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Créditos

4 Traducción
Mona

Corrección
Karikai

Diseño
Bruja_Luna_
Índice
IMPORTANTE ______________________ 3 9 ______________________________ 110
Créditos ___________________________ 4 10 _____________________________ 121

5 Lista de Reproducción ________________ 8


Sinopsis ___________________________ 9
11 _____________________________ 136
INTERLUDIO _____________________ 147
CARTA DEL ASESINO HARBINGER ______ 10 12 _____________________________ 148
1 _______________________________ 11 13 _____________________________ 158
2 _______________________________ 21 14 _____________________________ 164
3 _______________________________ 33 15 _____________________________ 177
4 _______________________________ 44 16 _____________________________ 182
5 _______________________________ 58 17 _____________________________ 192
6 _______________________________ 73 18 _____________________________ 203
7 _______________________________ 86 Epilogo__________________________ 221
8 _______________________________ 96 Acerca de la Autora ________________ 226
LOVELY VIOLENT THINGS

6
HOLLOW’S ROW SERIES
TRISHA WOLFE
7
La fe consiste en creer lo que la razón no puede.
VOLTAIRE, THE WORKS
Lista de Reproducción
Escucha la playlist en Spotify

8 After Dark - Mr. Kitty


In the Air Tonight - Natalie Taylor
Jungle - Emma Louise
Set Fire to the Rain - Adele
Trampoline - SHAED
Uninvited - Alanis Morissette
Something in the Way - Geek Music
Animal - Chase Holfelder
Desire - Meg Myers
Rabbit Hole - AViVA
Fade Into You - Mazzy Star
Death of Peace of Mind - Bad Omens
Bitter Sweet Symphony - The Verve
Sinopsis
Halen:
9
En el momento en que me entregué a Kallum Locke, vendí mi alma al diablo.
Ahora ese demonio ha vuelto por mí, un demonio que desvía el alma que me queda.
El asesino Harbinger ha descendido a Hollow's Row en medio de un caso activo,
en el que he sido contratada como consultora para perfilar a dos asesinos. Uno ofrece
horribles sacrificios para obtener una antigua filosofía, y el otro es un peligroso
presagio de mi pasado.
Una oscura verdad se cierne sobre mis recuerdos, pero ¿es real o un truco del
mismísimo mago del caos para atraparme en su red de mentiras y corrupción?
Kallum me consume demasiado, con sus llamativos ojos verdes y azules
clavados en mis profundidades, exigiéndome que sienta el frenesí que ha provocado
en mi alma.
Tengo que escapar de él.

Kallum:
He probado a Halen St. James. Mi musa del desamor. Hundí mis dientes en su
tierna carne, lamí sus lágrimas, la marqué como mía...
Así que estaré condenado si la dejo ir ahora. No esta vez, no cuando estoy tan
cerca de revelar nuestra verdad. Es fácil ser engañado cuando crees tus propias
mentiras. Y, oh, cómo mi pequeña Halen se aferra a sus bonitas mentiras.
Bajo su obsesión por nombrarme asesino, me teme, nos teme, pero yo no soy
el peligro que debería temer.
La polilla se siente atraída por la dulzura, y mi pequeña Halen es la cosa más
dulce que existe.
No hay escapatoria. Halen necesita que su gran villano la proteja.
CARTA DEL ASESINO
HARBINGER
10 No se puede permitir que el superhombre ascienda.
El superhombre no es un regalo para la humanidad, sino una señal de muerte
que anuncia el fin de los días.
El superhombre no traerá la iluminación ni la paz. La aparición del
superhombre iniciará el día del juicio final que se abatirá sobre todas las
civilizaciones y sumirá a la humanidad en un abismo.
Este mensaje es para el superhombre: Te veo. Te he descubierto. Erradicaré a
tus hombres superiores uno a uno hasta que no tengas miedo de enfrentarte a mí.

- The Harbinger
1
ALQUIMIA DE DIOSES

11 Kallum: Hace Dos Años

—S
omos nuestro propio dios. —Abro los brazos de par en par y
recorro las quince filas ascendentes de universitarios y antiguos
alumnos. Incluso veo a dos profesores al fondo.
—O —digo, pasando la mano por mi corbata negra de cachemira mientras
rodeo tranquilamente el atril—, somos dioses. ¿Hay alguna diferencia?
Las manos de los estudiantes ansiosos se alzan. No pido a nadie que responda;
es una pregunta retórica, que se lleva planteando desde los albores de la humanidad
consciente. Si los grandes pensadores de la antigüedad no tenían una respuesta
empírica y definitiva, ninguno de estos imbéciles lameculos la tendrá.
No hay forma de que una sola persona, en el transcurso de una clase de
cuarenta y cinco minutos, o de todo un libro de texto, o incluso de toda una maldita
vida, pueda resumir más de tres mil años de sistemas de creencias y escuelas de
pensamiento, y cómo se formó nuestra interpretación moderna de los mismos.
Así que mientras estoy aquí, mirando al mar de estudiantes perdidos, sabiendo
que probablemente no sacarán nada significativo de mi clase, selecciono los detalles
de la historia con la esperanza poco entusiasta de que se formen una semblanza de su
propia opinión.
Tal vez eso casi valdrá la pena mi tiempo.
Una serie de pizarras se alinean en la pared detrás de mí. Hay una pantalla de
proyección entre dos ventanas de cristal oscurecidas para que las diapositivas no se
vean en el interior de la sala.
Me acerco al gran escritorio y le digo con la cabeza a Ryder, mi profesor
ayudante, que cambie la diapositiva de mi portátil. La imagen de la pantalla cambia a
un diagrama del análisis de Jung sobre la tradición hermética esotérica. Detesto tener
que recurrir a las doctrinas de Jung para los debates, pero su análisis es más sólido
que el de Nietzsche, aunque sólo sea porque Jung no tuvo las agallas de practicar lo
que predicaba.
La filosofía es una disciplina de estudio. Cuestionamiento. Pensamiento. Teoría.
Metafísica. Moral. Y más pensamiento, estudio y cuestionamiento hasta el fin del puto
tiempo mismo.
Es raro el filósofo que se baja del carrusel regurgitador y salta al abismo de la
psique. Volviéndose completamente loco. ¿Hay que respetar a Nietzsche por su
abnegación o compadecerlo?
Esa es una cuestión existencial para otra conferencia.
12 Pero lo que sí deja tras de sí es un reguero de sanguijuelas académicas
codiciosas dispuestas a hacerse un nombre a costa de ese sacrificio. Una de esas
sanguijuelas:
—Carl Jung —digo señalando la pantalla—, tuvo la consideración de
proporcionar un diagrama para su interpretado proceso de autodeificación hacia el
Yo Superior. —Me coloco delante del atril—. O, en realidad, cuya raíz misma es el
chamanismo. Como muchos de los modernistas no atribuyen su aclamación, podemos
hacerlo por ellos.
Una carcajada colectiva recorre la sala. No soy intencionadamente gracioso.
Sarcástico y burlón, sí. ¿Presumido y egoísta? Por supuesto. Me he ganado mi famosa
reputación. A diferencia de mis compañeros, que se esfuerzan patéticamente por
inmortalizarse reinventando la rueda de la filosofía, yo ya me he establecido en el
mundo académico.
Sin embargo, alcanzar el cénit demasiado pronto supone un largo y aburrido
camino de vuelta montaña abajo.
—Jung acuñó su camino hacia la ascensión al Yo Superior, aquello que ha sido
etiquetado de muchas maneras a lo largo de los siglos, Aion, hen to pan, todo es uno,
autodeificación, Mente de Dios, como Individualización. —Señalo el nivel superior del
diagrama de la pantalla.
—Cada gran pensador tiene que tener su propia terminología para destacar —
continúo—, pero el destino sigue siendo el mismo: el camino hacia el plano intelectual
iluminado de la existencia, la codiciada piedra filosofal donde nuestro tosco proceso
de pensamiento básico se transmuta en genio creativo. —Apoyo el codo en el atril—
. En esencia, donde obtenemos la respuesta a nuestra pregunta; somos dios, una
conciencia iluminada que posee la comprensión cósmica de todas las cosas para
crear nuestra voluntad dentro del universo.
Hago una pausa para permitir que parte de mi discurso se filtre en fiestas
nocturnas pasadas y aventuras de una noche alimentadas por el alcohol.
—El proceso psicológico de Jung de dividir el yo de las partes consciente e
inconsciente, como cualquier otro concepto de teoría similar, sigue siendo
cuestionado, su método incompleto y nunca probado. —Enarco una ceja—. Su
proceso —repito subrayando—. También conocido como algún método extraño y
abstracto a través de sistemas de creencias gnósticas y alquimia espiritual que, de
verdad, nadie tiene ni jodida idea de lo que significa.
Otra ronda de risas.
Miro mi mano, los símbolos recién tatuados en mi piel, sintiendo el peso de mi
reciente año sabático sobre mi conciencia. Me meto la mano en el bolsillo, me paso
13 la lengua por el borde de los dientes y miro a mi público.
—Pero, no es lo que un hombre escribe cuando ha tenido tiempo de formar y
censurar sus pensamientos. Es lo que dice, lo que puede ser barrido por un viento
repentino y cuestionado si alguna vez existió. —Recorro un camino por el frente de la
sala—. Jung planteó la pregunta: ¿quién se ha dado cuenta plenamente de que la
historia no está contenida en gruesos libros, sino que vive en nuestra propia sangre?
Las risas y el parloteo se acallan, el silencio se extiende como preludio de un
remate más profundo.
Pasé la mayor parte de mi vida dentro de aulas como ésta, estudiando las
mismas filosofías que se han estudiado durante siglos, creyendo descubrir una
sabiduría profunda. Celoso, rebelde, el chico malo de la academia, mi disertación
sobre la resolución de argumentos filosóficos aclamada, mi nombre ya famoso antes
de embarcarme en una carrera dentro de una universidad.
Entonces, un viaje a El Cairo para investigar el origen del chamanismo egipcio
vinculado a los primeros textos conocidos de la Hermética cambió mi rumbo.
Como buscadores de conocimiento, pedimos al universo que se revele.
Pero una vez que ves, nunca puedes dejar de ver.
—¿Qué significa esto? —pregunto a la clase.
Esta vez, no se levanta ninguna mano. Dejo que mi mirada recorra a los
estudiantes en busca de alguien que merezca la pena. Una chica con un bonito mohín
hace girar un mechón de su cabello oscuro alrededor de su dedo de forma seductora
mientras me ruega con la mirada que la elija.
No es la primera que intenta captar mi atención.
Son los ojos. Les encanta la singular intensidad azul y verde ardiente, y
atribuyen erróneamente mi pasión a la lujuria. En mi aula no cazo presas.
Cuando tengo hambre, como. La Chica Elíjeme huiría despavorida si le
enseñara lo que necesito para excitarme. Mis gustos siempre han sido particulares.
Pero es como con cualquier droga, cuanto más usas, más difícil es conseguir el mismo
subidón.
Siguiendo adelante, señalo a un chico de veintipocos años con una elegante y
cara camisa de botones en primera fila.
—¿Qué significa esto para ti?
Su sonrisa es arrogante. Me recuerda a mí mismo hace diez años, y no dudo de
que dirá algo ingenioso para provocar la reacción de los demás alumnos.
—¿Que he gastado mucho dinero en libros de texto para este curso? —dice.

14 En el momento justo, las risas recorren el vestíbulo y yo alabo su astucia con


una sonrisa irónica.
—Tu vestuario dice que tus padres pueden permitírselo.
Su sonrisa arrogante cae mientras sus compañeros siguen riéndose. Esta vez,
de él. Un psicólogo en algún lugar inferiría que estoy arremetiendo contra las cosas
que detesto de mí mismo. Una familia acomodada y ausente. La cuestión de si los
privilegios engrasaron las ruedas de mi carrera.
Y por eso detesto la psicología.
No podemos elegir de dónde venimos, pero todo lo que viene después es una
elección.
Hubo un tiempo en que me miraba al espejo y veía los ojos de mi padre, pero
encontré la manera de no tener que volver a verlos.
Me giro hacia el atril y miro a Ryder, dándole la señal para que cambie la
diapositiva.
—Este fin de semana, su tarea es contemplar la obra de Jung...
—Tengo curiosidad por lo que significa para usted, profesor Locke.
La pregunta procede del fondo de la sala, una voz distinguida que obviamente
no pertenece a un estudiante. Me pongo de cara a la clase y busco entre las filas,
encontrando la fuente de pie.
—Profesor Wellington —digo, cruzándome de brazos—. No sabía que había
venido a mi clase.
Percy es nuevo en la universidad. Aún no he tenido una presentación formal
con él, pero he oído los escandalosos rumores de por qué tuvo que trasladarse de
institución. Problemas de autoridad. Incontables ausencias. Problemas matrimoniales
y con la bebida. Nada tan grave como para perder la titularidad, pero entonces no
estaría aquí si ese fuera el caso.
El decano había concertado una reunión para hablar de un proyecto conjunto
para la ceremonia de graduación, que evité con pericia.
No juego bien con el profesorado.
Wellington se pasa una mano por su escaso cabello rubio y una sonrisa de
seguridad en sí mismo se dibuja en sus facciones.
—¿Una clase? ¿Me la he perdido? —Se ríe entre dientes—. He oído tantos
elogios sobre el asombroso profesor Locke, que esperaba que me impresionara.
El proverbial guantazo en la cara. Lo ofendí cuando me negué a consultarlo

15
sobre el proyecto. Ahora está aquí, en mi territorio, para desafiarme intelectualmente
y humillarme. En el mundo académico, por desgracia, es la única manera de que los
intelectuales estirados, con chaleco de tweed y suéter, se enfrenten a muerte.
La tensión enhebra el aire de la sala cuando me dirijo al frente y acepto el reto.
—La Historia no está contenida en gruesos libros, sino que vive en nuestra
propia sangre —repito la afirmación de Jung—. La Historia la escriben las personas,
las perspectivas. Opiniones sesgadas. Nuestra intuición orientadora para discernir la
historia basándonos en las acciones y la violencia del pasado debería determinar
cómo decidimos buscar el futuro. —Me encojo de hombros—. Si quieres ponerte
filosófico sobre el tema.
Mientras estallan las risas para calmar el tenso ambiente, sostengo la mirada
entrecerrada de Wellington, esperando su refutación.
Le daré un minuto. Mientras estaba en El Cairo, había consolidado mi punto de
vista. No me dejaré influenciar. Lo que encontré en Egipto no fue inspiración divina
ni la visión de una sabiduría profunda. No fue nada estimulante ni esclarecedor en
absoluto.
Era la maldita sencillez de lo trágicamente básicos que somos.
Al darme cuenta de ello, decidí que hay una diferencia entre reflexionar sobre
la vida y vivirla.
Un concepto tan simple. Tan obvio una vez que ves la escritura en la pared. Sin
embargo, me sentí sublimemente estúpido por mi descuido.
Desde entonces me he dignado a pasar el poco tiempo precioso que me queda
en esta roca en busca de mi musa. Lo que inmortalizó a los pensadores profundos fue
su deseo. Ese deseo impulsor y enloquecedor de crear.
Y eso no se conseguirá convirtiéndote en una nota a pie de página en el libro
de texto de alguien.
El profesor baja de la última fila y se dirige hacia mí.
—Violencia —se hace eco—. Es una perspectiva interesante y reveladora. ¿Y
el don de la ilustración a través del estudio de la historia? ¿No sirve eso para lograr y
garantizar un futuro pacífico? ¿No deberíamos mantener nuestro curso de estudio en
libros y textos, transmitiendo conocimientos a las generaciones futuras para que no
salten a abismos mal preparados? —Echa un vistazo a los estudiantes, con una sonrisa
cómplice—. Por el bien del argumento.
Miro al suelo lacado y sacudo la cabeza. El maldito Nietzsche siempre se cuela
en cualquier debate. Parece que Wellington suscribe la escuela de pensamiento del
historiador.

16 Le devuelvo la mirada y lo encuentro de pie en el último escalón, colocándose


un palmo por encima de mí.
—Supongo que por tu uso del don te refieres a la idolatría de Jung por Nietzsche
—digo, esquivando por completo la referencia al abismo—. El núcleo del método de
Jung en el Yo Superior, el don propuesto del Übermensch, el superhombre. —Mi
expresión divertida decae—. O en lo que Nietzsche y todos los eruditos que vinieron
antes y después basaron su idealismo: el Hombre Primordial del chamán.
Levanta un dedo.
—Creo que estás considerando el concepto demasiado literalmente. Es un
ideal, una meta, que la humanidad es capaz de alcanzar. Por supuesto, es un camino
arduo hacia una mente iluminada, pero ese es nuestro camino hacia la paz. Pero sólo
si seguimos estudiando y aprendiendo de nuestros predecesores.
Es toda una generación mayor que yo, y debe de molestarle mucho que lo haya
superado profesionalmente por un año luz.
—En cualquier caso, el concepto es un cuento de hadas —digo, y me río entre
dientes—. Pero más aún, es una paradoja. A pesar de tanta esperanza de una especie
iluminada, nunca puede haber un futuro pacífico, profesor Wellington. —Doy un paso
en su dirección—. En el caso de que esta divinidad holística y mística se presentara
como un regalo a las masas, basada en el trabajo de teóricos esotéricos, este estado
sólo podría alcanzarse a través de una fuerza destructiva, como un sacrificio. O el
autosacrificio. Tal y como afirmaba la teoría alquímica de Jung, ¿correcto? —Lo miro
fríamente—. La luz no puede existir sin la oscuridad. El bien no puede existir sin el
mal. La totalidad. Ergo, la paz no puede existir sin violencia.
Su expresión de suficiencia pierde su filo.
—El ego del filósofo es destructivo por sí solo. —Su mirada se dirige a los
tatuajes que asoman por encima de mi cuello—. Me parece irónico que hables en
contra de la teoría alquímica de Jung de ahondar en el inconsciente colectivo, viendo
que eres practicante de otras prácticas ampliamente escudriñadas y no verificadas.
Se refiere a los rumores sobre mi interés en las artes oscuras. En particular, la
magia del caos.
Tuve más de una revelación en Egipto.
—Ah, profesor, aquí es donde me especializo. —Me acerco a él, que se cierne
sobre mí—. Permítame explicarle un poco más claramente. Jung utilizó obras
alquímicas y simbolismo para promover sus esfuerzos de psicología poco sólida. Lo
cual es sumamente insultante para las mismas sectas esotéricas occidentales en las
que basó sus teorías. La alquimia no es un vehículo para la grandeza académica. La
Hermetica no es un camino espiritual o filosófico hacia el oro psicológico. Aunque la

17 búsqueda de ambos revela la naturaleza codiciosa de hombres desesperados que


miran fijamente su insignificancia. —De acuerdo, quizá una referencia al abismo...
—Yo, a diferencia de Jung, no estoy levantando una creencia arcaica para
incorporarla a mi teoría de mierda indemostrable —continúo—. Mi empeño por la
musa es una práctica personal. Tras miles de años de cavilaciones, no estamos más
iluminados que nuestros antepasados paganos bailando alrededor de hogueras. Pero
ellos iniciaron la tendencia. Ellos son los maestros a los que deberíamos seguir
mirando, no los piratas informáticos.
Wellington no dice nada mientras le hago una larga pausa para su refutación.
—Además —digo, apoyando el codo en el atril y moviendo los dedos
entintados—, a las mujeres les gustan los tatuajes. —Sonrío con suficiencia,
ganándome unos cuantos silbidos de la clase.
Incluso un narcisista sabe cuándo admitir la derrota. Wellington es algo más,
algo mucho peor. Lo veo en su mirada fija, un hambre sádica. A pesar de su
declaración hacia la paz, hay una necesidad maliciosa almacenada allí que ansía
destruir.
Esta fuerza primitiva reside en todos nosotros, forma parte de nuestros propios
átomos, pero es el hipócrita el que hace que esta fuerza sea peligrosa.
—No me cabe duda de que su reputación le ha reportado muchos beneficios,
profesor Locke. —Su sonrisa roza la sorna—. ¿Pero cómo se atreve, entonces, con su
astuta observación, a insinuar que el idealismo del Hombre Primigenio para la
humanidad no es en sí mismo un raro tesoro? Después de todo, la filosofía nos enseña
que son nuestros ideales los que conforman nuestro mundo. Nosotros somos los
creadores.
Doy unos pasos, considerando seriamente la pregunta.
—Porque la historia ha demostrado que la mayoría de los tesoros tienen un
desenterramiento oscuro y violento —digo, enviando mi respuesta a los alumnos—.
El monstruo de la codicia acaba descendiendo, convirtiendo a los humanos en una
bestia desfigurada de egoísta gula y ego. Nosotros, como individuos, ascendemos a
un poder superior, divino... ¿Cada uno de nosotros para convertirnos en jueces de lo
que es correcto e incorrecto, bueno y malo? —Mi risita es sardónica—. Eso es la ruina
misma del cosmos. La sociedad se derrumbaría.
Hago una pausa:
—Piensen en cualquier cosa que creemos. Miren esta sala. Este atril —toco el
pedestal de madera—, primero hubo que talar un árbol, luego tallarlo, esencialmente
destruirlo, para crear el podio. Sí, nosotros somos los creadores, pero nuestras
creaciones sólo pueden nacer de actos violentos. —Me giro y dirijo mi siguiente
18 afirmación hacia Wellington—. Ya ha habido suficientes narcisistas en el poder a lo
largo de los años para demostrar que éste no es un idealismo que nos vaya a
recompensar con la paz.
Con las cejas levantadas, dice:
—Lo admito, estoy impresionado. Has presentado un argumento convincente.
—Pero aún no está listo para conceder—. Otra pregunta, profesor Lock, si no le
importa. Tengo curiosidad: si no hay esperanza de un futuro de paz y armonía, y sólo
a partir de la destrucción tenemos la capacidad de crear, ¿cómo justificamos nuestra
existencia en este planeta? ¿Es un acto desinteresado o egoísta, destruirse debería
ser el único medio de defensa?
—Me temo que es una cuestión de moral, profesor. —Comprobando la hora en
mi reloj, mido mi respuesta en función de los dos minutos que quedan de clase—.
Formamos parte de un mundo que fue concebido en un vientre de violencia. Es lógico
que cuando nuestra naturaleza caótica amenaza con destruirnos, recurramos
entonces a cualquier medio en respuesta, como el chivo expiatorio, para restablecer
el equilibrio. Es más que justificar nuestras acciones; es esencial para nuestra
supervivencia y nuestra conciencia. Oh, perdón, nuestra conciencia colectiva como
especie inteligente. Aunque me parece una exageración para la mayoría de nosotros.
—Creo que ha ganado su argumento, profesor Locke —dice Wellington,
aunque su sonrisa arrogante contrasta con sus palabras.
—Naturalmente. —Vuelvo la mirada hacia el aula, dirigiéndome a los
alumnos—. Si estás dispuesto a destruirte a ti mismo en un acto de violencia, entonces
y sólo entonces puedes llamarte dios. De lo contrario, no eres más que otro erudito
sin inspiración con teorías no probadas que idolatra a un loco, pero no tiene la
convicción de poner a prueba sus métodos. —Miro a Wellington—. Creo que nuestros
libros de historia lo etiquetaron como cobarde.
No hay duda del desdén grabado en sus severas facciones. Se alisa la corbata
en el chaleco mientras asiente con la cabeza y sube los escalones. Pero antes de salir
del vestíbulo, se vuelve para dirigirse a mí por última vez.
—Quiero dejarle una reflexión —me dice—. Es una profecía que se auto
cumple, ¿no cree? Empleamos la violencia para defendernos de nuestra propia
violencia. —Una expresión condescendiente cruza su rostro—. Si somos los
creadores, entonces, por ese diseño, somos los creadores de nuestro propio día del
juicio final. Todo un enigma.
Hago una señal a Ryder para que cierre las diapositivas.
—Supongo que en eso tiene razón, profesor Wellington. Sólo podemos evitar
19 la catástrofe si somos conscientes de las señales —digo distraído—. Pero qué
jodidamente divertido sería el fin de los tiempos.
Mientras la clase responde con una carcajada colectiva, un brillo oscuro se
enciende tras sus ojos.
—Por supuesto. Los filósofos aburridos y privilegiados ya no tendrían el lujo de
reflexionar sobre la musa. —Sonríe con arrogancia, su insulto hace mella en mi ego—
. Qué emocionante sería ver cómo evolucionaría nuestro futuro, ya que no todas las
creaciones pueden ser bellas como tu atril. Algunas son más bien horripilantes.
Entonces sale del aula, pero sé que éste no será el último altercado que tenga
con Percy Wellington.
Hoy me he ganado un enemigo.
Mientras la sala se convierte en un tumulto de estudiantes que se apresuran a
escapar, guardo los manuales del curso en mi mochila de cuero, con algún
pensamiento distraído rondándome la cabeza.
—Menudo idiota —dice Ryder mientras me entrega mi portátil.
—La rivalidad profesional te mantiene alerta. —Le doy una palmada en el
hombro—. Sabrás que has triunfado en el mundo académico cuando tengas tu propio
imbécil para interrumpir tus clases.
Su sonrisa tensa tiene un peso amenazador.
—No sé cómo no le diste un puñetazo —dice—. Yo lo habría hecho. Me gusta
el concepto de volver a nuestras raíces primitivas.
Me cuelgo la correa de cuero al hombro.
—Haré como si no lo hubiera oído. —Me detengo en la puerta para decir—:
Pero si lo haces, grábalo y envíamelo.
Mientras camino por el patio exterior hacia el estacionamiento, mis
pensamientos se agitan más profundamente, el picor supurando en una infección que
se clava bajo mi piel.
...no todas las creaciones pueden ser bellas...
Tal vez no, pero cuando se crea belleza, siempre nace de la violencia, lo que
en sí mismo es una realidad horrible de aceptar.
Yo soy la prueba de ello. Una hermosa creación moldeada por la hoja más
afilada de la crueldad violenta.
Cuando llegue mi musa, vendrá a mí de esta misma forma, hermosamente
violenta.

