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Rompecabezas

de la vida
Rompecabezas
de la vida
Karen R. Romero
Dedicado a mi abuelo.
Culpable de mi amor por las letras.
Gracias por tanta belleza…
y por aquél libro primigenio.
Karen R. Romero

Prólogo
El psicólogo Andrés Villafuerte, cuya juventud fue marcada
por el suicidio de su mejor amigo, es un profesor y hombre
de familia cualquiera, sin embargo se ha comprometido con
una misión, por demás simple, pero insospechadamente
trascendental: escuchar y ayudar a los demás.
Sofía, Emmanuel, Andrés, Montserrat, Daniel,
Jorge, Taylor, Ana, Bárbara… todos ellos descubrirán que
las casualidades no existen…o sí, y que un abrazo y el
díalogo puede ser una fuente inagotable de esperanza.
Muerte y esperanza en una trampa dialéctica se entrecruzan
en la vida de Andrés, quien deberá superar el obstáculo de
su pasado, el peso del presente y encarar un futuro que se
ve menos desolador.
En su más reciente novela, Karen, quien ya nos había
sorprendido con su opera prima Amor Blanco, continúa
desarrollando su estilo literario con fluidez y amenidad, y
trastoca temas de índole social como la prostitución, la
drogadicción, la discriminación y la violencia familiar.
Se trata de una novela con un tono casi confesional
y con una linealidad no cronológica, la autora prefiere jugar
con el tiempo, viaja entre el recuerdo de sus entrañables
personajes y el presente ficticio de la trama, y ve desde la
óptica de ellos y del protagonista principal una sociedad
marcada por la dureza de la realidad, mas no pierde la
esperanza de una vida mejor, el ideal de esperanza que se
hace presente en cada uno de estos personajes.
Este Rompecabezas de la vida, (novela de la
llamada literatura juvenil), llevará al lector a través de la
memoria, por caminos erizados de sobras, en un viaje para
confrontarse contra el miedo, la culpa, el odio; y sanar y
aprender de los errores, y cambiar la vida de quien menos
se lo espera.
Israel Alfaro
Ciudad de México, 14 de julio de 2018
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Rompecabezas de la vida

Dicen que los problemas, por muy fuertes que sean,


siempre podrán resolverse en una mesa de cuatro por
cuatro, o bueno, casi siempre… esa es mi teoría.
No soy un psicólogo titulado, pero me apasiona
escuchar y ayudar a las personas. Mi nombre es Andrés
Villafuerte. Tengo treinta y dos años. Aunque soy joven he
aprendido a amar la vida, aún con todas las complicaciones
que implica, de hecho, eso la hace aún mejor; ¿qué sería
del mundo sin problemas? Algo tremendamente aburrido,
¿no crees?
Algunas personas han acudido a mí buscando
ayuda, un rayo de esperanza. En ocasiones he tenido la
oportunidad de ayudar a las personas sin proponérmelo…
me gusta lo que hago y he aprendido a cargar con más de
una vida sobre mis espaldas. Las personas me cuentan sus
problemas, aún sin cuestionarles nada: creo que inspiro
confianza, y eso es genial. Ayudar, esa es mi misión en la
vida, o al menos eso espero. Esto lo supe hasta que todo
sucedió. Normalmente la vida te pone pruebas, te hunde,
e incluso suele pisotearte, pero, al final, todo tiene una
explicación, una razón de ser, un porqué.
Culminé mi licenciatura (en Educación) y luego hice
una maestría, actualmente soy docente en la Preparatoria
Manuel Romero, en la ciudad de México, aunque jamás
imaginé que mi vida cambiaría el mismo día de mi
graduación. Desde entonces no hago más que ayudar a
las personas. Tengo que hacerlo. En gran parte porque, de
alguna manera, se lo debo. Lidiar con jóvenes nunca ha
sido tarea sencilla, pero vamos, esta es mi encomienda.
Para explicarme mejor contaré un poco de lo
ocurrido: fue en 2010, (apenas tenía veinticuatro años),
cuando mi mejor amigo, Jesús Montes, acudió a mí. Llevaba
algunos días comportándose de forma extraña, actuando
de forma muy cortante… algo sumamente extraño en él:
dejó de salir a fiestas, se veía desesperado.

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Karen R. Romero

El alcohol, el desmadre, la fiesta, (todo eso que no


me permitió ver más allá de mis narices). Jesús estaba
sufriendo. Me habría gustado que en ese momento me
hubiese golpeado directo en la cara, que me contara su
sentir, que me gritara sus problemas; haber tenido la
oportunidad de escucharlo, poder ayudarlo… pero no fue
así.
La noche del 2 de mayo de ese mismo año, durante
la fiesta de graduación en casa de Adriana (que en ese
entonces era mi novia, ahora es mi esposa). El sitio estaba
abarrotado: luces, música y muchísima cerveza.
Todos festejábamos, reíamos, brindábamos;
una etapa culminaba para todos. Esa noche prometía
demasiado y, para mi desgracia, demasiado fue poco.
Recuerdo perfectamente el árbol al fondo del patio, ese
enorme y frondoso árbol, a un costado de la pequeña
bodega, ese enorme árbol que, a pesar del tiempo, no he
conseguido olvidar. Ocho años parecen pocos cuando se
trata de olvidar.
La madrugada se había tornado desastrosa, Jesús
desapareció de la fiesta, nada extraño si se tomaba
en cuenta su reciente comportamiento. Recuerdo
perfectamente cada minuto, aún con las copas que traía
encima; tomé de la mano a Adriana, salimos al jardín,
sinceramente quería pasar un rato con ella a solas, la llevé
hasta el famoso árbol… y allí encontramos colgado a mi
mejor amigo: Jesús se había quitado la vida en el jardín de
la casa, durante la fiesta de graduación, todos estábamos
ahí y nadie lo ayudó, nadie se dio cuenta de lo que ocurría,
hasta que simplemente ocurrió.
Me trepé en el árbol y traté de soltarlo lo más rápido
posible. Muchos salieron huyendo, nadie quería problemas
y, esa noche, sólo Carolina, mi mejor amiga, y Adriana, me
ayudaron.

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Rompecabezas de la vida

Por alguna maldita razón no logro olvidar esa imagen


que muchas veces me despierta sudoroso y alarmado por
las madrugadas, creo que al final la única razón es esa,
aunque me cuesta admitirlo (porque apesta saberlo, porque
te abandoné cuando más me necesitabas, porque no estuve
cuando tu vida se estaba consumiendo)… Así de sencillo,
como tomar una cuerda, elegir el lugar y hacerlo.
Aunque no había podido volver a la casa de los
padres de Adriana, pedí que no tiraran el árbol. Creo que
saber que sigue ahí es como imaginar que él no se ha ido del
todo. Desde ese día juré que nadie a mi alrededor volvería
a irse sin haberlo escuchado, prometí que, no importando
el cansancio, escucharía a todo aquel que me necesitara
en adelante. Algunas veces los problemas más graves
no pueden ser dichos con palabras, sin embargo el alma
suplica con un grito ahogado, a través del silencio.
El 18 de abril la vida me volvió a poner a prueba.
Perdí una parte muy importante de mí… y es que desde esa
madrugada nada volvió a ser igual. Sé que como cualquiera
mi vida no ha sido sencilla, he tenido muchos problemas, he
tomado malas decisiones, unas peores que otras, tomando
lo mejor de ellas. No sé si Adriana sea un error del todo,
pues mi pequeño Mateo ha surgido de todo esto… Pero
esto no se trata de mí, aunque es importante contar cómo
inicio todo.Es por eso que hoy, 14 de julio de 2018, me he
puesto a pensar en cómo mi vida transcurrió de una manera
peculiarmente asombrosa. Hace algunos meses perdí mi
coche por cuestiones de salud (renegué tantas noches mi
poca solvencia económica)…fue así como todo comenzó.
Cuando empecé a viajar en el metro de la Ciudad de
México conocí a diez personas increíbles, con problemas aún
más increíbles. Resulta que viajar en metro en horas pico,
como las llamamos aquí, es lo peor que puede sucederle
a un hombre como yo acostumbrado a la comodidad de su
propio coche; pero no todo fue tan malo, viajar de la casa al
trabajo me llevaba, tomando dos líneas del metro, cerca de
una hora, luego caminaba por algunas cuadras.

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Karen R. Romero

Existen mil historias de las que puedes enterarte


cuando viajas en metro y prestas un poco de atención,
o cuando caminas por la calle, o simplemente cuando
das clases en un instituto lleno de jóvenes. Fue así como
comencé a conocer a Sofía, Emmanuel, Daniel, Montserrat,
Jorge, Ana, Alfredo, Taylor y Bárbara; personas, de esas que
conoces sin conocer, por casualidad, destino, lo que sea.
Resulta que viajaban a la misma hora en el metro
todos los días, algunas bajaban antes, otras conmigo y
otras se quedaban; una hora sentado en un largo túnel con
asientos, gente, poco aire… hacen que las personas quieran
hablar con cualquier desconocido, platicar sus problemas.
Y esa persona fui yo, fui el elegido, ¿por qué?, la verdad no
lo sé, aunque he conocido a otros igual, en el lugar donde
trabajo (quizás el lugar menos indicado para recibir noticias
de ese tipo), nunca imaginé que me tocaría vivir todo lo
que viví ahí. Finalmente, en las calles, nunca sabes lo que
puedas encontrarte, a qué personas puedes conocer o en
qué problemas puedes meterte.
Decidí convertir el transporte, mi trabajo y las calles,
en una mesa de uno por uno; ayudar con sus problemas a
esas personas, aunque las conociera desde hace apenas
unos meses. Y, sinceramente, creo que ellos llegaron a mí
por alguna razón… o yo llegué a ellos por alguna otra razón.
Justo ahora me encuentro bajo el árbol donde mi amigo
terminó con su vida, reviviendo una y otra vez la imagen de
su muerte… Pero está mañana algo es diferente, porque
estoy listo Jesús, estoy listo para dejar irte, y estoy listo para
perdonarme.
Rodeado de todas estás personas, siendo diferente,
porque, después de todo, el árbol siguió creciendo mientras
yo envejecía y, después de todo, está bien.

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Karen R. Romero

Capítulo 1
Ciudad de México, 08 de enero de 2018

Desperté muy temprano, tengo una resaca terrible, muero


de sed, pero tengo que trabajar, necesito pagar la renta
y solventar todo lo demás, así que como de costumbre
estuve durante treinta largos y deliciosos minutos bajo la
ducha, dejé a mi esposa y a mi pequeño Mateo; tomé mi
mochila y partí. Hacía mucho frío, así que me cubrí con la
bufanda y metí mis manos a las bolsas de mis pantalones.
Caminé más a prisa de lo habitual hasta que, finalmente,
bajé las escaleras y crucé la entrada.
La gente corría, las tiendas apenas comenzaban a
abrir, me topé con un par de músicos con sus guitarras,
vaya, lo habitual, a pesar de que apenas comenzamos
el año; lo que me lleva a comprobar que el tiempo no se
detiene, los días trascurren, la vida sigue… aún no existe
ningún control que pueda pausar al mundo.
El metro se detuvo justo frente a mí, en una de las
líneas más pesadas, justo la que tengo que tomar, suele
llenarse mucho a esta hora del día, sin embargo, hoy,
misteriosamente, el asiento pegado al botón de “Usar en
caso de emergencia” está vacío, adoro ese lugar, primero
que nada por la privacidad, pues la única persona que
puedo ver es la que se sienta justo enfrente; segundo,
me facilita el descenso cuando el vagón se encuentra
abarrotado; y tercero, puedo escribir, como lo hago justo
ahora.
Deduzco que el metro es un sistema de transporte
complejo, útil y muy eficiente- Lo que pasa aquí normalmente
se queda aquí, cada palabra, cada lágrima, cada beso y
cada pequeña sonrisa… se quedaban ahí.
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Rompecabezas de la vida

Pienso que una regla en la vida es que nadie debe de


juzgar a nadie sin conocer su historia. Me siento nervioso,
una chica acaba de sentarse frente a mí, su mirada está
perdida, es muy hermosa pero sus ojos no tienen el brillo
que cualquier persona debería tener, a pesar de su cariz
verde. La observo de reojo, creo que está apunto de llorar
o explotar. Se ha percatado de mi mirada.
—¡Hola! ― dijo apenas.
―Vaya, lo siento, ¿estás bien? ―pregunté curioso y
cerré la libreta que tenía entre mis manos.
―La verdad me siento muy mal, dijo frotando sus
ojos. ¿Tienes tiempo?
Estoy muy nervioso, normalmente es así cuando
tienes un mal presentimiento.

Sofía
Actualmente

No sé quién sea este chico, pero necesito hablar, tengo


que gritarle al mundo lo que me pasa. Me acomodé en
el pequeño–incómodo asiento, o la incómoda soy yo,
yo a punto de mandar a la mierda esta piedra que llevo
a cuestas, tan pesada. Siempre me he preguntado por
qué las personas hacemos eso, ¿no?, señalar con el puto
dedo a todos los que no conocemos y también a los que
conocemos, creo que es más fácil así.
―Soy Sofía Beltrán Cabrera, tengo veintinueve años.
Mi historia comenzó cuando cumplí escasos veinticuatro. Te
anticipo que normalmente me vale madres lo que piensen
de mí, solo quiero ser aceptada tal y como soy, y dejar
todo esto atrás, de una vez por todas. Pero, sinceramente,
gracias por escucharme ―le sonreí.
―Sí claro ―dijo temeroso.

