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Las máquinas de escritura, mediatizadas por el poder dominante que intentan expandir y
perpetuar, declaran verdades generales y subjetivas acerca del indio. Ellas han vaciado,
silenciado, olvidado o desconocido, las formas de subjetivación preexistentes; han borrado
los pliegues que dibujaban otras posibilidades de ser; han anulado a las tribus y sus
enigmas para inscribir nuevos pliegues generadores de inhumanidad o de un rostro
inacabado que la disciplina religiosa y social ha de completar. El poder, entonces, señala la
inexistencia del otro al separarlo de su origen y reterritorializarlo en una imagen por él
creada: nueva y atroz violencia ontológica que impone sobre la borradura de la
heterogeneidad del indio el vacío o una infra-alma. La imagen del indio, su verdad, en los
textos del período es un producto del poder; sus misterios, la otra verdad, yacen
sepultados y doblegados por los deseos transformacionales que subyacen a las máquinas
de conquista.
Se puede decir que esta argumentación reune cuatro proposiciones descriptivas sobre la
naturaleza de los indios con su postulado que es tambien un imperativo moral. Esas
proposiciones son: los indios son de naturaleza sumisa: practican el canibalismo: sacrifican
seres humanos: desconocen la religion cristiana: En cuanto al postulado- prescripción, es
el siguiente: uno tiene el derecho, incluso el deber, de imponer el bien al otro. Quizás
haría falta precisar de inmediato que uno mismo es quien decide lo que está bien o mal;
uno tiene el derecho de imponer al otro lo que uno mismo considera como un bien, sin
preocuparse por saber si es igualmente un bien desde el punto de vista del otro. Este
postulado implica, pues, una proyección del sujeto enunciante sobre el universo, una
identificacion de mis valores con los valores. (166)
Como proceso las imágenes sobre el bárbaro se construyen entrelazadas con la historia y los
contextos. Sus transformaciones de fondo y de forma se relacionan directamente con las
ideologías imperantes en diferentes épocas, pero todas tienen en común un punto de partida
etnocéntrico; el bárbaro es un Otro percibido como diferente a partir del que observa y relata, sea
la percepción imparcial, positiva o negativa. (9)
El término bárbaro fue utilizado por los primeros “etnógrafos” griegos para referirse a los no
griegos: los extraños y sus culturas. El Otro no era uno mismo pero no por ello era inferior. Los
textos de Herodoto muestran una cierta comprensión de la relatividad de las culturas ya que, aun
cuando la descripción del Otro partía de una posición etnocéntrica, no despreciaba ni inferiorizaba
las razas, religiones y costumbres de los demás pueblos[...]Pero la categoría que remitía al Otro
radicalmente diferente era la de salvaje, semihumano o no humano, primero existente en la
mitología de seres monstruosos y hacia el siglo V A.C. proyectada como imaginario sobre los
pueblos bárbaros con los que mantenían guerras. (10)
El bárbaro imaginado en el medioevo cristiano, que más tarde llegaría a América, incluía un acervo
de estereotipos negativos, causales de desprecio e inferiorización, que tal vez pueden ser
emblematizados por la idolatría, sinónimo de subhumanidad o no humanidad. A la construcción
ideológica del bárbaro como pagano y, por ende, semihumano, le acompañaba el prejuicio de la
“naturaleza inferior” y de la “subordinación a la raza superior” derivados de la teoría aristotélica
de la desigualdad humana. (11)
El bárbaro colonial
Salvo excepciones, los españoles no querían conocer la diferencia de los indios, al no conocerla la
imaginaban y lo hacían a partir de valores etnocéntricos sustentados en la inferiorización del Otro
(11)
Muchos de los cronistas se basaban en la doctrina aristotélica y apoyaban sus argumentos con
atribuciones prejuiciosas sobre los indios, tales como: ser bestiales, comer carne cruda, arañas y
gusanos, hacer sodomías, no conocer la justicia, ni el amor ni la vergüenza (desnudez), no tener
