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PRÓLOGO/ INTRODUCCIÓN
15/02/2023
Prólogo
In memoriam
a María Tersa Sanchez, Miguel “Lito” Medina y los 30.000 detenidos y desaparecidos, en
Argentina, entre los años 1975 y 1984.
INTRODUCCION (definitiva)
¿Hasta qué punto podemos suponer que las ideas, las decisiones y las acciones,
consideradas racionales, están limitadas por nuestra pertenencia a una cultura? ¿Es
posible encontrar un punto de vista teórico y metodológico que pueda blindarnos de la
influencia de la tradición, las costumbres, los modos particulares de vida? ¿Podemos
sostener que todas las afirmaciones discursivas y las justificaciones argumentativas de
nuestras acciones son manifestaciones de la racionalidad atemporal y ahistórica? Más
aún, ¿es factible encontrar algún tipo de práctica social o tematización de problemas
cognoscitivos que puedan argumentarse como relevantes para las sociedades, que sean
4
2
R. Gómez, Racionalidad. Epistemología y ontología, en L. Olivé (Comp.) (1995), ed. cit.
3
Cfr. Sobre la variedad de usos y sentidos del término “Cultura”, en R. Williams (2000), 87 – 93; también, en R.
Williams (1994), 9 – 29.
4
Z. Bauman (2002), 258.
5
Jürgen Habermas, Teoría de la acción comunicativa (2 Vol.), Tomo I: Racionalidad de la acción y racionaliza-
ción social; Tomo II: Crítica de la razón funcionalista, Madrid, Taurus. 1999 (Ed. original: Theorie des
kommunikativen Handelns. Band I. Handlungsrationalität und gesellschaftliche Rationalisierung, Frankfurt am Main,
Suhrkamp; Theorie des kommunikativen Handelns. Band II. Zur Kritik der funktionalistischen Vernunft, Suhrkamp.
Frankfurt am Main, 1995)
5
aspecto del sistema cognoscitivo, de los intercambios lingüísticos y de las acciones. Tal
análisis sincrónico contempla, asimismo, una perspectiva diacrónica que conduce a una
teoría evolutiva de las sociedades hasta desembocar en la idea de una época
contemporánea caracterizada como la modernidad inacabada6.
El dualismo entre racionalidad y cultura es análogo al de racionalidad y valores,
desde otra perspectiva, se resume como la contraposición entre racionalidad teórica o
epistémica y racionalidad práctica. Si bien la racionalidad práctica, capacidad de
argumentar la verdad de normas y valores, es sostenida por Habermas, con más fuerza en
escritos posteriores. El carácter prerreflexivo de las normas sociales, su carácter
precognitivo que legitima el sentido común, le da a la cultura el carácter de plexo u
horizonte de sentido susceptible de ser rectificado en cuanto esas normas son
tematizadas; en particular en el choque de culturas. Éste problema filosófico procede de
una concepción de la razón que en el marco de la filosofía de la Ilustración ha gravitado
como centro de todas las reflexiones filosóficas. Desde entonces, la idea de la razón –
como facultad humana- y de la racionalidad – como adjetivación de pensamientos y
acciones- han tomado diferentes interpretaciones. Éstas se reflejan en el desarrollo de las
ciencias del conocimiento, las teorías psicológicas del aprendizaje, de las acciones con
lenguajes reprimidos y las teorías sociales sobre la dinámica de la moralidad. Las
reflexiones sobre racionalidad y cultura reprodujeron, en otros términos, problemas
filosóficos formulados como antagonismos entre lo “universal” y lo “particular”, lo
“necesario” y lo “contingente”, las “ideas innatas” y “adquiridas”, “la racionalidad
consciente” y la “racionalidad inconsciente”, las formas del entendimiento y la
aprehensión translúcida o distorsionada por formas ideológicas, de los contenidos del
mundo material: las experiencias.
Desde el siglo XVII, en la modernidad europea, las reflexiones filosóficas se han
orientado hacia la comprensión teórica del conocimiento y de la vida práctica; han
tomado en consideración la intervención cognoscitiva del hombre en la naturaleza y la
justificación del orden que estos mismos, se daban para sí en la vida comunitaria7. La
reflexión filosófica avanzó hacia un pensamiento de fundamentos formales que trató de
exonerarse de todo relativismo sugerido por la dialéctica de la historicidad. No obstante,
la dinámica de las filosofías de la Ilustración alemana, el Siglo de la Luces francés e
Iluminismo inglés, progresivamente, y cada uno a su manera, dejan de cristalizar a la
razón como una propiedad de la trascendencia ex homine. La razón pasa de ser
problematizada como facultad trascendental para afincarla, más tarde, como
procedimiento argumentativo vinculado a las normas sociales, a las acciones y a los
pensamientos. Ahora, a los hombres se los comprenden desde una perspectiva histórica,
como protagonistas de su destino y con ideas engarzadas en experiencias vividas.
Mientras tanto, en el campo de los fundamentos éticos de la moralidad y de la
6
Entre otros enfoques sobre le teoría de la cultura en Habermas encontramos en R. Wuthnow, J.D. Hunter, A. Ber -
gesen, E. Kurzweil, Análisis cultural. La obra de Peter Berger, Mary Douglas, Michael Foucault y Jürgen Habermas,
ed. cit. Estos autores toman casi de forma equivalente sociedad y cultura, como así también, apelan a una idea ajena a
Habermas como es la de sostener que las preocupaciones de este autor apuntan a desentrañar problemas en las “ciencias
culturales” (cfr.: 218 – 218). Quienes elaboran la teoría de la cultura de Habermas, a veces, parecen olvidar un concepto
fundamental para Habermas; presente en toda su filosofía, aún en la etapa de sus escritos previos a la Teoría de la ac-
ción comunicativa (1981): me refiero al concepto de mundo de la vida.
7
Cfr. A. Mestre y J. Romagosa (Comp.) (1988), ¿Qué es la Ilustración?, ed. cit.
6
matemática, se desafía en otro nivel la pregunta por la historicidad de estos. Renueva, con
otros fundamentos el dilema del origen empírico de ideas y conocimientos vinculados a
las normas morales y a la universalidad del cálculo matemático. Sobre el horizonte
fáctico de la diversidad de pensamientos y razones, la búsqueda de lo común, de lo que
los unifica, se coteja a las respuestas dadas antes de la Ilustración, pero ahora, en otros
términos, para desentrañar las causas de la multiplicidad. Entonces, es cuando el
pensamiento filosófico aprehende la diversidad de las formas de vida como formas de las
culturas y éstas, representan el sentido práctico de las múltiples acciones posibles
legítimamente dadas: la cultura reproduce la heterogeneidad, pero también, unifica la
diversidad. La tarea de la filosofía es reconocer dónde se afinca ese doble aspecto del
carácter normativo y universal8, coherente con un nuevo modo de entender la objetividad
y la universalidad.
Cuando la filosofía pierde el soporte especulativo que constriñe la realidad a sus
postulados metafísicos trascendentales, se debilitan los supuestos de lograr
argumentaciones derivadas de formas universales de la razón y de la cultura. Nos
encontramos, así, perplejos frente al desafío teórico y práctico que permita explicar y
justificar cómo es posible la interacción social coordinada en un mundo heterogéneo. Una
respuesta es suponer que estamos sumergidos en mundos más o menos individuales, más
o menos interconectados, pero con la certeza de que el entendimiento recíproco
racionalmente fundado nunca será posible. Comprendidos los hombres en el drama de su
singularidad, desembocamos, seguramente, en una concepción de mundo social librado al
juego de las fuerzas. La condena a la soledad óntica, que postulaba Sartre, deja de ser un
ángulo de la existencia individual para constituirse en propiedad de la realidad social 9. La
intersubjetividad como ámbito que expresa la coordinación de acciones a través del
mutuo entendimiento se transforma en una ilusión. Pero, si revisamos nuestras nociones
de racionalidad y de cultura desde una perspectiva práctica, el problema toma otra
dimensión. La racionalidad y la cultura, estructurando el sentido de las interacciones y
visto en el proceso histórico y social, se revelan como dimensiones que permiten
comprender por qué los hombres se empeñan en la lucha por transformar los modos de
vida y, a veces, fracasan. Por qué esos órdenes en las formas de vida quieren ser más
eficaces, pero, también, cubiertos con valores donde se da el primado de la justicia10.
5. Argumentación y cultura
9
Cfr. “[...] Estamos ya arrojados al mundo frente a otros; nuestro surgimiento es libre limitación de su libertad, y
nada, ni siquiera el suicidio, puede modificar esa situación originaria: cualesquiera que sean nuestros actos, en efecto,
los cumplimos en un mundo en que hay ya otros y en que estoy de más con respecto a los otros”, J. P. Sartre (1968),
508.
10
Una perspectiva que toma el problema de la racionalidad práctica y la cultura, desde la perspectiva de Haber -
mas, es la investigación de G. Kraemer Bayer, Racionalidad práctica y dominación cultural, ed. cit. Esta investigación,
más bien, está centrada en la reinterpretación de la teoría de la acción comunicativa con el objetivo de “justificar el de -
recho a la autonomía indígena con la legitimidad de las instituciones de un Estado democrático [en México]” (cfr., 13).
Tomamos en cuenta esta investigación, en forma parcial, porque implicaría reorientar nuestra investigación hacia una
discusión sobre los argumentos que esgrime la investigadora para convalidar sus hipótesis de naturaleza filosófica y an-
tropología política.
7
todas las deducciones racionales en el orden de la vida cotidiana. Una de las hipótesis es
que los procesos racionales que respaldan los pensamientos y opiniones, como así
también, orientan el sentido de las acciones, están estrechamente relacionados con
estructuras simbólicas transmitidas por la cultura y heredadas por los actores sociales. El
horizonte de sentido compartido social e históricamente replantea nociones tales como las
de la universalidad de nuestras aseveraciones y normas. Así se abre una perspectiva
renovada para la comprensión de los problemas de la sociedad contemporánea. El
relativismo cultural se impone tras la afirmación del plexo simbólico cultural como
determinante de todas las reflexiones racionales. Pero tal relativismo es posible desde una
teoría de la racionalidad restringida a la técnica-instrumental, pero, no así, si extendemos
la comprensión racional también, hacia las normas, los valores y la reflexión autocrítica
del sentido de las sociedades. En otras palabras, si tematizamos cómo son posibles los
intercambios lingüísticos que median la comunicación intersubjetiva entre culturas
diferentes. Necesariamente deberemos problematizar desde un nuevo enfoque la idea de
objetividad, intersubjetividad y universalidad.
