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Voluntad, Deseo, Emoción

1. La Voluntad de Vivir

En el breve estudio de los Orígenes, que constituye lo» párrafos 1 y 2


de la Introducción a esta obra, hemos visto que la mónada, surgida del
primer Logos, mostraba en su naturaleza la tri- unidad de su Fuente,
los aspectos de Voluntad, Sabiduría y Actividad.

Vamos ahora a detener nuestra atención en el estudio de la Voluntad,


que aparece como tal voluntad en el plano superior y como deseo en el
inferior, y el estudio del deseo nos conducirá al de la emoción
indisolublemente enlazada con él. Ya vimos que estamos aquí porque
quisimos vivir en los mundos inferiores, y la voluntad determina
nuestra permanencia en ellos. Pero la mayor parte de los hombres
poco advierten de la naturaleza, poder y actuación de la voluntad,
porque en las primeras etapas de la evolución se manifiesta
únicamente como deseo en los planos inferiores; y por lo tanto,
debemos estudiarla en su aspecto de deseo antes de que podamos
comprenderla en el de voluntad.

Es el aspecto de Poder de la conciencia, siempre velado en la intimidad


del Yo, oculto por decirlo así tras la Sabiduría y la Actividad que lo
impulsan a la manifestación. Tan escondida está su naturaleza, que
muchos confunden la Voluntad con la Actividad y le niegan la categoría
de aspecto de la conciencia. Sin embargo, la Actividad es la acción del
Yo, en el No-Yo, lo que crea, lo que da temporánea realidad al No-Yo;
pero la Voluntad se oculta en la Actividad y la impulsa atrayendo y
repeliendo los repliegues del corazón del ser.

Voluntad es la fuerza que se mantiene tras el Conocimiento y estimula


la Actividad. El pensamiento es actividad creadora y la voluntad es
fuerza motora. Nuestros cuerpos son como son porque desde edades
sin cuento quiso el Yo que la materia fuese modelada en formas por las
cuales pudiese actuar sobre cuanto le rodea y conocerlo. Dice una
Escritura antigua:
En verdad este cuerpo es mortal, ¡oh Bhagavan!, y está sujeto a muerte. Sin
embargo, es residencia del inmortal e incorpóreo Atma... Los ojos sirven de
órganos de observación al Ser que dentro de los ojos mora. El Atma quiere
”oler” deseoso de experimentar fragancia. El Atma quiere ”hablar” deseoso
de expresar palabras. El Atma quiere ”oír” deseoso de escuchar sonidos. El
Atma quiere ''pensar”. La mente es el ojo celeste que observa todos los
objetos apetecibles. Por medio del celeste ojo mental goza Atma de todo. 93