20
2
DICOTOMÍA APOLÍNEA Y DIONISÍACA

21 Kallum: Ahora

S
i miras al abismo el tiempo suficiente, el abismo te devolverá la mirada.
El infame verso citado por un filósofo loco ha sido objeto de
reflexión por parte de los estudiosos durante más de un siglo. Cuál es el
significado del bostezante abismo de Friedrich Nietzsche?
¿Es nuestra inevitable muerte? ¿Miedo a lo desconocido? ¿Reconocimiento
paralizante de nuestra propia insignificancia?
Para un estudiante de posgrado engreído y egocéntrico, el significado estaba
demasiado claro:
El abismo era el pozo del fracaso para los débiles mentales.
En otro tiempo, mi vanidad no tenía límites. Admito que, mientras estudiaba las
doctrinas de Nietzsche, arrugaba la nariz ante el hedor de su miedo que
prácticamente emanaba de sus páginas. Me burlaba de su dicotomía de la dualidad
como si no fuera más que un intento desesperado de un erudito derrotado por
acolchar su hinchado y frágil ego.
En sus últimos días, el filósofo escribió notas como:
—Me duele espantosamente que en estos quince años ni una sola persona me
haya descubierto, me haya necesitado, me haya amado.
Qué jodidamente patético.
Me pareció el peor de los fraudes. El aislamiento era trascendente, había
predicado, y sin embargo era un hipócrita de sus propios principios.
Cuanto más se acerca uno a su propia muerte, más dispuesto está a
comprometer sus convicciones. Creando así su propio abismo, donde sus débiles
mentes van a perecer.
Mi sistema de creencias, mis convicciones, nunca estuvieron en peligro.
Hasta ella.
Mi hermosa musa.
Oh, con qué facilidad flaqueamos cuando nos enfrentamos a la veracidad de
nuestra existencia solitaria.
Ahora puedo confesar lo equivocado que estaba en mi primera interpretación
de Nietzsche.
Nadie quiere vivir en soledad.

22 En la cima de mis logros, era un dios académico. Envidiado por colegas,


adorado por malditas fanáticas. Lo tenía todo y no me faltaba de nada.
Y ahí radica el dilema.
El cielo era gris apagado y los sabores habían perdido su gusto. El arte era
soso. No quedaba nada por crear. El sexo sólo era marginalmente satisfactorio, y sólo
una vez llegué a extremos desviados, cuando me miraron con miedo en vez de con
deseo.
La lujuria por la vida se secó en un páramo polvoriento y se asentó amarga y
granulosa en mi lengua. Sentía envidia de cualquiera que demostrara un mínimo de
pasión.
La necesidad, el hambre pura y simple, nos empuja a poseer por todos los
medios aquello sin lo que no podemos vivir.
La persona que desea con un apetito voraz, que no puede saciarse, no se
detendrá ante nada para realizar su aspiración.
Todo eso me mataba de hambre.
A medida que el desolado tramo de autopista pasa como un triste borrón por
la ventanilla tintada del todoterreno, reclino la cabeza contra el reposacabezas del
asiento trasero, dejando que el bourbon barato que me tomé en la taberna de Pal me
golpee las venas con una furia implacable mientras sale de mi organismo.
Me merezco algo mucho peor.
Pensativo, froto con el pulgar la venda manchada de sangre que envuelve mi
palma izquierda. El anillo plateado de mi pulgar se engancha en el borde del
adhesivo. El inconfundible tacto de los cortes bajo el grueso algodón la trae al primer
plano de mis pensamientos.
Hoy, por primera vez desde que mi pequeña musa soñadora se coló en mi vida,
le he dicho una mentira a Halen.
Con el goteo del arroyo sobre las rocas bajo el puente desvencijado, su olor
aún impregnado en mis poros desde la noche anterior y el sabor persistente de su
dulzura poniendo a prueba mi control, la miré a los ojos grandes y avellana y le dije
a Halen que nunca había pensado en quitarme la vida antes de ella.
Los hombres tenemos la mala costumbre de culpar a los demás de nuestras
debilidades. Especialmente aquellos que tienen el poder de herirnos. Me gustaría
decir que es un simple mecanismo de defensa, pero en realidad todos somos unos
bastardos privilegiados.
Su rechazo se clavó en mi piel más profundamente que cualquier cuchillo. Me
23 armé de ira y dejé que la mentira cayera de mi boca. Al mismo tiempo, la amonestaba
por negarse a aceptar la verdad, por negarse a aceptarnos, cuando mi propio pasado
es mucho más horrible que cualquier cosa que pueda conjurar mi pequeño
duendecillo sexy.
En algunas culturas, quitarse la vida se juzga más duramente que el asesinato.
Antes de que mi musa desgarrara mi mente, mi alma y mi maldito cuerpo con
una fuerza monstruosa y diezmadora, estuve a punto de sacrificarme.
Pero no fue mi violencia la que convocó a mi diosa lunar desde el cosmos.
Fue la suya.
Mis papilas gustativas cobraron vida. El tono apagado del mundo se iluminó en
colores cegadores que nunca antes había presenciado. No tenía ni idea de lo muerto
que estaba hasta que ella me enseñó lo que se sentía al estar vivo.
Ahora, incluso respirar sin su excitante aroma es una lucha tortuosa, el aire está
viciado e insípido.
Ella es el Apolo de mi Dionisio.
Mi otra mitad.
Y aunque la fuerza de la conjunción de lo apolíneo y lo dionisíaco puede chocar
en la tormenta más destructiva, su unión es lo que fomenta el genio creativo y la
armonía.
Su tranquila entrega a la lógica apacigua la furiosa tormenta de furia y locura
que asola mi mente. Por el mismo motivo, mi frenesí caótico despierta su alma
enferma con un vigor enloquecedor.
Uno no puede existir sin el otro.
No puedo existir sin ella.
Y admita o no la verdad, ella no puede existir sin mí.
Haber saboreado la divinidad, haberme arrodillado ante mi diosa y haberme
deleitado como un glotón salvaje, haberme enterrado tan profundamente dentro de
ella, sólo para haberla perdido...
Ese es mi gran abismo.
Es mirar fijamente al vacío de la indiferencia y la apatía y sentir cómo tu alma
se marchita hasta convertirse en una cáscara hueca. Ese tormento despierta una
perversa desesperación en un hombre que se forjará hasta los límites más oscuros y
24 depravados del infierno para recuperar.
No hay límites.
Por ella, mataré sin remordimientos. Regaré sangre y mutilaré en una neblina
de éxtasis hasta saciarme, y entonces exigiré más.
Y mientras estos pensamientos desgarradores destrozan mi cabeza, estoy
hiper fijado en un solo rumbo:
Hacer que Halen St. James se dé cuenta de nuestra inevitabilidad.
Su despertar es sólo el principio.
Aparto la vista del paisaje anodino de la autopista y presto atención al agente
federal que nos conduce hacia el Instituto Correccional Briar para Delincuentes
Criminales. Gira el dial para subir el volumen de la radio. A pesar de mi creciente
resaca, me concentro en las noticias.
La desgracia se ha sobrealimentado de nuevo con la pintoresca localidad de
Hollow's Row, donde esta mañana se ha descubierto un cadáver mutilado en un pantano
cercano. La víctima masculina, al parecer residente en el pueblo, ha sido identificado y
se ha confirmado que es uno de los treinta y tres lugareños desaparecidos
misteriosamente hace más de cinco años. Un caso que desconcertó a las fuerzas de
seguridad locales y a los funcionarios del gobierno.
Este nuevo suceso se ha producido en medio de una investigación activa sobre
partes de cuerpos desmembrados encontrados en las mismas inmediaciones. Según las
autoridades, el principal sospechoso es el tristemente célebre asesino Harbinger, que
escenifica a sus víctimas a semejanza de la polilla de la muerte antes de amputarles la
cabeza. Un simbolismo icónico que presagia un futuro día del juicio final.
También se encontró una críptica carta en la escena más reciente, en la que se
detallaba un desafío al Mutilador de Hollow's Row dirigido al “Superhombre”. Las
autoridades están investigando si el fallecido Landry fue el autor material de estos
atroces crímenes.
En este momento, todavía no hay pistas sobre el paradero de los otros treinta y
dos residentes desaparecidos.
A medida que los detalles del informe se filtran más allá de la niebla turbia que
envuelve mi cabeza, una capa roja de furia cubre mi visión. Puedo sentir el latido
entrecortado de Halen en mis venas.
Leroy Landry, el hombre con cuernos que nos atacó a Halen y a mí en el campo
ritual de los campos de exterminio, no era el Superhombre. Lo que significa que el
verdadero sospechoso sigue vagando por la ciudad. Y ahora parece que el asesino
Harbinger ha descendido a Hollow's Row para abrir una grieta apocalíptica en el

25 centro.
Las conexiones se sincronizan más rápido de lo que mi embotado cerebro
puede procesar.
Halen está en peligro.
—Malditos psicópatas. —El agente al volante murmura para sí mientras baja el
volumen del equipo de música del todoterreno. Busca emisoras de radio hasta que se
decanta por una canción pop de los 80.
La música, llena de grava, chirría abrasivamente contra mis sentidos, agotando
mi ya gastada paciencia. El dolor sordo en las sienes aumenta a medida que mi mente
se acelera.
—¿Por qué no llamas a tu superior para que te ponga al día sobre los
psicópatas? —Le digo, con la mandíbula tensa alrededor de cada palabra.
Desviando la mirada hacia el espejo retrovisor, el agente especial Hernández
me mira como si fuera uno de esos psicópatas y suelta un suspiro de fastidio.
—Ya no es asunto tuyo, ¿verdad?
Mientras se concentra en el trayecto hasta el instituto, aprieto las manos
vendadas para contener el impulso de pasar por encima del respaldo del asiento y
estrangularlo con las esposas.
Una mala idea, para empezar: destrozar el vehículo no me llevaría de vuelta a
Halen más rápido.
Y dos: la única persona en posición de validar mi vuelta al caso resulta que
reside en Briar.
Control de impulsos. Tengo un grave problema con eso. Pero la oscura furia
que hierve a fuego lento bajo mi piel casi me está cocinando vivo.
Imagino a Halen escuchando el mismo informe mientras huye de la ciudad y de
sus temores hacia nosotros. Mi bonita pequeña mentirosa me hizo creer que retomaba
su puesto en el grupo de trabajo, cuando en realidad había sido despedida de su
puesto. Eso se lo saqué al agente a bordo del vuelo.
El persistente ardor de su curry picante me infunde un dolor en el pecho.
Incluso a esta distancia, si bloqueo todo lo que no sea ella, puedo sentir el vórtice
agitado de sus emociones, la angustia que desgarra su mente.
Su obsesión con el asesino de Harbinger encontrará la forma de devolverla a
ese pueblo. No me cabe duda de que ya está al tanto del último asesinato, y de que
también está intentando demostrar que fui yo.
No puedo evitar la sonrisa que se dibuja en mi rostro. Me produce una
26 emocionante satisfacción saber que no puede librarme de sus pensamientos tan
fácilmente.
Me llamó sociópata, una sanguijuela que se alimentaba de sus emociones. No
niego su afirmación. Me he metido hasta el fondo. Puede que yo sea el parásito
chupasangre ávido de saciarme de ella, pero ahora hay algo mucho más siniestro ahí
afuera que compite por alimentarse de ella.
Dividirnos fue una decisión equivocada.
—Ya estamos aquí —anuncia Hernández, como si yo fuera un niño de cinco años
al que hay que apaciguar.
—Mi anticipación es mortal.
Sus ojos marrones insignificantes encuentran los míos en el espejo.
—Esa criminóloga caliente con la que trabajabas... a la que besaste... —dice, y
de repente tiene toda mi jodida atención.
—La Dra. St. James —le digo, ayudándolo. Con la mandíbula tensa, ahogo el
impulso de corregirlo aún más con la reprimenda más furiosa.
Desde mis últimos momentos con ella, mi mecha se ha cortado en seco.
—Correcto. —Se detiene junto al bordillo bajo la zona cubierta de entrega de
las instalaciones—. ¿De verdad se desnudó y te dejó poner tus manos ensangrentadas
sobre ella?
La visión de Halen adornada con huesos y mi sangre agita un calor visceral bajo
mi piel.
Hernández está peligrosamente cerca de perder la lengua.
El molino de rumores del FBI probablemente esté zumbando. Un destello
indeseado del agente Alister logra traspasar la bruma opacada. Tiene un interés
malsano en Halen, y sólo puedo especular sobre lo que le ha dicho a puerta cerrada.
No estoy seguro de que mi amenaza hacia él haya sido lo suficientemente clara.
Clavo los ojos en el agente por el retrovisor, dejando que mis rasgos faciales
se endurezcan en su estado natural. Retrocede visiblemente.
—¿Qué quieres decir? —Le pregunto.
—Ha vuelto al caso —dice—. Pensé que te gustaría saberlo. —Se desabrocha
el cinturón y tira de la manilla para abrir la puerta.
Un rugido me llena los oídos y olvido momentáneamente que estoy esposada
mientras me muevo para impedir que salga del auto. La cadena de mis tobillos
esposados se tensa y me retiene. El agente se da cuenta.

27
—¿Cómo sabes con seguridad que la Dra. St. James está trabajando en el caso?
—Exijo.
Desliza hacia delante su pistola enfundada sobre el pecho, recordándome que
va armado.
—El agente Alister —dice, confirmando mis sospechas—. Los locales la
contrataron como asesora del grupo especial.
Una sonrisa retorcida se dibuja en la comisura de mis labios. Sé exactamente
qué local hizo que eso ocurriera. También sé que Halen le debe varios favores, así
que había pocas posibilidades de que Halen rechazara una petición de Devyn Childs
para quedarse como asesora.
—Ve adelante —le digo al agente.
Una vez que me escolta a procesamiento, paso por el tedioso protocolo para
ser readmitido en el hospital.
—No te vayas lejos —le digo al agente Hernández mientras me quita las
esposas.
Resopla con humor, aceptando que en breve estaré de vuelta en su todoterreno
y de camino a Halen.
Sólo tengo un momento de libertad antes de que un técnico de psiquiatría del
hospital vuelva a esposarme los tobillos y las muñecas. Irónicamente, nunca he puesto
una mano encima a nadie en este centro, pero el hedor del miedo impregna el aire
igualmente.
La anticipación de la huelga es siempre más temible que la propia huelga.
Me conducen al despacho del Dr. Torres, y la prueba de ese temeroso
suspense está grabada en las desgastadas facciones del doctor. Sentado tras su
escritorio desordenado, el Dr. Torres me mira con desdén y temor a partes iguales.
Su despacho está en peores condiciones que antes de irme.
—Me encanta lo que has hecho aquí —digo, desviando la mirada hacia un
sándwich mohoso expuesto en su estantería. Justo entre Freud y Jung. Enarco una
ceja—. ¿Una ofrenda a tus dioses?
—No se ponga cómodo, profesor Locke —dice Torres, y me alegro de que aún
tenga la capacidad mental de dirigirse a mí profesionalmente—. Esta sesión es sólo
una parada antes de que te trasladen a California.
Le regalo mi brillante sonrisa diabólica.
—Entonces diría que una evaluación de inducción realmente no es necesaria.
Se endereza la corbata torcida.

28 —Esta es tu evaluación de salida. —Está demasiado emocionado para


corregirme mientras abre una carpeta—. Tome asiento.
El técnico retira la alfombra gris topo que hay delante del sillón de cuero para
mostrar una manilla atornillada al suelo de baldosas. Después de sentarme, procede
a enganchar la cadena entre mis tobillos al aparato de cierre.
Pruebo la sujeción.
—El estudio del caso está casi terminado —anuncia el Dr. Torres. Casi tiembla
de impaciencia—. Sólo necesito evaluar cómo afectó el caso a tu estado mental, luego
serás problema de otro.
Al final, el impulso de nuestras pasiones siempre supera nuestro miedo e
incluso nuestro sentido común. El Dr. Torres ha dado grandes pasos hacia sus logros.
Cree que mi mente es la puerta a su descubrimiento y, en última instancia, a su
aclamación.
Si hubiera conocido al Dr. Torres antes de encontrar a mi musa, lo habría
despreciado con implacable envidia por el simple hecho de que se deja llevar
demasiado por su pasión. Ahora que estamos aquí sentados, tengo que intentar
activamente no sentir lástima por él.
Comprueban y vuelven a comprobar mis ataduras antes de que el Dr. Torres
ordene al técnico que salga del consultorio. Dejo que mi mirada se fije en el hombre
tan motivado que hay detrás de su escritorio desordenado.
Lleno de expectación, Torres tiende una mano temblorosa hacia una pluma
estilográfica.
—Empecemos con el informe de campo del Dr. Verlice.
La mención de Stoll desencadena un rasgueo impaciente en mis nervios, y
decido que Torres y yo no tenemos tiempo para un último tango.
Al encadenarme, el médico intenta protegerse. Pero este hombre sabe que lo
que no se puede atar físicamente es la amenaza más peligrosa.
—El Dr. Verlice me facilitó su informe —mira por encima de la montura de sus
gafas— en el que se detalla tu comportamiento bastante insubordinado. Alcohol.
Fiestas. Violación directa de tus parámetros.
—Parecía un buen momento. —Sonrío—. ¿Mencionó lo de mojarse en su
informe? Debería enviarle una tarjeta de disculpas.
Torres estrecha la mirada y pasa a otra página de la carpeta.

29
—Trabajaste muy estrechamente con la doctora St. James —dice, y su voz
adquiere un tono mordaz—. Ella te dio una crítica positiva. Me parece muy
interesante.
Mis fosas nasales se encienden al oír su nombre con su tono condescendiente.
Deja su estilográfica y junta los dedos.
—Hablemos de cómo fue trabajar junto a la mujer que esencialmente saboteó
tu vida.
—No. —La palabra es casi un gruñido. Apoyo los codos en los muslos y dejo
que la cadena cuelgue entre mis rodillas—. Prefiero hablar del documento que tienes
ahora mismo en la bandeja de la impresora.
Parpadea y mira brevemente a la impresora.
—Veo que el sabor de la libertad no ha embotado tu aguda capacidad de
observación.
—El papeleo, Torres —digo, mi tono endurecido en cada sílaba—. Firma el
informe y envíaselo al agente Alister.
El escudo del FBI en el documento superior me da motivos para creer que
Alister ha dejado de lado sus quejas, porque, como ahora trabaja frente a cierta
inteligente criminóloga, vuelve a necesitar mis servicios.
Con un tembloroso movimiento de cabeza, Torres se ríe.
—Eso, profesor, no sucederá. —Me mira con un brillo maníaco en los ojos—.
Verás, ponerte de nuevo en el caso sólo prolongaría mi dolor. Cuanto antes te
traslade, antes podré cerrar el estudio del caso y sacarte de una puta vez de mi
hospital.
Con desdén, aspiro el fétido hedor de su rancio despacho, sufriendo la
agonizante pérdida del dulce y adictivo aroma de Halen.
Hago girar el anillo del pulgar varias veces, impaciente porque me quiten las
esposas de las muñecas.
—Le dijiste a la Dra. St. James que te hice daño físico.
Levanta la barbilla en obstinada afirmación.
—Le dije lo que necesitaba oír para contenerte —rebate.
Mi mirada se clava en él.
—¿Y crees que ella, de hecho, me contenía?
Parpadea rápidamente. Se aclara la garganta. Se coloca las gafas. Los tics del
médico siempre afloran cuando se angustia.