Desde una idea de la filosofía como praxis comprometida, también con la
transformación de la realidad (ante factum et post factum). Partimos del supuesto, según
el cual, toda reflexión sobre el hombre y la sociedad guarda para sí la esperanza de ser un
aporte para la mutación de la realidad. La emergencia de que tal pretensión logre su
cometido, y que no sean ilusiones de la razón, depende de que las reflexiones se sometan
a la crítica de una teoría crítica de nuevo cuño. Es decir: desentrañar los componentes que
cumplen la función ideológica de desplazar la atención hacia lo que no es relevante,
generando transformaciones virtuales y preservando la ilusión sobre la misma realidad 11.
Esta realidad que representamos y valoramos como negativa, finalmente, corre el riesgo
de postular una “pura negatividad “que orienta actitudes, nuevamente, metafísicas,
contemplativas frente a las experiencias y enmascara la reflexión teórica como
resignación. El desafío es, entonces, cómo fundamentar la crítica y explicar que la razón
crítica es razón condicionada.
El sentido de la crítica que inaugura Marx implica, fundamentalmente, una tarea
desde una filosofía de la praxis, para desentrañar las “patologías sociales” y la “crisis so-
cial” dentro del capitalismo. Primeramente, lo hizo en estrecha relación con las lecciones
de W.F. Hegel; tratando de alcanzar objetivos humanistas reparadores de las injusticias
sociales. Más tardes, fundado en las ciencias sociales incipientes, fundamentalmente, la
economía de comienzos del siglo XIX procuró alcanzar con previsión “científica”, los
mecanismos que orientarán el orden social superador del capitalismo. La tarea crítica en
Marx fue comprender el origen de la injusticia y la destrucción de la dignidad humana en
la sociedad capitalista de la Revolución Industrial. Luego, desde una visión materialista
de la historia, afincada en la economía, establece criterios normativos para el cambio,
desenvolvimiento y logro de una nueva sociedad. Vincular la ciencia y la filosofía es el
rasgo que distinguió al marxismo en su época 12. Esto sucede en un momento de la cultura
11
Cfr.: “Por mucha claridad que se arroje contra la contrariedad interna de cualquier relativismo, las cosas no de -
jan de ser como las describe Heidegger: todas estas argumentaciones triunfales tienen siempre algo de ataque por sor -
presa. Parecen tan convincentes y, sin embargo, pasan de largo ante el verdadero núcleo de las cosas”: H-G. Gadamer
(1993), I, 419.
12
Cfr.: F. Soldani, Marx e la scienza. Come il pensiero scientifico ha dato forma alla teoria della società di Marx,
en Actuel Marx en Ligne, www.u-paris10.fr/actuelmarx/alp0003.htm ; J. D. Bernal, Historia social de la Ciencia, 1. La
ciencia en la historia, ed. cit., cap. IX; W. C. Dampier, Historia de la ciencia y sus relaciones con la filosofía y la
religión, ed. cit., cap. VIII; L. Geymonat, Historia de la filosofía y de la ciencia, ed. cit., 524 – ss.
8
La afirmación de que los valores orientan las acciones humanas y sesgan decisiones
racionales, se ponen en evidencia cuando no bastan las descripciones de dimensiones
observables de los comportamientos para comprender la realidad social. Atender las
intenciones por las cuales y con las cuales los actores realizan sus acciones implica el
doble aspecto de la subjetividad del actor, pero fundamentalmente, de la
intersubjetividad. Las significaciones se inscriben en los pensamientos y en las
interacciones. Este punto de vista postula a los significados como interpretaciones que se
13
Cfr. F. Engels (1992), El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado, ed. cit.
14
Cfr. F. Engels (1961), 178 – ss.
15
Cfr. J. Habermas (1973, a), 11- 14; [ trad. cast. 11 – 13].
9
desprenden de los textos discursivos con los cuales enlazamos nuestras relaciones con las
cosas y los otros hombres, y no como contenidos mentados y explicados a través de la
psicología. Este es un proceso de semiótica social por el cual conocemos y nos
comunicamos16.
En El significado en los objetos sociales17 afirmé que el plexo de significados no
existe como una realidad dada sino como un universo de sentidos recreado por medio de
las interacciones discursivas. Asimismo, tal sentido, de modo amplio, se institucionaliza
como representación de la integración a través de los discursos sociales que engloban la
ciencia, el arte, la política, las creencias, las imágenes del mundo y la vida cotidiana.
Estos son textos que encarnan valores, normas, reglas, sanciones, etc. Allí está el
horizonte al que denominamos cultura: el universo de significaciones que hacen posible
toda interacción social que enlaza la comunicación lingüísticamente mediada y, así,
permite la comprensión. El desafío, por entonces, era encontrar un concepto de cultura
que fuera compatible con una idea de racionalidad, sin caer en el relativismo cultural de
toda forma de conocimiento, ni en el escepticismo gnoseológico frente a determinadas
regiones de objetos que sean tomados como culturales e irracionales. Tal idea de cultura
implicaba una dimensión que no podía ser un aspecto parcial de la vida social sino, más
bien, el sustrato constitutivo de la vida social, el modo a través del cual se producen las
autorrepresentaciones sociales y, por consiguiente, ineludible en cualquier análisis de las
ciencias sociales. La cultura, tampoco, ya no podía ser reconocida como consecuencia de
la relación mecánica entre estructura y superestructura, sino, más bien, como contenidos
inherentes a la subjetividad e intersubjetividad social; es, entonces, un plexo de
significaciones, históricamente constituido, cuya pretensión de validez y universalidad se
condensa, en cada época, mediante los discursos prácticos cuyas normas y valores
imprimen sentido a la vida cotidiana. Los contenidos de esas significaciones no se
descubren a priori sino a través de las experiencias históricamente determinadas y
socialmente conformadas. La cultura y sus contenidos se transmite a través de las
significaciones que se plasman en la discursividad de la vida social. La mediación de la
herencia cultural deshaces toda sincronía entre las relaciones económicas y la conciencia
social. Dicho de otra forma, el conjunto de significaciones que orientan las acciones y las
interacciones, también se reflejan en las relaciones que establecen los hombres para
apropiarse de la naturaleza y generar la reproducción material. No hay, así, pues,
apropiación transformadora a partir de fines depurados de plexos normativos. Estas
conclusiones terminan por encontrar una formulación relevante en la teoría de la
racionalidad de Weber, pero, también, una idea de cultura ligada a la de mundo de la vida
(Lebenswelt) que, desde Husserl y varias mediaciones teóricas tanto filosóficas como
sociológicas, desembocan en Habermas. En éste, así se estructurar una teoría de la
racionalidad de la acción social y del sistema social como expresión de la racionalización
social lingüísticamente mediada.
16
T. A. van Dijk (Comp.), El discurso como interacción social, ed. cit.
17
Raúl A. Rodríguez, El significado en los objetos sociales, Córdoba, Edit. UNC, 1998.
10
cosificantes del sistema social; la actitud renuente frente a los avances de las ciencias que
fueron emparentados como expresión de la racionalidad instrumental positivista y la no
tematización de la ética y de la teoría política de la democracia, especialmente ésta, como
fenómeno del capitalismo.
La continuidad de la tarea crítica de la tradición de Frankfurt se proyecta en
Habermas y reaparece, como innovación del sentido de la crítica social y como la
búsqueda de los fundamentos normativos depurados de la filosofía de la historia. El
marxismo, la preocupación por la racionalización social aprehendida de Weber y Lukács
y el programa interdisciplinario que vinculó la filosofía y las ciencias sociales, proceden
de la vieja Teoría Crítica representada por Horkheimer, Adorno, Marcuse, Benjamin,
entre otros. La nueva tarea que plantea Habermas asume estas perspectivas desde un
punto de vista que prescinde de la filosofía del sujeto, acopla la filosofía del lenguaje y
deslinda en las ciencias sociales los aportes que permiten desentrañar las patologías de la
sociedad contemporánea. Mientras aquella Teoría Crítica objetivaba los problemas de la
modernidad como problemas de la racionalidad autonomizada en el marco de una
sociedad capitalista, para Habermas, las nuevas circunstancias replantean la tarea crítica
como nuevos desafíos para la teoría y la praxis. Habermas toma en cuenta la tradición
mencionada, pero, asimismo, desde la reconstrucción evaluativa de una variedad de
perspectivas filosóficas y sociológicas reconoce a ésta como inherente a la práctica
social; a los intercambios comunicaciones orientados hacían un mutuo-entendimiento o
bien, un acuerdo.
No lograremos reconstruir la totalidad de la teoría de la acción comunicativa;
tomaremos lo que seleccionamos en función de la hipótesis central que sustenta en su
teoría de la racionalidad vinculada a la valoración de las estructuras simbólicas de la
cultura. Esta es, la racionalidad como procedimiento; la argumentación validada a través
del anclaje con el mundo vivido y las formas de existencia.
Para Dubiel, hay tres grandes complejos históricos que rodean el origen de la Teoría
Crítica: a) El movimiento obrero alemán. b) El desarrollo del socialismo en la Unión
Soviética, y, c) El desarrollo del fascismo en Alemania 19. Si a estos sumamos la
influencia cultural de la ciudad de Frankfurt del Meno, con su vida urbana y cultural en
los inicios del siglo XX y que Martin Jay20 subraya, entonces, tenemos una imagen que
reproduce las particularidades de una actitud filosófica y social gestada en consonancia
con su época. Ésta es una línea de trabajo filosófico, político y social que toma fuerza,
más hacia finales de su sobrevivencia como Escuela, que en el momento de mayor
apogeo de su producción intelectual. Otros estudios sobre los orígenes de la Teoría
Crítica y del movimiento que se identificó en los años sesenta como “Escuela de
Frankfurt”, insisten, como J-M Vincent21, en la estrecha relación que tuvo con las
condiciones sociales y políticas dadas en el auge del movimiento comunista europeo y en
Alemania, particularmente, durante los años veinte y treinta. También Vincent señala el
impacto que produjo en ellos el éxito de la Revolución Bolchevique.