Tal es el secreto, la fuerza motora de la evolución. Verdaderamente. la


excelsa voluntad traza la real calzada de la evolución. Verdaderamente
las Inteligencias espirituales de diversidad de grados guían a las
entidades evolucionantes por la real calzada. Pero muy poca atención
se prestó a las innumerables experiencias, fracasos y éxitos, a los
vericuetos, sinuosidades y encrucijadas, consiguientes a los tanteos de
las separadas voluntades, que cada una de por sí buscaba su propio
medio de expresión. Los contactos del mundo externo suscita en todo
Atma la voluntad de conocer lo que le toca. Apenas conoce algo en el
pez jalea; pero la voluntad de conocer modela en forma tras forma un
cada vez más perfeccionado ojo que va estorbando menos su potencia
perceptiva. A medida que estudiamos la evolución, descubrimos
voluntades que plasman la materia por tanteos experimentales, no por
clara visión-. La presencia de estas diversas voluntades constituye el
constante ramaje del árbol de la evolución. Profunda verdad encierra
el ameno cuento infantil del profesor Clifford acerca de los enormes
saurios antediluvianos, cuando dice que "unos prefirieron arrastrarse y
se convirtieron en reptiles". A menudo vemos que fracasado un intento
se reitera en distinta dirección. A menudo vemos las más chapuceras
trazas par a par de las más exquisitas adaptaciones. Estas son resultado
de Inteligencias que, conscientes de sus intentos, cincelan
constantemente la materia en apropiadas formas. Aquellas son
manifestación de los esfuerzos interiores, todavía ciegos y vacilantes,
pero firmemente encaminados a la expresión del Yo. Si tan sólo
hubiese modeladores externos que desde el principio vieran el fin, la
naturaleza nos ofrecería en sus obras indescifrables enigmas, pues
tantos y tantos son los intentos inadecuados y los proyectos ineficaces:
pero cuando advertimos en toda forma la presencia de la voluntad de
vivir, que en busca de su propia expresión modela sus vehículos para
su peculiar propósito, entonces echamos de ver asimismo el plan del
Logos en que todo subyace, con las admirables adaptaciones que lo
elaboran. la actuación de las Inteligencias constructoras y las inhábiles
trazas y chapuceras experiencias debidas al esfuerzo de los Yos que
quieren pero no tienen todavía, el conocimiento ni el poder de obrar
perfectamente.

Según adelanta la evolución, este divino Yo, vacilante, forcejeante y


luchador, se va convirtiendo crecientemente en verdadero e inmortal
Gobernador interno. Quien advierte que él mismo es este inmortal
Gobernador entronizado en el interior de los vehículos de expresión
por él labrados, adquiere un sentimiento de dignidad y poderío cada
vez más robusto y con mayor dominio sobre su naturaleza inferior. El
conocimiento de la verdad nos hace internamente libres; porque el
Gobernador interno podrá estar todavía entorpecido por las formas
que elaboró para su propia expresión; pero al conocerse a sí mismo
como tal Gobernador, es capaz de empeñarse firmemente en avasallar
por completo su reino. Sabe que vino al mundo para ser colaborador
de la suprema Voluntad y ha de hacer y sufrir cuanto requiera el
cumplimiento de este fin. Conoce su divinidad, cuya acabada
realización es tan sólo cuestión de tiempo. Siente en su interior la
divinidad, aunque todavía no la manifieste exteriormente, y allí
permanece para ser en manifestación lo que es en esencia. Es rey de
derecho aunque no de hecho. Como príncipe que nacido para ceñir
corona se somete pacientemente a la disciplina que le ha de hacer
digno de ceñirla, así nuestra soberana voluntad se somete
pacientemente a la necesaria disciplina de la vida y evoluciona hacia el
día en que el regio poder pase a sus manos.
2. Cuando la mónada envía sus rayos a la materia de los tercero, cuarto y
quinto planos y se apropia un átomo de cada uno de ellos 94, engendra
lo que suele llamarse su "reflejo en la materia" 95 el humano "espíritu",
pues el aspecto Voluntad de la mónada se refleja como en un espejo
en el alma humano cuya morada es el tercer plano, llamado por ello
átmico. Esta primera hipóstasis se debilita, pero en modo alguno se
altera, por los velos de materia así dotada, pues de la propia suerte
que un espejo bien construido refleja la perfecta imagen del objeto,
igualmente el humano espíritu, Atma-Buddhi-Manas, perfecta imagen
de la mónada, es verdaderamente la misma mónada velada en más
densa materia. Pero así como un espejo cóncavo o convexo reproduce
la contrahecha y grotesca imagen del objeto, así también losulteriores
reflejos o involuciones del espíritu en materia, todavía más densa,
reproducirán sus contrahechas y desfiguradas imágenes.

Por lo tanto, cuando la voluntad en su descenso se vela cada vez más


en cada plano y llega al mundo astral, inmediatamente superior al
físico, toma aspecto de deseo, que si bien muestra la energía,
concentración e impelentes características de la voluntad, no es sino
esta misma voluntad destronada, cautiva y esclava de la materia que,
rebelada contra el gobierno y dirección del espíritu, usurpó el dominio
sobre él. Ya no está la voluntad determinada por sí misma, sino por las
atracciones circundantes.