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Karen R. Romero

Espero que me escuche, bueno, qué más da, ya


estoy aquí. Aún recuerdo exactamente cómo paso todo, as
que no sería problema contarlo, el problema era recordarlo.
Eso apestaba y, entonces, comencé a contarle mi vida a
un completo desconocido, desde el asiento de este metro
asqueroso.

Hace cinco años


Llegué a casa, me sentía tan agotada, luego de caminar
por largas horas, tocando muchas puertas, mi hogar no
es el mejor lugar para vivir, pero es mi hogar. Me quité las
zapatillas y las acomodé a un lado del sofá, donde, en
modo bulto, me dejé caer.
El sueño me vencía y aunque mis tripas rugían,
tenía más sueño que hambre, ¡que estúpida fui por no
haber ido en busca de comida!, el tipo que se acostaba
con mi madre se acercó sigilosamente, apenas y pude
percibir su presencia. Debo decir que ya tengo muchos
días sintiéndome incomoda con él. Hay algo en él que me
resulta realmente aterrador y me está haciendo sentirme
fuera de lugar.
Se tiró a mi lado bebiendo una cerveza, mientras
que con la otra mano frotaba su entre pierna, ¡qué asco!,
me paré, pero tiró de mi brazo llevándome de nuevo a su
lado. Se acercó y comenzó a balbucear, estaba hasta la
madre de alcohol y drogas, sopló detrás de mi oreja y mi
corazón se alarmó, como cuando tienes un sexto sentido
que se activa con el más mínimo contacto, así exactamente.
Grité a mi madre un par de veces, pero ella no
apareció, y juro que la escuché cerca, incluso sentí que me
observaba. Julio comenzó a bajar su bragueta y enseguida
su pene se asomó fuera de sus pantalones, se inclinó sobre
mí, y aunque el tipo estaba en estado deplorable tenía más
fuerza que yo (me llevaba treinta kilos fácilmente).

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Rompecabezas de la vida

Comenzó a besar mi cuello, jugueteando con su


lengua mientras sus manos acariciaban obscenamente
mis pechos. Yo intentaba gritar, pero su mano izquierda
obstruía mis labios y apenas me dejaba respirar.
Me despojó de mi blusa, luego de mis jeans, en
un segundo estaba totalmente desnuda, lo peor de todo
es que él también, luego comenzó a frotar su asqueroso
miembro en toda mi piel, sentía su pene recorriéndome,
se detuvo en mi vagina para hacerme suya, me tomó
como a cualquier cosa, en ese preciso momento me había
convertido en un miserable objeto más de la casa. Mis ojos
no dejaban de llorar, mi boca intentaba vomitar.
Mi madre apareció bebiendo una cerveza, por la
cocina, cruzó la puerta, echó un leve vistazo a la escena
y se sentó en el sillón frente a mí, se tapó la cara, y ahí se
quedó, sin hacer nada, sin ayudarme, ¿por qué me hacía
esto?
El tipo terminó tirándome su repugnante semen
en la cara, me sentía sucia, me paré apenas pude tomar
fuerzas y caminé hacia mi cuarto, me metí en la pequeña
regadera y abrí la llave del agua hasta que se vació el
tanque, hasta que ya no pude más. Pensaba que el agua
podría llevarse esa asquerosa sensación, pero no fue así,
nada puede devolverte lo que ya perdiste.
Mi padrastro, el actual esposo de la señora que
dice ser mi madre, abusó de mí. Supongo que, al ser yo de
una familia humilde, a nadie le importaría, y así fue, nadie
hizo nada por detenerlo, ni siquiera mi madre, nadie movió
un puto dedo por mí.
Ella estaba tan drogada o algo parecido que no hizo
nada, lo dejó violarme frente a sus ojos. Yo no había tenido
relaciones sexuales con nadie, yo me estaba preparando
para el príncipe, y aunque eso era una mierda creía en las
palabras de mi abuela, pensaba que debía reservarme
para un hombre especial.

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Karen R. Romero

¿Acaso ese señor era mi hombre especial? porque,


si no era así, no le importo, él lo hizo, él me cogió; esa
mierda del príncipe especial, del hombre perfecto, no
existe.
Esa misma madrugada tomé una pequeña navaja
y salí de casa sin rumbo, se suponía que en abril rara
vez llovía, pero esa noche el cielo estaba tan triste como
yo, llovió toda la noche, cada segundo. Al fin llegué a un
acantilado cerca de casa, sabía lo que tenía que hacer, me
incliné un poco hacia el precipicio, el aire chocaba contra
mi rostro y mis manos sudaban profusamente, las gotas de
lluvia resbalaban sobre mi rostro disfrazando mis lágrimas.
Lo intenté, pero mis pies no reaccionaron, mi cerebro
se había bloqueado, no pude hacerlo, no pude aventarme,
el viento me aventaba hacía atrás, algo fuera de mí lo hacía
y se lo agradezco, de alguna manera, si es que existe Dios,
creo que fue él.
Viví en las calles por tres largos días, si es que en
algún momento tuve amigos después de aquello los perdí, la
ciudad comenzó a hablar de mí, a juzgarme. Insisto, es más
fácil inventar una historia que esperar a que te la cuenten…
y cuando conocí a Hilda los comentarios no se hicieron
esperar. Yo me había ofrecido a mi padrastro, ¡por puta!
¿Qué puede ser peor que ser violada? La respuesta
es esta: es peor ser prostituta, al menos desde el punto
de vista de la mayoría. Te conviertes en algo, te etiquetan,
pero nadie se pregunta ¿por qué?, ¿por qué esa persona
cambió?, porque definitivamente todos somos una mierda.
Hilda se convirtió, en aquel momento, en mi madre o
madrota, como quieras decirle, da igual. Pero de entre todas
las mierdas que tuve de opción esa fue la mejor. Ya no había
más que perder… sin familia, amigos, dinero, sin amor. ¿Dios
se había olvidado de mí, la vida se había olvidado de mí?

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Rompecabezas de la vida

Hilda me prometió un techo, comida y buena paga, a


cambio de dar placer a tipos como Julio. Al principio ha sido
bastante difícil, lo intenté en tres ocasiones, pero no pude,
creo que el asco que me generaba mi propia persona era
excesivo; y así fue por dos meses, los clientes se quejaban
y otros no terminaban porque yo no “cooperaba”, otros
disfrutaban tomarme a la fuerza, y otros simplemente cogían
por instinto.
Lo más patético es que las personas piensan que
las putas como yo no tienen corazón… que no podemos
enamorarnos, que las personas que nos desempeñamos
como prostitutas no merecemos sonreír; pero la verdad
es que solo somos personas que caímos en ese hueco de
mierda, porque así nos tocó.
La tarde del viernes Hilda cruzó la puerta de mi
“habitación” (por nombrarla de algún modo), me dijo que
me alistara para mi cliente, así que levanté unas cosas y
me tiré de forma sexy en la cama…
A mis veintiocho años jamás había visto un tipo
como él, parecía diferente, cuando entró al cuarto supe
que estaba nervioso, no podía ni verme a la cara y, para
ser clara, creo que me he hecho de una buena fama entre
las prostitutas por buena cogedora, vaya, vaya. Ese chico
parecía ser mucho menor que todos los demás tipos que
habían pasado por mi vagina, creí que sería una buena
experiencia.
―¿Estás bien? ―pregunté.
―Sí, es solo que… sin que te ofendas, es que no
quiero estar aquí. Mis amigos afuera…
―¿Eres virgen? ―reí un poco.
―¿Tan obvio soy?
―No te preocupes ―dije sonriéndole y cubriendo
mis pechos desnudos.
Esas dos horas pagadas de “sexo” fueron las
mejores, platicamos mucho, reímos como pequeños…yo
ya no recordaba cómo se sentía eso.

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Karen R. Romero

Pero, sinceramente, Raúl llegó a mí cuando más lo


necesitaba, me dio ese toque de vida que tanto anhelaba.
Me encantó de primera instancia, amor a primera vista, sí,
aunque suene ridículo eso fue lo que sucedió.
Cuando él me ve sé que puede ver a la Sofía que
ahora mismo quisiera que todos vieran. Fue así como algo
inició entre nosotros. Llegó muchas veces más, siempre
a la misma hora, por dos horas diarias solo éramos él y
yo. Por alguna razón comenzaba a enamorarme… primera
regla enviada a la mierda. Pero no importaba porque él, era
él, y yo, era yo.
Pasó un año desde que nos conocimos y se atrevió
por fin a invitarme a salir. Entonces fuimos por café, luego al
cine, y desde entones todo fue perfecto, aunque él odiaba
que yo fuera prostituta, pero aun así no se había apartado,
creo que eso lo hace más real, creo que eso explica por
qué estoy tan estúpidamente enamorada.
Una tarde, mientras caminábamos tomados de la
mano por las calles y en la plaza nos besábamos… nos
interrumpieron los aplausos. Cinco chicos aparecieron,
rodeados a la vez de cinco mujeres. Hay rostros que nunca
se esfuman de nuestro cerebro y esos definitivamente
estarán gravados en el mío toda la vida.
―¿Es en serio? ―preguntó uno.
―¿Con la puta? ―rieron.
―Raúl, ¿acaso sabes cuantas enfermedades puede
tener esta mujer? ―dijo una chica señalándome y viéndome
con cara de asco.
―Además, ¿qué onda con Paula? ― agregó otro chico.
―Lo siento, no es lo que creen ―respondió deprisa él.
―¿Qué? ¿Estás hablando en serio Raúl? ―dije con
los ojos llenos de lágrimas.
―¿Apoco sabes llorar?―agregó alguien más,
detonando más risas.
―Pensaba que solo se te daba lo de coger ―dijo
sarcástica una chica.

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Rompecabezas de la vida

Los chicos lo jalaron y se lo llevaron, ni un adiós, ni


una explicación, había perdido el valor como mujer, como
persona y hasta como puta. Me sentí perdida y confundida,
ha pasado ya mucho tiempo de su partida y aún me duele.
Aquello terminó sin ser nada. Terminó sin comenzar. Es lo
que obtienes cuando no eres nadie. Por más imbécil que
suene lo busqué por días pero no volví a saber de él, no
volví a tener ese par de horas sintiéndome una mujer y no
un objeto, esas dos horas se marcharon para siempre.

Actualmente

―Ahí es cuando llego a mi conclusión, ¿alguien


puede amar a una puta?, digo, al principio comencé siendo
prostituta, es el termino profesional que usamos cuando la
vida es una mierda y no hay más salida que dedicarte al sexo;
pero, cuando pasas tanto tiempo haciéndolo juntas dinero y
puedes seguir tu vida adelante, pero no lo haces, porque
es más fácil solo abrir las piernas, entonces efectivamente
te conviertes en una Puta, dije indicando comillas con los
dedos. Nunca he sido correspondida en el amor, no sé lo que
significa que tus padres te esperen en casa, con chocolate
caliente o café. No sé lo que significa ser amada; por las
noches después de atender a uno o hasta diez clientes,
después de estar acompañada todo el día por ellos o por las
demás chicas, termino sola. Termino sola en esa habitación
de cuatro por cuatro, con una vieja litera y el televisor.
Me siento vacía, no sé qué camino tomar, porque
no sé cómo dejar de ser lo que soy. Porque sinceramente
nunca había tenido tanto miedo como lo siento ahora. Salir
de mi zona de confort no resulta tan sencillo como lo pudo
ser ante… Quiero morirme, es más sencillo, y me inclino por
lo sencillo. Después de Raúl han estado muchos hombres,
tantos que no recuerdo los nombres, tantos que no recuerdo
cuántos condones he comprado o cuantas veces he tenido
que visitar a un ginecólogo para combatir las severas
infecciones que he recibido a cambio de algunos billetes.