Desde otra perspectiva se pueden enfatizar los aspectos teóricos especulativos en
torno a la noción de teoría y crítica, que pusieron a estos pensadores a distancia relativa
19
H. Dubiel (2000), 79 – ss.
20
M. Jay, “Fugas urbanas: el Instituto de Investigación Social entre Frankfurt y Nueva York, en M. Jay (2003), 29 –
ss.; también, en M. Jay (1986), La imaginación dialéctica. Una historia de la Escuela de Frankfurt, ed. cit.
21
J-M Vincent, Pensar en tiempos de barbarie. La teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, ed. cit.
14
de los movimientos políticos de la época 22. De uno u otro modo, esta Teoría Crítica y
Escuela de Frankfurt, tuvieron un recorrido teórico, entre los años treinta y sesenta, con la
suficiente sinuosidad como la que produjeron los acontecimientos que marcaron los
vertiginosos cambios en Europa, en la primera mitad del siglo XX. Todos estos hechos
que suceden desde la Revolución Rusa de 1917 hasta el incremento de la “Guerra fría” en
los años sesenta, repercutieron en estos pensadores y los tuvieron por protagonistas
intelectuales de los mismos23.
En 1917, la Revolución de Lenin inicia al siglo XX con un acontecimiento que
definirá la orientación del desenvolvimiento político, social e intelectual de Europa y del
resto del mundo. Sus consecuencias llegan hasta la última década de ese siglo con un
impacto y expansión que aun resuena.
La Revolución objetiva la praxis de una teoría filosófica y este es el rasgo que, a mi
juicio, la singulariza entre otros acontecimientos de la historia. La filosofía práctica y
política en la historia de la filosofía, se estructuró, por lo general, como reflexión post hoc
que toma los acontecimientos como objeto o bien se postula como pensamiento que
fertiliza las condiciones sociales, como en la revolución francesa, que desembocaron en
un acontecimiento que, también, marcó la historia de Europa en el siglo XVIII. 24. En el
caso de los movimientos sociales de comienzos del siglo XX, el marxismo es ya una
filosofía que se enarbola como bandera de lucha. Los planteos de Marx y Engels son, en
primer lugar, una filosofía social que integra el sistema social y las acciones distingue
entre niveles manifiestos y subyacentes 25. Explica las causas inmediatas e históricas y,
desde este ámbito, filosófico social, se proyectó como teoría social y política. Tras la
búsqueda de una clave explicativa totalizadora de la realidad social, formula desde la
economía, la Teoría del Valor26. Es la reflexión que ha transitado desde el intento por
comprender la naturaleza humana a través de su praxis, se propuso modificar las
condiciones humanas de vida y llega a explicar las patologías de la modernidad. Tales
pretensiones condujeron al marxismo poner a prueba, de modo permanente, esta
capacidad interpretativa y transformadora.
El marxismo se proyecta como filosofía, teoría del desenvolvimiento social, teoría de
los sistemas sociales, fundamentos de las doctrinas políticas, orientación de las prácticas
sociales y políticas. Se vincula con el movimiento obrero, lo conceptualiza como
categoría social con un rol revolucionario y, más tarde, también, el marxismo se
estructura como doctrina que orientó la organización de estados socialistas, comunistas y
socialdemócratas. En el pensamiento humano, sólo las religiones han tenido el potencial
de extenderse desde el ámbito delimitado de sus propias objetivaciones hasta impregnar
la totalidad de la vida privada y pública, individual y social. Las religiones no solo
contuvieron principios que delimitaban las creencias, sino también, señalaron la
22
A. Cortina, Crítica y utopía: La escuela de Frankfurt, ed. cit.
23
Cfr. La mejor descripción cronológica que abarca a todos los pensadores vinculado con la historia de la Escuela de
Frankfurt sigue siendo, a mi parecer, la que describe Rolf Wiggershaus, Die fraknkfurter Schule: Geschichte,
theoretische Entwicklung y politische Bedeutung, ed. cit.
24
Cfr. Para una interpretación de la filosofía política en Marx, véase A. Boron, “El marxismo y la filosofía política”, en
A. Boron (comp.) (2001), Teoría y filosofía política. La tradición clásica y las nuevas fronteras, ed. cit.
25
Cfr. Entre la múltiple bibliografía sobre Marx, Engels y el marxismo, me permito referir a una de las últimas
publicaciones: E. Balibar (2000), La filosofía de Marx, ed. cit. Balibar distingue aquí, desde una lectura postsocialismo
real, entre la filosofía de Marx y la filosofía marxista. En este apartado sobre el marxismo, no consideraré esta
distinción, no por carecer de importancia, sino más bien, porque trato de señalar los aspectos que las tradiciones
marxistas han considerado y que influyeron en la Teoría crítica.
26
Cfr. J. Zeleny, La estructura lógica de “El Capital” de Marx, ed. cit.
15
Marxistische Arbeitswoche. Retornó varias veces a Bs. As. Pero no se hizo cargo de la empresa que continuó con los
hermanos de Herman Weil. Félix José apoya al diario Argetiniesches Tageblatt, también al colegio Pestalozzi de Bs.As.
e intervino en el diseño del sistema de impuestos de la Nación. Mientras el Instituto de Investigaciones Sociales
funcionó en Nueva York, Félix Weil continuó el apoyo económico y allí, publicó The Argentine Riddle. Falleció en
California en 1975. Dejó escrito “Erinnerungen” (Recuerdos) que aún no fue publicado por sus familiares de los EE.
UU. [Cfr. M. Jay (1986), 27 – 30; R. Wiggershaus (1989), 21 – ss.; Argentinisches Tageblatt, 29.04.1989, Extractos de
mi investigación para el proyecto Argentina y el Instituto de Investigación Social de Frankfurt, aun, concluido]
38
M. Jay (1986), 28.
39
K. Korsch, Marxismus und Philosophie, Grünberg Archiv für Geschichte des Sozialismus und der
Arbeiterbewegung, 1923; trad. cast. en K. Korsch, Marxismo y filosofía, Barcelona, Ariel, 1978.
40
K. Korsch (1978), 105 – 106.
41
En 1925, en el Primer Cuaderno publicado por el “Archivo para la historia del socialismo y del movimiento obrero”,
F. Weil publicó Die Arbeiterbewegung in Argentinien. Ein Beitrag zu ihre Geschichtek (“El movimiento obrero en
Argentina. Un aporte para su historia”) Inédito en castellano. De acuerdo con mis indagaciones sobre el tema, éste es el
primer intento de una historia sistemática del movimiento obrero argentino y es el resultado de sus indagaciones
personales, en 1920, antes de retornar a Alemania y dedicarse de lleno al Instituto.
18
Alemania y Europa42. El enfoque que toma el programa del Instituto es una inversión del
idealismo social de los neokantianos y, al mismo tiempo, una integración del marxismo
en la historia de sus problemas en la filosofía. Esta apropiación de la filosofía, desde las
preocupaciones marxistas, se abrió con energía y receptividad frente a la cultura de su
época: modernismo y surrealismo. También, se receptó las incipientes ciencias sociales,
como, por ejemplo, el psicoanálisis. Todas estas intersecciones trataban de enriquecer una
perspectiva materialista de la filosofía y una interpretación transformadora de la cultura
cuyas expresiones estaban en la música, teatro, poesía, literatura, y en una política con
propósitos pedagógicos para la clase obrera43. Posiblemente éste sea el rasgo más
significativo del modo de hacer filosofía que se inaugura en Frankfurt con los pensadores
vinculados al Instituto. Lo que en principio se presenta como eclecticismo y una
perspectiva de articulación filosófica asistemática, se mantiene en Habermas - como se
verá más adelante -. Estas son reconstrucciones teóricas que van desde el marxismo a la
filosofía idealista, de la conciencia de clase del proletariado a la cultura de toda la
sociedad. Este tránsito se realiza metodológicamente como un intento para desarticular
los sistemas filosóficos y teorías sociales y, así, aprehender los problemas centrales que le
dieron sentido. Todos ellos reflejan formas de la racionalización social cuyos núcleos
problemáticos deben encontrar, ahora, una solución en virtud del potencial de las nuevas
categorías. Esta es, entonces, una reflexión que reorienta las teorías en función de un
esquema que se ha propuesto superar sus debilidades y limitaciones con la ayuda de una
nueva perspectiva frente a ellas. En esto radica, a mi entender, la esencia de la Teoría
Crítica.
Las tareas del Instituto se vieron interrumpidas en Alemania cuando en 1933 ganan
las elecciones el Partido Obrero Alemán Nacionalsocialista (Nationalsozialistische
Arbeits Partei), que institucionaliza el expansionismo, chovinismo, anticomunismo y el
antisemitismo como política de Estado44. En ese contexto, progresivamente, quienes
estaban ligados al Instituto abandonaron Alemania, rumbo a otros países europeos y a los
Estado Unidos. En 1934, Horkheimer, ya en los Estados Unidos, en Nueva York, se
asocia el Instituto a la Universidad de Columbia. El cambio de ubicación geográfica
significó la pérdida del sustrato de vida social, cultural y política que había cultivado a la
Teoría Crítica en Alemania. La etapa. del Instituto en EE. UU. condujo a los inmigrantes
de Frankfurt a variaciones temáticas y actitudes diversas frente a la nueva cultura social y
42
M. Jay (1986), 59.
43
Tómese en cuenta las reflexiones de Lukács sobre el arte y la literatura, las de Walter Bejamin y la literatura como
también, su vinculación con Brecht. La música de Schönberg y Webner que merecieron para Adorno, especial
consideración en las reflexiones sobre la estética. También, el ambiente cultural de la época vinculado al teatro político
de Piscator, etc. Cfr. D. Frisby (1992), Fragmentos de la modernidad. Teorías de la modernidad en la obra de Simmel,
Kracauer y Bejamin, ed. cit.; P. Missac (1988), Walter Benjamín. De un siglo al otro, ed. cit.; E. Lunn, Marxismo y
modernismo. Un estudio histórico de Lukács, Benjamín y Adorno, ed. cit.
