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HALLEY

“Cuando el inicio es desconocido, el final es una condena”


Para mis papás y para Andy. Para mi familia y mis mejores amigos.

Porque con ustedes lo tengo todo y sin ustedes no soy nada.


I. THE GATE

La época en la que salvar al mundo estaba de moda, había terminado, y comenzó a imperar

en todo el mundo la apatía y la resignación a un nuevo orden, lo cual llevó a que nadie

hablara de lo que realmente era importante. El límite de errores humanos había sido

alcanzado, y lo única cicatriz que le quedaba al mundo era un grupo de personas que, con el

tiempo, se popularizaron entre las elites como Los Rezagados. Para algunos, el recuerdo de

la bonanza, para otros, el cáncer de la prosperidad.

Los Rezagados estaban lejos de ser un grupo de vagos y delincuentes que uno pudiera

encontrar en lo mas oscuro de un callejón, pues contrario a lo que en parte se creía, ellos

contaban con una organización bastante fina y una cultura que hacía honor a décadas

pasadas, en donde la humanidad no había sucumbido su fe ante lo desconocido, cuando aún

había esperanza.

A sus más de ochenta años, Chris recordaba gran parte de esa antigua cultura, y añoraba los

años en que su mayor problema era conseguir un empleo de tiempo completo para poder

recorrer los Estados Unidos y reencontrarse con el amor de su vida. Él nunca fue

particularmente fanático de Los Rezagados, pero siempre supo que era mejor respaldar sus

ideales que los del nuevo orden. Se sentía hipócrita por pensar así después de haber

pertenecido a la nueva elite por tantos años con tal de sobrevivir. Sabía lo que tenía que

hacer, compensar tantos años de simulación y prender la chispa de la esperanza en todos

aquellos que habían vivido oprimidos.

Chris tomó una mochila y puso en ella lo que creyó necesario para un viaje cuyo destino

era aún desconocido. Sabía lo que debía hacer, pero no sabía dónde iniciar, de lo único de
lo que estaba seguro, era de que necesitaba llegar con el líder de alguna célula de rezagados

y contarles todo lo que estaba a punto de ocurrir. Pensaba que aún había tiempo de salvar a

la sociedad que lo había visto nacer décadas atrás, pero de lo que no estaba seguro era del

tiempo que le quedaba.

Tomó un tanque de oxigeno que usaba solo cuando salía de casa, este medía lo que una

hogaza de pan y era casi tan ligero y fácil de cargar. Sabía que ese compacto cilindro le

rendiría para un mes, por lo que antes de acabadas las cuatro semanas tendría que haber

encontrado, por lo menos, un lugar donde instalarse. Todo era cuestión de tiempo. Sus días

estaban contados, lo estaba aún más la duración de su tanque portátil, y quizá el lapso más

grande era el que tanto quería evitar, y para el que faltaba menos de un año, pues en

exactamente diez meses con once días, regresaría, supuestamente, una nave espacial a la

tierra que se llevaría a todos aquellos devotos al espacio, a evolucionar en algo más allá de

lo imaginable; o por lo menos eso pensaba la gran mayoría de la población mundial.

En su viaje a ningún lado, en busca de Los Rezagados, Chris caminaba acompañado de

recuerdos y memorias que hacían eco en su cabeza como voces distantes y rostros

entrañables de su juventud. Lo acompañaba Andy en sus remembranzas. Divagaban

también en su mente las historias de aquel grupo de sobrevivientes en el pueblito en Banket

Hill. Unos de los primeros sobrevivientes de las múltiples tragedias que aquejaron al

mundo desde la creación del nuevo orden. Pensaba en sus vidas y en cómo estas se habían

visto severamente afectadas después de La Tragedia, en 1986. Pensaba que había sido eso

mismo lo que dio origen a los primeros Rezagados, nombre que dicho grupo de personas

iría adquiriendo con el tiempo al quedar desplazados de la nueva elite que regía el planeta

entero.
Lo acompañaba también la historia de Ted y Rose, la pareja de jóvenes que habían iniciado

todo poco menos de cien años atrás.

Theodore era un hombre americano, blanco y ordinario con ligero sobrepeso, de

aproximadamente un metro setenta, que dejó atrás lo ordinario el día en que conoció a

Rosemary. Según Ted, él había conocido a Rose en otra vida, y ella aseguraba que los

extraterrestres la habían llevado a su futuro esposo; estos seres del espacio, según decía, le

habían dicho a través de sueños que ella conocería a Ted un lunes, alrededor de las cinco de

la tarde. Y así fue. Aunque todo ocurrió realmente a las 3:38 p.m. en el MoMA de Nueva

York, mientras ambos se encontraban, por primera vez al pararse a contemplar al mismo

tiempo ‘Los Amantes’ de René Magrite.

Esa mañana Ted se encontraba en la parada del autobús, como era costumbre de lunes a

viernes, por lo regular entre las seis treinta y cuarto para las siete de la mañana. No sentía

que hubiese algo de especial en esa fría mañana; los autos corrían a la misma velocidad por

las calles y la gente simulaba apatía para combatir la ascendente depresión citadina que se

vivía en Manhattan. Y quizá fue esa sensación de hastío la que le hizo tomar la decisión de

no ir a trabajar ese día. Decidió dejar que el autobús se fuera sin él y comenzó a caminar

por toda la quinta avenida. Pasó de largo su restaurante favorito, no se sentía con ánimo de

su usual croissant con café. Coqueteó con la punta del Empire State al verlo tan imponente

como una buena salida, una opción para terminar esa triste vida y tras recapacitar y llegar a

la conclusión de que no era así como quería irse de este mundo, siguió caminando por la

misma avenida hasta doblar a la izquierda y llegar al Museo de Arte Moderno. Pagó la

entrada y comenzó a recorrer el lugar prestando nula atención a sus alrededores, como si
hubiese pagado la admisión del museo solo para tener donde pasar el rato y caminar sin ser

molestado, y ahí fue donde su vida cambió para siempre.

Rosemary llevaba ya una media hora en el museo cuando Ted llegó; ella había tenido una

mañana magnifica después de haber tenido un sueño que, para ella, fue toda una revelación.

Soñó con seres de otras planetas y civilizaciones antiguas. Soñó con el principio y el fin.

Sabía ahora, más que nunca y mejor que nadie, lo que tenía que hacer para salvar a la

humanidad. Solo faltaba una pieza en el rompecabezas, y esta se encontraba contemplando

una pintura hecha a oleo.

El corazón de Ted palpitaba más rápido de lo usual cuando vio por primera vez a

Rosemary, las manos comenzaban a sudarle, y la incómoda idea de que no era lo único que

le sudaba, permeaba en su mente junto al montón de imágenes que empezaron a formularse

una a una de manera surreal al contemplar el cuadro pintado en 1928. Su cabeza tuvo una

epifanía cósmico-orgásmica y se imaginó a Rosemary parada a la orilla de un río, con el

cuerpo desnudo y cubierto por una manta blanca, casi transparente por el cual lograba ver,

gracias a los rayos del sol, el color de su piel y lo puntiagudo de sus senos. Él de pronto se

vio a si mismo, parado frente al otro lado del río, contemplando a aquella hermosa mujer.

Deseaba cruzar aquel río y besarla, pero cuando se lanzó al agua y comenzó a nadar, fue

inmediatamente trasladado de vuelta a la realidad, como arrastrado por la corriente y de

golpe recobraba la totalidad de sus sentidos.

- Irónico, ¿no lo crees?

- ¿Qué cosa? - Le preguntó Ted mientras seguía imaginando su cuerpo desnudo.


- Dos personas que están juntas, porque así lo deciden, se encuentran atrapados en un ciclo

sin fin, en donde el orgullo puede más que nada y es tan solo la espera lo que deteriora una

relación estática y sin futuro. Una obra que invita a creer en la monogamia pero que

condena, por alguna razón, el encuentro de dos personas que claramente se aman. Quién

sabe, tal vez allá afuera exista una manzana de la discordia que no ha caído muy lejos del

árbol, ¿sabes? -proseguía Rosemary mientras Theodore escuchaba la reinterpretación de

aquella obra de arte.

-Piensa en cuántas personas no han encontrado el amor verdadero gracias a esa fruta

prohibida, piensa en cómo tuvieron que descuidar lo más sagrado para poder encontrar

aquello que creyeron tener por tanto tiempo. Prefieren cubrirse el rostro para hacer a ciegas

lo que le da placer a su cuerpo, mientras olvidan lo que le hace bien a su espíritu- dijo Rose.

- ¿Cómo podemos diferenciar la manzana prohibida de cualquier otra? -preguntó Ted,

tratando de hablar el mismo idioma que ella.

-Cada persona es un camino diferente y cada alma nueva suma a tu propia construcción. Si

nosotros mismos no establecemos un límite, nos enamoraríamos de más personas de las que

después nos enorgullezca presumir, aunque claro, no es que eso importe mucho realmente-

continuaba Rose, mientras Ted olvidaba el día de mierda que estaba teniendo.

- ¿Cuál es el límite, entonces? -siguió preguntando Theodore.

-No existe el límite, solo un destino, y una vez que llegas, no hay nada que pueda

entrometerse. No podemos preocuparnos por quién es el límite o nunca estaremos contentos

con nuestra decisión. Por eso creo el constructo social que es la monogamia no sirve

realmente para librarnos de pecado, sino para enfocar nuestras mentes.


Ellos me dijeron que te conocería hoy, ¿sabes? No me dijeron mucho, pero algo en mi lo

supo cuando te vi caminando por ahí-.

Después de unos segundos de silencio le contó a Ted sobre cómo se había puesto en

contacto con seres alienígenas a través de sueños, quienes le dijeron todo sobre cómo lo

conocería aquel día, y que él sería el amor de su vida. Esta historia dejó fascinado al

hombre que ahora estaba más convencido que nunca de que él también había encontrado a

esa persona con la que pasaría el resto de su vida. Estaba seguro que solo ella podría

salvarlo de los deseos suicidas que había tenido últimamente. Solo ella traería vida a su

vida.

En octubre de 1969 comenzaron The Gate, una secta a la que ellos llamaron religión, que

creía en el creacionismo extraterrestre, cosa en lo que sus seguidores creyeron devotamente,

más aún por el hecho de que sus fundadores, Ted y Rose, lo creían más fielmente que

nadie.

Según ellos, millones de años atrás, nuestro planeta fue descubierto y explorado por una

raza alienígena de avanzada tecnología, que sembró en la tierra a los primeros hombres y

mujeres, para que así la raza fuera creciendo y evolucionando, hasta que llegara el

momento en que los creadores regresen y se lleven consigo solo a los más fuertes, a

aquellos más preparados y con mayor anhelo de conocer la respuesta de todos los secretos

que alberga el universo. Ellos creían que el planeta tierra perteneció siempre a la fauna y

demás seres primitivos, y que la inteligencia adquirida por el ser humano se había

desarrollado para diferenciarnos de estos, aunque en el camino del crecimiento siempre hay

defectos, los cuales no permitían a los débiles entrar a The Gate.


Tanto Rose como Ted estaban convencidos de que esta raza de seres extraterrestres

regresaría pronto a la tierra, y se llevaría solo a los más preparados para cambiar de

caparazón, logrando así una metamorfosis del alma en la que podrían dejar su viejo cuerpo

humano y ser capaces de cosas inimaginables. Una transformación envidiable por

cualquiera con aspiraciones a una vida superior, un hecho único y reservado solo para unos

pocos. Dejarían de arrastrarse como orugas, para volar como mariposas.

La pareja comenzó a reclutar seguidores devotos a la causa, siempre rastreando perfiles de

gente que, según ellos, tuviese notoria superioridad sobre la media. Atletas de alto

rendimiento, académicos y científicos, personas acaudaladas, y gente caucásica.

Al inicio, mucha gente los tachó de locos, y duraron seis años manteniendo su mal llamada

religión con poco menos de noventa personas que poco a poco se seguían duplicando.

Ambos mantenían a sus seguidores divididos en pequeños grupos, y les tenían

estrictamente prohibido reunirse fuera de cualquier evento que ellos organizaban,

justificando aquello como parte del protocolo.

Rosemary era una mujer delgada, de un metro sesenta y cuatro, color castaño claro y

mejillas rosadas que siempre utilizaba a su beneficio en su empleo como secretaria, en una

importante firma de abogados en Nueva York, lo cual le dio fácil acceso a datos e

información personal sobre gente poderosa e influyente, y aunque no todos se mostraron

interesados en escuchar lo que el creacionismo alienígena tenía que decir, muchos otros,

algunos solo por mera curiosidad, terminaron siendo de los más fieles devotos de aquella

secta.
Casi dieciséis años después de haber iniciado The Gate, y tras meses de lucha, Rosemary

Callahan murió de un tumor en la cabeza, dejando a su esposo en un completo estado de

desolación y generando incertidumbre en su futuro. No obstante, Ted quería pensar que ella

había alcanzado el siguiente nivel, que volvería por todos pronto, y así compartió este

mensaje con sus miles de seguidores. Pero muy dentro de sí, había una ligera y aguda voz

que le susurraba todas las noches la misma cosa, que ella se había ido, y no volvería jamás.

Ya nada parecía tener sentido para Ted. Él creía en sus propios ideales, pero sabía que muy

en su interior seguía habiendo una voz que lo invitaba a dudar de sus acciones y a terminar

con su vida. Esa voz no había sido callada, pero si silenciada y encerrada en lo más

profundo de su subconsciente, el cual la liberó de inmediato y con más potencia en cuanto

Rose falleció.

Los medios en aquel entonces estaban plagados de notas sobre la misma noticia: el paso del

cometa Halley a inicios del siguiente año, el fin del mundo; pero él no quería saber nada de

nada ni de nadie. Se aisló en una de las cabañas que había adquirido con las donaciones de

sus devotos y se desconectó completamente por varios meses, dejando a su secta

confundida, vulnerable y sin rumbo fijo. Algunos desertaron, pero muchos otros lo tomaron

como una prueba de fe, incluso hacían teorías que relacionaban la sorpresiva muerte de su

lideresa con el próximo paso de Halley.

Un sábado por la noche, Ted tomó su auto y manejó sin rumbo hasta terminarse el tanque

de gasolina. Poco antes de que esto pasara, paró en una cantina en medio de la carretera,

donde bebió hasta perder el conocimiento. Amaneció al día siguiente, tirado en la parte

trasera, oliendo a cigarro y orines, deshidratado y con un dolor de cabeza insoportable.

Camino hacía su auto, pero al dar la vuelta vio que este había desaparecido. Alguien se lo
había robado en algún momento en que su cuerpo yacía tirado entre cartones de cerveza y

cucarachas. Busco en su bolsillo para confirmar esta teoría en busca de sus llaves, y lo

único que encontró fue su cartera vacía, con una entrada doblada en dos de aquel día en que

decidió dejar su empleo y conocer a Rosemary en un museo.

Camino nuevamente, sin rumbo por todo el costado de la carretera, hasta que llegó al punto

de no querer caminar más, su cuerpo ya no le respondía debido a la resaca, y las ganas de

matarse ahí mismo eran incontrolables; pero la resaca no era lo único, también el recuerdo

de su amada Rose y el sabor amargo a fracaso en su interior le hacían coquetearle a la

muerte cada vez más y más. Como por arte de magia, Ted volvió a vivir un momento

cósmico, casi orgásmico en el que se sintió escuchado por una fuerza superior, pues en su

momento de mayor agonía, se encontró a si mismo al pie de un puente que fácilmente se

encontraba a más de diez metros del fondo, en donde alcanzaban a verse todo tipo de rocas

puntiagudas, ideales para acabar con todo de manera instantánea.

Salió del camino de tierra y camino como pudo por el borde del puente, esperando no

resbalar antes de tiempo. Llegó a la mitad y supo que ahí era el lugar perfecto para morir.

Miro al cielo e ignoró al auto que se apreciaba a lo lejos. Sabía que debía ser rápido, o

algún buen samaritano en aquel vehículo podría bajarse y tratar de persuadirlo de no llevar

a cabo el fulminante acto.

Pensó en su amada y dio un paso al frente, cayendo por el precipicio que se hacía entre

ambos extremos del puente, que no medía más de cinco metros de largo. Theodore tardó

menos de dos segundos en chocar con el suelo, y lo que vio después de eso fue una

revelación para él.


La familia que venía en el vehículo detrás efectivamente había bajado del auto a ayudar al

loco que se había lanzado al vacío, pensando que este había muerto. El padre de familia

bajó con su hijo mayor por los costados de la montaña y cargaron el cuerpo de Ted a su

auto, para llevarlo a toda prisa al hospital más cercano. Él estuvo inconsciente durante todo

ese proceso y para cuando lograron llegar a la sala de urgencias, llevaba casi dos horas en

estado catatónico. La madre reconoció a Ted por las noticias, donde en semanas pasadas

habían circulado reportajes sobre The Gate, la nueva secta que poco a poco se esparcía

como un cáncer en Norteamérica. Su esposo la convenció de que a pesar de ellos, lo mejor

era que recibiera ayuda profesional, pues al final de cuentas, era un ser humano, y de igual

forma era muy posible que fuera a morir, si es que no lo había hecho ya.

La familia no se quedó mucho tiempo después, por lo que no tuvieron forma de saber si el

líder había muerto o no, pero fue debido a este acontecimiento y a ciertos comentarios de

gente imprudente que trabajaba en el hospital, que se comenzó a circular el rumor de que

Ted había muerto.

Las noticias pronto dieron a conocer la nota. El líder de The Gate se había suicidado y

ningún reporte oficial de la oficina forense pudo mentir o verificar el hecho.

Ted pasó semanas en coma en un pequeño hospital a las afueras de Saratoga Springs, y ya

que nadie supo en donde estaba, se continuó esparciendo la noticia, dando fuerza a la idea

de que Theodore Richards se había quitado la vida para avanzar al siguiente nivel con el

paso del cometa. Ya que este recién se encontraba pasando más cerca de sol que de la

tierra, sus seguidores pensaron que aún había tiempo para honorar la memoria de su líder y

hacer algo al respecto, interpretando lo que supuestamente había ocurrido como un mensaje

para el resto.
Ted despertó, un sábado 15 de febrero de 1986, y lo primero que vio fue el televisor

encendido de su habitación con las noticias que hablaban sobre una gran tragedia ocurrida

en algunas ciudades de los Estados Unidos. No entendía muy bien lo que había pasado, y

pronto perdió la atención de lo que veía al darse cuenta de que sus piernas no reaccionaban.

Uno de los enfermeros lo vio y se acercó a decirle que todo iba a estar bien, le explicó que

se había roto ambas piernas al tirarse de ese puente, y que la policía estaría pronto en su

habitación para hacerle algunas preguntas sobre lo ocurrido. Un par de agentes del FBI

llegaron al poco tiempo al hospital. Se aseguraron de que Ted estuviera en óptimas

condiciones para contestar algunas preguntas, y aunque su movilidad iba de poca a nula,

había ya recobrado la totalidad de su consciencia. Uno de los agentes era un hombre muy

delgado, muy joven, con bello facial que cubría casi la totalidad de su rostro y que junto a

los enormes lentes de sol que traía puestos le daban una presencia intimidante. Su

compañero era un hombre con rasgos casi opuestos, de baja estatura, regordete, sin un solo

vello facial en todo el rostro y con mejillas tan coloradas como un tomate.

Los agentes le hicieron unas preguntas de rutina, que los mismos enfermeros ya le habían

realizado poco después de haber despertado, esto solo para confirmar que Ted

efectivamente se encontrara en posición de darle a los agentes alguna respuesta sobre lo que

había ocurrido con él y su secta. Una pregunta que llamó particularmente la atención de

Ted, fue una que le había hecho el agente regordete de mejillas coloradas.

-¿Hay alguna razón por la que usted haya intentado suicidarse tan alejado de su gente? -le

preguntó el agente, mientras Ted se preguntaba a si mismo cómo es posible que ellos

hubiesen sabido que fue un intento de suicidio. Recordó que una enfermera le había dicho

que una familia lo había encontrado a pocos kilómetros de ahí, y quizá ellos habían
deducido, correctamente, que lanzarse por el puente había sido su respuesta a la vida que ya

no quería, pero eso no explicaba la relación que su auto atentado tenía con su gente en The

Gate.

Al ver su rostro de desconcierto, el oficial barbón le preguntó a Ted si sabía de lo que

estaban hablando, a lo que él solo se limitó a menear ligeramente la cabeza, confirmando

que no entendía nada. El doctor que había recibido y atendido a Ted cuando este llegó,

interrumpió al oficial antes de que este hablara, y le dijo que el paciente había llegado a su

cuidado días antes de ‘La Tragedia’.

Ted quiso volver a hablar y preguntar de qué estaban hablando, pero el oficial imberbe

interrumpió de nuevo al paciente, como si este tuviese la particular necesidad de participar

en aquella conversación, y le contó a Ted lo que había ocurrido poco tiempo después de

que el callera en coma.

Su séquito de seguidores había pensado que su líder se había quitado la vida en aras del

perihelio del cometa Halley. No se sabe a ciencia cierta cómo es que llegaron a dicha

conclusión, aunque no era difícil imaginar a aquel grupo de gente idealizando

acontecimientos meramente aleatorios y sin correlación directa; después de todo, su

religión se basaba en creer que una raza alienígena había visitado la tierra miles de años

atrás para sembrar lo que actualmente se conoce como raza humana.

Tras esta errónea suposición, gran parte de los seguidores de The Gate dieron aviso a su

comunidad a lo largo de los Estados Unidos para seguir el camino de su maestro; por lo que

en múltiples ciudades se reportaron casos de suicidios colectivos. Los seguidores que

habían decidido tomar ese camino habían bebido la cantidad suficiente de destapa caño y

muerto casi en el acto, sin que nadie pudiera hacer nada para parar la masacre.
Entre las ciudades que más muertes habían reportado se encontraban Cleveland,

Sacramento, Jacksonville, Albuquerque, Wichita y un pequeño poblado llamado Banket

Hill, que a pesar de su pequeña densidad demográfica, en comparación con el resto de las

ciudades, gozaba hasta entonces de un notorio crecimiento comercial, aunque también

llamó la atención como pasó a convertirse en algo muy cercano a un pueblo fantasma

después de que La Tragedia azotara a sus habitantes.

Tras un proceso largo, Ted logró evitar ir a prisión, pues varios testigos del hospital, varios

de ellos seguidores de The Gate que no habían participado en La Tragedia, abogaron por él

diciendo que no pudo haber sido el autor intelectual de tal suicidio colectivo, pues él estuvo

en el hospital en las semanas previas al aterrador suceso, por lo que no podría haberlo

planeado y mucho menos participar. Lo que si resultó particularmente llamativo para quien

leía la noticia, era que Ted había despertado solo pocas horas después de la tragedia.

Ted pasó sus primeros días de regreso en casa pensando en lo ocurrido, mientras recordaba

lo que había vivido durante su letargo. Leyó que es bastante común y normal que los

pacientes en estado de coma sueñen, y muy particularmente suelen soñar con situaciones

relacionadas a lo que los llevo a estar así, en combinación con ruidos y sonidos externos

que su cuerpo pudiese detectar a su alrededor mientras el cuerpo yazca inerte.

Fueron esa serie de sueños los que le hicieron recobrar la fe en sus creencias, y más aún ver

la devoción de sus seguidores, que pese a haber estado inspirada en la mentira de su

fallecimiento, tuvo fundamentos honestos e intenciones puras. O por lo menos eso pensaba

él. Soñó tan lucidamente como nunca lo había hecho, al punto en que llegó a creer que

había despertado después de lo ocurrido y había recobrado su antigua vida. Pero había algo

más ahí, alguien más. Rose había vuelto de entre los muertos, quizá porque nunca murió
realmente. Pudo hablar con ella como si aquello fuese un día normal en la vida de Ted,

igual que hacía años atrás, antes de que el cáncer llegara a su vida para traer muerte.

El tiempo que Ted estuvo en coma no tuvo punto de comparación con lo que el sintió y

vivió dentro se aquella experiencia onírica. Pudo estar y vivir con su amada por mucho

tiempo más. Al principio todo eran imágenes que parecían verse en tercera persona, como

un sueño cotidiano, pero poco a poco esta percepción fue cambiando a una narrativa mejor

formada, con coherencia y la posibilidad de exprimir la experiencia lucida al máximo, al

punto en que una nueva vida fue vivida esas semanas, que para él fueron meses, quizá años.

Sabía de vez en cuando que estaba soñando, pero no había caídas o amenazas que le

hicieran despertar y regresar a su tortuosa realidad. Se sabía inmortal en ese estado

paradisiaco donde él y Rose podían hacer lo que quisieran, sin tenerse que preocupar por

nada ni nadie más.

Las primeras semanas en casa se dedicó a escribir un libro al respecto de aquella

experiencia, sabía que era en extremo importante transferir ese conocimiento a las

generaciones futuras. Sabía que lo que había vivido en su limitada muerte había sido

significativamente más importante que su vida misma. Sabía ahora que el secreto y la clave

de todo se encontraba en los sueños.

Aunque no lo predijo con exactitud, fue impresionante como el Sr. Theodore Richards pudo

presagiar el paso de otro cometa, al poco tiempo de haber terminado su primer y último

libro sobre el secreto onírico que había descubierto. Sin estudios ni conocimientos

científicos previos, anunció que una nave espacial regresaría por todos los fieles devotos

que estuvieran dispuestos a mudar su caparazón y volar como mariposas. Compartió a sus
seguidores que esta nave no se trataba del regreso de Halley, se trataba de algo más, algo

mejor.

Pasaron años y lo único que mantenía fuertes a las creencias de los seguidores de Ted, era

la promesa y ardua planeación de lo que vendría, y aunque algunos desertaron en el

camino, esperando una respuesta, muchos más se unieron al movimiento.

Casi nueve años después de La Tragedia, se haría pública la noticia sobre el paso del

cometa Hale-Boop, lo que de alguna forma confirmaba la predicción del líder de The Gate,

afianzando así la fe de sus seguidores y aumentando la cantidad de fieles por millares, todos

dispersos en distintas cédulas a lo largo de los Estados Unidos. Pasaron meses de arduos

preparativos, noches sin dormir y días de mucho desgaste acosaban a Ted, pero él creía

genuinamente que cada día estaba más cerca de volver a ver a su amada Rose.

Mucho se decía sobre Theodore Richards y su secta. Se decía que era un vividor abusivo

que le lavaba el cerebro a todos sus seguidores, que si antes solo era un loco con una idea,

ahora era un cínico astuto con sed de poder y delirios de grandeza. Y aunque sí manipulaba

a todos los que le seguían para hacer su voluntad, a diferencia de muchos estafadores y

pseudo fanáticos, él realmente creía cada palabra de lo que profesaba, estaba convencido de

cada punto y coma y fue gracias al tamaño de su pasión que miles más se le unían cada día.

Ted oraba día y noche por su amada, y poco a poco fue compartiendo estas oraciones a

manera de sermones en las reuniones semanales con sus fieles, que cada vez eran más

frecuentes. Más y más personas se reunían en el recinto de The Gate, ubicado en un

bodegón que Ted había comprado con las aportaciones voluntarias de su gente, a la orilla

de un muelle en Nueva Jersey. De vez en cuando se iba de gira a diferentes estados,


dándose cuenta del gran alcance e impacto que había generado en miles de personas a lo

largo de los Estados Unidos. Poco a poco, fue nombrando líderes de comunidad en cada

sector al que visitaba, para que estos pudieran profesar en su nombre lo que para él era una

realidad.

En estos sermones que Ted profesaba hablaba un poco sobre lo que había vivido estando en

coma, gran parte de ese contenido había sido registrado en el libro que escribió, pero que,

pese a tomarse la molestia de buscar una editorial que accediera a imprimir solo una copia,

nunca hizo público. Sabía que el contenido del libro era demasiado valioso como para

compartirlo con cualquiera que no practicase su religión, por eso prefirió solo compartir

partes clave de este en sus charlas, aunque como era inevitable, poco a poco se fue sabiendo

públicamente el rumor de lo que The Gate pensaba y lo que profesaban.

Ted les habló de Bog, un ser supremo y el verdadero líder de la humanidad. Había visto y

conocido a Bog durante su letargo en el hospital, este era un ser extraterrestre con una

estructura corpórea muy similar a la de un humano, de poco más de dos metros de alto, con

piel de apariencia escamosa pero suave como el plumaje de un ganso; brazos que se

extendían casi hasta el suelo, con garras de metal plateado en lugar de dedos y ni un solo

cabello podía apreciarse en su cuerpo desnudo. Ninguna señal de órganos reproductores ni

orificios en todo el cuerpo, incluyendo cavidades orbitarias. No había ojos, nariz o boca en

esta prominente figura que ya muchos seguidores plasmaban en dibujos y pinturas, y de

alguna manera que nunca logró entender por completo, pudo comunicarse con él. Tampoco

necesitaba una gran explicación al haberlo conocido en aquel paraíso onírico. Sabía que allí

es a donde irían de manera perpetua todos los que creyeran en Él. Ted había estado

habitando de manera efímera en el paraíso, solo para regresar al plano terrenal y poder
llevarse consigo a cuantas almas pudiera. Esa era su vocación. Para eso había sido mandado

de vuelta a la tierra, a ese caparazón que llamaba cuerpo.

Esa figura aterradora e imponente le susurró a Ted, sin hablar, lo que él quería que sus

fieles supiesen y profesasen, un único y sencillo mensaje que llevaría a la humanidad a

encontrar la claridad que necesitaba: “todo a Bog en el cielo y las estrellas”. Y así fue

como miles de personas en una bodega de Nueva Jersey coreaban con regocijo las palabras

que Bog le había transmitido a Ted, palabras que poco a poco llegaban a los oídos del resto

del país.

Entonces llegaron los preparativos para la llegada de Rosemary, enviada directamente por

Bog para salvar a las almas más puras, que estuvieran preparadas para ascender en su nave

espacial para conocer todos los secretos del universo. A diario los fieles de The Gate

cuestionaban a su líder preguntándole sobre más presagios del porvenir, pero la respuesta

era siempre la misma, ya que Ted no había vuelto a encontrarse con aquel ser supremo.

Necesitaba darles respuestas a los hijos de Bog, por lo que enfocaba la atención de todos en

los preparativos para la nueva era, mientras por dentro le carcomía la creciente duda de

aquella decisión que podría ser el inicio o el fin de todo.