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Karen R. Romero

De qué me sirve todo si no tengo nada, más


que un puñado de billetes bajó mi colchón, billetes que,
definitivamente, no pueden comprar lo que me falta… Amor.
Mi madre o, más bien, esa señora, aún me busca, me pide
dinero cada que puede, y me pide que no vuelva a casa, me
pide que no la busque mientras el sol alumbre, que no la
busque cuando haya personas en las calles, vaya, no quiere
que la ridiculice más.
Y qué puedo decir, por mí está bien, pero cuando
te quedas completamente sola entonces te das cuenta
de lo que vales, y lo peor, te das cuenta de que necesitas
sentirte amada. Normalmente mi cuerpo termina adolorido
de tanto coger, mis articulaciones se sienten destrozadas,
pero es más jodido aún cuando comienzas a sentir que
tu miserable vida es normal, y que sufrir y estar solo es
algo común… pero no lo es. Me he sentido así por tanto
tiempo. Tengo cuatro años ejerciendo como prostituta, ya
tengo lo suficiente económicamente para sustentarme y
buscar algún trabajo, pero, ¿para qué?, ¿qué ganaría?, no
tengo a nadie, no le importo a nadie, y el sexo ya no es
tan malo, bueno, al final del día es una mierda, pero una
mierda con billetes. Traigo estas bandas en las muñecas
desde hace mucho tiempo. Pero ya dejó de doler, ahora
son solo cicatrices, cicatrices que me recuerdan el dolor
día a día, y que me recuerdan que soy más débil de lo que
creí. No pude, tenía miedo de morir, tengo miedo aún.
Ni siquiera vi en qué momento el tipo se acercó a
mí y tocó mi rodilla con su mano cálida, y esa sensación
hermosa se llevó mi soledad, al menos durante un suspiro.
―Gracias Sofía, gracias por contarme tu historia.
―me interrumpió—. No creo que morirse sea la solución,
apuesto que aquí mismo hay muchas personas con
problemas diferentes, pero igual de complejos. ¿Sabes cuál
es la mejor parte?, la vida no termina hasta que termina,
puedes salir adelante. Te prometo que vas a sonreír de
nuevo. No te rindas sin siquiera intentarlo.
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Rompecabezas de la vida

Me acomode de nuevo, inundada en coraje, rabia y


tristeza, de esa que te consume; con la diferencia, de que
ahora me había liberado de la verdad, mi verdad.
―Sofía, eres una mujer joven y hermosa, con un
empleo. Debes venerar tu belleza interior y exterior. No
eres una puta, como lo dices. Ante mí veo una bella mujer.
―dijo, y sus palabras sonaban convincentes.
―Entonces explícame, ¿por qué me dejó Raúl?,
¿por qué mi madre no me ama?, ¿por qué nadie me pudo
tender una puta mano? ―dije llorando.
―Primero que nada, quiero que sepas que ahora
mismo voy a brindarte mi apoyo. Tu madre, bueno, ella
tiene problemas, apenas y puede con su vida para lidiar
con la tuya, no es una excusa para haber hecho lo que
hizo, pero lo hizo, debes aceptar y aprender a valerte por
ti misma, perdonar y dejar ir, créeme que cuando retienes
ciertas cosas estas tienden a consumirte de a poco. Y
Raúl, quizás tuvo miedo, no lo justifico, fue un cobarde,
pero quizás, como aquella noche, él estaba más aterrado
que tú. Lo que intento decir es que puedes dejar esa vida,
puedes intentarlo de nuevo, lo has dicho, lo has hablado,
ahora acéptalo, tómalo y déjalo atrás.
―Pero, ¿cómo lo hago? ―supliqué una respuesta
cerrando mis puños en mis rodillas.
―Paso a paso, ahí entro yo, déjame ayudarte. ―dijo
regalándome una bella sonrisa—. Esto es solo el comienzo.
Te propongo algo, yo sé que no es la gran cosa, y también
sé que quizás no es lo que esperas. Pero, podríamos buscar
algún trabajo juntos.
No supe que sentir, no supe cómo reaccionar, pero
si había suplicado por tanto tiempo una respuesta, quizás,
tal vez, la vida finalmente se cansó de mis lágrimas y me
dio la señal que tanto he anhelado.
―¿Es en serio? ―dije con lágrimas en los ojos.

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Karen R. Romero

―No bromearía con algo así. Quiero que entiendas


que la felicidad no está al lado de un hombre, la felicidad
está en tu interior, sólo necesitas sentirte cobijada y amada.
Esto es solo el inicio, podemos comenzar la búsqueda
cuando te sientas lista.
Él abrió su mochila y sacó una pequeña tarjeta que
puso en mis manos:

<Andrés Villafuerte 55 10 24 12 15>.


Lo vi sonreír y en el fondo la mierda de mi corazón se
sintió esperanzada, creo que puede ser el inicio de una
vida fuera del sexo, fuera del odio. Lo quiero intentar en
serio, quiero que funcione, más allá del deseo… es una
necesidad.

Andrés
Vaya, no entiendo qué acaba de suceder, pobre chica, sabía
que su vida era compleja pero no me esperaba algo así.
Vi el reloj y levanté la mirada, justo para percatarme
de que mi estación había llegado.
―Wow, lo siento, tengo que bajar ahora mismo, en
serio te diría que fuéramos a otro lugar, pero tengo que llegar
al colegio. ―dije apenado.
―No te preocupes, Andrés, me has ayudado
muchísimo, es un placer ―sonrío entre lágrimas.
―¿Nos volveremos a ver?
―Eso espero.
Le di un apretón de manos y bajé cuando las puertas
del metro se abrieron de par en par, caminé hasta el colegio
sin dejar de pensar en esa pobre chica. Me pasé toda la
mañana divagando en cómo ayudarla, y en si contarle los
sucesos a mi esposa, ya que podría enojarse un poco,
pero, por otra parte, esperaba que ella me entendiera y me
ayudará a pensar en cómo sacar a esa chica de ese sitio, al
final del día somos pareja, y espero encontrar ese apoyo en
ella más que en nadie.

25
Rompecabezas de la vida

El día transcurrió normal en la escuela: jóvenes


gritando, jóvenes aventándose, jóvenes intentando parecer
adultos. Clases, hora tras hora, hasta que, finalmente, mi
día laboral había concluido con una taza de café en la sala
de juntas, al lado de mi bella colega, Carolina.
Llegué a casa cerca de las 7:00 p.m., me senté en
la sala y Adriana se acercó a mí mientras yo plasmaba todo
lo sucedido en mi libreta vieja. No quería olvidar detalles.
―¿Qué te tiene tan concentrado cariño? ―dijo mi
hermosa esposa.
―¿Prometes no enojarte? ―pregunté nervioso.
―¿Qué hiciste?
―Conocí a una chica en el metro, fue extraño, ella
se veía tan triste. ―Adriana me veía molesta—. No es lo
que crees, resulta que su vida ha sido un asco, podrás leer
todo lo que estoy registrando aquí cuando quieras, quiero
ayudarla cariño… Es prostituta.
―¿Prostituta? ―se echó a reír.
―No es lo que crees, y cuando quieras ayudarme y
ayudarla, aquí está la libreta.
Dejé las hojas en la pequeña mesa y me fui a la
cama. “Ya pensaré en qué hacer para ayudarte Sofía, lo
prometo…”
Contemplé a mi pequeño un par de minutos y
después me metí a la cama, me siento exhausto, y hasta
el último segundo pensé en esa chica, en su tristeza, en la
forma de repudiarse a sí misma, y en cómo me hizo sentir
escucharla.

26
Karen R. Romero

Capítulo 2
Ciudad de México, 10 de enero de 2018

Han pasado tan solo dos días, no he recibido ningún


mensaje de esa chica, espero que esté bien, no dejo de
pensarla y no me refiero a pensar en ella en el término
“Mujer”, sino en el término de “Ayuda”.
Adriana sigue molesta pero, sinceramente, me
cansé de intentar explicarle. Tomé mis cosas, le di un
pequeño beso a mi hijo y salí de casa.
Los jóvenes apenas empiezan a retomar el curso.
Me encanta poder orientarlos un poco. Comenzamos las
clases, todo parece normal y parece que este será un buen
curso y un buen año para todos los jóvenes, incluso para
mí que aspiro a tener la dirección del colegio muy pronto.
Justo en ese momento pasó por la puerta un chico, algo
perdido. Trae grandes ojeras y cualquiera podría jurar que
no ha dormido en noches.
―¿Puedo ayudarte en algo? ―le dije.
―Soy nuevo, me enviaron a este salón. ―respondió
sin verme a los ojos.
―¿Eres Alfredo Zenteno Robles? ―pregunté, viendo
la nueva lista en mi escritorio.
―Sí, ¿puedo sentarme?
El chico se ve mal, creo que debo prestar importancia
a su comportamiento, algo me dice que, después de todo,
no será un año fácil para todos nosotros, menos para mí.
Finalmente, a las 2:00 p.m., salí del colegio. Caminé hasta
el metro. Muero de hambre, así que decido pasar por
una torta y un refresco para aliviar mi repentino dolor de
estómago; cuando Adriana se pone así de molesta suele
enviarme al trabajo sin nada de comer.

27
Rompecabezas de la vida

El metro es una ciudad debajo de la ciudad no cabe


duda, abordé el metro, misteriosa y asombrosamente,
conseguí por segunda vez la silla del fondo, comienzo a
creer que la vida conspira a mi favor. Detrás de mí subió
un tipo. Así como se admira a una mujer, también hay que
ser lo suficientemente hombre para admirar a alguien del
mismo sexo y, a decir verdad, él tipo se mantiene en forma.
Se paró justo al lado mío, recargado en un pequeño tubo
amarillo.
―¿Qué tal, viejo? ―dijo de espaldas.
―Lo siento, ¿me hablas a mí? ―respondí.
―Sí. Me siento una mierda hoy. ¿Tienes un minuto?
Vaya, creo que necesito un cigarrillo.

Emmanuel
Actualmente

No sé qué diablos me pasa hoy, pero siento que nada supera


mi mundo ahora mismo. El metro parece un mercado, hay
mucho bullicio y los fantasmas de mi pasado no dejan de
taladrarme la cabeza.
―Bueno, no estoy orgulloso de lo que voy a decir,
y jamás me perdonaré, de hecho espero podrirme en la
cárcel. Espero que, si existe un Dios, me lleve de la peor
manera, solo así pagaré por mi pecado. Puedes ver a este
asqueroso ser, y sé que me juzgarás, y lo merezco, porque
merezco todo lo que me pasa. Solo no te estreses, por
favor.
Este viejo ya me ve con cara de terror, parece un
búho queriendo girar el cuello 270 grados… pero somos
mortales, simples mortales. Así que me paré y comencé a
pasearme de un lado a otro, para poder contarle sin más
pretextos, mi historia.

28
Karen R. Romero

―Soy Emmanuel, el apellido no importa. Siempre


cuidé de mi cuerpo, por las mujeres, me encantan las
mujeres. He tenido tantas mujeres a las cuales les he hecho
brutalmente el amor, hasta que me harté. Veo pornografía
a diario y me he hartado de jalármela, sexo anal, oral; ya
nada me satisface.
El búho apenas puede verme, sus mejillas están
rojas, creo que le apena hablar del tema sabiendo que
más personas nos escuchan, pero está bien, yo decidí
hablarle a un viejo que acabo de conocer hace apenas diez
minutos….Es momento de soltarlo.
―Disculpa si mi miembro se para en algún momento,
es algo que no puedo controlar.
―¿Es necesario que seas tan explícito?
―Sí, viejo, es mi historia, así que guarda silencio.
―Está bien, continúa.

Marzo 2017

Era media noche, estamos en el bar de la ciudad llamado


Penny Bar. Estoy hasta la madre de borracho y excitado,
entré al baño y comencé a masturbarme. Mi grandioso
amigo estaba erecto y necesitaba remojarse en algún lugar
que no fuera mi mano.
Salí del baño y ahí estaba una preciosa mujer, alta,
senos enormes, labios rojos y cabellera rubia; a simple vista
podía notarse que tenía un tatuaje en forma de cruz que
le atravesaba ambos pechos, alarmantemente excitante.
Quería besarla y lo iba hacer, siempre que me propongo
cogerme a una chica, termino lográndolo.
Entré de nuevo al baño solo para doparme, bajarme
la peda y salir a la acción. Me acerqué y sin más la seduje,
esa era mi mayor habilidad, y así, sin más, esa misma
noche fornicamos.

29
Rompecabezas de la vida

Resultó ser que esa chica era igual de adicta


que yo, en todo sentido, nos dopábamos juntos, nos
masturbábamos juntos… estoy seguro de que esa noche
inventamos más de una posición sexual. A partir de ese
momento comenzamos a hacer todo juntos.
Me casé un mes después de conocerla, así tiene
que ser cuando encuentras a una mujer exquisita, una
hembra bien formada. Amábamos coger todo el día y la
noche. Probamos con juguetes sexuales. Probé con todo lo
que sacaban en los videos porno. Pero nunca era suficiente,
ambos necesitábamos un poco más cada vez.
En agosto, cuando estábamos en casa, yo le dije
que quería cogerla de una manera nueva, quería que fuera
sadomasoquista, quería golpearla brutalmente, y ella
accedió. Creo que en serio me amaba, o era muy pendeja,
aún no lo descifro.
Había comprado varios accesorios para la ocasión,
entre ellos un par de esposas, látigos, anillos chinos,
plumas, azotadores, antifaces, cuerdas, etc. Me sentía
todo un Grey.
Esa noche mi mujer lucía exquisita, y sentí que
podría satisfacer mis necesidades sexuales al fin. La até
a la cama con las esposas, la desnudé con los dientes,
y entonces supe que era el momento. Debo admitir que
algo me posee, me transformo, no sé cómo decirlo, pero
no soy yo en ese momento. Cuando comienzo no puedo
detenerme, no quiero detenerme, no escucho, no veo, solo
siento, quiero estar cada vez más adentro. Cada vez un
poco más, incluso si eso significa lastimarla un poco.
Comencé a penetrarla, ella gemía y pedía cada
vez más, así que comenzó el verdadero placer. Saqué los
juguetes, y mientras lo hacíamos la golpeaba. Su dolor,
sus lágrimas, sus gritos, me excitaban de tal modo que no
podía detenerme, ni siquiera lo intentaba. Es que me gusta
ser el macho dominante, tener el control.

