ah, sí? Ahora verás.

De pronto, apoyó la mano en la barandilla y, con un acrobático salto, pasó


por encima de la misma, aterrizando directamente en las escaleras.
―¡No, eso sí que es trampa! ―protesté entre risas, llegando al comienzo de
la escalera para empezar a descender a toda prisa.

―¡Ja, ja, ni hablar, nena! ―contradijo, bajando los peldaños de tres en tres
con unas enormes 61

zancadas.

Pero yo no me pensaba rendir.

―¡Te voy a dar tu merecido, tramposo! ―Y pegué un brinco.

Logré encaramarme a su espalda justo cuando ya estaba llegando al final de


la escalera y se disponía a girar para correr por el vestíbulo.

Uf, a tiempo.

―¡Eso sí que es trampa! ―rio, aunque sus brazos se abrieron para que mis
piernas se acomodasen mejor en su cintura y me sujetaron; los míos rodearon
su cuello.

Solté una risilla traviesa y le di un beso en la mejilla.

Dejó de correr y bajó el último peldaño. Caminó por el vestíbulo, dando un


tranquilo paseo conmigo en su espalda, y nos dirigimos al saloncito para
entrar en la cocina, cuyo acceso quedaba en el mismo.

Giró a la derecha y, entonces, sus pies se quedaron clavados en el sitio, así


como nuestros ojos.

―¿Qué es esto? ―inquirió, parpadeando.

―Un piano ―exhalé, sorprendida.

Sí, era un piano, un piano de pared de estudio. Estaba junto a la puerta de la


cocina, aunque no pegado a ella, aún quedaban unos cincuenta centímetros
que los separaban, y se ubicaba detrás de uno de los butacones de la
chimenea, mimetizándose perfectamente con el mobiliario de la sala.

Era de madera, pero estaba lacado en color gris, haciendo juego con las
alfombras y un banco acolchado que estaba colocado justo delante del
instrumento, puesto ahí para que solo me tuviera que poner a tocar. Había una
nota doblada sobre la tapa de las teclas.

Me bajé de la espalda de Jake, todavía boquiabierta, y me acerqué al piano


para coger la nota y leerla.

―Para que las notas que salgan de tus dedos llenen vuestro hogar de música
de verdad. Os queremos ―cité, sonriendo por la broma de mi padre―. Es el
regalo de boda que mis padres me han hecho.

―Guau ―murmuró Jake.

―Es precioso ―exclamé, levantando la tapa para acariciar las teclas nuevas
con mis dedos.

―Toca un poco ―me pidió, llegando al butacón de dos zancadas.

Lo giró hacia mí y se repantingó en él con una sonrisa enorme.

―No sé si me acordaré muy bien ―reí, entrelazando los dedos para


estirarlos.

―Claro que sí, ya verás ―me animó.

Me senté, dándole la espalda inevitablemente, y toqué una escala creciente.

―Está muy bien afinado ―comprobé, sonriendo.

―Si tú lo dices… ―rio.

Pensé durante un segundo lo que iba a tocar y, cuando ya di con algo, me


lancé a la piscina. No tenía partitura, pero no me hacía falta, me la sabía de
oído.
Comencé a hundir las teclas con mis dedos y esas rápidas notas sonaron
alegres y limpias, con un sonido contundente, claro, vibrando en la caja del
piano con rotundidad. Mis dedos se movieron con total soltura, como si
nunca hubiesen dejado de tocar, y mi cerebro me iba redactando las notas
musicales sin ningún problema, componiendo a su paso esa pieza musical. La
toqué entera, de pe a pa, y mis manos detuvieron su movimiento, quedándose
un rato en silencio.

Cuando me giré, Jake estaba observándome, embelesado.

―Está claro que la música amansa a las fieras ―bromeé con una risilla.

―Muy graciosa ―respondió con retintín. Se me escapó otra risita―. ¿Y qué


canción era esa?

―El Gran Vals Brillante, de Chopin.

―Es divertida.

―Sí, no está mal ―asentí, haciendo una mueca―. A ver qué te parece esta.

Llevé mis dedos por las techas de nuevo y toqué una canción más elaborada y
alegre. Las notas resbalaban por mis yemas con agilidad y rapidez, fluyendo
por todo el saloncito para extenderse al resto de las estancias. Al terminar, me
volví hacia Jake de nuevo, que me miraba atontado una vez más.

―¿Qué te ha parecido? ―le pregunté, exultante.

―Esa canción mola, ¿de quién es? ―quiso saber.

―¿De verdad te ha gustado?

―Sí, ¿quién es el compositor?

―Mi padre. ―Y se me escapó una sonrisita orgullosa.

62
―No ―dudó con sorpresa.

―Sí ―me reí.

―Vaya, pues está guay, tengo que reconocerlo ―admitió.

―Y ahora vamos a ver tu regalo ―le dije, levantándome del banco


acolchado.

―¿Mi regalo? ―Entonces, se dio cuenta de que a él también le esperaba


algo, algo que llevaba deseando hace mucho tiempo―. ¡Mi regalo!
―exclamó acto seguido, levantándose de la butaca como un muelle.

Me cogió de la mano y tiró de mí para echar a correr hacia la puerta de la


casa, entre risas.

Salimos volando y nos dirigimos al garaje de igual modo. Cuando entramos


por la puerta, nos quedamos patidifusos.

―¡Guau, es genial! ―clamó, soltando mi mano para acercarse a la Harley


Davidson con rapidez.

―¡Es preciosa!

Empezó a tocarla mientras la observaba completamente alucinado, dando


vueltas a su alrededor para no perderse detalle. La Harley era de color negro,
excepto el depósito del combustible, que, además, tenía un dibujo en rojo; y
el metálico del manillar, el tubo de escape y los radios de las ruedas brillaban
a rabiar.

―Mira esta preciosidad ―me indicó, entusiasmado, sin dejar de acariciar la


moto―. Depósito del combustible acabado a mano, asiento de cuero… ¡Dios,
y mira qué tubo de escape, esto va a rugir que no veas! ¡Dios, y son 1.584
centímetros cúbicos!

Sus manos no hacían más que pasar por encima de la Harley, acariciándola
sin cesar.
―No sé si esto me gusta. Voy a ponerme celosa de esa moto ―bromeé.

Jake se carcajeó y se lanzó a mí para abrazarme. Me elevó por el aire y dio


unas cuantas vueltas conmigo colgando a la vez que nos reíamos, yo
contagiada por su enorme entusiasmo.

―¡Es genial! ―Y me dejó en el suelo para darme un efusivo beso que, a


poco más, y hace que mis mariposas explotasen, de la emoción.

Soltó mis labios, aunque algo a regañadientes, y ambos cogimos aire para
volver a la realidad.

Y qué realidad.

―¿No vas a leer la nota? ―inquirí, señalándosela.

―Ah, sí, la nota.

Me reí, ni siquiera se había fijado.

Cogió el papel que reposaba sobre el asiento y lo leyó en voz alta.

―Como ves, lo prometido es deuda. Ahora ten cuidado, lobo. Ah, y que
Renesmee se ponga el casco. Os queremos, otra vez ―citó―. Capullo…
―rio después, dejando la nota en una de las estanterías.

―Es preciosa ―repetí, mirándola alucinada.

Pasó la pierna por encima y se sentó en la moto, llevando las manos a ese
brillante manillar.

―¿Te apetece dar una vuelta, nena? ―me propuso con voz seductora,
clavándome esos ojazos negros con ganas.

Las mariposas de mi estómago volvieron a agitarse. Estaba realmente guapo


subido a esa Harley, mejor dicho, se le veía muy, muy sexy.

―No sé, no te conozco de nada ―le respondí, siguiendo con su juego de


seducir.

―Vamos, lo pasarás muy bien, te lo aseguro ―afirmó, mostrándome esa


sonrisa torcida que me volvía loca.

Sí, estaba tan sexy…

―¿Correrás mucho? ―quise saber, apoyándome en la enorme máquina junto


a él para insinuarme.

―Correré todo lo que tú quieras, preciosa ―aseguró, acercando su rostro al


mío para besarme.

Me moría por besarle, pero me contuve. También me gustaba jugar.

―Vale, pero en esto no corras tanto ―le advertí con una sonrisa traviesa,
apartándome de él.

Se rio y yo me fui a la parte trasera de la moto para montarme―. Primero


quiero que me demuestres lo que sabe hacer esta máquina. ―Pasé la pierna
por encima y me senté detrás de él, sujetándome a su cintura.

Le dio al pedal de arranque y la moto rugió con ímpetu. Era ese rugido
inconfundible que solo sabe hacer una Harley Davidson.

―¿Sientes cómo ruge entre tus piernas? Pues esto no es nada, pequeña, ya
verás ―presumió.

La verdad es que, más que la moto, a mí ya casi me apetecía más que rugiera
otra cosa…

63

Jake hizo virar la moto para dirigirla hacia la puerta y salimos del garaje entre
ese mágico bramido de la Harley.

La condujo, no muy deprisa, por el sendero que daba a la carretera, pasamos


por delante de la casa de Billy, que no estaba porque se había ido a pescar, y,
por fin, salimos a la carretera asfaltada que comunicaba La Push con Forks.

Entonces, sí que aceleró. Rodeé su torso con mis brazos y me pegué bien a su
amplia espalda.

La Harley Davidson rugía con contundencia por el asfalto mientras se movía


a una velocidad extraordinaria.

―¡Qué pasada! ―grité con entusiasmo entre el rugido del tubo de escape.

―¡Esto es la caña! ―aulló, exultante.

Nos carcajeamos al unísono y volvió a acelerar.

Nos movimos vertiginosamente por la carretera de La Push, aunque no todo


lo deprisa que a Jake le hubiera gustado, ya que era peligroso si nos
encontrábamos con otro vehículo. Los árboles que dibujaban el trayecto eran
borrones verdes que zumbaban en nuestros oídos y el viento de la carrera
azotaba nuestros rostros sin cuartel, mi melena era abatida hacia atrás con
virulencia, dándome latigazos en la espalda.

Recorrimos toda la carretera de La Push y salimos a la de Forks, continuando


con ese movimiento veloz y ese sonido contundente. Ya en el pueblo, la
gente se giraba para vernos, alertados por el rugido inconfundible de la moto,
y eso que Jake ya iba más despacio.

Después, dio la vuelta donde pudo y comenzamos a dirigirnos a la reserva de


nuevo. No tardamos mucho en volver a tomar la carretera de La Push,
girando a la izquierda en ese cruce.

Mis brazos ya no podían abarcar más, estaban felices, rodeando ese torso con
ganas, y mis manos se posaban en su pecho con vehemencia, palpando todo
lo que podían. Apoyé mi mejilla en su espalda y sonreí de felicidad mientras
me dedicaba a observar ese bello paisaje que tanto había echado de menos.

―¿Te gusta? ―me preguntó, girándose levemente hacia mí.


―Me encanta ―reí, achuchándole otro poco más.

Jacob se carcajeó con satisfacción e hizo que la moto aumentara las


revoluciones, dejándose notar su gran cilindrada.

El olor del mar no tardó en aparecer en mi nariz y cuando me di cuenta nos


metimos por la carretera de Mora para quemar ese asfalto. Observé el
brillante río Quillayute, que serpenteaba a nuestro lado para acompañarnos
bajo ese vago sol que se escondía en las nubes de vez en cuando.

Seguimos su curso, entre todos aquellos árboles, y finalmente llegamos al


parking de Rialto Beach.

Esta tarde estaba lleno, la temporada de verano ya se había iniciado y los


surfistas y demás turistas lo tenían todo tomado. Pero la moto se aparcaba
bien, así que Jacob estacionó en un hueco que vio, apagó el motor y se giró
hacia mí.

―¿Qué te ha parecido, nena? ¿Te ha gustado? ―inquirió, siguiendo con el


juego de antes.

Me bajé de la moto y caminé hacia delante, pasando mi mano por su hombro.


Luego, me paré, me giré hacia él y le empujé con suavidad para que se
pusiese más atrás.

Movió su trasero, mostrándome esa sonrisa torcida, y me dejó el hueco que


yo quería, delante suyo. Me senté, mirándole de frente, y pasé las piernas por
encima de las suyas para arrimarme lo más posible a su cuerpo. Rodeé su
cuello con mis brazos y me pegué bien a él. Los suyos enseguida me
apretaron contra su torso.

Las mariposas de mi estómago ya lo iban a hacer reventar.

―No ha estado mal ―contesté, haciéndome la dura.

―Conozco una manera de mejorarlo ―insinuó, mostrándome la misma


sonrisa mientras ya acercaba su rostro al mío.
―Eso quiero verlo ―jadeé ya al notar su abrasador aliento en mis labios.

Los unió a los suyos y comenzamos a besarnos con efusividad, en medio del
sonido del océano y del griterío de la gente que se encontraba en la playa,
muy cerca del parking. Sin embargo, ya no fui capaz de escuchar nada más,
la energía nos rodeó y el tiempo se detuvo; el sonido se apagó y la luz ahora
era un velo rojo debido al impacto de los rayos del sol en los párpados
cerrados. Lo único que podía sentir eran sus suaves y tórridos labios
mezclándose con los míos, intercambiándose el aliento, las mariposas
acariciando las paredes de mi estómago con ímpetu y esa energía que fluía al
mismo ritmo.

No sé cuánto tiempo pasó, el tiempo parecía haberse detenido, pero cuando


conseguimos terminar ese beso el sol ya se había movido un buen trecho en
el cielo.

64

Como siempre nos pasaba, tuvimos que esperar un rato hasta que
conseguimos recuperar el aliento y la razón.

―¿Te apetece dar un paseo? ―me propuso.

―Vale ―acepté.

Me despegué de él y me bajé de la moto. Acto seguido lo hizo él. Cogió la


llave, se la guardó en el bolsillo de su pantalón corto y me tomó de la mano
para empezar a caminar hacia la playa.

Antes de pisar la arena, nos descalzamos y cada uno cogió su calzado.


Mientras paseábamos, nos quedamos mirando las pericias de los surfistas,
que galopaban sobre las olas con maestría. Los niños correteaban en la orilla,
cargando con cubos de juguete repletos de arena húmeda para hacer sus
castillos soñados, los chicos se retaban con balones y demás artilugios de
playa y las féminas se dedicaban a intentar aprovechar los rayos de ese vago
y ya escurridizo sol, en las toallas.
Dimos un largo y tranquilo paseo en el que también conversamos y
recordamos nuestra luna de miel, y finalmente regresamos al parking para ir a
casa.

Nos subimos a la Harley Davidson, que ya tenía unos cuantos admiradores


alrededor, y nos pusimos en marcha de nuevo. Recorrimos la carretera de
Mora, otra vez con el acompañamiento del río, que ahora nos dejaba atrás al
seguir su curso hacia el mar, y Jacob giró a la derecha para continuar por la
carretera de La Push. Estaba tan a gusto amarrada a su ancha y cómoda
espalda, que cuando me di cuenta ya habíamos llegado a casa.

Jake aparcó la moto en el garaje y nos bajamos.

Se quedó un rato mirándola, acariciándola de nuevo.

―Creo que ya estoy celosa de esa moto ―reí.

Despegó la vista de la Harley para mirarme a mí y sonrió.

―No sé si dormir aquí esta noche. ―Y su sonrisa burlona se amplió.

―Ja, ja ―articulé con ironía―. Mira a ver lo que haces, o acabarás


durmiendo en el sofá de verdad ―bromeé.

―Uf, vale, vale ―se rio―. Nada de serte infiel con la moto.

―Más te vale ―me reí, acompañando su risa―. Bueno, voy a conectarme


para darles las gracias a mis padres, y de paso para darles una reprimenda por
lo de los móviles.

Les habíamos estado llamando toda la semana para contarles el asunto de ese
enviado de Aro y no habíamos sido capaces de contactar con ningún
miembro de mi familia. Ya sabíamos que no habían querido molestarnos,
pero una llamada de vez en cuando…

―Vale, yo voy ahora mismo ―declaró, observando la Harley otra vez―.


Solo quiero verla un poco más detalladamente.
―¿No tenías hambre? ―sonreí.

―No, ahora no ―rio él.

―Vale, pero no tardes ―reí yo también.

―No, descuida.

Sin embargo, ya estaba enfrascado con la moto.

―Os dejaré intimidad ―me burlé.

―Ja, ja ―ironizó él, ahora mirándome a mí.

Solté una risilla y me giré, marchándome del garaje.

Entré en casa y subí a la habitación del ordenador. Sonreí cuando entré, hacía
tanto que no pasaba allí. Me senté en la silla y encendí la computadora. Como
siempre, no tardó mucho en hacerlo, salieron las cuatro ventanas del antivirus
y poco más, las cerré y me conecté enseguida.

Escribí un hola y esperé a la respuesta.

Nada.

Volví a escribirlo y, una vez más, esperé.

Nada otra vez.

―Qué raro… ―murmuré para mí misma.

Sí, lo era, porque normalmente no tardaban nada en contestar. Pero entonces,


otra persona de mi familia apareció en la pantalla.

―Hola, cielo ―me saludó Carlisle, algo serio.

Bueno, él también me venía bien para regañarle.


―Hola, abuelo ―sonreí―. ¿Dónde os habéis metido todos estos días? Os
hemos estado llamando, pero ninguno teníais el móvil encendido. Es que
queríamos comentaros una cosa.

―Yo también tengo algo que contaros. ―Su voz y su rostro denotaban una
gravedad que no me gustó nada.

65

―¿Qué pasa? ―quise saber, ahora algo alarmada.

Se quedó en silencio un momento, atravesándome con esa mirada seria que


ya me heló a través de la Webcam, como si me tuviese delante.

―Tus padres, Alice y Jasper han desaparecido.

Y lo que se congeló entonces fue mi corazón.

66

Búsqueda

Me quedé paralizada durante un momento, con mis ya ansiosos ojos clavados


en la pantalla.

―¿Qué…? ―conseguí murmurar, aún incrédula por lo que acababa de oír.


Me levanté de la silla con tanta precipitación que mi empuje hizo que las
ruedas rodaran súbitamente y el asiento saliera disparado hacia atrás,
chocando con la cama nido―. ¿Cómo… cómo que han… desaparecido?

En ese momento Jake entró en la habitación, y su rostro ya me mostraba que


había escuchado algo, de la que subía por las escaleras.

―¿Qué pasa? ―quiso saber, poniéndose a mi lado a la vez que ya cogía mi


mano para calmarme.

―Bella, Edward, Alice y Jasper han desaparecido ―repitió mi abuelo.


―¿Qué? ―masculló Jacob, girando el rostro hacia la pantalla.

No se lo podía creer, su semblante se tornó igual de preocupado que el mío.

―Esme encontró una nota de Bella la semana pasada. ―Hizo una pausa para
evaluar mi estado emocional, el cual le debió de parecer lo suficientemente
arropado por Jacob, y siguió hablando―. Según explica Bella en la nota,
Renée ha estado investigando sobre ella por su cuenta, sin pedir la
colaboración de Charlie. ―Mi corazón sufrió un tumbo otra vez y apreté la
mano de Jake, que me alentó entrelazando sus dedos con los míos―. No se
sabe qué es lo que ha descubierto, pero parece ser que se ha acercado
demasiado a algo y ha desaparecido. ―Apreté los dedos de Jacob―. Lo
único que nos explica esa nota es que Alice ha tenido una visión sobre esto y
que se han ido para iniciar una búsqueda. Sin embargo, no nos han desvelado
nada más, y nos han rogado que nosotros no hagamos nada al respecto.

―Pero, ¿por qué? ―inquirí, extrañada―. ¿Por qué no quieren que hagáis
nada?

Mi abuelo volvió a examinar mi rostro, y después de un tenso silencio, volvió


a hablar.

―Creemos que lo han hecho para no ponernos en peligro, es evidente que


Renée ha tenido que encontrarse con algo peligroso.

Tuve que volver a apretar la mano de Jake para relajarme un poco.

―¿Y por qué demonios no nos habéis dicho nada antes? ―se quejó Jacob.
Carlisle abrió la boca para hablar, pero mi chico le interrumpió antes de que
lo hiciera―. Ya, ya, no me lo digas. No queríais molestarnos ni preocuparnos
en nuestra luna de miel.

―Ni siquiera nosotros sabíamos qué estaba pasando, por eso preferimos
esperar a vuestro regreso ―alegó mi abuelo.

―Esto tiene que ser cosa de esos viejos decrépitos de los Vulturis ―opinó
Jake―. Seguro que son ellos los que retienen a Renée, y no sé si te has fijado
en que tanto Bella como los demás son los que tienen dones en tu aquelarre.
Aro siempre ha estado muy interesado en que Alice, Edward y Bella
formasen parte de su guardia, está más que claro que han cogido a Renée para
chantajearles.

―Es lo que creemos nosotros ―coincidió Carlisle―. Sin embargo, tenemos


que cerciorarnos bien. No podemos ir a Volterra sin tener pruebas claras y
evidentes.

―¿A Volterra? ―interrogué con la boca colgando―. ¿Vais a ir a Volterra?

―Estoy convencido de que Alice ha tenido una visión en la que Aro tomaba
la decisión de atacarnos a todos para hacerse con ellos ―empezó a
explicar―. No sé con exactitud qué motivos le han llevado a Aro a tomar
esta decisión tan drástica, pero seguramente no le importaría nada que
nosotros cuatro cayésemos en la batalla con tal de conseguir a tus padres, a
Alice y a Jasper, por eso no quieren que nos involucremos. Si se han ido así,
ha sido para que nosotros no corramos peligro.

Mi mano ya no podía estrujar la de Jacob con más fuerza, menos mal que era
un hombre lobo y no le hacía daño, porque si no, le hubiera roto los dedos.

―¿Y por qué esa decisión tan drástica? ―conseguí murmurar.

Su semblante se tensó y sus ojos graves se dirigieron especialmente a Jake.

―No sé los motivos exactos, pero creo que los Vulturis se están rearmando
para una batalla.

67

―¿Cómo? ―musitó Jacob.

―La profecía ha comenzado con vuestro matrimonio, y Aro no va a permitir


que su imperio de siglos se tambalee ahora.

―¿Quieres decir que se están preparando para una batalla con nosotros los
lobos? ―inquirió mi chico, hablando con seriedad.

Respiré hondo para no desmayarme, esto ya era demasiado fuerte para mí.

―Repito que no estoy seguro, pero eso creo ―asintió Carlisle, siguiendo con
su gesto grave.

Me dio un ligero mareo y tuve que sujetarme a Jake. Él se dio cuenta y me


sujetó por el brazo.

―No te preocupes, cielo, no va a pasar nada ―me dijo en un intento de


calmarme―. Ven, siéntate aquí. ―Llevó la silla que yo había empujado,
hacia delante, y me la puso detrás de las piernas para que yo me sentase. Mi
trasero se cayó solo sobre ella y él se sentó en la silla de al lado, arropándome
con sus brazos―. Todo saldrá bien, ¿vale? Ya lo verás.

―Tal vez sería mejor que no hablásemos más de este tema ―sugirió
Carlisle.

―No, estoy bien ―afirmé―. Seguid.

Tenía que saber qué estaba pasando, aunque me doliese por varios flancos.

―¿Seguro? ―se aseguró mi chico, que ya estaba pasándome los dedos por el
pelo.

Sabía cómo me relajaba eso. Sus ojos me estudiaban con preocupación.

―Sí, seguro ―asentí, sonriéndole levemente, pues la situación no me dejaba


más.

Jake asintió también, me dio un beso en la frente y siguió con la


conversación.

―Dices que los Vulturis no van a permitir que la profecía se cumpla, pero
tampoco han impedido la boda, ¿no te parece muy raro?

―Sí, ciertamente lo es ―secundó mi abuelo―. Eso es una de las cosas que


nos desconciertan.

―Y la semana pasada nos encontramos con un enviado de Aro que nos


estaba espiando ―revelé yo.

―¿Cómo? ―inquirió Carlisle, extrañado.

―Sí, el muy idiota vino para comprobar si estábamos casados ―resopló


Jacob―. Estuvo espiándonos un par de días, y cuando le pillamos y fuimos a
hablar con él, se quedó mirando el anillo de Nessie para ver si era el que Aro
nos regaló. Fue entonces cuando me di cuenta de que trabajaba para los
Vulturis.

―Por eso os estuvimos llamando ―le desvelé.

―Después de ese encuentro, no volvimos a verle por allí ―siguió Jake―.


Debió de pirarse a Volterra para chivárselo todo a Aro.

Mi abuelo ya llevaba un rato callado, pensativo. Hasta que por fin habló.

―Eso de los anillos es muy extraño ―dijo, frunciendo ese ceño perfecto
mientras perdía la mirada en alguna parte. Entonces, elevó el rostro hacia
nosotros con certidumbre, como si acabara de darse cuenta de algo―. Aro
siempre ha intentado impedir la profecía ―afirmó de pronto.

―¿Qué? ―Ahora el que bajó las cejas fue Jake.

―Creíamos que Aro os había regalado esos anillos porque quería tenerte
como aliado, sin embargo, ahora me doy cuenta de que sus verdaderas
intenciones eran impedir la profecía ―comenzó a explicarnos―. Ezequiel
nos contó que él, Nikoláy y Ruslán eran sus tres magos en el pasado, pero
ellos ya no están con los Vulturis. Es evidente que no se iban a quedar sin esa
posibilidad de la magia, que es tan poderosa, sin embargo, no han tenido
prisa en buscar sustitutos. Hasta ahora. Estoy completamente seguro de que
disponen de nuevos magos, cuya adquisición ha debido de ser reciente,
puesto que los magos no es que abunden, precisamente. Y
ahora Aro los necesitaba más que nunca. Pero no solo eso, también lleva
muchos años buscando una vidente, ya que Anna, la esposa de Ezequiel,
falleció. Esta le era muy útil, y la obsesión de Aro por saber del futuro le ha
llevado a buscar una sustituta frenéticamente. Actualmente, Alice es la mejor
en este campo, es por eso que tiene tanto interés en ella desde hace tanto
tiempo.

―Espera, espera, espera ―le interrumpió Jake, haciendo aspavientos con la


mano que no acariciaba mi pelo―. ¿Adónde quieres llegar?

―Aro era conocedor de la profecía desde hace siglos, es decir, desde que
Anna la vaticinó y Ezequiel la transcribió al libro. Ha esperado al momento
justo, a que aparecieras tú.

Me quedé paralizada por un instante.

―¿Qué? ―logré musitar.

―Cuando secuestraron a Nessie, no lo hicieron solamente para que te unieras


a ellos ―empezó a aclararnos―, también querían impedir la profecía. ―Jake
y yo nos miramos, alucinados―. Por supuesto, si Aro te tenía entre sus filas,
mataba dos pájaros de un tiro. Por un lado, él se hacía más 68

poderoso; unos enormes lobos a su disposición, junto a su guardia, le dotaban


de un ejército incomparable. Pero por otro, te separaba de Nessie, con lo cual
la profecía nunca se cumpliría y ellos seguirían con su reinado.

―¿Estás diciendo que todo esto ya empezó hace dos o tres años? ―inquirí
con un hilo de voz que me salió de milagro.

―Estoy diciendo que esto ya empezó hace siglos ―matizó Carlisle,


mirándome con precaución―. Aro lleva esperando la llegada del Gran Lobo
desde que supo de la profecía. ―Me dio un escalofrío que Jake notó, y se
arrimó a mí para darme calor, arropándome bajo su cálido brazo.

Carlisle siguió hablando, esta vez dirigiéndose a Jacob―. Cuando


Enguerrand le enseñó la imagen de tu antepasado, en nuestro último
encuentro con los Vulturis, Aro se cercioró de que eras tú. La confirmación
total vino con la explosión de tu poder espiritual. En aquel momento se dio
cuenta de tu gran poder y de que les era imposible vencerte, así que optó por
otros medios. Esto es muy típico en Aro, no tiene ningún escrúpulo a la hora
de variar sus planes según su conveniencia ―afirmó con certidumbre―. Y
aquí es donde entran sus nuevos magos.

»No sé de qué se trata exactamente, pero estoy seguro de que esos anillos
tienen algún tipo de hechizo que impediría el cumplimiento de la profecía
―explicó.

―Ya, y como no ha conseguido esto tampoco, ahora quiere quitarme del


medio, ¿no es eso? ―preguntó Jake a modo de afirmación.

Me dio otro ligero mareo.

―Sí ―confirmó Carlisle sin más.

―Pues lo lleva claro ―declaró Jacob, enfadado―. Pueden venir si quieren,


nosotros estaremos más que preparados.

―Jake… ―le rogué, mirándole asustada.

―No te preocupes, preciosa ―intentó calmarme―. Da igual cuántos


chupasangres con dones traiga, ya pueden ser un millón, sus poderes no
pueden hacerme nada, y a mi manada tampoco, ellos estarán bajo mi
protección. Ya has visto lo que puedo hacer, solo con llevar mi esfera dorada
hacia ellos, puedo cargármelos del tirón.

Eso era verdad. Yo misma había visto cómo se había cargado a todos
aquellos vampiros en la iglesia de Bulgaria. No había visto su esfera, como él
la llamaba, pero sí que había visto cómo eran fulminados por algo invisible al
instante.

Carlisle, sin embargo, se quedó pensativo.

―Tenemos que hacer algo para encontrar a Bella, Edward, Alice y Jasper
―dijo Jake, cambiando de tema.

Mi abuelo alzó la vista para mirarle.

―Sí, cierto ―secundó, asintiendo con la cabeza―. Emmett, Rose, Esme y


yo ya hemos estado buscándoles y hemos dado con una pista que nos lleva a
Forks.

―¿A Forks? ―pregunté.

―Sí. Mañana cogeremos un avión hacia allí, tenemos que ir al claro donde
nos enfrentamos con los neófitos hace algunos años ―manifestó.

―¿La pista os lleva hacia allí? ―inquirió Jake.

―Sí.

―¿Y a qué hora llegáis? ―quiso saber mi chico.

―Estaremos en el aeropuerto de Forks sobre las tres de la tarde, así que


calculo que llegaremos al claro a las cuatro.

―Entonces nos veremos allí ―propuso.

―De acuerdo, nos veremos en el claro. Hasta mañana.

―Hasta mañana, Doc.

Y la conexión terminó.

La hierba del claro estaba bastante alta, y las flores silvestres lo invadían
completamente, llenando ese bonito lugar de diferentes fragancias y alegre
colorido. Si no fuera por la situación en la que nos encontrábamos, este
hubiera sido un sitio idílico para pasar la tarde.

Eran las cuatro y cuarto y mi familia aún no había llegado. Estaba muy
nerviosa, no había dormido nada durante toda la noche, pensando en mis
padres y en mis tíos, en Renée, en si estarían bien, a salvo, o ya estarían en
Volterra bajo la dictadura de los Vulturis…

Estábamos bien acompañados por parte de la manada, que se encontraban a


nuestro lado, esperando a mi familia. Sam, Jared, Paul, Seth, Quil, Embry,
Isaac y Shubael mantenían una 69

charla sobre lo que harían ante una posible batalla. Eso me ponía aún más
nerviosa.

―No te preocupes, todo saldrá bien ―me alentó Jake, tomándome de la


cintura para darme un beso corto en los labios.

―Estoy muy preocupada ―murmuré, apoyando mi mejilla en su acogedor


pecho mientras mis brazos ya le apretaban contra mí.

―Lo sé ―asintió, achuchándome con mimo―. Pero daremos con ellos, te lo


prometo.

Entonces, se escucharon unos frenéticos pasos, casi imperceptibles, y en dos


segundos los cuatro miembros de mi familia aparecieron de entre los árboles.

Me despegué de Jake, aunque sin soltar su mano, y esperamos junto con el


resto de quileutes.

―Siento mucho el retraso ―dijo Carlisle nada más llegar a nuestro lado―.
Fue culpa del avión.

―No importa ―habló Jake―. Bueno, ¿qué tenemos que hacer?

―Tenemos que buscar cualquier pista olorosa o visual que nos indique lo
que pasó aquí.

Vosotros encargaos de los olores, nosotros lo haremos con lo visual, ¿os


parece bien? ―propuso mi abuelo.

―Eso está hecho ―aprobó Shubael, ya corriendo hacia los árboles para
transformarse.
―Pan comido, tío ―le siguió Isaac.

―Les encontraremos, Nessie, ya lo verás ―me alentó Seth con una de esa
sonrisas suyas tan cálidas.

―Gracias por todo, chicos ―le sonreí, aunque no tenía ninguna gana de
hacerlo, pero me esforcé en esbozar una media sonrisa que le valió.

Asintió y se marchó con sus dos compañeros. El resto de los quileute le


acompañaron.

―Voy a transformarme ―me anunció Jake. Observó su alianza, frunciendo


los labios con disconformidad, pero finalmente se la tuvo que quitar. Se
agachó y la metió en su cinta de cuero.

Después, se levantó y se quedó frente a mí―. Vengo enseguida, ¿vale?

―Vale ―le sonreí, a él con más ganas.

Y acercó su rostro al mío para darme un efusivo beso. Mis brazos se


ensamblaron a su cuello automáticamente, era imposible resistirse a esos
dulces, ardientes y sedosos labios que se movían tan bien.

―Venga, que la luna de miel ya ha pasado ―se mofó Emmett.

Pude escuchar el suspiro cansado de Rose y las risas entre dientes de Esme y
Carlisle.

Nos despegamos, a regañadientes.

―Estaré por aquí ―murmuró.

Y me dio un último beso corto, beso que fue tan tierno y dulce, que me puso
todo el vello de punta.

Luego, se separó de mí del todo, le sacó el dedo corazón a Em, el cual le


sonrió de oreja a oreja, y se marchó a los árboles para cambiar de fase.
―Bueno, ¿por dónde empezamos? ―quiso saber Rose, mirando a su
alrededor.

―Comenzaremos por esa zona ―dijo mi abuelo, señalando con el dedo a un


punto entre los árboles―. Vosotros tres id por ese lado, Esme y yo iremos
por el izquierdo. Daremos la vuelta a la redonda y nos encontraremos en el
mismo punto de partida.

―Con suerte no nos tendremos que encontrar ―declaró Emmett.

―Sí, esperemos que topemos con algo antes. ―Mi abuelo estuvo de acuerdo.

―Bueno, pues vamos ―azucé, ya andando hacia los árboles.

Los cinco corrimos hacia allí y empezamos a escanearlo todo con la vista.
Carlisle y Esme tiraron hacia la izquierda y Rose, Em y yo hacia la derecha,
escudriñando palmo a palmo, cada rama, cada hoja que nos encontrábamos
por el camino.

Los minutos que pasaban me parecían horas, ya que no dábamos con nada, y
ese bosque era bastante frondoso y grande, me desesperaba pensar que
podíamos pasarnos toda la tarde allí sin encontrar nada.

El tiempo pasó extremadamente despacio, y mis ojos ya se me iban a caer del


sitio, de tanto obligarles a mirar al suelo, a los troncos, a las ramas de los
árboles, todo con tal de buscar algún indicio de que mis padres y mis tíos
habían estado por aquí, pero, claro, los vampiros no suelen dejar rastros
visibles.

Un aullido nos llamó y todos levantamos la vista del terreno.

―¡Los lobos han encontrado algo! ―exclamó Emmett, ya corriendo hacia


ese lugar.

Rose y yo le seguimos, volando entre los árboles, bueno, yo más rezagada,


aunque mi tía me cogió de la mano para tirar de mí. Mis pies casi se
separaban del suelo, debido a la gran velocidad, 70
eran incapaces de seguirla.

Por fin, llegamos al sitio origen de la llamada, donde los quileute nos
esperaban en su forma lobuna, todos excepto Sam, que se había transformado
para explicarnos. Busqué con la mirada a Jake, pero no estaba, y también
faltaban Quil y Embry.

Carlisle y Esme llegaron casi al mismo tiempo que nosotros.

―Mirad con qué nos hemos encontrado ―nos anunció Sam, señalándonos
los alrededores con la cabeza―. Jake, Quil y Embry han ido a inspeccionar la
zona para buscar algún rastro ―me explicó a mí, ya que vio cómo mi vista
solamente podía centrarse en buscar a mi lobo rojizo.

Me quedé más tranquila, y entonces ya pude fijarme en aquel desastre.

Toda la zona estaba llena de troncos partidos, más bien, ese círculo del
bosque estaba devastada, parecía que hubiese pasado un huracán por allí.

―Son signos de una batalla ―afirmó Emmett, serio.

No pude evitar imaginarme a mis padres y a mis tíos peleando contra la


guardia de los Vulturis y me estremecí. Viendo esos troncos, no era difícil
adivinar el nivel de la lucha. Sabía que mi madre disponía de su escudo, pero
este solamente les podía proteger de algunos dones de sus oponentes, y
aunque Alice, Jasper y mi padre también tenían los suyos para defenderse, la
guardia Vulturi era muy fuerte, sobre todo si les superaban en número. Y
estaba claro que aquí se había librado una dura batalla. Volví a estremecerme
y sentí la urgente necesidad de agarrar la mano de Jacob.

―No te preocupes, Nessie ―me calmó Isaac, que se dio cuenta de mi cara de
espanto―. No hay señales de ninguna combustión aquí, así que siguen con
vida.

Sí, eso me calmó un poco.

―Es evidente que fue aquí donde les atraparon ―afirmó Carlisle.
Quil y Embry aparecieron de entre los árboles, caminando con presteza, y se
acercaron a nosotros.

Y, de pronto, algo no me gustó, algo que ya hizo que un látigo helado me


flagelara la espalda.

Las cabezas de los dos enormes lobos oscilaron de lado a lado, buscando a
alguien con la mirada, extrañados. Buscaban a Jake.

―¿Qué… qué pasa? ―les pregunté, ya nerviosa.

Quil se dio la vuelta rápidamente y de igual modo se escondió para cambiar


de fase. Cuando salió, su cara ya me lo decía todo.

―¿Dónde está Jake? ―inquirió, mirando a ambos lados otra vez, y de nuevo
con extrañeza, aunque ahora se podía ver la urgencia en sus ojos castaños.

―¿Cómo… cómo que dónde? ―quise saber, ya histérica―. Estaba con


vosotros, ¿no?

―Encontramos el punto de inicio de la emboscada y Jake cambió de fase


para venir a avisaros ―declaró, llevándose la mano a la cabeza también con
nerviosismo a la vez que su cuerpo se giraba de un lado a otro para buscarle
con la vista.

Todos nos empezamos a agitar.

No, esto no podía estar pasando… ¿Primero mis padres y mis tíos, y ahora
Jake?

―No… ―murmuré―. ¡No! ¡Jake! ―Y mis pies salieron disparados para


buscarle con frenetismo―. ¡JAKE!

Los rugidos de los lobos fueron coreados por los de Emmett, que corrió hacia
la zona con Rose detrás de él.

―¡Espera, no vayas sola! ¡Esto podría ser una trampa! ―me acompañó Sam.
El resto se unió a nosotros y comenzamos un despliegue para buscarle,
aunque no tuvimos que esforzarnos mucho.

Mis ansiosos ojos enseguida vieron algo y volé hacia allí.

―¡Aquí! ―gritó Sam para llamar al resto, que no tardó nada en llegar a
nuestro lado.

Eran unos dardos rojos, había varios de ellos tirados sobre el terreno boscoso,
y su maravilloso efluvio estaba mezclado con otros vampíricos. El aire estaba
en nuestra contra, por eso no habíamos detectado nada, nos habían tendido
una trampa a nosotros también.

Comencé a sentir un fuego en mi interior que ya me anunciaba mi inminente


ira.

―Son dardos tranquilizantes ―me confirmó Carlisle. Después, me observó


con precaución, junto al resto de los quileute, cuyos dientes ya rechinaban
con ganas―. Le han dormido y se lo han llevado ―dijo finalmente, con voz
cauta.

No. No, no, ¡no! ¡NOOOOOO!

Estaba harta, ¡HARTA! Nadie iba a volver a separarnos, ¡NADIE! Lo juraba,


lo juraba por mi vida.

71

Apreté los puños con tanta fuerza, que mis uñas hicieron sangre. Machaqué
las muelas, y acto seguido solté un rugido que salió de lo más profundo de
mis entrañas y que me raspó la garganta, anunciando a los cuatro vientos lo
que tenía pensado hacer.

Era inútil buscarle por aquí, ya iban muy adelantados, y seguramente lo


meterían en un avión privado, como habían hecho conmigo Razvan y sus
alimañas. Con eso perderíamos mucho tiempo, eso es lo que ellos querían. Lo
mejor era ir directamente al sitio a donde lo iban a llevar, ese donde también
se encontraban mis padres y mis tíos, al origen de todos nuestros problemas.
Y yo me enfrentaría con todo eso de una vez, lo cortaría de una vez por todas.

Antes de que nadie pudiese decir nada, eché a correr con cólera.

―¡Espera, Nessie! ―me siguió Emmett.

Pero yo seguí corriendo hacia el aeropuerto. Sí, Volterra me esperaba.

72

Jacob

Prefacio

Sin saber cómo, empecé a sentir otra energía nueva, una energía cargada de
adrenalina que me recorrió entero y que explotó en lo más hondo de mis
entrañas de forma súbita e indomable. Sí, fue un Big Bang que se apoderó de
todo mi organismo, haciéndolo estallar, y que se llevó por delante a todos
esos gusanos que me estaban carcomiendo por dentro, purificándome al
instante. Mi convalecencia había terminado. Me puse en pie con rapidez para
proteger a mi ángel al tiempo que un brillo fulgurante y cegador radió de
todos los puntos de mi cuerpo cuando eso explosionó, envolviéndome con
una onda expansiva extremadamente luminosa que se extendió a la velocidad
de la mismísima luz.

73

74

Hay que ver las vueltas que da la

vida

Los sonidos comenzaron a llegar a mis oídos con eco, perdiéndose en un


fondo extraño, enlatado.

No es que se oyera mucho, la verdad, tan solo algunas voces lejanas y algún
ruido que otro, pero, poco a poco, todo eso se iba abriendo paso por mi
cavidad auditiva, mandándole señales a mi cerebro para que se despertase.

Lo primero que apareció en mi cabeza fue la imagen de mi ángel. Era una


imagen vaga y borrosa, pero lo suficientemente fuerte como para ya no
marcharse de allí. También se empezaba a añadir ese punzante dolor de
estómago, cada vez hacía más acto de presencia, y no hacía más que
ratificarme que la habían alejado de mí.

―Nessie… ―intenté decirlo más alto, pero mi perezosa garganta todavía


estaba en otro sitio y solo salió un suspiro sordo.

Tenía que despejarme, como fuera, tenía que correr junto a ella. Estrujé los
párpados con fuerza mientras gemía y obligué a mi cerebro a que se
despertase un poco más.

Y eso hizo, lentamente mi mente fue entrando en este mundo de lo


consciente, hasta que mis párpados consiguieron abrirse, eso sí, necesitaron
de varios intentos para lograrlo del todo.

Todavía me encontraba desorientado y mis ojos solo conseguían ver cosas


abstractas y granuladas, pero sabía que estaba tirado en una superficie fría y
dura, y el tarro me dolía que no veas, aunque no era lo único. Tenía el cuerpo
machacado, parecía que me hubiesen dado una paliza, y este sitio apestaba a
chupasangres por todas partes, ese ácido se metía por mi nariz, quemando
toda mi fosa nasal. Tardé un buen rato hasta que mis ojos pudieron ver con
claridad y la cabeza dejó de darme vueltas.

Entonces, pude incorporarme un poco y ver dónde estaba.

Era una especie de mazmorra. Sí, mazmorra. Las paredes que me rodeaban
eran de piedra, y la puerta, que tenía todo el aspecto de ser muy pero que muy
pesada, era de hierro y tenía una rejilla en la parte superior que ahora mismo
estaba tapada, como esas que salen en las películas de presos.

¡¿Dónde demonios estaba?! ¡¿Y Nessie?! ¡¿Dónde estaba ella?! ¿Y mi


manada? ¿Y los Cullen?
Lo único que recordaba es que estaba con Quil y Embry en el bosque que
bordeaba al claro, que me transformé para avisar al resto de lo que habíamos
encontrado y que, de repente, sentí un montón de pinchazos en el cuerpo.
Acto seguido alguien de hielo me atrapó desde atrás, su mano me tapó la
boca, me mareé y todo se quedó a oscuras.

Y ahora me encontraba en este sitio extraño. Mierda. Y mi Nessie, mi ángel,


¡¿dónde estaba?!

¡Tenía que ir junto a ella ya!

Estaba echado boca abajo, y ya me había incorporado un poco para mirar


dónde diablos estaba, así que me erguí del todo con la intención de
levantarme para ir en su busca, pero, maldita sea, todavía estaba algo
mareado y solo conseguí caerme sentado. Fue entonces cuando escuché el
tintineo de unas cadenas y sentí esos incómodos grilletes en mis muñecas y
mis tobillos.

¡¿Pero, qué mierda era esto?! Encima, estaba encadenado de pies y manos.
Eso hizo que mi cabeza enseguida reaccionara y me miré el tobillo izquierdo
con precipitación.

Uf. Mi cinta de cuero seguía allí, y, con ella, mi anillo. Sí, vale, puede que en
este momento eso no pareciera lo más importante, lo sé. Pero para mí sí que
lo era, ese anillo simbolizaba mi vida. La cinta había quedado por encima de
ese grueso y molesto grillete, así que el anillo colgaba de la misma sin
problemas.

Pero mi ángel… ¡¿Dónde estaba?! Tenía que ir a buscarla, donde fuera, como
fuera. Me transformaría y tiraría esa puerta de hierro abajo, si hacía falta.

―¡Tengo que ir a por ella! ―mascullé ya con ira.

Intenté levantarme de nuevo, pero mis piernas seguían sin responderme bien
y no conseguí hacerlo.

―Quienquiera que sea ella, no está aquí ―habló una voz de pronto, a mis
espaldas.

Me giré con precipitación, algo sobresaltado, y vi que había un tipo sentado


en el suelo, con la 75

columna apoyada en la pared, y que también estaba encadenado, aunque él


solamente lo estaba por las muñecas. Era humano, pero, entre lo atontado que
estaba todavía y lo confuso de la situación, ni siquiera me había dado cuenta
del ritmo cardíaco que me acompañaba.

¿Quién diablos era ese? ¿Qué hacía aquí? ¿Y cómo narices sabía que Nessie
no estaba en este mugriento sitio? ¿Acaso la conocía?

―¿Cómo lo sabes? ―le pregunté en tono monocorde, un poco a la defensiva.

―Solo te han traído a ti ―aseguró sin mirarme, solamente se limitaba a


observar la pared que tenía enfrente. Encima, esos pelos alborotados que
llevaba me impedían verle la cara―. Se lo oí decir a un miembro de la
guardia.

Eso me lo desveló todo.

―¿De la guardia? ¿Te refieres a la guardia de los Vulturis? ―quise saber,


volviéndome del todo hacia él―. ¿Quieres decir que estamos en Volterra?

―Exacto ―me ratificó escuetamente.

Con el movimiento de girarme, noté un tirón en mi cuello. Volteé la cabeza al


frente y llevé las manos hacia mi gaznate para comprobar de qué se trataba.
No podía verlo, claro, pero mis dedos se dieron cuenta de que se trataba de
una especie de cordón fino que rodeaba mi garganta. Parecía de metal y, no
es que me estrangulase, pero se ceñía bastante a mi piel.

¡¿Qué mierda era eso?!

Mis manos se afanaron en romperlo, juro que tiré con todas mis fuerzas, sin
embargo, mis dedazos no entraban en el pequeño espacio que quedaba entre
mi cuello y el cordón, y lo único que conseguí fue hacerme sangre. Menos
mal que las rozaduras se cerraban instantáneamente, y más aquí, este agujero
tenía que estar infestado de chupasangres.

―Mierda ―murmuré, apretando los dientes con rabia.

―Te lo han puesto para que no puedas transformarte ―habló ese tío otra
vez.

―¿Cómo? ―le miré.

―También les oí decir que ese cordón estaba hecho de una aleación especial
que es irrompible ―explicó sin dejar de observar esa pared―. Si se te ocurre
transformarte, te cortará la cabeza.

―¿Esto va a cortarme la cabeza? ―cuestioné, alzando las cejas.

―Yo que tú, no lo comprobaba.

Genial. No sé por qué, pero le creí. Esos viejos decrépitos eran capaces de
eso y más.

Bueno, me importaba una mierda que no me pudiese transformar. Tenía que


salir de aquí como fuera. No sabía si habían atrapado también al resto y los
tenían en otra parte, si habían conseguido escapar o qué, pero yo tenía que
regresar con Nessie como fuera. Esto de no saber si estaba bien y de no poder
protegerla, me mataba. Además, ella estaría sufriendo por no saber de mí,
estaría muy preocupada.

Esta vez, conseguí ponerme en pie, eso sí, tuve que apoyarme en la pared con
la mano para no espatarrarme en el suelo.

―No vas a poder escapar ―dijo ese extraño compañero de celda, siguiendo
con esa manía de no mirarme.

¿Tan feo le parecía o qué?

―Eso ya lo veremos ―objeté, un poco irritado por esa desconfianza tan de


buenas a primeras.

Caminé hacia la puerta, ya totalmente despejado. Las cadenas siguieron mis


movimientos, arrastrándose por el suelo con ese tintineo quejumbroso, hasta
que noté los tirones en mis extremidades. Y todavía me faltaban dos metros
hasta la puerta. Me giré, clavando el ceño en los ojos, y comprobé cómo mis
cuerdas metálicas se tensaban desde las dobles y gruesas arandelas que
estaban ancladas a la pared de piedra.

―Es imposible, te aviso ―siguió ese tipejo―. Yo ya lo he intentado y no se


puede.

Pasé olímpicamente de su estúpido comentario y tiré con todas mis fuerzas,


intentando sacar de la pared las arandelas que tensaban las cadenas de mis
brazos. Nada. Volví a tirar, esta vez con tirones continuos y más fuertes, pero
nada, no había manera. ¡Mierda!

―Te lo dije. No vas a poder salir de aquí ―reiteró ese pesado.

Este listillo ya estaba empezando a tocarme mucho las narices, y yo no tenía


el día para bondades, la verdad.

―¿Y a ti qué te importa? ―le bufé a la cara, hundiendo las cejas en los ojos
un poco más―. ¿Es que no tienes nada mejor que hacer? Cuenta esas piedras
de la pared y déjame en paz.

―Ya las he contado, son 127 ―soltó, sin mirarme, claro.

76

Maldito gusano… Ya me estaba hinchando lo que no me tenía que hinchar…

―Pues cuéntalas otra vez, a lo mejor se te ha pasado una, mira a ver―le


espeté con acidez, girándome hacia delante para seguir con mis planes de
escapada.

―Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete…


Esto era el colmo. Me giré hacia él, despacio, clavándole una mirada que ya
lo decía todo.

―Oye, te lo advierto, hoy no tengo el día para bromas, así que no me tomes
el pelo o terminaremos muy mal ―gruñí.

Cerró la bocaza, aunque por poco tiempo. Por fin, se volvió hacia mí para
mirarme con cara de malas pulgas.

―No te tengo miedo, yo también soy un gigante ―afirmó.

Vaya, ¿era un gigante? Pues por su aspecto, nadie lo diría. Al igual que yo,
iba descalzo y no llevaba camiseta, y solamente vestía unos pantalones
vaqueros de color negro, rasgados. Bueno, aunque estaba bastante delgado, se
le veía fuerte, sus finos músculos se notaba que eran fibrosos y nervudos,
pero su altura era la de un chico normal. Llevaba esos pelos morenos y
enmarañados a la altura de la barbilla, aunque creo que estaban peinados así
deliberadamente, como hacen las estrellas de rock para fingir un aspecto
desaliñado. Eso sí, su frase hizo que me fijase en sus ojos.

Eran de color fucsia, como los de Helen cuando no llevaba esas lentillas
doradas. Si no fuera por eso, lo hubiera dudado, la verdad.

―Yo no soy un gigante ―le revelé, todavía enfadado.

Eso pareció llamarle más la atención y me observó con más detenimiento.

―¿No eres un gigante? ―inquirió, parándose a detallar mi altura y mi escasa


indumentaria.

También pareció darse cuenta de mi fuerte físico―. Entonces, ¿qué eres?

―Eso no te incumbe. No soy un gigante y punto ―contesté, tengo que


reconocer que de malas formas.

Lo siento, pero el secreto de la tribu es el secreto. Y tampoco me fiaba de él,


no sabía si era de los buenos o de los malos, la verdad. Podía ser una trampa
de Aro o algo así.

Volví a mis quehaceres, intentando ignorar esa estúpida mirada examinadora


que tenía sobre mí, y me acerqué a la pared de piedra que sustentaba las
arandelas, entre aquel ruido de cadenas que acompañaba a cada uno de mis
movimientos, por mínimos que estos fueran.

Agarré una de las arandelas de arriba con las dos manos y tiré con todas mis
fuerzas. ¡Maldita sea! No había quién la sacara de allí, ni siquiera se movía
un poco. La condenada estaba bien anclada a la pared. Apoyé uno de mis pies
en el paramento para que ayudase a mi cuerpo a coger más impulso, pero,
mierda, era completamente inútil.

―Un momento ―dijo ese tipo de pronto en tono de sorpresa mientras se


levantaba lentamente―. Ya sé quién eres. Tú eres Jacob Black, el Gran Lobo.
―Mierda, genial―. Ya decía yo que era muy raro que te hubiesen puesto eso
en el cuello. A mí no me lo pusieron.

Dejé la dichosa arandela y le miré, limpiándome las manos en la parte trasera


del pantalón.

―Vaya, veo que en este asqueroso agujero las noticias vuelan ―mascullé
con acidez―. ¿Eso también se lo has oído decir a la guardia?

―No sé de ti por estar aquí ―me contradijo―. Lo sé por Helen, ella me ha


hablado mucho de ti y de Nessie.

Solo escuchar el nombre de mi chica ya aceleró el ritmo de mi corazón, pero


el nombre de Helen hizo que me diese cuenta de quién era él y me quedé
boquiabierto.

―¿Tú eres Ryam? ―pregunté, sorprendido.

―Sí ―asintió―. Ryam Winton.

Qué idiota había sido. Claro, ahora me daba cuenta. A ver, Jake, si él te dijo
que era un gigante y ves que no es como aquellos que te describió Nessie que
tenía Razvan, este chico tenía que ser Ryam, ¿no? Él era el único gigante,
junto con Helen y Mercedes, que no eran gigantes todo el tiempo, sino que
también eran humanos.

―¿Y qué haces aquí? ―inquirí, aún sin creérmelo.

―Es evidente que me han pillado, ¿no? ―me respondió con retintín.

―Ya, eso ya lo veo, no soy idiota ―le contesté, irritado―. Pero, ¿cómo ha
sido? ¿Cómo has terminado aquí? ¿No estabas investigando el asunto de los
gigantes de Razvan?

Ryam me miró durante un instante y luego optó por sentarse en el suelo otra
vez, señal de que esto iba para largo. Suspiré y me senté yo también, llevando
ese pesado tintineo conmigo y apoyando mi espalda en esa pared de piedra.

Odiaba tener que quedarme quieto sin hacer nada, pero es que era así, no
podía hacer nada.

77

Los eslabones de las cadenas eran demasiado gruesos y las arandelas no


había quién las sacase de la pared, así que opté por esperar. En algún
momento vendría alguien para llevarme ante Aro, y esa sería mi oportunidad
para ajustar cuentas con él.

Los pinchazos de mi estómago ya empezaban a perforarlo con ganas, y no


podía quitarme a Nessie de la cabeza, pero traté de poner atención a la
alocución de Ryam, aunque fuera por un momento.

―Sí, estaba siguiendo una pista muy buena sobre los gigantes de Razvan
―empezó a contarme―. Como me imagino que ya sabrás, el primer sitio al
que fui para buscar a esos gigantes fue su castillo. Cuando llegué allí, los
gigantes ya no estaban, y tampoco ningún vampiro de su guardia, todo
parecía haberse esfumado. Pero encontré señales de una batalla.

―¿Una batalla? Pero nosotros terminamos con todos los chupasangres que
habían ido a aquella iglesia cercana, y los que no estaban allí escaparon, eso
fue lo que le dijiste a Helen, ¿no es así?

―Bueno, omití algunas cosas para no ponerla en peligro. Cuanto menos sepa
de mis investigaciones, mejor.

Suspiré. Desde el momento en que ella se convirtió en un gigante, iba a estar


en peligro igual, pero pasé de decirle nada, no era asunto mío.

―¿Y quién luchó allí? ―quise saber.

―Descubrí que un bando estaba relacionado directamente con los Vulturis


―cuchicheó el muy idiota, como si así no nos fueran a escuchar. Todos los
chupasangres que nos rodeaban, seguro que ya llevaban un buen rato
escuchándonos―, pero el otro bando no sé quiénes fueron, ni siquiera sé si
tenían algo que ver con Razvan, Nikoláy o Ruslán.

―Qué raro ―murmuré, mordiéndome el labio.

―Lo único que sé es que los gigantes ya no estaban allí ―siguió―, y


tampoco había restos de vampiros quemándose ni nada por el estilo. El
castillo estaba desértico.

―Entonces está más que claro que los que iban perdiendo se dieron el piro y
que los vencedores se llevaron a los gigantes ―manifesté―. Y,
sinceramente, no me imagino a la guardia de los Vulturis huyendo de ningún
sitio.

―No fue su guardia ―afirmó.

―¿Ah, no? ―Fruncí el ceño con extrañeza.

―Fue Thiago y su grupo ―me reveló.

―¿Quién es ese Thiago? ―Mi ceño se hundió más.

Estrujó los labios y resopló por las napias mientras ladeaba la cabeza a ambos
lados, incómodo.
Sí, claro, había chupasangres por todas partes. Después de ese tiempo perdido
a lo tonto, se decidió y me lo contó.

―Él es el jefe de los matones de Aro ―bisbiseó con una voz muy bajita para
él, pero lo suficientemente alta para mí y para las sanguijuelas de este
agujero, que si no habían venido ya para cerrarnos la bocaza era porque les
importaba un bledo lo que supiésemos, cosa que me mosqueó bastante,
porque eso significaba que no tenían intención de dejarnos salir de aquí, al
menos, con vida―. Los Vulturis no solo disponen de su guardia, tienen a ese
grupo mafioso que se encarga del trabajo sucio.

Eso de grupo mafioso y matones, me recordó algo, mejor dicho, a alguien: el


chupasangres que nos había estado vigilando en la luna de miel. Y yo tenía
razón, eran sicarios.

―¿Ese tal Thiago es moreno y tiene una coleta baja y muy larga? ―le
pregunté, aunque sabía de sobra la respuesta.

―Sí ―me confirmó, extrañado―. ¿Cómo lo sabes? ¿Le conoces?

―Digamos que nos hemos visto por ahí ―mascullé, apretando los dientes al
volver a recordarlo―. Así que son los matones de los Vulturis, ¿eh?

―Sí, bueno, en realidad, son nómadas sin escrúpulos, maleantes, ya eran


asesinos en su vida humana. Aro se encargó de encontrarles, enviando a
Demetri para ello.

―¿Y tú cómo sabes tanto de ellos? ―interrogué, sorprendido.

―Yo también me he visto por ahí con Thiago y sus matones ―declaró―.
Fue en el primer encuentro que tuvimos con Razvan y sus secuaces Helen y
yo, en los bosques del Parque Nacional de Olympic, el día en que Razvan me
ofreció que me uniera a ellos ―de repente, bajó la mirada al suelo y se quedó
mudo durante un instante, aunque después volvió a hablar, eso sí, con
pesadumbre―, el día en que contagié a Helen. ―Uf, se notaba que todavía
estaba tocado por eso.
Luego, me miró de nuevo para seguir su explicación―. Cuando Razvan se
dio cuenta de que yo no le servía para nada y ya estaban a punto de atacarnos,
llegaron otros cinco vampiros.

78

―Sí, eso ya me lo contó Nessie ―recordé―. Se pusieron a pelear entre ellos


y vosotros dos conseguisteis escapar.

―Exacto ―asintió―. En aquel entonces no lo sabía, pero he descubierto que


se trataba de Thiago y su grupo. Ahora sé que ya andaban detrás de Razvan
para impedir la creación de gigantes, al parecer, Aro estaba al corriente de
todo.

―Y por eso Aro mandó a Thiago y a su grupo a Bulgaria, para que fueran a
por esos gigantes ―concluí yo.

―Eso creo. A los Vulturis no les gusta nada las nuevas especies, y esos
gigantes pueden ser lo suficientemente peligrosos para ellos, ya que se
regeneran y son totalmente inmortales. Lo que no sé es si se han deshecho de
ellos o si los tienen confinados en algún sitio, bueno, suponiendo que los que
ganaran esa batalla en el castillo fueran Thiago y su grupo, claro. Por eso
vine a Volterra ―me reveló―. No tenía ninguna pista del otro bando y
decidí seguir esta, para comprobar si los Vulturis tenían a los gigantes o no.
Lo malo es que no llegué muy lejos ―suspiró―. Terminaron pillándome.

―Idiota. Eso te pasa por ir a tu bola ―le espeté en todo el careto―. Si


hubieras dejado que nosotros te hubiésemos ayudado, no estarías aquí ahora.

―Te recuerdo que tú tienes a tu manada y también estás aquí ―rebatió, algo
molesto.

―Es totalmente diferente ―le discutí―. Para cogerme a mí han tenido que
ingeniárselas, en cambio tú te has entregado en bandeja.

―Me gusta trabajar solo.


―Mira, no quiero quitarte mérito. No voy a negar que lo has hecho muy bien
y que has descubierto muchas cosas, pero siempre es mejor trabajar en equipo
―afirmé―. Aunque tú no lo creas, todos necesitamos que alguien nos cubra
las espaldas. Nadie es invencible, ¿sabes?

―Te equivocas, no es que yo quiera trabajar solo porque sí ―me


contradijo―. Prefiero hacer las cosas solo porque no quiero poner en peligro
a nadie más, ya tengo bastante con que Helen sea un gigante por mi culpa.

―Nos subestimas ―le critiqué―. Nosotros somos muy fuertes, estamos


hechos para luchar contra cualquier tipo de chupasangres.

―No estoy diciendo que no, pero Helen es lo más importante para mí, y si
vosotros os entretenéis conmigo, ella quedará más desprotegida. Cuantos más
lobos la protejáis, mejor.

―Vuelvo a decir que nos subestimas ―desaprobé, un poco ofendido por sus
dudas―. Sabemos organizarnos muy bien, trabajamos en equipo y nos
coordinamos perfectamente, y mis lobos saben hacer su trabajo
perfectamente.

―Yo me las arreglo mejor solo ―insistió ese cabezota.

―Bueno, haz lo que te dé la gana, tú verás lo que haces, a mí me da igual


―resoplé.

Se hizo un silencio en el que los dos nos quedamos pensativos. Mi mente


volvió a centrarse en lo más importante: Nessie. Esto de quedarme aquí
sentado sin hacer nada de nada me ponía del hígado, pero sí, vale, Ryam tenía
razón, era imposible escapar de aquí. La única opción que me quedaba era
esperar, justo lo que a mí más me gustaba, genial.

Llevé mi vista hacia mi anillo y lo cogí con la mano para verlo. Que quowle,
leí una vez más. Mi dedo reclamaba esa alianza, pero no podía ponérmela,
tenía que estar preparado por si conseguía deshacerme de este cordón de mi
cuello y ya me podía transformar, así que me conformé con acariciarla con el
dedo índice.
―Ella está bien ―habló Ryam de pronto, intentando animarme―. Los
guardas dijeron que solo te cogieron a ti.

―¿Estás seguro? ―inquirí, mirándole expectante.

―Sí, tranquilo ―aseguró.

Eso me calmaba un poco, ella estaba bien, pero los pinchazos de mi estómago
seguían siendo igual de fuertes.

―¿Cuánto llevo aquí? ―quise saber.

―No mucho. Te tiraron ahí y a los cinco minutos te despertaste ―me


reveló―. Según iban diciendo por el pasillo, tuvieron que pincharte cada
pocos minutos para que no te despertases durante el viaje.

Ya, claro, la temperatura de mi organismo seguro que quemaba esa maldita


anestesia o lo que fuera con rapidez.

―¿Helen está bien? ―me preguntó―. No he podido llamarla desde hace


días, debe de estar muy preocupada.

―Sí, está bien ―le ratifiqué―. Nosotros cuidamos de ella.

79

―Aunque vaya en solitario, quiero daros las gracias por protegerla a ella
―me dijo, sincero, o eso parecía, vamos―. Habéis hecho mucho por
nosotros, y los Cullen también.

―De nada.

Iba a decirle que Carlisle y Louis ya estaban trabajando en el antídoto, pero


me callé. Esto no quería que lo escuchase ningún chupasangres, por si acaso.
Además, pensándolo bien, seguro que Helen se lo habría contado ya.

―Por cierto, ¿cuánto llevas tú aquí? ―interrogué.


―Cuatro días ―suspiró.

¿Cuatro días? ¿Y no se lo habían cargado ya? Qué raro.

―¿Y qué es lo que quieren de ti?

―No lo sé. ―Se encogió de hombros―. Supongo que pensarán que les
puedo ser útil para algo.

Sí, porque si no ya hubiera sido el aperitivo de la mañana.

―Escucha, todavía no sé cómo voy a hacer para pirarme de aquí, pero


saldremos los dos juntos,

¿de acuerdo? ―le dije.

―Te repito que es imposible ―reiteró con un aire cansado.

―Bueno, eso ya lo veremos ―resoplé, otra vez ofendido.

De repente, escuché unos débiles pasos que se acercaban por el pasillo.


Parecían tres personas, bueno, mejor dicho, tres chupasangres, y venían
claramente hacia esta celda.

Por fin, por fin sabría de las intenciones de Aro, y por fin podría verme cara a
cara con él.

Rechiné los dientes.

Ryam no podía escucharlo, pero yo ya me estaba poniendo en pie, a la


defensiva, llevando conmigo el quejido de las cadenas.

―¿Qué pasa? ―quiso saber, levantándose también.

―Ya vienen ―le anuncié sin quitarle la vista a la puerta.

Y acto seguido, se escuchó el sonido de unas llaves.


80

Dios, esto es para pegarse un tiro

Una de las llaves se metió en la cerradura y los tropecientos mil cerrojos se


fueron corriendo uno por uno con una sucesión de sonidos contundentes,
hasta que el último de ellos hizo su particular clack.

La puerta se abrió y yo tensé los gemelos de mis piernas a la vez que mi


garganta ya emitía un gruñido de advertencia.

Entraron dos chupasangres de la guardia, ataviados con esas estúpidas y


anticuadas capuchas grises, pero, para mi asombro, pasaron por delante de
mis narices y se dirigieron a Ryam.

―¡Hey, ¿qué vais a hacer?! ―exigí saber, lanzando mis pies hacia ellos.

Pero alguien tiró de las cadenas de mis muñecas, haciendo que mis brazos se
fueran hacia atrás y que me quedase clavado en el sitio, impidiéndome
avanzar más allá.

―¡No, soltadme! ―gritó Ryam, luchando para que esas sanguijuelas no le


cogieran por los brazos.

Me giré súbitamente, con cara de muy malas pulgas, y vi que ese alguien era
otro vampiro que estaba agarrando mis cadenas con las dos manos,
tensándolas para que yo no pudiese dar un paso más.

―¡Suéltame, asqueroso chupasangres! ―voceé, abalanzándome sobre él.

Pero esa sanguijuela saltó a un lado vertiginosamente, llevándose esas


malditas cuerdas metálicas, y volvió a tirar de ellas con saña. No me dio
tiempo a más. Los eslabones pasaron por las arandelas como auténticas balas,
produciéndose un ruido chirriante, y mi cuerpo salió despedido hacia atrás,
hasta que las cadenas llegaron a su final, que eran los grilletes de mis
muñecas y mis tobillos. Mi espalda se estampó en la pared y el estruendo del
impacto restalló en toda la mazmorra cuando este provocó un boquete en el
muro que hizo que incluso se desprendieran trozos de piedras, las cuales
terminaron desparramándose por el suelo. Me quedé pegado a la pared con
los brazos y las piernas abiertas como si me tratase del objetivo de un truco
de cuchillos.

Genial. Por supuesto, no me hice daño, y menos mal que mis pies se posaban
en el suelo, pero esto, aparte de humillante, era frustrante y me ponía de más
mala leche.

―¡Suéltame! ―grité, ya lleno de convulsiones y revolviéndome como podía.

Sin embargo, ese vampiro me tenía bien enganchado, y no me podía


transformar. ¡Maldita sea!

―¡Dejadme! ―chilló Ryam con furia, casi a la vez que yo, también
temblequeando.

Y entonces, mi cabeza se giró hacia él con rapidez y mis estupefactos ojos se


abrieron como platos.

Su cuerpo pegó un estirón supersónico, empezando por sus brazos y sus


piernas, para seguir por el tronco y la cabeza. Todo en él se ensanchó y
adoptó una forma más musculosa, aunque las roturas de sus pantalones ya se
adaptaban a su nueva condición, señal de que ya se había transformado con
anterioridad, de ahí que no llevase camiseta y su pantalón ya estuviese hecho
trizas. En un abrir y cerrar de ojos, ese chico más bien delgado de un metro
ochenta pasó a ser un gigante forzudo de más de dos metros y medio. Guau.
Menos mal que ya estaba más que acostumbrado a ver transformaciones.

Me fijé en que sus grilletes tenían algún tipo de sistema especial y que se
ensancharon para amoldarse a sus nuevas muñecotas. Tiró de sus largas
cadenas con ira, pero ni siquiera su fuerza podía con esos eslabones y con el
anclaje de esas anillas.

Ryam abrió la bocaza, enseñando unos colmillos que también eran bastante
considerables, y soltó un rugido en todo el careto de los chupasangres que
intentaban llevárselo que a poco más y les quita hasta las capuchas de sus
túnicas. Sí, en serio, fue bastante potente.

Pero el muy idiota no sabía luchar. Después de montar todo ese numerito, las
dos sanguijuelas que le rodeaban saltaron hacia él y, con facilidad, abrieron
las arandelas que le ataban a la pared para envolver su descomunal cuerpo
con las cadenas a una velocidad increíble. En un segundo, Ryam parecía un
canelón de cadenas.

Imbécil. Bueno, aunque yo tampoco estaba para hablar, la verdad. Él


parecería un canelón metálico, pero yo parecía la atracción de una feria.
Guay. Vaya par de estúpidos…

―¡Soltadme! ―volvió a reclamar Ryam, zarandeándose inútilmente entre las


manos de sus 81

opresores.

El muy tonto lo único que iba a conseguir era caerse al suelo, y a ver cómo se
levantaba después.

―¡¿Qué vais a hacer con él?! ―exigí saber.

―Tranquilo, no venimos a por el gigante ―habló uno de esos chupasangres


que habían envuelto a Ryam―. Solo es… para que te quedes a solas.

―¿A solas? ―inquirí, bajando las cejas con extrañeza.

Ya no me hicieron ni caso. Uno de esos vampiros empujó a Ryam, cuyos


hombros cayeron sobre los brazos de su compañero, y lo cogió por las
piernas. Hicieron mutis por el foro, llevándose al gigante como si fuese una
enorme alfombra enroscada mientras él gruñía y los insultaba sin parar,
revolviéndose para nada.

Se marcharon de la celda de esa guisa, pero la sanguijuela que me retenía a


mí se quedó para seguir sosteniendo mis cadenas. Mis ojos se clavaron en él
con furia y el muy cobarde apartó la mirada.
De repente, otro espectro encapuchado entró por el hueco de la puerta.
Llevaba esa capucha casi negra puesta para ocultar su rostro, pero por el color
de su capa y por su tamaño supe quién era enseguida.

―Hombre, pero si es mi amiga la Pitufina ―le dije con acidez―. ¿Qué


pasa? ¿Vienes a torturarme un rato?

Mi mote no debió de gustarle mucho, porque se giró hacia mí, me miró con
sobriedad y retiró su capucha hacia atrás para enseñarme un alzamiento de
ceja altivo.

Inspiré profundamente por la nariz ese asqueroso aire lleno de acidez


repelente, sí, diablos, era realmente repugnante, pero necesitaba oxígeno para
prepararme psicológicamente con el fin de resistir su tortura, por muy sucio
que este estuviera.

Pero, para mi sorpresa, no me hizo nada. Se dio la vuelta, dirigiéndose al otro


chupasangres, y ella tomó las riendas de mis cadenas. Su compañero se piró
con rapidez cuando ella le dedicó una mirada amenazadora, y cerró la puerta
a sus espaldas.

Entonces, volvió sus encarnados ojos hacia mí.

―¿Qué vais a hacer con Ryam? ―quise saber.

―Tranquilo, tu amigo estará aquí pronto, no le haremos nada ―declaró―.


Solo quería estar a solas contigo.

¿Qué demonios era esto? ¿Acaso venía a sonsacarme algún tipo de


información o algo?

―No tengo nada que decirte ―le advertí, clavándole otra mirada agresiva.

―No vengo… ―sus pupilas bajaron por mi cuerpo y su ceja se volvió a


alzar, aunque esta vez con una aprobación y una satisfacción evidentes, a lo
que se sumó la curvatura de su boca, para terminar subiendo hasta mi rostro
de nuevo―…a torturarte.
Glups. Esto no me gustaba nada, pero nada de nada.

―Hay muchos tipos de tortura ―le contesté, otra vez con un tono ácido, para
ver si así se daba por aludida.

Mierda. No se dio por aludida.

Se acercó lentamente, poniendo una mano por delante de la otra como si


escalase por las cadenas, con ese mismo semblante de antes y se quedó a un
paso de mí.

―Solo he venido para llevarte ante Aro, pero he de reconocer que también he
aprovechado para verte ―reveló, repasándome con esa mirada de nuevo.

Ugh, su manera de mirarme me daba escalofríos. No sé por qué, pero esa


mirada, claramente lasciva, me ponía de los nervios.

Me di cuenta de que llevaba unos tacones considerables, pero ni con esos


zancos me alcanzaba.

―Bueno, pues ya me has visto, así que pírate y llévame a ver a Aro ―le
espeté.

Otra vez, pasó de mis palabras.

Una de sus manos soltó las cadenas y la elevó hacia mí.

Me revolví, aprovechando ese desenganche, y traté de zafarme. Conseguí que


mis brazos y mis piernas se despegasen un poco de la pared, pero maldita sea,
esa rubia canija era más fuerte que yo y, por más que lo intenté, me resultó
imposible separarme más. La Pitufina sonrió con malicia, parecía disfrutar
con esto, y le dio un tirón a las cadenas con esa sola mano, haciendo que mis
extremidades volvieran a espachurrarse en el paramento de piedra.

Maldita sea, esto era más humillante todavía.

―Déjame en paz ―mascullé, apretando los dientes.


Se rio en voz alta, con una risa cantarina. ¿Qué le pasaba? ¿Acaso se había
vuelto loca o qué?

82

Hasta que por fin cerró la boca y se dejó de reír. Entonces el escalofrío que
me dio fue peor.

Clavó sus libidinosos ojos en los míos y volvió a alzar la mano hacia mí.
Ahora fue mi espalda la que buscó la pared para pegarse.

Mierda, genial, lo sabía. Sabía que esta víbora se sentía atraída por mí,
aunque jamás imaginé que llegase a estos extremos. Esto era lo que me
faltaba.

―No se te ocurra tocarme ―gruñí, rechinando la dentadura con más fuerza


mientras hundía el ceño sobre los ojos.

Como antes, le dio exactamente lo mismo. Me dio un respingo cuando su


mano se posó sobre uno de mis brazos, aunque ella también notó la gran
diferencia de temperatura y la apartó con un poco de sorpresa.

―Tu piel está muy caliente ―se dio cuenta la lista de ella, elevando su labio
todavía más.

Genial, encima, parecía que eso le gustaba―. Sin embargo, es


extremadamente suave.

No tardó nada en llevarla de nuevo a mi antebrazo. Esto era para pegarse un


tiro, pero la cosa empeoró cuando comenzó a arrastrarla hacia arriba, pasando
por mi bíceps para seguir en busca de mi hombro.

―Quita tu sucia mano de ahí ―le avisé sin despegar mis muelas a la vez que
me revolvía para impedirlo, aunque inútilmente, para mi desgracia.

―El Gran Lobo. Eres tan fuerte… ―murmuró sin despegar su mano de mi
hombro, desviando esa sucia mirada hacia mi torso―. Y no me refiero a
fuerza física, por supuesto ―se burló, riéndose con desdén.

No voy a mencionar el tipo de insultos que se me pasaron por la cabeza, esos


sí que eran demasiado fuertes.

―No me toques ―le repetí, gruñéndole con ganas.

―¿Por qué no? ―preguntó, para mi sorpresa.

¿Me estaba tomando el pelo?

―Porque no quiero que me toques, ¿te enteras? ―le bufé, más que enfadado.

Mi respuesta no le gustó nada.

―Tú querrás lo que yo quiera ―rebatió, irritada.

¿Pero de qué iba?

―No puedes obligarme ―afirmé con determinación.

―Deberías sentirte afortunado, muchos otros hombres querrían estar en tu


lugar ahora mismo ―aseguró, levantando la barbilla con petulancia y
orgullo.

¡Ja! Eso era gracioso. Podía resarcirme con eso un rato, pero me contuve,
todavía era un caballero.

―Siento desilusionarte, pero las mujeres vampiro no me atraen nada de nada


―le espeté, arrastrando las palabras con maldad.

―Eso no lo sabes si nunca has probado con una ―manifestó en ese tono
orgulloso.

Ni hablar.

―Créeme, lo sé ―aseguré, hablando con un poco de chulería. Lo siento,


pero me salía sola―.
No sois mi tipo, solo vuestro olor me da asco.

―Tú tampoco es que huelas a rosas, precisamente ―dijo, arrugando esa


nariz de niña pequeña.

Sin embargo, enseguida dejó de retorcer su semblante para repasarme otra


vez―. Pero, en cambio, cada vez que te veo, mi vista se agrada sumamente.
Para ser mitad humano, mitad animal, eres realmente hermoso.

Guay.

―Decíais que era aberrante que un hombre lobo estuviera con un


semivampiro, ¿y ahora vienes tú hasta aquí para magrearme? ―le reproché a
la cara, hundiendo el ceño en los ojos―.

¿Qué pensará Aro cuando vea esto en tu mente? ¿No tienes miedo de que te
mate?

―No te equivoques, lobo ―me paró, mirándome fijamente con esos ojos
rojos, cabreados―. El que yo me sienta atraída por ti no quiere decir que no
te mate en un momento dado. Sigues siendo mi enemigo, y mi lealtad hacia
los Vulturis es inquebrantable, Aro lo sabe ―aseguró, alzando la barbilla de
nuevo.

―¿Entonces qué es lo que pretendes? ―inquirí, cansado de todo este circo


humillante y absurdo―. ¿Por qué seguimos aquí y no me llevas ante Aro de
una maldita vez?

Estaba deseando encontrarme con él cara a cara.

―Porque llevo esperando mucho tiempo para volver a verte ―confesó sin
tapujo alguno.

Genial―. Tengo que reconocer que me dejaste impresionada la primera vez


que te vi, como 83

humano, por supuesto ―matizó―. Eres realmente poderoso, tu poder


espiritual es increíble, jamás he visto algo igual ―dijo, mirando mi cuerpo
con deseo.

―Me importa una mierda cómo te quedases ―le escupí para que se pirase―.
Quiero ver a Aro ya. Pero no se piró.

―¿Crees que he venido hasta aquí solo para esto? ―se rio―. ¿Que me voy a
conformar solo con mirarte?

Dios, esto no me podía estar pasando…

―Soy un hombre casado, felizmente casado, seguro que ya lo sabes ―le


recordé con acidez.

Eso pareció molestarle especialmente, pero lo dejó pasar.

―Quiero que me beses ―exigió, mirándome con dureza.

Sí, esto era una pesadilla, seguro.

―¿Qué? ―No me lo podía creer.

Vamos, Jake, despierta…

―Quiero saber qué se siente al besar al Gran Lobo.

Se había vuelto chiflada.

―No pienso besarte ―afirmé, mirándola con cara de asco.

―Claro que me besarás ―aseguró, enfadada.

―Antes prefiero palmarla ―declaré, machacando mis muelas.

Solo de pensarlo, me daban escalofríos. Además, ante todo estaba Nessie. Me


daba igual que fuera obligado, yo jamás besaría a otra mujer, y mucho menos
a una chupasangres, vamos.
Para mi asombro, la rubia canija empezó a reírse.

―¿Tan malo es? ―preguntó, aún riéndose.

―Peor que eso. Me darían ganas de vomitar.

Su risa cesó.

―Quiero que me beses. Ahora ―exigió otra vez, seria.

―Jamás.

―Si no accedes, tendré que obligarte ―amenazó.

―Ya puedes empezar a torturarme. Jamás te besaré.

Se quedó mirándome con enfado durante un rato, pero luego su rostro


desplegó una sonrisita maléfica.

―Podría torturar a tu… esposa. ―Le costó soltar la palabra, pero sus labios
seguían sonriendo con malicia.

Una ráfaga de fuego me atravesó la espalda.

―No se te ocurra tocarla ―gruñí, mirándola con odio―. Si le tocas un solo


pelo, juro que te mataré con mis propias manos.

Esa estúpida sonrisa se le borró de la cara al instante, aunque siguió en sus


trece.

Su mano comenzó a descender por mi clavícula y mi cuerpo se llenó de


respingos.

―¿No me has oído? Deja de tocarme ―mascullé, apretando los dientes con
furia mientras intentaba que mi torso se apartara de su mano.

¡Mierda, era inútil!


―Eres muy diferente a todo lo que he visto. Eres fuerte, hermoso, cálido, la
tez de tu piel es tan distinta… ―su asquerosa y helada palma siguió bajando
para deslizarse por mi pecho―, y eres el poderoso Gran Lobo.

Mi cuerpo empezó a sentir la urgente necesidad de cambiar de fase. La


lengua de fuego ya quería recorrer mi columna vertebral y los temblores de
mis manos comenzaron a hacer acto de presencia.

―¡He dicho que no me toques! ―le voceé en todo el careto.

Entonces, su mano se despegó súbitamente de mi piel y sus encarnados ojos


se clavaron en los míos, entornándolos con furia.

Me dio completamente igual.

―¡No quiero que me toques con tus asquerosas manos! ―solté con ira―.
¡Yo solamente le pertenezco a Nessie, ¿me oyes?! ¡Estoy locamente
enamorado de ella, soy suyo, solo suyo, jamás dejaré que otra mujer me
toque y jamás tocaré a otra mujer! ¡Y mucho menos a un miserable piojo
como tú!

De pronto, un rayo eléctrico se clavó en mi cuerpo, atravesando todas mis


entrañas con saña.

Intenté evitarlo por todos los medios, pero en ese momento me fue imposible
no gritar, el dolor era 84

demasiado insoportable. Mis manos se cerraron en puños y mis propios


brazos tensaron las cadenas cuando noté ese dolor punzante en cada uno de
mis órganos, pero me quedé sin aire por un instante cuando lo sentí en el
corazón. Este era peor que aquel que había sentido con ese maldito hechizo
de Razvan, era como si me estuviese clavando un puñal y lo estuviera
retorciendo una y otra vez. Ese cuchillo invisible se desplazó por mis tripas,
desgarrándolas, y pasé a agonizar.

Mientras yo me retorcía a su antojo y apretaba mis muelas para que mi


garganta se reprimiese un poco, ella sonreía con satisfacción. ¡Maldita bruja!
Verme sufrir parecía despertar en ella algún tipo de placer sádico, así que
obligué a mi boca a que se callase y conseguí que solamente salieran unos
gemidos sordos.

―El Gran Lobo a mi disposición ―dijo con esa misma sonrisa―. Me


encanta ese collar, ¿a ti no?

Su burla hizo que me cabrease más, pero ni siquiera podía hablar.

―Zorra… ―logré articular casi sin voz, aunque con odio, mientras me
doblaba de dolor.

―En nuestro último enfrentamiento me humillaste delante de todos, pero


ahora lo pagarás caro ―aseguró, entrecerrando más sus ojos de bruja a la vez
que sonreía con arrogancia―. He esperado mucho tiempo para verte así, y
también para tenerte ―siguió, hablando con ansia―.

Quiero ver cómo te arrodillas ante mí y me suplicas que te bese.

¡Bruja chiflada!

―¡Nunca! ―volví a vociferar.

―¿Te gustaría que le hiciese esto a tu mujercita? ―amenazó, entornando


esos ojos rabiosos todavía más y utilizando esa palabra con un tono que me
sacó de quicio―. ¿Vas a permitir que sufra solo por no entregarme un beso?

La ira recorrió mi espalda otra vez y logré alzar el rostro para clavarle una
mirada de profunda inquina.

―¡Si la tocas, te mataré! ―grité, tirando de las cadenas con furia


incontrolada.

Mi fuerza aumentó considerablemente de una forma súbita y mis brazos


consiguieron despegarse de la pared, por mucho que ella tiró para impedirlo.

Eso la desquició aún más.


Aumentó la intensidad de su ataque y mi cuerpo sufrió otra sucesión de
convulsiones, pero no me amilané, apreté los dientes y resistí el dolor.

―Si no me besas, yo la mataré a ella ―amenazó, rabiada.

―¡No te atrevas a tocarla! ―repetí, gritando más fuerte.

Noté cómo mi espíritu de Gran Lobo se revolvía en mi interior con cólera. Si


se le ocurría rozarla, la mataría. La mataría a ella y a todos los chupasangres
de este asqueroso agujero, lo juraba por mi vida. NADIE volvería jamás a
osar a hacerla daño. ¡NADIE!

De pronto, noté cómo mi poder espiritual hacía acto de presencia en mí. Al


principio me extrañó, porque ese Ezequiel me había dicho que mi espíritu de
Gran Lobo no podía actuar si lo que me impedía transformarme era algo
físico, como era este estúpido cordón metálico, pero enseguida comprendí el
porqué de esta excepción. Sí, ahora mi espíritu de Gran Lobo me estaba
permitiendo usar su poder en mi forma humana, y la razón era muy sencilla:
Nessie. Ella era la fuerza que impulsaba a mi espíritu, ella era mi guía y mi
luz, ella era la que me proporcionaba poder, la que lo incrementaba. Mi
espíritu de Gran Lobo jamás permitiría que le pasara nada a Nessie, y esto era
una amenaza clara. Pero también sabía que solamente me daría una única
oportunidad.

La rubia canija elevó su ataque un poco más, desesperada por mis negativas a
acceder a su loca petición. Sin embargo, comencé a ver sus rayos láser de
color rojo con total claridad. Estos se estaban clavando en mi cerebro con
saña, engañándolo para que sintiera ese cuchillo invisible por todas partes.
No perdí más tiempo. Hice emanar mi poder espiritual y extendí ese círculo
brillante hacia fuera. En cuanto el círculo tocó esos rayos rojos, estos se
deshicieron como si fueran una simple brisa y mi cuerpo por fin se relajó.

Sin embargo, todavía no sabía cómo demonios hacer para extender esa elipse
que lo fulminaba todo ―me moría de ganas de terminar con esta arpía de una
vez por todas―, y, encima, como me temía, esto era una excepción, mi
espíritu de Gran Lobo solamente me permitía extender mi círculo brillante
para protegerme.
La Pitufina se quedó paralizada, mirándome perpleja. Pero la muy estúpida
volvió a intentarlo.

Entornó sus ojos otra vez y dos rayos rojos salieron hacia mi frente. No
llegaron a tocarla. Mi círculo se encargó de pararle los pies sin ningún
problema.

―¿Cómo… es posible? ―exhaló sin poder creérselo.

―Jamás olvides que soy el Gran Lobo. ―Por una vez, presumí de serlo.

85

―Entonces, es cierto, la profecía ya ha empezado ―se sorprendió, aunque


me repasó con más ganas que antes.

Estupendo, esto le ponía más, al parecer. Enana chiflada.

―Ahora suelta esas malditas cadenas y llévame ante Aro ―le exigí, tirando
de las mismas para despegarme de una maldita vez de esa pared.

No me dejó, por supuesto. Su labio se volvió a curvar hacia arriba con


petulancia.

―Tu poder espiritual no te hace más fuerte que yo, me refiero físicamente.
―Y su barbilla se alzó con presunción.

Esto era desesperante. Ya estaba harto.

―¡Suéltame de una maldita vez! ―le ordené, furioso.

Como una cobra, se abalanzó hacia mí para rodear mi cuello con su brazo
suelto, tirando de mí.

Intenté impedirlo con todas mis fuerzas, de veras, pero la muy chiflada era
más fuerte que yo y consiguió que mi columna vertebral se doblara hacia ella.
―Quiero saber qué se siente al besar al Gran Lobo ―dijo con una voz
ansiosa mientras acercaba mi rostro a su asqueroso semblante.

Su mano había soltado un tramo de las cadenas para que mi cuerpo se


arqueara, así que mis manos quedaron más libres y pude interponerlas entre
su cuerpo de mármol y el mío.

―¡Déjame, maldita bruja! ―voceé, forcejeando con ella todo lo que pude
para que mi espalda no se doblase más mientras mi cuerpo se llenaba de
convulsiones incontroladas.

Maldita sea. Esta era la segunda vez que me manoseaba y me intentaba besar
una mujer vampiro, aunque, claro, la otra vez había sido una de mis mejores
amigas y eso había hecho que pudiese reprimir mis impulsos de
transformación. ¿Pero qué coño les pasaba? Se suponía que mi olor les tenía
que resultar repelente, ¿no? Pues menos mal, porque si no…

De repente, la enana tarada me soltó súbitamente, así como a mis cadenas, y


me empujó hacia la pared. Mi espalda se estrelló contra la misma, pero ni
mucho menos fue como antes, simplemente choqué. Por fin, mis brazos y mis
piernas quedaron más o menos libres; seguían encadenados, pero por lo
menos no estaban pegados al paramento.

―¿Qué haces aquí? ―exigió que le dijera alguien.

Giré mi cara hacia la misma dirección a la que miraban sus desquiciados ojos
y lo vi.

―Aro está esperando ―le comunicó Enguerrand, dedicándole una mirada


claramente censuradora.

¡Uf! Era la primera vez en toda mi vida que me alegraba de ver a ese
pelirrojo.

El Zanahorio osciló las pupilas hacia mí para observarme y después se dio la


vuelta hacia la puerta.
―Enguerrand ―le llamó la Pitufina en un tono sobrio y mandón.

Este giró medio cuerpo para observarla.

―Espero que esto que has visto no salga de aquí ―le dijo con una voz y
unos ojos amenazantes.

El chupasangres pelirrojo se quedó en silencio un par de segundos mientras


correspondía su mirada.

―Creo que este metamorfo te gusta demasiado y que te estás dejando llevar
por tus sentimientos ―declaró, regio.

―No sé a qué te refieres ―le respondió ella, levantando la cabeza con


orgullo.

―No te encapriches demasiado con él ―le soltó―. Es peligroso.

¿Encapricharse? Puaj, lo que me faltaba.

La Pitufina no le quemó con los ojos de milagro.

―Estás equivocado ―replicó ella―. Solo estaba jugando con él, y Aro ya lo
sabe, por supuesto.

¿Jugando? Pues menos mal. Y encima, ¿ese vejestorio tarado lo sabía y se lo


había permitido?

Chisté con indignación.

El pelirrojo tardó un segundo en contestarla.

―No lo digo por Aro, lo digo por ti ―le espetó a la cara, ya girándose otra
vez hacia la salida―.

No debes encapricharte con él, el Gran Lobo es demasiado para ti.

La rubia canija rechinó los dientes.


―Jamás vuelvas a hablarme así, te lo advierto ―contestó ella, rabiada.

―Aro está esperando ―repitió él, ignorando totalmente su amenaza.

Las muelas de la enana rechinaron de nuevo y el pelirrojo salió por la puerta.

―¡Guardias! ―voceó él desde fuera.

Y los dos chupasangres que se habían llevado a Ryam entraron en la


mazmorra.

86

¡¿Y ahora me pide esto?! Increíble

Después de atravesar un montón de pasadizos de piedra gris que eran tan


tenebrosos y espeluznantes como los cuatro chupasangres que me
acompañaban, el Zanahorio se detuvo frente a una puerta de madera.

Suspiré, cansado, ya que no habíamos hecho más que subir escaleras y


caminar por túneles sombríos y oscuros que giraban en una esquina y después
en otra. Esquina, pasillo, esquina, pasillo, esquina, pasillo… ¡Uf!

El pelirrojo abrió la puerta, que estaba cerrada con llave, corrió una especie
de mampara de madera y mantuvo la puerta abierta para que pasase la
Pitufina. Esta ladeó la cara arrogantemente y pasó por el hueco, haciendo
sonar sus tacones con brío. Las dos sanguijuelas que me escoltaban lo
hicieron bien pegados a mí cuando me tocó mi turno, y eso que tuve que
agacharme un poco para poder pasar, y Enguerrand pasó detrás de nosotros,
cerrando la puerta con llave y corriendo la madera de nuevo para ocultarla.

Ya no estaba encadenado, pero esos dos desgraciados no se separaban de mí


ni un instante.

Malditos…

Al otro lado de la puerta, el decorado se transformó por completo.


Salimos a un pasillo ancho muy adornado, pijo y hortera cuyas paredes
estaban revestidas de paneles de madera ―uno de esos paneles era lo que
había corrido el pelirrojo―. Estas sostenían unos cuadros con paisajes que
estaban iluminados con luces fuertes, seguramente los muy estrambóticos los
habían colgado para simular las inexistentes ventanas. Sí, menudos horteras.
Y

no contentos con eso, mis pies descalzos pisaban unas moquetas verdes más
feas que Picio. En fin, no entendía mucho de decoración, pero esto estaba tan
pasado de moda como los propios Vulturis, incluso llegué a preguntarme de
qué siglo serían todos estos elementos decorativos.

Al final del corredor se encontraban dos puertas revestidas de lo que supuse


era oro, pero no nos dirigimos hacia ellas. Enguerrand se detuvo en mitad del
pasillo y desplazó otro panel que escondía otra puerta de madera. Esta no
estaba cerrada con llave, así que simplemente la abrió y esperó a que la canija
sádica pasara otra vez.

Detrás de ella lo hicimos el resto, y una vez más, yo tuve que agacharme un
poco. El vestíbulo diáfano al que fuimos a dar volvía a ser lúgubre y
tenebroso, al igual que esos pasadizos por los que habíamos pasado antes,
cuyas paredes de piedra eran de esa tonalidad cenicienta y ennegrecida.

Esa antesala no era muy grande, así que no tardamos nada en salir a otra
estancia redonda que era mucho más amplia y sombría. Lo único que la
decoraba eran tres tronos de madera maciza que se distribuían a lo largo de la
curva de la pared que los precedía. La forma y la pared de piedra de la
habitación hacían que me recordara a esas torres de los castillos que salen en
las películas, sí, esas donde encierran a las princesas.

Un reflejo involuntario me hizo rechinar los dientes, porque ese mismo


pensamiento me hizo recordar el encierro de mi ángel. Ella había estado
encarcelada en una torreta, seguro que como esta, aunque mucho más
pequeña…

―¡Jacob! ¡Mi querido amigo! ―exclamó de pronto una voz en la oscuridad


de esa habitación, haciéndome salir súbitamente de ese negro pensamiento.
¿Amigo? ¿Pero de qué iba? Otra vez aplasté las muelas.

La tenue luz exterior tan solo entraba por las rendijas de una ventana que
quedaba en lo alto de la pared arqueada, así que el lugar estaba lleno de
sombras. De ellas emergió el líder de los Vulturis, caminando con paso presto
hacia mí.

Me contuve. Me moría de ganas de aniquilarle allí mismo, pero no era tan


idiota. Tenía todas las de perder. No me podía transformar y estaba solo; y
tenía que volver. Mi prioridad absoluta era Nessie, tenía que regresar con
vida para estar a su lado. Eso sí, no pensaba callarme nada.

―Aro. ―Sonreí de manera sombría―. Si pudiera transformarme, te


arrancaría la cabeza ahora mismo ―declaré con furia contenida.

Automáticamente, los dos chupasangres que me escoltaban se agazaparon, a


la defensiva. Los únicos que se quedaron inmóviles fueron la Pitufina y el
pelirrojo.

Aro les hizo un pequeño asentimiento con la cabeza y esos dos idiotas se
relajaron al instante, 87

adoptando una postura prácticamente militar.

―Lo sé ―rio con una risa musical, dando una suave palmada con esas
manos tísicas y secas―.

Por eso hemos tomado precauciones. ―En ese momento, sentí ese cordón de
mi cuello como si fuera de fuego―. Has de perdonarme, pero no podía
exponerme a semejante peligro, como comprenderás.

Bueno, por lo menos era sincero; al menos, en esto.

De pronto, revoloteó y se plantó a mi lado, pero no para dirigirse a mí. Los


dos guardias que me controlaban lo hicieron con más atención.

―¡Jane, estás muy hermosa esta mañana! ―exclamó ese viejo chiflado,
agarrando a la canija de las manos para abrirle los brazos y observarla mejor.

―Gracias, maestro ―sonrió ella, muy complacida.

―Verdaderamente bella, ¿no te lo parece, Jacob? ―Y giró su semblante


momificado hacia mí, haciendo ladear el cuerpecillo de la canija para esperar
una respuesta.

La Pitufina hizo lo mismo, alzando una ceja con encopetamiento.

―No ―respondí sin más.

La ceja de la rubia enana cayó en picado.

―Oh ―murmuró Aro, soltando las manos de la Pitufina.

―¿Dónde está mi mujer? ―exigí saber, furioso. Los temblores de mi cuerpo


ya eran evidentes―. Si la habéis hecho daño, juro que…

―Jane, querida ―me interrumpió, sin despegar sus lechosos ojos de mí―,
dejadnos a solas.

La aludida le miró un tanto sorprendida. Osciló sus ojos un segundo para


observarme a mí como si no se creyese que Aro le estuviese pidiendo eso,
momento que aproveché para dedicarle una mirada de odio, y los regresó a su
maestro, llenos de resignación.

―Sí, maestro ―aceptó finalmente, haciendo una pequeña reverencia.

Les hizo un gesto con la cabeza al resto y los cuatro se marcharon por donde
vinieron. Ni siquiera me giré para mirar, pero se escuchó cómo cerraban la
puerta del vestíbulo a sus espaldas.

―No he tenido oportunidad de darte mi más sincera enhorabuena por tu


matrimonio ―dijo.

―¿Dónde está Nessie? ―exigí de nuevo.


Usé ese nombre, ya que ese vejestorio loco había hurgado en mi mente en
nuestro último encuentro y sabía de sobra que yo la llamaba así.

―Ella está bien, supongo ―afirmó, dándose la vuelta para dar un paso hacia
esos anticuados tronos.

―¿Supones? ―percibí, enfadado.

Sus pies se detuvieron y se giró hacia mí, quedándose justo al frente.

―Solamente fuimos a buscarte a ti, así que me imagino que ella estará bien
―se explicó.

No, aunque no la hubieran cogido, Nessie no estaría bien. Su estómago


estaría lleno de pinchazos, como estaba el mío en estos momentos, y estaría
muy, muy preocupada por mí. Su agonía era mi agonía, su espera era mi
espera, su desesperación era mi desesperación. Y tan solo imaginármela
llorando de preocupación por mí, hacía que la ira ya desgarrara mis entrañas.

―Por tu bien espero que me estés diciendo la verdad ―le avisé, clavándole
una mirada amenazadora―. Puede que ahora no pueda transformarme por
culpa de esta porquería de cordón, pero en cuanto pueda, juro que si la hacéis
el mínimo roce os aniquilaré a todos.

El chupasangres se quedó mirándome durante un instante.

―No has de dudar de mí, mi querido amigo ―aseguró, enseñándome esos


asquerosos dientes a modo de sonrisa falsa―. Yo siempre digo la verdad.
―Sí, claro, y yo me lo tragaba―. Además, he de corregirte, si me permites.
Más bien es una pequeña aclaración. ―Hizo una pausa y yo le miré
expectante―. No dudo que terminaras con todos nosotros si pudieras
transformarte, de hecho, como ya dije antes, hemos tomado nuestras
precauciones, como ves. Pero nosotros podríamos hacerlo contigo antes de
que pudieras convertirte en lobo. En realidad, podíamos haberte matado ya y
no lo hemos hecho. ―Y su barbilla se levantó, sosteniendo esa estúpida
sonrisa arrogante.
El que hizo la pausa ahora fui yo, sin apartar mis amenazadores ojos de los
suyos.

―¿Qué quieres decir? ―pregunté en tono monocorde.

―No estás aquí como prisionero ―declaró―. Eres mi invitado.

―¿Tu invitado? ―Alcé las cejas con incredulidad por lo que estaba
escuchando―. ¿Me arrancáis de Forks, separándome de mi mujer, me traéis
hasta aquí sedado y me encarceláis, y me dices que soy tu invitado? ¿Así es
como tratáis a los invitados aquí?

―Sí, lo sé, lo sé, no sabes cuánto lo lamento ―se disculpó, arrugando su


careto de papel cebolla en una mueca de fingido malestar―. Te pido
disculpas por esas formas tan poco ortodoxas, sin 88

embargo, no teníamos opción, mi querido amigo, tú jamás hubieras accedido


a venir de otro modo.

―Deja de llamarme amigo ―mascullé, apretando los dientes―. Me habéis


puesto cadenas, y, encima, esa estúpida enana ha estado acosándome.

―Oh, Jane ―reparó, haciendo negaciones con condescendencia―.


Pobrecilla, realmente se siente muy… atraída por ti. ―Y sonrió como si
nada.

Viejo hipócrita.

―¿Pobrecilla? ―No podía creer lo que mis oídos estaban escuchando y no


pude evitar que se me escapara esa acidez por la garganta―. Esa arpía ha
intentado besarme, y tú sabías que iba a hacerlo ―protesté, muy irritado―.
Hace dos años mi relación con Nessie os parecía una aberración,

¿y ahora le permites a esa canija que me acose? ―chisté.

―Desde luego que no lo sabía ―contestó con sorpresa―. El… intentar


besarte no estaba dentro de los planes de Jane, esa intención debió de surgir
en el acto. ―Y se rio con otro sonido musical. Esto era el colmo―. Tendré
que mantener una charla con ella, por supuesto. Sin embargo, he de decir que
debo ser indulgente en este caso. Jane siempre nos ha sido muy leal, ha
dedicado su vida exclusivamente a servirnos, y, sinceramente, no la culpo por
un momento de debilidad. Por supuesto, el que el único hombre en el que se
haya fijado hasta ahora sea un metamorfo me desagrada, pero creía que solo
era un mero capricho juvenil sin importancia. No obstante, he de reconocer
que no me parece tan extraño que se haya encaprichado contigo. He podido
ver en sus pensamientos que le pareces muy diferente a lo que ella está
acostumbrada a ver, se quedó realmente impresionada contigo en nuestro
encuentro de aquel valle, y no la culpo, eres el Gran Lobo. Además, no sería
tan compasivo si no hubiera visto en ella que su lealtad hacia nosotros sigue
siendo inquebrantable ―afirmó, haciendo gala de esa inmodestia que le
caracterizaba―. Sin embargo, estoy verdaderamente avergonzado de no
haber visto venir esto, te pido disculpas por esa incómoda anécdota.

Cínico. En fin, esperaba que solo se quedase en eso, aunque en estos


momentos tenía otras prioridades.

―Bueno, eso ahora mismo me importa una mierda ―dije, cabreado―.


Quiero saber dónde están Edward, Bella, Alice y Jasper, ¿qué has hecho con
ellos? ¿También les tienes en una celda, como a Ryam y a mí?

El Vulturis se quedó observándome un momento con ese semblante de


chiflado lleno de un entendimiento que me extrañó. Parecía que ya se
esperase estas preguntas.

―No están aquí ―respondió finalmente.

―Mientes ―gruñí.

―Ojalá fuese así, mi querido Jacob, pero no lo es. Me hubiera gustado poder
actuar antes para evitarlo, yo mismo les hubiese alojado aquí para que esta
desgracia no hubiera ocurrido, sin embargo, no hemos podido evitarlo.

―¿De qué estás hablando? ―quise saber, nervioso por esa respuesta tan
inquietante.
―No somos nosotros quienes les retenemos. ―Hizo una pausa que me
pareció eterna―. Son Stefan y Vladimir.

Noté cómo mi boca se iba quedando colgando poco a poco a medida que iba
asimilando esas palabras y me iba dando cuenta del asunto.

―¿Cómo dices? ―murmuré.

―Vladimir y Stefan tenían un imperio un poco menos poderoso que el


nuestro hace unos cuantos siglos ―empezó a contarme, iniciando un paseíllo
por la habitación―. Sus formas y acciones eran demasiado peligrosas para
nuestro mundo, y cometieron un delito imperdonable, así que nos vimos
obligados a intervenir. ―Se giró hacia mí para mirarme con un semblante
que interpretaba gravedad a la perfección―. No nos quedó más remedio que
terminar con su imperio. ―Se dio la vuelta de nuevo y dio un par de pasos
más―. Desde entonces, siempre han buscado venganza.

―¿Y qué tienen que ver los Cullen con todo esto? ―inquirí, frunciendo el
ceño con extrañeza.

Aro se dio la vuelta una vez más y se quedó quieto, clavándome esos ojos
legañosos.

―Han permanecido ocultos todos estos siglos, esperando el momento


oportuno para actuar. Y

ese momento ha llegado ahora ―afirmó de forma sombría―. Se han


rearmado, sabemos que cuentan con cientos de efectivos, entre los que se
encuentran Edward, Bella, Alice y Jasper. Ese es el motivo por el cual los han
retenido. Necesitan de sus dones para hacerse más fuertes.

―Espera, espera, espera ―le paré, haciendo unos nerviosos movimientos


con las manos para que no siguiera―. ¿Estás diciendo que esos rumanos
espeluznantes han cogido a los Cullen para 89

que se unan a su ejército, y que ese ejército va a enfrentarse a vosotros?


―Exacto ―ratificó.

Me quedé de piedra. Pero ahora entendía otra cosa más. Sabía de sobra que
ellos no se unirían jamás al ejército de Vladimir y Stefan, que eso no había
sido gratuito, sino que había sido forzado.

Esos dos eran los que habían cogido a Renée para chantajearles. Me callé
esto último, claro, puede que Aro todavía no supiera de este asunto de Renée.

―Pero, ¿cómo han podido rearmarse tan rápido? ―murmuré, llevando mis
dedos a mi nuca con nerviosismo mientras buscaba las respuestas en el suelo
de piedra―. Cuando vinieron con nosotros al claro no disponían de ningún
ejército…

―Por supuesto que no, en ese momento todavía no disponían de los servicios
de Nikoláy, Ruslán y Razvan.

Mi rostro se alzó súbitamente para mirarle.

―¿Cómo? ―susurré, perplejo.

Sus pies volvieron a pasear.

―Nikoláy, Ruslán y Razvan se unieron a Vladimir y Stefan hace escasos


años ―comenzó a explicarme―. Los rumanos ya estaban formando un
ejército consistente en nómadas con los que nosotros habíamos impartido
justicia, así que estos también tenían ansias de venganza. Sin embargo, esos
nómadas no son suficientes para terminar con nosotros, como comprenderás.
―Se paró un instante para dedicarme una mirada de presunción y luego
siguió paseando―.

Necesitaban seres más fuertes, unos seres indestructibles capaces de


regenerarse.

―Los gigantes ―adiviné, sorprendido.

Aro se detuvo de nuevo y su mirada ya asintió.


―No sabemos a ciencia cierta cómo dieron los unos con los otros, ni cómo se
pusieron en contacto, el caso es que el aquelarre búlgaro se unió al rumano e
hicieron una simbiosis ―siguió, iniciando otro paseíllo―. Vladimir y Stefan
necesitaban los gigantes, los cuales se los podían proporcionar los tres
magos; y Nikoláy, Ruslán y Razvan necesitaban de los rumanos para llegar a
tener un imperio. Así que llegaron a un acuerdo para repartirse el poder y se
aliaron.

»Hemos intentado que esa aberración de los gigantes no se llevara a cabo con
la mayor discreción posible, pero nos ha resultado imposible detenerles,
como ya sabrás.

―Sí, algo sé ―contesté con ironía―. Ya conozco al jefe de tus matones.

―Ahora, aunque Nikoláy, Ruslán y Razvan han fallecido, Vladimir y Stefan


se han hecho fuertes ―continuó, pasando olímpicamente de mi
comentario―. Disponen de ese ejército, de los Cullen y de los gigantes.

Eso último llamó mi atención.

―Entonces, ¿los gigantes no están aquí?

―Lamentablemente no pudimos hacernos con ellos ―reveló, haciendo unas


negaciones con la cabeza con un lamento exagerado dibujado en su asqueroso
semblante de papel cebolla.

―¿Y qué pasa con esos tres magos? ¿Por qué no los destruisteis, si sabíais lo
que se traían entre manos? ―protesté.

―Nos resultó imposible ―se defendió, deteniéndose ante mí―. Nikoláy y


Ruslán eran muy poderosos, yo mismo los escogí hace siglos, y Razvan
también era bastante fuerte, por lo que tengo entendido. ―Ya, seguro―.
Como he dicho, ahora ya se han rearmado, y disponen de esos gigantes y de
nuestros queridos amigos los Cullen. Ese es el motivo por el cual te hemos
hecho venir hasta aquí ―declaró.

―¿Para que mis lobos y yo vayamos a rescatar a los Cullen? ―Mucho me


extrañaba―.

Nosotros iríamos igual.

La fina boca del Vulturis se curvó hacia arriba con una picardía maliciosa.
Eso lo dijo todo.

―Para que os aliéis a nosotros.

Otra vez me quedé patidifuso.

―¿Aliarnos a vosotros? ―repetí, incrédulo―. ¿No queríais terminar con


nosotros?

―Por supuesto que no, ¿cómo puedes pensar eso? ―rio, haciendo sonar sus
cuerdas vocales con esa estúpida musicalidad.

Porque era cierto.

―No me tomes por tonto ―le dije, molesto―. Crees que esa estúpida
profecía ha empezado, no creo que lo dejes así como así. Seguro que quieres
matarme, ¿verdad?

―Me duele profundamente que pienses así, Jacob. Efectivamente, sé que esa
profecía ha comenzado ―asintió―, pero te equivocas. Yo no soy como
Nikoláy, Ruslán y Razvan. Sé que ellos 90

intentaron matarte e invertir la profecía, seguramente tenían pensado


traicionar a Vladimir y Stefan, al igual que hicieron con nosotros. Sin
embargo, mi intención no es destruirte. Como te dije antes, ya lo hubiera
hecho, si fuese así. Me interesa más una alianza.

―Ya te dije que no me tomes por tonto ―protesté, enfadado―. No hicisteis


nada porque os interesaba que me quitaran del medio, ¿no es eso? ¿Y ahora
me pides que nos aliemos?

―Si queréis rescatar a los Cullen necesitaréis de nuestra ayuda ―afirmó,


ahora transformando ese asqueroso semblante para mostrar su verdadera
cara―. Te aseguro que Vladimir y Stefan están muy bien escondidos, mi
querido Jacob, jamás daríais con ellos, y, por tanto, nunca daríais con los
Cullen. Solamente Demetri ha sido capaz de encontrarles, y solamente yo sé
dónde se encuentran. ―Ahora sonrió con arrogancia―. Si vosotros nos
ayudáis a vencer a Vladimir y Stefan, nosotros os ayudaremos a dar con los
Cullen para que los rescatéis, y te aseguro que la recompensa valdrá la pena.
Si nos ayudáis en este truculento e incómodo asunto, no solo obtendréis el
rescate de los Cullen, sino que te garantizo que jamás volveréis a saber de
nuestra existencia.

―Esto se llama chantaje ―critiqué.

―Llámalo simbiosis y alianza, mi querido amigo ―tornó―. Nosotros os


necesitamos a vosotros y vosotros nos necesitáis a nosotros. Por supuesto, no
diré dónde se encuentran hasta que no lleguemos al sitio, y si no nos
acompañáis, no puedo garantizar la seguridad de los Cullen en la batalla. ―Y
volvió a mostrarme esos dientes amarillentos.

Volví a rechinar los dientes al escuchar la palabra amigo. Porque yo no


quería alianzas con los Vulturis, la sola idea me asqueaba. Pero la situación
estaba más que clara. Me tenía bien cogido por donde no debía de cogerme.
Odiaba ayudar a estos viejos decrépitos y pasados de rosca, pero,

¡maldita sea!, tan solo pensar en que le pasara algo a Bella y a los demás, me
hervía la sangre. Ella era como mi hermana, y encima era la madre de Nessie,
¿iba a dejar que estos chupasangres le hicieran daño? Mierda. No podía
permitirlo.

El Vulturis se dio cuenta de mi rostro enfrascado y habló de nuevo.

―Tómate tu tiempo para pensarlo. Aunque no demasiado, esa guerra


comenzará pronto ―me reveló.

Iba a contestarle, pero, de repente, un ruido seco me sobresaltó e hizo que me


girase para mirar a mis espaldas.

Mis ojos se abrieron como platos.


―¡Soltadme! ―gritó Nessie, revolviéndose en los sucios brazos de esas
asquerosas sanguijuelas que me habían escoltado a mí antes, mientras
entraban en ese pequeño y frío vestíbulo.

Jane apareció detrás de ellos, llevando arriba su semblante altanero.

―Nessie, ¿qué… qué haces aquí? ―murmuré, atónito.

Lo estaba demasiado, y no me dio tiempo ni a protestar por ese trato hacia


ella.

Su hermoso rostro de porcelana se giró súbitamente al escuchar mi voz y sus


dulces ojos se clavaron en los míos con una preocupación que me traspasó el
alma.

―¡Jake! ―sollozó.

Consiguió zafarse de esos dos matones, o puede que Aro les hiciese una
señal, no lo sé, porque ya no pude apartar la vista de ella.

Corrió hacia mí y, antes de que a mis estúpidas piernas les diese tiempo a
reaccionar, se abalanzó a mis brazos para besarme con una efusividad que me
fue totalmente imposible no corresponder. Me desperté de ese espejismo
momentáneo y mis labios le correspondieron de la misma forma, rodeando su
cintura y su espalda con mis manos para apretarla contra mi cuerpo.

Dios, cómo la había echado de menos. Su mano se metió entre mi pelo para
que no me separase de ella nunca y la energía comenzó a fluir a nuestro
alrededor con ganas. Pero, para nuestra desgracia, este no era el sitio ni el
momento adecuado, y todo eso duró muy poco.

91

Cuando uno le ve las orejas al

lobo…

En cuanto ella llegó a mí, todos los pinchazos de mi estómago desaparecieron


por arte de magia y fueron sustituidos por ese alocado hormigueo de siempre.
Mi corazón latía a toda pastilla, acompasando al suyo, que también se había
acelerado y lo hacía justo al doble. Podía sentir sus latidos en mi pecho, muy
cerca de los míos.

Por un instante se me olvidó por completo dónde estábamos y con quién,


hasta que me vino un halo de lucidez y me acordé. Maldita sea, no me
quedaba más remedio que parar, con lo bien que se estaba así. Tuve que
esforzarme mucho para obligar a mis sedientos labios a que parasen y se
despegasen de los suyos, porque la verdad es que me moría por seguir
saboreando esa carnosa, suave y dulce boca, y, encima, la energía de nuestro
alrededor no ayudaba nada, pero lo conseguí.

Eso sí, me costó lo mío y necesité de varios intentos para que mis obcecados
labios soltaran los suyos del todo, los muy idiotas se separaban y no hacían
más que volver y volver, aunque los suyos tampoco es que se esforzasen
mucho en despegarse, la verdad. Al final, y a regañadientes, muy a
regañadientes, logré terminar ese eterno beso.

Nuestras frentes se quedaron pegadas durante un momento y sus preciosos y


dulces ojos se clavaron en los míos, otra vez con preocupación. Nessie separó
nuestros rostros y enseguida llevó sus cálidas manos al mío para
examinármelo.

―¿Estás bien? ―me preguntó ansiosamente, acariciándome con sus dedos


mientras sus pupilas se cercioraban de que era así.

―Sí, ¿y tú? ―inquirí, observando su precioso semblante yo también―. No


te habrán hecho daño, ¿no? ―Y pasé a mirar sus brazos con nerviosismo.

Si alguno de esos chupasangres le había hecho un solo moratón, los


aniquilaría aquí mismo con mis propias manos. No sabía cómo, pero lo haría.

―No, estoy bien ―afirmó, llevando sus delicadas manos hacia mi nuca y mi
espalda para acariciar mi frente con la suya.

Dios, tenía que besarla otra vez…


―Muy conmovedor, desde luego ―escuché que decía ese chiflado de Aro―.
He de reconocer que Edward tenía razón, estáis realmente enamorados
―afirmó. Hipócrita, ahora nos hacía la pelota,

¿no?―. Esa energía que desprendéis es increíble, casi diría que se puede
palpar en el ambiente.

Iba a contestarle, sin embargo, en ese momento Nessie detectó algo extraño
en mi hombro y en mi torso con su nariz. Mierda. Era el asqueroso olor de
esa enana canija. Se quedó paralizada por un instante, pero, de repente, se
giró súbitamente hacia la chupasangres, rechinando los dientes mientras le
clavaba una mirada de profundo odio que reclamaba venganza por todos los
costados.

No me había fijado en la Pitufina hasta ese momento. Esta también estaba


machacando las muelas con rabia, pero, entonces, al ver la reacción de
Nessie, su semblante cambió para adoptar una postura claramente chulesca.
Alzó la ceja, la barbilla, y su labio se curvó hacia arriba con cierto aire
triunfal.

Oh, oh…

Antes de que me diera tiempo a reaccionar, Nessie me soltó a una velocidad


digna de un vampiro completo ―y eso que no se había transformado― y
profirió un rugido que retumbó en toda la habitación y que casi rompe el
cristal de la única ventana que había allí, ya que lo hizo vibrar con ganas.

―¡¿Cómo te has atrevido a tocar a mi marido, furcia?! ―le gritó acto


seguido en toda la cara, ya abalanzándose hacia ella.

―¡No, Nessie! ―voceé.

Tenía que pararla. Esa Jane podía hacerle mucho daño si utilizaba sus dotes
sicóticos con ella, y no pensaba arriesgarme a que Aro no interviniese.
Bueno, y eso sin contar que la rubia canija también era más fuerte que ella,
claro.
No sé cómo lo hice, pero conseguí atraparla en el mismo aire, cogiéndola por
la cintura. Mi 92

chica se quedó encerrada en mis brazos, con los pies colgando, eso sí, estos
luchaban por alcanzar el suelo de nuevo mientras ella gruñía sin parar.

La rubia canija siguió con esa estúpida expresión en la cara, aunque los otros
dos chupasangres no entendían nada de nada.

―Paz ―solicitó ese viejo tarado, levantando sus transparentes manos


ligeramente.

La dejé en el suelo, aunque amarré su mano con fuerza, por si acaso.

―¡¿Paz?! ―exclamó Nessie muy cabreada. Su cuerpo ya estaba lleno de


convulsiones―. ¡¿Os habéis llevado a mi marido, arrebatándomelo de mi
lado, y esa… ramera ―corrigió, aunque vocalizando ese nuevo vocablo con
más que rabia, cosa que hizo que la cara de la enana cambiase de repente y
pasase a ser de ofensa total― le ha toqueteado, y ahora me pides paz?! ―Sus
ojos se clavaron en los de la Pitufina otra vez, radiando inquina por todas
partes―. ¡No puedo soportarlo! ―gritó, haciendo el amago de abalanzarse
sobre ella de nuevo.

¡Uf! Y eso que no sabía que había intentado besarme.

―Por favor, seamos civilizados ―volvió a pedir Aro, ahora juntando las
manos.

Conseguí girarla hacia mí, aunque me costó. Nessie estaba realmente furiosa.
Su mano suelta era un puño apretado que temblequeaba fuertemente, y la otra
apretaba tanto la mía, que si no hubiera sido un hombre lobo ya tendría todos
los huesos hechos añicos. Sus preciosos ojos, ahora ensombrecidos por ese
ceño hundido sobre ellos, no se despegaban de la canija.

―Nessie, mírame ―le mandé, dándole un suave meneo con mi mano suelta,
que había pasado a sujetar la parte superior de su brazo. Mi otra mano no se
atrevía a soltar la suya, no fuera a ser que se me escapase. Sus ojos tardaron
un par de segundos, pero finalmente optaron por obedecerme. Seguían
enfadados, aunque al mirar los míos parecieron relajarse un poco―. Cálmate,

¿vale? ―le susurré, hablándole con delicadeza para que mis palabras
surtieran más efecto mientras mi mano pasaba a acariciar su mejilla―.
Respira hondo y trata de relajarte, no merece la pena.

Nessie tomó aire, cerró los ojos, y asintió cuando lo espiró. Su cuerpo se
relajó al cabo de un momento.

Sin embargo, cuando abrió los párpados de nuevo, sus pupilas sostenían otra
mirada nueva.

Una mirada que yo conocía muy bien.

―Sí, cielo, tienes razón ―murmuró, llevando esa mirada chulesca hacia la
rubia canija a la vez que su labio se elevaba ligeramente. Soltó mi mano para
alzar las suyas a la par y comenzó a acariciar mi pecho, deslizándolas
lentamente de abajo arriba. Estaba claro que quería restregárselo a la Pitufina
en todos los morros para marcar su territorio. Bueno, vale, no era el
momento, pero no pude evitar estremecerme, solo uno de sus roces ya me
ponía todo el vello de punta. Pude escuchar cómo la canija sádica rechinaba
la dentadura una vez más―. No merece la pena ―coincidió, y sus pupilas se
engancharon en las mías con determinación mientras acercaba su rostro al
mío.

Ya no pude negarme. Cuando ella me clavaba su sensual mirada, era


imposible resistirse.

Sus labios llegaron a los míos, sus manos se repartieron entre mi pelo y mis
hombros, y empezó a besarme con verdadero ímpetu, entrelazando nuestras
bocas meticulosamente, despertando esa energía de nuevo. No sé lo que hizo
la canija, porque solamente podía sentir a Nessie. Sí, como dije una vez, esa
energía, y sus besos, me atraían hacia ella como una de esas moscas que se
van irremediablemente hacia la luz violeta, hipnotizadas, y, una vez más, me
chamusqué sin remedio.
Sabía de las intenciones de ese beso, por supuesto, pero mientras Nessie me
besara me daba exactamente igual. Ella me estaba besando, y eso era lo que
más me importaba, era más que suficiente. Además, tenía que reconocer que
verla tan celosa y tan reclamativa me ponía muchísimo. Si no fuera porque no
era el momento ni el sitio adecuado, la hubiera llevado a un lugar privado y
apartado para hacerle el amor apasionadamente y no hubiese dejado de
susurrarle: sí, nena, soy tuyo, todo tuyo.

El beso no duró mucho, o eso me pareció a mí, creo que solamente fueron
unos cortos segundos.

También le costó, pero mi chica despegó sus labios de los míos, me miró con
satisfacción y después le dedicó otra mirada y otra sonrisita a la rubia enana.

Ahora sí que vi cómo machacaba las muelas. En cambio ese viejo decrépito
de Aro soltó una risilla estúpida, como si ese pique entre ambas le hiciese
mucha gracia. Idiota.

Pero a Nessie también le dio tiempo a fijarse en otra cosa.

―¿Qué es esto? ―quiso saber, frunciendo su adorable ceño cuando vio el


cordón metálico de mi cuello. Luego, también se fijó en mis muñecas y las
levantó―. ¿Y esto son… grilletes? ―Y cuando terminó la frase giró el rostro
hacia Aro con enfado y exigencia.

93

―Oh, lo lamento profundamente, mi querida Renesmee, pero no nos quedó


más remedio que velar por su seguridad ―dijo el Vulturis, fingiendo pesar.

Cínico…

―¿Velar por mi seguridad? ―chisté, mirándole de arriba abajo con


desprecio―. Me han puesto este cordón metálico para que no me pueda
transformar ―le revelé―. Si cambiara de fase, me quedaría sin cabeza.

―¿Qué? ¿Sin… cabeza? ―inquirió Nessie, tragando saliva y pestañeando


sin creérselo―. ¿Le habéis…? ¡¿Le habéis puesto un cordón en el cuello a mi
marido y le habéis encadenado como si fuera un perro?! ―protestó
enérgicamente, separándose de mí para dirigirse mejor a ese viejo
chupasangres.

Cogí su mano.

―El cordón es por nuestra propia seguridad, querida, pero también temíamos
que se hiciese daño al intentar escapar ―alegó él, siguiendo con su
actuación―. Aunque sus heridas se regeneran con rapidez, no era…
conveniente que su sangre fluyera fuera de su piel. Créeme, mi preciosa flor,
ni siquiera yo podría garantizar su seguridad en tal caso.

―A lo mejor yo no intentaría escapar si no me hubieseis encerrado, ¿no


crees? ―le solté con una ironía ácida.

―¡Así que también le habéis encerrado! ―criticó mi chica, enfadadísima.

―Sí, y adivina con quién comparto celda ―le dije, siguiendo con ese
sarcasmo.

―¿Con quién? ―me preguntó, mirándome con expectación.

―Con Ryam.

―¿Con… Ryam? ―Sus finas cejas dejaron de fruncirse para adoptar una
expresión de sorpresa mezclada con preocupación―. ¿Pero cómo es que…?

No le dio tiempo a terminar la pregunta, ni tampoco a girar el rostro del todo


hacia Aro.

―Ryam es un gigante, es una aberración ―le cortó el Vulturis tarado―.


Además, ha descubierto demasiadas cosas de nuestro mundo y supone una
amenaza para el mismo. No obstante, hemos tomado la decisión de
mantenerle con vida hasta que sepamos cómo obrar en este desagradable
asunto.
―Ryam no será un gigante por más tiempo, Aro ―intervino una conocida
voz a nuestras espaldas, haciendo que Nessie y yo nos girásemos.

―¡Mi querido Carlisle! ―exclamó Aro, dando una palmada mientras fingía
un rostro gratamente sorprendido.

El doctor pasó a la estancia junto con Esme, Rosalie y Emmett. Los cuatro
tenían unos rostros serios e iban acompañados por otros cuatro chupasangres
de la guardia, entre los cuales se encontraban Varick y ese cretino de Zhou.
Ya rechiné los dientes cuando vi a este último, pero cuando osó a imitar el
rostro de Nessie durante un segundo, mostrándome una sonrisita insolente a
modo de burla, estuve a punto de saltar hacia él. ¡Maldito bastardo! Ahora era
muy valiente, claro, yo no me podía transformar y él estaba bien acompañado
por el resto de sanguijuelas. Me había quedado con las ganas en nuestro
último encuentro. Nessie notó el temblequeo de mi mano y entrelazó sus
dedos con los míos para tranquilizarme. Eso me calmó un poco, pero tuve
que inspirar una buena bocanada de aire para no lanzarme hacia ese
desgraciado.

Recordé aquello que nos dijo Edward después de la visita que nos hizo la
canija junto a ese tal Felix y Demetri en Anchorage. Había visto a través de
los pensamientos de Jane que Aro siempre estaba acompañado de Varick,
para que Alice no pudiera ver sus decisiones. Ahora, por lo visto, había
prescindido de él, aunque Varick no tardó nada en colocarse al lado de ese
viejo decrépito.

Bueno, era fácil adivinar por qué no lo había utilizado hace un rato. Era
evidente que sus decisiones estaban marcadas por nosotros los metamorfos,
aparte de que estaba en compañía de uno, así que Alice no podría ver nada
igualmente.

―Me gustaría decir que me alegro de verte, Aro, sin embargo, no puedo
―declaró Carlisle nada más llegar a nuestro lado, siguiéndole la corriente a
ese vejestorio chiflado, aunque se notaba su cabreo―. Estoy muy irritado por
esta… situación ―suavizó.

Em me guiñó el ojo, mostrándome una mueca a modo de sonrisa aliviada, y


se colocó a nuestro lado, junto a Rose. Esme respiró tranquila cuando me vio
sano y salvo, aunque no se despegó de la mano de su marido.

―Yo también lamento esta situación, mi querido amigo ―afirmó ese senil
perturbado―. Pero, como ya le expliqué a Jacob, hacerlo así era totalmente
necesario. Él no hubiera aceptado venir de otro modo.

94

―No disimules ―protesté, enfadado―. Me habéis traído hasta aquí para que
no me quede otra salida. Esto es toda una encerrona.

―¿Una encerrona? ―quiso saber Carlisle.

―Llámalo simbiosis y alianza ―reiteró ese tarado de Aro.

―¿Alianza? ―dijo ahora Emmett, sorprendido.

―Sí, este chif… Aro ―me contuve― quiere que nos aliemos con él para
pelear en una guerra.

―¿Pelear? ―repitió Em, más animado.

―¿Una… guerra? ―inquirió Nessie, preocupada, apretando mi mano.

Varick le sopló algo al oído de Aro y este asintió con una media sonrisa.

―Tranquila, cielo ―le susurré, posando mis labios en su frente.

―Lamento tener que dejar esta interesante conversación así, pero he de irme,
mis hermanos han regresado ―habló de pronto―. Si me disculpáis, voy a ir
a recibirles. Sé que Jacob os lo explicará todo muy bien ―afirmó, oscilando
esos ojos lechosos hacia mí durante un segundo para llevarlos enseguida de
vuelta a los de Carlisle―, así que os dejaré a solas para que toméis una
decisión. De todas formas, yo mismo os explicaré lo que necesitéis saber más
tarde.

―Es cierto, ¿cómo es que Cayo y Marco no están aquí? ―inquirió Carlisle.
―Oh, han tenido que atender otros asuntos, pero vendrán después ―explicó
Aro escuetamente―. Y ahora, si me disculpáis ―repitió, comenzando a
caminar hacia la salida, acompañado de Varick―. Jane, querida, llévales a la
sala de al lado para que mediten más cómodamente ―le dijo a la enana, de la
que pasaba a su lado.

―Sí, maestro ―asintió ella. En cuanto Aro y Varick salieron por la puerta,
se dirigió a nosotros con esa prepotencia de siempre―. Acompañadme por
aquí.

Se dio la vuelta, junto a todos los chupasangres que nos acompañaban, y la


seguimos. El chino aprovechó para medio girarse y dedicarme una sonrisita
burlona, imitando mi rostro. Gruñí y di una zancada más grande para llegar a
él, pero Nessie me retuvo.

―Cálmate, Jake, no le hagas caso ―me susurró al oído, cosa que sirvió para
que me tranquilizara un poco y todo mi vello se pusiese de punta.

Volví a tomar otra buena bocanada de aire y seguimos caminando.

La Pitufina nos hizo salir de la habitación por esa puerta, por la que tuve que
volver a agacharme, y caminamos por ese ancho corredor de antes en
dirección a la doble puerta revestida de oro. Cuando llegó, abrió las dos
hojas, las cuales no estaban cerradas con llave, y las dejó abiertas para que
pasáramos al interior.

―Tomaros el tiempo que necesitéis ―le dijo a Carlisle―. Hay un teléfono.


Podéis utilizarlo para llamar a la recepcionista cuando terminéis. Ella me
avisará a mí.

El doctor solamente se limitó a asentir con un rostro serio y la rubia enana se


dio la vuelta, seguida del chino imitador y las otras cuatro sanguijuelas. Eso
sí, no perdió el tiempo y aprovechó su paso a mi lado para darme otro ligero
y rápido repaso con la mirada. Esta vez fui yo el que tuvo que sostener con
firmeza la mano de Nessie, aunque no pude evitar que su garganta emitiera
un rugido interno y que se girase para no quitarle esa vista amenazadora de
encima.
Carlisle pasó a esa otra habitación, que seguía las mismas pautas que el
hortera y pijo corredor, yo tiré de Nessie, y los demás hicimos lo mismo
detrás de él.

La estancia era bastante amplia, pero no tanto como la guarida de los


Vulturis. Aparte de esa horrible moqueta verde, de los paneles de madera que
revestían las paredes y de los cuadros que imitaban a ventanas, unos sofás de
piel en color crema se distribuían por toda la habitación, creando una especie
de sala de estar.

En cuanto Rosalie cerró la puerta, todos vinieron a mí.

―Dime, Jacob, ¿cómo estás? ―me preguntó el doctor.

―Bien, bien, no me han hecho nada ―les tranquilicé.

―Le han encerrado en una celda y le han encadenado ―les reveló Nessie,
rechinando los dientes―. Y encima, le han puesto este cordón metálico para
que no se pueda transformar.

―Qué falta de respeto ―declaró Esme con disgusto.

―Bonito collar ―se burló Rosalie.

―Ja, muy graciosa, rubia, pero hoy no estoy de humor ―le contesté con
retintín.

―Es el colmo ―protestó Nessie―, no puedo creerme que le hayan hecho


todo esto y se queden tan tranquilos.

―Bueno, da igual, el tema es que estoy bien. Además, también tienen a


Ryam.

―Sí, eso hemos oído cuando caminábamos por el pasillo ―dijo Emmett.

95

―Tendremos que solucionar ese tema también ―afirmó Carlisle, llevándose


la mano a la barbilla, pensativo―. Lo único que se me ocurre es alegar a su
curación, aunque no sé si eso será suficiente para Aro. Ryam ya tiene
conocimiento de nuestro mundo, y temo que los Vulturis no se conformen
solo con eso.

―¿Y qué hacemos? ―inquirió Nessie, mordiéndose el labio.

―No lo sé. Tendré que pensar en algo ―reconoció Carlisle, bajando su


mano.

―¿Qué es eso de la guerra? ―quiso saber Emmett.

―Uf, una movida muy grande, tío. Al parecer, Nikoláy, Ruslán y Razvan no
trabajaban solos.

Adivina con quién estaban aliados. ―Se hizo un momento de silencio en el


que todos esperaron mi respuesta, expectantes. Bueno, todos menos la
Barbie, que resopló con cansancio―. Con Vladimir y Stefan ―les desvelé
finalmente.

―¿Con Vladimir y Stefan? ―Nessie no se lo podía creer, aunque no era la


única, el resto abrió los ojos como platos.

―Sí, y tengo otra noticia ―seguí. Miré a mi chica con precaución y apreté su
mano un poco más. Ella ya se dio cuenta de mi respuesta solo con este gesto,
pero lo dije en voz alta para los demás―. Son ellos los que tienen a Bella,
Edward, Alice y Jasper.

―Qué horror ―exhaló Esme, llevándose las manos a la boca.

Nessie tembló ligeramente y la atraje hacia mí para rodearla con mis brazos.
Ella enseguida ensambló los suyos a mi cintura, apoyando su mejilla en mi
pecho.

―¿Estás bien? ―murmuré en su pelo.

―Sí, así estoy mejor ―asintió, apretando su abrazo―. Sigue, podré


soportarlo.

―¿Seguro? ―me cercioré, separándome un poco para mirarla.

―Tengo que saber la verdad. Y contigo soy fuerte ―afirmó, mirándome con
determinación―.

Sigue. ―Y volvió a apoyar su mejilla en mi pecho.

Suspiré, asintiendo, le di un beso en la frente y continué hablando.

―Aro no me ha dicho cómo han conseguido llevárselos, pero mi teoría es


que esos dos dieron con Renée y la secuestraron para chantajear a Bella
―manifesté, pasando los dedos por su cabello para confortarla un poco―.
Creo que la visión que tuvo Alice no estaba relacionada con los Vulturis, sino
que ella vio las intenciones de Vladimir y Stefan y se marcharon para evitar
el secuestro.

―¿Quieres decir que se entregaron? ―interrogó Em.

―Sería lo más lógico ―secundó el doctor.

―Lo que no sé es si consiguieron impedir el secuestro o no ―continué, sin


dejar de peinar el pelo de mi chica―. Ahora los rumanos tienen a Bella,
Edward, Alice y Jasper, los cuatro con dones poderosos, y ese chiflado de
Aro está temblando. Bueno, ya sabéis que Vladimir y Stefan llevan años
buscando venganza, ¿no? Pues se han rearmado, y no solo con chupasangres,
sino que también contaron con la ayuda de esos tres magos para la creación
de gigantes. Los Vulturis ya estaban al corriente de todo e intentaron
impedirlo, pero no lo consiguieron.

―Así que los gigantes eran para el ejército de Vladimir y Stefan ―adivinó
Rosalie.

―Sí, y Aro creó un grupo de matones para evitarlo, pero, bueno, luego os
contaré más detalles sobre eso. El caso es que Aro le ha visto las orejas al
lobo y necesita esta alianza.
―Nunca mejor dicho ―sonrió Emmett.

Le sonreí el chiste, y seguí hablando.

―No me gusta nada esto, pero Aro es el único que sabe dónde se encuentran
Bella y los otros, y me ha chantajeado con eso ―suspiré con desagrado―.
No va a decirnos nada hasta que no le ayudemos, y, la verdad, no veo otra
salida. Y encima, me ha dicho que si no vamos con ellos no me garantiza la
seguridad de Bells y el resto.

Nessie apretó su abrazo un poco más y yo le di otro beso en el pelo,


acariciando su nuca con mis dedos.

―Es evidente que no nos queda más remedio que aceptar ―intervino
Carlisle con un rostro resignado―. Eso sí, debemos de tener mucho cuidado,
Aro no tendría ningún escrúpulo a la hora de traicionarnos en cuanto todo
terminase.

―Sí, lo sé ―coincidí.

―Además, todavía está el asunto de la profecía, eso nos obliga a extremar las
precauciones ―declaró.

―Entonces, pelearemos ―sonrió Emmett―. Rescataremos a Bella, Edward,


Alice y Jasper.

―¿Vais a ir a esa guerra? ―preguntó Nessie, separándose de mi cuerpo para


mirarme con una preocupación que me heló el alma.

96

―No nos queda más remedio, cielo ―le susurré, metiéndole el pelo detrás de
las orejas―. Pero no te preocupes por nosotros, todo saldrá bien.

―Entonces yo también voy ―afirmó con los ojos llenos de resolución.

―No, tú te quedarás en La Push ―le contradije.


―Venga ya, no seas machista ―protestó.

―No es por machismo, Nessie, y lo sabes. Es solo que no quiero que te pase
nada, ¿entiendes?

No podría soportarlo.

―Acabas de decir que todo saldrá bien ―refutó―. Además, la misma


pulsión que tienes tú para protegerme, también la tengo yo para protegerte a
ti. Sabes que me resulta casi imposible no estar contigo en una situación así.
Y, encima, estamos hablando de mis padres y mis tíos.

Mierda. Genial. Esto no me gustaba nada, pero, maldita sea, tenía razón en
todo, era imposible rebatírselo.

―No sé, Nessie… ―dudé.

―Puedo transformarme, así estaré bajo tu protección todo el tiempo ―alegó,


ya suplicándome con la mirada al ver mi flojera.

―¿Ah, sí? ¿Y qué pasará cuando te falte sangre? ―objeté.

Nessie se mordió ese precioso labio inferior y se quedó pensando.

―Yo podría conseguir algunas reservas de sangre y llevarlas en un maletín


bien refrigerado ―irrumpió Carlisle.

Genial.

―¿Lo ves? ―indicó Nessie.

Esto no me hacía ni pizca de gracia, pero, vale, lo reconozco, también la


entendía. Al igual que yo, Nessie no podría soportar estar lejos de mí en una
situación de tan claro peligro, y, para colmo, se trataba de su familia. Era
lógico que quisiera ayudar, ¿no? Y, bueno, yo era su marido, pero no era
quién para prohibirle nada, la verdad.

Maldita sea…
―Está bien ―acepté a regañadientes, frunciendo el ceño a disgusto―.
Puedes venir con nosotros, pero no te separarás de mí en ningún momento,
¿entendido?

―No tenía pensado hacerlo ―sonrió.

Suspiré, aunque no pude evitar corresponder esa sonrisa.

―En fin, tendré que avisar a mi manada ―anuncié, suspirando de nuevo.

―Ah, algunos miembros de la manada están abajo ―me reveló Emmett.

―¿Mi manada está abajo? ―inquirí, sorprendido.

―Sí, no pudimos conseguir que los dejaran subir, por eso tardamos un poco
―me explicó―.

Pero tranquilo, no les pasará nada, ahí abajo hay demasiada gente. Lo único
que tendrán que soportar es el olor.

―Y los demás el suyo ―añadió Rosalie, poniendo cara de asco.

―Yo logré escaparme y pude llegar hasta este corredor, pero me cogieron
por el camino ―aclaró Nessie.

―Bueno, pues ya está decidido ―intervino Carlisle de nuevo, poniendo un


poco de orden―. Por desgracia, tendremos que aliarnos a los Vulturis
temporalmente.

Odiaba esto, lo odiaba con todas mis fuerzas. Jamás me hubiera imaginado
que tendría que trabajar con esos viejos decrépitos e hipócritas, esos asesinos
de gente inocente, los mismos que habían secuestrado a Nessie hacía dos
años. Rechiné los dientes con furia contenida, pero no me quedaba más
remedio que aguantarme. Bella y los demás estaban en peligro, y ante todo
estaban ellos, ahora eran parte de mi familia.

Nessie se dio cuenta de mi malestar y me dio un beso corto para


tranquilizarme.
―Avisaré a Jane de que ya hemos tomado una decisión ―dijo el doctor.

¿Decisión? Ja. Esto era una encerrona en toda regla.

Pero no nos quedaba más remedio. Carlisle se acercó a un teléfono que


reposaba en una mesilla, descolgó el auricular y observé con resignación
cómo tocaba un botón de color verde.

97

Negociando con los hermanos

Marx

Casi vomito del asco al ver la cara de satisfacción de Aro cuando Carlisle le
transmitió nuestra decisión. No sé por qué fingía tanto, la verdad, sabía de
sobra que no nos quedaba otra opción, pero el muy estúpido seguía esa farsa.
En cambio, el senil de pelo canoso, Cayo, tenía una cara similar a la mía, solo
que pensando a la inversa, claro, y, bueno, esa momia adormilada de Marco
mantenía ese semblante inapetente y cansado de siempre, creo que todo esto
le daba exactamente igual.

Parecían los hermanos Marx. Bien, estaba claro quién representaba a quién,
¿no?

Volvíamos a estar en la misma habitación del principio, pero ahora estaban


los tres Vulturis juntos, y se encontraban sentados en esas enormes sillas de
madera maciza que trataban de imitar a tronos. Menudos idiotas.

Varick se situaba al lado de Aro, por detrás, para no taparle la visión hacia los
otros dos vejestorios. En esta ocasión no llevaba su capucha puesta, así que
por fin pude ver su cara. En fin, no distaba mucho de la del resto de
chupasangres, para mí eran todos más o menos iguales. Esos repugnantes
ojos rojos de rata, esa piel paliducha casi transparente y esa frialdad que
desprenden casi todos los vampiros. Tenía el pelo muy corto, eso sí, y por lo
rubio que era y su nombre, deduje que era alemán.
Mi mano no había soltado la de Nessie desde que ella había llegado a este
antro, y no pensaba soltarla jamás. No me fiaba de nadie allí dentro, no podía
olvidar que la habían secuestrado una vez; diablos, a mí mismo me habían
llevado a la fuerza hacía unas horas, incluso Ryam había sido atrapado, así
que como para fiarse. Este sitio no me gustaba nada para ella, pero al menos
estábamos juntos.

―Me alegro de que hayáis accedido a prestarnos ayuda, mi querido Carlisle


―dijo ese vejestorio chiflado de Aro, curvando su asqueroso y fino labio
hacia arriba―. Os lo agradecemos, y os aseguramos que tendréis una justa
recompensa.

El careto de Cayo seguía diciendo lo contrario.

―La única recompensa que buscamos es dar con Edward, Bella, Alice y
Jasper para que regresen con nosotros a casa sanos y salvos ―declaró el
doctor con una tensión notable en el rostro―. Bueno, si es que es cierto que
se encuentran con Vladimir y Stefan.

Eso, eso.

―No dudes de nosotros, amigo mío. Lo es.

―No es que dude de tu palabra, Aro, pero realmente me quedaría mucho más
tranquilo si pudieses aportarme una prueba de ello ―soltó Carlisle, eso sí,
con ese tono mesurado que solía usar siempre.

¡Ja! Eso había sido un puñetazo directo.

―Cómo, ¿acaso desconfías de nosotros? ―intervino Cayo, frunciendo esas


tupidas cejas blancas con disgusto total.

―Nuestra relación se ha visto afectada por lo ocurrido hace dos años, Cayo
―alegó el doctor, ahora utilizando una voz un poco más tensa―. Como bien
comprenderás, no puedo olvidar que una vez os llevasteis a Renesmee, eso
fue un hecho muy grave, desde mi punto de vista.
Este Doc, siempre suavizando las cosas.

―Fue por su propio bien ―rebatió el viejo canoso, señalándome con la mano
con desagrado―.

Y la prueba de que eso era necesario, para que no se descarriase, es su


matrimonio. Es un error claro.

―¿Todavía seguís con ese rollo? ―protesté enérgicamente.

―Casarme con Jacob ha sido lo mejor que he hecho en mi vida ―manifestó


Nessie, muy molesta―. Yo le amo con toda mi alma, y él a mí.

Ambos apretamos nuestro amarre.

―Desde luego. Por favor, Cayo, ellos se aman, solo hay que verles
―defendió Aro, juntando esas tísicas manos―. ¿Verdad que es cierto,
Marco? ―le preguntó al adormilado, girando su cara 98

seca hacia él.

―Sí ―afirmó este sin más, ni siquiera se molestó en mover una pestaña.

Ahora Aro nos defendía, por supuesto, necesitaba hacerme la pelota bien.

―Comprendo perfectamente tu malestar, Carlisle ―siguió ese decrépito


tarado, continuando con su peloteo interesado―. Y os pido perdón, he de
reconocer que nos equivocamos con esa intervención. ―El Vulturis gruñón
no pudo evitar resoplar, aunque se quedó mudo, claro, ninguno de esos dos
idiotas parecía atreverse a llevarle la contraria a Aro―. No obstante, puedo
asegurarte que no lo hicimos con mala intención, nada más lejos de la
realidad, sino que actuamos creyendo que obrábamos correctamente. ―Sí,
claro, seguro. Maldito hipócrita―. Por eso creo sinceramente que esta es una
buena ocasión para limar esas pequeñas asperezas y recuperar esa amistad de
la que gozábamos en el pasado. ¿Dejarás que os lo pague cuando todo este
incómodo asunto se solucione?
―Yo también me considero un hombre generoso, Aro, así que por supuesto
que dejaré que nos lo pagues ―afirmó Doc, imitando la inmodestia de ese
viejo decrépito para seguirle el juego. Aro sonrió, aunque se notaba que solo
por esa estúpida y absurda diplomacia vampírica―. Pero, insisto, podías
empezar por darnos una prueba de que mi familia se encuentra con Vladimir
y Stefan.

Las cejas de Cayo se hundieron un poco más.

―Desgraciadamente, no puedo darte ninguna ―dijo Aro, volviendo a ese


semblante apergaminado y exageradamente triste de antes―. Todas las
pruebas que tengo están en lo que Demetri me ha dejado ver, ¿no es así,
Demetri? ―inquirió, mirando a este, que se encontraba junto a la rubia
canija, el igual de enano de Alec, ese gigantón de Felix, el pelirrojo y ese
chino bastardo.

―Cierto, maestro ―asintió el mencionado.

―Es una lástima que Edward no esté aquí, él podría ratificar que lo que digo
es cierto. ―Sí, ya―. No obstante, te ruego que confíes en mí, te aseguro que
Edward, Bella, Alice y Jasper se encuentran retenidos por Vladimir y Stefan.

―Eso de confiar en ti es difícil cuando tú no quieres decirnos dónde están


solo para chantajearnos ―me quejé yo, cansado de toda esta monserga
inútil―. Eres un miserable, serías capaz de vender a cualquiera con tal de
conseguir tus fines.

Todo el mundo en la habitación se quedó mudo, mirándome estupefacto.


Excepto Aro, que sonrió como el tarado que era, el Vulturis adormilado, que
seguía dormitando con los esos párpados de cartón, alicaídos, y Nessie, que
apretó mi mano para regañarme. Sí, bueno, sabía que mis formas no eran las
más… diplomáticas, pero era lo que pensaba y no iba a callarme.

―Lo comprendo, Jacob, pero tú también has de entender que nosotros


tenemos que cubrirnos las espaldas ―se defendió ese loco, manteniendo esa
sonrisa de idiota. Él se creía muy elegante, menudo imbécil―. No podemos
exponernos a deciros dónde se encuentran, y que luego faltéis a vuestra
palabra y nos abandonéis antes de la batalla para ir a buscarlos por vuestra
cuenta.

―Nosotros jamás hemos faltado a nuestra palabra, Aro ―dijo Carlisle,


visiblemente y, raramente en él, ofendido.

―Oh, no te ofendas, Carlisle, no estoy diciendo eso. ―El careto de Aro


cambió para adoptar una expresión de grandilocuente preocupación―. Pero,
al igual que vosotros os queréis asegurar de que yo no miento, nosotros
también tenemos que asegurarnos de que vosotros no vais a fallarnos.

―¡Aj, venga ya! ―protesté, frunciendo el ceño todo lo que pude―. Aquí los
únicos que faltan a la palabra y que traicionan sois vosotros ―le espeté a la
cara mientras notaba los continuos apretamientos de dedos de Nessie. Pero no
me callé―. Y, encima, nos decís que es para cubriros las espaldas, cuando en
realidad este tema solamente es un instrumento para chantajearnos. No seas
tan hipócrita y di la verdad de una maldita vez.

―¡Esto es vergonzoso, Aro! ¡Qué falta de respeto! ―voceó el chupasangres


canoso con indignación―. ¡No permitirás que este salvaje te hable así,
¿verdad?!

―¡¿Qué me has llamado?! ―grité, echándome hacia delante.

Los miembros de la guardia que se encontraban allí, consistentes en el chino


bastardo, ese grandullón de Felix y el rastreador, se agazaparon
instantáneamente, en cambio, la Pitufina y su hermano el Pitufo solamente
entornaron los ojos, preparándose por si me tenían que torturar otro poco, y el
pelirrojo ni se movió.

Pero Emmett y Rosalie no se quedaron atrás. Los dos me acompañaron,


agazapándose también y rechinando los dientes. Em incluso hizo restallar las
falanges de sus dedos mientras le sonreía a Felix con una provocación
maliciosa. Este le correspondió la sonrisa, cómo no. La pobre Esme se
mantenía al margen, aunque no podía evitar tener ese rostro de preocupación
y desasosiego total.
99

―Jake, por favor ―me rogó Nessie, asustada.

Mierda. Si me calmaba, era solo por ella. No soportaba verla preocupada ni


asustada, y mucho menos ponerla en peligro.

―Paz ―solicitó Aro, alzando ambas manos, aunque ni siquiera se levantó de


su trono.

Los chupasangres de su guardia se relajaron al instante, así que nosotros


hicimos lo propio.

―¿Acaso vas a permitir este comportamiento? ―bufó Cayo.

―Calma, hermano ―le relajó.

―Esto es intolerable ―masculló el Vulturis canoso para sí.

Se hizo otro tenso mutismo, y, en esta ocasión, Aro no sonreía nada de nada.

―De acuerdo ―habló al fin, relajando ese semblante de muerto disecado.


Cayo resopló de nuevo―. Reconozco que estamos utilizando este hándicap
para forzaros un poco, pero no lo llames chantaje. Como ya te expliqué antes,
se trata de una simbiosis. Vosotros nos ayudáis a vencer en esta batalla y
nosotros os ayudamos a recuperar al resto de vuestro aquelarre. Sin embargo,
y a pesar de eso, os aseguro que ellos están con Vladimir y Stefan.

Carlisle se quedó pensativo durante unos segundos, mirando al Vulturis con


firmeza, y yo me tragué la lengua por Nessie.

―Está bien, puesto que en esto has sido sincero, te daré una oportunidad y te
creeré ―respondió finalmente, aunque me pareció que dijo eso más bien para
seguirle ese juego de educación pija―. Sin embargo, hay otra cosa que me
preocupa.

―Habla con total libertad, mi estimado amigo, debéis de haceros a la idea de


que estáis en vuestra casa, como ha hecho Jacob ―sonrió Aro con esa pose
de actor malo.

Idiota…

Automáticamente, Em y yo miramos a los chupasangres de la guardia de


nuevo, a la vez que ellos lo hacían con nosotros. Si hubiera estado en mi
forma lobuna, creo que hubiese podido ver las chispas y rayos fulminantes
que salían por los ojos de todos.

―Edward, Bella, Alice y Jasper estarán en el bando contrario, y lo más


probable es que ellos se vean obligados a luchar ―expuso Carlisle.

Noté cómo la mano de Nessie temblaba levemente por el temor que eso le
ocasionaba. Ya teníamos los dedos entrelazados, pero los apreté aún más para
tranquilizarla.

―Bueno, para eso contamos con la inestimable ayuda del Gran Lobo, él
romperá la barrera de Bella y podremos atacar sin problemas ―declaró Aro
como si nada―. Incluso puede fulminarlos a todos sin moverse del sitio,
según tengo entendido ―siguió, oscilando la mirada hacia mí para hacerme
una especie de reverencia a modo de reconocimiento.

Ahora la mano de Nessie sufrió un espasmo.

―¡¿Qué estás diciendo?! ¡No pienso hacer eso! ―protesté con energía
mientras volvía a achuchar la mano de mi chica un poco más.

―No quiero que sufran rasguño alguno ―exigió Carlisle, muy serio.

―No me habéis comprendido. Por supuesto que no haremos eso, solo era un
decir. ―Y rompió a reír en unas estúpidas carcajadas que me hicieron
rechinar los dientes. Cayo seguía con el ceño sobre los ojos y el otro ni se
inmutó. Después de esperar a que ese chiflado terminase de reírse, volvió a
hablar―. Jacob solamente tiene que eliminar esa barrera y los dones de
nuestros contrincantes, del resto nos encargamos nosotros. Por supuesto,
también contamos con vosotros para batallar.
―Si Jacob elimina esa barrera, los miembros de mi familia quedarán a
merced de vuestros ataques ―intervino el doctor de nuevo. Esta vez, Nessie
se pegó a mi costado, buscando ese beso en la cabeza que le di―. Además,
como ya he dicho, ellos se verán obligados a combatir, y no quiero que
ningún miembro de tu guardia les haga daño.

―Mi guardia no los atacará, te lo garantizo, y tampoco usarán sus dones


contra ellos ―prometió ese viejo acartonado.

―Bien ―aprobó Doc, asintiendo con la cabeza―. Otra cosa más.

―Habla ―le instó, haciéndole un gesto con la mano.

―Me gustaría que liberases a Ryam.

―Me temo que eso no es negociable ―contestó Aro, más serio.

―Louis y yo estamos trabajando en un antídoto que puede curarle ―le


reveló―. Ya lo tenemos casi terminado.

―Sigue sin ser suficiente ―afirmó ese decrépito sin escrúpulos.

―¿Por qué no? ―se quejó Nessie.

100

―Conoce demasiadas cosas de nuestro mundo, y, como ya sabes, mi querida


Renesmee, nuestra primera ley es la de salvaguardar el anonimato de todos
nosotros.

―Pero él no le contará nada a nadie ―intentó alegar ella, transformando su


adorable carita en una llena de súplica.

Dios, esto se me clavaba en el corazón.

―Eso no lo sabemos, y la ley es la ley ―intervino Cayo, malhumorado.

Mi chica rechinó los dientes con frustración y yo volví a apretar su mano,


pero esta vez para decirle que ya buscaríamos una solución. Ella comprendió
mi mensaje a la perfección, respiró hondo y se tranquilizó un poco.

―¿Cuándo será esa batalla? ―quise saber.

―Estimamos que pudiera producirse dentro de unos días, puede que la


semana que viene ―me respondió.

―Tienes que concretarme más ―le pedí―. No sé cuántos miembros de mi


manada han venido hasta aquí, pero necesitaremos contar con más efectivos y
tengo que convencerlos y organizarlos a todos. Además, tienen que venir
desde La Push y eso conlleva un tiempo de adaptación.

―Creemos que lo más probable es que sea dentro de unos cuatro días ―me
reveló―. Y no te preocupes, todos los gastos correrán de nuestra cuenta.

―Quiero ver a mis hermanos ahora, quiero que estén aquí ―exigí, alzando la
barbilla, reconozco que con un poco de chulería―. Si quieres que trabajemos
juntos, ellos tienen que estar conmigo y con el resto. Ya sabes, para
acostumbrarnos a tus chupasangres.

No miré, pero noté cómo estos me acuchillaban con la mirada.

―Oh, por supuesto ―accedió. Por el contrario, Cayo refunfuñó por lo


bajo―. Enguerrand, ve a buscar a esos lobos.

―Sí, maestro ―asintió este, haciendo una reverencia con una devoción
ciega.

Y se marchó de la habitación como un torpedo.

―Bueno, supongo que ahora que hemos hecho esta alianza, le quitaréis ese
cordón y esos grilletes a mi marido ―habló Nessie con exigencia.

―Claro, cómo no, mi preciosa Renesmee ―aceptó el Vulturis chiflado―. En


cuanto terminemos esta reunión tan importante, le ordenaré a mi guardia que
lo liberen de tales cosas.
Uf, menos mal.

―Y quiero que mi marido deje esa celda ya. Si vamos a quedarnos aquí unos
días, me gustaría que nos dieseis una habitación más cómoda, mi marido y yo
necesitamos nuestros momentos de intimidad ―soltó sin cortarse un pelo,
observando a la rubia canija con esa media y maléfica sonrisita de antes.

Solo dijo eso último para ponerle los dientes largos a la Pitufina, y lo
consiguió. Esta rechinó los dientes por enésima vez, aunque a Cayo se le
escapó una cara de asco que lo decía todo. Imbécil.

Nunca había oído a Nessie usar tanto el término marido. Bueno, vale,
llevábamos muy poco tiempo casados, pero era la primera vez que la oía
pronunciarlo tantas veces, y, además, con esa territorialidad. Eso me volvía
completamente loco.

―Por supuesto. Todos tendréis un cómodo e íntimo alojamiento ―volvió a


aceptar el pelota de Aro, dedicándole una mirada que pretendía cómplice a
Nessie, que no coló.

―Ya sé que no queréis soltar a Ryam ―seguí yo―, pero podíais dejar que
viniese con nosotros a esa batalla.

Carlisle se giró hacia mí para mirarme con sorpresa y Nessie me observó con
esperanza. Sí, mi idea era muy buena, tenía que reconocerlo.

―¿Venir a la batalla? ―repitió el vejestorio canoso sin entender nada de


nada.

―Es un gigante, y podría ser muy útil, pensadlo ―afirmé con confianza. Los
dos Vulturis se miraron, dudosos―. Sí, bueno, no sabe luchar, pero mis lobos
y yo podríamos enseñarle varias técnicas, incluso podría ser útil para manejar
a esos otros gigantes.

Eso pareció interesarle a Aro. Bien.

―Habla ―me instó, interesado.


―Ya sé que no os gustan las especies nuevas ―se me escapó un puntito de
acidez que no pude reprimir, y todo por lo de hace dos años con el tema de
Nessie y su condición de semivampiro metamorfo. En fin―, pero Ryam
podría manejar a esos gigantes. Me explico. Esos gigantes son inmortales,
pero inmortales del todo, vamos, se regeneran y no hay quién termine con
ellos, así que no hay manera de ganarles. Bien, está claro que la especie ya
está creada y que no se puede eliminar, ¿no? Pues lo mejor sería redirigirlos.

101

―¿Redirigirlos? ―preguntó Cayo, frunciendo ese tupido ceño blanco con


extrañeza.

―Sí, llevarles por el buen camino ―expliqué, utilizando esa expresión para
convencerles más―. Está claro que acabaremos con esos dos rumanos y con
su ejército, pero esos gigantes seguirán ahí, ¿y qué vamos a hacer con ellos?
¿Los dejaremos tirados en cualquier escondrijo, arriesgándonos a que alguien
peor los encuentre y los utilice en nuestra contra en el futuro? O a lo mejor
siguen luchando contra nosotros sin parar, quién sabe. En cambio, si la
persona adecuada les dirige, si alguien con buenas intenciones los lidera,
ellos no supondrían ningún peligro. ¿Y quién mejor que Ryam para eso? Él
es otro gigante, aunque no como ellos, claro, pero es un gigante, nadie va a
saber manejarlos mejor que él.

―Pero Carlisle acaba de decir hace un momento que Ryam va a curarse


―recordó Aro.

―Ryam podría dirigir a esos gigantes hasta que Louis y yo encontrásemos


otra cura para ellos ―intervino Doc, hablando con esa tranquilidad y mesura
de siempre―. No estoy seguro de que esos gigantes puedan curarse, pero
podríamos intentarlo. Siempre sería mejor que no hacer nada y que permitir
que esa especie estuviera encerrada, con el riesgo que eso supondría.

Se hizo un mutismo que duró unos segundos, aunque a mí me parecieron


eternos.

―No sabemos si él aceptaría tal cargo ―dijo Aro, un tanto dudoso todavía.
―Yo hablaré con él ―me ofrecí―. Ryam podría unirse a la alianza. Si él os
ayuda y demuestra que podéis confiar en él, ¿le dejaríais en libertad?

Los dos vejestorios momificados se volvieron a mirar y después llevaron la


vista hacia mí de nuevo.

―Tendríamos que deliberarlo ―declaró el Vulturis tarado.

Nessie apretó mi mano con esperanzas, porque por lo menos no había sido un
no rotundo.

Además, se notaba que mis palabras les había tocado un poco.

―Por supuesto ―asintió Carlisle.

―Bien, ¿alguien quiere… proponer algo más? ―inquirió Aro.

Nadie dijo nada.

De pronto, la puerta se abrió y el pelirrojo pasó adentro, acompañado por mis


hermanos de manada. Los muy idiotas entraron medio agazapados mientras
miraban a todas partes con cara de alerta total y arrugaban la nariz con hastío.

Cuando me vieron, intentaron recuperar la compostura, pero se notaba lo


incómodos que estaban. Sam, Quil, Embry, Seth, Paul, Jared, Shubael e Isaac
se acercaron a nosotros con ese recelo todavía palpable, sin quitar ojo a la
guardia y a los propios Vulturis, y el Zanahorio se colocó en su puesto, junto
al resto de sanguijuelas.

―¿Estás bien? ―me preguntó Sam con un cuchicheo.

―Sí.

Quil se fijó en mis grilletes y en ese dichoso cordón metálico de mi cuello y


le chirriaron los dientes. Sus puños comenzaron a temblar, pero Sam posó su
mano sobre una de sus muñecas para tranquilizarle.

―Bienvenidos ―les dijo Aro con otra sonrisa mal fingida. Mis hermanos no
le dijeron nada, se dedicaron a mirarle con desconfianza y rabia. Eso hizo que
el Vulturis carraspeara para seguir hablando―. En fin, puesto que ya estamos
todos, podemos comenzar a platicar sobre las tácticas a seguir en la batalla.

―¿Qué batalla? ¿Qué está pasando aquí, Jacob? ―quiso saber Sam.

―Me gustaría hablar con mi manada a solas ―declaré―. Tengo que


explicárselo todo.

―Oh, desde luego ―aceptó Aro―. Enguerrand, acompáñales a la sala


contigua.

―Sí, maestro ―obedeció el pelirrojo.

Este comenzó a caminar hacia la salida y nosotros, incluida Nessie, por


supuesto, le seguimos.

Salimos de esa habitación lúgubre y sombría y nos dirigimos por el mismo


corredor de antes hacia esa sala de puertas doradas, donde, una vez dentro,
Enguerrand se piró y tuve que explicarles todo el cuento a mis patidifusos
hermanos.

102

Esto es el hotel de los horrores

―No sé, Jake, esto no me gusta ni un pelo ―dudó Sam, después de que yo
les soltase toda la parrafada de lo que había ocurrido―. Está claro que esos
Vulturis están tramando algo.

―Esto es una locura ―siguió Jared, llevándose la mano a la cabeza.

―Sí, estoy de acuerdo con los dos ―asentí con nerviosismo, poniendo mi
mano suelta en la cintura―. Pero no me queda más remedio que aceptar esa
maldita alianza, simbiosis o como narices quiera llamarlo Aro ―gruñí―.
Está claro que alguien tiene a Bella y a los otros, todos vimos esas pistas en
ese bosque de Forks, y mientras no nos topemos con algo que nos indique
que los tienen los Vulturis, no nos queda otra que creer la versión de ese
chiflado decrépito.

―¿Y si husmeamos por aquí? ―propuso Shubael con un cuchicheo


metamorfo.

―¿Estás loco? ―objetó Isaac en el mismo volumen de voz―. Aquí no


podemos transformarnos, se nos echarían encima todos esos chupasangres, y
si no cambiamos de fase, somos demasiado vulnerables. Eso sin contar con
que tenemos guardaespaldas todo el tiempo.

―Isaac tiene razón, es imposible ―suspiró Seth.

―Pues eso, no hay ninguna manera de saberlo, así que no tengo más remedio
que seguirle la corriente a los Vulturis hasta que demos con la verdad
―afirmé, resoplando.

―No me hace nada de gracia que nos aliemos con ellos ―declaró Sam otra
vez con disgusto―.

En toda la historia de la tribu, jamás habíamos hecho este tipo de alianzas con
vampiros. Una cosa es un tratado, y otra muy distinta esto.

―Lo sé, yo también lo odio. Esto es un asco ―resoplé otra vez,


revolviéndome el pelo durante un instante mientras miraba a un lado para
quitar la frustración y la rabia que me producía todo esto. Después, posé mis
dedos sobre mi cintura de nuevo y les miré con determinación―. Escuchad,
no obligo a nadie a que se una. El que quiera irse es libre de hacerlo. Pero yo
tengo que seguir con esto, Bella es mi amiga, mi familia, y no puedo
negarme, tenéis que entenderlo. ―Nessie apretó mi mano con gratitud―.
Vosotros podéis marcharos a casa, si queréis, yo nunca obligaré a nadie a
hacer algo que no quiera, ya lo sabéis.

―¿Qué dices? ¿Y perdernos una batalla en la que podemos liquidar a un


montón de chupasangres? ―se rio Paul―. Ni hablar, tío. Yo me quedo.

―Yo también ―se unió Quil.


―Y yo ―se contó Embry.

―Sabes que yo siempre estaré de tu lado ―siguió Seth, sonriéndome.

―Venga ya, iremos todos, chaval ―afirmó Shubael.

―Cuenta con todos nosotros ―ratificó Sam.

―No estáis obligados ―dijo Nessie, preocupada―. La mayoría de vosotros


estáis imprimados, y entendería perfectamente que quisierais volver a casa.

Sí, daba la casualidad de que seis de los ocho estaban imprimados, y yo sabía
cuánto les costaba estar lejos de ellas.

―No te preocupes ―le calmó Sam―. Vuestro matrimonio ha unido a tu


familia con la tribu.

Además, yo todavía estoy en deuda con tu familia por haber pagado el


tratamiento de Emily. Si no hubiera sido por ellos, Emily no se hubiera
curado. Le han salvado la vida, y eso no lo olvidaré jamás ―manifestó,
dándole a su voz un tono honorífico.

Sí, eso también lo sabía. Eso hacía que, para él, ayudar a los Cullen fuera un
honor.

―Os lo agradezco mucho, chicos. No sé cómo podré pagaros vuestra ayuda


―habló mi chica, emocionada.

La atraje hacia mí y solté su mano para rodear su hombro con mi brazo,


pegándola bien a mi costado. Ella pasó los suyos por mi cintura para
abrazarme.

―Déjate de pagar. ¿Para qué está la familia? ―afirmó Isaac con una enorme
sonrisa.

―Tú formas parte de la manada, en cierto modo ―continuó Jared―. Y los


hermanos siempre nos ayudamos entre nosotros.
―Sí, somos una piña ―añadió Seth.

―Muchas gracias, chicos ―repitió mi chica en el mismo tono de antes.

103

―No te preocupes, todo saldrá bien, ya lo verás ―le dijo Sam, asintiendo
con confianza.

Nessie asintió también, pero alzó el rostro para mirarme todavía con
preocupación. Le sonreí, le di un beso en la frente y froté su brazo con mi
mano para alentarla un poco.

―Tendríamos que llamar a más miembros de la manada ―opinó Sam―. No


podemos arriesgarnos a ser tan pocos si después se tuercen las cosas.

―Sí, estoy contigo ―coincidí―. Los llamaré en cuanto termine esa dichosa
reunión con esos vejestorios pasados de moda.

A Seth le hizo gracia mi frase y se rio.

―A mí me gustaría que me dejasen llamar a casa y a Kim, ya sabes, para


avisar de que no voy a ir en una temporada ―declaró Jared, metiéndose las
manos en los bolsillos de ese pantalón tan viejo y raído.

―Mierda, yo también tengo que avisar en casa, si no Rachel me matará


―aseguró Paul, torciendo el gesto para adoptar uno de dolor.

―¡Uf! Y más ahora que está tan sensible. No hay quién la aguante ―soltó
Shubael, haciendo que los mechones que caían sobre su frente se alzaran con
un resoplido.

―¿Por qué? ¿Qué le pasa? ―pregunté con una risilla un tanto maléfica al
imaginármela corriendo con la escoba detrás de Paul.

Mi cuñado le dio una colleja a Shubael para regañarle y eso ya me mosqueó


algo.
Se hizo un silencio en el que todos se miraron entre sí, menos Nessie y yo,
que lo hicimos el uno con el otro sin entender nada.

―¿Qué le pasa? ―quise saber, ahora preocupado, observándoles de nuevo.

―Nada, no es nada malo ―aseguró Seth, mirando a Paul de reojo como si le


estuviese pidiendo permiso o algo así.

Empecé a ponerme nervioso y Nessie pasó a ser la que me acariciaba la


espalda para calmarme.

―Maldita sea, decírmelo de una vez ―protesté―. ¿Es que está enferma?
¿Tiene… algo grave?

Oír esta frase, aunque fuese en una pregunta y saliendo por mi propia boca,
ya me puso histérico.

―Está embarazada ―espetó Paul, observándome con precaución.

Necesité de unos segundos para despejar esos nubarrones oscuros que mi


mente ya había comenzado a tejer sobre mi hermana, creyendo que ya tenía
algo malo.

―¿Rachel está embarazada? ―Nessie reaccionó antes que yo y habló con


una alegría desbordante―. ¡Es genial! ―exclamó con una risa, soltándome
para abalanzarse hacia Paul en un abrazo―. ¡Enhorabuena, Paul!

―Gracias ―sonrió él, orgulloso.

―Vaya, qué susto me habéis dado ―reí, aliviado―. Así que embarazada,
¿eh? Bueno, enhorabuena, tío.

―Gracias ―volvió a sonreír―. Y vosotros también. Enhorabuena, vais a ser


tíos.

Los chicos sonrieron y yo recibí alguna palmada en el brazo que otra.

Paul y yo nos dimos un abrazo cuando Nessie nos dejó vía libre, y también
nos palmeamos la espalda con entusiasmo. Aunque, bueno, eso de pensar en
un mini Paul dándome la brasa...

Me despegué de él y volví a coger a mi chica de la mano.

―Qué guay, vamos a ser tíos ―rio ella.

―Ya somos tíos ―le recordé.

―Sí, bueno, pero esto es diferente ―alegó, sonriendo sin parar―. Me refiero
a que a los otros sobrinos no les vemos nunca, bueno, a decir verdad, yo
solamente les he visto dos veces en mi vida: en la boda de Paul y Rachel, y
en la nuestra. En cambio a este prácticamente le vamos a ver nacer, le
tendremos en los brazos, jugaremos con él, le veremos crecer y le
conoceremos más a fondo.

Su cara llena de ilusión hizo que el chisporroteo de mi estómago saltase sin


control, ilusionándome a mí también, aunque por otro motivo un poco
diferente. Sí, bueno, vale, ella quería esperar y yo estaba de acuerdo,
teníamos muchos años por delante y los dos queríamos disfrutar de lo nuestro
a solas una temporada larga. Pero no podía negar que el imaginármela con el
vientre abultado por llevar un bebé mío, nuestro bebé, hacía que babease sin
control. Vale, vale, está bien, quería disfrutar de ella a solas unos cuantos
años, pero tenía que reconocerlo, no me importaría nada que ella se quedase
embarazada ahora mismo, pero nada de nada, vamos, sería el hombre más
feliz del universo entero.

Nessie se dio cuenta de mi mirada de idiota atontado y no pudo evitar


sonrojarse algo. También percibí cómo su corazón se aceleraba un poco, eso
hizo que el mío pegase un salto, ilusionado, para 104

acompasar al suyo.

―Y vosotros sois sus padrinos ―le dijo Seth, sonriendo de oreja a oreja.

―Sí, es verdad, somos sus padrinos ―volvió a reír Nessie con esa alegría de
antes―. ¿Y de cuánto está? ―inquirió.
―De dos meses y medio ―reveló Paul, volviendo a mirarme con cautela.

―¿Y por qué no nos lo dijisteis antes? ―le regañé un poco.

―Porque ella misma no se dio cuenta de que estaba embarazada hasta que no
pasó un mes ―empezó a explicar―. Se quedó en estado justo después de su
último periodo, por eso tardó tanto en saberlo. Hasta que no vio que tenía un
retraso en el siguiente, no lo supimos. Y cuando lo descubrimos, tú te
marchaste con Nessie a esa montaña de Canadá y os casasteis y os fuisteis de
luna de miel, etcétera, etcétera, así que hasta ahora no he podido decíroslo.

Hice una mueca que decía claramente: es verdad, porque tenía razón.

Entonces, caí en una cosa.

―Oye, estoy pensando que tal vez deberías regresar a casa, ya sabes, para
estar con Rachel ―le dije, siguiendo el hilo de mis pensamientos―. Los
primeros meses del embarazo son los peores, ¿no? Ella se disgustará mucho
con esto, se preocupará…

―Sabía que no tenía que decírtelo hasta que todo esto se terminase ―me
interrumpió con un quejido―. No me digas estas cosas, sabes que ella es lo
primero para mí y que lo dejaría todo atrás para irme a su lado. ―Cogió aire
y lo soltó en un suspiro largo―. Pero también quiero ayudar a la manada
―afirmó con determinación―, y si me dices esto, me pondrás las cosas más
difíciles.

―Ya os dije antes que el que se quiera ir es libre de hacerlo.

―Para mí es un honor ayudar al Gran Lobo ―declaró con más


determinación y esa respetabilidad que me sacaba de quicio.

Oh, no, ya empezábamos con todo ese rollo del respeto. Lo mejor era cortar
esto de raíz, antes de que se pusiera a hacerme reverencias o algo.

―Vale, vale, chico, perdona ―me disculpé―. Tú sabrás.


Asintió y dio el tema por zanjado.

―Tendrás que pedirle a ese Aro que nos deje llamar por teléfono ―intervino
Sam, haciendo que nos acordásemos del porqué de toda esta conversación.

―Sí, no te preocupes, se lo pediré ―le aseguré.

―Y no podremos bajar la guardia en ningún momento ―siguió―.


Tendremos que tener mucho cuidado, estar preparados, esto podría ser una
trampa para atraparte o matarte.

Noté cómo los dedos de Nessie se agarrotaban entre los míos. Apreté su
mano para infundirle confianza.

―Lo sé. Llamaré a Leah para que venga con más gente ―resolví en voz
alta―. La otra vez me echó una buena bronca por dejarla en La Push y hacer
que se perdiera la fiesta, así que esta vez será mejor que venga.

―Mejor, así os pondrá al hilo a todos ―afirmó Nessie con una risilla.

―Ni que lo digas ―resopló Quil.

En ese momento, alguien picó a la puerta. Todos nos giramos para mirar y
vimos cómo la misma se abría y el pelirrojo se dejaba ver por allí.

―Aro os reclama para seguir con la reunión ―nos anunció.

―¿Nos… reclama? ―resaltó Jared con desagrado.

―Venga, vamos ―le quité importancia, dándole un pequeño codazo para


que se moviese mientras yo tiraba de Nessie y ya echaba a andar.

Salimos de esa sala, siguiendo al pelirrojo, y nos volvimos a meter en el


agujero privado de los Vulturis, donde continuaban estando el resto de los
Cullen y todos los chupasangres de antes. Nos colocamos junto a los
primeros, mis hermanos sin dejar esas poses de alerta e incomodidad, y Aro
reanudó la reunión.
Tuvimos un intenso debate sobre estrategias donde lo primordial para
nosotros era la seguridad de Bella y el resto, y para esos asquerosos
decrépitos era ganar a toda costa, aunque no duró mucho. Según ese chiflado
de Aro, conmigo la batalla era pan comido. Lo único que tenía que hacer era
anular la barrera de Bella y los dones de nuestros contrincantes. Sabíamos
que Bella, Edward, Alice y Jasper iban a estar en manos de Vladimir y
Stefan, muy cerca de ellos, más bien pegados, ya que lo más probable es que
estos se cubrieran las espaldas con ellos, así que seguramente no podía usar
mi poder espiritual tan a la ligera. Y ahí es donde entraba la guardia de los
Vulturis, los demás Cullen y mis lobos. Eso suponía que también habría una
batalla física, 105

cosa que a Nessie no le gustó nada, y a mí tampoco, por ella. No quería que
luchase, era demasiado peligroso, aunque Aro insistía en la ventaja que
teníamos por el factor sorpresa. Según ese tarado, Vladimir y Stefan nunca se
esperarían ver a los lobos por allí. En fin, ya veríamos.

―Bueno, a mi parecer, ya ha quedado todo muy claro ―habló Aro,


mostrando una estúpida sonrisita de satisfacción―. ¿Alguien tiene alguna
duda o pregunta? ¿Algo más que aportar?

No sé por qué me daba que esto no solía preguntarlo mucho.

―Sí ―hablé yo―. Necesitamos un teléfono para llamar a casa y avisar al


resto de mi manada.

―Lo tendréis ―accedió él―. Jane os llevará a un teléfono ahora mismo.

―Vale ―asentí.

―¿Algo más? ―inquirió, alzando esas cejas para mirarnos con expectación.

Nadie dijo ni mu.

―Bien, entonces que Jane os muestre vuestras alcobas ―dijo, haciéndole un


sutil gesto con la mano a la rubia canija para que esta se adelantase en esa
especie de formación de la guardia―.
Algunas las hemos preparado para vosotros ―afirmó, dirigiéndose a mis
hermanos, a mí y a Nessie―. Como comprenderéis, en esta morada nadie
duerme, es por eso que hemos tenido que arreglar las camas con urgencia,
pero ya está todo listo.

―Espero que la nuestra sea bien grande ―espetó Nessie, alzando la barbilla
con exigencia.

La rubia canija osciló sus pupilas para mirarla de reojo con desagrado pleno.

―Por supuesto, mi preciosa Renesmee ―peloteó Aro―. Todas son muy


amplias, hemos reparado en esa altura de la que gozan mis queridos
metamorfos y os hemos dejado las habitaciones que tienen las camas más
grandes.

―No lo decía por eso. Lo decía porque mi marido y yo necesitamos mucho


espacio para movernos. Bueno, tú ya me entiendes ―soltó como si tal cosa,
eso sí, dedicándole una miradita y una sonrisita a la Pitufina mientras Cayo
resoplaba algo por lo bajo con ese semblante arrugado en enfado.

La canija estuvo a punto de romper sus muelas, pero a Emmett se le escapó


una sonrisa de oreja a oreja que tenía más de socarrona que de alegre. Yo
también sonreí, la verdad.

―Oh. Claro, desde luego, ya lo he tenido en cuenta. Yo también fui un recién


casado una vez ―sonrió el Vulturis tarado, juntando las manos―. Me he
asegurado de que la cama que se ha escogido para vosotros sea muy amplia,
no obstante, si no os parece lo suficientemente grande, solo tenéis que
comunicármelo y os cambiarán de dormitorio en el acto.

Nessie asintió y le dedicó otra mirada a la rubia enana, la cual entrecerró los
ojos para observarla con rabia clara.

―Qué amabilidad ―murmuré con acidez y desconfianza.

―Es lo mínimo que puedo hacer ―manifestó ese chiflado―. Os he


arrancado de vuestro hogar recién llegados de la luna de miel, y eso me
perturba enormemente, créeme. ―Sí, seguro―. No hay nada que me guste
más que ver a una pareja feliz.

¡Ja! Eso lo dudaba…

La Pitufina seguía mirando a Nessie con cara de malas pulgas. Ya estaba


empezando a mosquearme de vedad, hasta que Aro se dirigió a ella, entonces
su vista se centró súbitamente en él.

―Jane, querida, llévales hasta sus habitaciones.

―Sí, maestro ―asintió ella con obediencia plena.

―Ah, por cierto ―dijo de pronto, antes de que nos diese tiempo a levantar el
pie del suelo―.

No os preocupéis por la cena, a vosotros se os llevará comida humana a


vuestras alcobas ―nos anunció a mis hermanos y a mí. Mira tú qué bien,
como en un hotel; el hotel de los horrores, claro.

Luego, se dirigió a Nessie―. Y tú, mi hermosa flor, ¿deseas lo mismo?

―Sí, yo tomaré comida humana.

―Muy bien. ―Su asqueroso semblante de papel cebolla se giró sutilmente


para mirar a Doc―.

Mi querido Carlisle, no sé qué ofreceros a vosotros. Os invitaría a cenar con


nosotros más tarde, pero…

Maldito. Y lo decía tan tranquilo. A saber a cuánta gente inocente iban a


asesinar después. No fui el único que rechinó los dientes, los ocho miembros
de mi manada que estaban allí y Nessie lo hicieron conmigo al unísono. Esto
iba a ser más duro de lo que creíamos.

―No te preocupes ―le cortó el doctor―. Nosotros nos las arreglaremos por
aquí fuera.
Los finos labios del Vulturis se fruncieron tanto, que apenas se deslumbraba
una línea, adoptando junto con sus cejas una expresión de lástima que me
daban ganas de borrarle con un 106

puñetazo. Todos los demás chupasangres miraban a los Cullen como si


fuesen bichos raros.

―Es una pena ―dijo finalmente―. En fin, hay un bosque no muy lejos de
aquí, tal vez allí encontréis algo.

―Gracias. Entonces, si nos disculpas ―habló Carlisle, haciendo una


reverencia con la cabeza a modo de despedida.

Se giró y todos comenzamos a seguirle a él y a la Pitufina.

―Que descanséis ―nos dijo ese tarado para los metamorfos.

Sí, aquí seguro.

Como antes, ninguno le contestó. Nos limitamos a ir detrás de la rubia canija,


que salió de la sombría habitación y nos condujo por esos pasillos horteras y
pijos pero que por lo menos estaban más iluminados.

Nos metió en otra estancia pequeña donde había un teléfono y esperó afuera
mientras nosotros hacíamos las pertinentes llamadas. Después, salimos
nosotros mismos para que siguiera dirigiéndonos a las habitaciones de ese
peculiar hotel de los horrores.

Pasamos por otra puerta que daba a lo que parecía ser una zona más
reservada en esa locura de sitio. Seguimos caminando por más corredores con
el mismo tipo de decoración, solo que con las alfombras de color vino, y nos
fue distribuyendo por distintas habitaciones. Algunas solamente disponían de
sofás, en esas dejó a los Cullen por parejas, y en otras ya había camas, donde
mis hermanos se repartieron. Entonces, cuando nos tocó el turno a Nessie y a
mí, la Pitufina siguió andando por el pasillo.

―¿Adónde nos llevas? ―quise saber, sin soltar la mano de mi chica en


ningún momento.

―Aro ha dispuesto una habitación más… íntima para vosotros ―reveló, y al


pronunciar íntima, la voz le cambió.

Continuamos bastantes metros más y salimos por otra puerta. Esta era la
enésima que cruzábamos en este laberinto de pasillos. Anduvimos otro poco
y, por fin, la Pitufina se detuvo frente a otra puerta.

Metió la llave para abrirla y dejó la hoja abierta para que pasásemos al
interior.

La habitación era bastante grande y disponía de una enorme y antigua cama


de madera maciza de color oscuro que tenía una redecilla blanca encima,
enganchada al dosel, como esas que se ven en las películas antiguas de reyes
y esas cosas. La red estaba anudada arriba, por lo que el camastro tenía una
especie de entrada.

―Vuestra habitación ―nos anunció con retintín, alzando las llaves para que
yo las cogiese.

―Gracias ―se adelantó Nessie, cogiéndolas de un pequeño zarpazo.

―Bueno, vamos allá, nena ―sonreí, tomándola en brazos como si fuese


nuestra luna de miel.

A la rubia canija se le iban a salir los ojos, de la rabia. Se lo tenía merecido,


por acosarme. A ver si con esto ya le quedaba claro que yo era solo y
exclusivo de Nessie y me dejaba en paz de una maldita vez. Enana tarada.

Comencé a besar a mi chica con entusiasmo, a la vez que iba entrando en la


habitación, y ella correspondió mis besos de muy buena gana, por supuesto,
así que ya no le presté ni la más mínima atención a la canija. Era imposible,
teniendo lo que tenía delante besándome con ese fervor.

Le di un talonazo a la puerta y escuché el blam del portazo a mis espaldas.


107

No te imaginas lo desesperante

que es la espera

Dejé a Nessie en el suelo, sin dejar de besarnos en ningún momento, y ella


enseguida acomodó sus brazos alrededor de mi cuello para arrimarme su
cuerpazo. Mis manos no pudieron evitar aferrarse a su cintura para pegarla
más a mí mientras nuestros labios se comían mutuamente.

Dios, este no era ni el sitio ni el momento más adecuado para esto, lo sé, pero
ninguno de los dos podía parar ya.

Cuando quisimos darnos cuenta, la energía que fluía a nuestro alrededor


comenzó a volverse loca y nuestras bocas jadeaban incesantemente entre
todos esos besos consecutivos, incesantes, besos que pasaron a ser más y más
apasionados, hasta que ya rozaron la locura. Entonces, nuestras lenguas
pasaron a formar parte de ese juego, saboreándose la una a la otra con fervor.

¡Uf! La cosa estaba que ardía.

Le quité la chaqueta hacia atrás, ayudado por sus impacientes brazos, los
cuales regresaron a mis hombros y a mi nuca para acariciarme con ansia, y
empecé a desabrocharle esa blusa de color azul marino que se le ceñía tan
bien a ese escultural pecho que ya me moría por probar.

No llevaba ni cuatro botones, cuando alguien picó a la puerta con unos toques
fuertes y contundentes.

Ambos despegamos nuestras bocas, sobresaltados, aunque nuestros bronquios


seguían agitados y nuestras frentes juntas.

―Mierda, ¿quién será? ―mascullé, girando levemente mi careto hacia la


puerta y haciendo que la frente de Nessie pasase a apoyarse en mi sien.

Los golpetazos volvieron a sonar.


―¿Quién es? ―pregunté, malhumorado.

La puerta se abrió y la rubia canija apareció tras ella. Automáticamente,


Nessie se agarrotó y clavó sus dedos en mi piel para que no me separase de
ella. Los ojos de la Pitufina casi se salen de su sitio cuando nos vio.

―¿Se puede saber qué quieres? ―inquirió Nessie, enfadada.

―Como tú pediste, vengo a quitarle los grilletes y el collar ―anunció,


alzando la barbilla con arrogancia.

Resoplé al escuchar la palabra collar, porque la pronunció con un matiz que


no me hizo ni pizca de gracia.

―Pues dame la llave, ya se lo quito yo ―dijo mi chica, despegándose de mí


para acercarse a ella.

―Mis órdenes son que se lo tengo que quitar yo ―respondió la canija con
petulancia, aprovechando esa separación para esquivarla rápidamente con el
fin de colocarse frente a mí.

Oh, oh. Eso no le iba a gustar nada a Nessie. Y, efectivamente, mi chica


corrió como un bólido para interponerse antes de que a mí me diese tiempo a
abrir la bocaza.

―No te atrevas a tocarle ―masculló, apretando los dientes con ira contenida.

―Para quitárselo, tengo que tocarle ―contestó la Pitufina, entrecerrando


esos ojos rojos de rata.

Las muelas de Nessie no se resquebrajaron de milagro, pero sus manos ya


empezaron a ser presas de ese conocido temblequeo.

Esto no me gustaba ni un pelo. Esta arpía podía hacerle mucho daño si se


cabreaba, y, encima, yo no me podía transformar para protegerla. No hasta
que no me deshiciese de este incómodo cordón. Lo mejor era dejar que me
quitase todo esto, cuanto antes lo hiciera, antes se piraría de aquí. Eso evitaría
un más que posible enfrentamiento.

―Está bien ―accedí yo, rabiado. Agarré a Nessie por los brazos con
delicadeza y le di la vuelta para que me mirase. Así lo hizo. Clavé mis ojos en
los suyos, que correspondieron del mismo modo―. Escucha, cielo, no va a
pasar nada, ¿vale? ―le calmé, hablándole entre murmullos―. Me quitará
esto y se largará de una vez.

108

Nessie se quedó en silencio dos segundos, observándome no muy conforme.


Pero finalmente suspiró y accedió.

―Eso espero ―sentenció, llevando sus preciosos ojazos hacia la Pitufina


para clavárselos con advertencia.

Esta situación no me gustaba, por supuesto, pero tenía que reconocer que
Nessie estaba realmente sexy cuando se ponía celosa.

Suspiré y me puse a su lado, alzando las muñecas boca arriba para que la
rubia canija me quitara los grilletes.

Nessie se inclinó un poco, a la defensiva, y la Pitufina sonrió con arrogancia.

―Venga, ¿a qué demonios esperas? Quítame esto de una maldita vez


―protesté, hundiendo el ceño sobre los ojos.

Mis palabras parecieron surtir algo de efecto en ella, que me miró con
tirantez, y metió la pequeña llave en el cerrojo de cada grillete para abrirlos.
Antes de que sus asquerosas manos llegaran a mis muñecas, las aparté y yo
mismo me los quité, tirándolos sobre un estrecho escritorio de madera maciza
que hacía juego con el camastro. El sonido metálico del golpe disimuló algo
su rabia, aunque pronto ese frío semblante pálido se transformó en otro de
seguridad que no me gustó nada. Y a Nessie tampoco, ya que se agachó otro
poco más.

―A ver qué vas a intentar ―masculló, otra vez apretando los dientes.
―Tengo que quitarle el collar ―afirmó la rubia canija, elevando su labio
hacia arriba.

Podía sentir cómo la ira se iba apoderando de mi mujer como un rayo.

―Pues date prisa ―le exigí yo.

Sin borrar esa estúpida sonrisa de la cara, alzó los brazos y llevó sus
congeladas manos hacia mi cuello. Tuve que agacharme un poco para que esa
serpiente llegase. Noté el tacto de sus gélidas y grimosas yemas cuando le dio
la vuelta al cordón para buscar el cierre. Vale, genial, Nessie estaba a punto
de explotar. Metió la minúscula llave en lo que parecía ser una abertura y, por
fin, abrió ese dichoso cordón metálico.

Pero, entonces, cuando ya estaba levantando mis manos para quitarme dicho
cordón, ella lo retiró, acariciando mi piel a su paso con esos dedos de hielo.

No le dio tiempo a más, y a mí tampoco, la verdad.

―¡Te he dicho que no le toques! ―gritó Nessie de repente, empujándola con


las dos manos, furiosa.

Lo estaba tanto y la fuerza de su embiste fue tal, que los pies de la Pitufina se
vieron obligados a dar unos pasos hacia atrás para no caerse de espaldas. Y
eso que Nessie fue capaz de controlarse y no se había transformado. Pero ahí
no acabó la cosa. Cuando la rubia canija se irguió súbitamente, frunciendo el
ceño hasta abajo mientras machacaba las muelas con rabia, y se fue hacia
delante de nuevo para encararse con ella, Nessie le arreó un bofetón en todo
el careto que se notaba que le había salido de lo más profundo del alma y que
hizo que la cabeza de la enana se ladeara, para gran estupefacción de la
golpeada y mía. Sí, me quedé con la boca colgando, sinceramente. El sonido
del impacto de su mano contra la pétrea mejilla de la vampiro resonó en toda
la habitación, creo que incluso en parte del pasillo.

Pero la Pitufina se dio la vuelta velozmente y entornó sus ojos con más que
odio, preparándose para atacarla sin cuartel.
―¡NO! ―voceé, lanzándome sobre ella con cólera.

No sé cómo lo hice, pero mi mano se aferró a su delgado cuello de niña


pequeña y la estampé contra la pared, apresándola de ese modo contra el
paramento.

Sus ojos rabiosos oscilaron para clavarse en los míos, sin embargo, no me
torturó. Se quedó pegada a la pared, sin resistirse ni oponerse a mi
apresamiento, sonriéndome con una repugnante sonrisa de placer que a punto
estuvo de hacerme vomitar. Nessie se dio cuenta de esto también y se acercó
como una bala.

―¡Deja de mirar así a mi marido, te lo advierto! ―le chilló, lanzándose a


ella.

Interpuse mi brazo y Nessie se quedó clavada en el sitio.

La rubia canija la observó, entrecerrando los ojos otra vez, aunque sin borrar
esa sonrisa de la cara.

―Si siente un solo hormigueo, juro que te mataré aquí mismo ―le advertí,
lleno de odio.

Sus ojos se movieron hacia los míos de nuevo.

―Antes te atacaría yo a ti ―afirmó con encopetamiento.

―Ahora puedo transformarme, y si eso ocurre, te arrancaré la cabeza de una


sola dentellada 109

sin que tú puedas hacer nada para impedirlo ―aseguré con voz ronca,
clavándole una mirada extremadamente agresiva y amenazadora.

Su repulsiva sonrisa se esfumó de sopetón.

―La guardia…

―Me importa una mierda la guardia y toda la chusma que se mueve por aquí
―gruñí, cortando su alegación―. Puedo deshacerme de todos, incluidos tus
queridos Vulturis, sin moverme del sitio. Jamás olvides eso.

Su tenso semblante infantil se quedó observándome con rabia y resignación


durante un rato, pero ya no dijo nada más.

Mi mano se aflojó y la solté.

―Ahora pírate de aquí y no vuelvas a interrumpirnos ―concluí sin apartar


mi amenazadora vista de ella.

La rubia enana volvió a curvar su labio con arrogancia, despegó su espalda de


la pared y se marchó de la habitación, dedicándole una última mirada a
Nessie, la cual gruñó entre dientes.

En cuanto la puerta se cerró, mi chica comenzó un paseíllo nervioso por el


dormitorio mientras su mano se metía por el pelo que nacía de su frente.

―Vamos, cielo, no te enfades ―le pedí, acercándome a ella.

Sus pies se plantaron delante de mí, me clavó esos ojazos, que ahora estaban
enojados, y me puso la mano en la cara, seguramente para que la Pitufina no
escuchase nada.

Las imágenes comenzaron a discernirse y se mostraron rápidas y confusas,


cambiando de unas a otras sin control y con rabia, empezando por cuando
había detectado el olor de esa arpía furcia, como ella la llamaba en su mente,
en mi piel hasta las escenas que acababan de acontecer ahora mismo. Todo
iba y venía súbitamente y con un sentimiento de fondo que me delataba a las
claras lo enfadada que estaba. El asqueroso olor de la rubia canija volvió a
tener su acto de presencia en las imágenes y se mezclaron con otros
pensamientos en los que mi chica suponía lo que la Pitufina me había hecho.
Y suponía bien, claro, sus suposiciones no distaban nada de lo que había
pasado. Abrí mi pico para contestarle, en un intento de calmarla, pero Nessie
pasó rápidamente a otra escena.

Esa en la que yo tenía acorralada a la Pitufina en la pared e interponía mi


brazo para que ella no se abalanzase sobre esta. La rabia tiñó todas las
imágenes.

―Venga, preciosa, lo hice para protegerte ―me defendí, hablándole con un


cuchicheo para que los chupasangres que seguro había alrededor
vigilándonos oyesen lo menos posible.

Otras imágenes comenzaron a emerger. En estas salía ella en su estado de


casi vampiro completo dándole una verdadera paliza a la canija.

―Sabes que eso no hubiera ocurrido así.

Ahora salía la Pitufina electrizándole con sus rayos x.

―Exacto.

Retiró la mano de mi mejilla y miró a un lado, aún enfadada. Suspiró, volvió


su hermoso rostro hacia mí otra vez, frunciendo ese adorable ceño, y pegó su
mano a mi cara una vez más.

Entonces, me mostró cómo le había molestado que la rubia canija me hubiese


tocado, pero pude percibir que le había molestado más el no poder vengarlo.

Dejó mi rostro de nuevo y se dio la vuelta, cruzándose de brazos y dándome


la espalda para mirar a la pared.

―Vamos, no te enfades conmigo ―le imploré entre murmullos,


acercándome a ella por detrás.

Apoyé las manos en la pared, de modo que ella quedó en el hueco de entre
mis brazos―. Te repito que lo hice para protegerte. Ya sé que eres muy
fuerte cuando te transformas y que sabes mucho de lucha y de defensa
personal, pero esa chupasangres puede acribillar a cualquiera con una sola
mirada, ¿entiendes? No es por ti, es que ella es muy poderosa. Incluso puede
freírme a mí cuando estoy en mi forma humana.

Ya lo había comprobado, por desgracia.


Nessie suspiró, aunque esta vez más tranquila.

Aproveché para pegarme a ella del todo. Retiré su cabello para despejar un
lado de su cuello, llevándoselo hacia su otro hombro. Pude sentir cómo se
estremecía solo con ese roce de mis dedos.

Apoyé la mano de nuevo en la pared, llevé mi frente a su sien y le susurré al


oído, haciendo que su respiración y su corazón empezasen a cambiar de
ritmo.

―No tienes que vengarte de nada, porque esa canija jamás podrá tocarme
otra vez, te lo prometo. ―Posé mis labios en su oreja y seguí susurrándole al
oído. Sus brazos se fueron desanudando poco a poco hasta que cayeron a
ambos lados, sus párpados se cerraron y su 110

respiración empezó a transformarse en suaves jadeos con cada palabra que mi


boca exhalaba―.

Sabes que mi piel solamente te pertenece a ti, nena. Cada milímetro, cada
poro, te pertenece a ti.

Sabes que yo soy solo tuyo, y lo seré eternamente.

Giró su rostro lentamente, uniendo nuestras frentes, y volvió la mitad de su


cuerpo para llegar mejor a mí.

―No es de ti de quien desconfío ―afirmó con otro susurro, rozando mis


labios con los suyos.

―Lo sé. Pero confía en mí, te prometo que no volverá a posar ni uno de sus
dedos en mi piel ―juré con un bajo murmullo, que fue lo único que conseguí
que mi garganta emitiera.

Ambos unimos nuestros labios del todo y comenzamos a besarnos con


efusividad. Nessie se dio la vuelta completamente y rodeó mi cuello con sus
brazos a la vez que yo lo hacía con su cintura para pegarla a mí.
La temperatura ya empezaba a subir hasta arriba, pero estaba claro que aquí
no podíamos hacer nada de nada. Apestaba a chupasangres por todos sitios,
tanto, que ese ácido asqueroso se te metía por la nariz y resultaba
insoportable, y era evidente que teníamos vigilancia en los pasillos, una
vigilancia que era constante y que, encima, podía escuchar hasta el más
mínimo movimiento.

Maldita sea. No es que a estas alturas de la vida fuésemos vergonzosos, y


estábamos casados, así que podíamos hacer lo que nos diese la gana, por
supuesto, pero eso de tener oyentes resultaba de lo más incómodo. Además,
la situación no era la más adecuada, y los dos estábamos demasiado
preocupados por Bella y el resto como para poder olvidarnos de ellos, nos
sentíamos un poco culpables por disfrutar de esto. Bueno, vale, no teníamos
ninguna culpa y tampoco arreglábamos nada por no hacer el amor, pero ese
absurdo o lógico sentimiento se hizo notar y ambos terminamos soltando
nuestras bocas. Eso sí, nos costó lo nuestro, como siempre, porque seguíamos
deseándonos con toda el alma.

Después de recuperar el aire, conseguí hablar.

―Mierda ―mascullé, frotando su frente con la mía.

―Lo sé ―asintió ella, haciéndose eco de todos mis pensamientos para


compartir la misma opinión―. Yo también me siento igual.

Ambos suspiramos.

―No nos queda más remedio que esperar en este agujero ―suspiré de
nuevo―. ¿Qué te parece si nos tiramos en esa cama un rato? ―le propuse,
subiendo mis manos hasta su rostro para acariciárselo.

―Vale ―sonrió.

Nos dimos un beso corto y nos separamos, cogiéndonos de la mano. Nos


dirigimos a ese camastro y, entonces, se me ocurrió una idea, así que me
detuve a los pies del mismo.
―Espera ―dije, soltando su mano momentáneamente.

Y la llevé junto con la otra hacia el lazo que sujetaba la redecilla en lo alto de
la cama.

―¿Qué haces? ―rio.

―Así tendremos más intimidad ―afirmé mientras ya lo desataba y dejaba


caer esa cortina blanca.

―¿Aquí? ―volvió a reír.

―Sí, ahí dentro tendremos más intimidad, ¿vale? ―insistí con una sonrisa,
agarrando su mano de nuevo para que se viniera conmigo al interior de ese
espacio imaginariamente cerrado a cal y canto.

―Vale, si tú lo dices… ―aceptó mi ocurrencia, soltando una risilla.

Abrí esa cortina y me arrastré por el colchón, tirando de ella. Me tumbé en la


cama, boca arriba, y ella hizo lo mismo, acomodándose en mi costado
mientras yo ya levantaba el brazo para rodear su hombro. Le di un beso en la
frente y ella apoyó su mejilla en mi pecho a la vez que sus dedos comenzaban
a desfilar por todo mi torso, jugando con las formas del mismo. Eso me ponía
todo el vello de punta.

Ahora estábamos a solas en ese pequeño e íntimo habitáculo delimitado por


la gasa de la cortina, que lo rodeaba todo, y el colchón de ese enorme
camastro. Este era bastante cómodo, la verdad, aunque apestaba a
chupasangres por todas partes.

Nos quedamos un rato en silencio, en el que mis dedos comenzaron a meterse


entre su preciosa melena para peinarla, hasta que, de pronto, a Nessie se le
escapó otra risita.

―¿Qué pasa? ―le pregunté, bajando mi rostro para mirarla con una curva
dibujada en mi boca; esta se había contagiado con su risa.
―Me estoy acordando de la cara que puso esa canija cuando le arreé ese
bofetón. ―Y se rio con 111

más malicia.

No pude evitar reírme yo también al recordarla.

―Sí, la verdad es que le arreaste una buena bofetada ―sonreí, mirando al


techo de nuevo.

―Se la tenía bien merecida ―afirmó, apretándose más contra mi cuerpo.

―Se quedó a cuadros ―reí otra vez.

―Sí ―coincidió, acompañando mi risa.

Se hizo otro mutismo que sirvió para que termináramos de reírnos. Luego,
me fijé en esa mano que acariciaba mi pecho con esa delicadeza y dulzura
que me volvía loco.

―¿Te has hecho daño en la mano? ―quise saber, cogiéndosela para


examinarla.

―Un poco ―reconoció, aunque curvando sus labios hacia arriba con
satisfacción―. Pero ha merecido la pena.

Entrelacé sus dedos con los míos y la llevé a mis labios para que la besasen.
Después, bajé el rostro para dejar que mis pupilas se enganchasen a las suyas,
que ya me estaban observando cuando ella había alzado su hermoso rostro.

―¿Mejor? ―susurré, pues es lo único que me salía al perderme en sus


preciosos ojos angelicales.

Sí, lo eran. Ella era un ángel.

Nessie parecía sentir lo mismo.

―Sí, mucho mejor ―susurró también, anonadada.


Se incorporó un poco más, medio apoyándose en mi torso, y, sin dejar de
mirarme a los ojos, soltó mi mano. Comenzó a pasar sus sedosos y cálidos
dedos por mi rostro, que la miraba completamente embobado, reflejando sin
tapujo alguno lo que me hacían sentir sus yemas. Deslizó esos dedos por mi
frente, pasando por mi sien, y los llevó hasta mi mejilla. Todas sus caricias
me volvían loco, el hormigueo de mi estómago era tan intenso, que a punto
estaba de hacerlo estallar, de la emoción.

―Estaba muy preocupada por ti ―susurró sin que sus ojazos se despegasen
de los míos.

Necesité de unos segundos para volver al planeta Tierra.

―Y yo por ti ―confesé con un frágil murmullo.

―¿Por mí?

―Sabía que estarías muy preocupada. Y tampoco sabía si os habían cogido a


vosotros también.

―Pues ya has visto que no ―me sonrió con esa dulzura suya, aunque acto
seguido esa sonrisa se desvaneció―. Pero sí que estaba muy preocupada.

―Ahora ya estamos juntos ―le tranquilicé, peinando su cabello―. Y nadie


va a volver a separarnos.

―No lo han hecho para separarnos ―declaró sin dejar de acariciar mi


rostro―. Eso solo fue una consecuencia de su plan que ya tenían en cuenta.

―¿Cómo? ―inquirí sin comprender.

―Cuando te cogieron en el bosque, mi pulsera no vibró ―reveló con un


murmullo.

―¿Es que ha dejado de funcionar? ―pregunté, extrañado.

―No, tranquilo, funciona perfectamente ―aseguró, y su rostro se torció en


una mueca de enfado―. Funcionó muy bien cuando esa canija te acosó. No
dejó de vibrar en ningún momento. Y

cuando está ella, no para ―resopló.

―Entonces funciona bien, sí ―afirmé.

Suspiró para pasar al tema de antes.

―Le he dado muchas vueltas durante el viaje hasta aquí y he llegado a la


conclusión de que te atraparon sabiendo que mi familia y yo vendríamos
corriendo a buscarte. Te querían a ti, por supuesto, pero también a nosotros.

―¿Estás diciendo que yo solamente fui un cebo?

―No. El que más les interesa eres tú, claro, eres demasiado poderoso, pero
nosotros también podemos serles útiles, supongo ―explicó.

―Sí, así pueden manejarme mejor, claro ―caí, confiriéndole a mi tono un


poquito de acidez―.

Saben que yo haría cualquier cosa por ti, pero también que no dejaría que le
hiciesen daño a ningún miembro de tu familia.

Me rechinaron los dientes. Ahora veía las cosas más claras. Y tendría que
tener mil ojos para con Nessie, los Cullen que estaban aquí y mis lobos. Esos
viejos decrépitos y pasados de rosca no tendrían ningún reparo en utilizar a
cualquiera de ellos para chantajearme o sobornarme, y eso no lo permitiría
jamás, sobre todo con Nessie.

112

―No sé si sería por eso, pero podría ser ―coincidió, llevando sus dedos a mi
frente de nuevo.

―No dejaré que te utilicen ni te hagan daño ―afirmé, mirándole a los ojos
con determinación―. Escucha, en esa batalla no quiero que te separes de mí
en ningún momento, ¿de acuerdo? Quiero que estés a mi vista todo el tiempo,
y no quiero que luches.
Sus dedos dejaron de acariciar mi rostro.

―Jake ―protestó, frunciendo ese adorable ceño.

―Quiero que te defiendas si alguien te ataca, aunque yo estaré pendiente de


ti todo el tiempo y eso no sucederá ―seguí―. Pero no quiero que tú te lances
a por ningún chupasangres, es demasiado peligroso.

―No puedes estar pendiente de mí todo el tiempo ―rebatió―, eso te haría


bajar la guardia. Y

yo sé manejarme bien, confía en mí.

―Ya, ya sé que sabes luchar bien, no estoy dudando de tus habilidades.

―¿Ah, no? Pues eso parece. ―Y sus finas y perfectas cejas bajaron más.

―No, claro que no. Sé que eres muy buena ―reconocí―. Es solo que…,
bueno, tengo que protegerte, ¿entiendes? Eso de que una de esas sanguijuelas
pueda herirte, me pone enfermo.

―Yo siento la misma pulsión que tú, no lo olvides ―alegó, ahora levantando
sus cejas.

Entonces, sus dedos volvieron a pasar por mi frente y su voz volvió a sonar
dulce―. Yo tampoco soporto que pueda pasarte nada, pero confío en ti,
confío en tu fuerza y en tu poder. Y me gustaría que tú hicieras lo mismo
conmigo y me dieras un margen de confianza. Además, no soy tonta. No
pienso despegarme de ti en ningún momento, estaré bajo tu protección
continuamente.

―¿Me lo prometes? ¿Me prometes que no te separarás de mí?

―Te lo prometo ―asintió ya con una sonrisilla triunfal.

Genial. ¿Por qué siempre conseguía convencerme?


Suspiré, rindiéndome a lo inevitable.

―Gracias ―sonrió otra vez, acercando su rostro para darme un beso corto.

―Solo defenderte ―maticé.

―Sí, solamente lucharé para defenderme. ―Y su sonrisa se amplió.

―Eres demasiado rápida para mí ―reí―. Siempre consigues manejarme.

―Armas de mujer.

―Sí, debe ser eso ―admití, riéndome de nuevo.

Ambos nos reímos, aunque su sonrisa se esfumó pronto. Me clavó esos


ojazos de nuevo y me habló entre susurros.

―Yo tampoco quiero que te pase nada ―dijo, rozando sus yemas por mi
mejilla―. Eres lo que más me importa del mundo.

Sus dedos descendieron y llegaron a mis labios. Deslizó sus yemas por mi
boca con suavidad, poniéndome todo el vello de punta. Me erguí levemente y
sujeté su espalda para ayudarla a invertir nuestra postura, de modo que ella se
quedó boca abajo y yo me recosté a su lado, un poco sobre su cuerpo. Su
respiración empezó a agitarse cuando llevé mis labios a su oído.

―Que quowle… ―susurré.

Su boca soltó un suave jadeo al sentir mis cálidas palabras en su oído y sus
manos se instalaron en mi espalda.

Repasé su oreja con mi lengua, lentamente, y después lo hice con su lóbulo,


mordiéndolo con suavidad. Sus jadeos subieron de tono y sus manos
comenzaron a recorrer mi piel. Yo también me estremecía con sus caricias,
con esa respiración. Dejé su lóbulo y pasé a reptar por su cuello, rozándolo
con mis labios, besándolo con delicadeza.

―Jake… ―jadeó, aferrando sus dedos a mi pelo.


Mi boca también respiraba frenéticamente, pero la contuve lo suficiente para
que no se dejara llevar demasiado y conseguí que siguiera acariciando la
sedosa piel de su cuello con calma. Alzó la barbilla cuando la llevé por su
garganta. La deslicé suavemente, recorriendo ese tramo, y Nessie volvió a
bajar su rostro al pasar a besar su mandíbula. Ascendí otro poco y llegué a
sus labios, que me recibieron con efusividad.

Madre mía, esto ya se estaba calentando otra vez.

Los jadeos subieron de tono y nuestras bocas empezaron a entrelazarse con


más pasión, dejándose llevar por esa energía electrizante que ya nos rodeaba
sin remedio. Pero, maldita sea, esa minúscula parte de mí que todavía no se
había vuelto irracional del todo no podía dejar de acordarse de que nos
encontrábamos en este hotel de los horrores, de la situación que hacía que
siguiéramos en este antro maloliente, de Bella, Edward, Alice y Jasper,
incluso me acordé de Ryam, 113

él seguía encerrado en esa celda. Mierda, mierda, ¡mierda! Y, encima, los


Cullen que estaban aquí y mis hermanos estarían preocupados, dándole
vueltas a la cabeza sin parar, mientras nosotros estábamos a punto de
montárnoslo. Genial, Jake. Me di cuenta de que Nessie estaba pasando por lo
mismo que yo en cuanto los dos nos obligamos a parar y despegamos
nuestros labios antes de que la cosa ya fuera imparable.

Nuestros ojos se encontraron y su mirada me ratificó lo que había supuesto,


aunque ella también sabía lo que yo estaba pensando.

―No puedo quitármelo de la cabeza ―se lamentó, aún respirando


agitadamente.

―Lo sé, yo tampoco ―exhalé, apoyando mi frente en la suya.

Ambos tomamos aire para recuperarnos, aunque tuve que separarme de su


cuerpazo para poder centrarme del todo. Me eché boca arriba de nuevo y ella
volvió a acomodarse en mi costado.

Le di un beso en la frente y nos quedamos callados una vez más. El silencio


que quedó era tan mudo, que los oídos parecían haberse taponado para ser
sordos completamente. Si no fuera por el ritmo que marcaban nuestros
corazones, juraría que me había quedado sordo como una tapia.

―Estoy muy preocupada por mis padres y mis tíos ―murmuró Nessie,
rompiendo ese mutismo extraño, mientras sus yemas se deslizaban por mi
pecho como antes.

―Yo también, pero no te preocupes. Todo saldrá bien ―le calmé, pasando
los dedos por su pelo de nuevo―. Seguramente estarán mejor de lo que
pensamos, saben cuidarse muy bien.

Nessie alzó el rostro y me miró con unos ojos llenos de preocupación que se
me clavaron en el corazón.

―¿Y vosotros? No me gusta que vayáis a esa guerra ―siguió con la voz
rota―. Ahora Paul debería de estar con Rachel, y Sam ya tiene hijos… Si les
pasase algo yo no podría volver a mirar a sus mujeres a la cara…

―Para ―le corté, bajando el rostro para mirarla y poniendo mis dedos sobre
esos carnosos labios que me moría por comer―. Ya les has oído, si vienen es
porque quieren. Para ellos es un honor, ¿entiendes? Sería peor que no
viniesen, te lo aseguro.

―Pero hay tanta gente en peligro…

―Todo saldrá bien, ya lo verás ―murmuré, pasando a acariciar su hermoso


rostro―. No quiero que te preocupes tanto, ¿vale? Vamos a rescatar a tus
padres y a tus tíos y volveremos pronto a casa.

Sus ojitos se quedaron fijos en los míos durante un instante y luego los cerró
para asentir mientras dejaba exhalar un suspiro. Apoyó su cabeza en mi torso
otra vez y siguió con esas suaves caricias que hacían que todo el vello de mi
cuerpo se volviese loco.

―Echo de menos un poco de normalidad en nuestras vidas ―suspiró.


―Sí, yo también ―le acompañé.

Y ese silencio sordo se hizo presente otra vez, envolviéndonos en una


incómoda burbuja que hacía vacío en nuestros oídos.

Sí, solo podíamos esperar. Desesperante.

114

Sí, vale, no sé de qué me asusto ya,

pero es que esto es demasiado

Esperar cuatro días sin hacer nada, rodeados de apestosos chupasangres por
todas partes, no es nada fácil, sinceramente. Y menos para nosotros. No me
fue difícil convencer a gran parte de la manada, y Leah se apresuró a venir
con más efectivos encantada de la vida, se notaba cuánto le había gustado que
contase con ella para la batalla.

Estaba como loca por ascender del todo en la pirámide del grupo. Bueno,
para mí los dos eran iguales, por supuesto, pero mientras Sam estuviera, el
puesto de segundo al mando era compartido.

En realidad, por linaje le correspondía a ella, pero Sam era Sam, era el
hermano mayor, seguía siéndolo, al menos para mí. Era mi consejero más
fiable, y era el maestro de todos nosotros, así que,

¿cómo iba a relevarle? Vale, sí, él me había repetido mil veces todo ese rollo
del linaje y me había dicho que él lo aceptaría con orgullo y honor, típicas
palabras suyas. Pero me negué en rotundo.

Sam había sido el Alfa, siempre lo había sido hasta que yo me marché por mi
cuenta, lo había sido de su manada no hace tanto, cuando pasaron a ser dos en
aquel entonces, y se merecía un reconocimiento. También tenía que
reconocer que Leah, por mucha fachada que aparentase, era muy
benevolente. No solo había soportado ese pasado con Sam oscuro y amargo
que a punto había estado de pudrirnos a todos, sino que, además, había
aceptado ese cargo compartido con él sin rechistar, acatando mis órdenes con
total lealtad y obediencia. Así que hace tiempo le prometí que en cuanto él lo
dejase, ese puesto sería todo para ella. Se lo merecía, por linaje y por
comportamiento. El que yo contase con ella también para esto y no la hubiese
dejado en La Push al cuidado y mando de los otros, le demostraba que
pensaba cumplir mi promesa. Eso le gustó.

No hizo falta que ellos vinieran hasta la guarida de los Vulturis, habían tenido
suerte; Aro me comunicó un sitio cercano al claro donde sería la batalla y
quedamos allí con Leah y su grupo, dándoles todas las instrucciones
necesarias para que llegasen sin problemas. Eso sí, después de esos cuatro
días larguísimos y tediosos, nosotros por fin nos piramos de ese antro
maloliente.

Ahora caminábamos en silencio por esos bosques mediterráneos, ni siquiera


sabíamos dónde estábamos. Dependiendo de la zona, de si pasábamos por el
margen de algún río o lago, nos encontrábamos con álamos, chopos y olmos,
y si la zona ya era más árida, nos topábamos con alcornoques, robles y pinos.
Eso sí, el árbol por excelencia era la encina, este estaba por todas partes, ya
fueran zonas más húmedas o secas. En cambio, en el sotobosque que nos
acompañaba siempre prevalecía una variedad de arbustos de aspecto leñoso y
espinoso que, sin embargo, eran muy aromáticos. Bueno, no entendía mucho
de especias, pero los que conseguí distinguir olían a romero y tomillo. Era
toda una gozada oler eso después de tener que soportar aquel hedor durante
cuatro días. De veras, era horrible, asqueroso, llegue a creer que ese ácido
había terminado quemándome la nariz por dentro y que eso afectaría a mi
agudo olfato, pero no. Gracias a Dios, pudimos respirar aire fresco, notando
todos los matices que nos traía esa brisa cálida, y mis ocho hermanos y yo lo
disfrutamos como nunca.

Nessie iba sobre mi lomo, por si acaso. No me fiaba de ningún chupasangres


que no fuera alguno de los Cullen, y me sentía más tranquilo llevándola
encima de mí, además, nunca se sabía cuándo había que echar a correr y,
aunque ella era más rápida en su forma de casi vampiro, no quería que se
transformase ni gastase energías innecesarias.
Podía notar lo tensa que estaba, por el abrazo de sus piernas y por cómo se
aferraba a mi pelaje.

Sí, estaba muy preocupada por sus padres y sus tíos, lógicamente, pero
también estaba ansiosa por verles, por rescatarles. Y yo también.

A diferencia de las dos veces que nos las tuvimos que ver con esos viejos
decrépitos, esta vez no viajaba todo su séquito. Las aparentemente frágiles
esposas de Aro y Cayo se habían quedado en casa, bien resguardadas, y
tampoco nos acompañaba ningún testigo. Esto era una guerra, y las guerras
son sucias, están mal vistas, producen un mal efecto.

Para lo anticuadas que parecían, las tres momias correteaban con mucho
sigilo, casi parecía que flotaban en el aire. No sé qué parecían, la verdad. Tres
espectros de capas negras revoloteando 115

como fantasmas entre la espesura de ese bosque. Menos mal que era de día y
todavía había mucha luz, si no, entre la capucha negra y ese trotar levitante,
solo les faltaría la guadaña. Lo hacían a la cabeza de su ejército, cómo no,
creando ese abanico cromático con sus estúpidas capas que era más oscuro en
el centro, donde se encontraban ellos, y que se iba aclarando hacia los lados,
según el grado de la guardia.

Finalmente, esos fósiles permitieron que Ryam nos acompañase. Meditaron


bien la idea, porque no lo supimos hasta justo el momento de partir. Eso sí,
no fuimos capaces de hacer que lo sacaran de esa mugrienta celda durante
estos cuatro días. Malditas alimañas. Yo ya había hablado con él el segundo
día para explicarle toda la situación, y me había costado lo mío convencerle
para que accediera. Idiota testarudo. El muy borrego no se daba cuenta de que
no se trataba de servir a los Vulturis o no, sino de tener una oportunidad de
vivir y ser libre. Sí, vale, esto era una mierda, pero lo era para todos, y ¿qué
tenía que perder? Si no se aliaba con esos muertos vivientes, él sí que
terminaría muerto del todo, así que por lo menos había que intentar esto, ¿no?
En fin, sonaba fatal, pero si los Vulturis lo veían como alguien útil, no se
desharían de él.

Yo se lo estaba brindando en bandeja, y el muy imbécil seguía erre que erre.


Menos mal que al final conseguí convencerle, aunque creo que lo hizo más
por ayudar a esos gigantes que por lo demás. Una ayuda inútil, por otra parte,
porque yo dudaba mucho de que esos tuvieran cura.

Total, que parecíamos una tropa extraña que no pegaba ni con cola, aunque
los dos grupos íbamos claramente por separado. En un lado del ring, se
encontraba el boxeador italiano, con una potente diestra formada por la
Pitufina y su hermano el Pitufo, una zurda no menos fuerte, consistente en el
resto de su guardia, y una cabeza pensante representada por los espeluznantes
padrinos mafiosos llamados Vulturis. Y en el otro lado del ring nos
encontrábamos nosotros, una manada de lobos enormes, un gigantón que no
sabía luchar y que era un cabezota solitario, una semivampiro preciosa, dulce,
espectacular, maravillosa y valiente que se podía transformar en un vampiro
casi completo, y cuatro vampiros liderados por una mente prodigiosa como la
de Carlisle.

Sí, éramos un grupito de lo más surrealista. Genial, íbamos a dar el cante pero
bien.

El sol comenzó a bajar, topándose irremediablemente con las montañas que


se avistaban desde los montes italianos por los que ya caminábamos. Algunos
rayos todavía conseguían escapar de la presa de esas cordilleras rocosas
cuando llegamos al sitio acordado para el encuentro con el resto de mi
manada. Habíamos estado en contacto mental todo el tiempo desde que Leah
y su grupo se habían transformado, así que no nos llevamos ninguna sorpresa
al vernos los unos a los otros.

Ya era hora, protestó Leah en cuanto nos paramos frente a ellos.

Si fuéramos solos no hubierais tenido que esperar tanto, resopló Isaac.

Hola, hermanita, saludó Seth, sacando la lengua a modo de sonrisa.

―Hola, chicos ―dijo Nessie, se notaba que con una sonrisa, ajena a toda
esta conversación.

―Mis queridos metamorfos ―intervino Aro de repente, impidiendo que mis


lobos pudieran siquiera asentir a Nessie para corresponderle el saludo―. Os
agradezco mucho que colaboréis en esta alianza.

La momia adormilada y la gruñona se quedaron más atrás, junto a su guardia,


pero la que sí estaba con Aro era esa tal Renata, que tenía sus dedos sobre la
espalda de ese vejestorio falso, creando esa burbuja a su alrededor. No sé
para qué la hacía acercarse, ya que yo podía eliminar esa barrera con un solo
soplido, si quisiera. Varick, en cambio, permanecía en la fila. Podía erigir su
escafandra particular desde allí, supongo, estaba bastante cerca y, bueno, yo
podía verla.

―Amo ―murmuró Renata con voz temblorosa.

―Tranquila, querida ―le contestó él, alzando la mano para hacerle un gesto
hacia atrás sin dignarse a mirarla.

Sus repugnantes ojos no se podían despegar de mí y de mi manada, y estos


decían claramente aquellas palabras que Edward nos había revelado en
nuestro primer encuentro con estos viejos Vulturis. Todavía resonaban en mi
cerebro: está intrigando con la idea de tener… perros guardianes.

No pude evitar que me rechinasen los dientes, porque, aunque solo fuera por
esta vez, lo había conseguido. Aunque no fui el único molesto, la gran
mayoría de la manada gruñó, mostrándole sus dentaduras a modo de
disconformidad absoluta.

―Creo que sería mejor que hiciésemos noche aquí, Aro ―intervino Carlisle
oportunamente―.

Ellos necesitan descansar.

―Oh, es cierto ―se dio cuenta, volviéndose hacia él―. Ya no recordaba que
ellos necesitan dormir.

116

¿Dormir? Con toda esta chusma aquí, imposible.


Los miembros de su guardia se miraron unos a otros con un tinte burlón y
altivo en sus miradas. El vejestorio canoso resopló con cansancio y el
adormilado ni se inmutó, como siempre.

Imbéciles. Si no fuera por nosotros, todos ellos terminarían reducidos a


cenizas.

La enana canija aprovechó nuestro desvío de atención hacia ellos para


dedicarnos una mirada despectiva a Nessie y otra arrogante a mí. Pude
escuchar el machacamiento de las muelas de mi chica, aunque sus dedos
también aferraron mi pelaje con más fuerza.

Ese chino bastardo tampoco desaprovechó la ocasión para sonreírme con


burla. Maldito farsante usurpador de identidades, algún día me vengaría por
todo. Su estúpida expresión cambió de sopetón al ver ese sentimiento tan
claro en mis ojos.

―Estoy seguro de que ellos se sentirían más cómodos si vosotros pasaseis la


noche un poco más alejados ―siguió pidiendo Doc con esa voz pausada―.
No están acostumbrados a la presencia masiva de vampiros.

Sí, muy bien, Carlisle, aprobó Seth.

―Por supuesto, lo comprendo. Como gustéis ―accedió Aro sin más


contemplaciones, asintiendo a modo de reverencia―. Nos alejaremos un
kilómetro exacto, y estaremos aquí al alba.

―De acuerdo. Aquí os esperaremos ―aceptó Carlisle con otra reverencia.

Pero, de pronto, alguien totalmente inesperado salió corriendo de entre los


árboles, haciendo que todos nos girásemos para mirar algo sobresaltados.

―¡Ryam! ―gritó Helen, sollozando.

Al interpelado casi se le caen los ojos de las cuencas y se quedó


completamente inmóvil, de la impresión. No fue el único, todos los presentes,
incluida Nessie, necesitamos parpadear varias veces para aclararnos la vista.
Helen llegó a Ryam y se abalanzó a él para abrazarle. Ella apretó su abrazo
mientras lloraba en su cuello, y entonces fue cuando él reaccionó y la rodeó
con sus brazos.

―¡Helen! ―exclamó Nessie.

Me agaché, echándome en el suelo, y ella se bajó de mi lomo con un grácil


salto para acercarse a su amiga.

―¿Qué haces aquí? ―le preguntó él cuando la separó un poco cogiéndola


por los brazos, con una mezcolanza de alegría, incredulidad y disgusto a la
vez, aunque al final ganó esto último.

―Estaba muy preocupada por ti ―le contestó ella, secándose las lágrimas.

Nessie llegó junto a ellos y las dos amigas se abrazaron. Yo me coloqué a su


lado en un plis.

―¿Estás loca? ¿Cómo se te ocurre venir? ―le reprendió mi chica con un


cuchicheo―. ¿Y cómo has llegado?

―¡¿Qué es esto?! ―protestó la momia canosa, frunciendo su tupido


entrecejo blanco―. ¡¿Qué hace una humana aquí?!

Menuda movida, murmuró Jared.

No, menudos idiotas, le corregí para regañarles. ¿No os habéis dado cuenta
de que os seguía?

Era evidente que había sido así, y lo había hecho en su forma de gigante, ya
que sus ropas estaban rasgadas.

El viento venía hacia nosotros, no podíamos olerla, declaró Leah.

Y, para ser un gigante, es muy sigilosa, siguió Cheran, antes de que me diera
tiempo a abrir el pico.

Vuestra eficacia me abruma, dije con sarcasmo, imitando ese habla tan pija
de los chupasangres que nos rodeaban.

―Esto es un gran contratiempo, sin duda ―secundó Aro, malhumorado.

Mi chica amarró la mano de Helen.

―No es una humana cualquiera, es otro gigante ―reveló Nessie en un


intento de que esos vejestorios le diesen una oportunidad.

―¿Otro gigante? ―inquirió, observando la ropa de Helen.

Entonces, su asqueroso semblante semitransparente cambió al darse cuenta


de que su vestimenta rota le daba la razón a Nessie.

―Podría ayudar a Ryam en su tarea ―propuso mi chica.

―¿Ayudarle en qué? ―preguntó Cayo, mosqueado.

―A reconducir a esos gigantes ―intervino Ryam―. Con ella, mi tarea me


resultaría mucho más fácil.

Menos mal que ya veía el quid de la cuestión y se daba cuenta de que esto
podía salvarles la 117

vida.

―No sabemos de cuántos gigantes disponen Vladimir y Stefan ―habló Doc,


ayudando a Ryam―, pero sería mucho más sencillo manejarlos a todos con
dos líderes, en vez de uno.

El Vulturis canoso miró a un lado, resoplando, pero Aro se quedó pensativo


durante un rato que se nos hizo eterno a todos.

Venga, venga, pensó Quil, como si así el Vulturis fuera a decidir más deprisa.

―¿Tú estás dispuesta a unirte a esta alianza? ―le preguntó Aro a Helen.

Cada vez que escuchaba la palabra alianza, me rechinaban los dientes. No fui
el único, ese era el sentimiento general de la manada.

Esta miró a Nessie y a Ryam, que asintieron para que diera su brazo a torcer.

―Sí ―afirmó tímidamente.

―De acuerdo ―aceptó Aro por fin―. Puede venir con nosotros.

La momia canosa giró su semblante decrépito para mirarle con total


disconformidad, pero solo se limitó a fruncir más el ceño y los labios.

―Te lo agradecemos, Aro. ―Y Carlisle volvió a hacerle una especie de


reverencia con la cabeza.

―Estaremos aquí al alba ―repitió ese viejo chiflado con una cara que fingía
una benevolencia de la que, en mi opinión, no gozaba nada.

Aro, acompañado de su guardaespaldas particular, se dio la vuelta y flotó


hasta su retaguardia, junto con los otros dos fósiles, y comenzaron a darse el
piro.

Ese tarado se fiaba de nosotros, claro, sabía que nos tenía bien cogidos con
todo este asunto de Bella, Edward, Alice y Jasper. Le necesitábamos para
saber dónde se encontraban.

En cuanto les perdimos de vista, todos nos relajamos.

¡Uf! Menos mal, suspiró Shubael. Ya creía que íbamos a tener que dormir
junto a esas sanguijuelas.

Voy a transformarme para hacer más compañía a Nessie y a los Cullen,


anuncié. El que quiera, puede hacer lo mismo, aunque tendremos que estar
alerta, por si acaso.

Sí, yo voy a transformarme también, se unió Embry.

Y yo, ya puestos, coincidió Quil.


Mi cabeza se llenó de asentimientos y de voces que se apuntaban y, en un
abrir y cerrar de ojos, todos nos escondimos, adoptando nuestra forma
humana.

Salí de mi escondite con mis dos piernas y me puse junto a Nessie, que me
recibió con un beso en los labios que a mí me hubiera gustado que durase
más. Luego, nos cogimos de la mano, entrelazando nuestros dedos con ansia.

―¿Cómo se te ocurre venir hasta aquí? ―le regañó Ryam a Helen. Estaba
realmente enfadado―. Ahora te has puesto en peligro.

―No sabía nada de ti y estaba preocupada ―respondió ella, también


cabreada.

―Sabes que sé cuidarme, no tenías de qué preocuparte ―rebatió él―. Tenía


la situación controlada.

―Sí, claro ―dudé, observándole de arriba abajo con escepticismo total―.


Por eso sabías cuántas piedras había en el muro de la celda.

Ryam me dedicó una mirada asesina, pero me importó un bledo.

―Por eso te cogieron los Vulturis ―contestó ella con sarcasmo.

―Repito que ahora ―matizó, echándome un vistazo fugaz― tenía la


situación bajo control.

Hasta que llegaste tú ―le echó en cara.

―Bueno, chaval, que se te bajen los humos ―intervino Emmett, que estaba
con los brazos cruzados, observando toda la discusión como el que ve un
debate en la tele―. Si no fuera por Jake, ya estarías muerto.

A Ryam le rechinaron los dientes, pero tuvo que cerrar el pico.

―Si no te fueras por ahí tú solo, los Vulturis no te hubieran atrapado ―le
criticó Helen.
―Si tú no hubieras venido, no te verías implicada en todo esto ―replicó él.

―Bueno, vale ya ―protesté para detener esa absurda disputa―. Ahora ella
ya está aquí, así que todo eso no importa.

―¿Y cómo has llegado hasta aquí? ―le preguntó Nessie a su amiga.

―Me enteré de que Ryam estaba en Volterra y de que los lobos iban a venir
―nos desveló.

Ryam la miró y resopló―. Me enteré del vuelo que iban a coger y, con mis
ahorros, me compré un billete. Después, les seguí hasta aquí.

―¿Y cómo te enteraste de que Ryam estaba en Volterra y de que mis lobos
iban a venir hasta 118

aquí? ―quise saber, intrigado.

―Mercedes me lo dijo. ―Y se encogió de hombros.

Todos nos giramos para lanzarle una mirada acusadora a Embry, que se rascó
la nuca con nerviosismo.

―Bocazas ―le reprendió Quil, dándole una colleja.

―¿Qué queréis? No puedo evitarlo ―se excusó él.

―Bueno, ¿y los demás no la visteis en el avión? ―inquirí, echándoles la


bronca con la mirada a todos.

―Me senté lejos de ellos ―confesó Helen, frunciendo los labios con cierto
remordimiento.

―Allí olía a humanos por todas partes ―alegó Leah sin dejar que yo
formulase otra pregunta.

Emmett rompió a reír a carcajada limpia, alzando su careto hacia arriba para
que las risotadas se esparcieran mejor por el aire.
―¡Vaya panda! ―exclamó acto seguido, sin dejar de reírse―. ¡Os la ha
colado bien!

Genial. Lo que me faltaba. Con esto Emmett tendría para una buena
temporada.

―Quisiera ver si vosotros lo hubieseis hecho mejor ―dijo Paul.

―Por supuesto, a nosotros no se nos hubieran escapado esos detalles


―presumió Rosalie, alzando la barbilla mientras sonreía con esa petulancia
suya.

―Ya, claro ―cuestionó él.

Carraspeé para cambiar de tema.

―Bueno, ¿qué os parece si encendemos una hoguera o algo? ―propuse.

La noche ya se cernía sobre nosotros.

―Sí, buena idea ―apoyó Seth, que, como siempre, era el primero en hacerlo.

―Pues, hala, id recogiendo ramas y eso ―les mandé.

―Tendrás cara ―rio Nessie.

Los demás se rieron, pero comenzaron a obedecer mi orden.

―No te lo imaginas, Ness ―se quejó Nathan.

―Sí, menos mal que no le gustaba mandar ―siguió Cheran.

―No lo entendéis ―rebatí, sonriendo con picardía―. Yo me tengo que


quedar para proteger a Nessie.

―¿Protegerme? ―volvió a reír―. Creo que estoy muy bien rodeada. ―Y


señaló a su familia con la mano.
―Ya, nena, pero por si acaso ―reiteré con otra sonrisa, dándole un beso
corto en los labios.

―Lo dicho, que tienes una cara que te la pisas ―rio Nathan mientras ya
echaba a andar con el resto del grupo para recoger ramas.

―Por algo es el jefe, tío ―le dijo Jared, que caminaba junto a él.

―Venga, sin rechistar ―les azuzó Sam, dándoles un pequeño empujón a los
dos.

No tardamos nada en hacer una pira, estábamos más que acostumbrados a


hacerlas. Todos nos sentamos alrededor, formando una especie de corrillo
extraño donde la variedad de especies era más que evidente. No hacía nada de
frío, pues era verano, pero Nessie se acurrucó a mi lado, bajo mi brazo
protector, rodeándome con los suyos para que su mejilla se posase mejor en
lo alto de mi pecho. Podía sentir la envidia sana que emanaban todas las
cabezas quileute imprimadas que me rodeaban. Me sentí un poco culpable
por poder disfrutar de mi chica en estos momentos; sabía que ellos se
mordían las uñas, de lo que echaban de menos a las suyas, pero no pude
evitarlo, Nessie me atraía demasiado como para negarme a tal privilegio.

Rephael, Michael y Nathan insistieron en cazar algo para cenar, así que se
transformaron para tal fin, y los Cullen aprovecharon para escaparse un rato y
saciar su sed, pero tanto unos como otros no tardaron en volver.

Doc, Esme, Em y Rose se sentaron de nuevo alrededor de la hoguera y mis


tres lobos dejaron las presas en el suelo. El idiota de Michael trotó alrededor
de la pira y soltó un aullido al viento para presumir de su gran caza.
Entonces, de pronto, otro lobo, aunque normal, contestó a varios kilómetros.

―Vaya, qué curioso ―se sorprendió Esme, mostrando sus hoyuelos al


sonreír.

Cómo no. El vacilón de Michael tuvo que repetir su hazaña, así que se detuvo
y volvió a aullar.
Otro de los lobos normales no tardó en responder a su saludo.

―Qué guay ―rio Nessie.

―¿Eso te parece guay? ―me burlé, bajando la cara para mirarla.

Ella alzó su rostro para hacer lo mismo y Michael gañó en protesta.

119

―Sí, es guay ―me contestó, pellizcándome la mejilla.

―Espera a ver esto, nena, ya verás lo que es guay ―afirmé, separándola de


mí con delicadeza.

Michael ya estaba protestando con otro gruñido cuando me levanté y corrí


hacia los árboles para cambiar de fase. Regresé a cuatro patas y me planté
delante de todos.

Te lo tienes merecido, Michael, se burló Rephael, soltando una risita lobuna.

Sí, ya, aceptó este a regañadientes.

―¿Vas a cantarnos una ópera? ―se mofó Emmett.

―Ya verás lo que puede hacer ―presumió Seth, sonriendo con orgullo.

Miré a Nessie con una sonrisa lupina, esto es, sacando la lengua fuera
mientras jadeaba, y ella me recompensó con una risilla. Verla reír era todo un
regalo, y eso es lo que quería. Cuanto más se distrajese, menos sufriría por
todo esto de Bella, Edward, Alice y Jasper. Sí, vale, ya sé que nada iba a
hacer que ella se olvidase de eso, pero por lo menos le ayudaba a pasar mejor
el mal trago.

Metí mi lengua dentro y me puse serio. Hinché los bronquios del todo y solté
el aire poco a poco, haciendo vibrar mis cuerdas vocales en un aullido
potente y largo, a la vez que alzaba mi cabeza para que ese sonido se
propagase mejor. El aullido se extendió por el bosque, reclamando mi total
supremacía, dejando un mensaje alto y claro. Michael, Nathan y Rephael no
pudieron evitar que sus patas se doblegasen para echarse en el suelo, con las
colas hacia dentro y las orejas gachas, en señal de respeto y sumisión, aunque
el resto de mis hermanos, que estaban en su forma humana, también lo
sintieron, si bien ya estaban sentados. Y, entonces, vino lo que le quise
enseñar a Nessie.

Los diferentes aullidos venían de todas partes, desde las montañas que
quedaban al oeste, como desde los frondosos bosques que teníamos al este.
Norte, sur, este y oeste. Las numerosas manadas de lobos comunes que
habitaban todos aquellos kilómetros que nos circunvalaban respondieron a mi
mensaje con aullidos largos que sonaban a la vez, para mostrarme sus
respetos y aceptar mi mensaje, cubriendo ese cielo estrellado del bosque con
un invisible manto místico y abrumador. Lo era incluso para mí.

Cuando terminé de aullar, ellos también lo hicieron. Bajé la cabeza y miré a


mi público.

Ugh.

Ese silencio que quedó acto seguido, lleno de sobrecogimiento, y esas


miradas asombradas y claramente maravilladas, hicieron que me arrepintiese
enseguida de haber hecho el numerito. Yo solo lo había hecho para animar a
Nessie, pero esto…

―Es… impresionante ―exhaló Doc, todavía con esa mirada instalada en sus
ojos dorados.

―Guau ―murmuró Emmett.

Genial. Quién me mandaría a mí…

Nessie me observaba completamente engatusada, aún tenía la boca abierta.


En fin, no podía negar que verla tan orgullosa de mí me hacía sentir muy
halagado, pero que todos me mirasen igual…

Gañí a modo de suspiro y me piré de todas las vistas para adoptar mi forma
humana enseguida.

Si no me tenían delante como lobo, ya no me mirarían igual.

Salí de mi escondite a dos piernas y me senté junto a mi chica de nuevo,


haciendo como que no había pasado nada.

―Bueno, qué, ¿preparamos esto para cenar? ―sugerí, estirándome para


coger una de las presas.

―Jake, es increíble ―exclamó Nessie, abrazándome con efusividad―.


Tenías razón, esto sí que es guay ―rio.

La garganta de Michael volvió a emitir un gañido mientras se ponía de pie


junto con los otros dos lobos para cambiar de fase.

―¿Lo ves? ―sonreí; no pude evitar presumir otra vez.

―Sí. ―Y pegó su rostro al mío con una rapidez que me tomó completamente
desprevenido para besarme con entusiasmo.

Fue irremediable. Mi boca le correspondió ipso facto.

―Bueno, bueno, cortaros un poco, que a algunos nos dais demasiada envidia
―bromeó Jared, tirándonos una ramita.

Nos despegamos para esquivarla y todos nos reímos.

En cuanto Nathan, Michael y Rephael llegaron como humanos, comenzamos


a preparar la carne y la pira se llenó de charlas, cuyo fondo no podía dejar de
ser esa batalla, aunque también había tiempo para otros temas.

―Oye, Embry, ¿qué tal está Mercedes? ―interrogó Nessie, seguramente


para cambiar a un 120

tema más relajado.

―Ah, muy bien. ¿Sabías que Teresa y Ezequiel se han comprado una casa a
las afueras de Forks? ―le anunció él, todo contento.

―No, no lo sabía ―sonrió Nessie, mirándome con una pregunta en los ojos.

―Me acabo de enterar ―le respondí, alzando las dos manos para defender
mi inocencia.

―Sí, bueno, es que Mercedes me lo confirmó ayer mismo, por eso no me dio
tiempo a contártelo ―me dijo él a mí.

―¿Entonces Teresa y Ezequiel están… liados? ―cotilleó Emmett, juntando


los dos dedos índices varias veces.

―Eso creo ―declaró Embry, sonriendo.

―Sabía que eso iba a pasar ―manifestó Ryam con una mueca a modo de
sonrisa.

―¿Por qué lo dices? ―quiso saber Nessie.

―Porque Ezequiel le echó el ojo en cuanto la vio.

Todos nos reímos de nuevo y la hoguera se convirtió en todo un corrillo de


cotilleos y comentarios, haciendo que la noche se tornase más agradable. Casi
llegamos a olvidar por qué estábamos allí. Casi, porque eso solamente duró
un momento y la nocturnidad es demasiado larga; da para pensar en muchas
cosas, sobre todo a la hora de intentar coger el sueño. Además, el alba se iba
acercando cada vez más, trayendo toda esa tensión consigo.

Enseguida vislumbramos a las tres momias y su guardia en ese horizonte


arbolado y lleno de neblina. Tal cual se habían pirado anoche, así llegaron.
Flotando sobre la bruma como si de todo un ejército del mal se tratase.

Los espectros se detuvieron a cierta distancia, excepto ese chiflado de Aro,


que se acercó a nosotros, otra vez acompañado de su escudo, Renata. Le echó
un vistazo a Ryam y Helen, que se habían transformado para la ocasión ―ya
me había sorprendido al verle a él cuando se había transformado en la celda,
pero ella se llevaba la palma, de veras. Ver a una mujer tan grande y
musculosa me impactó, en serio, parecía una culturista, pero a lo bestia―, y
llevó esas repugnantes pupilas vidriosas a nosotros de nuevo.

―Buenos días ―nos saludó.

Ja, como si estos lo fueran. Lo decía como si nos marchásemos de excursión.

―Esperemos que así sean ―le respondió Carlisle.

―Esperemos, amigo mío ―coincidió, asintiendo con esa cabeza poblada de


ese cabello negro que seguía cubierta por la escafandra de Varick―. En fin,
no perdamos más tiempo. La batalla nos espera ―se estaba dando la vuelta
para volver con su chusma cuando, de pronto, se detuvo y se giró hacia mí―.
Por cierto, una serenata preciosa y abrumadora la de anoche. ―Y me mostró
una de sus asquerosas sonrisas.

Vete a la mierda, le contesté.

Él solo escuchó el gañido y, por supuesto, lo malinterpretó. Se dio la vuelta,


creyendo que yo se lo había agradecido y, por fin, regresó con su séquito de
chupasangres.

Qué pena que no pudiera escuchar lo que le dijiste de verdad, lamentó Leah
con acidez mientras ya echábamos a andar.

De pena nada, ya se lo diría a la cara en otra ocasión.

Una vez más, Nessie iba sobre mi lomo. Todavía no se había transformado,
ya que cuantas más energías guardase, mejor. Carlisle había venido con una
mochila refrigerada llena de bolsas de sangre que ahora llevaba ella en su
espalda, pero era mejor posponer la transformación todo lo posible.

En un abrir y cerrar de ojos, estábamos galopando a toda mecha por esos


bosques mediterráneos. Las manos y las piernas de Nessie estaban muy
tensas, señal de que ella se encontraba así.
Los robles, pinos y encinas pasaban a nuestro lado vertiginosamente, tanto,
que solamente se distinguían unos borrones marrones y verdes que zumbaban
con precipitación en nuestros oídos.

De pronto, se divisó un claro entre toda esa vegetación, un agujero entre la


maleza que era pequeño al principio, pero que con nuestro raudo avance se
iba haciendo más y más grande. El hedor a chupasangres se multiplicó por
dos y apretamos el paso de nuestras patas y piernas.

Hasta que ese hueco en los árboles se hizo presente del todo, entonces los
Vulturis y su guardia ralentizaron su marcha al máximo, haciéndonos pegar
un frenazo a todos los lobos y a la pareja de gigantes ―los Cullen ya
parecían conocer bien toda esta parafernalia y no les pilló 121

desprevenidos―, y su carrera se transformó en una marcha casi fúnebre,


lenta y cadenciosa.

Lo único que faltaba en este cuadro eran los tambores de guerra, hay que ver.

Nuestros nervios aumentaron hasta ese techo que marcaba el tope que no
debían sobrepasar, y, por fin, salimos por el hueco que dejaban esos árboles.

Mierda, ¿qué demonios es esto?, exhaló Leah sin poder creerse lo que
nuestros perplejos ojos estaban viendo.

Pude escuchar cómo Rosalie rechinaba los dientes y cómo Esme exhalaba
con temor, aunque ellas solamente veían la mitad. El panorama no podía ser
más terrorífico y dantesco, sobre todo para mi manada y para mí, que nos
detuvimos, de la impresión.

Ante nosotros se abrió una verde y kilométrica pradera que estaba tomada
casi al completo por un ejército de vampiros, todos con esa segunda piel de
color malva, ese aura, que relumbraba maldad por todas partes. Estos se
extendían en una formación rectangular que me recordaba mucho a esas de
las películas de romanos. Pero eso no era todo. Otro numeroso batallón de
gigantes de piel grisácea, sin olor alguno y unos ojos blancos, carentes de iris
y pupilas, se repartía en la parte delantera de la formación. Y ahora venía lo
dantesco.

Nadie más que nosotros podía verlo, pero ellos no destilaban aura alguna, no
tenían segunda piel, sino que de cada gigante salían unas presencias humanas,
formas sobrenaturales, como fantasmas, que se aferraban al cuello con lo que
parecían ser sus manos mientras las piernas y los pies eran arrastrados en un
vuelo hacia arriba. Sus etéreos y semitransparentes rostros estaban
desfigurados por un perpetuo sufrimiento, por una larga y profunda angustia,
casi podía escuchar sus dolorosos lamentos y quejidos.

Supe lo que era en cuanto mi corazón y todo mi cuerpo, incluida mi


estupefacta sesera, se calmaron un poco.

Esos fantasmas eran las almas de los gigantes, esos que habían sido humanos
una vez. Y esos espíritus se negaban a abandonar sus cuerpos, querían
regresar a ellos desesperadamente, luchaban con todas sus fuerzas para que el
más allá no les arrastrase.

Por eso Edward no podía ver nada en la mente de esos gigantes, eran muertos
vivientes, sus almas estaban fuera de su cuerpo.

En cuanto todo esto se discernió en mi cerebro, toda mi manada lo vio


también.

Se me erizó toda la pelambrera de mis hombros y Nessie lo notó, claro,


aunque no dijo nada.

Quizá pensaba que se debía solo a lo que ellos veían. Mierda. Pero ella se
transformaría en breves y vería la dantesca realidad que se escondía tras esos
gigantes, cosa que no me gustaba nada. No quería que ella viese esto.

De pronto, esos rostros fantasmales se giraron hacia mí y comenzaron a


chillarme con un grito ahogado y silencioso para implorarme y suplicarme
algo que no podía oír, aunque no soltaron a su correspondiente gigante.

Pude echar a andar cuando Nessie se aferró a mi pelaje con más fuerza y me
despertó de esta pesadilla viviente.
―¡Mis padres y mis tíos están ahí! ―exclamó de repente con un nudo en la
garganta, señalando con el dedo.

Nuestros ojos enseguida se fueron a donde indicaba mi mujer y les vimos.

Me había quedado tan en shock, que no me había fijado en los cuatro brillos
dorados que se mezclaban en ese rectángulo de color malva. Justo delante de
toda esa formación, se encontraban Bella, Edward, Alice y Jasper, sin
embargo, no estaban juntos. Alice y Jasper se encontraban en los extremos de
la primera fila, y Bella y Edward más al centro, pero separados. Los cuatro se
distribuían a lo largo de la fila inicial de la formación. Pero, cómo no, había
algo más. Sus rostros no mostraban emoción alguna, miraban al infinito, sin
una arruga que delatase que esos semblantes de mármol se pudieran mover,
sin un solo tic. Si no llega a ser porque sus almas doradas refulgían dentro de
sus cuerpos, juraría que eran estatuas. Era como si estuviesen hipnotizados.

Todos nos quedamos perplejos.

Esta vez no fue solo Rosalie la que hizo rechinar sus muelas, también nos
unimos Emmett, Nessie y yo. Mi chica encerró mi pelo con más fuerza,
llegando incluso a tirar un poco de mi piel, pero ni lo noté. Estaba demasiado
cabreado como para notar nada más que no fuera mi furia.

No tardamos nada en ver a los culpables de todo este alboroto. Junto a Bella
y Edward, en el centro de la fila, Vladimir y Stefan, esperaban nuestra
llegada.

Y nosotros no les hicimos esperar.

122

Está más que cantado lo que va a

pasar aquí

La cara de los rumanos lo decía todo. No se esperaban nuestra aparición en


escena. Se miraron el uno al otro, volvieron la vista hacia nuestro bando con
un rechinamiento de dientes, y Stefan lanzó un escupitajo al suelo,
mostrándonos su opinión.

Vale, los Vulturis no eran las hermanitas de la caridad, precisamente, ¿pero a


qué venían esas quejas y ese desprecio? Ellos habían secuestrado a Renée
para chantajear a Bella y a los otros, y, encima, les habían hipnotizado con
algún tipo de truco. Para mí no se diferenciaban mucho de las otras momias.

Eso hizo que me fijase más en Bella, Edward, Alice y Jasper y que me
preguntase cómo harían esos rumanos para hipnotizarles, porque no parecía
un conjuro. Cuando Nessie había estado hechizada, su cuerpo estaba envuelto
con aquella telaraña, en cambio, ellos no tenían nada que les oprimiese o
envolviese, no había nada que me indicase que estaban bajo la influencia de
un hechizo.

Lo que sí había era un ambiente muy raro. No sé lo que era, pero algo
realmente maligno flotaba en el aire, podía sentirlo, mi instinto de Gran Lobo
me lo decía, y me ponía los pelos de punta. Bueno, vale, lo de los gigantes no
se quedaba atrás, pero, por increíble que pareciese, esto lo superaba, era algo
espeluznante. Esa maldad procedía del centro de la formación. No podía
verla, pero sí que sentía cómo emanaba del núcleo de ese rectángulo de
chupasangres y se extendía por todas partes.

Agucé la vista y traté de adivinar quién era el culpable de ese sentimiento


escalofriante, pero todas las sanguijuelas eran más o menos iguales, y para
colmo también vestían esas capas que parecían estar muy de moda entre los
chupasangres, solo que, en vez de usar una escala de grises que se iban
oscureciendo hasta el negro absoluto, estas nacían de un color malva claro y
también se iban volviendo más oscuras, hasta que llegaban al negro de
Vladimir y Stefan. Sí, no podía ver quién producía ese ambiente maléfico,
esas capuchas me impedían verles los asquerosos semblantes a todos, pero sí
que veía sus almas. Todas eran tan malvas como sus ropajes, sin embargo,
justo en el centro de la formación, ese malva era más intenso y oscuro. Mi
instinto no me engañaba. Esa maldad provenía de ahí.

Mi vista regresó a los Cullen del otro bando. Bella extendía su impresionante
escudo por delante de la primera fila de la formación, esa fina y elástica capa
de acero líquido que chispeaba en el núcleo. Maldita sea. Esos malnacidos
estaban bajo su total protección. Pero a Edward también le tenían trabajando.
De su cabeza salían sus ondas de color plateado, casi transparente, que me
recordaban a las de las antenas parabólicas. Esas ondas eran emitidas a una
velocidad muy rápida y se dispersaban por todas partes, llegando a alcanzar
varios kilómetros a la redonda.

Era bastante increíble, la verdad, tenía que reconocérselo. Así que Edward
podía escanear todas las mentes que le rodeaban, hasta las de todos esos
vampiros que tenía a su alrededor. Y nosotros no éramos una excepción.
Seguramente ya podía ver cada uno de nuestros pensamientos desde hacía un
buen rato.

De momento tenía que cumplir con mi parte del trato, así que extendí mi
círculo brillante de modo que nos cubriera a todos, incluidos esos viejos
decrépitos y su chusma de guardia, para mi desgracia, y las ondas que se
dirigían a nosotros se deshicieron tan solo al roce con mi barrera.

Ahora Edward no podía leernos la mente.

Mi barrera no hacía falta con Alice, ya que aunque quisieran ella no podría
ver nada del futuro con nosotros por el medio. Quizá por eso Alice no estaba
usando su don, era una pérdida de tiempo.

Jasper también estaba reservado, puede que lo dejasen por si las cosas se
ponían más feas.

Los fósiles y sus matones caminaban con ese paso cadencioso y desesperante.
Sí, lo era.

Nosotros estábamos acostumbrados a otra clase de ataques, y esto de dar un


pasito y pararse, otro pasito y pararse, otro pasito y pararse, nos ponía del
hígado. Paul estaba a punto de estallar, y Sam calmaba sus ánimos y los del
resto. Todos esos chupasangres seguían el mismo ritmo, avanzando a la vez,
con una marcha sobria y aburrida. Sus pies parecía que flotasen, no hacían el
123
más mínimo ruido al contacto con la verde hierba, y todas esas capas que
vestían, juntas formaban un manto que, a vista de pájaro, se extendía sobre la
pradera como si de una ligera y vaporosa tela se tratase. Podía imaginármela
ondeando sobre el prado, deslizándose, avanzando lentamente con el único
impulso de un suave soplido.

Pero poco a poco íbamos acercándonos, sin embargo, al hacerlo más todos
pudimos ver algo que nos dejó helados, hasta los propios Vulturis abrieron
sus gelatinosos globos oculares como platos.

Eran los ojos de Bella, Edward, Alice y Jasper. No podía creerlo, tenían el iris
de color escarlata.

¿Qué…? ¡¿Qué mierda era eso?! ¡¿Acaso les habían obligado a tomar sangre
humana?!

¡¿Qué les han hecho?!, mascullé con cólera, pataleando con mis patas
delanteras con nerviosismo.

―¡No! ―lloró Nessie al verlo.

Mierda, odiaba verla así.

―Dios mío… ―murmuró Esme con un sollozo, llevándose las manos a la


boca.

―¡Maldita sea! ―gruñó Emmett, que ya se lanzaba a por Vladimir y Stefan,


aunque Rosalie le contuvo, tirándole del brazo hacia atrás.

Toda mi manada se sobresaltó y nuestra agitación se hizo más que evidente.


Los gañidos y gimoteos surcaron esa brisa que corría en dirección a la
formación de los rumanos, llamando la atención de estos, pero también de la
guardia Vulturis.

La imagen de Bella siendo obligada a chuparle la sangre a un inofensivo


humano hizo que la mía propia hirviese, porque ella jamás lo haría, jamás.
Tenían que haberles obligado con la influencia de esa especie de hipnosis o lo
que fuera.

―¡Nooo! ¡¿Qué les habéis hecho?! ―chilló Nessie, llorando desesperada.

Podía sentir los fuertes tirones en mi pelaje.

¡Malditos! ¡Malditos chupasangres!, grité, dedicándoles un potente rugido.

Mis lobos se agitaron más, preparándose por si yo daba una orden para
obedecerla ciegamente.

―Calma ―habló Carlisle, interponiéndome su brazo para intentar que me


tranquilizara.

Le observé durante un instante. Aunque era tenso y se notaba su


preocupación, su rostro permanecía tranquilo.

¿Cómo podía guardar la compostura de esa forma?

―¡Mamá, papá, soy yo! ¡Alice, Jasper!―volvió a gritar Nessie.

Entonces, escuché su llanto rabioso, y eso no lo soportaba. Podía aguantar


cualquier cosa que me hicieran a mí, pero solo verla llorar a ella era toda una
tortura, porque no podía soportar verla sufrir. Tenía que hacer todo lo posible
para que ella no siguiera llorando, y eso empezaba por relajarme yo. Si ella
me veía nervioso y furioso, se lo contagiaría, en cambio, si me veía tranquilo,
ella estaría tranquila. Nuestra compenetración y sincronización lo eran en
todos los ámbitos.

Rechiné los dientes, tragué un montón de saliva e intenté relajarme, aunque


me resultaba muy, muy difícil.

¿Qué…? ¿Qué es eso…?, escuché de repente en mi sesera.

Mierda. Nessie ya se había transformado. Y acababa de ver justo lo que yo no


quería que viese.

La dantesca imagen de los gigantes. La rabia y la ira que le había llevado a


transformarse, ahora se había reducido un poco y había pasado a la
perplejidad, horror y asombro absolutos mezclado con un sentimiento de
temor, susto, pena…

Tranquila, cielo, intenté calmarle. Procura no fijarte en eso, ¿vale?


Concéntrate sobre todo en no separarte de mí.

Sí, aceptó con un hilo de voz, todavía seguían notándose todos esos
sentimientos.

Lo que dije. Si me veía tranquilo a mí, ella estaba más calmada también.

Vale, no quería que ella viese esa imagen, pero tenía que reconocer que el
que se hubiese transformado me tranquilizaba mucho, porque ahora estaría
bajo mi continua protección. Yo podía extender mi círculo brillante todo lo
que quisiera en un momento dado, y con eso podía proteger a quien me
apeteciese, pero mi círculo también tenía autonomía propia, y cuando se
trataba de mi manada, él solito se movía para protegerles sin que yo tuviera
que andar pendiente. Resultaba muy útil cuando estábamos peleando con los
chupasangres nómadas que venían a La Push, ya que yo podía ir a mi bola sin
tener que preocuparme de que una de esas sanguijuelas tuviera un don y
pudiese freír a uno de mis hermanos. Mi círculo se extendía a su aire y
solucionaba el problema.

Esto solamente pasaba con mis lobos, pero ahora Nessie era parte de la
manada, así que ella también estaría protegida.

Después de esa caminata aburrida y lenta, las momias y su chusma se


detuvieron al unísono.

124

No hizo falta orden ni gesto alguno, todos se pararon a la vez. Nosotros


hicimos lo mismo, y los Cullen de nuestro bando, Ryam, Helen y los
metamorfos no dimos un paso más.

Nessie pasó la pierna por encima de mi cabeza y pegó un ágil salto para
bajarse.

No te separes de mí, le repetí.

Asintió y su mano se aferró a la pelambrera de mi costado.

Ese desagradable semblante de Aro se mostraba serio y sobrio, pero no había


matiz de preocupación en él, más bien destilaba una inquietante tranquilidad
por todos los costados. Cayo ya era otro cantar. Su ceño de pelos blancos
estaba bien incrustado en esos repugnantes ojos de rata, y su careto confesaba
las molestias que esto le ocasionaba. Como siempre, el adormilado solo
estaba de cuerpo presente y parecía que todo esto le daba exactamente igual.

Todos nos quedamos a varios metros de Vladimir y Stefan y se hizo un


silencio sepulcral que se rompió al cabo de un eterno rato.

―Veo que no habéis perdido el tiempo y que habéis corrido para esconderos
bajo las faldas del Gran Lobo ―habló Stefan con un aire muy crítico y
censurador.

―Lo que no nos imaginábamos es que él iba a comer de tu mano ―soltó


Vladimir, dirigiendo su mirada a mí.

Maldito imbécil.

¡Yo no como de la mano de nadie!, protesté, dedicándole un rugido.

Aro levantó su mano para que me calmase. Y eso me ofendió en el alma,


porque daba a entender que lo que ese cretino decía era verdad. Loco
farsante. Así que me incliné y proferí un rugido mucho mayor, pero este
dedicado a ese viejo decrépito, que se giró para mirarme sorprendido
mientras sus matones se ponían en guardia.

Estúpido, ¿qué se creía?

Muy bien, Jake, aclamó Seth.

¿Pero qué se cree ese imbécil?, criticó Leah, muy ofendida.


―El Gran Lobo no sirve a nadie ―declaró Emmett en voz alta, también
enfadado―. Si estamos aquí es por obligación, no por gusto.

Eso, eso, déjaselo bien claro, Em, alabó Shubael.

Sí, a ver qué se cree ese capullo de Aro, condenó Isaac.

¡Esto es indignante!, se quejó Brady.

¡Esto es una mierda!, matizó Paul. ¡Yo digo que nos lancemos a por ellos de
una maldita vez!

El resto de mi manada también se agitó y mi mente se llenó de más protestas


con ofensa personal.

¡Bueno, vale ya!, bufé; y todos se callaron. De momento seguiremos la farsa.


Tenemos que rescatar a Bells y al resto, ¿recordáis?

Nadie dijo ni pío.

―Paz ―nos pidió Aro a mí y a Emmett. Le hizo una pequeña señal a su


guardia, la cual volvió a sus puestos de antes, y acto seguido se giró hacia
Vladimir y Stefan―. Vosotros también os habéis armado bien ―dijo,
señalando con la mano a Edward, Bella, Alice y Jasper, y a todos esos
gigantes que tenían a la espalda.

―Hemos esperado muchos siglos para esto ―le contestó Stefan, rechinando
los dientes―. No íbamos a venir con las manos vacías.

―Nuestra enemistad ha vagado durante todos estos siglos, ciertamente


―asintió Aro―. No obstante, y dada mi indulgencia, os daremos una
oportunidad de redención, siempre y cuando juréis someteros a las leyes tan
necesarias que imperan en nuestro mundo.

―No me hagas reír ―respondió Vladimir, mostrando una media sonrisa


agarrotada, muestra de que hacía mucho tiempo que esos tendones de su cara
no se movían―. No hemos venido hasta aquí para rendiros pleitesía.
―Bien, como queráis ―aceptó Aro.