44
Contra las versiones vulgares que aluden al racismo como único rasgo negativo del gobierno “Nazi”, hay que tomar
en cuenta su política con respecto al resto de Europa. En cuanto al componente racistas, los campos de concentración
albergaron a perseguidos políticos, fundamentalmente, comunistas y socialistas, prisioneros tomados en los países
conquistados y el producto de las limpiezas étnicas contra judíos, serbios, polacos, rusos, gitanos, etc. Respecto al
antisemitismo, el gobierno “Nazi” representó en el Estado lo que social y culturalmente estaba instalado en la sociedad
alemana y europea. Cfr. D. J. Goldhagen (1997), Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el
Holocausto, ed. cit.; sobre esta discusión, J. Habermas, “Sobre el uso político de la historia”, en J. Habermas (2000), 43
– ss.; además, en F. Finchelstein (ed.) Los alemanes, el Holocausto y la culpa colectiva. El debate Goldhagen, ed. cit.
19
científica. Es por esta razón que Dubiel45 distingue entre la historia del Instituto, la
historia de la Teoría Crítica y lo que se denomina Escuela de Frankfurt. El concepto de
Teoría Crítica representa, así, la perspectiva que enunciara Horkheimer en 1937 y junto a
él, se ubican Adorno, Fromm, Löwenthal, Marcuse, Neumann, Pollock. En cambio, el
nombre de Escuela de Frankfurt, que identifica a los textos teóricos e investigaciones
empíricas, fue formado en los Estados Unidos, durante el exilio, y es el capital intelectual
que Adorno y Horkheimer llevaron en los años cincuenta, de regreso, a Alemania. Es,
como se ve, en los EE. UU. donde se da un ajuste intelectual del Instituto. Ellos se
adecuan a las exigencias de la tradición filosófica social de corte empirista que tenían los
Estados Unidos. El programa de investigaciones, entonces, acentúa el carácter empírico
social, se diluyen las preocupaciones por la clase obrera y el marxismo deja de ser una
teoría de necesaria referencia para su reflexión. El vuelco al idealismo alemán no era
demasiado difícil ya que la procedencia filosófica que había formado a Horkheimer y a
Adorno, como también, la relación tardía con el marxismo, no los comprometía de modo
sustancial. Seguramente, se podrá especular, cómo las nuevas condiciones sociales
influyeron en la filosofía crítica de quienes habían emigrado a los Estados Unidos, pero,
también, cabe pensar, sin embrago, que los componentes teóricos que estaban en su
génesis maduraron en tales circunstancias.
En la teoría filosófica de Horkheimer y Adorno, se puede reconocer el potencial
crítico de las manifestaciones culturales más elocuente del capitalismo en los Estados
Unidos. Estas no eran, precisamente, sólo expresión de la situación de la clase obrera,
sino, también, de toda una cultura que embriagaba a las clases sociales de toda la
sociedad, con el éxito de la producción material y orientaba la generalización de
estándares de vida. Tales condiciones, a mí parecer, tienden a poner en relieve la
articulación entre filosofía y sociedad, crítica y cultura, que desarrollan estos pensadores
que fueron testigos de las derrotas de los intentos revolucionarios que los proletarios
llevaron a cabo en la Europa, pero, ahora, sumida en la expansión del fascismo alemán.
El programa de raíz idealista y marxista del Instituto se enfrentó, entonces, a la sociología
norteamericana, que se erguía como teoría social más efectiva adecuada a la realidad del
capitalismo norteamericano. Esto influye en Adorno y Horkheimer e impulsa una
reorientación de la filosofía crítica que indaga en las estructuras simbólicas de la razón
compaginadas en la dialéctica de la historia. Esa dialéctica es vista como la racionalidad
objetivada en la cultura, en las transformaciones económicas y políticas. El arte, que
había sido visualizado por Marx con relativa autonomía respecto a las determinaciones
económicas y fue la puerta de entrada para las teorías de la ideología. Ahora, es visto
como un dispositivo que consolida una cultura ligada a una forma social. Con la
filosofía crítica desarrollándose en los Estados Unidos, el arte y la cultura es aprehendido
como objetivaciones ideológicas determinadas por la totalidad social, como expresión de
una unidad dialéctica de la razón, ahora, devenida en razón instrumental. En este contexto
cobra mayor énfasis la preeminencia de los factores culturales sobre los económicos, en
la definición de la sociedad. La crítica social ya no es crítica política, y la crítica
económica no es crítica del dominio de una clase sobre otra. La filosofía deviene,
entonces, en teoría crítica social que descubre en la totalidad de la cultura el sentido de lo
que antes era visto como expresión de una clase. La crítica es de la cultura, porque en
ella, para Horkheimer y Adorno, fundamentalmente, se manifiesta la dialéctica de la
razón.
45
Cfr. H. Dubiel, Wissenschaftsorganisation und politische Erfahrung. Studien zu frühen Kritischen Theorie, Frankfurt
am Main, 1978, cit. en H. Dubiel (2000), 9.
20
46
M. Horkheimer (1974), 223 – ss.
47
Ibíd., 240.
21
producción que subsana las necesidades. Pero el valor del progreso depende de qué se
considere valioso, útiles, etc. En una cultura de una sociedad de clases la reflexión crítica
se revela contra lo supuesto como orden dado y normal. Este es un mundo que la razón
asimila a los individuos escindidos de la sociedad como producto del capital55. El
pensamiento crítico, por el contrario, postula Horkheimer, está motivado por superar y
suprimir la tensión entre conciencia de fines, la espontaneidad y la racionalidad tanto
individual como aquella enajenada como racionalización de la vida social a través del
trabajo56.
El sujeto, para la teoría crítica, es un individuo concreto, real, relacionado con
otros individuos a través de su clase y, al mismo tiempo, trabado con la totalidad social y
la naturaleza. La teoría crítica, así propuesta, abriga la restitución de la escisión entre
sujeto y objeto que se abre hacia la perfecta autonomía del sujeto. La autocomprensión de
esta unidad e identidad del sujeto con la totalidad es consecuencia de un proceso histórico
de transformación de la estructura de la totalidad social, del sujeto y de su pensamiento.
Este es un proceso que conduce a la autocomprensión crítica y dominio racional57.
La posibilidad de que el individuo asuma su identidad con la totalidad es un
anhelo que se expresa en la evolución de la cultura como consecuencia del proceso social
transformado en dirección hacia una sociedad sin injusticias. El pensamiento no extrae
esto de sí mismo, sino que lo descubren en la marcha de la historia. Así, para
Horkheimer, se va perfilando la racionalidad con un propósito librador que sólo lo logra
si se sobrepone al potencial técnico. Este, cobra un carácter ideológico cuando se toma a
la técnica como instancia de libertad para el hombre, respecto a las ataduras de una
sociedad negativa. La realización de los hombres como totalidades, para la teoría crítica,
se alcanza cuando se supera la segmentación social, la concentración del poder y la
riqueza, como formas crecientes del dominio de la naturaleza. La racionalidad
totalizadora y liberadora es, en el pensamiento de Horkheimer, una vía de reencuentro
con el hombre y la naturaleza. Marx, en Horkheimer termina por ser asimilado en una
perspectiva que va más allá de sus planteos de clase. En tal sentido, la teoría crítica se
proyecta como autorreflexión del pensamiento liberador y la razón no es proyección
“psicológica” de la conciencia de clase del proletariado; tampoco, expresión de las
aspiraciones actuales de la clase, de una tendencia o de un partido político. “La teoría
esbozada por el pensar crítico no obra al servicio de una realidad ya existente: solo
expresa su secreto”58que devela la escisión, el desgarramiento de un hombre que
históricamente ha evolucionado hacia su anulación por la miseria, la injusticia y la
separación de la naturaleza.
Aquí se abre una perspectiva que, habiendo partido de Marx, éste le es útil para
proponer una trasformación de la totalidad social no como consecuencia de la realización
política o el incremento de técnica. El valor de la teoría crítica está en ser radical, en
agudizar las luchas hacia la concreción de una sociedad de hombres libres. Ella se
propone como una fuerza reflexiva y autocrítica, que pretende trascender a la realidad
presente.
Lo que afirma la teoría crítica es la pretensión humana de alcanzar el dominio
racional. Esta idea de necesidad racional está ligada a la necesidad de libertad pretendida.
Esta necesidad es una constante que se realiza como pretensión de libertad, como
55
Ibíd., 240
56
Ibíd., 242.
57
Ibíd., 243 –244.
58
Ibíd., 248.
23
conocimiento y acto, como teoría y praxis, como superación del dualismo cartesiano
entre pensar y ser, y, más aún, como superación del dualismo naturaleza sociedad. La
teoría así no es política ni orienta un partido ni un Estado; la teoría crítica que emerge en
Frankfurt es autoconciencia histórica que se realiza a través de un cambio. Este pensar
ha estado ligado al surgimiento de la Ilustración en el siglo XVIII y, en aquel momento,
sirvió para destronar los dogmatismos y liberar a la economía burguesa de las trabas
feudales59. Ahora, en la actualidad, la racionalidad debe transformarse también en
autorreflexión, en racionalidad consciente, capaz de determinar sus propias formas de
vida. Los elementos para la cultura futura en una sociedad racionalmente organizada
están presentes, pero para su desempeño, se requiere que esta racionalidad esté
acompañada, también, por las modificaciones económicas. Pero, mientras tanto, la teoría
crítica cumple una función esclarecedora, como autorreflexión que acompaña la praxis
liberadora60.
La teoría crítica sintetiza, así, ciencias sociales y filosofía61 y manifiesta una
tendencia inscripta en a la misma razón: el interés propio por la supresión de la injusticia
social donde la inconformidad del pensar es su propia esencia. Afirmar esto, implica, al
mismo tiempo, proponer que la teoría crítica nunca es teoría positiva, filosofía de la
afirmación, sino, más bien, filosofía negativa. Tal pretensión reflexiva de la teoría que se
coloca por encima de las acciones práctica repercute, luego, en el potencial interpretativo
del mundo contemporáneo que se encargará Habermas de observar, críticamente, como el
escepticismo de la razón que no puede salir de su carácter instrumental.
59
Ibíd., 262.
60
Ibíd., 270.
61
F. Colom Gómez (1992),44 -50
62
Una versión ampliada de este tópico fue publicada en Actas de la Jornadas de la Facultad de Psicología,
Universidad de Córdoba, R.A., 2000.
63
Cfr. M. Jay (1986), 151 – ss.