Ted habló con uno de sus fieles, un exsacerdote católico que se había unido a la secta poco

tiempo después de La Tragedia; pues según decía el padre, el verdadero milagro no fue lo

que ocurrió con todas esas personas, sino que Ted sobreviviera a aquella caída, y despertara

en sincronía casi perfecta con los eventos de aquel día. El padre le dijo a Ted que la duda

que permeaba en él era más que normal y humana, y estaba seguro de que todo valdría la

pena cuando imperfecciones como la duda se viesen erradicadas de sus cuerpos para poder

gozar de una vida eterna, llena de conocimiento y gozo. Le habló también sobre La Pasión
de Cristo, el día en que Jesucristo fue crucificado y como segundos antes de entregar su

alma al cielo y después de una vida de sacrificios sin cuestionamientos, miro al cielo y dijo:

“Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

-Hasta el hijo Dios dudó en sus últimos segundos de vida -le dijo el padre a Ted. La prueba

que se le había puesto fue rigurosa y requería el mayor de los sacrificios, así como hoy nos

encomendamos a Bog a través de ti, pues creemos que el sacrificio será recompensado.

-Hablas de Él como si fuese real.

-¿De Bog?

-¡De Cristo! -le gritó Ted. Por años, como tú, creí en un Dios que desde lo alto guiaba cada

uno de nuestros movimientos, sabiendo lo que era y lo que será, consciente de cada día y

noche, de cada beso y cada guerra; pero me cuesta creer que todo lo que ha ocurrido desde

que conocí a Rosemary sea una casualidad.

-No puedo negar la existencia de Cristo, creo en Él desde que tengo memoria y por muchos

largos años me dediqué a profesar su vida y obra. Lo que creo es que Cristo fue un pionero

en lo que ahora tú lideras. Pienso que Bog se ha manifestado de diferentes maneras a lo

largo de nuestra historia, y es un honor poder pertenecer a la generación que por fin sabrá

cumplir con sus designios.

-Cuando el inicio es desconocido, el final es una condena, padre, y yo me rehúso a

condenar el alma de nuestros fieles. Ahora todos saben que Bog es el inicio y el final,

somos parte de su creación, resultado de lo que inició hace miles de años, cuando poblaron

la tierra con las primeras mujeres y hombres. Honraremos sus deseos siendo el legado que
merece. Dejaremos que el resto de la humanidad pague su condena quedándose en este

plano efímero.

La fe de Ted nunca fue tan fuerte como lo fue después de esa conversación, y así fue que

puso en marcha los preparativos finales para la llegada de Rose y el eventual regreso de sus

fieles al reino de Bog.

A inicios del año 1997, en el perihelio del cometa Hale-Boop, el departamento de policía de

una pequeña localidad en California recibió una llamada anónima sobre lo que

probablemente era el suceso más horripilante después de La Tragedia de 1986. Otro

suicidio colectivo que se había llevado a cabo en una mansión perteneciente al fundador y

líder de la secta The Gate.

Fue así como el mundo entero se aterró al conocer la terrorífica historia de cómo Theodore

Richards condenó el alma de más de miles de personas al convencerlas de que la única

manera de subir a la nave espacial que transportaba el cometa era renunciando a su vida

terrenal como simples mortales, dejando atrás ese caparazón, el cuerpo humano con el que

habían nacido aquí en la tierra, ese que ya no necesitaban, pues ahora serían algo nuevo,

algo mejor.

El departamento de policía de Los Ángeles reportó, por lo menos, una docena de estas

sedes en donde, previo al acto, se llevó a cabo una fiesta en donde la música continuaba

sonando, las luces prendidas y los cuerpos tirados en todas direcciones. Los médicos

forenses de los diferentes estados en donde había ocurrido esta nueva tragedia dieron a

conocer a las autoridades que los integrantes de la secta habían muerto tras inyectarse altas

cantidades de profol, el cual era utilizado en menores dosis para anestesiar personas.
Quienes habían conocido las enseñanzas de Ted dedujeron que esa particular manera de

matarse, tan aparentemente pacífica, había sido resultado de querer trascender a un

supuesto paraíso onírico en el que vivirían para siempre después de haber dejado su entidad

carnal atrás.

Tiempo después, se encontraron y registraron bodegones a lo largo de Nueva Jersey con

una leyenda escrita con pintura negra: “TODO A BOG EN EL CIELO Y LAS

ESTRELLAS”.

Chris tenía solo 6 años cuando ocurrió La Tragedia de 1986 y diecisiete cuando ocurrió la

que popularmente comenzó a conocérsele como La Segunda Tragedia, haciendo de ambos

acontecimientos hechos consolidados en la historia norteamericana. Chris vivió el luto y la

desesperación de saber que casi medio millón de personas se habían ido de la faz de la

tierra, siguiendo las palabras de un charlatán con desvaríos existencialistas. Pero lo que fue

más difícil para él, fue imaginar que el amor de su vida pudiera haber estado dentro de ese

grupo de gente. La idea de pensar que Andy había muerto era una agonía, más lo era no

haber sabido nada de ella tiempo después de que ocurriera La Tragedia de 1986. Para

cuando La Segunda Tragedia ocurrió él ya se había ido de casa y encontrado a su amada,

por lo que estuvieron juntos cuando todo volvió a ocurrir en 1997.

Tomó sus cosas y salió del hostal en donde se había estado alojando. No sabía lo que le

esperaba más adelante, y mucho menos se imaginaría que poco más de sesenta años

después estaría emprendiendo un nuevo viaje, con la misma determinación que aquel

entonces, aunque ahora con un objetivo diferente. Irónicamente en ambas ocasiones la

amenaza que acosaba su tranquilidad había sido la misma, un culto que poco a poco fue
evolucionando pese a sus tragedias, y que ahora, con el regreso del cometa Halley en 2061,

amenazaba con erradicar lo poco bueno que le quedaba al mundo.


II. LUCAS Y ANDY

Después de haber nacido en un pueblo de escasos recursos, Don Eulalio emigro en 1970 a

los Estados Unidos, donde conoció a su alma gemela dos años más tarde.

Con apenas dieciséis años, trabajó como mano de obra para una constructora, pero una

terrible crisis financiera en 1973 lo obligó a regresar a su natal México, acompañado de su

mujer, Linda, que era tan bella como su nombre lo indicaba.

Desde su llegada a México, y hasta el día en que murió, Linda siempre se rehusó a utilizar

la anteposición de doña en su nombre, cosa que Don Eulalio nunca entendió, pero

respetaba. Ambos usaron todos sus ahorros para comprar un terrenito en el pequeño pueblo

de San Juan Cosalá, municipio de Jocotepec, en el estado de Jalisco, y ahí vivieron

cómodamente por varios años. El primero de diciembre del año 1979, fueron bendecidos

con el milagro de concebir a su primer y único hijo, Christopher Eulalio López de

Asunción.

Ambos eran personas muy dedicadas y trabajadoras, y aunque Linda había nacido en la

ciudad de Denver, Colorado, lo único que la diferenciaba del resto de la comunidad era su

color de piel, pues compartía la misma humildad y carisma que el resto de sus vecinos. Se

le veía cada semana al salir de misa dominical, comprando su medio kilo de tortillas para la

semana y saludando a quien se cruzara en su camino.

Don Eulalio no había terminado la educación básica, pero se había convertido en carpintero

de profesión, y en uno bastante bueno; y fue gracias a que en aquel entonces no había

muchos carpinteros profesionales en la zona que Don Eulalio adquirió pronta y buena fama,
no solo con sus vecinos, pero con residentes de los municipios aledaños en toda la Ribera

de Chapala.

Linda se dedicaba al hogar y eventualmente también a ser una excelente madre. Y aunque

el embarazo de Linda fue perfectamente normal, sin complicación alguna, algo pasó en los

primeros años de vida de Christopher que le hicieron darse cuenta, al cumplir los cuatro

años, que tenía poderes. Uno, más específicamente, y ese poder se llamaba Lucas. Un niño

de su edad, capaz de hacer cualquier cosa, que solo él podía ver.

Don Eulalio trató, a su manera, de explicarle a su hijo que ese amigo, a quien solo él podía

ver, no era real, por lo que debía ser más cuidadoso al salir al pueblo y querer jugar con

otros niños, quienes no veían bien el hecho de que Christopher insistiera en integrar a su

amigo Lucas al partido de futbol. Cada día era un poco más tajante al respecto, y le decía

que debía crecer y madurar, de lo contrario otros niños no querrían jugar con él. Pero

Christopher no entendía como para ellos resultaba tan difícil entender que tuviera un amigo

especial que solo él podía ver. Linda, por su parte, fue más comprensiva y le decía a su hijo

que no tenía nada de malo que jugara con Lucas, siempre y cuando lo hiciera dentro de la

casa, para no molestar a aquellos niños que, según ella, realmente solo se molestaban por

no ser capaces de ver al invisible amigo.

Christopher no salía mucho al pueblo más que cuando acompañaba a sus papás a misa.

Alguna vez los escucho hablar sobre lo preocupados que estaban porque su hijo dejó poco a

poco de juntarse con los otros niños del pueblo, cuando en realidad nunca fue amigo de

ninguno de ellos.
Lucas era el mejor y único amigo que Christopher podía tener, era esa persona de confianza

con quien ocultarse bajo la cama cuando Don Eulalio llegaba ebrio después de trabajar y

comenzaba a gritarle cosas a Linda. Era ese fiel compañero que lo tomaba de la mano para

escaparse de casa por las noches e ir a contemplar el reflejo de la luna en el lago a una

cuadra de distancia de su hogar.

-Podríamos huir de casa y construirnos algo aquí, junto al lago -le dijo Lucas-.

-Claro, ¿y cómo viviríamos? -le preguntó de vuelta Christopher-.

-De la naturaleza, Chris, como lo hicieron nuestros antepasados. Podríamos cazar nuestra

propia comida y beber agua del lago, solo hasta que uno de los dos consiga un trabajo y

podamos gastar ese dinero en cenar tacos todos los días -continuaba Lucas-. Y ya sé que me

vas a preguntar «¿por qué solo uno debe trabajar?» Pero alguien debe cuidar el hogar, así

como Linda se queda en casa cuando Don Eulalio se va al trabajo.

Christopher no encontraba fallas en su lógica, de hecho, una de las cosas que más le

gustaba de Lucas es que siempre sabía que decir, como si le leyera la mente, por lo que

tampoco era necesario externarle sus ganas de regresar a casa después de haber estado una

hora contemplando el lago e imaginando mil maneras de escapar y vivir como vagabundos,

algo que, por lo menos él, tendría que aprender a hacer décadas más tarde.

Llegó el día del sexto cumpleaños de Christopher, y a Linda se le ocurrió hacerle una fiesta

sorpresa un día antes, ‘porque un sábado siempre es mejor día para celebrar que un

domingo’, decía.

Lucas nunca entendió como la gente puede disfrutar tanto del ritual que son los

cumpleaños. Pensaba que celebrar la vida era algo que debería hacerse a diario, no solo una
vez al año, pensaba que una fiesta de cumpleaños era una mala idea. Pese a ello,

Christopher no tuvo corazón para decirle nada a su madre cuando se enteró de la fiesta

sorpresa al escucharla hablar con Don Eulalio; le dijo a Lucas que, pese a no estar de

acuerdo, apreciaba la intención de su madre y decidió dejar que pasara. Y fue gracias a eso

que conoció al amor de su vida, un día antes de cumplir cinco.

La casa que habían comprado los López era una pequeña finca que al momento de su

compra se encontraba en las afueras de San Juan, pero el continuo crecimiento de la

localidad había duplicado el valor de la propiedad. Don Eulalio se rehusaba a venderla para

comprar algo mejor, por lo que Linda hacía lo mejor que podía con tal de que la casa se

viera esplendida. La casa contaba con dos recamaras, una más grande que la otra, pero

ambas con vista al camino que en menos de dos años se había convertido en carretera. A

ambas habitaciones las unía un pasillo con un pequeño baño en medio. Las paredes eran de

concreto sólido color gris con algunas manchas más obscuras en los lugares donde

Christopher y Lucas se ponían a jugar. La sala era pequeña en proporción, pero logró verse

un poco más amplia cuando Don Eulalio tiró una pared que la dividía de un pequeño cuarto

en el cual pusieron un comedor que el mismo armó en su taller.

Ahora ese comedor se vestía de gala con un mantel largo de color blanco, gorros de fiesta

colocados junto a cada plato, y poco a poco más rebosante de platillos que Linda

acomodaba alrededor del mismo para que los asistentes a la fiesta pudieran disfrutar de un

delicioso festín de comida alta en grasas y azúcar, todo lo que un niño pediría para su día

más especial. Había varios platos con dulces, y las paletas de color rojo y chocolates eran

las opciones dominantes en aquel acomodo. Un pollo rostizado del tamaño de un pavo real

reposaba al centro del comedor como plato fuerte, acompañado de pure de papa, frijoles,
salsas de distintos colores, y como entrada, Linda se había puesto a preparar pequeñas

hamburguesas con carne de res y queso manchego, sin lechuga ni jitomate, porque sabía

que su hijo odiaba comer cualquier cosa que fuera verde o que le hiciera bien a su

alimentación.

Don Eulalio llevó a Christopher al malecón para escoger un regalo de cumpleaños, mientras

tanto su esposa terminaba de arreglar todo en casa y esperaba la llegada de los invitados.

Lucas no los acompaño al malecón porque él prefería no estar cerca cuando estuvieran

solos Don Eulalio y su hijo. Sabía que no era bien recibido y a él tampoco le simpatizaba el

robusto señor, por lo que prefería perderse de tal paseo.

El pequeño de casi cinco años vio un carrito de bomberos, uno que inmediatamente capturó

su atención pues era como ninguno otro que hubiera visto antes. Era de plástico y metal,

con llantas de hule y pintado de rojo con negro. Lo tomó y por un momento pensó que sería

inútil hacerse falsas esperanzas, pero su padre lo sorprendió al decirle que se lo llevara.

-Sabes que no seguido puedo comprarte todo lo que quieras, mijo, y no porque no quiera

hacerlo, pero debes entender que no se puede tener todo lo que uno quiere. A veces el

trabajo duro no es suficiente para una vida llena de lujos, pero hoy es un día especial, y los

días especiales deben celebrarse, cueste lo que cueste-le dijo Don Eulalio a su hijo-. Sé que

algún día lo entenderás.

Esas fueron las palabras que Christopher siempre recordó de su padre, pues no solo tenía

razón respecto a no siempre conseguir lo que uno quiere pese al trabajo, pero recuerda lo

sincero que se escuchó al decirlo, lo sobrio que se encontraba. No fueron muchas las veces

que ambos tuvieron pláticas cercanas o emotivas; el señor pasaba más tiempo trabajando
que en casa, y era común verlo llegar con sed prohibida que lo alentaba a introducirse en un

estado vegetativo inducido por la excesiva ingesta de alcohol.

Padre e hijo tomaron el camino de regreso a casa y llegaron alrededor de veinte minutos

después de la hora que Linda les había dado a los invitados para que llegaran, por lo que

Don Eulalio asumió que habría, por lo menos, unas cinco o seis personas esperando en el

comedor, pero la verdadera sorpresa fue ver la sala vacía al abrir la puerta. Por una fracción

de segundo el padre de Christopher pensó que todos los invitados a la fiesta estaban

escondidos detrás del sillón o hasta en la cocina, listos para gritar ‘SORPRESA’, pero la

realidad fue distinta a su fantasía.

Como era de esperarse, Linda tenía todo bajo control, pues reaccionó como cualquier

madre intuitiva lo hubiera hecho, y justo en el momento en que escuchó a lo lejos a su

esposo e hijo, quitó los sombreros de la mesa, que indicaban un número considerable y

tontamente optimista de invitados, y le hizo pensar al cumpleañero que había planeado una

fiesta solo para ellos tres, aunque él sabía que no era así. Christopher había escuchado el

plan de Linda de invitar a los niños del pueblo a la fiesta, y por un momento llegó a creer

que si irían. Fue un alivió para él el que no hubiese sido así, pues se hubiera arruinado lo

que por mucho fue el mejor cumpleaños de su vida.

Tuvo a su lado a su mejor amigo Lucas, quien prefirió no hablar durante la comida, para no

incomodar a los padres de su mejor amigo, quienes ya de por si no daban crédito de su

existencia, ni escuchaban una sola palabra de lo que el dijera, a diferencia de Christopher.

Sonaron unos pasos que se acercaban de la acera a la puerta principal, y en cuanto Don

Eulalio pensó con resignación que no habría ya nadie dispuesto a llegar al festejo de su
hijo, escuchó como hicieron sonar la campanita que colgaba en la parte exterior de la puerta

de entrada, que funcionaba como un timbre muy eficaz e imposible de no escuchar, sin

importar en que parte de la casa se encontrase uno.

Linda se aproximó para recibir a los invitados, no sin antes regalarle una mirada perspicaz a

su hijo, una que él no olvidaría nunca, pues se daría cuenta con el paso de los años que esa

mirada le estaba diciendo al niño que algo increíble estaba a punto de pasar, solo no sabía

que tan grande iba a ser aquello.

Lucas le dijo a Christopher, citando una de sus películas favoritas, que tenía un mal

presentimiento sobre eso, pero su voz quedó silenciada el momento en que Linda abrió la

puerta. Entró a la casa de la familia López una joven Andy, de apenas siete años,

acompañada de su madre, quien tendría poco menos de treinta.

La niña lucía un vestido liso de color azul pastel con encaje de flores color blanco, y

calzaba unas zapatillas de color grisáceo que combinaban perfectamente con el color de sus

ojos, el cual era una hermosa combinación entre verde y gris, con un brillo alucinante e

inolvidable.

Su madre no era muy diferente a como la niña luciría en unos veinte años más, tenían los

rasgos prácticamente idénticos, con una nariz respingada, ojos ligeramente rasgados, y un

cabello oscuro como la noche, de color negro y tan lacio que era difícil diferenciar la

separación entre cada mechón.

Esa fue la primera y única vez que Christopher se enamoró de verdad. Lo que vino después

en su vida amorosa no tuvo punto de comparación, pues siempre fue ella, de inicio a fin.
-Ella es Mericia, y esta es su hija Andy -comenzó a decir Linda mientras su hijo escuchaba

atento a cada detalle de esa inesperada visita-. La conocí hace unas semanas afuera de la

iglesia y me dijo que su hija tiene la edad de Chris, por lo que pensé que era buena idea

invitarlas hoy.

-De hecho, tengo siete -dijo la pequeña mientras miraba por primera vez a Christopher y le

sonreía inadvertidamente-.

-Mira que igual se ven como si fueran de la misma edad-respondió la madre de Andy-.

Vayan a jugar, nosotros los adultos nos quedamos acá platicando con una tacita de café.

La separación de grupos por edades que la señora había hecho fascinó a Christopher, era el

momento ideal para conocer a quien por primera vez en su corta vida le había hecho sentir

mariposas en el estómago.

- ¿Es normal este cosquilleo que me da en el estómago cada que miro a los ojos a esa niña?

Tú también lo sientes, ¿cierto? -le preguntó Lucas a Christopher, justo antes de que Andy

escuchara la indicación de su mamá y se acercara a donde ambos amigos se encontraban-.

Christopher decidió ignorar a su amigo y prestar toda su atención en su nueva amiga.

Andy se acercó sin pena a Chris y lo contempló sin hablar por unos segundos que el

cumpleañero sintió más como largas horas, un tiempo que pudo extenderse hasta el infinito

de no haber sido porque volvió a escuchar la voz de Lucas, la cual esta vez solo resonaba

en su cabeza y le decía “dile hola, tonto”.

-Hola tonto -repitió Christopher en automático, repitiéndose a si mismo lo que acababa de

pensar, solo para darse cuenta lo mucho que había arruinado su primer encuentro con la

niña-. El niño intentó hablar para reparar el daño, pero era demasiado tarde, la risa
inevitable había salido por la boca de Andy, y para él aquello fue tan glorioso como

escuchar a los mismos ángeles cantar.

- ¿Me dijiste tonto? -preguntó Andy-.

- ¡No! Digo sí, pero es que así me llamo -respondió casi elocuentemente-. Es mi segundo

nombre, de hecho, pero no se lo digo a cualquier persona, me da un poco de pena.

- ¿Te llamas Christopher Tonto?

-Ya sé que suena raro, pero es que mi mamá es de Estados Unidos, y allá tienen nombres

más raros que aquí.

-Creo que me gusta más Chris. ¿Puedo decirte así?

-Claro. Nadie más me dice así. Pero no es queja, me gusta mucho.

Fue así que un comentario desatinado y dicho en voz alta se convirtió en el inicio de una

bonita amistad.

Ese día no hicieron mucho, Chris le mostró a Andy su cuarto, le enseñó algunos juguetes y

cómics que tenía. Lo que no le dijo es que no había leído ninguno. Su padre se los había

regalado un día, pero a él no le llamaron la atención, prefirió salir a explorar la orilla de la

laguna con Lucas, aunque eso fue algo que Chris siguió sin mencionar. La existencia de

Lucas era algo que ya no discutía con todo mundo. Sabía que nadie más que él podía verlo,

y en ocasiones Linda le hacía creer que ella también podía, pero seguro eso solo se debía a

que era su madre, entonces no quiso asustar a la niña y omitió por completo a su mejor y

único amigo.

Mericia y su hija se despidieron poco antes de que el reloj diera las ocho con cuarenta

minutos y lo primero que hizo Chris fue correr a su cuarto para contarle todo a Lucas, pero
no lo encontró. Buscó debajo de la cama, en el armario, el patio trasero y hasta se atrevió a

asomarse un poco al taller que Don Eulalio tenía junto al patio, pero sabía que ahí igual no

lo iba a encontrar, porque ese lugar estaba más prohibido que nada en esa casa.

Se fue a la cama con una sonrisa marcada en el rostro y solo un poco preocupado por

Lucas. No era la primera vez que desaparecía, seguido lo hacía, pero por primera vez desde

que ambos se hicieron amigos, Chris no tenía como prioridad a Lucas. Lo único que

ocupaba la totalidad de sus pensamientos en aquel momento era Andy.

Los días pasaron, Chris volvió a ver a Andy con su mamá en el pueblo un par de veces, y

aunque fue solo por unos minutos, para él era suficiente, y lograba extender la brevedad de

esos momentos en su cabeza hasta el punto en que podía darle sentido a un horrible día sin

tener que esforzarse; pero Lucas seguía sin aparecer y poco a poco Chris dejó de buscar,

pensando que quizá la llegada de su nueva amiga era la razón de su desaparición, aunque

no estaba completamente seguro de que tenía que ver una cosa con la otra.

Un martes por la tarde, mientras Chris se encontraba ayudando a su madre a las labores del

hogar, como solía hacer, esta se acercó a su hijo para decirle que se había encontrado con

Mericia en el mercado y que Andy había preguntado por él. El corazón comenzó a latir tres

veces más rápido de lo usual, y mil preguntas quisieron escapársele de la boca, pero solo

logró esbozar una enorme sonrisa, una que Linda logró leer perfectamente. Sabía que su

hijo se encontraba viviendo su primer enamoramiento, así que quiso hacer algo para darle

un mayor propósito a sus días.

-Hablé con la señora Mericia, me dijo que era un poco complicado para Andy estar saliendo

todos los días, pero que procurará venir de visita una vez por semana. Mientras tanto, si así
lo deseas, puedes escribirle alguna carta que yo, con gusto, le puedo dar a su mamá para

que ella se la entregue personalmente.

Esta idea fascinó de inmediato a Chris, quien impaciente ansiaba llegar a casa a escribir la

primera de muchas cartas a Andy. Linda estaba encantada con la felicidad que esa chica

causaba en su pequeño, pero más que encantada quedó sorprendida cuando vio que Chris le

dio otra carta al día siguiente, y una nueva después de esa el día posterior. Linda guardaba

las cartas en su cajón junto su diario en donde hacía años no escribía palabra. Haberse

convertido en ama de casa y madre le consumían la totalidad de su tiempo, por lo que

disfrutaba de ver la emoción que reflejaban aquellas cartas llenas de garabatos con faltas de

ortografía y dibujos casi incomprensibles. Ella solo veía a Mericia una vez por semana, por

lo que la siguiente vez que se vieron se llevó el bonche de cartas para Andy. Lo que Chris

no sabía en aquel entonces, es que la niña de la que se había enamorado estaba enferma,

razón por la cual no era frecuente que esta saliera de casa con tanta facilidad, y razón

también por la cual esas cartitas de amor infantil fueron un gran deleite para los ojos de

Andrea Vizcaino

En vísperas de navidad habían pasado ya tres semanas del cumpleaños de su hijo y Don

Eulalio no entendía que había cambiado en él que lo veía ahora mucho más parecido al

resto de los niños del pueblo, algo que él mismo vio como algo positivo en la vida de su

primogénito.

Linda trató de explicarle a su esposo que se trataba de un cambio completamente normal

debido a la edad, pues ya se encontraba por empezar la escuela primaria en seis meses, y

ese tipo de cambios son siempre importantes en la vida de un niño, pero Don Eulalio estaba
convencido de que había algo más, estaba seguro de que se trataba de la visita inesperada

de aquel día.

-Por lo menos ya sabemos que si lo trae así una niña, es que no nos salió maricón como tu

primo Robert -dijo Don Eulalio con aires de superioridad que molestaron inmediatamente a

su esposa.

-Sé que nuestro hijo no es lo que tú considerarías un niño ‘normal’, pero permíteme

recordarte que sigue siendo tu hijo. Siempre le has resentido el no ser como tú quisieras, y

eso Christopher lo sabe, lo siente desde que era más chico, y cada vez lo padece más. No

estaría mal que pasaras más tiempo de calidad con él y que dejaras de preocuparte por

nimiedades.

A Don Eulalio le molestó que su esposa utilizara palabras que él no conocía, pero muy

dentro de si, sabía que había algo de cierto en lo que acababa de escuchar, sabía que si no

hacía algo respecto a su relación con Chris, corría el riesgo de alejarse de él para siempre.

Llegó la Noche Buena en el pequeño pueblo de San Juan, y la familia López se vistió para

la ocasión, preparando todo para su tradicional cena navideña, la cual ese año no contaría

con la presencia de Lucas, quien llevaba tantos días sin aparecer, que Chris comenzaba a

preocuparse, pero solo de manera efímera, pues escribirle cartas a Andy, hasta en

nochebuena, era la gasolina que su vida necesitaba. Aunque Chris amaba la navidad, odiaba

lo incómoda que podía llegar a ser la cena, en especial cuando nadie quería hablar de nada

y era Linda quien intentaba proponer algún tema aburrido que no fuera del interés de nadie;

pero este año algo era distinto, Chris se mostraba feliz y entusiasmado por todo

últimamente, y eso, además de alegrar a sus padres, abrió un nuevo tema de conversación.
-Creo que nunca te había visto tan de buenas en una cena, hijo -le dijo su padre, queriendo

preguntarle directamente sobre el tema que todos sabían pero nadie mencionaba-.

-Siempre me ha gustado la navidad -contestó Chris, queriendo evadir el inevitable tema-.

Chris se había vuelto increíblemente maduro para su edad en las últimas semanas, y eso

hasta él mismo lo había notado. No pasó mucho tiempo para que los padres comenzaran a

cuestionar a su hijo sobre su nueva amistad con la hija de la señora Mericia. Chris sintió en

ese momento que la pena se convertía en emoción, pues el momento en que desapareció

Lucas fue el momento en que él se quedó sin alguien a quien compartirle esta nueva

experiencia, y si bien asumía que hablarlo con sus papás sería algo incomodo, fue todo lo

contrario. Les platicó que ambos tenían mucho en común, que ella era graciosa y educada,

pero a la vez un poco irreverente y aventurera. Les platicó del día en que se habían

encontrado en la plaza del pueblo y se habían escapado a caminar por la orilla del lago, en

el malecón. Todo sonaba increíblemente romántico para un par de niños que no tenían ni

ocho años.

También le contó a su familia que dos días atrás la había visto por última vez hasta el

siguiente año, pues se iría con su mamá a pasar Navidad y Año Nuevo a Estados Unidos, a

un pequeño pueblo donde una tía de ella tenía casa, “con alberca”, remarcaba Andy cada

vez que lo mencionaba, pese a que muy probablemente, debido al clima de la temporada,

no darían ganas de meterse. La espera para su reencuentro sería larga, y las veces que se

habían visto, pocas, pero Chris ansiaba y contaba los días para volver a ver a Andy y

contarle todo sobre sus vacaciones, Navidad y Año Nuevo. Lo que antes era aburrido no lo

era más, y eran ocasiones que él pretendía vivir con mucho ahínco para de ellas sacar las

mejores historias posibles y así tener buen material para sus cartas.
La cena terminó alrededor de cuarto para las once y Chris se fue a dormir, más emocionado

por volver a ver a Andy que por la llegada de Santa al día siguiente. La emoción no lo

dejaba dormir, lo hacía rodar por su cama imaginando la llegada de su nueva amistad, que

por dentro se sentía como lo que seguro sienten las parejas que se besan en las películas.

Chris pensaba mucho en eso últimamente, y era igual de sorprendente como a sus cinco

años ya se cuestionaba a si mismo si era correcto pensar aquello o no.

Alrededor de las dos de la mañana escuchó un ruido inusual en la sala, lo cual lo hizo dejar

de pensar en Andy por primera vez en casi un mes y le hizo pensar que Santa se encontraba

en la casa. Primero pensó en dejarlo ir y seguir intentando dormir, dejar que la magia

siguiera su curso, pero la curiosidad y emoción que habitaban en su cuerpo le hicieron

pensar “¿qué haría ella?”. Salió de su habitación, decidido a conocer al hombre, la leyenda,

al señor de los juguetes.

Al llegar a la sala encontró sus regalos bajo el árbol, pero nada de Santa. Pensó que debió

haberle hecho caso a sus papás, que le decían que debía permanecer en su cuarto toda la

noche o el Sr. Claus no llegaría a la casa. Entonces, cuando Chris estaba a punto de darse la

vuelta para regresar a intentar dormir, vio que su papá salía de la cocina con una bolsa de

tela en la mano. Don Eulalio se mostró pasmado frente a su hijo, preguntándose qué debía

decirle al niño, cuando este se le adelantó y le preguntó si había visto salir a Santa.