30
Karen R. Romero

Ella apenas y balbucea mientras yo disfrutaba.


La cama rechinaba muy fuerte. Mis pelotas estaban por
estallar, me excita demasiado el sonido de mis testículos
chocando una y otra vez con su piel desnuda.
En ese momento alguien comenzó a tocar la
puerta, ella quería que me detuviera, eso creo; pero no
podía, la golpee tan fuerte, tantas veces, hasta dejarla
sangrando e inconsciente… ni eso pudo detenerme, seguía
penetrándola, hasta que logre tener un orgasmo minutos
después, un orgasmo majestuoso.
Lo que yo siempre he creído es que ella debía
cumplir como mi mujer, después de todo es “Mi Mujer”,
ella debía satisfacerme o buscaría lo que necesito en
otro lado. Al final, cuando recobré un poco de conciencia,
admito que me alarmé, creo que me he pasado del límite,
pensé, creo que la he matado. A decir verdad no la amaba,
pero tampoco la odiaba como para dañarla de tal modo.
Salí de casa con una mochila, un par de cervezas
en mano, y subí a mi auto, vagué y vagué por largas horas,
hasta que se encendió la pequeña luz que me indicaba
que el combustible estaba por agotarse.
No importaba, daba igual, la verdad es que tenía
dinero guardado, no me preocupaba. Ni siquiera tuve
remordimiento de dejarla tirada. No lo tuve porque no
regresé por ella, así de sencillo, ni siquiera pedí ayuda.
Llegué a Monterrey y me resguardé con comida
y cerveza en un hotel de paso por tres días. Mi madre
llamaba y llamaba al teléfono, los padres de ella, incluso
algunos amigos.
No quería responder una pinche llamada siquiera,
vamos, viejo, creo que eso era remordimiento y se sirvió
solo en un plato muy caliente, de esos que cuando pruebas
te queman la garganta.

31
Rompecabezas de la vida

El sábado por la noche fui a un pequeño bar, bebí


cervezas y fumé cigarrillos, y ahí apareció aquella bella
chica, su nombre es Martha. No fue amor a primera vista
como muchos lo dicen, eso no existe; eso más bien fue
química de momento. Bebimos juntos hasta muy tarde,
tenía que cotejar a mi ganado. La llevé hasta su casa,
entré con ella, y creo que la entendí, soy así, me gano a
las mujeres. Ella comenzó a desnudarse en la sala de su
casa y mi necesidad de sexo se activó. Comencé a tocarla,
era monumental. Esa sí que era una mujer bien formada,
de esas que de primera instancia te recuerdan el porqué
de las mujeres en el mundo. Hasta que una pequeña niña
de quizás seis años se apareció, era una muy hermosa
niña, tal como esa vieja, pero no podía continuar con sus
pequeños y bellos ojos clavados en mí, tampoco soy tan
cínico, como para perturbar a la pequeña. Así que partí sin
poder culminar el acto, una basura.
La mañana del domingo prendí el televisor,
esperaba ver algo de fútbol, estaba aburrido de huir,
estaba desesperado por no concluir esa escena, ansioso,
exasperado.
Cuando todo cambió al cambiar de canal y poner
algo de noticias. El televisor hablaba de mí, del hombre
golpeador que había huido dejando a su esposa en estado
de coma. Creo que esa fue la primera vez, en que de verdad
sentí un poco de miedo. No podía volver, menos ahora,
tenía que buscar un nuevo hogar. Creo que, por primera
vez, sentí eso que llaman compasión, y una parte de mí
quería volver y disculparse, pero la otra parte era eréctil y
no se doblegaba fácilmente.
Salí del hotel y me dirigí a casa de Martha, esperaba
que ella pudiera hospedarme un tiempo. Aceptó, de hecho
creo que le encantó la idea de tener un hombre de verdad
en casa. Ni siquiera tuve que decir mucho, ella quería que
yo le pagara con sexo seguramente.

32
Karen R. Romero

Ese mismo día, mientras veía televisión aplastado


en un mugroso sofá, Martha preparaba palomitas, y la
pequeña Wendy se sentó a mi lado, era hermosa, en serio
que sí, estaba jugando con sus muñecas y dijo algo que
no logré entender, se acercó y, accidentalmente, su mano
derecha toco mi miembro… era incorrecto, pero no quité
su mano. ¡Qué puta sensación!, jamás había sentido tanto
placer como en ese instante, con un pequeño roce. De
pronto mis ojos vieron a Wendy de una manera distinta por
alguna jodida razón. Y es aquí donde comienzo a sentirme
estúpido, por una sola razón… Wendy.
Agosto 2017
Los días transcurrieron, con ellos mucho sexo entre Martha
y yo y, extrañamente, muchos pensamientos guajiros con
la pequeña, pero nunca pasó nada más que aquel rose, un
recuerdo fugaz que hacía que mi miembro explotara debajo
de mis pantalones. Un mes después Martha necesitaba
que salir, algo se había presentado en su trabajo y me
quedé solo con la pequeña. Saqué un par de cervezas
del refrigerador mientras la niña jugaba de nuevo con sus
muñecas sobre el sofá.
Wendy se acercó a mí y comenzamos a jugar,
me sentí ridículo por cinco minutos, hasta que se quedó
completamente dormida. Se veía terriblemente indefensa,
y es que lo era. Prendí el televisor en busca de algún partido
de fútbol o algo bueno, necesitaba entretenerme a la voz
de ya.
De reojo observé a aquella pequeña que en un
movimiento involuntario dejó a la luz su pequeño calzón
blanco. No lo pude evitar, me recorrí hasta su lado, sabía
que estaba mal, pero no podía detenerme, o no quería, más
bien; mi mano izquierda comenzó a recorrer sus pequeñas
piernas y mi mano derecha alzó su diminuto vestido
mientras mi piel se erizaba y mi miembro se regocijaba de
emoción.

33
Rompecabezas de la vida

Nunca había tenido una erección más rápida y


eficiente como la que tuve en ese momento. Desearía
de alguna manera que eso no hubiese ocurrido, pero las
personas no vivimos de arrepentimientos, vivimos de
acciones.
Fue inercia, tomé su pequeño calzón y comencé a
bajarlo con cuidado, la excitación que tuve entonces no se
compara con nada de lo antes vivido, tiré el pequeño calzón
a un costado y su pequeña vagina se asomó finalmente, tan
pequeña, indefensa, pura. Era una vagina que nadie nunca
había recorrido. Tomé mi pantalón y lo bajé a prisa, luego,
sin más, me quité el bóxer y comencé a frotar a mi amigo
contra ella, mis manos comenzaron a tocar su pequeña
parte. Ella se movió un poco y no pude más, me puse sobre
ella y cubrí su pequeña boca con mi mano, comencé a
abusar de la pequeña. Ella gritaba, pero ¿qué son 6 años
contra treinta y cinco?, su fuerza era un pellizco para mí,
pensé mientras una lagrima se me escapaba; ella luchó,
ella lloraba. La destruí, lo supe cuando su pequeña vagina
comenzó a sangrar, la lastimé, pero no podía detenerme,
fue el mejor sexo de mi vida. Me volví un pedófilo en ese
momento. Sentía cómo, en cada vaivén, su interior se
quebraba.
Un cerdo malnacido. No me detuve hasta que
mis instintos animales se encontraron satisfechos y ella
destrozada. Quedó instantáneamente inconsciente en
mis brazos. Cuando finalmente despertó, después de
algunos minutos, me acerqué a ella y la amenacé, tenía
que quedarse callada o me la llevaría lejos, no sé cómo me
atreví a hacer algo así en ese momento.
Cuando su madre llegó, por alguna razón que no
entiendo, supo que algo andaba mal, la pequeña no dejaba
de llorar, y cuando la llevó al baño y vio la sangre supo que
algo había pasado. La niña no dejaba de acariciar su parte,
tenía dolor y le costaba sentarse, era obvio, ¿no?

34
Karen R. Romero

Tomé mis cosas cuando escuché sus gritos aterrados y salí


corriendo de su casa. Ahora tengo dos demandas, una por
mi mujer y otra por abusar de una pequeña.

Actualmente

A pesar de que fue lo mejor que me ha pasado, viejo,


no puedo superarlo, pero ya lo hice y ese es el maldito
problema.
―¿Es en serio? ¿Cómo te atreviste a dañar a una
pequeña?
―Eres un cerdo. ―dijo una chica que evidentemente
había estado escuchado toda la historia.
―Vaya, no sabía que tenía más espectadores que él
joven ―dije rascándome la cabeza.
―Sinceramente no sé qué decir… creo que debes
entregarte. ―dijo el tipo después de algunos segundos.
―¿Crees? ¡Violó a una niña! ¡Voy a llamar a la policía
ahora mismo! ―gritó la chica.
Las puertas del metro se abrieron, y por los gritos de
la chica comenzamos a llamar la atención.
―Señorita, ¿por qué crees que volví a México? ―dije
sin miedo.
―Porque eres un patán, evidentemente ―dijo ella,
arqueando las cejas.
Giré para ver al chico que no sabía que hacer o decir,
mientras las personas salían y abordaban el metro. Le tendí
la mano. Parece tan confundido que, por un momento, creo
que haberle contado a él no fue la mejor opción.
La chica salió un segundo después y volvió con un
par de policías.
―¡Es él! ―me señaló.
Los vi acercarse por el lado sur, venían armados,
activaron la alarma de emergencia y todos corrieron de
un lado a otro, se armó todo un desastre en cuestión de
segundos.

35
Rompecabezas de la vida

Creo que soy una leyenda, no cabe duda. Me


esposaron de espaldas y me sacaron a la fuerza; me
habían encontrado. Muchas personas grababan el gran
momento en el que detenían a un violador. Pero estaba
bien, ya esperaba este momento. Todos estaban locos.
Habían encontrado al cínico, violador, abusador, etcétera.
Incliné la cabeza a todos los compañeros que
acababan de escucharme y le dije al chico, antes de que
tiraran de mí:
―Gracias, fue un placer compartirte cómo acabe
con mi mundo. Me retiro, y espero que puedas ayudar y
escuchar a más personas.
Él no supo ni que decir, lo entiendo. Nadie podía
decir nada, todos deseaban golpearme o matarme, yo que
sé.
―Y tú, chica, le dije viéndola a los ojos, no deberías
escuchar conversaciones ajenas, un día de estos podrías
ser tu quien termine esposada.

Andrés
No sé qué es lo que acaba de pasar, se han llevado
a Emmanuel a rastras del metro y su historia me ha dejado
helado. Me paré, tengo muchas nauseas, la chica se acercó
a mí.
―¿Estás bien?, dijo apenada. Lo siento, no podía
escuchar una historia así y no hacer nada.
―No te preocupes, creo que alguno de los dos tenía
que hacerlo. Yo me quedé como un idiota, no supe cómo
actuar.
―Te ves algo… mareado. ¿Quieres ir por un café o
algo?
―Realmente necesito salir de aquí, vamos ―le dije
sin pensarlo.

36
Karen R. Romero

Capítulo 3
Ciudad de México, 10 de enero de 2018

La verdad no sé porque accedí, bueno, sí, acabo de


descubrir que un imbécil abusó de una pequeña, y cuando
descubres algo así difícilmente puedes mantener la
cordura y sentirte como si nada. Comenzamos a andar por
el angosto pasillo lleno de personas, subimos las escaleras
y, finalmente, inhalé aire “puro”, si puedo llamarlo así.
Caminamos tres cuadras hasta llegar a una pequeña
cafetería, nos sentamos en la mesa de afuera y no dijimos
nada por largos minutos. Estaba sentado en una cafetería
que no conocía, con una chica que tampoco conocía.
Últimamente me pasan cosas extrañas con personas
extrañas, ella se ve tan… joven y perdida, un poco, quizás;
tiene el cabello muy corto, una corbata color azul y un
piercing en la nariz, no creo que tenga más de treinta años.
―¿Me estás analizando acaso? – dijo.
―No, no. Lo siento, es solo que… creo que estamos
aquí por otra razón y no para despejarnos. ― le dije
rascándome la cabeza.
―Lo siento, ¿tan obvia soy? Sinceramente, necesito
hablar, te escuché hablando con un chico desconocido, y
mejor aún, a pesar de ser un imbécil no dijiste nada, no
lo juzgaste. Eso es algo que no se da en la ciudad, aquí la
gente termina triturándote. ¿Podemos hablar?
No sé qué pasa, y si esta chica resulta ser una
asesina o una violadora, ¿podré soportarlo? Aún así, la
pobre chica pedía a gritos ser escuchada, y ya estoy aquí,
¿qué más podría pasar?

