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El descrédito del monetarismo


[12]

por Juan Ramón Rallo

Juan Ramón Rallo [13] Julián es Director del Observatorio de Coyuntura Económica
del Instituto Juan de Mariana (España).

2010, lo sepan ellos o no, fue el año del descrédito del keynesianismo. Les
entregamos cautivos y desarmados las llaves del reino para que nos sacaran de la
depresión merced a sus planes de estímulo y, en el menos malo de los casos, sólo
cosecharon fracasos absolutos; en el peor, quiebras soberanas.

Tal como van las cosas, todo parece indicar que 2011 será el año del descrédito
del monetarismo. Tras el fracaso de los planes de estímulo fiscales, la única tecla
intervencionista que quedaba por pulsar era la que venía apretando Bernanke
desde 2009 con sus sucesivos Quantitative Easings: la expansión monetaria.

A nadie le extrañe semejante compenetración. Tanto monetaristas como


keynesianos ubican los problemas de la economía en un mismo fenómeno: el
atesoramiento. Cuando la demanda de dinero aumenta, la Ley de Say, dicen, deja
de ser válida; habrá vendedores que no podrán dar salida a su mercancía, de
modo que impagarán sus deudas, generando quiebras bancarias, deprimiendo
aun más las perspectivas económicas y espoleando un mayor nivel de
atesoramiento.

Ante el mismo diagnóstico, sin embargo, keynesianos y monetaristas abogan por


soluciones distintas. Los primeros defienden que debe ser el Gobierno quien, a
través del gasto público, adquiera todas las mercancías que, por culpa del
atesoramiento, ahora no logran salida en los mercados. Los segundos, en cambio,
proponen que el banco central aumente la oferta de dinero tanto como sea
necesario para sustituir el dinero que se está atesorando; de este modo,
sostienen, los agentes privados continuarán gastando al mismo ritmo que antes y
por tanto la economía no encallará. Lo único que separa realmente a unos y otros,
pues, es el tipo de receta que reputan óptima para reinflar la demanda agregada:
ora gasto público a machamartillo, ora liquidez extraordinaria para el sector
privado.

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El error de ambos, empero, es el mismo: la crisis no viene causada por un
problema de insuficiente demanda, sino por un colapso de la liquidez individual de
los agentes que tiene su reflejo en un colapso de la liquidez del conjunto de la
estructura productiva para readaptarse ante el descubrimiento de errores
generalizados de inversión. Si los agentes no pueden mantener sus planes
empresariales reajustándolos a las actuales circunstancias, sino que tienen que
liquidarlos y finiquitarlos en numerosos casos, es porque han invertido a un plazo
muy superior a aquel al que se han endeudado. Por análogos motivos, si el
conjunto de planes empresariales no puede adaptarse al nuevo entorno, es
porque la estructura productiva dispone de demasiadas pocas reservas de
recursos productivos (en forma de planes empresariales muy fácilmente
adaptables o prescindibles) para solucionar ipso facto los cuellos de botella
existentes; esto es, porque los planes empresariales se han vuelto muy capital
intensivos y ahora tienen un escaso margen para su reconversión en otros planes
que produzcan bienes de consumo más rápidamente.

De ahí que contrarrestar los efectos del atesoramiento a través del arrollador gasto
público o del falseado gasto privado sólo pueda conducir a que se acentúen los
insostenibles desequilibrios que llevaron en primer lugar al colapso de la economía
y luego a un incremento de la demanda de dinero. Así ha sucedido con la
expansión crediticia que ha promovido Bernanke merced a sus sucesivas
monetizaciones de deuda pública o privada: la liquidación y reconversión de las
malas inversiones no ha sido todo lo profunda que tenía que ser, de modo que a
poco que crece esa demanda agregada que presuntamente debía poner a la
economía a pleno funcionamiento y dar ocupación a los millones de recursos
ociosos, los cuellos de botella que jamás se fueron vuelven a aparecer,
estrangulando rápidamente cualquier expectativa de crecimiento sostenible futuro.

¿Y cuál es ese cuello de botella que tanto le amarga la fiesta al presidente de la


Fed? Justamente las materias primas: durante una década los agentes
económicos, confundidos por un crédito artificialmente abaratado por los bancos
centrales, hemos sobreinvertido en demasiados bienes de consumo muy
duraderos y en demasiados bienes de capital muy alejados del consumo y hemos
infrainvertido en la producción de materias primas. El reajuste que necesitamos
ahora, tras la acumulación de las malas inversiones previas, es corregir ese
desequilibrio: no tenemos un problema de falta de demanda agregada, sino de
inadecuada provisión de la oferta. Los agentes demandan muy pocas viviendas y
mucho petróleo, pero tenemos una estructura productiva especializada en producir
muchas viviendas y muy poco petróleo; he ahí la catarsis que requerimos y que
los intervencionistas de todas las corrientes se empeñan en entorpecer con el
peregrino argumento de lograr una rápida, pronta (e imposible) recuperación sin
dolorosa reconversión.

Pero la evidencia es la que es y las commodities no dan tregua. ¿Qué hará


Bernanke ante la escalada de las materias primas? ¿Seguir cebando la demanda
para que, como en 2008, se sigan encareciendo hasta abocar a la quiebra a
numerosas familias y explotaciones empresariales? ¿Detener su obsesiva

2
expansión crediticia reconociendo que alimentando la demanda sin corregir
previamente la oferta no solucionamos nada? El monetarismo, como el
keynesianismo, no tiene nada que ofrecer a la hora de facilitar la superación de la
crisis. Más bien al contrario, las recetas de ambos sólo son deuda, inflación y
nuevas malas inversiones; tres losas que únicamente prolongan nuestro
estancamiento. Por el bien de todos —salvo el de aquellos que viven de vender
una ideología oxidada—, convendría que fuéramos entendiéndolo: de 2009 a acá,
Bernanke y Obama sólo nos han vuelto más pobres... mucho más pobres.

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