-Yo también lo escuché, hijo, pero creo que ambos nos lo perdimos -dijo Don Eulalio

mientras le mostraba la bolsa de tela, como evidencia de lo que Santa había dejado atrás al

irse tan rápido-. Creo que mejor volvemos a la cama y abrimos tus regalos mañana.

- ¿Puedo abrir aunque sea uno ahorita? -preguntó Chris con emoción incontenible.
-Está bien, pero no le digas a tu mamá -le dijo su padre, y ambos se sentaron en el piso,

bajo el árbol-.

Don Eulalio sintió que ese pequeño momento era lo que había estado buscando tener, una

experiencia padre-hijo que comenzara a enmendar las heridas del pasado. Chris escogió de

entre los cinco regalos el más grande, era un Ecto-1 coleccionable de la película ‘Los

Cazafantasmas’ que toda la familia había visto en video el verano pasado. Desde entonces

Chris quedó fascinado con la película, al punto de preguntarle constantemente a Linda si

los fantasmas eran reales o no. En algún punto tuvo la teoría de que Lucas era un fantasma,

y por eso solo él podía verlo y hablar con él, y quizá ese era realmente su poder, el de

hablar con los muertos. La teoría quedó descartada cuando le preguntó a Lucas si era un

fantasma y este le dijo que, si fuera así, Chris sería capaz de hablar con más niños muertos,

no solo con él.

Don Eulalio estaba tan emocionado como su hijo. Aprovecho cada segundo de ese intimo

momento familiar. Lo mandó a dormir recordándole que se levantara temprano para abrir el

resto de los regalos, pero la emoción de su hijo había vuelto al cómodo lugar en el que

había residido desde su sexto cumpleaños, volvió a pensar en Andy y cada vez era más

difícil no hablarlo, y a falta de Lucas, sintió la necesidad de hablar con su viejo. Le contó la

historia completa sobre aquel paseo en el malecón.

-Mamá se fue con la señora Mericia a caminar por el mercado y nos dieron treinta centavos

para comprarnos algo en alguna de las tiendas por ahí -comenzó a contarle Chris a su

padre-. Yo quería comprar una pistola de balines, pero ella me dijo que me olvidara del

dinero y que la acompañara. Fuimos caminando calle abajo hasta llegar a donde inicia el

malecón y caminamos por la orilla del lago hasta la zona pesquera. Nos quedamos ahí unos
minutos, lanzando piedritas al agua y viendo como la gente atrapaba pescados con sus

enormes redes. Después de un rato le dije que regresáramos, para que no nos regañaran,

pero cuando empecé a caminar ella me tomó de la mano y me dijo que no tuviera miedo,

que la vida solo podía vivirse una vez y por eso era mejor aprovecharla. Me jaló de la mano

y caminamos hasta la orilla donde había otros niños jugando también. Me voltearon a ver

con los mismos ojos de feos que siempre me miran. Empezaron a reírse de mi y a preguntar

por…ya sabes, por Lucas. Andy se dio cuenta de lo que estaba pasando, y en vez de

preguntarme por Lucas, me tomó la otra mano y me besó la mejilla. Sentí como deben

sentirse los personajes de las películas cuando pausas el video. Sabía que los niños se

seguían riendo de mi y ahora cantaban cancioncitas tontas, burlándose y coreando que

Andy era mi novia, pero eso no me molestó, papá. La vi a los ojos y supe que ella lo había

hecho adrede porque sabía que me iba a hacer sentir mejor.

Don Eulalio se encontraba incrédulo ante lo que estaba viviendo, la primera plática a

corazón abierto con su hijo, quien le acababa de contar sobre la primera vez que una chica

lo había besado. Sentía como si Chris hubiera crecido unos diez años, y por un momento

hasta se sintió ridículo por haberle regalado juguetes en Navidad y no dinero para

comprarse un auto. Luego lo miró a los ojos y supo exactamente de qué hablaba cuando

contó su historia sobre Andy. Chris tenía ojos claros, como de un color avellana, que

además de su color, parecía que podían decirte todo con una sola mirada. Sus ojos

hablaban.

Fue entonces cuando Chris le confesó a su papá que no había podido descansar bien de

tanta emoción y felicidad que sentía desde aquel día. Pero a la vez se sentía nervioso por no

saber qué debía hacer cuando la volviera a ver.


-Estoy seguro de que sabrás que hacer, porque incluso en ocasiones donde no sabemos qué

hacer es que aprendemos las mejores y más importantes lecciones, así que tú no te

preocupes, lo que tenga que pasar, pasará -le dijo Don Eulalio a su hijo, como si este fuera

a entenderlo perfectamente y a realmente relajarse con lo que acababa de escuchar.

Pasaron los días después de Navidad y Año nuevo, y fue a finales de enero que Chris

comenzó a preocuparse, ni Andy ni su mamá habían vuelto a San Juan y nadie tenía

noticias al respecto. Un sábado por la mañana se encontraba viendo caricaturas cuando su

madre entró a la sala con una bandeja llena de galletas con chispas de chocolate, las

mejores galletas que cualquiera en ese pueblo hubiera probado jamás.

Chris tomó una galleta después de que Linda se sentara junto a él en el sillón, pero había

algo raro en su semblante, algo que Chris no lograba identificar, pero sabía que no podía ser

bueno.

-Hijo, necesito hablar contigo -le dijo Linda, con su habitual calma, pero notoria tristeza-.

Es sobre Andy.

En ese momento Chris dejó de prestarle atención al televisor en donde Popeye se

encontraba surcando los cielos agarrados de un puñado de globos mientras Bluto le

disparaba con un revolver, dejó de saborear la galleta que ahora le sabía a tierra y arena, se

enfocó en su totalidad en lo que estaba a punto de decirle Linda, con miedo a que lo peor

fuera a salir de su boca.

-Recibí una carta de su mamá el día de ayer, se comunicó desde un pequeño pueblo de

Estados Unidos llamado Banket Hill -comenzó a decirle-. Al parecer le hicieron una buena

oferta de trabajo a Mericia, en la misma empresa donde trabaja su hermana, pero necesita
quedarse allá por lo menos un año completo, y aún después no está segura de regresar acá a

San Juan. Tú sabes bien, hijo, que el dinero y el trabajo no es algo que abunde para muchas

personas, menos hoy en día. Te comparto esto porque sé lo importante que Andy es para ti,

y quiero decirte que ella lo sabe y por eso su mamá me dijo que te sintieras libre de

escribirle cada vez que quieras. Posiblemente se instalen en un nuevo hogar pronto y

cuenten con servicio de teléfono en su casa, quizá puedas incluso llamarla de vez en

cuando.

Pese al control de daños que se encontraba haciendo Linda, solo había una cosa en la que su

hijo de seis años podía pensar; necesitaba hablar con su padre en cuanto antes. El vinculo

que había creado con él desde la mañana de Navidad, más específicamente con respecto a

Andy, era algo que lo había unido de una manera inexplicable, y a falta de Lucas en su

vida, Don Eulalio era el único que quizá pudiera apaciguar el daño que su joven corazón

estaba recibiendo.

Llegó la noche de aquel fatídico sábado y Don Eulalio llegó, como era costumbre, algo

tomado después de una larga jornada laboral. Chris se acercó con él y le contó lo que su

madre le había dicho unas horas antes. Don Eulalio escuchaba con claridad las palabras de

su hijo, lidiando con la dificultad que su estado de ebriedad le confería. Supo que ese

momento era casi tan importante, si no es que más, que su momento especial la madrugada

del 25 de diciembre, por lo que hizo su mejor esfuerzo, uno que ni con propia esposa había

hecho, y tomó nota de cada palabra que Chris decía, con un nerviosismo que nunca le había

visto. Chris terminó de contarle la tragedia que estaba viviendo y le contó su plan maestro,

el cual comenzó a idear en cuanto escuchó lo último que Linda le dijo sobre la actual

situación de la familia Vizcaino.


-Tienes que llevarme a Estados Unidos, papá -le dijo Chris a Don Eulalio, casi en secreto-.

Sé que suena loco, pero nunca había estado tan seguro de algo.

Su padre lo vio con ternura y tristeza al mismo tiempo, pues sabía que no podía cumplir las

exigencias de su hijo, pero le enternecía pensar que a tan joven edad fuera tan apasionado e

idealista.

Chris se fue a su cuarto esa noche, molesto y decepcionado por la respuesta que había

recibido de su padre, con quien pensó que había formado un vínculo inigualable. Pero sabía

que no podía quedarse de brazos cruzados, necesitaba juntar el dinero para poder cruzar la

frontera y encontrar a Andy. No podía explicarse lo que sentía, solo sabía que era lo

correcto y no podía rendirse en el intento.

Los días pasaron y la locura de viajar a América del Norte quedaban cada vez más

disipadas en el olvido, hasta que un día, mientras Linda terminaba de hacer el desayuno y

Don Eulalio veía las noticias, se escuchó por primera vez en el noticiero local la noticia

sobre un cometa que podría terminar con la vida en la tierra.

Se hablaba de un cometa llamado Halley, uno que pasa cerca de la tierra aproximadamente

cada setenta y sies años y, según el noticiero, la última vez que había orbitado la tierra en

1910, había causado crisis y destrucción a su paso, y que esta ocasión no sería la excepción.

Un científico invitado al foro del noticiero explicaba que los gases tóxicos de la cola del

cometa pasarían tan cerca de nuestro planeta que serían capaces de acabar con la vida de

todo ser vivo.

Don Eulalio prestó atención a los primeros minutos de la noticia y luego continuó leyendo

el periódico. Linda se conmocionó y corrió al teléfono para llamar a su vecina, la señora


Lupita Reyes. Mientras que Chris, sin pensar en la posibilidad de que el mundo fuera a

terminar solo pudo pensar que de ser así, ya no vería nunca más a Andy, por lo que supo

que era ahora, más que nunca, de vital importancia llegar a Estados Unidos, directo a

Banket Hill, y tocar a la puerta donde estuviera viviendo la familia Vizcaino, para hablar

con Andy, aunque fuera por última vez, pues si el mundo estaba por terminar, ¿qué

importaba lo que fuera a ocurrir después?

El problema era que Chris seguía siendo un niño con pocas o nulas posibilidades de

conseguir el dinero suficiente para cruzar la frontera norte, mucho menos encontrar la

manera de transportarse de manera segura y encontrar de manera precisa la casa en donde

las Vizcaino vivían. La solución la tuvo, como siempre, su amigo Lucas.

-Te veo y pienso: “¿qué sería de ti sin mí?” -le dijo Lucas a Chris mientras este contenía su

emoción, para que sus padres no se dieran cuenta de que su amigo había regresado. Caminó

de manera casual a su cuarto, esperando a que Lucas llegara tras de él.

- ¿Dónde estuviste todo este tiempo, Lucas?

-Por aquí y por allá. Supe que nació el amor y como ya no me necesitabas, no hice más que

irme a vivir un tiempo a la orilla del lago, donde siempre quisimos vivir.

Desafortunadamente me perdí de aquel beso el otro día, pero supongo que ya llegará otro.

Si el cometa ese no nos mata, claro.

- ¿Qué vamos a hacer? Necesitamos ir al nuevo hogar de Andy y decirle lo que siento antes

de que el mundo explote.

-No va a ser fácil. Pero tengo algunas ideas. ¿Recuerdas dónde esconde Don Eulalio su

dinero?
III. ÁLVARO Y RAMIRO

A varios cientos de miles de kilómetros de San Juan, en un pueblo estadounidense llamado

Banket Hill, se encontraba la familia Vizcaino escuchando la misma noticia sobre el

inminente fin del mundo, con la diferencia de que en aquel pueblo la nota ya había sido

reproducida unos días antes y el caos ya había comenzado a imperar en sus habitantes.

A unas cuadras de donde vivía la hermana de Mericia, y donde ahora ella y su hija vivían,

se encontraban Álvaro y su mejor amigo, Ramiro, en lo que, según Álvaro, era una casa

abandonada.

Ambos eran jóvenes de dieciséis años, que además de tener la misma edad, compartían el

gusto por la aventura, aunque Álvaro siempre fue un poco más temerario que su

contraparte. Las diferencias físicas en ambos ponían socialmente en desventaja a Ramiro,

pues él siempre fue más robusto y bajito, mientras que Álvaro gozaba de tener una figura

más atlética.

Ambos se encontraban contemplando la fachada de una casa inhabitada, una que Álvaro

había estado vigilando por un tiempo, pues se dio cuenta un día de regreso a casa que en

aquel lugar parecía no haber nadie que se molestara en limpiar las hojas de la entrada, o

recoger el escaso correo que, de vez en cuando, seguía llegando; días después se percató de

que una de las ventanas en la planta alta permanecía abierta toda la noche, incluso después

de lluvias intensas. Y aunque ninguno era ningún ladrón, ni tenían un gusto particular por

lo ajeno, fue el amor lo que llevó a Álvaro a tener una idea como ninguna otra en el pasado:

entrar en la casa y buscar, como un vil carroñero, algo de valor que pudiera vender para

conseguir dinero.
- ¿No sería más fácil pedirles dinero a tus papás?

-Si esa fuera una opción, no estaría pensando en mendigar basura de casas ajenas -le

contestó Álvaro a su amigo-. Además, la basura de muchos es el tesoro de otros. Solo

piensa en que alguien, en alguna parte del mundo, dejó esta casa abandonada. Si pudiera

venderla yo mismo, lo haría. Pero por lo pronto, lo que podemos hacer es entrar, y rezar

porque algo ahí dentro tenga el valor suficiente para conseguir el dinero necesario.

-No creo que sea la única casa que hayan dejado así, mucha gente empezó a irse del pueblo

desde que surgió la noticia del fin del mundo.

-Tienes que ser en verdad estúpido para de verdad pensar que el mundo va a terminar, así

como así, solo por un cometa -le contestaba Álvaro, seguro de cada palabra, pero por dentro

temía que algo si fuera a pasar. Tienes que escuchar las noticias con más claridad, Ramiro.

Lo que dicen es que, supuestamente, el cometa pasará tan cerca de nosotros que

quedaremos atrapados en su cola hecha por gases tóxicos, y eso, supuestamente, es lo que

nos va a matar a todos. No es como si un asteroide se fuera a estrellar en la tierra.

-Tampoco me creo mucho lo que dicen en la tele, pero hasta tú mismo debes admitir que

hay cierta posibilidad de que algo nos pase -contestó Ramiro.

Álvaro quería seguir discutiendo sobre el fin del mundo, pero se limitó a quedarse en

silencio, pensando sobre lo que acababa de escuchar. Reflexionando si realmente valía la

pena lo que estaba pensando hacer. Por un lado, el mundo terminaba, y todo habría sido en

vano, y por otro, de no ser así, estaría poniendo en peligro su relación, así que al final de

cuentas, todo eso seguía siendo, vivieran o no, un acto de amor. O eso pensaba.
-Mis papás están de viaje, quién sabe en dónde, y ni idea de cuándo llegan. Posiblemente

tengamos que vivir el fin del mundo a distancia. Por otro lado, aunque estuvieran aquí, no

quiero ya recibir un solo centavo de ellos, bastante me cuesta aceptar lo que me dejan antes

de irse en cualquiera de sus viajes, pero tengo que hacerlo o moriría de hambre.

- ¿Y el dinero? -preguntó Ramiro.

-Lo que necesito no es para poder vivir mejor o para salirme de casa, aunque lo he pensado,

lo que quiero lo necesito para comprar un regalo, algo único para Azul. Ya casi es San

Valentín, y nuestra relación está en un mal momento. Necesito compensar muchas cosas

para poder salvarnos.

-De nada te servirá salvar tu relación si vas a prisión.

-Solo si nos atrapan. Ya te dije que me puse a vigilar la casa desde que me di cuenta de que

no había nadie, y en efecto, no hay nadie ahí dentro -le aseguró con calma, pero un poco

dubitativo. ¡Vamos ya!

- ¿Ahora?

-Si, ahora. No sabemos cuándo pueda llegar uno de esos agentes de bienes raíces a ponerle

un letrero de ‘se vende’ a la casa. Tú mismo lo dijiste, hay mucha gente dejando el pueblo,

pero esta es la única en donde no he visto nada de movimiento en días. No hay casas

alrededor, nadie que pueda vernos, es el crimen perfecto.

-Tuviste que hacerlo peor diciendo crimen en voz alta…

Álvaro solo se limitó a reír mientras su amigo parecía cada vez menos convencido de lo que

estaban a punto de hacer.


Ramiro siempre tuvo una debilidad por seguir a su mejor amigo en todo lo que le

propusiera, pues sabía que la fragilidad emocional de Álvaro le podría alejar de él si en

algún momento decidía ir en contra de sus locas ideas, y tantos años de amistad los habían

hecho muy cercanos, por lo que prefería meterse en problemas constantemente que

encontrarse a si mismo aburrido, solo, y sin las ocurrencias que tanto sabor le daban a su

vida.

El lugar al que ambos amigos decidieron entrar se encontraba en lo que alguna vez fueron

las afueras de Banket Hill. El pueblo había crecido considerablemente los últimos años,

recibiendo gente de otras ciudades, e incluso de otros países, debido a lo económico que

resultaba vivir ahí. El clima era agradable y se encontraba a poca distancia de ciudades

importantes, como Los Ángeles. La gente que ahí vivía, en general, era fría, pero amable.

Nada interesante solía ocurrir en Banket Hill, por lo que quienes preferían vivir ahí, era

precisamente porque buscaban un lugar tranquilo donde poder sobrellevar una vida normal

y mundana.

La casa frente a Álvaro y Ramiro era vieja, rodeada por pasto seco, con un pórtico en la

entrada que estaba a un soplido de caerse sobre cualquiera que se atreviese a cruzar el

umbral de la morada. Era de un color crema, ya manchado por la luz del sol y la humedad,

combinación que hacía juego con las ramas y raíces que habían crecido alrededor de varias

ventanas, tal y como si la tierra quisiese tragarse aquella residencia inhabitada.

Ambos jóvenes miraron a ambos lados de la calle antes de cruzarla, esto más por cuidarse

de algún vecino que de algún automóvil que pudiera pasar. Pues por la misma razón que

nunca nada interesante pasaba en Banket Hill, cualquier situación fuera de lo ordinario, por

más insignificante que esta fuera, era motivo de barullo y escandalo entre los lugareños.
La casa tenía una enredadera que cubría gran parte de la pared lateral izquierda, por lo que

fue fácil escalar por ahí y entrar por una ventana que daba a uno de los cuartos, en la planta

alta.

-Solo quiero que sepas que, si voy a la cárcel por esto, tú serás el que tenga que recoger el

jabón -le dijo Ramiro a su amigo.

-A los menores de edad no los mandan a prisión, solo los ponen a recoger basura en la

carretera, o a limpiar alcantarillas un par de semanas. Tampoco es como que vayamos a

asesinar a alguien, y aunque no sé mucho de derecho, creo que técnicamente no hay delito

que perseguir si la casa está abandonada.

-No creo que te hayas informado muy bien, entonces. Mejor hay que apurarnos para no

tener que decidir entre recoger el jabón o recoger basura.

-Entonces ayúdame a encontrar algo bueno para irnos pronto de aquí.

Ambos terminaron su discusión mientras entraban caminaban de la ventana del cuarto hacía

la puerta. Trataban de no hacer ruido, pero cada paso que daban hacía crujir la vieja e

hinchada duela de madera que recubría la totalidad del piso en la planta alta. A pesar de que

era evidente que no había nadie en la casa, Ramiro no dejaba de marcar con muecas cada

que el piso rechinaba con su caminar.

La casa era más grande por dentro de lo que parecía en el exterior. El cuarto por el que

habían entrado era una especie de estudio en donde no encontraron nada interesante, pues

de igual manera no había muchas cosas entre las cuales buscar. Un escritorio con papeles

inútiles encima, una silla de madera tirada en el piso a medio metro y un librero a medio

llenar junto a la puerta del cuarto eran lo más destacable de esa habitación. Conforme
recorrían la casa se daban cuenta que eran pocos los objetos que ahí quedaban, y la mayoría

se encontraban tirados en el suelo. Álvaro llegó a la conclusión de que, efectivamente,

alguien había estado ahí antes que ellos. La frustración le hizo arrojar más de los pocos

objetos acomodados al piso. Pero no dijo nada. Tampoco Ramiro, él sabía que si ya habían

decidido meterse a esa casa, llegaría lo más lejos posible, así que siguió caminando hasta

llegar al que parecía ser el cuarto principal donde, al igual que el resto de la casa, se veía

que alguien había estado previamente para llevarse cualquier objeto de valor que se pudiera

encontrar.

En esa habitación había una cama matrimonial cuyo colchón había sido volteado, y en el

otro extremo se encontraba un guardarropa abierto, con pocas prendas aún colgando en él.

Ramiro metió su mano en los bolsillos de las prendas que vio, pero no encontró nada.

Buscó al fondo del armario que se encontraba del lado izquierdo de la cama, y encontró una

pila de periódicos viejos, todos ellos del año 1979. Los hojeó un poco y pudo ver que en

todos se hablaba sobre un accidente automovilístico. Unos mencionaban el tradicional

festival de fuegos artificiales de Banket Hill, que se celebraba todos los años en el mes de

junio. Pero algo al fondo de la pila de tabloides llamó su atención.

-¡Mira! -gritó Ramiro al encontrar un viejo alhajero-.

-Cállate -le contestó Álvaro en voz baja. ¿Quieres que nos descubran? A ver, dame eso.

Tomó el alhajero y examinó su contenido, pero lo único que pudo encontrar fueron algunos

aretes y pulseras, que, a su parecer, no tenían mucho valor. Hasta que, al fondo de este,

encontró lo que parecía ser una valiosa reliquia. Un viejo, pero bien cuidado collar de

perlas.
-Esto seguro que vale algo, ¿no? -preguntó Ramiro con algo de incredulidad.

-Yo pienso que sí. Porque si lo miras bien, a diferencia del resto de lo que tiene esta cajita,

se ve bastante bien conservado. Y según yo, las joyas auténticas y caras son las que mejor

se conservan. Tal vez puedan darnos unos diez dólares por esto -especuló Álvaro.

- ¿Cómo podrían olvidar un collar así aquí? Tal vez no sea tan valioso como pensamos.

-Lo que sea es bueno -le contestó Álvaro. Mucho mejor que salir de aquí con las manos

vacías.

-Tal vez saliendo de aquí me puedas explicar cómo es que prefieres entrar a una casa a

robar joyas que tragarte el orgullo y pedirle algo de dinero a tus papás.

-Se te olvida que no quiero seguir recibiendo un solo centavo de ellos. En cuanto pueda me

iré de este pueblo de mierda olvidado por Dios, y así viva bajo un puente, por lo menos

sabré que vivo por mi cuenta, sin depender de nadie más, especialmente de ellos.

-Solo digo, si tanto los odias, qué más daría si recibes algo de su parte para tu conveniencia.

-Odiarlos sería darles más importancia de la que ellos me han dado en toda su vida -seguía

diciendo Álvaro, cada vez con menos ganas de seguir hablando-. Mejor ya vámonos, esto

podría ser suficiente.

Pero antes de que pudieran acercarse a la ventana por la que entraron, escucharon algo en la

planta baja, como si alguien estuviera intentando entrar por la puerta principal.

Ambos se quedaron petrificados por cinco segundos, que por lo menos para Ramiro, se

sintieron como horas.


- ¿Y ahora qué hacemos? -le preguntó a Álvaro, con la esperanza de que, como siempre,

supiera darle una solución al problema que enfrentaban-.

-Primero que nada, cállate, no pueden saber que estamos aquí -le contestó Álvaro

susurrando y acercándose a la puerta para identificar el sonido que acababan de escuchar.

Escucharon como alguien abría la puerta con mucha dificultad, esto debido a que la chapa

no había sido abierta en mucho tiempo. Los pasos del visitante empezaron a recorrer la

planta baja de la casa, avanzando con cada crujido de la madera.

Álvaro y Ramiro seguían en silencio, escuchando el caminar del extraño ente, llegando

cada uno a la conclusión de que solo era una persona la que había entrado a la residencia.

Esta persona continuó recorriendo los diferentes cuartos y rincones de la planta baja, hasta

que el sonido de sus pasos comenzó a ser menos distante.

-Está subiendo las escaleras -dijo en voz baja Álvaro-. Tenemos que irnos. Toma el collar y

vámonos por donde entramos.

- ¿Y qué si nos escuchan?

-Entonces corres -dijo Álvaro casi en susurro.

Los pasos comenzaron a escucharse por el pasillo, cada vez más cerca de la habitación

donde se encontraban ambos amigos. Ramiro tomó el collar, lo guardó en uno de los

bolsillos de su chamarra de piel y comenzó a descender por el muro donde subieron. Álvaro

lo siguió, pero antes de salir por la ventana hizo una pausa y se acercó a la puerta, casi con

ganas de saber quién se encontraba del otro lado, como si su consciencia estuviese

trabajando horas extra para decirle que lo que estaba haciendo estaba mal, como si una

parte de él quisiese que lo atraparan, y justo cuando el joven se decidía a seguir su camino
fuera de la casa, escuchó silencio. Vio la sombra de una persona postrada del otro lado de la

puerta; entonces volvió a frenarse en seco, casi como asumiendo la culpa por el delito que

aún no cometía, pero la larga pausa y el nulo intento por esta misteriosa persona de girar la

perilla le hicieron pasar de la curiosidad al miedo y de la culpa a la vergüenza, por lo que

salió lo más rápido posible por la ventana, seguro de que a su paso había movido algunas

cajas que, sin duda, habían generado suficiente ruido como para que la persona que había

decidido no entrar al cuarto lo hiciera.

Álvaro, sabiendo que la discreción ya no era un factor en esa misión, le gritó a Ramiro que

corriera, y este, sin pedir explicaciones, le hizo caso y comenzó a correr como nunca lo

había hecho en su vida. Sintió en aquel momento que podía terminar un maratón completo

en media hora y la única razón por la que paró, después de haber recorrido casi seis

cuadras, fue para darse cuenta que Álvaro se había quedado atrás, o por lo menos eso pensó

al inicio, luego pensó que quizá había sido atrapado por la misteriosa persona en la casa, o

peor aún, por la policía, aunque esta brillaba por su ausencia en Banket Hill. Pronto se

decidió, con miedo, a regresar por su amigo, pero este le gritó desde el otro lado de la calle,

casi en la entrada de un café al cual ambos solían visitar para comer donas o beber

malteadas.

-Gracias por esperarme -le reclamó Álvaro de manera sarcástica.

-Tú me dijiste que corriera, y corrí. ¿Te hubiera gustado que jugara a ser el héroe y me

quedara a ayudarte a bajar de la enredadera para que nos atraparan a ambos? Además, yo

tengo el collar.
-Hiciste lo correcto, Rami, pero ambos sabemos que no eres el tipo de persona que se

convierte en el héroe de la historia, eres más como un Robin.

-Supongo que eso te hace a ti Batman -le dijo Ramiro con cierto aire de ironía. Porque te

puedo asegurar que Batman nunca hubiera allanado una casa y mucho menos robado un

collar, en especial ahora que sabemos que alguien si vive en esa casa. Creo que más bien

eres el Joker de la historia.

-No hay marcha atrás, te puedo asegurar que la persona que entró era un vil ladrón que

estaba a minutos de hacer lo mismo que nosotros, solo que tú y yo corrimos con un poco

más de suerte, porque nos llevamos el premio gordo.

-Eso te hace un vil ladrón a ti también -le dijo Ramiro, sabiendo que eso último aplicaba

para ambos amigos.

-Déjame verlo -le dijo Álvaro, extendiendo su mano.

- ¿No deberíamos ordenar algo? Digo, para no vernos sospechosos.

-Eso que sientes se le llama paranoia. Normal después de haber hecho lo que hicimos,

aunque creo que tienes razón, no estaría mal pedir unas malteadas.

Ramiro le entregó el collar a Álvaro, quien lo puso bajo su chamarra en cuanto uno de los

meseros se acercó a la mesa. Ambos ordenaron malteadas de chocolate y un bowl con

trocitos de waffle y miel cubiertos con crema batida, para compartir.

El lugar donde se encontraban era un local muy colorido y de los más atractivos para visitar

en el pequeño pueblo. Contaba con bancos giratorios desplegados alrededor de la barra y


una docena de asientos booth de color azul, repartidos en la periferia del restaurante, al cual

los locales llamaban ‘café’ solamente por su nombre: ‘Miriam’s Café’.

- ¿Cuánto crees que esté dispuesto a pagar esa señora de allá por el collar? -decía Álvaro

mientras apuntaba a una señora de unos sesenta años que yacía sentada, sola, en un booth

que se encontraba seguido a la puerta de salida.

-Si me das unos días puedo preguntarle a mi tío, él trabajó en una joyería hace un tiempo y

seguro nos sabe decir con más exactitud cuánto le podemos sacar al collar.

- ¿Es el tío que vive en Baltimore? Seguro tardará días en contestar y no tengo tanto

tiempo, San Valentín es en ocho días y no tengo todavía nada que darle a Azul.

-Solo tendríamos que mandarle el collar por mensajería, marcarle en cuanto le llegue y que

nos diga su valor.

-Y mientras eso pasa son otros tres o cuatro días para recibir el collar de vuelta, si bien nos

va. Así que no, no tengo esos días -seguía diciendo Álvaro sin despegar su mirada de

aquella señora a quien ya había marcado como potencial victima para venderle el collar

robado.

-Por lo menos deja que me lo lleve hoy a casa para tomarle una fotografía y mandarle eso a

mi tío.

-Será muy tarde de todos modos, para cuando conteste yo ya habré vendido el collar.

-Tal vez, pero por lo menos sabremos cuál de los dos fue más idiota, si tú por haberlo

vendido más barato, o yo por haberte dejado.


-Hablas como si esto realmente valiera más de…cincuenta dólares -calculó Álvaro como si

realmente fuera un experto en joyería.

-De nuevo, quizá tengas razón, solo te pido un día, después de eso, es todo tuyo.