37
Rompecabezas de la vida

Montserrat
Actualmente

A pesar de sentirme totalmente tensa, un poco loca y muchas


cosas más, ya no puedo, quiero que todo esto se termine. No
sé si es un juego o si realmente me va ayudar en algo, puede
ser que me equivoque al confiar en él. En mi búsqueda de
respuestas quizá sólo obtenga más problemas.
Ese tal Emmanuel me aterra, que bueno que está
lejos de todos por ahora, me hubiera encantado no conocerlo
nunca. Por el contrario, este chico frente a mí, parece ser la
persona correcta para hablarlo. Tomé valor.
―Lamento que hayamos presenciado todo esto, no
esperaba que la historia de Emmanuel terminara de ese
modo, pero a esto nos exponemos haciendo esta clase de
cosas en público. Te pido, por favor, serenidad y sinceridad.
Una vez que me sentí segura tomé su mano y él se exaltó de
momento, la verdad es que yo esperaba que de algún modo
esa pequeña acción creara un lazo inmediato entre los dos.
―Estoy contigo y tú conmigo, ¿cierto?
Me arreglé la corbata, até la cinta de mis botas, y
listo, no sé si tengo el valor, pero al menos lo voy a intentar.
―Soy Montserrat Ramírez Montesinos, tengo
veinticinco años, y esta es mi historia.

Noviembre 2014

El día estaba frío, muy frío, papá como de costumbre, se


encontraba en un viaje de negocios, así que solo éramos
mamá y yo en casa, me arreglé para irme a la universidad y
Patricio o Pato, como suelo decirle, pasaría por mí, es un muy
buen amigo, de hecho, éramos amigos desde la infancia, él
conocía todo de mí y viceversa.

38
Karen R. Romero

Partimos de mi casa exactamente a las 8:00 a.m.


Esa noche no llegaría a casa: mi madre tendría una noche
de chicas y mi padre no volvería hasta el fin de semana, así
que pintaba perfecto.
Las clases transcurrieron muy lentas, me sentía
agotada y lo único que deseaba era salir con Pato y comer
muchas alitas de pollo en el lugar de siempre, con una
buena cerveza, y por la noche ir a bailar al nuevo antro de
chavos-rucos, como ahora suelen decirles; era un nuevo
concepto, a pesar de que no habrían muchas personas de
mi edad me agradaba la idea de conocer y ver cómo se
divierten los demás, la música de antes, la ropa, todo era
mucho mejor que lo que es ahora; así que ¿por qué no?
Nos atascamos de comida, el estómago me dolía de
tanto reírme, la paso increíble cuando solo somos él y yo.
Llegamos a su casa, nos arreglamos y salimos dispuestos
a desvelarnos y disfrutar de la noche no cualquier noche,
era nuestra noche.
Ruco´s no parecía tan malo después de todo,
una botella de güisqui, música de los ochenta y noventa.
Después de una hora nos alcanzaron algunos buenos
amigos, y Josué, mi ex.
Vaya, la noche no podía haberse arruinado más,
pero, claro, nunca digas eso, las cosas se salan, las cosas
malas suceden y, si las piensas, las atraes y suceden cosas
peores, no me queda duda.
Pato tiro de mi brazo.
―¡Pequeña! Necesito que estés tranquila, ¿puedes
hacerlo?
Cuando Pato dice eso algo malo está por venir.
―Estoy bien, tú mejor que nadie sabes que superé
al tonto de Josué ―Exhalé molesta.
―No lo digo por eso, mira ―Dijo mirando hacía la
barra.

39
Rompecabezas de la vida

Y, entonces, es cuando mi mundo cambio, ni mi


primer beso, ni mi primera vez, ni nada de lo que he vivido
hasta hoy, se sintió como ese momento, ¿cómo reaccionas
cuando alguien te decepciona de esa manera?, ¿cómo
reaccionas cuando tu padre se besa con otro hombre?
¡Mi padre!, abrazado, acariciando la cara de
otro hombre, no lo pude evitar, mi estómago dio vuelcos y
las náuseas me invadieron; corrí hasta donde él estaba sin
siquiera pensarlo dos veces.
―¿Este es tu viaje de negocios? ― le grité tan fuerte
como pude.
―Hija, ¿qué haces aquí?
―¿Importa acaso?, no puedo creerlo papa, ¿eres
gay?, ¿por qué? ―dije llorando, sin darme cuenta del show
que habíamos creado a nuestro alrededor.
―¡Hija!...
Pero ya me había marchado sin rumbo, dejé a Pato
detrás, dejé todo, no sabía a dónde ir, me sentí vacía,
desorientada, no sabía si decirle a mi madre, no sabía
cómo lo podía tomar, no sabía qué hacer, por primera vez
en mucho tiempo no encontré una salida para el hueco
profundo.
Siempre he sido una chica bien, con una familia
bien, haciendo las cosas bien; siempre he luchado por mis
ideales y por no defraudar los ideales de mis padres. Y por
primera vez en toda mi vida, no podía ver a mi padre con
ojos de amor, porque lo único que sentía por él era asco,
repulsión, y no por ser gay, sino por habernos engañado.
Me había defraudado a mí como padre y había defraudado
a mi madre como esposo.
Llegué a casa, cerré mi habitación, me paré justo
frente al enorme espejo vertical, las lágrimas resbalan de
mi rostro, miré mi larga cabellera pelirroja, que hacía juego
con las pecas de mi cara, y no lo dudé ni por un segundo:
tomé la tijera que estaba a la vista y corté mi cabello tanto
como pude, no me veía tan mal, creo que al hacerlo una

40
Karen R. Romero

parte de mí pensaba que si mi físico se veía diferente mi


alma sanaría de algún modo; pero no, no fue así. Es mentira
eso de que un corte de cabello significa cerrar ciclos. ¡Bah!
Tonterías.
Mi madre no llegó hasta después de la comida,
cuando me vio soltó un grito despavorido, no la juzgaré
por ello, corrí y la abracé en el momento perfecto, pues mi
padre cruzó la puerta. Se veía normal, pero no se sentía
normal. Apenas y dijo un par de palabras antes de irse a su
habitación, no pudo verme a los ojos, y yo no quería verlo
tampoco. Cínico.
Tomé un par de billetes y salí rumbo a la plaza,
esperaba tomar un café y sentarme por largas horas a
solas, disfrutar del ir y venir de las personas, pensar y
pensar mucho, hasta que mi cerebro quedara agotado y
no tuviera oportunidad de pensar en tonterías, aunque la
mayor tontería ahora no era una que yo hubiera cometido,
y sin embargo, si era una tontería que me pasaba a traer a
mí, de algún modo, destruía a mi familia.
Así fue. Llegué justo a las 05:00 p.m., pedí el frappe
moka de siempre y una rebanada de pastel, acomodé
mis audífonos y me perdí en la nada, hasta que alguien
chasqueo los dedos frente a mí.
―¡Hola!, lamento interrumpirte, pero fue imposible
no hacerlo.
Frente a mis ojos había aparecido una chica de
cabello negro, de un negro muy intenso, gafas a la moda,
piercing en el labio, jeans muy ajustados, corbata, y una
melena extremadamente lacia. Era muy guapa, debo
admitirlo.
―¿Te conozco? ―pregunté.
―No, pero te he observado desde lejos, hace un par
de horas ya, y es interesante ―sonrió.
―¿Qué tengo de interesante? ―exclamé quitándome
ambos audífonos a la vez.
―Tienes algo, algo intrigante.

41
Rompecabezas de la vida

Esa pequeña charla de minutos se convirtió en algo


muy especial, creo que Hanna llegó a mi vida cuando más
necesitaba de alguien. Pasaron tres largos meses en los
que papá no se atrevió a mirarme, en los que mi madre
preguntaba constantemente qué sucedía en casa, en los
que Hanna se convirtió en mi mejor amiga. Hacíamos de
todo juntas, aprendí mucho de ella y, como bien dijo, algo
en ella me intrigaba demasiado, es una de esas chicas que
nunca deja de sorprenderte, que nunca deja de sonreír y
que nunca deja de darle vida a tu vida. Una chica misteriosa
llenando de pequeños detalles mi vida, dueña de muchas
de mis sonrisas.
La noche de su cumpleaños número veintiséis
conocí a su familia, a sus amigos, conocí todo su mundo
realmente y, pasando la media noche, como el cuento de
cenicienta, el hechizo se rompió o el hechizo hizo su efecto
en este caso.
Fuimos a su habitación, la música afuera estaba a todo
volumen, mi estómago estaba por estallar, además de
sentirme un poco mareada por ingerir tantas margaritas
de golpe, pero estaba feliz, al menos por esa noche no se
trataba de la “homosexualidad frustrada de mi padre”, se
trataba de mí, buscando ser feliz.
Hanna se dejó caer sobre su cama con los brazos
extendidos y yo me dejé caer a su lado, para ser exacta,
sobre su brazo, nos reíamos del idiota de su primo y dejamos
de hacerlo hasta que el estómago nos lo exigió. Ella se
giró para verme y yo hice lo mismo, sus ojos brillaban y mi
estómago se sentía extraño, bueno, quizás las margaritas
no ayudaban mucho, pero entonces, sucedió, ni siquiera sé
bien cómo pasó o por qué pasó.
Hanna me besó y yo la dejé hacerlo, no me importo
que fuera una mujer y yo también, no era lesbiana, o
eso creo, pero era Hanna y estaba bien, o al menos se
sentía bien sentir su delicadeza, su respiración chocando,
directamente en mis poros, y sus manos acariciando mi
espalda.

42
Karen R. Romero

Nos separamos unos segundos después y no


dijimos nada, ella me rodeo entre sus brazos y bajó su
cuello, me sentía segura, su respiración se siente cálida
y sus manos me daban el calor que mi alma necesitaba.
No sé realmente si esto fue correcto o no, pero no seré yo
quien lo decida, o al menos eso pensé esa noche. Después
de varios minutos ella se movió un poco para ver mis ojos.
―¿Estás bien? ―me preguntó temerosa.
―Sí, ¿y tú?
―¿Bromeas, verdad?, tus labios son más de lo que
imaginaba ―sonrió.
Así comenzó nuestra relación, por llamarlo de
algún modo, los besos, y una nueva fase que desconocía
totalmente, estoy segura de que no era confusión, no
era solo una manera de huir de los problemas, esto era
algo real, porque cuando estaba con ella sentía que todo
iba a mejorar, porque al menos en sus brazos y con sus
besos todo se siente mejor. Había comenzado a amarla,
no como amiga, sino como mujer. Ella anhelaba amarme
sin miedos, sin cintas, sin etiquetas; pero me aterra decir
que soy lesbiana, me aterra abrir la boca y pronunciar esas
ocho letras que generan tantos cambios en la vida, esas
ocho letras que pueden destruir tu mundo. Por otra parte,
el problema con Hanna es que me enamoré de su alma
antes que de su físico, y eso es mil veces peor.

Noviembre 2017

Luego tres años de relación con Hanna, Pato se alejó de


mí, estaba decepcionado de mí, lo cual me demuestra que
él no era real.
Estábamos en casa, recostadas sobre mi cama,
mis padres habían salido al club, así que tenía unas horas
para ser feliz, solo ella y yo.

43
Rompecabezas de la vida

Debo confesar que la deseo con toda el alma, pero


no hemos tenido esa última fase del amor, y no por ella,
sino por mí, por mis miedos. Imaginarme qué pasaría si mi
padre se enterara, o peor aún, si mi madre se diera cuenta
de lo que sucede.
Comenzamos a besarnos, mi respiración comenzó
a agitarse, mi cuerpo recibió leves descargas de deseo
provocadas por su lengua jugando con mi cuello, su mano
se deslizó hasta mi abdomen y, poco a poco, comenzó a
desabotonar mi blusa, me miró a los ojos y yo asentí sus
besos, comenzando en mi cuello, bajando poco a poco
a mis pechos. Escuché el clic de mi sostén y quedé al
descubierto. No podía controlarme y no quería hacerlo, las
caricias se intensificaron con el calor de nuestros cuerpos
hasta, finalmente, estar desnudas. Era la primera vez que
la veía, y la deseaba con tanta lujuria, deseaba hacer el
amor con ella, deseaba sentirme rodeada de sus brazos, y
así fue.
Nuestros cuerpos desnudos, sedientos de amor.
Sus dedos acariciaron cada poro de mí, hasta deslizarse
en mí entrepierna y abrirse paso para introducirse en mi
interior; jamás había sentido un éxtasis como el de ese
momento, mi cintura se arqueaba sin control y mis gemidos
delataban las emociones desbordadas de mi ser. Me sentí
amada, aceptada y valorada. No había sensación más
bella que ser acariciada por sus manos, no había paisaje
más hermoso que su cuerpo desnudo a mi lado. Cuando
introdujo sus dedos en mí supe que el orgasmo llegaría
en cualquier momento, su movimiento de vaivén, sus
caricias, mientras su lengua lamía mis pechos… Y sucedió,
el orgasmo se apoderó de mí totalmente.
―Cariño, fue increíble, te amo ― le dije viendo sus
hermosos ojos.
―Yo te amo más ― me dijo, y besó mi frente.