30 —Sabía que tu obsesión por Halen presentaría un resultado interesante —


dice—. Lo admito, mi curiosidad ganó en ese sentido. Sin embargo, a pesar de mis
curiosidades profesionales, tengo mis límites. No puedo permitir que le hagas daño,
Kallum. No firmaré el papeleo para que vuelvas a acercarte a ella.
El Dr. Torres se ha pasado la vida ahondando en los oscuros recovecos de la
mente de sus pacientes. Para comprender la psique de los individuos altamente
perturbados, ha tenido que familiarizarse con los delincuentes más bajos y violentos.
Se ha asomado a su abismo.
Lo cual, descubrí pronto durante nuestra primera sesión, nunca volvió a
aparecer.
La psicosis desgarra sus bordes deshilachados como las gastadas ataduras que
utiliza para confinar a sus pacientes. En lo que respecta a Torres, es la vieja cuestión
del huevo y la gallina. ¿Perdió el doctor su último vínculo con la realidad antes o
después de aceptarme como paciente?
Cree en el poder de la mente, tanto que me atribuye las cicatrices
desfigurantes que marcan su cuerpo.
Hay que reconocer que es casi insultante lo poco que tuve que empujarlo hacia
su precipicio. Más como un empujón perezoso, en realidad.
Cuando Torres invadió mi intimidad y me encontró grabándome un sigilo en el
antebrazo, la débil correa que lo ataba a su cordura acabó por romperse. Vio un
demonio en lugar de un hombre, uno que cree que intenta apoderarse de su cuerpo.
Ha estado intentando quemarme desde entonces.
Con esfuerzo, me paso la manga por encima del grillete esposado a la muñeca
para dejar al descubierto el sigilo que marqué antes de la llegada de Halen a Briar.
Casi podría admirar la decidida voluntad de Torres hacia su ambición, si no
fuera por el fatal error que cometió al engañar a Halen.
Y ahora, su intento de alejarme de ella.
—Toma el bolígrafo —le ordeno.
Su mirada se desvía hacia la estilográfica grabada sobre el escritorio antes de
volver a mis ojos.
—No tienes poder sobre...
—Toma el bolígrafo, Laurence. —Hago hincapié en el uso de su nombre de
pila—. Recógelo ahora, y ni se te ocurra presionar el botón de llamada. —Coloco los
sellos de tinta a lo largo de mis nudillos en su línea de visión.

31
Nuestra voluntad es más fuerte cuando creemos. En medio de sus delirios, este
hombre realmente cree que soy un demonio enviado para atormentarlo.
Simplemente nunca lo he corregido.
Con marcado conflicto, Torres toma su bolígrafo. El cabello gris de sus sienes
está húmedo de sudor.
—Te das cuenta de que sólo tengo que hacer una llamada cuando salgas de
esta habitación. —Se ríe entre dientes.
Entonces tengo que asegurarme de que eso no ocurra.
Respiro hondo y decido que es hora de que el Dr. Torres reciba la ayuda que
tanto necesita.
—Coloca el documento del FBI en el escritorio —ordeno.
Hace un último y débil intento de resistirse a la orden, con la mano que no sujeta
el bolígrafo agarrada al borde del escritorio, antes de que sus defensas se hagan
añicos. Lo observo con expectación mientras saca el documento de la bandeja de la
impresora.
—Se dará cuenta —advierte, con un brillo taimado que atraviesa la opacidad
de sus ojos—. Es lista. Se dará cuenta de lo que hiciste.
La furia rompe lo que quedaba de mi contención.
—Pon tu mano izquierda en el escritorio.
Hace un espectáculo patético luchando contra cada movimiento. Por lo que sé,
primero se especializó en arte dramático antes de cambiar a psicología. Sus músculos
sufren espasmos mientras apoya la palma de la mano en la superficie del escritorio.
Su pecho se agita y sus gafas resbalan por el puente de su nariz sudorosa.
Le sostengo la mirada, clavando en sus ojos vidriosos las llamas azules y verdes
de los míos. Al final, el Dr. Torres debería agradecérmelo. Casi siento la tentación de
dejar que siga destruyendo su propia mente. Pero como no puedo permitir que siga
interfiriendo...
—Clava el bolígrafo en tu mano.
—Oh Dios no... —El Dr. Torres se clava la punta de la estilográfica en el dorso
de la mano. La sangre brota alrededor de la punta dorada antes de que un fino
riachuelo caiga sobre el escritorio.
—Ahora —digo, con la satisfacción ondulando bajo mi piel—, firma con tu
maldito nombre.
Tembloroso, tira del bolígrafo y garabatea su nombre en el documento,
entintando su autoridad con su sangre.
32 Para cuando el técnico entra para intervenir, el documento ha sido enviado por
fax al Departamento de Policía de Hollow's Row a la atención del agente especial
Alister.
—Demonio... —grita Torres, mientras el técnico intenta sujetarlo—. Eres un
maldito demonio. El infierno nos rodea. —Agarra el cuello de la camisa blanca del
técnico—. ¿No sientes las llamas?
Con tanta oscuridad como ha visto este hombre, creería que conjuraría un
delirio menos tópico.
Antes de que el agente Hernández me escolte fuera de la consulta, me vuelvo
brevemente para enviarle a Torres un guiño conspirativo.
Se pondrá bien. Puede que incluso se recupere del todo. Luego escribirá unas
memorias convincentes sobre cómo luchó contra sus demonios mentales y salió
victorioso.
Debería darme un cheque por los derechos de autor.
Después de que Hernández haya confirmado el traslado con el grupo de
trabajo, me coloca de nuevo en el asiento trasero del todoterreno negro. Miro por la
ventanilla y echo un último vistazo nostálgico al instituto Briar.
No volveré.
La música pop de los 80 sale de los altavoces para llenar el interior mientras
me reclino contra el asiento de cuero, preguntándome qué estará haciendo ahora la
pequeña Halen.
Ya voy, dulzura.
3
ZONA DE CAZA

33 Halen

H
ay una historia de un monstruo que se alimenta del dolor. Sus colmillos
se hunden en el alma y sorben el sufrimiento como un vampiro chupa la
sangre. La miseria se desliza por sus venas, el dolor es el nervio de su
carne. Es un recipiente hueco que se alimenta de la agonía del mismo modo que una
criatura de los muertos se alimenta de la fuerza vital.
En el mito griego, los poemas se atribuían a un daimonion como éste, esos
espíritus personificados que encarnaban el dolor y la desesperación humanos. Los
llamaban los Algea, las encarnaciones de nuestros pecados y nuestro luto.
La condición humana es tal que debemos dar un nombre a nuestras emociones
desbordantes, incluso convertirlas en monstruos. Así podemos comprender la
profundidad de nuestro dolor, entender nuestra profunda pena. Para dar sentido a las
tragedias sin sentido y al dolor que nosotros mismos infligimos. Y el sentimiento de
culpa.
Así que hay una razón para todo nuestro sufrimiento.
Y además, para que podamos expulsarlo de nuestra persona como algo
abstracto.
¿De qué otra forma podemos conciliar todo lo que soportamos?
La personificación de mi profundo dolor vino a mí en forma de un hermoso
diablo de chocantes ojos azules y verdes y sonrisa ardiente y seductora.
Mi demonio hundió sus dientes en mi carne, lamió mis lágrimas, se dio un festín
con mi sangre. Se aferró a mi alma y se alimentó de mi dolor como un terror nocturno
aplasta el aire de los pulmones. Se enredó alrededor de mis huesos, filtrándose hasta
lo más profundo de mi médula.
Por mucho que lo intente, no puedo escapar de él. Lo siento bajo mi piel, su
corriente caliente chispeando y quemando mis músculos, su llama destructiva
cauterizando mis heridas.
Cada aliento pantanoso que arrastro a mis pulmones me abrasa con el recuerdo
de Kallum. El tacto eléctrico de su contacto, la sensación de su mirada febril sobre mi
cuerpo. Los momentos cargados entre nosotros están ahí detrás de cada parpadeo.
Y mientras trabajo en la nueva escena del crimen de Hollow's Row, él es el
34 monstruo que busco en cada detalle.
Un ciruelo intenso tiñe el cielo sobre los campos de exterminio como los
moretones que marcan mi cuello. El aroma de la lluvia se cuela por la interminable
extensión de juncos del pantano, adherido al rocío de primera hora de la mañana.
He estado revisando obsesivamente la escena del crimen desde que llegué
ayer, buscando la prueba que relacione al profesor Kallum Locke con la última víctima
del asesino de Harbinger.
Me paso el dorso de una mano enguantada por la frente, apartando los
mechones húmedos de mi flequillo crecido. Todas y cada una de las interferencias
que me frenan se han convertido en una molestia enconada.
Construir la narración de una escena del crimen en la que ya tengo en mente
al autor es un reto al que nunca me había enfrentado. Mi punto de vista está sesgado.
Lo veo todo a través de los ojos de Kallum, siguiendo sus pasos premeditados.
Lo cual es peligroso. Si doy un paso en falso, un descuido...
Bueno, ya he visto esto en los tribunales una vez.
No puedo dejar que Kallum se vuelva a escapar por las grietas del sistema de
justicia.
Cuando vuelvo a centrarme en la escena del crimen, coloco el foco para que
se proyecte lejos de la víctima. Kallum no habría tenido luz para ver. Sólo había una
pizca de luna por la noche.
Cuando estábamos juntos en el terreno ritual.
Persigo el pensamiento hasta el rincón oscuro de mi mente. Entonces me
sacudo las manos enguantadas y me coloco delante de mí trípode. Apunto con la
cámara a la intrincada red de hilos y lenguas descoloridas ensartadas entre dos
inquietantes árboles de la marisma, tomo el mando a distancia de la deprimida hierba
de juncos y comienzo a disparar rápidamente el obturador mientras recorro la
escena.
Para deconstruir el asesinato, esencialmente, estoy montando el crimen a la
inversa.
Cierro los ojos un momento y dejo que mis sentidos absorban la maliciosa
corriente que flota en el aire mientras imagino los oscuros pensamientos de Kallum y
el oscuro salvajismo de sus movimientos. Cada una de sus acciones estaba
impregnada de su propia maldad.
Sé dónde y a qué hora lo vi por última vez. Puedo situar a Kallum en el campo
de rituales a las 4:45 a.m. Mi llamada al agente Alister está sellada con la hora. La
siguiente vez que Kallum fue visto fue por los dos agentes especiales encargados de

35 vigilarlo. Eso fue alrededor de las 7:30 a.m.


Para marcar el tiempo intermedio, estoy construyendo desde el momento en
que el autor colocó la cabeza cortada junto al cuerpo erguido en medio del hilo tejido.
Ese habría sido el toque final.
Mientras calculo los tiempos, cronometrando la duración de cada acción
individual, tengo que ser consciente de no forzar una prueba o un resultado concreto
para contar la historia que quiero en lugar de lo que dicen las pruebas.
Por esta misma razón, debería recusarme del caso, pero no hay nadie que se
dedique más a descubrir la verdad.
Incluso si esa última verdad me entierra junto con Kallum.
Una posibilidad que no me he detenido lo suficiente para asimilar o procesar
completamente. No puedo, no ahora. No cuando nunca antes he estado tan cerca de
atrapar al Harbinger.
Afrontaré las consecuencias cuando Kallum sea encerrado para siempre.
Impulsada por la ira, el resentimiento e incluso la humillación, termino de
registrar el tiempo de visualización del cuerpo de la víctima adornado como la polilla
de la muerte y echo un vistazo a los técnicos de la escena del crimen que cambian de
turno.
Compruebo mi teléfono: 6:00 a.m.
Le dije a Devyn hace siete horas que me tomaría un descanso.
Lo que hice, técnicamente. Se ha levantado una tienda justo al lado del malecón
del coto público de caza, donde se puede acceder a los portalets y a las neveras de
agua. He tenido que parar cada pocas horas para atender mi flujo menstrual, algo con
lo que no había tenido que lidiar en meses. No desde el accidente que se cobró con
mi prometido y mi embarazo.
Cada vez que cambio una compresa, la herida emocional se abre con nuevo
dolor. Sólo que ahora, también está la culpa atroz de Kallum y yo juntos.
Puede que mi médico me haya dado una respuesta lógica por qué le ocurre
esto a mi cuerpo, pero no es suficiente para calmar el pánico creciente cada vez que
lo veo entre mis muslos, y lo veo saboreándome, tallando mi piel...
Siento un calambre en la pelvis, me toco el estómago y vuelvo a concentrarme
en la tarea que tengo ante mí. Me duele detrás de los ojos y veo borroso. Ignoro el
sordo latido de mi cabeza y dejo atrás el cansancio que me oprime los músculos.
Una voz siniestra se arrastra desde las trincheras de mi mente para susurrarme
36 que si me detengo -si permito que mis pensamientos se desvíen hacia otra cosa que
no sea la obsesiva necesidad de diseccionar esta escena del crimen, seré arrastrada
directamente al abismo, a esos destellos de memoria que apenas estoy conteniendo.
La presa no puede romperse.
Desde el momento en que Kallum se acuchilló las palmas de las manos y pintó
mi cuerpo con su sangre, las imágenes del asesinato de Cambridge han asaltado mi
mente. Cada vez, un fragmento más largo, la imagen granulada volviéndose un grado
más nítida.
Todo desde la perspectiva del asesino.
—Sólo estoy cansada —murmuro mientras reprimo la imagen del rostro
mutilado de un hombre muerto.
A pesar de lo que mi mente intenta hacerme creer, no tenía motivos para matar
al profesor Wellington hace seis meses... un desconocido para mí.
No hay motivo. No hay pruebas. No hay crimen.
Cuando recitar este mantra empieza a perder eficacia, leo el guión que tengo
grabado en el antebrazo. El verso de Voltaire me recuerda que estoy aquí, en este
momento. Sólo tengo que concentrarme en esta escena.
Así que me sumerjo de lleno. Imagino que la exhibición de lengua del
Superhombre ya estaba construida cuando el Harbinger llevó a su víctima al coto de
caza. Con el tiempo apremiante, tenía casi treinta minutos para matar a la víctima
rebanándole la garganta, quitarle la cornamenta, cortarle la cabeza y luego montar la
escena.
Extendió los brazos a lo largo del fondo de hilo tejido y ató cada muñeca a un
árbol para que parecieran las alas de la polilla. La cara se pintó con tiza en blanco y
negro para representar el cráneo en el tórax de la polilla. Todos los detalles son
idénticos a los de las anteriores escenas del crimen de Harbinger.
La única anomalía es la cornamenta fijada a la cabeza de la víctima. A diferencia
de Landry, donde las astas estaban sujetas mediante una cinta de cuero, la víctima
lleva implantes. Una medida extrema tomada por el agresor para modificar a sus
hombres superiores en su construcción de los Misterios Dionisíacos.
Este es nuestro primer vistazo a lo que las víctimas desaparecidas han sido
sometidas durante los últimos cinco años.
El asesino de Harbinger extrajo la cornamenta de la víctima, pero no tallándola
en la carne; serró los cuernos en la base del hueso.

37
Este detalle en particular ha sido lo que me ha mantenido aquí, cuestionando
la intención. Eliminar por completo la cornamenta sería más auténtico para el deseo
de Harbinger de representar la polilla.
¿Fue su intención profanar a los hombres superiores del Superhombre? ¿O lo
hizo a propósito para revelar algo sobre el sospechoso Superhombre?
La cornamenta no ha sido recuperada.
Mientras camino tras los pasos del asesino, cronometrando cada una de sus
acciones, la luz parpadeante de una luciérnaga llama mi atención.
—¿Qué haces fuera tan tarde? —le susurro al insecto—. O más bien tan
temprano.
Observo cómo el insecto nocturno se mece alrededor de uno de los árboles
yermos. Mi mirada se desplaza hacia abajo y, al enfocar un detalle, se me detiene la
respiración.
Mis botas de barro hacen un ruido seco cuando me dirijo hacia el foco y enfoco
el haz de luz hacia la muñeca de la víctima. El hilo le ha rodeado la muñeca varias
veces. Pero en el hilo trenzado hay una fibra larga.
Tomo unas pinzas y arranco la hebra gruesa del hilo. Antes de embolsarlo, uso
mi teléfono para hacer fotos. Después de etiquetar la funda de pruebas, se la entrego
a uno de los agentes del grupo de trabajo que supervisa la escena del crimen.
Podría no ser más que una transferencia de fábrica en la madeja de hilo. Estoy
segura de que casi todos los ovillos de hilo tienen fibras y cuerdas diferentes de las
de otras madejas bobinadas en el mismo almacén.
Mientras mis pensamientos serpentean por ese camino, siento un picor en la
muñeca y rodeo con los dedos la quemadura de la cuerda. Como si fuera a salvarme
de mi espiral de pensamientos, veo a Devyn subiendo por el paseo marítimo. Lleva
un recipiente de cartón con dos vasos de café.
Me quito los guantes, me los meto en el bolsillo y me subo al borde de los
tablones desgastados. Extiendo una mano para aceptar un café, y ella levanta el
cartón fuera de mi alcance.
—No, señora —dice—. Esto no es para usted. No puede tomar cafeína.
Va vestida con pantalones tácticos negros y un chubasquero a juego con el
logotipo del HRPD bordado en el pecho izquierdo. Lleva el cabello oscuro recogido
con una cinta gruesa.
Finjo un insulto con el ceño fruncido.
—¿Cómo se supone que voy a funcionar sin cafeína con sabor a moca?

38 —Halen, sé que no te has ido. —Ella arquea una ceja esculpida contra su bonita
tez marrón cálida—. Has estado en esta escena por... —Se detiene, sacudiendo la
cabeza—. He perdido la cuenta. Pero sé que ya ha pasado demasiado tiempo. Te vas
a dormir un poco.
—Sólo necesito hacer una cosa más...
—No. Necesitas descansar. ¿Has dormido siquiera una vez desde el ataque en
la escena del crimen ritual?
No hay descanso para los malvados.
El pensamiento me viene sin proponérmelo. Ni siquiera sé quién lo dijo por
primera vez, y me doy cuenta de que Kallum lo sabría. Me daría toda una conferencia
sobre la etimología y cómo ha cambiado el dicho a lo largo de los años. De algún
modo, incluiría una velada insinuación sexual en su lección, terminando con un guiño
que me haría palpitar el corazón.
Y maldita sea, desprecio la parte de mí que siente una punzada de nostalgia al
pensarlo.
Necesito dormir.
Ante la expresión de preocupación de Devyn, suspiro.
—Bueno. Me iré al hotel por unas horas.
—Bien. Porque si tu trasero cansado vuelve a tocar esta escena, te denunciaré
—amenaza, mirando la escena del crimen iluminada por los focos.
Arqueo las cejas y sonrío con fuerza.
—¿Tienes autoridad para hacer eso? ¿Qué es exactamente una denuncia para
un asesor?
Hace ademán de tomar un largo sorbo de café para ignorar mi pregunta. Luego
utiliza los escalones situados a un lado del malecón para entrar en escena.
—El forense se llevará a la víctima pronto de todas formas, antes de que llegue
la tormenta.
Asiento lentamente mientras respiro el aroma terroso de la lluvia pendiente.
Después de dejar los cafés sobre la mesa, Devyn recoge su equipo para la
escena del crimen y empieza a colocar sus herramientas de impresión, ordenando los
pinceles por tamaño. Luego saca una carpeta de su mochila y me la entrega.
—Míralo y firma —dice—. Pude convencer a Iris de que te dejara tu habitación
en la posada. Gastos cubiertos por el HRPD hasta la próxima semana. Teniendo en
cuenta que ahora todas las habitaciones están alquiladas a parásitos mediáticos, es la
mejor oferta que podía hacer el departamento.

