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Fragmento:
Se dio a conocer y me dijo: "La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que de joven
era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa
ahora que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que el de ahora,
5 devastado”. Pienso con frecuencia en esta imagen que sólo yo sigo viendo y de la que nunca
he hablado. Siempre está ahí en el mismo silencio, deslumbrante. Es la que más me gusta de
mí misma, aquélla en la que me reconozco, en la que me fascino. Muy pronto en mi vida fue
demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los
veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí.
hablado de ese empujón del tiempo que a veces nos alcanza al transponer los años más
jóvenes, más gloriosos de la vida. Ese envejecimiento fue brutal. Vi cómo se apoderaba de
mis rasgos uno a uno, cómo cambiaba la relación que existía entre ellos, cómo agrandaba los
ojos, cómo hacía la mirada más triste, la boca más definitiva, cómo grababa la frente con
interés que me hubiera tomado, por ejemplo, por el desarrollo de una lectura. Sabía, también,
que no me equivocaba, que un día aminoraría y emprendería su curso normal. Quienes me
al volver a verme, dos años después, a los diecinueve. He conservado aquel nuevo rostro.
20 Ha sido mi rostro. Ha envejecido más, por supuesto, pero relativamente menos de lo que
hubiera debido. Tengo un rostro lacerado por arrugas secas, la piel resquebrajada. No se ha
deshecho como algunos rostros de rasgos finos, ha conservado los mismos contornos, pero
Fragmento:
Aquella opinión que Úrsula solo comprendió algunos meses después era la única sincera que
podía expresar Aureliano en ese momento, no solo con respecto al matrimonio, sino a
cualquier asunto que no fuera la guerra. Él mismo, frente al pelotón de fusilamiento, no habría
5 de entender muy bien cómo se fue encadenando la serie de sutiles pero irrevocables
conmoción que temía. Fue más bien un sordo sentimiento de rabia que paulatinamente se
disolvió en una frustración solitaria y pasiva, semejante a la que experimentó en los tiempos
en que estaba resignado a vivir sin mujer. Volvió a hundirse en el trabajo, pero conservó la
10 costumbre de jugar dominó con su suegro. En una casa amordazada por el luto, las
Aurelito”, e decía el suegro. “Tengo seis hijas para escoger”. En cierta ocasión, en vísperas
de las elecciones, don Apolinar Moscote regresó de uno de sus frecuentes viajes, preocupado
por la situación política del país. Los liberales estaban decididos a lanzarse a la guerra. Como
15 Aureliano tenía en esa época nociones muy confusas sobre las diferencias entre
eran masones; gente de mala índole, partidaria de ahorcar a los curas, de implantar el
matrimonio civil y el divorcio, de reconocer iguales derechos a los hijos naturales qe a los
20 autoridad suprema. Los conservadores, en cambio, que habían recibido el poder directamente
de Dios, propugnaban por la estabilidad del orden público y la moral familiar; eran los
Aureliano simpatizaba con la actitud liberal respecto a los derechos de los hijos naturales,
25 pero de todos modos no entendía cómo se llegaba al extremo de hacer un aguerra por cosas
que no podían tocarse con las manos. Le pareció una exageración que su suegro se hiciera
enviar para las elecciones seis soldados armados con fusiles, al mando de un sargento, en un
García Márquez, G. (2019). Cien años de soledad (25a ed.) (pp. 193.194). Cátedra.