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Educación: los chicos pueden enseñar mejor que los adultos

Lo demuestra un estudio de científicos de la UBA y la Di Tella


El problema es mejorar la educación. Pero... ¿cómo? Habitualmente, se estudian los aspectos de
este proceso de transferencia de conocimiento vinculados con el aprendizaje, pero un equipo de
científicos argentinos decidió poner la lupa en el otro término de la educación: la enseñanza. En
particular, en qué tipo de habilidades pedagógicas poseen los propios chicos.

Los experimentos realizados por Cecilia Calero y colegas de dos laboratorios de la Facultad de
Ciencias Exactas y Naturales de la UBA (el de Neurociencia Integrativa y el de Inteligencia Artificial
Aplicada), y del Laboratorio de Neurociencias de la Universidad Di Tella prueban que los chicos no
sólo son maestros naturales, sino que pueden ser tanto o más diestros para enseñar a sus pares
que los adultos. Una sorpresa.

"Tienen la intuición de cómo comunicar información en forma efectiva", dice Mariano Sigman, uno
de los autores del trabajo que se publicó en la revista Cognitive Development. Para Calero y Sigman,
este trabajo representa un giro de 180 grados en cómo se enfocan los estudios en educación.

Helena tiene tres años y para su primo Matías, de cinco, es a veces una pequeña maestra. Foto: LA
NACION
"Hay trabajos sobre los distintos niveles -evolutivo, molecular, cognitivo- del aprender; en cambio,
carecemos de otros que analicen cómo enseñamos", dice Calero, cuyo proyecto de posdoctorado
consiste precisamente en intentar una disección de esta actividad.

Enseñar no es sólo una tarea altruista para con otro, no se trata de un flujo unidireccional en el que
el conocimiento circula del que sabe al que no sabe, sino que le aporta importantes beneficios a
aquel que ejerce el rol docente. Ya lo dijo Séneca el joven: "Docendo discimus" [enseñando
aprendemos], recuerdan los científicos.

"En la enseñanza, hay dos etapas -explica Sigman-. Una es una reverberación propia, que tiene que
ver con algo que nos interesa mucho, que es la «metacognición», el conocimiento sobre el propio
conocimiento. Todos tenemos un cuerpo de saberes, pero no necesariamente tenemos acceso
explícito a ese capital. Uno puede manejar una bicicleta o jugar al tenis, pero en el momento de
enseñarle esas destrezas a otro, hay que ser capaz de comunicar ese «conocimiento de uso», de
ponerlo en palabras, traerlo a la conciencia. En segundo lugar, cuando uno enseña, entiende que el
otro no está parado en el mismo sitio. Justamente, lo que hacen los buenos profesores es adoptar el
punto de vista del alumno. Y para eso es necesario realizar ejercicios [mentales] que resultan muy
útiles para el aprendizaje propio, como simplificar, sintetizar, ordenar, «poner en negrita» ciertos
aspectos de un tema."
A lo largo del año pasado, Calero trabajó con entre 400 y 500 chicos en distintas pruebas que
sirvieron de "ensayo", pero luego incluyó a 83 de ellos en este experimento. "Generamos un juego
en el que un mono olía dos flores: una lo hacía estornudar y la otra, no -cuenta la investigadora-; los
chicos tenían que hacer inferencias y elegir cuál de las dos flores era la que hacía estornudar al
mono. Después, aparecía un actor que jugaba mal. Entonces, el maestro de los dos se iba y
quedaba el chico, que sabía, y el actor, que no sabía. Dábamos vuelta los roles: el chico tenía un
conocimiento que el adulto no tenía."

Lo más asombroso para los investigadores fue que, cuando se retiraba la persona que les había
enseñado a ambos, el actor le preguntaba al chico: "¿Cómo jugué?", el pequeño maestro le
contestaba que lo había hecho mal e inmediatamente se ponía a enseñarle. "¡Funcionó incluso con
nenes de tres años!", exclama Calero.