El Vulturis tarado y uno de los rumanos alzaron las manos a la vez para
preparar sus ataques.

Todos mis lobos y yo nos agazapamos un poco, mostrando nuestras


dentaduras mientras gruñíamos. Nuestra postura contagió a Ryam y a Helen,
que no tenían ni idea de luchar, solamente cuatro cosas que les habíamos
enseñado anoche. Ellos también se inclinaron hacia delante, cogidos de la
mano. Teníamos que estar extremadamente atentos. Ninguno de los Cullen
del otro bando podía resultar herido.

Jake, ten cuidado…, murmuró Nessie, asustada, aferrándose a mi pelaje con


más fuerza.

Tranquila, todo saldrá bien. Tú no te despegues de mí, repetí por enésima


vez.

125

Pero, entonces, Carlisle me interpuso su brazo una vez más.

Le miré extrañado y él hizo unas negaciones con la cabeza.

¿Qué pasaba? ¿Todavía no?

De repente, ese fósil de Aro y Vladimir bajaron las manos a la vez y solo dos
vampiros saltaron a escena.

¿Qué era esto? ¿Solo dos chupasangres?

Ambos retiraron sus capuchas hacia atrás. El grandullón de Felix, que sonreía
con arrogancia, y la otra sanguijuela, que no era mucho más pequeña,
comenzaron a fintar, caminando en círculos.

¿Qué mierda es esta?, se quejó Paul.


Bueno, míralo como si estuviésemos viendo un combate de Pressing Catch en
directo, solo que a lo bestia, dijo Nathan.

No he venido hasta aquí para ver cómo se matan los unos a los otros, gruñó
mi cuñado. Ya que estoy aquí, quiero aniquilar a unos cuantos.

Tranquilo, no creo que todo sea así, declaró Sam.

Eso espero, resopló Paul. Esto es un aburrimiento.

¿Quieres callarte ya, pelmazo?, le regañé.

Idiota. Hablaba como si esto fuese una de esas luchas contra los nómadas que
teníamos todos los días en La Push.

No dije más, para no alertar a Nessie, pero esto no tenía nada que ver.
Todavía podía sentir esa maldad emanando del núcleo de la formación del
ejército de Vladimir y Stefan, y no me gustaba ni un pelo.

Ese Felix inició su ataque con un salto, aunque el otro chupasangres no se


quedó atrás. Ambos chocaron en el aire y ya se arrearon por todos los sitios.

Espero que esto no dure mucho, suspiró Cheran.

Ya te digo, siguió Rephael.

Dejad de quejaros y tomad nota, les reprendí. Nunca se sabe, igual tenemos
que enfrentarnos a ese grandullón algún día de estos, así que memorizad bien
todos sus movimientos. Ya que estamos aquí, tenemos que aprovechar.

Toda mi manada prestó atención a la lucha.

Los dos vampiros aterrizaron en el suelo, dándose a mamporrazo limpio.


Felix le propinó una patada al otro que le lanzó hacia atrás, haciendo que su
espalda se estampase en el terreno. Las almohadillas de nuestras patas
pudieron sentir la vibración del suelo, aunque antes de que terminaran, el otro
chupasangres ya se había puesto de pie para volver a fintar con el grandullón.
Emmett observaba la pelea con fastidio, se notaba que le hubiera gustado
estar en el lugar de Felix, aunque más bien me parecía que se moría por
ocupar el sitio de la otra sanguijuela. Los Vulturis y los rumanos también
atendían a la lucha con mucho interés.

El matón de Vladimir y Stefan consiguió engañar a Felix y, con un


movimiento rapidísimo, serpenteó delante de sus napias y le arreó un
puñetazo en todo el careto que a punto estuvo de arrancarle la cabeza.

Cayo rechinó los dientes.

¡Toma!, exclamó Quil.

Apuesto cinco pavos por el chupasangres de los rumanos, retó Embry.

Hecho, aceptó el primero.

¡Dejaos de apuestas! ¡Este no es el momento!, gruñí.

Jake, ¿qué vamos a hacer?, me preguntó Nessie, muy preocupada. ¿Cómo


vamos a hacer para rescatar a mis padres y a mis tíos?

Felix se recuperó rápidamente y los dos vampiros volvieron a machacarse a


golpes.

No lo sé, reconocí, apretando mis muelas con frustración. Primero tendríamos


que ver en qué desemboca todo esto y cómo sucede todo después. No
podemos planear nada sin saber qué va a pasar ni qué estrategia van a utilizar
los Vulturis.

En cuanto empiece la batalla, no mirarán para nosotros, afirmó Sam. Es más,


lo más seguro es que cuando nos deshagamos de la mayoría de chupasangres
se lancen a por nosotros para quitarnos del medio.

Los dedos de mi ángel aferraron mi pelambrera con tensión.

Sí, lo sé, suspiré con desagrado. Lo único que quieren es utilizarnos para que
les limpiemos el camino. Cuando ya no les seamos útiles nos atacarán.
Y a los Cullen también, añadió Quil. A todos los Cullen.

126

Llevan mucho tiempo detrás de ellos, no creo que desaprovechen esta


oportunidad, siguió Embry.

Nessie iba a arrancarme el pelo.

Mierda, ¿queréis cortaros un poco?, les regañé.

No, estoy bien, no os cortéis por mi culpa, manifestó Nessie. Además, todo
eso ya lo sé.

El otro chupasangres salió despedido de nuevo hacia atrás, del enorme


porrazo que le arreó Felix, y su espalda volvió a hacer que la tierra temblase.

Escuchad, sé que esos viejos decrépitos y cobardes se cubrirán las espaldas, y


los rumanos también, pero yo usaré mi poder espiritual todo lo que pueda, les
dije. Y con los gigantes lo mismo.

No os preocupéis, nos las arreglaremos como sea. Estamos acostumbrados,


¿no? Somos un equipo, estamos muy bien organizados y compenetrados.
Podremos con todos ellos.

Después de soltar esa parrafada tipo entrenador de equipo de baloncesto, mis


lobos me aclamaron con sus voces mentales.

El matón de Vladimir y Stefan no tardó nada en levantarse y embestir contra


el grandullón.

También me preocupan Ryam y Helen, confesó Nessie. Ya sé que anoche les


enseñasteis varias cosas, pero no tienen práctica, y cuatro técnicas no son
suficientes.

No te preocupes, nosotros les cubriremos las espaldas, le calmé.


Entonces, de pronto, se escuchó un alarido enorme. Felix le había arrancado
los dos brazos a la vez a la otra sanguijuela, que se había caído de rodillas y
se retorcía de dolor. El golpe mortal no se hizo esperar.

―¡NOOOOOOO! ―chilló el otro chupasangres, despavorido.

Los rumanos cerraron sus puños a la vez.

Sin ningún tipo de compasión y con una sonrisa arrogante y de desprecio


total, el gigantón le asestó una fuerte patada en la cabeza que hizo que saliese
despedida como un meteorito. El miembro chocó contra el tronco de uno de
los árboles que bordeaban la pradera y lo quebró a la mitad, de lo fuerte que
fue el impacto, a la vez que el cuerpo caía boca abajo sobre la alta hierba,
inerte.

El grandullón sacó una caja de cerillas de algún bolsillo escondido en su


capa, encendió un fósforo y lo arrojó sobre ese cuerpo de piedra, que estalló
en una llamarada. La columna de humo púrpura enseguida se hizo visible.

―Bravo, Felix, una gran pelea ―le alabó el chiflado de Aro.

―Gracias, maestro ―asintió él, ya colocándose junto a la formación.

―Esto no quedará así ―masculló Vladimir con furia.

―Rendíos, y os perdonaremos la vida ―reiteró Aro, ahora más serio―. Es la


última vez que lo repetiremos. No habrá más oportunidades.

―Pues entonces demos comienzo a esta guerra ―exigió Stefan, tensando su


careto aún más.

―Vosotros la habéis comenzado y vosotros la habéis querido ―afirmó el


viejo chiflado, haciendo como que se limpiaba las manos―. Que así sea.

Y las palabras se terminaron.

De una forma súbita, estrepitosa y vertiginosa, todos los gigantes y


chupasangres se lanzaron los unos contra los otros; un centenar de espectros
que se mezclaban entre sí como torpedos supersónicos de color gris y malva.

¡Maldita sea! Sí, incluidos Bella, Edward, Alice y Jasper.

127

¡No, maldita sea! ¡Nessie, no vayas!

―¡Noooo! ―chilló Nessie en voz alta.

¡Vamos!, le apremié a mi manada, saltando el primero hacia la batalla campal


que se había formado. ¡Tenemos que encargarnos de los Cullen! ¡Nessie, tú
no te separes de mí!

Nessie me siguió incondicionalmente, bien arrimada a mi costado, y mis


lobos obedecieron mi orden al unísono. Aunque nosotros no fuimos los
únicos, claro. Emmett, Rosalie, Carlisle y hasta la dulce Esme se lanzaron a
la pelea, seguidos de unos perdidos Ryam y Helen.

Genial. Esos dos. Casi se me olvidan.

¡Michael, Nathan, cuidad de esos dos!, les ordené mientras ya me defendía de


uno de los chupasangres que se había arrojado a por mí. ¡Nessie, detrás de ti!,
le avisé.

Por el rabillo de mi ansioso ojo vi cómo mi chica se daba la vuelta y le


arreaba una patada al vampiro con gran soltura, lanzándolo hacia atrás.

Guau.

¿Por qué nosotros?, se quejó Nathan, aunque ya estaban acatando mi orden y


se estaban dirigiendo hacia ellos para merodear a su alrededor.

¡Porque sí!, gruñí.

Erigí una barrera con mi círculo de luz brillante, de modo que Nessie y yo
nos quedamos dentro de esa burbuja protectora. Eso me hacía estar más
tranquilo, ella estaría segura.
Mi chupasangres volvió a embestirme, pero no perdí demasiado tiempo con
él, creé ese otro círculo atacante y lo extendí hacia él sin compasión. En
cuanto la elipse le tocó, este se desintegró entre gritos de horror.

Si no fuera porque los Cullen estaban repartidos por todas partes, hubiera
arrasado con todos esos vampiros en un plis. Con los gigantes no lo tenía tan
claro. Mis atónitos ojos veían cómo eran desmembrados por algunos golpes
de la lucha y sus enormes cuerpos se regeneraban al instante, volviendo a
resurgir brazos, piernas e incluso cabezas, mientras sus almas en pena
seguían aferrándose a ellos, gritando con un desgarrador dolor. No me lo
podía creer.

Los Vulturis ni siquiera habían saltado al cuadrilátero. Asquerosas momias


cobardes. Se quedaron en la retaguardia, observando toda la trifulca desde
atrás con gran interés. Bueno, menos el adormilado, claro, que debía de estar
roncando. Aro disponía de Renata para protegerle personalmente, aunque
justo delante de ellos, una fila de vampiros de su guardia se había quedado
para hacer de muro. En cambio, Vladimir y Stefan luchaban enrabietados con
todo el que se le ponía por delante.

Seguía notando ese ambiente maléfico, esa extraña maldad, pero ahora no se
encontraba en el centro. Bueno, en estos momentos no había centro, todo el
mundo se había dispersado. Sin embargo, ahora emanaba de las sombras del
bosque que nos lindaba.

¡Cuidado! ¡Ahí va Edward!, gritó Leah, que había visto cómo el mencionado
se abalanzaba hacia Enguerrand sin poder hacer nada para impedirlo, ya que
ella estaba luchando con uno de los chupasangres de Vladimir y Stefan.

Enguerrand rechinó los dientes con disconformidad. Parecía que eso de


luchar contra los Cullen no le gustase, aunque se quedó clavado en el sitio,
esperando el embiste de Edward con resignación.

Me pareció raro. Era como si el pelirrojo no estuviese muy de acuerdo con


todo esto, solo que él recibía unas órdenes que tenía que acatar.

Lo sabía. La guardia iba a pelear con quien fuera, incluidos todos nosotros.
Las promesas de Aro habían caído en saco roto, cómo no.

―¡No, papá! ―voceó Nessie, haciendo el amago de ir hacia allí.

¡Ya voy yo!, afirmó Seth, arrojándose para interponerse entre ellos.

¡No, Bella!, exclamó Sam a la vez, corriendo hacia esta para hacer lo mismo
entre ella y otro de los vampiros de la guardia de los Vulturis.

Después de esa estúpida pelea de exhibición entre ese grandullón de Felix y


el otro chupasangres, donde ambos bandos habían medido sus fuerzas con ese
absurdo protocolo, la cosa se puso fea. Todo ocurría muy rápido y estábamos
rodeados de una locura, un torbellino de diferentes peleas que se desataban a
nuestro alrededor a la velocidad de la luz.

128

Seth consiguió llegar a tiempo y se abalanzó sobre Edward. Por supuesto no


le derribó, solamente pasó por delante, rozándole con una contundencia que
hizo que se tambalease, pero eso sirvió para que la atención de Edward se
desviara hacia él y pasase olímpicamente del pelirrojo.

¡Arg! Esto resultaba realmente incómodo, maldita sea, porque visto desde
fuera parecía que estuviésemos protegiendo a esas asquerosas sanguijuelas.
Pero nada más lejos de la realidad. A quien estábamos protegiendo
precisamente era a los Cullen hipnotizados. No podíamos permitir que
luchasen contra los matones de los Vulturis. Estaban bajo la influencia de ese
algo que les tenía hipnotizados, no sabían lo que hacían, y podían resultar
muy malheridos, o peor, podían morir.

Sam hizo exactamente lo mismo con Bella, que se quedó clavada en su sitio
durante una fracción de segundo para, luego, arrojarse contra él, quien se
limitó a esquivar sus embistes ciegos.

No eran los únicos. Alice y Jasper ya estaban fintando con Quil y Embry.

Toda mi manada estaba conectada a mí telepáticamente, así que ninguno de


estos dones mentales les hacía efecto. Ni las ondas lectoras de mentes de
Edward, ni ese humo verdoso que soltaba Jasper para tranquilizar al personal.
Mientras mi círculo brillante me protegiera a mí, todos, incluida mi chica, por
supuesto, estaban bajo mi protección. Alice, la pobre, se dejaba la sesera en
intentar ver el futuro, pero no tenía nada que hacer, nosotros estábamos aquí
y todos sus esfuerzos eran inútiles. Otro cantar era el escudo de Bella. Para
deshacerlo, mi círculo de luz brillante necesitaba moverse hacia allí, pero
como esto era una pelea física y su don no le servía para nada, ni siquiera lo
había creado.

¡Cuidado, Jake!, gritó Nessie de pronto, haciendo que me fijase.

Uno de esos gigantes de más de dos metros y medio se abalanzó hacia mí sin
ningún tipo de reparo o temor, rugiéndome con fuerza en todo el careto. De
su cabeza no emanaba nada de nada, ningún sentimiento, puesto que su alma
se encontraba fuera, aferrada a su cuello con desesperación.

Gracias al aviso de Nessie fui capaz de esquivarle, aunque ella también se


tuvo que apartar y se quedó fuera del amparo de mi escudo. Antes de que nos
diese tiempo a reaccionar, alguien se interpuso en su camino.

¡Nessie!, voceé al ver cómo la Pitufina le impedía regresar a mi lado.

Los demás solamente escucharon mi rugido iracundo.

―¡Jake! ―chilló ella, tratando de acercarse.

―¿Adónde te crees que vas? ―le dijo la rubia canija, mirándole con una
sonrisa maléfica.

¡Maldita zorra, apártate de ahí!, volví a rugir, preparando mi círculo


destructor.

La Pitufina se las arregló para colocarse entre yo y Alice, a cierta distancia,


así que no podía usar mi poder espiritual para fulminarla. Si lo hacía, Alice
también sería alcanzada. ¡Maldición!
¡Quil, aleja a Alice de ahí!, le pedí.

¡No puedo, estoy acorralado!, me desveló él.

Entonces me fijé en que también estaba ocupado con otro chupasangres,


fintando con él mientras trataba a la vez de que Alice no le arrease.

Genial.

De pronto, y con la distracción, el gigante me agarró, rodeándome con sus


enormes brazos para inmovilizarme.

Me quedé a cuadros. ¿Cómo podía sujetarme? Con mi barrera ni siquiera


tendría que poder tocarme.

―¡Jake! ―exclamó Nessie, horrorizada, doblando sus rodillas para saltar


hacia mí.

Le dio tiempo a saltar, pero no pasó de ahí. Esa desgraciada de Jane brincó a
la vez y ambas chocaron en el aire, haciendo que Nessie se cayera de
espaldas en el suelo.

¡No, Nessie!

Mi rugido se vio ahogado cuando los musculosos y fuertes brazos de ese


gigante me estrangularon y me alzaron del suelo. Me revolví, intentando
morderle, lleno de cólera, pero,

¡mierda!, por más que lo intentaba, mis fauces no llegaban a sus brazos ni a
cualquier otra parte de su asqueroso cuerpo inerte, que me meneaban de aquí
para allá, asfixiándome.

¡Jake! ¡Nessie!, gritaron varios miembros de mi manada.

―¡Mierda! ―masculló Em, que ahora estaba muy ocupado intentando


deshacerse de un chupasangres muy hábil.

Carlisle se encontraba fintando con otro vampiro, Esme esquivaba los golpes
de su atacante y Rosalie peleaba con otra mujer vampiro. Los ojos de los tres,
y de Emmett, se apartaron un mínimo 129

instante de sus contrincantes para mirar mi estúpida y humillante situación.

Mis lobos se afanaban en que los Cullen hipnotizados no llegasen al objetivo


de sus ataques, que eran la guardia Vulturis. El resto de los Cullen nos habían
dejado esto a nosotros, ya que sabían que ellos no estarían a salvo de los
dones de Edward y Jasper, pero también colaboraban para que a los
miembros de su aquelarre no les tocasen ni un pelo. Mientras mis lobos
hacían su trabajo, Carlisle, Esme, Emmett y Rosalie se movían a su alrededor,
quitándoles del medio a cualquier otro chupasangres que osara atacar.

Ninguno de ellos podía ayudarme, ¡maldita sea! Y los lobos que no se


dedicaban a eso tenían bastante con luchar con los gigantes y los otros
vampiros.

―¡No! ―volvió a gritar Nessie, poniéndose de pie de nuevo. Intentó


esquivar a la rubia canija, pero esta no la dejaba en paz, parecía su maldita
sombra―. ¡Quítate de ahí! ―le chilló, apretando los puños y las muelas con
más que rabia.

―Si quieres pasar, tendrás que quitarme tú ―le provocó, siguiendo con esa
estúpida sonrisa.

La imagen de un enfrentamiento barrió su mente como un tornado.

¡Ni hablar, Nessie!, protesté a la vez que seguía zarandeándome a los lados
para zafarme de ese gigante, ahora todavía con más urgencia. ¡Aléjate de ella!
¡No se te ocurra enfrentarte a esa arpía,

¿me oyes?! ¡Yo acabaré deshaciéndome de este gigante pesado!

Mi pulsera me protege, afirmó, clavándole la mirada a la Pitufina con odio.


No podrá hacerme nada, confío en su poder.

Yo no estaba tan seguro de eso. Sabía que la pulsera era capaz de crear una
barrera, pero,

¿sería capaz de aguantar durante el tiempo necesario?

¡Da igual! ¡Físicamente es más fuerte que tú!, rebatí, nervioso.

Sí, estaba histérico, porque la película que ella se había montado cada vez
tenía más peso en su cabeza, y ese film mezclaba las escenas acontecidas en
el agujero de los Vulturis con otras imaginadas por ella, con la venganza
como protagonista.

De repente, alguien chocó con el gigante con gran estrépito y los dos, junto
con el que había embestido a mi opresor, nos caímos en el suelo. El gigante
por fin soltó mi cuerpo y aproveché para zafarme, levantándome
inmediatamente.

Mis ojos se abrieron como platos cuando vi a Ryam. Él era el que me había
librado de esa bestia.

Sin embargo, no sabía luchar, y esta vez fue a él a quien el otro gigante
apresó.

―¡Ryam! ―chilló Helen, que fintaba con otro gigante.

―¡Ryam! ―gritó Nessie también.

―¡Estoy bien! ―aseguró él.

Logró despegarse del otro gigante con gran habilidad, la verdad, pero este
enseguida volvió a acorralarle.

¡Ya estoy aquí!, anunció Michael con mucho bombo, lanzándose a por el
gigante para quitárselo de encima a Ryam.

Bien, ahora ya podía volver junto a Nessie. Llevé una pata hacia delante, sin
embargo, otro gigante se interpuso en mi camino. Iba a arrancarle la cabeza
de un solo mordisco, sabiendo de sobra que solamente me serviría para
quitármelo de encima unos segundos, segundos que eran muy valiosos,
puesto que me daban de sobra para empujar a Alice, liquidar a la Pitufina con
mi elipse atacante y ponerme junto a Nessie, pero entonces, y para mi
asombro, el alma del gigante me imploró que no lo hiciera, mostrándome ese
rostro desfigurado lleno de agonía pura y dura.

¿Qué era esto? ¿Qué demonios intentaba decirme? ¿Acaso yo no podía


arrancarle la cabeza?

¿Por qué? Bueno, mira, me daba igual, en estos momentos mi tarro solo
podía pensar en Nessie. Y

tenía que llegar a ella como fuera, antes de que la Pitufina le hiciera daño.

Me lancé sobre el gigante, aunque, vale, sí, lo reconozco, ver a ese


escalofriante espíritu implorándome con esa profunda pena me llegó al alma.
Sí, era escalofriante, y el gigante era realmente agresivo, rugía con cólera y te
clavaba esos ojos blancos con un odio que te ponía la pelambrera de punta,
pero no pude remediarlo, me daba mucha lástima, porque esos gigantes eran
manejados con otra cosa, y su verdadero yo, es decir, esas almas, no tenían la
culpa de nada, así que no le arranqué la cabeza, simplemente le esquivé, le
empujé y le tiré a un lado.

El suelo tembló cuando eso sucedió, pero antes de que me diera tiempo a
pensar en la siguiente jugada, ese, que se levantó a una velocidad digna de un
chupasangres, más otro gigante, se pusieron delante.

―¡Jake! ―exclamó Nessie, avanzando un paso para ayudarme.

Pero la canija le impidió caminar más.

130

¡Déjala en paz!, grité, harto, a la vez que fintaba con los dos gigantes y sus
almas colgantes.

―Ah, ah… ―articuló la rubia enana con un tono de negación burlesco que
me hizo rechinar los dientes―. Ya te lo he dicho, si quieres llegar a él, antes
tendrás que deshacerte de mí.

¡Maldita!, gruñí. ¡No le hagas caso!

Las imágenes de antes se presentaron en la cabeza de mi chica, pero esta vez


con más urgencia y contundencia, dejando a un lado, incluso, esa
preocupación que tenía por todos nosotros.

―¿Qué pasa? ¿Acaso no te atreves a luchar conmigo? ―azuzó la rubia


canija.

¡No le escuches!, gruñí.

―Claro que sí ―aseguró mi chica, apretando las muelas.

―Pues entonces te reto a un duelo privado ―soltó la Pitufina, alzando la


barbilla con esa arrogancia que la caracterizaba.

¡Nessie, no!, mascullé, intentando esquivar a ese par de enormes gigantes de


más de dos metros y medio. ¡Maldita sea! ¡Quitaros de ahí!, les grité a estos,
como si así me fuesen a hacer caso.

―¿Dónde? ―preguntó Nessie, mirándole con una agresividad que jamás


había visto en ella.

¡No!, protesté, saltando sobre uno de los gigantes con rabia.

Conseguí incrustar mi dentadura en su brazo, así que automáticamente tiré


con fuerza y me lo llevé de cuajo. El gigante ni siquiera emitió un murmullo
de dolor, eso sí, me metió tal empujón, que me caí de costado y fui alejado
varios metros, aunque me puse en pie ipso facto.

¡Jake!, exclamó Nessie, preocupada.

¡Estoy bien! ¡Escucha, no se te ocurra pelearte con ella, ¿me oyes?!

―Ahí, detrás de esos árboles ―la Pitufina, ignorando nuestra conversación


mental, señaló a los mismos con un movimiento de cabeza.
¡No, Nessie!, repetí, histérico.

Mientras el brazo de ese gigante ya estaba emergiendo de nuevo, el otro


coloso intentó atraparme entre los suyos, pero esta vez no me dejé enganchar.
Esquivé su aspaviento de un rápido movimiento, dejándole a mis espaldas, y
le propiné una fuerte patada con mis patas traseras, lanzándole al suelo de
morros. El terreno tembló por un instante como si anunciase un terremoto.

De repente, uno de los chupasangres de Vladimir y Stefan embistió a la


Pitufina de lado, igual que la máquina de un tren de alta velocidad,
apartándola del camino de Nessie.

¡Sí, genial!

¡Ahora quédate cerca de mí!, le dije, peleándome con el otro gigante, que ya
se me había echado encima.

¡Sí!

Nessie intentó acercarse, pero otra sanguijuela se metió por el medio.

¡Maldita sea!, gruñí.

Tranquilo, ya verás qué pronto me lo quito de encima, me calmó ella


mientras ya fintaba con él.

Bueno, pero ten cuidado.

Antes de que me diera tiempo a decir más, el vampiro se arrojó hacia ella con
violencia, pero Nessie le esquivó con un movimiento rápido y ágil, y en un
parpadeo le arreó una fuerte patada donde más duele.

―¡Maldita! ―masculló el chupasangres, doblándose hacia delante con dolor.

Nessie aprovechó ese debilitamiento de su contrincante para arrearle otra


patada, aunque el vampiro reaccionó y se incorporó para esquivar su ataque
de un salto.
Los alaridos del chupasangres que había atacado a la rubia canija no tardaron
en oírse. Esta le estaba incrustando sus rayos láser de color rojo en toda la
frente, torturándole sin piedad mientras su víctima se retorcía de dolor en ese
verde terreno. Parecía muy cabreada con él por haberle apartado de Nessie,
así que ese pobre desgraciado tenía para rato.

El gigante que yo había tirado al suelo se levantó para embestirme, sin


embargo, fue interceptado por Cheran, que con un alto salto se lo llevó por
delante y me lo quitó de encima.

Ambos cayeron sobre la alta hierba, aunque enseguida se pusieron en pie para
pelear. Ahora la atención de ese coloso se centró en mi hermano.

Gracias, tío, le agradecí.

De nada, ya me aburría, bromeó.

Aun así, todavía me quedaba este. Mi gigante llevó su enorme puño hacia mí
para incrustármelo en el cráneo, pero aparté la cabeza a tiempo y logré
engancharme a su muñeca.

Como un perro rabioso, me zarandeé mientras gruñía y le seccioné el


antebrazo, escupiéndolo a un 131

lado.

Mi chica recibió una patada en el estómago que me dolió más a mí y que la


tiró al suelo.

¡Nessie!, rugí.

¡Estoy bien!, gimió ella, aunque ya se estaba levantando, porque ese maldito
chupasangres no le daba tregua.

Estaba que echaba humo, y me abalancé al gigante con rabia para clavarle los
dientes otra vez.

Logré arrancarle el otro brazo, le empujé de un cabezazo, apartándole de mi


camino, y me lancé enseguida hacia esa asquerosa sanguijuela que ya se
dirigía a por Nessie de nuevo. Sin embargo, con un movimiento rapidísimo,
mi chica esquivó ese golpe que tenía preparado para ella y, como si de un
duelo de la edad media se tratase, fue ella la que le golpeó, aprovechando la
misma inercia del ataque de su contrincante. La cabeza del chupasangres
salió despedida, parecía un balón de fútbol americano cuando anotan.

Tu parienta sabe defenderse muy bien, rio Embry.

Estaba luchando con uno de los vampiros de Vladimir y Stefan, muy cerca de
estos, por cierto, los cuales lo estaban haciendo con Felix y Demetri.

Vladimir fintaba con el gigantón de Felix, que estudiaba todos sus


movimientos con meticulosidad. En cambio, Stefan y Demetri tenían una
lucha encarnizada consistente en golpes, golpes y más golpes. Aro, Cayo y el
adormilado de Marco observaban todo detrás de su barrera protectora,
apretando los dientes cada vez que Vladimir o Stefan ganaban un punto.

Me acerqué a Nessie por fin y le metí el hocico por la cara para comprobar su
estado.

¿Estás bien?, inquirí, oliéndole con nerviosismo.

Sí, sonrió ella, posando su frente sobre la mía peluda a la vez que metía sus
delicadas manos entre el pelaje de los costados de mi cara.

Después, me dio un beso tan dulce, que casi se me olvida dónde estábamos.
Si no fuera porque estaba en mi forma lobuna, le habría arreado un buen
beso.

¡Jake, esto se pone feo!, me anunció Leah. ¡Como nos imaginábamos, la


guardia de los Vulturis ya empieza a atacarnos!

Mis ojos se desviaron hacia allí durante un mínimo instante, no querían dejar
a Nessie.

―¡Traidores! ―gritó Emmett, que ya estaba fintando con uno de los matones
de los Vulturis.

Rosalie ya estaba peleando con esa tal Chelsea, aunque Esme y Carlisle
todavía lo hacían con miembros del ejército de los rumanos.

Malditos… Ya habían tardado demasiado.

Me fijé en Aro de nuevo. El muy cínico ahora sonreía abiertamente. Sentí la


urgente necesidad de volar hacia allí para liquidar a esos tres de una vez por
todas.

¡Jake, mi familia!, me avisó Nessie de repente.

Mi cabeza se giró súbitamente. Edward, Bella, Alice y Jasper se lanzaron


hacia nosotros con saña, clavándonos esos ojos de color escarlata que me
daban escalofríos. Ver esos iris en ellos resultaba demasiado impactante.

¡Mierda!, mascullé.

¡Jake, no sé qué ha pasado!, declaró Quil, que se encontraba luchando con


Embry en su forma humana. Bueno, no era Embry, claro, era ese asqueroso
bastardo de Zhou, que estaba imitando su forma de un modo un tanto burlón
mientras el propio Embry, el de verdad, soltaba todo tipo de insultos en su
mente. ¡Estábamos protegiéndoles, todo iba muy bien, pero de pronto se han
escapado hacia allí los cuatro a la vez!

Embry dejó de soltar sus pestes momentáneamente para hablar.

¡Es como si hubiesen recibido una orden o algo!

Sí, estaba claro que eran manejados por eso maléfico que flotaba en el
ambiente, lo intuía, lo sentía.

Todos mis hermanos de manada, los Cullen de nuestro bando e incluso Ryam
y Helen estaban luchando con los gigantes y con diferentes chupasangres,
unos de la guardia de esos viejos decrépitos de los Vulturis y otros del
ejército de los rumanos, de los cuales cada vez quedaban menos, aunque
seguían siendo muy numerosos.

¡Mierda, mierda!

Bella, Edward, Alice y Jasper llegaron en cuanto Embry pensó la última


palabra.

¡No te separes de mí!, le dije a Nessie, empujándola hacia atrás para que se
quedase en mi retaguardia.

¡¿Qué vamos a hacer?!, preguntó ella, ansiosa.

132

No me dio tiempo a contestarle. Mientras fintaba con los cuatro vampiros


miembros de mi familia, noté un zumbido a mis espaldas que no me gustó ni
un pelo.

¡No, maldita bruja!, rugí al ver que la canija había aprovechado para separar a
Nessie de mí una vez más.

Edward no perdió el tiempo. Al ver mi mínima distracción, se abalanzó sobre


mí para atacarme.

Menos mal que mi vista periférica es bastante buena y pude esquivarle. Eso
sí, por culpa de ese movimiento no pude evitar ser rodeado por los cuatro.

―¡Apártate de ahí! ―gritó Nessie, iracunda.

―Ya te lo he dicho ―habló esa pesada de Jane―. Nunca llegarás a tu lobo si


no te enfrentas conmigo.

¡No, Nessie!, protesté.

Pero ya no pude decir más.

―¡Maldita furcia! ¡Ya me tienes harta! ―gritó Nessie, colérica,


abalanzándose sobre ella.
¡NO!, rugí.

La Pitufina también se arrojó hacia ella y ambas chocaron con fuerza,


cayéndose de espaldas en el suelo.

¡Nessie!, grité, esquivando otro embate de Bella.

Sin embargo, mi chica estaba muy decidida a terminar con esto que ya había
empezado.

¡Mierda, maldita sea! No podía utilizar mi voz de Alfa para detenerla, Nessie
ya no podría defenderse y esa bruja de Jane se aprovecharía de eso para
hacerla daño. Y tampoco podía deshacerme de Bella, Edward, Alice y Jasper
así como así. Si fueran otros vampiros, me arrojaría sobre ellos, llevándome
de cuajo todo lo que pudiese, pero, ¡mierda! a ellos no podía hacerles daño.

Las dos se levantaron del terreno con prisas. La canija no perdió el tiempo y
enseguida entornó los ojos para lanzar sus rayos rojos.

¡No, Nessie!, me revolví, intentando esquivar a Jasper, que no me dejaba, el


muy idiota.

¡Tranquilo, la pulsera me protege!, me calmó ella.

Iba a extender mi círculo de luz brillante con precipitación ―esa burbuja


protectora que no haría ningún daño a los Cullen, eso sí, ellos también
estarían dentro, aunque no había ningún problema, lo único que podía pasar
era que Edward me leyera la mente durante un rato y que Jasper me sedara
con su don de relajación―, pero, como dijo Nessie, la pulsera se me
adelantó.

El aro de cuero latió una sola vez e instantáneamente erigió una barrera
alrededor de Nessie, de modo que los rayos rojos de la canija chocaron con su
cristal invisible y no llegaron a tocar a mi chica.

¿Lo ves?, recalcó.


La Pitufina incrustó las cejas en los ojos.

―Maldita… ―masculló, apretando los dientes―. Te reto a una pelea,


¡ahora! ―gritó de pronto.

¡No, Nessie!

Alice y Bella se interpusieron en mi camino de nuevo.

―¡Acepto! ―asintió ella de una forma totalmente impulsiva, machacando las


muelas con ira.

¡No!, volví a protestar.

¡Confía en mí, por favor!, me pidió mientras ya echaba a andar hacia los
árboles con presteza.

¡Cuida de mi familia, yo confío en ti! ¡Vendré enseguida!

La Pitufina sonrió con malicia y comenzó a seguirla.

¡No lo hagas, Nessie!, le rogué.

Tengo que hacerlo, esto ya es una cuestión de honor, alegó, esquivando a las
diferentes peleas de su alrededor.

¡Déjate de honor! ¡Nessie! ¡Nessie!

Pero ya no me escuchó. Su mente estaba demasiado enfrascada, enturbiada


por ese odio y esa ira que la dominaba.

¡No, maldita sea! Tenía que deshacerme de los Cullen como fuera para
impedir esa estúpida pelea.

―Diviértete, querida ―le sonrió ese hipócrita de Aro a Jane cuando las vio
desviarse hacia los árboles.

¡Hijo de mala madre! ¡Tú sabías de todo esto desde el principio!, rugí con
cólera. ¡Sabías de las intenciones de Jane!

Lo que no entendía era por qué permitía esto. Tal vez era una manera de
quitarse del medio a Nessie, no lo sé. Quizá la profecía ya no se cumplía del
todo si la mujer única desaparecía del mapa.

133

Un estremecimiento me recorrió de la cabeza a las patas solo de pensar en


que le pudiese ocurrir algo a Nessie.

¡Nessie! ¡Nessie, vuelve! ¡Puede que sea una trampa!, chillé en mi mente.

Pero las dos atravesaron los árboles y la perdí de vista.

134

Honor

(PARÉNTESIS)

RENESMEE

Jake todavía me imploraba que volviese a su lado, pero ya no había vuelta


atrás. Me moría por regresar junto a él, verle así de preocupado se me clavaba
en el corazón, y también sentía esa pulsión de acudir corriendo para ayudarle
y protegerle, aunque sabía de sobra que él no necesitaba mi protección, pero
no podía permitir que Jane se saliese con la suya. Como me acababa de decir
Jacob, ya sabía que esto podía ser una trampa, sin embargo, aunque quisiese
estar junto a él, esa arpía no iba a dejarme, ella quería luchar conmigo y no
iba a parar hasta conseguirlo, si no era aquí, era en la misma batalla, como
había quedado demostrado, y eso distraería a Jake, era peligroso. Tenía que
quitármela de encima, y, bueno, para ser sincera del todo, sentía unas ganas
enormes de vengarme por osar a toquetear a Jacob.

Este último pensamiento hizo que me rechinasen los dientes de nuevo.

Ya no me molestaba el toqueteo en sí, aunque eso también me ofendía en el


alma, sino el matiz de autoridad y superioridad con que lo hacía. ¿Quién se
creía que era para tocar a nadie sin su permiso? Encima, sabía que él estaba
casado, y ella seguía y seguía insistiendo, seguía con sus acosos, porque esto
ya era un acoso puro y duro. ¿Qué pasaba? ¿Es que no podía aceptar que un
no es un no? ¿No podía aceptar que él no quisiese que le tocase? ¿Que,
además, él estuviese casado?

¿Es que nuestro matrimonio no tenía validez para ella? Me sacaba de quicio,
me llenaba de rabia e ira, porque eso demostraba que los Vulturis y sus
súbditos seguían teniendo esos estúpidos prejuicios hacia nosotros solo
porque yo era mitad vampiro y Jacob era mitad lobo. Eso me parecía fatal y
me dolía como si me clavasen una daga, porque no entendían nada. No
comprendían que Jacob y yo nos amábamos con toda el alma, que estábamos
locamente enamorados y que eso era lo único que nos importaba. ¡Pero ella
era una cínica, una hipócrita! Jane era un vampiro completo,

¿es que ya no le parecía mal si se trababa de ella? ¿Qué es lo que pretendía


realmente? Siempre me había preguntado eso. ¿Qué se proponía con todo
esto? ¿Acaso quería algo con Jacob? ¿Era eso? No entendía nada. Eso sin
contar la falta de respeto que me mostraba a mí. Era como si yo no existiese
para ella, como si yo no pintase nada. ¡¿Pero quién se creía que era?! Me
faltaba al respeto, y esto ya era una cuestión de honor. Mi honor, pero
también el de Jacob, porque también le faltaba al respeto a él.

¡Nessie, vuelve!, gritó Jake de nuevo, con nerviosismo.

Estaré bien, no te preocupes por mí. La pulsera me protege, le calmé.

¡Da igual! ¡Ella sigue siendo más fuerte! ¡Maldita sea, Nessie, vuelve aquí!

Mi corazón se congelaba cada vez que le escuchaba, sin embargo, tenía que
hacer esto, lo necesitaba. No sabía qué pretendía exactamente Jane, qué
verdaderas intenciones tenía con Jacob, pero estaba claro que quería algo, y
tenía que dejarle las cosas claras de una vez por todas, cortar esto de raíz,
pararle los pies definitivamente.

Mi pulsera vibraba, ansiosa y rabiosa. Sentía lo mismo que yo, pero también
me advertía del peligro.

Caminamos unos cuantos metros más entre los árboles, hasta que ella habló.

―¿Te parece bien aquí? ―me preguntó, parándose.

Como si mi respuesta le importase algo.

―Me parece perfecto ―acepté, quitándome la mochila y tirándola a un lado


para quedarme frente a ella.

Los pensamientos de Jake me dejaron ver cómo tomaba la determinación de


no seguir insistiéndome, ya que sabía que yo no iba a hacerle caso, pues me
veía muy decidida, y cómo comenzaba a pensar en algún plan para librarse de
mis padres y tíos sin hacerles daño, con el fin de venir a buscarme.

135

―Estas son las reglas ―siguió Jane, mirándome con esa mirada petulante y
arrogante―. Se permite todo, excepto los trucos baratos de… magia. ―Y su
cabeza señaló a mi pulsera con desdén.

Noté cómo mi aro de cuero se ofendía, casi la gruñía.

―No sabía que hubiesen reglas para esto ―le respondí, usando el mismo
tono arrogante mientras también levantaba la barbilla con encopetamiento.

Yo también podía alzar la cabeza así.

―Esto es un duelo formal, querida ―me contestó.

―Entonces yo también pondré otra regla ―dije, siguiendo con esa


chulería―. Nada de usar tu don. Esto será un combate de cuerpo a cuerpo. Si
lo utilizas, mi pulsera reaccionará y lo bloqueará, ya te aviso.

Su boca se torció en una mueca de sorna, como si viese demasiado fácil su


victoria.
No pude evitar que me rechinasen los dientes. Canija presumida. Puede que
yo no fuese tan fuerte como ella, ni siquiera en mi estado de casi vampiro,
pero mi padre y Jasper me habían enseñado muchas técnicas de combate, así
como de autodefensa. Además, en una lucha era más importante usar el
intelecto que la fuerza física.

―De acuerdo ―asintió.

―Bien. ―Tensé todos mis músculos y me agazapé para preparar mi ataque,


esperando a que ella hiciera lo mismo.

―Espera, hay algo más ―me paró.

Me erguí un poco, aunque seguí algo inclinada, por si era una trampa.

―¿Más? ¿Más reglas? ―inquirí, frunciendo el ceño con cansancio.

Ya me moría de ganas de empezar.

―La que gane se quedará con él ―espetó.

Tardé cerca de un minuto en asimilar esas palabras.

―¿Cómo dices? ―Fue lo único que pude decir, eso sí, con indignación.

―Si vences tú, él será tuyo. Si venzo yo, será mío.

¡¿Pero qué estaba diciendo?!

―¿Crees que voy a apostar a mi marido? ―reprobé, enfadada―. ¿Es que


crees que es un objeto que se puede apostar? Escúchame bien, enana
estúpida, él es mío, ya es mío, ¿entiendes? Él me quiere a mí, está enamorado
de mí, está CASADO conmigo ―solté, voceando esa palabra para que le
quedase bien clara―. No hay apuestas que valgan, él no es negociable.

―¿Acaso tienes miedo de perder? ―sonrió con petulancia.

―Claro que no ―aseguré con firmeza―. Pero no se trata de eso, ¿es que no
me has oído?

―Sí, puede que ahora esté casado contigo, pero tu muerte terminará con ese
matrimonio ―aseguró, continuando con la misma expresión en la cara.

Mis manos se cerraron en puños.

―Nos hemos prometido hasta más allá de la muerte ―le revelé―. Nuestro
vínculo es tan extremadamente fuerte e irrompible, que ni siquiera la muerte
puede separarnos. Nuestros espíritus siempre estarán juntos, siempre lo han
estado y siempre lo estarán, para siempre.

―Eso suponiendo que exista un más allá ―cuestionó.

―Lo hay ―afirmé, muy segura.

Lo estaba. Yo misma había sentido el espíritu de Jacob cuando el licántropo


le había mordido y había caído en coma, yo misma sentía su espíritu, su alma,
uniéndose a la mía cuando hacíamos el amor; ese mundo espiritual no era
nada nuevo ni desconocido para mí, y nuestras almas habían nacido para
moverse juntas, en este mundo y en el otro.

―Está bien, no importa, supongamos que exista. Mientras tú estés muerta y


él siga vivo, no estaréis juntos ―debatió, curvando más su labio con una
altanería que me sacaba de quicio―. Y yo me encargaré de que eso sea así
cuando todo esto termine y le atrapemos.

Nuestras sospechas se habían visto confirmadas cuando la guardia de los


Vulturis había empezado a ir a por nosotros, pero esto ya lo dejaba claro del
todo. Por supuesto querían terminar con Vladimir y Stefan, debían de
resultarles lo suficientemente peligrosos, sin embargo, estaba claro que no
iban a dejar pasar la ocasión de deshacerse de todos nosotros. Nos habían
chantajeado con mis padres y mis tíos para utilizarnos, para terminar con los
rumanos, sabiendo que nosotros no podríamos negarnos, y ahora que les
habíamos facilitado esa tarea querían quitarnos del medio.

Lo que no entendía era por qué querían atrapar a Jacob y no querían matarle a
él también. Tuve que respirar bien hondo para que mi corazón no sufriese un
pinchazo mayor, porque tan solo pensar en esa palabra relacionada con Jake
hacía que me temblasen las piernas. Pero, al parecer, 136

esa no era la intención de los Vulturis, sino llevárselo a Volterra. ¿Por qué?

Podía sentir a Jacob escuchando todos mis pensamientos con suma atención,
a toda la manada.

Mientras seguían pensando y oyendo las demás mentes simultáneamente,


todas las órdenes, advertencias, etcétera ―al igual que yo―, permanecían en
una especie de silencio, escuchándome a la vez, como si hubiese una burbuja
dentro de esa dinámica alocada y vertiginosa a la que yo no estaba tan
acostumbrada.

―¿Por qué queréis llevároslo? ―quise saber, siguiendo el hilo de mis


pensamientos.

―Eso no tienes por qué saberlo ―me contestó con esa arrogancia suya―. Lo
único que tienes que saber es que, cuando le atrapemos, él será mío.

Mis muelas crujieron. De eso ni hablar.

―Él no será tuyo nunca. Además, para eso primero tenéis que conseguirlo, y
ya te aviso de que os resultará imposible. Él terminará con todos vosotros
antes ―manifesté con seguridad y orgullo.

―Créeme, lo conseguiremos; y él acatará todas nuestras órdenes ―declaró


con una confianza que me heló el alma. ¿Por qué estaba tan segura?―. Y
cuando le atrapemos, Aro deja que me lo quede. Ahora puede que sea tuyo,
pero cuando te mate, me lo quedaré yo.

Rechiné los dientes con más que rabia. No podía creerme las barbaridades
que mis oídos estaban escuchando. Hablaba de Jacob como si él fuera un
animal que se puede poseer.

―Él es mío, pero no del modo en que lo ves tú, no como algo material
―rebatí, ofendida―. Las personas no se pueden poseer, no pertenecen a
nadie de ese modo, y tú lo quieres para ti como si se tratase de un objeto o un
perro. ―Los dientes me rechinaron de nuevo al pronunciar el último vocablo.

La sonrisa se le borró de la cara, la cual se llenó de tensión.

―Él me gusta, lo quiero para mí y será mío ―afirmó con rabia―. Cuando tú
desaparezcas, ya no habrá ningún obstáculo entre nosotros.

Estaba loca, loca perdida. ¿No veía que él no quería nada con ella? ¿Que él
estaba enamorado de mí? ¿No veía que no podía tenerle?

―Él jamás será tuyo, lunática ―escupí con ira contenida.

―Eso ya lo veremos ―me respondió, entornando sus ojos rojos, irritada―.


Con tu muerte, la profecía se paralizará y el Gran Lobo se hará más
vulnerable, ya no tendrá tanto poder. Yo haré que termine fijándose en mí,
que termine rindiéndose y siendo dócil, solo necesita recibir cierta…

domesticación y aprendizaje.

―¡¿Domesticación?! ―Mis muelas ya no podían estar más juntas y mi voz


iracunda me raspó la garganta―. ¿Crees que puedes… domesticarle para que
te ame? ―La palabra volvió a lijar mi faringe.

Ahora sí que no aguantaba más.

¡¿Qué está pasando por ahí, Nessie?!, me preguntó Jake, que, sin duda, seguía
escuchado mis pensamientos.

Estaba realmente nervioso por mi situación, y sus ojos me mostraban que


todavía seguía fintando y esquivando los embistes de mis padres y mis tíos.
Su mente me dejaba ver que ya empezaba a perder la paciencia.

―Obedecerá a todo lo que le diga, hará todo lo que le pida, y acabará


amándome ―aseguró―.

Yo le enseñaré a hacerlo.
¡Uf! Esto ya me superaba.

―El amor no se puede enseñar, no se puede comprar ―afirmé con la voz


más acerada―. No puedes obligar a nadie a que te quiera. Además, ¿crees
que Aro permitirá todos tus planes? Eres más estúpida de lo que creía.

―Yo lo haré, haré que sea mío ―aseguró, alzando la barbilla―. Y Aro ya
me lo ha prometido.

El Gran Lobo será mi recompensa por tantos años de fiel servicio.

―Eso ya lo veremos ―gruñí, agazapándome más.

Su labio se curvó en una media sonrisa arrogante. Se desató el cordón que


abrochaba su capa casi negra, se la quitó, la tiró a un lado y acto seguido se
agazapó frente a mí.

Ninguna esperó más.

¡Nessie, ¿qué está pasando?!, repitió Jake.

Pero no pude ni pensar para contestarle.

Jane y yo chocamos cuando nos embestimos la una a la otra, y ambas salimos


despedidas de espaldas. Mi embate fue un poco menor que el suyo, así que
ella se cayó de pie sin ningún problema, pero yo tuve que apoyar mi mano en
el terreno para no caerme hacia atrás. Aun así, conseguí 137

guardar el equilibrio sin tener que quitarle la vista de encima.

¡No, Nessie!, gritó mi chico cuando vio a través de mis ojos.

Esa arpía no tardó en abalanzarse sobre mí de nuevo, aunque ya la esperaba,


por supuesto.

Con una carrera vertiginosa, dio varias piruetas mortales en el suelo, como si
de una gimnasta se tratase, y terminó la última llevando sus pies por delante
para embestirme con saña. Conseguí esquivarla con facilidad, sus piruetas no
me impresionaron para nada. Salté como un muelle antes de que las plantas
de sus zapatos llegasen a incrustárseme en la cara y me enganché a la rama de
un árbol.

Pero ella era rápida.

Antes de que me diese tiempo ni a respirar, se enganchó a otra rama y se


balanceó para arrojarse hacia mí. Yo no fui menos. Tomé impulso de igual
forma y las dos nos soltamos, volando la una hacia la otra.

Nos estampamos en el aire y allí mismo comenzamos un baile macabro


consistente en puñetazos y golpes fuertes. Con mi percepción de casi vampiro
todo lo que sucedía alrededor parecía ir a cámara lenta. No me fijé, puesto
que mis ojos estaban clavados en ella, pero pude escuchar el zumbido que
atravesaba las alas de un ave rapaz que planeaba sobre nosotras, el correteo
de una ardilla que escalaba por la corteza de un árbol e incluso cómo un ratón
roía lo que quedaba del piñón caído de uno de los pinos. Mientras todo esto
sucedía, nosotras ya nos habíamos golpeado multitud de veces durante el
descenso de nuestro salto.

Y continuamos haciéndolo una vez que aterrizamos.

Jane era más fuerte que yo, sin duda, pero tenía que reconocer que mis
reflejos no tenían nada que envidiar a los de cualquier otro vampiro
completo. Conseguía esquivar casi todos sus ataques.

Casi, porque algún que otro puñetazo llegaba a impactar sobre mi cuerpo.
Uno de ellos logró darme en el estómago. Mi abdomen era más duro, debido
a mi transformación, pero me dolió como si me hubiesen golpeado con una
roca lanzada por un cañón. Si no llega a ser porque mis latidos se habían
ralentizado y mis bronquios apenas trabajaban, me hubiese quedado sin
respiración.

Sin embargo, algunos de mis puñetazos también conseguían dar en el blanco,


haciendo que ella rechinase los dientes con rabia. No era tan fácil pelear
conmigo como se imaginaba.
Giré sobre mi misma a una velocidad ultrasónica, incluso para mí, y de una
forma totalmente imprevisible le arreé una patada en la cara con todas mis
ganas. Mi jugada le había tomado por sorpresa. Se cayó en el suelo, aunque
pronto se recompuso. Me siseó, cabreada, y se levantó con precipitación para
embestirme de nuevo.

―¡Él será mío! ―gritó mientras saltaba con la pierna por delante.

―¡Ni lo sueñes! ―repliqué, haciendo lo mismo.

Ambas nos golpeamos en el estómago y salimos despedidas hacia atrás, del


fuerte impacto.

Nuestras espaldas chocaron con los troncos de unos árboles, que se


quebraron. El estruendo y crujido fue tan estrepitoso, que hizo eco en las
montañas cercanas, provocando que las aves que habitaban en esa zona se
alertasen y saliesen espantadas.

¡Nessie, ¿qué ha pasado?!, preguntó Jacob, histérico.

¡Un golpe de la lucha, nada más! ¡Estoy bien!, le respondí para tranquilizarle
un poco, aunque sabía que eso iba a ser imposible.

Mi pulsera no hacía más que vibrar, ansiosa y nerviosa, para que yo le dejase
actuar.

Volvimos a saltar para subirnos a las ramas de esos robles, aunque esta vez
nos pusimos de pie, sobre ellas. Comenzamos otra danza que resultaba de los
saltos entre el ramaje, en un avance veloz y potente, hasta que llegamos a
encontrarnos una vez más.

Brinqué de mi rama y me arrojé hacia ella para propinarle otra patada, pero
mi pierna no llegó a golpearla, ya que se agachó con agilidad y mi golpe lo
recibió otra rama, que se quebró y salió despedida en tropecientas astillas.

Esa arpía de Jane arrancó otra rama y comenzó a moverla para golpearme,
agitándola en el aire con una rabia que hacía que el viento zumbase iracundo
cada vez que pasaba junto a mis oídos cuando yo la esquivaba.

Sin embargo, no era fácil. En uno de mis esquivos, vi cómo la rama cambiaba
de rumbo súbitamente y se dirigía a mi cara con la velocidad digna de un
meteorito. Gracias a mis reflejos, logré agacharme a tiempo y la rama se
estampó en el tronco de mi árbol. El impacto fue tan fuerte, que el delgado
tronco se quebró en dos. Tuve que saltar a otra rama para que la parte
superior del roble no se me cayese encima.

Entonces, de repente, sentí un fuerte impacto en mi espalda. No solo escuché


el crujido de mis 138

vértebras, sino que sentí un dolor punzante y agudo que ahora sí que me dejó
sin respiración del todo.

El quejido de mi columna vertebral no fue lo único que los sobrecogió. Pude


sentir cómo mi dolor se clavaba en cada uno de los miembros de la manada,
en el mismo sitio, como si ellos también hubiesen tenido ese golpe. Todos
gimieron en voz alta.

¡NESSIE!, gritó Jake, colérico.

¡Nessie!, chillaron también los demás.

Mi organismo seguía siendo un poco humano, no era de mármol como el de


un vampiro completo, así que mis piernas pasaron a ser de trapo y mi cuerpo
se desplomó hacia abajo en una caída vertiginosa que terminó cuando aterricé
en ese mullido terreno.

Conseguí alzar mi torso un poco, apoyando mis codos, y traté de moverme,


pero no notaba las piernas. Además, comenzaba a sentirme débil, la lucha
había sido muy intensa y necesitaba sangre.

Iba a reptar con la ayuda de mis brazos, en un intento desesperado de


alejarme de allí, sin embargo, no pude llegar muy lejos.

Los pies de Jane se plantaron justo delante de mis ojos en cuanto se bajó del
árbol con un salto.

Mi pulsera vibraba sin parar, gruñéndola.

―No te preocupes, tu muerte te salvará de la silla de ruedas ―escuché que


decía Jane, y por su tono de voz, sonreía con satisfacción.

¡Perdóname Jazz!, dijo Jacob con una voz frenética.

Y acto seguido pude ver a través de los ojos de mi lobo cómo mi tío era
despojado del brazo que iba a golpearle, profiriendo un alarido que se
escuchó en todo el bosque. Eso sirvió para que quedase un hueco y él lo
atravesara a toda velocidad, dirigiéndose hacia aquí.

¡NESSIE!, rugió.

―Me encanta su piel. Es ardiente, y extremadamente suave ―afirmó esa


bruja, continuando con esa sonrisa.

Rechiné los dientes con más que cólera, porque solo recordar que sus sucias
manos habían osado a tocarle, hacía que la ira tomase todo mi cuerpo.

―¡Zorra! ―grité con ira.

―Me pregunto cómo será cuando la sienta por todo mi cuerpo ―siguió.

No. Jamás. Jamás le tocaría ni un solo pelo más. ¡JAMÁS! Tenía que luchar,
por él. Pelearía por él hasta la muerte, con quien fuera, como fuera.

En ese momento la cólera tomó todo mi cuerpo, pero también a mi aro de


cuero, que comenzó a emitir unos zumbidos extraños. Me recordaba a ese
sistema de comunicación que tienen las hormigas cuando hacen golpear sus
abdómenes en el suelo para enviarse mensajes.

Entonces, de pronto, vi una luz brillante que se dirigía hacia mí a gran


velocidad y que salía del campo de batalla. Era dorada y su brillo era muy
intenso, cegador. Sin darme tiempo a pestañear, la luz se incrustó en la
pulsera, igual que si un diminuto meteorito hubiera caído sobre ella, y la
pulsera explotó en una radiación de rayos tan brillantes como los del sol.

Mi muñeca empezó a iluminarse por dentro, como si tuviera una luz por
debajo de mi piel. Jane no parecía poder ver esto, ya que seguía sonriendo
con malicia y ya estaba comenzando a elevar su brazo para asestarme el
golpe final. La luz empezó a extenderse por todo mi brazo a la velocidad del
mismísimo sonido y, cuando me di cuenta, todo mi cuerpo estaba lleno de
luz.

No era el momento, desde luego, pero era inevitable. Sentí un conocido


placer, inmenso, mágico, infinito… Era el poder espiritual de Jake, y este me
recorrió entera. No jadeé de milagro. Duró muy poco, debido a la vertiginosa
velocidad con que lo hizo, pero acto seguido noté cómo mis vértebras
recobraban su vida, cómo mis piernas volvían a tener sensibilidad, y cómo mi
organismo se llenaba de energía.

Sentí el alivio de Jake, aunque momentáneo. Todavía no sabía manejar bien


todo su poder espiritual, pero su experimento había funcionado.

Cuando la luz terminó su trabajo, la pulsera la absorbió de nuevo y mi piel


recuperó su color normal.

Reaccioné a tiempo.

Antes de que el puño de esa arpía llegase a mi cabeza para machacar mi


cráneo, rodé en el suelo y conseguí esquivarlo, poniéndome en pie
inmediatamente.

¡Bien, Nessie!, aclamó Jacob. ¡Ya estoy ahí!

Toda la manada se alivió.

Sus nudillos se clavaron en el terreno, hundiéndose en esa húmeda tierra y la


vampiro se alzó 139

con precipitación y sorpresa. Esa rubia canija, como la llamaba Jacob, se


quedó con los ojos como platos.
―¿Qué es esto? ―musitó, mostrándome su dentadura en señal de
perplejidad.

―Soy la mujer del Gran Lobo. Siempre estaré protegida ―le revelé,
orgullosa.

―¡Maldita! ―gritó, rabiada.

Entornó sus ojos encarnados y, gracias al poder espiritual de Jake y la


conexión telepática, pude ver cómo salían sus rayos rojos hacia mí.

No llegaron muy lejos. Mi aro de cuero vibró una sola vez y erigió su barrera,
haciendo que los rayos chocasen contra ella y se deshicieran como si fuesen
un simple humo.

―¡No! ―gritó con furia, abalanzándose sobre mí de nuevo.

En ese momento, mi colosal lobo rojizo apareció entre los árboles.

¡Ni lo sueñes!, voceó él, soltando su luz brillante. ¡Nessie, apártate!

Así lo hice. Aprovechando la distracción de Jane al ver a Jacob, pegué un alto


salto y me encaramé a una rama, dejándole pista libre a mi lobo rojizo.

El círculo de luz brillante se extendió a una velocidad ultrasónica, iluminando


todo lo que tocaba a su paso, hasta que llegó a Jane.

Jake y yo ya empezábamos a reírnos de una forma un tanto sombría, pero,


entonces, nuestras sonrisas se cortaron y fueron nuestros ojos los que se
abrieron como platos.

La luz brillante se repartió alrededor de Jane, como si hubieran hecho un


cortafuegos a su alrededor, quedándose ella dentro, totalmente ilesa.

¡¿Pero qué demonios pasa?!, se preguntó Jacob.

El labio de Jane se curvó hacia arriba con esa arrogancia que me sacaba de
quicio y acto seguido aparecieron mis padres y mis tíos ―Jasper sin su
brazo―, junto a los tres Vulturis y parte de su séquito.

(FIN DEL PARÉNTESIS)

140

Cuando creías que ya no iba a

pasar algo peor, va y sucede

No me lo podía creer, ¿cómo es que mi elipse brillante no había funcionado?


¿Y por qué venían Bella y los otros junto con los Vulturis? Esto olía muy
mal. Además, esa energía maléfica que había sentido desde que habíamos
llegado aquí, ahora la sentía mucho más fuerte, más cerca, inmediata, y eso
no me gustaba ni un pelo.

Retraje mi agresivo y destructor círculo de luz brillante, dejando de emitirlo,


corrí sin pensármelo dos veces y me planté junto al árbol en el que Nessie
estaba encaramada, llevando mi barrera protectora conmigo. Ella soltó la
rama y cayó justo a mi lado, entrando en esa burbuja luminosa con facilidad.
Aquí no podían hacernos nada. Bueno, eso creía, claro, porque visto lo
visto…

¿Estás bien?, le pregunté, metiéndole el hocico por el rostro ansiosamente


para comprobar su estado.

Todavía me quedaba algo del shock de antes, por la rotura de su columna


vertebral. Casi me da un infarto. Menos mal que la pulsera me indicó que mi
poder espiritual podía curarla y se me ocurrió probar. Bueno, y menos mal
que supe cómo mandárselo, porque todavía no controlaba muy bien esto.

Sí, no te preocupes. Estoy perfectamente, me contestó, metiendo sus manos


entre el pelaje de mi cara mientras su frente se pegaba a la mía. Ni siquiera
tengo sed.

Sí, claro, mi poder espiritual la había llenado de energía.


Bien, respiré aliviado.

No había tiempo para más preguntas ni arrumacos, la rubia canija seguía ahí
y los Vulturis habían terminado de llegar junto con los Cullen hipnotizados.
En un santiamén, nos vimos rodeados por todos ellos, excepto por esas
momias cobardes, que se quedaron fuera del corrillo, a la retaguardia, y
Renata, que protegía a Aro. Nessie aferró su mano a mi pelaje y nos
quedamos en posición de alerta.

No pude evitar que la rabia invadiese todo mi cuerpo. No podía dejar de


mirar a Bella y a los otros. Esos semblantes inexpresivos, muertos,
apagados… Pero lo peor de todo eran esos ojos de color carmesí que me
daban escalofríos, porque en ellos eran demasiado extraños. Sí, vale, ya había
visto a Bella con los ojos rojos cuando era neófita, sin embargo, ahora era
distinto. Esos iris eran escarlata por otra razón muy distinta, y eso me
quemaba por dentro.

Nessie se aferró más fuerte al ver mi pensamiento. Ella sentía lo mismo.

No te despegues de mí, le dije.

Sí, obedeció, todavía afectada.

¿Cómo van las cosas por ahí, Leah?, quise saber mientras vigilaba el
panorama.

Stefan y Vladimir han huido, y los chupasangres de su ejército que quedaban


también, pero parte de la guardia Vulturis ha ido tras ellos, desveló. Ahora
estamos luchando con los gigantes y con la guardia de los Vulturis que se ha
quedado aquí. Esto es agotador, Jake, no hay nada que hacer contra estos
gigantes. Y, encima, no nos dejan en paz.

Mierda, lo sé, mascullé, estrujándome los sesos para ver si daba con alguna
solución.

¿Nessie está bien?, preguntó.


Sí, gracias a Dios está bien.

―Dime, Jacob, ¿te ha gustado nuestro precioso truco? ―sonrió ese


desgraciado de Aro, quedándose a unos pasos de nosotros dos, junto con las
otras dos momias, los Cullen hipnotizados y su séquito de idiotas―. Es
realmente impresionante, ¿no te lo parece?

Los dedos de mi chica tiraron de mi pelambrera con fuerza cuando los apretó,
furiosa.

Proferí un rugido potente que me salió de lo más profundo de las entrañas y


que hizo temblar al bosque entero. Creo que con eso le quedó clara mi
postura.

Después, extendí mi círculo de luz brillante, lo calenté para que se volviera


rojo y destructor, y…

141

…lo retraje de nuevo al recordar que mi familia política de vampiros también


estaba ahí.

¡Maldita sea! Y tampoco podía usar mi elipse. Si no fuera porque los Cullen
estaban siendo utilizados de escudos, usaría esta llevándola en zigzag para
cargármelos a todos. ¡Mierda!

La comisura del labio del fósil canoso se disparó hacia arriba, y, como
siempre, el adormilado no movió ni una pestaña de sus caídos párpados.
Aunque Cayo no fue el único que mostró esa asquerosa sonrisa de
autosuficiencia. Estaban acompañados de esa tal Chelsea, que había huido
como una rata cuando a Rosalie ya le quedaba poco para vencerla ―sí, vale,
tenía que reconocer que la Barbie era bastante buena peleando― y que ahora
estaba acompañada por otro chupasangres que parecía su pareja, del
grandullón, del rastreador, del chino bastardo, del Pitufo, del Zanahorio, del
escafandra, o sea, Varick, de la guardaespaldas de Aro y de tres sanguijuelas
más que no conocía. La Pitufina no tardó en unirse a ellos con esa estúpida
sonrisita dibujada en la cara.
Nessie rechinó los dientes. Todavía no se había quedado conforme con el
final de su combate particular. Pero era mejor así.

Todos sonrieron, bueno, todos menos el pelirrojo, que se mostraba bastante


serio, la verdad, casi diría que cauteloso. Chico listo.

Miré bien a la Pitufina. No parecía tener nada del otro jueves debajo de su
asquerosa y malva alma. Lo que sí seguía notando era esa energía maléfica,
pero, diablos, no era capaz de ver de dónde provenía. Parecía que lo hacía de
todas partes.

―Deberíais rendiros ―declaró el vejestorio chiflado, simulando una cara de


compasión que le salía fatal―. Esta guerra prácticamente está acabada.

Tenía esa burbuja que Renata erigía a su alrededor al contacto con sus dedos,
sin embargo, en estos momentos prescindía de la escafandra que Varick era
capaz de crear en su cabeza para proteger todos sus pensamientos, ya que
Alice y Edward estaban presentes, claro, pero, era como si no lo estuvieran.

¡Malditos traidores!, rugí.

―¿Qué les habéis hecho a mis padres y a mis tíos? ―reclamó saber Nessie,
muy enfadada.

Aunque su cuerpo ya estaba transformado, sus manos temblaban, de la rabia.

―Oh, no hemos sido nosotros, querida, han sido Vladimir y Stefan ―le
respondió el Vulturis tarado, juntando esas asquerosas manos casi
transparentes que sobresalían de su capa azabache―.

Nosotros solo hemos tornado la hipnosis y ahora obedecen a nuestro bando.

Lo sabía, están hipnotizados, mascullé, rechinando la dentadura.

―¿Que habéis… tornado la hipnosis? ―preguntó ella sin comprender.

Yo tampoco entendía nada, la verdad.


Aro alzó su tísica mano un poco, medio girándose hacia atrás, y se volvió al
frente de nuevo, mostrando una desagradable sonrisa orgullosa.

Entonces, mi ceño cayó sobre mis ojos, sorprendido y extrañado. Cinco


espectros salieron de entre los árboles y comenzaron a acercarse a nosotros,
flotando con esa cadencia y ritmo pausado que solían utilizar todos estos
chupasangres. Iban ataviados con unas capas, cómo no, pero estas no eran de
color gris o casi negro, no, eran de color rojo oscuro, y esos vahos que
rezumaban no me dejaban lugar a dudas. Aparte de sus almas malvas,
desprendían un vaho gris oscuro que se acercaba al casi negro. Sí, era una
asquerosa magia negra, tan negra como el petróleo, y pude sentirla. Se me
erizó toda la pelambrera del lomo al notar toda esa maldad. Sí, esa energía
maléfica que sentía provenía de ellos, sin duda. Aunque, no sé, parecía que
no solo venía de ellos…

―Os presento a nuestros prestigiosos magos ―habló ese fósil de Aro una
vez más, señalándolos, cuando estos llegaron a su lado.

Sí, vale, ya me había dado cuenta de eso, gañí.

Sus capuchas no me permitían verles sus semblantes, tan solo se les veía la
boca, la cuales se inclinaban hacia arriba, mostrando su satisfacción sin
tapujo alguno.

Ya sabíamos que los Vulturis disponían de magos. Carlisle tenía razón.

―¿Son ellos quienes han tornado la hipnosis? ―inquirió Nessie, que no


soltaba mi pelaje.

―Ellos son capaces de hacer muchas cosas, mi dulce flor ―contestó Aro.

―Ya, como ese truco de Jane, ¿no?

―Es una barrera ―le reveló Aro, corrigiéndole― Impresionante, ¿verdad?


―Hizo una pausa en la que desplegó una amplia sonrisa, como si esto le
resultase muy divertido. Imbécil―. Con vuestro matrimonio la profecía ha
comenzado. Puesto que no pudimos evitarlo entonces, no nos ha quedado
más remedio que recurrir a estos… métodos tan poco ortodoxos. Eres
demasiado poderoso, 142

Jacob, hemos necesitado de los cinco magos más poderosos del mundo para
que fueran capaces de bloquear tu poder espiritual, y no te imaginas lo difícil
que ha sido dar con ellos ―me peloteó. Esos cinco alzaron las barbillas con
orgullo personal. Menudos idiotas―. Gracias a ellos y a sus anillos, ahora
podemos bloquear tus ataques.

¿Anillos?, repetí.

Nuestros ojos se fueron automáticamente a las manos de todos. Las tres


momias, la guardia e incluso esos cinco magos llevaban puestos unos anillos
en sus pétreos dedos anulares. Eran de oro, y tenían un pedrusco pequeño de
color rojo. No entendía nada de piedras, pero supuse que eran rubíes. Los
Cullen no los llevaban, así que ellos no estaban a salvo de mi poder.

Pude ver lo que mi chica iba a decir antes de que su boca lo soltase, ya que vi
todos sus pensamientos y pesquisas.

―Ya lo entiendo. Anillos. Así que a nosotros también nos regalasteis esos
anillos porque estaban encantados ―le echó en cara Nessie, que rechinaba
los dientes con más que rabia―. No sé qué es lo que podían hacer esos
anillos ni qué creíais que ibais a conseguir con eso, pero ahora tampoco
conseguiréis nada. Lo único que han logrado tus cinco magos ha sido
bloquear el poder espiritual del Gran Lobo, nada más. Y dudo mucho que ese
efecto sea muy duradero, ¿me equivoco?

El labio de Cayo bajó en picado y Aro se quedó con cara de mal jugador de
póquer.

Qué lista era mi chica.

Así me gusta, nena, les has dejado K.O, me reí.

―De momento es más que suficiente, mi hermosa Renesmee ―declaró él,


siguiendo con ese semblante de papel cebolla bañado de falsedad―. Dentro
de muy poco obtendremos más poder, y entonces terminaremos con el
reinado de tu Gran Lobo.

Me entraron unas ganas urgentes de transformarme y decirle cuatro cosas a la


cara, pero no me quedaba más remedio que contenerme…

¡Maldito chupasangres, viejo decrépito!, rugí de todas formas.

―Eso ya lo veremos ―le respondió Nessie, firme―. Nada ni nadie puede


igualar el poder del Gran Lobo, y tú lo sabes.

De pronto, cuando ese viejo decrépito iba a hablar, noté cómo esa maldad que
sentía crecía súbitamente, alcanzando sus cotas más altas, y antes de que me
diese tiempo de asimilar nada, alguien saltó a escena, haciendo que mis ojos
y los de Nessie se abrieran como auténticos platos.

No podía ser. Era imposible. Imposible.

Sí, mierda, no podía creer lo que mis estupefactos ojos estaban viendo.
Vladimir y Stefan saltaron de la nada, pero no venían solos. Detrás de ellos,
como cuatro espectros de color púrpura y negro, cuatro fantasmas
inesperados a los que a casi todos se les había caído la capucha hacia atrás,
aparecieron Nikoláy, Ruslán y ese encapuchado de negro. Pero no solo ellos,
Razvan, ese hijo de mala madre, también estaba con ellos.

Me quedé en estado de shock por un instante. Hubiera tenido cara de idiota


integral si no fuera porque mi rostro lobuno no era tan expresivo. Sí, porque
esto era imposible, imposible, maldita sea, yo mismo había terminado con ese
bastardo de Razvan, y Ezequiel se había cargado a los otros dos magos, junto
a su sanguijuela encapuchada. Todos lo habíamos visto, todos habíamos sido
testigos.

Toda esa guardia que estaba allí, más los cinco magos de Aro, se agazaparon
automáticamente para dar la bienvenida a sus enemigos. En cambio, los
Cullen se quedaron a la espera de alguna orden.

¿Qué… es esto?, musité.


No era capaz de nada más.

Jake…, murmuró Nessie, asustada.

Su mano temblorosa se aferró con más fuerza a mi pelambrera.

Eso hizo que me despertara de esa pesadilla temporal y me despejara de


inmediato, porque no podía soportarlo. No podía soportar que ella estuviese
asustada por culpa de esos malnacidos que le habían hecho tanto daño, que le
habían hecho sufrir durante todo un año, especialmente ese desgraciado de
Razvan.

Tranquila, mi vida, yo te protegeré, le susurré para calmarla, haciéndole una


suave caricia con el lateral de mi rostro. Tú no te separes de mí, ¿de acuerdo?
No te pasará nada, te lo prometo.

Sí, consiguió murmurar, aunque con confianza.

Acto seguido, lo primero que hicieron mis ojos fue encontrarse con los de
Razvan para clavarse en ellos con un odio que explotó en lo más profundo de
mis entrañas y que ya salía por mi tráquea con cólera. Él correspondió mi
mirada justo cuando aterrizó en el suelo, pero la estúpida y osada 143

comisura de su labio se atrevió a curvarse hacia arriba con una chulería que
llenó mi estómago de una acidez iracunda.

No pude evitarlo. Me agazapé, completamente fuera de mí, y emití un rugido


que no se llevó a toda la guardia Vulturis por delante de milagro. Estos
también dirigieron su alerta hacia mí.

¡Jake, ¿qué está pasando por ahí?!, preguntó Sam, alertado. ¡¿Qué son esos
pensamientos sobre Razvan, Nikoláy y Ruslán?!

¡Esos hijos de perra están vivos!, le desvelé, lleno de ira. ¡Están aquí, junto
con los rumanos!

¡Es imposible!, exclamó Quil, perplejo.


¡No puedo creerlo!, le acompañó Embry. ¡Nosotros mismos vimos cómo eran
aniquilados y quemamos sus cenizas cuando todo terminó!

Pues es verdad. Están vivos, les ratifiqué, apretando los dientes.

Los rumanos, los tres magos y el encapuchado de negro se quedaron frente a


los Vulturis y sus cinco magos particulares, a unos escasos metros. Los
miembros que se encontraban allí de la guardia de los vejestorios italianos no
se movieron del sitio y continuaron rodeándonos a nosotros, debían de creer
que yo era más peligroso, aunque seguían agazapados, en estado de máxima
alerta por si tenían que intervenir, vigilándonos a nosotros y al bando de los
rumanos a la vez.

Todo eran almas malvas, menos la de los Cullen, la de Nessie y la mía. Y esta
era la situación: esa momia chiflada de Aro estaba protegida por el escudo de
su guardaespaldas particular, el fósil canoso rechinaba los dientes, el
adormilado ni se inmutó, los ojos de la Pitufina y su hermano el Pitufo
soltaban una especie de chispas, preparados por si tenían que lanzar sus rayos
láser sicóticos y anuladores de sentidos, la neblina blanca de Chelsea empezó
a vagar a sus anchas, intentando romper algún lazo de los oponentes, o tal vez
seguir uniendo a sus compañeros de chusma para que no saliesen huyendo,
quién sabe, la cabeza de Jasper, el cual seguía sin brazo, emanaba su humo
verdoso y Edward emitía sus ondas lectoras de mentes. Uf, menos mal que
Nessie y yo estábamos dentro de mi círculo protector. Los rumanos miraban
fijamente a los Vulturis, el encapuchado permanecía a la espera y los
increíblemente resucitados tres magos emanaban otro vaho negruzco idéntico
al de sus colegas de profesión. Sin embargo, los cinco magos de Aro no
emitían ninguna otra energía, aparte de sus almas malvas y ese vaho negruzco
malvado de magia negra, pero Razvan, Nikoláy y Ruslán sí.

No se veía, sin embargo, aunque esa la maldad, esa magia negra que se sentía
en el ambiente procedía de los magos, de todos los magos que se encontraban
allí, se sentía más fuerte en el bando de los rumanos. Me di cuenta enseguida
de dónde procedía esa maquiavélica magia negra. Mis pupilas bajaron hacia
el medallón que colgaba del cuello del barbudo de Nikoláy, ese colgante
dorado que tenía el dibujo de un ojo con el iris escarlata. Toda la pelambrera
de mi cuello se puso de punta otra vez, pero cuando vi que el ojo se movía y
se clavaba en mí, mis escalofríos subieron hasta las nubes.

¡¿Qué demonios había sido eso?! ¡¿Cómo había podido moverse un dibujo?!
¡¿Y por qué me miraba a mí?!

Jake…, murmuró Nessie más asustada todavía cuando vio mi confuso y


sorprendido tarro.

Tran… tranquila, cielo, intenté calmarla de nuevo, aunque yo casi necesitaba


una tila.

No es que tuviera miedo, pero esto era tan espeluznante y raro, que, no sé, me
daba muy mala espina.

Yo confío plenamente en tu poder espiritual, afirmó.

De pronto, ella era la que me tranquilizaba a mí. Guay.

Respiré hondo y asumí la situación como un hombre. O eso intentaba ser,


vamos.

Claro, pequeña, algo se me ocurrirá, se me ocurrió soltar, era lo único que se


me ocurría en realidad.

Fijé mi vista en el cuadro que tenía delante, para prestar la menor atención
posible a ese dibujo espeluznante que me miraba fijamente.

―Han venido a mataros ―chivó Edward de repente.

Escuchar su voz, de esa forma tan robótica y monocorde, también me puso


los pelos de punta.

Nessie tomó aire para seguir entera y yo me arrimé un poco a ella para
alentarla. Los dos nos quedamos expectantes, a la espera de la respuesta de
Aro.

Pero no fue él quien respondió.


―Por supuesto ―habló Vladimir con esa voz de ultratumba extraña―. No
creeríais que íbamos a conformarnos con luchar contra vuestra guardia, ¿no?
Sois unos cobardes.

Stefan secundó el comentario de su compañero soltando un escupitajo en el


suelo. Vaya, debía 144

de tenerle mucha afición a eso.

Se hizo un silencio más que tenso, aunque el adormilado seguía soñando y


Aro sonrió con arrogancia.

―Veo que tus… ayudantes siguen con vida ―dijo, pasando olímpicamente
del comentario del rumano, lo cual ofendió a Vladimir, que rechinó los
dientes. Luego, desvió la mirada hacia mí―.

Creía que el Gran Lobo había terminado con ellos.

¡A mí no me mires, apestoso viejo decrépito!, gruñí.

―Nosotros tenemos nuestras técnicas de protección y evasión, Aro ―le


contestó Nikoláy.

Esos repugnantes ojos vidriosos de Aro volvieron a su contrincante.

―Sí, lo sé ―afirmó, y soltó una risilla alocada que duró dos segundos―.
Conozco muy bien vuestras marionetas.

¿Marionetas?, repetí, perplejo, aunque ellos solamente escucharon el gañido.

Edward no podía leer mi mente, pero parece ser que entendieron mi gruñido a
la perfección.

―Son clones ―me aclaró ese chiflado―. Espejismos de idéntica imagen,


forma y volumen. Son capaces incluso de reproducir su olor y las
emanaciones del alma. Los dotan y manejan con la magia, a través de su
semiesfera dorada. Parecen totalmente reales, es impresionante.
Hoy no era mi día, desde luego. No me lo podía creer.

¿Entonces qué coño matamos allí?

―¿Eso quiere decir que lo que matamos allí no era real? ―preguntó Nessie
por mí en voz alta.

―Por supuesto que no ―confirmó el propio Razvan, contestándome a mí―.


¿Crees que iba a ser tan estúpido como para arriesgarme? Sabía que irías a
buscarla y que cabía la posibilidad de que te diese tiempo de llegar a esa
iglesia.

¿Y cómo pensaba invertir la profecía? Pregúntale eso, le pedí a mi chica. Y


también cómo pensaba hacerlo, si no era él el que estaba en ese altar.

―Quiere saber cómo pensabas invertir la profecía, y cómo podías hacerlo, si


no eras tú el que estabas en la iglesia.

Ese chuleta de Razvan alzó la barbilla y me miró con arrogancia durante un


instante, meditando si debía decírmelo o no.

No pude evitar que mi garganta vibrara, le tenía demasiado asco.

―Mi marioneta llevaba parte de mi magia negra, una parte de mí, eso hacía
que el proceso de invertir la profecía sirviera igualmente ―reveló al final.

―¡Bueno, pero basta de pláticas! ―intervinó Stefan, cabreado―. ¡Hemos


venido a luchar!

Automáticamente, todos los músculos de nuestro alrededor se tensaron, así


como ese ambiente que ya estaba bastante enrarecido por esa magia negra
que lo invadía todo.

―Como deseéis ―respondió Aro con una sonrisa sombría.

Para mi asombro, ese vejestorio chiflado se quitó la capa, preparándose para


pelear, no me lo podía creer, mientras Nessie y yo nos preparábamos
también, pero para la batalla a dos bandas que íbamos a tener que librar aquí.
Sí, iba a ser muy dura.

Haz todo lo que te diga y no te alejes de mi barrera, le dije a Nessie.

Sí, asintió ella con determinación.

―Amo ―murmuró Renata, atemorizada.

Ni siquiera le contestó. Se limitó a hacerle una señal con la mano para que se
apartase hacia atrás y a pasarle su capa. Ella obedeció sin rechistar. La momia
canosa resopló con disgusto.

Parecía más enfadado por tener que tomarse las molestias de deshacerse de su
capa y tener que pelear, que por la lucha. El que no se movió fue el
adormilado, que siguió durmiendo su siesta particular.

Nikoláy, Ruslán y ese bastardo de Razvan erigieron sus propias burbujas


protectoras, aunque los cinco magos de Aro no se protegieron con nada, cosa
que me extrañó. Vladimir y Stefan se agazaparon, apretando las muelas con
impaciencia, y Aro y Cayo hicieron lo mismo, así como el encapuchado y
toda la guardia Vulturis que se encontraba allí, que se inclinaron más.

Prepárate, avisé a Nessie, agazapándome yo también, por si acaso tenía que


luchar cuerpo a cuerpo.

Mi chica tomó aire y se inclinó.

Y, entonces, como había pasado cuando comenzó la otra batalla, todo estalló.

145

¡Ja! ¡Chupaos esa!

Esto daba verdadero vértigo.

Ese bastardo de Razvan me dedicó una mirada amenazante y combativa que


no dudé en corresponder, estaba deseando enfrentarme a él, aunque tuvo que
centrarse en otros menesteres primero, para mi desgracia. Hubiera ido
igualmente a por él, pero mi prioridad era Nessie. Su protección estaba por
encima de cualquier cosa, incluso la venganza, por muy fuerte que fuera este
sentimiento, que lo era.

Los magos se pusieron a lanzarse chorros de energía negra los unos a los
otros. Parecían enormes manguerazos de petróleo, de veras, jamás había visto
cosa igual. Los chorros de los magos de Aro chocaban contra las burbujas de
color violeta de esos desgraciados de Nikoláy, Ruslán y Razvan, estallando
en miles de lucecitas y chispas oscuras, y no llegaban a alcanzarles. Por
primera vez en mi vida deseé que el bando de Aro ganase, con todas mis
fuerzas. Sí, vale, lo sé, no dejaban de ser los asquerosos y decrépitos Vulturis,
pero esos tres búlgaros le habían hecho tanto daño a mi ángel, que me
resultaba imposible no desearlo. Me daba igual, con tal de que desaparecieran
del mapa. Aunque, pensándolo bien, me sentiría muchísimo mejor si fuera yo
el que los aniquilase. Mierda.

De pronto, me quedé perplejo. Los chorros de magia negra de esos tres


desgraciados tampoco llegaban a alcanzar a los cinco magos, sino que se
estampaban contra algo invisible que no conseguía ver, bueno, no es que no
consiguiera verlo, es que no había nada, demonios. ¿Contra qué chocaban?

Esa momia canosa de Cayo se abalanzó sobre Vladimir con una habilidad
increíble, la verdad, tenía que reconocerlo, sin embargo, cuando Stefan iba a
por Aro, este le esquivó con unos reflejos puramente sobrenaturales y prefirió
arrojarse contra el barbudo de Nikoláy.

―¡Maldito! ―gritó Stefan, cabreado.

Pero ya no pudo protestar más. Ese grandullón de Felix se abalanzó sobre él y


ya no le quedó más remedio que luchar contra este al tiempo que rechinaba
los dientes con evidente disgusto.

Nikoláy desvió su chorro azabache hacia ese chiflado de Aro, pero, para mi
asombro de nuevo, chocó con algo y, como había sucedido antes con mi
elipse brillante y la Pitufina, esa energía negra se repartió a su alrededor, sin
llegar a tocarle. Aro no se detuvo y chocó con la burbuja de Nikoláy, pero no
pareció darle más importancia. Cayó hacia atrás, de pie, con una elegancia
digna de un bailarín, y levantó su tísica mano.

¿Pero contra qué demonios chocaba la energía negra?

Uno de sus magos dejó su puesto y voló junto a él a la vez que los otros
cuatro continuaban con su enfrentamiento con Ruslán y ese malnacido de
Razvan, que seguía mirándome de vez en cuando, el muy hijo de perra.

No pude evitar que mi garganta vibrase, todo mi cuerpo reclamaba venganza.


Pero, maldita sea, de momento no podía, no podía. Nessie era lo primero y
más importante para mí.

El mago rojo comenzó otra lucha particular contra el barbudo Nikoláy al


tiempo que Aro observaba la pugna con mucha atención. Al fijarme en esto
mis pupilas no pudieron evitar mirar ese espeluznante medallón otra vez. Ese
ojo escarlata seguía clavándome su particular mirada y la pelambrera de mis
hombros se puso de punta una vez más.

El encapuchado había abalanzado su ancho y negro látigo sobre el


adormilado, pero Bella no tardó en salir a escena para interponerse,
extendiendo su impresionante barrera por delante. El encapuchado se arrojó
hacia ella…

―¡Noooo! ―chilló Nessie, ya tensando las piernas para coger impulso.

…pero, afortunadamente, Demetri saltó hacia él y no llegó a tocarla un pelo.


Estaba claro que no lo había hecho para defenderla, ni mucho menos, sino
que seguramente les interesaba más que Bella estuviera concentrada en erigir
su barrera para proteger a la momia dormida, controlada por esa hipnosis,
como si fuese una marioneta. Bueno, mientras estuviera a salvo, eso era lo de
menos.

Suspiré, tranquilo, y Nessie se relajó un poco, aunque sabíamos que


solamente era por una décima de segundo, claro.

146
El encapuchado utilizaba su particular látigo contra Demetri, que era
enganchado por este y arrojado una y otra vez contra el suelo y los troncos de
los árboles, los cuales acababan destrozados entre los potentes restallidos de
la madera, pero el rastreador era muy rápido, sinceramente. En cuanto su
cuerpo hacía contacto con el terreno o el recién astillado tronco, se levantaba
y regresaba para luchar.

El resto de la guardia Vulturis no se despegaba de nosotros, seguían


rodeándonos, en esas posiciones de ataque que podían cambiar en cualquier
momento para ser un embiste en toda regla, pero vigilaban esos combates
particulares en estado de alerta máxima.

Mientras toda esta locura pasaba a nuestro alrededor, una voz nos sobresaltó
aún más.

¡Jake, los gigantes van hacia allí!, me avisó Leah de repente.

Sus ojos me mostraban cómo mis lobos corrían tras ellos, pero los gigantes
también eran muy rápidos. Parecía mentira, con ese tamaño.

En un santiamén, esos colosales cuerpos, seguidos de sus espeluznantes


almas colgantes, comenzaron a atravesar los huecos que quedaban entre los
troncos de los árboles, invadiendo toda la zona a una velocidad realmente
vertiginosa. Pero no solo aparecieron estos. Mis lobos saltaron detrás de
ellos, tratando de frenar su ataque para ayudarnos, y el resto de la guardia
Vulturis, perseguidos por los Cullen que no estaban hipnotizados, más Ryam
y Helen, también se asomaron con precipitación para hacer lo propio con sus
amos.

¡Atenta, Nessie!, le dije, tensando los músculos de mis patas por si tenía que
saltar.

¡Sí!, exclamó ella.

Su mano soltó mi pelaje y sus piernas también se pusieron rígidas al adoptar


una posición agazapada.
De pronto, teníamos a todos esos cuerpos sobre nosotros, preparándose
precipitadamente para la batalla en cuanto su descenso terminase y sus pies y
patas aterrizasen en el suelo.

Y así fue.

La guardia Vulturis que nos rodeaba se dispersó como si una gota de agua
hubiera impactado en aceite frío. Todos a la vez dejaron de ser una sola
entidad para ser contendientes individuales y con autonomía propia. Mejor.
Por fin Nessie y yo podíamos movernos con más libertad.

En un abrir y cerrar de ojos, todo se convirtió en una revolución de distintas


luchas. Los gigantes seguían obedeciendo a los rumanos, así que se
enfrentaban a nosotros y a la guardia de esos viejos decrépitos. Ese ambiente
de magia negra lo cubría todo como un sucio y oscuro nubarrón tormentoso,
y todo se llenó de las energías de los diferentes dones de los chupasangres,
que se intercalaban, se mezclaban y pasaban a nuestro lado como auténticos
balazos que prácticamente nos rozaban. Si no llega a ser por mi círculo
brillante protector, que nos protegía a Nessie y a mí, y por esa telepatía de la
que gozábamos mis lobos y yo, nos hubieran acribillado. La telepatía hacía
que mi poder espiritual se propagase para que, instantáneamente, surgiera de
mis lobos una barrera individual, igual de chispeante y brillante que la mía,
cuando eran atacados por uno de los dones mentales de algún chupasangres,
aunque solamente les cubría durante ese ataque en concreto, después, esa
burbuja particular se retraía, preparada para el siguiente embate. Era como un
escudo que aparecía justo en el momento adecuado. Esto solamente pasaba
con los dones de ataque mental, porque con los físicos, como el látigo del
encapuchado, por ejemplo, ya tenía que utilizar mi elipse o mi círculo de luz
brillante, este último se movía con autonomía propia para cubrirles.

Uno de los gigantes se abalanzó hacia nosotros enseguida, sin embargo, no


fue el único. Una de las chupasangres de la guardia Vulturis hizo lo mismo
sin dudarlo ni un momento.

¡Ya me encargo del gigante!, afirmé. ¡Tú quédate dentro de la barrera, la


vampiro no podrá traspasarla!
¡No, yo también quiero luchar!, protestó Nessie, saliéndose de mi círculo
brillante.

¡No!

Pero ya no pude decir más. Esa masa de carne enorme se arrojó sobre mí a la
vez que la vampiro lo hacía sobre mi chica. Esquivé su fuerte y rápido
embiste y me di la vuelta para recibirle de nuevo, sin quitarle ojo a Nessie.
Iba a ampliar mi círculo protector un poco más para que la cubriese, pero
Nessie también era muy ágil, y de un elevado salto se zafó de esa sanguijuela,
aunque pronto aterrizó en el suelo y se puso a fintar con ella.

Genial. Ahora esa chupasangres estaba entre los dos y ya no podía llevar mi
barrera hacia Nessie. Sí, vale, sabía que era muy buena luchadora, pero, aun
así, no podía evitar estar pendiente de ella, era inevitable.

147

¡Maldita sea, Nessie, me lo prometiste!, me quejé enérgicamente a la vez que


esquivaba otro ataque del gigante. ¡Este no era el trato, ¿recuerdas?! ¡Me
prometiste que no te separarías de mí y que solo lucharías para defenderte!

¡Estoy a tu lado!, alegó, fintando con la vampiro. ¡Y esto es como


defenderse! ¡Si no luchamos, esta batalla no terminará nunca! ¡Además, sigo
protegida por la pulsera!

Sí, mierda, tenía que reconocerlo. En eso tenía razón, la pulsera le protegía,
pero, aun así, seguía sin estarlo de los ataques físicos.

¡Arg! Odiaba esto, lo odiaba, porque solo imaginarme que a ella le pasara
algo me ponía enfermo, pero no me quedaba más remedio que confiar en ella
y en su saber luchar. No entendía por qué se empeñaba en pelear, podía
quedarse dentro de mi burbuja tranquilamente, bajo mi seguridad y
protección, pero, mierda, también tenía que respetar su decisión. Y, sí, vale,
ella era mi alma gemela, se parecía bastante a mí. La verdad, sinceramente,
no me imaginaba a mí quedándome quieto en medio de una batalla, viendo
cómo los demás luchan, así que yo hubiera hecho lo mismo.
Genial.

Tomé aire y rechiné los dientes, más que resignado.

Confía en mí, me dijo después de escuchar cada uno de mis pensamientos.

La chupasangres contra la que luchaba se abalanzó hacia ella y mi respiración


se cortó por un instante, pero mi chica libró ese golpe y aprovechó para
meterle un buen derechazo en el estómago.

Resollé por las napias, rindiéndome a lo inevitable. Sí, era buena luchando,
muy buena.

Está bien, pero procura estar lo más cerca de mí posible. Y si ves que no
puedes vencer, no te empeñes en hacerlo, regresa a mi barrera enseguida, ¿de
acuerdo?

La pulsera también ataca, me recordó.

Nessie, mascullé entre dientes para protestar.

De acuerdo, de acuerdo, aceptó, sonriendo.

Su sonrisa delataba la excitación que sentía por dentro con esto de pelear. En
fin, yo entendía muy bien esa excitación, así que no tenía nada que decir. Eso
sí, tenía que estar muy atento para protegerla. Y sobre todo había una persona
en todo este barullo que era el que más me preocupaba: Razvan. No podía
olvidar que ese malnacido era un mago, podía bloquear la pulsera de Nessie o
algo con algún truco sucio, o con la ayuda de los otros dos búlgaros, quién
sabe. Ya se la había llevado una vez, y podía aprovechar todo este jaleo para
intentarlo una segunda, aunque esta vez no iba a poder hacer ni eso, vamos,
porque no se lo iba a permitir, jamás.

Aproveché uno de mis embistes a mi gigante, en el que le llevé el brazo por


delante, para dedicarle una mirada de profunda inquina. Ese desgraciado
debió de notar la quemazón de mi vista y apartó la suya de esa pugna de
chorros negros momentáneamente para corresponderme.
Maldito hijo de…

Céntrate, me cortó Nessie, que volvía a fintar con esa vampiro que ya
empezaba a estar desquiciada por no poder con ella.

Tenía razón. Si empezaba a perder la cabeza tan pronto, no iba a protegerla


bien.

Sí, sí, acepté.

Bueno, por lo menos estaba bajo la protección de la pulsera, que también


podía atacar, como me había recordado ella. Empecé a tranquilizarme un
poco más, aunque seguía atento a cualquier ataque que le pudiesen mandar,
claro, eso ya era inevitable en mí, pero tenía que admitir que Nessie era la
persona más protegida que había aquí, la verdad.

Otro cantar eran los Cullen. Para protegerles, fuera el don que fuera, tenía que
llevar mi elipse atacante o mi círculo protector hacia ellos.

―¡Nessie, ¿dónde te habías metido? ―le regañó Rosalie mientras le arreaba


una fuerte patada en el estómago a uno de los gigantes para quitárselo de
encima―. ¡No te veíamos en la pradera y nos tenías muy preocupados,
¿sabes?!

―¡Sí, eso! ―siguió Helen, que medio peleaba con otro gigante, junto a
Ryam. No se defendían mal, la verdad, para ser la primera vez que luchaban
en una batalla, lo hacían bastante bien―. ¡Ya estábamos histéricos!

―¡Lo siento! ¡Tenía que hacer algo muy importante!

Sus muelas chirriaron de nuevo cuando su mente recordó que se había


quedado a medias.

La rubia canija fijó su objetivo en Rosalie. Rubia contra rubia. Lo malo es


que la Barbie estaba distraída peleando con ese gigante de antes y no se daba
cuenta, aunque daba igual, hiciera lo que hiciera iba a ser presa de la tortura
sádica de esa sicótica.
148

No lo dudé ni un instante. Sin dejar de erigir mi círculo de luz brillante


protector, y sin dejar de luchar contra el gigante que me tocaba a mí, extendí
mi otra esfera guerrera y agresiva, la cual rodeó a su vez a esta primera, y la
alargué con prisas para que adoptase esa forma elíptica, dirigiéndola hacia los
rayos rojos que la Pitufina ya le estaba enviando a Rosalie.

Pero, mierda, esta elipse era realmente difícil de manejar, todavía no era
capaz de controlarla del todo. Esto no era como coger algo con las manos o
destrozarlo con las fauces, qué va, aquí había que usar la mente para
manejarla, y eso era muy difícil para mí, no siempre se me daba como se me
tenía que dar. Hace un momento lo había hecho bien y había sido capaz de
llevarla hacia la rubia enana, pero ahora la elipse se me escurría como un
cubito de hielo en las manos. ¡Maldita sea!

Los rayos rojos de la Pitufina se estamparon en la frente de Rosalie y esta se


cayó fulminada en el suelo, retorciéndose de dolor y chillando sin poder
hacer nada para remediarlo.

―¡Noooo! ―bramó Emmett.

Mi amigo intentó dirigirse hacia la Pitufina, lleno de cólera, pero la maldita


sanguijuela contra la que luchaba, más otra que se sumó para ayudarle, se lo
impidieron.

―¡Quitaos del medio! ―rugió, dando puñetazos ciegos que ellos esquivaban
de milagro.

Pero los esquivaban, maldita sea.

¡Jake haz algo!, me rogó Nessie, horrorizada, al tiempo que luchaba con esa
mujer vampiro.

¡Mierda, no sé qué puedo hacer!, reconocí, tratando de controlar esa dichosa


elipse que se iba a todas partes excepto a donde yo quería que fuese.
Carlisle se zafó de su contendiente, pero lo más que pudo hacer fue quitarle
de encima ese gigante con el que ella estaba peleando, para que no la
espachurrase en el suelo como si fuera un chicle.

―¡Rose! ―gritó Esme, desesperada, mientras peleaba con otro de los


vampiros de la guardia.

Entonces, por fin pude manejar la elipse. Ahora conseguí agarrarla, ya no era
un cubito de hielo, así que la dirigí hacia Rosalie inmediatamente, para que
impactase en los rayos rojos de esa repulsiva enana. Estos se desintegraron al
tacto con mi poder espiritual y Rosalie dejó de retorcerse y de proferir esos
estremecedores gritos que te ponían el pelo de punta.

La Pitufina entrecerró los ojos, mirándome con cara de odio, aunque


enseguida buscó su próxima presa. Rosalie se puso de pie rápidamente y
asintió para darme las gracias, eso sí, no faltó uno de esos manotazos suyos a
su pelo, disimulando. El que sí me sonrió abiertamente fue Emmett, que por
fin consiguió arrearle un puñetazo a uno de sus contrincantes.

Mi elipse no pudo descansar. La enana canija eligió a Esme como siguiente


víctima y envió sus rayos infrarrojos hacia ella sin cuartel.

Esta vez mi elipse se dejaba controlar, así que la dirigí fácilmente y los rayos
se estamparon contra ella, fundiéndose inmediatamente.

¡Jake, detrás de ti!, me avisó Seth.

Me giré súbitamente y vi cómo el Pitufo ya preparaba sus rayos azules para


lanzárselos a Carlisle, que se encontraba luchando con esa sanguijuela de
Zhou.

¡Maldita sea! Eran dos cosas a la vez. De pronto, se me ocurrió una cosa. No
sabía si iba a funcionar, pero tenía que intentarlo.

Hice una fisura en el medio de mi elipse y la corté, igual que si le pasase un


cuchillo. Para mi asombro, la luz fulgurante que formaba mi elipse se dividió
en dos, brillando con más intensidad durante un fugaz momento, y, al
instante, pasaron a ser dos elipses.

¡Uf! Esto iba a ser complicado. Si no podía manejar una, dos ni te cuento. Y
así fue. En cuanto la elipse pasó a ser dos, todo se me fue al garete. Las
elipses volvieron a escurrírseme, resbalando de aquí para allá sin control, una
hacia un lado y la otra hacia otro, ambas totalmente a su bola.

Maldita la hora en que se ocurrió la brillante idea de dividirla. Menos mal que
todavía podía manejarlas lo justo para que no tocasen a ninguno de los
Cullen, Ryam o Helen. Eso sí, tuve la suerte de que la Pitufina no se enteraba
de nada de esto, por supuesto, y al ver que su ataque no había surtido efecto
en Esme, cambió de víctima, esta vez, un gigante que se abalanzó sobre ella.

Sin embargo, el lanzamiento de Alec era inminente.

¡Jake, agárralas por el núcleo!, me indicó Nessie.

¿Qué?

¡El centro de las elipses eres tú! ¡No las manejes tirando de ellas por fuera,
eso las desestabiliza!

¡El centro es lo único estático de las elipses, tú eres quien las retiene desde el
núcleo! ¡Muévelas desde el centro, como si fuese un hula hoop!

¿Un hula hoop? Guay, ahora tenía que jugar con un hula hoop, cosa que no
había hecho en mi 149

vida.

Pero no me quedaba más remedio que intentarlo.

Alec se preparó desde su montículo y lanzó una bola rápida con esos ojos
rojos, potente como un meteorito. Me preparé para batearla, sujetando las dos
elipses desde su centro. Entonces, tal y como había supuesto Nessie, me fue
mucho más fácil manejarlas.

¡Ja! ¡Esto era genial! Y encima podía controlar las dos a la vez.
Todavía no era un crack en esto, claro, me quedaba mucho por aprender, pero
fui capaz de hacer que una de las elipses interceptara el rayo láser azul del
Pitufo, logrando que su ataque se quedase a las puertas.

¡Bien!, clamó Nessie, riéndose.

¡Nena, eres listísima!, le reconocí, también con una risa.

Ese Alec se quedó sorprendido al principio al ver que sus rayos no habían
hecho efecto en Doc, pero apretó los dientes con rabia al percatarse de que
había sido yo el que los había bloqueado. Su asqueroso vaho me mostraba
algo de miedo, pero también la impotencia y frustración por no poder hacer
nada contra mí.

¡Jake : Emmett!, me advirtió mi chica de pronto.

Esa arrogante rubia canija ya se había librado de ese gigante y ahora iba a por
Em.

¡Ni hablar!, exclamé, tengo que reconocer que un poco pagado de mí mismo
ante este nuevo descubrimiento.

Llevé la segunda elipse hacia allí sin vacilar ni un momento. Se me resbaló


un poco, ya que seguía sin ser fácil atender a dos elipses a la vez, pero no fue
ni una décima de segundo, así que conseguí que mi luz brillante fulminara el
ataque de ese piojo rubio.

¡Chupaos esa, estúpidos!, rio Isaac.

¡Es genial, Jake!, me alabó Shubael.

Ahora las elipses iban y venían a mi antojo. Bueno, vale, casi, porque aún era
muy inexperto.

De repente, me dio un pequeño susto cuando vi que la mujer vampiro que


luchaba con Nessie se cansaba de fintar y pasaba a un ataque mortal. Sin
embargo, no llegó muy lejos. La pulsera soltó una súbita y potente descarga
eléctrica y la chupasangres salió despedida hacia atrás, prácticamente
quemada del todo, ante los atónitos ojos de los allí presentes.

Guau.

¿Lo ves? La pulsera también sabe atacar, repitió Nessie.

Ya lo veo, ya.

No nos dio tiempo a conversar más. Otro miembro de la guardia enseguida


llegó para enfrentarse a ella y yo tuve que seguir luchando con el gigante.

Me di cuenta de que la pulsera parecía obedecer a la voluntad de Nessie.


Cuando ella quería que la protegiera, la protegía. Cuando ella quería que le
ayudase a atacar, el aro atacaba. Cuando ella quería pelear sola, la pulsera
reprimía sus instintos y le dejaba combatir, como había pasado durante su
enfrentamiento con la Pitufina. Eso sí, cuando había un peligro inminente, el
aro actuaba sin contemplaciones.

Mis lobos, Ryam y Helen seguían manteniendo esa lucha interminable y


agotadora contra los gigantes, que continuaban regenerándose y
regenerándose. Esto se haría eterno, de seguir así.

Encima, también estaban los chupasangres de la guardia Vulturis, aunque de


estos parecían encargarse más Carlisle, Esme, Rosalie y Emmett.

Los magos continuaban con esa absurda y estúpida lucha de chorros de magia
negra, y Aro seguía observando la contienda entre su mago y Nikoláy muy de
cerca. Cayo, por su parte, luchaba contra Stefan, que tampoco se defendía
nada mal, sinceramente. El rastreador ahora esquivaba los continuos latigazos
del encapuchado, pero este no se rendía. Bella mantenía su escudo extendido,
y Edward, Alice y Jasper permanecían a la espera de órdenes, tiesos como
robots. Daba una grima horrible.

Edward emitía sus ondas continuamente, pero estas chocaban con las barreras
de esos asquerosos de Nikoláy, Ruslán y Razvan, así como con las burbujas
emergentes de mis lobos y la mía. Pero sí que podía leerle las mentes al resto
de los Cullen y a Nessie, cuya pulsera no tenía erigida su burbuja, ya que ella
quería luchar cuerpo a cuerpo. Lo bueno es que estaba muy ocupado
chivándole las jugadas planeadas por el encapuchado a Demetri, por eso el
último podía esquivar los ataques del búlgaro.

El gigante que luchaba conmigo tampoco se rendía, maldita sea. Y era una
pelea inútil, empezaba a sentirme frustrado, me sentía como un auténtico
idiota, porque era imposible terminar 150

con él. Le arrancabas un brazo, y este le salía como una seta. Le destrozabas
la pierna, y esta se regeneraba con rapidez. Además, carecían de sentimientos
totalmente, eso hacía que ni siquiera se distrajeran cuando conseguías
desmembrarle. Y, para colmo, no podía arrancarle la cabeza, su alma me lo
decía continuamente.

Al observar mejor a mi gigante me percaté de que esas almas colgantes


seguían implorándome con sus gritos ahogados, que, no obstante, parecían
desgarradores y agónicos. No entendía nada,

¿acaso querían algo de mí? ¿Pero qué? ¿Qué era lo que me pedían?

¡Jake : Esme!, me avisó Nessie otra vez.

Mierda. Ese enano de Alec preparó uno de sus disparos, apuntando a Esme
sin cuartel.

Sin pensármelo dos veces, llevé una de mis elipses hacia allí. Pero, entonces,
algo repentino y desastroso pasó, haciendo que todos nos congelásemos por
un instante.

Sí, maldita sea, ¡maldita sea! Yo seguía siendo inexperto y, sin poder hacer
nada para remediarlo, la elipse se me fue, se me resbaló, y no pude
controlarla a tiempo. Ante mis atónitos y horrorizados ojos, vi cómo la elipse
daba un giro totalmente inesperado y se dirigía hacia Alice, impactando de
lleno sobre ella.

―¡Noooooooooo! ―gritó Nessie con una voz desgarradora que se me clavó


en el alma.

Y, de pronto, el shock hizo que todo se volviera completamente negro, vacío


y sordo a mi alrededor.

No, esto no podía estar pasándome, no podía haber… matado a Alice… No…

151

¡Así que esto es lo que querías, Aro!

Todo se paralizó por un instante.

La pulsera de Nessie tuvo que reaccionar, activando su barrera, para que el


guardia que luchaba con ella no llegara a tocarla, ya que se había quedado en
estado de shock, al igual que yo.

El vampiro recibió una descarga eléctrica y salió despedido de espaldas;


cuando aterrizó en el suelo, parecía una estatua retorcida y quemada.

Milagrosamente, mi otra elipse llegó al ataque de Alec y esos rayos azules no


llegaron a alcanzar a Esme, pero fue pura suerte, ya que dicha elipse también
estaba descontrolada, era como si las elipses se me hubiesen escurrido de las
manos y hubieran salido disparadas a todas partes, como un caballo salvaje.
Fue una coincidencia pura y dura el que esa otra elipse se topase con esos
láseres que soltaban los ojos del vampiro. No sé cómo lo hice, estando como
estaba, pero conseguí controlarla, enganchándola por el centro, y la retraje
hacia mí para que no hubiera otra desgracia más.

No sé ni quién fue el que me quitó a ese gigante de encima para que no me


agarrase otra vez; por el color del pelaje que mi rabillo del ojo percibió me
pareció que era Cheran.

No fui el único que sentí ese latigazo desgarrador lleno de dolor. Pude sentir
el congelamiento de cada corazón vivo, el estupor y espanto de cada uno de
mis lobos, el horror y la conmoción de los cuatro Cullen no hipnotizados,
Ryam y Helen, que ya parecían imaginar por qué Nessie había gritado de ese
modo al mirar a Alice… Pero el hondo y súbito dolor de Nessie se me clavó
en lo más profundo de mi ser, fue un cataclismo para mí, un puñetazo, una
bomba que estalló en mi corazón, haciendo que este se desintegrase
completamente, llevándoselo todo por delante.

Ella… ella iba a odiarme por esto… Nunca podría volver a mirarle a la
cara… ¿Cómo iba a hacerlo? Yo mismo empezaba a odiarme…

Pero, de pronto, esa parálisis que solo duró un segundo y que me pareció
eterna se rompió cuando vimos cómo mi elipse no desintegraba a Alice, sino
que la recorría entera, de la cabeza a los pies, compatibilizándose
perfectamente con su alma dorada.

Mis ojos se abrieron como platos, pero la negrura que lo cubría todo también
desapareció con la misma rapidez.

Alice…, susurró Nessie, esperanzada ante lo que estábamos viendo.

Su alma fulguró más fuerte por un instante y su boca se entreabrió cuando el


poder espiritual de mi elipse terminó su raudo paso por su menudo y pequeño
cuerpo, regresando acto seguido a mí.

De repente, los ojos de Alice se tornaron a ese color dorado de siempre y


volvieron a adquirir su brillo normal. Era como si hubiesen cobrado vida de
nuevo.

Me alegré de ver esos iris con su habitual color ambarino, porque eso
significaba que seguían con la abstinencia de tomar sangre humana.

―¡Alice! ―rio Nessie, abalanzándose a mí para abrazarme con júbilo―.


¡Jake, lo has conseguido!

¿Conseguir? ¿Conseguir el qué? Yo… yo no he hecho nada… Creo. Estaba


tan confundido, asombrado, alegre, feliz… En fin, que no sabía cómo me
encontraba después de semejante susto.

Ahora pude sentir el alivio de mi manada, de Ryam, Helen y el resto de los


Cullen.

―¡Eres genial, Jake! ―clamó Emmett, dándole otro puñetazo a uno de sus
contendientes para celebrar mi tanto.

¡Ya no está hipnotizada!, siguió Seth con voz alegre.

Pero, entonces, algo frío, espeluznante y maléfico hizo que mi alegría bajara
en picado y que mis pupilas se fueran automáticamente hacia ese medallón
que colgaba del cuello del mago barbudo. Un rayo gélido atravesó mi cerebro
y salió por mi cola cuando vi cómo ese ojo escarlata se entrecerraba para
mirarme con un odio que me disparó un balazo a bocajarro. Me dio tal
escalofrío, que toda la pelambrera de mi lomo se puso de punta.

Jake…, murmuró Nessie con temor al ver lo mismo que yo, aferrando su
mano a mi pelambrera.

Tranquila, le calmé.

Sin embargo, ese maldito y malvado ojo no fue el único que me miró con
inquina. El malnacido 152

de Razvan se dignó a perder un segundo de su entretenida lucha particular


para dedicarme una mirada parecida mientras rechinaba sus asquerosas
muelas, aunque ese desgraciado de Nikoláy también me observó con asombro
a la vez que continuaba con su pugna de chorros contra el mago de Aro.

Entre tanto, Alice pestañeó, confusa, y miró a su alrededor.

―¿Qué… hago aquí? ―preguntó mientras su boca parecía caerse al suelo.


Entonces, sus ojos casi se salen de sus órbitas cuando vio a Bella y a los otros
dos, aunque después se fijó mejor en Jasper y en su falta de brazo―. ¡Jazz,
cariño, ¿qué te ha pasado?!

¡Ups! Menos mal que eso en un vampiro tenía remedio, que si no…

Sin embargo, aquí no había tiempo para contemplaciones ni explicaciones.


―¡No puede ser que esté consciente! ―protestó Cayo a la vez que luchaba
con Vladimir.

―¡Es imposible! ―exclamó este sin dejar de embestir al canoso.

Mira, en algo estaban de acuerdo.

Aro rechinó los dientes al ver la situación y volvió a levantar esa mano seca.

De forma automática, uno de los chupasangres de los Vulturis se arrojó hacia


ella, aprovechando su desconcierto.

―¡Cuidado, Alice! ―gritó Rosalie, lanzándose también en esa dirección.

Jesús con la Barbie, no sé cómo lo consiguió, pero de un elevado salto, llegó


hasta Alice y la empujó para tirarla al suelo. Eso hizo que el ataque del
chupasangres no lograse su fin, aunque seguían sin estar a salvo. Rosalie
agarró a esa todavía perpleja Alice por la cintura en el mismo suelo, se
incorporó con ella y de un brinco altísimo se encaramó a la rama de un árbol,
con su hermanastra colgando.

Al chupasangres ya no le dio tiempo de lanzarse hacia ellas, Embry se


interpuso en su camino y Rosalie pudo bajarse del árbol, acompañada por
Alice.

Mis lobos, Ryam, Helen y los Cullen que no estaban hipnotizados estaban
consiguiendo echar a todos los intrusos hacia el otro lado, de modo que esta
zona de la batalla estaba quedando despejada, creando una zona de seguridad
para nuestro bando. Los gigantes seguían luchando con nosotros, pero,
inconscientemente, nos estaban ayudando, ya que también peleaban contra la
guardia Vulturis, así que, al echar a estos hacia atrás, la mayoría de los
gigantes también lo hacían para continuar combatiendo con ellos. Eso hacía
que mantuvieran ocupados a los chupasangres de Aro en la otra zona.

Emmett suspiró con alivio, y más cuando ambas se colocaron cerca de él,
aunque ese vejestorio chiflado volvió a alzar la mano para dar otra orden
muda.
Bella, que continuaba erigiendo su escudo protector para proteger a esa
momia dormilona, Edward, que parecía un robot parlanchín que chivaba
todos los movimientos de los que podía, y Jasper, que permanecía
completamente inmóvil, seguían hipnotizados.

Durante una fracción de segundo me pregunté por qué Alice no había sufrido
daño alguno con mi elipse, sino que había salido de su hipnosis, y mi tarro
cuestionó si sucedería lo mismo con los demás.

Entonces, me di cuenta de por qué había sucedido esto. La hipnosis era algo
que afectaba al cerebro, no era un hechizo o un conjuro, por eso yo no podía
verlo. Sin embargo, esa hipnosis estaba creada con magia negra, eso hacía
que sus ojos se hubieran vuelto rojos, pero mi poder espiritual era lo
suficientemente fuerte como para limpiar su mente de esa magia negra, como
para eliminar ese estado inconsciente de algún modo, y el hecho de que los
Cullen tuvieran unas almas limpias y buenas, doradas, hacía que mi poder
fuera totalmente compatible con ellos, de ahí que no les destruyese. Me
quedé asombrado por mi propio descubrimiento. Mi espíritu de Gran Lobo
era capaz de distinguir las almas buenas de las malas, eso ya lo sabía, pero,
además, las diferenciaba hasta el punto de saber a quién tenía que aniquilar y
a quién no. Guau. Esto cambiaba mi manera de usar mi poder totalmente,
porque ahora no tenía que andarme con chiquitas ni con miedo por si le daba
a uno de los Cullen. Ellos no se iban a desintegrar con mi elipse nunca. Y
Ryam y Helen tampoco, puesto que sus almas también eran brillantes y
doradas.

¡Genial!

Otro de los chupasangres de Aro se dirigió hacia ellos, acatando la orden


inaudible de su amo.

No lo dudé, no ahora que ya sabía que a ellos no les hacía daño, sino que les
hacía salir de esa hipnosis.

¡Atento, Quil!, le avisé, ya que era el único que se acababa de librar de uno
de los gigantes.
¡Entendido!, comprendió al ver mi pensamiento, ya corriendo hacia allí.

153

¡Sí, Jake!, aclamó mi chica.

Con rapidez, volví a extender mi esfera guerrera por encima de mi círculo de


luz protector y lo transformé en elipse. La moví, agarrándola por el núcleo, y,
aún torpemente, todo hay que decirlo, conseguí dirigirla hacia Bella, Edward
y Jasper.

Glups, Jasper. Por un minúsculo momento barajé la posibilidad de no


despertarle y esperar a que esta batalla terminase, o, al menos, a que su brazo
llegara a él y se insertase en su sitio. Podía decirle a Edward mentalmente, a
través de alguno de mis lobos, que agarrase a Jasper y lo pusiese a salvo,
hasta que esto se acabase…

¡Jake!, me regañó Nessie.

Vale, vale.

En fin, no me quedaba más remedio.

Quil se interpuso en el camino del guardia Vulturis, iniciando una lucha con
él, y yo pude actuar a mis anchas.

Aceleré mi elipse y esta destruyó el escudo de Bella con facilidad, pero, justo
cuando se iba a insertar en su cuerpo, algo repentino chocó con mi poder
espiritual, desviándolo de su trayectoria con una brusquedad y violencia
inusitadas hasta para mí.

Un chorro de energía roja, tan roja como la sangre, se había estampado contra
mi elipse, impidiéndole llegar a su objetivo. Esto hizo que su centro se me
resbalara de nuevo y que la elipse se desbocase una vez más, aunque no tardé
en volver a sujetar su núcleo y a controlarla. Mi vista enseguida se giró hacia
el culpable de tal ataque, y me quedé de piedra.
Pensaba que era ese barbudo de Nikoláy, pero no. Para mi asombro y
desconcierto, era ese ojo maquiavélico y malvado del medallón. La energía
roja salía de su pupila, y lo hacía con una saña y un odio que me helaba. No
me lo podía creer.

¡¿Qué coño es eso?!, masculló Paul.

Ese viejo chiflado de Aro abrió los ojos, pero no con un asombro negativo,
era más bien positivo, muy positivo. Su repugnante semblante de papel
cebolla era el puro retrato de la codicia, pero no me miraba a mí, observaba a
ese medallón con ganas. Entonces lo supe. Aro iba tras ese medallón, por eso
había hecho que su mago se enfrentase a Nikoláy, y ese colgante era el
causante de la magia negra que había hipnotizado a los Cullen.

Mientras seguía con su duelo particular, las pupilas del barbudo Nikoláy
también se desviaron hacia mí, pero estas me miraban con una sorpresa
rabiosa.

El chorro sanguinolento seguía empujando a mi elipse para retenerla. Ahora


podía sentir toda esa maldad que desprendía de primera mano, era como si
me tocase a mí, y, sí, maldita sea, era espeluznante, cruel, maquiavélica… Si
antes se me había puesto el pelo de punta con esa mirada del ojo, en este
momento el escalofrío recorría todo mi cuerpo.

Jake…, susurró Nessie, asustada.

Pero yo no me amilané. Ya estaba hasta las narices de tanta magia y tanto


cuento chino.

Empujé mi elipse, cabreado, y con un movimiento brusco, potente, el chorro


carmesí sufrió mi empujón, saliendo despedido hacia atrás.

Ese repulsivo ojo no fue el único que se abrió del todo más que sorprendido,
el cual dejó de soltar esa energía, el mago barbudo no se podía creer lo que
acababa de ver.

Esa distracción y bajada de guardia fue suficiente como para que el mago de
Aro consiguiera hacer una fisura en la barrera violeta de Nikoláy, que se
rompió en mil pedazos. Aro no desaprovechó la oportunidad. Era lo que
estaba buscando y lo iba a conseguir. Se lanzó como un torpedo ultrasónico
hacia el búlgaro y con la mano en forma de garfio dio un zarpazo certero,
arrancándole ese medallón.

―¡NO! ―gritó Nikoláy.

Sin embargo, fue lo único que le dio tiempo a hacer. Nikoláy no tuvo opción.
En cuanto el Vulturis se retiró con su presa, el mago de capa roja arrojó otro
de sus chorros negros. El búlgaro tuvo que erigir otra barrera con
precipitación para que la energía oscura no llegara a tocarle, eso sí, sus
dientes chirriaban tanto, que su rabia casi se podía escuchar de verdad.

―¡No! ―chilló también su hermano.

Esos desgraciados de Ruslán y Razvan, más el encapuchado, que dejó su


lucha inútil con el rastreador para retirarse hacia atrás, se quedaron
paralizados por un instante.

Yo tampoco desaproveché este momento de confusión y distracción. Sin


pensármelo dos veces, llevé mi elipse hacia Bella, Edward y Jasper y esta vez
sí, la inserté en sus cuerpos, atravesando los tres al mismo tiempo.

154

Como le había pasado a Alice, mi poder espiritual los recorrió enteros, de


arriba abajo, y cuando terminó sus ojos se colorearon de dorado, volviendo
en sí.

―¡Aro, los Cullen! ―le avisó esa momia canosa, retirándose hacia atrás de
un salto.

Pero ese viejo decrépito estaba observando el medallón que tenía entre sus
manos con esa cara de loco perdido.

―¿Qué… está pasando? ―inquirió Bella con un hilo de voz cuando vio todo
este jaleo.

¡Traed a los Cullen, rápido!, les ordené a mis lobos.

―¡No huyas, cobarde! ―le increpó Stefan a Cayo, ofendidísimo.

Este se abalanzó hacia el fósil canoso de nuevo, que ya se había colocado


junto al Vulturis adormilado, pero Demetri, que ahora se había quedado más
solo que la una, se interpuso en su camino, así que no le quedó más remedio
que luchar con él.

―¡Malditos! ―gruñó.

Quil ya se había cargado a esa sanguijuela, así que no lo dudó ni un segundo.


A él se unieron Isaac y Shubael, que también corrieron junto a Edward, Bella
y Jasper para empujarles con la cabeza. Ninguno de los tres parecía
explicarse qué estaba pasando, incluido Edward, que se afanaba en sacar
deducciones de todas las mentes que podía ver, pero hicieron caso a mis
lobos y salieron por pies de allí para venirse a la zona segura de nuestro
bando.

―¡Renesmee, cielo, ¿qué haces aquí?! ¡¿Y qué está pasando?! ―interrogó
Bella, asustada, al llegar a nuestro lado.

―¡Mamá! ―sollozó mi chica, arrojándose a ella para abrazarla―. Estáis


bien.

Bella correspondió su abrazo, pero Nessie enseguida se separó de ella para


abrazar a su padre y a sus tíos.

Entonces, cuando Jasper abrazó a Nessie, se dio cuenta de que le faltaba algo.

Ay.

―¿Qué…? ¡¿Qué me ha pasado en el…?!

¡Atentos!, ladré, interrumpiéndole.


Los gigantes se quedaron paralizados durante un par de latidos de corazón,
dejando las luchas que tenían con nosotros y la guardia Vulturis, y, de
repente, comenzaron a caminar hacia la zona donde esos viejos decrépitos y
los rumanos seguían con sus luchas particulares.

Al estar nuestra zona totalmente despejada, expandí mi círculo de luz


brillante protector y los cubrí a todos.

¿Qué pasa ahora?, se preguntó Cheran.

Es el medallón, expliqué al tiempo que yo mismo me daba cuenta de esto.


Ahora obedece a la voluntad de Aro.

No pude evitar que me rechinasen los dientes.

―Los gigantes son manipulados por la magia negra de ese medallón ―siguió
Edward, que ahora podía oír nuestros pensamientos y, de paso, aclaraba las
cosas para el resto.

Vaya, parecía que ya se había pispado de todo.

Odio decir esto, pero me alegro de verte y de tenerte aquí, le dije. Contigo
todo es más fácil. La comunicación y eso.

―Gracias, lo mismo digo ―me contestó, curvando su labio en una especie


de mueca.

Bella nos miró sin comprender, pero sonrió.

Los gigantes se quedaron quietos junto a la guardia, totalmente mansos y


dóciles, y los chupasangres que conformaban a la misma también se
quedaron inmóviles, en formación, a la espera de órdenes. Sin embargo, las
almas que se aferraban al cuello de los cuerpos de esos colosos no dejaban de
implorarme con esos gritos desgarradores que no se escuchaban.

Ese viejo chiflado se colocó junto a los otros dos Vulturis, mientras Nikoláy,
Ruslán y ese bastardo de Razvan continuaban luchando con sus magos
particulares, una pugna que parecía no tener fin y que se veía desesperada
para esos tres desgraciados. El encapuchado parecía haberse dado cuenta de
alguna situación y permanecía alerta, agazapado.

Me di cuenta de qué situación se trataba cuando ese loco de Aro giró su


semblante momificado hacia los magos y sonrió con arrogancia. Los caretos
de los rumanos y los búlgaros pasaron al pánico automáticamente, sus
asquerosas cabezas emanaron esos vahos azulados, saliendo despedidos hacia
arriba, como el vapor de una tetera. Sí, lo supe con total certeza. Ahora Aro
tenía el control total con ese extraño y espeluznante medallón, cuyo ojo no
dejaba de mirarme ni un instante. Ese colgante tenía un poder inmenso, lo
notaba, lo sentía, toda esa maldad procedía de ahí, y los magos búlgaros
debían de haberse quedado en calzoncillos sin él. Seguramente los tres 155

magos eran bastante poderosos, pero ese medallón les proporcionaba mucho
más poder, y ahora no lo tenían.

La Pitufina también mostró una sonrisa triunfal y orgullosa que le dedicó a


Nessie desde sus filas. No sé qué significaba eso, tenía algo que ver con su
pelea, seguro, porque las muelas de mi chica no se rompieron y no me
arrancó el pelaje que su mano aferraba de milagro.

La sonrisa de ese Vulturis tarado no se borró de su asquerosa cara ni un


instante. Entonces, mis pupilas se abrieron como platos cuando vi cómo el
ojo dejaba de mirarme a mí para hacerlo con los tres magos, y cómo el
medallón latía, al igual que hacía la pulsera de Nessie. Una neblina grisácea
comenzó a salir de los cuerpos de esos desgraciados de Nikoláy, Ruslán y
Razvan a una velocidad de vértigo.

―¡No! ―gritó Razvan.

Pero ya era demasiado tarde. Las tres neblinas atravesaron rápidamente sus
burbujas violetas como si nada, dejando atrás sus cuerpos petrificados, y se
fueron hacia la pupila del ojo del medallón a la velocidad de un viento
huracanado.

El medallón había reclamado lo que era suyo, esa magia negra extra que les
había prestado a esos tres patéticos magos. Ahora el colgante tenía otro dueño
y obedecía a su voluntad.

El encapuchado y los rumanos intentaron huir, pero el ojo se lo impidió,


dejándoles inmóviles.

Ni siquiera pudieron hablar. Sus pies se clavaron en el sitio y se quedaron


tiesos, con esas posturas extrañas de escapada. Al encapuchado no podía
verle el rostro, pero el careto horrorizado de los otros dos lo decía todo.

Nosotros tampoco podíamos escapar. La situación estaba más que clara: esto
se estaba poniendo muy chungo.

Los cinco poderosos magos de rojo no tardaron nada en actuar, lanzaron sus
chorros negros sin cuartel hacia esos desgraciados de Nikoláy, Ruslán y
Razvan, y resquebrajaron sus barreras como si fuesen simples cristales.

Sus vahos azulados llegaron hasta el cielo, sobrepasando las copas de los
árboles. Los tres gritaron con horror y mostraron hasta las cuencas de sus
blancos globos oculares cuando los chorros llegaron a ellos. Vale, me habían
robado mi venganza particular, pero podía servirme con esto. Sin embargo,
cuando mi labio lobuno estaba a punto de curvarse con una satisfacción un
tanto maléfica, sus gritos desgarradores de dolor se vieron repentinamente
interrumpidos.

Giré mi rostro súbitamente hacia Aro y vi que había levantado su paliducha y


tísica mano, por eso los cinco magos de color carmesí habían dejado de soltar
su magia negra.

¡¿Qué demonios hace?!, protesté enérgicamente.

―Todavía no habéis de morir ―dijo, manteniendo esa sonrisa alocada que


mostraba cuánto le gustaba el poder.

De repente, el ojo del medallón escupió un rayo de color púrpura oscuro que
se extendió hacia ellos vertiginosamente en forma de abanico, siendo un hilo
desde la pupila y ensanchándose a medida que llegaba a ese trío y a sus
acompañantes inmóviles, hasta que cubrió a esos seis por completo.

Todos nos quedamos perplejos.

En un abrir y cerrar de párpados las seis víctimas del medallón se volvieron


completamente sumisas, al igual que había pasado con los gigantes, y se
colocaron junto a estos y los miembros de la guardia, en formación, frente a
nuestro bando.

Ese asqueroso fósil de Cayo sonrió con satisfacción, acompañando al


chiflado de Aro, mientras que nosotros todavía seguíamos con cara de idiotas.

―Bien, ahora podemos empezar la guerra de verdad ―declaró Aro.

Todas nuestras filas rechinaron los dientes.

Hijo de perra. Esto era lo que quería desde el principio. Hacerse con ese
medallón para enfrentarse a nosotros.

―¡Maldito traidor! ―rugió Emmett, que no salió despedido hacia él porque


Rosalie le cogió de la mano y le paró los pies.

―No corras tanto, mi querido y valiente Emmett ―le respondió ese chiflado,
colgándose el medallón en su cuello―. La lucha tendrá lugar mañana, a las
doce del mediodía.

¡Idiota arrogante! ¡No tienes por qué darnos ventaja! ¡Luchemos aquí y
ahora!, rugí yo también, mostrándole mi poderosa dentadura con cólera.

Nessie no fue la única que me detuvo. Como siempre, Edward me interpuso


su brazo y no me dejó arrojarme hacia Aro.

156

Retiraba lo dicho hace un momento. Estaba mejor sin él.

―Mañana ―asintió el idiota de Edward.


Y la sonrisa de Aro se amplió.

157

Si tengo que elegir un último deseo,

lo tengo muy claro

―¡No lo entiendo, Edward! ¡¿Por qué tenemos que esperar a mañana?!


―protesté, enérgicamente―. ¡Ahora ellos tendrán tiempo de pensar en
alguna estrategia!

―Lo sé, pero nosotros también ―alegó, confiriéndole a su voz un tono


comedido y estudiadamente sosegado.

―¿Nosotros? No sé qué estrategia vamos a pensar ―dudé, siguiendo con mi


paseíllo, cabreado y nervioso, mientras me metía la mano entre el pelo―. Ese
medallón tiene mucho poder, mucho. ―Me paré frente a él y le miré a los
ojos―. No te imaginas la magia negra que desprende, es… espeluznante, me
pone los pelos de punta. ―Y volví a mover mis pies para dar otra
caminata―. Si hubiéramos seguido la batalla, ellos no tendrían estrategia, y
hubiésemos tenido una oportunidad. Pero ahora… Ahora conocen nuestros
puntos fuertes y débiles, y tendrán tiempo de pensar en algo para hacerles
frente. En cambio nosotros no hemos visto casi nada de lo que puede hacer
ese maldito medallón.

―Jake, tranquilízate ―me rogó Nessie, agarrándome del brazo para que
parase de una maldita vez.

Sí, lo sé, lo sé, estaba histérico y tenía que relajarme, pero, ¿cómo iba a
hacerlo? Ahora los Vulturis contaban con su ejército de chupasangres llenos
de dones, otro ejército de gigantes inmortales, los cinco magos más
poderosos del mundo, otros tres que iban a hacer lo que Aro quisiese y un
medallón que desprendía esa maléfica magia negra por sus 360 grados. Sí,
como para relajarme, vamos.

―Todo saldrá bien, Jacob ―afirmó Edward, que, cómo no, estaba al tanto de
todo lo que pasaba por mi inquieto tarro―. Tú eres más poderoso que todo
eso junto, lo sé.

―Y una mierda ―mascullé, parándome en seco para mirarle de nuevo―. Ya


has visto lo que emana ese medallón ―le recordé, señalando con el dedo a
aquella lejana zona que ni siquiera se veía, donde habíamos estado luchando.

Él lo había visto a través de mí, así que no me viniera con cuentos ahora.

―Tú eres más poderoso que todo eso ―insistió, observándome con una
confianza y una respetabilidad que me sorprendió un poco.

―Claro que sí, eres el Gran Lobo ―secundó Nessie, poniéndose frente a
mí―. Y ya sabes lo que dice la profecía.

La profecía, la profecía… Dichosa profecía.

―Eres un rey. Y reinarás en nuestro mundo ―siguió Sam; otro que me


miraba con el mismo careto. Guay.

―Todos tenemos fe ciega en ti, tío ―declaró Seth―. Sabemos que eres
mucho más poderoso que todos esos chupasangres y magos juntos. ¿Verdad?
―les preguntó a los demás.

―Por supuesto ―sonrió Emmett, cruzando los brazos a modo de matón.

―Pues claro, todos pensamos igual ―asintió Quil.

―Bueno, fe ciega no sé ―intervino Rosalie, mostrando una sonrisita


insolente―. Todavía eres un poquito torpe.

―No estoy de humor, rubia ―le contesté, malhumorado.

―Últimamente nunca lo estás. Qué aburrimiento ―suspiró, ladeando la cara


con petulancia.

Entrecerré los ojos para dedicarle una pequeña mueca.


―¿Qué pasa? ¿Es que no confías en ti? ―inquirió Nessie, mirándome con
esos ojitos dulces que eran capaces de ablandar hasta un diamante.

Genial. ¿Cómo iba a decirle que no? Eso la preocuparía aún más.

―No es que no confíe, es que… No sé, me da muy mala espina ―reconocí,


mordiendo mi labio inferior. Después, observé a mi manada durante un par
de segundos―. Escuchad, el que quiera irse puede hacerlo ahora. Algunos de
vosotros estáis imprimados, os esperan en casa. ―Vivos, pensé―. Paul,
quizá tú…

158

―¡Ni hablar! ―protestó, dejando caer los brazos a ambos lados con
enfado―. ¡Mi deber es ayudar a la manada!

―Pero yo sé que para ti Rachel…

―Rachel es lo primero para mí, pero ella está bien, está segura en La Push, y
yo estoy tranquilo por eso, no lo estaría si no fuera así ―me cortó, ahora un
poco más relajado―. En cambio la manada me necesita, tú me necesitas, y
no pienso fallaros. Además, como dijo Seth, confío en ti al cien por cien, sé
que saldremos de esta.

Yo no estaba tan seguro…

―Estoy totalmente de acuerdo ―le acompañó Jared―. Yo quiero quedarme.

―¿Y tú, Sam? Emily y los niños te esperan en casa ―le dije.

―Yo también me quedo ―declaró, alzando la barbilla con esa honorabilidad


de siempre.

El resto de imprimados asintió para apoyar la decisión.

―Venga ya, no seas tan muermo, Jacob ―resopló Leah―. Nos quedamos y
punto.
Mi nariz dejó escapar un resollado inconforme. Si a alguno de ellos le pasara
algo… Si a los Cullen, si a Nessie le pasara algo…

―Tal vez lo mejor sería que todos aprovechásemos para pirarnos de aquí…
―pensé en voz alta.

―No sabía que eras un cobarde ―espetó Ryam de pronto.

Mi rostro se giró súbitamente y le fulminé con la mirada. Aunque no fui el


único. Toda mi manada le miró con cara de malas pulgas.

Como había hecho en la celda, había soltado eso por la bocaza sin ni siquiera
mirarme. Seguía apoyado en ese árbol, observando algo a un lado como
quien no quiere la cosa. Idiota.

―¿Cómo has dicho? ―mascullé, apretando los dientes.

―Jake… ―murmuró Nessie, ya poniéndome su mano todavía fría por la


transformación en el torso por si tenía que pararme.

―¿Quieres que nos larguemos de aquí? ¿Que huyamos como cobardes?


―siguió, por fin girando el careto hacia mí.

Imbécil. No era por mí por quien lo había dicho. Yo no quería huir como un
gallina, pero si yo me iba, el resto lo haría conmigo, ya no tendrían esa
estúpida excusa del honor para conmigo, el respeto y todo eso. Y sobre todo,
Nessie también se vendría conmigo, con lo cual estaría a salvo. En cambio, si
me quedaba, todos lo harían.

―Idiota. Si fuera por mí, ahora mismo estaríamos luchando con ellos
―afirmé, enfadado―.

Era yo el que quería quedarme, ¿recuerdas?

―De todas formas, marcharnos ahora tampoco sería la solución ―terció


Carlisle, usando su tono comedido de siempre―. Quizá conseguiríamos
escaparnos de aquí, pero los Vulturis nos encontrarían tarde o temprano y no
solo nos darían caza a nosotros, todas las personas inocentes de nuestro
alrededor, de vuestra tribu, correrían un grave peligro.

―Esos serían capaces de devastar toda La Push como venganza ―intervino


Emmett.

Se me puso el pelo de punta solamente con oír eso.

―Yo no he dicho que quiera huir, solo era una ocurrencia ―dejé claro.

―Alice, ¿ves algo? ―le preguntó Doc.

Esta se frotaba las sienes sin parar al tiempo que arrugaba ese menudo rostro
blanco como la cal.

―Es imposible ―suspiró, agotada por el esfuerzo―. Ese medallón debe de


estar interfiriendo, así que no puedo ver nada. Además, creo que Aro está
utilizando la influencia de Varick.

―¿Y tú no viste nada en la mente de ese decrépito? ―quise saber,


dirigiéndome a Edward.

―Su mente no mostraba ninguna posible estrategia, estaba demasiado


impresionado y fascinado por el poder que ese medallón le va a dotar a partir
de ahora ―explicó con un gesto grave.

Nessie tembló y yo cogí su fría mano para tranquilizarla.

―¿Y si llamamos a Ezequiel? ―se me ocurrió―. Tal vez él sepa algo sobre
ese medallón y pueda ayudarnos.

―Se nos han agotado las baterías del móvil ―dijo Bella, que mantenía su
mano amarrada a la de Edward―. Ninguno de nosotros dispone de teléfono.

―A nosotros también se nos han agotado ―reveló Esme.

―Yo tampoco tengo batería ―se unió Nessie, mordiéndose ese precioso
labio con preocupación.
―Como para venir a Volterra con el cargador, ¿verdad? ―rio Em.

Miré a mis hermanos de manada, los cuales hicieron unas negaciones con la
cabeza.

―Genial, pues ninguno de nosotros ha traído su móvil ―resoplé.

159

―Pues no hay que salir de casa sin el móvil ―opinó Ryam, otra vez mirando
a no sé dónde.

―Verás, cuando vamos a una guerra no solemos llevarlos encima, ¿sabes?


―le aclaré, confiriéndole a mi voz un tono ácido.

―Jake, tengo sed ―nos interrumpió Nessie, dándome suaves tirones de la


mano para que le atendiese a ella.

Seguramente también era para desviar mi atención de ese pesado de Ryam.


Por supuesto, lo consiguió, mis ojos no tardaron nada en dirigirse a ella para
quedarse en ese hermoso rostro.

―¿Quieres ir a cazar o prefieres tomar la sangre que te ha traído Doc? ―le


pregunté.

―Creo que será mejor que cace algo. Es mejor que deje todas las reservas de
sangre posibles para la batalla.

No me gustaba. No me gustaba nada que ella estuviese allí mañana. Si ya no


me había gustado que hubiese estado hoy, mañana mucho menos.

Nessie tiró de mi mano y obligó a mis pies a que comenzasen a andar, sin
darle tregua a mis pensamientos.

―Después hablaremos de lo de mi brazo ―dijo Jasper, que ya lo tenía en su


sitio, pero que no le había sentado nada bien que no lo hubiese estado.

Glups.
―Sí, vamos a cazar. ―Y me coloqué delante de mi chica para tirar yo de
ella.

Nessie soltó una risilla y empezamos a galopar, cogidos de la mano.

No tardamos mucho en alejarnos de allí. Esas momias de los Vulturis y toda


su chusma se habían pirado hacia el este para esperar a mañana, y todos
nosotros lo habíamos hecho hacia el oeste, con lo que esos fósiles se
encontraban bastante lejos de nosotros. No me hubiera fiado ni un pelo si no
fuera porque Doc afirmaba rotundamente que los Vulturis no faltarían a su
palabra y que mantendrían esta pequeña tregua hasta la mañana siguiente. Así
que más o menos estaba tranquilo, lo bastante como para fiarme e irme de
caza con Nessie a solas.

Mi chica enseguida detectó unos efluvios y unos rápidos latidos de corazón.


Nos dirigimos hacia allí deprisa y, entre los árboles, vimos a esa manada de
ciervos. No se lo pensó dos veces. Soltó mi mano y se abalanzó hacia ellos a
una velocidad vertiginosa. Cuando quise darme cuenta, sus manos y su
dentadura ya sostenían a uno de ellos para asfixiarlo con rapidez. El pobre
animal se retorció y luchó por su vida durante un instante, pero Nessie era
muy efectiva, rápida, y el ciervo sufrió lo menos posible.

Me acerqué allí, dando un paseíllo, y me senté a su lado.

―¿Quieres? ―me ofreció de broma.

―No, gracias ―le respondí con retintín, sonriéndole.

Soltó otra risilla y empezó a succionar la sangre del animal.

Vaya, sí que tenía sed, porque tragaba como una loca. No sé cuánto tiempo
estuvimos así, pero en un santiamén dejó seco al ciervo y su cuerpo volvió a
ser cálido y medio humano. Su efluvio pasó de oler igual que el mío a
adquirir sus aromas de siempre, esa fragancia suya tan dulce que me
embriagaba por completo.

―¿Ya?
―Sí ―sonrió, palmeando su barriga.

―Hay que ver cómo tragas ―me burlé, poniéndome de pie.

Extendí los brazos para ayudarla a levantarse.

―Tenía sed ―se defendió, cogiendo mis manos.

―Ya lo veo, ya ―reí, tirando de ella.

Dejé libre una de sus manos y comenzamos a pasear por ese bosque
nocturno.

Ninguno de los dos habló. El silencio reinaba en ese boscaje mediterráneo en


el que solo se oían esos sonidos de la noche. Los búhos, los grillos y las ranas
de ese lago cuyas orillas estábamos empezando a recorrer cantaban su
particular melodía.

Mi cabeza no dejaba de dar vueltas, se me iban a freír los sesos, de tanto


pensar. Toda la responsabilidad pesaba sobre mí, toda. Maldita sea, todos
esperaban que yo llegase y mi poder espiritual hiciese ¡bum!, y problema
resuelto. Pero yo no sabía utilizarlo bien y, sí, diablos, tenía que reconocerlo,
no sabía si mi poder sería suficiente para vencer a ese espeluznante medallón.
El tema estaba realmente chungo, lo teníamos muy crudo. Mierda, ¡mierda!

―Te veo muy intranquilo, ¿pasa algo?

Las palabras de Nessie hicieron que regresase del infierno con rapidez.
Genial, Jake, ahora ella estaba más preocupada.

160

No me había dado cuenta, pero nos habíamos detenido.

―No, cielo, no te preocupes. Todo va bien ―disimulé, curvando mi labio


hacia arriba todo lo que pude.

―No me mientas, te conozco demasiado ―protestó, frunciendo el ceño para


adoptar esa expresión tan adorable―. Sé que las cosas no van bien y que tú
estás muy preocupado.

Suspiré, llevándome la mano al pelo de mi frente.

No quería preocuparla, pero estaba claro que mentirle a Nessie era misión
imposible. Para empezar, me conocía demasiado bien, como ella había dicho.

―Ese medallón me da muy mala espina ―confesé, bajando la mano de


nuevo.

―Tienes que confiar en ti ―murmuró, alzando la suya para acariciar mi


mejilla―. Yo confío plenamente en ti. ―Y sus ojos se clavaron con
resolución en los míos.

Su don me mostró justo lo que decían sus palabras. Ante ella se presentaba un
colosal lobo bermejo, fuerte, protector, poderoso…

No tiré tan fuerte de su mano, pero Nessie aprovechó ese pequeño empujón
para aferrar su brazo a mi cuello y arrimarse a mí. Notar su frente tan pegada
a la mía y la calidez de su cuerpo hizo que todo mi organismo se llenase de
ese chisporroteo de siempre, y mis manos se aferraron a su cintura
automáticamente. La energía empezó a fluir a nuestro alrededor, girando y
girando.

―Te quiero ―susurré, frotando nuestras frentes―. Te quiero con toda mi


alma.

―Yo también te amo con toda mi alma ―musitó.

Su mano pasó a mostrarme algo bien distinto. Probablemente lo estaba


haciendo sin darse cuenta, olvidando por completo que su suave palma seguía
en mi rostro. Ahora me estaba mostrando lo mucho que me deseaba, lo
mucho que me amaba. No pude evitar jadear ante tales sentimientos, eran
demasiado fuertes, eran demasiado parecidos a los míos. Idénticos.

Su deseo era un sentimiento tan profundo e intenso, que electrizaba todo mi


cuerpo, lo atravesaba de pies a cabeza, recorriendo todas las partes de mi
organismo. El ambiente se llenó de tensión sexual enseguida, casi se podía
sentir su electricidad revoloteando en el aire. La respiración de Nessie ya se
agitaba en mi boca, acompasando a la mía, y su mano dejó mi mejilla para
descender por mi pecho con calma. Dios, me encendí como una mecha, era
inevitable. Estar así con ella era un regalo.

De pronto, me dio por pensar en algo, algo incipiente que azotó mi mente con
precipitación, algo que estaba ahí todo el tiempo. Y era una incertidumbre
demasiado intensa, demasiado. ¿Y si era la última vez que estábamos así? ¿Y
si no había más momentos como este? ¿Y si ya no había un mañana para
nosotros?

Caer en esto tan de repente fue como un disparo a bocajarro. Entonces, sentí
la urgente necesidad de tenerla entre mis brazos, de sentir su piel, de sentir su
calidez. Lo necesitaba.

Necesitaba amarla, acariciarla, besarla, entregarme a ella por última vez, pero
también necesitaba su calidez, su dulzura, su amor, en este momento tan frío,
sucio y devastador como era esta asquerosa guerra. Si mañana tenía que
morir, ella era mi último deseo.

No hicieron falta palabras. Nessie alzó la vista y sus sensuales y hambrientos


ojos ya me lo dijeron todo.

Los dos unimos nuestros labios y comenzamos a besarnos con pasión. Fue
cuando supe que ella sentía lo mismo que yo: esta puede que fuese la última
vez que hiciéramos el amor. Eso hizo que mi determinación subiera hasta las
nubes. Ahora ya no dudaba ni un ápice, me entregaría a ella completamente,
entregándole mi alma, por última vez.

Bajé mis manos hasta su espalda más baja y la apreté contra mí con un
movimiento seguro y decidido. Ambos jadeamos con más fuerza.

Sus manos acariciaron mi torso como solo ellas sabían hacerlo, eso me ponía
a cien. Sí, yo era suyo, todo suyo, Nessie lo sabía. La energía subió de nivel y
se revolvió a nuestro alrededor, como un tornado. Sus sedosas y cálidas
palmas se deslizaban por toda mi piel, recorriendo cada uno de mis
estremecidos músculos, mientras nuestras bocas exhalaban el aliento y se
besaban sin descanso y nuestras lenguas se enredaban frenéticamente,
buscándose con auténtico fervor. ¡Uf!

Mis pantalones estaban a punto de reventar.

Caminé hacia ella, obligándole a ir hacia atrás, hasta que su espalda se topó
con el tronco de un roble. Sus manos se despegaron de mi pecho cuando le
quité la chaqueta, para ayudarme a sacar sus brazos, y pasaron a acariciar mis
hombros y mi nuca después, entremezclándose con mi pelo; las mías se
fueron hacia los botones de su ceñida blusa para desabrocharla.

Esos botones eran bastante pequeños para mis dedazos, y eso me hacía ir más
despacio. Se la 161

hubiera abierto de un tirón, si no fuera porque esta blusa y esa chaqueta eran
la única ropa que tenía aquí para cubrir la parte superior de su cuerpo. Y la
chaqueta solamente tenía un lazo que se anudaba arriba, así que no me quedó
más remedio que ir botón a botón hasta que por fin conseguí desabrochársela.

Pero ya no perdí el tiempo. Una vez que le quité la blusa, ayudado por sus
brazos de nuevo, la despojé de su sujetador, desenganchando el cierre de su
espalda.

Metí la mano por el cabello de su nuca y empecé a besar todo su cuello. Sus
manos se perdían por mi pelo y mi espalda con frenesí y sus jadeos subieron
de intensidad, pero pasaron a ser gemidos en toda regla cuando mi boca y mi
lengua comenzaron a disfrutar de sus generosos pechos, que ya estaban
totalmente excitados. Sus piernas se abrieron y su cuerpo se frotó con el mío
para saciar un poco su deseo. Eso ya me volvió loco del todo.

No sé ni cómo pudimos, pero nos deshicimos del resto de su ropa. Todo cayó
al suelo y ella lo apartó a un lado, empujándolo con el pie. Mientras
seguíamos besándonos con locura, llevé mi mano más allá de su vientre y la
bajé del todo. Sus gemidos y movimientos me lo anunciaron, pero mis dedos
ratificaron que ya estaba más que preparada para recibirme.
Nessie desabrochó mi pantalón y consiguió bajármelo un poco. Me sentí muy
liberado con esto, ya no aguantaba más. Mis pantalones rozaron mis piernas
cuando se cayeron en la hierba del terreno.

Ya se iba a agachar, pero la detuve, poniéndole mis manos en sus hombros.


No tenía tiempo para eso, tenía que tomarla ya. La cogí en brazos y la tumbé
sobre la hierba, en un montículo que me pareció bastante mullido y cómodo.
Ella me entendió a la perfección, cómo no, y sus sensuales ojos eran el reflejo
puro de la excitación que mis ansias de poseerla le producía. Sabía que esto la
volvía loca. Sus piernas abiertas ya eran toda una invitación y una
provocación.

Me acomodé entre las mismas, pero no me uní a ella todavía, aunque me


moría por hacerlo.

Primero quería observarla bien, puede que fuera la última vez que la viera de
este modo, que viera su preciosa desnudez de diosa, que la viera así, entre
mis brazos. Deslicé la mano por su vientre, sin dejar de observar su cuerpo,
su luminosa piel de seda. Su boca volvió a jadear con intensidad, como la
mía, y subió de volumen cuando mi mano llegó a sus senos.

No podía dejar de sentirme el hombre más afortunado del mundo por poder
tenerla, por poder tocarla, acariciarla, como me había sentido cuando mis
dejos rozaron sus labios y su cuello por primera vez.

Acerqué mi rostro al suyo y la besé con toda mi alma, sabiendo que esta
quizá fuera la última vez que pudiera besarla de este modo. Sus labios
acompasaron a los míos, sintiendo lo mismo, y llevé mi mano a su sien para
acariciar su angelical rostro. Unas lágrimas brotaron por sus ojos cerrados y
se deslizaron por ambos lados de su cara, mojando las yemas de mis dedos.

Separé mi boca de la suya para hablar, algo preso de esta estúpida emoción,
pero solo dejé un centímetro entre nuestros labios.

―Que quowle ―susurré a duras penas―. Para siempre.

―Te amo ―musitó ella con un hilo de voz.


Sequé sus lágrimas con mis dedos.

―Siempre estaremos juntos. Pase lo que pase, yo siempre estaré a tu lado.

Mi espalda fue presa de sus manos, que me arrimaron más a ella.

―Tómame ya ―me suplicó con un estimulado susurro que rozó mis labios
con avidez.

No esperé más.

Me uní a ella muy despacio, dejando que su cuerpo se fuese adaptando a mí


poco a poco. No quería hacerla daño, aunque ella parecía un molde hecho a
medida para mí y sabía que estaba más que preparada. Pero también quería
sentirla bien, sentir su húmedo y caliente bajo vientre abrazándome,
acogiéndome, dejándome entrar en lo más profundo de su ser. Sus manos se
aferraron a mi pelo mientras me internaba en ella, con un ansia desmedida,
suplicándome que ya lo hiciera completamente. Su gemido de placer
acompañó al mío cuando por fin la penetré del todo, y sus dedos ya se
mezclaron con mi cabello con auténtico fervor.

Mantuve nuestros labios juntos, no quería separarme de los suyos jamás. Ella
era lo que más amaba del mundo, todo lo que ansiaba, la deseaba hasta la
locura, ella era mi último deseo en este mundo. Sus mejillas empezaron a
encenderse mientras mi cuerpo se movía dentro del suyo a conciencia, y sus
estimulados jadeos y gemidos, ver cómo ella se estremecía de ese modo y
sentía ese placer por mí, me excitaban aún más, haciendo que la intensidad de
la energía que nos rodeaba fluyera con más pasión.

162

Me desprendí de ella un poco, pero no del todo, lo justo para sentir que parte
de mí todavía era suya. Eso la volvía loca, y a mí también. Sus ansiosas
manos bajaron hasta mi espalda más baja y sus dedos se clavaron en mi piel
para empujarme hacia dentro de nuevo. Cuando lo hice, ambos gemimos más
alto.
A partir de ahí, los dos perdimos la poca cordura que nos quedaba del todo y
el fuego se desató, envolviéndonos junto a esa energía mágica y frenética.

Ya había avisado a Sam de que no íbamos a aparecer por allí en toda la


noche, pero la cosa se nos estaba alargando un poco más de la cuenta.
Nuestra intención era dormir algo, a solas, pero ahora quedaba muy poco
para que la luz morada del alba comenzara a aparecer por ese horizonte
arbolado. Los grillos y las ranas que habitaban ese lago seguían
acompasándonos con su particular concierto musical, aunque creo que los
búhos y demás aves nocturnas ya hacía rato que se habían callado. Creo,
porque todo yo estaba en otras cosas más importantes.

Una vez más, noté cómo esa energía frenética explotaba del todo y cómo mi
alma se unía a la suya, fundiéndose en una sola, volando juntas. Sentí cómo
todo su bajo vientre palpitaba, esos intensos y alocados espasmos y
convulsiones que también me apretaban a mí… Y entonces, ya me dejé llevar
del todo, entregándome a ella completamente. Gemimos en nuestros labios y
sus uñas se hundieron en la piel de mi espalda para que no me separase de
ella nunca, aunque mis dedos también se clavaron en sus caderas con furor.

Nos quedamos quietos, con los rostros y nuestros cuerpos aún unidos, con su
pecho pegado al mío. Nessie se encontraba sentada sobre mí. Su dulce y
cálido aliento todavía se mezclaba con el mío agitadamente, pero volví a
besarla. No me cansaba nunca, podía estar horas y horas así, besándola,
dejando que mis privilegiados labios rozasen a los suyos, tan sedosos y
dulces, dejando que la energía no se disipase jamás. Llevé mi espalda hacia
atrás, apoyándola en el tronco de ese árbol bajo el que estábamos, y ella me
acompañó para no dejar de besarme.

Ninguno de los dos quería que esto se terminase, ninguno quería parar, pero,
maldita sea, para nuestra desgracia la madrugada era más que incipiente, así
que ambos nos obligamos a despegar nuestros labios por primera vez en toda
la noche. Nos miramos a los ojos para comernos un poco más y terminamos
dándonos un beso corto. Pero acto seguido nos dimos otro. Y otro. Y otro. Y

otro…
―Nessie… ―susurré, curvando mi labio hacia arriba.

―No quiero que se acabe… ―ronroneó en mi boca con otra sonrisa.

Y yo tampoco quería.

―Pero dentro de poco va a amanecer ―murmuré entre beso y beso,


siguiendo el hilo de mis pensamientos―. Dentro de poco tendremos que
volver con los demás.

Su boca volvió a despegarse de la mía. Me miró, frunció los labios en una


línea y suspiró.

―Sí, tienes razón ―asintió, suspirando otra vez.

Se desprendió de mí y mi cuerpo se quedó huérfano. Hoy parecía que se


quedaba más huérfano que nunca. Se medio aovilló sobre mis piernas y se
acurrucó en mi pecho, mimosa. La rodeé con mis brazos y la apreté contra
mí, dándole un beso en la coronilla.

Esta vez sí que escuché mejor la suave melodía que todavía nos ofrecía ese
bosque oscuro.

También pude prestar atención al chapoteo de los peces que se atrevían a salir
a la superficie para zamparse algún mosquito, y a ese arrullo de las ranas, que
saltaban de hoja en hoja para terminar metiéndose en el agua. Pero en lo que
más se fijaron mis oídos fue en el latir de su corazón. Este latía tan cerca del
mío, podía sentir sus palpitaciones en mi pecho, mi propia piel vibraba con su
repiqueteo. Esta tranquilidad se sentía extraña en estas circunstancias. Parecía
increíble que dentro de unas pocas horas nos fuéramos a enfrentar a esa
guerra tan peligrosa.

Apoyé la cabeza en el tronco, cerré los ojos y tragué saliva. Dios, no quería
que este corazón dejase de latir nunca. Sin embargo, sabía que Nessie jamás
se iría de aquí sin mí, que quería luchar conmigo, a mi lado. Por un momento
se me pasó por la cabeza pedirle que se marchase si veía que la cosa se ponía
fea, pero iba a ser inútil decírselo. Ella jamás me abandonaría aquí. Pero
había una cosa que ella no podría evitar. Ella jamás me dejaría aquí, a no ser
que yo se lo ordenase.

Y eso es lo que iba a hacer. Nessie no podría desobedecer mi voz de Alfa, así
que se lo ordenaría. Le ordenaría que se alejase y que salvara su vida.

Despegué mi cabeza del árbol y la observé. Parecía muy a gusto entre mis
brazos, protegida.

Llevé una de mis manos a su frente y le quité los pelos de la misma para
despejarla.

―Jake ―me llamó de pronto con un suave murmullo.

163

―Dime.

―Ese medallón es muy poderoso, ¿verdad? ―quiso saber.

Seguí pasando los dedos por su cabello.

―Sí ―reconocí.

Se hizo un momento de silencio que se llenó de incertidumbre y un incómodo


temor.

―¿Crees que Razvan, Nikoláy y Ruslán podrían ser clones otra vez?
―cuestionó ahora.

―No, esta vez no lo son ―afirmé con seguridad.

―¿Cómo lo sabes? ―Su rostro subió para mirarme y yo bajé el mío para
hacer lo mismo.

―El ojo del medallón no se movía cuando te saqué de esa iglesia de


Bulgaria, y ellos no emanaban esos vahos gris oscuro que vi hoy ―le revelé.
―Entonces, ¿ese medallón es el de verdad?

―Claro, si no, ¿por qué Aro se iba a tomar tantas molestias en conseguirlo?
―le contesté, murmurando las palabras para que no sonasen tan
peligrosas―. Además, se puso muy contento cuando lo consiguió.

Nessie miró al infinito y mordió su precioso labio inferior, como si hubiese


caído en algo. Luego, alzó el rostro y me miró de nuevo, aunque esta vez sus
pupilas estaban teñidas de una preocupación especial.

―Aro quiere llevarte a Volterra, y usará ese medallón. Tienes que tener
mucho cuidado ―me advirtió, incorporándose un poco para llevar sus manos
a mi rostro―. Jane me dijo que la intención de los Vulturis era atraparte.

―Sí, algo escuché en tus pensamientos ―recordé.

―Creo que pretenden conseguirlo con ese medallón. ―Su voz tembló al
final de la frase.

―Tranquila, cielo, no lo conseguirán ―afirmé con toda la seguridad que


pude, aunque no lo estaba tanto, la verdad―. Soy el Gran Lobo, ¿recuerdas?

Sonreí para calmarle, pero entonces, fue ella la que clavó esa mirada segura
en mí.

―Yo confío en ti al cien por cien ―reiteró, llevando sus manos a mi


cuello―. Tú eres mucho más poderoso que ese medallón, lo sé. No sé qué es
lo que pretende Aro, pero está muy equivocado.

La profecía dice que tú reinarás en nuestro mundo, que la larga dictadura


erigida por los Vulturis se verá rota, y que ningún otro bebedor de sangre,
ningún otro ser, tendrá el suficiente poder para revocarte, y también dice que
tú serás invencible. Aro no podrá cambiar eso jamás.

Su confianza y ese orgullo con el que hablaba me subieron algo la moral,


tengo que reconocerlo.
Pero el peligro que se avecinaba dentro de unas horas estaba ahí, no podía
negarlo. Y era un peligro que nos amenazaba a todos, cosa que no me gustaba
ni un pelo.

Aun así sonreí para agradecer sus intentos de ánimo y la besé en los labios
durante un breve instante. Sí, instante que se me hizo demasiado breve, todo
hay que decirlo.

―Gracias ―murmuré en sus labios.

―Todo saldrá bien, ya lo verás ―sonrió.

Genial. Resultaba extraño que fuera ella la que me tuviera que animar a mí,
pero así era.

Nessie inspiró el efluvio de mi cuello, volvió a acurrucarse en mi pecho,


sonriendo de felicidad, y rodeó mi torso con sus brazos para apretarse contra
mí.

Sí, este momento era muy feliz. Una burbuja de felicidad en este fango de
barro en el que estábamos metidos hasta las cejas. No quise desperdiciar este
momento con malos pensamientos, así que decidí disfrutarlo al máximo.

―Luego tendremos que darnos un baño en ese lago ―dijo, riéndose.

―En cuanto amanezca ―sonreí yo.

Y el bosque volvió a abrazarnos con su música nocturna.

164

Tic, tac, tic, tac. El momento de la

batalla final se acerca

Ya hacía un rato que había amanecido, y ahora el bosque ofrecía un


panorama muy distinto.
Los grillos y las ranas se estaban tomando un descanso y estaban siendo
sustituidos por el canto mañanero de los diferentes tipos de pájaros que
habitaban el boscaje. La luz ya conseguía colarse por esa cúpula arbórea que
nos cubría y todo parecía cobrar vida, siguiendo el ritmo de la salida del sol.
Para ser tan temprano, no hacía ni pizca de frío, la verdad, se ve que aquí en
Italia el clima era bastante templado. Claro, que era verano. Si no fuera por lo
que nos esperaba dentro de unas horas, se hubiera estado genial aquí.

Nessie y yo no tardamos nada en vestirnos, después de darnos ese corto baño


para asearnos un poco. Nos cogimos de la mano y comenzamos a caminar
hacia ese lugar donde ya nos debían de esperar todos, seguro.

Era una pena que esta noche se hubiese terminado tan pronto, al menos, a mí
me lo había parecido, vamos. No voy a negar que lo habíamos pasado de
fábula durante estas horas, había sido un oasis en el desierto, incluso había
repuesto fuerzas y me encontraba más centrado, pero el volver a la realidad
tan de repente era como si nos hubiesen echado encima un caldero de agua
helada, y yo no podía dejar de pensar en ese peligro que acechaba a Nessie y
a todos los demás.

No nos estábamos dando mucha prisa, sinceramente, aunque tampoco íbamos


a paso de tortuga para dirigirnos junto al resto. Eran nuestros últimos minutos
a solas y queríamos aprovecharlos al máximo. Me sentí un poco culpable y
todo por poder disfrutar de la compañía de mi chica, cuando mis hermanos no
podían hacerlo de las suyas, pero, en fin, qué le iba a hacer, ¿no? Mala suerte.

Para colmo, ¡arg!, tenía una comedura de coco importante, no hacía más que
rallarme la cabeza con toda esa maldita lucha. Y lo peor es que Nessie
parecía estar igual que yo, y eso sí que no lo soportaba. Odiaba verla tan
preocupada.

―¿Sabes lo segundo que voy a hacer en cuanto lleguemos a casa? ―se me


ocurrió soltar para evadirnos un poco.

Nessie giró su hermoso rostro y me miró con una media sonrisa.

―¿Lo segundo? ―se percató, marcando la pregunta con intención.


―Sí. Bueno, lo primero ya lo sabes, nena, no hace falta ni que lo diga, ¿no?
―La comisura de mi labio se curvó con picardía y su preciosa sonrisa se
amplió, aunque tenía ese matiz tímido que me volvía loco. Me coloqué detrás
de ella, manteniendo esa sonrisa pícara, y la rodeé con mis brazos al tiempo
que seguíamos caminando. Luego, llevé mi cabeza hacia delante para
susurrarle en el oído―. Los lobos siempre tenemos un hambre voraz,
Caperucita, y cuando pase todo esto yo te voy a devorar entera.

Giró su rostro para que sus labios bebiesen un poco de los míos y ya nos
detuvimos.

¡Uf! Como empezásemos, ya no íbamos a poder parar.

Los dos nos obligamos a terminar ese beso que ya comenzaba a pasar al otro
lado de la frontera, ya sabes, esa línea que marca un paso más hacia lo
imparable y la locura total. Además, ya podía oler los efluvios de mis lobos,
esa pareja de gigantes y los Cullen. Todavía estaban bastante lejos, pero no
tanto como para que Edward no pudiese escanear nuestras mentes ya. Qué
rollo. Casi podía sentir sus dichosas ondas clavándose en mi cerebro, pero
esta vez en forma de flechas punzantes, aguijoneándome sin cuartel,
pinchándome como un pesado chinche. Sí, vale, estábamos casados y él ya no
podía decirnos nada, faltaría más, bueno, más bien me daba completamente
igual lo que él pensara, pero saber que podía radiografiarme la mente me
tocaba bastante las narices, la verdad, era realmente incómodo. Demonios, si
miraba a una mosca casi podía ver su cara dibujada, vigilándonos, era como
tener un espía clavado en el cogote todo el tiempo.

―¿Y qué es lo segundo? ―preguntó Nessie de pronto, sacándome de esta


bola mental que me había montado yo solito.

Tuve que tomar una buena bocanada de aire para reponerme de ese precioso
rostro que tenía 165

tan cerca y de ese besazo de antes.

―Ah, lo segundo ―recordé, poniéndome a su lado de nuevo, cogiendo su


mano―. Verás, te llevaré en la Harley por la autopista hasta Seattle, ¿qué te
parece? ―Y le sonreí.

―Me parece genial ―sonrió ella también. Verla así era todo un bálsamo para
mí―. Siempre que pueda pegarme bien a ti y pueda ir sin casco para sentir el
aire en la cara.

―Eso está hecho, pequeña.

Nos sonreímos otra vez y nos dimos un beso corto.

Como me suponía, no tardamos mucho más en llegar hasta donde se


encontraban todos.

―Ahí llega la parejita de su luna de miel ―anunció Shubael con un aire de


mofa en el tono de su voz, aunque su amplia sonrisa ya lo decía todo a las
claras.

Idiota…

A Helen se le escapó una risita picarona y las mejillas de Nessie se


ruborizaron.

―Qué, ¿te quedarán fuerzas para la batalla de hoy o tendremos que darte
oxígeno en mitad de la pelea? ―se burló Emmett, cómo no, dirigiéndose a
mí.

Idiota…

La cara de Nessie pasó a ser roja total.

―Tengo fuerzas de sobra para todo ―solté, vacilón.

Em rompió a reír a carcajadas.

―Ahí tenéis algo para desayunar ―nos indicó Edward, que por supuesto,
todavía no se acostumbraba a ver ciertos pensamientos en mi cabeza sobre su
hija, por muy casados que estuviéramos, y ese careto tirante lo decía todo.
Sí, vale, tenía que reconocerlo, era verle a él, y las imágenes de nuestra
tórrida velada nocturna me venían solas a la cabeza, qué le iba a hacer. No es
que lo hiciera adrede, en serio, pero es que cuanto más trataba de ocultarle
esos recuerdos, resulta que surgían más.

Carraspeé, tratando de pasar de su pálida cara, y me fijé en ese desayuno.

―Vaya, ¿habéis cazado un jabalí? ―se sorprendió mi chica, curvando los


labios para sonreír.

Los restos del susodicho jabalí reposaban en un palo horizontal que estaba
apoyado en dos especies de patas que lo sujetaban sobre una fogata que
apenas ya tenía llamas.

La verdad es que tenía un hambre canina, ni siquiera habíamos cenado y mis


tripas ya no podían trabajar más para llamar mi atención. El olor de esa carne
se metió por mi nariz para tentar aún más a mi apetito.

Sin embargo, algo captó nuestra atención y Nessie y yo no nos movimos del
sitio.

Era Bella. Miraba a Alice con mucha atención y preocupación mientras esta
se frotaba las sienes sin parar.

―Alice ha tenido una visión sobre Renée ―nos reveló Edward.

―¡Renée! Me había olvidado de ella por completo ―pensó Nessie en voz


alta, llevándose las yemas de los dedos a la boca.

Mi pensamiento era idéntico al suyo.

―¿Dónde está? ¿La tienen esos rumanos? ¿Los Vulturis ahora? ―inquirí,
tenso.

―No, no ―me calmó él―. Nosotros nos encargamos de que no la atrapasen.


Alice había tenido una visión en la que Vladimir y Stefan la sorprendían
investigando más de la cuenta, descubrían de quién se trataba y la
secuestraban para chantajearnos. Sin embargo, nosotros pudimos actuar a
tiempo y lo impedimos. Ellos ni siquiera saben de su existencia ahora.
Después nos entregamos para cerciorarnos de que no la descubrieran. En
cuanto nos pusimos en manos de Vladimir y Stefan, nos hipnotizaron y ya no
tenemos más recuerdos hasta ayer.

―¿Y dónde está Renée ahora? ¿Sigue investigando? Porque si es así, ella
estará en peligro. ―La voz de Nessie se apagó cuando miró a Bella, cuyo
rostro era el reflejo puro y duro de la preocupación.

―Rosalie se encargó de eso ―desveló Jasper―, aunque creo que se pasó un


poquito. ―Y su mirada se clavó en la de la mencionada con algo de regañina.

―Solo hice lo que tenía que hacer ―se defendió ella, elevando su barbilla
con petulancia―. Si no le hubiera roto las piernas a Phil, ella no hubiese
vuelto a Phoenix para cuidarle y seguiría husmeando por aquí. Ahora estará
una buena temporada ocupada.

Bella la fulminó con la mirada, aunque no dijo nada, estaba demasiado


pendiente de Alice y de su concentración.

―¿Le rompiste las dos piernas a ese pobre infeliz? ―le reproché, alzando las
dos cejas con asombro. Luego, chisté―. Menuda bestia.

166

―Mira quién va a decírmelo ―me contestó, entornando los ojos para


mirarme con cara de odio―. El animal de la casa.

―¡Rose! ―le regañó mi chica.

Todos mis hermanos resoplaron a la vez por las narices.

―Déjalo, Nessie ―le paré, dedicándole otra miradita similar a la Barbie―,


yo seré un animal, pero solo cuando me transformo.

Escuché el rechinar de dientes de la Barbie.


―Bueno, ya está bien ―intervino Edward, irritado―. La verdad es que te
excediste un poco, Rose, pero eso ya no importa. ―Ella le dio un manotazo a
su melena y ladeó la cara con disconformidad―. El caso es que Alice ha
vuelto a tener otra visión sobre Renée, pero el problema es que no consigue
verla bien, y eso nos tiene muy preocupados.

―Ya, y creéis que puede deberse a que los Vulturis la vayan a descubrir y
ese maldito medallón interfiera, ¿no es eso? ―le dije.

Los dedos de Nessie apresaron a los míos con más fuerza.

―No solo eso, Jacob. ―Se quedó mudo durante un instante.

Parecía estar estudiando si decir lo que tenía que decir o no, porque nos
observaba a Nessie y a mí con cautela. Eso hizo que la mano de mi chica se
tensase todavía más.

―Venga, suéltalo ya ―le azucé, nervioso.

Edward miró a Bella. Ella se mordió el labio inferior, pero asintió para darle
su apoyo. Él nos miró de nuevo, resignado.

―Si los Vulturis atrapan a Renée, también significa que no morirán en la


batalla, con lo cual… ―Su frase se quedó en el aire, seguramente al ver el
pensamiento de Nessie, que esta vez casi estrangula mi mano.

Nadie dijo nada. La tensión y preocupación eran tan evidentes, que casi
cortaban ese aire veraniego para volverlo gélido.

Mis temores de anoche volvieron a clavárseme en el estómago para retorcerse


con saña. Sí, puede que no hubiera un mañana para Nessie y para mí, para
ninguno de nosotros… La idea de ordenarle a ella que huyera volvió a mi
destartalado cerebro con urgencia, casi atropelladamente entre todos esos
pensamientos estrepitosos y bombardeantes que ya quemaban mis sesos.

―Ganaremos nosotros ―afirmó Nessie de pronto, levantando la barbilla con


orgullo y determinación, haciendo que yo bajase de ese nubarrón oscuro―.
Jake es el Gran Lobo, es el Rey de los Lobos, el rey de nuestro mundo, y es
invencible.

Me hubiera gustado rebatírselo, pero la verdad es que prefería verla así, no


quería preocuparla más, y, bueno, vale, el que ella tuviese tanta confianza en
mí me levantaba mucho la moral, sinceramente, casi me sentía invencible y
todo.

―Ness tiene razón ―apoyó Leah, cabeceando de arriba abajo con un


movimiento rápido y enérgico―. Jake es mucho más poderoso que ese y
todos los medallones mágicos del mundo juntos.

Tampoco había que exagerar…

―Por supuesto ―secundó Seth con una amplia sonrisa―. Esos viejos no
tienen nada que hacer contra él.

―¡Les machacaremos! ―exclamó Paul con una risa ansiosa.

―¡Se van a enterar de lo que es bueno! ―siguió Jared.

Mis hermanos comenzaron a corear unos aullidos guerreros al aire. Idiotas,


solo les faltaba danzar… Aunque me gustaba verles tan motivados, esto nos
daría más confianza, que buena falta nos hacía, la verdad.

―Seguro que Alice no puede ver bien a Renée por otro motivo ―declaró
Nessie, dirigiéndose a su madre para tranquilizarla―. A lo mejor es porque
nosotros estaremos cerca de ella.

A Bella se le iluminaron esos ojos ambarinos un poco más y Alice dejó de


concentrarse en su no visión, atendiéndonos a nosotros.

―Podría ser ―cayó ella, un poco más esperanzada―. Sí, claro, no me había
dado cuenta. Jake es el Gran Lobo, y la profecía dice que él es invencible,
Alice ―le dijo a esta, y por primera vez, desde que habíamos llegado aquí, su
boca mostró una sonrisa.
Hala, ahora la otra. Genial…

Me alegraba de verla más animada, claro, pero no podía dejar de sentirme un


poquito incómodo y cansado con todo esto de la dichosa profecía. Profecía,
profecía… Mejor estaba en casa, con Nessie, siendo un lobo normal y
corriente, sin tener todas estas absurdas y pesadas responsabilidades a mis
espaldas. Lo que yo decía, todo caía sobre mí, maldita sea…

167

―Podría ser, sí ―coincidió Alice, también algo más aliviada, aunque todavía
hablaba con un poco de prudencia, por si acaso―. Si Renée estuviera cerca
de Nessie y Jacob, o de alguno de los metamorfos, no podría ver su futuro
tampoco.

―Ya lo verás, mamá, todo saldrá bien ―le sonrió Nessie, ella hablándole
con confianza.

Bella se relajó un poco más y cogió a Edward de la mano, el cual le dio un


beso en la frente.

―Bien, ya que ha subido la moral de nuestra tropa, será mejor que pensemos
en alguna estrategia a seguir ―intervino Doc, hablando con esa mesura
suya―. ¿Alguien tiene alguna sugerencia?

―No sabemos si va a ser una lucha cuerpo a cuerpo o si va a ser una batalla
de magia y dones, eso dificulta mucho las cosas ―dijo Jasper.

―Bueno, si es una lucha cuerpo a cuerpo no creo que haya mucho que decir,
no nos quedará otra que pelear ―manifestó Sam―. El problema es que
seguramente será una combinación de las dos cosas.

―Estoy de acuerdo ―coincidió Edward―. Aunque yo matizaría algo. Según


lo poco que he podido verle a Aro, creo que comenzarán con una batalla de
magia. Aro está ansioso por probar el poder de ese medallón. Sus
pensamientos me dejaron ver la enorme satisfacción que sentía por ese deseo
cumplido. Creo que ya sabía de la existencia de ese colgante desde hacía
mucho tiempo y que llevaba ansiándolo muchos siglos.

―¿Quieres decir que ese viejo decrépito ya sabía que Nikoláy tenía ese
medallón? ―inquirí.

―Eso es lo que me dieron a entender los pocos pensamientos que pude verle
―asintió, bajando la cabeza una vez.

―Entonces, Aro ya sabía que Nikoláy, Ruslán y Razvan no habían muerto,


puesto que seguía detrás de ese medallón ―afirmó Ryam―. Se supone que si
habían palmado, el medallón también tendría que haber sido destruido, ¿no?

―Sí, en cambio, esa momia decrépita aprovechó esta estúpida guerra para
hacerse con él ―seguí yo―. El muy cretino planeó esto desde el principio.
No nos necesitaba para vencer a los rumanos espeluznantes, por mucho
ejército que tuviesen, eso está más que claro. Lo que no me entra en la sesera
es por qué nos chantajeó para que viniésemos aquí.

―Para que entretuviésemos a los gigantes y al ejército de Vladimir y Stefan


―opinó Ryam―.

Así, su guardia y sus magos podrían hacer su trabajo con más facilidad.

―Y, de paso, para quitarnos del medio a todos ―deduje, siguiendo con sus
pesquisas―. Es evidente que somos todo un fastidio para él.

―Me alegro de que estéis de acuerdo en algo ―se fijó Nessie, sonriéndonos.

―Sí, menos mal ―rio Helen.

―Bueno, es que esto lo podría deducir hasta un crío de cinco años ―afirmé,
metiéndome la mano suelta en el bolsillo de mi pantalón al tiempo que
apoyaba mi trasero en el tronco de un árbol, sin soltar a Nessie.

―Sobre todo lo que has deducido tú ―espetó Ryam, ofendido.

―Idiota, no lo decía por ti, ¿vale? ―le aclaré, frunciendo el ceño―. Me


refería a todas las deducciones.
―Con lo bien que íbamos… ―murmuró Bella, ladeando la cara hacia
Edward para cuchichearle.

―Un momento ―irrumpió Carlisle, que llevaba un rato sosteniendo la mano


en la barbilla, pensativo―. ¿No es muy extraño que Aro, sabiendo que Jacob
es el Gran Lobo y que la profecía ya se estaba empezando a cumplir, se
arriesgase tanto y se obcecase en que él viniese aquí?

―Sí, es un poco absurdo. Jake podría arruinar todos sus planes ―apoyó
Sam.

―Sin embargo, Aro secuestró a Jacob para que luchase en esta guerra
―siguió Edward, secundando los pensamientos de Doc y de Sam―. Le
chantajeó, aprovechando que Vladimir y Stefan nos tenían a nosotros, para
que no tuviera opción y viniese aquí.

―Aro necesita a Jacob para algo ―terminó de deducir Jasper con un


semblante serio, aunque mirando a Nessie con cautela.

Esta apretó mi mano con temor y yo entrelacé aún más nuestros dedos para
tranquilizarla.

―Claro ―continuó Bella, exhalando con sorpresa mientras se metía la mano


por el pelo, nerviosa―. Es evidente que no va a desaprovechar el que
estemos todos aquí para tratar de terminar con nosotros de una vez por todas,
pero eso solamente es una consecuencia de sus verdaderos planes. Lo que
Aro quería es que Jake estuviese aquí, seguramente para impedir que la
profecía siguiera su curso.

168

―Con esto mata dos pájaros de un tiro ―coincidió Emmett, cruzándose de


brazos―. Encima, le hemos librado de buena parte del ejército de Vladimir y
Stefan ―resopló.

―Será puerco ―gruñó Isaac.


―Bueno, ya sabíamos que nos estaba utilizando ―declaró Shubael.

―Primero intentó evitar la profecía, regalándoos esos anillos encantados,


pero al no conseguirlo, pasó a su segundo plan ―nos dijo Edward a Nessie y
a mí―. Ahora se trae algo entre manos, pero, ¿qué será?

―Qué raro que todo esto no lo dedujeras tú ―me soltó Ryam, usando ese
retintín que me sacaba de quicio―. Deducciones de niños de cinco años, sí,
claro.

Cretino…

―¿Acaso tú lo has hecho mejor? ―bufé, acribillándole con la mirada.

―Tiene que ver con ese medallón ―afirmó Nessie con voz asustada,
pasando de nuestras estúpidas rencillas―. Aro quiere llevarse a Jake a
Volterra, Jane me lo dijo. Creo que pretende conseguirlo con la influencia del
medallón.

―Lo tiene crudo, si piensa que puede conseguirlo ―aseguré.

―El ojo del medallón no dejaba de mirarte ―recordó Nessie, y sus cuerdas
vocales temblaron al hacerlo―. Es como si quisiese algo de ti.

Puaj. Todavía se me ponían los pelos de punta al acordarme de cómo me


miraba ese asqueroso ojo.

―Tranquila, preciosa, repito que no conseguirá nada de mí, y menos ese


maldito medallón ―afirmé con determinación, dándole un beso en la frente.

―¿Aro quiere llevarse a Jake? ―musitó Bella, mirándome preocupada.

―Hey, nadie va a llevarme a ningún sitio, ¿vale? ―les calmé a las dos.

―Sí, Jane me lo dijo cuando peleamos ―ratificó Nessie, haciendo caso


omiso de mis inútiles intentos de relajación.

―¿Cuando… peleasteis? ―repitió Bells, ahora mirándola a ella.


―No tenías que haber luchado con ella a solas, Renesmee, era muy peligroso
―le regañó Edward antes de que a ella le diese tiempo de decir lo que su
mente estaba fraguando.

―Esa… descarada ―sustituyó― está acosando a Jake todo el tiempo, y no


pienso permitirlo ―confesó, enfadada.

―¿Jane acosa a Jacob? ―quiso saber Bella, molesta.

―Oh, sí ―continuó mi chica, cabreada―. Ya le ha toqueteado en la celda.


La muy… manos largas ―volvió a sustituir― aprovechó que él estaba
encadenado para sobarle.

―Bueno, nena, pero ya pasó ―intenté tranquilizarla.

El ceño de Bella se frunció más.

―Menuda fur…

―Aun así no deberías haberte marchado sola para pelear con ella ―insistió
Edward, interrumpiendo a su mujer.

―¿Y qué tenía que haber hecho? ―saltó Rosalie, en defensa de su


sobrina―. ¿Dejar que esa...

descarada ―reemplazó también― sobase a Jacob y se quedase tan ancha?


Desde luego yo no dejaría que ninguna enana barata tocase a Emmett.

―Así me gusta, mi vida ―alabó él con una sonrisita satisfecha.

La Barbie le correspondió la sonrisa y los dos se dieron un pico.

―Jane me retaba todo el tiempo, tenía que ir; y la pulsera me protege todo el
tiempo, no soy tan tonta como para luchar con ella así como así ―se
defendió Nessie, que seguía muy enfadada―.

Ya no es porque tocase a Jake, que también, claro, no voy a negarlo, pero lo


que más me molesta es que encima intente hacerlo delante de mis narices. Es
como si nuestro matrimonio no tuviese validez para ella. Y tampoco me gusta
esa autoridad con que lo hace. ¿Qué se cree? ¿Que puede tocar a quien quiera
porque sí, aunque sea sin su consentimiento? Eso está muy mal. Quería darle
una lección.

―Yo también habría hecho lo mismo, si se tratase de ti ―aseguró Bella,


mirando a su marido con determinación.

Mira tú, Edward no pudo evitar que la comisura de su labio se levantase un


poco también.

―Vaya, vaya, Jake. Las tienes loquitas por tus huesos, ¿eh? ―se mofó
Emmett.

Si las miradas quemasen, Nessie hubiese calcinado a su tío.

―Cállate, a mí no me hace ninguna gracia ―mascullé.

Las carcajadas de Em hicieron eco en las montañas del oeste.

169

―Está loca, es una lunática ―continuó mi chica, enojada―. Me ha dicho


que cuando Aro le atrape, piensa quedárselo. ―Matizó la palabra con
rabia―. Habla como si Jacob fuese una mascota o algo así. Me pone de los
nervios.

―Vaya una zo…

―Tendremos que esperar para averiguar qué es lo que pretende Aro con todo
esto ―intervino Edward de nuevo, cortando a Leah.

Esta le dedicó una mueca de odio.

―Volviendo a la estrategia ―dijo Sam, poniendo un poco de orden a todo


esto―. ¿Qué vamos a hacer?

―Como Edward ha dicho antes, yo también creo que comenzarán con una
batalla de magia ―afirmó Carlisle―. Aro utilizará a los magos, así como al
medallón, aunque no sabemos si lo hará conjuntamente o por separado.
Seguramente irá probando varias opciones, según las circunstancias. Así que,
Jacob ―me llamó. Yo le miré―, tendrás que intervenir tú en la mayor
medida posible desde el principio, no nos queda más remedio.

―Ya, ya, lo sé ―resoplé.

Mierda. Como ya sabía, toda la responsabilidad, todo el peso de esta estúpida


batalla recaía sobre mí. Genial.

―Lo harás muy bien ―me animó Nessie, arrimándose a mí para darme un
beso corto en los labios que yo correspondí de buena gana, naturalmente.

―Bella.

Ahora fue ella quién miró a Doc.

―Tú encárgate de erigir tu barrera para que los ataques de los miembros que
disponen de dones no puedan surtir efecto. Eso hará que Jacob pueda
concentrarse mejor en su tarea de contrarrestar la magia de los magos y el
medallón.

―De acuerdo ―aceptó ella con voz segura.

―Los demás tendremos que estar preparados todo el tiempo, por si se inicia
una batalla cuerpo a cuerpo ―manifestó, soltando un suspiro nasal―. No se
me ocurre más, es lo único que podemos hacer, dadas las circunstancias. No
obstante, si alguien tiene alguna sugerencia que la diga, eso ayudará.

Lo único que se escuchó fue el sonido del bosque.

―Bien, eso es todo ―concluyó.

Observé a Nessie por el rabillo del ojo. Se la veía bastante confiada, aunque
parecía nerviosa.

―¡Arg! ―exclamé, separándome del tronco y alzando los brazos para


desperezarme―. Bueno, pues como ya está todo dicho, Nessie y yo vamos a
desayunar. ―Y tiré de ella para echar a andar hacia ese jabalí que me
imploraba que me lo zampase.

Todavía era temprano y faltaban algunas horas para el mediodía, pero la


tensión flotaba en el aire continuamente, metiéndose por los oídos como una
densa neblina que se incrustaba en el cerebro.

Aun así, Nessie y yo conseguimos engullir algo. Eso sí, después nos
sentamos con el resto a esperar ese momento de la batalla final que parecía no
llegar nunca.

Tic, tac, tic, tac.

Parecía, porque finalmente llegó.

170

Como siempre, todo el peso recae

sobre mis hombros

La mano de Nessie se aferraba a mi pelaje con fuerza mientras esperábamos


impacientemente a que esos cretinos de los Vulturis hicieran su pomposa
aparición. Ya llevábamos cinco largos minutos esperando en esa pradera, la
misma en la que nos habíamos encontrado al principio con Vladimir, Stefan y
su ejército de chupasangres y gigantes. Pero, maldita sea, todavía no se veía
nada de esas momias mohosas y su chusma.

Le eché un vistazo de reojo a Nessie, para ver cómo se encontraba. Estaba


nerviosa, más bien algo ansiosa porque empezase esta batalla de una vez por
todas, pero confiada. Sí, ella confiaba en mí al cien por cien, y eso se notaba.

Sin embargo, era inevitable. Mi mente volvió a pensar en esa orden que haría
que ella se pusiese a salvo. Todavía no se había transformado, y yo me había
desconectado de la manada, así que aproveché ese momento de soledad para
fraguar la idea algo mejor.
Bueno, soledad era un decir, claro, cómo no…

―No lo hará ―cuchicheó Edward, que se encontraba justo a mi otro lado, en


primera línea de playa.

Guay. Tenía que haber erigido mi círculo de luz brillante, para que no pudiera
escanearme la sesera. Ni siquiera me había fijado en sus dichosas ondas.

Nessie y Bella, la cual también estaba junto a él, con su mano aferrada a la
suya, le observaron durante un instante, aunque enseguida volvieron la vista
al frente, escudriñando el horizonte.

Debían de pensar que estábamos hablando de estrategias o algo así. Mejor.

Pienso ordenárselo, le recordé, por si no había radiografiado bien mi cerebro.


Nessie no puede desobedecer mi voz de Alfa.

―Eso no será necesario. No llegaremos a ese extremo ―aseguró, hablando


muy bajo.

Sí, vale, ya sé que todos confiáis en mí al cien por cien y bla, bla, bla, pero yo
no las tengo todas conmigo, repliqué. Esa posibilidad existe, lo sabes, y no
quiero pillarme los dedos si resulta que después llega ese extremo. Por eso
tengo que planearlo bien.

Su boca se frunció, dándome la razón.

―Aunque eso saliera bien, ya sabes cómo terminaría, Jacob ―susurró,


triste―. No lo superaría. Sabes tan bien como yo que terminaría…

Su voz se cortó cuando Nessie volvió la vista hacia nosotros, ya algo


mosqueada. Mierda. No quería que se pispase de nada.

Maldita sea, Edward, ¿y qué quieres que haga? ¿Que la deje morir aquí? Solo
pensar en eso hizo que todo mi cuerpo temblase.

Nessie lo notó, claro.


―¿Qué pasa? ―me preguntó, mirándome con esos ojazos, preocupados.

Bella también giró su rostro para observarme con preocupación.

Nada, cielo, le calmé, y acaricié su cara con la mía. Luego, disimulé, dándole
unos pequeños lametones en la mejilla para seguir hablando. No pienso
permitirlo, afirmé con determinación. Por supuesto solo lo haré si la cosa se
pone lo bastante fea como para que no salgamos de aquí con vida, no me
separaré de ella jamás, si no es por algo así. No me importa el precio que yo
tenga que pagar, pero ella tiene que vivir, dejé el rostro de Nessie y miré al
frente.

Edward se quedó un momento en silencio, pensativo, mirándome por el


rabillo del ojo.

―De acuerdo, te apoyo ―murmuró finalmente, aunque con un timbre un


tanto angustiado y de una resignación dolorosa.

Sí, ambos sabíamos que eso sería muy doloroso para Nessie, puede que
nunca me perdonara que le hiciera algo así, que terminase odiándome por
obligarla a dejarme aquí para que ella se salvase. Pero los dos sabíamos lo
doloroso que sería esto para nosotros también. Yo tendría que dejarla
marchar, tendría que separarla de mí, tendría que ser la última vez de mi vida
que la viera, pero Edward tendría que ser partícipe de esta separación, él
tendría que colaborar para despojarla 171

de mí, y eso sería muy duro para él, porque Nessie tampoco se lo perdonaría,
y Edward lo sabía.

Sin embargo, sabía tan bien como yo que no nos quedaría más remedio que
hacerlo así, si queríamos salvar la vida de Nessie. Eso era lo más importante.

Bien. Escucha, quiero que Bella viva también.

―Ya somos dos ―bisbiseó, tan bajito, que tuve que mover la oreja en su
dirección―. ¿Cuál es tu plan?
Si llega ese momento, huye con Bella y Nessie. Yo se lo ordenaré y ella no
podrá desobedecerme, aunque ya sabes que se resistirá. Quiero que no la
escuchéis. Por mucho que os duela, por mucho que os suplique, no se os
ocurra dar la vuelta, ¿vale? El resto nos quedaremos aquí para entretener a
esta chusma todo lo que nos sea posible y cubriros las espaldas.

Los ojos de Edward se fueron hacia mí y hacia el resto con dudas y ansiedad,
tanta, que Bella le miró extrañada.

No le des tantas vueltas al tarro, sabes que tiene que ser así. Y no te
preocupes por nosotros. Te prometo que haré todo lo que pueda para que
todos huyan de aquí. Además, te repito que esto solo será en caso extremo.

―Prométeme que tú lo intentarás también ―me rogó.

Descuida, no pienso separarme de Nessie tan fácilmente, afirmé.

―¿De qué habláis? ―quiso saber Bella.

Nessie y ella ya tenían un mosqueo considerable.

―De estrategias ―mintió Edward, esta vez hablando en voz alta.

Se le veía en el careto que odiaba mentirle, pero de momento era mejor así.
Bella no parecía muy conforme, la verdad.

Yo necesitaba entretener mi mente con otras cosas antes de que Nessie se


transformase. No quería que viera nada de esto. Entonces, se me ocurrió un
tema.

Dime, ¿cómo demonios hizo Rosalie para romperle las piernas a Phil?, le
pregunté.

―Fingió una… agresión por robo ―me reveló, dedicándole una mirada
reprochadora a la protagonista.

La Barbie se dio cuenta de qué hablábamos, claro.


―No tenía otra opción ―se defendió esta, dándole un manotazo a su melena
rubia―. Si le rompía una pierna, Phil podría valerse solo, así que Renée
podría seguir investigando, en cambio, si le rompía las dos, era más difícil,
¿no?

Menuda bestia, chisté.

―Te pasaste cuatro pueblos ―le reprochó Bella, enfadada.

―Lo hice muy rápido ―alegó la Barbie―. Fue un golpe seco, prácticamente
ni se enteró.

―Le has roto los huesos de las piernas, Rose, créeme, se ha enterado de
sobra ―siguió Bella, bufando.

―Y encima, ahora media policía de Phoenix está buscando a ese misterioso


ladrón encapuchado ―declaró Jasper.

¿Ladrón encapuchado?, pregunté, perplejo.

Vaya, la cosa cada vez se ponía más interesante.

―Rose se vistió de negro y se puso un pasamontañas en la cabeza para que


no le viera el rostro, aunque lo hizo todo con tanta rapidez, que Phil ni la vio
―me explicó Edward, que mantenía ese rostro severo. Rosalie se cruzó de
brazos y puso los ojos en blanco―. Esperó a que él entrase en un callejón
oscuro, le rompió las piernas con un bate de aluminio y para fingir un atraco
le robó la cartera, con eso remató su… brillante actuación. ―Y le dedicó otra
mirada enfadada a la Barbie.

Los gañidos y continuas miradas entre sí de mi manada indicaban sus críticas.

―Ahora la policía está investigando el asunto a fondo, ya que, como es


lógico, les parece absurdo que alguien le rompa las dos piernas a un hombre
solo para robarle la cartera ―continuó Jasper con otra miradita de reproche
dirigida a Rosalie.
―Vuelvo a repetir que no tenía opción ―protestó la misma, resoplando―.
Tenía que…

―Un momento ―le cortó Edward, alzando la mano para que todos nos
callásemos. Se hizo un mutismo en el que no se movió ni un hierbajo de
nuestros pies y patas―. Ya vienen ―anunció al cabo de un rato con una cara
tan larga que le llegaba al suelo.

Todos nos pusimos en posición de alerta automáticamente.

Los dedos de Nessie se afianzaron más en mi pelambrera y vi cómo esa


energía dorada, pura, que era totalmente compatible con mi poder espiritual
atravesaba su columna vertebral, transformándola en un vampiro casi
completo. Su cuerpo se volvió frío, más duro, y su efluvio pasó 172

a ser idéntico al mío, adquiriendo cada uno de los matices que lo


conformaban. Me conecté para tener comunicación con ella y con el resto de
la manada.

Todos permanecíamos expectantes. Bella, Edward, Nessie y yo estábamos en


la primera fila de nuestra formación, aunque no estábamos solos. Carlisle se
encontraba al otro lado de Nessie, y con él su inseparable Esme, que no
soltaba su mano. El resto de los Cullen, Ryam y Helen, que todavía no se
habían transformado, estaban justo detrás de estos, y mi manada se había
repartido a mis espaldas.

Una retahíla de espectros, con su segunda piel de color malva oscuro


rezumándoles por todo el cuerpo, comenzó a divisarse en el horizonte y,
cómo no, su cadencia era lenta y aburrida.

Esto es insoportable, protestó Paul, soltando un resoplido por las napias.

Yo no aguanto más, le acompañó Quil.

Calma, les dije.

Eché un vistazo general para ver el estado de nuestra extraña tropa y mi vista
se quedó fija cuando vi por el rabillo del ojo cómo Ryam cogía la mano de
Helen mientras la miraba con una mezcla de determinación y preocupación.
Seguro que nunca se habían cogido de la mano, porque ella se sorprendió y
giró el rostro para observarle.

―Te quiero ―le espetó él de repente.

Genial. Menudo momento para declararse, hay que ver.

No hizo falta que ella se lo dijera también, por supuesto, porque cuando se
abalanzó a sus brazos para besarle, las cosas quedaron muy claras, aunque era
más que evidente que Helen estaba loca por él desde siempre.

Qué bonito, pensó Nessie.

Ya era hora de que se lo dijese, opiné yo. Tan gallito para unas cosas y tan
cobardica para otras.

Bah.

La parejita terminó su efusivo beso e inevitablemente volvió su atención al


lento peligro que se cernía sobre nosotros. Acto seguido, se transformaron en
gigantes.

Sí, maldita sea, lento, lentísimo. Era desesperante. Esa masa de capas que
fluctuaban con la brisa se acercaba a nosotros demasiado despacio, aunque
eso sirvió para que me fijase un poco mejor en sus filas.

En el centro, y en primera línea, se encontraban los tres fósiles vivientes, con


sus capas negras.

Junto a ellos, a ambos lados, les flanqueaban los hermanos Pitufos, seguidos
por el resto de la guardia que gozaba de dones. Por detrás, en la segunda línea
de su formación, caminaban los cinco magos de rojo, acompañados por
Nikoláy, Ruslán, ese bastardo de Razvan, el encapuchado de negro y esos dos
espeluznantes rumanos. Todos estos seguían hipnotizados. Después ya se
repartía el resto de la guardia Vulturis, que se distribuía según la variedad
cromática de sus capas, y en último lugar los gigantes, cuyas almas colgantes
seguían aferradas a sus cuellos, agonizantes.

Todavía se me ponía la pelambrera de punta cuando los veía.

El aire venía hacia nosotros, así que el hedor a chupasangres se hizo muy
fuerte y empezó a quemarnos el tabique nasal. Suerte que ya estábamos más
que acostumbrados gracias a los vampiros nómadas que venían a visitarnos a
La Push, aunque eso no quitaba para que ese olor siguiera siendo
insoportable. Puaj. Bueno, todos excepto Nessie, que no estaba nada
acostumbrada a esto y, ahora que tenía nuestros instintos y conductas lupinas,
arrugó su adorable nariz con desagrado. Sí, vale, ya olíamos el efluvio de los
Cullen, pero vuelvo a repetir, ese olor había aumentado mucho con la
inminente presencia de los Vulturis y su séquito y se había vuelto realmente
insoportable, de veras.

No pasó desapercibido para mi vista ni para mi instinto el famoso medallón,


el cual colgaba del pescuezo de ese chiflado de Aro, cómo no. Podía sentir
toda la maldad que desprendía, y cuando ya se acercaron más, pude ver con
claridad que su ojo escarlata estaba fijo en mí.

Nessie apretó el amarre de su mano, tirando un poco más de mi pelaje.

Tranquila, le calmé, haciéndole un arrumaco con mi hocico.

―¿Qué opinas? ¿Podrían ser clones? ―me preguntó Edward con un


cuchicheo.

No, revelé, muy seguro, volviéndome hacia delante de nuevo. El ojo del
medallón está fijo en mí, así que se mueve. Eso quiere decir que Aro no es un
clon, con lo cual el resto tampoco ; y todos los magos desprenden esos
asquerosos vahos de color gris oscuro, eso es su magia negra. Así que toda
esta chusma es la de verdad.

―No son clones ―comunicó para los que no podían oírme.

Todos asintieron.
173

Después de esperar otro rato, en el que Paul y Quil casi se vuelven tarados de
verdad ―parecía que tuviesen pulgas, no paraban de moverse―, los Vulturis
y todo su séquito de matones por fin llegaron para plantarse frente a nosotros.
No hubo ninguna orden, simplemente se detuvieron a unos cincuenta metros
de nosotros, manteniendo su formación.

Mis lobos no pudieron evitar mostrar sus dentaduras al tiempo que gruñían
sin cesar.

Nessie, ya lo sabes, no te separes de mí en ningún momento, ¿entendido?, le


dije.

A la orden, me respondió, haciendo una broma nerviosa.

La mirada de ese espeluznante medallón se clavaba en mí con un odio que


atravesaba todo mi cuerpo como si fuese una tormenta helada. Ugh, qué mal
rollo.

―Saludos ―habló Aro con ese repugnante semblante medio transparente,


regio y sobrio.

Ah, ¿pero en una guerra entre chupasangres también se saludaban?

Chisté.

―Saludos, Aro ―le respondió Carlisle, siguiéndole la corriente a ese


tarugo―. Si me permites, quiero empezar diciendo que no me gusta en
absoluto esta situación.

―A mí tampoco, mi querido Carlisle, te lo aseguro ―afirmó Aro, fingiendo


una cara de lástima.

Maldito hipócrita, gruñí.

―Entonces no veo por qué ha de tener lugar una guerra entre nosotros
―litigó Doc, intentando evitar todo esto, como un último acto desesperado.
Yo ya no sabía lo que quería, la verdad. Por una parte me moría por luchar y
terminar con toda esta chusma de una vez por todas, aniquilarlos de la faz de
la Tierra, pero por otra lo único que quería era vivir en paz con Nessie, con
mi manada, en mi hogar, y sobre todo que ella no estuviera en peligro, salvar
nuestras vidas…

Respiré bien hondo para refrenar mis primeros impulsos. Muy, muy hondo.
Nessie era lo primero para mí.

―Es obvio. El Gran Lobo supone un grave y serio problema para nuestro
mundo ―declaró Aro, señalándome a mí con su tísica mano―. Y vosotros
estáis en su bando, es… desolador para mí, pero tengo que cumplir con mi
deber.

Qué falso era. Casi me hacía gracia y todo.

―Jacob no se interpondrá en nuestro mundo, Aro ―le respondió el doctor―.


Lo único que él quiere es vivir en paz, en sus tierras.

―¿Y cómo podemos estar seguros de eso? ―intervino la momia canosa,


hundiendo ese tupido ceño en los ojos.

―Es imposible de saber, hermano mío ―coincidió Aro.

―No si se firma un tratado entre las dos partes ―soltó Carlisle de pronto.

No fui el único que se quedó de piedra. Mi manada, el resto de los Cullen y


ese par de gigantes miraron a Carlisle con un asombro inesperado. Esto no
era lo que habíamos hablado.

―¿Un tratado? ―repitió Cayo.

Se notaba que él tampoco se esperaba esto, aunque sus cejas seguían sobre
sus párpados.

―Sí, un tratado de paz ―apuntilló Doc.


¡Yo no quiero tratos con estos farsantes asesinos!, protesté, soltando un
rugido disconforme.

Toda mi manada se agitó para acompañarme.

Jake, cálmate, intentó tranquilizarme Nessie. Puede que no sea tan mala idea.
Con eso, salvaríamos la vida.

Todo lo que iba a soltar se me quedó atravesado y ya no pude decirlo, porque,


mierda, si con eso salvaba las vidas de todos, la de Nessie… ¡Arg! ¡Pero la
sola idea me repugnaba! ¡Maldición!

Ese chiflado de Aro torció el gesto, no muy convencido.

―No veo predisposición por su parte ―respondió, señalándome de nuevo,


junto con mi manada.

―Debes comprender que esta situación tampoco es fácil para ellos


―manifestó Carlisle―. Han venido aquí totalmente obligados, y tú lo sabes.
Ellos tampoco quieren esta guerra.

Las gelatinosas pupilas de Aro oscilaron hacia mí, acompañando a la de ese


diabólico medallón, que seguía mirándome con inquina.

―Me gustaría escuchar lo que tienes que decir de tu propia boca ―me pidió,
alzando el mentón con dureza―. Es decir, en tu forma humana, por supuesto.

El labio de la rubia canija se elevó un poco, con agrado, y noté la aún suave
vibración en el tórax de mi chica.

Es peligroso, me advirtió Sam. Si estás en tu forma humana tu poder


espiritual no podrá actuar. Él podría aprovechar ese momento vulnerable para
atacarte con el medallón.

174

No lo hagas, me rogó Nessie, asustada.


No miré a Edward. Varick estaba usando su don con Aro y él no podía leerle
la mente, así que no me iba a solucionar nada.

Dile que ni hablar, le pedí a Edward. No soy tan estúpido como para hacer
eso.

―Dice que prefiere seguir en su forma lobuna. Se siente más cómodo ―le
tradujo él.

Como siempre, sustituía mis palabras…

―Entonces no habrá tratado ―afirmó ese viejo decrépito con enfado―. No


puede haber consenso si no confía en mí y no puedo escuchar las cosas de su
propia boca. ¿Cómo voy a fiarme de unas palabras que no escucho? Es
absurdo.

―Se hará por escrito ―propuso Carlisle―. Se redactarán las condiciones del
tratado y se firmará por ambas partes.

Mierda. Esto seguía sin gustarme ni un pelo.

―Pero tendremos que negociar esas condiciones ―protestó el fósil de


canas―. Y para ello, él tendrá que hablar.

―No me opondré al tratado si él habla en persona y llegamos a un acuerdo


debatido entre los dos ―aseguró Aro, observándome a la espera de mi
decisión.

Maldita sea. No sabía qué hacer. ¿Debía hacer ese tratado? ¿Debía
transformarme? ¿O era mejor empezar la guerra de una vez por todas, aunque
eso supusiera la muerte de algunos nosotros?

Como siempre, todo el peso recaía sobre mis hombros.

175

¡¿Qué?! ¡Esto es imposible,


imposible!

¿Cambiar de fase, o no cambiar de fase? ¿Aceptar un tratado, o no aceptar un


tratado? ¡Arg, mierda! Mis sesos no hacían más que repetir estas estúpidas
preguntas una y otra vez.

No, no, yo no quería tratados con esos fósiles decrépitos, maldita sea.
Además, no lo entendía.

¿Primero querían aniquilarnos a todos y ahora se iban a conformar con un


tratado? Esto era más que raro.

Sabía que Doc lo estaba haciendo con toda su buena intención, que
seguramente era una última y desesperada salida a la vista, pero es que esto
apestaba por todas partes.

Entonces, me quedé de piedra cuando me fijé en las almas colgantes de los


gigantes. Todas ellas me estaban haciendo negaciones con sus cabezas
etéreas, con unos rostros que seguían siendo desfigurados por ese profundo
dolor y esa agonía que tenían que estar sintiendo. No me lo podía creer. Las
almas de esos hombres y mujeres que seguían luchando por seguir en este
mundo me estaban avisando de que no lo hiciera, de que no me transformase.
Pero, ¿por qué? ¿Por qué me avisaban? ¿Acaso estaban de nuestra parte? Y si
era así, ¿por qué lo estaban? ¿Es que creían que podíamos ayudarles?

Ese viejo chiflado seguía esperando mi respuesta con un semblante serio y


expectante, casi diría que exigente.

Miré a Edward por el rabillo del ojo y él correspondió mi mirada del mismo
modo. No pudo decirme nada, claro, pero su cara lo decía todo. Y era un no
rotundo. A Aro no podía verle la mente, por culpa de la dichosa escafandra
de Varick, pero con la momia canosa y el adormilado era otro cantar. El
dormido debía de tener la cabeza casi hueca, pero la mente de Cayo tenía que
estar gritando lo que ese medallón iba a hacerme si yo cambiaba de fase y
adoptaba mi vulnerable forma humana. Sí, claro, que iba a ser tan tonto como
para caer en esa trampa. Ni hablar.
Estaba claro como el agua: estos no querían tratos.

Edward confirmó mis pensamientos con un ligero asentimiento de cabeza.

¿Vosotros qué decís?, les pregunté a mis hermanos de manada.

Yo digo que vayamos a por ellos ya, opinó Paul, hundiendo sus pezuñas en la
tierra una y otra vez, con ansiedad.

Diablos, acabemos con ellos de una maldita vez, Jake, dijo Leah.

Tú eres mucho más poderoso que ese ridículo medallón, afirmó Seth muy
seguro.

Sí, tío, podemos ganarles, siguió Embry.

Las almas de esos gigantes te están avisando, por algo será, manifestó Isaac.
Los espíritus nunca mienten.

¡Venga, vayamos a por esos vejestorios ya!, exclamó Quil, erizando la


pelambrera de su lomo.

¡Estoy de acuerdo!, apoyó Cheran.

Yo me muero por luchar, declaró Shubael.

Estamos contigo a muerte, lo sabes, ratificó Sam, hablando con ese tono de
honorabilidad suyo.

La agitación y excitación de mi manada se hizo más que evidente. Eso


provocó que la guardia Vulturis ya se pusiese algo alerta y que el semblante
momificado de Aro se volviera más sobrio, así como el de la momia canosa.

¿Tú qué dices, Nessie?, le pregunté; su opinión era la que más me importaba.

Mi chica frunció los labios mientras observaba la situación.

Por una parte ese tratado estaría bien, quiero decir, que si ellos se
comprometieran de verdad, si fueran de fiar, todo se solucionaría, habló
finalmente. Pero tienes razón. El problema es que ellos no tienen pensado
aceptar ningún tratado ; y no son de fiar, las almas de esos gigantes ya lo
dicen todo. Creo que aprovecharían esto para tenderte una trampa. Nessie
giró su rostro hacia mí y me miró a los ojos con convicción. Hagas lo que
hagas, yo te apoyo al cien por cien, lo sabes. Pero creo que debemos luchar.
Sé que podemos ganarles. Como dijo Seth, tú eres más poderoso que ese
medallón, eres el Gran Lobo, y confío plenamente en ti y en tu poder
espiritual.

176

Mis pupilas se quedaron fijas en sus preciosos ojos durante un instante. Dios,
me hubiera lanzado a sus labios para arrearle un buen beso si no fuera porque
estaba en mi forma lobuna.

―Estoy con ella ―murmuró Edward, que no le quitaba ojo al panorama que
teníamos delante.

Mi cabeza se fue al frente.

Bien, lucharemos, decidí.

Toda mi manada aprobó mi decisión, lanzando unos aullidos al cielo. Eso


hizo que no hiciera falta que Edward tradujese nada. A ese viejo decrépito se
le escapó un ligero elevamiento de su asqueroso labio. Maldito hipócrita. Eso
ratificó todos nuestros pensamientos.

No pude evitarlo. Me incliné hacia delante, le enseñé toda mi dentadura y


proferí un rugido que retumbó en todas partes, clamando a los cuatro vientos
que habíamos venido aquí a luchar.

¡Así se hace, Jake!, clamó Shubael, eufórico.

―¿Lo ves? ―le dijo ese loco de Aro a Carlisle―. No quiere tratado alguno.

Doc suspiró con resignación.


¡Pues claro que no!, rugí de nuevo.

―Entonces esto solo tiene una solución ―declaró Cayo, levantando la


comisura de su boca también con una satisfacción que me ponía del hígado.

―La guerra ―concluyó Aro, bajando el tono de su voz hasta que se volvió
extremadamente sombrío.

―Que así sea ―añadió el primero.

Y, de pronto, cómo no, todo estalló.

Todos nos agazapamos y nos quedamos en posición de ataque. Como


habíamos previsto, el medallón empezó su trabajo, aunque Bella y yo no
esperamos más, por supuesto, era nuestro turno.

Ella desplegó su escudo por delante de nosotros y yo expandí mi círculo de


luz brillante, cubriéndonos a todos también.

El espeluznante ojo de ese maldito medallón se entrecerró, clavándome esa


mirada de odio aún más si cabe, y escupió un rayo de color púrpura que salió
despedido hacia mí con virulencia.

Ese balazo atravesó el escudo de mi amiga sin problemas, pero con mi


círculo de luz brillante era otro cantar. El rayo chocó con mi barrera
protectora, aunque, para mi asombro, no se destruyó al contacto con la
misma, sino que la energía que formaba el rayo se repartió alrededor de mi
burbuja, envolviéndola. En un maldito abrir y cerrar de ojos mi círculo de luz
brillante estaba cubierto por un manto púrpura que chisporroteaba por todas
partes.

El semblante del Vulturis tarado mostró su complacencia sin tapujo alguno.


Asquerosa momia decrépita. Él no veía nada de esto, claro, pero creo que el
medallón debía de dejar que lo percibiese de alguna otra manera.

No lo dudé ni un instante. Calenté la membrana de mi burbuja brillante y en


un latido de corazón pasó del color dorado al rojo fuego. Esa tela púrpura se
abrasó en cuanto mi barrera hizo esto, y se desintegró al instante.

―¡Genial, Jake! ―alabó mi chica en voz alta.

El repugnante labio de Aro bajó en picado. El ojo del medallón casi se cierra
del todo cuando vio lo que yo acababa de hacer. No le gustó nada de nada
perder este tanto.

Bella miró de reojo, sin comprender, aunque no fue la única. El resto de los
Cullen, Ryam y Helen hicieron lo mismo.

―Jacob acaba de destruir uno de los ataques del medallón ―explicó Edward.

Ahora me toca a mí, declaré.

¡Dale caña!, azuzó Embry.

Antes de que ese dichoso medallón me lanzara otra pedrada más, creé un
segundo círculo, el cual cubrió a mi barrera destructora de fuego. Este
segundo volvía a ser dorado y brillante. Vale, hora de usar mi hula hoop. Lo
estiré con facilidad y formé una elipse que, sin pensárselo dos veces, salió
disparada en dirección a Aro. La sujeté por el centro y la empujé con más
fuerza, por si así llegaba primero a ese viejo decrépito.

Sin embargo, mi elipse no llegó muy lejos. Como había pasado con la rubia
canija, mi poder espiritual se estampó de bruces con algo invisible y también
se repartió a su alrededor, igual que si de un cortafuegos se tratase.

¡Mierda!, protestó Paul.

¡Maldita sea! ¡¿Qué mierda era esa con la que chocaba?! No se veía ninguna
barrera.

Ese escalofriante ojo seguía mirándome con inquina, el muy…

―El ataque de Jacob no ha surtido el efecto que esperábamos ―anunció


Edward para el resto.
177

Genial. Como tuviera locutor todo el tiempo, esto iba a ser todo un coñazo.

―Maldición… ―masculló Emmett por lo bajo, apretando los dientes.

Aro sonrió. ¡Arg! ¡Maldito chupasangres decrépito!

Estaba muy cabreado, la verdad, así que me dejé llevar un poco y dividí esa
elipse en dos. Como había hecho con la primera, las sujeté por el núcleo, y
comencé a dar bandazos con ellas a diestro y siniestro. Todavía no las
manejaba muy bien, pero algún que otro golpe conseguía llegar a mi objetivo,
solo que chocaba con esa estúpida barrera invisible o lo que diablos fuera y
no pasaba de ahí. ¡Mierda, mierda!

El medallón no me dio cuartel. Esta vez la pupila de ese repulsivo ojo


escarlata soltó un chorro de energía negra que se dirigió a nosotros con una
saña que te ponía los pelos de punta. Y, ay, madre, era negra, negrísima, ese
cañonazo azabache venía a toda pastilla.

Ninguno de mis lobos gritó, pero todos se quedaron inmóviles, a la espera de


ver lo que iba a suceder ahora, y los dedos de Nessie se aferraron a mi
pelambrera con más fuerza.

―¡El ataque se dirige hacia aquí! ―comunicó Edward, casi atropellando las
palabras.

El resto de los Cullen y nuestros gigantes apretaron las dentaduras y se


agazaparon como acto reflejo, mientras que los miembros de la guardia
Vulturis, ese chiflado de Aro y la momia canosa sonreían abiertamente.

¡Y una mierda!, grité yo, enfadado.

Puede que ese cañonazo se deshiciera con mi barrera de fuego, pero prefería
no jugármela. Uní mis dos elipses en una y, manejándola desde el centro, la
lancé contra ese torpedo negro. Bueno, vale, mi elipse resbaló un momento,
pero enseguida conseguí domarla. La empujé con rabia y esta pegó un
acelerón.

Mi elipse dorada chocó contra ese cañonazo de magia negra, interceptándolo,


y esta salió despedida en otra dirección.

―¡Lo ha interceptado! ―exclamó Edward, visiblemente aliviado.

Cretino. Luego decía que confiaba en mí. Ya.

El fósil de canas y Aro rechinaron los dientes a la vez, y el adormilado,


bueno, ya sabes, a lo suyo.

―¡Estupendo, Jake! ―clamó Emmett, cerrando los puños para levantarlos


con alegría.

Idiota. Parecía que estuviese viendo un partido en la tele.

―¡Genial, genial! ―alabó Nessie, abalanzándose sobre mi costado para


abrazarme y darme un beso en mi peluda cara.

Esto ya me gustaba más…

¡Eres un crack, tío!, rio Jared.

Bueno, bueno, no os emocionéis, que aquí viene otra vez, les advertí al ver
cómo la energía negra venía a por nosotros de nuevo.

Mi chica me soltó, para mi desgracia, dejándome más libertad, aunque su


mano se volvió a enganchar a mi pelaje.

Como si de un jugador de tenis torpe me tratase, le di otro raquetazo a mi


elipse, mandándola a por el chorro azabache. Esta se estrelló contra esa magia
negra una vez más, pero en esta ocasión el chorro no se dejó vencer, sino que
comenzó una lucha particular contra ella.

¡Buf, mierda!

El chorro azabache embestía a mi elipse una y otra vez con golpes fuertes y
contundentes, así que yo tuve que arreglármelas para contrarrestarlos,
golpeándolo también. Sujetaba a mi elipse desde su núcleo, pero aun así no
creas que era fácil manejarla, en serio, se resbalaba con mucha facilidad, y de
tanto en cuanto tenía que interponer mi elipse precipitadamente, con
urgencia.

Ahora parecía un espadachín novato. Guay.

El momificado semblante de ese muerto viviente de Aro se mantenía serio,


expectante. Esa sanguijuela vieja estaba esperando el momento en que su
medallón me diera un golpe certero.

Maldito… Pues iba a tener que esperar mucho, porque no tenía pensado
dejarme ganar.

Todo nuestro bando estaba en tensión. Todos, menos Nessie. Ella también
permanecía inmóvil, como el resto, pero con un matiz distinto. Nessie estaba
esperando con ganas y confianza el momento en que mi elipse hiriera de
muerte a ese asqueroso chorro negro. Eso me subió la moral hasta el cielo y
me llenó de una determinación nueva. Ella confiaba ciegamente en mí y yo
no pensaba defraudarla. Mi ángel, mi dulce ángel.

Justo en ese momento, Aro levantó su tísica mano. Entonces le llegó el turno
a Bella. Los diferentes miembros de la chusma que conformaban la guardia
de los Vulturis comenzaron a 178

utilizar sus estúpidos dones. ¡Ja! Como si así pudiesen hacer algo. Los rayos
de los Pitufos y la neblina de Chelsea se estamparon contra la fina y elástica
capa de acero líquido del escudo de Bella y no pudieron pasar de ahí. No
sabía por qué ese imbécil de Aro se empeñaba en usarlos, sabiendo que Bella
estaba preparada, pero, en fin, supongo que tenía que intentarlo.

Edward miró a su mujer con orgullo, pero también con una adoración que me
recordaba a la forma en la que me observaba Nessie a mí. En cambio, la
Pitufina entrecerró los ojos para clavarle una mirada de odio a Bella, tal era
así, que su vaho azulado por ese temor que trae el respeto al enemigo se
volvió rojo de repente.
¡Uf, me hirvió la sangre!

No pude evitarlo. Mientras seguía luchando con el chorro negro, me incliné


hacia delante y le dediqué un potente rugido. Enana estúpida. No me gustaba
nada que mirase a Bella de esa forma.

La rubia canija desvió su mirada hacia mí de forma súbita y sorprendida, y su


asqueroso vaho pasó a ser azul del todo.

Muy bien hecho, Jake, aprobó Nessie.

Los hermanos Pitufos y esa Chelsea cesaron en sus inútiles ataques al ver que
estos no tenían nada que hacer contra el indestructible escudo de mi amiga.

Eso hizo que me fijara en ese bastardo de Zhou. El muy cretino sonrió bajo
su capucha, amparado por toda la compañía que tenía a su alrededor, claro, el
muy cobarde, y se atrevió a transformar su asqueroso semblante en el de
Nessie, sosteniendo esa sonrisa arrogante que no casaba nada con el hermoso
rostro que imitaba.

Imbécil. ¿Qué era, el bufón de la corte o algo así? Recordé su actuación


durante el secuestro de mi chica hacía dos años. Maldito gusano. En cuanto
terminase con este medallón, al primero que iba a ventilar sería a él.

¡No te distraigas, Jake! ¡Eso es lo que quieren!, me advirtió Sam.

Tenía razón. Así que, aunque me costó lo mío, pasé de ese bastardo y me
concentré en esa pelea que me traía entre manos.

¡Arg! Esto era estresante, y, encima, mi elipse se me hacía pesada, en serio,


cada vez pesaba más, era realmente difícil de manejar.

De pronto, el chorro azabache aprovechó mi cansancio y, con un velocísimo


quiebro, esquivó mi elipse para lanzarse a por mí como si de un meteorito se
tratase.

¡Cuidado, Jake!, gritó Nessie mentalmente.


Pero ya no me dio tiempo a reaccionar. Ante mis atónitos ojos vi cómo ese
cometa negro atravesaba el escudo de Bella, se estampaba contra mi barrera
de fuego y, sin sufrir daño alguno, conseguía traspasarlo un poco, tocándome
parcialmente. El golpe que sentí hizo que dejase de erigir mi elipse.

No podía creerlo. No llegó a internarse del todo dentro de mi círculo de


fuego, pero consiguió hacerle una pequeña fisura, suficiente para que las
chispas negras que lograron traspasarla me alcanzaran y me dieran en el
pecho, empujándome con potencia hacia atrás y haciendo que mi costado
terminase en el suelo, arrastrándome varios metros.

―¡NOOO! ―chilló mi chica, esta vez en voz alta, horrorizada.

―¡JAKE! ―gritó Bella, del mismo modo.

¡Nooo!, gritó mi manada al unísono.

¡Malditos chupasangres!, rugió Paul, ya echándose hacia delante para saltar


sobre ellos.

¡Quieto!, le ordené, ya incorporándome.

Sus patas se quedaron clavadas en el suelo, presas de esos alambres que mi


voz de Alfa les ponía.

Nessie corrió hacia mí, asustada.

―¡Jake, ¿estás bien?! ―quiso saber, mirándome entre la pelambrera de mi


pecho.

El dolor se me había clavado en el corazón, como una quemazón horripilante,


pero no pasó de ahí, afortunadamente.

Sí, estoy bien, le calmé, ya avanzando al frente, junto a ella.

―Está bien ―le comunicó Edward a Bella, y, de paso, para el resto.

Vi la expresión aliviada de Rosalie. Vaya, mira tú por dónde la Barbie se


preocupaba por mí,

¿qué te parece?

Gracias a Dios, mi barrera se había regenerado con rapidez y ya no había


fisura, aunque, que ese chorro lo hubiera podido traspasar un poco me dejó
frío. Lo sabía. Ese medallón era extremadamente peligroso, muy poderoso,
solo había que ver esa maldad y crueldad que emanaban 179

de él.

Esos viejos decrépitos de Aro y Cayo, más toda la chusma que les
acompañaba, excepto los hipnotizados, el adormilado, que seguía soñando, y
los gigantes, sonreían con una satisfacción maléfica. Malditos…

Tú eres más fuerte, aseguró Nessie con esa confianza que me llenaba de
oxígeno otra vez, solo que todavía no sabes usar bien tu poder.

¡Sí, ánimo, Jake! ¡Tú puedes!, exclamó Seth.

Iba a contestarles, sin embargo, ya no me dio tiempo a más.

¡Cuidado!, me avisó Leah.

Cuando me di cuenta, ese chorro negro se dirigía hacia nosotros de nuevo,


traspasando el aire con furia. Pero, para mi asombro, esta vez no chocó contra
mi barrera ardiente, sino que la envolvió de nuevo, como si de un pulpo con
una presa se tratase.

¡¿Qué está haciendo?!, inquirió Embry ansiosamente al ver lo que esa tela
negra estaba haciendo sobre nosotros.

Sí, nos quedamos de piedra. El mantón azabache comenzó a hacer unos


movimientos muy raros sobre mi barrera, bombeando una y otra vez, y,
entonces, mi círculo de fuego pasó a ser brillante.

¡¿Qué mierda pasa?!, gruñí, intentando calentarlo de nuevo para que se


volviera ardiente y rojo otra vez.
Pero, ¡maldita sea! No había manera, ¡no había manera!

―¡¿Qué está pasando, Edward?! ―quiso saber Bella al ver nuestro evidente
nerviosismo.

Pero él no podía ni contestarle.

Empecé a sentirme extraño, mareado, incluso un poco débil, pero yo no me


amilané. Seguí intentando calentar mi círculo para terminar con esa asquerosa
tela de una vez por todas. Lo que pasa es que no conseguía calentarla y, para
colmo, cada vez me mareaba más, ¡maldición!

Usé todo lo que pude de mis fuerzas y comencé a erigir otro círculo para
crear mi elipse.

―¡No, espera! ¡No hagas eso! ¡Está absorbiendo tu poder espiritual! ―me
advirtió Edward con frenetismo.

¡¿Qué?!, pregunté, perplejo.

¡Eso es imposible!, afirmó Sam.

Retiré lo poco que había empezado de erigir de mi segundo círculo, pero ya


fue demasiado tarde para más.

De repente, mi barrera, mi círculo de luz brillante, desapareció.

180

Cuando uno no tiene confianza en

sí mismo, pasa lo que pasa

No podía creerlo.

Mi círculo de luz brillante se transformó en una densa nube de polvo,


consistente en minúsculas virutas chispeantes, y ante nuestras atónitas pupilas
salió disparada hacia ese maldito medallón. Este palpitó una sola vez y
engulló toda la nube, sorbiéndola con verdaderas ganas.

Pero, ¡¿qué…?! ¡¿Qué demonios había pasado?! ¡¿Cómo que esa cosa estaba
absorbiendo mi poder espiritual?! ¡¿Por eso me encontraba tan débil?! Sí,
maldición, era como si esa tela negra me hubiera succionado la energía,
aunque ahora parecía que esa mierda había dejado de hacerlo.

¡Cuidado!, gritó Michael.

Mi vista se fue súbitamente hacia arriba y mis desquiciados ojos se abrieron


como platos cuando vi cómo esa maldita tela negra, la cual nacía de la pupila
de ese medallón, se echaba sobre nosotros con rabia, igual que la red de un
barco pesquero.

¡Mierda! ¡Mierda! Ahora estábamos totalmente desprotegidos.

―¡¿Qué está pasando?! ―repitió Bella sin entender nada.

Pero nadie la pudo contestar.

Ya estaba a punto de ordenarle a Nessie que escapara, cuando, de repente,


una luz brillante que provenía de mi lado izquierdo pasó por delante de mis
narices con una rapidez vertiginosa. En una milésima de segundo, una
membrana que brillaba del mismo modo nos cubrió a todos, creándose una
burbuja a nuestro alrededor. Giré la cabeza y vi que era la pulsera de mi
chica, que había erigido su barrera.

¡Genial!, aclamó Seth, pisándome a mí.

Esa maléfica tela negra se estampó en la burbuja y no llegó a nosotros, pero


al igual que había hecho con mi barrera se quedó sobre ella para comenzar a
bombear. Parecía una maldita ventosa.

¡Y una mierda! ¡Otra vez no! Esa barrera era lo único que nos quedaba.

Ni me lo pensé. Tenía pocas fuerzas, pero las suficientes como para crear mi
elipse. La erigí rápidamente y la lancé contra esa tela negra con ira. Como si
fuera un frisbee, mi círculo elíptico chocó con esa masa negra que estaba
pegada a nuestra burbuja protectora, haciendo que por fin se despegase y
saliera despedida hacia arriba, otra vez en forma de chorro azabache.

¡Bien, Jake!, exclamó Shubael.

¿Estás bien?, me preguntó Nessie, mirándome preocupada.

Sí, no te preocupes, le dije para tranquilizarla.

―¡¿Qué está pasando?! ―quiso saber Bella por enésima vez.

―El medallón ha absorbido parte del poder espiritual de Jacob y nos ha


dejado sin barrera, pero la pulsera de Renesmee ha erigido una nueva
―empezó a aclarar Edward mientras mi elipse giraba y giraba sin parar con
el fin de que ese chorro no se acercase a la barrera―. Ahora Jacob está
tratando de que esa energía negra no haga lo mismo con esta burbuja que nos
protege. Su elipse está luchando con ese… chorro azabache ―terminó,
usando el mismo término que yo para denominar a esa magia negra que nos
atacaba.

―Este medallón es impresionante, ¿no crees? ―sonrió Aro.

¡Arg! Su sonrisa chulesca y arrogante me daba asco, ¡asco!

¡Maldito chupasangres!, rugí al tiempo que hacía girar mi elipse, sujetándola


desde el núcleo.

El chorro negro chocaba con la misma al intentar llegar a la burbuja. Bella


seguía sosteniendo su escudo delante de nosotros, para evitar cualquier
ataque de los hermanos canijos o de cualquiera de las sanguijuelas que
teníamos enfrente.

―Ahora este medallón está dotado de más poder ―siguió esa momia
chiflada, ignorando mis protestas por completo―, y gozará de más cuando
termine de absorber todo el poder espiritual del Gran Lobo.
No sé por qué, pero en ese momento me dio por fijarme en el semblante del
cinéfilo pelirrojo. No estaba grabando, ya que sus ojos rojos brillaban y se
veían despiertos, y, a diferencia del resto de la 181

chusma que le acompañaba, su cara mostraba una cautela que me extrañó.


Casi diría que dudaba de lo que su jefe decía. No era desconfianza en Aro,
claro está, pero era como si no se fiase mucho de que ese medallón fuera
capaz de hacer lo que su dueño afirmaba.

―No estés tan seguro, Aro ―rebatió Edward con un semblante tan serio que
daba hasta miedo―. Nadie puede invertir ya la profecía, es mejor que os
rindáis.

¡¿Rendirse?!, chisté, indignado. ¡Lo que tienen que hacer es morir!

Esas estúpidas sonrisitas de los Vulturis y su chusma me hirvieron la sangre.


¡Malditos!

―Deberíais rendiros vosotros, mi querido Edward ―discutió ese chiflado,


hablando con esa vanidad que me sacaba de quicio―. No queda mucho para
que el medallón absorba el poder espiritual de Jacob, y entonces no me
quedará más remedio que impartir la justicia que merecéis.

A no ser… que os unáis a nosotros. Seré indulgente y os perdonaré la vida si


la dedicáis a servirnos.

¡Nosotros no somos los esclavos de nadie!, esta vez rugí más fuerte.

Toda mi manada acompañó mi rugido, imitándome, a la vez que yo empujaba


ese chorro de magia negra con furia, enviándolo al infierno.

Aunque volvió. ¡Maldita sea! En un chasquido, mi elipse y esa energía negra


iniciaron otra batalla, chocando la una con la otra, como dos ávidas espadas.
Lo malo es que yo estaba bastante débil, no sabía cuánto aguantaría así.
¡Mierda!

―¿Sabes? No deberías menospreciar el poder del Gran Lobo ―intervino


Emmett, mirándole con enfado―. Machacará a ese medallón y luego os
machacará a vosotros.

Ugh. Tampoco hacía falta que lo dijera tan alto.

―Mi querido Emmett ―Aro hizo unas negaciones con la cabeza al tiempo
que fingía un repulsivo semblante tristón y me miraba a mí. Imbécil
arrogante―, siento tener que contradecirte, pero eso no será así. ―Por fin se
quedó quieto, pero para observar a Em, estudiándole con esa mirada
podrida―. Me gustaría tenerte a ti también entre mis filas. ―Se giró y miró a
su guardia, para, finalmente, volverse hacia él de nuevo―. Tú y Felix haríais
un buen dúo, sería una pena que desaprovechases esta oportunidad.

Rosalie le siseó con rabia.

―El único dueto que yo quiero hacer con Felix es el de una pelea ―declaró
Emmett, dedicándole una mirada y una sonrisa socarrona al mencionado―.
No me interesa unirme a tu guardia.

El grandullón correspondió su misma sonrisa, aceptando ese reto silencioso.

―Ninguno de nosotros se rendirá ―confirmó Edward―. Y desde luego no


pensamos prestaros servicio alguno.

Genial. Pues mi elipse cada vez pesaba más, cada vez me costaba más
manejarla, interceptar los embistes de este maldito chorro negro.

―¡No malgastemos en pláticas con ellos, Aro! ―protestó la momia canosa,


clavando ese ceño blanco sobre sus asquerosos y semitransparentes
párpados―. ¡Terminemos con esto de una vez por todas!

―Vosotros lo habéis querido ―habló el Vulturis chiflado con una voz de


ultratumba, aceptando la petición de Cayo.

Ay, no, espera un poco a que me recupere…

Jake, ¿qué te pasa?, quiso saber Nessie, preocupada, al ver mi pensamiento.


Su pregunta era la de todos, que escuchaban expectantes, incluido Edward.

¿Eh? Nada, nada…, intenté disimular.

Pero ella me conocía demasiado bien, y, bueno, acababa de ver lo que pasaba
por mi tarro, como el resto.

No le dio tiempo de decirme nada, ni a los demás tampoco. El medallón


obedeció a su nuevo amo enseguida.

Ese dichoso chorro negro se retiró hacia atrás, dándome un respiro. Pero solo
era momentáneo, claro, porque en cuanto el ojo carmesí del medallón lo
guardó, aspirándolo con velocidad, soltó otro de color rojo oscuro, como el
que me había lanzado ayer.

Sí, maldita sea, ese manguerazo sanguinolento se estampó contra mi elipse


con esa violencia y crueldad despiadada que había sentido en el día anterior,
y, como entonces, toda mi pelambrera se puso de punta cuando sentí ese
contacto.

No es por excusarme, pero mis fuerzas no eran las más idóneas y me sentía
bastante fatigado, sinceramente, así que no fui capaz de soportar el embate de
ese torpedo rojo. Mi elipse salió disparada hacia atrás y se quedó dando
vueltas como si fuera una veleta vapuleada por un furioso 182

huracán.

¡Mierda!

Intenté agarrarla por el centro, pero la fuerza centrífuga de los giros era muy
fuerte y no había quién la sujetase.

¡Mierda, mierda!

¡Jake!, me avisó Leah con frenetismo.

¡No, maldita sea!, mascullé, furioso.


El chorro rojo se estrelló contra la burbuja que erigía la pulsera de Nessie y la
rompió en mil pedazos, los cuales salieron despedidos a todas partes como
diminutas partículas brillantes.

―¡La barrera! ―gritó Edward para avisar al resto, haciendo que todos se
agazapasen como acto reflejo.

El maldito medallón absorbió esa nueva nube dorada, llevándose el poder de


la pulsera.

―¡Nooo! ―chilló Nessie, colocando su mano sobre el aro de cuero.

Este intentó erigir otra burbuja, pero le fue imposible. Por más que latía y se
esforzaba, no salía nada. Podía sentir su desesperación.

Ahora sí. Esto se había puesto demasiado feo.

¡Nessie…!

Mi orden de que ella escapase se quedó trabada en mi garganta cuando vi que


el manguerazo rojo se retiraba hacia atrás, metiéndose en el medallón.

¡¿Por qué ha hecho eso?!, inquirió Quil, nervioso.

¡Podía habernos atacado!, siguió Embry.

¡No lo sé!, reconocí, neurótico perdido, todavía tratando de controlar mi


desbocada elipse.

Ya no sabía qué pensar.

Aunque la respuesta vino rápido.

Ese vejestorio chiflado y mohoso alzó su tísica mano, y con un paso firme y
súbito los cinco magos de rojo, más esos desgraciados e hipnotizados de
Nikoláy, Ruslán y Razvan, avanzaron para salir de su fila, con los brazos ya
levantados.
¡¿Y ahora qué?!, protestó Cheran.

¡Mierda, atentos!, grité, agazapándome, como si así fuera a hacer algo,


aunque por fin logré controlar mi elipse, que ahora se encontraba muy
debilitada.

Eso sí, la usaría hasta la muerte para proteger a Nessie, hasta que consiguiera
escapar.

―¡Atentos! ―advirtió Edward a los demás, casi a la vez que yo.

Antes de que terminase de pronunciar la última vocal, todos los magos nos
lanzaron otros manguerazos negros.

¡Nessie…!

Sí, vale, otra vez se me quedó la orden en el gaznate, pero es que cuando vi
que los chorros se topaban con el escudo de Bella y no lo atravesaban, mi
mente se quedó muda de estupefacción.

―¡Cuidado! ¡Atrás! ―voceó Edward para avisar a Doc, Esme y Bella, que
se encontraban en la primera fila con nosotros, mientras agarraba a su mujer
de la cintura para apartarla.

Yo aparté a la mía de un cabezazo, ya que ella se había quedado boquiabierta


y no reaccionaba.

Eso hizo que dejara de extender mi elipse.

Esos manguerazos negros como el petróleo chocaron contra la fina y elástica


capa de acero líquido, pero no lo rompieron, era increíble; lo empujaron y,
como si de una tela resistente se tratase, el escudo se dobló hacia nosotros,
del embiste, haciéndonos retirarnos con ese salto, y regresó a su forma
habitual cuando los chorros rebotaron hacia atrás.

―¡Genial, mamá! ―aclamó Nessie.

¡Estupendo, Bella!, le acompañó Seth, aunque ella solo escuchó su aullido.


A Aro y Cayo se les quedó un careto que no veas, incluso los propios magos
se quedaron patidifusos y dejaron de soltar sus manguerazos por un instante,
aunque los muy idiotas volvieron a disparar contra nosotros.

―¡Súbelo, Bella! ―le avisó Edward.

―¡Sí, lo sé! ¡No veo esa magia negra, pero puedo sentirla en mi escudo!
―desveló mi amiga.

Y así lo hizo ella. Subió su acero líquido y su impresionante escudo creció


hacia arriba justo en el momento en que los manguerazos se estamparon de
nuevo contra este.

Ahora disponíamos de un muro elástico.

Esta vez esos magos no retiraron sus chorros cuando rebotaron contra el
escudo de Bella, sino que los muy estúpidos lo mantuvieron presionándolo,
de modo que la capa de acero líquido se 183

quedó hundida hacia dentro todo el tiempo.

Vale, y ahora venía la parte buena y la mala de este asunto.

La parte buena es que la magia negra de esos magos no parecía poder


traspasar el escudo de Bella. Bien. Pero la parte mala es que el ojo de ese
medallón no se apartaba de mí en ningún momento, no dejaba de mirarme
con ese odio ni un maldito segundo, y teníamos que ser realistas, si el
medallón atacaba el escudo de mi amiga no servía de nada, como habíamos
comprobado al principio de la batalla.

Esos estúpidos magos seguían intentando terminar con el escudo de Bella,


buscando algún punto flaco por donde poder atacar, pero, como me temía, el
ojo del medallón ya se estaba preparando para una nueva acometida.

Intenté erigir ese círculo de luz brillante que luego se transformaba en elipse,
pero, ¡maldición!, era imposible. No tenía fuerzas ni para crear ese círculo,
estaba agotado. Sí, esa era la palabra: agotado, exhausto. Lo que quedaba de
mi poder espiritual pesaba muchísimo, era como intentar levantar una
tonelada de peso, y me sentía débil y cansado.

Ahora mismo ese medallón tenía todas las de ganar. No sabía cómo lo iba a
hacer, pero tenía que recuperar lo que me había robado. Sí, iba a hacerlo,
como fuera. Pero el problema es que, hasta que no recuperase lo que se había
llevado de mi poder espiritual, ese maldito medallón era invencible. ¡Mierda,
mierda, maldita sea!

Este era el momento adecuado, no quedaba más remedio.

Me desconecté de la manada, incluida Nessie, para hablar con Edward. Él


podía seguir escaneándome el cerebro. Todos mis lobos y ella, que me miró
confundida, se extrañaron de esto, pero era necesario.

Escucha, ha llegado el momento, le avisé, tratando de no mirar a Nessie para


no derrumbarme.

―Si lo hacemos ahora, os quedaréis desprotegidos totalmente ―bisbiseó él


con una voz extremadamente baja, casi inaudible, incluso para mí.

Aun así, Bella pareció captar algo y sus cejas bajaron con extrañeza.

Sabes que no vamos a estar así mucho tiempo, rebatí, nervioso. El medallón
ya se está preparando para atacar, ¿no lo ves? Esos magos pronto dejarán de
perder el tiempo con Bella y le pasarán el relevo a ese maldito ojo. Y
entonces estaremos perdidos.

―Tal vez recuperes…

¡No sobreviviremos, Edward, lo sabes!, discutí, más inquieto todavía al ver


sus repentinas dudas. ¡Estoy agotado, ni siquiera soy capaz de erigir mi
elipse, maldita sea!

―¿Qué pasa? ―quiso saber Nessie, poniendo su cálida mano sobre mi


hombro para que me girase hacia ella.
Quiero que Nessie y Bella se salven, le dije antes de volverme hacia mi chica.
Haz lo que planeamos. Y recuerda, jamás deis la vuelta.

El semblante de Edward se transformó en agonía pura y dura. Debería


disimular, pero creo que fue incapaz. Por su culpa, Bella ya se mosqueó del
todo, claro, pero Nessie también.

Me giré hacia ella, aguantando ese enorme nudo en la garganta que ya se


había instalado en cuanto vi su hermoso rostro, y la metí conmigo para que
pudiera oírme.

Esta iba a ser la última vez que vería su precioso rostro, la última vez que
vería sus dulces y adorables ojos… Traté de que esto no me afectase, si no,
no sería capaz ni de pensar.

Tomé aire, lo solté con contundencia y la miré con determinación.

Nessie…

¡No pienso irme de aquí sin ti!, me cortó ella con una mezcla de angustia y
rabia. ¡Me da igual que me lo ordenes! ¡No voy a marcharme!

Mierda. Sus mejillas empezaron a empaparse con las lágrimas que brotaron
de esos preciosos ojos, que ahora me miraban desesperados y con ese dolor
desgarrador.

―¿Qué está pasando, Edward? ―preguntó Bella, observando la escena.


Después, le miró a él con un poso de reproche―. ¿Qué es lo que os traéis
entre manos Jake y tú?

¡Tienes que salvarte!, conseguí decirle a Nessie mientras tanto.

¡No sin ti!, lloró ella, arrojándose hacia mí para abrazarme.

Dios, esto iba a ser más difícil de lo que me temía, por no decir imposible. Mi
manada se empezó a agitar, hundiendo las pezuñas en la hierba una y otra vez
al tiempo que gimoteaba, y el resto de los Cullen, Ryam y Helen se miraban
los unos a los otros sin comprender nada.

¡Te quiero, no pienso dejarte aquí!, sollozó, apoyando su frente sobre la mía.
¡No me pidas que me vaya, no puedes hacerlo, no tienes derecho! ¡Prometí
estar a tu lado toda mi vida, en lo bueno y 184

en lo malo, y pienso cumplirlo!

¡Pero moriremos todos! ¡Tienes que irte y salvarte!, lloriqueé yo también.

Bella escuchó mis gemidos y se puso más neurótica.

¡Entonces yo también moriré contigo!, rebatió Nessie entre lágrimas de rabia.


¡No podré vivir sin ti, lo sabes! ¡Tarde o temprano conseguiría reunirme
contigo en el más allá!

¡No, Nessie!, protesté.

―¡No! ¡No pienso abandonar a nadie! ―protestó Bella en cuanto se dio


cuenta de por dónde iban los tiros.

―Bella, por favor, cálmate ―intentó tranquilizarla su marido, que seguía


manteniendo ese careto que no relajaba a nadie.

¡Sabes que será así!, me contestó mi chica. Si tenemos que morir, quiero
hacerlo contigo, a tu lado. Esa sería la mejor muerte para mí. No me quites
ese privilegio.

¡Eso no es un privilegio!

¡Para mí lo es!, discutió, llorando más fuerte. ¡Tú nunca me dejarías aquí,
¿verdad?! ¡Pues yo no pienso abandonarte! ¡Jamás, ¿me oyes?! ¡Jamás!
¡Lucharé contra viento y marea para volver aquí, lo juro! ¡Te quiero! ¡Te
quiero!

Nessie..., susurré con efusividad, arrimándole mi cabeza para abrazarla.

―¡No me voy a ir, ¿me oyes?! ―seguía Bella.


―Tranquilízate, nadie se va a marchar. Ya está todo solucionado ―le reveló
Edward, hablándole con voz sosegada.

Eso pareció calmarla un poco.

Nessie se despegó un poco de mí y sujetó mi cabeza entre sus manos para


mirarme con determinación, aunque sus preciosos ojos todavía sostenían las
lágrimas.

Escúchame. Si tenemos que morir, moriremos juntos. Pero no va a ser así. No


me importa lo que haya conseguido hacer ese medallón hasta ahora, pero tú
eres muchísimo más poderoso. Estoy completamente segura de que ese
medallón no puede absorber todo tu poder espiritual, es imposible.
¿Recuerdas cuando estuviste en coma por la mordedura de ese licántropo?
Sue me dijo que tu espíritu era muy grande y poderoso, por eso conseguiste
que una parte de él se quedase dentro de tu cuerpo y la otra estuvo vagando
por ahí, buscándome. Creo que ese medallón ha conseguido robarte un poco
de tu poder porque no tienes confianza en ti, no dejas que tu espíritu actúe
plenamente. Tienes que encontrar esa fuerza en ti. La tienes, lo sé, aseguró
con una confianza tan intensa que se me clavó en el corazón, llenándome de
una adrenalina que empezó a correr por mis venas con ansia, aportándome
energía. Encuentra esa fuerza, Jake, y lucha contra ese maldito medallón.

Cuando terminó de hablar, me sentía un lobo nuevo. No sabía lo que tenía


Nessie, pero todo lo que ella decía conseguía chutarme de energía, una
energía que electrizaba todo mi cuerpo, despertándome.

No la di un beso porque la llenaría de babas, que si no…

Nessie tenía razón. Yo era el Gran Lobo, el Rey de los Lobos, ¿iba a dejar
que un estúpido medallón me venciese, por mucha magia que tuviese? Ni
hablar. Y Nessie estaba conmigo, nadie podría ganarme teniéndole a ella a mi
lado.

Vamos a terminar con ese asqueroso medallón, afirmé, clavándole una


mirada de profundo odio al mismo.
Así me gusta, sonrió ella con orgullo y confianza, soltando mi cuello para
dirigirnos al frente de nuevo.

El ojo se abrió, sorprendido ante mi nueva determinación, aunque no fue el


único. Esa momia chiflada y decrépita de Aro me miró receloso y, por
primera vez, un tanto cauteloso.

Sí, todavía me sentía algo débil, pero ya notaba esa nueva energía fluyendo
en mí. Las cosas iban a cambiar.

Me conecté con el resto de mi manada.

Terminemos con esto de una maldita vez, ¿qué os parece?, les dije.

¡Ya era hora!, rio Paul.

¡Menudo susto nos habéis dado!, protestó Leah.

¡Cárgatelo ya!, exclamó Quil.

―Vamos allá, chicos ―habló Edward para los demás, que adoptaron unas
posturas defensivas, por si acaso.

Ese espeluznante ojo se entornó, mirándome con esa inquina de siempre, y


sin mediar más 185

palabras, Aro levantó su mano. Los magos dejaron de soltar sus inútiles
manguerazos, dándole una tregua al escudo de Bella, y se retiraron hacia atrás
con rapidez, dejándole paso al medallón.

El iris del ojo escupió otro chorro sanguinolento y me agazapé, preparando la


salida de mi elipse. Sin embargo, y para nuestro asombro, ese manguerazo no
se dirigió a nosotros. Se precipitó contra el tronco de un árbol y rebotó,
haciendo un súbito quiebro en otra dirección mientras la madera se
resquebrajaba en tropecientos mil pedazos.

El chorro rojo había adquirido mucha más velocidad, ¡mierda! Ahora era un
maldito misil que apenas era perceptible para la vista, ni siquiera para la de
un vampiro.

Entonces, mis ansiosos ojos se abrieron como platos cuando pude ver contra
quién estaba a punto de chocar.

¡NOOOO! ¡MI ÁNGEL!

186

Si antes era un ángel, ahora ni te

cuento

¡NO! ¡NESSIE NO!

¡NESSIE!, rugí, histérico.

Fue automático, instintivo. Y todo ocurrió de una forma vertiginosa y


frenética.

Clavé las patas en la hierba y me impulsé con cólera, saltando hacia allí a la
vez que creaba mi elipse para lanzarla hacia ese maldito misil rojo.

―¡RENESMEE! ―gritó Edward, poniendo su pie por delante para saltar


también.

―¡NOOO! ―chilló Bella, imitándole.

Pero a ninguno de los dos le dio tiempo a despegarse del suelo. Yo había
saltado antes y llegué primero.

Ese maldito misil rojo se estampó contra mí sin cuartel cuando lo intercepté
en pleno vuelo, golpeándome en todo el costado. Tuve algo de suerte y el
círculo brillante que tenía preparado para hacer mi elipse, y que ya me había
cubierto, amortiguó un poco el embiste y el poder de ese chorro
sanguinolento, pero, aun así, mi círculo seguía siendo algo débil y el impacto
sobre mis costillas fue tremendo.
El crujido de mi costillar no fue lo que más me dolió. Lo peor fue la
quemazón de ese cañonazo lleno de magia negra que consiguió traspasar mi
círculo y se internó dentro de mis entrañas. Mi esfera lo expulsó enseguida,
haciendo que ese misil saliera despedido hacia fuera, pero fue demasiado
tarde, sus efectos no se hicieron esperar. Lo sentí incrustándose con saña en
mi organismo, carcomiéndome con voracidad, quemándome como si me
recorriese un corrosivo ácido.

¡Maldita sea! ¡Y el dolor era insoportable!

―¡NOOO! ¡JAKE! ―chilló Nessie, llorando horrorizada, mientras su padre


la sujetaba del brazo para apartarla de mi camino, ya que salí despedido hacia
atrás, del fuerte empuje, y a punto estuve de llevármela por delante.

¡Mierda! ¡Dolía mucho! Tanto, que no pude evitar gemir mientras caía en el
suelo y me arrastraba varios metros.

―¡JACOB! ―voceó Bella.

―¡JAKE! ―gritó Nessie otra vez, entre lágrimas, zafándose de los brazos de
Edward.

Corrió hacia mí y dejó caer las rodillas en la hierba para abrazarme, aunque
Edward y Bella también se acercaron. Toda mi manada se apresuró a
rodearme para protegerme, lloriqueando, mientras el resto se tuvo que quedar
en su puesto sin remedio, por si había otro ataque.

Intenté levantarme, pero mis patas estaban demasiado débiles.

―Jake… ―sollozó Nessie al tiempo que ponía mi cabeza en su regazo.

Nessie…, contesté a duras penas.

―Jacob… ―escuché susurrar a Bella con un hilo de voz.

Bella, tu escudo, le avisé, dolorido.

―Tu escudo, Bella ―le transmitió Edward.


Inmediatamente, mi amiga volvió a erigir ese muro que nos protegía de los
ataques de los magos, ya que, con el susto, había dejado de hacerlo.

Notaba cómo mis costillas ya se estaban regenerando, pero la quemazón me


estaba aniquilando por dentro, como si miles de gusanos candentes devorasen
todos mis órganos a una velocidad ultrasónica. Si esto seguía así…

¡No!, lloró Nessie con rabia al ver mis pensamientos mientras sus manos se
afanaban en acariciarme. ¡No puedes dejarme aquí, ¿me oyes?! ¡Todavía nos
quedan muchas cosas por vivir!

¡Tienes que llevarme en la Harley por la autopista hasta Seattle, ¿recuerdas?!


¡Y tenemos que tener muchos hijos!

Nessie…

―Parece que nuestro Gran Lobo está… derrotado ―afirmó Aro con una
sonrisa chulesca.

¡Maldito vejestorio chiflado!

187

¡Yo no estoy derrotado!, protesté.

Intenté rugir y levantarme, pero tan solo me salió un ridículo gañido y,


bueno, lo de las patas ya era imposible.

Así se habla, mi amor, me animó Nessie, acariciándome. No te rindas nunca.

Mi Nessie. Mi ángel, mi dulce ángel.

―Todavía está vivo ―le recordó Emmett, levantando el mentón con


orgullo―. Y no tardará en curarse.

―Mi querido Emmett, me temo que en esta ocasión no se curará ―le rebatió
ese fósil, siguiendo con esa estúpida sonrisa―. El poder del medallón ya se
ha internado en él. Ahora está robándole su fuerza vital, célula a célula va
absorbiendo su poder espiritual, hasta que ya no le quede nada. Después, ese
poder regresará a su dueño, llevando su botín consigo, y este medallón será
invencible.

¡Maldito!, rugió Paul por mí.

Y yo lo notaba, sí. ¡Mierda! Parecía que esa momia de Aro tenía razón. Cada
vez me sentía más debilitado, y ese ácido corrosivo que me recorría era
insoportable, ¡insoportable!

Jake…, sollozó Nessie, pasando sus dedos por mi frente lobuna.

―Por eso has montado todo esto, ¿no? ―le reprochó Edward―. Necesitabas
que Jacob gozara de todo su poder espiritual para que el medallón se lo
robase, así ese colgante sería aún más poderoso, invencible, y vuestro reino
estaría asegurado. Por eso no impediste su boda con mi hija.

Sabías que esa parte de la profecía se cumpliría y que Jacob desarrollaría todo
su poder espiritual.

Pero no ibas a permitir que la profecía se cumpliera del todo, por supuesto. Y
ahora has esperado el momento oportuno para robárselo.

―Edward, no sé de qué me sorprendo. Siempre has sido un joven muy


inteligente ―le respondió Aro, ampliando su asquerosa sonrisa―. Todas tus
deducciones son ciertas, sí.

Maldito…, mascullé yo.

―¿Y crees que te puedes llevar al Gran Lobo a Volterra? ¿De veras crees
eso? ―siguió Edward, enarcando una ceja con incredulidad.

―Dentro de muy poco el Gran Lobo ya no tendrá poder, mi querido Edward.


Entonces el medallón podrá actuar y le hipnotizará, al igual que ha hecho con
estos tres magos ―reveló, señalando a esos desgraciados búlgaros―. Estará
a mi entera disposición.
Pude ver cómo al pueril semblante de la enana canija se le escapaba una
media sonrisa de satisfacción. Pero no fui el único. Mi chica también lo vio y
machacó todas sus muelas con rabia, aunque siguió acariciándome.

―¿Y para qué quieres llevarte a Jacob? ―quiso saber Bella, que rechinaba
los dientes sin parar―. No entiendo por qué tu intención no es… matarle.
―Le costó soltar la palabra y la tuvo que escupir.

―Necesitas que esté vivo, ¿no es cierto? ―cayó Edward, sorprendido por su
propio descubrimiento―. Para que el poder espiritual de Jacob se mantenga
activo, necesitas que él esté vivo.

―Me remito a lo que he dicho anteriormente. Eres muy inteligente ―sonrió


ese viejo decrépito.

Mis lobos se agazaparon para rugirle con fuerza mientras sus mentes se
llenaban de todo tipo de insultos.

―No podrás llevártelo ―masculló Rosalie, profiriendo un leve rugido desde


su garganta.

―¿Acaso crees que me lo podéis impedir? ―contestó esa vieja momia,


alzando las cejas.

―No seremos nosotros quien lo impidamos, Aro ―contraatacó Edward―.


El propio Jacob lo impedirá.

―Permíteme que lo dude ―cuestionó él.

―Te lo aseguro ―afirmó Nessie, que dejó mi cabeza en el suelo para


ponerse en pie como un resorte―. Es el Gran Lobo, no dejará que le roben su
poder espiritual así como así. Además, nosotros seguimos aquí, y para
llevártelo tendrás que pasar por encima de nuestros cadáveres.

Nessie…, susurré.

¡Así se habla, Ness!, aclamó Quil.


¡Eso, a ver si pueden!, le acompañó Embry.

Toda mi manada aulló para apoyarla.

Ese maldito de Aro desplegó otra sonrisa altiva y arrogante. Pero, de pronto,
su asqueroso labio cayó en picado.

―Como gustes ―le respondió con una voz de ultratumba extremadamente


sombría―. Y tú 188

serás la primera.

¡NOOO!

Sin que apenas nos diese tiempo a reaccionar, el espeluznante ojo del
medallón volvió a escupir un misil sanguinolento que se dirigió directamente
a por Nessie. Y esta vez solo contábamos con el escudo de Bella, el cual no
podía hacer nada para detenerlo. Ese cañonazo despiadado y cargado de
maldad se dirigía a ella con una saña increíble.

―¡NO! ―gritaron Edward y Bella a la vez.

¡NESSIE, MI ÁNGEL!

¡Maldito! ¡Maldito medallón! ¡Malditos Vulturis!

Algo dentro de mí estalló con una furia incontrolada, bestial, salvaje. Daría
mi último soplo de vida por ella, me importaba una maldita mierda morir,
pero Nessie era intocable. ¡Ella era sagrada!

¡SAGRADA!

Sin saber cómo, empecé a sentir otra energía nueva, una energía cargada de
adrenalina que me recorrió entero y que explotó en lo más hondo de mis
entrañas de forma súbita e indomable. Sí, fue un Big Bang que se apoderó de
todo mi organismo, haciéndolo estallar, y que se llevó por delante a todos
esos gusanos que me estaban carcomiendo por dentro, purificándome al
instante. Mi convalecencia había terminado. Me puse en pie con rapidez para
proteger a mi ángel al tiempo que un brillo fulgurante y cegador radió de
todos los puntos de mi cuerpo cuando eso explosionó, envolviéndome con
una onda expansiva extremadamente luminosa que se extendió a la velocidad
de la mismísima luz.

―¡Cuidado! ―apenas le dio tiempo a gritar a uno de los magos rojos.

La onda expansiva alcanzó al otro bando justo cuando los magos erigieron
una barrera entre todos, al mismo tiempo que mi onda evitaba que el chorro
sanguinolento llegara a Nessie.

Los ocho magos, incluidos esos desgraciados de Nikoláy, Razvan y Ruslán,


que seguían hipnotizados, consiguieron crear una barrera común uniendo
todos sus poderes que los cubría a todos y mi onda expansiva chocó contra
ese muro semitransparente sin que lo pudiera traspasar.

Cretinos. Lo hicieron justo a tiempo, pero eso no sirvió para frenar la fuerza
de mi arremetida, que los tiró a todos hacia atrás, al suelo, Vulturis, guardia y
gigantes incluidos. Ja, fue divertido. Era como una partida de bolos, y yo
había hecho pleno.

Al mismo tiempo, ese maldito misil rojo, que a punto estuvo de rozar a mi
chica, se estampó en la membrana fulgurante que había radiado de mí en
forma de esa onda expansiva, pero esta vez no salió despedido hacia atrás,
sino que estalló al mínimo contacto con la onda y se prendió en una alta
llamarada que retrocedió hacia el medallón vertiginosamente, siguiendo la
estela que le llevaba a su origen, igual que si fuera una mecha.

―¡Mirad eso! ―exclamó Emmett, señalando aquella estela de fuego que


había aparecido en el aire de repente.

Sí, ellos podían ver esa llama que se movía con rabia.

El ojo del medallón se abrió como un platillo volante al ver esto, sorprendido,
y cortó el ardiente chorro sanguinolento, evitando que el fuego le alcanzase,
aunque el propio Aro, que rechinó los dientes con prisas, giró sobre sí mismo
en la hierba, intentando evitar lo mismo. Maldito cobarde.
En cuanto la onda expansiva se fue, erigí una nueva barrera, cubriendo a todo
mi bando.

Esas momias de los Vulturis, toda su chusma y los gigantes se pusieron en


pie enseguida, aunque sus repulsivos semblantes lo decían todo. El fósil
canoso machacaba sus muelas, el adormilado, por primera vez, subió sus
repugnantes párpados hasta arriba y ese chiflado de Aro me miró alucinado,
el muy imbécil, no se podía creer lo que acababa de ver.

Noté cómo mi fuerza vital había crecido inmensurablemente, y no solo había


vuelto mi energía, sino que ahora me sentía mucho más lleno. Algo nuevo
había renacido en mí, podía notarlo, podía sentirlo. Ahora me sentía fuerte,
vigoroso, lleno de energía, invencible. Sí, me sentía confiado y seguro de mí
mismo.

Guau, parpadeó Embry.

¡Eres genial, tío!, clamó Seth.

Es el Rey de los Lobos, el Gran Lobo, dijo Sam.

Qué pesadito. Yo estaba a otras cosas.

¿Estás bien?, le pregunté a mi chica, acercándole mi hocico para hacerle un


reconocimiento rápido. ¿Esa cosa te ha rozado o algo?

Pero ella también estaba a otras cosas.

Jake…, susurró, emocionada, abrazándome otra vez. Lo sabía. Sabía que eras
mucho más 189

fuerte que ese medallón. Solamente tenías que encontrar esa fuerza en ti, ¿lo
ves?

Bueno, supongo que esto quería decir que estaba bien. Menos mal. Suspiré,
muy, muy aliviado.

Sí, ya la encontré. Gracias a ti, le confesé, acariciando su hermoso rostro con


mi mejilla peluda.

Mi chica me sonrió y me dio un beso en la frente que fue tan tierno, que casi
se me olvida dónde estábamos.

Ay, suspiré en voz alta. Qué ganas de volver a mi forma humana…

Anda, calla y céntrate, sonrió, despegándose de mí.

Eso sí, su mano se aferró a mi pelaje.

―Es impresionante, tengo que reconocerlo ―me dijo Edward.

―Sí, lo es ―coincidió Bella, que me sonreía con orgullo.

Gracias, gracias.

¡Ups! Sin embargo, ese vejestorio decrépito y desgastado de Aro estaba


bastante cabreado, la verdad, y no tardó nada en ordenar su siguiente ataque.

Atentos, avisé, agazapándome.

Toda mi tropa hizo lo mismo, y los Cullen y nuestro par de gigantes nos
imitaron al vernos.

Entonces, supe que el medallón iba a utilizar esa parte de mi poder que me
había robado. No me preguntes cómo, pero lo supe.

La pupila de ese maléfico ojo soltó otro manguerazo, pero esta vez no era de
color rojo, sino que era anaranjado. Sí, era una mezcla de su poder y el mío.
Pero, para mi asombro, ese chorro pasó a ser una elipse, imitando a las mías.
Guay.

No lo dudé. Erigí un segundo círculo, que envolvió a su vez a mi barrera, y lo


transformé en elipse con precipitación, lanzándolo hacia la que teníamos
delante.

Guau, ahora la manejaba mucho mejor.


Pero no sé qué demonios pasó. Mi elipse no chocó contra esa otra, sino que
ambas se entremezclaban y se separaban, era como si mi elipse no
reconociera que aquella otra era maligna al llevar parte de mi poder
espiritual.