39 —No, esto es perfecto. Gracias. —Acepto la carpeta y hojeo brevemente el


contrato de consultoría. Habría aceptado trabajar en el caso gratis. Pero, viendo que
eso podría parecer un poco obsesivo y levantar algunas banderas rojas, decidí que
era hora de ir oficialmente por mi cuenta.
—Te lo devolveré pronto —le digo—. ¿A quién debo responder, por cierto?
Sus rasgos se dibujan.
—Bueno, el detective Emmons se ha tomado una excedencia.
—Comprensible. —La víctima decapitada erigida en el centro de la escena del
crimen fue identificada como su hermano menor. El que desapareció con los otros
treinta y dos residentes desaparecidos hace más de cinco años, cuyos órganos y
partes del cuerpo desmembrados han ido apareciendo en escenas de crímenes
rituales por todos los campos de exterminio.
—Así que —dice Devyn, resignado—, el detective Riddick es su segundo al
mando, y se ha hecho cargo del caso hasta nuevo aviso.
Mi mirada se estrecha sobre ella.
—Lo dijiste muy formalmente.
Su risa es entrecortada.
—Sí, bueno. Lo entenderás cuando lo conozcas. El hombre no tiene
absolutamente ningún sentido del humor, digámoslo así.
—Oh, eso suena como un partido hecho en el cielo de la aplicación de la ley
para el Agente Alister.
—Al menos sigues teniendo sentido del humor —dice sonriendo—. Por oscuro
que sea.
Me meto la carpeta bajo el brazo y me bajo del malecón.
—Ves. Estoy bien. Debería terminar de catalogar la extracción de la
cornamenta de la cabeza de la víctima antes de que llegue el forense.
—Dios, has dicho eso demasiado a la ligera. Cada vez es más difícil digerir este
caso. Y no —dice, cómo una dura reprimenda—. Ve a la posada. Descansa. Te
prometo que si pasa algo importante, te llamaré, Halen.
Dudo un instante antes de asentir. Técnicamente, el Departamento de Policía
de Hollow's Row firma ahora mis cheques, aunque no he parado lo suficiente para
negociar mi propio sueldo como asesor independiente.
Cuando me despidieron de CrimeTech, ya no tenía ningún propósito aquí.
40 Entonces saltó la noticia de que la última víctima del asesino de Harbinger había sido
descubierta aquí mismo, en esta ciudad.
Eso lo cambió todo.
Antes de que Devyn se adentre en la escena, le pregunto:
—¿Hay alguna novedad sobre lo que te di?
Como Devyn es analista forense y lo más parecido a una aliada que tengo aquí,
y una amiga, le confié las pruebas del ritual de Kallum. La botella de vino. La corona
de hueso. La túnica que llevaba puesta. Un SAEK autoadministrado (kit de evidencia
de asalto sexual).
En la última dudé. No, Kallum no me forzó. Yo participé voluntariamente. Y
según el análisis toxicológico del hospital, no se encontraron drogas en mi organismo.
No me drogaron. Pero, como aún no puedo explicar lógicamente lo que me ocurrió
durante el ritual, tengo que cuestionarlo y comprobarlo todo.
No me di cuenta hasta que volví al hotel y miré en mi maleta lo que faltaba de
las pruebas recogidas.
El cuchillo de trinchar.
A veces, lo que está ausente es la mayor pista.
¿Lo pasé por alto cuando recogía apresuradamente los objetos en el lugar del
ritual? ¿O lo saqué de mi bolsa después?
—¿Halen? ¿Me has oído?
Parpadeo con fuerza y vuelvo a centrarme.
—Sí, lo siento. Me desconecté un segundo.
—Ajá. —Devyn se vuelve hacia su kit—. Bueno, con el fin de procesar todo lo
que me diste sigilosamente, va a tomar un poco de tiempo. El laboratorio está
sobrecargado con este caso.
Me muerdo la comisura del labio.
—Por supuesto. Sólo esperaba... —Sacudo la cabeza, ya no tengo ni idea de lo
que significa la esperanza.
—Lo sé —dice, con un tono suave y tranquilizador mientras me mira—. Mira.
Sea lo que sea lo que te pasó ahí fuera —señala con la cabeza la escena del crimen
ritual, vas a tardar aún más tiempo en asimilarlo. Eres psicóloga, Halen. Ya lo sabes.
Date tiempo suficiente para equilibrarte o recalibrarte o lo que sea.
Una fina sonrisa se dibuja en mis labios. Niego con la cabeza.
41 —Gracias.
—Claro. —Se acerca y baja la voz—. Y si necesitas hablar de cualquier cosa
que pueda haber pasado entre tú y cierto consultor experto devastadoramente sexy.
Oye, no me juzgues. Estoy aquí para eso. Pero si te hizo daño...
—No. Lo prometo. Nada de eso. —Me encuentro con su mirada preocupada, y
realmente espero ser convincente—. Aunque parezca una locura, sólo quiero
asegurarme de que no estoy perdiendo la cabeza.
Su boca se tuerce en una sonrisa.
—Oh, puedo confirmártelo ahora mismo. Estás absolutamente loca. Pero
sospecho que por eso eres tan buena en lo que haces.
Se me escapa una risa divertida y agradezco su intento de tranquilizarme a
pesar de nuestro espeluznante entorno y la evidente tensión del caso.
—Gracias. Creo que...
—De nada. Ahora, sal de aquí antes de que te duermas sobre un montón de
pruebas.
Devyn se dirige al centro de la escena para hablar con uno de los agentes
federales del grupo de trabajo, lo que me hace sentir una extraña y vulnerable
melancolía.
Normalmente, mi jefe de campo, Aubrey, me llamaba un par de veces antes de
que terminara la jornada. Enviaría mis informes de campo. Tengo una rutina estricta.
Tenía una rutina. Y eso podría ser todo lo que estoy sintiendo, la falta de estructura.
Lo que mantenía mi mente enfocada, ocupada. Fuera de dolorosos recordatorios del
pasado.
Una vez guardado el trípode y las herramientas en la maleta, me cuelgo la
correa al hombro y gimo por el dolor de espalda. En realidad, a medida que la
adrenalina que ha estado alimentando mis maníacos esfuerzos por procesar esta
escena empieza a disminuir, todas las contusiones y lesiones sensibles de mi cuerpo
se hacen notar.
Tengo la espalda raspada por la corteza del árbol al que me ataron. Mis
muñecas están abrasadas por las quemaduras de la cuerda. Tengo la piel cubierta de
arañazos, moretones y mordeduras, y un sigilo tallado en la parte más interna del
muslo.
Todo mi cuerpo se estremece con un doloroso y visceral recuerdo de Kallum.
La habitación del hotel tiene una bañera, y estoy pensando en sumergirme
durante las próximas horas cuando una sensación alarmante me punza la nuca,
42 levantando los finos vellos de mi cuerpo.
Mientras el aire de la madrugada crepita con una fuerza volátil y cinética,
percibo el momento en que entra en mi campo de energía. Como el pedernal más
oscuro golpeando una superficie abrasiva, la fricción de su presencia araña mi piel,
calentando mi carne.
Su caos ardiente pulsa contra mis defensas lógicas y mi respiración se vuelve
errática. Puedo sentirlo, tangible, magnético, atrayéndome como una polilla a una
llama frenética.
No se me escapa la oscura ironía al encontrarme en medio de una escena del
crimen diseñada por el mismísimo Harbinger.
El corazón se me aprieta en el pecho y, de repente, cada molécula vibra con su
frecuencia mientras gravito hacia el malecón y subo los escalones hasta los gastados
tablones. Haciendo acopio de las fuerzas que me quedan, miro hacia el paseo.
La llamativa silueta de Kallum queda enmarcada por el brumoso resplandor de
las lámparas.
Como una cerilla encendida sobre un reguero de gasolina, la distancia entre
nosotros se abre paso en la oscuridad. Se come cada paso con un caminar seguro
pero sin prisas, su mirada fija en mí, haciendo que el mundo se desvanezca.
Enfundado en un traje negro de diseñador ajustado a su bella figura, es el
diablo del engaño y el libertinaje que desciende una vez más sobre Hollow's Row.
Kallum está flanqueado por el agente Alister y otro agente especial, uno de los
federales.
Cuanto más se acerca, una telaraña de indecisión envuelve mi mente, el fuerte
latido de mi corazón ahoga el fondo del pantano. El ruido blanco llena mi cabeza y mi
mano agarra la correa de la bolsa con tanta fuerza que se me entumecen los dedos.
Sólo han pasado unas horas desde la última vez que lo vi, y ya he olvidado lo
absorbente que es su presencia, cómo, cuando su única atención se dirige a mí, desea
hacerme sentir como si fuera la única persona del universo.
Una ilusión peligrosamente engañosa del mismísimo mago del caos.
Con la respiración entrecortada, aguanto su intensa mirada mientras se acerca
a mí, lo bastante cerca como para que, cuando me vea obligada a respirar, su aroma
a sándalo picante me queme los pulmones.
La boca de Kallum se inclina en una sonrisa devastadoramente hermosa.
—Hola, Halen.

43
4
DAEMON

44 Halen

E
l profundo barítono de la voz de Kallum se enrosca en mi vientre mientras
permanezco fija en su mirada, recordándome nuestro primer encuentro
en la escena del crimen de Cambridge. Sin embargo, por debajo de ese
vívido recuerdo, una sensación evasiva, como una familiaridad fuera de lugar, me
atormenta en el fondo de la mente.
Una sombra del pasado se conjura contra la brumosa luz de la lámpara: Las
manos de Kallum manchadas de rojo, la chaqueta de su traje sobre mis hombros, su
voz rompiendo el velo de mi mente: Respira.
Parpadeo con fuerza para aclarar la visión mientras la marca del mordisco en
mi hombro palpita con calor bajo la correa del bolso, el lugar de mi cuerpo donde
Kallum afirma que trazó un sigilo antes de acercarse a mí en la universidad.
—Profesor Locke —digo, con la voz entrecortada mientras me esfuerzo por
controlar el temblor—. Bienvenido de nuevo.
Quería estar más preparada antes de tener que enfrentarme a Kallum.
Quería que las pruebas lo perfilaran como el principal sospechoso de esta
escena del crimen. Quería inculparlo, sin sombra de duda, como el asesino de
Harbinger.
Quería presenciar cómo lo arrestaban y esposaban, dónde no pudieran
obligarme a entrar en su juego, dónde me sintiera a salvo fuera de su alcance.
Pero la vida nunca me ha pedido permiso antes de decidir volar mi mundo en
pedazos. No espero que empiece ahora.
Así que agarro con más fuerza la correa de la bolsa, levanto la barbilla y me
enfrento a la mirada ardiente de Kallum con fría indiferencia. La tensión impregna el
aire del pantano, el silencio se alarga hasta que el agente Alister se aclara la garganta.
—Bien —dice Alister—. No hace falta presentación. —El sarcasmo impregna
sus palabras mientras mira primero el progreso de la escena del crimen, luego entre
Kallum y yo—. St. James, he oído que has sido contratada oficialmente por los locales.
—Sí, es correcto.
—Dos consultores expertos —comenta Kallum—. Me parece un poco
exagerado. —El comentario va acompañado de una sonrisa que revela el ligero
hoyuelo de su mejilla.
45 Detesto ese hoyuelo.
—Hay dos sospechosos, así que quizá no. —Inclino la cabeza, la mirada
entrecerrada en él—. Ha sido un viaje rápido, profesor. Usted trabaja rápido.
—Obviamente, mis servicios son muy necesarios —dice, dejando que su
mirada recorra mi cuerpo lenta y deliberadamente para insinuar algo más—. Y mi
objetivo es complacer. —Sus intensos ojos se posan en mi cuello, notando la ausencia
del colgante de diamantes, y esa acción calculada me acelera el pulso.
Una llama reactiva me lame la piel y me veo obligada a bajar la mirada hacia
el camino de la escena del crimen para escapar de su mirada cómplice.
Cuando Alister dijo que planeaba volver a incorporar a Kallum al caso, yo
esperaba que la burocracia tardara más en solucionarse. Me pregunto cómo
convenció Alister al Dr. Torres para que volviera a poner a Kallum al servicio de los
federales en lugar de trasladarlo a otro centro, como tanto pretendía.
—Supongo que todos jugarán bien juntos —dice Alister, intentando disipar la
evidente incomodidad. Luego inclina la cabeza en mi dirección—. ¿Te vas?
Finalmente me libero de la penetrante presión de Kallum y me dirijo al agente
al mando.
—No, solo estoy tomando un pequeño descanso —digo, decidiendo que no
puedo dejar a Kallum en esta escena del crimen donde podría alterar las pruebas.
—Parece que necesita una cama, Dra. St. James. —La voz de Kallum es grava
fina que raspa mi determinación. La llama oscura que se oculta tras sus ojos chocantes
enciende una llama de advertencia en mi interior, la insinuación da en el blanco.
Me trago el dolor atrapado en mi garganta y alejo de mi vista la blanca coleta.
—Algunos apreciamos el sacrificio que hay que hacer.
En cuanto las palabras salen de mi boca, araño mentalmente el aire para
arrebatarlas.
Como si le hubieran hecho un regalo, Kallum me sonríe con una sonrisa
practicada y armada que me hace respirar entrecortadamente.
—Aprecio mucho su sacrificio, Dra. St. James.
Un calor líquido me recorre las venas y mis muslos se aprietan ante el dolor
vacío de mi interior. Me viene un recuerdo a la memoria: mis muñecas atadas, mis
muslos rodeando sus caderas y siento a Kallum tan dentro de mí que tengo que dar
un paso atrás para respirar.
Mis emociones y debilidades son humanas. Soy un diseño defectuoso. No
puedo apagar el torrente de emociones que desató en mi interior en cuestión de
46 horas. Le di a Kallum una parte de mí que nunca le había dado a nadie más... y ahora,
no puedo simplemente olvidar, por mucho que deseara tener el poder de hacerlo.
A diferencia del demonio sin alma que tengo enfrente, no soy un monstruo
insensible.
A pesar de la confusión que libra una guerra interna, mi mente es más fuerte
que mi metafórico corazón. Siempre gana. Kallum lo sabe, incluso lo cree: el poder
de la mente sobre la materia, la filosofía de la Voluntad de Poder. Por eso las últimas
palabras que me dirigió las escupió con veneno.
—De ninguna manera te dejaré ir. Somos la dualidad.
Quiere que me entregue a una pasión ilógica e inmaterial. Que manipulará,
utilizando todos los juegos mentales de su arsenal para nublar mi razón.
Un fuerte agotamiento mental me reclama ya, y apenas hemos empezado este
baile.
Cuando un analista de la escena del crimen se acerca a Alister, el agente se
aparta para hablar con él en privado y, de repente, el espacio negativo entre ambos
se carga con todo lo último dicho y lo no dicho.
Kallum se acerca y deja atrás al otro agente. Aflojo a propósito el agarre de la
correa, dejando que un hormigueo me muerda las yemas de los dedos al recuperar
la sensibilidad.
Esto es exactamente lo que se siente al ser el objeto de la obsesión de Kallum.
Primero el bálsamo adormecedor, luego el dolor.
El vendaje de su mano izquierda está manchado de sangre fresca. Como si
supiera el efecto que produce en mí su proximidad, Kallum sonríe y se arremanga los
puños de su camisa negra para dejar el vendaje a mi vista.
Aparto la vista y me fijo en los tatuajes que decoran las zonas entre los sigilos y
los diseños arcaicos grabados en su piel.
—Te duele —dice, su voz se suaviza mientras su mirada recorre mi cuerpo,
posándose momentáneamente en los moretones de mi cuello.
No estoy segura de sí se refiere al ataque que me propinó el sospechoso muerto
o a nuestro frenético acto amoroso, pero no quiero que sondee ninguna de mis
heridas.
—¿Halen...?
—Estoy bien —le digo, cortándolo. Miro las palabras escritas tatuadas en su
piel y desvío mis pensamientos hacia un tema más seguro, como el verso que he leído
innumerables veces en su brazo—. No habría armonía sin notas altas y bajas...
47 Se mira el antebrazo antes de volver a centrar su atención en mí.
—El proceso de oposición de Heráclito de eris y dike.
Le sostengo la mirada, inquebrantable.
—Lucha y justicia. ¿O es lucha y armonía? ¿En qué cree el experto en filosofía?
Un destello de diversión ilumina sus facciones. Se pasa la lengua por el labio
inferior, como si me probara en el aire, como una serpiente que olfatea a su presa.
—Impresionante. Me sorprende que hayas tenido tiempo de memorizar mis
tatuajes para investigar. —Lanza una mirada despreocupada a la escena del crimen—
. Por otra parte, nunca pudiste mantener tus ojos lejos de mí.
Una llamarada de indignación me hace ampollas en la cara. Esquivo
mentalmente su comentario provocador.
—Me parece irónico que tengas una cita de un filósofo conocido como El
Oscuro. Es bastante... no sé... ¿adecuado?
—Al principio lo llamaban Riddler —corrige antes de dar un paso hacia delante
para ocupar el espacio que nos separa con su imponente presencia—. No hay ironía
en esto, pequeño Halen. Nunca he sido oscuro contigo. Siempre he sido sincero, te he
dicho la verdad. Pregúntame lo que quieras. Lo que desees, lo que necesites, te lo
daré.
Bajo la fuerte presión de su oferta implícita, una cosa grita dentro de mi cabeza.
El cuchillo.
Con sus ojos severos clavados en mí en señal de desafío, quiero exigirle saber
qué hizo con el cuchillo de trinchar tras el ataque de Landry. ¿Se lo llevó consigo
cuando abandonó el lugar del ritual? ¿Es el arma que se utilizó para cortar la cabeza
de la víctima?
—Sé cómo encontrarlos. Sabes que puedo encontrarlos.
Estas palabras me las dijo Kallum antes de desaparecer entre los altos juncos,
dejándome para limpiar el desastre en la escena del crimen ritual. Su afirmación de
que podía localizar a las víctimas desaparecidas.
Durante horas, Kallum estuvo fuera de mi vista, fuera de la vista de todos. El
monitor de tobillo que dejó en el hotel. Tenía poco menos de tres horas para localizar
a una víctima, preparar la escena y volver al hotel.
Pensándolo en términos de cualquier otra persona, no es posible. No había
48 tiempo suficiente. Sólo el paseo le habría llevado a Kallum más de cuarenta y cinco
minutos para llegar al hotel.
Pero no estamos hablando de nadie más, se trata de Kallum Locke. El hombre
que tenía una agenda desde el momento en que se me acercó por primera vez en la
escena del crimen de la universidad. El hombre que conocía su objetivo antes de que
me sentara frente a él en la mesa de visitas de Briar.
El hombre que cree que cargar sigilos en su piel puede manifestar sus deseos
más codiciados, y cuyo concepto delirante y retorcido del amor me manipula para
hacerme creer que soy una asesina.
Si lo planeó con antelación, si Kallum ya descifró la ubicación de las víctimas
desaparecidas del pueblo, entonces es factible que pudiera haber retenido al
hermano del detective Emmons en otro lugar, en algún sitio cercano. Se quitó el
monitor del tobillo una vez, demostrando que podría habérselo quitado en cualquier
momento antes de la noche del ritual. Como encontró la segunda escena del crimen
con cicuta y orejas a los pocos minutos de estudiar la primera escena, Kallum podría
haber sabido dónde buscar una posible tercera localización.
Hay muchas hipótesis en mi teoría de trabajo, que no es como yo descompongo
una escena del crimen. Lo único que tengo ahora mismo son especulaciones, y ahí
radica el peligro de construir un perfil mientras se mira directamente a un
delincuente.
Hasta que encuentre la prueba fundamental, el arma del crimen, debo
centrarme en el por qué y no en el cómo.
El motivo de Kallum es simple: Venganza.
Mis preguntas arden por ser liberadas, pero no puedo cederle mi teoría. No
hasta que tenga lo que necesito.
Esta vez, no puedo ceder ante Kallum o sus juegos.
El agente especial que está detrás de Kallum se aclara la garganta al notar que
la tensión entre los dos asesores está llegando a un punto álgido.
—No quiero absolutamente nada de ti. —Intento retroceder, pero Kallum
alarga la mano y me agarra el antebrazo. Su pulgar roza descaradamente la sensible
piel de la parte interior de mi muñeca, sintiendo arder la carne abrasada por la cuerda
y acelerándome el pulso.
—No puedes irte —dice, su tono adquiere un tono serio—. No puedes estar
sola. No es seguro, Halen.
—No he estado a salvo desde el momento en que entraste en mi mundo. —
49 Libero mi brazo, cortando su conexión.
Sopesando sus próximas palabras, Kallum desliza la lengua sobre los dientes.
—¿No quieres mi teoría sobre la escena del crimen?
Como un gusano en un anzuelo, Kallum cuelga el señuelo ante mí. A pesar de
todos mis esfuerzos por estudiar al aclamado profesor Locke, fue él quien aprendió
cómo funciono, cómo maniobrarme.
Kallum es un sociópata que necesita controlar la narrativa. Cualquier cosa que
ofrezca será para su beneficio. Pero incluso Kallum es capaz de cometer un error. Una
forma de atrapar a un sociópata mentiroso es dejarlo hablar.
—Ilumíneme, profesor —le digo.
—Con mucho gusto. —Se le dibuja una sonrisa en la comisura de los labios
antes de echar un vistazo al pantano—. No existen las ideas originales —dice,
desviándose ya por una tangente que sé que hará que me duela la cabeza—. Incluso
los maestros filósofos tejieron sus doctrinas a partir de conceptos anteriores. Uno en
particular —señala la escritura entintada de su antebrazo—: Heráclito. Me parece
interesante que esa línea en particular te llamara la atención. Como si el universo
intentara ofrecerte una pista.
—¿El universo? ¿O un astuto filósofo que tergiversa las cosas en su beneficio?
Se ríe entre dientes.
—Realmente tienes problemas de confianza.
—Me pregunto por qué.
Un ritmo tenso retumba en el aire mientras nos miramos fijamente.
—Aunque sólo hubo un dogma escrito —dice Kallum, impulsando su
programa—, del que no queda nada salvo en las enseñanzas de los sucesores de
Heráclito, su creencia central en el flujo fue universalmente aceptada.
Siento que me atraen, que las arenas movedizas se canalizan a mi alrededor.
—Estoy demasiado agotada para divagaciones existenciales —digo,
expulsando un suspiro—. Sólo... explícate.
Se cruza de brazos con una sonrisa de satisfacción.
—Heráclito expuso el flujo afirmando que los opuestos coinciden. Era un
filósofo al que Nietzsche respetaba abiertamente, sospecho, porque declaraba que
Dioniso era el señor, y ambos disfrutan con sus paradojas. Los opuestos se atraen y
todo eso. —Me guiña un ojo—. Así que entonces, tenemos que hacer una conjetura
50 educada de que el propio camino de Nietzsche a la autodeificación se construyó a
partir de sus enseñanzas. Lo que significa que su verdadero sospechoso está en el
mismo camino. Están buscando la unidad en su opuesto.
Durante toda su perorata, me quedé con lo siguiente:
—Los polos opuestos se atraen. —Asiento escuetamente—. La dualidad,
¿verdad? Apolíneo y dionisíaco.
Somos la dualidad.
La mirada de Kallum se enciende, un hambre almacenada en las profundidades
de su mirada chocante.
—Platón creía que todos tenemos un alma gemela, que todos estamos aquí en
este planeta buscando a nuestra otra mitad.
Levanto una mano para detenerlo.
—Un acertijo a la vez.
—Tu sospechoso no ha completado la ascensión porque también está
buscando, y de hecho se ha dado cuenta de que necesita este lado opuesto de sí
mismo para ascender plenamente. —Su expresión se vuelve pensativa—. A nadie le
gusta estar solo.
Trago saliva contra el dolor de garganta que se me está formando.
—Parece tener una fijación inquietante con esa teoría en particular, profesor
Locke.
—No tienes ni idea —dice con voz grave.
La intensidad del momento pone a prueba mis defensas y soy yo quien aparta
la mirada.
—Pero lo que más aprecio —dice Kallum, su tono se vuelve seductor—, es la
teoría de Heráclito sobre el fuego del alma, cómo el dominio de nuestros deseos nos
purifica. —Sus dedos me tocan la palma de la mano y vuelven a centrar mi atención
en él. Su mirada se calienta al mirarme fijamente—. Se me ocurren al menos tres
formas distintas de dominar nuestros deseos ahora mismo y salvar nuestras malditas
almas, dulzura.
El corazón me late en el pecho.
—Vete al infierno, Kallum.
Su sonrisa es malvada.
—Por supuesto. Pero sólo contigo a mi lado, ángel.