44
Karen R. Romero

Mientras me cambiaba, ella aún desnuda comenzó


a besar mi espalda, sus besos me desarmaban, dejé
caer mi cuello hacía atrás, justo cuando mi padre cruzó
la puerta. Hanna se aventó hacía atrás y se cubrió con
la sabana, mientras yo tomaba mi blusa y me cubría los
pechos aún desnudos; mis mejillas se tiñeron de rojo
intenso y comencé a sudar, pero no por deseo, sino por
haber sido cachada teniendo relaciones sexuales con mi
pareja, que para terminar de arruinarlo es una mujer, es mi
amiga y es Hanna.
Ni siquiera supe qué decir, qué hacer, y mi padre
me vio con ojos indescifrables. Quizás la misma mirada
que tuve yo aquella noche. Dio media vuelta y azotó la
puerta a sus espaldas. Sé que lo nuestro era real, pero en
ese momento me sentí tan hipócrita, critiqué y juzgué a
mi padre por ser gay, y resulta que yo también lo soy, me
encantan las mujeres, pero no todas, me encanta Hanna.
Todo esto fue mi culpa, por no ser sincera y por no
entender lo que papá podría haber sentido, por haberlo
juzgado antes de tiempo. Me sentí asfixiada, invadida y
apenada, me vestí aprisa mientras Hanna decía cosas que
no alcancé a entender, tomé una chaqueta y salí de casa.
Cuando volví, después de largas horas y muchas llamadas,
tanto de Hanna como de papá, mi madre me esperaba en
la sala, se veía preocupada o furiosa, no distingo su estado
de ánimo. Lo sabía, él no pudo esperar a que yo lo dijera, él
se había adelantado y había contado su versión sin darme
oportunidad de intentar manejarlo a mi manera.
―¿Qué te pasa Montserrat? ¿Qué escondes? ―
preguntó gritando.
―Mamá, quiero estar sola, por favor ―dije secando
las lágrimas que aparecieron en mi rostro sin previo aviso.
―¿Por qué lloras? ―indagó con su bello rostro.
―Madre, ¿me amarías por sobre todas las cosas?
―le pregunté.

45
Rompecabezas de la vida

―Montserrat, sabes que sí. Eres mi hija ―dijo esta


vez angustiada y con notorios signos de preocupación.
En ese preciso momento mi padre entró y supe que
las cosas no terminarían bien para ninguno de los dos.
―Alejandra, tenemos que hablar, ya no soporto más
todo esto ―dijo él a mi madre.
―Padre, detente por favor… No ahora, te lo suplico.
―¿Qué sucede? ―gritó esta vez mi madre
desesperada.
―Soy homosexual ―espetó mi padre.
Fueron segundos de silencio que se sintieron como
largos y eternos minutos, mi madre se había recargado
sobre la pared, y mi padre se rascaba la cabeza sin saber
qué decir, o al menos eso pensaba, hasta que volvió a abrir
la boca.
―Creo que todos tenemos que ser sinceros, no
quiero más mentiras ―giró para verme y susurró un “lo
siento” ―. También deberías saber qué tu hija es lesbiana,
la vi besarse con otra mujer. Creo que yo soy el culpable, mi
ejemplo la ha llevado por ese camino.
Papá nunca había llorado, pero en este momento
parecía un pequeño horrorizado.
―Cállate ―gritó ella tan fuerte que di un sobresalto.
―…Mamá…
―¿Es cierto? ¿En serio eres lesbiana? ―preguntó
con lágrimas en los ojos
―Quería decírtelo, pero no sabía cómo ―respondí
sin sostener la mirada.
―De ti, Francisco, lo esperaba, creo que tenía mis
sospechas, has sido un completo y estúpido sínico; pero
no puedo creer que ambos me hagan esto…―Mamá me
miró a los ojos, y jamás podré borrar esa mirada de asco,
de decepción… ―, pero… ¿tú?

46
Karen R. Romero

Mi madre se desmayó, y tuvimos que llamar a la


ambulancia, ya que no reaccionaba; resultó que había
sufrido un infarto, resulta que cuando alguien se lleva una
impresión tan grande suceden este tipo de cosas, todo era
culpa de mi padre, pero también mía. Y cuando alguien a
quien amas sufre de tal modo todo se va al carajo.

Actualmente

Puede ser que siga confundida, mi vida justo ahora parece


un laberinto, veo muchos caminos pero sé que solo uno me
llevará a la salida. ¿Pero cuál?, ¿cuál es?, es como estar
caminando en un desierto, y alguien pasa a tu lado, ves las
huellas, pero si no te das prisa la ventisca las borrará… y
entonces estás perdido de nuevo, sin dirección.
―Mi madre murió ese diciembre, perderla fue lo más
doloroso que he enfrentado. Se supone que no debe ser así,
claro que no es su culpa, pero fue demasiado para ella, no
soportó que su pareja se fuera con otro hombre y que su
hija estuviera con una mujer. Desde ese día no hago más
que reprocharme. Dejé a Hanna, dejé mi vida; soy otra mujer
de la que era. La sociedad apesta, no me aceptan por mi
orientación sexual, que para mí es mi condición de vida, y,
sin embargo, ya no sé si la acepto, o peor aún, ya no sé si
quiero esa vida. Mi padre simplemente se fugó con ese tipo,
no he sabido de él, supongo que es lo que deseaba y lo logró.
Creo que una parte de mí pensaba que mi madre añoraba
que yo estuviera con un hombre y que tuviera una familia
normal ―dije haciendo comillas con los dedos―. Creo que
si Hanna hubiera sido hombre, mi madre seguiría viva ―Las
lágrimas escurrían por mi rostro―. Es por eso que pasó lo
que pasó, tan solo bastó un mes y días de haber enterrado a
mi madre para que apareciera un chico que se aprovechara
de mi vulnerabilidad, quiso convencerme de que todo era
mental, me quiso demostrar “para qué son las mujeres”, y
tuvimos sexo, más bien él lo tuvo, tomó lo que necesitaba de
mí y se marchó.

47
Rompecabezas de la vida

Estoy embarazada. ¿No es eso aún más patético?...


No puedo más, no puedo detener las lágrimas que salen
de mi rostro. Y es que tal vez la gente no entienda lo
que siento, y no los culpo, yo soy la rara, es así como la
sociedad ha decidido llamarme. No puedo cargar con un
bebe que no deseo tener, me siento demasiado vacía para
intentarlo. Si tan solo Hanna nunca se hubiera cruzado en
mi vida tal vez mi madre seguiría con vida, tal vez yo nunca
me habría fijado en una mujer, como lo hice de ella…
El chico había tomado mí mano, su cara se había
puesto pálida, sé que no sabía exactamente qué decir,
porque sé que no es fácil escuchar mi historia, está bien,
yo tampoco sé qué hacer, y ahora me siento más patética
contándole mi vida, esperando que eso solucione algo,
pero la verdad es que nada de eso va a suceder.
―No sé qué decir exactamente, Montse, necesito
que sepas, antes que todo, que ser lesbiana no es una
condición, no eres anormal, no es una etiqueta, y debes
sentirte cómoda con ello. Tu madre, desafortunadamente,
tomó la noticia no de la mejor manera, pero eso no quiere
decir que sea tu culpa, o incluso culpa de tu padre, la
palabra “hubiera”, desafortunadamente, no existe, y las
cosas, las acciones y las palabras dichas jamás podrán
ser borradas. Acepta lo que eres, perdona a tu padre
y perdónate a ti misma, para que tu madre pueda al fin
descansar. ― pronunció.
―No puedo, no sé cómo. Tengo miedo, mi vida,
ahora mismo, es un baúl obscuro, frio y solitario ― le dije
tartamudeando.
―Lo mágico de los baúles es que el dueño siempre
tiene la llave. Tú tienes la llave para abrir ese lugar obscuro
y salir adelante, solo tienes que usarla ―me dijo viéndome
a los ojos fijamente.
―No sé cómo.

48
Karen R. Romero

―Todas las personas como tú y como yo, cariño,


merecemos vivir. Soy muy positivo ante todos los problemas.
Qué sería del lobo si jamás hubiera conocido a caperucita,
o qué sería de Potter si jamás se hubiera cruzado con
Voldemort… Creo que las situaciones y los problemas
cruzan nuestras vidas para sacar nuestro potencial y
mostrarnos el poder y valor que tenemos.
―La extraño, extraño a Hanna ―dije finalmente.
―¿Qué esperas para buscarla?
―No sé dónde, seguramente me odia, y además
tengo un bebé metido aquí justo ahora.
―Búscala, no saques conclusiones, deja que ella
sea quien decida, y no decidas tú antes de tiempo. Ese es
otro gran error de las personas, ponemos en la boca de los
demás palabras y pensamientos sin saber qué es lo que
sucede realmente. Deja que ella sea quien hable.

Andrés
La chica se paró y me dio un fuerte abrazo, no fue incomodo,
creo que ella lo necesitaba en serio, así que me atreví a
darle un par de palmaditas en la espalda.
―¿Qué harás con él bebe?
―No sé si quiero tenerlo ―sollozó, giró un poco su
vista, y su expresión cambio.
―¿Qué sucede?
―¡No inventes! ¿Crees en las coincidencias? ―puso
su mano helada sobre la mía―. Mira ―señaló al otro lado
de la calle―. Es Hanna.
―¿Qué esperas?, ve tras ella ―dije casi estupefacto,
en verdad creo que las coincidencias existen, y creo que,
en otras ocasiones, tú puedes trazar tu propio destino y
buscar tus propias coincidencias―. Vamos, ve a buscar tu
destino.

49
Rompecabezas de la vida

―Gracias, en serio gracias… ¿Cuál es tu nombre?


―Andrés Villafuerte ―dije y ella me estrechó la
mano y se fue.
Vaya, no entiendo bien todo lo que pasó, es extraño,
pero me siento bien, creo que fui parte de algo sin saberlo.
Así que después de lo de Emmanuel me siento bien. Pagué
la cuenta y me marché a casa.
Esta vez no quería problemas con Adriana, así que
simplemente decidí callarme, jugar con Mateo y quedarme
dormido junto a él: No hay nada más hermoso que el cobijo
de un pequeño ángel a tu lado y saber que ese angelito
lleva algo de ti.

50
Karen R. Romero

Capítulo 4
Ciudad de México, 12 de febrero de 2018

Ha sido una semana intensa en el colegio, ya que por


instrucciones del nuevo programa del Estado, esta semana
nos visitarán dos colegios de la ciudad, lo que hace que todo
se vuelva un caos. De por sí controlar a tantos alumnos es
complicado, ahora controlar a un número multiplicado por
tres… creo que necesitaré muchas tazas de café.
Así que me toca conocer a más personas, tratar a más
alumnos y ver que nos trae este “Proyecto motivacional”.
Caminé a la cafetería por unos panecillos y unas galletas,
y luego me dispuse a entrar a mi cubículo para relajarme
un poco. Los jóvenes suelen ser un poco desesperantes en
ocasiones, así que necesito un espacio para mí.
Me dejé caer en mi silla y puse un poco de música de
mi buen amigo Luis Miguel, quiero degustar con calma
este café, así que me recargué en la silla, subí los pies al
escritorio y cerré los ojos, tan solo un momento.

Daniel
Actualmente

Justo aquí tenía que venir a caer, desearía que mis padres
pudieran cambiarme al colegio Manuel Romero, desearía
no volver al instituto; lo siento, lo admito, me gustan los
hombres fornidos, es excitante y no pienso negarlo; aunque
a la vista de muchos, corrección, a la vista de todos eso es
asqueroso, principalmente a la vista de mis compañeros
de clase.
51
Rompecabezas de la vida

Aunque soy fiel creyente de que todo lo malo


reencarnara en algo positivo y de que algo bueno me
espera, y espero que sea muy bueno, pues creo que me
lo merezco. A pesar de todo sigo pensando que el sol va a
brillar en mi tejado, y que algún día una buena taza de café
bastará para ser feliz.
Dicen que como te trates serás tratado; odio esa
teoría, es estúpida y es totalmente falsa. Yo me amo, amo
lo que soy y amo a los hombres, y, sin embargo, el mundo
me odia. Mi clase me odia, todos en clase son del lado
obscuro, todos son personas tóxicas, personas sin corazón,
personas sin sentimientos.
Mientras camino por los pasillos del colegio me
siento señalado, pero tranquilo, es algo habitual. Me dejé
caer frente a un muro, a un costado de una pequeña
puerta y me enrollé mis piernas. De pronto escuché que
una puerta a mi costado se abrió y apareció un tipo, por su
vestimenta sé que es profesor.
―Lo siento, Licenciado.
―¿Estás bien? ―preguntó al ver mi rostro pálido.
―No, no estoy bien, ya no soporto… ―dije sin
pensarlo mucho.
El Licenciado se dejó caer a mi lado y puso su
pequeño termo de café a mi costado.
―¿Quieres?, le falta un poco de azúcar, pero es muy
bueno.
No sé por qué me habla o por qué no se ha ido.
―Creo que muchos pueden intuir cual es mi problema,
muchos creerán que pueden conocerme o juzgarme solo
por lo que ven; pero no. Quiero que las personas aprendan
a escucharme, quiero liberarme de esto, quiero ser feliz, al
menos en estas paredes, afuera todo es como siempre, la
gente con sus problemas estúpidos, con sus pensamientos
tóxicos.