¡Maldita sea! ¡Mierda!

Esos viejos decrépitos de Aro y Cayo sonrieron con una satisfacción que me
sacaba de quicio, mientras que el adormilado volvió a su estúpido semblante
de siempre.

¡Arg! ¡Chupasangres idiotas!

De pronto, la elipse de mi contrincante empujó a la mía, que estaba


totalmente desconcertada, y se lanzó hacia mi barrera protectora con una
velocidad digna de un meteorito.

Esa elipse llevaba parte de mi poder espiritual y, en cierto modo, era un poco
compatible con todo lo que salía de mí, así que, ante nuestras atónitas
pupilas, esa elipse cortó la membrana de mi burbuja como si de una radial se
tratase y consiguió internarse en forma de chorro para atacar a Nessie.

Estaba claro que quería terminar con ella a toda costa.

¡NOOOO!

Todo se paralizó, y mi corazón dejó de latir durante un instante. Pero, de


repente, el tema dio un giro de 180 grados.

Como había ocurrido antes, todo sucedió a una velocidad vertiginosa.

La pulsera de Nessie latió una sola vez, reclamándome, y de una forma


completamente instantánea e inopinada un rayo dorado, fulgurante, brillante,
salió de lo más profundo de mi alma para lanzarse hacia el aro de cuero, pero
también hacia la propia Nessie.

El rayo se insertó en su corazón con potencia, sin embargo, ella no pareció


notar ningún dolor.

En realidad, pareció gustarle bastante, la verdad, porque sus preciosos ojos se


cerraron y soltó un suave jadeo cuando lo notó.

A la vez, la pulsera bombeó con intensidad y emitió una burbuja que se


desplegó súbitamente, pero ahí no terminó la cosa. Sin que me diese cuenta,
yo mismo erigí un tercer círculo que salió despedido en dirección al aro de
cuero para unir sus fuerzas con él. Ahora tenía el primer círculo que había
creado para formar la barrera que nos cubría a todos, el segundo círculo, el
cual había transformado en elipse y que en este momento se encontraba en el
aire, tan desconcertada como yo, y este tercer círculo, que se había unido a la
burbuja de la pulsera, siendo yo el centro de todos ellos.

Mi tercer círculo y la burbuja de la pulsera no se unieron del todo, solo hasta


la mitad de cada uno, y ambos apuntaron bien, así que el misil rojo lanzado
por el ojo no llegó a Nessie, se estampó justo en la zona donde se habían
unido las dos barreras, que era el doble de fuerte y resistente, y este salió
rebotado hacia atrás. Esos viejos decrépitos de los Vulturis y su séquito
tuvieron que 190

agacharse con precipitación para que su propio ataque no les arreara. Pena
que lo hicieron a tiempo. Mierda.

Pero no fue eso lo que me dejó atónito y perplejo.

Justo cuando mi rayo se insertó en su corazón, Nessie se iluminó durante un


par de segundos, radiando destellos dorados y brillantes, cegadores, por todo
su cuerpo. Su preciosa melena se elevó con una suave brisa que nació desde
sus pies y que subió con rapidez, recorriéndola entera. Si antes parecía un
ángel, ahora ni te cuento. Mi boca lobuna se quedó colgando ante esta visión
tan espectacular, parecía que estuviese viendo una película de hadas, aunque
no fui el único. Mis lobos, los Cullen y los dos gigantes que nos
acompañaban también se quedaron boquiabiertos. Creo que no solo mi
manada, Edward y yo podíamos verlo, era evidente, solo había que ver sus
caras. Y, de repente, por si esto era poco, me quedé sin respiración cuando vi
lo que sucedió después.
Su cuerpo se arqueó hacia atrás y, al igual que me había sucedido a mí, ella
también pareció explosionar, haciendo que miles de chispas doradas y
fulgurantes saliesen despedidas por todas partes, iluminando aún más ese
bosque. Me quedé atónito, maravillado, deslumbrado. Como una mariposa
cuando sale de su capullo y extiende sus alas, su espíritu se liberó del todo.

Sí, su espíritu, todo su espíritu. Su aura, su alma, era una loba de color
bermejo que relumbraba con ella, y cuando Nessie se enderezó y rugió con
cólera, la loba que llevaba dentro hizo lo mismo, mostrando al mundo su
coraje y fuerza.

Lo sabía, siempre lo había sabido. Nessie era una loba encerrada en un


cuerpo de vampiro.

Guau.

Ahora lo veía todo claro, ahora entendía tantas cosas. Ya lo decía la profecía:
ella será la fuerza que impulsa a su espíritu, ella será su guía y su luz, ella le
proporcionará poder, pues el poder espiritual del Gran Lobo estará forjado
con su profundo amor.

Sí, mi espíritu de Gran Lobo siempre la protegería a ella, siempre, y ese rayo
dorado que había salido de mí se había insertado dentro de ella para
despertarla, también. Pero ahora sentía algo nuevo que nunca había sentido.
Ahora me sentía pleno, completo, fuerte, poderoso. Nessie era la clave de mi
poder espiritual, ella era esa pieza que faltaba para que todo encajase justo
como debía.

Sí, ahora lo veía todo claro. Ella era el origen de mi poder espiritual, pues yo
vivía por ella, estaba en este mundo por ella, había nacido para ella, mi
espíritu había nacido para estar junto al suyo y se complementaba con el
suyo. Se complementaba. Mi espíritu se había ido a buscar al suyo para
completar todo el desarrollo de mi poder espiritual, porque ella era mi guía y
mi luz, Nessie era la fuente de mi poder gracias al inmenso amor que sentía
por ella, y mi espíritu necesitaba al suyo para que le diese más fuerzas.
Bueno, vale, estaba claro que ella no gozaba de poder. Sabía con absoluta
certeza que ese rayo dorado solo le había prestado parte de mi poder a Nessie
para que pudiese luchar hoy. Pero juntos seríamos invencibles.

Mi manada no pudo evitar echarse en el suelo para mostrarle sus respetos a


su reina, pero, desgraciadamente, no teníamos tiempo para estas monsergas.

¡Levantaos!, les ordené.

Y así lo hicieron. Ipso facto.

Nessie se miró, extrañada y alucinada al verse. Aunque los Cullen, Ryam y


Helen no daban crédito a lo que habían visto. Bueno, ellos solamente habían
visto cómo ella había explotado en miles de lucecitas brillantes y todo eso,
pero era suficiente para dejarles estupefactos. Solo Edward podía verlo todo,
y todavía sostenía esa sorpresa en ese pálido careto.

Los que también se habían quedado patidifusos fueron esas momias y toda la
chusma que les acompañaba, incluidos el fósil dormido y ese asqueroso
medallón, ambos abrieron sus ojos como platos. Excepto los magos búlgaros,
esos dos rumanos y el encapuchado de negro, que tenían esas caras inertes e
inexpresivas que daban una grima que no veas, y los gigantes. Me extrañé al
ver a estos últimos. Por primera vez desde que había empezado toda esta
mierda, las almas colgantes de esos gigantes sonreían con esperanza. Eso sí,
no soltaban su cuerpo ni de coña.

Jake, soy una… loba, susurró Nessie sin poder creérselo. Bueno, mi alma,
quiero decir.

Ya te lo dije una vez, nena. Eres una loba encerrada en un cuerpo de vampiro.

Nessie me miró y me sonrió.

―¿Qué ha pasado? ―le preguntó Bella a su marido con un cuchicheo.

―Al parecer, nuestra hija es una loba encerrada en un cuerpo de vampiro


―le aclaró él con un semblante que no terminaba de creérselo.
―¿Cómo? ―parpadeó ella.

191

―Ya te lo explico luego ―atajó Edward.

Sí, porque ahora no teníamos tiempo.

Ahora me sentía fuerte y poderoso, invencible.

Me agazapé y solté un potente y fuerte rugido para reclamar mi supremacía y


dominio, haciendo que temblasen hasta las raíces de los árboles que nos
rodeaban.

El careto de Aro y compañía, y su rechinamiento de dientes, lo decían todo.


Ya no las tenía todas consigo. Genial.

Aun así, ese dichoso ojo se entrecerró para preparar otro de sus ataques.

¿Estás lista, Nessie?, le pregunté.

Contigo, siempre, me respondió ella con seguridad.

Y se agazapó para acompañarme.

192

Esto de ser el Gran Lobo es la caña

El ojo de ese asqueroso medallón soltó su ataque, pero ahora estaba


completamente seguro de mí mismo y no se erizó ni uno solo de los pelos de
mi pelambrera.

Nessie estaba conmigo para ayudarme. Sus dedos se aferraban a mi pelaje,


era como si estuviésemos cogidos de la mano. Su dorada alma refulgía en esa
forma de loba rojiza, era idéntica a mí, solo que ella era una hembra y yo un
macho, claro. Sabía que esto solamente era algo espiritual, algo que se debía
a nuestro enorme vínculo, que ella no se podía transformar en una loba como
nosotros los quileute, pero, aun así, mi manada todavía estaba algo
impresionada.

Incluso Edward todavía lo estaba.

Ahora tenía más visión que antes. Por fin veía qué era eso transparente y que
parecía inexistente que bloqueaba mis ataques, lo que había evitado que mi
elipse terminara con la Pitufina y con esos Vulturis al principio. Era una
barrera totalmente transparente, un escudo.

Bueno, totalmente no, porque ahora lo veía con claridad. Parecía un cristal
muy fino y delicado, pero, claro, no lo era, ni mucho menos. Como solía
pasar con los cristales de verdad cuando les pasas un trapo para limpiarlos,
tenía visos, eso me hacía ver el escudo perfectamente. Todas y cada una de
esas momias decrépitas y su séquito de desgraciados, excepto los gigantes y
esos bastardos de Nikoláy, Ruslán y Razvan, Vladimir, Stefan y el
encapuchado, tenían su cristal particular que les protegía de cuerpo entero. Y
todos esos cristales nacían de los magos rojos. Ellos creaban esos escudos.

Nikoláy, Ruslán, ese bastardo de Razvan, el encapuchado y los rumanos


mohosos no tenían escudo, pero con todos los que tenían delante, los que
protegían a los otros, estaban protegidos de sobra. Maldita sea. Pero vale,
ahora sabía que si destruía a esos magos, los escudos se irían al infierno.
Bien, bien.

¿Cómo estás? ¿Tienes fuerzas de sobra?, le pregunté a Nessie.

Sí, tu poder espiritual me ha dado un chute de energía.

Bien. Escucha, tenemos que atacar a los magos de rojo, le dije. No nos será
fácil. Ese medallón nos pondrá las cosas difíciles.

De acuerdo, asintió ella. Aunque no sé si sabré usar tu poder espiritual.

Tranquila, sabrás, le aseguré.

¡Ánimo, Nessie!, exclamó Seth.


Idiota. ¿Es que se creía que estábamos en un partido o qué?

Como me suponía, ese maldito medallón no se hizo esperar más y lanzó su


ataque.

Como si del cañón de un barco pirata se tratase, la pupila de ese espeluznante


ojo escupió otro chorro de color naranja, mezcla de su poder y el mío. El
manguerazo se estampó contra mi barrera, ese círculo de luz brillante que
había erigido con mi nuevo poder espiritual, y esta vez, no consiguió
traspasarla. Sí, ¡ja!, ahora que mi espíritu de Gran Lobo estaba completo del
todo gracias a la ayuda del espíritu de Nessie, mi barrera identificaba
perfectamente la parte maligna de ese chorro anaranjado.

Ese potente manguerazo chocó con mi barrera y salió despedido hacia atrás.

―¡El medallón ha lanzado un ataque, pero la barrera de Jacob lo ha repelido!


―comunicó Edward para el resto, hablando con velocidad.

Ese chiflado de Aro y la momia de su compañero rechinaron las dentaduras a


la vez.

Pero sabía que ni mucho menos había terminado.

El ojo recogió ese chorro y se entornó con más odio todavía. Esta vez el
desgraciado soltó todo su arsenal.

¡Atenta, nena!, le advertí.

¡Sí!

En esta ocasión, la pupila no soltó ningún chorro, sino que escupió su rayo de
color púrpura oscuro, desplegándose hacia nosotros en forma de abanico,
como había hecho ayer con los tres magos búlgaros, el encapuchado y los
rumanos cuando les hipnotizó.

―¡Otro ataque! ―anunció Edward.

El abanico se extendió sobre mi barrera a gran velocidad, envolviéndola


completamente.

193

―¡Ha envuelto a la barrera! ―siguió.

Genial. Teníamos retransmisión.

―¡Quiere absorber tu poder otra vez! ―se percató Alice―. ¡No puedo verlo,
pero puedo sentirlo!

La comisura de ese asqueroso labio delgaducho de Aro se elevó levemente,


corroborando lo que Alice acababa de decir.

¡De eso ni hablar!, masculló Paul, haciéndoles una demostración de sus


colmillos a esos fósiles.

Esa tela púrpura comenzó a bombear con fuerza, intentando absorber mi


poder espiritual, como había hecho anteriormente, pero mi barrera respondió
con contundencia. Esta convulsionó una sola vez, soltando una descarga
eléctrica, y el envoltorio que teníamos encima la soltó, retirándose con
rapidez, como si le hubiese quemado.

―¡La barrera ha rechazado el ataque! ―dijo mi suegro.

El labio de ese viejo decrépito cayó en picado.

¡Ahora, Nessie!, le avisé.

Ella obedeció al instante y no hizo falta explicar más. Nessie podía ver mi
mente, podía ver mis planes, pero no era por esto. Nuestra sincronización casi
telepática era la clave, y ella sabía en todo momento lo que yo iba a hacer sin
que ni siquiera lo hubiera pensado.

Los dos erigimos un círculo de luz brillante que pronto convertimos en elipse.
Cada uno lanzó la suya hacia ese dichoso abanico, que ya se dirigía hacia la
barrera de nuevo; yo por la derecha, ella por la izquierda. Las elipses
interceptaron nuestro objetivo púrpura por los dos frentes, destruyendo los
dos lados del mismo.

―¡Nessie y Jacob están atacando! ―retransmitió Edward, utilizando ese


nombre de su hija, seguramente porque era más rápido de pronunciar que su
nombre completo.

Las elipses continuaron destrozando a su objetivo púrpura por los dos lados,
casi parecía que se lo comían, pero, maldita sea, el medallón sopló con fuerza
y el abanico volvió a desplegar sus alas con contundencia, haciendo que
nuestras elipses salieran despedidas.

¡No puedo controlarla, Jake!, se quejó Nessie, que trataba de manejar la


elipse sujetándola por el centro.

Mierda. Las elipses giraban con mucha fuerza. Ah, pero no me rendí. Ahora
todo me resultaba claro y sencillo, fácil de comprender, así que controlé la
mía sin más problemas.

¡Bah! Ya podía haber sido así siempre, hombre.

Tira de ella, como si estuvieses domando a un caballo, le instruí, llevando la


mía hacia el abanico de nuevo, con rapidez.

Mi chica me hizo caso y consiguió controlarla a tiempo, dirigiéndola hacia el


ataque del medallón también.

Sin embargo, el abanico hizo un quiebro brusco e inesperado y, ante nuestros


atónitos ojos, se convirtió en una especie de embudo púrpura, cuya parte
estrecha salía del ojo de ese maldito medallón y la parte ancha envolvía a
nuestras elipses.

―¡El medallón ha atrapado a las elipses! ―comunicó Edward, ansioso.

―¡Cuidado! ¡Las va a absorber! ―nos advirtió Alice de nuevo, que parecía


muy concentrada, observando al medallón.

Aro volvió a alzar su repugnante labio.


Sin que nos diese tiempo a reaccionar, ese extraño embudo comenzó a aspirar
nuestras elipses, dejándonos completamente perplejos, aunque Nessie y yo
seguíamos sosteniéndolas. Mierda. Ese maldito medallón tiraba de mi poder
como si lo hiciese del hilo de una madeja de lana mientras mi chica y yo la
sosteníamos sin poder hacer nada para que parase de tirar.

¡Arg! ¡Maldita sea, maldita sea! ¡Estaba más que harto de toda esta comedia!
¿Ese medallón quería mi poder? ¿Todo mi poder? ¡Pues que lo cogiera, a ver
si podía!

¡¿Lo quieres?! ¡Pues toma mi poder de una maldita vez, estúpido!, rugí con
furia.

¡No, Jake, ¿qué vas a hacer?!, me reprendió Sam.

¡Suelta la elipse, Nessie!, le ordené.

Y Nessie tuvo que obedecer mi orden.

¡No, Jacob!, desaprobó el lobo negro, nervioso.

―¡Sí, hazlo! ―me animó Edward, que estaba mirando a las almas colgantes
de los gigantes.

Eso hizo que me fijase en ellas. Claro, era eso. Esto es lo que habían estado
intentando decirme todo el tiempo. ¿Sería estúpido? Me estaban animando a
que lo hiciera, porque esto terminaría con su suplicio.

Genial. Eso me animó aún más.

194

Sam cerró la bocaza en cuanto vio mis intenciones en mis pensamientos.

Nessie y yo soltamos lo que quedaba de las elipses y dejé que ese asqueroso
embudo terminase de aspirarlas. Pero ahí no terminó la cosa.

Sigue erigiendo un círculo brillante y no dejes de erigirlo en ningún


momento, permite que se lo lleve, le pedí a mi chica.

Sí, obedeció ella con total confianza en mí.

Los dos lo hicimos al instante.

Ese estúpido medallón enseguida pasó a absorber el poder espiritual de


nuestro par de círculos brillantes, llevándoselos en forma de dos nubes
brillantes y destellantes que pasaban a través del embudo con velocidad.

Esos imbéciles de Aro y Cayo no pudieron evitar sonreír con satisfacción.


Estúpidos. El medallón latió una vez cuando comenzó a recibir su botín.

Sorbe, sorbe, idiota, me reí con malicia.

¿Crees que funcionará?, me preguntó Sam.

Estoy completamente seguro, le ratifiqué sin dudas.

Y lo estaba porque mi poder espiritual estaba siendo aspirado por ese embudo
a pasos agigantados, pero en vez de debilitarme, yo no dejaba de generar más
poder. Cuanto más me era succionado, más poder espiritual nacía de mí. Sí,
lo sentía, lo notaba, mi espíritu de Gran Lobo se plantaba con supremacía y
contundencia frente a su adversario. Y tenía a Nessie a mi lado, mi espíritu y
el de ella iban de la mano.

El medallón comenzó a latir a medida que iba succionando mi poder. Empezó


con unos latidos muy lentos, pero después pasaron a ser más veloces, hasta
que se convirtieron en toda una locura.

Sí, ese maldito colgante estaba a punto de estallar.

―Maestro, el medallón no lo soportará ―se atrevió a avisarle el pelirrojo,


que observaba la situación con ese semblante serio y cauto que había
mantenido durante toda la batalla―. El espíritu del Gran Lobo es demasiado
grande para él.

Esa momia de Aro giró su repugnante careto para mirarle, casi diría que con
cierto reproche por osar a hablar sin su permiso, pero pronto se dio cuenta de
que algo iba mal y volvió la vista hacia ese estúpido medallón.

―¿Qué está pasando, Aro? ―quiso saber el fósil canoso, frunciendo ese
tupido ceño.

Pero su amigo no le contestó.

El medallón seguía aspirando mi poder y palpitaba sin parar, parecía que le


fuese dar un ataque cardíaco. El muy listo intentó detener el proceso,
retirando su embudo, pero ahora el que no le dejaba era yo. No me preguntes
cómo demonios lo hice, pero sostuve ese embudo y seguí metiéndole poder
espiritual a saco. Sí, maldita sea, estaba hasta las narices de todo esto. Iba a
terminar con ese medallón de una vez por todas.

Las almas colgantes de los gigantes sonrieron con esperanzas cuando


apareció una fisura en el colgante. Ese medallón era el causante de que ellas
no estuvieran en sus cuerpos, su magia negra les apartaba de ellos. Y ahora
me daba cuenta de otra cosa. Si esos gigantes podían entrar en mi barrera
solamente se debía a que no tenían alma. Pero ya no iban a sufrir más. El ojo
del medallón se abrió, horrorizado. Este era su fin.

Una luz empezó a salir por la pequeña grieta del colgante, agrandándola más.
Entonces, ese patético y cobarde de Aro se percató de la situación. Asqueroso
viejo decrépito. Apretó la dentadura a la vez que se quitaba el medallón con
precipitación y lo lanzó a un lado justo a tiempo. Cretino.

El medallón explotó en el mismo aire, preso de una luz cegadora que salió de
él y que se extendió a todas partes. Lo último que se vio de ese maldito ojo
fue su expresión despavorida, incluso salió de él un vaho azul que llegó a las
nubes. Su codicia había terminado con él. ¡Sí, adiós!

Toda mi manada coreó unos aullidos al aire y los Cullen, Ryam y Helen
saltaron de alegría. En cambio las dos momias apretaron las dentaduras a la
vez y se miraron, desprendiendo algo de temor, mientras la tercera seguía
durmiendo la siesta.
Esa luz que había salido del medallón regresó a mí ipso facto, internándose
en mi cuerpo en forma de esa nube chispeante.

¡Jake, lo has conseguido!, clamó Nessie, abrazándome con alegría.

―¡Bien, Jake! ―le acompañó Bella, haciendo lo mismo que ella.

―¡Eres genial, Jake! ―se carcajeó Emmett.

¡Ese medallón por fin se ha ido al infierno!, rio Leah.

¡Guau, mirad eso!, exclamó Shubael, señalando a los gigantes con su


cabezota.

195

Bella no le escuchó, pero el movimiento de la cabeza del lobo hizo que ella
también se fijase, aunque no lo vio todo como nosotros. Ella solamente vio
cómo los gigantes adoptaban su forma humana de repente y cómo se
desplomaban en el suelo, uno a uno, desmayados y exhaustos, con sus ropas
raídas y rotas. Sí, las almas de esos hombres y mujeres habían dejado de ser
succionados por el más allá y habían podido regresar a sus cuerpos, por fin.

―Es increíble ―murmuró Jasper, que miraba la escena, atónito.

Pero eso no fue todo. Al morir el medallón, esos desgraciados de Nikoláy,


Ruslán, Razvan, Stefan, Vladimir y el encapuchado regresaron al planeta
Tierra. Eso sí, la guardia Vulturis actuó pronto y les rodearon para que no se
movieran ni un ápice. Esos seis idiotas miraban a su alrededor, todavía un
poco perdidos, aunque pronto se dieron cuenta de la situación y apretaron las
dentaduras.

El careto de Aro lo decía todo, y su vaho, que se transformó a uno rojo


brillante ya era toda una declaración de intenciones. Estaba lleno de ira y
rabia, claro, había preparado esto durante muchos siglos y yo había
estropeado todos sus planes. ¡Arg, maldito, no lo soportaba!
Los cinco magos rojos se adelantaron, colocándose por delante de Aro y
compañía, y enseguida adoptaron unas posturas de ataque, esperando la orden
de su amo, que no se hizo esperar.

Como cinco chimeneas rabiosas, escupieron cinco nubarrones negros que se


juntaron durante el trayecto en una sola, un misil azabache lleno de magia
negra. Este se dirigió a nosotros a gran velocidad.

No llegó muy lejos. Daba igual lo poderosos que fueran esos magos y que
juntasen sus poderes.

Estaba mal que lo dijera, pero yo era mucho más poderoso que ellos, así que
ese ridículo misil se estampó contra mi barrera y no pasó de ahí.

Sin embargo, no me iba a conformar con eso. Ya estaba muy cansado de este
estúpido juego, así que calenté mi barrera hasta que se volvió de fuego. En
cuanto lo hizo, el manguerazo negro comenzó a arder y, como una mecha, se
propagó hacia atrás súbitamente, con unas llamaradas altas que vio todo el
mundo.

―¡Cuidado! ―chilló uno de los magos, emanando su vaho azulado hacia el


cielo.

Emmett no pudo evitar sus risotadas de satisfacción.

El fuego no llegó a quemarles, por supuesto, esos cobardes soltaron sus


manguerazos y no les alcanzó.

―¡¿Qué estáis haciendo?! ¡Atacad! ―protestó la momia canosa con


indignación.

Pero si creían que había terminado, estaban muy equivocados. Ellos eran los
que creaban esos escudos de cristal que protegían a los Vulturis y a su
chusma. Si terminaba con ellos, se quedarían sin protección y ya serían míos.
Ahora, con mi poder espiritual completo, podía hacer muchas más cosas, y no
hacía falta ni que me plantease cómo hacerlas.
¡Vamos a por ellos, nena!, animé a mi chica.

¡Sí!, rio ella.

Como siempre, hicimos gala de nuestra sincronización y telepatía.

Sin darles tiempo a pensar, creamos otras elipses, pero estas eran diferentes a
las demás. Estas elipses giraban y giraban sin parar, como una radial, y como
tal, eran cortantes. Las lanzamos contra ellos con saña y rapidez, las dos
volando juntas. Lo hicimos con mucha velocidad, pero esos malditos también
eran rápidos de reflejos y erigieron otro escudo transparente común.

Tampoco les sirvió de nada. ¡Ja! Me daban ganas de saltar y danzar, de


aullar, en serio. ¡Esto de ser el Gran Lobo era la caña!

―¡No! ―gritó uno de ellos, interponiendo sus brazos, como si así fuera a
hacer algo.

Sus vahos azules casi llegaban al espacio.

Pero ya era demasiado tarde para ellos. ¡Sí! Las elipses cortaron ese escudo
con facilidad, resquebrajándolo en miles de cristalitos, y mientras a ellos
solamente les daba tiempo a chillar como nenazas, las dos elipses les cortaron
la cabeza a los cinco a la vez.

―¡Maldición! ―masculló Cayo, rechinando sus muelas al tiempo que


miraba la escena sin terminar de creérselo.

Otro que rezumaba un vaho azul hasta el cielo, aunque no era el único, toda
su chusma estaba envuelta en una nube azul.

Las cinco cabezas rebotaron sobre la hierba con esas expresiones de horror.
Acto seguido, sus cuerpos las acompañaron, primero cayendo de rodillas y
después haciéndolo de bruces.

Todos esos inútiles escudos transparentes que protegían a los Vulturis y a su


maldita chusma desaparecieron como por arte de magia, nunca mejor dicho.
196

¡Genial!

Entonces, me di cuenta de que no me hubiera hecho falta terminar con esos


magos para desproteger a esas momias. Ahora mi poder era tan grande, que
lo hubiese hecho igualmente, con magos o sin ellos. Guau.

―¡¿A qué esperáis?! ¡A por ellos! ―ordenó Aro cabreado a su guardia, que
se encontraba en un estado de shock.

Los componentes de su guardia reaccionaron y salieron en estampida hacia


nosotros.

―¡Es un suicidio, Aro! ―exclamó Carlisle, que no había vuelto a abrir la


boca hasta ahora.

―¡No, sabe muy bien lo que hace! ―le contradijo Jasper―. ¡No respondáis!

¡Y una mierda!, protestó Quil.

¡Ahora nos toca a nosotros!, le acompañó Embry.

Pero mis lobos estaban ansiosos por luchar y cargarse a esa maldita chusma
de una vez por todas, y también salieron en busca de esos chupasangres.

197

¡¿Pero qué me estaban diciendo?!

¡¿Se habían vuelto locos o qué?!

Mi manada estaba fuera de la barrera, pero no tenían nada que temer. Sus
particulares burbujas emergentes salían de ellos siempre que era necesario,
así que por ese lado no había de qué preocuparse. Otra cosa es que en la lucha
física la guardia Vulturis también era buena, claro.

Por supuesto, Emmett también salió disparado, y lo hizo hacia su único


objetivo: ese también grandullón de Felix, que le recibió con los brazos
abiertos para luchar. Rosalie saltó detrás de él y a partir de ahí más gente se
unió a la batalla, incluidos Ryam, que salió como una bala hacia ese meollo,
y Helen, que le persiguió para no separarse de él.

―¡Helen! ―intentó llamarla Nessie, pero su amiga no la hizo ni caso.

Idiotas, ¿adónde iban estos dos? Si no sabían luchar.

―¡Ya nos encargamos nosotros! ―afirmó Edward, saliendo detrás de ellos


con Bella.

Menos mal.

En un abrir y cerrar de ojos, esa pradera se convirtió en una locura, en un


torbellino entremezclado de chupasangres, lobos y un par de gigantes
estúpidos que no tenían ni idea de pelear y que eran escoltados por Bella y
Edward todo el tiempo. Bueno, mejor dicho, estos últimos solo habían salido
para evitar que peleasen.

Eso sí, esos tres cobardes de los Vulturis se quedaron en la retaguardia,


observando toda la función.

¡Malditos!, mascullé con rabia.

¿Qué hacemos?, me preguntó Nessie.

Ella y yo seguíamos dentro de mi barrera, aquí no podía entrar ninguno de


esos chupasangres con sus almas malvadas. Aunque no estábamos solos.
Carlisle, Esme, Jasper y Alice se habían quedado con nosotros, al amparo de
mi protección.

Desde luego yo quería luchar, me moría de ganas de arrancarle la cabeza a


alguna de esas sanguijuelas.

¡Tú quédate aquí! ¡Voy a machacar a unos cuantos!, le contesté a Nessie, ya


abalanzándome hacia delante mientras profería un rugido.
Sabía que ahora podía mantener mi barrera fija en este sitio al tiempo que yo
luchaba por ahí.

Ella estaría segura bajo su protección.

―¡No, espera! ―me detuvo Jasper, interponiéndose al ver mis intenciones.

¡¿Qué coño haces?!, protesté, clavando las patas en el terreno para frenar.

―¿Qué pasa? ―preguntó Nessie en voz alta.

―Tienes que llamar a tus lobos ―me dijo él―. Esto es precisamente lo que
Aro quiere. Si nosotros nos mezclamos con ellos en una batalla, tú no podrás
usar tu poder para matarles a todos.

Dile que eso es lo que ese estúpido de Aro creerá, pero que mi poder
espiritual distingue perfectamente las almas buenas de las malas, y que solo
se cargará a las malas, le pedí a Nessie.

―Dice que eso es lo que ese estúpido de Aro creerá, pero que su poder
espiritual distingue perfectamente las almas buenas de las malas, así que
solamente se cargará a las malas ―le retransmitió ella.

Así daba gusto. Alguien que no cambiaba mis palabras.

―Es cierto, Jazz. Su elipse no nos hizo nada a nosotros, ¿recuerdas? En


cambio, purificó nuestro cuerpo y nos quitó la hipnosis ―le recordó Alice.

―Eso es porque vuestras almas son doradas, son buenas ―le explicó Nessie.

―Ah… ―cayó Jasper, llevándose la mano a la barbilla mientras clavaba la


vista en el suelo, reflexivo. Después, alzó los ojos de nuevo para mirarme―.
Aun así, tienes que llamar a tus lobos para que dejen de pelear.

¿Y dejar que mis lobos se pierdan la fiesta? Ni hablar.

―¿Y dejar que mis lobos se pierdan la fiesta? Ni hablar ―repitió Nessie para
ellos.
Eso, eso, justo lo que yo había dicho.

198

―Debemos detener esta batalla, Jacob ―declaró Carlisle, hablándome con


un tono serio.

¡¿Qué?!, repetí, perplejo.

No hizo falta traducción, mi careto lobuno lo decía todo.

―Los Vulturis no deben morir ―soltó por esa boca.

¡¿Cómo?! No daba crédito a lo que estaba escuchando.

―Son completamente necesarios en nuestro mundo ―siguió declarando


Doc.

Menos mal que mi manada estaba entretenida peleando y que no estaba


escuchando semejante cosa.

¡Venga ya, no me jodas! Lo siento, pero no encontraba otra palabra. ¡Tienen


que morir! ¡Y hoy será su último día en este mundo!, protesté, esquivando a
Jasper para lanzarme a esa batalla mientras rugía con furia.

―¡No, Jacob! ―exclamó Jasper.

―¡Jake! ―me llamó Nessie a mis espaldas, preocupada.

Pero tampoco la hice caso.

¡¿Qué era esto?! ¡¿Cómo que los Vulturis no debían morir?! ¡¿Pero es que se
habían vuelto locos o qué?! ¡¿Después de todo esto que nos habían hecho?!
¡Ni hablar!

Pasé al lado de Emmett, que seguía fintando con el grandullón, y me planté


frente al primer chupasangres de la guardia Vulturis que me encontré:
Enguerrand.
Me agazapé y le hice una exhibición de mis colmillos, que también eran un
arma afilada y contundente.

―No quiero luchar contigo ―espetó, mirándome con una honorabilidad que
me dejó un poco fuera de combate.

¿Qué? ¿Cómo? ¿Que no quería luchar conmigo? ¿Qué coño era esto?

Su vaho no me mostraba miedo, más bien era respeto, lo cual me dejó más
perplejo todavía.

Pero a mí me importaba una mierda. Iba a tener que luchar conmigo, quisiera
o no.

Esta vez proferí un rugido, retándole.

De poco me sirvió. En un abrir y cerrar de ojos, pegó un brinco enorme y


altísimo y se perdió de mi vista. Cuando conseguí dar con él, acababa de
iniciar una pelea con Shubael.

No me lo podía creer. ¿Me acababa de dar plantón? Vaya, la verdad, no sé.


Me sentía un poco como alguien a quien le acaban de dar calabazas o algo
así. Genial.

Bah, había muchos con los que luchar. Busqué otra presa y mis ojos pronto
dieron con una que tenía justo delante. Mira tú por dónde, era ese chino
bastardo, ese maldito de Zhou. Con las ganas que le tenía.

Le rugí con rabia en la misma cara nada más aterrizar delante de sus narices y
su patético vaho azulado ascendió hasta las nubes. El muy cretino rechinó los
dientes, intentando controlar su miedo, pero también intentó huir,
esquivándome. Maldito cobarde.

¡Y una mierda!

¡¿Adónde te crees que vas?!, le rugí otra vez, interponiéndome en su camino.

¡Sí, este era su maldito fin!


Me lancé a por él con cólera, pero ese bastardo consiguió pegar un brinco
hacia arriba, librándose de mis fauces por los pelos.

Idiota, como si así pudiese huir de mí.

¡Ahora verás, estúpido!

No me importaba liquidarle rápido, a decir verdad, tampoco me interesaba


perder demasiado tiempo con él. No merecía la pena, y, además, tenía cosas
más importantes que hacer, como cargarme a esas momias de una vez por
todas. Con que se fuese al infierno, me conformaba.

Sin pensármelo más ni perder más tiempo, erigí un círculo de luz brillante
que pronto calenté y se volvió de fuego, y lo envié directamente hacia ese
cretino impostor, lanzándolo rápidamente en su dirección.

Pero el muy desgraciado se movió con rapidez y, en vez de darle a él, mi


círculo de fuego se topó con otro chupasangres de la guardia Vulturis, que
profirió un chillido ensordecedor cuando fue calcinado y reducido a cenizas
al instante. Maldito, encima tenía suerte.

En fin, no tenía ganas de jugar, la verdad. Lo único que me apetecía era


terminar con esto rápido e irme a casa con mi chica y mi gente. Estaba
cansado de todo este rollo de la guerra y eso.

No tuve que pensar nada. Simplemente convertí ese círculo de fuego en


elipse y la escupí contra ese Zhou, enviándosela con saña. El muy idiota se
movía sin parar, tratando de no ser un objetivo viable, pero ignoraba una
cosa. Ahora mi elipse podía buscar a su víctima, estuviese donde 199

estuviese, se escondiese donde se escondiese, y daba igual cuánto se moviese.


Mi elipse de fuego era como un torpedo programado hacia un solo objetivo:
ese chino bastardo.

Fue muy fácil, en serio. Mi elipse solamente tuvo que buscar su repugnante
alma malva e identificarla. En cuanto hizo esto, se arrojó a por ella sin
cuartel. Zhou intentó moverse en zigzag, pero no le sirvió de nada. Mi elipse
zigzagueó también y se estampó contra su alma con un movimiento
supersónico. Casi no le dio tiempo ni a chillar. En menos de un parpadeo su
alma estalló, y con ella, todo lo demás de su asqueroso cuerpo. ¡Sí, genial! Lo
único que aterrizó en el suelo fueron sus cenizas.

¡Estupendo! Ese chino ya no nos molestaría más.

De pronto, se escucharon unos gemidos de dos de mis lobos. Primero uno y a


los dos segundos otro. Aunque no fue solo eso. Todos pudimos sentir el dolor
de ambos, incluida mi Nessie, que se llevó la mano a las costillas
instintivamente.

Ya había visto de quién se trataba, pero:

¡Jake, han herido a Embry y a Cheran!, me verificó Sam.

Estoy bien…, afirmó Embry, apretando los dientes.

Los mencionados se habían caído al suelo. Embry se puso en pie enseguida


para fintar con ese Alec a tres patas, ya que una la tenía rota, pero Cheran
seguía en el terreno, aquejado de la rotura de sus costillas. Ninguno de los
miembros de la guardia Vulturis estaba usando sus dones, sabían que no les
iba a servir de nada, pero, maldita sea, esos desgraciados también eran fuertes
y buenos luchadores, por supuesto.

¡Mierda!, mascullé con rabia.

Vale, se acabó el juego.

Eché un vistazo general. Los Vulturis se encontraban observando el


panorama con esos rostros orgullosos que, no obstante, aguantaban una
tensión enorme; mis lobos peleaban con los chupasangres de su guardia, ya se
habían cargado a unos cuantos, aunque dos de los nuestros estaban heridos;
Emmett y ese Felix se estaban dando una buena paliza el uno al otro, Rosalie
andaba por el medio, por si tenía que sacar en volandas a Em, y esos dos
gigantes habían regresado a mi barrera, conducidos y obligados por Bella y
Edward. Ya era hora.

Entonces, recordé una manera más rápida y efectiva de terminar con todas
estas sanguijuelas, incluidos esos fósiles viejos, sin que ninguno de los
nuestros sufriera daño alguno. Podía terminar con todos nuestros enemigos de
una sola sentada. Eso sí, tendría que dejar vivo a ese grandullón de Felix,
para que Emmett se divirtiera un poco más con él, así no me lo echaría en
cara después.

No era difícil, acababa de hacerlo con el chino. Y Ezequiel ya me lo había


dicho, todavía tenía sus palabras bien grabadas en mi cocorota: tu espíritu de
Gran Lobo solo actúa en el mundo espiritual y etéreo, lo terrenal lo deja para
tu fuerza de guerrero nato. No obstante, esto no debe llevarte a engaño o
decepción, puesto que todo ser tiene alma, incluidos los vampiros, y esto te
dota de un grandísimo e inigualable poder, ya que tú puedes ver esas almas,
puedes manipularlas, puedes destruirlas.

Destruirlas.

¡Bingo!

Como había hecho con Zhou, solamente tenía que mandar a mi elipse en
busca de esas almas malvadas para destruirlas. ¡Qué fácil me resultaba ahora!

Los que antes habían sido gigantes, todavía se encontraban en la hierba,


inconscientes, pero sus almas eran doradas, puras y limpias, así que no tenía
nada que temer, estarían bien, no les pasaría nada. Y con mis lobos, lo
mismo.

¡Rodead a los Vulturis y a su guardia, rápido!, ordené a mi manada. ¡Nessie,


tú quédate donde estás!

Si no, ella también iría, claro.

Y así lo hicieron. Ante la mirada atónita de todas esas sanguijuelas y esas tres
momias, mis lobos dejaron las peleas y saltaron repentinamente, rodeándolos
a todos, incluido ese Felix, para desagrado de Emmett. ¡Ups! Se me había
olvidado decirles que a ese no. Bueno, ahora ya estaba hecho.

―¡¿Qué estáis haciendo?! ¡Detenedlos! ―protestó Cayo, rechinando los


dientes mientras miraba a su alrededor.

Pero su guardia ya no pudo hacer nada, mis lobos también eran muy ágiles y
rápidos. Ahora estaban bajo nuestro control, nadie salía con vida de una
emboscada de lobos.

Clavé mi rabiosa e iracunda mirada en los ojos de Aro y proferí un rugido


que clamó mi 200

supremacía y dominio, haciendo que todo el bosque se agitase. Todos los


lobos normales que habían contestado a mi aullido hacía dos noches
volvieron a responder ahora, dejándome claro que ellos estaban conmigo.

El vaho azul de esos viejos decrépitos llegaba hasta el cielo, hasta el


adormilado pareció despertarse de su eterna siesta. El último cerró los ojos y
esperó con una expresión aliviada, daba la sensación de que llevaba ansiando
la muerte desde hacía muchos siglos. En contra, el dueto formado por Aro y
Cayo rechinaba las dentaduras mientras miraba a sus lados, buscando una
posible escapatoria. Pero sabían que no la tenían. Aunque consiguieran
zafarse de alguno de mis hermanos, mi poder espiritual llegaría a ellos
igualmente. Sí, habían perdido la batalla.

Ese chiflado de Aro pareció aceptar su derrota.

―He de reconocer que eres muy poderoso, nos has vencido ―admitió,
mirándome con esa sonrisa de loco mientras juntaba sus secas manos―.
Nunca antes habíamos perdido una batalla, es impresionante. Así que,
alegando a esa indulgencia de la que seguro gozarás, no nos queda más
remedio que rendirnos e implorarte compasión.

Maldito viejo cobarde. La momia canosa rechinó los dientes con resignación
y el adormilado ahora mantenía sus ojos muy abiertos, a la expectativa. Su
chusma no se creía lo que estaba oyendo, casi parecían un poco
decepcionados. Excepto el pelirrojo, que mantenía ese semblante de
honorabilidad al mirarme, como si siempre hubiera sabido que yo iba a ganar.

¡Arg, me daba igual! ¡Bien, ahí iba!

Sin perder más tiempo, erigí un círculo de luz brillante y lo transformé en uno
de fuego. Todo mi organismo estaba lleno de adrenalina y excitación, hasta
mi corazón se aceleró, ansioso. Sí, porque por fin iba a terminar con toda esta
basura, para siempre.

Hinché mi círculo, preparándolo para extenderlo y estallarlo como una


bomba nuclear.

No hacía falta hablar para que entendieran el mensaje que iba a proclamar
ahora mismo a los cuatro vientos.

¡Moriréis todos, malditos chupasangres!, rugí con cólera, haciendo que todos
los ojos de rata que me rodeaban se abrieran como auténticos platos,
aterrorizados.

―¡No lo hagas, Jacob! ―escuché de pronto.

Y antes de que pestañease, perplejo, Edward se plantó delante de mí. ¡¿Pero


qué demonios estaba haciendo?!

¡¿Qué dice?!, protestó Paul. ¡Termina con ellos de una maldita vez!

¡Quítate del medio, te lo advierto!, gruñí con furia.

¡Jake!, exclamó Nessie, cauta, saliendo de mi barrera para ponerse frente a mí


también.

Nessie, vuelve a la barrera, le pedí, hablando entre dientes.

―No puedes matarlos, Jacob ―me dijo Edward.

No me lo podía creer. ¿Pero qué les pasaba a estos ahora? ¿Cómo que no
podía matarlos?
¡No, mátalos!, gruñó Quil.

Mi vista se fue sola durante un segundo hacia esos viejos decrépitos.


Suficiente para ver cómo la comisura de ese repugnante labio de Aro se
alzaba un milímetro. ¡Maldito chiflado!

¡Ni hablar! ¡Quítate del medio!, le grité, lleno de ira.

Jake, por favor, escucha a mi padre, me rogó mi chica, sujetándome por los
hombros.

¿Tú también?, le reproché, enfadado.

Escucha, cielo, me imploró, mirándome con esos ojitos tan dulces capaces de
derretir los mismísimos polos. Guay. Sabes que hagas lo que hagas, yo te
apoyaré al cien por cien, pero Carlisle tiene razón. Por muy raro que parezca,
los Vulturis son totalmente necesarios en nuestro mundo.

Sé que esto es muy difícil para ti, pero si ellos no estuvieran todo se
descontrolaría, sería una locura.

Nessie…, protesté, apretando las muelas con rabia.

Tiene razón, opinó Sam, para mi asombro. Son una escoria, pero tienen al
resto de chupasangres bajo control.

¡¿Pero qué estáis diciendo?!, se quejó Jared. ¡Da igual! ¡Después de todo lo
que nos han hecho, no podemos dejarles marchar así como así!

Por eso hay que hacer ese tratado, siguió el lobo negro.

¡¿Qué estás diciendo?!, inquirí, furioso. ¡No, no, ni de coña!

―Escúchale, te lo ruego ―me pidió Edward―. No obres a lo loco, piensa en


las consecuencias que esto tendría. Y hablo de unas consecuencias a nivel
mundial.

―Si nos quieres matar, estás en tu derecho, pero has de tener en cuenta que
nuestras leyes son 201

muy necesarias ―intervino ese osado de Aro, juntando sus tísicas manos a
modo de negociación―.

Y no es nada fácil hacerlas cumplir, créeme.

¡Dile que cierre esa bocaza o me lo cargo ahora mismo!, le advertí,


dedicándole un rugido a ese fósil arrogante.

―Aro, será mejor que no digas nada ―le tradujo Edward, como siempre,
sustituyendo mis palabras.

Este asintió con gesto serio e hizo una especie de reverencia. Imbécil. No sé a
qué estaba esperando para liquidarle…

Tienes que pensar en la tribu, pero también en los millones de humanos que
habitan el planeta, alegó Sam.

Sam tiene razón, apoyó Seth.

¡Pues yo digo que terminemos con ellos de una maldita vez!, declaró Leah.

De repente, mi cabeza se llenó de voces que mantenían un intenso debate.

¡Mierda, mierda, mierda y mil veces mierda! Ahora estaba hecho un


auténtico lío. ¡Maldita sea!

¡Mierda, callaos todos de una maldita vez!, les regañé.

Acto seguido, obedecieron.

―Por favor, tranquilízate ―me rogó Carlisle desde mi barrera―. Hablemos


de esto con más detenimiento, ¿te parece bien? De hombre a hombre,
meditando todas las cuestiones. No tenemos por qué tener prisa.

Por favor, imploró Nessie, clavándome esa mirada tan dulce.


¡Arg! ¡Maldita sea!

¡Está bien, lo hablaremos! ¡Pero no os garantizo nada, solamente quiero


aclarar las cosas con vosotros, ¿me oís?!, accedí, muy enfadado.

―Gracias ―asintió Edward.

―Oh, gracias ―le acompañó ese estúpido de Aro, juntando sus manos otra
vez.

Esquivé a Edward con un movimiento rápido y temperamental y me incliné


para dedicarle a Aro otro rugido potente que restalló por todas partes,
haciendo que todos esos asquerosos vahos miedicas subieran hasta las nubes
una vez más.

¡Eso no quiere decir que no vaya a mataros!, rugí de nuevo.

―Por favor, Aro, si queréis seguir con vida te aconsejo que no vuelvas a
hablar más ―le avisó Edward, mirándole con una mirada que podría haberle
fulminado también.

Ese idiota volvió a asentir con esa reverencia.

¡No les quitéis ojo, ¿entendido?!, ordené a mis hermanos mientras me dirigía
a la zona arbolada para cambiar de fase. ¡Si alguno intenta escapar, matadle,
sea quien sea!

Entonces, cuando inicié la andadura hacia allí, me fijé en otra cosa que a
punto estuvo de rajarme el estómago, del ácido que emanó de este.

Esos desgraciados de Razvan, Nikoláy, Ruslán y el dichoso encapuchado de


negro habían aprovechado todo ese jaleo para escapar. ¡Malditas ratas! Para
ser sinceros, tenía que reconocer que no me había acordado de ellos hasta
ahora. Pero no solo ellos. Vladimir y Stefan también habían huido como
cobardes. Estos últimos ya me importaban un bledo, pero los primeros… ¡Me
hervía la sangre! ¡Maldita sea! ¡Otra vez se habían escapado con vida! ¡Otra
vez que me había quedado sin mi venganza! ¡Arg! ¡Esto era una mierda!
¡Todo! ¡Todo era una maldita mierda!

Pero mi vista también se fijó en esas personas que antes habían sido gigantes.

Michael, Nathan, trasladad a esa gente a otro sitio, no tardarán mucho en


despertarse.

Después id al pueblo más cercano. Allí avisad a alguien para que vayan a
buscarles. No se os ocurra decirlo en persona, ¿vale? Llamad por teléfono a
los servicios de emergencia o algo así. Ya os aviso con lo que salga de aquí.

De acuerdo, aceptó Michael, aunque a regañadientes.

Podía ver en sus mentes las ganas que tenían de ver en qué terminaba esto,
pero alguien se tenía que encargar de esas personas, ¿no?

Así que mis dos lobos salieron de ese círculo que rodeaba a los Vulturis y su
chusma, círculo que fue cerrado a cal y canto otra vez por el resto de mi
manada, y yo me dirigí a los árboles para adoptar mi forma humana.

Salí de allí todavía subiéndome la cremallera del pantalón y me dirigí a los


chupasangres de mi familia como un explosivo rabioso, solo me faltaba un
fuego saliéndome de la cabeza.

Caminé, enrabietado, y por fin, me planté delante de ellos.

202

¡Arg ¡Menudo asco! ¡No me gusta,

no me gusta!

Embry ya apoyaba la pata, pero Cheran continuaba echado sobre la hierba y


estaba siendo atendido por Carlisle, aunque Esme, Bella y Nessie se
encontraban al lado del lobo para calmarle y ver su estado. Eso sí, en cuanto
llegué, Nessie corrió junto a mí para cogerme de la mano.

Se habían apartado un poco, aunque no sé para qué, porque esos estúpidos de


los Vulturis podían oírlo todo igualmente. En fin. Mi barrera ya no estaba,
claro, yo estaba en mi forma humana, y Ryam y Helen también habían
adoptado su forma normal.

Para mi desgracia, tampoco podíamos ir a por esos desgraciados que habían


huido, ya que todos mis lobos, menos Michael y Nathan, que estaban
trasladando a los antiguos gigantes a otra zona, y Cheran, que seguía herido,
tenían que vigilar y acordonar a los Vulturis y su chusma. Aunque a estos no
se les ocurría escapar, por supuesto, yo podía transformarme en un plis y
cargármelos a todos con un solo bombazo de poder espiritual, pero por si
acaso. No te podías fiar, eran demasiado listos. Además, seguro que esos
malditos búlgaros y rumanos ya estaban muy lejos de aquí.

Gruñí.

―¡¿Qué demonios os pasa?! ―protesté nada más llegar.

―Tranquilízate, Jacob, por favor ―me rogó Carlisle, dejando a Cheran para
acercarse a mí.

―Jake… ―intentó calmarme Nessie, frotándome el brazo con su mano, que


seguía siendo fría.

―¡¿Que me tranquilice?! ―No pude evitar que se me escapase esa acidez


por la garganta―.

¡Después de todo lo que nos han hecho, ¿ahora me pedís que les perdone la
vida?!

Era de locos.

―Ya te lo hemos dicho, los Vulturis no deben morir ―me repitió Edward.

Dios, no terminaba de creérmelo. Encima, podía ver a los Vulturis unos


metros más allá, esperando mi decisión, expectantes.

―¡Maldita sea, Edward, han intentado matar a Nessie, a todos nosotros! ―le
recordé, rabiado.

―Lo sé. Créeme, a mí también me gustaría arrancarles la cabeza, pero no


podemos hacerlo, Jacob ―rebatió él con una resignación nerviosa. Vale, a él
tampoco le hacía nada de gracia esto―.

Los Vulturis son una institución, llevan muchos siglos reinando en nuestro
mundo, haciendo cumplir unas leyes que son completamente necesarias para
que los vampiros no se excedan. Si ellos muriesen, todo se convertiría en una
anarquía. La mayoría de vampiros no siguen nuestro estilo de vida, lo sabes,
y si nadie les controlase, si nadie estableciese unas normas y leyes,
asesinarían a millones de personas con total albedrío y libertad. La raza
humana correría un grave peligro. Los Vulturis controlan todo esto, gracias al
mantenimiento del anonimato de nuestro mundo y a esas leyes que hacen
cumplir. No niego que sus formas no son las más correctas y que incluso se
exceden en la mayoría de los casos, otras se aprovechan, por supuesto, pero
su existencia es totalmente necesaria.

―¡Ya, ¿y no hay nadie que pueda sustituirles?! ¡¿Alguien mejor?! ¡¿Alguien


que por lo menos tenga escrúpulos?! ―solté, enfadadísimo, indignado.

Sí, porque todo esto me seguía pareciendo una mierda.

―Los Vulturis llevan muchos siglos gobernando ―siguió Jasper―. Ya


tienen una reputación bien cimentada. Casi todos los vampiros les temen y les
respetan, por tanto, siguen sus leyes.

Nadie podría sustituirles. Hay muchos vampiros que están completamente a


su favor y que les adoran prácticamente como a reyes. Si matamos a los
Vulturis, sería como declarar una guerra mundial a una escala sin
precedentes. No solo la raza humana correría peligro, como ha dicho Edward,
millones y millones de vampiros vendrían de todo el mundo para vengarlos, y
sería nuestra perdición.

―Un tratado es lo mejor ―opinó Bella, dejando a Cheran para venirse junto
a nosotros.
―Jake, tenemos que hacer ese tratado, es la única solución ―afirmó Nessie,
mirándome con sus dulces ojos, implorantes.

Ay, no me mires así, mierda, mierda.

203

―¡Maldita sea! ―mascullé, soltándola para llevar las dos manos a mi nuca
mientras comenzaba un paseíllo frenético―. No me gusta, ¡no me gusta!

Más bien, lo odiaba. ¡Odiaba esto! No soportaba la idea de hacer ningún trato
con esos viejos decrépitos. Esos que habían secuestrado a mi chica una vez,
esos que me habían llevado a mí, esos que nos habían chantajeado, utilizado,
engañado… Esos que habían estado a punto de matar lo que más amaba del
mundo y del universo entero…

―No hay otra salida ―me pinchó Edward, interrumpiendo mis próximos
pensamientos―.

Como dijo Renesmee, ese tratado es la única solución. Lo supe en cuanto


Carlisle lo pensó.

Me paré en seco y me giré con arrebato hacia él.

―¡Si tú estabas de acuerdo con ese tratado desde el principio, ¿por qué
diablos me animaste a luchar, eh?!

―La lucha era necesaria. No me fiaba de los Vulturis, y ellos no iban a


aceptar el tratado con facilidad. Teníamos que vencerles para que vieran que
no tenían nada que hacer, para que se rindiesen y no les quedase más remedio
que aceptar el tratado y acatarlo ―explicó con una voz bastante alta. Creo
que era toda una declaración para que lo escuchasen los propios Vulturis―.

Ahora han visto que no pueden vencerte, que no podrán hacerlo nunca. En
estos momentos ya no gozan de magos ni de medallón alguno, se han
quedado sin ese tipo de poder, pero también se han dado cuenta de que, aun
con magos o magia, eres totalmente invencible. Créeme, no puedo ver la
mente de Aro, por la influencia de Varick, pero sí la de Cayo y Marco, y
estos últimos están deseando firmar ese tratado.

Mierda.

―Ya, pues para estar tan seguro ahora, bien que aceptaste mi plan de fuga
para Nessie y Bella ―le reproché, otra vez con acidez.

Mi chica y su madre fruncieron el ceño cuando lo recordaron y ambas se


cruzaron de brazos.

―Por supuesto. Siempre cabía la posibilidad de que no saliéramos con vida


de esto ―se defendió él.

Carlisle carraspeó.

―Me he tomado la libertad de traer unos folios y unas plumas estilográficas


para redactar el tratado ―declaró, acercándose a la mochila de Nessie―. Lo
he guardado aquí, junto a las reservas de sangre.

Genial…

―Pensaba que lo del tratado se te había ocurrido aquí, sobre la marcha ―le
dijo Edward, sorprendido.

―En realidad, la idea surgió en la morada de los Vulturis, sin embargo,


preferí guardarlo en secreto hasta hoy ―confesó Doc, que ya había sacado
los dichosos folios de la mochila y los sostenía en las manos, junto a dos
plumas.

Sí que era habilidoso ocultándole los pensamientos a Edward.

―No me gusta, ¡no me gusta! ―repetí, volviendo a mis paseíllos de antes al


tiempo que mis dedos se perdían por el pelo de mi nuca.

No, no me gustaba nada, ¡nada!

―Pues no te queda más remedio ―declaró Ryam, que ahora sostenía la


mano de Helen, pero que seguía mirando a ninguna parte, como siempre―.
Vas a tener que bajarte los pantalones, ja. ―Y el muy idiota soltó una risita
burlona.

Cretino. Con todo lo que tenía encima, y él riéndose de mí. Ya estaba hasta
las narices de él.

―¡Mira, chaval, más te vale que cierres esa bocaza tan grande que tienes!
―le advertí, cabreado, parándome de sopetón para mirarle.

―¿Por qué? ¿Acaso me vas a obligar tú? ―se atrevió a contestarme.

Y encima se ponía chulito, ¿qué te parece? ¡Aj, me sacaba de quicio!

―¡Sí, puede que lo haga, ¿te apetece?! ―voceé, lanzándome hacia él.

―Jake, por favor ―me rogó Nessie, poniéndose delante para pararme―. Le
puedes hacer mucho daño, no lo olvides.

Pues él parecía tener otros planes.

―¡Por mí puedes empezar! ―respondió, también arrojándose a por mí, ya


lleno de convulsiones.

―¡Ryam! ―le regañó Helen, haciendo lo mismo que Nessie para pararle los
pies.

¡Estúpido! ¡Uf, con el cabreo que tenía por toda esta mierda! ¡Que me diera
una sola oportunidad para desahogarme! ¡Le iba a partir la cara!

―¡Haced el favor los dos! ―se interpuso Edward, colocándose en el medio


con los brazos 204

extendidos―. Estáis dando un espectáculo. Todos tenemos mucha tensión


acumulada, pero por el amor de Dios, tratad de controlaros.

Rechiné los dientes, sin apartar mi vista de Ryam.


―Jacob ―me riñó Nessie, frunciendo su adorable ceño.

Respiré hondo, muy hondo, muy, muy hondo, e intenté calmarme. Pero solo
porque me lo había pedido ella.

Ese gigante estúpido también se calmó y su cuerpo dejó de temblar, así que
Edward se pudo relajar y bajó los brazos.

―Menudo par de idiotas ―murmuró Rosalie, que estaba mirando la escena


con los brazos cruzados en el pecho.

―Rubia, hoy no…

―Ya, ya, hoy no estás de humor ―terminó ella con un resoplido, girando su
rostro a un lado.

Nessie cogió mi mano de nuevo.

―Por favor, Jacob ―me imploró Bella, volviendo al tema de antes para
poner un poco de orden―. Ese tratado es lo mejor para todo el mundo, y
hablo literalmente.

―Tú eres el encargado de traer la paz, como dice la profecía, no lo olvides


―afirmó su marido―. Con este tratado, puedes cambiar las cosas, Jacob.

Eso ya no me disgustaba tanto.

―¿A qué te refieres? ¿Quieres decir que puedo obligarles a que sean todos
vegetarianos?

―No, me temo que eso no será posible ―se lamentó él.

―Entonces no me interesa ―le dije, enfadado.

―Jake, escucha… ―intentó convencerme Bella.

―No, Bells ―le corté, muy irritado―. No pienso hacer tratos con asesinos,
¿me oyes?
―Debes entender que nadie, repito, nadie, puede controlar eso, ni siquiera
los Vulturis ―alegó Jasper―. Es imposible convencer a todos los vampiros
del mundo de que no tomen sangre humana, y mucho menos controlarlos
para que no lo hagan. Además, la mayoría no vive en aquelarres como
nosotros, sino que son nómadas y se mueven continuamente.

―Y, por muy mal que esté el tomar sangre humana, tampoco se puede
imponer ser vegetariano ―añadió Alice, que se encontraba junto a Jasper―.
Este estilo de vida tiene que ser una elección libre y personal para que
funcione, de lo contrario, nunca lo haría.

―Pues si no puedo cambiar eso, ya me diréis qué paz voy a traer ―chisté
con indignación.

―Esto es muy importante, Jacob. Con este tratado los Vulturis se verán más
limitados ―empezó a explicarme Edward―. Si lo redactamos bien, ya no
tendrán total libertad para hacer lo que quieran, sobre todo con tu tribu. Eso
traerá la paz para tu pueblo.

―Ya no serán los jefes. Lo serás tú ―aseguró Emmett con una enorme
sonrisa en el careto.

―Yo no quiero ser el jefe de nada ―protesté, matizando la palabra con cierto
retintín.

―Ahora pasas a ser el rey de nuestro mundo, tal y como dice la profecía
―insistió Edward―.

Aro ha intentado evitar la profecía a toda costa, pero ha sido inútil. Después
de esta demostración de poder, todos han visto que eres invencible, que es
imposible cambiarla. Tú eres el ser más poderoso del mundo en estos
momentos, no les queda más remedio que aceptarlo. No pueden vencerte,
jamás podrán vencerte, ni siquiera han podido hacerlo con esos cinco magos
y el medallón.

Los Vulturis cumplirán con el tratado si no interfieres en sus asuntos y les


permites seguir gobernando entre los vampiros como han estado haciendo
hasta ahora. Ellos estarán contentos con eso, después de ver que lo podían
haber perdido todo y que les perdonas la vida; es más de lo que pueden pedir,
dadas las circunstancias. Acatarán ese tratado, ¿verdad, Aro? ―Y se giró
hacia el mencionado, que estaba poniendo la oreja, con sus dos compinches y
el resto de su chusma.

―Por supuesto ―asintió él, haciendo esa estúpida reverencia con la cabeza.

Aj, que asco le tenía…

―Para ellos no significará cambio alguno, en cambio, eso evitará más


guerras como estas. En definitiva, este tratado es un acuerdo de paz
―concluyó Edward.

―Apelamos a tu benevolencia y compasión, mi querido rey ―declaró ese


chiflado de Aro, arrugando su asquerosa frente al enarcar las cejas para poner
cara de bueno. ¿Rey? ¿Ahora me llamaba rey? Increíble...―. No te imaginas
cuánto nos arrepentimos por estos actos tan reprobables. No obstante, he de
decir en nuestro favor que lo hicimos pensando que tu intención era
arrebatarnos el poder para terminar con nuestra raza, por lo que obramos de
este modo para evitarlo. Nuestra misión es la de salvaguardar el bienestar de
todos los inmortales, pero también la de los humanos. Aunque no lo parezca,
a estos también les protegemos.

205

―¡Sí, para que no se os termine la comida pronto, ¿no?! ―le acusé,


cabreado.

―Acataremos ese tratado con mucho gusto, paliando y enmendando así este
error tan grande ―siguió, ignorando mi protesta.

Me mordí el labio inferior, con el tarro lleno de dudas y de un nubarrón negro


que lanzaba rayos y centellas en contra de esos fósiles malnacidos, y miré a
Sam, el cual asintió con su cabezota para instarme a hacer ese maldito
tratado. Después mi vista se fue a mi lado para mirar a Nessie.
Ella apretó mi mano y asintió también mientras me imploraba con la mirada
que lo hiciera.

¡Mierda!

―Está bien ―gruñí.

―Redactaremos las condiciones ahora mismo ―dijo Carlisle. Casi no esperó


ni a que terminase mi frase―. Edward y yo lo escribiremos en dos folios, una
copia será para vosotros ―señaló a los Vulturis― y otra para ti ―manifestó,
señalándome a mí―. Las dos copias del tratado estarán firmadas por ambas
partes y por cinco testigos que aportarán los dos bandos.

Doc le pasó unos folios y una pluma a Edward.

―Bien, estos son mis testigos ―les indiqué para que lo apuntasen―: Sam,
Leah, Quil, Carlisle y Edward.

La loba alzó el hocico con aprobación. Sí, le había gustado que la incluyera
en mi lista de testigos, porque eso ratificaba aún más mi intención de que ella
sola pasase a ser mi segundo al mando cuando Sam lo dejara. Si a mí me
ocurriese algo y no tuviera hijos que me relevasen, ella pasaría a ser el Alfa
de la manada. Era importante que su firma estuviese entre las de los testigos
de ese tratado.

―Los nuestros serán Jane ―esta levantó la barbilla con orgullo al instante,
claro―, Alec, Enguerrand, Felix y Demetri.

Emmett le dedicó una miradita de odio al grandullón. Seguro que todavía


quería la revancha.

―De acuerdo ―asintió Doc, terminando de escribir los nombres en su


cuartilla con una letra perfecta e impoluta. Era estilo antigua, refinada. En la
de Edward ni me fijé, la verdad, ya la había visto una vez, cuando me había
mandado la invitación de su boda. Menos mal que lo escribían ellos, porque
si lo tuviese que hacer yo…―. Los testigos firmarán en último lugar, cuando
terminemos de redactar el tratado.
―Vosotros lo firmaréis primero, no quiero sorpresas ―les dije a los Vulturis.

―Cómo no. Firmaremos en primer lugar ―confirmó la momia tarada.

―Quiero que no os acerquéis a Forks ni a La Push ―exigí, aún enfadado―.


No podréis pasar de sus fronteras. Eso incluye sus gentes.

―De acuerdo, como gustes ―aceptó Aro.

Los dos Cullen se pusieron a escribir al instante.

―Quiero que nos dejéis vivir en paz para siempre, que os olvidéis de
nosotros. Para vosotros no existimos, ¿vale?

―Muy bien ―aceptó de nuevo.

―Y quiero que nunca, jamás, os metáis con las futuras generaciones de lobos
―añadí―.

Dejaréis tranquilos a nuestros hijos, nietos, etcétera. Si incumplís esto, iré a


por vosotros sin cuartel.

Las plumas de Edward y Carlisle escribían sin parar.

―Por supuesto ―asintió el Vulturis chiflado.

Resollé por las napias, cansado de toda esta mierda.

Noté un temblequeo en la mano de Nessie y comencé a caminar, tirando de


ella. Me miró extrañada, pero inició la andadura conmigo.

―¿Adónde vas? ―inquirió Bella, también sorprendida.

―Seguid vosotros, seguro que lo hacéis muy bien ―le contesté con cierta
acidez, dirigiéndome hacia Cheran―. Voy a llevar a Nessie a que beba esas
reservas de la mochila lejos, tiene sed. ―Mi chica levantó su precioso labio.
Había dado en el clavo―. Cuando lleguemos, leeré lo que habéis acordado y,
si no tengo nada más que añadir, lo firmaré.
Bueno, vale, tampoco es que se me ocurriese nada más, la verdad. Y era
cierto, Doc y Edward lo harían mucho mejor que yo. Además, Nessie era más
importante que todo lo que pudiese ocurrir alrededor.

―De acuerdo ―dijo este último, que, cómo no, ya había escaneado mi
cabeza.

Noté un apretón involuntario en mi mano. Genial. La rubia canija ya me


estaba repasando de nuevo y, encima, delante de las narices de Nessie. ¿Es
que esa arpía no iba a parar nunca? Podía 206

ver en los ojos de mi chica las ansias por terminar esa venganza y cómo la
Pitufina sonreía con insolencia para corresponder su petición muda, así que
aceleré un poco.

―¿Cómo te encuentras? ―le pregunté a Cheran cuando me paré frente a él.

El lobo gañó un poco, pero asintió con la cabeza para indicarme que ya
estaba mejor.

―Vale ―respondí.

Cogí la mochila del suelo, tiré de Nessie y empezamos a caminar de nuevo,


encaminándonos hacia la zona arbolada.

Tenía que alejarla un poco, bueno, ya sabes, no era plan de abrir las bolsitas
de sangre delante de todos aquellos chupasangres que ya debían de estar
medio sedientos.

En cuanto nos metimos entre los árboles, Nessie explotó.

―¡Maldita descarada! ―masculló, apretando los dientes con rabia.

―Bah, pasa de ella ―dije para calmarla―. A ver, ¿dónde será mejor que
tomes esto? ¿Un poco más allá?

―Allí ―contestó, un poco más relajada, señalando a una zona más apartada.
―Pues vamos.

Seguimos caminando entre los árboles, sorteando las ramas y el follaje de ese
bosque mediterráneo, y llegamos a ese sitio. Había una roca bastante grande
en el suelo donde cabíamos los dos, así que nos sentamos.

―A ver qué hay por aquí… ―murmuré, abriendo la mochila―. Puaj, sangre.
―Y fingí que me daba un respingo.

―Idiota ―se rio ella, dándome un pequeño empujón en el hombro.

Me reí y le pasé una de esas bolsas de sangre. Puaj.

Las bolsas tenían una especie de boquillas de plástico, seguramente era por
donde se enganchaban los tubos que llevaban su contenido hacia los
pacientes. Nessie enseguida la abrió y empezó a succionar su contenido. La
mochila estaba preparada para llevar hielo en su interior, en unos
compartimentos especiales que hacían que este estuviera separado y no
mojase nada de lo que hubiese dentro, eso sí, guardaba el frío que no veas, y
eso que el hielo ya llevaba dos días ahí.

Saqué unas cuantas bolsas más, ya que sabía que con una no sería suficiente,
y se las fui pasando a Nessie a medida que ella las iba terminando.

Mientras se alimentaba, mi tarro no dejaba de darle vueltas al asunto. Sí,


mierda, esto seguía sin gustarme nada. Era un asco, ¡un asco!

Cuando Nessie sació toda su sed, su corazón latía al ritmo de siempre y ella
pasó a ser cálida, medio humana.

―¿Ya has terminado? ―me aseguré.

―¿No quieres hablar de ello? ―me preguntó de pronto, mirándome con


preocupación.

Sí, vale, Nessie me conocía demasiado bien.

Pero no me dio tiempo a contestarle.


―¡Jacob! ¡Renesmee! ¡El tratado ya está listo para firmarse! ―nos avisó
Edward con una voz.

Idiota. Seguro que ya lo había hecho adrede para que no me diese tiempo a
pensar más, no fuera a ser que me arrepintiese y me echase para atrás.

―Vamos ―le insté a mi chica, antes de que eso ocurriera de verdad.

Guardé todo en la mochila con rapidez y me puse en pie, acompañado por


ella, que seguía mirándome con preocupación, aunque también había un
matiz de orgullo en esas preciosas pupilas.

Nos cogimos de la mano ―ahora la suya volvía a tener ese tacto cálido y
delicado que adoraba― y nos dirigimos hacia allí. No tardamos en llegar.

―¿Ya está todo? ―inquirí, tirando la mochila al suelo, junto a Cheran, que
apartó el rabo con un gañido de protesta para que no se lo aplastase.

―Sí, solamente tienes que leerlo, para ver si estás de acuerdo con todo lo
redactado ―me contestó Edward, pasándome los folios en los que habían
escrito las dos copias del tratado.

Los cogí con un zarpazo y los puse delante de mis narices para leerlos.

―Pásame la pluma ―le pedí, extendiendo mi mano.

―¿Estás de acuerdo con todo? ―quiso saber para cerciorarse―. Léelo bien,
por si se te ha pasado algo.

¿Es que se creía que era tonto o qué?

Suspiré, sacando el aire por las napias impetuosamente, y volví a leerlo.


Como había supuesto, todo estaba perfecto. No había nada que objetar. Ese
maldito tratado parecía tenerlo todo bien atado. Mierda.

207
―Está todo bien, ¿quieres pasarme la maldita pluma de una vez? ―protesté,
agitando mi mano en el aire para que lo hiciera ya.

Lo único que quería era terminar con esto e irme a casa.

Edward me la pasó y yo hice lo mismo con los folios. Doc y él se metieron


entre mis lobos y sostuvieron las dos copias del tratado, apoyándolas en un
par de montículos de hojas para hacer de apoyo.

Miré a esos desgraciados de los Vulturis, esperando a que ellos firmasen


primero.

Así lo hicieron. Aro, Cayo, Marco y sus cinco testigos firmaron las dos
copias del tratado y se retiraron hacia atrás, haciéndome otra especie de
reverencia. Idiotas.

Gruñí y me dirigí hacia allí. Mis lobos me dejaron paso y me planté frente a
esos documentos.

Los miré durante un instante que se hizo hasta tenso, apretando mis muelas
con rabia. Tan solo pensar que mi firma iba a estar junto a las de esos viejos
decrépitos y asesinos me quemaba el hígado.

―Firma, Jacob ―me azuzó Edward, eso sí, hablándome con suavidad, no
fuera a ser que me enfadase y lo dejara todo colgado.

Miré a Sam, que ya había adoptado su forma humana, junto a Leah y Quil, y
asintió de nuevo.

Resoplé por la nariz con desagrado, una vez más.

Llevé la pluma hacia el papel y, con mi destartalada y cabreada letra, firmé


las dos copias.

208

No hay nada como estar en casa


con tu chica

Lo primero que hice al llegar a casa fue pegar un pequeño portazo. Todavía
tenía el cabreo bien metido en el cuerpo. Aunque en cuanto miré a Nessie y
vi nuestro hogar, me tranquilicé un poco.

Sí, esta era la parte buena de todo esto. Por fin estábamos en casa, ella y yo
juntos, solos, sin guerras, a salvo. Bueno, vale, eso era lo más importante,
pero no quitaba para que mis sesos todavía estuvieran enredados con esa
nube negra.

Esos viejos decrépitos habían tenido la gentileza de ordenarle a un par de


chupasangres de su guardia que nos trajera a casa en uno de sus aviones
privados, eso sí, para demostrar que iban a seguir ese dichoso tratado nos
habían dejado a las afueras de Forks. Después tuvimos que venir a cuatro
patas, corriendo por los bosques. Los Cullen se habían marchado por su lado,
a su antigua casa, y Ryam y Helen se desviaron hacia las suyas, no me digas
por dónde, y se perdieron entre el boscaje en su forma de gigantes,
amarraditos de la mano. Vaya dos.

Cheran ya estaba mejor, pero había sido llevado a casa por Shubael e Isaac,
que se habían transformado para poder ayudarle a caminar. Tuvo suerte. Su
viejo, Joe, estaba al corriente de todo, ya que a Cheran le había pasado igual
que a mí y su primera transformación había tenido lugar delante de él. Casi le
da un infarto, pero cuando el Consejo se lo explicó todo, se sintió muy
orgulloso de su hijo. Por eso su restaurante se llamaba Wolf, ese que Nessie y
yo ya habíamos hecho casi nuestro, también.

Ryam estaba muy contento. Los otros gigantes habían dejado de serlo y
habían sido rescatados por los servicios de emergencia de un pueblo cercano
a Volterra. Habían sido avisados con una extraña llamada anónima que les
había chivado las coordenadas exactas de su paradero. Esas personas se
encontraban sanas y salvas, y habían tenido la suerte de no acordarse
absolutamente de nada, por lo que los Vulturis no iban a tomar ningún tipo de
medida, aunque yo tampoco se lo hubiera permitido, claro.

En el tratado también se había añadido que esas momias ni nadie de su


chuma podía entrar en zona Cullen, es decir, allí donde residieran estos, pero,
además, Ryam y Helen también habían quedado protegidos, ya que se había
sumado una especie de cláusula o algo así que decía que ellos se libraban de
cualquier persecución por parte de esas sanguijuelas.

Todos mis hermanos habían corrido hacia sus casas. Los imprimados ya
estaban que se subían por las paredes para ver a sus chicas, y los que no lo
estaban también se morían por llegar a sus respectivos hogares. Algunos,
como Embry, estaban temblando por la reacción de sus familias, pero, en fin,
aun así, tenían muchas ganas de volver a casa, aunque supuse que este volaría
primero para ver a Mercedes.

Conclusión: todo había quedado arreglado y en orden, menos mi cerebro, que


seguía igual de destartalado y rabiado.

Me quedé quieto en mitad del vestíbulo, mordiéndome el labio mientras


miraba a ninguna parte con los brazos en jarra, carcomiéndome por dentro.

―¿Estás bien? ―me preguntó Nessie, acercándose a mí, preocupada.

Genial. Lo último que quería ahora era que ella se angustiase por mí. Ya
habíamos tenido bastante.

―Sí, no te preocupes ―medio sonreí, y le di un beso corto―. Voy a darme


una ducha, ¿vale?

―Vale ―asintió, aunque no pareció quedarse muy conforme con mi


respuesta.

Me di la vuelta y mis pies descalzos subieron las escaleras con un paso


cadencioso. Atravesé el vestíbulo de arriba, el pequeño pasillo y enseguida
llegué al baño. No tardé nada en meterme en la ducha, solamente tuve que
quitarme los raídos y sucios pantalones, los cuales metí directamente en la
lavadora.

Cerré la mampara y abrí el grifo. El agua salió fría al principio, pero pasó a
ser caliente en un momento. Puaj, estaba hecho polvo, la verdad, por todo.
Por el cansancio acumulado, sin duda, pero sobre todo por esa mierda de
tratado que había tenido que firmar con esos vejestorios decrépitos.

209

¡Arg! No me hacía ni pizca de gracia.

Suspiré. Apoyé las manos en los azulejos de la pared, inclinándome hacia


delante, y llevé mi coronilla y mi espalda bajo el agua para que se mojasen,
dejando que mi mente por fin volase sola y con libertad, a ver si así me
relajaba un poco.

Mis pies estaban llenos de tierra y hierbajos. Me quedé mirando como un


tonto cómo el agua que chorreaba de mi cuerpo se llevaba esa suciedad por
delante, encaminándola hacia el desagüe.

De pronto, escuché el ruido de la mampara abriéndose y regresé al planeta


Tierra. Estaba tan inmerso en mi mundo, que no me había dado ni cuenta de
que había entrado por la puerta del baño.

Nessie cerró la mampara y, antes de que me diese tiempo a girarme para


mirarla, ella rodeó mi cuerpo por detrás y me dio un apretado y reconfortante
abrazo. Mi estómago fue invadido por ese hormigueo alocado de siempre al
instante.

Estaba desnuda, pero no le habría dado tiempo a desnudarse aquí sin que yo
me percatase, por lo que seguro que ya había entrado en el cuarto de baño sin
ropa. Sus cálidos senos se espachurraban en mi espalda, así como su mejilla,
y sus manos se extendían por mi torso, colonizándolo por completo.

Se despegó de mí, aunque no mucho, lo justo para que sus manos siguieran
en mi pecho y continuase notando su cuerpo casi adosado al mío. Sus sedosos
labios comenzaron a darme una serie de besos cortos por mi chorreante
espalda. Eran tan dulces…

Sus manos me atrajeron más hacia ella y me obligaron a separarme de la


pared y de esa potente lluvia de agua, así que tuve que erguirme del todo.
Después, dejaron mi torso y se fueron a buscar la esponja y el gel de ducha.
Iba a darme la vuelta, pero no me dejó.

―No te muevas ―dijo, y por el tono de voz supe que sonreía.

Sonreí yo también.

Echó un poco de gel en la esponja, dejó el bote en su sitio y empezó a


frotarme la espalda. Esto no era un masaje, pero relajaba lo mismo. El olor
del gel invadió el amplio habitáculo de la ducha al instante y la espuma
comenzó a resbalar por mis piernas, de camino a la losa cerámica que
pisábamos. La esponja recorrió mis hombros y toda la extensión de mi
espalda, pero luego bajó hasta mi trasero.

―Date la vuelta ―me pidió.

―¿Vas a frotarme entero? ―me reí.

―Date la vuelta ―repitió con una risilla.

Y obedecí. Me giré y por fin pude verla.

Su larga melena estaba completamente empapada, bueno, todo su cuerpazo


estaba mojado. El mío ya empezaba a alegrarse solo con mirarlo. Ambos nos
repasamos de arriba abajo con satisfacción, hasta que nuestros ojos se
encontraron de nuevo.

Llevó la esponja hacia mi pecho y comenzó a pasarla lentamente, haciendo


que la espuma lo fuera cubriendo, y yo me dejé hacer encantado de la vida.
Sí, esto era una maravilla, un sueño.

Mientras la esponja recorría mi torso, su otra mano aprovechó para ir


quitándome el jabón al tiempo que sus pupilas me observaban y su labio
sostenía una media sonrisa satisfecha. A veces me preguntaba cómo una
mujer tan maravillosa y espectacular, perfecta, podía encontrar en mí algo de
belleza. Pero, bueno, parecía encontrarla, al menos eso parecía decir su
mirada y su rostro.
Y a mí me encantaba. Bueno, es decir, me sentía muy halagado, claro,
aunque yo seguía sin ver qué podía encontrar de guapo en mí. Sería el amor,
que lo amplifica todo, ya sabes.

La esponja pasó a recorrer mis abdominales y bajó un poco más. Uf, nena, sí,
baja más, baja…

Pero la esponja se quedó a las puertas y ella alzó la vista hacia mis ojos,
dedicándome una sonrisita traviesa.

Pillina…

Me dio un suave empujón, haciendo que me fuera hacia atrás, y el agua


chorreó por mi cabeza y mi espalda, retirando todo ese jabón que cubría mi
cuerpo.

Me fui hacia delante de nuevo, saliendo de ese chorro de agua, le quité la


esponja, sonriendo del mismo modo, y le eché más gel. La estrujé varias
veces para hacerle más espuma.

Comencé a pasársela por la clavícula y seguí por el cuello. Su cabeza se


ladeaba para que pudiera recorrérselo mejor. Volví a llevar la esponja hacia
delante y descendí un poco más, frotando todo su pecho. Por supuesto, mi
mano suelta también fue retirando ese jabón que cubría su cuerpo. Se
estremeció. Sus párpados cayeron y su boca empezó a hiperventilar al tiempo
que la esponja y mi mano trabajaban, aunque yo tampoco pude evitar que la
mía jadease en voz baja.

Cuando la esponja se separó de su torso, abrió los ojos para mirarme.

210

―Date la vuelta ―le pedí.

Su sonrisa se amplió y obedeció.

Le retiré el pelo hacia un lado y ella me ayudó, llevándoselo hacia delante.


Empecé a frotarle esa preciosa espalda, dejando que la espuma la fuera
cubriendo poco a poco, y luego bajé hacia esas nalgas tan tersas que me
volvían loco.

Me arrimé más a ella. Sus brazos estaban doblados hacia delante, ya que sus
manos se aferraban a su cabello, enroscándolo en una especie de coleta. Su
rostro se giró levemente y su sien se pegó a mi mejilla. La respiración de
ambos era más agitada de lo normal. La cogí por el antebrazo izquierdo e
hice que soltase su pelo para que su brazo se extendiera a la par que el mío,
que quedó por debajo del suyo. Entrelacé nuestros dedos y la abracé por
delante con mi otro brazo para llevar la esponja a su hombro. Empecé por ahí
y recorrí la piel de su brazo, envolviéndolo entero con la espuma. Solté su
brazo y me cambié de lado para hacer lo mismo con el otro.

―No te muevas ―le susurré en el oído, provocando otro estremecimiento en


ella.

Me separé de su cuerpo y dejé la esponja en su sitio para coger el champú.


Volví a llevar su pelo hacia su espalda y eché un poco de jabón sobre él. Posé
el bote donde antes y llevé las manos a su cabello. Lo masajeé un poco para
que hiciera espuma, pero no salía mucha, la verdad.

―Tienes que echarme más, tengo demasiado pelo ―me indicó con una
sonrisa.

―Ah.

Carraspeé y volví a coger el bote de champú, echándole otro poco más. Lo


dejé en su lugar y volví a masajear su pelo con mis dedos. Esta vez la espuma
envolvió toda su cabeza. Se la enjaboné bien, frotándole el cuero cabelludo
con las yemas de mis dedos.

Cuando terminé, cogí la alcachofa de la ducha, coloqué mi mano en su frente


para que el agua jabonosa no le cayese en los ojos y comencé a aclararle el
cabello. Nessie alzó la barbilla para facilitarme la tarea y el agua chorreó por
su melena, arrastrando toda esa espuma hacia abajo.
Me cercioré de que su cabello estaba bien aclarado, pasando la mano entre él.
Su pelo era tan sedoso, que mis dedos lo peinaban con total facilidad. Su
cuerpo ya no tenía espuma, el agua que caía de su cabeza había bastado para
que esta desapareciera, pero llevé el chorro a su espalda, quería ver cómo ese
líquido recorría la parte trasera de su cuerpo.

Nessie se dio la vuelta con una sonrisa y llevó su mano hacia la alcachofa de
la ducha para cogérmela. La alcé para que no alcanzase, mostrándole una
sonrisita pícara.

―Dámela ―me pidió entre risas.

―Para cogerla tienes que arrimarte más a mí ―le sugerí, ampliando mi


sonrisa.

La suya también hizo lo mismo.

―¿Cómo? ¿Así? ―Y se adosó a mi cuerpo.

Madre mía.

―Un poco más ―conseguí susurrarle.

Y su cuerpazo se pegó al mío, piel contra piel.

―¿Así? ―susurró ella, sonriendo en mi boca.

¡Uf!

―Sí, así… ―No sé ni cómo conseguí que saliera ese hilo de voz.

Mi brazo se cayó solo y ella pudo coger la alcachofa de la ducha. Sin


despegarse de mí ni un ápice, la colgó arriba, mientras los dos respirábamos
agitadamente. El agua caliente caía sobre mi espalda a la vez que su ávido
aliento lo hacía sobre mi boca.

Cogió algo del estante. No supe que era champú hasta que no noté ese
chorretón frío sobre mi cabeza. Sus dedos no tardaron nada en moverse sobre
mi cabello, provocando que entrase en un estado de trance total al tiempo que
ambos hiperventilábamos en nuestras bocas. Dios, iba a comérmela de un
momento a otro. Mis manos se fueron con autonomía propia hasta su espalda
más baja y la apreté contra mí con ansias. Los dos jadeamos en nuestros
labios con intensidad, presos de esa energía que ya se movía a nuestro
alrededor con pasión. Ya sabíamos cómo iban a terminar todos estos juegos,
claro está.

Me empujó un poco con su mismo cuerpo, llevándome hacia atrás, y mi


cabeza fue invadida por esa lluvia de agua que caía desde arriba. No
aguantamos más. Nuestras bocas se unieron del todo bajo el agua, para
comerse la una a la otra, ansiosas.

Sí, vale, estaba cansado, pero para esto no, qué quieres que te diga.

Mientras nuestras manos, nuestros alientos y nuestros labios se movían con


auténtico frenetismo, la empujé con suavidad, obligando a que su espalda se
pegase a la pared. No hizo falta que yo hiciera nada, ella misma separó sus
piernas al tiempo que yo la alzaba, y a partir del primer 211

gemido, el tema explotó en locura total.

Después de la sesión de la ducha, rematamos la faena en nuestra amplia y


cómoda cama. No sé cuántas horas le dedicamos al asunto, pero cuando
terminamos la última vez, nos quedamos tan relajados que los dos nos
dormimos.

Ni me acuerdo de lo que estaba soñando, simplemente me desperté y abrí los


ojos, eso sí, poco a poco, ya que la luz que entraba a través de los estores me
molestaba bastante, y eso que la ventana quedaba sobre la almohada. Debía
de hacer uno de esos pocos días espléndidos que hace por aquí.

Lo primero que hicieron mis pupilas cuando se acostumbraron a la luz fue


mirar a mi lado.

Nessie aún dormía plácidamente junto a mi costado. Su cuerpo desnudo


estaba bien pegado al mío y su pierna se doblaba sobre mis pantorrillas. Su
piel era tan cálida y olía tan bien. Su precioso rostro sostenía una ligera
sonrisa. Me pregunté qué estaría soñando para provocar tal reacción y no
pude evitar la tentación.

Me giré un poco con mucho cuidado, para no despertarla, y ella quedó entre
mis brazos, con su pierna todavía rodeándome. Cogí su mano derecha y la
coloqué en mi mejilla.

Las imágenes salían nítidas y cristalinas, claras como el agua, y transcurrían


en una visión que bien podía ser la secuencia de una película. En esa escena
estábamos los dos, sentados en el salón de casa, pero había alguien más. Mis
brazos sostenían en alto a un niño pequeño, moreno, no tendría ni un año.
Luego, lo bajaban y él enganchaba mis mejillas con sus pequeñas manos. Yo
lo subía y lo bajaba mientras el crío se tronchaba de la risa con ese sencillo
juego. Entonces supe de qué se trataba. Era nuestro hijo. Nessie estaba
soñando que habíamos tenido un crío.

Fue inevitable, y un poco tonto por mi parte, ya, porque solo era un sueño,
pero el vernos en esa escena hizo que mi estómago se llenase de ese
hormigueo de siempre. Qué tonto.

El chaval era bastante guapo, la verdad. Moreno de pelo azabache, con la tez
algo oscura, mezcla de la mía y la suya, con los ojos negros… Se parecía
mucho a mí. Sí, era muy guapo, ja.

De pronto, las imágenes comenzaron a desvanecerse un poco. Ups, Nessie se


estaba despertando. Dejé su mano en su sitio, es decir, sobre mi pecho, y ella
no tardó mucho más en abrir esos preciosos ojos de color café.

―Buenos días, preciosa ―murmuré con una sonrisa.

Su boca desplegó la suya al instante.

―Buenos días.

Ambos acercamos nuestros rostros para darnos el primer beso del día.
Aunque, bueno, como siempre la temperatura subió rápidamente y
terminamos haciendo el amor; esta también era la primera vez del día. ¡Ah,
qué felicidad! No creo que hubiera nada mejor que esto, en serio.

Cuando terminamos de saciar todo ese fuego nos quedamos tan relajados que
casi no nos apetecía ni levantarnos de la cama. Me puse boca arriba y levanté
el brazo con una sonrisa, invitándola para que se acurrucase a mi lado. Dicho
y hecho. Nessie sonrió de felicidad y se pegó a mí, llevando su mano a mi
pecho para juguetear un poco con las curvas de este.

Le di un beso en la frente y mis dedos pasaron a peinar su también húmedo


cabello.

Estábamos genial, de veras, pero el silencio que reinó durante unos minutos,
el encontrarnos tan bien, en paz, hizo que el estúpido de mi cerebro recordase
ese maldito tratado sin remedio.

Maldita sea. Con lo bien que estábamos. ¿Por qué me daba ahora por recordar
esa mierda?

Bueno, era sencillo. Creo que se debía precisamente a eso, a que estábamos
muy bien. Por primera vez en mucho tiempo se respiraba tranquilidad por
todos sitios, y parecía que iba a ser así para siempre, por lo menos con el
tema de esas momias de los Vulturis.

Vale, ese tratado podía soportarlo. Me fastidiaba, no, mejor dicho, me


aguijoneaba por dentro, pero el que ese trato trajera la paz para mi tribu y mi
gente hacía que pudiera sobrellevarlo. Ahora, el que esos vejestorios asesinos
de humanos siguieran con vida era insoportable para mí, porque habíamos
tenido la oportunidad ahí, tan a tiro…

―¿Qué pasa? ―me preguntó Nessie de repente, haciendo que bajase de este
nubarrón oscuro que ya empezaba a formarse en mi sesera.

Giré el rostro levemente hacia ella para mirarla.

―Nada.
―No me mientas. Sé que te pasa algo. Es por el tratado con los Vulturis,
¿verdad? ―adivinó.

Mierda. Era imposible mentirle u ocultarle nada.

―Estoy muy cabreado con tu padre. Por su culpa esas momias siguen vivas
―confesé, mirando al techo de nuevo, y mi voz dejó notar mi malestar.

212

―Matar no siempre es la solución ―afirmó, llevando su mano hacia mi


rostro para acariciar mi mejilla.

―Ya, ¿pero no sabes ese dicho que dice: muerto el perro se acabó la rabia?
Pues eso ―rebatí.

―Pero sabes que mi familia tiene razón. Sin los Vulturis, todo sería un caos.

―Eso es lo que más rabia me da ―admití, suspirando por las napias―.


¿Significa entonces que jamás voy a poder tocarles un pelo a esos Vulturis?
Me desespera. ―Y resollé de nuevo mientras llevaba mi brazo suelto hacia
arriba para colocarlo bajo mi cabeza.

―Estoy muy orgullosa de ti, no te imaginas cuánto ―declaró de pronto,


tomándome por sorpresa. Posó su mano del todo en mi mejilla y me permitió
sentirlo. Mi frente se vio abocada a pegarse a la suya al tiempo que mi boca
dejaba escapar un suave jadeo―. Sé cuánto te duele este tratado ―siguió,
hablando entre susurros―, en cambio, te lo has tragado todo y te has
sacrificado por todos nosotros, por todo el mundo. Mamá está muy orgullosa
de ti, y yo también. Me siento la mujer más afortunada del universo por estar
con un hombre como tú.

Pude ver que todo lo que decía era verdad, gracias a su don. No puedo negar
que me hizo sentir muy bien. Me sentía orgulloso, sí, esa era la palabra.
Orgulloso de mí mismo, pero no por mí, sino por que ella se sintiera
orgullosa de mí. No sé, era una mezcolanza rara.
―Si soy algo, es por ti ―le revelé con un murmullo ronco―. Tú eres mi
guía y mi luz, eres mi reina, loba. ―Y le sonreí.

Nessie correspondió mi sonrisa y pegó sus sedosos labios a los míos para
besarme con efusividad.

¡Uf! Como empezásemos, ya no seríamos capaces de parar. Pero los dos


conseguimos despegarlos. Nessie tomó una buena bocanada de aire para
poder hablar, aunque yo tuve que tomar otra para recomponerme.

―Ya hemos hecho lo primero ―me recordó con una sonrisita, pasando sus
dedos por mi pecho―. ¿Qué te parece si hacemos eso segundo que tenías
pensado? Después, podíamos pasar el día en Seattle, ¿qué te parece?

―Genial ―aprobé con otra sonrisa.

Eso de montar en mi Harley Davidson con mi chica pegada a mi espalda me


apetecía bastante.

―Pues vamos a ducharnos. Desayunamos y nos vamos ―dijo, dándome un


beso corto.

Iba a levantarse, pero yo me adelanté. Pegué un brinco y salté de la cama


mientras ella soltaba una risilla.

―Sí, definitivamente voy a ponerme celosa de esa moto ―afirmó sin dejar
de reírse.

Salí despedido de la habitación, con ella detrás, y los dos corrimos desnudos
por el pasillo entre risas para entrar en el cuarto de baño.

213

Mira tú lo que descubre uno

Mi estupenda Harley rugía con ganas por la carretera y mi preciosa chica iba
pegada a mi espalda, rodeándome con sus brazos. ¿Qué más se podía pedir?
El viento azotaba nuestras caras y las ondas de Nessie volaban hacia atrás con
brío. Este día de agosto el sol se ocultaba sobre unas finas nubes, pero hacía
bastante calor, por eso se había puesto unos pantalones vaqueros cortos que
dejaban al descubierto esos muslos tan sexys. Sí, era inevitable que les echase
un vistazo desde los espejos retrovisores de vez en cuando. Sus brazos me
apretaban con fuerza, pero yo quería que me apresaran más, así que le metí
más caña a la moto.

Ese rugido fue música para mis oídos, y, por supuesto, obtuve mi
recompensa. Su pecho se apretó más contra mi espalda y mi sonrisa se
amplió.

Desde que habíamos ido a Seattle la semana pasada, habíamos montado en la


Harley todos los días. Bueno, vale, yo podía correr bastante más deprisa que
esta moto, pero montar en una Harley Davidson siempre es más especial.

Tomé el desvío que llevaba a la antigua casa de los Cullen y aminoré algo la
marcha, aunque seguíamos yendo rápido, los árboles pasaban a nuestro lado
con velocidad.

―Después podíamos ir a nuestro tronco, hace mucho que no vamos. ¿Qué te


parece? ―propuso Nessie.

El plan me molaba. Sí, hacía la torta de tiempo que no íbamos allí.


Recordaríamos viejos tiempos y eso.

―Me parece genial ―aprobé, girando el rostro levemente hacia ella para
sonreírle.

Su sonrisa se alegró aún más y apoyó su mejilla en mi espalda.

Volví la vista al frente, no fuera a ser que nos estampásemos contra un árbol,
y seguimos el trayecto de esa guisa.

No tardamos mucho más en llegar a nuestro destino.

Reduje la velocidad, provocando que el tubo de escape tronara de nuevo, y


me detuve frente a la casa de los Cullen. Aparqué justo delante del porche,
junto a los coches de Seth y Embry, y Nessie y yo nos bajamos de la Harley.
Cogí a mi chica de la mano y le eché un último vistazo a mi máquina.

Edward y Bella ya nos esperaban en el porche cuando me volví al frente.

―Me alegro de que te gustase nuestro regalo de boda ―dijo Edward con una
sonrisa.

―Es una pasada, tío ―admití al tiempo que subíamos los peldaños.

El labio de mi joven suegro se bajó de repente.

―Pero Renesmee no lleva el casco ―objetó, para variar.

Vaya, hombre.

―Papááá… ―le regañó la propia Nessie, que después le dio un beso en la


mejilla―. ¿Cómo estáis? ―le preguntó a Bella, dándole otro beso.

―Bien ―contestó esta, acercándose a mí para darme otro beso en la mejilla,


el cual correspondí.

―Cuánto beso ―irrumpió Emmett, que apareció por la puerta―. ¿Para mí


no hay ninguno?

―Claro que sí, tío Em ―sonrió Nessie, que fue hasta él para dárselo,
arrastrándome a mí.

―Yo paso ―declaré con sorna.

―Qué pena, el tuyo era el que más ilusión me hacía ―bromeó.

Nos fuimos para dentro y Bella cerró la puerta a sus espaldas.

Ese salón estaba a reventar de gente. A parte de los Cullen, estaban Ezequiel,
Teresa, Mercedes, Embry, Ryam, Helen, Seth y Brenda. Guau, esto estaba a
tope.
Ezequiel me hizo una especie de reverencia con la cabeza cuando me vio. En
fin…

―¿Qué pasa aquí? ¿Es que se celebra algo? ―pregunté en broma.

―Es que tenemos buenas noticias ―me respondió Bella con alegría,
juntando las manos a la altura de su barbilla.

―Muy buenas noticias ―repitió Louis, saliendo de la cocina junto a su


mujer.

Anda, si también estaban Louis y Monique.

214

Sus alocados rizos se movieron con desparpajo cuando su dueño caminó


hacia la mesa de cristal, donde le esperaba Carlisle.

―Bueno, ¿y qué es? ―azuzó Nessie, nerviosa.

―Tenemos el antídoto que curará a Ryam, Helen y Mercedes ―anunció Doc


con una enorme sonrisa de satisfacción.

Los Cullen ya debían de saberlo, pero los demás nos quedamos cerca de un
minuto en estado de sorpresa total. Hasta que reaccionamos.

―Eso es… ¡Eso es genial! ―exclamó Nessie, soltando mi mano para abrazar
a Carlisle y Louis.

La estancia se llenó de risas, griterío y abrazos. Y de alguna que otra lágrima


por parte de Helen y Mercedes, que se abrazaron con esperanzas, aunque la
última pronto se fue para abrazar a su madre y besar a Embry.

―Nosotros ya lo sabíamos ―confesó Seth con su sonrisa desplegada.

―Queríamos estar aquí en este día tan especial ―siguió Brenda.

―¿Y dónde lo tenéis? ―inquirió mi chica, ansiosa―. ¿Cuándo van a…?


―Ahora mismo ―le cortó Doc, dándose la vuelta hacia un maletín que
reposaba sobre la mesa―. Lo tengo aquí.

―De diez ratas con las que ensayamos, solamente se murieron cuatro, así
que no tenéis que temer nada ―declaró Louis―. La efectividad es de un
sesenta por ciento. Eso es mucho.

Las sonrisas de todos se borraron de sopetón.

―¿Mucho? ―dudó Helen, descorazonada.

―¿Sesenta por ciento? ―repitió Mercedes, todavía con los ojos abiertos de
par en par.

De pronto, ese científico chiflado rompió a reír.

―No le hagáis caso, os está tomando el pelo ―aclaró Monique, manteniendo


una sonrisa en la cara.

―Qué gracioso ―masculló Ryam, mirando a un lado.

―La efectividad es del cien por cien ―reveló Doc, que ya tenía tres tubos de
ensayo cerrados en las manos―. Tomad. ―Y se acercó a los interesados para
pasárselos.

El contenido era un líquido de color azul celeste.

―¿Los tenemos que beber? ―preguntó Ryam mientras cogía el suyo.

―Qué listo ―me burlé, usando cierta acidez en el tono.

No le dio tiempo a contestarme, solo a dedicarme un mohín.

―Eso es ―le ratificó Carlisle.

Los tres gigantes destaparon sus tubos.

―Qué nervios ―rio Nessie, apretando mi mano con alegría.


―Venga, venga, ¿a qué esperáis? ―apremió Alice, dando palmaditas
nerviosas.

Esme y Teresa se agarraron de las manos, esperanzadas.

Ryam, Helen y Mercedes se miraron entre sí, y los tres alzaron los recipientes
para beber su contenido a la vez, de un solo trago.

Embry miraba la escena muy atento, sin quitarle ojo a su novia. Se le veía
bastante nervioso, la verdad, bueno, más bien dicho, cauto y expectante.

Pero no pasó nada.

―No noto nada ―manifestó Ryam.

―Un minuto ―solicitó Louis, alzando su dedo índice para que se esperasen
un poco.

Entonces, los tres pares de iris fucsia de repente cambiaron de color,


volviendo a sus tonalidades originales. Los ojos de Mercedes y Helen se
tiñeron de color marrón y los de Ryam de un color grisáceo.

―Ryam, tus ojos… ―se percató Helen, alegre―. Vuelven a ser grises.

El idiota de Embry se quedó aún más anonadado cuando se fijó en Mercedes.


Lo único que le faltaba era un hilillo de baba cayéndole de la comisura de la
boca.

―Intentad transformaros ―les indicó Doc.

El primero en intentarlo fue Ryam, cómo no. Puso cara de estreñimiento y


apretó los puños y los dientes. Nada, el Increíble Hulk no apareció por
ninguna parte.

―No… puedo… creerlo ―murmuró, mirándose y palpándose con las


manos, maravillado―.

¡No me transformo! ―rio después.


―¡Estamos curados! ―exclamó Helen acto seguido con unas risas cargadas
de emoción.

―Guau ―murmuré, parpadeando para aclararme la vista.

Los dos se abrazaron y se besaron con entusiasmo, y Mercedes se lanzó a los


brazos de Embry 215

para hacer lo mismo.

Ejem. Bueno, quizá fuera mejor que nos pirásemos de allí para dejarles
intimidad o algo.

―Es increíble ―le cuchicheó Ezequiel a Teresa al oído.

El que sí carraspeó fue Doc.

―Bueno, he de preveniros de que el antídoto no tendrá efecto del todo hasta


dentro de dos o tres días, así que es posible que alguna vez, dentro de este
periodo de tiempo, haya alguna transformación, por lo que tendréis que tener
cuidado ―les advirtió.

Las dos parejas dejaron de besarse y Teresa aprovechó para abrazar a su hija.

―Muchas gracias, Carlisle ―dijo Helen, muy emocionada―. No sé cómo


podremos agradecéroslo.

―Sí, ¿cómo podemos pagároslo? ―continuó Teresa, que se separó de


Mercedes, aunque continuando con el brazo sobre su hombro.

―No hay nada que agradecer ―les contestó Doc con esa educación suya tan
fina―. Solamente hemos cumplido con nuestro deber como médicos y
científicos.

―El mejor regalo es que os hayáis curado todos ―siguió Esme, y sus
hoyuelos aparecieron cuando sonrió.

―De todas formas nos gustaría agradecéroslo de alguna manera ―afirmó


Ryam.

―Ya nos lo habéis agradecido al venir a esa guerra con nosotros, así que
estamos en paz ―concluyó Carlisle.

―Esto hay que celebrarlo con una fiesta ―declaró Alice, pegando saltitos
por todo el salón.

Luego, se puso a hablar atropelladamente―. Adornaré la casa, traeremos


invitados, sí, eso es, invitaremos a todos los quileute, a vuestros amigos del
instituto, pondremos música, comida…

―Para, para, para ―le interrumpí, haciendo aspavientos con las manos―.
¿Es que vas a montar una discoteca? Además, no pueden venir todos mis
lobos. Tengo que dejar patrullando a unos cuantos.

―Bueno, los que sean ―aceptó ella―. Tráeme una lista.

―¿Una lista? ¿Para qué? ―inquirí, bajando las cejas con extrañeza.

―Para calcular la comida que hay que traer.

―Sois demasiado glotones ―se burló Emmett.

―Ja, ja ―articulé con ironía.

―¡Es genial! ―exclamó Nessie, lanzándose hacia Helen para abrazarla―.


¡Por fin habéis vuelto a la normalidad!

Brenda corrió para juntarse a mi chica y las tres amigas se abrazaron.

―Supongo que tengo que darte la enhorabuena ―le dije a Ryam,


acercándome a él.

―Supones bien ―contestó, mostrándome una mueca a modo de sonrisa―.


Por fin Helen y yo hemos dejado de ser gigantes.

―Pues enhorabuena ―le felicité, mirando a un lado.


―Gracias ―respondió él, mirando al otro.

―Ahora solo queda por solucionar el tema de esos magos que se escaparon,
¿eh? ―declaró Seth, poniéndose a mi lado.

Mierda. Yo que no me estaba acordando de eso, y viene él para recordármelo.

Esos malditos magos…

―Así que Razvan, Nikoláy y Ruslán estaban vivos y escaparon ―se unió
Ezequiel, usando un tono de resignación.

―¿Ya lo sabes? ―le pregunté.

―Carlisle me lo contó todo a su regreso.

―Pues sí, estaban vivos y escaparon. Y ese encapuchado de negro también


huyó, además de ese par de rumanos ―añadió Embry, rechinando los
dientes.

Los míos estaban a punto de resquebrajarse.

Nessie y sus amigas dejaron de hablar para poner atención a nuestra


conversación.

―Todavía sigo en estado de shock ―continuó el mago, llevándose la mano a


su pelo blanco―.

Jamás me imaginé que podrían ser clones. Ni siquiera yo lo advertí en su


momento.

―Nadie podía hacerlo ―le consoló Teresa, acercándose a él para cogerle de


la mano―.

Tampoco Jacob se dio cuenta de eso mientras luchabais en aquella iglesia.

―Parecían reales, incluso parecían tener alma y todo ―secundé,


machacando mis muelas de nuevo al recordarlo.
―Nos engañaron a todos ―manifestó Nessie, arrimándose a mí para
cogerme de la mano―.

216

Creo que ni siquiera los invitados que había allí sabían que eran clones.

―Tú les conoces. ¿Sabes dónde podrían estar? ―quise saber, dirigiéndome a
Ezequiel.

Me moría por vengarme…

―Desgraciadamente, no ―suspiró―. Si estuvieran solos, podría hacerme


una idea, pero el hecho de que se unieran a Vladimir y Stefan cambia mi
percepción totalmente.

―¿Qué quieres decir? ―inquirí con extrañeza.

―Nikoláy, Ruslán y Razvan querían el poder, por eso traicionaron a los


mismísimos Vulturis ―empezó a explicar―. No creo que ahora se
conformen con compartir un imperio, y mucho menos con alguien como
Vladimir y Stefan, que no gozan de poder alguno.

―¿Quieres decir que también traicionarán a esos dos rumanos? ―pregunté.

―Estoy completamente seguro ―asintió sin titubear―. Además, ahora


Vladimir y Stefan ni siquiera tienen ejército, no tienen nada que les interese
aprovechar a Nikoláy, Ruslán y Razvan. Si habían hecho esa alianza con
Vladimir y Stefan, solo fue porque les proporcionaban un ejército de
vampiros venidos de todas partes, con ellos tenían más probabilidades de
vencer a los Vulturis. Por supuesto contaban con los gigantes, pero sabían
que Aro iba a armarse con otros magos y que disponían de su poderosa
guardia, por eso os secuestraron a vosotros ―dijo, dirigiéndose a Edward.

―Nikoláy, Ruslán y Razvan siempre han utilizado a Vladimir y Stefan para


llevar a cabo su propósito ―cayó Jasper.
―Exacto ―ratificó Ezequiel―. Pero seguramente también contaban con que
Vladimir y Stefan morirían en la batalla.

―Con eso mataban dos pájaros de un tiro, claro ―seguí yo―. Se quitaban
del medio a los Vulturis, pero también a esos dos rumanos.

―Vladimir y Stefan no son peligrosos ahora, pero podrían serlo en un futuro


si se rearmasen de nuevo ―continuó Edward―. No hay que olvidar que hace
unos siglos también tenían un imperio poderoso.

―Eso es ―confirmó el mago―. Sin embargo, los planes de Nikoláy, Ruslán


y Razvan no salieron como ellos esperaban. Y ahora se desharán de Vladimir
y Stefan en cuanto puedan, ya no les son útiles. Y ahora que estos últimos
están desarmados, no les costará. Aunque ya no posean el medallón, siguen
siendo poderosos.

―No contaban con nuestra aparición en esa guerra ―declaré.

―Debió de ser toda una sorpresa inesperada para ellos. ―El mago sonrió
con algo de malicia―.

Ellos siguen en posesión del libro que contiene la profecía, así que ahora
estarán estudiándola de nuevo.

―¿A qué te refieres? ―quiso saber Nessie, extrañada.

―La profecía habla de una guerra, pero ellos no creían que fuera esta. La
guerra que ellos tenían prevista era entre los Vulturis y ellos. La guerra a la
que se refiere la profecía era entre el Gran Lobo y los Vulturis, y, por
supuesto, ellos no tenían previsto que vosotros aparecieseis por allí.

Cuando os vieron, se dieron cuenta de que era la guerra de la que hablaba la


profecía. Eso desbarató todos sus planes. Nikoláy, Ruslán y Razvan querían
evitar que la profecía se cumpliera del todo, eliminando a los Vulturis. Creían
que, haciendo esto, la profecía ya no se cumpliría.

―Pero aparecimos nosotros ―añadió Embry con una enorme sonrisa.


―Sí, y eso trastocó todos sus planes ―asintió Ezequiel―. Según me
contaste, Carlisle, ellos huyeron al principio.

―Así es ―afirmó Doc.

―Sin embargo, después regresaron a la lucha ―siguió explicando


Ezequiel―. Pero no lucharon con vosotros, sino que se enfrentaron a los
Vulturis. Stefan y Vladimir solo querían venganza, puede que ni siquiera
supieran nada de la profecía, pero Nikoláy, Ruslán y Razvan intentaban matar
a los Vulturis para evitar que la profecía se cumpliera del todo.

―Ahora lo entiendo todo ―mascullé, apretando los dientes.

―¿Y qué decía toda la profecía? ―preguntó Nessie―. No pude terminar de


leerla, y siempre me pregunté cómo seguía. Tú tienes que saberlo, ¿no?
Fuiste tú el que la escribió en ese libro.

Ezequiel carraspeó.

―La alianza entre hombres lobo y bebedores de sangre no gustará a todos


―empezó a citar―.

He aquí que habrá bebedores de sangre que se opondrán a la nueva era,


bebedores de sangre cuyos corazones no son puros, cuyas almas están
manchadas y son oscuras, pues sus ansias de poder los dominan y corrompen.
Esos bebedores de sangre están condenados. Una batalla será librada entre
estos bebedores de sangre y el Gran Lobo por el poder, en la que el Rey de
los Lobos saldrá 217

victorioso. No obstante, el Gran Lobo es de corazón generoso, benevolente,


noble, y los bebedores de sangre necesarios para mantener el equilibrio en el
mundo oscuro. Yin y yang, ambos son necesarios. El equilibrio debe ser
mantenido. El Rey de los Lobos mantendrá ese equilibrio, perdonando la vida
de los bebedores de sangre, los cuales se arrepentirán de sus actos y aceptarán
el reinado del Gran Lobo. Con ello llegará la paz y el reinado del Gran Lobo
se extenderá incluso por tierras no exploradas.
»Nadie podrá usurparle ya el poder al Rey de los Lobos, porque él será el
más poderoso, invencible, y su reino quedará afianzado con su prole, para
siempre. Su estirpe, su prole, estará llena de príncipes. Príncipes de los
Lobos, puesto que solo hay un Rey de los Lobos, solo habrá un Rey de los
Lobos, un Gran Lobo, el definitivo Gran Lobo, el definitivo Rey de los
Lobos, incluso si él decidiera fallecer. Porque su espíritu siempre estaría
presente, su espíritu seguiría reinando junto a la mujer única, eternamente.
Ninguno de esos príncipes igualará su poder del todo, sin embargo, ese del
que gozarán será mucho más poderoso que cualquier otro poder. Sería
suficiente para mantener el reinado del Gran Lobo y este seguiría reinando en
espíritu. Él guiaría a su prole para que su reinado continuase.

Genial. Se hizo un silencio incómodo para mí, ya que todos me miraron con
un respeto que no me gustaba nada. Maldita sea, ¿no podían mirarme como a
una persona normal?

―Bueno, a mí todo eso me da igual ―hablé yo, algo molesto por esas
miradas―. Lo único que me importa ahora es coger a esos desgraciados.

―Puede que algún día sepamos de ellos ―resopló Ezequiel.

―Pues estaremos esperando y preparados ―afirmé con una convicción


rabiosa.

―Nosotros también ―se unió Emmett.

―De momento no podemos hacer nada más ―declaró Edward―. Tal vez
Demetri dé con ellos y los Vulturis se tomen su venganza particular.

―Ojalá tengamos esa suerte ―suspiró Seth.

No. Porque yo quería cargármelos personalmente…

―Cambiando de tema, ¿ya tienes trabajo, Jacob? ―me preguntó Edward.

Ya sabía que lo hacía para quitarme estas ideas de la cabeza.


Suspiré.

―Sí, he hablado con el señor Farrow y me ha dado el puesto que tenía.

―Vaya, debe de estar muy contento contigo, si te ha devuelto tu puesto de


trabajo ―opinó Bella.

―El señor Farrow sabe que no hay nadie como él. Jake es el mejor mecánico
del mundo ―afirmó Nessie, orgullosa.

―Tampoco te pases ―me reí.

―Pero sus ganancias subieron desde que tú trabajas allí ―siguió―. Por algo
será.

―¿Y tú, Renesmee? ¿Ya sabes lo que vas a estudiar? ―quiso saber Bella.

―Sí, estudiaré medicina ―reveló, sonriéndole a Carlisle.

―Oh, es estupendo ―sonrió él con alegría.

―Me gustaría que fueses tú quien me diese las clases ―declaró mi chica, un
tanto apurada por pedírselo―. Si me las dieses por Internet, no tendría que
desplazarme a ninguna universidad y podría quedarme en La Push.

―¡Por supuesto que sí, cielo! ―exclamó Doc, contentísimo.

―Te advierto que es un profesor un poco duro ―bromeó Esme.

―Es un hueso ―se unió Emmett.

―No les hagas caso ―se defendió Carlisle.

El salón se llenó de risas y el ambiente siguió con esa alegría y celebración.

Sí, teníamos muchas cosas que celebrar. Todos estábamos bien, sanos y
salvos. Y según la profecía, viviríamos en paz para siempre. ¿Qué más se
podía pedir?
218

= PARTE DOS =

NUEVA ERA

Renesmee

Prefacio

Llegué a mi forito y abrí el maletero. Fui cogiendo las bolsas y las fui
colocando en el interior del mismo, hasta que me giré hacia el carro una vez
más y agarré la última. Entonces, cuando me estaba volviendo de nuevo, mis
ojos se abrieron como platos.

Razvan estaba frente a mí, a unos metros, clavándome esa mirada carmesí,
malvada. Decir que sentí escalofríos se quedaba corto, porque esa sensación
era punzante, y había llevado tanto tiempo desaparecido. Razvan no había
cambiado nada, seguía siendo ese ser maléfico de siempre, pero mis
sensaciones hacia él se habían transformado un poco. Desde que me había
encerrado durante un año, separándome de Jacob, mi repulsión hacia él se
había vuelto infinita, y si antes ya me daba miedo, ahora le tenía pavor.

De repente, añadiéndose a ese miedo que ya invadía mi mente, algo más me


dejó paralizada totalmente. Y era algo muy diferente. Muy, muy diferente.

219

220

Acampada

Parece mentira, pero tres años pasan volando. Sobre todo cuando tu vida es
más que maravillosa, cuando eres completamente feliz y te sientes totalmente
completa, cuando ves que lo tienes todo, todo lo que deseas en este mundo,
todo. Así me sentía yo.

Mi vida con Jacob era absolutamente perfecta, no encontraba otra palabra


para definirla.

Después de todos los obstáculos que habíamos tenido que saltar, después de
aquel horrible año separados debido a mi largo encierro, después de aquella
guerra con los Vulturis, por fin parecíamos poder vivir en paz, por fin
podíamos disfrutar de lo nuestro sin que nada se interpusiese, por fin
gozábamos de esa tranquilidad y normalidad que tanto habíamos echado de
menos.

No habíamos vuelto a saber nada de Razvan, Nikoláy y Ruslán, ni de la


sombra, ni siquiera sabíamos si los Vulturis habían dado con ellos. Nosotros
no sabíamos dónde estaban, no podíamos ir a por ellos, y ellos tampoco
habían aparecido por Forks o La Push, así que simplemente lo dejábamos
pasar. Jacob se moría por vengarse, por supuesto, pero al final lo más
importante para los dos era poder estar juntos sin que hubiera ningún peligro
alrededor. Lo más importante era que estábamos juntos.

También desconocíamos el paradero de Vladimir y Stefan. Parecía mentira


que me hubiesen caído tan bien cuando era pequeña, jamás me hubiera
imaginado que iban a utilizar así a parte de mi familia, secuestrándola e
hipnotizándola para conseguir sus objetivos. Sin embargo, pasaba lo mismo
con ellos que con Razvan, Nikoláy y Ruslán. Lo más importante era que
Jacob y yo estábamos juntos.

Desde aquella batalla con los Vulturis, venían a La Push más vampiros
nómadas. Tendría que ser al revés, ya que la noticia de la victoria del Gran
Lobo y del tratado con los de Volterra había corrido como la pólvora en ese
mundo oculto, pero ahora venían muchos más vampiros nómadas.

La diferencia con los años pasados era que la mayoría de los que venían
últimamente gozaban de algún don, y todos querían medir sus fuerzas con
Jacob. Era una soberana tontería, porque con aquella batalla contra los
Vulturis había quedado claro que Jake era invencible, sin embargo, todavía
quedaba algún iluso que se empeñaba en comprobarlo personalmente, aunque
también los había que solamente querían pelear en un cuerpo a cuerpo con el
resto de lobos gigantes, buscando emociones fuertes.
Teresa, Ezequiel y Mercedes seguían viviendo en una zona boscosa de las
afueras de Forks, en una casa de dos plantas que no era mucho mayor que la
nuestra, aunque tenía un dormitorio más.

La relación de Mercedes y Embry iba viento en popa, así como la de Ryam y


Helen, que ahora vivían juntos.

A las que veía mucho menos era a las gemelas. Jennifer y Alison vivían en
Vancouver, ya que estaban estudiando en la universidad y residían en el
Campus, así que solamente nos veíamos algún fin de semana o en fechas
señaladas, como el Día de Acción de Gracias y Navidad.

Por eso hoy habíamos organizado esta salida. Alison y Jennifer habían venido
este fin de semana, y a Brenda y a mí se nos ocurrió que podía ser divertido
organizar una excursión por el Parque Nacional de Olympic con algunos de
los chicos. Jake y yo no nos habíamos dado cuenta, pero al parecer, las
gemelas se lo habían pasado muy bien en nuestra boda.

―Nessie, ¿ya estás? ―me preguntó Jake desde abajo.

―Sí, bajo ahora ―le contesté con otra voz.

Cogí la chaqueta, le eché un último vistazo a esa foto de nuestra boda que
teníamos en la habitación, sonreí y salí por la puerta.

Cuando bajé las escaleras vi a mi chico esperándome en el vestíbulo. Después


de ducharnos, habíamos desayunado con el albornoz puesto, así que no había
visto su ropa hasta ahora. Llevaba unos vaqueros cortos de color claro, de
esos cómodos y anchos, unas deportivas blancas y una camiseta azul oscuro
que no era ceñida pero que, irremediablemente, a él le marcaba sus
impresionantes músculos. Ya llevaba la mochila a la espalda y su preciosa
boca sostenía una 221

maravillosa sonrisa que me contagió al instante. Sonreí y, por fin, dejé el


último escalón para llegar a él.

No pude evitarlo. Lo primero que hicieron mis brazos fue rodear su cuello
para besarle, y Jake correspondió mi entusiasmo encantado, agarrándome por
la cintura para arrimarme a su cálido cuerpo. No había dejado de besarle en
toda la mañana, pero esto era una fuerza casi sobrenatural que me llevaba
hacia él sin remedio. No importaba cuánto tiempo pasase, mis mariposas
seguían igual de revolucionadas que siempre, como el primer día, y mi
corazón ya estaba acostumbrado a latir con esa velocidad, acompasando al
suyo, que también se aceleraba cada vez que me besaba.

Mi mano se aferró a su corto pelo azabache y nuestros labios ya empezaron a


moverse con más efusividad.

No sé cómo lo hice, pero conseguí terminar ese efusivo beso. Los dos
tomamos aire para recuperarnos y me despegué un poco de él para poder
hablar.

―Si seguimos, ya no podremos parar ―musité, cogiendo aire de nuevo para


que mi organismo volviese a la normalidad.

―Has empezado tú ―sonrió con esa sonrisa torcida que me volvía loca.

―Es que estás muy guapo ―confesé, uniéndome a su sonrisa.

―Tú sí que estás preciosa ―murmuró, mirándome anonadado.

―Pero si solo llevo unos vaqueros cortos y una camiseta ―me reí.

―Bueno, lo mismo que yo ―sonrió él.

Le sonreí yo también y nos dimos un beso corto.

―Vamos, o llegaremos tarde ―le azucé, separándome de él para abrir la


puerta.

―Pero si has sido tú ―me recordó con una risa, acompañándome.

Jake cerró la puerta a sus espaldas y me cogió de la mano para encaminarnos


hacia el Golf, el cual ya había dejado fuera. Nos subimos al coche, Jacob tiró
la mochila en el asiento trasero, nos pusimos los cinturones y arrancó.
Iniciamos la marcha por el sendero que llevaba a la carretera que unía La
Push con Forks, pero Jacob se detuvo un rato, dejando el motor a ralentí,
delante de la casa de Billy, que se encontraba en el porche junto al Viejo
Quil. Se inclinó un poco sobre mí para que le escuchasen mejor, pasando el
brazo por detrás de mi asiento, y bajó la ventanilla.

―¿Qué hacéis ahí? ―les dijo, sonriéndoles―. ¿No vais a pescar o algo?
Dentro de poco ya será septiembre, tendríais que aprovechar.

―Los osos se han llevado casi todos los salmones ―se quejó Billy,
resoplando.

―Eso es porque son más listos que vosotros ―se mofó Jake.

―No se puede intervenir en el curso de la naturaleza ―afirmó el Viejo


Quil―. Los salmones no han nacido para ser pescados por el hombre, sino
para alimentar a los osos.

Los tres quileute se rieron.

―¿Dónde vais vosotros? ―nos preguntó mi suegro.

―Nos vamos de acampada al Parque Nacional de Olympic con algunos de


los chicos ―le revelé.

―De acampada, ¿eh? ¿Y la tribu? ―quiso saber el Viejo Quil, frunciendo el


ceño.

―Tranquilo, está todo controlado ―resopló Jake―. Sam se encargará de


todo estos días, y yo me pondré en contacto con él continuamente. Además,
volveremos mañana. Déjame respirar,

¿quieres?

―Quién fuera joven de nuevo ―suspiró Billy, alzando la vista al cielo para
recordar días mejores.
―Bueno, nosotros nos piramos ya, que si no llegamos tarde ―les dijo mi
chico.

―Claro, claro, pasadlo bien ―nos animó Billy.

―Dices que volverás mañana, ¿no? ―repitió el Viejo Quil.

―Adiós ―masculló Jake, girando la manivela para subir la ventanilla.

Se incorporó para sentarse bien en su asiento e iniciamos la marcha otra vez


al tiempo que yo les sonreía y les decía adiós con la mano.

Salimos a la carretera asfaltada y el coche comenzó a encaminarse hacia


Forks. No hacía sol, unas nubes algodonosas cubrían el cielo, pero hacía calor
y el día seguía siendo claro, luminoso.

Bajé mi ventanilla de nuevo, quería sentir ese aire cálido dándome en la cara
y agitando mi coleta hacia atrás. Esto no era como la Harley ni las motos o el
lomo de mi lobo, desde luego, sin embargo, era muy agradable. Me asomé un
poco, apoyando el codo en la ventana, y observé el hermoso paisaje que iba
pasando a mi lado. Jake encendió el estéreo del coche para poner algo de
música y también bajó su ventanilla.

222

―¿Con quién iban Jennifer y Alison? ―me preguntó sin dejar de mirar a la
carretera.

―Con Seth y Brenda ―le desvelé, girando el rostro para verle―. ¿Quiénes
vamos al final?

―Pues… ―entrecerró los ojos y frunció los labios, pensando―, aparte de


Seth, Brenda, Ryam, Helen y las gemelas, van Leah y Simon, Embry y
Mercedes, Jared y Kim, Canaan y Sarah, Aaron y Eve, Shubael, Isaac,
Cheran y Collin.

―Guau. Cuántos somos ―murmuré, pestañeando.


―Un montón, como siempre ―rio él.

―No van a entrar las tiendas de campaña ―bromeé, soltando una risilla.

―Bueno, si no, tú y yo podemos acampar en otra parte, ya sabes ―afirmó,


mirándome con una sonrisita pícara―. Así tendríamos más intimidad.

―Jake ―le regañé, riéndome, inclinándome sobre él para darle un manotazo


en el brazo. Él se carcajeó―. Siempre pensando en lo mismo.

―Vamos, nena, no me digas que tú no. ―Y me dedicó otra mirada y otra


media sonrisa pícara.

Pues sí, con un hombre como él era imposible no pensar en eso a menudo,
bueno, más bien, siempre, pero no pensaba reconocérselo.

―Claro que no ―mentí, intentando disimular.

―Venga ya ―rio, echándome miradas fugaces mientras seguía


conduciendo―. Ahora no vayas de puritana. Te gusta tanto como a mí. Solo
hay que ver cuando hacemos el amor y te pones sobre mí, galopando como
una leona salvaje. Uf, eso me vuelve loco, pequeña. ―Y me miró con otra
sonrisita.

Para qué hablaría yo…

―Bueno, vale ―reconocí, algo ruborizada―. Tú también me vuelves loca,


¿contento?

Jake se carcajeó con satisfacción.

―Sí, ya lo sabía ―sonrió, volviendo la vista al frente.

―Eres un caso ―me reí, arrimándome a él para darle un beso en la mejilla y


agarrarme de su brazo.

Apoyé la cabeza en su hombro y su sonrisa se amplió.


Seguimos el trayecto por esa carretera y llegamos a Forks. Atravesamos el
pueblo y salimos a la autopista más adelante, escuchando música y charlando
animadamente. El Golf voló unos cuantos kilómetros y, cuando nos dimos
cuenta, tomamos la salida correspondiente.

La calzada asfaltada se terminó pronto y el camino comenzó a ser la típica


senda de un bosque.

Los árboles empezaron a acompañarnos con más asiduidad, hasta que el


coche ya casi no podía avanzar más. Entonces fue cuando vimos los
vehículos de los demás. Estaban aparcados sin orden alguno, más bien cada
uno estacionó donde pudo. Y Jake hizo lo mismo.

El sitio era un lugar completamente apartado que no debía de conocer nadie


que no fuera un lobo enorme que patrullase por estas tierras de vez en
cuando, un lugar inexplorado, salvaje.

Todos nos esperaban de pie, junto a la vieja furgoneta de Aaron. Nos bajamos
del Golf, Jake cogió la mochila del asiento trasero, se la cargó a la espalda y
nos acercamos a ellos, cogidos de la mano.

―Qué pasa, tío ―le saludó Embry a Jake.

―Hola ―correspondió mi chico, saludando también al resto.

Los dos chocaron los puños a modo de saludo.

―Ya era hora ―protestó Ryam, que se encontraba apoyado en la furgoneta,


con los brazos cruzados―. A ver si cambias de coche de una vez, llevamos
aquí quince minutos.

Ryam y Helen iban de negro, como todos los días, aunque la única diferencia
es que los pantalones que llevaban hoy eran unos vaqueros largos, eso sí,
oscuros.

―Pues aguántate, idiota, no haber venido tan pronto ―resopló Jacob,


mirándole con cara de malas pulgas―. Además, me encanta mi coche, ¿vale?
Suspiré. Helen y yo nos miramos y las dos pusimos los ojos en blanco. Jacob
y Ryam seguían igual que hace tres años, no había cambiado nada.

―Hola ―sonreí yo, dirigiéndome a todos nuestros amigos, aunque me


acerqué a Helen, Brenda y a las gemelas especialmente―. ¿Cómo estáis?

Jennifer, Alison y yo nos abrazamos y nos dimos un beso.

―Bien ―me contestó la última―. Bueno, a ti no te preguntamos, ya vemos


que estás genial.

―Sí, se nota que te tratan bien ―siguió su hermana, señalando a Jake, el cual
desplegó una de sus maravillosas sonrisas.

―¿Cómo os va? ―les preguntó él.

223

―La vida en el Campus es muy dura ―ironizó Jennifer.

―Ya, se os ve muy agobiadas ―dijo mi chico, siguiéndole la corriente.

El bosque se llenó de risitas.

―Pues aquí lo vais a pasar mejor, ya veréis ―afirmó Shubael, que ya estaba
pegado a Alison.

Isaac le sonrió a Jennifer, intentando que le saliera una especie de mueca


seductora.

Como siempre, estos dos intentando ligar. La verdad es que Isaac y Shubael
no eran nada feos.

A ver, desde luego no eran tan guapos como Jake, por lo menos para mí, pero
no estaban nada mal.

Isaac, como la mayoría de los lobos, tenía su pelo moreno corto y sus ojos de
color marrón oscuro.
Sus facciones eran angulosas y su barbilla afilada, confiriéndole a su cara una
forma triangular que marcaba sus pómulos, pero su rostro era muy varonil y
tenía esa belleza típica de los metamorfos. El semblante de Shubael tenía una
forma más rectangular, y estaba bien enmarcado por un cabello un poco más
largo del que siempre se escapaban dos mechones para caer sobre su frente,
mechones que no llegaban a taparle los ojos pero que siempre enviaba hacia
arriba con un resoplido. Conclusión, que no ligaban nada por culpa de esa
bocaza que tenían. Cuando había chicas solteras y libres, deberían de
desplegarse unos carteles luminosos sobre las cabezas de Shubael e Isaac que
advirtieran del peligro que corrían ellas. Aunque, bueno, las gemelas no
parecían muy disgustadas con ellos, la verdad. Parecían bastante halagadas,
más bien, repasaban a los dos altos y fuertes quileute, eso sí con timidez.

―Bueno, ahora que estamos todos ya podemos ponernos en marcha, ¿no?


―propuso Cheran, sujetándose las tiras de su mochila al tiempo que se
balanceaba de atrás hacia delante.

―Sí, buena idea ―aprobó Jared, que sostenía la mano de su tímida Kim―.
Cuanto antes empecemos, antes llegaremos al lago.

―Pues venga, vamos ―apremió Jake, tirando de mí para iniciar la marcha.

Comenzamos a caminar y los demás hicieron lo mismo, dejando los


vehículos a nuestras espaldas.

―¿Dónde queda ese lago? ―quiso saber Brenda, que andaba justo detrás de
nosotros, al lado de Seth―. ¿Está muy lejos?

―No te voy a engañar ―le respondió Jake sin girarse, ya que tenía que
esquivar las ramas que se presentaban a nuestro paso―. Queda al este, a
bastantes kilómetros. Vas a tener que patear bastante.

―Pero no te preocupes, pararemos a descansar de vez en cuando, y a comer,


y yo te llevaré en brazos si te cansas ―arregló enseguida Seth.

Por el rabillo del ojo vi cómo Brenda le sonreía y le daba un beso corto en los
labios.
―Si te cansas, yo también puedo llevarte en brazos ―escuché que le decía
Isaac a Jennifer, y por el tono de voz, supe que sonreía con esa pretendida
seducción.

―Ah, gracias ―le contestó ella algo sorprendida y cohibida a la vez―. Pero
creo que podré llegar yo sola.

A Jake se le escapó una risilla maléfica.

El bosque nos acogía con una brisa cálida que mecía las hojas con suavidad,
aunque las ramas bajas de los árboles y ese terreno lleno de montículos,
helechos y espesa hierba querían ponernos las cosas difíciles. Las diferentes
aves que habitaban el boscaje se hacían de notar con sus cantos y graznidos,
otras con sus cortos vuelos de árbol en árbol, y las ardillas correteaban por las
cortezas de los troncos con esos saltitos graciosos y ágiles. Algunas de las
bajas rocas que teníamos que atravesar estaban llenas de musgo, tal era el
espesor de las copas arbóreas que nos cubrían, y se resbalaba bastante, así
que más de una chica aprovechó para arrimarse más a su pareja, simulando
torpeza, yo incluida, y ellos nos asistían para caminar mejor encantados de la
vida, creyendo que nos ayudaban.

Después de caminar un par de horas, salimos a un claro desde el que ya se


divisaban las montañas de Olympic. Aunque era finales de agosto, la parte
superior de sus cimas ya tenían algo de nieve. Un estrecho sendero ya se
abría paso entre la alta hierba y el camino se hizo más llevadero y dócil, señal
de que este era paso habitual de excursionistas.

El calor ya llevaba un buen rato notándose, así como el cansancio en la


mayoría de las féminas, y decidimos que era hora de parar a descansar y
almorzar algo. Leah y yo estábamos como rosas, aunque sí que teníamos
hambre.

Sacamos las toallas de las mochilas y las extendimos sobre esa pradera bien
poblada, las unas junto a las otras. Nos sentamos y nos pusimos a comer los
bocadillos que habíamos preparado. Por supuesto los lobos se habían traído
media despensa. Yo me repantigué junto a Jacob, bien pegadita 224
a él.

―¿Qué tal va el tema de tu taller? ―le preguntó Canaan a Jake, dándole un


buen bocado a su bocadillo.

Mi chico masticó lo que tenía en la boca y lo tragó.

―He encontrado un local que no es muy caro ―le reveló―. ¿Recuerdas la


antigua ferretería?

―Sí, ¿la del Viejo Uley?

―Sí ―ratificó Jacob. Le arreó un mordisco a su bocadillo, lo tragó casi sin


masticar y siguió hablando―. Desde que el Viejo Uley la palmó, su familia
no sabía qué hacer con el local, así que después de todos estos años, lo
venden.

―Es bastante grande, ¿no? ―dijo Leah.

―Es genial ―sonrió Jake―. Y lo mejor de todo: barato. Con mis ahorros me
llega de sobra para comprarlo y arreglarlo.

―Entonces, ¿lo vas a comprar? ―inquirió Seth, cogiendo otro bocadillo de


su mochila.

―Ajá. ―Y Jake se metió otro trozo en la boca.

―Qué guay ―rio Aaron―. Ya tenemos un garaje en La Push.

―Bueno, bueno, todavía tengo que montarlo todo y eso ―le sosegó mi
chico, abriendo nuestra mochila para hacerse con otro bocadillo―. Tardaré
unos meses en conseguirlo todo.

―El señor Farrow también le va a vender algo de maquinaria a un precio


muy módico ―añadí yo, orgullosa por mi marido―. Será de segunda mano,
pero todo funciona muy bien, ¿verdad, Jake?

―Sí. Mi jefe siempre ha cuidado muy bien las cosas.


―Desde luego, el señor Farrow te aprecia bastante ―opinó Sarah,
sonriendo―. Siempre has sido su ojito derecho, ¿no es cierto?

―Bueno, no tiene hijos. Supongo que me ve como algo parecido, no sé. Es


muy estricto y refunfuñón, pero es un buen tipo ―afirmó Jake, hablando con
cariño.

―¿Y tú? ¿Qué tal tus estudios, doctora Black? ―me preguntó Eve, dándome
un pequeño codazo en el costado a la vez que me guiñaba el ojo.

―Todavía queda para eso de doctora ―sonreí―. Carlisle es un profesor


bastante exigente.

―Como dijo Emmett, es un hueso ―se rio Jake, acordándose de aquello.

―¿Tan duro es? ―rio Mercedes también.

―Sí, lo es ―suspiré, sosteniendo mi sonrisa―. Pero sé que lo hace porque


quiere lo mejor para mí. Y eso que estoy estudiando medicina general, que si
estuviese estudiando para cirujano o algo así… ―reí.

―Es normal ―declaró Brenda―. Todos los padres, abuelos, etcétera quieren
lo mejor para nosotros.

―Oye, ¿qué os parece si luego echamos un partidito? ―propuso Collin.

―¿Has traído un balón? ―preguntó Cheran.

El primero lo sacó de su mochila y alzó su balón de rugby, exultante.

―Claro, tío, cuenta conmigo ―sonrió Jared, ya comiéndose lo que le


quedaba de bocadillo a toda prisa.

―Conmigo también ―se apuntó Embry, haciendo lo mismo.

―Puaj, yo paso ―dijo Seth, estirándose―. Prefiero echarme una siestecita


aquí. ―Y dejó caer su espalda sobre la toalla para tumbarse.
―Yo creo que también paso ―dijo Simon, sonriendo―. No tengo ganas de
que me machaquen ningún hueso.

―Pues yo sí voy ―aceptó Jake. Luego, giró el rostro hacia mí―. No te


importa, ¿no?

―Claro que no, no seas tonto ―reí, llevando la mano a su mejilla para
voltearle la cara de nuevo, en broma.

―Pues, hala, vamos ―apremió Collin, poniéndose en pie.

―Vengo enseguida ―aseguró mi chico, dándome un beso corto en los labios


antes de levantarse―. En cuanto termine con estos en un santiamén.

―Ja, ni lo sueñes ―le contradijo Embry, pegando un brinco desde su toalla


para colocarse a su lado.

―Venga, venga ―azuzó Cheran, empujando a ambos.

Se me escapó una risilla y me quedé observando cómo los chicos se iban


levantando poco a poco y cómo se organizaban para jugar.

―¿Seguro que no quieres ir? ―le preguntó Leah a su prometido.

―No, paso ―ratificó él, riéndose―. Prefiero quedarme entero.

225

Nos reímos y volvimos la vista a ese partido que no tardó en comenzar.

226

El lago

―¡Mía! ―reclamó Cheran, pegando un bote altísimo para coger el balón.

―¡Ni hablar! ―le contradijo Jared, brincando a la vez que él.


Los dos quileute chocaron en el aire de forma estrepitosa, aunque el balón
terminó en las manos del primero, que lo aferró con fuerza contra su pecho
desnudo ―habían terminado quitándose las camisetas, del calor que tenían
jugando―, y ambos se estrellaron en el suelo, casi de morros. Menos mal que
teníamos una alfombra bien tupida de hierba, y aun así, el terreno retumbó en
los traseros de los que nos encontrábamos sentados.

Jared y Cheran no se hicieron daño, por supuesto, pero con el golpe el balón
se le escapó al último y terminó rodando unos metros.

―¡Ja, esto es para mí! ―clamó Jake, recogiéndolo para acogerlo en su torso
y echar a correr como un poseso.

―Mierda ―masculló Cheran, que solamente le dio tiempo a levantar la


cabeza para observar cómo le arrebataban su preciado botín.

―¡Corre, Jake! ―gritó Jared, como si le fuese la vida en ello.

En fin, hombres…

Mi chico galopaba con prisas, perseguido por el resto de sus contrincantes:


Shubael, Isaac, Collin y Aaron.

―¡Corre, Jake! ―grité yo.

Bueno, yo también me emocionaba con esto, sobre todo cuando el


protagonista de la jugada era mi chico.

Pero el resto consiguió alcanzarle y le pararon los pies, derribándole por


detrás. Jacob cayó al suelo, con sus cuatro hermanos sobre sus espaldas. Eso
sí, consiguió retener el balón bajo su torso.

―¡Ay! ―se quejó de pronto, profiriendo un fuerte gemido que salió de entre
los grandes cuerpos que le cubrían.

Él era muy grande y fuerte y era muy difícil que le pasara algo, pero los otros
también lo eran.
No me hubiera preocupado si no fuera porque los que se le habían caído
encima, igual que si de una montaña se tratase, también eran cuatro quileutes
tan fuertes como él.

La sonrisa se me borró de la cara en un santiamén y me puse de pie


automáticamente, alertada.

―¡Jake! ―voceé, corriendo hacia él al tiempo que los cuatro quileutes se le


quitaban de encima y el resto de sus hermanos se acercaban con prisas para
comprobar su estado.

―¡Nessie! ―me llamó, llevándose la mano al hombro mientras se retorcía de


los dolores.

No pude evitarlo. Sabía que se curaría pronto, pero verle sufrir, fuera cual
fuera la razón, me helaba el corazón.

Me abrí camino entre los altos metamorfos con urgencia y me dejé caer de
rodillas, junto a él.

―¡Jake! ―me incliné sobre él y le acaricié la cara con nerviosismo, asustada.

―¡Mi hombro! ¡Creo que me lo he dislocado! ―masculló con el rostro


bañado en dolor.

No estaba para nada más, pero creo que el resto que se encontraba en las
toallas también llegó a ese sitio para ver a Jake.

―¡Oh, Dios mío! ―exclamó Jennifer, creo que llevándose las manos a la
boca con espanto―.

¡Hay que llamar a emergencias!

Sí, se habían acercado.

―Tranquilo, cielo ―intenté calmarle, siguiendo con mi obsesión de acariciar


su cara.
Aunque yo estaba histérica. ¿Y ahora qué hacía?

―¡Hay que recolocárselo! ―dijo Jared, que parecía que me hubiera leído el
pensamiento―. ¡Si no se curará mal!

―¡Nessie…, colócamelo tú! ―me suplicó Jake, agarrándome de la muñeca a


la vez que me imploraba con mis adorados ojos negros.

―¡Vamos, pronto! ―me azuzó Cheran.

227

―¡Tienes que hacerlo ya! ¡El hueso se le solidificará mal si no actúas ahora!
―siguió Collin.

¡¿Yo?! ¡¿Y si se lo colocaba mal?!

―¡¿Pero, qué decís?! ―criticó Alison, extrañada.

Y encima estas dos no se enteraban de nada.

―¡Nessie…! ―me imploró Jacob otra vez, gimiendo y retorciendo su


hermoso rostro.

Calma, Nessie, calma, me dije a mí misma, respirando hondo.

―Vale, cielo…, no… no te preocupes ―acepté con prisas, aunque con algo
de miedo todavía―.

Te lo coloco ahora. Déjame ver.

Cogí la mano que tenía sobre su hombro rápidamente y se la aparté para


poder trabajar sobre el mismo.

―Sí, por favor, doctora Black, colócamelo ―murmuró con una voz
pusilánime, y, de repente, su rostro se relajó y desplegó una amplia sonrisa
golfa mientras aferraba mi mano, entrelazando sus dedos con los míos.
Los quileute que habían salido a jugar explotaron en carcajadas cómplices y
chocaron los puños, los unos con los otros.

―¡Tenías razón, Jake! ¡Se lo ha tragado! ―rio Cheran.

―¡Vaya una doctora! ―se mofó Jared―. ¡Empezamos bien, si te asustas por
esto!

―Sois unos idiotas. Menudo susto nos habéis dado ―resopló Leah, dándose
la vuelta para volver a su toalla, si bien también se le escapó la risa.

Lo sé porque la oí reírse a mis espaldas. No solo Simon la siguió. El resto


volvió a lo suyo, también entre risitas.

―Ya decía yo que decían cosas muy raras ―le murmuró Alison a su
hermana.

Mi ceño y mi boca cayeron a la vez, y yo seguía paralizada. Todo había sido


una broma bien premeditada, aunque tenía la ligera sospecha de quién había
sido el lumbreras que lo había discurrido.

―Eres… eres… ―farfullé, apretando mis labios, si bien no pude evitar que
mi comisura se escapase hacia arriba.

Jake se carcajeó y tiró de mi mano para que me cayese sobre él, pero no le
dejé. Conseguí sentarme encima suyo y comencé a pelearme con sus manos,
que se empeñaban en que las mías no llegasen a su cara, mientras nos
reíamos.

―Idiota ―me quejé entre risas, intentando zafarme de sus manos―. Me has
dado un susto de muerte.

―¿De veras creías que me iba a dislocar el hombro tan fácilmente? ―se
mofó.

―¿Quieres que hagamos la prueba? ―le amenacé en broma, sonriéndole.

―No soy tan blandengue, ¿sabes? ―respondió, correspondiendo mi sonrisa.


Miré hacia atrás para cerciorarme de que las gemelas estaban en sus toallas y
me giré hacia él otra vez, siguiendo con nuestra pelea de manos.

―Te recuerdo que un vampiro te podría hacer papilla en tu forma humana


―cuchicheé―. Y

esos cuatro lobos equivalen a un vampiro.

Jacob se dio la vuelta, pillándome totalmente por sorpresa, e invirtió nuestra


postura. En un instante me vi echada en el suelo, entre sus brazos. Las
mariposas ya saltaron, alocadas, y mi corazón metió la quinta.

―¿Tanto te asustaste? ―murmuró, clavándome esa profunda mirada suya al


tiempo que me mostraba su sonrisa torcida―. Es decir, ¿en serio pensaste
que me había dislocado un hombro?

―Pues sí ―reconocí, admito que mirándole embobada―. Sois muy brutos, y


entre vosotros podéis lesionaros. Cualquier día os vais a hacer daño de
verdad.

Intenté que mi frase sonase un poco seria, pero tenerle sobre mí, clavándome
esos intensos ojazos negros que me hipnotizaban solo con pasar de refilón
por los míos, me desconcentraba bastante. Tuve que luchar contra mí misma
para no montar una escenita delante de todos nuestros amigos, porque me
moría por pegarle a mí y comérmelo.

―Pero para eso tenemos a nuestra futura doctora, ¿no? ―Y me mostró una
sonrisa burlona.

―Ja, ja, me parto de la risa ―ironicé.

―Era una broma ―se rio con una risilla silenciosa―. Solo queríamos
ponerte a prueba, a ver cómo iban tus estudios.

―Qué graciosos ―mascullé. Él se rio de nuevo―. Pues ya ves todo lo que


me queda por aprender ―suspiré finalmente.
―Hey, qué va. Lo has hecho muy bien, ¿sabes? ―me animó, ahora
hablándome más serio―. Te 228

pusiste un poco nerviosa al principio, es normal, pero enseguida templaste los


nervios y ya te ibas a poner a trabajar. Eso ya dice mucho. Serás una doctora
genial.

―¿Tú crees? ―le pregunté, mordiéndome el labio.

Su tórrida mano se acercó a mi rostro para acariciarlo y, cómo no, me


estremecí.

―Estoy completamente seguro ―afirmó, mirándome con convicción.

Me sonrió y mi boca se la correspondió sin remedio. Luego, mi corazón y


mis mariposas saltaron de nuevo cuando Jacob se inclinó más, casi pegando
del todo su pecho desnudo a mi torso, acercó su cálido rostro al mío y sus
labios quedaron a un centímetro de los míos, que eran acariciados con su
abrasador aliento. Entonces ya no pude evitar cerrar los ojos e hiperventilar
como una tonta mientras mis manos se iban a su nuca y a su espalda y mi
boca ya se alzaba levemente para buscar la suya. Parecía una quinceañera a la
que nunca hubieran besado.

―Tengo que confesar que también monté esa broma porque quería dejar de
jugar, ya te echaba de menos ―susurró, y ese tórrido aire que exhalaban sus
pulmones rozaba mis labios con la excusa de esas palabras. Jadeé sin
remedio―. Me moría por besarte ―exhaló de nuevo, por fin pegando sus
ardientes labios a los míos.

Esta vez mi estremecimiento fue mucho más intenso y mis coloridos insectos,
junto a mi ritmo cardíaco, se aceleraron sin parar.

Si estuviéramos en casa, esto hubiera continuado de otra manera, pero al estar


aquí, rodeados de nuestros amigos, tuvimos que cortarnos bastante, así que
entrelazamos nuestras bocas una y otra vez, aunque con mesura, controlando
en todo momento que la cosa no sobrepasara esa raya imaginaria que
separaba un romanticismo y una pasión normales de una locura total,
incontrolada e imparable.

Y cómo costaba hacer eso.

Esa energía mágica de siempre bailaba a nuestro alrededor, incitándonos a


entregarnos del todo, y su cuerpo caliente me transmitía su ardor por todas
partes. Tuve que reprimir a mis manos para que no se movieran del sitio,
porque si las dejaba volar con libertad…

―¡Puaj! Siempre igual, ¿es que no os cansáis nunca? ―se burló Isaac.

Jacob dejó mis labios.

―Pírate por ahí ―le contestó con un murmullo, arrancando unas hierbas
para tirárselas sin mirarle, ni siquiera despegó su boca de la mía más de tres
milímetros.

Y acto seguido volvió a unir sus ardientes labios a los míos para comenzar a
besarme de nuevo.

Sí, tuve que reprimirme mucho.

Por la tarde reiniciamos la marcha, eso sí, después de que los chicos se
comieran otros tantos bocadillos más y esperásemos para que reposasen un
poco la comida.

Seguimos la caminata por la extensa pradera de ese claro y la continuamos


por el bosque contiguo que la bordeaba. El camino se volvió angosto e
incómodo de nuevo, lleno de ramas que nos impedían caminar bien, y
después de varias horas recorriendo el boscaje, salimos a otra pradera desde
la que se veía un enorme lago.

Los quileute se carcajearon, contentos por haber llegado, y se echaron a


correr en dirección al agua entre risas y aullidos, tirando las mochilas al suelo
por el camino.

―Qué locos ―me reí, viendo la escena.


Sin pensárselo dos veces, Jake y el resto de los lobos se metieron en el lago,
dando grandes zancadas sobre el agua con sus largas piernas para terminar
sumergiéndose del todo. Luego, se pusieron a hacerse aguadillas los unos a
los otros. Los únicos que se quedaron en tierra fueron Ryam y Simon.

―Son igual que críos ―suspiró Leah, haciendo negaciones con la cabeza
mientras sonreía al verlos.

―Realmente te compadezco ―le dijo Sarah, palmeando su hombro.

Las gemelas soltaron unas risillas. Bueno, al menos parecían estar


pasándoselo bien.

―¡Venga, chicas, venid! ―nos instó Canaan, haciéndonos un gesto con la


mano―. ¡El agua está muy buena!

―¡Ni hablar! ―rio Eve.

―Bah, vosotras os lo perdéis ―lamentó Shubael.

Mientras Jake y los otros se lo pasaban en grande en el agua, me acerqué a la


mochila y la abrí para ir sacando las cosas. Cogí la bolsa de la tienda de
campaña, que se posaba en la parte superior de la mochila, y la dejé sobre la
hierba. Cuando me puse a sacar la lona de la tienda para 229

extenderla en el suelo, las demás me imitaron.

―Espera, te ayudo ―se ofreció Jake, saliendo del agua a toda prisa con esas
grandes zancadas.

Llegó a la orilla en dos segundos y se plantó junto a mí en uno. El resto de los


chicos también se fijó en que estábamos montando las tiendas y fueron
dejando el agua en estampida.

Me fijé en mi chico, cómo no. El agua le chorreaba de todas partes. De su


corto pelo, de su camiseta, de los pantalones, incluso de las deportivas
blancas. La prenda que cubría su torso se le pegaba con ganas…
―Ahora estás empapado ―sonreí, acercándome a él para pasar mis dedos
por su cabello.

―Nah, no importa ―minimizó, sonriéndome embobado.

Le encantaba que mis dedos pasasen a través de su pelo.

―Será mejor que te quites esa ropa enseguida ―le aconsejé, retirando mi
mano de su cabeza para que reaccionase―. Si montamos la tienda rápido,
podrás cambiarte.

―Sí, mamá ―se burló.

Le di un pequeño empujón en la cara con mi mano para ladearla en broma.

―Idiota ―reí.

Se carcajeó un poco y se quitó la camiseta. Mis ojos no podían evitarlo,


trabajaban por cuenta propia, y se fueron solos hacia su impresionante pecho
desnudo para repasarlo bien. Daba igual cuántas veces lo vieran, jamás se
cansaban de mirarlo y mirarlo. Con el resto de su cuerpo pasaba lo mismo,
pero como ahora solo tenía a la vista su torso…

Jake se dio cuenta y alzó un lado de su labio para sonreírme con esa sonrisa
torcida que me volvía loca. Noté cómo la sangre invadía la zona de mis
mejillas sin que yo pudiese hacer nada para remediarlo y él sonrió más.

Carraspeé.

―Ayúdame a montar esto, anda ―le pedí, agachándome para acceder a la


tienda de campaña.

―Voy.

Mi chico escurrió la camiseta, se quitó las deportivas con los mismos pies y
extendió la prenda en la hierba, junto al calzado, para que fuese secando.

Se acuclilló a mi lado y abrió unas cremalleras laterales que se dibujaban a


ambos lados de la lona azul. Después, y con un sencillo gesto, tiró de los dos
cordones negros que salían por ambas aberturas, me apartó hacia atrás con su
brazo y la tienda despegó hacia arriba, montándose sola.

―Voalá. ―Me miró, sonriéndome.

―Oh ―musité, observando la tienda, sorprendida.

―Qué rápido, ¿eh?

―Creía que era de esas que se tardan en montar una hora ―reí, mirándole a
él.

―Agradéceselo a Emmett, fue él quien nos la regaló, ¿recuerdas?

―Ah, sí ―recordé.

Nos hacían tantos regalos por nuestros cumpleaños y por Navidad, que a
veces ya se me olvidaban las cosas que nos regalaban.

―Ahora solo hay que asegurarla en el terreno ―declaró, sacando una bolsita
de la propia bolsa en la que iba guardada la tienda.

La abrió y vi cómo sacaba unos clavos grandes de metal y una especie de


martillo. Mientras él afianzaba la tienda al suelo, los demás seguían
montando sus viejas tiendas. Incluso nos dio tiempo a entrar, colocar los
sacos y a que él se cambiase de ropa.

Cuando todos terminamos la tarea, esa parte del prado quedó adornada con
un puñado de tiendas de campaña de varios colores y formas que se
distribuían en círculo, quedando las entradas en el interior del mismo.

―¡Ya está! ―exhaló Seth, dejándose caer sobre la hierba.

―Ten cuidado ―le regañó Brenda―. Todavía estás mojado, se te va a pegar


toda la porquería a la ropa, y el verde de la hierba se quita fatal.

―Sí, sí ―accedió él, pegando un bote para levantarse.


Desde que vivían juntos, en La Push, Brenda estaba muy pendiente de esas
cosas. Se ve que Seth no tenía mucho tiempo para las tareas domésticas y que
era ella la que tiraba de ese carro.

La noche ya se estaba cerniendo sobre nosotros y se levantó una ligera brisa


que no era fría, pero sí lo bastante fresca como para que a las féminas nos
diese un respigón.

―Será mejor que hagamos una hoguera ―se percató Aaron, que ya estaba
frotándole los brazos a Sarah―. Dentro de nada hará más frío.

―¿Quieres que te ayude a calentarte? ―le preguntó Shubael a Alison,


mostrándole una 230

sonrisita.

―¿Cómo? ―pestañeó esta, un tanto atónita.

―Me refiero a frotarte los brazos y eso ―le aclaró él, haciendo el gesto con
las manos.

―Yo también puedo hacértelo ―se unió Isaac, diciéndoselo a Jennifer―. Es


decir, frotarte los brazos ―se apresuró a aclarar.

Las dos gemelas se miraron.

―No, gracias ―contestaron las dos a la vez, dirigiendo sendas miradas a los
dos quileutes.

Y acto seguido soltaron unas risitas tontas que hicieron que los dos
metamorfos también sonrieran con satisfacción.

―Vosotros no paráis nunca, ¿verdad? ―suspiró Sarah, poniendo los ojos en


blanco.

―Bueno, voy a buscar unos leños para hacer la pira ―dijo Jake, empezando
a caminar hacia los árboles.
―Voy contigo ―le acompañé, agarrándome de su mano en cuanto llegué a
él.

―Yo también voy ―nos siguió Ryam.

―Espérame ―le pidió Helen, poniéndose a su lado.

―No hace falta que vengas ―le resopló Jake a Ryam―. Nosotros dos
podemos de sobra.

―¿Qué pasa? ¿Es que queréis estar solitos? ―se mofó este con cierto
retintín.

―Imbécil ―farfulló Jacob―. Solo vamos a coger leños, ¿vale? ¿Te queda
claro? ―El tono sarcástico de mi chico se fue incrementando.

―A mí como si coges el bosque entero ―masculló Ryam, mirando a otro


lado.

Helen y yo suspiramos a la vez.

―En fin, con cuatro que vayan a buscar leños ya son bastantes ―afirmó
Seth, sentándose en la hierba.

―¡Seth! ―escuché que le regañaba Brenda.

Y por el rabillo del ojo vi cómo él pegaba otro brinco para levantarse. Solté
una risilla y seguí caminando, junto a Jake, Ryam y Helen.

Nos adentramos un poco entre los árboles y Ryam tiró hacia la derecha,
haciendo que Helen se fuera detrás de él, algo dubitativa.

Mi chico se paró y yo lo hice con él.

―¿Adónde vas? ―quiso saber Jake, frunciendo el ceño, extrañado.

Ryam se detuvo y se giró para mirarle. Helen se paró a su lado.


―Por aquí hay más leños ―le contestó él, señalando la zona con la mano.

―¿Qué dices? ―cuestionó mi chico―. Hay más por aquí, los he visto de la
que veníamos.

―No, hay más por aquí ―rebatió Ryam, dándose la vuelta para comenzar a
caminar hacia esa zona.

Jake resolló por la nariz.

―Bueno, pues haz lo que te dé la gana ―gruñó, y se giró hacia el otro lado,
tirando de mí―.

Nosotros vamos por aquí.

―Pues muy bien ―terminó Ryam, acompañado por Helen, que no sabía
hacia dónde tirar al principio pero que acabó por irse con él.

―Pues vale ―concluyó Jacob sin dejar de caminar.

―Sois como críos ―protesté, andando con Jacob.

―Estúpido. Siempre a su bola ―volvió a farfullar.

Con el cabreo, Jake llevó sus pasos con más presteza y nuestra búsqueda se
internó un poco más en ese bosque que ya era casi oscuro del todo, aunque
tampoco nos alejamos tanto, por eso opté por no decirle nada y dejarle
tranquilo. Al cabo de unos minutos, mi Jacob volvía a ser el Jacob cariñoso y
alegre de siempre.

―Creo que aquí habrá leños, ¿no crees? ―le sonreí al ver que su rostro ya
estaba relajado.

Jacob se paró, observando a su alrededor, y yo me detuve con él.

―Sí, creo que sí ―se rio, mirándome con esos ojazos negros.

Me acerqué a él y le di un beso corto en los labios.


―Pues será mejor que nos pongamos a ello ya. Antes de que oscurezca más
―sugerí.

―Sí ―sonrió, rascándose la nuca al tiempo que repasaba el terreno con la


vista para ver por dónde empezaba.

Fui la primera que me agaché para comenzar a coger leños, pero él no tardó
nada en seguirme.

Mis brazos pronto se llenaron de palos grandes, sin embargo, los suyos
abarcaron más cantidad y todavía tenían sitio de sobra.

231

Nos miramos al darnos cuenta de eso y nos reímos, aunque Jake enseguida se
puso a gastarme bromas, intentando colarme más palos a mí.

―¡No, Jake! ―me reí―. ¡Se me van a caer todos!

―Solo un par de ellos más ―siguió bromeando, extendiendo la mano, que


llevaba otro leño.

―¡No! ―protesté entre risas, apartando mis brazos.

De repente, en medio de nuestras carcajadas, se escuchó el crujido de una


rama, de una rama enorme que colgaba de algún árbol.

Ambos nos alzamos con precipitación, en estado de alerta.

―¿Qué ha sido eso? ―musité, vigilando las alturas.

―No tengo ni idea ―murmuró él, apretando los dientes y los leños que
albergaban sus brazos mientras sus ojos también escudriñaban las copas
arbóreas.

Y, de pronto, la fresca brisa trajo consigo un fuerte olor a amoniaco que me


dejó completamente paralizada y helada.
232

En medio

Mi pulsera comenzó a vibrar con insistencia al instante, avisándome del


peligro que se cernía sobre nosotros, y acto seguido diferentes crujidos de
menor intensidad se fueron sucediendo con precipitación, cada vez se oían
más cerca. Hasta que por fin pararon.

Entonces, los leños se me cayeron al suelo automáticamente cuando vi lo que


vi, y Jacob tiró los suyos, poniéndose delante de mí súbitamente para
protegerme, aunque no se transformó.

De entre las sombras de la copa de un árbol, apareció un ser monstruoso de


ojos amarillos reflectantes, un ser con la forma de un humano descomunal
cuyo cuerpo estaba bastante cubierto de un largo pelaje gris y cuya ropa
estaba hecha trizas. No me lo podía creer. Era un licántropo.

Mis ojos ya no podían estar más abiertos, y mi cuerpo se puso a temblar de


inmediato, del pavor que ese monstruo me producía. Ya habíamos combatido
con seres mucho peores, pero el recuerdo que tenía de aquel horrible
licántropo que me había acosado hace años todavía me congelaba el alma.
Jacob lo notó y me cubrió más.

Ese monstruo pegó un ágil salto y aterrizó junto al tronco del árbol, a unos
metros de nosotros.

―No te separes de mí ―murmuró Jacob.

―No ―conseguí musitar, con una respiración entrecortada.

El licántropo se quedó quieto, observándonos con esos ojos que brillaban en


la oscuridad como los de un gato, aunque su repulsivo labio se alzaba para
mostrar parte de sus colmillos y su respiración se asemejaba a unos
incipientes gruñidos. Jake aguardó, expectante, y esperó a la siguiente
reacción del monstruo para ver si se transformaba o no.
Durante ese transcurso de tiempo, me di cuenta de que este licántropo era del
mismo tipo que el de Nahuel. Sus semejanzas físicas eran más que evidentes,
pero había algo más. No había luna llena, y la noche todavía no había
cubierto el cielo del todo. Los licántropos normales solo se transformaban en
la noche, y solo cuando había luna llena, sin embargo, el licántropo mutado
de Nahuel siempre seguía siendo licántropo de día, y sin luna llena por la
noche. Pero tampoco se me pasó otra diferencia, y esta era la que me
producía escalofríos. Los licántropos normales solamente perpetuaban su
especie a través del contagio por mordedura, como los vampiros, sin
embargo, estos otros licántropos podían hacerlo reproduciéndose. Recordé
todo aquello sobre mis genes que nos había explicado Carlisle hace años y
volví a sentir un rayo frío que atravesó mi cuerpo de arriba abajo. ¿Sería eso
lo que quería este licántropo?

―Eres el Gran Lobo ―habló esa criatura de pronto con una voz grave y
profundamente gutural que hizo que incluso me sobresaltase.

Ya se me había olvidado que estos licántropos podían hablar, por eso me


tomó por sorpresa. Era cierto, el licántropo de Nahuel también había hablado
una vez, aunque solo lo había hecho en una ocasión, y su voz había sonado
enlatada y vieja, por no haberla usado en muchos años. En cambio, se notaba
que este licántropo hablaba con más asiduidad.

Jacob se tomó su tiempo para contestar. Pero finalmente lo hizo.

―Sí, soy yo ―respondió, alzando la barbilla con autoridad y dominio―.


¿Cómo lo sabes? ―exigió que le revelase.

―Tu mirada es especial ―afirmó el licántropo.

―No me digas ―le dijo Jake, usando ese sarcasmo tan suyo―. ¿Y qué es lo
que quieres?

Los repugnantes ojos de ese monstruo oscilaron hacia mí y mi cuerpo se vio


invadido por otro escalofrío. Jake se agazapó un poco automáticamente.

―No se te ocurra ni el amago de pensarlo, ni siquiera te atrevas a mirarla


―masculló Jacob con ira contenida, haciendo que el licántropo apartase la
vista de mí al instante y sus pupilas regresasen a las suyas. No podía ver sus
ojos, porque estaba detrás de él, pero por el tono de su voz y por la cara de
ese licántropo sabía que eran extremadamente amenazadores y agresivos―.
Si la tocas, si la miras, te mataré ahora mismo, ¿entendido?

―Dicen que eres inmune a nuestra mordedura. ―Más que una afirmación
parecía que el licántropo estaba haciendo una pregunta.

233

―Veo que en el mundo de los licántropos las noticias también vuelan ―le
corroboró Jake, siguiendo con la misma postura.

El licántropo se quedó mudo durante un par de segundos, mirando a Jacob


fijamente, como con resignación.

―No he venido a por ella ―declaró ese monstruo finalmente―. Me he


encontrado con vosotros por casualidad.

Parecía sincero. Pero mi pulsera seguía vibrando con insistencia, cosa que me
desconcertó bastante.

―¿Entonces, a qué has venido? ―quiso saber mi chico en un tono


monocorde y claramente amenazador.

De pronto, se escuchó el quejido de una rama pisada, a lo lejos, y el


licántropo giró su cabeza precipitadamente, en esa dirección.

Nosotros no giramos el rostro, pero también desviamos la mirada hacia allí


durante un mínimo instante, para ver de qué se trataba. Entonces, de una
forma completamente súbita y rápida, ese monstruo echó a correr en la
dirección contraria, perdiéndose por las copas de los árboles con un gran
salto.

Antes de que nos diese tiempo ni a pestañear, aparecieron unos borrones


supersónicos, pasando de largo a la velocidad de la luz, delante de nuestras
narices, y se fueron para perseguir al licántropo. No parecieron percatarse de
nuestra presencia, y si lo hicieron, parecía ser más importante ese monstruo.
El olor no nos engañaba, pero por lo deprisa que iban ya había deducido que
eran vampiros, y pude contar hasta cinco.

―Jake, se dirigen a donde están todos ―me di cuenta de repente,


poniéndome frente a él con presteza. Le miré a los ojos con preocupación―.
Y las gemelas no saben nuestro secreto ―le recordé.

―Vamos ―apremió, apartándose a un lado―. Pero no te separes de mí.

Se dejó caer hacia delante, extendiendo los brazos, y explotó mientras caía,
de modo que aterrizó en el suelo con sus cuatro enormes patas, en la forma de
mi precioso y espectacular lobo rojizo. Mientras tanto, yo aproveché para
llevar la lengua de fuego por toda mi espalda y también me transformé.

No esperé a que se tumbase, salté sobre Jacob casi en el mismo instante en


que él se enderezaba, no podíamos perder más tiempo. Acto seguido, mi lobo
echó a correr a toda velocidad, en la misma dirección que los vampiros y el
licántropo.

Mi aro de cuero seguía vibrando, cosa que ya me extrañaba más, porque la


cosa ahora no iba con nosotros. Entonces, ¿por qué seguía vibrando? En estos
tres años nunca había vibrado, ¿estaría confuso o algo así?

Jacob emitió un aullido a una frecuencia muy baja, cerciorándose de que era
totalmente inaudible por un oído humano, a fin de llamar a sus hermanos.

Ya deberían de haber aparecido por allí, pero no parece que lo hayan hecho.
Puede que se hayan desviado, aunque no podemos correr riesgos, afirmó
mientras esquivaba todo como un cohete.

Se conectó con el resto de la manada y la respuesta que esperaba no tardó en


hacer acto de presencia en su cabeza. Shubael, Isaac y Cheran aparecieron
con rapidez.

Jake, ¿qué pasa?, quiso saber Shubael, algo alertado.


Tenemos a un licántropo y a unos chupasangres por aquí, le reveló, siguiendo
el olor que los cinco vampiros y ese monstruo habían dejado en el ambiente.
Tú e Isaac veniros conmigo, el resto que se queden con las chicas en su forma
humana. Ah, y procurad que no se enteren de esto, anda.

Entendido, acató Shubael. Isaac, le llamó acto seguido.

Sí, obedeció este.

No sé qué hicieron después, solo vi a través de sus ojos cómo Cheran corría
para adoptar su forma humana con el fin de regresar con los demás y cómo
los otros dos lobos se internaban más en el bosque para venirse con nosotros.
Luego, Cheran desapareció.

¿Necesitáis ayuda?, preguntó Sam desde La Push.

Como es lógico, habían escuchado toda la conversación.

De momento no, le respondió Jacob. Ya os aviso si veo que la cosa se pone


fea. Estad atentos.

De acuerdo.

¿Cómo va todo por ahí?, quiso saber sin dejar de correr y escudriñar el
bosque.

Ya ha terminado, desveló el lobo negro. Hemos acabado con unos cuantos, y


el resto de la 234

basura ha huido. No creo que se atrevan a volver por aquí, han recibido un
buen escarmiento.

Bien, aprobó mi lobo. Tú y tu grupo id a casa, ¿vale?, ya habéis hecho


bastante. Llama a Quil y pásales el relevo a él y a su grupo para que sigan
patrullando, les toca el turno de noche. Cuéntales toda esta movida, para que
estén atentos.

De acuerdo, aceptó Sam. Hasta mañana.


Hasta mañana, se despidió Jacob.

Y se desconectó de esa parte de la manada, dejándonos dentro de su cabeza


solamente a mí y a los dos lobos que venían de camino a toda prisa.

¡El rastro sigue por aquí!, le dije, señalando la zona con el dedo. ¡Jake!
¡Ryam y Helen!

Sí, lo sé, se dio cuenta, y escuché el rechinar de sus fauces.

Los cinco vampiros y el licántropo habían virado y el olor se dirigía


precisamente al lugar donde Ryam y Helen habían ido a recoger leños. Recé
para que ya lo hubiesen hecho y hubieran regresado con el resto.

¡Están ahí!, exclamé al ver a los vampiros.

No sé por qué lo hice, porque sus almas malvas ya se habían visto justo antes,
rezumando entre la vegetación, y Jacob ya se había enterado de sobra, pero
no lo pude evitar.

Mis ojos se abrieron como platos cuando conseguimos tenerles bien visibles.
Ahora, en mi condición de vampiro casi completo, podía verles y distinguir
sus siluetas y aspectos con más facilidad. No daba crédito. Eran…

Thiago y su grupo, masculló Jacob con rabia, siguiendo el hilo de mi


pensamiento.

Los mencionados corrían a la velocidad del sonido entre el boscaje, siguiendo


a ese hombre lobo que volaba por las copas de los árboles con la misma
rapidez. Thiago iba en cabeza, por supuesto.

Su larga coleta negra azotaba su espalda, igual que si de un fuerte látigo de


cuero se tratase.

¿Qué hacen persiguiendo a ese licántropo?, pregunté, atónita.

No lo sé, pero no deberían de estar aquí, gruñó, acelerando aún más para
ponerse a su altura.

El tal Thiago se percató de nuestra presencia y giró su rostro levemente para


mirarnos de soslayo, aunque no nos hizo más caso y volvió la vista arriba
para seguir persiguiendo al que parecía ser su único objetivo. Pero los otros
cuatro vampiros eran otro cantar. Uno de ellos giró medio cuerpo mientras
continuaba corriendo y nos dedicó un rugido que anunciaba su propósito de
atacarnos de inmediato.

―Déjales ―le ordenó Thiago sin ni siquiera dirigirle la mirada―. Es el Gran


Lobo.

No hizo falta que dijera más. El vampiro que nos amenazaba guardó su
dentadura al instante y nos observó con cara de susto, fijándose mejor en mi
colosal lobo rojizo. Inmediatamente, se giró hacia delante y siguió con sus
otros menesteres.

No pueden atacarnos, caí, sorprendida por ese recordatorio.

Si lo hacen, vulnerarán el tratado, ratificó mi lobo. Ya saben lo que les


espera, de ser así.

Con el tratado, ellos no podían tocarnos, pero nosotros a ellos tampoco, a no


ser que incumplieran alguna de las normas, así que de momento tenían las
espaldas bien guardadas, de ahí su tranquilidad para con nosotros. Sabían que
Jake no podría hacerles nada mientras no incumplieran el tratado. Escuché
otro rechinamiento rabioso en las muelas de mi lobo al ver mi pensamiento.
Ups.

¡Ya estamos aquí!, anunció Isaac, y por el rabillo del ojo vimos que los
teníamos detrás.

¿Quiénes son este Thiago y su grupo?, inquirió Shubael.

Luego os lo cuento, le contestó Jake.

¡Ryam y Helen están ahí!, les comuniqué con frenetismo cuando les vi,
gracias al fulgor de sus almas doradas, que me avisaron incluso antes de que
mi aguda vista consiguiera divisarles.

La pareja estaba sentada en el tronco de un árbol, bastante acaramelados, por


cierto. Ni siquiera se percataron de lo que se les venía encima.

Mierda, ¡¿qué narices hacen ahí?!, gruñó Jacob.

Pues lo mismo que harías tú si estuvieses ahí con Nessie, respondió Isaac en
un tono un tanto burlón.

Di gracias de que en estos momentos fuera un vampiro casi completo y mi


sangre fluyera por mis venas con esa lentitud más parecida al estado inmóvil,
porque de lo contrario me hubiera puesto roja como un tomate.

Ese idiota, farfulló mi lobo. Por eso insistía en irse por ese lado, ya sabía que
yo querría ir por el otro. Tanto decirme a mí, y es él quien quería irse con ella
para retozar.

¡El licántropo los ha visto y va a lanzarse a por ellos!, le avisé al ver cómo
ese monstruo ya se 235

preparaba para saltar sobre mis amigos con el fin de llevárselos como presa.

Estaba claro que, si podía, no iba a desaprovechar la ocasión de cazar algo


por el camino. Este era un comportamiento muy normal en los licántropos,
dado que eran muy variables e impredecibles, no se regían por pautas fijas, ni
siquiera en momentos como este, y ni siquiera ellos podían controlarlo.

¡Cárgatelo!, le propuso Shubael a Jacob.

¡No puedo interferir así por culpa de ese maldito tratado!, se quejó él.

¡Jake!, grité mentalmente cuando vi que el licántropo ya iba a impulsarse.

¡Agárrate fuerte, Nessie!, me ordenó Jacob, y así lo hice.

Mi impresionante lobo rojizo no se lo pensó dos veces. Apretó el paso y pegó


un salto hacia allí, plantándose delante de Ryam y Helen, que dejaron de
morrearse, sobresaltados.

―¡¿Pero qué…?! ―La protesta de Ryam se cortó de sopetón cuando vio el


peligro que se les venía encima: un enorme hombre lobo arrojándose hacia
ellos mientras Jake se interponía, rugiendo con furia.

Mi pulsera no había dejado de vibrar, pero ahora lo hizo con contundencia y


se preparó para erigir su burbuja protectora. Entonces lo vi todo claro. Por
eso seguía vibrando. Desde que Jacob había desarrollado todo su poder, mi
aro de cuero era más poderoso, puesto que siempre iba en consonancia con el
Gran Lobo. Ahora no solo me avisaba de los peligros que se cernían sobre
nosotros dos y que afectaban a nuestra relación de pareja, sino que también lo
hacía con las personas queridas que nos rodeaban, y me advertía de cualquier
peligro, actuando, además, cuando se le necesitaba.

Pero no hizo falta que mi pulsera trabajase, ese licántropo era listo, y le tenía
respeto al Gran Lobo, con lo que decidió cambiar de planes y de dirección.
Se enganchó a una rama con esas manos peludas que morían en sus largos
brazos, igual que si fuera un mono, e hizo que sus pies chocasen contra el
tronco de un árbol para propulsarse hacia otro lado, evitando así un
encontronazo con Jacob y conmigo.

El licántropo cambió de dirección, los cinco vampiros hicieron lo mismo para


continuar persiguiéndolo y nosotros cuatro dejamos a Ryam y a Helen detrás,
todavía con las bocas colgando de la sorpresa y el susto. Ahora nos
encontrábamos en medio de esta trifulca que no tenía nada que ver con
nosotros, pero teníamos que cerciorarnos de que no iban a la zona de las
tiendas de campaña.

Diles que vayan con el resto. Estarán más seguros allí, me pidió Jake al
tiempo que galopábamos detrás de ese huracán formado por el licántropo y
los cinco vampiros de Aro. Ah, y que no les digan nada a las chicas.

―¡Id con los demás! ―les retransmití a nuestros amigos―. ¡Y no les contéis
nada de esto a las chicas!
Por el rabillo del ojo vi cómo Ryam por fin reaccionaba y cogía a su novia de
la mano para salir pitando de allí.

El monstruo era tan impredecible, que una vez más, cambió de rumbo, y la
nueva dirección no me gustaba nada.

¡Se dirige hacia el lago!, se percató Isaac.

¡Maldita sea!, masculló mi lobo.

Dos de los vampiros saltaron y se engancharon a las ramas para seguir al


licántropo por las mismas alturas que recorría él. El resto continuamos esa
marcha frenética por el suelo, persiguiendo a Thiago y sus dos vampiros.

¡Tenemos que hacer algo! ¡El claro ya se ve desde aquí!, exclamé.

Jake apretó los dientes y pegó un acelerón considerable. Consiguió llegar a


ellos y se puso a galopar a su lado, con Shubael e Isaac pisándonos los
talones. Le dedicó un rugido al licántropo y consiguió que este se desviase
hacia otro lado, haciendo que los cinco vampiros le siguieran en esa
dirección, unos desde el suelo y los otros dos desde las ramas. Como si de
una manada de ovejas se tratase, Jacob les fue conduciendo a una zona más
alejada.

Pareces un perro pastor, tío, bromeó Shubael.

Ja, ja, muy gracioso, ironizó mi lobo. Anda, cerrad el pico y haced algo.

¡A la orden!, exclamó Isaac con alegría.

Nunca entendería por qué les gustaba tanto este tipo de acción.

El lobo marrón claro corrió hacia el otro lado para cercar al licántropo y a sus
cinco vampiros perseguidores, limitando aún más sus movimientos. Shubael
se quedó en la retaguardia, por si 236

volvían a cambiar de dirección. Ahora parecíamos unos vaqueros que


llevasen su ganado vacuno a alguna parte.
Thiago miró a Jake de reojo, levantó un lado de su labio, pero no protestó.
Esto le venía bien para cazar al hombre lobo.

Uno de sus vampiros consiguió moverse en zigzag por las ramas y se arrojó
hacia el licántropo, con las manos por delante. Sin embargo, ese monstruo
también era muy ágil, aparte de rápido, y pegó un bote altísimo que le salvó
de las garras de su opresor, al cual no le quedó más remedio que engancharse
a otra rama para no caerse de morros en el suelo.

De repente, el licántropo se apoyó en un tronco y cambió de dirección para


lanzarse hacia Isaac en forma de torpedo rabioso.

¡Cuidado!, grité, horrorizada.

¡Mierda!, protestó Jacob.

Isaac no era como Jake. Si ese licántropo le mordía, le contagiaría la rabia y


terminaría muriéndose con una muerte lenta y dolorosa.

Mi aviso no sirvió para que a Isaac le diese tiempo a reaccionar, pero el poder
espiritual de Jake actuó. Este erigió su burbuja brillante protectora al instante
y la envió con rapidez hacia el lobo marrón claro. Al desplegarse, la burbuja
empujó a Thiago y a los dos vampiros que le acompañaban, lanzándolos
hacia delante con fuerza, como si una mina les hubiese explotado en los
mismos pies. Los tres se cayeron de bruces en el terreno al tiempo que la
brillante burbuja impelía a los dos vampiros de las ramas, arrojándolos sobre
la hierba, y al que era su única diana: el licántropo, que por supuesto no pudo
llegar a Isaac. Eso sí, la suerte estaba de su lado y quiso que este lograra
engancharse a una rama, por lo que no se cayó.

Esta burbuja era protectora, no ofensiva, por lo que ellos salieron totalmente
ilesos. Otra cosa hubiera sido que Jacob la hubiese calentado y la volviera de
fuego, entonces la burbuja hubiese pasado a ser ofensiva y ellos habrían
salido calcinados de inmediato, puesto que las almas de todos ellos eran
malvas.
Ese monstruo no perdió el tiempo y aprovechó su oportunidad. Con un
movimiento rapidísimo y urgente, pegó un enorme salto que le llevó
directamente tres árboles más allá, y, de esa guisa, siguió recorriendo el
entramaje arbóreo hasta que desapareció en un segundo.

Los tres lobos se detuvieron al ver la escena.

Guau, mira eso, dijo Shubael, pestañeando.

Sí, el maldito es muy rápido, reconoció Jake, aunque con enfado.

Thiago y su grupo se levantaron del suelo con precipitación y rechinaron las


muelas cuando vieron que el licántropo había escapado.

Entonces, el líder del grupo se giró para mirarnos y el resto le imitó.

237

Licántropo

Thiago no hizo nada, aunque su mirada acusadora lo decía todo: culpables.


Sin embargo, Jacob sí que estaba visiblemente cabreado.

Shubael, ve a buscarme unos pantalones, le ordenó sin quitar la vista al


vampiro de Aro.

Fue cuando me di cuenta de que su ropa se había hecho jirones durante su


rápida transformación.

¿Y por qué yo?, protestó este.

Porque lo digo yo, gruñó Jake, que ya estaba deseando tener una
conversación con el jefe de ese grupo de matones.

El lobo gris moteado gañó, pero obedeció la orden de su líder y se marchó a


toda prisa, en dirección a las tiendas de campaña.

―Le teníamos, y por tu culpa le hemos perdido ―protestó uno de los


vampiros, viniendo hacia nosotros.

Era el mismo que se había girado y nos había rugido durante toda aquella
persecución.

Jacob le mostró su poderosa dentadura para que no se excediese en confianza


y el individuo se detuvo al instante.

―Calma ―le solicitó Thiago, si bien no podía ocultar su malestar,


poniéndole su brazo delante a su subordinado para que no se acercase más.

El resto de vampiros se posicionaron junto a él.

Se hizo un momento de silencio que me pareció eterno, dada la tensión que se


respiraba en el ambiente. Shubael no tardó en llegar mucho más, portando
uno de los pantalones que Jake había traído a la acampada, en la boca.

Puaj, podías habértelos atado a tu cinta, se quejó Jacob.

Es lo que hay, declaró Shubael, dejándoselos en el suelo.

Esta vez fue Jake el que gañó. Los recogió con sus fauces y se retiró detrás de
un árbol para cambiar de fase.

Me bajé de su lomo de un salto y le cogí el pantalón, a la espera de que se


transformase en humano. Jacob no esperó más. Alzó sus patas delanteras a la
vez que explotaba y mi lobo se transformó en mi impresionante marido en
menos de un chasquido de dedos. Automáticamente, dejé de escuchar los
pensamientos de Isaac y Shubael y mi visión volvió a la normalidad, dejando
de ver almas y todas esas cosas. No era el momento, desde luego, pero no
pude evitar que la comisura de mi labio se alzara un poco ante semejante
vista, aunque él estaba demasiado ofuscado como para fijarse en eso. Le pasé
los pantalones, se los puso y su mano enganchó a la mía para salir a escena.

―¿Se puede saber qué hacéis aquí? ―exigió saber de malos modos nada más
aparecer de detrás del tronco.
―Creo que es evidente que estábamos dando caza a ese licántropo ―declaró
Thiago, usando el mismo tono y gesto arrogante que había utilizado la
primera vez que nos habíamos encontrado con él.

―Eso ya lo sé ―resopló Jake―, pero, ¿por qué demonios estáis por estas
tierras?

―No sé si lo sabes, pero ese licántropo corretea por estos bosques a sus
anchas ―afirmó el vampiro―. Deberíais estar más atentos.

Isaac le gruñó, como protesta.

―No ha habido noticias de desapariciones ni de muertes en los alrededores, y


espero que siga siendo así ―le advirtió Jacob.

―Tranquilo, tu tribu y la gente de Forks no están en nuestro menú


―contestó el jefe de los matones de Aro, mostrando una sonrisa insolente―.
Sin embargo, aunque ese licántropo todavía no ha cazado por aquí, acaba de
hacerse con este territorio.

―Este no es su territorio. Y el vuestro tampoco ―le dejó claro mi chico.

―No está dentro del tratado ―alegó Thiago, alzando el mentón.

238

―Sigue siendo mi territorio ―insistió Jake, levantando el suyo.

―No lo hemos incumplido. El tratado se refiere a los límites de Forks y La


Push ―replicó el vampiro―. Esta zona no pertenece a vuestro pueblo, pues
se trata del Parque Nacional de Olympic.

―Me importa una mierda ―masculló Jacob, acercándose a él para ponerse


casi en un cara a cara―. Te repito que sigue siendo mi territorio.

―Jake… ―le paré, cauta.

―No, Nessie ―protestó, echándome un fugaz vistazo para volver la vista a


los vampiros después―, no tienen que estar aquí.

―Los que no deberíais estar aquí sois vosotros ―intervino el vampiro que
antes había sido detenido por Thiago.

El susodicho también recogía su oscuro cabello en una coleta, aunque esta era
más corta y estaba entrelazada en una trenza.

―¿Cómo dices? ―cuestionó Jacob con cara de muy malas pulgas mientras
Shubael e Isaac se dedicaban a gruñir y a mostrar sus poderosas dentaduras.

―Si no os hubieseis metido, hubiéramos atrapado a ese licántropo ―le


contestó el vampiro de trenza, enfadado.

―Te repito que estáis en nuestro territorio ―reiteró mi chico, dando una
voz―. Todo lo que pase aquí es asunto nuestro, ¿lo pillas?

Aunque no lo pareciera, Jacob se estaba controlando bastante.

―Basta ―le regañó Thiago al vampiro de trenza, que ya iba a abrir la boca
otra vez.

Los otros tres vampiros se dedicaban simplemente a observarnos, eso sí, no


con muy buenas caras. Aproveché para fijarme más en esos tres vampiros que
también acompañaban a Thiago.

Todos tenían su cabello castaño oscuro o negro y eran bastante fuertes. Uno
de ellos era más bajo que los otros, y llevaba su ondulado cabello corto, otro
lo llevaba corto, pero era liso, y el último llevaba su media melena suelta,
esta le llegaba a la altura de las mejillas en una sucesión de mechones
desmechados y desigualados. Me pregunté si lo llevaría así por moda o
porque estaría algo loco, porque era la sensación que causaba. Por supuesto,
todos gozaban de unos ojos de color escarlata, y pude descifrar con total
claridad cómo esos cuatro pares de pupilas nos miraban a Jacob y a mí con un
trasfondo de repugnancia y censura. Prácticamente nos escupían con la
mirada.
No pude retenerlo, y mi labio superior se alzó un poco para mostrarles mis
colmillos. No me podía creer que a estas alturas lo nuestro todavía causase
ese efecto, que todavía siguieran con esos prejuicios solo porque Jake era un
hombre lobo y yo un semivampiro. Dichosos prejuicios, ya me tenían harta.
Sabía que lo mejor era pasar de ellos y de esas reacciones estúpidas, pero me
ofendía tanto su manera de pensar.

El vampiro más bajo desvió su mirada. Fue muy fugaz y casi imperceptible,
pero mi vista casi vampírica del todo me permitió ver cómo sus ojos
descendían hasta mi vientre y los volvía a subir disimuladamente. Sentí un
escalofrío enorme que atravesó todo mi cuerpo, como un balazo de hidrógeno
congelado.

Jacob se dio cuenta. Me observó durante un breve instante, apretó mi mano y


acto seguido les clavó una mirada amenazadora y agresiva a los vampiros.

―Veo que las cosas siguen igual ―habló Thiago, antes de que a Jake le diera
tiempo a decir nada.

Y su vista bajó sin tapujo alguno a mi vientre.

―¿A qué te refieres? ―quiso saber él, mosqueado.

Estaba claro que ya lo sabía, como yo, pero que quería escucharlo por boca
del propio Thiago.

―Aún no habéis procreado ―dijo, y le costó soltar el vocablo.

Procreado, menuda palabra. Resoplé.

Los cuatro vampiros que le acompañaban también lo hicieron con sendos


gestos de hastío. Era el colmo. Incluso Shubael e Isaac se percataron de esto
y les gruñeron.

―No tenemos prisa ―le respondió Jacob, alzando el mentón con chulería
para contrarrestar todas esas reacciones.
―O tal vez eso no sea posible ―cuestionó Thiago―. Dudo que vosotros
podáis concebir hijos.

Hijos normales, me refiero ―matizó.

Mi mano suelta se cerró en un puño rabioso.

―Claro que podemos tener hijos ―le repliqué yo con rabia―. No voy a
darte una explicación sobre nuestros genes, pero, aparte de eso, está la
profecía para ratificarlo.

Thiago torció el gesto, aunque todavía con disconformidad.

239

―De todos modos, vuestros… hijos ―otra vez le costó soltar la palabra―
serán aberraciones.

Híbridos de híbridos. Engendros hechos por dos especies diferentes.

Sus palabras me dolieron en el alma. Sabía que eso era mentira, una estupidez
soltada por un idiota con prejuicios, pero que hablara así de nuestros futuros
hijos me quemaba el hígado, porque la imagen de nuestros hijos que yo
siempre tenía en mi mente era la de un niño tan guapo como Jacob, sano,
alegre, travieso y jovial, o la de una niña que crecía a pasos agigantados,
inteligente, hermosa, cariñosa y dulce, no la de unos monstruos o unos
engendros.

Mi puño comenzó a temblar, dispuesto a lanzarse contra su pétrea y dura


cara, y los dos enormes lobos que teníamos a ambos lados se agazaparon
mientras le gruñían para mostrarle su disconformidad por ese discurso.

Jake enseguida se percató de mis sentimientos.

―Cierra esa bocaza de una maldita vez si no quieres que te mate aquí mismo
―masculló, apretando los dientes con cólera contenida―. Estás empezando a
tocarme mucho las narices.
Además, si tenemos hijos o no, no es asunto tuyo.

―Oh, claro que lo es ―le contradijo, mostrándole una sonrisita arrogante.

―¿Por qué? ¿Es que has venido a espiarnos de nuevo? ―quiso saber mi
chico.

―Ya te lo dije en Santa Lucía. Si quisiera espiaros, me habría tomado las


molestias de esconderme ―le contestó―. No, no he venido a espiaros. Si
estamos aquí es porque ese licántropo estaba por estas tierras.

―Entonces, ¿por qué dices que es asunto tuyo? ―inquirió Jacob, interesado
en conocer esas extrañas razones.

―Hay gente que no está dispuesta a arriesgarse a que procreéis ―reveló el


vampiro, más serio.

―¿Como tus queridos Vulturis? ―aventuró Jake, usando un tono ácido.

―No se trata de Aro. Los Vulturis han aceptado el tratado, les da igual si es
contigo o con tu futura prole. Me refiero a Razvan y los suyos ―desveló de
nuevo. Escuchar ese nombre me produjo otro escalofrío, porque hacía tanto
que no sabíamos de él y los otros―. Yo que tú me andaría con cuidado el día
que decidáis… procrear.

Me mordí el labio, preocupada.

―Parece que sabes mucho del tema ―le dijo Jake, otra vez con acidez.

Thiago se quedó en silencio unos segundos, observándole.

―Nosotros sabemos muchas cosas de Razvan, Nikoláy y Ruslán ―afirmó


finalmente.

―O sea, que todavía siguen vivos ―adivinó mi chico, resoplando―. Y


vosotros sois los encargados de dar con ellos para cargároslos, ¿no es eso?

El jefe de los vampiros no dijo nada, pero su sonrisa ya fue toda una
afirmación.

―¿Y ese licántropo? ¿Tiene que ver con todo esto? ―le preguntó.

El vampiro sostuvo su sonrisa, y su silencio. Se dio media vuelta, con sus


cuatro súbditos y comenzó a caminar.

―Hey, ¿me has oído? ―protestó Jacob―. ¿Ese licántropo tiene algo que ver
con Razvan, Nikoláy y Ruslán?

―Nos veremos pronto ―aseguró Thiago.

Y, de pronto, desaparecieron entre el boscaje.

Jacob frunció los labios mientras miraba a ese horizonte arbolado que ya no
estaba habitado por nadie.

―Maldita sea… ―farfulló, malhumorado―. Ahora nos ha dejado con la


duda.

―¿No vamos a seguirles? ―le pregunté, poniéndome un poco frente a él


para verle mejor.

―Ojalá pudiéramos ―bufó, tirando de mí para darse la vuelta―, pero con


ese maldito tratado no puedo hacerles nada. Ellos tienen que ir a su bola y yo
tengo que ir a la mía, ¿entiendes? De eso se trata.

El lobo gris moteado y el marrón claro comenzaron a seguirnos cuando


echamos a andar hacia las tiendas.

―Ha dicho que nos veremos pronto ―recordé―. ¿Crees que volverá por
aquí?

―Ni idea ―suspiró con desagrado.

Yo también suspiré.

Las tiendas de campaña empezaron a divisarse a través del entramaje de


troncos. La noche ya se había hecho con el cielo totalmente y, aunque era
oscura debido a la ausencia de luna, mi vista de casi vampiro me permitía ver
mejor que normalmente en la negrura. Los dos lobos corrieron a esconderse
para cambiar de fase y entonces recordé que yo también tenía que hacerlo.

240

―Jake, tengo que beber ―le dije.

―Ah, sí ―se acordó, llevándose la mano a la nuca―. Chicos, vamos a cazar


algo, así que tardaremos otro poco.

―¿Y qué les decimos a las chicas? ―interrogó Shubael, ya saliendo de su


escondite.

―No sé, inventaros algo ―le contestó, tirando de mí hacia el otro lado para
dirigirnos al boscaje de nuevo.

Los dos quileute se miraron y se encogieron de hombros, y Jake y yo


echamos a correr para buscar presas.

No había pasado mucho tiempo más cuando regresamos, tan solo unos veinte
minutos, pero a los demás debió de parecerles eternos.

―¡Ya era hora! ―exclamó Sarah, riéndose.

―Qué, ¿ya habéis terminado? ―siguió Eve.

El círculo que formaban las tiendas se llenó de risitas pícaras y entonces supe
qué excusa habían puesto esos dos. Noté cómo mis mejillas adquirían el
mismo color que la hoguera que ya habían hecho nuestros amigos, se notaba
que hacía un buen rato.

―Idiotas ―murmuró Jake, recriminando a Shubael y a Isaac.

Estos carraspearon y miraron a otro lado para disimular.

Encima, Jake solo vestía unos pantalones, que, para colmo, no eran los
mismos con los que se había marchado para buscar leños, con lo cual vete tú
a saber lo que se estaban imaginando ellas.

Menos mal que los chicos quileute y Leah sabían la verdad.

Nos habían dejado un sitio, así que Jake y yo nos sentamos junto a ellos,
frente a las llamas de la pira. El resto de quileutes y Jake se miraron con una
complicidad más bien seria. No diría que estaban preocupados, pero estaba
claro que iban a estar atentos toda la noche.

―¿Es que no os aguantabais o qué? ―me cuchicheó Jennifer, que estaba


justo a mi otro lado.

Su risilla hizo que me pusiera más colorada.

―Basta, por favor ―gemí.

Lo peor de todo es que tenía que pasar por esto sin que hubiésemos hecho
nada, porque si lo hubiéramos hecho, me atendría a las consecuencias y ya
estaba. Empecé a arrepentirme de no haber aprovechado la ocasión. Total…

―¿Qué hay para cenar? ―preguntó Jacob para cambiar de tema.

―Latas ―le respondió Seth, alzando una de ellas con una amplia sonrisa.

―Yo también he traído ―le dije, cogiendo nuestra mochila, que ya la habían
colocado en nuestro sitio.

La abrí y fui sacando todas las que había metido.

―¡Menudo arsenal! ―se rio Aaron.

―Mi chica me cuida muy bien ―presumió Jake, sonriéndole con


satisfacción.

―También son para mí ―apuntillé, mirándole mientras dejaba en el suelo la


última lata.
Jake hizo una mueca. Solté una risilla y le di un beso corto.

―Dime, ¿cuála te apetece? ―inquirí.

―Esta ―señaló―. Pero trae, ya me encargo yo. ―Y la cogió para abrirla.

Nos pasamos el resto de la velada cenando y charlando, aunque los chicos


observaban la profunda oscuridad del bosque que nos lindaba de vez en
cuando. Después, fingieron que iban a jugar con el balón, pero en realidad era
una excusa para organizar unos turnos de vigilancia nocturna sin que las
chicas se enterasen. Jugaron un poco, para seguir disimulando, y luego se
hicieron los cansados para volver con nosotras, que habíamos permanecido
junto a las llamas, hablando.

La idea inicial era la de acampar, poner música y jugar a algún juego


divertido mientras tomábamos unas cervezas, pero con todo el asunto del
licántropo decidieron suprimir la música para poder escuchar cualquier
sonido del bosque. Cheran alegó que se le había olvidado ponerle pilas al
estéreo. Pero sí jugamos y tomamos esas cervezas sin alcohol que ya estaban
tibias.

Las horas pasaron, tengo que reconocer que sin darnos cuenta, porque al final
lo estábamos pasando bien. Jennifer había tenido que darle un beso a Isaac,
por el juego, y el asunto había resultado divertido. Fue reacia al principio,
pero cuando vio la cara suplicante de este, terminó dándole un pico. Si
supiera que hacía unas horas él había estado a punto de ser mordido por un
venenoso licántropo, creo que se lo hubiese dado más largo. No sé por qué
me daba que el quileute le gustaba un poco, tendría que hablar con ella en
privado para sonsacárselo.

241

―¿Nos vamos a dormir? ―me propuso Jake, sacándome de mis


pensamientos―. No sé tú, pero yo estoy reventado. ―Y levantó los brazos
para estirarse.

―Claro ―asentí.
Nos levantamos y Jacob enseguida cogió mi mano.

―Bueno, tíos, hasta mañana ―se despidió, ya tirando de mí para llevarme a


la tienda.

―Hasta mañana ―me despedí también.

―Hasta mañana ―dijo Seth―. Nosotros tampoco tardaremos nada en irnos


a dormir.

―Sí, yo también tengo sueño. ―Brenda bostezó.

Jacob subió la cremallera que cerraba la tienda y me la dejó abierta con su


brazo para que pasase.

―Gracias ―le sonreí.

―Encantado de servirla, señorita ―bromeó, haciéndome una reverencia


mientras yo entraba.

―Señora ―le maticé―. Señora Black.

―Ah, sí, eso. ―Jake se agachó un poco y pasó detrás de mí―. Pues
encantado de servirla, señora Black. ―Y bajó la cremallera.

―Eso está mejor ―sonreí, sentándome en el saco.

Mi chico se rio y se metió dentro del lecho.

Habíamos abierto los dos sacos del todo para montar una especie de cama, así
podíamos dormir juntos. El mío estaba debajo y el suyo arriba, en forma de
manta. Me descalcé ―Jake ya lo estaba, pues sus deportivas se habían
quedado en mitad del bosque, destrozadas. Menos mal que había traído otro
par―, dejé mis playeras a un lado y me eché en el saco.

Jacob no tardó en girarse para acogerme entre sus brazos, así que me volteé y
me acurruqué en su pecho desnudo, abrazándole yo también, con fuerza. Mi
boca se curvó con satisfacción automáticamente. No había sitio mejor en el
mundo que este. Giré el rostro, inspiré su maravilloso efluvio y volví a
apoyar mi mejilla en su cómodo y calentito torso, sonriendo de felicidad. El
éxtasis total vino cuando él me besó en la coronilla y comenzó a pasar sus
extraordinarios dedos por mi pelo. Me sentía tan segura entre sus brazos, tan
protegida, tan amada. Sus fuertes latidos retumbaban en su pecho, pero eran
calmados, rítmicos, arrulladores. Me relajé al momento.

Aunque el tema del licántropo rebotaba en mi cabeza continuamente, y eso


me hizo caer en una cosa. Tal vez no disfrutara de esto toda la noche, porque
si Jacob tenía que hacer guardia…

―¿Cómo vais a hacer con los turnos de vigilancia? ―le pregunté con un
cuchicheo, sin despegarme ni un ápice de su pecho.

―Ah, no te preocupes ―adivinó, hablándome con un murmullo―, Cheran,


Shubael, Isaac y Collin se turnarán entre ellos para vigilar, así que estaré
contigo toda la noche.

Sus dedos continuaban peinando los mechones de mi melena. Solo me faltaba


ronronear.

―¿Es por nosotras?

―No les mandé yo, se ofrecieron ellos ―me aclaró―. Ellos son los únicos
aquí que no tienen pareja. Tú no, porque sabes todo lo que pasó, pero si
alguno de los otros dejara a su chica en plena noche para vigilar, ellas se
mosquearían bastante, ¿no crees? Bueno, y Simon, en el caso de Leah.

―Sí, tienes razón ―reí―. Se darían cuenta de que pasa algo.

―Por eso es mejor que vigilen esos cuatro.

―Ajá… ―susurré.

―¿Te estás durmiendo? ―inquirió, hablándome con un murmullo ronco que


me sonó como lo más dulce del mundo.
―No ―mentí.

No quería dormirme. Quería disfrutar de esto un poco más, charlar con él…

―Sí, sí que te duermes ―me contradijo, soltando una risa sorda.

…pero los párpados se me cerraban.

La verdad es que estaba agotada. La caminata había sido larga, y toda la


tensión acumulada por lo del licántropo y los vampiros de Aro me había
dejado molida. Y los dedos de Jacob eran prodigiosos, demasiado, así como
su acogedor, protector y calentito abrazo. Los latidos de su corazón, el aire
rellenando sus bronquios, su pausada respiración…

―No… ―intenté negar de nuevo.

…así que me dormí.

242

Decisión

El día era nublado, como casi siempre. Salí de casa y me dirigí al garaje para
coger el coche. Me subí a mi forito blanco, arranqué y lo saqué de allí.

No tardé en encaminarme hacia la senda que unía nuestra casita roja con la
carretera de La Push. Pasé por delante del hogar de Billy, el cual se
encontraba en el porche, haciendo uno de sus crucigramas, y detuve el
vehículo para saludarle. Él también me sonrió cuando me vio. Me incliné
sobre el asiento vacío del copiloto e hice girar la manivela para bajar la
ventanilla.

―Buenos días, Nessie ―me saludó.

Parecía realmente contento al verme.

―Hola ―sonreí.
―¿Cómo os encontráis hoy?

Me extrañó que lo preguntase en plural, pero enseguida me percaté de que se


refería a Jacob y a mí.

―Ah, muy bien ―le contesté.

El quileute asintió, feliz.

―¿Y adónde vas? ―se extrañó de pronto.

―Al supermercado, a hacer la compra semanal ―le revelé.

―¿Y vas tú sola? ―se volvió a extrañar―. ¿No va nadie de la manada


contigo?

Fruncí el ceño, sin entender. ¿Y por qué iba a tener que venir conmigo nadie
de la manada para hacer la compra?

―No ―vocalicé, dejando notar mi estupor―, creo que yo sola puedo


arreglármelas bien.

Billy resopló entre dientes, nada conforme. ¿Pero qué le pasaba hoy?

―No deberías ir tú sola por ahí ―declaró, algo nervioso.

¿A qué venía ahora esa preocupación por mí?

―Solo voy al supermercado, Billy, no va a pasarme nada ―afirmé,


quitándole importancia para que él se tranquilizase.

―Bueno, supongo que ese sitio estará lleno de gente, aunque de todas formas
llamaré a alguno de los chicos para que te acompañe.

Qué insistencia.

―No hace falta, puedo yo sola, de verdad ―reiteré―. En fin, tengo un poco
de prisa ―mentí―, así que me voy.
Mi suegro asintió, si bien su cara decía a las claras que no iba a ceder en sus
intenciones de llamar a alguien.

Suspiré.

―Hasta luego ―me despedí, empezando a cerrar la ventanilla.

―No debes hacer esfuerzos, recuérdalo ―me aconsejó, ahora usando un


tono más bien protector y paternal―. Ve poco a poco.

Pestañeé, perpleja.

―Yo soy muy fuerte, Billy ―le recordé, y subí el cristal del todo.

Me despedí con la mano y él hizo lo mismo, pero cuando arranqué, por el


espejo retrovisor vi cómo giraba las ruedas de su silla a toda prisa para
meterse en casa.

Oh, no. Este iba a llamar a alguno de los chicos. Resoplé. ¿Desde cuando se
había vuelto tan sobreprotector conmigo? ¿O es que se había vuelto tan
machista como para buscarme una carabina?

No lo entendía.

Salí a la carretera de La Push y me encaminé hacia el supermercado del


pueblo. Mi plan inicial era ir tranquilamente, sin prisas, pero aceleré, porque
solo de pensar en que uno de los chicos apareciese por allí para acompañarme
hacía que me muriese de la vergüenza. Como si fuese una niña. Chisté.

Mi forito se movió con rapidez por la carretera y fui rezando todo el camino
para que llegase antes que alguno de los metamorfos.

243

No tardé mucho más en llegar al parking del supermercado. Entré como una
bala y estacioné del mismo modo. Miré a mi alrededor y suspiré con alivio
cuando vi que no había ningún metamorfo a la vista. Apagué el motor y me
bajé del coche.
Entré en el establecimiento y cogí uno de los carritos, la compra iba a ser
grande. Con un lobo en casa había que llenarlo. Enseguida me puse manos a
la obra. Rodé las ruedas de aquí para allá, recorriendo esos pasillos que ya me
sabía de memoria mientras iba cargando el carro con los productos de sus
estanterías.

Pasé a la sección de frutería y también fui llenando bolsas. Cuando terminé


allí, deposité la última bolsa en el carro e inicié la marcha hacia otra sección.
Caminé por delante de unas baldas llenas de envases de cerezas y pasé de
largo, sin embargo, mis pies se pararon de sopetón y recularon hacia atrás
para mirarlas mejor. Me mordí el labio inferior al verlas, porque, de pronto,
me entraron unas ganas enormes de comerme unas cuantas. Eran tan
redondas, tan rojas, tan jugosas… Cogí un envase, no, mejor dos, y eché a
caminar de nuevo.

El resto de la compra la hice con rapidez y de forma automática, ese


supermercado lo conocía bien. Pagué en la caja, lo cargué todo en bolsas de
papel, metiéndolas otra vez en el carro para llevarlas al coche, y salí al
exterior, empujando el dichoso carrito.

Llegué a mi forito y abrí el maletero. Fui cogiendo las bolsas y las fui
colocando en el interior del mismo, hasta que me giré hacia el carro una vez
más y agarré la última. Entonces, cuando me estaba volviendo de nuevo, mis
ojos se abrieron como platos.

Razvan estaba frente a mí, a unos metros, clavándome esa mirada carmesí,
malvada. Decir que sentí escalofríos se quedaba corto, porque esa sensación
era punzante, y había llevado tanto tiempo desaparecido. Razvan no había
cambiado nada, seguía siendo ese ser maléfico de siempre, pero mis
sensaciones hacia él se habían transformado un poco. Desde que me había
encerrado durante un año, separándome de Jacob, mi repulsión hacia él se
había vuelto infinita, y si antes ya me daba miedo, ahora le tenía pavor.

De repente, añadiéndose a ese miedo que ya invadía mi mente, algo más me


dejó paralizada totalmente. Y era algo muy diferente. Muy, muy diferente.
Eran… eran unos golpecitos. Unos cálidos y tiernos golpecitos que nacían del
interior de mi vientre.

Mi vista bajó automáticamente para mirarme y, cuando vi mi barriga, la bolsa


que sujetaba se me cayó al suelo. No me lo podía creer. Estaba… estaba
embarazada. Y de mucho, lo menos estaba de siete u ocho meses. Podía
sentir las pataditas que mi bebé me propinaba desde el interior, incluso podía
notar sus pequeñitos pies apoyándose en la pared de mi vientre.

Ahora lo entendía todo. Ahora entendía ese extraño comportamiento de Billy.

Mi primera reacción fue la de exhalar impetuosamente, con una sonrisa


sorprendida y feliz, y llevar mi mano a mi abultada barriga para acariciarla.
Mi vientre albergaba a mi bebé, al bebé de Jacob. Nuestro bebé, nuestro
precioso bebé… Pero inmediatamente después mi boca volvió a exhalar, mis
ojos se alzaron, temerosos, y ese sentimiento de inmensa felicidad se
transformó en un hondo miedo. Me cubrí inmediatamente con los dos brazos
para proteger ese tesoro. Sí, este miedo era peor que el anterior, mucho peor.
Era pánico, porque ahora sabía a qué había venido Razvan.

La vida de mi bebé corría grave peligro.

Los ojos de Razvan descendieron a esa zona y su semblante se volvió más


agresivo cuando los alzó otra vez. Algo dentro de mí estalló con una furia
nueva, instintiva, y mi labio superior se retiró hacia arriba para mostrarle mis
amenazantes colmillos. No me importaba quién pudiera verme, NADIE
tocaría a nuestro bebé. Me agazapé un poco, sin soltar mi barriga y le rugí
con cólera, dejándole claro que moriría por ese tesoro.

Busqué la hirviente lengua de fuego en mi interior y comencé a llevarla por


toda mi columna vertebral. Pero, entonces, otra patadita me avisó de algo y
detuve el proceso de transformación de inmediato. Si me transformaba, mi
cuerpo sería el de un vampiro casi completo, y no sabía cómo afectaría eso al
bebé. Además, mi organismo comenzaría a consumir mi propia sangre para
mantenerse fuerte y eso sería muy perjudicial para él, por no decir… mortal.
Me costó mucho pensar en esta palabra.

―Los hijos del Gran Lobo deben morir ―afirmó Razvan con esa voz de
ultratumba.

De pronto, sacó un cuchillo grande y afilado de su bolsillo trasero y, sin


darme tiempo a reaccionar, lo lanzó con saña contra mi vientre.

―¡NOOOOOOO! ―chillé, horrorizada, inclinándome hacia delante para


protegerle más.

Sin embargo, fue inútil.

No sentí ningún pinchazo, pero, de repente, noté cómo la vida se esfumaba de


mi barriga a 244

pasos agigantados. Me miré con auténtico pavor y, al despegar mis


temblorosas manos, vi que estas estaban llenas de sangre. ¡No, sangre!
¡Había sangre por todas partes!

―¡NOOOOOOO, MI BEBÉ! ―grité, llorando sin consuelo.

Pero no había ningún cuchillo clavado en mi barriga. Me erguí un poco para


observarme mejor, mientras temblaba y lloraba. El cuchillo se había clavado
en el tronco del árbol que reposaba junto a mi coche. Sin embargo, mi vientre
estaba lleno de sangre, y ya no notaba las pataditas, ni la calidez… Solo
notaba muerte…

Entonces, mi horrorizada mente comprendió lo que estaba pasando. Era yo.


Yo estaba perdiendo a mi bebé, a nuestro bebé… ¡No! ¡No podía ser! Mis
ojos y mi garganta lloraban desconsolados mientras mis ensangrentadas
manos se afanaban en acariciar algo que ya había muerto, como si así fuera a
devolverle la vida.

¡No! ¡No! ¡NO! ¡NOOOOOOO!

Nessie…, Nessie…, ya me parecía escuchar la voz de Jacob, llamándome en


esa oscuridad que empezó a cernirse sobre mí.

¡MI BEBÉ! ¡NUESTRO BEBÉ! ¡LO ESTOY PERDIENDO! ¡LO ESTOY


PERDIENDO!

Nessie…

―¡Noooo! ―voceé, abriendo los ojos mientras me incorporaba súbitamente


en algún sitio.

Era un lugar extraño y mis bronquios seguían espirando el aire a toda pastilla,
así como mis manos, que continuaban pegadas a mi vientre. Me miré con
precipitación. Ya no había sangre, ni barriga abultada…

―Nessie, cielo, mírame, estoy aquí ―murmuró mi adorada voz ronca al


tiempo que sus cálidas manos acariciaban mi rostro con ansiedad.

Tardé un poco en darme cuenta de dónde estaba, pero finalmente lo hice. Era
la tienda de campaña. Todo había sido una horrible pesadilla, aunque eso no
me tranquilizaba nada. Mi rostro se giró y por fin vi a Jacob.

―Jake… ―sollocé, lanzándome a sus brazos.

―Ya pasó, pequeña ―me susurró, apretando su abrazo.

―Jake, ¿pasa algo? ―preguntó el cuchicheo de Cheran desde fuera.

Genial. Seguro que había despertado a todo el mundo.

―No. Nessie ha tenido una pesadilla, eso es todo ―le contestó, hablándole
en voz baja.

―Ah, vale ―se calmó el metamorfo―. Solo ha sido una pesadilla ―le
explicó acto seguido a alguien―, así que volved a las tiendas. ―Sí, al resto.
Había despertado a todo el mundo.

Ahora que prestaba atención, escuché cómo mis amigos y amigas se iban
metiendo en sus tiendas mientras murmuraban para comentar el susto que les
había dado.

Los fuertes y protectores brazos de Jake me reconfortaron al instante, y sentir


su ardiente torso desnudo pegado a mi pecho, transmitiéndome sus pausados
y potentes latidos, más esos prodigiosos dedos que ya peinaban mi cabello,
me calmó con rapidez. Nos quedamos un rato así, abrazados, hasta que mis
lágrimas dejaron de salir de mis lacrimales.

―He tenido una pesadilla horrible ―murmuré cuando ya fui capaz de hablar,
sin apartarme ni un ápice de él.

Todavía necesitaba sus brazos.

―Lo sé. La he visto ―reveló, hablándome con un murmullo.

Ahora sí. Me despegué un poco de su cuerpo para observarle mejor.

―¿La has visto? ―inquirí, mirándole con preocupación.

―Sí, bueno, ya sabes, con tu mano y eso ―confesó, mordiéndose el labio, un


tanto arrepentido―. Hablabas en voz alta y quería saber qué estabas soñando.

―Ya sabes lo que eso significa ―le recordé, temerosa―. Ya sabes lo que
pasa con estas pesadillas. ¿Y si yo…? ¿Y si yo no puedo tener hijos? ―De
repente, mil dudas empezaron a azotar a mi cabeza; dudas que no había
tenido jamás y que esta pesadilla hacía que me plantease atropelladamente.

Su hermoso rostro cambió de inmediato para ponerse serio.

―Claro que puedes tenerlos ―aseguró, mirándome con absoluta


confianza―. Tu sistema reproductivo es idéntico al de una humana.

―Sí, pero… ―mis ojos bajaron para buscar respuestas con nerviosismo―,
quizá pueda quedarme embarazada, por mi condición de semihumana, pero
mi condición de semivampiro tal vez haga que mi cuerpo no logre…

―Para ―me interrumpió, alzándome la barbilla con su cálida mano con el


fin de que mis 245

pupilas se enganchasen a las suyas de nuevo. Sus ojos volvieron a mirarme


con determinación―.
Puedes tener hijos, lo sé. Además, la profecía lo corrobora.

Sus palabras fueron un balsámico fresco y tranquilizador, porque me


recordaron lo que esa invasión de dudas me habían hecho olvidar tontamente
durante este momento de fragilidad.

Cerré los ojos y suspiré, muy aliviada.

―Es verdad ―asentí, ya mirándole.

―Esa pesadilla tiene que significar otra cosa ―afirmó, metiéndome el pelo
detrás de las orejas.

―¿Pero, el qué? ―cuestioné con preocupación―. Mis otras pesadillas se


cumplieron tal cual las soñé.

Jacob se quedó pensando durante casi un minuto.

―Puede que tenga más que ver con Razvan ―conjeturó finalmente―. Tal
vez eso del cuchillo simbolice un truco de magia o algo así, porque está claro
que en la realidad no se sacaría una daga del pantalón para lanzártela, digo
yo.

―Quién sabe ―suspiré, bajando mis párpados. Luego, los subí de nuevo―.
Puede que tengas razón. Ya has oído a Thiago. Razvan, Nikoláy y Ruslán
estarán al acecho el día que yo me quede embarazada ―recordé, preocupada.

―No te preocupes, esa pesadilla no se cumplirá ―aseguró, y sus intensos


ojos negros corroboraban lo que decía.

―¿Y cómo lo sabes? ―dudé, no de él, sino de que pudiéramos hacer algo
para evitarlo.

―No te quedarás embarazada.

―¿Cómo? ―parpadeé, perpleja y confusa.


No es que quisiera quedarme embarazada ahora. Bueno, ni ahora ni dentro de
un año o dos.

Pero tal vez sí dentro de tres o cuatro años, porque, aunque en estos
momentos aún no me apeteciese, quería tener hijos con Jacob en un futuro,
por supuesto. Aunque el verme en ese sueño embarazada de Jacob, hacía que
mis mariposas saltasen, revoltosas. Y esto de no quedarme embarazada
nunca…

―Quiero decir, todavía ―aclaró, sonriendo levemente al ver mi mala


interpretación, y su ardiente mano acarició mi mejilla―. No tenemos prisa,
¿no? Pues esperaremos.

―Pero, Jake, da igual lo que tardemos en tenerlos ―le rebatí, angustiada―.


No sabemos en qué fecha ocurrirá la pesadilla, puede que eso suceda dentro
de unos años…

―Espera, déjame terminar ―me cortó, poniéndome sus tórridas yemas sobre
mis labios. No pude evitar que el vello de mi cuerpo se pusiera de punta con
ese roce. Su rostro volvió a ponerse serio y empezó a hablarme con decisión,
enganchándome con esa mirada profunda―. Esperaremos hasta que demos
caza a esos magos. Tú sigues tomando la píldora, ¿no?, así que no hay
problema con eso. Les buscaré y les perseguiré hasta que me los cargue. No
me importa cómo ni dónde, les buscaré por tierra, mar y aire hasta que dé con
ellos, y después me aseguraré de que están bien muertos. Y luego, cuando
ellos ya no existan y no haya peligro de que tu pesadilla se cumpla, si ya nos
apetece tener críos, puedes dejar de tomarla.

―¿Pero cómo vas a encontrarles? Ni siquiera Demetri o Thiago parecen


conseguirlo ―dudé de nuevo.

―No lo sé, pero lo haré ―afirmó con resolución―. Está claro que ellos
están merodeando por estas tierras, a la espera. Lo mejor es que no tengamos
hijos, por el momento. No hasta que liquide a ese Razvan y compañía.
―Rechinó los dientes.

―¿Y si tardas muchos años?


―No me importa esperar los años que hagan falta ―afirmó, seguro y
decidido―. Tenemos muchos años por delante para tenerlos, no hay prisa.
Pero les cogeré y acabaré con ellos, te lo prometo ―declaró, clavándome sus
intensos ojazos.

Observé ese hermoso rostro y sonreí. Jamás me cansaba de mirarlo. Ya me


sabía de memoria todas esas pequeñas imperfecciones de su piel, todas, cada
una de ellas. Pero todas ellas eran precisamente las que hacían que su rostro
me pareciese tan hermoso y perfecto. Era una contradicción, lo sé, pero,
acostumbrada como estaba a ver semblantes tan sumamente perfectos e
impolutos, el suyo me parecía tan especial. Y era precisamente por eso, por
esas imperfecciones que hacían su rostro único, personal, diferente, cálido y,
eso, especial. Aunque no solo estaba eso.

También eran todos sus defectos, hasta estos me gustaban. Todos ellos se
sumaban a sus virtudes para enamorarme más de él.

Me pegué a él y acerqué mi rostro al suyo para besarle. Sus tórridos labios


enseguida correspondieron a los míos, pero los dos nos obligamos a parar.
Cogí aire y le abracé otra vez. Sus 246

brazos me acogieron con mimo y me ayudó a tumbarme con él en el saco,


dejando que mi cabeza reposara en su cómodo pecho.

―¿Te encuentras mejor? ¿Ya estás más tranquila? ―susurró, y sus dedos
comenzaron a jugar con mis rizos.

―Sí ―murmuré, sonriendo de felicidad.

Lo estaba, porque sabía que él cumpliría su promesa, y él era el Gran Lobo,


el Rey de los Lobos, el rey de nuestro mundo, el ser más poderoso del
planeta. Nada ni nadie podía vencerle.

Lo único que teníamos que hacer era seguir como hasta ahora: no tener prisa
por tener hijos.

No hasta que Razvan, Nikoláy y Ruslán murieran. Y eso era certero.


247

Harley Davidson

(PARÉNTESIS. SOLO PARA EL FANFIC)1

Seguía siendo septiembre, solamente quedaban dos días para mi cumpleaños,


y cuatro para el de mi madre, pero para estar en este mes y ser la península de
Olympic hacía un calor horrible.

Este era el segundo libro que me devoraba hoy. Terminé de leer el último
párrafo, cerré las tapas con un golpe seco, lo posé sobre mis pantorrillas y
alcé mis brazos para estirarme.

Miré el reloj. Jake llevaba cerca de una hora en el garaje, limpiando su Harley
Davidson. Torcí el gesto. ¿Es que no se cansaba nunca de esa moto? Además,
esta mañana ya habíamos salido para rodarla un poco. Iba a empezar a
ponerme celosa de verdad de esa Harley.

Me reí para mis adentros de mi propia broma, cosa absurda, por otra parte, y
me levanté del sillón. Dejé el libro sobre el ladrillo de la chimenea y me
sacudí la falda. Esta en cuestión debería quedarse un poco más arriba de mis
rodillas, pero la tela azul de esos dichosos pliegues se arrugaba enseguida y la
prenda quedaba más alzada de lo que debería. Resoplé. La estiré como pude,
pero poco conseguí. En fin, estaba en casa y no tenía pensado ir a ninguna
parte, así que tampoco importaba tanto.

Me di la vuelta y salí del saloncito para dirigirme a la puerta de salida. Si


Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma, así que decidí ir yo
misma a buscar a Jacob al garaje. Lo sacaría de allí a rastras, si hacía falta.

Salí de casa y me dirigí al garaje dando un pausado paseo por el jardín. El


cielo ya había sido invadido por unos nubarrones muy oscuros y en el
horizonte del océano podían escucharse los truenos de la tormenta que ya
estaba en ciernes. Los rayos relampagueaban no muy lejos, dándole fuertes
latigazos al mar, y las gaviotas chillaban y volaban nerviosas, buscando
dónde refugiarse.
Unas gotas enormes ya se dejaban caer desde el cielo y comenzaban a mojar
el terreno. Mis pies estaban descalzos, así que podía sentir el frescor de la
hierba en las plantas, esta era tan mullida que parecía que pisaba una
confortable y cómoda alfombra. Me alegré de no haberme calzado, porque
gracias a eso podía disfrutar de esta maravilla. Relajaba y todo.

La puerta del garaje estaba abierta, como siempre. Cuando pasé al interior, vi
lo que estaba haciendo mi chico. Ya había relimpiado la moto, y ahora le
estaba sacando brillo con un trapo.

Menos mal que se percató de mi presencia enseguida y me sonrió.

―¿Ya has terminado de leer el libro? ―me preguntó, eso sí, sin dejar de
frotar ese tubo de escape brillante.

Como ya dije, hacía mucho calor, por eso solamente llevaba unos viejos
pantalones cortos de color verde militar y, al igual que yo, iba descalzo. Él
estaba más que acostumbrado a no calzar nada, y hoy hacía un día demasiado
bochornoso como para cubrir sus pies. Su pecho lucía su desnudez y su piel
estaba algo humedecida por una casi imperceptible capa de sudor, las
diminutas partículas que lo envolvían casi no llegaban a ser gotas. Ese
afrodisíaco olor era muy tenue, lo justo para que yo no me volviese loca,
aunque no escapaba a mi nariz, por supuesto.

―Sí ―asentí, cogiendo una pieza de la estantería para acercarme a él


disimuladamente, haciendo como que la miraba―. ¿Y tú? ¿Ya has terminado
de limpiar esa dich… la moto? ―corregí a tiempo.

Jacob no solo se dio cuenta de la corrección de mi frase, claro, sino que


también se fijó en el ligero torcimiento de morros que tenía. Intenté
disimularlo, y casi lo consigo, pero un sutil gesto era suficiente para él. La
sonrisa de Jake se amplió y adoptó un matiz un tanto presuntuoso, al 1 N. de
la A. Este paréntesis solo fue escrito inicialmente para los foros donde
publicaba el Fanfic, como un regalo hacia las fans de mi saga, quienes me
pedían con fervor un capítulo caliente, pero finalmente he decidido incluirlo
en el libro para celebrar el 10º aniversario de la publicación de Despertar.
Ahora todos mis lectores nuevos, todos aquellos que no lo leyeron por los
foros, podrán disfrutar de este capítulo medio inédito. El capítulo está
integrado con el resto de capítulos del libro, aunque no aporta nada,
solamente nos hace soñar… Espero que os guste.

248

tiempo que se erguía para dejar de frotar el metal.

―¿Estás celosa de la moto? ―inquirió, manteniendo esa sonrisa.

―No digas tonterías ―contesté, ladeando el rostro con algo de petulancia.

Aproveché para dejar la pieza en otra estantería y me crucé de brazos.

―Venga, nena, no tienes por qué estarlo. Entre ella y yo no hay nada, te lo
aseguro, solo admiración ―alegó, haciendo la broma―. Me gustaría que ella
y tú os llevaseis bien. Creo que podríais llegar a ser muy buenas amigas, en
serio.

Giré el rostro hacia él, entrecerré los ojos para simular una cara de odio y
volví a virarlo. Jacob se rio.

Se quedó mirándome, mordiéndose su sonriente labio inferior, parecía estar


planeando algo.

Entonces, tiró el paño a un lado, se fue a cerrar la puerta del garaje, pasando
por delante de mis extrañados ojos, que le seguían de reojo, y se acercó a la
moto de nuevo. Acto seguido, se montó en la Harley. La máquina ya se
mantenía en pie gracias a su fuerte pata metálica, pero él la puso derecha y la
sostuvo fácilmente con sus largas y robustas piernas.

―¿Te gustaría que te enseñase a manejarla? ―me propuso con una sonrisa
mientras sus manos se apoyaban en el asiento―. Te dejaría llevarla alguna
vez.

Eso hizo que mi cara se volviese súbitamente para mirarle, sorprendida.

―¿Me dejarías llevarla yo sola?


―Tú sola… ―Frunció los labios, observándome, pensativo.

―Entonces no pienso ser amiga de esa moto. Jamás ―aseguré, siguiendo


con su broma.

Y ladeé mi rostro de nuevo.

―Bueno, vale ―accedió finalmente. Mi cara se volvió hacia él otra vez,


sonriente―. Pero solo cuando estés muy preparada. Estas motos pesan un
quintal y son difíciles de manejar.

―Yo puedo con esta moto perfectamente ―afirmé―. ¿Quieres que hagamos
la prueba? Puedo levantarla. ―Y solté mis brazos para dirigirme a los bajos
de la máquina.

―No, deja ―me paró, bajando los suyos para que no siguiera―. No hace
falta, te creo ―sonrió con una mueca.

Solté una risilla.

La lluvia comenzó a repiquetear con fuerza sobre las planchas de chapa del
tejado, creándose un soniquete continuo, aunque también se podía escuchar
cómo azotaba la hierba del jardín, tras la puerta cerrada.

Jacob dio unas palmaditas sobre la parte delantera del asiento para que yo me
sentase ahí, mostrándome esa seductora sonrisa torcida, y así lo hice. Pasé la
pierna sobre el cuero negro y me subí a la Harley Davidson, justo delante de
él.

Noté cómo su pecho se arrimaba a mí y el vello ya se me puso de punta,


porque podía sentir la humedad caliente de su piel en la parte desnuda que mi
camiseta de tirantes blanca dejaba en mi espalda. Mi pelo estaba recogido en
una coleta baja, pero la poca parte que quedaba al descubierto y que le sentía
era suficiente para que me estremeciera. Mis mariposas se pusieron a volar
como locas, electrizando mi estómago con entusiasmo, y mi ritmo cardíaco
ya empezó a acelerarse.
Jacob percibió mi reacción y se acomodó aún más cerca, provocándome. Mi
sien estaba muy arrimada a su mejilla, y si giraba mi cara, su humedecido
cuello quedaba a la altura de mi boca. La energía ya comenzó a fluir,
atrayéndonos, y empecé a oler su efluvio con más intensidad al tenerle tan
cerca…

Giró su rostro un poco hacia mí. Este también estaba algo húmedo.

―Bueno, los mandos son como en el resto de las motos ―empezó a


explicarme, hablándome con un suave susurro que rozaba mi oreja y que ya
me hizo hiperventilar como una tonta.

Ese afrodisíaco olor que antes conseguía dominar, ahora se introducía por mi
nariz con ganas.

Mi cuerpo empezó a reaccionar, despertándose todos mis instintos primarios.

―¿Y cómo era? ―conseguí musitar, jugueteando.

El labio de mi marido se volvió a curvar hacia arriba. Sí, estaba claro que lo
que quería era seducirme con la excusa de la Harley. Y lo estaba
consiguiendo.

Sin despegar su mejilla de mi sien, subió sus manos y las llevó hasta mis
brazos. Con mucha suavidad, los acarició con sus sedosas palmas,
poniéndome todo el vello de punta, hasta que llegó a mis dedos. Los
entrelazó con los suyos por el dorso de mis manos y alzó mis brazos. Cuando
se inclinó sobre mí para llevármelos al manillar y le noté tan pegado a mi
cuerpo, no pude evitar que mi boca empezase a respirar con estimulados
jadeos. No podía estar más excitada, ya notaba el ardor en todo mi bajo
vientre. No sé qué era; bueno, sí, era él, su maravilloso olor, la postura, la 249

energía, el morbo que me producía la moto, la cual tenía entre mis piernas,
usurpando su lugar, todo. Jacob pareció encenderse por mi reacción y su boca
también comenzó a exhalar con más agitación. Podía sentir los fuertes latidos
de su corazón en mi espalda, palpitando con rapidez.
Sus manos rodearon a las mías para que mis dedos llegasen a las palancas del
manillar.

―Esto era el freno ―empezó a susurrarme de nuevo en el oído mientras me


hacía doblar los dedos. Todos sus susurros me hacían hiperventilar―, esto el
embrague y esto el acelerador.

No pude evitarlo. Giré mi rostro hacia el suyo, dejando que nuestros ansiosos
labios se rozasen, me pegué más a él y comencé a friccionarme ligeramente
contra su cuerpazo húmedo, sin que ninguno de los dos soltase el manillar.
Los dos empezamos a jadear en nuestras bocas, su abrasador aliento ya me
estaba comiendo. Empecé a sentir la urgente necesidad de que me arrancase
la ropa interior y me tomase así mismo, tal y como estábamos, como un lobo
salvaje...

Su mano izquierda soltó la mía y bajó para rodear mi cintura, instándome a


reclinarme con él.

Así lo hice, sus deseos eran órdenes para mí. Solté el manillar, su mano se
movió hacia mi estómago para ayudarme y los dos nos pusimos derechos de
nuevo mientras nuestros labios se rozaban sin parar y nuestras bocas
espiraban con agitación.

Un trueno estalló afuera y, con él, todo lo demás.

Sus labios se unieron del todo a los míos y comenzamos a entrelazarlos


despacio, a conciencia, si bien respirábamos con auténtico fervor. Mis
mariposas aleteaban, frenéticas. Su mano derecha me quitó la goma del pelo
lentamente, dejando que esta se deslizara con delicadeza por lo que todavía
era mi coleta, y me soltó el cabello, ayudando con sus dedos, que acariciaron
mi nuca para que los rizos de mi melena se distribuyeran bien por mi espalda.
Después, me colocó el cabello a un lado, rozando mi estremecida piel con sus
sedosos y calientes dedos, y despejó la parte lateral izquierda de mi cuello.

Ya llevaba un rato hiperventilando en su boca, pero cuando soltó la mía y


acercó sus gruesos y ardientes labios a mi cuello para besarlo, jadeé con más
intensidad. Mi cabeza se ladeó un poco para que él pudiese deslizarlos mejor
y mi mano se asió a su pelo con gran entusiasmo. Recorrió todo ese lado de
mi cuello suavemente, susurrándome en la piel, excitándome el triple. Subió
su boca, pasando por la línea lateral de mi mandíbula, y llegó al lóbulo de mi
oreja. Me estremecí aún más y me froté con él de nuevo, aunque esta vez con
más ardor. Sus jadeos también aumentaron y la mano que había acomodado
mi cabello se fue a mi abdomen para ayudarme en mis movimientos.

El ruido de la tormenta no cesaba, y nuestro fuego tampoco.

Dejé de friccionarme cuando su abrasadora boca regresó a la mía y ambas se


movieron con pasión, fundiéndose en una sola. Sus manos reptaron a ambos
lados y comenzaron a arrastrarse lentamente por mi falda, buscando mis
pantorrillas. Enseguida encontraron el final de la prenda y sus ardientes
palmas invirtieron su movimiento para acariciar mis muslos, alzando la tela a
su paso. Los acarició con avidez, aunque con calma, estremeciéndome de
punta a punta. Nuestros bronquios no daban abasto, como la lluvia de fuera.
Esas tórridas caricias casi me hicieron palpitar cuando se desplazaron al
interior de mis muslos, pero cuando su mano derecha ascendió un poco y se
coló por mi ropa interior para tantearme, ya fue inevitable.

Los jadeos que antes mi boca exhalaba en la suya se convirtieron en suaves


gemidos y mi mano enganchó su pelo con más fuerza mientras mis piernas se
abrían más y mi pelvis buscaba sus movimientos con frenesí, presa del placer
que mi bajo vientre ya sentía. Eso le excitó muchísimo y él jadeó más alto. Su
rostro cambió de sitio para esperarme al otro lado al tiempo que su mano
izquierda dejaba el interior de mi muslo. Mi cabeza ya se estaba volteando,
buscando sus labios con ansia, pero él amarró mi cabello en un puño y me la
terminó de girar para que nuestras bocas se pegasen de nuevo y no se
separasen nunca. Entonces su tanteo inicial por fin pasó a mayores. Todo eso
me volvió loca. Él ya lo introducía, frotándome al mismo tiempo justo ahí
donde me tenía que frotar, pero yo empujaba más fuerte para que su dedo
llegase más a fondo.

―Jake… ―susurré con fervor.

―Nessie… ―jadeó en mis labios, muy excitado.


Sí, le deseaba, le deseaba… Quería que susurrase mi nombre con placer y
deseo, una y otra vez.

Pero esto no me llenaba como yo quería, necesitaba más, y solo él lo tenía.

Le cogí la muñeca y saqué su mano de mi ropa interior. Me despegué de su


espalda al mismo tiempo que él soltaba mi pelo para dejarme ir, y me bajé de
la Harley rápidamente. Aunque no por mucho tiempo. Me quité la ropa
interior con velocidad mientras los dos nos clavábamos esas miradas
hambrientas llenas de deseo, la suya también me reclamaba con urgencia, y
me subí de nuevo a la moto, esta vez sentándome frente a él.

250

Sus grandes manos no tardaron nada en abarcar mi espalda y mi cintura, pero


las mías también fueron hábiles y se apresuraron a lanzarse al cierre de su
pantalón, que ya estaba más que hinchado. Me empujó contra él y nuestras
bocas se ensamblaron automáticamente, entre fuertes y alocados jadeos. Él
estaba ansioso, como yo, y su maravilloso e intenso efluvio, más la alocada
energía que seguía fluyendo a nuestro alrededor, me hacían perder la cordura
totalmente.

Su tórrida lengua se abrió paso para jugar y la mía la recibió con ganas,
espirando a todo lo que daban nuestros bronquios al tiempo que sus ardientes
manos se metían bajo mi camiseta para acariciar mi espalda con frenesí, cosa
que me estremeció aún más.

Los truenos y la lluvia ya apenas tenían presencia en mis oídos, pues


solamente podía sentir a Jacob, su ardor, su pasión salvaje…

Tenía demasiada prisa, demasiada, ya no aguantaba más. Necesitaba tenerle


dentro de mí ya, ahora. Mis manos no se entretuvieron más con ese dichoso
botón, tiraron con fuerza y abrieron el cierre de un solo movimiento,
rompiéndolo. La destrozada cremallera ya estaba abierta del todo, pero
terminé rasgando los pantalones otra vez, con otro tirón, para que éste se
abriera aún más y esa zona quedase totalmente al descubierto, dejando sus
caderas libres. Y lo que apareció era justo lo que yo buscaba y ansiaba.
Sin perder más tiempo, llevé mis brazos a su cuello y me senté sobre él,
dejando que el centro de mi deseo enseguida tomara lo que ansiaba, por fin,
por fin... Nuestras lenguas descansaron cuando ambos gemimos,
manteniendo nuestros labios más que unidos, y una de mis manos pasó a
aferrarse a su corto pelo azabache. Sus manos volaron para meterse bajo mi
falda y sus dedos se clavaron en mi espalda más baja para apretarme más
contra él, con un movimiento enérgico y ávido. Volví a gemir al notarle tan
dentro de mí, ya no podíamos estar más juntos, y quería estar así para
siempre, para siempre... Él también gimió. La abrasadora exhalación de su
gemido sordo fue impetuosa y logró introducirse por mi garganta,
caldeándome todavía más.

Cómo le deseaba, cómo le ansiaba. Le ansiaba con todas mis fuerzas, y le


amaba con toda mi alma, con todo mi ser, cada célula de mi cuerpo le amaba
hasta la locura, era indescriptible. No era su afrodisíaco sudor, ni la moto, ni
ninguna otra cosa. Era él, solo él. Jacob, Jacob, Jacob, eternamente Jacob. Él
me llevaba a la locura, hasta el punto de no poder controlarme. No había
palabras que pudieran describir todo lo que sentía por él. Y con él.

No aguantaba más. Comencé a moverme sobre Jacob, haciendo que toda su


virilidad se deslizase dentro de mí, una y otra vez. Esto sí me llenaba, me
llenaba… El placer que sentía era inmenso, barría mi interior con fuerza. Los
dos jadeábamos en voz alta, rozando nuestros labios sin parar, clavándonos
esa mirada de fuego el uno al otro, y sus ávidas manos ayudaban a mi cuerpo
a moverse, empujándome hacia él.

Mi amor, mi amor, mi amor… Eso era lo único que mi mente podía pensar en
estos momentos.

En todo lo que le amaba, en lo locamente enamorada que estaba de él, en


todo lo que le deseaba, en todo ese placer que solo él era capaz de hacerme
sentir.

Llevé mis manos a sus hombros y me separé un poco de él para deslizarme


con más fuerza. Él también pasó a empujar, pero la que tenía el control era
yo. Mi placer aumentó con ese roce impetuoso y poderoso, tanto, que el
primer orgasmo físico llegó al instante, obligándome a gemir más alto. Todo
palpitó intensamente, barriéndome entera, haciéndome bajar los párpados y
perder la razón por un instante.

Mi orgasmo y mis embestidas le volvieron loco a él también, aunque se


contuvo para seguir un poco más.

―Nessie… ―jadeó con furor.

Sí, no dejes de pronunciar mi nombre, pronúncialo, mi amor… Alcé los


párpados para mirarle y continué moviéndome sobre él del mismo modo,
todavía quedaba mucho por saciar.

Sus manos dejaron mi espalda más baja y subieron a la parte superior de mi


camiseta. La agarró por arriba y, con un movimiento enérgico y arrebatador,
la rasgó de arriba abajo, destrozándola de dos tirones. El sujetador no duró
mucho más. Lo rompió por la parte delantera y lo abrió, dejando todo mi
pecho al descubierto. Le encantaba ver cómo me contorneaba y mis excitados
senos seguían esa danza rítmica. Mi camiseta seguía puesta, así como mi roto
sujetador, que quedaba colgando a ambos lados, pero él llevó sus manos a mi
estremecido pecho y comenzó a acariciarme con hambre. Eso me excitaba
muchísimo y mis fuertes jadeos aumentaron de intensidad. Arqueé mi espalda
hacia atrás, estirando mis brazos completamente y cerré los ojos, dejándome
hacer, dejándome llevar del todo.

Mi largo cabello rozaba mi espalda mientras mi cuerpo se movía sobre el


suyo. Sus prodigiosas 251

manos se deslizaban por mi vientre, por mi abdomen, y subían a mis senos,


donde sus dedos los excitaban todavía más. Solo ellos sabían hacer eso. Mi
cuerpo palpitaba continuamente, no llegaban a ser orgasmos, pero estaban
muy cerca. Subió los dedos de una mano por mi garganta y los condujo hasta
mi boca, donde introdujo uno para que lo chupara. Enderecé mi espalda y le
miré con ojos hambrientos mientras lo hacía y continuaba deslizándome con
fervor. Sus ojos de fuego me reclamaron con urgencia.

Sacó el dedo de mi boca y, con rapidez, me empujó hacia él, haciendo que mi
torso y el suyo se fundieran y nuestros labios se unieran para rozarse,
intercambiándose esos agitadísimos alientos.

Me vi obligada a parar, pero continuábamos unidos, y solo sentirle dentro de


mí seguía haciéndome palpitar.

―Que quowle… ―me susurró en la boca con fervor.

―Jake… ―conseguí jadear, porque me derretía sin remedio―. Que


quowle…

―Dímelo otra vez, nena… ―me pidió con otro estimulado susurro que ya
besaba mis labios.

Jadeé con entusiasmo. Mis manos se fueron a su pelo para amarrarlo con
fuerza.

―Que quowle… ―repetí, muy encendida.

―Nessie… ―jadeó.

La energía que nos rodeaba volaba con fuerza a nuestro alrededor, y apenas
podía sentir la tormenta que se abatía afuera.

Su ardiente piel estaba más húmeda, y la mía ya comenzaba a estarlo. Su


intenso olor me volvía loca, él me volvía loca. Sus calientes labios, sus
tórridas y suaves manos, su abrasador y agitado aliento, sus fuertes brazos, su
mirada de fuego… Mis manos lo soltaron y despejé todo mi torso, dejando
caer la camiseta rota y lo que quedaba de mi sujetador hacia atrás. Envolví su
cuello de nuevo y comencé a moverme sobre él una vez más, haciendo frotar
mis senos contra su pecho al tiempo que Jacob se unía a mis empujes, llevaba
sus amplias palmas por toda mi espalda y me alzaba el cabello. Jadeamos
más alto, en nuestros labios, y nos besamos con una pasión desmedida,
entremezclando nuestras lenguas con fogosidad. Él la deslizaba por la mía y
yo la deslizaba por la suya, en total sincronización y armonía. Nuestra
complicidad siempre se hacía evidente.
Bajé mis manos y pasé a acariciar su impresionante torso. Me recreé en esos
músculos perfectos y fuertes, en esa piel ardiente, húmeda y que olía tan bien,
mientras seguía moviéndome sobre él y nuestros labios continuaban
besándose con ese afán. Hasta que Jacob me cogió por las muñecas, las
colocó sobre su cuello y me obligó a parar.

Dejó de besarme, se desprendió de mí y mi cuerpo se sintió completamente


vacío, huérfano, aunque sabía que sería por muy poco tiempo. Se levantó un
poco, agarrándome por mi espalda más baja, y se incorporó sobre mí,
asistiéndome para tumbarme sobre la moto. El asiento de la Harley no era
excesivamente ancho, pero sí lo justo para que mi cuerpo pudiera quedar
tendido sobre el mismo. Reptó por mi pecho con sus labios y sus manos,
parándose en mis senos para recrearse un rato. Eso hizo que mis jadeos
subieran de volumen y que mi torso se moviese para acompañar a su boca
mientras mis manos se afanaban en acariciar su poderosa espalda. Mis
piernas se abrían más, invitándole a volver a entrar en el centro de mi deseo.
Su boca ascendió, besando mi cuello, recorrió la línea de mi mandíbula y
finalmente terminó en mis labios.

Mis llamadas surtieron efecto. Mi cuerpo volvió a sentirse completo cuando


se unió a mí de nuevo; lo hizo muy despacio, concienzudamente, abriéndose
paso con facilidad…

―Jake… ―Mis dedos se hundieron el la piel de su espalda al notarle dentro


del todo.

Ambos gemimos en nuestras bocas con placer, una vez más. Sus largas y
robustas piernas sostenían la moto para que no se cayese a un lado, ayudando
a la fuerte pata metálica de la moto, y comenzó a moverse dentro de mí con
vehemencia, sujetando el manillar con sus manos. Si hubiera sido otra moto,
desde luego no hubiera resistido semejantes embistes.

Los dos rozábamos los labios para jadear en voz alta, sin dejar de clavarnos la
mirada, y mis dedos escalaron por su cuello para terminar asiéndose a su
cabello. El cuadro de mandos me hacía daño en la nuca, pero no me
importaba en absoluto, porque lo único que podía sentir era ese enorme
placer que me invadía a cada instante, esa energía frenética, ese aliento que se
agitaba en mis labios, solo podía sentirle a él, deslizándose entre mis piernas
una y otra vez, frotando el punto de unión de estas a la vez que bombeaba con
esa impetuosa fuerza que rozaba el fondo de mi bajo vientre con golpes
espasmódicos y bravíos.

Dios mío… Mi amor, mi amor…

Ese ardiente y dulce dolor me invadía a cada instante, uniéndose a las


palpitaciones que nacían de ese punto de unión y que ya comenzaban a tomar
todo mi ser.

252

Bajé mis manos por su ancha y portentosa espalda y conseguí llegar al final
de esta, bajándole los pantalones un poco más. Clavé mis dedos con avidez
para que no se detuviera jamás.

―Mi amor…, no pares… ―le supliqué entre esos fuertes jadeos que ya se
parecían más a gemidos.

―Nessie… ―jadeó él.

Sus labios volvieron a besarme con excitación. Mi sedienta boca le


correspondió y llevé mis manos de regreso a su pelo para que tampoco dejase
de besarme nunca. Rodeé su cintura con mis piernas y le ayudé a empujar aún
más fuerte al tiempo que toda la piel de su increíble torso se frotaba con la
mía, propiciando que nuestros húmedos efluvios se mezclasen y mis senos ya
alcanzasen el cielo.

Todos esos roces, su frotamiento, ese bombeo impetuoso y poderoso, ese


ardor, el sentirle tan dentro de mí, todo… hizo que ya perdiera la cabeza
completamente. Y él también.

El inmenso placer explotó del todo, acompañando al trueno que sonó fuera, y
llegó el éxtasis.
Todo mi cuerpo, todo mi ser, fue barrido por ese clímax que se mezcló con la
frenética energía que nos envolvía, la cual estalló al mismo tiempo. Esta vez
el orgasmo duró mucho más y fue mucho más intenso, increíble y mágico. Y
también sentí el suyo; eso siempre hacía que fuera aún más especial, porque
sucedía a la vez que el mío, porque lo compartíamos todo. Sentí cómo su
alma, su espíritu, se unía a la mía, tomándola al igual que su cuerpo había
tomado al mío. Sentí cómo volaban y bailaban juntas durante un instante
maravilloso, indescriptible, que hizo que ese enorme placer se convirtiera en
delirio puro. Siempre era tan intenso, que mis ojos no podían evitar las
lágrimas. Daba igual las veces que hiciésemos el amor, siempre era
indescriptible, espiritual, mágico y maravilloso.

Ambos gemimos en nuestros labios, presos de ese enorme delirio, y mis


dedos tiraron de su pelo con ansia. Cuando todos mis espasmos terminaron y
el orgasmo de Jacob llegó a su fin, dejó de moverse dentro de mí.

Nos quedamos quietos, intentando recuperar el aliento, todavía unidos,


mirándonos completamente maravillados y anonadados.

―Creo que ya soy amiga de la Harley ―conseguí decir entre mis


exhalaciones; y sonreí en sus labios.

Jake sonrió también, espirando aún con dificultad.

―Hacer el amor en una Harley Davidson es lo más sexy que hemos hecho
nunca, ¿no crees? ―afirmó, manteniendo la sonrisa y esa agitada respiración.

―Sí ―coincidí, sin dejar de sonreír ni exhalar.

Pero sabíamos que esto ni mucho menos había terminado. Su boca no tardó
en regresar a la mía para saciar nuestra interminable sed una vez más, y mis
dedos se entremezclaron en su corto pelo con fervor.

De pronto, Jacob hizo el amago de desprenderse de mi cuerpo, seguramente


para tomarme en brazos. Eso hizo que soltase su boca con rapidez.

―No… ―imploré con un susurro que rozó sus labios con furor, clavando
mis dedos en su espalda más baja―. No te separes de mí…

No, no quería separarme de él jamás. Quería sentirle dentro de mí para


siempre…

―Nena… ―susurró con más que deseo, volviendo a mis labios.

La pasión volvió a hacer acto de presencia en dos segundos.

Sus manos soltaron el manillar y se metieron bajo mi espalda. Tiró de mi


columna y, sin dejar de besarnos en ningún momento ni separar nuestros
cuerpos, se puso de pie y me levantó de la moto, sujetándome por el trasero.
Yo rodeé su cuello con mis brazos y seguí comiéndome sus labios.

Pasó su pierna por encima del asiento de cuero y caminó hacia una de las
paredes con rapidez y urgencia, dejando sus pantalones rotos por el camino.

Ese viejo taquillón que usaba para guardar piezas más o menos medianas
tenía su pequeña superficie llena de diferentes artilugios. Quitó todas esas
cosas, arrastrando su brazo con un bandazo enérgico, y en medio de todo
aquel ruido estrepitoso me sentó sobre la misma para comenzar a hacerme el
amor de nuevo.

En dos segundos, la tormenta estalló otra vez.

(FIN DEL PARÉNTESIS)

253

Cumpleaños

Hoy era once de septiembre, el día en que cumplía doce años, aunque seguía
aparentando unos veintidós, que era mi edad física. Lo bueno es que, a ojos
de los humanos que no sabían mi secreto, cumplía veintitrés, así que ahora mi
físico concordaba perfectamente con la edad que se supone que tenía.

Mi tía Alice lo tenía todo dispuesto. Había adornado la casa, esa en la que yo
había crecido, llenándola de unos sotisficados y modernos farolillos blancos y
rojos que colgaban del techo, hechos de un papel muy fino y elegante.
También había distribuido una serie de luces que le conferían un aspecto más
acogedor al salón. Había apartado los muebles, dejando el sofá y los sillones
en un rincón, y había colocado varios altavoces y amplificadores para poner
música.

Emmett se ofreció para preparar unos cócteles sin alcohol, que, según él, eran
muy fáciles de hacer. Al parecer, en todos esos diferentes viajes que había
hecho con Rose al Caribe, se había fijado en cómo se preparaban y había
aprendido a hacerlos. Rosalie le iba a ayudar a servirlos.

Esme se encargaba de los tentempiés y del resto de la comida, aunque solo


fuera para los que nos alimentábamos de comida humana, la cual iba a tener
que ser muy abundante, dados todos los metamorfos que iban a asistir.

En fin, mi idea era la de hacer una fiesta más humilde y pequeña, pero
cuando se tiene una tía como Alice, eso es imposible.

Además de mi cumpleaños, también celebrábamos el de mi madre, que iba a


fingir ser mi prima de cara a las gemelas ―como yo les había dicho en el
instituto el primer día que las conocí y les hablé de mi familia―, ya que ella
cumplía treinta y uno y con su físico de diecinueve no colaba que en realidad
fuera mi progenitora. Bueno, y aunque aparentase la edad que tenía
realmente, tampoco, claro. Las gemelas eran las únicas que no sabían qué
tipo de gente les iba a rodear. Si lo supieran…

Mi familia había venido de Anchorage para la ocasión, aunque iban a


quedarse unos días más.

Sus estudios en la universidad ya estaban muy avanzados, más bien, a punto


de terminar, y ahora estaban pensando en mudarse a otro sitio en cuanto
acabase este último curso. Aún no tenían muy claro adónde, pero sí que
tenían claro lo de mudarse de ciudad.

Alice estaba muy nerviosa, o, mejor dicho, histérica. Todo lo que fuera hacer
una fiesta y tener gente en casa la volvía loca.
―Tardan mucho, ¿no? ―preguntó por enésima vez mientras retorcía los
dedos de sus manos.

―Estarán al llegar, no te preocupes ―dije para calmarle.

―Ya se oye un coche ―advirtió mamá, agudizando su fino oído.

―Sí, y por el ruido del motor, parece el de Seth ―afirmó mi padre.

Jacob y yo seguíamos sin oír nada. Nos encontrábamos sentados en el níveo


sofá, esperando tranquilamente. Sus largos brazos se habían desplegado en
cruz, apoyándose en lo alto del respaldo, y yo me había acurrucado en su
cálido costado, dejando que mis manos disfrutasen de su pecho cubierto,
disimuladamente.

―Vaya par de fenómenos ―se burló él.

Mi madre le sacó la lengua, haciéndole un mohín.

―Ah, sí ―secundó mi tía.

Por fin pude escuchar un lejano ruido. Era un motor y, efectivamente, parecía
el del Volvo azul metalizado de Seth. Jacob tardó un poco más en oírlo.

―¡Ya están aquí! ―exclamó Alice cuando Seth llegaba para aparcar frente a
la casa.

Se puso a dar saltitos por el salón para acercarse a la mesa donde había
instalado el equipo de música. No tardó nada en amenizar el ambiente con
uno de los tantos CDs de mi padre.

―Iré sacando los tentempiés ―dijo Esme, dirigiéndose a la cocina con


rapidez.

Em ya lo tenía todo dispuesto sobre el largo tablero a modo de barra que


habían instalado en una pared del salón y Rose estaba junto a él.

Antes de que a Seth y a Brenda les diese tiempo a salir del vehículo, Alice
cruzó el salón como 254

un rayo y tiró de mi mano para levantarme.

―Venga, venga ―nos azuzó, empujándonos a mi madre y a mí hacia la


puerta―. Es vuestra fiesta, tenéis que abrir vosotras.

―Vale, vale ―reí.

―Ya vamos ―se unió mi madre, también riéndose.

Giré mi rostro para mirar a Jake, el cual me sonrió con esa blanca sonrisa que
resaltaba sobre su preciosa piel cobriza. Casi me daban ganas de darme la
vuelta para darle un buen beso.

Mi tía dejó de empujarnos cuando me volví al frente y mamá y yo nos


decidimos a caminar solas, y regresó a su puesto, posando con una fingida
postura casual.

En cuanto el timbre sonó, mi madre me cedió los honores y yo abrí la puerta.

―Feliz cumpleaños. A las dos ―nos felicitó Seth con esa amplia y amigable
sonrisa de siempre.

―Felicidades ―repitió Brenda, uniéndose a su sonrisa.

―Gracias ―respondimos mamá y yo al mismo tiempo, ella con una media


sonrisa más reservada y yo sonriendo abiertamente a la vez que les daba un
abrazo.

―Tomad, esto es para vosotras ―dijo Seth.

Este le entregó un paquete a mi madre y Brenda me dio otro a mí, aunque


ambos regalos eran de parte de los dos, obviamente. Ambos paquetes eran de
un tamaño similar, rectangulares y no muy grandes, y estaban envueltos con
un bonito papel de regalo cuyos dibujos consistían en unas espirales de color
dorado sobre un fondo plateado. Unos lazos de tela, también dorada,
remataba el envoltorio de los regalos.
―¿Qué es? ―quise saber, alegre.

Me disponía a abrirlo con rapidez cuando la mano de mi madre me detuvo.

―Espera, no seas impaciente ―rio―. Dejaremos los regalos que nos vayan
dando en la mesa del salón y los abriremos más tarde, ¿te parece bien? ―me
propuso, sonriendo―. Si no podemos volvernos locas abriendo los paquetes
de uno en uno.

―Sí, tienes razón ―asentí, riéndome.

Seth y Brenda acompañaron mi risa.

―Bueno, pasad, no os quedéis en la puerta ―les instó mi madre, apartándose


para que entrasen.

―Guau, menuda fiesta, ¿no? ―alabó el quileute mientras pasaban, echando


un vistazo a su alrededor―. Qué bien os lo montáis. Hey, qué pasa, tío ―le
saludó a Jake acto seguido.

―Qué hay ―le correspondió mi chico, que ya estaba de pie.

Ambos chocaron los puños a modo de saludo.

Cerré la puerta, dejé mi regalo en la mesa de cristal y corrí al lado de Jacob.


Mi madre tampoco tardó en ir junto a papá, que se encontraba con mi chico y
Jasper.

Alice dejó su pose y se acercó a nosotros con celeridad.

―Me alegro de que hayáis venido ―les dijo a Seth y Brenda―. Habéis
tardado un poco, pero, en fin, sois los primeros ―se la tiró.

―Os traduzco ―intervino mi padre, mostrando una mueca a modo de


sonrisa―. Es justo al revés. Eso quiere decir: sois los primeros, pero, ¿por
qué habéis tardado tanto?
―Gracias por tus servicios, Edward ―ironizó mi tía, entrecerrando sus ojos
dorados para simular una cara de odio.

―Siempre tuyo ―contestó él, poniendo su mano detrás para hacerle una
reverencia.

―Es que he salido un poco tarde de clase ―se excusó Brenda.

―Ah, claro ―cayó Alice―. Se me había olvidado que estás estudiando para
peluquera. ¿Así que has tenido clase hoy?

―Sí. Bueno, en realidad, hoy hemos tenido prácticas, por eso he tardado más
de la cuenta ―explicó mi amiga.

Esme llegó enseguida, acompañada y ayudada por Carlisle, que portaba la


bandeja de tentempiés.

―¿Cómo estáis? ―saludó ella por los dos.

―Bien, muy bien ―sonrió Seth―. Ah, guay, comida. ―Y, en menos que
canta un gallo, se metió uno en la boca.

Jacob hizo lo mismo ipso facto, claro.

―Coge uno tú también, Brenda ―le ofreció Carlisle.

―Gracias ―sonrió ella, haciéndolo.

―¿Cómo no habéis hecho la fiesta en el jardín de casa? ―le preguntó Seth a


Jake.

255

―Todo se reduce a los tacones de Alice y la Barbie, ya sabes ―le respondió


mi chico con cierto aire jocoso.

―Te estoy oyendo, chucho ―le replicó Rosalie desde esa barra doméstica.
Jacob le lanzó un beso y Rose puso una mueca de asco.

―Ja, ja, lobo, muy gracioso ―intervino Alice, dedicándole una mueca. Jake
se rio―. Lo cierto es que va a llover, así que lo mejor era hacerla en un sitio
cubierto, y dado que esa casa es bastante pequeña, decidimos que era mejor
hacerla aquí.

―¿Decidimos? ―Jacob alzó las cejas mientras sostenía media sonrisa,


mirándola con incredulidad.

―Oh, si me disculpáis, tengo que cambiar de CD ―se libró ella, echando a


correr hacia su puesto.

―Traduzco otra vez ―dijo mi padre con la misma cara de antes, aunque en
esta ocasión hablando con un cuchicheo―. Eso quiere decir: será mejor que
me vaya rápido de aquí.

―Tendrá cara ―me reí.

―Yo también te oigo, hermanito ―le advirtió Alice, que ya estaba


cambiando de canción.

Y papá se giró para dedicarle otra reverencia.

El timbre volvió a sonar y mamá y yo nos miramos.

―Abre tú ―me dijo―. Casi todos los invitados vienen de tu parte.

―Vale, abriré yo ―acepté, caminando hacia la puerta.

Cuando abrí, Ryam, Helen y las gemelas esperaban en el umbral. Estas


últimas estaban acabando de toser.

―Felicidades ―me felicitaron los cuatro a la vez, sonriéndome.

―Gracias ―les sonreí, y les di un abrazo a todos, aunque más especialmente


a las gemelas, porque las veía de pascuas en ramos y habían venido hoy para
la ocasión.
―Toma, esto es para ti, y esto otro para tu… prima ―corrigió Helen a
tiempo, ofreciéndome otros dos paquetes.

―Nosotras también… ―Alison se vio interrumpida por otra tos― os hemos


traído algo ―terminó de declarar cuando la tos cedió, entregándome otros
dos regalos.

Estos cuatro paquetes eran más pequeños que los anteriores, por lo que
deduje que se trataba de alguna pulsera, pendientes o algo por el estilo. El
papel de regalo que los envolvía también era muy bonito. El de Ryam y
Helen se trataba de un dibujo abstracto en diferentes tonos azules que se
mezclaban con rayas plateadas, y el de las gemelas lucía unas rosas de color
pastel. En vez de lazos de tela, el adorno terminaba con unas cintas
enroscadas a juego con la tonalidad del envoltorio.

―Muchas gracias ―sonreí de nuevo, cogiéndolos todos―. Los voy a dejar


en la mesa y mi prima y yo los abriremos más tarde, con el resto de regalos,
¿vale? Pero, pasad, pasad ―les insté, dejándoles sitio en la puerta.

Mis amigos pasaron y yo la cerré. Jennifer se vio atacada por otra insistente
tos que ya hizo que llamara mi atención un poco más.

―¿Pero qué os pasa? ―me reí―. No hacéis más que toser.

―No veas la epidemia de gripe que hay en Vancouver ―habló Alison, ya


que su hermana todavía no había parado de toser―. Y, encima, dicen que es
un virus muy fuerte y resistente.

―Sí, y viene acompañada de tos ―pudo decir Jennifer, aunque enseguida


volvió a toser.

―Si estabais enfermas, no teníais por qué haber venido ―les dije,
preocupada y sintiéndome algo culpable, ya que les había insistido tanto en
que viniesen…―. Si os sentíais mal, teníais que habérmelo dicho, no pasaba
nada.

―¿Qué dices? ¿Y perdernos tu fiesta? ―sonrió Alison.


―Además, ya estamos mejor ―completó Jennifer, que por fin controló su
tos―. Ya pasamos lo peor, estamos en la fase final de la gripe y ya no
tenemos fiebre.

Fruncí los labios y las miré con un poco de incredulidad, porque esas toses
que tenían todo el tiempo no parecían decir que ya estuviesen mucho mejor.

Llegamos a donde estaba el resto y me puse al lado de Jacob y de mi madre.


Brenda, Ryam y Helen ya estaban más acostumbrados, pero Jennifer y Alison
no dejaban de sorprenderse cada vez que veían a mi familia de cerca. Me
hacía gracia, porque con mi padre se quedaban embelesadas.

Si ellas supieran que ese chico tan guapo en realidad era mi padre…

―Mira, Bella, te han traído esto a ti ―le mostré mientras los demás ya se
saludaban.

Qué raro me sonaba llamar a mi madre por su nombre.

256

―¿Esto es para mí? ―se sorprendió, mirando a mis amigos.

―Sí, toma. ―Y le pasé sus regalos.

―Vaya, no teníais que haberos molestado ―les sonrió―. Gracias.

―No hay de qué ―le contestó Brenda, ya que las gemelas ahora tosían al
unísono.

―Ya les dije que los abriríamos más tarde ―le revelé a mamá.

―Pues, trae, voy a llevarlos a la mesa. ―Me cogió los míos, dedicándoles
otra sonrisa, y se alejó hacia allí.

―Tomad un tentempié ―les ofreció Esme, y Carlisle subió la bandeja para


que lo hicieran.
―Gracias ―agradeció Ryam, cogiendo uno.

Brenda y las gemelas, que tosían a cada poco, también se animaron, y cómo
no, Jacob y Seth cogieron su enésimo canapé.

―Veo que os ha afectado la gripe que está azotando Vancouver ―se percató
Carlisle, dirigiéndose a Jennifer y Alison.

―Sí ―asintió Alison.

Mamá regresó y se colocó junto a mi padre y yo.