-De acuerdo, te propongo algo: iré en este momento con esa señora que está allá, le trataré

de vender el collar. Seguro me dirá que no tiene los cincuenta dólares porque vela -dijo

señalando a la mujer de la tercera edad, quien vestía un uniforme de enfermera-. Es

enfermera, seguro una enfermera no carga tanto dinero en su bolsa de manera cotidiana.

Ramiro escuchaba a su amigo con detenimiento, pensando preguntar un montón de cosas,

pero dejando que este continuase hablando.

-En cuanto me diga que no tiene el dinero le propondré vernos mañana aquí mismo, a la

misma hora o a la hora que ella quiera, me da lo mismo. Entonces tendrás toda la tarde de

hoy para fotografiar el collar y yo tendré mis cincuenta dólares para el día de mañana.

-Cuando dices ‘mis cincuenta dólares’ entiendo que no me tocará parte del botín, aunque

soy, sin duda alguna, parte importante de esta misión con sabor a delito.

-Y por eso pensé en ti desde el inicio. Treinta y cinco son para mí, quince para ti -le dijo

Álvaro, tratando de calmar a Ramiro, quien ya comenzaba a tomarse el asunto cada vez

más en serio.

- ¿Alguna razón en particular para que tú te quedes con más porción del pastel?

-Que tengo novia, Rami, y algún día entenderás que eso implica más gastos. Y

responsabilidades, pero sobre todo gastos.

-No creo que así sea como funcione.


-Pero funciona, y es lo que importa.

Ramiro aceptó el trato. Él sabía que había algo de cierto en lo que decía Álvaro. Tal vez no

estaba de acuerdo en la necesidad de gastar tanto dinero para complacer a su novia, pero era

consciente de que últimamente no habían sido días muy buenos entre ambos, y siendo

Álvaro su mejor amigo, no pudo más que aceptar los términos y condiciones del trato.

Álvaro se paró de su mesa y se acercó con el collar en la mano hacía la enfermera, quien se

encontraba terminando de comer una hamburguesa con papas, acompañada de una Coca de

dieta.

-Buen día, señora, perdone que la venga a molestar el día de hoy…

-La que se disculpa soy yo. Voy con el tiempo encima y no puedo darme el lujo de que se

me haga tarde -dijo mientras levantaba la mano para pedirle la cuenta a una mesera.

-Entiendo perfecto, por lo mismo le prometo no demorar. Para cuando usted haya pagado

su cuenta esta conversación habrá terminado.

-Te escucho -le contestó la enfermera.

-No quisiera hacerle el cuento demasiado largo, pero la cosa es así, mis padres fallecieron

hace dos años, víctimas de una extraña enfermedad parecida a la rabia -comenzó a mentirle

Álvaro a la enfermera.

- ¿Rabia dices?

-Algo parecido. Lo importante aquí es que me dejaron a cargo de tres hermanos menores.

Hay muchas deudas que pagar, y eso es por lo que me conseguí un trabajo de tiempo

completo en el mercado que está unas cuadras al sur de aquí, pero no me es suficiente.
- ¿Y qué haces aquí ahora si ese trabajo es de tiempo completo? -continuaba cuestionando

la incrédula enfermera. ¿Quién cuida a tus hermanos?

-Se cuidan ellos solos cuando yo no estoy en casa, y por ahora me encuentro en mi día de

descanso, vendiendo esta vieja reliquia familiar, para conseguir un extra que me ayude a

pagar las medicinas de mi hermano Horace, el más pequeño de la camada.

La enfermera tomó el collar algo desconfiada, pero con curiosidad por el brillante collar

que tenía en frente. Ella nunca había sido muy amante de las joyas, pero había algo en la

historia de ese joven desconocido que le recordó a alguien muy importante en su vida, así

que consideró la posibilidad de ofrecerle algo para ayudarle.

-Mira, no tengo mucho dinero, y tampoco soy mucho de usar joyas, pero seguro que tengo

algo por aquí que puede cubrir el gasto del collar, además yo conozco a alguien que seguro

disfrutará más de este collar que yo -le dijo la enfermera mientras sacaba unos billetes de su

pequeña bolsa.

-Me encantaría aceptar cualquier generosa oferta -le contestó Álvaro-. Este collar es una

verdadera reliquia, que no vale menos de cien dólares; pero por tratarse de una situación

especial, podría ofertarlo en menos.

-Dios mío, lo siento joven, pero no cuento con tanto dinero, si alcanzo puedo juntar unos

veinte dólares, y aun así siento que es más dinero del que pagaría por un collar.

- ¿Qué le parecen cincuenta? Y nos vemos mañana para hacer el trueque…después de mi

turno en el mercado, claro está.


-No sé si pueda dispensar de esa cantidad de dinero por ahora -le contestaba la enfermera,

cada vez más convencida de que debía ayudar al joven, pero dudosa de gastar una cantidad

así en algo que realmente no quería ni necesitaba.

-Véalo como una inversión, usted revende el collar, si no le convence, y puede sacarle más.

A mí lo que me urge es el dinero inmediato para cubrir los gastos -dijo casi rogándole a la

señora.

Álvaro en ese momento estaba seguro de que podía convencer a la señora. Se sentía

poderoso. Había algo en su facilidad de palabra que le daba aires de grandeza y sentía que

era capaz de cualquier cosa. En milésimas de segundo pudo pensar y comprender que la

motivación que lo habían llevado a ser así en ese particular momento era la chica con la que

quería estar el resto de su vida. Aún era joven, pero estaba lo suficientemente enamorado

como para allanar una casa e intentar estafar a una señora mayor. Sin duda no eran las

mejores muestras de amor, pero su convicción era más fuerte que nunca, y estaba dispuesto

a terminar su misión, aunque eso significase cometer algún otro delito menor.

-Te daré treinta y cinco, si estás de acuerdo. Podríamos vernos mañana, solamente que

tengo turno nocturno los siguientes quince días.

-Excelente, podríamos vernos aquí mismo, por la mañana, antes de entrar a trabajar y justo

después de que usted salga del hospital. Supongo que ahí es donde trabaja, ¿no es así?

-Así es. Mi nombre es Leticia, en caso de que necesites algo puedes preguntar cualquier día

de la semana por mí en el hospital, aunque con favor de Dios, esperemos no sea el caso -le

dijo Leticia con una amigable sonrisa, digna de una señora amable y honesta.
En ese momento Álvaro dudó, supo que aún estaba a tiempo de arrepentirse y dejar

plantada a la enfermera al día siguiente. De repente ya no se sentía poderoso, sino todo lo

contrario, se sentía como un vil delincuente. El verdadero Joker de la historia.

Leticia se despidió del joven, quien salió del restaurante sin regresar a la mesa donde estaba

su mejor, para mantener las apariencias. Ramiro esperó hasta que le llevaron el cambio a la

enfermera, esta dejó la propina sobre la barra y se retiró del lugar. Segundos después,

Álvaro regreso a su mesa y le contó a su amigo todo lo que había pasado. Le entregó el

collar y le dijo que tenía toda la tarde para fotografiarlo, pero que él iría a recogerlo en la

mañana.

Álvaro caminó de regresó su casa, una en donde no había ningún hermano menor

esperándole, ni unos padres que le preguntaran qué tal le había ido. Quizá solo eso se

necesitaba para que el joven no viviese con un vacío emocional que solo podía ser llenado

por su novia y su mejor amigo. Hacía tiempo que él ya no sentía nada por sus padres, ni

amor ni odio, ni decepción ni tristeza, mucho menos una sonrisa. Solo vacío. Un vacío que,

al final de cuentas, terminaba siendo un compendio de amor y tristeza.

Los padres de Álvaro viajaban mucho, por placer, pues ambos venían de familias

acaudaladas con un montón de propiedades en su haber, lo cual les daba un gigantesco

ingreso mensual sin siquiera tener que mover un dedo, todo esto desde el día en que

comenzaron a ser novios, hasta incluso después del nacimiento de su único hijo. Al inicio

dejaban al bebé a cargo de una niñera, para que ellos pudieran seguir viajando sin

preocupaciones, y ya cumplidos los cinco años comenzaron a llevarlo a sus viajes, hasta

que un día, ya habiendo entrado a la primaria, Álvaro les dijo que no quería faltar tanto a la

escuela y perder tantas clases, que quería pasar tiempo con sus amigos, aunque en realidad
pluralizaba para sonar optimista, ya que su único amigo era Ramiro. Sus papás decidieron

seguir viajando y dejando a su hijo a cargo de diferentes niñeras, que iban cambiando cada

dos o tres años, al punto en que a Álvaro se dio cuenta lo que realmente era importante para

sus padres, y solo dejó de importarle.

A los quince años conoció a Azul quien se convirtió rápidamente en su mejor amiga, y tres

meses después, ambos iniciaron una relación de noviazgo. Ramiro siempre le tuvo mucho

cariño a la novia de su mejor amigo, pues muy al contrario de lo que él pensó cuando

empezaron a andar, se unieron aún más, y así muchas de las citas que tenían Álvaro y Azul

terminaban siendo salidas de tres, cosa que a ninguno de los involucrados parecía

importarle en lo absoluto. Azul y Álvaro constantemente intentaban que Ramiro se

consiguiese una novia, más que para deshacerse de él, para que no se sintiera solo en esos

momentos donde solo la pareja salía; y es que aunque Ramiro no lo hablaba mucho,

deseaba tener también a alguien con quien compartir historias y momentos, alguien que

pudiera ser reciproca con el amor que él podía dar. Álvaro pasó de pensar que Ramiro

estaba enamorado en secreto de Azul, hasta estar seguro de que le gustaban los hombres,

pero Azul siempre abogó en contra de esos argumentos, explicándole a su novio que

Ramiro era una persona muy diferente a él, y pese a eso, un amigo leal, a quien, además de

nunca considerar capaz enamorarse de la novia de su mejor amigo, ya había visto clavar su

mirada en alguna que otra amiga, pero Ramiro simplemente nunca fue bueno para entablar

conversación con ninguna de las chicas que Azul le presentaba.

Como era jueves y Álvaro solo veía a Azul los fines de semana, se quedó solo en casa,

coqueteando con la idea de jugar ‘Duck Hunt’ toda la noche, pero al final terminó por ver

‘Viernes 13, Parte III’ en la televisión del cuarto de sus padres, la cual contaba con
videocasetera y un juego de lentes 3D para ver los efectos cutres que incluía la película, que

como muchas otras de la época, decidieron revitalizar la franquicia agregando innecesarios

efectos en tercera dimensión en diversas escenas.

El agudo e incesante sonido que el televisor hacía una vez que el filme terminaba de

reproducirse terminó por despertar a Álvaro alrededor de las tres de la mañana. Salió del

cuarto de sus padres y deambuló por toda la casa a oscuras, recorriendo cada rincón e

imaginando una vida perfecta, en la que no le afectara la ausencia de su familia, pues si

bien era bueno en ocultarlo, sabía que el dolor era algo con lo que vivía a diario. Imaginaba

una vida plena y feliz al lado de su novia, con quien últimamente había sentido una

distancia que dolía cada momento de no estar con ella, y es que esa era la kryptonita de

Álvaro: la distancia. Sentía que todos a quien él amaba eventualmente se alejaban.

Esa tarde no quiso saber nada desde que llegó a su casa, por lo que desconectó el teléfono,

el cual solo sonaba cuando Ramiro llamaba o cuando algún amigo de sus padres les

llamaba para invitarlos a una noche de vino, quesos y juegos de azar.

Al mismo tiempo que Álvaro se quedaba dormido, sentado en un sillón de la sala, Ramiro

se preguntaba a sí mismo si sería conveniente escaparse de su casa a tan altas horas de la

noche, solo para llegar con su mejor amigo y decirle lo que había pasado esa tarde.

Horas antes, Ramiro había llegado a su casa a fotografiar el collar que habían robado de la

casa abandonada, pero justo cuando iba subiendo a su cuarto, lo más rápido posible, para

evitar interactuar con su mamá, vio a su tío Jules, que había llegado ese mismo día de

manera inesperada a visitar a su hermana. Ramiro se alegró mucho de verlo, algo inusual,

pues realmente no lo veía seguido, por lo que era difícil crear algún tipo de lazo entre
ambos familiares; pero ese era un día especial, él tenía en su poder un collar que podría

valer mucho más de lo que Álvaro pensaba, y estaba a punto de descubrirlo, aunque no

sabía que inventarle a su tío, con tal de no decirle la verdad sobre el crimen que habían

cometido. Así que decidió saludar al tío Jules, subir a su habitación a esconder el collar y

tomarse la tarde para convivir con él y pensar en algo realmente convincente para ocultar el

origen del objeto robado.

Ya para la hora de la cena Ramiro había pensado en la coartada perfecta, le platicó a su tío

que aquel collar pertenecía a la mamá de Álvaro, quien no se encontraba en la ciudad por el

momento y había olvidado dejarle dinero a su hijo para hacer las compras de la semana, por

lo que, según le seguía diciendo a su tío, le dijo que vendiera uno de sus collares, para así

tener dinero suficiente para comida y otras necesidades que pudieran surgir.

Ramiro sabía que su coartada era floja y carecía de sentido alguno, pero su mamá conocía a

Álvaro y su familia de mucho tiempo atrás, sabía que eran una familia de dinero que viaja

mucho, por lo que no resultó tan inverosímil lo que Ramiro decía.

-Ay, ese pobre muchacho. Ya no me sorprende que su familia esté ausente, me sorprende

que hayan olvidado dejarle dinero, como si tuviesen más responsabilidades- dijo María, la

madre de Ramiro.

Esto último dejó pensando a Ramiro en todas las veces que había envidiado a su mejor

amigo, por ser el guapo y el divertido, pero ahora que entendía su suerte por tener una

familia amorosa y presente, logró dejar ir gran parte de ese sentimiento, agradeciendo lo

que él tenía, pero sin dejar de pensar que aun así seguía queriendo encontrar a esa persona

con quien establecer un vínculo emocional que le permitiera ser feliz en todos los aspectos
de su vida, así como Álvaro lo había hecho con Azul. Ramiro ignoraba los problemas y el

estrés que la relación de ambos padecía últimamente, él solo veía lo bueno y lo bonito, lo

que no tenía.

Poco más tenía que decir su madre sobre la familia de su mejor amigo, pero fue

interrumpida por el tío Jules quien cuestionó a su sobrino y lo puso nervioso nuevamente.

- ¿Así que este fue el collar que le dejó? -le preguntó con asombro.

-Álvaro dice que vale entre cincuenta y cien dólares -respondió rápidamente.

-El dinero que pueden darle por este collar es suficiente para que viva sin sus papás un buen

tiempo. Este es un collar de perlas Yoko London, y aunque no te puedo decir con exactitud

su precio, estoy seguro que no vale menos de diez mil dólares.

Ramiro quedó en shock por unos segundos, una montaña rusa de emociones recorrió su

cuerpo; primero la felicidad y orgullo de haber acertado en cuanto a que el collar valía más

de cuarenta dólares, después se sintió emocionado por saber la fortuna que ambos tenían

entre manos, pero al final no pudo evitar sentirse mucho peor por cómo habían conseguido

el collar, pues pensaba que aunque robar es robar, no era lo mismo tomar un dulce de una

tienda que quitarle un maletín lleno de dinero a una persona, el valor del objeto aumentaba

no solo la condena en prisión, sino que también lo hacía sentirse más como un delincuente.

Agradeció a su tío y corrió a tomar el teléfono para llamar a su amigo y decirle lo que ahora

sabía. Ya pasaban de las nueve de la noche, pero aún no era tan tarde como para que Álvaro

no le contestara, y aún después de estar más de una hora llamando, la llamada nunca entró.

Fue ahí cuando Ramiro pensó una y otra vez en escaparse para darle la noticia a su amigo,
sabía que era urgente que lo supiera, pero al final decidió irse a dormir y esperar a verlo al

día siguiente, pues sabía que Álvaro iría temprano a su casa por el collar.

Ramiro salió de su casa mucho antes de lo acostumbrado, pues el plan era que Álvaro

pasara antes de ir a la escuela para llevarle el collar a la enfermera e irse a su primera clase

con el dinero ya en sus manos. Habían quedado de verse en su casa a las seis de la mañana,

por lo que Ramiro salió media hora antes, sin contar con que su amigo había hecho lo

mismo. Después de una noche de poco dormir y mucho pensar, Álvaro salió antes de lo

acordado de su casa y se fue caminando a recoger el collar que vendería en menos de dos

horas. Él también había tenido dudas morales sobre lo que habían hecho, pero su amor por

Azul ganaba ante cualquier debate.

Cuando Álvaro llegó a casa de Ramiro, este ya se había ido, pero había dejado el collar en

su cuarto, por miedo a andar cargando un collar de diez mil dólares en la calle y que algo

pudiera pasarle.

La hermana menor de Ramiro lo dejó pasar y le dijo a Álvaro que si hubiera llegado cinco

minutos antes habría alcanzado a su amigo, pero que de igual manera había dejado el collar

en su cuarto.

- ¿Cómo sabes del collar? -le preguntó Álvaro.

-Anoche lo escuché hablando sobre que tu mamá te lo había dejado para comprar comida o

algo así -contestó la pequeña de seis años.

Ramiro estaba a punto de llegar a casa de su mejor amigo, mientras que Álvaro llegaba

unos minutos antes de lo esperado al mismo lugar donde un día antes había conocido a la

enfermera, quien ya se encontraba ahí, desayunando después de una larga jornada nocturna.
-Buenos días, señora Leticia, que gusto me da verla -le dijo a la enfermera, quien se

encontraba pidiendo una segunda taza de café.

-Buen día, joven. Llegas muy puntual, ¿quieres algo de desayunar?

-Muchas gracias, pero debo llegar temprano a la escuela.

-Pensé que trabajabas por las mañanas -dijo Leticia.

-Cierto, por eso llegué más temprano, debo llevar a mis hermanos al colegio y luego ir a

trabajar. No todos los días tengo el tiempo de hacerlo, es por eso por lo que faltan mucho y

se quedan solos en casa cuando yo debo trabajar más horas en el mercado, pero con esta

venta estoy ganando un importante ingreso que me permitirá fomentar aún más su

educación -le contestó Álvaro, mucho más nervioso de lo que pensó, y con miedo de ser

atrapado en su red de mentiras.

Leticia sospechó por un momento, quiso decirle que no y quedarse con sus treinta y cinco

dólares, quiso seguir cuestionando al joven sobre su supuesta vida desamparada, pero no

pudo, su corazón se remontó a una paciente que había cuidado durante años, pensó en la

mala suerte que tienen algunos y que en esta ocasión ella podía hacer algo para ayudar, así

que le entregó el dinero a Álvaro, ofreciéndole nuevamente compartir desayuno, a lo que él

amablemente dijo que no.

-En verdad le agradezco, señora, no tiene idea de lo mucho que esto ayuda -le dijo Álvaro,

sintiendo cada palabra que decía, solo que por razones distintas a las que antes le había

compartido a la enfermera.

Salió tan rápido de ahí como pudo, después de que Leticia le agradeciera y guardara el

collar en su bolsa, y se dirigió a la escuela.


Ramiro corrió lo más rápido que pudo y mientras se quedaba sin aire al acelerársele el

corazón, pensaba de nuevo en su familia y en lo afortunado que era de tenerla. Trató de

evitar comparaciones entre él y su mejor amigo, trató de evitar pensar en cómo quizá

Álvaro podría soportar más fácilmente el recorrer esa distancia a una velocidad incluso

mayor que la que él llevaba.

Al llegar al Miriam’s Café, ya era tarde, no encontró a ninguno de los dos en el lugar. Tebía

la esperanza de que simplemente ninguno hubiera llegado pues, según él, el collar yacía

seguro en su cuarto, por lo que Álvaro no tenía manera de haber hecho el trueque.

Cuando Álvaro llegó al colegio esperó a Ramiro en la misma banca de piedra que se

encontraba al costado del camino de concreto que llevaba a la entrada de la preparatoria.

Pasaron quince minutos cuando se dio cuenta que algo no andaba bien, y pensó que tal vez

era debido a que se había adelantado un poco, por lo cual solo tenía que esperar a que

Ramiro se diera cuenta del repentino cambio de planes y llegara a su usual punto de

reunión.

Sonó el timbre que anunciaba una tolerancia de cinco minutos para que los alumnos

llegaran a su primera hora de clase. Algunos estudiantes seguían llegando al colegio, unos

con prisa y otros no tanto. Entre una multitud de jóvenes que caminaban a lo lejos, se

distinguía a una joven de cabello castaño, ojos color miel, vestida con una falda larga color

negro, y una blusa que hacía juego, calzando unas zapatillas blancas.

Cuando Álvaro vio que Azul se acercaba al colegio pensó en contarle todo, pero se detuvo

y pensó en las consecuencias de aquello. Hizo como que aún no la veía y comenzó a buscar

a Ramiro entre la multitud, hasta que, poco antes de que su novia llegara a saludarlo,
apareció su mejor amigo, más pálido que nunca y cansado como si le hubiese dado diez

vueltas al colegio.

-Antes de que me reclames por no haberte esperado, quiero que sepas que fue una noche

difícil para mí. Casi no dormí por pensar en Azul y San Valentín, en fin, no tienes nada de

qué preocuparte, todo está bien -le dijo Álvaro a Ramiro con ánimos de calmar cualquier

miedo e inseguridad.

-Álvaro, dime por favor que no le diste el collar a esa señora.

-Pues claro que sí. Me hubiera gustado que vinieras conmigo, pero no estabas en casa

cuando llegué.

- ¿En cuánto se lo vendiste?

-En lo que acordamos, treinta y cinco dólares. No te preocupes, recibirás tu parte, como lo

acordamos, solo tenemos que hacer bien las cuentas -añadió con afán de tranquilizarlo.

-Escúchame bien, yo tenía razón, ese collar… -pero antes de que pudiera terminar la frase,

fue interrumpido por Azul, quien llegó primero con Álvaro, le dio un beso en la mejilla y se

acercó para saludar a Ramiro.

- Hola chicos. ¿Todo bien? -les preguntó Azul al verlo tan inquietos.

Ramiro le dijo que solo estaba un poco cansado del ejercicio que había hecho antes de

llegar al colegio. Azul quiso cuestionarlo, pues Ramiro no llevaba ropa para hacer ejercicio,

pero al final decidió no darle importancia y correr a clase después de acariciar el rostro de

su novio diciéndole adiós. Álvaro pensaba que esa era una de las cualidades favoritas de su

novia, no importaba qué tan mal estuvieran las cosas, ella siempre fue la mejor al momento
de esbozar una sonrisa y demostrarle su amor. Los dos jóvenes esperaron a que Azul se

alejara y se perdiera de nuevo entre la multitud.

-Ya me puedes decir de qué va todo esto, por favor -le dijo Álvaro en voz baja a su amigo

en cuanto Azul se alejó un poco.

-Álvaro, tenemos que recuperar ese collar.

- ¿De qué hablas? Ya tengo el dinero. Ganamos.

-No, no ganamos. Perdimos y mucho.

-Creo que no te estoy entendiendo.

-Vender ese collar en treinta y cinco dólares fue una estupidez, y puedo darte diez mil

razones para demostrártelo -dijo Ramiro mientras sobaba su dedo pulgar con el índice,

haciendo referencia al dinero que acababan de perder.

-No es necesario, solo dame una razón por la cual estás así.

-¡No me entiendes! ¡Ese collar valía diez mil dólares!

Álvaro se quedó en silencio, sin cuestionar a su mejor amigo, pues sabía que podría ser

muchas cosas, pero Ramiro nunca fue ni mentiroso ni bueno para mentir cuando necesitaba

hacerlo, por lo que supo de inmediato que no mentía. Lo que no supo fue como asimilar la

noticia, pues no le importaba cómo fue que dio con esa cantidad, solo supo una cosa: ese

collar era y seguía siendo la respuesta a todos sus problemas.

-Ramiro, necesitamos conseguir de vuelta ese collar.


IV. LETICIA Y GUILLERMINA

Andy llevaba poco más de un par de meses viviendo en Banket Hill. No le parecía del todo

horrible, y sin duda tenía su encanto. Todos los días le preguntaba a su mamá si regresarían

a San Juan, pero ella solo se limitaba a sonreírle y cambiar el tema. Quizá para Mericia era

más sencillo ignorar lo que estaba ocurriendo, pero su hija era más perspicaz de lo que se

imaginaba y todo el cambio le resultó más complicado de lo esperado.

El cambio de casa había ocurrido en el receso escolar por Navidad y Año Nuevo, y debido

a recientes informes que hablaban sobre un cometa que se acercaba peligrosamente a la

tierra, se había suspendido el regreso a clases de manera indefinida en algunos colegios de

educación primaria, incluyendo la primaria de Banket Hill, por lo que resultaba bastante

aburrido para Andy el pasar días enteros encerrados en casa de su tía.

Otra cosa que desconcertaba a la pequeña de siete años era que su madre no solo se resistía

a decirle cuándo regresarían a San Juan, pero tampoco le daba razones claras del por qué se

habían ido a vivir tanto tiempo con la tía Úrsula. Algunos días eran mejores que otros, y

esos eran cuando Mericia Vizcaino y su hermana llevaban a Andy a jugar al parque o a ver

una película al cine, aunque poco a poco, conforme enero llegaba a sus últimos días,

dejaron de hacerlo, pues las noticias sobre una posible catástrofe eran cada vez más

preocupantes para gran parte de la población, aunque había a quienes no les importaba.

Andy había hecho un par de amigas en sus idas al parque. Ambas le decían que ella era

muy afortunada por tener a su mamá siempre a su lado, pues ellas no veían a la suya tan

seguida debido a su trabajo. Andy habló con su mamá para invitarlas a jugar a casa de su tía

Úrsula, y así fue un par de veces, hasta que dejaron de salir al parque y Andy tuvo que
ingeniárselas para matar todo el tiempo libre que tenía. Extrañaba a su amigo Chris, y

aunque ya no había recibido cartas de él, le seguía escribiendo casi a diario, contándole

todo lo que vivía, como si estas cartas fueran una especie de diario personal que Chris

nunca leería.

Úrsula había sido muy clara con su hija, tenía total libertad de hacer lo que quisiera en esa

casa, con excepción de dos reglas muy importantes: la primera, era nunca entrar al garaje.

Y la segunda era irse a la cama a más tardar a las nueve y no salir del cuarto por ninguna

razón. Una noche, Andy decidió romper un poco las reglas, como era costumbre en ella.

Sabía que podía meterse en problemas, pero después de tantos días aburridos, meterse en

problemas era mucho mejor que no hacer nada.

Su habitación se encontraba al fondo de un largo pasillo en donde fácilmente podría haber

otros 5 cuartos igual de grandes que el de ella. Sabía que el que estaba frente al suyo era el

de su tía, y el de al lado de ese era donde dormía su mamá, pero ignoraba lo que había

detrás de las otras 3 puertas de ese pasillo. Salió sigilosamente, dejando la puerta

entreabierta para hacer el menor ruido posible. No le importaba ser descubierta, pero

tampoco quería que aquello fuera a terminar tan rápido. El camino de su cuarto al barandal

de las escaleras fue complicado, no solo por la falta de iluminación en esa parte de la casa,

pero porque cada paso que daba sobre una duela floja rechinante eran otros veinte segundos

de permanecer inmóvil sobre si misma, esperando que nadie la hubiese escuchado.

Llegó al barandal y con mucho esfuerzo logró asomarse entre las rendijas de este para

vislumbrar una luz tenue que salía por debajo de la puerta de la cocina, la cual daba

directamente al garaje, así que supuso que aquella luz provenía de ahí, del lugar prohibido;

pero conforme daba pasos cautelosos para bajar de la escalera, se fue percatando de unas
voces que provenían de la salita en el mezanine, unos cuantos escalones más abajo. La

forma circular de las escaleras no le permitía ver con claridad, así que continuó bajando,

pero se detuvo al ver que alguien encendía un fosforo y prendía unas cuantas velas a su

alrededor. Eso le dejó reconocer, por lo menos, cuatro figuras entre la oscuridad y la luz de

los candelabros que las rodeaban.

Las voces se fueron haciendo cada vez más claras, al punto en que Andy reconoció la de su

tía Úrsula y otra que alcanzó a escuchar más claramente fue la de una mujer, quizá un poco

mayor que su tía. Continuó descendiendo escalón por escalón hasta estar lo más cerca

posible del grupo de personas, sin ser detectada.

Una mujer acercó su rostro a uno de los candelabros, lo que le permitió a Andy ver su

rostro, alguien a quien nunca había visto. La anciana tomó de las manos a quienes se

encontraban a su costado y comenzó a repetir una frase; Andy no entendía muy bien y no

alcanzaba a escuchar claramente. La mujer repetía la misma frase una y otra vez, hasta que

para Andy fue claro lo que a coro decían: “todo a Bog en el cielo y las estrellas”. El resto

de los presentes repetía al unísono una sexta vez para después soltarse de las manos y hacer

una extraña alabanza a un lienzo que tenían frente a ellos en una pared lateral del

mezzanine. Andy no alcanzaba a ver muy bien lo que había en aquel lienzo, pero entre la

penumbra y sombras generadas por los candelabros vio la figura de lo que, para ella, solo

podía ser descrito como un monstruo, un ser sin forma orgánica ni parecido con nada que

existiese en la vida real. Un ser sacado de pesadillas con el que Andy no podría dejar de

soñar constantemente durante los años por venir. Se dio la media vuelta con la intención de

regresar, pero al dar un paso en falso se resbaló, golpeándose la rodilla izquierda al azotar
en los escalones, profiriendo un gemido lleno de dolor, inevitable de escuchar, mientras se

sostenía con ambas manos del barandal, para evitar seguir cayendo por la escalera.

Andy solo pensó en correr, pero su cuerpo se quedó inerte en lo que pareció una eternidad.

Cuando por fin pudo recobrar el control total de su cuerpo, se dio la vuelta nuevamente y

comenzó a correr, pero después de cinco escalones volvió a resbalar, cayendo y rodando

por las escaleras, directo al mezzanine. Poco antes de perder el conocimiento, sintiendo

como un líquido espeso y caliente recorría su cuello, brotando desde la parte trasera de su

cabeza, vio como su tía se acercaba a ella para ayudarla, alejando a los presentes y

gritándole a su hermana para que fuera a ayudar a su sobrina. Todo alrededor comenzó a

difuminarse entre gritos y susurros incomprensibles. Incluyendo la aterradora figura del

monstruo en la pared.