52
Karen R. Romero

―¿Quieres hablar de eso? Tengo ―vio su reloj ―,


tenemos tiempo.
―¿En serio quiere escucharme? El mundo es tan
estúpido, lo peor que podemos hacer es dejar de tener Fe
en nosotros mismos, cuando dejas de confiar en ti mismo,
algo en ti se apaga y las lágrimas sofocan el alma, se hace
un nudo en tu garganta y entonces sabes que morir en vida
es posible ―dije haciendo contacto con él.
―Comienza por favor, quiero escucharte. Soy el
profesor Andrés Villafuerte ―dijo extendiendo su mano.
―Soy Daniel Gutiérrez Fernández, tengo diecisiete
años, estudio en el Instituto de México, más que estudiar
intento subsistir. Creo que finalmente me he acostumbrado
a sentirme juzgado por mi condición de vida. Aunque cada
día es una prueba más, ¿sabe?, es como un videojuego en
el que simplemente sobrevive el más fuerte.
Me pregunto que estará pensando en este momento
y como le arruinaría esa estúpida idea, en tan solo unos
minutos.

Diciembre 2011

Todos en casa corren por tener la mejor cena navideña,


mis abuelos vendrán a casa, mis hermanos estarán con
nosotros, y bueno, será una cena inolvidable. Yo sabía
que el tipo barbón que llega cada año a dejarte regalos en
estas fechas no existe, descubrí a papá hace ya muchos
años, cuando me regaló la barbie que tanto deseaba, y no
me refiero a mí exactamente, si no a él, él deseaba darle a
su pequeña nena lo mejor.
¿Barbie?, así es, nací en el cuerpo de Daniela;
siempre me llenaban de juguetes, juguetes tan femeninos
que asustarían a cualquier niña. Estoy segura que mamá
intuye algo, es por eso que siempre me compra vestidos
rosas, moños para peinarme, etc.

53
Rompecabezas de la vida

Pero no me gusta, de hecho, cuando todos estaban


en la sala recibiendo a la visita, yo decidí sentarme bajo
el árbol de navidad después de ver la película “El expreso
polar”, y deseaba que fuera cierto, que a las personas que
se portan bien, la vida, Dios o una fuerza superficial, nos
brinda eso que tanto anhelamos de corazón. Entonces
tomé un bolígrafo, una hoja de papel y comencé a redactar.
Querido Santa, Dios, Héroe, Fantasma, Extraterrestre,
Ángel o lo que sea que seas.
Se que tengo años sabiendo que literalmente no
existes, pero cuentan las leyendas que cuando deseas
algo de corazón las cosas suceden; que cada determinado
tiempo los planetas se alinean para formar sucesos
importantes en el mundo que trascenderán y cambiarán
vidas. Por favor, ayúdame a entender por qué odio el
rosado, por qué no quiero muñecas, por qué las niñas me
gustan, por qué quiero ponerme la corbata de papá, por
qué quiero ser el futbolista que veo en la TV; simplemente,
por qué siento que vivo una vida que no me pertenece, por
qué siento que esta piel me es pesada, que el cabello largo
me lastima, que los moños me hieren y que los vestidos
hacen que sienta asco de mí misma, por qué me siento
tan hipócrita. Quiero ser el chico que mis ojos ven en el
espejo, quiero ser el chico que mi alma alienta a salir,
quiero ser el chico que veo y que en casa no dejan salir.
Ayúdame a entender qué me sucede, ayuda a mis padres a
que me ayuden, ayúdame a salir de este cuerpo que no me
pertenece.

Atte. Daniela o quien sea que habla desde adentro…

54
Karen R. Romero

Dejé la carta debajo del árbol, sabía que nadie


husmearía ahí, estaba en un lugar seguro y subí a
cambiarme; cerré la puerta de mi habitación, en la cama
mi madre había dejado un vestido de terciopelo color vino,
unos zapatos negros y un regalo, santa había llegado de
nuevo y se había equivocado conmigo. Todo se siente… tan
vacío como siempre.
Las lágrimas corrían sobre mi mejilla, abajo los
villancicos comenzaron a sonar, el olor a pavo había
inundado mi olfato, pero mi alma se sentía vacía, para
mí, ponerme ese vestido era aceptar ser algo que no
soy. Los pechos comenzaban a crecerme y mi período
había llegado… era una mujer, pero no me sentía
como una. Me siento como una puerta en la entrada
de alguna oficina que dice con un letrero grande, en
mayúsculas y negritas, JALE. Lo lees y entiendes que
debes jalar, pero el cerebro no carbura correctamente la
orden y termina EMPUJANDO.
Ese era mi cerebro, sabía la respuesta, sabía
el camino, pero era confuso y terminaba haciendo lo
incorrecto. Me puse ese fastidioso y estúpido vestido porque,
finalmente, estoy total y completamente confundida.
Bajé y ya estaban casi todos sentados en la mesa:
mamá, papá, Israel mi hermano mayor y Adriana mi hermana.
Me emocionó ver bajo el árbol regalos, hacía muchos años
que nadie me daba ningún obsequio como tal, ya que mis
papás sólo se esforzaban para que Santa apareciera para
la niña. Pero mi abuela había llegado y eso explicaba los
obsequios, quizás ella sí atinaría a lo que yo anhelaba.
Al fin comenzamos a cenar, los adultos bebían vino
tinto y la pequeña Daniela solo bebía café y chocolate. La
noche transcurría entre risas, por lo menos para ellos, yo
deseaba subir a mi habitación y despojarme de ese horrible
vestido.

55
Rompecabezas de la vida

Pero qué cree, nada es lo que deseas, y a veces las


cosas suceden de la peor forma, como sucedió esa misma
noche. Mi hermana mayor, Adriana, comenzó a sacar los
regalos de uno en uno; para mí unas hermosas botas, eso
dijeron, porque para mí solo eran botas. En ese instante
me olvidé de todo, me olvidé de la carta; y sucedió, la carta
no llegó a manos de Santa, llegó a manos de mi hermana.
Adriana sacó la carta, la leyó frente a todos, y mientras
que me veían boquiabiertos, exasperados, alarmados, mi
mamá gritó:
―¿Qué significa esa carta?
―Mamá, no me digas que nunca te diste cuenta,
hay algo raro en mí ―me apresuré a responderle.
―Ya tenemos un hijo aquí, y se llama Israel, tú eres
una damita, mi amor ―agregó papá.
―¡Basta! ¿Por qué no pueden amarme y aceptarme?
Creo que por eso mismo ni yo mismo puedo hacerlo ―grité.
―Yo sí te entiendo, mi pequeño ―dijo mi abuela
desde el fondo. Y todos giraron para verla.
Corrí y la abracé, mi abuela es el ser más grandioso
del mundo, mi abuela ve más allá de lo visible, mi abuela es
mi ángel. Después corrí hasta mi habitación y me encerré,
era mi lugar seguro, me vi al espejo, tomé las tijeras que
estaban a un lado de mi buró y comencé a cortar por todos
lados ese vestido, hasta que solo fue un pequeño trapo…
eso se sentía mucho mejor.
Tenía una larga cabellera ondulada que mi madre
se había encargado de cuidar, ni siquiera lo pensé, solo
lo hice, comencé a cortarme el cabello hasta parecer yo,
Daniel. Me gusta lo que mis ojos ven, es increíble sentirme
varonil, pensé. Busqué una venda y me vendé los pechos,
al menos ya no eran tan visibles, me puse unos jeans, una
playera y unos tenis, y entonces ya no EMPUJÉ la puerta,
supe que tenía que JALAR, ese era yo, Daniel Gutiérrez.

56
Karen R. Romero

Por primera vez en once años me sentía real, me


sentía humano, existente, palpable, importante, me sentía
yo, y eso es lo más increíble que mi pecho ha sentido.
Cuando mis padres finalmente abrieron la puerta y todos
la cruzaron, mamá dio un grito despavorido, mientras papá
se preparaba para golpearme, pero Adriana se puso frente
a mí, por primera vez Adriana fue mi hermana mayor e hizo
lo que se supone que los hermanos mayores tienen que
hacer: me protegió.
Esa noche todos lloraron, había oficialmente
arruinado la navidad para los Gutiérrez Fernández, pero
me sentía bien. Bajé a la sala cuando todos se habían
dormido, de pronto recordé que el alcohol ayuda a tomar
valor y hacer todo eso que te da miedo hacer. Tomé una
de las botellas de la mesa y entonces bebí por primera vez
tequila, el pecho me ardió, pero mis emociones comenzaron
a fluir. Tomé mi celular y entre a Facebook e Instagram, y
borré todas mis fotos… me saqué unas nuevas, y entonces
Daniela dejó de existir…era extraño pero liberador. En ese
instante solo era yo, y el mundo comenzó a importarme
menos, las personas, incluso mi familia. Esa misma noche
murió Daniela y nació quien debió nacer hace once largos
y agotares años.
Oficialmente he renacido y no permitiría que nada
me detuviera, claro que jamás imaginas qué tan difíciles
podrán ser las cosas.
Creo que mis padres entendieron cómo me sentía,
cuando a la mañana siguiente me encontraron tirado en el
sofá, ebrio y con los ojos hinchados de tanto llorar, aferrado
a mi pequeña carta.
Es complicado explicarte a ti mismo que este no
es tu cuerpo ni es tu vida, pero es aún más complicado
explicárselo a tus padres, que no eres su hija, y es aún
peor intentar que el mundo te acepte.

57
Rompecabezas de la vida

Así que bastaron muchos gritos, insultos y lágrimas


para que mis padres me permitieran ir a la escuela como
yo quería. Y así fue, el lunes por la mañana, de vuelta de las
vacaciones, crucé la puerta de la primaria, casi nadie me
reconoció al principio. Los primeros días, entre alumnos,
hubo burlas, hubo golpes, y hubo momentos que nunca
olvidaré, como la vez del desfile, cuando el maestro no
sabía si ponerme en la banda de guerra o en la escolta.
¿Por qué diablos no entienden que soy hombre?, patético,
lo sé.

Julio 2017

A mis dieciséis años, al fin con el apoyo de mi familia, gracias


a mi abuela, quien antes de morir pidió a todos que me
apoyaran, tuve las fuerzas que necesitaba para intentarlo,
esta vez poniendo adelante mi corazón. Entonces todos
me apoyaron, todo se sentía más fluido, al menos en casa,
todos me amaban tal cual, y fue muy importante para mí
sentirme aceptado, eso es muy valioso en estos tiempos
modernos y arcaicos a la vez.
Comencé a consumir testosterona, comenzó a
salirme vello corporal, a cambiar mi voz, engrosárseme la
piel; aunque los pechos, a pesar de ser diminutos, seguían
ahí, y lo mejor de todo es que próximamente tendría mi
cirugía para hacer mi reasignación de sexo, y entonces me
convertiría en transexual a como la sociedad ha decidido
etiquetarnos.
Todo comenzaba a ser como esperaba, hasta que
conocí a Angie, cree un perfil falso en Facebook, comencé
a cotejarla y a enamorarme de ella… era perfecta, era la
mujer más grandiosa, empoderada, majestuosa e increíble
que jamás había conocido. Lo único malo es que yo soy
para ella algo que en realidad no soy, y el único culpable
soy yo mismo.

58
Karen R. Romero

Evidentemente nuestra cita no se había dado,


y tardaría en suceder. No todas las personas pueden
entender que un chico transgénero… y es poco probable
que las personas heterosexuales puedan enamorarse de
un hombre que está en el proceso de cambiar su sexo.
Cursaba el cuarto semestre de la preparatoria;
fue entonces cuando comenzó la vida de estupideces…
mis compañeros no podían comprender que no era gay,
simplemente había nacido en un cuerpo que no era el
mío. Comenzaron a hacerme bullying de todo tipo; cuando
Daniel hablaba en clase todo era risas, burlas y gritos.
Cuando Daniel hablaba, caminaba, se reía o simplemente
existía… todo era bullying, y es que en serio, vivir en un
mundo jodido lleno de bullying es lo peor que puede
sucederle a cualquier persona.
Yo no tenía ni voz ni voto, no pude entrar al equipo
de soccer porque no era hombre, no pude competir en las
carreras intercolegiales porque no soy hombre; no pude
hacer nada, me encuentro en el medio de todo, no soy
rosa ni azul. Las personas tienden a ser cerradas, a pesar
de que el mundo cada día es más liberal, me siento solo,
un obscuro y neutral color negro, de esos que pueden ser
poderosos pero obscuros, solitarios, vacíos.
La tarde del partido de baloncesto decidí ir, pero
llegaría más tarde, así evitaría que los del equipo se
burlaran de mí. Antes de llegar al auditorio me pasee por
las aulas, algo en mí me decía que no debía estar ahí, no
sé por qué diablos no hacemos caso a esos pequeños
presentimientos. Un momento después un par de chicos
me tomaron por la espalda y me llevaron a rastras hasta el
sanitario de mujeres, cerraron con seguro la puerta y uno
de ellos comenzó a grabar el espectáculo según le decían.
―Te vamos a probar que eres una mujercita, un
poco descuidada, pero mujercita. – rieron.
―Suéltenme, por favor ―supliqué.