64
J. Habermas (1982), Vorwort 1970, 12 [trad. cast. 17]
24
67
M. Horkheimer (1986), 190 -191
68
M. Horkheimer (1986), 57.
69
Carsten Dutt, Hans-Georg Gadamer im Gespräch, ed. cit.
26
pulsiones libidinales y agresivas pueden identificarse como parte del proceso evolutivo y
constitutivo de la especie, para Habermas las formas en las que los conflictos se dirimen -
el trabajo, lenguaje y poder – se dan a través de formas culturales en otras palabras, las
categorías básicas de la sociología no proceden de la psicología, sino a formaciones
estructurales o sistémicas de la sociedad.
El diálogo analítico entre paciente y médico es un proceso de autorreflexión que
restablece las condiciones de la comunicación74. La reconstrucción psicoanalítica, para
Habermas, corresponde a la tarea interpretativa tomada como una hermenéutica profunda.
La interpretación no intenta, como en la hermenéutica normal, superar los obstáculos, las
zonas oscuras de los textos para alcanzar un sentido autentico o genuino. Por el contrario,
a través de los “textos fragmentados” es por donde se entreve el sentido oculto,
deformado, negado de la comunicación. Los presupuestos teóricos que subyacen a este
análisis del lenguaje, como hermenéutica profunda, Habermas los explica desde tres
puntos de vista: 1)el psicoanalista tiene un preconcepto de la estructura de la
comunicación lingüística no distorsionada; 2)hace derivar la distorsión sistemática de la
comunicación de una confusión entre dos etapas genéticamente separadas de
organización prelingüística y lingüística de los símbolos; 3) se vale de una teoría acerca
de procesos de formación desviantes, que se extienden a la relación entre patrones de
interacción de la primera infancia, y la formación de las estructuras de la personalidad 75.
La cabal comprensión de la tarea psicoanalítica exige una teoría general de la
competencial comunicativa; al respecto, McCarthy76señala como Habermas distingue tres
niveles del pensamiento psicoanalítico por medio de los cuales alude a: 1) la lógica de la
interpretación que plantea una meta hermenéutica, es decir, una teoría que nos acerque a
la formulación de una estructura y que exponga las condiciones de legitimación de la
interacción comunicativa que se establece entre paciente y medico; 2) la narración y su
correspondiente interpretación, donde la historia sistemáticamente generalizada sirve de
fondo narrativo; 3) la reconstrucción operada a través de la comunicación psicoanalítica
anticipa la apropiación realizativa del paciente de su propia biografía.
Para Habermas, a mi juicio, la sociología expresa también los problemas que son
tomados por la psicología social. Esto es así, porque la reproducción social, al mismo
tiempo, reproduce a los individuos y sus correspondientes formas de identidad social. La
identidad se estructura, como veremos en los próximos capítulos, a través de formas de
integración social y, en Habermas, esto tiene una función relevante cuando en la teoría de
la sociedad se conoce el potencial de resistencia que abrigan las formaciones culturales.
Los vínculos que se establecen en las interacciones sociales están orientados para resolver
necesidades inmediatas, empíricas, pero, también, necesidades concernientes a la
identidad sistemáticamente integrada.
El planteo de Habermas en la teoría de la acción comunicativa, veremos que toma
un carácter histórico y sistemático referido a la acción y al sistema. El enfoque histórico,
74
Ibíd., 284; [trad. cast. 232]
75
J. Habermas (1982), 348 –349; [trad. cast. 291]
76
Th. McCarthy (1995), 239.
28
exento de filosofía de la historia, será encaminado desde una perspectiva evolutiva social
en el marco de la psicológico social; no en función de la readaptación del psicoanálisis,
sino como reconstrucción del desarrollo normativo. Esto es el desarrollo de las
condiciones de posibilidad del yo según sus competencias comunicativas e integradoras.
El punto de inflexión de la teoría que va pergeñando Habermas, se acerca a un
planteo hegeliano, pero exento de filosofía de la historia. Trata de comprender la
ontogénesis de las formaciones axiológicas que orientan la práctica del hombre. Esta,
dada en el proceso de interacción cognitiva entre el sujeto y el medio social. Para esto, la
teoría de la acción comunicativa, como teoría crítica social, encuentra en las psicologías
evolutivas de Piaget y de Kohlberg los aportes de tipo reconstructivo que posibilitan la
aprehensión de las condiciones formales pragmáticas de la dialéctica de la eticidad.
nuevos principios de organización social. El giro que había tomado el capitalismo alemán
desafiaba las argumentaciones en torno al carácter de este giro. Es decir, si la nueva orga-
nización social expresaba un devenir ineludible de la racionalización social. Para Haber-
mas, el problema planteado, tiene que ver con el rol del Estado, como ámbito decisivo y
factor de integración en una sociedad orientada bajo los imperativos de una racionalidad
con arreglo a fines. Este fenómeno del Estado, para Habermas, implica la realidad políti-
ca de Alemania y de la URSS. En ambos casos, se hace relevante el Estado para la admi-
nistración de la sociedad y de la Economía. Con esta preeminencia de la Administración,
también, se plantea, en otros términos, la relación de la estructura económica política con
el mercado. El Estado autoritario en el caso del fascismo, por ejemplo, sigue articulado
con el mercado y el capital privado, mientras tanto, en el estalinismo, el capital, para Ho-
rkheimer, por ejemplo, veían que era un “capitalismo de Estado”. Lo que subraya Haber-
mas, es que los rasgos que sobresalen en la organización social del capitalismo en este
período son de un Estado administrativo ligado a la producción, a los partidos y a una eli-
te.
Los otros temas que concitaron la atención de la denominada “Escuela de Frank-
furt” fueron la familia, el desarrollo de la personalidad, la importancia de los medios de
comunicación de masas y la cultura. Cada uno de estos se interpretan que representan ám-
bitos por medio de los cuales la racionalización social configura la integración social. Los
individuos socializados por medio de mecanismos de control configuran su personalidad
y, con ayuda del psicoanálisis, se pone en evidencia el fenómeno de la cosificación que
ha calado en ellos. La familia, en estas condiciones, cobra importancia porque es el medio
de socialización que transmite las pautas generales. Ésta, a la vez, es el ámbito donde sus
funciones estructurales son transformadas junto al desarrollo del capitalismo. Así, por
ejemplo, los estudios de la vieja Teoría Crítica observan como la relajación de la autori-
dad paterna va acompañada del incremento del autoritarismo80. Por su parte, también en
la cultura se representa el carácter ideológico del cual corresponde deslindar sus conteni-
dos sustantivos de aquellos que son productos reproducidos en la línea del consumo. Es-
tas reflexiones, por ejemplo, generaban para algunos, como Benjamín, la confianza de
que la cultura preserva un potencial liberador no obstante la fuerza ideológica que ella re-
produce81.
En cuanto a la psicología de masas o psicología social, las reflexiones se orienta-
ban hacia las razones que habían motivado la neutralización de las protestas sociales.
Aquí descubrían que eran consecuencia de medios de control, que estaban inscriptos en
los mismos procesos de socialización. Desde la familia hasta los medios de comunicación
de masas, se articulan los mecanismos que desactivan la protesta social o bien conducen a
comportamientos sociales de apoyo a políticas que, en principio, son interpretadas como
contrarias a los propios intereses de las masas populares.
En cuanto a la crítica al arte, a la ciencia y al positivismo, ésta aparece enlazada a
una crítica ideológica que intenta desenmascarar el proceso de cosificación. Cuando los
primeros teóricos críticos vinculan el arte y la ciencia, como dos fenómenos que repre-
sentan la racionalización cosificadora, el problema se ha centrado entonces, en la cosifi-
cación de la conciencia y, por su intermedio, de la racionalidad. En esta perspectiva, la
teoría del valor no expresa el potencial explicativo que revele tales condiciones sociales
en la magnitud de totalidad social; más bien, se orienta hacia una teoría de la racionaliza-
80
Cfr. M. Horkheimer, “La familia y el autoritarismo”; cfr. E. Fromm “Sexo y carácter”, “El complejo de Edipo y su
mito”, en Fromm, Horkheimer, Parsons (1994), La familia, ed. cit.
81
W. Benjamín (1989), Discursos interrumpidos I, ed. cit.
30
ción social donde, como bien dice Habermas, “El contenido normativo del concepto de
cosificación había que obtenerlo ahora del potencial de racionalidad de la cultura moder-
na”82. Esto sucede porque al abandonarse la teoría del valor como clave totalizadora, se
abandonaba también el contenido normativo del supuesto de un derecho natural y racio-
nal. Para Habermas, la abstracción del trabajo concreto que plantea Marx y, con ello, la
enajenación del trabajo es valorada como negatividad, porque es la negación de una ima-
gen del derecho natural inscripto en los hombres83.
Para la Teoría Crítica, el primado de la disolución de todo fundamento implica el
abandono de un sustrato natural, entonces, se orienta a la búsqueda de la normatividad, en
el despliegue de una razón encarnada en el desarrollo de la modernidad. La filosofía, en
tal sentido, cumple la misión de delimitar y preservar los ideales de la razón burguesa. La
razón pasa a ser una categoría cuyos ideales trascienden las configuraciones de clase, y
sus ideales se transforman en ideales de la humanidad. La crítica ideológica, en este con-
texto, tiene sentido como tarea que permite recuperar los contenidos trascendentes, utópi-
cos o críticos obliterados por los intereses de la burguesía. Así es como la idea de crítica
que expresa Marcuse dice que la crítica ayuda “A hacer conscientes a los hombres de las
posibilidades para las que ya está madura la propia situación histórica”. 84 Esta concepción
de la crítica revela a una filosofía de la historia que parte de lo que los hombres y las co-
sas son y podrían ser. Así, a través del devenir, se comprende cómo la racionalidad en la
cultura ha quedado perturbada por el desarrollo de las fuerzas productivas. El dilema que
se plantea con estas condiciones es reconocer la capacidad de autonomía de la cultura no
obstante la transformación de los valores que la sociedad capitalista a masificado por me-
dio de la producción industrial. En otras palabras, el optimismo en la cultura, en fenóme-
nos donde la integración ha neutralizado la capacidad de respuesta y crítica, conduce a
Horkheimer, Marcuse y Adorno, a ver en la cultura de masas, una expresión cada vez
más articulada con una razón instrumental. Para Habermas estos argumentos adolecen de
fragilidad por que responden más a descripciones fenoménicas, que, a análisis empíricos,
y conducen a especulaciones deducibles de la “dialéctica de la Ilustración”. Tratan de ex-
plicarse por razones que ubica a tales fenómenos en la perspectiva de una “teleología ob-
jetiva de la historia”.85 La crítica, así planteada, sólo encuentra fundamentos normativos
en una filosofía de la historia, que prescinde de la investigación empírica. Así relata
Frisby que la modernidad cultural que cae bajo el análisis de autores contemporáneo a
Adorno y Horkheimer, por ejemplo, como son los casos de Simmel, Kracauer y Bajamin,
muestra que “estaba interesados en los nuevos modos de percepción y experiencia históri-
ca y social que el cataclismo capitalista desencadenó. Su preocupación primordial fue la
experiencia discontinua del tiempo, el espacio y la causalidad, como fenómeno transito-
rios, fugaces y fortuitos o arbitrario: experiencia localizada en la inmediatez de las rela-
ciones sociales, incluidas nuestras relaciones con el medio físico y social de la metrópoli
y nuestras relaciones con el pasado”86
La crítica cultural, como la crítica a las ciencias, se explican para la Teoría Crítica
como preocupaciones relativas a los mecanismos de integración social que se derivan del
82
J. Habermas (1999), t.2, 539.
83
J. Habermas (1990, a), 113 – 116.
84
M. Marcuse, “Philosophie und Kritiche Theorie”, en Zeitschrift für Sozialforschungen, n° 6, 1937, cit. en J.
Habermas (1999), t.2, 540.