Andy despertó al día siguiente en el hospital, y lo primero que vio fue a una enfermera

sentada junto a ella, fumando un cigarrillo mientras leía un periódico que en primera plana

tenía como titular “CONTINUAN RENUNCIAS MASIVAS POR AMENAZA DE

APOCALIPSIS”.

Leticia había recibido una llamada en su único día de descanso. Le dijeron del hospital que

una niña había caído por las escaleras y había perdido el conocimiento. No tardó mucho en

llegar a la sala de urgencias, afortunadamente vivía a tan solo quince minutos del hospital

caminando, pero debido a la naturaleza de la llamada, había decidido pedir un taxi y llegar

en poco menos de cinco.


El doctor Wilkerson estaba atendiendo a la niña, quien ya se encontraba estable, con una

pequeña contusión en la cabeza, un brazo roto y una rodilla hinchada, pero según el doctor,

no había sido algo tan grave.

-¿Cree que en verdad haya sido un accidente, doctor? -le preguntó Leticia de manera

discreta y perspicaz al doctor Wilkerson.

-No conozco a su mamá, se acaba de mudar hace poco acá, pero conozco bien a su

hermana, la tía de la niña. Son personas de bien, estoy seguro de que no fue más que un

accidente -le contestó el doctor a la enfermera.

Leticia había sido enfermera cuarenta y dos de sus cincuenta y nueve años de vida, y le

gustaba bastante al inicio, pero el paso del tiempo la había hecho más fría, algo no muy

favorable en el trato con sus pacientes más apáticos, aunque siempre procuraba mantener la

amabilidad que tanto le caracterizaba con sus mejores pacientes.

Andy despertó y le preguntó a la extraña sentada junto a ella qué había ocurrido, y Leticia

solo se limitó a decirle que estaría bien y que pronto estaría de regreso en casa.

- ¿Dónde está mi mamá? -le preguntó Andy.

-Seguramente está en la recepción. No debe tardar en regresar.

Leticia se escuchó hablar a si misma y se dio cuenta de que algo en ella sonaba diferente a

los demás días, había algo en su interacción con esa niña que se sentía distinto a cualquier

otro día. Había en ella un sentido de maternidad que nunca pudo desbordar como le hubiese

gustado, ya que los cinco años que estuvo casada no pudo quedar embarazada. Esta había

sido una de las razones principales por la que su exesposo la había dejado, y ella lo sabía.
No había vuelto a verlo desde el día en qué lo vio salir de la casa con dos maletas en la

mano, y si bien pensaba en él de vez en cuando, sabía que no quería volver a verlo.

La señora Mericia entró al cuarto, después de haber pagado la cuenta de hospital. Andy

trató de ignorar su brazo roto y abrazó a su mamá como pudo. Mericia le dijo que no

hiciera ningún esfuerzo, le indicó a la enfermera que la ayudara a vestirse para podérsela

llevar a casa.

-Amanecerá dentro de poco, señora, mejor deje que su hija descanse. Igual la noche ya se la

cobraron -le dijo Leticia a Mericia.

-Le agradezco la atención, pero necesitamos volver a casa -le contestó Mericia. Estoy

segura de que allá será más pronta y cómoda su recuperación.

-Había más personas en casa de la tía Meri antes de caer de las escaleras, mamá -le dijo

Andy a su madre, casi en susurro, pero lo suficientemente claro para que Leticia alcanzara a

escuchar. Mericia ignoró lo que le dijo su hija y le clavó la mirada a Leticia para que esta se

pusiera manos a la obra y ayudara a la pequeña a ponerse su ropa. La enfermera entendió la

orden de esa mirada y ayudó a la pequeña.

-No quiero volver a casa -le seguía diciendo la pequeña a su madre. Había un grupo de

gente mirando a un monstruo en la pared.

Leticia continuó ayudando a la niña a vestirse, pero ponía especial atención a la historia que

escuchaba, pues cada vez más se convencía de que aquello no había sido un accidente

mundano.
-Seguramente lo soñaste, hija -dijo Mericia en tono persuasivo. Fue un buen golpe el que te

diste en la cabeza, y por eso es mejor regresar ya. Te aseguro que no habrá ningún

monstruo, y la única persona que nos está esperando es tu tía Úrsula.

-Si, ella estaba ahí, con la mujer anciana y otros más, pero no les vi bien la cara porque

usaban capas -contestó Andy.

Mericia tomó a su hija y la ayudó a bajar de la cama, sin decir una sola palabra, pensando

que así podría cortar la conversación y evitar que Andy dijera una palabra más.

Leticia entendió entonces que, por más que quisiera indagar, no iba a conseguir nada, y

pese a que genuinamente se preocupó por la niña, no había nada que ella pudiera hacer, por

lo que dejó que ambas salieran del cuarto. Ella también lo hizo poco después, intentando

que no pareciera que las seguía, pero no pudo evitar toparse con ellas de nuevo en la

recepción, en camino a la salida del hospital. Quiso dirigir una última mirada a aquella niña

del brazo roto y supuestos delirios de monstruos, pero esta ya se encontraba dirigiéndole

una mirada plagada de angustia, una que si pudiera hablar hubiera dicho ‘no me quiero ir de

aquí’; lo que llevó a Leticia a tomar un pedazo de papel y escribir su propia dirección. Paso

junto a la paciente una vez más antes de irse, despidiéndose de la recepcionista, una mujer

caucásica de veinticuatro años que rara vez sonreía. Se agachó como si fuese a acomodar

las agujetas de las zapatillas blancas que usaba de manera cotidiana y de manera ágil, sin

que nadie la viera, le paso el papelito a Andy poniéndolo en su mano.

-En caso de que algún día necesites ayuda -dijo silenciosa y rápidamente la enfermera.

Salió de ahí rumbo a su casa, preguntándose por qué había hecho aquello, concientizando

que eran su trabajo y reputación las que había puesto en juego al haberle entregado su
dirección a una menor de edad que no conocía. Se lo cuestionó mucho, y al final del día, no

le importó. Sabía que había hecho lo correcto, sabía que algo extraño había ocurrido, y fue

de nuevo su sentido de maternidad el que salió a flote y le hizo ser impulsiva.

Al caer la noche, mientras Andy dormía de regreso en su casa, ahora segura de que no

saldría de la habitación por nada del mundo, Leticia repasaba en su cabeza una y otra vez lo

que había vivido esa mañana. Pensaba que quizá el monstruo del que hablaba la niña podía

ser un padre abusivo, o el tío alcohólico. ‘¿Por qué mencionó que había más gente cuando

su madre dijo claramente que solo eran ellas tres en la casa?’. La duda le hizo dormir muy

poco e ir a trabajar muy desganada al día siguiente, en especial, porque le tocaba cubrir el

turno nocturno. Sin embargo, había siempre alguien en quien ella siempre podía confiar,

alguien que a diario la esperaba y la acompañaba en sus horas muertas durante la jornada

laboral.

Jackie era una joven de diecisiete años que llevaba en coma varios años ya, y aunque nadie

en el hospital Santo Domingo creía que tuviese oportunidad de despertar, Leticia

continuaba cuidando de ella desde el día en que llegó en una ambulancia. Nunca hubo

alguien que acudiera al hospital a preguntar por ella, por lo que Leticia asumía que Jackie

no tenía a nadie más.

-No tienes nada de qué preocuparte, ¿verdad? En cambio, mira a la pobre chica que estuvo

aquí hace rato, sigo pensando que algo raro le pasó al caerse, pero no puedo hacer nada

más. Quizá no importa, al parecer el mundo se va a acabar, o eso dicen en las noticias.

Supuestamente un cometa pasará por la tierra y matará a todo el mundo con sus gases

tóxicos, o algo así, ¿te imaginas? Aquí entre nos, yo no creo que algo así vaya a pasar, y no

estoy diciendo que sea imposible, no, de hecho me puse a leer un librito que me encontré en
la biblioteca el otro día, con registro sobre ciertos eventos de Norte América en 1910, que

fue cuando pasó por última vez el cometa, y todo apunta a que pasó exactamente lo mismo:

Gente creando histeria debido a una bola de gas que se aproxima a nuestro planeta. Me voy

a sentir muy tonta si al final ellos tienen razón y yo no. A veces ser incrédula viene con un

alto precio a pagar, pero estoy segura de que no seré yo quien lo pague. Al final del día los

hospitales estarán llenos de gente que intentó suicidarse por miedo a que algo más los

matara; la gente actúa de maneras muy extrañas cuando creen que nada importa, cuando

creen que ya no pueden perder nada. Es como si siempre estuviésemos actuando bajo

condición, como si esperásemos la aprobación de algo o de alguien. Por eso puedo decir

que te envidio un poco, pues donde quiera que estés, no tienes que lidiar con nada de esto.

Estar en coma es más una manera de morir que un estilo de vida. Te sorprenderías de la

cantidad de personas que mueren todos los días al llegar de su trabajo a la casa, muertos

vivientes cuyo estado casi catatónico es ocasionado por la televisión. Es como Guillermina,

tremenda arpía, lo único que sabe hacer bien es ver televisión y gastarse el poco dinero que

le queda de su pensión para idioteces que ve a buen precio entre comerciales. No tengo el

corazón para decirle nada, ni para correrla de mi casa, al final ella es mi única amiga, me

tiene solo a mí. Espero que el día que despiertes las cosas por acá sean diferentes. Espero

que despiertes, creo que puedes. Lo creo más que cualquier otra cosa. Solo espero que

cuando pase no le digas a nadie lo que te conté sobre mis vacaciones en California con el

doctor Pascal. Aunque a estas alturas ya no importa mucho.

Leticia adoraba sus largas conversaciones y desahogos con Jackie, a quien cuidaba todos

los días, a pesar de no haberse movido por si sola o abierto los ojos en bastante tiempo.
Salió de su turno nocturno a las siete de la mañana, pasó al mercado para comprar huevos y

naranjas para el desayuno, siempre era de las primeras clientas en pasar por los locales que

se instalaban cada mañana en la calle Knox de camino a su casa. Una calle que se

caracterizaba por su solemnidad matutina y un gran barullo de gente por las tardes.

Antes de que sacara de su bolso las llaves que abrían la puerta de entrada de su pequeña

casa, tomó el periódico del suelo y leyó el encabezado que ahora ponía en letras

mayúsculas: “¿FIN DEL MUNDO?”. Y debajo un artículo cuyo título resaltaba:

“DESAPARECE MISTERIOSAMENTE LIDER DE SECTA ALIENÍGENA”.

Entró a su casa con el periódico en mano y escucho a Guillermina viendo el televisor a todo

volumen, como era de costumbre, sin importar el día o la hora.

-Llegas temprano, vieja bruja -le dijo Guillermina a manera de saludo. Siéntate conmigo a

ver Amor Alquilado.

- ¿La telenovela iraní que llevas dos meses viendo?

-Es turca, Leticia, por el amor de Dios. Si te tomaras más tiempo alejada de ese hospital y

más disfrutando de programas culturales conmigo, no tendríamos esta discusión todos los

días -le contestó Guillermina con un verdadero deseo de que su amiga se sentara con ella a

ver la televisión. ¿Escuchaste ya lo que andan diciendo en las noticias sobre el cometa?

Está en todos los malditos canales.

-Y en el periódico también. No me digas que crees en el montón de estupideces que dicen

sobre el fin del mundo -le dijo Leticia mientras rompía los huevos que había comprado para

prepararse el desayuno.
-Por supuesto que no. Es evidente, para quien sabe ver, que el significad de ese cometa es

mucho más de lo que todos piensan. Un cambo se avecina.

-Ya empiezas a sonar como los locos de la televisión. Ven a desayunar antes de que se

enfríe -le dijo Leticia.

Ambas se sentaron en la pequeña mesa redonda de la cocina a desayunar, como todos los

días, solo que este día era distinto para Leticia, había algo en ella que no la dejaba estar

tranquila. Pensó en contarle a su amiga lo que había pasado con la niña a quien atendió esa

madrugada, platicarle sus ideas, quizá exageradas, de que algo raro había ocurrido antes de

su supuesto accidente; luego recordó que siempre que le hablaba acerca de Jackie era lo

mismo, una rápida y constante pérdida de interés. La falta de empatía de su amiga la

resentía cada día más, pero era todo lo que tenía, y así había aprendido a quererla.

Guillermina era un año mayor que su amiga; la conoció cuando entró a trabajar como

recepcionista del hospital Santo Domingo, treinta años atrás, y fue gracias a los turnos

nocturnos que ambas entablaron una amistad que duraría décadas. El esposo de Guillermina

había fallecido siete años atrás, y su hijo decidió desaparecer de su vida poco después de

eso. Era un hecho que, sin importar las adversidades, ambas señoras se tenían la una a la

otra. Una se entregaba totalmente al hospital en el que seguía trabajando, y la otra siempre

inmersa en la televisión que pasaba horas viendo, pues a raíz de la muerte de su esposo no

tuvo la necesidad económica de volver a trabajar. Su esposo sirvió en el ejercito, y al haber

muerto en servicio, fue que Guillermina pudo recibir una compensación económica

vitalicia, que sumada a la pensión del hospital donde trabajó tanto tiempo, hacían de su vida

algo más sencillo.


Leticia no estaba muy segura de cuántas horas dormía su amiga al día, pues estaba segura

que pasaba las noches incrementando el recibo de luz, brincando de canal en canal, viendo

distintas novelas de diferentes países, o algún noticiero interesante en el cual informarse de

los más recientes acontecimientos.

Para fortuna de Guillermina, el sillón en el que reposaba sus casi ciento veinte kilos era el

mueble más cómodo de toda la casa. Podía pasar horas seguidas sin levantarse para otra

cosa que no fuera ir al baño, y así lo hacía, con la excepción de los primeros jueves de mes,

en que ella y sus amigas se reunían a jugar póker por la noche, o por lo menos eso creía la

dueña de la casa.

-Estaba pensando que sería bueno para tu salud el salir a caminar de vez en cuando -le dijo

Leticia a Guillermina mientras recogía los trastes del desayuno.

-Me hubieras dicho eso hace cuarenta kilos y creería que de verdad te importa -le contestó

Guillermina. Todos estos años me has visto tambalearme en el abismo del sobrepeso y

nunca te ha importado una mierda, así que no me vengas ahora con que necesito salir a

caminar. Sería más fácil que me empujes por el portal de la puerta y llegue rodando a la

iglesia. Tal vez haga chuza con los fieles seguidores de Cristo que se aglomeran los

domingos.

-Lo único que seguirá tambaleando, si sigues así, es tu presión. Ya te habría corrido de esta

casa hace tiempo si no me importara tu bienestar, es solo que últimamente he pensado

mucho, y con todo lo que están diciendo en la televisión, es difícil no replantearse una que

otra cosa que ya dábamos por hecho. No que realmente crea en las crónicas del apocalipsis
anunciado, pero no puedo evitar pensar que incluso la gente se ha comportado más idiota de

lo habitual.

-La gente idiota ha existido desde que los primeros hombres poblaron la tierra, Leticia.

Deja de sonar conspiranoica y vete a dormir. Es lo único que haces, hospital y dormir,

dormir y hospital; incluso dormir en el hospital, que si no lo sabré yo -decía Guillermina.

-Por lo menos lo que hago si sirve de algo -le contestó Leticia con orgullo.

-Claro, estoy segura de que te encanta hablar con los muertos en el hospital, esperando la

llegada de nuestro señor Jesucristo para poder resucitar como lo dicta la biblia -le dijo

Guillermina sin voltearla a ver mientras se acomodaba en su sillón nuevamente.

-Las paredes del hospital Santo Domingo tienen más que solo fantasmas en su haber. Hay

historias ahí que solo los vivos pueden contar, y estoy segura de que hace falta ponerles

más atención, para entender un poco más de lo que está pasando allá afuera. Yo no creo en

las coincidencias, Guillermina, y tal vez suene igual de paranoica que tú, pero creo que hay

algo más en relación a lo que está pasando últimamente en las noticias -seguía diciendo

Leticia. Hay una oleada de información que trata de permear en nosotros la idea de un

inminente fin del mundo.

-No hablo solo de fantasmas, me refiero a la pobre gente que espera con agonía su

inevitable paso al más allá. Almas que no tuvieron la fortuna de avanzar al siguiente nivel y

que perdieron la batalla contra algo tan mundano como la muerte -le contestó Guillermina.

Pero estoy de acuerdo contigo en algo, hay algo más grande allá afuera de lo que las

noticias quieren revelar, y estoy segura de que hay una buena razón para que así sea.

- Pero al final nada de eso importa realmente si no nos enfocamos en lo que tenemos ahora.
-Me encantaría pensar que estás tratando de romantizar nuestra tóxica amistad, pero estaría

más dispuesta a apostar que te refieres a esa niña en coma que tantos años llevas cuidando.

Seguro tendrá ya más de quince años, y nadie más que tú la ha visto crecer, ¿pero para qué?

¿Para sufrir el momento en que se vaya? Vas a padecer la muerte de alguien a quien nunca

conociste con vida y eso solo demuestra lo miserable que puede ser tu estancia en ese

hospital; y no me digas que lo haces por dinero, porque muy bien sabemos ambas que yo

podría mantenernos con el dinero de la pensión.

Leticia sabía que había algo de razón en esas palabras, incluso le sorprendió la honestidad

con la que Guillermina decía cada palabra. Así que no pudo más que irse a dormir después

de asentir con la cabeza sin decir nada más. Ninguna volvió a dirigirse la palabra el resto

del día.

El atardecer se esparcía por todo Banket Hill, por lo que la calma en cada casa y la soledad

en las calles comenzaron a imperar nuevamente en el pequeño pueblo. Allí los negocios

cerraban entre las seis y las siete de la tarde, con excepción del hospital, la comisaría, el

departamento de bomberos, todo aquello se volvía un pueblo fantasma al caer el sol.

La oscuridad que acompañaba a esa quietud provinciana nunca había molestado a Leticia

cuando salía de su casa para iniciar su turno nocturno, pero aquella noche le sabía más

pesada que la anterior, y así había ido empeorando de a poco el sentimiento de malestar

inexplicable que albergaba en su pecho desde hace unos días.

Leticia volvió a pasar la noche casi sin poder dormir, pese a que al día siguiente cubriría su

habitual turno vespertino. Pensaba en Guillermina. Pensaba en el apocalipsis y en

monstruos. Pensaba en su paciente en coma. Esa mañana decidió evitar a su amiga y pasó a
desayunar al Miriam’s Café, donde conoció a un joven muy intrigante, quien insistió hasta

lograr venderle un collar que ella no necesitaba. Dudosa, Leticia intento resarcir la culpa

que sentía con aquella niña a la que no pudo ayudar, comprando un pedazo de joyería que

venía con la promesa de ayudar a un joven huérfano en necesidad de mantener a sus

hermanos.

Tal vez le sería útil más adelante, ya sea para revenderla en tiempos de crisis, o como un

regalo que pudiera darle a alguien. La única persona en quien pudo pensar que recibiría con

gusto y sonrisa aquel collar, era Jackie.

Pasó un día más evitando a su amiga, lo cual fue sencillo gracias a que el noticiero local

daba cobertura especial previa al mundial de fútbol en México. Ninguna de las dos eran

fanáticas del deporte, pero un mundial de fútbol era noticia internacional, y perdérselo era

casi imperdonable. Por lo menos para alguien como Guillermina.

El televisor seguía encendido la mañana siguiente, una entrevista al director técnico del

equipo de Brasil era el plato fuerte de esa mañana, mientras que en otros canales se seguían

sirviendo con la cuchara del cercano apocalipsis. Parecía que a la gente solo le gustaba

hablar de deporte o del fin del mundo.

Leticia llegó con antelación a su turno nocturno, el cual fue tan aburrido como de

costumbre. Esa noche ni siquiera tuvo la intención de pasar a saludar a Jackie, solo se

quedó contestando el crucigrama del periódico en su estación, pensando en una palabra de

siete letras que signifique el color rojizo de las nubes al ser acariciadas por los rayos del sol.

Se permitió salir cinco minutos antes de su turno, para poder llegar con tiempo al café y

pedir algo de comer, antes de llegar a dormir.


El joven que le vendió el collar parecía algo nervioso al momento de hacer la transacción,

lo cual generó desconfianza en Leticia, quien por un momento estuvo a poco de cancelarla,

pero había algo en los ojos del muchacho que la convencieron de hacer el trueque. Quizá

podía reconocer en ellos la misma tristeza y soledad que ella había vivido por tantos años.

Tal vez no necesitaba el dinero para alimentar a sus hermanos desamparados, incluso quien

sabe si el collar realmente le pertenecía, pero lo que le quedaba claro es que muchacho

genuinamente necesitaba realizar esa venta, y eso fue más que suficiente para que le diera

el dinero que supuestamente necesitaba.

Se guardó el collar en el bolso y recorrió su habitual camino a casa. Al llegar tuvo la

fortuna de no encontrarse con Guillermina, por lo que fue directo a su habitación y cerró la

puerta tras de ella. Dejó sus cosas en la mecedora, que hacía años no usaba más que para

colocar su uniforme después de una jornada de trabajo, a sabiendas de que esté se arrugaría

y tendría que plancharlo de nuevo antes de salir al hospital, cosa que ese día en especial no

le importó mucho, ya que al día siguiente era su día libre, el único de toda la semana y el

que aprovecharía para permanecer acostada en su cama.

El teléfono sonó un par de veces antes de que Guillermina lo contestara al salir del baño.

- ¿Leticia, ya estás aquí? Escuché la puerta, pero no escuché que pasaras a saludarme -le

dijo mientras sostenía el auricular del teléfono en su mano.

Sostuvo el teléfono pegado a su oreja, pero sin emitir palabra, esperando por unos pocos

segundos, escuchando la estática que corría de un extremo a otro; y cuando estuvo a punto

de decir algo, escuchó una voz que le preguntó:

- ¿Estás sola?
-Desafortunadamente, no. Pero puedes volver a llamar esta noche -dijo casi en susurro. A

Leticia le han estado cambiando mucho los turnos en el hospital, pero después de las diez

es buena hora, porque o está dormida, o está en el trabajo.

-Lo siento -dijo una voz grave al otro lado de la línea. Esto no puede esperar tanto, así que

escucha con atención: El maestro se ha ido, y por lo que sabemos, no dejó ninguna

instrucción. Los líderes se encuentran en junta mientras hablamos, no nos han dicho nada,

pero parece que todo tiene que ver con Halley. No puedo decir más por el momento.

Volverás a escuchar de mi cuando se haya tomado una decisión. Mientras tanto, puedes

estar tranquila, estamos seguros de que su partida, fue parte de un plan. Actuaremos pronto

y con cautela.

-Entiendo, Zach -le contestó al hombre del otro lado del teléfono, aún en susurro. Estamos

en contacto.

Colgó el teléfono y se quedó contemplando al televisor, atónita, sin realmente prestar

atención al comercial de “Luzapatos” que se estaba transmitiendo. Ni siquiera el producto

más novedoso de la semana podía despejar su mente de la noticia que acababa de recibir.

-Si no vas a comprarlos, baja el volumen, maldita sea -le gritó Leticia desde su habitación,

al escuchar que los Luzapatos ahorraban batería al apagarse cuando detectaban la luz de la

casa.

Guillermina no contestó y solo apagó el televisor, eso hizo que Leticia se preguntara a sí

misma si todo estaba bien, pues claramente había algo sospechoso con lo que acababa de

suceder. Después de pensarlo un poco decidió aceptar la victoria que se le había concedido

y se echó a dormir.
Leticia despertó a las tres horas, y sin ver el reloj salió del cuarto, pensando que su día libre

había terminado, y vio a Guillermina sentada en el mismo sillón de siempre, aún con el

televisor apagado.

- ¿Te sientes bien? -le preguntó.

-Si fueras más inteligente te darías cuenta que la respuesta es más que evidente.

-Sabes qué, fue mi error preguntar.

-Lo siento, Leticia, es que las cosas ya no son como eran antes, ¿sabes?

-No, no lo sé -le dijo tratando de evitar sonar burlona.

-Recibí una llamada hace rato, un ser querido falleció hoy temprano -le contó Guillermina.

- ¿Ser querido? No me digas que tu hijo…

-¡Que la boca se te haga ceniza! -le interrumpió. Hace años que no sé de él, pero estoy

segura de que mi hijo está bien. Fue alguien más a quien hace tiempo no veía, y me hizo

replantearme todo lo que está a punto de suceder con el paso del cometa.

Guillermina estaba decidida a seguirle explicando la situación a Leticia, y contarle la

verdad que por años había albergado en su interior. Quería contarle que cinco años atrás, un

jueves de póker por la noche, una de las vecinas había llevado a una amiga que le platicó

sobre algo llamado The Gate, que inmediatamente llamó su atención y representó un alivio

en su vida, en especial con el vacío que se había creado con la ausencia de su esposo e hijo.

Estaba a punto de contarle todo aquello, cuando un dolor que crecía paulatinamente en su

brazo comenzaba a aquejarle. Leticia se dio cuenta e inmediatamente corrió al baño a


buscar las pastillas de bisoprolol que utilizaba para tratar el padecimiento cardiaco de su

amiga.

-¿Dónde dejaste tus pastillas? -le gritó Leticia desde el baño.

-Ya no tengo pastillas, te lo dije la semana pasada -contestó Guillermina quien poco a poco

comenzaba a calmarse. Pero tranquila, ya está pasando.

-Estoy segura de que te traje una caja nueva. No importa que haya pasado el dolor, podrías

sufrir un paro en cualquier momento, y no hay manera humana de que pueda subir tu obeso

trasero a un taxi yo sola para llevarte al hospital. Iré a comprarte otra caja, espera aquí.

-No es como que tenga otro lugar a donde ir -contestó Guillermina conteniendo el dolor

leve que aún recorría su brazo y parte del pecho. No me digas que irás al hospital en tu día

libre.

-Estaría loca si fuera a conseguir tus pastillas en una farmacia donde me cuesten el doble.

Debo hacer uso de mis privilegios. Agradecida deberías de estar, así que quédate aquí y

llama al hospital si ocurre alguna emergencia.

-Ya te dije, no tengo ningún lugar a donde ir -le dijo Guillermina mientras Leticia salía con

prisa de la casa.

El dolor continuaba de manera moderada pero estable, y aun así, lo que más inquietaba a

Guillermina en ese momento, era el duelo que vivía; el hombre en quien ella había decidió

confiar hace tiempo, había muerto. Su ancla de fe al mundo terrenal y espiritual se había

extinguido, y solo quedaba la incertidumbre de qué pasaría después, y el recuerdo de su

hijo desaparecido le siguió rondando la cabeza el resto del día.


Pensó en dormir y dejar que todas las ideas se acomodaran a si mismas mientras

descansaba, cuando escuchó que tocaron a la puerta. Pensó en ignorar a quien sea que

estuviese del otro lado, luego pensó en que quizá podía tratarse de alguien con noticias

sobre el maestro Theodore Richards, así que, decidida a obtener respuestas antes de su

siesta, se levantó con dificultad del asiento que albergaba su sobrepeso a diario y se dirigió

a atender el insistente llamado. Abrió la puerta y frente a ella había un joven a quien no

conocía.

- ¿Te mandó Zach? -le preguntó Guillermina. Dime por favor que los líderes ya tomaron

una decisión. He estado todo el día esperando noticias. ¿Saben qué fue lo que pasó?

-Qué tal, señora -le contestó el muchacho. Mi nombre es Álvaro, ¿es esta la casa de la

señora Leticia?

-Así es. Esta es su casa -le respondió Guillermina. Supongo entonces que vienes de parte

del hospital.

El joven se quedó inmóvil sin decir palabra, pensando cuál podría ser la respuesta que más

le favoreciera, por lo que optó por no decir nada y dejar que Guillermina hablara.

-Te diría que pases a esperarla, pero hoy no es un buen día, y preferiría estar sola. Mejor

regresa mañana.

Álvaro se dio cuenta de que regresar al día siguiente no era una opción. Necesitaba

conseguir ese collar lo antes posible para así venderlo y poder tener listo su regalo perfecto

para San Valentín. También se dio cuenta de que la señora frente a él no lo dejaría pasar a

la casa para buscar él mismo el collar, por lo que tuvo que improvisar, y como siempre,

buscar salirse con la suya a base de mentiras.


-Me encantaría, pero Zach me mandó -contestó Álvaro, sabiendo que acababa de gastar su

única bala que tenía en el cartucho y dispuesto a correr si le fuese imposible sostener la

mentira. Aunque asumía que no sería realmente complicado escapar de una señora con la

complexión de Guillermina.

-Debes ser nuevo. Recuerda que si quieres comprobar que no hay moros en la costa, lo

mejor es evitar usar nombres propios, así no se despiertan sospechas. Pasa.

Álvaro sabía que acababa de apostarle todo al caballo correcto. Supo qué decir para entrar a

la casa, pero ahora la apuesta había subido al triple, pues no sabía que decir para mantener

el engaño.

V. JACKIE

Jackie se encontraba corriendo de un lado a otro en la parte más verde de un enorme

bosque. Había pocos árboles, pero se respiraba un aire mucho más fresco que en cualquier

lugar del mundo. Escuchaba el aullido lejano de los lobos que se acercaban a ella. Corrió,

pero no sabía a dónde ir. Escuchaba los aullidos, cada vez más cerca y más agudos, como

pitidos que retumban dentro de su cabeza. Se hace de noche y las estrellas se asoman por

todo lo alto, son distintas a las estrellas que ella conoce, son de diferentes tamaños y

colores. Ella sabía que el brillo de las estrellas es solo una proyección del pasado, que lo

que podía ver en el cielo al levantar su mirada no eran estrellas, si no lo que alguna vez

fueron, y a eso se sentían esas luces de colores, a muerte. Tenía frío y caminaba con

dificultad entre las sombras dentro de un paraje que parecía no tener fin. Sentía como si

llevara días caminando en círculos, pero no estaba cansada, como si hubiese empezado la

eterna caminata hace poco.


