A continuación el poeta se detiene en la descripción de los aperos, sin
los cuales no es posible el cultivo: azadones, yugos, rastrillos, arados. Luego se ocupa de las eras, y de los animales que le son perjudiciales: mus, talpa, curculio, formica. Termina esta primera parte con las adverten cias acerca de la conservación y degeneración de las semillas (197-203). En la segunda parte, a la vista de la relación de los trabajos y las esta ciones, el poeta contempla el cielo. En las digresiones sobre el curso del sol y de las estaciones, Virgilio ha debido de tener en cuenta el Zodiaco de Eratóstenes... Los astros enseñan la clase de cultivo que ha de hacerse en cada tiempo. Se nos describen las borrascas equinocíales... Y el poeta, de ordinario, no enumera sino que describe escenas y siempre la «impronta» de las cosas aparece en su más pura desnudez, sin una pala bra de más. La página más emocionante de este primer libro es el episodio final, que no tiene nada de didáctico. Y termina con una oración ardiente a los dioses, ante el peligro de guerras que siempre se ciernen sobre el mundo: «¡Oh dioses patrios Indigetes, oh Rómulo, oh madre Vesta, que guar dáis el etrusco Tíber y los palacios romanos! No impidáis que este joven socorra al conturbado mundo. Bastante, hace ya mucho tiempo que ex piamos con la sangre nuestra los perjurios de la Troya de Laomedonte. Tiempo ha ya que la mansión de los dioses te tiene envidia, oh César, y se queja de que busques honores entre los hombres. Por doquiera andan juntos la justicia y la injusticia. Todo son guerras por el mundo, y los críme nes no se pueden contar. El arado ya no es digno de alabanza. Los cam pos están yermos, privados de sus colonos. Las hoces corvas se transfor man en rígidas espadas. Por un lado el Eufrates, por otro la Germania nos mueven la guerra. Rotos los pactos, se alzan en armas las ciudades veci nas, y por todo el mundo derrama sus furores el impío Marte. Y todo esto semejante a cuando las cuadrigas se lanzan desde la barrera y devoran el espacio, y el auriga, tirando en vano las riendas, es arrebatado por los ca ballos y el carro no oye los frenos» (G. 1,498-515).
2. Los dones de Baco
El primer libro de las Geórgicas está pleno de gravedad religiosa. El
segundo es, más bien, fresco y alegre, jaspeado de luces y como transido de un ligera embriaguez dionisíaca. Se abre con una invocación a Baco, el hermoso y alegre dios del vino y de la vegetación que florece. Todo el libro se ocupa del cultivo de los árboles: reproducciones diversas de las plan tas: espontánea, por semillas, por esquejes, por plantas, etc. Enumera las diferentes especies de vides, y los lugares en que se cultivan. Sigue un estudio verdaderamente científico de las variedades de terrenos y las diferentes propiedades productivas de los mismos.