―He oído que el virus es extremadamente fuerte y resistente, tanto, que


incluso viene acompañado de esa molesta e insistente tos ―manifestó mi
abuelo. Las gemelas lo corroboraban con sus tosidos―. Nessie, ¿recuerdas
todos los síntomas de la gripe?

―Carlisle, no me harás un examen ahora, ¿no? ―protesté―. Estoy en mi


cumpleaños.

―Cariño, haz el favor ―me defendió Esme.

―Oh, sí, perdona ―se disculpó. Luego, carraspeó y se dirigió de nuevo a las
gemelas―. Os prepararé algo para esa gripe, ya veréis qué bien os sienta
―se ofreció, pasándole la bandeja a Esme.

Y se encaminó hacia la cocina.

―Gracias, eres muy amable ―sonrió Alison, contestando por las dos, porque
su hermana no dejaba de toser.

―Espera, voy a preparar más canapés ―dijo mi abuela, siguiéndole con esa
bandeja que ya había sido saqueada por los dos quileute.

El timbre volvió a sonar. Y volvió a sonar muchas más veces, hasta que el
salón se llenó de todos los invitados. Un montón de altos metamorfos y otro
más de chicas quileute invadieron la estancia, dándole más ambiente a la
fiesta.
Esme se afanaba en sacar comida, ayudada en todo momento por Carlisle,
Alice seguía pinchando música y Emmett agitaba la coctelera sin parar, con
su Rosalie como camarera.

No escapó a mis ojos esas sonrisillas de las gemelas cuando vieron entrar a
Isaac y Shubael, y tampoco tardaron mucho en aceptar su invitación para irse
a tomar un cóctel. Así que el grupo en el que ahora estábamos Jacob y yo
teníamos libertad para hablar.

―Bueno, ¿y cuántos cumples? ―me preguntó Helen―. ¿Un siglo? ¿Dos?


―se burló.

―Doce años ―le revelé.

Mi amiga pestañeó varias veces.

―No sé qué es peor ―rio.

―Vaya, estás casado con una menor ―se mofó Ryam.

―Sí, claro ―respondió mi chico con ironía.

―Hmmm… ―Embry exageró su tono para fingir que estaba pensando―, las
leyes de nuestra tribu prohíben casarse con menores. Ahora que lo pienso,
puede que vuestro matrimonio no sea válido ―afirmó.

Mi mano apretó la de Jacob automáticamente.

―¿Qué dices? ―murmuré, un tanto preocupada―. Aunque tenga doce años,


no soy menor.

―Pasa de él, te está tomando el pelo ―me desveló Jake, mirando a Embry
con cara de no muy buenas pulgas por haberme asustado un poco.

El metamorfo se echó a reír y yo le fulminé con la mirada.

―A veces eres muy inocente, Nessie ―rio Mercedes.


Sí, ya, claro.

―¿Qué os parece si tomamos un cóctel? ―les propuse para cambiar de tema.

―Bueno, vale ―aceptó Embry.

―Sí, vamos ―le siguió Helen.

Los seis nos encaminamos hacia la barra casera. Mientras caminábamos entre
esos cuerpos enormes de los chicos de la manada, eché un vistazo a mi fiesta.
Mis padres tenían una amena y 257

divertida conversación con Ezequiel, Teresa, Charlie y Sue. Justo al lado de


estos se encontraban Quil, Claire, Sarah, Canaan, Daniel y Martha. La
pequeña Claire ya no era tan pequeña, ahora tenía catorce años, y se notaba a
leguas que estaba loca por Quil, aunque este todavía no había pasado esa fase
de hermano mayor, aún la veía como una niña. Siempre se podía ver cómo
ella se esforzaba en aparentar más edad, arreglándose con looks más adultos,
y cómo él siempre andaba detrás, espantándole todos esos buitres más
mayores a los que no les importaba que aún fuera una niña, sino más bien
todo lo contrario. Claire era muy bonita, sin embargo, no lograba captar la
atención que quería de Quil, que todavía estaba muy centrado en esa
protección y cuidado fraternal.

Me daba un poco de penita de ella, pero si tenía paciencia, dentro de tres o


cuatro años tendría a otro Quil diferente a sus pies. Por suerte, yo no había
tenido que pasar por eso, había crecido tan rápido…

Llegamos a la barra, donde no solo se encontraban las gemelas, Shubael e


Isaac, también estaban Paul y Rachel, si bien se encontraban en la otra
esquina. Nos unimos a estos últimos, para no molestar a los otros.

―¿Qué tal? ¿Lo estáis pasando bien? ―les pregunté nada más llegar.

―Sí. Esta fiesta es genial ―respondió Paul con una amplia sonrisa.

―¿Qué tal los críos? ―les preguntó Jacob―. ¿Dónde les habéis dejado?
―Con papá ―le respondió Rachel.

―Pobre viejo ―se burló Jacob.

―A ver cuándo os animáis vosotros ―nos la tiró mi cuñado.

Jake y yo nos miramos un poco sorprendidos por su insinuación, aunque


también con cierta resignación.

―No tenemos prisa ―le contestó él.

―Bueno, ¿qué os pongo? ―quiso saber Rosalie, que llegó justo de servir
otro cóctel.

―Tres cócteles de fresa y tres de piña ―le pedí.

―¡Marchando! ―exclamó Emmett desde atrás, ya empezando a echar los


ingredientes en la coctelera.

De pronto, el timbre volvió a sonar. Me extrañó, porque ya no esperábamos a


ningún invitado más.

―¿Quién será? ―inquirió Jacob, también con extrañeza.

―No sé, voy a abrir ―dije, comenzando a caminar hacia la puerta.

Atravesé el salón con celeridad, mirando a mi madre, que se encogió de


hombros, y llegué a mi meta.

Entonces, cuando abrí la puerta, mis ojos se abrieron como platos.

Era Renée.

258

Irrupción

¿Qué… qué hacía Renée aquí? Automáticamente, mi vista se fue con


urgencia a mis padres, pero estos ya habían desaparecido como por arte de
magia. La boca de Charlie se cayó al suelo cuando la vio. La música seguía
sonando, pero, de repente, a mí me pareció que todo se había detenido.

―Hola ―saludó ella, un poco sorprendida de verme allí―. Tú… eres Nessie
Clearwater,

¿verdad? Soy Renée Dwyer, ¿te acuerdas de mí?

Como para no acordarme.

Sus pupilas me estudiaban de la misma forma que habían hecho el día en que
nos conocimos, y empecé a sentirme muy violenta e incómoda, por la
situación, claro está.

―S-sí, sí, claro ―le respondí nerviosamente―. Bueno, ya soy Nessie Black
―le maticé, porque eso de Nessie Clearwater que se había inventado mi
abuelo…

―Es cierto, ibas a casarte con Jacob ―recordó, mostrándome una sonrisa.

Y sus ojos azules volvieron a repasar mi rostro con frenetismo.

Charlie no tardó en acercarse.

―Renée, ¿qué… haces aquí? ―le preguntó, también con nervios.

―¿Y tú? ¿Qué haces aquí? ―invirtió ella, extrañada de verle a él en esa casa.

―¿Yo? ¿Que qué hago aquí? ―repitió Charlie buscando una respuesta, casi
neurótico perdido.

―Estamos celebrando mi cumpleaños ―intervine yo―. Mi tía Sue y él


también están invitados.

―Ah, ¿es tu cumpleaños? Qué casualidad, el de Bella es dentro de dos días


―espetó Renée, cambiando la mirada a Charlie como si supiera que aquí se
celebraba algo más.
―¿Qué haces aquí? ―volvió a preguntarle mi abuelo.

―Ya lo sabes ―le respondió ella, cambiando su rostro amable y sonriente


por uno serio. Y sus pupilas se fueron para rebuscar en el interior del salón.

―No está aquí ―declaró Charlie, también serio.

―Sé que los Cullen han vuelto ―afirmó ella, empujándole con su hombro
para pasar.

―Pero Bella no ha venido ―mintió mi abuelo en un intento de detenerla.

Fue inútil. Renée pasó al salón como un huracán que lo arrolla todo,
buscando a su hija con frenetismo entre todos esos altos y corpulentos
quileutes.

―¡¿Dónde está mi hija?! ¡Quiero verla! ―gritó―. ¡Bella! ¡Bella!

La música no dejó de sonar, pero todo el mundo se quedó en estado de shock,


inmóvil, incluso mis tíos y mis abuelos vampiros se quedaron quietos, tanto,
que parecían estatuas. Jake y yo cruzamos una mirada que lo decía todo:
peligro. Mi abuelo y yo corrimos para seguirla, pero ella estaba demasiado
enfadada y se movía con rapidez.

―¡Renée, por favor, cálmate! ―procuró pararla Charlie, cogiéndola del


brazo, por detrás.

―¡No! ¡Llevo sin verla muchos años! ―chilló, zafándose de un bandazo―.


¡Sé que ella está aquí! ¡Lo sé! ¡Bella!

Renée estaba demasiado furiosa, y a mi abuelo humano le fue totalmente


imposible detenerla.

En un abrir y cerrar de ojos que fue extremadamente rápido, incluso para mí,
Renée se plantó delante de Carlisle.

―¡¿Dónde tenéis a Bella?! ―le increpó, empujándole con fuerza.


No lo movió ni un milímetro, claro, y Renée también se percató de lo pétreo
que era el torso de ese hombre que, aun con ese empujón, se mostraba afable
y tranquilo. Sus azules ojos también se pusieron a estudiar a Carlisle, no sé si
con cierto horror o simplemente con estupor. Ese doctor no había envejecido
nada en doce años, y ella parecía estar dándose cuenta de eso.

Oh, no, las gemelas. Mis ojos se fueron súbitamente hacia ese lado de la barra
cuando me acordé de ellas, pero, afortunadamente, ya no estaban. También
faltaban Isaac y Shubael, así que mi rápida mente enseguida dedujo que ellos,
hábilmente, se habían encargado de sacarlas de allí con alguna excusa. Una
mirada con Jacob me lo ratificó.

259

Suspiré, pero solo fue por un brevísimo instante.

―¡¿Qué…?! ¡¿Qué es esto?! ¡¿Una secta o algo así?! ―siguió gritando


Renée, sin poder evitar que las lágrimas se le escapasen. Mi corazón sufrió un
vuelco cuando la vi llorar de esa manera―.

¡¿Dónde está mi hija?! ¡Quiero verla ahora!

―Por favor, Renée, cálmese ―le rogó Carlisle, que cambió su semblante
tranquilo por uno de tristeza.

Yo no sabía qué hacer. ¡Qué frustración! Me sentía una inútil, una completa
inútil, porque,

¿qué se le podía decir a una madre que llevaba doce años “buscando” a su
hija, a una hija que hablaba con ella casi todos los días, de la que sabía que
estaba bien, pero con la que no se veía físicamente? En honor a la verdad, no
sé por qué nos sorprendíamos de verla aquí. Renée no debía de haber dejado
de investigar nunca, y eso que lo de las piernas rotas de Phil le había tenido
entretenida bastantes meses. Pero otros tres años dan para mucho, y algo
debía de haberla traído hasta aquí, alguna investigación secreta que ni el
propio Charlie conocía. Mamá llevaba doce largos años esquivando esta
situación insostenible, doce años dándole largas y más largas, poniendo
excusas ya imposibles, “huyendo” de los sitios a los que sabía que se dirigiría
Renée, incluso marchándose de Anchorage cuando su madre había ido hasta
allí, y todos sabíamos lo mal que lo estaba pasando ella también por esta
situación. Esta precisamente había sido una de las causas de aquella turbación
que le había dado en el pasado. Ahora mismo tenía que estar sufriendo
infinitamente al tener que escuchar de primera mano la agonía de Renée. Se
me aferró un nudo enorme en la garganta, y a punto estuve de llorar yo
también.

―¡¿Cómo voy a calmarme, si tenéis retenida a mi hija?! ―voceó Renée de


nuevo, entre lágrimas desesperadas.

―Renée, por favor ―le imploró Charlie, sujetándola por los hombros para
que se diera la vuelta, otra vez sin éxito.

Se notaba que él también lo estaba pasando mal. Bueno, en realidad todos lo


estábamos pasando fatal. Sue retenía las manos en la boca, abrumada por
unas emociones que debía de comprender muy bien, como madre; Alice
había quitado la música; los ojos dorados de Esme no podían estar más
tristes, así como los de Teresa; Jasper tenía cara de concentración, intentando
hacer algo para tranquilizar a Renée; el rostro de Rosalie mostraba unos
labios caídos, al igual que todos los presentes, hasta Emmett estaba serio. Sin
embargo, hubo alguien que llamó más mi atención. Los chicos y chicas
quileute miraban al suelo, cabizbajos, pero Jacob apretaba los dientes con
rabia, y su mirada reflejaba lo injusto que le parecía todo esto.

―Le aseguro que nadie la tiene retenida ―afirmó Carlisle, usando su tono
suave y comedido de siempre, para ver si así la calmaba un poco.

―¡Pues exijo verla! ¡Ahora! ―gritó, tragándose las lágrimas.

―Lamentablemente, Bella no está aquí ―repitió mi abuelo vampiro.

―¡Sé que está aquí! ―reveló ella, voceando una vez más―. ¡He estado
investigando y sé que habéis venido todos! ¡Estáis celebrando su
cumpleaños! ―soltó, otra vez entre lágrimas. Noté cierto reproche en su
frase. Un reproche lleno de dolor y rabia, por no haber sido invitada al
aniversario del nacimiento de su propia hija―. ¡Quiero verla!

―La verás ―intervino Jacob de pronto, acercándose a nosotros.

Automáticamente, todos giramos la cabeza para mirarle, sorprendidos. Jacob


llegó a nuestra altura y se posicionó junto a Renée, que se volteó para verle
mejor. Esta entrecerró los ojos, estudiándole, y Charlie casi le mata con la
mirada. Jasper seguía muy concentrado, y los efectos de su don parecían
empezar a hacer más efecto desde que Jake había dicho esa corta frase.

―Tú… eres Jacob, ¿verdad? ―adivinó, observándole casi como quien ve a


un profeta o algo así―. Bella me hablaba tanto de ti… ―Entonces, le miró
con ojos suplicantes y le habló con una ansiedad que ya imploraba por ella
sola―. Tienes que ayudarme, por favor. Tengo que ver a Bella, lo necesito.

―Primero tengo que advertirte ―le dijo Jake, serio.

―Jake… ―murmuró Charlie, temiéndose lo peor.

Seguramente todavía tenía en la cabeza la manera en que Jacob le hizo saber


que existía otro mundo paralelo.

―Jacob, ¿qué vas a hacer? ―le avisó Rosalie, hablando entre dientes―.
Maldito chucho ―murmuró acto seguido con una voz que solamente un oído
más agudo podía escuchar.

En cambio, Carlisle no dijo nada, sino que se mantuvo a la expectativa,


observando a Renée.

Pero Jacob no escuchó a nadie, solo se limitó a fijar su vista en Renée,


infundiéndole confianza.

260

Renée le miró fijamente durante un momento, respirando hondo, y después


asintió, ya preparada para escuchar.

―Bella no es la misma que era ―empezó a explicarle, hablándole con


precaución.

―¿Está… enferma? ¿Le ha… pasado algo malo? ―inquirió Renée con un
hilo de voz.

―No, no, no es eso. Está como una rosa, créeme ―le calmó Jacob,
hablándole con más naturalidad. Renée suspiró, más relajada―. Verás, es un
cambio físico. ―Charlie miró a otro lado y murmuró algo entre dientes que
no llegué a entender, pero Jake siguió a lo suyo―. Ella no es la misma chica
de hace años. Bueno ―de repente, se quedó pensando―, en realidad…, sí
que lo es, aunque no del todo ―dijo para sí mismo, haciendo una mueca.
Luego, volvió en sí otra vez y la miró con seriedad de nuevo―. Mira, Renée,
tienes que saber que las cosas no son como tú crees.

―Jacob ―protestó Jasper.

Sin embargo, Carlisle alzó la mano para que permitiese que Jake siguiera
hablando, sin dejar de observar ni valorar a Renée. Esta miraba a mi chico
con determinación.

―Te estoy hablando de algo nuevo, un mundo que la mayoría de la gente


desconoce. No puedo decirte más, pero es un mundo sobrenatural que es lo
suficientemente peligroso para ti, por eso Bella ha estado tanto tiempo
rehuyéndote. No quiere ponerte en peligro.

Charlie volvió a farfullar algo entre dientes y su semblante se transformó para


decir no pensar, no pensar.

―¿En peligro? Ella está…

―No, ella está bien, y es feliz, muy feliz ―le reveló él, mirándola con
resolución―. Edward cuida muy bien de ella.

―¿Y dices que me rehuye para protegerme? ―Renée apenas tenía voz.

―Sí ―le confirmó Jake. Renée agachó la cabeza, buscando respuestas en el


suelo, y tragó saliva―. Pero no es solo por eso ―siguió, llamando la
atención de mi abuela humana otra vez―.

Bella tiene mucho miedo a que la rechaces, debido a su cambio.

―¿Tanto ha cambiado? ―quiso saber Renée, algo sobrepasada―. ¿Acaso ha


tenido un accidente y se ha quedado…?

―No, no ha sido un accidente ―le desveló él, cortándole―. Solo es un


cambio físico, y ha… ―Recapacitó y modificó su frase―. No ha sido a peor,
digamos, está cambiada, nada más, aunque ella sigue siendo la misma Bella
de siempre. ―Mi abuela humana cerró los ojos y respiró de nuevo―.
Escucha, no te puedo decir más. Las normas de este otro mundo me obligan a
callar.

Pero si tú lo adivinas por tu cuenta, todos los que estamos aquí haremos la
vista gorda.

―¿Todos los que estáis aquí lo sabéis? ―interrogó Renée, mirando a su


alrededor. De pronto, su vista se topó con la de Charlie―. ¿Tú también lo
sabes? ―le preguntó.

Mi abuelo se quedó un par de segundos mirándola, en silencio.

―Sí ―reconoció finalmente―. Desde el principio.

Renée le observó durante un rato. No sabría decir qué era lo que más
predominaba en su mirada, si era el enfado, la decepción, el disgusto, el
reproche, las ganas de arrojarse a su cuello para rompérselo… Sin embargo,
después Renée volvió a mirar a Jake.

―Si él lo ha soportado, yo también puedo hacerlo. Me gustaría verla ahora


―pidió Renée.

―Este no es el momento adecuado. Ni para ti, ni para ella ―opinó Jacob―.


Además, hay demasiada gente alrededor. Mira, vamos a hacer una cosa.
Piénsatelo bien esta noche, ¿vale?
Recapacita en todo lo que te he dicho y trata de relajarte. Si todavía quieres
seguir adelante con esto, ven mañana. Habrá menos gente, y las aguas estarán
más calmadas.

Mi abuela humana estudió el asunto cerca de un minuto.

―¿Seguro que veré a Bella? ¿Vendrá? ―inquirió al final.

―Te doy mi palabra ―juró Jacob con esa mirada solemne de la que solo
goza la gente honesta como los indios.

Renée bajó los párpados otra vez, respiró hondo y asintió.

―De acuerdo ―aceptó, abriéndolos para mirarle de nuevo―. Vendré


mañana.

―Bien ―asintió Jacob.

Mi abuela humana le observó por última vez y se dio la vuelta para


marcharse, pero, de repente, sus ojos se encontraron con los míos y ella
detuvo su marcha. Los entrecerró, buscando algo en mí con ese frenetismo de
siempre. Volví a sentirme incómoda y aparté la mirada y el rostro al suelo.
Entonces, reanudó sus pasos y se marchó por la puerta.

En cuanto se escuchó cómo su coche arrancaba y se alejaba, un borrón


supersónico bajó súbitamente por las escaleras.

261

―¡¿Qué has hecho, estúpido chucho?! ―chilló mamá, arrojándose a por


Jacob con furia.

―¡Bella! ―le siguió mi padre.

―¡No! ―protesté, intentando interponerme.

Pero fue demasiado tarde. Mi madre consiguió llegar a él y le empujó con


cólera. En una milésima de segundo estampó su espalda contra la pared con
sus manos aún aferradas a sus hombros. Los paneles de madera que revestían
el paramento quedaron hechos trizas, y todos los metamorfos de la sala no
pudieron evitar el acto reflejo de adoptar unas posturas amenazantes al
tiempo que ya comenzaban a gruñir.

―¡Jake! ―voceé, horrorizada, corriendo hacia él.

Pero Jacob alzó la mano para calmarnos a todos y, de pronto, mis pies se
pararon en seco, así como los de mi padre.

―¡¿Qué has hecho?! ―Mamá se sujetó a su camiseta con fuerza y rompió a


llorar en su pecho, expulsando toda esa tensión y dolor acumulados durante
tantos años.

Jake la rodeó con sus brazos para consolarla y sus intensos ojos se dirigieron
a los míos, buscando mi complicidad. La encontraron, por supuesto, y mi
boca también le sonrió ligeramente.

―¿Qué voy a hacer? ―sollozó mamá en su pecho.

―Todo saldrá bien, ya lo verás ―le susurró Jake, acariciando su espalda.

Todo el mundo se quedó petrificado, y nadie dijo ni pío. Charlie no pudo


contener las lágrimas, y también fue alentado por Sue.

―Esto… Creo que será mejor que nos vayamos ―dijo Seth, caminando
hacia mí, con Brenda de su mano―. Hasta mañana, Nessie. Ya te
llamaremos. ―Y me dio un cálido beso en la mejilla.

―De acuerdo ―acepté.

El salón comenzó a llenarse de despedidas mudas y gente que se marchaba en


bandada. La fiesta se había terminado, claro. Incluso tuve que salir un
momento al porche para despedirme de las gemelas, que seguían tosiendo sin
parar. Al parecer, habían estado paseando con Isaac y Shubael, a los cuales
agradecí todo lo que habían hecho. Cuando regresé, la estancia ya no tenía
ningún invitado, y mi madre seguía igual que como la había dejado.
Mamá se quedó un buen rato entre los brazos de Jake, llorando sin lágrimas.
Hasta que se calmó.

―¿Ya estás mejor? ―le murmuró Jacob, separándola por los brazos para
mirarla.

Mi madre todavía era incapaz de hablar, por lo que solamente asintió y se


separó de él totalmente. Jacob por fin pudo despegar su espalda de esa pared
destrozada.

―¿Te he hecho daño? ―quiso saber mamá, ahora preocupada por él.

―No, pero esta noche creo que necesitaré uno de los masajes de Nessie en la
espalda ―le contestó, mirándome a mí con una sonrisa.

―Cuenta con ello ―le sonreí, acercándome a él.

Entonces, mi madre miró hacia atrás, donde se encontraba Charlie con Sue, y
cambió un torso por otro, dejándome pista libre a mí con mi chico. Me pegué
a él y me adosé en un abrazo que él correspondió con gusto.

―Lo siento tanto, papá ―lloró de nuevo mi madre.

Charlie tuvo que tragar mucha saliva para poder musitar algo.

―Todo se arreglará, hija, ya lo verás ―intentó consolarla―. Tu madre es


más fuerte que yo, y si yo lo he superado…

Su frase se quedó inconclusa cuando se paró a pensar en si realmente lo había


hecho y luego su rostro adoptó su típica expresión de no pensar, no pensar.

―Anda, ve con Edward ―le instó Charlie, separándola―. Yo estoy bien.

Mamá asintió una vez más, le dio un beso en la mejilla y se fue a los brazos
de mi padre.

―Estoy muerta de miedo ―afirmó ella.


―Ya verás cómo todo sale bien, tranquila ―le animó Jacob―. Ya hay
bastante gente que conoce nuestro secreto, y todos se lo han tomado bien.
¿Por qué no iba a hacer lo mismo tu madre?

Además, las madres siempre aceptan a sus hijos tal y como son.

―Sí, pero sus hijos no son lo que somos nosotros ―discutió Rosalie, que
estaba con los brazos cruzados.

―Creo que me voy a tomar un poco de aire ―declaró Charlie, ya andando


hacia la puerta.

―Te acompaño ―le siguió Sue.

―Renée la aceptará ―aseguró Jake al mismo tiempo que la puerta se


cerraba―. Bella sigue siendo la misma persona. En cuanto vea eso, ya no
habrá problema.

262

―¿Y si no lo resiste? ―dudó mi madre, llena de temor―. ¿Y si no acepta lo


que soy y no quiere volver a verme?

―Eso no ocurrirá. Nadie rechaza a una flor ―manifestó mi padre,


acariciándola en la mejilla con dulzura.

―Vamos, Bells, sabes que eso no será así ―alegó mi chico, usando otra
entonación y otras formas―. Renée es muy fuerte.

―Ya lo sé, pero necesito ponerme en lo peor ―continuó mamá, mirándoles a


los dos―.

Necesito hacerlo, tengo que estar preparada para cualquier cosa.

―Bueno, pues, poniéndonos en lo peor, como tú dices, al menos Renée sabrá


la verdad y ya no seguirá buscándote atormentada ―afirmó Jacob―. Podrá
vivir más tranquila, porque ya sabrá lo que hay, sabrá que tú estás bien,
bueno, más o menos. ―Rose puso los ojos en blanco―. Eso sí, tenemos que
dejarle muy claro lo feliz que eres. Si tú eres feliz, ella lo será también.

―Si no la acepta, Renée no será feliz nunca ―rebatió Rose de nuevo―.


Además, estamos ignorando el peligro al que se verá expuesta a partir de
ahora.

―Pero tiene derecho a saberlo, ¿no te parece? ―le contestó mi chico, algo
molesto por su negatividad―. Hay gente aquí que lo sabe todo, y ni siquiera
son familia. Renée es la madre de Bella, qué menos que lo sepa.

Carlisle carraspeó, poniendo un poco de orden a todo esto.

―En mi humilde opinión, creo que Jacob tiene razón ―declaró, hablando
con un tono conciliador. Jake le dedicó una sonrisita a Rosalie y esta
entrecerró los ojos―. Ya han pasado muchos años y Renée no ha dejado de
insistir en ver a Bella ni un solo día. Creo que esto no solo la está afectando a
ella psicológicamente, como es obvio, sino que Bella también está sufriendo
por ello. Y eso nos afecta a todos. Es más, nos pone en peligro. Renée no
dejará de investigar nunca, no hasta que no sepa la verdad, y eso, más tarde o
más temprano, la pondrá en peligro a ella, con lo cual, nosotros tendremos
que terminar interviniendo. ―Mi madre apretó la mano de papá―. Ya lo
hemos visto hace tres años, con aquella visión que Alice había tenido. En
aquél entonces conseguimos evitarlo, pero llegará un día en que nos será
imposible. Es mejor que lo sepa ahora, que nos conozca tal y como somos.
Eso evitará problemas mayores. Si ella lo descubre por su cuenta, nos tomará
por asesinos sanguinarios, en cambio, si se lo decimos nosotros, tendremos la
oportunidad de explicarle bien las cosas, eso, además de evitar
malinterpretaciones, se lo pondrá más fácil. No obstante, la decisión no está
en mi mano. Bella, ¿estás dispuesta a decírselo? ―le preguntó, pidiéndole su
consentimiento para tomar una decisión.

―¿Y el tema de Renesmee? ―quiso saber mi madre.

Oh, ya no me acordaba de eso…

―Iremos poco a poco ―dijo mi abuelo―. No creo que sea bueno


sobrecargarla. Primero le explicaremos lo tuyo, y después veremos cómo se
presenta la situación. Dependiendo de su reacción, valoraremos si le
contamos lo de Renesmee ahora o más adelante.

Ahora la que estaba algo nerviosa también era yo.

Mi madre miró a papá, buscando su consejo, y él asintió, infundiéndole


confianza con otro apretón de mano.

―De acuerdo ―asintió ella, suspirando con nervios.

―Pues está decidido ―confirmó Carlisle―. Mañana Renée se enterará de la


verdad.

263

Reencuentro

Mi madre estaba muy nerviosa, lógicamente. No paseaba de aquí para allá,


pero enredaba sus manos en un nudo de dedos frenéticos. Mi padre intentaba
calmarla, frotándole los brazos, sin embargo, mamá tenía la mirada
enfrascada en el suelo. Parecía estar meditando todo lo que le iba a decir a
Renée, así como cada una de las posibles reacciones de esta, para estar
preparada.

Alice se concentraba en un intento de ver qué iba a pasar, pero mientras Jake
y yo estuviéramos presentes, era imposible que viera nada, así como estos
días atrás no había visto que Renée iba a aparecer en la fiesta de cumpleaños,
puesto que la misma estaría llena de metamorfos.

En el momento en que mi familia había decidido asistir a la fiesta, Alice ya


no podía ver nada.

Charlie todavía no estaba en la casa, pues había decidido ir él mismo a buscar


a Renée a su hotel, más que nada para ayudarla y acompañarla en estos
momentos tan extraños y desconocidos para ella llenos de incertidumbre.
Creo que Renée necesitaba su apoyo más que nunca, aunque también tenía a
Phil a su lado, quien, al parecer, también había venido, pero, claro, este
último no sabía ni la mitad y no lo iba a saber nunca. Phil tan solo sabía que
Renée por fin iba a ver a su hija.

Me pregunté si él también iba a venir a la casa. Ayer mi abuelo, después de


superar su estado de shock, había salido en busca de Renée para tranquilizarla
un poco más, aunque él era todo un manojo de nervios. Puede que ella
decidiera no venir, pero Charlie estaría con ella fuese cual fuese su decisión.
Al fin y al cabo, era de la hija de ambos de quien se trataba.

Yo también estaba nerviosa. Tal vez al final no podíamos decirle que tenía
una nieta, pero la posibilidad de que sí se lo dijésemos también estaba ahí.
Como cuando era una niña, una vez más me tenía que enfrentar al temor de
ser rechazada, porque, para qué nos íbamos a engañar, a ojos de cualquier
humano yo seguía siendo un bicho raro, un ser extraño que incluso les podía
provocar cierto temor o aversión. Aunque esto no era nada comparado con lo
que mamá estaba pasando, claro.

Mi madre ya esperaba en el salón, con sus lentillas marrones puestas. No solo


las llevaba por Renée, sino que Charlie jamás había visto sus ojos dorados,
aunque a estas alturas... Creo que mi abuelo sabía de sobra que el iris de
mamá era idéntico al de aquellos que la rodeaban, pero que prefería no verlo
directamente, es por eso que mi madre seguía llevando esas dichosas lentillas.

La estancia permanecía en un silencio tal, que el único sonido que se oía eran
los dos repiqueteos acompasados de mi corazón y el de Jacob, aunque
también se podían escuchar los cantares juguetones de los diferentes pájaros
que habitaban el bosque, las caricias del viento en las hojas y el correteo de
alguna ardilla que otra por la corteza de un árbol.

El único que se mostraba más tranquilo era Jacob. Su postura no es que fuera
totalmente despreocupada, pero sí mas relajada que la de los demás. Mi
madre intentaba concentrarse en él, como si así fuera a contagiarse de algo.

No había ninguna hora de llegada acordada, pero parecía que Renée se estaba
retrasando. Ya empezábamos a dudar de que viniera, cuando otro ruido
diferente comenzó a escucharse en la lejanía. Era el motor de un vehículo, y
no era el coche patrulla de Charlie.
Los nervios de mamá subieron hasta el infinito.

―Tranquila, todo saldrá bien ―le alentó mi padre, posando los labios en su
sien con dulzura.

El ruido del motor fue oyéndose cada vez más cerca, y el nerviosismo fue
aumentando con él, hasta que ese motor se paró justo delante del porche de la
casa.

Todo se detuvo de nuevo, incluso mi corazón pareció ralentizarse. Hubo un


momento en que casi iba al mismo compás que el de Jake. Él se percató de
mi estado de ánimo y apretó el amarre de mi mano.

Primero, el sonido de dos puertas del coche cerrándose, después, los pasos de
dos pares de zapatos subiendo las escaleras del porche. Mi madre estaba al
borde de su aguante y mi padre la sujetó por la cintura. Por supuesto, ya sabía
que no podía desmayarse, pero, en serio, daba esa sensación. Era extraño, y
hasta sorprendente, ver a un ser tan fuerte como un vampiro parecer tan
frágil. Mamá lo parecía tanto, que daba la sensación de que estaba enferma.
Si seguía así, iba a 264

darle un buen susto a Renée.

―Alegra un poco la cara, Bella ―le cuchicheó papá, haciéndose eco de mis
pensamientos―. No querrás que tu madre crea que estás enferma...

―Estoy aterrada. ―Fue lo único que ella consiguió musitar.

―Sé fuerte ―le dijo mi progenitor, dándole otro beso, esta vez, en la cabeza.

Tap, tap, tap, tap…

Y el timbre sonó.

Mamá había escuchado esos pasos, como todos, y sabía que iban a picar, pero
aun así no pudo evitar sobresaltarse un poco. Mi mano apretó la de Jacob y
todos aguantamos la respiración. Bueno, en el caso de mi familia era un
decir, por supuesto.

Carlisle le hizo una señal con la cabeza a mi madre.

―Vamos, cariño ―le instó mi padre.

Ella le miró, mordiéndose el labio, asintió y le acompañó hasta la habitación


de al lado. Mi familia había decidido que era mejor así, para comprobar
primero el estado de Renée.

En cuanto esa puerta se cerró, mi abuelo vampiro se acercó con premura a la


de la entrada para abrirla.

―Buenas tardes, Renée ―le saludó Carlisle―. Charlie. ―Y asintió con la


cabeza a modo de saludo.

―Buenas… buenas tardes ―correspondió mi abuelo humano, con evidentes


nervios.

―Pasad. ―Carlisle se apartó para dejarles paso.

Renée lo hizo primero, y sus ojos ya buscaron a mamá. Venía sin Phil, por lo
que deduje que le había puesto algún tipo de excusa para que no la
acompañase. Al no ver a mi madre allí, sus pupilas oscilaron
automáticamente hacia Jake.

―Está aquí, como te prometí ―le calmó él, mirándola con sinceridad.

Charlie traspasó la puerta y Carlisle la cerró. El primero se puso enseguida


junto a Renée y el segundo junto a Esme.

―¿Y dónde está? ―quiso saber Renée.

Se la notaba tensa, pero parecía más tranquila que el día anterior.

―Solo quieren comprobar que estás bien antes de que ella salga ―le dijo
Charlie.
―Estoy bien, ¿dónde está? ―insistió, estudiando el interior de la casa con la
mirada.

―¿Ya sabes a lo que te vas a enfrentar? ―le preguntó Jake―. Me refiero a


lo que hablamos ayer, ¿recuerdas?

Los ojos azules de Renée dejaron su examen para estacionarse en los de


Jacob con una certidumbre que me dejó un poco asombrada.

―Ya sé lo que sois ―declaró, dando un rodeo con la vista para mirarnos a
todos. Me quedé perpleja cuando vi ese matiz en su mirada, porque era una
mirada muy parecida al odio. Nunca había visto a nadie mirarnos así―. Me
ha costado deducirlo, pero me he pasado toda la noche investigando en
Internet. ―Entonces, con una valentía asombrosa y digna de alabanza, alzó la
barbilla y lo soltó con valor y arrojo―. Sois vampiros.

Se hizo un silencio tenso que solo se rompió con el sonido de la mano de


Charlie secándose el sudor de la frente. Mis dedos estrujaron a los de Jacob
un poco más. Jasper volvió a poner cara de concentración.

―Así es ―le confirmó Carlisle con un tono serio―. Pero no somos como
usted piensa.

―Sois asesinos ―le espetó Renée, apretando los dientes―. Le chupáis la


sangre a la gente. Y

algo le habéis hecho a mi hija.

Mi corazón no pudo evitar estremecerse al escuchar tales palabras.

―No tomamos sangre humana ―le explicó Carlisle, usando su voz serena y
pausada―. Nos alimentamos solo de animales.

Renée le miró con incredulidad.

―Es cierto ―le confirmó Jake.

―¿Tú… también eres…?


―No. Yo no soy un chupa… un vampiro ―corrigió mi chico a tiempo.

Charlie terminó por sacarse un pañuelo del bolsillo para frotar la parte
superior de su rostro.

Mi abuela humana evaluó a mi marido, comparándolo con el resto de los


presentes, y supo que no mentía.

―Vamos, Renée, tienes que creernos ―le rogó Jacob, hablándole con la
misma naturalidad que ayer―. No toman sangre humana, créeme. Son buena
gente.

265

Emmett le dedicó una sonrisita a Renée cuando esta observó a su alrededor


de nuevo.

―Me gustaría creerte, Jacob, pero me cuesta hacerlo ―declaró ella.

―Mira sus ojos ―le pidió mi chico. Renée los miró, aunque un poco a
regañadientes―. Son dorados, ¿no? Bien, pues los vampiros que toman
sangre humana los tienen rojos. Estos de aquí son buenos, créeme. Además,
¿no ves lo tranquilos que están? Si tomasen sangre humana ya se habrían
tirado a ti, ¿no crees?

Rosalie le fulminó con la mirada. No le gustó nada esas formas para referirse
a ellos.

―No lo sé ―dudó Renée, nerviosa―. Puede que se estén controlando.

―No le hacemos daño a nadie ―le aseguró Carlisle―. Nos dedicamos a


cazar animales salvajes para sobrevivir.

―¿Ah, sí? ¿Y qué hay de eso de la eterna juventud? ―cuestionó ella con
ojos críticos―.

Necesitáis sangre humana para manteneros jóvenes.


Tenía que reconocer que Renée era muy valiente. Estaba temblando, sin
embargo, le echaba arrojo al asunto y estaba diciendo todo lo que quería
decir, aun sabiendo que alguno de nosotros podíamos atacarla y matarla con
un chasquido de dedos, cosa que no iba a ocurrir, por supuesto.

Aunque ella parecía seguir pensando que sí.

―Mitos y leyendas ―alegó Carlisle―. Existen muchos mitos de este estilo


en torno a nosotros, pero muchos no son ciertos. Y uno de ellos es ese. Nos
mantenemos jóvenes igualmente. En realidad, nos mantenemos en el mismo
estado en el que fuimos transformados y no cambiamos más, pasen los siglos
que pasen ―le reveló abiertamente.

El trago de saliva de Renée fue claramente audible.

―¿Bella…? ¿Bella es igual que vosotros? ―preguntó ella con un hilo de


voz. Aunque más que una pregunta ya parecía una afirmación.

―Sí ―admitió mi abuelo vampiro, ratificándoselo.

El pañuelo de Charlie ya no podía moverse más deprisa.

Renée cerró los ojos y exhaló todo el aire que tenía en los pulmones. Abrió
los párpados y se quedó un buen rato con la mirada clavada en el suelo,
perdida.

Luego, la alzó hacia Charlie.

―¿Tú ya lo…? ―su pregunta, y reproche, se quedó en el aire cuando vio lo


pálido que estaba él, así que, como también le conocía, ya se percató de que
Charlie siempre había preferido saberlo pero sin saberlo. Hasta hoy. Lo que sí
hizo fue dirigirse a Carlisle―. Quiero verla ―le pidió finalmente.

No sé qué sería lo que había estado recapacitando, ni si se creería todo lo que


le contamos, pero ahora Renée parecía más sosegada, incluso diría que
decidida.
Carlisle asintió. Después, todos miramos a la puerta de la habitación donde se
habían escondido mis padres.

Pudimos escuchar cómo el corazón de Renée se aceleraba al tiempo que sus


ansiosos y nerviosos ojos miraban en la misma dirección, esperando la
aparición de su hija.

Entonces, mamá apareció por la puerta, cogida de la mano de mi padre.

Mi garganta fue invadida por uno de esos incómodos nudos, pero fui capaz
de controlarme.

―Hola, mamá ―le saludó, embargada por la emoción y los nervios.

La primera reacción de Renée fue la de abrir los ojos como platos y jadear.
Esa hija que había visto en su boda por última vez, seguía siendo la misma
joven de diecinueve años, pero diferente.

Su rostro había cambiado, su cabello era más lustroso, incluso su voz era más
angelical y pura.

Todos vimos el collage de expresiones que tiñó su rostro: asombro,


incredulidad por lo que estaba viendo, perplejidad… Pero también
deslumbramiento, felicidad y alegría.

La segunda reacción de Renée ya fue la de correr hacia ella para abrazarla.


Papá soltó la mano de mi madre para que tuvieran vía libre.

―¡Bella! ―lloró, rodeándola con sus brazos.

―Mamá… ―sollozó mi madre, abrazándola.

Ambas se fundieron en un abrazo conmovedor que hizo que mis ojos ya no


pudiesen reprimir las lágrimas. Mamá tuvo que contenerse para no apretarla
entre sus brazos todo lo que a ella le hubiese gustado, para no hacerla daño.

Renée se separó de ella para mirarla y acarició su rostro ansiosamente.


―Estás… helada…

―No, es que es así ―afirmó Jake, sonriente.

Le propiné un pequeño codazo en las costillas justo cuando Renée desviaba


la vista para mirarle a él.

266

―¿Así…? ―repitió, perpleja.

Y sus pupilas regresaron a su hija.

―Sí, soy así, mamá ―le ratificó mi madre, hablándole con un tono dulce―.
Somos fríos, aunque no tenemos frío. Bueno, ya te lo explicaré. ―Y se le
escapó una risa nerviosa.

―Estás… estás… tan igual pero tan diferente al mismo tiempo…


―murmuró, observándola con una mezcolanza de felicidad y tristeza a la
vez.

―Bueno, plantéatelo como si se hubiese hecho la cirugía o algo así ―le dijo
Jacob, mostrando una sonrisa completamente relajada.

Yo le pegué otro codazo, pero Rosalie volvió a acribillarle con la vista.

―Sigo siendo la misma persona ―le aseguró mi madre.

Renée sufrió un ligero mareo, por lo intenso de la situación, y se tambaleó.


Mamá la sujetó a tiempo, aunque mi padre ya estaba ahí para agarrarla.

―Mamá… ―la preocupación se desbordó por el rostro de mi madre.

―Estoy… bien ―mintió Renée.

―Llevémosla al sofá ―sugirió mi padre, pasando el brazo de mi abuela


materna por encima de su hombro para ayudarle a caminar hacia el níveo
asiento.
―Traeré un vaso de agua ―se ofreció Esme, caminando con presteza hacia
la cocina.

La dejaron en el sofá con delicadeza, tumbándola boca arriba, y Carlisle le


puso un par de cojines bajo los tobillos. Charlie corrió hacia allí y comenzó a
abanicarla con una revista que Emmett había dejado sobre la mesilla.

Enseguida llegó Esme con ese vaso de agua.

―Hija… ―le llamó Renée.

―Estoy aquí, mamá ―le contestó mi madre con esa mezcla de preocupación
y emoción, agachándose para ponerse a su altura. Esme le pasó el vaso―.
Toma, bebe un poco de agua, te sentará bien.

Renée se incorporó un poco y tomó unos tragos. Mientras su cabeza se


posaba de nuevo, mamá le devolvió el vaso a Esme. Renée le cogió la mano y
se la apretó con las pocas fuerzas que tenía.

―¿Podré verte otra vez más? ―quiso saber, y las lágrimas volvieron a
recorrer su rostro―. No me importa lo que seas, no me importa que sea una
vez al año…, solo quiero verte más veces…

Mi madre tardó unos segundos en poder contestar.

―Claro que sí, mamá ―musitó, acariciando su rostro con su mano helada. A
Renée no pareció importarle ese tacto―. Y no solo una vez al año. Ahora que
ya sabes mi secreto, podrás verme todos los días, si quieres. Aunque si no
quieres verme tan a menudo por lo que soy, lo comprenderé.

Mi abuela humana alzó la cabeza repentinamente y se incorporó un poco.

―No ―soltó con precipitación, mirándola con ansiedad―. Quiero verte a


menudo, lo necesito.

―¿De verdad no te importa lo que soy? ―murmuró mamá.

―No sé lo que te han hecho, ni lo que te obligan a hacer, pero tú siempre


serás mi hija. ―De repente, su mirada y su voz, los cuales se dirigieron a mi
familia, se tornaron agresivos.

―No me han obligado a nada ―le confesó mi madre, sujetándole la barbilla


con suavidad para hacerle girar el rostro hacia ella. Sus ojos se
encontraron―. Yo he elegido esta vida, y lo he hecho libremente. Y soy feliz,
mamá, inmensamente feliz. Sobre todo ahora que tú lo sabes y podemos
vernos. Pero necesito que me creas, porque te estamos diciendo la verdad.
Solo nos alimentamos de animales, jamás he probado otro tipo de sangre,
jamás. Tú me conoces, sabes que nunca hubiera elegido esta vida si tuviera
que matar a humanos.

Charlie pasó a abanicarse a él mismo.

Renée se estremeció un poco al escuchar cómo mi madre pronunciaba esa


última palabra excluyéndose a sí misma. Se quedó observándola a los ojos
cerca de un minuto, sin decir nada.

―Está bien, te creo ―aceptó por fin, soltando un suspiro―. Si tú me dices


que no tomáis…

sangre humana ―le costó soltar―, te creo. No me importa lo que seas,


mientras seas feliz. Si lo has elegido libremente y eres feliz, yo también lo
soy.

―¿Lo ves? ―le sonrió Jake.

Mi abuela materna desvió la vista hacia él, pero, de pronto, sus pupilas se
encontraron conmigo.

―¿Y por qué está ella aquí? ―preguntó, entrecerrando los ojos para
estudiarme con esa mirada de siempre.

No se había percatado de mi presencia hasta ahora, o tal vez no se había dado


cuenta de que mi presencia aquí era extraña, hasta este momento.

Mi corazón se aceleró y me preparé para ese rechazo inicial. Como cuando


era pequeña, sentí la 267

urgente necesidad de esconderme tras Jake.

―No eres la sobrina adoptada de Sue, ¿verdad? ―adivinó, cambiando la


vista hacia Charlie.

―No ―confesó él, algo ruborizado por aquel embuste.

Mi abuela volvió a mirarme.

―¿Quién eres en realidad? ―inquirió sin dejar de estudiar mi rostro.

Y sus ojos pasaron a hacerlo con mis progenitores. Creo que más o menos ya
sabía la respuesta.

―Es alguien muy especial, mamá ―le contestó mi madre, sonriéndome.

―Acércate ―me pidió Renée, incorporándose más hasta que se quedó


sentada.

Jacob iba a soltar mi mano para dejarme ir, pero se lo impedí. Necesitaba
tenerle a mi lado, sentir su calidez y tranquilidad, sentir esa seguridad que
solo él me daba. Tiré de él y le hice caminar junto a mí hasta que me planté
frente a Renée tímidamente.

Sus pupilas oscilaron de mí a mis padres. La respuesta era tan obvia, que
mamá optó por decírselo directamente.

―Esta es Renesmee, nuestra hija. ―Y mi madre cogió la mano de mi padre


y la mía que estaba libre.

La otra apretó la de Jacob, esperando a que Renée se desmayase de nuevo o


echase a correr directamente.

Pero no lo hizo.

―¿Renes… mee? ―Mi abuela materna pareció percatarse del juego de


palabras que conformaba mi nombre, aunque eso no fue lo que más pareció
emocionarle―. ¿Vuestra… hija?

¿Mi… nieta?

―Sí, mamá. Tu nieta ―sonrió mi madre.

―Hola… ―Ya nos conocíamos, pero no pude evitar saludarla con ese frágil
murmullo, como si, en realidad, acabasen de presentarnos.

Estuve a punto de decir hola, abuela, pero creí que igual era un poco fuerte y
precipitado llamarla por ese nombre tan a primeras. Todavía se estaba
recuperando del primer shock, y ahora tenía que hacerlo del segundo.

Sin embargo, Renée se puso en pie lentamente, se quedó frente a mí y me


observó, maravillada.

Era como si estuviera viendo a un ángel o algo así. Me ruboricé, y entonces


ella sonrió, todavía más anonadada por mi reacción.

―Eres tan preciosa… Pareces un ángel ―musitó―. Te parecías tanto a ellos.


Tus ojos…, tu rostro… Siempre tuve mis sospechas, pero creía que estaba
volviéndome loca ―reconoció con un murmullo engatusado.

―Y es la persona más maravillosa del mundo. ―De repente, miré a mi lado


y Jake me observaba del mismo modo.

Eso hizo que la cantidad de sangre que ya invadía mis mejillas aumentase,
pero también se me antojó darle un buen beso.

Mi abuela materna llevó su trémula mano a mi rostro para tocarme, casi con
miedo. Su palma se posó ligeramente en mi mejilla y, al notar la temperatura,
la retiró súbitamente. No parecía asustada, solo sorprendida por la diferencia
con mi madre.

―Tu temperatura…

―Mi piel no es exactamente como la suya ―le expliqué, sonriéndole.


Ella pareció quedarse más engatusada, cosa que volvió a darme una
vergüenza horrible.

―¿Por qué? ―le preguntó a mi madre.

―Me quedé embarazada en la luna de miel ―le desveló ella―. Todavía no


era como ahora, así que ella es mitad humana.

―¿Eres… mitad humana? ―Renée pestañeó, perpleja.

―Sí. Soy un semivampiro ―le revelé.

Charlie cogió el vaso de agua y se lo terminó de unos pocos y sonoros tragos.

Los ojos de mi abuela humana oscilaron hacia Jake.

―No, tampoco soy un semivampiro ―declaró él sin poder evitar reírse un


poco.

―¿Y por qué no me contaste todo esto antes? ―le reprochó ella a mamá.

―No podía ponerte en peligro, ya tenía bastante con papá.

―¿Conmigo? Hey, yo estoy muy bien, sé cuidarme solo ―le replicó él, algo
molesto.

―Tú estás protegido a todas horas por un montón de… amigos que andan
por los bosques ―rebatió mi madre.

Estaba claro que esos amigos eran los metamorfos. Mamá lo había omitido,
seguramente para 268

no aturullar más la cabeza de Renée. De momento ya tenía bastante con saber


de la existencia de vampiros y semivampiros.

Charlie refunfuñó por lo bajo, pero no dijo nada.


―Escucha, mamá ―le dijo mi madre, soltando la mano de mi padre y la mía
para envolver las de Renée, que soltó un respingo al principio por no estar
acostumbrada a ese tacto, aunque enseguida se amoldó―. Este mundo es
muy peligroso ―empezó a advertirle―. Nosotros somos una excepción. La
mayoría de vampiros se alimentan de sangre humana y son bastante
despiadados ―suavizó. Charlie buscó más agua con desesperación, pero el
vaso estaba vacío. En una milésima de segundo, Esme le trajo otro―. No
debes hablar de esto con nadie, ni siquiera con Phil. Invéntate una excusa o
algo. Dile que me has visto, pero que yo quería verte a solas. Dile que estoy
en una secta, lo que quieras. Pero, repito, no le hables de esto. Ni a nadie.
Esto es muy importante, y es totalmente necesario para que no te pongas a ti
ni a él en peligro.

Mamá esperó a su respuesta.

―S-sí…, sí ―asintió Renée, algo atemorizada.

―Siento asustarte, pero tengo que decírtelo así para que te quede muy claro.
Las cosas son así y no puedo suavizártelas.

―De acuerdo ―volvió a asentir mi abuela humana.

―Deberás seguir unas pautas a rajatabla para que podamos vernos ―siguió
mamá. La pobre Renée no hacía más que asentir mientras la miraba con
obediencia―. Cuando me llames, nunca te refieras a nosotros como
vampiros, trátanos como siempre lo has hecho, ¿de acuerdo? Para quedar, te
llamaré yo desde alguna cabina telefónica. Tendremos que vernos en sitios
poco concurridos, en algún bosque o algo así. Y otra cosa. ―Mi madre tomó
aire y se lanzó a la piscina, hablando entre murmullos cautos―. Sabes que
nunca envejeceré. ―Ahora sí que Charlie pudo beber agua. La necesitaba de
nuevo―. Siempre tendré este aspecto, siempre. Por muchos años que pasen,
siempre aparentaré diecinueve. ¿Estarás preparada para eso?

Renée cogió aire y lo soltó entrecortadamente.

―Sí ―asintió. Luego, miró a Jake―. Pensaré en la cirugía. ―Y le dedicó


una sonrisa a mi chico que él correspondió.
―Bien ―aceptó mamá―. Bueno, eso es todo. Creo.

―¿Alguien quiere tomar algo? ―preguntó Esme para romper un poco ese
momento tan raro.

―Una tila, por favor ―le pidió Renée.

―Otra para mí ―se apuntó Charlie, que volvía a secarse el sudor de la frente
con su pañuelo.

―Ahora mismo ―sonrió Esme, dirigiéndose a la cocina.

―Sentémonos aquí ―le instó papá, señalando el sofá con la mano―.


Tenemos muchas cosas de las que hablar.

Renée tomó asiento y Charlie la acompañó. El resto nos distribuimos a su


alrededor como pudimos, aunque el otro lado de Renée lo ocupó mi madre.

―Y tenéis muchas cosas que contarme sobre vosotros ―exigió Renée,


usando de pronto un autoritario tono maternal―. Ya que he tenido que
soportar doce años de incertidumbre y que no puedo hablar de esto con nadie,
me gustaría saberlo todo.

―Me parece un precio justo ―aceptó Carlisle.

―Y sobre todo, quiero saber de ti ―me dijo, y su boca no pudo evitar


sonreírme.

―Claro, lo que quieras ―le sonreí yo también.

―Tengo una nieta… ―murmuró sin quitarme ojo―. Todavía no me lo creo.

Todos rieron por lo bajo.

―Pues ya lo puedes creer, Renée ―le contesté.

―No. Llámame abuela ―me pidió sin dejar de sonreírme.


No sé lo que fue, pero eso fue música celestial para mis oídos, porque parecía
que me había aceptado, que había aceptado toda la situación. Puede que el
shock todavía no se hubiera esfumado del todo, pero ahora se la veía más
relajada, tranquila, porque por fin sabía la verdad sobre su hija, por fin iba a
poder verla siempre que quisiera, y se notaba que eso era lo más importante
para ella.

No pude evitar sentirme tan feliz. Mi madre rebosaba esa felicidad por los
cuatro costados, y eso me contagiaba más.

―Como quieras, abuela. ―Y mi sonrisa se amplió.

Sí, las cosas con Renée iban a ser muy diferentes a partir de ahora.

269

Gripe

Esta vez Razvan no me lanzaba un cuchillo, simplemente observaba con una


sonrisa malvada y satisfecha cómo mi abultado vientre se llenaba de sangre.
Esta chorreaba hacia abajo en hilos densos y negruzcos que resbalaban por
mis piernas y formaban un charco bajo mis pies, sin que yo pudiese hacer
nada para evitarlo.

―¡Nooooo! ―grité, horrorizada, incorporándome de sopetón.

En esta ocasión sabía que había sido otra pesadilla. Otra más. La misma que,
últimamente, tenía siempre.

―Nessie, mírame ―me pidió Jake, acariciándome el rostro con ansiedad.

Seguramente llevaba un buen rato haciéndolo, porque tenía un calor


tremendo. Esa horrible pesadilla se había esfumado, pero todavía tenía los
últimos visos en los ojos, hasta me sentía mareada. Le miré y, cuando le vi a
mi lado, le abracé con fuerza.

―Jake, ha sido la misma pesadilla de siempre ―sollocé en su acogedor


cuello.

―Lo sé ―murmuró, apretándome con mimo al tiempo que sus manos


acariciaban mi espalda desnuda. Tenía tanto calor, que hasta me parecían
templadas―. Tranquila, ya ha pasado todo.

Su cuerpo me acaloraba más, pero se estaba tan bien entre sus brazos,
notando su piel pegada a la mía.

―¿Por qué se repite tanto? ―pregunté con un murmullo.

―Supongo que hasta que no demos caza a Razvan y compañía seguirás


teniéndolas.

Me despegué de él para mirarle.

―¿Quieres decir que hay posibilidades de que la pesadilla se cumpla hasta


que no mueran Razvan, Nikoláy y Ruslán? ―inquirí con temor.

Claro, qué tonta era.

―Esa pesadilla no se cumplirá ―aseguró, omitiendo esa respuesta tan obvia


para no preocuparme―. Esos tres morirán mucho antes.

De pronto, me dio otro fuerte mareo. En realidad, era un mareo continuo que
no se iba. Pero había algo más. Debido al tema de mi pesadilla no me había
dado cuenta hasta ese momento de que mi nariz estaba taponada y de que me
dolía todo el cuerpo. Tenía la garganta reseca, ese fuerte calor no se iba y me
encontraba mal, muy mal, fatal. Jake se percató de que me pasaba algo
cuando vio cómo se me cerraban los ojos y observó mi rostro mejor.

―¿Te encuentras bien? ―inquirió, preocupado.

―La verdad es que no ―reconocí, llevándome la mano a la frente.

¡Uf, ardía!

―Déjame ver ―me pidió él, quitando mi mano para poner la suya con
prisas―. Mierda, estás ardiendo.

Sí, lo estaba, porque su piel, que normalmente me parecía tórrida, ahora me


resultaba más bien templada. Los ocho grados que me sacaba normalmente,
ahora no llegarían a cuatro.

Y ya me temía lo que era.

―Tengo fiebre… ―susurré.

―Pensaba que tenías calor por el susto de la pesadilla, pero ya veo que no es
por eso ―dijo, alarmado―. Vamos, cielo, túmbate. ―Me ayudó a echarme,
tomándome por la cintura con delicadeza. Luego, me cubrió con la sábana―.
Llamaré a Carlisle.

Hizo el amago de levantarse, pero le detuve, cogiéndole por el antebrazo.

―No, no le llames.

―Pero estás ardiendo ―rebatió, mirándome con preocupación.

―Solo es una gripe, conozco los síntomas ―afirmé, hablando desganada por
la fiebre―. Si le llamas, preocuparás a toda la familia. Son capaces de venir
de Anchorage hasta aquí solo por esto.

Mi familia ya estaba en Alaska, hasta Renée se había marchado a Phoenix


con Phil.

―¿Gripe? ¿Estás segura? ―se aseguró, sin dejar de observarme con esa
ansiedad.

270

―Sí, cielo, no te preocupes ―le sonreí, aunque solo para que no se


preocupase, porque me encontraba tan mal, que no me apetecía nada.

―No sé, Nessie ―dudó, llevándose la mano al pelo nerviosamente―. Jamás


te has puesto enferma de nada, ¿y ahora vas a coger una gripe?
―No olvides que soy mitad humana ―le recordé―. En realidad, soy más
humana que vampiro.

Además, no es una gripe normal ―le revelé, y conforme hablaba, yo misma


me iba dando cuenta de las cosas―. Es una gripe más agresiva. Un virus
extremadamente fuerte y resistente.

Nuestros ojos se encontraron y no hizo falta que dijera más.

―La gripe que azota Vancouver ―cayó, sorprendido―. Las gemelas te han
contagiado.

Pues claro. Aparte de la fiesta de cumpleaños de hace cinco días, habíamos


pasado los tres días siguientes con ellas. Tiempo suficiente para que el virus
me atacase. Ahora que lo recordaba, ya ayer no me encontraba muy bien,
pero lo había achacado a cansancio.

―Genial. Es la primera vez en toda mi vida que me pongo enferma ―me


quejé en voz alta.

De repente, Jacob se echó a reír.

―No le veo la gracia ―protesté, aunque no pude evitar que se me escapase


una sonrisa apagada por la gripe.

―¿Cómo que no? ―rio―. Jamás te has puesto enferma, y ahora vas y coges
una de las peores gripes que ha habido este año. Mira que eres escogida.

―Sí, la verdad es que es cómico ―admití, riéndome con menos brío del que
me hubiera gustado―. Encima, las gemelas ya se han recuperado y ahora la
que la tiene soy yo.

―Lo raro es que no tengas tos.

―Bueno, también soy mitad vampiro. Puede que el virus no me haya hecho
efecto del todo ―aventuré, pasando la mano por la frente para mitigar un
poco ese tremendo dolor de cabeza.
Me dolía tanto, que parecía que me iba a explotar, y encima, no hacía más
que escuchar unos molestos e insistentes pitidos internos. Estos retumbaban
en mis taponados oídos en un soniquete continuo.

La sonrisa de Jake bajó al instante cuando vio mi ceño de dolor.

―¿Te duele mucho la cabeza? ―inquirió, examinándome con preocupación.

―Sí ―gemí.

Entonces, bajó su parte de sábana, giró medio cuerpo y sacó las piernas de la
cama por su lado del colchón para levantarse.

―¿Adónde vas? ―le pregunté, extrañada.

―A buscarte algo para la gripe ―contestó, poniéndose en pie.

Pestañeé, perpleja ―y algo anonadada, por qué no decirlo―, mientras él


trotaba desnudo por la habitación para dirigirse al armario.

―No hay… ―Me iba a incorporar, pero el intenso mareo no me dejó alzar
más que la cabeza, la cual cayó sobre la almohada acto seguido.

―No te levantes ―me regañó cariñosamente al tiempo que ya se abrochaba


unos pantalones.

Y se acercó a mí para arroparme con la sábana.

―Es de noche. A estas horas no hay ninguna farmacia abierta ―le advertí,
mirándole con algo de desesperación, porque no quería que se fuera―.
Además, no sabemos si los medicamentos comunes harán algún efecto en mí.
―Saqué las manos y le cogí la suya para que no se marchase, suplicándole
con la mirada.

Jake se sentó en la cama, junto a mí, y llevó su mano suelta a mi sien para
acariciarla y apartarme el pelo. Creo que eso incluso alivió algo mi tremendo
dolor de cabeza. Pero mi corazón se aceleró y las mariposas volaron más
revolucionadas cuando se inclinó sobre mí y posó sus ahora templados labios
sobre mi frente.

―Tienes mucha fiebre ―murmuró, despegándolos para enderezarse―.


Puede que no te hagan un efecto normal, pero por lo menos te aliviarán algo
los síntomas. ―Mis ojos volvieron a suplicarle que no se fuera y él no pudo
evitar morderse su grueso labio inferior, quedándose pensativo durante un par
de segundos―. Vamos a hacer una cosa ―habló finalmente―. Avisaré a
alguien de la manada para que me traiga algo, ¿vale? Así no te quedarás sola.
Puede que el familiar de alguien tenga algo por casa. Eso servirá para esta
noche. Mañana te conseguiré más medicamentos.

Me daba pena de los miembros de la manada que hoy tenían el turno de


noche, porque los pobres ya tenían bastante con los otros menesteres que les
ofrecía el bosque. Pero ahora me daba cuenta de lo egoísta que se vuelve uno
cuando está enfermo, ya que no quería de ninguna manera que él se fuera.

271

―Vale ―acepté, egoístamente, sí.

Los ojos me lloraban y se me cerraban… Estaba tan cansada… Tenía tanto


sueño…

―Duerme un poco ―susurró Jake mientras ya acariciaba mi rostro con


dulzura…

Sus caricias me relajaban tanto… y me sentía tan protegida sabiendo que él


iba a quedarse a mi lado…

…que, sin darme cuenta, me dormí.

Tenía frío, eso fue lo que hizo que mi sueño se disipase como si fuera niebla
y que me despertara. Parecía ser el típico día nublado de La Push, pero mis
ojos estaban más perezosos de lo normal, así que les costó mucho abrirse.
Cuando lo consiguieron, aunque a medias, y se adaptaron lo que pudieron a la
luz, lo primero que hicieron fue mirar a mi lado. Vacío.
Me incorporé con rapidez al no ver a Jacob ahí, pero el intenso mareo atacó a
mi dolorida cabeza y terminé echándome de nuevo, emitiendo un ligero
gemido al tiempo que mi mano se posaba en mi frente. Toda la habitación
daba vueltas, parecía que el techo giraba y giraba… Podía ver cómo la
lámpara que colgaba del mismo se movía sin parar, dentro de un torbellino
inacabable.

Cogí la parte superior de la sábana con mis manos, me tapé hasta arriba y,
llena de temblores y escalofríos, me giré para adoptar una postura más bien
fetal, apretando los párpados para que el dichoso mareo se fuera. Mi nariz
estaba completamente taponada, era una sensación muy molesta e incómoda.
Tuve que sorber hacia arriba con una inspiración nasal para que no se
desbordase su contenido.

Entonces, escuché cómo la puerta del dormitorio se abría y unos pies


descalzos pasaban al interior. También oí un tintineo. Abrí los ojos, contenta,
y me volteé en esa dirección.

―Jake… ―Intenté exclamar con alegría, pero solamente me salió una voz
más bien ronca, nasal y desganada.

Ya se había duchado, vestido y todo. Portaba una bandeja que llevaba un


vaso de zumo de naranja, un vaso de leche que humeaba calentita y un vaso
de agua blanqueada por los polvos de un medicamento. También llevaba una
caja de pañuelos desechables. Llegó con rapidez y se sentó a mi lado,
posando la bandeja en la cama.

―Buenos días, preciosa ―me sonrió al tiempo que se inclinaba sobre mí sin
dejar de sujetar la bandeja para que no se cayese su contenido con el
movimiento del colchón. Me dio un efusivo beso en los labios que no fue
corto precisamente y después, mientras yo trataba de recuperarme, posó su
boca en mi frente―. Sigues con fiebre ―comprobó, incorporándose.

Sus labios seguían siendo templados y su abrasador aliento hoy solo era aire
caliente.

―Buenos días ―le sonreí―. Por decir algo.


―¿Cómo te encuentras? ―quiso saber―. ¿Un poco mejor que anoche?

―Qué va ―suspiré, y sorbí de nuevo nasalmente―. Estoy igual, y encima,


tengo la nariz taponada.

―Eso se llaman mocos ―rio―. Toma. ―Sacó un pañuelo y me lo pasó―.


¿Sabes sonarte?

―Muy gracioso ―ironicé mientras él se reía más alto. Cogí el pañuelo―.


Gracias.

Me soné con fuerza, con tanta, que no me bastó con un pañuelo, así que
Jacob tuvo que pasarme otro par.

―Qué rollo. Me encuentro fatal ―me quejé, dejando esos pañuelos sucios
sobre la cama.

La garganta me escocía un montón, la notaba hinchada, y cuando tragaba


saliva, parecía que tuviese una lija.

―Bueno, pues ya verás. Te he traído un zumo se naranja y leche para que


desayunes, y algo para los síntomas de la gripe ―declaró, sonriéndome.

Su maravillosa sonrisa ya me alegraba la mañana.

―Gracias ―le sonreí otra vez―. ¿Y de dónde has sacado ese medicamento?
¿Te lo trajo alguien de la manada anoche? ―inquirí, hablando con pocas
fuerzas.

―No exactamente. Anoche te quedaste sopa enseguida y no quería


despertarte, así que llamé a Quil esta mañana para que me lo comprara en la
farmacia y me lo trajera a casa ―me explicó.

―Ah.

―Espera.

Se puso en pie con presteza, llevándose consigo el paquete de pañuelos, y


cogió los dos grandes cojines que normalmente adornaban la colcha. Rodeó
la cama para colocarse en mi lado de la misma, dejó los pañuelos en mi
mesilla, colocó los cojines, apoyándolos en la parte de pared que quedaba
bajo esa ventana que hacía de cabecero, y se inclinó sobre mí, poniendo mi
brazo sobre su 272

hombro.

―A ver, cielo, levántate un poco ―me instó, hablándome con dulzura, a la


vez que rodeaba mi cintura con sus brazos.

―Puedo yo sola ―mentí con una risilla, para no hacerle trabajar tanto.

No sirvió de nada, por supuesto. Jacob tiró de mi debilitado y dolorido cuerpo


hacia él y me ayudó a sentarme en la cama, conduciendo a mi espalda con
suma delicadeza para que se apoyara en esos mullidos y cómodos cojines.
Después, subió la sábana para taparme más.

El mareo seguía ahí, pero parecía que con la espalda apoyada la habitación no
giraba tanto.

―Gracias ―le sonreí por enésima vez, acariciando su mejilla―. Por esto y
por todo.

―De nada ―respondió, dándome un beso en la frente―. Deberías ponerte


un camisón o algo ―me aconsejó, pues todavía estaba desnuda; y se
incorporó del todo para quedar de pie.

La noche anterior ya me notaba cansada, pero había tenido fuerzas suficientes


para aplacar nuestra interminable pasión, tengo que reconocerlo.

―Sí, después me visto.

De cuatro zancadas, Jacob rodeó la cama una vez más y se sentó en su lado
del colchón, cogiendo la bandeja.

―Toma, pequeña. ―La posó sobre mis piernas―. Te he colado el zumo para
que no encontrases pulpas.

―Eres un cielo ―le alabé, sonriéndole. Y me acerqué para darle un merecido


beso en los labios.

―Lo sé ―presumió con una sonrisita. Yo me reí con una risilla―. Tómatelo
todo, ¿eh? Primero el zumo, que si no pierde propiedades.

―Sí, papá ―me mofé, cogiendo ese zumo natural recién hecho.

Jake se rio. Luego, me metió el pelo detrás de la oreja mientras yo me bebía


ese vaso, y sus sedosos dedos comenzaron a peinarme ese lado de mi
cabellera. Él estaba guapísimo, deslumbrante, como siempre, pero yo tenía
que tener unas pintas…

No tenía nada de apetito, pero ese zumo alivió algo mi reseca garganta, así
que me lo terminé rápido.

―Me lo acabé ―le mostré, levantando el vaso.

―Muy bien ―sonrió sin dejar de peinarme―. Ahora la leche.

―Puaj. No me gusta la leche caliente.

―Venga, le he echado miel, no sabe tan mal, ya lo verás ―intentó


convencerme.

―No tengo mucha hambre, ¿tengo que tomármela? ―Me mordí el labio.

―Sí, toda ―asintió con una sonrisita, pero había un matiz amenazante en su
voz.

―Voy ―reí.

Cogí el susodicho vaso y le di unos tragos. Puse una mueca de asco y a Jake
le hizo gracia.

Después, lo posé en la bandeja y dejé que mis manos siguieran rodeando la


taza para calentarlas, pues seguía teniendo frío.

Jacob se dio cuenta de mi temblequeo y se arrimó más a mí. Pasó su brazo


por encima de mi hombro y me acurrucó a su lado. El placentero calor no
tardó en hacer acto de presencia.

―Gracias ―castañeé, apretándome contra él.

―Para eso estamos ―afirmó, besándome en la cabeza.

―Un momento ―me percaté de repente―. ¿No tenías que estar trabajando
ya? ―Y giré la cabeza para mirarle, preocupada.

Su rostro se quedó casi pegado al mío y las mariposas ya saltaron,


emocionadas.

―He llamado al señor Farrow y le he dicho que estaba enfermo ―reveló,


mirándome con esos intensos ojazos negros que me volvían loca―. Así
podré estar contigo todo el tiempo.

Estupendo. Ahora me sentía culpable por haberle dicho anoche que no quería
que se fuera. No se lo había dicho con palabras, pero él se había percatado
perfectamente de mis sentimientos, claro.

Tenía que reconocer que seguía queriendo que no se marchara de mi lado,


pero tampoco quería que se viera obligado a quedarse conmigo, y menos que
tuviera problemas en el trabajo por mi culpa.

―Debes ir. No quiero que tengas problemas en el trabajo por mi culpa


―repetí en voz alta.

―No los tendré ―aseguró, frotándome el brazo para que entrase en calor―.
El señor Farrow protestará mucho y me dará un sermón, pero nada más.

Claro, Jacob era el ojito derecho del señor Farrow.

―Estaré bien, de verdad ―intenté que sonase convincente, pero mis


verdaderos sentimientos no tardaron en hacerse evidentes.
Jake me miró con una mueca en la que alzaba una ceja y torcía un lado de su
boca.

273

―Me quedaré contigo ―insistió, dándome un toque en la nariz con la punta


de su dedo.

―Puedo llamar a Rachel o a cualquiera de las chicas. Ellas me cuidarán hasta


que llegues ―se me ocurrió.

―Quiero cuidarte yo ―afirmó―. Además, ¿quieres contagiar a media tribu?


Te quedarás aquí en cuarentena, conmigo, hasta que te cures.

―Si te quedas mucho conmigo puede que acabe contagiándote a ti ―alegué.

Mi chico me miró con la misma mueca de antes, solo que alzando las dos
cejas con incredulidad.

―Anda ya ―se rio―. Soy un lobo, ¿recuerdas? Y los lobos jamás caemos
enfermos, no nos contagiamos con nada.

―Pero este virus es más fuerte ―rebatí, ya algo pillada por no saber qué más
decirle―. Yo tampoco me he puesto enferma nunca, hasta ahora. Puede que a
ti te pase lo mismo.

No coló, por supuesto.

―Nessie, no puede conmigo ni el mordisco venenoso de un licántropo, así


que mucho menos una gripe, por muy fuerte que esta sea ―replicó, haciendo
negaciones con la cabeza mientras se reía.

Nada, no había manera.

―Pero… Pero…

―No vas a convencerme con nada ―me cortó sin darme tiempo a pensar en
otra excusa más―.

Quiero quedarme aquí contigo, ¿vale? No lo hago por obligación, lo hago


porque quiero hacerlo.

Quiero cuidar de ti. Además, no podría irme tranquilo a trabajar o a patrullar


sabiendo que estás enferma, qué quieres que te diga. Prefiero quedarme y
cuidarte. Y ahora bébete la leche.

Bueno, ahora no me sentía tan culpable. Al fin y al cabo, le comprendía


perfectamente. Sería imposible, pero si él se pusiese enfermo, yo también
querría cuidar de él y estar a su lado todo el tiempo.

Le sonreí y le di un beso corto en los labios.

La leche ya estaba templada, así que me costó menos tomármela.

―Y ahora el medicamento ―me dijo, quitándome el vaso vacío de las manos


para pasarme el otro acto seguido.

―Sí, papá ―me mofé otra vez, cogiéndolo.

Jake se rio y me revolvió el contenido con la cucharilla que había metido


dentro. Luego, la retiró hacia la bandeja para que yo pudiese beber. Lo bebí y
lo posé en su lugar.

―Puaj, qué mal sabe… ―me quejé, poniendo una mueca de asco.

―Así sabrás con qué vas a torturar a tus pacientes el día de mañana ―se
burló.

―Ja, ja ―articulé con ironía, aunque pronto se me escapó otro escalofrío. Y


todo me daba vueltas.

La cabeza seguía doliéndome a horrores y ese insistente pitidito no se iba de


mis oídos. La garganta, los escalofríos…, vamos, que estaba hecha un poema.

―Será mejor que te acuestes y duermas un poco ―manifestó Jake, retirando


su brazo de mis hombros para recoger la bandeja de mis piernas.

Se levantó y la posó en el suelo.

―Qué frío… ―mascullé mientras me echaba y me tapaba con la sábana con


ese temblequeo.

Tenía tanto, que me castañeaban los dientes.

―Será mejor que te pongas algo encima.

Mi chico salió disparado hacia el armario. Revolvió en los cajones y cogió


uno de mis camisones y un culotte. Vino hacia mí y se sentó en mi lado de la
cama. Me hizo alzar los brazos y me metió el camisón por arriba.

―Sé vestirme yo sola ―le recordé con una risilla apagada, bajando la prenda
por mi tembloroso cuerpo.

―Ya, ya ―reconoció, riéndose―. Toma, pues ponte esto. ―Y me dio el


culotte.

Lo cogí y me lo puse como pude.

Jacob no tardó nada en irse a su lado del colchón y meterse en la cama


conmigo. Se arrimó a mí y yo me acurruqué en su pecho automáticamente.
Me rodeó con sus cálidos brazos y me apretó contra él, arropándome. Los
míos se ensamblaron a su cuerpo enseguida, llenos de escalofríos.

―¿Mejor así? ―susurró.

―Sí ―sonreí, achuchándole más.

―El medicamento no tardará en hacerte efecto. Ya verás cómo te baja algo la


fiebre.

Comencé a notar más calor conforme pasaban los minutos y sus manos me
frotaban la espalda.
274

Hasta que me encontré en la gloria, dentro de lo que cabe, claro. Mi frente


estaba pegada a su cuello. Lo malo es que con la nariz taponada apenas podía
oler su maravilloso efluvio.

Pensé en lo mucho que me gustaría tenerle conmigo a todas horas, todos los
días. Pero, claro, eso era imposible. Él tenía que trabajar por las mañanas para
pagar las facturas y la comida, y algunas tardes le tocaba patrullar y
encargarse de la tribu. Me sentía mal por no aportar nada a la economía de la
casa, pero él insistía en que tenía que estudiar. Ahora, si trabajase media
jornada…

―Estoy pensando en buscarme un empleo a media jornada para


compaginarlo con mis estudios ―le revelé con un murmullo.

Los ojos ya empezaban a querer cerrarse.

―¿Un empleo a media jornada?

―Sí, podría trabajar por las mañanas y estudiar por las tardes.

―No sé, Nessie. Preferiría que te concentrases solo en tus estudios ―objetó
con voz dulce mientras seguía frotándome la espalda―. Ya tendrás tiempo de
trabajar.

No quería, pero no me quedó más remedio. Despegué mi frente de su cuello y


le miré.

―No es justo que tú sostengas todos los gastos de la casa ―declaré―.


Además, otro sueldo nos vendría muy bien.

―No nos va mal así. Pagamos todas las facturas a fin de mes ―replicó,
sonriéndome.

―Sí, ya lo sé. Pero me gustaría aportar algo, eso es todo ―le aclaré,
sonriéndole yo también―.
Me sentiría más útil.

―Ya eres muy útil ―aseguró.

―Ya me entiendes.

Me miró, pensativo, durante un rato.

―¿De verdad quieres trabajar? ―inquirió―. Tendrías menos tiempo para


estudiar y no te quedaría más remedio que aplicarte el doble. Y ya sabes lo
duro que es Carlisle.

―Creo que podré con todo ―afirmé―. Además, si veo que es demasiado,
dejaré el empleo, en serio.

―De acuerdo, como quieras ―accedió al fin―. Yo no soy nadie para


impedírtelo, así que si quieres trabajar, estaré contigo.

―Gracias ―le sonreí, y le di un beso corto.

Me acurruqué en su cuello como antes y él me apretó con mimo. Quería


charlar más con él, sin embargo, aun así, y ya sin ese horrendo frío, mis ojos
empezaron a cerrarse, presos del aletargamiento que la gripe me producía.
Me invadió el sueño y, sin darme cuenta otra vez, me dejé llevar por ese
estado de trance y me dormí.

Cuando el sueño que estaba teniendo se difuminó, abrí los ojos. Lo hice poco
a poco, pues la tenue luz que entraba por la ventana que tenía sobre mi cabeza
era suficiente para que a mis pupilas les costase adaptarse un rato.

Miré a mi lado, pero Jake no estaba. Entonces, escuché unos leves ronquidos
en el otro extremo y mi cabeza se fue hacia allí al instante.

Jacob dormía sobre la butaca que había puesto junto a mi lado de la cama,
despatarrado como podía. Sus largas piernas rebosaban por todas partes y su
enorme cuerpo, ladeado y apoyado sobre uno de los brazos de la butaca, casi
no entraba en el asiento. Me dio penita de él. Este era mi cuarto día de gripe y
él había dormido a intervalos en esa butaca todas estas noches, dependiendo
de si tenía fiebre o no. Cuando tenía frío, se echaba en la cama conmigo, y
cuando tenía calor, tenía que irse pitando para que la fiebre no me subiera
más.

Me incorporé un poco y comprobé que ya estaba mucho mejor. Ya no estaba


mareada, la cabeza y el cuerpo no me dolían, ya no escuchaba esos
incómodos pitidos, mi garganta tragaba como siempre y parecía que ya no
tenía fiebre. Todos sus cuidados habían dado sus frutos. Eso sí, aún tenía la
nariz algo taponada, aunque mucho menos.

Retiré la sábana hacia atrás, saqué las piernas y me levanté. Tenía los huesos
molidos, pero esto no era debido a la gripe. Había estado en la cama tantos
días, que ya no sabía ni dónde tenía las piernas. Estos días solamente me
había levantado para atender a mis necesidades humanas, y estos dos últimos
también para ducharme, puesto que ya me encontraba un poco mejor.

Por supuesto, mi familia terminó enterándose de mi gripe. En cuanto vieron


que no nos conectábamos al Chat, llamaron por teléfono. Y, claro, al
principio, mientras yo no hacía más que dormir, Jacob les daba largas, pero
llegó un momento en que se lo tuvimos que contar, porque el asunto ya olía
un poquito. Me costó un triunfo convencer a mi madre para que no se
vinieran, sin 275

embargo, creo que luego confió en Jacob y se dejó convencer.

Mi Jacob. Mal dormía en esa butaca por mi culpa, ataviado con su camiseta
interior de tirantes blanca y su pantalón de pijama largo. Me acerqué a él, me
incliné y le di un beso en los labios.

Cuando me retiré, abrió los ojos y me miró.

―Buenos días, Bello Durmiente ―le sonreí, revolviéndole el pelo.

Su maravillosa sonrisa también se desplegó, al verme frente a él y tan


recuperada.
―Buenos días, preciosa ―me saludó, estirándose. Luego, llevó sus manos a
mi cintura y tiró para que me cayera sentada sobre su regazo al tiempo que
ambos nos reíamos―. Veo que ya estás mejor.

―Sí, mucho mejor ―afirmé, rodeando su cuello con mis brazos para
arrimarme más a él―. Me has cuidado muy bien, eres un cielo.

―Me alegro ―sonrió, y acercó su rostro al mío para besarme.

Las mariposas de mi estómago aletearon con ímpetu y mis labios le


correspondieron con efusividad. Sus labios por fin volvían a ser tan ardientes
como siempre y su aliento, abrasador. Eso me estremecía el triple. Los besos
no tardaron nada en subir de tono y nuestros alientos comenzaron a mezclarse
con pasión. Los dos nos encendimos como mechas. Hoy estaba pletórica, y
cuatro días sin sentirle eran demasiados días.

Jake consiguió despegar su boca un poco para poder hablar.

―¿Ya estás recuperada del todo? ―se aseguró con un susurro que se agitaba
en mi boca.

Mi mano se aferró a su pelo.

―Te aseguro que estoy en plena forma ―jadeé con ansia.

Sonrió y unió sus labios a los míos de nuevo para empezar a besarnos con
fervor. Los dos sabíamos lo que queríamos: lo mismo, y no hacían falta más
palabras. Me tomó en brazos, se puso de pie y, sin más preámbulos, me llevó
al lecho.

Bueno, estaba harta de estar en la cama, pero creo que podría soportar estar
un día más…

276

Fallo

Hoy Jake y yo habíamos quedado en ir de caza por el bosque de mi familia.


Hacía bastante tiempo que no me alimentaba de sangre, y me apetecía, la
verdad. En los bosques de La Push estaban bastante ocupados con todos esos
vampiros nómadas, así que decidimos ir a territorio Cullen, había más
tranquilidad.

Terminé de vestirme con ese chándal viejo, me puse las deportivas y bajé al
vestíbulo, donde ya me esperaba Jacob.

―¿Ya estás?

―Sí ―le respondí, sonriéndole y dándole un beso corto, gestos que él


correspondió.

Me cogió de la mano, abrió la puerta y salimos de casa. Nos dirigimos al


garaje, donde nos montamos en el Golf, y cuando atravesamos todo el
sendero que llevaba a la carretera de La Push, Jake aceleró.

―Voy a llamar a Helen, a ver cómo se encuentra Ryam hoy ―dije,


sacándome el móvil del bolsillo.

Yo no había sido la única que había cogido esa dichosa gripe. Helen, Ryam y
Brenda también la habían pillado, contagiados por las gemelas. Además de
eso, algunas de mis amigas habían sufrido una gastroenteritis en los días
finales de la enfermedad. Al parecer, el virus, aparte de la tos, también venía
acompañado en algunos casos de vómitos y diarreas. A mí la gripe me duró
cuatro días y no tuve tos ni gastroenteritis, por ser mitad vampiro, pero a mis
amigos les duró una semana entera, y pasados más días todavía arrastraban
las consecuencias de ese fuerte virus.

Sobre todo Ryam, que no sufrió la gastroenteritis, pero cuya tos no cesaba.
Helen ya empezaba a preocuparse.

―Si ese idiota no fumara tanto no estaría así ―farfulló Jake.

Yo sabía que Jacob también estaba preocupado por él, porque en el fondo lo
consideraba su amigo. Sí, se llevaban fatal y estaban con ese toma y daca
todo el día, pero eso era parte de su juego.
Marqué el número con rapidez y me coloqué el aparato al oído. La voz de
Helen no tardó en sonar.

―Hola, Ness.

―Hola. ¿Cómo va todo? ―le saludé.

―Ah, muy bien. La tienda va viento en popa.

Desde hacía tres meses, Helen tenía una tienda de ropa gótica en Port
Angeles. Después de su intento fallido por sacarse una carrera, había optado
por lo que realmente le gustaba: el estilismo.

Así que tenía una amiga casi peluquera y otra que ya tenía el título de
estilismo. Las dos a mi disposición.

―Me alegro. ¿Y qué tal va Ryam? ―le pregunté.

―Está mejor ―declaró, para mi alivio―. Ya no tiene tanta tos.

―Genial.

―Oye, tengo que dejarte, que me ha entrado una clienta ―me anunció,
hablando con prisas.

―Vale, no te preocupes.

―Hasta mañana, muchos besos. ―Y se puso a darme besitos por el móvil.

―Hasta mañana ―me reí.

Y colgamos.

―Así que ese idiota ya está mejor, ¿eh? ―escuchó Jacob.

―Sí, tranquilo ―sonreí, guardando el móvil en la guantera.

―No, si a mi me da igual ―disimuló, echando un vistazo por su ventanilla.


Solté una risilla y seguimos la marcha, escuchando la música del estéreo.

Después de recorrer la carretera de La Push, transitar por Forks y pasar parte


de la autopista, nos desviamos por el sendero que conducía a la casa de mi
familia. Me pasé esa parte del trayecto 277

mirando el paisaje por la ventanilla, observando los pájaros que cantaban en


las ramas de los árboles y que revoloteaban por sus copas.

Cuando por fin atravesamos los últimos árboles que bordeaban la vivienda,
Jake estacionó donde siempre: frente al porche. Se quitó la camiseta y las
deportivas en el coche, para dejarlo en el asiento trasero, y nos bajamos. Nos
cogimos de la mano y nos encaminamos hacia el bosque, dando un tranquilo
paseo que pronto se convirtió en un trote entre bromas primero y en toda una
carrera después.

―Espérame, voy a transformarme ―me pidió mientras corríamos.

―¡Ni hablar! ―me reí, acelerando.

―¡Hey, eso es trampa! ―se quejó, eso sí, parándose a mis espaldas.

Seguí corriendo, pues sabía que en cuanto se transformase, me iba a alcanzar.


Y así fue. En diez segundos, tenía una bala de color bermejo pasándome a
toda velocidad.

―Maldición… ―mascullé por lo bajinis.

Pude escuchar ese gañido a modo de risa lupina.

Los dos detectamos esos efluvios lejanos que nos indicaban que había una
manada de ciervos hacia el este, así que Jake me esperó para correr a mi lado
y ambos nos dirigimos hacia allí con rapidez. Mi espléndido, colosal y
espectacular lobo rojizo galopaba con la destreza y majestuosidad propias de
un rey. Todo en mi lobo era impresionante y perfecto. Su enorme tamaño no
era ningún impedimento para él. Esquivaba los troncos de los árboles con una
habilidad y velocidad asombrosas, ni siquiera los rozaba, y sus enormes y
fuertes patas apenas producían ruido sobre las hojas que ya comenzaban a
caer de los árboles. Era el Gran Lobo, y eso se notaba con un simple primer
vistazo. Me sentía tan orgullosa de él, que a veces, si le miraba demasiado,
ese sentimiento incluso me abrumaba un poco, así que prefería pensar en él
simplemente como mi Jacob, el Jacob que conocía desde que era niña y del
cual me había enamorado por ser como era, el mismo Jacob de siempre.

Los rápidos repiqueteos de los corazones acompañaron a los efluvios de los


ciervos. Ya estaban muy cerca. Aceleré, adelantando a Jake, el cual se dejó
pasar, claro, y me dirigí hacia esa zona. La manada se hizo visible entre los
árboles; elegí a mi presa y ya no tuvo escapatoria.

Salté sobre ella con un brinco ágil y alto, rápido y certero. El resto de la
manada salió en estampida, tratando de poner a salvo sus vidas, cuando yo ya
había atrapado a mi presa. Jacob llegó acto seguido y corrió tras un macho
que, milagrosamente, consiguió esquivar una de sus dentelladas.

La cierva que había atrapado se revolvió bajo mi cuerpo, pero ya no tenía


nada que hacer.

Preparé mis colmillos para llevarlos a la protuberancia de su cuello que latía a


mil por hora, con el fin de asfixiarla lo más rápido posible. Sin embargo, no
sé qué ocurrió. De pronto, el olor de la sangre que corría por esa cardiaca
yugular se incrustó en mi nariz como un arpón, penetrando con tanta fuerza
que lo sentí hasta en el inicio de mi faringe, trayendo enganchado un extraño
y nuevo matiz que me hizo reaccionar con una repulsión súbita.

Solté a la cierva repentinamente al tiempo que ladeaba mi rostro con una


mueca de hastío total y emitía un gemido que acompañaba a ese sentimiento.
Eso llamó la atención de Jake y él también liberó a ese ciervo con suerte, al
mirarme, extrañado. Pero ahí no terminó la cosa. Mientras mi presa escapaba
a toda velocidad junto al macho, me levanté con precipitación, con la mano
en la boca, y llena de arcadas corrí hacia el tronco de uno de los enormes
pinos que nos rodeaban.

Conseguí apoyar las manos a tiempo antes de inclinarme, pero no pude


reprimirlo más tiempo.
Mi estómago desahogó lo poco que le quedaba dentro con unas ganas
tremendas. Cuando terminé de vomitar, Jake ya había adoptado su forma
humana y estaba a mi lado para atenderme.

Antes de que se acercase, logré sacar el paquete de pañuelos que guardaba en


mi bolsillo y me limpié con uno. Me daba una vergüenza horrible.

―¿Te encuentras bien? ―inquirió, llevando sus ansiosas manos a mi rostro


para examinarme con preocupación.

―Sí, ya estoy bien ―le calmé, sonriéndole con un ligero levantamiento de


mi labio.

Era lo único que se me ocurría hacer para aplacar esa enorme vergüenza.
Genial.

―¿Qué te ha pasado?

―La sangre de ese ciervo… ―arrugué la nariz al recordar ese olor―. Puede
que me sentara mal la cena y reaccionase así, no sé. Tendré el estómago
revuelto ―pensé, aunque dudosa.

―Vamos, te llevaré a casa ―me instó, cogiéndome de la mano para iniciar la


marcha―. Será mejor que te tomes una infusión o algo.

278

―No, si ahora me encuentro mucho mejor. ―Ahora que ya lo había


desahogado todo…―.

Incluso tengo hambre ―seguí en voz alta.

Jacob se detuvo, obligándome a parar a mí también.

―¿Quieres seguir cazando? ―me preguntó.

Ugh. La sola idea de hincarle el diente a un ciervo me revolvía el estómago


de nuevo. No sé por qué, pero ese olor…

―No, me apetecen más unos huevos con beicon o algo así ―afirmé,
poniendo cara de hambre al imaginármelos.

Mi chico sonrió.

―¿No decías que hoy te apetecía cazar?

―Ya, pero después de esto… ―Y se me escapó otra mueca de asco―. Creo


que hoy prefiero los huevos. Tal vez mañana.

―Vale ―rio, echando a caminar de nuevo.

―Perdona. Te he hecho venir hasta aquí para nada. ―Me mordí el labio.

―Nah, qué va. Lo hemos pasado bien, ¿no crees?

―Sí ―sonreí―. Bueno, hasta antes de esto, sí.

―Desayunaremos en casa ―sonrió, pasándome el brazo por los hombros.

―Gracias. ―Y le di un beso en la mejilla.

Le cogí esa mano que colgaba, entrelazando nuestros dedos, y seguimos


caminando entre los árboles, dando un paseo calmado mientras iniciábamos
una charla.

Los mellizos de Paul y Rachel ya tenían casi tres años, suficiente edad para
que ya correteasen por el jardín de casa y tuviéramos que estar pendientes de
ellos a cada minuto. Andrew era un torbellino, no paraba quieto, trataba de
coger todos los bichos que se pasaban por su lado con sus pequeñas manos.
En cambio Zoe, como la mayoría de las niñas, era más tranquila. Se
conformaba con permanecer sentada sobre la hierba y garabatear su bloc con
esas pinturas de colores que Jake y yo le habíamos regalado en su último
cumpleaños. Ambos niños se parecían mucho físicamente.

Morenos de piel y cabello, ojos color chocolate… En lo único que se


distinguían, aparte de la ropa, era en que Andrew tenía el pelo corto y a Zoe
le llegaba a los hombros.

Los chicos estaban de patrulla, y Rachel había venido a hacerme una visita
con los dos niños.

Habíamos sacado unas sillas al porche para sentarnos, utilizando una tercera a
modo de mesita para poner las tazas de café y las papillas de fruta de los
críos.

―¡Andrew! ―chilló de pronto Rachel, cortando la conversación que


manteníamos sobre ropa―.

No. Eso no. Como no dejes eso ahí, se lo diré a papá; y ya verás cómo se va a
enfadar ―amenazó. El niño soltó ese grillo que se iba a meter en la boca ipso
facto. El pobre bicho huyó despavorido, abriéndose camino entre la hierba
como podía. Mi cuñada soltó un suspiro que se prolongó durante un par de
segundos―. Perdona, ¿por dónde íbamos?

―Estábamos hablando de lo cara que es la ropa de los bebés ―le recordé,


aunque a regañadientes, porque a mí me importaba un bledo eso, es más, este
tema me aborrecía un montón, pero qué le iba a hacer.

―Ah, sí ―recordó―. Pues eso. Ese peto que lleva Andrew me costó treinta
dólares. Treinta dólares, ¿puedes creerlo? Una cosa tan pequeña. Pero ahí no
termina la cosa. El vestido que lleva Zoe, ¡me costó cuarenta dólares!
¡Cuarenta!

Pues sí que era cara la ropa de bebé.

―¿Pero tú dónde compras la ropa? ¿En una boutique? ―me mofé.

―Muy graciosa ―me respondió con retintín.

Me reí.

―Bueno, ¿y tú cuándo fue la última vez que te compraste algo de ropa para
ti? ―le pregunté para cambiar de tema, aunque fuera para que esta
semivampiro que os habla también pudiese contar algo, como lo último que
me había comprado yo.

Rachel miró al horizonte y se quedó pensando un buen rato.

―Déjalo ―le dije, soltando una risilla.

―Creo que hace mucho ―rio, cogiendo su taza de café para beber.

Aproveché ese momento de silencio para hacer lo mismo y le di unos tragos a


la mía, ya se había enfriado lo suficiente como para probar los primeros
sorbos. La dejé sobre la silla que hacía las veces de mesita y observé a los
mellizos.

―¡Tita, tita! ―gritó Zoe con su aguda voz, alzando el bloc para que yo viese
su dibujo al tiempo 279

que su vestidito azul se levantaba cuando ella se puso de pie para venir―.
¡Mila, tita Esi!

―¡Qué boni…! ―intenté exclamar, pero la última vocal se me quedó


atravesada en la garganta.

―Nunca vi a una niña a la que le gustase tanto dibujar ―sonrió su madre,


orgullosa.

Me levanté con precipitación y corrí en dirección a la puerta de casa, ante los


perplejos y sorprendidos ojos de Rachel.

Subí las escaleras de casa a mi velocidad de medio vampiro, aguantando las


fuertes arcadas, y conseguí llegar al baño a tiempo. Cuando descargué todo lo
que tenía en el estómago, tiré de la cadena y me levanté del suelo para
dirigirme al lavabo. Apoyé las manos en el mismo, observando su cerámica,
confusa y extrañada. Esta era la segunda vez que vomitaba hoy. Hoy, porque
hace dos días había ocurrido el episodio del bosque y a partir de entonces
había vomitado más veces. Estos días me había ocurrido lo mismo, el mismo
patrón. Desayunar, vomitar acto seguido y tener que volver a desayunar, del
hambre que me entraba. Después, por la tarde, parecía tener una réplica,
aunque no siempre me ocurría detrás de probar algún bocado.

Enseguida di con el porqué. La gripe. Puede que a mí eso de los vómitos me


hubiese afectado más tarde, debido a mi condición de semivampiro. Di
gracias a Dios de, por lo menos, haberme librado de las diarreas.

Me lavé la cara y la boca, cerré el grifo y me sequé el rostro con la toalla. Me


atusé un poco el pelo para mejorar un poco esa imagen y salí del baño. Bajé
las escaleras y llegué al porche.

―¿Qué te ha pasado? ―me preguntó Rachel, que estaba de pie, con la niña
en brazos.

―Mila, tita Esi ―me dijo Zoe, mostrándome su dibujo.

―Qué bonito ―exclamé, ahora sí, mirándolo.

―¿Qué ha pasado? ―repitió mi cuñada.

―Nada, la gripe. Todavía estoy arrastrando sus consecuencias ―le contesté


mientras acariciaba la mejilla de la niña―. Ahora me da por vomitar.

―¿Por vomitar?

―Sí, el virus también traía más regalitos ―vocalicé con retintín―. Me libré
de la tos, pero de lo otro…

Rachel me miró, pensativa.

―¿Cuánto hace que tuviste la gripe? ―interrogó.

―Unas dos semanas ―le contesté, jugueteando con Zoe.

―¿Y dices que eso son consecuencias de la gripe? ¿Después de dos


semanas? ―cuestionó, alzando las cejas.
Mi vista se fue hacia ella.

―¿Qué quieres decir? ―inquirí, frunciendo el ceño sin entender.

―¿Cuándo vomitas?

―¿Cuándo vomito? Pues…, no sé. Por las mañanas y por las tardes…

Mi cuñada sonrió, mirándome como si supiera más que yo.

―Eso no es por la gripe. Dime, ¿te ha venido la regla?

Esa pregunta rebotó en mi cabeza, porque nunca me paré a pensar que los
tiros pudieran ir por ahí.

―Quero bajar, quero bajar ―le pidió Zoe a su madre, revolviéndose en su


cuello.

Rachel se agachó y la dejó en el suelo, donde la niña comenzó a bajar el bajo


peldaño del porche a su manera.

―No, no vayas por ahí ―respondí, riéndome―. El periodo no me toca


todavía, además, eso es imposible. Jake y yo tomamos precauciones. Yo
estoy tomando la…

De repente, mi boca exhaló con ímpetu y mi vista se fue al suelo mientras


mis manos se mezclaban en el pelo que nacía de mi frente. No podía ser, no
podía ser… Era un fallo demasiado gordo…

―¿Qué pasa? ―preguntó Rachel, mirándome preocupada.

―No puede ser… ―murmuré.

Mi respiración se agitó y eché a correr hacia el interior de la casa una vez


más, aunque esta vez por otros motivos. Mi cuñada no pudo seguirme, ya que
no podía dejar de atender a los mellizos, pero volví a escuchar cómo me
decía:
―Nessie, ¿qué ocurre?

Pero ahora no tenía tiempo a explicaciones, más que nada porque tenía que
comprobar por mí misma que eso que deducía mi mente no era cierto.

Subí las escaleras otra vez y llegué al baño. Abrí el armario espejo que
colgaba sobre el lavabo y 280

cogí el pastillero donde guardaba las píldoras. Salí del baño a toda velocidad
y me metí en el dormitorio del ordenador, donde teníamos ese calendario
colgado en la pared.

Maldije mi manía de sacar las píldoras de su envase original ―con sus días
de la semana puestos― por guardarlas en ese pastillero. Pero jamás me
imaginé que a mí me pudiera pasar algo así, porque siempre, siempre me
acordaba de tomarlas, llevaba un control perfecto, no me hacía falta ninguna
guía con los días marcados, y ese cómodo y sobre todo discreto pastillero se
podía llevar a todas partes si se iba de viaje o a comer fuera de casa, sin que
nadie supiera de qué se trataba. Abrí el pastillero y lo vacié sobre la mesa del
escritorio, llena de nervios. No me hizo falta contar las píldoras. Quedaba
una.

―Por favor, por favor… ―rogué con un murmullo lleno de temor y


ansiedad, cerrando los ojos.

Los abrí, alcé mi trémula vista hacia el calendario y mis pulmones exhalaron
todo el aire, con desazón. El periodo me tenía que haber venido hace dos
días, y yo era como un reloj. Ese pequeño retraso no hubiera supuesto ningún
problema en otras circunstancias, porque podía haberse debido solo a que no
había hecho los siete días de descanso que hay que hacer para que te baje la
regla, es decir, ahora me encontraba en ese ciclo de días de descanso y había
seguido tomando la píldora sin darme cuenta, hoy mismo la había tomado, y
si no se hace el descanso, no te baja el periodo. Pero ese no era el quid. El
quid de la cuestión es que, si había seguido tomando la píldora durante el
descanso, era porque no la había tomado durante los cuatro días de gripe. Y
el cuarto día Jake y yo habíamos… Todo el día…
Mi embarullada mente empezó a atar todos los cabos con facilidad. Los
vómitos, el asco que me había entrado repentinamente hacia la sangre… Y
mis cálculos con las píldoras, los días del mes, mi retraso… Todo cuadraba.

Durante mis días de gripe, me había olvidado por completo de tomarla, ya


que lo único que había hecho era dormir y poco más. Lo cierto es que me
encontraba tan mal, que no tenía la cabeza para nada. Y Jacob tampoco se
había acordado, claro. Él no llevaba ningún control sobre mis píldoras,
siempre me encargaba yo. Después, cuando sané, como siempre las tomaba
de forma tan automática ―y encima, no tenía el envase con la guía de los
días―, di por hecho que las había tomado, ni siquiera se me había pasado por
la cabeza lo contrario, ni me acordé...

Me llevé las manos a la cabeza otra vez y comencé a respirar con agitación,
dándome la vuelta para no ver ese calendario de nuevo.

¡Estúpida, estúpida! ¿Cómo había tenido semejante fallo? No podía ser… No


podía ser… Esto no podía estar pasando…

La imagen de mi pesadilla se plantó en mi cabeza con rapidez y me entró


pavor. Estaba aterrada, esa era la palabra. Este era el peor momento para esto,
el peor. Comencé a dar paseíllos histéricos por esa pequeña habitación,
escudriñando el suelo para ver si encontraba alguna respuesta.

¿Qué iba a hacer si estaba embarazada? ¿Y cómo iba a reaccionar Jacob


cuando se lo dijera?

Porque esto no era lo que habíamos hablado, lo que habíamos decidido… Él


confiaba en mí y yo…

―¿Estás bien? ―irrumpió de pronto Rachel, haciéndome salir de mis


pensamientos.

Me giré hacia ella, mirándola con preocupación.

―Rachel, creo… creo que estoy embarazada ―murmuré, acercándome a ella


con nerviosismo.
Mi cuñada sonrió.

―Sí, eso creo.

―¿Y qué hago? ―Empecé a pasear otra vez, con mi mano izquierda entre mi
pelo―. Yo no…

Esto no es… No puede ser…

―Tranquilízate, Nessie ―intentó calmarme, cogiéndome por los hombros


para detenerme―.

Trata de calmarte, ¿vale? Si estás embarazada, estos sobresaltos no son nada


buenos.

Dios, esa palabra todavía me sonaba demasiado extraña. Pero tenía razón,
tenía que relajarme un poco para poder pensar con más claridad.

―Sí ―asentí, cerrando los ojos e inspirando profundamente.

―No te pongas nerviosa todavía, puede que no lo estés, ¿de acuerdo? Lo


mejor sería que te hicieras un test de embarazo para cerciorarte. No sirve de
nada ponerse tan nerviosa si luego no lo estás.

―Pero, Rachel, durante mis cuatro días de gripe no tomé la píldora ―le
expliqué―. Y ese cuarto día Jake y yo… ―Mis mejillas se encendieron―.
Bueno, tú ya me entiendes.

Rachel se rio.

―Mujer, deja de darle tantas vueltas y cómprate el test. Saldrás de dudas en


un momento. Y

281

de paso, ¡yo me quito estos nervios de encima! ―exclamó, dando saltitos


emocionados delante de mis narices.
Ella estaba emocionada, claro, ignoraba todo lo que podía venírsenos encima.

―Sí, tienes razón ―asentí otra vez―. Pero es que ir a la farmacia y pedir eso
me da una vergüenza horrible ―confesé, mordiéndome el labio.

―No te preocupes, te lo compro yo ahora mismo ―se ofreció, encantada de


la vida.

―¿Tú? ¿Y los niños?

―Me los cuidas tú mientras tanto ―sonrió, ya dándose la vuelta hacia la


puerta―. Los tengo en el salón, están entretenidos coloreando.

―Pero… Pero…

Ya no me dio tiempo a decir más. Rachel voló por las escaleras y cuando
quise darme cuenta y bajé tras ella, salió por la puerta de casa, pegando un
portazo.

Me mordí el labio de nuevo.

―¡Mío, mío! ―escuché protestar a Zoe desde el saloncito.

Estupendo. Encima de los nervios, tenía que cuidar de los críos.

Corrí hacia el salón y vi cómo Andrew le había quitado uno de los lápices a
su hermana.

―A ver, Andrew, devuélvele el lápiz a tu hermana ―le ordené.

―Lápis mío ―se quejó él, frunciendo el ceño a la vez que envolvía su labio
superior con el inferior para fingir un puchero.

―Mío, mío… ―refunfuñé, sentándome en suelo, en medio de los dos―.


Sois hermanitos,

¿sabes? ―le dije, hablándole con suavidad, mientras cogía un lápiz de color
rojo y comenzaba a colorear el tejado de la casa que salía en el dibujo―. Y
los hermanitos tienen que quererse mucho y compartir, así que devuélvele el
lápiz a Zoe y tú coge otro, que tenéis muchos.

Andrew me miró, anonadado, observando cómo coloreaba ese tejado, y le


devolvió el lápiz a Zoe.

―¿Qué se dice, Zoe? ―le indiqué, sin dejar de colorear.

―Gasias. ―Y se levantó para darle un beso a su hermano.

Paul y Rachel querían inculcarles ese amor fraternal ya desde pequeños, así
que los mellizos estaban acostumbrados a estas muestras de cariño entre
ellos.

―Muy bien ―le alabé, sonriéndole―. Ahora a mí. ―Y le coloqué la mejilla


delante.

La niña sonrió y abarcó mi cuello con sus pequeños bracitos para abrazarme
y darme un cariñoso beso en la cara.

―¡Mmm, qué gusto! ―exclamé, al tiempo que mi sobrina se retiraba con las
manos juntas y una enorme sonrisa de satisfacción.

―Y yo, mila ―declaró Andrew, poniéndose en pie para imitar a su hermana.

El niño me abrazó y estampó un beso húmedo en mi mejilla.

―¡Puaj, qué asco! ―bromée, riéndome, mientras me limpiaba con la


mano―. Me has babado entera.

Andrew se rio y se abalanzó a mí para repetir la jugada y yo fingí caerme


hacia atrás.

―¡No! ―protesté en broma, haciendo que mis manos eran torpes y que el
niño conseguía llegar.

Al ver nuestras risas, Zoe se unió a su hermano para darme besos en la otra
mejilla sin parar.
Al final, terminamos los tres en el suelo carcajeándonos, yo con ambos críos
pegados a mis mejillas.

Cuando por fin se cansaron, pude incorporarme para quedarme sentada otra
vez.

―Yo quero pintar el tejado ―dijo Andrew.

―Pues, hala, toma. ―Y le pasé el lápiz rojo.

Los niños no tardaron en ponerse manos a la obra y yo pude descansar un


rato.

Me quedé observándoles mientras coloreaban sus dibujos con esas caritas de


concentración, como si les fuese la vida en que el trazo no se saliera de la
línea, lo cual les costaba un montón y, aun así, no lo conseguían. Eran tan
tiernos e inocentes. Por un momento tuve una sensación extrañamente rara.
Me sentía a gusto, y no lo estaba pasando tan mal. A decir verdad, mis
sobrinos habían hecho que por un momento olvidase ese otro asunto que ya
volvía a remover mi cabeza.

Me pregunté qué tendría de malo si estuviera embarazada. Lo cierto es que


mi intención era tenerlos dentro de dos o tres años, cuatro, quizá. Bueno, para
ser sincera del todo, nunca me había apetecido mucho, y encima ahora no era
el mejor momento, con el asunto de mi pesadilla y Razvan pululando
alrededor. Pero… Miré a Andrew y a Zoe y no pude evitar imaginármelos
como nuestros hijos. Un niño moreno, como él, o una niña también morena,
¿por qué no? Ella sería una semivampiro como yo, pero también se podía
parecer a él físicamente, iba a llevar sus genes. Mi 282

estómago no tardó en llenarse de mariposas emocionadas. No puedo explicar


lo que sentí en esos momentos, pero tenía que reconocer que el pensar en que
ahora mismo podía llevar un hijo de Jake en mi vientre hacía que todo mi
cuerpo vibrase con una energía nueva.

Sin embargo, esa maravillosa sensación se pasó demasiado rápido, porque el


recuerdo de mi pesadilla era extremadamente fuerte, urgente. Casi podía oler
ese peligro en el aire, poniéndome en una alerta que me bajaba de mi nube de
un puntapié.

¿Qué iba a hacer si estaba embarazada? Una minúscula parte de mí todavía


era lo suficientemente insensata, cabezota e ingenua como para recordar ese
sentimiento de antes, y otra, mucho más grande, racional y cauta se
encargaba de ponerme los pies en la Tierra, de recordarme el grave peligro
que correríamos si eso era así, de preocuparme de la reacción de Jacob
cuando se lo dijera… Lo malo es que esa pequeñísima primera parte también
era lo bastante fuerte como para ya empezar a querer hacer mella en mí…
Pero la preocupación estaba ahí, no podía negarlo.

No, no podía ser, era demasiada casualidad. Había parejas que intentaban
tener hijos durante todo un año y no lo conseguían. ¿Iba a quedarme yo
embarazada por una sola vez? Bueno…, en realidad…, habían sido más
veces. Y más días… Porque, al no tomar la píldora durante esos cuatro días
de gripe, la efectividad de la misma también había bajado… Y, después de mi
gripe, nosotros habíamos seguido haciendo el amor todos los días, como
siempre…

Pero no, no podía ser, seguro. Había parejas que lo intentaban durante un año
y no había forma, y más cuando la mujer había tomado la píldora durante un
largo periodo de tiempo. Era bien sabido que las mujeres que la tomaban y
después la dejaban para tener hijos necesitaban de un tiempo hasta que su
cuerpo se adaptaba a sus ciclos menstruales de siempre, y eso llevaba un
tiempo. Intenté aferrarme a eso, aunque el tema de los vómitos no ayudaba
nada… La gripe. Era por la gripe…

―¡Ya estoy aquí! ―voceó Rachel de repente, y su portazo hizo que saliera
de mis pensamientos súbitamente.

Los nervios volvieron a invadirme, haciendo que mi cuerpo se electrizase de


los pies a la cabeza.

Mi cuñada entró al saloncito como un torbellino y, como tal, me agarró del


brazo para obligarme a levantarme.
―Vamos, vamos ―me azuzó antes de que me diese tiempo a decir nada.

Me puse de pie y me empujó hacia las escaleras con prisas, así que cuando
llegamos a las mismas no me quedó más remedio que comenzar a subir.

―Sabes cómo se usa esto, ¿no? ―bromeó, mostrándomelo.

―Muy graciosa ―le respondí entre dientes, cogiendo la pequeña caja.

Rachel se rio y por fin llegamos a la planta de arriba. Nos metimos en el


baño, yo neurótica perdida y ella ansiosa.

―Bueno, te dejaré sola ―me dijo, cogiendo el pomo de la puerta para


cerrarla.

―Gracias ―le sonreí, aunque no me salía, de los nervios que tenía.

―Te espero por aquí, ¿vale?

―Vale.

Y cerró.

Observé la caja, cerré los ojos y tomé aire para relajarme un poco. La abrí y
saqué todo su contenido. Desplegué el prospecto y lo leí bien, para saber
cómo utilizarlo correctamente. Después de eso, pasé al siguiente paso: el test.

Seguí las instrucciones al pie de la letra y cuando terminé, metí el palito en el


capuchón y esperé. Seguramente no lo eran, pero me parecieron los cinco
minutos más largos de toda mi vida.

El tic tac de mi reloj de pulsera casi me parecía que retumbaba en las paredes
del baño, y mis pies se pusieron a pasear al tiempo que mis manos se
convertían en un revoltijo de dedos. Hasta que la aguja de mi reloj me indicó
que ya habían pasado los cinco minutos.

Entonces, me detuve a unos pasos de la lavadora, donde había dejado el test,


y lo observé, mordiéndome el labio con nerviosismo. A este paso iba a
despellejármelo. Bajé los párpados, inspiré el aire profundamente y los abrí
con decisión.

Me acerqué a la lavadora y cogí la prueba. Respiré hondo de nuevo y


comencé a destaparla lentamente. Hasta que el capuchón hizo tope y por fin
vi el resultado del test.

―Nessie, ¿ya has terminado? ―quiso saber Rachel desde fuera.

Necesité de un par de segundos para poder contestar.

―Sí ―musité sin quitarle ojo al resultado.

Mi cuñada no aguantó más y entró en el baño.

283

―Bueno, ¿y qué ha salido? ―preguntó, ansiosa, poniéndose a mi lado.

―Es positivo ―murmuré, aún en estado de shock―. Estoy… estoy


embarazada.

284

Giro

―¡Oh, Nessie, es genial! ―exclamó Rachel, pillándome totalmente


desprevenida al abrazarme con esa alegría desbordante―. ¡Enhorabuena,
Jacob y tú vais a ser papás!

Su cariñoso abrazo hizo que saliera de mi estado de shock inicial, pero sus
palabras también aportaron algo más, en contra de mi voluntad. Mi mente ya
quiso empezar a fraguar sus últimos vocablos, haciendo que esa pequeñísima
parte de mí que antes había comenzado a hacer mella, ahora quisiera explotar
para llenar mi cuerpo de esa energía nueva. Mis mariposas ya iniciaron sus
aleteos, embargadas por miles de sensaciones y sentimientos, pero las detuve.
Respiré muy hondo y conseguí reprimir todos esos sentimientos a tiempo.
―Gracias… ―No se me ocurría decir nada, aún estaba demasiado
sorprendida y confusa, no sabía qué sentir, y solté eso más por educación que
por otra cosa.

Rachel se despegó de mí.

―Ya verás cuando se entere Paul y el resto de la manada ―rio,


acariciándome las mejillas.

Cogí sus manos, retirándolas de mi rostro, y las sostuve entre las mías, a la
altura de la cintura.

―Preferiría que no dijeras nada todavía ―le pedí, sonriéndole como pude―.
Primero querría que lo supiera Jacob.

―Claro, cómo no ―aceptó con una sonrisa―. Esperaré a que Jake se lo


cuente a la manada, no te preocupes.

―Gracias ―le sonreí de nuevo.

De pronto, su teléfono móvil comenzó a sonar. Rachel lo sacó del bolsillo de


su chaqueta y lo miró.

―Ah, es Paul. ―Descolgó y se lo puso al oído―. Dime, cariño.

―Hola, cielito ―escuché que le decía su marido al otro lado del auricular,
usando ese término en español. Desde que se habían ido de viaje de novios a
México, siempre lo usaba―. Ya terminé la jornada, ¿dónde estáis? ¿Paso a
recogeros?

―Estamos en casa de Jake y Nessie ―le contestó, mirándome con una


sonrisa cómplice que a mí me hubiera gustado corresponder, pero que me fue
imposible―. Hemos venido a hacerle una visita.

―¿Y vas a quedarte más tiempo?

―No, ya me iba a marchar. Ya se me ha hecho tarde, y todavía tengo que


bañar a los niños. ―Me sonrió como si me estuviese advirtiendo de lo que
me esperaba el día de mañana.

Genial.

―Ah, bueno, entonces os paso a buscar dentro de cinco minutos, ¿de


acuerdo? ¿Te dará tiempo?

―Sí. Preparo a los niños y te espero.

―Bien. Hasta luego, entonces.

―Hasta luego ―sonrió, esta vez dedicándole esa sonrisa a Paul.

Y los dos colgaron.

―Tengo que…

―Sí, ya lo he oído. Tienes que irte ―le sonreí.

―Sí ―rio, guardándose el móvil en el bolsillo.

Esto me venía muy bien, porque ahora por fin iba a tener tiempo a recapacitar
a solas.

―Vale, te acompaño a la puerta ―le dije, echando a andar.

Ambas salimos del baño y bajamos las escaleras. Justo cuando Rachel
consiguió sentar a Andrew y a Zoe en la silla doble, Paul picó a la puerta.
Después de que mi cuñado charlara un rato conmigo y me revelase que Jacob
también estaba a punto de terminar su turno, abandonaron mi casa. Rachel se
marchó sin poder decirme enhorabuena otra vez, y se notó que se quedó con
las ganas, pero parecía que iba a cumplir mi petición.

Me dirigí al saloncito y me senté un uno de los sillones que adornaban la


zona de la chimenea, a esperar a Jake. Mis dedos volvían a ser un revoltijo
que se enredaba y se desenredaba sin parar.

285
Todavía no me lo podía creer. Estaba embarazada. Embarazada. Tuve que
repetirme esa palabra varias veces en mi cabeza, porque aún no daba crédito,
seguía demasiado confusa, no sabía qué sentir. Pero era cierto, estaba
embarazada. Embarazada de Jacob.

Fue escuchar esto último en mi cabeza y esta vez me fue imposible reprimir
todos esos sentimientos que habían querido explotar al principio. Las
mariposas se agitaron en mi estómago y no pude contener una sonrisa
bobalicona. Sí, mi vientre albergaba a su hijo, a nuestro hijo. Una parte de él
y una parte de mí, las dos unidas para formar un solo ser, un milagro. Me
sorprendí a mí misma con la mano apoyada en mi barriga al tiempo que
sonreía como una tonta.

¿Podía ser que esto no fuera tan malo como yo pensaba? No, claro que no lo
era. Al contrario. Lo que yo llevaba dentro era maravilloso, lo sabía, lo sentía.
Mi mente no tardó en imaginarse a nuestro bebé, ya lo había soñado alguna
vez. Nuestro bebé… Las mariposas volvieron a iniciar el vuelo y mi mano
acarició mi todavía vientre plano. Nuestro bebé: un niño parecido a Jacob,
hermoso, de cabello azabache, con su piel cobriza, aunque clareada por la
mezcla de la mía, de ojos grandes, brillantes y negros, risueño, alegre,
travieso…

Entonces, de repente, ese primer sentimiento de shock y confusión, ese


rechazo inicial, lo que antes me parecía un fallo enorme, se transformó por
completo, invirtiéndose en una felicidad inmensa. No puedo explicar lo que
sentí en estos momentos, era nuevo, indescriptible y maravilloso.

Jamás me había parado a pensar en esto. No voy a negar que, aunque nunca
me había planteado tener hijos todavía, alguna vez me imaginé embarazada
de Jacob, pero esto era completamente diferente, porque ahora era realidad, y
podía sentirlo, creerlo, vivirlo… Y lo que sentía era infinitamente mejor a
todo lo que me había podido imaginar.

Sin embargo, la sonrisa se me fue rápidamente de la cara cuando mi pesadilla


se plantó en mi cabeza, aporreándola con insistencia para advertirme. Porque
esto era muy peligroso, no podía olvidarlo. No solo la vida de nuestro bebé
corría peligro, sino que la mía también… Y esto último, sobre todo, ante todo
y con total seguridad, es lo que Jacob no iba a permitir. Jamás. Jamás
permitiría que a mí me pasara algo, así como yo jamás permitiría que a él le
ocurriese algo. Esto lo sabía con absoluta certeza.

Por un momento me invadió una oleada de temor y dudas que trajo una
sensación de incertidumbre tremenda, estrellándola con estrépito contra todos
estos maravillosos sentimientos y emociones, los cuales fueron barridos con
la fuerza de un tsunami para guardarlos y esconderlos dentro de mi ser. Me
regañé a mí misma por haberme dejado llevar. No debía emocionarme, debía
reprimir este tipo de sentimientos, pues podía ser que no… que no pudiera…
tenerlo.

Mi mano se aferró a la camiseta que cubría mi vientre, reflejando el


congelamiento que mi alma sufrió de repente ante tal pensamiento. No, ahora
ya era demasiado tarde, porque ya me había dado tiempo a saborear esos
maravillosos sentimientos y me había dado cuenta de cuánto deseaba este
bebé. Sí, ahora lo sabía con total seguridad, no tenía ninguna duda. Quería
tenerlo.

Pero…

…tampoco podía olvidar mi horrenda pesadilla, y eso hizo que mi corazón se


acelerase, temeroso… Me dominó el temor de nuevo al ver esas horribles
imágenes, hasta tal punto, que estaba aterrada. ¿Y cómo reaccionaría Jacob
cuando se lo dijera?

De pronto, la puerta de casa se abrió y pegué un pequeño bote en el asiento,


dejando todos mis pensamientos colgando.

―Nessie, ya estoy en casa ―anunció Jake con alegría, caminando hacia el


salón.

Me puse de pie inmediatamente y me quedé plantada en el sitio, de espaldas a


la chimenea, enroscando mis dedos sin parar mientras miraba la entrada del
saloncito, llena de nervios. Ni siquiera sabía por dónde empezar, cómo
decírselo…
Jacob entró en el salón, luciendo una de sus enormes y maravillosas sonrisas.

―Hola, preciosa ―me saludó, corriendo hacia mí para besarme.

Y yo me moría por hacer lo mismo. Pero su sonrisa desapareció y sus pies se


pararon en seco cuando observó mi rostro mejor.

―¿Qué pasa? ―quiso saber, acercándose a mí otra vez. Llevó sus cálidas
manos a mi cara y estudió mi expresión, alarmado―. ¿Ha ocurrido algo?

―Tengo… tengo que decirte una cosa. ―Solo conseguí que me saliera un
hilo de voz mientras mis ojos miraban a los suyos con inquietud.

―¿Qué pasa? ―repitió, observándome preocupado.

―Creo… creo que será mejor que te sientes ―sugerí, colocando las manos
en su pecho desnudo y empujándole levemente hacia el sillón que tenía
detrás.

286

No sé por qué se lo dije a él, porque la que necesitaba hacerlo era yo.

―No, no quiero sentarme ―se negó, nervioso, poniendo los brazos en jarra
con evidente inquietud―. Dime, ¿ha pasado algo?

Tragué saliva.

―¿Recuerdas… los vómitos que tengo estos días? ―murmuré, mirándole


con cautela.

―¿Estás enferma otra vez? ―inquirió, llevando sus manos a mi rostro de


nuevo para escudriñármelo con ansiedad.

―No, no es eso ―le calmé, retirando sus manos de mis mejillas con
delicadeza. Las besé y las solté para darme la vuelta, enredando mis dedos
por enésima vez. Jacob se quedó en silencio, esperando mi respuesta. Respiré
hondo y me giré hacia él, mirándole a esos ojos que ahora me observaban
confusos―. Estoy embarazada ―solté finalmente.

Jacob se quedó paralizado por un instante, incluso su corazón pareció


detenerse. El mío lo hizo junto con el suyo, esperando su reacción. Pero
después, su boca se abrió ligeramente, sorprendida, parpadeó dos veces y, por
fin, reaccionó. Su corazón empezó a latir como loco al tiempo que jadeaba
con emoción, y sus labios se fueron curvando hacia arriba lentamente, hasta
que su boca se transformó en una amplia sonrisa. Todo su rostro se iluminó.
Sus ya de por sí brillantes ojos negros no tardaron en ser centelleantes del
todo, desbordaban felicidad por todos los sitios, y me observaban como si
hubiera visto un milagro o algo así.

Mi corazón volvió a latir con fuerza al ver su reacción.

―Nessie… ―susurró, emocionado.

Ya no me dio tiempo a nada más. Me tomó por la cintura con un arrebato


entusiasmado y me arrimó a él para besarme.

Sus efusivos besos traían algo nuevo. Desbordaban una mezcla de felicidad,
emoción, alegría y pasión. Sus manos se aferraban a mi espalda y mi cintura
para pegarme a su cuerpo con un amor desbordante, con toda su alma, era tan
intenso, que podía sentirlo en mi pecho, abrumándome por completo. Eso
hizo que toda duda, todo temor en mí desapareciera automáticamente. Ya no
los retuve más en mi corazón, era imposible. Le dejé vía libre a todas mis
emociones, a todos mis sentimientos, y mis mariposas explotaron en júbilo,
llenando todo mi cuerpo de una felicidad que me recorrió como una mágica
corriente eléctrica que hizo que mis ojos no pudiesen reprimir las lágrimas.
Algo nuevo había nacido en mí, en nosotros. Ambos éramos inmensamente
felices. Rodeé su cuello con mis brazos y me apreté a él con una avidez llena
de alegría, pasión y felicidad.

Correspondí sus alocados besos con entusiasmo y emoción, dejándome llevar


por este maravilloso sentimiento compartido, por esa sensación
indescriptible, y mi mano se aferró a su cabello para que este mágico beso no
terminase nunca. La energía bailaba a nuestro alrededor con aires frenéticos,
envolviéndonos con su brisa mística y espiritual.
No sé cuántos minutos estuvimos besándonos con este entusiasmo rayano en
la locura, pero cuando Jacob consiguió evadirse de la energía que nos
incitaba a seguir y terminó el beso, ya había oscurecido algo. Ni siquiera me
dio tiempo a recuperar el aliento y la cordura, Jake me alzó acto seguido y
comenzó a dar vueltas conmigo mientras se reía.

―¡Nessie! ¡Nessie! ―exclamaba sin dejar de reír y girar a la vez que me


miraba con esa felicidad.

Me contagié de su risa al instante.

Después de varias vueltas, me dejó en el suelo. Puso su mano en mi vientre


plano y me miró a los ojos con esas pupilas alegres y emocionadas.

―¿De… de cuánto estás? ―me preguntó, entusiasmado.

―Según el test de embarazo, de doce días ―le revelé―. Pero tendría que
hacerme una analítica para confirmarlo.

―Son casi dos semanas ―murmuró. Su vista bajó y su mano se metió por
debajo de mi camiseta para palpar mejor mi vientre. Me hizo un poco de
gracia, porque esta misma mañana me había visto desnuda y me había tocado
de sobra, pero ahora no hacía más que acariciar mi barriga, como si tuviera
que cerciorarse bien. Entonces, sus ojos volvieron a los míos, mirándome con
emoción―. Eso quiere decir que es…

―Un niño, sí ―me adelanté yo, sonriéndole―. Sé que te hacía más ilusión
una niña, pero…

―¡¿Qué dices?! ¡Un niño! ¡Es genial! ―me cortó, levantándome de nuevo
mientras ambos nos reíamos.

Cuando terminó de darme esa vuelta, dejó que mis pies se posasen en el suelo
otra vez.

―¿Y cómo… cómo ha sido? ―inquirió, contentísimo―. Bueno, vale, eso ya


lo sé, claro. Me 287

refiero a cómo ha podido suceder. Estabas tomando la píldora, ¿no?

―Se me olvidó tomarla mientras tuve la gripe ―le confesé, mordiéndome el


labio mientras le miraba con cara de no haber roto un plato nunca―. No me
di cuenta hasta hoy.

Hizo una mueca.

―Yo tampoco me acordé, la verdad ―reconoció, rascándose la nuca―. Un


momento ―cayó de repente, hablando con efusividad―, si estás de doce
días… ―contó con los dedos para asegurarse y siguió―, quiere decir que lo
concebimos tu último día de gripe.

―Sí. No sé cómo pudo pasar ―suspiré, aunque con alegría―. Solo llevaba
tres días sin tomarla, y justo cuando lo hacemos por primera vez después de
mi gripe, va y sucede. Vale que la efectividad de la píldora había bajado, pero
las probabilidades de que me quedase embarazada a la primera eran mínimas.

―Nena, soy el semental de la manada, ¿recuerdas? ―presumió de pronto,


mostrándome su sonrisa torcida―. Conmigo no hay probabilidades mínimas
que valgan.

―Ya lo veo, ya ―me reí.

―¡Guau, un niño! ¡Todavía no me lo creo! ―exclamó, despegándose de mí


para comenzar a dar paseíllos rápidos al tiempo que alzaba el rostro hacia el
techo y llevaba sus manos a su nuca, con una enorme sonrisa en la cara.
Luego, sus manos descendieron, llevando una a su barbilla, y pasó de mirar al
techo a mirar al suelo, pensativo. Eso sí, sin dejar su caminata―. Hay que
pensar en el nombre. Ah, y tendremos que cambiar la habitación del
ordenador para adaptarla al bebé ―empezó a divagar en voz alta. Sonreí, por
muchas cosas. Por verle tan feliz, tan animado y entusiasmado, por escuchar
la palabra bebé de su boca… Él seguía a lo suyo―. El armario nos sirve, pero
podríamos empapelarlo para que sea más infantil. El escritorio… Mmm… sí,
de momento se puede quedar en su sitio. Eso sí, habrá que quitar la cama y
poner la cuna ahí. La cuna la haré yo. Nathan entiende mucho de carpintería,
tendré que preguntarle a ver cómo se hace una cuna, porque no tengo ni idea.

―¿Vas a hacer tú la cuna? ―pregunté, gratamente sorprendida.

―Sí, quiero hacérsela yo ―afirmó. De pronto, se giró y me miró con


dudas―. ¿O prefieres que se la compremos?

―No, prefiero que se la hagas tú ―declaré, sonriendo―. A mí también me


hace más ilusión que se la haga su padre.

La cara de Jake volvió a iluminarse al escuchar esa palabra, aunque yo tengo


que reconocer que mis mariposas hicieron de las suyas al oírlo de mi propia
voz, qué tonta. Se acercó a mí y me cogió por la cintura de nuevo.

―Todavía no me lo creo ―repitió, sonriéndome con ganas―. Un niño. Esto


es lo que menos me importa de todo, pero, ¿sabes lo que eso significa? Él
será el primero de nuestros hijos varones. Él será el futuro Alfa de la manada.

―Sí ―sonreí.

Sin embargo, mi sonrisa se disipó con rapidez, porque sus palabras volvieron
a traerme a otra realidad, y esta era demasiado cruda.

―¿Qué pasa? ―se percató, cambiando su rostro alegre por uno


completamente serio.

―Mi pesadilla ―le recordé, mirándole a los ojos con angustia.

Se hizo un silencio grave que se me hizo eterno.

―No se cumplirá ―aseguró con convicción.

―Pero, Jake, todo lo que habíamos planeado se ha venido al traste ahora.


Razvan, Nikoláy y Ruslán se acabarán enterando de que esperamos un hijo,
un hijo varón…

―Jamás permitiré que os pase nada ―afirmó, mirándome con


determinación―. Siempre, siempre os protegeré.

Me encantó que ya usase ese plural, eso provocó que mis mariposas saltaran
con emoción una vez más. Me di cuenta de que las cosas habían cambiado
entre nosotros. Seguían siendo iguales, sin embargo, habían adquirido un
matiz diferente, la paleta tenía otro color más. Jake jamás permitiría que me
pasase nada a mí, por supuesto, pero ahora se había producido un pequeño
giro.

Ahora el bebé también entraba en esa ecuación para hacer de nosotros otro
todo. Jacob nos protegería a los dos hasta la muerte.

Jake se separó de mí y comenzó otro paseíllo, aunque este por otros motivos.

―Reorganizaré a la manada ―declaró, hablando con cierto nerviosismo―.


Vigilaremos la zona continuamente y haremos turnos de vigilancia las
veinticuatro horas. Nunca estarás sola, siempre estarás escoltada y protegida.
―Se acercó a la ventana, corrió el estor con la mano y echó una 288

ojeada al bosque―. Llamaremos a tu familia para darles la noticia, pero


también tendremos que contárselo todo, para que vengan. Cuantos más
seamos para protegeros, mejor. ―Dejó la cortina en su sitio y volvió a
caminar, retransmitiendo todo lo que iba pensando―. Ellos no pueden
moverse por nuestro territorio, pero pueden quedarse por la casa para vigilar,
aunque puede que consiga convencer al Consejo para hacer una excepción
temporal. Nosotros nos encargaremos de buscar a esas sanguijuelas y de
darles caza. ―Se paró justo frente a mí y me miró con resolución―.

Les atraparemos y me los cargaré de una vez por todas, te lo prometo ―juró,
enganchándome con esos ojos seguros y decididos.

―Siento que esto ocurriera justo ahora ―murmuré, bajando la vista―. La


manada ya tiene bastante con los nómadas que vienen de todas partes, y
ahora tienen que estar pendientes de mí…

Jake cogió mi barbilla con la mano y me alzó el rostro para que le mirase.
―Para ellos será un honor proteger al futuro Alfa, te lo aseguro ―afirmó,
hablándome con un murmullo ronco.

―Sí, ya lo sé ―suspiré, cerrando los ojos―. Pero esto no deja de ser


peligroso para ellos, para ti. No podía haber un momento peor para mi
embarazo.

De repente, Jake se quedó mirándome embobado durante un rato, hasta que


alcé las pupilas.

Entonces, clavó sus intentos y penetrantes ojos en los míos, hipnotizándome


como siempre hacía, casi no podía ni moverme, y comenzó a acercar su
rostro lentamente, haciendo que el mío también le acompasase sin remedio.
Todo pasó a un segundo plano, todo. La energía empezó a fluir a nuestro
alrededor al mismo tiempo que mi estómago era tomado por esos coloridos
insectos de siempre y mi corazón se aceleraba, ansioso porque su boca tocase
ya a la mía. Cuando su tórrido rostro rozó la piel del mío y su abrasador y
dulce aliento acarició mis labios, no pude evitar que mis ojos se cerrasen y
mis bronquios dejasen escapar un estimulado jadeo.

―Yo soy el hombre más feliz del universo entero ―susurró en mi boca,
pegando su rostro aún más.

―Jake… ―suspiré, metiendo mis dedos entre su pelo.

―Todo saldrá bien, te lo prometo. Confía en mí.

¿Cómo no iba a confiar en él? Era el Gran Lobo, el invencible Gran Lobo.
Ningún mago, por poderoso que fuera, tenía suficiente poder para vencerle.
Recordé la profecía. No sé por qué, simplemente llegó a mi cabeza como un
chispazo esperanzador, junto a sus palabras. Esta también me decía que todo
saldría bien, me lo ratificaba, y por un momento sentí un alivio enorme.

―Sí ―susurré.

Sus ardientes labios por fin me dejaron sentirlos. Los entrelazó con los míos
con suavidad y calma, alzando mi labio superior con cada roce, haciendo que
suspirase sin parar. Su boca se detuvo repentinamente, pero a la mía no le dio
tiempo a ir a buscarla.

―Te quiero ―musitó, dejando que su abrasador aliento se mezclase con el


mío.

―Te quiero ―conseguí decir con un hilo de voz, pues casi no era capaz de
hablar, de la emoción.

Y sus labios volvieron a unirse a los míos, felices.

289

Buena y mala

Todo estaba dispuesto en la habitación. El ordenador estaba encendido y Jake


y yo ya nos habíamos sentado frente al mismo para conectarnos en el Chat,
con las manos amarradas.

Nuestros rostros albergaban una extraña mezcla de felicidad y preocupación


al mismo tiempo. Era muy difícil describir las miles de sensaciones y
sentimientos que pasaban por nuestras cabezas, todo mezclándose en un
cóctel raro, pero era imposible separarlo y desechar una de las dos cosas,
imposible no sentir lo uno y lo otro.

Ambos estábamos felices de que fuera un niño, aunque, bueno, en realidad lo


hubiéramos estado igualmente si hubiera sido una niña, porque no teníamos
predilección por un sexo u otro. Lo importante era que iba a ser nuestro bebé.
Pero había una diferencia que tampoco podíamos olvidar ni obviar. El que
fuera un niño resultaba una desventaja en este caso. Un niño, un varón,
significaba que el embarazo duraba más tiempo. Nueve meses. Nueve meses
que Razvan, Nikoláy y Ruslán tenían para pensar, planificar y actuar. Nueve
meses de vigilancia continua para mí, nueve meses de trabajo para los lobos y
mi familia. Pero también significaba otra cosa.

Con un niño el reinado de Jacob se vería afianzado de cara al futuro, y eso es


precisamente lo que Razvan, Nikoláy y Ruslán no querían permitir. Si
hubiera sido una niña, tal vez ellos no actuarían. O tal vez sí, porque esa niña
también iba a llevar los genes del Gran Lobo. Ella iba a transmitir sus genes a
su propia prole, pero, además, tampoco sabíamos a ciencia cierta si una niña
también heredaría el poder espiritual de Jacob. La profecía solamente hablaba
de príncipes de los lobos, pero podía ser una manera de hablar, usando ese
genérico masculino para referirse a nuestra prole en general. También podían
ser princesas, ¿por qué no? Las niñas también podrían heredar ese poder
espiritual, después de todo, iban a ser hijas del Gran Lobo, y aunque no se
iban a transformar en lobas, sí lo harían en casi vampiros, y puede que
pudiesen conectarse a la futura manada de alguna forma, quién sabe, porque
iban a tener genes metamorfos en su sangre... Ay, no sé por qué me dio por
esto, lo único que estaba consiguiendo era liarme la cabeza aún más, pero no
pude evitar pensar en ello un rato antes de que Jake hablara.

―Mira, ya nos están llamando ―dijo, señalándome con el puntero del ratón
el parpadeo naranja del Messenger.

Pinchó ahí y la ventana se maximizó. Mis padres, mis abuelos y mis tíos
salían en la pantalla, gracias a la Webcam, y ellos a su vez ya nos estaban
viendo a nosotros. Mis progenitores eran los únicos que estaban sentados
frente al ordenador, el resto se repartía alrededor, de pie.

―Hola, chicos, ¿cómo estáis? ―nos saludó mi madre por todos, desplegando
una sonrisa perfecta y deslumbrante.

Si ella supiera… Jake y yo nos miramos y nos dedicamos una sonrisita


cómplice, aunque preferimos esperar un poco más para darles la noticia.
Además, jugábamos con ventaja. Mi padre no podía vernos la mente.

―Bien, muy bien ―le contestó Jake, devolviéndole la sonrisa―. ¿Y


vosotros? ¿Cómo va todo por ahí?

―Las cosas por aquí son un coñazo, tío ―respondió Emmett, soltando un
suspiro―. Fíjate que hasta tenemos ganas de que empiecen las clases…

A partir de ahora iban a tener qué hacer… Mi chico y yo nos miramos de


nuevo y yo asentí para que lo dijera.
―Pues, escucha, esto te va a gustar un montón ―empezó, con una sonrisa
que se le iba a salir de la cara―. Tenemos que daros una noticia.

―¿Una noticia? ―se extrañó mi padre, que arrugó el ceño ligeramente sobre
sus ojos dorados.

―Sí. Es buena y mala al mismo tiempo ―avisó ya de primeras.

―¿Buena y mala? ¿Y eso qué quiere decir? ―protestó Rose.

―¿De qué se trata? ―quiso saber mamá, algo perdida.

Jake y yo volvimos a mirarnos, con una sonrisa, y apretamos el amarre de


nuestras manos.

Después, miramos a la pantalla.

290

―Estoy embarazada ―anuncié.

―¿Qué…? ―murmuró mamá, pestañeando como si todavía no se lo


creyese―. ¿Estás…?

¡¿Estás embarazada?! ―exclamó acto seguido con una risa alegre.

―¡Embarazada! ―rio Alice, dando saltitos emocionados.

Los daba con tanta precisión, que, aunque estaba rodeada por Jasper y
Emmett, apenas les rozaba. Hasta que Rosalie se unió a ella. Entonces, Jasper
y Em tuvieron que apartarse para que ellas pudieran saltar juntas mientras se
abrazaban y se reían. Se formó un griterío enorme.

―Mi niña… ―murmuró Esme, emocionada, sonriendo de felicidad y


juntando las manos a la altura de su rostro.

Carlisle rodeó sus hombros con su brazo y le besó en la sien al tiempo que él
mismo mostraba una sonrisa de satisfacción enorme.
―Enhorabuena. Es una noticia estupenda ―nos felicitó mi abuelo.

―Gracias, Doc ―le sonrió Jacob.

Mamá se abrazó a mi padre, que intentó guardar la compostura, aunque se le


escapó una sonrisa de gozo que iluminó toda su cara.

Jake y yo nos miramos, sonriéndonos con satisfacción por todas esas


reacciones, y nos dimos un beso corto.

―No os emocionéis tanto. Eso quiere decir que ya sois abuelos ―les dijo
Emmett, palmeando sus brazos una vez y sonriendo de oreja a oreja.

Mamá dejó de abrazar a mi padre y se quedó estupefacta durante un par de


segundos.

―Guau. Abuela… ―murmuró, parpadeando otra vez.

―Gracias por la puntualización, Emmett ―le contestó papá, usando un tono


sarcástico.

Entonces, de repente, su semblante cambió, transformándose en uno


melancólico y de añoranza―.

No me lo puedo creer ―murmuró, algo serio por la emoción―. Nuestra niña


ha crecido tanto, que ya va a ser mamá.

―Edward ―le regañó mi madre un poco.

―Papá, hace tiempo que ya no soy una niña ―le recordé con algo de ironía.

―¿Y de cuánto estás? ―me preguntó Jasper, también sonriente.

Mis tías dejaron de saltar y prestaron atención.

―Sí, ¿de cuánto? ―repitió Alice, cuyos ojos parecían más grandes de lo
normal debido al entusiasmo con el que me miraba.
―De doce días ―les revelé―. Bueno, según el test de embarazo.

―Suelen ser muy precisos, pero, no obstante, estaría bien que te hiciera una
analítica para ratificarlo ―manifestó Carlisle, sonriente.

―¿Y ya tienes panza? ―inquirió Emmett.

Rosalie le regañó con la mirada y le dio un pequeño codazo por usar ese
término, aunque a mí me hizo gracia.

Toda la familia me miró expectante, pero la que más era mi madre.

―No, no tengo panza ―reí.

―¡Un niño, un niño, un niño! ―exclamó Alice otra vez, dando más saltitos.

―Sí, un niño ―reí otra vez.

―Un niño… ―susurró mamá, mirando al infinito, maravillada.

Parecía estar imaginándose lo mismo que yo cuando pensaba en nuestro


bebé: a un Jacob en miniatura. No pude evitar ese revoloteo de alas en mi
interior al volver a visionar a ese niño, acomodado entre mis brazos.

―Así que un cachorrito, ¿eh? ―rio Emmett, exultante.

Se notaba que la idea de un sobrino lobo le encantaba.

―Ya ves ―sonrió Jake.

En cambio, Rosalie torció el gesto, pero solo fue una mueca que duró un
segundo.

―Hubiera preferido una niña, la verdad. Iba a oler mejor ―suspiró―. Pero,
bueno, le querré igual ―sonrió después.

―Tranquila, rubia. Olerá bien hasta que alcance la pubertad ―le soltó Jake
con acidez, dedicándole una mirada de odio.
―Un niño crecerá a un ritmo humano, Rose ―le recordó mi madre―.
Tendremos más tiempo para disfrutar de él.

Mi tía lo meditó durante solo un segundo y sonrió con satisfacción.

―Os doy mi más sincera enhorabuena ―sonrió papá―. Lo cierto es que no


me lo esperaba, 291

esto ha sido toda una sorpresa, pero tengo que deciros que me siento muy,
muy feliz. ―Y mi madre agarró su mano para unirse a su felicitación.

―Gracias, papá ―le sonreí yo también.

―¿Qué día es hoy? ―preguntó Alice, que miraba al horizonte con los ojos
entornados, pensativa.

Ella a lo suyo.

―Uno de octubre ―contestó Jasper, casi automáticamente.

―Nacerá a finales de junio ―sonrió, y dio una sonora palmada―.


¡Podremos comprarle ropita de verano!

Rosalie se puso frente a ella y ambas unieron sus manos.

―Oh, sí. Pantaloncitos cortos ―dijo esta, sonriéndole.

―Polos pequeñitos… ―imaginó Alice, entusiasmándose cada vez más.

Jacob ya empezó a bajar las cejas.

―Gorritas de diseño… ―siguió Rose.

―Ah, conozco un diseñador en París que…

―Espera, espera ―le cortó Jake a la tía Alice, haciendo un aspaviento con su
mano suelta―.
No me lo vestiréis con pijerías de esas, ¿no?

―¿Y cómo le quieres vestir? ¿Con un harapo como esos que llevas tú? ―se
quejó Rosalie, mirándole de arriba abajo con cierto desprecio.

―Con la ropa que a mí me dé la gana, no con la que me digáis vosotras, que


para eso soy su padre ―contestó él, todo ofendido.

―Oh, por favor. ¿Vais a volver a las andadas? ―se quejó papá.

―Bueno, bueno, calma ―tercié, y le di un beso corto en la mejilla a Jacob


para que se le fuese el enfado, lo cual resultó―. Todos le compraremos ropa,
¿vale? Además, los bebés crecen muy deprisa y enseguida les queda pequeña.

Rosalie le dio un manotazo a su pelo y giró el rostro mientras se cruzaba de


brazos, pero la tía Alice todavía tenía esa mirada planificadora en el rostro
que me indicaba que dentro de poco iba a tener la casa llena de ropita de
bebé. Ay.

―Debería viajar hasta allí para hacerte una analítica, puesto que no puedes ir
a un médico corriente ―declaró Carlisle, encauzando el tema de nuevo―.
Aunque seas mitad vampiro, tendrás que someterte a controles rutinarios, y,
ahora no, por supuesto, ya que es muy pronto, pero más adelante, tendrás que
hacerte ecografías para ver el estado del bebé. ―Jacob y yo nos miramos,
sonrientes. Mi abuelo se llevó la mano a la barbilla, reflexivo―. Creo que lo
mejor sería que Esme y yo nos mudásemos a Forks una temporada, para que
pueda controlar mejor tu embarazo.

―¡Sí, sí! ―clamó Alice, brincando―. ¡Nosotros también vamos, ¿verdad,


Jazz?!

―Si tú quieres ―asintió él.

Rosalie iba a hablar, pero…

―Iremos, cariño, iremos ―se le adelantó Em.


Mi tía le sonrió con agrado y le dio un beso en los labios.

―Pues nosotros también, qué menos ―se sumó mi madre, mirando a papá
para que le diera su consentimiento, el cual consintió, claro.

―Vosotros tenéis que terminar la carrera ―objetó Esme, ejerciendo de


madre.

―¿Y perdernos este embarazo? Ni hablar ―se negó Alice, haciendo un


mohín―. Con el de Bella no tuvimos ocasión de disfrutar nada, pero con este
es completamente distinto.

Mi chico y yo nos miramos, aunque esta vez sin sonreír, y volvimos a apretar
nuestro amarre.

―Bueno, veréis, lo cierto es que, aparte de eso, vais a tener que venir para
otra cosa ―intervino él.

―Una noticia buena y mala al mismo tiempo ―recordó Emmett en voz alta.

Mamá osciló la cabeza para mirarle con preocupación y luego la volvió hacia
la pantalla.

―¿Qué pasa? ―preguntó mi padre, ya con gesto grave.

―Veréis, desde hace tiempo… Bueno, Nessie tiene una pesadilla que…

―El bebé corre peligro ―les revelé yo sin más preámbulos.

Toda mi familia se puso alerta al instante.

―¿Cómo? ―musitó mi madre, temerosa.

―Es Razvan y sus amiguitos magos ―desveló Jake, matizando esa palabra
con rabia―.

Creemos, bueno, sabemos que quieren… ―De pronto, enmudeció para


apretar los dientes. Su mano tembló ligeramente, pero yo se la acaricié con la
mía que estaba suelta y lo controló. Tomó 292

aire y siguió hablando―. Quieren que el bebé no llegue a nacer ―modificó.

Todos miraron a Alice.

―A mí no me miréis. No puedo ver nada relacionado con ellos, ya lo sabéis


―se defendió.

―¿Y cómo lo sabéis? ―quiso saber mi padre.

―Hace unas semanas nos fuimos de excursión al Parque Nacional de


Olympic con los chicos ―empezó a explicar Jacob―. Todo iba muy bien,
pero nos topamos con un licántropo.

―¿Un licántropo? ―repitió mi progenitor, sorprendido.

―Sí, pero espera, ese no es el tema ―continuó mi chico―. La cosa es que


ese licántropo estaba siendo perseguido por Thiago y sus secuaces.

―Thiago ―masculló mi padre, rechinando los dientes.

―Bueno, no os lo voy a contar todo, porque es un poquito largo…

―Sí, por favor ―murmuró Rose por lo bajo.

―…pero el caso es que el licántropo consiguió escapar y nos quedamos con


esos matones plantados en el sitio ―prosiguió Jake, haciendo caso omiso del
comentario de mi tía―. Thiago estaba cabreado, nos echaba la culpa de haber
perdido al licántropo, y tuvimos que tener una conversación. Después de
dejarle claro que ese era nuestro territorio, él me dijo: «veo que las cosas
siguen igual», o algo así, y yo le dije: «¿a qué te refieres?», aunque ya lo
sabía, claro, porque había mirado la barriga de Nessie, y él me contestó: «aún
no habéis procreado», así, enfatizando la palabra como con asco, ¿sabes?
Menudo idiota ―resopló. Rose puso los ojos en blanco y suspiró, cansada―.
Pero yo no me quedé callado. Le dije: «no tenemos prisa», y él me dijo…

―Oh, vamos, ve al grano de una maldita vez ―le interrumpió Rosalie,


enfadada―. ¿Es que vas a contarnos toda la conversación?

―Vale, vale, rubia, no te mosquees, tranqui ―le respondió él, algo


molesto―. En fin… Bueno, le dije que si teníamos hijos o no, no era asunto
suyo, y fue cuando me contó que Razvan, Nikoláy y Ruslán no estaban
dispuestos a arriesgarse a que los tuviéramos. Thiago no me lo dijo
directamente, pero es evidente que ellos andan detrás de esos magos para
aniquilarles, así que saben muchas cosas. Lo que no me quedó claro es qué
tenía que ver ese licántropo con ellos, ni qué hacía este por nuestras tierras.

―¿Crees que ese licántropo puede andar por allí? ―inquirió Jasper.

―No, no creo. No sé por dónde andará, pero no está por aquí ―afirmó Jacob
con certeza―.

Hemos estado vigilando esa zona y no hay rastro de él. Y tampoco ha habido
ninguna noticia sobre desapariciones ni muertes extrañas. Donde quiera que
esté, no es aquí.

―Es rara la aparición de ese licántropo, sin duda. No quedan muchos Hijos
de la Luna en el mundo, prácticamente están extinguidos ―manifestó mi
padre, llevándose la mano al mentón.

―Pues este era igual al de Nahuel ―le reveló Jake.

Me dio un escalofrío al recordar a ambos.

―¿Al de Nahuel? ―inquirió Carlisle, sorprendido―. ¿Era un licántropo


mutado?

―Sí, igualito a ese ―le ratificó mi chico.

―Es muy extraño, pero ahora mismo no tenemos tiempo de pensar en eso
―opinó papá.

―Eso es lo que menos importa ahora ―coincidió mi madre, que tenía el


rostro bañado en inquietud.
Aun así, Carlisle frotó su barbilla, pensativo.

―¿Y qué pasa, ya os habéis encontrado con Razvan, Nikoláy y Ruslán?


―preguntó Emmett, envarándose de pronto, como si hubiese caído en eso en
ese mismo instante y ya se pusiese alerta.

―No, no hemos vuelto a saber de esos desgraciados ―le calmó Jacob―.


Pero sabemos que van a venir, por las pesadillas de Nessie.

Mi familia ya estaba al corriente de lo que pasaba con mis pesadillas. Cuando


había sido secuestrada por Razvan y me rescataron, lo primero que hice fue
contarles aquella espantosa pesadilla en la que yo abandonaba a Jacob.
Todavía me estremecía al recordarla.

―¿Nessie ha tenido alguna pesadilla al respecto? ―interrogó Alice, seria.

―He tenido varias ―desvelé, tragando saliva cuando esas horribles


imágenes se plantaron en mi cerebro―. Desde que Thiago nos contó eso,
sueño que estoy embarazada y que me encuentro con Razvan. Entonces
siempre pasa lo mismo. A veces me lanza un cuchillo que no llega a tocarme,
otras nada, pero mi… barriga se llena de sangre de repente y… el bebé…
muere. ―Me costó un montón soltar todo esto, porque tan solo recordarlo
hacía que mi corazón se helase y que mi garganta se viese invadida por un
grueso nudo.

―Tranquila, cielo ―me calmó Jake, dándome un beso en la sien―. Todo


saldrá bien, ¿vale?

293

Relájate.

―Sí ―asentí, cerrando los ojos y respirando hondo.

―Nuestro plan era atrapar a esos magos y acabar con ellos antes de que nos
decidiéramos a tener críos, pero ya veis que la cosa se nos trastocó un poco
―les confesó él, haciendo una mueca―.
No contábamos con quedarnos embarazados, pero el tema ha surgido así y
ahora tenemos que cambiar de planes.

Me hizo gracia eso de quedarnos embarazados y se me escapó una risilla que


sirvió para relajarme un poco. Jacob se dio cuenta de esto y me sonrió, feliz.

También agradecí que no contase más detalles. Había cosas íntimas y de


ámbito más privado que mi familia no tenía por qué saber, no era necesario
que lo supieran. Ellos tampoco preguntaron nada al respecto, después de
todo, poco importaba la forma o el porqué me había quedado embarazada. El
tema es que lo estaba, y que el bebé corría peligro. Eso era lo importante.

―Os necesito aquí ―continuó Jacob, cambiando su expresión


completamente. Ahora les miraba con mucha seriedad, con determinación,
diría que incluso con urgencia―. Voy a reorganizar a la manada para hacer
turnos de vigilancia por los bosques. Quiero que Nessie no esté sola ni un
solo minuto, tendrá que estar vigilada y protegida las veinticuatro horas del
día.

―Cuenta con nosotros, por supuesto ―aceptó mi padre sin un atisbo de duda
ni titubeo. Su mirada también era de resolución plena, grave―. Nadie se
acercará a ella ―aseguró.

―Mañana hablaré con el Consejo. Me gustaría que vosotros también


pudierais moveros por los bosques con libertad.

―Trata de convencerles. Eso nos daría ventaja ―declaró Carlisle.

―No te garantizo nada, pero lo intentaré ―afirmó mi chico.

―Si pudiéramos transitar por vuestros bosques, podríamos ser nosotros quien
vigilásemos todos los alrededores ―propuso mi abuelo―. Seríamos más
eficaces, puesto que nuestro olor no nos delataría tanto como a vosotros, y
nosotros podemos subirnos a las copas de los árboles para observar mejor y
no ser vistos.

―Yo había pensado más en pedirle ayuda a Ezequiel para ocultar nuestro
olor con alguno de sus trucos, pero esto que has dicho me ha dado una idea
―sonrió Jake―. Si él oculta el vuestro, tendremos más ventaja todavía.

―Dudo mucho que ellos estén por aquí ―inervino mamá.

―¿Cómo? ―inquirió Carlisle, mirándola sin comprender.

―Ellos no se arriesgarían tanto ―empezó a aclarar ella―. Saben que en esos


bosques están los lobos continuamente, protegiendo a su tribu de los
vampiros nómadas que van a visitarles. Razvan, Ruslán y Nikoláy no irán allí
hasta que no vean que Nessie está embarazada, hasta que no lo certifiquen. Y
lo verán con su semiesfera dorada. Seguramente llevan estos tres años
escondidos, comprobándolo continuamente.

Me quedé helada por un instante. Me había olvidado por completo de esa


semiesfera…

―¿Quieres decir que ellos tienen acceso a nuestra vida…? ―inquirí con un
hilo de voz.

Mamá me miró con cautela, pero al final respondió con sinceridad.

―Eso creo.

―Ezequiel me contó que la semiesfera dorada les muestra a todo aquel que
es conocido por ellos ―reveló Alice―. Con saber que alguien existe y su
nombre, ya pueden visionarle en el líquido.

Por un momento me entró vértigo y una paranoia tremenda. Porque eso


quería decir que esos magos podían ver todo lo que ocurría en nuestras vidas,
todo. Desde las cosas más triviales, hasta lo más íntimo… Cuando me di
cuenta, mi entrecejo estaba clavado en los ojos y mi boca colgaba con
indignación. Empecé a sentir una sensación muy incómoda y extraña, me
sentía observada, espiada a cada momento.

―No te preocupes ―prosiguió mi tía Alice, que parece ser que se dio cuenta
de lo que pasaba por mi cabeza―. Ellos solamente tienen acceso a la
información que verdaderamente sirve a sus propósitos. El líquido de la
semiesfera no les muestra aquello que no es necesario.

Mi boca suspiró, algo más tranquila.

―Pero puede que estén viendo esto ahora ―resopló Emmett, nervioso,
mirando a todas partes, como si estuviera rodeado de cámaras invisibles.

Eso supondría que quizá ya supieran de mi embarazo.

―¿Y qué hacemos? ―exhalé.

―Le pediremos ayuda a Ezequiel ―sugirió Jake con cara de muy malas
pulgas por este nuevo descubrimiento―. Que nos entregue unos amuletos de
esos, esas piedras de color celeste, así 294

Razvan y sus socios no podrán seguir viéndonos.

―Pero eso también levantará sus sospechas ―manifestó Carlisle―. Si ven


que, repentinamente, ya no nos pueden visionar, sabrán que algo está
pasando.

―Sí, pero da igual, Carlisle ―rebatió mi chico, un poco exaltado por la


situación―. ¿Qué más da? Si no tenemos los amuletos, también verán todo el
movimiento de la casa, nos verán por los bosques, nos verán proteger y
escoltar a Nessie…, eso más que sospechas les dejará las cosas bien claras. Y
más adelante, la verán embarazada. Es mejor tener los amuletos y que no
sepan qué es lo que nos proponemos, ¿no te parece?

―Sí, Jacob tiene razón ―suspiró papá, apoyando los codos sobre su
escritorio para frotarse la cara con las manos. Después, las pasó por su
cabello y, cuando terminó, habló de nuevo―. Lo mejor es que cada uno de
nosotros lleve los amuletos de Ezequiel.

―Le llamaré ahora mismo, en cuanto terminemos esta conversación


―declaró mi abuelo.
―También sería bueno que nos hiciese uno de esos hechizos preventivos, por
si acaso a esos magos se les ocurriese atacarnos con alguno de los suyos
―afirmó Jacob.

―Estoy contigo ―apoyó Em.

―Avisaré al aquelarre de Denali ―dijo mi padre―. Toda la gente que pueda


venir es poca.

―Es mejor que lo planifiquemos todo cuando lleguemos a Forks y tengamos


las piedras ―opinó Jasper―. Será más seguro.

―Cierto ―asintió mi abuelo―. Compraremos unos billetes de avión y


viajaremos esta misma noche. Mañana nos vemos y hablamos.

―De acuerdo ―aceptó Jacob―. Hasta mañana, entonces.

―Hasta mañana.

―Hasta mañana, cielo ―se despidió mamá, sonriéndome con una mirada
especial, feliz, a pesar de todo esto.

Me fijé bien en ese semblante para quedarme con esa imagen. Era muy
alentadora y me tranquilizaba bastante.

―Hasta mañana ―le respondí, correspondiéndole la sonrisa.

Y nos desconectamos.

Jacob apagó el ordenador y apoyó su espalda en el respaldo de la silla,


suspirando por la nariz.

Yo hice lo mismo, aunque mordiéndome la uña de mi dedo pulgar con


preocupación. Jake me observó y se percató de mi estado de ánimo, por
supuesto. Se incorporó un poco y se giró hacia mí.

―No quiero que nada nos estropee esto tan especial, ¿me oyes? ―afirmó,
cogiéndome las manos y clavándome sus intensos ojos negros con
decisión―. No voy a permitir que esos idiotas estropeen esta época tan
bonita para nosotros. Todos vigilaremos y te protegeremos, no te preocupes,
no va a haber un bebé más protegido en el mundo que el nuestro. Esos
malditos no os tocarán ni un pelo. Pero tampoco quiero que estés todo el
tiempo preocupada, pensando en ello.

Quiero que disfrutes del embarazo como si nada de esto estuviera pasando,
¿vale? Yo pienso hacerlo. Vamos a tener un hijo y quiero disfrutar de cada
momento.

Solté sus manos y me lancé a él para abrazarle con fuerza. Él me arropó con
sus fuertes brazos y automáticamente me sentí segura y protegida. Jacob
siempre había sido mi ángel de la guarda, y seguiría siéndolo toda la
eternidad.

―¿Lo harás? ―susurró, sin despegarse de mí―. ¿Disfrutarás de esto?

―Sí ―asentí, procurando que el nudo de mi garganta no se soltase.

Iba a ser difícil, pero pensaba intentarlo con todas mis fuerzas, por él y por
mí.

Se separó de mi cuerpo un poco, pero solo lo justo para que su rostro llegase
al mío. Me besó con suavidad, entrelazando sus labios con dulzura mientras
los míos se entregaban a ellos ciegamente, ya presos de esa energía mágica
incipiente. Después, terminó el beso, me miró y sonrió.

―¿Sabes lo que voy a hacer ahora? ―dijo, sonriente, separándose de mí para


girar su cuerpo hacia el escritorio―. Voy a dibujar la cuna. ―Y cogió un
folio de la impresora.

―¿Ya? ¿Tan pronto? ¿Ahora? ―me reí.

―Ahora mismo ―afirmó, arrimándose a la mesa mientras sacaba un lápiz


del bote donde los metíamos. De pronto, cayó en algo y se irguió, frunciendo
el entrecejo, pensativo―. Bueno, primero voy a llamar a Leah para que
venga. Quiero darle la noticia y hablarle de todo esto. Cuanto antes se ponga
manos a la obra con la manada, mejor ―declaró, sacándose el móvil del
bolsillo de su pantalón corto.

Marcó varios botones de su teléfono y se lo colocó en la oreja. Después de


bastantes tonos, Leah por fin descolgó.

295

―¿Qué demonios quieres? Mi turno es de noche ―protestó, respirando


agitadamente.

―¿Quién es? ―se escuchó preguntar a Simon.

Ups.

―Vaya, vaya, ¿te pillo ocupada? ―se burló Jake, apoyando la espalda en el
respaldo de nuevo.

―¡Idiota, sabes que sí! ―bufó, muy enfadada.

―Vale, mujer, vale, no te cabrees. ¡Uf, qué carácter!

―¿Qué quieres? ―inquirió de malos modos―. Y, venga, rapidito.

Jake me miró y puso una mueca que decía a las claras: cualquiera le dice
nada.

―Nada, déjalo ―se rio―. Pásalo bien.

―Idiota ―farfulló Leah, malhumorada.

Y colgó.

―Creo que llamaré a Quil ―me dijo, ya marcando su número.

Solté una risilla.

El mencionado no tardó tanto en descolgar el teléfono.


―Qué pasa, tío.

―Qué tal. Oye, necesito que tú y unos cuantos vengáis hasta mi casa. Tengo
que contaros una cosa ―le comentó Jacob.

―¿Ha pasado algo? ―inquirió Quil, y por su tono de voz deduje que ya se
había envarado.

―Es algo bueno y malo. Verás, no puedo contártelo por teléfono, ¿vale?
Necesito que vengáis.

―Vale, avisaré a Leah para que organice un grupo.

―No, deja ―le paró―. Avisa a Embry. Leah está ocupada, tú ya me


entiendes.

Quil se carcajeó al otro lado de la línea y Jake le acompasó. Vaya dos. Seguro
que sabían un montón de secretos, esos que solo una manada conectada
telepáticamente conoce. Pobre Leah…

―Estare ahí con un grupo dentro de veinte minutos ―aseguró Quil.

―Genial. Os veo, entonces.

―Hasta luego.

Ambos colgaron casi a la vez.

―Bueno, ahora sí ―sonrió, inclinándose hacia delante―. Vamos a dibujar


esa cuna. A ver,

¿cómo la quieres?

Rodé las ruedas de mi silla y me arrimé a él, sonriente, agarrándome a su


cálido brazo.

―¿Que cómo la quiero?


―Sí, dime. Grande, pequeña, de barrotes anchos, estrechos, blanca, azul…
―empezó a recitar, cogiendo una regla para que las líneas fueran rectas.

Lo pensé detenidamente.

―Pues… me gustaría que no fuera muy grande, pero sí de barrotes anchos.


Ah, y blanca, con algún dibujo ―sonreí, animada.

―A ver qué te parece… esto. ―Dibujó un boceto a mano alzada con


rapidez―. ¿Así? ―me mostró cuando terminó.

―Mmm, un poco más grande.

―¿Más grande?

―Sí, un poco más ―reí, pegándome más a él.

Me encantaba verle tan entusiasmado.

―Vale, nena, pues más grande ―aceptó, dándome un beso corto. Luego,
eliminó una parte con la goma de borrar y sopló para quitar los restos de la
misma―. A ver así.

Le añadió un pequeño trozo más a lo dibujado y me lo mostró.

―Eso está mejor ―sonreí, dándole un beso en la mejilla.

―De acuerdo ―sonrió él también―. Vamos allá.

Y se puso a diseñar la cuna en ese folio más detenidamente.

296

Felicitaciones y planes

Se montó una algarabía enorme cuando les dimos la noticia a Quil, Embry y
el resto de los chicos de la manada que habían venido a casa.
―¡Enhorabuena, tío! ―reía Embry mientras abrazaba a Jacob.

―¡Ven aquí! ¡Dame un abrazo! ―le pedía Quil entre carcajadas alegres.

No solo ellos nos felicitaron. Jake y yo nos vimos repentinamente envueltos


en entusiastas abrazos y animosas felicitaciones por parte del resto de los
metamorfos que allí se encontraban.

Cheran incluso salió al porche, se transformó y les dio la noticia a los lobos
que en esos momentos estaban patrullando. Al cabo de dos segundos, un coro
de aullidos se propagó por el aire con ímpetu y alegría, aunque seguramente
alertaron a media tribu y a toda la Península de Olympic.

No fue así con la segunda parte de la noticia. Su entusiasmo se vio enfocado


en otra dirección: en proteger a la mujer e hijo del Gran Lobo. Los chicos no
tardaron en organizarse para salir a vigilar los alrededores, aunque se
turnaban para también estar en nuestra vivienda, ya que no querían perderse
la fiesta que se montó después. Sí, la casa se llenó de gente en un santiamén.
Las chicas y mujeres de los miembros de la manada ya habían sido avisadas,
Dios sabe por quién, y aparecieron con multitud de cosas para felicitarnos.
Flores, bombones, tentempiés, dulces e incluso una tarta de nata y chocolate
invadieron la cocina con rapidez, aunque esa comida no duró mucho tiempo.
Los siempre hambrientos lobos no pusieron ninguna pega cuando lo posé en
la mesa del saloncito para que comieran.

Rachel y Paul se encargaron de darle la noticia a Billy, y este se lo dijo a


Charlie, aunque creo que mi abuelo ya lo sabía, por boca de Seth o Sue. Mis
cuñados llegaron primero y vinieron con Andrew y Zoe, los cuales se unieron
en sus juegos a los hijos de Sam y Emily: Joshua, Ethan y la tan buscada
niña, Ruth, que era un par de meses más pequeña que los mellizos de Paul y
Rachel.

Charlie fue el encargado de traer a Billy, aunque también les acompañaba


Sue. Billy rebosaba orgullo y felicidad por todas partes, como mi abuelo.

―¡Felicidades! ―exclamó Charlie con la boca a punto de romperse, de


sonreír tanto.
Me dio un efusivo abrazo y un cariñoso beso en la frente y después se arrojó
a Jacob para abrazarle mientras palmeaba su espalda con ímpetu y se reía.

―Y a ti también, Charlie. Vas a ser bisabuelo ―le recordó Jake.

Las manos de mi abuelo se quedaron tiesas sobre la espalda de mi chico y su


rostro se quedó enfrascado durante un instante. Se me escapó una risilla.
Pobre Charlie.

Mientras ya se despegaba de Jacob, siguiendo con esa expresión, Billy


aprovechó para felicitarme.

―Enhorabuena ―me sonrió, extendiendo los brazos.

Le correspondí la sonrisa, me agaché y le abracé.

―Gracias, Billy. ―Le di un beso en la mejilla y le dejé libre para que


abrazara a Jake.

―Felicidades, hijo ―le dijo al principio, sonriente. Sin embargo, su rostro


cambió repentinamente―. Aunque he tenido que enterarme por tu hermana
―le reprochó a su hijo acto seguido.

―Te iba a llamar, en serio, pero esto se llenó de gente y no me dio tiempo
―se defendió Jacob.

Billy suspiró con resignación, pero pronto su semblante se transformó otra


vez, mostrando su inmensa alegría.

―Anda, ven aquí y abraza a tu viejo ―le instó con los brazos abiertos,
utilizando esa palabra que Jacob tantas veces usaba para nombrarle.

―Vale ―sonrió mi chico, el cual se agachó y le abrazó.

―Ya verás cuando tu hijo te lo llame a ti.

―No te hagas ilusiones. Te recuerdo que yo siempre seré joven ―se rio
Jake.
Billy se rio entre dientes, pero Charlie sacó su pañuelo y se secó la frente.

Leah se enteró la última, claro, pero también se presentó en nuestra casa,


junto a Simon. Nos 297

abrazó cariñosamente y nos felicitó, pero, eso sí, acto seguido Jake no se
libró de la reprimenda por no habérselo contado en esa llamada. Y por
supuesto, para su desgracia, no faltaron las típicas bromas de sus hermanos
de manada. Todas las noticias y anécdotas, ya fueran grandes o pequeñas,
corrían como la pólvora entre los lobos. Menos mal que Leah parecía estar
muy acostumbrada a este tipo de cosas. Supongo que ella también podía ver
pensamientos y recuerdos que utilizar en contra de los chicos para burlarse de
ellos.

Aunque no todos los metamorfos que habían venido vigilaban por fuera,
nuestra casita era el sitio más seguro en esos momentos, puesto que estaba
llena de chicos lobo. Y lo más importante: el Gran Lobo también se
encontraba con nosotros, conmigo, siempre a mi lado. No había lugar más
seguro que ese, no había nadie más protegido que yo.

Cuando todo el mundo se marchó de casa, por fin pudimos disfrutar de algo
de intimidad. No era una intimidad plena, claro, ya que a partir de ese mismo
día la casa y los alrededores estaban bien vigilados de cerca. Lo que no me
imaginaba es que todo, en ese aspecto, iba a ir a peor.

Los lobos seguían vigilando los alrededores cuando al día siguiente mi


familia al completo, más Ezequiel y Teresa, llegaron a nuestro hogar. El
timbre sonó y Jacob, siempre pegado a mí, y yo no tardamos en ir a abrir. Mi
chico fue el que abrió la puerta, y la primera que se abalanzó hacia mí para
abrazarme fue Alice, que prácticamente pasó olímpicamente de él y les quitó,
incluso, su parte de protagonismo a mis padres.

―¡Enhorabuena, cielo! ―exclamó, abrazándome con ímpetu.

Me percaté de que iba cargada de bolsas cuando sus brazos me rodearon y las
mismas chocaron contra mi cuerpo.
―¿Qué es todo esto? ―le pregunté, separándome de ella para mirarla.

―Ah, unos cuantos trapos que he comprado antes de venir ―declaró,


haciéndose la inocente―.

Nada, unos detallitos para el bebé.

Jasper apareció tras la puerta, cargando con dos bolsas más de Alice. Jacob
puso los ojos en blanco.

―¿Ya? Pero si todavía estoy de trece días ―le dije, pestañeando.

―Empezamos pronto… ―masculló Jake por lo bajinis.

―Bueno, me apetecía ―se excusó ella, dejándole paso al resto de mi familia


mientras se dirigía a Jake―. Enhorabuena, lobo ―le sonrió, asintiendo con la
cabeza.

―Gracias, pequeñaja ―aceptó él, correspondiéndole la sonrisa.

Mis padres fueron los siguientes. Mamá se arrojó a mí para darme un


apretado abrazo que, a poco, y me deja sin respiración.

―Felicidades, cariño ―murmuró toda emocionada al tiempo que sus brazos


me achuchaban un poco más.

¡Uf! Ahora sí que me ahogaban.

―Mamá…, me estás…

―Oh, perdona ―se percató ella antes de que yo tuviera que terminar la frase.
Se separó un poco de mí y me sonrió―. Mi niña va a ser mamá…
―murmuró, se notaba que con un nudo aferrado a su garganta―. Y está
embarazada de una de las personas que más quiero del mundo. ―Y sus
emocionados ojos oscilaron hacia Jake.

Se despegó de mí y se apresuró a abrazar a mi sonriente chico, que también la


rodeó con sus brazos, riéndose, y le dio un beso en la cabeza.
―Enhorabuena, princesa. ―Mi padre hizo lo mismo conmigo, aunque no
apretó tanto como mamá.

―Gracias, papá. ―Me separé un poco y le di un beso en la mejilla.

―Bueno, ¿dónde está mi sobrina? ―exclamó Emmett con alegría, y apartó a


mi padre para abrazarme. Me dio otro abrazo impetuoso y me besó en la
frente―. Felicidades, mami.

―Gracias ―reí.

Me dejó con rapidez y se dirigió a Jake.

―Así que al final voy a ser tío de un lobo, ¿eh? ―rio, haciendo chocar su
mano contra la de Jacob.

―Ya veo que te mola ―sonrió este.

―Yo diría que demasiado ―resopló Rosalie. Luego, se giró, me tomó por
los brazos y me sonrió―. Felicidades, cielo ―me dijo. Me dio un beso, un
abrazo y se separó de mí para volver a sonreírme.

―Gracias, tía.

298

Su semblante cambió cuando lo dirigió a Jacob, que le dedicó una sonrisita


orgullosa.

―Enhorabuena, chucho ―le dijo, fingiendo una cara de indiferencia.

―Muchas gracias, oh, diosa de la belleza inmortal ―se burló él, haciéndole
una reverencia.

―Idiota ―farfulló mi tía.

―Enhorabuena a los dos ―nos felicitó Jasper con su discreción y elegancia


de siempre.
Jasper no era un entusiasta de los abrazos y los besos, así que ese
asentimiento de cabeza y esa media sonrisa ya era mucho para él.

―Gracias, Jazz ―le respondí yo por ambos, sonriéndole.

―Bueno, Jacob. No me queda más que darte mi enhorabuena ―le dijo mi


padre, que le sonrió, aunque podía verse esa nota de añoranza en su impoluto
y níveo rostro cuando dirigió su mirada a mí.

―Gracias, Edward ―sonrió mi marido, con sinceridad.

―Jamás pensé que acabaría emparentado con un lobo, y mucho menos que
ese lobo fueras a ser tú ―confesó mi progenitor con resignación―. Y
tampoco imaginé nunca que terminaría siendo el abuelo de un metamorfo.
―De pronto, frunció el ceño, pensativo, como si acabara de darse cuenta de
esto último.

Mi madre se colocó a su lado y tomó su mano.

―Ya ves. ―Jacob sonrió de oreja a oreja―. ¿Y quién me iba a decir a mí


que me iba a enamorar de una semivampiro hasta las trancas y que esta iba a
ser tu hija? La vida da muchas vueltas, ¿eh?

―Cierto ―asintió mi padre, otra vez con resignación.

Me aferré a la mano de mi chico y le di un beso en los labios que me hubiera


gustado que fuera más largo y efusivo, pero había tanta gente delante…

Carlisle y Esme habían esperado pacientemente a que todos los miembros de


mi familia nos felicitasen, así que ellos no iban a ser menos, claro. Se
acercaron a nosotros y se pusieron frente a los dos con rapidez, sonrientes.

―Enhorabuena, de corazón. ―Esme nos abrazó a los dos y nos dio sendos
besos en las mejillas.

―Felicidades ―le acompasó Carlisle―. Esto es una gran alegría para todos,
no os imagináis cuánto.
―Gracias, Doc ―sonrió Jake.

De repente, me di cuenta de que Ezequiel y Teresa llevaban un buen rato


esperando en la puerta. Ambos sonreían al ver toda esta estampa.

―Ezequiel, Teresa, no os quedéis ahí, pasad ―les insté, soltando la mano de


Jacob para ir a buscarles a la puerta.

Sin embargo, Jake salió detrás de mí y se colocó a mi lado en un latido de


corazón. No era por ellos, por supuesto, pero tenía que protegerme de
cualquier posible ataque exterior. Los vampiros son rápidos y pueden
aparecer de la nada, más cuando, además, son magos. Cualquier precaución
era poca para él.

Le volví a coger de la mano y seguí avanzando hacia la puerta.

―Enhorabuena ―nos felicitó Ezequiel―. Veo que la profecía sigue su


curso.

―Sí, eso parece ―asintió Jacob, sonriendo―. Pero, pasad, no os quedéis ahí
plantados.

La pareja pasó al vestíbulo y Jake, prudentemente y echando un último


vistazo afuera, cerró la puerta.

―Felicidades ―sonrió Teresa, abrazándome con fuerza―. Me alegro tanto


por vosotros.

―Lo sé ―reí, frotando su espalda―. Gracias.

―Vamos al salón ―propuso Jake, provocando que me despegara de


Teresa―. Estaremos más cómodos. ―Miró a todos los vampiros que nos
rodeaban y suspiró―. Bueno, nosotros, porque vosotros como no tenéis que
sentaros ni nada… ―E inició la marcha hacia el saloncito, tirando de mi
mano.

―Sí, es mejor que te sientes y descanses ―me dijo mamá, siguiéndonos.


Puse los ojos en blanco.

―Solo estoy de trece días ―suspiré―. No estoy cansada.

Jacob y yo pasamos al salón, con mi familia y nuestros invitados detrás.

―Los primeros meses del embarazo son los más importantes y cruciales
―rebatió ella―. Es importante que descanses. Por cierto, ¿comes bien?

Mis pupilas se fueron hacia arriba de nuevo.

―El primer desayuno, por llamarlo así, porque no llega a meterse en el


estómago casi nada, lo 299

echa todo ―explicó Jacob―. Pero en cuanto vomita, baja a la cocina otra vez
y come como una fiera hambrienta.

―Qué exagerado ―me reí.

Mis padres, Jacob y yo nos repartimos por el sofá como pudimos, ya que no
era muy grande, y el resto prefirió quedarse de pie.

―Es verdad, no lo niegues ―sonrió, dándome un toque en la punta de la


nariz con su dedo.

Volvió el rostro hacia su público y siguió hablando para ellos―. Después de


eso, come genial, por la tarde vomita otro poco, vuelve a llenarse el buche y
cuando llega la noche, vomita una vez más y cena por dos.

―Qué interesante… ―murmuró Rose para sí, con asco.

―La alimentación es muy importante ―declaró Carlisle, ya ejerciendo de mi


médico―.

Confeccionaré una tabla de alimentos a tomar, para que la sigas. Y también


tendré que hacerte controles rutinarios, análisis de sangre, etcétera.

Genial. Me parece que esta iba a ser la parte que menos me iba a gustar de mi
embarazo.

―De acuerdo ―exhalé, qué remedio.

―¿Ingieres sangre? ―me preguntó.

Puaj. Solo con mencionarlo, ya me daba un asco terrible.

―No ―contesté, frunciendo el ceño con hastío.

Quiso darme una arcada, pero la controlé sin mayor problema.

―Mmm, ya veo ―murmuró Carlisle, pensativo.

―¿Crees que el hecho de que sea un bebé humano tiene algo que ver con ese
asco que le ha cogido a la sangre de repente? ―inquirió Jacob.

―No estoy seguro ―admitió mi abuelo―. Las embarazadas repelen algunos


alimentos, sobre todo durante el primer trimestre del embarazo, sin embargo,
eso no quiere decir que estos sean perjudiciales para el feto. Simplemente son
reacciones de su organismo debidas a desajustes hormonales y a los cambios
que sufre su cuerpo. Sin embargo, en este caso no podría asegurarlo, ya que
se trata de sangre. ―Subió su mano hasta la barbilla y adoptó un semblante
reflexivo―.

Puede que su organismo rechace la sangre, al albergar un feto humano.


Aunque Nessie toma sangre y su cuerpo lo metaboliza a la perfección, no
tendría por qué ser malo para el bebé, puesto que a él le llegarían las
vitaminas, minerales y demás sustancias de la misma.

―Es interesante ―opinó mi padre.

―Sin duda ―coincidió Carlisle―. Tendré que estudiarlo con más


detenimiento.

―O sea, que de momento no tomes sangre, por si acaso ―me dijo Jake.

―No tenía pensado hacerlo ―murmuré sin dejar de poner cara de asco.
―Tendríamos que comenzar a planear algo para proteger a Nessie, ¿no os
parece? ―sugirió Jasper.

―Buena idea ―apoyó Jake, cambiando su sonriente rostro por uno serio.

―Hablando de eso, he traído una piedra mágica para cada uno, para mayor
seguridad ―intervino Ezequiel, metiendo las manos en los bolsillos de su
chaqueta para sacarlas.

Ezequiel nos fue entregando esas piedras elípticas y planas de color azul
celeste. Jacob y yo nos metimos la nuestra en el bolsillo, nos miramos y él me
dio un beso corto.

―Nosotros ya habíamos traído aquellas que nos entregaste hace tres años,
cuando tuvimos que deshacernos de los hechizos de Razvan ―declaró
Emmett, sacando una de ellas.

―Bien, perfecto ―aceptó Ezequiel―. Entonces sobran unas cuantas.

―Trae, las repartiré entre la manada ―le propuso Jacob.

―Ya he traído también para ellos ―sonrió Ezequiel, sacándose una bolsita
de trapo del bolsillo de su pantalón―. Sabía a ciencia cierta que con una
piedra era suficiente para toda la manada mientras estéis en fase lupina, por
vuestra conexión telepática. No obstante, no es así cuando estáis en vuestra
forma humana, así que preferí ser cauteloso y traer una para cada uno de
vosotros, también. ―Y le pasó el saquito a Jacob.

―Ah, guay ―aprobó Jake, sonriente, cogiéndolo.

―Ezequiel está en todo ―alabó Teresa, mostrándole una sonrisa a su pareja


al tiempo que acariciaba su mano.

―Se las entregaré ahora mismo, en cuanto terminemos esta charla ―afirmó
mi chico, dejando la bolsa encima de la mesa roja que reposaba frente al sofá.

―¿Qué vamos a hacer? ―preguntó mamá, visiblemente nerviosa.


―He estado pensando en eso que dijiste ayer, Carlisle ―empezó Jake―. Ya
sabes, en eso de 300

ser vosotros los que vigilaseis los alrededores.

―¿Y bien? ―inquirió mi abuelo.

―Creo que tienes razón, aunque solo en parte ―matizó―. Verás, vosotros
os podéis subir a los árboles y todo eso, pero nadie conoce estos bosques
como nosotros. Lo que tendríamos que hacer es mezclarnos.

―¿Mezclarnos? ―repitió Jasper sin comprender.

―Sí, mezclarnos. Trabajar juntos. Lobos y chupasangres en el bosque,


vigilando, y lobos y chupasangres escoltando y protegiendo a Nessie.
―Rosalie suspiró con cansancio al escuchar esa denominación para ellos―.
Nuestro olor no será problema. Podemos ocultarlo con uno de esos trucos de
Ezequiel, así que podemos ser de gran ayuda en el bosque. Y vosotros
podríais proteger mejor a Nessie cuando ella salga, no tenéis que
transformaros, como nosotros. Seríais más… ―dudó, pero al final soltó esa
palabra que había pensado― discretos.

―Estoy de acuerdo, excepto en esa última parte ―afirmó mi padre―.


Renesmee no saldrá de aquí.

―¿Qué estás diciendo? ¿Que Nessie tiene que estar encerrada en casa
durante nueve meses? ―criticó Jacob, algo indignado.

―Es por su seguridad ―declaró papá, firme―. Será más seguro para ella si
no sale de casa.

Mi corazón se encogió por un instante. ¿Nueve meses? ¿Nueve meses…


encerrada? No tenía comparación, desde luego, no tenía nada, nada que ver,
porque esta era mi casa, mi cómoda y acogedora casita, mi hogar, e iba a
estar con Jacob, pero ya había estado encerrada un año con anterioridad, y la
perspectiva de no poder salir de aquí en nueve meses…
Mi mano apretó la de Jake, algo contrariada.

―Ni hablar ―se opuso Jacob, hablando con determinación―. No voy a


permitir que mi mujer tenga que quedarse encerrada en casa durante nueve
malditos meses por culpa de esas sanguijuelas. Nessie y el bebé estarán
protegidos las veinticuatro horas, yo no me separaré de ellos ni un minuto.

Eso sí que me gustaba. Y mucho, muchísimo. Hace dos semanas deseaba que
Jacob pudiera estar conmigo a todas horas, y mira tú por dónde, eso se iba a
cumplir. No pude reprimir una sonrisilla de satisfacción.

―¿Y tu trabajo? ―preguntó mamá, mordiéndose el labio.

Se notaba que ella estaba al cincuenta por ciento con ellos dos. Mi padre puso
una mueca pensativa antes de que a Jake le diera tiempo a decir lo que pasaba
por su cabeza.

―Lo dejaré definitivamente ―afirmó él con seguridad―. Ya tengo mi


propio taller casi a punto.

De todas formas, no iba a tardar mucho más en hablar con el señor Farrow
para despedirme.

―¿Te quedarás conmigo todo el tiempo? ―inquirí, mirándole con una


alegría que no pude ocultar.

―Por supuesto, nena ―me sonrió él―. Nadie me despegará de ti. Seré una
auténtica lapa.

―Eso me encanta ―admití, abrazándole para darle un efusivo aunque corto


beso en los labios.

―Si es así, no me opondré ―accedió mi padre, por fin―. No obstante,


pienso que Nessie debe salir lo menos posible.

―No saldré mucho, tranquilo ―le calmé, dándole unas palmaditas en el


dorso de su mano, que reposaba sobre la rodilla de mamá.
―En realidad, tampoco le conviene quedarse en casa todos los días, Edward
―intervino Carlisle―. A las embarazadas también les conviene hacer algo
de ejercicio, caminar. Y si es al aire libre, mejor.

―Y más adelante tendremos que asistir a esas clases de preparación al parto,


digo yo ―siguió Jacob, hablando con entusiasmo―. Eso requiere salir de
casa.

Me reí, porque yo todavía veía eso tan lejano.

―¿Podemos volver a centrarnos en nuestra conversación, por favor? ―pidió


Jasper.

―Ah, sí, claro ―carraspeó Jake, volviendo a ponerse serio.

―Estoy de acuerdo con Jacob ―continuó mi tío―. Todo resultará más


efectivo si unimos nuestras fuerzas. Ambas partes tenemos virtudes que los
otros no tienen. Si las juntamos, las compartimos y las compaginamos, la
protección será un éxito seguro.

―Esta tarde hablaré con el Consejo para convencerles de que se haga esa
excepción al tratado ―manifestó mi chico.

―Bien, trata de que sea así ―imploró Carlisle.

Jake asintió.

301

―Yo prepararé unos hechizos para ocultar vuestro olor ―intervino Ezequiel,
dirigiéndose a Jacob.

―Qué estupendo ―alabó Rosalie―. Se acabó ese repugnante olor a perro


mojado.

―Estúpida. Eso también va por vosotros ―le increpó Jake, mirándola con
ofensa―. Además, nosotros podremos olernos. Los que no podrán hacerlo
serán esas sabandijas.
Rosalie frunció el ceño con disgusto.

―Bueno, bueno, ¿no vas a ver lo que le he comprado al bebé? ―irrumpió


Alice de pronto, con los ojos abiertos de par en par, del entusiasmo,
cambiando de tema totalmente.

Miré hacia abajo y vi las bolsas tiradas bajo mis pies. Ni siquiera me había
dado cuenta de que las había dejado ahí.

―Sí, veamos qué nos traes ―dijo Jake, cogiendo una de ellas.

―Tú no ―se opuso ella―. Tiene que abrirlas Nessie.

―Oye, es mi hijo, ¿sabes? ―espetó él, enfadado―. Yo he puesto la


semillita, así que algo tendré que ver, ¿no?

―Alice ―la regañé.

―Bueno, de acuerdo ―suspiró mi tía―. Ábrelos tú también.

Jake gruñó por lo bajo, pero respiró hondo para tranquilizarse y abrió la
primera bolsa. Yo le ayudé a abrir el resto y lo fuimos colocando todo encima
de la mesa. Era ropita de niño, ropa de verano. Camisetas minúsculas,
pantalones cortos también en miniatura, incluso deportivas que parecían de
juguete. Jake puso una mueca a modo de aprobación, no era tan pijo como él
creía. Se notaba que Alice se había esforzado en que la ropa le gustase a
Jacob.

―Alice, es precioso ―exclamé con alegría, levantándome para abrazarla.

―¿Te gusta? Bueno, quiero decir, ¿os gusta? ―corrigió, separándome para
estudiar mi rostro.

El no poder ver nuestro futuro le desesperaba, por eso tenía que asegurarse de
que lo que salía por mi boca era verdad al cien por cien.

―Sí, nos encanta. ¿Verdad, Jake? ―Y me giré hacia él.


―Sí, reconozco que está guay ―asintió con una media sonrisa mientras
cogía una pequeña sudadera para mirarla.

Era tan pequeña, que casi no se creía que fuera de verdad. Me volví hacia mi
tía de nuevo.

―Nos gusta mucho. Gracias. ―Le di un beso en la mejilla.

―De nada. Ya os compraré más cosas ―afirmó, contenta y satisfecha.

Le di otro beso y otro abrazo, y finalmente me senté junto a Jacob para


observar esa ropita con más detalle. A Jake se le caía la baba, no podía
ocultarlo, pero yo tampoco pude evitar ese cosquilleo electrizante por todo mi
cuerpo. De repente, tenía unas ganas enormes de que nuestro bebé ya naciera.
Y todavía me quedaban nueve meses.

Nueve meses. Nueve meses de embarazo, de nuevas vivencias y emociones.


Pero también nueve meses de vigilancia y protección. Lo bueno es que Jake
iba a estar conmigo a todas horas. Sí, el Gran Lobo iba a protegernos, no iba
a haber nadie más protegido que el bebé y yo.

Nueve meses.

302

Apoyo

Después de que Carlisle me tomara una muestra de sangre con el fin de


llevarla a su casa de Forks para analizarla, Jacob y yo salimos de nuestro
hogar y nos dirigimos a la vivienda del Viejo Quil, dando un tranquilo e
íntimo paseo por la playa de First Beach, cogidos de la mano. Bueno, íntimo
era un decir, claro, porque mi familia se había quedado en casa, ya que no
podían salir del perímetro, pero todos los alrededores estaban siendo
controlados por algunos de los miembros de la manada, y aunque Jacob no se
despegaba de mí, nosotros mismos estábamos siendo vigilados en todo
momento, por si acaso. Era una sensación realmente incómoda, la verdad,
pero no me quedaba más remedio que aguantarme.
―Esto terminará pronto ―me alentó Jake, pasándome el brazo por los
hombros para arrimarme más a él. Como siempre, parecía que me leía la
mente―. Pillaremos a esas sanguijuelas y todo volverá a la normalidad.

―Eso espero ―suspiré.

El océano quería demostrarnos su poderío mandando un fuerte oleaje hacia la


orilla. Un grupo de agitadas gaviotas, que se abalanzaban a por los peces que
chocaban contra las rocas y quedaban aturdidos, no era lo único que
amenizaba nuestro paseo. El sonido de las olas rompiendo en la arena era
continuo y contundente, y estas dejaban un rastro de espuma blanca en su
vuelta hacia el mar, como último vestigio de su invasión. El cielo estaba
encapotado con una densa capa de nubes grises que comenzó a descargar una
suave pero insistente llovizna. La alfombra de piedras lisas que cubría la
arena no tardó en empaparse.

―Mierda, tenía que haber cogido un paraguas ―se lamentó mi chico,


apretándome contra él, como si así fuera a mojarme menos.

Aunque el calor que emanaba de su cuerpo era muy acogedor.

―No pasa nada, estoy bien ―sonreí, rodeándole con mis brazos y dándole
un beso en la mejilla.

Seguimos caminando de esa guisa por la playa en forma de media luna,


aunque más deprisa, hasta que llegamos a la casita de color verde apagado
del Viejo Quil.

Jacob dio dos toques en la puerta y, como siempre, pasó a la vivienda sin
más, conmigo de la mano. Atravesamos el pequeño vestíbulo y entramos en
esa sala en la que ya nos esperaban todos los miembros del Consejo. El Viejo
Quil estaba en su anticuada butaca, Billy había aparcado su silla de ruedas a
un lado y Sam y Sue ya se encontraban sentados en sus correspondientes
banquetas. Sam ya no era el jefe de la tribu, por tanto, teóricamente ya no
tendría que pertenecer al Consejo, pero Jacob sabía lo importante que era
todo esto para él, así que había exigido que lo siguiera siendo. Nadie puso
pegas, ya que su presencia y su experiencia siempre eran muy bienvenidas.
Todos los presentes ya nos habían felicitado, excepto el Viejo Quil, que se
apresuró a hacerlo en cuanto nos vio aparecer.

―Enhorabuena ―exclamó con una sonrisa de satisfacción enorme y un


orgullo que desbordaba honorabilidad por todos sitios. La cara de Billy
también reflejaba una luminosidad especial―. Me alegro de que por fin os
decidierais a tener un hijo.

Bueno, decidir, decidir…

―Gracias, Quil ―agradeció Jake por ambos, llevándome hacia el sofá.

Nos sentamos sin que Jacob soltara mi mano. Jake solía venir a menudo,
puesto que, también en teoría, era el jefe de la tribu y ahora formaba parte del
Consejo, así que tenía que asistir a las reuniones que tenían lugar aquí. Pero
yo no estaba acostumbrada, y esto me recordaba a aquella visita de hace años
para hablar de mi pulsera. Era la misma estampa, aunque ahora las cosas eran
bien distintas y el motivo por el cual veníamos también.

―Me siento muy feliz ―afirmó el Viejo Quil―. Siempre es una alegría la
llegada de un hijo, pero en este caso doblemente, pues será un varón, según
tengo entendido, ¿no es así?

―Sí, es un niño ―le ratificó Jacob, sonriendo.

―Es estupendo ―aprobó con entusiasmo―. Será un futuro Alfa.

303

Billy sonrió con satisfacción al volver a escuchar eso.

―Sí, pero de eso quería hablaros precisamente ―dijo Jake, después de


mirarme.

―¿Qué ocurre? ―intuyó el anciano Quil Ateara al ver nuestros rostros,


cambiando el suyo automáticamente.

―Se trata de Razvan y esos magos ―empezó a explicar mi chico, en un tono


de gravedad―.

Bueno, es un poco largo de contar, pero sabemos que quieren evitar… el


nacimiento del bebé. ―Sus dientes chirriaron al final de la frase―. Nessie y
mi hijo corren peligro.

Mi suegro tampoco pudo evitar que sus muelas se apretasen.

―¿Y por qué quieren eso? ―preguntó el Viejo Quil.

Jacob le explicó todo el asunto con pelos y señales, y el semblante del Viejo
Quil fue adquiriendo más seriedad y gravedad conforme escuchaba, aunque
no fue el único. Billy seguía rechinando los dientes de tanto en cuanto.

―Por eso necesitamos hacer una excepción del tratado con los Cullen, para
poder proteger mejor a Nessie y al bebé ―concluyó Jacob.

―¿A qué te refieres con excepción? ―Se notó que ya esa palabra no le hizo
mucha gracia al Viejo Quil.

―Les necesito en los bosques ―aclaró Jake, mirándole fijamente.

―Eso no puede ser, lo sabes ―se opuso el anciano, frunciendo su arrugado


ceño al tiempo que apoyaba las dos manos en su bastón de castaño―. El
tratado tiene que cumplirse, es lo que acordamos.

Billy, Sam y Sue escuchaban atentamente. Ellos estaban de acuerdo con


Jacob, sin duda, pero para hacer esa excepción con el tratado tenía que ser un
consenso unánime. Si el Viejo Quil se negaba, no teníamos nada que hacer.

―Ya, lo sé, pero solo será momentáneamente, hasta que demos caza a esas
sanguijuelas y las liquidemos ―alegó Jacob nerviosamente―. Después las
cosas volverán a su cauce.

―No les necesitáis ―rebatió el Viejo Quil―. La manada es lo


suficientemente fuerte como para afrontar tal peligro.

―Vamos, Quil, con ellos tendríamos más ventaja ―discutió mi chico,


bajando las cejas hasta los ojos―. Ellos pueden subirse a los árboles, pueden
manejarse en las alturas.

―Y vosotros conocéis este territorio mejor que nadie.

―Por eso debemos unir nuestras fuerzas ―continuó Jacob―. Si nos


mezclamos, si nos compaginamos, esos chupasangres magos no tendrán nada
que hacer.

―Jamás hemos necesitado la ayuda de nadie ―soltó el anciano,


malhumorado.

―Nessie y el bebé forman parte de su familia, también quieren protegerlos.


Están en su derecho de hacerlo ―alegó Jake, enfadado―. Además, nosotros
les hemos ayudado muchas veces y ellos se sienten en deuda, es una forma de
pago ―se inventó acto seguido, a ver si con eso el Viejo Quil daba su brazo a
torcer.

―No tienen nada que pagar ―espetó él con necedad.

―Mira, ¿sabes qué? Me da igual lo que digas. Se trata de mi mujer y mi hijo,


Quil, y haré todo lo que esté en mi mano para protegerles ―aseguró Jake,
rechinando los dientes―. Me gustaría que el Consejo, que mi gente, me
apoyase en algo como esto, pero si no es así yo seguiré adelante igualmente.

―¿Acaso me estás diciendo que tú vas a modificar ese tratado sin nuestro
permiso? ―ahora el entrecejo del Viejo Quil se hundió sobre sus caídos
párpados.

La mano de mi chico apretó la mía.

―Así es ―asintió sin ningún titubeo, clavándole una mirada de profunda


determinación y hablando de igual modo―. Soy el Gran Lobo, jamás olvides
eso. Soy el que más autoridad tiene de los que estamos aquí, lo sabes. Nunca
he utilizado esto, porque no me gusta, sabes que lo odio, pero lo haré ahora si
con esto protejo a mi familia. ―No era el momento, por supuesto, pero supe
que esa denominación de familia se refería a mí y a nuestro hijo y no pude
evitar que mis mariposas saltaran, emocionadas, al escucharle―. Ellos son lo
más importante para mí, y haré lo que sea para protegerles, lo que sea. ―Su
tono salió rabioso y sus muelas rechinaron de nuevo―. Si cuento con vuestro
apoyo, me sentiré muy orgulloso y me haréis feliz, y quiero tenerlo, por eso
he venido hasta aquí; pero si no cuento con él, seguiré con esto igualmente,
por mucho que me disguste la situación. Cuento con el apoyo de la manada,
lo sabes de sobra, ellos me seguirán allí donde yo vaya, y eso es suficiente
para mí.

―No sé lo que saldrá de aquí, pero yo te apoyo ―declaró Sam, asintiendo


mientras le miraba 304

con honorabilidad y respeto―. Haré todo lo que me pidas que haga.

―Gracias, Sam ―le dijo Jake sin cambiar su postura y actitud.

―Y yo también, por supuesto ―le siguió Billy―. Lo siento, Quil, pero


también se trata de mi familia.

―Creo que Jacob tiene razón, Quil ―manifestó Sue, observando al anciano
con suma seriedad―. Todos haríamos lo mismo en su lugar.

―No me gusta ―refunfuñó el anciano, aunque su semblante ya no era tan


terco como antes―.

Si todos hiciéramos lo mismo, como dices tú, las leyes y los tratados serían
como las semillas de un diente de león, que con un soplido se esparcen por el
aire.

―Este es un caso especial ―afirmó Sam―. Jacob es el Gran Lobo, y su


esposa lleva al futuro Alfa en su vientre, a un futuro Príncipe de los Lobos.
Es nuestra obligación ceder a su petición, es más, esto deberíamos tomarlo
como un honor.

El Viejo Quil masculló algo ininteligible mientras miraba a un lado con


evidente disgusto.
―Bueno, me da igual ―soltó Jake, cabreado, levantándose con
precipitación. El tirón de su mano hizo que yo también me tuviera que poner
de pie―. Haré esa excepción del tratado, con tu apoyo o sin él.

Jacob echó a andar hacia la puerta en grandes zancadas, tirando de mí.

―Espera ―le pidió el Viejo Quil. Todavía parecía malhumorado, pero su


voz sonó a rendición.

Eso hizo que Jake se detuviera y se girara para mirarle―. Está bien, tienes mi
apoyo ―cedió finalmente, aunque a regañadientes―. Eres el Gran Lobo y no
lo necesitas, pero el consenso es unánime.

Mi chico se quedó observándole un momento, con esa preciosa mirada


penetrante e intensa.

―Bien. Gracias ―le respondió con el mismo semblante.

Se dio la vuelta y seguimos nuestro camino hacia la puerta.

―Espera, hijo ―se escuchó decir a Billy.

Nos paramos de nuevo y vimos cómo mi suegro giraba las ruedas hacia
nosotros, pasando a ese canijo vestíbulo donde ya casi no entrábamos.

―Llevad un paraguas, llueve bastante ―nos ofreció, sacando uno del viejo
paragüero de la entrada.

El rostro de Billy mostró una media sonrisa satisfecha cuando nos hizo
entrega del paraguas, confesando a las claras lo orgulloso que se sentía de su
hijo.

―Gracias, papá ―le agradeció Jacob, aunque supe que no era por el
paraguas.

Billy asintió y yo le sonreí.

Salimos de casa del Viejo Quil en silencio y Jacob abrió el susodicho


paraguas, que, por cierto, era tan grande que podría cubrir a tres metamorfos
perfectamente. Lo alzó para taparnos, me agarré de su brazo y bajamos los
dos peldaños del porche para pasar a la arena de First Beach.

Continuamos de ese modo un rato más, caminando por esa alfombra de


piedrecillas y arena mojadas. La llovizna se había transformado en una lluvia
en toda regla, así que esta enseguida empapó el oscuro paraguas. Las gotas
rebosaban del mismo sin descanso, resbalando por los bordes hasta iniciar
una caída libre hacia la arena.

Miré a Jake, ya que estaba muy callado. Sus ojos estaban enfrascados en el
terreno arenoso, enfadados. No pude evitar sentirme un poco culpable. Ya
sabía que no era culpa mía, desde luego, pero el hecho de que se tratase de mi
familia y de mí, de que Jacob tuviera que enfrentarse a alguien de su tribu por
nosotros, ya era suficiente como para hacerme sentir mal.

―Siento mucho que hayas tenido que pasar por esta situación ―murmuré,
mordiéndome el labio.

Jacob giró el rostro hacia mí deprisa.

―No tienes que sentir nada, no es culpa tuya ―declaró, como siempre ya
adivinando lo que pasaba por mi cabeza.

―Sí, lo sé. Pero el que sea por mi familia y por mí…

Mi chico se detuvo y yo tuve que hacer lo mismo.

―Tú eres mi familia ―afirmó, enganchándome con sus grandes ojos negros
y brillantes, penetrantes y dulces al mismo tiempo, esos ojazos que tanto
adoraba. Mis mariposas batieron sus alas sin remedio, por él, pero también
por sus palabras―. Lo eres desde siempre, desde que naciste, y ahora el bebé
forma parte de ella, de nosotros. Vosotros sois lo más importante para mí, y
me enfrentaré a quien sea para defenderos. ―Entonces, su rostro cambió a
uno más alegre y desenfadado―. Lo malo es que tu familia también entra en
el lote, qué le voy a hacer. ―E hizo una 305
mueca.

Sonreí. Jake siempre conseguía que las cosas parecieran tan fáciles.

―No te metas con ellos ―le advertí en broma, sin dejar de sonreír.

Nuestros pies comenzaron a moverse de nuevo por la arena.

―No me meto, pero mira, ¿sabes lo que nos espera ahora? Un olor
insoportable en casa, unos invitados que no duermen nunca y, lo peor de
todo, un lector de mentes permanente. Menudo tostón ―bromeó,
mostrándome una sonrisita.

―Ja, ja ―articulé con ironía, si bien no pude reprimir que mis labios
siguieran alzados hacia arriba.

Pero, de pronto, su frase me hizo caer en algo. Lo peor de todo es que no


íbamos a tener intimidad para nada. O sea, para nada, nada. Puse cara de
dolor.

―¿Qué pasa? ―inquirió Jake, preocupado.

―Nada, nada ―le calmé, palmeando su brazo.

Mejor que no se plantease esto de momento.

El hueco que dejaban los árboles lindantes con la playa y que daba entrada a
nuestro jardín ya se divisaba, no muy lejos.

―¿Crees que el Viejo Quil se ha enfadado mucho por esto? ―pregunté para
cambiar de tema.

―Me da lo mismo ―contestó, llevando su vista al frente y poniéndose serio


otra vez―. Es un cabezota. Nunca he visto a nadie tan terco como él
―resopló.

―Espero que no te traiga problemas. ―Me mordí el labio de nuevo.


―No te preocupes ―me tranquilizó―. Es muy cabezota y algo cascarrabias,
pero se le pasará pronto. Siempre hace lo mismo. Además, sabe que yo haría
esa excepción con el tratado igualmente, así que no le queda más remedio
que aguantarse. ―Y soltó una risilla maléfica.

―Es que, como te vi tan serio…

―Porque su actitud me da mucha rabia, ¿entiendes? ―explicó, propinándole


un pequeño puntapié a uno de los cantos rodados de la arena, el cual chocó
con suavidad contra uno de los troncos blanquecinos―. Es muy terco,
siempre está con el mismo rollo. Entiendo que tenemos que proteger a la
tribu y todo eso, pero ya sabe de sobra que tu familia no es peligrosa, y aun
así sigue poniendo trabas para todo. Ya lo hizo el día de nuestra boda. Casi
tengo que ponerme de rodillas y suplicarle para que al final accediera a que
pudiesen pisar la playa.

―Ya, pero, ¿sabes? Aunque se trate de mi familia, no le culpo. Es muy


mayor, y desde que era un niño seguro que ha escuchado toda clase de
historias y leyendas sobre vampiros. Es lo que le han inculcado, lo que lleva
creyendo toda su vida. Además, a excepción de ese casi nulo trato que ha
tenido con mi familia, jamás ha tenido contacto con ningún otro vampiro.
Solo conoce las acciones de los malos, lo que le han contado, y encima todos
los días escuchará las aventuras de los chicos con esos nómadas que vienen
hasta aquí. Si te paras a pensar, es lógico que no se fíe de ninguno ―opiné.

―Sí, si en eso te doy la razón ―asintió, mirando al nublado horizonte del


océano, a su otro lado―. Pero también tiene que entender que para mí ya no
es la tribu, ni siquiera la manada, para mí lo más importante eres tú y ahora
también el bebé, sois lo primero de mi lista de prioridades. ―Su enfado iba
creciendo conforme hablaba―. Lo sabe de sobra, sabe todo lo que siento por
ti, lo fuerte que es nuestro vínculo. Y si tengo que saltarme alguna regla para
protegeros, me la saltaré sin pestañear.

―Vale, vale, no te enfades ―intenté calmarle.

Volvió la vista al frente.


―No me cabreo, es… indignación, ¿comprendes? ―matizó, todavía algo
exaltado, aunque ya estaba más tranquilo.

Suspiró.

―Bueno, ya le conoces. Seguro que esta noche se lo piensa mejor y mañana


ya está contigo al cien por cien ―le sonreí, arrimándome más a él mientras
seguíamos nuestro camino―. Es muy cabezota, porque ya está mayor, pero
te tiene mucho respeto y sabe que tienes razón. Al final cedió,

¿lo ves?

Jacob giró el rostro hacia mí y me enseñó esa maravillosa sonrisa. Era tan
blanca y deslumbrante, que hasta iluminaba ese día tan oscuro y tétrico.

―No sé cómo lo haces, pero siempre consigues tranquilizarme, ¿sabes?


―confesó.

―Te conozco bien ―aseguré con una risilla.

―Sí ―admitió, riéndose.

306

Dios, era tan guapo…

Le obligué a parar, tirando de su brazo para ponerle frente a mí, y llevé mi


rostro al suyo para besarle con una rapidez que le pilló completamente por
sorpresa. Eso no impidió que sus labios acompasaran a los míos
inmediatamente. Su corazón también se aceleró, como el mío, y mi estómago
se vio invadido por ese más que conocido, alocado y frenético cosquilleo.
Ambos nos besamos con entusiasmo, entrelazando nuestras bocas con ganas
mientras la energía mágica que siempre nos acompañaba comenzaba a fluir a
nuestro alrededor. Solté su brazo. Mis manos fueron subiendo por su pecho y
terminaron rodeando su cuello para pegarme a su ardiente cuerpo. Su mano
suelta se aferró a mi cintura enseguida, pero el paraguas se le fue escurriendo
de la otra sin remedio, hasta que cayó hacia atrás y acabó en la arena cuando
terminamos entregándonos completamente y sus brazos pasaron a envolver
mi espalda con ímpetu.

Los besos pasaron a ser más apasionados, si cabe, y creo que a Jacob esto
también le recordó a nuestro segundo beso, aquel que nos hizo darnos cuenta
de que yo estaba imprimada, como él. La lluvia caía sobre nosotros,
empapándonos, pero, como en aquella ocasión, no nos importó en absoluto.
Su camiseta estaba totalmente mojada, todo él estaba mojado, su corto pelo,
su rostro, sus labios, sin embargo, su cuerpo caliente caldeaba al mío, y lo
único que podía sentir eran sus tórridos besos, esa energía, a él…

Pero, desgraciadamente, sabíamos que teníamos que terminar ese maravilloso


beso. Mi familia nos esperaba en casa, es más, mi padre seguramente ya
estaba al tanto de lo que estábamos haciendo, y eso era muy incómodo. Ya se
me había olvidado lo incómodo que era. Por no mencionar que los lobos que
merodeaban alrededor seguramente también lo estaban viendo.

Reuní todas mis fuerzas y, casi de mal humor por tener que hacerlo, me
obligué a despegar mi boca de la suya. Me costó un triunfo, porque todo me
incitaba a no parar, pero con mucho esfuerzo, lo conseguí. Ninguno separó su
frente de la del otro, pero ambos tuvimos que respirar bien hondo.

Fui capaz de recuperar el aliento después de un rato.

―Sí que sabes cómo tranquilizarme ―murmuró, haciendo una pequeña


broma para dejar que la energía se disipase del todo.

―Sí ―le sonreí.

Entonces, se dio cuenta de algo.

―Mierda, estás empapada ―dijo, separándose de mí para recoger el


paraguas de la arena.

Todavía estaba abierto, así que solamente tuvo que alzarlo sobre nosotros.

―No importa. ―Me encogí de hombros.


―Vamos a casa ―sugirió, pasando su cálido brazo sobre mis hombros para
que no cogiera frío al tiempo que comenzaba a andar―. Será mejor que te
des una ducha bien caliente y que te pongas algo seco.

Caminamos con presteza por la playa y por fin llegamos a la entrada de


nuestro jardín. Aunque no hacía falta, porque, por supuesto, yo era muy ágil,
Jacob me ayudó a subir ese pequeño montículo que separaba el césped de la
arena. Atravesamos el tramo de hierba y nos resguardamos en el pequeño
porche de nuestra casa, donde Jake ya cerró ese enorme paraguas,
apoyándolo en la pared.

No hizo falta que mi mano llegase al pomo de la puerta. Mi padre abrió ipso
facto y, por su cara, deduje que no le hacía mucha gracia mi mojadura.

―Sí, será mejor que vayas a darte esa ducha caliente ahora mismo ―me
recomendó, y sus pupilas oscilaron con regañina hacia mi chico.

Puse los ojos en blanco.

―Papá, estoy bien ―suspiré, pasando al interior.

Jacob me siguió, ignorando su riña muda, y mi progenitor cerró la puerta.

―¿Qué te ha dicho el Consejo? ―quiso saber Carlisle, que asomó la cabeza


por el salón, junto a Emmett y Jasper.

―Tenéis vía libre ―anunció Jacob escuetamente.

Mi abuelo y mis tíos sonrieron con satisfacción.

―Estarás contento, chucho, mira qué mojadura trae ―protestó Rosalie, que
ya traía una toalla.

Mi tía se puso a secarme el pelo con la misma―. Si no sabes utilizar un


paraguas…

―Cierra ese pico, rubia ―le gruñó Jacob, cortándole.


―Estoy bien ―repetí, apartándome de esas manos que frotaban mi cabeza a
toda velocidad―.

Voy a ducharme ―suspiré otra vez.

Tiré de Jake y comencé a subir las escaleras. Llegamos al vestíbulo superior y


lo conduje hacia 307

el baño con la idea de ducharnos juntos. Pero alguien se interpuso en nuestro


camino.

―Mira qué revistas he comprado en el aeropuerto, de la que veníamos


―exclamó Alice, que salió de la habitación del ordenador como una
exhalación.

Eran revistas de bebés, premamá y todas esas cosas.

―¿Pero cuántas cosas te ha dado tiempo a comprar? ―pestañeé, perpleja.

Ya no me hizo ni caso.

―Ven, mientras te duchas, te leo un artículo muy interesante que viene aquí
―dijo, separándome de Jake para agarrarse de mi brazo.

Parecía tan ilusionada, que me dio pena decirle que no, la verdad. Mientras
ella parloteaba y me arrastraba hacia el baño, giré la mitad de mi cuerpo y
miré a Jacob, mordiéndome el labio.

―Creo que me cambiaré de ropa y me tumbaré en la cama para relajarme un


poco ―farfulló, dirigiéndose a nuestro dormitorio―. Te espero allí.

Sí, estaba claro que nuestra intimidad se había terminado. Y, encima, todavía
quedaban nueve meses…, aunque esperaba que esta situación durase mucho
menos.

Eso esperaba…

308
Carta

Subí las escaleras a toda mecha, atravesé el pasillo del mismo modo y llegué
al baño por los pelos, cerrando de un sonoro portazo. Dejé caer las rodillas en
el suelo a la vez que abría la tapa del váter y acto seguido comencé a vomitar
lo poco que había desayunado, con todas mis ganas.

Cuando por fin terminé de descargarlo todo, me levanté, tiré de la cisterna,


bajé la tapa y me acerqué al lavabo para enjuagarme la boca y lavarme la
cara. Esto ya se había convertido en un incómodo y desagradable ritual para
mí. Hoy hacía justo un mes de mi embarazo, y ya lo sabía con absoluta
certeza, puesto que Carlisle me había verificado que el test del Predictor no se
había equivocado en nada.

Salí del baño y ya vi a Jacob esperándome. Tenía el trasero apoyado en la


barandilla del hueco de la escalera y las manos en los bolsillos de sus
vaqueros cortos. Su rostro mostraba esa preocupación que ya empezaba a ser
habitual cada vez que me veía en esta situación. Me acerqué a él y le abracé,
rodeando su torso con mis brazos para achucharle. Sus brazos también me
abarcaron, apretándome contra su cuerpo con mimo, y me dio un beso en la
cabeza.

―¿Mejor? ―me preguntó, pasando sus dedos por mi cabello.

―Sí ―ronroneé.

―¿Tienes hambre?

Despegué mi mejilla de su pecho y alcé el rostro para mirarle.

―Mucha ―admití con una sonrisa de oreja a oreja.

Jake se rio.

―Pues vamos a desayunar otra vez ―propuso, separándose de mí para


cogerme de la mano.
Caminamos por el pasillo y bajamos las escaleras para dirigirnos a la cocina.
Una vez allí, ya vi lo que Esme me tenía preparado.

―¿Ya estás mejor, cielo? ―inquirió, sonriendo.

―Sí, mucho mejor ―asentí, correspondiendo esa sonrisa tan dulce.

Jacob y yo nos sentamos a la mesa, otra vez, puesto que ya habíamos


empezado a desayunar antes. Él había dejado su desayuno a medias cuando
me vio salir disparada hacia el baño, pero el mío estaba casi entero, solo
había probado un par de bocados. Esme me había preparado unas tortitas que
solamente sabía hacer ella y que a mí me encantaban, y las había añadido a
mi desayuno anterior.

―Muchas gracias, abuela ―le agradecí, animada, cogiendo una de las


tortitas para metérmela directamente en la boca.

―De nada ―sonrió, complacida.

Y se giró hacia la meseta para seguir con la limpieza.

Mmm, qué rica estaba… ¡Y qué hambre tenía! Me la zampé de dos bocados y
cogí otra inmediatamente.

―Lo que yo digo, comes como una fiera hambrienta ―se burló Jacob,
metiéndose un bocado de sus huevos revueltos.

―Ja, ja… ―Intenté vocalizar con ironía, aunque mi boca llena impidió que
la entonación saliera como a mí me hubiese gustado.

―¿Cómo te encuentras hoy? ―me preguntó Rosalie, que entró en la cocina


con rapidez.

Apartó una silla y se sentó a mi lado.

―Bien, muy bien ―le contesté, cogiendo otra tortita―. A no ser por las
náuseas y los vómitos, no me noto nada diferente. ―Y me la metí en la boca.
―Me alegro ―sonrió Rose. Entonces, sacó una revista de no sé dónde y la
posó en la mesa, abierta por una de las páginas―. Mira qué dormitorio de
bebé más bonito.

Los ojos de Jake estaban concentrados en la acción de partir el beicon con el


cuchillo y el tenedor, pero fue oír eso, y se alzaron súbitamente para mirarla
con cara de pocos amigos.

―Ah, sí ―dije, observando la fotografía.

―¿Lo quieres?

309

Los cubiertos hicieron un ruido estridente cuando mi chico dejó caer las
manos sobre la mesa y se irguió del todo.

―Ya te dije que de eso me encargo yo ―le recordó Jacob, molesto. Por lo
visto, ya debían de haber discutido de esto―. El armario nos sirve, lo voy a
empapelar, y el escritorio se puede quedar ahí. Lo único que me queda es
pintar las paredes y hacer la cuna.

―Pero si no tienes ni idea de carpintería. A saber qué porquería haces


―chistó mi tía, mirándole con cierto desprecio.

―¿Ah, no? ¿Y quién te crees que arregló esta casa? ―resopló él, ahora más
enfadado.

―Jake es un manitas ―reconocí, cogiendo otra tortita.

―Sí, pero una cosa es poner barandillas y ventanas, y otra muy distinta hacer
una cuna ―rebatió ella―. Las cunas tienen que cumplir unos requisitos para
que sean completamente seguras para el bebé, ¿lo sabías?

―Tranquila, rubita, ya lo he tenido todo en cuenta para que mi hijo duerma


bien seguro ―le respondió Jake con acidez―. ¿Te crees que no me he
informado de cómo se hace una cuna?
―Tal vez te hayas informado, pero puede que Nessie prefiera una cuna
comprada, homologada y moderna ―declaró Rosalie, alzando la barbilla con
orgullo.

―La mía será moderna ―farfulló Jacob.

―La verdad es que me hace más ilusión que la haga Jake ―admití, mirando
a mi tía con cara de no haber roto nunca un plato mientras me mordía el
labio.

El rostro de Jacob se transformó totalmente. Le dedicó una sonrisita triunfal a


Rosalie y esta puso los ojos en blanco.

―¿Estás segura? ―me preguntó ella, girando la cabeza para mirarme.

―Sí ―sonreí, asintiendo.

La sonrisa de Jake se amplió.

―Bueno, pues nada ―suspiró Rose, cerrando la revista―. Si estás segura, ya


le compraré otra cosa al bebé.

―No estarás enfadada, ¿no? ―inquirí, preocupada por si había herido sus
sentimientos.

―Claro que no, cielo ―me sonrió, acariciando mi mejilla con su fría mano.
Después, llevó su vista hacia Jake para mirarle con mala cara―. Es este
chucho, que me saca de quicio.

―No sabes cuánto lo siento ―le dijo Jacob con sarcasmo, mostrándole otra
sonrisa triunfal.

Rosalie frunció el ceño todavía más, pero se mordió la lengua y no dijo nada.
Jacob volvió a su desayuno, contento.

Justo en ese momento, Alice entró en la cocina.

―Veo que ya has terminado tu primera sesión de vómitos ―manifestó.


Brincó con entusiasmo y se sentó junto a Jake. Era tan menuda, que su
pequeño cuerpo contrastaba mucho con el enorme corpachón de Jacob.

―Sí ―suspiré.

―¿Quieres que te prepare algo más, cariño? ―me preguntó Esme cuando vio
el plato de tortitas vacío.

―No, gracias. Creo que seguiré con los huevos y el beicon ―manifesté con
una sonrisa.

―De acuerdo ―asintió ella―. ¿Y tú, Jacob? ¿Quieres algo más?

―No, gracias, Esme. Esto está genial así ―le sonrió él.

Mi chico y yo nos miramos y nos sonreímos con complicidad. Él estaba


pensando lo mismo que yo: esto de que Esme nos hiciera el desayuno era
como estar en un hotel.

―Muy bien ―sonrió Esme, satisfecha.

―Esta mañana te ha llamado Helen ―me dijo Alice, que cogió una manzana
del frutero para juguetear un poco.

Les había dado la noticia a mis amigas el mismo día en que mi familia había
llegado a casa, hacía dos semanas, y desde entonces venían a verme todos los
días. Sabía que les iba a gustar y que se iban a alegrar por mí, pero jamás
imaginé que se entusiasmaran tanto. Hasta las gemelas vinieron desde
Vancouver ese fin de semana para verme y todo, y eso que tenían un examen
bastante importante.

―¿Esta mañana? ¿A qué hora?

―A las nueve ―reveló ella―. No te avisé porque me daba pena despertarte.


Dormías tan plácidamente.

Jake giró el rostro para mirarla.


―¿Y cómo sabes tú eso? ¿Acaso entraste en nuestra habitación sin picar ni
nada? ―quiso saber, 310

bajando las cejas.

―Solo eché un vistazo rápido ―apresuró a defenderse Alice, mirándole con


cara de cordero degollado.

―¿Y si hubiéramos estado ocupados? ―protestó Jake―. ¿Y si yo hubiese


estado caminando desnudo por la habitación?

―Eso último sería más terrorífico todavía ―murmuró Rosalie, mirando


hacia otro lado.

―No te preocupes. No se escuchaba nada, por eso entré ―alegó Alice.

―Sí, estos días apenas se oye. Se te acabó la fiesta, chucho ―cuchicheó


Rose, soltando una risilla maléfica con el rostro todavía ladeado.

Jacob entrecerró los ojos y le dedicó una mirada de odio.

―Rosalie ―le regañó Esme.

Genial. Encima también estaba Esme presente, se me había olvidado.

Mi rostro sufrió un baño de sangre repentinamente. Sabía de sobra que ellos


podían escuchar hasta la caída de un alfiler, y sin duda podían oírnos a
nosotros, por muy en silencio que tratásemos de respirar y esas cosas, pero
escucharlo tan directamente me dio una vergüenza terrible. Y eso que con
tanto cambio hormonal tenía mi libido bajo mínimos y lo hacíamos bastante
poco…

―¿Dónde están mis padres y los demás? ―pregunté para cambiar de tema.

―A tu padre, Carlisle, Jazz y Em les tocaba el turno de mañana para vigilar


los bosques con la manada ―me contestó Alice, que no hacía más que
pasarse la manzana de una mano a otra a una velocidad supersónica―. Y tu
madre está fuera, hablando con la otra parte de los lobos que están en los
alrededores, para ver si han visto algo raro. No tardará más en venir.

―No han visto nada, ya he hablado yo con ellos ―reveló Jake, cogiendo su
vaso de agua para beber―. Sabéis que me transformo aquí todos los días,
¿para qué demonios ha salido? No hace falta que salga nadie.

―Quería estar sola y pasear por First Beach ―nos desveló Rosalie, girando
la cara para mirarnos.

―¿Sola? ―repetí, extrañada.

―¿Cómo lo sabes? A mí me dijo…

―La vi por esta ventana ―declaró mi tía, cortando a Alice―. Se fue directa
a la playa, ni siquiera se dirigió al bosque que nos rodea. Está claro que
quería estar sola. ―Entonces, bajó la vista―. Ya sabéis que Bella y yo nunca
hemos tenido una relación muy estrecha, pero sé por lo que está pasando
perfectamente.

―¿Por lo que está pasando? ―Ahora sí que no entendía nada.

Jake también bajó las cejas con extrañeza. Automáticamente, Esme, Jacob y
yo miramos a Alice.

―Ya os he dicho que no puedo ver el futuro de ninguno de nosotros mientras


estemos aquí o esté relacionado con Jacob y Nessie, así que, ¿cómo iba a
saber que iba a pasarle nada? ―resopló.

Mi tía Rosalie alzó el rostro para mirarnos de nuevo.

―Creo que está algo afectada por tu embarazo ―declaró, dirigiéndose a mí.

Me quedé de piedra por un instante.

―¿Qué dices? ―cuestionó Jake, hundiendo su ceño un poco más.

―Esta mañana la pillé mirando la ropa del bebé ―afirmó ella―. No hacía
más que observarla y acariciarla con la mirada perdida.
No me lo podía creer.

―Pero mi madre…

―Bella, al igual que todas las vampiros, no puede tener hijos. En su caso ya
te tiene a ti, pero todos sabemos que no le dio tiempo a disfrutar y de saborear
la maternidad ―explicó, observándome―. Creciste demasiado deprisa,
cuando se dio cuenta, ya eras adolescente. Esa fue una de las causas de su
turbación, ¿recordáis? Además, también echa de menos La Push, supongo
que ahora que puede querría aprovechar para dar un paseo por la playa.

Se me cayó el alma a los pies. ¿Sería posible que mi madre estuviera


afectada? Porque yo no me había dado cuenta.

―Pero si ella está muy feliz por mi embarazo ―murmuré.

―Oh, sí, claro que está feliz, no me malinterpretes ―me calmó, palmeando
el dorso de mi mano―. Una cosa no quita a la otra. No es por tu embarazo en
sí, Bella está muy feliz por vosotros dos, sino que es por lo que le recuerda
―matizó―. Esto le recuerda que ella jamás podrá volver a 311

tener hijos, y es una de las cosas que las mujeres vampiro nos tenemos que
plantear alguna vez y que tenemos que afrontar, por eso seguramente
necesitará estar sola y pensar para asumirlo, nada más. Aunque todos
sabemos lo mártir que es Bella y que todo se lo guarda dentro ―terminó, con
cierto aire crítico.

―Eso pega bastante con ella ―suspiró Jacob.

―Hay mujeres vampiro, como Alice, a las que les da igual esa imposibilidad
de tener hijos, ni siquiera se lo plantean, pero hay otras a las que les afecta
más ―siguió explicando Rose.

―¿Quién ha dicho que a mí me dé igual? ―se quejó Alice.

―¿A ti también te afecta eso de no poder tener hijos? ―le pregunté.


―Hubo un tiempo en que sí, lo que pasa es que hace mucho que pasé página
y lo asumí ―confesó, muy tranquila―. Bella lo hará pronto, seguro, ya lo
verás. Ya te tiene a ti, y eso la ayudará mucho.

Aun así, no pude evitar sentir lástima por mi madre.

―Tendré que hablar con mamá ―suspiré.

Se oyó cómo la puerta de casa se abría con una llave y, a la vez que esta se
cerraba, mamá pasaba a la cocina. Nadie se hubiese sobresaltado si no fuera
por la cara de extrañeza que traía.

―Os ha llegado una carta ―anunció antes de que a Jake le diese tiempo a
formular la pregunta que su boca ya estaba a punto soltar.

―Ah, trae. ―Jacob extendió la mano―. ¿De quién es? ¿Alguna factura?

Mi madre se obcecó en observar ese sobre de color crema durante un par de


segundos, con ese semblante extrañado.

―Es de los Vulturis ―habló finalmente, alzando la vista para mirarle con el
mismo rostro―.

Estaba en vuestro buzón, la han mandado por correo desde Volterra.

Mamá estiró su brazo y Jacob cogió la carta, adoptando el mismo semblante


que ella. Todos lo teníamos.

―¿Los… Vulturis? ―repetí, perpleja.

―¿Qué es lo que quieren? ―inquirió Rosalie, que tampoco acababa de


creérselo.

Nuestros ojos se fueron a Alice.

―Vuelvo a repetir que no puedo ver nada ―protestó ella.

Sin duda, le molestaba bastante su situación.


―Vamos a leerla en el salón ―dijo Jacob, levantándose de la silla.

En cuanto él lo hizo, mis tías y yo le imitamos. Jacob me cogió de la mano y


todas las féminas le seguimos hasta el saloncito.

―Ábrela ya ―le azucé.

Los grandes dedos de Jake se deslizaron por la abertura del sobre y lo abrió a
trompicones, rompiéndolo un poco.

―En fin, esto no es lo mío ―resopló.

En el interior solamente se encontraba una hoja del mismo color que el sobre
y cuyo tamaño era la mitad de un folio. Mi chico la sacó con celeridad y la
sostuvo entre sus manos para leerla.

Mis estimados Jacob y Renesmee,

Ha llegado a nuestros oídos la grata noticia de la espera de vuestro primer


hijo. Es deseo de mis hermanos y mío enviaros nuestra más sincera
enhorabuena, y esperamos que el nacimiento de ese vástago varón no haga
otra cosa más que afianzar nuestra valiosa alianza. También nos complacería
enormemente aceptaseis un pequeño regalo como símbolo de la misma. Si
tenéis a bien 312

acudir a un encuentro con Jane el 20 de octubre en el lugar donde nos


reunimos por primera vez, ella os entregará ese obsequio. Tan solo irá
acompañada de Felix y Demetri. Os ruego os fiéis de mí, mis queridos
amigos, pues juro por lo más sagrado que lo hago con la mejor de mis
intenciones, y espero que aceptéis nuestro regalo.

Un cordial saludo.

Aro.

Nuestros párpados tuvieron que pestañear varias veces.

―¿Qué es esto? ―interrogué, bajando las cejas con extrañeza.


―No es raro que Aro os felicite y quiera daros un regalo ―opinó Esme―.
En realidad, suele hacerlo con la gente que él considera más o menos
importante, sobre todo cuando hay intereses de por medio. A ti también te
regaló algo, ¿no es así? ―le dijo a mi madre.

Sí, aquel colgante que pendía de la cremallera de mi mochila.

―Sí, pero me lo mandó por correo, no envió a nadie para entregármelo


―declaró mamá, que seguía mirando la hoja, extrañada.

No era la única. Jacob todavía observaba la carta, enfrascado.

―Eso es porque no eras el Gran Lobo ―afirmó Alice.

―No me fío ―manifesté con contundencia―. Podría ser una trampa o algo
así.

Y ante todo no me fiaba de esa Jane… Solo de pensar en su nombre y de lo


que había intentado hace tres años me hervía la sangre.

―Si fuera hace años, no te llevaría la contraria, pero hoy por hoy lo dudo
―aseguró Alice, muy segura―. Con Jacob tienen una alianza muy
importante que los Vulturis no deben ni pueden romper jamás, y eso Aro lo
sabe muy bien. Sabe que jamás podría vencer a Jacob, que no puede terminar
con él, ya lo corroboró una vez, así que no le conviene que ese tratado se
rompa.

Seguramente esto lo hace para quedar bien y demostrar que la alianza sigue
adelante aunque tengáis un hijo varón.

―Esto no me gusta ni un pelo ―escupió Jake de repente, apartándose con


brusquedad para comenzar a dar paseos por el salón con la carta en la mano.

Me mordí el labio, inquieta, al verle así.

―No debéis preocuparos ―intentó calmarle Esme―. Solamente es un acto


protocolario para haceros entrega de un obsequio. Además, no creo que
intenten nada, pues saben que eres invencible.

―No me refiero a eso. ―Mi chico se paró en seco para mirarnos con esa
mirada profunda e intensa―. ¿Cómo demonios saben que Nessie está
embarazada? Solamente está de un mes, ¿y ya saben que lo está y que se trata
de un niño?

No solo yo me quedé congelada, todas las demás se quedaron tiesas como


estatuas. Jacob reanudó esa marcha frenética.

―Thiago ―cayó mi madre―. No sé cómo lo habrán hecho, pero él y su


grupo de matones nos habrán visto por los bosques. Eso les haría sospechar
que pasaba algo raro. Y ellos mejor que nadie saben que Razvan, Nikoláy y
Ruslán quieren impedir el nacimiento de cualquier hijo vuestro.

―Pero ellos no pueden entrar en ningún bosque de La Push ―le recordé.

―También vigilamos por los bosques de las afueras ―me reveló ella―.
Puede que fuera allí donde nos vieron.

Jacob volvió a pararse para mirarla.

―¿Y cómo saben que vamos a tener un varón? ―cuestionó―. Vale, Aro
sabe de sobra que si 313

teníamos una niña sería un semivampiro metamorfo como Nessie y que el


embarazo sería tan rápido como el tuyo. Carlisle le enseñó todos aquellos
informes e investigaciones que hizo con Louis, hace años, cuando
secuestraron a Nessie. Pero, ¿cómo diablos saben que está de un mes?
Vosotros lleváis aquí unos quince días, lo mismo que llevamos vigilando toda
la zona.

―No lo sé ―reconoció mamá con un murmullo, bajando la vista al suelo


para buscar respuestas.

―Puede que Thiago tenga contactos fuera del ámbito de los Vulturis
―declaró Alice―. Estos sí podrían entrar en La Push, no vulnerarían ningún
tratado, y podrían escuchar los comentarios de la gente, simplemente.
Además, saben que yo no puedo ver nada, puesto que se trata de vosotros.

Mi marido inició sus paseíllos una vez más.

―Bueno, eso me importa una mierda ―masculló, apretando los dientes―.


Lo importante aquí es que si los Vulturis lo saben, si ellos se han enterado,
esos magos bastardos también. Puede que tarden en venir, pero cabe la
posibilidad de que lo hagan muy pronto. Tendremos que estar bien
preparados.

―Lo más probable es que esperen un poco más ―intervino Rosalie―. No


actuarán hasta que se aseguren de que el embarazo es avanzado. Los tres
primeros meses son los más cruciales, Nessie podría perderlo ―mi mano se
fue automáticamente hacia mi vientre, de la impresión que me causaron esas
palabras, porque solo de pensarlo se me helaba el alma. Jacob se percató de
lo que sentía, ya que se detuvo para fulminarla con la mirada―, así que no
creo que se arriesguen a actuar precipitadamente. Si esperan a que la
gestación esté más avanzada, aumentarán sus expectativas de éxito.

―¿Y qué hacemos? ―exhalé con miedo.

Jacob dio dos zancadas y se colocó frente a mí.

―No te preocupes, todo saldrá bien, ¿me oyes? ―me calmó, sosteniendo mi
rostro entre sus cálidas manos.

Después, me empujó con suavidad hacia su pecho, donde mi mejilla se


acomodó, y me rodeó con sus fuertes y protectores brazos. Los míos se
ensamblaron a él al instante, buscando esa confianza y seguridad que solo él
me proporcionaba.

―Creo que deberías acudir a ese encuentro con Jane ―le sugirió Alice a
Jacob―. Aparte de recibir ese regalo, puede que los Vulturis tengan alguna
información al respecto. ―Y sonrió para tranquilizarme.

―Alice tiene razón ―secundó Rosalie―. No pierdes nada por ir, y ellos no
se atreverán a atacarte. Está el tratado, pero tampoco querrán jugarse su
pellejo.

Jacob lo pensó durante cerca de un minuto.

―Está bien ―asintió por fin―. Pero Nessie se vendrá conmigo.

Me despegué de su confortable y acogedor pecho y le miré a los ojos.

―¿Qué estás diciendo? ―se opuso Rosalie, frunciendo el ceño―. Es mejor


que ella no salga de casa. Nosotros la protegeremos.

―Es mejor que ella no se separe de mí ―le corrigió él, también con las cejas
arqueadas hacia abajo―. Si se queda aquí y aparecen esos magos con sus
trucos, ¿cómo haréis para contrarrestarlos, eh? Yo no estaré aquí para
ayudaros. En cambio, si está conmigo no le podrán hacer nada, nadie podrá
hacerle nada, así que estará más segura.

Yo estaba completamente de acuerdo. No lo dije en voz alta, para no ofender


a nadie, pero me sentía mucho más protegida con él.

―Jake tiene razón ―le apoyó mamá―. Ezequiel nos ha hecho un hechizo
preventivo, pero recordad lo que él nos dijo.

―Sí, que era como una vacuna para la mayoría de los hechizos contrarios,
pero que no prevenía de todos ―recordó Alice, suspirando.

―Pues ya está ―concluyó Jacob, hablando con resolución―. Iré a ese


encuentro y Nessie vendrá conmigo y con parte de mi manada. ¿Qué día es
hoy?

―Diecinueve ―le contestó mi madre―. Según la carta, el encuentro es


mañana.

―Bien ―asintió él―. Mañana.

314
Intereses

Este sitio lo recordaba bien. Era el mismo claro donde mi familia, los lobos,
nuestros aliados y yo nos habíamos visto las caras con los Vulturis por
primera vez. Mi corta edad de entonces no había hecho que esos recuerdos se
borrasen de mi cabeza, y todavía podía ver con nitidez cómo mi madre me
dejaba en el lomo de mi enorme lobo rojizo para que ambos huyéramos. Eso
era algo que se me había quedado grabado en el cerebro a fuego. Y este lugar
también.

Todavía no se divisaba a nadie en el horizonte, así que aproveché para


echarle otro vistazo de reojo a mi chico. Jacob estaba en su forma humana,
para poder hablar con Jane. No me hacía mucha gracia que su torso estuviera
descubierto, porque esa arpía iba a poner sus ojos en él, seguro, pero era más
cómodo para él por si se tenía que transformar con urgencia. De todas
formas, ella podía mirar todo lo que quisiera, mientras no le pusiera un dedo
encima, claro. Además, eso no era lo importante ahora.

Mi padre había venido con nosotros, acompañado por mi madre. Él nos podía
avisar, si tramaban algo, y ella podía protegernos a todos con su escudo, ya
que Jake no estaba en su forma lupina. No creíamos que se atrevieran a
atacarnos, pues romperían el tratado, sin embargo, toda precaución era poca.
Sabíamos que Jane no accedería a hablar con mi padre como traductor, por
eso Jacob no se había transformado, aunque él iba a estar todo el tiempo
alerta, por si tenía que hacerlo.

Algunos miembros de la manada también nos acompañaban: Leah, Shubael,


Isaac, Seth, Jared y, por supuesto, Quil y Embry. Todos ellos se encontraban
en su forma lobuna y nos flanqueaban a ambos lados, en formación.

Todo permanecía en un silencio tenso. Los árboles que bordeaban el claro


eran los únicos que se movían, el suave viento mecía sus ramas y conseguía
arrancarle algunas hojas que ya estaban casi sueltas. Estas iniciaban un corto
vuelo que se terminaba en cuanto caían al suelo, tejiendo así una alfombra de
color bermellón y cobrizo que cubría todo el terreno. La débil llovizna lo
había humedecido todo. Los troncos, las ramas, la alfombra de hojas, el
terreno, incluso a nosotros, que ya teníamos el pelo mojado. Isaac hasta se
sacudió para secar un poco su pelaje de color marrón claro. Yo tuve la suerte
de que la cazadora que llevaba era impermeable y la llovizna no la
traspasaba.

De pronto, en medio de esa quietud y ese mutismo, mi padre se envaró.

―Ya están aquí ―anunció, mirando fijamente a la lejanía.

No se escuchó nada, pero la fresca brisa otoñal trajo una serie de conocidos
efluvios. En el mismo instante en que nuestras narices los inspiraron, tres
espectros aparecieron a lo lejos.

Jacob y yo ya teníamos los dedos entrelazados, pero yo apreté el amarre de


nuestras manos y él me correspondió afianzándolas más, como si todo lo
juntas que ya estaban no fuera suficiente.

Desde esa distancia, no se les distinguía los semblantes, pero no hacía falta
para diferenciarlos.

La tonalidad casi negra de la capa de Jane, la más baja, se veía en el medio de


las otras dos, que eran más grises y cuyos propietarios eran mucho más altos.
Las siluetas de los tres guardias Vulturis se movían lentamente, aunque con
elegancia, cada uno en su estilo. Avanzaban con sutiles pasos que apenas se
oían entre las mojadas hojas; hacía más ruido el leve movimiento de la
vegetación producida por la brisa, que sus pisadas. Ese ritmo cadencioso
desesperaba a Jake, que no hacía más que resoplar por la nariz, cansado.

Jacob miró a mi padre y le hizo una pregunta que fue muda para los demás,
aunque la respuesta de mi progenitor hizo que la adivinásemos enseguida.

―Vienen en son de paz ―reveló este, hablando con total seguridad―. Han
venido a entregaros ese regalo, tal y como decía la carta de Aro, pero también
quieren hablar contigo. Al parecer, el regalo solo era una excusa para
encubrir el verdadero propósito de este encuentro.

―¿Hablar conmigo? ―Jacob frunció el ceño con extrañeza―. ¿Hablar


conmigo de qué?

A mi padre ya no le dio tiempo a contestar. Jane, Felix y Demetri ya estaban


demasiado cerca.

Jake suspiró por enésima vez, ya que se quedó sin la respuesta y tuvimos que
esperar a que 315

terminasen su lenta marcha. Hasta que por fin se pusieron frente a nosotros.

Mi padre había ratificado que venían en son de paz, pero como siempre
cuando se trataba de Jane mi pulsera comenzó a vibrar. Ahora mi aro de
cuero rojizo no solo me avisaba de aquellas personas o cosas que afectaban a
nuestra pareja, sino que también lo hacía cuando había cualquier otro peligro
relacionado o no con nosotros dos, puesto que ahora mi pulsera tenía más
poder. Sin embargo, yo era capaz de entender muy bien todo lo que quería
transmitirme mi aro, y en estos momentos mi pulsera simplemente estaba
molesta con Jane y sus siempre ocultas intenciones para con Jacob. Un poco
más, y saltaba de mi muñeca para gruñirle.

Como me suponía, nada más llegar esa arpía de Jane posó sus sucias pupilas
de color escarlata en Jacob para darle un buen repaso, alzando su ceja y su
labio con más que aprobación y descaro, pero después las osciló hacia mí
para mirarme con un odio punzante capaz de cortar hasta un diamante a la
mitad.

Mi aro de cuero vibró con más insistencia.

―Basta ―le advirtió mi padre con una voz tan amenazante que raspó su
garganta.

―Aparta tu sucia vista de ella ―le exigió Jake, rechinando los dientes con
más que rabia mientras le clavaba una mirada profundamente agresiva.

Mi madre acompañó su protesta con un sonoro y contundente gruñido,


aunque no fue a ella ni a mi padre a quien Jane hizo caso, sino que su mirada
volvió a Jacob, si bien esta vez le miró a los ojos. A él no le observaba con
ningún odio. Enana descarada… Habían pasado tres años, pero ella seguía
igual.

El trío de miembros de la guardia Vulturis se quitó la capucha de su capa al


mismo tiempo y Jane alzó la barbilla con ese orgullo tan habitual en ella.
Felix mostró una sonrisa chulesca, a diferencia de Demetri, cuyo rostro
estaba totalmente serio.

―Me alegro de que hayas venido ―habló Jane sin más, quitándole
importancia a la reacción de Jake. No le sonreía, pero el que solo se dirigiera
a Jacob, ignorándome como si yo no estuviese, me ofendía en el alma.
Siempre hacía lo mismo―. Aro se sentirá muy complacido al saber que has
aceptado su regalo. ―Y su mano de niña se alzó para hacerle un gesto a
Felix.

Este abrió la suya, que era más grande incluso que la de Jacob, y nos mostró
una pequeña caja forrada de terciopelo azul oscuro.

―¿Cómo estás, Edward? ―le saludó él, siguiendo con esa expresión de
antes―. Pensaba que ya te conformabas con tu compañera, pero cada vez te
veo rodeado de más belleza ―se mofó, mirando a los lobos.

Estos se agazaparon y le dedicaron un coro de fuertes gruñidos.

―Felix, sé serio, por favor ―le pidió Demetri, si bien su tono de sorna ya
anunciaba que iba a continuar con la broma―. Seguro que son los lobos los
que le persiguen como perritos falderos. Los Cullen tienen algo que atrae a
las bestias. ―Y sus ojos se fueron hacia mí sin tapujo alguno.

Los gruñidos de la manada pasaron a ser rugidos en toda regla, aunque Jacob
tampoco pudo evitar que su tórax comenzase a vibrar por el potente gruñido
que quería nacer de sus bronquios.

―Ya quisierais vosotros pareceros en algo a estas bestias ―afirmé,


utilizando el mismo término que ellos habían usado, con otra matización muy
distinta, mientras apretaba la mano de Jake.
―Os lo advierto, no sigáis por ahí ―declaró mi padre, observándoles con
una mirada agresiva.

―Más os vale que no os paséis ni un pelo ―avisó Jacob, apretando las


muelas―. Solo tengo que hacer un gesto para que mis lobos se lancen a por
vosotros, aunque yo llegaré primero, os lo aseguro.

Los rabiosos rugidos y chasquidos de muelas de la manada secundaban lo


que Jake decía, pero los semblantes de esos dos ya habían cambiado con la
frase del Gran Lobo.

―Basta ―les ordenó Jane a sus compañeros, girándose hacia ellos para
mirarles con unos ojos claramente amenazadores. Los dos vampiros acataron
la orden al instante, adoptando unas posturas más serias y formales. Luego,
Jane se volteó de nuevo hacia mi chico y Felix extendió su brazo para acercar
su grande palma, aunque la distancia entre nosotros era de unos cinco
metros―.

Este es ese pequeño presente que Aro te quiere hacer.

Otra vez ese dichoso singular.

―Déjate de regalos. No vengo aquí para complacer a Aro. ¿Qué es eso que
tenéis que decirme? ―quiso saber Jacob, sin rodeos―. ¿Y cómo demonios
os habéis enterado de que mi mujer está embarazada, de que esperamos un
niño?

El rostro de Jane se volvió repentinamente más oscuro cuando escuchó esas


palabras. Las 316

pupilas de esa víbora por fin se despegaron de mi marido y me observaron a


mí, clavándome otra vista de odio que duró un breve instante. Aproveché
para alzar mi barbilla con orgullo. Después, llevó sus ojos de regreso hacia
Jacob. Se quedó un rato en silencio, observándole con petulancia y seriedad.

―Tenemos nuestras fuentes ―contestó ella finalmente, siguiendo con esa


lealtad a su altanería.
―Ha sido Thiago, ¿no es eso? ―dedujo Jacob. Jane se quedó callada, pero
su media sonrisita lo decía todo―. Lo sabía ―gruñó él.

―Os recuerdo que Thiago no puede entrar en nuestro territorio ―solté yo,
imitando esa arrogancia de Jane.

―Tranquila, no ha vulnerado el tratado ―me respondió ella, entrecerrando


los ojos para dedicarme otra mirada de inquina.

―Thiago ha utilizado un contacto ―nos desveló mi padre, que estaba bien


atento a la mente de los tres guardias―. Un vampiro nómada que intentó
entrar en su grupo de matones y que no lo consiguió. Thiago le ha prometido
un puesto si cumplía esa misión.

Jane osciló esa misma mirada para dirigirla a mi progenitor. Mi madre volvió
a gruñir, advirtiéndola.

―Casi se me olvida que es imposible ocultarte nada ―le reprochó Jane.

―Pues ya puedes ir cantándolo todo ―le azuzó Jake, malhumorado―.


¿Cómo diablos se ha enterado ese contacto de Thiago de que esperamos un
hijo? Y ya que estamos, ¿qué hacía ese matón persiguiendo a un licántropo
por el Parque Nacional de Olympic? Porque de ese topetazo que tuvimos
seguro que ya estás informada, ¿no?

Jane llevó sus sucios ojos rojos hacia Jacob, aunque siguió hablando con
altivez.

―Son demasiadas preguntas las que me has hecho ya ―criticó ella, alzando
la ceja y la comisura de su boca―. Tendríamos que ir por partes, ¿no te
parece?

―No te hagas la tonta y respóndeme ―gruñó mi chico.

Estúpida…

―¿Os ha seguido alguien? ―se aseguró Jane antes de seguir, volviendo a su


semblante tirante de antes.

―Tengo la zona bien cubierta, así que si hubiera algo ya me habría enterado
―le respondió él, adoptando una pose claramente chulesca―. Desembucha
ya.

Mi padre ya se sorprendió sin que ella hubiera tenido tiempo a abrir la boca.

―Ese licántropo pertenece a Vladimir y Stefan ―desembuchó Jane sin más


dilación. Todos nos quedamos de piedra, porque no esperábamos escuchar
esos nombres para nada―. Thiago le seguía la pista desde hace tiempo, y la
última le llevó hasta el Parque Nacional de Olympic.

―Espera, espera, espera ―le interrumpió Jake, haciendo aspavientos con su


mano suelta―.

¿Dices que ese licántropo está con Vladimir y Stefan?

―Así es ―ratificó ella―. Durante estos tres años han estado formando un
ejército de Hijos de la Luna, aunque estos licántropos no son como los
demás. Desconocemos su procedencia y quién les ha creado, pero sabemos
que han sido mutados de alguna manera, pues, aunque no son licántropos
completos hasta que hay luna llena, siguen siendo hombres lobo día y noche.

Mis padres, Jake y yo nos miramos automáticamente, con sorpresa, pero con
una certidumbre que no pasó desapercibida para Jane.

―Si tenéis información al respecto me gustaría saberla ―exigió ella con la


barbilla bien alta―.

Ya que nosotros os hemos revelado esto, sería justo que vosotros


correspondieseis tal favor.

Esta colaboración mutua resultaba tan extraña a la vez que incómoda. Se


notaba que a Jane tampoco le hacía nada de gracia, pero era evidente que Aro
le había ordenado que fuera colaboradora.
Mi padre suspiró, pero accedió.

―¿Recuerdas el licántropo mutado de Nahuel? ―le indicó, no muy


conforme por tener que decírselo―. ¿Aquel que creó su padre, Joham? Os
hablamos de él cuando secuestrasteis a Renesmee. ―Y terminó la frase
raspándola con un poso de reproche y rencor.

―Sí, por supuesto ―asintió Jane, ignorando esto último por completo―. Era
capaz de perpetuar su especie con la reproducción. ¿Tiene algo que ver él en
esto?

―Aparte de eso, ese licántropo era idéntico al que perseguía Thiago ―le
desveló él.

―¿Estás diciendo que ese Hijo de la Luna también lo creó Joham? ―inquirió
ella sin inmutar ni un poco su semblante duro y su entonación monocorde.

317

―No lo sé. Puede que lo creara junto al de Nahuel, hace años ―aventuró mi
progenitor―. En realidad, es posible que creara unos cuantos. Cuando
Carlisle y Louis investigaron sobre licántropos mutados, descubrieron que
había varios tipos de mutaciones, pequeños grupos dispersos que habían sido
creados por distintos científicos. Esos grupos eran diferentes entre sí, según el
tipo de mutación y de científico que los creó. Esa clase en concreto se había
creado en Suramérica, quizá este tipo de licántropos solo los manipulara
Joham.

―Tendremos que investigarlo ―afirmó Jane.

―Dices que esos grupos dispersos eran pequeños ―intervino mamá, que
llevaba reflexionando un buen rato―. Entonces, ¿cómo han conseguido
Vladimir y Stefan hacer un ejército? Me imagino que será numeroso, así que,
¿cómo han logrado reunir a tantos licántropos, y, además, del mismo tipo? Es
imposible que los cazaran a todos, son demasiado esquivos e imprevisibles.

―Sabemos que han utilizado el método del contagio ―aclaró Jane con su
expresión seria y tirante―. No sabemos con exactitud a cuántos han dado
caza, pero hemos descubierto bastantes casos de contagio en diferentes partes
del mundo.

―Vladimir y Stefan han sido muy meticulosos ―opinó papá, desvelando


más cosas de las que Jane tenía pensado revelar―. No solo lo han hecho en
distintas partes del mundo, sino que jamás han repetido un lugar, ciudad o
pueblo, para no levantar sospechas entre los Vulturis.

―No lo suficiente como para engañarnos ―aseguró ella, algo irritada.

―Sin embargo, hay algo que no entiendo ―continuó mi padre, llevándose la


mano a la barbilla―. Los Hijos de la Luna no obedecen las órdenes de nadie,
no se mueven en manadas, y son bastante impredecibles e incontrolados.
¿Cómo es que Vladimir y Stefan han sido capaces de formar un ejército de
estos seres?

―Ese licántropo parecía ser más inteligente que el de esa garrapata de


Nahuel ―recordó Jacob―. Hablaba bastante y parecía controlarse muy bien.

Mi progenitor se quedó aún más pensativo.

―Es extraño ―murmuró.

―Puede que esos desgraciados de Razvan, Nikoláy y Ruslán tengan algo que
ver con eso ―opinó mi chico―. Tal vez utilizaran su magia para…

―Nikoláy, Ruslán y Razvan ya no están aliados con Vladimir y Stefan ―le


cortó Jane, subiendo la cabeza con su típica arrogancia.

―¿No? ―Jake bajó las cejas con sorpresa.

―Aquella alianza solo era interesada ―se adelantó mi padre al ver en la


mente de Jane―.

Ninguna de ambas partes tenía pensado continuar con tal unión cuando
obtuvieran ese poder que pensaban que iban a conseguir.
―Vaya, vaya ―bisbiseó Jacob, dándole una entonación sarcástica.

―Ahora Vladimir y Stefan trabajan solos ―siguió Jane, que no miró de muy
buenas formas a papá, por haber hablado por ella. Después, dirigió la vista
hacia Jacob, le repasó una vez más, haciendo que mis muelas ya chirriasen, y
continuó hablando―. Como ya he dicho, se han reorganizado y han formado
un ejército de licántropos mutados. Thiago y su grupo se están encargando de
darles caza, pero son bastante… escurridizos.

―Así que por eso habéis venido hasta aquí ―vio papá, adoptando una
expresión mucho más seria―. De eso queréis hablar con Jacob.

―Ya entiendo ―dijo Jake con cierto aire burlón―. Así que os está costando
pescarles, ¿eh?

Pues si queréis que os ayudemos, vais listos.

―Ese ejército ya está de camino hacia aquí ―reveló Jane en ese tono
monocorde, para asombro de todos los presentes. Mi corazón pegó un bote,
de la impresión―. Hemos venido a avisarte.

―¿Cómo? ¿A avisarme de qué? ―Jacob no daba crédito.

La guardia de los Vulturis giró levemente el rostro hacia Demetri y le cedió la


palabra con un ligero asentimiento.

―He descubierto que Vladimir y Stefan se han enterado de que Nikoláy,


Ruslán y Razvan andan al acecho por estas tierras para terminar con vuestro
hijo antes de que nazca ―empezó a explicar. Mi ritmo cardiaco sufrió otro
fuerte latigazo. Ya sabía eso último, por supuesto, pero escucharlo de esa
forma tan directa y cruel fue como un disparo a bocajarro. Jacob se dio
cuenta y se acercó a mí para darme un beso en la frente al tiempo que
asesinaba a Demetri con la mirada―.

El líder de los licántropos ya ha estado merodeando por aquí con el fin de


ratificar la presencia de los tres magos, y Thiago ha aprovechado para
intentar darle caza, aunque, como ya sabréis, sin éxito. Ahora Vladimir y
Stefan han enviado a su ejército a este territorio para que terminen con 318

Nikoláy, Ruslán y Razvan. No sabemos dónde se encuentra el ejército de


Hijos de la Luna, ni tampoco cuánto tardarán en llegar. Podrían ser semanas o
meses, no lo sabemos. Y tampoco sabemos cuándo piensan actuar, ni dónde
están escondidos los tres magos, pero llegarán y los atacarán.

―Como es lógico, sabíamos que Nikoláy, Ruslán y Razvan andan al acecho


y que estáis vigilando toda la zona, así que nos pareció más seguro enviaros
esa carta por correo ordinario con la excusa del regalo ―añadió Jane,
siguiendo con su petulancia.

―¿Y qué tiene que ver todo eso de los licántropos y los magos con nosotros?
―cuestionó Jacob, frunciendo el ceño―. Es nuestro territorio, pero si se
quieren matar entre ellos, que se maten.

―Vladimir y Stefan tampoco permitirán que ese… hijo vuestro nazca


―afirmó ella, vocalizando esa palabra con un desprecio que me hizo cerrar el
puño con más que rabia―. Si consiguen terminar con Nikoláy, Ruslán y
Razvan, irán a por tu mujercita sin cuartel. ―Jane esbozó una sonrisa abierta
de satisfacción. Mi rabia de antes fue reemplazada súbitamente por un
sentimiento helado, aunque no temía por mí. El semblante de Jacob reflejaba
toda la ira que comenzaba a nacer en él―. Los rumanos quieren el poder para
ellos solos, y harán todo lo que esté en su mano para conseguirlo.

―Parece una buena estrategia, pero a mí no me engañas ―le acusó mi padre,


que no pudo evitar mirar a los tres guardias Vulturis con un resentimiento
claro. Esa estúpida sonrisa de Jane se esfumó rápidamente―. Aro está muy
preocupado por esto, pero no por Jacob o su hijo, precisamente. Sabe de
sobra que el Gran Lobo puede terminar con ese ejército de licántropos, con
los magos o los rumanos perfectamente, ya comprobó su enorme poder hace
tres años. Por eso Aro les ha tendido una trampa a Vladimir y Stefan. Les
habéis hecho saber de las intenciones de los tres magos para que enviasen a
su ejército de licántropos aquí. Ese ejército no tiene nada que hacer contra el
Gran Lobo, pero sí contra vosotros, ¿no es cierto? Queréis que Jacob os
ahorre el trabajo sucio.
―Es imposible engañarte ―admitió Jane, sonriendo con arrogancia―. Pero
no me habías dejado terminar. Si quisiera ocultarte algo, Varick estaría aquí,
¿no crees?

―Bueno, me importa una mierda todo eso ―resopló Jake, enfadado―. No


pienso hacer nada en vuestro beneficio. Ya lo he dicho antes, si quieren
matarse entre ellos, mejor. Les echaré de mis tierras y os los enviaré
calentitos a Volterra ―acabó, tiñendo la frase de acidez.

―Lo malo es que Vladimir y Stefan piensan que tú quieres todo el poder y ya
le han puesto precio a la cabeza de tu mujer ―reveló esa arpía con otra
sonrisa maléfica, como siempre, fingiendo que yo no estaba presente.

Mi boca exhaló con miedo.

―¡¿Cómo dices?! ―Jacob saltó como un resorte, envarándose hacia delante,


lleno de convulsiones.

Mi madre rugió, furiosa, y mi padre la sostuvo, sujetándola por la mano. Los


lobos también protestaron, haciendo sonar sus gargantas con contundencia.

―Tranquilízate, Jake ―le rogué, acariciando su brazo para calmarle un poco.

No era un buen momento para romper el tratado.

―No te enfades. Deberías verlo como un favor que te pide Aro, como una
ayuda que te está solicitando, y eso es un gran privilegio. Aro no le pide
favores ni ayuda a nadie ―afirmó Jane, que no podía tener el mentón más
alto.

―¿Un privilegio? ―Las cejas de Jacob se arquearon hacia arriba,


incrédulas―. Venga ya, no me hagas reír.

―Si Aro te pide ese favor, es porque reconoce tu supremacía y la respeta


―se chivó mi padre.

Los dos guardias que la acompañaban se miraron entre sí durante un mínimo


instante, parecían estar acusándose el uno al otro por haber tenido ese
pensamiento. Jane observó a mi progenitor con mala cara, pero no dijo nada.

―Esto no es un favor, es una encerrona, como siempre ―protestó Jacob,


escupiendo las palabras con rabia.

―Es una simbiosis ―matizó ella.

―Ya, otra simbiosis ―apuntilló él, matizando el vocablo con acidez―.


Como la de hace tres años, ¿no?

―A ti también te conviene.

―A mí me da igual un chupasangres que otro ―le rebatió mi chico,


mirándola con desdén.

―¿Estás seguro? ―Jane sonrió con ese encopetamiento que ponía de los
nervios a cualquiera.

319

A mí la primera―. Si nosotros desapareciéramos y Vladimir y Stefan, o esos


tres magos, nos sustituyesen, todo el mundo sería un caos, no lo olvides.

Eso, por desgracia, era cierto.

―¿Tan poca confianza tenéis en vosotros mismos, que ya dais por hecho que
perderíais contra ellos? ―inquirió Jake, usando un tono burlesco.

Demetri y Felix gruñeron al unísono.

―No te equivoques, lobo. ―De repente, el semblante de Jane se puso más


tenso―. Los Vulturis llevan siglos gobernando, han batallado miles de
guerras y las han ganado. Si continúan con su reinado, es por algo.

―Sí, porque yo se lo permití, no te digo ―chistó mi chico.

―Si lo permitiste, fue porque sabes que los Vulturis tienen que seguir
gobernando ―refutó ella, poniendo cara de resabida. Jacob resopló, muy
irritado, pero no pudo discutir eso―. ¿Lo ves? Es una simbiosis. Cada uno
mira sus propios intereses, ¿no es cierto? ―alegó esa víbora, mirándole de
arriba abajo con esa sucia mirada.

―Deja de mirarle así ―le advertí, apretando las muelas y el puño.

Ya me sacaba de quicio. No era que le mirase, eso no me importaba tanto.


Era el descaro con que lo hacía, pasando de mí como si yo no estuviera
delante. Me estaba ofendiendo, y a Jacob también, por observarle como si
fuera un posible trofeo. Mi pulsera parecía estar sintiendo lo mismo que yo.

―Cálmate, cielo ―me susurró Jake en el pelo―. No te conviene ponerte


nerviosa,

¿vale? ―Porque me lo pedía él, que si no… Inhalé mucho aire y muy
profundamente, y lo solté poco a poco, diciéndome a mí misma que me
tranquilizara. Acto seguido, siguió hablando, aunque volviendo a su
enfado―. No voy a hacerle ningún favor a ese viejo decrépito, ¿está claro? Si
tan poderosos son tus queridos Vulturis, que se las arreglen solos contra esos
licántropos.

―A ti no te costará terminar con ninguno de ellos, y Aro te estará


profundamente agradecido ―continuó esa arpía, haciendo caso omiso a mi
protesta y a la de Jake.

―Y Cayo también ―sumó mi padre―. Todos sabemos que le aterran los


licántropos.

El silencio de Jane fue toda una afirmación, si bien no fue esa su intención.

―No te queda otra opción ―afirmó ella, dirigiéndose a Jacob―. Ese ejército
de licántropos ya está de camino, no hay marcha atrás.

―Siempre hay más opciones ―gruñó Jacob.

―Demetri seguirá rastreando, para ver si averigua algo más ―continuó Jane,
ignorándole―.

Si lo hace, seréis avisados de inmediato.

―Por supuesto. Os conviene que gane Jacob ―soltó mi madre, enfadada.