Tal es la distinción entre la voluntad y el deseo. Ambos tienen idéntica


naturaleza íntima, porque en realidad son una sola determinación del
atma, la única fuerza motora del hombre, laque impele hacia la
actividad, hacia la acción sobre el mundo exterior, sobre el No-Yo. La
voluntad queda manifiesta cuando el Yo se determina a la actividad sin
estar influido por atracciones ni repulsiones hacia los objetos
circundantes. El deseo queda manifiesto cuando las atracciones y
repulsiones externas determinan la actividad y zarandean de aquí para
allá al hombre, sordo a la voz del Yo, e inconsciente del Gobernador
interno.
El deseo es la voluntad revestida de materia astral combinada por la
segunda oleada de vida y cuya reacción sobre la conciencia determina
las sensaciones, es decir, que la voluntad se transmuta en deseo
cuando está revestida de materia astral cuyas vibraciones van
acompañadas de sensaciones en la conciencia. La esencial naturaleza
de la voluntad, que es dar impulsos motores, responde con impelente
energía al verse rodeada de materia que suscita sensaciones, y esta
energía actualizada y operante en la materia astral es el deseo. Así
como en la naturaleza superior el poder impelente es la voluntad, en la
naturaleza inferior lo es el deseo. Cuando débil éste, toda la naturaleza
del individuo reacciona débilmente sobre el mundo exterior. La fuerza
efectiva de un carácter se mide por la fuerza de su voluntad o por la
vehemencia de su deseo, según el estado de evolución. Mucha verdad
encierra el aforismo según el cual "los grandes pecadores se convierten
en grandes santos". Las gentes vulgares no son ni óptimamente buenas
ni pésimamente malas, pues sólo tienen fuerza bastante para leves
virtudes o leves vicios. La potencia deseativa de un hombre da la
medida de su capacidad para el progreso y de su dinamicidad para
seguir adelante en el camino de la vida y reaccionar sobre su ambiente
hasta modificarlo, alterarlo y vencerlo. En la lucha con el deseo, que
caracteriza la superior evolución, se trasmuta y no se destruye la
energía motora. Los deseos inferiores se convierten en superiores, y la
energía se sutiliza sin perder nada de su fuerza, hasta inmergirse
totalmente en el aspecto espiritual de voluntad o poder del Yo.

Mayores dificultades hay cuando el deseo es débil antes de que la


voluntad se haya libertado de las trabas de la materia astral; porque
entonces, la voluntad de vivir se manifiesta débilmente y hay poco
fuerza aprovechable para la evolución. Los vehículos oponen un
obstáculo a la impelente energía de la mónada cuyo libre paso
impiden, y poco progreso cabe esperar mientras no se desbarate el
obstáculo. En la tormenta, la velera nave sigue adelante aun a riesgo
de naufragar; pero en la calma chicha queda inmóvil sin que le valgan
velas ni timones. Y como en nuestra navegación no es posible el
definitivo naufragio, sino tan sólo pasajeros temporales, y la tempestad
estimula el progreso como no le es dable a la calma, quienes se vean
azotados por la tormenta pueden con seguro convencimiento esperar
el día en que las borrascosas ráfagas se muden en el constante viento
de la voluntad.

3. El Despertar del Deseo

Nosotros referimos todas nuestras sensaciones al mundo astral. En el cuerpo


astral están nuestros centros sensorios, cuyas reacciones a los contactos
externos suscitan sensaciones de dolor y placer en la conciencia. Los
fisiólogos dicen que la sensación se transmite desde el punto de contacto al
cerebro, por medio de vibraciones nerviosas entre la periferia y el centro en
donde la conciencia reacciona y percibe la sensación. La teosofía lleva más
allá las vibraciones y afirma que del centro cerebral pasan al éter que lo
embebe y que la reacción de la conciencia se efectúa en el centro astral.
Cuando sobreviene alguna discontinuidad entre los cuerpos físico y astral por
la acción del cloroformo, éter, gas hilarante u otras drogas, queda tan
insensible como si careciese de sistema nervioso. Los enlaces entre el cuerpo
físico y el cuerpo de sensación están desquiciados, y la conciencia no
responde a ningún estímulo que por el organismo físico se le transmita.