85
J. Habermas (1999), t.2, 541.
86
D. Frisby (1992), 23 – 24.Cfr. también, en contraste, cómo los “Estudios Culturales” presentan, a mi juicio, análisis
análogos sobre los fenómenos culturales, pero en la sociedad de fines del siglo XX. en este caso, los toman como
expresión de la cultura “postmoderna”. Cfr. J. Curran, D. Morley y V. Walkerdine (comp.) (1998), Estudios culturales
y comunicación. Análisis, producción y consumo cultural de las políticas de identidad y el posmodernismo, ed. cit.
31
contexto y que son asimilados por la subjetividad, hasta el fondo de sus estructuras psí-
quicas. Por el contrario, para Habermas la integración social está articulada en la práctica
cotidiana del mundo de la vida, y en estos procesos comunicativos es donde debe buscar-
se cómo se configura la racionalidad social y la cosificación. La teoría de la acción comu-
nicativa, como veremos, buscará, entonces, “estructuras antropológicas profundas”, cuyo
contenido ocasional se reconstruye en función de la acción y el entendimiento. Se intuyen
a partir de la sociedad moderna y son comprendidas no como producto de una lógica evo-
lutiva, pero sí de una evolución social.
La filosofía de la historia que fundamenta el espíritu normativo de la Teoría Críti-
ca, para Habermas, es una consecuencia de los componentes especulativos que arrastra el
materialismo histórico87. En el círculo de Frankfurt, hay un concepto de razón histórico-
filosófico, es decir, en sus comienzos, no dejaron de pensar que las tareas inconclusas por
los ideales burgueses podían desarrollar algún impulso transformador de la historia encar-
nado en el movimiento obrero. Este es, en última instancia, el ideal del marxismo. Pero,
en las últimas etapas de la teoría crítica, las expectativas se traducen en una filosofía ne-
gativa que sólo deja una fisura para la racionalidad a través del arte no ligado al gusto po-
pular, o bien, remontándose a un momento idealizado anterior a la constitución social y
dialéctica de la Ilustración88. Es que en la Escuela de Frankfurt el concepto de verdad se
había recogido de Hegel, un concepto irreconciliable con el conocimiento científico. He-
gel decía: “la idea subjetiva es primeramente impulso. En efecto, es la contradicción del
concepto que consiste en tenerse a sí mismo como objeto, y en ser para sí la realidad, sin
que, no obstante, el objeto se halle como otro, independiente, frente a él, o sea, sin que
sus diferencias consigo mismo tenga el mismo tiempo la determinación esencial de la di-
versidad y de la existencia indiferente89. La teoría de la acción comunicativa se presenta,
entonces, como un programa que trata de “liberar al materialismo histórico de su lastre de
filosofía de la historia”.90Esta preocupación, ha recorrido en Habermas un camino: desde
la crítica al positivismo, y con ello, también, a la crítica desde la perspectiva de la vieja
Teoría Crítica, para poderse plantear cómo la nueva Teoría Crítica encuentra los funda-
mentos normativos en los procesos de interacción social, por medio de los cuales el movi-
miento de la sociedad, no es el producto de transformaciones orientadas hacia la realiza-
ción de un fin, sino, más bien, la consecuencia dinámica de un proceso de aprendizaje.
Entre los puntos débiles de la Teoría Crítica que señala Habermas 91, están relacionados,
también, con dificultades en la comprensión de qué se entiende por fundamentos normati-
vos, de un concepto de verdad capaz de dar cuenta de la relación del conocimiento con
las ciencias y con los otros órdenes de la vida. Así también, la indiferencia teórica frente
a la filosofía política, en particular, la falta de preocupación por desentrañar el rol del es-
tado democrático del derecho. Una preocupación que tampoco parecía central en el mar-
xismo de la época.
La perspectiva crítica que desarrolla Habermas a través de la teoría de la acción
comunicativa preserva la intención de un programa interdisciplinario en ciencias sociales
y filosofía, pero renuncia a la evaluación de totalidades normativas de formas de vida y
de culturas. El nuevo programa encuentra sus problemas sociales en el contexto de la
Europa de posguerra, a la que le sigue el desarrollo de la sociedad del Estado de Bienestar
y las tendencias por la democratización del “socialismo real”.
87
J. Habermas (1976), 200 – uzw; [trad. cast. 181 – ss.]
88
Cfr. M. Jiménez, Theodor Adorno. Arte, ideología y teoría del arte, ed. cit.
89
G. F. Hegel (1968), T.2, 691.
90
J. Habermas (1999), t.2, 541.
91
J. Habermas (1994), 141.
32
116
J. Habermas (1973, b), Kap. I u. II. [trad. cast. Cap. I y II]
117
J. Habermas (1982) Vorwort (1970); [trad. cast, Prefacio, 1970]
118
J. Habermas (1982),7; [trad. cast. 13.]
37
124
J. Habermas (1998, a), 27-28.
125
S. Petruccini (2000), 101.
126
J. Habermas (1994), 137 –140.
40
de la vieja Teoría Crítica, pero, ahora, enriquecido y complejizado con las ciencias
sociales contemporáneas.
Si los enfoques sociológicos se conjugan en este plexo, como reflexión crítica,
sucede con un objetivo: reconstruir a las teorías para superar sus debilidades y, así,
potenciar la reflexión que ellas contienen para consolidar una teoría social de la
modernidad.
La filosofía social que subyace en la teoría de la acción comunicativa respecto a
las huellas de la vieja Teoría Crítica se ha desembarazado, ya, de la filosofía metafísica y
del sujeto. Se ha “secularizado” a través de la pragmática del lenguaje. Esta filosofía del
lenguaje le permite a Habermas aproximarse a una teoría de la racionalidad y de la
significación, en estrecho trato con la comprensión de las acciones de los sujetos de habla
y entendimiento. En la filosofía de Habermas el problema contemporáneo de la
legitimación epistemológica de las ciencias sociales y el intento por una ciencia social
crítica con fundamentación epistemológica127se sustituyen por un pensamiento que hunde
sus raíces más allá de estos problemas y se interna en un campo fertilizado por las
reflexiones de la sociedad contemporánea128. Como consecuencia de esto, se estructura la
interpretación crítica de la sociología y, al mismo tiempo, como crítica social. Ella aborda
los problemas tradicionales de la filosofía social integrados a una pretensión práctica:
aportar a los cambios sociales a través de una teoría de la modernidad. Habermas, centra
su atención, ahora, en la preocupación filosófica por fundamentar la democracia. En la
constitución de su planteo filosófico, visto desde la exposición de la teoría de la acción
comunicativa, reconoce cómo el problema del entendimiento relacionado con el de la
interpretación y el de la comprensión, han estado sostenidos tanto por la hermenéutica
como por la perspectiva analítica del lenguaje. En ella, también, ha intervenido la
comprensión desde un punto de vista la filosofía del lenguaje de von Humboldt. En el
complejo de esta recepción se afinca el problema central planteado en la teoría de la
acción comunicativa, donde se relacionan estrechamente dos ideas centrales,
entendimiento reciproco y racionalidad comunicativa. Desde aquí se fija un punto de
reflexión que modifica el problema de la intersubjetividad que había ocupado la atención
de Adorno y Horkheimer, a través del concepto de mimesis, donde, “la filosofía ayuda al
hombre a aliviar sus temores ayudando al lenguaje al cumplir su función mimética
genuina, esto es su destino de reflejar las tendencias naturales”129. Pero, “esta teoría de la
comunicación descubre el momento mimético en la praxis cotidiana de la comprensión
lingüística y no en el arte”130.
El programa de la teoría de la acción comunicativa planteado hasta 1981, período
en el cual hemos centrado nuestra atención, cuenta con la exposición del concepto de
racionalidad por medio de la pragmática formal, atendiendo a las propiedades generales
de la acción en función del entendimiento recíproco. Junto a esta fundamentación
filosófica y sociológica de la acción comunicativa, se exponen las razones por las cuales
este concepto viene a articular los procesos de socialización, y en tal sentido, fundamenta
la comprensión de los mecanismos de transformación que atraviesan las organizaciones
sociales. Si bien, la preocupación habermasiana por explicar las patologías de la
modernidad esboza una teoría social que, de cabida a la teoría de la acción comunicativa,
en este período, no alcanza a visualizarse como el concepto de acción comunicativa
127
J. Habermas (1999), t.1, Prefacio.
128
J. Habermas (1997), Prólogo a la nueva edición de 1971.
129
M. Horkheimer (1984), 167; [trad. cast, 181]
130
J. Habermas (1994), 188.
41
explica las relaciones sociales en un acercamiento más fáctico 131. La teoría de la acción
comunicativa da las bases para una teoría ética-discursiva que se introduce en el espacio
de la filosofía práctica y plantea las discusiones en torno a la fundamentación del derecho
y en relación con el estado democrático. Una perspectiva que, en parte, expone un modo
de institucionalizar la racionalidad comunicativa. Habermas, no abandona uno de los
referentes teóricos que ha forjado la sociología contemporáneos y la teoría política: Marx.