Esa arpía entrecerró los ojos para enviarle su odio. El gruñido de mi padre ya
empezaba a salir por su garganta.

―Eso si decido enfrentarme a esos licántropos ―farfulló mi chico.

―Aro te estará eternamente agradecido ―sonrió Jane con altivez.

Jacob murmuró algo ininteligible que no fui capaz de entender y luego se


sosegó un poco.

―Todavía no me has dicho cómo demonios hizo ese contacto de Thiago para
averiguar que mi mujer y yo esperamos un hijo ―espetó acto seguido.

Los ojos de Jane volvieron a dedicarme una mirada rabiada, pero pronto los
osciló hacia él.

―Te lo diré, puesto que Edward lo hará igualmente ―accedió de mala gana.
Mi padre le hizo una especie de reverencia con la cabeza, para
confirmárselo―. Ese contacto tiene el don de mimetizarse con cualquier
elemento. Hasta vestido, es capaz de adoptar cualquier textura, paisaje,
fachada e incluso olor. Si ha estado por vuestro territorio, no habréis sido
capaces de verle.

―O sea, que puede estar aquí ahora mismo ―resopló Jake.

―No está aquí ―aseguró ella.

―¿Y cómo lo sabes? ―dudó mi chico.

―Lo único que no consigue mimetizar son cosas en movimiento, ni siquiera


esta suave llovizna.
―Y yo tampoco detecto nada ―agregó mi padre, mirándola con
autosuficiencia.

―No me gusta que ese tipo se pasee por mi territorio. Ya le puedes ir


diciendo a Thiago que no vuelva a ordenarle nada que tenga que ver con
nosotros ni los territorios del tratado ―exigió Jacob.

―Como gustes ―aceptó ella.

―Bueno, pues ya está. Nos piramos ―dijo Jake, a punto de iniciar la


marcha.

―Espera ―le detuvo esa arpía―. ¿No vas a aceptar el regalo de Aro?

―No lo quiero para nada.

320

Felix le lanzó la pequeña cajita revestida de terciopelo azul marino y Jacob la


atrapó sin problemas.

―Acéptalo. A Aro le desagradará si no lo haces ―declaró el vampiro.

Jacob ya iba a tirárselo a la cabeza, pero yo se lo quité de la mano. Lo único


que quería era que se marchasen ya, y, bueno, tampoco quería que Jane
tuviese una excusa para alargar más sus vistazos. Jake suspiró y yo encerré la
caja en mis manos.

―¿No lo vais a abrir? ―inquirió Jane, alzando su labio hacia arriba.

Pesada. No se iba.

―No nos interesa lo que…

―Oh, sí, muy bonito ―afirmé yo, que ya había abierto la cajita con rapidez
para mirar su contenido, interrumpiendo a mi chico.

Era una pequeña esclava de oro, cuya plaquita metálica aún no tenía ningún
nombre grabado.

Mi padre se rio entre dientes, pero a la víbora no le hizo ninguna gracia mi


apresuramiento.

―Dale las gracias a Aro de nuestra parte ―dijo mi padre para seguir ese
protocolo absurdo.

―Así será ―asintió ella, petulante.

Machaqué unas muelas contra las otras cuando Jane le dedicó una última
miradita a mi marido, pero sonreí con satisfacción cuando se dio la vuelta.
Los tres guardias de los Vulturis se pusieron sus capuchas, comenzaron su
lenta y cadenciosa caminata y, sin más, se alejaron en ese horizonte arbóreo.

321

Beneficio colateral

Ninguno traíamos buena cara cuando llegamos a casa, pero el que la tenía
más larga era Jacob.

No le gustaba nada la idea de que ese ejército de licántropos se uniera al


peligro que ya teníamos en ciernes, con Razvan, Nikoláy y Ruslán ya
teníamos bastante. Entró en nuestra vivienda, ofuscado y enfurruñado, y el
resto lo hicimos detrás de él, si bien mucho más calmados. Me quité la
cazadora, la cual estaba empapada, y la colgué en el perchero.

―Y luego dicen que ser el Gran Lobo mola ―resopló, cogiendo mi mano de
nuevo para que nos dirigiésemos al saloncito―. Es una mierda. Mira todo lo
que se me viene encima. Ahora los Vulturis se aprovechan de mí, es el
colmo. Gran Lobo, Gran Lobo… ―farfulló, enfadado.

Sus pies descalzos estaban mojados, llenos de tierra y hierbajos, e iba


dejando una serie de huellas por todo el vestíbulo. Iba a decirle algo para que
se calmase un poco, pero cuando pasamos al salón, me quedé muda y
boquiabierta. Todo ese ambiente cambió.
―¡Felicidades! ―gritaron los cinco miembros del aquelarre de Denali a la
vez.

En menos de un abrir y cerrar de ojos, me vi precipitadamente envuelta en


abrazos y muestras de alegría a la vez que Jake recibía felicitaciones por
todas partes.

―Gracias ―fui diciendo yo, ya que Jacob no sabía si ponerse contento o


salir de casa disparado como un cohete.

Le entendía. Le entendía perfectamente. No es que Jake no agradeciera la


visita de los de Denali, puesto que también habían venido a ayudarnos, no es
que no agradeciera sus muestras de cariño y alegría, sus felicitaciones, pero
yo mejor que nadie sabía que lo que Jacob deseaba ahora mismo con todas
sus fuerzas era un poco de paz para tranquilizarse, un momento a solas,
conmigo.

Él estaba acostumbrado a contármelo todo, a contarme lo que le preocupaba,


lo que le alegraba, lo que le enfadaba, a desvelarme todos los secretos, todo
lo que ocurría en su día a día, todo, todo lo compartía conmigo. Y por otro
lado también estaba el hecho de que nuestra pequeña casita estaba llena de
vampiros, cada uno de ellos con su correspondiente olor ácido y con sus
correspondientes sentidos desarrolladísimos. Jacob ya estaba más que
acostumbrado a su presencia, por supuesto, sin embargo, no dejaban de ser
vampiros, con todo lo que eso supone para un metamorfo.

―Tanya y los suyos por fin han vuelto de su viaje de Europa, y han venido a
ayudarnos ―nos reveló Alice, aunque mis padres, Jake y yo ya nos lo
habíamos figurado, claro.

―Sí, creo que ya nos hemos dado cuenta ―respondí, usando un tono un
tanto burlón.

Alice me sacó la lengua.

El aquelarre de Denali no había podido venir antes, ya que cuando les


habíamos llamado se encontraban en Suiza, cambiando un poco de aires.
Garrett fue el que más lo agradeció, antes era un nómada aventurero que se
movía de aquí para allá, y aunque ahora ya se había acostumbrado a la
quietud, rutina y estabilidad de un hogar fijo, a veces también echaba de
menos esos viajes que solía hacer en sus épocas pasadas. Fue por esto que no
les azuzamos para que viniesen más temprano. Además, yo ya gozaba de una
protección suficiente, aunque mis padres y Jacob insistían en que cuantos
más fuéramos, mejor.

Agarré a Jake de la mano y le di un beso en la mejilla para animarle un poco.


Después, le sonreí y le acaricié la misma, dejando que nuestros ojos se
encontrasen durante un fugaz instante, instante que fue suficiente para
decírnoslo todo. Su labio no tardó en curvarse hacia arriba y adiviné en sus
pupilas lo mucho que deseaba besarme.

―Rose nos ha dicho que estás de un mes ―me dijo Carmen, sonriéndome.

Me volví hacia ella, un tanto apurada, porque ya había empezado a quedarme


un poco atontada al mirar a Jacob.

―Sí ―asentí, correspondiendo su sonrisa.

―Y es un niño, ¿verdad? ―siguió Tanya.

―Así es.

―Es estupendo ―exclamó Garrett.

―Es maravilloso ―secundó Kate.

322

―Nos alegramos mucho por vosotros, y os damos nuestra más sincera


enhorabuena ―sonrió Eleazar―. Y, por supuesto, contáis con nuestra ayuda.

―Gracias ―contestó Jake esta vez, sacándose una media sonrisa, mientras le
daba una palmada en el brazo.

―Bueno, y ahora contadnos, ¿qué ha pasado en ese encuentro con Jane?


―preguntó Carlisle, que ya estaba algo ansioso por saberlo.

―¡Uf! No me hables ―masculló Jacob, soltando mi mano para dejarse caer


en el sofá.

Agradecí que esa manta estuviera extendida sobre el asiento de color crema,
porque sus pantalones estaban bastante mojados.

―¿Ha ocurrido algo? ―quiso saber Esme.

―¿Que si ha ocurrido algo? Pues que ahora los Vulturis se aprovechan de


mí, eso ha ocurrido ―farfulló, malhumorado.

Me acerqué al sofá y me senté junto a él, medio aovillándome para


acurrucarme mejor a su lado.

Jacob agradeció mi gesto alzando su brazo y rodeándome con el mismo,


apretándome contra su costado desnudo.

―Los Vulturis quieren otra… simbiosis ―les explicó mi padre, cargando esa
palabra que había usado Jane de resignación.

―¿Cómo? ¿Otra simbiosis? ―repitió Jasper, frunciendo las cejas con


extrañeza.

Mientras mi padre comenzaba a explicar todo lo que había pasado, rodeé el


torso de mi chico con mis brazos y le achuché más. Se estaba tan a gusto
ahí… Luego, Jake me dio un cálido y dulce beso en la cabeza.

Me mordí el labio y observé la estancia, a toda mi familia. Como mis padres


ya estaban contando lo ocurrido con pelos y señales, y no nos necesitaban
para aclarar nada, aproveché para colocar mi mano en la mejilla de Jacob.
Bajó y ladeó el rostro para mirarme en cuanto comencé a dejarle ver lo que
pasaba por mi mente.

Lo primero que me vino a la cabeza fue su rostro enfadado y su malestar por


toda esa situación en la que nos habían metido los Vulturis. Le recordé
caminando por ese claro, dándole una patada a una pequeña rama, de la que
nos íbamos. Después, mi mente cambió de imagen. Caminábamos por el
bosque, regresando a casa junto con mis padres, y mis ojos se fijaban en su
rostro ofuscado, enojado, no podían apartar la vista de él.

―Sí, me ha fastidiado bastante ―admitió con un murmullo muy bajo.

Entonces, le mostré a un Jacob muy diferente. Jovial, alegre y


despreocupado. El Jacob que yo quería ver.

Sus labios se curvaron ligeramente, pero algo es algo. Bajó su rostro un poco
más y pegó su frente a la mía. Las mariposas de mi estómago ya se pusieron
en marcha.

―Lo intentaré ―susurró.

Repetí la misma imagen varias veces, insistiendo. Jacob jovial y alegre, Jacob
jovial y alegre, Jacob jovial y alegre…

―Vale, vale ―rio con una risita sorda―. Cualquiera dice que no. ¿Te parece
mejor así? ―bisbiseó, sonriente.

Mi boca esbozó una sonrisa automáticamente, contagiada por la suya. Le dejé


ver lo que me gustaba verle así, y que deseaba verle feliz para siempre.

―Lo soy. No te imaginas cuánto ―afirmó con otro susurro ronco. Y su


mano acarició mi mejilla, haciendo que se me pusiese todo el vello de punta.

Automáticamente, empezaron a salir imágenes de nuestro bebé. Ese niño


moreno, de ojos negros y brillantes, tan parecido a Jacob, tan guapo como él.
Ya tenía unos meses, los suficientes como para que ya se riera y zarandease
sus piernecitas en los brazos de su padre, que lo sostenía en alto mientras
sonreía de felicidad.

La sonrisa de Jake se amplió al ver esas imágenes. Todavía eran fruto de mi


imaginación, por supuesto, pero sus pupilas centelleaban con entusiasmo.
Verle así producía mi propia felicidad.
―¿Y tú qué sabes si él va a ser así? ―cuestionó, riéndose en voz baja―.
Puede que se parezca a ti.

Estaba tan segura, que no lo dudé ni un instante.

―Lo sé ―aseguré, mirándole con certidumbre.

Su boca fue bajando poco a poco, apagando esa sonrisa, hasta que Jacob se
quedó embobado, mirándome con esos ojos tan penetrantes e intensos que me
reclamaban. Mi corazón se aceleró y mis coloridos insectos hicieron de las
suyas de nuevo cuando pegó sus labios a los míos y empezó a 323

entrelazarlos con suavidad y meticulosidad, sintiendo bien el roce de nuestras


bocas. Me estremecí.

Mi mano se rindió; descendió por su mejilla, arrastrándose por su mandíbula,


y aterrizó en su clavícula.

Cuando mis labios se empezaron a emocionar y mi palma ya iba a bajar hacia


su pecho, una fuerte y fingida tos nos hizo salir de nuestra nube. Jacob y yo
soltamos nuestras bocas, yo sobresaltada y él molesto, y nos separamos un
poco. No pude evitar que la sangre invadiera mi cara, por un momento había
olvidado por completo que todo el mundo estaba ahí, delante de nosotros.

Eleazar observaba a mi chico con una expresión expectante, con las cejas en
alto, como si esperase una respuesta.

―¿Qué? ―pidió Jacob que le repitiera, ya que ninguno de los dos había
escuchado su pregunta, claro.

―¿Ya has tomado una decisión? ―repitió él―. ¿Vas a batallar contra esos
licántropos?

El resoplido enfadado de Jacob debió de escucharse en toda la reserva.

―¿Y qué voy a hacer? No tengo más remedio, ¿no? ―bufó con un enojo
resignado―. No me hace nada de gracia, pero si los licántropos consiguen
vencer a los magos, irán a por Nessie y el bebé, y eso no lo voy a permitir.

―No tienes por qué preocuparte ―le calmó Eleazar―. Tú eres muy
poderoso. No importa lo grande que sea ese ejército, te desharás de todos de
un solo golpe de tu poder espiritual.

―Sí, ya, eso ya lo sé ―volvió a suspirar, exasperado―. Lo que me molesta


es que, con eso, estaré haciendo un favor a esas momias de los Vulturis. ―Y
murmuró algo ininteligible.

―¿Y por qué han hecho esto? ―preguntó mamá―. Creía que la guardia de
los Vulturis era muy poderosa. ¿Es que esos licántropos suponen tanto
peligro para ellos? ¿Acaso no los pueden vencer?

―Los licántropos siempre han sido enemigos naturales de los vampiros


―explicó Garrett, que sostenía las manos en los bolsillos de su pantalón―.
Durante siglos, han mantenido duras batallas territoriales, y los Vulturis no se
han librado de ellas. En una de estas, Cayo estuvo a punto de morir una vez, a
manos de un Hijo de la Luna. Es el día de hoy que aún le dan terror.
Finalmente los vampiros consiguieron aniquilar a los licántropos, pero
necesitaron de muchos siglos de luchas, y, aun así, no llegaron a extinguirlos
del todo. Como ves, los licántropos son muy, muy fuertes.

―Sin duda Cayo se evitará el mal trago si puede ―continuó Eleazar―.


Estoy seguro de que por una vez le está muy agradecido a esa alianza que han
hecho contigo, Jacob. ―Mi chico rechinó los dientes―. Los Vulturis son
muy poderosos, pero un ejército numeroso de Hijos de la Luna es un
verdadero problema para ellos. Algunos Hijos de la Luna son inmunes a
ciertos dones de los que gozan los vampiros, y eso les hace más fuertes.

―¿Inmunes? ―repetí, sorprendida.

―Selección genética ―intervino Carlisle. Al ver que Jacob y yo bajábamos


el ceño con extrañeza, siguió hablando―. Durante miles de años han ido
sobreviviendo los que tenían una predisposición especial a ser resistentes a
ciertos dones. Con el paso del tiempo la evolución ha mejorado esa cualidad,
puesto que los individuos que gozaban de ese gen eran los que sobrevivían.
Si tenemos en cuenta la teoría de la evolución de…

―Vale, vale, Doc ―le interrumpió Jake―. No hace falta que nos expliques
toda la teoría de la evolución. Creo que ya lo hemos entendido.

―Cierto, disculpadme ―asintió mi abuelo con una ligera sonrisa en su


impoluta cara―. A veces me dejo llevar demasiado por el entusiasmo.
Continúa, Eleazar, por favor.

El mencionado sonrió y cabeceó de arriba abajo con un movimiento sutil y


elegante.

―Aparte de esa inmunidad a ciertos dones, los Vulturis temen el hecho de


que se trate de un ejército. Los licántropos no se mueven en manadas, y
mucho menos en grupos grandes, puesto que estos seres son muy territoriales
y muy independientes, no soportan estar bajo el mando de nadie, eso sin
contar lo inestables y descontrolados que son. Esto provoca conflictos y
enfrentamientos entre ellos, hasta tal punto, que pueden llegar a matarse entre
sí. Sin embargo, Vladimir y Stefan han logrado crear un ejército de ellos, y
eso hace a esos licántropos mucho más peligrosos. Si los vampiros han
intentado extinguir a los Hijos de la Luna a lo largo de la historia, es porque
son realmente peligrosos. Los licántropos se movían solos y les costó
aniquilarles. Imaginaos un ejército entero de ellos.

―Así que los Vulturis están muertos de miedo por ese ejército de licántropos
y le han pasado el papelón al Gran Lobo ―llegó a la conclusión Emmett,
cuya boca esbozó una sonrisa.

324

Jake resopló por lo bajo.

―Jacob no tendrá ningún problema para matarles a todos ―reiteró


Eleazar―. Aro lo sabe muy bien y se aprovechará de eso, por supuesto. ―Mi
chico volvió a resoplar―. De todas formas, es más conveniente para todos
que los Vulturis hayan obrado así. Si ellos desaparecieran, todo sería un caos.
―No me lo recuerdes… ―farfulló Jake, malhumorado―. Aunque eso no
quita para que dejen de ser unos miserables. Han utilizado a mi mujer y a mi
hijo como cebo, y eso no se lo perdono ―gruñó.

―No tenían opción. Aro sabe que si te hubieran pedido ayuda, tú no se la


habrías prestado.

―Genial, ahora defiéndelos ―protestó Jake, frunciendo el ceño aún más.

―No les defiendo. Solo estoy diciendo que ellos tampoco tenían otra opción
―alegó Eleazar, hablando con calma―. Por supuesto, Aro siempre tramará
alguna argucia para conseguir sus objetivos, y es totalmente cuestionable, no
hay duda, pero vuelvo a repetir que esto es lo mejor para todos, aunque él
solo vele por sus propios intereses.

―Es un beneficio colateral ―coincidió Jasper.

―Un beneficio colateral ―chistó Jacob, mirando para otro lado.

―Sé lo… incómodo y molesto que resulta esto para ti, Jacob, sin embargo,
Eleazar tiene razón ―opinó papá, que se encontraba junto al sofá con mi
madre―. Sus métodos son reprobables, por supuesto, pero esto es lo mejor
para todos, sobre todo para la especie humana.

Mi chico volvió el rostro hacia él con rapidez.

―Ya, ¿y tú crees que si yo les pidiese ayuda alguna vez, ellos me la iban a
prestar? ―planteó, enfadado, usando cierta ironía en su entonación―. Vale,
está claro que jamás les voy a pedir ayuda, pero ponte en el supuesto de que
sí. Ellos me mandarían a la…

Mi mano se pegó a su mejilla como un rayo.

Cálmate, cielo, por favor.

Mi ruego hizo que la palabra que iba a soltar se quedase muda en su garganta,
y sus ojos se encontraron con los míos.
Por favor, reiteré, implorándole con la mirada.

―Porque me lo pides tú ―murmuró, resoplando.

―¿Y qué ocurriría si Nessie perdiera al bebé? ―preguntó de pronto Rosalie,


provocando que Jake y yo cambiásemos la mirada hacia ella―. Hasta que no
esté de tres meses, todavía está en la franja de peligro.

Mi corazón se encogió bajo mi esternón y miré a Jacob, que parecía haber


sentido lo mismo que yo. Rosalie tenía razón, eso podía suceder, sin embargo
nosotros nunca nos habíamos planteado esa posibilidad, ni se nos había
pasado por la cabeza, porque tan solo pensarlo nos congelaba el alma.

Ahora ya no podíamos imaginar un futuro a corto plazo sin ese niño, ya no, y
si pasara algo…

Al ver el mío, el rostro de Jacob dejó esa alarma e inquietud inicial y pasó a
mirar a Rosalie con ganas de matarla.

―¿Por qué tienes que ser tan bocazas, eh? ―le reprochó.

―Rose ―la regañó mi madre.

―Lo siento, pero es una opción que tenemos que tener en cuenta ―se
defendió ella, dedicándome una mirada cauta.

―Pero podías ser un poco más delicada, ¿no? No sé, digo yo ―protestó
Jacob.

―No, Jake, tiene razón ―suspiré, asumiéndolo, acariciando su brazo―.


Tenemos que tenerlo en cuenta, así que seguid. ¿Qué ocurriría?

―No estoy seguro ―admitió Eleazar, frotándose el mentón con la mano―.


Depende de si Nikoláy, Ruslán y Razvan se enteran de ello o no, supongo. Si
se enterasen, ya no vendrían hasta aquí, seguirían en su escondite, esperando
una nueva oportunidad, así que puede que los licántropos tampoco viniesen.

―Según la mente de Jane, el primer objetivo de los licántropos son Razvan,


Nikoláy y Ruslán ―nos aclaró mi padre, ya que nos vio un poco confusos―.
Vladimir y Stefan quieren deshacerse de ellos lo más rápido posible para no
tener más obstáculos a la hora de enfrentarse a los Vulturis en una batalla. Lo
que no sé es si Jacob también está entre sus objetivos.

―Jane dijo que Vladimir y Stefan querían todo el poder para ellos solos y
que harían cualquier cosa para conseguirlo ―recordó mamá con
preocupación.

Volví a sentir un pinchazo en el corazón cuando saltó de su sitio.

―Sí, pero también saben que los Vulturis tienen esa alianza con Jacob, y les
conviene 325

deshacerse de ellos primero ―declaró papá.

―Bueno, mira, eso de momento da igual ―irrumpió Jacob―. Lo único que


vamos a conseguir es rompernos más el tarro. Es una tontería pensar en una
cosa que no ha ocurrido, ¿no os parece?

Además, no quiero que Nessie se preocupe de eso, ya tiene bastante presión.


―Y su brazo me apretó contra su costado.

―Cierto. No compliquemos más las cosas ―secundó Carlisle―. De


momento, preocupémonos de lo que tenemos. Los Hijos de la Luna vendrán
para batallar contra Razvan, Nikoláy y Ruslán, y si los vencen, intentarán
atacar a Nessie.

―Pues que ni lo sueñen ―afirmó mi chico con contundencia―. Me importa


una mierda cuántos sean, me los cargaré a todos.

―Estamos dando por hecho con demasiada ligereza que ganarían los
licántropos. Sin embargo, también hay que tener en cuenta que los magos son
muy capaces de vencerles ―siguió Jasper―.

Su magia es bastante poderosa, todos lo comprobamos una vez, así que puede
que no te sea necesario hacerles ese favor a los Vulturis ―le dijo a Jacob.
―Ojalá ―suspiró él―. De todos modos, poco importa quién gane, porque
terminaré con ellos, sean magos o un ejército de licántropos.

―¿Y cómo conseguirían Vladimir y Stefan crear ese ejército? ¿Acaso han
logrado domar a esos licántropos? ―Mamá no encontró otra palabra que lo
definiera.

―Creo que la clave está en ese líder de los licántropos ―opinó mi padre―.
Para empezar, que Demetri se refiriera a él como líder, ya resulta extraño.
Como Eleazar explicó, los Hijos de la Luna no tienen líderes ni admiten
ninguna voz de mando. Y Jacob dijo que ese licántropo parecía más
inteligente y comedido que los demás. Si Aro envió a Thiago y su grupo a
por él, tiene que ser por algo.

―¿Otra mutación genética, tal vez? ―inquirió Jasper, dirigiéndose a


Carlisle.

―Podría ser ―asintió este―. No podemos descartar ninguna posibilidad.

―Hablando de Thiago ―intervino Jake―. También me preocupa ese


contacto suyo.

―Estaré alerta ―afirmó papá, mirándole con seguridad―. Puede que sea
capaz de mimetizarse con el medio que le rodea, pero su mente no. Aunque
vi que Jane tiene la intención de transmitirle a Thiago tu petición.

―Ya, bueno, las intenciones solo son intenciones. Después hay que
cumplirlas ―dijo Jacob, usando cierto sarcasmo.

―Estaré alerta ―reiteró mi progenitor.

―¿Y no viste en los pensamientos de Jane nada más acerca de ese contacto?
―preguntó Alice.

―No. Jane no lo conoce. Ni siquiera sabe cómo se llama ―le contestó mi


padre.
Mi tía torció el gesto.

―Bueno, esto no tiene que interferir de modo alguno en nuestros planes


―habló mi abuelo―.

Seguiremos con ellos tal y como los teníamos pensado. Y por el bien de
Nessie y el bebé, recomiendo a todo el mundo no decir cosas que puedan
ponerla nerviosa o exaltarla, sobre todo en este primer trimestre de gestación.

―Eso ―apoyó Jake, dedicándole una miradita de advertencia a Rosalie.

―No diré nada más ―prometió ella, un poco arrepentida.

―En fin, creo que yo me iré al bosque, a ver si los lobos me necesitan
―soltó Emmett, ya dirigiéndose hacia el vestíbulo con una sonrisa de oreja a
oreja ante la perspectiva de un poco de acción.

―Te acompaño ―le siguió Jasper.

―Esperadme, yo quiero ver cómo os organizáis ―corrió Garrett.

―Pues yo me voy a quedar aquí un rato más ―manifesté yo, achuchándome


contra Jake.

Él sonrió y me dio un beso en la cabeza.

―Descansa un poco ―me susurró en la misma.

Su abrasador aliento acarició mi cuero cabelludo y me estremecí, pero cuando


sus prodigiosos dedos empezaron a pasar entre los mechones de mi cabello,
ya entré en la gloria total.

Mi familia se fue dispersando, unos por la casa, otros por el exterior, de


camino a los bosques, y Jacob y yo nos quedamos un momento a solas,
aunque no era una soledad completa, claro, pero aun así, la disfrutamos.

Bendita soledad. Por desgracia, iba a ser demasiada escasa a partir de ahora,
aunque esto era necesario para que el bebé y yo estuviéramos seguros. Mi
mente ya quería empezar a llenarse de imágenes de licántropos horribles y
magos malvados, pero cerré los ojos e intenté relajarme. No me 326

costó mucho, la verdad. Las suaves y delicadas caricias de Jacob, y el compás


de su corazón, ayudaban mucho. Su maravilloso efluvio me recordaba que
estaba entre sus brazos, segura, protegida.

Fui entrando en un estado de trance poco a poco, dejándome llevar por esa
marea que se internaba en mi subconsciente y que me mecía lentamente,
acunándome, arrullándome… Sí, estaba en la gloria, en el cielo, en el
paraíso…

Así que cuando me quise dar cuenta, me dormí.

327

Ecografía

Cerré el grifo del agua caliente, me escurrí el pelo con las manos y después
abrí la mampara, cogiendo mi toalla para secarme. Salí de la ducha y cuando
terminé de hacerlo, me eché otro vistazo.

Sonreí.

Me acerqué a la lavadora, donde reposaba mi ropa, y me vestí. En cuanto


terminé de desenredarme el pelo, salí del baño y me dirigí hacia el
dormitorio.

Iba a encaminarme hacia la cama para hacerla, pero me fue imposible frenar
el impulso de pararme frente al espejo que colgaba de la pared, pegado al
armario. Este era tan alto como Jacob y llegaba hasta el suelo, así que me
podía ver entera. Me coloqué de perfil y alcé la camiseta para mirarme.

Mis labios también se alzaron con ilusión. Ya me veía todos los días, pero no
podía evitar volver a mirarme. Mi vientre ya había dejado de ser liso hacía un
tiempo. Poco a poco, semana tras semana, se había ido transformando en una
pequeña barriguita que revelaba que este era mi cuarto mes de embarazo. Ya
había pasado esa franja peligrosa de los tres meses, y estaba feliz. Sí, la
palabra era feliz. Esa corriente eléctrica que había sentido el primer día que
me había enterado de mi embarazo ahora recorría toda mi anatomía, cada
célula de mi organismo, con libertad, continuamente.

Unos conocidos y cálidos brazos fuertes me rodearon por detrás con


delicadeza y mi sonrisa se amplió. Jacob me arrimó a su cuerpo y llevó su
rostro hacia delante para darme un beso en la mejilla. Mi vello se puso de
punta y mis mariposas iniciaron su alocado vuelo de siempre. Después, bajó
sus manos hasta mi hinchado vientre y lo acarició mientras ambos nos
mirábamos a través del espejo y sonreíamos de felicidad.

De pronto, sentí un ligero movimiento dentro de mi barriga.

―Creo que se ha movido, ¿lo has notado? ―exhalé con grata sorpresa.

De un tiempo a esta parte solía notar ciertos movimientos, pero no sabía si


era producto de mi imaginación, motivada por esta enorme ilusión.

―Sí ―rio.

―No es mi imaginación… ―murmuré, mirándome en el espejo, sonriendo.

Jake se quedó anonadado, observándome a través del reflejo. Después, acercó


su rostro a mi sien.

―Estás preciosa ―me susurró al oído, provocando a mi piel y a mis


mariposas de nuevo.

Sus tórridos labios comenzaron a deslizarse por mi oreja y mi cuerpo se


estremeció con intensidad. Luego, descendieron con esa suavidad para rozar
mi mandíbula y mi cuello, dejando que su aliento de fuego abrasara mi piel, y
ya empecé a hiperventilar sin remedio al tiempo que mis párpados caían. Iba
a girar el rostro para que mi boca llegase a la suya, sin embargo, antes de
iniciar esta acción, Jacob se despegó de mi piel y se enderezó. Abrí los ojos,
decidida a voltearme hacia él, pero entonces sus manos dejaron mi vientre y
se alzaron para ayudar a las mías a bajar mi camiseta.
―Será mejor que hagamos la cama ―sugirió, tomando aire para soltarlo
lentamente.

Me dio un beso en el lateral de mi cabeza y se separó de mí. Me volví y vi,


algo desesperada, cómo se dirigía a la cama para hacerla.

Mi libido había estado bajo mínimos durante los tres primeros meses, pero
ahora que mis hormonas se habían estabilizado no solo se había recuperado,
sino que había aumentado bastante.

El problema es que Jacob últimamente no estaba por la labor. No sé qué le


pasaba, él no me decía nada, y yo tampoco sabía cómo sentirme, ni qué
hacer. Estaba bastante confusa, la verdad, porque me moría por hacer el amor
con él, sin embargo, aunque seguía siendo tan cariñoso y atento conmigo
como siempre, Jake evitaba cualquier contacto físico prolongado, incluso
cortaba los besos que se alargaban un poco, y estaba desconcertada con esa
actitud.

Mi cuerpo se estaba desfigurando, así que tal vez ya no se sentía tan atraído
por mí, tal vez ese 328

deseo que siempre había sentido por mí había desaparecido por un tiempo.
¿Sería eso? ¿O quizá veía mi pequeña barriga como algo demasiado maternal
y ya no encontraba en mí nada sexual?

También podía ser que tuviera miedo a hacerle daño al bebé, aunque ya
habíamos leído en varias revistas especializadas ―y el propio Carlisle nos lo
había confirmado― que el niño no corría ningún peligro con las relaciones
sexuales, con lo que eso ya quedaba descartado. O puede que lo que pasase
en realidad es que esta falta de privacidad le afectase, aunque eso me parecía
tan raro en Jacob…

Me mordí el labio y le miré mientras estiraba las sábanas. No le había dicho


nada antes, porque quería esperar para ver si solo era algo pasajero, algo de
unos días, y tampoco quería agobiarle. Además, ahora era habitual en mí el
sentirme más sensible de lo normal, y podía ser una exageración mía. Sin
embargo, ya habían pasado dos semanas y Jake seguía igual, así que esto ya
empezaba a preocuparme de verdad. Tenía que hablar con él.

Jacob se percató de que llevaba un rato mirándole y levantó la vista de la


cama, irguiéndose.

Sus ojos se engancharon en los míos, examinándolos, y terminó frunciendo el


ceño ligeramente, con extrañeza.

―¿Qué pasa? ¿Ocurre algo? ―me preguntó.

Cogí aire para llenarme de determinación y me decidí a acercarme a él para


hablarlo, pero cuando levanté un pie, alguien picó a la puerta.

Gruñí por lo bajo.

Mamá asomó la cabeza con una enorme sonrisa que se extendía a lo largo de
su rostro marmóreo. Casi parecía mentira que una tez así, con esa textura que
daba la impresión de ser algo pétreo y duro, pudiera moldearse tan bien para
adoptar esa expresión sumamente sonriente.

―Chicos, tengo una buena noticia ―anunció, pasando al dormitorio―.


Carlisle ya tiene el aparato de ecografías en casa, así que te puede hacer una
ahora mismo.

―¡Genial! ―exclamó Jake, entusiasmado. Se acercó a mí como un bólido y


se puso delante, tomándome por la cintura―. Nena, por fin podremos ver al
bebé. ―Sus ojos centellearon cuando lo dijo.

―Sí ―sonreí, ilusionada, porque llevábamos deseando esto hace mucho


tiempo.

Aproveché la ocasión para rodear su cuello con mis brazos y abalanzarme a


sus labios. Le besé con efusividad, sin importarme si mi madre estaba delante
o no, eso ya me daba exactamente igual.

Al principio pareció un poco sorprendido, pero luego no tardó nada en


corresponder mis besos. Mis mariposas volaron con ímpetu por mi estómago
y mi corazón metió la quinta marcha. El suyo también se aceleró, y eso hizo
que mis labios se movieran más animosamente y que mis manos se aferraran
a su pelo. Pero, para mi desgracia, ese beso duró un breve momento. Cuando
la energía ya empezaba a fluir, despegó su boca, eso sí, con delicadeza, y
apoyó su frente en la mía. Nuestras gargantas no dejaban de hiperventilar.
Aún seguíamos con los ojos cerrados, pero escuché cómo tomaba aire para
recuperarse. Al menos, parecía que le había costado separar sus labios de los
míos.

Mi boca no se había movido, pero estaba a punto de ir a buscar la suya de


nuevo, cuando despegó su rostro del mío. Abrí los ojos con precipitación y se
encontraron con sus pupilas enseguida, mirándolas con esa confusión que me
había vuelto a embargar. Jacob también parecía algo desconcertado por mi
reacción, descolocado. Sus cejas bajaron un poco para adoptar la misma
expresión de extrañeza de antes. Era como si algo no encajase en algún
patrón que él se hubiera fijado. Deslicé la mano derecha por su cuello y la
llevé hasta su mejilla, dispuesta a preguntarle qué le pasaba.

―Bueno, ¿bajáis ya? ―irrumpió Alice de repente, haciendo que Jake y yo


nos sobresaltáramos―. Estamos ansiosos por ver la ecografía.

Me fijé en que mi madre ya no estaba en nuestro dormitorio, seguramente se


había marchado para darnos un poco más de intimidad.

―¿No sabes picar? ―protestó Jake, separándose de mí para cogerme de la


mano.

Suspiré, frustrada por no haber podido hablar con él.

―Lo siento ―se disculpó ella con voz cantarina, danzando hacia el pasillo.

Saqué la cazadora del armario, me la puse y cogí a Jake de la mano otra vez
para acompañar a mi tía.

Bajamos las escaleras, detrás de ella. Mientras lo hacíamos, noté que Jake me
observaba, así que giré el rostro hacia él y le pillé desprevenido. Todavía
quedaba algo de esa extrañeza en su mirada, que me estudiaba al tiempo que
se mordía su grueso labio inferior, aunque pronto se disipó 329

para observarme con entusiasmo y acabó sonriéndome.

―¿Estás nerviosa? ―me preguntó.

―Un poco ―admití, correspondiendo su sonrisa alegre.

―Yo también ―confesó.

Apretamos nuestro amarre, sin dejar de sonreírnos, y seguimos descendiendo


por la escalera hasta que llegamos al vestíbulo, donde nos esperaba parte de
mi familia.

―¿Ya habéis terminado? ―bromeó mi madre, soltando una risilla.

Quién me mandaría a mí…

―Sí ―respondí a regañadientes, ya algo colorada.

Mamá se rio.

Alice, mis padres, Rosalie, Esme y Carmen ya estaban saliendo por la puerta
cuando Jake y yo apoyamos nuestros pies en la planta baja. Emmett esperaba
en ese Jeep nuevo que se había comprado hacía un par de meses. Salimos de
casa, con mi familia y Jake vigilando los alrededores y escoltándome en todo
momento, y nos distribuimos entre su coche y el Golf de Jacob, hasta que nos
marchamos de allí para dirigirnos a la vivienda de mi familia.

―¿No tienes ganas de cambiar de coche, Jacob? ―le preguntó mi padre,


apartando unas viejas revistas a un lado para ponerse más cómodo en ese
asiento trasero destartalado.

―¿Por qué? Me gusta mi coche ―le respondió mi chico, mirándole desde el


espejo retrovisor, a intervalos.

―Este tiene muchos años ―opinó mi progenitor, observando su interior―.


Además, cuando nazca el bebé necesitaréis más espacio.
―Mi coche está perfectamente, siempre lo tengo a punto ―afirmó Jake, un
poco molesto al ver las intenciones de mi padre―. Y hay espacio de sobra
para él.

―No te ofendas. No estoy diciendo que tengas que deshacerte de este. Tu


Golf podrías usarlo para otros menesteres más personales. Pero podrías tener
otro vehículo más familiar, ahora que vais a tener un hijo.

―Ya, y déjame adivinar. Seguro que ya sabes de uno ideal para nosotros,
¿no? ―aventuró Jacob con un aire claramente ácido.

Mi padre se sacó algo del bolsillo de su pantalón con presteza.

―Un Volvo familiar con elevalunas eléctricas, amplio, de cinco puertas, con
todos los asientos reclinables, un gran maletero, aigbars en todas las plazas…
―redactó papá, pasándome esa hoja que había arrancado de alguna
publicación de coches―. Los caballos y el color serían a tu elección.

La cogí y observé la fotografía del coche.

―¿Ahora qué eres, un vendedor de coches? ―resopló mi chico.

―Es muy bonito ―reconocí, enseñándoselo a Jake.

Lo miró de refilón, no de muy buena gana.

―Está disimulando, pero le ha gustado ―se chivó papá.

Jacob le fulminó con la mirada a través del espejo retrovisor.

―Sí, es un coche muy bonito ―admitió a regañadientes y con retintín―.


Pero no puedo pagar tantos…

―El seguro de este coche también correría de mi cuenta ―se le adelantó mi


padre, alzando el labio.

La cara de mi chico se volvió a torcer.


―La verdad es que nos vendría bien un coche más grande ―opiné,
observando a Jake con un poco de precaución. Él no dijo nada, pero me
dedicó una fugaz mirada de reojo cargada de sorpresa y un poso de reproche.
Carraspeé y seguí hablando―. El Golf me encanta, ya lo sabes, pero no tiene
cinco puertas, y el maletero no es muy amplio. Sería más cómodo ese Volvo.

―Un Volvo ―chistó, girando el rostro hacia su ventanilla―. ¿No había otra
marca?

―Es muy bonito ―intervino mamá.

―Los caballos y el color serían a tu elección ―repitió mi padre.

Jake murmuró algo entre dientes que no logré descifrar muy bien.

―Bueno, ya me lo pensaré ―dijo finalmente, resoplando.

Me giré hacia mi padre, el cual me sonrió por su casi victoria.

Seguimos el trayecto charlando y discutiendo sobre la música que Jacob y yo


teníamos puesta en el estéreo del coche, así que cuando nos dimos cuenta ya
habíamos llegado a la casa de mi familia.

Emmett ya tenía su Jeep aparcado frente al porche y el vehículo estaba


desocupado, por lo que 330

el resto ya debía de estar en la vivienda. Jake aparcó al lado y nos bajamos


del Golf para adentrarnos en casa. Una vez pasado el umbral de la puerta,
Alice ya me agarró del brazo y me encaminó hacia las escaleras mientras mi
mano seguía sujetando a la de Jacob e iba tirando de él.

Toda una hilera de vampiros comenzaron a seguirnos.

Subimos una planta y caminamos hasta la puerta del despacho de Carlisle,


que ahora se había transformado en una sala médica.

―Pasad, por favor ―nos instó, sujetando la puerta abierta.


Mi chico y yo nos miramos, sonrientes, y pasamos al interior, seguidos de los
demás, que montaron un barullo enorme en la puerta.

―Un momento ―les detuvo Jake, haciendo que todos se callasen―. ¿Es que
vais a entrar todos aquí?

―Yo quiero ver la ecografía ―declaró Alice con efusividad, dando saltitos
al tiempo que aplaudía.

―Ya, pero sois muchos ―objetó Jacob, haciendo un recuento rápido con la
vista―. Y, no sé, me apetecía que esto fuera un poco más… íntimo, ¿sabéis?
Que solo estuviéramos Nessie y yo, por lo menos un rato. Es nuestro
momento personal con el bebé, es la primera vez que vamos a verle, y,
bueno…

―Jacob tiene razón ―coincidió Carlisle―. Este es un momento muy


especial para los padres que deben disfrutar con un poco más de intimidad.

Mi abuelo y Jake parecía que me hubiesen leído el pensamiento. Mi familia


no me molestaba para nada, por supuesto, pero prefería vivir este momento
con Jacob a solas.

―Lo entendemos perfectamente ―afirmó papá, asintiendo con la cabeza―.


Esperaremos fuera.

―Gracias, papá ―le sonreí.

Mi padre fue el único que sonrió, porque mi madre, mis tíos, Esme y Carmen
pusieron una cara de desilusión enorme. Me dio penita de ellos y, al parecer,
a Jake también.

―Cuando Nessie y yo ya le hayamos visto lo suficiente, podéis pasar, ¿vale?


―les comunicó, arrastrando las palabras con cansancio.

―Vale, pues, hala, ¿a qué esperáis? ―nos azuzó Alice, seguramente para
que terminásemos nuestro momento íntimo primero. Después, se puso a
empujar al resto hacia el pasillo, que la increpó un poco, como protesta―.
Estamos aquí fuera, no lo olvidéis ―nos recordó, ya saliendo del despacho.

Sacó el cuerpo y solamente dejó la cabeza asomando para mirarme con


expectación.

―Sí ―reí.

Me sonrió y, por fin, cerró la puerta.

―Bueno, ¿qué tenemos que hacer? ―preguntó Jake, más que sonriente.

La computadora del aparato de ecografías ya estaba encendida, lista para


mostrarnos lo que queríamos ver.

―Tú siéntate ahí ―le indicó Carlisle, señalando la silla que estaba junto a
una camilla de cuero de color negro―. Y tú, Nessie, túmbate.

Así lo hicimos. Me quité la cazadora, dejándola en la silla del escritorio y me


acerqué al aparato de ecografías. Podía yo sola, pero Jacob me ayudó a
sentarme en la camilla para que me tumbase y él se sentó en la silla de al
lado. Se arrimó bien y tomó mi mano, besándola con dulzura a la vez que los
dos nos mirábamos con entusiasmo.

―Levántate la camiseta, por favor ―me pidió mi abuelo.

La alcé y la dejé por encima de mi pequeña pancita. Jake no pudo evitar


acariciármela entre nuestras sonrisas y miraditas cómplices antes de que
Carlisle se pusiese al otro lado con un bote de gel en la mano. En cuanto
Jacob retiró la mano y le dejó vía libre, mi abuelo, ahora mi doctor, me echó
un chorretón de gel en la barriga.

Me dio un pequeño respingo, ya que el gel estaba frío, y me dio otro cuando
apoyó ese aparato similar a un micrófono que, según tenía entendido, se
llamaba transductor, pero Carlisle comenzó a masajear mi vientre con este
último y esa sensación fría se fue al instante.

El transductor se puso manos a la obra y empezó a emitir los ultrasonidos que


iban a hacer que la imagen del interior de mi vientre saliera en la pantalla de
la computadora. Jacob y yo jadeamos, de la emoción, al ver lo que aparecía
en ella. Y lo que se oía.

Como un murmullo rápido y constante, un bombeo alocado pero regular


nacía del interior de mi barriga, vigoroso, enérgico.

―¿Eso que se escucha es el corazón? ―inquirió mi chico.

331

―Así es ―asintió Carlisle con una sonrisa al tiempo que movía ligeramente
el transductor―.

Y suena muy bien.

―Está en plena forma. ―La sonrisa de Jake se amplió.

Jacob y yo nos miramos con alegría y él se inclinó sobre mí para darme un


beso corto, aunque acto seguido nuestros ojos volaron hacia la pantalla.

Carlisle desplazó el transductor hacia un lateral de mi barriga y ya pudimos


ver mejor al bebé.

La imagen salía en blanco y negro, pero se distinguía todo perfectamente.


Nuestro bebé se encontraba en posición fetal, obviamente, y estaba
totalmente formado. Se veía su cabecita, sus piernecitas, sus bracitos, incluso
se visionaban sus diminutos pies y manitas, todo estaba perfecto, en su sitio,
ya era una personita en miniatura. Aunque la imagen no era muy nítida, mi
bebé me pareció lo más bonito que había visto en la vida y no pude frenar
una lágrima emocionada que salió de mis ojos. Miré a Jake, que correspondió
mi mirada. Él también estaba muy emocionado, pero lo controló mejor que
yo. Eso sí, el beso que me dio a continuación lo demostró.

―¿Cuánto mide? ―preguntó Jake, intentando que el nudo de su garganta no


saltase.
―Unos nueve o diez centímetros, aproximadamente ―le reveló Carlisle,
sonriéndonos a los dos, también lleno de gozo.

―¿Y eso que se ve ahí es…?

―Sí ―me ratificó mi abuelo antes de que yo terminase de señalar con el


dedo―. Se nota que es un niño.

―Qué puedo decir, ha salido a su padre ―presumió Jacob, orgulloso, con


una enorme sonrisa de satisfacción iluminando aún más su rostro.

Solté una risilla.

Entonces, de repente, todas mis sospechas se ratificaron cuando el bebé se


movió. Lo noté, como venía haciendo últimamente, pero ahora lo veía
perfectamente.

―Hemos tenido suerte. El bebé se ha movido justo a tiempo para que


pudiéramos verlo ―sonrió Carlisle.

―Es genial ―rio Jake, totalmente entusiasmado.

―No me equivocaba. Lo que sentía era al bebé moviéndose ―pensé en voz


alta, acompasando la risa de mi chico.

La puerta se abrió inopinadamente, haciendo que todos dirigiésemos nuestra


atención hacia allí, Jake sobresaltado y en estado de alerta total.

―No aguanto más ―irrumpió Alice, pasando dentro rauda y veloz―. Yo


también quiero ver cómo se mueve.

―Nosotros somos los padres de la embarazada ―protestó mamá, pasando


detrás de ella junto con los demás―. Tenemos más derecho que tú.

Alice se dio la vuelta y le dedicó un mohín de burla, aunque por poco tiempo,
porque enseguida se giró hacia la pantalla de la computadora.

―Pasad, no os cortéis ―murmuró Jacob con sarcasmo, relajando su cuerpo


de nuevo.

Las féminas fueron las primeras que consiguieron rodearnos para tener más
acceso a la pantalla. El despacho de Carlisle se llenó de sus exclamaciones
entusiastas.

―¡Qué mono! ―clamó Alice, poniendo una voz de esas tontas cuando se ve
a un bebé.

Solo le faltaba hacerle carantoñas a la pantalla.

―Aunque no se vea muy bien, seguro que es un niño precioso ―afirmó


mamá con el rostro iluminado, mirándonos con emoción.

Jacob y yo le sonreímos con ganas.

―Enhorabuena ―nos felicitó Carmen―. Parece que será un niño bien


fuerte. Ese corazón late con vigor.

―Los niños quileute ―afirmó Jake, otra vez orgulloso.

Mi chico y yo nos miramos y apretamos el amarre de nuestras manos.

―Es maravilloso ―dijo Esme, también emocionada.

―El milagro de la vida ―siguió mi padre, sonriéndonos a los dos.

Entonces, el semblante de mamá cambió un poco. No llegaba a ser tristeza, y


tampoco dejó de sonreír del todo, pero esa luz que había desprendido antes,
se apagó. Papá se dio cuenta de su metedura de pata, claro, y la miró con un
arrepentimiento que casi se le salía de los ojos.

No había tenido tiempo de hablar con mi madre, ya que la casa siempre


estaba llena de gente que me tenía entretenida con unas cosas y otras, pero
tenía que hacerlo en cuanto pudiera, cuanto antes, mejor. Aunque seguro que
mi padre ya se estaba ocupando de ella como se debía y habían 332

hablado del asunto.


―Solo espero que no se parezca mucho a ti ―le soltó Rose a Jake, riéndose
con malicia.

―Pues siento decepcionarte, pero se parecerá a Jake ―aseguré sin ningún


atisbo de duda, sonriendo con satisfacción.

―Ja, ¿qué dices a eso, rubita? ―se burló él.

―Bueno, habrá que verlo ―dudó Rosalie, dándole un manotazo a su melena.

―En fin, todo está muy bien ―dijo Carlisle, poniendo un poco de orden en
aquel jaleo―.

¿Queréis una fotografía?

―Sí, claro ―contesté con entusiasmo.

―Bien, os imprimiré una ahora mismo. ―Tocó un par de botones en la


computadora y la impresora comenzó a trabajar. Luego, retiró el transductor
de mi barriga y me pasó un par de pañuelos desechables―. Toma, límpiate.

Los cogí y me puse a ello.

―¿Ya? ―se quejó Alice―. Yo quería ver más.

―No hay más que ver ―le dijo Em, que no había dejado de sonreír en
ningún momento―.

Ahora tienes la fotografía para mirarla todo lo que quieras.

No era lo mismo, por eso Alice torció un poco el gesto.

―Haremos más ecografías, no te preocupes ―le calmó Carlisle.

Y mi tía sonrió.

Cuando terminé de limpiarme, me bajé la camiseta y me incorporé. Me senté


en la camilla y me puse de pie, otra vez asistida por Jake.
―Voy abajo ―anunció Emmett, saliendo por la puerta―. Va a empezar un
partido y no me lo quiero perder.

―Te acompaño ―suspiró Rosalie, saliendo detrás de él.

―Yo prepararé algo para que comáis ―nos dijo Esme, acariciando mi
mejilla.

―Gracias, abuela ―le agradecí, cogiendo su mano para besarla.

Me sonrió y se dio la vuelta para marcharse. El resto de mi familia ya


comenzaba a desalojar el despacho de Carlisle, pero entonces me acordé del
tema de mi madre y la detuve, cogiéndola del brazo. Ella se giró y me miró
algo extrañada, pero mi padre ya estaba enterado de todo, por supuesto.

―¿Podemos hablar, mamá? ―le propuse.

―¿Hablar? ―preguntó, extrañada.

―Sí, me gustaría hablar contigo, si no te importa.

―Esperaré abajo, viendo ese partido ―dijo mi padre, dándonos un beso a las
dos en la cabeza antes de darse la vuelta e irse.

―Bueno, vale ―accedió, aunque todavía seguía un poco extrañada.

―Es mejor si damos un paseo, tendremos más intimidad ―sugerí.

En ese instante, mi madre pareció adivinar por dónde iban los tiros.

―Estoy bien, de verdad, no tienes de qué preocuparte ―aseguró, sacándose


una sonrisa.

―Aun así quiero que lo hablemos ―insistí―. Podemos ir fuera, así no nos
escuchará nadie.

―Si salís, yo tendré que ir con vosotras ―intervino Jacob, que no se había
separado de mí ni un instante―. Esta zona no está vigilada.
Mamá miró a Jake, valorando si quería que él estuviera presente, y finalmente
asintió.

―De acuerdo ―aceptó, encogiéndose de hombros―. Vamos.

333

Fantasmas

Jake se había transformado y se encontraba un poco más adelantado que


nosotras, vigilando todos los alrededores. Solamente nos separaban unos
cinco metros, pero eso era suficiente para que mi madre y yo tuviéramos algo
más de intimidad para poder charlar a gusto. Creo que mamá había accedido
a que Jake viniera porque sabía que yo no le podía guardar ningún secreto e
irremediablemente iba a terminar contándoselo todo, aunque Jacob también
era su mejor amigo, así que tal vez no se sentía incómoda con el hecho de que
él estuviera presente. Además, mi madre ya se había dado cuenta de que
sabíamos de este mal trago por el que estaba pasando.

Paseábamos despacio entre los árboles del bosque, pisando esas hojas de
color rojizo que hoy estaban secas, puesto que, milagrosamente, no había
llovido en todo el día. Mi madre no sé cómo lo hacía, pero sus pasos no se
oían en absoluto; no así los míos, que no lograban hacer un sonido tan mudo
cuando pisaban ese follaje.

Jacob había traído la ecografía que Carlisle había impreso en ese papel
especial de foto para mirarla un poco más antes de tener que transformarse.
Me la había pasado, me había dado un beso corto y se había escondido para
adoptar su forma lobuna, por eso ahora la tenía yo en la mano. Le eché un
último vistazo y sonreí.

―¿Puedo verla? ―preguntó mamá.

―Claro ―asentí, pasándole la ecografía.

La cogió y la sostuvo entre sus manos para observarla. Se quedó unos


cuantos segundos en silencio, mirándola, y después por fin habló.
―Es precioso ―sonrió―. Ojalá a mí me hubieran podido hacer una
ecografía. Me hubiese encantado tenerla. La habría guardado para mirar lo
pequeñita que eras entonces. ―Su sonrisa se amplió y acarició mi mejilla a la
vez que me devolvía la ecografía.

Iba a abrir la boca para hablar con ella de su problema, pero mamá se me
adelantó con otra cosa.

―Menos mal que Jacob cogió esa ecografía antes que Alice, si no os hubiera
costado recuperarla ―rio.

―Sí, está tan entusiasmada ―exhalé, sonriente.

―Lo siento, no pude pararla. Cuando tu padre y yo nos dimos cuenta, ya


estaba entrando en el despacho de Carlisle. Y, bueno, como ella ya había
pasado, los demás también nos animamos, tengo que reconocerlo. ―Y se
volvió a reír. Luego, se puso más seria―. Pero lo siento, en serio, sé que ese
era vuestro momento, y os lo hemos estropeado.

―No importa. Lo entiendo, todos estáis muy entusiasmados con esto ―dije,
observando a mi bebé un poco más.

Qué ganas tenía de poder acariciar su carita ya.

―Te advierto que Alice está a punto de hacer otro pedido por Internet ―me
soltó, mordiéndose el labio.

Levanté la vista de la ecografía para mirarla mientras ya escuchaba el gruñido


quejumbroso de Jake.

―Oh, no, tienes que pararla ―le supliqué, poniendo cara de dolor―. Como
siga así, acabará comprándole ropa hasta para su graduación.

Ahora, como no podía salir de La Push, le daba por hacer las compras por
Internet. El problema es que lo único que compraba era ropa de bebé, y cada
semana llegaba algún pedido.
―Lo estoy intentando, pero tu tía Alice es muy persistente ―suspiró.

―Me parece genial que nos compre ropa para el bebé, en serio, me gusta que
lo haga y se lo agradezco muchísimo, además, tengo que reconocer que tiene
muy buen gusto. ―Jacob volvió a gañir―. Pero tiene que entender que a
Jake y a mí también nos hace ilusión mirar ropa de bebé, elegirla y comprarle
algo a nuestro hijo ―declaré, hablando con suavidad.

―Lo sé ―coincidió mi madre―. Por eso estoy tratando de frenarla. No te


preocupes, hablaré 334

con ella y se lo explicaré.

―Sí, por favor ―rogué otra vez, con la misma mueca de dolor de antes.

Mamá volvió a mirarme, frunciendo los labios en una línea.

―Otra cosa ―dijo, clavándome una mirada cauta.

―¿Qué pasa? ―inquirí, ya con miedo ante otra hazaña de la tía Alice.

―Rosalie está mirando carricoches ―me reveló sin dejar de fruncir la boca.

Pestañeé, pero después suspiré, aliviada. Mi lobo, en cambio, emitió otro


gruñido bajo.

―Bueno, eso no me importa tanto ―afirmé―. En realidad, me parece bien,


después de todo, no dejé que nos comprara el dormitorio del bebé, así que si
ese es su regalo, estupendo. ¿Verdad, Jake?

Jacob se giró, sin pararse, y puso los ojos en blanco al tiempo que alzaba sus
peludos hombros.

Después, se volvió hacia delante y siguió a lo suyo.

―¿Ves? Jake está de acuerdo ―sonreí.

―Entonces, no le digo nada, ¿no?


―No, déjala. Sé que le hace mucha ilusión regalarnos algo.

―De acuerdo.

Se hizo un momento de silencio en el que aproveché para echarle un último


vistazo a la ecografía. Sonreí una vez más y me la guardé en el bolsillo
superior de mi cazadora. Tenía que centrarme en el asunto por el cual había
venido aquí con mamá.

Ahora que se había hecho este mutismo, se había perdido ese hilo del cual
podía haber tirado.

No sabía por dónde empezar, la verdad, me parecía un tema tan delicado… Y


tampoco sabía qué hacer con las manos, así que opté por meterlas en los
bolsillos de mi cazadora. Entonces, me topé con algo en el bolsillo derecho,
algo que llevaba ahí mucho tiempo y que se me había olvidado por completo,
algo que desvió mi atención por un momento.

Esta era la misma cazadora que había llevado el día que habíamos tenido ese
encuentro con Jane, Demetri y Felix. No me la había vuelto a poner desde ese
día, por eso esa pequeña caja seguía en el bolsillo. Me la había metido ahí
cuando nos marchábamos del claro y luego ya no me había acordado más de
ella. Ups.

Saqué la cajita revestida de terciopelo azul marino y la observé.

―Es el regalo de Aro ―se percató mi madre, frunciendo el ceño con


extrañeza porque siguiera en mi cazadora.

Jake giró levemente la cabeza desde su posición, emitiendo un gañido que


mostraba su desagrado.

―Sí ―suspiré―. Se me había olvidado por completo que lo tenía aquí.

―Déjame verlo ―me pidió, extendiendo su mano.

Deposité la cajita en su palma y ella la llevó ante su vista. La abrió y sacó la


pequeña esclava de oro para verla.

―Es bonita ―opinó, haciendo una mueca de aprobación mientras la sostenía


entre sus dedos.

Jacob volvió a gruñir.

―Me da igual. No pienso ponerle eso a mi hijo ―afirmé con absoluta


convicción―. Por mí, puedes tirarla por ahí.

―Si la fundes, igual te da para un diente de oro ―bromeó, guardando la


pulsera en la caja.

―Ja, ja ―articulé con ironía.

Mamá se rio y me pasó la cajita, la cual volvió a terminar en el bolsillo de mi


cazadora.

―Bueno, dime, ¿qué era eso de lo que querías hablar conmigo? ―encarriló
ella.

―Ah, sí ―recordé, ya que con esto de la esclava me había desviado un poco


del tema―. Verás, es que últimamente, con este asunto de mi embarazo, te
veo un poco decaída.

―¿Qué dices? ―cuestionó con una sonrisa, agarrándose a mi brazo―. Estoy


muy feliz por vosotros.

―Sí, ya lo sé ―sonreí, acariciando su brazo―. Pero también sé que mi


embarazo te está afectando.

―No me afecta ―fingió que se reía.

Me paré en seco y le obligué a hacer lo mismo. Jake estaba atento, así que
también se detuvo.

―No me mientas. Se te da fatal ―le dije, mirándola con algo de acusación.


Mamá suspiró.

―Está bien ―asintió, un poco a regañadientes―. Lo cierto es que no lo


estoy pasando muy bien últimamente ―reconoció, comenzando a caminar de
nuevo―. Pero no quiero que pienses que es por tu embarazo, porque no es
así. No te imaginas lo feliz que estoy por Jacob y por ti, quiero 335

que te quede claro eso.

―Lo sé, mamá ―sonreí otra vez.

―Jamás pensé que me afectara algo así, porque nunca me había planteado el
tener más hijos,

¿sabes? Pero ahora… ―Se quedó mirando al infinito al tiempo que se mordía
el labio―. Ahora, aunque soy inmensamente feliz y no cambiaría
absolutamente nada de mi vida, una pequeña parte de mí se pregunta cómo
sería si hubiera podido gozar de esa posibilidad de tener hijos. Pero no es por
tu embarazo, en realidad, creo que me hubiera pasado con el embarazo de
cualquier allegada a la que viera con asiduidad. Supongo que esto es una
etapa más por la que tengo que pasar.

―Quiero que sepas que yo te ayudaré en todo lo que quieras ―declaré,


frotando su brazo―. No quiero que estés decaída.

―Gracias, cielo, eso ya lo sé ―me sonrió―. Pero no estoy decaída, en serio


―aseguró, mirándome con sinceridad―. Solo es algo con lo que me he
topado y que tengo que asimilar, nada más. Tarde o temprano iba a tener que
hacerlo. Además, ahora no he hecho como cuando me afectó aquella
turbación. En aquella ocasión, no le conté nada a tu padre porque no quería
preocuparle, y eso no hizo más que empeorar mi situación. Pero ahora es
totalmente diferente. Me había prometido a mí misma no volver a ocultarle
nada jamás, y así lo he hecho. Se lo he contado todo, y él me está ayudando
mucho, me apoya, me escucha, me anima, ya sabes cómo es. Si te digo la
verdad, ya le he dado muchas vueltas y he llegado a la conclusión de que es
mucho mejor ser abuela.
―Pues claro ―coincidí, sonriente, arrimándome más a ella―. Ser abuela es
mucho mejor.

Podrás ver al niño cuando quieras, mimarlo y consentirlo. Eso sin mencionar
que tendrás más nietos, no te creas que este va a ser el único, así que vas a
hartarte de niños ―me reí.

Cuando escuchó eso, Jacob giró su enorme cabeza y esbozó una sonrisa
lobuna, sacando la lengua y jadeando.

―Sí, es verdad ―cayó mamá, soltando una risilla al ver la reacción de mi


lobo rojizo―. Al fin y al cabo, Jacob es un semental, ¿no? ―Y se rio entre
dientes, pícara.

Mis mejillas sufrieron un baño de sangre instantáneo, pero Jake soltó unos
gañiditos y gemiditos a modo de risa lupina.

―Muy graciosa ―murmuré con retintín, separándome de ella para empujarla


en broma.

―¿Acaso es mentira? ―siguió bromeando.

―Basta ―reí, roja como un tomate.

Mi madre se rio y comenzamos un forcejeo entre carcajadas. Jacob se acercó


a nosotras y se unió a nuestra pelea, gañendo a modo de risa mientras nos
mordisqueaba los brazos con delicadeza y corría a nuestro alrededor. Al final,
tuvimos que dejar de pelearnos cuando mi lobo se dedicó a lamernos la cara a
las dos, moviendo la cola.

―¡Puaj, Jake! ―se quejó mamá, riéndose, al tiempo que se limpiaba la


cara―. ¡Qué asco! ¡Me has babado entera!

Mi impresionante lobo rojizo profirió un aullido ahogado entre dientes para


reírse, pero acto seguido se abalanzó hacia mí para seguir lamiéndome. Le
abracé, rodeando su ancho cuello con mis brazos, y metí mi cara entre el pelo
de su mejilla lobuna para darle un beso. Jacob restregó su cara con la mía a
modo de carantoña, sin embargo, después pareció percatarse de algo y bajó
su hocico para olisquear mi barriga con suma delicadeza, aunque con un gran
interés. Gañía y emitía unos gemidos con entusiasmo y emoción mientras lo
hacía, llamando mi atención.

―¿Qué pasa? ―sonreí, acariciándole la cabeza―. ¿Notas algo?

Alzó mi camiseta con su hocico y se puso a darle lametones a mi barriga,


continuando con esos gemiditos alegres y entusiastas. Su lengua me hacía
cosquillas, así que no pude evitar reírme. Dejó mi vientre y levantó la cabeza
para clavarme esos grandes ojos negros tan expresivos que ahora estaban algo
humedecidos.

―Jake… ―susurré, sorprendida de verle tan emocionado, metiendo mis


manos entre la pelambrera de su cabeza.

Acercó su rostro lobuno y me dio una serie de tiernos y suaves lametones en


la mejilla.

―Yo también te quiero ―le dije con un murmullo roto.

Entonces, me di cuenta de la mirada de mi madre y giré el rostro hacia ella.


La pillé mirándonos embobada, con una sonrisa bobalicona dibujada en su
níveo rostro, aunque pronto disimuló, mirando hacia otro lado. Sí, mamá
estaba muy contenta por nosotros.

Jacob estaba juguetón, y se separó de mí para volver a corretear a nuestro


alrededor. Sacaba la lengua y jadeaba con entusiasmo a la vez que nos miraba
con provocación, dando círculos en torno 336

nuestro.

―No, Jacob. No me vuelvas a lamer ―le advirtió mamá, riéndose, al tiempo


que interponía sus manos, por si acaso.

Me reí cuando mi lobo rojizo siguió correteando, llegando a la zona de


nuestras espaldas.
De pronto, mi pulsera vibró con ímpetu y me sobresalté, sin embargo, antes
de que me diera tiempo a reaccionar, distinguí cinco zumbidos frente a mí
que hicieron que mi cabeza se girara súbitamente hacia delante.

De la nada, surgieron cinco vampiros, vestidos con unas extrañas túnicas de


un horrible color granate, y, de un salto desde los árboles, cayeron justo
delante de nosotras dos.

Mamá y yo nos quedamos perplejas, atónitas. Los vampiros llevaban unas


capuchas que podían haber ocultado sus rostros. Podían, porque, en realidad,
carecían de semblante alguno. Bajo las capuchas solamente había negrura, un
hueco negro y vacío, helado. Era realmente extraño y escalofriante. No eran
túnicas vacías, porque no se veía la tela de la parte trasera de la capucha, sino
que lo que se veía era esa espeluznante negrura gélida. Era como si lo que
vistieran esas casacas fueran fantasmas, unos fantasmas totalmente negros,
sin rostro, y sus gargantas inexistentes sonaban como tal. Unos gruñidos y
unos cantos de lamento fríos y estremecedores.

Tampoco se les veía las manos, ya que las mangas eran muy largas, así como
las casacas, que llegaban hasta el suelo. Sin embargo, su olor les delataba:
eran vampiros. Ambas nos quedamos paralizadas, porque no teníamos ni idea
de quiénes eran esos extraños individuos, jamás les habíamos visto. Pero mi
pulsera no me engañaba, eran de los malos. Mis manos se fueron a mi vientre
como acto reflejo al tiempo que mi respiración comenzaba a agitarse,
nerviosa.

Mi aro de cuero erigió su burbuja protectora a nuestro alrededor de


inmediato, aunque mi impresionante lobo rojizo no tardó nada en reaccionar.
Saltó de nuestras espaldas súbitamente para interponerse entre esos vampiros
y nosotras, protegiéndonos. Se alzó, hinchó su fuerte pecho y después se
agazapó, mostrando todo su poderío y supremacía al enseñar su letal
dentadura mientras profería un potente rugido que hizo que se agitase el
bosque entero. No podía verle el rostro, pero se podía sentir su extremada
agresividad en el aire.

Mamá por fin reaccionó. Tomó mi mano y, con una rapidez sorprendente, se
colocó delante de mí. Me sentía fatal por no poder hacer nada. Era frustrante.
No podía transformarme, lo sabía. No habíamos hablado de esto con Carlisle,
pero no sé por qué yo sabía que no podía hacerlo. Tal vez lo sabía por mi
pesadilla.

Los cinco vampiros se agazaparon e intentaron rodearnos, pero les fue


imposible.

Ahora no podía ver los pensamientos de Jacob, no podía ver su círculo de luz
brillante, ni sus elipses, ni nada. Sin embargo, sí que podía sentirlas, tal era
nuestro vínculo.

Sentí una energía tremenda en forma de círculo, más bien era una esfera. Esta
era ardiente y nacía de mi colosal lobo. Supe con total certeza de qué se
trataba. Era su destructor círculo de fuego. Noté cómo se extendía de él a una
velocidad realmente vertiginosa, igual que la honda expansiva de una bomba
nuclear, y cómo llegaba a esos cinco vampiros, barriéndoles sin cuartel.

Los vampiros fantasma se desintegraron al instante, gritando de dolor con


unas voces espeluznantes, incluso sus túnicas granate se deshicieron en el
aire como si fueran un simple polvillo que se lleva el viento.

―Muy bien, Jake ―alabó mamá con una sonrisa, relajando su cuerpo.

Jacob iba a relajarse también, pero no le dio tiempo. Para nuestro asombro,
los cinco vampiros fantasma surgieron de la nada de nuevo y, como por arte
de magia, aparecieron ya rodeándonos.

Noté un zumbido a mis espaldas y me giré con precipitación. Uno de los


vampiros se abalanzaba hacia mí, llevando sus brazos hacia delante para
atraparme, al tiempo que gritaba con su voz de ultratumba. Mi corazón pegó
un bote, pero a mi boca no le dio tiempo ni de chillar.

Mi pulsera estaba a punto de actuar, aunque no tuvo que hacerlo. Con un


movimiento frenético e inopinado, mi gigantesco lobo rojizo se volteó y saltó
para interponerse mientras profería otro rugido estremecedor. Entonces, su
círculo de fuego emanó de él con avidez y se extendió para aniquilar a los
cinco vampiros, traspasándonos también a nosotras. Desde que Jake sabía
que su poder espiritual era compatible con las almas buenas, podía usarlo con
nosotras allí sin temores ni titubeos. Y así era. Lo único que sentimos fue una
brisa caliente y prodigiosa que producía un placer enorme.

No fue así para los vampiros fantasma. Estos se desintegraron de nuevo,


profiriendo otro coro quejumbroso que te ponía los pelos de punta.

337

―¿Quién eran esos? ―preguntó mamá, aún en estado de alerta.

Jake gruñó para avisarnos y, de pronto, los vampiros aparecieron otra vez,
formando un círculo a nuestro alrededor.

―¡¿Qué es esto?! ―exhalé, asustada.

Mi lobo rugió de nuevo, furioso, mostrando su implacable dentadura.

Repentinamente, un enorme borrón salió disparado de entre los árboles,


abalanzándose hacia los vampiros fantasma, y a continuación más borrones le
acompañaron.

―¡Ya tenía ganas de una buena pelea! ―exclamó Emmett, cayéndose sobre
uno de los vampiros.

Los diferentes miembros de mi familia se unieron a él, pero a todos les pasó
lo mismo. Las capas de los vampiros fantasma quedaron bajo sus pies, vacías.

―¡¿Qué es esto?! ―Mi tío repitió la misma pregunta que yo, aunque él
parecía más bien indignado.

Las capas se arrastraron súbitamente para liberarse y Rosalie, Alice, Carlisle


y mi padre, que eran los que estaban sobre ellas, se cayeron hacia atrás, del
fuerte tirón. Gracias a Dios consiguieron guardar el equilibrio y con unos
saltos acrobáticos quedaron en pie.

Esas telas granate se hincharon otra vez ante nuestros atónitos ojos, que se
abrieron como platos, y siguieron en esa formación circundante que nos
rodeaba a todos.

―Yo tampoco puedo ver nada en sus mentes ―afirmó papá, respondiendo a
algún tipo de pregunta o declaración de Jacob.

Toda mi familia me envolvió para protegerme, quedándome yo en el centro,


junto a Jacob, que no tenía pensado despegarse de mí ni un ápice. Aferré mi
mano a su pelaje, porque así me sentía más segura.

Los vampiros fantasma comenzaron a fintar a nuestro alrededor, y mi familia


hizo lo propio, en estado de máxima alerta.

―¿Qué es lo que pasa? ―quise saber, nerviosa.

―Jacob no puede ver sus almas, al parecer, carecen de ellas ―me aclaró mi
padre sin dejar de vigilar a nuestros oponentes―. Y yo tampoco puedo verles
la mente, es como si la tuviesen vacía.

Como todo en ellos. Parecían seres vacíos, huecos.

―¡Cuidado! ―gritó Carmen, avisando a Alice.

Mi tía giró sobre sí misma a la velocidad del rayo y le propinó una patada al
vampiro que se arrojaba hacia ella. Su acción no llegó muy lejos. La tela se
hundió como si no tuviese ningún habitante, deformándose hacia atrás en una
ondulación que se asemejaba a la que la brisa producía en una cortina, y
después volvió a hincharse para volver a su forma original. Aunque sí que
sirvió para que el vampiro fantasma retrocediera.

Todos nos encontrábamos desconcertados, porque parecía que no había


forma de terminar con algo que no existía. Ni siquiera el poder de Jacob
parecía surtir efecto.

Sin embargo, luego ocurrió algo que nos dejó aún más perplejos.

Un grupo de lobos comunes apareció en escena, saliendo de entre el follaje


del bosque. Se acercaron lentamente, pero con una actitud extremadamente
agresiva y amenazadora. Sus gruñidos eran incesantes, aunque sus orejas se
agachaban hacia atrás y sus colas se guardaban hacia dentro, en señal de
sumisión total al Gran Lobo. Llevaron sus patas hacia los vampiros fantasma
y se plantaron delante de ellos, gruñéndoles con ansia y mostrándoles sus no
menos afilados colmillos. Nuestros ojos se abrieron más cuando vimos que
los vampiros dejaban sus poses inclinadas para dar un paso atrás.

Nos quedamos boquiabiertos. Esos extraños vampiros parecían tenerles


verdadero pavor a unos simples lobos comunes, y eso que se encontraban
delante del Gran Lobo y ya habían probado de su poder.

Los lobos no les dieron más cuartel. Antes de que los vampiros consiguieran
dar otro paso hacia sus espaldas, los cánidos se arrojaron a ellos con una saña
increíble.

El bosque se llenó de un quejido consistente en fuertes gruñidos y ladridos,


gritos de dolor fantasmales y chasquidos de mandíbulas. No podíamos
creerlo. Los lobos rasgaban las túnicas con una facilidad pasmosa ante la total
indefensión de los vampiros, que se habían caído al suelo y que no parecían
poder defenderse. Pero ahí no terminó la cosa. De pronto, esos trozos de tela
rota que caían al suelo se iluminaban en un destello fulgurante para
desaparecer acto seguido. Brillaban con una luz cegadora y desaparecían. El
ataque continuó por poco tiempo, hasta que ya no quedó ninguna señal de
vampiros fantasma.

338

Todos habían desaparecido. Y no regresaron. Sin saber cómo ni por qué, esos
lobos corrientes nos habían salvado.

Los cánidos se levantaron y se quedaron observando al Gran Lobo con sus


señales de sumisión.

Permanecían un poco agachados y con las orejas tumbadas, lamiéndose los


hocicos.
Jake salió de nuestro fortín particular y asintió para darles las gracias. No sé
por qué me seguía sorprendiendo, pero esta relación que Jacob mantenía con
los lobos comunes seguía pareciéndome mágica y continuaba
sobrecogiéndome.

En cuanto el Gran Lobo hizo eso, los lobos se dieron la vuelta y


desaparecieron entre los árboles.

339

Maniobra

Jake entró en la casa muy exaltado. Estaba realmente enfadado y nervioso por
lo que había pasado y, desde que había adoptado su forma humana, no había
soltado mi mano ni una milésima de segundo. Nos acabábamos de despedir
de los miembros de la manada, que se habían quedado por los alrededores
para vigilar. Jacob había llamado a un grupo durante esa extraña pelea con
los vampiros fantasma, pero habían llegado un poco tarde, puesto que habían
tenido que venir desde La Push y no les había dado tiempo a hacerlo más
deprisa.

―¡Malditos magos! ¡Han tenido que ser ellos, seguro! ―bramó mientras
pasábamos al salón―.

¡Esto huele a magia negra por todas partes!

De repente, sus pies se pararon en seco, haciendo que yo chocase contra su


ancha y poderosa espalda, y toda mi familia se detuvo con él, observando la
estancia con horror. Me puse junto a Jake, descolocada por la reacción de
todos, y entonces vi el porqué.

Jadeé con impresión y mi mandíbula se quedó colgando. Mi mano apretó a la


de Jacob, que la correspondió, aportándome más seguridad. Todo el salón
estaba patas arriba. El níveo sofá tenía el respaldo apoyado en el suelo y
estaba unos metros desplazado de su sitio, señal de que alguien lo había
empujado con brusquedad para tumbarlo. Los asientos y los cojines
reposaban en la superficie del forjado, habían sido rasgados y vaciados de su
espumillón, al igual que el bajo del sofá. Los sillones se encontraban en una
situación similar, las mesitas también yacían en el suelo, así como las
lámparas y los jarrones, víctimas de unos fuertes golpes que las habían roto,
incluso la mesa de cristal estaba hecha añicos, los cuadros, tirados también
sobre el piso, habían sido rasgados con algo afilado y la alfombra estaba
completamente deshecha, reducida a unos simples jirones. La televisión, el
aparato de DVD, la cadena de música… Todo, todo había sido arrasado.

Pero lo que más me impactó fue ver el hermoso piano de cola blanco
destrozado, ese en el que mi padre y yo habíamos tocado tantas canciones…

―¿Qué es… esto? ―musitó mamá, espantada.

Mi padre le pasó el brazo por la cintura para calmarla.

―Mierda, alguien ha desvalijado el salón mientras estábamos en el bosque


―farfulló Jake, aún sorprendido.

―Esto tiene mala pinta ―secundó Emmett, que miraba la escena más que
serio.

―Dios mío… ―murmuró Esme, llevándose la mano a la boca.

―Edward, tu piano ―lamentó Alice cuando lo vio.

―El piano es lo de menos ―afirmó él con voz grave.

―Me temo que todo lo que ha ocurrido en el bosque se ha tratado de una


maniobra de distracción ―afirmó Carlisle, hablando con una sobriedad
resignada.

―¿Una maniobra de distracción? ¿Te refieres a que todo ha sido una trampa
para que tuvieran vía libre aquí? ―preguntó Jacob, frunciendo el ceño,
enfadado.

―Eso me temo, Jacob.

―Sabían que iríamos todos a ayudaros ―gruñó mi padre.


Mi chico miró hacia otro lado al tiempo que llevaba su mano suelta a su pelo
con nerviosismo y exasperación.

―¿Quién habrá hecho esto? ―interrogó Carmen, espantada.

―¿No está claro? Esto es obra de esos asquerosos magos. ―Jake no pudo
evitar terminar la frase con un rechinamiento de dientes.

Su cuerpo tembló ligeramente, de la rabia, así que acaricié su brazo para


calmarle un poco.

―¿Pero qué han venido a buscar? ―inquirió mi madre, observando a su


alrededor―. Aquí no hay nada que sea de su interés.

―Pues algo lo tiene, por lo visto ―resopló Jacob.

―Tendremos que averiguarlo ―declaró Carlisle.

―¿Y si siguen aquí? ―se me ocurrió de pronto, apretando la mano de Jacob


de nuevo, con miedo.

340

―Iré a revisar la casa ―se ofreció Emmett, ya corriendo hacia las escaleras.

―Te acompaño ―le siguió Rose.

Los dos se perdieron al subir como relámpagos.

―No sé si os habéis dado cuenta, pero no se detecta ningún efluvio diferente


al nuestro en el salón ―manifestó Alice―. Y tampoco escuchamos ningún
ruido desde el bosque.

―Porque han usado alguno de sus truquitos para ocultar su olor, está claro, y
puede que también hicieran otro para ocultar los ruidos ―opinó mi chico,
resoplando otra vez.
―Y otro para los pensamientos ―añadió mi padre―. Yo no oí ninguna
mente, aparte de las nuestras.

―Seguramente han utilizado una de esas barreras transparentes, como la que


utilizaron cuando nos secuestraron a Helen y a mí en el bosque que hay junto
a su casa ―declaré, y me dio un escalofrío al acordarme de aquello.

Jacob se pegó a mí y me besó en la sien.

―Sí, tiene toda la pinta ―coincidió él.

―También han estado por el resto de la casa ―nos reveló papá, que debía de
haberlo visto en la mente de mis tíos.

―Qué horror… ―musitó Esme, llena de preocupación.

Carlisle la alentó con otro beso en la cabeza.

―Deberíamos llamar a Ezequiel ―sugirió mi progenitor―. Él es quien


mejor conoce a Razvan, Nikoláy y Ruslán, tal vez nos pueda ayudar en esto.

―Buena idea. Lo llamaré ahora mismo ―dijo mi abuelo, sacándose el móvil


de su pantalón.

Se apartó a un lado y comenzó a llamarle.

En ese momento, Emmett y Rosalie bajaron las escaleras y llegaron al


destartalado salón.

―No hay nadie, pero toda la casa ha sido desvalijada ―nos comunicó Em
con nerviosismo.

Lo estaba tanto, que no se había dado cuenta de que mi padre ya nos lo había
dicho. Papá rechinó los dientes, esta vez, en total sincronización con Jacob.

―Tendremos que repasar todas nuestras pertenencias, para comprobar qué es


lo que falta ―dijo papá, intentando mantener su típica compostura tranquila.
―Pues, venga, vamos ―azuzó Jake, ansioso, tirando de mí para dirigirse a
las escaleras.

Al mismo tiempo, Carlisle se acercó al grupo.

―Ya he llamado a Ezequiel. Se ha puesto en camino y no tardará en llegar.

―Bien ―aprobó mi padre, haciendo un ligero asentimiento de cabeza―.


Mientras él llega, será mejor que comprobemos nuestras pertenencias.

Todos asintieron y, mientras que Jake y yo ya estábamos subiendo los


peldaños, ellos empezaron a ponerse manos a la obra.

Como había dicho Carlisle, Ezequiel no tardó en venir, pero no llegó solo a
casa. Aparte de Teresa, Jasper también apareció por allí, avisado, al parecer,
por la manada de Jacob. Eleazar, Garrett, Kate y Tanya habían preferido
quedarse por los bosques de La Push con el resto de los lobos, por si acaso.

Me encontraba sentada cuando atravesaron el umbral de la puerta, ya que


Jacob había levantado y acomodado uno de los sillones para mí como pudo,
reuniendo todo el espumillón desperdigado para formar un asiento mullido.
Él se sentó en uno de los brazos del mismo, sin soltar mi mano.

Jasper no pudo evitar machacar las muelas cuando vio cómo estaba todo,
aunque su vista enseguida buscó a Alice. Ella corrió hacia él y se abrazaron.

―¿Estás bien? ―quiso saber, llevando su mano a la mejilla de mi tía.

―Ajá. Estamos todos bien ―asintió ella, usando un tono despreocupado para
ayudar a que él se calmase.

―Esto es obra de Nikoláy, Ruslán y Razvan, sin duda ―afirmó Ezequiel,


dejando atrás a la pareja, que ya se estaban dando un discreto beso.

―Por eso te hemos llamado ―declaró Carlisle―. Gracias por venir,


Ezequiel.

―No me lo agradezcas, Carlisle. Ya sabes que siempre me tendréis para lo


que necesitéis.

―Aun así, gracias ―insistió mi abuelo.

Ezequiel asintió.

Mientras tanto, Teresa se acercó a mí, sonriéndome con esa sonrisa tierna y
dulce de siempre que me fue imposible no corresponder.

341

―¿Cómo te encuentras? ―me preguntó.

―Bien, muy bien ―le sonreí.

―Todo va viento en popa ―se sumó Jacob.

―Me alegro mucho ―sonrió Teresa.

―Bueno, ¿qué es lo que ha pasado exactamente? ―quiso saber Ezequiel,


colocándose en el centro del salón a la vez que lo observaba todo.

―Nessie, Jacob y Bella estaban paseando por el bosque, charlando, cuando


escuchamos el rugido de Jacob ―explicó Alice, que ahora estaba al lado de
Jasper―. Eso nos sobresaltó y salimos de la casa para ayudarles.

―Estábamos por el bosque, tan tranquilos, y de repente, ¡zas!, salieron unos


espectros rarísimos de los árboles ―siguió Jake, gesticulando con las manos.

―¿Unos espectros, dices? ―interrogó Ezequiel, mirándole con sumo interés.


Parecía hacerse una idea de qué se trataba.

―Sí, eran unos vampiros muy raros que llevaban unas túnicas de color
granate ―continué aclarando yo―. Creo que eran vampiros, porque olían
así, aunque no tenían rostro. Lo único que se veía debajo de sus capuchas era
una negrura espeluznante.

―Comprendo ―asintió nuestro amigo mago.


―¿Sabes quiénes son? ―inquirió Carlisle.

―Tendrías que decir qué son ―matizó Ezequiel.

―¿Cómo? ―parpadeó mi abuelo, sin comprender.

―Son unas de las marionetas de Ruslán ―desveló el primero.

―¿Marionetas? ―repitió Jake, sorprendido―. ¿Quieres decir que son


clones?

―No. Estas marionetas no son clones.

―No entiendo nada ―bufó mi chico, cruzándose de brazos, y al hacerlo, mi


mano quedó encerrada en su cálido pecho.

―Ya os expliqué una vez que Razvan es capaz de hacer hechizos


encadenados. Pues bien, Nikoláy y Ruslán son especialistas en crear
marionetas ―empezó a aclarar Ezequiel―. Son técnicas sustraídas del budú
y otras magias tradicionales muy antiguas. Pero hay diferentes tipos de
marionetas. Nikoláy es experto en hacer marionetas clones, mientras que
Ruslán lo es en hacer marionetas fantasma. Las marionetas clones ya las
conocéis, Nikoláy las utilizó en esa boda que tenían preparada para invertir la
profecía, y hoy habéis visto las marionetas fantasma de Ruslán.

―Qué bien, más marionetas… ―resopló Jacob.

―Las marionetas fantasma son relativamente inofensivas ―siguió


explicando Ezequiel―.

Relativamente, porque están en contacto continuo con Ruslán y pueden


transmitir su magia, aunque solo lo pueden usar en ciertas ocasiones
especiales. Creo que en esta ocasión, su misión solo consistía en distraer.

―Eso es lo que pensamos nosotros ―manifestó Carlisle.

―Si esas marionetas fantasma son inofensivas, ¿por qué Jacob no pudo hacer
nada contra ellas? ―preguntó mamá.
―Porque son etéreas, no son reales. No tienen alma, están vacías, en
realidad, solo son túnicas rellenas de magia negra.

―¿Y esa magia negra no es suficiente para que Jacob pueda actuar?
―cuestionó Rose.

―En este caso, la magia negra que rellena las túnicas solamente está siendo
utilizada para mover las marionetas y hacerlas aparecer, no está siendo usada
para nada más, es por eso que el poder espiritual del Gran Lobo lo único que
ha conseguido es hacer que desaparecieran, aunque por un breve instante, ya
que Ruslán puede hacer que resurjan de nuevo cuando quiera. El poder
espiritual de Jacob hubiera destruido las marionetas si esa magia negra le
atacara a él o a alguno de vosotros, pero, obviamente, eso no le interesaba a
Ruslán, así que no hizo uso de ella para tal fin ―explicó Ezequiel.

―Nikoláy, Ruslán y Razvan son muy listos ―reprobó papá, rechinando los
dientes.

No fue el único. Escuché claramente cómo las muelas de mi chico se


friccionaban las unas con las otras, con rabia.

―Mientras las marionetas no usen la magia de Ruslán, el poder espiritual de


Jacob no sirve de nada. Sería como si él atacase a esas cortinas de ahí. ―Y
Ezequiel señaló las que aún colgaban de la ventana―. Aunque ya digo que
solamente pueden usar esa magia en ocasiones determinadas.

Ahora entendía más cosas, como, por ejemplo, por qué la patada de Alice
tampoco había surtido efecto en aquel vampiro fantasma.

342

―¿Y esos lobos normales? ¿Por qué ellos sí que pudieron destruir esas
marionetas? ―pregunté, todavía sobrecogida al recordarlo―. Solo son lobos
corrientes.

―¿Lobos normales? ―Ezequiel bajó las cejas con extrañeza.


―Sí, estábamos en aprietos y, sin saber por qué ni de dónde salieron,
llegaron un grupo de lobos comunes ―declaró Emmett, sonriendo―. Las
marionetas los vieron y se asustaron, pero esos lobos no les dieron cuartel. Se
arrojaron hacia ellas y, asombrosamente, las destruyeron.

―Los lobos vinieron a ayudarme. Yo les llamé ―afirmó Jake como si tal
cosa.

―¿Tú les llamaste? ―inquirí, mirándole con grata sorpresa.

Jake bajó el rostro y lo ladeó para dirigirse a mí.

―Sí. Bueno, no con telepatía, claro, sino que fue mi poder espiritual. Verás
―se acomodó en el brazo del sofá para observarme mejor y siguió hablando.
Rose ya estaba poniendo los ojos en blanco, preparándose para una larga
explicación―, estábamos rodeados por esos espectros raros, ¿no?

Pues no sé por qué sentí que tenía que llamar a esos lobos, ¿sabes? Se me
ocurrió así, de repente, ni siquiera sabía si estaban cerca o no, solamente
había detectado sus efluvios mientras tu madre y tú hablabais, pero podían
haber estado por allí hacía un buen rato y haberse largado. Pero ahí estaba yo,
sintiendo que tenía que llamarles, la imagen de esos lobos no hacía más que
aparecer en mi sesera. Creo que fue mi poder espiritual el que me lo dijo.
―Hizo una mueca―. En fin. Entonces, supe lo que tenía que hacer. Erigí mi
círculo de luz brillante y lo bombeé. ―Su mano suelta imitó un bombeo―.
No te imaginas lo que pasó después. ―Se quedó mirándome con una enorme
sonrisa en la cara, esperando mi respuesta.

Rose suspiró.

―No, ¿qué pasó? ―reí.

―Vas a alucinar. Mi círculo de luz emitió unas ondas, ¿puedes creerlo? ―se
rio, como si todavía no terminara de creérselo―. Las ondas se extendieron
por todo el bosque y los lobos, donde quiera que estuvieran, las detectaron.
No debían de andar muy lejos, porque llegaron enseguida.
―Qué guay ―reí otra vez, mirándole con una admiración que no podía
ocultar.

Sentí unas ganas enormes de darle un buen beso. Estaba tan orgullosa de él.
Emmett le sonrió y le dio una palmada en la espalda a modo de
reconocimiento.

―Asombroso ―alabó mi padre.

―Ciertamente ―coincidió Ezequiel, haciendo un ligero asentimiento de


cabeza mientras observaba a Jake con mucha atención―. Ya te lo dije, Jacob.
Irás descubriendo más cosas de tu enorme poder espiritual poco a poco.

―Ya veo, ya ―sonrió él.

―¿Qué opinas? ―le preguntó Carlisle.

Ezequiel se llevó la mano a la barbilla y se quedó pensativo durante un rato.

―No estoy seguro ―habló finalmente―. Creo que la clave para destruir a
las marionetas estaba en esos lobos y que el espíritu de Gran Lobo lo sabía,
por eso Jacob sintió que tenía que llamarles. Lo que no sé es por qué esos
lobos lograron terminar con las marionetas fantasma.

Tendría que investigarlo y consultarlo en mis libros.

―Al menos, lo que está claro es que todo fue una maniobra de distracción
para acceder a nuestro hogar sin problemas ―dijo papá.

―En efecto ―secundó Ezequiel―. Algunos miembros de la guardia de


Nikoláy, Ruslán y Razvan han estado por aquí, no hay duda.

―¿La guardia? Creía que habíamos terminado con ellos en aquella iglesia de
Bulgaria y que los que se habían quedado en el castillo habían huido lejos
―manifestó Jake, extrañado.

―Tal vez no sean los mismos que entonces, pero está claro que siguen
teniendo súbditos que les sirven ―declaró el mago―. No solo Vladimir y
Stefan se han rearmado, Nikoláy, Ruslán y Razvan también lo han hecho,
estoy completamente seguro.

―Claro, es lógico ―opinó Jasper.

―Habrán puesto una barrera alrededor de la casa para que no pudieseis


escuchar nada ―siguió Ezequiel, mirando los destrozos de su alrededor―. Y
un hechizo basta para ocultar su olor, como recordaréis.

―Sí, me acuerdo. Son esos envoltorios de color gris ―recordó Jacob, usando
cierto retintín.

―¿Qué vendrían a buscar? ―inquirió mi madre, mordiéndose la uña de su


dedo pulgar al tiempo que pensaba.

―¿Habéis notado la ausencia de alguna de vuestras pertenencias? ―quiso


saber Ezequiel.

―No, que sepamos ―le contestó mi padre―. Hemos registrado la casa


palmo a palmo, pero 343

todo lo que teníamos sigue aquí.

Nuestro amigo mago se quedó reflexionando otro momento.

―Mejor empecemos por el principio ―propuso cuando terminó de pensar―.


Decidme, ¿por qué habéis venido aquí?

―Para hacer la primera ecografía del bebé ―respondió Alice, dando un


saltito alegre.

Ezequiel se quedó pensativo de nuevo.

―¿Te han hecho una ecografía? ―me preguntó Teresa, contenta.

―Sí, ¿quieres verla? ―le ratifiqué, sonriendo con ilusión.

De paso, así aprovechaba para darle otro vistazo.


―Sí, por favor ―sonrió.

―Yo te la paso ―se ofreció Alice, que ya se había dirigido hacia mi


cazadora.

―¿Cómo sabes que la tengo ahí? ―quise saber.

―¿Crees que no sé que Jacob la cogió y se la llevó con vosotros para que no
me la quedase? ―adivinó, sacando la ecografía del bolsillo.

―Ya veo que no se te escapa nada ―reí.

―No me la voy a quedar ―aseguró, aprovechando para mirarla―. Solo


quería ver al bebé un poco más, eso es todo ―se defendió, y luego se acercó
a nosotros para darle la ecografía a Teresa.

―Ya, pero para ti ver la ecografía un poco más significa que no la vas a
soltar hasta que el bebé nazca ―afirmó Jake.

Los demás nos reímos, pero Alice le dedicó un mohín.

―Es precioso ―murmuró Teresa al ver la ecografía―. Me recuerda a la que


me hicieron a mí cuando estaba embarazada de Mercedes, aunque la
tecnología de entonces era un poco peor que la de ahora y no salía tan nítida.

Teresa me sonrió y me pasó la ecografía. Jacob y yo la observamos y después


nos miramos, sonrientes.

―Es la ecografía ―exhaló Ezequiel de pronto, abriendo los ojos como platos
cuando por fin cayó en ello.

Mi mano apretó la de Jacob.

―¿Qué? ―musité, perpleja.

―No sé cómo se han enterado, puede que hubieran estado esperando esto
desde hace tiempo y os siguieran hasta aquí, o quizá ya se encontraban por
estas tierras que no estaban siendo tan vigiladas, pero es evidente que lo que
estaban buscando era esa ecografía ―afirmó con un tono más serio de lo que
a mí me hubiese gustado.

―¿Pero para qué la quieren? ―consiguió preguntar mamá, ya que Jake y yo


todavía estábamos demasiado perplejos.

Entonces, Ezequiel nos miró con una precaución que ya me asustó.

―Necesitan una imagen del bebé para hacer magia negra ―reveló con voz
grave. Me quedé sin respiración por un instante y la mano de Jake se
agarrotó―. Saben que tú vas a estar extremadamente protegida, por eso
quieren… atacar al bebé con algún tipo de hechizo oscuro.

―Dios mío… ―musitó Esme, llevándose la mano al corazón, horrorizada.

Ezequiel había intentado suavizarlo, pero sus graves palabras estuvieron


rebotando en mi cerebro durante un rato. Ese eco frío y helado traía visos de
mi horrible pesadilla. Si cerraba los ojos, podía ver mi vientre
ensangrentado…

Casi se me cae la ecografía de la mano.

―Tranquila, preciosa ―intentó calmarme Jacob, acariciando mi rostro―.


Eso no va a ocurrir,

¿me oyes? Yo os protegeré.

―Tendremos que tener cuidado con las pertenencias del bebé, entonces
―dijo Jasper.

―No es necesario ―contestó Ezequiel, hablando con más relajación para


transmitirla a todos―. Esas cosas todavía no han sido usadas por el niño, son
impersonales, por decirlo de alguna manera, así que no les sirven. En cambio,
una fotografía es lo bastante personal como para que puedan hacer un
hechizo.

―¿Y qué hacemos? ―Mi respiración se iba agitando por momentos.


―Tranquila, pequeña ―me calmó Jake de nuevo, dándome un suave beso en
la cabeza.

―En mi opinión, y siento tener que decirlo, deberíais deshaceros de esa


ecografía ―aconsejó Ezequiel, mirándonos algo apenado, aunque con
convicción―. Lo mejor sería quemarla.

―Más vale prevenir ―asintió mi padre.

Mi corazón se volvió a helar, pero tenía razón. Me daba una pena horrible,
sin embargo, no iba 344

a poner la vida de mi bebé en peligro por una fotografía. Además, cuando


quisiera ver al bebé solamente tenía que pedírselo a Carlisle y él me haría otra
ecografía, aunque no me la imprimiera.

Jacob y yo nos miramos y supe que él estaba pensando exactamente lo mismo


que yo. Ambos asentimos a la vez mientras suspirábamos resignados.

Alcé la foto de nuestro bebé y los dos la miramos por última vez.

―Te volveremos a ver, peque ―afirmó Jake, hablando con la ecografía.

Acaricié la imagen con mi dedo pulgar y le di un beso. Después, se la pasé a


Ezequiel.

―La quemaré en la cocina ―dijo el mago, dirigiéndose hacia allí.

―Gracias ―le agradecí, por tomarse las molestias de ser delicado y no


hacerlo delante de nosotros.

Ezequiel asintió con una media sonrisa y siguió su marcha.

―Te ayudaré ―le acompañó Carlisle.

―A partir de ahora, nada de imprimir las ecografías ―declaró Emmett.

Me quedé observando cómo el mago y mi abuelo entraban en la cocina con


una sensación de desazón enorme, porque ahora ya no iba a tener ese
recuerdo de nuestro bebé. Su primera fotografía. Jacob me arrimó a su
costado, pasando su brazo por mis hombros, y me dio otro beso en la cabeza,
mirando lo mismo que yo.

Al rato, un olor a papel quemado invadió la estancia.

345

“No puedo”

Carlisle nos había hecho el magnífico regalo de volver a hacerme otra


ecografía para que nos animásemos. Y sirvió. El despacho de mi abuelo
también había sido desvalijado, pero el aparato de ecografías se pudo arreglar
sin más problemas, gracias a Dios. Volvimos a ver a nuestro pequeño bebé
respirando y moviéndose, esta vez en privado, y eso fue todo un balsámico
para nosotros.

Cuando llegamos a nuestra preciosa casita roja, Jacob y yo estábamos mucho


más tranquilos y calmados.

Se había hecho de noche con demasiada prontitud, o eso me pareció a mí.


Cenamos esos filetes tan ricos con guarnición que Esme nos había preparado
y nos sentamos un rato en el sofá junto con el resto de mi familia para hacer
un poco la digestión antes de irnos a dormir. Ahora que había pasado la etapa
de las náuseas y los vómitos, comer era toda una gozada.

Últimamente siempre tenía bastante sueño, dormía como un lirón, y hacía


numerosas siestas a lo largo del día en las que siempre me quedaba dormida
en el sofá, acurrucada en el costado de Jake, entre sus brazos. Él aguantaba
estoicamente a mi lado hasta que me despertaba, lo cual podían ser una o dos
horas. En cuanto abría los ojos, lo primero que veía era su hermoso rostro
sonriéndome y observándome engatusado, cosa que me encantaba. En estos
momentos, en los que estábamos viendo la televisión con mi familia, también
estaba acomodada a su lado, con su protector y acogedor brazo rodeando mis
hombros y sus prodigiosos dedos pasando por mi cabello, y estaba tan a
gusto, que no faltaba mucho para que mis párpados se cayeran del todo y no
volvieran a abrirse hasta el día siguiente.

―¿Quieres ir a la cama? ―me preguntó Jake con un murmullo, ya que se


había percatado de mi somnolencia.

Alcé el rostro para mirarle.

―Sí ―ronroneé, sonriéndole―. Pero tú puedes quedarte, si quieres.

―Ni hablar, yo me voy contigo ―me sonrió él también, dándome un toque


en la punta de la nariz con su dedo.

―Vale ―mi sonrisa se amplió.

Retiró su cálido brazo de mis hombros, dejándome libre, y nos levantamos


del sofá.

―Hasta mañana ―me despedí de mi madre, Rosalie, Emmett y Esme, que


eran los que se habían quedado en casa, puesto que el resto de mi familia
estaba en el bosque, junto a los lobos y el aquelarre de Denali.

―Hasta mañana ―contestó mamá, hablando por todos―. Que descanséis.

El resto sonrió como despedida.

Tomé a Jacob de la mano y dejamos el salón para dirigirnos al vestíbulo.


Subimos las escaleras, atravesamos el pasillo y entramos en el dormitorio.

Una vez allí, encendimos la lamparita de mi mesilla, Jake cerró la puerta y le


solté para acercarme al armario. Lo abrí, saqué del cajón sus pantalones de
pijama largos y su camiseta interior de tirantes blanca y se lo pasé.

―Gracias ―me sonrió, dándome un beso corto.

―De nada.

Para mí saqué mi camisón de tirantes hecho de algodón, en color azul claro.


Nos aproximamos a la cama, dejándolo encima de la misma, y comenzamos a
cambiarnos.

Entonces, mis ojos actuaron por cuenta propia cuando Jacob se quitó la
camiseta, y ya no se pudieron despegar de él. Mientras yo misma también me
desvestía, mis pupilas repasaban su portentosa espalda, los impresionantes
músculos de su torso, sus fuertes brazos, sus robustas piernas y todo lo que
iba quedando al descubierto de su poderoso cuerpo… Irremediablemente, el
sueño que tenía antes se esfumó con rapidez y fue sustituido por otro tipo de
sensaciones, unas de naturaleza muy distinta.

Estaba demasiado distraída y concentrada mirándole, pero me percaté de que


mis ojos no fueron los únicos que aprovecharon para mirar. Jacob también
parecía observarme a la vez que se 346

iba cambiando, repasando todo mi cuerpo con esa mirada tan penetrante y esa
media sonrisa que me volvía loca. Ambos nos descubrimos observándonos y
nos sonreímos.

En cuanto terminó de ponerse el pijama y yo lo hice con mi camisón, se


acercó a mí. Se colocó detrás y rodeó mi vientre con sus manos al tiempo que
arrimaba su rostro a mi sien y me daba un beso tierno y dulce. Todo el vello
se me puso de punta, por supuesto, y mis mariposas ya saltaron en mi
estómago.

Me di la vuelta y rodeé su cuello con mis brazos, haciendo que sus manos
pasaran a mi cintura.

Nuestras miradas se engancharon, hipnotizándonos el uno al otro, y la energía


comenzó a danzar a nuestro alrededor. Mi pulso ya se había acelerado solo
con perderme en sus penetrantes e intensos ojos negros, pero cuando
comenzó a acercar su rostro lentamente sin despegar esas profundas pupilas
de las mías, mi corazón se desbocó por completo. Sí, mi corazón era un
caballo salvaje que galopaba hacia él, corría frenéticamente para alcanzarle,
aunque también noté cómo el suyo latía a mil por hora. Su frente rozó la mía
y nuestros párpados se cayeron, rindiéndose, entregándose, y yo me moría
por notar sus ardientes labios. Mi boca ya suspiraba sin cesar, como la suya,
era inevitable, inevitable. Jacob era mi droga, mi dulce droga, siempre lo
había sido y siempre lo sería, para siempre, eternamente. Por fin, sentí el roce
de sus labios en los míos y su aliento los acarició como un frágil y abrasador
susurro. Mis mariposas explotaron, multiplicándose por mil; consiguieron
salir de mi estómago y se repartieron por todo mi organismo, encendiéndolo
como una mecha. Los dos palpitamos y nuestra respiración se agitó un poco
más. Su boca comenzó a moverse con la mía con suavidad, dándome una
serie de besos cortos y lentos que me estremecían de punta a punta, mientras
una de sus manos pasaba a recorrer mi espalda despacio, aunque podía sentir
esa avidez retenida con que lo hacía. Jadeé con más intensidad y me pegué a
él con vehemencia.

Entonces, obtuve lo que quería. Poco a poco, sus labios pasaron a moverse
con más efusividad, dándome besos más largos y apasionados, a la vez que
nuestros alientos se mezclaban con agitación y la energía empezaba a girar
ansiosamente. Llevé mi mano a su pelo para que no quedase ni un milímetro
entre nosotros y lo aferré con mis dedos. Sin embargo, de repente, Jacob soltó
mi boca con prisas.

―Lo siento ―susurró, apoyando su frente en la mía mientras respiraba


aceleradamente.

―¿Qué? ―pregunté, perpleja ante su extraña reacción, si bien mis bronquios


tampoco dejaban de trabajar.

Aunque el motivo de mi respiración empezaba a ser otro muy diferente al de


antes. Ahora mi boca exhalaba con rapidez, de la ansiedad que su reacción
me provocaba.

―Lo siento. No… no puedo ―volvió a murmurar, despegándose de mí, algo


agobiado.

Me quedé mirando, atónita, compungida y desesperada, cómo Jacob me daba


la espalda y llevaba la mano al corto pelo azabache que nacía de su frente.
Después, la bajó para restregar su cara al tiempo que parecía coger aire.

Esta era la primera vez en los seis años que llevábamos juntos como pareja
que recibía una negativa por parte de Jacob. Me descolocó por completo.
¿Qué le pasaba? ¿Por qué decía que no podía? ¿Era por mí? ¿Es que… es que
ya no le gustaba? ¿Mi cuerpo le parecía desagradable? ¿Ya no le atraía? Me
embargó una desazón enorme que me abrumó por completo, tanto, que un
fuerte nudo se aferró a mi garganta, estrangulándola con fuerza. Empecé a
sentirme aturdida, confusa…

Mis ojos no hacían más que buscar respuestas en su espalda, en el suelo, me


hacía mil preguntas y ninguna obtenía contestación, al menos, no la que a mí
me gustaba. No quería llorar, y menos delante de él, pero esta estúpida
sensiblería que se había multiplicado por tres en los últimos meses me
dominaba y las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas sin descanso.
Metí la mano en el pelo de mi frente, todavía desesperada, y me di la vuelta
para que no me viera.

No obstante, Jacob pareció darse cuenta de mis tontos sollozos, porque se dio
la vuelta hacia mí con rapidez.

―¿Estás llorando? ―me preguntó, poniendo sus cálidas manos sobre mis
hombros para darme la vuelta con delicadeza.

Observé su rostro, que ahora estaba preocupado.

―No ―mentí con una voz ñoña y tonta que no sé de dónde salió y que
encima no engañaba a nadie.

Genial. Era patética. Estúpida sensiblería…

―Mierda, no tenía que haber dejado que pasara esto ―lamentó, secándome
esas incesantes lágrimas de mis mejillas con sus dedos.

Sabía que ahora iba a ser incapaz de articular dos palabras seguidas sin ese
sollozo bobalicón 347

incordiándome a cada momento, y encima no quería que mi voz volviera a


sonar ñoña y tonta, así que coloqué mi mano en su mejilla y dejé que mi don
se expresase por mi garganta. Me concentré para hablar pensando las
palabras, porque si dejaba que mi mente fluyera sola, seguramente saldría un
torbellino de sentimientos entremezclados con miles de preguntas que ni
siquiera él iba a ser capaz de comprender.

¿Es por mí?, quise saber, clavando mis taciturnos ojos en los suyos para ver
cómo reaccionaban.

¿Ya no te gusta mi cuerpo?

―¿Qué? ―inquirió, extrañado.

Tomé aire, intentando que mis lágrimas no siguieran brotando. No quería que
influyeran en su respuesta.

¿Ya no te atraigo?

―¿Qué dices? Claro que me atraes ―afirmó, sincero, siguiendo con esa
mirada desconcertada.

Entonces, su rostro se relajó y sus manos se engancharon a mi cintura―.


Estás… estás preciosa ―aseguró con un susurro, repasándome entera,
maravillado―. No te imaginas cuánto me gustas.

Escuchar esas palabras hizo que mi corazón se agitase de nuevo y mis


mariposas se pusieran a volar como locas otra vez. Creo que fueron ellas las
que hicieron que mis brazos rodeasen su cuello y pegase mi frente a la suya
con avidez, bajando mis párpados.

―Entonces, bésame ―le pedí con ansia, casi con exigencia.

Llevé mis labios a los suyos y empecé a besarle con ganas, dejando escapar
unos estimulados suspiros. Jacob correspondió a mi boca y a mis jadeos,
moviendo la suya al mismo compás, aunque sus manos se aferraron a mis
caderas, interponiendo una especie de barrera invisible entre nosotros. Eso
me desesperó y moví mis labios más deprisa.

―Sabes que si empiezo ya no podré parar… ―jadeó entre beso y beso.

―Y tú sabes que no quiero que pares… ―susurré con deseo, metiendo mis
dedos entre el corto pelo de su nuca.

De pronto, Jacob despegó nuestros labios y separó un poco su rostro para


mirarme.

―¿Cómo? ―Bajó las cejas con extrañeza, aunque parecía más bien
sorprendido.

―¿Qué te pasa? ―quise saber, bajándolas yo también―. No… no te


entiendo.

―¿No quieres que pare? ―preguntó con una media sonrisa, mirándome a los
ojos para cerciorarse, como si no se creyese lo que acababa de oír.

Ese entusiasmo de ahora me descolocó un poco. Volví a poner mi mano en su


mejilla, observándole algo desconcertada, y empecé a mostrarle lo mucho que
le deseaba, lo mucho que ansiaba que me besase, que me acariciase con sus
ardientes manos, estar entre sus brazos, que me hiciera el amor… En ese
momento, fue Jake el que cerró los ojos y el que pegó su frente a la mía con
vehemencia a la vez que sus manos pasaban a mi cintura y me arrimaban más
a él.

Los coloridos insectos que colonizaban mi estómago batieron sus alas una
vez más.

―Dios, Nessie, yo también me muero por hacerte el amor ―susurró en mi


boca con furor, haciendo que me estremeciera con intensidad―. No te
imaginas lo mucho que te deseo.

Toda mi alma se iluminó cuando escuché esos fogosos vocablos. Pero separé
mi cara para mirarle, todavía un poco confusa.

―Entonces, ¿por qué me has dicho antes que no puedes? ―quise saber,
llevando mi mano a su cuello de nuevo para que se uniera a la otra―. ¿Por
qué no querías besarme?

―Pues por eso mismo ―respondió con otro murmullo que salía de su
maravillosa sonrisa torcida, arrimando su frente otra vez―. Te deseo con
toda mi alma, nena, no te imaginas lo mucho que me cuesta controlarme.

―¿Controlarte? ―susurré, pues ya me derretía y era lo único que mi


garganta conseguía emitir, aparte de mis hiperventilaciones.

―Creía que tú no querías ―me aclaró, hablándome entre suaves murmullos


que rozaban mi boca continuamente, poniéndome todo el vello de punta―.
Bueno, es decir, estos meses apenas querías hacer nada; aunque nunca me lo
dijiste, yo lo sé. ―Empecé a sentirme culpable. Le había echado toda la tierra
a él sin darme cuenta de que, en realidad, esto lo había provocado yo misma.

Ahora recordaba las veces que él se acercaba a mí por la noche y me besaba o


me hacía una intencionada caricia y yo, inconscientemente, me acurrucaba a
su lado e ignoraba esas señales al interpretarlas como un gesto de cariño,
consecuencia de mi escasa libido. Lo había hecho sin darme cuenta, por
supuesto, jamás le rechazaría, jamás, porque siempre le había deseado, pero,
sin querer, lo había hecho. Mi pobrecito Jacob. Cuántas veces se habría
quedado con las ganas 348

mientras yo no me daba ni cuenta, y ahora, egoísta de mí, me desquiciaba


porque él no me había besado con el ímpetu que yo quería―. Por eso nunca
insistí ―siguió él―, no quería presionarte ni agobiarte, no quería que te
vieras obligada a hacer nada conmigo.

―Yo jamás me vería obligada ―rebatí, hablando con susurros―. Sabes que
siempre te deseo.

―Sí, eso ya lo sé, pero escucha ―asintió, rozando mi frente con la suya―.
Si antes te dije «no puedo», es porque si los besos se alargan demasiado y
pasan a ese nivel que tú y yo sabemos entonces sí que me es imposible parar,
¿entiendes? No podía seguir besándote, tenía que dejarlo antes de que pasara
esa línea, porque creía que todavía seguías en esa primera etapa de
inapetencia sexual.

―¿Primera etapa de inapetencia sexual? ―me reí al escuchar esas palabras


tan técnicas de su boca.
Jacob sonrió.

―Sí, vale, lo leí en una de esas revistas de embarazadas que tienes por casa
―admitió―. Pero ahí es donde pone que en los primeros meses del
embarazo las mujeres no tenéis ganas de nada, por eso no quería agobiarte.

―Yo tengo mi parte de culpa, pero creo que tiraré esas revistas, por meterte
esas ideas en la cabeza ―pensé en voz alta, en broma.

―El caso es que yo sabía que querías besarme y todo eso, pero creía que no
querías pasar de ahí, por eso cortaba el asunto antes de que me abalanzara a ti
como un poseso. Tenía que respetarte, ¿sabes? Y no te imaginas cuánto me
cuesta hacer eso. ―Volvió a acercar sus labios a los míos para hablarme
entre abrasadores susurros―. Cada vez que te miro, cada vez que te beso o te
acaricio, me vuelvo loco…

Jadeé.

―Bueno, pues ahora ya se ha aclarado todo ―murmuré, arrimándome más a


él para besarle―.

Ahora ya sabes lo que quiero. ―Y le coloqué la mano en la mejilla para


mostrárselo.

Le dejé ver lo mucho que me apetecía estar entre sus brazos, sentir sus
ardientes manos por todo mi cuerpo, acariciarle, que me acariciase, sentir sus
besos, sentirle a él…

Su respiración se agitó al ver esas tórridas imágenes, pero consiguió hablar.

―¿Es una especie de antojo o algo así? ―sonrió, haciéndose el remolón.

―Sí ―susurré, dándole besos cortos, aunque efusivos―. Y no te imaginas lo


enorme que es…

―Entonces, tendremos que hacer algo para remediarlo…

Jacob correspondió mis besos, aunque fue por un corto espacio de tiempo.
Logró despegar su boca de la mía y tomó una buena bocanada de aire para
poder hablar.

―Espera aquí un momento ―me pidió, sonriéndome. Quitó una de sus


manos de mi cintura para alzarla y poner su dedo índice sobre mis labios―.
Vuelvo enseguida, ¿vale? Aguanta.

Se separó de mí y empezó a caminar hacia la puerta.

―¿Adónde vas? ―le pregunté con una sonrisa.

―Voy a por la radio. Vengo enseguida.

―¿A por la radio?

No me dio tiempo a preguntar más. Jake salió disparado del dormitorio y


atravesó el pasillo de tres zancadas. Mientras él bajaba las escaleras a toda
pastilla, sonreí y recogí un poco la ropa que había quedado sobre la cama,
dejándola colgada en el galán que reposaba en el otro extremo de la
habitación.

Escuché unos ruidos en la estancia que quedaba justo debajo de nuestro


dormitorio, es decir, la cocina, por lo que supe que mi chico estaba cogiendo
la radio que teníamos en la encimera.

Solíamos encenderla en las horas del desayuno, a fin de oír las noticias y esas
cosas, pero hoy nos iba a servir de utilidad para otra cosa.

―¿No ibais a dormir? ―se oyó que le reprochaba Rosalie, seguramente de la


que Jacob salía de la cocina.

―Métete en tus asuntos, rubia.

Emmett se carcajeó.

Se escuchó cómo mi tía refunfuñaba algo que no entendí, dado lo deprisa que
lo dijo, y después cómo voceaba:
―¡Pon la música alta!

Pero Jake ya estaba subiendo las escaleras, y por los pasos que conté, lo hizo
de tres en tres.

Atravesó el pasillo corriendo, sin embargo, todavía no se metió en nuestro


dormitorio, sino que lo hizo en el de al lado. No se oyó nada durante dos
segundos, pero acto seguido arrancó una hoja de 349

alguna libreta, tiró un bolígrafo sobre el escritorio y salió como una bala de
allí.

―Ya estoy aquí, preciosa ―anunció con una enorme sonrisa en la cara―.
Con esto no nos oirán tanto.

Solté una risilla al verle. Traía esa hoja de libreta cuadriculada, que era un
cartel hecho a mano que ponía «no molestar», y lo insertó en el pomo de la
puerta por la parte de arriba del papel, para que quedase colgando. Cerró la
puerta y llevó la radio hasta su mesita, donde la enchufó y se puso a
sintonizar una emisora de música. Al tiempo que iba buscando, se encontró
con una muy adecuada en la que emitían música de los años cincuenta y
sesenta, o al menos, a mí me lo parecía.

―Deja esa ―le pedí, mirándole con deseo.

Jacob me observó y, sin dejar de clavarme su intensa y profunda mirada,


subió el volumen.

Mi corazón ya empezaba a galopar hacia él, pero cuando se acercó a mí con


presteza y decisión y me cogió de la cintura, pegándome a su cuerpo, se
desbocó por completo, haciendo que mis mariposas también estallasen.

Nuestros labios se abalanzaron para besarse con pasión entre esa melodía de
blues que salía de la radio, la cual nos envolvía junto con la energía que
comenzó a emanar de nosotros. Dejé sus labios, pero solo para levantar su
camiseta interior y quitársela, aunque no pude evitar observar su
impresionante y poderoso torso. Lo repasé con mis manos una, dos, tres
veces, lentamente, minuciosamente, al tiempo que él se encendía más y
aceleraba su respiración. Hasta que ya no aguantó más.

Me empujó hacia él e hizo que mi cuerpo se pegase al suyo. Mi pequeña


pancita chocaba contra su fornido abdomen, pero eso no pareció importarle.
Ahora nuestros rostros estaban juntos de nuevo y nuestros labios empezaron a
comerse otra vez. Llevé mis brazos alrededor de su cuello y él deslizó sus
manos por mi espalda más baja. Descendió un poco más y sus enormes,
ardientes y suaves palmas cubrieron la parte trasera de mis muslos. Me
estremecí al sentir su tacto en mi fina piel, pero me volví loca cuando
ascendió, alzando mi camisón a su paso, e hizo un recorrido lento y ávido que
terminó en mi espalda.

Retiré los brazos de su cuello y los levanté al mismo tiempo que él subía mi
camisón para quitármelo. Nuestros labios se habían separado
momentáneamente para que pudiera hacerlo, y Jacob también aprovechó para
observarme bien, repasándome con deseo. Retiró mi cabello hacia atrás para
verme mejor y volvió a unir su boca a la mía enseguida mientras mis manos
volvían a su nuca y a su espalda, pegándome a su ardiente piel.

Me tomó en brazos y, sin dejar de besarnos, se acercó a la cama y me dejó


sobre la misma con suma delicadeza. No se echó encima, pero se acomodó
sobre mí, dejando que mi cuerpo tuviera el privilegio de estar entre sus
fuertes brazos. Nuestros labios se movían con pasión, jadeando sin cesar, y
mis manos pasaron a acariciar su espalda con ansias. Entonces, Jake soltó mi
boca, aunque esta vez ya fue la última que lo hizo.

―Si te hago daño quiero que me lo digas ―susurró en mis labios, hablando
con fervor.

Sabía que iba a ser delicado y que no me iba a hacer ningún daño, pero
asentí, más bien para que siguiera y no se demorase más.

Y así fue. No perdió más tiempo. Con aquellas canciones a ritmo de blues,
soul y Motown, sus labios comenzaron a descender por mi cuello y ya
empecé ese vuelo hacia el cielo infinito.
Mi cara reflejaba la enorme felicidad que sentía. Me encontraba relajada,
satisfecha, amada, deseada, plena, completa… Me pegué más al costado de
Jacob, que reposaba boca arriba, y comencé a recorrer su torso con mis
dedos, repasando las curvas de sus fuertes y tersos músculos.

Él apartó los mechones mojados de mi cabello que invadían mi rostro y


siguió peinándome.

La música seguía sonando, aunque Jake había bajado el volumen y ahora


solamente hacía las veces de un tenue hilo musical.

De pronto, noté un movimiento en mi barriga.

―Oh, el bebé se acaba de mover, ¿lo has notado? ―le dije, entusiasmada―.
Se está moviendo.

―Déjame ver ―sonrió. Colocó su cálida mano sobre mi vientre hinchado y


esperó. A los diez segundos el bebé volvió a moverse―. Sí, es verdad ―rio
también con entusiasmo.

―Me parece que va a ser un niño bastante inquieto ―sonreí, acariciando su


mano.

Nuestros ojos se encontraron y Jake acercó su rostro para darme un beso


tierno y dulce que hizo que mi vello se pusiese de punta. Después, se quedó
mirándome, anonadado.

―¿Sabes? He visto su alma ―me reveló.

―¿Su alma? ¿La has visto? ―inquirí, sorprendida.

350

―Sí, en el bosque, mientras jugábamos.

―Así que era eso lo que notaste ―recordé, sonriéndole―. Por eso te pusiste
tan contento y lamiste mi barriga.
―Tu alma brilla mucho y lo tapaba, pero tu barriga brillaba más, por eso me
fijé ―me explicó, frotando la misma con su mano al tiempo que la
observaba―. En realidad, su alma brillaba por debajo de la tuya. Es como si
debajo de tu alma, tu barriga estuviera envuelta por otra segunda capa
fulgurante, ¿entiendes? Bueno, no sé si me explico, es bastante difícil hacerlo
con palabras. ―Y alzó los ojos, esperando mi respuesta.

―Sí, creo que te he entendido ―asentí con otra sonrisa.

―Oye, ¿y qué nombre le vamos a poner? Todavía no hemos pensado


ninguno.

―No sé ―reí, arrimándome más a él―. ¿Cuál te gusta a ti?

―A mí me gustaba Ethan, pero ya lo han cogido Sam y Emily para su


segundo retoño. ―Hizo una mueca.

―¿Qué te parece Nathan? ―le propuse―. Se parece bastante y es bonito.

―Con un Nathan en la manada ya tenemos bastante ―suspiró.

―Bueno, ¿y qué más da que haya un Nathan en la manada? ―rebatí, dándole


un toque en la punta de la nariz con la yema de mi dedo.

―Ya, bueno, tienes razón ―asintió, haciendo otra mueca de conformidad―.


Ese es una opción, pero habrá que pensar más. ―Puso cara reflexiva―.
Mmm, veamos, con la «a», a mí se me ocurre… Adam ―soltó, mirándome
sonriente.

―No está mal, pero a mí con la «d» se me ocurre Daniel o David ―declaré.

―Bah, demasiado corrientes ―criticó, riéndose.

―Son bonitos y sencillos ―rebatí, dándole otro toque en la nariz―.


También se me ocurre otro con la «e». ―Y le miré con intención.

―Ni hablar ―se negó enseguida―. No pienso ponerle ese nombre a mi hijo.
A ninguno de mis hijos, aviso.
―Pues nada, el nombre de Edward queda totalmente descartado ―acepté,
soltando una risilla, pues lo había dicho en broma.

―Ya sé. Tengo uno con la «s» muy bueno, nombre de actor ―afirmó,
mirándome para esperar mi pregunta.

―¿Cuál? ―reí.

―Samuel.

―¿Samuel? ―Fruncí el ceño con extrañeza―. ¿Qué actor se llama Samuel?

―Samuel L. Jackson, por supuesto, ¿quién va a ser? ―rio, como si fuera


algo normal.

―Oh, Dios mío. Ni hablar ―me negué―. El nombre es bonito, pero ahora
que has dicho eso creo que paso.

―Es un buen actor ―rebatió él, confiriéndole a su frase un tono de evidencia


para convencerme―. Y el nombre es bonito, tú misma lo acabas de decir.

―Vale, está bien ―aprobé finalmente―. Lo apuntaremos en la lista.


¿Cuántos nombres van?

―Pues… ―lo pensó durante un par de segundos―, de momento, Nathan,


Adam y Samuel.

―Daniel y David ―le recordé, apretando su mejilla con mis dedos.

―Bueno, vale. Y Daniel y David ―aceptó, poniendo los ojos en blanco.

―Tengo otro con la «s» ―se me ocurrió.

―¿Cuál?

―Saul. ―Y le asigné al nombre algo de musicalidad para que sonase mejor.


Pero no coló.

―Venga ya, ¿Saul? ―cuestionó, arrugando el entrecejo.

―Es bonito ―refuté con convicción―. Y no es tan corriente.

―Vaaaaale ―accedió, a regañadientes―. Lo apuntaremos, por apuntar, que


no quede. Aunque no va a salir, ya te lo digo.

―Eso ya lo veremos ―objeté, espachurrando su mejilla una vez más.

―Te gusta pellizcar, ¿eh? ―rio, volteándose sobre mí, aunque sin echarse
encima―. Veremos si también te gusta que te lo hagan a ti.

―¡No, por favor! ―me carcajeé, interceptando sus manos, que ya se dirigían
a mi cara.

―Sí, ya verás cómo te gusta ―siguió entre risas.

Y comenzamos un forcejeo, riéndonos y bromeando, juego que terminó en


arrumacos, besos y caricias.

351

Al final, Jake tuvo que volver a subir el volumen de la radio.

352

Sangre

La mañana de hoy era lluviosa, pero a mí me parecía de lo más luminosa. Tal


vez se debía a mi estado de ánimo, que estaba por las nubes. Sí, después de lo
de anoche, era la mujer más feliz del mundo. Bueno, y después de lo de esta
misma mañana.

Jacob había dejado que me duchase primero, aunque yo sabía que lo que
realmente quería él era rezongar un poco más en la cama. Ahora me
encontraba en la cocina, preparando unas tostadas, ya que Esme había salido
a comprar algo para llenar la despensa.

Corté unas rebanadas del pan que había sobrado ayer y las metí en la
tostadora. Cuando le di a la palanca para bajarlas, unos brazos fuertes me
rodearon por detrás, cubriendo mi pequeña pancita con sus manos.

―¿Preparando tostadas? ―susurró Jake en mi oído, poniéndome todo el


vello de punta.

Me di la vuelta y rodeé su cuello con mis brazos. Mi chico solamente llevaba


puesta la toalla, la cual estaba enroscada en su cintura, y su cuerpazo aún
estaba mojado, así como su pelo, que chorreaba unas gotitas que recorrían su
rostro. Jacob había salido de la ducha corriendo para estar a mi lado. Sus
manos no tardaron nada en envolver la parte trasera de mis caderas.

―Sí ―sonreí, repasando su increíble pecho con mis pupilas.

Era inevitable.

Su sonrisa se amplió y acercó su rostro para besarme. Mis mariposas saltaron


al sentir sus ardientes y suaves labios deslizándose con esa calma por los
míos. Ya los había sentido hacía un rato, pero no me cansaba nunca. Su cara
estaba mojada y humedecía a la mía, sin embargo, no me importaba en
absoluto, ahora solamente podía sentir los roces de su boca, su abrasador y
dulce aliento, que se mezclaba con el mío entre suaves y silenciosos jadeos.
La energía saltó como un resorte para envolvernos con su mágica brisa
invisible, esta nos incitaba a seguir, como siempre.

Acaricié su nuca con mi mano y aferré su pelo mojado para pegarle más a mí
mientras él me apretaba contra su cuerpo. Cuando nuestros labios
comenzaron a moverse con más efusividad y mi otra mano ya se deslizaba
por su hombro, las tostadas saltaron, produciéndose un ruido algo estrepitoso
por la tostadora. Dejamos de besarnos, del pequeño sobresalto, observamos
las tostadas y después nos miramos. Ambos nos reímos, pero acercamos
nuestros rostros para volver a besarnos.

No llegamos a hacerlo, por desgracia. Alguien carraspeó, haciendo que nos


detuviéramos.

―Buenos días, Nessie ―me saludó Rosalie, metiendo su brazo sutilmente


entre los dos, accediendo a mi hombro.

Jake se vio obligado a despegarse de mí para que ella pudiera besar mi


mejilla.

―Buenos días ―le dije, mirando a Jake mientras mi tía me daba ese beso.

―Buenos días ―saludó él, intencionadamente alto.

Rosalie me soltó y se giró hacia él.

―Oh, por Dios, ¿por qué no te pones algo encima? ―protestó, mirándole de
arriba abajo con desagrado.

―Porque, aunque no lo parezca, estoy en mi casa ―replicó Jacob, molesto.

Suspiré y me di la vuelta hacia la encimera.

―¿Y también recibes así a las visitas? ―siguió mi tía―. ¿Medio desnudo?

―¿Visitas? ¿Qué visitas? ―cuestionó él, frunciendo el ceño con extrañeza.

―Ezequiel y Teresa van a venir ―nos comunicó ella mientras yo depositaba


ese montón de tostadas que había hecho en un plato―. Han llamado antes.

―¿Ah, sí? ¿Y a qué hora van a venir? ―preguntó mi chico, apoyándose en la


meseta.

―Llegarán dentro de media hora ―contestó mi tía―. Al parecer, Ezequiel


ya sabe por qué los lobos comunes pudieron acabar con esas marionetas
fantasma.

Llevé las tostadas a la mesa y me senté para comenzar a desayunar, ya que


estaba muerta de hambre. Jacob no tardó nada en venir y sentarse a mi lado.
―¿Ya lo sabe? ―inquirí, sorprendida por su rapidez.

―Eso ha dicho ―asintió ella.

353

―Genial ―aprobó mi chico.

Cogí una tostada y me puse a untarla con la mantequilla. Entonces, Rosalie


volvió a mirar a Jake.

―¿Vas a desayunar así? ―criticó, poniendo cara de asco.

―¿Así cómo? ―Jacob frunció el ceño de nuevo.

―Medio desnudo.

―Sí ―contestó él, encogiéndose de hombros al tiempo que cogía una


tostada.

―Vaya unos modales en la mesa ―chistó mi tía, cruzándose de brazos y


mirando a otro lado.

―A mí no me molesta nada ―reconocí, echándole un buen vistazo a mi


marido con una sonrisa de satisfacción enorme―. Es más, me alegra mucho
la vista. ―Y mis ojos terminaron en los de Jake.

―Gracias, nena ―me sonrió, y me dio un beso corto que yo correspondí de


muy buena gana.

Después, giró el rostro para observar a Rose con algo de presunción―. ¿Qué
te parece?

Mi tía puso los ojos en blanco y Jake se carcajeó con un poco de malicia. Yo
no pude evitar soltar una risilla a la vez que le daba un mordisco a mi tostada.

―¿Dónde está esa dichosa radio? ―quiso saber Rose, mirando la


encimera―. ¿Acaso ya no la vais a traer a la cocina?
―La radio se queda en nuestro dormitorio, rubia, más vale que te vayas

acostumbrando ―respondió Jake, mostrándole una sonrisita triunfal mientras


cogía una manzana.

La lanzó hacia arriba, la cogió otra vez y la llevó a su boca para darle un
mordisco, mirándola con esa sonrisita.

Rosalie le dedicó una mirada de odio y, en ese mismo momento, mamá pasó
a la cocina.

―Ah, ¿por fin os habéis levantado? ―rio con una risita algo picarona,
apoyando su trasero en la encimera.

Mis mejillas se encendieron sin remedio.

―Ajá ―disimulé, cogiendo otra tostada―. ¿Papá sigue en el bosque?


―pregunté para cambiar de tema, porque ya sabía de sobra que sí.

―Sí, pero está a punto de venir. Quiere estar aquí cuando lleguen Ezequiel y
Teresa.

―¿Y Alice? ¿Dónde está? ―inquirí, mirando a través de la puerta, como si


así fuera a entrar en escena.

―En el ordenador. ―Los labios de mamá se fruncieron automáticamente


mientras me observaba con cautela.

―No ―gemí, poniendo cara de dolor.

―Dijiste que ibas a hablar con ella ―recordó Jake, también con sufrimiento.

―Y lo he hecho ―se defendió mi madre―. He hablado con ella esta noche,


os lo aseguro.

―No está mirando ropa de bebé. Ahora está mirando páginas de decoración
infantil ―nos reveló Rosalie, y le dedicó una sonrisita maléfica a Jacob.
―¿Pero qué diablos os pasa a las vampiros de esta casa? ―protestó él,
resoplando―. Ya he dicho mil veces que del cuarto del bebé me encargo yo.

Justo en un parpadeo, Alice apareció por la puerta.

―Lo sé, pero creo que necesitarás un poco de ayuda ―afirmó ella, danzando
por la cocina para ponerse junto a mamá.

―No necesito ayuda ―gruñó mi chico.

―Jacob, dudo mucho que un lobo tenga olfato para esas cosas ―cuestionó
Alice.

―¿Qué quieres decir con eso de un lobo? ―interrogó él con suspicacia.

―No te ofendas, pero solo hay que ver el tipo de casas que hay por aquí y su
estilo de decoración.

A mí también me molestó ese comentario.

―¿Ah, sí? ¿Qué les pasa? ―preguntó Jake, irritado y ofendido.

―A mí me gustan las casas de La Push ―opiné, algo molesta, llevándome


otra tostada a la boca.

―Y a mí también ―se sumó mamá, regañando a Alice con la mirada por ese
comentario tan clasista.

―Bueno, de acuerdo, quizá no he estado muy acertada con ese comentario


―reconoció mi tía, alzando las manos a modo de defensa―. Pero creo que
un poco de dinero y un toque femenino siempre son necesarios.

―Sé muy bien lo que me traigo entre manos, ¿vale? ―declaró Jacob,
enojado―. Nessie va a 354

ayudarme con la decoración, la elegiremos juntos, y aquí en la reserva no


necesitamos dinero para hacer las cosas.
―Sí, ya lo veo ―contradijo Alice, chistando.

―Bueno, vale ya ―intervine, enfadada. Sabía que lo único que querían era
ayudar y que estaban muy emocionadas con mi embarazo. Y lo agradecía,
pero ya estaba un poquito harta de que siempre pusieran en duda las
habilidades de mi chico. Lo hacían sin querer y sin darse cuenta, por
supuesto, sin embargo, le estaban haciendo de menos, y eso no me gustaba―.
Jacob se va a encargar de la habitación del bebé y punto. Os agradezco
mucho todo el interés que ponéis y toda vuestra ayuda, pero tenéis que
aceptarlo. Él es el padre de nuestro hijo y, como es lógico, le hace mucha
ilusión hacerle el dormitorio. Y a mí también me hace más ilusión que se lo
haga él, es más, quiero que lo haga él. Además, sé que lo va a dejar perfecto.
―Y cogí la mano de Jacob.

―Gracias, nena ―me sonrió él, dándome un cariñoso beso corto. Luego, se
dirigió a Alice―.

¿Alguna pregunta?

―No ―suspiró ella―. Supongo que tienes razón, Nessie. Perdonadme, creo
que a veces me puede mi entusiasmo.

―Sí, se te va bastante la olla ―murmuró Jake por lo bajinis.

Apreté su mano para reñirle.

―No importa, ya está ―le sonreí, quitándole importancia.

―Será mejor que terminéis ese desayuno ―irrumpió mi padre de pronto,


entrando por la puerta de la cocina―. Ezequiel y Teresa están a punto de
llegar.

Jake y yo ni siquiera habíamos escuchado la puerta de la entrada.

Papá se acercó a mi sonriente madre, que rodeó su cuello con sus brazos y le
dio un beso. No se habían visto en toda la noche, así que el susodicho beso
fue bastante pasional.
―Si queréis la radio, está en nuestro dormitorio ―se mofó Jake―. A Bella
la silenciosa no le hará falta, pero a Edward el taladrador seguro que sí, ¿eh?
―Me dio una serie de codazos y se carcajeó.

―Jake… ―le regañé, aunque no pude evitar sonreír.

―Eso sí, nuestra cama es sagrada ―concluyó.

Mamá mató a Jake con la mirada.

―Muy gracioso ―respondió mi padre, usando un serio retintín―. Así que la


radio, ¿eh? ―leyó en algún pensamiento de alrededor, hablando con
resignación.

Mis mejillas volvieron a adquirir un color más rosáceo.

―Lo que nos espera con esa dichosa radio ―chistó Rosalie.

―Si quieres no la pongo más, Barbie, a mí me da exactamente igual que nos


oigáis. Si pongo la música, es por Nessie ―soltó Jacob sin cortarse un pelo.

Mi cara ya iba a explotar.

―No, gracias, creo que prefiero oír la música ―respondió ella, entrecerrando
los ojos para simular una cara de odio.

Jake se carcajeó con malicia.

―Bueno, será mejor que vayamos recogiendo esto ―dije para cambiar de
asunto otra vez, levantándome de la mesa.

―No te preocupes, nosotras lo haremos ―se ofreció mamá, ya cogiendo las


cosas a una velocidad supersónica―. Tú no hagas esfuerzos.

―Puedo yo ―declaré, levantando mi vacío vaso de zumo, que fue lo único


que me dio tiempo a coger.

―No, tú descansa ―insistió mi madre, que volaba por la cocina. Y me lo


quitó de las manos.

Puse los ojos en blanco.

―Estoy embarazada, no enferma ―suspiré.

―Yo iré a vestirme ―manifestó Jacob, también poniéndose de pie.

―Ya era hora ―bisbiseó Rosalie con una voz apenas inaudible, mirando
hacia otro lado con petulancia.

No sé si Jacob no la oyó o simplemente la ignoró.

―Espera, te acompaño. ―Fui detrás de él y le cogí de la mano―. Ya que no


me dejan hacer nada en la cocina…

Salimos de la cocina y nos fuimos a nuestro dormitorio. Jacob ya había hecho


la cama, así que solo tuve que esperar a que se vistiera. Justo cuando terminó
de ponerse esos pantalones negros cortos y esa camiseta de color azul,
Carlisle, Jasper y Emmett llegaron a casa, ya que seguramente 355

también querían escuchar a Ezequiel. Bajamos y nos reunimos con ellos en el


salón para esperar a nuestro amigo mago.

Esme no tardó mucho más en llegar. Entró en nuestra vivienda con un


montón de bolsas, y fue ayudada por mi servicial y atento abuelo enseguida,
aunque Jake también se fue a la cocina para colaborar en el guardado de las
cosas. A mí no me dejaron ir, claro.

Al poco de que terminaran de colocarlo todo, el timbre de casa sonó. Mi


chico corrió para abrirles la puerta y Ezequiel pasó adentro, junto a mi
querida Teresa.

Después de los típicos saludos, abrazos y preguntas para saber de mi estado,


pasamos directamente al tema que nos interesaba.

―Bueno, ¿qué has descubierto? ―Jacob, que estaba sentado en el sofá,


conmigo encima, fue el que abrió la veda.
El resto de mi familia y nuestros invitados se repartían a nuestro lado del
tresillo, en los sillones que antes habían estado frente a la chimenea y que
ahora habían sido movidos para la reunión, y en las banquetas de la mesa de
la cocina, que también habían sido traídas con el mismo fin. Los únicos que
se habían quedado de pie eran Emmett y Jasper.

―Oh, sí. ―Ezequiel carraspeó para centrarse―. Me he pasado toda la noche


investigando, leyendo en mis libros, por eso lo he descubierto tan pronto. En
realidad, no me ha costado mucho averiguarlo.

―Han vuelto a hacerlo ―exhaló papá, sorprendido, adelantándose a lo que


Ezequiel iba a decir.

―En efecto ―asintió este, ante las miradas desorientadas de los demás―.
Nikoláy, Ruslán y Razvan han vuelto a utilizar la sangre de lobos comunes
para sus propósitos.

―Maldita sea ―masculló Jake, apretando los dientes con rabia.

Sus manos, que rodeaban mi cintura, se tensaron al acordarse de aquello, al


recordar cómo esos magos habían matado a los lobos comunes de La Push
tan cruelmente para hacer aquella fórmula que creían que iba a dotar a sus
gigantes de un poder regenerativo. Después, cuando habían visto que no
funcionaba, habían pasado a mutilarles para mejorar la fórmula. Me estremecí
al recordar eso, porque lo primero que vino a mi mente fue lo que nos
habíamos encontrado el día en que aprendí a montar en moto y me caí: la
imagen de aquel pobre lobo tendido en el suelo, al cual le habían arrancado la
pata derecha, con ese semblante de dolor todavía en su rostro muerto.

También me acordé del lobo Alfa de aquella manada, a ese le habían


arrancado el corazón para usarlo más tarde contra Jacob… Tuve que coger
una buena bocanada de aire para olvidarme de aquello y centrarme en la
conversación.

―No, no han matado más lobos ―le aclaró papá a Jacob, que veía todo lo
que pasaba por su mente―. Ezequiel cree que han usado las… reservas que
ya tenían.

―Así es ―ratificó el propio Ezequiel.

―¿Y qué tiene que ver la sangre de esos lobos con todo esto? ―preguntó
Jake.

―Las fibras que componen las capas de las marionetas fantasma están
teñidas con la sangre de esos lobos ―empezó a explicar nuestro amigo mago.
Todos nos quedamos perplejos, excepto mi padre, claro, que ya lo sabía antes
de tiempo―. Con otra parte de la sangre, hacen un conjuro por el cual Ruslán
las mueve a su antojo. Al teñir la tela con el plasma, obtienen una conexión
entre las prendas y la otra parte de la sangre.

―O sea, que la sangre que se quedan y que usan para ese conjuro son los
hilos de las marionetas, por decirlo así, ¿no? ―comparó Jake.

―Sí, exacto ―confirmó Ezequiel.

―¿Y por qué la sangre de esos lobos? ―inquirió Jasper.

―¿Recordáis que ayer os dije que el poder espiritual de Jacob solo podía
destruir esas marionetas temporalmente, ya que la magia negra solamente
estaba siendo utilizada para moverlas?

―Sí, ¿qué pasa? ―azuzó Jacob.

―Pues bien, creo que han teñido las capas con la sangre de esos lobos para
que las marionetas fueran más efectivas ―reveló el mago―. Con cualquier
otro ser, la magia de Ruslán sería suficiente, pero contigo es diferente. Tú
eres mucho más poderoso. Así que se sirvieron de eso para reforzar el
conjuro. Saben que tu espíritu de Gran Lobo no destruiría en primera
instancia algo que estuviera relacionado con lobos, aunque fueran comunes.
En primera instancia, porque si las marionetas hubieran atacado, tu poder
espiritual se vería obligado a destruirlas, sobre todo si atacan a Nessie.

―Vale, eso lo he pillado ―siguió Jake―, pero todavía no entiendo por qué
los lobos pudieron 356

destruir las marionetas. ¿Es porque están teñidas con esa sangre?

―Sí, esas capas están confeccionadas con una parte de esos lobos, podríamos
decir, así que solo ellos podían destruirlas. Al rasgarlas, los lobos rompieron
el conjuro.

―El poder espiritual de Jake lo sabía, por eso llamó a los lobos ―concluyó
Emmett, mostrando una sonrisa enorme―. Apuesto lo que queráis a que
Nikoláy, Ruslán y Razvan no se lo esperaban.

―Seguramente no ―coincidió Ezequiel―. Desgraciadamente, no puedo ver


a Nikoláy, Ruslán y Razvan en mis sueños, ya que usan su magia para
ocultarse, pero estoy seguro de que eso les pilló por sorpresa. Por eso su
guardia se tuvo que tomar tantas prisas en registrar vuestro hogar.

―Yo tengo una duda ―intervino Alice, levantando la mano como si


estuviéramos en una clase.

―Adelante, Alice ―le exhortó él, cual profesor.

Mi tía nos miró a Jacob y a mí con cierta precaución, lo cual ya me asustó un


poco.

―Ayer dijiste que lo que andaban buscando era la ecografía del bebé para
hacer magia negra con ella ―empezó. Hizo una pequeña pausa en la que
miró especialmente a Jake, otra vez con cautela―. ¿Y si también buscaban
una fotografía de Nessie? ―Las manos de Jacob se agarrotaron en mi cintura
de nuevo y sentí cómo su corazón saltaba de su sitio y se aceleraba, nervioso,
tapando el sobresalto del mío propio―. ¿Y si también quieren hacer magia
negra con ella? Con eso… evitarían que el bebé…

Dejé de respirar por un momento y Jake acarició mi espalda.

―Estaban todas las fotos de Renesmee ―aseguró mi padre, cortando el final


de la frase de mi tía para ahorrarnos el mal trago de tener que oírla.
―¿Cómo lo sabes? ―preguntó mamá, algo agitada.

―Las he revisado todas, créeme. ―Papá acarició su mejilla para


tranquilizarla.

―A mí lo que me extraña es que, en estos tres años, no hayan utilizado su


magia negra contra Nessie ―opinó Jasper―. No quiero alarmar a nadie, pero
saben que si ella… fallece ―suavizó, aunque no sirvió para que las manos de
Jake no temblasen ligeramente―, el poder espiritual de Jacob se vería muy
mermado. Es más, saben que Nessie es la razón de la existencia de Jacob. Eso
sin contar que si ella no existiera, el Gran Lobo ya no podría tener esa
descendencia de la que habla la profecía. ¿Por qué esperaron a que Nessie se
quedara en estado y no atacaron mucho antes?

Se hizo un mutismo en el que los nervios de todos afloraron, sobre todo los
de Jacob. Este no dijo nada, se limitó a esperar la respuesta de Ezequiel, y mi
padre hizo lo mismo, solo que para dejar que el mismo mago se explicase.

―En aquella batalla de hace tres años contra los Vulturis se vieron muy
debilitados ―habló Ezequiel finalmente―. Saben que no pueden vencer a
Jacob fácilmente, es por esta razón que han estado rearmándose, formando
una guardia nueva. Por supuesto, saben que Jacob es invencible, pero
también saben que tiene un punto débil: Nessie. ―En ese momento, mi
corazón volvió a saltar―. Sin embargo, creo que existe una razón por la cual
no han actuado contra ella.

Su mirada se dirigió a mí en primer lugar, pero sus ojos oscilaron después


hacia Jacob para mirarle con prudencia.

―Estoy de acuerdo ―secundó mi padre, antes de que Ezequiel hablase―.


Lo vi en su mente el día de la batalla. ―Y sus dientes rechinaron con rabia.

Mamá puso cara de ya saber a qué se refería papá, señal de que ya debían de
haber hablado de esto.

―¿Ver el qué? ―exigió saber Jake, hablando con nerviosismo evidente―.


¿Cuál es esa razón?
―Nikoláy, Ruslán y Razvan tienen objetos usados por Nessie. Objetos que
ella utilizó en su castillo, como esos vestidos que Razvan la obligaba a
ponerse ―empezó a aclarar Ezequiel. Ahora fueron las muelas de Jake las
que chirriaron con más que rabia, seguramente al acordarse de lo que Razvan
me había hecho, aunque también noté cierto desasosiego en su respiración―.
No obstante, jamás han utilizado nada de esto para hacerla daño, y la razón es
bien poderosa. Eso es porque Razvan no lo ha permitido. No sé cómo lo
consigue ni cuáles son sus argumentos para retenerles, pero Razvan tiene que
ser lo suficientemente poderoso como para conseguirlo, al menos, por ahora.
―Ezequiel enmudeció durante un par de segundos, en los que observó a
Jacob otra vez con precaución. Luego, siguió hablando en un tono serio―. Es
lo que yo creo, y Edward acaba de ratificarlo. Razvan está enamorado de
Nessie.

―La quiere viva porque la quiere para él ―cayó Emmett, entonando ese
pensamiento en voz alta y con sorpresa.

Rosalie le dio un codazo, regañándole.

Nadie se atrevió a decir nada más.

357

El temblequeo de las manos de Jacob aumentó y yo froté su brazo para tratar


de relajarle, pero no daba el resultado que esperaba, así que coloqué mi mano
en su mejilla.

Tranquilo, cielo, le calmé, acariciando su piel ligeramente.

Pero las pupilas de Jacob empezaban a mirar al infinito con ira y furia
mientras su respiración se aceleraba por momentos. Sus dedos se clavaron en
mi cintura con avidez, diría que con un reclamo territorial que gritaba a los
cuatro vientos que yo era suya y solo suya.

―Nunca se la llevará. Jamás ―masculló con esa cólera retenida que daba
más miedo que si lo hubiera chillado.
Acogí su rostro entre mis manos y clavé la mirada en sus preciosos ojos
negros.

Jake, mírame, le pedí mentalmente, hablando con una voz tranquila y dulce.

Sin embargo, Jacob no varió su conducta.

Mírame, por favor, insistí.

Sus ojos por fin dejaron el infinito de sus turbulentos pensamientos para
obedecerme. En cuanto nuestras pupilas se encontraron, ese odio que
albergaban las suyas desapareció, aunque todavía quedaba esa furia.

Quiero que te tranquilices, ¿de acuerdo? Razvan nunca conseguirá nada,


aseguré con convicción.

Entonces, le mostré lo que veía al mirarle. Era a mi Gran Lobo alzándose


para protegerme, poderoso, fuerte, invencible. Le dejé ver lo protegida que
me sentía a su lado y lo mucho que confiaba en él. Era un sentimiento tan
certero, no tenía ni un ápice de dudas. Ponía la mano en el fuego por él, sabía
a ciencia cierta que nadie podía vencerle, ni siquiera los magos más
poderosos del mundo.

Jacob tomó una buena bocanada de aire y asintió. Cuando lo soltó y sus
manos dejaron de temblar, le sonreí y le di un beso en los labios que él
correspondió con efusividad. Aunque cuando dejé su boca libre, Jake se
dirigió a mi padre, enfadado.

―Así que sabías que Razvan también quería llevársela y no me dijiste nada
―le reprochó.

―No estaba seguro ―se defendió papá―. En aquella batalla de hace tres
años vi cierta intencionalidad en los pensamientos de Razvan, pero solamente
era eso, una intención. Eso no quería decir que fuera a proponérselo de
verdad.

Jake se levantó con delicadeza y me dejó el sitio del sofá a mí.


―Pero ahora parece que ya lo sabemos, ¿no es así? ―Empezó un paseíllo
nervioso por el saloncito, llevándose la mano al pelo―. Parece que está claro
que no solo quieren evitar… el nacimiento de nuestro hijo, sino que, además,
pretende llevársela. ―El final de la palabra arrastró un gruñido.

―No lo conseguirá, Jacob ―intentó calmarle mi padre.

Mi chico se paró en seco, frente a él.

―No, claro que no. Jamás lo permitiré. Nadie va a volver a separarnos


―aseguró con otro gruñido, mirándole con una determinación furiosa.

Me levanté del sofá y corrí junto a él.

―Jake, tranquilízate, por favor ―le rogué, esta vez en voz alta, volviendo a
retener su rostro entre mis manos para que me mirase―. Da igual lo que
intente, el bebé y yo estamos muy protegidos, no nos pasará nada. Nadie va a
separarme de ti, jamás.

Sus ojos se clavaron en los míos con una resolución y una convicción que
llegó incluso a ponerme el vello de punta.

―Yo siempre te protegeré, siempre ―afirmó sin dejar de mirarme de ese


modo―. Siempre os protegeré. ―Y su mano subió hasta mi vientre.

Tuve que acordarme de coger aire, porque me había quedado sin respiración.

De pronto, el timbre sonó varias veces, de una forma insistente, urgente, y


todos giramos el rostro en dirección al vestíbulo.

Jacob se despegó de mí y caminó en grades zancadas hacia la entrada. No fui


la única que comenzó a seguirle. Toda mi familia vino detrás de mí. Cuando
mi chico abrió la puerta, Seth apareció tras ella, con un semblante apurado
por las prisas.

―Seth, ¿qué pasa? ―quiso saber Jake, alarmado.

―Tenemos heridos en el bosque ―anunció con la voz entrecortada por la


carrera y el nerviosismo.

Mi corazón se encogió.

358

Heridos

Todos nos quedamos paralizados durante un par de segundos, excepto


Carlisle, que ya estaba acostumbrado a estas situaciones de emergencia.

―Iré a buscar mi maletín ―dijo, ya subiendo las escaleras a toda pastilla.

El mencionado maletín era el que tenía en el dormitorio del ordenador, futura


habitación del bebé, para hacerme los reconocimientos diarios, tales como
tomarme la tensión y poco más, aunque contenía algunas cosas sanitarias y de
primeros auxilios.

―¿Qué ha pasado? ―inquirió mamá, muy preocupada.

―Licántropos ―adelantó mi padre, tensando su semblante marmóreo.

Me dio un escalofrío solo con oír eso, pero me dio otro mayor que congeló
mi corazón por un instante al recordar que si uno de esos licántropos mordía
a uno de los metamorfos, este no sobreviviría. Y todo sería por mi culpa.
Bueno, ya sabía que no era culpa mía directamente, pero si a alguno de mi
familia, del aquelarre de Denali o de los lobos le pasaba algo, era por
protegerme a mí y al bebé. Eso hacía que tuviera sentimientos encontrados,
porque por una parte quería que protegieran a mi hijo, y eso era muy egoísta
por mi parte, sí, sin embargo, ¿qué iba a hacer? Era mi hijo, y haría cualquier
cosa por él. Pero eso mismo hacía que me sintiera mal, culpable, porque, a la
vez, también me tenían que proteger a mí.

―Mierda, vamos ―gruñó Jake, apretando los dientes con furia mientras ya
me cogía de la mano y echaba a andar con presteza, tirando de mí. Me dio
tiempo a coger mi plumas del perchero, de milagro. Entonces, se percató de
algo y detuvo su marcha para girarse hacia mi familia.
Aproveché entonces para ponerme el plumas marrón, cubriéndome la cabeza
con la capucha, y después volví a amarrar su mano―. Que alguien se quede
en casa, puede que sea otra trampa.

―Nos quedaremos nosotros ―se ofreció Ezequiel, que estaba al lado de


Teresa―. Si pretenden algún truco, yo les detendré.

―Nosotros también nos quedaremos, por si acaso ―se sumó Jasper, que
aferraba la mano de Alice―. Nunca se sabe.

―Vale ―aceptó Jake, ya iniciando la marcha de nuevo―. Gracias, os debo


una.

Ezequiel asintió, haciendo una especie de reverencia, Teresa y Alice


sonrieron y Jasper alzó la barbilla con ese gesto elegante tan típico de él.
Carlisle bajó como un rayo, con su maletín, y llegó hasta el resto de mi
familia, que ya estaba siguiendo a Jacob.

Ninguno objetó nada al ver que yo también les acompañaba. Ninguno tenía
ninguna duda. Con Jacob a nuestro lado, no había nadie más protegido que el
bebé y yo. Mi ángel de la guarda…

―Dime, ¿qué ha pasado? ―le preguntó a Seth.

Jasper, Alice, Ezequiel y Teresa se metieron en casa y mis padres, Carlisle,


Esme, Rosalie y Emmett escucharon con suma atención.

―Estábamos vigilando la zona, como siempre, cuando de repente han


aparecido esos licántropos ―empezó a explicar Seth con nerviosismo, a la
vez que bajaba el peldaño del porche junto a nosotros―. No era un grupo
muy numeroso, pero eran muy fuertes, tío, y estaban bien preparados.
Salieron de la nada, como una estampida de mamuts, y se nos echaron
encima, poco más pudimos hacer que defendernos. Por suerte, no estaban lo
bastante organizados y hemos conseguido que se largaran, pero no sabemos
si siguen por los alrededores o si piensan volver. Yo me marché pitando de
allí para venir a avisarte.
Seguimos caminando con rapidez, dirigiéndonos al bosque que quedaba al
lado de la casa.

―¿Han mordido a alguno de los nuestros? ―inquirió Jake.

Mi respiración se detuvo, a la espera de la respuesta. Pasamos los primeros


árboles que bordeaban nuestro jardín y comenzamos a internarnos en el
boscaje.

―No, nadie ha sido mordido ―contestó Seth, esquivando los abetos


rápidamente―. Pero están heridos.

Mi chico respiró, algo aliviado, aunque aún estaba nervioso. Yo también me


sentí un poco más tranquila.

359

―¿Quiénes están heridos? ―quiso saber, usando un tono monocorde, grave.

―Shubael, Isaac y… Leah. ―La voz de Seth se quebró al mencionar el


nombre de su hermana, cosa que me alarmó un poco, y a Jake también.

―¿Están graves? ―siguió interrogando mi chico.

―No… no lo sé ―respondió su hermano de manada con los nervios todavía


a flor de piel―.

Tienen varios huesos rotos, no sabría decir. Leah ha sido la peor parada, creo
que le han roto algunas costillas.

―Se recuperarán ―le alentó Carlisle, hablándole con confianza para


transmitírsela a él.

Seth respiró hondo y asintió.

―Bien. Nessie, tú no te separes de mi lado en ningún momento, ¿entendido?


―me pidió Jacob.
―Sí ―asentí.

―Tenemos que darnos más prisa ―apremió Carlisle―. Si tardamos


demasiado, los huesos podrían empezar a soldarse inadecuadamente y
después tendría que romperlos para recolocarlos.

Ya sabes lo doloroso que es eso.

―Sí, creo que algo sé… ―masculló Jacob.

―Tenemos que correr ―dijo Emmett mientras seguíamos medio trotando


por el bosque―. Lo mejor es que os transforméis para seguirnos el paso.

―¿Y Nessie? ―objetó mi chico―. Ella no puede correr, no debe hacer


esfuerzos. Y, no sé, creo que tampoco debería montarme.

―Estoy embarazada, no enferma ―suspiré.

―Montar sobre ti podría ser peligroso, en efecto ―le ratificó Carlisle,


haciendo caso omiso de mi casi queja.

―Yo la llevaré en brazos ―se ofreció Emmett.

Jacob le observó de soslayo, estudiando esa proposición.

―Vale ―aceptó finalmente―. Entonces, nos transformaremos.

Le hizo una señal con la cabeza a Seth, soltó mi mano y ambos quileutes se
escondieron detrás de dos troncos gruesos.

Los demás nos detuvimos por un instante.

―Vamos, sobrinita, sube ―me exhortó mi tío con una sonrisa, abriendo los
brazos para que lo hiciera.

Esto era un poco humillante, pero qué remedio. Puse los ojos en blanco,
suspiré y me arrimé a Em para que me cogiera. Justo cuando lo hizo, Jacob y
Seth salieron de su escondite, ya corriendo a cuatro patas, y el resto
comenzamos a seguirles.

El gélido viento azotaba mi cara con furia, debido a esa carrera vertiginosa
con la que corría mi tío. Intenté mirar al frente para no perder de vista a mi
también veloz lobo, sin embargo, era imposible. Las gotas de lluvia que caían
de las nubes se acercaban más al hielo y me pinchaban igual que si de miles
de alfileres se tratasen, ni siquiera podía mantener los ojos abiertos, dada la
fuerza con la que venía el casi granizo, así que no me quedó más remedio que
refugiarme en el hombro de Em.

Eso sirvió para que la lluvia no se estrellase contra mi cara, pero el frío ya era
tema aparte. Los brazos de Emmett, aunque estaban cubiertos por las mangas
de su camisa y me acogían con cariño, no eran cálidos y cómodos como los
de Jake, sino gélidos y duros, pétreos, así como su pecho. Ugh, madre mía,
era una estatua de hielo, ni siquiera mi mullido plumas conseguía aplacar ese
frío que ya empezaba a calar mi cuerpo. Estaba acostumbrada al tacto frío y
pétreo de mi familia, por supuesto, y nunca le había dado más importancia, al
revés, siempre lo había aceptado sin problemas, sin embargo, mi piel estaba
más sensible de lo normal con el embarazo, y ahora, cualquier roce, cualquier
cambio de temperatura, lo notaba multiplicado por tres. Y encima, este mes
de enero estaba viniendo realmente invernal, hoy mismo ya había nevado un
par de veces.

Esas pequeñas nevadas no habían sido muy copiosas y apenas habían durado
una hora cada una, pero el terreno y los árboles estaban algo cubiertos por
una fina capa de nieve. Empecé a tener un frío horrible, tanto, que mi cuerpo
ya quería tiritar. No sé si esto no sería peor que si corriera.

―Démonos prisa, Renesmee tiene mucho frío en los brazos de Emmett


―sopló mi padre, mostrándose preocupado por mí.

Aparté mi rostro del congelado hombro de mi tío y conseguí mantener los


párpados arriba un par de segundos. Quería mirar a mi padre para reprocharle
el chivatazo, pero mis pupilas se encontraron inevitablemente con Jake, que
al parecer llevaba corriendo a mi lado todo el tiempo.

Esos dos segundos fueron suficientes para ver cómo mi lobo rojizo giraba su
cabeza levemente y me 360

miraba con inquietud.

―Estoy bien ―fue lo único que me dio tiempo a decir.

Después, no me quedó más remedio que hundir la cara en esa clavícula de


hielo, así que ya no pude ver a Jacob, aunque su gañido ya me indicó que no
se lo creía mucho.

―Sí, será mejor que aceleremos. ―Mi padre respondió a alguna petición
mental de Jake.

Y así lo hicieron todos. Mis manos ya estaban agarrotadas en la espalda de


Em, pero tuvieron que aferrarse con más fuerza.

―Cómo te gustaría estar ahora en casa, calentita, con tu lobo y la radio


puesta, ¿eh? ―se burló Emmett.

Ese fue el único momento en que agradecí ese frío, porque, gracias a eso, mis
mejillas pudieron evitar sonrojarse, si bien nadie me veía la cara.

―Ja, ja, muy gracioso ―logré articular con ironía, sin apartar el rostro de su
hombro.

Las carcajadas de Emmett retumbaron por todos sitios.

Seguimos corriendo por el bosque durante unos minutos más, en los que mis
dedos ya se estaban entumeciendo y mis piernas se estaban quedando tiesas
debido a los brazos marmóreos de Em, hasta que, por fin, llegamos al sitio
donde se encontraba la manada y nos detuvimos.

Carlisle voló para socorrer a los heridos, empezando por Leah, que estaba
tumbada en el terreno, en su forma humana. Se me encogió el corazón al ver
su rostro de dolor. No gritaba, pero apretaba los dientes con fuerza, haciendo
gala de ese coraje y dureza que la caracterizaba. Uno de los chicos la había
cubierto con su camiseta, aunque no se la había puesto, probablemente para
no moverla. No me percaté de que había sido Sam hasta que vi que era el
único al que le faltaba esa prenda. Este y algunos quileutes más habían
dejado su forma lobuna para atender mejor a los heridos. Los inseparables
Shubael e Isaac también se encontraban en el suelo, tapados con sus
respectivas camisetas, aunque aquejados de otras fracturas óseas. Ambos se
dolían de las piernas, uno de la derecha y el otro de la izquierda, pero hasta
en eso parecían ponerse de acuerdo. Sam, Jared y Daniel permanecían junto a
Leah, mientras que Cheran y Paul lo hacían junto a Isaac y Shubael.

El resto de los lobos que estaban allí seguía en estado de alerta, vigilando por
los alrededores, aunque también se encontraban con ellos parte del aquelarre
de Denali, como eran Carmen, Kate y Tanya.

Jacob y Seth corrieron para cambiar de fase y Emmett me dejó en el suelo.


Insuflé mi aliento caliente en las manos y las froté para que fueran entrando
en calor mientras me dirigía con rapidez hacia los heridos, junto al resto de
mi familia.

Mamá se quedó a cierta distancia de Leah, ya que seguían sin llevarse


demasiado bien. Bueno, en realidad, no se llevaban, porque apenas tenían
trato la una con la otra. Sin embargo, a pesar de eso, mamá se mostraba
preocupada por su estado. Leah pareció darse cuenta y la miró durante un
corto momento, aunque pronto el dolor la hizo concentrarse en otras cosas.
Mi padre llegó y se quedó junto a mi madre, para no dejarla sola.

Seth salió disparado hacia su hermana, pero lo primero que hizo Jake al salir
de su escondite, ya como humano, fue venir corriendo hacia mí. Me arropó
con sus brazos, apretándome con mimo contra su cuerpo calentito, y comenzó
a frotarme la espalda.

―¿Mejor? ―me preguntó, dándome un beso en la frente con sus ardientes


labios.

¿Qué importaba yo, si había tres personas heridas? Aunque, bueno, ya


estaban siendo atendidas. Aun así, no quería que se entretuviese conmigo.

―Sí ―le contesté con apremio, apoyando mi mejilla en su pecho al tiempo


que llevaba mis manos a su espalda y las metía por debajo de su camiseta
empapada para que se calentasen con el contacto de su piel.

Él estaba calado hasta los huesos, como yo, pero estaba tan caliente… Jacob
se respingó un poco con ese primer contacto gélido, un poco, porque mis
palmas enseguida empezaron a caldearse.

―Estás empapada ―murmuró, intranquilo.

―No importa, yo estoy bien.

Observé a Leah, Shubael e Isaac, mordiéndome el labio con preocupación, y


volví a tener ese sentimiento de culpabilidad.

―Algunos de tus lobos se han ido con Eleazar y Garrett para inspeccionar los
alrededores ―le desveló Tanya a Jacob, hablándole con formalidad, como si
fuera un jefe militar o algo así. Solo le faltaba terminar las frases con eso de
«señor»―. Tenemos toda la zona cubierta.

―Vale, bien ―asintió él en un tono más desenfadado. Luego, se dirigió a


Carlisle, que ya 361

estaba atendiendo a Leah―. ¿Cómo están? ―quiso saber, y por el tono de su


voz deduje que él también estaba preocupado.

Leah profirió un grito y toda una serie de palabras malsonantes cuando


Carlisle le palpó las costillas para examinar su estado. Mis padres, mis tíos y
Esme observaban la situación con mucho interés.

―¿Puedes respirar sin dificultad, Leah? ―inquirió mi abuelo.

―Sí ―apenas pudo responder ella, que volvió a apretar la dentadura.

―Bien. Tiene dos costillas rotas, pero ninguna ha alcanzado al pulmón, así
que podemos estar tranquilos ―diagnosticó Carlisle, dirigiéndose a Jake y a
Seth, que estaba agachado, como mi abuelo, para tenerla más cerca.

Acto seguido, Carlisle voló hacia Shubael e Isaac.


―Te pondrás bien, hermanita ―le murmuró Seth, acariciando su rostro.

―Te recuperarás muy pronto, ya lo verás ―afirmó Sam.

―Vamos, no seáis tan cursis ―les reprendió ella, terminando la frase con
ahogo.

―Esta es mi chica dura ―rio Jake.

Todos nos reímos, aunque con una risa apagada, todavía teníamos el susto en
el cuerpo.

Además, esa risa duró muy poco. Otros dos chillidos, con sus consecuentes
palabrotas, hicieron que fijásemos nuestra atención en Shubael e Isaac.
Carlisle les estaba examinando las piernas.

Nos acercamos a ellos con presteza ―yo sin despegarme ni un ápice de mi


cálido chico― y observamos su situación.

Los dos quileute se encontraban sentados, con las espaldas apoyadas en el


tronco de un mismo árbol. Me recordaban un poco a esos soldados que salen
en las películas. Esos que son amigos y que terminan los dos heridos,
apoyados en alguna roca o árbol, alentándose el uno al otro después de una
gran batalla.

―Shubael tiene la pierna rota por tres sitios, e Isaac por dos ―le comunicó
Carlisle a Jacob.

Los dos metamorfos se miraron y sus muecas y gemidos de dolor


aumentaron―. Sin embargo, han tenido suerte. Como ves, no han sido
fracturas abiertas, así que no habrá que operar. Eso sí, tanto a Leah como a
ellos, tengo que recolocarles los huesos ahora mismo. No tengo tiempo a
llevármelos, tendré que hacerlo aquí, sobre todo a Leah, después tendremos
que entablillarlos para llevarlos a casa. Allí, ya les inmovilizaré mejor.

―Bien, haz lo que tengas que hacer, Doc ―consintió Jake.


Carlisle asintió y volvió con Leah. Abrió su maletín y sacó una jeringuilla
más un frasco de morfina para empezar a trabajar. Respiré, más aliviada,
porque no era tan grave como parecía en un principio, aunque continuaba
sintiéndome mal por todo esto.

―Jacob, ¿puedo hablar contigo un momento? ―le pidió papá con expresión
seria, desde esa lejanía en la que se encontraba con mi madre.

Despegué mi mejilla de su pecho y alcé el rostro para mirar a Jacob. Él


también me miró extrañado.

―Claro ―aceptó después.

Ya no tenía frío, así que saqué las manos de su camiseta y me separé de él


para dejarle libre.

Jake amarró mi mano, ya caliente, y nos acercamos a él.

―¿Qué pasa? ―quiso saber mi chico.

―¿No te parece muy extraño que unos licántropos solo les hayan herido de
ese modo? ―insinuó mi padre, hablando con un bajo cuchicheo.

Mamá y yo le miramos sin comprender.

―¿A qué te refieres? ―bisbiseó Jake también, bajando las cejas todavía más.

―Recuerdo lo que te hizo a ti aquel neófito. En fin, ya sé que lo consiguió


porque no te dio tiempo a defenderte, pero te rompió los huesos de la mitad
del cuerpo solamente con chocar contra ti. ―No había estado, no lo había
visto, pero solo imaginármelo ya me dejó sin respiración durante un instante.
Por supuesto, toda esa historia ya la conocía de sobra. Jake me la había
contado hace mucho tiempo, sin embargo, y como me había ocurrido la
primera vez que la había oído, siempre me producía la misma reacción―. Un
licántropo también es muy fuerte, pero mira lo que les han hecho a tus lobos.
A pesar de que eran varios Hijos de la Luna, solo han resultado heridos tres
de tus lobos, ninguno ha sido mordido, y sus heridas son fracturas óseas,
poco relevante para un metamorfo.

―¿Me estás diciendo que esos licántropos no querían luchar?

―Seth dijo que habían llegado como una estampida y que no estaban
organizados ―siguió 362

papá, mirándole con intención.

―Estaban huyendo de algo ―cayó mi chico, sorprendido.

―Eso creo.

―¿De esos magos, tal vez?

―Tal vez.

Los ojos de Jacob bajaron al suelo con inquietud y reflexión.

El chillido de Leah, cuando Carlisle le estaba recolocando las costillas rotas,


hicieron que los cuatro nos girásemos hacia ella, angustiados por verla sufrir
de ese modo. A pesar de la morfina, cuyo efecto en ella era menor debido a
su alta temperatura, estaba pasando lo suyo. Sam y Seth sujetaban sus manos,
que apretaban con fuerza, al igual que sus muelas.

―¡Jacob! ―gritó Garrett de pronto, irrumpiendo en escena como una


auténtica bala.

Me asusté al ver la urgencia que traía consigo. Mi chico reaccionó y se puso


alerta en un latido de corazón, al igual que mis padres y mis tíos, los cuales se
encontraban junto a Shubael e Isaac.

―Es Thiago y su grupo ―reveló, hablando con apuro―. Les tenemos


acorralados en el límite de la frontera con La Push.

Nos miramos unos a otros e inmediatamente echamos a correr hacia allí, ya


siguiendo a Garrett, que también había salido disparado.
Emmett, Rosalie, mis padres y Garrett nos adelantaron, puesto que yo no
podía correr muy deprisa, pero no tardamos mucho más que ellos en llegar a
esa zona, que no estaba muy alejada de donde se encontraban los heridos.

Cuando llegamos, mi familia ya estaba rodeando a Thiago y compañía, junto


con Quil, Embry, Brady, Collin, Rephael, Michael y Eleazar, todos
agazapados, en posición de alerta máxima. Los lobos gruñían sin cesar,
mostrando sus letales dentaduras hechas para aniquilar vampiros, en cambio,
los secuaces de Thiago, y él mismo, mostraban una tranquilidad pasmosa.

Jacob estaba realmente cabreado. Se abrió paso entre Quil y Embry,


llevándome de la mano, y se plantó delante de ellos, dejándome detrás de él
para cubrirme, por si acaso.

―¿Qué hacéis aquí? ―exigió saber, muy enfadado.

―¿Este es el recibimiento que le dais a vuestros aliados? ―reprochó Thiago,


enseñando esa mueca arrogante de siempre.

Los lobos respondieron con unos rugidos más altos.

―Vosotros no sois nuestros aliados ―gruñó mi chico, apretando los dientes


con furia―. Esto es una simbiosis obligada, pero la puedo romper cuando me
dé la gana, jamás olvides eso. ―La estúpida sonrisa de Thiago se esfumó al
instante―. ¿Tenéis algo que ver vosotros con lo que acaba de pasar en mi
bosque?

―Sí ―se chivó mi padre, también rechinando los dientes―. Estaban


persiguiendo a los licántropos.

―Eso es información confidencial, además, no hemos entrado en vuestro


territorio, así que no tengo por qué deciros nada ―declaró el matón de Aro,
alzando el mentón para mirar a mi padre con desdén.

―No me toques las narices, te lo advierto. ―Jacob se acercó a él con mucha


agresividad, quedándose en un cara a cara―. Tres de mis lobos están heridos
por vuestra culpa.
―Jake… ―intenté detenerle, tirando de su mano hacia atrás, pero él estaba
muy ofuscado y me fue imposible.

―¿Vas a pegarme llevándola a ella a cuestas? ―se burló Thiago, chulesco.

―No te pases ―le advirtió Emmett.

―No me hace falta ―le respondió Jake, hablando con una seguridad y una
ira retenida que ponía los pelos de punta―. Solo tengo que transformarme
ahora mismo y aniquilarte con mi poder espiritual. En una milésima de
segundo, serías una simple colilla tirada en el suelo. Y tus colegas también.

Se hizo un mutismo lleno de tensión que hizo que incluso la lluvia gélida se
notase más.

―Sí, estábamos persiguiendo a esos Hijos de la Luna ―reconoció Thiago,


dedicándole una miradita chulesca a mi padre. Después la llevó hacia Jake―.
Se nos escaparon a vuestro territorio.

Como comprenderás, no podemos entrar, así que no pudimos hacer nada


―explicó escuetamente y sin más.

―Mientes ―protestó papá, enderezándose hacia delante, indignado―. Los


condujisteis hasta aquí adrede para que entrasen en el territorio de los lobos.
Queríais poner a los metamorfos a prueba, para ver si serían capaces de
luchar contra los licántropos, pero vuestro plan falló. Los 363

licántropos no quisieron pelear contra los lobos y se fueron.

―¡¿Querías poner a prueba a mis lobos?! ―gritó Jake, echándose sobre


Thiago, lleno de espasmos.

Aun así, su mano no soltaba a la mía, pero la apretaba tanto, que me hacía
daño.

―Jake ―le avisé, intentando que me soltara.

Mi padre y Emmett corrieron hacia nosotros y consiguieron separarle un poco


de Thiago, aunque tuvieron que tirar de él con fuerza. Mamá también se
acercó, pero para procurar que soltara mi mano.

―Jacob, tranquilízate ―le pidió papá, interponiéndose.

―¡¿O lo que querías era que esos licántropos se cargaran a unos cuantos de
los nuestros?!

¡Vamos, contesta! ―seguía él, embistiendo hacia delante con furia.

Papá y Emmett volvieron a pararle, pero su mano tiraba de la mía y me hacía


más daño.

―Jake ―repetí, alzando la voz un poco para que me oyese mientras


continuaba intentando que liberase mis doloridos dedos.

Ese estúpido de Thiago se limitaba a sonreír con esa arrogancia que me


sacaba de quicio. Si seguía así, la que iba a arrearle un buen puñetazo iba a
ser yo, aunque me rompiese los nudillos.

―Jake, estás haciéndole daño a Renesmee ―le dijo mi madre, hablándole


con cierto nerviosismo.

―No va a pasarme nada, mamá ―le tranquilicé.

En ese momento, Jacob reaccionó y pareció volver en sí. Se giró con


precipitación, soltando mi mano, y ese rostro bañado de ira y rabia se
transformó en uno de preocupación y arrepentimiento total.

Thiago y su grupo aprovechó ese momento de distracción para darse la


vuelta. Como si de unos torpedos se tratasen, saltaron hacia arriba y se
encaramaron a los árboles, evadiéndose de ese círculo de lobos y vampiros
que les rodeaba.

―¡Se escapan! ―voceó Garrett, que ya estaba preparando su salto, junto a


Rosalie.

Jake se volvió hacia los matones súbitamente, al tiempo que los lobos corrían
hacia los árboles para gruñirles y rugirles desde abajo.

―¡Malditos cobardes! ¡Volved aquí! ―gritó Jacob, otra vez muy enfadado.

―Nos volveremos a ver, Gran Lobo ―afirmó Thiago con esa sonrisa
arrogante.

Este y sus secuaces iniciaron su huida y mi familia se dispuso a saltar para


perseguirles, pero mi padre les paró.

―¡Dejadles! ―ordenó, haciendo que los lobos también se parasen.

―¡¿Cómo?! ―protestó mi chico, muy indignado.

Pero Thiago y su grupo se perdieron entre las copas de los árboles.

364

Prueba

Esa cubierta arbórea que nos cubría se quedó sin inquilinos en un abrir y
cerrar de ojos, y todos nos habíamos quedado tan estupefactos y perplejos por
esa petición de mi padre, que ni siquiera los lobos pudieron reaccionar. Se
quedaron con las patas clavadas en el sitio, sin perseguirles, así como mis
tíos, Eleazar y Garrett.

Jacob no podía creérselo. Después de su protesta, observaba las ramas con los
ojos muy abiertos y la boca colgando, con una mezcla de incredulidad e
indignación.

Pero pronto se giró hacia mi padre, furioso.

―¡Mierda, Edward, siempre haces lo mismo! ―protestó enérgicamente―.


¡Y vosotros, ¿desde cuándo obedecéis sus órdenes, eh?! ―les reprochó a sus
lobos.

Quil, Embry, Rephael, Brady, Michael y Collin se observaron unos a otros,


emitiendo una serie de gañidos para echarse las culpas entre ellos, y luego
oscilaron la mirada hacia su líder, encogiéndose de hombros.

Jake resopló por la nariz con enfado y cansancio, y cogió mi mano otra vez.

―No podíamos seguirles, y tampoco atacarles ―se defendió mi padre―. No


debemos romper el tratado.

―¡A la mierda ese maldito tratado! ―voceó mi chico, haciendo un


aspaviento con su brazo suelto―. ¡¿No has visto lo que acaban de hacer?!
¡Por su culpa tres de mis lobos están heridos! ¡Y

querían que esos licántropos se deshicieran de parte de mi manada!

―Te equivocas ―le contradijo mi padre―. Sé que parece lo contrario, pero


en realidad no querían deshacerse de tus lobos.

Mamá le miró sin comprender.

―¡¿Pero qué estás diciendo?! ―Jacob no se lo podía creer.

―Por muy difícil que parezca de creer, Thiago y su grupo solo querían ver
las posibilidades que tenían tus lobos de sobrevivir a un ataque de licántropos
sin ti. Sin embargo, los licántropos no se quisieron enfrentar a ellos, y eso
estropeó sus planes.

―¿Sin mí? ―Ahora Jake parecía más interesado.

―Era una especie de… prueba ―siguió aclarando papá―. Se estaban


planteando qué pasaría en caso de que a tu manada le sobreviniera un ataque
de Hijos de la Luna sin que tú estuvieras presente. Es evidente que saben que
siempre estás con Renesmee y que la manada no goza de los favores de tu
poder espiritual todo el tiempo. Eso les preocupa.

Una vez más, me sentí culpable.

―¿Que les preocupa? ―Mi chico enarcó las cejas con incredulidad―.
Vamos, anda ya ―dudó, chistando acto seguido―. ¿Les preocupa y nos
mandan a unos licántropos, sabiendo que una mordedura suya podría
matarnos?

A él no, claro, pero Jake siempre usaba el plural para hablar de la manada.

―Les preocupa porque eso puede perjudicar los intereses de Aro ―matizó
mi padre―. Además, era un grupo pequeño de licántropos, cinco, si no me
equivoco, era por esa desventaja numérica por lo que aprovecharon para
hacer la prueba. Querían comprobar cómo se desenvolvían tus lobos sin ti.
Aro quiere que ganes esa posible batalla contra los licántropos, por supuesto,
porque le beneficia a él, y si tus lobos no están preparados para luchar contra
ellos…

―Oye, para el carro ―protestó Jake, interrumpiéndole, aunque los lobos


también gruñeron como queja―. Mis lobos saben defenderse perfectamente.

Quil alzó su enorme cabeza de color chocolate con orgullo.

―No contra unos licántropos ―refutó papá.

La cabeza de Quil se vino abajo para mirarle con disconformidad.

―¿Qué dices? Mis lobos saben…, pueden… ―Jacob observó a sus


hermanos y pareció quedarse sin alegatos posibles―. Bueno, vale, no contra
unos licántropos ―reconoció a regañadientes.

Embry miró a un lado y gruñó por lo bajo, como si murmurase algo para sí―.
¿Pero qué quieres que hagamos? Nunca nos hemos tenido que enfrentar a
ninguno. Bueno, yo sí, pero eso es otra 365

historia.

―No me gusta estar de acuerdo con Thiago, pero, al igual que él, creo que
tus lobos necesitan un poco de instrucción a este respecto.

―¿Eso piensa ese idiota? ―La indignación de Jake quedó patente de nuevo,
y la de los lobos también.

―Me parece que ha quedado claro que tiene razón ―murmuró Rose muy
bajito, que miraba a una rama de su lado izquierdo como si tal cosa.

Los ojos de Jacob se entrecerraron para mirarla con una simulación de odio.

―Esto que han hecho ha sido para enviarte un mensaje. Es su forma de


decirte que tus lobos necesitan un entrenamiento contra licántropos ―declaró
mi progenitor.

―Pues vaya una forma de decirlo ―chisté, cruzándome de brazos.

―Sí, sus formas no son las más… correctas ―suavizó mi padre―. Sin
embargo, he de reconocer que ha servido para que nos demos cuenta. Tal vez
Jasper podría daros unas lecciones.

Jacob no fue el único que le miró mal. Embry, Quil, Collin, Brady, Michael y
Rephael le fulminaron con la mirada.

―Sí que las necesitáis ―les contestó mi padre―. Y por mucho que os
moleste, Jasper os puede enseñar algo. Nunca ha luchado contra licántropos,
pero sabe muchas técnicas de lucha y defensa que os serían de gran ayuda.

Embry volvió a mirar a un lado mientras gañía.

―Lo sé, sin embargo, todo eso que sabéis no sirve para los licántropos.
―Papá rebatió la objeción muda de Embry―. Lo mejor es que él os entrene.

―No es que tengamos mucho tiempo para entrenamientos, precisamente


―opinó Jacob, haciendo uso de su sarcasmo.

―Lo sé, pero podríamos hacerlo por grupos pequeños, por ejemplo, con un
máximo de tres lobos ―le sugirió papá―. Así el resto podría seguir
vigilando toda la zona.

Mi chico se quedó en silencio un rato, estudiando el asunto. Luego, miró a


sus hermanos de manada para pedirles su opinión. Quil resopló por el hocico,
pero asintió, qué remedio.

―Vale, está bien ―accedió Jacob finalmente, aunque también resoplando.


―Hablaré con Jasper nada más llegar a casa ―sonrió mi padre, satisfecho.

―A Jasper le va a encantar ―bisbiseó Rosalie con ironía, disimulando con


otra rama.

―Esto será divertido ―sonrió Emmett, frotándose las manos.

Michael le dio un golpe en el brazo con el hocico, empujándole un poco


como queja ante esa burla, aunque solo sirvió para que Em se carcajease.

Ahora que toda esa tensión se había ido y que me encontraba más relajada,
empecé a sentir frío otra vez. No me había dado cuenta del frío que tenía
hasta este momento. De repente, y sin que me hubiese percatado antes, me
encontré a mí misma temblando ligeramente y con una sensación de
congelamiento total, de la caladura que tenía. Incluso con la capucha puesta,
notaba la cabeza mojada.

Jacob, que también se había relajado, se pispó al instante de lo que me


pasaba. Giró su rostro hacia mí y este se transformó en uno de preocupación.

―Mierda, estás empapada y helada ―murmuró, rodeándome con sus cálidos


brazos para darme calor―. Será mejor que nos vayamos a casa.

Mis manos se apoyaron automáticamente en su pecho calentito, buscando el


caldearse.

―¿No vamos a ir a ver a Leah, Shubael e Isaac? ―inquirí, mirándole


mientras trataba de que mis labios no temblequeasen.

Nuestros rostros estaban muy cerca debido a su abrazo, así que podía sentir
su abrasador aliento en mi piel. Ese vaho caliente y dulce que salía de su boca
aliviaba bastante el congelamiento de mi nariz, haciendo que el vello también
se me pusiese de punta, de lo placentero que resultaba.

―Sí, pero primero nos cambiaremos de ropa en casa. No puedes ir con esta
mojadura.
―Démonos prisa ―apremió mamá, que me miraba con la típica
preocupación maternal, echando a andar con premura.

―Ahí viene Paul ―nos anunció mi padre, ya caminando detrás de ella―.


Viene a decirte que Isaac, Shubael y Leah ya están siendo llevados a casa.

Todos comenzamos a seguirles.

―Bien ―asintió Jake.

Tan solo habíamos caminado unos metros, cuando el mencionado Paul


apareció entre los 366

árboles.

―Isaac, Shubael y Leah ya…

―Están siendo llevados a casa, ya ―continuó Jake.

Paul se quedó un poco extrañado de que Jacob ya lo supiera, pero sus ojos se
fueron hacia mi padre, que le dedicó una miradita un poco pagado de sí
mismo, y enseguida lo pilló.

―No sé para qué narices he venido hasta aquí ―refunfuñó, dando la vuelta
para seguir el camino de regreso junto a nosotros.

―Id tirando vosotros hacia allí ―le dijo Jake, soltando mi mano
momentáneamente para quitarse la camiseta―. Nosotros iremos enseguida,
en cuanto Nessie se ponga ropa seca. ―Y

arrojó esa empapada prenda a la cabeza de Quil.

El lobo de color chocolate oscuro protestó, pero agarró la camiseta con las
fauces para llevársela.

―De acuerdo ―acató Paul―. Nos organizaremos para no dejar la zona sin
vigilancia.
―No os preocupéis, nosotros también nos quedaremos por aquí ―intervino
Garrett, hablando por boca de todo el aquelarre de Denali―. Tanya, Kate y
Carmen estarán de acuerdo conmigo en que es mejor que nos quedemos
nosotros, para que el mayor número de vosotros podáis visitar a los heridos.
Y tú, Eleazar, supongo que también ―añadió, mirándole.

―En efecto ―coincidió él―. Podéis iros tranquilos. Con un grupo de cuatro
o cinco lobos que se sumen a nosotros, seremos suficientes para vigilar la
zona.

―Vale ―aceptó Jake, y de repente, se detuvo y me cogió en brazos. Los


míos se ensamblaron a su cálido cuello instantáneamente, claro―. Gracias
―les agradeció acto seguido, echando a andar de nuevo.

Eleazar asintió con ese gesto sutil, grácil y armonioso de su cabeza, y mi


padre le correspondió con otro para agradecérselo también.

―Pues entonces vamos ―les exhortó Paul.

Les hizo una señal con la barbilla al resto de los lobos y estos se fueron tras
ellos, Quil protestando mientras cargaba con la camiseta de Jacob.

El resto seguimos caminando con rapidez.

―Estarás más calentita si abres esa cremallera ―me sugirió Jake,


mostrándome esa sonrisa torcida que ya era toda una invitación.

Le sonreí y le hice caso. Dejé su cuello y bajé la cremallera de mi plumas, el


cual estaba muy mojado, abriéndolo para dejar mi suéter al descubierto. Este
estaba algo húmedo, pero no tan mojado como el plumas, y sin esa cazadora
por el medio podía sentir la calidez de Jake mucho mejor. Volví a rodearle
con mis brazos y me pegué a su pecho cómodo y más que calentito.

Sonriente, le di un beso en la mejilla y adosé mi frente en el lateral de su


cuello, mimosa, inspirando su maravilloso efluvio con ganas.

―Sí que estás congelada ―se respingó.


―Ya estoy mucho mejor ―ronroneé, achuchándole más.

No le vi el rostro, pero pude percibir cómo sonreía con satisfacción.

Uf, esto era otra cosa. El calor comenzó a notarse enseguida, y era todo un
alivio. Mis manos aún estaban templadas, sin embargo, la tórrida piel de mi
chico cada vez las calentaba más. Y esos brazos, aunque eran muy fuertes, se
amoldaban perfectamente a mi cuerpo, arropándome cómodamente. Sí,
estaba en la gloria.

Inspiré su aroma almizcleño una vez más y dejé que mi sonrisa de felicidad
se extendiera por mi rostro mientras continuábamos esa marcha al trote.

A la última que fuimos a visitar fue a Leah, puesto que Sue conocía todo
nuestro mundo y no teníamos que andar con excusas, por lo que podíamos
estar en esa casa más tiempo y con mayor libertad. Los padres de Shubael y
el padre de Isaac no tenían ni idea de lo que sus hijos se traían realmente
entre manos las veces que salían de casa para patrullar, así que les habían
hecho creer lo que parecía ser lo típico que se decía en estos casos. Tomando
como precedente aquel accidente de moto que Jake había tenido años atrás,
cuando en realidad había sido un ataque neófito, los chicos utilizaron la
misma excusa para Shubael e Isaac, alegando que Jake les había dejado
nuestras Harley Sprint y que ambos se habían caído. No fueron muy
originales, y encima, pusieron en un compromiso a Jacob, que tuvo que
medio disculparse con los progenitores de los dos por haber permitido que
cogieran sus motos.

Shubael e Isaac estaban en sus camas, cada uno en su respectiva casa, con las
piernas completamente escayoladas en alto. Seguían teniendo dolores, pero
ahora que Carlisle les había 367

recolocado todos los huesos, y gracias a la morfina, se encontraban mucho


mejor, incluso se llamaban por teléfono y bromeaban sobre licántropos. En la
misma situación se encontraba Leah, aunque ella no bromeaba para nada. Sin
embargo, su estado era mucho mejor y estaba más animada, ya que tenía a
Simon a su lado todo el tiempo. Nada más enterarse de la noticia había
volado para ir a verla.
Nosotros nos habíamos cambiado de ropa y habíamos ido a visitar a los tres.
Mi familia, excepto Carlisle y mis padres, se había quedado fuera de la
vivienda de Seth y Leah. La pequeña edificación de madera ya tenía
suficiente gente dentro, y ellos preferían esperar fuera para vigilar.

Después de varias horas de visitas, decidimos marcharnos a casa, ya que yo


estaba muy cansada.

Nos despedimos de Sue, Charlie y Billy, que también estaban allí, Seth, Leah,
Simon y del resto de metamorfos que había en la casa, entre los que se
encontraba Sam, con sus inseparables Emily y sus tres hijos, y nos fuimos.

Cuando salimos de la casa, ya había anochecido hacía un buen rato. Yo


estaba agotada, pero, al menos, ya no tenía frío, puesto que me había
abrigado bastante y me encontraba seca. Tampoco tenía ni pizca de hambre,
porque Sue no había hecho más que sacar comida para saciar a los
incombustibles metamorfos que se encontraban allí. Mi familia se unió a
nosotros en cuanto traspasamos las escaleras que daban salida al porche.
Todavía caía del cielo esa agua nieve, así que tuve que soltar la mano de Jake
para que él pudiera abrir el paraguas que habíamos cogido en casa. Eso sí, me
enganché de su brazo en un santiamén.

Al llegar a casa, por fin me deshice de mi parca y la colgué en el perchero del


vestíbulo mientras Jacob depositaba el paraguas en el paragüero. Mi familia
entró en la vivienda armando un buen jaleo, sobre todo Emmett y Jasper, que
estaban apostando quién se curaría primero, si Shubael o Isaac.

―Me voy a la cama ―comuniqué a todo el mundo en la misma entrada,


incluido Jacob.

―Está agotada. ―Papá se adelantó a lo que mi marido estaba a punto de


preguntarme.

Jake le miró con cierto cansancio por sus continuas incursiones mentales,
pero enseguida me dedicó su tiempo a mí.
―Vale, vamos ―dijo, tomándome en brazos.

―No hace falta que me lleves ―reí, aunque me enganché bien a él―. Estoy
embarazada, no…

―No enferma, ya, ya ―siguió él, iniciando la subida por las escaleras―.
Pero no quiero que te canses. ―Me sonrió y me dio un beso corto en los
labios.

―Hasta mañana, cielo ―mamá asomó la cabeza por la barandilla para


dedicarme una sonrisa.

―Hasta mañana a todos ―voceé, haciendo un gesto con la mano, cual


estrella de teatro que se va de la escena.

Escuché las risas de mi familia abajo y sus respectivos “hasta mañana”,


“buenas noches” y “que descanséis”, y también oí el murmullo muy bajito de
Rosalie diciendo “espero que esta noche no suene la radio”, cosa que ya me
hizo ponerme como un tomate. Suerte que ya no podían verme.

―¿No quieres quedarte a ver la tele? ―le pregunté a Jake, que ya estaba
llegando a la planta superior.

―No, prefiero quedarme contigo un millón de veces más ―me sonrió.


Luego, su rostro se volvió un tanto burlón―. Tú hueles mucho mejor.

―¡Te hemos oído, chucho! ―gritó Rose desde el saloncito.

―Espero que no sea solo por eso ―reí.

―Ya sabes que no ―afirmó, clavándome esos ojazos negros que me


hipnotizaban por completo.

Me dejó justo en la puerta de nuestro dormitorio, la abrió y pasamos dentro.

Nos pusimos la ropa de pijama y volvimos a salir de la habitación para


dirigirnos al baño con el fin de lavarnos los dientes. Lo hicimos juntos,
bromeando el uno con el otro frente al espejo, y terminamos la faena
escupiendo a la vez en el lavabo, entre empujones y risas.

Salimos del baño y pasamos a nuestro dormitorio otra vez, cerrando la puerta.

Nos metimos en la cama y yo me apresuré a acurrucarme a su lado,


acomodándome en su pecho calentito. Con el frío que había pasado hoy, esto
era todo un regalo. Deseé que esa camiseta interior y mi camisón no se
interpusieran entre su sedosa piel y la mía, pero, en fin. Los dedos de Jake no
tardaron en jugar con los mechones de mi pelo, pasando una y otra vez.

―Tengo otro nombre, y este es con la «j» ―habló de pronto, con un


murmullo.

―¿Ah, sí? ―sonreí, sin despegar mi mejilla de su pecho―. ¿Cuál es?

―Jonathan.

Mi sonrisa se amplió.

368

―Me gusta ―asentí―. Es bonito, y no lo tiene nadie en la manada.

―Tendremos que apuntarlo en la lista, entonces.

Se hizo un momento de silencio en el que sus dedos siguieron peinando mi


cabello.

―La próxima semana es nuestro aniversario de novios ―murmuró,


rompiendo ese mutismo con su voz ronca. Su abrasador aliento acarició mi
cuero cabelludo cuando lo dijo y mi vello ya se erizó solo.

Aunque estábamos casados y celebrábamos nuestro aniversario de boda, por


supuesto, también lo seguíamos haciendo con el de novios, el seis de febrero,
y siempre íbamos al mismo sitio: al Wolf.

Alcé el rostro para mirarle y él lo bajó sincronizadamente, quedándonos a


unos pocos centímetros. Mi corazón y mis mariposas ya se aceleraban solo
con tenerle tan cerca.

―¿Podremos celebrarlo este año? ―pregunté, mordiéndome el labio.

―Claro que sí. ―Ni lo dudó―. No pienso dejar que nadie nos estropee la
fiesta. Lo celebraremos, como siempre.

―¿Y mi familia? No podemos ir solos, por si acaso. ―Mi labio inferior se


arrugó más cuando mis dientes lo mordieron con más fuerza.

―Que se queden fuera del Wolf ―dijo, sonriendo con un poco de malicia,
como si se estuviese imaginando la escena.

Solté una risilla, pero no por imaginarme lo mismo que él, sino porque
siempre parecía tener una contestación y una solución para todo.

―¿Y después? ¿También les haremos esperar en el parking de Rialto Beach?


―sonreí con ganas, y esta vez sí que con malicia.

Jacob frunció los labios y adoptó un gesto exageradamente pensativo, adrede.

―Mmm… Creo que este año vamos a tener que variar un poco esa parte del
plan ―contestó finalmente―. Este año vamos a tener que terminar la función
en nuestra cama, pequeña. ―Me mostró su preciosa sonrisa torcida a la vez
que pegaba su frente a la mía.

Las alas de mis mariposas se agitaron con vehemencia. Rodeé su cuello con
mis brazos y me arrimé más a él.

―Menos mal que tenemos la radio ―susurré en sus labios, sonriéndole.

Sus manos dejaron mi cabello y pasaron a deslizarse por mi espalda, ya


estremeciéndome, hasta que llegaron a la parte trasera de mis caderas.
Entonces me empujó hacia él y nuestros cuerpos ya se enredaron. Mi corazón
y mi estómago no fueron las únicas partes de mi anatomía que palpitaron con
gozo.

Jadeé.
―Sí, menos mal… ―coincidió él, hablando entre susurros.

Era inevitable. La energía ya comenzaba a navegar a nuestro alrededor,


meciéndonos con esa marea que nos atraía cada vez más, con ese oleaje
mágico y especial. Uní mis labios a los suyos y comencé a besarle muy
despacio, aunque respirando con furor.

―Ponla ahora ―le pedí entre beso y beso.

Noté cómo su labio se curvaba hacia arriba, si bien su abrasador aliento


también salía agitado.

―¿No estabas agotada? ―me recordó con otro susurro―. No sé si


deberíamos… ―Deslicé mi labio por los suyos y tuvo que esperar a que
terminase para seguir hablando―. ¿No crees que deberías descansar?

―Solo una vez… ―le imploré con ansia, y repasé su boca con la mía de
nuevo.

―Una vez es… ―le di otro beso― imposible, lo sabes. Y tú estabas cansada
―bromeó para hacerse de rogar.

―Calla y pon esa radio de una vez ―le exigí finalmente, sin dejar de besarle.

La sonrisa de Jake se amplió con satisfacción y ya no dijo nada más. Sin


dejar mis labios, se estiró hacia atrás y, con unos manotazos torpes y
distraídos, consiguió apagar la lamparita de su mesilla y encender la radio,
que ya tenía el volumen lo suficientemente alto.

Me pareció escuchar la queja de Rosalie abajo, pero cuando Jake regresó a mi


cuerpo, ni siquiera sé lo que dijo.

369

Entrenamiento

A diferencia de ayer, hoy no llovía, nevaba. Esa densa cortina de grandes y


algodonosos copos caía desde el cielo como por arte de magia y lo cubría
todo con su manto de color blanco impoluto.

El cielo estaba tan encapotado, que si te quedabas mirando hacia arriba, daba
la sensación de que esa nieve salía de ninguna parte, parecía descender de la
nada, cayendo lentamente hacia abajo.

―Vamos, Nessie, ya lo has visto de sobra. Cierra la ventana, te vas a enfriar


―me azuzó Jake, dándole tirones a la sábana para que me volviera a echar en
la cama.

La verdad es que tenía razón. Ya comenzaba a tener algo de frío. Me


encontraba de rodillas, sobre el colchón, asomada a la ventana que teníamos a
modo de cabecero, y aunque me estaba tapando el torso con la sábana, la
helada hacía su acto de presencia en mis brazos y en mi cara. Lo mejor iba a
ser que cerrara la ventana.

Estiré la mano y dejé que un grueso copo cayese sobre mi palma. Con
rapidez, me metí dentro y lo deposité sobre la punta de la nariz de Jake. El
copo se derritió en un segundo, pasando a ser líquido.

―Muy graciosa ―se quejó él en un tono irónico, aunque sonriendo. Y se


secó con el dorso de su mano.

Solté una risilla y corrí la hoja de la ventana para cerrarla. Bajé el estor, me
incliné sobre él, le di un beso en la nariz y me eché a su lado, arrimándome
bien a su cuerpo con el fin de entrar en calor. Jacob me tapó con la sábana y
enseguida me acogió con mimo entre sus brazos. Nuestros cuerpos todavía
estaban desnudos y, aunque ya habíamos aplacado la primera llamarada de la
mañana y lo había sentido por el mío hacía un rato, volver a notar su piel
pegada a la mía hacía que me estremeciera. Estos días su piel había
aumentado un poco de temperatura y la sentía más cálida y acogedora. Sus
suaves y tórridas manos me frotaban la espalda, haciendo que comenzase a
notar ese placentero calor que incluso me ponía el vello de punta.

―Tenías razón, qué frío hace afuera ―me respingué, y me arrimé más a su
cuerpo desnudo.
―Te lo dije. Como últimamente eres tan friolera…

Apoyé mi mejilla en su pecho y Jake pasó a enredar con mi cabello. Arrugué


el entrecejo y me mordí el labio, reflexionando en lo friolera que me había
vuelto últimamente.

―No sé por qué me pasa esto ―pensé en voz alta―. Normalmente hubiera
aguantado mucho más a la intemperie de una nevada, y ayer casi me muero
de frío en el bosque. ¿Será que ha bajado mi temperatura corporal?

―Yo te noto tan cálida como siempre ―afirmó él.

Despegué mi cara de su torso y la alcé para mirarle.

―Sí, pero es como si mi cuerpo fuera más sensible, como si respondiera a


ciertas cosas de un modo más humano.

―Tal vez tenga que ver con que el bebé es humano ―aventuró Jacob,
observándome con esos ojazos negros―. Puede que él te transmita algunas
reacciones humanas, como el frío o el asco que le has cogido a la sangre.

Ugh, pues sí, porque solo pensar en esto último me daba un asco tremendo.
Carlisle todavía no había dado con el porqué de mi repentina repulsión hacia
la sangre, pero todo apuntaba a que la razón era la naturaleza humana de
nuestro bebé.

―Podría ser, sí ―coincidí, apoyando mi mejilla en su pecho de nuevo.

Los prodigiosos dedos de Jake pasaban una y otra vez entre mi pelo y el calor
que desprendía su cuerpo era muy placentero y acogedor. Su poderoso
corazón latía con vigor y fuerza, retumbando en su pecho. Podía oírlo
perfectamente sin tener mi oreja pegada a su esternón, pero me encantaba
escucharlo tan de cerca y sentir sus calmadas y vivas palpitaciones en mi
oído, en mi rostro, en mi torso. Eso me relajaba un montón. También podía
sentir el arrullo de su sangre pasando a través de las arterias, ese flujo
constante que se movía al ritmo de cada latido, de cada palpitación, de cada
poderoso bombeo. Ya estaba totalmente acostumbrada a eso, por supuesto, y
la sed que me producía su plasma lo controlaba instintivamente.

370

Como siempre, esto era como estar en el paraíso, me sentía tan a gusto, tan
completa y realizada. Siempre me había sentido así junto a Jacob, pero me di
cuenta de que ahora había un ingrediente más que se agregaba a esa
sensación. Ahora mismo, la pequeña familia que habíamos formado Jake y yo
estaba al completo. Jacob, yo y nuestro pequeño bebé en medio de los dos,
recibiendo también el calor de su padre. No sé si eran imaginaciones mías,
pero me dio la sensación de que el bebé estaba tan a gusto como yo y sonreí,
feliz.

Entonces, me dio por pensar en el embarazo de mi madre. Ella no había


podido disfrutarlo, como estaba haciendo yo con el mío, pero mi padre
tampoco. Mi madre había sufrido todos los embistes físicos y psicológicos,
pero lo había hecho conscientemente, había sido su elección, y eso había
hecho que afrontara todas las consecuencias y las asumiera con fuerza y
voluntad. Sin embargo, mi padre no había tenido esa oportunidad. Él había
tenido que afrontarlo todo sin tener opción, y había sufrido tanto. Hasta que
pudo escuchar mis primeros pensamientos y después nací, claro, pero aun así
había sufrido demasiado. A mi modo de ver se merecía un premio, un
pequeño regalo.

―Tengo otro nombre con la «a» ―murmuré.

―¿Cuál?

Por un momento, vacilé un poco, pero lo solté.

―Anthony.

―¿Anthony? ―No le veía el rostro, pero por el tono de su voz estaba algo
sorprendido, más bien extrañado de que yo propusiese un nombre así.

Presioné mi labio inferior ligeramente con mis dientes, esperando a que él se


diera cuenta del porqué de ese nombre.
―Sí, Anthony ―repetí, pasando mis dedos por su torso para hacerme la
indiferente.

Se hizo un breve silencio mientras Jacob parecía meditarlo.

―Es un poco pijo, ¿no?

Ups. Sin embargo, su objeción sonó más a una opinión que a una crítica.
Vaya, no pareció percatarse de que ese era el segundo nombre de mi padre.
Quizá era un dato que desconocía.

Dejé que mi mejilla se despegase otra vez de su pecho, me incorporé un


poco, dejándole a él abajo, y le miré.

―Pero, ¿te gusta? ―le pregunté, observando la reacción de su expresión con


atención.

―No sé ―dudó, frunciendo los labios mientras miraba al techo y se lo


pensaba. Luego, volvió a mirarme―. Le tendríamos que llamar Tony para
que no sonase tan pijo, pero no sé qué me disgusta más, si que suene pijo o lo
segundo. ―De pronto, sus ojos fueron los que estudiaron a los míos,
entrecerrándolos― ¿Por qué?

―¿Eh? Ah, no, por nada ―disimulé, tumbándome a su lado de nuevo―.


Solo fue una sugerencia que se me ocurrió de repente.

Después de eso que acababa de decirme, como para revelarle que era el
segundo nombre de mi padre. Entonces sí que lo rechazaría de pleno.

―Lo apuntaré en la lista, anda ―accedió, aunque más por indulgencia que
por otra cosa, lo cual no resultaba muy alentador a la hora de decirle las
razones de mi sugerencia―. A ver ―siguió―, de momento tenemos Nathan,
Adam, Samuel, Daniel, David, Saul, Jonathan y Anthony. Como sigamos así,
acabaremos llenando una libreta entera. ―Y se rio con una risilla sorda.

―Ya. ―Yo también sonreí.


―Tendríamos que ir escogiendo uno ―sugirió.

Sí. Anthony, pensé. Anthony Jacob, se me ocurrió acto seguido, y mi boca no


pudo evitar ampliar la sonrisa, esta vez con más gozo, porque ese nombre
envolvía a los dos hombres que más amaba del mundo.

Y, de repente:

Tony Jake, se me volvió a ocurrir en mis pensamientos.

Se me escapó una risilla y Jake bajó el rostro para mirarme.

―¿Qué pasa? ―quiso saber, sonriéndome con expectación.

Carraspeé para mis adentros y me bajé de mi nube.

―Nada, cosas mías ―le contesté, aunque mi boca aún sostenía esa risa―.
Ya lo elegiremos, no hay prisa. Todavía tenemos cinco meses por delante.

Pasé la mano por su impresionante torso, deleitándome en cada ardiente y


fuerte músculo. No sé en lo que se paró a pensar él en ese instante, pero cogió
mi mano y la llevó a sus labios para 371

besarla.

―Ayer te hice daño en la mano y no te pedí perdón ―murmuró, mirándome


con arrepentimiento.

Volvió a besar mi mano.

Con la misma, acaricié sus ardientes labios, deslizando las yemas de mis
dedos despacio para sentir la sedosidad de su fina piel. Eso le estremeció y
dejó mi mano libre al tiempo que cerraba los ojos y soltaba un jadeo sordo.
Seguí pasando mis dedos con calma y los dirigí a su barbilla, bajando su labio
inferior un poco a su paso. Cuando recorrí su mandíbula, ascendí y posé mi
palma en su mejilla, abrió los párpados para mirarme con esa mirada suya tan
penetrante e intensa que hacía que mis mariposas ya se volvieran locas.
Primero le mostré a ese Jacob que yo había visto de espaldas, furioso, lleno
de temblores y que no soltaba mi dolorida mano.

―Lo sien…

Le tapé la boca con los dedos de mi otra mano para cortar su disculpa y le
sonreí. Despejé sus labios y seguí enseñándole mis recuerdos. Le mostré que
comprendía su enfado y su reacción, y también lo segura que me había
sentido de él, lo mucho que había confiado en su autocontrol, dejándole
entrever en mis recuerdos que sabía que jamás me haría daño, aunque añadí
una nota sarcástica y le dejé ver que me había dejado la mano hecha polvo al
tiempo que ampliaba mi sonrisa.

Mi chico captó la broma y sonrió.

―Soy un bruto, ¿eh?

―No te preocupes, yo soy una chica dura, y me encantan los brutos como tú
―presumí, rodeando su cuello con mis brazos.

―Ja, ja ―articuló con ironía.

Me reí y le di un beso corto. Cuando dejé su boca, Jake se quedó mirándome


maravillado durante un rato, enganchándome con sus hechizantes ojos
negros. Mi corazón y mis mariposas se aceleraron al mismo tiempo.

―Siempre me he preguntado qué veías en mí ―susurró sin dejar de


observarme de ese modo―.

Tú eres tan especial…

―A lo mejor es porque tú también lo eres ―le insinué, sonriéndole.


Después, dejé que mis pupilas se perdieran en las suyas definitivamente y fui
hipnotizándome conforme hablaba entre susurros―. Para mí siempre has
sido la persona más especial y maravillosa del mundo, desde siempre. ―Mi
rostro comenzó a acercarse al suyo, ya preso por esa energía que empezó a
emanar de nosotros, y él correspondió de la misma forma, también
mirándome hechizado―. Lo supe en cuanto nací, desde la primera vez que te
vi. ―Y nuestros labios terminaron uniéndose para besarse.

Todo mi organismo era un torbellino de sensaciones, pero aumentaron de


intensidad cuando los labios de Jacob también lo hicieron. Sin embargo, los
dos tuvimos que obligarnos a parar. Si nos dejábamos llevar demasiado, ya
no podríamos detenernos, y teníamos cosas que hacer.

―Mierda ―murmuró con pesadumbre, apoyando su frente en la mía al


tiempo que tomaba aire para recomponerse―, si no fuera porque tenemos ese
maldito entrenamiento…

―Lo sé ―sonreí, tomando oxígeno yo también―. Creo que será mejor que
nos levantemos, no queda mucho para que Brenda llegue a casa.

Mi chico separó nuestras frentes para observarme.

―¿Brenda va a venir? ―preguntó.

―Seth es uno de los que va a recibir instrucción hoy, acuérdate, y supongo


que Brenda quiere aprovechar para verle ―le expliqué―. Últimamente se
ven muy poco.

―Ah, ya. ―Hizo una mueca de aceptación―. ¿Y cuándo te lo ha dicho?

―Ayer, mientras tú le hacías la gracia a Leah con Simon ―revelé―. Estuve


hablando con Brenda, ¿recuerdas?

―Ah, sí ―cayó.

―Me dijo que iba a venir sobre las once. ―Miré el despertador de la mesilla
de Jake―. Y ya son las diez y cuarto, así que será mejor que nos levantemos.

―Dúchate tú primero ―me propuso, poniéndose boca arriba para estirarse.

―Vale ―reí―. Hay que ver qué perezoso eres.

Le di un beso corto y me fui a mi lado de la cama para disponerme a salir de


ella.

―Solo me quedaré en la cama cinco minutos más, después ya me levanto


―se defendió al tiempo que ya me ponía en pie.

372

En cuanto lo hice, sus largos y fuertes brazos ocuparon todo lo que pudieron
de lo ancho del camastro, así como sus piernas.

Solté una risilla, me puse la bata de seda y me acerqué al armario.

Después de ducharme, vestirme y secarme el cabello, por fin se levantó.


Estaba en la puerta del cuarto de baño justo en el mismo momento en que yo
salía. Me dedicó una de sus maravillosas y blancas sonrisas, me dio otro beso
y se metió en el aseo para ducharse.

Suspiré antes de bajar, porque nuestro dormitorio era una pequeña burbuja de
intimidad en medio de todo ese remolino de gente que se movía por nuestra
pequeña casa, la única que teníamos, y solo disponíamos de ella por la noche
y por las mañanas. Estos cortos momentos ―o eso me parecían a mí― eran
los únicos que disfrutábamos a solas, en esa cierta privacidad que no lo
llegaba a ser del todo nunca. Sin embargo, por muy mínima que fuera,
teníamos que aprovecharla al máximo, aunque seguía siendo un poco
incómodo saber que por mucha radio que pusiéramos y muchas precauciones
sonoras que tomásemos quizá te podían seguir oyendo. Ahora esa intimidad
se había terminado, al menos, hasta que llegara la noche, la cual siempre me
parecía que tardaba en llegar demasiado.

Aunque tenía que reconocer que el tener gente en casa también tenía sus
ventajas.

El desayuno ya lo había preparado Esme, y esas tortitas, los huevos con


beicon, su deliciosa tarta de manzana, el zumo natural de naranja y el café
esperaban en la mesa para que fueran devorados, aunque la que tuve que
esperar para hacerlo fui yo, pues Jake todavía no había terminado de asearse.
Eso sí, en cuanto llegó a la cocina, ambos nos pusimos manos a la obra.
Durante el desayuno, la tía Alice nos desveló que mi padre se había ido a
patrullar al bosque por la noche. Ella no nos lo dijo, pero Emmett se encargó
de revelarnos el porqué enseguida con una de sus bromas, cosa que me hizo
ponerme roja como un tomate. Luego, nos dijo que había llamado bien
temprano para quedar en un pequeño claro del boscaje con el fin de realizar
allí ese entrenamiento contra licántropos.

Terminamos de desayunar a tiempo, incluso tuvimos unos minutos para ver


la tele en el sofá con Rosalie, Emmett y mamá, hasta que el timbre de casa
sonó.

―No sé por qué han tenido que venir, la verdad ―refunfuñaba Jake en voz
baja mientras caminábamos hacia ese claro, junto a mi familia.

Observé a Helen y Ryam por el rabillo del ojo. Estaban a mis espaldas,
charlando con Brenda, Mercedes, Claire, que también habían venido para
estar con Embry y Quil, mamá y Alice. Sabía que Jacob lo había dicho por
Ryam, claro, Helen, Claire y Mercedes no le molestaban para nada.

―Brenda habrá llamado a Helen y se habrán enterado de esto ―le cuchicheé.

Supuse que, al igual que a Brenda se lo había dicho Seth para que viniese, a
Mercedes se lo había dicho Embry. Lo que no tenía muy claro era lo de
Claire. Me daba la sensación de que había sido ella la que había insistido en
venir, puesto que todavía era muy joven y seguramente Quil había intentado
evitarlo, procurando protegerla de una preocupación extra que aún le quedaba
un poco grande como para llevar a las espaldas a sus catorce años.

―Claro, y se han apuntado a la fiesta, cómo no. Ese idiota solo viene para
burlarse ―chistó.

―Bueno, no te enfades ―le calmé, acariciando su brazo con mi mano


suelta―. Seguro que han venido para verme, hace mucho que no quedamos.
―Y le di un beso en la mejilla.

Beso que surtió efecto enseguida y que le relajó un poco.


―Mirad, es ahí ―señaló Emmett, indicando con el dedo a unos pinos
centenarios que parecían bordear una zona despoblada de árboles.

Una vez más, Ezequiel y Teresa se quedaron en casa para vigilarla, a los que
se sumaron Tanya y Carmen, así que el resto del aquelarre Cullen pudo venir
sin problemas. Nos dirigimos a ese sitio y, cuando atravesamos los pinos
señalados por mi tío, salimos al pequeño claro.

Todo estaba cubierto de nieve, y los copos no cesaban de caer del cielo.

Mi padre ya estaba esperando, junto con Seth, Embry y Quil, que ya se


encontraban en su forma lobuna. Estos iban a ser los tres primeros lobos en
recibir la instrucción de Jasper. Aunque el resto de los lobos también iba a
verlo a través de los pensamientos de sus hermanos, Jasper decidió que lo
mejor era que, además, lo practicaran, por lo que todos los metamorfos iban a
pasar por manos de mi tío. Eso haría el entrenamiento más efectivo.

Seth fue el primero en corretear al lado de Brenda para hacerla carantoñas.


Emitía unos gemiditos sordos al tiempo que le lamía el rostro, y ella le
correspondió con una sonrisa y unas caricias. Embry y Quil se acercaron a
sus respectivas para hacer lo mismo, aunque este último no 373

gimoteó, seguramente para hacerse el duro delante de Claire. Todavía tenía


que demostrar que era el hermano mayor y protector.

Volví a tener una sensación de culpabilidad enorme, porque por culpa de todo
esto, los lobos apenas tenían tiempo para ellos y los suyos.

Pesqué a papá observándome, y su rostro ya lo decía todo. Conocía cada uno


de mis pensamientos a este respecto, pero no los compartía. Se acercó a mí y
me dio un beso que se sintió helado en mi frente, pero solo al tacto, porque
fue tan cálido. Después, se acercó a mamá y la besó en los labios con un beso
de pasión contenida que algún día iba a terminar explotando de verdad.

Solo esperaba estar bien lejos cuando eso ocurriera.

Me reí en mi fuero interno, pero mi padre estaba lo suficientemente ocupado


en controlarse como para oírlo.

Jasper, que ya estaba en una posición totalmente de mando, carraspeó para


poner un poco de orden. Tanto los lobos como mis padres dejaron sus
quehaceres para prestar atención.

―Será mejor que comencemos ―sugirió mi tío.

Quil, Embry y Seth observaron a Jacob, esperando la orden de su Alfa. En


cuanto Jake asintió, alejaron sus patas de las chicas y se colocaron frente a
Jasper.

Jacob no iba a recibir instrucción, por lo menos no físicamente, ya que a él


realmente no le hacía falta, con su poder espiritual tenía bastante para
fulminar a todos los licántropos que se le pusieran por delante, aunque había
decidido venir para ver el entrenamiento, y para poner un poco de orden con
sus lobos, si se daba el caso.

Brenda, Helen, Ryam, Mercedes y Claire se pusieron a nuestro lado, así


como el resto de mi familia.

Hacía frío, como ya había comprobado hacía más o menos una hora, pero
esta vez salí más preparada de casa. Mi abrigo verde pino de tres cuartos me
protegía bien de estas bajas temperaturas, así como mis guantes y mi gorro de
lana gris. Y tenía a mi calentito marido a mi lado, al que siempre podía
recurrir si me daba algún respingo.

―Como ya sabéis, los licántropos gozan de dos armas muy eficaces


―empezó Jasper―: las cuchillas de sus garras y su puntiaguda y letal
dentadura, por lo que jamás tenéis que perderlas de vista.

―Eso es evidente ―murmuró Jacob, poniendo los ojos en blanco.

Mi tío escuchó su comentario, pero prefirió hacer caso omiso.

―Otra cosa que debéis evitar es que os atrapen con sus brazos ―siguió―.
Los licántropos son seres muy rápidos y fuertes, tanto como los neófitos, y
podrían aplastaros y romperos varios huesos. ―Quil gruñó como protesta, ya
que Claire estaba presente. Jasper se giró hacia ella―. Lo siento.

―No importa, sigue ―le exhortó ella, aunque su rostro de preocupación ya


se expresaba bastante.

Quil soltó un suspiro sordo disconforme. Sin duda estaba feliz de verla y
estar con ella, pero se notaba que no le gustaba nada que Claire estuviera
presente en una cosa como esta.

Brenda y Mercedes dejaron sus labios blancos, de lo que los apretaban.

Yo sentí un escalofrío, si bien esta vez no era por el frío, sino que fue
provocado al recordar lo que aquél neófito había estado a punto de hacer años
atrás con Jacob, y eso que yo no lo había visto ni había estado presente.

―Bien, lo que os voy a enseñar son técnicas para evadir esos posibles
ataques ―afirmó Jasper, ya mirando a los tres lobos.

―Te recuerdo que nosotros andamos a cuatro patas ―dijo Jake, hablando
con cierto sarcasmo―. Ya sabes, no podemos hacer llaves, ni dar patadas, ni
nada de eso.

―La verdad es que se os vería bastante ridículos ―opinó Ryam, curvando su


labio hacia arriba.

Por primera vez, Claire soltó una risilla, aunque Jacob fulminó a Ryam con la
mirada.

―Mis técnicas también sirven para vosotros ―rebatió Jasper sin perder su
compostura elegante―. Lo que tenéis que hacer es atacar a su columna
vertebral.

―Uf, no sé ―dudó mi chico―. Esos bichos son muy ágiles, tío, se revuelven
con mucha rapidez y cuando te das cuenta los tienes encima de nuevo. Eso no
servirá de nada. Lo único que pueden hacer es esquivar sus cuchillas y
lanzarse al cuello del licántropo en cuanto sea posible. Un apretón de dientes,
un crack, y licántropo fuera de combate.

―Dudo mucho que así consigáis un ataque efectivo ―cuestionó mi tío.

Quil, Embry y Seth oscilaban las cabezas de uno a otro, esperando a que se
decidieran.

374

―Tú nunca has luchado contra un licántropo, en cambio, yo sí ―le


respondió Jake, algo ofendido.

―Sí, y te recuerdo que acabó mordiéndote.

Sentí otro escalofrío, pero este fue mucho peor. Solo recordar eso hacía que
un relámpago helado atravesara mi cuerpo con saña. Automáticamente, y de
una manera inconsciente, apreté la mano de Jake.

―Vaya, vaya, ¿qué te parece? ―se burló Ryam.

―Creo que ambos tenéis razón ―medió Carlisle, antes de que a Jacob le
diera tiempo a soltar lo que tuviera pensado soltar―. ¿Por qué no fusionáis
las dos ideas? Todas se pueden utilizar.

―Carlisle tiene razón ―coincidió mi padre―. Podéis atacar al cuello del


licántropo, pero esquivando sus embistes con las técnicas de Jasper. Yo no
veo el problema.

―De acuerdo ―aceptó Jasper, aunque con un aire un tanto orgulloso.

Todos miramos a Jake.

―Vale, vale ―accedió él también, haciendo un gesto con su mano libre para
que Jazz siguiera con su explicación.

Este asintió.

―Emmett, por favor ―le pidió con un movimiento de cabeza.


―Bien, que empiece el espectáculo ―sonrió él, frotándose las manos
mientras echaba a andar hacia el centro del ruedo.

―Em hará de licántropo.

―El papel te queda que ni pintado ―se mofó Jacob―. Aúlla un poco, a ver
cómo te sale.

Emmett le mostró su dedo corazón y Jake se carcajeó.

―Desde que se mezcla con esta jauría de chuchos sus modales dejan mucho
que desear ―resopló Rosalie, mirando hacia otro lado con desagrado.

Claire la miró mal a ella.

―Su sueño por fin se va a hacer realidad ―bromeó mi madre.

Me reí.

―Primero quiero ver cómo lo hacéis ―dijo Jasper, cruzando sus brazos por
detrás de su cintura a la vez que caminaba a un lado para apartarse y
observar―. Atacad a Emmett como si fuera un licántropo.

Los lobos se miraron los unos a los otros.

―Bueno, ¿a qué estáis esperando? Atacadme ―azuzó Emmett con una


enorme y provocadora sonrisa, inclinándose hacia delante para adoptar una
postura ofensiva.

Quil no lo dudó. Salió el primero de entre el enorme lobo de color arenoso y


el gris plateado, que le flanqueaban a ambos lados, y avanzó con paso seguro
sobre la nívea y blanda superficie, plantándose frente al gigantón de mi tío,
que le esperaba con los brazos abiertos, literalmente.

―¡Vamos, Quil! ―le animó Claire.

El lobo marrón oscuro se agazapó, enseñando sus dientes de un modo


totalmente competitivo, y de una forma inopinada y ágil saltó sobre Emmett,
rugiéndole en el aire.

Mi tío actuó como creía que lo haría un licántropo. Zigzagueó con un


movimiento digno de un relámpago y con una facilidad pasmosa atrapó a
Quil entre sus brazos, aunque ambos terminaron rodando sobre la nieve.

Sin embargo, cuando Emmett ya se iba a incorporar para cantar victoria, un


borrón ocre salió de la nada por detrás y se le echó encima. En una fracción
de segundo, las patas delanteras de Seth chocaron con la espalda de mi tío,
empujándole de tal forma que su cara se estampó y se hundió en la fría manta
de hielo sin que a este le diera tiempo a decir ni mu. Seth terminó su brillante
actuación inclinándose sobre Emmett para envolver su cuello con sus fauces,
simulando así la rotura del cuello del licántropo.

―¡Ja! ¿Qué te parece? ―rio Jacob, dando una palmada en la que también se
vio implicada mi mano.

Embry y Quil emitieron unos gemiditos ahogados para reírse y el primero


añadió un aullido corto.

Seth se irguió y se quedó sobre Emmett, a modo de trofeo, levantando el


hocico con orgullo. Mi tío clavó las manos en la nieve y levantó los codos,
pero antes de que sacara la cabeza y se incorporase de un movimiento brusco,
el lobo de color arena consiguió bajarse de su cuerpo de un brinco,
aterrizando en el hielo blando con suavidad.

―Vaya, Em, ¿qué te ha pasado, eh? ―se burló Jake―. Incluso ha sobrado
uno de mis lobos.

375

―Porque han hecho trampa ―protestó, poniéndose de pie y limpiándose los


pantalones.

―Te han engañado como a un niño ―se rio papá.

―Eso no es hacer trampa ―le contradijo Jake, sonriéndole con orgullo―. Te


han tendido una emboscada, así es como trabajamos los lobos. Siempre
somos un equipo, un todo.

Quil regresó a su posición junto a Embry, y Seth caminó frente a Brenda para
hacer lo mismo, alzando la cabeza para pavonearse delante de ella.

―¡Bravo, Seth! ―alabó Brenda.

―Y encima ha sido Seth ―apuntilló mi padre para picarle más.

―Pura suerte ―refunfuñó Emmett.

El motivo por el cual estábamos aquí y teníamos que hacer esto no era nada
divertido, pero la verdad es que nos lo estábamos pasando muy bien.

―No ha estado nada mal ―reconoció Jasper sin soltar sus manos de la parte
trasera de su cintura. Sus pies se movían con calma, formando una estrecha
elipse en la nieve mientras observaba con atención―. Probemos otra vez
―les instó acto seguido.

―Ahora no me vais a engañar ―farfulló Em, agazapándose, sin quitarles ojo


a ninguno de los tres lobos.

En esta ocasión no avanzó uno solo, sino que fueron Embry y Seth los que
salieron a la palestra.

Y lo hicieron muy rápido. Como dos auténticos torpedos, saltaron hacia


Emmett. Mi tío ya estaba preparado para recibir su embiste, sin embargo,
ambos lobos se bifurcaron.

―¡Esta vez no me pilláis! ―exclamó Emmett, que se decidió por Seth para
intentar atraparle primero.

Vi por el rabillo del ojo cómo Jake sonreía. Me estaba preguntando el porqué,
cuando de pronto vi que Em se giraba para coger a Seth y Embry, dándole la
espalda completamente a Quil, que ya había desaparecido del mapa. Seth le
esquivó, haciendo un quiebro veloz, y Emmett cambió de objetivo, pasando a
ser Embry. En el mismo momento en que mi tío se abalanzaba para hacerle
un auténtico placaje al lobo de color gris plateado, Quil salió de entre los
árboles y se estampaba contra su espalda, acompañado por Seth, que también
le asedió, aunque este de costado. La cara de Emmett volvió a terminar en la
nieve y su cuello rodeado de los afilados dientes de Quil.

No obstante, ahí no terminó el espectáculo. Jasper hizo una fugaz señal con la
cabeza y mi padre y Carlisle entraron a escena.

No me dio tiempo ni a terminar de parpadear, cuando estos ya se habían


arrojado contra Seth y Embry, simulando un desgarramiento con la mano y
un mordisco.

La sonrisa de Jake se esfumó.

―Vaya, vaya ―se burló Ryam.

―Cállate, ¿quieres? ―le recriminó Jacob.

―Ese licántropo ya estaría muerto, pero Seth y Embry ya habrían sido


mordidos o mutilados ―habló Jasper al tiempo que Em sacaba la cabeza de
la nívea superficie, otra vez de mal humor, y los demás se levantaban. Noté el
estremecimiento de Brenda y Mercedes a mi lado―.

Desde luego jugáis con una ventaja muy grande, y es vuestro trabajo en
equipo. Vosotros estáis más organizados que esos licántropos, sin duda, y
gozáis de la telepatía, sin embargo, ellos también os atacarán en manada y,
aunque no disponen de esas herramientas, podrían ser lo suficientemente
peligrosos como para causaros bastantes bajas, como hemos podido
comprobar con este ejemplo. En la primera prueba, habéis conseguido
terminar con el licántropo, pero Quil ya tendría todas las costillas rotas. ―El
mencionado gañó y pateó una pequeña brizna de nieve con una de sus patas
delanteras, mostrando su disgusto―. Y en esta ya he comentado lo que
hubiera sucedido. En equipo trabajáis muy bien, sin embargo, se producirían
demasiadas bajas, y eso es porque a nivel individual no sabéis pelear con un
licántropo, no sabéis luchar en un cuerpo a cuerpo. A mi modo de ver,
deberíamos trabajar individualmente para después utilizarlo en conjunto con
la manada. Tened en cuenta que esos licántropos os superarán en número, no
tocaréis a uno para cada tres, sino a uno para cada uno o seguramente a más.

Tuve que tragar saliva para recomponerme.

―Pues, venga, ¿a qué esperas para enseñarles? ―apremió Claire, haciendo


que todos dirigiéramos nuestra atención a ella―. Y vosotros prestad atención
a las lecciones que os dé ―añadió para los lobos, aunque su consejo era más
bien para Quil.

Este la miró fijamente y por un momento pareció quedarse anonadado.

―Es la más sensata de los que estamos aquí ―opinó mi padre.

―Será mejor que la hagáis caso, entonces ―aconsejó Carlisle, dedicándole


una sonrisa a la 376

joven Claire, la cual sonrió también.

―¿Qué opinas, Jacob? ―le preguntó Jasper―. ¿Quieres que les dé


instrucción?

Mi chico observó la estampa durante unos segundos, frunciendo los labios, y


terminó suspirando por la nariz con resignación.

―Sí, anda ―accedió finalmente―. Será mejor que nos entrenes un poco con
esas técnicas tuyas.

―Bien ―sonrió mi tío, satisfecho―. Pues vamos allá.

Carlisle, Emmett y mi padre volvieron a su posición en la fila de mirones que


habíamos formado mientras Jasper por fin soltaba sus manos de la parte
trasera de su cintura para ponerse manos a la obra.

Con su elegancia de siempre y ante las miradas atentas de todos, empezó a


dar su primera lección.

377
6 de febrero

Me encontraba en cuclillas sobre la alta hierba, junto a Jake. Mi vestido de


color cielo cubría mis pequeñas piernas completamente y llegaba hasta el
suelo, poniendo los bajos perdidos con esa tierra húmeda. Jacob tendría que
soportar la regañina de Rosalie cuando llegásemos a casa, pero no parecía
importarle. Había estado lloviendo toda la mañana en ese bosque que
pertenecía al territorio de mis padres, pero había escampado y hacía un buen
rato que ya había salido el sol, por lo que Jacob quiso aprovechar para
sacarme un poco de esa vivienda que para él olía tan mal.

No nos encontrábamos lejos de ese tronco que ya habíamos hecho nuestro y


en el que siempre estábamos para jugar, sin embargo, Jake había visto algo
que le llamó la atención y prefirió que echásemos un vistazo antes de que nos
dirigiésemos a ese rincón.

―No te muevas ―me cuchicheó con su voz ronca―. Está a punto de salir.

Todavía no me gustaba hablar en alto, así que asentí. Me quedé muy quieta,
observando esa cosa extraña con forma de capullo que tenía justo delante con
suma atención, como si se me fuera la vida en ello. A mis ocho meses de
edad, y aunque en realidad era como si tuviese unos seis años, jamás había
visto semejante cosa antes.

Sin dejar de mirar eso, coloqué mi mano en su mejilla. Le hice ver que no
sabía lo que era a la vez que acercaba el rostro un poco más a esa cosa
extraña y entrecerraba los ojos para analizarla mejor.

―Se llama crisálida ―bisbiseó.

Le pregunté para qué servía.

―Ya lo verás ―cuchicheó de nuevo―. No le quites ojo, va a pasar una cosa


mágica, te lo aseguro.

La crisálida era de un color marrón claro y colgaba de la afilada hoja de una


planta que tendría unos veinte centímetros de alto, pero no me parecía que
pasase nada especial, es decir, me preguntaba cómo habría podido ir a parar
eso ahí, pero nada más. Aparté mi cara infantil de la planta, le miré, sin
despegar la mano de su rostro, y fruncí el ceño, algo decepcionada.

―Espera, espera un poco, ya verás ―insistió sin dejar de observar la


crisálida, alzando la mano para dejarla suspendida en el aire, a la espera de
que pasase algo―. Antes he visto cómo se movía. Tiene que salir ya.

¿Pero salir el qué? Puse los ojos en blanco y suspiré.

―¡Ah, mira! ―exhaló de repente, en voz baja, aunque con entusiasmo,


señalándome la cosa esa con el dedo.

Giré el rostro hacia allí, no muy segura de que fuera a pasar nada del otro
mundo.

Pero pasó.

Esa cosa extraña llamada crisálida empezó a moverse, primero fue un ligero
temblequeo y luego los movimientos pasaron a ser un poco más fuertes.
Entonces, me di cuenta de que parecía tener algo en su interior que se movía
y empujaba hacia fuera para romper ese envoltorio marrón.

No sé cuánto tiempo estuvimos acuclillados en la hierba esperando, pero,


finalmente, lo que fuera que estaba dentro consiguió quebrar la crisálida y
liberarse. Ese envoltorio cayó al suelo, sin embargo, lo que contenía se quedó
en el tallo de la hoja.

Jadeé, con mis ojos abiertos de par en par observando ese bicho desconocido
mientras apretaba la mano contra la mejilla de mi mejor amigo. Le mostré la
multitud de insectos que conocía, pero que ese no encajaba con ninguno.

―Es una mariposa ―me reveló, sonriéndome.

Esta vez aparté la vista para mirarle y retiré la mano de su mejilla.

―¿Una mariposa? ―repetí en voz alta.


Noté cómo Jacob se maravillaba al escucharme, todavía no estaba muy
acostumbrado a oír mi voz, ya que hablaba muy pocas veces.

―Sí, una mariposa ―me ratificó con una amplia sonrisa―. Pero sigue
mirando, aún no ha terminado. ―Y volvió a señalarla.

378

Volví a mirarla ipso facto. La mariposa tenía dos alas, pero estaban arrugadas
y parecían mojadas. Dudé de que pudiera volar con eso. Estas eran negras y
se encontraban enganchadas a su alargado cuerpo, que también era de color
negro y estaba lleno de un fino pelo humedecido. Las patitas eran finas y
largas, se pegaban al tallo de la planta con total naturalidad. La cabeza del
insecto era grande y disponía de dos antenas y unos grandes ojos que, en
realidad, estaban formados por centenares de minúsculos cristalitos oscuros,
pero lo que más llamó mi atención de la cabeza fue ese tubo finísimo que se
desplegaba de ella y que se enroscaba en su final, formando una espiral
retráctil.

Iba a llevar mi mano a la mejilla de Jake de nuevo para preguntarle por qué
no se movía, cuando la mariposa lo hizo. Sus alas se agitaron con un
movimiento mínimo y se estiraron un poco.

Fue cuando pude apreciar que no eran negras del todo, sino que también
estaban teñidas con un color azul celeste en su interior.

Giré el rostro hacia Jacob y le sonreí con ganas. Él me correspondió,


observándome con algo de engatusamiento, y después llevé la mirada hacia la
mariposa otra vez.

Poco a poco, progresivamente, el pelo de su cuerpo se fue secando y las alas


de la mariposa se fueron estirando. Me quedé mirando maravillada cómo lo
hacían y descubrí con asombro que no eran dos alas, sino cuatro. Las de
arriba tenían una forma más triangular y eran más grandes, en cambio las de
abajo eran más redondeadas y eran de menor tamaño. Las tenía entrecerradas
a la espalda y cuando por fin las abrió y las desplegó completamente, vi cómo
eran en todo su esplendor.
Jadeé de nuevo, asombrada, y la sonrisa de Jacob se ensanchó.

Claro que podía volar con eso, y maravillar al mundo entero. Las alas eran
negras en todo su borde exterior, por eso me habían parecido de ese color al
principio, sin embargo, todo el extenso interior era de una intensa tonalidad
azul celeste que resplandecía. Cada ala formaba un todo, un cuadro con forma
irregular de color azul con su marco negro. Las alas superiores también
tenían un ribeteo consistente en unos puntitos blancos que se disponían en
hilera, dentro de la parte negra que coloreaba los bordes.

Ahora sí. Coloqué la mano en su mejilla y le mostré lo preciosa que me


parecía la mariposa a la vez que seguía observándola, maravillada.

―Antes era una oruga ―afirmó Jake.

La mariposa batió sus alas, como pavoneándose con orgullo ante tal
declaración.

Le miré, extrañada. Proyecté la imagen de lo que yo recordaba que era una


oruga. La fotografía mental que yo tenía en mi cerebro de ese bicho no
cuadraba nada con el de una preciosa mariposa.

Jacob se rio.

―Verás, las orugas son las hijas de las mariposas, ¿entiendes? ―me aclaró,
sonriéndome con esos dientes tan blancos que destellaban con los rayos del
sol. Entonces, siguió explicándomelo, haciendo gestos sin parar al tiempo que
hablaba con entusiasmo―. Mira, las mariposas ponen los huevos, de ellos
salen las orugas. Las orugas se dedican a ponerse las botas comiendo todas
las hojas y plantas que pueden, y cuando crecen y engordan lo suficiente se…
bueno, digamos que se meten en esas crisálidas. Una vez dentro, empieza la
magia. Nadie sabe cómo, pero esas orugas tan feas y repelentes comienzan a
transformarse. Cuando pasa un tiempo, salen y ¡tachán!, son mariposas.

Solté una risilla con mi voz infantil y su sonrisa se amplió una vez más.

―¿Quieres cogerla? ―me propuso.


Asentí con ilusión.

―Vale. Dame tu mano ―me pidió, aunque él ya la estaba retirando de su


mejilla para cogerla.

Luego, me hizo estirar el brazo hacia la mariposa―. Ahora tenemos que


hacerlo muy, muy despacito, ¿de acuerdo? ―bisbiseó.

Asentí de nuevo, si bien esta vez con un ligero movimiento de cabeza a la vez
que observaba al insecto con atención, bien seria y concentrada.

Mi mano ya estaba a un palmo de la mariposa, que volvía a tener las alas


entrecerradas, así que la abrí para cogerla por ellas. Sin embargo, Jake detuvo
el movimiento con suavidad.

―Las alas de las mariposas están llenas de polvos mágicos para que puedan
volar, como las de las hadas ―cuchicheó con una entonación llena de
misticismo y misterio―. Si las tocas con la mano, ya no podrá hacerlo. ―Le
miré y puse los ojos en blanco. Hacía tiempo que ya no me creía esas
cosas―. En serio ―aseguró, alzando las cejas hacia arriba de forma
exagerada y asintiendo con la cabeza―. Están llenas de polvos. Toca las alas
de esa mariposa, y jamás probará lo que es volar.

379

Pero eso sí que me lo creía. Mis dedos se retrajeron automáticamente y mi


vista se fue hacia la mariposa con temor. Menos mal que me había avisado.

―Acércate muy, muy despacio y deja que se pose en tu dedo ―sugirió,


soltando mi muñeca para que lo hiciera yo sola.

Y así lo hice. Arrimé mi dedo muy lentamente y lo pegué al tallo, dejando a


la mariposa por debajo. Lo arrastré, iniciando un descenso con mucha cautela
y delicadeza, y las patitas delanteras del insecto se subieron a mi falange. El
resto no tardó en hacer lo mismo cuando deslicé mi dedo un poco más abajo.
Separé la mano de la planta y porté la mariposa en mi dedo hasta que la tuve
delante de los ojos.
Sonreí entusiasmada al ver a la mariposa tan de cerca. Ella parecía estar tan a
gusto como yo, abría y cerraba sus preciosas alas celestes frente a mí, como
si quisiera mostrarme toda su belleza.

―¿Te gusta? ―me preguntó Jake, observándome con las pupilas


centelleantes.

Las mías prefirieron mirarle a él un billón de veces más, un trillón, y se


fijaron a las suyas con alegría.

Entonces, de una manera totalmente sincronizada, me lancé a sus receptores


brazos de un salto para abrazarle y darle un beso en la mejilla, haciendo que
la mariposa alzase el vuelo por encima de nuestras cabezas, a la vez que
ambos nos reíamos.

Continué observando ese marcador de libros con una sonrisa bobalicona


mientras este maravilloso recuerdo terminaba de desvanecerse de mi
memoria. El susodicho marcador me lo había hecho Jake a la semana
siguiente de lo acontecido en ese recuerdo, puesto que, por aquel entonces, y
pese a ser tan joven, ya me había leído unos cuantos libros. Estaba hecho de
una madera muy clara. Era fino, rectangular y alargado en la parte que tenía
que quedar entre las hojas, y la zona superior estaba coronada por una
mariposa también plana, aunque mas gruesa.

Jake la había tallado a un tamaño casi idéntico y la había pintado exactamente


igual a la mariposa que habíamos visto ese día. Cuando me regaló el
marcador me había encantado, y seguía encantándome ahora. Mi madre había
hecho bien en traérmelo de mi antigua casa. Creía que lo había perdido y me
había llevado un disgusto enorme, sin embargo, debió de haberse quedado
metido en alguno de mis tantos libros y ahora que mi familia había
redecorado la vivienda seguramente mamá lo había encontrado.

Contentísima de tenerlo de nuevo, lo inserté en el último libro que estaba


leyendo y retiré ese simple marcador de papel.

Dejé el libro sobre el escritorio y me di la vuelta hacia la cama de ese


dormitorio que dentro de poco ya sería el del bebé. La colcha estaba repleta
de cosas que no nos había dado tiempo a guardar todavía, puesto que aún no
había vaciado el armario para hacerle sitio. Me acerqué y me senté en la
cama.

Cogí la ropita del niño y la posé en mi regazo para mirarla. Era un montón
bastante grande, gracias a la tía Alice, y ya tenía una amplia variedad para los
tres primeros meses. Fui pasando prenda por prenda, desdoblándola para
observarla con una sonrisa, y la fui dejando de nuevo doblada a mi lado.
Había ropa interior de bebé, camisetas minúsculas, pantaloncitos enanos,
gorritos, patucos…

―¿Qué haces? ―me preguntó Jake de repente con una sonrisa, entrando por
la puerta.

No me asustó, porque ya había percibido sus pasos.

―Estaba mirando la ropita del bebé ―le revelé, sonriéndole.

Jacob sonrió también. Arrastró una de las sillas del escritorio y se sentó frente
a mí. Cogió una camiseta del montón de mi regazo y la desplegó. La prenda
era tan pequeña, que cabía en una de sus manos, sin embargo, estas la
sujetaban con mucha delicadeza y ternura. Me quedé mirando embobada
cómo él observaba la camiseta del bebé, entusiasmado, y cómo la doblaba
sobre su pantorrilla.

Alice no era la única que le había comprado ropa al niño. Desde que le
habíamos dado la noticia a Renée, estaba contentísima e ilusionadísima, así
que ella también había comprado alguna cosa.

Renée había venido a Forks por Navidad para vernos y, por primera vez en
muchos años, ella había pasado la nochebuena con nosotros, en casa de
Charlie. Phil había sido bastante indulgente con Renée y había accedido a no
pasar las Navidades juntos, al menos este año. Se pensaba que mi madre
estaba metida en una secta o algo así que impedía su relación con más
personas que no fueran sus familiares más íntimos. En fin, era un poco
estrambótico, pero Renée podía ser muy imaginativa y persuasiva, así que
Phil se lo había tragado. Al pobre no le quedó más remedio que irse a casa de
sus padres solo, aunque comprendía que su mujer quisiera aprovechar para
venir y 380

pasar ese día tan especial con su hija después de tantos años sin hacerlo.

Mamá ya le había dado la noticia a Renée por teléfono la misma semana en


que nos enteramos de mi estado y ella ya nos había dado la enhorabuena,
pero en nochebuena nos felicitó personalmente y nos dio sus regalos, entre
los que se encontraba ropa de bebé. Parecía que ya iba asimilando todo
nuestro mundo, es más, me sorprendió la naturalidad con la que lo hacía, se
notaba que mi madre y ella hablaban por el Messenger todos los días y nos
veíamos todos por la Webcam, ahora sin secretos ni limitaciones, eso hacía
que mi abuela materna lo viera con más normalidad, podía comprobar por sí
misma lo feliz que era su hija y que esta vida era la que había escogido, así
que supongo que eso la hacía feliz a ella también. Lo único que le importaba
era saber que su hija se encontraba bien y que podía verla siempre que
quisiera, eso era suficiente para ella.

Además, tengo que reconocer que Renée era una mujer muy abierta y
moderna, receptiva a toda clase de ideas, por raras que estas pareciesen. No
era así con Charlie. Aunque ya sabía de sobra todo lo que se cocía y no le
había quedado más remedio que escuchar la verdad sin tapujos el día en que
se lo contamos todo a Renée, él prefería hacer como que esa tarde no había
oído nada y continuar con su no pensar, no pensar, era por eso que mamá
seguía poniéndose esas lentillas marrones en su presencia.

Esa pequeña camiseta que Jacob sostenía en su pierna era una de las prendas
que Renée le había comprado al niño. Mientras miraba a Jacob engatusada,
mi mano rodeó mi pequeña pancita.

Todavía quedaban cinco meses para que tuviéramos a nuestro bebé en brazos.
No me hacía falta, porque tenía toda mi infancia como testigo, pero tan solo
tenía que evocar el recuerdo de la mariposa de nuevo para ver con absoluta
certeza lo buen padre que iba a ser. Mi estómago se llenó de su cosquilleo
habitual instantáneamente.

También observé lo guapo que estaba, por supuesto. Hoy era 6 de febrero, y
celebrábamos nuestro aniversario, por eso se había puesto esos pantalones de
vestir de color marrón y esa camisa de color blanco que le quedaba tan, tan
bien. Entonces, me di cuenta de que se nos hacía tarde y dejé la ropita del
bebé a un lado para levantarme. Si seguía mirándola, no saldría de casa en
toda la noche.

Yo llevaba un elegante vestido negro que se sujetaba a mi cuerpo con un


corpiño que se ceñía a mi pecho, dejando que la tela cayese libre hacia abajo.
Tenía que disimular un poco mi barriga, porque estaba en esa fase intermedia
en la que la gente te mira y se pregunta si es que estás embarazada o es que te
has zampado demasiados bollos últimamente. Siempre era mejor evitar eso.

La caída del vestido no llegaba a mis rodillas y hacía un efecto vaporoso que
sentaba bastante bien.

Los zapatos y el bolso, claro está, me los había regalado Alice. Como mi
vientre todavía no estaba muy hinchado y no afectaba a mi espalda, los
zapatos tenían un tacón de aguja considerable, si bien tenían un poco de
suplemento que te hacían ver, cuando te los ponías, que en realidad no era
tanto como aparentaba. Aun así, esperaba saber caminar con eso y no
matarme por el camino.

Estaban revestidos de tela negra y tenían un lacito en el empeine a modo de


adorno que quedaba muy bonito. El bolso también llevaba un lazo, haciendo
juego con los zapatos.

Jacob alzó la vista en cuanto me puse de pie, y se quedó maravillado al


observarme mejor. Sus ojos me repasaron de arriba abajo con
deslumbramiento.

―Estás… estás…

―Gracias ―le contesté, ruborizada, ahorrándole más balbuceos. Jacob se


levantó y se quedó frente a mí, sin dejar de mirarme del mismo modo―. Tú
también estás muy guapo. ―Y mis labios se curvaron hacia arriba con
satisfacción cuando le hice todo un chequeo visual.
Sí, estaba muy, muy guapo. El reflejo níveo de su camisa sentaba realmente
bien sobre su cobriza piel, y encima se le ceñía a ese impresionante torso…

Me quedé muda hasta en mis pensamientos. Sus pupilas se engancharon a las


mías y ya comenzaron a hipnotizarme, junto con la energía que ya empezó a
envolvernos, aunque no me dio tiempo a más. Me tomó por la cintura y, con
un movimiento enérgico, me arrimó a su cuerpo para besarme con
entusiasmo. Mis mariposas internas se revolucionaron a la vez que mis
brazos se iban solos hacia su cuello y mis labios respondían a sus besos,
entregándose a ellos sin remedio.

―Venga, dejadlo ya ―nos interrumpió Emmett, riéndose, haciendo que nos


sobresaltáramos y nos despegásemos―. Ya tendréis tiempo para eso. Toca
después de la cena, ¿no es así?

Soltó tal carcajada, que hasta las paredes vibraron. Mi rostro sufrió un baño
de sangre.

―Muy gracioso ―mascullé entre dientes.

―Vale, vale, ya vamos ―aceptó Jake, un poco molesto porque nos


interrumpiera.

Me cogió de la mano para empezar a seguir a Em, que ya estaba saliendo por
la puerta, sin 381

dejar de reírse.

―Espera, tengo que ponerme el abrigo. ―Me coloqué delante de él y lo llevé


hasta nuestro dormitorio.

Una vez allí, solté su mano, saqué el abrigo de tres cuartos del armario y me
lo puse. Escogí un chaquetón de color azulote, ya que no quería ir de luto
total.

―¿No pasarás frío con ese vestido? ―opinó Jacob, repasándome otra vez.
Sus ojos seguían maravillados, pero ahora tenían una motita de preocupación
flotando en ellos.

―No te preocupes, solo es por abrigarme un poco ―le calmé, agarrando su


mano de nuevo―.

Emmett nos va a llevar en su Jeep y nos va a dejar en la misma puerta del


restaurante.

―¡Servicio de limusina privado! ―exclamó Em desde abajo.

―Ah, bueno, genial ―sonrió mi chico, tirando de mí para salir de la


habitación.

Bajamos al vestíbulo, donde ya nos esperaban mis padres, Alice, Jasper,


Rosalie y el propio Emmett, y todos nos marchamos de casa despidiéndonos
de Carlisle y Esme según salíamos por la puerta.

El Jeep de Em volaba por la autopista que llevaba a Port Angeles y Jake y yo


íbamos sentados en el centro de los asientos, rodeados por mis padres, Alice
y Jazz. Menos mal que el coche de mi tío era muy amplio, porque si no, no
hubiéramos entrado todos, aunque Alice ocupaba lo mismo que una niña
pequeña.

―Me siento como esos famosos de la tele que van acompañados por los
guardaespaldas a todas horas y por todas partes ―refunfuñó Jake en el
trayecto.

―Aguanta un poco, chucho ―le respondió Rosalie desde el asiento del


copiloto, fingiendo esa cara de hastío de siempre que se reflejaba en el espejo
de su parasol, el cual había bajado con rapidez para mirarle―. Pronto estaréis
a solas. Además, nosotros también tenemos que soportar la peste que dejas en
el coche.

―Y yo la vuestra por nuestra casa ―contestó él con una sonrisita de


autosuficiencia―.
Tardaremos meses en ventilarla, no sé si no tendremos que acabar
mudándonos.

―Si te mudas, hazlo bien lejos, por favor ―replicó ella.

―¿Sabes lo que voy a hacer? ―La sonrisa de Jacob ya era toda una
provocación―. Voy a frotarme contra los asientos, para dejar mejor mi
efluvio y marcar mi nuevo territorio.

Emmett soltó otra carcajada.

―Ni se te ocurra, perro ―le advirtió Rosalie, mirándole con cara de pocos
amigos.

―¿Prefieres que lo marque de otra manera? ―Su sonrisa se amplió con


malicia.

Se me escapó una risilla.

―Guarro… ―murmuró Rose, dedicándole una mirada de desagrado total.

―Si lo haces, te la cortaré ―le amenazó Em en broma.

Jake se carcajeó.

―Ya basta ―se quejó mi madre.

―Esto empieza a parecerse a un parvulario ―opinó papá.

―Tu hijo ya es más maduro que tú ―le dijo Rosalie a Jacob, haciendo
negaciones con la cabeza.

―¿Te cuento el último chiste de rubias que me sé?

Mi tía subió el parasol de inmediato.

―Pasa de mí, Lassie ―replicó ella, haciéndose la indiferente.


―¡Lassie! ―se rio Emmett―. Eso ha estado bien.

Jake también se rio.

―Reconozco que te ha venido un halo de inspiración, pero, mira, te iba a


contar ese chiste, sin embargo, ahora te voy a contestar a eso con otro. ¿Qué
hay que hacer cuando una rubia te lanza una granada? ―Jacob esperó dos
segundos para ver si alguien se lo sabía. Como nadie contestó, lo soltó―.
Sacarle el seguro y devolvérsela.

A mamá y a mí nos dio la risa y Jasper intentaba ponerse serio, pero se le


escapó la comisura de su labio hacia arriba. Rosalie puso los ojos en blanco.

―Ja, ja, qué gracioso ―ironizó ella.

―Otro.

―Oh, por favor ―protestó papá, haciéndose el intelectual.

―¿Qué hay que hacer para que una rubia se calle? ―siguió Jake, haciendo
caso omiso a mi padre. Esperó otro par de segundos―. Preguntarle en qué
está pensando.

Las carcajadas de Jacob ahora fueron acompasadas por las de Emmett, mamá,
Alice, Jasper y yo.

382

―¿Quieres otro? ―preguntó Jacob.

―¿Te cuento yo alguno de perros sarnosos? ―resopló Rosalie.

―Este te va a encantar.

Jacob continuó sin hacerle caso, y siguió haciéndolo todo el trayecto, que
estuvo muy amenizado por sus chistes y las réplicas cada vez más furiosas de
Rosalie. Sin darnos apenas cuenta, llegamos a nuestro destino, para alivio de
mi tía. Emmett nos dejó justo en la puerta del Wolf y, mientras él se iba en el
Jeep con el fin de buscar aparcamiento, el resto de mi familia se quedó con
nosotros para vigilar todos los alrededores.

―Pasadlo bien, y no tengáis prisa, nosotros esperaremos el tiempo que haga


falta ―nos sonrió mamá, acariciando mi mejilla.

―Gracias ―asentí, dirigiéndome a todos.

―Vamos dentro, no quiero que cojas frío ―me instó Jake, ya tirando de mi
mano.

―Sí, será mejor que entréis ―coincidió mi padre.

―Bueno, nos vemos luego ―les dije al tiempo que ya caminaba con Jacob
hacia la puerta.

Mi padre asintió.

―No te olvides de sacudirte las pulgas antes de entrar ―le espetó Rosalie a
mi chico, aún enfurruñada.

Él se giró y le lanzó una serie de besitos.

―Sabes que te quiero, Rose, eres mi Barbie favorita, en serio ―admitió


Jake, dándose la vuelta hacia la puerta―. Aunque seas rubia y huelas fatal
―apostilló después con esa sonrisa torcida que mi tía no vio.

Me di la vuelta y vi que Rosalie se había quedado un poco sorprendida,


aunque también algo descolocada. No sabía si tomarse eso como un cumplido
o como otra broma. Sonreí y me giré hacia delante para entrar en el Wolf con
Jake.

Otro año más, Joseph nos dio la misma mesa de siempre y nos atendió de
maravilla. La cena fue estupenda, y la compañía de la que gozaba
infinitamente mejor. Estuvimos un par de horas en el restaurante, ya que Joe
quería invitarnos a algo por mi embarazo, y cuando salimos, mi familia dejó
su escondite para escoltarnos hasta el coche.
Este año no hubo paseo por la playa, sin embargo, eso no hizo que se
estropeara nuestro aniversario. Nuestra velada romántica siguió en casa,
donde la radio sonó durante buena parte de la noche.

Otro 6 de febrero más, juntos.

383

Paciencia

Nessie…

―¡Mi bebé!

Mis ojos observaban aterrorizados cómo mi vientre había manchado mis


manos de sangre.

Nessie, despierta…

―Ahora ya serás mía ―aseguró Razvan con su voz de ultratumba,


clavándome esa mirada malvada, escalofriante.

Pero yo solo podía prestar atención a mi ensangrentada barriga, mis


horrorizadas pupilas no se podían despegar de ella.

―¡NOOOOO, MI BEBÉ! ―mi alarido fue tan desgarrador, que me hizo


daño en la garganta.

Nessie…

Comencé a sentir unos leves balanceos, aunque lo único que buscaba con
desesperación era notar las pataditas de mi bebé. Ya no las sentía…

Nessie…

Era la voz de mi salvador, él podía salvarnos...

―¡Jake! ―grité en mi sueño, sin despegar mis manos de mi vientre lleno de


sangre, escudriñando los alrededores con ansiedad para dar con él.

Nessie…

El balanceo fue un poco más fuerte y todo empezó a difuminarse a mi


alrededor.

―Nessie, despierta. ―Esa voz ronca me hizo salir disparada de la tormenta


de arena que ya se había levantado en torno a mí.

Me desperté sobresaltada y todavía algo desorientada, pero mis ojos


enseguida se encontraron con Jacob.

―¡Jake! ―jadeé, incorporándome súbitamente para lanzarme a sus brazos.

―Ya pasó, pequeña ―me susurró mientras me abrazaba―. Estoy aquí. ―Y


me dio un beso en la cabeza.

Me apreté contra él. Me sentía tan segura y protegida entre sus brazos. Nadie
de mi familia subió, porque sabían que no hacía falta. Esta noche mi padre
estaba en casa, por lo que seguramente ya sabía de mi pesadilla y que Jake ya
me tenía muy bien atendida.

―¿Estás mejor? ―me preguntó con un murmullo.

―Sí.

Se despegó un poco de mí para mirarme y me clavó sus ojazos negros con


certidumbre y seguridad.

―Esa pesadilla no se cumplirá ―afirmó, acariciando mi rostro―. No quiero


que te preocupes,

¿de acuerdo?

Esta era la tercera vez en los dos últimos de mis seis meses de embarazo que
seguía teniendo la misma pesadilla, solo que se había modificado un poco.
Desde hace tiempo, Razvan no solo me lanzaba ese puñal que no lograba
alcanzarme, sino que añadía esa frase, sin embargo, hoy había otro cambio
más. La voz de Jake siempre había aparecido cada vez que intentaba
despertarme, pero en esta ocasión había adquirido un nuevo protagonismo.
Un protagonismo muy revelador.

―Tú eres la clave ―me percaté, sorprendiéndome a mí misma por ese


descubrimiento.

―¿Qué? ―inquirió, extrañado por mis palabras.

―En esta pesadilla te vi como nuestro salvador ―le revelé, mirándole a los
ojos fijamente―.

Tú puedes salvar al bebé si Razvan le hace daño.

―Eso no pasará. No podrá acercarse a vosotros, estáis muy protegidos


―aseguró, firme.

―Vamos, Jake, mientras Razvan siga vivo, sabes tan bien como yo que el
peligro sigue ahí ―discutí, hablándole con suavidad―. Por eso continúo
teniendo estas pesadillas.

Jake miró a un lado y resopló por la nariz. Sabía que tenía razón. Aunque
pronto volvió a clavar sus pupilas en las mías.

―Daremos con él antes y le mataremos ―manifestó en un tono seguro y


contundente.

384

―Sí, cielo, ya sé que todos haréis todo lo posible por atraparle y matarle, y
yo no dudo de vosotros en absoluto, confío al cien por cien en todos ―dije,
sincera―. Pero tenemos que reconocer que Razvan, Nikoláy y Ruslán son
muy poderosos, y si eso pasara, si Razvan consiguiera hacer realidad mi
pesadilla… ―solo recordarla, hacía que se me parase el corazón―, el único
que podría salvarnos eres tú.
Su mano se posó en mi abultada barriga.

―Claro que os salvaré, porque terminaré con esos malditos magos antes de
que se les ocurra acercarse a vosotros ―afirmó, haciendo salir sus palabras
con una confianza teñida de rabia―.

Ese maldito Razvan jamás os hará daño, te lo prometo.

Me quedé atontada mirando esos ojos de ébano que reflejaban la blanca luz
de la luna, decididos, seguros, y no fui capaz de rebatírselo. Desplazó su
mano hasta mi cintura y, lentamente, acercó su rostro al mío, uniéndolos del
todo. Rozó nuestros labios una y otra vez, deslizando los suyos con
extremada suavidad y calma. La energía comenzó siendo una brisa ligera, sin
embargo, mis mariposas ya se revolvían por mi organismo con emoción. Su
abrasador y dulce aliento jugaba con el mío cuando ambos salían en forma de
bajos suspiros. Su labio inferior acarició los míos una última vez, repasando
toda mi boca de abajo arriba, haciéndome jadear en silencio, elevando mi
labio superior, y, entonces, Jacob terminó el beso.

Mi chico dejó mi boca, aunque mantuvo nuestras frentes unidas. Tomó aire,
momento en el cual yo también aproveché para acordarme de respirar, y
habló.

―¿Te encuentras mejor? ¿Más tranquila? ―me susurró.

Asentí, porque en estos momentos no era capaz ni de hablar.

―Bien, entonces será mejor que duermas y descanses ―siguió, separando


nuestros rostros del todo.

Asentí otra vez.

Nos tumbamos en la cama y me ayudó a que me acurrucase en sus brazos.


Inspiré su maravilloso efluvio y sonreí, aunque su nariz también olió mi pelo.
Sus dedos enseguida comenzaron a trabajar con mi cabello, ayudando a que
me relajara. Los minutos pasaron en silencio mientras sentía sus
engatusadoras caricias por mi melena. Mi barriga ya era más abultada, pues
estaba de poco más de seis meses, y esta se interponía entre Jake y yo,
aunque él parecía amoldarse muy bien. A mí me encantaba sentir a nuestro
bebé entre los dos, como si lo acunásemos juntos. Me hubiera dormido al
instante si no fuera porque de pronto comencé a sentir otra cosa que
reclamaba ser saciada ya. En cuanto la imagen vino a mi cabeza, ya no pude
refrenarlo. No hubiera dicho nada si Jake hubiera estado dormido, pero sus
dedos me indicaban que aún no lo estaba, así que...

―Me muero por unas cerezas ―confesé con un murmullo mientras me


mordía mi labio inferior.

Jake dejó de peinar mi cabello y se separó un poco de mí para mirarme.

―¿Ahora? ―parpadeó―. No tenemos cerezas ―se giró para echarle un


vistazo al despertador de su mesita y después volvió a hacerlo para
observarme a mí―, y son las tres de la mañana.

―Sí, lo sé. ―Hinqué los dientes en mi labio de nuevo y le miré con cara de
cordero degollado.

―Vaya unas horas para un antojo ―se burló―. ¿No puede esperar?

―No, tiene que ser ahora, no puedo evitarlo ―le dije con voz y ojos
implorantes, arrimándome más a él―. Si no como unas cerezas ahora, me
moriré, en serio. Tengo que comerlas, por favor, te prometo servidumbre
eterna.

Mi chico se rio por esta reacción exagerada, que lo era, incluso yo misma me
daba cuenta y lo reconocía, pero ahora mismo necesitaba esas cerezas como
si fuese el último vaso de agua que hubiera en un desierto.