51 Una espiral caliente de irritación retuerce mis nervios.


—Nada de lo que has dicho tiene que ver con esa escena. —Señalo hacia el
pantano—. ¿Dónde encaja el asesino de Harbinger en tu deducción? —Lo desafío.
Kallum se pasa una mano vendada por el cabello oscuro.
—Siempre miras demasiado de cerca para ver de verdad —dice—. ¿Es más
probable que el asesino de Harbinger necesitaba un chivo expiatorio, o el
Superhombre?
Cruzo un brazo sobre mi vientre, con un calambre retorciéndome el estómago.
—No lo entiendo. ¿Qué tiene que ver el chivo expiatorio con el asesinato?
Se acerca más. Demasiado cerca, forzando mi cabeza a inclinarse hacia atrás.
—Tenemos que hablar de esto en privado.
Se le escapa una risa sin aliento.
—Por supuesto que sí.
Cuando Alister vuelve su atención hacia nosotros, suelta un suspiro cortante.
—Sea cual sea el problema, déjalo. —Se interpone entre Kallum y yo y se cruza
de brazos—. Con dos asesinos psicóticos en esta ciudad, estamos trabajando juntos y
uniendo recursos para recuperar a las víctimas con vida.
Levanto la barbilla y permanezco en silencio mientras Alister se acerca a mí y
baja la voz.
—Quise decir lo que dije antes. Me gustaría que colaboráramos estrechamente
en esto.
Cierro mi marco en una postura desafiante.
—Sí. Recuerdo exactamente lo que dijo, agente Alister. —Dando un paso a su
alrededor, añado—: Mis observaciones iniciales han sido entregadas al
departamento local para que las comparta con el grupo de trabajo. Puede solicitar
todos mis informes a la detective Riddick.
La tensión recorre el aire pantanoso. Percibo el volátil cambio en la marea
cuando Kallum primero me mira con curiosidad y luego atrapa a Alister con una
mirada feroz.
—¿Me he perdido algo importante?
Alister ignora rotundamente a Kallum.
—No discuto que los locales te mantengan en el caso, St. James. Pero eso

52
significa que sigues respondiendo ante el grupo de trabajo que tiene jurisdicción. Lo
que significa que respondes ante mí.
El cansancio que cala en mis huesos me roba parte de mi indignación. Mastico
mi réplica.
—Entendido, señor.
A Alister se le afina la boca y se le tuerce un músculo de la mandíbula.
—Lo que necesito saber es si hay alguna diferencia marcada entre la escena de
Harbinger aquí y las otras en las que has trabajado. Cualquier detalle que se desvíe.
A pesar de mi visión de túnel sobre Kallum y mi deseo de poner a Alister en su
sitio por la pasada lasciva y degradante que me hizo el día anterior, sigo siendo una
profesional. Y todavía hay una víctima que merece justicia, junto con otras treinta y
dos víctimas desaparecidas que necesitan ser recuperadas.
Miro por encima del hombro e intento ver la escena del crimen con otros ojos.
El intrincado tejido de hilo para crear una red donde treinta y tres lenguas parciales
se exhiben como trofeos marchitos. En el centro de la primera escena está el cuerpo
sin cabeza de la víctima, la cabeza decapitada colocada cerca de los pies.
Desde que llegué, he estado separando las dos escenas. Separando los detalles
anudados. Una es una ofrenda de sacrificio hecha por el Superhombre, y la segunda
la víctima del Harbinger.
El grupo de trabajo ha elevado el caso Harbinger a prioritario.
Bloquearon el perímetro de la ciudad y controlaron todos los vehículos que
entraban y salían. En la carta descubierta en el cuerpo, el Harbinger amenazó a las
víctimas. Llamó específicamente al Superhombre, amenazando con eliminar a todo,
hombre superior, hasta que el Superhombre, muestre su cara.
Miro a Kallum, preguntándome de nuevo qué significa la carta, si significa algo
o si sólo pretende desbaratar la investigación.
La opción lógica es centrar todos los esfuerzos en capturar primero al
Harbinger. Yo apoyo esto. Porque, aunque hay otra amenaza para las víctimas, el
hecho es que el Harbinger ha demostrado que puede localizarlas.
Y, según la hora de la muerte de la víctima aquí, puede localizarlos vivos.
Relajo los músculos tensos de la columna vertebral, respiro hondo y digo:
—Además de que es la primera vez que el Harbinger invade otro escenario, la
desviación más evidente respecto a los demás casos del Harbinger es la cornamenta
de la víctima. La carta del Harbinger era vaga. No puedo deducir su intención, su
motivo. Sin embargo, añado, dirigiendo una mirada severa a Kallum, es sólo cuestión
de tiempo. El Harbinger se precipitó. Si se cometió un error, lo descubriremos.
53 Lo descubriré.
Alister asiente con confianza.
—Estoy de acuerdo. ¿Pero qué hizo que este tipo apareciera aquí? Ha estado
inactivo durante más de medio año, y ahora esto.
Lo traje aquí.
Las palabras arden en la base de mi garganta mientras las contengo. Hay una
pregunta que me atormenta desde que vi por primera vez la escena de Harbinger, y
solo hay una persona que puede responderla.
Si no me hubiera resistido a Kallum en el lugar del ritual, si no me hubiera
negado a participar en su ilusión de la conexión enfermiza y retorcida que cree que
tenemos, si lo hubiera aceptado, si nos hubiera aceptado juntos... ¿Entonces habría
una víctima?
Me miró a los ojos y juró que encontraría a las víctimas.
Dijo que lo necesitaba para salvarlos.
Entonces le dije que nunca más lo necesitaría para nada.
Demostrar su afirmación de la forma más violenta y truculenta no era sólo un
castigo, era su prueba.
El cielo se ha aclarado y se ha vuelto gris con el amanecer. Echo un vistazo a
las tablas blanqueadas por el sol antes de volver a mirar a Alister.
—No sé por qué está aquí el asesino —digo—. Pero está claro que su delirio ha
involucionado, y en eso me voy a centrar.
Alister me estudia atentamente, se ajusta el arnés del hombro.
—Estás cien por ciento segura de que es el mismo tipo.
Ojalá no fuera así.
—Se utilizó tiza para representar el rostro de la víctima a semejanza de la polilla
de la muerte —digo apartándome el flequillo de los ojos—. Hay que confirmarlo con
pruebas de laboratorio y compararlo con las otras escenas, pero puedo decir con
cierta seguridad que es la misma técnica.
Un detalle que muy poca gente conoce. Si sólo se tienen canales de noticias y
medios de comunicación para ver las escenas del crimen de Harbinger, es fácil
confundir la calavera representada en los rostros de las víctimas con pintura.
Durante un breve segundo, miro a Kallum a los ojos y veo su brillo travieso.

54
El profesor Percy Wellington fue la cuarta víctima del Harbinger que resultó
ser un crimen pasional disfrazado de imitación de asesinato. El mismo asesinato por
el que Kallum está ahora en prisión preventiva en un hospital psiquiátrico compartía
este rasgo común del crimen.
Suena un tamborileo en mi cabeza, me viene un destello de visión y veo la llave
de tuercas ensangrentada en mi mano...
Pestañeo ante el recuerdo que me invade.
Kallum ladea la cabeza.
—Ese es un detalle muy específico —dice, un eco de lo que una vez le dije en
la escena del crimen de Cambridge—. Un detalle así sólo lo conocerían los
funcionarios que trabajaron estrechamente en los casos.
—Y el asesino —respondo.
Su sonrisa es arrogante.
—Cierto. El asesino conocería todos los detalles.
Una sonrisa de espejo se dibuja en mi cara, completamente inapropiada para
el momento, y estoy segura de que me hace parecer un trastornada.
El agente Alister me mira con cierta vacilación.
—De acuerdo. Bien —dice—. Confiaré en tu evaluación en esto. Es nuestro
hombre. Ahí es donde nos centramos. Lo que hace que mi siguiente petición no sea
tanto una petición. —Saca un papel doblado de la entrepierna de su americana—.
Tenemos un montón de piezas que se mueven rápido, y como hubo una... situación
con el Dr. Torres, no pudo derivar un psiquiatra al profesor Locke...
—Yo lo haré.
Mi abrupta oferta de volver a contratar a Kallum como psiquiatra de campo no
sólo sorprende a Alister, sino también a Kallum. Ambos se muestran inseguros, pero
es la mueca de los labios carnosos de Kallum lo que me hace dudar de si lo tengo todo
bajo control o si le he dado exactamente lo que quería.
—Halen —dice Alister, y veo a Kallum erizarse ante el uso familiar de mi
nombre por parte del agente—. Iba a sugerirte que derivaras a otro médico.
—Eso llevaría tiempo. —La impaciencia se filtra a través de mi tono de voz
entrecortado—. El cual es limitado, y usted ha recalcado que necesitamos utilizar
nuestros recursos. ¿Hay algún conflicto con que yo supervise al profesor Locke sobre
el terreno? —Tomo el formulario y extiendo la mano para aceptar un bolígrafo.
Alister duda un momento antes de ceder. Es un hombre al que le gusta tener el
55 control, y esta situación se está acercando peligrosamente a lo contrario. Aunque no
tiene muchas opciones si quiere que su grupo de trabajo encuentre a los sospechosos
y a las víctimas.
—Ya que entiendes nuestros recursos limitados, entonces puedes apreciar que
sólo puedo poner al Agente Especial Hernández en guardia con Locke.
Echo un vistazo al agente con traje negro y auricular que se queda en el
malecón. No es que dos agentes fueran capaces de atar a Kallum la primera vez. Firmo
con mi nombre en el formulario, poniéndome a cargo de la salud mental de Kallum.
La ironía es sombría.
—Hecho. —Le devuelvo el formulario y el bolígrafo a Alister.
Cuando me hago a un lado para volver a la escena del crimen, Alister se pone
delante de mí y me agarra la barbilla, inclinando mi cara hacia él.
Me echo hacia atrás por reflejo, pero me sujeta con firmeza.
—Has estado trabajando en la escena desde la última vez que te vi, ¿verdad?
—No es una pregunta mientras evalúa lo que estoy segura que son ojos inyectados en
sangre y bolsas oscuras. Me mira a la cara antes de soltar la mano—. Te vas. No
vuelvas hasta que hayas dormido.
Atrapo una réplica en mi lengua. La acción de Alister ha sido demasiado
inapropiada... e íntima.
La energía oscura de Kallum se apodera de mí como un chisporroteo en el aire.
Puedo sentir su furia crepitando en la atmósfera cargada, más fuerte que la tormenta
que se avecina.
Me alejo un paso de Alister cuando un relámpago atraviesa la densa capa de
nubes que cubre el cielo. A continuación, un trueno retumba como advertencia.
Como no respondo, Alister asiente solemnemente.
—Mira, no me importa de quién seas —dice—. Esta es mi escena del crimen, y
un perfilador sobrecargado de trabajo no va a tocar mi...
—Se marcha. —Kallum se mueve en mi periferia como una sombra oscura—.
Me comportaré durante unas horas sin supervisión.
Sus palabras se dirigen al agente Alister con el duro filo de la malicia
entreverado bajo su ocurrencia.
Exhalo un suspiro audible ante el aumento de testosterona mientras miro entre
los dos. Sin mediar palabra, subo la correa de la mochila y me doy la vuelta para bajar
por el paseo marítimo, dejando a los machos alfa a su suerte.
56 Al bajar los escalones, me cruzo con una mujer cubierta con un traje Tyvek,
presumiblemente la forense que ha venido a llevarse a la víctima.
—Todavía tenemos que hablar.
Casi he llegado al auto de alquiler y no paro de caminar.
—Hablamos —le digo a Kallum, saco las llaves y pulso el mando para abrir el
auto. Abro el maletero y descargo mis cosas, tratando de ignorar su exigente
presencia.
La lluvia cae sobre el techo del auto. Siento las gotas frías en la cara. Otro trueno
recorre el pantano. Cuando levanto la vista, Kallum está de pie junto a la puerta del
conductor, con las manos metidas en los bolsillos.
El agente Hernández se coloca detrás de él a cierta distancia, dándonos
intimidad, aunque veo que levanta la vista para no perder de vista a su encargado.
—Por favor, aléjate de la puerta —le digo.
Los rasgos dibujados de Kallum se suavizan ante el cansancio de mi tono. O tal
vez sea el cansancio. Estoy demasiado agotada por él para seguir luchando durante
mucho más tiempo.
—Crees que he sido yo —dice, inclinando la cabeza en dirección a la escena
del crimen del humedal.
Cruzo los brazos sobre el pecho, le miro fijamente y trato de comprender cómo
puede negar lo que es obvio. ¿Cómo miente sin esfuerzo? ¿Se cree sus propias
mentiras?
—No importa lo que yo crea —digo—. Importa lo que las pruebas demostrarán.
Ahora, quítate de mi camino.
La mirada de Kallum se posa en mis brazos cruzados, en el trozo de piel que
deja al descubierto la quemadura de cuerda alrededor de mi muñeca. El recuerdo
visceral de su tacto detona dentro de mi pecho con un estremecimiento estrepitoso.
Alargo la mano y toco el lateral del auto, tomando tierra.
—Dios, Kallum. Sólo... por favor vete.
Se acerca y me agarra el cuello, me pasa los dedos por la nuca y el pulgar roza
delicadamente los moretones. Trago saliva contra su contacto, incapaz de liberar el
aliento retenido, hasta que por fin me suelta y se aparta.
—Necesito que te quedes en tu habitación del hotel —dice—. No te vayas,
Halen.

57
Abro la puerta y me deslizo tras el volante.
—Soy la última persona en este planeta que se preocupa por lo que necesitas.
Baja la mirada hacia el monitor GPS que lleva atado al tobillo.
—Para que lo sepas —digo, con la mano agarrada al mango—, he catalogado
cada centímetro cuadrado de esa escena. Sabré si algo está alterado, lo que podría
darme pistas sobre una prueba importante, así que casi espero que tengas la osadía
de intentarlo.
Cierro la puerta de golpe y abro el contacto. Pongo la marcha atrás y salgo del
estacionamiento sin mirar por el retrovisor mientras me alejo de Kallum.
Hay un monstruo que se alimenta del dolor, y sus hermosos y devastadores ojos
me miran directamente, hasta la verdad más cruda de mi pena.
Cuanto más vulnerable me vuelvo, más se desliza mi demonio. Si no puedo
escapar de él, no parará hasta consumirme por completo.
5
EN EL PARPADEO

58 Kallum

Las nubes grises de tormenta se ciernen sobre Hollow's Row como un oscuro
presagio de lo malo y violento que está por venir. Los cúmulos de gas son la engañosa
calma que precede a la tormenta, el presagio de muerte y perdición.
Un poco dramático, lo admito, pero me gusta el juego de palabras.
Contemplo las nubes hinchadas y bajas en el cielo mientras espero impaciente
en un campo de hierba alta. Me meto las manos en los bolsillos y apoyo el hombro en
la nudosa corteza de un árbol del pantano. El agente Hernández se queda a un lado,
escribiendo en su teléfono.
Una densa carga pulsa en el aire antes de que caiga el rayo.
Retiro las manos y las dejo colgar a los lados, percibiendo la energía que
recorre el espacio abierto mientras el estruendo de los truenos se convierte en un
coro.
En el momento en que aparece en mi campo de visión, un relámpago parpadea
en las oscuras nubes. Mi sangre se electriza y una corriente recorre mis venas bajo
mi carne, imitando el palpitar de las nubes.
En ese instante, veo lo que he estado buscando toda mi vida.
Conrad escribió: Vivimos en el parpadeo. Una llamarada fugaz en una llanura,
un relámpago en las nubes.
Ese parpadeo de un momento.
Nuestra existencia es así de fugaz.
Contengo la respiración, contando los segundos que pasan, esperando que el
trueno la acerque. Mi musa del desamor, la epifanía más dulce. Si tuviera un número
infinito de vidas, aún no sería suficiente. Ella es todo lo que quiero, todo lo que anhelo,
y estoy desesperado por hacer que duremos más que un efímero parpadeo en el
tiempo.
Halen llega hasta mí antes de que otro rayo de luz agriete el cielo. Levanta la
vista, con su hermoso rostro iluminado por el resplandor, y luego me mira con una
pizca de vacilación en esos ojos plateados, que se tiñen para adaptarse a la tormenta.
—Estás impresionante. —Le guiño un ojo.

59
Alargo la mano para apartar el mechón blanco de sus ojos y Halen se aparta.
Se recoge las largas capas de cabello castaño oscuro en una coleta baja y la envuelve
con un elástico.
—Tan cruel —me burlo.
—¿Estamos listos? —Dirige la pregunta al agente.
Dado que la localización de las víctimas desaparecidas es la máxima prioridad,
Halen se ha encargado, y yo también, de registrar la casa de Leroy Landry en busca
de cualquier pista sobre el principal sospechoso responsable de ritualizar partes de
cadáveres en el pantano.
Hernández guarda su teléfono en el bolsillo y señala con la cabeza el
todoterreno negro.
Mientras caminamos hacia el vehículo, espero a que suba y le digo:
—No encontrarás a las víctimas registrando la casa de Landry.
—Estás muy seguro de eso. —Gira la cabeza y levanta la vista para evaluarme
de cerca—. Podríamos saltarnos toda esta mierda ahora mismo si quieres decirme
dónde están, Kallum.
Respiro despacio, conteniendo el impulso destructivo de arrastrarla al pantano
y recordarle lo mucho que le gusta mi tacto.
—No es que no disfrute con tus mordaces réplicas —le acaricio la cintura y la
acerco—, pero ya estoy harto de estupideces. Ya no me contendré más contigo,
pequeña Halen.
Me clava un codo en las costillas, pero la agarro con más fuerza y dejo caer la
boca cerca de su oreja.
—Si Alister vuelve a tocarte, le arrancaré la piel de los tendones y le grabaré
mis iniciales en los huesos.
Halen se queda inmóvil a mi lado, con cualquier respuesta que pudiera tener
en la lengua, mientras le abro la puerta del todoterreno. Duda, con su mirada
cautelosa clavada en la mía, antes de subirse al asiento. Cierro la puerta y me siento
detrás de ella.
Esta es la verdad: Aceptaré su odio y su rabia, porque es difícil para ella
aceptar la realidad después de todo lo que ha sufrido. Perder la memoria es sólo
echar más sal en la herida abierta de su dolor.
Si quiere usarme como saco de boxeo, aceptaré el abuso. Diablos, saborearé
cada delicioso segundo de su dulce dolor.
Por mucho tiempo que necesite para ordenar lógicamente su confusión, para
ella, incluso puedo ser paciente. Lo he demostrado.
60 Pero no soy su obediente perrito faldero.
No dejaré que nadie se interponga entre nosotros nunca más.
Ni siquiera ella.
El zumbido de los limpiaparabrisas llena el interior mientras Hernández toma
la ruta más rápida según el navegador. Aunque se ha demostrado que Landry no era
el Superhombre, sino más bien un peón probablemente utilizado por el verdadero
autor del crimen, los federales siguen buscándolo en relación con las víctimas.
Bajamos por una carretera de grava y llegamos a una enorme mansión. La
monstruosidad es tal y como la describen los lugareños: antigua y espeluznante. Casi
todas las facetas de la casa de estilo gótico son originales. Aprecio las ventanas
ornamentadas con tracerías adornadas. Sin embargo, dudo que los elementos se
hayan dejado intactos a propósito. Esta casa ha sufrido abandono.
Una gruesa cinta adhesiva envuelve el perímetro del patio y se extiende
alrededor de un enorme porche. A medida que nos acercamos a la puerta principal,
unas macetas con plantas muertas se alinean en la entrada.
Halen se pasa la correa del bolso por el cuello y se enguanta las manos. Me
tiende un par de guantes de látex desechables y yo me deleito con el roce de la
quemadura de cuerda en su muñeca.
Demasiado pronto, se aparta y entra en la casa.
Me paro en la entrada, inhalo el persistente aroma de su ylang-ylang y clavo,
abriendo el apetito con un golpe de su miedo.
Entonces cruzo el umbral.
Landry no sólo era un recluso, los lugareños lo apodaban el ermitaño, sino
también un recluso acaparador. A lo largo de una pared se amontonan pilas de
periódicos viejos y mohosos. Revistas contra otra. La correspondencia y otros papeles
se esparcen por todas las zonas del suelo de madera que no están ocupadas por un
montón de chatarra.
Bajo los montones de basura hay muebles antiguos. La amplia entrada está
revestida de caoba y los arcos góticos enmarcan los pasillos. Si nos adentramos más
en el interior, la amplia sala principal se abre a dos escaleras ascendentes, donde
unas altísimas vidrieras se elevan hacia un techo catedralicio.
Puedo imaginar el orgullo que una vez fue en esta casa. El dinero antiguo,
también. Luego la desafortunada decadencia que echó raíces con el nuevo
propietario.

61 Un golpe de nostalgia me cala hasta los huesos, la estructura me recuerda al


hogar donde me crié. Hogar es una exageración. Tenía paredes, muebles y dinero
viejo, incluso la decadencia.
Levanto el pie y pateo una pegajosa hoja de papel desde el tacón de mi bota,
observando cómo un insecto se escabulle bajo otro montón.
—Dios mío —dice Halen—. No hay manera de que el grupo de trabajo pueda
procesar todo esto. Es imposible.
Probablemente sólo buscaron el tiempo suficiente para descubrir las pruebas
necesarias para convertir a Landry en el principal sospechoso. Un informe que
señalaba los aparatos de vinificación en la bodega, y los tomos esotéricos junto con
una amplia colección de filosofía en la biblioteca.
—Nuestro cazador cornudo hace que el Dr. Torres parezca un ordenado
maniático del orden —digo—. Lo que no encaja para nada con su perfil.
La persona que midió minuciosamente cada ojo diseccionado para exponer los
órganos en los árboles del pantano está obsesionada con el orden y la exactitud. Esto
es lo primero que deduje al ver la escena del crimen ritual.
Halen me mira con ojos indignados.
—¿Y qué le ha pasado al Dr. Torres? —me pregunta—. Escuché que lo
ingresaron en su propio hospital para recibir atención psiquiátrica.
Vuelvo a mirar a Hernández, que rebusca en un montón de revistas. Luego doy
un paso hacia Halen, observando cómo se tensa su delgada figura.
—Nunca le he hecho daño al buen doctor —le digo con sinceridad.
Sacude la cabeza, con evidente consternación en sus bonitas facciones.
—Estás mintiendo...
Le tapo la boca con un dedo, deteniendo sus palabras. La sorpresa le impide
apartarme y me mira fijamente, mientras el silencio alimenta la expectación entre
nosotros.
Mantengo el dedo pegado a su boca un poco más y luego lo arrastro
suavemente hacia abajo, dejando que la almohadilla saboree la suavidad de sus
labios.
—Por mucho que disfrutes convirtiéndome en tu demonio, no tenía por qué
hacerle daño —le digo, con un tono que la insta a escuchar la verdad—. Nietzsche
puso el listón muy alto para el genio loco, pero por desgracia para Torres, él sólo está
loco de remate.