Así como el concepto de trabajo en el materialismo histórico adquiere una universalidad
formal que elucida el devenir de las sociedades, para Habermas, el desarrollo del
capitalismo tardío es el que ha creado las condiciones propicias para que podamos
reconocer en el lenguaje estructuras del entendimiento con un grado de universalidad. Las
que permiten pensar en el poder de la crítica inscripto en las sociedades, y ya no
suponiendo el potencial de su radicalidad a través de un sujeto histórico, como la
concepción clásica del marxismo lo había previsto.
Anexo a estas preocupaciones en torno a una racionalidad comunicativa
estructurada por el lenguaje, también hay un replanteo de la verdad. Aquí es donde la
teoría de la acción comunicativa recoge las preocupaciones kantianas por la unidad de la
razón teórica, práctico-moral y el juicio estético. Desde este engarce epistemológico, las
ciencias sociales recuperan una valoración que las hace fértil para la comprensión de
todos los ámbitos de la vida de los sujetos. Así también, el influjo de la teoría
psicoanalítica actualiza el concepto kantiano de autonomía. La ética también se engarza
en una perspectiva donde aparecerá replanteado el apotegma aristotélico de la vida
“buena” y “justa”. En suma, los aportes de la teoría de la acción comunicativa se reflejan
al proporcionar suministros reflexivos para comprender los fenómenos sociales, y,
fundamentalmente, la organización social en el estado democrático. Hasta qué punto las
tradiciones burguesas tienen el potencial de recrear las condiciones sociales desde el
punto de vista del progreso, dependerá de qué es lo que se valore como digno de ser
salvado cuando las formaciones sociales se hunden. Y en qué medida la negación total de
las tradiciones burguesas significa la consolidación de un paso hacia una emancipación
objetiva.
En su Teoría de la Acción Comunicativa encontramos las huellas trazadas no sólo
por la vieja Teoría Crítica sino también, por la filosofía de Kant, Hegel, Marx, Husserl,
Wittgenstein, Peirce, Gadamer, Apel, Austin, Searle; la sociología de Weber, Durkheim,
Mead, Parsons, Schütz, Garfinkel, Luhmann y la psicología de Freud, Piaget, Kohlberg.
Son pocos los pensadores a quienes se les reconozca singular influencia en el
pensamiento social contemporáneo y sobre los cuales Habermas no haya dirigido su
atención. Todos ellos “participan” en la reconstrucción teórica para dar a luz esta nueva
teoría crítica. Esas reflexiones críticas articulan los aportes en torno a los problemas de la
cultura contemporánea, la dialéctica de la racionalización social y las tareas de una teoría
de la modernidad. Problemas vinculados a la praxis social y política. Como dice
McCarthy: “La obra de Habermas puede considerarse en conjunto como un sostenido
esfuerzo por re-pensar – a fondo- la idea de razón y la teoría de una sociedad democrática
basada en ella”132. Habermas, encuentra motivaciones filosóficas en la problemática
filosófica-contemporánea, a diferencia de la última etapa de a teoría crítica de Adorno y
Horkheimer quienes, para Habermas, no evidenciaban implicaciones con pensadores
como Heidegger o la fenomenología. La preocupación de Habermas ha sido la de
131
Ibíd., 200.
132
Th. McCarthy (1978), 10.
42
encontrar medios que le permitan desentrañar el sentido de todo lo que pueda ofrecerse
como un desafío para la interpretación
En la conformación de la teoría de la acción comunicativa, la racionalidad, como
ya dijimos, es el tema central pero vinculado a la cultura, a las categorías de mundo de la
vida y al sistema. El sistema es el espacio en el que se desarrollan las acciones
estratégicas y la racionalidad instrumental. Es la unidad de organización de un ámbito en
el cual está presente el trabajo y el poder, mientras que el mundo de la vida alude a la
cultura y a la vida social. Estos son los límites pragmáticos donde se desarrollan las
acciones. El planteo de Habermas, como veremos, aparenta relativismo o culturalismo,
pero él argumenta sobre la posibilidad de trascender la experiencia contingente a través
de principios pragmáticos formales universales vinculados al lenguaje y que fundan la
comunicación racional, la verdad y la moralidad.
Richard Bernstein133nos relata cómo algunas preocupaciones que orientaron los
interrogantes de Habermas tenían que ver con la búsqueda de una respuesta a la pregunta
por qué una cultura como la alemana, que había aportado a la tradición humana
pensadores como Kant o Marx, dio lugar, también, a una cultura del exterminio. Entender
el trasfondo no consciente que orienta las acciones y las imágenes del mundo que se
impone en la vida social se intenta explica en la Teoría de la acción comunicativa,
publicada en 1981. Esta es una teoría social que se propone exponer los fundamentos
trascendentales que permitan una sociología comprensiva. Para ello desarrolla una
exposición crítica de la racionalidad ligada a las interacciones sociales como relaciones
teleológicas, intersubjetivas y comunicativas. En esta teoría se podrá reconocer la
argumentación que actualiza la discusión en torno a la interacción entre racionalidad y
cultura, que ya se había dado en la antropología. El punto de vista de la racionalidad
ligado al lenguaje no es otro, sino el complemento que explica desde otro ángulo la
racionalidad. La racionalidad de la acción y del lenguaje o racionalización social son
puntos de ingreso al análisis de una única racionalidad. Esta no es espíritu objetivo ni
subjetivo, sino racionalidad humana cuyos problemas relativos al conocimiento, al
sentido de la acción y sus implicaciones en la vida social y en la cultura sólo lo puede
aprehender la filosofía.
La compresión de la racionalidad, de la acción y del lenguaje, se entiende también
en el contexto de la evolución social como racionalización de la vida de los hombres y de
su relación con la naturaleza. En un contexto filosófico y teórico social contemporáneo,
Habermas reflexiona sobre la posibilidad de enunciar principios universales racionales
que puedan ser reconocidos en las acciones sociales y que fundamenten la evolución
social, el reservorio formal de donde emergen las transformaciones y los cambios: la
racionalización permanente de la cultura. La teoría de la acción comunicativa como teoría
de la acción social y teoría social, pretende dar fundamentos para comprender la praxis
social en sus aspectos de acción social: trabajo e interacción normativa, y como teoría
social dar cuenta de los niveles de integración y organización social en una visión dual de
la sociedad que preserva el aspecto de una racionalidad instrumental y otra comunicativa,
se proyecta progresivamente como una teoría normativa de la praxis social y como tal
desemboca en una teoría ética y del derecho enderezada hacia la praxis política. El
desarrollo de la acción social, en consecuencia, no puede ser entendido, sino es en el
marco de una teoría social que lo contenga y que dé cuenta de una situación particular en
la modernidad del capitalismo tardío. También, una teoría social no puede ser planteada
sin que en ella tenga cabida una teoría de la acción y que sea elucidada en término de la
133
A. Giddens, J. Habermas, et al., (1991),14
43
¿Hasta qué punto podemos suponer que las ideas, las decisiones y las acciones,
consideradas racionales, están limitadas por nuestra pertenencia a una cultura? ¿Es
posible encontrar un punto de vista teórico y metodológico que pueda blindarnos de la
influencia de la tradición, las costumbres, los modos particulares de vida? ¿Podemos
sostener que todas las afirmaciones discursivas y las justificaciones argumentativas de
nuestras acciones son manifestaciones de la racionalidad atemporal y ahistórica? Más
aún, ¿es factible encontrar algún tipo de práctica social o tematización de problemas
cognoscitivos que puedan argumentarse como relevantes para las sociedades, que sean
racionalmente consistentes, con validez fundada y, al mismo tiempo, estén exonerados de
la performatividad cultural del lenguaje?
Si partimos de la idea de la racionalidad como un procedimiento argumentativo que
articula nuestros pensamientos y fija el criterio legítimo para la toma de decisiones en la
acción, obtendremos respuestas disímiles al postulado de la racionalidad universal con
neutralidad valorativa, con conclusiones que trasciendan las experiencias vividas:
temporalidad, historicidad. Al contraponer: racionalidad y cultura, o bien, por el
contrario, al integrarlas, se generan unas consecuencias teóricas relevantes para las teorías
empíricas que pretenden ser válidas en sus interpretaciones del mundo y de la orientación
normativas de las acciones sociales. Así también, al reflejar la temporalidad y el contexto
de todas las argumentaciones posibles, se desarticula la cosmovisión que universaliza la
validez de la racionalidad científica, tanto en su forma metodológica, orientación
instrumental como dimensión ahistórica134: como única forma de la racionalidad posible.
Por otra parte, entre la variedad de concepciones de la cultura que pueden
tematizarse, nos acercamos a una perspectiva que la entiende como un sistema simbólico
normativo de naturaleza discursiva enlazado lingüísticamente con las interacciones
sociales135. Un concepto de la naturaleza de la cultura que podemos afirmar
provisoriamente, y se deriva de la praxis prerreflexiva de la sociabilidad. “Al margen de
cómo se la defina y describa, la esfera de la cultura siempre se acomoda entre los dos
polos de la experiencia básica. Es, a la vez, el fundamento objetivo de la experiencia
subjetivamente significativa y la «apropiación» subjetiva de un mundo que, de otra
manera, resultaría ajeno e inhumano” 136. Así, entonces, el problema que nos interesa es
discutir una teoría de la racionalidad y de la cultura cuyo potencial explicativo dé cuenta
de la relativa rectitud y eficacia de las interpretaciones que construimos sobre los
fenómenos sociales. Es en el ámbito de las transformaciones planificadas y logradas en la
134
R. Gómez, Racionalidad. Epistemología y ontología, en L. Olivé (Comp.) (1995), ed. cit.
135
Cfr. Sobre la variedad de usos y sentidos del término “Cultura”, en R. Williams (2000), 87 – 93; también, en R.
Williams (1994), 9 – 29.
136
Z. Bauman (2002), 258.
44
140
141
Cfr. “[...] Estamos ya arrojados al mundo frente a otros; nuestro surgimiento es libre limitación de su libertad, y
nada, ni siquiera el suicidio, puede modificar esa situación originaria: cualesquiera que sean nuestros actos, en efecto,
los cumplimos en un mundo en que hay ya otros y en que estoy de más con respecto a los otros”, J. P. Sartre (1968),
508.