―Nessie, el supermercado está cerrado, y estamos a finales de marzo, ni


siquiera sé si es temporada de cerezas ―objetó, sonriéndome con dulzura.

―Las hay, las vi esta mañana ―le desvelé. Eran un poco caras, pero un
antojo es un antojo.
Hoy Esme no había ido sola a la compra. Jake y yo la habíamos acompañado
para que no tuviera que ocuparse de todo. Bastante hacía ya con prepararnos
el desayuno, la comida y la cena.

Sabíamos que le encantaba hacerlo, pero aun así decidimos ayudarla un poco,
al menos con la tarea de llenar nuestra despensa.

―¿Y dónde consigo yo unas cerezas a estas horas, eh? ―se preguntó,
dándome un toque en la punta de la nariz con la yema de su ardiente dedo.

―Hay un supermercado de veinticuatro horas en Port Angeles, lo vi la noche


que fuimos al Wolf a celebrar nuestro aniversario ―recordé.

385

Me sentía mal por intentar convencerle, por obligarle a que se levantara de la


cama para que me fuera a buscar unas cerezas hasta Port Angeles a las tres de
la mañana, pero es que de verdad que las necesitaba. Solo pensar en esas
cerecitas rojas, gordas, dulces, jugosas…

―¿Tan lejos? ―se sorprendió.

―No querrás que nuestro hijo salga con una mancha en la mejilla con forma
de cereza,

¿no? ―le pinché, sonriéndole―. Sería el hazmerreír de todos sus amigos, y


cuando fuera un chaval, las chicas se mofarían de él. No ligaría nada con eso
en la cara, te lo aseguro. A las chicas una mancha en la mejilla con forma de
cereza no nos parece nada sexy.

―Eso es chantaje emocional ―se rio.

―De ti depende que nuestro hijo tenga éxito con las chicas o no, tú verás
―azucé con una sonrisita.

―Ay ―suspiró, intencionadamente alto, con una sonrisa de satisfacción que


se le salía de la cara―. Está bien, te conseguiré esas cerezas, ya que te pones
así.

Entonces, por su entonación y su cara, me di cuenta de que me había estado


tomando el pelo.

―Eres un tonto ―reí―. Ibas a hacerlo igual, pero me has hecho decir todo
esto para hacerte de rogar.

―Bueno, es que a veces me gusta hacerte suplicar, nena, qué quieres que te
diga. ―Y me mostró su maravillosa sonrisa torcida.

―Idiota ―reí otra vez, empujando su rostro con mi mano para ladearlo,
aunque luego no pude evitar darle un beso corto en los labios.

Se carcajeó, se separó de mí y se levantó de la cama.

―Voy abajo. Me transformaré y avisaré a alguien de la manada para que


vaya a Port Angeles a por tus cerezas ―declaró, caminando hacia la puerta.

Me incorporé para quedarme sentada.

―¿Vas a molestar a alguien de la manada para que me vaya a buscar


cerezas? ―inquirí, ahora sintiéndome un poco culpable.

Jake se paró y se giró para mirarme.

―Claro, no pretenderás que vaya yo, ¿no? ―sonrió.

―Jacob Black, eres un caradura ―le regañé, frunciendo el ceño―. Y luego


dices que no te gusta mandar ―chisté, mirando hacia otro lado.

Puso los ojos en blanco.

―No se trata de eso ―se defendió―. No quiero separarme de ti. Si yo fuera


a buscarte las cerezas, tendrías que venir conmigo, y no quiero que te
levantes de la cama, ¿entiendes?

Vale, ahora me sentía peor. ¿Por qué tenía que liar tanto las cosas? Sin
embargo, no podía evitarlo. Si iba él, me sentía mal, y si iba alguien de la
manada, también. Menudo lío mental.

―Ah, claro ―asentí, algo avergonzada por mi metedura de pata―. ¿Y por


qué no te transformas aquí? ―le pregunté.

―Es que así, de paso, me bebo un vaso de agua, que estoy muerto de sed.
―Se encogió de hombros.

―Ah.

―Bueno, vengo ahora ―me sonrió, y se dio la vuelta hacia la puerta.

―No tardes ―le dije mientras la abría, al tiempo que yo me tumbaba en la


cama de nuevo―.

Ya te echo de menos.

Se giró una vez más en el umbral para observarme.

―Tranquila, pequeña, me tendrás aquí en un plis ―aseguró, siguiendo con


esa sonrisa.

Le correspondí la sonrisa, se dio la vuelta y salió de la habitación.

Me quedé pensando en las cerezas, en estos estúpidos y absurdos antojos que


nos daban a las embarazadas, y en lo que hacíamos trabajar a los pobres y
sufridos padres por culpa de eso. Se me escapó una risita sorda.

No habían pasado ni dos minutos, cuando Jake volvió a entrar en el


dormitorio.

―Pues sí que has sido rápido ―pestañeé.

Mi chico cerró la puerta y se rio.

―Sí, es que ya está todo arreglado.


―¿Ya? ―volví a pestañear.

Llegó hasta la cama y se metió dentro, arrimándose bien a mí.

―Al parecer, tu padre ya hace un buen rato que está de camino a Port
Angeles ―me reveló, acogiéndome entre sus brazos―. En cuanto pensaste
en las cerezas, ya se piró a buscártelas.

386

―Qué bien ―sonreí.

Y lo hice con una sonrisa muy amplia, porque ahora nadie de la manada iba a
tener que molestarse en ir. Bueno, se había tenido que molestar mi padre,
pero total, como él no dormía ni tenía que descansar… Alguna ventaja tenía
que haber en tener un padre vampiro, ¿no?

Me acurruqué, feliz, en el pecho de Jacob y esperamos a que mi padre llegase


con mis jugosas y deliciosas cerezas.

Una ligera bruma cubría la playa de First Beach. Las olas que nos traía el
océano se arrastraban por la orilla con suavidad, las conducía sutilmente
desde mar adentro y apenas las empujaba, dejando que ellas mismas
muriesen sobre la arena con lentitud. La marea estaba baja, y estas alargaban
su muerte sin prisas, con una marcha lenta y cadenciosa. Se limitaban a
dejarse llevar por la inercia de los ritmos que marcaba la bajamar, recorriendo
esa orilla que ahora era más larga, extendiéndose todo lo que podían, hasta
que se convertían en una fina capa de agua y espuma que lamía la arena y que
ya no podía estirarse más, entonces iniciaban un retroceso de vuelta al océano
igual de tranquilo.

Un grupo de gaviotas revoloteaba cerca del espigón de madera, parecían


concentradas en un mismo sitio, donde se posaban y chillaban, peleándose
por algún tipo de presa, seguramente por algún pez que había acabado siendo
arrastrado por el mar a causa de los fuertes oleajes de estos días, producidos
por el último temporal.
Jake y yo paseábamos por la arena con la misma calma con la que se movían
las olas. Esta tarde habíamos decidido salir a pasear, ya que a mí me venía
bien caminar un poco. Por supuesto, llevábamos escolta, sin embargo, todos
estaban bien escondidos y daba el suficiente pego como para sentir cierta
intimidad. Los troncos blanquecinos se dispersaban en la parte alta de la
playa, dejando una huella clara de la longitud que alcanzaba el mar cuando
había marea alta, mientras que nosotros caminábamos por ese terreno extra
que el océano nos había concedido temporalmente hasta que se decidiera a
recuperarlo de nuevo.

El día estaba nublado, aunque esas nubes eran más bien blancas y no tenía
pinta de que fuera a llover. La temperatura no es que fuera muy agradable,
pero esa ropa que me había regalado Esme era de lo más cómoda y abrigaba
bastante. Como había engordado y ya no me servía mi ropa, mi abuela se
había encargado de comprarme una surtida gama de prendas que abarcaba
todos los meses que me quedaban de mi embarazo. Tuve que guardar mi ropa
normal en el garaje para que esta otra me entrase en el armario.

Nuestros pies avanzaban con calma al tiempo que manteníamos una


conversación muy amena, consistente en diversas anécdotas de Jacob con la
manada, cuando distinguimos dos siluetas lejanas entre la bruma. Esta no era
nada densa, así que enseguida vimos que se trataba de Quil y Claire, que se
encontraban cerca del extremo norte de la media luna de la playa.

―Mira quién está ahí ―sonrió Jake.

Supuse que a Quil le tocaba el turno de noche y que estaba aprovechando su


tiempo libre para pasarlo con Claire. Quil no tardó en vernos también y alzó
el brazo para saludarnos.

Nos acercamos con paso presto y llegamos a ellos.

―Qué pasa tío ―le dijo Quil, sonriente, ofreciéndole el puño.

―¿Cómo va todo? ―le correspondió Jake, haciéndolos chocar a modo de


saludo―. ¿También paseando por aquí?
―Sí, ya ves, hemos tenido la misma idea ―rio su hermano de manada.

―Hola ―saludé yo en general, con una sonrisa.

―Hola, Nessie ―me sonrió Claire.

Mientras que yo llevaba una blusa de manga larga y una chaqueta, la joven
Claire iba ataviada con una ajustada camiseta de tirantes y una fina chaqueta
que no es que tapase mucho. Me pregunté si no tendría frío, sin embargo, la
respuesta no era muy difícil de deducir. Se había soltado su larga y lisa
melena negra y se había maquillado, dando el aspecto de alguien más mayor,
aunque tenía que reconocer que Claire no aparentaba catorce años, sino unos
dieciséis o diecisiete.

Eso sí, aún quedaba un matiz algo infantil en su rostro que la delataba. Por
supuesto que tenía frío, pero a esa edad todo vale con tal de conquistar al
chico que te gusta.

―Hola, Ness ―me saludó Quil―. ¿Cómo lo llevas hoy?

Jake se colocó detrás de mí y rodeó mi barriga con sus manos para


acariciarla.

―Pues genial. ―Su mejilla estaba pegada a mi sien y no le veía el rostro,


pero por la entonación supe que lo había dicho sonriendo―. Cada día
crecemos un poco más, ¿a que sí?

387

―Sí ―solté una risilla.

Mi chico me dio un beso en la sien que levantó mi vello.

―Me alegro ―asintió Quil con una sonrisa.

―Bueno, os dejamos tranquilos ―dijo Jake, poniéndose a mi lado para


cogerme de la mano otra vez.
El labio de Claire se curvó hacia arriba con satisfacción. Estaba claro que
quería quedarse a solas con Quil.

―No, quedaros un rato más con nosotros ―espetó él. Parecía un poco
nervioso.

El labio de Claire se cayó en picado y su vista se fue hacia su imprimado con


una extraña mezcolanza que recorría un amplio espectro de emociones, desde
la desilusión hasta las ganas de matarle.

Jacob se percató de esto.

―Eh…, no, tío, creo que será mejor que nos piremos.

―Que no, hombre ―insistió Quil, soltando una risa nerviosa. Luego, se puso
a mirar a su alrededor con rapidez, buscando algo. Y con ese algo debió de
dar―. ¡Ah! ―exclamó, mirando a los cantos de la orilla―. Lancemos esas
piedras al mar, a ver quién llega más lejos. ―Y sujetó a Jacob del brazo para
tirar de él―. Te apuesto cinco dólares a que yo la mando más lejos.

Mis cejas bajaron con extrañeza ante esta actitud tan rara de Quil.

La mano de Jacob se vio obligada a soltarme y él me miró con dolor, aunque


también pidiéndome comprensión. Le sonreí y asentí para que no se
preocupase.

―Estoy aquí al lado ―me dijo al tiempo que caminaba junto a su amigo―.
No te muevas de ahí, ¿vale?

Volví a asentir, sonriéndole, y terminó dándose la vuelta para llegar a la orilla


con Quil, que ya estaba cogiendo una piedra de la arena húmeda y pesándola
con la mano para comprobar que tuviera un peso y tamaño adecuados. Mi
familia estaba en el bosque que quedaba justo a mis espaldas y Jake estaba
tan solo a unos metros, nada que un enorme lobo bermejo no pudiera salvar
de un salto, así que el bebé y yo seguíamos bien protegidos.

Quil lanzó el canto hacia el océano con todas sus fuerzas, simulando el
lanzamiento de un pitcher de béisbol. El pedrusco voló como un misil, en
línea recta, hasta que hizo una pequeña parábola y se insertó en el mar con el
mismo ímpetu.

―¿Se puede saber qué demonios te pasa? ―escuché que le cuchicheaba Jake
con una voz inaudible para un humano.

―Nada ―masculló Quil, igual de bajo―. Te toca a ti.

Volví a fruncir el ceño, extrañada.

―¿Puedo tocarla? ―me preguntó Claire de pronto, haciendo que desviara mi


atención de ellos para mirarla.

―¿Qué? Ah, ¿te refieres a mi barriga?

―Sí. Bueno, si no te importa ―murmuró acto seguido, algo apurada―.


Seguramente estarás un poco harta de que todo el mundo quiera tocarte la
barriga.

―No te preocupes ―reí―. Las barrigas de las embarazadas parecen un imán


para la gente, pero ya estamos acostumbradas. Puedes tocarla, no me importa
―le sonreí después, girándome hacia ella para que llegase mejor.

Claire posó su palma en mi vientre y, justo cuando lo hizo, el bebé la saludó


con un par de pataditas. Claire no fue la única que sonrió, yo todavía me
emocionaba cuando las sentía.

―Qué guay, se ha movido ―exclamó, mirándome con unos ojos de sorpresa


enormes.

―Sí, es bastante inquieto ―reí de nuevo.

Jake se giró al escucharlo, y su cara decía claramente lo que le fastidiaba


habérselo perdido, aunque Quil no tardó en darle codazos para que prestara
atención a su nuevo lanzamiento.

―Dicen que da suerte, a ver si me la da a mí ―murmuró Claire, ahora


observando mi panza mientras la frotaba.

―¿Acaso la necesitas para algún examen? ―aventuré, sonriendo.

―No, no es para ningún examen. Me va muy bien en la escuela. ―Entonces,


sin levantar la vista, su rostro se puso más serio, melancólico―. Es para otra
cosa. ―Y sin querer, sus ojos se escaparon hacia Quil.

Ups. ¿Y ahora qué le decía yo?

―Ah. ―A la tonta de mí solo se me ocurrió decir eso.

La quileute dejó mi vientre y se volvió para observar mejor a los chicos, que
ya estaban 388

enzarzados en una cómica competición para ver quién lanzaba las piedras
más lejos. Sonreí cuando vi que el canto de mi chico llegaba más allá que el
de Quil y este último quería tomarse la revancha de nuevo a toda costa, pues
ya iban dos veces que Jake le ganaba.

―¿Sabes? Te envidio ―declaró sin apartar la vista de Quil―. Tú no has


tenido que esperar por Jake, creciste tan deprisa. ―Me quedé un poco parada
al oír eso y no supe qué contestarle, porque tenía razón―. En cambio, yo
tengo que esperar por Quil. ¿No es irónico? ―Se rio con una risa
desganada―. Quil lleva imprimado de mí desde que yo era un bebé, todos
estos años, sin embargo, soy la única chica que tiene que esperar por su
imprimado. Señor, tengo a mi alma gemela, al chico que amo delante de mis
narices, y sé que es para mí, sé que no encontraré otro como él, que estamos
hechos el uno para el otro y que terminaremos juntos, pero no puedo tenerle
todavía porque él aún me ve y me trata como una niña ―protestó―. Es
bastante frustrante, la verdad.

Claire siempre había sido una niña muy lista, y ahora, a sus casi quince años,
me sorprendía su madurez. Seguía teniendo esos comportamientos propios de
la adolescencia, como el empeñarse en vestirse así para aparentar más edad,
pero era evidente que para otras cosas era muy madura. Tal vez se debía a
que siempre había estado rodeada de gente adulta.
Aunque a mí no me había ocurrido lo mismo, la comprendía perfectamente.
Jake no había pasado por esa etapa en la que estaba ahora mismo Quil, no
exactamente, porque sí que había necesitado de un tiempo de adaptación
cuando yo pasé de tener doce años a tener diecisiete en solo un mes y medio.
Todavía recordaba aquellos dedos trémulos que casi no se atrevían a tocar mi
mejilla en aquel entonces, como si Jacob aún no terminara de creerse que ya
podía acceder a mí y tratarme como a una mujer, como si no terminara de
creerse que ya lo fuera. Mi rápido paso de niña a mujer también había sido
muy raro para él, y había tenido que asimilarlo. Eso sí, lo había hecho muy
deprisa, claro, la atracción que siempre existió entre los dos era demasiado
fuerte como para poder resistirse y esta había ayudado bastante.

Los chicos estaban lo suficientemente entretenidos como para no prestarnos


atención. Observé a Claire. No lo dudé ni un instante, ya era lo bastante
madura como para comprender lo que significaba.

―¿Estás enamorada de él? ―le pregunté.

―Sí ―asintió sin titubeos.

Vaya, además de madura, era decidida.

―Debes tener paciencia ―le aconsejé, mostrándole una sonrisa amigable por
sincerarse conmigo―. Para Quil ahora es muy pronto.

―Yo estoy preparada, le quiero ―afirmó, mirándome sin ninguna duda―. Y


sé que jamás amaré a otro.

―Sí, lo sé, pero escucha. Dentro de uno o dos años tal vez las cosas cambien.
Eres una chica muy guapa y muy madura, Claire, te lo digo en serio, así que
puede que no tengas que esperar tanto. ―Observé a Quil con un aire
analizador y yo misma me di cuenta de a qué se debía su extraña actitud―.
Creo que Quil está nervioso porque ya no te ve tan niña y está algo perdido,
no sabe muy bien cómo debe actuar contigo ―opiné, cambiando la vista
hacia ella de nuevo―. Tómate las cosas con calma, dale tiempo, y ya verás
como un día Quil se lanzará. ―Y le guiñé el ojo.
Claire miró a Quil y sonrió.

―¿Tú crees que está nervioso por eso?

―Claro, tonta ―la animé, dándole un suave codazo.

Su sonrisa se amplió.

―Gracias ―murmuró, bajando la mirada tímidamente hacia la arena.

―No tienes que dármelas, solamente te estoy diciendo la verdad.

―¡Hey, chicas, ¿queréis jugar?! ―gritó Jake desde la orilla, haciendo un


aspaviento con el brazo.

Ambas nos miramos y sonreímos.

―Sí, vale ―aceptó Claire, ya correteando hacia Quil.

Fui detrás de ella y me acerqué a Jake, que me recibió con una sonrisa, un
abrazo y me dio un beso corto, lo cual correspondí encantada.

Quil y Claire se pusieron a hacerse bromas con la arena de la orilla.

―Voy a tirar una piedra ―me lancé, despegándome de Jacob para coger una
de la arena.

―Ten cuidado y no te esfuerces mucho ―me advirtió―. Lánzala despacio.

―Sí, papá ―me burlé.

Jake puso los ojos en blanco.

389

Sopesé el canto, haciéndolo saltar en mi mano.

―Mmm, esta no. Pesa demasiado. ―Y tiré la piedra.


Repasé la arena de mis pies con la vista para coger otra, pero no veía ninguna
adecuada.

―Como sigas así, subirá la marea y no habrás lanzado la piedra ―se mofó
Jake.

―Ja, ja… ―mascullé con ironía al tiempo que le cogía de la mano y le hacía
avanzar conmigo para buscar un canto mejor―. La culpa es vuestra, habéis
terminado con las mejores piedras.

Seguí caminando por la orilla, escudriñando la arena, y cuando me di cuenta,


ya casi estábamos llegando al espigón. No me percaté de esto hasta que no vi
a las gaviotas que antes habíamos divisado, a un par de metros de nosotros.

―Mira, ¿no te sirve esta? ―Jake se agachó y me cogió una.

―Sí, esa está bien ―aprobé, estirando la mano para cogerla.

Pero Jake la escondió detrás de su cintura, sonriendo con travesura.

―Si la quieres, tendrás que cogerla.

―¿Ah, sí?

Corrí a su espalda para quitársela de improviso, sin embargo, mi barriga ya


me hacía más torpe y él consiguió darse la vuelta a tiempo. Nos reímos y lo
intenté de nuevo, pero, una vez más, esquivó mi movimiento con facilidad.

―¿Qué pasa? ¿No puedes cogerla? ―sonrió, burlón.

―Ahora verás ―reí, lanzándome a por él.

Él escondió la piedra tras su cintura, creyendo que iba a por ella, pero se
equivocaba. Mi objetivo era diferente. Arrojé mis manos a su abdomen y
comencé a hacerle cosquillas. En cuanto inicié esta acción, empezó a
carcajearse y a revolverse sin control. Tanto, que soltó la piedra para que ya
parase.
El canto voló unos metros hasta que aterrizó justo donde se encontraba ese
grupo de atareadas gaviotas, que salieron despedidas hacia el cielo, asustadas.

Entonces, nuestras risas cesaron de sopetón cuando vimos lo que estaban


comiendo realmente.

Allí, delante de nosotros, reposaba la pierna de un cadáver. Una pierna


humana.

Jadeé con horror y me giré para esconderme en los brazos de Jacob, que me
acogieron con fuerza para calmarme, pero ya había sido demasiado tarde, la
imagen de esa pierna destrozada, azulada e hinchada se me había quedado
bien grabada en la retina.

―Mierda ―masculló Jake, apretando los dientes y su abrazo.

―¿Qué pasa? ―inquirió Quil desde su posición, extrañado.

Jacob se dio la vuelta con precipitación hacia él.

―¡No os acerquéis! ―le advirtió―. Es mejor que Claire no vea esto.

Quil asintió, alarmado, y abrazó a Claire, que nos miraba con preocupación.

―Será mejor que llame a Charlie ―murmuró Jake, serio.

Y mi chico sacó el móvil del bolsillo de su pantalón.

390

Un ser superior

Jacob casi no había colgado su teléfono móvil, cuando mi padre salió de entre
los árboles de la parte sur de la playa y se plantó a su lado a la velocidad de
un rayo. Primero le echó un vistazo a la pierna con un semblante algo
desencajado, pero luego enseguida se dirigió a mi chico.

―¿Por qué has llamado a Charlie? ―le recriminó al tiempo que mi madre y
mis tíos llegaban junto a él―. ¿Te has parado a pensar que quizá esto esté
relacionado con los licántropos? Ahora la playa se llenará de policías que se
pondrán a investigar el asunto.

Irremediablemente, vino a mi cabeza una imagen: la de aquella cabeza que


había chocado contra el Golf de Jake años atrás, cuando recorríamos la
carretera de La Push de camino a mi casa.

El licántropo de Nahuel era el que había hecho aquello, y ahora nos


encontrábamos con algo similar. Me dio un escalofrío solo con recordarlo.

―¿Y qué quieres que haga con esa pierna, metérmela en el bolsillo del
pantalón y llevármela a casa? ―contestó Jake, marcando su irritación con
sarcasmo. Se guardó el móvil y siguió hablando―. Esa pierna tiene un
propietario, ¿sabes? Y seguramente los familiares de esa persona agradezcan
saber qué ha sido de él, poder enterrarle y llorarle, digo yo.

―¿Hay una pierna? ―le preguntó Claire a Quil desde la distancia con cierto
temblequeo en la voz.

―Eso parece ―murmuró él, apretando su abrazo.

―Jacob tiene razón ―le apoyó mamá―. Por muy mal que nos venga a
nosotros, no podemos evitar que la policía investigue esto. No sabemos si lo
ha hecho alguno de los licántropos, pero aunque así fuera, estamos hablando
de un asesinato, Edward, no podemos ocultárselo a la policía.

―Hemos hecho bien en llamarles ―afirmó Quil.

Mi padre suspiró, sin embargo, terminó asintiendo.

―Está bien, entonces será mejor que nos vayamos a casa antes de que esto se
llene de policía científica y forenses ―sugirió.

―Id vosotros ―dijo Jake―. Supongo que yo tengo que quedarme. He sido
el que ha llamado y tendré que prestar declaración.
―De acuerdo ―aceptó papá.

Jacob se despegó de mí y me sujetó por los hombros para mirarme.

―Ve a casa con ellos, yo no tardaré.

―No, me quedo contigo ―repuse.

―No quiero que tengas que ver esa pierna otra vez ―rebatió, acariciando mi
mejilla con dulzura―. Ve a casa, Charlie ya debe de estar en camino, así que
llegaré enseguida.

―Pero si no estás conmigo y ocurre algo…

―¿Y para qué estamos nosotros? ―intervino mi tío Emmett, sonriéndome―.


Además, vuestra casa está a un paso de aquí, no creo que a este lobo loco le
costara mucho llegar de dos zancadas.

Genial, muchas gracias, Em, pensé, ya que había tirado por tierra mi excusa
por completo.

―Pero…

Mi siguiente alegato se vio enmudecido cuando Jacob unió sus labios a los
míos para besarme, pillándome totalmente desprevenida. Por supuesto, lo
había hecho adrede para callarme. Él terminó el beso, pero yo todavía me
quedé con los ojos cerrados un par de segundos más, de lo anonadada que me
quedé.

―La policía está llegando ―reveló Jasper.

Aún no se oía ninguna sirena cuando lo dijo, aunque sí que percibí ese
soniquete muy lejano después.

―No tardaré ―repitió Jake, todavía con la frente pegada a la mía,


hablándome con suavidad.

Asentí, mirándole embobada, y, a regañadientes, me separé de él para


marcharme con mi familia.

―Nosotros también nos vamos ―dijo Quil.

391

―Sí, claro ―comprendió Jacob.

Seguro que Quil tampoco quería que Claire viera la pierna. Se despidieron de
nosotros y se marcharon por el espigón de madera.

―Dile a Charlie que le llamaré esta noche ―le pidió mamá a Jake de la que
nos íbamos.

―Vale.

Mientras caminaba con mis padres y mis tíos, me giré y observé a Jacob.
Estaba con los brazos en jarra, mirando la pierna con un gesto de rabia en el
rostro, pero en cuanto se percató de mi mirada, se volvió hacia mí y me clavó
esos ojazos negros que ya me hacían palpitar. Le dediqué una media sonrisa
cerrada y él no tardó en corresponderla.

Continué todo el trayecto caminando por la arena sin quitarle ojo, aunque él
tampoco desvió su vista de mí. Si no fuera porque iba enganchada del brazo
de mi madre y ella me dirigía, hubiera terminado chocándome con alguno de
los troncos blanquecinos. En cuanto dimos con el hueco de los árboles que
daba paso a nuestro jardín, Charlie y más agentes de policía llegaron hasta
Jake, que ya tuvo que dejar de observarme para atenderles.

Atravesamos la hierba y nos metimos en casa, donde se encontraban Esme,


Carmen y Tanya.

Tuvimos que explicarles lo sucedido, puesto que al no ver a Jake se


extrañaron.

Mi padre, Emmett y Jasper decidieron irse para vigilar los alrededores de la


casa y los demás nos quedamos en el saloncito, viendo la televisión y
conversando sobre lo ocurrido. Bueno, más bien los demás, porque yo no
hacía más que poner atención a la puerta, esperando que se abriera y ya
pasara Jacob.

―Edward, Jazz y Em están escudriñando el bosque para ver si hay alguna


pista del licántropo o licántropos que lo hicieron ―contaba mamá.

―Lo veo muy improbable ―opinó Alice―. Aquí la zona está muy vigilada.
Seguramente el propietario de la pierna no murió en La Push y esa parte de su
cuerpo ha sido arrastrada por la marea. Puede que el resto todavía se
encuentre en el mar.

―Es realmente horroroso ―murmuró Esme.

―¿Y tú, no puedes ver nada, Alice? ―inquirió Tanya.

―Por desgracia, La Push es un punto totalmente ciego para mí ―suspiró.

Solamente habían pasado veinte minutos, pero Jacob ya estaba tardando más
de lo que me esperaba. ¿Por qué no había llegado todavía?

―Estamos dando por hecho que ha sido el ataque de un licántropo, pero


podría tratarse de un simple asesinato común ―intervino Rosalie.

―Podría ser ―coincidió Carmen―. No debemos especular antes de tiempo.

Mis ojos no se apartaban del vestíbulo, y mis manos comenzaron a palmear


mis rodillas con nerviosismo a la vez que me mordía el labio.

―Sí, es mejor que esperemos a la investigación que haga la policía


―secundó Esme―. Si vemos que no avanzan, sabremos que se trata de un
Hijo de la Luna.

―Charlie nos irá contando las novedades de la investigación ―declaró


mamá.

Se hizo un placentero silencio que ayudó a que me concentrara mejor en los


sonidos exteriores.
―¿Cómo te encuentras hoy, cielo? ―me preguntó Tanya, posando su helada
mano en mi pantorrilla para llamar mi atención.

―¿Eh? ―Me giré hacia ella―. Ah, bien, muy bien ―le sonreí, y mi rostro
volvió hacia el vestíbulo, mordiéndome el labio de nuevo.

―¿Carlisle ya te ha dicho los resultados de esas pruebas que te ha hecho


hoy? ―siguió Carmen.

Esta mañana me había tocado sesión médica en la vivienda de mi familia. Los


análisis de sangre los llevaba más o menos bien, pero lo peor eran los
reconocimientos ginecológicos. El hecho de que fuera Carlisle el que los
hiciera, resultaba de lo más incómodo. Jake siempre estaba conmigo y mi
abuelo lo hacía lo más discreto posible para mí, cubriéndome con una sábana
y esas cosas, sin embargo, no dejaba de ser bastante embarazoso.

Tuve que dejar de indagar la entrada otra vez para mirarlas.

―No, aún no ―respondí con la máxima tranquilidad que pude―. Ahora


mismo está en su despacho, analizando las pruebas.

El teléfono sonó justo en ese momento, haciéndome pegar un pequeño bote


en el asiento.

Me dio por pensar que tal vez fuera Jacob, que podía estar llamándome desde
cualquier otro teléfono. ¿Y si se lo habían llevado a comisaría para tomarle
declaración? Charlie le conocía, pero el resto de esa multitud de policías que
habían llegado a la playa no. Me levanté con rapidez y corrí hacia el
vestíbulo.

392

―Ya lo cojo yo ―comuniqué mientras trotaba.

Ellas siguieron con su conversación. Llegué al recibidor y descolgué el


teléfono.
―¿Diga?

―¿Nessie? Soy Carlisle.

Vaya, no era Jake.

―Ah, Carlisle, ¿quieres hablar con Esme?

―No, quería… hablar contigo. ―La voz de mi abuelo sonó prudente y seria,
cosa que me extrañó―. Ya tengo los resultados de tus pruebas.

Lo segundo que me pareció raro fue que quisiera hablar conmigo de esto,
porque normalmente se limitaba a decirme que todo estaba bien, sin ningún
tipo de rodeo.

―¿Qué pasa? ―pregunté, algo asustada, llevando la mano a mi abultado


vientre.

―No me gusta decir estas cosas por teléfono, pero Edward ya me ha puesto
al corriente de lo ocurrido en la playa y tengo que ir al bosque para ayudarles.
De todas formas, te lo explicaré mejor al llegar a casa.

―¿Explicarme el qué? ―inquirí con preocupación.

Cuando terminé de escuchar lo que Carlisle tenía que decirme, me quedé tan
desconcertada que no pude hablar.

―¿Nessie, estás bien? ―quiso saber mi abuelo desde la otra línea telefónica.

Pero ya no lo pude evitar.

―Hola, pequeñaja.

La puerta de la entrada se cerró y mi corazón pegó un salto, emocionado.


Jacob por fin había llegado.

―Nessie está en vuestro dormitorio ―escuché que le decía Alice con prisas
y preocupación―.
Tienes que subir ya.

―¿En nuestro dormitorio? ―se extrañó él.

―Carlisle la llamó para darle los resultados de las pruebas, y desde que ha
hablado con él no ha dejado de llorar. Estamos muy preocupadas.

―¿Qué le pasa? ―quiso saber, alarmado.

Escuché el ruido de sus deportivas subiendo las escaleras a toda velocidad y


otras casi imperceptibles detrás de él.

―No lo sabemos, no quiere hablar con nadie ―continuó mi tía.

Las pisadas se oyeron por el vestíbulo superior con prisas, donde yo sabía
que se encontraban mi madre, Rosalie, Esme, Tanya y Carmen. Lo sabía
porque mamá había estado picando a la puerta y las había oído hablar. Sin
embargo, yo no podía dejar de llorar, me resultaba imposible.

―Ni siquiera quiere que entremos ―le dijo mamá antes de que Jake abriese
la puerta―. Solo quiere verte a ti.

Me encontraba aovillada sobre la cama, llorando. Jacob pasó aceleradamente


y fue el único momento en que levanté mi rostro de la colcha, con mi
expresión compungida. Cuando vio mi semblante lleno de lágrimas, se asustó
más.

―Nessie, ¿qué ha pasado? ―inquirió con nerviosismo e intranquilidad


mientras llegaba a mí.

Se sentó a mi lado y sus manos comenzaron a acariciarme con ansiedad. Me


alcé para abrazarle.

―Jake ―lloriqueé entre sus reconfortantes brazos.

Esto era todo lo que necesitaba.

Sin embargo, Jacob se despegó un poco de mí para escudriñarme.


―¿Te ha pasado algo? ¿Le pasa algo al bebé? ―Acto seguido, sus manos se
fueron frenéticamente a mi barriga.

―No, el bebé está bien ―sollocé.

Suspiró, una pizca más tranquilo.

―Entonces, ¿qué te pasa?

―Soy yo ―le revelé―. No puedo… no puedo…

Era incapaz de articular dos palabras seguidas sin que esta congoja me lo
impidiera, así que coloqué la mano en su mejilla y le dejé ver lo que Carlisle
me había dicho por teléfono.

«He estado revisando la mamografía que hicimos esta mañana», hizo una
pequeña pausa y después habló con mucha calma. «Me temo que tus
glándulas mamarias no se están preparando para la lactancia. Parece ser que
tu organismo es incapaz de producir leche materna, debido a tu 393

condición de semivampiro. No obstante, esto no tiene mayor importancia, el


embarazo marcha perfectamente y el bebé está sano, perfecto. Siento tener
que decirte este asunto tan delicado por teléfono, pero te lo explicaré mejor
cuando llegue a casa, lo cual tal vez sea mañana por la mañana, aún no lo sé
con exactitud. Esta noche me toca patrulla con los lobos y…», en ese
momento había perdido el hilo de lo que mi abuelo me estaba contando.

―No podré darle el pecho al bebé ―conseguí balbucear, descargando más


lágrimas.

Yo lloraba como una magdalena, sin embargo, Jake respiró, mucho más
aliviado.

―Ven aquí ―murmuró, acercándome a su torso de nuevo con otro abrazo.

Sus brazos me acogieron con mimo y los míos se engancharon a su espalda


con fuerza para seguir llorando en su clavícula. No me percaté de que mi
madre y las demás habían estado en la habitación hasta que no escuché cómo
se cerraba la puerta para dejarnos a solas.

―No podré alimentar al bebé ―lloriqueé desconsoladamente―. ¿Qué clase


de madre voy a ser?

―Serás una mamá genial ―aseguró, pasando sus dedos por mi melena con
tranquilidad y pausa.

Dejé que mi mano abandonase su espalda y la coloqué en su mejilla otra vez,


para compartir mis pensamientos más profundos con él.

No sabía por qué me había dado esta llorera un tanto absurda. Quizá se
debiera al alto grado de sensibilidad que tenía por culpa del embarazo, pero
esto me había sentado como si me hubieran echado un jarro de agua helada
por encima y no podía dejar de llorar. Puede que solo fuera una tontería mía,
sin embargo, siempre me había imaginado dándole el pecho a nuestro bebé,
acunándole en mis brazos, y ahora me topaba con esto de repente. Era como
estar corriendo alegremente y chocarse contra un cristal.

Ya había notado algo extraño en mí, porque mis pechos no habían crecido
nada, pero lo había achacado a que quizá era demasiado pronto para eso, al
fin y al cabo, aún quedaban tres meses para la recta final. Sin embargo, me
equivocaba.

¿Por qué yo? ¿Por qué me tenían que pasar estas cosas a mí? Todo iba genial,
todo iba perfectamente, y ahora me tenía que topar con esta estúpida parte
vampírica para estropearlo.

Siempre tenía que haber algo en mí que no encajaba del todo, siempre. Hasta
los animales mamíferos, por pequeños que fueran, podían dar de mamar a sus
crías, hasta un simple ratón. En cambio, aquí estaba yo, oh, sí, un ser
superior, pensaba con ironía, menuda superioridad, ni siquiera era capaz de
producir ni una gota de leche materna. Deseé con todas mis fuerzas haber
sido humana del todo, al menos, ellas tenían ese privilegio, para mí ellas eran
las superiores solo por eso.
Me desahogué a gusto mientras los prodigiosos dedos de Jacob mimaban mi
cabello y sus ardientes labios me daban continuos besos en la cabeza. Los
fuertes latidos de su corazón y sus caricias me fueron tranquilizando poco a
poco, era irremediable.

―¿Ya estás mejor? ―susurró en mi cuero cabelludo, poniéndome todo el


vello de punta por su abrasador aliento.

¿Cómo no lo iba a estar? Estaba entre sus cálidos brazos, y esto era lo mejor
del mundo, era como estar en el paraíso.

―Sí ―asentí ligeramente con la cabeza.

Se separó de mí, cogiéndome por los hombros, y se quedó a un palmo de mi


rostro para engancharme con mis adorados ojos negros. Ya notaba ese efecto
que siempre hacían en mí. Llevé mis brazos a su cuello para rodearlo.

―No tienes que preocuparte por eso ―manifestó, hablándome entre susurros
roncos al tiempo que secaba mis lágrimas con sus suaves manos―. El bebé
estará perfectamente alimentado, hoy en día existen unas leches muy
completas.

―Lo sé, pero no son como la leche materna ―afirmé, aún compungida―.
Me hacía mucha ilusión darle el pecho.

―Ya, cielo, pero que no puedas darle el pecho, no quiere decir que vayas a
ser peor madre ―me animó, mostrándome una sonrisa dulce―. Mira, hay
muchas mujeres que producen leche durante el embarazo, pero luego llega la
hora de darle el pecho a sus bebés y estos se niegan a tomarla o no toleran
bien esa leche. Esos bebés tienen que tomar los preparados lácteos del
mercado, ¿y son ellas peores madres por eso? Pues claro que no, ¿verdad?
Simplemente son cosas que pasan, cosas normales y naturales, y, si te paras a
pensarlo, no tiene mayor importancia. Vale, no son como la leche materna, de
acuerdo, pero esos preparados son muy completos, y los bebés crecen sanos
igualmente. Tú misma no tomaste el pecho, ¿y es tu madre peor madre?

394
―No. ―Mi labio se curvó hacia arriba, más tranquila.

―Por supuesto que no. Es una tontería. Ser madre es mucho más que darle el
pecho a tu bebé.

¿Sabías que Emily no pudo darle el pecho a Ethan porque le sentaba mal esa
leche?

―No ―murmuré, sorprendida.

―Pues ahí lo tienes, Ethan es fuerte como un roble, y Sam y Emily ya tienen
tres críos ―me sonrió. Acarició mi mejilla con el dorso de sus dedos―. Vas
a poder acunarlo igual mientras le das el biberón, y si es un tragón como su
padre, será un niño fuerte y sano.

Le sonreí con ganas y me lancé a sus brazos de nuevo. Jake siempre


conseguía animarme, no sé cómo lo hacía, pero así era.

―¿Mejor? ―preguntó.

―Sí, contigo sí. ―Le apreté más fuerte.

De pronto, sentí unos golpecitos dentro de mi vientre, como si el bebé


también se quisiera apuntar y nos estuviera avisando. Mi panza estaba pegada
al abdomen de Jacob, así que él pudo sentirlos.

―Oh, está pataleando ―exclamé, separándome un poco de Jacob para


observar y frotar mi barriga.

―Sí, ya lo he notado ―rio él, entusiasmado, sumándose a mis caricias.


Entonces, se dirigió al bebé―. Lo siento, colega, puedes patalear lo que
quieras, pero esos pechos son míos y solo míos.

―Jake ―le regañé, dándole un pequeño empujón, aunque no pude evitar que
se me escapara la risa.

Él soltó una carcajada sorda.


―Perdona, nena, pero es que es así ―se defendió, mostrándome su sonrisa
torcida―. Está claro que solo son míos.

―Eres un tonto ―reí.

―Soy un tonto que está loco por ti ―murmuró, acercando su rostro al mío
para besarme con efusividad.

Mis labios no dudaron nada en corresponderle y se movieron al compás de


los suyos, mientras mis manos ya se enganchaban a él para pegarme a su
cuerpazo. Las grandes manos de Jacob acariciaron mi espalda, apretándome
contra él. Eso me estremeció más. El sonido de los besos seguía el ritmo que
marcaba nuestra agitada respiración, una y otra vez. Mis mariposas estaban a
punto de reventar mi estómago y la energía ya fluía con ganas.

Sin embargo, ambos tuvimos que obligarnos a parar antes de que la energía
comenzase a volar con más ímpetu. Nos quedamos con las frentes unidas,
intentando calmar a nuestros bronquios.

―¿Por qué has tardado tanto? ―le reproché un poco.

Jake separó su rostro del mío y me miró.

―Porque tuve que hablar con un montón de polis ―resopló―. No veas la


que se montó. En cinco minutos, la playa se llenó de policía científica, un
forense, buzos, etcétera, y tuve que hablar con todos para explicarles cómo
habíamos encontrado la pierna.

Me sentí fatal. Yo aquí llorando por esto cuando una persona había sido
asesinada de una forma horrible.

―Supongo que aún es pronto para que hayan conseguido averiguar algo,
¿no?

―Sí, todavía estaban en la playa cuando les dejé ―suspiró él.

―¿Crees que ha sido uno de los licántropos? ―inquirí, mordiéndome el


labio.

―Tiene toda la pinta ―asintió.

―Es horrible ―murmuré, bajando la vista―. Espero que no se repita la


misma historia otra vez. El licántropo de Nahuel ya mató a demasiada gente.

―Ojalá pudiéramos, pero no podemos hacer nada, Nessie ―me alentó Jake,
posando su mano en mi barbilla para alzar mi rostro. Mis ojos se encontraron
con los suyos enseguida―. No sabemos dónde están, ni siquiera sabemos si
están cerca o lejos. El culpable de esto pudo haberlo hecho en otra ciudad,
llevarse el cuerpo con él y tirarlo al mar, quién sabe. ―Me dio un escalofrío
solo de pensar en una escena como esa y Jake se dio cuenta. Acarició mis
brazos para calmarme―.

Perdona.

―No, sigue. Lo que dices es muy interesante.

―No, no tengo nada más que decir, solo son especulaciones mías ―sonrió,
aunque con una mueca apagada por el tema―. Nosotros no podemos ir a
buscar a esos licántropos, solo podemos vigilar nuestro territorio para
asegurarnos de que no andan por aquí, ¿entiendes? Tú y el bebé sois nuestra
máxima prioridad, y no podemos dejar la zona menos vigilada, por si acaso.

395

Coloqué la mano en su mejilla y le mostré lo culpable que me sentía por toda


esta situación, así como estos sentimientos encontrados que siempre me
embargaban cuando se trataba de poner en peligro la seguridad de otras
personas. Quería que protegiesen a nuestro bebé, por supuesto, eso no podía
evitarlo, pero que me protegieran a mí, y que encima estuviese muriendo
gente…

―Para ―me interrumpió, hablándome con suavidad―. Tú no tienes la culpa


de nada. Los únicos culpables de todo esto son esos malditos magos y esos
rumanos, nadie más. Nosotros siempre hemos vivido en paz, son ellos los que
vienen aquí para atacarnos, así que solamente nos limitamos a defendernos.
Además, ya te he dicho muchas veces que para la manada defenderos a ti y al
bebé es un honor, ya lo sabes.

Volví a sonreírle. Aunque todavía me sentía un poco mal, sus palabras lo


habían minimizado un poco, porque tenía razón.

―Siempre consigues animarme.

―Solo digo la verdad. ―Su maravillosa sonrisa se desplegó al instante.

―Te quiero ―murmuré, acercándome más a él.

―Yo también te quiero ―susurró Jake sin dejar de sonreír.

Uní mis labios a los suyos y le di un beso corto. Luego, nos quedamos
mirándonos alelados durante unos segundos.

―Vamos a hacer una cosa ―dijo de pronto, sonriente―. ¿Qué te parece si


vamos a la ferretería y compramos la pintura para el dormitorio del crío?

―¿Ahora? ―reí.

―Sí, ahora. ¿Qué me dices? ¿Te apetece?

―Bueno, vale ―acepté.

―Genial ―exclamó, poniéndose de pie, conmigo―. Pues venga, vamos


antes de que cierre.

―¿Y si viene Alice?

―Ah, no, ella que no entre ―bromeó―. Y la Barbie menos.

―¡Te estoy oyendo, chucho! ―gritó Rosalie desde abajo.

Nos reímos y los dos salimos de la habitación con entusiasmo.


396

Envidia

Me puse una de esas camisetas viejas que Jake tenía en el armario, de color
gris, un holgado y viejo pantalón de chándal, este mío, unas deportivas, me
recogí el pelo con una pinza y salí de nuestro dormitorio, canturreando con
alegría.

Cuando llegué al dormitorio del bebé, Jacob ya tenía la pintura preparada. La


habíamos escogido en un azul muy, muy claro para pintar la mitad superior
de las paredes, mientras que la zona inferior iba a ser empapelada bajo un
fino zócalo de madera que separaba ambas partes. El zócalo tenía una bonita
tonalidad parecida a la miel y Jake tenía pensado colocarlo aproximadamente
a un metro veinte del suelo. El papel que habíamos elegido era de un azul un
poco más oscuro que la pintura y tenía unos motivos infantiles consistentes
en unos simpáticos y redondeados coches de colores suaves.

Al final Jacob se había decantado por pintar el armario, en vez de


empapelarlo. Aunque la cuna aún no estaba hecha ―Jake ni siquiera la había
empezado―, iba a ser lacada en un color hueso, así que decidimos lacar el
armario también, para que hiciera juego. El escritorio era de una tonalidad
muy parecida al zócalo, así que creímos que quedaría bonita la combinación
de esos tres colores: azul, miel y blanco, por lo que teníamos pensado dejarlo
tal y como estaba.

Entre las responsabilidades de Jacob con la manada y la tribu, y todo el


asunto de mi protección, nos llevó un mes dar con todo lo que queríamos,
incluso tuvimos que recorrer varias tiendas de Port Angeles para encontrar un
papel que nos gustase, pero finalmente aquí estábamos, a punto de comenzar
a arreglar el dormitorio de nuestro bebé.

Ya habíamos vaciado la habitación, bueno, en realidad, lo habían hecho entre


Em y Jake, porque a mí no me habían dejado. Ahora todos los muebles
estaban en el garaje, el cual empezaba a parecerse más a un trastero. La cama
nido ya se iba a quedar ahí por una buena temporada, por lo menos hasta que
el niño tuviera suficiente edad como para poder dormir en una cama, y eso
iba a ser dentro de unos tres o cuatro años, así que ya la habían colocado de
forma tal que no estorbase.

El resto del mobiliario iba a regresar al dormitorio en cuanto Jake terminase


de cambiar las paredes, por eso se encontraba en el garaje de una manera más
destartalada. Eso sí, de momento, la ropita del bebé había pasado a nuestro
dormitorio, puesto que yo no quería meterla en el garaje.

La camiseta que llevaba puesta me quedaba amplia, pero ahora mi barriga la


llenaba un poco más. Jacob, que también llevaba una camiseta raída de color
verde oscuro y unos pantalones vaqueros cortos, me miró cuando entré en el
cuarto y sonrió con satisfacción. Me observó maravillado durante un instante,
aunque pronto esa expresión pasó a ser más bien una mueca disconforme.

―¿Qué haces así vestida? ―Por su tono de voz adiviné que ya lo sabía de
sobra y que esto no era una pregunta, sino una objeción.

―Voy a ayudarte a pintar ―afirmé con convicción.

―Nessie, ya hemos hablado de esto. Es mejor que no hagas esfuerzos


―rebatió.

―Tiene razón ―secundó Alice, que apareció por la puerta como por arte de
magia―. Estás de siete meses, no deberías hacer ningún esfuerzo.

Puse los ojos en blanco.

―Estoy embarazada, no…

―No enferma ―continuaron Rose y mamá a la vez con una entonación entre
cansada y burlona.

Ellas también habían llegado de repente. Todos se rieron y les dediqué un


mohín.

Unos golpecitos en el interior de mi vientre hicieron que desviara mi


atención. Sentía los pequeñitos pies de mi bebé perfectamente, y parecían
estar uniéndose a mi protesta, como si él también quisiera participar en la
decoración de su cuarto.

―Ya ves, no nos dejan hacer nada ―le cuchicheé al bebé mientras acariciaba
mi hinchada barriga.

Qué ganas tenía de acariciarle a él ya.

397

―¿Cómo está mi pequeño pateador? ―inquirió mamá, sonriente, poniendo


su fría mano sobre mi vientre para sentir los inquietos golpecitos.
Últimamente ella solía llamarle así, y a mí me hacía mucha ilusión―. Vaya,
menudas patadas. ―Y su sonrisa se amplió.

―Creo que va a ser futbolista de vocación o algo así ―reí.

―El papel es muy bonito, tengo que reconocerlo ―aprobó Alice, que había
cogido el rollo para examinarlo.

―Lo habrá escogido Nessie ―aventuró Rosalie.

―No, el papel lo ha elegido Jake ―le revelé yo.

Jacob le dedicó una sonrisita triunfal a mi tía.

―No sonrías tanto, chucho, ya veremos cómo dejas esta habitación


―respondió ella con cierto retintín.

Los ojos y la sonrisa de mi chico estaban llenos de algo de autosuficiencia.

―¿Sabes por qué las rubias sonríen cuando cae un rayo?

Rosalie ya le fulminó con la mirada.

―No empieces, perro.

―Porque quieren salir guapas en la foto ―espetó él sin hacer caso de su


advertencia.

Los labios de mamá y los míos se curvaron hacia arriba, pero a la tía Rose no
le hizo ni pizca de gracia.

―Yo me voy para ayudar a Esme con la comida ―mintió Alice, apoyando el
rollo del papel en la pared para hacer mutis por el foro con rapidez.

―Te acompaño ―se unió mamá.

Ya veían lo que se venía.

―A ver si te sabes este otro chiste, Barbie ―siguió Jacob, metiéndose las
manos en los bolsillos al tiempo que mantenía la misma sonrisa burlona.

―A ver si sabes tú que solo necesito un movimiento para arrancarte la lengua


―le respondió ella, entrecerrando los ojos para clavarle una mirada de odio
que se notaba demasiado fingido―.

Lo malo es que tendría que meter la mano en esa bocaza que tienes.

Como de costumbre, mi chico ignoró sus palabras por completo, aunque


sonrió con más provocación.

―¿Qué diferencia hay entre una rubia y un ordenador? ―Rosalie resopló y


se cruzó de brazos―. En un ordenador basta con introducir la información
una vez.

Jake se carcajeó de su propio chiste y eso hizo que las muelas de Rose
chirriasen. Ya no pude evitar reírme, aunque dejé de hacerlo cuando mi tía
casi me funde con la vista.

―Otro, y este te juro que es buenísimo ―continuó Jacob. Rosalie optó por
mirar hacia otro lado, haciéndose la indiferente, cosa que se le daba fatal―.
¿Cómo puedes tener entretenida a una rubia? ―Esperó dos segundos―. ¿No
lo sabes?

―Eres un idiota ―le contestó Rosalie.


―Le das un papel que en los dos lados diga: “dame la vuelta”.

Las carcajadas de Jacob subieron de tono y retumbaron hasta en los cristales.

―Me voy abajo, no te soporto ―acabó diciendo ella, dándose la vuelta hacia
la puerta.

―¿No te quedas para oír más chistes? Me sé muchos más, te lo aseguro ―le
dijo Jake con una sonrisa de satisfacción enorme en la cara.

―Piérdete ―masculló Rose mientras salía del dormitorio.

Esta era una buena forma de despejar la habitación. Jacob había conseguido
su objetivo: no tener a mis tías rondando por el cuarto del bebé.

Mi chico suspiró con una sonrisa, satisfecho.

―Bueno, manos a la obra ―exclamó, frotándose las mismas con alegría.

Solté una risilla.

―Un día de estos Rosalie cumplirá sus amenazas, y con razón ―bromeé
mientras él cogía uno de los rodillos que ya tenía preparados para pintar.

Jacob lo mojó en la cubeta y comenzó a pasarlo por la pared.

―Qué va, si me adora ―aseguró, sonriente.

―¡Sigue soñando, chucho! ―gritó Rosalie, ya desde abajo.

Jacob se volvió a carcajear y yo acompasé su risa.

Mientras él estaba de espaldas, pintando un trozo de pared, cogí otro rodillo y


lo empapé en la pintura de la cubeta, pero en cuanto se giró para volver a
mojar el suyo, me vio.

―Nessie… ―protestó.
398

―No me cansaré, te lo prometo ―afirmé, poniéndole ojitos y una voz


implorante―. Iré poco a poco, despacio, ¿vale?

―Pero el olor de la pintura puede que sea tóxica, perjudicial o algo ―alegó.

―Te recuerdo que en el bote pone que es totalmente inocua, precisamente


porque es para el dormitorio del bebé. Además, la ventana está abierta.

Iba a decir algo, pero se vio sin alegaciones posibles y cerró la boca con
resignación. Después, se quedó pensativo durante unos segundos,
meditándolo.

―Por favor, me hace mucha ilusión ayudarte, por favor, por favor ―le puse
ojitos otra vez.

Suspiró con rendición y yo ya sonreí.

―Esta bien, pero en cuanto veas que te cansas por mínimo que sea, déjalo,
¿de acuerdo? ―accedió finalmente.

Me arrimé a él con efusividad y le di un beso corto en los labios que él


correspondió de buena gana. Volvió a suspirar, pero esta vez con más alegría.

―Empieza con esa pared, que yo haré esta ―propuso, señalándomela con la
mano―. Yo me encargaré de las partes altas y bajas, tú ocúpate solo de las
centrales, no quiero que te subas a la escalera ni que te agaches.

―Sí, papá ―me burlé, acercándome a la pared.

Jake me dedicó una mueca y mojó su rodillo en la cubeta llena de pintura.

Se giró hacia su paramento y los dos nos pusimos a pintar.

Hice rodar el rodillo de abajo arriba y de arriba abajo varias veces para
colorear esa pared que ya era azul pero a la cual queríamos darle un aspecto
bastante más claro, hasta que la pintura ya no se estiraba más. Me di la vuelta
para volver a mojar mi rodillo en la cubeta, sin embargo, Jake me paró.

―Espera. ―Cogió la cubeta del suelo y la posó sobre la escalera―. Así no


tendrás que agacharte.

―Gracias ―le sonreí, y le di otro beso.

Él sonrió también, regresó a sus quehaceres y yo mojé el rodillo en la pintura,


ahora más cómodamente.

Continuamos pintando el dormitorio durante más o menos una hora, yo


haciendo descansos, y seguimos las pautas que Jacob había dado. Él se
dedicó a pintar las partes superiores y bajas, y yo lo hice con las partes
centrales. El cuarto no era muy grande, así que cuando nos dimos cuenta, ya
lo teníamos casi todo terminado.

Solo me quedaba una pequeña parte, pero mi rodillo me pedía más pintura.
Me di la vuelta y lo empapé, quitando los restos sobrantes con el escurridor
de la cubeta. Estaba a punto de retirarme para girarme a la pared de nuevo,
cuando un mechón de mi pelo se escapó de la pinza que lo malsujetaba y se
cayó directamente en el recipiente, manchándose de pintura.

―¡Ay, no, mi pelo! ―gemí con dolor, cogiéndome el mechón para mirar
cuánto me lo había manchado.

Bastante. Yo que había mantenido la ropa impecable, ahora iba y ensuciaba


mi cabello. Genial.

Jake se dio la vuelta, mirando cómo intentaba limpiarme aquel desastre, y se


rio.

―¿Es que vas a usar tu pelo de brocha? ―se mofó.

Le dediqué una miradita de odio y él se rio más. Me ladeé y agarré una de las
brochas que habíamos usado para las esquinas.

―¿Te refieres a una… ―la mojé en la cubeta― como esta? ―Y le salpiqué


con ella con un movimiento rápido y enérgico.

Rompí a reír al ver su cara sorprendida llena de líneas y puntitos de pintura


azul claro.

―Muy graciosa ―ironizó, pasando el dorso de su antebrazo por el rostro


para limpiarlo, aunque lo hizo malamente y su cara siguió sucia―. Ahora
verás.

Se lanzó a por otra brocha, raudo.

―No, ¿qué vas a hacer? ―Me aparté hacia atrás, riéndome, poniendo por
delante la brocha y el rodillo que sostenían mis manos.

Pero Jake la mojó con rapidez y me salpicó con ella sin compasión. Me dio
tiempo a interponer mis brazos, aunque me puso perdida igualmente, así
como el plástico que habíamos colocado sobre el suelo.

―¡Te vas a enterar! ―reí, tirando el rodillo al suelo para quedarme


solamente con esa peculiar espada con forma de brocha.

Mi chico se carcajeó con malicia y comenzamos una pelea a brochazo limpio


entre risas y 399

griterío. No sé cómo no subió nadie para ver qué estábamos montando,


porque las voces y las risotadas rebotaban en los cuatro paramentos que
acabábamos de pintar.

Finalmente, Jacob terminó tirando la brocha al suelo para rodearme con sus
brazos, por detrás.

―¿Sabes que estás preciosa? ―murmuró en mi oído, sonriente, al tiempo


que alzaba la camiseta para acariciarme la barriga con sus ardientes manos.

Mi piel y mis mariposas se estremecieron, cómo no.

Giré el rostro y medio cuerpo para que mis labios alcanzaran a los suyos,
mirándole completamente embobada, y la brocha se me cayó al forjado
cuando unió su boca a la mía. Entonces ya no lo pude parar. Me volteé hacia
él del todo, me enganché a su cuello y dejé que sus manos me arrimasen a su
cuerpo mientras nuestros labios ya empezaban a besarse con pasión y la
energía ya emergía de nosotros.

Me pareció escuchar el timbre abajo, pero todos mis sentidos estaban


demasiado ocupados con el millón de sensaciones y sentimientos que estaban
atravesando mi organismo.

―Jacob, Leah está aquí ―anunció de pronto mi madre.

Nos sobresaltamos al oír su voz y ver su presencia en la habitación tan de


repente, aunque no fue solo por eso. Fue su tono nervioso el que más nos
extrañó y el que hizo que nos separásemos con precipitación para mirarla.

―¿Leah está aquí? ―repitió Jake, frunciendo el ceño con extrañeza.

Le extrañó porque Leah se suponía que tenía que estar en el bosque con los
demás, y si estaba aquí, era porque había ocurrido algo.

Me tomó de la mano y comenzamos a seguir a mi madre, que ya estaba


saliendo del dormitorio.

Bajamos al piso de abajo con velocidad y llegamos al vestíbulo, donde,


efectivamente, estaba Leah.

―¿Qué ha pasado? ―quiso saber Jacob nada más bajar el último escalón.

―Es esa Jane ―le comunicó con cara de malas pulgas. A mí me dio una
sacudida en el estómago solo con escuchar ese nombre―. Está en la frontera
del bosque, esperándote. Dice que quiere verte, que es urgente.

Mis muelas rechinaron automáticamente.

―¿Ahora? ―protestó mi chico.

―Sí, ahora ―ratificó Leah, usando una entonación ácida―. Esa arpía dijo
que era urgente.
Hasta Leah se había dado cuenta de que Jane era una arpía…

Jacob resolló por la nariz, pero echó a caminar, conmigo de la mano.

Leah no fue la única que nos acompañó. Mi madre y Rosalie se apuntaron a


la excursión, mientras que Esme y Alice se quedaron en casa para vigilarla.

Mi abultado vientre de siete meses no ayudaba mucho a la hora de caminar


con paso presto por el bosque, así que Jacob acabó cogiéndome en brazos
para llevarme. Me sentía un poco una carga, sin embargo, no podía
despegarme de él en ningún momento, y menos ahora, claro, no pensaba
hacerlo ni muerta.

Había engordado, pero eso no pareció molestarle a Jake, que sorteaba las
ramas del terreno y las de los árboles sin ningún esfuerzo. No parecía que
llevase a dos personas encima. Avanzamos por el angosto sotobosque durante
bastante tiempo y, por fin, llegamos a la frontera que limitaba el territorio de
los lobos.

La vi, pero no me hubiera hecho falta para saber que estaba ahí. La pulsera ya
comenzó a vibrar con ímpetu, casi gruñéndola en la distancia.

Jane esperaba en ese sitio, junto a Demetri y Felix, pero esta vez había
alguien más con ellos.

Enguerrand se encontraba al lado de Jane, y era el único que ya tenía su


capucha retirada hacia atrás. Observaba a Jacob continuamente, y puede que
solo fueran imaginaciones mías, pero me pareció que lo hacía con cierto
respeto.

Quil, Embry, Seth, Shubael e Isaac también estaban allí, frente a ellos, y mi
padre, Emmett, Jasper y Ezequiel se sumaban a esa vigilancia. Jacob me dejó
en el suelo, cogió mi mano y continuamos caminando hacia ellos.

No se le veía el rostro completamente, debido a la sombra de su capucha,


pero la reluciente y presuntuosa sonrisa de Jane se vislumbró perfectamente
en cuanto apareció Jacob ante sus ojos.

Eso ya hizo que mis muelas chirriasen nuevamente. Después, se fijó en mí y


su semblante se endureció de repente. Pude percibir cómo su mandíbula se
cerraba audiblemente, casi con agarrotamiento, y sentir sus ojos encarnados
clavándose como un puñal helado.

Me fijé en mi padre, que la mantenía a raya con una mirada entre rabiosa y
amenazante, aunque no sé si Jane no me había fulminado todavía debido a
eso o porque mi madre ya estaba 400

usando su impresionante escudo protector. O tal vez porque sabía que si se


atrevía a hacerme algo, Jacob la mataría sin dudarlo.

Mi madre y Rosalie se pusieron al lado de mi padre y Emmett, y nosotros nos


colocamos junto al resto.

Esa arpía de Jane retiró su capucha hacia atrás y solo después lo hicieron
Demetri y Felix. Los ojos de Jane repasaron a Jacob en primer lugar, por
supuesto, y su labio acompasó a su ceja para alzarse con esa aprobación que
tanto me sacaba de quicio. No le importó en absoluto que su ropa y su piel
estuvieran salpicadas de pintura, casi diría que incluso le gustó. Menos mal
que llevaba la camiseta puesta, si no, no se lo hubiera comido, como estaba
haciendo ahora, más bien lo hubiera devorado con la mirada. Sin embargo,
acto seguido osciló la vista hacia mí. Se percató de que la camiseta que
llevaba era de Jake, al compararla en tamaño con la que tenía puesta mi
chico, eso ya le molestó, pero cuando sus pupilas se toparon con mi abultada
barriga, todo en su rostro aniñado cayó súbitamente, en picado.

Me percaté de la envidia que emanaba de sus ojos, posados aún en mi vientre,


y también cuando me recorrieron entera. Las pintas que llevaba en ese
momento tampoco parecieron importarle demasiado y percibí cierto
deslumbramiento al mirarme, como si me viera especialmente hermosa
debido a mi embarazo. Sin embargo, ese deslumbramiento no era positivo,
sino que era un sentimiento completamente lleno de negatividad, envidia y
odio. Acto seguido, sus ojos escarlata se tiñeron de otro sentimiento. Una
nota de sorpresa, como si no se creyese que yo pudiera seguir embarazada,
como si eso tuviera que ser imposible. Sabía que pensaba así porque, a pesar
de conocer la profecía, ella prefería seguir creyendo en esos estúpidos
prejuicios que decían que Jake era un metamorfo y yo un semivampiro, y que
no podíamos procrear. Me reboté por un instante, aunque breve, porque, de
repente, su primer sentimiento barrió con todo lo demás, desviando mi
atención. Noté su enorme envidia de nuevo, pero esta vez mucho más intensa
y fuerte, tanto, que la vibración de mi pulsera aumentó. También sabía por
qué. Envidia por no tener la posibilidad de concebir jamás mientras que yo sí
podía, y, además, envidia y odio porque yo llevase al hijo de Jacob en mi
vientre, un bebé perfectamente viable, un niño como él que crecía sano dentro
de mí. No hacía falta ser muy lista para darse cuenta de eso, aunque ella trató
de ocultarlo, seguramente porque no venía sola.

Aun así, su mirada me pareció tan fría y espeluznante, que mi mano suelta se
fue automáticamente a mi hinchada barriga. Jacob se percató y la fulminó con
los ojos al instante, si bien la garganta de mi padre emitió un incipiente
gruñido que alertó a mamá, haciéndola ponerse en guardia de inmediato.

Todos los lobos y mi familia se agazaparon instantáneamente, los primeros


gruñendo y mostrando sus dentaduras, los segundos alzando el labio y
siseando.

Felix y Demetri contestaron de la misma forma, en cambio Enguerrand no


movió su postura ni un ápice, aunque no estaba grabando. Jane se giró
levemente y levantó su pequeña mano para que se calmasen. Sus compañeros
obedecieron sin rechistar, y eso hizo que mi familia también lo hiciera, pero
los lobos continuaron con la misma actitud. Después, se giró hacia Jacob, que
ya tenía preparado algo que decirle.

―Veo que todo sigue su curso… natural ―dijo ella con segundas,
interrumpiendo lo que fuera que Jake iba a soltarle.

Su barbilla infantil se alzó con ese orgullo suyo de siempre y me dedicó una
miradita de inquina.

―¡Renesmee! ―exclamó mi padre, que ya había visto mis intenciones.


Me eché hacia delante, seguida por los lobos, que acompasaron mi fuerte
gruñido, pero Jake sujetó mi mano con fuerza y me impidió avanzar más.
Miró a sus hermanos de manada y ellos también tuvieron que detenerse.
Luego, regresó la vista hacia Jane.

―Guárdate tu veneno para ti, víbora ―le espetó Jake, muy enfadado―. No
te pases ni un pelo, te lo advierto.

Mis padres no dijeron nada más, con Jacob era suficiente. Ella sonrió,
arrogante, y yo rechiné los dientes de nuevo.

―Me complace ver que te has dado prisa ―siguió esa arpía, haciendo caso
omiso al comentario de Jacob.

Mi chico resopló por la nariz, cansado y cabreado.

―¿Qué demonios quieres? ¿Para qué me has hecho venir? ―exigió saber él,
de muy malos modos―. ¿Y qué hacéis aquí?

401

El labio de Jane se volvió a curvar hacia arriba, aunque ahora con petulancia.

―Tenemos noticias.

402

Cambio de planes

―No puede ser… ―exhaló mi padre con el rostro algo desencajado.

Jacob y yo le miramos, pero no fuimos los únicos. Mi familia y los lobos


también hicieron lo mismo. Todos le observamos con extrañeza y algo de
alarma.

―¿Qué ocurre, Edward? ―le preguntó mamá, preocupada.

―¿Qué pasa? ―inquirió Jake, aunque después giró el rostro hacia Jane para
exigirle que se explicara.

A mi padre no le dio tiempo a contestar. Esta le hizo un sutil gesto con la


cabeza a Demetri para que hablase.

―He localizado al ejército de licántropos ―empezó a revelar él muy pagado


de sí mismo, como si hubiera conseguido toda una proeza, que debía de serlo,
por otra parte―. Sabía que estaban por estas tierras, ya que Thiago y su
grupo se habían encontrado con algunos de ellos hace tres meses.

―Sí, eso ya lo sabemos ―dijo Jacob con reproche total al recordar el


incidente de los licántropos y sus lobos.

Leah emitió un sonoro gruñido como queja, aún se acordaba de sus costillas
rotas. Fue entonces cuando me percaté de que ya era una loba. Había estado
tan concentrada en Jane, que ni siquiera me había fijado en que Leah ya se
había transformado para unirse al resto de lobos.

Demetri ni siquiera la miró, así como el resto de la guardia Vulturis que no le


prestaron atención alguna.

―Thiago y su grupo se encontraron con ellos ese día por casualidad, pero ya
entonces, yo seguía la pista de esos licántropos muy de cerca ―explicó
Demetri, haciendo de menos el trabajo de Thiago con total descaro para que
así el suyo se viera más ensalzado―. Su agilidad y movilidad no es la única
ventaja que me han sacado. Esos licántropos se han dividido en varios grupos
y se han escondido en diferentes sitios, eso ha entorpecido mi trabajo. Sin
embargo, finalmente he dado con ellos. ―Su mentón se levantó con
orgullo―. Los licántropos se encuentran repartidos en varias cuevas de las
montañas de Olympic, junto a Vladimir y Stefan, esperando el momento de
atacar.

―Así que por fin se han decidido a pelear con esos desgraciados magos
―intuyó Jake.

―El objetivo de Vladimir y Stefan ha cambiado ―intervino Jane,


manteniendo su barbilla en alto―. Ahora su primer objetivo no son Nikoláy,
Ruslán y Razvan ―hizo una pequeña pausa en la que alzó su arrogante
labio―, sino tu esposa.

Me quedé helada, y solo fui capaz de reaccionar cuando Jacob apretó mi


mano inconscientemente, preso de un ligero temblequeo. La otra seguía en mi
vientre, y lo rodeó con más ansiedad. Mi padre rechinó la dentadura,
nervioso.

―¿Cómo? ―murmuró mi madre con temor.

―¡¿Qué?! ―masculló Jake, apretando los dientes, aunque él con rabia―.


¡¿No decías que ellos iban a por los magos?!

―Por supuesto, al principio ellos eran su primer objetivo, pero también os


dije que le habían puesto precio a la cabeza de tu esposa ―le recordó Jane
con esa petulancia suya―. Ahora han cambiado de planes y tu mujer ha
pasado a ese primer lugar.

Jake miró a mi padre.

―Está diciendo la verdad ―le ratificó este.

―Pero, ¿por qué? ―musitó mamá, todavía asustada.

Mi padre la sujetó por la cintura y la arrimó a él para tranquilizarla.

Jane desplegó una sonrisita que no me gustó nada.

―Gracias a Demetri, sabemos que Vladimir y Stefan se han enterado de que


Razvan está enamorado de tu esposa ―declaró, observando solamente a mi
marido.

Los temblores de Jacob aumentaron al recordar eso último y sus muelas


chirriaron con más fuerza.

―¡¿Y cómo se han enterado ellos de eso, eh?! ―exigió saber, muy
enfadado―. ¡¿Acaso lo sabíais 403
vosotros y habéis hecho que se enteren o algo?!

―Ellos no sabían nada, Jacob ―reveló papá con cierta resignación,


refiriéndose a la guardia Vulturis―. Se han enterado cuando Demetri espió a
Vladimir y Stefan y se lo escuchó decir.

―No sabemos cómo ni por qué se han enterado de tal cosa ―manifestó Jane,
siguiendo con esa estúpida media sonrisa―. Pero eso ha hecho que cambien
de planes completamente. Saben que Razvan está enamorado de tu mujer.

―Eso no es estar enamorado ―respondió Jacob, preso de una creciente


ira―. Ese desgraciado no sabe lo que es amar a alguien.

―Llámalo como te plazca, pero tu mujer es la debilidad de Razvan, y


Vladimir y Stefan lo saben ―afirmó ella.

―Basta ―le advirtió mi padre a Jane con rabia contenida al tiempo que
analizaba a Jacob con precaución.

La mirada de Jake se volvió extremadamente agresiva, sin embargo, no iba


dirigida a ella.

Miraba al frente, pero al infinito, seguramente mientras pensaba en Razvan, y


su mano suelta se cerró en un puño furioso.

―Saben que Razvan vendería su alma al diablo con tal de tenerla, que está
completamente obsesionado con tu esposa ―continuó Jane, sonriendo con
malicia.

El puño de Jacob aumentó su temblor.

―Déjalo ya ―le exigí yo a esa arpía, rabiada.

La loba gris comenzó a gruñirle, mostrándole la dentadura, y el resto la


siguió, incluida mi familia.

―Él jamás la tendrá ―escupió Jake con una cólera tan contenida, que raspó
su garganta, haciendo que su voz sonase ronca y hosca.
Los dedos de su mano se entrelazaron con los míos con fuerza y yo
correspondí apretándolos.

―Pero está obsesionado con ella, y luchará por ella ―insistió esa arpía.

―¡Déjale en paz de una vez! ―espetó Rosalie con un grito.

Los lobos gruñeron con más fuerza y mi familia acompasó esos gruñidos con
sus siseos furiosos, hasta mi pulsera protestó vibrando más fuerte. Felix y
Demetri permanecían como estatuas, cautelosos, mirándose de reojo sin
entender el porqué de la actitud de su compañera, en cambio Enguerrand
clavaba los ojos en ella como si supiera perfectamente qué se proponía, si
bien la miraba con evidente crítica y censura. Mientras, Jane sostenía esa
sonrisita arrogante en su rostro de niña pequeña.

―¡No, Jacob! ―voceó mi padre, ya interponiendo su brazo.

No sirvió de nada.

El brazo de mi padre se quedó atrás cuando Jake soltó mi mano y se inclinó


hacia delante, poseído por espasmos que estaban a punto de transformarle, al
tiempo que profería un rugido iracundo.

¡No! Eso es lo que esa víbora quería, precisamente. Sacarle de sus casillas
con este maldito tema. No lo iba a permitir.

Con rapidez, me coloqué delante de él y sujeté su rostro entre mis manos.


Podía notar la mirada cauta de mi padre, aunque no dijo nada y permaneció a
la espera, vigilante.

―Jake, mírame ―le pedí.

Pero sus ojos estaban enfrascados en esos turbulentos pensamientos que ya


debían de estar fraguándose en su mente.

Mírame, por favor, le rogué, hablándole a través de mi don.


Esta vez funcionó. Sus pupilas se movieron y se engancharon a las mías,
dejando ese profundo odio atrás, aunque todavía quedaba esa ira dentro de
ellas.

No lo dudé, y a veces los hechos consiguen más que las palabras o los
propios pensamientos.

Además, tenía prisa, y esto era un tren de alta velocidad para llegar a mi
objetivo, que era tranquilizarle. Rodeé su cuello con mis brazos y acerqué mi
rostro al suyo para besarle.

Automáticamente, todos sus temblores desaparecieron. Creo que fue porque


se quedó un poco perplejo por mi súbita e imprevisible acción, aunque
enseguida reaccionó. Y lo hizo tal y como yo esperaba. Sus manos se
ensamblaron a mi espalda y mi cintura, pegándome a él, y sus labios
correspondieron con la misma efusividad con la que se movían los míos. No
era el momento, pero a mis mariposas les dio exactamente lo mismo y se
pusieron a aletear por mi estómago con ímpetu.

La energía comenzó a fluir a nuestro alrededor, rodeándonos con esa brisa


cálida que nos envolvía con su espiral, y mi mente ya empezó a dejarse llevar
sin remedio. Eso sí, pude sentir la mirada de 404

odio, envidia y rabia de Jane, y me reí para mis adentros con una malicia que
me sorprendió hasta a mí.

―Es increíble lo que puede hacer el amor, aunque tú no lo llames así en el


caso de Razvan ―dijo Jane de repente, haciéndonos levantar los párpados y
terminar el beso―. No solo Vladimir y Stefan lo saben, yo estoy
completamente segura de que Razvan traicionaría a cualquiera y se olvidaría
de todo lo que le importaba con tal de tener a tu esposa. ―Los dientes de
Jacob volvieron a chirriar, aunque los de mi padre también lo hicieron―. De
momento, Razvan ha conseguido que Nikoláy y Ruslán no le hayan hecho
ningún hechizo a tu mujer. Su traición ya ha comenzado, puesto que les está
engañando para lograr los que ahora son sus verdaderos propósitos, tal es su
obsesión por ella. ―Jane se mantuvo un par de segundos en silencio,
mirándonos con su típica autosuficiencia―. Es curioso, el amor puede hacer
que lo olvides todo, incluso todo aquello por lo que habías luchado en un
principio. ¿No es cierto, Jacob? Tú lo sabes mejor que nadie. Tú mismo
estabas enamorado de Bella, sin embargo, la olvidaste cuando apareció ella.
―Su mirada escarlata se clavó en mí, llena de malas intenciones―. Claro,
que tú solo olvidaste a Bella porque te imprimaste.

Intenté que esas últimas palabras me resbalasen, ya que sabía que solamente
las había dicho para hacerme daño, sin embargo, ya era demasiado tarde. En
cuanto las oí, se clavaron en mi corazón igual que si me hubiera lanzado un
cuchillo candente y me quedé algo paralizada, ni siquiera fui capaz de hablar.

―¡¿Qué estás diciendo?! ―protestó mi madre, muy cabreada, echándose


hacia delante al tiempo que ya la rugía―. ¡Cállate la boca, no tienes ni idea!

Papá la sujetó.

―¿Cómo sabes eso? ―exigió saber Jake, hablando y mirándola con furia.

Me quedé más petrificada y mi boca dejó exhalar el aire con fuerza. ¿Por qué
no se lo rebatía?

Es más, lo estaba ratificando al hacer esa pregunta.

―Aro se lo reveló ―sopló mi padre, que me observaba a mí con algo de


preocupación.

Jane le dedicó una mirada de odio.

―¿Aro? ―se extrañó Jake, aún enfadado.

―Cuando secuestraron a Renesmee ―papá todavía lo decía con rencor―,


dejaste que Aro viera tu mente, ¿recuerdas? ―Yo sí me acordaba, porque
Jake me lo había contado. Y, por su cara, él pareció hacerlo también―. No le
dejaste ver mucho, pero pudo ver alguno de tus recuerdos.

Jake suspiró por la nariz con exasperación, pero a mí se me enganchó un


nudo enorme en la garganta que tuve que controlar para no ponerme a llorar
como una niña pequeña. Maldita sensiblería de embarazada. Tragué saliva e
intenté centrarme.

―¿Y por qué te contó eso? ―le preguntó a Jane, cabreado. Esta alzó la
barbilla y curvó su labio hacia arriba con una mezcla de prepotencia e
insinuación. Me dieron ganas de saltarle a la yugular, pero la mano de Jake
ya me sujetaba con fuerza―. Bueno, mira, mejor déjalo. Al fin y al cabo, eso
me importa una mierda. Te lo advierto otra vez, más te vale que te guardes tu
aguijón de escorpión y dejes de intentar clavarnos tu asqueroso veneno.

―Todavía no has terminado de contestar a la pregunta de Bella ―intervino


Jasper, poniendo un poco de orden a todo esto―. ¿Por qué Vladimir y Stefan
han decidido cambiar su primer objetivo hacia Nessie? ¿Qué consiguen con
ello?

―Quieren desenmascarar a Razvan, para así debilitar la alianza de los tres


magos ―le respondió Jane, oscilando sus ojos rojos hacia mi tío para mirarle
con su arrogancia―. Juntos son muy poderosos, pero por separado no lo son
tanto, ni siquiera Nikoláy y Ruslán son tan fuertes uniendo sus fuerzas.
Necesitan a Razvan. ―Su sucia vista regresó a Jacob―. No sé si quieren
matar a tu mujercita primero, pero su intención es utilizarla contra Razvan.

La mano de Jacob apretó la mía.

―¿Utilizarla? ―repitió, expectante.

―Los licántropos son inmunes a ciertos dones, como bien nos explicó
Eleazar en su momento ―dijo mi padre, usurpando la contestación de Jane,
que debía de ser más o menos la misma―. La magia podría ser uno de esos
dones a los que son inmunes.

―Pero la magia es magia, no es un don ―rebatió Jake, extrañado―. Esos


vampiros son magos,

¿no?

―En efecto ―le contestó Jane esta vez, dirigiendo una pequeña mirada de
reproche a mi padre―. Pero sus dotes con la magia son sus dones, al fin y al
cabo.

―Tres magos juntos que unen sus dotes con la magia es un muro bastante
inquebrantable 405

para un Hijo de la Luna ―siguió papá, que continuaba escaneando la mente


de Jane―. Es una magia con la fuerza de tres dones. Sin embargo, si
consiguen romper esa alianza entre Razvan, Nikoláy y Ruslán, los licántropos
podrían tener más posibilidades para vencerles en una batalla.

La guardia aniñada de los Vulturis le fulminó con la mirada una vez más,
pero continuó hablando ella.

―Por eso Vladimir y Stefan han decidido secuestrar a tu esposa ―comunicó


al fin. Jake se tensó al instante, y sus muelas volvieron a sufrir cuando su
mandíbula las apretó con furia―.

Como ya dije, desconocemos si después su intención es utilizarla viva o


muerta.

―¡No, no lo permitiré! ―masculló Jacob con una ira que crecía a cada
momento.

―No lo permitiremos ―secundó mi padre, hablándole con seguridad y


confianza para que se calmase un poco.

―¿Sabéis cuándo tienen pensado actuar? ―inquirió Jasper, mostrando esa


tranquilidad y elegancia tan propias de él.

Noté que Jacob se iba relajando paulatinamente y supe que era gracias a la
actuación de Jasper. Suerte que estaba allí. Aunque Jake también se percató y
le dedicó una mirada disconforme.

―Sí, de ahí la urgencia ―declaró Jane sin bajar su barbilla en ningún


momento―. Vendrán a por ella dentro de tres días.
Ese rincón del sotobosque donde nos encontrábamos se llenó de los altos
murmullos de mi familia y de los gañidos y gruñidos de los lobos, que se
miraban unos a otros con desconcierto. Yo me quedé helada de nuevo, si bien
lo único que reaccionó de mi cuerpo fue mi mano libre, que se aferró a mi
barriga con ansiedad.

―¡¿Tres días?! ―voceó Jacob con un exaltamiento nervioso―. ¡¿Y cómo no


nos lo habéis dicho antes?!

―Demetri llegó hoy mismo de su misión ―explicó ella―. Lo supo esta


misma madrugada.

―No mientas ―le acusó papá, rechinando los dientes―. Llevabais


sospechando esto desde hace tiempo, por eso Thiago les hizo esa prueba a los
lobos.

―Eran meras sospechas ―se defendió ella en un tono monocorde, serio―.


Necesitábamos corroborarlo para cerciorarnos. Una lucha no se puede
preparar bien si no se está completamente seguro de todas las intenciones del
contrario, es demasiado arriesgado.

Mi padre no pudo contestar a eso.

Jasper volvió a hacer de las suyas y Jacob pareció tranquilizarse un poco, así
como todos los demás.

―¿Una lucha? ―preguntó mi madre, a la cual sujetaba mi padre.

―Tendremos que luchar contra esos licántropos, y tendremos que hacerlo en


esas montañas.

Solo así les pillaremos totalmente desprevenidos y nos será más fácil
vencerles ―declaró Jane con su aire arrogante.

―¿Tendremos? ―me percaté yo, matizando la palabra ya con algo de


disconformidad.
―Nosotros también iremos ―me contestó ella, arqueando la comisura de su
labio.

―No os necesitamos para nada ―objetó Jacob, mirándola con un poco de


desprecio.

Eso me gustó y volví a reírme con malicia para mis adentros.

―Thiago y su grupo conocen todo lo relativo a los licántropos, sobre todo a


su líder ―afirmó Jane, otra vez con autosuficiencia―. Y Enguerrand es un
general muy eficiente. ―Se notó que suavizó su calificativo, ya que, según
me parecía, no debían de llevarse muy bien.

Enguerrand ni se inmutó por su comentario.

―Bien, aceptamos vuestra ayuda ―asintió mi padre.

―¡No, no me da la gana! ―protestó mi chico, ofuscado―. No pienso aceptar


la ayuda de estos…

―Toda ayuda es poca, Jacob ―le interrumpió mi progenitor―. Lo primero y


más importante es proteger a Renesmee, no lo olvides.

Jacob rechinó los dientes, pero no pudo decir nada.

―Pues hay que pensar en un plan ―manifestó Emmett.

Los lobos corearon unos aullidos para dar su aprobación.

―En mi opinión, lo mejor sería quedar mañana a primera hora en algún lugar
de esas montañas ―habló Jane, sujetando su mandíbula bien arriba―.
Volver a reunirnos aquí sería demasiado peligroso. Ambos lados podemos ir
pensando en alguna estrategia y comentarla mañana.

―Me parece bien ―aceptó mi padre otra vez.

―¿Por qué decides tú? ―se quejó Jake.


406

―Porque ahora mismo tú no eres capaz de decidir nada juicioso ―le


contestó papá.

Mi chico volvió a matarle con la mirada, pero se calló.

―Bien, Enguerrand ha estado en las montañas con Demetri. Él te mostrará el


sitio exacto donde nos reuniremos mañana ―continuó Jane.

Esta le hizo un gesto con la cabeza y Enguerrand asintió con un sutil


movimiento.

El vampiro pelirrojo llevó sus ojos hacia mi padre y se sumió en una especie
de trance en el que las córneas se transformaron vidriosas y mates. Papá
examinó las imágenes que tenía grabadas en su mente y que le estaba
mostrando, hasta que bajó su cabeza una sola vez para indicarle que ya se
había percatado de cuál era ese paradero. Entonces, Enguerrand volvió en sí y
sus ojos regresaron a su estado inicial.

―De acuerdo, nos encontraremos allí mañana ―dijo papá.

―Hasta mañana, pues ―se despidió Jane sin más.

Eso sí, cuando los cuatro miembros de la guardia Vulturis se dieron la vuelta
para marcharse, las sucias pupilas de esa arpía tuvieron que repasar a mi
marido de arriba abajo antes. Rechiné los dientes, ya harta, pero luego las
llevó hacia mí y su mirada fue muy distinta. Su odio era evidente, como
siempre, sin embargo, en esta ocasión también me dedicó una sonrisita que
gritaba a los cuatro vientos cuánto me menospreciaba. Aunque no fue eso lo
que me molestó.

Mi padre ya la gruñó al ver sus pensamientos y sus intenciones, y mi pulsera


también protestó, aunque no me hizo falta eso para saber lo que pasaba por su
cabeza. Su sonrisa denotaba todo eso, pero, además, se sumaba una especie
de burla intencionada que capté a la perfección. Una burla por lo que había
dicho antes y porque Jacob no lo había refutado.
Y eso me dolió.

407

Pasar página

―Borra esa estúpida sonrisa de tu careto ―le advirtió Jacob a Jane,


rechinando los dientes, cuando vio cómo me miraba ella, aunque no percibió
sus verdaderas intenciones, ya que parecía seguir ofuscado con otros
pensamientos.

Me quedé mirando cómo esa arpía terminaba de darse la vuelta con esos aires
triunfales, como si hubiera ganado alguna partida, y ese primer sentimiento
de daño emocional pasó automáticamente y súbitamente al extremo contrario,
donde la sangre comenzaba a hervir mis venas. Sabía que solo había dicho
aquello para herirme, pero no lo pude evitar. Jacob no lo había rebatido, y
ella se estaba marchando de aquí victoriosa. La rabia me revolvió las tripas,
casi parecía que tuviese el magma de un volcán dentro, preparado para
estallar en cualquier momento.

Pero no quería hacerlo con ella todavía presente, porque si me veía discutir
con Jake eso le daría más satisfacción, así que apreté la dentadura y aguanté
estoicamente hasta que se marchara del todo. Mi mano era sostenida por la de
Jacob, y tuve que contenerme mucho para no hacérsela añicos.

―Maldita enana ―masculló Jacob, enfadado, mientras Jane se alejaba con


Felix, Demetri y Enguerrand. Mi padre, que me observaba con preocupación,
abrió la boca para decirme algo, pero de pronto Jake le interrumpió―. Y tú,
siempre haces lo mismo ―le reprochó, girándose hacia él, muy cabreado―.
Nunca, nunca me consultas.

―No te consulto porque ya sé tu respuesta ―le contestó papá, que no dejaba


de analizarme a cada rato―. Y tu respuesta no es acertada.

―Ya, claro ―resopló Jake―. El lector de mentes, el listo, el sabelotodo


―chistó después, mirando hacia otro lado con desaprobación.
Casi no estaba en la conversación. Mis ojos no se despegaban de los cuatro
espectros que se alejaban de nosotros con lentitud. Estaban lejos, pero no lo
suficiente como para no poder oírnos.

Seguí apretando los dientes.

―Ya sé que no te fías de ellos, pero te aseguro que no vi ninguna otra


intención en sus mentes que no fuera la de luchar contra Vladimir, Stefan y
esos licántropos ―le reveló mi padre―. A ellos les desagrada tanto como a ti
el trabajar juntos, pero solamente están obedeciendo las órdenes de Aro. A
los Vulturis les interesa vuestra alianza, al menos, por ahora. Saben que eres
invencible y tienen muchos enemigos, un aliado como tú es demasiado
valioso para ellos. Créeme, les interesa más tenerte de aliado que de enemigo.

―¡Yo no soy su aliado! ―protestó Jacob.

Leah y Quil también hicieron notar su disconformidad con unos gañidos.

Los cuatro espectros desaparecieron en ese horizonte arbolado, sin embargo,


esperé un poco más, por si acaso.

―No nos queda más remedio que ir hasta esas montañas para luchar contra
los licántropos. ―Mi padre contestó a la queja de alguno de los lobos―. Si
esperamos a que vengan hasta aquí, ya no tendremos esa ventaja de la
sorpresa, les daríamos tiempo a planificar algo y a que se organizasen. Eso
sería darles ventaja, sería peligroso.

―Estoy de acuerdo ―apoyó Ezequiel, que había preferido mantenerse un


poco al margen durante la presencia de la guardia de los Vulturis y hablaba
por primera vez―. Es mejor pillarles desprevenidos.

―Sí, eso ya lo sé ―resopló Jacob de nuevo―. Pero si también acepto ir a


esas montañas es para que no haya más víctimas inocentes, ¿está claro? No
quiero que esos licántropos asesinen a más gente.

―Demasiado tarde ―declaró Rosalie, que estaba con los brazos cruzados―.
Aquí no han llegado más trozos de nadie, pero lo más seguro es que hayan
matado a más personas.

―Todavía no sabemos si el dueño de esa pierna fue víctima de uno de los


licántropos ―intervino mi madre―. La policía sigue investigando.

―Vamos, Bells, es evidente que lo es ―opinó Jake―. No han encontrado el


cuerpo, ni tampoco 408

más pistas.

Los sonidos típicos del bosque fueron acompasados, además, de la absurda


discusión que se abrió con ese asunto al que yo no prestaba ninguna atención.
Mi cabreada mente estaba para otras cosas.

Ahora sí. Jane ya estaba lo bastante lejos.

―Los licántropos… ―Jacob dejó su frase inconclusa al verme.

Cuando me di cuenta, había girado mi enfadado rostro hacia Jake, le había


dedicado toda una gama de reproches con la mirada y había soltado su mano
con brusquedad para echar a andar con prisas hacia casa.

Dejé un repentino silencio a mis espaldas y percibí una estupefacción total


por parte de todos nuestros acompañantes, sin embargo, a mí me daba igual y
seguí caminando. No sé adónde iba con esa barrigota que ya pesaba bastante,
pero estaba que echaba humo y mis pies avanzaban con bastante presteza.
Aunque no estuve sola nada de tiempo.

―Nessie, espera, ¿adónde vas? ―quiso saber Jake, que ya estaba detrás de
mí.

No le veía el rostro, pero por su tono de voz supe que estaba extrañado por mi
comportamiento.

―Me voy a casa ―respondí, malhumorada, clavando los pies en el terreno


por mi enrabietada marcha.

De repente, Jacob tomó mi mano y noté un tirón que me obligó a detenerme.


En un parpadeo, vi cómo mi cuerpo se veía forzado a girarse hacia él y cómo
me tomaba en brazos. No fue hasta ese instante que no supe que mi familia
también me estaba siguiendo. Me fijé en que ya no estaban los lobos, ni
tampoco Ezequiel, seguramente Jacob les había dado una orden con alguna
señal y habían regresado con los demás para seguir vigilando el bosque.

Me sujeté al cuello de Jacob y dejé que me llevara, pero solo porque mi


barriga ya se me hacía bastante pesada y no quería cansarme, por el bien del
bebé.

―¿Qué te pasa? ―me preguntó mientras seguía caminando, junto con el


resto de mi familia.

Preferí no contestarle aquí, pues había demasiada gente a nuestro alrededor y


este era un tema privado.

―¿No es evidente? ―le respondió Rosalie por mí―. Eres un idiota.

―Oye, rubia, ahora mismo no estoy de humor, ¿vale? ―bufó Jacob.

―Rose, es mejor que no te metas ―le aconsejó mi padre.

Mi tía suspiró, pero siguió el consejo.

Continuamos caminando por el boscaje, ya territorio quileute, en silencio,


hasta que por fin llegamos a casa.

Jacob subió el peldaño del porche y me dejó en el suelo. Abrí la puerta,


siguiendo con mi mal humor, y pasé adentro, dirigiéndome al saloncito.

―Hola, cielo ―me saludó Alice, de la que pasaba a su lado.

Pero yo no estaba ni para contestar.

―Nessie, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás enfadada? ―quiso saber Jake,
siguiéndome.

―Deberías saberlo ―le reproché, girándome hacia él.


―¿Saber el qué? ―Las cejas de Jacob bajaron sin comprender.

Era increíble. Ni siquiera sabía de lo que estaba hablando.

―¿Qué le pasa? ―le preguntó Alice a alguien.

―Todo es culpa de Jane ―chistó mi madre con desaprobación.

―¿De Jane? ―El ceño de mi chico bajó aún más.

―Pareces tonto ―reprobó Rosalie, cruzándose de brazos mientras giraba la


cara y hacía negaciones con la cabeza.

―¿Qué ocurre aquí? ―inquirió Esme, saliendo de la cocina.

―Deberías haberle dicho algo ―incluso Emmett se había dado cuenta.

―¿Decírle el qué? ¿De qué estáis hablando? ―Y el bobo de Jacob seguía sin
darse cuenta.

Intenté hablar, pero mi madre me interrumpió.

―De cuando ella dijo que solo te habías olvidado de mí porque te habías
imprimado.

El rostro de Jacob cambió, como si se hubiese dado cuenta de algo ahora.

―¿Y por qué ha dicho eso? ―Esme no podía creérselo, y su semblante


estaba lleno de crítica y censura hacia Jane.

―Es obvio que solamente quería hacer daño ―le respondió Jasper.

¿Pero por qué todo el mundo seguía aquí?

―Sería mejor que les dejásemos a solas, ¿no creéis? ―sugirió mi padre, para
mi alivio. Él era el 409

único que sabía lo que pasaba por la cabeza de Jacob y por la mía―. Este es
un tema de pareja que…

―¿Jane dijo eso? ―Los ojos de Alice no podían estar más abiertos cuando
cortó a mi progenitor, el cual suspiró con enfado y me miró con complicidad.
Volví a abrir la boca, pero, otra vez, me vi interrumpida yo también―. Jacob,
¿y por qué no le dijiste nada?

Jake quiso contestar, pero a él tampoco le dejaron.

―Porque es un idiota ―criticó Rosalie.

Mis labios hicieron el amago de abrirse para hablar con él.

―Deberías haberle contestado ―me cortó Alice.

La frase de Alice dio pie a una pequeña discusión consistente en diferentes


reproches hacia Jacob. Me estaba volviendo loca. Normalmente esta falta de
intimidad era un tostón y resultaba bastante incómodo, pero se podía
sobrellevar. Sin embargo, ahora sí que la necesitaba, y con urgencia. Tenía
que hablar con él, pero a solas. Esto era una locura.

―¡Basta! ―voceé, apartándome de allí al tiempo que hacía un aspaviento


con los brazos. Me detuve frente a ellos y respiré bien hondo para no pegar
otra voz, aunque mi cuerpo y mis manos se movían con algo de
enervación―. Quiero que nos dejéis a solas, por favor. Necesito estar a solas
con mi marido ―les pedí, matizando esa palabra con ahínco.

―Sí, nos iremos todos afuera, ¿verdad? ―me apoyó mi padre, mirando con
cierta amenaza a los demás.

―Por supuesto ―asintió Esme, sonriendo con esa dulzura suya que ya
relajaba un poco―.

Vamos, todos fuera ―les dijo al resto, azuzándoles con los brazos para que
despejaran el vestíbulo.

Mi familia obedeció y comenzaron a dejar la casa.


―Te la vas a cargar ―se burló Emmett cuando se daba la vuelta hacia la
puerta.

Jake entrecerró los ojos y le dedicó una miradita con cara de pocos amigos.

La carcajada de mi tío fue lo último que se escuchó antes de que se cerrase la


puerta.

Por primera vez en siete meses, la casa se quedó vacía y nosotros estábamos
completamente a solas. Se hizo un silencio que me hubiera parecido de lo
más placentero si no fuera por la razón que lo había propiciado.

―Todo tiene una explicación ―empezó a excusarse Jacob, rompiendo ese


mutismo, acercándose a mí.

―¿Ah, sí? Pues ya puedes empezar a decírmela ―le contesté, dándome la


vuelta hacia el saloncito.

Seguía estando que botaba, porque solo recordar la cara de esa arpía y su
sonrisa llena de burla y triunfalismo, me quemaba el hígado.

La chimenea estaba encendida. Esme debía de haberla prendido, como venía


haciéndolo últimamente en estas tardes de primeros de mayo, que estaban
viniendo especialmente frías, para ambientar un poco el saloncito. Me dirigí a
uno de los sillones que se situaban frente a las llamas y me senté. Me quité
esa molesta pinza del pelo, tirándola en una esquina del asiento, me revolví el
cabello, el cual cayó a un lado de mi cuello, y crucé mis brazos en mi pecho.

Jacob levantó el sillón de al lado, cogiéndolo por los brazos, y lo arrimó al


mío, girándolo también para tenerme más de frente. Se sentó, se inclinó hacia
delante, apoyando los antebrazos sobre las piernas, y me miró.

―No se lo rebatiste ―hablé yo, aún irritada, adelantándome a lo que él iba a


decirme―. Solo te limitaste a decir: «¿cómo sabes eso?». ―Y lo entoné con
una acidez que me salió más exagerada de lo que yo tenía pensado.

―Es un malentendido, nena, te lo juro ―aseguró, clavándome esos ojazos


suyos que ahora me observaban implorantes. Tuve que tomar una buena
bocanada de aire para mantenerme firme.

Luego, se acercó más a mí y llevó su mano a mi pierna para acariciarme―.


Me refería a cómo sabía que estaba imprimado. Me extrañó que ella lo
supiera, solo eso. Aro lo sabe por lo que le mostré cuando ellos te
secuestraron, y también porque ese detalle se cuenta en la profecía, es
evidente que tuvieron acceso al libro donde se encuentra, pero ¿ella? No creo
que tuviera acceso directo al libro.

Tuvo que contárselo él, aunque no sé a qué fin. En fin, solamente lo dije por
eso, nada más. Ni siquiera le di importancia a la frase, es… tan absurda.

―Pues a mí no me parece tan absurda ―rebatí.

―¿Por qué? Sabes que es mentira.

No sé qué me pasó, pero fue escuchar eso y observar su hermoso rostro, y mi


enfado se transformó súbitamente en un nudo enorme que se atragantó en mi
garganta con fuerza. En un 410

segundo, me vi embargada por esa sensiblería tonta de siempre y me dieron


unas ganas de llorar enormes. Me sentí como si estuviese un poco loca,
parecía que, con esto del embarazo, sufriera algún síndrome bipolar o algo
por el estilo. Estupendo.

Me di cuenta de que lo que más me había dolido de la frase de Jane no había


sido la intención con que la había dicho, el porqué la había dicho, sino lo que
había querido insinuar con ella.

Recordaba aquello que me había dicho Nahuel años atrás para separarme de
Jacob, pero lo que él había insinuado es que Jake seguía enamorado de mi
madre y que se había imprimado de mí solo porque le recordaba a ella. En
aquel entonces lo había aclarado con Jacob y ya sabía que eso era mentira,
claro, ya sabía que él se había olvidado de mi madre en ese aspecto. Sin
embargo, esto era diferente. Jamás me había parado a pensar que Jake podía
haber olvidado a mi madre solamente porque se había imprimado de mí.
Nunca se me había pasado eso por la cabeza. Hasta hoy.

¿Era así? ¿Solo se había olvidado de ella gracias a la imprimación? ¿Qué


hubiera pasado si no se hubiera imprimado de mí? ¿Seguiría enamorado de
ella? Entonces, yo, ¿en qué me convertía?

¿Solo era un segundo plato? ¿Una sustituta que había aparecido en el


momento más oportuno?

Jacob esperaba mi respuesta, sin embargo, no fui capaz de contestar y ladeé


el rostro, presa de esa congoja estúpida, llevando los brazos a mi hinchado
vientre, algo confusa. Jacob se percató, por supuesto.

―No me digas que crees esa tontería.

―Para mí no es una tontería ―confesé.

―Vamos, Nessie, ya habíamos hablado de esto hace años, creía que lo


teníamos más que superado ―manifestó, hablándome con voz dulce al
tiempo que me observaba con preocupación.

Genial. Lo que me faltaba es que él se preocupase por mi culpa.

―Sí, y lo está. Quiero decir, lo de mamá. ―Cogí aire y lo expulsé con


rapidez―. Pero esto…

―Tú también estás imprimada, sabes lo que significa, ¿no?

―Ya, pero yo solamente he estado enamorada de ti, y estoy imprimada desde


que nací, es diferente. ―Mis pupilas bajaron al suelo y murmuré las
palabras―. Me siento como si fuera el segundo plato con el que te has tenido
que conformar. No sé, puede que sea por culpa de esta sensiblería absurda, ya
sabes que últimamente estoy muy tonta, todo me afecta más.

Jacob se quedó unos segundos en silencio, escudriñándome con la mirada.

―Ven aquí―me pidió con un murmullo, cogiéndome de la mano para


instarme a que me levantara y me sentara en su regazo.
Volví la vista hacia él y miré sus ojos sinceros y seguros, así que me puse de
pie y me senté encima de sus piernas, de lado. Rodeé su cuello con mis
brazos y él mi cintura con sus manos. Las llamas de la chimenea fluctuaban
en su rostro, tiñéndolo de unos tonos azafranados que también se reflejaban
en sus brillantes ojos de ébano, y aunque todavía tenía algunos visos de la
pintura, seguía pareciéndome el más hermoso del mundo. Su cara estaba muy
cerca de la mía, y mis mariposas no podían evitar aletear en mi estómago.

―Yo estoy enamorado de ti hasta las trancas, te amo con toda mi alma, ¿qué
importa cuál fuera el modo en que nos unimos o nos conocimos? ―empezó a
hablar, mirándome con absoluta convicción y certeza―. ¿Sabes? Me da igual
cómo fuera, lo único que me importa es que te quiero, y que jamás he querido
así a nadie. ¿Qué importa la imprimación? Verás, antes de imprimarme no
comprendía en qué consistía esto, pero ahora lo veo tan claro. Cuando te
conocí, cuando me imprimé de ti, no me enamoré. Me enamoré de ti años
después, cuando creciste, pero eso no lo hizo la imprimación, lo hiciste tú. En
el caso de Sam y Emily, o Jared y Kim, por ejemplo, ambas partes eran
adultas, y no tuvieron la oportunidad de comprobar esto porque se
enamoraron con un flechazo, fue un amor a primera vista, pero la
imprimación no hace que te enamores de la otra persona, solamente te
vincula. Esto se puede ver claramente gracias a mi caso y el de Quil, ya que
vosotras erais niñas. Si la imprimación fuera lo mismo que enamorarse, los
dos nos hubiéramos enamorado de vosotras desde el principio, ¿no crees?
Pero no fue así, porque la imprimación solo nos vincula. La imprimación
solamente me vinculó a ti de una forma espiritual, porque eres mi alma
gemela, mi única alma gemela, por eso la imprimación nos unió, no me
hubiera imprimado de ti si tú no fueras mi alma gemela de verdad, y como es
lógico, terminé enamorándome de ti. Pero no porque la imprimación me
obligase. ―Al ver cómo mi semblante iba cambiando, se puso a hablar con
más entusiasmo―. Es que, ¿quién no iba a enamorarse de su alma gemela?
Habría que ser bien idiota como para rechazar o evitar eso. Tú no eres el
segundo plato, para nada. La imprimación no me dijo: «eh, oye, tienes que
quedarte con esta chica, tiene que ser tu alma gemela, te guste o no». No. La
imprimación me dijo: «eh, oye, esta chica es tu alma gemela, tío, la has 411
encontrado, tu única alma gemela, te lo digo para que lo sepas, colega, si no
te enamoras de ella es que eres tonto».

No pude evitar sonreír. Jacob continuó con su discurso.

―No me olvidé de tu madre porque me imprimara, me olvidé de ella porque


te encontré a ti, porque todo era por ti, desde el principio ―matizó en un tono
suave y dulce, enganchándome con esos ojazos intensos y penetrantes―. Y la
imprimación no hizo que dejase de querer a tu madre, sino que ayudó a que
mi amor por ella cambiase y pasara a ser diferente primero. Verás, ante todo
quiero que veas que aunque tú no hubieras nacido, tarde o temprano iba a
terminar olvidándome de tu madre, como hace todo el mundo cuando les
rompen el corazón, es ley de vida, lo que pasa es que, en vez de pasar página
en meses o años, como hace la mayoría de la gente normal, la imprimación
ayudó a que lo hiciera en cuestión de minutos, ¿entiendes? En cierto modo
me ahorró mucho tiempo, créeme. ―Me mostró su sonrisa torcida y otra vez
no pude evitar que mi labio se curvara hacia arriba para corresponderle. Jacob
siguió hablando―. No, ahora en serio. En aquel entonces estaba convencido
de que mi alma gemela era tu madre, estaba empeñado, porque sentía que
teníamos una conexión, un vínculo, pero no me imprimaba de ella. Siempre
me preguntaba por qué no me había imprimado de Bella, y eso me tenía muy
confundido y desconcertado, hasta que me imprimé de ti. Entonces me di
cuenta de todo, lo vi todo claro y cristalino. Esa conexión que sentía hacia
ella era por ti; sus ojos, en realidad, no eran sus ojos, eran los tuyos, te estaba
viendo a ti todo el tiempo, te buscaba a ti, y Bella era la portadora de nuestra
conexión, por eso sentía todo aquello por ella, te veía a ti en ella. De hecho,
esa conexión que sentíamos Bella y yo entre nosotros, esa dependencia
mutua, desapareció cuanto tú naciste. Siempre has sido tú, Nessie, estábamos
destinados desde el mismo principio de todo. La imprimación me abrió los
ojos. Cuando descubrí que mi alma gemela eras tú y no Bella, hizo que por
fin lo comprendiera todo, que por fin todo cuadrara en mi cabeza. Por eso lo
que sentía por tu madre pasó a ser ese cariño y esa amistad, ese amor
fraternal, ¿comprendes? Nuestra conexión se fue, todo cobró sentido, todo se
colocó en su sitio y todo aquello se desvaneció. Éramos familia, siempre
habíamos sido familia. ¿Eso significa que no la quisiera? Claro que no, una
cosa no quita a la otra. Yo amé a tu madre en su momento, lo que sentía por
ella lo sentía como real, lo sentía como tal, en ese momento sentía que la
quería, pero no sabía nada de esto, no sabía que, en verdad, eso ya formaba
parte de mi vínculo contigo, que ya entonces te estaba amando a ti. Bella
puede que, en cierto modo, fuera mi primer amor, sí, forma parte de mi
pasado, era parte de mi vínculo contigo, nadie ni nada puede cambiar eso
―sus ojazos se clavaron en los míos, otra vez con esa determinación y
convicción que ya aceleró mi corazón, y pegó su frente a la mía,
estremeciéndome―, pero mi amor verdadero eres tú, tú eres el amor de mi
vida, no lo era ella, lo eras tú. ―Empecé a quedarme sin aire cuando me
habló entre susurros―.

La imprimación ayudó a que pasara página al instante porque ya no había


dolor en mi corazón. Ya no tenía motivos para sentirlo, pero no por la
imprimación en sí, sino porque te había encontrado a ti, y por primera vez en
toda mi vida, me sentí completo, todo cuadró a mi alrededor, la simetría del
cosmos, todo, sentí una paz inmensa. Además, tu madre ya empezaba a
transformarse, todo había salido bien, y ya no tenía motivos para
preocuparme por ella. ―Subió su mano hasta mi mejilla y me acarició con
sus sedosos dedos―. Pasé página porque al fin te encontré a ti de verdad, a
mi alma gemela, a la que sabía que sería mi amor verdadero, a la que sabía
con total certeza que sería la mujer que iba a amar con toda mi alma; y lo
sabía porque la imprimación ya me lo anunció, claro, pero no porque me
obligase a nada, simplemente sirvió para ratificarme que tú eras esa persona
de la que me iba a enamorar, a la que iba a amar con toda mi alma, que iba a
ser mi amor verdadero.

Y así fue, así es. Y ya entonces, desde ese primer momento en que te vi, tú
eras lo que más me importaba del mundo, nada podía superar eso. Te quiero,
estoy loco por ti, lo sabes, y jamás he sentido esto tan intenso por nadie, eso
es lo único que me importa. El cómo fue o qué fue lo que nos unió me da
exactamente igual, lo importante para mí es que estamos juntos, y por eso soy
el hombre más feliz del universo.

―Jake… ―susurré con lágrimas en los ojos.

Me abalancé a sus labios para besarle con toda mi alma, entregándole todo mi
ser, todo mi corazón. Mientras mis labios se movían efusivamente, llenos de
emoción, él me apretó contra su pecho y correspondió mis besos con la
misma entrega. La energía giraba, mis mariposas hacían piruetas en mi
estómago, mi corazón iba a doscientos por hora, y mis lágrimas rodaron por
mis mejillas con una felicidad inmensa, indescriptible.

No sé cuántos minutos estuvimos besándonos, solamente sé que tuvimos que


obligarnos a terminar el beso y que nos costó lo nuestro. Después de
conseguir separar nuestras bocas, 412

necesitamos de un par de minutos más para recomponernos y volver a este


planeta.

―Espero que ya no vuelvas a dudar nunca ―dijo con un murmullo.

―No ―sonreí.

―Segundo plato… ―chistó a modo de burla, sonriéndome―. Mira, esto que


voy a decir está un poco feo, y espero que tu madre no lo oiga, pero si
tuviéramos que hablar de platos, ella hubiera sido un aperitivo y tú el plato
principal.

―Sí, la verdad es que suena un poco feo ―opiné sin dejar de sonreírle.

―Era un símil, nada más ―se defendió, mostrándome esa maravillosa y


blanca sonrisa que lo iluminaba todo―. Solo lo usé porque tú habías dicho
eso del segundo plato, tampoco menosprecio lo que sentí por ella, solamente
lo dije para que lo entiendas.

―Lo entiendo ―asentí―, no te preocupes.

―Vale.

―Lo único que me molesta es que Jane quedó como si hubiera ganado algo
―resoplé al recordarlo.

―¿Y qué importa lo que piense esa enana? ―refutó él, sonriendo―. A mí
me da igual. Además, sabe de sobra que es mentira, solamente lo dijo para
herirte.

Lo pensé durante un instante. Jake tenía razón. ¿Qué más daba lo que ella
dijera? Nosotros sabíamos la verdad, y eso era lo único que importaba. Me di
cuenta de que Jane no había ganado nada en realidad, porque su único fin era
herirme, separarnos, y no lo había conseguido, sino todo lo contrario. Ahora
Jake y yo estábamos felices. Me reí en mi fuero interno con malicia.

―Tienes razón ―sonreí, y mi sonrisita delataba mis pensamientos.

Justo en ese momento, mi familia entró en casa como si fuera una estampida,
eso sí, silenciosa en pasos, aunque no en palabras.

―Todavía no habían terminado, os lo dije ―se oyó decir a papá desde el


vestíbulo.

―Bueno, yo creo que sí, ¿no? ―rebatió Alice, que se acercaba al saloncito
con sus gráciles y alegres brincos de siempre―. ¿Ves? Ya no están hablando.

Nuestro pequeño momento de soledad e intimidad se había terminado. Jacob


y yo nos miramos y los dos suspiramos.

En un abrir y cerrar de ojos, la estancia se llenó con la presencia de mi


familia, que comenzaron a abarrotar el sofá y la cocina.

―Qué, al final no hubo bronca, ¿eh? ―bromeó Emmett, dándole un suave


puñetazo a Jake en el brazo.

Bueno, por lo menos habíamos podido hablar y aclarar las cosas.

Ahora mismo, solo me sentía feliz.

413

La estrategia

―¿Queda mucho para llegar? ―preguntó Jake mientras avanzaba por esa
pendiente empedrada, conmigo a cuestas.

―Oh, por favor ―se quejó Rosalie, poniendo los ojos en blanco―. Esta es la
tercera vez que lo preguntas, pareces un niño pequeño.

―Él es el único que ha visto ese sitio, es lógico que le pregunte, ¿no crees?
―replicó Jake, molesto.

―No falta mucho ―le respondió mi padre, ya resignado.

―Ya, eso dijiste hace tres cuartos de hora ―resopló Jacob.

―Si Nessie te pesa, puedo llevarla yo ―se ofreció Emmett con cierto aire
burlón.

Observé a mi chico. No parecía cansado, en realidad, parecía estar cargando


con un bloque de paja o algo parecido, porque me llevaba con gran agilidad y
soltura, sin embargo, se había pasado todo el camino, desde que habíamos
dejado los coches, cargando conmigo en sus brazos. Al principio el terreno
era más llano, aunque más frondoso, pero hacía más o menos una hora que
habíamos empezado a recorrer una pendiente más bien rocosa que también
albergaba algunos árboles.

―Si quieres, puedo irme con Em ―le dije a Jake.

Aunque prefería estar en sus cómodos y calentitos brazos, claro. Estaba


comodísima, podía sentir la calidez de mi chico, la ardiente piel de su cuello
en mi frente, oler su maravilloso efluvio muy de cerca, y la barriga no me
pesaba, podía pasarme todo el trayecto con la mano sobre ella, sintiendo las
continuas pataditas de mi bebé, que aún me emocionaban.

―Sí, ven aquí, sobrinita ―bromeó mi tío, abriendo los brazos hacia mí al
tiempo que me lanzaba besitos intencionadamente sonoros.

Solté una risilla al ver esa cara tan cómica que ponía, incluso a Embry le hizo
gracia.
―No, te llevo yo ―se opuso Jacob, apretándome contra él―. Para eso soy tu
marido, ¿no?

Además, no me pesas nada. ―Esta última parte se la dedicó a Emmett,


poniéndole una mueca.

Em se carcajeó, pero yo le sonreí y le di un merecido beso en los labios.

Quil, Embry, Seth, Leah, Jared, Paul, en su forma lobuna, y Ezequiel y


Teresa nos acompañaban en esta reunión, más que nada para cerciorarnos de
que no se trataba de una trampa, si bien mi padre no había visto señal alguna
de eso en la mente de Jane. El resto de la manada y el aquelarre de Denali se
habían quedado por los bosques de La Push, así como en nuestra casa, para
vigilar. Nikoláy, Ruslán y Razvan, o su guardia, podían aparecer por allí en
cualquier momento, aunque otra pequeña parte de los lobos también se
encargaba de los vampiros nómadas que seguían visitando su territorio de vez
en cuando.

Seguimos ascendiendo por esa pendiente durante un rato más, salimos a una
zona más horizontal, donde la vegetación y los árboles se hicieron más
protagonistas, y, cuando Jake ya estaba a punto de preguntar de nuevo, mi
padre se adelantó.

―Ya hemos llegado.

Nos detuvimos y Jacob por fin pudo dejarme en el suelo.

Aproveché para darle otro beso, como agradecimiento por haber cargado
conmigo todo el camino. Iba a despegarme de sus labios, pero entonces la
brisa me trajo otros efluvios que ya eran muy conocidos para mí, por
desgracia, sobre todo uno. Sí, Jane estaba llegando. Así que no me lo pensé
dos veces y alargué el beso.

Pillé algo desprevenido a Jacob, que ya estaba a punto de soltar mi boca, pero
en cuanto mis brazos se enredaron en su cuello y mis labios comenzaron a
buscar los suyos con más efusividad, ya le fue imposible no corresponderme
y me abarcó con sus manos para pegarme a él. Por supuesto, la energía no
tardó en revolotear a nuestro alrededor, acompasando a mis mariposas, pero
me dio tiempo y todo a reírme en mi fuero interno con satisfacción antes de
que esto me embargara completamente.

Después, ya ni me enteré de lo que pasó a nuestro alrededor. Me evadí, como


siempre me pasaba cuando Jacob y yo nos besábamos, y todo dejó de existir,
incluso Jane. Ahora solo 414

estábamos Jacob y yo.

El fuerte carraspeo de mi padre, y la vibración intensa de mi pulsera, nos


avisó de que Jane ya estaba presente.

Jacob y yo despegamos nuestros labios, pero tuvimos que coger una buena
inhalación de aire para conseguir centrarnos. Bajar de las nubes costaba.

No obstante, en esta ocasión bajé muy pronto, porque vi la cara de Jane. Su


envidia quedó patente otra vez, sin embargo, ahora su rabia ensombrecía aún
más su rostro de niña diabólica.

También me miró con odio, pero no me importó en absoluto, es más, incluso


me gustó, porque eso significaba que la que había vencido finalmente era yo.
Le mostré una sonrisita chulesca y triunfal que la sacó más de quicio, aunque
lo disimuló, claro, tenía que guardar las formas delante de sus compañeros y
del resto de presentes. Mi padre era el único que sabía lo que pasaba por su
cabeza.

Me reí para mis adentros de nuevo, aunque esta vez con malicia, tengo que
reconocerlo.

Me separé de Jacob, aunque no mucho, lo justo para cogerle de la mano y


sentir su costado bien pegado al mío.

Jane venía acompañada por el mismo séquito que ayer, sin embargo, hoy se
sumaba alguien más. Ese que era tan bajo como su hermana y que tenía el
mismo rostro infante que ella, su mellizo.
Alec. Él tampoco desaprovechó la ocasión para censurarnos a Jacob y a mí
con la mirada, y más cuando se fijó en mi abultado vientre. Las sucias pupilas
de Jane no repasaron a mi marido esta vez, estaba demasiado ocupada y
ofuscada con su odio hacia mí. Eso también me gustó.

―Saludos, Jane ―habló Carlisle, seguramente para sacarla de sus


pensamientos oscuros.

Percibí cómo la comisura del labio de mi progenitor se alzaba muy


levemente, uniéndose a mi resarcimiento de una forma silenciosa y secreta,
aunque seguía manteniendo una mirada sobria y fija en ella.

―Saludos ―contestó Jane, levantando su arrogante barbilla. Echó un vistazo


general en el que no faltó una visible crítica hacia los lobos, pero cuando se
fijó en Ezequiel, su semblante se volvió aún más tétrico. El mago alzó el
mentón también, como si estuviese dando la cara―. ¿Hacían falta tantos
aliados para una reunión amistosa?

No fue la única que miró mal a Ezequiel, tanto Demetri como Felix,
Enguerrand y Alec hicieron exactamente lo mismo.

―Vosotros también sois uno más ―afirmó mi padre, oscilando la mirada


hacia Alec.

El aludido le dedicó una sonrisa arrogante, hasta en eso se parecía a su


hermana.

―Me sorprende ver aquí a un traidor ―le echó en cara esta a Ezequiel. Felix
escupió en su dirección a modo de desprecio―. No creas que porque no te
dije nada ayer voy a olvidar eso.

La mano de Teresa apretó el brazo de Ezequiel, algo asustada.

Sabíamos que esto iba a pasar, pero ninguno de nosotros fue capaz de
convencer a Ezequiel para que no viniese. Él quería ayudar, y estaba harto de
huir y de ocultarse, por eso había decidido enfrentarse a esta situación. Ahora
vivía feliz junto a Teresa, ella le había devuelto la ilusión de una vida que le
había sido arrebatada cruelmente siglos atrás, y quería luchar por ella.

―Para ser un traidor, me extraña que Aro no haya venido a por mí todavía,
máxime cuando sabe que ya no me oculto y que tengo una residencia fija
―dijo Ezequiel, usando un tono más bien formal―. Estoy seguro de que tu
compañero ya le comunicó mi paradero hace tiempo ―siguió, oscilando la
mirada hacia Demetri para señalarle con la misma, aunque sus ojos volvieron
a por Jane enseguida―. Mi hogar está en las afueras de Forks. Me sorprende
que, estando excluido del límite del tratado, no haya actuado aún.

La mirada de Jane se quedó fija en él durante unos segundos, y se podía


palpar la tensión en ese aire primaveral.

―Los Vulturis no dan segundas oportunidades, lo sabes ―declaró ella


finalmente, sin cambiar ni un ápice esa expresión dura y fría―. Sin embargo,
estás aliado al Gran Lobo, y eso te hace intocable. Por el momento.

―No mientas ―intervino mi padre, rechinando los dientes―. Si Aro le ha


dejado con vida por ahora es porque cree que le puede ser útil en esta batalla.

Jane no respondió, pero entrecerró los ojos con inquina.

―Eso es lo que yo suponía ―coincidió el propio Ezequiel―. La barrera de


Varick no es capaz de ocultar a Aro de mis sueños, así que puedo ver su
presente cuando me place. Es por eso que lo sé a ciencia cierta.

Se escuchó el ligero gruñido en la garganta de Demetri.

―Cuando todo esto acabe, no dudes de que se hará justicia contigo ―afirmó
Alec, observándole 415

con la misma dureza que su melliza.

Teresa volvió a apretar el brazo de su pareja.

―De eso nada, chaval ―irrumpió Jacob, mirándole de arriba abajo con
chulería―. Ezequiel es intocable.
―Él no está incluido en el tratado ―le rebatió Alec.

―¿Ah, sí? Pues a partir de ya, está dentro ―afirmó mi chico, continuando
con la misma actitud―. Dile a tu querida momia que si no está de acuerdo
romperé ese tratado ahora mismo y terminaré con toda vuestra chusma,
empezando por vosotros. ¿Está claro? ¿Lo habéis entendido?

―El delito que ha cometido ha sido demasiado grave ―gruñó Felix―. Ha


intentado matar a Aro.

―Me importa una maldita mierda ―bufó Jacob, ahora muy irritado―.
Ezequiel es mi aliado, por tanto, entrará en el tratado. Además, Aro ha
intentado matarme a mí, así que se puede decir que estamos en tablas. Una
ofensa salda a la otra. Y ya le estoy perdonando muchas otras cosas.

Leah fue la primera que comenzó un coro de gañidos y gruñidos al


recordarlo.

―Jacob tiene razón ―medió Carlisle con su tono comedido y tranquilo―.


Creo que una cosa salda a la otra.

Ni Jane ni Alec fueron capaces de refutar eso. Jake tenía razón, así que no les
quedó más remedio que apretar las dentaduras. Entre tanto, Ezequiel y Teresa
esperaban su respuesta con tensión.

―Está bien ―aceptó Jane por fin, aunque sin dejar su rabia a un lado―.
Hablaré con Aro esta misma noche.

Teresa respiró más tranquila, y yo también. Ambas nos miramos con


complicidad y nos sonreímos ligeramente.

―Bien ―aprobó Carlisle, haciendo un ligero asentimiento de cabeza.

―Bueno, qué, ¿y ahora vamos a hablar de lo que haremos con esos


licántropos o no? ―intervino Jake, usando sus malos modales de siempre.

―Sí, deberíamos empezar a cuadrar nuestros planes ―opinó mi abuelo―.


¿Habéis pensado en alguna estrategia?

―Así es ―asintió esa arpía de Jane―. Enguerrand ―le pidió, haciéndole un


gesto con la barbilla al mencionado para darle permiso.

―Los licántropos se encuentran divididos en cuatro grupos, repartidos en


cuatro cuevas de estas montañas ―empezó a explicar él con sobriedad―.
Nuestra propuesta es la de atacar por esos cuatro flancos al mismo tiempo.

―¿Por separado? ―inquirió Jasper, el cual mostraba mucha atención.

―En efecto. Si atacamos por separado, al mismo tiempo, no tendrán conato


de fuga, les pillaremos totalmente por sorpresa.

La barbilla de Jane no podía estar más alta.

―Nosotros habíamos pensado en tenderles una emboscada, engañarles para


reunirles a todos en un mismo sitio ―declaró mi tío―. Así Jacob podría
terminar con ellos de un solo ataque.

―Es peligroso ―opinó Enguerrand―. Ya no tendríamos el factor sorpresa.


Las cuevas se encuentran distanciadas de una forma muy desigual, sería muy
complicado calcular un epicentro o punto de encuentro que quedase
equidistante entre las cuatro. Siempre habría un grupo que llegaría antes que
otro, y eso sería muy peligroso para nosotros.

Jasper se quedó pensativo.

―¿Cuántos licántropos son? ―quiso saber mi madre.

―Unos sesenta ―contestó Demetri.

―¿Se… sesenta? ―Tembló hasta mi voz.

Jacob apretó mi mano y me dio un beso en la cabeza para calmarme, aunque


yo no podía dejar de imaginarme a sesenta descomunales hombres lobo, con
sus ojos amarillos reflectantes, sus afiladas garras y sus dientes
puntiagudos… Y todos juntos.
―Contando todos nuestros efectivos, más los vuestros, somos cincuenta
―sumó Jasper mentalmente.

―Sí, pero tenemos que dejar a algunos de los nuestros por los bosques de La
Push y por nuestra casa, no podemos dejar la zona sin vigilancia ―le recordó
mi chico―. Esos magos siguen a lo suyo, no lo olvides.

―¿Cuántos estimas que debemos dejar allí? ―le preguntó mi tío, que ya
estaba reflexionando.

Jake se tomó unos segundos para pensarlo.

416

―No sé, unos quince, por lo menos ―resolvió, rascándose la cabeza―.


Cinco por cada parte que hay que cubrir: cinco para el bosque, cinco para
nuestra casa y cinco para proteger a la tribu de los chupasangres nómadas.

―Eso hace que nos quedemos en treinta y cinco para esta batalla ―dijo
Jasper, torciendo el gesto―. Treinta y cinco que se tienen que dividir en
cuatro grupos.

―Tocaríamos a tres grupos de nueve miembros y uno de ocho ―añadió


Carlisle―. Nueve para quince licántropos por cada cueva. Sigue siendo
peligroso.

―El grupo de Jacob tiene todas las de ganar ―opinó Emmett―. Él solo
tiene que soplar, como en el cuento de los tres cerditos. ―Y le dedicó una
sonrisa burlona a mi chico.

Jasper volvió a quedarse pensativo.

―Ja, ja ―ironizó Jake.

―Tú eres el más veloz de la manada, ¿verdad? ―interrogó Jasper, mirándole


con una intención que no comprendí.
―Bueno, en realidad, si hablamos de velocidad, la más rápida es Leah ―le
corrigió Jake.

La loba gris levantó el hocico con orgullo y satisfacción.

―Sí, pero te necesito a ti para mi plan ―declaró mi tío. Eso hizo que Leah
gañera, algo disconforme―. Tú eres muy rápido, podrías ir cueva por cueva
para terminar con los licántropos en poco tiempo.

―¿Qué? ―parpadeó Jake, algo perdido.

―No es mala idea ―opinó mi padre, que ya había visto el plan completo en
la mente de mi tío―. Es arriesgado, pero no deja de ser la única solución que
tenemos, en realidad. Si queremos terminar con los licántropos de una
manera efectiva, te necesitamos a ti.

―A ver, a ver, explícame eso ―le pidió Jacob a Jasper, haciendo unos
ligeros aspavientos con los brazos en los que mi mano también se vio
implicada.

―Tú te desharías de los licántropos enseguida, como ha dicho Emmett, no


necesitas llevar un grupo contigo ―aclaró mi tío―. Sin embargo, nosotros
tardaremos mucho más en terminar con ellos, eso si lo conseguimos. Esos
Hijos de la Luna nos darán problemas. Para empezar, nos superan en número,
son muy fuertes y ágiles, y aunque les pillemos por sorpresa, pueden estar lo
suficientemente organizados como para defenderse bien. Si tú no llevas
ningún grupo contigo, los nuestros se verán beneficiados en número, es decir,
pasaríamos de tener nueve miembros a tener once. ―Me di cuenta de que a
mí me contaba con Jake―. Tú podrías empezar ocupándote de una cueva,
mientras que los demás lo haríamos con las tres que quedan. Al ser más
numerosos, podríamos controlar mucho mejor a los licántropos hasta que tú
llegaras.

―¿Me estás diciendo que tengo que ir cueva por cueva para aniquilar a esos
licántropos? ―preguntó Jake, alzando las cejas con algo de escepticismo.

―Exacto.
Mi chico miró al suelo y suspiró, dubitativo.

―No sé, Jazz. Yo no tengo problema, pero vosotros…

―Podremos contenerles ―aseguró él con confianza―. Tus lobos están bien


entrenados, y nosotros también. Además, organizaremos los miembros de tal
forma que el grupo más débil esté en la segunda cueva que visites y el más
fuerte en la última.

Jake se mordió el labio.

―Es la única solución, Jacob ―azuzó mi padre―. El único que puede


terminar de una forma totalmente efectiva con esos licántropos eres tú.

Quil le dio un pequeño empujón en el brazo con su hocico, instándole a


aceptar.

Entendía a Jacob perfectamente, solo por su mirada ya lo sabía. Otra vez el


peso de la responsabilidad recaía sobre él. Yo preferí no pensar en ello,
porque había demasiada gente implicada en el meollo que me preocupaba.

―No sé ―resopló Jake―. Si ellos no se oponen ―soltó finalmente,


observando a Jane y a su cuadrilla.

―¿Jane? ―preguntó Jasper para saber su opinión.

Ella miró a Enguerrand, el cual asintió.

―No tenemos ninguna objeción. Todos nosotros somos fuertes ―presumió


Jane con su típico orgullo―. No tendremos ningún problema en contener a
esos seres.

―Vale. Entonces, vosotros estaréis en la última cueva ―espetó mi chico,


insinuando que así no tendría intención de llegar allí.

―Repartiremos nuestras fuerzas ―contraatacó ella, usando cierta acidez.

417
―La decisión está tomada ―habló Carlisle, poniendo un poco de orden―.
¿Cuándo atacaremos?

―Mañana al amanecer ―le respondió ella.

―¿Mañana al amanecer? ¿No es muy pronto? ―objetó Jacob―. Tengo que


organizar a la manada, y Nessie necesita ropa de abrigo.

―Mañana por la noche habrá luna llena, y eso podría dificultar el éxito de
nuestro objetivo. Por cierto, ella no debería venir ―criticó esa arpía,
manteniendo su barbilla en alto―. En su estado sería un lastre.

―Ella vendrá ―afirmó mi chico con contundencia al tiempo que apretaba mi


mano―. No pienso despegarme de mi mujer y mi hijo ni un segundo.

Mi labio no pudo evitar curvarse hacia arriba con un poco de presunción. En


cambio, Jane clavó sus ojos en mí, rebosando odio por todos sus costados, si
bien pronto la llevó hacia Jacob.

―¿Piensas arriesgarte a que un licántropo le haga daño? ―La boca de Jane


también se levantó, aunque la suya con una arrogancia que me sacaba de
quicio―. No podrás estar pegado a ella continuamente, y te recuerdo que los
Hijos de la Luna son impredecibles, alocados y muy inquietos.

Aunque uses tu poder espiritual, podría escaparse uno y herirla.

―Tranquila, que eso no te quite el sueño ―la calmé yo, con sarcasmo―. Mi
pulsera también me protege.

Sus párpados se entrecerraron al mirarme.

―Aun así, siempre habrá riesgo ―insistió.

Mi chico volvió a quedarse con dudas y su labio se frunció una vez más.
Maldita arpía. Lo único que quería era que yo me quitase de su camino, pero
ni pensarlo, vamos. Me dieron ganas de lanzarme a ella para engancharme a
su pelo como una fiera.
―Yo puedo volverla invisible ―intervino Ezequiel.

Jane casi le fulmina con la mirada.

―¿Pero no decíais que esos bichos son inmunes a la magia? ―dijo Jacob,
extrañado.

―Si se usa en ellos, sí. Sin embargo, en esta ocasión la magia recaerá en
Nessie. Ellos no la verán.

―¿Estás seguro? ―se cercioró.

―Completamente, créeme ―asintió Ezequiel con confianza.

―Pero, ¿cómo la veremos nosotros? ―cuestionó Alice.

Por un momento, el semblante de Jane albergó sus oscuras esperanzas.

―Yo podré verla ―afirmó Jake, para mi alivio―. Supongo que podré ver su
alma, ¿no, Ezequiel?

―Sí, por supuesto ―corroboró este―. Tú puedes indicarnos dónde está, si


se da el caso de que Nessie se cruce en alguno de nuestros ataques
accidentalmente.

―Si Jacob puede verla, yo y los lobos también ―añadió mi padre―. Así que
siempre nos podemos avisar unos a otros con algún gesto.

Volví a sonreír con satisfacción.

―¿Y cómo piensas transportarla hasta las cuevas? ―La cara de Jane se
iluminó conforme hacía la pregunta, como si se le hubiese ocurrido esta
brillante objeción de repente―. ¿Piensas llevarla colgada de tus fauces?

Apreté mi mano suelta y las muelas. No había caído en eso para nada. Miré a
Jake, que suspiró por la nariz, confuso de nuevo.

―Yo la llevaré en brazos ―se ofreció Teresa―. No sé luchar, así que puedo
ser útil de esta manera.

―Sí, es perfecto ―exclamé yo―. Ya está, ¿no? Ya no hay ningún problema


en que vaya ―le dije a mi chico.

―Vale ―aceptó él con un semblante formal y serio.

Mi sonrisa se amplió y le di un beso en los labios que él no se esperaba para


nada, pero que correspondió encantado.

―Entonces, llamaré a los demás para organizarlo todo ―anunció Carlisle.

Y mientras yo escuchaba el rechinar de los dientes de Jane, mi abuelo se sacó


el móvil del bolsillo de su pantalón.

418

A casa

Todos estábamos esperando la llegada de los refuerzos.

Jake y yo nos encontrábamos sentados en una de las múltiples rocas que se


esparcían por ese terreno ya empedrado de por sí. Mi padre y Carlisle
parecían enfrascados en una conversación en la que el resto de mi familia,
especialmente mi madre, prestaba mucha atención. Hablaban demasiado bajo,
tanto, que ni Jake ni yo podíamos oír nada, pero suponíamos que se trataba de
algún ajuste en la estrategia, ya que Carlisle no parecía haberse quedado muy
conforme con algo.

Los metamorfos, Ezequiel y Teresa esperaban pacientemente a nuestro lado,


mientras que Jane, Alec, Demetri, Felix y Enguerrand lo hacían en el otro
extremo. Los quileute seguían en su forma lobuna, ya que no se fiaban nada
de la guardia de los Vulturis. Jacob tenía la mano metida por mi blusón, sobre
mi vientre, para sentir las continuas pataditas del bebé. Eso le encantaba, y a
mí también. Estaría en la gloria, si no fuera porque podía sentir el odio de
Jane clavándose directamente en mí.
No sabía si hacía muy bien en estar aquí y en acompañar a Jacob en esta
batalla. No quería ser un estorbo ni una carga, pero realmente tampoco me
quedaba más opción. No podía separarme de él, pues eso era peligroso para el
bebé. ¿Y si estaba en casa y llegaban Razvan y el resto de los magos? Por
mucha protección que tuviera, incluida la de Ezequiel, ellos seguían siendo
más poderosos. Solamente Jake podía combatir la magia de los tres, por eso
era mejor que el bebé y yo no nos despegásemos de su lado. Bueno, aunque
tenía que reconocer que me había alegrado de estropear las intenciones de
Jane.

Justo acababa de pensar en esto, cuando Carlisle, acompañado por mi padre y


el resto de mi familia, se acercó a nosotros. Papá traía un semblante algo
enfadado y mi madre venía acariciándole el brazo, como si tuviera que
calmarle, cosa que llamó mi atención.

Jake sacó la mano de mi blusón cuando vio que llegaban frente a nosotros.

―Jacob, ¿podemos hablar? ―le pidió Carlisle.

―Esto es un error ―murmuró mi padre, mirando hacia otro lado con


disconformidad.

Mamá volvió a acariciarle el antebrazo.

―¿Qué pasa? ―se extrañó Jake, y más al ver esa actitud de papá.

Carlisle me miró con prudencia durante un fugaz segundo y después dirigió


su vista hacia Jacob.

―Creo que sería mejor que Nessie no nos acompañase ―dijo con voz suave
y cauta.

Mi corazón se detuvo durante un instante.

―¿Cómo? ―cuestionó mi chico, frunciendo las cejas.

―Solo queda una semana para que empiece su octavo mes de gestación
―empezó a explicar Carlisle―. En esta etapa del embarazo ese tipo de
transporte podría ser peligroso. Aunque Teresa intente llevarla con
delicadeza, alcanzaréis una velocidad muy rápida, y los viajes hasta las
cuevas serán demasiado movidos para ella. ―Noté cómo mi rostro reflejaba
esa desazón que empezaba a sentir mi corazón conforme mi abuelo
hablaba―. Además, no me acaba de convencer el truco de invisibilidad de
Ezequiel. Nosotros tampoco la veremos, y aunque Edward o vosotros los
lobos nos aviséis, puede darse el caso de que alguno de nosotros ataque, ella
esté en medio y sea demasiado tarde para evitarlo. Eso sin contar el alto
grado de estrés que le puede causar la batalla. No es aconsejable.

Me quedé muda. No pude decir nada, porque Carlisle tenía razón, y lo sabía.
Y también sabía que era una carga, aunque ellos no lo dijeran para no herir
mis sentimientos. Pero, por otra parte, me daba tanto miedo separarme de
Jacob. Mi mano se fue automáticamente a mi abultada barriga.

¿Qué íbamos a hacer el bebé y yo sin él? ¿Y si nos atacaba Razvan mientras
tanto? Mi horrible pesadilla se instauró en mi cabeza al instante y mi
respiración se agitó algo. Miré a mi marido. Él parecía estar teniendo el
mismo pensamiento que yo, aunque también percibí todo un revoltijo de
dudas.

―¿Y qué propones que hagamos? ―le preguntó Jake, nada conforme,
aunque visiblemente 419

muy preocupado.

―Es un error ―repitió mi padre, adelantándose a mi abuelo, al tiempo que se


llevaba la mano al pelo con algo de nerviosismo.

Mi madre también estaba nerviosa, y se notaba que estaba llena de dudas.

―No hay otra solución. Ella debe estar en casa, en un sitio tranquilo y en
reposo ―afirmó Carlisle, contundente.

Jacob se levantó de sopetón, alterado y confuso. Yo me uní a él y me puse de


pie.
―No, no puedo separarme de ella, lo sabes ―rebatió con inquietud y
desconcierto―. Si se queda en casa y aparece Razvan… ―Se giró a un lado
y sus dientes chirriaron. Después, se dio la vuelta otra vez para mirarle,
siguiendo con ese desasosiego―. ¿Cómo voy a protegerla entonces, eh?

Dime, si yo estoy aquí y ella en casa, ¿cómo voy a protegerla?

―Solamente será una noche. Mañana a medio día estarás en casa con ella
―intentó calmarle Jasper.

―Eso si todo sale como tenemos previsto ―discutió mi chico, observándole


con la misma ansiedad.

―Saldrá ―aseguró mi tío.

Jake gruñó, mirando a un lado, dubitativo. Una vez más, yo no supe qué
decir. Era una situación demasiado complicada y yo me encontraba entre dos
aguas.

―No me gusta ―refunfuñó Jacob, sacudiéndose el pelo.

―Es lo mejor para ella y para el bebé ―opinó Alice.

―Lo mejor es que no se separe de mí, lo sé ―reiteró Jake con desasosiego.

―Pero no puede venir ―dijo Rosalie.

Mi chico comenzó a dar paseíllos intranquilos al tiempo que sus manos se


aferraban a su pelo, con la mirada clavada en el suelo, confuso, nervioso y
dubitativo. Me dolía verle así, tan perdido y desconcertado.

―Tendrá protección en casa, y como ha dicho Jasper solamente serán unas


horas ―declaró Alice―. Ezequiel puede quedarse con ella y hacer un
hechizo preventivo. Además, la pulsera la protege.

―Pero Jacob tiene razón ―intervino mi padre con el rostro lleno de


incertidumbre y pesadumbre―. Renesmee no estará completamente segura si
no está con él.
Los pies de Jacob seguían caminando de aquí para allá.

―Sí, Edward, pero ya has oído a Carlisle ―reseñó mi madre, que también
tenía un lío mental importante―. No… no sé qué será peor, la verdad. Yo no
estoy segura de lo que es mejor en este caso. ―Y metió la mano entre su
cabello, también con inquietud.

―Nessie no debe estar aquí, no debe someterse a nada de esto en su estado


―insistió mi abuelo, ahora con más ahínco―. Como su médico, debo
oponerme rotundamente. Ahora bien, si decidís lo contrario, yo no me hago
responsable.

Mis manos se fueron a mi barriga de una forma instintiva cuando terminé de


escuchar eso. No podía quitarme de la cabeza mi pesadilla, sin embargo,
Carlisle tenía razón, no podía obviar eso tampoco, no podía poner en peligro
mi embarazo. Además, tampoco dejaba de pensar en la carga que sería para
todo el mundo, lo único que haría sería retrasarles y complicarles las cosas,
entorpecerles, y eso sería peligroso para ellos. Jasper y Alice estaban en lo
cierto, solamente iban a ser unas horas, unas horas que se me harían eternas,
pero no tenía por qué pasar nada, y mañana a mediodía Jacob estaría en casa
de nuevo, puede que incluso antes. Él era el Gran Lobo, solo tenía que
aniquilar a esos licántropos de un solo bandazo con su poder espiritual. Y él
era muy, muy rápido. Recorrería las cuevas vertiginosamente, así que no
tardaría tanto en terminar con todos los licántropos. Puede que yo estuviera
exagerando las cosas debido a este tremendo miedo que ya casi era parte de
mí, puede que este temor ya me estuviera dominando demasiado, quizá me
estuviera volviendo demasiado paranoica. Sabía que me iba a desesperar por
tener que separarme de Jacob, pero no podía ser un hándicap para mi familia,
no podía ponerles en un peligro mayor del que ya tenían encima.

Mi padre me miró algo atribulado en cuanto terminé de pensar todo esto, pero
también intuí cierta resignación.

―¿Qué vas a hacer, Jake? ―le preguntó mamá, intranquila.

―No… no lo sé ―admitió él, revolviéndose el pelo una vez más―. Esto es


peligroso para el bebé y para ella, pero lo otro también. No sé, sigo pensando
que lo mejor es que estuviera conmigo.

―Tú tienes la última palabra ―añadió Jasper―. Se hará conforme tú digas.

420

Me acerqué a Jacob y le detuve, poniendo mis manos sobre sus hombros.

―Jake, escúchame ―le rogué, mirándole a los ojos como pude―. Creo que
lo mejor es que me vaya a casa.

―Nessie… ―empezó a quejarse.

Esto me dolía como si yo misma me estuviese clavando un puñal, porque


todo mi corazón, todo mi ser, me imploraba y me pedía a gritos que me
quedase con él, no quería irme de su lado. Sabía que Jacob iba a estar tan
preocupado por mí como yo por él, sin embargo, esto era lo mejor para todo
el mundo, y para él también. Ya no tendría que estar pendiente de mí todo el
tiempo, ya no tendría que cargar conmigo a todas partes.

―Solo serán unas horas, y yo estaré bien protegida ―conseguí decir―.


Mañana a medio día llegarás a casa y yo estaré esperándote.

Preferí decírselo con palabras, sin usar mi don, porque así él no vería la
debilidad de mis verdaderos pensamientos.

―No sé, Nessie. No me gusta ―objetó, nervioso.

―Carlisle tiene razón, estoy de casi ocho meses, no debería ir con vosotros
―argumenté, confiriéndole a mi voz un tono lo más creíble y confiado
posible―. Esto también podría ser peligroso para el bebé.

―Lo sé, pero…

―Estaré bien protegida. ―Según lo iba soltando para convencerle, me estaba


intentando convencer a mí misma también―. Aparte de Ezequiel y los
chicos, la pulsera me protege. Y
recuerda que desde que tú tienes más poder, ella también. Pero no te
preocupes, no va a pasar nada, solamente serán unas horas.

―Mierda, Nessie… ―masculló, mirando a un lado con resignación y


rendición, si bien no le veía muy convencido aún, porque no dejaba de
revolverse el pelo con la mano. Luego, se volvió hacia mí―. Está bien
―accedió, aunque a regañadientes, poniendo los brazos en jarra a la vez que
se movía sin parar.

―No te preocupes, no nos pasará nada ―le tranquilicé, dándole un beso en


la mejilla―. Todo saldrá bien, ya lo verás.

Sus preciosos y brillantes ojos negros se clavaron en los míos durante unos
segundos con una resolución que a punto estuvo de hacer que mi corazón
saliese volando, junto con mis mariposas.

Entonces, miró a mi padre con determinación y diría que incluso haciendo


uso de su condición de Alfa.

―Me gustaría que tú y Bella estuvierais con ella ―le pidió, usando un tono
más bien solemne―. No es que no confíe en los demás, pero sé que vosotros
seréis los que mejor la protegeréis.

―Cuenta con nosotros ―asintió mi padre, correspondiendo esa solemnidad.

Mamá asintió también.

―Ezequiel también irá con vosotros. Perdemos a tres aliados muy fuertes
aquí, pero prefiero que la protejáis a ella ―agregó mi chico.

―La protegeremos ―afirmó mi madre.

―Leah ―la llamó. La loba gris ya estaba mirándole, como el resto de los
metamorfos, Ezequiel y Teresa―. Avisa a Sam. Dile que hay un cambio.
Ahora Edward, Bella, Ezequiel y Teresa sustituirán a Michael, Nathan,
Daniel y Cheran, ¿vale? Que le diga a esos cuatro que se vengan.
La loba asintió con la cabeza.

―Espera ―dijo mi padre de pronto―. Ezequiel debe quedarse. Para que Aro
acepte incluirle en el tratado de buen grado es recomendable que Ezequiel
participe en esa lucha a su favor. Aro verá su predisposición a la paz.

―Me importa un comino lo que ese vejestorio vea o no ―discrepó Jake de


mal humor―.

Necesito que Ezequiel le haga uno de esos hechizos preventivos a Nessie.

―Puedo hacérselo ahora, aunque si lo prefieres, puedo marchame con ellos y


hacérselo en vuestra casa, como gustes ―declaró el mencionado.

―¿Se lo puedes hacer ahora? ¿Y será igual de efectivo? ―quiso saber mi


chico.

―Sí, será igual de efectivo.

―Y supongo que no le hará daño al bebé, ¿no? ―se aseguró.

―Ningún daño. Yo hago uso de la magia blanca, es totalmente inocua para


las personas, incluido el bebé ―le garantizó el mago.

La mente de Jacob se lo pensó durante un par de segundos.

421

―Está bien, de acuerdo ―accedió finalmente―. Hazle ese hechizo y quédate


con nosotros. A lo mejor contigo aquí esta mierda termina primero.

Ezequiel asintió con un elegante movimiento de cabeza.

Se aproximó a mí y yo tragué saliva. Jacob se apartó un poco para dejarle


trabajar y no quitó ojo en ningún momento. Me preparé para afrontar algún
tipo de fuerza o energía en mí, para verle hacer algún conjuro pomposo y
estridente sin asustarme, pero, para mi asombro, nuestro mago simplemente
me puso la mano en la cabeza, cerró los ojos y, como un chamán, murmuró
unas palabras ininteligibles e intraducibles. No sentí absolutamente nada. En
cuanto terminó de pronunciarlas, retiró la mano y se echó para atrás.

―¿Ya está? ―se me adelantó Jacob, ya que yo iba a formular la misma


pregunta, parpadeando algo pasmado.

―Sí ―le confirmó Ezequiel―. El hechizo que le he puesto repele una


amplia gama de hechizos y conjuros.

―O sea, una vacuna en el mundo de los magos ―dijo Emmett, sonriente.

―Efectivamente ―sonrió Ezequiel―. Aparte del amparo de la pulsera,


ahora lleva una protección extra muy efectiva.

―Bien ―aprobó Jake con un poco más de alivio, aunque aún algo
intranquilo. Se dirigió a la loba plateada una vez más―. Leah, entonces dile a
Sam que vengan Michael y Nathan. Los sustituirán Edward y Bella.

Leah asintió, obediente.

―Debemos partir ya, entonces ―opinó papá―. La noche no tardará mucho


más en llegar, y no quiero que Renesmee pase frío.

Sabía que lo decía porque iba a tener que llevarme en sus gélidos y pétreos
brazos, nada comparado con los calentitos y cómodos brazos de Jacob.

―De acuerdo ―asintió Jacob, suspirando desasosegadamente.

Nuestros ojos se engancharon con desazón, fue inevitable. Se acercó a mí y


los dos nos unimos en un fuerte abrazo espontáneo y sincronizado. Mis
manos se agarraban a su camiseta con ansiedad y tuve que hacer acopio de
toda mi fuerza de voluntad para no echarme a llorar, pero el nudo que sentía
en la garganta me ahogaba.

Se liberó, puesto que mis brazos se negaban a desprenderse de él, y me miró


durante un instante. Sus pupilas oscilaban continuamente sobre las mías, y
mis mariposas vibraron en mi estómago. Pensaba que iba a besarme, pero
entonces él me sorprendió cuando se agachó, apoyando una de sus rodillas en
el terreno, y alzó mi blusón. Cerró los ojos, pegó su ardiente frente a mi
hinchada barriga y lo acarició con la misma, eso ya me conmovió
profundamente, pero cuando la despegó y llevó sus tórridos labios para besar
mi vientre con esa ternura, dulzura y consagración, todos esos sentimientos
que aguantaba con mi frágil nudo me embargaron con contundencia. Para
cuando se puso en pie, mis ojos ya estaban inundados.

Me tomó por la cintura y me arrimó a su cuerpo, haciendo saltar a los


coloridos insectos de mi estómago una vez más.

―Me gustaría que se llamase Anthony ―conseguí decirle con un hilo de voz
tembloroso que intenté evitar, inútilmente.

―¿Anthony?

―Anthony Jacob ―terminé del todo, mirando a mis adorados ojos negros.

Sonrió con un ligero levantamiento de los labios. La última parte le gustaba.

―¿Al final te gusta Anthony? ―Su voz sonó muy dulce, y su mano subió
para acariciar mi mejilla.

No me había dado cuenta de que una lágrima se había escapado, hasta que el
dorso de sus sedosos dedos la enjugaron.

―Es el segundo nombre de mi padre ―confesé con un frágil murmullo―.


Me hace mucha ilusión. Pero si a ti no te gusta…

Las yemas de sus dedos interrumpieron mi frase al ponerse sobre mis labios.
Luego, las retiró y llevó su mano a mi cintura de nuevo.

―Me gusta ―sonrió, sincero―. Anthony Jacob.

―Sí. Tony Jake. ―No pude evitar reírme al recordar ese nombre compuesto
que sonaba tan gracioso, aunque mi risa era muy apagada.

Jacob también soltó una risa débil, pero nuestras sonrisas no tardaron nada en
morirse del todo, y más cuando nuestros ojos volvieron a encontrarse con esa
pesadumbre e inquietud.

422

Esta vez pegó su frente a la mía. No pude evitar exhalar un estimulado


suspiro, mis brazos se apresuraron a rodear su cuello y mis labios ya
buscaban a los suyos con desesperación. Esta era la primera vez durante todo
mi embarazo que me estorbaba la barriga, porque lo único que ansiaba con
toda mi alma era fundirme con él para que nada ni nadie pudiera separarnos.
No quería irme, no quería alejarme de él ni despedirme, no quería dejarle
aquí… Pero tenía que hacerlo, tenía que ser fuerte. Solo iban a ser unas
horas…

―Mañana a mediodía estaré a tu lado ―me prometió con confianza y


determinación―, y entonces nadie ni nada podrá volver a despegarme de ti.

Esa energía mágica y hechizante de siempre ya fluía a nuestro alrededor.

―Jake… ―susurré, aferrando mi mano en su pelo para que me besase ya.

Unió sus labios a los míos, por fin, y los míos le correspondieron con una
efusividad desbordante. De pronto, estábamos completamente solos,
únicamente podía sentirle a él. Sus manos me apretaron contra su cálido
cuerpo. Me estremecí, las mariposas recorrían todo mi ser, mi corazón latía a
mil por hora, anheloso, frenético, y podía sentir el suyo latiendo con el
mismo ímpetu… Su boca, su abrasador y dulce aliento, sus manos
acariciando mi espalda con avidez, su poderoso cuerpo adosado al mío, todo
me hacía palpitar y me abrumaba…, pero eso hizo que me emocionase más, y
mi nudo saltó. Las lágrimas comenzaron a invadir mi rostro y caían sobre el
suyo, mojándole a él también. No podía explicar lo que sentía en estos
momentos en los que nuestras bocas se enredaban sin descanso, mi corazón
era un revuelto de sentimientos y sensaciones que se extendían por todo mi
organismo. Nos besamos con toda el alma, entregándonos completamente,
con una pasión exagerada, rayana en la locura, presa de esta ansiedad e
inquietud que nos embargaba a los dos. Era como si quisiéramos darnos todos
los besos que nos iban a faltar durante estas horas que estaríamos separados
en uno solo. Mis manos ya no sabían qué hacer para retenerle, para que no
dejara de besarme nunca… Quería estar así para siempre, eternamente…

Sin embargo, los dos sabíamos que teníamos que parar. Con todo el dolor de
nuestro corazón, conseguimos terminar el beso. Dejamos nuestras frentes
unidas para recuperar el aire y la cordura.

―Te quiero. ―La voz le salió más ronca de lo normal, por la emoción que
intentaba ocultar.

―Te quiero ―logré articular con un endeble susurro.

―Todo saldrá bien ―murmuró―. Dentro de unas horas volveremos a estar


juntos.

Ahora era él quien me animaba a mí. Genial.

―Lo sé ―asentí.

―Tenemos que irnos ―irrumpió mi padre, usando una entonación muy


tierna.

Se notaba que no quería separarnos, pero que no le quedaba más remedio.

Jacob despegó su frente y me miró a los ojos. Observé los suyos atentamente,
como si nunca los hubiera visto. No quería perderme ni un detalle de ellos.
Eran preciosos, tan especiales. Él parecía estar pensando lo mismo que yo,
aunque a la inversa.

―Cuida de Anthony ―me pidió, alzando la comisura de su labio levemente


al tiempo que llevaba una de sus manos a mi barriga para acariciarla.

―Sí ―sonreí.

Alzó las dos manos, sujetó mi rostro y me dio un beso corto y dulce que me
dejó sin respiración.

Solo fui capaz de notar algo frío sobre mi brazo.


―Nos tenemos que ir ya, cielo ―me dijo mamá, también con delicadeza.

Sentí que se desprendía parte de mí cuando mis brazos se deslizaron por su


torso e iniciaron una caída en picado hacia abajo para soltarse de él. Una
parte de mi alma se quedaba junto a Jacob. El nudo volvió a enredarse en mi
garganta y tuve que respirar muy, muy hondo para retenerlo ahí sin que
explotara. Nuestros ojos no querían dejar de mirarse, seguían clavados,
observándose fijamente.

Mamá me tomó de la mano y tiró de mí con ligereza para hacerme andar. Mis
pies se vieron forzados a dar unos pasos hacia atrás y después se
sorprendieron al verse levantados por una fuerza extraña. Era mi padre, que
me estaba cogiendo en brazos. Papá se dio la vuelta, pero mi rostro no dejó
de mirar a Jacob en ningún momento.

Jake intentó sonreír para hacerme la marcha menos triste, sin embargo, su
sonrisa le salió demasiado desvaída. Las facciones de su rostro no podían
engañarme, podía ver lo preocupado que se quedaba. Él seguía sin fiarse,
seguía pensando que lo mejor era que yo me quedase a su lado todo el
tiempo, pero también había cierta claudicación en su expresión, como si no le
quedase más remedio que resignarse a esto, puesto que sabía que Carlisle
tenía razón. Aunque trataba de ocultarlo, yo sabía lo que le dolía dejarme
marchar así, eso me encogía el corazón aún más.

423

Había un silencio extraño y decadente que había permanecido todo el tiempo,


desde que Jake y yo habíamos comenzado a despedirnos. Nadie hablaba,
nadie se movía. Nadie, excepto una persona.

Mi padre ya estaba descendiendo por la misma pendiente que habíamos


recorrido para subir, y Jake desapareció de mi vista cuando la línea de la
cuesta lo fue engullendo poco a poco. Sin embargo, alguien continuó en mi
plano de visión. Era esa persona que sí se había movido. Jane.

Mis ojos ya no podían ver a Jacob, así que no pudieron evitar virar hacia ella.
Su gesto fue muy sutil, pero fue suficiente para que yo lo percibiera y me
hiciera rechinar los dientes.

Allí, en lo alto de la cuesta, Jane alzó su arrogante labio para sonreír con una
satisfacción que me recordó al triunfalismo del día anterior. Mis uñas se
clavaron en la impenetrable y pétrea piel de la espalda de mi padre y la miré
con un odio que me asustó hasta a mí.

―Intenta no hacerla caso ―murmuró mi padre, procurando calmarme.

Mamá se giró, dejó su dentadura al aire y le dedicó un sonoro gruñido. Pero


Jane levantó su labio aún más para restregármelo por las narices.

Volví a apretar mis muelas y mis uñas casi se rompen.

Hasta que por fin la perdí de vista.

424

De nadie

(PARÉNTESIS)

JANE

Mientras esperábamos a que llegasen los extravagantes aliados del Gran


Lobo y los Cullen en ese ambiente tedioso, estos últimos mantenían una
discusión apartados del resto. Aunque murmuraban en voz baja, no era difícil
para nosotros escuchar todo lo que decían. Y mis secretas aspiraciones
aumentaban conforme Carlisle hablaba.

Volví a observar al Gran Lobo. Ahora estaba acariciando ese enorme bulto de
su queridita esposa. No sé qué podía causarle tanta fascinación y
deslumbramiento, porque en realidad seguramente iba a salir un engendro de
ese vientre, como lo era la madre, algo antinatural y aberrante, algo que no
debería existir.

Sin embargo, ella seguía embarazada. No alcanzaba a comprender cómo


podía continuar estándolo. Sentí esa enorme envidia de nuevo, porque ella
tenía al Gran Lobo y yo no, porque ella podía disfrutar del privilegio de ser
madre y yo no, y llevaba al hijo del Gran Lobo en su vientre...

Mi ira por ella iba creciendo a cada instante. Sentía odio hacia ella, la odiaba
con todas mis fuerzas. Ese engendro podía procrear y yo no. Ese ser tan
insignificante podía darle un hijo al Gran Lobo. El Gran Lobo confiaba su
prole a una mujer como ella, a esa vulgar medio humana. Y sobre todo, esa
medio humana tenía al Gran Lobo y yo no.

Mis dientes chirriaron.

La observé. El embarazo hacía de ella un ser más dulce y bello, algo que no
podía soportar. No obstante, y mal que me pesase, tenía que reconocer que
esa mitad humana, mitad inmortal, era verdaderamente hermosa, jamás había
visto una belleza como la suya, aun estando rodeada continuamente de
mujeres vampiros, como yo estaba. Su rostro perfecto, su largo cabello y su
sedosa piel resplandecían luminosidad por todas partes, radiaban esa vida que
solo la sangre es capaz de aportar cuando corre por las venas de los humanos,
pero magnificado sumamente por ser también vampiro. Las humanas estaban
llenas de defectos e imperfecciones, sin embargo, ella no.

Todo en ella era perfecto, su rostro, sus facciones, su esbelto cuerpo, incluso
su largo y abundante cabello, porque gozaba de las virtudes supremas de un
vampiro, pero no era como nosotros. Ella, además, rebosaba vida. Eso hacía
que la detestara aún más. Y ahora también albergaba una vida dentro de ella,
una vida formada con una parte del Gran Lobo.

No pude impedir que mi inquina creciera al tiempo que mis pupilas se


clavaban aún más en ella. Él la miraba con total engatusamiento, embaucado,
maravillado, hechizado, con una adoración que nunca había percibido en
nadie. Y ella también le observaba del mismo modo.

Entrecerré los ojos al mirarla.

―Contrólate ―se atrevió a ordenarme Enguerrand.

Mi vista se fue hacia él y a punto estuve de hacerle comprobar mis


prestigiosos dotes de tortura.

¿Cómo se atrevía a ordenarme nada, y, además, delante de mi hermano? Él


permanecía con la cabeza alta, dando muestras de su condición militar. Alec
nos observó sin comprender, y Felix y Demetri estaban muy entretenidos
contemplando los cuartos traseros de esa Rosalie. Eso salvó a Enguerrand de
mi ataque.

Empezaba a hartarme de sus reproches y estúpidas advertencias. ¿Quién se


creía que era para advertirme a mí? Sus miradas censuradoras y reprobadoras,
sus condenas silenciosas, comenzaban a irritarme inmensamente. Él creía que
el Gran Lobo era demasiado para mí. Insolente. ¿Acaso no sabía quién era
yo? Yo era la mano derecha de Aro, en quien más confiaba, incluso más que
en él.

Ya le hubiera matado hace tiempo, no obstante, tampoco podía obviar que él


era uno de los pupilos más preciados de mi amo, él mismo lo había
transformado.

La raquítica loba gris no hacía más que observarme, y cada vez que yo lo
hacía con la semihumana me gruñía. Era una pena que no pudiera fulminarla
debido a esta incómoda tregua.

425

Edward también me dedicaba alguna mirada que otra amenazante, aunque la


conversación que mantenía con Carlisle le tenía ocupado.

Finalmente, los Cullen terminaron sus pláticas y se acercaron al Gran Lobo y


a su esposa.

Edward no parecía nada satisfecho con la resolución del líder de su aquelarre,


sin embargo, yo empezaba a ver esperanzas en mis planes.

El Gran Lobo por fin dejó el enorme bulto de su queridita esposa cuando
llegaron ante él, y dejó de prestarle atención.
―Jacob, ¿podemos hablar? ―le solicitó Carlisle.

―Esto es un error ―se oyó murmurar a Edward, totalmente disconforme.

―¿Qué pasa? ―preguntó el Gran Lobo, extrañado.

Carlisle demoró su respuesta durante unos dos aburridos segundos.

―Creo que sería mejor que Nessie no nos acompañase ―dijo al fin.

Pude ver cómo el rostro de esa insignificante medio humana se descomponía


al instante. Qué frágil era. No pude reprimir mi sonrisa de satisfacción.

―Yo que tú, no me haría ilusiones ―osó decir Enguerrand de nuevo.

Alec, Felix y Demetri le miraron con más atención esta vez.

¿Cómo se atrevía?

―¿Ilusiones? ―inquirió mi hermano, observándome con extrañeza―.


¿Ilusiones con qué?

Observé a Edward durante un instante. Estaba lo bastante distraído y exaltado


con la discusión que mantenían al otro extremo del claro.

―Con nada, hermano ―le respondí, clavándole una mirada desafiante a mi


incómodo compañero―. Enguerrand debe de referirse a la batalla contra los
Hijos de la Luna, ¿no es cierto, Enguerrand? ―disimulé, disertando con un
doble sentido que solo él pudiera comprender―. Por supuesto, toda batalla es
dura, sin embargo, debo discrepar contigo. Claro que me hago ilusiones,
porque si esa medio humana embarazada y torpe no viene, el objetivo se
cumplirá con más fiabilidad, todo será más fácil.

Enguerrand me miró por primera vez, y, aunque no pronunció ni una palabra,


en sus ojos había la misma censura y desaprobación de siempre. Maldito
miserable.

―Por supuesto que ganaremos esta batalla ―afirmó Felix, sonriendo con
completa confianza―.

Con el Gran Lobo lo tendremos muy fácil ―se le escapó.

Mis ojos se fueron hacia él, fulminantes. Acto seguido se dio cuenta de su
descuido y remendó la compostura, pero ya era demasiado tarde.

―Jamás olvides quiénes somos y a quién servimos ―le advertí con voz
sobria. Se hizo un silencio sepulcral―. Puede que el Gran Lobo sea un ser
supremo y sea muy poderoso, pero solamente es un aliado de los Vulturis.
Nuestros amos son los verdaderos gobernantes del mundo, los únicos que
pueden llevar a cabo tal cometido.

Felix asintió, totalmente convencido.

De pronto, escuché lo que quería oír y mis sentidos volvieron a centrar toda
su atención en la dialéctica que se mantenía a unos metros de nosotros.

―Mierda, Nessie… ―masculló el Gran Lobo con absoluta resignación―.


Está bien ―aceptó, mostrando evidentes señas de nerviosismo.

Reí con auténtico regocijo en mi fuero interno, porque esa vulgar medio
humana por fin se iba a marchar. Mi objetivo cada vez estaba más cerca. Mi
labio se arqueó hacia arriba irremediablemente.

―No te preocupes, no nos pasará nada ―le calmó su queridita esposa,


dándole un beso en la mejilla―. Todo saldrá bien, ya lo verás.

―Me gustaría que tú y Bella estuvierais con ella ―le dijo el Gran Lobo a
Edward―. No es que no confíe en los demás, pero sé que vosotros seréis los
que mejor la protegeréis.

―Cuenta con nosotros ―aceptó este.

Mi sonrisa se extendió. No me lo podía creer. ¡Qué fácil se había vuelto todo


de repente!

Edward iba a apartarse de mi camino. Un paso más para mi objetivo.


Mantuve la mente en blanco durante el resto de la conversación, simplemente
concentrándome en escuchar y ver lo que sucedía frente a nosotros.

Ese traidor de Ezequiel impuso su mano sobre la cabeza de la mujercita del


Gran Lobo y pronunció unas extrañas palabras, mezcla del latín y otro idioma
que no logré discernir, aunque se asemejaba a un idioma árabe. Cuando
terminó de crear el hechizo, se apartó.

―¿Ya está? ―preguntó el Gran Lobo, sorprendido.

426

―Sí ―asintió Ezequiel―. El hechizo que le he puesto repele una amplia


gama de hechizos y conjuros.

―O sea, una vacuna en el mundo de los magos ―dijo Emmett con una
estúpida sonrisa.

―Efectivamente. ―Ezequiel le sonrió esa absurda bufonada―. Aparte del


amparo de la pulsera, ahora lleva una protección extra muy efectiva.

―Bien ―elogió el Gran Lobo con más sosiego. Después, se dirigió a esa
raquítica loba de color gris―. Leah, entonces dile a Sam que vengan Michael
y Nathan. Los sustituirán Edward y Bella.

Ella acató la orden, haciéndoselo saber con un asentimiento de cabeza.

―Debemos partir ya, entonces ―intervino Edward―. La noche no tardará


mucho más en llegar, y no quiero que Renesmee pase frío.

―De acuerdo ―suspiró el Gran Lobo.

Y entonces, mi mandíbula se cerró en seco.

Se fundieron en un apretado abrazo que nació de un movimiento totalmente


sincronizado y acompasado, parecía que se hubieran leído el pensamiento.
Ella lo aferraba con fuerza, arrugando su camiseta cuando sus dedos la
encerraban.

Cómo la odiaba.

El Gran Lobo se disoció de ella un poco, manteniendo sus grandes y


masculinas manos sobre la cintura de esa semihumana. Volvió a mirarla con
esa adoración, con esa veneración casi rayana en el fanatismo. No podía
soportarlo. La odiaba, la odiaba con todo mi ser. Ella también le miraba con
la misma devoción, como si estuviese observando a un resplandeciente y
esplendoroso dios que se reflejara en su rostro.

Él lo era, desde luego. Era un dios. Un ser hermoso y poderoso, un hombre


varonil, fuerte, masculino. No alcanzaba a comprender del todo por qué era
así, por qué me atraía de esta forma, al fin y al cabo, solo se trataba de un
simple metamorfo. Mitad hombre, mitad animal, pero, inexplicablemente y
misteriosamente, un dios. No era capaz de entender esto, no obstante,
tampoco podía contener mi profunda fascinación por él. Su belleza y poder, y
esa extraña mezcla de inferioridad, majestuosidad y supremacía, me tenían
totalmente embaucada y deslumbrada.

Jamás había visto una hermosura como la suya. Mis ojos habían visto
innumerables hombres a lo largo de mi extensa vida, hombres inmortales,
vampiros, seres absolutamente perfectos, superiores, pero ninguno se parecía
a él. No era perfecto en toda su plenitud, por supuesto, eso saltaba a la vista,
sin embargo, su mirada, sus ojos, eran totalmente diferentes a los de los
hombres que acostumbraba a ver. Tenían fuerza y brillo, eran intensos,
profundos, y su color negro reflejaba la luz, llenándoles de más vida. Su piel
también era muy distinta. No tenía el privilegio de brillar bajo el fulgor del
sol, pero era muy caliente y extremadamente suave, tanto, que yo misma
tenía que reconocer que no tenía nada que envidiar a la de un inmortal como
nosotros. Su tez rojiza hacía evidencia de una calidez que era verdaderamente
placentera a la vista, era hermosa. Su rostro era bello, aun con sus
imperfecciones, y su cuerpo era poderoso, fuerte, vigoroso y viril. Pero sobre
todo era el Gran Lobo, el ser más poderoso del mundo, y eso me atraía
mucho más. Ningún otro hombre era el poderoso e invencible Gran Lobo.
Podía entender por qué ella le miraba así, pero él, ¿por qué la observaba de
ese modo? Él era el poderoso Gran Lobo, sin embargo, por muy hermosa que
fuera, ella no dejaba de ser una insignificante y vulgar semihumana. Y
encima era la hija de Edward y de esa soporífera de Bella.

Eso la hacía más odiosa todavía.

El Gran Lobo se arrodilló y alzó la blusa premamá de su queridita esposa.


Frotó el bulto con su frente y después lo besó, haciendo gala del amor que
también le profesaba a la criatura que ella albergaba dentro. Rechiné los
dientes.

Se puso en pie y sus grandes y fuertes manos rodearon la cintura de la


semihumana, arrimándola a su cuerpo.

Otra vez me invadió esa rabia, ese odio. ¿Por qué ella, una simple
semihumana, podía gozar de él y yo no? Yo pertenecía a una raza pura,
perfecta, era un vampiro completo, una inmortal, era la mano derecha de Aro,
porque yo también era la más poderosa de mi especie, junto con mi hermano,

¿no debería el Gran Lobo pertenecerme a mí? ¿No era más lógico?

Comenzaron una cursi conversación sobre el nombre de la criatura a la que


ellos llamaban «su bebé», y después él adosó su frente a la de su mujercita
para seguir con su despedida. Los párpados de ambos cayeron, ella atrapó su
cuello con sus brazos y jadeó muy cerca de sus labios, buscándolos con ansia.
Mi odio hacia ella se acrecentó enormemente y entrecerré los ojos al
observarla. Maldita semihumana. La odiaba, la odiaba porque no podía evitar
sentir esta envidia por ella. Sí, deseaba 427

estar en su lugar. Deseaba sentir las grandes manos de ese hombre en mi


cintura, en mi cuerpo, sentir su tórrida frente rozando la mía, sentir sus labios
pegados a los míos... Sin embargo, era ella la que gozaba de él. Ella no se
merecía tenerle, yo sí. Maldita. Entorné los ojos aún más.

Edward giró su semblante hacia mí súbitamente y me mandó toda una


advertencia con la mirada. Desde luego me traía sin cuidado, Edward no
podía hacerme nada, yo era más poderosa y superior que él, cosa que él sabía
sobradamente, pero cesé en mis intenciones. Si no hubiera sido por el tratado,
ya hubiera fulminado a su amada hijita hace tiempo. Le dejé ver este
pensamiento con total claridad y él me brindó un ligero gruñido.

―Mañana a mediodía estaré a tu lado, y entonces nadie ni nada podrá volver


a despegarme de ti ―le susurró el Gran Lobo a ella, hablando con mucha
seguridad.

Podía notarse esa energía extraña y sobrenatural que siempre fluía a su


alrededor cuando estaban tan cerca el uno del otro. Era una fuerza
sorprendente, mágica y espiritual, incluso yo me daba cuenta, y eso no hacía
más que aumentar mi profunda rabia.

―Jake… ―musitó ella, enganchando su pelo con la mano.

Mis muelas se encontraron de nuevo cuando empezaron a besarse. Lo hacían


con pasión, pero también con esa adoración y veneración desmesuradas.
Apreté los dientes con furia. Siempre se miraban de ese modo, siempre se
besaban de ese modo, como si cada beso fuera a ser el último, aferrándose el
uno al otro como si fuera a terminarse el mundo.

¿Por qué esa adoración? ¿En eso consistía esa tal imprimación?

Mi amo, Aro, me había explicado algo hace tres años, justo antes de atrapar
al Gran Lobo y llevarlo a Volterra. Yo quería saber si tenía alguna posibilidad
de quedármelo si me deshacía de esa semihumana. No le guardaba ningún
secreto a mi maestro, por supuesto, y quería tener su consentimiento. Aro
conocía perfectamente mis pensamientos a ese respecto y sabía que mi lealtad
hacia él y el resto de los Vulturis seguía siendo completamente
inquebrantable. Mi amo me había dado la respuesta: «Mi querida Jane, ese
vínculo tan especial que se profesan el Gran Lobo y su esposa se llama
imprimación, y me temo que es totalmente irrompible. Él no se olvidará de
ella jamás. Ni tú ni nadie puede deshacer ese vínculo tan extraordinario y
asombroso que tiene con la hija de Edward y Bella. Yo mismo he podido ver
en su mente lo fuerte, irrompible y fantástico que es, y Marco lo ha percibido
también. Su vínculo es mágico y espiritual, es totalmente imposible de
romper o deshacer. Además, ya sabes que está perdidamente enamorado de
ella, lo has comprobado por ti misma. Creo que, aunque no hubiera estado
imprimado, su amor por ella sería igual de fuerte. Ahora bien, cabe una única
posibilidad para que le poseas. Se trata del medallón mágico de Nikoláy. Ese
medallón es muy poderoso, pero lo será aún más cuando absorba todo el
poder espiritual del Gran Lobo. Con ese medallón podrás dominarle y hacer
que obedezca a tu voluntad.

Si nos hacemos con ese medallón, no tengo ningún inconveniente en que te


quedes al Gran Lobo, si ese es tu deseo y logras deshacerte de su esposa. Has
sido fiel a nosotros durante todos estos siglos, y no dudo en que te mereces
una recompensa por tantos años de fiel servicio. Yo necesito mantenerle con
vida para que su poder espiritual permanezca activo dentro del medallón, así
que dejaré su custodia en tus manos. Podrás divertirte con él todo lo que
gustes, querida». Mi semblante se había ido iluminando conforme escuchaba
a mi amo, y terminó con una amplia sonrisa de satisfacción.

Sin embargo, nuestro trato se había acabado en cuanto terminó la batalla.

«Ya sé que te dije que podías quedártelo, sin embargo, visto los
acontecimientos que han tenido lugar en la batalla, lamento comunicarte que
ahora tendrás que olvidarte de ese asunto, mi querida Jane», me había dicho,
llevando su mano a mi mejilla con una compasión y una lástima que me
había dolido en lo más hondo.

Con la pérdida de aquel medallón mágico todas mis esperanzas por poseerle
se habían visto desvanecidas. El medallón había sido destruido, mis amos
habían firmado ese tratado, y mis únicas opciones de poseer al Gran Lobo se
habían visto abocadas al fracaso y al olvido.

Rechiné los dientes.

Esa vulgar semihumana era la que se lo había quedado, el Gran Lobo le


pertenecía a ella, a esa insignificante mitad humana. Ella era la que podía
besarle, tocarle, la que sentía sus besos y sus fuertes manos por su cuerpo…

Él continuaba besándola con esa pasión, delirio y adoración desmedidos,


entregándose a ella completamente. No era capaz de evitarlo, quería estar en
el lugar de esa maldita semihumana, era superior a mí, y eso hacía que la
odiase todavía más. Quería saber qué se sentía al besar al Gran Lobo, y esa
mitad humana ya lo sabía.

428

Mi odio volvía a ascender, cuando percibí la mirada de Alec sobre mí. Viré el
rostro para observarle y él se acercó a mi oído con el fin de hablarme.

―Ten cuidado, hermana ―me advirtió, usando un cuchicheo muy bajo,


aunque ciertamente crítico―. No debes encapricharte con el Gran Lobo, no
es bueno para ti.

Me aparté un poco y le fulminé con la mirada. Nuestro parentesco y la


igualdad entre su don y el mío le salvaba de probar una dosis de mis torturas
psíquicas.

Alec, como el resto de la guardia, sabía que Aro había permitido que me
quedase con el Gran Lobo años atrás, conocía el que había sido nuestro trato
antes de la batalla, sin embargo, siempre había ignorado que era un obsequio
que me concedía nuestro maestro y que lo hacía porque a mí me gustaba. A
él, así como a los demás, se les había dicho en su momento que si yo me
quedaba con el Gran Lobo, era porque Aro me había encomendado a mí su
custodia. No obstante, ahora veía la realidad. Mi hermano hacía buena gala
de nuestro parentesco, era muy inteligente. Mis intentos de antes por
disimular habían resultado inútiles y totalmente innecesarios. Alec estaba al
corriente de todo, sabía que me sentía atraída hacia el Gran Lobo.

Opté por no contestarle y mantener mi mente en blanco. Edward todavía


estaba presente.

Volví a centrar mi atención en la desagradable escena que tenía delante. Tuve


que soportar cómo se decían que se amaban y esta vez contuve mi rabia,
aunque mi odio por ella continuaba en el mismo estado.

―Nos tenemos que ir ya, cielo ―le dijo esa soporífera y aburrida de Bella a
su hija.

Por fin, la semihumana se separó del Gran Lobo, dejándole atrás cuando su
padre la tomó en brazos. Edward comenzó a deshacer el camino que habían
hecho para venir a esta reunión, cargando con su hija, y Bella les acompañó.
Ni el Gran Lobo ni su queridita esposa apartaron la vista el uno del otro en
ningún momento, eso me molestaba profundamente, pero el regocijo que
también sentía por su separación lo cubría por completo.

Sonreí sin tapujo alguno.

Sin embargo, yo quería que ella viese mi enorme satisfacción. Mientras ellos
descendían por la pendiente que les había traído hasta aquí, me acerqué a su
rasante. En cuanto ella no tuviese al Gran Lobo en su punto de visión, me
miraría a mí.

Y así fue. Sus ojos oscilaron hacia los míos y entonces le mostré mi sonrisa
complacida. Su cara lo decía todo y mi gozo aumentó. Esa mezquina de Bella
se dio la vuelta y me dejó claro su enojo con un gruñido, sin embargo, lo
único que consiguió fue que sonriera con más satisfacción.

Me quedé observando cómo se alejaban cuesta abajo, hasta que


desaparecieron de mi excepcional vista. Regresé junto a mi grupo, mirando al
Gran Lobo. Él continuaba observando la pendiente con el rostro lleno de una
inquietud, nerviosismo y una atribulación que lo desfiguraban
completamente.

Rechiné los dientes una vez más. Ella no estaba aquí ahora, pero, aun así,
seguía siendo suyo.

En estos momentos Edward ya estaba lo suficientemente lejos como para


poder pensar abiertamente, así que dejé que mis pensamientos fluyeran libres.

Sabía que el Gran Lobo no podía ser mío, mi única oportunidad se había
escapado con la pérdida de aquel medallón. Pero tampoco sería de esa vulgar
semihumana. Nadie decía que yo no podía deshacerme de ella, ni siquiera
Aro me lo había prohibido nunca. Lo único que me impedía matarla era el
tratado. Sin embargo, podía deshacerme de ella con otros métodos que tenía a
mi alcance, sin necesidad de quebrar el tratado, sin necesidad de hacer
absolutamente nada, porque todo venía dado solo, los acontecimientos me
habían favorecido por puro azar, y todo estaba saliendo a la perfección, la
suerte me sonreía.

Nada podía fallar. Thiago no tardaría mucho más en llegar, y él ratificaría que
mis deseos se iban a cumplir cuando me certificase la información que me
había dado ayer. Él y su grupo habían ido a comprobarlo esta misma mañana
y ya estaban de camino hacia aquí. Me iba a deshacer de ella, y todo sin tener
que hacer nada, sin mover un solo dedo, por puro azar. Aro no se enojaría
conmigo, porque no era culpa mía, yo no habría hecho nada, simplemente
habría sucedido, una coincidencia fatal, una desafortunada casualidad. El
Gran Lobo y los Cullen habían tomado la decisión de llevarla a su casa, y yo
no tenía nada que ver, era su decisión. Era perfecto.

El tratado no se incumpliría, seguiría vigente, y ella, junto con la criatura que


llevaba dentro, desaparecería. El Gran Lobo no sería mío, pero de ella
tampoco.

Jacob. Si no era mío, no sería para nadie.

(FIN DEL PARÉNTESIS)

429

430

Jacob

Prefacio

Una sensación gélida y congelada, glacial, emergió de lo más hondo de mi


ser para plantarse con contundencia, escarchando cada uno de mis órganos, y
entonces noté una extraña vibración lejana y casi imperceptible.

431
432

¿Qué puedes hacer cuando tus

tripas son un manojo de nervios?

Nessie ya se había ido hacía un buen rato, pero yo seguía mirando con cara
de idiota esa pendiente por la que Edward, Bella y ella habían bajado.
Todavía no podía creerme lo que acababa de hacer, había dejado que ella se
separase de mi lado. Maldita sea. Esto no me gustaba nada. Pero,

¿qué iba a hacer? ¿Qué más opciones tenía? Carlisle había dicho que esto era
peligroso para ella, para el bebé, y tenía razón, este no era sitio para una
embarazada de casi ocho meses, y menos lo que habíamos venido a hacer, así
que tenía dos frentes delante de mis narices, a cada cual peor.

Por una parte, el embarazo correría peligro si Nessie se quedaba con nosotros
en esta batalla, pero, por otra, también sabía que ella y el bebé no iban a estar
tan protegidos si yo no estaba con ellos, lo sabía a ciencia cierta, como sabía
que encima de esas nubes que cubrían el cielo estaba el sol. Y

ahora, después de verla partir, esto me martilleaba los sesos sin descanso,
porque seguía sin gustarme un pelo esta separación. Sí, vale, solamente iban a
ser unas horas, pero malditas horas.

No, no me gustaba nada, esto era un error. Mierda. Menudo dilema tenía
encima.

Estaba histérico, y eso comenzó a notarse en mis pies. Empecé una caminata
nerviosa, impaciente y neurótica que me llevaba de aquí para allá mientras mi
mano enganchaba mi pelo con una mezcla de angustia y malestar. Comencé a
sentir una incertidumbre que incluso me revolvió las tripas. No sé por qué,
pero presentía que esto era un error. Tendría que estar con ella, era lo mejor,
lo sabía…

―Tranquilízate, Jacob ―me pidió Doc―. Hemos hecho lo correcto.


Yo no estaba tan seguro…

―Mirad quién viene ahí ―dijo Emmett, echando un vistazo a uno de sus
lados.

Leah les dedicó un vibrante gruñido, todavía no les había perdonado.

No muy lejos, unos conocidos chupasangres se acercaban a un paso ligero.


Eran Thiago y su grupo de matones, todos ataviados con unas levitas sin
botones de color marrón oscuro que les llegaba casi hasta las rodillas y que
hacían juego con los pantalones, de la misma tonalidad y textura. Supuse que
sus ropas eran de ese color para camuflarse mejor entre los troncos de los
árboles. Sin embargo, algo captó mi atención, haciendo que mis cejas
cubriesen mis ojos con extrañeza. Esta vez no eran cinco, sino seis.

Enseguida supe de quién se trataba ese sexto. Era ese contacto que Thiago
había utilizado para espiarnos, ese que era capaz de mimetizarse con el medio
que le rodeaba. Edward había dicho una vez que Thiago le había prometido
un puesto en su grupo a ese contacto si cumplía esa misión. Y la había
cumplido, claro. Machaqué las muelas, mira tú por dónde iba a tener la
oportunidad de decirle cuatro cositas a ese miserable. Y encima no estaba
Edward para incordiarme. De lujo.

Pude fijarme mejor en todos ellos cuando se acercaron a la Pitufina para


hablar con ella. Mis cejas pasaron a arquearse hacia arriba con sorpresa.
Vaya. Ese matón extra en realidad era una matona. La chupasangres tenía
pinta de ser africana o algo así, y su pelo, el cual llevaba recogido en una
ancha trenza azabache que le llegaba a la mitad de la espalda, presentaba ese
cardado tan habitual en esa raza. Sus ojos eran rojos, como los del resto, y era
muy delgada, aunque bastante alta, por lo menos mediría un metro ochenta.
Parecía una modelo de esas de las pasarelas. No tardé en encontrar un mote
para ella: la Naomi Campbell. Los demás seguían igual de feos que siempre.
Estaba el de la trenza larga, el del pelo rizado y corto, el del pelo también
corto, aunque liso, y el que llevaba los pelos a lo Eduardo Manostijeras y
daba la impresión de estar completamente tarado. Todos ellos con su cabello
oscuro y sus ojos rojos de rata.
Thiago le dijo algo a la Pitufina al oído y ella sonrió con una satisfacción que
no me gustó nada.

Los demás, incluida la Naomi Campbell, se dedicaron a clavarme agujas con


la mirada. Menuda panda de idiotas, como si a mí me importara. En estos
momentos mi mente solamente tenía una obsesión: Nessie y mi pequeño
Anthony. Todo lo demás sonaba hueco en mi cerebro. Aun así les complací
con una miradita de bienvenida, más que nada para que no se pensasen que
me daban respeto o algo así.

433

Después de que Thiago le cuchichease a la canija, esta y todos sus


acompañantes siguieron esperando en el otro extremo a que terminasen de
llegar nuestros aliados.

No tardaron mucho más en llegar. Eleazar, Kate y Garrett llegaron junto a


Sam, Collin, Michael, Nathan, Shubael e Isaac. El lobo negro me hizo una
señal con la cabeza y yo asentí.

Corrí hacia la zona arbolada para ocultarme y me desvestí aprisa. Cuando me


agaché para atar mis ropas a la cinta de compromiso, me quedé mirando mi
anillo de casado, fue inevitable. Lo levanté con mi dedo índice para verlo
mejor y volví a leer por enésima vez la inscripción que tenía grabada por
dentro. Sí, vale, la había leído millones de veces, pero, ¿qué quieres?, nunca
me cansaba de hacerlo. No pude evitar volver a sentir esa inquietud y
malestar, y encima, ya la estaba echando de menos. Mierda, mierda. Seguía
sin gustarme un pelo que Nessie estuviera alejada de mí, no me gustaba nada,
pero nada de nada… Sin embargo, el idiota de mí aquí estaba. Por un
momento, sentí la urgente necesidad de salir pitando de aquí para reunirme
con ella, pero, maldita sea, no podía hacer eso. Todos me necesitaban para
aniquilar a esos licántropos, y tampoco podía olvidar que estos tenían
planeado secuestrar a Nessie para llevársela a los rumanos, con lo cual, tenía
que liquidarlos de todas, todas.

¡Arg!
Tomé una buena bocanada de aire para desahogar un poco esta tensión que
llevaba dentro y lo expulsé con un suspiro fuerte y contundente. Amarré las
prendas a la cinta y entré en fase. Ya había venido descalzo, así que me
ahorré el tener que enganchar las deportivas a la cinta. Era muy incómodo
llevarlas, de veras, porque siempre chocaban con tu pata cuando ibas a la
carrera y resultaban un incordio, así que, directamente, ya pasé de traerlas. Mi
cabeza enseguida se llenó de las voces de mis hermanos; de los que estaban
aquí y de los que se habían quedado en La Push.

Menudo revoltijo. Deseé poder desconectarme para estar a mi bola un rato,


pero, claro, no podía hacerlo. Suspiré de nuevo. Salí de mi escondite, como
lobo, y me planté junto a Sam, que ya estaba con el resto de la manada.

Dime, le dije.

Te cuento la situación, empezó a explicarme. Nos hemos cruzado con


Edward, Bella y Nessie de la que subíamos, así que Edward y yo ya hemos
podido organizarnos mejor. Nessie estará protegida por Edward, Bella,
Tanya, Carmen y Cheran en vuestra casa. Cheran hará de transistor, para que
Edward sepa en todo momento lo que pasa en el bosque.

Bien, aprobé, resollando por las napias, todavía nervioso. ¿Qué más?

He dejado en el bosque a Daniel, Canaan, Matthew, Ivah y Thomas, ellos


estarán en constante comunicación con Cheran. Rephael, Brady, Jeremiah,
Abel y Aaron se encargarán de proteger a la tribu de los chupasangres
nómadas.

De acuerdo.

Sam notó y vio mi preocupación. Bueno, todos lo vieron, por supuesto.


Ahora la manada al completo me estaba prestando atención. Genial.

No te preocupes, Nessie está bien, me dijo. Bueno, quiero decir, que la vi


bien, eso me pareció.

Recordó ese momento del encuentro y pude verla. Su hermoso y dulce rostro
era el vivo reflejo de la preocupación y la intranquilidad, mordía la uña de su
dedo pulgar continuamente. Sabía que confiaba en sus padres, pero que ella
no se sentía tan protegida como conmigo, y también sabía que confiaba en mí
al cien por cien, ella era la primera que lo hacía, pero que, aun así, se
preocupaba por mí. Edward la sostenía en sus brazos y Bella iba acariciando
su hombro, en un intento de calmarla y relajarla.

Sam se dio cuenta de que su recuerdo no era muy alentador para mí, que
digamos, así que se puso a pensar en otra cosa con rapidez para evitar que
viese más, y lo primero que vino a su mente, cómo no, fue la imagen de
Emily y los niños.

Lo siento, no me había fijado en eso, se disculpó Sam.

No importa.

Me quedé en silencio, observando el panorama que teníamos delante. La


guardia de los Vulturis y ese grupo de matones estaban hablando de algo
entre ellos. Moví la oreja en su dirección y puse la antena parabólica para
intentar escuchar. Vale, estaban hablando de la estrategia.

Odiaba esta situación. Tener que pelear junto con esos desgraciados me ponía
del hígado, y encima, teníamos que pasar parte de la noche con esa chusma
de almas malvas. Menudo asco.

Los Cullen se encontraban a mi lado y noté cómo alguien tenía su incómoda


vista clavada en mí.

Giré mi rostro lobuno y vi quién era: Carlisle. Me miraba como si esperase


algo de mí, como si aguardara algún tipo de respuesta o comentario.

434

¿Qué pa…?

Entonces, me di cuenta de que él no podía escuchar mi mente. ¿Sería idiota?


Él no era Edward, y Edward no estaba aquí para traducir.
Genial.

Ahora tendría que adoptar mi forma humana constantemente para


comunicarme con los Cullen y hacer lo mismo con mi forma lupina para
hablar con mi manada, alternándome.

Genial.

Seguramente Doc quería saber la situación que teníamos en La Push, así que
no me quedaba más remedio que cambiar de fase.

Solté otro resoplido y comencé a correr hacia la misma arboleda donde me


había transformado justo antes.

Jake, espera, me pidió Leah.

La loba trotó desde su posición y se puso junto a mí, dando primero una
vuelta a mi alrededor que me hizo reducir el paso.

¿Qué pasa?

Ten cuidado con la canija, me advirtió. No sé qué es, pero me da que trama
algo.

Observé a la Pitufina. No me quitaba ojo y su asqueroso labio se curvaba


hacia arriba ligeramente.

¿Tú crees?

Cuando estabas con Nessie, no hacía más que miraros, me desveló. No me


gusta nada cómo miraba a Ness.

Creo que está obsesionada contigo, intervino Seth. Si ves cómo te miraba a
ti…

Sí, tío, ten cuidado, siguió Embry. ¿Recuerdas esa película? ¿La de
«Atracción Fatal»? Pues la canija te miraba igual que la protagonista.
La manada rompió el silencio de ese claro con sus aulliditos y gruñidos
jocosos. Idiotas. El grandullón y el rastreador se alertaron durante un instante,
pero recuperaron las composturas enseguida.

Ja, ja, muy gracioso, ironicé. Mira, no estoy de humor para bromas, ¿vale?
Además, tengo que hablar con Carlisle.

Va en serio, dijo Embry, y sí, parecía que lo decía en serio.

Ten cuidado con esa arpía, insistió Leah. Trama algo.

Suspiré por los morros una vez más, pero acepté el aviso.

Vale, lo tendré en cuenta.

Leah asintió y yo seguí mi camino hacia los árboles.

Esto era lo que me faltaba, ahora tenía que andar vigilando y controlando a la
Pitufina, como si no tuviera bastante con soportar este revuelto de nervios
que se meneaba en mi estómago. En fin.

Me adentré un poco entre la arboleda y me oculté detrás de un tronco para


adoptar mi forma humana. Menudo engorro. Sí, Edward era un verdadero
fastidio, pero, vale, tenía que reconocer que era muy práctico como traductor,
aunque siempre cambiase mis palabras por otras para suavizarlas. Y
perdíamos a un buen luchador aquí, además de un buen informador y
revelador de secretos. Sin embargo, prefería mil veces que se quedase junto a
Nessie para protegerla, ella y el bebé eran lo primero y más importante para
mí.

Después de ponerme los pantalones y la camiseta, salí de allí para reunirme


con los Cullen. Mi manada se encontraba junto a ellos, también esperándome.

―¿Ya lo habéis organizado todo por La Push? ―me preguntó Doc nada más
que llegué a su lado.

―Sí. Edward, Bella, Tanya, Carmen y Cheran, estarán en casa con Nessie.
Los demás se repartirán entre el bosque que la bordea y el resto de nuestro
territorio, para cubrirlo contra los chupasangres nómadas que vayan.

―Bien ―aprobó Carlisle, haciendo un asentimiento de cabeza.

En ese momento, la Pitufina y sus igual de asquerosos acompañantes


terminaron su charla. Se acercaron a nosotros en cuanto lo hicieron, eso sí,
con sus aires presuntuosos de siempre. Estúpidos chupasangres.

―Bien, ahora que ya no tenemos ningún incordio más que nos distraiga,
podemos proceder a rematar la estrategia ―vino diciendo Jane, alzando su
barbilla con altanería.

La fulminé con la mirada al instante y Rosalie la siseó.

―Oye, ten cuidado con lo que dices, no estoy de humor para gilipolleces
―le solté, machacando 435

las muelas con rabia y dejando notar mi mala leche.

No, no estaba de humor para nada. Todavía estaba demasiado nervioso por
haber tenido que dejar que Nessie se fuera de mi lado, y sabía que iba a estar
así hasta que me reencontrara con ella.

Estas horas iban a ser eternas.

―Por favor, Jane, te rogaría que te guardases ese tipo de comentarios ―le
pidió Carlisle con más modales de los que a mí me hubieran gustado, aunque
se le notaba muy molesto.

Ella se limitó a sonreír con arrogancia. Yo apreté los puños, pero Carlisle
prefirió pasar del tema.

―Procedamos a esos remates del plan ―le instó él, manteniendo ese
semblante serio.

La Pitufina le hizo una seña al Zanahorio y este se sacó un papel del bolsillo
que venía doblado en varias veces. Lo desdobló y lo extendió, sosteniéndolo
en alto con sus propios brazos.

No me apetecía nada, pero no me quedó más remedio que colocarme al lado


del chupasangres cinéfilo para mirar el plano. Cuando me quise dar cuenta, la
enana estaba también junto a mí.

Mierda, esto era de lo más incómodo, ahora estaba flanqueado por dos
vampiros de la guardia de esos viejos decrépitos de los Vulturis, aunque,
bueno, la Pitufina era tan baja, que si miraba a mi lado sin bajar la vista no la
veía.

En un momento, se montó un guirigay monumental. Leah no se fiaba nada de


la Pitufina, así que fue la primera en ponerse a su lado, medio gruñéndola
como advertencia. Si las miradas matasen, la loba ya estaría chamuscada por
las pupilas de la canija rubia. Sin embargo, Leah no fue la única que acechó a
la rubia enana. Me sorprendió ver a Rosalie poniéndose detrás de la Pitufina
para sumarse a esa vigilancia tan cercana. Vaya, ¿qué te parece? El Pitufo se
colocó al lado de la Barbie para controlarla y Emmett al lado del Pitufo para
vigilarle a él. A partir de ahí todo el mundo empezó a repartirse a nuestro
alrededor para observar el plano, menos mis lobos.

Con que Leah mirase el mapa era suficiente para que todos los demás lo
viesen. Thiago y su grupo eran los que más atrás se encontraban de esta
extraña congregación.

―Las «x» marcan la posición de las cuevas ―nos informó el pelirrojo,


aunque no hacía falta ser muy listo para darse cuenta de eso―. Como veis,
no se encuentran muy distanciadas entre sí, aunque se distribuyen de una
forma muy desigual y no son equidistantes las unas con las otras.

―Ya lo veo ―mascullé, calculando mentalmente los distintos kilómetros


que había de unas cuevas a otras.

―Tú empezarás por esta cueva ―me dijo la Pitufina con su arrogante voz,
señalándome la «x»

con el dedo―. Después, seguirás este recorrido ―siguió, indicándomelo―,


hasta que concluyas en esta. ―Giró su cara de niña pequeña y me miró con
un gesto totalmente mandón―. Todos se irán uniendo a ti según vayas
visitando las cavernas y vayas terminando con los Hijos de la Luna que haya
en cada una. He de advertirte que el terreno es muy escarpado y empinado,
pues es montañoso. No lo olvides. ―Luego, se dio la vuelta y empezó a
hablar para todos, presumiendo de la misma autoridad―. Quitando al Gran
Lobo, somos treinta y cuatro a distribuir en tres cuevas, con lo cual,
quedaremos repartidos en dos grupos de once y uno de doce. El grupo de
doce se encargará de la cuarta cueva, puesto que esta será la última que visite
el Gran Lobo y necesitará de más tiempo para retener a los licántropos. Por
supuesto, este tendrá que ser el grupo más fuerte.

Nosotros somos once, así que nos repartiremos entre las dos últimas cuevas,
junto con el resto de inmortales. Los lobos pueden encargarse de la segunda.

Hubo una queja general entre mis lobos.

―Un momento, mis lobos son muy fuertes y están bien entrenados, ¿sabes?
―me quejé, mirándola de arriba abajo con desprecio―. Además, ¿quién dijo
que tú mandas aquí?

Menudo careto que se le quedó a la rubia canija. A Emmett le hizo gracia y


sonrió abiertamente.

―Veo que sirvió de algo nuestra prueba ―habló Thiago, levantando la


comisura de su boca con una chulería que me sacaba de quicio.

Esta vez no fue solo Leah la que le rugió. Shubael e Isaac, y algunos de mis
hermanos, se sumaron a su sonora protesta.

Levanté la mano para que se calmasen y todos acataron mi orden.

―Ya hablaremos de eso tú y yo, no creas que me he olvidado ―le escupí


con rabia contenida.

―Cuando quieras ―aceptó él, siguiendo con su actitud.


Gruñí. Si quería pelea, la tendría. Ya estaba hasta las narices de él y de toda
su asquerosa chusma. Además, desde que Nessie se había ido, no tenía los
nervios muy templados, que dijéramos.

―Nosotros somos los más fuertes y preparados ―insistió Jane para volver a
lo de antes, 436

levantando su mandíbula con petulancia.

Me giré hacia ella.

―Perdona, pero nosotros contamos con Kate, por ejemplo, que puede
electrizar a cualquier bicho de esos que se le ponga por delante ―contrapuse,
enfadado.

―Eso es totalmente cierto ―sonrió Garrett, orgulloso.

La mencionada también sonrió, satisfecha.

―Y también tenemos a… ―Me quedé en blanco cuando busqué más dones


entre los nuestros y no los encontré. Más dones útiles, claro, porque Eleazar
era un adivinador de dones, pero contra unos licántropos no es que el suyo
fuera de gran ayuda―. Bueno, no necesitamos dones para ser fuertes
―intenté arreglar.

―Idiota, esos licántropos son inmunes a los dones ―resopló Rosalie,


mirando a un lado mientras hacía negaciones con la cabeza.

Ah, sí, es verdad, se me había olvidado. Ups.

―En mi opinión ―terció Carlisle, muy calmado, cómo no―, deberíamos


repartirnos más ecuánimemente, para confundir aún más a los licántropos.
Además, hay gente aquí que no tiene ninguna experiencia en las artes de la
lucha, sería peligroso dejarles sin apoyos más fuertes, aunque debo añadir
que creo que nuestros potenciales y fuerzas están bastante a la par.

Bueno, ya me importaba un comino todo. Lo único que me apetecía era


terminar con esta porquería cuanto antes para irme a casa con mi chica. Y
Doc tenía toda la razón.

―Vale ―aprobé yo antes de que dijera nada la Pitufina.

Casi me quema con la mirada, pero pasé de ella.

―Esta bien ―aceptó la canija, asintiendo con la cabeza, aunque a


regañadientes―.

Formaremos los grupos esta madrugada, entonces.

Carlisle asintió también, pero no dijo nada más.

La Pitufina les hizo un gesto a los suyos y todos se replegaron a un lado, el


pelirrojo doblando el mapa y llevándoselo con él.

Ya estaba anocheciendo. Esperaba que Edward y Bella ya hubieran llegado a


casa con Nessie y que ella se encontrase bien.

Suspiré con fuerza y me volví para apartarme un poco de ese meollo, mezcla
de lobos y chupasangres de diferente índole.

―Nosotros nos vamos a turnar para ir de caza ―me comunicó Doc―.


¿Queréis que os traigamos alguna pieza para que cenéis? Os aconsejo que os
alimentéis bien esta noche, mañana la batalla será dura.

Sí, mi manada tenía que comer bien. Yo no tenía ni pizca de hambre ahora
mismo, mis tripas eran un nudo de nervios e intranquilidad, y encima la
compañía que teníamos no era nada grata.

Pero sabía que tenía que meterme algo en el cuerpo.

―Sí, claro ―asentí―. Si nos trajerais alguna pieza, os lo agradeceríamos un


montón.

Shubael e Isaac ya sacaban la lengua para salivar.


―De acuerdo ―sonrió Carlisle, satisfecho.

Esme también lo hizo.

Se apartaron para organizarse, y en un minuto, Doc, Esme, Alice y Jasper se


piraron como auténticos rayos hacia el boscaje que limitaba ese claro en el
que nos encontrábamos. En un simple parpadeo, se perdieron de vista entre la
espesura.

Me dirigí corriendo hacia los mismos árboles, aunque yo para algo muy
diferente. Una vez más, me transformé y salí al claro. Me desconecté de todo
el mundo momentáneamente, aunque dejé a un lobo.

Cheran, ¿cómo va todo por ahí?, quise saber. ¿Ya ha llegado Nessie?

Sí, llegaron hace quince minutos, me reveló. Ya está en casa, así que
tranquilo.

Respiré, un poco más aliviado.

Él estaba fuera de la casa, dando vueltas por sus alrededores.

¿Puedes hacerme un favor?, le pedí. ¿Puedes entrar en casa y mirar a Nessie?

Claro.

Gracias.

Vi a través de sus ojos cómo correteaba junto a mi garaje, accedía al porche y


cómo llegaba a la puerta. No le hizo falta ni pulsar el timbre con el hocico,
Edward le abrió y él pudo pasar adentro.

El muy torpe casi desguaza el mueble del recibidor cuando lo rozó sin querer,
al entrar tan deprisa, pero atravesó el vestíbulo sin más problemas y llegó a
uno de los sillones de la chimenea, 437

donde se encontraba Nessie. Se sentó frente a ella y sus ojos me la mostraron.


Acariciaba su vientre y las llamas se reflejaban en su hermoso rostro, que
seguía teniendo esa expresión preocupada e inquieta, pero en cuanto vio a
Cheran allí, plantándose delante de ella, se tornó en sorpresa.

Jacob quiere verte, escuché que le desvelaba Edward.

Una sonrisa se dibujó en su cara, iluminándola, y me pareció el ser más


angelical del mundo, como siempre me pasaba cuando la veía sonreír. Era
imposible acostumbrarse a algo tan glorioso como eso.

Jake… murmuró ella, manteniendo esa sonrisa.

Dile que la quiero.

¿Yo?, se extrañó Cheran.

No, idiota, tú no, gañí. ¿Cómo se lo vas a decir tú? ¿Ladrándolo?

Dice que te quiere, le comunicó Edward a Nessie, sin perder el tiempo con
nuestra estúpida conversación mental.

Yo también te quiero, sonrió Nessie aún más.

Llevó su mano hacia la cabeza de Cheran y comenzó a acariciarle, como si lo


estuviera haciendo conmigo. El muy imbécil no tardó en ronronear, y no se le
ocurrió otra cosa que cerrar los ojos cuando ladeó la cabeza con gusto para
que le rascara más a fondo. ¿Sería idiota?

Escuché la risilla de Nessie. Bueno, por lo menos la payasada de Cheran


había servido para algo.

Bueno, bueno, no te pases, ¿quieres?, le gruñí a Cheran.

Ay, es que da mucho gusto, ronroneó él. Lo hace tan bien…

Sí, eso ya lo sé yo, no hace falta que tú me lo digas, resoplé.

Creo que será mejor que dejes de acariciar a Cheran, Jacob se está poniendo
celoso, le comunicó Edward.

Los ojos de Cheran volvieron a abrirse cuando ella dejó de acariciarle


mientras soltaba otra risita. Eso era música para mis oídos y un paraíso para
mi vista, porque por fin volvía a verla.

Cheran debería regresar afuera, opinó Edward.

No me hacía nada de gracia dejar de ver a mi ángel, pero tenía razón. Tenía
que vigilar la zona.

¿Quién más está afuera?, quise saber.

Tanya y Carmen.

No sé por qué diablos asentí, porque él no podía verme.

Tiene que irse, Jacob, me repitió cuando percibió mi aceptación y vio ese
silencio en mi tarro.

Sí, claro, suspiré.

Ella estará bien, me aseguró.

Sí, sí, volví a suspirar. Bueno, estaremos en contacto, ¿vale?

Los ojos del lobo se fijaron en Edward y le vi asintiendo.

¿Se va?, se percató Nessie, hablando con una voz triste.

Podía notar cómo mi corazón se retorcía dentro de mi torso.

Sí, le confirmó su padre.

Jake, ten cuidado, por favor, me rogó.

Su carita ya lo decía todo. Mi corazón sufrió otro pinchazo.


Dice que no te preocupes, que todo va bien, se me adelantó Edward, y eso
que desde esa distancia no podía escanearme la sesera.

Ella no dijo nada, se limitó a acariciar su barriga con ansiedad.

Cheran, pírate de ahí, le ordené.

Sí, antes de que estas ganas urgentes de correr hacia Nessie crecieran más y
se hicieran más fuertes.

De acuerdo, obedeció él, echando a andar hacia el vestíbulo.

Ni siquiera me dio tiempo a ver la cara de Nessie por última vez. Mierda.

Mientras él salía de mi casa, me conecté con el resto. Ahora mi cocorota era


un bullicio de pensamientos diferentes. Lo mejor era que intentara relajarme
un poco antes de que Doc y los demás nos trajeran la cena. Mañana tenía que
estar centrado.

Caminé un poco y me eché junto a la misma roca en la que había estado con
Nessie no hace tanto. Intenté pensar en otras cosas, sin embargo, no podía
quitármela de la cabeza, ni a ella ni a mi pequeño Anthony.

Anthony. Tenía que reconocer que al principio ese nombre no estaba entre
mis favoritos, y 438

encima me acababa de enterar de que era el segundo nombre de mi suegro,


pero ahora era muy diferente. Ahora era el nombre de mi hijo, y eso ya hacía
que fuera el nombre más bonito del mundo para mí.

Apoyé la cabeza en el suelo y me quedé pensando en él, en Nessie, en lo que


iba a ser nuestra vida cuando por fin le tuviéramos en los brazos. Eso sirvió
para que me tranquilizase algo.

Aunque sabía que iba a ser por poco tiempo.

439
Menudo panorama que tengo

delante

No pude pegar ojo en toda la noche. Mi cerebro era una ensalada compuesta
por un poco de nerviosismo, otro de inquietud, un manojo de histerismo y un
trozo de angustia, todo ello aliñado con esta enorme preocupación,
incertidumbre, ansiedad… En fin, una ensalada completa cuyos ingredientes
principales eran Nessie y Anthony.

Toda la manada habíamos descansado en nuestra forma lobuna, aunque


ninguno de nosotros pudo dormir. Con tanto chupasangres non grato
alrededor era imposible.

Pusimos las patas en marcha enseguida, una hora antes de que fuera a salir el
sol. Por supuesto, todos los vampiros ya estaban pululando por allí. La
Pitufina se acercó a Doc y supuse que era para hablar de la batalla, así que me
fui a la arboleda a cambiar de fase y me acerqué a ellos en mi forma humana.

―¿Estáis organizando los grupos? ―quise saber nada más llegar.

―Así es ―asintió Carlisle.

―Vale, quiero a cuatro de mis lobos en cada cueva ―propuse, firme―. Da


lo mismo la repartición, todos son buenos luchando.

La rubia canija puso mala cara, pero no abrió el pico. Chica lista. En cambio,
Quil y Paul se quedaron encantados con mi contestación, levantaron sus
cabezotas todos contentos.

―De acuerdo ―asintió Carlisle. Luego, siguió con lo que estaban


hablando―. Como acordamos ayer, la segunda y tercera cueva estarán
cubiertas con un grupo de once miembros cada una, mientras que la cuarta
cueva lo estará con un grupo de doce ―empezó a explicar―. Nosotros
somos once, por tanto, tocamos a tres en la segunda cueva y a cuatro en cada
una de las dos restantes. Nuestro aquelarre y nuestros amigos hemos pensado
en repartirnos de la siguiente forma: Teresa, al ser la que menos experiencia
tiene, estaría en la segunda cueva, junto con Ezequiel y Eleazar; la tercera
cueva estaría cubierta por Garrett, Kate, Esme y yo; y la cuarta cueva por
Jasper, Alice, Rosalie y Emmett.

Este último sonrió con satisfacción, por haberle puesto en la última cueva.

―Gracias por situar a Teresa en el primer grupo, Carlisle ―le agradeció el


mago.

―Sí, gracias ―le acompasó ella, sonriendo al doctor.

―De nada ―asintió Doc.

Ezequiel y Jasper le habían enseñado alguna técnica de lucha, bueno, nada


reseñable, solamente elementos de autodefensa y cosas por el estilo, y
encima, Teresa era tan afable, que se le daba fatal eso de pelear. Le daba pena
todo el mundo, y así no íbamos a ninguna parte. Yo me había pasado mi
desvelo entreteniéndome con ese panorama.

―No tenemos ningún inconveniente en vuestra organización ―aceptó la


Pitufina con sus aires petulantes de siempre―. Nosotros nos distribuiremos
de la siguiente manera: Demetri, Gustavo, Fabio y Habika estarán en la
segunda cueva ―los nombres que no conocía eran de los matones de Thiago,
el último de la Naomi Campbell, claro―; Thiago, João y André estarán en la
tercera; y Alec, Felix, Enguerrand y yo en la cuarta.

―Bien ―aprobó Carlisle.

―Espero que la palabra de Aro se cumpla y Ezequiel sea incluido en el


tratado ―le advertí a la rubia enana.

La había escuchado hablar con él cuando le había llamado con su móvil,


anoche, y después ella me había comunicado que su maestro daba su palabra.

El mencionado y Teresa la miraron, expectantes.

―Ya te lo dije. Aro será infinitamente indulgente en este caso, dadas las
circunstancias y tus condiciones ―me confirmó ella, no sin una pizca de
resentimiento y disconformidad―. Mi maestro ha dado su palabra, y él
siempre la cumple.

―Más le vale ―amenacé, mirándola de igual modo.

―Así será ―aseguró ella, seria y contundente.

440

Mantuve la misma mirada durante un par de segundos. Después, suspiré.

―Pues si no hay más que decir, es mejor que nos piremos a esa batalla ya
―sugerí―. Cuanto antes terminemos con esto, mejor.

Antes estaría con mi familia.

―Estoy contigo ―coincidió Emmett, que el muy feliz no podía sonreír más
y con más entusiasmo.

―Vayamos a por esos licántropos ―le siguió Jasper, aunque este con menos
efusividad, ya sabes, con esa finura típica suya.

―Vale, voy a cambiar de fase.

Salí pitando de allí y me dirigí a esa dichosa arboleda de nuevo. Me quedé en


bolas, até mi ropa a la cinta, le eché un último vistazo a mi anillo y llevé la
lengua de fuego por mi espalda para la metamorfosis. En un santiamén, ya
estaba corriendo como lobo hacia el claro.

Quil, Embry, Michael y Nathan, os quiero en la segunda cueva, empecé a


ordenar según caminaba hacia ellos. Seth, Leah, Collin y Jared, en la tercera ;
y Sam, Shubael, Isaac y Paul, en la cuarta. ¿De acuerdo?

Todos acataron la orden en su mente.

Me detuve junto a los Cullen y le hice una señal con la cabeza a Carlisle.
―Nos encontraremos en las cuevas ―afirmó.

Asentí.

Vamos, le dije a mi manada, ya echando la pata hacia delante para iniciar una
carrera.

Y eso hicimos todos. En un diminuto segundo, todos nos dividimos: lobos,


chupasangres buenos y chupasangres malos, y echamos a galopar, formando
los grupos automáticamente. Cada grupo tomó su camino, y yo me piré por
mi lado en solitario, dirigiéndome al trayecto por donde se llegaba a la
primera cueva.

El sol todavía no había salido, pero el firmamento ya empezaba a adquirir un


sombrío color malva oscuro, señal de que el proceso del amanecer no iba a
tardar mucho en iniciarse. Calculé una hora para que lo hiciera.

Mis músculos, huesos y tendones trabajaban sin descanso para llegar a esa
dichosa cueva lo antes posible, y mis patas se hundían en esa tierra con
precipitación. Quería terminar con esta porquería cuanto antes para irme a
casa, junto a Nessie y Anthony. Esperaba que Edward estuviera atento a todo
lo que sucedía aquí, pero que lo estuviera más con lo que pasaba por allí.

Cheran, ¿cómo va todo por casa?, quise saber.

Hola, Jake. Bien, todo bien. Por aquí todo está tranquilo.

¿Nessie está bien? ¿Qué está haciendo ahora? ¿Duerme?

Pues no lo sé, tío, porque llevo patrullando alrededor de vuestra casa toda la
noche y no he entrado dentro, confesó. Supongo que estará durmiendo.
¿Quieres que entre y lo compruebe?

No, no, déjalo. Si estaba durmiendo, no quería que se despertase. Mejor sigue
rondando por ahí fuera.

De acuerdo.
Si hay alguna novedad, ya sabes, avísame de inmediato, le pedí.

A la orden.

Daniel, ¿qué tal por el bosque?, seguí preguntando.

Un aburrimiento, respondió. Por aquí podría pasear Bambi tranquilamente.

Bien, aprobé. ¿Y vosotros, Brady? ¿Algún nómada?

Nah, un par de ellos, nada que no pudiéramos controlar con facilidad, me


contestó. Ya hemos quemado la porquería y todo.

Vale. Bueno, os digo lo mismo que a Cheran. Si hay alguna novedad, por
pequeña que sea, decídmela.

De acuerdo, asintió Brady.

Cuenta con ello, secundó Daniel.

Respiré hondo y continué mi trayecto en silencio.

Bueno, en silencio era un decir, claro, porque mi sesera era todo un cóctel de
pensamientos diversos. Entre los míos y los de toda la manada, esto era un
caos total. Uf, menos mal que estaba acostumbrado. Cada uno iba a su bola.
Algunos de mis hermanos estaban concentrados en la batalla, otros ―la
mayoría― iban pensando en lo molesto que era ir con los chupasangres de
Volterra, y luego estaba Quil, que no hacía más que darle vueltas a algún
asunto con Claire. Nadie sabía de qué se trataba con seguridad, ya que él
mismo no quería pensar en el tema, pero todos 441

sabíamos que había pasado algo, porque, aunque él no quería recordarlo, ese
asunto que le preocupaba no hacía más que rondarle por la cabeza. Eso sí,
todos pasamos de preguntarle. Si él no quería pensar en ello, ninguno íbamos
a obligarle a hacerlo. Ya nos lo contaría, o en algún momento se le escaparía,
lo cual era mucho mejor y más divertido, porque así le pillabas in fraganti.

Te estoy oyendo…, me advirtió Quil.


Uy.

¿Qué te ha pasado con Claire?, le pregunté sin más rodeos.

Automáticamente, toda la manada puso la antena, incluso los que se habían


quedado en la tribu. Quil gruñó.

Ahora no, ya te lo contaré, contestó, malhumorado.

Vale, vale.

Qué carácter. Bueno, pues nada, si no me lo quería contar, tendría que seguir
a lo mío. Y eso hice.

Continué galopando a todo lo que daban mis patas por ese terreno que ya era
totalmente empedrado y que también empezaba a ser empinado. Me fijé en
ese arroyo que estaba buscando.

Según el mapa, a partir de aquí debía dirigirme hacia el este, así que viré un
poco hacia mi derecha para seguir corriendo.

La rubia enana tenía razón. La montaña ya se hacía de notar y me daba la


bienvenida con sus cuestas escarpadas. En fin, qué se le iba a hacer, era un
lobo, no una cabra, así que por esta zona ya me costaba moverme bastante.

Genial.

La pared rocosa me iba plantando salientes de vez en cuando, lo cual


resultaba un alivio, ya que podía ir escalando por ellos con más facilidad,
aunque mis zarpas no estaban hechas para el alpinismo, la verdad. La cosa se
puso tan difícil, que llegué incluso a plantearme el seguir en mi forma
humana durante un rato para poder ascender con la ayuda de mis manos, pero
después la montaña me dio un respiro y esa zona tan escarpada se allanó un
poco. Muy poco, sí, pero lo suficiente como para que mis patas se las
arreglaran mejor.

Pensé en que esos bichos tenían que ser muy hábiles, si habían podido escalar
por aquí, pero no sé qué se esperaba el idiota de mí. Eran capaces de moverse
por los árboles como si fueran monos,

¿no? ¿Cómo no iban a poder subir por una montaña? Tenían manos con las
que agarrarse bien, no eran como yo.

Ya me quedaba poco para llegar a la primera cueva, y podía ver a través de


los demás ojos que a ellos tampoco les quedaba mucho para llegar a las otras.
El cielo ya era de un violeta más claro, ahora sí que estaba comenzando a
amanecer, aunque la oscuridad todavía lo cubría todo. Llevaba una hora de
arduo trayecto.

Por fin, encontré una especie de camino. Era muy estrecho, y la propia
montaña lo atosigaba más con esas paredes verticales llenas de salientes,
resaltes y relieves que parecía que se te iban a caer encima y espachurrarte,
pero me las arreglé para poder moverme por ahí.

Lo que se veía desde mi posición era mejor no mirarlo. La altura ya era


imponente, si no fuera porque la senda por la que trotaba era tan estrecha y
peligrosa serían unas vistas espectaculares.

Se veía todo el Parque Nacional de Olympic a vista de pájaro, con todos sus
árboles y bosques a tamaño miniatura, lo que pasa es que, claro, cuando uno
va moviéndose por un caminito por el que te tiemblan las patas, ese paisaje
pasa a ser escalofriante, y encima, todavía estaba oscuro.

Mientras me movía por ese maldito camino, no dejaba de pensar en Nessie y


el bebé. No podía quitármelos de la cabeza, ni tampoco la idea de que no
estaban protegidos del todo. Sí, vale, con Edward y Bella estaban muy
seguros, no se los podía confiar a nadie mejor que a ellos, eso lo sabía muy
bien, por eso le había pedido a Edward que se marcharan con Nessie, pero no
podía olvidar que si esos malditos magos aparecían por allí con alguno de sus
trucos, ellos no iban a poder pararles los pies. Eso era lo que machacaba mis
sesos, eso era lo que hacía parpadear esta luz de emergencia de mi cerebro sin
descanso, lo que me tenía histérico, neurótico y preocupado. A lo único a lo
que me podía aferrar era a la idea de que eran unas horas y que yo llegaría
junto a mi familia antes de que esos desgraciados magos descubrieran que yo
no estaba y se les ocurriese acercarse por allí. Tenía que agarrarme a eso,
aunque, para ser sincero, me costaba un triunfo.

Mierda.

Intenté centrarme en mi misión, porque tenía que hacerlo, si terminaba con


esos licántropos pronto, más pronto llegaría a casa.

442

Jake, vamos a entrar en la tercera cueva, me anunció Leah, y sus pupilas así
me lo mostraban.

Vale. Tened cuidado, y no olvidéis las técnicas que nos ha enseñado Jasper.

Tranqui, está todo controlado, presumió Jared.

Mejor no escupas tan arriba y concéntrate en lo que tienes que hacer, le


aconsejé.

Nosotros también hemos llegado a la segunda cueva. Vamos a entrar, me


reveló Quil acto seguido.

Bien, os digo lo mismo.

¡Ya estamos en la cuarta, Jake!, dijo Sam de pronto, con prisas. ¡Esa Jane ha
entrado sin esperar a nadie y hemos tenido que hacer lo mismo para que no
nos estropease el factor sorpresa!

¡Maldición!

Se vio un licántropo enorme justo delante de él y cómo el lobo negro lo


esquivaba.

Estúpida, farfullé, enfadado. Pasad de ella e id a lo vuestro, será lo mejor.

¡Eso estamos haciendo!, respondió Paul, también cabreado.


Zigzagueó con uno de esos movimientos de Jasper y consiguió que el
licántropo que se le venía encima no le arrease un buen mamporro en la
cabeza.

Ugh, madre mía. Menos mal que yo lo tenía más fácil.

Pero ellos no, así que aceleré.

El resto de ojos comenzaron a mostrarme las diferentes peleas que ya estaban


teniendo lugar en cada una de las cuevas. Habían pillado a los licántropos
totalmente por sorpresa, tal y como teníamos previsto, aunque eso no evitaba
que estos supieran defenderse, y se defendían muy bien.

No me dio tiempo a verlos a todos, aunque sí a alguno. Pude ver a Emmett en


un cuerpo a cuerpo con uno de esos bichos. El muy bestia era casi tan grande
como ellos, y la lucha estaba muy igualada. No era así con Alice. Ella era tan
menuda y parecía tan frágil, que daba la sensación de que la iban a aplastar
con una sola mano. Ella no podía utilizar su don contra ellos, pero, vaya,
tenía que reconocer que la pequeñaja no se manejaba nada mal. Bueno, y
Jasper estaba muy atento, todo había que decirlo. La Barbie era una auténtica
máquina, no me extraña que Em estuviera tan orgulloso de ella, porque
pegaba unas patadas de infarto. Los Pitufos sabían pelear bien, y eran tan
canijos, que creo que algún licántropo que otro ni los veía. Cuando se daban
cuenta, miraban hacia abajo y se encontraban con Hansel y Gretel. Ezequiel
protegía a Teresa de algunos golpes gracias a sus hechizos, aunque estos
parecían desvanecerse como el humo con esos licántropos. Era como echarles
harina. Les molestaba sí, pero enseguida se pasaba ese efecto, así que los
hechizos no servían para nada.

Tenía que darme prisa.

¡No os preocupéis!, les calmé. ¡Estaré allí pronto!

Tenía que aniquilar a los licántropos de la primera cueva enseguida para ir


hacia las otras inmediatamente.

Aun así, me pasé la torta de tiempo recorriendo ese camino angosto que cada
vez era más empinado e incómodo debido a los numerosos peñascos que
sobresalían de la pared rocosa y que se alzaban por encima de mi cabeza.
Incluso la mañana ya estaba llegando, trayendo consigo más claridad, aunque
el día se anunciaba nublado, por lo que estaba tardando más en amanecer.

Pero finalmente llegué a mi objetivo.

La cueva se divisaba a unos cuantos metros, y el camino llevaba directamente


a su boca. No había ningún otro acceso más, y esa senda terminaba justo en la
caverna. La entrada, en forma triangular, era bastante grande y alta, y también
estaba llena de salientes que le conferían un aspecto muy tétrico. La luz
azulada de la madrugada no ayudaba nada, envolvía las paredes, tiñéndolas,
además, de zonas oscuras, dándole a la cueva un aspecto todavía más
sombrío.

Menudo panorama que tenía delante.

Reduje la velocidad y seguí mi camino, agazapado.

Ya he llegado, voy a entrar en la cueva, les comuniqué a los demás.

¡De acuerdo!, pudo responderme Leah, que ya le estaba clavando los dientes
a uno de esos licántropos en el brazo.

Se escuchó el alarido de ese bicho claramente cuando se lo arrancó de cuajo.


Bueno, eso era un punto para la loba, pero hasta que no le arrancase la
cabeza, no habría ganado la pelea.

Me percaté de que Vladimir y Stefan no se encontraban en ninguna de esas


cuevas, así que debían de estar en la mía. Genial. Mira tú por dónde me iba a
tocar el premio gordo.

Por fin, llegué a la dichosa cueva. Ahora era mi turno. Entraría de improviso
y los fulminaría a todos con un ataque de mi elipse, incluidos esos detestables
rumanos.

443
Se iban a enterar. Ellos querían secuestrar a mi ángel para utilizarlo, y tal vez
matarlo…

Fue pensar en esto último y un sentimiento de ira barrió mi cuerpo


completamente. Les iba a aniquilar a todos, sí, pero con ellos iba a tomarme
más tiempo, porque esos rumanos eran los verdaderos culpables de esto. Los
licántropos eran unos mandados, al fin y al cabo.

Me acerqué a la boca de la cueva, me agazapé más y, de un salto rápido y


contundente, impulsivo, me planté dentro.

Cual fue mi sorpresa cuando vi que estaba vacía.

¿Qué demonios era esto? ¿Dónde estaban esos malditos rumanos y sus
licántropos?

La cueva apestaba a amoniaco y a ese ácido olor a chupasangres, por lo que


habían estado allí, y no hace mucho, porque la peste era reciente. Muy
reciente.

Jake, ¿qué ocurre?, quiso saber Quil, que seguía esquivando a diestro y
siniestro.

Parece que no hay nadie, pero la peste que hay aquí es reciente, desvelé. Voy
a mirar, a ver si veo algo.

Ten cuidado, me dijo Seth desde su otra cueva.

Me adentré un poco para inspeccionar la caverna, podía ser que estuvieran


escondidos más adentro. No tenía ningún miedo, ya que erigí mi círculo de
luz brillante instantáneamente para protegerme. Con ese escudo no podían
hacerme absolutamente nada.

La oscuridad hacía de ese sitio un lugar totalmente lúgubre, pero mis pupilas
se adaptaron enseguida a esa situación. Mis ojos estaban bien preparados para
ver en la noche. Mis patas empezaron a pisar el agua que sudaban las paredes
y que terminaba en el suelo a modo de un alargado charco estanco. Este se
extendía a lo largo de la cueva como si fuese una alfombra y podían
escucharse los continuos goteos del agua cuando caían sobre la misma.
También se oía otro ruido de agua, como el de una catarata, aunque era
bastante lejano. Eso, y el suave viento que rozaba la boca de la cueva, era lo
único que se escuchaba.

Sin embargo, me di cuenta de una cosa. Había corriente, y me fijé en que el


aire que soplaba en la entrada no lo hacía porque entrara, sino porque salía. El
continuo viento circulaba en dirección a la boca de la cueva, por lo que
deduje que tenía que haber otra salida.

Puede que Vladimir, Stefan y los licántropos me descubrieran y salieran por


ahí, aunque tenía que ser muy cauto, porque también cabía la posibilidad de
que me estuvieran esperando a escondidas.

Apreté la dentadura.

Caminé con extremada precaución, tratando de que mis grandes zarpas no


hicieran ruido con el agua que pisaban. La cueva parecía un túnel al
principio, pero a medida que avanzaba se iba abriendo más y más, hasta que
se volvió un lugar amplio, lleno de estalactitas y estalagmitas, cuyos techos
rocosos de color ambarino eran enormes y se desplegaban unos diez metros
por encima del suelo, creando una especie de estancias cavernícolas.

Olisqueé el aire, intentando seguir ese asqueroso olor que ya se parecía más
al hedor. Puaj, era insoportable.

De repente, se escuchó un chasquido a mis espaldas que me hizo girar la


cabeza súbitamente, pero no me dio tiempo a más.

Cuando quise darme cuenta, algo saltó sobre mí.

444

¡¿Y a mí qué demonios me importa

el poder?!
¡Mierda!

Con precipitación y sobresalto, extendí mi círculo de luz brillante, haciéndolo


más grande. Fue un acto reflejo estúpido, porque ya lo había erigido al
principio y todo yo estaba metido en esa burbuja refulgente, pero fue
instintivo.

Mi sorpresa fue enorme cuando vi cómo un mogollón de simples murciélagos


se estampaban contra mi círculo. Sí, unos murciélagos. Maldita sea, ¿sería
idiota? Pues menudo susto me habían dado. Tuvieron suerte de que no
hubiera calentado mi círculo para volverlo de fuego, si no toda la manada
hubiéramos tenido murciélago a la parrilla para almorzar. Bueno, no, porque
estos bichos eran bien feos, pero tenían un alma pura y reluciente.

Los oportunos murciélagos chillaban y chocaban contra mi burbuja brillante,


pasando a mi alrededor a toda velocidad, pero sin rozarme ni uno solo de mis
pelos, porque era como si estuviera protegido con un cristal circular, el cual
bordeaban completamente perdidos.

Me dio por recordar aquella anécdota de Nessie y los murciélagos, cuando


había tenido que llevarla a esa montaña de Canadá para deshacernos de los
hechizos que nos habían puesto esos malditos magos. Nos habíamos metido
en aquella cueva para pasar la noche y los murciélagos nos habían asaltado,
como a mí ahora. Menudo teatro que había hecho Nessie, y todo para que el
idiota de mí reaccionase. Menos mal que después habíamos terminado
enrollándonos en esa misma cueva y había abierto los ojos.

¡Jake, ¿qué ha pasado?!, quiso saber Quil, alarmado, aunque él seguía


luchando con uno de esos enormes licántropos.

Salí de mi momentánea nube al instante. Vale, no era el momento más


apropiado para andar de recuerditos, pero qué quieres, no podía quitarme a
Nessie de la cabeza, ni siquiera en momentos como este, y cualquier cosa la
traía a mi mente.

Nada, solo eran unos malditos murciélagos, le revelé mientras veía cómo esos
bichos se perdían de mi vista. Voy a seguir inspeccionando la cueva.
Ten cuidado.

Continué caminando sigilosamente por esa cavidad que se abría paso por
dentro de la montaña, pisando esa agua helada. Los enormes huecos que se
iban presentando ante mí y que formaban la misma caverna se extendían
hacia arriba, formando una irregular y alta cúpula repleta de esas delgadas
formaciones de piedra calcárea que colgaban del techo como afiladas lanzas.
Esas retorcidas y amenazantes estalactitas parecía que se te iban a caer
encima, de veras. El suelo también estaba lleno de las prehistóricas
estalagmitas que despuntaban hacia arriba, pero no por el charco por el que
yo caminaba.

El sonido de lo que a mí me parecía una cascada cada vez se escuchaba más


cerca, según iba avanzando, sin embargo, todavía no alcanzaba a verla.

Ya empezaba a desesperarme. Todavía no había encontrado a esos


desgraciados de Vladimir y Stefan, ni a sus licántropos, pero lo que me
mosqueaba es que la caverna atufaba a ellos por todas partes, así que habían
estado aquí no hace mucho tiempo. Lo malo es que yo tenía que encontrarlos
para aniquilarlos y marcharme volando hacia la segunda cueva. Todos los
demás ya estaban luchando, y no podía demorarme más.

Entonces, escuché un ruido. Fue muy sutil, casi imperceptible, pero lo oí.

Me dirigí hacia allí con mucho, mucho cuidado, agazapándome como lo hace
un tigre cuando caza. Y, de pronto, sucedió lo que yo esperaba.

Un descomunal licántropo asomó la cabeza de su escondite para echarme un


vistazo y le pillé.

Uno. Ya tenía localizado a uno de quince. No era mucho, pero era mejor que
nada.

Mi manada estaba atenta a mis movimientos, pero también estaban muy


ocupados con lo que ellos tenían delante, así que pasé de retransmitirles nada.
Eso les distraería y sería peligroso, además, ya lo veían de sobra.
445

Abrí mis fauces y le mostré bien la dentadura al tiempo que rugía con
contundencia, dejándole claro quién era el fuerte aquí. Mi rugido atronó por
toda la caverna, haciendo eco en todos los paramentos rocosos que la
conformaban, y se escuchó a otra bandada de murciélagos huyendo
precipitadamente por la lejana boca de la cueva.

El licántropo salió de su escondrijo y ya le vi del todo. Era gigantesco, como


lo eran todos estos monstruos, y ese medio y despoblado pelaje que cubría su
corpulento cuerpo era de un color marrón oscuro, más bien tirando a negro.
¡Puaj, apestaba a amoniaco con ganas! Arrugué el hocico ante ese asqueroso
olor, pero guardando mi compostura, claro. Su aura era malva, cómo no, y
rezumaba cierto vaho azulado, señal de que por lo menos me tenía cierto
temor. Él también me mostró sus puntiagudos dientes y me gruñó, aunque no
me rugió. Creí que iba a enfrentarse a mí, así que preparé mi elipse, sin
embargo, en vez de eso, el muy cobarde se dio la vuelta e inició una huida
hacia el otro lado de la caverna.

¡Ah, no, ni hablar! ¡Y el muy cerdo corría que no veas!

Eché a volar detrás de él, provocando que mis patas hicieran estallar esa agua
que pisaban.

¡Maldita sea! Si fuera un lugar abierto, hubiera extendido mi elipse o mi


círculo de fuego y le hubiese fulminado de pleno, pero esta caverna estaba
llena de huecos y paredes que podían protegerle, y estaba claro que él sabía
bien cómo utilizarlo, porque se ocultaba de lo lindo.

Mientras corría detrás de él, calenté mi círculo brillante y lo transformé en


otro de fuego. Ahora si salía algún licántropo más y se le ocurría intentar
tocarme, saldría achicharrado al instante.

Ese gusano comenzó a meterse por unos túneles de techos altos que seguían
un patrón muy parecido al del resto de la cueva, solo que no tenía estalactitas
ni estalagmitas. Se movía en zigzag de galería en galería, a gran velocidad,
esquivando los paramentos rocosos que las dividía mucho mejor que yo, que
prácticamente me los comía todos. No tenía ni idea de adónde demonios me
llevaba, pero me daba exactamente igual, no tenía ni pizca de miedo. Me
cargaría a aquel que se me pusiese por delante solo con rozarle con mi círculo
de fuego.

Apreté el paso y avancé un poco más deprisa, esquivando lo que se plantaba


frente a mis narices. Salimos a otro túnel en el que el pasillo era más largo.
Esta era la mía. Le vi justo delante de mí, lo tenía a tiro, así que, sin perder
más tiempo, erigí mi elipse y la lancé contra él.

Cretino. Tuvo suerte. Justo cuando mi elipse le iba a azotar, hizo un quiebro
para cambiar a otra galería y esta se estampó contra la pared de roca. La
piedra salió despedida en miles de pedazos. Ese monstruo se había librado
por los pelos. ¡Maldita sea!

El sonido del agua de la cascada sonaba cada vez más cerca, qué digo más
cerca, ¡ya era inminente! ¡Ay, Dios! Cuando giré la esquina, tuve que obligar
a que mis patas frenasen en seco para no salir volando.

La boca de la cueva era muy irregular y no muy grande, daba al exterior, y el


agua de una cascada hacía las veces de una peculiar puerta de entrada. La
catarata caía de alguna parte de lo alto de la montaña y pasaba justo por
delante de esta segunda entrada de la caverna. El agua caía con tanta fuerza,
que solamente se veía una columna consistente en chorros de color blanco
que pasaban a toda velocidad, y el ruido te ensordecía los oídos. No se veía a
través de ella, así que no sabía lo que había al otro lado.

¿Dónde diablos se habría metido ese maldito licántropo? ¿El muy tarado se
habría lanzado al vacío, atravesando la cascada?

Jake, ¿qué pasa?, quiso saber Leah, que esquivó un derechazo de su


oponente.

He perdido al licántropo, le comuniqué, apretando los dientes al tiempo que


observaba la catarata con rabia.

De repente, sentí un fuerte impacto en mi lomo, el golpe de una roca enorme


y dura que había sido lanzada contra mí. Me empujó con potencia y me dejó
sin respiración por un instante.

¡Jake!, chilló Embry.

No me dio tiempo ni a contestar, y eso que solamente tenía que pensarlo.


Cuando me di cuenta, estaba saliendo despedido de la cueva, atravesando la
columna de agua como una auténtica bala, bueno, traspasándola del todo no,
porque su potencia me empujó hacia abajo súbitamente, llevándome con ella.

¡Mierda!

Fui capaz de adquirir mi forma humana durante la frenética caída libre, sin
embargo, me di un buen mamporrazo en el hombro contra un saliente de la
montaña. El crack ya fue todo un anuncio, pero tampoco me dio tiempo ni a
sentir el punzante dolor. En menos de un latido de corazón, el final de la
cascada me engulló, sumergiéndome en el agua con furia.

446

Los remolinos que formaba la catarata al insertarse en el líquido acuoso me


succionaban hacia dentro, como si no quisieran dejarme salir, como si
quisieran retenerme ahí para siempre. Maldita sea, estaba aturdido,
desorientado, ni siquiera sabía por dónde andaba, y no podía olvidar que
ahora mismo estaba totalmente desprotegido, si un licántropo me atacaba en
estas aguas, estaba perdido. Mi mente proyectó la imagen de Nessie
irremediablemente, pero también la estampa que mi cerebro se imaginaba de
Anthony.

Abrí los ojos de inmediato para ver por dónde me encontraba.

El burbujeo que se movía a mi alrededor era turbulento y alocado debido a


las fuertes corrientes, no se veía ni se oía más que esas malditas burbujas, por
todas partes, ya empezaba a quedarme sin el poco aire que había podido
coger y el dolor de mi hombro era bastante agudo, creo que lo tenía
dislocado. Genial.
Por suerte para mí, estaba acostumbrado a esas corrientes. Bueno, vale, no
eran iguales, pero los reflujos que se forman cuando las olas se estampan
contra las rocas de los acantilados de La Push son similares, así que más o
menos sabía lo que tenía que hacer para salir de ese infierno de agua.

Me fijé en la dirección que seguían las burbujas para saber dónde se


encontraba la superficie.

Las profundidades de la catarata me querían para ellas y no me dejaban


marchar, pero las engañé.

En vez de seguir a las burbujas, me sumergí más. Esa era la única manera de
salir de esos endemoniados remolinos.

Me costó un triunfo, y más con ese hombro, pero, ¡uf!, finalmente conseguí
deshacerme de ellos buceando un poco por el fondo, y ahora sí, en cuanto
dejé atrás ese torrente de la catarata, comencé a seguir el camino tomado por
las burbujas hacia la superficie.

No tardé nada en llegar, puesto que la zona en la que me encontraba era


menos profunda y me percaté de que ya hacía pie. Salí con energía hacia
fuera y tomé una buena bocanada de ese aire que ya me urgía.

Mis ojos se abrieron como platos cuando vi la estampa que tenía frente a mis
narices.

El día ya era claro del todo, aunque había unos nubarrones considerables que
lo hacían oscuro.

Los licántropos que me tocaban en esta primera cueva estaban repartidos


entre las dos orillas del río en el que me encontraba, todos me miraban
fijamente, inmóviles, agazapados, como si estuviesen esperando mi reacción
para actuar. Hice un rápido recuento mental. Eran quince. Su líder, con ese
pelaje gris, estaba en cabeza, pero faltaban Vladimir y Stefan.

La peste a amoniaco ya lo invadía todo.


El agua del río me llegaba a la cintura y su corriente era fuerte, pero no tanto
como para que me arrastrase, pues podía mantenerme en pie perfectamente, y
lo mismo me sucedía en mi forma lobuna.

―¿Qué haces en mi territorio? ―habló el líder de los licántropos con esa voz
gutural que retumbaba en su garganta, antes de que me decidiera a cambiar de
fase.

Vaya, parece ser que todavía no sabía que las otras cuevas habían sido
invadidas por nosotros.

―Este no es tu territorio ―le dejé claro.

―¿Acaso has venido a reclamármelo?

Los gruñidos de los licántropos se repartieron por todas partes, aunque el


ruido de la cascada que tenía a mis espaldas los tapaba un poco.

―Te repito que este no es tu territorio, sino el mío, así que no tengo que
reclamarte nada ―afirmé, clavándole una mirada amenazante. Sus peludos y
enormes compañeros volvieron a protestar, pero me dio exactamente igual.
Ahora mismo no podía perder más tiempo con charlas estúpidas, así que fui
directamente al grano―. Vengo a mataros ―gruñí, aumentando mi
agresividad.

Las protestas pasaron a ser rugidos en toda regla y esos monstruos se


agacharon más, preparándose para lanzarse sobre mí. Observé la roca que
tenía a mi lado con rapidez. Antes tenía que colocarme el hombro para poder
transformarme. La verdad es que me dolía a horrores, casi no podía ni
moverlo, pero guardé la compostura para que no sospechasen nada. El hueso
ya estaba empezando a solidificarse, pero si entraba en fase, se soldaría mal y
tendría problemas. El líder de los licántropos me miró fijamente durante un
instante con esos ojos amarillos reflectantes y después alzó la mano para
detener a sus compañeros. Estos obedecieron al instante, aunque no cesaron
en sus gruñidos.

No me fiaba ni un pelo de ellos. Estaba claro que me habían visto venir y me


habían conducido aquí para algo. Seguramente querían tenderme una trampa.
Tenía que estar alerta.

447

―Así que ya te has enterado de nuestros planes ―soltó el licántropo,


observándome con atención. Me percaté de que también lo hacía con mucha
prudencia. Más le valía―. Veo que la guardia de los Vulturis hace muy bien
su trabajo.

―No la tocaréis un pelo, ni a mi hijo tampoco ―aseguré, machacando mis


muelas con cólera―.

No permitiré que nadie les haga daño.

―Nosotros solo cumplimos órdenes ―alegó, mirándome con más cautela,


diría que incluso con cierto respeto―. No nos gusta meternos con otros
lobos, y siempre procuramos evitarlo, pero solamente hacemos nuestro
trabajo. Si estamos aquí hablando contigo, es por eso.

―Me importa una mierda ―bufé, ya lleno de convulsiones―. Me cargaré a


aquel que intente llevársela.

―Esto es necesario, Gran Lobo, tu esposa y tu hijo son un alto precio a


pagar, pero merecerá la pena cuando se la entreguemos a Razvan ―se atrevió
a decir.

―¡¿Cómo dices?! ―grité, y mis temblores se volvieron casi espasmódicos.

¡¿De qué demonios me estaba hablando?! ¡¿Se la iban a entregar a Razvan?!

―Él se marchará con ella y ese trío de magos romperá su alianza. Eso les
hará débiles y podremos vencerles ―siguió desvelando―. Sabemos que ella
es lo único que Razvan aceptará como pago.

―¡¿Vuestro plan es entregársela a Razvan para hacer un intercambio?! ―No


podía creerlo, estaba fuera de mí.
―El trato con Razvan ya está hecho. Solamente queda sellarlo y finiquitarlo
con la entrega de tu esposa ―admitió, hablando con un tono monocorde.

Esto no es lo que nos había dicho exactamente la Pitufina. Solamente nos


había dicho que Vladimir y Stefan querían secuestrar a Nessie para delatar a
Razvan y que así se rompiera la alianza de los tres magos. Solo así los
licántropos serían resistentes a su magia, ya que no sería una magia hecha por
tres magos, sino por dos, y eso era suficiente para que los licántropos fueran
inmunes. Pero ahora descubría que, además de eso, lo que planeaban esos
desgraciados rumanos era hacer un trueque con Razvan para que este
desapareciera del mapa. Era una manera de cerciorarse de que esa alianza se
rompía, y al parecer, ya habían tenido contacto con ese malnacido.

Rechiné las muelas con más que ira. Podía ser que la Pitufina nos hubiese
engañado, o quizá en realidad desconocía ese dato, porque Edward no había
detectado nada en la mente de la canija.

―¡Nadie cerrará ningún trato con mi mujer! ―voceé con cólera.

Los licántropos se miraron unos a otros, inquietos.

―Para Razvan tu esposa es la única moneda de cambio ―osó a decir.

¡Maldito miserable! ¡Esto era el colmo! ¡Una palabra más y lo mataría con
mis propias manos!

―Uníos a nosotros ―dijo de pronto, levantando ese mentón cuadrado


poblado de esa extraña barba gris que cubría toda su asquerosa cara―.
Juntos, dominaríamos el mundo entero.

―¡¿Qué mierda estás diciendo?!

―Has hecho una alianza con el bando equivocado ―siguió―. Los Vulturis
ya forman parte del pasado. El futuro es de Vladimir, Stefan y los licántropos
de nuestra especie. Si tú y tu manada os unís a nuestro bando, seremos
completamente invencibles. El mundo será nuestro.
¡¿Pero qué coño decía?! ¡¿Estaba loco o qué?!

―Yo no pienso unirme a ningún bando ―mascullé con ira contenida―. ¡Y


tampoco soy el aliado de nadie! ―voceé acto seguido, iracundo.

El fuego ya recorría mi espalda con ansias y toda mi fibra lupina me pedía a


gritos que la dejase salir de una vez.

―Piénsalo, Gran Lobo. Tendríamos el poder, seríamos los seres más


poderosos del mundo ―insistió ese estúpido con algo de nerviosismo al ver
mi negativa.

¿Pero qué cuernos les pasaba a todos estos cretinos con el poder? ¿Es que
había un virus o algo así? ¿Y por qué todos querían meterme a mí en el
medio? Vale, era el Gran Lobo. Maldita sea,

¡maldita sea mil veces! Estaba mejor cuando era un lobo normal. A mí me
importaba una mierda todo eso del poder, lo único que yo quería era vivir
tranquilamente con mi familia.

―¡Me importa una mierda todo eso del poder, ¿me oyes?! ¡Lo único que
quiero es que nos dejéis vivir en paz de una maldita vez! ―le grité, ya sin
aguantarme.

―Si te unieras a nosotros, ya no nos haría falta hacernos con tu esposa para
entregársela a Razvan ―intentó convencerme, ahora usando un tono
amenazante que hizo que la lengua de fuego comenzase a recorrer mi
columna vertebral, sin vuelta atrás.

―¡Jamás me uniré a nadie! ¡Y jamás permitiré que os llevéis a mi mujer!


―rugí ya, echándome 448

hacia delante.

En un abrir y cerrar de ojos, todos los licántropos se replegaron hacia atrás,


gruñendo con pavor, incluido ese cobardica de su líder. Entre tanto, y con
igual rapidez, lo primero que hice fue estampar mi hombro en la roca que
yacía frente a mí para recolocármelo. Escuché y, sobre todo, sentí otro crack.
El dolor fue intenso y tuve que apretar bien los dientes para no gritar, pero la
furia me cegaba tanto que lo superé sin problemas. Acto seguido, me
transformé en el mismo río.

Mi peso y mi tamaño hacían que me mantuviera erguido sin problemas entre


esa corriente de agua.

Mi cabeza se llenó de todos los pensamientos de mi manada, todos estaban


preguntándose qué narices me había pasado, si estaría bien, y estaban
preocupados por mi desconexión.

¡Estoy bien!, les comuniqué al tiempo que erigía mi círculo de luz brillante y
lo volvía de fuego.

No tenía tiempo para más explicaciones, ya lo verían en mi cabeza. Era hora


de trabajar.

Los bordes del río se convirtieron en un caos total. Los licántropos iniciaron
una huida desesperada para tratar de esconderse en las rocas más cercanas.
Malditos cobardes. Sus vahos azulados rezumaban por encima de sus
cabezas, sabían de sobra que este podía ser su fin. Y lo iba a ser.

¡Malditos! Querían entregársela a Razvan. ¡No lo permitiría! ¡Jamás!

No me hacía falta ni moverme del sitio. Sin más dilación, bombeé el círculo
de fuego hacia fuera, extendiéndolo en redondo, como si se tratase de la onda
expansiva de una bomba nuclear. Podía ver todas las almas malvas
perfectamente, y mi círculo de fuego alcanzó unas cuantas en la primera
tirada.

¡Bingo! Ya me había cargado a seis. Solamente me quedaban nueve, entre los


que se encontraba su líder. Estos se habían ocultado en unas zanjas naturales
que quedaban en la tierra que bordeaba el río. Eso les había salvado de mi
primer ataque, pero no lo haría con mi elipse, ya que esta sí que podía
manejarla y llevarla a todos los rincones que quisiese.
Cambié el círculo por la elipse en un santiamén. Sin embargo, cuando estaba
a punto de lanzarla hacia el primer hoyo, algo volvió a saltar sobre mí.

Y esta vez no eran murciélagos.

449

No, ahora mismo no puedo perder

el tiempo con eso

En cuanto escuché el inicio de ese repentino estrépito, miré hacia arriba con
precipitación.

Un montón de rocas y pedruscos venían hacia mí desde lo alto de la montaña.


El río se encontraba entre dos laderas rocosas, y ese mogollón de enormes
bloques de piedras rodaban por una de ellas a toda velocidad para caérseme
justo encima. ¡Y pesaban tanto, que venían como auténticos torpedos! ¡Ya las
tenía sobre mí!

¡Mierda!

Mi primer acto reflejo fue intentar apartarme, así que, con rapidez, pegué un
salto hacia la orilla para esquivar esos endiablados pedruscos. Mi intención
era crear mi barrera de fuego a la vez, sin embargo, uno de los monolitos se
me adelantó y me alcanzó, colisionando en mi cabeza. Me estampé de morros
en ese terreno de tierra y cantos rodados que conformaban el margen del río,
y la grande roca que me había golpeado se cayó a mi lado, desplazándose un
par de metros más allá.

El impacto fue brutal, pero antes de que empezase a sentir el mareo conseguí
erigir mi círculo de luz brillante y lo calenté como el fuego inmediatamente.
El resto de los enormes bloques de piedra no tardaron mucho más en llegar,
pero, para mi fortuna, se estamparon contra mi barrera en llamas y se
desintegraron al instante, ni siquiera sus cenizas me tocaron.

¡Jake, ¿qué pasa?! ¡Te estamos perdiendo el hilo!, escuché que me decía
Embry. Y su voz sonaba tan lejana.

Maldita sea, me estaba mareando…

¡Jake, responde!, gritó Sam también con una voz enlatada.

Intenté ponerme en pie por todos los medios, pero mis patas me zarandeaban
de aquí para allá como un tarambana, ni siquiera era capaz de mantener mi
barrera en condiciones, así que me desplomé en el suelo otra vez.
Maldición…

Acto seguido, me mareé del todo y la oscuridad se cernió sobre mí.

―Nessie, ¿quieres un poco de limonada? ―escuché que le ofrecía mi viejo.

―Sí, gracias, Billy ―le contestó ella, se notaba que con una sonrisa.

Yo me encontraba en mi cuarto, cambiándome de ropa, pero pude escuchar el


leve jadeo de mi padre. La sonrisa de Nessie también influía, pero todavía se
maravillaba al escuchar su voz, ese timbre cristalino y pueril. No era el único,
claro, la propia familia de Nessie, y yo, no podíamos evitar sentir lo mismo
cada vez que la escuchábamos.

Últimamente solía traer a Nessie a La Push con más asiduidad, para que ella
se relacionase con gente más normal, así no podría usar tanto su don y se
vería obligada a hablar. Nessie solamente tenía ocho meses, pero físicamente
tenía unos seis años, y seguía sin querer comunicarse en voz alta. No quería
que se convirtiera en una rara. Con Charlie tenía que utilizar su voz, sin
embargo, la muy pillina trataba de hablar lo menos posible, y encima su
abuelo se lo consentía todo. En cuanto Charlie veía los ojitos que le ponía
Nessie porque le incomodaba hablar, ya no podía resistirse, así que con él
siempre se escabullía. Reconozco que a mí también me costaba un triunfo no
sucumbir cuando me clavaba los ojitos de esa forma, pero también miraba a
su futuro.

Nessie se haría mayor en poco tiempo, y no quería que alcanzase la edad


adulta y que siguiera sin hablar, eso le iba a traer problemas. Creo que Nessie
se daba cuenta del efecto que causaba el escucharla y esto le daba mucha
vergüenza, pero era necesario que usara su voz y ella misma se acostumbrara
a oírse.

Edward prefería que Nessie empezara a comunicarse en voz alta en casa, bajo
su protección y supervisión, sin embargo, para mí lo mejor era que ella se
acostumbrara a hablar con gente menos conocida, para que fuera perdiendo
esa vergüenza. Ya teníamos bastantes discusiones cuando le daba las
lecciones de Historia a Nessie, porque con el tema de los indios no se paraba
mucho; nos dejaba muy bien y eso, sí, pero no se explayaba demasiado, y yo
quería que ella conociese bien la verdadera cara de la moneda, aunque para
mi desgracia siempre tenía que aguantar eso que 450

Edward me decía de que se trataba de su hija, que su educación la decidía él y


bla, bla, bla. Y, claro, también habíamos tenido otras trifulcas más por culpa
de esto, cómo no. Bah. Edward tampoco estaba muy conforme con que
Nessie se pasara los días aquí, pero a mí me importaba un bledo, además, a
ella le encantaba estar en La Push.

Se oyó cómo las ruedas de la silla de Billy entraban en la cocina y después


cómo cogía un vaso del mueble y vertía la limonada dentro. Cuando terminé
de ponerme la camiseta, mi viejo acababa de aparcar su silla.

―Aquí tienes.

―Gracias.

Cerré las puertas del armario de mi cuarto y caminé hacia la salida para
dirigirme a la sala de estar.

―¿Este es Jake de pequeño? ―preguntó Nessie mientras yo ya estaba


llegando a la estancia.

¿Qué estarían haciendo?

―Oh, sí. Ahí era un renacuajo ―rio Billy―. Tenía tus mismos…, bueno, tu
misma edad.
―Era un niño muy guapo ―exhaló, y parecía bastante maravillada.

Anda. Eso me hizo sonreír.

―Y muy travieso ―añadió mi viejo, usando un tono más bien rencoroso,


seguramente al recordar alguna de mis trastadas.

Entré en la sala y por fin vi lo que estaban haciendo. Nessie estaba sentada en
el sofá, y a su lado se encontraba mi padre, que había estacionado la silla
justo donde el brazo del asiento para poder mirar ese álbum de fotos familiar
que Nessie sostenía en su regazo.

Las piernas de Nessie colgaban del sofá y sus pies no llegaban al suelo,
incluso el grande y viejo álbum abultaba más que ella, aunque sus brazos
aguantaban las pesadas tapas de cuero marrón sin ningún esfuerzo. Sus
adorables ojos observaban las fotografías con mucho interés y atención, y su
boca esbozaba una de sus preciosas sonrisas.

―No hagas caso, era un angelito ―me defendí, sentándome a su lado. Y le


di un beso en la cabeza.

Nessie alzó el rostro para mirarme, sonriente. En cuanto vi su expresión, ya


supe lo que quería hacer.

Se bajó del asiento con un brinco, posando el álbum abierto en la mesa que
teníamos enfrente, se giró hacia mí y se subió a mi regazo con otro ágil salto.
Mis brazos ya estaban abiertos para recibirla. Se enganchó a mi cuello, me
dio un dulce y efusivo beso en la mejilla y acto seguido apoyó la suya en mi
hombro, apretando su abrazo, mimosa.

Billy se rio entre dientes al ver la estampa.

Sonreí y la besé en la frente.

―¿Ya te has cansado de las fotos? ―le pregunté, metiéndole el cabello


detrás de la oreja.
Despegó su rostro infantil de mi hombro para mirarme con una sonrisa
enorme y negó con la cabeza efusivamente.

Me reí y me incliné hacia delante para coger el álbum. Ella se aferraba bien a
mi cuello y su pequeño cuerpo pesaba muy poco, así que no me costó nada
acceder al mismo. Lo cogí y lo posé donde antes había estado sentada Nessie,
sosteniéndolo en pie con una mano para que pudiera seguir viéndolo,
mientras ella ya apoyaba la mejilla en mi hombro de nuevo.

―Mira, aquí estoy en la escuela, con mis compañeros de clase ―le desvelé,
sonriendo con algo de añoranza a la vez que le señalaba la fotografía con el
dedo―. Solo iba a tercer grado.

―Tenías el pelo largo ―sonrió.

―Sí, siempre lo tuve largo ―sonreí yo también―. Bueno, hasta que empecé
con las transformaciones, claro, a partir de ahí ya tuve que cortármelo por
comodidad.

―Los Black siempre tuvimos una buena cabellera ―presumió Billy.

Nessie soltó una risilla que me sonó a música celestial.

―¿Estos son Quil y Embry? ―preguntó ella, separándose un poco de mí


para indicármelos con su dedito.

En cuanto lo hizo, se acomodó en mi hombro otra vez.

―Sí. Vaya pintas que tenían, ¿eh? ―me reí―. Mira Embry qué flacucho
estaba.

Su risa volvió a llenar la sala de estar y yo pasé la página, contento. Empecé a


señalarle a los miembros de mi familia que salían en las fotografías.

―Esta es mi abuela paterna, estas son Rachel y Rebecca, Billy de joven…

Mi padre frunció el ceño.


451

―Sigo siendo joven.

―¿Y esta mujer tan guapa? ―Nessie se despegó de mí otra vez para
indicarme la fotografía, aunque no hubiera hecho falta para saber a quién se
refería.

Posó su mejilla en mi hombro una vez más y se quedó esperando mi


respuesta.

Billy y yo nos miramos durante un instante, los dos con nostalgia.

―Esa es mi madre ―respondí con una voz que me salió más baja de lo que a
mí me hubiera gustado.

Nessie se incorporó y se quedó mirándome fijamente, con esos ojitos tan


dulces.

―¿Era tu mamá? ―inquirió.

―Sí.

Ya no hizo más preguntas. Era increíble, por su corta edad, pero ya sabía lo
que me dolía recordar eso. Ella se entristeció por mí, lo vi en sus ojitos, sin
embargo, volvió a observar la fotografía.

―Era muy guapa ―murmuró sin dejar de mirarla―. También tenía el pelo
muy largo y bonito, como tú. ―Giró su rostro de porcelana hacia mí para
clavarme esos ojitos de nuevo―. Te pareces mucho a ella. ―Y desplegó una
sonrisa tan tierna, que no pude evitar correspondérsela.

Todavía no dejaba de sorprenderme la madurez con la que actuaba y hablaba


algunas veces.

Solamente tenía seis añitos, pero lo comprendía todo a la perfección, era


increíble.
Ver su sonrisa me alentó al instante. Porque yo tenía a mi ángel.

―¿Quieres ver una foto que tengo con tu madre? ―le propuse, sonriéndole.

Ella asintió con entusiasmo, sonriente, y su mirada ya se dirigió al álbum.

Pasé varias páginas.

―Aquí está ―le mostré―. Bueno, tengo varias, como ves.

Mi ángel amplió su sonrisa y yo hice lo mismo con la mía.

―Esta es en el garaje ―se percató, señalándola.

―Ajá.

―Tu pelo es largo. ―Su carita se concentró para observar si eso que se veía
por detrás era una coleta.

―Sí, eso fue justo antes de empezar con las transformaciones.

―Lo sé ―asintió muy segura, sin dejar de mirar la foto.

Me quedé observándola como un tonto. A Nessie le encantaba mirar esas


fotografías de nuestro álbum familiar. Era difícil acostumbrarse a esto, a que
una niña de seis años ―de ocho meses de vida reales― ya se supiera tantos
detalles de mi vida, a que los grabara en su cabeza con tanta precisión. Nunca
me preguntaba la misma cosa dos veces, con una vez que se la contara, ya la
guardaba en su memoria, y parecía que lo hacía como si fuera un tesoro.
Solamente me pedía que le repitiera alguna historia o anécdota que le había
parecido divertida o interesante. Vale, quedaba fatal que yo lo dijera, pero
Nessie mostraba un interés ferviente por mí, casi idólatra, como si yo fuera
esa estrella de rock al que una fanática adora. A veces me daba la sensación
de que ella también estaba imprimada de mí.

Pensé en lo que había cambiado mi vida desde que ella estaba a mi lado, en
todo lo que había mejorado. Solo habían pasado ocho meses desde su
nacimiento, pero Nessie había curado mi corazón por completo.
Sentí un fuerte tirón en la cola. ¿Nessie me estaba tirando de la cola? Un
momento. ¿Cómo me iba a tirar de la cola si estaba en mi forma humana?
Entonces, me di cuenta. No era Nessie la que me estaba tirando del rabo.

Salí precipitadamente de ese recuerdo que me había traído la inconsciencia al


acordarme de lo que realmente estaba pasando, al recordar que eso formaba
parte del pasado y que ahora estaba en el presente. Me acordé de lo que había
pasado, de esa roca que me había caído en todo el tarro, haciendo que me
cayera inconsciente.

Y de esos asquerosos licántropos.

Mis ojos se abrieron inmediatamente. El tirón de mis cuartos traseros venía


dado de una fuerza mucho mayor y mi cuerpo lobuno estaba siendo
arrastrado para sacarme de la orilla.

¡Malditos!

Me levanté súbitamente, pillándoles por sorpresa, y, profiriendo un rugido


que rebotó en las laderas de la montaña, me giré hacia el desgraciado que me
estaba agarrando por la cola.

¡Jake ha vuelto!, oí que decía Cheran.

Seguramente se lo estaba comunicando a Edward, y seguramente había visto


ese recuerdo, 452

como mi suegro y los demás lobos, claro.

Mi manada estaba atenta a todos mis movimientos y ya estaban viendo lo que


sucedía por aquí, a través de mis ojos. Yo también podía ver a través de los
suyos las diferentes luchas encarnizadas que estaban teniendo con los demás
licántropos.

No tenía tiempo que perder.

Enganché a ese desgraciado con mis dientes por el brazo y me volteé deprisa
cuando dejó mi cola. Me rugió en todo el careto, expeliendo ese aliento más
que nauseabundo, y se revolvió, pero antes de que su puño llegase a mi cara,
solté mi elipse y le fulminé en una fracción de segundo.

Me quedé con su peludo brazo en la boca, que fue lo único que sobrevivió, y
lo escupí a un lado.

Puaj.

Todos los licántropos se quedaron a cuadros, y más cuando vieron el brazo


tirado y las malolientes cenizas de su compañero asentadas en el suelo.
Estúpidos miserables, habían intentado tenderme una trampa con ese
desplome de rocas y casi lo consiguen. La cabeza todavía me dolía bastante y
no me hacía falta tocarme para saber que tenía un chichón considerable.
Podía sentir las palpitaciones de mis vasos sanguíneos sobre él, retumbando
hacia fuera como si quisieran hacerlo estallar. Bueno, la hinchazón bajaría y
la herida sanaría antes de que terminase con ellos, que iba a ser muy pronto.
Rechiné las muelas. Ahora ese líder y el resto de licántropos permanecían
inmóviles, observándome patidifusos. ¿Pero qué se creían? ¿Que podían
reducirme con esa porquería?