62 Parpadea, mirándome a través de la espesa franja de sus pestañas, antes de


dar un deliberado paso atrás. Observo el duro trago que arrastra seductoramente a
lo largo de su cuello. Mi mirada se posa en el hueco de su garganta, donde
descansaba el diamante de su anillo de compromiso.
No volvió a ponerse el collar.
—No —dice, asintiendo su respuesta—. Tú no mientes, Kallum. Sólo tergiversas
la verdad hasta que ya no es reconocible como tal.
Deslizo el guante en mi mano por encima del vendaje y le digo:
—Esa es tu filosofía, dulzura. —Me acerco para elevarme por encima de ella—
. Afortunadamente, mi disertación fue sobre resolver discusiones, y me encanta
demostrar que tengo razón.
La esquivo, en busca de la única habitación de este destartalado montón que
pueda reunir algo de verdad.
Siguiendo las hileras de cajas sin abrir y basura, localizo la biblioteca y abro
las puertas para dejar al descubierto una opulenta habitación, la única que no ha sido
tocada por la enfermedad mental de su dueño. Aquí no hay basura ni desorden. Las
estanterías de caoba están llenas de libros viejos y algunas ediciones nuevas.
En el centro de la sala hay un escritorio de madera tallada, con un globo
terráqueo y herramientas cartográficas. Una gran chimenea en espiga ocupa una
esquina, con un sillón de lectura de cuero colocado junto a ella.
Halen entra, y siento su escalofrío de excitación rodar bajo mi piel.
Mientras camino junto a la estantería de libros con incrustaciones, tanteo el
guante, perfilando el anillo en el pulgar. Llego a una hilera de volúmenes
encuadernados en cuero y me detengo a leer los lomos.
—No toques...
Demasiado tarde para hacer caso de su advertencia, saco un libro de la pila.
—Este mundo existe desde hace más tiempo que sus leyes. ¿Por qué intentar
vivir según ellas y sus reglas? Con el tiempo, volverán a cambiar. Así que toma lo que
quieras de esta vida, porque sólo te da una pequeña ventana para elegir. —Me acerco
al escritorio y abro el libro mohoso—. ¿De verdad tenemos tiempo de esperar a que
el grupo de trabajo lo etiquete para procesarlo?
Sus delicadas cejas se fruncen y me encanta ser testigo de su batalla moral.
Rompe las reglas todo el tiempo. Sus métodos son cuestionables. Sin embargo, se
esfuerza tanto por seguir el camino recto cuando se trata de mí, temerosa de cometer
un error. Me pregunto qué acciones le preocupan más: si las mías o las suyas.

63 Gran dilema.
No tengo ningún dilema ético cuando se trata de ella.
Haré lo que sea.
—Sólo he visto otra primera edición en una exposición en Londres —digo
mientras me quito el guante para pasar las páginas—. Una colección de libros raros
de un profesor de Rutgers.
Halen se abalanza sobre la mesa.
—No puedes tocarlo así —regaña.
—Los guantes son mucho más perjudiciales para las páginas envejecidas que
los aceites de nuestra piel —digo.
Resopla burlona.
—No me preocupa dañar el libro. Tus huellas están ahora por todas partes.
Se me dibuja una sonrisa en la boca.
—Ponlo al final de las pilas —digo pasando una página—. Nunca lo
encontrarán.
Siento su pesada mirada clavada en mí, escrutando cada una de mis palabras.
—¿No está obligado el grupo especial a presentar huellas dactilares para ser
excluido de las escenas del crimen? —pregunto.
Su boca se tuerce.
—Sí, pero es una exageración incluirte como parte del grupo de trabajo.
Me toco el pecho en fingida ofensa.
—La forma en que me hieres, pequeña Halen.
Baja la mirada para mirar el libro.
—¿Qué es eso?
Sosteniendo una página a media vuelta, le digo:
—Ven aquí.
Después de una tímida pausa, se mueve hacia mi lado del escritorio, aunque
mantiene medio metro de distancia entre nosotros.
—¿Algo de importancia para el caso?
—No muerdo. —Miro la distancia que nos separa—. Fuerte. —Ante su negativa,
engancho el dedo en la trabilla de sus vaqueros y la arrastro a mi lado.

64 —Kallum...
—La obra magna de Aleister Crowley sobre la magia. —Señalo un verso bajo
un hexagrama unicursal, que Crowley incorporó de la figura del amor de Bruno—.
Todo acto intencional es un acto mágico —leo en voz alta.
—Suena extraordinariamente parecido a la Voluntad de Poder de Nietzsche —
dice.
—Buena chica. —Le lanzo una mirada apreciativa, mis entrañas se agitan ante
su cercanía. A Halen le gusta acusarme de métodos engañosos, de tergiversar la
verdad, pero ella tiene sus propias tácticas. Es mucho más intelectual y perspicaz de
lo que deja ver a los demás.
—Crowley más que idolatrar a Nietzsche, lo declaró un beneficio —digo yo—,
pero también se proclamó a sí mismo el hombre más perverso del mundo y la Gran
Bestia seis-seis-seis. Así que toma sus excéntricas declaraciones con un grano de sal.
—Estimulante —comenta—. ¿Estás retrasando intencionadamente esta
investigación? —Echa un vistazo a las estanterías de las paredes—. Sé que esta
biblioteca es tu sueño húmedo, Kallum, pero estamos aquí para buscar cualquier
vínculo con las víctimas.
Un oscuro estremecimiento recorre mi sangre.
—Oh, dulzura. Tiraré estos libros al suelo sin pensármelo un carajo si quieres
darle un mejor uso a este escritorio. —Palmeo la superficie de caoba en señal de
desafío.
Su mirada choca con la mía y me encanta la forma en que no puede reprimir el
pequeño temblor que recorre su cuerpo. Una sonrisa torcida esculpe mi boca.
—Crowley era escandalosamente conocido por su práctica de la magia sexual
—digo—. Clasificaba el acto sexual como la expresión más poderosa de nuestra
voluntad, la fuente de energía más potente.
A pesar de mi deseo de explorar esa teoría en este mismo instante, tendría que
discrepar educadamente con el maestro en este caso. La sangre es el medio más
potente.
Mi mirada se desliza hasta el hombro de Halen, donde mis dientes imprimen
su carne. Durante nuestro ritual, empleé una combinación de medios y expresiones,
sangre, sexo, saliva, semen, para cargar un nuevo sigilo y traerla de vuelta.
La ira que veo rebosar en sus rasgos etéreos indica lo mucho que he fallado.
—Kallum... para —me advierte.
Un pensamiento desviado se arrastra desde el abismo, susurrando que el

65
sacrificio de sangre es la forma más concentrada de magia negra, y puede ser la única
manera de desbloquear su memoria.
Vuelvo la mirada al libro.
—Como quieras.
La tormenta de fuera lanza un torrente contra las ventanas. El rugiente aguacero
ahoga el frenético latido de mi corazón cuando Halen empieza a alejarse. Enlazo el
dedo a través de la misma trabilla para impedir que escape.
Me mira la mano y luego su mirada se estrecha hacia mí como un duendecillo
travieso.
—La mayor parte de tu poder reside en la intimidación. —Con valentía, da un
paso hacia mí. Sus muslos quedan a ras de los míos, sus palmas enguantadas buscan
el duro plano de mi pecho—. Pero creo que parte de eso es una actuación. Creo que...
—Se quita un guante y desliza un dedo hasta mi cuello, donde traza con delicadeza la
tinta, dejándome hechizado por ella—. Creo que es una forma de despistar. Uno de
tus trucos.
—Así es. —Mis fosas nasales se encienden, su dulce aroma tortuosamente,
peligrosamente cerca de llevarme al límite—. No me opongo a que pruebes tu teoría,
dulzura. —Acerco mi boca a la suya, saboreando su respiración entrecortada—. Dilo,
y destrozaré estos viejos libros mohosos mientras te follo sin sentido encima de ellos.
Se lame los labios, una maldita provocación, y sigo con avidez el recorrido de
su lengua con un ansia depravada que casi me hace caer de rodillas.
El desafío queda suspendido en el aire que nos separa. Sé lo que está haciendo,
pero si mi pequeña perfiladora cree que puede engañarme haciéndose la fuerte,
estará muy equivocada.
—Yo no juego —digo, agarrando más fuerte la trabilla—. Hazme daño o
fóllame, Halen, pero no uses tácticas psicológicas poco convincentes. Es indigno de
ti.
Me golpea una dosis de su miedo sacarino. Lo que vislumbra en mi expresión
hace que se separe. Se me desencaja la mandíbula. La decepción es un puñetazo en
el estómago.
—Estoy cansada de juegos —dice, con una pizca de cansancio desinflando sus
hombros.
—Entonces no los juegues.
—Sólo quiero encontrarlos.
—Lo haremos.
Examina mis facciones, intentando descubrir la verdad. Con una lenta

66 inclinación de cabeza, vuelve a mirar las estanterías de la pared.


—Esta habitación no era de Landry —dice, cambiando de tema como si de
repente se diera cuenta.
Respiro hondo y me froto la nuca; mi sangre sigue siendo un rugido
ensordecedor dentro de mis oídos y mi polla se tensa dolorosamente contra el cierre
de mis pantalones. Me agacho desvergonzadamente y me ajusto, y me encanta ver
cómo un bonito tono rosado tiñe su cara ante mi burdo acto.
—Tienes razón. Es demasiado ordenado y organizado. —Cruzo los brazos
sobre el pecho—. E indexado 1. Hasta un punto espantoso. Casi como un TOC 2. —Veo
a Halen avanzar hacia una de las escaleras de la librería—. Qué mejor lugar para
meditar durante años en soledad que una biblioteca privada. Como tu cueva
personal. Como Zaratustra.
—No lo mencionaste antes —dice, con tono admonitorio.
No se da cuenta de lo claro que llega a comprender cuando cede ante nosotros,
liberándose de otras ataduras.
—La mansión es una guarida de acaparadores. La biblioteca no. Sentí que era
obvio.
—¿Cuántos años meditó Zaratustra en su cueva, diez? —dice, refiriéndose a la
alegoría de Nietzsche, la que el sospechoso de Superhombre utiliza como guía para
ascender a un estado de conciencia semejante al de un dios.
—Sí —respondo—. Luego descendió de su montaña para llevar el don del
Hombre Primordial al pueblo. —Mientras lo digo, pienso en una conferencia que di
una vez, en la que arremetí contra Nietzsche y Jung por su descarada suplantación del

1 Indexado: Registrar ordenadamente datos e informaciones, para elaborar su índice.


2 TOC: Trastorno Obsesivo-Compulsivo. Es un trastorno mental en el cual las personas tienen
pensamientos, sentimientos, ideas, sensaciones (obsesiones) y comportamientos repetitivos e indeseables
que los impulsan a hacer algo una y otra vez (compulsiones).
chamán Hombre Primordial. Wellington estaba allí, mi primera interacción franca con
él.
—Una década es mucho tiempo —dice Halen, llamando mi atención—. Nunca
se vio a Landry en la ciudad. Nadie hablaba con él, ni se comunicaba con él. Si alguien
más estuviera viviendo en esta mansión con él, ¿alguien lo sabría?
—La mayoría de la gente no tiene la paciencia y la disciplina para meditar y
estudiar durante una década. Creo que descubrirás que tu aspirante a Superhombre
67 bajó a la biblioteca de la mansión mucho antes.
Asiente distraídamente, pensativa.
—Aun así, si el autor pasó algún tiempo aquí, entonces tiene que haber
quedado algo en esta habitación. —Se sube a la escalera de la biblioteca.
Me siento en el escritorio y subo la rodilla, mucho más interesado en el trasero
con vaquero de Halen mientras asciende por la escalera que en los libros.
—También es obvio que Landry conocía bien al autor. Landry tenía dinero,
suficientes recursos para proporcionar al sospechoso todo esto. Un regalo para
alguien a quien valora y respeta. Probablemente eran cercanos.
Empuja la escalera rodante hacia un lado para buscar en una estantería.
—¿Cercanos como familia? La comprobación de sus antecedentes reveló que
tiene un hermano separado que vive en otro estado. No tiene más parientes vivos.
—La sangre no siempre hace la familia —digo, reprimiendo un recuerdo
indeseado de hace demasiado tiempo.
Me lanza una mirada curiosa, como si hubiera dicho algo perspicaz.
—No interprete eso, Dra. St. James. Sabes que incluso un recluso necesita un
ancla, alguna forma de contacto humano.
Arquea una ceja acusadora antes de volver a su caza.
—Landry fue un sacrificio —digo. Cuando el autor le inyectó cicuta, puso a
Landry como principal sospechoso. Convenientemente, un muerto que no podía
hablar—. Puede que incluso fuera uno voluntario.
—Me lo planteé —dice—. El autor podría haber manipulado a Landry para
atacarnos y cargar con la culpa. Con todo esto —pasa una mano por los libros—, es
probable que Landry fuera devoto del sistema de creencias del autor. Creía en un
propósito superior, por el que estaba dispuesto a sacrificar su vida.
Está tan jodidamente cerca que la necesidad me quema por debajo de los
tendones, me pica en los huesos. Tan cerca... y aun así no puede ver la conexión más
obvia.
—Landry también podría haber sabido algo sobre el perpetrador, algo
incriminatorio. Algo que esta persona no quería que saliera a la luz en caso de que lo
atraparan.
—¿Aparte de su identidad? —pregunta.
Me encojo de hombros.
—Cada villano tiene su motivo, dulce Halen. Normalmente uno virtuoso.

68 Mientras Halen busca pistas ocultas, yo intento contener mi creciente


impaciencia. Cierro de golpe el libro de cuero rojo y lo dejo a un lado, mientras mi
atención se desvía hacia otros objetos del escritorio.
—En el siglo XVIII, existía una sociedad secreta británica llamada The Hellfire
Caves —le digo, apuntando un mapa hacia mí—. Su lema era: Haz lo que quieras. Otra
versión de la Voluntad de Poder. —Trazo un dedo sobre el mapa de la ciudad,
siguiendo los arroyos a través del pantano y más allá—. La sociedad se reunía en
cuevas. Las Cuevas del Fuego Infernal. Se rumoreaba que era donde los miembros
ofrecían sacrificios a Baco, el equivalente romano de Dionisio. La sociedad practicaba
magia negra, rituales paganos y satánicos, orgías.
Me mira desde el último peldaño.
—¿Tiene esto algún sentido, Kallum?
Sonrío al ver cómo dice mi nombre tan despreocupadamente cuando está
distraída.
—Nunca se sabe qué información será útil.
—Hablando de información inútil... —dice, haciéndome reír. Utiliza el pie para
hacer rodar la escalera y recolocarse—. Dijiste en el coto de caza que el asesino eligió
a su víctima como chivo expiatorio. Explícate.
Froto las palmas de las manos, dando a los cortes irritados la fricción que tanto
necesitan. Halen acepta mejor la verdad cuando llega a sus propias conclusiones.
—¿Qué estás buscando?
Sacude la cabeza.
—¿Me vas a explicar lo que querías decir?
—No. No hasta que me digas algo primero. —Me bajo del escritorio—. ¿Por
qué estás aquí conmigo, sola, si realmente crees que soy capaz de un acto atroz como
el del coto de caza.
—No estamos solos. El agente Hernández está aquí. —Desliza una sección de
libros a un lado mientras saquea el estante superior—. ¿Estás evitando mi pregunta
porque en realidad no tienes una teoría?
Me acerco a la estantería.
—¿Estás evitando la mía porque tú tampoco?
Quiere que yo sea el asesino. Encerrarme para siempre sería mucho más fácil

69
para ella. Sin sentimientos contradictorios que confrontar, sin oscuros antojos que
provocarla. Si tuviera alguna prueba, o incluso una teoría sólida sobre la escena del
crimen de Harbinger, yo no estaría aquí ahora.
La atmósfera de la biblioteca se carga, la lluvia golpea las vidrieras para
acrecentar el tenso silencio.
—¿Qué estás buscando realmente aquí, Halen?
Su mirada encuentra la mía.
—El arma homicida.
Estrecho la mirada hacia ella.
—Si yo fuera el asesino, no plantaría las pruebas para condenarme en el único
lugar donde las autoridades buscarían.
—Entonces, ¿dónde lo plantaste? —Inclina su cuerpo para poder mirarme—.
No había mucho tiempo, ¿así que lo escondiste cerca de la escena del crimen?
Su acusación pende de la corriente que se abre paso entre nosotros mientras
nos miramos fijamente.
El cuchillo de trinchar. El que usé durante el ritual para cortarme las palmas de
las manos. Por reflejo, mis manos se cierran en puños para reabrir las heridas, el dolor
fresco me satisface.
Cree que el cuchillo se usó para matar y cortar la cabeza de la víctima. Ella no
está aquí para buscar esa arma. Está aquí para forzarme a confesar.
—Tú también eres bastante hábil con las tácticas de manipulación, pequeña
Halen.
—No has respondido a mi pregunta.
—Es una pregunta insultante.
—Lo que es insultante es... —Sus palabras se interrumpen cuando se gira e
intenta recolocar su agarre.
Veo el momento en que la escalera se mueve y pierde el equilibrio.
El pie de Halen resbala del peldaño. Maldice mientras se agarra inútilmente a
la barandilla. Me apresuro a alcanzarla a tiempo, clavando el pie en el último peldaño
para detener la escalera justo cuando la atrapo y estrecho su ágil cuerpo contra el
mío.
Por un momento, no se resiste. El cabello se le ha soltado de la cinta y le resbala
por la cara. Cediendo a su feroz exigencia, le paso el mechón blanco por detrás de la
oreja.

70 Atraído por la gravedad de su mirada, deslizo el dorso de mis dedos por su


cuello, donde ha intentado ocultar los moretones bajo una capa de maquillaje para
que yo no los viera. Luego sigo bajando, por la mordedura de su hombro, por la tinta
del antebrazo que oculta bajo la ropa, por los moretones y las quemaduras de cuerda
de su muñeca, sin detenerme hasta llegar a su muslo.
Se tensa en mis brazos mientras meto la mano entre sus piernas.
—Kallum... —Pone su mano sobre la mía.
Sus emociones desbocadas aceleran su pulso, su incertidumbre se arruga entre
sus cejas. Quiero alisar la grieta. Quiero reclamar el aliento que escapa de su boca
entreabierta, saborear el ardor de sus ataduras rotas.
Cualquier atisbo de control que mantuviera se desvanece en el momento en
que siento su cuerpo contra el mío, y deslizo descaradamente la mano hacia arriba y
toco el sigilo que grabé en el interior de su muslo. Incluso a través de sus vaqueros,
a través de la venda manchada de sangre que silencia mis sentidos, siento la marca
que nos une.
No hay escapatoria para mí.
Necesito que recuerde.
Sus ojos se cierran a media asta mientras rozo su muslo con el pulgar.
—¿Por qué dejaste de usarlo?
La presión de su mano abandona la mía mientras presiona con las yemas de los
dedos la muesca desnuda bajo su garganta. Mantengo la mirada clavada en la suya,
deseando que diga la verdad.
Entonces traga saliva:
—No puedo... —El timbre de su teléfono interrumpe el momento—. Bájame —
exige.
En lugar de eso, con un gemido, muevo su cuerpo entre mis brazos, obligando
a sus piernas a rodear mis caderas. Luego siento su trasero en el peldaño de la
escalera. La rodeo con la mano, tomo el dispositivo de su bolsillo trasero y lo pongo
entre los dos.
Sujeta el teléfono, pero yo la agarro con fuerza.
—Primero, una respuesta sincera.
—Esto no es un juego.
—Nunca me hice la ilusión de que lo fuera.

71 Me fulmina con la mirada antes de mirar el teléfono.


—Cuando... estuvimos juntos —dice, con voz ronca—. No puedo fingir que no
fue real. Llevar el diamante de Jackson sería como una traición.
—¿A él o a mí?
Sus ojos me estudian mientras el teléfono sigue sonando.
—Te he dado mi respuesta.
Estudio sus delicadas facciones, sintiendo la miseria bajo sus palabras. Le
pongo el teléfono en la mano.
Mira la pantalla, luego contesta la llamada.
—Devyn, ¿qué está pasando?
Sus ojos se clavan en los míos mientras me introduzco entre sus muslos, sin
avergonzarme de que me obsequie con el más leve quiebro de su voz. Se me dibuja
una sonrisa en la boca.
Capto fragmentos de la llamada de Devyn en el silencio de la biblioteca. Unas
pocas palabras distintas: Evidencia. Escena del crimen. Interrogatorio.
—No, nadie más —dice Halen.
Se me ponen los cabellos de punta cuando Halen me pone la mano en el pecho.
No estoy seguro de si intenta apartarme o acercarse a mí para consolarme.
—De acuerdo —dice Halen, asintiendo, su mirada se desvía hacia las puertas
de la biblioteca—. Voy para allá.
Cuando termina la llamada, anclo mis manos a su cintura.
—¿Qué encontraste en la escena?
Ansiosa, se arregla el cabello, metiendo los mechones sueltos en el elástico.
—Suéltame, Kallum. —Cuando no lo hago, suelta un largo suspiro—. Ahora...
La agarro por las caderas y la levanto de la escalera, apoyando los pies en la
madera. La suelto, pero solo para poder inclinar su cara hacia la mía. En una petición
silenciosa, exijo una respuesta.
Halen me mira fijamente con ojos líquidos e intensos.
—Mi ADN apareció en la escena del crimen del Harbinger —dice—. Me llaman
para interrogarme.