De pronto se sintió atrapada, rodeada de aquellas estrellas multicolores y los aullidos que

insistentemente se acercaban, en medio de un lugar lleno de los pastos más verdes y un aire

tan fresco que se sentía en cada milímetro del cuerpo al respirar. Todo aquello opacado por

un horizonte envuelto en tinieblas, con el cielo más negro que la naturaleza pudiese

concebir, solo alumbrado por los colores titilantes que parecían caer del cielo. Se sentía

como si se estuviese ahogando y padeció de repente una inexplicable claustrofobia que la

hacían querer seguir corriendo, pero por más que iba y venía, no llegaba a ningún lado.

Estaba atrapada. Escuchó una voz a lo lejos, una que gritaba su nombre: “¡Jacqueline!”,

resonaba la voz en cada árbol cercano y hacía eco en su cabeza una y otra vez, mezclándose

con el sonido de los lobos que la acechaban; ella conocía bien esa voz. Corrió más y

encontró una cueva en lo profundo del bosque, una que la protegería de cualquier peligro y

amenaza que trajera consigo la noche. Entró a la cueva en donde los aullidos y las luces se

percibían más lejanas, y por un breve instante pensó que estaba a salvo y sola, hasta que

escuchó pisadas delante de ella, un poco más al fondo de donde se encontraba parada. No

había luz ahí dentro, pero alcanzó a percibir que quien le hacía compañía era un hombre

alto, robusto, de un olor muy familiar, y aunque no pudo ver su rostro de inmediato, supo

exactamente quien era. Su padre ahora se encontraba en esa cueva junto a ella. Del otro

extremo de aquel túnel que se formaba en lo profundo de la cueva, caminaba hacia ellos

una figura de más baja estatura, alguien a quien ella también reconoció en cuestión de

segundos, alguien que tomo de su otra mano. Fue entonces que, sin emanar palabra, Jackie

se sintió más protegida que nunca, en compañía de sus padres, dentro del abrumador caos

que se vivía en el exterior. Quería hablar y decirles algo, decirles cuanto los extrañaba y lo

mucho que los amaba, pero no podía, no sentía la capacidad física de abrir la boca para

emitir palabra alguna; y al igual que sus padres, se limitó a mirarlos y apretar sus manos tan
fuerte como nunca lo había hecho. La cueva donde se encontraban comenzó a derrumbarse,

acompañada de un temblor incesante que fue abriendo grietas en el firmamento. Jackie

corrió, queriendo escapar de ahí con sus padres en manos, pero ellos ya no estaban, y al

darse de nuevo la vuelta para buscarlos pisó una de las grietas en el piso y cayó.

Abrió los ojos por primera vez en mucho tiempo y sin mover mucho la cabeza trató de

mirar alrededor, no sabía dónde estaba. Trato de levantarse, pero sus brazos no respondían

completamente, sentía un extraño hormigueo en ellos, como si estuviesen entumidos y sin

fuerza. Intentó gritar, pero estaba casi afónica, además de que su boca estaba cubierta por

una mascarilla conectada a un tubo largo y grueso, sus brazos también estaban conectado a

algo que ella no alcanzaba a ver con claridad.

Ramiro se había ocultado bajo la cama al darse cuenta que la paciente en coma había

despertado mientras él buscaba el collar que su amigo le había vendido a la enfermera.

Escuchó como la joven trataba de moverse con dificultad mientras emanaba sonidos

guturales muy parecidos a los de alguien que intenta hablar cuando no puede respirar.

Se acercó a la chica quien inmediatamente quedó paralizada al verlo, aunque no lo

reconocía, Jackie pudo salir de su trance completamente al ver con claridad una figura

humana frente a ella. Trató de hablar y preguntarle quién era, pero su voz seguía difusa en

la cavidad de la mascarilla que portaba y su garganta le dolía demasiado como para seguir

intentando. Ramiro entendió inmediatamente lo que pasaba y le dijo que no tratara de

hablar. Pensó que eso bastaría para dejar atrás ese contratiempo y seguir con su misión,

pero la chica, aunque ya sin intentar hablar, persistía en su intento de ponerse de pie y

buscar a alguien que le dijera que demonios estaba pasando.


-Espera, deja llamo a una de las enfermeras para que venga a ayudarte -le dijo a Jackie

mientras miraba a todos lados. Creo que si presionas este botón mandan a alguien, solo

dame un minuto para salir de aquí, de lo contrario, puedo meterme en muchos problemas.

A pesar de que más de la mitad del rostro de Jackie estaba cubierto por una máscara de

oxígeno, Ramiro pudo ver en la mirada que le arrojó que no estaba entendiendo nada de lo

que él decía, y sin necesidad de explicarle nada a nadie, continúo dándole detalles sobre su

visita misteriosa al hospital Santo Domingo.

-Estoy buscando a una enfermera que trabaja en este hospital, verás, mi amigo cometió el

estúpido error de venderle un collar muy valioso a un precio ridículamente bajo, y

queríamos platicar con ella para renegociar el acuerdo. Él se fue para su casa a buscarla, y

yo vine aquí para cubrir todas las bases. Parece ser que hoy no trabaja, o por lo menos no

ha empezado su turno. Pensé que quizá había dejado el collar en algún cajón por ahí. Y ya

sé lo que debes estar pensando, pero te prometo que, aunque lo encuentre aquí, la

llamaremos después para explicarle todo, es solo que a Álvaro le urge un poco conseguir el

dinero, y no creo que sea tan fácil venderlo ahora que sabemos su valor real, no cualquiera

en este pueblo paga tanto dinero por una pieza de joyería. Ah si, Álvaro es mi amigo de

quien te hablé, el que vendió el collar…

Otra mirada desconcertada interrumpió la innecesaria explicación de Ramiro y le hizo darse

cuenta de que estaba perdiendo el tiempo y hablando de más mientras en su estómago

sentía un nervio inexplicable.

-No quiero estar aquí, ¿dónde está mi mamá? -preguntó Jackie al joven que la había visto

despertar de su letargo.
-Ya te dije que presiones el botón, yo no tengo idea de dónde estén tus papás. Solo dame

tiempo para salir de aquí -decía Ramiro mientras hurgaba entre los cajones, buscando la

preciada pieza que había robado días atrás.

Por un momento Jackie quiso hacerle caso y dejar que se fuera, pero el miedo a no saber

qué pasaba continuaba invadiéndola. Había albergado algo de seguridad en la primera

persona que vio al despertar y no quería que se fuera de ahí y la dejara sola.

-No te vayas. Llévame contigo -le pidió la joven a Ramiro, hablando con mucha dificultad.

No me puedo quedar aquí.

-De hecho, si, y es lo que va a pasar. No pienso desconectarte sin saber qué podría pasarte -

le contestó Ramiro. No te conozco y tampoco conozco tu condición, podrías estar en riesgo

de morir si te saco de aquí.

Aunque no lo entendió bien del todo, Jackie se desmoronó y comenzó a llorar con la poca

fuerza que tenía.

-Por favor, no hagas esto, solo presiona el botón, yo ya me voy -dijo Ramiro saliendo de la

habitación, pero la joven comenzó a aumentar el volumen de su llanto, casi como si hubiera

recuperado la voz que había perdido con desuso de los últimos años.

-Si no me llevas contigo voy a gritar y le diré a todos que entraste aquí a robar algo que no

es tuyo -le dijo Jackie con un tono infantil.

-Mira, lamento lo que sea que te haya pasado, pero si alguien me encuentra aquí, soy

hombre muerto; estoy seguro de que la policía debe estar buscándonos por haber entrado en

esa casa a robar el collar, lo que menos necesito es que agreguen secuestro a los cargos de

mi detención -seguía diciendo Ramiro. Hablando de eso, ¿qué fue lo que te pasó?
-No lo recuerdo -dijo Jackie olvidando todo lo que Ramiro había dicho hasta antes de esa

pregunta. Recuerdo las luces de colores en el cielo y el aullido de los lobos. Recuerdo haber

visto a mi papá por última vez en una cueva, bueno, no lo vi bien, pero estoy seguro de que

era su sombra, y su voz; él me llamó y yo fui hasta con él para tomarlo de la mano.

También estaba mi mamá. De repente todo comenzó a temblar y desperté.

Ramiro se acercó al pie de su cama para revisar el historial médico en donde podía

revelarse el nombre completo de la joven junto con su edad y la verdadera razón del porqué

estaba esa paciente allí.

-Jacqueline Applewhite. Bonito nombre. Aquí dice que eres un paciente en coma.

- ¿Qué es eso?

-Que algo pasó y quedaste como desmallada por un buen tiempo. Como dormida, pero sin

poder despertar. Quién sabe cuánto tiempo allá pasado.

-Casi no puedo moverme -dijo Jackie intentando quitarse la mascarilla del rostro.

-Entonces seguramente ha pasado ya un buen rato. Leí una vez que los pacientes en coma

que despiertan necesitan rehabilitación después de no moverse por mucho tiempo. Sus

músculos dejan de funcionar, o algo así.

Jackie tenía tantas cosas en mente que no supo qué hacer o cómo responder. Podía mover

sus manos y brazos con dificultad, pero logró quitarse la mascarilla de oxígeno que había

dejado una marca de color rojizo en su rostro, después de haber pasado tanto tiempo

colocada. Acercó sus manos a sus piernas y se dio cuenta de que no podía sentirlas, era

como estar tocando el cuerpo de alguien más. Mayor aún fue esa sensación de contacto

ajeno al tocarse el busto y sentirse un par de protuberancias que no existían la última vez
que se vio al espejo. Recorrió su cuerpo lentamente, de su rostro hasta la cadera y pasando

un poco por sus inservibles piernas. Sentía todo distinto, hasta el cabello lo tenía más largo.

-Lo que no dice es cuándo ingresaste aquí, y por lo que veo fue hace un buen tiempo -dijo

Ramiro mientras notaba la incredulidad en el rostro de Jackie mientras esta se desconocía

por completo.

-No recuerdo nada. Solo el aullido de lobos y las estrellas de colores que caían del cielo e

iluminaban todo el paisaje.

- ¿Cuántos años tienes, Jacqueline?

-Dime Jackie, así me dicen mis papás -replicó Jackie, intentando esbozar una pequeña

sonrisa.

-Está bien, Jackie. ¿Cuántos años tienes?

Pero antes de que pudiera responder, una voz a unos metros de la habitación alertó a ambos

jóvenes. En ese momento Ramiro tomó rápidamente una silla de ruedas que se encontraba a

dos camillas, se acercó a Jackie, le ayudó a quitarse la aguja que tenía clavada en el brazo

derecho y con cuidado la ayudó a sentarse para poder cargarla y llevársela de ahí en la silla

de ruedas. ‘¿Qué estoy haciendo?’ se preguntaba Ramiro mientras se veía a sí mismo como

en tercera persona, cometiendo lo que para él era el segundo crimen de la semana. Tercero,

si contaba lo del collar como hurto y allanamiento.

Jackie había permanecido en silencio durante toda aquella escena, pensando en lo surreal

que era todo, incluso creyendo que podía seguir deambulando en estado de coma. Salieron

por la puerta que había del otro lado de la habitación, que conectaba al área donde se

encontraban los cuneros. Ramiro trataba de caminar lento, pero a paso seguro, pues en
cualquier momento alguien los vería y reconocería que la joven que estuvo años en coma

acababa de despertar.

Jackie giro un poco la cabeza y terminó de contestar la pregunta que había quedado al aire

antes de su escape.

-Tengo diez.

- ¿Diez años? -preguntó Ramiro, quien había entendido y escuchado bien a la niña, pero

necesitaba reiterar para darse unos segundos extra antes de continuar y pensar en lo que

estaba ocurriendo.

-Eso recuerdo, pero ahora no estoy tan segura. Me siento diferente. Creo que tengo once

ahora.

Ramiro sabía que no era el caso y que la joven, que en realidad aún era una niña, tendría

por lo menos la misma edad que él. Pero no era el momento ni el lugar para entrar en

detalles.

Siguieron recorriendo los pasillos, tratando de evadir a cualquier empleado del hospital, lo

cual no fue muy complicado, pues el lugar no era tan grande ni el personal tan numeroso.

Quizá un par de enfermeras los hayan visto de reojo, pero tampoco existía nada extraño en

que un joven paseara con un paciente en silla de ruedas, lo realmente curioso vendría

cuando alguien se diera cuenta de que esa paciente estuvo en coma por años y por fin había

despertado sin que nadie se diera cuenta.

Se acercaron al pasillo que llevaba a la recepción, donde a lo lejos podía verse la puerta de

entrada, y del otro lado, Álvaro se encontraba parado, esperando a su amigo. ‘¿Qué

chingados?’ pensó Álvaro al ver que Ramiro se acercaba con una paciente en silla de
ruedas, y sin tiempo de hacer mucho e improvisando, como siempre, se acercó Álvaro a la

recepcionista.

-Buenas tardes, disculpe, vengo a ver a mi hermano, su nombre es Mike Argua, ¿sabe en

qué habitación se encuentra?

-Lo siento, joven -contestó la recepcionista, casi sin voltear a verlo. No ha ingresado nadie

con ese nombre.

En ese momento, Álvaro recordó que el salón donde se juntaba el grupo de AA se

encontraba en ese mismo hospital.

-Quizá no me di a entender, Mary -dijo leyendo el gafete que la recepcionista tenía

colocado sobre la el abrigo azul que llevaba puesto. Mi padre es alcohólico, y suele

hacernos esto muy seguido. Escapa de casa y termina perdido en algún pueblo vecino un

par de días para luego ingresarse a si mismo a juntas de AA y regresar sobrio a casa. Es un

buen hombre, aunque no parezca. Quizá tenga una lista de registro que pueda revisar, solo

para mi tranquilidad.

La recepcionista titubeó, pero accedió ante la convincente actuación del muchacho. Se dio

la vuelta y buscó entre papeles en un gabinete lleno de folders color crema. Ramiro

aprovechó ese momento para cruzar la recepción y salir con Jackie en silla de ruedas.

Álvaro esperó a que su amigo estuviera fuera de peligro y sin decir palabra a Mary, se dio

la media vuelta para retirarse, pero un papel en el piso llamó su atención. Un papel que

decía ‘Terrance St. #416 – Leticia B.” Fue como si un mensaje divino cayera del cielo para

darle a Álvaro lo que necesitaba.


Nadie habló durante una cuadra completa. Ramiro estaba atónito, pues además de secuestro

se había robado la silla de ruedas del hospital, esas eran ya dos cosas robadas en menos de

una semana. Álvaro repetía en su cabeza lo que aparentemente era la dirección de la

enfermera a quien buscaban. Jackie tenía cien cosas más en qué pensar, pero la primera fue

decirle a los dos amigos que tenía hambre.

-¿Y bien? ¿Conseguiste que te dieran la dirección de la enfermera? Porque, como podrás

ver, no encontré el collar allá adentro.

-Y por eso asumiste que era buena idea secuestrar a una paciente en su lugar -le contestó

Álvaro. Si estabas pensando en realizar un intercambio de la paciente por el collar,

felicidades, ya piensas como todo un villano, pero te tengo malas noticias: No será

necesario. Encontré la dirección de la señora en este pedazo de papel.

-¿Cómo?

-No lo sé y realmente no me importa. Lo que importa ahora es que devuelvas a esta chica al

hospital y me acompañes al número 416 de la calle Terrance. No es muy lejos de aquí.

Jackie escuchaba en silencio y continuaba preguntándose si lo que estaba ocurriendo era

real o seguía siendo parte de aquel recuerdo borroso que tenía entre sueños sobre lobos y

estrellas fugaces de colores.

-Quiero ir a casa -dijo Jackie.

-Lo siento, pero no podemos llevarte en este momento -le contestó Álvaro. Lo mejor será

regresarte al hospital y que ellos te ayuden a llamar a tus papás.


-No quiero regresar allá. Todo lo que recuerdo entre sueños es aterrador y creo que es por

culpa del hospital. Quiero quedarme con ustedes y que me ayuden a llegar a casa.

-¿Conoces tu dirección? -le preguntó Ramiro.

-La recuerdo bien -dijo Jackie con orgullo. Mi casa está en el número 242 de la calle

Nettles Path.

-Es en la misma calle que la casa de Azul -dijo Álvaro. Quizá un par de cuadras más abajo.

-Ok. Entonces vamos a llevar a Jackie a su casa, pasamos a saludar a Azul y le rogamos a la

enfermera de la calle Terrance que nos devuelva el collar. ¿Te parece bien? -dijo Ramiro,

con prisa.

-Mírate nada más, tomando las decisiones difíciles. No. Así no van a ser las cosas,

necesitamos ser más inteligentes. Irás a casa de Azul para que nos ayude con tu amiga

mientras yo voy a casa de la señora. No tenemos tiempo que perder.

-Tengo hambre -exclamó Jackie.

Pero antes de que Álvaro pudiera contestar con un comentario sarcástico, Ramiro lo

interrumpió y volvió a preguntarle a Jackie su edad, con el afán de que su amigo entendiera

lo que estaba ocurriendo.

-Tengo diez, ya te había dicho -contestó Jackie.

-¿Qué? Estás jugando, ¿verdad?

-Quedó en coma hace unos años -le dijo Ramiro a Álvaro, que parecía más desconcertado

que la niña frente a él.


-¿Y sabes cuántos años tiene realmente? Porque yo veo dos razones por las cuales, ni de

chiste, tiene menos de quince.

-¿En qué año naciste? -le preguntó Ramiro a Jackie.

-Nací el 1969, el quince de febrero.

VI. AZUL CAPULETO

El día en que Azul y Álvaro se conocieron fue un lunes como cualquier otro. Era verano del

81’ y arrancaba un nuevo ciclo escolar. Ella acababa de pasar a segundo año de secundaria.

Él era estudiante de nuevo ingreso en primero. Dos aulas llenas de alumnos los separaban,

y al momento del primer receso entre clases, solo dos metros y una mesa en la cafetería

creaban la barrera perfecta para que ninguno de ambos pudiera hacer contacto ese día. Y

aunque Álvaro no lo recuerda, Azul vio por primera vez a aquel joven solitario que se

terminaba el refrigerio que se había preparado y puesto en una lonchera de Los Pitufos.

Antes de que terminara esa primera semana, Azul se acercó a Álvaro en el segundo receso

del día. Él llevaba la misma lonchera de la que había sacado una manzana y en donde

además tenía guardado un sándwich y una bolsita de plástico, con algo que parecían ser

nueces.

- ¿Te gustan los pitufos? -preguntó Azul, sabiendo que era obvia la respuesta.

-¿A ti te gustan? -contestó Álvaro.


Sabía que respondiendo una pregunta con otra podía ganar tiempo y pensar en algo mejor

que decirle a la joven que se había acercado para tomar asiento junto a él.

-¡Me encantan! -respondió Azul con emoción. Siempre le digo a mi mamá que yo podría

ser pitufina.

-¿Por qué?

-Porque soy Azul.

Álvaro la miró con desconcierto, quizá tratando de afinar su vista y tratar de ver la inusual

pigmentación en su piel morena, pero no pudo encontrar nada más que un lunar amorfo al

costado de su cuello y otro de menor tamaño en su labio superior.

-Me llamo Azul. Mi papá quiso ponerme así porque el nombre tiene algo que ver con el

infinito. Dice que lo primero que pensó al verme fue en lo hermosa que era, y que nuestro

amor sería infinito.

Álvaro estaba fascinado con todo. Una chica de hermosa sonrisa, y por voluntad propia, se

había acercado a platicarle algo que seguramente no le hubiera dicho a cualquiera.

Ambos platicaron el resto del recreo, sentados en la parte inferior de una de las gradas de la

cancha de fútbol. Quince minutos que para Álvaro se sintieron como segundos y se gozaron

hasta el infinito. Desde aquel momento supo que estaba enamorado de Azul y tenía que

hacer algo para que ella no pensara que él era un perdedor y quisiera alejarse, como mucha

gente a su alrededor solía hacer.

Meses después de conocerse, Azul y Álvaro ya eran buenos amigos. Ambos se gustaban,

pero ninguno daba el paso hacía lo inexplorado. Él tenía miedo de ser rechazado, pese a que
ella había sido poco menos que sutil en sus insinuaciones sentimentales. Ella tenía miedo a

arruinar su amistad, tenía miedo de que lo grandioso que existía entre ambos fuera solo eso,

una gran amistad, y que llevarlo al siguiente nivel pudiera extinguirlo; aunque más seguido

que no, sentía que esa era una amistad que trascendía los límites de lo platónico. Con él,

ella conoció lo que era juntar la atracción y el cariño en una misma persona.

Azul sintió como poco a poco se fueron alejando algunas de sus amigas al ver que salía

todo el tiempo con Álvaro, él no tenía mala fama en el colegio, pero tampoco gozaba de ser

el más popular, y eso, en una escuela como en la que estudiaban, ya te catalogaba en lo más

bajo del status quo. Una de las mejores amigas de Azul, Geraldine Meyers, seguía saliendo

con ella, pero cada que podía la cuestionaba sobre su amistad con el chico raro de la

lonchera de pitufos. Azul lo defendía y le decía que debería conocerlo mejor antes de

juzgarlo, pero Geraldine siempre tenía una excusa para no hacerlo, hasta que llegó su fiesta

de cumpleaños.

Todos estuvieron invitados a la fiesta del año. Se sabía que Geraldine venía de la familia

más acaudalada de Banket Hill, por lo que no escatimaron al momento de organizar su

treceavo cumpleaños, al cual no fue invitada quien fuera de sus amigas más cercanas, con

tal de que Álvaro, el indeseado, no acudiera.

Banket Hill se distinguía mucho por ser un pueblo con muchas familias de ascendencia

latina, esto debido a los altos niveles de migración que existían gracias a las múltiples

oportunidades laborales que existían en esa región del país norteamericano. Sin embargo, la

situación de migración era poco menos que ideal dado que muchas de la población

estadounidense que habitaban o se mudaba a Banket Hill, no gustaban de tener que

mezclarse con personas cuya piel no fuera clara. El racismo que se vivió en las décadas de
los 60’s, 70’s y 80’s fue lo que deterioró poco a poco a la prospera comunidad que, de no

haber sido así, pudo haberse convertido en una de las ciudades más importantes y prósperas

de la era moderna en Norteamérica.

Una parte de Azul era consciente de todo esto, sabía que a sus amigas no les caía bien

Álvaro por el puro hecho de ser de tez morena, pese a que venía de una familia casi tan

acomodada como la de Geraldine. Álvaro también lo sabía, y no se sentía realmente

incomodo con ello. Él solo prefería no juntarse con gente intolerante. Por desgracia era esa

gente intolerante la que originalmente componía el circulo de amistad más cercano a Azul.

-¿Quién los necesita? -le preguntó Álvaro a Azul. Mejor vamos al cine. Acaban de poner

una nueva película de terror que se ve bastante bien.

-Me gustaría, pero antes tenemos algo que hacer -le contestó Azul, con esa mirada que

Álvaro ya conocía como sinónimo de complicidad.

-¿Quieres que vayamos por comida y la metamos a escondidas al cine?

-Mejor que eso. Quiero que vayamos a la fiesta de Geraldine Meyers.

-¿A la que no te invitaron para que yo no fuera porque la anfitriona piensa que lo único que

puedo hacer en su casa es limpiar su inodoro? ¿Esa fiesta?

-Ni más ni menos -contestó Azul, cada vez más convencida de su plan. Será una fiesta de

disfraces por Halloween. Nadie sabrá que somos nosotros, así que podemos colarnos y

demostrar como los latinos también podemos divertirnos.

-Pensé que tu familia venía de Utah.

-Sí. Pero mis abuelos por parte de mi papá son chilenos.


-Entonces, ¿quieres que nos colemos y le robemos todos los dulces? Podemos repartirlos

entre los hermanos de piel morena que no fueron invitados.

-O podemos asustar gente vestidos de asesinos monstruos.

-Podemos poner laxante en el ponche.

Ambos se miraron fijamente. Sabían que la última opción, propuesta por Álvaro era la

misión de esa noche. El plan perfecto para lo que podía ser una noche perfecta que

culminara con ambos en la sala del cine local viendo la nueva película en cartelera: Evil

Dead.

Corrieron a casa de Azul e improvisaron disfraces de zombis, pues era más fácil desgarrar

ropa vieja y pintarse sangre que encontrar disfraces de cualquier otro monstruo, faltando tan

poco para la fiesta. Se pintaron la cara y los brazos con maquillaje de la mamá de Azul,

improvisando cicatrices en el rostro que les permitieran ocultar su identidad lo más posible.

Los preparativos para esa inolvidable velada eran amenizados por Night of the Living Dead

en el televisor. Al terminar la película, y poco antes de que los jóvenes salieran camino a

casa de Geraldine, comenzó un reportaje especial de la señal local de Banket Hill en el

canal 4. Este comenzaba con un reportero que entrevistaba a un hombre llamado Theodore,

líder de la secta conocida como The Gate. Le hablaba a la audiencia, invitándolos a unirse a

su causa y salvar sus almas de una vida llena de placeres banales. Ted repetía lo importante

de conocer nuestro origen, pues solo así trascendería la humanidad, dejando atrás el cuerpo

humano, que no era más que un medio para transportar el alma. Ni Azul ni Álvaro le

prestaron mucha atención al hombre en televisión, si acaso escucharon dos palabras de lo


que dijo, sin saber que años más adelante sería esa misma secta la que cambiaría sus vidas

de manera drástica.

Tomaron sus bicicletas y anduvieron por varias cuadras, recorriendo las calles de Banket

Hill que vestía la mayoría de sus casas con telarañas de algodón y lápidas falsas en los

jardines. Álvaro siempre fue fanático de las películas de terror, por ende, Halloween era

incluso mejor que Navidad para él.

Quizá Álvaro siempre tuvo dentro de si ese sentido aventurero y unas inmensas ganas de

meterse en problemas, pero fue hasta que conoció a Azul que se dio cuenta de ello. Dejaron

sus bicicletas escondidas en unos arbustos a dos casas de la mansión Meyer, como se le

llamaba a la casa de Geraldine. La fiesta ya había comenzado y sonaba al interior de la

vivienda el clásico de Halloween “Monster Mash” de Bobby Pickett. Los invitados, en su

mayoría jóvenes de la secundaria, más uno que otro joven de preparatoria, vestían disfraces

de monstruos clásicos, como el hombre lobo, el monstruo de Frankenstein, Dracula, gente

que portaba máscaras de Michael Myers y cuchillos de plástico en la mano, gente

encapuchada con el rostro maquillado, unos cuantos envueltos en papel higiénico o vendas

de tela, simulando ser momias, o en algunos casos, el hombre invisible, y otro montón de

zombis también bailaban al unísono.

Justo en el momento en que Álvaro y Azul lograron cruzar el umbral de la casa sin ser

reconocidos por nadie, terminaba “Monster Mash” para dar paso a “Call Me” de Blonie,

casi como si alguien la hubiese puesto apropósito para tener una canción ad hoc con lo que

estaba a punto de ocurrir. Los amigos se separaron. Azul iría a buscar el ponche para verter

el laxante liquido que llevaba en un frasquito de plástico con una etiqueta que decía

“RÁPIDA ACCIÓN CONTRA EL ESTREÑIMIENTO”, mientras que Álvaro cruzaba la


sala para llegar al patio trasero donde se encontraba la alberca, y a escasos dos metros de

ella, una fuente de tres niveles hecha de piedra y con forma de cascada. Álvaro buscó

discretamente el sistema de filtrado de la alberca y vertió en este dos litros de sangre falsa

que habían hecho con colorante rojo en casa de Azul, luego hizo lo mismo con la fuente de

piedra que tenía ahí cerca y la activó.

La fiesta vibraba de emoción entre la música, la comida y el alcohol que algunos jóvenes

habían contrabandeado a la casa, a sabiendas de que los padres de Geraldine no estarían

presentes esa noche. Por ello fue sencillo que Álvaro y Azul cumplieran su cometido sin

mayor inconveniente, hasta que, al ir saliendo de la casa, se toparon con la cumpleañera,

quien iba vestida como vampiresa, con un par de colmillos de plástico, el cabello relamido

que culminaba con una coleta bien hecha con ligas del color de su cabello, camisa blanca

ajustada, cubierta con un chaleco negro de poliéster que hacían juego con su oscura capa y

negras botas de plataforma.

-Me encantaría saber qué haces en mi fiesta, Azul -le dijo Geraldine con una sonrisa

burlona. Pero me gustaría aún más que me explicaras de dónde sacaron esos horrendos

disfraces. No me digas, estoy segura de que lo sé: Lo trajeron directo desde Tijuana. Seguro

que pudieron encontrar algo de mejor calidad en la frontera, pero entiendo que allá las

costumbres son otras.

-No conozco Tijuana, pero puedo decirte que mientras acá pedimos dulces vestidos de King

Kong, allá celebran la muerte, pero entiendo que sea algo que va más allá de tu

comprensión-le contestó Álvaro mientras “Hold the Line” terminaba de sonar para dar paso

a la última canción que amenizaría la fiesta. Aunque debo decir que también soy amante del
Halloween. Curioso que sea la fecha favorita de todos esos líderes de secta que andan todo

el tiempo en televisión disfrazados de mesías.

Geraldine estaba lista para contestar el primer comentario de Álvaro, pero se quedo callada

cuando terminó de escuchar lo segundo. No entendía muy bien a qué se refería o por qué lo

había dicho.

-¿Dónde están tus padres, Geraldine? Seguro que solo te dejaron sola porque confían en ti,

seguro nada tiene nada que ver con las juntas “secretas” que llevan a cabo estos cultos

satánicos en vísperas del Samhain -le dijo Álvaro con una mirada penetrante, recordando lo

poco que había escuchado en la televisión en días pasados.

-¿Crees que eres la primera persona que ataca a mi familia por pertenecer a las elites mejor

posicionadas en el país? -le preguntó Geraldine. Azul me habló de ti. Sé que tus padres

tampoco brillan por su presencia. ¿A que secta pertenecen ellos? ¿Los Manson? ¿The Gate?

¿Los Hijos de Dios?

Pero justo cuando Álvaro estaba a punto de retomar la pelea, comenzó a escuchar gritos de

gente dentro de la fiesta. Azul puso atención al intro de “I Was Made for Loving You” de

Kiss, que acompañó de manera impecable la escena que presenciaron. Algunos salieron

despavoridos del patio al ver la sangre brotar de la fuente y la alberca, mientras que otros

comenzaron a apilarse y golpear la puerta de los dos baños que tenía la planta baja. La

verdadera masacre esa noche ocurrió en el intestino de decenas de jóvenes que tuvieron que

encontrar hasta el más improbable de los lugares para desahogar lo que el laxante les había

hecho, y Geraldine quedó petrificada ante tal horror.