No me costó nada divisar al culpable de esa avalancha de rocas. El muy


imbécil seguía en lo alto de la montaña y trató de esconderse, pero ya le había
pillado de sobra. Ese licántropo había sido el encargado de propinarle una
buena patada a un saliente de la ladera para descargar esas rocas sobre mí.

Gusano…

A su asqueroso vaho azul casi no le dio tiempo ni a salir por su cabeza. Sin
retirar mi barrera de fuego, y de una forma automática y súbita, solté mi
elipse en su dirección. Se había ocultado tras un peñón, el muy cobarde…,
pero mi poder espiritual le alcanzó igualmente. Conseguí virar mi elipse a
tiempo para esquivar la roca y le di de pleno. Ya le había cogido el tranquillo
al manejo de mi poder espiritual, así que esto ya no era un secreto para mí.

Ya me había cargado a dos más. Ahora iba a por los siguientes.


―Te estás equivocando ―osó a decir el líder de los licántropos, rechinando
los dientes, aunque él con un temor que se evidenciaba con su vaho
azulado―. Ahora Razvan sí que se la llevará.

¡Maldito! ¡¿Todavía seguía con su amenaza de secuestro?! ¡Licántropos de


pacotilla! ¡Ya me tenían harto!

Me volví hacia ellos con furia. Ya estaban tratando de escapar, los muy
canallas, corrían hacia las laderas para escalarlas, seguramente para tratar de
huir por algún agujero de la montaña. Y

ese cobarde de su líder iba en cabeza.

¡Ja! Ni hablar.

Erigí mi círculo de fuego, encogiéndolo un poco hacia mí para que tomase


más impulso, y lo solté hacia fuera con furia. Estaba más que harto de esta
escoria. Se querían llevar a Nessie para entregársela a ese miserable de
Razvan, y eso no lo iba a permitir. ¡Jamás!

La ardiente onda expansiva se extendió vertiginosamente hasta alcanzar los


taludes que circunscribían el río, esos por donde los miserables licántropos ya
estaban reptando para escapar, pero a ellos también les cazó.

Los alaridos fueron cortos, mi círculo de fuego los fulminó en cuanto rozó
sus repulsivos cuerpos.

Bien, los grupitos de cenizas ya me indicaban que tenía a cinco más que
añadir a la lista. Ahora solamente me quedaban… ¿Uno? ¿Dónde demonios
estaba su líder? Observé bien toda la zona, pero no había ni rastro de él,
solamente estaba ese único licántropo que se había refugiado en una de las
zanjas naturales del margen del río y que acababa de echar a correr hacia la
montaña. ¡Maldita sea!

¡Mierda! ¡El líder había conseguido escapar!

Rechiné los dientes, sin embargo, tenía que continuar con mi ataque. El único
licántropo que quedaba ya estaba saltando por la ladera de la montaña y se
metió por un agujero.

Vale, genial. Otra vez tenía que escalar y meterme en alguna cueva.

Corrí por la orilla y salté al paramento inclinado de piedra para reptar hacia la
pequeña entrada de esa cueva. La zona estaba bastante empinada, así que no
me quedó más remedio que brincar de saliente en saliente como pude para
procurar acceder al agujero. Guay. Ahora sí que parecía una cabra. Me costó
un poco, ya que la humedad que desprendía la estrepitosa catarata 453

rociaba las paredes rocosas de su alrededor y las volvía muy resbaladizas,


pero finalmente logré llegar a la entrada de esa otra cueva.

La boca de esta caverna era muy ajustada para mi cuerpo, aunque conseguí
pasar por ella al agacharme y arrastrarme hacia su interior. Me sentí un poco
como la niña de Alicia en el país de las maravillas cuando persigue al conejo
y se mete por un agujero estrecho. En fin.

El caso es que pasé. El agujero por el que había entrado era pequeño, sin
embargo, el interior era muy diferente. La gruta presentaba unos techos
mucho más altos que los que había visto en la caverna de antes, y estos
también estaban llenos de esas lanzas de punta calcáreas. La cueva era muy
amplia y abierta, aunque había varios tabiques naturales de piedra que
producían unas divisiones en esa enorme estancia, creando algunas cámaras
diáfanas que a su vez estaban comunicadas entre sí.

Ese malnacido se había escondido, pero me daba igual. Ahora ya no tenía


escapatoria, en cuanto diese con él, lo aniquilaría sin cuartel.

Comencé a caminar por la gruta con paso decidido, aunque discreto, para que
me oyese lo menos posible. Olisqueé ese húmedo aire y después pasé a
hacerlo con el rocoso suelo. Su repulsivo rastro de amoniaco era toda una
señal luminosa para mí, así que lo seguí. Moví las orejas en varias
direcciones para escuchar cualquier sonido, por mínimo que fuera. Aparte de
la cascada de fuera, de los apresurados y rítmicos latidos de los murciélagos
que habitaban aquí y de los goteos incesantes que se repartían por toda la
caverna, no se oía nada más. Avancé lentamente y poco a poco fui rastreando
esa zona.

De pronto, me percaté de algo. Una luz malva salía de detrás de uno de los
tabiques naturales de piedra, y no solo eso, un vaho azulado rezumaba hasta
la cúpula de estalactitas.

Me agazapé, me preparé y tensé los músculos de mis patas traseras al tiempo


que machacaba las muelas y clavaba la mirada en ese punto fijo.

Tomé impulso y me abalancé en esa dirección.

Rugí adrede para hacer saltar a ese desgraciado mientras mis cuatro patas ya
aterrizaban en el suelo. El licántropo salió de su escondite, pero, para mi
sorpresa, no huyó, sino que se lanzó a por mí.

Bueno, por lo menos el tipo lo intentaba. Aunque de nada le iba a servir.

Se estampó contra mí y caímos rodando varios metros. Comenzamos un


forcejeo en el que no faltaron los fuertes chasquidos de nuestras fauces
cuando tratábamos de hincarnos el diente, y los rugidos que nuestras
gargantas emitían con saña y que hacían eco por todas partes. Mi cuerpo dejó
de girar cuando mi costado chocó contra una de las tantas estalagmitas que
colonizaban el suelo pétreo.

Ese condenado estaba encima de mí y no me dejaba levantarme, además,


pesaba como un muerto. Iba a erigir mi círculo de fuego, pero antes de que
me diera tiempo, ese malnacido me clavó las cuchillas de una de sus garras.
Por fortuna, pude girarme a tiempo para que no lo hiciera en el corazón, que
era su objetivo, aunque, aun así, me pinchó bien. Gemí de dolor cuando las
sacó de mi carne, puesto que este era insoportable. Sus sucias y afiladas
cuchillas se habían incrustado a fondo en mi costado. ¡Mierda!

¡Jake!, gritaron varios miembros de mi manada.

¡Estoy bien!, les calmé con prisas.


Podía oler mi propia sangre, que chorreaba por mi pelaje, aunque también
sentí cómo la herida ya comenzaba a cerrarse.

El licántropo estaba eufórico, movido por la adrenalina que su acierto le


había causado. Sus ojos amarillos albergaban la locura total, solamente les
faltaba esas espirales que ponen en los dibujos animados cuando retratan a un
lunático chiflado. Intentó rajarme una segunda vez y llevó su bocaza hacia mi
cuello de una forma vertiginosa.

¡Ni lo sueñes!

A una velocidad de vértigo, conseguí evitar su intentona de mordedura y


esquivé su cabeza para llevar la mía a la parte trasera de su cuello. Hundí bien
la dentadura en su joroba y, con un movimiento rápido y brusco, lo aparté de
mí, lanzándolo varios metros hacia sus espaldas.

Me libré de sus cuchillas por los pelos.

Mientras el licántropo se estampaba en una de las paredes, me puse en pie


inmediatamente y erigí mi círculo de fuego. Antes de que a ese gusano le
diese tiempo a reaccionar, extendí el círculo en su dirección.

Su corto chillido se apagó cuando fue fulminado por el fuego de mi barrera.

454

¡Genial, Jake! ¡Ya has terminado con la primera cueva!, alabó Seth.

Toda mi manada se alegró al instante, y también percibí el alivio en sus


pensamientos, ya que empezaban a tener apuros para contener a esos
incansables bichos.

Observé mi costado con celeridad. Todavía me dolía un poco, sin embargo,


las cinco heridas ya se estaban sanando por dentro, y había dejado de sangrar.
El chichón ya ni lo sentía.

Sí, ya he terminado aquí, le ratifiqué a Seth. Aguantad, ya voy a la segunda


cueva.

¡A la orden!, exclamó Paul.

Ese idiota lo estaba pasando como los indios, nunca mejor dicho.

Recordé al líder de los licántropos. Esa alimaña había logrado escapar, pero,
¿adónde? Apreté las muelas con rabia y furia, pero ahora mismo no podía
perder el tiempo con eso. Ya iría tras él en otro momento. Me fastidiaba
mucho tener que dejar este asunto así, pero no tenía opción. Además, él ya no
contaba con ninguna manada, así que no podía ir a por Nessie en solitario. Y
aunque se reuniera con Vladimir y Stefan en algún sitio daba lo mismo. Esos
rumanos ya no tenían ejército de licántropos, así que solo serían tres, y
ninguno disponía de poderes ni de ningún don. Nessie estaba muy bien
protegida y nuestros bosques muy bien vigilados. No tenían nada que hacer.

No. Ahora mismo no podía ponerme a buscar al líder de los licántropos. La


manada y los Cullen me necesitaban en las otras cavernas, y con urgencia.

No, no tenía tiempo que perder.

455

Venga, venga, ya queda menos

Mis patas no hacían más que corretear por esa dichosa montaña con prisas.
Maldita sea, me había perdido. El tema es que había salido despedido de la
primera cueva, atravesando la cascada, y después no había podido regresar a
esa misma caverna, con lo cual, tuve que arreglármelas para salir de la otra
gruta, esa en la que había aniquilado al último licántropo. Y, claro, la salida
estaba por otro lado, ya no daba al camino por donde había venido.

Genial.

No tenía ni idea de dónde demonios estaba. Intenté visualizar el mapa del


pelirrojo en mi mente, para ver si daba con algo que me ubicara, pero de
momento, no había forma.
Resoplé por las napias.

Podía escuchar el ruido de la catarata, eso me dio una pista. A ver, el río lo
tenía situado en ese mapa imaginario, quedaba a la izquierda de la montaña, y
si tiraba por aquí… Sí, si me dirigía en esta dirección, el sonido del agua se
correspondía con la orientación del plano.

¡Eso es!

Trum, trum, trum, trum.

Galopé por esa ladera inclinada, recorriéndola de una forma transversal, y


después de un buen rato, llegué a divisar el río.

¡Por fin me pispaba de dónde estaba!

¡Quil, ya me he ubicado!, le anuncié, pues ya se habían enterado de mi


desorientación, por supuesto. ¡Estoy en vuestra cueva en unos minutos!

¡Pues menos mal!, se quejó.

Idiota. ¿Y yo qué culpa tenía de lo que había pasado? Encima que toda la
responsabilidad caía sobre mí. Bufé.

Pero también le comprendía. Las imágenes de su sesera y de las de Embry,


Michael y Nathan me mostraban los apuros que estaban teniendo para
controlar a esos monstruos que ya me recordaban a los diablos de Tasmania,
de lo repelentes, descontrolados y agresivos que eran.

Podía verlos a todos, pero centré mi atención en la gente de la segunda cueva,


ya que era a la que tenía que dirigirme ahora. Mis hermanos, Teresa,
Ezequiel, Eleazar, el rastreador, la Naomi Campbell y los otros dos matones
de Thiago, que no me acordaba de cómo se llamaban, luchaban sin parar.

Estos últimos se manejaban bastante bien, tenía que reconocerlo, pero mis
lobos tampoco tenían nada que envidiarles. Eleazar demostró que una vez
perteneció a un ejército, aunque este fuera la guardia de esos viejos
decrépitos de los Vulturis. Teresa fue la que más me sorprendió.

Puede que no supiera luchar, pero demostraba un coraje y una valentía


enormes al ser la encargada de distraer a los licántropos, poniéndose, incluso,
como cebo. Ezequiel seguía todos sus movimientos y la sacaba de más de un
apuro, ayudado por alguno de mis lobos y Eleazar.

Apreté los dientes y el paso.

Comencé a descender por la pendiente de la montaña, clavando las


almohadillas de mis patas en la roca para no resbalarme hacia abajo.

No dejaba de pensar en Nessie y el bebé. Ya había terminado con la primera


cueva, pero todavía me quedaban las otras tres. Tres cuevas más para llegar a
su lado, a casa. Puede que fuera una chorrada, lo sé, pero no podía quitarme
de la cabeza que ellos no estaban del todo protegidos.

Bueno, vale, estaban Edward y Bella, y Nessie no iba a estar mejor con nadie
más que con ellos.

Sí, conmigo. Mierda.

Me sacudí la cabeza.

Cheran, ¿cómo va todo por ahí? ¿Cómo está Nessie?, quise saber, ya un poco
ansioso.

Bien, todo bien, respondió él inmediatamente. Por aquí la cosa está muy
tranquila. Nessie está en la sala de estar, ¿quieres que entre allí y la mire?

Uf, la tentación era enorme, porque ya la echaba tanto de menos que me


moría por verla. Pero era mejor que no lo hiciera. Eso me distraería, y tenía
que concentrarme en esta misión. Cuanto antes terminara con todo esto, antes
estaría con ella. Además, tampoco era bueno que me comunicase con Nessie
a cada instante. Si luego, por la razón que fuera, no podía hacerlo, se 456

preocuparía el doble. Era mejor mantener esta dinámica y comunicarme con


ella cuando terminase toda esta porquería. Ahora ya sabía que todo iba bien,
y eso bastaba.

No, no hace falta, le contesté a Cheran mientras seguía bajando por la


pendiente lo más deprisa que podía. Ese terreno lleno de baches y socavones
de piedra me estaba machacando la planta de mis patas. Guay. Solo dile…,
bueno, ya lo estará oyendo, pero dile a Edward que todo va bien, para que se
lo comunique a ella, ¿vale?

De acuerdo.

Daniel, ¿todo tranquilo por el bosque?, pregunté.

Por aquí no haríamos más que bostezar si no fuera por el jaleo que tenéis ahí,
me informó.

Bien. ¿Y vosotros, Brady?

Hemos divisado a tres nómadas, pero están fuera de los límites de la tribu, me
comunicó.

Vamos a ir a echar un vistazo, y si vemos que se acercan, les pararemos los


pies.

Vale. Si hay alguna novedad quiero que me la comuniquéis, ¿de acuerdo?

De acuerdo, respondieron los tres.

Continué descendiendo por esa empinada cuesta, hasta que mis patas
agradecieron que por fin la superficie se volviera más llana.

De refilón y de soslayo, observé ese trecho por el que había bajado. No,
desde luego esto no era para una embarazada de casi ocho meses. Por mucho
que Teresa evitase los movimientos bruscos, había zonas en las que era
imposible no tener que saltar o brincar para salvarlas, así que Nessie lo
hubiera notado, en sus brazos. Resoplé por las napias, resignado, aunque
seguía sin quitarme de la cabeza ese sentimiento insistente de que tenía que
estar con ella. Mierda.

Volví a sacudir el tarro.

Accedí a una zona más arbolada y ahora ya sabía por dónde tenía que ir para
llegar a la segunda cueva, así que a partir de ahí me vino todo rodado. Bueno,
todo no, porque en una de estas, una rama se enganchó a la ropa de mi cinta y
tuve que detenerme cuando sentí el fuerte tirón. Casi me caigo, ¿sería idiota?

Miré rápidamente a mi pata y llevé la boca a la cinta para desenredar la rama


que se había enzarzado en la ropa. En fin, ropa. La camiseta se había ido al
carajo en los remolinos de la catarata, pero, bueno, por lo menos la cinta
había retenido mi pantalón. Apreté el cordón de cuero un poco más para
asegurar esa única prenda y seguí mi camino con celeridad.

Recorrí ese tramo de bosque durante un rato y después salté a un risco que
iniciaba otro sendero por otra inclinada cuesta de piedras y más baches.
Estupendo.

Volví a pelearme para escalar, como me había pasado con la primera caverna,
aunque esta pendiente era menos empinada y más corta, para mi alivio.
Llegué a otro camino empedrado y ya divisé la segunda cueva, a lo lejos.

Los rugidos de mis lobos y de esos asquerosos licántropos ya se oían desde


mi posición. Apreté las muelas, erigí mi círculo de luz brillante y le metí más
caña a mi carrera.

¡Ya estoy aquí!, anuncié a mi manada al llegar a la boca de la cueva.

¡Uf!, respiró Michael.

¡Aleluya!, protestó Quil, que acababa de esquivar un puñetazo.

¡Oye, no te quejes! No lo he tenido tan fácil en la primera cueva, ¿sabes?,


resoplé, avanzando por la caverna con diligencia para llegar a su paradero.

Visualicé los fulgurantes brillos de las almas puras que había al fondo, estas
iluminaban una de las paredes rocosas, indicándome que ya se encontraban al
girar esa esquina, aunque, bueno, los rugidos, chasquidos y demás ruidos de
la pelea ya me indicaban su emplazamiento.

Aceleré y en dos segundos me planté allí.

¡Apartaos, que voy!, avisé con un rugido, ya calentando mi círculo de luz


brillante al tiempo que cruzaba la esquina.

El careto de los licántropos ya lo decía todo. No se esperaban mi aparición.


Perfecto.

Quil y Embry saltaron instantáneamente, dejando atrás a los dos licántropos


con los que estaban luchando, y taparon la única escapatoria clara de esos
bichos. Ellos no tenían nada que temerle a mi poder espiritual, así como
Michael, Nathan, Teresa, Ezequiel y Eleazar, que se unieron a mis mejores
amigos para tapar todos los huecos posibles por donde esos licántropos
tuvieran algún mínimo conato de fuga. La Naomi Campbell, el rastreador y
los otros dos secuaces de Thiago también se quitaron de mi camino. Más les
valía, porque ellos eran los únicos cuyas almas eran de ese inmundo color
malva, así que si no querían palmarla achicharrados tenían que apartarse.
Arg, si por mí fuera, los hubiera metido en el lote de los licántropos, pero ese
estúpido 457

tratado me lo impedía. Me tragué esa parte de rabia y seguí con mi trabajo.


En cuanto estos últimos saltaron a mis espaldas y cruzaron la esquina que yo
acababa de pasar, para ocultarse, solté el círculo de fuego.

Me dio tiempo a contarlos antes de que mi fogonazo invisible y vertiginoso


los fulminase de pleno. Eran quince. Intentaron huir, sin embargo, antes de
que sus pies avanzasen un paso, ya fueron reducidos a cenizas. La onda
expansiva de fuego traspasó a los nuestros, pero a ellos les causó el mismo
efecto que una fuerte brisa.

Mi círculo de fuego se replegó y regresó a mí. Dejé de calentarlo para que


volviera a su estado brillante y lo mantuve a mi alrededor.
Los otros cuatro cobardes salieron de su escondite y abrieron los ojos como
platos al ver la escena. A la Naomi Campbell casi se le cae la mandíbula al
suelo. Tenía una de esas caras que dicen: ¿cómo es posible?, como si no se
creyese que yo hubiera terminado con esos licántropos en un santiamén,
cuando ellos habían estado sudando la gota gorda solo para contenerlos. Su
don de mimetizarse había resultado todo un chasco contra esos monstruos.

―Es realmente increíble ―exhaló Eleazar, observándome con asombro y


maravilla.

Genial, ya empezábamos.

―Su poder es inmenso ―añadió Ezequiel.

Ambos asintieron.

Suspiré.

¡Genial, Jake!, alabó Nathan, moviendo la cabeza hacia arriba para emitir
unos aulliditos y gañiditos tontos de entusiasmo.

Embry y Michael acompasaron sus aullidos.

No os emocionéis tanto, todavía quedan dos cuevas, objeté. Así que venga,
vamos.

Dos cuevas para llegar a casa, junto a Nessie.

Sí, daos prisa, sugirió Leah desde la tercera cueva.

Hice una señal con la cabeza para indicarles a nuestros acompañantes


vampiros que nos largábamos de allí y todos comenzaron a seguirme.

¿Estás bien?, me preguntó Embry, echando un vistazo a mi costado.

Sí, ya no tengo nada, le calmé.

Asintió.
Ese Demetri no hacía más que mirarme con recelo. Bueno, no era el único.
Sus tres colegas también me observaban con desconfianza y diría que incluso
con cierta tirria. Idiotas.

Salimos de la cueva con prisa e iniciamos el trayecto a la carrera.

―Seguidme. Conozco un atajo ―habló el rastreador, poniéndose en cabeza.

Torcí el morro, pero, en fin, si le llamaba “el rastreador”, era por algo, ¿no?
Bueno, es decir, ese era su don, así que seguramente conocía ese atajo.

Quil gruñó, no muy conforme, pero le siguió, como los demás.

Todos los vampiros que nos acompañaban iban delante de nosotros. Ese
Demetri avanzó con maestría y agilidad por los diferentes bloques de rocas
que se iban presentando a nuestro paso, precedido por sus compañeros, que
también presumían de sus aptitudes. Estúpidos chupasangres.

No sé de qué presumían tanto.

No los soporto, gruñó Embry.

Y encima apestan, agregó Nathan, arrugando el hocico.

Lo sé, pero aguantad un poco, les pedí. Ya queda menos para terminar con
esta mierda. A medio día ya estaremos en casa.

Sí, en casa. Nessie, Nessie, Nessie…

Embry también se puso a pensar en Mercedes, en su último recuerdo junto a


ella. Estaban en el sofá de su casa, al parecer la madre de Embry se había ido
de compras con sus amigas e iba a tardar, y Mercedes se sentaba sobre él. Se
comían la boca un poco y después ella…

Ugh.

Oye, haz el favor. No tengo ganas de ver una película porno a estas horas,
protestó Quil.
Todos nos extrañamos al instante. ¿Qué le pasaba a Quil? Ya estábamos más
que acostumbrados a ver este tipo de recuerdos, me refiero a algún fogonazo
que se escapaba de vez en cuando, claro, porque todos evitaban pensar o
recordar este tipo de intimidades, lo que pasa es que era inevitable que alguna
cosa se escapara en un momento dado, sobre todo si el tema había ido bien.
Yo tenía suerte, porque siempre que venía a mi mente algún recuerdo de este
tipo me desconectaba al instante y podía recrearme a gusto, ja. Ventajas de
ser el Gran Lobo.

458

¿Qué pasa contigo?, se quejó Embry. ¿Desde cuándo te molestan tanto estas
escenas?

El tarro de Quil soltó unos chispazos de imágenes en las que salía Claire,
pero todo era muy confuso y él lo detuvo de inmediato, así que ninguno
pudimos distinguir nada de nada.

¿Te ha pasado algo con Claire?, le preguntó Michael, perspicaz.

No. Y no quiero hablar de eso, ¿vale?, contestó Quil de malas formas,


saliendo disparado hacia delante para separarse de nuestro grupo.

Se colocó junto a Eleazar y se puso a pensar en el partido que habían


televisado anoche.

Los tres nos miramos extrañados, pero no abrimos más el pico. Si no lo


quería contar, era su problema.

Continuamos galopando por la montaña, siguiendo a esas sanguijuelas


presumidas.

La tercera cueva no tardó mucho más en verse, y también se escuchaban los


contundentes sonidos de la pelea desde la distancia.

Leah, ya estamos llegando, le revelé.


Daos prisa, repitió.

La boca de la caverna se iba haciendo más grande a medida que


avanzábamos, hasta que ya pasamos por ella. Esta cueva era semejante a las
otras. Techos altos, estalactitas, estalagmitas, suelos y paredes húmedos…

Pero cuando llegamos al sitio donde se estaba manteniendo la lucha, la


cavidad se abrió. Ya no había techo, las paredes rocosas salían despedidas del
suelo para plantarse con contundencia, abriéndose paso hacia el cielo gris, y
casi parecía que se perdían en él. El agujero que dejaban al morir era enorme,
y por este se podían ver las nubes y la cumbrera de la montaña en la que se
alojaba la propia gruta. Eso hacía que entrase mucha luz natural, pero
también era una peligrosa y fácil salida hacia la fuga.

Observé la escena durante una fracción de segundo. Kate y Garrett hacían un


buen equipo, como Carlisle y Esme. Las dos parejas atacaban a dúo,
cubriéndose las espaldas los unos a los otros.

Leah era muy ágil y rápida, tenía mareado al licántropo que se las tenía que
ver con ella, y Seth, Collin y Jared estaban peleando como auténticos jabatos.

Thiago clavó sus ojos en mí y una sonrisa arrogante ya se dibujó en su


asquerosa cara. Quería que me fijase en su hazaña. Sí, vale, ya tenía a un
licántropo medio descuartizado a su alrededor, el pobre infeliz seguía
fintando frente a él, sin brazos, luchando por su vida. Me percaté de la
satisfacción que albergaba esa mirada y esa sonrisa, aunque estas no eran
porque yo viera su trofeo. El muy miserable disfrutaba con esto. No voy a
negar que esos licántropos me daban asco y que eran unos monstruos, pero
no me gustaba el ensañamiento gratuito. Y ese desgraciado de Thiago parecía
gozar como un loco. Su fama de matón y mafioso le venía que ni pintado,
desde luego. Los otros dos matones de su grupo le seguían los pasos y le
protegían de los ataques de los demás licántropos, mientras que los
compañeros que habían venido de la segunda cueva ya esperaban escondidos,
un poco más allá. Malditos gusanos…

Al igual que les había pasado a los hombres lobo de la segunda cueva, estos
se sorprendieron al ver cómo irrumpía aquí repentinamente. Quince vahos
azulados ascendieron como cohetes. Uno de ellos alzó la cabeza súbitamente
hacia el hueco de arriba.

Oh, oh…

¡Cuidado, quieren escapar por ahí!, avisé, profiriendo un rugido que llevaba
una clara dedicatoria para esos licántropos.

Hice que mi círculo brillante se volviera rojo y ardiente al mismo tiempo que
mis lobos saltaban como podían hacia las paredes de roca, encaramándose a
los salientes, para que los licántropos no escaparan por allí, aunque algunos
ya habían iniciado la huida.

Sin más dilación, solté el círculo y lo empujé con furia, haciendo que este se
desplegase con esa onda expansiva en el que el núcleo era yo. Los 360 grados
de mi alrededor comenzaron a ser recorridos por ese viento de fuego a la
velocidad de la mismísima luz.

―¡Cuidado! ―gritó Thiago.

Ups.

Él y su grupo tuvieron que retirarse con prisas para ocultarse. Cobardes…


Ahora ya no eran tan valientes, no.

El licántropo mutilado no había podido ni moverse de ese sitio, y tampoco


podía escalar para huir, como el resto de sus compañeros. Su sufrimiento no
se alargó más.

Antes de que les diese tiempo a chillar, mi círculo de fuego arrasó a la


mayoría de los licántropos, incluido a ese, y peinó a mis hermanos de
manada, cuyos únicos efectos que notaron 459

fue ese movimiento en sus pelambreras.

¡Quedan tres!, me advirtió Jared.

Sí, ya los había visto. Esos tres escalaban por las paredes que daban al gran
agujero del techo con mucha rapidez. Parecían esas lagartijas que reptan por
los muros de piedra.

Cambié mi círculo de fuego por una elipse inmediatamente, ya que esas


sabandijas estaban muy alejadas entre sí y esta era más precisa.

Empecé ese juego del tiro al blanco sin perder más tiempo. Tenía que irme a
casa lo más pronto posible. Nessie y Anthony necesitaban mi protección, lo
sabía, lo sentía.

Lancé la elipse hacia uno de esos repulsivos y malolientes licántropos,


dándole de pleno. Sus cenizas no habían llegado al suelo cuando envié mi
elipse a por sus siguientes víctimas. La elipse alcanzó al segundo y viró
vertiginosamente hacia el tercero. Los últimos licántropos murieron al
instante.

Mi manada coreó unos aullidos de alegría, haciendo que la cueva se quejara


con su eco.

―No puedo dejar de decir que es impresionante ―repitió Eleazar.

―Estoy de acuerdo contigo ―asintió Doc.

―Jacob es maravilloso ―me sonrió Esme, mostrándome esos hoyuelos que


seguían pareciéndome demasiado adorables para un vampiro.

Vale, ya está, les interrumpí, apurado por pirarme de allí ya. Vamos a la
cuarta cueva.

Terminemos con esto de una vez.

Mi familia política no podía oírme, claro, pero comprendieron mis gestos.

¡A la orden!, se rio Seth, entusiasmado.

Me di la vuelta y me estampé de morros contra el cuerpo de piedra de


Thiago. Puaj.
―Espero que eso que has hecho haya sido involuntario y no hayas intentado
aprovechar para matarnos ―me reprochó con una voz claramente
amenazante.

Mi manada corrió para ponerse junto a mí, la primera Leah, y comenzaron a


gruñirle. La loba todavía no olvidaba las fracturas de sus costillas, así que si
tenía la mínima oportunidad para vengarse, la iba a aprovechar.

¡Maldito cobarde!, rugió ella.

Tranquilos, les calmé.

―No es momento para peleas, Thiago ―declaró Carlisle, usando su tono


pausado, aunque con un matiz azuzador―. Debemos partir inmediatamente
hacia la última cueva. Ya limaréis vuestras asperezas en otro momento.

Thiago y los miembros de su grupo rechinaron los dientes, pero su jefe


accedió, si bien a regañadientes.

―De acuerdo, nos veremos las caras cuando termine la batalla ―afirmó,
mirándome con ojos desafiantes.

¡Cuando quieras!, le rugí en todo el careto.

Con las ganas que le tenía…

Ese maldito chupasangres y sus matones se giraron y comenzaron a perderse


de mi vista al avanzar hacia la salida de la cueva.

Sí, desgraciadamente, esto tendría que esperar, porque primero teníamos que
terminar con los licántropos de la cuarta cueva. Nessie me esperaba en casa, y
ella era lo primero para mí.

¡Vamos!, ordené a mi manada.

Y nosotros también echamos a correr.

460
Por fin, ¡por fin! Un momento, ¿pero

qué es esto?

Ya quedaba muy poco para llegar a la cuarta cueva. Ese cretino de Thiago y
su grupo de matones ya estaban reunidos al completo, y ahora se encontraban
a nuestras espaldas, junto con el único chupasangres perteneciente a la
guardia de las momias de Volterra que estaba aquí: el rastreador. Yo iba en
cabeza, dirigiendo esta extraña y singular expedición, y me flanqueaba mi
manada, que se disponía en formación, con Quil y Embry a mis dos lados.
Carlisle corría justo detrás de nosotros, y lideraba a Esme, Teresa, Ezequiel,
Eleazar, Kate y Garrett.

Ahora nos teníamos que reunir con Sam, Shubael, Isaac, Paul, Jasper, Alice,
Rosalie, Emmett, el grandullón, el Zanahorio y los Pitufos, los cuales seguían
luchando en la cuarta cueva.

Mientras galopábamos como el viento, una voz destacó sobre los demás
pensamientos que atolondraban mi cabeza.

Jake.

Dime, Brady.

¿Recuerdas a los tres nómadas que teníamos fichados? Pues no son tres,
hemos descubierto que en realidad son cinco, me comunicó con tranquilidad.
Creemos que están rondando por la zona por lo de siempre, para enfrentarse a
ti. Así que vamos a terminar con ellos ahora. Si ven que no estás, se largarán
y se correrá la voz. Si otros chupasangres se enteraran de que no estás en la
tribu, podrían aprovechar para atacarla. Y si vienen demasiados, no podremos
contenerles sin ti, aquí solo somos cinco.

Eso sin contar con que los magos podrían enterarse de tu ausencia, añadió
Aaron, que también estaba en el grupo de Brady.

Se me erizó la pelambrera de los hombros un poco solo con pensar eso


último. Tenían razón.
Brady y su grupo no serían suficientes para proteger a la tribu si venía una
bandada de chupasangres sedientos, y encima ya teníamos muy mala fama
entre las sanguijuelas de todas partes. Aunque la mayoría de los nómadas
venían buscando emociones fuertes y retos imposibles, los muy estúpidos,
muchos no dudarían en venir para masacrar a todo el pueblo. Normalmente,
esos vampiros vengativos no se atrevían a poner un pie en nuestro territorio,
ya que eran lo bastante listos como para tenernos algo de miedo, pero si yo
no estaba, muchos no iban a desaprovechar la ocasión. Daniel y su grupo
tenían que quedarse vigilando por el bosque que rodeaba mi casa para
proteger a Nessie, no podían ir a echarles una mano si las cosas se ponían
feas. Bueno, vale, los de aquí íbamos a terminar con esto enseguida y yo iba a
volver a La Push, pero toda precaución era poca, sobre todo con el tema de
los magos. Un solo comentario de uno de esos nómadas con otros que se
encontrasen por el camino de los alrededores de la reserva era suficiente para
que los magos se enterasen de mi ausencia, así que lo mejor era terminar con
el asunto de raíz.

Está bien, aprobé. Deshaceros de esos nómadas en cuanto podáis.

Ahora mismo, exclamó Rephael, acompañando al entusiasmo de Brady y el


resto de los que se encontraban allí.

Vaya, debían de estar muy aburridos, porque en cuanto dije esto echaron a
volar en dirección a los nómadas.

A ver si ya llegamos a esa maldita cueva, resopló Jared. Quedé con Kim para
comer juntos, y no quiero llegar tarde.

¿Y por qué quedas con ella para comer?, criticó Leah, haciendo gala de
camaradería femenina.

Hacer esperar a una chica es lo último. Tendrías que haber quedado para otra
cosa que se pudiera hacer más tarde de la hora del almuerzo, no sé, como ir
de tiendas, por ejemplo.

Menudo aburrimiento… El pensamiento de Collin fue fugaz y muy tenue.


Ella no me dijo nada de ir de tiendas, le respondió casi a la vez Jared.
Solamente me habló de comer juntos.

¿Pero no sabes que nos podemos retrasar por cualquier cosa?, le indicó Leah,
negando con la 461

cabeza.

Ya lo sé, ¿te crees que me chupo el dedo?, protestó él, aunque su tarro ya se
estaba llenando de cierto remordimiento por no haber quedado más tarde.

Vaya dos. Y vaya una discusión más tonta.

Ellos siguieron con ese debate absurdo, pero mi mente se fue sola cuando
escuché la frase de Jared. No pude evitar recordar la última ecografía de
Nessie, se plantó sola en mi cabeza, la verdad, y volví a emocionarme. Sí, se
me caía la baba completamente, qué puedo decir, ver esa imagen en la
pantalla de la computadora en la que nuestro pequeño bebé se chupaba el
dedo era para babear sin control. Dios, sonaba muy cursi, pero me moría por
que naciera ya, por ver su carita, sus manitas, sus piececitos, por ver si se
parecía a mí o a Nessie, por darle el biberón...

Ya piensas como una tía, se mofó Michael.

Genial. ¿Por qué no me habría desconectado?

Si lo llegamos a saber, te hubiéramos regalado un muñeco de bebé para tu


cumpleaños, siguió Nathan.

Ja, ja, respondí con ironía mientras ellos se tronchaban de la risa.

Idiotas. Está a punto de ser padre, ¿qué sabéis vosotros de eso, eh?, les
reprendió Leah.

Espero que nada, yo siempre uso condones, ¿y tú, Mike?, dijo Nathan sin
abandonar ese timbre burlón.

Uf, yo también, tío, no me la juego.


Los dos payasos se echaron a reír de nuevo.

Por lo menos usáis la cabeza para algo más…, murmuró Leah, harta de tanta
testosterona.

Mirad, ahí está la cuarta cueva, les indiqué.

Sí, allí, a lo lejos, se encontraba esa dichosa cuarta cueva, y, cómo no, estaba
en una ladera escarpada.

Qué bien, no llegaré tarde, se alegró Jared.

Comenzamos a ascender por una zona más empinada.

―Esa es la cueva ―señaló el rastreador al mismo tiempo.

Como si no nos hubiésemos dado cuenta ya…

―Acabemos con esto de una vez ―dijo Garrett.

Eso, eso.

¡Sam, ya estamos llegando a vuestra cueva!, le anuncié, aunque él ya lo sabía


de sobra.

¡Bien!, asintió sin dejar de sortear los afilados zarpazos de su enorme


contrincante.

Aceleré y los demás lo hicieron conmigo.

Escalamos a toda prisa y accedimos a otro camino estrecho y angosto que


estaba pegado a la pared rocosa. Como había pasado con la primera cueva,
ese sendero parecía estar incrustado en la piedra, ya que nuestras cabezas
estaban acechadas por unos pedruscos enormes que sobresalían del
paramento. El sendero era tan ajustado, que tuvimos que organizarnos para
pasar en fila, y aun así, mis lobos y yo casi no cabíamos.
Los rugidos y golpes del interior de la caverna rebotaban en las paredes de la
misma y se escapaban por la entrada, llegando hasta nosotros. Avanzamos un
rato más por ese incómodo recorrido y por fin llegamos a la cueva, donde
atravesamos la boca para pasar adentro.

Una vez allí, ya pudimos estirarnos a gusto. ¡Aleluya! La caverna seguía el


mismo patrón que las demás, apestaba a amoniaco y a vampiro por todas
partes, y recorrimos un largo y ancho pasillo en el que tuvimos que sortear las
diferentes formaciones calcáreas que sobresalían del suelo y que se plantaban
frente a nosotros repentinamente, debido a la velocidad de nuestra carrera. Sí,
en serio, cuando te dabas cuenta, ya las tenías ahí.

Salimos a una especie de antesala y la batalla se presentó ante nosotros. Esa


cámara también era enorme, y el techo era una especie de bóveda gigantesca
con una forma curva, muy parecida a una cúpula, solo que esta era totalmente
natural, estaba formada por roca caliza y tenía un montón de estalactitas,
cómo no. Y lo mejor de todo: no tenía salida, era el final del túnel.

La Barbie estaba metiéndole un buen mamporrazo a uno de los licántropos en


todo el estómago, Emmett estaba a su lado, peleando con otro de ellos y
observando las jugadas de su compañera, por si tenía que intervenir, Alice era
la que más problemas estaba teniendo, pero Jasper la defendía como nadie,
Sam, Shubael, Isaac y Paul fintaban y esquivaban cada movimiento de los
otros hombres lobo, el pelirrojo saltaba por encima de uno, el grandullón
acababa de arrancar una de las estalagmitas del suelo para arrearle con ella a
su contrincante, y Hansel y Gretel eran muy rápidos, tenía que reconocerlo,
toreaban a los licántropos que no veas.

462

Pero en cuanto yo llegué, la pelea se detuvo.

Los licántropos saltaron hacia atrás en sus diferentes pugnas y se quedaron


inmóviles, observándome con esos ojos amarillos reflectantes tan abiertos
que parecía que se les iban a salir de las cuencas. Sí, no se podían creer que
les estuviera pasando esto.
Me incliné hacia delante y rugí con contundencia, dejando clara mi
supremacía, haciéndoles ver que este territorio era mío. Los Cullen se
retiraron de un alto brinco y se posicionaron a mis espaldas, y el resto de
chupasangres se ocultaron donde pudieron, dando la vuelta a la esquina de
algunas rocas, pero mi manada se unió a mí con rapidez y se quedaron a mi
lado, en formación.

No me lo pensé dos veces. Tenía que terminar con esto de una vez por todas
para irme a casa, con Nessie.

Erigí mi círculo de luz brillante y lo calenté instantáneamente, volviéndolo de


fuego. Esos malolientes licántropos rugieron, pero eran gritos de pánico. Sus
vahos azulados no entraban en esa cavidad de la montaña en la que nos
encontrábamos. No esperé más ni alargué su sufrimiento, y tampoco les di
opción a atacarnos para defenderse. Sin más, extendí el círculo y lo
explosioné en todas direcciones. Muchos interpusieron los brazos, como un
último acto reflejo de protección y supervivencia. Los alaridos llegaron a la
vez que la onda de fuego, la cual arrasó con todos, chamuscándolos bien.

Mi manada lo celebró al momento.

¡Genial, Jake!, aulló Seth, dándome un cabezazo en el costado.

¡Por fin hemos terminado con los licántropos!, exclamó Embry, correteando
por delante de mí para felicitarme.

¿Ves? Llegaré a tiempo para comer con Kim, le pinchó Jared a Leah.

Vale, al final tenías razón. ¿Contento?, le reconoció ella.

―¡Estupendo! ―aclamó Alice, aplaudiendo con efusividad mientras daba


saltitos.

―Menos mal que se ha terminado ―declaró Rosalie―. Tengo este


asqueroso olor a licántropo hasta por el pelo ―cogió un mechón, se lo olió y
puso cara de asco.
La Pitufina y todos sus acompañantes salieron de su escondite para
comprobar que el trabajo ya estaba hecho. Malditos miserables. La rubia
canija esbozó una media sonrisa cerrada con satisfacción al ver todas las
cenizas repartidas por el suelo.

―Es impresionante ―alabó Eleazar, maravillado y asombrado―. Nunca he


visto cosa semejante. Terminar con unos Hijos de la Luna de un solo golpe,
con esta facilidad…

―Es fascinante ―coincidió Ezequiel―. El poder del Gran Lobo es


extraordinario.

Genial. Ya empezaban estos dos…

―Sin duda. La profecía se queda corta, en mi opinión ―comenzó a divagar


Garrett mientras los otros dos le miraban con mucha atención―. Los
vampiros y los Hijos de la Luna hemos sido enemigos durante siglos, y los
inmortales como nosotros jamás pudimos exterminarles. La Historia muestra
innumerables batallas, en las que ambos bandos han salido victoriosos
alternativamente, sin embargo, nosotros no hemos sido capaces de
exterminarles. ¿Quién es el ser superior aquí?

¿Quién es…?

Oh, no, ya empezaba a desvariar con uno de sus largos discursos… El


adivinador de dones y el mago se quedaron escuchando el mitin del rebelde
Garrett pero yo dejé de poner la antena.

―Es estupendo, Jacob, no dejas de sorprenderme ―me sonrió Doc.

Esme secundó su frase sonriéndome también.

―La próxima vez que un licántropo quiera meterse con vosotros, se lo


pensará dos veces ―afirmó Emmett con otra enorme sonrisa.

Asentí como agradecimiento.


Sí, por fin habíamos terminado con esto. Ahora ya podíamos pirarnos a casa.
¡Sí, sí, sí!

Sin embargo, cuando yo también estaba a puntito de celebrarlo, mis ojos se


abrieron como platillos volantes.

¿Qué es eso?, se percató Sam a la vez que yo.

Detrás de una piedra grande se veía un vaho azulado, más una luz fulgurante.
Un alma buena y pura.

Carlisle se dio cuenta de nuestros caretos y se fijó en la roca. Él no veía el


alma, claro está, pero debió de ver una sombra o algo que desde nuestra
perspectiva no se veía. En ese momento, todos los demás también se fijaron.

―¿Quién anda ahí? ―preguntó―. Puedes salir, no te haremos daño.

Se hizo un mutismo extraño y un tanto tenso. Hasta que finalmente, el


individuo que se 463

ocultaba salió de su escondite.

Mi mandíbula hubiera rebotado en el suelo varias veces, de lo abierta que se


quedó. Era un licántropo, pero un licántropo niño, y su alma refulgía como
las nuestras. Bueno, como las de todos no, por supuesto, las de la guardia de
los Vulturis y sus colegas matones eran asquerosamente malvas.

―Es un Hijo de la Luna… ―murmuró Eleazar sin creérselo.

―No me hagáis daño, por favor ―suplicó el joven licántropo con una voz
profunda y gutural que sonaba rarísima con su corta edad.

―Mátalo ―me dijo la Pitufina sin inmutarse lo más mínimo, alzando su


barbilla con esa arrogancia suya al tiempo que miraba al licántropo con
desprecio.

Mi cabeza lobuna se giró súbitamente hacia ella.


¿Qué?, inquirí con un murmullo. Es… Volví a observar al licántropo. Este
me miraba con esos ojos amarillos, implorantes, esperando mi resolución, y
podía verse su súplica de redención en ellos.

Solo es un crío…

Sí, vale, era un apestoso licántropo, pero, maldita sea, solo era un niño. El
chaval no tendría más de doce años, aunque su cuerpo, ya nervudo, era
bastante más grande de lo normal y estaba cubierto de un largo pelo de color
marrón claro, incluida su cara. Además, su alma era buena.

Mis hermanos se quedaron en completo silencio. Ninguno de ellos fue capaz


de juntar dos ideas seguidas, de lo patidifusos y confusos que se habían
quedado, al igual que yo.

―Mátalo. ―Ahora la voz de la rubia canija ya sonaba más a una orden. Dejó
de mirar al niño licántropo para clavar su exigente mirada roja en mí―. Si no
lo haces tú, lo haré yo misma.

Mierda, ¡mierda!

Me di la vuelta con brusquedad, abriéndome paso entre mis lobos y los


Cullen, los cuales me miraron sin entender nada, y giré la esquina para buscar
un buen rincón que me ocultase.

Cuando encontré uno que me pareció lo suficientemente recóndito, pasé a mi


forma humana y me puse los pantalones. Salí de allí y regresé con el grupo,
enfadado.

―Oye, no vuelvas a decirme lo que tengo que hacer ―le recriminé a la


Pitufina, poniéndome frente a ella, cabreado.

Espera. No me lo podía creer. ¿Eran cosas mías, o esa enana estaba


comiéndome con la mirada?

―Descarada… ―murmuró Rosalie, apretando los dientes.


Pues no, no eran imaginaciones mías.

El Zanahorio puso un careto de desaprobación total; por lo que vi, no se cortó


un pelo, y yo tampoco, pues mi semblante era casi el mismo.

―Tenemos que matarle ―insistió la canija, mirándome de arriba abajo con


rapidez, y la comisura de su labio ascendió ligeramente.

Increíble. ¿Cómo podía hablarme de matar a un niño y ponerse a mirarme de


esa forma al mismo tiempo? Bruja lunática.

―¡Es un crío! ―voceé, indignado.

La comisura de su boca se cayó de repente y sus ojos de rata se clavaron en


los míos con dureza.

―Es un licántropo, nuestro enemigo, y es peligroso.

―Por Dios, es un niño ―repetí, siguiendo con mi enorme cabreo e


indignación―. Además, su alma es pura, yo la he visto. No es peligroso.

―Puede que ahora no sea peligroso, pero lo será ―afirmó, manteniendo esa
mirada y ese tono duro y frío―. Los niños licántropos no son como los niños
inmortales. Aunque no son tan nocivos e incontrolados como estos últimos,
los licántropos infantes crecen y llegan a la edad adulta.

Entonces será peligroso.

Observé al chaval. Parecía controlarse muy bien, no era como el resto de


licántropos que habíamos visto hasta ahora, y desde luego su alma me
indicaba que no era peligroso. ¿Habría pasado por una especie de mutación
natural o algo así? No sé, puede que, de todos esos licántropos mutados, uno
saliera diferente. Irremediablemente, Nessie vino a mi cabeza. Sí, vale, ya sé
que no era lo mismo, pero su caso me recordó un poco al de Nessie, y eso
hizo que sintiera una lástima especial por ese niño licántropo. O puede que ya
fuera mi vena paternal, yo que sé.
―Podemos ayudarle ―intervino Carlisle.

La cara de la Pitufina ya fue toda una negación.

―No existe ayuda posible para un licántropo ―se entrometió ese retorcido
de Thiago―. Son seres execrables, una lacra que no debe existir.

―Vosotros los chupasangres también sois una maldita lacra ―le contesté,
muy enfadado, 464

volviéndome hacia él con un movimiento impulsivo―. Si hablamos de lacra,


tal vez debería aniquilaros a vosotros primero, ¿no crees?

Por supuesto, los Cullen y los de Denali no se dieron por aludidos, ya sabían
que para mí ellos eran la única excepción en el mundo, pero el resto de
vampiros ya fue otro cantar. El grandullón y el rastreador se inclinaron hacia
delante y me gruñeron, ofendidos, y los matones de Thiago hicieron más de
lo mismo. Sin embargo, mi manada tampoco se quedó atrás. Mis lobos se
agazaparon para hacer una buena exhibición de sus dentaduras al tiempo que
sus gargantas avisaban con contundencia a esas sanguijuelas para que no se
pasasen ni un pelo.

―Yo os puedo ayudar ―declaró el niño licántropo antes de que a ese


desgraciado de Thiago le diera tiempo a responderme.

Me dio un pequeño respingo al oír esa voz. Sonaba realmente extraña en un


crío, de veras.

Todos se calmaron, aunque las miraditas de advertencia volaban por el aire.

La Pitufina le fulminó con la mirada, pero yo me giré en su dirección para


observarle.

―¿Ayudarnos? ―repetí, bajando las cejas con extrañeza.

―Sé dónde están Vladimir y Stefan ―afirmó.

Los Cullen, mis lobos y yo nos miramos los unos a los otros.
―Habla ―le ordenó la Pitufina, levantando la cabeza con altivez.

Ahora fui yo quien le dedicó una mirada asesina.

El chaval llevó la vista hacia mí, como si estuviera pidiendo mi


consentimiento. La rubia canija rechinó los dientes y yo asentí para que
hablase.

―Están escondidos en otra cueva. Mi hermano fue hasta allí para avisarles de
vuestro ataque ―declaró.

―¿Tu hermano? ―inquirió Esme, hablándole con esa dulzura típica en ella.

Me había quitado las palabras de la boca.

―Mi hermano es el jefe de este ejército ―explicó con voz queda, agachando
la cabeza hacia el suelo.

Una vez más, la mandíbula casi se me descuelga del sitio. ¿Su hermano era el
líder de los licántropos?

―Dinos dónde queda esa cueva. Ahora ―le mandó la Pitufina otra vez, con
ese tono autoritario y frívolo.

―Cállate, ¿quieres? ―protesté, mirándola con enfado.

Si las miradas matasen, yo ya estaría desintegrado por la rubia canija, pero


pasé olímpicamente de ella. Maldita víbora. No tenía sentimientos. Era
evidente que el crío estaba pasando por un mal momento.

―No quiero que le hagáis daño a mi hermano ―me pidió el niño licántropo
con ojos suplicantes―. Solo quiero reunirme con él, creo que no ha podido
venir a buscarme.

Uf, eso que me pedía ya era más chungo de cumplir, porque su hermano no
dejaba de ser el líder de los licántropos. Había intentado matarme, y lo peor
de todo, entre sus planes había estado el secuestrar a Nessie para entregársela
a Razvan. No pude evitar machacar las muelas al recordar esto último y una
fuerte acidez comenzó a ascender por la boca de mi estómago, queriendo
regurgitarse hacia arriba. Pero, por otra parte, ese desgraciado también era su
hermano, puede que quizá fuera la única familia que ese crío tenía en el
mundo. Mierda.

―Tu hermano ha intentado matarme. ―Omití lo del secuestro para que esta
rabia que ya quería nacer en mí se detuviese.

―Si tú le ayudases, dejaría de ser malo ―imploró con lágrimas en los ojos.
Genial. Luego, empezó a sollozar y a hablar atropelladamente―. Él no era
así antes, de verdad, era un buen chico.

No mataba gente, como ahora. Pero mata gente para comer, porque ya no le
gusta la otra comida.

Y lo mío fue un accidente, yo me puse delante y…

―Espera, espera, espera ―le paré, haciendo unos ademanes con las manos
para que se detuviera―. No vayas tan deprisa. ¿Ha estado matando gente por
aquí?

Su labio inferior tembló cuando cogió ese aire entrecortado por el llanto, y
asintió con varios cabeceos pequeños y cortos mientras sus ojos me
suplicaban perdón.

―Pero no es él solo ―añadió como un último intento de salvar a su


hermano―. Los otros también lo hacían.

Se hizo un murmullo consistente en gañidos por parte de mi manada, los


cuales se miraban los unos a los otros, con inquietud y desaprobación.

Sí, estaba más claro que el agua. Más o menos ya lo sabía, pero esto ya era la
prueba definitiva 465

que lo corroboraba. Su hermano y los otros asquerosos licántropos eran los


que habían asesinado al hombre de la pierna, y a saber a cuántas personas
más. No se habían oído casos de desapariciones en las noticias, sin embargo,
podía ser que cazaran en diferentes zonas para no levantar sospechas.

Me quedé frío, de piedra, en serio, no sabía ni cómo reaccionar.

¿Cómo podía defenderle todavía? Bueno, vale, era su hermano, posiblemente


la única familia que tenía en el mundo, pero, ¿era eso suficiente? Aunque
tampoco podía olvidar que era un crío, claro. ¿Qué sabía él de la vida, al fin y
al cabo? Aún tenía esa inocencia infantil. Lo único que él veía era a su
hermano mayor, seguro que siempre había sido su héroe, ese modelo a seguir
e imitar.

Al mirarle mejor y ver cómo lloraba me di cuenta de que el pobre chaval se


estaba aferrando a un clavo ardiendo. Y lo peor de todo es que se iba a
estampar de morros en el suelo, porque su hermano no tenía salvación. Su
alma era bien malva.

Una vez más, sentí mucha lástima por este niño licántropo. Guay.

―¿Cómo te llamas? ―le preguntó Carlisle con voz suave.

―Alush ―respondió el chaval con congoja, limpiándose una lágrima de la


cara.

―Alush, te ha transformado tu hermano, ¿no es así? ―inquirió Doc,


siguiendo con ese tono.

―Sí ―musitó, agachando la cabeza. Se me puso el pelo de punta. Pobre


chaval―. Pero no fue culpa suya, él no sabía lo que hacía. ―Su rostro se
tornó en pura rabia y sus puños se cerraron con las mismas―. Todo es culpa
de Vladimir y Stefan, ellos le transformaron en un licántropo y le
convirtieron en un monstruo. ―De pronto, su semblante se alzó y volvió a
mirarme con súplica―.

Pero tú puedes curar a mi hermano. He oído que puedes curar a la gente.

―Eh… ―Parpadeé, perplejo―. ¿Yo, curarle?


Me parece que la peña ya se estaba inventando muchas leyendas raras sobre
mí. Genial.

―Dicen que tu poder espiritual también puede curar. Si curases a mi


hermano dejaría de ser una mala persona, y entonces…

―Para ―le interrumpí―. Verás, no quiero herir tus sentimientos, pero siento
decirte que esos rumores que has oído sobre mí no son verdad. Yo no puedo
curar a la gente.

Y menos si su alma era malva, como la de ese licántropo.

Su rostro se entristeció. Eso me llegó al alma.

―La licantropía no tiene cura, niño ―le espetó el Pitufo, imitando el mismo
patrón de su hermana la Pitufina.

Cretino…

―No podemos perder más tiempo. Dinos dónde está esa cueva ―le exigió la
rubia canija.

―Os llevaré hasta allí si me prometéis que no le haréis daño a mi hermano


―pidió Alush, firme.

Vaya, tenía agallas.

―Él mismo ha firmado su sentencia de muerte, lo sabes ―le respondió


ella―. Llévanos hasta allí. Se hizo un silencio sepulcral, porque, aunque la
Pitufina fuera una bruja, tenía razón. Sí, mierda, la tenía, y eso me fastidiaba
que no veas, pero el líder de los licántropos era un asesino, por mucho que
Alush le defendiera.

―Tu hermano ha cometido muchos crímenes, Alush ―le dijo Carlisle,


usando la misma voz suave y tranquila de antes.

―Lo sé… ―sollozó él con la cabeza gacha.


Maldita sea. Se me encogía el corazón.

―Mi paciencia se ha terminado ―irrumpió la Pitufina, hablando con más


dureza―. Si no vas a llevarnos hasta esa cueva, morirás aquí mismo.

Alzó la mano y el grandullón levantó el pie para dirigirse al niño licántropo.


Ni hablar.

Interpuse mi brazo y detuve al chupasangres, que me acribilló con la mirada,


aunque yo sostuve la mía también y él no se atrevió a dar un paso más.

―Espera ―dijo el crío. La rubia canija le miró, esperando su respuesta con


esa cara petulante tan de ella. Alush sopesó algo por un instante. Se tomó
cierto tiempo, pero finalmente habló―.

Está bien, os llevaré allí.

No sé lo que le llevó a ceder, pero sospechaba que tenía que ver con el hecho
de reunirse con su hermano. ¿Tal vez creía que podían escapar juntos? Quizá,
quién sabe. Me daba pena por él, sin embargo, su hermano no lo iba a
conseguir.

―Bien ―asintió la Pitufina, seria―. Llévanos hasta allí, pues.

Y Alush tomó aire para comenzar a caminar, seguido por todos nosotros.

466

Atroz

(PARÉNTESIS. PARTE 1)

RENESMEE

Los leños en brasas de la chimenea restallaban de vez en cuando, provocando


una estampida de pequeñas chispas encendidas que iniciaban una carrera
hacia arriba, como brillantes y azafranadas estrellas fugaces en miniatura.
Muchas iban perdiendo su fuerza y se iban apagando por el camino,
convirtiéndose en volátiles y ligeras cenizas, pero todas terminaban
succionadas por el hueco de ventilación.

Mi padre me había acercado el sillón al fuego para que entrase en calor, pues
estaba muerta de frío. Quizá se debiese a mi nerviosismo e inquietud, o tal
vez fuera a que hasta mi cuerpo percibía la ausencia de Jacob.

Noté cómo los pequeñitos pies del bebé rebotaban en las paredes interiores de
mi vientre, estaba bastante inquieto esta mañana. Ya tenía la mano sobre la
barriga, pero comencé a acariciarla una y otra vez.

―Yo también echo mucho de menos a papá, Anthony ―le susurré sin apenas
voz.

Y estaba muy preocupada por él, tenía que admitirlo. Ya sabía que era el
Gran Lobo, que era invencible y todo eso, y también sabía por mi padre que
todo estaba saliendo bien, pero no podía expulsar este revoltijo de nervios
que tenía dentro. Y encima, el resto de mi familia y amigos también estaban
allí, y ellos no disponían de ningún poder contra los licántropos. La última
noticia que papá me había dado era que Jake y los demás ya se estaban
dirigiendo a la cuarta cueva, sin embargo, aún faltaba esa…

―Ya han terminado con esa cueva ―me reveló mi padre, dándome un
pequeño susto, ya que no le esperaba―. Lo siento ―se percató al instante,
sentándose en el brazo del sillón, junto a mí.

―¿Ya han terminado con la cuarta cueva? ―Mi rostro se iluminó


súbitamente.

Hasta Anthony pareció alegrarse, ya que le arreó un buen puntapié a mi tripa.

Mamá había entrado con mi padre y se acomodó en el sillón de al lado.


Esperaba encontrarme una cara sonriente en ella, sin embargo, su semblante
era más bien prudente, cosa que me alertó enseguida.

―¿Qué pasa? ―musité, mirándoles con algo de ansiedad mientras frotaba mi


vientre de igual modo.
―Han encontrado un niño licántropo en la cuarta cueva ―me desveló papá,
observándome con cautela, aunque hablándome con mucho tacto.

―¿Un niño licántropo? ―me sorprendí. Escuchar que se trataba de un niño,


aunque fuera un licántropo, hizo que mi mano se detuviera sobre mi enorme
barriga, un tanto sobrecogida―. ¿Y le han… matado? ―Me quedé sin voz al
final de la frase, porque ahora mismo la imagen que yo tenía de un niño no
era la de un malvado licántropo.

―No, Jacob ha visto que su alma es pura ―me calmó mamá.

―Ese niño es el hermano menor del líder de los licántropos ―siguió mi


padre, que comenzó a pasar sus helados dedos por mi frente para apartarme el
pelo del rostro―. Sabe dónde se encuentran Vladimir y Stefan. Al parecer, se
ocultan en una quinta cueva, así que en estos momentos les está llevando
hasta allí.

Me quedé de piedra. ¿Ese niño licántropo era el hermano del líder? Observé a
mi padre. Me daba la impresión de que me ocultaba más cosas, pero por su
expresión supe que no iba a soltarme nada más, para no preocuparme.

Suspiré con desazón. Jake todavía no iba a venir a casa, y ahora él, el resto de
mi familia y mis amigos se dirigían a una quinta cueva para enfrentarse a
Vladimir y Stefan. Sentí un escalofrío.

Anthony volvió a moverse, como si también sintiera lo mismo que yo.

―No te imaginas lo feliz que me hace que hayáis decidido llamarle Anthony
―sonrió mi padre, 467

orgulloso, colocando su mano sobre mi vientre para palpar al bebé.

Su palma estaba congelada, pero era muy tierna y delicada.

―Quería hacerte un pequeño homenaje ―confesé con una sonrisa. Y le di un


beso en la mejilla mientras me enganchaba a su brazo.
―Es el mejor regalo que podías haberme hecho ―me dijo, algo emocionado.
Él besó mi sien―.

Soy muy feliz.

―Papá, vas a hacerme llorar ―le regañé, ya con un nudo en la garganta,


aunque no dejé de sonreír.

No pudo decir nada más, así que se limitó a darme otro beso y a seguir
frotando mi abultada barriga.

―Anthony Jacob ―dijo mamá, sonriendo también. Se levantó del sillón y se


acercó al mío para sentarse a mis pies, entrelazando las piernas―. Es un
nombre precioso. ¿Sabías que yo iba a ponerte Edward Jacob si eras un niño?

―¿Sí? ―exclamé, asombrada.

―Sí, E. J. ―rio ella―. Así que Anthony Jacob me encanta.

―A. J. ―sonreí, y mamá correspondió mi sonrisa.

―Oh, Anthony se ha movido otra vez ―murmuró papá entusiasmado cuando


el bebé pataleó otro poco―. Va a ser un niño muy fuerte, sin duda.

Mis padres, al igual que Jake y el resto de mi familia, solían tocar mi vientre
para palparlo, pero no parecían acostumbrarse a la emoción de notar los
movimientos del bebé, siempre que le sentían, se entusiasmaban como si
fuera la primera vez.

―Será igual que su padre ―aseguré, observando mi vientre con una enorme
sonrisa.

Las mariposas invadían mi estómago con ímpetu al imaginarme a Jake


jugando con nuestro hijo, un niño idéntico al que veía en las fotografías del
álbum familiar de Billy cuando era pequeña.

―Déjame ver ―se sumó mi madre, poniéndose de rodillas para llegar mejor
a mi panza.
Su mano acompañó a la de mi padre.

―Ahora se está moviendo de nuevo ―notó papá con ilusión.

―Ah, sí, creo que se está poniendo más cómodo ―exhaló mamá, alegre―.
Mi pequeño pateador… ―murmuró después, sonriente.

Se me escapó una risilla al verles a los dos tan concentrados con mi barriga.

―Está durmiendo ―afirmó papá, retirando su mano para que ni Anthony ni


yo cogiésemos frío.

Mamá no pudo evitar que la suya siguiera sobre mi hinchado abdomen un


poco más.

―¿Puedes verle? ―inquirí, gratamente sorprendida.

―No exactamente ―matizó―. Sus pensamientos aún son muy elementales e


indefinidos, pero puedo ver sus sueños. Por supuesto no son sueños
propiamente dichos, más bien entra en un estado de inconsciencia más
primario en el que todo es muy difuso, sin embargo, sí puedo percibir que
está soñando.

―Qué guay ―reí, llevando mi mano a mi vientre para acariciarlo. En cuanto


hice esto, mi madre quitó la suya para dejar espacio a la mía―. Ya verás
cuando se lo diga a Jake, le va a encantar.

De pronto, el rostro de mi padre se volvió repentinamente serio, mezclándose


con una alarma que fue recorriendo cada facción hasta que ese sentimiento lo
tomó entero, de un solo soplo.

Mi risa se apagó al instante, y la de mi madre también.

―¿Qué ocurre? ―se me adelantó ella, mirándole con sobresalto.

―Algo va mal ―afirmó, levantándose al tiempo que llevaba la vista hacia el


vestíbulo, manteniendo esa expresión grave.
―¿Qué… qué pasa? ―murmuré, asustada, poniéndome en pie, junto a mi
madre―. ¿Ha pasado algo en esa quinta cueva? ¿Ya… ya han llegado?

―No, es aquí. No puedo ver ni escuchar a nadie ―desveló él, cogiendo mi


mano sin apartar su examinadora vista de la entrada. De repente, sus muelas
crujieron y se quedó completamente quieto, estático, hasta que se giró hacia
mí inesperadamente, lleno de prisas y urgencia―.

¡Tenemos que irnos de aquí! ―gritó, cogiéndome en brazos.

Lo hizo tan deprisa, que apenas me dio tiempo a ver, hacer o sentir nada,
cuando quise darme cuenta, ya estaba volando en sus brazos por el vestíbulo
de casa.

―¡¿Qué ocurre, Edward?! ―quiso saber mamá, alarmada, corriendo junto a


él.

―¡Los magos están en el bosque y se dirigen hacia aquí! ―reveló,


rechinando los dientes.

―¡¿Qué?! ―exclamó mi madre, horrorizada.

468

No, no podía ser… Esto no podía estar pasando…

Mis manos se agarrotaron en el cuello de mi padre y todo mi organismo entró


en un estado de shock, del pavor que me azotó impetuosamente. No era capaz
de hablar, casi ni de respirar. Las imágenes de mi horrible pesadilla se
plantaron en mi cabeza y comencé a respirar con agitación. El sentimiento
que me invadió era tan helado, tan escalofriante, que mi cuerpo empezó a
temblar.

Mi mente enseguida visionó a Jacob, mi ángel de la guarda, mi protector, mi


amor. Sabía que mis padres eran muy capaces de protegernos a Anthony y a
mí, pero no contra Razvan, Nikoláy y Ruslán. Solo Jake podía protegernos, y
yo no me sentía segura y protegida totalmente si no estaba con él. Ahora más
que nunca necesitaba sus robustos y cálidos brazos, y su fuerza. Le
necesitaba a él, su compañía, su presencia, su amor, su calor. Pero también
estaba más preocupada por él que nunca. ¿Y si a ellos les habían tendido una
trampa? ¡Jacob, mi Jacob!

Mi padre abrió la puerta y salió al porche. Mamá ya se iba a marchar hacia


los árboles, pero él la detuvo, cogiéndola del brazo.

―Mejor en coche ―le dijo―. Así no dejaremos ningún rastro.

Mamá asintió y ambos echaron a correr hacia la zona exterior del garaje,
donde Emmett tenía su Jeep estacionado.

Estaba muerta de miedo, pero fui capaz de echar una ojeada a los alrededores.
No se veía ningún movimiento, no se escuchaba ningún ruido extraño, todo
estaba en calma. La vida del sotobosque parecía seguir su rumbo natural de
siempre. Tampoco se veía a Tanya, Carmen ni Cheran.

En cuanto mi madre abrió la puerta trasera del Jeep, mi padre me dejó dentro
con delicadeza, aunque con gran rapidez, y me abrochó el cinturón,
colocándolo, incluso, alrededor de mi abultada barriga para que este no la
oprimiera. Cerró la puerta y en un parpadeo mis dos progenitores ya estaban
sentados en la parte delantera.

Papá arrancó el vehículo y salimos disparados del jardín, dejando atrás unos
montículos de tierra y hierba cuando las ruedas derraparon.

Atravesamos el camino que llevaba a la carretera a toda velocidad, hasta la


casita de Billy se quedó atrás en medio segundo, y finalmente salimos al
asfalto que comunica La Push con Forks.

―Edward, ¿qué está pasando? ¿Y por qué no avisamos a Cheran, Tanya y


Carmen? ―siguió interrogando mi madre con ese estado de alarma.

El coche avanzaba por la carretera como un auténtico bólido, dibujando unos


borrones de color verde a ambos lados, el único vestigio de lo que antes eran
los árboles que limitaban el asfalto.
―Porque no puedo verles la mente. ―Los dientes de mi padre volvieron a
chirriar y a mí se me cortó la respiración―. Ignoro el método que los magos
han usado exactamente, pero es evidente que han utilizado alguno de sus
trucos. También desconozco cómo lo han hecho, pero sé que han conseguido
entrar en el bosque. A ellos sí que puedo verles la mente, aunque aún están
lejos y solamente he podido detectar unos pensamientos mínimos. Lo único
que he podido percibir en ellos es que están enterados de la ausencia de Jacob
y que se dirigían a la casa.

¿Y cómo se habían enterado de que Jake no estaba?

―Eso no pude verlo, no estaban pensando en ello en esos momentos. ―Mi


padre contestó a mi pregunta muda.

―Pero deberíamos de haber avisado a Cheran y a los demás ―opinó mamá,


mirándole con preocupación.

―Bella, no hay tiempo que perder ―debatió él, muy inquieto, sin apartar la
vista de la carretera―. Nikoláy, Ruslán y Razvan se acercan a mucha
velocidad, y ni siquiera sabemos en qué estado se encuentran Cheran y los
demás, puede que estén hechizados, incluso que ni siquiera puedan vernos.
Perderíamos un tiempo muy valioso y no conseguiríamos escapar.

―Tenemos que ir con Jake ―apremié, nerviosa, intentando inclinarme hacia


delante, aunque el cinturón me lo impedía.

―Sí, lo sé, es lo que estoy haciendo ―me confirmó mi padre―. Nos


dirigiremos al Parque Nacional de Olympic. Allí, dejaremos el coche y
subiremos hasta la montaña, donde se encuentra Jacob. Probablemente habrá
una pequeña batalla, pero con Jacob es la única manera de estar a salvo de
Nikoláy, Ruslán y Razvan.

Me sentí un poco aliviada al oír eso, aunque muy ínfimamente, porque el


peligro seguía aquí, y hasta que no me encontrase junto a Jake, no me sentiría
aliviada del todo.

Y no me equivocaba.
―¡No! ―voceó mi padre de repente.

469

Mamá y yo pegamos un bote en el asiento y mi corazón casi se me escapa por


la boca, sin embargo, ya no nos dio tiempo a más.

Mi padre pegó un volantazo, pero poco pudo hacer. Mi costado se estampó


contra la puerta a la vez que un golpetazo fuerte y brusco se oía sobre el
techo. El Jeep se enderezó de nuevo, aunque papá empezó a dar bandazos
hacia los lados, haciendo que las ruedas chirriasen en el asfalto. Tuve que
sujetarme a la asidera que tenía encima de la ventanilla para no ir dando
tumbos en el asiento trasero, mientras mi otra mano se aferraba a mi vientre
con un miedo cada vez más cercano al pánico.

¡Mi bebé! ¡Jacob! No podía pensar en nada más.

―¡Edward, ¿qué pasa?! ―preguntó mamá, histérica, también agarrándose a


donde podía.

―¡Tenemos a un miembro de su guardia encima!

El vehículo se agitaba sin parar, sin embargo, el vampiro que nos acechaba
no se movía ni un ápice de su sitio. Me entraron unas ganas de vomitar
enormes, del movimiento y de la excesiva tensión que se respiraba por todas
partes.

Las abiertas curvas parecían echársenos encima, no obstante, mi padre


siempre lograba salvarlas.

Se escuchó un crujido horripilante sobre nuestras cabezas, y cuando mamá y


yo miramos hacia arriba, nuestros ojos se abrieron como platos, horrorizados.

El vampiro había sujetado la baca con sus manos y estaba tirando de ella
hacia él, abriendo el techo como si fuese una simple lata de sardinas.

―¡Edward! ―chilló mi madre sin poder dejar de observar esa tremenda


escena.

―¡No puedo hacer nada más! ―La voz de mi padre empezó a salir con
angustia y desesperación.

Eso ya hizo que el pánico me invadiera completamente.

El techo fue abierto casi del todo, se partió cuando llegó a mi altura, y el
vampiro arrojó la chapa a la carretera, la cual produjo un ruido más que
estridente que se fue apagando a medida que el coche se alejaba a toda
velocidad. Ahora era un Jeep prácticamente descapotable. El viento era
templado, sin embargo, yo lo notaba gélido, casi me pinchaba, era atroz,
azotaba mi rostro, llevando todo mi cabello hacia atrás, y secaba mis córneas,
que no querían ser cubiertas por los párpados.

Mi corazón pegó otro salto cuando el vampiro asomó medio cuerpo y se


arrojó hacia mí inopinadamente para engancharme del brazo. Grité con todas
mis fuerzas y me aferré al cinturón al tiempo que él tiraba de mí para intentar
arrancarme del asiento. Pero el cinturón se quejó, rasgándose por arriba
debido a la inmensa fuerza, y me quedé suelta. Solo tenía que darme otro
tirón para llevarme con él. ¡No!

Por suerte, mi madre reaccionó, aunque yo también lo hice y ya me estaba


aferrando al asiento delantero.

―¡Déjame! ―le rugí.

―¡Suéltala! ―voceó mi padre, lleno de ira.

―¡Nooooo! ―chilló mamá al mismo tiempo.

Como una fiera salvaje, esta se abalanzó sobre él. Su movimiento fue tan
rápido que ni siquiera pude ver cómo salía de entre los asientos delanteros,
simplemente, en una milésima de segundo, mamá ya estaba en la parte
trasera, enganchando al vampiro por la cabeza con una cólera que jamás
había visto en ella. En otra fracción de tiempo, sus manos ya la sostenían,
desmembrada.
El cuerpo se quedó colgando del techo, pero otra voz de mi padre nos volvió
a poner en alerta máxima, haciendo que mamá dejara caer la cabeza en el
suelo.

―¡Están por todas partes!

Mi corazón latía tan deprisa que podía notar las fuertes palpitaciones en mi
esternón, notaba cómo mi órgano se contraía para estallar una y otra vez con
ímpetu y ansiedad. El bebé ya notaba mi estado emocional y me daba
continuas patadas, inquieto. Instintivamente, mi mano se colocó sobre mi
vientre para acariciarlo. Mi Anthony, mi pequeño Anthony.

De pronto, mi padre pegó otro volantazo, pero un sonoro golpe más se oyó en
la parte delantera.

―¡No! ―gritó mi progenitor con esa ira.

Otro vampiro de la guardia de Nikoláy, Ruslán y Razvan había saltado sobre


el capó. Sus ojos rojos, fríos, se clavaron en mí, era su objetivo.

El vehículo empezó a zigzaguear con brusquedad de nuevo, sin embargo, el


vampiro se aferró bien y papá no era a tirarle a la carretera. Ahora no tenía el
cinturón de seguridad para no rodar 470

por el asiento trasero, pero mamá me sujetó y me protegió con sus brazos,
acogiendo mi cabeza en su pecho. Nos cruzamos con otro coche durante esa
carrera frenética que nos dio un bocinazo largo y continuo a modo de alerta y
reproche; ese estridente sonido también se perdió a nuestras espaldas, al igual
que la chapa del techo.

Nuestros párpados se abrieron otra vez cuando vimos cómo el vampiro


conseguía aferrarse a la chapa del capó y, con una sola mano, la desprendía
sin demasiada dificultad, dejándola caer sobre la carretera.

―¡Va a arrancar el motor! ―pensó mi padre en voz alta.

―¡Haz algo, Edward! ―gritó mamá, desesperada.


Mi oído estaba pegado a su torso, y pude escuchar un incipiente y rabioso
amago de rugido.

Papá dio otro volantazo, y lo hizo con tanta brusquedad, que el Jeep casi se
sale de la carretera.

Sin embargo, de poco sirvió.

El vampiro estaba bien enganchado a los elementos del interior del


compartimento del capó y sus manos se arrojaron al motor a la velocidad de
la luz. Cuando mi padre ya estaba girando el volante de nuevo para que el
Jeep diese otro bandazo, el guardia de los magos arrancó esa pieza con un
movimiento súbito e impetuoso y saltó hacia la calzada, llevándose el motor
con él.

―¡Nooooo! ―chillé, ya con unas lágrimas en los ojos que se escaparon con
rabia.

El Jeep fue perdiendo velocidad progresivamente y, por más que mi padre


pisaba el acelerador como un último acto reflejo desesperado, nos fuimos
deteniendo. Hasta que el coche se paró del todo.

―¡No os mováis de aquí! ―nos ordenó.

Abrió la puerta y salió del vehículo con rapidez.

―¡Edward! ―voceó mamá al verle.

Sus contrincantes no tardaron nada en aparecer. Cinco vampiros, entre los


que se encontraba el que había arrancado el motor, salieron de la nada y
rodearon el coche.

Mi padre se agazapó y se sumió en una concentración extrema, comenzando


a fintar con los diferentes vampiros, y mamá bajó los pestillos de las dos
puertas traseras.

Antes de que uno de ellos iniciara el salto hacia mi puerta, papá pegó un
elevado brinco y se plantó delante de él. El vampiro le rugió, enfadado y
contrariado, pero mi padre no se quedó atrás.

Le contestó de la misma forma, aunque su garganta emitía una ira protectora


por todos los costados.

Sin embargo, otro de los vampiros perteneciente a la guardia no tardó en


querer actuar y mi padre tuvo que volver a saltar para impedirlo.

―No podrá hacerlo él solo ―murmuró mi madre con seguridad, separándose


de mí―. Voy a ayudarle ―me susurró―. Cuando salga del coche, baja el
pestillo.

Me dio un beso rápido en la frente y, como ese beso, subió el cierre y salió
disparada por la otra puerta. Me abalancé hacia ese pestillo para bajarlo, presa
de un miedo tan atroz como el viento que antes había azotado mi cara.

Estaba aterrada, por el bebé, pero ahora también por mis padres. Eran cinco
contra dos. No pude evitar volver a pensar en Jake. Si él hubiera estado aquí,
las cosas habrían sido muy diferentes.

Mi madre saltó sobre el vehículo y se plantó junto a mi puerta enseguida para


ponerse a fintar con los dos vampiros que tenía delante.

Mi respiración era muy agitada, frenética, tenía mucho miedo, y sabía que
Anthony podía sentir toda esta tensión. Intenté acariciar mi barriga otra vez,
pero mis manos temblaban tanto, que me resultaba imposible. Me sentía muy
frustrada por no poder hacer nada.

Comencé a respirar hondo para tratar de tranquilizarme un poco. No


conseguía nada poniéndome histérica, y tampoco era bueno para el bebé.

Pero, entonces, algo se congeló dentro de mí de repente, algo frío que me


alertó al instante.

Miré hacia arriba, pero ya fue demasiado tarde. Ni siquiera me dio tiempo a
gritar.
De una forma repentina que nos pilló totalmente por sorpresa, un chorro
negro se precipitó sobre mí y me enganchó del brazo.

471

Valor

(PARÉNTESIS. PARTE 2)

RENESMEE

Todo ocurrió extremadamente deprisa, tanto, que no pude ni hacer el amago


de gritar ni defenderme.

Mi madre había cerrado los pestillos para ponerles las cosas más difíciles a
los vampiros, pero de nada sirvió. Sin tener ocasión siquiera de tomar aire
para respirar, fui arrancada del asiento de una forma brutal, saliendo
despedida por la parte abierta del techo, hacia delante. Mi cabeza no se
golpeó con lo poco que había quedado de chapa sobre mi asiento de puro
milagro.

―¡Nooooo! ―gritamos mamá y yo a la vez mientras volaba por los aires


como un rayo, succionada por ese grueso látigo negro que me enganchaba del
brazo y tiraba de mí.

La mano que tenía suelta se fue instintivamente hasta mi barriga, para


protegerla.

Mi pulsera comenzó a vibrar, pero no con la fuerza esperada. Era como si


intentase hacerlo y algo no la dejara, y tampoco pudo actuar. ¿Qué le estaba
pasando? En ese milésimo instante me di cuenta de que no había vibrado en
ningún momento, con la tensión de la carrera no me había percatado de esto,
pero ya no tuve tiempo de pararme a pensar en el porqué.

―¡Suéltala! ―chilló mi madre, iniciando un salto.

Mi padre se le adelantó. Soltó un rugido estremecedor lleno de cólera y pegó


un brinco altísimo para sortear el vehículo y los vampiros que lo acechaban,
que ya estaban sonriendo con satisfacción.

Sin embargo, cuando ya lo había sobrepasado todo en varios metros, se


estrelló contra una pared invisible, rebotando hacia atrás bruscamente. Era
una de las barreras invisibles de Razvan, Nikoláy y Ruslán.

Un coche pasó por el otro carril y su conductor no vio ni escuchó


absolutamente nada, al parecer también el interior de la barrera era invisible
para los humanos.

―¡Edward! ―gritó mi madre, abortando su salto.

Su cabeza oscilaba incesantemente hacia él y hacia mí, frenética. Ahora ellos


estaban encerrados en esa burbuja transparente, de la que no había forma de
salir.

La espalda de papá se estampó en la carretera, dentro de la zona de esa jaula


invisible, produciendo un enorme boquete en el asfalto, del inmenso golpe.

―¡Papá! ―chillé, horrorizada.

Pero ya no pude ver ni decir nada más. El interior de la barrera se hizo


invisible también para mí, solamente se veía la carretera vacía, como si nada
estuviese ahí, como si no ocurriese nada en ese sitio.

―¡Noooo! ―grité, observando esa horrenda estampa.

Seguro que mis padres estaban chillando y luchando para llamarme y venir a
mí, pero tampoco pude escuchar nada.

Esa fuerza extraña me arrastraba a toda velocidad por el aire, y cuando llegué
a la zona boscosa, el grueso látigo negro hizo que esquivase los árboles. Mi
cuerpo se zarandeaba con brusquedad entre los troncos, y tuve que sujetar mi
vientre para amortiguar un poco esos fuertes movimientos mientras chillaba.

Entonces, por fin pude ver quién me estaba arrastrando.


Su casaca negra y esa capucha que le tapaba la mitad del rostro eran su sello.
Sí, era la sombra.

El fiel sirviente de Razvan, su mano derecha.

Me di cuenta de que él no estaba reduciendo la velocidad de su tirón, ni


siquiera por mi estado, así que me iba a estampar contra su pétreo y duro
cuerpo. Eso sería como estrellarme contra un muro de roca, un muro de roca
que machacaría a mi abultada barriga, a mi bebé…

¡NO!

Me precipitaba velozmente hacia el vampiro, pero, con ansiedad, prisas y


nerviosismo, dejé de 472

rodear mi vientre con la mano y conseguí llevarla a tiempo al frente, junto


con la otra, para amortiguar el potentísimo impacto contra ese cuerpo de
acero.

El choque fue brutal. Mis manos se interpusieron primero, en la zona de mi


barriga, y logré que esta solo sufriera un rozamiento. Mi Anthony estaba
bien, mi pequeño Anthony… Pero el resto de mi cuerpo se estampó contra la
sombra con saña, dejándome incluso sin aliento durante un instante. Un
instante, porque acto seguido mis bronquios exhalaron el aire para proferir un
quejumbroso e intenso gemido.

El chasquido que se escuchó lo hizo justo antes de notar el agudo pinchazo


que sentí en una de mis manos. El intenso dolor se apoderó de toda la
extremidad, pero apenas pude quejarme. La sombra me tomó en brazos,
apresándome con fuerza para que no tuviera conato de fuga alguno, y echó a
correr por el bosque a la velocidad del viento.

No, esto no podía estar pasando, otra vez no…

―¡Déjame! ―pude chillar, con unos visos de un gemido de dolor que me fue
imposible reprimir.
Intenté revolverme, pero mis manos y mis piernas no podían hacer nada para
separarme de su frío y duro cuerpo, ni siquiera lograba verle la cara, puesto
que la mía quedaba por encima de su hombro.

Mientras trataba de rebelarme, le eché un vistazo a mi mano, la cual pude


asomar. Mis dedos índice y anular estaban completamente torcidos, hacían un
quiebro espantoso. Me los había roto.

Casi me mareo, de la impresión, pero tomé aire y fui capaz de reponerme,


apretando los dientes para soportar ese intenso y lacerante dolor.

―¡Suéltame! ―grité de nuevo, zarandeándome como podía.

Sin embargo, era imposible. La sombra me llevaba a través del bosque a


quién sabe dónde. Lo que sí sabía era con quién me llevaba.

Mi pesadilla volvió a plantarse en mi cerebro, torturándome una y otra vez.


No, no podía permitirlo, era mi bebé, ¡mi bebé!

Cuando ya estaba a punto de oponerme de nuevo, la sombra se detuvo. Era


una especie de callejón sin salida, el final de una calle natural, no muy ancha,
que estaba resguardada por tres terraplenes de tierra altos, escondida en ese
espeso bosque, recóndita, y cuya única salida iba a quedar custodiada por la
propia sombra. Encima de los terraplenes el boscaje seguía su particular
decoración, llenándola con sus árboles, y las copas de los mismos, a gran
altura, hacían de ese sitio una zona más sombría y oculta.

Me dejó en el suelo sin más contemplaciones y sin decir nada, quedándose


frente a mí, taponando la única salida, como me suponía. Su semblante en
penumbra parecía frío y distante, ni siquiera su boca reflejaba ningún tipo de
sentimiento, nada más que la satisfacción de un trabajo bien hecho. Había
cumplido su orden y ahora estaba esperando a su amo, sin más, como quien
no quiere la cosa.

¡Maldito miserable! Me invadió una ola de rabia y cólera y comencé a


golpearle en el pecho con mis puños mientras gruñía en voz alta, con
desesperación, pero mi mano rota apenas pudo doblarse y se dolió con ganas
al primer golpe. Volví a gemir de dolor durante un segundo, sin embargo,
enseguida seguí golpeándole con un solo puño, desbordando la misma
inquina.

La sombra ni se inmutó. Era más bajo que yo, pero se quedó mirando cómo
desahogaba toda mi ira contra su torso. Hasta que me agoté y tuve que parar.

Me separé de él, respirando con agitación por la rabia, mientras le clavaba


una mirada de profundo odio. Entonces, me arrojé a él con velocidad.

―¿Por qué no das la cara, eh? ―escupí, alzando la mano hacia su capucha
con la intención de retirársela.

Su helada mano sujetó mi muñeca con fuerza y me lo impidió. Luego, sin


moverla de delante de su cara, empezó a apretar, haciendo crujir mi juego
óseo. Intenté no hacerlo con todas mis fuerzas, sin embargo, no pude evitar
retorcerme y gemir una vez más, del dolor, al tiempo que mi mano rota se
apoyaba como podía en su hombro para alejarme de él, aunque esta también
me dolía a horrores y no logré nada.

Soltó mi muñeca, lanzándola hacia atrás, y por fin pude tomar aire cuando el
dolor cesó. Estaba claro que no quería mostrarme su rostro.

Volví a mirarle con rabia.

―¿Qué habéis hecho con mis padres? ―exigí saber, apretando las muelas,
sin modificar mi actitud.

―Tus padres no nos interesan ―habló con esa voz profunda y grave y con
ese acento de 473

Europa del este―. Si consiguen sobrevivir en la barrera, les dejaremos


marchar.

Su aire burlón me sacó de quicio, aunque pudo más el enorme temor por ellos
que invadió todo mi ser.
―No le des explicaciones ―irrumpió otra voz, esta femenina.

Y esta la conocía muy bien.

Alina apareció de entre los árboles que limitaban el principio de ese callejón
donde me encontraba. Su cabello rubio ya no iba recogido con aquellas dos
trenzas que se enroscaban y se amarraban en la parte superior de su cabeza,
sino que ahora era una única trenza baja, que caía sobre su espalda, y
tampoco iba ataviada con ese vestido largo hasta los pies, con su delantal
blanco. Ahora llevaba unas mallas ajustadas de color negro y una camiseta de
tirantes del mismo color.

Me quedé de piedra durante un instante, porque no me esperaba para nada


volver a ver a una de las sirvientas de Razvan. Pero no fue la única que se
presentó allí, para mi segundo asombro.

Zhanna, la otra sirvienta, también se dejó ver. Iba vestida con el mismo
atuendo y su cabello negro también estaba atado con una trenza.

Los horribles recuerdos de mi año de encierro en el castillo de Razvan


invadieron mi mente sin remedio, añadiéndose a mi espantosa pesadilla. Mi
cuerpo estaba lleno de escalofríos y mi respiración se agitó, nerviosa y
angustiada.

Alina y Zhanna se acercaron con paso presto, hasta que llegaron a la altura de
la sombra y se colocaron a su lado. Las dos clavaron su mirada burdeos en
mí, pero Alina lo hizo con un odio que me dio escalofríos, casi me recordaba
a la de Jane.

Mi aro de cuero intentó vibrar otra vez, pero, como le había pasado antes, fue
incapaz de emitir algo más que un suave hormigueo. ¿Qué le ocurría a mi
pulsera? ¿Le habían hecho algún hechizo de magia? Mi cabeza volvió a
hacerse la misma pregunta, aunque, una vez más, no tuve tiempo para buscar
una respuesta.

―No vuelvas a darme ninguna orden ―le advirtió la sombra a Alina con un
tono amenazante, e intuí que mirándola de igual modo.
Ella le miró y rechinó la dentadura, pero no le dijo nada.

Las dos vampiros bajaron la vista hasta mi vientre y, con desaprobación y


censura total, regresaron sus pupilas carmesí a las mías. Rodeé la barriga con
mi mano sana, cubriéndola con parte del antebrazo. Luego, se quedaron
observándome con sendos semblantes de rabia. Y yo sabía por qué era. Yo
había sido la que había matado a su compañera, Natasha, cuando mi familia
había venido a rescatarme de mi encierro. Pude ver todo ese rencor en sus
ojos, se escapaba de ellos para apuñalarme sin cuartel. Sin embargo, en la
mirada de Alina había algo más que ese resentimiento.

Sus pupilas descargaban toda una retahíla de odio sobre mí. Fue fácil deducir
el porqué. Yo también le había arrancado la cabeza una vez, aquella en la que
había intentado escapar del castillo junto con Teresa y Helen.

Los tres vampiros se quedaron frente a mí sin decir nada, parecía que
estuvieran esperando algo. O a alguien.

Ni siquiera me dio tiempo a formular la pregunta en mi mente, aunque esta ya


conocía la respuesta de sobra.

Una estaca helada, gélida y horripilante atravesó mi corazón cuando le vi


aparecer por el mismo sitio por el que lo habían hecho Alina y Zhanna. Como
en mis pesadillas, sus ojos encarnados se clavaron en los míos con una
malicia espeluznante y aterradora, lo eran tanto, que me quedé
completamente paralizada, de la conmoción.

Esto no podía estar pasando… Esto tenía que ser una de mis horribles
pesadillas… Pero no lo era. Era real, como lo era esa despiadada figura que
se acercaba a mí: Razvan.

Mi desesperado cerebro enseguida visionó a Jacob, a mi colosal y


espectacular lobo rojizo, fuerte, poderoso. Jamás debíamos habernos ido de
esa montaña, si yo me hubiera quedado con él, esto no estaría pasando… Su
hijo, nuestro hijo, corría un grave peligro. Mi Anthony, mi pequeño Anthony.

Reaccioné lo mínimo para recular un par de pasos hacia atrás y aferrar mi


brazo con más fuerza en mi hinchado vientre, muerta de miedo. Por un
momento, el pánico quiso dominarme, pero conseguí retenerlo algo, aunque
mis manos temblaban sin parar, todo mi cuerpo tiritaba del horror que ese
repulsivo ser me producía.

En cambio, a Alina le cambió la cara. Su semblante se iluminó cuando le vio


aparecer, aunque fue por un segundo, porque acto seguido llevó la vista hacia
mí para clavarme la misma mirada de inquina de antes.

474

Ahora comprendía esa mirada. No era solo por el suceso de la cabeza. Ese
odio no distaba mucho del que emanaba Jane cuando me clavaba sus ojos
carmesí, aunque en este caso Alina lo hacía por otra persona diferente.
Enseguida até los cabos sueltos, no fue muy difícil de intuir. Alina estaba
enamorada de Razvan, y estaba celosa de mí porque yo me había convertido
en su obsesión.

Razvan tampoco venía solo. El enorme Keiler salió de entre las sombras para
acompañarle. Al contrario de las sirvientas, que habían cambiado su
indumentaria, Keiler seguía llevando una camisa y unos pantalones negros, la
vestimenta que normalmente lucía la guardia de Razvan ―excepto la sombra,
cuyo rango era superior―, y su media melena castaño oscuro, que hacía su
semblante aún más pálido, se recogía detrás de las orejas, como siempre.

El mago, seguido de Keiler, se aproximó raudo hacia nosotros y se posicionó


en el medio de sus otros guardias, los cuales les dejaron sitio. Alina y Zhanna
cruzaron las manos y agacharon las cabezas con sumisión, si bien la primera
no pudo evitar mirar a su amo de reojo. Razvan insertó esa mirada
maquiavélica y pretenciosa en mí, pero cuando observó mi avanzado estado
de gestación, su rostro se volvió aún más tétrico y sombrío. Machacó las
muelas con furia contenida sin apartar sus pupilas de mi barriga, y después
las volvió hacia mí para observarme con una clara reprobación.

También pude escuchar la rabia sujeta con alfileres de Alina, en su garganta,


al ver la reacción de Razvan.
―Dejadnos a solas ―ordenó este, sin siquiera mirarles, con esa voz grave
marcadamente del este―. Esperadme en el río.

La sombra asintió y les hizo un gesto con la cabeza a los demás. Zhanna y
Keiler se dieron la vuelta instantáneamente para seguir a la mano derecha de
Razvan, sin embargo, Alina dedicó un segundo para clavar su mirada de odio
en mí. Después se giró y los cuatro abandonaron ese callejón, tan silenciosos
y veloces como el viento.

Estaba aterrada. El corazón me latía a mil por hora, mis bronquios exhalaban
el aire con agitación, mi cuerpo temblaba y mi mente no dejaba de evocar esa
horrible pesadilla que me había estado torturando todos estos meses.

Pero entonces, Anthony me dio una de sus patadas.

Mi bebé, nuestro bebé… Nuestro hijo… Mi bebé, mitad parte de Jacob, mitad
parte de mí, nuestra preciosa mezcla, nuestro milagro, nuestro regalo, nuestro
tesoro. Nuestro más preciado tesoro.

Algo estalló dentro de mí, algo instintivo, un instinto tan primario como la
propia existencia, un instinto animal, algo que salía de mis entrañas para
presentarse con una contundencia abrumadora. Mi instinto maternal.
Protector y demoledor. Tenía que proteger mi bebé, como fuera.

Daría mi vida por él, si hacía falta.

Me armé de valor, no sé cómo lo hice ni de dónde salió exactamente. Solo sé


que lo sentí estallar en mi pecho, en todos mis órganos, en todas las neuronas
y células de mi organismo. Todo mi ser se concentró en proteger a mi
pequeño, ese precioso fruto que mi vientre albergaba y que era parte de
Jacob. Además, Jake vendría a buscarme, me encontraría y nos salvaría,
estaba completamente segura. Él siempre nos protegería.

Por primera vez en estos últimos minutos, mi pulsera vibró con más
vehemencia. Parecía que poco a poco iba despertándose de algún raro letargo.

Mi garganta se vio raspada por un rugido iracundo que no llegó a salir,


aunque retumbó en todo mi esternón, haciéndolo vibrar con ímpetu.

―¡¿Qué vais a hacer con mis padres?! ¡¿Y qué habéis hecho con los lobos?!
―exigí saber con furia antes de que él hablase.

Para mi asombro, su boca se torció en una arrogante sonrisa.

―Parece mentira que no me conozcas, Renesmee. Ya eres conocedora de mis


barreras invisibles.

Sí, claro que las conocía. Ya las había usado una vez. Aquella en la que me
había secuestrado para llevarme a su castillo. Nos había encerrado a Helen y
a mí en una de sus burbujas transparentes para que los lobos no vieran ni
escuchasen nada, y después nos había puesto aquellos hechizos. Apreté los
dientes al recordarlo. También me percaté de su ausencia de efluvio, al igual
que en su guardia. Otro de sus trucos más para pasar desapercibidos.

―No sé cómo habéis conseguido entrar en el bosque, pero Jacob se enterará


de esto enseguida y vendrá a por ti ―le aseguré con rabia retenida.

Su risa despectiva me ofendió en el alma, pero me contuve.

475

―Tu lobo está demasiado entretenido en esas cuevas ―sonrió con malicia y
suficiencia―. Y

entrar fue muy fácil, gracias a las marionetas de Nikoláy y Ruslán. Esos
estúpidos lobos se creen que son unos inmortales nómadas, y ahora se
encuentran luchando con unas alucinaciones, dentro de la barrera que he
impuesto a su alrededor. No se percatarán de nada.

Mis párpados no pudieron evitar pestañear varias veces con nerviosismo y


confusión por esa última información que no me esperaba. Mi cerebro no
sabía muy bien qué hilo seguir de las dos respuestas, pero opté por la
primera, de momento.
Esto me desvelaba cosas, si es que él me respondía, sin embargo, también me
aportaba tiempo.

Unos minutos muy valiosos para que a Jacob le diera tiempo a llegar. Y mi
pulsera cada vez recobraba más fuerza.

―¿Cómo os habéis enterado de que Jacob está ahí? ―pregunté, mirándole


con dureza.

―Tengo mis… contactos ―se limitó a responder sin dejar esa sonrisa.

―¿Y mis padres? ―repetí, aumentando mi furia―. ¿Qué vais a hacer con
ellos?

De pronto, las facciones de su semblante cayeron en picado, adoptando una


expresión malvada, gélida y escalofriante.

―Tus padres morirán, como el resto de vuestros aliados y los lobos


―aseguró con ese tono de ultratumba que me helaba completamente―. No
dejaré ningún posible obstáculo entre nosotros.

―Maldito… ―mascullé, rechinando los dientes―. ¡Maldito! ―grité acto


seguido con cólera, lanzándome hacia él.

Iba a golpearle con mis puños, aunque mi mano rota se hiciera añicos del
todo, pero él me aferró de los antebrazos y me detuvo. Luego, tiró de mí y me
pegó a él.

Mi hinchado vientre se quedó adosado a su abdomen, eso pareció molestarle,


sin embargo, su fijación estaba centrada en otra parte. Mi rostro quedó a un
palmo del suyo y él me miró con una pretensión más que evidente.
Asqueroso. ¡Me daba asco!

―Serás mía de una vez por todas ―afirmó con ansia, tirando más de mí para
que mi rostro se acercase al suyo.

―¡Jamás! ―le chillé a la cara, iracunda―. ¡Jamás seré tuya! ¡Yo siempre
seré del Gran Lobo!

Pude ver la cólera en sus ojos encarnados, sin embargo, cuando ya estaba
comenzando a tirar de nuevo para atraerme hacia él del todo, mi barriga se
vio sacudida por los golpes que el bebé propinaba con sus pequeños pies.

Razvan me soltó súbitamente y se retiró hacia atrás, observando mi tripa con


una mezcolanza de estupefacción, rabia, sorpresa y desconcierto. Pero, de
pronto, sus ojos rojos se clavaron en mí de nuevo, con más ira, y se arrojó a
por mí.

―¡Noooo! ―chillé, interponiendo las manos.

Esta vez sí. Mi aro de cuero consiguió latir con contundencia y expulsó una
de sus abrasadoras ondas expansivas. Razvan salió despedido de espaldas,
acompañado por su alarido, y su columna vertebral se estampó contra uno de
los terraplenes que cercaban el callejón.

Mi corazón latía desbocado y mi boca exhalaba el aliento a toda mecha, pero


reaccioné.

Sin mirar atrás, eché a correr hacia la salida del callejón y logré escapar de
allí, metiéndome por los árboles que la limitaban, hacia la espesura del
bosque. Sin embargo, mi barriga pesaba bastante y me desestabilizaba, no
podía galopar todo lo deprisa que yo quería.

Comencé a abrirme paso entre los troncos con frenetismo, buscando algún
sitio conocido para avanzar con más seguridad, pero no lo encontraba.
¡Jacob, Jacob! Mis piernas estaban pesadas, se enredaban con facilidad con
las raíces que sobresalían de los árboles y tenía que levantar los pies en
exceso para no tropezarme y caer.

De repente, el cielo se me cayó encima cuando Razvan aterrizó justo frente a


mí, saliendo de la nada. No pude ni frenar, aunque mi pulsera erigió una de
sus barreras al instante y él se estampó contra la misma, saliendo rebotado
hacia atrás, si bien en esta ocasión su espalda no chocó con ningún obstáculo.
Yo sí que salí rebotada, y mi columna se topó con el tronco de un enorme
abeto, pero la barrera amortiguó el golpe y no me dolió en absoluto.

Razvan estaba furioso, y se quedó frente a mí, observándome con una mirada
de censura total.

Antes de que me diera opción de intentar fugarme de nuevo, sacó algo del
bolsillo de su camisa y me lo arrojó con saña.

Un polvillo rojo, parecido al pimentón, voló hacia mí a una velocidad


ultrasónica.

¡¿Otro hechizo?! ¡No!

Contuve la respiración, sin embargo, volví a respirar algo en cuanto ese


polvillo se estampó en 476

la burbuja de mi aro de cuero y no llegó a tocarme. Pero algo sucedió al


instante. Algo que me horrorizó y me dejó sin aliento una vez más.

La barrera de mi pulsera comenzó a debilitarse, volviéndose frágil como una


pompa de jabón. Y

como tal, se desintegró.

―¡Noooooo! ―grité, horrorizada, mirando mi aro de cuero sin poder


creérmelo.

Este intentó vibrar, pero, al igual que le había pasado antes, fue incapaz.
¡¿Qué le pasaba?!

―No te imaginas la de conjuros que se pueden hacer con la sangre de unos


lobos comunes ―sonrió Razvan con la misma curvatura arrogante de hace un
momento.

―¡¿Qué le has hecho a mi pulsera?! ―bramé.

―Con este hechizo, tu pulsera se dormirá unos segundos ―confesó―.


Tiempo suficiente.

―¡¿Tiempo suficiente para qué?! ―Mi voz salió asustada.

―Los hijos del Gran Lobo deben morir ―habló, ignorándome, con ese tono
maléfico que congelaba hasta los mismísimos polos.

Mi corazón se detuvo y ya no me dio tiempo a hacer nada más, ni siquiera a


parpadear.

A la velocidad de la luz, arrojó otro polvillo que se abalanzó a por mí sin


cuartel, tan rápido como un cuchillo, un puñal. El puñal de mi pesadilla.

―¡NOOOOOOOOOOO! ―chillé, ya con lágrimas en los ojos, intentando


proteger mi vientre.

Sin embargo, el polvillo no se dirigió a mi barriga, sino que, para mi


desgraciado asombro, vino directo a mi boca y mi nariz.

―¡No! ―grité, soltando mi tripa para intentar toser y estornudar.

Todo fue sin éxito.

Noté los efectos del polvillo al instante. Una llama de fuego empezó a
introducirse por mi laringe. Ardiente, abrasadora. Grité de dolor y apoyé una
de mis manos en el tronco. Creo que era la mano rota, pero el dolor que
sentía en mis entrañas era tan desgarrador, que eso otro ni siquiera lo noté.

―¡NOOOO!

¡JACOB! ¡JACOB!

Mis alaridos y mis llamadas silenciosas de poco servían, ni siquiera para


aliviarme. La llama consiguió abrirse paso por mi sistema digestivo y en un
segundo sentí una especie de explosión en mi barriga.

Una lanza congelada atravesó toda mi alma, dejándome sin respiración,


paralizando mi corazón, todo mi cuerpo. Mi pulsera se despertó y volvió a
vibrar con fuerza, pero ya era demasiado tarde, el daño ya estaba hecho. Ya
no pudo hacer nada para impedirlo y vibró con desesperación y agonía,
reflejando lo que sentía mi destrozada alma.

Otro agudo pinchazo en mi útero hizo que se me doblaran las piernas y me


cayese de rodillas.

Abarqué mi vientre con mis brazos, presa del pánico y de las desgarradoras
lágrimas que inundaban todo mi rostro. La sangre comenzó a teñir mi blusón
de color azul claro y lo levanté con horror para comprobarlo. Un extraño y
cruel corte empezó a aparecer en mi abultada barriga, llenándome de más
dolores. Pero eso era lo de menos.

―¡MI BEBÉ! ¡MI BEBÉ! ―el chillido me rasgó las cuerdas vocales.

Ya no notaba sus pataditas.

―¡NOOOOOO!

Durante una milésima fracción de segundo vino a mí otra parte de mi


pesadilla. Esa en la que yo llamaba a Jacob para que salvase al bebé. Sí, solo
él podía salvarlo.

¡JACOB! ¡JACOB!, bramó mi alma.

―Tranquila, si todo marcha bien, a ti no te pasará nada ―habló de nuevo


Razvan―. Tu vientre lo expulsará, muerto, y la herida se cerrará y se
cicatrizará en menos de un minuto.

La palabra muerto, relacionada con mi precioso bebé, resaltó sobre todo lo


demás y rebotó varias veces en mi cabeza, produciendo un eco espantoso.

―¡NOOOO! ¡MI BEBÉ! ¡MI BEBÉ! ―agonicé de nuevo, frotando mi


vientre en un acto desesperado por que esa creciente herida se cerrase. Mis
manos estaban llenas de sangre.

¡JACOB!
―Ahora ya serás mía ―dijo Razvan con su tono de ultratumba, escalofriante
y malvado―. En cuanto expulses esa aberración, te llevaré conmigo.

―¡NOOOOO! ¡MI BEBÉ! ―lloré con desgarro.

Esa raja sangrante cada vez se abría más y los pinchazos que sentía por
dentro eran insoportables, todo mi bajo vientre ardía en un fuego abrasador.
¡No, Noooo, NOOOOO!

477

―¡Así que estos eran tus verdaderos planes! ―voceó una voz en la
penumbra de los árboles.

―¡Maldito traidor! ―siguió otra voz.

Esas voces las conocía demasiado bien, sin embargo, yo estaba demasiado
concentrada con mi barriga, desesperada, rota, hundida, desconsolada... Mi
mundo comenzaba a venirse abajo, y mi única esperanza era Jacob. Él era la
única luz que conseguía ver en este túnel oscuro que empezaba a
succionarme. Él era mi única esperanza.

―¡Nikoláy! ¡Ruslán! ―masculló Razvan.

―¡¿Cómo has podido hacerlo?! ―le reprochó Nikoláy, iracundo―. ¡Yo


mismo te convertí! ¡Eres como un hijo para mí! ¡Y ahora nos traicionas por
una simple semihumana!

¡JACOB! ¡JACOB!

―Adios, Nikoláy.

Ni siquiera sé cómo sucedió, ni me paré a mirar nada. Todas las voces


sonaban con eco para mí, todo era una niebla densa que se iba oscureciendo
por momentos.

―¡Rápido, se escapa! ―gritó Nikoláy.


―¡Maldición! ¡Ha puesto una barrera, no podemos salir! ―chilló Ruslán.

La niebla se trasformó en una espiral negra… El corte de mi vientre cada vez


era más grande y sangrante… Y mi bebé no se movía…

¡JACOB! ¡JACOB! ¡JACOB!

(FIN DEL PARÉNTESIS)

478

Sigue el camino de baldosas

amarillas, sigue el camino de

baldosas amarillas

ANTES DE LA LLAMADA DE NESSIE

¿Cuándo demonios llegaremos a esa cueva?, protestó Jared por enésima vez
mientras correteábamos por la ladera de otra dichosa montaña.

Y yo qué sé, chisté, ya harto de sus quejas. Y de todo esto. El único que sabe
dónde queda es ese crío. Pues sí que…, murmuró él, cansado.

Otro día no quedes con Kim para comer cuando tengamos una misión como
esta, le recomendó Leah.

Sí, ya, gracias por el consejo, Leah, le respondió Jared, lleno de retintín.

Mejor esperemos que nunca más tengamos una misión como esta, apuntilló
Embry.

Sí, eso, coincidió Seth.

Alush galopaba a mi lado, ya que yo no me fiaba ni un pelo de la Pitufina ni


de ninguno de sus secuaces.
―Ahí está la cueva ―señaló.

Uf, por fin había dicho las palabras mágicas, la frase que todos estábamos
esperando. Yo me moría por pirarme ya a casa, junto a Nessie, porque seguía
sin poder quitarme de la cabeza que ella y el bebé no estaban seguros del
todo, así que cuanto antes terminásemos con todo esto, mejor.

Me concentré un momento en mis otros lobos. Brady y su grupo ya estaban


luchando contra esos nómadas sin mayor problema, Daniel y los demás
seguían vigilando el bosque, el cual parecía muy tranquilo, y Cheran
controlaba los alrededores de mi casa sin que hubiera cambio alguno.

Todo marchaba bien, pero aun así…

Sacudí la cabeza y seguí con esta última tarea que teníamos pendiente.

Después de otra pesada marcha que se me hizo más larga de la cuenta debido
a mi inquietud, la caverna apareció ante nuestros ojos. Adoptamos una
carrera más sigilosa y continuamos galopando hacia ella. Como con la cuarta
cueva, Carlisle y los suyos iban detrás de nosotros, y la chusma de Aro iba en
último lugar.

Dentro de la caverna se oían bastantes voces. Vaya, parecía que los rumanos
estaban discutiendo con el licántropo líder. Alush se puso nervioso, pero le
hice una señal con un gañido para que se calmase.

Avanzamos con rapidez y mutismo, hasta que, finalmente, traspasamos la


entrada de la cueva.

Lo hicimos sin más contemplaciones, porque yo ya tenía prisa. Estaba más


que harto de tanta cueva y licántropo, lo único que quería era largarme a casa,
con mi mujer. Ya me moría por darle un buen beso, por abrazarla, por
acariciarla… y por otras cosas que no voy a mencionar. Esa radio iba a tener
que estar muy alta.

Las voces de la disputa se hicieron más evidentes, incluso hacían eco en las
paredes rocosas y parecían rebotar en las estalactitas y estalagmitas que
decoraban esa madriguera. Bueno, se ve que estaban demasiado entretenidos,
aunque hubiéramos entrado con bombos y platillos creo que no se hubieran
dado cuenta.

―¡Tengo que ir a buscarle! ¡No puedo dejar a mi hermano allí! ―gritó el


líder de los licántropos con esa voz profunda y gutural.

Ugh. Estaban hablando de Alush.

No pude evitar echarle un vistazo mientras nos internábamos en esa cavidad


oscura, y me arrepentí al instante. La cara de Alush lo decía todo: estaba a
punto de llorar. Una vez más, sentí 479

mucha lástima por él.

―¡No tenemos tiempo! ―voceó Vladimir―. ¡Debemos partir ya!


¡Permanecer aquí es peligroso!

―¡Todo ha sido un fracaso, ahora tendremos que empezar de cero!


―protestó Stefan, que parecía estar a lo suyo―. ¡Partiremos ya mismo,
tienes que contagiar a más humanos!

Malditos… Me fue imposible no machacar las muelas.

―¡No me iré sin mi hermano! ―insistió el licántropo.

Ya estábamos llegando…

―¡Licántropo obstinado! ¡Tu hermano ya estará muerto! ―le espetó


Vladimir, furioso.

Y llegamos.

El líder de los licántropos ya estaba a punto de abalanzarse hacia el rumano.

―¡No le escuches! ¡Estoy vivo! ―irrumpió Alush, de la que salíamos a esa


estancia de piedra.
El licántropo se detuvo y se quedó patidifuso cuando vio a su hermano,
aunque se quedó aún más tieso al vernos a nosotros. Y los rumanos ni te
cuento.

Esa estancia de la caverna estaba cerrada, la pared del fondo era un muro
formado por gruesas rocas. Estupendo. El habitáculo era un agujero en la
montaña, el final de la madriguera, con lo cual, los teníamos bien acorralados.
Así que nos detuvimos y nos quedamos frente a ellos.

―Alush ―murmuró el líder de los licántropos.

Su careto parecía no creérselo, observaba a su hermano pequeño con


confusión, aunque el vaho que rezumaba su cabeza me indicaba que también
sentía temor por él.

Mira, ya tenía algo bueno. Pero su alma seguía siendo bien malva.

―¡Maldito! ¡Nos ha delatado! ―rugió Stefan, agazapándose.

―¡Es un traidor! ―bramó Vladimir, imitándole.

Cretinos. Hace dos segundos hablaban de dejar a Alush tirado y ahora le


llamaban traidor a él.

¡Y encima ellos habían intentado secuestrar a Nessie! ¡Malditas momias!

Me incliné hacia delante y proferí un rugido que casi tira las estalactitas del
techo al tiempo que ya erigía mi círculo de luz brillante para calentarlo. ¡Me
los iba a cargar de una vez por todas!

Sin embargo, ya no me dio tiempo a hacer más. Alush se interpuso como una
bala, colocándose entre los rumanos, su hermano y yo.

―¡No le hagas daño a mi hermano, por favor! ―me suplicó entre lágrimas.

¡Mierda, ahora no podía hacer nada!

De pronto, Vladimir se abalanzó hacia Alush y lo sujetó del cuello con su


brazo, por detrás. Fue tan rápido, que ni siquiera su hermano pudo reaccionar,
hasta mi manada, los Cullen y esa chusma que nos acompañaba se quedaron
estupefactos.

¡No!, rugí, echándome hacia delante.

―¡Kenan! ―chilló el niño, llamando a su hermano.

―Un solo movimiento y mataré al muchacho ―advirtió Vladimir.

―¡Suéltale! ―gritó el líder de los licántropos, que por fin reaccionó.

Su alma seguía siendo malva, pero su hermano pequeño parecía ser sagrado
para él. En un abrir y cerrar de ojos, se abalanzó hacia Vladimir para atacarle,
pero todo sucedió muy deprisa, ni siquiera yo pude evitar la desgracia.

Stefan se lo impidió, saltando hacia él para ponerse en medio, y le propinó


una patada que lo lanzó hacia una de las paredes rocosas. Su espalda se
estampó con saña, haciendo que el paramento se quebrase y trozos de roca se
desparramasen por el suelo.

―¡Noooo! ―lloró Alush.

Y entonces, fue cuando sucedió.

¡No!

Preparé una de mis elipses, pero no tuve ocasión de lanzarla. Vladimir no


tuvo compasión, ni siquiera con un niño. Ese llanto desgarrador se paró
abruptamente cuando el vampiro le rompió el cuello con su brazo y tiró de su
cabeza para separarla del cuerpo.

Se hizo un silencio brutal.

Todos nos quedamos mirando esa macabra estampa con espanto. Mi manada
se quedó muda, hasta los que no estaban aquí, y los Cullen y sus amigos
observaban la escena espantados. Los únicos que no se inmutaron lo más
mínimo fueron los asquerosos chupasangres de Aro.
Me quedé mirando esa cabeza seccionada con horror total. Su rostro, ahora
desfigurado, era la viva imagen del dolor, todavía tenía las lágrimas rodando
por su piel. No podía creérmelo. Ese hijo de mala madre había matado a
Alush con total impunidad, como si se tratase de un animal o algo así.

480

Pero la cosa no quedó ahí.

―¡NOOOOO! ¡MALDITO! ―bramó el líder de los licántropos acto


seguido, desencajándose de la pared.

Se arrojó hacia ellos como un torpedo rabioso, estaba completamente fuera de


sí. Ese vaho que antes era temeroso por Alush ahora era de un intenso color
púrpura, iracundo, colérico. Por primera vez deseé que ese licántropo se
saliera con la suya, para que vengase a su hermano pequeño. Su rugido
también resonó en toda la cueva.

El licántropo llegó hasta ellos en un plis y los tres comenzaron una lucha
encarnizada en la que no faltaron los rugidos y mamporrazos.

―¡Tú lo has querido! ―amenazó Vladimir.

―¡Tendréis que buscaros otro Hijo de la Luna! ―rugió el líder de los


licántropos.

¿A qué esperas, Jake? Aniquílalos de una vez, dijo Quil.

Sí, esos desgraciados han matado a Alush, ahora ya no tiene remedio, siguió
Embry.

Esperad. Ya sé que ese licántropo es un miserable, pero quiero darle la


oportunidad de vengar a su hermano antes de matarle, declaré sin quitar ojo a
la potente pugna que teníamos delante.

Sí, era un miserable, sin embargo, Alush era su hermano, y tenía derecho a
vengarle, aunque él también fuera a morir dentro de un rato a manos de mi
círculo de fuego.

Les eché un vistazo a los demás para hacerles una señal o algo que les
indicara que solamente estaba esperando a que esos tres terminaran para
liquidarles. Carlisle asintió, pillando mi mensaje enseguida. Esperaba
encontrar un mal careto por parte de la Pitufina por perder algo de tiempo,
pero esta miraba el reloj de pulsera que rodeaba su muñeca de niña pequeña y
su labio se torcía hacia arriba con satisfacción. Luego, osciló la vista hacia
Thiago y ambos alzaron la comisura de su labio de la misma forma.

No sé por qué, pero me dio una mala espina que no veas. Algo frío comenzó
a traspasar todo mi cuerpo, erizando la pelambrera de mi lomo.

Un golpetazo enorme hizo que me girase hacia la pelea de nuevo, y mis ojos
se abrieron como platos. La cabeza del licántropo estaba entre las manos de
Stefan, desmembrada de su cuerpo, el cual sostenía Vladimir por detrás. Dos
contra uno. Demasiada desventaja para el licántropo. Y

buenos luchadores esos rumanos. No sé de qué me sorprendía todavía, no en


vano esos dos habían tenido un imperio en el pasado que a punto había estado
de desbancar al de esas asquerosas momias de los Vulturis.

Ese desgraciado no había podido vengarse por Alush. Pero yo sí lo haría.

¡Ahora sí, Jake!, exclamó Quil.

Sí, ahora sí, coincidí, erigiendo mi círculo brillante de nuevo.

De repente, los rumanos tiraron los restos del licántropo al suelo, se giraron
con precipitación y le arrearon una patada al muro de piedra que tenían a sus
espaldas. Los enormes bloques de piedra se cayeron y quedó a la vista un
enorme boquete.

―¡Cuidado, intentan escapar! ―gritó Jasper.

―¡Era una salida oculta! ―gruñó Emmett.


Vladimir saltó primero al exterior y le siguió Stefan, huyendo como cobardes
ratas. ¿Adónde se creían que iban? Estúpidos.

¡Y una mierda!, rugí, corriendo hacia allí.

El agujero no era muy grande para mí, pero era lo suficientemente ancho para
que yo cupiese.

Me costó un poco, sin embargo, conseguí traspasarlo.

Salí al exterior, una zona de empinadas laderas. Esos gusanos se habían


escondido, los muy ilusos. Idiotas, ¿no se daban cuenta de que podía ver sus
sucias y putrefactas almas?

Y allí estaban. Detrás de un enorme peñasco, esas almas malvas y oscuras


eran toda una señal de humo para mí, incluso sus vahos azulados se
evaporaban hacia el cielo gris.

Cambié el círculo brillante por mi elipse, ya que esta era más precisa. Estaban
perdidos, iban a morir ya, por lo que habían intentado hacer con Nessie y por
lo que acababan de hacerle a Alush. Y

por lo que habían hecho en esa batalla de hace tres años con Edward, Bella,
Alice y Jasper.

De repente, cuando ya estaba a punto de lanzar la elipse hacia ese peñón para
llevarme por delante a los dos rumanos, algo hizo que mi corazón saltase de
su sitio.

Una sensación gélida y congelada, glacial, emergió de lo más hondo de mi


ser para plantarse con contundencia, escarchando cada uno de mis órganos, y
entonces noté una extraña vibración lejana y casi imperceptible.

Me quedé paralizado por un instante.

481

¡Jake, ¿qué te pasa?! ¡Despierta, se escapan!, me avisó Sam, que asomaba la


cabeza por el agujero, sacándome de este shock momentáneo.

Eché un vistazo precipitado, todavía algo aturdido por esa sensación, pero ya
no veía a Vladimir y Stefan. ¡Mierda!

Levanté una pata para avanzar.

―¡Detrás de ti! ―me avisó Rosalie.

Pero no pude girarme ni para mirar. Sentí un fuerte golpe en todo el espinazo
cuando Stefan saltó de la nada, insertando sus pies con saña en mi paletilla.

Me caí de morros, sin embargo, no fue eso lo que me sobresaltó. Otro flash
estalló y sentí esas vibraciones de nuevo. ¿Qué era eso? Era un zumbido
insistente.

¡¿Pero qué te pasa, Jake?! ¡Despierta de una maldita vez!, me regañó Leah.

Mi manada no parecía percibir lo mismo que yo.

Reaccioné lo justo para revolverme y ponerme en pie. Ahora ya no tenía a


Stefan encima. No me había dado cuenta, pero todo era un revoltijo a mi
alrededor. Mis lobos, los Cullen, los de Denali, Ezequiel e incluso Teresa ya
estaban lanzándose hacia Vladimir y Stefan para quitármelos de encima. Los
que se quedaron escondidos en la cueva fueron las alimañas de Aro.

¡Malditas ratas!

Ya estaba más que harto de todo esto. Preparé la elipse, haciéndola girar en
torno a mí como si de una azada se tratase, y la envié con fuerza hacia los
rumanos.

―¡Cuidado! ―bramó Vladimir, pegando un salto hacia arriba.

Miserables cobardes. Intentaron huir, pero nada pudieron hacer, mi elipse era
demasiado rápida y les alcanzó de pleno.

―¡Nooooo! ―chilló Stefan cuando comenzó a arder.


A Vladimir no le dio tiempo ni de decir «ay». Los dos chupasangres se
achicharraron al instante en cuanto mi elipse se los llevó por delante.

¡Bravo, Jake!, clamó Seth, profiriendo un aullido al cielo.

Sin embargo, yo no pude celebrarlo.

Mientras toda mi manada y nuestros aliados estallaban en una fiesta, sentí


otro flash gélido en mi interior, y este fue aún más contundente que los
anteriores. Las vibraciones que noté fueron más intensas también, y entonces
por fin supe de qué se trataba.

Algo andaba mal… Mierda, sí, algo andaba mal por casa…

Mis músculos se tensaron al instante, mis ojos se clavaron en el horizonte y


me sumí en una concentración total. Ni siquiera escuchaba los pensamientos
de mi manada, y mucho menos el bullicio que había en torno a mí.

La imagen de Nessie se estableció en mi mente de inmediato, no fue nada


difícil, ella ocupaba todos y cada uno de mis pensamientos, no podía
quitármela de la cabeza, y de pronto, sucedió.

Todo mi ser latió con contundencia, una palpitación fuerte y potente que
retumbó en mi caja torácica, avisándome, juntándose a las insistentes
vibraciones que podía percibir. Mi espíritu de Gran Lobo latía con energía y
perseverancia, mi alma se estaba poniendo en alerta máxima. Y mi alma solo
buscaba su alma. Sí, mierda, ¡mierda! ¡Nessie y el bebé estaban en peligro!

Me giré como un rayo y me dirigí como tal a la abertura del muro de piedra
para entrar en la cueva de nuevo.

Jake, ¿qué pasa?, me preguntó Jared.

¡Seguidme! ¡Nessie está en peligro!, avisé al resto, neurótico perdido,


pasando hacia el interior de la caverna, raudo.

Los Cullen, los de Denali, Ezequiel y Teresa no me oyeron, pero notaron algo
raro, y al ver que mis lobos me seguían con gesto grave y precipitación
hicieron lo mismo.

―¿Qué ocurre, Jacob? ―quiso saber Carlisle, preocupado.

No tenía tiempo a transformarme y aclararle nada, y tampoco estaba para dar


muchas explicaciones, ya que este nerviosismo y ansiedad me dominaban por
completo. Tendrían que comprobarlo por ellos mismos.

Ya estaba echando a correr, cuando la Pitufina saltó para ponerse frente a mí.

―Aro te estará muy agradecido por tu valioso servicio ―dijo,


interponiéndose en mi camino con insistencia―. Vladimir y Stefan fueron
enemigos de mis amos durante siglos.

¡Apártate de mi camino!, le rugí con contundencia en todo el careto,


esquivándola para seguir corriendo.

Escuché su rechinar de dientes a mis espaldas, pero me importaba una


maldita mierda. Todo 482

me importaba una mierda, lo único que quería era llegar a mi ángel.

Eché a volar por la caverna, atravesando esas cavidades de la roca a toda


mecha, preso de una inquietud y una urgencia que electrizaba todo mi cuerpo,
llenándolo de una escalofriante adrenalina extra.

¡Jake, ¿cómo sabes si está en peligro?! Daniel y su grupo no están viendo


nada raro, y Cheran tampoco, opinó Paul.

Sí, era cierto. Daniel y Cheran estaban tan tranquilos en el bosque, seguían
vigilando la zona y no habían visto nada raro. Pero yo sabía que Nessie
estaba en peligro.

Salimos al exterior, seguidos de los Cullen y sus amigos.

Daniel, Cheran, ¿no veis nada por allí?, quise saber.


No, por aquí todo está muy tranquilo, me comunicó Daniel.

Por aquí también. ¿Qué está pasando por ahí, tío? ¿Por qué estáis tan
nerviosos?, inquirió Cheran, que parecía que no se pispaba de nada.

¡Ve a mirar dentro de mi casa!, le ordené, frenético.

Los ojos de Cheran nos mostraron cómo echaba a correr hacia la vivienda.

¿Qué ocurre?, le preguntó Tanya, extrañada.

De pronto, el lobo se estampó contra una pared transparente y salió rebotado


hacia atrás, del golpazo.

¡No puedo pasar! ¡Hay algo que...!

¡Es una de las barreras de los magos!, mascullé con ira retenida.

¡Nosotros tampoco podemos pasar!, me reveló Daniel, nervioso.

¡Mierda, mierda! ¡Lo sabía, lo sabía! ¡Jamás debería haber dejado que Nessie
se separase de mí!

¡Mi Nessie, mi ángel! ¡Anthony!

Pegué un acelerón, apretando los dientes, y eché a volar por la pendiente de


esa ladera rocosa, seguido de mis lobos, los Cullen y el resto de nuestros
aliados.

―¿Qué está pasando? ―preguntó Alice mientras corría detrás de nosotros.

―¡Nessie está en peligro! ―adivinó Emmett, rechinando las muelas.

Los Cullen también apretaron el paso.

Entonces, otro flash glacial se plantó en mi coco y sentí esas persistentes


vibraciones una vez más. Mi poder espiritual hizo que otra palpitación
resonase en mi caja torácica, recorriendo todo mi cuerpo, hasta que llenó mi
mente de luz.

De repente, y para mi asombro, tuve una visión.

Era el interior del Jeep de Emmett y yo veía a través de los ojos de alguien.
Me quedé sin respiración cuando vi la muñeca de esa persona, la cual llevaba
puesta la pulsera de compromiso.

Era Nessie, mi ángel. Estaba viendo a través de sus ojos lo que ocurría en
esos momentos, y lo que salía en ellos no me gustaba un pelo.

¡No, maldita sea!

Edward estaba conduciendo alocadamente por la carretera que lleva a Forks,


iba dando tumbos constantemente, huyendo de algo. Hasta que Nessie miraba
al techo y veía, horrorizada, como este se iba abriendo. Sí, podía sentir su
angustia y pavor. Eso me hizo crujir las muelas. Pero cuando un
chupasangres se asomó para intentar llevársela, aceleré y solté un rugido de
furia.

¡NO! ¡Miserable chupasangres! ¡SUÉLTALA!

Por suerte, Bella reaccionó y se arrojó hacia el vampiro con una violencia
inusitada en ella.

Inesperadamente, otra insistente vibración se hizo notar dentro de mí y


entonces ya supe con absoluta certeza de qué se trataba. La pulsera de Nessie
me estaba llamando, no dejaba de emitirme ese zumbido de alerta. Por alguna
extraña razón, el aro de cuero no podía vibrar ni actuar, era como si algo se lo
impidiese, pero tenía el suficiente poder como para vibrar ante mi poder
espiritual. Y mi espíritu de Gran Lobo lo percibía sin problemas.

La visión desapareció y ya no pude seguir viendo qué estaba pasando. ¡No!

Mis patas se dolían por las escarpadas pendientes, y por esas piedras llenas de
salientes y bultos que se te clavaban en las almohadillas, hiriéndolas, pero
todo me daba igual.
¡Nessie, Anthony!

No sé cuánto tiempo pasó, a mí me pareció toda una eternidad, pero


finalmente conseguimos llegar a la falda de la montaña. El silencio que
reinaba entre nosotros era tenso, estábamos expectantes y en estado de alerta
total, hasta mi manada tenía la mente en blanco.

Bajamos la última pared rocosa frenéticamente y continuamos corriendo por


el bosque del Parque Nacional de Olympic. Trece lobos y once vampiros que
atravesábamos ese paisaje invadido 483

de troncos a la velocidad del viento. Pero, ¿adónde dirigirse? ¿Dónde se


encontraba mi ángel?

La respuesta vino a mi cabeza sola, gracias a mi poder espiritual. Él me


indicó qué hacer. Como si de una cuerda guía se tratase, una señal luminosa y
refulgente fue apareciendo delante de mí, mostrándome un camino. Era como
el camino de baldosas amarillas del Mago de Oz, solo que estas baldosas
brillaban e iban apareciendo delante de mí progresivamente, según
avanzábamos. Era el camino hacia mi ángel.

Mis lobos estaban totalmente atónitos, pero me siguieron


incondicionalmente, así como mi familia de vampiros.

Otra visión se mostró ante mí con precipitación. Nessie estaba en un bosque,


y tenía ante ella a ese miserable de Razvan… Sus lascivos ojos rojos se
clavaban en mi mujer rebosando una pretensión que gritaba a los cuatro
vientos cuánto la deseaba, cuánto la ansiaba para él. La cólera se apoderó de
mí, quemándome por dentro, incluso podía notar la acidez de mi estómago
subiendo por mi garganta.

¡Hijo de mala madre! ¡Terminaría con él de una vez por todas!

La furia iba tomando mi cuerpo por momentos, y eso se notó en mi carrera.

No tardamos mucho más en salir de esos bosques para adentrarnos en los de


nuestro territorio, pero no aminoramos la marcha en ningún momento.
Entonces, me di cuenta de que no eran nuestros bosques, sino que estábamos
en territorio Cullen. Era el bosque de los Cullen.

Las vibraciones que me enviaba la pulsera no cesaban, sin embargo, y para


mi desesperación, la señal luminosa se esfumó.

¡Mierda! ¡¿Y ahora hacia dónde iba?!

Me di cuenta de que si la señal había desaparecido tenía que ser porque


andábamos muy cerca.

Comencé a corretear de aquí para allá, buscando algún indicio que me


acercase a Nessie, algún olor o algo. Pero no aparecía nada, ¡no aparecía
nada!

Hasta que, de pronto, ocurrió.

Sentí otra palpitación dentro de mí, sin embargo, esta era mucho mayor que
las anteriores, no solo retumbó en mi pecho, sino que atravesó todo mi cuerpo
con una energía nueva y potente.

¡JACOB, JACOB!, escuché.

Me quedé tieso cuando oí los gritos desesperados de mi ángel. Me llamaba…


me llamaba con tormento y agonía.

¡NESSIE!, bramé, galopando con frenetismo total.

Ni siquiera sé si me acompañaba alguien. Solo sé que comencé a seguir esa


voz que a mí me parecía que atronaba por todo el bosque, como un eco
constante que se extendía por la espesura del mismo, guiándome.

Ella era mi guía, ella era mi luz.

¡JACOB, JACOB!, seguía bramando mi ángel.

¡Ya voy, cielo, aguanta!, le dijo el idiota de mí, como si ella pudiera oírme.
Seguí la voz, prácticamente volando.

Los troncos de los árboles parecía que se echasen encima de mí, como si
fuesen los guardias de ese malnacido de Razvan, sin embargo, no me amilané
y los esquivé con maestría y urgencia.

¡Malnacido de mierda! ¡Acabaría con él!

¡JACOB!, gritó Nessie en su cabeza otra vez.

Me estaba desesperando, su voz cada vez se oía más cercana, pero, ¡maldita
sea!, no terminaba de llegar a ella.

¡Nessie, ¿dónde estás?!, voceé, histérico, mientras seguía corriendo de un


lado a otro, esquivando los árboles.

De repente, volví a escucharla, pero esta vez no en mi mente. Su voz salía por
su garganta, rota y llena de calvario.

―¡NOOOOO! ¡MI BEBÉ! ―chilló con un llanto desgarrador que se me


clavó en el alma.

¡NESSIE!, rugí, haciendo que temblase todo el bosque.

Creo que algunos animales salieron en estampida, pero yo no podía ver ni


escuchar nada más que no fuera mi ángel.

La pesadilla de Nessie vino a mi cabeza irremediablemente, parpadeaba


dentro de la misma, como si fuese la ruidosa alarma de un parque de
bomberos. Su voz se había oído por aquí, pero,

¡mierda!, no daba con ella. ¡¿Dónde estaba?! ¡¿DÓNDE?!

―¡Así que estos eran tus verdaderos planes! ―escuché que decía otra voz.

―¡Maldito traidor! ―le acompañó una más.

484
―¡Nikoláy! ¡Ruslán! ―masculló una cuarta.

Todas las células de mi organismo se llenaron de cólera y furia incontrolada


al instante, porque reconocería esa asquerosa voz en cualquier sitio, incluso
debajo del agua. Era Razvan. ¡Malnacido!

Aunque no solo estaba él, esos otros dos magos también se encontraban en
ese misterioso sitio, y al parecer ya se habían dado cuenta de su traición.

Volví a rugir y comencé a dar bandazos iracundos en todas direcciones,


buscando el lugar exacto donde se encontraban. Estaban justo aquí, lo sabía,
podía escucharles delante de mis narices. Sin embargo, no veía nada más que
árboles.

―¡¿Cómo has podido hacerlo?! ¡Yo mismo te convertí! ¡Eres como un hijo
para mí! ¡Y ahora nos traicionas por una simple semihumana! ―escuché que
le reprochaba Nikoláy, furioso.

¡JACOB! ¡JACOB!, volvió a gritar Nessie, llena de aflicción y angustia,


podía oír cómo lloraba en voz alta.

¡Estoy aquí! ¡¿Dónde estás?!, le pregunté frenéticamente.

Pero ella no podía escucharme. ¡No, no, no!

Un rabioso rugido comenzó a nacer dentro de mí y mi espíritu de Gran Lobo


se revolvió, colérico, cegado, fuera de sí. Algo en mis entrañas tembló y una
palpitación aún más gigantesca latió desde ellas para extenderse por todo mi
ser, atravesándome como si de una onda expansiva de fuego y luz se tratase.

Y, entonces, por fin la clarividencia se plantó frente a mí.

Unas siluetas empezaron a aparecer ante mis atónitos y exaltados ojos.


Primero eran borrosas, como si una tela de plástico tupido estuviese delante
de ellas, sin embargo, poco a poco esas figuras fueron volviéndose más
nítidas. Hasta que por fin las vi del todo.
Ahí estaban esos desgraciados de Razvan, Nikoláy y Ruslán. Y por fin vi a
mi Nessie, a mi dulce y precioso ángel.

Allí, arrodillada en el suelo, junto al tronco de un abeto, se encontraba mi


ángel, y sus manos rodeaban su vientre. Su hermoso rostro estaba desfigurado
por un dolor desgarrador y una expresión de tortura y tormento que apuñaló
mi alma hasta el fondo. El aire se me escapó de los bronquios con horror
cuando vi la sangre que bañaba su barriga, mis ojos no se pudieron abrir más.

Una herida lacerante, sangrante y alargada se extendía por su vientre de


arriba abajo, y aunque esta aún no era muy abierta, parecía que se
acrecentaba por momentos.

¡NESSIE! ¡ANTHONY!

Sin embargo, todavía podía ver el alma de nuestro bebé, sí, seguía vivo.
Estaba vivo, ¡vivo! Pero había algo más. Anthony estaba envuelto por algo,
una especie de bolsa que brillaba con un color blanco, bajo el fulgor de su
alma dorada. Lo comprendí en cuanto lo vi. Era el hechizo de Ezequiel, su
magia blanca. La bolsa parecía bastante fuerte y había resistido a lo que fuera
que había atacado al bebé, pero también vi una pequeña fisura que se estaba
agrandando lentamente.

¡NO!

Otra fuerte palpitación hizo vibrar todo mi organismo, mi espíritu de Gran


Lobo me estaba indicando algo, y entonces supe qué tenía que hacer. Y no
tenía tiempo que perder.

Ese bastardo de Razvan pareció percatarse de mi presencia al otro lado de su


barrera justo antes de que comenzase a extender mi círculo de luz brillante.

―Volveré a por ti, Renesmee ―juró, apretando las muelas con más que rabia
al tiempo que se alejaba un paso de ella.

Ese malnacido se quería escapar, pero yo no podía apartar mi horrorizada


vista de mi ángel, tenía que salvarla a ella y a mi hijo, eso era lo más
importante para mí en estos momentos. Todo lo demás se convertía en algo
secundario para mí, incluso mis ansias de venganza. Nessie tampoco parecía
haberle escuchado, estaba totalmente enfrascada observando su vientre,
completamente ida y desesperada.

Acto seguido Razvan les dedicó una mirada a los magos.

―Adiós, Nikoláy. ―Y echó a volar hacia el bosque.

Erigí mi círculo brillante, lleno de cólera. Mi respiración salía por mis fosas
nasales con ira y mis ojos rebosaban odio por todos los costados.

―¡Rápido, se escapa! ―voceó Nikoláy, ajeno a lo que se le venía encima.

Los dos magos fueron tras él, sin embargo, al contrario que Razvan, que salió
como nada de su barrera, se estamparon contra ese cristal invisible,
cayéndose hacia atrás.

¡Maldito miserable!

―¡Maldición! ¡Ha puesto una barrera, no podemos salir! ―gritó Ruslán,


cabreado.

485

¡Id tras él!, ordené a mi manada al tiempo que hacía bombear mi círculo con
una furia descontrolada que crecía por momentos. Mi voz de Alfa se presentó
con contundencia, jamás había dado una orden como esta. Mis hermanos se
doblegaron ante mí, aunque no era mi intención.

¡Salid del país si hace falta, pero cogedle y traédmelo!

No vi cómo se fueron, aunque sé que acataron la orden al instante.

¡Y no podía perder más tiempo!

¡JACOB! ¡JACOB! ¡JACOB!, bramó mi ángel con un suplicio agonizante.


¡Ya estoy aquí, mi amor!

486

Esto demuestra que no soy un dios,

como otros piensan

―¡Desadte de la barrera! ―voceó Nikoláy―. ¡Yo me encargo de la


semihumana!

¡Y una mierda! ¡MI ÁNGEL, MI HIJO, ERAN INTOCABLES!

La ira que sentía dentro ya era un volcán que escupía lava incandescente, y
como tal, esta salió disparada hacia fuera en una erupción brutal, haciendo
estallar mi círculo de luz brillante, que se volvió de un abrasador fuego al
instante y se abrió desde mí hacia todas partes, en redondo, explotando como
una bomba nuclear.

Esa candente y calcinadora onda expansiva se extendió a una velocidad


increíble, incluso yo mismo me sorprendí, y comenzó a barrerlo todo,
devastando toda cosa maléfica que se encontraba a su súbito paso.

Y empezó con la barrera de Razvan. Se la llevó por delante, arrollándola por


completo, reduciéndola a un simple polvillo que fue arrastrado por el propio
viento de la explosión.

Pero ahí no terminó el asunto.

Esos asquerosos magos no tuvieron ocasión de chillar, ni siquiera tuvieron


tiempo a ver lo que pasaba. Bueno, me habría gustado que hubiesen sufrido,
pero la verdad es que en estos momentos me importaba una maldita mierda.
La onda expansiva llegó acto seguido a ellos y les pulverizó de inmediato,
reduciéndoles a cenizas. Y ahora sí que estaba seguro de que eran ellos, en
carne y hueso. Lo supe porque mi espíritu de Gran Lobo así me lo hizo saber,
y porque esas cenizas se prendieron en fuego mientras caían, emitiendo unos
espeluznantes chillidos como las ratas cuando son atrapadas por una trampa.
Todo mi ser se llenó de satisfacción por haber terminado con tanta maldad, y
parecía que sí habían sufrido algo. Sus putrefactas cenizas cayeron al suelo,
ya apagadas, y los quejidos también cesaron. Nikoláy y Ruslán ya estaban
muertos. Pero la potente y destructora onda continuó su devastador y
vertiginoso recorrido por el bosque, perdiéndose, incluso, de mi vista.

Nessie se percató de mi presencia al instante, en cuanto la barrera


desapareció. Alzó ese desgarrador rostro y clavó sus ansiosos ojos llenos de
tortura en mí, sin dejar de acariciar su ensangrentado vientre.

―Jake… ―murmuró, sollozando y respirando con agitación y más que


angustia.

La herida de su barriga ya estaba un poco más abierta, pero la fisura de la


bolsa luminosa que envolvía al bebé se resquebrajó. Algo negruzco empezó a
rodear a Anthony, como si quisiera estrangularle o asfixiarle, y su pequeño
corazón empezó a latir más despacio.

―¡Nessie! ―gritó Alice, horrorizada, cuando la vio.

―¡NOOOO, MI BEBÉ! ―bramó Nessie, observando su barriga con terror


otra vez.

¡NO! ¡ANTHONY!

Sentí varios jadeos de horror a mis espaldas.

Iba a correr hacia Nessie, mi garganta ya gemía de dolor, mi alma ya se


estaba desgarrando, pero de repente, sentí otra palpitación y me detuve. Creo
que Alice también se dirigía a Nessie, pero Carlisle le interpuso su brazo al
verme y ella se paró, llevando la mirada hacia mí.

Nessie lo vio en mis ojos y su rostro empapado en lágrimas se llenó de


esperanza de inmediato.

Sí, podía hacerlo, lo sabía, lo sentía dentro de mí, era un remolino intenso y
mágico que se revolvía en mi interior, clamándome salir.
Y no perdí más tiempo.

Bajé la vista hacia Anthony y me concentré en su dorada y luminosa alma.


Esta vez no erigí un círculo brillante, ni una elipse, sino que un chorro
fulgurante y lleno de energía salió de mis entrañas y se dirigió hacia Nessie,
como si de una estrella fugaz se tratase.

Ella cerró los ojos y jadeó con intensidad cuando el chorro envolvió su
vientre. No sé qué ocurrió en su barriga, porque una luz cegadora estalló ahí
dentro y nos impidió verlo.

Pero cuando escuché los rítmicos y veloces latidos del pequeño corazón de
Anthony de nuevo y ese destello desapareció, junto con el chorro luminoso,
el cual regresó a mi cuerpo, mi corazón 487

volvió a latir con felicidad. La barriga de Nessie seguía manchada de sangre,


pero ya no tenía ninguna herida, y el alma del bebé refulgía con plenitud.

―Gracias a Dios ―suspiró Esme, detrás de mí.

Nessie alzó el rostro de nuevo y me sonrió, aunque parecía agotada, su carita


mostraba un cansancio extenuante.

―Jake… ―susurró con esa sonrisa, mirándome maravillada.

¡NESSIE!, lloriqueé.

Corrí como un bólido y me oculté detrás de un árbol para cambiar de fase. En


cuanto me puse los pantalones, prácticamente en volandas, salí de allí a toda
prisa para atenderla. Todavía me estaba subiendo la cremallera cuando llegué
a su lado, y los Cullen que se habían quedado, es decir, Carlisle, Esme,
Ezequiel, Teresa y Alice, ya estaban junto a ella. Todos los demás se habían
pirado para perseguir a ese malnacido de Razvan.

Sin embargo, mi felicidad duró poco. Teresa la sostenía algo erguida,


sujetando su espalda, y estaba agachada, como los demás, que permanecían a
su alrededor. Carlisle también estaba en cuclillas, junto a Nessie, y tenía la
mano sobre su frente. Y su cara no me gustaba ni un pelo.

―¿Qué pasa? ―quise saber, abriéndome paso entre los cinco vampiros y
agachándome para comprobar la frente de Nessie. Doc retiró su mano con
rapidez para dejar paso a la mía―. Mierda, está ardiendo ―mascullé,
alarmado.

―Jake… ―murmuró ella, observándome con ese rostro agotado, aunque


continuaba haciéndolo maravillada.

Sin perder más tiempo, me alcé y volé hacia el mismo tronco de antes. Me
quité los pantalones a toda mecha, los dejé tirados en la hierba y entré en fase
de nuevo, saliendo con precipitación para dirigirme a Nessie.

Ahora no me costó nada, ya sabía cómo hacerlo. Al igual que hace un rato,
me concentré en ella, busqué ese latido que hizo vibrar todo mi cuerpo, y esa
estrella fugaz en forma de chorro brillante salió en su busca, envolviéndola.

Nessie volvió a cerrar los ojos y a jadear al sentir mi poder espiritual, aunque
esta vez con más intensidad, pues el chorro brillante la cubría totalmente.
Parecía una mariposa en su crisálida, una crisálida fulgurante y mágica. Otra
luz cegadora brilló con ímpetu, sin embargo, en esta ocasión, cuando se
apagó, ella no parecía haberse curado. ¡No, mierda! Había algo que lo
impedía, algo que bloqueaba el paso de mi poder espiritual. Me quedé
atónito, podía ver cómo mi poder espiritual intentaba moverse por sus venas,
iluminándolas, haciendo de ellas unas ramificaciones de luz, pero algo
negruzco se mezclaba con mi poder espiritual y lo hacía mucho más pesado,
como si arrastrase una tonelada de plomo. Nadie podía ver esto excepto yo,
claro, pero me quedé tan petrificado, que Ezequiel se percató.

―Me temo que se trata de un hechizo encadenado de Razvan ―masculló,


observando la estampa con rabia. Caí en la cuenta de que él se había quedado
para terminar de vengarse de Nikoláy y Ruslán de una vez por todas, ya que
les tenía muchas ganas, pero que yo había terminado con su deseo de un solo
soplido. Aun así, no parecía insatisfecho por cómo habían acabado, aunque
su semblante ahora era de preocupación y rabia por lo que Razvan le había
hecho a Nessie. Mi mandíbula se cerró audiblemente cuando escuché su
frase―. En cuanto el hechizo del bebé se deshizo, se activó este otro, y debe
de ser muy fuerte, ya que se resiste a tu poder espiritual.

Razvan… ¡Razvan! ¡Maldito! ¡Maldito sea! ¡Juraba por mi vida que iba a
terminar con él, y su muerte sería lenta y dolorosa, muy dolorosa!

―Creo que en realidad se trata de un hechizo triple ―siguió con gesto


pensativo, obligándome a salir de mis oscuros pensamientos.

Le miré sin comprender, aunque no fui el único, el resto tampoco entendía


nada. Pero ahora no tenía tiempo que perder, así que gañí con ansiedad y me
dirigí al árbol una vez más, dejándole con la próxima palabra en la boca y
con las preguntas de los demás en el aire. Adopté mi forma humana, me puse
los pantalones precipitadamente y salí de mi escondite de nuevo, abriéndome
paso para agacharme junto a Nessie.

Pasé mi mano por debajo de sus piernas y la tomé en brazos. Los suyos se
aferraron a mi cuello con debilidad mientras su cabeza se caía exhausta en mi
hombro, y me levanté.

―Será mejor que la llevemos a casa ―declaró Carlisle sin dejar ese gesto
grave.

Yo ya estaba caminando. Eché a trotar con él y los demás, cargando con


Nessie en mis brazos hacia la casa de los Cullen, ya que estábamos en su
territorio y quedaba más cerca.

―Jake… ―susurró Nessie con un frágil hilo de voz, intentando apretar su


abrazo.

488

―Ya estoy aquí, cielo ―le murmuré en la frente, dándole un beso.

Mierda, seguía ardiendo. Su piel estaba más caliente que mis labios.

Aceleré.
―Anthony está bien… ―jadeó, sonriendo con felicidad―. Ya noto… sus
pataditas…

Sí, yo también acababa de sentirlas, pero tuve que tragar saliva para que el
nudo que se aferró a mi garganta no saltara.

―Sí, preciosa, Anthony está bien ―conseguí murmurar, aunque mi voz salió
más ronca de lo que yo hubiera deseado.

Entonces, pareció acordarse de algo, porque alzó su cabeza un poco para


poder mirarme. Y sus ojos estaban llenos de preocupación y angustia otra
vez.

―Mis padres… ―susurró de nuevo, con ansiedad―. Están… en peligro…

No me dio tiempo ni de asustarme.

―Estamos bien, hija mía ―afirmó Edward, que apareció repentinamente de


entre los árboles, como un rayo, para colocarse a mi lado con evidente
inquietud.

―Renesmee, cielo ―llegó Bella con la misma cara de alarma y aflicción que
su marido.

Ella se puso junto a Edward, el cual le cedió el sitio, y comenzó a acariciar el


cabello de su hija.

―Estáis bien… ―sonrió apenas Nessie, apoyando su rostro en mi hombro


otra vez, agotada por ese pequeño esfuerzo―. Todos… estamos… bien…

Volví a tragar saliva. No, todos no. Ella no estaba bien.

―¿Qué os ha pasado? ¿Dónde estabais? ―inquirió Alice sin dejar de mirar a


Nessie de tanto en cuando con ese desasosiego que teníamos todos―. Pude
veros durante un momento, pero luego os perdí.

―Estábamos encerrados en una barrera de Razvan, luchando con cinco


miembros de su guardia, pero uno de los círculos de fuego de Jacob era tan
potente, que llegó hasta nosotros y arrasó con todo, incluidos los vampiros.
Creo que recorrió todo el bosque y que ha llegado hasta La Push. ―Pude
percibir cierto deslumbramiento cuando lo dijo, pero Edward contestó con
prisas, porque enseguida cambió de tema, al que urgía en estos momentos―.
Dime, Carlisle, ¿qué le ocurre a Renesmee?

Doc no le contestó con palabras, se limitó a mirarle con esa expresión de


gravedad, seguramente para que Nessie no lo oyera. Edward asintió, y su
semblante no era el reflejo de la tranquilidad, precisamente, aunque el mío
era peor, porque yo era todo un manojo de nervios y ansiedad.

¿Qué le pasaba a Nessie? ¿Qué le pasaba a mi ángel?

―Explícame eso del hechizo triple ―le pedí a Ezequiel con nerviosismo.

Todos los presentes prestaron mucha atención.

―He subestimado a Razvan, es más poderoso de lo que creía en un principio


―empezó a explicar, no sin cierto malestar―. Ha debido de aumentar sus
conocimientos y cultivar su don durante los últimos años, porque ahora es
capaz de desencadenar un hechizo que tiene el poder de tres juntos. Ese
hechizo triple no es lo bastante fuerte como para vencer a tu poder espiritual,
pero sí como para oponerse lo suficiente, es decir, el hechizo podría estar
resistiéndose a tu poder espiritual durante horas, días o incluso…

Dejó la frase inconclusa, pero yo supe qué significaba eso, y el semblante


dolorido de Edward me lo ratificaba. Ese hechizo podía estar así,
resistiéndose a mi poder espiritual, durante semanas, hasta que el organismo
de Nessie no lo aguantase más y… Cerré los ojos y apreté las muelas
mientras mis pulmones exhalaban el aire con una mezcolanza de
desesperación y furia. Esto demostraba que yo no era un dios, como se
pensaban algunos.

Se hizo un tenso silencio que se alargó más de la cuenta y seguimos


caminando por el bosque con esa rapidez, hasta que por fin llegamos a la casa
de los Cullen.
Pasamos adentro y nos dirigimos al que había sido el dormitorio de Nessie,
en la última planta.

Esme abrió la puerta y me la sostuvo para que yo entrase con más facilidad.
Acababa de hacerlo, cuando Bella y Edward pasaron como zumbidos a mi
lado para dirigirse a la enorme cama.

Retiraron la colcha hacia atrás y la abrieron con rapidez. Con sumo cuidado,
dejé a Nessie sobre el camastro, apoyando su cabeza en la almohada. Mi cara
se retorció y mi respiración se aceleró cuando vi que tenía los ojos cerrados y
que estaba semi-inconsciente.

―Jake…, no vayas… ―susurró, hablando en sueños, moviendo la cabeza


hacia el otro lado.

―Está delirando ―dijo Carlisle con ese gesto grave y preocupado.

―Nessie ―murmuré, acariciando su rostro con alarma y ansiedad.

489

―Su fiebre es muy, muy alta, Jacob. Lamento decirte esto, pero el bebé corre
serio peligro ―siguió, observándome con un semblante severo y serio. Mi
corazón dejó de latir por un momento―. Su organismo tiene una temperatura
demasiado elevada para un bebé humano, la sangre que le llega es muy alta,
eso provocará que el bebé también tenga fiebre, y podría morir. ―Otro parón
de mis latidos―. Tenemos que conseguir que le baje la fiebre.

―Hay que desvestirla ―propuso Bella, hablando con prisa y nerviosismo.

Edward ya estaba empezando a quitarle las botas y la chaqueta, y su esposa


se unió a él para hacerlo con el resto. Yo reaccioné por fin y le arranqué el
blusón de dos tirones, ni siquiera me paré a desabrochar botón por botón, eso
me llevaría demasiado tiempo.

―Alice, busca un camisón en el vestidor ―le pidió Bella mientras le quitaba


los pantalones a su hija.
La aludida se convirtió en un borrón cuando se metió en ese cuarto.

Pasé la mano por debajo de la espalda de Nessie y la alcé un poco para


quitarle el blusón, ayudado por Edward, que se encargó de sacar las mangas
para retirarlo del todo. Alice llegó tan rauda como se había ido y trajo un
antiguo camisón de Nessie, uno de esos de algodón que se estiraban bien.
Bella lo cogió y, sin que yo posase aún a mi mujer, se lo metió por la cabeza
y lo bajó hasta el sostén. Edward también ayudó con los brazos para
ponérselo completamente, envolviendo su abultada barriga con esa tela que
cedió sin problemas. Cuando terminaron, la coloqué en la cama de nuevo,
con delicadeza.

―Jake… ―susurró Nessie, otra vez en sueños.

Me senté a su lado y cogí su mano.

―Estoy aquí, preciosa ―murmuré, pasando la otra palma por su abrasador


rostro con angustia.

Sí, mierda, no podía ocultarlo, estaba demasiado preocupado. Su piel ardía y


estaba comenzando a humedecerse por el sudor. Y encima no podía echarme
junto a ella para abrazarla, ya que temía que eso aumentara su fiebre.

Bella se quitó la chaqueta con presteza y se quedó en camiseta de tirantes. Se


descalzó y se echó junto a Nessie, arrimándose bien a ella para aportarle su
gélido frío. Pasó el brazo por debajo de su cuello, apoyó su cabeza en su
pecho y posó su mano en la frente de su hija, mirándome con una expresión
de inquietud que yo correspondí, no pude remediarlo.

Nessie abrió los ojos y me buscó con la mirada. Sus párpados le pesaban,
apenas podía mantenerlos arriba, y parecía un poco perdida y desorientada.

―Estoy aquí, cielo ―le indiqué, acariciando su mejilla con el dorso de mis
trémulos dedos.

Ni siquiera me atrevía a acariciar su rostro, por si eso hacía que su fiebre


subiera.
―Jake… ―Su boca se curvó en una frágil sonrisa.

―Sí, pequeña, estoy aquí ―le repetí, haciendo un amago de sonrisa.

Tuve que tragar otro montón de saliva para mantener el nudo de mi garganta
en su sitio. Si ella me veía mal, sería peor.

―Anthony… está bien… ―volvió a decir con un murmullo que se apagó


cuando los ojos se le cerraron.

―Sí, preciosa ―logré musitar, inquieto, sin soltar su mano. La lleve hacia
arriba y la besé―.

Todo va a salir bien ―murmuré, aunque más bien para mí mismo.

―Jacob, ¿podemos hablar un momento? ―me solicitó Carlisle.

No quería soltar la mano de Nessie ni despegarme de ella, pero estaba claro


que quería hablarme de algún diagnóstico o algo, así que asentí.

Le di otro beso en el dorso de la mano, dejándola sobre el colchón, uno más


cuando me levanté, en los labios, y me marché con Doc de la habitación, sin
dejar de mirar a Nessie ni un momento.

No sé por qué me hizo salir del dormitorio, porque los demás podían
escucharlo todo, pero supuse que era para que yo tuviera una sensación de
más intimidad. Cerró la puerta y se quedó frente a mí.

―¿Qué pasa? ―quise saber, poniendo los brazos en jarra al tiempo que me
movía con nerviosismo.

La expresión de Carlisle seguía siendo grave.

―No puedo administrarle ningún medicamento para bajarle la fiebre, ya que


no es algo que produzca su organismo ―empezó a explicarme, mirándome
con una cautela que no me gustaba ni un pelo―. Esto lo está produciendo esa
magia negra, y la única forma de que la fiebre remita es con tu poder
espiritual. Lo único que podemos hacer es esperar a que este venza al
hechizo.

Solté todo el aire por la boca, de una sola exhalación, desesperado y lleno de
nervios.

490

―¿Y ya está? ¿No se puede hacer nada más? ―inquirí, neurótico perdido.

―Mientras tanto, intentaremos bajarle algo la fiebre aportándole frío. Es lo


único que podemos hacer por el momento.

Volví a soltar una buena bocanada de mi aliento y asentí, sin dejar esta
inquietud.

Ya iba a girarme para entrar en el dormitorio de nuevo, pero él se quedó


estático en el pasillo, observándome con esa cautela que no me hacía nada de
gracia. Una bala gélida atravesó mi estómago al ver su semblante y no pude
ni moverme. Los pies se me quedaron pegados al suelo.

―¿Hay… algo más? ―murmuré sin poder ocultar mi enorme preocupación.

―Me temo que sí.

―Pues, venga, suéltalo ya, sin paños calientes ―le azucé, respirando hondo
para ser fuerte.

Tenía que serlo, tenía que serlo…

―Si esta situación se alarga demasiado, tendré que intervenirla para sacarle
al bebé con una cesárea ―me informó, hablándome con la prudencia típica
de un doctor.

―¿Una… cesárea? ―Fue lo único que el idiota de mí consiguió soltar, eso


sí, con un estúpido murmullo.

Carlisle se tomó un par de segundos para seguir hablando, esperando a que


yo reaccionase.
Como no lo hice, se lanzó igual.

―Como ya he dicho, la elevada temperatura del organismo de Nessie es muy


perjudicial para el bebé. Puedo esperar unas horas, pero si la fiebre no remite,
tendré que sacárselo.

Inspiré para reponerme un poco.

―¿Y Anthony… estará… estará bien? ―pregunté con otro murmullo.

―Ya tiene casi ocho meses, eso es suficiente para que nazca perfectamente
sano ―me ratificó.

Tomé aire una vez más, respirando profundamente, y lo solté con rapidez y
decisión.

―Está bien, Doc, haz lo que tengas que hacer ―asentí, aunque lleno de
nervios.

Moví un pie para girarme hacia la puerta del dormitorio.

―Espera ―me detuvo, cogiéndome del brazo. No me gustaba ese tono, era
demasiado asustadizo, así que me volví hacia él con lentitud, clavando la
vista en sus ojos, expectante―. Hay otra cosa más ―siguió, ahora con un
tono más bajo.

―¿Qué… qué pasa?

―Siento mucho tener que decirte esto, Jacob ―sus palabras comenzaron a
sonarme con eco, rebotando en mis oídos―, pero con esa fiebre tan alta,
temo que Nessie no pueda superar una intervención como esa. Quiero que
sepas que es muy arriesgada para ella, aparte de su elevada temperatura, su
tensión es muy baja, y podría entrar en una parada cardiorrespiratoria.

En ese momento no me atravesó una bala, fue un cañón punzante y


congelado que impactó contra mi pecho, abriendo un enorme agujero,
dejándome completamente paralizado. Había dado por hecho que ella no iba
a sufrir daño alguno, ya que Carlisle era médico y aquí disponía de los
medios necesarios para una operación de ese tipo.

―¿Qué…? ―Mi voz casi no sonó.

―Puedo esperar unas horas, pero si su fiebre se alarga, tendré que


intervenirla, o si no, podrías perderlos a los dos.

Las palabras de Carlisle salieron con delicadeza y tacto, pero a mí me


parecieron las más crueles que había oído en toda mi vida.

―¿Me… me estás diciendo que tengo que decidir si quiero que viva mi…?

―Te estoy diciendo que tenemos unas horas de margen para que lo pienses
―me interrumpió con calma.

―¿Cuántas? ―quise saber, más inquieto todavía.

―Depende de su presión arterial, de la temperatura, de cómo reaccione al


frío que le está dando Bella, etcétera. Tendríamos que ir viéndolo sobre la
marcha.

―Eso no me tranquiliza nada ―mascullé, llevando las manos a mi pelo


mientras empezaba a pasear de aquí para allá.

―Ojalá pudiera, pero no puedo darte un tiempo en concreto, lo siento.

Mis pies no paraban de moverse, neuróticos, y mis manos se aferraron a mi


pelo con rabia. No, esto no podía estar pasando… Era imposible, ¡imposible!
No, ¡NO! Me negaba a aceptar eso, ¡me negaba en rotundo!

―Ella va a ponerse bien ―aseguré con un aire rabioso, parándome delante


de él―. Nessie es muy fuerte, resistirá lo que le echen. Y mi poder espiritual
ganará a ese maldito hechizo.

―Esperemos que así sea, Jacob ―asintió Doc―. Yo tengo plena confianza
en ti y en tu poder.
491

Inspiré profundamente y asentí con confianza.

Sí, esto tenía que salir bien. Tenía que hacerlo…

Anthony.

Nessie, mi dulce y precioso ángel…

492

Nessie, no me dejes… no me dejes…

No sé por qué me vino ese recuerdo a la cabeza.

―Yo decoro el árbol, abuelo ―se ofreció Nessie, entusiasmada, ya corriendo


a su paso humano hacia la caja de los adornos.

Bella ni siquiera pudo retenerla, había saltado de sus brazos con agilidad,
pegando un brinco enorme y veloz. Su pequeño vestido de seda azul se
hinchó como si fuese una campana mientras aterrizaba y los largos rizos de
su preciosa melena rebotaron en su espalda, volviendo a subir a cámara lenta
hasta que recayeron en su columna de nuevo. O eso me pareció a mí. Todos
nos hubiéramos quedado engatusados del todo si no fuera porque ese salto
era demasiado acrobático para una niña de seis años, seis años físicos, claro
está, y cantaba mucho a ojos de Charlie. Bella estuvo a punto de ir a hablar
con ella para recalcarle lo importante que era ocultar su condición de
semivampiro de cara a los humanos, sobre todo a Charlie, pero al ver la carita
de felicidad y entusiasmo de Nessie lo dejó pasar, era irremediable. Además,
creo que para aquel entonces Charlie ya llevaba bastantes meses sospechando
que su nieta no era muy normal, precisamente.

Qué demonios, cada vez que la veía había crecido algo; en este año y tres
meses, su nieta ya tenía seis años, aunque en los últimos meses su
crecimiento se había estancado bastante, porque no había pasado de aparentar
esa edad.
Charlie se había quedado observando a Nessie embobado desde que
habíamos entrado por la puerta de su casa, pero no fue el único. Yo no podía
dejar de mirar a ese ángel, maravillado. Para mí esa niña era el ser más
especial que había en todo el universo, un ángel dulce, inocente y puro, el
ángel que había curado mi corazón, el ángel que me había salvado la vida. Y
yo daría la mía por ella sin pensarlo. Ella lo era todo para mí, ella era lo único
para mí. Era mi tesoro más preciado.

Charlie se despertó de su sueño antes que yo y noté cómo oscilaba la mirada


hacia mí. Mis ojos no se querían despegar de Nessie, pero no me quedó más
remedio que hacerlo para observarle a él cuando sentí su examen. Sus
pupilas, enmarcadas bajo un ceño bajo y fruncido, destilaban un revuelto de
crítica, sospecha y cierto desconcierto. Todavía no sabía lo mío con Nessie, y
el hombre estaba un poco perdido con nuestra extraña relación. Y no solo por
lo mío, era evidente que Nessie tenía un apego demasiado especial hacia mí
como para no darse cuenta, y cada vez tenía más.

Llevó la vista al frente, murmuró algo ininteligible y se marchó junto a su


nieta. Sí, creo que prefería no saber esto tampoco.

―¡Jake, tú también! ―me llamó Nessie, sonriente, haciéndome una señal


con la mano.

Escuché otro refunfuño de Charlie, pero me acerqué a ellos sin dejar de


sonreírle a mi ángel.

Me senté en el suelo, junto a los dos, y Nessie corrió para hacerlo sobre mis
piernas, dándome primero un tierno beso en la mejilla. Charlie volvió a
examinarme, aunque esta vez, analizándonos a los dos, y murmuró algo que
no entendí, pero terminó soltando un suspiro sonriente de rendición.

Mientras Nessie colocaba las bolas, las luces y las guirnaldas en el árbol con
gran maestría, Charlie y yo lo hacíamos con bastante torpeza, la verdad. El
caso es que nos esforzábamos, pero no se sabía quiénes eran los adultos y
quién el niño, ya que Nessie iba recolocando los adornos para mejorar un
poco ese desastre. Bueno, vale, yo tenía diecisiete primaveras, pero me
quedaban poco más de dos semanas para llegar a la mayoría de edad, así que
prácticamente ya era un adulto, ¿no?

Bella no hacía más que reírse desde el sofá, al ver la estampa, y Edward…,
bueno, Edward se mofaba de mí directamente.

Esta era la segunda Navidad que pasábamos juntos desde que Nessie había
nacido. El año pasado había sido un poco tensa, por la situación, claro. Los
Vulturis estaban al caer y todos habíamos estado un pelín nerviosos. Y
encima, Charlie y mi viejo estaban enfadados por lo de Sue, por eso Billy no
había ido. Pero este año era diferente.

Gracias a la insistencia de Nessie, Billy iba a venir, y esperábamos una


reconciliación entre Charlie y él. Bueno, a decir verdad, el que estaba
cabreado era mi viejo, por supuesto, era Charlie el que le había levantado a la
chica. En aquel entonces yo estaba tan embotado con el asunto de Bella, que
no me había dado ni cuenta de que a Billy le gustaba Sue. Menudo idiota
cegato, mira que no darme cuenta. Ahora recordaba todas las veces en que mi
viejo me decía lo interesante que era esa mujer, lo fuerte y fascinante que era,
que si vaya carácter, que si Sue para aquí, que si Sue 493

para allá… ¿Y todas las horas que se pasaba Billy de visita en casa de Sue?
Buah, qué tonto había sido, era tan evidente. Pero el imbécil de mí solo se dio
cuenta cuando Charlie, que también debía de estar por Sue, empezó a salir
con ella y mi padre se enfadó con él. Vaya dos, parecían dos críos
adolescentes.

Pero mi ángel lo arregló todo. Nessie le pidió a Billy que viniera a la cena de
nochebuena y cuando le puso esos ojitos suyos, mi viejo no se pudo resistir,
claro. Y lo mismo pasó con Charlie, aunque él no estaba enfadado. Así que
Charlie llamó a Billy para invitarle, este aceptó, y ya tuvieron una pequeña
conversación telefónica que sirvió para romper un poco el hielo.

Cuando el timbre sonó, Sue estaba en la cocina, junto a Bella, que le estaba
ayudando a preparar la cena. Charlie dejó el árbol momentáneamente y se
dirigió a la puerta, pero Sue salió de la cocina para acompañarle, ya que todos
sabíamos quién era.
―Hola, Billy ―le saludó Charlie al abrir.

―Feliz Navidad, Charlie. Feliz Navidad, Sue. ―Mi padre curvó la comisura
de su labio a modo de sonrisa tonta mientras alzaba un paquete que tenía un
envoltorio blanco―. Traigo el postre.

Charlie sonrió, Sue más, y a partir de ahí todo fue como la seda.

Billy venía con Sam y Emily, que fueron los encargados de traerle.

Todos comenzaron a bromear y a reír en el vestíbulo, y Nessie observaba la


estampa sonriente.

Puso la última bola en el árbol, se giró hacia mí con otra enorme sonrisa y se
lanzó a mis brazos de un salto, acurrucándose en mi pecho, mimosa.

―Te ha quedado precioso ―le alabé.

Nessie se despegó un poco de mí y me miró con esos ojitos brillantes. Ya iba


a levantar la mano para comunicarse conmigo a través de su don, pero
entonces se dio cuenta de que Charlie estaba por allí y la posó en mi cuello.

―Todo se arregló ―sonrió.

Miré esa carita tan dulce y tuve que obligarme a bajar de la nube.

―Eso parece.

―Tu papá y mi abuelito ya son amigos otra vez. ―Su sonrisa se amplió más.

―Sí, ya vuelven a ser colegas ―sonreí.

Se quedó mirándome durante unos segundos completamente embobada,


observando mi rostro con suma atención, como si estuviera estudiando cada
uno de mis poros. Como ya dije una vez, a veces me daba la sensación de que
Nessie también estaba imprimada de mí. Ya sé que era totalmente absurdo e
imposible, y que seguramente sería producto de mi imaginación, de lo
atontado que me quedaba con ella, pero cuando me miraba con esa adoración
casi rayana en el fanatismo…

―Yo jamás me enfadaré contigo. Jamás me separaré de ti ―afirmó de


pronto, más seria. Se echó sobre mí con rapidez, acurrucándose en mi pecho
al tiempo que lo rodeaba con sus pequeños brazos―. Te quiero, Jake
―murmuró, apretándome con fuerza.

No era la primera vez que me decía esto, lo que pasa es que nunca lo había
escuchado de su boca, y me quedé completamente pasmado. Esas palabras,
dichas con su voz, me parecieron lo más bonito que había escuchado jamás, y
me emocioné. Sí, vale, me emocioné como un idiota cursi, pero qué quieres,
no pude evitar ese nudo en la garganta.

―Yo también te quiero, Nessie ―susurré en su pelo.

Le di un beso en la coronilla y miré al frente. Adivina con quién se toparon


mis ojos. Sí, con Edward, ya que estaba sentado justo frente a mí, en el sofá.
También era mala suerte… Y su careto no era de felicidad plena,
precisamente, más bien nos observaba con resignación, y también podía
percibir cierto fastidio al ver a su hija tan unida a mí.

Sí, él también se daba cuenta de la adoración que sentía Nessie por mí, de que
cuanto más crecía, más apego tenía, pero, ¿qué quería que hiciera yo? No era
culpa mía.

Bella salió de la cocina y nos vio. Sonrió, pero se ve que todavía sentía esos
celos maternos, así que enseguida soltó algo para que su hija se despegase de
mí.

―¿Ya habéis terminado de decorar el árbol?

Nessie se separó de mi pecho, la miró y negó con la cabeza.

―¿No habías terminado ya? ―le pregunté, extrañado, observando el árbol.


Yo lo veía perfecto.

Nessie puso los ojos en blanco, me dejó, con un pequeño salto, y cogió la
estrella de la caja, que se ve que era lo único que quedaba. Me la mostró con
una sonrisita.

―Ah, claro, la estrella ―caí, sonriéndole.

Extendió los brazos hacia mí y ya supe lo que quería. Me puse de pie, la cogí
y la senté sobre 494

mis hombros. Ella se rio con entusiasmo al ver la altura y se agarró bien a mi
frente. Su risa infantil era música celestial para mí.

―Ten cuidado, Jacob ―ya tuvo que decir Edward.

Pasé de él. Sabía de sobra que no había ningún peligro, pero, claro, tenía que
ejercer de padrazo.

―Venga, ponla ahí ―le exhorté a Nessie, sonriente.

―No llego, ahora queda muy abajo ―se rio aún más fuerte.

El abeto mediría un metro ochenta, y yo dos metros, así que sus cortos
bracitos no alcanzaban a la punta del árbol. Me carcajeé al ver cómo ella
intentaba llegar, estirándose todo lo que podía mientras se revolvía en mis
hombros y se partía de la risa.

―Muy gracioso ―me reprochó con retintín, sin dejar de reír, al darse cuenta
de mi broma.

―Vale, vale, ya me agacho un poco ―accedí, doblándome hacia delante


para que ella alcanzase.

Por fin, colocó la estrella y sus padres explotaron en júbilo, aplaudiendo con
una alegría exagerada.

Bajé a Nessie de mi cuello, pero cuando acababa de posarla en el suelo, ella


se abalanzó a mis brazos de nuevo para abrazarme. Me alcé, con ella en
brazos, y me dio un cariñoso beso en la mejilla, toda entusiasmada.
―¡Genial, Renesmee! ―clamó Bella, arrebatándomela de los brazos.

La cría se quedó un poco patidifusa al principio, como yo, pero enseguida se


fue con su madre.

Bueno, los dos estábamos acostumbrados a la pelusilla que todavía sentía


Bella por mí, así que esto no era nada nuevo.

Cuando me volví, vi que Charlie, Sue, Billy, Sam y Emily habían estado
observando toda la escena, sonrientes. Bella les llevó a Nessie para que se
saludasen y el resto de la tarde empezó a pasar con rapidez.

Leah, Seth, Paul, Rachel y algunos de los chicos de la manada no tardaron


mucho más en llegar.

Leah no estaba nada a gusto entre Bella y Edward, pero ahora que su madre
era la novia oficial de Charlie, tenía que estar ahí. Ja, qué situación. No
dejaba de pensar que si Sue y Charlie se casaban, Bella se convertiría en la
hermanastra de Leah. Con lo que ella la odiaba, mira que si terminaban
siendo familia…

La cena transcurrió como suele hacerlo una cena navideña, y la comida que
nos había preparado Sue estaba buenísima. Me reí un montón para mis
adentros al ver a Edward y a Bella tragándose esos alimentos humanos a la
fuerza. Nessie todavía era un poco reacia a la comida sólida, pero poco a
poco estaba consiguiendo que la fuera aceptando más, y estos platos de Sue
ayudaban muchísimo, ya que a Nessie parecían gustarle.

Después de cenar, pasamos a los regalos. Charlie no estaba muy conforme y


se pensaba que era cosa de Bella, pero ya nadie ocultaba nada ni se inventaba
historias, pues Nessie ya sabía de sobra que Santa Claus no existía.

Eso sí, Charlie colocó los regalos bajo el árbol, como manda la tradición, y
dejó que fuera Nessie la que los fuera repartiendo. Me quedé flipado con el
regalo de Bella y Edward. Un estéreo nuevo para mi coche. Guau. Y era de
los caros, de veras, una pasada. No sé si no sería demasiado para mi buga.
Pero luego llegó el momento de los regalos para Nessie. Ella los dejó para el
final, ya que le gustaba vernos a nosotros primero.

Abrió el de Charlie. Una consola. Vaya, el tipo se había estirado,


seguramente se había gastado la última paga en eso. Empecé a sentirme un
poco pequeño al ver el panorama que se me presentaba delante, porque yo no
tenía ni un centavo, y estaba claro que Nessie iba a recibir unos regalazos. En
cambio, el mío…

―Gracias, abuelo. ―Nessie le sonrió y le dio un cariñoso abrazo y un beso


en la mejilla.

―Viene con un par de juegos ―dijo, satisfecho. Después, su semblante


cambió a uno un tanto dudoso―. Bueno, creo. No entiendo mucho de estos
trastos.

―Me gusta mucho ―se rio Nessie.

―Abre el nuestro ―le sugirió Edward, señalándoselo con el dedo, aunque


ella ya lo estaba cogiendo.

Ay, no. ¿Por qué tenía que estar el mío en último lugar? Ahora se vería más
la diferencia.

Genial.

Nessie rasgó el papel de regalo y descubrió una caja de cartón bastante cutre.
Fruncí el ceño, como ella, aunque yo con sospechas. Esta era la típica broma
que fingía ser un regalo malo y que luego resultaba ser un regalazo total. Y
efectivamente. Nessie comenzó a sacar papel de periódico 495

de la caja mientras sus padres se reían, hasta que encontró el regalo de


verdad.

―¡Un viaje a Disneyworld! ―exclamó, mirando las entradas con


entusiasmo.
Ugh. Mi regalo ya era una mierda oficial.

―Tenías muchas ganas de ir, ¿no es cierto? ―adivinó Edward, y por su tono
de voz supe que lo había visto en algún pensamiento oculto de Nessie.

―Sí. Gracias, mamá. Gracias, papá ―les abrazó y les dio otro beso cariñoso.

―De nada, cielo ―le sonrió Bella―. Ya sabes que todo es poco para ti.

Sí, sobre todo mi regalo.

Entonces, Nessie volvió a mirar las entradas y su adorable ceño se frunció


con extrañeza.

―Son tres ―regresó la vista hacia su madre―. ¿Y la de Jake?

Oh.

Bella y Edward se miraron durante un instante, pasándose el marrón el uno al


otro.

―Cielo, Jacob seguro que tiene cosas que hacer en La Push ―le respondió
su padre. Acto seguido me miró a mí con una vista llena de cuchillos que ya
amenazaba por sí sola―. ¿Verdad?

―En realidad, no ―sonreí con algo de rebeldía.

Edward no llegó a rechinar los dientes, pero casi. Lo que sí hizo fue resollar
por las napias mientras me asesinaba con la mirada.

―Entonces puede venir ―sonrió Nessie, ilusionada.

―Te lo dije ―le cuchicheó Bella a su marido.

―Está bien ―aceptó él a regañadientes y mal a gusto―. Mañana compraré


otra entrada más.

Genial. Mira tú por dónde me iba a ir a Disneyworld.


―Qué suerte tienes ―murmuró Leah.

Le dediqué una amplia sonrisa de resarcimiento y ella negó con la cabeza.

Nessie sonrió, feliz, y abrazó a sus padres de nuevo para darles las gracias.
Ellos la dejaron ir cuando terminaron de achucharla y de llenarle la cara de
besos.

―Bueno, pues ya están los regalos ―concluí, dando una palmada y


poniéndome de pie.

―Todavía queda el tuyo ―advirtió Nessie, mirándome extrañada.

Lo supe solo con esa mirada. Ella había dejado mi regalo en último lugar,
creyendo que iba a ser el que más le iba a gustar. Estupendo. Ahora se iba a
llevar un chasco considerable.

Se giró para coger mi paquete y yo me senté, ya con algo de vergüenza.

Se dio la vuelta para que todos viéramos mi regalo y lo abrió con rapidez,
casi con ansias.

Parecía que hubiera estado esperando mi regalo con especial expectación y


entusiasmo. Guay.

Cuando lo descubrió, me rasqué la cabeza para disimular. Ella abrió los


ojitos, la boca, y levantó la pequeña caja de madera con las manos para fijarse
mejor en el tallado.

―Es un joyero ―reveló Billy, orgulloso por mi trabajo.

Idiota… Sí, un simple joyero de madera.

―Sí, bueno, es una caja ―dije, algo ruborizado―. Puedes usarla para lo que
quieras, aunque yo la hice pensando en un joyero.

El joyero en realidad era un pequeño cofre de madera oscura cuya tapa podía
dejarse abierta gracias a unas bisagras enanas. Nessie lo abrió para observar
el interior.

―Es precioso, Jake ―me alabó Bella, sorprendida, observando cada detalle
del cofrecillo.

Nessie llevó la vista hacia mí.

―¿Lo hiciste tú? ―me preguntó con un hilo de voz, clavándome esos ojitos
cristalinos.

―Oh, sí. Se pasó dos semanas tallándolo ―desveló mi viejo con algo de
sorna―. Todavía es un poco torpe.

Sam y Paul acompañaron su risita. Graciosos… Pues bien que me había


costado hacer el cofre y grabar todos esos detalles florales, quisiera verles a
ellos.

No me dio tiempo a contestar a mi padre. En un abrir y cerrar de ojos, Nessie


saltó a mis brazos para darme un apretado y efusivo abrazo que me pilló
totalmente desprevenido.

―¿Te gusta? ―inquirí por preguntar algo.

Se despegó de mí para mirarme. Su boca dibujaba una sonrisa cerrada en su


hermoso rostro infantil, pero una lágrima se desbordó de uno de sus ojitos y
comenzó a descender por su mejilla.

―Sí, mucho ―aseguró, emocionada.

―Entonces, ¿por qué lloras? ―le pregunté, algo confuso y preocupado,


limpiándole esa lágrima.

Estaba a punto de salir por la puerta para ir a comprarle algo, por muy caro
que fuera; sería capaz de robarlo, con tal de verla feliz.

―Porque lo has hecho tú ―murmuró, observándome con esa adoración al


tiempo que pasaba la 496
mano por mi estupefacto careto para acariciarme con dulzura.

Charlie carraspeó y se puso de pie.

―Iré a por algo de beber para brindar ―refunfuñó de camino a la cocina.

Apenas lo noté, todavía estaba demasiado pasmado por la reacción de Nessie.


De pronto, su don me mostró que había sido su regalo favorito y sus
humedecidos ojitos lo ratificaban, al rebosar esa felicidad, haciendo que me
quedase más atontado todavía…

Salí de ese recuerdo con rapidez cuando Nessie giró la cabeza con
brusquedad hacia el otro lado de la almohada.

―Jake… ―murmuró con ansiedad, en sueños.

No hacía más que llamarme.

―Estoy aquí, cielo ―le dije una vez más, sin soltar su mano ni un momento,
sin despegarme de ella. La alcé y le di otro beso en el dorso.

En la habitación solamente nos encontrábamos Bella, que no había dejado de


permanecer echada junto a ella para aportarle frío, Edward, Carlisle y yo.
Alice, Teresa y Ezequiel estaban esperando en el salón, para darme más
intimidad.

―Jacob, ya han pasado varias horas y la fiebre no ha remitido ―me recordó


Carlisle con un dolor más que evidente en la voz. Ni siquiera él era capaz de
ocultarlo. Eso hizo que mi ansiedad subiera aún más―. Lamento decirte esto,
pero debes tomar una decisión.

―Su temperatura ha bajado un grado, puedo sentirlo ―declaré, firme, con la


vista fija en el rostro de mi mujer.

―No es suficiente, lo sabes ―lamentó él―. Debo sacar al bebé ahora, de lo


contrario…

―Ha bajado un grado ―repetí, cortándole, apretando las muelas con rabia y
nerviosismo al tiempo que seguía clavando la mirada en Nessie.

No quería dejar de mirarla, no quería dejar de mirarla jamás. Mi garganta se


vio atacada por un nudo enorme de angustia.

Bella pasó su mano por la frente empapada en sudor de Nessie con


frenetismo, como si así su fiebre fuera a bajar más deprisa.

―Ella es fuerte, Jake. Podrá superar la operación ―dijo Bella, aunque sus
ojos estaban llenos de desesperación.

―Eso no lo sabemos ―objeté, neurótico, con la mirada fija en Nessie―.


Prefiero esperar un poco más.

―Las probabilidades son escasas, pero existe la posibilidad de que supere la


intervención ―agregó Carlisle―. Debemos aferrarnos a eso.

―No quiero jugármela. Prefiero esperar un poco más ―repetí sin dejar de
mirar a mi mujer―.

Le bajará la fiebre ―aseguré, y apreté su mano.

―Hay que sacarle al bebé ―me contradijo Bella, ahora muy ansiosa―. Ella
es fuerte, sé que superará la intervención.

―Está muy débil ―opinó Edward con ese careto suyo de tormento que no
ayudaba nada.

―Y yo sé que podrá superar esta fiebre, solo necesita un poco de tiempo más
―afirmé.

―Si Nessie estuviera consciente, elegiría salvar al bebé ―afirmó Bella con
la voz entrecortada por el desconsuelo que esas palabras suponían también
para ella.

Fue el único momento en que aparté la vista de mi ángel. Miré a Bella con un
giro brusco de mi cabeza. Sus ojos no podían derramar lágrimas, pero casi lo
estaban haciendo, y hablaban por sí solos. Bella sabía de lo que hablaba,
porque ella había elegido salvar a Nessie, entregando su vida por ella. Y sin
lugar a dudas Nessie haría lo mismo por Anthony. Sí, tenía razón. Sí, mierda,
mierda, ¡mierda! Tenía razón, Nessie elegiría eso. El nudo que tenía en el
gaznate casi me rompe la tráquea, pero fui capaz de contenerlo, aunque mi
rostro lo decía todo.

―Creo que será mejor que te dejemos a solas para que tomes una decisión
―propuso Carlisle con su tono mesurado de siempre.

Bella y Edward asintieron. Bella le dio un beso en la frente a su hija y se


apartó de ella para marcharse del dormitorio con Carlisle y su marido, que la
sujetó por los hombros para consolarla.

Cuando la puerta se cerró, me quedé en un absoluto silencio. Pero entonces,


llevé la vista hacia Nessie y el nudo de mi garganta explotó del todo.

―Nessie… ―sollocé como un niño, llevando su mano a mi boca para


besarla.

Estaba tan desconsolado, que las manos me temblaban. Dejé la suya apoyada
en la cama y me incliné sobre ella para rodear su precioso rostro con mis
palmas, acariciándolo con más que 497

ansiedad e impaciencia.

―Por favor, Nessie… ―lloré, apoyando mi frente en la suya―. Por favor,


por favor… Tienes que salir de esta, lucha, no me dejes… No me dejes, por
favor… Sin ti no soy nada, nada…

Las lágrimas ni siquiera bajaban por mi cara, caían directamente sobre la


suya, mojándola sin consuelo ninguno.

―Hay… que salvar… al bebé ―susurró de pronto.

Me incorporé súbitamente para mirarla, todavía con esos lagrimones en los


ojos. Pero no por lo que había dicho, sino porque por fin había dicho algo
coherente en todas estas horas. Estaba…
estaba consciente.

―Nena… ―jadeé, emocionado, acariciando su rostro una vez más, aunque


esta con esperanzas.

Sí, su piel estaba menos caliente y sus ojos me miraban con más lucidez,
despierta―.

¡Carlisle! ―voceé acto seguido.

Esto era un sueño, un sueño.

Casi no había chillado, y Doc, junto con Edward y Bella, pasó al dormitorio.
Voló hacia el otro lado de la cama y cogió la muñeca de Nessie para tomarle
el pulso.

―Sus constantes se han estabilizado ―ratificó, sonriendo―. Y su fiebre ha


bajado, sigue descendiendo progresivamente, cada vez más.

Yo también lo notaba, mi piel comenzaba a ser más cálida que la suya.

―Sí, me… me siento mejor, mucho mejor. ―Ni la propia Nessie se lo


creía―. Y Anthony también está bien ―afirmó, poniendo la mano en su
vientre―. En realidad, creo que ahora está genial ―sonrió, oscilando la
mirada hacia mí.

Doc cogió una linterna pequeña y le miró los ojos con ella.

―Abuelo, me molesta mucho la luz, apaga eso ―refunfuñó, apartando la


mano de Carlisle.

Solté una carcajada que me salió de lo más hondo, con felicidad. Aunque no
fui el único. Bella y Edward se abrazaron, aliviados, y los que estaban abajo
llegaron para celebrarlo también.

―¿Ya se encuentra bien? ―quiso saber Alice, entusiasmada.

―Sí, le ha bajado la fiebre ―le ratificó Edward con una enorme sonrisa.
Me miró y me hizo un asentimiento para agradecérmelo.

―Mi niña ―se emocionó Esme.

―Es estupendo ―celebró Teresa, que le dio un beso a Ezequiel.

―Parece que tu poder espiritual ha ganado al hechizo de Razvan ―me


sonrió Doc.

―Jake ―me sonrió Nessie, reclamándome con esos ojazos suyos―. Lo has
hecho, nos has salvado a los dos.

Su rostro destilaba orgullo por todos los sitios, y el mío felicidad plena y
absoluta.

―Nessie ―murmuré con otra sonrisa, inclinándome sobre ella para besarla.

En cuanto sus brazos rodearon mi cuello con ansia y sus labios comenzaron a
moverse con los míos con esa pasión que era tan emotiva y alocada a la vez,
volví a llorar como un crío. Solamente escuché el clack de la puerta cuando
todos se fueron para dejarnos a solas, porque la energía nos envolvió con
ganas, y yo había estado esperando este beso durante demasiadas horas.

Sin embargo, justo cuando empezábamos a perdernos del todo, alguien picó a
la puerta con fuerza, sobresaltándonos.

Me hubiera puesto como una fiera si no llega a ser porque la voz que se
escuchó era de alguien que me traía una noticia que también llevaba
esperando durante mucho tiempo.

―¡Jake! ―me llamó Sam desde fuera.

Me incorporé con rapidez.

―Pasa, Sam.

Abrió la puerta y se quedó en el umbral. Le echó un vistazo a Nessie, le


dedicó una sonrisa y un asentimiento a modo de felicitación o algo así y
enseguida me miró a mí, pasando a un semblante totalmente serio y formal.

―Le tenemos ―me anunció―. Hemos cogido a Razvan.

498

¡Maldito chiflado! ¡Ella es mía!

Fue escuchar esas palabras, y un torrente de emociones recorrió todo mi


organismo con un manguerazo inmediato, desde el júbilo más absoluto hasta
la rabia más honda y oscura, sádica. Por fin, por fin iba a poder vengarme de
ese malnacido.

Nessie vio mis deseos de revancha en mis ojos y los suyos adquirieron una
tonalidad de preocupación e inquietud. Se incorporó, apoyando la espalda en
el corto cabecero de madera al tiempo que rodeaba su abultada barriga con la
mano sana, ya que la rota, en la cual no nos habíamos fijado hasta más tarde
dada la gravedad y urgencia de su estado febril, se la había curado Carlisle,
aprovechando su inconsciencia, y la tenía entablillada. Se quedó mirándome
con algo de ansiedad.

Verla así me dolía como si me clavasen un puñal en el corazón, pero yo


necesitaba vengarme de ese desgraciado de una vez por todas, por todo lo que
había hecho y había intentado hacer. Sí, lo necesitaba, lo necesitaba con todas
mis fuerzas, como el oxígeno, si no lo hacía, terminaría explotando.

―¿Puedes dejarnos un momento, Sam? ―le pedí, cambiando la mirada hacia


él por un breve instante―. Bajo ahora mismo.

Este asintió con esa respetabilidad con la que me miraba siempre y se fue del
dormitorio sin perder más tiempo, cerrando la puerta a sus espaldas.

Regresé la vista hacia Nessie.

―Jake… ―murmuró, asustada.

―No me pasará nada ―le calmé, llevando las manos a su rostro para enjugar
esas lágrimas que había derramado durante nuestro beso.

Su piel era tan sedosa…

―¿Y si es una trampa de Razvan? ―dijo, inquieta―. No sé, no es que no


confíe en la manada, pero ¿no es muy raro que pudieran atraparle tan
fácilmente?

―Nessie, eso da lo mismo, aunque fuera así tengo que ir igual, los chicos no
podrán hacer nada contra su magia ―alegué, hablando con un tono pausado
para tratar de tranquilizarla.

―Pero tú no vas por eso ―se pispó con evidente intranquilidad.

―Nessie… ―intenté hablar, retirando mis manos de sus mejillas.

Ella me cortó.

―Sé lo que va a pasar ―aseguró, mirándome a los ojos fijamente, rebosando


preocupación―.

No usarás tu poder espiritual contra él, no te conformarás con eso. Quieres


matarlo tú mismo, en un cuerpo a cuerpo, ¿crees que no lo veo en tus ojos?
Te conozco demasiado bien.

Mierda, sí, me conocía demasiado bien. No pude rebatírselo, claro, y me


quedé con el pico cerrado.

―Ya sé que tú eres muy fuerte, pero Razvan también lo es ―manifestó,


nerviosa―. Y en un cuerpo a cuerpo…

―Le ganaré ―le interrumpí, convencido.

―No estoy diciendo que no puedas ganarle, por supuesto que puedes, eso ya
lo sé. Pero no deja de ser peligroso ―insistió, mirando a un lado, inquieta.

Entendía perfectamente sus sentimientos. Sabía que ella iba a estar muy
preocupada por mí durante mi duelo con Razvan. Sabía que ella era la
primera que confiaba en mí, claro, pero una cosa no quita a la otra. Que
confiase en mí y en mis aptitudes no quería decir que ya dejase de
preocuparse, eso lo sabía muy bien, porque a mí me pasaría exactamente lo
mismo si fuera a la inversa. Verla así, saber que iba a estar tan preocupada,
volvía a clavárseme en el corazón como un puñal, retorciéndose para
despedazarlo del todo, pero no podía olvidar todo lo que había hecho ese
desgraciado, ni hablar. Ese hijo de mala madre tenía que pagar por ello, ya
era una cuestión de honor.

Hice girar su cara hacia mí con delicadeza, poniéndole la mano en su barbilla,


y ella llevó sus ojos a los míos.

―Le ganaré ―afirmé sin ningún atisbo de duda.

499

Mis pupilas soltaban chispas de venganza, clamándola a gritos.

Nessie se inclinó hacia mí y envolvió mi rostro con su mano sana, pegando su


frente a la mía.

―No puedo pedirte que no te vengues ―murmuró con un tono temeroso y


desasosegado―, pero prométeme que le matarás nada más llegar con tu
poder espiritual.

―No puedo dejarlo así, Nessie, ese malnacido ha hecho demasiadas cosas
―mascullé, apretando la dentadura―. Ha intentado matar a Anthony, casi te
mata a ti…

Recordar esto hizo que mi estómago se hinchase de un calor ardiente y


rabioso. Volví a machacar las muelas con fuerza, porque ya me moría por ir a
por él. Tuve que contenerme mucho, aunque Nessie ayudó, ella era lo único
que conseguía que estuviera aquí todavía.

―Jake… ―me suplicó con la voz entrecortada.

―Todo saldrá bien ―aseveré con confianza, subiendo una de mis manos
para acariciar su rostro con el dorso de mis dedos. La suya dejó el mío para
rodear mi cuello. La energía ya empezaba a emanar de los dos,
hechizándonos―. Terminaré con él de una vez por todas y ya no tendrás
nada que temer. No volverá a hacerte daño, jamás, y a Anthony tampoco.

Nessie cerró los ojos y asintió con rendición, aunque también con resignación
y sin dejar ese semblante preocupado. Sabía que no iba a convencerme de lo
contrario.

Luego, alzó los párpados y me clavó esa mirada suplicante.

―Prométeme que te tragarás tu orgullo y que usarás tu poder espiritual si las


cosas se ponen feas ―me rogó con un susurro, implorándome con esos
ojazos suyos que siempre me hacían palpitar.

Ugh, entonces él sería el ganador y yo un tramposo.

―Eso no pasará ―dije para calmarla.

Mi técnica de evasión no surtió efecto.

―Prométemelo ―insistió sin dejar de mirarme de ese modo.

Cualquiera le decía que no a esos ojazos. Genial. No sé cómo lo hacía, pero


Nessie siempre terminaba llevándome a su terreno, era irremediable.

―A mí no me importa ninguna venganza ―siguió sin que me diera tiempo a


responderle a lo de antes―. No me importa ningún honor, ni si le matas
despacio o deprisa, ni quién gane o pierda una absurda pelea. Lo único que
quiero es que mi marido vuelva a casa sano y salvo. ―Su voz se entrecortó
una vez más, y mi garganta se anudó en la zona de la tráquea para comenzar a
soportar una montaña de emociones sensibleras―. Así que prométemelo.
Prométeme que usaras tu poder espiritual si ves que estás en peligro de
muerte.

¿Cómo iba a negarle eso? Ella y Anthony eran lo más importante para mí,
eran lo primero para mí, por supuesto que lo haría, por ellos lo haría sin
dudarlo ni un instante, aunque quedase como un patético y cobarde tramposo.

Y ahí lo solté yo.

―Te lo prometo ―un murmullo fue lo único que conseguí que se escapase
de ese incómodo nudo aferrado a mi gaznate.

Nessie no dijo nada más, pero me lo agradeció uniendo sus labios a los míos
con una pasión mezclada con inquietud, emotividad y preocupación. Mis
manos se aferraron a su cintura, arrimándola más a mí, y mi boca le
correspondió de igual modo, entre la agitada respiración de los dos. La
energía que nos rodeaba ya empezó a hacerlo con más locura, siguiendo el
compás de nuestros labios. Nessie deslizó su sedosa palma por mi piel,
descendiendo hacia mi torso desnudo, y lo recorrió entero. Madre mía. Me
pegué a ella (todo lo que Anthony me dejó) con efusividad y apasionamiento,
no pude remediarlo, y su mano regresó a mi cuello para aferrarse a mi pelo
con fervor.

Uf, como no detuviera esto ahora, ya iba a ser incapaz de hacerlo.

Solo Dios sabe lo que me costó despegar mi bocaza de sus dulces y adictivos
labios, porque separarlos era como intentar alejar a la Luna de la Tierra, era
imposible, porque mi boca había nacido para estar así con la suya, era su
misión en este mundo.

A ella también le costó lo suyo reprimirse, y ambos necesitamos de un par de


segundos para reponernos.

―Tengo que irme, Sam y los chicos me están esperando ―susurré,


recuperando el aire, con mi frente unida a la suya.

―Vuelve, y te prometo que te lo recompensaré en cuanto llegues ―susurró


ella también, pero hablándome con un deseo ardiente.

Esto era toda una tentación, todo un aliciente para matar a Razvan en cuanto
llegase a él, y 500
volver hasta aquí corriendo.

―Entonces volveré pronto ―sonreí, alzando una de las comisuras de mi


labio.

―Vuelve ―repitió, volviendo a su rostro preocupado de antes.

―Te lo prometo ―asentí, serio.

Le di un último beso en los labios, aunque este más corto y dulce.

Una parte de mí se quedó con Nessie cuando me separé de ella y me levanté


de la cama para dejarla. Su mano se arrastró por mi hombro cuando lo hice,
alargando su contacto con mi piel, hasta que me despegué del todo y se cayó
sobre el colchón. Fui caminando hacia atrás lentamente, sin despegar mi vista
de su hermoso rostro de porcelana, el cual me observaba con una inquietud y
un desasosiego que intentó ocultar sin éxito, y me giré hacia la puerta deprisa
para no seguir viéndolo.

Salí del dormitorio con rapidez y me topé con Edward, Bella y Carlisle, que
estaban esperando en el pasillo.

Doc pasó velozmente para entrar en la habitación, seguramente tenía que


examinar mejor a Nessie para ratificar que todo estaba bien.

―Jake, ten mucho cuidado, por favor ―me rogó Bella, interponiéndose un
poco para detenerme momentáneamente.

Sus ojos dorados también estaban llenos de preocupación.

―Acaba con él, pero vuelve a casa ―siguió Edward, mirándome con
respetabilidad, aunque con algo de advertencia―. Nessie y Anthony te
necesitan a su lado, no lo olvides.

Aun advirtiéndome, se notaba que él daría un brazo por vengarse también,


pero que me cedía a mí los honores.

Asentí, mirándoles a los dos.


―Cuidad de Nessie hasta que llegue ―les pedí, ya echando el pie hacia
delante.

―Sí ―murmuró Bella sin apartar su preocupada vista de mí.

Y seguí mi camino.

Ellos entraron en el dormitorio para estar con su hija. Eso me tranquilizó un


poco, porque ellos podrían calmarla algo y sabía que cuidarían muy bien de
ella.

Bajé las escaleras a toda mecha y llegué al salón, donde se encontraban Alice,
Esme, Ezequiel y Teresa, de pie. Sam prefería esperarme fuera, ya que él no
estaba acostumbrado al olor quemanarices de la casa.

―Ten cuidado ―me dijo Alice de la que pasaba a su lado para dirigirme a la
salida.

Esme también me observaba con la misma cara de preocupación que los


demás.

―Descuida, pequeñaja ―le contesté sin mirar a nadie, con prisas.

Llegué a la puerta y salí de la vivienda. Sam ya se puso a caminar junto a mí


en cuanto terminé de bajar las escaleras del porche, y nos encaminamos hacia
el bosque con paso presto.

―¿Dónde está? ―quise saber mientras nos internábamos entre los árboles.

―Le atrapamos en el Parque Nacional de Olympic ―me reveló,


deteniéndose cuando ya estábamos fuera de la vista de la casa de los Cullen.
Me paré con él y ambos nos quitamos los pantalones para transformarnos―.
No sabemos por qué se dirigió allí y no huyó por el océano, porque parece
que se ha quedado sin poderes, hubiera sido más rápido y efectivo si se
hubiera ido a través del mar, por lo menos, los lobos no hubiéramos podido
seguirle. ―Se agachó y comenzó a atar la prenda a su cinta de cuero.
―¿Que se ha quedado sin poderes? ―Fruncí el ceño con extrañeza al tiempo
que yo también enganchaba mis pantalones a mi cinta de compromiso, de la
cual colgaba mi anillo de casado.

Nunca podía dejar de mirarlo antes de transformarme, y así lo hice en esta


ocasión.

Nos levantamos y los dos entramos en fase. Sin perder más tiempo, nos
pusimos a correr.

Mi tarro se llenó de todos los pensamientos de la manada. Pude discernir que


mi voz de Alfa había sonado tan fuerte, que había llegado a toda mi manada
con contundencia, incluidos el grupo de Daniel, el grupo de Brady, y Cheran,
porque todos sus ojos me mostraban que ya estaban en el lugar donde habían
pillado a Razvan. También vi que estaban Tanya y Carmen. Me extrañó,
porque todos ellos estaban atrapados en las barreras de Razvan. Pero también
vi a ese desgraciado.

Estaba custodiado por Emmett y Jasper, que no se apartaban de su lado.


Rechiné los dientes y traté de reservar esta ira que ya me hervía la sangre
para después.

Eso parece, me ratificó Sam, siguiendo con la conversación de antes,


haciéndome salir de mis oscuros pensamientos, a la vez que volábamos por el
bosque. Seguimos su rastro y nos condujo hasta el Parque Nacional de
Olympic. Emmett y Jasper iban más adelantados que nosotros, y no 501

tardaron en divisarle. Razvan vio que le pisaban los talones e intentó


lanzarles un hechizo. Pero no surtió efecto, no pudo. Él mismo se quedó a
cuadros. Fue entonces cuando le cogimos. Tampoco pudo hacernos nada a
nosotros, y eso que lo intentó varias veces.

Vaya, así que el maguito se quedó sin poderes, ¿eh? No pude evitar ese
retintín maléfico.

Creemos que ha sido tu onda expansiva.


¿Cómo? Tuve que girar el cabezón para mirarle.

Eleazar ya no ve su don, ya no goza de él, según empezaba a explicar, me iba


quedando más pasmado. Creemos que fue tu onda expansiva la que se llevó
su magia. Fue tan grande, que recorrió todo el bosque de los Cullen a una
velocidad vertiginosa, incluidos los nuestros. Deshizo todas las barreras de
los magos, y también las marionetas contra las que luchaban Brady y su
grupo. Inmediatamente después, todos oyeron tu orden y salieron en busca de
Razvan. La teoría de Eleazar es que Razvan intentó defenderse de tu onda
expansiva erigiendo una barrera para protegerse. Tuvo que usar todo su poder
para que esa barrera fuera lo suficientemente fuerte, y, aunque le sirvió de
escudo para que tu onda expansiva no le matase, esta se llevó toda su magia
por delante. Es como si le hubiera purificado de algún modo, anulando su
don, toda su magia.

Me quedé estupefacto.

¿Se puede hacer eso?

Según Eleazar, solo cuando tu onda expansiva alcanza esos niveles, me


aclaró Seth desde el Parque Nacional de Olympic. Oye, tío, me alegro de que
Nessie y el bebé estén bien.

Todos acompañaron su última frase.

Sí, gracias. Mi cuerpo se llenó de felicidad plena y absoluta al visionar la cara


de Nessie, aunque pronto se llenó de odio al visionar la de Razvan, a través
de los ojos de mis hermanos.

Apreté las muelas y el paso.

Sam y yo atravesamos todo el boscaje, hacia el noreste, y llegamos a los


bosques del parque.

A medida que recorríamos las arboledas y nos acercábamos al sitio donde


retenían a Razvan, mis ansias por aniquilarle crecían más y más. No podía
dejar de pensar en todo lo que le había hecho a mi ángel. La había
secuestrado, la había encerrado durante un año en su asqueroso castillo de
Bulgaria, acosándola, amenazándola con hacerme daño, eso ya llenaba mi
estómago de una lava hirviente que borboteaba con unas pompas
incandescentes, pero es que eso no era todo. Nos había separado esos
infernales doce meses, había hecho que yo creyese que Nessie me había
abandonado por culpa de ese maldito hechizo, había intentado matarme,
había intentado casarse con Nessie…

Mis muelas estuvieron a punto de quebrarse. Había intentado llevársela… Y


ahora había intentado matar a mi hijo y por poco consigue matar a mi
mujer…

Esas dos palabras tan asociadas a Anthony y a Nessie hicieron que mi


garganta no pudiera evitar escupir un estremecedor rugido que casi lanzaba la
lava que mi estómago albergaba dentro.

Las aves que habitaban el boscaje volaron más allá de las copas de los
árboles, espantadas.

¡Iba a terminar con él! ¡Iba a aniquilarle y descuartizar cada parte de su


repulsivo cuerpo, trozo a trozo, hasta que solo me quedase la cabeza! ¡Y esa
iba a ser machacada por mis fauces!

Toda mi manada se quedó en silencio absoluto al ver mis macabras


intenciones, ni siquiera se atrevieron a pestañear.

Por fin, divisé a un grupo y unas almas muy familiares a lo lejos, entre los
densos pinos y abetos que conformaban este bosque. Mi manada aguardaba
mi llegada en ese lugar, ya que habían reservado el trofeo para mí. Como
había visto en las diferentes imágenes que me habían ofrecido mis hermanos,
Emmett y Jasper custodiaban y vigilaban estrechamente a ese malnacido de
Razvan, el cual estaba entre los dos vampiros sin poder moverse, sin tener el
más mínimo conato de fuga. Su alma era muy malva, casi negruzca, pero su
vaho azulado estalló hacia las nubes cuando me vio aparecer entre los
árboles.

Maldito cobarde. ¡Era un maldito miserable!


Solté otro rugido en su dirección, anunciándole lo que tenía pensado hacerle,
a la cara, y su vaho aumentó un poco más.

Pero aún tenía que reservarme, antes quería decirle cuatro cosas.

Me paré en seco, a unos metros de todos, y me oculté detrás de uno de los


grandes árboles para adoptar mi forma humana. Sam me esperó, y en cuanto
terminé de ponerme los pantalones salí de allí y nos dirigimos corriendo
hacia los demás.

―¡TÚ, HIJO DE PUTA! ―bramé, lleno de convulsiones, cogiendo a Razvan


por el cuello de su estúpida camisola y estampándole contra el tronco del
pino que tenía justo a sus espaldas. La corteza se resquebrajó por el golpazo y
el árbol tembló―. ¡HAS INTENTADO MATAR A MI HIJO

502

Y POR POCO MATAS A MI MUJER!

Todos se quedaron fríos con mi abrupta aparición, sin embargo, nadie movió
un dedo, y mucho menos protestó ni objetó nada.

Razvan intentó deshacerse de mis manos, pero yo estaba tan fuera de mí, que
le resultó imposible.

―No era mi intención matar a Renesmee ―se defendió, apretando las


muelas por el mal trago que estaba pasando.

Si no llega a ser un chupasangres, se hubiera puesto a sudar como un cerdo.


¡Maldito cobarde!

―¡PERO SÍ A MI HIJO! ―le grité en todo el careto.

―Tú deshiciste el primer hechizo y desencadenaste el segundo. ―El muy


cretino se fue por la tangente.

―¡No me vengas con cuentos! ―chillé otra vez, rechinando las muelas con
más que cólera―.
¡Tú hiciste ese hechizo encadenado! ¡Y POR POCO LA MATAS!

―Tu poder espiritual hizo que la fiebre fuera más alta de lo que yo tenía
previsto, si bien ella también tomó parte en ello.

―¡¿Qué mierda estás diciendo?! ―Mi furia aumentaba por momentos, y


había pasado de tenerla sujeta con chinchetas a tenerla prendida por unos
finos alfileres.

―El hechizo de la fiebre no era para Renesmee. ―Dejó la frase en pausa,


esperando mi reacción con cautela. Mi mandíbula se cerró audiblemente
cuando deduje que entonces era para el bebé. Tragué un buen salivazo para
no regurgitar la lava de mi estómago, que ya estaba a punto de causarle
ampollas, porque quería ver adónde quería ir a parar este miserable. Como no
abrí el pico, se atrevió a seguir hablando―. No logro comprender cómo, sin
embargo, Renesmee debió de impedir que la fiebre llegara a su objetivo y la
hipertermia pasó a ella, aunque eso solamente retrasaba el verdadero
propósito del hechizo encadenado. ―La comisura de su boca osó a elevarse
un poco, lo justo para que se pudiera ver su satisfacción. Tuve que tragar
mucha más saliva para no lanzarme a su yugular directamente. ¡Miserable!
¡Maldito y asqueroso miserable! Después, su semblante paliducho se tornó en
un reproche puro y duro hacia mí, entornando esos ojos rojos para clavarlos
en los míos―. Eso no la hubiera matado a ella, no obstante, el hechizo
aumentó de intensidad cuando tu poder espiritual se internó en su organismo
y entró en contacto con mi magia, para poder bloquear a tu poder. Esto
provocó que su fiebre se elevase a esos extremos, poniendo su vida en
peligro.

―¡No estarás insinuando que su fiebre aumentó por mi culpa, ¿no?!


―mascullé, apretando los dientes y su espalda contra el tronco.

―No lo insinúo. Es un hecho, tu poder espiritual provocó que el hechizo


aumentase su intensidad, y la fiebre se elevó, poniendo su vida en peligro
―insistió.

―¡Cretino de mierda! ¡Me importa un bledo que mi poder espiritual


aumentase o no tu hechizo, no me vas a comer la cabeza! ―le grité de nuevo,
lleno de convulsiones rabiosas―. ¡Ella no habría tenido nada si no llega a ser
por ti! ¡La culpa es tuya, solo tuya, tú fuiste el que le puso ese maldito
hechizo! ¡Y ahora estabas huyendo como una rata cobarde! ―Entonces,
según solté la frase, caí en algo que me había dicho Sam―. ¡Dime, ¿por qué
has huido por aquí?! ¡¿Por qué no te fuiste por mar, y te arriesgaste a venir
por estos bosques?! ¡Está claro que sabías que yo estaba en las montañas y
que iba a aniquilar a Vladimir, Stefan y a ese licántropo con los que hiciste
ese trato!

¡¿A qué vienes por aquí?! ¡¿Acaso tienes más aliados con los que pensabas
que podías escapar?! ¡¿Es eso?! ¡Vamos, contesta!

Ese desgraciado se quedó mirándome, sopesando si debía contármelo o no.

―Si no quieres que se transforme en tu cara y te arranque la cabeza de una


dentellada, será mejor que hables ―le advirtió Rosalie.

La amenaza de la rubia y la confirmación de mi mirada sirvieron para que


Razvan se decidiera.

―Quería comprobar si seguían aquí o ya habían partido.

―¡¿No acabas de oírme?! ¡Te he dicho que los rumanos y ese licántropo
están muertos! ―le recordé con otro grito―. ¡Todos los licántropos están
muertos!

―No me refiero a ellos.

―¡¿Entonces a quiénes?! ¡Venga, habla! ―le azucé, aguantando mi cólera


un poco más.

―No son mis aliados, precisamente ―empezó a desembuchar. Hizo una


pequeña pausa y siguió cantando―. Me refiero a Thiago y su grupo.

Mi careto reflejó mi estupefacción por un instante, aunque enseguida guardé


la compostura.
―Me he dado cuenta de que he sido víctima de un engaño ―continuó,
rechinando los dientes―.

503

No me percaté de ello cuando les oí decir que tú estabas en las montañas para
terminar con Vladimir y Stefan, creía que había tenido mucha suerte, sin
embargo, todo era una artimaña para…

―Espera, espera ―le paré para aclararme las ideas―. ¡¿Me estás diciendo
que Thiago y su grupo fueron los que te dijeron que yo estaba en las
montañas?!

―No me lo dijeron, yo les oí decirlo ―matizó, y sus muelas chirriaron de


nuevo―. Yo estaba en el bosque, aguardando el momento oportuno ―su
mirada se cruzó con la mía, algo desafiante. No pude reprimir el murmullo de
un rugido en mi tórax―, cuando sentí unas voces que me resultaban bastante
conocidas. Me acerqué a ellos para espiarles y descubrí que eran Thiago y su
grupo.

Mantenían una casi inaudible conversación en la que decían que tú estabas en


las montañas, así que fui al bosque de tu casa para comprobar que eso era
cierto. ―Otro rugido hizo retumbar mi caja torácica y él prefirió no jugársela
más―. Lo era, de modo que Nikoláy, Ruslán y yo empezamos a planearlo
todo. Pensaba que habían sido muy descuidados y que la suerte me sonreía,
pero ahora me doy cuenta de que todo fue planeado a propósito. Desconozco
cuál era la verdadera naturaleza de su argucia, por eso vine hasta aquí. Quería
comprobarlo por mí mismo, o quizá dar con alguna pista que me lo desvelara.

No me lo podía creer. Ahora empezaba a ver las cosas claras, cristalinas. La


lava que hervía en mi estómago volvió a borbotear en mis entrañas. Ahora
recordaba ese momento en el que Nessie acababa de marcharse de las
montañas y llegaba Thiago. Este le soltaba algo al oído a la Pitufina y ella
sonreía con satisfacción. Una burbuja de la lava explotó cuando se hinchó del
todo, ya no daba más de sí. Pero la cosa seguía. También recordaba cómo esa
zorra miraba el reloj de su muñeca y mantenía la misma sonrisita cómplice
con ese mafioso, y cómo ella trataba de retrasarme cuando me enteré de que
Nessie corría peligro…

Solté a Razvan bruscamente, haciendo que su espalda se incrustase aún más


contra el tronco y salté hacia atrás, colérico.

¡Ellos sabían que Razvan les había escuchado! Esa arpía odiaba a Nessie, y
por supuesto no había desaprovechado la ocasión para intentar deshacerse de
ella, con la ayuda de Thiago. Pero ahora me quedaba una duda. Ellos sabían
de sobra que Razvan no la mataría, porque estaba obsesionado con ella, tanto,
que iba a traicionar a los otros dos magos. Y también sabían que yo les
aniquilaría a ellos y a sus queridas momias si me enteraba de que Nessie
había muerto por su culpa. ¿Entonces, qué se traían entre manos realmente?

―Querían que yo me llevase a Renesmee ―soltó Razvan de repente, como si


él también hubiera estado pensando en todo esto y me hubiera leído el
pensamiento.

―¡¿Qué dices?!

―Saben que ella me pertenece. ―Sus ojos rojos adquirieron una nota de
locura, el muy idiota se creía esto de verdad.

Las burbujas de mi lava explosionaron una tras otra y mi cuerpo se llenó de


convulsiones incontroladas.

―¡Ella no es tuya! ―le grité con todas mis fuerzas.

―Tendrás que matarme para impedirlo ―dijo, poniéndose a fintar frente a


mí―. Has venido para eso, ¿no? Quieres luchar conmigo. Bien, no pienso
rendirme, lucharé por tenerla, aunque tú juegas con ventaja, ya que dispones
de tu poder espiritual y ahora yo carezco de mi magia.

―¡Maldito chiflado de mierda! ―chillé de nuevo, entre furiosos gruñidos―.


¡Por supuesto que no voy a usar mi poder contigo, lo sabes de sobra!
¡Lucharemos en un cuerpo a cuerpo! ¡Te arrancaré la cabeza con mis propios
dientes!
―No pienso rendirme, tarde o temprano me la llevaré. Si ella no es mía, no
será de nadie ―se atrevió a espetar, más confiado en sus posibilidades.

―¡ELLA ES MÍA! ―rugí, echando mi cuerpo hacia delante.

Exploté al instante, pasando a ser un lobo, y me planté delante de él para


comenzar nuestra pugna.

504

¡Ting! ¡Primer asalto! ¡Que empiece

el combate!

Me incliné hacia delante y solté un rugido colérico que a punto estuvo de tirar
abajo todos los pinos que nos rodeaban, de lo bestial que me salió. Las aves y
otros animales salieron en estampida de allí, vaticinando que algo muy gordo
se avecinaba, algo peor que un abrasador incendio.

¡Que nadie intervenga!, ordené a mi manada mientras me sacudía delante de


ese desgraciado.

Ninguno se atrevió a objetar nada. El sello y el vínculo de la imprimación era


demasiado sagrado, todos lo sabían. Mis lobos bajaron el cuerpo, mostrando
los dientes, agacharon las orejas y metieron las colas hacia dentro, en señal de
sumisión y acatamiento. Me desconecté automáticamente. No quería que
nada me entretuviese, quería sentir este momento a tope.

Toda mi manada, más los Cullen y nuestros aliados, se repartieron a nuestro


alrededor, formando un círculo en torno a nosotros, inmóviles y atentos. Lo
habían hecho para mirar la pelea, pero también por si a ese cobarde se le
ocurría intentar escapar.

El vaho azulado de Razvan era menos intenso que el de antes, señal de que
estaba más confiado ahora que yo no iba a usar mi poder espiritual contra él.
Creía que tenía posibilidades contra mí, y probablemente las tenía, sí, para
qué íbamos a negarlo, pero yo también tenía las mías, estaba preparado de
sobra para luchar contra cualquier chupasangres, e iba a utilizar todas mis
técnicas.

Mi fibra lupina actuó al instante, colonizando cada célula de mi cuerpo para


llenarlas de una energía y un vigor electrizantes, salvajes. Mi cuerpo se puso
rígido, alto, mi pecho se hinchó y se alzó con poderío, mis orejas se quedaron
tiesas y mi cola se levantó hacia arriba. Pero después me agazapé, mostrando
mi dentadura, y toda la pelambrera de mi lomo se erizó. Volví a rugir con
contundencia, reclamando toda mi supremacía, mi dominio pleno y absoluto,
y sobre todo reivindicando que Nessie estaba conmigo, que era mi hembra,
que no pensaba dejar que nadie me la arrebatara. ¡Eso nunca! ¡JAMÁS!

Corrí hacia él con furia, pero él también lo hizo hacia mí. Ambos nos
estampamos en un choque brutal, feroz, y los dos salimos rebotados hacia
atrás.

Mi costado se vio arrastrado por la fuerza de la caída, me llevé una buena


capa de hierba conmigo durante ese par de metros, dejando un visible rastro
en el terreno, pero enseguida utilicé las patas traseras para frenar e hice
equilibrio con la cola para levantarme con rapidez.

Ese maldito mago seguía en el suelo cuando me puse sobre mis cuatro patas.

No le di opción a moverse. Me arrojé a él instantáneamente, con ira, rugiendo


con una ferocidad que anunciaba mi venganza a los cuatro vientos. Iba a
arrancar uno de sus asquerosos brazos.

Sin embargo, su pie me lo impidió cuando me propinó una patada en todas


las tripas, lanzándome hacia atrás de nuevo. ¡Mierda! El golpazo que sentí en
el estómago fue enorme, igual que si me lo hubiera apaleado con una barra de
acero y me lo hubiese perforado. Si no fuera porque sentía que seguía en su
sitio, hubiera creído que se me había desparramado por dentro. Tuve que
apretar bien las muelas para no gemir, del intenso dolor que sentí, porque no
quería que ese malnacido viera ni un ápice de debilidad en mí.

Salí volando hacia atrás y mi lomo se estampó contra el ancho tronco de uno
de los pinos que vestían el bosque. La madera crujió sobre mi columna
vertebral y se quebró, partiendo el árbol en dos, aunque eso no me dolió tanto
como la patada que recibí en el estómago. La parte superior del pino comenzó
a descender en mi dirección, cogiendo más velocidad a medida que el tronco
se dividía del todo con ese ruido restallante, pero conseguí salir de allí con un
salto veloz.

Por poco me pilla una de las ramas de la copa del pino. Menos mal que no lo
hizo, porque lo que me faltaba era llevarme un buen latigazo en el trasero.
Mis hermanos, los Cullen y nuestros aliados observaban todas las escenas
con un aire tenso, pero permanecían quietos y más que atentos.

Maldito mago. Si creía que con eso me había asustado, iba listo. No pensaba
amedrentarme.

¡Nunca!

505

Me centré en ese desgraciado de Razvan, poniéndome frente a él una vez


más, ya recuperado de su patada, y me lancé al ataque de nuevo.

Como antes, el muy imbécil también se arrojó a por mí, pero esta vez no iba a
dejar que me pasara lo mismo. Esta era una técnica que solíamos utilizar
mucho con los estúpidos nómadas que venían a visitarnos. Fingí abalanzarme
sobre él, pero en el último momento, hice un quiebro súbito hacia un lado y le
enganché del antebrazo con mis fauces.

¡Bingo!

El resto fue coser y cantar. La, la, la… Y todo ocurrió muy deprisa. Con el
impulso del mismo salto, y aprovechando la misma inercia, giré la cabeza
con un movimiento brusco e inopinado, haciendo que su codo se retorciera
hacia su lado contrario. Su alarido llenó el sotobosque cuando aterricé a sus
espaldas con su antebrazo en la boca.

La efervescente lava que hervía dentro de mí se vio un grado más calmada,


pero esto ni mucho menos era suficiente. Esto era solo el principio.
Escupí ese repugnante antebrazo de zombie hacia un lado y volví a atacar sin
cuartel, rugiendo con ganas de más revancha, ni siquiera esperé a que
terminase de gritar mientras se sujetaba lo que quedaba de su asqueroso brazo
y se retorcía de dolor.

Sin embargo, el muy cerdo reaccionó.

―¡Maldito! ―bramó, enfurecido.

¡Maldita sea!

Vale, sí, me pilló totalmente por sorpresa, y cuando estaba arrojándome sobre
él para clavar los dientes en su hombro, me esquivó, con tan mala suerte que
no pude hacer nada. A ver, estaba en el aire, y que yo sepa nadie puede girar
en el aire si previamente no ha cogido impulso para hacer tal maniobra, así
que el muy condenado se las arregló para conseguir rodear mi cuerpo con su
brazo sano y con lo que quedaba del otro, apresándome por detrás.

¡Mierda!, rugí, revolviéndome para tratar de zafarme.

Como una boa constrictora, empezó a apretarme con fuerza, espachurrando


mis costillas.

¡Diablos! Y apretaba bien. Sentí un pequeño chasquido en una de ellas que


me fastidió lo suyo, aunque no llegó a quebrarse, por suerte. De momento
solamente parecía haber sido una fisura que no tardaría mucho en curarse.
Claro, si conseguía zafarme, porque si seguía apretándome terminaría
rompiéndome la costilla.

¡Ni hablar!

Podía sentir el nerviosismo de mi manada, de los Cullen y del resto de


aliados. Razvan me tenía bien pillado, a pesar de mi enorme tamaño y mi
peso, el muy desgraciado me mantenía en alza mientras sus brazos me
apresaban para asfixiarme. Pero yo era mucho más alto que ese malnacido; de
pie, le sacaba medio cuerpo, así que me revolví con contundencia y conseguí
que mis patas traseras se apoyaran en el suelo. Con un rugido rabioso, me di
más impulso, hacia delante, y zarandeé a mi opresor, obligándole a que me
soltase. Acto seguido, y una vez que mis cuatro patas pisaron el terreno, le
arreé una fuerte patada con mis patas traseras que le lanzó hacia atrás.

Seth, Quil y Embry emitieron unos aulliditos al cielo, vitoreando mi punto a


favor.

Razvan, cero. Jake, uno.

Pero el chupasangres se cabreó que no veas, y se puso en pie de inmediato


para lanzarse a por mí. ¡Gusano! Yo no fui menos, por supuesto, y salté hacia
él con esta ira que todavía se removía por mi estómago en forma de esa
candente lava.

Jamás iba a olvidar lo que les había intentado hacer a mi mujer y a mi hijo.
¡Jamás!

Los dos nos estampamos con un tremendo choque, como al principio, pero en
esta ocasión ninguno salió despedido hacia atrás. Entre rugidos y los
chasquidos de mi mandíbula comenzamos una lucha encarnizada consistente
en ver quién desguazaba antes al otro. Ambos nos caímos al suelo y
comenzamos a girar en la pelea, yo esquivando sus brazos para que no me
enganchasen otra vez al tiempo que trataba de llegar a ellos con mi boca para
despedazárselos.

¡Clack! Pegué una dentellada que rozó el aire con furia y chasqueó mis
muelas, por poco había cogido su brazo sano. ¡Mierda! Me quedé con parte
de su manga enganchada en los dientes y tuve que escupirla para seguir con
mis intentos.

El circulo formado por mi manada y el resto tuvo que agrandarse un poco y


moverse en nuestra dirección, a fin de que no nos saliésemos de ese cerco.
Tanya, Garrett y Kate se vieron obligados a pegar un salto hacia atrás para
que no nos los llevásemos por delante como a un grupo de bolos.

Dejamos de rodar por el terreno cuando mi costado se encontró con uno de


los altos pinos, que tembló con la colisión.
506

Me quedé en una postura muy desfavorable, y ese malnacido la aprovechó


para propinarme un buen puñetazo en todo el costillar. Esta vez sí que
escuché y sentí un crujido más intenso, sin embargo, volví a apretar la
dentadura y no gemí de dolor, aunque me quedé sin respiración por un
instante. No me hacía falta una radiografía, tantos años luchando contra
chupasangres te da una idea de lo que tienes cuando te pasa una cosa de estas.
Una de mis costillas estaba quebrada, aunque no se había roto del todo. No sé
por qué, no era el momento más apropiado y eso, vale, pero durante una
mínima milésima de segundo me dio por pensar en la regañina que me
echaría Nessie si aparecía por la puerta de casa con una costilla rota. ¡Uf! Lo
bueno es que no se había quebrado del todo y que terminaría curándose,
aunque tardaría un buen rato, eso sí.

En cuanto me arreó ese puñetazo, vi por el rabillo del ojo cómo los Cullen,
los de Denali y mi manada se agitaron un poco, nerviosos, aunque no me dio
tiempo a más.

Pensé que iba a sacar tajada de mi costilla fracturada y que iba a seguir
golpeándome para machacarla del todo, pero de pronto, a una velocidad
ultrasónica, ese hijo de mala madre saltó hacia arriba y se enganchó a una de
las ramas, quedándose colgando de su brazo, como si fuera un maldito mono.

Entre tanto, Emmett ya se estaba agachando, por si tenía que brincar al árbol
para impedir que huyese. Sin embargo, ese desgraciado mago se balanceó de
arriba abajo y de dos movimientos rapidísimos logró desgajar la rama de la
que colgaba, llevándosela con él.

¡Mierda!

Como una lanza, cayó en picado hacia mí, con sus asquerosos pies por
delante, y justo cuando ya los tenía encima, apuntando a mi costillar, me
levanté con rapidez y conseguí apartarme.

¡Asqueroso chupasangres!
Maldición. Empate a uno.

Me planté delante de él, un poco doblado por el dolor de mi costilla, y nos


pusimos a fintar.

Ese miserable ahora se había hecho con esa rama para utilizarla como arma y
la meneaba en círculos delante de mí, observándome con esos ojos
encarnados, amenazantes, al tiempo que su careto de cal rancia esbozaba una
media sonrisa desafiante.

Cretino…

Por fin, se decidió a atacarme. Corrió hacia mí, llevando la rama hacia atrás,
y después la osciló hacia delante con un movimiento rapidísimo para intentar
apalearme.

Lo esquivé y volvió a intentarlo. Y así varias veces. ¿Qué era esto? ¿Se
pensaba que estaba dándole escobazos a un ratón o algo así?

La hierba del terreno salía despedida hacia arriba e iban quedando unos
surcos en la tierra, de los fuertes y vertiginosos topetazos del leño contra el
suelo. Razvan ya estaba exasperado por no poder cazarme, y cada vez
intentaba darme con más saña.

Ya me estaba cansando de este juego.

Volví a zafarme de uno de sus embistes y me lancé a por la rama,


enganchándola con la dentadura. Mis dientes eran fuertes como el acero, y se
incrustaron bien en la madera. Todavía tenía la costilla algo mal, sin
embargo, tiré con todas mis fuerzas, emitiendo unos potentes y furiosos
gruñidos, y la rama se despedazó en mi boca. Se quedó con lo poco que
quedaba de rama en la mano, observándome con rabia.

Escupí las astillas a un lado y le rugí con energía, ya preparándome para


abalanzarme sobre él.

Sin embargo, de repente, y sin que apenas me diera tiempo a parpadear, sentí
una enorme puñalada en el pecho. Ni siquiera había terminado de levantar la
pata del suelo, pero esa rama puntiaguda se había clavado en mi torso con
ferocidad, como si fuese una afilada estaca de madera.

Ese malnacido de Razvan me la había lanzado con precipitación, sin darme


opción a nada.

La imagen de Nessie vino a mi cabeza súbitamente, ese rostro angustiado y


preocupado que había dejado antes de irme. Pero no solo se plantó ella en mi
sesera. Anthony también lo hizo. Mi hijo. Quería conocer a mi hijo…

Mi corazón se detuvo por unos instantes, pero solamente fue un acto reflejo
producido por el susto, porque enseguida se puso a latir, eso sí, como un loco.
Había estado cerca, pero por suerte mi corazón seguía latiendo, eso
significaba que la estaca no lo había atravesado, y tampoco lo había hecho
con ninguna de mis costillas. No lo había hecho por los pelos. Pero, mierda,
¡mierda! La musculatura de mi pecho sí que estaba afectada, y me dolía a
horrores. Esta vez no pude evitar gemir.

Mientras Razvan ya curvaba su asquerosa bocaza con satisfacción, conseguí


quitarme la rama con los dientes y la dejé caer al suelo, sin embargo, luego
mis patas cedieron cuando sentí ese 507

mareo, y me desplomé en el suelo.

La sangre comenzó a salir a borbotones por la herida, que tenía mala pinta,
aunque eso era lo que menos me preocupaba, porque sabía que se cerraría. El
problema era cuándo, cuánto iba a tardar en hacerlo, cuánto tiempo extra le
iba a dar a Razvan para que pudiera volver a atacarme.

Mi manada se agitó, muy nerviosa, aunque los alambres que les sostenían al
suelo les impedían actuar. Me conecté para reforzar la orden.

¡No intervengáis! ¡Estoy bien!

Y me desconecté para no seguir escuchando sus alarmados pensamientos.


Recordé la promesa que le había hecho a Nessie. Odiaba tener que usar mi
poder espiritual, porque quería vengarme, pero si ese malnacido me atacaba
ahora, no iba a quedarme más remedio que utilizarlo. Tenía que cumplir mi
promesa. Nessie y el bebé eran lo primero y más importante para mí. Eso sí,
lo usaría siempre y cuando ya no me quedase más remedio. Mientras pudiera
defenderme, lo haría con uñas y dientes, eso lo juraba por mi vida.

Pero había algo, algo que se movía dentro de mí. Todo mi ser, todo mi
espíritu de Gran Lobo, palpitaba con ímpetu dentro de mis entrañas al tiempo
que la visión de mi ángel invadía cada uno de mis pensamientos, pasando por
mi cerebro como una película en la que se me ofrecían diferentes escenas,
con Nessie de protagonista absoluta y principal. Entonces lo supe, no tuve
ninguna duda.

Mi poder espiritual saltaría como un automático si mi vida peligrase, lo sentí


bien dentro, parpadeando como una insistente luz. Porque mi alma había
nacido para estar junto a Nessie, esa era la razón de mi existencia, ese era mi
principal cometido, ella era mi destino, y mi espíritu de Gran Lobo haría
cualquier cosa para cumplirlo.

Eso me dio fuerzas para seguir con mi lucha, ahora no tenía nada que temer,
porque ese maldito Razvan no podría matarme jamás. Nada podría separarme
de Nessie jamás.

Pero, maldita sea. Menuda venganza. Razvan, dos. Jake, uno…

Gruñí.

Todavía no podía ponerme de pie, porque la honda herida me dolía que no


veas y, bueno, vale, aún estaba algo mareado, cuando ese cretino vino a por
mí de nuevo, esta vez para arrearme una patada en el costado.

¡Y una mierda! No podía saltar, pero mis fauces seguían en su sitio, y ellas
funcionaban bien, muy bien.

Como un animal rabioso, me giré con un movimiento inopinado, gruñendo


con violencia, y logré engancharme a su tobillo antes de que su inmundo pie
de muerto llegara a patear mi armazón óseo.

Los tejidos internos de la herida ya estaban más recuperados, poco a poco se


iban cerrando, curándose, y sangraba mucho menos, sin embargo, no te creas
que no me dolió al volverme hacia ese desgraciado. Ah, pero eso sí, hinqué
bien los colmillos en ese tobillo duro y frío, de carne muerta, y apreté con
toda la fuerza de mi mandíbula, tirando un poco hacia mí para rematar la
faena.

Crack.

El espeluznante alarido de Razvan acompañó a ese sonido cuando machaqué


su tobillo y su pie se desmembró, cayéndose al suelo por sí solo. En cuanto
esto sucedió, se fue hacia atrás bruscamente, del dolor, y terminó tropezando.
Su trasero fue lo primero que se estampó contra el terreno, aunque el muy
miserable se puso en pie enseguida, apoyándose sobre el único que le
quedaba, claro. Yo también me levanté con rapidez; aunque mi pelaje estaba
manchado de sangre, ahora la herida estaba casi curada y ya podía hacerlo.

Me reí con demasiada malicia en mi fuero interno, qué digo me reí, me


carcajeé. Ahora estábamos empatados a dos.

Mis lobos no corearon nada esta vez, pero ya se les veía más tranquilos.

―¡Maldito perro! ―voceó el mago frente a mí muy cabreado, clavándome


esos ojos rojos con rabia. Luego, empezó a desvariar, como si fuera un
discurso que siempre hubiera tenido en su cabeza y estuviera pensando en
voz alta, rabiado―. Sí, eres un perro, no deberías estar con ella.

¿Cómo osas? Ni siquiera la engalanas con un hermoso vestido, como ella se


merece, como la reina que es. La vistes como a una simple plebeya, con esos
harapos. ―Vaya, ¿a qué venía eso? ¿De qué iba este imbécil?―. Ella se
merece a alguien mejor, con más casta y aristocracia. ―Ah, se trataba de
esto…―. Alguien que pertenezca a la realeza de verdad, no a un animal que
se hace llamar rey.

Tú no sabes lo que es eso, porque no eres nadie.


Toda mi manada se indignó, y se lo hicieron saber con sus rugidos y gruñidos
amenazantes.

Idiota. El tipo era el hijo bastardo de un príncipe que jamás llegó a reinar o
algo así, y por eso el muy miserable ya se pensaba que era de sangre azul. No
recordaba muy bien lo que Ezequiel me 508

había contado de este malnacido, más que nada porque la patética vida de
Razvan me traía al pairo, pero de lo único que me acordaba era de esto y de
que su madre era una de las cocineras del castillo. Ah, y de que su padre la
había asesinado cuando era un crío, estando él presente. Por eso Razvan
había sido el elegido para intentar invertir la profecía, porque solamente
podía hacerse con alguien de la realeza, utilizando la magia negra, claro está.
Vale, puede que el color azul tiñese un poco sus asquerosas venas secas, pero
eso no le hacía príncipe, ni mucho menos. Y lo peor de todo es que él se lo
creía de verdad.

Él siguió a lo suyo.

―No logro comprender qué es lo que ella ve en ti, sin embargo, eso ya no
importará más.

Cuando termine contigo y me la lleve, ella me amará ―aseguró, entornando


esos espeluznantes ojos encarnados con odio.

―¡Ella solamente ama y amará a Jacob, jamás te amará a ti! ―saltó Rosalie,
muy ofendida y enfadada, harta.

Vaya. Mira tú por dónde salía la Barbie a defenderme. Aunque yo también


me fijé en otra cosa de la frase de Razvan.

¡No vas a vencerme, estúpido!, le rugí.

Y mucho menos llevársela. No sé cómo todavía se pensaba que iba a hacerlo.

―Ella me amará ―repitió, oscilando la mirada hacia Rose.


Fue por un instante, porque enseguida la llevó hacia mí otra vez.

Entonces, empezó a pasar algo. Ante mis atónitos ojos, algo negruzco
empezó a rezumar a su alrededor. Una brisa negra le envolvió y comenzó a
soplar en torno a su cuerpo, y cada vez era más intensa. Su semblante mostró
una pequeña sonrisa de satisfacción y sus ojos se clavaron en mí con más
inquina.

―¡Cuidado, su don está regresando! ―me confirmó Eleazar.

Sí, ya me había dado cuenta. Y también sabía el porqué. Mi onda expansiva


le había purificado, haciendo que su magia negra desapareciera. Pero todo era
temporal, porque su alma era tan malvada, que ni siquiera mi poder espiritual
podía limpiarla. Mi poder espiritual no podía purificar ni curar a ningún ser
con su alma maligna. Por eso su magia negra regresaba. Era su naturaleza.

Él era un mago oscuro, y su alma era tan perversa que siempre generaría esa
energía negativa y negra.

Mi espíritu de Gran Lobo palpitó dentro de mí para corroborarlo.

―Así es ―sonrió ese desgraciado―. Terminaré contigo y me llevaré a


Renesmee. ―Mis muelas chirriaron―. Puede que ahora no me ame, pero en
cuanto esté bajo mi custodia lo hará. Conozco muchos métodos para que lo
haga.

Miserable… ¡Miserable! Sabía a qué se refería, no hacía falta que siguiera


hablando. Conocía la jugada que se traía entre manos. Le haría un hechizo o
algo así para que ella se entregase a él, aun siendo en contra de su voluntad.
¡Asqueroso mago de mierda! Nessie no le importaba nada, lo único que
quería era tenerla para él, fuera como fuera. Ese degenerado estaba loco
perdido, maldito chiflado, se le había ido la olla totalmente.

¡JAMÁS!

¡ELLA NO SERÁ TUYA NUNCA!, le rugí.


Me agazapé, enseñándole bien mis colmillos, y le solté otro rugido
estremecedor que me salió de lo más hondo. Ya estaba más que harto de toda
esta porquería. ¡Iba a terminar con él ahora mismo!

La pelambrera de mis hombros no podía estar más erizada, mis ojos


destilaban odio por todos los sitios y mis fosas nasales sacaban el aire
impetuosamente, reflejando toda la ira y la cólera que hacían hervir mi
estómago con esa lava candente.

Lo vio en mis pupilas, cómo no, y su vaho pasó a ser más azulado, tenso, al
tiempo que rechinaba los dientes, alerta. ¡Maldito cobarde! ¡Sin su magia no
era nada, ¿y se atrevía a desafiarme?! ¡Iba a pagar muy caro todo lo que había
hecho! ¡Y encima todavía estaba dispuesto a hacer más! ¡Todavía quería
llevarse a Nessie y hacerle un hechizo para que ella…! Entonces, el volcán
que tenía dentro explotó por completo, extendiendo toda su incandescente
lava por todo mi organismo, llenando cada una de mis células de cólera
incontenible.

Me abalancé hacia él como un bisonte salvaje, aprovechando que su magia


todavía no había vuelto del todo. Intentó impedirlo con un quiebro, pero
adiviné su jugarreta y yo también zigzagueé.

Mis fauces se engancharon a sus partes nobles, aunque de nobles seguro que
no tenían nada, y me zarandeé, rabioso. Puaj, sin duda esto era lo más
asqueroso que había hecho nunca. Pero el mago chilló con ganas, y eso me
llenó de satisfacción. ¡Esto por haber acosado a Nessie en tu sucio 509

castillo, maldito bastardo! Trató de pegarme un puñetazo con el brazo que


tenía completo para aplastarme el cráneo, sin embargo, esquivé su puño
furioso y pasé a otra acción.

Aproveché su distracción para aferrar mi dentadura en su brazo roto y con un


movimiento inesperado y rápido, se lo llevé por delante del todo. ¡Esto por
haberla secuestrado!

Sus espantosos alaridos no me detuvieron, mi mente no podía olvidar todo el


daño que ese hijo de mala madre le había hecho a mi ángel. ¡Merecía morir!
Mientras se retorcía con su agonía, le ataqué al otro brazo sin cuartel, sin
compasión. Mis iracundos rugidos casi eran tan altos como sus gritos de
dolor. Mis colmillos se engancharon a su hombro y de un tirón fuerte y
contundente, se lo rompí, desmembrándole el brazo entero. ¡Esto por haber
intentado casarte con ella!

―¡MALDITO! ―bramó, cayéndose de rodillas con los ojos tan abiertos por
el horror que parecía que se le iban a salir de las cuencas.

Pero la brisa negra que le envolvía ya era más fuerte e intensa. De pronto, ese
aire oscuro se detuvo y, con una corriente súbita y vertiginosa, se introdujo
dentro de su cuerpo a través de los ojos, la boca y los oídos.

¡Mierda! ¡Su magia negra había vuelto!

Su semblante todavía seguía desfigurado por el dolor y el horror que sus


amputaciones le causaban, pero adquirió una cara de chifladura íntegra
cuando notó que su don había regresado a él. Sus párpados continuaban
abiertos completamente, no podían estar más arriba, sin embargo, su boca
esbozó una sonrisa alocada, confiriéndole a su repulsivo rostro una expresión
de trastornado total.

Insertó esa mirada chalada en mí, sus pupilas casi parecían estar inyectadas
en sangre, y de una forma repentina, me lanzó uno de sus chorretones negros.

No hizo falta que yo hiciera nada. Mi espíritu de Gran Lobo reaccionó él


solo, como un acto reflejo, y salió de mis entrañas para actuar.

Pero yo no quería terminar con él de este modo. No, así no. Así que conseguí
dominar mi poder espiritual a tiempo para guiarlo y pilotarlo sin ese piloto
automático.

Con rapidez, erigí mi círculo de luz brillante y lo extendí a mi alrededor,


protegiéndome con su burbuja. El chorro negro se estampó contra la barrera y
no me alcanzó, pero no lo dejé ahí. Ya tenía ganas de terminar con todo esto
de una vez por todas. Mis ansias de venganza ya se habían visto calmadas
casi del todo. Solamente me faltaba hacer una cosa, y tenía que ser así para
sentirme totalmente satisfecho.

Sin dejar de erigir mi burbuja protectora, erigí un segundo círculo y lo


transformé en elipse. La cogí por el núcleo y la lancé contra ese chorretón de
magia negra, apartándolo de mí como si le hubiese propinado un manotazo.

El chorro intentó regresar cuando mi elipse siguió girando, sin embargo, la


volví a llevar a él, raudo. Ahora ya dominaba la elipse completamente, así
que no me costó nada mantenerla en esa posición, reteniendo ese chorretón
alejado de mí. Su magia negra trataba de empujar a mi elipse en un extraño
forcejeo para llegar a mí, pero mi poder espiritual era más fuerte y no lograba
hacerlo.

Bien.

Mis ojos se fueron hacia los suyos y clavé mi vista iracunda en ese
degenerado chiflado. Su vaho azulado aumentó hacia el cielo gris cuando vio
mis intenciones escritas en ellos con letras claras y cristalinas. Sí, mis pupilas
lo clamaban a los cuatro vientos.

Una de sus rodillas se alzó, posando el pie en el suelo. Maldito cobarde… Ya


estaba pensando en huir…

¡Pero de eso ni hablar!

Sin darle el más mínimo tiempo a reacción, y controlando en todo momento a


mi elipse para que no dejase actuar a su chorro asesino, corrí hacia él con
furia, dejando de erigir mi barrera automáticamente para que no hubiera un
cristal impenetrable entre nosotros, ya que si seguía con la burbuja protectora,
él se estrellaría en ella y yo no podría hacer lo que me traía entre manos.

―¡NOOOO! ―su garganta volvió a chillar a la vez que un rugido


desesperado y horrorizado salía de la misma, mezclándose.

Su pie tampoco tuvo oportunidad de impulsar a su cuerpo para levantarlo, y


su grito se calló abruptamente. De un movimiento colérico y lleno de
venganza, enganché su cabeza con mis fauces y se la arranqué de cuajo,
machacándola con mis dientes, reduciéndola a trozos pétreos, muertos, sin
vida. ¡Esto por intentar matar a mi hijo y a Nessie!

El chorro de magia negra se esfumó y, como había pasado con los otros dos
magos, su malvada 510

alma emitió unos chillidos de rata al tiempo que su cuerpo se reducía a unas
putrefactas y malolientes cenizas que se cayeron sobre el terreno, llevándose
con ellas los gritos de tormento.

Hasta que todo terminó.

Mi manada, los Cullen y los de Denali estallaron en un griterío y aullidos de


alegría y felicidad, abrazándose unos a otros. Sí, por fin. Por fin todo había
terminado. ¡Por fin ese desgraciado de Razvan había muerto!

Me alcé, triunfal, y aullé al viento con gozo, pero también mostrándole al


mundo mi supremacía y domino de Gran Lobo. Mis hermanos no pudieron
evitar echarse en el suelo con sumisión, presentándome sus respetos y su
sentimiento de honor. Vaya por Dios.

De repente, unas palmadas a modo de aplauso individual nos hicieron callar


inopinadamente.

Todos giramos las cabezas en esa dirección, extrañados, pero también en


estado de alerta.

Jane salió de entre las sombras arbóreas, junto con el resto de sus secuaces,
aplaudiendo, y se quedó a unos metros de nosotros.

511

¡¿Tendrían cara?! ¡¿Pero de qué

iban?!

Mi manada se puso en pie inmediatamente para gruñirles.


―Mis felicitaciones. Ha sido toda una lección de lucha ―me dijo la Pitufina,
terminando de aplaudir.

¡Maldita arpía!

No pude evitar erizarme y dedicarle un sonoro rugido. Sin embargo, después


decidí que era mejor decirle las cosas a la cara.

Mierda, pero tenía un problema.

Sin esperar a la reacción de la rubia canija, me giré hacia mi manada


bruscamente, de lo cabreado que estaba.

¿Tus pantalones están limpios?, le pregunté a Quil, no de muy buenos modos,


lo reconozco.

Pues claro, ¿qué te piensas?, chistó él.

¿Cuánto de limpios?, inquirí, echándoles un vistazo.

¿A qué viene eso?, criticó, molesto. Me los puse bien limpitos antes de venir
a esta misión,

¿sabes? Recién lavados.

Ah, vale, acepté, cogiéndoselos con mi boca y sacándoselos de su cinta de


cuero.

No usábamos calzoncillos, así que mejor no jugársela.

¡Eh, mis pantalones!, se quejó, trotando detrás de mí para recuperarlos.

¡Te los devolveré, hombre, te los devolveré!, le calmé, resoplando. ¡Vuelve a


tu puesto!

No fue una orden impartida con mi voz de Alfa, pero obedeció, eso sí,
murmurando un montón de maldiciones para sus adentros.
Como ya estaba harto de hacer, me dirigí a un árbol con el tronco ancho y me
oculté. Esto ya resultaba todo un rollazo, pero qué quieres, con tanta fémina
alrededor era más que obligatorio.

Adopté mi forma humana, me vestí con los pantalones de Quil y salí


disparado de allí para encaminarme hacia la Pitufina, cabreado.

La muy víbora ni se inmutó cuando me vio a dos piernas, y eso que mi careto
no era amistoso, precisamente, y mis pies se clavaban en el terreno con pasos
decididos y rabiosos. Mantenía esa cara de niña pequeña bien alta,
mirándome con prepotencia, mientras esperaba a que terminara de acercarme.
Estúpida. El mafioso y sus cinco secuaces me observaban con un semblante
parecido, aunque con reservas, y el Pitufo, el grandullón y el rastreador
mostraban unas caras totalmente neutras, como estatuas. En cambio, el
Zanahorio tenía un careto de desaprobación total, pero lo que me sorprendió
es que esa expresión no iba dirigida a mí, sino a su compañera. En fin.

―¡Malditas ratas! ¡¿Cómo os atrevéis a aparecer por aquí después de lo que


habéis hecho?! ―les increpé nada más llegar, abalanzándome sobre la rubia
canija.

Unos brazos fuertes, pétreos y fríos como un glaciar me sujetaron por detrás
y me detuvieron.

Cuando conseguí girar medio cuerpo para echar un vistazo, enfadado,


comprobé que era Emmett.

Pero ahí no terminó la cosa. De repente, comencé a sentirme extrañamente


más relajado. Jasper…

Me deshice de los brazos de Emmett, de un movimiento brusco, y les dediqué


una miradita de crítica a los dos.

―No sé de qué estás hablando ―se defendió la Pitufina, siguiendo con su


soberbia de siempre.

Me volví hacia ella echando humo―. No hemos hecho nada.


―¡Tú y este cretino ―indiqué a ese matón de Thiago con la cabeza―
queríais deshaceros de mi mujer! ―le grité en toda la cara.

Los idiotas que formaban el grupo de Thiago se atrevieron a gruñirme por lo


bajo cuando llamé cretino a su jefe, sobre todo la Naomi Campbel, pero él ni
se inmutó. El resto de chupasangres tampoco lo hizo, es más, tenían cara
como de no conocer de qué iba todo esto, salvo el Pitufo, al cual se le escapó
una miradita fugaz hacia su hermana que mostraba cierta inquietud y alarma,
ya que era evidente que si a mí me daba la gana, podía aniquilarles de un solo
soplido.

―Sigo sin saber de qué estás hablando ―mintió la rubia canija sin dejar esa
pose arrogante―.

512

Nos estás acusando de algo que no hemos hecho.

―¡Maldita zorra mentirosa! ―grité. Emmett tuvo que sujetarme otra vez y
volví a sentir esa incipiente calma dentro de mí que Jasper me estaba
provocando con su don. Pero pasé de los dos; todo lo que pude, claro, porque
el dichoso don de Jasper era un verdadero incordio―. ¡No te hagas la loca!
¡Sabes de sobra de qué hablo! ¡Este desgraciado ―señalé a Thiago con la
cabeza de nuevo―

fingió que conversaba con su chusma en el bosque para que Razvan le


escuchara y se enterase de que yo estaba en las montañas! ¡Lo teníais todo
planeado!

Mis lobos gruñeron para dejar bien claro lo mucho que les había molestado
este tema. Sin embargo, los secuaces de Thiago lo hicieron con
disconformidad por mis adjetivos calificativos hacia ellos, cosa que me
importaba un bledo.

Mis ojos se abrieron como auténticos platos, con el ceño incrustado sobre
ellos, y mi boca casi se cae al suelo con indignación cuando vi que Jane y
Thiago se miraban el uno al otro, fingiendo extrañeza, como si no supieran de
qué iba el asunto. ¡¿Tendrían cara?!

―¿Hablastéis de eso en el bosque? ―le interrogó ella, haciendo que no sabía


nada, usando un tono autoritario y crítico.

¡¿Pero de qué iba?!

―Solamente fue un comentario ―Thiago le siguió la pelota―, y no


teníamos ni idea de que Razvan nos estuviera escuchando.

¡Ja! Esto ya me daba risa y todo. Menudos teatreros. Claro, por supuesto,
ahora caía. El resto de chupasangres no estaba al corriente de este trapicheo
entre los dos, por eso tenían que disimular. Aunque también lo hacían para
que yo no les aniquilase aquí mismo, evidentemente.

Esperé un poco, para ver cómo terminaba la función.

―Habéis sido muy descuidados ―censuró ella, mirándole enfadada. La


verdad es que se le daba bien, debería dedicarse a esto―. Has tenido suerte.
Si algo hubiera salido mal, yo misma te habría matado.

¡Ja otra vez! Esta sí que era buena.

―Lo siento, Jane ―se disculpó Thiago, haciendo una ridícula reverencia con
la cabeza―. No volverá a suceder.

―Eso espero, porque la próxima vez no tendré compasión ―dijo la canija,


simulando una voz y una mirada dura―. Pasaré por alto tu error, porque no
ha traído consecuencias y todo se ha resuelto correctamente, pero si vuelve a
suceder, lo pondré en conocimiento de Aro y él te aplicará tu castigo. Ya
sabes que los Vulturis no dan segundas oportunidades.

Me solté de Emmett y ahora el que se puso a aplaudir fui yo, mostrando mi


cara de enfado. La Pitufina y el mafioso giraron sus caretos para mirarme.

―¿Ya habéis terminado con el teatro? ―pregunté, acabando de aplaudir.

El grandullón y el rastreador oscilaron la vista el uno al otro con algo de


extrañeza. No tenían ni idea de qué iba todo esto, claro. Lo mismo pasaba con
la chusma de Thiago. Los que sí parecían sospechar algo eran el pelirrojo y el
Pitufo, porque sus caras se quedaron tan tiesas y estáticas que no era normal.
Estaban disimulando.

―No es ningún teatro ―rebatió Thiago, alzando su rostro con chulería―. Es


cierto, no sabíamos que Razvan podía oírnos.

Su media sonrisita ya me sacó de quicio.

―¡Mentiroso de mierda! ―voceé, echándome hacia delante para arrojarme a


él.

¡Estaba más que harto! ¡¿Cómo podían tener tanta caradura?! ¡Habían
planificado todo eso para que Razvan se llevase a Nessie, pero les había
salido el tiro por la culata y ahora estaban intentando salvar los muebles!
¡Pues yo ya estaba hasta las narices! ¡Iba a cargármelos a todos de una
maldita vez!

Pero, de pronto, los brazos de Emmett me apresaron por detrás, con fuerza, y
me vi arrastrado varios metros hacia mis espaldas.

―¡Suéltame! ―le grité, lleno de convulsiones, tratando de zafarme.

Si no me había transformado ya, era porque el idiota de Jasper estaba


haciendo de las suyas.

Me apartó de ese grupo de sanguijuelas y se paró a unos cuantos metros de


donde estaban, pero no me soltó. Mi manada, algo agitada, el resto de los
Cullen y los de Denali corrieron para rodearnos.

―No quiero hacerte daño, Em, así que más te vale que me sueltes ―le
advertí, apretando las muelas para retener esa cólera que ya se revolvía por
mis entrañas.

―No. Tienes que calmarte y escuchar ―me respondió, serio.


513

¿Calmarme? ¿Escuchar? ¿De qué demonios me estaba hablando?

Jasper se plantó delante de mí mientras el pesado de Emmett continuaba


sujetándome.

―Por favor, Jacob, tranquilízate ―me pidió con un cuchicheo, aunque no sé


por qué lo hacía, porque su molesto don ya estaba obligándome a ello―. Sé
que deseas vengarte por esto también, pero el tratado no se debe romper.

El tratado. El dichoso tratado. Ya me había olvidado de él. Maldito tratado…


¡Pues ya estaba harto de esa mierda!

―¡Por mí se puede romper para siempre! ―grité en dirección a la arpía y sus


acompañantes al tiempo que me revolvía en los brazos de acero de Emmett.

Sí que eran duros… Maldición.

―El tratado no se debe romper, es muy importante para mantener la paz


―insistió Jasper.

―¡Ellos son los primeros que lo han roto al planear todo eso para deshacerse
de Nessie! ―refuté, cabreado.

―Bueno, en realidad no lo han hecho ―me contradijo, hablándome con


calma y con esos estúpidos bisbiseos.

―¡¿Cómo dices?! ―Mi enorme indignación quedó más que patente con el
tono de mi voz y con mi cara.

―Si te paras a pensarlo, teóricamente no han hecho nada, no han incumplido


el tratado ―empezó a explicar―. A ojos de los demás, Thiago simplemente
tuvo un

«descuido» ―gesticuló con los dedos, imitando unas comillas― al hablar de


eso en el bosque. No incumplió ninguna de las normas del tratado, ni siquiera
estaba en vuestro territorio, sino que estaba fuera del límite que lo acota.
―¡Pero lo hizo para que Razvan le escuchara, para que él fuera a por ella!
―rebatí, enfadado.

―Lo sé, por supuesto que sus intenciones eran oscuras, pero no existen
pruebas que lo demuestren. Por eso, teóricamente, no han incumplido el
tratado.

―¡¿Cómo que no hay pruebas?! ―No pude evitar que mi voz sonase un
octavo más alto de la cuenta, dada mi irritación―. ¡Yo lo sé! ¡Todos nosotros
lo sabemos! ¡Es evidente!

―Jacob, el único testigo que había lo acabas de matar ―me recordó, eso sí,
sin reproche alguno―. No podemos demostrarlo. Sería nuestra palabra contra
la suya.

Genial. Jamás pensé que iba a decir esto, pero por primera vez me arrepentí
de haberle dado rienda suelta a mis impulsos y haber matado a Razvan tan
pronto. De haber sabido que esa chusma iba a aparecer y que esto iba a ser
así, hubiese esperado más para matarle.

―¡Me importa una mierda si es nuestra palabra contra la suya! ―bufé,


encrespado, con Emmett aguantando mis embistes―. ¡No tengo por qué
demostrarle nada a nadie! ¡Puedo cargármelos cuando quiera!

Volví a sentir otro chute de tranquilizantes de la marca Jasper. Mi manada


estaba muy atenta a esta conversación, y se les veía un poco confusos. Yo no
hacía más que echar vistazos por encima de Jasper, temiéndome que esos
desgraciados ya se hubieran escapado. Pero no, sorprendentemente, seguían
ahí, esperando. No entendía nada.

―Si los mataras, el tratado se rompería ipso facto ―apuntó Eleazar.

―Pues mira qué problema tengo ―le contesté con sarcasmo.

―Al no haber pruebas, los Vulturis podrían alegar que tú asesinaste a Jane y
a los demás a sangre fría ―opinó Garrett, llevándose la mano a la barbilla,
pensativo―. Y con el tratado roto, no dudarían en tomarse la justicia por su
mano.

―Me da igual, no pueden hacerme nada ―alegué, ya hasta el gorro de tanto


cuento―. No se acercarán por aquí, aprecian su vida demasiado.

―No lo estás comprendiendo, Jacob ―añadió Tanya―. Los Vulturis no


vendrían hasta aquí.

Sus palabras, y esa mirada, captaron mi atención.

―¿A qué te refieres? ―pregunté, todavía receloso.

―Los Vulturis no irán a por ti ―siguió Kate―. Irán a por nosotros. A por
todos nosotros ―dijo, señalando a su aquelarre y al de los Cullen―. Y no
avisarán, te lo aseguro. Podrían venir a por nosotros en cualquier momento;
mañana, dentro de semanas, meses, años, siglos…

―Esperarán lo que haga falta, pero se vengarán ―añadió Tanya con un


semblante severo―.

Saben que no pueden vencerte en una guerra, sin embargo, harán lo que sea
para hacerte daño y mermarte.

Mierda, no había caído en eso.

―Bueno, yo os protegería ―se me ocurrió.

514

―¿Y cómo piensas defendernos a nosotros, o al aquelarre de Denali?


―replicó Jasper―. A no ser que fueras capaz de viajar instantáneamente de
un sitio a otro, es imposible. Cuando consiguieras llegar a Denali o a
Anchorage, ya estaríamos todos muertos.

Sentí un escalofrío al escuchar eso, porque solo con imaginarme la estampa y


la carita de Nessie al verlo, o al escuchar la noticia, ya me dejaba congelado.
―¿Y Alice? Ella verá si los Vulturis van a por vosotros, y yo ya estaría allí
antes de que eso sucediera ―me ingenié.

―Aro tiene a Varick ―me contestó el adivinador de dones―. Y ya sabemos


que Aro es el que tiene la última palabra, el que realmente toma las
decisiones. Utilizará la barrera individual de Varick para que Alice no pueda
ver sus decisiones.

Genial. Se me estaban terminando las opciones. Eché otro vistazo por encima
de Jasper. La Pitufina y su séquito de ratas seguían en el mismo sitio,
esperando mi decisión pacientemente, eso sí, con sus arrogantes barbillas
alzadas. ¡Arg!

―Podéis… ―Pensé por un momento―. Podríais… mudaros todos aquí, a


La Push.

Según lo solté, ya me di cuenta de que era una malísima idea, no me la creí ni


yo. Eso de llenar la reserva de vampiros, por muy buenos que fueran… Uf,
qué va. Mis hermanos de manada ya estaban gañendo, nada conformes, y,
para ser sinceros del todo, yo tampoco los quería por aquí. A ver, estos
chupasangres ya eran mi familia, claro, y ya teníamos un grado de
convivencia y afecto bastante altos, los apreciaba mucho, de veras, vuelvo a
decir que para mí ya eran mi familia, pero cada uno tenía su sitio, ¿vale?
Ellos no dejaban de ser vampiros, y nosotros no dejábamos de ser lobos. Era
demasiado complicado y arriesgado. Además, no veía a unos vampiros pijos
viviendo en una tribu como La Push.

Los Cullen y los de Denali no dijeron nada, pero lo que decían sus caras
coincidía con lo que acababa de pasar por mi sesera. Ah, bueno, solo hubo
una persona que dijo lo que pensaba en voz alta.

―No digas tonterías ―chistó Rosalie, poniendo los ojos en blanco mientras
negaba con la cabeza.

Por una vez estaba de acuerdo con la Barbie, aunque eso fuera en contra mía.
Me quedé en blanco. Guay.
―Jacob, despidámonos de ellos y vayamos a casa ―sugirió Jasper―. Es lo
mejor para todos.

Olvídate de este asunto.

―¿Que lo olvide? ―Otra vez volvió mi indignación.

―Chucho cabezota. Déjate de venganzas ―me regañó Rosalie, harta―.


Ahora tienes que centrarte en Nessie y en el bebé. Y esto es lo mejor para
ellos. ¿O es que quieres que tu hijo crezca en un mundo donde la venganza
está a la orden del día? ¿Acaso quieres que él y Nessie sufran las
consecuencias de tus malas decisiones, de tu impulsividad?

Una vez más, mi tarro se quedó vacío y no pude replicar. Genial. Rechiné las
muelas con rabia, porque tenían razón, y encima, me lo decía la Barbie.
Guay. Y para colmo, Leah asintió con la cabeza, dándole toda la razón.
Estupendo.

―Los Vulturis asesinaron a nuestra hermana ―se sumó Tanya, cogiendo la


mano de Kate, que se la afianzó con un apretón―. ¿Crees que a nosotras no
nos hubiera gustado vengarnos por la muerte de Irina? Sin embargo, hay
veces en los que uno se tiene que tragar su orgullo, por el bien del resto de la
familia.

Sam me hizo un asentimiento con la cabeza, animándome a ceder.

Volví a rechinar los dientes con más que rabia cuando me di cuenta de que
tenían razón de nuevo. Por enésima vez, miré a la Pitufina y a su séquito.
Estaban ahí, justo donde les habíamos dejado. Seguían con sus gestos de
arrogancia, pero ahora, además, a esa arpía se le agregó una leve y casi
imperceptible sonrisita. Mis muelas estuvieron a punto de quebrarse. Sabían
de sobra que esto iba a resolverse de esta forma, que yo no tenía más opción,
por eso se habían atrevido a venir y no se habían esfumado a la primera de
cambio. ¡Malditas ratas!

―¡Bueno, vale, nos piraremos a casa! ―escupí, enfadado, intentando


soltarme de los brazos de Emmett.
Dios, cómo me dolía decir esto… Y más viendo los caretos de la chusma que
tenía a unos metros.

―¿Seguro? ¿Podrás controlarte si te suelto? ―inquirió Em.

―Sí, sí, estoy tranquilo, ya puedes soltarme ―refunfuñé, calmándome de


mala gana.