El deseo despierta en el cuerpo la sensación, y al despertar sigue el primer


vago sentimiento de dolor o placer. Según ya dijimos 96 el placer es un
sentimiento de acrecentación y explaye de la vida, mientras que el dolor lo es
de aminoración y retraimiento, correspondientes ambos a la conciencia en
pleno. Dijimos que "este primario estado de conciencia no manifiesta. ni aun
embrionariamente, los consabidos aspectos de Voluntad, Sabiduría y
Actividad, a los que precede ¡a "sensación", correspondiente por entonces a
la totalidad de la conciencia, aunque en ulteriores etapas de la evolución se
relacione con el aspecto Voluntad-Deseo, hasta el punto de identificarse casi
enteramente con él".
"A medida que los estados de placer y dolor se establecen más
definidamente en la conciencia, dan lugar a otro, pues al extinguirse el placer
persiste en la conciencia, como continuidad de la atracción, un recuerdo que
se transmuta en vago y vacilante movimiento hacia ella, demasiado
indefinido para llamarlo esfuerzo, que incita a mantener y retener la
sensación placentera. Análogamente, al extinguirse el dolor, queda como
continuidad de la repulsión un recuerdo que se convierte en vago
movimiento de repugnancia. Estos estados engendran al deseo."

El despertar del deseo es un débil explaye de la vida en apetencia del placer,


un vago, vacilante e ingobernado movimiento que no puede ir más allá hasta
que el pensamiento, fortalecido en cierto grado, reconozca un mundo
exterior, un No-Yo, cuyos objetos aprenda a relacionar con el placer o dolor
que su contacto levante en la conciencia.

Pero mucho antes del reconocimiento de estos objetos. los resultados del
contacto han determinado, según dijimos, una bifurcada división del deseo.
Podemos aducir como uno de los más sencillos ejemplos la apetencia de
alimento en un organismo inferior. Cuando el cuerpo físico se debilita y
extenúa, surge en el cuerpo astral una sensación de dolor, una necesidad, un
ansia indeterminada y vaga, pues el cuerpo físico por su debilitación es un
menos eficaz vehículo de la vida fluyente del astral, y este obstáculo
engendra dolor. La corriente que baña el organismo transporta el alimento
proporcionado al cuerpo que al absorberlo repara sus pérdidas y la vida
vuelve a fluir libremente, determinando con ello un placer. Cuando en etapa
algo más elevada surge el dolor, sobreviene el deseo de eliminarlo y se
levanta el sentimiento de repulsión, contrario al de atracción suscitada por el
placer. De aquí resulta la bifurcación del deseo. La voluntad de vivir engendra
ansias de experiencia, y esta ansia aparece en el vehículo inferior en forma
de deseo que, por una parte apetece experiencias avivadoras del sentimiento
de vida, y por otra repugna todo cuanto la debilita y oprime. La atracción y la
repulsión pertenecen igualmente a la naturaleza del deseo. Así como el imán
atrae o repele a ciertos metales, así atrae o repele el encarnado Yo cuando le
rodea. Tanto la atracción como la repulsión son deseo, las dos grandes
energías motoras de la vida en que finalmente se resumen todos los deseos.
El Yo cae en la esclavitud del deseo, de la atracción y repulsión, y queda
atraído por doquiera y repele cuanto quiera. precipitado entre los objetos
placenteros o dolorosos como buque sin timón entre olas y vientos.

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