-Quizá debas preguntarles a tus padres que tipo de conjuro lanzaron en esta casa para que

esté brotando sangre de sus entrañas. Y hablando de entrañas, creo que tendrás las de

mucha gente esparcidas en todos lados muy pronto -le dijo Azul a Geraldine con una

sonrisa, mientras esta no movía un musculo ante la escena tan desagradable y horrenda que

estaba presenciando.

Azul tomó de la mano a Álvaro y ambos corrieron por sus bicicletas mientras reían y

hablaban sobre lo intenso que acababa de estar aquello. Pedalearon hasta casa de Azul,

quien al llegar tropezó con una raíz al bajarse de la bici y fue a estamparse con el suelo,

llenándose de pasto seco y ramas que Álvaro le retiró mientras reía. Las manos de ambos

coincidieron cuando al mismo tiempo quisieron retirar una rama que ella tenia atorada en su

oreja izquierda. Azul dejo la mano de Álvaro en su cabello y lo tomo del rostro para

besarlo. Esa fue la primera vez que ambos se besaron. Álvaro regresaba al recuerdo de esa

noche cada que una oleada de malos momentos llegaba a su vida.

Por un largo tiempo fueron inseparables, pero los inevitables cambios en la edad y sus vidas

los fueron separando de a poco, sin terminar su relación. Cada vez se veían menos, y eran

más las ganas de estar a solas. Ambos lidiaban con situaciones familiares complicadas; él

desde chico aprendió a no necesitar de sus padres, ella, a los nueve años, perdió a su papá,

quien falleció de cáncer. Quedaron en casa sus dos hermanas menores y su madre quien

trabajaba turnos extra para poder mantenerlas, ausentándose constantemente debido a las

largas jornadas en la planta nuclear donde trabajaba como empleada de mantenimiento. La

planta se encontraba a las afueras del pueblo, por lo que, debido al trayecto, había días en

que la madre de Azul prefería quedarse allá a dormir antes de iniciar su siguiente turno.

Había días en que solo llegaba a la casa a dejarle dinero a Azul para que comprara comida
para ella y sus hermanas, quienes constantemente preguntaban por su madre, pero al igual

que Álvaro, fueron perdiendo poco a poco el interés por verla.

Pese a que la situación familiar tan compleja de ambos les hizo empatizar mutuamente al

inicio, les fue orillando a enamorarse más y más de la soledad. Era extraño como lograban

conciliar la tristeza y la ansiedad con aislamiento voluntario. No dependían

emocionalmente uno del otro, genuinamente adoraban el hecho de compartir momentos,

aunque cada vez era menos frecuente. Cuando el desastre emocional y la ansiedad se

volvían rutina, era sencillo desaparecer sin el remordimiento de abandonar a alguien. Es por

eso que Álvaro luchaba incansablemente por darle un giro a su relación, necesitaba hacer

de San Valentín un día especial, no solo para levantar el ánimo de su novia, pero también

por él. Necesitaba, aunque sea, una victoria después de tantas derrotas. Quería que ambos

pudieran olvidarse del rumor apocalíptico que asechaba la cabeza de todos últimamente,

pues para él el fin del mundo no era la caída de un cometa a nuestra tierra, era la

destrucción de su relación.

Ambos eran fanáticos del cine, él como espectador y ella siempre con el deseo de

convertirse en actriz. Claro que este sueño sonaba como un imposible a lograr, mucho más

loco sonaba vivir dignamente de ello. Su segunda pasión era la física cuántica, por lo que

pensaba terminar la preparatoria y estudiar en la Universidad Federal de Banket Hill una

carrera que pudiera despreocuparla de la incertidumbre financiera que tanto la había

acosado desde la muerte de su padre a ella y su familia.

Azul se inscribió al taller de teatro de la escuela, para no dejar morir su sueño de ser actriz,

lo cual acortaba sus horas disponibles para salir con su novio, aunque él estaba feliz de ver

como ella iba cumpliendo sus sueños. Los primeros días en el taller, Azul pensó que quizá
aquello no era lo suyo, se apenaba con facilidad y le costaba mucho esfuerzo memorizarse

las pocas líneas que el director les daba para ensayar escenas que posteriormente usaban en

ejercicios escénicos. Todas eran escenas sin sentido, basadas en monólogos que eran

sustraídos de obras clásicas de Chejov y Strindberg. Ella esperaba que los ejercicios se

limitaran a memorizar frases celebres de películas que pudieran repetirse en clase frente a

los compañeros. El taller tenía como finalidad preparar a sus actores y actrices para un

montaje final de Romeo y Julieta en mayo. Las audiciones comenzaron en enero,

regresando del descanso decembrino, y aunque Azul no se sentía preparada, quiso

audicionar para el papel de Julieta, como el resto de las actrices en la compañía.

Ese martes, Azul se despertó más nerviosa que de costumbre, esperaba ver a Álvaro antes

de entrar al colegio y que eso la hiciera sentir mejor; lo había llamado por teléfono la noche

anterior pero su línea había sido desconectada. Trató unas cuantas veces más sin éxito,

hasta que se rindió. Se limitó a repasar las líneas del monologo que presentaría al día

siguiente.

¿Qué es un Montesco? No es mano, ni pie, Ni brazo, ni rostro, ni ninguna otra parte Que

pertenezca a un hombre. O, si acaso Lleva ese nombre, ¿qué importa? No es su dueño. Y si

tú no quieres llamarte Romeo, Serás un nuevo hombre y tendrás un amor Nuevo, al margen

del que debes a tu nombre.

Y continuaba. Repasó por horas hasta que se quedó dormida sobre el sofá de la sala con el

libreto en sus manos. Su hermana Sofia, que era dos años menor que ella, había estado

escuchado las largas horas de ensayo por lo que no quiso despertarla y se hizo esa noche su

propia cena y la de su hermana Alice, la más pequeña de las tres.


Cuando Azul llegó al colegio y vio a Álvaro con Ramiro, notó que había algo raro entre

ambos, quiso insistirles y saber qué estaba ocurriendo, aún más cuando Ramiro le mintió

diciéndole que solo se encontraba en extremo agitado porque había salido a correr, pese a

que ese día portaba unos vaqueros y una camisa verde de cuadros y manga larga, lo menos

idóneo para hacer ejercicio. Pero estaba tan nerviosa por la audición que solo se limitó a

tomar del rostro a Álvaro y despedirse de él. Ni siquiera le había contado sobre su audición,

quizá por el poco interés que él demostró al saber que se unía al taller de teatro, o por lo

menos eso creía ella, pues Álvaro realmente no tenía cabeza esos días para otra cosa que no

fuera evitar el fin de su mundo.

Azul llegó al auditorio del colegio a la hora del primer receso, que era cuando comenzaban

las audiciones. Una fila de por lo menos quince aspirantes a Julieta se encontraba fuera de

la puerta principal. Al frente había una mesa de registro donde una chica de noveno grado

con anteojos cuadrados y cabello rizado y voz aguda tomaba los datos de las actrices. La

chica parecía sacada de una caricatura de sábado por la mañana, como las que todavía veía

Alice, la hermana menor de Azul. Esa idea le hizo olvidar momentáneamente el tremendo

nervio que sentía, el cual no tardó en regresar y multiplicarse una vez que comenzó a

escuchar las audiciones de las demás Julietas. Ninguna recibía réplica al interpretar el

monólogo, solo eran escuchadas por el director de escena, que era un hombre grande, en

todo el sentido de la palabra; tenía no menos de sesenta años, poco más de dos metros y no

pesaba menos de cien kilos, la perfecta representación de lo tétrico que podría ser Santa

Claus si midiera lo que el medía. Pese a ello, el director era estricto con sus ensayos pero

dulce con la gente en general. No se limitaba a finiquitar a las aspirantes con un ‘siguiente’
al no gustarles su trabajo, muy por el contrario, les daba retroalimentación a todas, dando

así más lugar a la especulación de quien sería realmente la Julieta Capuleto de la obra.

Azul escuchó como una voz igual de aguda y molesta que la de la chica del registro la

llamaba para pasar al escenario y presentar su escena. Tenía cada palabra con punto y coma

memorizados en su cabeza. Había trabajado cada intención lo mejor que había podido y

había imaginado a Álvaro frente a ella, en su casa, dándole retroalimentación sobre lo bien

o mal que lo había hecho. Claramente eso solo eran ideas en su propia cabeza, deseando

que su novio hubiese estado ahí para ayudarla y darle ánimo.

Se paró frente al director a quien a duras penas podía ver sentado en segunda fila debido al

brillo de los reflectores apuntando al escenario. Prefirió utilizar esto a su favor y

concentrarse en las palabras que había estudiado toda la noche. Recitó la primera línea de

manera impecable, pero justo antes de iniciar lo siguiente se quedó callada, paralizada.

Como si el piso donde estuviese parada fuera una delgada capa de hielo que se rompía y la

dejaba caer a la profundidad de un lago congelado en donde le era imposible moverse y

nadar por su vida, su desesperación era tal que seguía pensando en salir nadando del lago

congelado pero su parálisis le hacía seguir sintiendo como se hundía.

Te tomo la palabra. Llámame sólo "amor mío" y seré nuevamente bautizado.

¡Desde ahora mismo dejaré de ser Romeo!

Azul escuchó como una voz masculina le daba réplica del texto de Romeo, una que ninguna

otra candidata había recibido y que ella misma no esperaba. Trató de reconocer el origen de

la voz cuando de inmediato recordó la siguiente parte:

¿Quién eres tú, que así, envuelto en la noche, sorprendes de tal modo mis secretos?
Pareció por un momento que la audición perdía el propósito y se convertía en la

introducción de dos personas que acababan de conocerse.

¡No sé cómo expresarte con un nombre quien soy! Mi nombre, santa adorada, me es

odioso, por ser para ti un enemigo. De tenerla escrita, rasgaría esa palabra.

Azul se encontraba dispuesta a continuar, pero el director paró la escena callando a ambos

con su estruendosa voz.

-¿Qué es esto? Pensé que había sido claro con mis indicaciones, Azul -dijo de forma dulce

aunque bastante firme en cada palabra. Nadie más trajo consigo a un acompañante para dar

réplica. Se que eso puede facilitarles el trabajo, pero el arte de actuar no debe ser algo fácil,

debe sentirse, debe gozarse.

-Lo siento, John -dijo el joven misterioso, refiriéndose al director por nombre. Fui yo el que

intercedió sin permiso previo, ella no tenía idea, por lo que también ofrezco una disculpa a

la señorita. Es solo que quedé fascinado por su interpretación y me fue difícil quedarme al

margen.

-Bueno, supongo que no puedo dejar pasar ese ímpetu tuyo desapercibido. Después de todo,

tú eres nuestro Romeo.

Azul había escuchado las quince audiciones que se habían realizado antes que la de ella, y

en todas había forma de pensar que el director podría escogerlas por las dulces palabras que

escogía al retroalimentar el desempeño de cada una; pero lo que estaba ocurriendo frente a

sus ojos era casi una confirmación de lo que más quería y ahora comenzaba a temer.

Bajo del escenario y salió lo más pronto que pudo del auditorio, pero fue interceptada por el

joven misterioso poco antes de llegar a la cafetería.


-Oye, lamento si sientes que arruiné tu audición -le dijo el joven. Pero algo me dice que esa

ayuda era un poco más que necesaria.

-Sí, no sé qué fue lo que pasó, tenía todas las líneas perfectamente memorizadas.

-A todos nos pasa. Llevo cinco años haciendo teatro y no hay un solo día en que no me

mate el nervio antes de salir a escena, pero ya que estoy ahí, sintiendo el calor de las luces y

la presencia del público, soy liberado del miedo por arte de magia y siento que vuelo.

-Eres todo un poeta -le contestó Azul con una risa que trató de ocultar.

-No es nada oficial aún, pero John y yo hemos trabajado juntos antes, y estoy seguro que lo

que pasó allá abajo es tu pase directo para ser Julieta en la obra.

-También lo sentí, y pensé que me emocionaría, pero ahora no puedo evitar sentirme

presionada y con miedo -le confesó Azul.

-Dalo por hecho, así como también puedes dar por hecho que estarás bien acompañada, con

los mejores actores y actrices en el elenco. Y claro, el mejor protagonista -dijo sonriendo.

-¿Y qué nombre ha de tener ese protagonista que yace ante mí? -preguntó Azul tratando de

imitar la reiteración con la que hablan en la obra de Shakespeare.

-Puedes llamarme Romeo, por ahora. Ya habrá tiempo de conocernos mejor después. En el

baile de San Valentín, quizá.

Azul no quiso interpretar eso como una invitación formal, aunque sabía que lo era, por lo

que optó por solo asentir con la cabeza.


Romeo tomó la mano de Azul y la besó a manera de despedida. De pronto Azul se había

olvidado de todo lo que le importaba minutos atrás y comenzó a sentirse como una

Capuleto. Salió a prisa a buscar a Álvaro para contarle lo sucedido, pero no lo encontró.

Pasó el resto del día en el colegio, pensando en aquel encuentro con Romeo, pensando en

que quizá solo había sido la emoción del momento lo que le daba sensaciones raras en el

estómago. Pensaba en su novio y en cómo las cosas no habían sido iguales últimamente.

Pensaba que San Valentín estaba solo a un par de semanas y que probablemente esa sería

una excusa perfecta para revivir lo que se había ido extinguiendo con Álvaro. Se

cuestionaba si realmente era lo que quería. Ni siquiera sabía si quería ir al baile, aunque

sabía que si terminaba yendo tenía que ser con su pareja pues la gente vería con muy malos

ojos que asistiera con alguien más, y peor aún si ese alguien era su nuevo coprotagonista en

una obra donde ambos tendrían que besarse y declararse amor eterno. Luego se dio cuenta

que ya no era tanto su amor la que le impedía coquetearle a la idea de ir con Romeo al

baile, sino la opinión pública, y sabía que en cuanto pesa más lo ajeno que lo propio es que

lo propio ya no vale lo mismo que antes.

Se apresuró a llegar a casa para pensar en toda una docena de veces más. Se encontraba

atrapada en un ciclo de ideas que le hacían combinar la emoción y la culpa. Lloraba y

sonreía. Imaginaba nuevas escenas de amor mientras recordaba viejas historias románticas.

Para fortuna de Azul, todo este ciclo de ideas sobre pensadas en su cabeza llegó a su fin en

cuanto escuchó el timbre de su casa. Bajó con calma las escaleras y se asomó a la sala

comedor para ver que todo estuviera bien con sus hermanas, quienes degustaban de un

bocadillo vespertino y metían muñecas en una mochila; Azul abrió la boca para

preguntarles por qué hacían eso cuando sonó el timbre de la casa.


Lo que menos esperaba al abrir la puerta era encontrarse a Ramiro parado frente a ella con

una chica en silla de ruedas. La cara de ambos era de incomodidad. Ambos venían sudando

por caminar bajo el sol que regalaba a los habitantes de Banket Hill un inusual calor que

para nada era característico en febrero.

-¿Ramiro? ¿Qué haces aquí? -preguntó Azul.

-Asumo que no has hablado con tu novio -le contestó. Mira, lo que voy a decirte es quizá

un poco loco. Digamos que estamos en el proceso de recuperar algo muy valioso para

Álvaro y en el camino se nos cruzó esta niña que cree tener diez años pero en realidad tiene

diecisiete. Lo que pasa es que quedó en coma hace siete años, no sabemos cómo, pero es

importante encontrar a sus padres para que regrese a casa por lo que necesito que me

ayudes a cuidarla en lo que voy con Álvaro para recuperar esa cosa tan importante y valiosa

de la que no puedo hablar porque es un poco un secreto.

Sophia y Alice se encontraban al fondo del pasillo mirando y escuchando la situación, igual

de perplejas que su hermana mayor quien no encontraba por dónde empezar o qué pensar

de la situación frente a ella.

-No entiendo nada de lo que acabas de decir. No entiendo qué tiene que ver esta chica con

mi novio o contigo, y por supuesto que no entiendo por qué crees que soy la mejor opción

para cuidar de una desconocida cuando tengo dos hermanas más chicas en casa -le contestó

Azul. Entiendo que Álvaro confíe en mi para ayudarlos con lo que sea que estén haciendo,

pero no puedo hacer esto ahora.

-Lo entiendo, y como puedes ver estoy un poco desesperado porque yo tampoco entiendo

nada.
-Tengo que ir a comprar comida para la siguiente semana, no puedo dejar a las niñas solas

con una desconocida.

Jackie se encontraba sin hablar, solo mirando como todo ocurría a su alrededor.

-Puedo quedarme con ellas en lo que regresas, sabes que soy una persona de confianza.

-¿Dices que esto es para ayudarlos a ti y a Álvaro? -le preguntó Azul.

-Más a él que a mí, pero sí.

-Está bien, iré rápido al mercado y cuando regrese espero una explicación que pueda

entender sobre todo esto.

Azul tomó su bolso y salió a prisa de su casa.

-¿A dónde dices que fue tu amigo? -le preguntó Jackie a Ramiro, quien miraba

disimuladamente a las hermanas de Azul quienes no le quitaban la vista de encima sin decir

palabra.

-La dirección que encontramos en el hospital, creemos que puede ser de la enfermera a

quien buscamos. Ella tiene algo que nos pertenece.

-¿Lo robó?

-El collar si es robado, pero no fue ella quien lo robó, es complicado.

-¿Y cómo lo recuperará?

-No lo sé. Solo espero que no haga algo estúpido.

Las hermanas de Azul comenzaron a murmurar en voz baja y entre risas ante la palabra que

Ramiro acababa de pronunciar. Ellas no estaban acostumbradas a escuchar a alguien hablar


así, pues Azul nunca fue de hablar con palabras altisonantes, y por el contrario, sabían que

decir algo inapropiado en esa casa significaba que serían reprendidas por su hermana

mayor.

Ramiro tomó la silla de ruedas y la empujó hacía la cocina donde las hermanas seguían

murmurando y terminando de comer. Se acercó al refrigerador, decidido a tomar algo de

comida para Jackie, pero antes de que pudiera abrirlo, sonó el timbre. Pensó que Azul había

regresado a la casa por dinero o que había preferido quedarse con él a esperar a Álvaro,

pero no fue así.

-Tú debes ser el novio de la señorita Quinlan -dijo una señora de cabello oscuro, ojos

rasgados y nariz puntiaguda.

-¿Yo? No, Álvaro no está aquí, y la señorita Quinlan, Azul, no está. Tuvo que salir de

emergencia, pero seguro que no tarda mucho -contestó a la dama parada frente a él.

-Seguro volvió a olvidar la cita de juego de nuestras niñas. No la culpo, pobre joven,

manteniendo la casa, siendo la madre de sus dos hermanas -seguía diciendo Mericia. Mira,

mi hija tuvo un accidente en casa hace un par de días y aunque no debe estar corriendo de

un lado a otro, me sentiría mejor si sus amigas van y juegan con ella. La ayudaría a

despejarse de la sarta de ideas que tiene en su cabeza después de pasar la noche en el

hospital.

-Lamento lo de su hija, pero no puedo dejar que se lleve a las niñas si no está su hermana

aquí -le contestó Álvaro a Mericia Vizcaino.

-Ah, no tengas cuidado, estoy segura de que estará de acuerdo una vez que regrese y se lo

expliques. Vamos niñas, suban al auto.


Hizo una seña con la mano a las hermanas Quinlan quienes tomaron sus mochilas y

salieron corriendo de la casa. Ramiro trató de detenerlas, pero la silla se ruedas se

interponía en su camino.

-Señora, en verdad, no puedo dejar que se las lleve; Azul me matará por no cuidarlas.

-Tranquilo, están en buenas manos. Ambas niñas han estado ya en la casa, les gusta ahí.

Ramiro trató de seguir argumentando lo que Mericia le decía pero esta lo interrumpió antes

de que pudiera continuar la discusión.

-¿Cómo dices que te llamas?

Ramiro dudó en contestar, pero se frenó al ver que Mericia miraba pensativamente a Jackie.

-Estoy segura de haberte visto en el hospital hace unos días. ¿Está todo bien? -preguntó

Mericia a la joven en silla de ruedas.

Jackie se quedó en silencio y volteó para mirar a Ramiro. Esperaba que él le dijera qué

hacer o qué decir, pero Mericia interpretó esa mirada de manera distinta.

-Pensándolo bien, las niñas se quedarán conmigo hasta que pueda localizar a su hermana.

Será mejor que sea ella quien las recoja -le dijo a Ramiro mientras miraba nuevamente a

Jackie. Ramiro entendió perfectamente lo que la señora frente a él estaba pensando, pero

fue incapaz de pensar en una respuesta convincente.

Mericia salió a prisa, llevándose en su auto a Sophie y Alice quienes miraron a Ramiro

desde la ventana trasera. Sophie reía y Alice le decía adiós agitando su mano de un lado a

otro.

-¿Qué acaba de pasar? -le preguntó Jackie a Ramiro.


-La señora acaba de llevarse a las niñas que debía cuidar, y quién sabe qué haya pensado al

verte así.

-¿Cuándo va a llegar tu amigo?

-Quisiera saberlo.

Ramiro se quedó inmóvil por unos segundos, se encontraba helado de solo pensar en todo

lo que estaba ocurriendo, tanto así, que no sintió el frío que emanaba del refrigerador

cuando se dio la vuelta y lo abrió para darle algo de comer a Jackie. Se quedó inmóvil

nuevamente al ver que frente a él había una rebanada de pastel perfectamente cortada sobre

un plato de plástico. Fue como si el tiempo se hubiese detenido y sintió aquel segundo

como si fueran interminables horas de agonía.

-¿Estás bien? -le preguntó Jackie, quien no hacía más que preguntas desde que habían

escapado del hospital Santo Domingo.

-No -le contestó Ramiro. Estoy muy lejos de estar bien.

Ramiro salió del trance en el que se encontraba cuando escucho los gritos de Jackie. Se giró

para mirarla y vio sus manos llenas de sangre. Por un momento se olvidó de Álvaro, de

Azul y sus hermanas, y corrió a revisar qué había pasado. Trató de calmar a Jackie pero él

mismo no lograba estar tranquilo con la situación. Le preguntó si había tomado algún

cuchillo de la cocina, pero Jackie se limitaba a moverse limitada pero desesperadamente en

su silla de ruedas. Fue cuando Ramiro se dio cuenta de que la sangre había salido de su

entrepierna.

-¿Te duele algo? -le preguntó Ramiro.


-Creo que no. Hace rato me dolió mucho el estomago pero pensé que solo era hambre -le

dijo Jackie. Me acomodé la bata después de que la señora se fuera con las niñas y sentí algo

húmedo y pegajoso, pero no recuerdo haberme hecho daño ni nada -seguía diciendo entre

sollozos.

Ramiro supo casi de inmediato lo que estaba ocurriendo, algo que no sabía si había estado

ocurriendo los siete años que la chica pasó en cama, pero que seguro no le pasó a sus diez

años antes de quedar en coma, o de lo contrario sabría que solo se trataba de su periodo.

-Tranquila, ¿si? Lo que pasa es perfectamente normal, le pasa a todas las niñas creo que una

vez al mes.

-¿Qué cosa?

-Sangrar -le dijo con cierta esperanza de poder calmarla. Las niñas sangran una vez al mes

para no quedar embarazadas.

-¿Cómo? -preguntó Jackie ya más calmada.

-Mira, no estoy seguro de cómo funciona, solo se que es normal, no quiere decir que estés

lastimada o algo. Es parte normal de tu cuerpo.

Después de intentar explicarle a Jackie, de manera errónea, lo que es la menstruación,

Ramiro volvió a recordar lo que le tenía inquieto antes de que Jackie comenzara a sangrar.

Sabía que no podía resolver todo de un momento a otro, pero lo primero que tenía que

hacer antes de salir y buscar a Sophie y Alice era ponerle algo de ropa limpia a Jackie.
VII. EL ACCIDENTE

Siete años antes de La Tragedia en Banket Hill, ocurrió otra tragedia que también sacudió

al pueblo entero, una que nadie pudo predecir, pues se trataba del día más importante de la

comunidad: ‘Founding Day’, el Día del Asentamiento, donde miembros de la comunidad de

Banket Hill conmemoraban el aniversario del día en que Robert Hill fundó dicho pueblo en

1910. El 30 de noviembre de 1979 todo el pueblo se encontraba en completa armonía y

felicidad con los preparativos para la gran fiesta del día siguiente.

A finales de los setentas no había tanta gente viviendo en Banket Hill como lo hubo en los

años siguientes, y aún así la comunidad hacía fiestas que eran la envidia de los pueblos

vecinos. Las familias dividían las labores que se tenían que realizar para el día más

importante, para lo que se creaba un comité organizador que rotaba el personal anualmente,

para que de esa manera se pudieran dar oportunidades equitativas a todos los habitantes de

organizar el Día del Asentamiento. Conseguir los permisos necesarios para cerrar la

vialidad y hacer uso de pirotecnia era una formalidad que se hacía por respeto al protocolo,

pero cuando se trataba de la fecha más importante de la comunidad, todo era posible en

Banket Hill. Sobraban voluntarios que se inscribieran en las distintas labores previas al

festejo, y por un lapso aproximado de veinticuatro horas se respiraban aires de armonía en

el ya de por si pequeño pueblo.

Aunque la verdadera historia de Robert Hill no era para nada un secreto, brillaba por ser

constantemente tergiversada o hasta ignorada con tal de que la atención se enfocara en lo

que al pueblo más le importaba: la fiesta. Pasó a convertirse en una especie de Navidad
festejada por ateos quienes solo ponen su atención y energía en lo materialista y deciden

saltarse el origen de la efeméride que le dio excusa a la gente para celebrar. ‘Founding Day’

se había convertido en una excusa para los excesos y despreocupaciones de todos; incitaba

a sus habitantes a formar parte de una celebración sesgada con el paso del tiempo a cambio

de ignorar sus raíces y pasar todo un día de total jolgorio.

El 1 de diciembre, como todos los años, amaneció más temprano que de costumbre. Se

encendían las luces desde pasadas las cinco en cada hogar, donde las familias se reunían a

desayunar desde temprano y agradecían un año más de cultivos y buenas cosechas en los

campos. Agradecían, particularmente desde el año pasado, la creciente gentrificación que se

vivía debido a la inmigración en Banket Hill. El crecimiento de empleos en la nueva planta

nuclear y la apertura de nuevos comercios también eran razón de regocijo.

La rutina del día completo se repetía, como todos los años, de manera relativamente

tranquila y despreocupada. Algo que no podía faltar en tan importante fecha, era la feria de

los deleites, un espacio al centro de la plaza principal donde se asentaban múltiples stands

con lo mejor de cada familia, una especie de concurso de talentos disfrazada de exhibición

popular. La familia Williams siempre endulzaba el paladar de los asistentes con su fina

repostería, mientras que la familia Davis ofertaba sus relojes hechos a mano a muy buen

precio. Por parte de los Miller se solía esperar un stand artístico donde la gente pudiera

llegar y aprender a hacer figuras con barro utilizando el torno de alfarero de Brett Miller,

quien a eso se dedicaba. La feria era técnicamente el cierre del día, el cual previamente

incluía actividades familiares y parrilladas en el parque con la estatua de perro, el cual se

conocía así, como “el parque con la estatua de perro”, ya que, como su nombre lo indicaba,

dicho lugar se caracterizaba por contar con una estatua de un perro al centro del parque, en
donde normalmente se hubiese construido un kiosco. No existía registro alguno en los

archivos del pueblo sobre quién pusiese esa estatua ahí o qué significado tendría, aunque

muchos teorizaban que había sido el mismo Robert.

Aunque la feria de los deleites marcaba el final del largo festejo, esta iniciaba alrededor de

las cinco de la tarde, terminando las actividades del parque y durando hasta que la última

persona se fuera de la plaza principal, lo cual solía ser hasta las seis de la mañana del día

siguiente. Lo que realmente marcaría aquel ‘founding day’ como uno inolvidable para sus

habitantes sería el encuentro que tuvieron las familias Brown y Reed.

Jason Brown había vivido en Banket Hill con su esposa e hijo toda su vida, mientras que

Francis Reed se había mudado desde San Antonio, Texas después de haber conocido a su

esposa Alicia, una mujer de ascendencia latinoamericana que emigró a los Estados Unidos

con su familia al cumplir los quince años. Fue a los veinte que conoció a Francis y a los

veinticinco se enteró que esperaban a su primer bebé. Se mudaron a Banket Hill en su

cuarto mes de embarazo y ahí vivieron juntos y felices hasta el Día del Asentamiento del

’79. La familia Brown era de las más queridas en aquel entonces, por lo que cada año les

gustaba lucirse con algo diferente para su stand en la plaza. Ese año Jason Brown deseaba

más que nada colocar un globo aerostático en la explanada del parque y ofrecer paseos de

diez minutos sobrevolando el pueblo entero de noche. Le tomó un buen tiempo juntar el

dinero para conseguir lo necesario, pero ese por fin sería el año en que deslumbraría como

nunca a su comunidad, dejando la vara más alta que cuando la familia Mayer llevó a Barry

Gibb a cantar por una hora en la plaza principal.

En la entrada de Banket Hill había se encontraba la calle High Street, que cruzaba de

manera peligrosa con la avenida #10 la cual también servía como única vía pavimentada de
salida y kilómetros más adelante conectaba con la carretera principal. Francis Brown venía

manejando de regreso por High Street con tres tanques de gas propano que usaría para los

viajes en globo. Jason Reed había recibido un día antes la noticia de que su madre había

fallecido en su natal San Antonio, por lo que tuvieron que dejar pasar la celebración anual y

manejar al estado de Texas a resolver todo lo relacionado con el entierro de la recién

difunta.

Los tanques de propano venían cuidadosamente acomodados en la parte trasera del auto por

lo que el hijo de Francis venía acomodado en la parte delantera con sus padres. Los

primeros fuegos artificiales comenzaron a adornar el paisaje cuyo atardecer pintaba el cielo

de un naranja dorado y estelas de colores. La hija de Jason Reed tenía diez años cuando

todo ocurrió. Giró apresuradamente cuando escuchó los primeros tronidos, se quitó el

cinturón de seguridad y se asomó por el espacio entre los asientos delanteros para capturar

la atención de sus padres y que estos voltearan a ver el espectáculo detrás de ellos.