Para Ezequiel Gleichgerrcht, neurocientífico argentino que no participó del estudio y actualmente
trabaja como investigador de la Universidad Médica de Carolina del Sur en Charleston, Estados
Unidos, "siempre es alentador cuando se realizan estudios con un diseño experimental que permite
derivar conclusiones sobre el desarrollo de capacidades cognitivas en la infancia. El trabajo de
Calero y colaboradores logra recrear un contexto «ecológico» manteniendo el control experimental.
Es esencial pensar qué implicancias tienen estos resultados para el aprendizaje. Algunos
experimentos demuestran que enseñar a pares es un buen ejercicio para consolidar conceptos y
afianzarlos".

Así como Chomsky tenía la idea de que hay un instinto del lenguaje, a partir de experiencias como
ésta, los científicos deducen que todos tenemos una vocación docente desde muy temprano en la
vida.

"La tendencia a comunicar conocimiento está muy incorporada en nuestra manera de ser, se
desarrolla de acuerdo con un programa casi inevitable -apunta Sigman-. Por otro lado, nos dimos
cuenta de que la mejor manera de averiguar qué sabe un chico no es preguntándole, sino
poniéndolo al lado de otro que no tiene ese conocimiento."

Esto podría sugerir un cambio en la dinámica de las clases. "Cuando se piensa en educación, lo
habitual es centrarse en la escuela; sin embargo, los chicos aprenden casi todo afuera: desde el
lenguaje hasta las pautas morales, los códigos de civilidad, las trampas, los juegos... La escuela de
la vida es horizontal. Nuestra idea es instalar este mecanismo natural y espontáneo dentro de la
educación formal."
Tal como sucede en escuelas rurales o entre hermanos, a la luz de hallazgos como éste parece
deseable habilitar un espacio para que en ciertos momentos los chicos jueguen el rol de maestros
de sus compañeros. "Las implicancias de estos resultados para la educación son significativas,
dado que están indicando la necesidad de considerar las capacidades de enseñanza de los chicos
desde que éstos entran en el jardín de infantes -apunta Sebastián Lipina, investigador del Conicet
en la Unidad de Neurobiología Aplicada del Cemic, que tampoco participó del estudio-. No tenerlo
en cuenta implicaría dejar de considerar un aspecto significativo del desarrollo cognitivo, y con ello,
potenciales sinergias positivas para el alcance de diferentes objetivos educativos y sociales en la
escuela. Pero comenzar a considerar este tipo de evidencia para el diseño de propuestas de
enseñanza en el aula implica necesariamente la concreción de esfuerzos interdisciplinarios
orientados a investigarlas y evaluarlas adecuadamente."

En sintonía con esta visión, ahora el objetivo de los investigadores es encontrar en qué dosis, dónde,
cómo y cuándo estos conceptos generales funcionan mejor. "¿Conviene juntar a chicos con
conocimiento muy dispar o a chicos de saberes parecidos? ¿Cuánto tiempo conviene hacer esto,
en qué momento, en grupos de cuántos chicos, en qué contextos es más efectivo? -se pregunta
Sigman-. Como científicos, tenemos la tarea de examinar estos problemas y sacar conclusiones
basadas no en intuiciones o anécdotas, sino en evidencia exhaustiva."

La inversión de roles, un recurso valioso

Según ideas planteadas a lo largo del siglo XX, para enseñar bien hay que situarse apenas por
adelante de lo que sabe el aprendiz. Aunque un maestro sabe mucho más que un chico, cuando
éste le enseña a un compañero, entiende mejor las dificultades que se le plantean. Es decir, que sin
saberlo los chicos replican un concepto de la pedagogía: enseñar desde cerca.

Otro estudio realizado por los mismos científicos respalda los primeros hallazgos. En el segundo
experimento, realizado con chicos de entre 6 y 10 años, se les enseñaban juegos complejos en los
que también algunos chicos tenían que enseñarles a sus compañeros que no sabían. De acuerdo
con los resultados preliminares, los que aprendían con otros chicos lo hacían igual de bien o quizá
mejor que aquellos a los que les enseñaban adultos.

"Ciertos cambios que sugieren las neurociencias son difíciles de implementar -subraya Mariano
Sigman-. Lo bello de estos hallazgos es que fácilmente se pueden poner en práctica e incluso,
realizados adecuadamente, pueden alivianar la tarea del maestro."

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