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Evaluación oral interna

Cuestión global: Creencias, valores y educación → Afectación de estas sobre un individuo y

cómo este las percibe.

Obra 1: El Amante de Marguerite Duras

Fragmento:

1 Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó.

Se dio a conocer y me dijo: "La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que de joven

era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa

ahora que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que el de ahora,

5 devastado”. Pienso con frecuencia en esta imagen que sólo yo sigo viendo y de la que nunca

he hablado. Siempre está ahí en el mismo silencio, deslumbrante. Es la que más me gusta de

mí misma, aquélla en la que me reconozco, en la que me fascino. Muy pronto en mi vida fue

demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los

veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí.

10 No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo, nunca lo he preguntado. Creo que me han

hablado de ese empujón del tiempo que a veces nos alcanza al transponer los años más

jóvenes, más gloriosos de la vida. Ese envejecimiento fue brutal. Vi cómo se apoderaba de

mis rasgos uno a uno, cómo cambiaba la relación que existía entre ellos, cómo agrandaba los

ojos, cómo hacía la mirada más triste, la boca más definitiva, cómo grababa la frente con

15 grietas profundas. En lugar de horrorizarme seguí la evolución de ese envejecimiento con el

interés que me hubiera tomado, por ejemplo, por el desarrollo de una lectura. Sabía, también,
que no me equivocaba, que un día aminoraría y emprendería su curso normal. Quienes me

conocieron a los diecisiete años, en la época de mi viaje a Francia, quedaron impresionados

al volver a verme, dos años después, a los diecinueve. He conservado aquel nuevo rostro.

20 Ha sido mi rostro. Ha envejecido más, por supuesto, pero relativamente menos de lo que

hubiera debido. Tengo un rostro lacerado por arrugas secas, la piel resquebrajada. No se ha

deshecho como algunos rostros de rasgos finos, ha conservado los mismos contornos, pero

la materia está destruida. Tengo un rostro destruido.

Duras, M. (2016). El Amante (Ed) (pp. 1). Tusquets.


Obra 2: Cien años de soledad de Gabriel García Márquez

Fragmento:

1 “- Estas no son horas de andar pensando en matrimonios.

Aquella opinión que Úrsula solo comprendió algunos meses después era la única sincera que

podía expresar Aureliano en ese momento, no solo con respecto al matrimonio, sino a

cualquier asunto que no fuera la guerra. Él mismo, frente al pelotón de fusilamiento, no habría

5 de entender muy bien cómo se fue encadenando la serie de sutiles pero irrevocables

casualidades que lo llevaron hasta ese punto. La muerte de Remedios no le produjo la

conmoción que temía. Fue más bien un sordo sentimiento de rabia que paulatinamente se

disolvió en una frustración solitaria y pasiva, semejante a la que experimentó en los tiempos

en que estaba resignado a vivir sin mujer. Volvió a hundirse en el trabajo, pero conservó la

10 costumbre de jugar dominó con su suegro. En una casa amordazada por el luto, las

conversaciones nocturnas consolidaron la amistad de los dos hombres. “Vuelve a casarte,

Aurelito”, e decía el suegro. “Tengo seis hijas para escoger”. En cierta ocasión, en vísperas

de las elecciones, don Apolinar Moscote regresó de uno de sus frecuentes viajes, preocupado

por la situación política del país. Los liberales estaban decididos a lanzarse a la guerra. Como

15 Aureliano tenía en esa época nociones muy confusas sobre las diferencias entre

conservadores y liberales, su suegro le daba lecciones esquemáticas. Los liberales, le decía,

eran masones; gente de mala índole, partidaria de ahorcar a los curas, de implantar el

matrimonio civil y el divorcio, de reconocer iguales derechos a los hijos naturales qe a los

legítimos, y de despedazar al país en un sistema federal que despojara de poderes a la

20 autoridad suprema. Los conservadores, en cambio, que habían recibido el poder directamente
de Dios, propugnaban por la estabilidad del orden público y la moral familiar; eran los

defensores de la fe de Cristo, del principio de autoridad, y no estaban dispuestos a permitir

que el país fuera descuartizado en entidades autónomas. Por sentimientos humanitarios,

Aureliano simpatizaba con la actitud liberal respecto a los derechos de los hijos naturales,

25 pero de todos modos no entendía cómo se llegaba al extremo de hacer un aguerra por cosas

que no podían tocarse con las manos. Le pareció una exageración que su suegro se hiciera

enviar para las elecciones seis soldados armados con fusiles, al mando de un sargento, en un

pueblo sin pasiones políticas.”

García Márquez, G. (2019). Cien años de soledad (25a ed.) (pp. 193.194). Cátedra.

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