46
vida y, a veces, fracasan. Por qué esos órdenes en las formas de vida quieren ser más
eficaces, pero, también, cubiertos con valores donde se da el primado de la justicia142.
ponder a una dimensión subjetiva, difícil de ser aprehendida desde un conocimiento cien-
tífico”.
La afirmación de que los valores orientan las acciones humanas y sesgan decisiones
racionales, se ponen en evidencia cuando no bastan las descripciones de dimensiones
observables de los comportamientos para comprender la realidad social. Atender las
intenciones por las cuales y con las cuales los actores realizan sus acciones implica el
doble aspecto de la subjetividad del actor, pero fundamentalmente, de la
intersubjetividad. Las significaciones se inscriben en los pensamientos y en las
interacciones. Este punto de vista postula a los significados como interpretaciones que se
desprenden de los textos discursivos con los cuales enlazamos nuestras relaciones con las
cosas y los otros hombres, y no como contenidos mentados y explicados a través de la
psicología. Este es un proceso de semiótica social por el cual conocemos y nos
comunicamos148.
En El significado en los objetos sociales149 afirmé que el plexo de significados no
existe como una realidad dada sino como un universo de sentidos recreado por medio de
las interacciones discursivas. Asimismo, tal sentido, de modo amplio, se institucionaliza
como representación de la integración a través de los discursos sociales que engloban la
ciencia, el arte, la política, las creencias, las imágenes del mundo y la vida cotidiana.
Estos son textos que encarnan valores, normas, reglas, sanciones, etc. Allí está el
horizonte al que denominamos cultura: el universo de significaciones que hacen posible
toda interacción social que enlaza la comunicación lingüísticamente mediada y, así,
permite la comprensión. El desafío, por entonces, era encontrar un concepto de cultura
que fuera compatible con una idea de racionalidad, sin caer en el relativismo cultural de
toda forma de conocimiento, ni en el escepticismo gnoseológico frente a determinadas
regiones de objetos que sean tomados como culturales e irracionales. Tal idea de cultura
implicaba una dimensión que no podía ser un aspecto parcial de la vida social sino, más
bien, el sustrato constitutivo de la vida social, el modo a través del cual se producen las
autorrepresentaciones sociales y, por consiguiente, ineludible en cualquier análisis de las
ciencias sociales. La cultura, tampoco, ya no podía ser reconocida como consecuencia de
la relación mecánica entre estructura y superestructura, sino, más bien, como contenidos
inherentes a la subjetividad e intersubjetividad social; es, entonces, un plexo de
significaciones, históricamente constituido, cuya pretensión de validez y universalidad se
condensa, en cada época, mediante los discursos prácticos cuyas normas y valores
imprimen sentido a la vida cotidiana. Los contenidos de esas significaciones no se
descubren a priori sino a través de las experiencias históricamente determinadas y
socialmente conformadas. La cultura y sus contenidos se transmite a través de las
significaciones que se plasman en la discursividad de la vida social. La mediación de la
herencia cultural deshaces toda sincronía entre las relaciones económicas y la conciencia
social. Dicho de otra forma, el conjunto de significaciones que orientan las acciones y las
148
T. A. van Dijk (Comp.), El discurso como interacción social, ed. cit.
149
Raúl A. Rodríguez, El significado en los objetos sociales, Córdoba, Edit. UNC, 1998.
49
interacciones, también se reflejan en las relaciones que establecen los hombres para
apropiarse de la naturaleza y generar la reproducción material. No hay, así, pues,
apropiación transformadora a partir de fines depurados de plexos normativos. Estas
conclusiones terminan por encontrar una formulación relevante en la teoría de la
racionalidad de Weber, pero, también, una idea de cultura ligada a la de mundo de la vida
(Lebenswelt) que, desde Husserl y varias mediaciones teóricas tanto filosóficas como
sociológicas, desembocan en Habermas. En éste, así se estructurar una teoría de la
racionalidad de la acción social y del sistema social como expresión de la racionalización
social lingüísticamente mediada.
posible y convincente, para hacer aceptables las afirmaciones. Los recursos a los que
apela tal pensamiento, en sus fundamentos, varían según los plexos culturales; la
necesidad de la certeza argumentativa como parámetro de verdad y validez práctica
orienta los contenidos.
Frente a la neutralidad de la filosofía que diluye todo potencial para elucidar las
transformaciones sociales, Habermas afirma que todas las reflexiones conscientes sobre
las creencias científicas, filosóficas, religiosas, políticas, morales, etc., o bien todas
nuestras acciones que se han autoconceptualizado como racionalmente fundadas, no
pueden prescindir de las determinaciones culturales.
La apropiación crítica de los supuestos de la teoría de la acción comunicativa nos
dará la oportunidad para discutir la fuerza y debilidades que se desprenden de la tesis de
la interrelación entre la cultura y la racionalidad. Para ello tomamos en consideración: 1)
las limitaciones de la teoría del lenguaje, a la que adhiere Habermas, para describir la
intersubjetividad cuando ésta se afinca, con exclusividad, en la teoría de los actos de
habla; 2) la noción de discurso restringida a las argumentaciones, en el marco de una
teoría de la racionalidad que no toma en cuenta los procesos de la semiosis social que se
extienden más allá de los argumentos conscientes que esgrimen los interlocutores; 3) la
ambigüedad de la noción de cultura que se plantea como una estructura prerreflexiva,
tanto del mundo simbólico de la vida, pero, así también, como componente de las formas
conscientes de vida; 4) la disolución o absorción del problema de la enajenación social, al
ser transcripta como “patologías sociales” superables; 5) el recurso de la psicología
genética para fundamentar una teoría de la evolución social en términos de aprendizaje,
pero que no da cuenta de las transformaciones prerreflexivas del mundo de la vida y
supone, que éstas acompañan los procesos de reestructuración funcional de los sistemas
sociales; 6) los problemas de correspondencia entre la teoría del sistema social que
propone Habermas y su teoría de la modernidad, como proyecto inacabado; 7) el intento
por desarrollar una actualización de la teoría marxista y de la racionalización social
inherente al capitalismo, pero, al mismo tiempo, una superación del marxismo como
teoría de la lucha de intereses en el escenario de las contradicciones sociales. Tal
afirmación centrada en observaciones empíricas del desarrollo del capitalismo post 1945,
en los Estados de Bienestar europeos, coexistentes con la resistencia a la descolonización
de sus proveedores de riquezas en América, Caribe, África o Asia, desgajada de
consideraciones respecto al mundo como sistema interdependiente y que caracteriza al
capitalismo tardío. El conjunto de problemas será desarrollado en tres partes: I.
Racionalidad y cultura en la acción social. II. Racionalidad y cultura en el sistema social.
III. Los límites culturales de la teoría de la modernidad.
La herencia de la Teoría Crítica y de la Escuela de Frankfurt se renueva en
Habermas en un contexto histórico y teórico totalmente diferente a los años treinta. El
marco teórico social, filosófico y político que caracteriza la última mitad del siglo XX se
ve reflejado en la teoría de la acción comunicativa y sus puntos centrales de atención se
proyectan sobre la filosofía contemporánea y las ciencias sociales. La teoría de la acción
comunicativa deja interrogantes cuya apertura e incompletitud se tornan coherentes con
las pretensiones de validez que sustenta: la corroboración empírica y la reflexión
filosófica sometida a prueba constante junto a las ciencias sociales. La reflexión sobre
una teoría de la racionalidad social debe tener el potencial de acercarnos a un abordaje
52
teórico plausible que dé cuenta del sistema social que no pude restringir a un caso
particular. Ahora bien, ¿se mantiene la validez de los postulados de la teoría de la acción
comunicativa en el contexto de crisis poscomunista de la sociedad moderna? Es decir,
¿podemos evaluar su potencial para dar cuenta de las patologías sociales, como es su
propósito, en el contexto de una Europa colonial que sucumbe a la hegemonía de los EE.
UU.? Partimos, así, pues, de las contradicciones y crisis de la sociedad capitalista
globalizada unipolar. En las sociedades del capitalismo desarrollado, la amenaza no
desaparece del sistema económico en su formato autodenominado “neoliberalismo”. A
ellos se suman los problemas internos de legitimación, motivación y administración. En
los países emergentes, que subsidian el desarrollo de aquellos, poseen los recursos
naturales que les son imprescindible y hoy, disputan la apropiación de esos recursos que
parecían impensables cuarenta años atrás. El riesgo viene por la reacción hacia su
autonomía que puedan darse en estos, frente a los límites de la sobrevivencia de su
población, sometida por prácticas económicas y de conquista militar funcionales a
aquellos revitalizados intereses neocoloniales. Son estas contradicciones y crisis las que
representan puntos esenciales de arranque para una praxis social emancipatoria y así,
escapar de este destino de la sociedad.
Nuestra exposición sigue el planteo de Habermas: analizamos y discutimos los
fundamentos de sus argumentaciones y las consecuencias que se derivan se dividen en
tres partes. I: cultura y la racionalidad en la teoría de la acción, II: La racionalidad y la
cultura en la racionalización social, y III: Racionalidad y cultura en la Teoría del
Modernidad. Cada una de tiene una secuencia de desarrollo progresivo en grados de
complejidad. La exposición de los conceptos se articula en cada parte y capítulo, toman
sentido más en unos que en otros, hasta llegar a una teoría de una totalidad social
interpretada filosóficamente, desde distintas ópticas, luego, reconstruyen el planteo
general. La relación entre cultura y racionalidad la acción social, por ejemplo, no puede
ser entendida si no es en el marco de una teoría social sistémica que , una teoría social
debe ser capaz de exponer cómo se transforma, cómo se dan los cambios hasta llegar a la
situación actual de la modernidad. En ella tener sentido las diversas orientaciones de las
acciones, como así también, la racionalidad y la racionalización de la vida. Finalmente,
en la evaluación de teoría de la modernidad se pondrá a prueba hasta qué punto las
críticas a las reflexiones antes formuladas, en cada uno de esos fundamentos filosóficos y
sociales que aluden a la acción, al mundo de la vida y al sistema: a la racionalidad y la
cultura