Francis Brown descuidó la mirada del camino un par de segundos cuando uno de los

cilindros se movió bruscamente en el asiento donde venía sostenido y amenazó con tumbar

los otros dos. Pese a que Francis sabía que los tanques de gas no eran tan inestables como

se veían en las caricaturas, prefirió ser precavido y evitar un posible accidente, pero al girar

la vista y echarle un ojo a los tanques fue que ocasionó lo que había estado evitando.

Dos segundos le bastaron a Francis para no ver al auto que venía circulando por la décima

avenida, los mismos dos segundos en que Jacqueline Reed le insistía a sus padres que

giraran para ver el festín de colores en el cielo.

En un fatídico instante ambos automóviles se estrellaron.


El chirrido de las llantas previo a la colisión de ambos automóviles fue casi imperceptible

con tanto barullo en el parque con la estatua de perro, el cual se encontraba a escasos cinco

kilómetros del fatal accidente. El cofre del Chevrolet Montecarlo modelo 1970 que

manejaba Jason Reed se estampó contra la puerta del conductor de la antigua Chevrolet

3100 que manejaba Francis Brown, matándolo instantáneamente después del impacto.

Jacqueline Reed salió disparada desde el asiento trasero hacía el parabrisas, el cual se había

roto una milésima de segundo antes debido al choque, lo cual le permitió salir volando

sobre el Montecarlo de los Brown y caer tres metros más adelante, sobre un puñado de

hojas y piedras que salvarían su vida después de dejarla mal herida. Francis y Alicia Reed

perdieron el conocimiento mientras su auto yacía estampado con la camioneta de los

Brown, la cual había recibido serios daños en el compartimento del motor, ocasionando que

comenzara a incendiarse. Guillermina Brown había logrado sostener a su hijo Mark con

toda su fuerza y había recibido solamente un golpe en la cabeza contra el vidrio de su

ventana; tardó en reaccionar ante lo que estaba pasando, y aún en estado de shock comenzó

a jalonear el cinturón de seguridad que la mantenía vinculada al asiento, mientras veía

como el cuerpo de su esposo reposaba inerte sobre el volante y su hijo, inconsciente, se

encontraba aún entre sus brazos, lo cual complicaba más la misión de removerse el cinturón

y salir del auto en llamas antes de que el fuego los quemara o alcanzara alguno de los

tanques. Jacqueline comenzaba a abrir los ojos mientras sentía un profundo dolor por las

pequeñas piedras que se habían incrustado en todo su cuerpo al caer, le era difícil moverse

debido al inmenso dolor. Miraba hacía arriba y veía las luces de colores provenientes del

parque, alumbrando como estrellas en el cielo.


Guillermina no se había percatado de la niña que había salido volando sobre su auto y caído

metros más adelante. Sacó la llave de la camioneta y uso sus dientes para cortar el cinturón,

serruchando lo más rápido que podía. Francis Reed despertó conmocionado y se dio cuenta

de que su hija no estaba y que su esposa posiblemente había muerto. Logró zafarse de su

cinturón y se acercó para ver si Alicia aún respiraba, ella entreabrió los ojos y le preguntó

por su hija, Francis trató de sacarla de ahí pero ella le dijo que buscara a su hija, él quería

acatar su petición pero también quería sacar al amor de su vida de ese accidente que aún no

terminaba. La insistencia de Alicia por salir y los gritos desesperados de Guillermina

Brown impulsaron a que Francis saliera del auto a buscar a su hija, pero antes de verla

tirada en el piso unos pocos metros delante de él, se detuvo a ayudar a Guillermina a salir

del auto y sacar a su hijo. Logró sacarlos a ambos y entró al automóvil para intentar sacar a

Jason sin darse cuenta de que el combustible del auto al que se había subido se había

derramado y comenzado a incendiarse por debajo del mismo, generando un calor intenso

que comenzaba a acercarse peligrosamente a los tanques que llevaba en la parte trasera la

familia Brown. Jackie se levantó con mucha dificultad, mareada y desorientada, aún

perdiendo la mirada en el cielo estrellado por fuegos artificiales mientras a lo lejos se

escuchaba una ambulancia que se acercaba al lugar del siniestro; miró a la distancia como

su papá sacaba el cuerpo de un hombre de un auto en llamas y gritaba su nombre:

“¡Jacqueline!”. Ella trató de regresar el llamado pero no encontraba voz que pudiera usar.

Veía a su padre corriendo alrededor del fuego mientras se acercaba a su auto para sacar a su

madre de ahí. Guillermina no había tenido tiempo para reaccionar a nada, se encontraba

tirada en el piso cerca de su auto, con su hijo en brazos y el cuerpo de su esposo junto a

ella. No tuvo tiempo de reaccionar en cuanto vio que Jason había muerto, solo tomó a Mark

y lo alejó lo más posible del accidente.


Una luz roja intermitente acompañada de una aguda sirena se acercaban por la avenida #10

cuando una explosión ocurrió. Segundos antes Jackie había podido encontrar las fuerzas

para llamar la atención de su papá quien se encontraba rompiendo el vidrio de la ventana

del copiloto. Este la alcanzó a ver a los ojos por última vez antes de morir incinerado junto

a su esposa. Guillermina apenas había alcanzado a ponerse de pie y alejarse con su hijo lo

más que pudo. Lloró en shock mientras veía como el cuerpo de su esposo se incendiaba con

el resto lo que alguna vez fue su vida entera. Ahora solo le quedaban un futuro incierto y su

hijo quien pocos años después la dejaría viviendo sola en una casa llena de recuerdos que

Guillermina terminaría abandonando para quedarse a vivir con su mejor y única amiga.

Jacqueline trató de correr hacia su padre poco antes de la explosión pero solo logró

acercarse lo suficiente para que el espejo retrovisor del Chevrolet Montecarlo saliera

volando y le pegara en la cabeza ocasionando una grave contusión y descalabrando a la

niña de solo diez años de edad.

Los servicios de emergencia eran los únicos que, por protocolo, seguían operando con

regularidad el Día del Asentamiento, y como estos se encontraban listos para cualquier

situación en el parque con la estatua de perro, a pocos kilómetros del accidente, fue que

llegaron en cuanto antes, pero aún así, no lo suficientemente rápido. Al llegar se

encontraron con una tragedia que azotaría al pueblo de Banket Hill al punto de no celebrar

el Día del Asentamiento los siguientes años. La oscuridad invadió el recuerdo de aquella

fecha y el pueblo poco a poco fue creciendo su población mientras el accidente quedaba en

el olvido. Jacqueline Reed fue llevada al hospital Santo Domingo en estado de coma.
VIII. LA TRAGEDIA

Martes 28 de enero de 1986

Azul caminaba por las calles de Banket Hill hasta el mercado donde compraría lo necesario

para la semana lo más rápido posible, pues no le gustaba la idea de dejar a sus hermanas

solas con Ramiro y una extraña en silla de ruedas. Pensaba en Álvaro y en Romeo. Los

Montesco y los Capuleto. Estaba tan agobiada que logró pasar desapercibido junto a ella un

auto manejado por la señora Mericia Vizcaino con sus hermanas, Sophia y Alice, en la

parte trasera.

Ramiro no paraba de reír mientras Jackie lo observaba sintiendo una mezcla extraña entre

temor y ternura; habían pasado más cosas en ese día que en los últimos años de su vida y no

sabía qué hacer al respecto. Quería alejarse un poco apartando su silla de ruedas, pero sus

brazos aún no eran suficientemente fuertes.

Leticia llegó al hospital Santo Domingo y no notó nada fuera de lo ordinario, los doctores

realizaban sus actividades de manera cotidiana. Entró a la habitación de Jackie para hacer

su visita diaria y leer la revista que había dejado a medias su turno pasado. Al entrar y

encontrar la cama vacía, sintió como si una fuerza inhumana y desmedida la aplastara

contra una pared de concreto, comprimiendo sus músculos, generando una sensación de

malestar que padeció hasta los huesos; pensó que la chica que tanto le había hecho

compañía en años pasados había fallecido. Corrió al mostrador y cuestionó a uno de los

doctores que se encontraba con el teléfono pegado a la oreja intentando comunicarse con la

persona al otro lado del auricular.


-Doctor, por favor dígame qué pasó con la paciente de la habitación 14.

-No lo sabemos -contestó el doctor, mientras alejaba la bocina del teléfono de su oreja.

-¿Cómo que no lo saben? Si ustedes son los expertos. ¿Me está diciendo que no sabe si

murió de un paro cardiaco o de falla renal?

-Le estoy diciendo que no sabemos que le pasó porque simplemente desapareció -le

contestó el doctor con una apatía que era habitual en ese hospital, pero que Leticia no

estaba dispuesta a aguantar en ese momento.

-No entiendo -le dijo Leticia con incredulidad. Jackie es una chica que ha estado en coma

por años, los suficientes para no poder utilizar sus piernas propiamente, no creo que

simplemente haya salido de aquí caminando, incluso aunque hubiera despertado de manera

repentina.

-Yo tampoco lo creo, enfermera, por eso es que llamamos a la policía hace media hora.

Seguro ellos sabrán qué hacer cuando lleguen.

-Claro, porque a ustedes no les importa la gente una vez que cruzan esas malditas puertas.

¡Que se jodan!

-Es lo más que podemos hacer, Leticia, no somos las fuerzas armadas. Dejemos que sea la

ley quien se encargue de esto.

Leticia quería tomar el cordón del teléfono que sostenía el doctor y estrangularlo hasta que

este pidiera disculpas por su falta de empatía hacia los pacientes. Rápidamente quitó esa

horrible imagen de su cabeza para pensar en un millar de cosas que pudieran explicar la

desaparición de Jackie.
-Enfermera -dijo el doctor mientras acercaba el teléfono a Leticia. Es para usted.

Álvaro entró con cautela a casa de Guillermina mientras esta cerraba la puerta. Comenzó a

recorrer toda la sala y el comedor con la mirada, en búsqueda de la pieza de joyería que lo

tenía en morada ajena pretendiendo que era alguien más.

-Perdona mi interrogatorio -le dijo Guillermina. No quiero que pienses que todos los

hermanos seguidores del maestro somos así, es solo que hemos tratado de ser más

reservados aquí, por la cantidad de inmigrantes llegando al país, y especialmente a Banket

Hill. La planta nuclear requiere de muchos obreros, y creo que eso ha sido una de las

mayores causas de inmigración a este pueblo donde hace veinte años no había más de mil

almas.

Álvaro no tenía idea de lo que la señora frente a él estaba diciendo. Sabía que debía

mantenerse al margen y limitarse a contestar solamente con información que ella le

brindase.

-Claro, yo entiendo. Zach me comentó que así sería -le dijo Álvaro con seguridad.

-Seguramente te has enterado de la terrible noticia.

-Una desgracia, sin duda alguna, señora -dijo mientras se dejaba llevar por la conversación.

-¿Y bien? Necesito más detalles, solo se lo que se rumora en los medios, pero nadie me ha

vuelto a llamar para confirmar nada -le decía Guillermina mientras volvía a recostarse con

dificultad en el sillón que tenía frente al televisor.

-Por ahora no puedo brindar más detalles que los que usted ya tiene, señora. Es complicado

en estos momentos revelar más, pues es información delicada, como usted misma lo ha
dicho, los nuevos del pueblo no son tan amables con lo que no entienden -dijo Álvaro

usando un tono formal, porque por alguna razón tenía el presentimiento de que eso le daría

veracidad a su mentira.

-Bueno, yo pensé que a eso venías, ¿a qué si no?

- Un collar, señora, me temo que hemos perdido un collar muy valioso e importante para la

causa, y uno de nuestros informantes nos comentó que es muy posible que alguien en esta

casa lo haya adquirido por equivocación -dijo hablando en plural y mencionando una causa

de la que el no formaba parte.

-Creo que te equivocas, joven. Leticia no es de usar joyería, y yo antes sí, pero el tiempo ha

cambiado y ahora mis viejas piezas descansan en algún rincón de mi vieja casa. Hace

mucho que no voy para allá; el miedo, supongo.

-Es muy importante recuperar el collar, son instrucciones que vienen directo de El Maestro.

-Entonces sí sabes qué le pasó. Habla ahora si no quieres que esta pobre vieja pierda

valiosas horas de sueño imaginando lo peor.

Álvaro se quedó sin palabras. No sabía quién era “El Maestro” y temía que lo próximo que

fuera a decir solo lo hundiera más en la mentira.

-Como dije, me encantaría hablar de eso, pero primero es lo primero, y si no conseguimos

de vuelta ese collar, que Dios se apiade de nosotros -dijo de manera exagerada y dramática.

-“Cuando el nombre del verdadero creador sea revelado no se volverá a escuchar a Dios en

boca de nadie”. Siendo tan cercando al maestro deberías saberlo.


Álvaro seguía sin entender, pero ahora se daba una idea más clara del escenario que tenía

frente a él; la señora fanática frente a él era parte de alguna especie de culto religioso. Eso

le daba cierta tranquilidad, pues sabía que no hay nada más crédulo que un fanático, pero

también debía cuidar en demasía sus palabras, pues cualquier paso en falso, cualquier

palabra mal dicha, significaría destapar el engaño.

-Entiendo. Puedo llamar a Leticia al hospital y preguntarle -dijo Guillermina. He vivido

aquí en su casa ya un buen tiempo y nunca he visto que sea de usar muchos collares o

aretes extravagantes, pero uno nunca sabe.

Álvaro sabía que si Guillermina tomaba ese teléfono y hacía esa llamada, todo su plan se

vendría abajo, pues Leticia se enteraría de todo el esfuerzo realizado para recuperar el

collar, por lo que no tendría sentido que se los devolviera, sabiendo lo mucho que valía.

-Sabe qué, no quiero molestar, mejor regreso después.

-Pero si no es molestia, la hurraca de Leticia no hace más que haraganear y cuidar gente

muerta en el hospital, seguro que una llamada no hará mucha diferencia.

-Mejor regreso cuando ella esté aquí, creo que sería lo mejor -le dijo Álvaro, caminado

hacia la puerta de entrada.

Guillermina lo ignoró y comenzó a marcar el número del hospital en su teléfono. Álvaro

quiso irse de ahí, pero sabía que ya no haría mucha diferencia si se iba o se quedaba, la

llamada estaba en proceso y necesitaba pensar en su siguiente movimiento.

Del otro lado del teléfono se escuchó un tono, dos, y nadie contestaba. Para el tercero se

escuchó una voz masculina que atendía el teléfono.


-Buenas tardes, doctor, habla Guillermina, me gustaría…

Pero algo freno las palabras que estaban por salir de su boca. Alejó el teléfono de su oreja y

comenzó a contraerse. De repente sintió como si le estuvieran acomodando una columna de

veinte ladrillos de concreto encima del pecho. Guillermina dejó caer el teléfono mientras

del otro lado se escuchaba al doctor preguntando el paradero sobre la persona que había

realizado la llamada.

-Señora, ¿qué pasa? ¿Necesita algo? -preguntó Álvaro asustado.

Debido al dolor, Guillermina no pudo contestar apropiadamente a la pregunta del joven,

pero alcanzó a levantar la mano con la cual sostenía el teléfono y se lo acercó a Álvaro. Él

supo de inmediato que debía notificar al hospital para que fueran a su casa a hacer algo por

la anciana señora que poco a poco perdía el conocimiento en medio de una dolorosa

contracción.

-¿Hola? ¿Estoy llamando al hospital Santo Domingo? Por favor, necesito que manden una

ambulancia a la calle Terrance número 416, rápido; parece que esta señora está teniendo un

paro cardiaco, o algo.

-¿Quién habla? -contestó el doctor al otro lado del teléfono, casi ignorando lo que Álvaro le

acababa de decir.

-Eso no importa -se detuvo y supo que era más importante salvar la vida de esa señora que

cualquier otra cosa. Pregunte por la señora Leticia, dígale que su amiga se está muriendo en

su casa.

Leticia sintió como si recibiera una descarga eléctrica de alto voltaje cuando escuchó al

doctor frente a ella decirle que Guillermina había tenido un paro cardiaco. Sintió que esa
descarga recorría su cuerpo una y otra vez, y solo podía pensar en Jacqueline perdida, en su

mejor amiga tumbada en la sala de su casa, moribunda. Reaccionó a los pocos segundos de

que vio como una ambulancia se disponía a salir a su dirección y pidió ir con ellos.

Azul caminaba
XI. EL FIN DEL MUNDO

X. 2061

Aunque Ted y Rose nunca tuvieron hijos, y la gran mayoría de los miembros integrantes de

The Gate fallecieron en un par de suicidios colectivos; quedaron algunos seguidores que se

alejaron de la secta poco antes de la tragedia, debido a que morir prematuramente no estaba

en sus planes. 

Ese pequeño nicho de seguidores se vio fascinado al ver que el resto de los integrantes

habían concretado sus planes, y poco a poco recuperaron su fe en Bog. El Paso del cometa

Hale-Bopp fue el último presagio que Ted dio en vida a sus seguidores, pero entre sus

pertenencias dejó una nota que se publicó en The New York Times una semana después de

su muerte en 1986:

Escribo esto con la esperanza de que aquellos fieles seguidores, que no tuvieron el valor

suficiente para trascender a una nueva y mejor vida, puedan retomar el camino a la

transformación y elevarse a una mejor vida. Aún hay tiempo para salvar a quienes son

dignos, aún podemos avanzar todos juntos.

Tiempos oscuros vienen para aquellos que osen desafiar al nuevo orden. Todas las falsas

religiones habrán de caer ante la revelación del único y verdadero origen de todo. Oren por

los perdidos, así como nosotros oraremos por ustedes, los rezagados, los que se quedaron
atrás en la primera llegada de Bog. Pero recuerden que ha de regresar una segunda y última

vez por aquellos que logren sobrevivir a la catástrofe y al final de todo.

Regocíjense los afortunados, pues habrá de caerse el cielo, habrán de inundarse las parcelas

y de perecer las especies. De pie quedarán los que crean en Él hasta el final y serán llevados

ante la grandeza de lo inimaginable.

Con estas palabras insto a quien me lea a no perder la esperanza, ya que de ustedes será la

oportunidad de redimir sus insulsas vidas, para convertirse en algo más, algo mejor.

TODO A BOG EN EL CIELO Y LAS ESTRELLAS.

La carta estaba firmada con la cantaleta de Heaven’s Gate en mayúsculas, y pasó a la

historia como un elemento importante en la investigación del aparente final de la secta.

Centenas de personas alrededor de los Estados Unidos retomaron la historia de Ted y Rose

a finales del siglo XX, con la llegada del nuevo milenio; la carta de Theodore fue publicada

en redes sociales y retomada por millones de personas alrededor del mundo. Aunque al

inicio no generó el impacto deseado por sus nuevos acólitos, todo cambió en el año 2010,

cuando la NASA publicó un comunicado en el que detallaba como una tormenta solar

dejaría al mundo entero sin conexión a internet en cuestión de veinticuatro horas, dañando

también a su paso el funcionamiento de aparatos eléctricos de gran importancia para la

infraestructura del planeta entero; esto de inmediato alertó al nuevo orden que ascendiente

de Heaven’s Gate, quienes estaban seguros de que esta era la señal de la que su líder

hablaba en la carta que dejó antes de morir, esto era el inicio del fin, y lo que seguía

después era la segunda llegada de Bog.


La tormenta solar ocurrió nueve años después, en 2019, y para entonces la secta fundada

por Ted y Rose ya había ganado apoyo en todo el mundo, con congregaciones sólidas de

personas devotas a la idea de que la raza humana provenía de una raza superior alienígena.

Todo comenzó a miles de kilómetros de la Tierra, con una explosión gigantesca en la

superficie del sol, la cual fuel resultado de una descarga de energía electromagnética

acumulada en el astro. La radiación de esta explosión viajó con tal rapidez que en menos de

lo predicho había impactado al planeta Tierra, ocasionando una caída casi inmediata de red

global de internet. El 90% de los satélites colapsaron, dejando al resto con fallas

considerables. El sistema de posicionamiento global dejó de funcionar, así como los

teléfonos inteligentes, tabletas y televisiones. El mundo entero entró en pánico.

Pese a los casi diez años de advertencia y conocimiento previo, hubo poca o nula

preparación para el denominado “evento Richards”, en honor a Theodore Richards, quien

muchos decían había predicho la tormenta, por lo que fueron los fieles de Bog los que se

encontraron preparados y en mejores condiciones para sobrevivir tal apocalipsis.

Los líderes de varios países se destaparon como acólitos de Bog después del apagón. Desde

potencias como Estados Unidos hasta países como Uzbekistán fueron retomando el control,

pues al ser miembros de la secta contaban con un plan de contingencia previamente ideado

y preparado a detalle. El nuevo orden comenzaba a imperar, y aquellos que se resistían al

cambio perecían en el intento de seguir adelante.

Nunca existió persecución por parte de los miembros de la secta, pero bastaba con dejar

fuera del programa de reabastecimiento, reintegración y remodelación a cualquiera que no


siguiera los designios de Bog para matarlos de hambre, sin un lugar donde vivir

dignamente.

Los países en los viejos mapas se habían unido, y otros habían hecho nuevas divisiones.

Regímenes como el de Corea del Norte, Rusia y China habían caído y se formaron en su

lugar nuevas repúblicas socialistas con un mismo objetivo, liderado por las ideas de

Heaven’s Gate. Los miembros de esta secta alrededor del planeta habían preparado, a través

de los años, métodos de comunicación efectivos que no tuvieran que depender de una

conexión a internet, y aunque habían retomado ideas arcaicas y de ejecución no tan

inmediata, resultó eficaz su organización, la cual también incluyó la construcción de

refugios bajo tierra, para combatir los efectos de la radiación ocasionados por la tormenta

solar, y una previa organización que daba autoridad a unos pocos sobre los nuevos espacios

geográficos que delimitaban al nuevo mundo en cuatro continentes: Novo América,

Eurasia, Kemet y Oceanía.

El nuevo orden sabía que tomaría meses o hasta años el retomar la comunicación vía

internet, por lo que fueron recuperando y reintegrando telégrafos, al igual que otro tipo de

aparatos que si bien requerían de electricidad para funcionar, se encontraban a salvo de la

ola de radiación bajo tierra en sus bunkers.

Cuarenta y tres años después continuaba al mando el nuevo orden liderado por la secta

Heaven’s Gate, el sueño húmedo de Ted y Rose, más del setenta por ciento de la población

mundial bajo los encantos de lo que al inicio era una tribu sectaria, que ahora controlaba el

mundo. Pero los preparativos para la segunda llegada continuaban, pues ese año, según se

le había informado a la cabeza de cada continente, regresaría el maestro, el hijo de Bog y


esposo de la primera elegida, quien regresaría de la mano con él para llevarse a sus nuevos

seguidores en común unión a una trascendencia nunca antes vista en la evolución humana.

-Todavía recuerdo cuando era joven y leí sobre los idiotas que iniciaron todo esto, un par de

locos idealistas que le arrancaron la vida a miles de seguidores en un ritual suicida -le decía

Chris a Lucas. Creen que van a poder reclutarnos a su secta de mierda, pero si ochenta años

de desgracias no me han matado, seguro tampoco lo hará este supuesto nuevo orden; no es

nuestro primer apocalipsis.

-Seguramente será el último -le contestó Lucas.

-No recuerdo que fueras así de pesimista. Mira que por lo menos nos tenemos el uno al

otro.

-Tienes razón, estamos tan solos como siempre -se dijo a si mismo con esa voz de Lucas,

que ya cada vez era más difícil de cambiar.

-Creo que esta será nuestra última noche aquí. He visto como se acercan grupos del nuevo

orden, patrulleros que seguramente querrán sacarnos de este cuchitril porque seguramente

le pertenece a su deidad idiota.

-Y si no lo hacen ellos, de seguro lo harán los Rezagados -se dijo a si mismo.

Ya con el paso de los años a Chris se le había hecho fácil aceptar su doble personalidad. Se

había dado cuenta que Lucas estaba siempre ahí para él, solo presente cuando no tuviera a

nadie más con quien poder existir. Pasó más de la mitad de su vida escapando de Heaven´s

Gate y el nuevo orden, y antes de eso dedicó cada segundo de aliento para reencontrarse

con su amada, solo para volver a perderla, y esta vez no sería tan sencillo recuperarla.
Andy se opuso muchos años al cambio creciente que permeaba a la sociedad, pero fue en el

año 2030 que por fin cayó. Ahora era parte del consejo directivo en Novo América, y por lo

que a Chris respectaba bien podría haber muerto por alguna enfermedad, de vieja o bien,

seguir viva liderando el consejo, para él no había diferencia alguna, la mujer que alguna vez

amo con toda su alma y corazón, y a quien aún extrañaba, se había ido.

Chris vivía en lo que alguna vez fue una especie de comuna en lo que años atrás se conocía

como México, en territorio rural desconocido con casas abandonadas donde a lo lejos se

podían apreciar las colonias del nuevo orden, las cuales se caracterizaban y distinguían

perfectamente por ser pequeñas ciudades estratégicamente sitiadas en zonas de bajo riesgo

geológico y bastas riquezas naturales. Dicho así el nuevo orden no sonaba tan terrible como

realmente era; las ciudades no ponían barreras que distanciaran amigos de enemigos, y sus

patrullas callejeras solo imponían orden en situaciones de caos y trasladaban Rezagados a

zonas marginadas, lejos de la comunidad de Bog, siempre evitando el uso de la fuerza o

cualquier acto de violencia. No necesitaban de armas para matar a quienes no seguían y

compartían sus usos y rituales.

Los Rezagados también habían creado pequeñas comunidades ambulantes que buscaban

preservar lo poco bueno que quedaba del viejo mundo, pero ni ellos sabían que plan tendría

entre manos la supremacía de Heaven’s Gate, pues ese año regresaría después de setenta y

cinco años el cometa Halley. Se desconocía si los sectarios replicarían lo acontecido a

finales de los noventas, pero de ser así, eso significaba que lo mejor que podía hacerse para

frenar el mal que destruía cada vez más al mundo, era nada.

La realidad es que el mundo no había sido destruido por ningún cometa o tormenta solar,

todo eso estaba destinado a pasar eventualmente, al igual que tsunamis, terremotos y otros
fenómenos naturales; fue la sociedad la que interpretó estos inevitables hechos de la forma

en que quiso, y llevo al planeta tierra a su fin. La histeria y el fanatismo fueron los

verdaderos asesinos de la era moderna, así como lo fueron desde tiempos inmemoriales.

Bog podía bien ser la construcción de una idea retorcida por un par de personas con delirios

de grandeza, pero al final terminó siendo la raíz de toda maldad, el reflejo de lo que está

mal con la sociedad y la excusa perfecta para acabar con ella. Por esa razón los Rezagados

no oponían mucha resistencia contra el nuevo orden, porque sabían que era cuestión de

tiempo para que se matasen entre ellos y así poder resurgir de entre las cenizas. Así que

esperaron, y esperaron entre las sombras de lo que alguna vez fue un mundo civilizado; se

ocultaron como ratas en las alcantarillas del nuevo orden autoimpuesto que medicaba cada

día a sus seguidores con ideas de redención y vida eterna.

El treinta y uno de octubre del 2061 regresó a la tierra el cometa Halley, y Chris fue de las

pocas personas en todo el mundo en poder presenciarlo por segunda ocasión. El cometa

llegó acompañado de una lluvia de meteoros, que fue visible desde casi cualquier punto del

planeta. Esa noche Heaven’s Gate daba por terminada la vieja era y daba por iniciado el

‘ciclo perpetuo’, el momento en que toda aquella persona que siguiera los designios de Bog

se elevaría más allá del sol y las estrellas y reencarnaría en algo nunca visto.

Chris pasó la noche del treinta y uno caminando por una calle desierta, buscando un nuevo

hogar que sirviera de refugio para lo que estaba por ocurrir, aunque nadie fuera de la secta

sabía realmente qué era ‘eso’ de lo que tanto se hablaba; solo se sabía que todo sería

diferente una vez más cuando amaneciera un nuevo día.


Entró a un edificio abandonado y subió hasta el último piso. Le tomó un tiempo

considerable subir los 10 pisos del edificio, y cuando llegó al techo pudo vislumbrar desde

allí arriba todo lo que alguna vez fue, lo que era e imaginaba lo que después sería.

Se sentó al borde del edificio, con los pies colgando a más de cuarenta metros del suelo.

Miró fijamente al cielo y buscó a Halley entre las estrellas. Pudo ver un punto muy brillante

que dejaba un rastro casi fosforescente detrás, imaginaba que ese era el cometa, y muy

cerca se podían apreciar las Oriónidas, casi deseosas de arrasar con la poca bondad que

quedaba en la Tierra.

Mientras contemplaba al cometa que no pudo ver por primera vez más de setenta años

atrás, Chris pensaba en Andy, pensó en todo lo poco que vivieron juntos y que aún así se

sintió como toda una vida juntos. Pensaba en Don Eulalio y en Linda y en su vieja casita en

San Juan. Pensó Lucas y lo mucho que lo extrañó todos esos años, porque estar consigo

mismo siendo solo Chris no era tan divertido como explorar ambas caras de la moneda.

Pensaba también en Banket Hill, el pueblito de mierda al que llegó a vivir con la esperanza

de una vida plena junto a su amada, y como a pesar de todo logró encariñarse del lugar. Lo

último que pensó antes de morir, fue en como había cambiado el mundo desde que era niño,

como en poco menos de cien años la humanidad se destrozó a si misma, culpando a lo que

está allá afuera de lo que pasa aquí dentro.

El montón de luces que eran visibles desde la cima del edificio comenzaron a apagarse, y

con ellas, el corazón de Chris dejó de latir poco a poco. El plan de Heaven’s Gate estaba en

marcha y él ya no estaría presente para presenciarlo. Él solo estuvo presente para presenciar

lluvias de meteoros, cometas, tormentas solares y pandemias, pero nada de eso había
realmente terminado con el mundo. Lo que dio fin a todo habían sido las ideas y sus

mensajeros, el fanatismo y el miedo. El cometa Halley fue solo un espectador.

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