72
Rompe mi agarre y me empuja, arrancándose los guantes y tirándolos al suelo.
—¿Interrogarte para qué? Halen, para...
—Tú ganas, Kallum. La venganza es toda tuya.
6
LA TORMENTA EN SUS OJOS

73 Halen

L
as nubes de tormenta se han roto contra el telón de fondo de la noche que
se aproxima. El torrente golpea la tierra en una percusión implacable a la
altura del torrente de emociones que me asalta.
De pie bajo el porche cubierto, contemplo la neblina gris. La lluvia torrencial
borra todos los colores y detalles, la línea entre el blanco y el negro se difumina.
—Mierda —respiro.
La llamada de Devyn fue una cortesía, una advertencia educada para estar
preparada. La evidencia que embolsé en la escena fue identificada como un hilo base
de una hebra de cuerda. La transferencia en las fibras coincidía concluyentemente
con la cuerda usada para atar mis muñecas en el lugar del ritual. Al igual que el vino
y la sangre encontrados en las fibras.
La cuerda me implica directamente.
Mi sangre, mi ADN, está en esa prueba.
Podía oír la preocupación en su voz cuando intentaba darme una salida:
—¿Es posible que alguien más hubiera estado allí contigo?
Sí, un profesor de filosofía vanidoso que se mete bajo mi piel.
Sin embargo, no hay pruebas verificables de que Kallum estuviera en la escena
del ritual, de que fuera él quien luego se dirigió al coto de caza, de que sea el asesino
de Harbinger.
Hice desaparecer todo.
Cualquiera de su ADN recuperado en la cuerda puede ser explicado. Durante
el interrogatorio, admití que Kallum me ayudó a preparar el ritual; su sangre estaba
por todo mi cuerpo.
Caí en su trampa.
La cuestión de cómo ese hilo de cuerda llegó a la víctima es suficiente para que
el agente Alister me prohíba entrar en la escena del crimen. Ya sea una acusación de
descuido de mi parte, o una acusación mucho peor...
Ya soy sospechosa en mis métodos. Fui despedida de CrimeTech por esos
métodos. Antes de que me asignaran este caso, me hicieron una advertencia. Los
detalles personales que afectaron negativamente mi capacidad para hacer mi trabajo
se convertirán en razones, detonantes. Cualquier experto contratado podría subir al

74 estrado y afirmar, con la conciencia tranquila, que es razonable que yo pudiera


cometer este crimen.
Independientemente del resultado, con una acusación tan condenatoria, mi
carrera profesional estaría acabada.
Me palmo la frente mientras la presión barométrica me golpea las sienes y me
duele detrás de los ojos. Oigo pasos en el porche detrás de mí.
El agente Hernández revolotea al borde de mi periferia.
—Deberíamos esperar a que pase la tormenta —sugiere.
Su observación parece cargada de más de un significado.
—Eso sería inteligente. —Espero a que vuelva a entrar antes de salir al porche,
donde cae un aguacero torrencial.
Estoy empapada antes de llegar al final de la pasarela. La lluvia fría me empapa
la ropa térmica y los vaqueros, disipando parte de la ira que hierve en mi sangre.
Cruzo los brazos y entrecierro los ojos contra las gruesas gotas que caen sobre mi
cara.
—Halen...
Mis ojos se cierran brevemente al oír la voz de Kallum. La cuerda que me ata a
él se tensa y tengo que hacer fuerza para seguir moviéndome.
Es la tormenta que no pasará.
El fuerte golpe de sus pisadas lo acerca. No me detengo.
—¿Adónde diablos vas?
—No voy a esperar a que el agente Alister envíe un equipo por mí. Me estoy
llevando a mí misma.
—Hazlo esperar. —Iguala mi paso rápido con facilidad—. No se puede caminar
todo el camino de regreso a la ciudad en la tormenta.
—Puedo hacer lo que quiera. Al menos por ahora, mientras sea libre de
hacerlo.
—Tu maldita lógica va a hacer que te maten —dice, la acusación en su voz es
casi un gruñido—. Si no vuelves a entrar en la casa, te echaré al hombro y te llevaré
de vuelta.
Me río; no puedo evitarlo.
—No me conoces. No tienes ni idea de lo ilógica que puedo llegar a ser. —Lo
he demostrado durante todo este caso—. Lo juro, eres la destrucción encarnada. Dr.
Stoll. Dr. Torres... Puedes simplemente mirar a alguien, y todo su mundo implosiona.
75 Bajo mi furia, sé muy bien que mi vida se destruyó antes de que Kallum Locke
entrara en mi mundo. Pero antes de él, podría haber tenido la oportunidad de reparar
el daño.
—Es cierto que encarnamos la violencia de las estrellas —dice, y puedo oír la
sonrisa burlona en su voz. La oscuridad se hace más densa cuanto más avanzamos por
la carretera de grava—. Pero la destrucción no es un final, es un principio.
—Dios, no paras —murmuro, me castañetean los dientes por el aire frío y
húmedo—. Tal vez me merezco esto.
Aunque no me declararon culpable del accidente de auto que acabó con la vida
de Jackson, yo era quien conducía. Quería que me castigaran. Le rogué al universo
que me castigara. Y finalmente ha respondido.
Tropiezo con un bache. Kallum alarga la mano para agarrarme el brazo, pero
yo se lo arrebato y camino más deprisa.
—Los antiguos griegos consideraban a Apolo el dios superior, su dios del
pensamiento racional —prosigue, impertérrito—. Pero cuando un sátiro de Dioniso
desafió a Apolo en una competición, éste lo hizo desollar vivo por su osadía.
Me abrazo el torso, intentando inútilmente proteger mi cuerpo de la lluvia.
—¿Qué se supone que debo espigar aquí, Kallum.
—Que no sea nuestra lógica y nuestra razón lo que nos impida cometer actos
tan monstruosos.
Mis pasos vacilan. Me vuelvo hacia él y lo miro fijamente a través de la lluvia.
—¿Estás loco? —le pregunto sin rodeos—. ¿Lo estás de verdad, Kallum?
Porque... no sé si estás loco o eres un genio, o si todo es una actuación. En este punto,
estoy cuestionando seriamente mi capacidad para discernir la diferencia.
Una sonrisa torcida inclina su boca. Da un paso hacia mí y retrocedo por reflejo.
—Estoy loco por ti. —Su mirada recorre mi cuerpo, fijándose deliberadamente
en mi camiseta empapada—. Jodidamente certificable. Capaz de los actos más viles
y monstruosos.
Me siento expuesta bajo su mirada acalorada. Aprieto los brazos alrededor de
mi cintura y pestañeo las gotas de mis pestañas.
—Entonces confiésalo.
Se lame la lluvia de los labios y fija su mirada en la mía. Su silencio es más fuerte
que la tormenta.
Asiento con la cabeza.

76 —No hay forma de mentir si no dices nada en absoluto.


Kallum se alisa el cabello mojado hacia atrás.
—Tagore lo dijo mejor. La pequeña verdad tiene palabras claras; la gran
verdad tiene un gran silencio.
—Y alguien importante dijo una vez... La verdad es el objeto de la filosofía, pero
no siempre el filósofo.
Su sonrisa es diabólica.
—¿Googleaste eso sólo para mí?
—Tal vez —admito, y miro fijamente un charco que se hace más profundo
alrededor de mis botas—. Yo no maté al hermano del detective Emmons —digo de
repente.
—Lo sé —dice Kallum—. Yo tampoco.
Trago saliva y levanto la vista para mirarlo a los ojos.
—Yo no maté al profesor Wellington.
Me observa atentamente, con el cabello mojado y negro como el carbón, y los
mechones chorreando lluvia por los bellos contornos de su rostro.
—Yo no maté a Wellington —dice finalmente.
Toda la verdad se cierne sobre un tenue latido. No respiro.
—Yo no...
—Esto no es un confesionario —interrumpe—. Te he dicho que cuando se
cierre el caso te daré todas las respuestas que buscas. Mantengo mi palabra. Pero ese
trato tiene una estipulación.
Respiro.
—Confiar en tus métodos. Cierto. Los que me atrajeron a un ritual sexual. —Mi
cara se sonroja a pesar del aire gélido, el corazón me golpea las costillas como el
tamborileo rítmico que se desliza desde mi memoria.
Una llama oscura se enciende tras la mirada de Kallum.
—Pero conseguiste una de tus respuestas, ¿verdad?
—Lo que conseguí fue que me despidieran del trabajo —respondo
bruscamente.
Se encoge de hombros sin disculparse.
—Odiabas ese trabajo.
La indignación se levanta caliente y feroz.

77 —Voy a ir a limpiar mi nombre, luego le rogaré a Alister que me deje quedarme


en el grupo de trabajo para poder localizar a las víctimas y poner fin a esta locura.
Las facciones de Kallum se endurecen ante la mención del agente. Un trueno
retumba a lo lejos. Me doy la vuelta y empiezo a caminar.
—¿Entonces qué? —pregunta, con un duro atrevimiento ribeteando sus
palabras—. ¿Reabrir el caso Cambridge? ¿Entregarte para que te investiguen? Hay
formas mejores y más satisfactorias de descubrir tus respuestas, dulzura.
Un destello del ritual atraviesa mi visión, arrancándome el aliento de los
pulmones. La mano de Kallum alrededor de mi garganta, su beso abrasándome. El
sello que grabó en mi muslo palpita al recordarlo.
—Será mejor que vuelvas con el agente Hernández —advierto sin aminorar el
paso—. La lluvia puede debilitar la señal del monitor del tobillo.
—Quieres que te explique la teoría del chivo expiatorio para la escena del
crimen de Harbinger. —Efectivamente cambia de táctica—. No puedo hacer eso si no
confías en mí, Halen.
Resoplo una risa burlona.
—¿Te refieres a confiar en el monstruo que usó un caso de alto perfil para
apalancar su venganza?
—Ahora estás usando la deducción racional en tu detrimento una vez más. —
Pisotea un charco y maldice—. Maldita sea. Mírame, Halen.
Me doy la vuelta.
—Bien. Vamos a romperlo —digo—. No más juegos. No más manipulación. No
más meandros existenciales ni vagas citas filosóficas. Sólo hechos fríos y duros.
Espera a que continúe, con su traje negro empapado, haciéndolo confundirse
con la noche que se oscurece. La lluvia que cae enmarca su silueta con un resplandor
sobrenatural, las estrellas brumosas son su telón de fondo personal. Odio el ardiente
dolor que me oprime el pecho ante su hermosa visión.
—Utilizaste el caso, personas, víctimas reales para hacerme realizar un ritual
bajo el pretexto de resolver un crimen. Todo para que pudieras joderme. Para jugar
conmigo a algún retorcido juego mental. Pero eso no fue suficiente.
—Me halaga que pienses que soy tan diabólico.
—No bastaba con usar a las víctimas como pieza en tu tablero de juego, sino
que tenías que inculparme en el proceso. Colocaste la prueba de la cuerda en la
escena del crimen. Y yo te dejé hacerlo. Te di los medios para hacerme daño. —Me
78 muerdo el labio con fuerza—. Deberías haberme apuñalado, Kallum.
La ira aprieta su mandíbula.
—Lo tienes todo calculado.
Me encojo de hombros.
—No es difícil de armar.
Se pasa la lengua por el labio inferior, con un destello peligroso entre las
sombras de piedra de sus ojos.
—Entonces estoy a punto de hacer girar tu bonita cabecita.
Pongo las manos en las caderas, completamente empapada, desesperada por
que lo que él me hace sentir se entumezca tanto como mi piel helada.
—No se te acusará de ningún asesinato —dice, sin negar ninguna de mis otras
acusaciones—. Después de denunciar el ataque de Landry, te llevaron al hospital. No
pudiste matar a nadie y montar la escena del crimen, Halen. No es a ti a quien
incriminan.
—Entonces, ¿quién demonios está siendo incriminado aquí? —exijo. Parpadeo
al pasar la lluvia, mis pensamientos son una maraña que Kallum ha tejido a mi
alrededor, ha hundido sus colmillos en mí tan profundamente que casi ansío el dolor.
Al menos sé que puedo soportarlo.
—El chivo expiatorio —dice.
Gimo de frustración.
—Coartada o no, mi reputación se verá dañada. Más aún. En el mejor de los
casos, Alister me acusará de contaminar la escena del crimen. —Una punzada de
culpabilidad resuena en mi pecho—. Mierda. Tal vez lo hice. No lo sé. Podría haber
transferido fibras de mi bolsa, de mis herramientas.
—No contaminaste la escena.
La forma en que lo dice, con tanta seguridad, me hace sentir una pizca de
aprensión bajo las costillas.
—¿Pero tus alegaciones sobre mí? —Da un decidido paso adelante—. La
venganza es un motivo débil. Podría haberme marchado de Briar cuando hubiera
querido. El Dr. Torres no habría sido difícil de manipular con ese fin. Mi carísimo
abogado podría haber apelado. Diablos, tengo suficiente dinero y conexiones para
hacer que te despidan de cualquier puesto futuro….
—Así no es cómo funciona tu mente retorcida...
—Me quedé allí por ti. Te esperé pacientemente.
79 —¿Así que podías follarme, o joderme? O tal vez joderme era sólo la guinda de
tu pastel de venganza.
Se lleva la mano al costado.
—Me encanta follarte, Halen. Ahora mismo te follaré de diez formas diferentes,
sucias y degradantes, que te harán gritar mi nombre y suplicar que te deje correrte.
Pero el sexo no empieza con el acto en sí. —Da otro paso deliberado hacia mí—. Son
miradas acaloradas y caricias cercanas. Son palabras crueles y temperamentos
ardientes. Es la atracción química instantánea a través de un cuádruple cuando haces
esa primera conexión real, cuando sientes que el centro de gravedad cambia... y
sabes que nada volverá a ser igual.
Trago saliva sintiendo un ardor en la garganta, con la respiración demasiado
agitada para negarlo.
Kallum se detiene, manteniendo una distancia prudencial entre nosotros.
—Hemos estado haciendo el amor desde el primer día.
Odio la forma en que mi cuerpo reacciona a su reclamo, la forma en que mi
sangre quema mis venas, me duelen los huesos como si luchara contra una corriente
implacable que me arrastra hacia él.
—Así que no rebajes lo que he sacrificado para demostrarte mi valía, para
mantenerte a salvo —dice, su tono es una afirmación solemne—. Si crees que sufrí
seis meses en una institución mental por un pedazo de trasero, entonces eres tú la que
necesita que le examinen la cabeza.
Sostengo su intensa mirada a través del aguacero. Con escalofríos, los labios
entumecidos y el peso de sus palabras aplastándome, me esfuerzo por respirar
hondo.
—Te deseo —dice, tan implacable como la tormenta—. Toda tú. Tu cuerpo tan
sexy que me hace perder el sentido. Tu mente intelectual, racional y lógica hasta un
grado aterrador, pero tan jodidamente brillante que todos los demás a tu alrededor
palidecen miserablemente en comparación. Tu alma maravillosamente rota, tan
inmersa en la angustia que me ahoga —traga saliva con fuerza— pero disfruto con el
dolor. Lo suplico, porque tu sabor dulce alivia el ardor, y es jodidamente eufórico.
Da un último paso, pero aún deja demasiados entre nosotros.
—Y puedes negar que sientes lo mismo —dice, con voz grave—, pero yo no
necesito una profesión verbal. Porque puedo sentirte, Halen. Puedo sentir lo que
intentas ocultar. Lo sentí muy dentro de ti, enterrado bajo tu piel, ahogándome en tus
emociones con un dolor tan dulce, que quería arrancarme mi propio puto corazón.
80 Tiemblo, tiemblo tan ferozmente que mis músculos arden. La tormenta arrecia,
la lluvia golpea con fuerza, inflexible, intensificando mis emociones hasta que el
dique amenaza con romperse.
Lo único que me separa de él es la lluvia.
—Ven aquí.
Esas dos simples palabras ordenadas por Kallum me provocan algo peligroso.
Cada contusión, rasguño y herida de mi cuerpo cobra vida, vibrando con una
corriente frenética.
Maldito sea. Me seco la lluvia de la cara mientras doy pasos medidos para llegar
hasta él, y me detengo cuando estoy lo bastante cerca para sentir la lluvia rebotando
en su pecho.
Kallum me mira mientras se arranca las vendas empapadas de las manos y las
tira al suelo. Se quita la chaqueta y me la pone sobre los hombros. Me estremezco
ante el repentino abrazo de su calor corporal, la forma en que sus dedos me acarician
la nuca al apartarme el cabello del cuello. Con un movimiento experto, me quita la
goma del cabello y me pasa los mechones empapados por encima de los hombros.
Antes de que pueda escapar, tiene mi cara atrapada entre sus palmas. Me
inclina la mirada hacia arriba, bloqueando misericordiosamente la lluvia mientras se
eleva sobre mí. Los cortes de sus palmas rozan mi piel. Los azules y verdes de su
mirada me atraen, y mi corazón traidor se agita en mi pecho para exponer el efecto
que tiene sobre mí.
—Te quiero con mi chaqueta —me dice, con una sonrisa socarrona curvándole
la boca.
Un recuerdo nuestro en el estacionamiento de la universidad se dispara con
súbita furia. Su chaqueta rodeándome, las farolas brillando a su espalda. Un falso
recuerdo, me corrijo, parpadeando y devolviendo la visión a mi subconsciente. Es el
recuerdo que sembró durante el ritual. No puede ser real... pero incluso cuando me
reafirmo en esta creencia, siento que mi convicción de confiar en mi propia mente se
desmorona bajo la sensación de Kallum frotándome los brazos para darme calor.
Cuando dos creencias diferentes luchan por el dominio, la disonancia cognitiva
es el malestar mental resultante. Ahora mismo, no soy lo bastante fuerte mentalmente
como para sostener dos versiones de Kallum: la que sé que es capaz de cometer
atrocidades y la que me protege de la tormenta.
—No puedo hacer esto, Kallum. —Giro la cabeza, separándome de su contacto.
Como si supiera que estoy a punto de estallar, baja las manos y se las mete en
los bolsillos.
81 —Mira. Sólo... Antes de que entres para ser interrogada, necesito que pienses,
Halen. —La demanda urgente en su tono me mantiene enraizada—. Estás tan
obsesionada con probar que soy tu asesino, que te ha cegado un aspecto crítico.
Me ciño más a su chaqueta.
—¿Me vas a hacer jugar a las veinte preguntas para adivinarlo?
Una sonrisa ladeada se dibuja en su cara, ese maldito hoyuelo apretándome el
corazón.
—Le dijiste a Alister que sólo había una diferencia entre las escenas del crimen
de Harbinger, pero hay otra. ¿Cuál es la otra diferencia entre ellas?
—La carta —digo instintivamente—. El Harbinger nunca dirigía sus mensajes a
nadie. Pero eso no es una desviación del método; es una prueba de que está
involucionando. —Mientras digo esto, la aprensión de que podría estar mirando a los
ojos de un asesino en serie en evolución se agita en mi interior.
Tímidamente, Kallum saca la mano del bolsillo y me pasa el pulgar por la
mejilla. La fría sensación de su anillo enciende una brasa bajo mi piel.
—No estábamos solos en el lugar del ritual.
La inquietud me recorre la columna vertebral.
—Lo sé. Landry estaba allí. Justo antes de atacarnos.
—Y alguien más —dice, sus palabras desenterrando la ominosa sensación de
ojos observando desde la inquietante oscuridad de los campos de exterminio—. La
persona que inyectó cicuta a Landry.
Un fuerte escalofrío envuelve mi cuerpo. Con lo rápido que era el veneno,
tendrían que haber estado cerca para administrarlo, y para vigilar y asegurarse de
que su plan funcionaba.
—Ellos saben, Halen —dice Kallum, leyendo mi ansiedad—. Sobre la escena
de Cambridge. Lo que pasó esa noche con Wellington. Oyeron todo lo que dijimos
allí.
El pánico es una prensa que aplasta mi caja torácica. Mi corazón se contrae bajo
la presión.
—Si por un segundo me eliminas como sospechoso —continúa—, entonces
quién es la persona que podría haber montado las lenguas de las víctimas y la escena
de Harbinger al mismo tiempo.
Levanto una mano y retrocedo, dejándome espacio para pensar. Recorro
mentalmente la escena del crimen, repitiendo cada paso.
82 La ventana de tiempo imposible ya no lo es si esa persona escenificó ambas
escenas. Estaba tan concentrado en situar a Kallum allí, que pasé por alto la
explicación más obvia y lógica.
—El Superhombre —digo en voz alta, perdida en mis pensamientos
acelerados.
De repente, la carta del Harbinger tiene un mensaje oculto muy inquietante.
Te he visto. Te he descubierto.
—La carta me estaba llamando —digo—. Me ve, ha descubierto un secreto que
podría hacerme daño. —A través de la lluvia, encuentro los ojos de Kallum,
midiéndolo de cerca.
Después de todo lo que acaba de confesar... Dios, si al final está detrás de esto,
entonces está jugando a otro nivel totalmente retorcido.
Cuando leí la carta por primera vez, imaginé que la había escrito Kallum; una
amenaza sobre matar a las víctimas.
Erradicaré a tus hombres superiores uno a uno hasta que no tengas miedo de
enfrentarte a mí.
—¿Por qué matar a uno de sus propios hombres superiores? —Digo—. Eso va
en contra de todo su sistema de creencias. —Sin embargo, mató a Landry en el
momento en que lo dosificó con cicuta. Si el delincuente no lo era antes, se convirtió
en asesino en ese momento—. Y entonces... ¿por qué imitaría al asesino de
Harbinger...
La mandíbula de Kallum se pone rígida, un músculo hace tic a lo largo de su
mandíbula.
—Para hacerte creer que fui yo.
Me invade una frialdad que me entumece contra la lluvia que cae.
—Plantar la cuerda en la escena no era para que la encontraran los técnicos —
dice—. Era para ti. Eres la única que puede probar que no estaba en la habitación del
hotel, que estaba en la escena. El Superhombre me quiere fuera del camino, Halen.
Sacudo la cabeza.
—Eso sigue sin explicar por qué mataría a una de las víctimas. Especialmente
cuando las necesita, a todas, para sus rituales para ascender.
Sus ojos se oscurecen.
—Porque encontró a alguien a quien quiere más.
La implicación me golpea con un estruendo atronador, la tormenta es un rugido