Aunque el efecto de las pastillas de Jasper seguía notándose.

Emmett por fin me liberó, dejando que mis brazos se escapasen de esos
músculos de hielo.

515

Brrrr, qué tío más frío, en serio.

Sí, ya estaba más tranquilo, pero eso no quitó para que me abriera paso entre
Jasper y Eleazar, y me dirigiera enrabietado hacia la rubia canija y sus
secuaces de miserables. Los demás, incluida mi manada, comenzaron a
seguirme para ver si tenían que frenarme, sin embargo, en cuanto me paré
frente a mi objetivo y vieron que no me abalanzaba sobre el mismo, se
detuvieron a mis espaldas, más sosegados. Me quedé delante de la Pitufina y
el resto de sanguijuelas y les miré con cara de muy, muy malas pulgas.

―Os habéis salvado por los pelos, pero os lo advierto ―empecé a hablar con
una voz que me salió más ronca, debido a mi cabreo―, como volváis a
intentar una jugarreta como esta con mi mujer, mi hijo o cualquiera de mis
aliados, os juro que os mataré a todos. Iré a buscaros a donde sea y os
machacaré uno a uno, como hice con ese miserable de Razvan, ¿entendido?

Ese matón de Thiago iba a decirme algo, molesto, pero la Pitufina interpuso
su brazo y le detuvo. No le quedó más remedio que chirriar los dientes.

―Te repito que nos estás acusando de algo que no hemos hecho, todo esto es
un malentendido producido por un error de Thiago, no obstante, no voy a
entrar en discusiones contigo ―dijo ella con su encopetamiento de siempre.
¡Mentirosa! Faltaba muy poco para que mis manos se enganchasen a su
cuello. Solo tendría que girarlas un poco, era muy fino, es más, me serviría
una sola mano, pero pensé en Nessie y en Anthony, en las consecuencias que
eso traería para ellos, y conseguí controlarme―. Esto no volverá a ocurrir
jamás, te lo garantizo.

―Eso espero ―logré escupir entre dientes, con esa rabia que me era
imposible ocultar.

―¿Habíais venido por algo en especial? ―preguntó Jasper, seguramente


para cambiar de tema, porque ya notaba esa tranquilidad extraña insertándose
en mí con más urgencia.

―Solamente veníamos para traeros un obsequio antes de partir hacia Volterra


―le respondió ella, haciéndole un gesto a Félix con su canija mano.

―¿Un obsequio? ―gruñí, pues ya estaba hasta las narices de los regalitos de
Aro.

El grandullón sacó un papel enrollado del interior de su capa. Era un papel


grueso, de color marfil, que estaba enroscado por medio de un lazo rojo y
cuyo final tenía un sello, de un tono más oscuro. Se lo pasó a la Pitufina y
ella lo extendió hacia mí.

―Aro quiere agradecerte tu valiosa ayuda recompensándote de algún modo.

―Yo no quiero…

Me quedé sin voz cuando Jasper me arreó un disimulado codazo en todas las
costillas. Le miré, malhumorado, y después volví la vista al frente para coger
el rollo con un zarpazo.

Observé el papel, desganado y cansado. El sello, con una forma redondeada,


llevaba la marca de los Vulturis, cómo no. Lo arranqué de malos modos,
adrede, para que me vieran bien, y desenrosqué el papel de igual manera.
Tuve que parpadear cuando vi de qué iba.
―Esto es…

―Sí, es un certificado firmado por los Vulturis que avala que Ezequiel ya
forma parte del tratado ―me corroboró ella, alzando la barbilla con
altanería―. Un mensajero nos lo ha traído hace justo una hora. Aro te ha
dado su palabra, y él siempre la cumple.

Dejé de leer el certificado para observarla a ella.

―Más le vale ―le advertí, clavándole una mirada amenazante.

―Ha sido un… ―me dio un repaso que abarcó todo mi torso, alzando la ceja
y el labio con esa aprobación de siempre― placer trabajar contigo.

―Yo no puedo decir lo mismo ―le solté a la cara, levantando el mentón,


serio.

―Espero que nos veamos pronto ―dijo, dándose la vuelta junto con el resto
de su chusma al tiempo que se ponía su capucha, al igual que los demás.

―Espero que ya no nos veamos jamás ―le corregí.

El pelirrojo clavó la vista en mí durante medio segundo y juraría que le vi


hacerme una especie de reverencia con la cabeza mientras mantenía una
mirada de respetabilidad. Me quedé a cuadros.

Después, se volvió del todo y comenzó a caminar con sus compañeros.

―Puede que nuestros caminos se vuelvan a cruzar algún día, lobo, y


entonces tú y yo tendremos esa pelea que teníamos pendiente. ―Thiago me
dedicó una última mirada llena de resentimiento y terminó de girarse hacia el
otro lado para largarse, perdiéndose entre los árboles, como los demás.

Iba a mover un pie en su dirección para decirle que cuando quisiese, pero
Jasper me interpuso su brazo. También me sentí más relajado, qué raro…

Desde luego, hoy que podía disfrutar de no tener al pesado de Edward


incordiándome a cada 516
momento con sus incursiones mentales, le tomaba el relevo Jasper. No sé
quién de los dos era peor, la verdad.

Gruñí.

Yo también me giré hacia el otro lado, pero me dirigí al árbol de antes para
entrar en fase.

―Vámonos a casa ―propuse, de camino.

Mis lobos empezaron a aullar al cielo, contentos.

Me oculté detrás del tronco, me quité los pantalones y cuando los iba a atar a
mi cinta de cuero me fijé en mi anillo de casado. Entonces, toda mi mala
leche se esfumó de sopetón y no pude evitar que una enorme sonrisa se
extendiera en mi cara, porque por fin me iba a casa, con Nessie. En ese
momento, me percaté de que todo había terminado, de que éramos libres,
¡libres! Sí, ya no había magos, ya no habían rumanos, ya no habían
licántropos, ya no había nada de qué preocuparse, ya no había nada de qué
protegerla a ella y al bebé. Así que los Cullen ya se podían quedar en su casa
de Forks o irse a Anchorage, aunque intuía que con el parto tan cerca ya
aprovecharían para quedarse. Pero no en nuestra casa… Sí, sí, ¡sí! ¡Éramos
libres! ¡Ya no más vampiros por casa! ¡Ya no más malos olores! ¡Ya no más
falta de intimidad! ¡Ya no más radio!

Terminé de atar los pantalones a mi cinta de compromiso, con prisas, y entré


en fase.

Salí pitando de allí y empecé a galopar hacia la casa de los Cullen. No quería
que Nessie se preocupara más por mí, que segurísimo que lo estaba, pero
además, me moría por verla, por besarla, abrazarla, tocar su barriga y sentir
las patadas de Anthony…

¡Eh, mis pantalones!, protestó Quil, echando a correr detrás de mí. ¡Dijiste
que me los ibas a devolver!
Todos los demás también lo hicieron, incluidos los Cullen y los de Denali.

Sí, pero no te dije cuándo, me carcajeé.

¡¿Serás cabr…?!

¡Igual llego a mi cita con Kim!, exclamó Jared, contento.

Sí, pero tarde, le pinchó Leah en broma.

Mierda, es verdad, dijo él. ¿Qué hora es? ¿Alguien tiene hora?

Sí, guardo el reloj en el bolsillo de la derecha, ¿no te digo?, se burló Isaac.

Apuesto cinco pavos a que Jared llega tarde, propuso Embry.

Hecho, aceptó Shubael.

¡Trae, devuélveme mis pantalones!, me exigió Quil, metiendo el hocico por


mi pata para intentar sacarlos de mi cinta.

¡Ni hablar!, me reí, pegando un salto a un lado para apartarme de sus


mandíbulas.

¡Necesito saber qué hora es!, insistió Jared.

¡Pues mira el sol, ¿qué nos dices a nosotros?!, se quejó Paul.

¡Está nublado, no lo veo!

Pregúntale a uno de los Cullen, sugirió el listo de Seth.

¡Es verdad!, cayó Jared.

Se giró y se arrimó a Emmett mientras seguían corriendo, pero este llevaba


una camiseta de manga larga y tuvo que meterle el hocico por la muñeca para
tratar de acceder al reloj.
―¿Qué haces? ―protestó Em, extrañado por esa actitud, apartándole la
cabezota con la mano―. No te voy a acariciar.

¡Que no es eso!, intentó explicarse Jared.

Toda la manada se rio de la escena. Me carcajeé otra vez al ver el ambiente


jovial que había en la manada y apreté el paso.

El camino hasta la casa de los Cullen transcurrió de este modo, aunque a mí


se me hizo largo, ya que no veía el momento de tener a Nessie entre mis
brazos.

Mi manada se fue disgregando a medida que llegábamos a la casa, hasta que


me quedé yo solo con los Cullen y con los de Denali. Eso sí, tuve un buen
rato a Quil detrás de mí para que le devolviera los pantalones, pero
finalmente conseguí quitármelo de encima.

Visionamos la casa a través de los árboles, y cuando ya estábamos a pocos


metros, me detuve para cambiar de fase. Los demás siguieron, no hacía falta
que me esperasen. Adopté mi forma humana, me puse los pantalones de Quil
y salí de mi escondite, raudo.

Sin embargo, fue girar el tronco y vi a Nessie, que ya estaba a unos pocos
metros de mí. Estaba vestida con uno de esos vestidos premamá que Esme le
había regalado y venía corriendo, agarrándose esa enorme panza que parecía
que se le iba a caer al suelo. Su hermoso rostro todavía reflejaba las horas de
preocupación y ansiedad. No habían sido muchas, dos como mucho, pero 517

seguramente a ella le habían resultado larguísimas.

Mi ángel, mi dulce y precioso ángel.

Eché a correr hacia ella con presteza, ya que no quería que se esforzase en su
estado, y por fin nos encontramos.

―Jake… ―sollozó.
―Nessie ―murmuré con un nudo en la garganta.

Mis brazos se fueron a su cintura para arrimarla a mí, pero los suyos se
fueron a mis hombros y sus manos envolvieron mi cara al tiempo que sus
dulces y preocupadas pupilas la estudiaban, cerciorándose de que no tuviera
ni un solo rasguño.

―Estoy bien, cielo ―la calmé, llevando mi rostro al suyo para besarla.

―Jake… ―murmuró con lágrimas en los ojos, terminando de enganchar sus


labios con los míos.

Sus manos pasaron a mi cuello y a mi nuca y comenzamos a besarnos


alocadamente, con esa energía ya frenética girando a nuestro alrededor. La
emoción podía palparse en el ambiente, pero también la ansiedad y la tensión
que habíamos vivido durante las últimas horas. Mientras nuestros labios
prácticamente se comían, sentí sus húmedas lágrimas mojando mi rostro. Eso
hizo que ese nudo que tenía aferrado en la garganta ya no aguantase más y las
mías también tuvieran vía libre.

Sí, por fin se había terminado todo. Ahora podríamos vivir en paz. Nessie,
Anthony y yo.

La apreté un poco más contra mí, Nessie aferró su mano a mi pelo para que
no me separase de ella nunca, y seguimos besándonos con esa alocada y
emocionada pasión.

518

Llamando a Quil, llamando a Quil.

Aquí el planeta Tierra. Corto

―¿Seguro que estarás bien? ―le pregunté por enésima vez.

―Sí, no te preocupes ―me contestó Nessie, que tenía las manos sobre la
zona de los riñones.
Terminó de acercarse a la silla que yo había traído de la cocina y que había
colocado en mi garaje para la ocasión y la ayudé a sentarse, asiéndola por el
brazo. También había traído unos cojines del sofá, así que después me
apresuré a cogerlos del capó del Golf, volví a la silla y se los coloqué en la
parte trasera de su cintura.

―Ah, gracias, cielo ―me agradeció, sonriéndome y dándome un beso


corto―. La verdad es que tengo la espalda molida, Anthony cada vez pesa
más.

Me lo podía imaginar, bueno, no, claro, yo no estaba en su pellejo, pero


solamente faltaban alrededor de tres semanas para el parto y su barriga ya era
más que enorme. Además, ahora que todo el peligro se había esfumado,
Carlisle le había hecho una última ecografía en la que habíamos comprobado
el estado de nuestro bebé y su tamaño ya era el de un bebé, bebé. Esta vez sí
que habíamos podido imprimir la ecografía, y la teníamos colgada en la
nevera por medio de un imán.

Sí, por fin. La primera fotografía de Anthony. Se me caía la baba cada vez
que abría la nevera, qué puedo decir…

―Pues luego tenemos que ir al curso de preparación al parto, ¿no sería mejor
que descansaras un poco en el sillón de la chimenea? ―sugerí, preocupado,
poniéndome en cuclillas a su lado para acariciar su panza―. No sé, allí
estarías más cómoda, podrías leer…

―Ni hablar ―se negó con una sonrisa, colocando su dedo índice en mi boca
para que cerrase el pico―. Prefiero quedarme aquí, viendo cómo haces la
cuna.

Sonreí.

Ya habían pasado dos semanas de la batalla con los licántropos, de la muerte


de Razvan y el resto de chusma, y nuestra vida había vuelto a la normalidad.
A la normalidad de antes, claro está, a la que teníamos cuando vivíamos solos
en nuestra casa. ¡Sí! Mi familia política se había mudado a su casa de Forks,
el aquelarre de Denali se había pirado a su ciudad y ahora volvíamos a
disfrutar de nuestra intimidad, como marido y mujer.

Bueno, de toda no.

―Toma, hija. ―Bella entró en el garaje y le pasó la zanahoria pelada y


lavada que Nessie le había pedido.

Sí, los Cullen venían todos los días y se pasaban las horas aquí.

―Gracias, mamá ―agradeció ella, cogiéndola.

Últimamente a Nessie le daba por comer zanahorias, era su antojo más


reciente. Le dio un mordisco y Bella se sentó en el banco formado por cajas
de refrescos, a su lado.

Me quedé mirando a Nessie embobado durante un instante. Dios, era tan


hermosa. Todavía no podía creerme que todo el peligro se hubiera terminado
y que por fin pudiéramos vivir en paz. Pero así era, ¡sí! Habíamos terminado
con esos apestosos licántropos, con los rumanos, con esos dos magos
momificados y yo había aniquilado a mi peor enemigo: Razvan.

Eso sí, aún me rechinaban las muelas al recordar lo que ese desgraciado había
estado a punto de hacerles a Nessie y a mi hijo. Menos mal que ese maldito
no se había salido con la suya.

Ezequiel me había explicado que los exteriores de nuestra casa seguramente


habían sido rociados con algún tipo de polvo mágico o algo así para hechizar
a la pulsera de Nessie con el fin de adormilarla, por eso el aro de cuero no
había podido reaccionar ni actuar durante ese alocado trayecto en el Jeep de
Emmett, ni tampoco después.

Ezequiel no había sido capaz de explicar por qué Nessie había podido desviar
hacia ella el hechizo encadenado de Razvan, pero no me había hecho falta,
porque yo sabía de sobra por qué había pasado eso. No había sido mi poder
espiritual, ni ninguna magia, bueno, sí, había sido una magia, pero nada que
ver con la que últimamente estábamos acostumbrados a toparnos. Había sido
un milagro, el milagro que solo una madre puede conseguir gracias al amor
que le profesa a su hijo.

519

Nessie había luchado con todas sus fuerzas, con toda su alma, para salvar a
Anthony, y sin darse cuenta había hecho que el hechizo pasase a ella. De ahí
que la mirase tan atontado, era inevitable.

Entonces, el bebé le propinó una buena patada al vientre de Nessie, un


puntapié que lo distorsionó y que sentí en la palma de mi mano con claridad,
obligándome a bajar de mi nube.

―Vaya, parece que A. J. ya tenía ganas de esa zanahoria ―reí, frotando el


vientre de mi chica.

―No sé si él tenía ganas, pero yo sí que me moría por hincarle el diente a


una ―rio Nessie también.

―A lo mejor está dormido y está soñando ―imaginó Bella, sonriendo.

―¿Qué estará soñando? ―se preguntó Nessie.

―Puede que esté soñando con lo poco que sabe de zanahorias ―bromeó
Bells.

―Llama a Edward ―propuse, mirando a la puerta del garaje para escudriñar


los exteriores―.

¿Dónde está?

Nessie me había contado que Edward podía ver los pensamientos o lo que
fuera del bebé, esos sueños difusos. Me moría de curiosidad por saber qué
sensaciones podía estar teniendo A. J. ahora mismo.

―No está aquí ―me reveló Bella―. Se ha ido al aeropuerto.

Giré el rostro hacia ella.


―¿Al aeropuerto? ―inquirí, extrañado.

―Oh, se me olvidó decírtelo ―exclamó Nessie, pegándole otro mordisco a


su zanahoria.

―El lunes nos volvemos a Anchorage ―me explicó Bella―. Tenemos


exámenes, y no queremos perder este curso. Pero estaremos aquí dentro de
dos semanas, y se quedan Carlisle y Esme.

No quería ser malo, pero no pude evitar sentir esa alegría dentro de mí, qué
quieres que te diga.

No es que me molestasen, ni mucho menos, es más, nos estaban ayudando


bastante con las tareas domésticas y eso, pero saber que íbamos a tener dos
semanas enteras de paz, tranquilidad y sobre todo intimidad me satisfacía que
no veas.

―Ah, vale, no pasa nada. ―Se me escapó una sonrisilla.

No escapó a ojos de Bella y Nessie, por supuesto, pero ambas me sonrieron


con comprensión.

―Bueno, será mejor que me ponga manos a la obra ―sonreí.

Le di un beso en la barriga a Nessie, otro en esos preciosos y carnosos labios


sonrientes que me correspondieron de muy buena gana y me levanté.

Esta semana ya había terminado el dormitorio del bebé, que, por cierto, y no
era por echarme flores, pero me había quedado perfecto, hasta la Barbie tuvo
que callarse la boca, así que había empezado con la cuna. Ya tenía todas las
piezas cortadas, con los cantos redondeados, lijadas y lacadas en blanco,
incluido el somier. Ahora me quedaba lo que más ilusión me hacía del
proceso, solamente me quedaba atornillarlas para terminar de montar la cuna,
y después tenía pensado adornar el cabecero de los pies con algún dibujo
infantil. Todavía tenía que elegir una plantilla, pero eso ya lo compraría con
Nessie. Uno de los lados iba a ser abatible, que era lo más chungo de
conseguir, pero Nathan me había enseñado cómo hacerlo, por lo que esperaba
no tener mayor problema.

Me acerqué a esa mesa improvisada consistente en un tablón con patas que


Emmett se había empeñado en construirme para que trabajara mejor y me
puse manos a la obra.

Agarré uno de los cabeceros y lo posé en la mesa. Cogí el lápiz, el metro, y


empecé a marcar los puntos donde iban a ir los tornillos, midiéndolos bien.
También apunté esas medidas en mi libretilla, para no olvidarme.

Repetí la misma acción en todas las piezas, midiendo las distancias bien y
comparándolas con las de las partes que iban a ir encajadas con su pieza
correspondiente, para que no hubiera ni un fallo. Esto me llevó un buen rato,
la verdad, aunque estaba entretenido con la charla que mantenían Bella y
Nessie sobre la universidad y las anécdotas que contaba mi amiga.

Me acerqué a la estantería que tenía detrás y cogí la taladradora. Escogí la


broca adecuada, se la puse, la enchufé y empecé a hacer los agujeros de los
tornillos en todas las piezas. Comencé por los cabeceros, seguí por el somier
y terminé con las bandas laterales.

Justo cuando terminé de hacer todo esto, alguien apareció por la puerta del
garaje.

―Hombre, Quil, ¿qué te trae por aquí? ―le saludé, echándole un fugaz
vistazo, ya que estaba bastante centrado con mi tarea.

Nessie y Bella le sonrieron.

―Qué hay ―saludó él, apoyándose en la pared con las manos en los
bolsillos de su pantalón―.

¿Qué, terminando la cuna?

520

―Eso intento ―asentí.


―Ajá.

Ese ajá no me gustó mucho. Había sonado demasiado distraído, como si en


realidad no me hubiera escuchado. Levanté la vista de las piezas y le miré
más detenidamente. Estaba observando las cosas que tenía sobre la mesa,
pero sin observarlo, es decir, simplemente sus ojos habían fijado un punto en
el que detenerse y quedarse, y resultaba ser la mesa, pero se notaba que su
cocorota estaba pensando en otras cosas, creo que ni siquiera veía lo que sus
pupilas le enfocaban.

―Esto… nosotras nos vamos a casa, Jake ―dijo Nessie, muy suspicaz,
levantándose de la silla para dejarnos a solas. Bella lo hizo de las cajas de
refrescos apiladas en un parpadeo para ayudarla―. Voy a descansar en el
sillón y leer un poco.

Sí, estaba claro que Quil había venido para hablar conmigo, y Nessie se había
dado cuenta, cómo no.

―Vale ―acepté.

Se acercó a mí, sujetando su enorme barriga.

―Recuerda que a las cinco tenemos que estar en el curso de preparación al


parto ―cuchicheó.

―¿Cómo se me iba a olvidar? ―le sonreí.

Solamente llevábamos yendo cuatro días, pero para mí ya era una cita
obligada a la que no quería faltar, porque me encantaba.

Nessie correspondió mi sonrisa y acercó su rostro para darme un beso tierno


y dulce. Las chispas enseguida saltaron en mi estómago, electrizándolo. Mi
boca no se quería separar de la suya, sin embargo, no me quedó más remedio.

―Te veo luego ―murmuró en mis labios.

Se separó de mi careto alelado y se dio la vuelta, sonriéndome.


―Hasta luego, Quil ―se despidió―. Si quieres tomar algo solo tienes que
pedírmelo, ¿vale?

Pero el muy pasmado seguía pensando en sus cosas.

―Llamando a Quil, llamando a Quil. Aquí el planeta Tierra. Corto ―me


burlé, imitando la voz de una radio transmisora, poniendo las manos sobre mi
boca para que sonase con más efecto.

―Ah. ―Quil regresó de su mundo―. No, gracias, Nessie, no tengo sed.

Mi chica asintió. Me dedicó una última sonrisa, sonrisa que yo correspondí


irremediablemente, claro, y después salió del garaje, junto a Bella.

―¿De verdad que no quieres tomar nada? ―le pregunté, cogiendo la


taladradora para quitarle la broca―. ¿Ni siquiera nada para papear?

―No, gracias. No tengo hambre ―contestó, caminando hacia el banco de


cajas de refrescos como un zombie.

Vale. Estaba claro que le pasaba algo.

―¿Qué te pasa, tío? Pareces un fantasma penitente.

Dejó caer su trasero sobre las cajas, cansado.

―Es que no he dormido nada estos días ―suspiró, apoyando los codos sobre
sus rodillas.

Era evidente que no era por patrullar, ya que esta semana lo estaba haciendo
por el día. Un momento. Entorné el ojo, analizándole, cuando recordé que
había sido a petición suya, ya que la semana pasada le había tocado el turno
de día, y esta semana le tocaba el turno de noche. ¿Dos turnos de día
seguidos? Qué raro…

―Te ha pasado algo con Claire, ¿no es eso? ―Opté por ir al grano, no me
gustaban los rodeos.
Se alzó de repente para mirarme, algo nervioso―. Y no me digas que no,
llevas así de raro desde hace dos semanas, ya cuando fuimos a por los
licántropos. Además, no haces más que desviar tus pensamientos cuando
Claire te viene a la cabeza.

Lo cual solía ser muy a menudo, porque siempre pensaba en ella.

―Es que… estoy hecho un lío ―murmuró, llevando la vista a un lado


mientras se rascaba la nuca.

―Venga, desembucha ya ―resoplé―. Para eso has venido, ¿no? Vamos, te


mueres por desahogarte.

―Prométeme que lo mantendrás en secreto ―me pidió, observándome


fijamente con esa mirada de honor a la amistad que dos colegas conocen tan
bien―. Prométeme que esto que te voy a contar no se lo enseñarás a nadie de
la manada.

―¿Y Embry?

―A Embry se lo contaré en cuanto te lo cuente a ti, cuando ya esté más


tranquilo.

Suspiré y asentí.

521

―Bueno, vale ―acepté―. ¿De qué va todo esto?

Mantuvo un momento de silencio, hasta que bajó el rostro hacia el suelo y


por fin habló, eso sí, con un murmullo.

―Claire me besó.

Tuve que pestañear para reaccionar. ¿Eso era todo? ¿Y por eso estaba así?
Pero si debería de estar contento, ¿no?

―Bueno, ¿y qué pasa? ―Me encogí de hombros.


Levantó el careto de nuevo para mirarme, un poco sorprendido por mi falta
de entendimiento.

La verdad es que no entendía nada.

―Pues que no pude evitarlo y le correspondí el beso ―confesó con un


lamento, inclinándose para meter la cabeza entre sus manos.

―¿Y cuál es el problema? ―Yo seguía sin comprender nada.

Quil volvió a alzarse.

―Pues que tiene quince años recién cumplidos, Jake, ese es el problema
―me aclaró con una voz nerviosa más cercana al miedo escénico que otra
cosa.

―Oh ―murmuré como un idiota, cayendo en eso.

Ya se me había olvidado ese detalle… Es que, bueno, es decir, Claire se


vestía y se maquillaba de esa forma que la hacía parecer mayor, y a veces se
te pasaba que solamente tenía quince años.

―Bueno, pero ¿cuánto se lo correspondiste? ―inquirí―. Porque si solo fue


un beso inocente…

―Mucho, Jake, le correspondí el beso bien ―me cortó, pronunciando las


palabras a regañadientes, con ese nerviosismo.

―¿Pero fueron unos besuqueos o fue un morreo? ―interrogué para


cerciorarme.

Mi amigo me miró y me hizo una mueca, matándome con la mirada.

Vale, había sido un morreo en toda regla. Conociendo a Quil, seguramente le


había comido la boca bien.

―Sam me va a matar ―se lamentó, hundiendo la cabeza en sus manos una


vez más.
―Vamos, él sabe de sobra que no vas con malas intenciones ―le calmé―.
No veo por qué ha de tomárselo a mal.

Volvió a sacar la cara de los subsuelos.

―¿Tal vez porque su sobrina tiene quince años y yo veintinueve? ―dijo con
ironía―. Casi le doblo la edad.

―Venga, tío, físicamente hace tiempo que ya no has envejecido más, y


mentalmente… Bueno, mentalmente te quedaste en los quince, así que estáis
a la par ―bromeé para quitarle algo de hierro al asunto.

―Ja, ja ―articuló, sarcástico―. Da lo mismo lo que yo aparente, ella no deja


de ser menor de edad ―insistió, inquieto y visiblemente preocupado por ese
dato.

―¿Y qué importa eso? Piensa que vais a estar juntos toda la vida, ¿qué más
da si cuando empezasteis ella era menor o no? Además, todo el mundo sabe
que Claire es mucho más madura que una chica de su edad.

―Ya, pero Sam da por hecho que yo voy a esperar a que Claire tenga los
dieciocho.

―¿Tanto te preocupa Sam? ―critiqué―. Háblalo con él, déjale las cosas
claras y ya está.

Tendrá que entenderlo y aceptarlo. No sé por qué le tienes tanto miedo.

―No le tengo miedo ―afirmó, mirándome fijamente para corroborarlo―. Es


solo que yo le respeto, ¿entiendes? Ya sé que él sabe de sobra que no voy con
malas intenciones, que voy muy en serio con Claire, pero también sé que él
prefiere que ella tenga la mayoría de edad. Además ―bajó la mirada―, esto
también me ha pillado por sorpresa a mí, ¿sabes? Yo también quería esperar a
su mayoría de edad para... En fin, que esto… no entraba en mis planes.

Enseguida supe a qué se refería.


―No has podido evitar enamorarte de ella, ¿no? ―le miré con certidumbre,
ya que sabía de sobra de qué hablaba.

Sus ojos se levantaron para observarme y ya me lo ratificaron.

―Sí ―suspiró, bajando los párpados con un sentimiento de culpabilidad que


barría todo su semblante.

―Quil, escucha, tío, es normal e inevitable que te enamorases de Claire


―intenté calmarle―.

Ella es tu mujer ideal, tiene lo que siempre has buscado en una chica, todo lo
que podrías soñar, tiene todas las cualidades que te gustan en una mujer, es tu
alma gemela. Ya sé que es raro, porque es muy joven, pero que te enamorases
de ella es lo más natural del mundo, créeme, yo he 522

pasado por lo mismo, ¿sabes?

―Ya, lo sé, pero lo tuyo es distinto ―rebatió un poco―. Nessie pasó de


tener doce años a tener diecisiete en solo un mes.

―Mes y medio ―le corregí.

―Ya era casi mayor de edad ―siguió él, ignorando mi puntualización―. Tú


no pasaste esta transición. Cuando te enamoraste, ella ya tenía diecisiete.

―Oye, yo también tuve que pasar lo mío, ¿qué te crees? ―refuté, algo
molesto―. No fue nada fácil para mí pasar de sentirse el hermano mayor de
una niña de doce años, a de repente ver que estaba enamorado hasta las
trancas de la misma chica que hacía solo un mes y medio había sido esa cría.
Fue un cambio muy drástico para mí, ¿sabes? No voy a negar que me gustó,
al contrario, me encantó que ella por fin creciera, para qué lo voy a negar,
pero al principio tenía que pellizcarme para saber si estaba soñando o no,
porque no me creía que ella ya fuera una mujer. No te imaginas lo que es ver
que ella tiene doce años, y que a las tres semanas tiene quince y ya te
empieza a gustar físicamente, tú ya me entiendes.
―Sí, creo que algo te entiendo ―murmuró, otra vez con ironía.

―Fue algo muy raro para mí. Tú por lo menos has ido viendo crecer a Claire
poco a poco, has ido viendo cómo ella cambiaba progresivamente, y eso más
o menos te ha ido preparando el terreno,

¿entiendes? Pero yo no tuve eso. Lo mío fue un… ¡bum! ―gesticulé con los
brazos, simulando una explosión―, ella de repente tenía diecisiete años, era
la mujer de mis sueños y yo ya veía que empezaba a enamorarme hasta las
trancas, sin remedio.

―Pero tú enseguida lo asumiste y pudiste disfrutar de lo vuestro, porque


Nessie ya casi era mayor de edad ―debatió.

Eso era verdad, así que tuve que cerrar el pico.

Se hizo un mutismo en el que él volvió a mirar al suelo y yo lo hice con las


piezas de la cuna.

―¿Sabes? Yo creía que esto de la imprimación era otra cosa ―murmuró sin
alzar la vista―.

Pensaba que iba a sentirme como su hermano mayor siempre, hasta que ella
cumpliera la mayoría de edad, y que entonces ya podría enamorarme de ella.

―Pues ya ves que no es así ―le dije, metiendo la broca de atornillar en la


taladradora―. Que yo sepa, nadie elige de quién se enamora, ni cuándo, y a
nosotros, los imprimados, nos pasa lo mismo. No somos diferentes a las
demás personas. Lo único que nos diferencia es que jugamos con la ventaja
de ya saber de quién nos vamos a enamorar, gracias a la imprimación,
porque, claro, ya sabemos que ellas son nuestras almas gemelas, pero nada
más.

Suspiró, soltando el aire con un largo soplido.

―No sé qué hacer, estoy hecho un lío ―admitió con un quejido.


―¿Y qué dice Claire?

―No lo sé, no he hablado mucho de esto con ella todavía.

Levanté la cabeza de la taladradora. Las dos semanas de turno de día se


plantaron en mi sesera una vez más y recordé en lo que había caído antes.

―Así que por eso llevas dos semanas rehuyendo de ella, para evitar el tema
―me sorprendí―.

Pues sí que tienes fuerza de voluntad.

Sí, ya tenía que tenerla, porque yo no me imaginaba huyendo de Nessie ni un


solo segundo.

―No rehuyo de ella ―me corrigió, alzando la vista del suelo para
observarme―. Sigo viéndola, solo que…, bueno, la veo a ratos para…, en
fin, para no tener que enfrentarme a esto.

―O sea, para evitar el tema ―repetí con cierto aire crítico.

―No, no es eso ―alegó, frustrado por no saber explicarse bien. Tomó aire
para sosegarse un poco y siguió hablando―. Antes de hablar con ella
necesito aclararme las ideas, dejar que se calmen las aguas y tranquilizarme.
Aún no sé qué hacer, tengo que pensármelo bien antes de tener una
conversación con ella, ¿comprendes? Porque sé que ella quiere…, bueno
―se llevó la mano a la nuca y se rascó con nerviosismo y algo de apuro―,
quiere que seamos… novios ―bajó la mano y la posó en su rodilla, encerrada
en un puño―, pero yo creo que sería mejor que esperásemos un poco, ya me
entiendes, por lo menos un par de años. Todavía estoy hecho un lío, no quiero
hablarlo con ella sin haber tomado una decisión. No te imaginas lo persuasiva
que puede a llegar a ser Claire.

No, sí, no hacía falta que lo jurara, persuasiva debía de serlo un rato, porque
de momento ya le había sacado todo un morreo.

―Bueno, no veo por qué tienes que esperar a que Claire tenga los dieciocho
―opiné―. Puedes salir con ella en plan casto, ya sabes, sin sexo y esas
cosas.

―Por Dios, Jake, no me hables de sexo. ―Quil casi se pone a sudar de


repente y todo.

523

Me quedé mirando a mi amigo durante un par de segundos. Me sorprendía


verle así, la verdad, con lo que había sido Quil en el pasado. En aquellos
tiempos, no hubiera desaprovechado la mínima oportunidad con ninguna
chica. Todavía me acordaba de aquel jaleo que había tenido en el instituto
con uno de los alumnos mayores por haberse liado con su novia. El muy
idiota. Encima sabía de sobra que ella tenía novio.

Pensaba que cuando Claire creciera él se lanzaría de cabeza a por ella, y más
después de estar tantos años esperándola, de celibato total y eso, pero no.
Aunque, bueno, vale, no era nada difícil deducir el porqué con Claire era
diferente. Quil nunca se había enamorado de este modo.

―Bah, ¿sabes qué te digo? Que te estás engañando a ti mismo, chaval ―le
solté. Quil bajó en entrecejo―. ¿Ves tu puño? ―le indiqué con el dedo. Él
bajó su careto para mirarlo―, pues así estás tú. Todo esto que haces no es
más que una coraza, porque lo que te pasa en realidad es que estás muerto de
miedo. No quieres aceptar que estás enamorado de una chica de quince años.

―Pues sí, estoy muerto de miedo ―reconoció, eso sí, algo irritado―. Ella
tiene quince años, y me da miedo no saber respetarla hasta que sea mayor de
edad, ¿sabes? Me da miedo no poder controlarme, que llegue un día en que
incluso la desvirgue y me diga: «¡Dios mío, ¿qué he hecho?!

¡Solo tiene quince años!». ¿En qué me convertiría eso? Sería un… pervertido
o algo así.

No pude evitar reírme.

―Dervirgar. Dices desvirgar como si te fueras a abalanzar sobre ella como


un poseso ―me reí.

Quil cogió una tuerca del suelo y me la lanzó.

―No te rías, no tiene gracia ―se quejó mientras yo esquivaba ese misil,
aunque a él también se le escapó la risa―. Te parecerá una tontería, pero yo
me como el tarro todos los días con esto. ―Entonces, le dio por ponerse
tímido―. Bueno, ya sabes que… nunca he estado con una chica de ese modo,
tú ya me entiendes.

―Uf, la verdad es que veintinueve años de celibato es mucho tiempo.


―Vale, no era para reírse, lo sé, pero mi risa fue inevitable.

―Venga, tío, no te rías ―sonrió él también, arrojándome otra tuerca.

Tuerca que yo volví a esquivar entre mis carcajadas maliciosas.

―Sí, ya te veo abalanzándote sobre ella como un auténtico poseso ―bromeé.

―Y encima, yo no puedo ocultar mis pensamientos como tú. ¿Te imaginas la


cara de Sam? ―rio, siguiendo mi broma.

―Me imagino la tuya cuando él corra detrás de ti para clavarte los dientes
―me tronché.

―Ja, ja ―masculló, usando un tono de retintín―. ¿Ves? Por eso es mejor


que no empecemos nada hasta que pasen un par de años. Tengo que evitar la
tentación, ¿qué quieres que haga?

―Pues que no te comas tanto el tarro ―le aconsejé, cogiendo los tornillos de
la estantería que tenía detrás de mí―. Si pasa, pasa, ya está. Además, no
sabes qué puede ocurrir. A lo mejor ella te para los pies muy bien.

―Tú no conoces a Claire ―volvió a soplar―. Ya te he dicho que puede


llegar a ser muy persuasiva.

―¿Tan lanzada es? ―Sonreí con algo de socarronería.


Quil me miró como si tuviera que adivinar algo muy evidente.

―Jake, es mi alma gemela ―me recordó con esa expresión.

Ambos nos quedamos un instante observándonos y terminamos soltando unas


risitas sordas.

―Bueno, pues no sé, tío ―le dije, mordiéndome el labio, sonriente, al


tiempo que hacía una negación con la cabeza―. Tú sabrás lo que haces. Si yo
fuera tú, me lanzaba a la piscina de cabeza y saldría con ella en plan casto,
pero, en fin, si crees que eres capaz de esperar un par de años más…

―El problema es que Claire no quiere esperar ―suspiró―. Fue ella la que
me besó, ya te lo dije.

―¿Y por qué le dio por besarte? Creía que ella iba a esperar también.

―Porque Nessie le dijo que ella me gustaba ―respondió, pronunciando las


palabras con cierto reproche y un tono acusica.

Giré el rostro para mirarle, extrañado.

―¿Cómo?

―¡No es así exactamente! ―irrumpió Nessie de pronto, entrando en el garaje


con rapidez al tiempo que sostenía su enorme barriga con una mano, con un
semblante de apuro y preocupación―.

¡Todo tiene una explicación!

Bella lo hizo detrás de ella.

524

―Hola ―intentó disimular con una sonrisa tonta.

―¿Qué hacíais ahí? ―protesté, frunciendo el ceño―. ¿Es que estabais


cotilleando?
―Estupendo… ―resopló Quil, cruzándose de brazos y mirando hacia otro
lado.

―No… ―Miré a Nessie con una cara que decía «venga ya»―. Bueno, vale,
sí ―reconoció, avergonzada―. Pero fue sin querer. Estábamos paseando por
el jardín, os oímos hablar y, bueno, no pudimos evitar quedarnos para
escuchar.

―Genial, Nessie ―le regañé.

―Lo siento ―se disculpó, poniendo ojitos.

Ay, esos ojitos…

―En fin, da igual ―dijo Quil, soltando otro suspiro―. De todas formas, se
iban a enterar.

―No le dije que ella te gustaba ―aclaró Nessie―. Bueno, no con esas
palabras. ―Bajó la mirada, colorada, y después la volvió a subir para
mirarnos―. Lo que le dije es que tuviera paciencia, que solamente tenía que
esperar un par de años más, y que tú terminarías lanzándote algún día, solo
eso.

―Pues Claire debió de cansarse de esperar y decidió que lo mejor era


lanzarse ella ―le contestó Quil con un poso de reproche.

―Mira, Quil, tienes que hablar con Claire, tenéis que aclarar las cosas de una
vez ―le aconsejé.

Ya no sabía qué más decirle, la verdad―. Si ella no sabe lo que tú quieres y


tú tampoco sabes lo que ella quiere, no podrás tomar una decisión,
¿entiendes? Me refiero a la decisión correcta, la decisión adecuada para los
dos. Así que déjate de ir por ahí como un mártir y ponte las pilas con ella.
¿Cómo vais a arreglar el tema si no lo habláis? Es absurdo.

Mi amigo soltó un suspiro largo una vez más.


―Tienes razón ―asintió, cerrando los ojos―. Lo mejor es que hable con
ella.

―Eso es, habla con ella ―reiteré, colocando una pieza lateral sobre el
cabecero de la cuna para comenzar a atornillarla.

Se quedó mirando cómo lo hacía, junto a Nessie y Bella.

―Oye, te está quedando muy bien ―me alabó―. Tu cuna tiene buena pinta.

―Bueno, más me vale, por mi bien. Ya sabes, no quiero tener a la Barbie


todo el día encima de mí echándome en cara lo de la cuna ―afirmé en broma.

―¡Te he oído, chucho! ―gritó Rosalie desde el interior de mi casa.

Yo me carcajeé, pero a Quil se le puso la cara pálida.

―¿También están ellos en tu casa? ―preguntó, señalando el exterior con el


dedo, aunque más que una pregunta era un lamento quejumbroso. No hizo
falta que le contestara, claro―.

Genial… ―se quejó, inclinándose sobre sus manos para hundir la cabeza en
ellas.

A Bella se le escapó una risita y los demás no pudimos evitar hacer lo mismo.

―Emmett está viendo un partido, no creo que haya oído nada ―se me
ocurrió.

―¡Lo malo es que hoy no hay partido! ―voceó el mencionado.

―Estupendo ―gruñó Quil, levantándose―. Menuda intimidad que tienes


aquí, esto es peor que la manada. Pues sí que...

―Y que lo digas… ―suspiré yo.

Bella me dedicó un mohín.


―Bueno, tío, creo que mejor voy a hablar con Claire antes de que lo sepa el
mundo entero menos ella ―declaró, de camino a la puerta.

―Me parece genial. Yo seguiré con la cuna.

―Que te quede bien ―se despidió, saliendo del garaje.

―Que te vaya bien con Claire ―le deseé.

―Ah ―se detuvo y se giró en el umbral para mirarme, otra vez con ese
honor a la amistad―, y gracias, tío.

Tonto.

―De nada, hombre. Anda, tira ya con Claire ―le contesté con una sonrisa,
alzando el brazo para instarle a que se fuera ya.

―Ya nos vemos ―se rio, dándose la vuelta.

―Adiós ―me reí yo también―. ¡Y trata de controlarte! ―le grité acto


seguido con sorna.

―¡Ja, ja! ―escuché que me contestaba, con sarcasmo.

Me carcajeé.

Quil se perdió de mi vista, por el jardín, y yo continué con mi tarea mientras


Nessie y Bella se sentaban de nuevo para observarme trabajar.

525

Sí, dulce trabajo.

526

Nena, cielo, preciosa, cariño

Subí los peldaños tranquilamente, de dos en dos, al tiempo que silbaba el


estribillo de una canción de la que no sabía ni el título, ya que solamente la
había oído en el estéreo del coche un par de veces. Eso sí, era pegadiza, la
condenada. Atravesé la corta distancia que había de la escalera al cuarto del
bebé y pasé adentro.

Como me había supuesto, Nessie se encontraba en este dormitorio,


observando lo bonita que nos había quedado la decoración con mi, no es por
nada, excelente trabajo y, vale, los acertados cuadros y blancas estanterías
con motivos infantiles que había aportado Esme. Estaba doblando la diminuta
ropa de A. J. por enésima vez, señal de que había vuelto a sacarla para
mirarla, y la estaba colocando de nuevo en el armario. Sí, se notaba que
solamente faltaba una semana para que saliera de cuentas.

Me acerqué a ella por detrás y rodeé su descomunal barriga con mis manos.
No se asustó, claro, ya me había oído silbar de camino hacia aquí. Giró su
rostro hacia el mío, sonriente.

―Hola ―le saludé, sonriendo como un alelado.

No sé por qué la saludaba, porque acababa de verla hace un rato, en realidad,


no me había pirado de casa en todo el día, pero no pude evitarlo.

―Hola ―respondió ella, también con una sonrisa.

Los dos nos dimos un beso. Despegué mi bocaza antes de que el chisporroteo
de mi estómago subiera de intensidad, como la energía, y ya se convirtiera en
una misión imposible.

―¿Viendo la ropa del bebé? ―le pregunté, acariciando su vientre.

―Sí ―asintió, poniendo sus manos sobre las mías.

Me fijé en que incluso había vestido la cuna con uno de los juegos de ropa de
cama que Bella y Edward habían comprado hacía poco menos de un mes,
movidos por el entusiasmo de nuestra salida victoriosa contra los magos y los
rumanos, bueno, sobre todo porque Nessie y el bebé finalmente habían salido
ilesos de aquello. La cuna tenía la mantita de color azul puesta, de la que
sobresalía el embozo de la sábana blanca, con las letras «A. J.» bordadas y
una franja de rayas de unos ocho centímetros justo en el borde de la tela, todo
ello también en azul, y esa diminuta y plana almohada, que hacía juego con el
resto, ya que seguía la estética de rayas azules y blancas.

―Veo que ya le has preparado la cuna y todo ―sonreí, apretándola contra mí


con ilusión.

Vale, vale, lo reconozco, se me caía la baba, casi nos podíamos poner a nadar
allí.

―Ya sé que todavía queda una semana para que nazca, pero me gusta tanto
la cuna que me moría por verla vestida. ―Se giró hacia mí y rodeó mi cuello
con sus brazos, mirándome con una amplia sonrisa de orgullo y
satisfacción―. Te ha quedado genial.

Ver su rostro satisfecho y desbordante de adoración me llenaba de felicidad,


qué puedo decir.

Bueno, es que la cuna me había quedado muy bien, para qué íbamos a
negarlo. Al final había encontrado la plantilla para el dibujo infantil de un
cachorro de lobo. A Nessie le hacía especial ilusión que el cabecero de los
pies tuviera el dibujo de un lobo, así que rebusqué por todos los sitios habidos
y por haber, me costó un triunfo, todo hay que decirlo, hasta que por fin di
con esa plantilla en una pequeña tienda de aquí, en La Push.

―Entonces, ¿te gusta de verdad? ―inquirí, observando esos ojazos con


atención.

―Me encanta, es la cuna de mis sueños ―afirmó, sonriéndome―. No hay


otra cuna mejor en todo el mundo.

Sonreí, más que satisfecho, y volví a besarla, esta vez con un beso más largo.

Claro, por supuesto una vez más tuve que obligarme a despegar mi boca de la
suya, porque si seguía…
―¿A qué hora llegan tus padres y tus tíos? ―pregunté para poder tomar aire
y recuperarme.

Y también porque había subido hasta aquí para otra cosa.

―El avión aterrizará sobre las seis de la tarde.

―¿Y Carlisle y Esme?

―Pues, no lo sé. El congreso empezaba a las nueve de la mañana, pero ni


siquiera Carlisle sabe a qué hora terminará. Es el último día, y es cuando los
médicos hacen sus preguntas y resuelven 527

las dudas que tienen, así que puede que se alargue un poco ―me explicó.

―Ah.

Carlisle y Esme llevaban todo el fin de semana en Port Angeles, asistiendo a


un tedioso congreso sobre genética, ese tema que le encantaba a Doc. Había
empezado el viernes y duraba cuatro días, así que hoy, lunes, era el último
atracón de genes que se daba Carlisle. Y la pobre Esme, que menuda
paciencia.

Nessie entrecerró los ojos, perspicaz.

―¿Por qué? ―inquirió.

―Bueno, verás, es que quería limpiar un poco mi Harley, ¿sabes?,


últimamente la tengo muy abandonada ―reconocí, alzando una de las
comisuras de mis labios―. Pero primero quería cerciorarme de que después
teníamos tiempo de sobra para disfrutar de lo poco que nos queda de nuestra
soledad. Viendo cómo está el patio es un privilegio, y no quiero
desaprovecharlo.

―Anda, ve a limpiar tu Harley ―accedió, riéndose, ladeando mi cara con la


mano―. Todavía tenemos tiempo de disfrutar de esta paz.

Me carcajeé.
―No tardaré nada, te lo prometo. ―Le di un último beso en los labios, este
corto, y me separé de ella, girando medio cuerpo sin dejar de mirarla, para
echar a andar hacia la puerta.

―Yo iré abajo, quiero terminarme ese libro que empecé ayer ―dijo,
guardando lo que le quedaba de ropa en el armario y cerrando las puertas del
mismo.

Le echó un último vistazo al mueble, ahora que lo había cerrado, y sonrió. Sí,
no me había quedado nada mal. Lo había lacado en blanco y había
aprovechado la misma plantilla de la cuna para estampar ese dibujo de
cachorro de lobo en la parte inferior de una de las puertas.

―Te acompañaré al salón ―me ofrecí. Me di la vuelta y la cogí de la mano.

―No hace falta, puedo yo sola ―aseguró, aunque no se soltó de mi


amarre―. Estoy embarazada, no…

―No enferma, ya, ya ―terminé yo, echando a caminar con ella hacia el
pasillo―. Pero estás en la etapa final, finalísima, del embarazo, y tu barriga
pesa más.

―Eso sí ―gimió de repente, sumándose una mueca de dolor mientras se


sujetaba el enorme vientre con la mano suelta.

―¿Qué pasa? ―quise saber, algo alarmado.

―Nada, cielo, una de esas contracciones de siempre ―me calmó, ahora más
aliviada al dejar de sentirla.

Ah, sí. Uf, qué susto. De un tiempo para acá Nessie había empezado a sentir
unas contracciones que tenían un nombre rarísimo. Doc me había dicho cómo
se llamaban, era algo así como contracciones de Braxton no sé qué, pero mi
sesera no había sido capaz de retener ese extraño nombre. Según él, esas
contracciones eran normales en esta etapa final del embarazo, aunque yo no
acababa de acostumbrarme.
La tomé en brazos al llegar a las escaleras y la bajé hasta el vestíbulo de
abajo. Como ya estaba en ello, la llevé al salón y la dejé junto al sillón de la
chimenea, donde se solía sentar para leer.

―Gracias ―sonrió, y me dio un beso en los labios.

Mientras se sentaba, le acomodé los cojines en la espalda para que estuviera


más cómoda.

―¿Mejor así?

―Sí ―me sonrió de nuevo.

Cogí el libro que reposaba sobre la chimenea y se lo pasé.

―No tardaré, ¿vale? En cuanto termine me tendrás aquí ―prometí con una
sonrisa, acariciando su mejilla.

―Venga, ve, no te preocupes por mí ―me instó con la mano,


sonriéndome―. Estaré bien leyendo este libro tan interesante.

―Vale ―sonreí, dándole un beso en los labios―. Te veo ahora. ―Me di la


vuelta y comencé a caminar hacia el vestíbulo, pero luego me paré y me giré
para mirarla―. Si necesitas algo, llámame, ¿de acuerdo?

―Sí, no te preocupes ―rio, meneando las manos hacia fuera para que me
largara de una vez.

Me reí y me di la vuelta una vez más para seguir caminando.

Salí de casa y me dirigí al garaje, silbando esa dichosa canción otra vez. Hay
que ver, cómo se pegaba la condenada. Entré en el recinto de esta guisa, me
acerqué a una de las estanterías, cogí el cubo, una esponja, dos paños,
encendí mi viejo y anticuado radiocasete para amenizar el asunto con un poco
de música y me puse a trabajar.

528
Maldije para mis adentros cuando recordé que todavía no había arreglado el
problema con la manguera. Seguía sin funcionar bien, y tan pronto no tenía
presión, como de repente te soltaba un chorretón que te dejaba la camiseta y
los pantalones perdidos. Y eso me pasó cuando estaba llenando el cubo.
Genial.

En cuanto terminé de pelearme con la manguera y conseguí verter toda el


agua que quise en el cubo, le eché ese jabón especial para metales, mojé la
esponja y me puse a restregar mi preciosa Harley Davidson, silbando
alegremente esa canción que estaban radiando.

No es que estuviera sucia, vale, pero últimamente tenía a mi Harley muy


olvidada, y, Jesús, ese polvillo que la cubría era la prueba.

La limpié bien, introduciendo la esponja hasta por los recovecos más


difíciles, y después pasé a la segunda fase del lavado: el secado.

Tiré la esponja en el agua y cogí el paño para comenzar a secar la moto. No


sé cuánto tiempo estuve, pero me pareció que había terminado pronto y todo.

Vale, tercera fase del lavado: brillo.

Agarré el otro paño, ese que era más suave, y me puse con ello enseguida. Le
pasé el paño una y otra vez a los tubos metálicos de mi preciosa Harley
Davidson. Sí, estaba quedando brillante, brillante.

―¡Jake! ¡JAKE!

Casi tiro la moto abajo al escuchar los gritos de Nessie, del sobresalto.

―Nessie… ―Solo conseguí que me saliera un murmullo.

Mis torpes piernas tropezaron con el cubo en su salida hacia la puerta del
garaje y el agua me salpicó hasta los pantalones, mojando también lo que
acababa de secar del vehículo. Guay.

Salí despedido del garaje y entré en casa a todo lo que daban mis empapadas
piernas.

―¡Nessie! ―voceé ya.

―¡Jake!

Me dirigí hacia el salón y cuando entré la vi arrodillada en la alfombra de la


chimenea, envolviendo su barriga con los brazos. Me asusté al verla así,
además, su rostro estaba desfigurado con una mueca de dolor.

―¡Nessie, ¿qué te pasa?! ―pregunté ansiosamente, acercándome a ella y


arrodillándome a su lado de igual modo.

―Ya viene. He roto aguas ―me anunció con tranquilidad, seguramente para
tranquilizarme a mí.

Ay, madre. Esa era la voz de alarma. El anuncio que tanto estaba esperando,
aunque no contaba con que fuera tan pronto. Dios, demasiado pronto. ¡Pero si
se suponía que todavía quedaba una semana!

Bueno, venga, tranquilo, tranquilo. Respiré hondo, ya más calmado, aunque


solo por un diminuto segundo, porque no sabía si Carlisle todavía estaba en
Port Angeles, ni si le iba a dar tiempo a llegar. Intenté no seguir pensando en
eso y relajarme.

―Vale, nena, no pasa nada ―le calmé, acariciándole la cara. No sabía si esas
palabras eran para ella o eran más bien para mí―. ¿Puedes ponerte de pie?

―No, esto empieza a dolerme mucho… ―se quejó, encogiéndose sobre su


vientre.

―Bueno, cielo, pues túmbate aquí, venga. ―Y coloqué su brazo sobre mi


hombro para ayudarle a que lo hiciera.

―La alfombra… ―lamentó mientras tanto―. La he puesto perdida.

No pude evitar que se me escapara una pequeña risa nerviosa.


―Ya compraremos otra. ―Y la tumbé del todo―. Espera.

Me puse de pie con rapidez y cogí un montón de cojines del sofá, incluido el
que formaba el asiento de abajo, más la manta que siempre usábamos para
acurrucarnos juntos en el mismo.

Aparté un sillón y coloqué los cojines en el suelo y la pared, a modo de


camilla improvisada.

―Aquí estarás más cómoda ―le dije, poniendo su brazo sobre mis hombros,
como antes.

La levanté un poco, tomándola en brazos, y la recosté con mucho cuidado en


esa «camilla» cutre, recolocando los cojines en su espalda para que estuviera
un poco incorporada y se sintiera lo más cómoda posible.

―¿Mejor así?

―Sí, gracias ―me sonrió.

Cogí la manta y la abrí.

―No, la manta no ―me paró cuando se la iba a extender―. Tengo calor.

529

―Vale, nada de mantas ―acepté, inquieto.

Y la tiré en uno de los butacones.

―Ay ―gimió.

―¡¿Qué?! ¡¿Qué pasa?! ―Dejé caer las rodillas con tanta fuerza para estar
junto a ella, que vibró toda la solera de la casa.

―Tranquilo, solo es una contracción. ―Su boca se curvó hacia arriba.

―Ah, ya, claro. Una contracción ―contesté con nerviosismo.


Mierda. No sabía qué hacer.

Vale, vale, tranquilo, Jake, tranquilo, me dije a mí mismo. Piensa, piensa. Ah,
Carlisle.

Me volví a levantar y corrí hacia el teléfono.

―Jake… ―me reclamó.

―Ya voy, preciosa. Voy a llamar a Carlisle para que venga, ¿vale? Me
tendrás contigo en dos segundos.

―Vale ―aceptó con voz quejumbrosa.

Salí del saloncito y me fui hacia el vestíbulo. No quería que ella me viera en
este estado neurótico.

Marqué el teléfono de Carlisle a toda velocidad y me puse el teléfono en la


oreja mientras paseaba de aquí para allá.

Ni siquiera llegó al tercer tono.

―¿Diga?

―¡Carlisle! ¡Ya… ya está aquí! ―grité en voz baja.

―¿Jacob?

―¡Sí, soy Jacob! ¡Tienes que venir! ¡Nessie está de parto!

―Oh, mi niña está de parto ―escuché que exclamaba Esme, emocionada―.


Llamaré a Bella.

―Vaya, parece que se le ha adelantado un poco ―dijo Carlisle con voz


sosegada, y hasta alegre.

―Sí, qué agudo, Doc ―afirmé con sarcasmo.


―¿Y va todo bien?

¿Pero qué le pasaba? ¿Me estaba tomando el pelo o qué?

―Sí, claro, Nessie acaba de romper aguas, está tumbada en la alfombra con
contracciones…

Nada, ya sabes, lo normal. ―Esta vez el sarcasmo me salió con más


acidez―. ¡¿Me estás tomando el pelo?!

―Me refería a si está teniendo alguna complicación ―me corrigió él.

Genial. Encima ahora quedaba de estúpido y todo.

―Ah ―carraspeé―. No, bueno, no sé. Ella tiene dolores, contracciones, no


sé, todo eso ―declaré, rascándome la nuca impacientemente.

―Mmm, si acaba de romper aguas las contracciones deberían haber venido


más tarde ―murmuró para sí.

―¿Qué? ―Mi neurosis aumentó.

―Nada, todo va bien. Escucha, ya estoy de camino, el congreso ha terminado


más pronto de lo que creía y ya llevo una hora y media en el coche. Ahora
tranquilízate. Acabo de entrar en la carretera que lleva a Forks, así que hasta
que yo llegue, tendrás que ocuparte tú.

―¡¿Yo?!

¡Uf! Ahora sí que estaba asustado.

―No te preocupes, todo irá bien. Normalmente un parto suele durar entre
ocho y doce horas desde la primera contracción, sobre todo en madres
primerizas, así que llegaré a tiempo. Yo te iré dando instrucciones mientras
tanto. Dime, ¿cada cuánto tiene las contracciones?

―No sé, tuvo una hace unos cinco minutos, más o menos.
―Bien, tienes que vigilar eso, y también la dilatación.

―¿La dilatación? ¿Y cómo diablos miro yo eso?

―Tienes que introducirle los dedos y…

―¡¿Introducirle los dedos?! ―Una nota ascendió con mi tono de histerismo.

¿Y si la hacía daño?

―Es necesario para saber en qué estado se halla el cuello uterino, si todavía
no se ha borrado o si ya lo ha hecho parcialmente. Cuando se haya borrado
del todo sabremos qué grado de dilatación presenta, pero para entonces ya
estaré yo ahí, tranquilo ―me calmó.

Sí, recordaba algo de eso de las clases de preparación al parto. Se introducían


los dedos para palpar y… Ay, madre.

530

―Está bien. Voy… voy a mirarlo y te llamo.

―De acuerdo. Comprueba eso y ve bajando unas toallas. Estaré con el manos
libres todo el tiempo, así que llámame siempre que quieras.

―Vale. Hasta ahora.

Y colgué el teléfono.

Estaba nerviosísimo, bueno, más bien histérico, neurótico perdido. El único


parto que había visto en mi vida era el nacimiento de mi mujer, y encima
aquello había sido peor que una escena de una película gore en directo.

Intenté relajarme y me apresuré a subir al baño, dando zancadas por las


escaleras para recorrerlas de tres en tres. Atravesé el pasillo como un galgo,
entré en el baño y posé el teléfono en la meseta del lavabo. Me lavé las
manos y los brazos con agua y jabón, estilo médico, un poco más y me lavo
hasta los hombros. En fin, me sentía como un auténtico idiota, pero tenía que
hacerlo, aunque, vale, Doc iba a llegar dentro de nada y él tomaría las
riendas. En cuanto terminé de secarme, abrí el mueble que teníamos debajo
del lavabo y saqué unas toallas limpias; no tenía ni idea de cuántas tenía que
llevar, así que agarré tres. Cerré el mueble, cogí el teléfono y bajé las
escaleras corriendo, otra vez de tres en tres, para irme al lado de Nessie.

―Has tardado mucho ―se quejó cuando llegué al salón, sin dejar de
acariciar su barriga con ansiedad mientras yo tiraba las toallas en la butaca de
al lado, me arrodillaba a su lado y posaba el teléfono junto a mí.

―Lo siento, cielo, es que estaba hablando con Carlisle ―le di un beso en los
labios y le acaricié la frente―. Va a tardar un poco, así que por el momento
me tengo que encargar yo de controlar el parto. Él me irá dando
instrucciones, pero llegará enseguida, así que todo saldrá bien, ¿vale?

―Vale ―asintió.

Miré el reloj del saloncito y me desplacé hacia sus piernas.

―Bueno, preciosa, vamos a ver cómo va esto.

Levanté la falda de su vestido de lino azul y le quité la ropa interior. Ella


dobló las piernas y las abrió. De momento, no se veía nada raro. Aquello
estaba igual que como lo había dejado la última vez que lo vi. Tragué saliva y
me dispuse a hacer lo que me había encomendado Carlisle.

Llevé la mano hacia la zona y… la retiré vertiginosamente.

No, eso que lo hiciera Carlisle. ¿No decía que era pronto? Pues seguramente
eso todavía estaba sin borrar o como se dijera. Nada de nada. Así que hice lo
que mejor podía hacer en estos momentos. Me posicioné más arriba para
sentarme a su lado, entrelazando las piernas, y la tomé de la mano.

―Puedes sentarte en uno de los butacones, no tienes por qué estar aquí, en el
suelo conmigo ―afirmó, llevando una sonrisa a esa carita suya de ángel.

―¿Qué dices? Esto no me lo pierdo por nada del mundo ―le sonreí yo
también.

―Por el momento estoy bien, en serio.

―¿Tú lo harías? Si yo estuviera en tu lugar, ¿lo harías?

―La verdad es que no te imagino en mi situación ―se rio―. Pero no, tienes
razón, no lo haría.

―Pues eso.

Llevé mi otra mano a su cabello y comencé a pasarle los dedos como a ella le
gustaba, para que estuviera lo más tranquila posible. No nos dijimos nada, tan
solo nos miramos y nos sonreímos. Me di cuenta de que los dos teníamos una
chispa distinta en la mirada, una mezcla de alegría y nerviosismo, ambos
estábamos ansiosos de que naciera nuestro bebé. Estuvimos así un buen rato,
hasta que su sonrisa se volvió a desfigurar con otra mueca de dolor y se le
escapó un gemido.

―¿Otra contracción?

―Sí… ―asintió con la misma cara.

Miré el reloj de nuevo.

Cogí el teléfono y llamé a Carlisle. No tardó nada en cogerlo.

―Dime, Jacob.

―Las contracciones son cada veinte minutos, bueno, eso creo.

―Bien. Esas son las primeras contracciones, todavía no son las contracciones
del parto, propiamente dicho. Estará así, con esas contracciones suaves unas
horas, hasta que el cuello del útero empiece a borrarse. Bueno, voy a
explicártelo lo más sencillamente posible.

―Sí, por favor ―le pedí con un tono un tanto sarcástico.


Con los nervios que tenía, como para tener que centrarme en palabras raras,
además, ya había dado esa lección en las clases de preparación al parto, y
también había leído algo en las revistas 531

premamá de Nessie.

―El cuello uterino comenzará a borrarse poco a poco, y, entonces, cuando se


haya borrado del todo, empezará a dilatarse. Cuando haya dilatado tres
centímetros ya serán contracciones de parto.

Una vez que eso ocurra, empezará a tenerlas con más frecuencia y se irán
intensificando. El cuello del útero deberá dilatarse hasta los diez centímetros
para el buen paso del bebé, así que eso llevará horas, no te preocupes.

―Bueno, ¿y qué tengo que hacer?

―Ve a coger mi maletín, lo dejé en la habitación del niño. Bájalo y ábrelo


para que esté todo listo para cuando yo llegue. Ahora solo te toca esperar y
alentar a Nessie, que ya es mucho. ―Se notó que esto lo dijo con una
sonrisa―. Por cierto, hemos intentado llamar a Bells y a los demás, pero ya
deben de estar en el avión y tienen los móviles apagados, no obstante,
continuaremos intentándolo. Tú sigue controlando las contracciones, y si
pasaran a ser cada diez minutos, cosa que es muy improbable, llámame.

―Vale, de acuerdo. Hasta luego, Doc.

Colgué y dejé el teléfono en el suelo.

―¿Qué te ha dicho? ―quiso saber, acariciando su barriga.

La pobre estaba tan centrada en lo suyo, que ni siquiera prestó atención a la


voz de Carlisle al otro lado de la línea.

―Que coja su maletín y que le llame si las contracciones son cada diez
minutos, aunque me ha dicho que eso es muy improbable ―le revelé,
levantándome―. Vengo ahora, ¿vale? Está en la habitación del niño.
Asintió y yo salí presto hacia las escaleras. Una vez más, subí los peldaños de
tres en tres, a toda velocidad, pasé al vestíbulo superior, en el cual derrapé a
un lado, y cuando recuperé el control de mis piernas entré en el dormitorio
del bebé. Enseguida avisté el maletín, estaba encima del escritorio. Lo cogí y
salí de la habitación para bajar las escaleras con la misma rapidez con la que
las había subido.

Cuando llegué al salón, Nessie seguía igual que como la dejé, con su adorable
ceño fruncido y acariciando su vientre. Posé el maletín en el suelo y lo abrí,
dejando la tapa del mismo levantada.

Ugh. El contenido parecía un muestrario de accesorios de tortura. Lo giré


para que Nessie no lo viera y me senté a su lado, con la postura de antes.

―¿Cómo lo llevas? ―Me uní a sus caricias y entrelacé mis dedos sobre los
suyos.

―Bueno, esto me duele bastante... ―murmuró con ese rostro aquejado.

―Todo saldrá bien, ya lo verás.

Me sonrió y me incliné sobre ella para besarla.

―Tengo muchas ganas de verle la carita ―declaró, observando su vientre y


frotándolo con mi mano encima de la suya―. Espero que se parezca a ti.

―¿Y si se parece a ti?

―No, será a ti ―afirmó con confianza.

―Siempre dices lo mismo. ¿Y cómo lo sabes? ―me reí.

―Lo sé .―Y me miró con esa mirada de convicción que tienen las madres
embarazadas cuando les da una corazonada y después se cumple.

Iba a inclinarme sobre ella otra vez para darle otro beso cuando soltó un
gemido de dolor más agudo que el anterior. Su carita se retorció con más
sufrimiento y mi corazón pegó un brinco.
―¿Otra contracción? ―Intenté preguntarlo con tranquilidad, pero creo que
mi estúpida voz me traicionó.

―Sí, y esta dura más y duele mucho… ―gimió.

Miré el reloj. Solamente habían pasado diez minutos desde la anterior. ¿No
me había dicho Carlisle que estaría unas cuantas horas con contracciones
cada veinte minutos? ¿Le habría oído mal?

Respiré hondo para relajarme un poco. Lo mejor era esperar a la próxima


contracción para llamar a Doc, no fuera que esta se hubiera adelantado o
algo. Tampoco quería ser un padre de esos histéricos que se llevan las manos
a la cabeza por nada. Además, estaba acostumbrado a llevar situaciones
peores, ¿no? Esto no era nada para mí.

Los siguientes minutos pasaron bastante bien, aunque un poco lentos, la


verdad. Puede que fuera porque yo no hacía más que oscilar la mirada del
reloj a Nessie y de Nessie al reloj, controlando el cadencioso y aburrido
movimiento de las agujas a la vez que observaba el estado de mi mujer y la
peinaba con mis dedos para tratar de aliviarle un poco. Sí, como si así fuera a
hacer 532

algo, lo sé, lo sé.

Pegué otro bote cuando Nessie apretó mi mano y se retorció al gemir, ahora
sus cejas finas y perfectas se fruncieron con más dolor.

¿Ya? ¿Otra? Miré el reloj por enésima vez. Ocho minutos. Dios. Bueno, vale,
era un padre histérico, mejor dicho, estaba al borde de un ataque de nervios.
¿Seguro que un parto duraba de ocho a doce horas?

―Jake…, esto me duele mucho… ―se quejó.

―Tranquila, nena, todo irá bien ―le calmé, acariciando su frente.

Ahora sí. Agarré el teléfono y marqué el botón de rellamada. Casi no esperé


ni al click del descuelgue.

―Ya. Ya son cada diez minutos. Bueno, ahora ocho, mejor dicho.

―¿Ya? ¿Estás seguro?

Parecía sorprendido. Eso me inquietó aún más.

―Sí, sí, lo he comprobado dos veces ―respondí con nervios.

―Entonces es probable que ya sean contracciones de parto ―afirmó con voz


seria, aunque seguía conservando esa serenidad tan propia de Carlisle. Aun
así, a mí no me serenó nada. Mi mujer ya estaba de parto. De parto, parto. Y
él no iba a llegar. Dios. Genial―. Dime, ¿se ha borrado el cuello uterino?
¿Has visto cuánto ha dilatado?

―¿Qué? ¿Cuánto? ―pregunté sin comprender.

―Sí, ¿cuántos centímetros ha dilatado?

Centímetros, centímetros, ¿y yo qué sabía cómo se medía eso ahí?

Me desplacé para mirarlo. Nessie volvió a abrir las piernas y yo tuve que
armarme de valor. Le eché un ojo al maletín y vi que había una caja de
guantes de látex. Arranqué un par y me los puse como pude, con los inquietos
ojos de mi chica fijos en todo lo que yo hacía. Genial.

Bien, vamos allá…

―Bueno, cielo, voy a comprobar si…

―Ya he oído a Carlisle ―me ahorró ella.

―Vale. ―Tomé aire―. Intentaré ser muy suave, ¿de acuerdo? Si te hago
daño o algo, dímelo.

―No creo que lo que tú me hagas me vaya a doler más que esto ―gimió.
Dios, mi ángel… De acuerdo, de acuerdo, tranquilo, tranquilo… Ya había
hecho esto muchas veces, ¿no? Aunque, claro, no era lo mismo, no era esta
situación... Ay.

Cogí aire para infundirme más arrojo y me puse manos a la obra. O dedos,
mejor dicho. Mis pupilas no podían dejar de prestarle la más mínima atención
a Nessie, a todas y cada una de sus microexpresiones. A medida que mis
dedos trabajaban, ella se retorcía un poco, pero, al igual que mi inquietud por
vela así, aguantó estoicamente. Nessie era muy fuerte. Mis dedos reptaron
poco a poco, con sumo cuidado, pero, maldita sea, yo no notaba nada raro. Es
decir, ¿cómo iba a saber yo si eso estaba como tenía que estar o no? ¿Cómo
diablos se medía eso? Yo no era ginecólogo. Por suerte, mis dedos eran
largos, aunque tuvieron que esforzarse un poco más para llegar a donde
tenían que llegar. Bueno, a donde fuera que tenían que llegar, porque yo
seguía sin tener idea. Nessie gimió y se retorció otro poco, con dolor. Y,
entonces, cuando estaba a punto de retirarlos, de pronto mis dedazos hicieron
tope con algo. Tuve que pestañear un par de veces. ¡Uf! Desde luego eso de
ahí no era lo que me encontraba normalmente. Quiero decir, seguro que no lo
era.

No soporté el rostro retorcido en dolor de Nessie ni un segundo más y, esta


vez sí, saqué los dedos de inmediato.

―Lo siento, cielo, tenía que hacer eso ―me disculpé con mucha inquietud.

Lo último que quería era que ella sufriera más.

―Tranquilo, estoy bien ―me calmó ella, esforzándose por esbozar una
sonrisa.

Asentí con un suspiro más cercano a la ansiedad que a otra cosa. Me quité los
guantes y volví a coger el teléfono para ponérmelo en el oído.

―¿Carlisle?

―Dime, ¿cuánto ha dilatado? ―se aseguró, pues ya debía de tener sus


sospechas. Ni siquiera me preguntó por el cuello uterino, el cual supe que ya
estaba borrado.

―No… no sé, creo que unos dos o tres centímetros, puede que cuatro.

―Bien, sigue vigilando eso y llámame cuando haya algún cambio. Yo ya


estoy llegando ―dijo con apremio.

¿Qué siguiera vigilando eso? La idea de volver a hacerle daño a Nessie me


daba pavor. Sin embargo, si él no llegaba antes, no me quedaba más
remedio…

533

―De acuerdo ―acepté con resignación, aunque esperaba que llegara


pronto―. Hasta luego.

Volví a colgar el teléfono, lo dejé en el suelo y me coloqué de nuevo junto a


Nessie.

―Jake… ―se quejó otra vez.

Maldición. Ojalá pudiera meterme en su cuerpo y sufrir yo el dolor por ella.


Verla sufrir, aunque fuera en una situación tan especial y bonita como iba a
ser esta, me dolía como si me quemasen vivo. En cambio, tenía que
quedarme aquí como un idiota a esperar, sin poder hacer nada. Qué asco de
impotencia.

Entonces, me acordé de todas esas sesiones de preparación al parto a las que


habíamos asistido.

―Vale, nena ―empecé, lo más relajado que fui capaz, cogiendo su mano―.
Vamos a hacer lo siguiente. Vamos a respirar como en las sesiones esas,
¿recuerdas?

―Sí…

―Pues, hala. ―Y me puse a hacer las respiraciones como un idiota para que
ella me siguiera.
Hice tantas, y con tanto entusiasmo, que me mareé un poco y todo.

Eso pareció hacerle algo de gracia ―sí, debía de estar patético―, ya que sus
labios se curvaron hacia arriba levemente, muy levemente, pues los dolores
debían de ser bastante fuertes y se lo impedían, pero comenzó a seguirme.

De repente…

―Jake… Otra… ―gimió una vez más, espachurrando mi mano con más
fuerza.

Miré el dichoso reloj.

―Vale, contracciones cada cinco minutos ―dije para mí mismo.

Hice el amago de soltar su mano, ya que quería volver a moverme para mirar
la dilatación, pero no me la soltaba, así que me quedé aferrado a su mano.
Total, Carlisle estaba a punto de llegar… ¿no?

―Me duele mucho… ―lloriqueó.

No me extrañaba.

Volví a mi posición junto a ella para acariciarla y calmarla, aunque yo estaba


hecho un flan.

―Tranquila, nena, cielo, preciosa, cariño.

No se me ocurrían más formas cariñosas de llamarla, bueno, sí, pero me


parecían demasiado ridículas, incluso para esta situación.

―Jake… ―lloró.

Las lágrimas comenzaron a deslizarse a ambos lados de su precioso y


perfecto rostro, que estaba desfigurado por esos gestos de dolor mientras
gemía y respiraba con agitación a la vez. Dios, cómo me dolía verla así…
―Tranquila, respira, respira. Todo irá bien, ya lo verás.

Su frente empezó a humedecerse y su mano apretaba la mía con angustia.

Otro intenso gemido me hizo mirar el reloj una vez más.

Mierda, mierda. La última contracción había sido hacía tres minutos. Estaba
claro que esto iba mucho más rápido de lo normal.

―Jake, me duele mucho ―volvió a gimotear, aunque esta vez su voz sonó
más alta―. Y tengo muchas ganas de empujar…

―Tranquila, nena, cielo, preciosa, cariño.

Diablos. ¿Es que solo sabía decir eso?

Mi mano suelta se lanzó al teléfono con nerviosismo, tanto, que se me cayó al


suelo y tuve que cogerlo otra vez.

Click.

―Doc, las contracciones ya son cada tres minutos ―revelé ya con


frenetismo mientras Nessie seguía gimiendo y espirando el aire con fuertes
jadeos llenos de dolor―. Bueno, en realidad, ni cinco, ni tres, ni nada, porque
cada vez que le da una pasa menos tiempo. Y tiene ganas de empujar. ―Sí,
vale, mi voz ya era de padre histérico, histérico.

―¿Cuántos centímetros ha dilatado? ―quiso saber.

Otra vez los dichosos centímetros.

―No… no lo sé, no he vuelto a mirar ―admití―. Le hago daño y… ¡No


quiero hacerle daño, es superior a mí!

―Está bien. Escúchame, ya que no te ves capacitado para comprobar la


dilatación, tendrás que poner especial atención en las contracciones. ―Como
si no lo estuviera haciendo ya…―. Cuando sean cada minuto, probablemente
ya esté dilatada de unos diez centímetros. Que todavía no empuje hasta
entonces. Y tienes que tranquilizarte. ―Eso era muy difícil, teniendo a
Nessie 534

gimiendo con agonía y llorando desconsoladamente―. Es muy importante.


Ella tiene que estar lo más relajada posible, y vas a tener que encargarte tú del
parto.

Oh, Dios…

―De... de acuerdo ―acepté, pasando la mano por mi pelo nerviosamente.


Luego, me dirigí a Nessie―. Cielo, Carlisle dice que todavía no empujes.

Nessie asintió entre lágrimas. Maldita sea…

―Todo irá bien. Yo ya estoy llegando.

―Eso dijiste hace un rato… ―mascullé.

―Ahora, pon atención. Lo más seguro es que ya esté yo allí y no haga falta,
pero te lo digo por si acaso.

Por si acaso, sí. Empezaba a pensar que esto era uno de esos trucos suyos
para mantenerme tranquilo.

―Vale, Doc, ya he pillado el mensaje. Deja de fingir y dispara ya.

Carlisle carraspeó.

―Cuando la cabeza corone, es decir, que asome unos tres o cuatro


centímetros, tienes que vigilar que no tarde demasiado en salir, pues el bebé
podría sufrir. Bien, esta práctica de la que te voy a hablar es muy
controvertida, yo estoy totalmente en contra, a no ser que sea estrictamente
necesaria, pero te la comento por si se diera el caso.

Nessie no hacía más que respirar agitadamente, llena de dolores. Y yo estaba


más cerca del histerismo que de escuchar ninguna explicación médica.

―¿Pero de qué me estás hablando? ―le azucé, nervioso.


―De que estés preparado por si tuvieras que practicarle una episiotomía.

―¿Una qué? Por favor, Doc, no me hables en chino, ¿quieres?

―Una episiotomía es un corte en la zona del periné.

―Sigues hablándome en chino ―protesté.

―Es la parte que se encuentra entre la vagina y el recto. No tenemos mucho


tiempo, pero intentaré explicártelo lo mejor que pueda, por si tuvieras que
hacerle un pequeño corte para evitar un posible desgarro.

¿Un… desgarro? ¡¿Tenía que cortarle ahí?!

―¡No, no! ¡Ni hablar, Doc! ―empecé a protestar nerviosamente, más bien
cagado de miedo―.

¡No pienso cortarle nada ahí!

―¡¿Cortarme el qué?! ―preguntó Nessie, muy alarmada, incorporándose un


poco hacia delante.

―Nada, cielo. Tú sigue respirando. ―Y me puse a hacer las respiraciones


esas como un tonto otra vez.

Ella me miró, no muy conforme, pero siguió haciendo los ejercicios de


respiración y volvió a apoyar la espalda en los cojines con esa cara de agonía.

―Solo si es estrictamente necesario ―repitió Carlisle.

―¡¿Y yo qué sé cuándo es estrictamente necesario?! ―protesté de nuevo.

Nessie volvió a mirarme con ese recelo mientras hacía sus ejercicios de
respiración y su carita sufría, y yo me puse a respirar con ella como un idiota
otra vez para tranquilizarla.

―Lo sabrás ―aseguró.


―Sí, ya… ―resoplé, aferrando un mechón de mi frente en un puño,
histérico.

No entendía nada. ¿Qué era esto? Pensaba que parir era…, bueno, eso, parir y
ya está, pero no.

Ahora me enteraba de cosas como «desgarros», «cortes», «bebés


sufriendo»…

―Jacob, tranquilízate, solo lo harás si es estrictamente necesario ―insistió,


tratando de calmarme―. Ya te he dicho que yo estoy totalmente en contra a
no ser que no quede más remedio.

―Jake, me duele… ―se quejó Nessie una vez más, lloriqueando―. Tengo
ganas de empujar…

Mi ángel…

―Respira, cielo, respira ―le calmé, acariciando su frente, aunque yo estaba


muy nervioso―.

Carlisle me está explicando lo que tengo que hacer para que todo salga bien,
¿de acuerdo?

Doc siguió a lo suyo.

―Normalmente el periné se estira lo suficiente y el bebé sale sin


complicaciones, aunque eso hace que el parto sea más largo. Esto en sí no es
un inconveniente, no obstante, si el parto se prolonga demasiado y el periné
no estira, podrían aparecer síntomas de sufrimiento en el bebé, y ahí es donde
sí debería practicarse la episiotomía, facilitando la salida del niño.

―¡Jake…! ―sollozó Nessie, muy dolorida y agarrotada por el dolor.

Le eché un ojo al reloj. Esto ya sucedía cada minuto, estaba claro que eso ya
se había dilatado 535

del todo.
―Tranquila, pequeña. ―Volví a acariciar su rostro con más ansiedad. Su
preciosa piel estaba humedecida por el sudor. Seguí hablando con Doc―.
Entonces, si eso estira de una forma natural no veo que tenga que hacérsela.

Omití palabras como «corte» y cosas así para no poner más nerviosa a
Nessie, ya estaba sufriendo bastante.

―Por supuesto, lo sé, lo sé, es justo mi punto de vista ―coincidió―, pero si


te explico cómo hacer una es por mera prevención. Yo ya estoy llegando a La
Push, probablemente estaré allí antes de que tuvieras que practicársela, y eso
si se diera el caso, sin embargo, toda precaución es poca.

Escúchame, en el maletín hay un pequeño bisturí. Cógelo, te indicaré cómo


tendrías que usarlo en caso de que…

―¡Jake! ―volvió a llorar Nessie, con un gemido más parecido a un grito,


interrumpiendo a Carlisle―. ¡Tengo muchas ganas de empujar! ¡No aguanto
más!

El teléfono se me cayó al suelo, del sobresalto, con tan mala suerte que salió
rodando unos metros en dirección al sofá.

―¡Mierda! ―mascullé.

―¡Jake! ―lloró con desesperación―. ¡Me duele mucho!

Y volvió a gemir a la vez que se aferraba a los cojines con agarrotamiento y


apretaba los dientes.

Dios, Dios. Mierda. Bueno, vale, tenía que estar tranquilo, tenía que estar
tranquilo. Eso es lo que me había dicho Carlisle. Tranquilo, tranquilo, me
dije. Estaba claro que no me quedaba otra, así que tenía que calmarme y
ayudar a Nessie en todo lo que pudiera. Estábamos solos, y el bebé ya no
quería esperar más, así que esto es lo que había. Jacob Black, tendrás que
ocuparte tú, me ordené a mí mismo. Respiré hondo y me preparé para tomar
las riendas del parto.
Sí, de esto tenía que encargarme yo, el hombre de la casa, el macho Alfa, el
Gran Lobo, ¿no? Y

ella siempre confiaba en mí. Eso me dio valor y fuerzas.

―Vale, preciosa, vamos a tener a nuestro bebé ―afirmé con determinación.

―Jake…, no… no puedo ―sollozó a la vez que me imploraba con sus dulces
ojos y negaba con la cabeza―. Tengo miedo… Me duele mucho…

―Sí, sí puedes ―le animé, acariciando su cara con seguridad―. Sé lo fuerte


que eres, confío en ti. Vas a hacerlo muy bien, yo te ayudaré, ¿de acuerdo?
Vamos a tener a nuestro bebé y será un niño precioso.

Se quedó mirándome a los ojos, con los suyos llenos de ansiedad, sin dejar de
jadear con esa fuerza, pero, al fin, asintió.

Sin embargo, cuando me disponía a moverme hacia sus piernas, ella sujetó
mi mano y me detuvo.

―Jake, no te vayas… ―me suplicó, asustada.

―Cielo, tengo que coger al bebé ―le calmé, hablándole con tranquilidad y
acariciando su rostro otra vez―. No me iré de tu lado nunca, estaré aquí
mismo, ¿vale? Lo haremos juntos, estoy aquí contigo.

Nessie respiró hondo, cerrando los ojos, y asintió.

―Te quiero ―susurré, sonriéndole.

―Te quiero ―me contestó, intentando corresponder mi sonrisa.

Acerqué mi rostro al suyo y nos dimos un beso corto.

―Jake… ―susurró cuando aún tenía mi frente pegada a la suya.

―Todo saldrá bien, estoy aquí contigo ―murmuré yo.


Asintió una vez más. Le di un último beso y me despegué de ella.

Soltó mi mano y me desplacé al meollo de la cuestión, arrodillándome frente


a sus piernas abiertas. Las contracciones ya eran cada minuto, aquello ya
estaba más que dilatado, ya tendría esos diez centímetros, así que ya
podíamos empezar.

―¡Vale, pequeña, empuja! ―exclamé con entusiasmo para contagiárselo a


ella.

No sabía si funcionaría, pero esa estupidez fue lo único que se me ocurrió


hacer.

Nessie se inclinó un poco hacia delante, aferrando las manos a los cojines, y
comenzó a empujar, emitiendo unos gemidos y gritos espantosos. Estuvo así
unos segundos, hasta que su espalda cayó en el respaldo de esa camilla
improvisada para descansar.

―¡Venga, lo estás haciendo muy bien, preciosa! ¡Empuja, empuja otra vez!

Volvió a inclinarse hacia delante y empujó durante otros segundos, gritando


de dolor.

―¡No puedo! ―voceó, llorando, echándose de nuevo hacia atrás―. ¡No


puedo hacerlo! ¡Me 536

duele mucho! ¡Mucho!

Me moví un poco hacia delante y cogí su mano.

―Claro que puedes hacerlo, pequeña ―le animé, frotando su mano―. Sé lo


fuerte que eres, esto no es nada para ti. Vamos, empuja.

Asintió, sacando el aire con esa respiración fuerte, y yo me coloqué frente a


sus piernas.

―¡Venga, cielo, empuja con todas tus fuerzas! ―la exhorté con ánimo.
Mi chica se inclinó hacia delante, encerró los cojines en sus puños y gritó
cuando apretó con toda su alma. Después, su espalda volvió a caerse en el
respaldo.

―¡No puedo! ―se quejó, respirando con cansados y fuertes jadeos.

―¡Claro que puedes! ¡Lo estás haciendo genial, nena! ¡Eres la mejor mamá
del mundo! ¡Vamos, preciosa, empuja!

Su espalda se separó del respaldo y chilló de nuevo al empujar. No sé si era


mi estúpida imaginación, mis ganas o qué, pero cuando lo hizo me pareció
ver un cambio. Algo quería asomarse.

Mi corazón pegó un salto de alegría, pero Nessie se cayó sobre el cojín otra
vez, fatigada.

―¡No puedo más! ―lloró.

―Vamos, nena. Si lo haces te prometo servidumbre eternamente, podrás


hacer conmigo lo que quieras.

―¡Lo único que quiero hacer contigo ahora es matarte por dejarme
embarazada! ―chilló, rabiosa, envarándose.

Los cojines se desgarraron en sus manos, de lo fuerte que empujó esta vez.

―¡Así, así! ¡Lo estás haciendo genial!

Entonces, mi cara se iluminó como si lo que saliese de allí fuera la luz de un


foco. De entre sus piernas, dentro de su vagina, se veía una pequeña maraña
de pelos negros ensangrentados. Mi corazón pegó un tumbo y latió con más
fuerza, impresionado y conmovido. La cabeza de nuestro bebé ya asomaba
como unos tres centímetros. No sé cómo pude, la verdad, porque estaba…,
estaba…, no sé, no puedo explicarlo, tenía un montón de sentimientos encima
que se mezclaban los unos con los otros en un extraño pero gozoso revuelto:
emoción, preocupación por Nessie, nervios, ansias, más nervios…, pero
recordé lo que Doc me había dicho. Mientras Nessie gemía del dolor al
empujar y yo me estremecía por verla así, me fijé bien en lo que él me había
descrito del dichoso periné. Ahí no se veía nada desgarrado, es más, la
cabecita de A. J. no parecía tener ningún problema para salir, así que decidí
que las cosas siguieran su curso natural y no practicarle esa epito…, episio…,
bueno, como diablos se llamase.

Nessie se cayó hacia atrás, rendida.

―¡No puedo más! ―repitió, llorando con desconsuelo y agonía, bañada en


sudor.

―¡Ánimo, pequeña, ya le veo la cabeza! ―clamé, emocionado―. ¡Empuja,


empuja más fuerte!

Eso pareció darle un chute de adrenalina o algo. Sus gemidos y gritos fueron
acompasados por su cuerpo, que sacó fuerzas como por arte de magia. Su
tremendo empuje fue correspondido como se debía y la ensangrentada cabeza
del bebé resbaló sobre mis deslumbradas manos.

―¡Ya… ya salió la cabeza! ―anuncié con un nudo en la garganta, de la


emoción―. ¡Un último esfuerzo, nena!

En medio de aquellos agotados y tremendos gemidos, Nessie sacó su último


resto de fuerza y nuestro bebé consiguió abrirse paso hacia el exterior.
Primero salió uno de sus diminutos hombros, y después el otro, hasta que su
pequeño y frágil cuerpo, lleno de sangre y una telilla semitransparente de un
color grisáceo, se deslizó sobre mi otra mano.

Nessie reposó su espalda, rendida y extenuada.

Mi hijo rompió a llorar instantáneamente, casi no me dio tiempo ni de alzarlo


para verlo. Era tan pequeñito, que todo su cuerpo cabía en mis dos manos. Su
corazón latía a mil por hora, pero fuerte y vigorosamente, y su piel era
templada a mi tacto. Aquel pequeño cuerpo y rostro estaban arrugados,
bañados en sangre y restos de placenta, temblaba y su llanto era agudo y
ronco, pero a mí me pareció lo más bonito que había visto en mi vida.
No pude evitarlo. Las lágrimas empezaron a desbordarse por mis ojos sin
cuartel, de la enorme emoción que me embargó, y se derramaron por toda mi
cara.

De repente, un borrón se plantó a mi lado, aunque no bajé mucho de mi nube.


Esto era demasiado increíble, demasiado mágico, no podía describir todo lo
que sentía, era imposible.

―Mantenlo así un momento ―me pidió Carlisle con prisas, refiriéndose a


que dejase a mi hijo en la misma posición.

No le había escuchado ni entrar.

537

Tampoco me fijé mucho en cómo le cortó el cordón umbilical a Anthony,


solamente sé que mientras Nessie terminaba de recuperarse Carlisle se lo
cortó muy rápido. Después, en cuanto le puso una pinza médica y me pasó
una de las toallas, envolví al bebé con sumo cuidado, sujetando su delicada
cabecita en todo momento, limpié su cabello, su cuerpo y su carita un poco, y
me apresuré a llevárselo a Nessie, que ya había terminado de tomar aire y me
lo estaba suplicando con ese rostro conmovido y feliz.

Me senté a su lado. Lo dejé entre sus brazos, que se amoldaron al bebé con
absoluta perfección, y ella lo acercó a su pecho para observarle, emocionada.
A. J. dejó de llorar automáticamente, parecía que hubiese estado esperando
los cómodos y acogedores brazos de su madre. Entonces, cuando por fin los
vi juntos, cuando por fin vi esa imagen que tanto había soñado en estos nueve
meses, mis lágrimas pasaron a ser las Cataratas del Niágara.

Me acerqué a ellos, preso de esta inmensa felicidad, y le di un beso a A. J. en


su pequeña frente.

Sí, era el hombre más feliz del universo, no había nada más especial que esto.

―Jake… ―sollozó Nessie, esta vez de felicidad, mientras llevaba su frente a


la mía―. Es nuestro bebé…
―Sí… ―lloriqueé como un niño pequeño, frotándosela.

Ahora que ya se había callado el crío, lloraba yo. Pero era imposible describir
lo que sentía, esto era lo más maravilloso que me había pasado nunca. No
había felicidad más grande que esta. Esto era un milagro, el milagro de la
vida. Habíamos creado y traído a un bebé al mundo. Nosotros.

Nosotros dos. Nuestro bebé, nuestro hijo. Una parte de ella y otra mía, las dos
mezcladas, formando un solo ser. Sí, era un milagro, un milagro maravilloso
y mágico. Y todo lo que habíamos luchado, todo lo que habíamos pasado,
todos estos meses, había merecido la pena, el premio había superado todo eso
con creces.

―Te quiero ―murmuró en mis labios.

―Te quiero ―susurré yo también.

Unimos nuestros labios del todo y comenzamos a besamos con pasión y


emoción, haciendo que la energía ya comenzase a descargar su electricidad
mágica a nuestro alrededor. Mi estómago estaba invadido por una mezcla de
chisporroteo, felicidad y ansias por disfrutar de mi hijo, no podía describirlo.

―Trae una palangana con agua caliente, por favor ―escuché que pedía Doc.

Mi chica y yo nos obligamos a despegar nuestras bocas, ya que queríamos


ver mejor al bebé. En esta ocasión no nos costó tanto hacerlo, tantos meses
esperando para verle…

Fue entonces cuando nos percatamos de la presencia de Esme, que corría


hacia la cocina para atender a la petición de su marido, el cual ya estaba
trabajando para atender a Nessie.

Nosotros nos dedicamos a acariciar a nuestro hijo y aprovechamos para verle


mejor.

―Hola, cielo ―le susurró Nessie, todavía emocionada, sonriéndole al tiempo


que acicalaba su pelo con los dedos delicadamente.
Anthony le contestó con una especie de balbuceo.

Ay, se me caía la baba… Si hace una hora ya casi nadaba en el dormitorio del
bebé, ahora ya teníamos que usar barcas.

Como había visto antes, A. J. tenía el cabello negro, pero ahora que lo tenía
más limpio, seco y peinado por los dedos de su madre se lo veía mejor. Este
cubría todo su cuero cabelludo, sin embargo, no tenía demasiado pelo. O sea,
no lo tenía ralo; quiero decir, que no era uno de esos niños peludos que ya
nacen con toda una mata en la cabeza, vamos. Pero su cabello era de color
azabache, como el mío. Su piel era una mezcla de la de Nessie y la mía, ni
muy clara ni oscura, mestiza, aunque todavía estaba un poco enrojecida,
supuse que debido al parto. Su naricilla era chata y pequeña, sus manitas, las
cuales sobresalían de la toalla, eran diminutas, así como sus deditos, eso sí,
tenía unas uñas larguísimas. Tenía los ojos cerrados, pero sus párpados ya
estaban provistos de sus pestañitas y todo, y su boca, bueno, su boca era la de
un bebé recién nacido, supongo. Conclusión, que mirándole así en general, y
teniendo en cuenta que los recién nacidos normalmente no se parecen a nadie
porque son más o menos todos iguales, A. J. tenía un asombroso parecido a
mí, la verdad, bueno, a mí cuando yo era un bebé, claro.

―¿Lo ves? Es igual que tú ―afirmó Nessie, como si acabase de leerme el


pensamiento, sonriéndome. Luego, observó a A. J. ―. Eres igualito a papá
―le susurró con dulzura, acariciando su mejilla con el dedo.

―Sí ―coincidí con una sonrisa orgullosa.

No lo podía negar, lo estaba.

538

Carlisle asomó la cabeza de entre las piernas de Nessie para hablarnos.

―Enhorabuena ―nos felicitó con una enorme y satisfecha sonrisa llena de


felicidad―. Lo habéis hecho muy bien y tenéis un niño precioso.

―Sí, enhorabuena ―se sumó Esme, que se notaba que ya se moría por
hacerle carantoñas a Anthony, pero que tenía que ayudar a su marido.

―Bueno, lo ha hecho todo Nessie. Es una campeona ―le alabé, acariciando


su mejilla con una sonrisa.

―Tú me has ayudado mucho ―me sonrió, orgullosa y emocionada―. No sé


qué habría hecho sin ti.

Me quedé sin palabras. ¿Y ella estaba orgullosa de mí? ¿De mí?

Observé a Nessie y de pronto me sentí tan pequeño. Yo solo había puesto una
semilla, y ella había creado una vida. Ella, ella sola. Y después, había hecho
el milagro de traerlo al mundo, con mi ayuda, sí, pero ella sola otra vez. En
ese momento me pareció una diosa, pero una diosa de verdad. Noté que mi
cara reflejaba el estado maravillado y deslumbrado en el que me quedé y la
profunda admiración que sentía por ella. La amaba con toda mi alma, esto
tampoco podía describirlo.

―Oh ―exclamó de pronto, alegre, haciéndome salir de mis pensamientos―.


Anthony ha abierto los ojos.

―¿A ver? ―me fijé de inmediato.

Solo fue un pequeño momento, pero sí, A. J. había abierto los ojos. Y me
quedé sorprendido.

Vaya, ¿qué te parece? Sus ojos…

―Son verdes ―sonrió Nessie, maravillada―. Verde esmeralda, como los de


mi padre.

―¿Cómo los de tu padre? ―inquirí, frunciendo el ceño con extrañeza―.


Pero si son de ese amarillo dorado raro.

―Como los de mi padre cuando era humano ―matizó ella, sonriente,


dándome un toque en la nariz con la yema de su dedo. Luego, llevó la vista
hacia A. J. otra vez―. Los tenía verde esmeralda.
―Sí, es cierto ―secundó Esme, esbozando otra sonrisa, la suya con
hoyuelos.

―Vaya, parece ser que Anthony no solo ha heredado el segundo nombre de


Edward ―se pispó Carlisle, asomando la cabeza otra vez para mirarnos con
una sonrisa orgullosa.

Genial. Ahora no habría quién aguantase a Edward.

―Vaya por Dios ―murmuré, haciendo una mueca―. Bueno, pero todavía le
pueden cambiar de color. Lo he leído en una de esas revistas.

―No, no le cambiarán ―aseguró Nessie, mirándole con esa adoración


maternal―. Es un niño precioso. Cuando sea mayor las chicas se van a pelear
por él. ―Y soltó una risilla.

Bueno, en eso estaba de acuerdo. No es porque fuera su padre, pero era un


crío precioso, el más guapo del mundo, de eso no había ninguna duda.

―En fin, esto ya está ―terminó Carlisle, poniéndose de pie, junto a Esme―.
No has sufrido desgarro alguno, así que ha sido un parto muy limpio y rápido
―sonrió, orgulloso, quitándose esos guantes de látex blancos―. Para ser una
madre primeriza, lo has hecho estupendamente.

―Es una campeona ―repetí yo con una enorme sonrisa, pasando los dedos
por la frente de Nessie para apartarle esos cabellos que tenía pegados.

Nessie me miró y me sonrió.

Esme también se quitó sus guantes, los tiró en la bolsa negra de plástico que
Doc tenía preparada para deshacerse de todo y se acercó a nosotros,
arrodillándose al otro lado de Nessie.

―Es un bebé precioso ―murmuró con una de esas voces tontas que se ponen
cuando se ve a un bebé precioso.

―¿Quieres cogerlo? ―le ofreció Nessie.


―Me encantaría, cielo, pero prefiero que lo disfrutéis vosotros un poco más.
Es vuestro momento, yo ya tendré los míos ―sonrió, metiéndole el pelo
detrás de la oreja.

Mi chica le correspondió la sonrisa y asintió.

―¿Sabéis algo de mis padres y los demás? ―preguntó, mirando a A. J. de


nuevo mientras le acariciaba la mejilla con el dedo.

Doc comenzó a limpiarlo todo, echando los restos de placenta, guantes,


toallas, gasas y demás cosas ensangrentadas en la bolsa de plástico negra.

―Aún tienen los móviles apagados, pero deben de estar a punto de aterrizar
―le contestó Esme―. No te preocupes, estaré insistiendo hasta que alguno
me coja el teléfono.

539

A. J. giró su pequeño rostro instintivamente hacia el pecho de Nessie.

―Oh ―murmuró ella.

―Parece que tiene hambre ―sonrió Doc, que recogía todo aquello con
rapidez, pero que no dejaba de prestarle atención al bebé.

―Ah, no, colega, lo siento mucho, pero eso no es tuyo ―le dije a A. J.,
bromeando.

―Jake ―me regañó Nessie, riéndose, al tiempo que me empujaba el brazo.

Me carcajeé.

―Anda, ve a la cocina y prepárale su primer biberón ―me mandó, siguiendo


con esa risa.

―¡A la orden! ―exclamé yo con entusiasmo, irguiéndome para hacer el


saludo militar.
Ella se rio y yo me levanté como un muelle para correr a la cocina.

Estaba feliz, ¡feliz!

Sí, ¿qué puedo decir? Era el hombre más feliz del universo.

540

Renesmee

Prefacio

―Vale, preciosa, vamos a tener a nuestro bebé ―dijo Jake con un tono y una
mirada que rebosaban una reciente y repentina determinación.

A él se le veía seguro y confiado, pero yo estaba muerta de miedo. Notaba


esas tremendas contracciones en mi útero, en mi vagina, en mis riñones,
retorciéndose y torturándome con saña, incluso los muslos me dolían, aunque
esto podía ser de lo tensas y agarrotadas que tenía las piernas, tanto, que
incluso ya empezaba a notarlas algo entumecidas. Lo cierto es que tenía
muchas ganas de empujar, pero ¿y si esto se intensificaba más cuando lo
hiciera? Ya era insoportable…

―Jake…, no… no puedo ―lloriqueé, haciendo una negación con la


cabeza―. Tengo miedo…

Me duele mucho…

―Sí, sí puedes ―me alentó, pasando su suave mano por mi rostro con esa
seguridad―. Sé lo fuerte que eres, confío en ti. Vas a hacerlo muy bien, yo te
ayudaré, ¿de acuerdo? Vamos a tener a nuestro bebé y será un niño precioso.

Sus ojos ratificaban sus palabras, se clavaban en los míos con esa
determinación y confianza.

Jake confiaba en mí, y estaba conmigo. Yo seguía sin estar tan segura, pero
su intensa mirada, y esa fe en mí, me dio fuerzas, así que asentí.
Pero, de repente, hizo el amago de marcharse. Mi mano se arrojó hacia la
suya con rapidez, llena de ansiedad, y le detuvo.

―Jake, no te vayas… ―le supliqué, algo presa del pánico.

Sin él estaba perdida. Si él no estaba a mi lado, no tendría fuerzas para


afrontar esto, lo sabía, lo sentía. Le necesitaba, le necesitaba conmigo.

―Cielo, tengo que coger al bebé ―me tranquilizó, y su mano suelta volvió a
pasar por mi rostro 541

con dulzura―. No me iré de tu lado nunca, estaré aquí mismo, ¿vale? Lo


haremos juntos, estoy aquí contigo.

Me sentí como una idiota. Claro, por supuesto que tenía que coger al bebé,
¿cómo era tan tonta?

Pero estaba tan, tan nerviosa… Y tenía tanto miedo… Sin embargo, sus
palabras volvieron a sonar en mi cabeza. Él no se iría de mi lado nunca,
estaba aquí mismo, conmigo, a mi lado. Eso me llenó de fuerzas de nuevo.
Respiré hondo, cerré los ojos, preparándome para afrontar el parto, y asentí.

―Te quiero ―murmuró con una sonrisa y unas brillantes pupilas que
delataban a las claras las ganas que tenía de ver a Anthony, y lo poco que
quedaba para que así fuera.

―Te quiero ―susurré, curvando mis labios todo lo que pude para
corresponder esa misma sonrisa, aunque los horribles dolores que sentía a
cada minuto me lo impidieron.

Su rostro se pegó al mío y me dio un beso tierno y dulce que me emocionó,


haciendo que se aferrara un nudo enorme en mi garganta. Estábamos a punto
de tener a nuestro bebé.

Sus labios se separaron de los míos enseguida, demasiado pronto, pero su


frente aún estaba en contacto con la mía. Ojalá no tuviera que despegarse
nunca.
―Jake… ―solo conseguí que me saliera un hilo de voz, porque quería
tenerle cerca, le necesitaba, pero él tenía que coger al bebé.

Anthony, mi pequeño Anthony.

―Todo saldrá bien, estoy aquí contigo ―susurró él.

Asentí de nuevo y Jake me regaló otro beso corto. Después, se incorporó para
alejarse. Le dejé libre y él se movió hacia mis piernas abiertas para atender el
parto.

―¡Vale, pequeña, empuja! ―me animó con entusiasmo.

Su animada voz me dio fuerzas. Cogí aire, me preparé mentalmente para ser
valiente y me incliné hacia delante para empezar a empujar con voluntad.

Mis manos se aferraron a los cojines con fuerza y no pude evitar gritar
cuando llegó otra contracción y sentí esos intensísimos y desgarradores
dolores que se retorcían sin cuartel, eran insoportables, ¡insoportables! Mi
cuerpo ya no dio a más y me dejé caer sobre ese improvisado respaldo, más
que cansada.

―¡Venga, lo estás haciendo muy bien, preciosa! ¡Empuja, empuja otra vez!
―me estimuló Jake de nuevo.

Preferí no pensarlo. Separé mi espalda del respaldo, afiancé mis manos a los
cojines y empujé otra vez, chillando inevitablemente, del horrible dolor que
sentía con esa siguiente contracción.

¡Dios! ¡Era horroroso! ¡Dolía demasiado!

―¡No puedo! ―lloré sin consuelo, cayéndome hacia atrás. Me aterraba la


llegada de otra contracción. Eran muy seguidas, demasiado, demasiado…―.
¡No puedo hacerlo! ¡Me duele mucho!

¡Mucho!

Jacob se desplazó un poco hacia mí y su mano cogió la mía.


―Claro que puedes hacerlo, pequeña ―me alentó, acariciando mis dedos―.
Sé lo fuerte que eres, esto no es nada para ti. Vamos, empuja.

Sí, él estaba conmigo, él estaba a mi lado. Me aferré a esto y asentí,


preparándome para otro embiste de dolores insoportables. Jacob regresó a
mis piernas.

―¡Venga, cielo, empuja con todas tus fuerzas! ―me animó.

Me incliné hacia delante, apreté los cojines y empujé de nuevo. Mis gritos ya
me rasgaban la garganta, pero apenas pude sentir esto cuando me atacó otra
contracción. Lo único que podía sentir eran esos salvajes dolores en mi bajo
vientre, hostigándome sin cesar. Solo quería que esto se terminase ya, que
todo acabase de una vez. Empujar me aliviaba algo, pero no podía más, el
dolor era insoportable, casi no podía ni respirar, así que me caí rendida en el
respaldo.

―¡No puedo! ―gimoteé, respirando con dificultad.

―¡Claro que puedes! ¡Lo estás haciendo genial, nena! ¡Eres la mejor mamá
del mundo! ¡Vamos, preciosa, empuja! ―me exhortó, hablándome con
entusiasmo.

Sus palabras me animaban, me hacían recordar que él estaba conmigo, que él


estaba a mi lado.

Me incliné hacia delante y repetí la acción, gritando de dolor. Las


contracciones eran muy seguidas y desgarradoras, pero seguí empujando, aun
con todos estos horribles dolores que sentía.

Sin embargo, aunque mi cuerpo me pedía instintivamente empujar, y


realmente me ayudaba a mitigar el dolor, mis fuerzas se agotaron y tuve que
reposar en el respaldo de nuevo para descansar.

Empezaba a pensar que esto era imposible. ¡Estaba empujando con todas mis
fuerzas, ¿por qué su cabeza no se asomaba ya?!
―¡No puedo más! ―lloré, desesperada.

542

―Vamos, nena. Si lo haces te prometo servidumbre eternamente, podrás


hacer conmigo lo que quieras.

¡Servidumbre, servidumbre!

―¡Lo único que quiero hacer contigo ahora es matarte por dejarme
embarazada! ―le grité, yéndome hacia delante con furia.

Empujé con rabia, tanto, que los cojines que soportaban a mis manos
quedaron hechos trizas.

―¡Así, así! ¡Lo estás haciendo genial! ―exclamó, entusiasmado.

Pero mi espalda se desplomó hacia atrás inevitablemente, de lo cansada que


estaba. ¡No podía, no podía! ¡Ya estaba empujando con todas mis fuerzas!

―¡No puedo más! ―volví a llorar, agotada.

De pronto, escuché esas palabras que tanto había esperado.

―¡Ánimo, pequeña, ya le veo la cabeza! ¡Empuja, empuja más fuerte!

Mi Anthony, mi pequeño Anthony. Tenía que hacerlo, tenía que hacerlo por
él.

Me envaré y empujé con toda mi alma, sacando fuerzas de lo más profundo


de mis entrañas, chillando con coraje y arrojo. Los dolores eran realmente
insoportables, pero de repente noté un alivio enorme y esperanzador.

―¡Ya… ya salió la cabeza! ―me comunicó Jake con una voz


emocionada―. ¡Un último esfuerzo, nena!

La cabeza, la cabeza de mi bebé estaba fuera. Sí, un último esfuerzo y mi


pequeño Anthony ya estaría conmigo.
No podía más, estaba exhausta, mis manos apenas podían apretar los cojines,
casi no sentía las piernas, mi garganta ya no podía chillar más y mis
pulmones cogían el aire con agitación y dificultad, no obstante, saqué mis
últimas fuerzas de no sé dónde y empujé, entregándoselo todo a mi niño.

El alivio aumentó cuando noté que Anthony estaba fuera, y me caí en el


respaldo, totalmente agotada, debilitada y fatigada. Y eso que había sido un
parto muy corto. Lo bueno era que, gracias a eso, me recuperaría enseguida.

Sin embargo, ese llanto que se oyó acto seguido me dio la vida. Era un lloro
ronco, sin embargo, a mí me pareció lo más bonito que había escuchado en
toda mi vida.

Mis ojos enseguida se fueron hacia mi hijo, y lo que vi me llenó de una


emoción que me embargó.

Su padre lo sostenía en sus manos y le miraba maravillado y emocionado. Mi


Jacob, mi amor, y mi Anthony, mi pequeño Anthony. Las dos personas que
más me importaban y amaba del mundo se encontraban delante de mí. Por
fin, por fin les veía a los dos juntos. El nudo de mi garganta saltó, así como
mis lágrimas, que comenzaron a bañar mi rostro, presa de esta felicidad que
sentía.

―Mantenlo así un momento ―dijo Carlisle de pronto.

Estaba tan emocionada y extenuada, que no sentí la llegada de Carlisle, y


mucho menos lo que empezó a hacerme a mí cuando terminó de cortarle el
cordón umbilical a Anthony.

Jacob envolvió a su hijo con una toalla, le limpió un poco y corrió para
traerlo junto a mí, sentándose a mi lado.

Anthony lloraba sin cesar, pero en cuanto Jake lo dejó en mis brazos, se
calmó y dejó de hacerlo.

Sí, él también lo había sentido. La hondonada de mis brazos estaba hecha


para él, su pequeño cuerpo se amoldaba perfectamente a esa concavidad,
como si mis brazos hubieran sido creados solo para esto.

Entonces, cuando por fin observé su preciosa carita de cerca, cuando


comprobé que era igual a Jake, tal y como yo había imaginado tantas veces,
tal y como había soñado, rompí a llorar con más felicidad. De pronto, todos
los horribles e insoportables dolores que había sentido se me olvidaron como
por arte de magia, porque esto era demasiado maravilloso, lo más mágico e
increíble del mundo. Era el día más feliz de mi vida, lo más bonito que me
había pasado jamás, no había nada comparable a esto, era imposible de
describir.

Todos los meses de espera, todo a lo que nos habíamos tenido que enfrentar,
todos los sufrimientos, habían merecido la pena con creces. Anthony era un
regalo, el tesoro más valioso del mundo, nuestro tesoro, un milagro que
habíamos creado Jake y yo a partir de nuestro profundo amor. Sí, él había
sido creado con el profundo amor que nos profesábamos, él era la
culminación de nuestro intenso amor, él era nuestro amor. Era nuestro bebé,
una parte suya y otra mía.

Jake acercó su rostro al de Anthony y le dio un beso tierno y dulce en la


frente, preso de la emoción que le provocaba esa inmensa felicidad que hacía
centellear sus ojos, llenándolos de 543

lágrimas. Ver esa escena me conmovió aún más.

―Jake… ―musité, yo también entre lágrimas de felicidad, pegando mi


frente a la suya―. Es nuestro bebé…

―Sí… ―sollozó él, haciendo frotar nuestras frentes.

Cómo le amaba, le amaba con toda mi alma, con todo mi ser. Siempre le
había amado hasta la locura y pensaba que eso era imposible de superar, pero
ese amor por Jacob había subido otro grado más, si cabe, porque a todas las
cualidades que me habían enamorado de él ahora se sumaba que era el padre
de mi hijo. Las mariposas de mi estómago palpitaban solo con mirarle.

―Te quiero ―susurré en sus labios.


―Te quiero ―musitó él.

Nos besamos con amor y pasión, mezclado con esa felicidad y esa enorme
emoción que nos abrumaba a los dos, llevándonos casi a la locura. La energía
comenzó a fluir a nuestro alrededor, repartiendo su magia, envolviéndonos, y
las mariposas de mi estómago no podían aletear con más ímpetu. Sí, porque
le amaba con toda mi alma, le adoraba, y porque por fin teníamos a nuestro
bebé en brazos. Ahora lo tenía todo, no podía pedirle más a la vida. Tenía a
nuestro bebé, nuestro precioso bebé, y tenía a Jacob, el amor de mi vida, mi
amor verdadero. No podía describir lo que sentía en estos momentos, era
demasiado maravilloso y mágico.

Jacob.

Y Anthony.

Nuestro bebé, él era el fruto de nuestro profundo amor.

544

Invasión de visitas

Jake estaba en el dormitorio de Anthony, cambiándole el pañal por primera


vez. Esas cosas también nos las habían enseñado en las clases de preparación
al parto, y Jacob ya le había puesto su primer pañal hacía un par de horas, así
que sabía que lo iba a hacer muy bien.

Me encontraba en la cómoda cama de nuestro dormitorio, rodeada de toda mi


familia, que acababan de llegar del aeropuerto. En cuanto Esme pudo
contactar con mi madre, todos vinieron corriendo a casa en taxi, ni siquiera
pasaron por la suya para dejar allí las maletas, no, sino que estas habían
terminado en el vestíbulo. Subieron todos en tropel a la habitación justo
cuando Jake acababa de meterse en el cuarto del bebé.

Mamá se había apresurado a sentarse en la cama, a mi lado, y mi padre hizo


lo mismo, al otro.
Mi madre cogió mi mano y comenzó a frotarla con las suyas, que estaban
heladas. Papá también me acarició, pero él lo hizo con mi pantorrilla, la cual
estaba cubierta por la sábana y una manta que Jake me había echado por
encima. En cuanto Jacob y Carlisle me subieron al dormitorio, me había
quitado el vestido y me había puesto un camisón para meterme en la cama.

No es que tuviera frío, pero sí que estaba un poco destemplada, puede que
fuera de lo molida que me había quedado. Aunque lo más incómodo era esa
especie de pañal que tenía que llevar puesto a causa de los loquios. Anthony
y yo, los dos con pañales. Eso me hizo gracia y me reí para mis adentros.

―¿Cómo te encuentras? ―me preguntó ella con una mezcolanza en el rostro


entre alegría y preocupación por mi estado.

―Algo dolorida, pero bien, muy bien ―sonreí, feliz―. Todo ha sido muy
rápido y ha salido genial.

―Enhorabuena, cielo ―me sonrió ella, algo emocionada.

―Estamos muy orgullosos de ti ―añadió papá también con emotividad―.


Somos muy felices.

―Me vais a hacer llorar ―confesé con un nudo en la garganta.

Mi madre amplió su sonrisa y volvió a frotar mi mano.

―Vaya notición ―bromeó Emmett―. No posamos un pie en tierra firme, y


ya nos dicen que habías dado a luz. Podías haber esperado a que llegásemos,
me he perdido lo mejor.

―A mí me gusta más así ―opinó Jasper.

Sí, mejor así… La verdad es que no me imaginaba a Jazz asistiendo a ningún


parto. Solo de pensarlo, se me ponían los pelos de punta. Menos mal que
Carlisle se había apresurado a quitar la alfombra del salón y a quemarla junto
con la bolsa negra en la que había echado todo lo demás, incluidas las toallas
con las que me había limpiado a mí y los cojines que había tenido debajo.
Todavía se podían ver los restos del humo que revoloteaba por el jardín.

―No les hagas caso ―dijo Rosalie, abriéndose paso entre todos para ponerse
a mi lado―.

Enhorabuena, cielo. ―Se inclinó sobre mí y me dio un beso en la frente.

―Gracias, Rose ―le sonreí.

―Bueno, ¿y dónde está Anthony? ―quiso saber mamá, mirando a ambos


lados―. ¿Y Jake?

―Eso, ¿dónde está Anthony? ―inquirió Alice, entusiasmada, dando una


palmada mientras se alzaba sobre sus puntillas.

―Jake le está cambiando el pañal ―les desvelé, sonriendo―. Vendrán


ahora, no os preocupéis.

―No, ya estamos aquí ―irrumpió él de pronto con una enorme sonrisa de


orgullo, trayendo a Anthony en sus brazos.

Todos se giraron hacia atrás para mirarle y de pronto el dormitorio se llenó de


un ooooooooh enternecido y encandilado, con un origen más bien femenino.

―Aquí viene la matrona ―se burló Em.

―Ja, ja ―articuló Jacob con ironía, aunque sin dejar de sonreír.

Emmett se carcajeó, pero cuando mi chico pasó a su lado le arreó una


palmada en la espalda para darle su particular enhorabuena.

―Lo ha hecho muy, muy bien ―le defendí yo con otra sonrisa orgullosa en
mi cara.

545

―Ciertamente ―asintió Carlisle.


Jacob se acercó a la cama, haciendo que Rosalie tuviera que apartarse un
poco, y se sentó a mi lado, cerca de la almohada y frente a mi madre. Me dio
un beso en la frente y dejó a Anthony en mis brazos con sumo cuidado.

―Puaj, no te imaginas lo que una cosa tan pequeña puede soltar por ahí abajo
―afirmó, pasando el brazo por encima de mis hombros.

Su calidez enseguida me reconfortó.

Anthony venía envuelto en una de las múltiples mantitas que mis padres nos
habían regalado.

El entretejido amarillo claro era suave y delicado, aunque Jacob le había


vestido con ese diminuto pijama de bebé que a él tanto le había gustado. Se lo
había comprado Alice, junto con más pijamas, pero este le había gustado
especialmente porque tenía un lobito bordado.

Sin embargo, nadie se fijó en ese detalle, ni siquiera la propia Alice, porque
todos se quedaron embobados con Anthony.

―¡Es guapísimo! ―exclamó esta, poniendo una de esas voces cursis y


ñoñas.

A mi madre se le iluminaron los ojos cuando le vio de cerca.

―¿Puedo cogerlo? ―me pidió, se notaba que con la garganta atascada, de la


emoción.

Mi padre voló al otro lado del camastro para ponerse junto a ella, casi no se
pudo distinguir ni un borrón, y se sentó a su otro lado.

―Claro ―accedí sin pensármelo dos veces.

Mamá extendió las palmas hacia mí y yo le pasé a Anthony sin más


miramientos.

Pero, de repente, cuando vi que se lo llevaba, no voy a negar que por un


momento me entró un poco de pánico. Conmigo había sido diferente, porque
yo era mitad vampiro, era un bebé más fuerte, pero Anthony era humano. Los
brazos de mi madre eran fríos y pétreos, duros como el acero, y sus manos
podían reducir una roca a un simple polvillo solo con apretar un poco. Y
Anthony era tan pequeñito y delicado…

Sin embargo, mamá lo acomodó con extremada delicadeza y lo arropó con


mimo y ternura.

Anthony no parecía muy a gusto al principio, pero luego no se quejó más,


esbozó un adorable y gracioso bostezo y se quedó tan tranquilo, siguiendo
con su siesta.

Qué tonta había sido. ¿Cómo iba a hacerle daño mi madre? Desde luego, no
sé por qué me había dado por pensar eso, puede que fueran estos temores
tontos de las madres primerizas.

―Es un bebé precioso ―alabó mamá con un hilo de voz, observándole


maravillada al tiempo que pasaba las trémulas yemas de sus dedos por el pelo
de ébano de Anthony―. Es igual que tú, Jake. ―Y sus pupilas ambarinas se
alzaron un instante para mirar a mi chico.

Me percaté de la tremenda emoción que había en ellas.

―Sí ―sonrió él, orgulloso y satisfecho.

No dije nada sobre los ojos de Anthony, porque quería que ellos mismos los
vieran y se llevasen una sorpresa.

―Tengo que reconocer que es el bebé más hermoso que he visto ―declaró
papá, mirando a Anthony con una sonrisa―. Por supuesto me refiero a los
niños varones, porque ninguna niña se asemejará jamás a la belleza de
Renesmee.

―Eso lo dices ahora. Cuando tengas una nieta ya no lo afirmarás con esa
contundencia ―reí.

El labio de mi padre se cayó en picado y adoptó una expresión pensativa,


como si acabase de darse cuenta de que ya era abuelo.

―Se nota que los niños de La Push son fuertes como robles ―sonrió Em.

―Hay que admitirlo, es un niño muy, muy guapo ―reconoció Rosalie,


mirando al bebé con una sonrisa, embobada.

―Entonces, eso quiere decir que yo también te parezco guapo ―soltó Jake
con la misma sonrisa orgullosa de antes.

La cara de Rose cambió de repente y fingió una de hastío.

―Sigue soñando, chucho ―masculló, mirándole de arriba abajo simulando


desprecio.

―Venga, reconócelo, me adoras, lo sé. ―La sonrisa de Jacob se amplió.

―Si te adoro, es solo porque eres el padre de esta criaturita tan hermosa
―alegó, observando a Anthony con la misma cara de antes. Después, dirigió
la vista hacia Jacob y volvió a su fingida expresión de aversión―. Y a la vez
eso es lo malo, es una pena que tú seas el padre.

―Acabas de reconocer que me adoras ―apreció él―. ¿Lo ves? No era tan
difícil de admitir, rubia.

Rosalie no dijo nada, pero puso los ojos en blanco, le dio un manotazo a su
melena y giró el 546

rostro hacia otro lado.

Jake se carcajeó y yo no pude evitar soltar una risilla también.

De pronto, Anthony despertó y abrió los ojitos para mirar sin ver nada.

―Oh, se ha despertado ―murmuró mamá, encantada de que el niño saliese


de sus sueños, pero con una expresión de asombro al mismo tiempo―.
Tiene… tiene los ojos verdes. ―Luego, osciló la mirada hacia mi padre, que
observaba al niño todavía algo perplejo―. Verde esmeralda… ―Su susurro
se quebró al final de la frase, deslumbrada.

Después, su vista regresó a Anthony.

―Sí, es lo malo ―suspiró Jacob―. Bueno, alguna tara tenía que tener, no se
puede ser tan perfecto.

―Jake ―le regañé, riéndome, dándole un pequeño codazo en las costillas.

Él se volvió a carcajear.

Tenía que reconocer que a mí, personalmente, me gustaban más los ojos
negros de Jake, siempre había adorado esos ojos brillantes y vivos, pero los
ojos de Anthony eran realmente bonitos, preciosos, como él.

―Vaya, vaya ―vocalizó mi padre con una entonación un tanto socarrona y


maléfica que iba dirigida especialmente a Jake, aunque también había mucho
orgullo en sus palabras―. Parece ser que no es tan idéntico a ti, sino que mis
genes también han querido hacer acto de presencia. El destino puede ser muy
caprichoso a veces, ¿no te parece?

―Sí, ya, vale, vale, A. J. tiene tus ojos, ¿y qué? ―rebatió mi chico―.
Además, todavía le pueden cambiar de color, lo he leído en una de esas
revistas de premamá.

Entonces, repentinamente, mi madre se echó a llorar mientras observaba a


Anthony con ese deslumbramiento. Sus ojos no podían descargar nada, pero
estaba llorando. Me quedé un poco descolocada, porque sabía que le iba a
hacer especial ilusión, pero no me imaginaba que tanta.

Lloraba con una felicidad que me impactó un poco.

―Soy tan feliz ―susurró, acariciando la carita de Anthony con el dedo―.


Cuando estaba embarazada estaba convencida de que iba a tener un niño, y
siempre me lo imaginaba con los ojos verdes de tu padre ―me reveló sin
dejar de mirar al niño―. Y mira quién era en realidad. Aunque el mío se
parecía a ti, no era como Jacob ―le aclaró acto seguido a papá riéndose,
todavía con un poso de emoción.

―Eso espero ―rio mi padre.

Todos nos reímos entre dientes.

―¿Puedo cogerlo yo ahora? ―me pidió Rosalie.

―Uf, no sé yo ―se opuso Jake para quedarse con ella.

Mi tía le dedicó un mohín de odio y él soltó otra carcajada.

―Claro. ―Mi voz temblequeó un poco al final.

Otra vez este absurdo temor…

Mi madre se mordió el labio, un poco disconforme por tener que dejar de


tener al niño en sus brazos, pero se puso de pie y le pasó a Anthony con
mucha meticulosidad, sujetándole la cabeza con cuidado.

Aguanté la respiración durante ese medio segundo, preparada por si tenía que
saltar de la cama aunque me muriese de los dolores, pero Rosalie también lo
acomodó con ternura en sus brazos, así que pude seguir respirando.

Puede que mi reacción pudiera parecer extremadamente exagerada, pero me


daba igual. Ellos no dejaban de ser vampiros, esos seres inmortales fuertes y
poderosos, y mi hijo era un indefenso y frágil bebé humano. Cualquier mal
movimiento, cualquier fuerza mal medida, aunque fuera sin querer, podía
hacerle mucho mal a mi pequeño Anthony, que solo llevaba fuera de mi
vientre unas horas. Lo siento, pero no podía evitarlo, me salía
instintivamente.

Jake acarició mi brazo para tranquilizarme, si bien noté que su mano también
estaba algo tensa. Era otra tontería, pero me relajó un montón el saber que
Jacob estaba atento a todos los movimientos, que él actuaría en caso de que
sucediera algo, aunque ya había quedado demostrado que no teníamos nada
que temer. Eso sí, siempre había sido así, siempre me había sentido más
protegida con él, y en esta ocasión me pasaba lo mismo, solo que ahora
Anthony también entraba en ese círculo de protección particular en el que yo
me sentía estando junto a Jake.

Rosalie no se percató de nada de esto. Se dedicó a observar a Anthony


mientras le hacía carantoñas y cucamonas. En cambio, mi padre seguía todos
nuestros pensamientos y sensaciones con respeto.

547

―Yo también quiero cogerlo ―le solicitó Alice a Rose, poniéndose a su lado
para ganar posiciones.

―Creo que sería mejor que dejásemos que los padres disfrutasen un poco
más de su retoño ―intervino mi padre―. Anthony acaba de nacer hace tan
solo unas horas, y seguro que Renesmee y Jacob se mueren por volver a
recuperarlo, ¿verdad? ―nos preguntó.

―Y Anthony seguramente no tardará en demandar los cálidos brazos de su


madre ―añadió Carlisle acertadamente.

Mis tías se miraron y suspiraron, pero Rose finalmente asintió. Se acercó a la


cama y dejó al bebé en mis brazos, que ya estaban extendidos hacia él.

―Bueno, pero luego yo quiero cogerlo un rato ―pidió Alice.

―Sí, sí ―reí yo, acunando bien a Anthony.

Aparté un poco la manta de su carita y comencé a acariciar su mejilla con el


dedo. Su piel mestiza era extremadamente suave, como el algodón, y su
temperatura era algo inferior a la mía.

Sus ojos eran grandes, aunque ahora volvían a estar cerrados, ya que se había
dormido de nuevo, y tenían la misma forma que los de Jake. Hasta su
pequeña boca era parecida. No pude evitar sonreír.

Jake nos miraba a los dos, completamente embobado.


―Siempre me he hecho una pregunta, Doc ―dijo de pronto, mirando al
aludido.

―Pues, como dirías tú, dispara ―le instó mi abuelo con una sonrisa cerrada.

―¿Qué hubiera pasado si en vez de uno, hubiesen venido dos distintos? Es


decir, que hubieran sido mellizos, uno niño y la otra, niña.

Vaya. Yo jamás me había planteado eso. Presté atención.

―Pues me temo que su cuerpo rechazaría ese embrión, al ser totalmente


inviable ―afirmó Carlisle sin ningún atisbo de duda.

―¿En serio? ―pestañeó Jake―. Entonces, ¿no podríamos tener unos


mellizos como Rachel y Paul?

―Podríais tener gemelos o mellizos perfectamente, siempre y cuando fueran


dos niños o dos niñas, pero no niño y niña ―ratificó mi abuelo―. Ni siquiera
pasaría de ser un cigoto, debido a los distintos ritmos de multiplicación de las
células para crear los embriones, pero esto requeriría de una larga
explicación.

―No, gracias, Doc, creo que con esto ya es suficiente ―le paró Jake, ya que
si dejábamos hablar a Carlisle terminaría dándonos toda una disertación sobre
genética y reproducción.

No solo nos reímos los demás, el propio Carlisle lo hizo.

El timbre sonó abajo y nuestras risas cesaron.

―Vaya, qué rápido han venido ―dijo Jacob, pegando un salto para bajarse
de la cama.

Jake había llamado a Embry para darle la noticia, y, claro, las noticias corren
como la pólvora en La Push, sobre todo entre los miembros de una manada,
así que ya empezaban las visitas.

―¿Ya están ahí? ―inquirí.


―Eso parece ―asintió él, andando hacia la puerta.

―Han venido todos ―nos comunicó mi padre―. Familias incluidas, así que
prepárate ―me avisó, sonriéndome.

―Ay, madre ―gimió Jacob, saliendo por la puerta. El timbre volvió a


sonar―. ¡Ya voy, ya voy! ―voceó, bajando las escaleras.

―Todos quieren conocer al heredero del Gran Lobo ―suspiré, alegre.

―Iré abajo a preparar algo para comer ―se ofreció Esme, encantada de la
vida.

Salió del dormitorio como una bala.

―Sí, porque esto irá para largo ―reí.

Toda la casa se llenaría pronto de enormes metamorfos, más sus familiares,


todos apoltronados donde pudiesen.

Y así fue, en un plis, nuestra casa fue invadida por una numerosa tropa que
ocupó todo el saloncito y parte de la cocina. Los miembros de la manada
fueron subiendo de dos en dos para felicitarnos, unas veces acompañados por
sus parejas, otras, por otro hermano lobo. Y nuestro dormitorio también se
llenó de los diferentes regalos y detalles que nos iban trayendo.

Quil vino con Claire. No venían de la mano ni nada, pero ya todo el mundo
sabía que estaban juntos. Sin embargo, ellos preferían mantener cierta
discreción y recato, puesto que a Sam no le había hecho mucha gracia que
hubieran empezado a salir tan pronto. Eso sí, le había encantado la decisión
de Quil de llevar una relación casta y pura con su joven sobrina, y le había
hecho prometer 548

que eso sería así hasta que ella cumpliera la mayoría de edad. Pobre Quil. No
podía evitar que me hiciera gracia, pero el pobrecito había aceptado esa
condición con tal de poder salir con Claire.
Brenda vino con Seth, y Helen con Ryam. A mis amigas se les caía la baba
con Anthony, y a mí se me abrió el cielo de alegría cuando ambas me
anunciaron que se iban a casar el año próximo. No pudimos gritar mucho,
porque Anthony estaba dormidito, pero se formó algo de jolgorio.

Las gemelas se plantaron en el dormitorio junto con Shubael e Isaac, y fue


cuando me enteré de que andaban medio saliendo. Digo medio porque con
estos dos nunca se sabía, aunque a ellas tampoco parecía importarles llevar
ese tipo de relación o lo que fuera que llevasen. Jake ya conocía este dato, por
supuesto, como el resto de la manada, pero creía que yo ya me había dado
cuenta y por eso no me había dicho nada. En fin, hombres.

También vinieron Billy, Charlie y Sue, por supuesto. Billy no podía estar más
orgulloso, su pecho casi estaba a punto de explotar y todo, no se podía ir con
la cabeza más alta. Y Charlie intentaba ocultar su enorme emoción, aunque
pude ver cómo se daba la vuelta un par de veces para ocultarse y se limpiaba
alguna que otra lágrima. Sue se reía cada vez que veía esa escena.

La que no pudo estar presente fue Renée, pero mamá la llamó por teléfono
para darle la noticia y me la pasó. Ambas tuvimos una amena y divertida
conversación, mi abuela materna estaba un poco loca. Prometió venir a
vernos en cuanto pudiera, y yo sabía que iba a cumplir su promesa.

Sí, nuestra casa fue el centro de una celebración que se extendió hasta más
allá de la hora de cenar.

No era para menos, porque el heredero del Gran Lobo, el primer Príncipe de
los Lobos, había nacido.

549

Cuarentena

Ese doce de junio no fue el único día en el que tuvimos visitas. Al día
siguiente también vinieron a vernos Ezequiel y Teresa, ellos no fueron tan
impacientes como los chicos de la manada y prefirieron esperar a que yo me
encontrase más descansada. Mercedes ya había venido con Embry y con el
resto de metamorfos, así que no acompañó a su madre y a Ezequiel en esa
visita.

Sin embargo, las entradas y salidas en nuestra casa no terminaron ahí. En los
días sucesivos también vino el aquelarre de Denali al completo, Renée, que
tuvo que ponerle otra excusa a Phil, y Rebecca, que había partido desde
Hawai con su marido y sus tres hijos.

Todo el que pasó por casa se dedicó a sacarle fotos al bebé, así que de repente
pasamos de tener una simple ecografía a tener una multitud de fotografías
suyas. Anthony bostezando, Anthony chupándose el dedo, Anthony tomando
el biberón en mis brazos o en los de su padre, Anthony llorando, Anthony
durmiendo, Anthony haciendo una mueca… Cualquier gesto del bebé era una
buena excusa para fotografiarlo.

Sin embargo, según pasaron las semanas, nuestro hogar por fin se fue
quedando en calma, ya que todos regresaron a sus casas. Mi familia ya había
terminado los exámenes, por lo que decidieron pasar el verano en Forks para
estar cerca de Anthony, pero también por si algún día necesitábamos su
ayuda.

Mi convalecencia por el parto pasó volando, y sin darnos apenas cuenta,


Anthony ya tenía dos meses de vida.

Hoy no hacía sol, pero hacía bastante calor, así que teníamos una ventana del
salón abierta para que entrase algo de ese aire cálido con olor a verano. El
griterío de la gente que pasaba su jornada de playa en First Beach se
adentraba en la sala de estar, aunque tan solo era un murmullo de fondo que
se mimetizaba con el relajante canto de los pájaros que vivían en el bosque
contiguo a nuestra vivienda y los chillidos de las gaviotas cuando
sobrevolaban el cielo en busca de alimento.

Jake estaba en uno de los butacones, dándole el biberón a Anthony, o A. J.,


como él prefería llamarle. La verdad es que no teníamos ninguna queja de él.
Tragaba todo lo que le poníamos en el biberón, y por las noches solía dormir
bastante bien, tan solo lloraba en las horas señaladas en las que le tocaba
volver a tragar, era como un reloj. Jacob y yo nos turnábamos para darle el
biberón y cambiarle el pañal, pero no solo por las noches, sino que por el día
también.

Anthony ya había crecido un poco, pero seguía viéndose muy pequeñito en


los enormes brazos de su padre, sin embargo, estos le arropaban con mimo y
cuidado. A pesar del calor que hacía, a Anthony parecía gustarle mucho estar
ahí, nunca se había quejado, en realidad, creo que le gustaban tanto los brazos
de Jake como los míos. No le culpaba, a mí también me encantaban. Los
ojitos verdes de Anthony ya se mantenían abiertos, y parecían escudriñar el
rostro de su padre, como si quisiera estudiárselo bien, aunque su visión
todavía era muy precaria. Mientras Jacob sonreía y le miraba completamente
orgulloso, el bebé se tomó todo el biberón sin rechistar, hasta que ya no
quedó nada.

Yo estaba en el butacón de al lado, observando esa tierna estampa,


engatusada, con una sonrisa tonta.

―Muy bien, campeón, te lo has tomado todo ―le alabó Jake al bebé con una
sonrisa aún más grande.

Me levanté, sin dejar de sonreír, le cogí el biberón a Jake y me senté de


nuevo en mi sitio. Él alzó al niño y lo echó sobre su hombro para hacer que
expulsara los gases.

―Siempre come muy bien, ¿verdad, Anthony? ―le elogié a mi hijo.

―Es un tragón ―rio Jacob, pegándole unas suaves palmaditas en la espalda.

―No sé a quién me recuerda ―bromeé, riéndome yo también.

Anthony expulsó el gas por la boca con un sonoro eructo.

―Y es un guarrete ―volvió a reír Jake, poniendo a Anthony delante de su


vista, sujetándole la cabeza con una de sus manos al tiempo que la otra ya
abarcaba casi todo su pequeño cuerpecito y lo sostenía en alto.

550
El niño correspondió su sonrisa sin pensárselo dos veces, observando a su
padre con suma atención. Se me caía la baba cada vez que le veía sonreír.

―Sí, eres un guarrete ―jugueteó Jacob, acercando su cara al abdomen de


Anthony.

Como hacía mucho calor, le habíamos dejado puestos solamente los pañales
y una camisetita interior, así que Jake le hizo unas cucamonas sobre la planta
de uno de sus diminutos pies descalzos, produciéndole cosquillas. Anthony se
llevó uno de sus puñitos a la boca, sonrió más y comenzó a patalear con las
piernecitas en el aire, haciendo que Jacob apartase su rostro para mirarle. Su
pequeño cuerpo se sustentaba en las seguras manos de Jacob mientras
pateaba hacia arriba con ánimo. Me reí de esa escena que se repitió un par de
veces más, hasta que Jake terminó levantándolo otro poco para darle toda una
serie de besos en la mejilla. Después, lo acunó en sus brazos para que fuera
cogiendo el sueño.

―Será mejor que lo suba a su cuarto ―dijo, poniéndose de pie.

Casi tengo que pellizcarme para salir de ese atontamiento.

―Te acompaño.

Dejé el biberón sobre el piano y me puse a caminar junto a ellos.


Atravesamos el vestíbulo, subimos las escaleras y llegamos al dormitorio del
bebé. Anthony se pasó todo el trayecto mirándonos a los dos, pero sus
párpados enseguida fueron vencidos por el sueño, y cuando llegamos a su
cuna, ya estaba prácticamente dormido.

―¿Quieres acostarlo tú? ―me preguntó Jacob.

―No, hazlo tú ―le sonreí.

―Vale ―sonrió él también.

Abrí el pequeño camastro y Jacob acostó a Anthony con delicadeza, luego, le


arropamos entre los dos. Ambos teníamos una de esas sonrisas bobaliconas
en el semblante. Tiré del cordel de su móvil musical de cuna y este comenzó
a girar sus lunitas y soles al tiempo que ese arrullo musical infantil nos
envolvía a los tres. Le puse el chupete y nos quedamos observando al niño un
poco más, hasta que ya se durmió del todo.

Salimos de la habitación sigilosamente, cerramos la puerta con cuidado y


bajamos al salón.

―Estoy hecho polvo ―suspiró, dejando que su trasero cayese en el sofá.

Además de atender al bebé, estos días Jake estaba trabajando para ultimar la
puesta a punto de su garaje, así que no me extrañaba que estuviera cansado.

Me senté junto a él, de lado, recogiendo mis rodillas, y rodeé su cuello con
mis brazos.

―Tal vez estos días debería ocuparme yo sola de Anthony ―sugerí, pasando
mis dedos por su corto pelo azabache.

Decía tal vez, porque sabía que Jacob se negaría en rotundo.

―Ni hablar. ―Como me imaginaba, se negaba en rotundo―. Esto es cosa de


los dos. Además, a mí me encanta ocuparme de él ―me sonrió, pasando el
dorso de sus cálidos dedos por mi mejilla.

―Sí, lo sé ―le sonreí, pegando mi frente a la suya―. ¿Qué tal va el taller?

―Ya está casi listo ―murmuró, siguiendo con su sonrisa mientras rodeaba
mi cintura con sus enormes y masculinas manos. Las mariposas de mi
estómago ya levantaban el vuelo―. El jueves me traerán los neumáticos y el
viernes el elevador. En cuanto tenga esto último, ya podré abrir el taller.

Solo con tenerle cerca, mi corazón ya palpitaba a toda mecha.

―Habrá que hacer algo para la inauguración ―manifesté, apretando mi


abrazo para pegarme más a él―. Una pequeña fiesta en el taller o algo, ¿qué
te parece?
―Me parece genial ―sonrió en mis labios.

No me dio tiempo ni de terminar de jadear. En un abrir y cerrar de ojos,


nuestras bocas ya se estaban besando con pasión. Como venía pasando desde
hacía más de dos meses, mis mariposas se aceleraron aún más, ansiosas,
desmedidas. Cada vez que me besaba, mi cuerpo reaccionaba de la misma
forma.

Nuestros labios seguían comiéndose con esa locura y la energía que nos
rodeaba empezaba a ser más fuerte. Aferré mis dedos en su pelo y me senté
sobre él. Sus manos también estaban ansiosas, y enseguida me acogieron,
apretándome contra su cuerpo. Tres meses eran demasiado para nosotros.

Aunque siempre hay remedios para aliviarse, no habíamos hecho el amor


desde que había entrado en mi noveno mes de embarazo, puesto que entonces
mi barriga era muy grande, enorme, y yo estaba realmente incómoda en esa
última etapa de mi estado, sufriendo diversas molestias, ni siquiera
encontraba una buena postura para dormir. Y después del parto había tenido
que pasar 551

una corta convalecencia, más pesada que otra cosa.

Pero esos tres meses por fin habían pasado.

Despegué mis labios de los suyos, eso sí, lo justo para poder decirle algo.

―Creo que ya podemos dar por terminada la cuarentena ―susurré.

―¿Sí? ―murmuró él, sonriente―. Porque llevo la cuenta desde el doce de


junio.

Sonreí.

―Mañana al atardecer podíamos dejar a Anthony con mis padres ―le


propuse, hablándole con un murmullo que rozaba su boca―. Así tendríamos
toda la noche para nosotros.
―¿Y podrás resistirlo? ―susurró, mostrando esa sonrisa torcida que me
volvía loca―. Me refiero a separarte de él.

Sí, sabía que iba a ser duro separarme de mi bebé, que le iba a echar mucho
de menos, que incluso me iban a embargar esos sentimientos exagerados y
me iba a sentir una mala madre por un instante cuando lo dejara en casa de
mis padres, pero necesitaba esa noche entera con Jacob.

Una noche entera en la que nos pudiéramos entregar el uno al otro por
completo después de estos tres meses, sin interrupciones ni preocupaciones,
sin nada que nos atase ni reprimiese. Más de tres meses de espera era
demasiado tiempo para nosotros, y la necesitábamos. Una noche entera para
nosotros solos, aunque solamente fuera una. Además, sabía que Anthony iba
a estar en las mejores manos, no me quedaría tranquila si no supiera eso con
total certeza, es más, ya había comprobado que el niño no corría ningún
peligro en los brazos de mi familia.

―Solamente será una noche ―le contesté, correspondiendo su sonrisa―. No


nos vamos a morir por dejárselo una noche a mi familia, ¿no? Y ellos no
duermen, lo cuidarán estupendamente.

―Tu tía la Barbie va a estar encantada ―rio con una risilla sorda.

―Y mamá también ―le acompasé―. Se va a poner como loca cuando lo


tenga.

―Bueno, pues entonces, está decidido, ¿no? ―susurró en mis labios de


nuevo, haciendo que me estremeciera―. La noche de mañana será para
nosotros solos.

―Sí. ―Solo fui capaz de que me saliera un murmullo.

Me moría por estar entre sus brazos ya…

Pero de momento teníamos que conformarnos solamente con unir nuestros


labios para besarnos con una pasión que no se nos descontrolase demasiado.
Billy iba a venir a visitarnos dentro de un rato para ver a Anthony.
No obstante, el día siguiente llegó en un santiamén. Preparé a Anthony,
vistiéndole con unos vaqueritos cortos y una camiseta rayada, metí sus cosas
en la bolsa y lo acomodamos en el portabebé que Rose y Emmett nos habían
regalado junto con el moderno carricoche de color rojo y gris. En un
principio iba a ponerle el pijama, ya que pronto se haría de noche, pero
después pensé que a mi madre, a Esme y a mis tías les iba a encantar
ponérselo ellas, así que le vestí con ese conjunto que Alice le había comprado
en una de sus múltiples compras por Internet.

Mis padres no tardaron nada en llegar. Le había dicho a mi padre que no nos
importaba llevar al niño a su casa, pero él insistió en venir a buscarle.
Normalmente mamá era una persona muy comedida, pero con Anthony
nunca se resistía, y cuando le vio recostado en el portabebés durmiendo al
tiempo que succionaba su chupete, su cara se iluminó como una linterna, casi
le salen chiribitas de los ojos. No se lo comió a besos porque estaba dormido
y no quería despertarle.

Después, en cuanto les expliqué a qué horas le tocaban sus tomas, se


marcharon tan entusiasmados que incluso se olvidaron de despedirse de
nosotros y todo.

Como había previsto, mi pecho fue invadido por sentimientos encontrados


que chocaban un poco entre sí. Por un lado me moría por estar con Jake, pero
por otro no pude evitar sentirme un poco mal por separarme de mi bebé. Era
tan pequeñito… Me daba la sensación de que me necesitaba y yo le estaba
abandonando. Era otra reacción exagerada, por supuesto, pero era un
sentimiento raro, como si faltase a mi palabra, como si no cumpliera con un
deber que sabía que tenía que cumplir. No sé.

Pero, de repente, unos brazos fuertes y cálidos me abrazaron por detrás,


disipando algo esa sensación.

―¿Estás bien? ―me preguntó Jake, dándome un beso en la sien que me puso
todo el vello de punta. La sensación se disipó del todo―. Si quieres, lo
dejamos para otro día. Llamamos a tus padres para que den la vuelta y…

―No, estoy bien ―le interrumpí con una sonrisa, girándome para rodear su
cuello con mis brazos―. Esta noche no me la pierdo por nada del mundo
―susurré en sus labios.

Ni hablar. No pensaba perdérmela ni aunque hubiese un terremoto que tirase


la casa abajo.

552

Además, como para llamar ahora a mis padres, con lo ilusionados que se
habían marchado junto a Anthony. Sí, él iba a estar genial con mi familia, le
iban a cuidar muy bien.

Jacob acercó su boca para besarme, sin embargo, yo reculé un poco hacia
atrás y no le dejé.

―Te espero arriba. ―Sonreí con picardía al tiempo que clavaba una mirada
llena de intenciones en esos ojazos negros que me hacían temblar.

Su intensa mirada se intensificó todavía más y su labio se curvó hacia arriba


con esa sonrisa torcida tan seductora.

―Vale ―aceptó.

―Ven dentro de diez minutos ―le indiqué, despegándome de él sin dejar de


mirarle con seducción.

Su sonrisa se amplió y asintió.

Caminé hacia atrás lentamente, clavándole la mirada continuamente, subí los


primeros peldaños de esta guisa, y cuando la escalera ya me obligó a perderle
de vista, me giré y terminé de ascender.

Recorrí el pasillo ya más aprisa, entré en nuestro dormitorio y me puse en


manos a la obra.

Hacía tiempo que había comprado un picardías para esta ocasión, y se notaba
que Alice me había acompañado. La prenda, de color negro, estaba
confeccionada con unos encajes semitransparentes que hacían resaltar el
pecho y que dejaban muy poco a la imaginación.

Normalmente no solía usar una lencería tan agresiva, porque me daba una
vergüenza horrible y, la verdad, a Jake no le hacía falta ningún estímulo de
este tipo para abalanzarse sobre mí, pero hoy estaba dispuesta a todo. Saqué
el picardías del armario, con su tanguita a juego, y lo tiré todo sobre la cama
para cambiarme.

Me quité la ropa a toda prisa delante del espejo y me puse esas dos únicas
prendas. No sabía si era por mi condición de semivampiro, pero ya había
recuperado mi figura totalmente, así que ahora me sentía más femenina y
atractiva. Me observé en el reflejo y sonreí con satisfacción. Alice tenía
razón, ese picardías resaltaba aún más mis curvas, tenía que reconocerlo.
¡Gracias, Alice! Después, me solté el pelo y me lo atusé bien, dejando que
cayese libre sobre mis hombros y mi espalda.

Me di la vuelta y abrí la cama, retirando la sábana totalmente hacia atrás.


Encendí una de las lamparitas para tener una luz más ambiental y apagué la
del techo. En cuanto terminé de hacer esto, me recosté sobre el colchón, de
lado, con una postura sensual, recoloqué mi cabello y me puse a esperar a mi
marido.

No se hizo esperar mucho.

Al minuto, la puerta del dormitorio se abrió y Jacob apareció por el umbral.


Mi corazón pegó un salto, anheloso, y mis mariposas invadieron todo mi
cuerpo cuando le vi.

Él también se había cambiado, y su único atuendo eran unos pantalones de


pijama largos que caían sueltos sobre sus pies descalzos. Debería estar
acostumbrada a verle, pero mi vista no se cansaba nunca de admirar su
poderoso cuerpo, al revés, cuanto más le veía, más me gustaba y más perfecto
me parecía. Sus brazos y su pecho eran fuertes, musculosos y masculinos,
todo en él era muy varonil, hasta sus grandes manos.

Pasó adentro, cerró la puerta a sus espaldas y se paró en seco cuando me vio.
Las mías no fueron las únicas que le comieron con la mirada. Lo primero que
hicieron sus pupilas fue repasarme con un deseo que inundaba toda la
habitación y se clavaba en mí, abrasándome con su fuego. La energía ya
empezó a fluir, y eso que nos separaban unos metros. Mi corazón se aceleró
en respuesta, pero lo hizo aún más cuando comenzó a acercarse a la cama con
paso seguro y decidido.

Se recostó a mi lado y se arrimó a mí, haciendo que los coloridos insectos de


mi estómago casi se me saliesen por la boca. Su frente se pegó a la mía y
entonces nuestras respiraciones ya se agitaron en nuestros labios. No hicieron
falta palabras, sus ansias al mirarme ya lo decían todo. Mi picardías le había
encantado.

Empezó a besarme lentamente, acariciando mis labios con los suyos, que eran
tan suaves y ardientes, mientras nuestros alientos lo hacían con una pasión
desmedida. Los aleteos de mis mariposas se extendieron por todo mi cuerpo,
estremeciéndome completamente, y mis manos se apresuraron a engancharse
a su cuello y a su portentosa y ancha espalda.

Se inclinó sobre mí y mi columna se echó sobre el colchón, dejando que él se


acomodase entre mis piernas y me cubriera. Hacía meses que no podíamos
adoptar esta postura, y mi cuerpo palpitó con más que gozo. Sus besos
estaban cargados de deseo, pero seguían siendo calmados y meticulosos, así
que despegué mis labios de los suyos. Nuestros bronquios exhalaban el aire
con 553

agitación; alzó un poco su rostro y se quedó mirándome, algo perdido. Llevé


mi mano a su mejilla al tiempo que enganchaba mi hambrienta mirada con la
suya, y le dejé entrar en mi mente.

Le mostré que quería que fuera de todo, menos delicado. Por supuesto me
encantaba cuando me hacía el amor despacio, me moría con ello, para qué
negarlo, pero llevaba meses siendo delicado y tierno conmigo en la cama.
Ahora mi cuerpo pedía otra cosa, la ansiaba con urgencia, casi con
desesperación. Le deseaba, le deseaba con toda mi alma, le amaba con toda
mi alma. Quería que me poseyera con fuerza, que me tomase de esa forma
salvaje y animal con la que solo él sabía hacerlo, que se dejase llevar del
todo. Eso hacía que yo también me sintiera completamente libre, pura, hacía
que mi alma se desnudase y que volara junto a la suya sin prejuicios, sin
tapujos, sin tabúes. Solo éramos él y yo. Dos seres desnudos. Dos seres
salvajes y libres que se amaban hasta la locura.

Su mirada se encendió aún más al ver mis intenciones y entonces ya obtuve


lo que quería.

Nuestros labios se abalanzaron con locura a la vez, espirando toda la pasión


que llevábamos dentro. Mis manos ya no sabían qué más hacer para tocarle,
porque a pesar de que recorrían toda su piel, todo les sabía a poco. A las
suyas parecía pasarles lo mismo.

No perdimos mucho tiempo con los preliminares, después de todo, teníamos


toda la noche para ese tipo de caricias y miramientos, pero no para saciar este
deseo retenido de tres meses. El picardías vistió mi piel durante muy poco.
Nos despojamos de nuestras ropas con ansias y fuimos directamente al grano.

―Si te hago daño, dímelo. ―Fue lo único que él me susurró en la boca.

Asentí y aferré mis dedos en su pelo para que no se demorase más al tiempo
que mis labios buscaban a los suyos para que no dejasen de rozarlos nunca.

Lo hizo despacio, con delicadeza y cautela, pero cuando sentí toda su


virilidad deslizándose dentro de mí, cuando se unió a mí, todo encajó en su
sitio, como antes, como siempre. Gemí y sonreí de placer, pero también con
satisfacción, porque nada, absolutamente nada había cambiado entre
nosotros. Todo era igual de maravilloso, mágico y excitante que siempre.

Jacob observó mi reacción con atención, estudiando cada gesto de mi rostro,


y al ratificar que todo iba bien pasó a la acción. Comenzó a moverse dentro
de mí justo como yo quería, dejando salir toda su pasión y deseo, sin dejar de
mirarme, sin dejar que sus labios abandonasen a los míos, permitiendo que
nuestros agitados y altos jadeos se mezclasen mientras la energía viraba como
un huracán a nuestro alrededor. Dios mío, todo mi cuerpo palpitaba ya, y
acabábamos de empezar…
Me encantaba cómo me miraba mientras empujaba una y otra vez, con ese
fuego, mezcla de adoración, amor y pasión, mucha pasión. Que me deseara
de esa forma me volvía completamente loca. Era la expresión de su rostro, su
entrega total y absoluta, su mirada de fuego, penetrante y sensual, la fuerza de
sus ardientes manos, de su prodigioso y fornido cuerpo, de su poderosa
masculinidad, ver cómo perdía la cordura totalmente por mí. Eso hacía que
yo también la perdiera por él, porque le deseaba y le amaba con toda mi alma.

Y así sucedió. Ese primer orgasmo solamente fue el preámbulo de lo que nos
deparaba en las horas que teníamos por delante.

Y las aprovechamos bien.

La cama de dos por dos se nos quedó pequeña esa noche.

554

Incidente

Ambos nos quedamos en el vestíbulo, parados. Jake me miró, mordiéndose el


labio algo descontento y fastidiado por la notificación que acababa de recibir
por teléfono.

―No te preocupes, iré a buscarle yo en mi forito ―le calmé, acariciando su


brazo.

―Es que me da mucha rabia ―resopló, poniendo los brazos en jarra al


tiempo que miraba hacia un lado. Luego, volvió la vista a mí para seguir
hablando―. Mira que llevo tras los dichosos neumáticos dos semanas y no
había forma, nada, el distribuidor que para el jueves, y ahora que tengo cosas
que hacer, se dan prisa y me dicen que los tienen para hoy ―chistó.

―Pues Anthony no puede quedarse más tiempo en casa de mi familia


―declaré, ahora mordiéndome el labio yo―. Están a punto de salir hacia
Seattle para ir al teatro, ya tienen las entradas desde hace un mes. Aunque, si
quieres, les digo a mis padres que no vayan y se queden un poco más con
Anthony hasta que salgas del taller y podamos ir a buscarle los dos, o les
puedo decir que lo traigan ellos. No creo que les importe, es más, seguro que
se quedan con él encantados.

De eso estaba completamente segura.

―No, deja, si ya tienen las entradas desde hace un mes… ―suspiró.

―Bueno, cielo, no pasa nada. Entonces yo recogeré a Anthony en mi coche,


y cuando llegues a casa ya nos tendrás aquí y podrás verle. O mejor, ¿qué te
parece si nos pasamos por el taller a buscarte? Así volveremos a casa los tres
juntos ―le propuse.

Por primera vez desde que colgó el teléfono, sonrió.

―Eso me gusta más ―afirmó, acercándose a mí para rodear mi cintura. La


noche se nos había alargado más de la cuenta, hasta bien pasada la mañana, y
hacía solo un par de horas que acabábamos de estar juntos, pero mis
mariposas se revolvieron por mi estómago con vehemencia, era inevitable―.
Porque también quiero verte a ti y estar contigo, ¿sabes?

―Sí, lo sé ―le sonreí, llevando mis brazos a su cuello.

Los dos ampliamos nuestras sonrisas y acercamos nuestros labios para que
saciaran su sed un poco más.

Me hubiera quedado así para siempre, saboreando sus suaves, afrodisíacos y


ardientes labios que hacían que mis mariposas se volviesen locas, ese dulce y
abrasador aliento que caldeaba todo mi cuerpo, y esa mágica energía que
siempre nos envolvía, pero, desgraciadamente, se nos había hecho bastante
tarde, así que no nos quedó más remedio que terminar el beso y despegarnos.
Hablé cuando volví a recuperar la cordura.

―Tengo que ir a buscar a Anthony ―conseguí murmurar en su atrayente


boca.

―Sí, claro ―asintió, separando nuestros rostros al tiempo que tomaba una
buena bocanada de aire para recomponerse.
Sonreí con satisfacción. A veces no me creía que un hombre como él
suspirase por mí, me daba la sensación de que todo era un hermoso sueño,
pero así era. Era real.

―Te veremos en el taller ―le dije, dándole un último beso, este en la


mejilla, y despegándome de él del todo.

Cogí las llaves, que reposaban en el recibidor, y abrí la puerta.

―Si salgo antes te llamo al móvil, así que estate atenta ―me pidió.

―Sí, no te preocupes ―sonreí de nuevo―. Te quiero.

―Te quiero ―murmuró, mostrándome esa sonrisa torcida que me volvía


loca.

Le eché un último buen vistazo para que mis retinas se quedasen contentas y
me di la vuelta para salir por la puerta, antes de que sucumbiera a la tentación
y volviera a abalanzarme sobre él.

Cerré a mis espaldas y me encaminé hacia mi Ford Festiva del 90 blanco, el


cual se encontraba aparcado junto al garaje. En cuanto me subí y me puse el
cinturón, arranqué y salí de nuestro jardín.

Pegué dos bocinazos a modo de saludo cuando pasé por delante de la casa de
Billy y él se asomó rápidamente a la ventana de la cocina para decirme adiós
con la mano, sonriéndome. Salí a la carretera que lleva a Forks y le metí un
poco más de caña al coche.

555

Mientras mi forito avanzaba a gran velocidad, me puse a canturrear esa


canción que estaban poniendo en la radio. No sabía ni el título, pero era muy
pegadiza, la verdad.

Recorrí la carretera de La Push, pasé a la de Forks, atravesé el pueblo, seguí


por la autopista y llegué a la salida que daba al camino sin asfaltar que
llevaba a la casa de mi familia. No tardé mucho más en dar con la gran
vivienda. Estacioné el coche delante del porche y me bajé volando del
vehículo. Estaba ansiosa por ver a mi pequeño Anthony.

Subí las escaleras y abrí la puerta con las llaves que aún poseía. Nada más
atravesar el umbral, ya vi a mis tíos y mis abuelos en el sofá.

―Hola ―saludé en general con una sonrisa, cerrando la puerta detrás de mí.

―Hola, cielo ―me contestó mamá con otra, hablando por todos.

Mi madre estaba sentada en el sofá, junto a mi padre, que sostenía a Anthony


en sus brazos. El niño estaba en uno de esos pequeños ratos en los que
permanecía despierto, y toda mi familia estaba congregada a su alrededor
para no perderse ni un detalle del mismo. Todos le miraban engatusados, en
cambio él parecía estarlo solamente con mi padre, que era justo el que tenía
delante.

―Déjame cogerlo un rato ―imploró Alice.

―Tú ya lo tuviste anoche ―se opuso mi padre.

Mi tía le dedicó un mohín.

Me acerqué a ellos con paso presto.

―¿Qué tal se ha portado? ―quise saber, mirando a mi hijo.

Estaba doblemente envuelto en una manta, para que no cogiera frío en


ninguno de los brazos que le rodeaban y que se peleaban por tenerle. Era una
solemne tontería, pero hasta me fijé en si había crecido algún centímetro que
me hubiese perdido. No lo había hecho en absoluto, por supuesto.

―Estupendamente ―sonrió mamá sin dejar de observar a Anthony con ese


embobamiento―.

Se ha tomado el biberón en las horas señaladas y no ha llorado nada en toda


la noche.
―Sí, es un tragón ―me reí, recordando las palabras de Jake.

Mi madre por fin bajó de su nube y me miró.

―Por cierto, ¿dónde está Jacob?

Papá estaba tan atontado con el bebé, que ni siquiera se había fijado en mi
mente, así que no les había anunciado nada antes de que yo llegase.

―El distribuidor de neumáticos le ha llamado para avisarle de que se los van


a llevar hoy y ha tenido que irse al taller, por eso he venido yo a buscar a
Anthony ―le desvelé, extendiendo mis brazos hacia él con una sonrisa.

Ya me moría por cogerlo y comérmelo a besos.

Mi padre se levantó y me pasó a mi hijo con suma delicadeza. En cuanto su


cabecita se posó en mi brazo y sus ojitos verdes me vieron, Anthony sonrió
con la misma sonrisa de su padre y pataleó al aire con alegría, levantando la
manta que cubría su pequeño cuerpo. Tenía dos meses, sin embargo, parecía
mentira, pero ya me reconocía, y siempre reaccionaba de la misma forma al
verme. No podía evitar emocionarme y sentirme extremadamente feliz cada
vez que veía esa carita entusiasmada.

―Hola, cielo, mamá ya está aquí ―le susurré, sonriéndole.

Alcé mi brazo un poco para que su rostro llegase mejor, inspiré el


maravilloso aroma dulce y fresco de su piel, el cual estaba mezclado con una
colonia infantil que alguien le había echado, y le di una serie de besos tiernos
en uno de sus mofletes. Me apetecía achucharle y comérmelo, pero era tan
pequeñito todavía, que tenía miedo de hacerle daño. Cuando bajé mi brazo
los almendrados y grandes ojos de Anthony me miraban y brillaban con más
felicidad, con esa inocencia infantil de un bebé, y mantenía una sonrisa más
amplia que la de antes. Me recordaba tanto a su padre…

―Le he puesto este conjunto tan mono ―me indicó Alice de pronto,
destapando a Anthony para que lo viera.
Mi tía le había ataviado con un conjunto formado por una camiseta de rayas
blancas y verdes estampada con el dibujo de un hipopótamo y unos
pantaloncitos cortos a juego de recién nacido que se sujetaban por medio de
unos anchos tirantes.

―Lo elegí yo ―afirmó Rosalie, sonriendo y alzando la barbilla con un


orgullo que se desbordaba por todos sitios.

―Bueno, pero el conjunto lo compré yo ―rebatió Alice sin dejar de sonreír,


aunque alzando el mentón también.

556

―Pero tú le ibas a poner otro conjunto, y yo elegí este ―insistió Rose con la
misma pose de antes, si bien ahora más forzada.

Alice la miró, entornando los ojos.

―Haya paz, por favor ―rogó Esme.

―Gracias a las dos ―intervine yo, sonriéndoles para aliviar esa liviana
tensión entre ellas―.

Anthony está guapísimo, ¿verdad, cielo? ―Y le hice una carantoña a mi bebé


a la vez que le acariciaba los mofletes con el dedo.

Anthony correspondió con otra sonrisa y otro pataleo al aire.

Le sonreí. Era tan adorable. Tan adorable y risueño como su padre.

Me fijé en que sus mejillas estaban un poco coloradas, así que retiré la manta
que le cubría y le dejé solo con la ropa que llevaba puesta, hoy también hacía
mucho calor. Sus piececitos descalzos volvieron a patear la nada, contento
por verse libre.

―Con razón le llamaba mi pequeño pateador ―sonrió mamá, acercándose a


él para darle un beso en la mejilla, ya totalmente embaucada por los encantos
del niño.
―Sí, sigue siéndolo fuera de la barriga ―me reí.

―Es un niño adorable, sin duda ―declaró Rosalie, pasando los dedos por el
pelo del bebé―. Y

muy, muy guapo.

―Bueno, ya está bien ―protestó Emmett en broma―. Vamos a tener que


ponernos celosos de este renacuajo.

―Coincido contigo ―le apoyó Jasper.

―No digáis tonterías ―bufó Rosalie.

Emmett se carcajeó.

Me lo estaba pasando muy bien, pero ya se me estaba haciendo tarde. Jake no


tardaría mucho en terminar su tarea en el taller con el distribuidor de
neumáticos, y quería llegar a tiempo para recogerle.

―En fin, tengo que irme ―suspiré.

―Nosotros también ―cayó mi madre, mordiéndose la uña del dedo pulgar


sin dejar de observar a Anthony.

―No te preocupes, mamá, ya le dejaré aquí otro día ―le calmé.

No me importaría nada repetir otra noche como esta, y viendo que ellos
estaban tan encantados de tenerle aquí, seguro que la repetíamos en alguna
otra ocasión.

―No quiero meteros prisa, y yo también disfruto mucho con la compañía de


Anthony, pero debemos partir ya hacia Seattle si no queremos llegar tarde a
la obra ―apremió Carlisle.

―Sí, iros ya ―les azucé, acercándome hacia el portabebé para coche que
reposaba junto a la puerta―. Nosotros nos vamos ahora.
―Espera, déjame despedirme de él ―me pidió mamá, poniéndose a nuestro
lado como un invisible rayo.

En menos de un latido de corazón, mis tías y Esme la acompañaban. Se


pusieron a darle besos y a agasajarle con carantoñas y arrumacos, hasta que
mi padre se metió por el medio y salvó al pobre Anthony.

―Yo también quiero despedirme de mi… de Anthony ―corrigió.

Acercó su rostro marmóreo y blanquecino al mestizo de su nieto y le dio un


tierno beso en la frente. Anthony le dedicó una de sus alegres sonrisas y mi
padre se quedó embobado.

Mi madre aprovechó la ocasión para darle otro beso al bebé. Se quedó


observándole con una sonrisa bobalicona, le acarició la mejilla con el dedo y
se colocó junto a mi padre, tomándole de la mano.

―Bueno, ya que estáis, yo también voy a despedirme de mi sobrino


―declaró Emmett, abriéndose paso entre todos con su enorme corpachón.

Le dio un beso en la frente con sus mejores intenciones, pero cuando se


estaba despegando del niño, este se puso tan contento que sin querer le
propinó una patada en el mentón con uno de esos pataleos que todavía no
controlaba bien. A mi tío no le pasó nada, claro, pero Anthony empezó a
llorar, ya que la barbilla de Emmett era dura como la piedra.

―Vaya por Dios ―lamentó papá, mirando a Anthony con algo de angustia.

―Emmett, tienes que tener más cuidado ―le regañó Rosalie―. Es un bebé
humano.

―Lo siento ―se disculpó Em, preocupado.

―No pasa nada ―le sonreí mientras acunaba al niño y lo balanceaba para
que se calmase.

Cogí su pequeño pie y se lo examiné. No tenía nada, por supuesto, solamente


se había hecho daño 557

por el golpe―. Ya está, ya está ―le dije al bebé, arrullándole. Luego, me


dirigí a Emmett―. No ha sido nada, tranquilo.

Cogí el chupete que estaba enganchado en la camiseta de Anthony y se lo


metí en la boca para que se tranquilizase. A los dos segundos se puso a
succionar y se calló. Le limpié las dos lágrimas que le habían caído con los
dedos y seguí acunándole otro poco.

―Como para hacerle algo ―suspiró Em, más tranquilo―. Si Jacob se entera,
me mata ―bromeó.

―Sí, ya te veía huyendo del país ―se mofó Jasper.

Emmett se volvió a carcajear.

―Bueno, tenemos que irnos ―repetí, ahora con más prisas.

―Claro ―asintió mi madre―. ¿Vais en tu coche?

―Sí ―asentí, agachándome hacia el portabebé.

―En fin, no hace falta que te lo diga, pero conduce con cuidado.

―Sí, no te preocupes. ―Recosté a Anthony, que ya estaba durmiéndose, y le


sujeté bien con el arnés.

―Está todo en la bolsa ―me indicó papá, cogiendo la misma del suelo para
ayudarme―. Ah, y ya hemos esterilizado los biberones.

Me alcé, sosteniendo el portabebé por la asidera.

―Gracias. A todos ―les sonreí.

―De nada, cariño. Cuando quieras, aquí estamos ―me correspondió Rosalie.

Por su tono de voz y por su continua mirada clavada en Anthony adiviné que
ese cuando quieras esperaba que fuera muy pronto.

―Sí, lo sé ―reí―. Bueno ―me giré hacia la puerta y la abrí―, pasadlo bien
en el teatro.

―Así lo haremos ―sonrió Jasper.

Salí hacia el exterior, seguida de mi padre, que cargaba con la bolsa de


Anthony, y de mi madre, que no cargaba con nada, pero que seguro que
quería darle un último beso al bebé. El resto se quedó en el umbral.

―Hasta mañana ―me despedí de camino al coche.

―Hasta mañana ―me respondieron los que quedaron atrás.

Mientras mi padre me ponía la bolsa en el asiento delantero, yo anclaba el


portabebé en el trasero y lo enganchaba con el cinturón de seguridad. En
cuanto salí por el hueco de la puerta, mamá se metió para besuquear a
Anthony un poco más. Me reí, porque la escena ya me daba la risa. Mamá no
se cansaba nunca.

Después, mi padre cerró la puerta y se acercó a mí para despedirme con un


beso. Mi madre hizo lo mismo, pero cuando terminó con Anthony. Les di un
beso a ellos también y me metí en el coche.

Iba a pegar otro par de bocinazos como salida triunfal, pero me contuve,
puesto que Anthony ya estaba dormido, así que me limité a despedirme con
la mano y también aproveché para apagar el estéreo.

Recorrí la senda que llevaba a la vivienda de mi familia y llegué a la


autopista. Anduve varios kilómetros, tomé la salida que llevaba a Forks,
atravesé el pueblo y terminé girando para acceder a la carretera de La Push.

Los árboles que se presentaban a lo largo del recorrido se iban disgregando


con velocidad a ambos lados según pasaba mi forito blanco, aunque las
blancas y abundantes nubes que inundaban el cielo azul parecían quedarse
estancas en el mismo sitio, como si en realidad no avanzásemos nada. Dentro
del vehículo lo único que se escuchaba era el rugido del motor y los latidos
desacompasados del corazón de Anthony y el mío.

Ahora que la circulación de otros coches era prácticamente inexistente y que


la carretera presentaba un trayecto recto, aproveché para echarle un fugaz
vistazo a Anthony. Me bastó medio segundo. Aunque no le veía la carita al ir
en contramarcha, pude comprobar que tenía la cabeza ladeada y seguía
durmiendo plácidamente, con el chupete puesto.

De repente, pegué un brinco en el asiento cuando mi pulsera comenzó a


vibrar de una forma inopinada e insistente.

―Oh, Dios mío… ―Fue lo único que me dio tiempo a murmurar, con
nerviosismo y urgencia.

Mi pie se clavó en el freno y el coche se detuvo bruscamente, provocando


que las ruedas chirriasen un poco en el asfalto, del derrape de la frenada, y
que el vehículo pegase un cabezazo hacia delante mientras el cinturón tiraba
de mí para mantenerme en el asiento y me ahogaba. El enorme pino que
seguía la fila de árboles que bordeaban la carretera se cayó justo delante de
mis 558

narices, pero gracias al aviso de mi aro de cuero, a mis reflejos y a los buenos
frenos de mi forito, lo hizo a un par de metros y nos salvamos por los pelos.
Eso sí, el coche se me caló.

Lo primero que hice fue quitarme el cinturón de seguridad y girarme hacia


atrás para asistir a Anthony, que rompió a llorar. Logré colarme entre los
asientos y me senté en el trasero, junto a él.

El anclaje y el cinturón también habían agarrado al portabebé, así que no


tenía nada, simplemente un buen susto que le había despertado. Quité las
cintas que rodeaban su cuerpo y lo saqué de ahí para arroparle en mis brazos.

―Ya está, mi vida, ya pasó ―le susurré al tiempo que lo meneaba un poco y
le daba un beso en la frente.
Salí del coche para mirar qué había pasado, sosteniendo al bebé en mis
brazos, pero también por seguridad. Si otro vehículo, por lo que fuera, venía
lanzado y distraído, podía darnos por detrás, así que era peligroso quedarse
dentro. Además, la pulsera seguía vibrando, señal de que se acercaba algún
tipo de peligro.

La enorme copa cónica del pino yacía en el suelo, obstaculizando toda la


calzada. Observé lo que quedaba en pie del tronco, extrañada. ¿Por qué se
habría quebrado? No tenía pinta de estar enfermo o dañado.

Pero Anthony demandaba toda mi atención. Me fui hacia el arcén para


tranquilizarle un poco.

Después, tendría que llamar para avisar de este incidente y que alguien se
ocupase de retirar el árbol, y para avisar a Jake de que ya no me daría tiempo
a ir a buscarle al taller. Qué fastidio.

Suspiré y me centré en mi hijo.

Acaricié sus mejillas mojadas y le enjugué las lágrimas. Luego, le puse en


chupete, que ahora colgaba de la cadena de plástico enganchada a su
camiseta.

Anthony se calmó un poco y dejó de llorar, sin embargo, mi pulsera no estaba


tan tranquila, porque de pronto volvió a vibrar con alarma.

No me dio tiempo ni de preguntarme qué estaba pasando. En cuanto mi vista


se alzó para mirar a la carretera, todo mi cuerpo se paralizó, hasta mi corazón
se detuvo.

Alina, Keiler y Zhanna estaban frente a mí, a unos escasos cinco metros, ni
siquiera les había oído salir de donde fuera. Todos clavaban sus miradas rojas
de sangre en mí, sin quitarme ojo, pero la mirada de Alina era espeluznante.
Sus encarnados ojos destilaban un odio que iba más allá de una enemistad,
sin embargo, un calambre helado y gélido atravesó todo mi cuerpo cuando
llevó sus desquiciadas y despiadadas pupilas hacia Anthony. Esas pupilas
clamaban venganza, la reclamaban a voces, y supe con total certeza que no
buscaba pelea, lo que buscaba era matarnos sin cuartel y torturarnos, en un
ojo por ojo.

No, no, no... Mi pequeño Anthony…

―No… ―murmuré, horrorizada, apretando a Anthony contra mí a la vez que


mi mano le cubría para protegerle―. ¡No! ―grité después, dándome la
vuelta precipitadamente para echar a correr hacia el bosque que limitaba con
la carretera.

El niño empezó a llorar de nuevo, debido al agitado desplazamiento, y mis


piernas se movían muy deprisa, pero no lo suficiente. Tenía que
transformarme para que mis movimientos fueran menos bruscos, si el bebé
seguía llorando sería imposible zafarse; y para ser más rápida, a esta
velocidad nunca podría huir de ellos. Busqué el fuego en mi interior y lo llevé
por toda mi espalda, dejando que fluyera libre. Mi corazón latió una última
vez a su ritmo normal y mi cuerpo entró en un estado casi vampírico
completo.

Ahora mi corazón apenas latía, se mantenía en un estado de aletargamiento,


paciente, mis piernas avanzaban a la velocidad del sonido y mis movimientos
eran más sutiles y ligeros. Sin embargo, mi piel era helada y mis brazos
pétreos y duros, era por eso que tenía que tener un extremo cuidado con mi
hijo. Cualquier mal movimiento podría poner su vida en peligro. Procuré no
tocar su cálida piel directamente, abarqué su delicado cuerpo con esmero y
aceleré.

No sabía adónde me dirigía, pero tenía que buscar a la manada. Sin Jacob en
su forma lobuna no podían oírme, así que no me quedaba otra. Anthony ya no
lloraba, aunque se le notaba incómodo y algo asustado. Mi pequeño
Anthony… Saqué el móvil de mi bolsillo y marqué el número de Jake a toda
mecha.

Mis ojos buscaban frenéticamente algún movimiento entre los árboles, alguna
señal de pelajes conocidos.

―Hola, cielo, ¿ya estáis llegando? ―contestó Jake en cuanto descolgó, se


notaba que con una sonrisa.

―¡Jake!

559

Ya no pude decir más. Un golpe seco y veloz en mi mano me tiró el móvil al


suelo. Me giré y vi horrorizada a Keiler a mi lado, que me sonreía con una
mezcla de jugueteo y maldad. Era la caza de un gato con su ratón.

―Hola, preciosa ―sonrió de una forma maquiavélica.

―¡No! ―grité, yéndome al otro lado.

Pero alguien más se interpuso.

―¡¿Adónde te crees que vas?! ―me paró Zhanna, ella sin sonreír nada.

―¡Dejadnos en paz! ―chillé, pegando un acelerón para zafarme de esos dos


hostigadores.

Mis pies se vieron obligados a frenar cuando Alina salió de la nada por los
aires y cayó justo delante de mí, aterrizando al igual que lo haría una
gueparda.

―¡Maldita! ¡No escaparás! ―voceó, fuera de sí, levantando su brazo a modo


de zarpa para asestarme el golpe de gracia.

Mi espalda chocó con Zhanna y Keiler, y me quedé sin escapatoria posible.

―¡NOOO! ―grité, cubriendo a mi bebé con el brazo.

Estaba a punto de pegar un brinco hacia arriba a la desesperada, aun sabiendo


que Zhanna y Keiler harían lo mismo para atraparme, cuando otra voz
intervino.

―¡Basta! ―ordenó esa voz.


La mano en forma de garra de Alina se quedó trabada en el aire y sus dientes
rechinaron de una forma audible. Por su expresión me percaté de que ese
movimiento no había obedecido a su voluntad, sino que algo la había
obligado a hacerlo. Y no tardé nada en adivinar qué había sido.

El día que me atacó en el Jeep de Emmett mi pulsera me había dejado verlo


con claridad, ya que ese don era invisible, como todos los dones de los
vampiros, así que si lo había visto, había sido gracias a ella. Ezequiel me
había explicado que el aro de cuero había sido adormilado para que no
pudiera actuar, pero como desde hace un tiempo la pulsera gozaba de más
poder, sí que había conseguido mostrarme eso, como un último intento de
ayuda.

Y en esta ocasión también volvió a mostrármelo. Mi pulsera vibró y ratificó


mis sospechas al dejarme verlo con claridad. La imagen apareció borrosa al
principio, sin embargo, al segundo se volvió nítida y clara. El látigo negro
rodeaba la muñeca de Alina y le impedía mover el brazo.

Sí, era el látigo negro de la sombra.

560

Venganza

Mis muelas chocaron las unas contra las otras cuando le vi salir, y mi aro de
cuero rojizo vibró con fuerza, casi gruñéndole.

De entre la umbría que perfilaban los árboles apareció la sombra, ataviado


con su inconfundible casaca negra y esa capucha que le ocultaba la mitad del
rostro. Avanzó con paso tranquilo y seguro, sosteniendo todavía su látigo
negro para que Alina no pudiera moverse, y se plantó delante de nosotros.

Mi espalda estaba pegada a Zhanna y a Keiler mientras mis bronquios


sacaban el aire con agitación y temor. No me sujetaban, porque tampoco
hacía falta, mi huida era imposible. Envolví a Anthony con más vehemencia,
rezando para que Jacob hubiera escuchado mi grito y viniera a salvarnos,
aunque mi pulsera temblequeaba en mi muñeca, dispuesta a todo. Esta había
estado a punto de erigir su barrera cuando Alina había intentado atacarnos,
pero la voz de la sombra provocó que no actuara, ya que no le había hecho
falta hacerlo. Aun así, mi aro de cuero volvió a reaccionar y nos envolvió con
su burbuja enseguida, impeliendo un poco a los dos vampiros que nos
acosaban hacia atrás, pegándoles un calambrazo que no fue a más porque
ambos se alejaron a tiempo.

―¡La pulsera ha erigido su barrera! ―desveló Zhanna, apartándose algo


más, aunque permaneció cerca de nosotros.

―¡Pulsera endemoniada! ―bufó Keiler, siseando.

Me pregunté por qué la sombra había detenido a Alina. Me hubiera sentido


algo más aliviada por eso si no fuera porque me temía que las intenciones del
vampiro eran exactamente las mismas que las de su compañera: la venganza.
Y mis temores se ratificaron al instante.

―¡Déjame matarla! ―le rugió esta a la sombra, mostrándole la dentadura


con rabia, al tiempo que se revolvía furiosamente para intentar deshacerse del
látigo que la incordiaba.

―Mujer obstinada ―masculló él, enfadado, dirigiéndose a Alina―. Te dije


que yo mismo quería encargarme de ella. Ya te lo advertí, ¿es que quieres que
esa pulsera te desintegre, como hizo con Natasha?

Escuché cómo Zhanna machacaba las muelas a mis espaldas, aunque a Alina
ese recordatorio no pareció importarle demasiado. Sus ganas de matarme iban
por otro lado.

―¡Yo también quiero mi venganza! ―chilló la vampira, rabiada, intentando


abalanzarse sobre mí―. ¡Ella es la causa de que Razvan esté muerto!

―¡¿Acaso osas desobedecerme?! ―bramó la sombra, tirando de su látigo.

Alina fue arrancada del suelo y el chorro negro la lanzó con brusquedad y
violencia en la dirección opuesta, haciendo que su espalda se estampase
contra una enorme roca. La piedra llena de musgo no soportó el estallido de
su columna vertebral y se partió a la mitad, del potente impacto.

Los trozos de piedras tocaron el suelo a la vez que la vampira.

¡Nessie, ¿dónde estáis?! ¡¿Qué está pasando?!, me preguntó de pronto Jake,


hablando con urgencia.

Sus ojos comenzaron a mostrarme el camino que inició por el bosque al


acabar de transformarse. Lo hacía con apremio y vivacidad. Mi grito por
teléfono había servido para darle la voz de alarma, eso había hecho que él
saliese en nuestra busca. Mi respiración se agitó más, pero esta vez con
esperanza, y tuve que controlarme para que no se me notase.

¡Es la sombra y los sirvientes de Razvan!, le revelé al tiempo que Alina se


incorporaba para ponerse en pie. ¡Están aquí, quieren vengarse!

¡Malditos chupasangres!, protestó Paul.

Ahora la manada también podía escucharme, y podía notar cómo todos los
lobos que estaban de turno prestaban suma atención, ya echando a correr para
buscarnos a Anthony y a mí.

¡¿Dónde estáis?!, quiso saber Jake, que ya recorría el frondoso bosque como
una bala.

Alina se puso en pie y observó a la sombra con furia, aunque aceptó su


subordinación.

No tengo tiempo de explicártelo todo, pero mi coche está parado en la


calzada, justo antes del 561

cruce con la carretera Quillayute, le expliqué con nerviosismo. Eché a correr


hacia el bosque, por la derecha. No estamos muy lejos de allí.

¡De acuerdo, estaré ahí en un momento!

¡Nosotros también estamos de camino!, anunció Embry.


―No olvides que ahora yo soy tu amo ―le dijo la sombra a Alina; no podía
verle las pupilas, pero por su tono de voz adiviné que la miraba con dureza.

Los dientes de Alina chirriaron, pero asintió.

―Sí, amo ―vocalizó con rabia, entornando los ojos.

La sombra se giró para mirarme, y percibí cómo su vista de rencor e inquina


se clavaba en mí para apuñalarme.

―¿Qué queréis de mí? ―le pregunté con rapidez para que perdiera un poco
de tiempo.

―Lo sabes de sobra ―me respondió, usando ese acento del este con
severidad a la vez que daba unos amenazantes pasos a mi alrededor.

Las vibraciones de mi pulsera aumentaron, y eso no me gustó, porque ella no


se sentía muy segura, lo notaba, así que no era muy difícil deducir que la
sombra se traía algún truco sucio entre manos. Mis brazos apretaron a mi
bebé un poco más, no mucho, porque no quería hacerle daño.

Jake estaba en su forma lupina, y eso me permitía ver el alma reluciente de


Anthony, un alma pura y brillante, inocente. Nuestro hijo se mantenía en
silencio, aunque seguía estando algo asustado, ya que sus ojitos permanecían
abiertos. Mi pequeño Anthony, parecía que comprendiese lo que estaba
pasando.

La sombra continuó hablando.

―¿Creías que tu lobo iba a matar a mi señor y que todo se iba a quedar así?
―De repente, sus pies se detuvieron a mi lado y se arrimó todo lo que pudo a
mi oreja. La barrera que nos envolvía a Anthony y a mí chispeó un poco
como advertencia, sin embargo, eso no pareció importarle―. Yo me
encargaré de vengarle ―aseguró, agravando la voz con un gruñido.

Me alejé de él, apretando la dentadura, al tiempo que mi aro de cuero


retumbaba en mi muñeca.
―¡¿A qué esperas?! ―le reprendió Keiler, nervioso―. ¡Mátalos ya! ¡El
Gran Lobo no tardará en venir, esta furcia le ha llamado!

―¡Sí, mátalos antes de que sea demasiado tarde! ―le siguió Zhanna.

La boca de la sombra se retorció en una tétrica sonrisa.

―Por suerte, Razvan me dejó algo en herencia.

De repente, metió la mano por dentro de su casaca y la sacó con rapidez,


echando unos conocidos polvos parecidos al pimentón en nuestra dirección.
Eran los mismos que habían dormido a mi aro de cuero cuando Razvan había
intentado matar a mi bebé.

Mi pulsera volvió a vibrar, esta vez con urgencia.

―¡Noooo! ―grité, dándome la vuelta para huir.

¡Nessie!, rugió Jake. Y su rugido se escuchó muy cerca.

De nada sirvió. En cuanto el polvillo carmesí tomó contacto con la barrera de


mi aro de cuero, esta se desintegró. Mi pulsera intentó sacudirse de nuevo
para erigir una nueva, sin embargo, comenzó a perder fuerza
progresivamente, hasta que se sumió en un letargo involuntario sin que
pudiera hacer nada para impedirlo.

No me dio tiempo a chillar.

―¡¿Adónde te crees que vas?! ―me paró Keiler con una sonrisa malvada,
interponiéndose en mi camino.

Pero Alina no perdió ni un segundo. En cuanto mi pulsera se quedó fuera de


combate, vio su oportunidad.

―¡La mataré! ―voceó, abalanzándose sobre mí, fuera de sí.

Me giré hacia ella, preparada para proteger a mi bebé con mi vida.


―¡Maldita mujer! ―le detuvo la sombra, enganchándola con su látigo por el
cuello―. ¡Ya te dije que la venganza es mía!

Alina se llevó las manos a la garganta cuando el látigo la apretó. Creí que se
la iba a romper, pero la sombra optó por lanzarla otra vez hacia atrás,
haciendo que su espalda volviera a estallar contra la misma roca de antes.

―Ahora te enterarás ―sonrió Zhanna, llevando sus manos hacia mí con la


intención de sujetarme.

¡NESSIE!, volvió a rugir Jake.

Su iracundo rugido ya estaba prácticamente aquí, hasta Keiler miró a un lado,


nervioso. Sin 562

embargo, Zhanna no llegó a tocarme.

¡Tranquilo, ya estamos nosotros aquí!, exclamó Leah, saliendo de entre los


árboles con un salto, en medio de unos rugidos estremecedores que se
escuchaban tras ella.

Leah empujó a la mujer vampiro con sus patas delanteras y ambas cayeron
rodando por el suelo mientras el resto de lobos saltaban para rodearnos a
Anthony y a mí.

¡Bravo, hermanita!, aclamó Seth.

La loba se puso en pie en un santiamén para reforzar ese círculo lupino que el
bebé y yo teníamos alrededor.

Bien, aguantad, ya estoy cerca, nos anunció mi lobo.

―¡Maldita loba! ―chilló Zhanna, levantándose.

¿Estáis bien?, me preguntó Leah, echándonos un fugaz vistazo.

Sí, le respondí con alivio.


―¡Son ocho! ―masculló Alina, rabiada, desde la distancia―. ¡Será
imposible vencerles!

Eso dalo por seguro, afirmó Paul, dedicándole un gruñido amenazador.

―¡Te lo advertí! ―le recordó Keiler a la sombra con evidentes signos de


histerismo―. ¡Vamos a morir todos!

No hacía más que mirar a su alrededor, esperando a que otro estremecedor


rugido del Gran Lobo saliese de entre la espesura del sotobosque.

―¡Silencio, cobarde! ―le amonestó la sombra, pegándole un latigazo en la


espalda.

Keiler gritó de dolor y se cayó de rodillas, hundiendo las manos en el terreno.


Alina y Zhanna le sisearon para recriminárselo, pero la sombra no se detuvo,
aunque su siguiente ataque no fue dirigido a ellas.

Lanzó su látigo contra los ocho lobos, que nos protegían a Anthony y a mí
dentro del círculo que habían formado.

¡Cuidado!, voceó Shubael.

¡No podremos detenerlo!, se percató Jared al mismo tiempo.

¡Ay, madre!, lamentó Isaac, cerrando los ojos para prepararse a resistir el
azote.

Pero el látigo fue interceptado.

Una alargada y potente elipse dorada salió como un meteorito y golpeó al


chorro negro de la sombra, desviándole de su trayectoria primero, haciendo
que el vampiro lo retirase después.

La sombra y sus secuaces ya sabían de quién se trataba, pero los lobos lo


ratificaron cuando alzaron sus cabezas y aullaron al cielo, escondiendo las
colas entre las patas, en señal de respeto y sumisión.
Entonces, mi Gran Lobo apareció de entre la penumbra del boscaje,
abriéndose paso con una lentitud inquietante y desafiante, clavándole esa
mirada extremadamente agresiva a su contrincante. Era impresionante y
espectacular, por su tamaño y poder, y no pude evitar que mi
deslumbramiento y orgullo se reflejaran en mi rostro. Su majestuosidad y
grandeza me abrumaban incluso a mí.

Mi lobo vadeó a través de sus hermanos con ese paso elegante, cadencioso y
lleno de determinación y se colocó a mi lado, ante las atónitas y aterradas
miradas de Alina, Zhanna y sobre todo Keiler, que consiguió levantarse del
suelo, no sin algún torpe tropiezo que otro. La manada se colocó detrás de
Jacob automáticamente, en formación, dejándole todos los honores a su líder.
Jacob nos echó un vistazo a su hijo y a mí, nos olisqueó para verificar que no
teníamos rasguño alguno y acto seguido regresó su amenazante mirada hacia
la sombra, agazapándose para lanzarle un rugido que hizo temblar hasta la
tierra que pisábamos.

¡Malditos chupasangres! ¡Ya me tenéis más que harto!, bramó mi enorme


lobo rojizo cuando rugió.

Anthony se asustó, pero era un bebé fuerte y valiente como su padre y no


llegó a llorar, tan solo se revolvió un poco en mis brazos.

―Tranquilo, cielo, es papá ―le susurré.

Bastó con que le meciera un poco y le diera un beso en su sedosa y caliente


mejilla para que se calmara. Yo también estaba completamente relajada,
ahora que Jake estaba a nuestro lado, ya no tenía absolutamente nada que
temer. Sin embargo, todos pudimos ver los vahos azulados de los vampiros
que teníamos delante, rezumaban hacia las copas de los árboles.

―¡No! ¡Vamos a morir todos! ―gritó Keiler con pavor, echando a correr
para huir.

No fue el único. Alina abrió los ojos, horrorizada, ya no era tan osada, y
Zhanna se unió a ella cuando la primera comenzó su escapada.
563

¡Cretinos!, gruñó Jake.

La sombra no pudo hacer nada para evitar que sus cómplices desertasen y le
dejaran plantado, y tampoco para impedir el feroz ataque de Jacob.

Mi lobo no perdió más tiempo, erigió su círculo de luz brillante y lo calentó


instantáneamente.

El vampiro encapuchado solo pudo rechinar los dientes con apuro y levantar
un pie para acompañar a sus aliados cuando se percató de lo que Jacob iba a
hacer. La onda expansiva estalló y comenzó a recorrerlo todo
vertiginosamente. Los alaridos de Keiler, Zhanna y Alina se apagaron de
inmediato, pues el abrasador fuego los pulverizó ipso facto.

Sin embargo, cuando quisimos darnos cuenta, la sombra había enganchado su


látigo negro a la alta rama de un árbol y, como si fuera el artista de un
número de circo, se había elevado por los aires, salvándose por los pelos de la
energía abrasadora.

¡Esa escoria intenta huir!, avisó Isaac.

¡Ni hablar!, protestó mi lobo, erigiendo una de sus elipses.

La lanzó contra la sombra con rapidez, pero el vampiro consiguió esquivarla


milagrosamente, gracias a la ayuda de su látigo. Este chocó contra la elipse y
la desvió de su trayectoria.

¡Maldita sanguijuela!, se quejó Jacob.

¡Jake, se va a escapar!, le advertí al ver cómo el vampiro ya saltaba hacia otra


rama.

Confiaba al cien por cien en el poder de Jake, pero ya había visto tantas
cosas, que por si acaso.

Tranquila, nena, me calmó él, muy seguro de sí mismo.


Cambió la elipse por el círculo de fuego otra vez y lo retrajo hacia sí mismo,
al igual que haría con la goma de un tirachinas para que cogiera impulso.
Cuando lo soltó, la onda expansiva salió despedida en todas direcciones a la
redonda, aunque esta vez la dirigió hacia arriba, a la velocidad de un letal
torpedo.

La sombra miró hacia atrás y rechinó la dentadura de nuevo, pero poco más
pudo hacer contra el poder del Gran Lobo. Pegó otro elevado brinco para
abordar otra rama, sin embargo, en el mismo instante en que hizo esto, la
onda expansiva de fuego le barrió con furia, llevándose hasta su alma malva
y maligna.

Le tapé los oídos a mi hijo para que no escuchase esos escalofriantes


bramidos de dolor, aunque las cenizas negras de la sombra se cayeron de las
alturas y tocaron la tierra súbitamente, así que los gritos cesaron pronto.

¡Así se hace, Jake!, alabó Embry, lanzando un aullido al viento.

Sus hermanos corearon más aullidos para acompañarle.

Hay que ser tonto para venir aquí en busca de venganza, chistó Leah.

Ni que lo digas, coincidió Isaac.

Bueno, pero ahora todo ha terminado, dijo Jake. Ya nadie vendrá a vengar
nada.

Los lobos volvieron a aullar al cielo, como celebración.

Jacob corrió como un bólido y se ocultó detrás del tronco de un enorme


abeto. Cuando salió, lo hizo a dos piernas, vistiendo solamente esos
pantalones cortos de color negro que le sentaban tan, tan bien. Fue suficiente
con ver su rostro para adivinar qué quería hacer, y en cuanto llegó a mí, no
perdió más tiempo.

No podía pegarme a él del todo, puesto que uno de mis brazos sostenía a
Anthony, pero Jacob me agarró de la cintura y me arrimó a su cuerpo,
permitiendo que mi costado se adosara bien a él.

Mi mano suelta enseguida se apresuró a abalanzarse a su cuello en el mismo


momento en que sus labios comenzaron a entrelazarse con los míos con esa
pasión tan desbordante. La energía también explotó a nuestro alrededor, casi
como la onda expansiva de fuego, y mis mariposas no podían aletear más
fuerte. Ahora que yo estaba en mi condición de un vampiro casi completo, su
boca era más ardiente y su aliento más abrasador, sin embargo, su impetuoso
hálito seguía siendo dulce y embriagador, se introducía por mi laringe,
proporcionándome un placentero calor, y sus labios, afrodisíacos y
atrayentes, eran imposible de soltar. Su cuerpo emanaba ardor por doquier,
sus manos acariciando mi espalda, su boca moviéndose con la mía con ese
compás, su aliento... Todo, todo en él era caliente y cautivador, y no tardé
nada en caldearme.

Terminamos el beso un poco a regañadientes, aunque ambos sabíamos que de


momento teníamos que dejarlo aquí. Mantuvimos nuestras frentes unidas, si
bien tomamos una buena bocanada de aire para regresar a este mundo.

―¿Estáis bien? ―murmuró, despegando su rostro del mío para observar a


Anthony.

Tuve que obligarme a reaccionar para contestarle, a poco más, y tengo que
pellizcarme. Era tan guapo, tan perfecto, tan él...

564

―Sí ―sonreí, mostrándole a su hijo―. La manada llegó a tiempo.

Anthony sonrió al ver a su padre y sus pequeñas piernecitas empezaron a


patalear al aire, como había hecho conmigo cuando me había reconocido.
Jake correspondió su sonrisa y lo cogió. Yo se lo pasé encantada, porque sus
brazos eran más cálidos que los míos, y seguro que mucho más cómodos.

―Somos rápidos, ¿eh? ―presumió Shubael.


Giré el rostro hacia la manada, un poco sorprendida. No me había dado
cuenta de que ellos también habían adoptado su forma humana.

―Sois geniales ―le sonreí.

Shubael se rio y el resto de los metamorfos chocaron sus puños como


celebración, también entre risitas satisfechas.

―¿Cómo estás, colega? ¿Te han torturado mucho las locas de tus tías? ―le
dijo Jacob a Anthony. El niño volvió a sonreír y a lanzar pataditas con
entusiasmo―. Ya, me imagino ―le contestó mi chico, como si su hijo le
hubiera dicho algo. Luego, alzó el rostro para mirarme―. Este crío apesta a
colonia ―reparó, arrugando la nariz―. ¿Qué le han estado haciendo? Madre
mía.

―Rose dice que los bebés tienen que oler a bebés. ―Me encogí de hombros.

―La piel de A. J. ya huele estupendamente ―afirmó, frunciendo un poco el


ceño.

Empecé a notar la quemazón al final de mi paladar.

―Tengo sed ―le comuniqué.

―Ugh, ya empezamos ―se respingó Jared.

Le dediqué un mohín.

―Te acompañaré a cazar algo ―dijo Jacob.

―Trae, yo cuidaré de A. J. mientras tanto ―se ofreció Leah, encantada, ya


extendiendo los brazos hacia el bebé.

―Gracias ―le sonrió mi chico, pasándole al niño con cuidado.

Leah lo arropó entre sus brazos con ternura y acarició su mejilla. Anthony
también le sonrió, aunque levemente, porque acto seguido bostezó, ya le
estaba dando el sueño.
―Es una ricura ―afirmó ella, haciéndole carantoñas al bebé.

―Estaremos de vuelta dentro de quince o veinte minutos ―prometió Jacob.

―De acuerdo ―le respondió Leah, aunque sin hacerle apenas caso, ya que
seguía con sus cucamonas.

Se me escapó una risilla.

―Bueno, ¿vamos? ―me azuzó él, cogiendo mi mano.

Mi resorte travieso saltó de repente.

―¡Te echo una carrera! ―exclamé entre risas, soltando su amarre para
empezar a correr.

―¡Eh! ¡Eso es trampa! ―se rio, ya volando detrás de mí.

―Vaya dos ―se escuchó suspirar a Paul a nuestras espaldas.

―Es guay ―contestó Seth.

Jacob y yo comenzamos a adentrarnos en el bosque a toda mecha para buscar


alguna presa, entre risas de felicidad.

Sí, felicidad, porque ya todo se había terminado. Definitivamente. Ya no


quedaba ninguno de nuestros enemigos, ya nadie iba a estropearnos la paz y
esta inmensa felicidad. Los Vulturis tenían que acatar el tratado si querían
seguir gobernando en el mundo de los vampiros, y ya habían comprobado
varias veces que era imposible vencer al Gran Lobo, ellos no suponían
ningún peligro para nosotros ni para mi familia. Más les valía, y eso lo sabían
ellos mejor que nadie.

Razvan y todos sus aliados estaban muertos, ya no quedaba nadie que pudiera
reclamar ninguna venganza o pudiera molestarnos más.

Sonreí con más felicidad y me carcajeé mientras corría por delante de Jake.
―¿Te estás riendo de mí? ―se ofendió, en broma.

―¡Me río porque soy feliz! ―clamé, pegando un salto loco.

Jacob se carcajeó también y me atrapó por detrás, rodeando mi cintura con


sus robustos brazos.

Dio vueltas sobre sí mismo conmigo volando, pero la fuerza de la inercia de


la carrera era tan potente, que perdió el equilibrio y los dos terminamos
cayéndonos al suelo entre risas. Cuando nos dimos cuenta, nuestros labios se
estaban besando otra vez, dando rienda suelta a la pasión. Iba a ser por poco
tiempo, claro, porque yo tenía que cazar algo y teníamos que volver con
Anthony, pero aún podíamos besarnos durante un rato.

Sí, desde luego era la mujer más feliz de todo el universo.

565

Para siempre

El amplio escritorio ahora hacía las veces de cambiador. La acolchada y


cómoda mantita sustentaba al bebé, que reposaba boca arriba, sobre la
misma. Mientras canturreaba una canción, terminé de pegar las cintas del
pañal de Anthony. Él chupaba el sonajero y me miraba con atención con esos
ojitos verdes que parecía que se le iban a salir de la cara, de lo grandes que
eran.

―Ya estás limpito, con cremita y todo ―le sonreí, frotándole la barriguita
con las yemas de las dos manos para hacerle cosquillas.

Anthony se rio, emitiendo esos gorjeos ya tan típicos de él a sus cuatro


meses, y después, cuando llevé mi boca a su piel para hacerle cucamonas, a
esa risa se le unieron los animosos meneos de sus bracitos y sus piernas. Eso
sí, no soltó el sonajero, y este repartió los sonidos de sus múltiples y
coloridos cachivaches por todo el cuarto. Levanté la cabeza y la hundí de
nuevo para repetir la acción. Anthony se partía de la risa con esto.
―Te gusta, ¿eh? ―reí.

―Aaaah… ―balbuceó él, sonriéndome, sin dejar de moverse ni agitar el


sonajero.

Me incliné una vez más y volví a hacer ese ruido de mis labios contra la
suave piel de su barriga. La alegre risa de Anthony aumentó, soltó el sonajero
y sus manitas se posaron en mi frente, como si me estuviese suplicando que
ya parase. Le hice caso. Levanté el rostro, terminando de reírme, le di un
pegajoso beso en su alegre mejilla y terminé acariciándosela con el dorso de
los dedos.

―Bueno, ahora mamá tiene que vestirte.

Me giré y cogí la ropa que tenía preparada para él. Empecé a canturrear otra
vez y le puse su camiseta interior, los diminutos calcetines, los pantalones
marrones y por último esa camiseta de manga larga que hacía juego gracias a
su color beige y ese dibujo de un búho en tonos pardos.

―Ahora la sesión de peluquería.

Agarré el cepillo suave que tenía a su lado y peiné su cabello negro,


colocándolo también con mis dedos. Luego, lo posé en su sitio y acaricié sus
mofletes con mis manos.

―Estás guapísimo ―le sonreí, cogiéndole. Acerqué su cabecita a mi nariz e


inspiré su dulce y fresco efluvio―. Mi niño precioso. ―Le di una serie de
cariñosos besos y lo arrimé a mi pecho, sujetando su nuca―. ¿Vamos a
despertar a papá?

Sus manitas se engancharon a mi cara al tiempo que sonreía y balbuceaba


otro poco, y sus pies comenzaron a patalear hacia abajo, con entusiasmo.

Solté una risilla. Era tan gracioso.

Salí del cuarto de Anthony y me dirigí a nuestro dormitorio.


Hoy era domingo y Jake no tenía que trabajar en el taller, ni tampoco tenía
que patrullar, así que me levanté yo para atender al niño y le dejé dormir un
poco más.

Abrí la puerta y vi a Jacob durmiendo. Se encontraba en la cama, boca arriba,


con la sábana cubriéndole solamente hasta la cintura. Tenía la cabeza a un
lado y su impresionante pecho desnudo se movía arriba y abajo, siguiendo el
compás de su calmada y profunda respiración.

Entonces, se me ocurrió una cosa.

―Vamos a darle una sorpresa a papá ―le cuchicheé a Anthony con una
risilla a la vez que pasaba a la habitación.

Me acerqué a la cama, por el lado de mi chico, y dejé a Anthony boca abajo,


sobre el pecho de Jake. Estaba dormido como un tronco, ni siquiera notó
nada, en cambio Anthony se irguió un poco, manteniéndose más bien a
cuatro patas, y gorjeó con alegría, balanceándose adelante y atrás al tiempo
que le pegaba unos golpecitos con las palmas de sus manos en el torso.

Solté otra risilla por lo bajinis y cogí la cámara fotográfica del cajón de la
mesita, vigilando en todo momento al bebé, no fuera que Jake se girase de
repente. La encendí y les saqué una foto.

Cuando terminé de hacerles la instantánea y dejé la cámara sobre la mesita,


me quedé mirándoles completamente embobada.

Parecían casi dos gotas de agua, incluso en su carácter alegre y jovial, uno en
grande y el otro 566

en miniatura. Y cuanto más tiempo pasaba, cuanto más se iba desarrollando


la personalidad de nuestro bebé y más le íbamos conociendo, más se iba
pareciendo a Jake. Su parecido también iba más allá, pues eso hacía que
tuvieran un nivel de compenetración enorme. Anthony tenía un vínculo muy
estrecho con los dos, pero parecía tener una adoración especial por su padre,
con el que siempre lo pasaba genial.
Sonreí cuando Anthony pasó a golpear a su padre en la cara, riéndose, como
si quisiera que se despertase de una vez. Me acerqué y dejé las manos
preparadas en el aire, sobre el bebé, por si tenía que cogerlo, ya que Jacob
empezó a mover la cabeza y podría ser que se girase con brusquedad o algo.

Pero Anthony se atrevió otro poco y enganchó la nariz de Jake. Se me escapó


la risa otra vez, porque Jacob osciló un poco la cabeza de derecha a izquierda
con suavidad, tratando de zafarse de la manita de Anthony, mientras emitía
un fingido gruñido y el crío se reía. Fue entonces cuando me percaté de que
Jacob ya se había despertado pero que se estaba haciendo el dormido para
sorprender a su hijo. Me incorporé del todo, ya que ahora no hacía falta coger
al niño.

―Aaaah… ―balbuceó Anthony, pasando a manosear el rostro de Jacob.

Mi chico volvió a repetir la misma acción de antes, aunque esta vez


aumentando el volumen del gruñido.

Anthony se rio, y cuando ya iba a cogerle la nariz otra vez…

―¡Aaaarg! ―Jake simuló un rugido y se incorporó como un resorte,


agarrando bien al niño.

Cualquier otro bebé se hubiera asustado con eso, pero Anthony se partía de la
risa y pateaba con sus piernas hacia abajo sin parar al tiempo que trataba de
llegar a la nariz de su padre. Jacob y yo tampoco pudimos evitar reírnos.

―Buenos días, campeón ―le sonrió Jake, acercándole a su rostro para darle
un serial entero de besuqueos en la carita.

El bebé ya se puso más mimoso y se dejó querer. Después, Jacob lo acunó en


uno de sus brazos y se tumbó en la cama de nuevo, dejando a Anthony a un
lado de su costado. Se quedó observándome con una mirada llena de
intenciones y una sonrisita pícara que comprendí a las claras. Seguía con el
camisón puesto, así que le sonreí con ganas y me metí en la cama,
recostándome a su otro lado, en ese pequeño hueco que quedaba entre Jacob
y el borde del colchón, pasando la pierna sobre él para tener medio cuerpo
encima del suyo. Anthony ya estaba en su mundo, entretenido con la sábana.
Jake llevó su mano suelta a mi cintura y yo llevé la mía a su impresionante
torso para acariciarlo, arrimándome a su hermoso rostro. Su piel también olía
maravillosamente bien, todo él olía maravillosamente bien.

―Buenos días, preciosa ―murmuró, mostrándome esa sonrisa torcida que


me volvía loca.

―Buenos días, dormilón ―susurré en sus labios, también sonriéndole, ya


presa del impetuoso revoltijo de mis mariposas.

Comenzamos a besarnos con dulzura, acariciando nuestros labios con calma


para sentirlos mejor, pero nuestros alientos no tardaron mucho en agitarse, y
con ellos, nuestras bocas. Al tiempo que la energía se iba animando cada vez
más, nosotros también íbamos encendiéndonos. Nuestros labios pasaron a un
nivel más bien básico de pasión y mi mano resbaló por su pecho para
ascender hasta su nuca. La suya reptó por mi espalda y volvió a bajar,
acariciándola entera una y otra vez, con un hambre contenida. Parecía
mentira que apagásemos nuestro fuego todas las noches, y eso que nos
estábamos reprimiendo bastante, sin embargo, para nosotros nunca era
suficiente, nunca.

Los coloridos insectos de mi estómago ya no daban abasto, en uno de los


acelerados latidos de mi corazón, se multiplicaron por mil.

Dios, me moría por hacer el amor con él, este fuego que sentía por Jake era
insaciable, incombustible, pero estaba claro que con Anthony reclamando
toda nuestra atención era imposible.

Tendríamos que esperar a por la tarde, no nos quedaba más remedio, ahora
teníamos que adecuarnos a los horarios de siesta del bebé. Y hoy era
domingo, Jake no trabajaba ni tenía que patrullar. Mi desánimo inicial se
transformó en una inmensa felicidad de repente y eso aumentó el movimiento
de mis labios por un instante, ya estaban ansiosos de que pasaran las horas.

Sin embargo, teníamos que parar antes de que rebasásemos la línea fronteriza
que separaba el control con esa locura desbocada que no podríamos detener.
Jacob parecía estar pensando lo mismo que yo, y ambos concluimos ese
interminable beso, aunque nos costó lo nuestro. Cogimos una buena
bocanada de aire para recomponernos y poder hablar.

―Hoy no trabajo ―murmuró con una sonrisa insinuante, frotando el lateral


de su nariz con el 567

mío.

―Lo sé ―sonreí, dándole un beso corto para saborear su ardiente boca un


poco más―.

Podíamos aprovechar la tarde, tú ya me entiendes ―ronroneé, flirteando.

Mi marido sonrió y me regaló otro beso.

―¿Y ese picnic que íbamos a hacer? ―me recordó sin dejar su sonrisa
torcida.

―Bueno, hay tiempo para todo ―le contesté, sonriéndole, bajando la mano
para acariciar su increíble torso.

―¿Qué pasa? ¿Es que no has tenido bastante con lo de anoche? ―dijo con
voz sugerente, y su sonrisa se amplió.

―No… ―ronroneé de nuevo, llevando mis labios a los suyos para que
saciaran su sed otro poco.

―Yo tampoco… ―coincidió, correspondiendo mis efusivos besos con el


mismo ímpetu.

Pero los dos tuvimos que parar una vez más.

―Aaaah… ―balbuceó Anthony.

Separamos nuestros rostros para mirarle, y ninguno pudo reprimir una risilla
cuando le vimos.
Anthony estaba acomodado en la oquedad resultante entre el colchón y el
brazo de su padre. Se había deshecho de los calcetines y estaba muy
entretenido con uno de sus pies, el cual tenía en la boca y chupaba sin parar.

―¿Es que no has desayunado? ―se rio Jacob, dirigiéndose al bebé.

Me incorporé un poco y me eché sobre él, apoyando mis brazos en su pecho


desnudo para verles mejor a los dos.

―Dile: papá, me he tomado todo el biberón ―respondí por Anthony,


pellizcando la mejilla de Jake.

―Lo creo, lo creo ―asintió él, riéndose. Entonces, cogió al bebé y lo sostuvo
en el aire, con los brazos estirados. Anthony ya empezó a sonreír y a patalear
hacia abajo, y yo me aparté a un lado para que pudieran jugar mejor―. Lo
creo porque este niño… ¡es un tragón!

Lo bajó hasta que la naricilla de Anthony se pegó a la suya mientras el bebé


se partía de la risa y ponía sus manitas en las mejillas de su padre, intentando
cogerlas. Después lo volvió a subir y el niño pataleó de nuevo, riéndose.

―¡Es un glotón! ―exclamó Jake, bajando a Anthony otra vez hasta su nariz.

Creo que los chillidos y las risas del niño se podían escuchar en toda la
reserva.

Me reí, feliz de ver esa estampa. Lo único que podía sentir en estos
momentos es que tenía una familia maravillosa. Mi pequeña familia.

Mientras Jake y Anthony jugaban, aproveché para levantarme, pues si


queríamos irnos de picnic a la playa, tenía que ducharme y arreglarme. Le di
un beso a Jacob en la mejilla, otro a Anthony cuando su padre lo bajó por
enésima vez, y me puse en pie para comenzar a hacer esas tareas.

Me duché y me arreglé en poco tiempo, así que pronto le tomé el relevo a


Jacob, aunque Anthony ya estaba dormido. Aproveché mientras él se
duchaba y el niño dormía en su cunita para preparar el almuerzo. Nada, unos
bocadillos, unas latas de refrescos, un par de biberones y algo de fruta. Lo
metí todo en una cesta, junto con un mantel y unas servilletas. Luego, subí al
dormitorio y metí un par de toallas en la mochila, mas unos pañales y un
babero para Anthony.

En cuanto terminé de hacer todo esto, Jacob salió del baño, ataviado
solamente con una toalla en la cintura. Jamás, jamás me cansaba de ver su
cuerpazo sublime, poderoso, moreno y perfecto, así que no pude evitar darle
un buen repaso cuando se la quitó en el dormitorio para comenzar a vestirse.
Qué ganas tenía de que llegase la tarde ya…

Pero no todo era sexo, también había otras cosas, como un estupendo y
familiar picnic en la playa. Anthony no conocía muy bien la arena. Ya le
habíamos llevado un par de veces a la playa en verano, pero era más
pequeñito, aparte de que First Beach tiene bastantes turistas en esa época y
hay demasiada gente, así que apenas había tocado la arena. Ahora estábamos
en octubre, pero hoy hacía un día magnífico. El cielo estaba más o menos
despejado, muy pocas nubes se atrevían a cubrirlo, hacía sol, la temperatura
era bastante alta estos días, para ser otoño, y First Beach estaba despejada de
gente. Así que era un día genial para llevar a Anthony a la playa.

Allí tenía muchas cosas para explorar y muchas texturas y elementos con los
que experimentar.

Tenía la arena y sus piedrecillas, los cantos más grandes, las pequeñas
charcas llenas de vida, las algas, la orilla del mar, los troncos blanquecinos…
En fin, que tenía entretenimiento para rato.

Hicimos la cama, desayunamos, recogimos la cocina y mientras Jacob


terminaba de fregar los últimos platos, yo subí a buscar al bebé. Anthony ya
estaba despierto de nuevo. Lo saqué de su 568

cuna y lo tumbé en la mantita del escritorio. Como ya estaba vestido, le calcé


con sus diminutas deportivas, le puse una cazadora de bebé que Alice le
había comprado no hacía mucho y cubrí su cabecita con una gorra que hacía
juego. Solté una risilla, estaba tan gracioso. Lo cogí, le di una ristra de besos
y bajé a la cocina con él, donde ya nos esperaba Jacob.
―¿Ya estáis? ―me preguntó, sonriendo al ver a Anthony.

―Sí.

Se puso la mochila portabebés por delante y entre los dos acomodamos al


niño sentándolo a la altura de su abdomen, con sus pequeñas piernecitas
rodeando la cintura de su padre y su mejilla apoyada en su pecho. Jacob
ajustó los cierres mediante el velcro con el que venían dotados, al tiempo que
yo me ponía la otra mochila a la espalda y cogía la cesta, y finalmente me
tomó de la otra mano.

―¿Lista? ―inquirió con una sonrisa.

―Lista ―sonreí.

Y echamos a andar hacia el vestíbulo.

Sin embargo, cuando ya íbamos a abrir la puerta, el teléfono de casa sonó. El


número de teléfono salía reflejado, así que ya supimos de quién se trataba al
instante.

―Hola, mamá ―saludé nada más descolgar y ponerme el aparato en la oreja.

Mis tíos y mis padres ya habían terminado la carrera, así que mi familia había
decidido pasar otra temporada en Forks. La idea era que se iban a quedar por
aquí hasta que encontrasen otro sitio a donde ir, pero era evidente que, con
Anthony, no iban a darse mucha prisa en buscar nada.

Carlisle había decidido tomarse unas pequeñas vacaciones en las que se iba a
dedicar a la investigación dentro del ámbito de la medicina, pero también a
darme clases a mí, que iba a retomar mi carrera, la cual había dejado aparcada
debido al embarazo. El resto de mi familia se había unido a esas vacaciones,
así que, de momento, solamente se iban a dedicar a ir de caza por el bosque,
sin aparecer por el pueblo. Todas sus demás salidas eran por Port Angeles y
Seattle.
―Hola, cielo. ¿Estás muy ocupada? ―me preguntó mamá.

―Bueno, estábamos a punto de salir, nos vamos de picnic a la playa, pero no


tenemos prisa.

Dime.

―Ah, verás, te llamaba porque Renée llega mañana, al parecer quería darnos
una sorpresa.

―Es genial ―sonreí, mirando a Jake, que lo estaba escuchando todo y


también desplegó su maravillosa y perfecta sonrisa―. ¿Y a qué hora llega?

―Por la mañana. Edward y yo iremos a buscarla al aeropuerto. Verás,


habíamos pensado en hacer una…, bueno, una especie de comida familiar
para que nos veamos todos, ¿qué os parece?

Charlie y Sue también vendrán. ¿Os apuntáis? Renée tiene muchas ganas de
veros, sobre todo a A.

J.

―Claro ―acepté, riéndome.

Mi abuela materna solamente le había visto una vez, seguro que se moría por
volver a verle. Ya le habíamos mandado un montón de fotos por Internet,
pero, claro, no es lo mismo.

―Vale. Entonces, os llamo mañana para concretar la hora, ¿de acuerdo?

―De acuerdo ―asentí sin dejar de sonreír.

―Pasadlo bien en ese picnic ―rio.

―Sí, procuraremos ―reí yo también.

―Hasta mañana, entonces.


―Hasta mañana.

Las dos colgamos.

―Así que mañana comida familiar, ¿eh? ―dijo Jake, sonriente.

―Eso parece ―le confirmé. De pronto, me acordé del taller―. Tú puedes


venir, ¿no?

―Sí, no te preocupes ―me calmó―. Me tomaré la tarde libre. Un día es un


día. Y ya que viene Renée…

―Genial ―le sonreí y le di un beso corto.

―Bueno, ¿vamos? ―me instó, abriendo la puerta.

―Sí.

Salimos de casa tranquilamente y nos dirigimos a First Beach, atravesando el


jardín. Pasamos los últimos árboles que limitaban con la playa en forma de
media luna y bajamos a la arena, esquivando algunos troncos.

Como todavía era temprano y teníamos mucho tiempo por delante,


aprovechamos para dar un paseo por ese kilómetro y medio de playa. La
mochila portabebés ya venía provista con un 569

elemento que sujetaba la cabeza del bebé, pero Jacob lo reforzaba con su
cálida mano. Le dio un beso en la cabeza y seguimos caminando, en
dirección al malecón.

La suave brisa marina era templada y el sol brillaba en lo alto del cielo,
caldeando más el ambiente con sus rayos. Un grupo de gaviotas chillaba en el
mar, algunas pescaban y otras simplemente se dejaban flotar en el agua,
meciéndose continuamente por el balanceo de la marea mientras se
acicalaban el plumaje.

Anthony parecía estar atento a todo ruido: al sonido del océano, a los gritos
de las gaviotas, incluso a nuestras pisadas sobre esa arena grisácea llena de
minúsculas piedrecillas.

―Ayer Sam vino a hablar conmigo ―dijo Jake de pronto, balanceando


nuestras manos al ritmo de nuestros calmados pasos.

―¿Y qué quería?

―Ya se ha decidido. Va a dejarlo ―me reveló sin dejar de mirar al frente.

―¿Del todo? ―pestañeé, observándole.

―Del todo ―ratificó, cabeceando de arriba abajo―. Ha dejado la manada.


Ayer fue su último día de patrulla. ―Su rostro se giró para mirarme―.
Bueno, tardará bastante hasta que pueda controlarse y deje de transformarse,
pero ya no va a venir más con nosotros. Me ha dicho que va a apuntarse a
unas clases de yoga o algo así.

―Qué pena ―lamenté, mirando a la arena que tenía enfrente al tiempo que
me mordía el labio.

―Sí, la verdad es que sí ―coincidió, suspirando, dirigiendo la vista hacia


delante otra vez―. A todos nos da mucha pena, Sam es el hermano mayor de
todos nosotros, el primer Alfa, y le vamos a echar mucho de menos. Pero ya
no puede seguir, ¿entiendes?, quiere envejecer junto a Emily, y aunque la
manada es muy importante para él, ella está por encima de todo, ya sabes. En
fin, tarde o temprano tenía que pasar, y no será el único, dentro de pocos años
también se le unirán Jared, Embry, Paul..., todos los que están imprimados.
Es ley de vida, supongo. La vida de los metamorfos, me refiero, claro.

―Menos tú ―puntualicé con una sonrisa, volviéndome hacia él para


pellizcar su mejilla―. Tú no tendrás que dejarlo, porque yo tardaré muchos,
muchos años en hacerme vieja.

―Y eso si te haces vieja ―apuntilló él, sonriente, imitándome al coger mi


mejilla―. Puede que vivamos para siempre, no lo sabemos. La profecía no
pone ningún límite a nuestra edad.
―«Nadie podrá usurparle ya el poder al Rey de los Lobos, porque él será el
más poderoso, invencible, y su reino quedará afianzado con su prole para
siempre» ―empecé a citar de la profecía, imitando un tono solemne
deliberadamente exagerado, como si estuviese narrando en una obra de
teatro―. «Su estirpe, su prole, estará llena de príncipes. Príncipes de los
lobos, puesto que solo hay un Rey de los Lobos, solo habrá un Rey de los
Lobos, un Gran Lobo, el definitivo Gran Lobo, el definitivo Rey de los
Lobos, incluso si él decidiera fallecer. Porque su espíritu siempre estará
presente, su espíritu seguirá reinando junto a la mujer única, eternamente.
Ninguno de esos príncipes igualará su poder del todo, sin embargo, ese del
que gozarán será mucho más poderoso que cualquier otro poder. Será
suficiente para mantener el reinado del Gran Lobo y este seguirá reinando en
espíritu. Él guiará a su prole para que su reinado continúe».

Le miré con una sonrisita y él se rio.

―Qué buena memoria ―me alabó con cierto aire jocoso.

―Y eso que solo lo escuché una sola vez, cuando lo citó Ezequiel ―presumí,
levantando la barbilla también con una exageración fingida.

―Tonta ―se burló, riéndose, dándome un pequeño empujón con su cuerpo


que me hizo desviarme a un lado por un instante.

Me reí.

―Bueno ―siguió―, lo que intento decir con esto es que, si te fijas, la


profecía no pone límites a mi edad, solamente dice «incluso si él decidiera
fallecer». «Decidiera», ¿entiendes? No dice que vaya a morirme, solo dice
que es una opción que tengo. Tengo la opción de elegir si quiero vivir
eternamente o no, pero como todos los lobos, en realidad, esto no es nada
nuevo. La profecía ya no puede vaticinar qué opción escogeré, porque eso es
una decisión mía, por eso se queda ahí y no da límites ni fechas a mi edad,
pero tiene que ponerse en esa tesitura para explicar qué sucedería si yo
eligiese no vivir eternamente, ¿comprendes? Por eso dice «incluso si él
decidiera fallecer». Y a continuación explica qué pasaría si yo eligiese no
vivir para siempre. Mi estirpe seguiría con el reinado y bla, bla, bla. Nuestros
hijos solamente son un seguro, por si acaso yo escogiera no seguir con mi
vida.

Ya comprendía lo que intentaba decirme.

570

―Así que, según tú, si vivieras para siempre, sería porque yo también puedo
vivir eternamente ―adiviné con una enorme sonrisa.

―Eso creo ―sonrió―. Aunque solamente son conjeturas, claro, todo esto lo
veremos con los años, bueno, con los siglos.

―Pero eso no quiere decir que yo también pueda vivir eternamente ―debatí.

―Si tengo que elegir, elijo vivir contigo para siempre ―afirmó, clavándome
esa profunda mirada que solo sus ojazos negros eran capaces de producir―.
Pero solo lo elegiré si es contigo, si es a tu lado, y sobre todo si tú también
quieres vivir eternamente. ―Volvió la vista al frente―. Si puedo elegir eso,
es por algo, y la profecía no pone límite a mi edad, es más, dice que mi
reinado será eterno, con lo cual…

―¿Quieres decir que yo también tengo la opción de escoger y que puede que
vivamos eternamente? ―Ahora sí que estaba patidifusa.

―¿Por qué no? ―Se encogió de hombros―. Tú y yo estamos vinculados de


una forma extraordinaria y mágica, el uno no puede vivir sin el otro. Y si yo
quiero escoger una vida eterna, será porque tú también podrás estar conmigo,
vamos, si no, sería imposible que yo escogiera vivir para siempre. Si tengo
esa opción, es porque tú también la tienes. ―Giró el rostro hacia mí y me
sonrió―. Tú me complementas a mí y yo te complemento a ti, ¿recuerdas?
Juntos somos un único todo, formamos una sola pieza, somos almas gemelas.
―Le sonreí y él regresó la vista hacia delante―. Eres un semivampiro, pero
también un metamorfo, como yo, tal vez tú también puedas elegir dejar de
transformarte, como nos pasa a los lobos. Además, no tenemos ninguna
referencia de cuántos años puedes llegar a vivir. Aunque seas mitad humana,
o más humana, también tienes esa parte metamorfa y de vampiro que quizá
haga que jamás envejezcas y tu vida se alargue hasta la eternidad, quién sabe.
―Y alzó los hombros de nuevo.

―Bueno, todo son conjeturas ―suspiré, alegre.

―Sí, solo son conjeturas ―sonrió él, observando la Isla de James.

Anthony estaba durmiendo plácidamente, apoyado en el acogedor y calentito


torso de su padre.

Tenía que reconocer que, aunque Jake llevaba una camiseta, en estos
momentos envidiaba a mi hijo.

―Entonces, cuando Quil, Embry, Paul, Jared y los demás sigan el mismo
camino que Sam, dejarán paso a las nuevas generaciones, ¿no es así?
―aventuré, sonriéndole.

―Mientras haya chupasangres a la vista, la manada siempre estará


renovándose ―asintió, llevando mi mano hacia delante y atrás, al ritmo de
nuestra tranquila marcha―. Dentro de unos años la manada estará compuesta
por la siguiente generación de lobos.

―La generación de Anthony. ―Observé a nuestro hijo y mi sonrisa se


amplió.

―Joshua Uley junior, el hijo de Sam, será el primero en encabezar la lista


―declaró, dándole un puntapié a uno de los cantos rodados para jugar un
poco―. Después le seguirá Andrew, nuestro sobrino, A. J. y todos los demás
que vengan detrás.

―O sea, que tú serás la única constante en la manada ―reí.

―Bueno, nunca se sabe. Tal vez alguno de los de mi generación se anime a


no envejecer ―manifestó, sonriente―. Los imprimados está claro que lo
dejarán, como ha hecho Sam, pero los demás no tienen por qué dejarlo, si no
quieren.
―Ah, claro ―caí.

Se hizo un momento de silencio en el que los chillidos de las gaviotas


tuvieron un protagonismo pleno. Aunque por poco tiempo.

Giré la cara para fijarme en mi marido y mi boca se curvó en una sonrisa


tonta. Era tan, tan guapo… Y tan, tan especial. No había nadie como él en
todo el universo, y no lo decía porque fuera el Gran Lobo, fuera guapísimo,
tuviera un cuerpazo de infarto, ni nada de eso. Es que él era la mejor persona
del mundo, el ser más maravilloso que existía. ¿Cómo no iba a querer vivir
junto a él para siempre? Elegiría la eternidad a su lado sin dudarlo, la elegiría
mil veces, un millón de veces.

Pero solo si era a su lado.

Jacob se percató de mi mirada bobalicona y deslumbrada, y se detuvo. Me di


cuenta de que yo también me había detenido, sin notarlo.

―¿Qué pasa? ―sonrió.

Me acerqué a él, solté su mano y rodeé su cuello con los brazos, de lado,
puesto que Anthony acaparaba buena parte de su torso.

―Que te amo ―murmuré, acariciando su frente con la mía―. Te amo con


toda mi alma, no te imaginas cuánto.

571

Se quedó un poco parado, extrañado de que le soltase esto sin venir mucho a
cuento, sin embargo, pronto reaccionó. Su mano acogió mi cintura y me
arrimó más a su cuerpo, haciendo que mi millón de mariposas se
multiplicasen para agitarse con emoción.

―Yo también te amo con toda mi alma ―susurró en mis labios.

Irremediablemente, jadeé.

―Si es verdad que yo también puedo elegir, elijo la eternidad junto a ti ―le
dije con un hilo de voz. La comisura de su boca se curvó en una sonrisa.

―Nos amaremos eternamente, entonces ―asintió con un murmullo


abrasador que rozó mis labios otra vez.

Y otra vez, jadeé.

―Para siempre ―añadí yo, llevando mi mano a su nuca.

―Para siempre ―ratificó.

Unimos nuestros labios y comenzamos a besarnos con esa efusividad tan


habitual entre nosotros. Mis mariposas aleteaban sin cesar, mi corazón
bombeaba a toda mecha, alegre y feliz, y la energía fluía a nuestro alrededor
con esa brisa mágica, jovial, fresca y embriagadora, todo al mismo tiempo.

Era feliz así, solamente con estar entre sus brazos, sintiéndole a él, no podía
pedirle más a la vida, y tenía una familia maravillosa. Mi pequeña familia.

Mi pequeño Anthony. Nuestro hijo, una parte suya, un trocito de él, un


regalo, un tesoro, el fruto de nuestro profundo amor.

Y Jacob. Mi mejor amigo, mi ángel de la guarda, mi primer amor, mi único


amor, el amor de mi vida, mi alma gemela, mi todo.

Nuestros besos no cesaban en esa playa de First Beach, aunque ni siquiera


percibía lo que había a mi alrededor. Solamente podía sentirle a él.

Sí, quería esto para siempre. Le quería a él para siempre. Le amaba con toda
mi alma, le deseaba, le adoraba, para siempre, eternamente, porque nuestro
amor era así, eterno, profundo, infinito.

Jacob, te amo.

Nuestro amor era eterno, infinito.

Nuestro intenso amor era para siempre.


572

EPÍLOGO

= ANTHONY =

―Hey, A. J., pásame un perrito caliente, anda ―me pidió Andrew.

―Toma, so vago ―agarré uno de la bolsa y se lo lancé al careto para ver si


se lo estampaba y le llenaba de ketchup y mostaza, pero el muy desgraciado
tuvo suerte y lo pilló al vuelo.

Vaya, hombre.

―Es lo que te toca, primo ―se mofó él.

―Sí, ya ―resoplé.

―Terminaos lo poco que queda ―nos aconsejó Joshua―. El resto ya ha


terminado con lo suyo, así que no tardarán en venir a buscar más comida.

―Esta fiesta es la caña ―sonrió Lucas, pegándole un bocado a su perrito.

―Ni que lo digas, colega ―coincidí mientras me llevaba mi cerveza sin


alcohol a la boca y observaba la estampa.

La música sonaba a toda pastilla en nuestro bando, apagando los sonidos


típicos del bosque que teníamos a las espaldas. Normalmente nos juntábamos
todos, pero hoy, no me preguntes por qué ni a quién se le ocurrió la idea,
había dos sitios claramente diferenciados en la fiesta. El bando de los novatos
y el bando de los veteranos.

En nuestra pira nos encontrábamos los novatos, los nuevos miembros de la


manada, bueno, nuevos era un decir, porque Joshua, el hijo de Sam Uley,
tenía veinticuatro tacos y ya llevaba bastante en el grupo. Desde que Leah
había dejado de transformarse para casarse y envejecer junto a Simon, él era
el segundo al mando. Le correspondía por tiempo, edad y linaje, puesto que
yo era el novato por excelencia a mis dieciséis, hacía solamente dos meses
que me había incorporado, y de momento era el último, aunque no el más
joven. Menudo fastidio. No te imaginas la de novatadas que tienes que
aguantar, y encima, al ser el hijo del Gran Lobo, más todavía. Ya estaba
deseando que alguien nuevo llegase y me relevase de este asqueroso puesto,
eso sí, entonces yo pasaría a hacer la novatada. Andrew, mi primo, tenía
diecinueve primaveras, así que también hacía tiempo que formaba parte de la
manada. El único que tenía más o menos mi edad era Lucas.

Era el hijo mayor de Seth y Brenda. Estos dos se iban a casar al año siguiente
de mi nacimiento, o algo así, sin embargo, ella se quedó embarazada antes y
tuvieron que adelantar la boda para que no apareciese con un bombo enorme.
Yo le sacaba poco más de un año a Lucas, pero, cosas de la vida, él se
transformó antes y llegó a la manada primero, así que el novato seguía siendo
yo.

Estaba deseando que Jared Jr, el hijo de Jared y Kim, Samuel, el hijo de
Canaan y Sarah, Christian, el hijo de Embry y Mercedes, mi hermano y
David, el vástago de Quil y Claire, se transformasen de una maldita vez. Lo
malo es que los primeros aún rondaban los trece y catorce años, y los últimos
todavía tenían ocho y seis, así que chungo. Bueno, ni qué decir tiene que
todos habían tenido más prole y que otros miembros veteranos de la manada
habían tenido hijos varones primogénitos, claro, pero es que estos eran
incluso menores que David. En fin. Estas fiestas eran todo un acontecimiento
para los novatos como Lucas y yo, porque ya formábamos parte de la
manada. Nosotros pertenecíamos a una nueva era de la manada. Era excitante
y emocionante. Era guay.

La pira de los veteranos ardía a unos metros más allá de nuestra posición, en
lo alto de esta colina en la que siempre celebrábamos estas reuniones. Allí se
encontraban los antiguos miembros, esos que lo habían dejado, los
imprimados más los que habían elegido no seguir por diferentes motivos,
acompañados de sus mujeres, y los miembros del Consejo, es decir, Billy,
Sue, Sam y el Viejo Quil. Bueno, nosotros le llamábamos el Viejo, Viejo
Quil, porque tenía cien años en cada pierna, por lo menos. Además de ellos,
se encontraba el resto de miembros veteranos de la manada que habían
elegido seguir transformándose para servir al Gran Lobo y que continuaban
siendo jóvenes. Menudo contraste, pero así era, unos pasando la cuarentena y
otros con sus imperturbables veinticinco. Por supuesto, también estaban mis
padres. Sí, ahí los tenías, 573

acaramelados en un rincón, dándose el lote delante de todo el mundo, como


dos adolescentes.

Puaj, siempre igual. ¿Es que no se cansaban nunca? Aunque, bueno, estaba
más que acostumbrado a su efusividad y a sus continuas muestras de amor,
siempre había sido así, desde que era un crío. Bah, yo prefería ser libre, que
no me atara ninguna chica y eso, tener mi espacio, hacer lo que me daba la
gana siempre que me diera la gana y…

Bueno, vale, tenía que reconocer que les envidiaba, la verdad. No sé,
viéndoles me preguntaba si yo encontraría algo así algún día, un amor tan
intenso y profundo, ese vínculo irrompible y fuerte con alguien. Me parecía
imposible superar eso; no, es que lo era, definitivamente era imposible
superar ese intensísimo amor que se profesaban mis padres. Al menos, yo
jamás había visto algo parecido, vamos, ni entre los demás imprimados ni en
ninguna otra parte. Solo había que ver cómo se miraban a los ojos, y esa
energía mágica que emanaba de ellos solamente con hacer ese simple gesto.
Era indescriptible, a veces, ni siquiera yo ni mis hermanos dábamos crédito, y
eso que estábamos más que acostumbrados. Así que ahí los tenías, en un
rincón, a lo suyo, como si nada ni nadie más existiese en estos momentos.

―¿Qué tal, tíos? ―nos saludó Shubael, sentándose en el mismo tronco en el


que reposaban mis posaderas―. ¿Lo estáis pasando bien?

Metió la manaza en la bolsa de perritos que Sue nos acababa de preparar a


todos tan amablemente y cogió uno.

―Os lo advertí ―nos recordó Joshua, hablando entre dientes.

―¿Qué pasa? ¿Ya os habéis zampado todos los perritos en ese bando?
―protesté.

―Pues sí ―irrumpió Isaac de pronto, sentándose en el suelo―, ya no queda


ni uno. ―Y él también metió la manaza.

Estos dos pertenecían a ese grupo de veteranos que seguían transformándose,


sin embargo, no era solo en el aspecto físico donde no habían cambiado nada
de nada.

De repente, Shubael vio algo al frente y le dio un codazo intencionado y


pícaro a su colega.

No, no habían cambiado nada. Menudo par de idiotas…

Mi hermana apareció por entre los oscuros árboles, trayendo a Jonathan


consigo, mi otro hermano. Johnny era el mediano de los tres, tenía ocho
primaveras, y entre ellos solamente se llevaban un año de diferencia, pero es
que Sarah, a sus siete años, ya era mayor incluso que yo, y eso que por edad
real era la pequeña. En fin, un lío. Lo peor era pasar de ser el hermano mayor,
ese que puede dar órdenes y se puede aprovechar de la situación y todo eso,
ya sabes, a de repente ser el mandado. Qué asco. Incluso en casa se me había
acabado el chollo y estaba relevado a un segundo puesto de la jerarquía
fraternal, pero qué quieres, con una hermana de unos veinte tacos que se
puede transformar en un vampiro casi completo ya no me podía rebelar
mucho. Aunque ahora que yo podía transformarme en lobo me rebelaba,
claro está.

Por supuesto, Sarah (cuyo nombre le habían puesto en honor a mi fallecida


abuela paterna) era muy, muy guapa, y cómo no, esos dos idiotas ya pusieron
sus ojos de besugos en ella en cuanto llegó.

Era una mezcla de todo. Tenía muchas cosas de mi madre en el rostro, los
labios, la nariz, las facciones y eso, aunque su piel era un poco más oscura, si
bien no llegaba a ser tan mestiza como la mía, sus ojos eran como los de mi
padre, su cabello, lleno de unos largos rizos, era castaño, como el de Bella,
mi abuela materna, y, claro, su figura era perfecta.

¿Qué demonios hacía aquí? ¿Por qué traía al enano? Y lo más importante de
todo: ¿por qué diablos se había arreglado tanto? No es que fuera escotada ni
nada, pero es que mi hermana, a poco que se arreglase, ya llamaba la
atención, al igual que le pasaba a mi juvenil madre de veintidós años.

Mientras Shubael e Isaac babeaban a mi lado y yo ya gruñía por lo bajinis,


ella y Johnny se acercaron a mis padres, los cuales tuvieron que dejar sus
continuos besuqueos y arrumacos de eternos enamorados. No tengo ni idea
de lo que hablaron, porque la dichosa y estridente música que chillaba desde
el radiocasete no me dejaba oír bien. Solo sé que, cuando terminaron la
conversación, mi hermana me miró y sonrió con una satisfacción que no me
gustaba ni un pelo. Y

mis sospechas se ratificaron cuando comenzó a acercarse a mí, con Johnny


amarrado a su mano.

―¿Qué pasa, A. J.? ―me saludó mi hermano, imitando a papá, chocando el


puño con el mío.

Siempre nos imitaba a mi padre y a mí.

―¿Qué hay, enano? ―le correspondí, sonriéndole y dándole a su puño.


Después, le clavé la mirada a Sarah―. ¿Qué quieres, supersónica?
―pregunté, frunciendo el ceño, ya temiéndome lo peor.

La llamaba supersónica porque había crecido tan rápido…

574

―Hola, fenómeno ―se mofó ella, sonriente―. Papá y mamá han dicho que
cuides de Johnny ―soltó, dejando al crío frente a mí.

―Sé cuidarme solo ―fefunfuñó el aludido, cruzándose de brazos,


haciéndose el tipo duro.

―¿Cómo que tengo que cuidar yo de él? ―me quejé―. Estoy en una fiesta y
después tengo la reunión de las leyendas, ¿sabes? No puedo. ¿No te ibas a
encargar tú de él? Te ibas a quedar en casa para cuidarle, ¿no es así?

―Mis amigas me han llamado para ir a la biblioteca a estudiar ―se excusó,


haciéndose la distraída―. El lunes tenemos un examen muy importante, y en
casa no me concentro.

Como si a ella le hiciera falta meterse en una biblioteca para estudiar, y más a
estas horas...

―Ya. A la biblioteca ―dudé, observando su arreglado atuendo.

Era evidente que papá y mamá sabían de sobra que no iba a la biblioteca,
precisamente, pero aun así la dejaban marchar. Eran unos padres guays, pero
a veces me daba la sensación de que eran demasiado permisivos. Bueno, vale,
sabían que Sarah era de fiar, responsable y todo eso, y sobre todo era adulta.

Rechiné los dientes al escuchar las risitas de mi alrededor.

―Papá dice que le vendrá bien escuchar las historias ―espetó sin más,
dándose media vuelta para pirarse.

Sí, claro. Desde que Carlisle, debido a su afán por la genética, había
analizado la sangre de Johnny y había descubierto que todos los hijos varones
de mis progenitores iban a ser lobos, mi padre ya le estaba preparando, como
había hecho conmigo. Bueno, en mi casa este mundo nunca había sido un
secreto, podía recordar todas las veces que de pequeño había jugado con mi
padre en su forma lobuna. Y lo mismo había hecho con Johnny y Sarah. Todo
para que nos familiarizásemos.

Gracias a eso, mi primera transformación no me había pillado por sorpresa,


es más, la había estado esperando con ansia. Me moría de ganas por
pertenecer a la manada y seguir a mi padre.

Tengo que reconocer que aquella noche la pasé fatal, estuve bastante chungo,
con fiebres muy altas y eso, pero como mi padre me había dicho, exploté y
entré en fase, convirtiéndome en lobo. Lo primero que hice cuando eso
ocurrió fue ir hacia el espejo de mi habitación para mirarme en mi forma
lobuna. Mi pelaje no era tan rojizo como el de mi padre, sin embargo,
también era bastante bermejo, si bien estaba mezclado con otros tonos más
pardos y castaños que me hacían un poco más oscuro. Pero lo que más me
había molado de todo es que, para mi corta edad, ya era tan grande como
Andrew, ja.

A Johnny todavía le quedaban unos años para transformarse, sin embargo,


aun así, mi padre ya le estaba preparando a él también. Por supuesto, en estas
reuniones se aprendía mucho, aunque Johnny solía quedarse frito a mitad de
la historia.

―¿Y por qué no lo cuidan ellos? ―protesté enérgicamente, señalando a


nuestros padres.

―Sé cuidarme solo ―volvió a refunfuñar Johnny.

―Están ocupados ―me respondió Sarah sin ni siquiera mirarme.

Me fijé en mis padres, y, obvio, como siempre, ya estaban con sus arrumacos,
en su mundo.

Genial. Ahora me tocaba hacer de niñera.

―Hasta luego, Sarah ―se despidió Isaac.

―A ver si un día de estos te apuntas a la fiesta ―añadió Shubael.

Ella se giró, aunque sin dejar de caminar.

―Sí, algún día vendré ―sonrió, y se dio la vuelta de nuevo para continuar su
andadura hacia el bosque.

Mis ojos cambiaron de objetivo y se fueron a mis lados. No me lo podía


creer, ¿esos dos le estaban mirando el culo? Sí, demonios, le estaban mirando
el trasero a mi hermana, maldita sea.

Arg, ya estaba más que harto. Que la mirasen o no me daba exactamente


igual, pero es que luego tenía que soportar sus asquerosos pensamientos
cuando íbamos de patrulla. No me importaría nada si no fuera porque la
protagonista principal de sus guarradas siempre terminaba siendo mi
hermana. Y era muy incómodo para mí, más bien me resultaba repulsivo.
Aunque, claro, cuando estaba mi padre, se cortaban, por su bien.

―Oye, como no dejéis de mirar así a mi hermana os juro que acabaréis con
la cabeza dentro de la hoguera ―les advertí, enfadado.

No me hizo falta decir nada más. De repente, un palo se estampó en la frente


de Isaac, quebrándose en dos trozos que se cayeron sobre la arena, y ambos
se despertaron. Mi padre había bajado de su nube en un plis, seguramente al
escucharme a mí, y les había tirado ese recadito.

―No me toquéis las narices, ¿vale? ―les amenazó papá desde su posición.

575

―Tranqui, Jake, no estábamos haciendo nada ―se defendió Shubael, algo


amedrentado, al tiempo que Isaac se frotaba la frente.

―Más os vale ―grunó mi progenitor.

―Sí, más os vale ―recalcó Johnny, haciendo un ostentoso y fingido rugido


con la garganta a la vez que se abalanzaba a por Isaac.

―Ahora verás, renacuajo ―dijo este, riéndose.

Isaac le enganchó de la cintura, mientras se ponía de pie, y lo alzó sin ningún


problema, haciendo que el estómago de mi hermano se doblase en su hombro
y el crío quedase colgando. La melena negra de Johnny quedó boca abajo en
una maraña alborotada de alocados e inquietos pelos cuando él se revolvía
entre risas y le daba puñetazos y patadas para intentar zafarse. Ay, cuánto
echaba de menos mi cabellera. Yo también lo había llevado largo, pero me lo
había tenido que cortar cuando empecé con las transformaciones.

―¡Bájame! ―gritó mi hermano sin dejar de carcajearse ni pelear.

―Has empezado tú, así que ahora atente a las consecuencias ―rio Isaac.

―¡Si no me bajas, voy a vomitar! ―se carcajeó Johnny.


―Ni hablar. No me lo trago.

No pude evitar reírme. Mi padre observó la escena un poco más, junto a mi


madre, la cual soltó una risilla, y terminó riéndose también. Después volvió a
lo suyo, aunque esta vez se levantó con ella y se unieron al círculo que habían
formado los demás alrededor de la pira.

Hala, mejor, que lo entretuviese Isaac.

Billy también nos observaba con una sonrisa orgullosa en su rostro. A


diferencia de mí, que era igualito a mi padre, bueno, exceptuando los ojos,
claro, que eran como los de Edward ―a él no le gustaba nada que le llamase
abuelo, así que siempre le llamaba por su nombre―, Johnny era casi idéntico
a Billy, solo que un poco más clareado. Si cogías una fotografía de mi abuelo
paterno de cuando era niño, veías a Johnny.

―¡Pues te escupiré! ―amenazó Johnny.

―Sí, claro ―refutó Isaac.

―Yo que tú le bajaría ―le aconsejé―. Te escupirá, y créeme, mi hermano es


el número uno lanzando escupitajos.

Por desgracia, yo sabía muy bien de qué hablaba.

El enano llevó un esputo a su garganta de una forma exageradamente sonora


y yo me reí en mi fuero interno.

―¡Oye, que no se te ocurra! ―saltó Isaac, alarmado.

Ahora sí, mi hermano de manada bajó a Johnny ipso facto, aunque siguieron
con su particular batalla, entre risas.

Mientras mi hermano se peleaba y jugaba con Isaac, suspiré con algo de


alivio. A ver, no es que me molestase su presencia, era mi hermano y eso,
pero es que ya tenía bastante con tener que compartir la habitación con él, y
ahora lo que me apetecía era pasar este buen rato con mis colegas, sin tener
que hacer de canguro. Cuando Johnny nació, mis padres habían hecho una
pequeña reforma para ampliar la vivienda, añadiéndole un dormitorio más en
la planta de arriba y un cuarto exterior en la planta baja en el que guardaban
la leña y todo eso, con acceso por la parte posterior. Pero es que cuando nació
Sarah, todo se me vino al traste, así que Johnny se tuvo que instalar en mi
dormitorio, menudo rollo.

Menos mal que mis padres habían decidido no tener más prole hasta que los
tres nos emancipáramos. Y cuando eso sucediera, tenían pensado dedicarse
unos cuantos años a ellos dos solos. Sí, como si no tuvieran bastante, puaj.
Bueno, total, tenían tiempo de sobra para tener más hijos.

Desde que mi madre había terminado la carrera de medicina, era la doctora


oficial de la manada. No ejercía públicamente, solamente nos atendía a
nosotros, además, trabajaba en el taller de mi padre, con él. Siempre estaban
juntos. Quiero decir, siempre que él no patrullaba, claro.

Hacía tiempo que Carlisle le había cedido ese puesto a mi madre y ya no se


ocupaba de estos asuntos médicos con los metamorfos, ya que mi familia de
vampiros ahora vivía en Seattle. Se habían mudado allí hacía un par de años,
puesto que una ciudad es más grande y resulta más fácil pasar desapercibido.
Eso sí, venían todos los fines de semana a Forks para vernos, excepto en la
semana de luna de miel de mis padres, que se quedaban más para que mis
hermanos y yo pudiéramos alojarnos en su casa y así ocuparse de nosotros.

Los fines de semana en casa de mi familia de vampiros eran guays. Con el tío
Em solíamos 576

jugar a la consola. Me partía de la risa cuando él competía contra Sarah,


porque ella podía manejar cosas por telequinesia con su don y utilizaba el
mismo para hacerle trampas a Emmett, que se desesperaba cada vez que las
teclas de su mando se pulsaban solas. También lo pasábamos genial cuando
íbamos a jugar al béisbol todos juntos, mis padres incluidos. Rose y papá
siempre tenían esos piques suyos tan típicos y divertidos que hacían que
Johnny se tronchara a reír. Siempre me había preguntado qué iba a pasar con
Rosalie cuando yo fuera un metamorfo, porque según ella mi padre apestaba
a “chucho mojado”, pero conmigo no parecía importarle nada y seguía
abrazándome y esas cosas. Bah, era todo fachada para aparentar, pero Rose
adoraba a mi padre, se le notaba que no veas. Edward le había enseñado a
Sarah a tocar el piano. Lo había intentado conmigo y con Johnny, pero yo era
muy torpe para la música y el enano no se paraba quieto, no duraba en el
banco del piano ni dos minutos seguidos. Yo prefería jugar al ajedrez con él.
No se me daba nada mal, sinceramente, y Bella me ayudaba con su escudo
para que Edward no hiciese trampas escaneando mi sesera con el fin de
adelantarse a mis jugadas. Todavía teníamos el tablero esperando en su casa,
aguardando al siguiente movimiento. Siempre lo dejábamos con una jugada
mía, así yo no tenía que pensar y él no podía adivinarme nada nunca.

A veces resultaba extraño dar caza y aniquilar vampiros, aunque, claro, los
que nosotros pescábamos no eran como mi familia, ni mucho menos.

Ya se habían terminado los perritos calientes, y quedaba poco para que


comenzasen las historias, así que me levanté para acercarme a la otra
hoguera. En cuanto Johnny me vio hacer eso, dejó a Isaac tranquilo y
comenzó a caminar detrás de mí, hasta que consiguió ponerse a mi lado.

Le eché un vistazo y me entró un poco de risa. El muy tonto tenía los pelos
hechos un barullo total. Rodeé su hombro con mi mano y lo acerqué a mí,
dándole una palmada en el brazo.

―Cuéntame la anécdota de ayer ―me pidió, tirando de mi camiseta―. Esa


en la que rodeasteis a cinco chupasangres.

―Ya te la conté, pesado.

―Cuéntamela otra vez, porfa ―imploró.

―Nooooo ―me negué, alargando la palabra con cansancio.

Rodeamos a toda la peña que conformaba ese círculo alrededor de la pira y


nos abrimos paso como pudimos entre los cuerpos de mis hermanos de
manada.
―¿Cómo va la cosa? ―me saludó mi padre nada más llegar.

Chocamos los puños, acto que después imitó Johnny con él, y nos
despanzurramos junto a mis progenitores.

―Bien. He quedado a reventar ―sonreí, palmeando mi estómago.

―Ya somos dos ―se sumó mi padre.

―Johnny, ¿qué te has hecho en el pelo? ―preguntó mamá, pasando los


dedos por el cabello de su hijo para empezar a quitarle nudos.

―Nada, mamá ―se quejó él, apartando la cabeza para evitar esas cosas
maternales que a él ya empezaban a resultarle incómodas y humillantes, ya
me entiendes.

―¿Es que ahora te apuntas a la moda de llevar rastas? ―se mofó papá.

Johnny se giró hacia él y le puso los ojos en blanco. Creo que fue lo único
que se le ocurrió hacer, porque no debía de tener ni idea de qué era eso.

Mi padre se carcajeó.

―Jake… ―le regañó mi madre, dándole un manotazo en el brazo, aunque


con una risilla.

―Ah, papá ―cada vez me resultaba más raro llamarle así, y a mi madre
igual, porque más que mi padre, parecía mi hermano mayor, pero en fin, era
mi padre, así que…―, al Golf le falla la suspensión.

Desde que me había sacado el carné, el Golf había pasado a mí. El coche
familiar era un Volvo que Edward les había regalado al poco de nacer yo, y,
aunque mi padre seguía usando su coche de vez en cuando, lo había heredado
yo. Era pequeño y viejo, pero estaba muy bien cuidado e iba como un bólido,
que era lo mejor de todo.

―Lo miraré mañana ―me prometió él.


―Bueno, habrá que empezar ya, ¿no? ―protestó el Viejo, Viejo Quil,
llevando esa mirada sombreada por su blanco ceño hacia el grupo de novatos
que se habían quedado en la otra pira.

Era todo un gruñón.

―Sí, sí, ya vamos ―asintió Joshua, levantando sus posaderas de allí.

Los demás hicieron lo mismo enseguida y todos se acercaron a las llamas que
flameaban a este lado.

577

El fuego devoraba los leños que habían apilado para hacer la hoguera,
soltando de tanto en cuando toda una serie de cenizas encendidas de color
naranja hacia el cielo.

Toda la manada, novatos y veteranos, se congregaba a su alrededor, con sus


parejas. Estaban Quil, Embry, Jared, Sam, Leah, Paul, Seth, Brady, Aaron,
Canaan, Daniel, Jeremiah, y otros veteranos más que no estaban imprimados
pero que lo habían dejado, todos ellos más envejecidos, pero con esa chispa
juvenil y de añoranza en la mirada. Emily seguía tomando notas, así que ya
estaba preparada, con el bolígrafo y la libreta en la mano.

En un santiamén, se hizo un silencio sepulcral y Billy entró en escena para


comenzar con nuestras leyendas legendarias. Unas leyendas que hablaban de
hombres como nosotros. Sí, porque los miembros de la manada podían ir y
venir, pero la manada seguía siendo la misma. Eso sí, con el reinado de mi
padre, el Gran Lobo, había entrado en una nueva era.

―Los quileute han sido pocos desde el principio ―empezó a hablar mi


abuelo, con ese tono solemne y majestuoso que usaba siempre―. No hemos
llegado a desaparecer a pesar de lo escaso de nuestro número porque siempre
ha corrido magia por nuestras venas. No siempre fue la magia de la
transformación, eso acaeció después, sino que al principio fue la de los
espíritus guerreros…
Sí, una nueva era de lobos había empezado.

in

La Saga Despertar al completo está disponible en Bubok.es. (DESPERTAR -


NUEVA ERA I.

PROFECÍA – NUEVA ERA II. COMIENZO 1ª Parte – NUEVA ERA II.


COMIENZO 2ª Parte).

Más información en mi web: www.tamaragp.com

578

Índice de lobos

Por orden de transformación.

* Imprimados.
LOBOS PAREJAS
1 Sam*

Emily

2 Paul*

Rachel

3 Jared*

Kim

4 Embry

5 Jacob*

Renesmee

6 Quil*

Claire

7 Leah

8 Seth*

Brenda

9 Collin

10 Brady*

Ruth

11 Matthew
12 Aaron*

Eve

13 Canaan*

Sarah

14 Daniel*

Martha

15 Isaac

16 Jeremiah*

Jemima

17 Abel

18 Michael

19 Nathan

20 Rephael

21 Shubael

22 Cheran

23 Thomas

24 Ivah

579

Índice de vampiros

Ordenado alfabéticamente por aquelarre.


* En posesión de un don sobrenatural mensurable.

– Pareja estable (figura primero el de mayor edad)

Los nombres tachados corresponden a los fallecidos antes del comienzo de


esta novela.

AQUELARE DE LAS AMAZONAS AQUELARE DE LOS VULTURIS

Kachiri

Aro* – Sulpicia

Senna

Caius (Cayo) – Athenodora

Zafrina*

Marcus* (Marco) – Didyme*

AQUELARE DE DENALI
GUARDIA DE LOS VULTURIS
(PARCIAL)

Eleazar* – Carmen

Alec*

Irina – Laurent

Chelsea* – Afton*

Kate* – Garrett

Corin*

Sasha

Demetri*

Tanya

Felix

Vasilii

Heidi*

Jane*

Renata*

Santiago

Enguerrand*

Moïse
Zhou*

Varick*

AQUELARE EGIPCIO
NÓMADAS AMERICANOS
Amun – Kebi

James – Victoria*

Benjamin* – Tia

Mary

Peter – Charlotte

Randall

AQUELARE IRLANDÉS
NÓMADAS EUROPEOS
(PARCIAL)

Maggie*

Alistair*

Siobhan* – Liam

Charles* – Makenna

AQUELARE DE LA PENÍNSULA AQUELARE DE LOS RUMANOS


DE OLIMPIC
Carlisle – Esme

Stefan

Edward*– Bella*

Vladimir

Jasper* – Alice*

Renesmee* – Jacob

Rosalie – Emmett

AQUELARRE DE LOS

GUARDIA Y SIRVIENTES DE
BÚLGAROS
RAZVAN (PARCIAL)

Ruslán*

“La sombra”* (se desconoce su

Nikoláy*

nombre)

580

Razvan*

Elger

Ion

Axel

Duncan

Keiler

Alina

Natasha

Zhanna

VAMPIROS PRÓFUGOS
GUARDIA DE LOS VULTURIS
(GRUPO EXTRAOFICIAL)

Ezequiel* – Anna* – Teresa

Thiago

Gustavo

Fabio

Habika*

João

André

581
LA CASITA DE JAKE Y NESSIE

582
583

ÍNDICE

PARTE UNO. COMIENZO

Renesmee
Prefacio...................................................................................................................................

Despedida................................................................................................................................

Comienzo................................................................................................................................

Celebración.............................................................................................................................

Fuego.......................................................................................................................................

Nadar
................................................................................................................................................

Extraño....................................................................................................................................

Rey y
reina.........................................................................................................................................

En
casa..........................................................................................................................................

Búsqueda.................................................................................................................................

Jacob

Prefacio...................................................................................................................................

Hay que ver las vueltas que da la


vida........................................................................................................................75

Dios, esto es para pegarse un


tiro..................................................................................................................................81

¡¿Y ahora me pide esto?!


Increíble..................................................................................................................................

Cuando uno le ve las orejas al


lobo….............................................................................................................................92
Negociando con los hermanos
Marx.............................................................................................................................98

Esto es el hotel de los horrores


......................................................................................................................................103

No te imaginas lo desesperante que es la


espera................................................................................................108

Sí, vale, no sé de qué me asusto ya, pero es que esto es


demasiado...........................................................115

Está más que cantado lo que va a pasar


aquí.......................................................................................................123

¡No, maldita sea! ¡Nessie, no vayas!


.............................................................................................................................128

Honor......................................................................................................................................

Cuando creías que ya no iba a pasar algo peor, va y sucede


........................................................................141

¡Ja! ¡Chupaos esa!


................................................................................................................................................

¡Así que esto es lo que querías, Aro!


............................................................................................................................152

Si tengo que elegir un último deseo, lo tengo muy claro


...................................................................................158

Tic, tac, tic, tac. El momento de la batalla final se


acerca................................................................................165

Como siempre, todo el peso recae sobre mis hombros


.......................................................................................171
¡¿Qué?! ¡Esto es imposible, imposible!
..........................................................................................................................176

Cuando uno no tiene confianza en sí mismo, pasa lo que pasa


....................................................................181

Si antes era un ángel, ahora ni te cuento


................................................................................................................187

Esto de ser el Gran Lobo es la


caña.............................................................................................................................193

¡¿Pero qué me estaban diciendo?! ¡¿Se habían vuelto locos o qué?!


............................................................198

¡Arg ¡Menudo asco! ¡No me gusta, no me gusta!


....................................................................................................203

No hay nada como estar en casa con tu


chica......................................................................................................209

Mira tú lo que descubre


uno..........................................................................................................................................

PARTE DOS. NUEVA ERA

Renesmee

Prefacio...................................................................................................................................

Acampada...............................................................................................................................

El
lago..........................................................................................................................................

En medio
................................................................................................................................................
Licántropo
................................................................................................................................................

584

Decisión..................................................................................................................................

Harley Davidson
................................................................................................................................................

Cumpleaños.............................................................................................................................

Irrupción..................................................................................................................................

Reencuentro............................................................................................................................

Gripe
................................................................................................................................................

Fallo........................................................................................................................................

Giro.........................................................................................................................................

Buena y mala
................................................................................................................................................

Felicitaciones y
planes......................................................................................................................................

Apoyo......................................................................................................................................

Carta........................................................................................................................................

Intereses..................................................................................................................................

Beneficio
colateral...................................................................................................................................
Ecografía
................................................................................................................................................

Fantasmas................................................................................................................................

Maniobra.................................................................................................................................

“No
puedo”.....................................................................................................................................

Sangre.....................................................................................................................................

Heridos....................................................................................................................................

Prueba
................................................................................................................................................

Entrenamiento.........................................................................................................................

6 de
febrero.....................................................................................................................................

Paciencia.................................................................................................................................

Un ser
superior...................................................................................................................................

Envidia....................................................................................................................................

Cambio de
planes......................................................................................................................................

Pasar
página......................................................................................................................................

La
estrategia.................................................................................................................................
A
casa..........................................................................................................................................

De
nadie........................................................................................................................................

Jacob

Prefacio...................................................................................................................................

¿Qué puedes hacer cuando tus tripas son un manojo de nervios?


..............................................................433

Menudo panorama que tengo delante


......................................................................................................................440

¡¿Y a mí qué demonios me importa el poder?!


.........................................................................................................445

No, ahora mismo no puedo perder el tiempo con eso


.........................................................................................450

Venga, venga, ya queda


menos......................................................................................................................................

Por fin, ¡por fin! Un momento, ¿pero qué es esto?


..................................................................................................461

Atroz.......................................................................................................................................

Valor.......................................................................................................................................

Sigue el camino de baldosas amarillas, sigue el camino de baldosas


amarillas ................................479

Esto demuestra que no soy un dios, como otros


piensan..................................................................................487
Nessie, no me dejes… no me
dejes…................................................................................................................................493

¡Maldito chiflado! ¡Ella es mía!


......................................................................................................................................499

¡Ting! ¡Primer asalto! ¡Que empiece el combate!


....................................................................................................505

585

¡¿Tendrían cara?! ¡¿Pero de qué iban?!


.......................................................................................................................512

Llamando a Quil, llamando a Quil. Aquí el planeta Tierra.


Corto..................................................................519

Nena, cielo, preciosa,


cariño......................................................................................................................................

Renesmee

Prefacio...................................................................................................................................

Invasión de
visitas......................................................................................................................................

Cuarentena..............................................................................................................................

Incidente..................................................................................................................................

Venganza
................................................................................................................................................

Para
siempre....................................................................................................................................

EPÍLOGO.
ANTHONY.............................................................................................................................

586

También podría gustarte