59
Rompecabezas de la vida

―Desnúdenla ―ordenó aquel chico que mis ojos


reconocieron enseguida.
Me despojaron de toda mi ropa, me taparon la boca
con una cinta, quebraron mis gafas, y entonces sentí en
el pecho que algo malo estaba por suceder; uno de ellos
jalaba de mis brazos mientras el otro tiraba de mis piernas y
el tercero se bajaba la bragueta del pantalón para después
bajar mis jeans y mi bóxer, dejándome completamente
desnudo del abdomen para abajo.
―Lo ven, se los dije, ¡tiene vagina! ―gritó.
―No mames ¡Qué asco! ―dijo el segundo.
―¿En serio lo harás? ―preguntó uno de ellos
mientras mis lágrimas comenzaban a desbordarse.
―Ya estamos aquí, ¿no?
Se bajó la ropa interior y se postró a mi lado, tomó
su miembro y lo metió en mi zona íntima, la cual odiaba
y ahora odio aún más, comenzó a hacer el movimiento y
sentí el crujir de mis entrañas, me destruyeron, abusaron
de mí tres tipos de los cuales solo reconozco su cara,
eran los brabucones de siempre, abuzaron de mí sin
piedad, me penetraron una y otra vez… se suponía que yo
era un asco para la humanidad, al menos eso es lo que
ellos decían. Pero ¿cómo puede llamarse a lo que ellos
me hicieron? ¿Cómo podían atreverse a dañarme de tal
modo?, no entiendo nada, me han lastimado cruelmente,
ellos, de verdad, están enfermos… Y entonces terminaron
de matarme, el último tipo me penetró por segunda vez,
subió sus jeans y salió del lugar riéndose, lo escuché irse,
y luego volviendo, lo supe por su risa burlona, esa que no
lograré sacarme de la cabeza jamás.
―La función está por terminar ―dijo el que sujetaba
mi brazo derecho.
Angie apareció por la puerta tomada de la mano de
uno de ellos.

60
Karen R. Romero

―Le presentamos a Daniel Gutiérrez ―rieron


nuevamente.
―Pero… ―ni siquiera pudo terminar la oración.
―Si mencionas algo de esto, la próxima vez será por
el culo ―gritó uno de ellos subiéndose los calzoncillos.
Todos los chicos salieron corriendo, y yo apenas y
tuve fuerzas para cubrir mi entrepierna. Habían acabado
con mi vida. Me caracterizo por ser un chico positivo, pero
¿qué de positivo había tenido esto?, he perdido todo, me
encuentro en un frasco de cristal donde todos ven lo que
me pasa, pero nadie me ayuda, nadie hace nada.
―¿Estás bien? ―preguntó Angie.
―¿Puedo estar bien? ―respondí.
―Lo siento, necesitas ayuda, vamos, tienes que
reportar esto.
―No.
No podía, no debía y no quería hacerlo, tenía miedo.
Apenas tuve fuerzas para poder pararme, tomé mi mochila
y me marché sin verla a los ojos. Lo sé Angie, yo también
me tengo asco justo ahora, y está bien, no pasa nada. Es
mi culpa, pensé.
Los días transcurrieron, dejé de escribirle a Angie,
que se marchó esa misma tarde sin saber qué decir, la
entiendo, había mentido y había presenciado la escena
de una violación, y conocido al imbécil que la había
mensajeado por meses.
Mis padres apenas y se dieron cuenta de que algo
andaba mal, soy bueno mintiendo, once años oculto en la
apariencia de una chica, en serio soy bueno. En la escuela
todo se volvió peor, creo que perdí la picardía, el humor y
el positivismo que me caracterizaba; encima de todo había
perdido a Angie, ¿cómo podía sobrevivir a todo ello?

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Rompecabezas de la vida

Diciembre 2017

Mi transformación va muy bien, el bullying ha empeorado,


pero eso es tan normal que a veces me asusta, ya casi
no duele, he descubierto que nadie se muere de amor,
bueno, casi nadie, excepto los pendejos de Romeo y
Julieta que acabaron con su vida ellos mismos.
Todos los días me topo con miles de miradas,
miles de manos señalándome y miles de risas a mis
espaldas y en mi cara también. Mamá apenas y puede
entender qué me sucede. ¿Dónde quedó la chispa que
me caracterizaba?, sinceramente creo que esa chispa
ya no existe. Me siento tan perdido en ocasiones que a
veces olvido en qué momento perdí mi brillo.
Llegué al instituto, era hora de la clase de
electrónica, odio armar circuitos en el protoboard, pero
es lo que tengo que hacer. Comencé a poner todos los
cables en mi silla, y mientras buscaba unas tijeras para
comenzar a cortar algo extraño sucedió.
Estoy acostumbrado a las miradas, pero esta vez
había algo extraño, eran miradas más penetrantes, eran
murmullos y risas… mi celular sonó. Había recibido un
mensaje por Facebook, un link para ser exactos. Pensé
que ya había superado eso, pensé que los meses habían
sanado esa herida, pero entonces, di play al video y todo
se nubló. El video había sido compartido en varios grupos
escolares, tenía ochocientas reproducciones en tan solo
dos horas, muchos comentarios ofensivos y unos cuantos
llenos de luz… pero qué más da, los violadores ya habían
egresado, y yo me quedaba junto con las burlas.
Caminar por los pasillos se convirtió en un campo
nazi, el bullying se ha convertido en algo constante, mi
mochila pasaba más tiempo en el cesto de la basura
que pegada a mi espalda. No tengo amigos, y ahora
me pregunto diario: ¿tendrá caso una vida así?, porque
sinceramente lo dudo.

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Karen R. Romero

Actualmente

Ya no soporto más, quiero ser feliz, pero no sé cómo,


absurdamente extraño a Angie, pero sé que eso jamás
sucederá, ni siquiera sé, si hice lo correcto, ya no sé cuál
es mi piel, he perdido mi propia identidad.
Comencé a llorar, no puedo detenerme, solo veo
cómo el profesor se me queda viendo, sin saber qué decir
exactamente, aunque veo sus ojos llenos de nostalgia y
compasión.
―Tranquilo, Daniel ―dijo el Lic. Andrés.
―Déjeme llorar por favor ―le supliqué.
―No estoy acostumbrado a escuchar esta clase
de situaciones, pero por alguna razón desde que inició
este año las personas acuden a mí, muchas veces no
estoy seguro de querer o de poder escucharlos, pero lo
hago, como hoy. Tienes que tranquilizarte amigo ―dio
una palmada en mi espalda―. No entiendo del todo por
qué no buscaste ayuda, nada justifica el actuar de esos
chicos, si sirve de algo quiero que sepas que debería dejar
de importarte cómo te vean los demás, siempre debes
defender tus convicciones, eres un buen chico y claro que
mereces ser feliz.
―¿Entonces por qué me dañaron de ese modo?
¿Acaso lo merecía? ―pregunté llorando y viendo al piso.
―Sé que no es la solución, pero dime… ―lo pensó
un poco antes de continuar―- ¿te gustaría estudiar aquí?
¿Te gustaría tener mi ayuda?
―Aquí o donde sea, siempre será lo mismo ―sollocé.
―Si tú lo permites sí, pero debes ser aguerrido,
debes luchar, Daniel. Podríamos pedir que te transfiera y
yo me comprometo a no dejarte solo jamás. ¿Qué opinas?
―Suena bien, ¿puede prometerme que todo va
mejorar? pregunté viéndolo a los ojos.

63
Rompecabezas de la vida

―No puedo prometer eso, pero puedo prometer que


no estarás solo, no mientras yo pueda ayudarte y tú me lo
permitas.
Por alguna razón aún tengo cierta fuerza para luchar,
por más mierda y jodido que me siento. Aún pienso que
debajo del arcoíris existe la olla con el tesoro. Ni siquiera
lo pensé, me giré y le di un abrazo al profesor que apenas
había conocido. Se paró y tendió su mano para ayudarme
a recuperar la postura, sacó una tarjeta y la puso en mis
manos.
―Contáctame cuando estés con tus padres, hablaré
con ellos.
―No, no, ellos no saben nada ―dije apresurado.
―Y no lo sabrán, ya veré qué me inventó para
transferirte sin que sospechen. ¿Puedes darme tu número
de teléfono? ―preguntó.
Anoté mi número en un pequeño papel; en ese
momento una profesora se acercó de frente, es muy guapa
y muy joven.
―¿Todo bien, Andrés?, te buscan en dirección ―
sonrió para ambos.
―Sí, gracias, te presento a la profesora Carolina,
de hecho creo que es increíble que haya llegado ―dijo
amablemente ―. Daniel, ella es la profesora de orientación,
es una persona increíble, creo que podrían platicar un
poco, si tú quieres claro ―giró para verla e hizo un gesto
que ella entendió, porque rápidamente intervino.
―Hola, Daniel, mucho gusto ―se acercó para
saludarme con un beso en la mejilla ―¿Te gustaría platicar
un poco?
―No estoy seguro ―la verdad me siento aterrado.
―Vamos, yo me encargo de transferirte, pero tú
prométeme que al menos intentarás hablar con alguien
profesional ―dijo el Licenciado mientras señalaba a la
profesora.
―De acuerdo, lo prometo profesor ―sonreí.

64
Karen R. Romero

Andrés
Me siento un poco sofocado, cuatro historias en menos de
dos meses, y no historias cualquiera, eran cuatro personas
suplicando ayuda, suplicando ser escuchadas; pero ahora,
Daniel, vaya, tengo que ayudarlo. Los dejé platicando y
me marché a dirección, mi cabeza no deja de dar vueltas,
pobre chico, diecisiete años es poco para una persona que
ha sufrido tanto.
Tomé el pequeño papel con su número y lo guarde
en mi bolsillo, me dirigí a la sala de juntas donde estarían
los profesores de su instituto y, quizás, con un poco de
suerte me encontraría con el director.
Entré a dirección y me encontré con el tipo que
buscaba, era un tipo obeso y con una enorme calva, así
que me acomodé la corbata y me acerqué.
―¿Usted es el director Jorge Zepeda? ―pregunté.
―Claro, he escuchado de usted, Andrés Villafuerte,
¿cierto? ―extendió su mano.
―Mucho gusto, espero que solo comentarios
buenos ―bromeé un poco.
―Claro, el gran profesor Villafuerte.
―Disculpe que me tome el atrevimiento, pero
necesito saber si puedo contar con su apoyo para transferir
a un alumno, claro que con el consentimiento de sus
padres.
―Pues si ellos aceptan no tengo problema, ¿de
quién habla? ―preguntó curioso.
―Daniel, Daniel Gutiérrez Fernández ―le dije.
―Ya veo, Daniel, ese joven es un problema, habla
del joven amanerado ―dijo, y algo en mí se encendió sin
mucho esfuerzo.
―Licenciado Zepeda, usted es la autoridad en ese
instituto, por tanto no creo conveniente que se exprese
así de alguien que está luchando por encontrar su propia
identidad sexual, sea cual sea.

65
Rompecabezas de la vida

El tipo se puso rojo inmediatamente.


―No me malentienda, Andrés, no me refería a eso.
Pero, bueno, si necesitas transferirlo no tengo problema,
háblalo con Patricia Delgado.
Dio media vuelta y desapareció, creo que le había
incomodado que alguien lo pusiera en su lugar, y después
de escuchar a Daniel no pensaba dejarlo a la deriva, quién
se cree ese tipo, creo que en gran parte México es lo que
es por personas como él.
Partí a casa por la tarde sin dejar de pensar en el
chico y en cómo debería ayudarlo, justo a las 04:00 p.m. mi
celular sonó.
―¿Profesor Villafuerte? ―dijo la voz de una mujer.
―¿Sí? ¿En qué puedo ayudarle?
―Soy la madre de Daniel ―dijo la voz casi llorando.
―¿Él está bien? ―pregunté alarmado.
―Sí, pero no sé por cuánto tiempo más, necesito
que me ayude, quiero transferirlo, creo que mi hijo… ―hubo
un silencio―. Mi hijo no es feliz.
―Claro que la ayudaré, ¿podría verla mañana en el
colegio?
―Ahí lo veo.
No puedo imaginar lo que yo haría si mi pequeño
Mateo estuviera en esa circunstancia, sé lo difícil que pudo
haber sido, pero un hijo siempre será un hijo, ya suficiente
es con el desprecio de los demás como para no ayudarlo.
Me quedé afuera por largos minutos… hasta que
Adriana se percató, no dijo nada, salió y se sentó a mi lado,
compartimos una taza de café y entramos para arropar a
Mateo, al fin estoy en casa. Aunque, por otro lado, lo único
que me da esa tranquilidad de hogar es mi pequeño.
A la mañana siguiente desperté muy temprano,
tomé una ducha y salí de nuevo al colegio, esperando ver
a la madre de Daniel. Eran las 09:00 a.m. cuando Carolina
apareció en el aula y me pidió que la acompañara, se veía
afligida.

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Karen R. Romero

―Es la madre de Daniel, creo que lo lograste ―dijo


emocionada mientras andaba de prisa.
―¿En serio?
Tuvimos una larga charla, solo ella y yo, ya estaba
todo listo, ahora solo quedaba mover los papeles, y quizás
en un mes Daniel formará parte del colegio Manuel
Romero, lo que significa que podría echarle un vistazo y
ayudarlo; creo que una parte de mí lo ve como mi pequeño
Mateo, sé que puedo ayudarlo y lo voy hacer. Una parte de
mí sabe cuánto me necesita, y quién sabe, quizás yo sea
quien pueda tenderle la mano que tanto necesita.

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