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Quizá muchos no podían imaginar que su generación estaría siendo testigo del
inicio de la desaparición definitiva de algunas especies animales y vegetales de la
Tierra, hasta el punto de formar parte de la que apunta ser la extinción número 6
que se produzca en nuestro planeta. Según un estudio realizado por científicos del
Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT por sus siglas en inglés), basado en
las emisiones de carbono actuales, la próxima gran extinción podría producirse
dentro de 80 años, por lo que se situaría alrededor del año 2100. ¿De qué
depende? Del momento en el que el océano haya absorbido 310.000 millones de
toneladas de carbono.
Aunque cuando se habla de las extinciones del planeta hay que remontarse a
millones de años, los datos ponen de manifiesto que los periodos entre unas y
otras son cada vez más cortos y que la desaparición de especies avanza a un
ritmo incesante. El Presidente de IPBES, Robert Watson, afirma que “la salud de
los ecosistemas de los que dependemos nosotros y todas las demás especies se
está deteriorando más rápidamente que nunca”. Y es que el planeta está sufriendo
la mayor pérdida de vidas desde la época de los dinosaurios.
La acción del ser humano está detrás de la posible extinción de estos animales
motivada por la caza ilegal o la destrucción de hábitats donde residen. Desde
1980, las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) se han duplicado,
elevando las temperaturas globales promedio en al menos 0,7 grados Celsius, lo
que provoca que el cambio climático afecte a la naturaleza no solo a nivel de los
ecosistemas, sino también en la parte de la genética de las especies. En este
contexto, la última Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Diversidad
Biológica (COP15) aprobó la creación de un marco mundial de la diversidad
ecológica que consta de cuatro objetivos: detener la extinción de las especies
inducida por los seres humanos; la diversidad biológica se utiliza y gestiona de
manera sostenible y las contribuciones de la naturaleza a las personas, tales como
las funciones y los servicios de los ecosistemas se valoran, se mantienen y se
mejoran; todo beneficio de la utilización de los recursos genéticos e información de
secuencias digitales sobre los recursos genéticos se comparte en forma justa y
equitativa; y los medios de implementación adecuados para aplicar plenamente el
Marco son accesibles de manera equitativa a todas las Partes. Para la
Conferencia de las Partes del Convenio de Diversidad Biológica, que en 2021
deberá establecer las nuevas directrices para las próximas décadas, algunos
expertos han sugerido fijar un objetivo de menos de 20 especies extinguidas al
año.
El Chimpancé
Esta especie ha registrado una reducción en los últimos años del 8% (pasando del
89% al 97%), lo que supone que esté en peligro crítico de extinción. Hay que
destacar la reducción masiva de la antigua población antártica de ballenas azules.
Las ballenas azules se alimentan casi exclusivamente de pequeños crustáceos.
En cuanto a los patrones migratorios de las ballenas, algunas especies pueden
residir todo el año en hábitats de alta productividad, mientras que otras emprenden
largas migraciones desde aguas tropicales a áreas de alimentación en latitudes
altas.
El Lémur
BBVA
¿Qué otras acciones se pueden hacer para mantener la vida de los ecosistemas?
Son muchos los pequeños gestos con los que se pueden alcanzar grandes logros.
El reciclaje, el consumo de productos locales y sostenibles evitando el desperdicio
de comida, o la limitación del uso de energía mediante sistemas eficientes de
calefacción y refrigeración, son algunas de las recomendaciones.
Aunque el corazón de Aura dejó de latir en noviembre de 2022, este lince ibérico
ya era un símbolo para la recuperación de su especie. Capturada desde cachorro,
gracias a ella la población de estos animales creció exponencialmente. A principio
de siglo apenas había 200 ejemplares, hoy son 1.400. La coordinación para
su sostenibilidad ha sido clave.
Aura apenas pesaba 700 gramos y sumaba unas cuatro semanas de vida cuando
fue trasladada de Doñana al zoo de Jerez de la Frontera (Cádiz) en abril de 2002.
El milenio había empezado mal para el lince ibérico: quedaban menos de 200
ejemplares en toda la península ibérica y todo parecía indicar que habría que
actuar con rapidez o la especie desaparecería para siempre.
Al igual que otros linces que pasaron a protagonizar los programas de cría en
cautividad, Aura se convirtió en un motivo de esperanza. Del zoo de Jerez pasó
al centro de El Acebuche, de nuevo en Doñana, en donde llegó a convertirse en el
ejemplar más longevo: vivió 20 años y seis meses, superando con creces la media
de vida de estos animales.
Aura sustenta además otro logro. Después de sus tres primeras crías, Domo,
Duna y Drago, llegaron muchos otros cachorros hasta sumar un total de 14. Estos
también tuvieron su propia prole, y hoy la estirpe de Aura alcanza las cinco
generaciones y suma cerca de 900 descendientes directos e indirectos.
“Aura es un animal que nos sirve para poner en valor la recuperación de esta
especie, pero hay que tener en cuenta que detrás de ella hay mucho más”, señala
Alejandro Rodríguez, investigador en el departamento de Conservación Biológica
de la Estación Biológica de Doñana del CSIC. Detrás de Aura hay, de hecho, una
larga historia de esfuerzos coordinados para volver a llenar el territorio de
linces ibéricos que involucran a gran parte de la sociedad.
Por otro lado, se empezaron a identificar los lugares más adecuados para soltar,
más adelante, a los ejemplares que se criaban en cautividad. “Estos lugares se
ubicaban siempre dentro de sus áreas de distribución histórica. En los sitios en los
que había buenas condiciones para que crecieran los linces, se implementaron
medidas para aumentar la presencia de conejos, crear estructuras adecuadas
para que los felinos pudieran cazarlos y asegurar que tuviesen lugares propicios
para criar, entre otras acciones”, explica el investigador.
Tal y como explica el científico del CSIC, algunos de los motivos que propiciaron el
declive del felino hace unas décadas actúan ahora en su favor. Los conejos se
están expandiendo por muchos sitios, por lo que tienen más presas de las que
alimentarse, y las poblaciones están cada vez menos aisladas. “Se espera que
llegue un momento en el que todos los grupos estén conectados y los animales
puedan ir solos de un territorio a otro”, señala Rodríguez.
“El trabajo difícil ya está hecho –añade–. El momento crítico se dio en los años
dos mil, pero gracias a los trabajos de preservación y a las introducciones, que
resultaron todo un éxito, hoy en día el lince está bastante bien. Si las
condiciones ambientales continúan, la población puede crecer de forma rápida en
los próximos años, aunque nunca se sabe a ciencia cierta lo que pasará”.
Detrás de este éxito está una acción que durante años coordinó instituciones
públicas, científicos, población civil y muchos otros agentes. Cobran especial
importancia el conocimiento, la investigación y el trabajo realizado para llevar a
cabo registros de las poblaciones y su genética. “El conocimiento es
fundamental. Sin él, puedes equivocarte en la gestión; con él, puedes afinar en las
acciones y lograr que sean más eficaces”, señala Rodríguez.