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Madurar Espiritualmente Durante Toda La Vida
Madurar Espiritualmente Durante Toda La Vida
Los curas jóvenes saltan al terreno del ministerio con ilusión e intensidad. Quieren
hacerlo bien. Y, aunque no se sienten seguros de lograrlo, esperan encontrar en su
sacerdocio un surco valioso de realización personal y de servicio generoso. Existe sin duda
en ellos una primera identificación con su presbiterado.
Tal identificación tiene todavía más intensidad que profundidad. Con una frase que
lleva dentro de sí una pizca de ingenio y un gramo de exageración, podríamos decir "que
son más jóvenes que curas". (Se leerá con mucho provecho el artículo de CRESPO, A.,
titulado "Joven 'ma non tropo'", en SURGE, n1 549-554, 1993, pág. 373-405). Es
comprensible e inevitable que así sea. La ordenación nos hace sacramentalmente
presbíteros. La vida y trabajos de los primeros años nos han existencialmente presbíteros.
La unidad de toda la persona en torno a una opción básica es una tarea no sólo progresiva,
sino también laboriosa. El ser humano no tiene "dominio despótico", sino "político" respecto
de sus pulsiones y sentimientos.
La dificultad de identificarse con el ministerio, de "casarse" con él, parece mayor en
nuestras generaciones juveniles de presbíteros. )Por qué?.
Esta "fractura" entre experiencia social y experiencia eclesial es vivida por el cura
joven desde una óptica especial. No es un espectador que vive la confrontación bien
ubicado en el área eclesial. Se siente habitado interiormente por las dos lógicas y, en alguna
medida, escindido entre ambas sensibilidades. Se siente partido entre sentido "común" y el
sentido evangélico y eclesial. Pertenece vitalmente a los dos mundos. Decantarse y
definirse sin desarraigarse le resulta especialmente costoso. Algunas secularizaciones
demasiado tempranas y demasiado fáciles pueden tal vez explicarse desde esta "doble
pertenencia".
"Llegar a ser lo que soy: un cura". Así podría formularse la tarea principal de este
período. Identificarnos con nuestra vocación y misión. Este es el empeño central y básico al
que deben converger las orientaciones e impulsos espirituales en esta fase crucial.
La naturaleza del carisma presbiteral está postulando una identificación total del
presbítero con su ministerio. Un carisma tan vital y decisivo para la Iglesia no puede menos
de tocar el centro mismo de la persona que lo recibe y, desde allí, modificar y regular todas
las dimensiones de su vida. "La estructura del ministerio afecta de tal manera a la estructura
de su servidor, que requiere la dedicación de toda su persona" (COMISIÓN EPISCOPAL
DEL CLERO: "Espiritualidad sacerdotal y ministerio". Madrid, 1988. Ed. Edice, pág. 57).
Todo en la vida del presbítero debe ser subordinado a los requerimientos del carisma de su
ordenación. Ser presbítero postula una entrega total, definida y exclusiva a este servicio. El
Nuevo Testamento ignora completamente cualquier "electrólisis" que separe la vida por un
lado y el ministerio por otro. Reclama que la persona entera del ministro se estructure en
torno a su ministerio (cf. Mt. 10,5ss; Mc. 10,29ss; Lc. 9,47ss; 2 Co. 2,4-10s.).
Naturalmente el sacerdote puede y debe tener vida privada, trato con la familia,
relaciones amicales, aficiones personales. Pero tales áreas de su vida no pueden ser cotos
que recortan el primado del ministerio, sino espacios abiertos que quedan modificados por
él, subordinados a él en alguna medida y unificados a él. Todo ha de ser en la vida del
presbítero favorable a su ministerio, coherente con él o, al menos, positivamente compatible
con él.
La unidad de toda la persona en torno a su ministerio reclama particularmente tres
síntesis delicadas.
3. Los apoyos