cortesía ni obediencia con los viejos (Tomás Ortiz, en: Todorov, 1995: 161). Entre los atributos más
desacreditadores, incorporados en el imaginario sobre el bárbaro como sinónimo de no-
humanidad o animalidad, se contaban también la desnudez y la alimentación silvestre. (12)
Vale enfatizar que la entrada del bárbaro en el cristianismo propició dos procesos que, con
transformaciones, subsisten hasta el presente: un proceso de “salvajización” del bárbaro
irredimible, que al mismo tiempo es alejado hacia las fronteras exteriores de la “civilización” y,
paralelamente, un proceso de “desbarbarización” del redimible que culmina con la supresión de la
diferencia y la conversión en “civilizado”. (13)
Se trata de un concepto de larga tradición, que surge de una cosmovisión bipartita que
enfrenta dos realidades culturales en base a su diferencia, ya sea ésta entendida en
términos de alteridad o de subordinación. Aun cuando originalmente el concepto remitió a
una distinción lingüística, tal como establecía Homero en la Iliada (XI, 867), su
significación adquirió paulatinamente connotaciones culturales, morales y políticas que
establecieron diferencias cualitativas entre el bárbaro y quien lo definía. Heródoto, Esquilo
y Tucídides, en el siglo V a.C., dieron clara cuenta de ello: si bien no relegaban a los
bárbaros a una categoría naturalmente inferior, sí sentaban los fundamentos de la
excelencia helena mediante el contraste de ambos mundos. Los bárbaros no lo eran sólo
por no hablar griego, sino por no practicar su modo de vida, representado en la polis
como único fundamento posible para llevar una vida plenamente racional y humana.
El cristianismo, en este sentido, resignificó esta función sin perder por ello su rol
fundamental. En tiempos medievales, el bárbaro fue el infiel y el pagano, cuya condición
podía revertirse a través de su conversión. No obstante, su calidad no se relegaba sólo a
una diferencia de fe, sino que implicaba una distinción cultural, moral y política que
devenía de la carencia de una revelación que confería en plenitud, las capacidades
racionales y lingüísticas8.
La barbarie, como condición de los araucanos, permitía legitimar los esfuerzos españoles
por conquistarlos y evangelizarlos, ya fuese por la vía de las armas o a través de un
proceso de colonización y educación. Más allá de las críticas a los procedimientos
hispanos, en los poemas subyace un ideal de conquista y de integración de los pueblos de
Arauco al imperio de España como paradigma de civilización. Así, todo acto contra tal ideal
era calificado como manifestación de rebeldía, haciendo de su agente, un bárbaro.
Como se puede ver, los denominados “bárbaros” no tienen por qué corresponder únicamente a la
primera definición que da Aristóteles. Los indios podrían considerar como “bárbaros” a los
españoles al no compartir estos últimos el mismo lenguaje, y no poder establecerse así una
comunicación efectiva. En esta simple valoración de la situación americana, Las Casas da pasos
gigantescos otorgando directamente a los indios un estatuto de igualdad frente a los españoles
(31)
Como se pudo apreciar, Las Casas muestra la ambigüedad del término “bárbaro” y plantea la
imposibilidad de justificar la guerra contra los indios basándose en una definición restrictiva de
este concepto. La pluralidad de sentidos permite por el contrario humanizar a los indios, ponerlos
en la misma línea que los españoles. Sin embargo, aunque los indios no entren en la categoría de
“esclavos por naturaleza”, esto no impide que se les pueda aplicar otras denominaciones que
afectan de igual modo su relación con los españoles, tal es el caso del apelativo “infiel”. (32)
Los españoles (junto con sus perros) se transforman en aves de rapiña o en “lobos” que buscan
destruir a sus presas. Pero esta destrucción no es “natural”, es decir, no es el desarrollo de una
cadena de sobrevivencia, sino que aparece como fruto de la pura maldad y de la avaricia. La
deshumanización del “Otro” es requisito indispensable para su exterminio.