83 ensordecedor.
—Él te quiere, Halen —dice Kallum, enfatizando su punto—. Así que no me voy
a ninguna parte. Incluso cuando el cuchillo de trinchar aparezca convenientemente
con mi ADN para obligarte a confesar a Alister que estuve allí, no te dejaré en paz. —
Me aparta el húmedo mechón blanco del ojo y lo sujeta entre sus dedos entintados
antes de metérmelo detrás de la oreja. Una sonrisa forzada se dibuja en sus labios—.
Si no puedes confiar en la persona, confía en su intención.
Respiro entrecortadamente, recordando lo mucho que desconfié de Kallum la
primera vez que me dijo eso. Cómo supe, sentada en el mostrador de aquella
cafetería, mirándolo fijamente a los ojos mientras sostenía un cuchillo para carne, que
nunca podría confiar en él, que me haría daño a la primera oportunidad que se
presentara.
Ahora que lo miro fijamente, hay en él una tristeza abierta, un abatimiento, que
me parece tan genuino que puedo saborear la melancolía que infunde el aire húmedo
que lo rodea.
Y podría caerme. Ahora mismo. Dejar ir las obligaciones y las consecuencias e
incluso la cordura, y caer por el borde con Kallum. Caer en su abismo y perderme.
Déjate llevar.
No puedo mentirme a mí misma; una parte de mí quiere hacerlo. Esa parte de
mí que ansía la rendición al olvido que prometen sus besos frenéticos y sus caricias
salvajes y febriles.
Es como suplicar la dulce caricia del beso de la muerte.
Pero otra parte de mí, la que aún se aferra desesperadamente a una vida de mi
pasado, teme soltar ese último hilo.
Aún no estoy lista para ser desenredada por Kallum.
—¿Y tú intención es protegerme? —digo entre labios temblorosos, con la
pregunta implícita—. El villano que intenta ser un héroe.
Con una sonrisa irónica, desliza la lengua por la cresta de los dientes y me
sujeta el cuello con las dos manos, levantándome la barbilla con los pulgares para
que sólo lo vea a él.
—El villano sólo se convierte en tal después de haber perdido aquello sin lo
que no puede vivir —dice—. No necesito una metamorfosis. Me niego a perderte.
Su boca está tan cerca de la mía que sólo tengo que ponerme de puntillas para
apretar mis labios contra los suyos. El desafío se interpone entre nosotros mientras él
84 espera que sea yo quien lo acepte, quien confíe en él, quien nos una.
—Así que, pequeña Halen —dice, su pulgar ligero como una pluma mientras
roza mi mejilla—. ¿Confiarás en mí o tendré que atarte y obligarte a que me dejes
protegerte?
Pongo las manos en su pecho y el caótico latido de su corazón golpea contra
mis palmas.
—No estarás satisfecho hasta que esté completamente bajo tu hechizo.
Una sonrisa diabólica sesga su boca.
—La satisfacción es una exigencia imposible —dice—. Pero puedo
contentarme ahora mismo con saborear la lluvia en tus labios.
Cuando su mirada atrapa mi boca con avidez, me veo arrastrada por la
corriente cargada. Sus labios son el roce más ligero sobre los míos, el contacto más
tierno, pero el fuego amenaza con reducirnos a cenizas.
El destello de los faros se cuela en el momento.
Retrocedo un poco para cortar la conexión mientras el todoterreno avanza por
la carretera de grava. Otro par de luces aparecen desde la otra dirección, iluminando
la lluvia que cae como gotas de cristal.
—Mierda —murmura Kallum en voz baja. Se pasa una mano por el cabello
mojado.
Me escapo completamente de su abrazo al oír abrirse una puerta.
—Halen, ¿por qué demonios estás bajo la lluvia?
Protegiéndome los ojos, me giro hacia el sonido de la voz de Devyn. Abro la
boca, dispuesta a dar alguna explicación, pero niego con la cabeza. Me hace un gesto
con la mano para que me acerque. Miro el todoterreno y luego a Kallum.
—No te vayas —dice, la súplica reflejada en sus ojos oscurecidos—. Quédate
conmigo.
Dos direcciones.
Y tengo que elegir una.
—Puedo protegerme —le digo, y luego me escabullo del haz de luz. No miro
atrás mientras camino hacia el auto de Devyn.
Una vez acomodada en el asiento del copiloto, Devyn guarda un silencio
misericordioso mientras da marcha atrás con el auto para arrancar en dirección
opuesta a la mansión gótica. Espero tres feroces latidos antes de levantar la vista en
el último segundo y ver a Kallum aún de pie bajo el haz de luz de los faros del
85 todoterreno.
La embriagadora mezcla de sándalo y lluvia es un aroma tortuoso que graba
este momento en mi memoria.
7
EL ABISMO QUE SEPARA

86 Kallum

C
on un cielo despejado también llega una nueva forma de claridad, una
en la que el grupo de trabajo del FBI se da cuenta de que una ciudad
pequeña no significa pensar poco.
Lo que queda de la tormenta recorre los campos de exterminio en forma de
viento cortante, trayendo consigo el aroma de la muerte repugnante que hace juego
con el sombrío entorno. Las aguas del pantano crecieron con el aguacero, lo que
obligó a todos los miembros que caminaban por el humedal a llevar botas de agua.
Miro las mías, sin pensar en el monitor del tobillo que está sumergido bajo el
agua turbia. El agente Alister se abre paso entre los altos juncos, dando manotazos a
la hierba con celo, como si el pantano tuviera la culpa del último informe.
En algún momento de la noche, cuando la lluvia obligó a la mayoría de la gente
a refugiarse, había al menos una abeja zumbando por los campos.
Al llegar a la segunda escena del crimen, marcada por una cinta de precaución
hecha jirones y un sauce negro, lo único que queda del bosquecillo de cicutas son las
cañas desnudas. El parche venenoso ha sido arrancado.
—Maldita sea... —grita Alister. Acorrala a uno de los agentes federales más
cercanos—. Quiero ojos en cada escena en todo momento.
Miro a mi derecha, tentado de hacer una broma de mal gusto a Halen sobre
cómo los ojos ya estaban en la primera escena... pero decido no hacerlo cuando la
mirada afilada de Alister cae sobre ella en acusación.
—Ya que le gusta merodear por las escenas del crimen por la noche —le dice
Alister a Halen, con tono condescendiente—, ¿sabe algo de esto, señorita St. James?
—Si lo hubiera hecho, lo habría denunciado enseguida —dice.
Alister la mira con suspicacia antes de ordenar al grupo de trabajo que
empiece a procesar la escena. No sé lo que ocurrió entre ellos durante el
interrogatorio de anoche, pero hoy ella no tiene prohibido entrar en la escena.
Cuando optó por dejarme plantado bajo la lluvia como en una escena de
película cliché, tuve que contenerme para no seguirla. La próxima vez que decida ser
intrépida y marcharse sin mí, no dejaré que un monitor de seguimiento o la amenaza
de ser encerrado me detengan.

87 Era tarde cuando la oí entrar en su habitación. Luego, el sonido de una silla


deslizándose bajo el pomo de la puerta. La cerradura de cadena de la puerta contigua
sigue rota. Fue una noche larga e inquieta en la que luché contra la tentación de
simplemente tirar la puerta abajo.
Aparte de devolverme la chaqueta, Halen me ha estado evitando toda la
mañana. Mientras la observo preparar su equipo con diligencia, decido que necesito
algo más fuerte que una tontería para romper el hielo después de mi confesión de
anoche.
¿Qué hace uno después de arrancarse su proverbial corazón? ¿Dar una tarjeta
de felicitación? ¿Flores?
Preferiría inmovilizarla en el barro y follármela duro y sucio hasta obligarla a
romper su silencio. Pero como tenemos público, me conformo con miradas
clandestinas en un pantano sucio.
Cuando una ráfaga de viento envía otra ráfaga de podredumbre a través de los
juncos, escondo la cabeza cerca del cuello de mi chaqueta e inhalo su dulce aroma
que aún se adhiere a la tela. El hambre se dispara de nuevo y me quema el fondo de
la garganta.
Mi fuerza de voluntad no durará otra noche.
—Señor, tiene que ver esto. —Uno de los federales señala más allá de la
arboleda.
Mientras Alister sigue al joven agente por los áridos tallos en dirección a un
pronunciado barranco que atraviesa el pantano, Halen habla con el detective Riddick,
que se hizo cargo de la situación durante la ausencia del detective Emmons.
—Cristo —dice Alister lo suficientemente alto como para atraer a otros hacia el
lugar.
Vuelvo a centrarme en Halen. Ella es mi única preocupación. Mi única razón
para trabajar en este caso es mantenerla a salvo.
Sus emociones están confusas hoy. Al igual que las oscuras aguas del pantano
bloquean la señal del GPS en mi monitor, mi conexión con ella está apagada. La
frustración de no poder leerla me aprieta la mandíbula.
—¿No deberías estar más interesado en lo que pasa allí que en la hermosa
perfiladora forense?
Deslizo una mirada de reojo hacia Devyn, sintiendo que su pregunta retórica
ha dado en el blanco y no requiere respuesta.
88 —Sí, no te culpo. —Se pone a mi lado con sus botas de agua—. Halen es mucho
más intrigante que un pantano maloliente, pero ¿podrías complacerme de todos
modos con tus pensamientos sobre lo que pasó aquí?
Halen se ríe, se ríe, carajo, de algo que dice Riddick, y me rechinan los dientes
de atrás. Miro a Devyn y luego dirijo una mirada al desnudo bosquecillo de cicutas.
—¿Qué quieres saber?
Arquea una ceja perfecta.
—No lo sé, tú eres el experto. ¿Posiblemente quién hizo esto y por qué?
Empecemos por ahí.
La risa tintineante de Halen llega a mis oídos y cierro una mano vendada en un
puño. Los cortes están cicatrizados, pero el escozor sigue igual de vivo.
—Vaya, sí que hacen buenas migas —comenta Devyn—. Riddick no es tan
divertido. Para nada. Debe estar intentando impresionarla.
—Bueno, ya sabes lo que dijo Nietzsche. —Ante su expresión curiosa, digo—:
La mayoría de la gente es demasiado estúpida para actuar en su propio interés.
—Eso suena peligrosamente como una amenaza —dice, mirándome—, o como
alguien que se siente amenazado.
Se me escapa una risa sin gracia.
—Touché. Pero y si me refería a mí mismo. Es curioso lo fácil que es
malinterpretar la filosofía. —Esbozo una sonrisa y me meto entre los juncos para ver
más de cerca las cañas de cicuta.
Con el puño de la chaqueta, doy un codazo a una de las raíces blancas
arrancadas del suelo.
—Tenía prisa.
—Profesor, un novato puede ver que el perpetrador tenía prisa —dice Devyn,
con el sarcasmo afilado en la lengua.
Una sonrisa de satisfacción se dibuja en mi boca.
—¿No tienen los lugareños su propia asesora experta? —Levanto la mirada
hacia ella—. Probablemente deberías pedirle su opinión.
Como ahora mismo, antes de que le arranque la columna a Riddick por el cuello
y la tire con el resto de las vértebras desechadas en la arboleda.
—Ahora mismo está un poco preocupada. Además, Halen parece confiar en tu
opinión.

89
—Cree que soy un asesino. —Me pongo de pie—. ¿Tú crees que soy un
asesino?
—No lo sé. —Me mira de arriba abajo—. No te pareces en nada a una polilla.
Sonrío y me agacho cerca de su oreja.
—Escondo bien mis alas.
—Locke, ven aquí —ordena Alister desde su posición en la cresta del barranco.
Esto llama la atención de Halen, que establece un breve contacto visual
conmigo.
Devyn mira entre los dos.
—Sólo una observación, no creo que sea tu naturaleza asesina lo que asusta a
Halen.
Hago un sonido de diversión.
—Muéstrale a la gente un reflejo de lo que teme y cuestionará sus convicciones.
Devyn baja su bloc de notas.
—Gracias por la lección, profesor.
—Aquí hay otra —digo—. Lo que sea que el delincuente haya planeado con la
cicuta es más importante para él que lo que escondía en ese barranco.
Sus ojos marrones oscuros se abren un poco.
—¿Crees que tiene algo que ver con las víctimas?
Estudio su expresión, preguntándome si era cercana con alguno de los
lugareños desaparecidos.
—Hasta ahora, todas las escenas del crimen están relacionadas con las víctimas
—es todo lo que digo antes de ponerme en marcha en dirección al barranco.
Se ha formado una fila al borde del claro. Los técnicos hacen fotos, los guantes
se colocan en las manos. A medida que me acerco, levanto las botas para salir de las
aguas del pantano. Una sacudida me recorre la espalda cuando me asomo al borde.
Abajo hay decenas, si no cientos, de cadáveres de ciervos apilados en el fondo
de la sima.
La inquietante visión de los restos óseos palidece ante el hedor que emana del
barranco. Desde esta posición ventajosa, identifico a los más grandes como ciervos.
Las pieles han sido desolladas, los cráneos expuestos.
La cornamenta ha sido retirada.

90
Alister habla por teléfono:
—Traigan a esos dos cazadores para interrogarlos —ordena a la persona al otro
lado de la línea—. Los que descubrieron la primera escena del crimen. —Termina la
llamada y me mira—. ¿Qué te parece esto?
—¿Qué parte?
Con la mandíbula desencajada, se remanga la camisa y se coloca el arnés del
hombro para recordar que lleva un arma.
—Los malditos ciervos mutilados, Locke.
Sonrío, disfrutando de retorcer la mecha corta del agente.
—No es un montaje —digo simplemente—. No veo aquí ninguna conexión
esotérica o ritualista que se vincule con la agenda de su delincuente.
—¿Qué pasa con el Harbinger? —dice, enganchando un pulgar hacia la
arboleda desnuda—. Ya invadió uno de los lugares del autor, así que es lógico que
atacara otro. ¿Por qué atacaría la cicuta?
Si pregunta por el asesino de Harbinger, Halen no transmitió nada de lo que
hablamos anoche bajo la lluvia.
—No soy un perfilador de escenas del crimen —digo.
La tensión que se acumula alrededor de Alister dibuja una línea rígida sobre
sus hombros. Mira descaradamente la rosa celeste descolorida que asoma por
encima de la venda de mi mano y los sigilos grabados en mis dedos, con un asco
evidente en sus facciones tensas.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —exige—. Hace unos días no podía
cerrarte la maldita boca. Si no eres de ayuda aquí, quizá sea hora de enviarte de
vuelta.
—Eso sería un error. —Le clavo la mirada, la amenaza velada tras mis palabras
es tan mortal como mi mirada.
Percibo su proximidad antes de que aparezca a mi lado.
—Estoy de acuerdo con el profesor Locke —dice Halen, aplacando parte de la
hostilidad—. Esto no es un vertedero de cazadores, pero tampoco es un lugar de
tributos o rituales.
Alister se tira de la corbata para aflojar el nudo del cuello.
—Baja de una vez y averigua qué es, entonces.
La animosidad entre Halen y Alister es tangible. Mi instinto me dice que el

91
agente a cargo quería culpar a alguien por no tener aún un sospechoso en custodia,
y Halen presentó una oportunidad con una escena del crimen contaminada para
colocar parte de esa culpa.
Los medios de comunicación están tejiendo tentadoras historias de cebo en
torno a las víctimas y a la falta de avances del FBI en el caso de alto perfil. Uno de esos
titulares declaraba que los federales eran incompetentes por no atrapar al autor en
una ciudad tan pequeña.
Me pareció una observación justa.
Halen se pasa la correa de la cámara por el cuello, se mete el cuaderno bajo el
brazo y empieza a bajar la pendiente. Alargo la mano y la sujeto del antebrazo para
ayudarla a bajar la empinada cuesta. Para mi sorpresa, no se aparta ni me regaña por
tocarla.
Al llegar a la base, el hedor pútrido de la carne en descomposición y la muerte
es tan penetrante que se tapa la mitad inferior de la cara.
—Lleva años vertiendo aquí —dice.
—Así que crees que es el delincuente.
Ladea la cabeza en un gesto burlón, luego mira a través del lecho de restos.
—Sabes que es él. Sólo hay un culpable en esta ciudad, ¿verdad? —Su agudo
comentario se burla de una cinta de miedo enterrada bajo el sarcasmo.
Tanto si cree que está en el punto de mira del Superhombre como si no, no es
eso lo que teme. Ella no tiene miedo de Alister o sus amenazas vacías. Pero ella es
cautelosa de algo. Quiero tirar de esa cinta hasta que se desenrolle.
—Sólo soy prudente con lo que revelo a Alister. Antes de haber verificado las
pruebas o tener una teoría demostrable —se enmienda.
La pregunta de qué pasó durante su encuentro está en la punta de mi lengua,
pero decido darle algo en su lugar.
—Los cráneos de ciervo son de diferentes tamaños y edades. Hay capas de
descomposición en el montón, que van desde años a semanas.
—Así que ahora eres antropólogo forense.
El atisbo de una sonrisa en su boca aviva un fuego abrasador en mi interior, y
quiero más; quiero ganarme su risa.
—Soy lo que necesites que sea.
Su sonrisa decae.
—Eso es lo que me preocupa.

92 Me atrapa con la intensidad de su mirada, negándose a soltarme hasta que se


ve obligada a apartar de su vista el mechón blanco rebelde.
Cruzo los brazos y miro a uno de los ciervos podridos.
—No estás de acuerdo con la teoría de Alister de que el Harbinger asaltó la
cicuta.
Mantengo la mirada fija en la cuenca ocular hueca del cadáver y espero su
respuesta; mi pregunta es un intento no muy disimulado de descubrir si cree que soy
responsable de algo.
—No —dice ella—. No creo que el Harbinger haya tenido nada que ver con
eso.
Una pequeña llama de esperanza se despliega en mi interior, y cuando me
atrevo a mirarla a los ojos, algo de incertidumbre pasa por su rostro, apagando esa
llama con la misma rapidez.
—Pero entonces, ya no estoy segura de lo que sé. —Abre su cuaderno.
Puedo trabajar con eso.
—Como la cicuta. —Profundiza directamente en los hechos—. El autor nunca
quiso que se descubriera este sitio. Pensamos que la cicuta era su plan de
contingencia, su seguro. Si vino a recogerla, a riesgo de exponer... lo que sea que
escondía en este barranco, entonces se está impacientando.
Sus pensamientos reflejan lo que le dije a Devyn.
—Estoy de acuerdo.
Fue en nuestra primera cena juntos en la cafetería del pueblo donde guie a
Halen por el camino de la cicuta. Sócrates fue obligado a ingerirla cuando fue
declarado culpable de impiedad, por introducir una nueva deidad en la sociedad,
que es la parte más importante que hay que recordar.
En cada sociedad, en cada época, si el hombre se convierte en su propio dios,
entonces no hay ninguna fuerza exterior a la que temer o por la que ser gobernado.
Los líderes pierden la capacidad de controlar a las masas. Por lo tanto, el
conocimiento de esta, sabiduría, en el Ser Superior tenía que convertirse en un
secreto, oculto.
Realidad o ficción, verdad o teoría de la conspiración, da igual.
La historia está ligada y registrada por la violencia de los que creyeron.
—El tronco del sauce es donde tu hombre marcó su camino hacia la ascensión
—digo, razonando en voz alta—. No descubrimos otros símbolos alquímicos en

93
ninguno de los otros sitios de tributo. Sólo aquí.
Esos símbolos. Tres. Siempre tres.
Sócrates. La manada. Dionisio.
Echo un vistazo a todas las mutilaciones, a la muerte.
—Este sitio es sagrado para él. No es sólo un lugar de prácticas.
—Es burdo. Un vertedero de intentos fallidos. —Halen se sube a una roca entre
los cadáveres—. Este es su primer sitio. Donde empezó.
—Todo alquimista necesita un laboratorio —comento.
A diferencia de los demás analistas que bordean el perímetro, temerosos de
caer en el cuchitril de la decadencia, Halen recorre la escena impertérrita, haciendo
fotos, tomando notas. Va a algún lugar dentro de sí misma, donde todo el ruido y las
distracciones de la escena desaparecen. El tiempo y el espacio se distorsionan
cuando Halen intenta conectar con el autor del crimen.
Tanto si ya existía antes como si estaba oculta por una vida de amor y felicidad,
tiene una oscuridad en su interior, a la que recurre para ver más allá del velo.
La mayoría de la gente está demasiado asustada para mirar tan profundamente.
Pero aquí es donde lucha contra sus demonios.
Esta oscuridad me gritó a través del abismo, donde yo la esperaba. Todavía la
estoy esperando. Anoche, puede que haya reducido su duda, pero como el
desfiladero en el que estamos ahora, todavía hay un abismo entre nosotros.
Halen se echa la cámara a la espalda y se quita un guante, luego saca el teléfono
del bolsillo trasero y lo levanta para grabar sus pensamientos.
—La alegoría de Nietzsche describía al superhombre como un don, un
idealismo para elevar a la humanidad, que fue rechazado por la sociedad. Si el don
del ofensor es rechazado por el rebaño, entonces, al igual que con Sócrates, entrará
en juego la cicuta. Pero ¿a quién va dirigido el veneno? Siempre había algo raro en el
autor que lo consumía él mismo en el perfil inicial.
Bajando su teléfono, Halen me encuentra al otro lado de la pila de huesos.
—¿Le importaría compartir sus pensamientos, Profesor Locke?
Un antojo perverso lame mi contención con lengua bífida al oírla dirigirse así a
mí.
—Estoy fascinado viéndole trabajar, Dr. St. James.
—Bien. —Se pone en pie—. Me dices cuando hago algo mal.
Si sigue acariciándome el ego de esta manera, me obligará a demostrarle lo

94 gratificante que puedo ser cuando hace algo bien.


—Hice un perfil del delincuente como involucionando. Por desesperación,
recurriría a una alquimia primigenia que incorporaría el sacrificio humano,
sacrificando así a sus humanos superiores como una ofrenda más digna a Dionisio. No
más piedad. No más humanidad para atarlo a la carne. Su última debilidad. —Se
agacha y deja su cuaderno a un lado, luego empuja a uno de los ciervos con un palo—
. Canibalizar a sus hombres superiores para consumir los aspectos del Superhombre
parece una ruta más lógica y directa. Pero el delincuente no necesitaría cicuta para
este fin. Más bien, lo derrotaría. No se puede canibalizar a gente que acaba de ingerir
veneno.
—Toda una deducción lógica —digo—. Parece que has armado todo el
rompecabezas.
—Entonces, ¿qué me estoy perdiendo? —La agitación se apodera de su marco
cerrado—. ¿Por qué esforzarse en confiscar la cicuta? Es un riesgo enorme.
Enarco una ceja.
—Estás pasando por alto una pieza vital —digo—. No tienes en cuenta que
puede que ya no necesite a sus hombres superiores porque ha encontrado a alguien
más digno. En ese caso, es probable que se hayan convertido en una carga. Servir
pasteles de cicuta lo remediaría.
No puede aceptar completamente el peligro que corre, porque no puede
confiar en la fuente. Por eso tiene que llegar a estas conclusiones por sí misma.
Confiar en que le estoy diciendo la verdad es un arma de doble filo, o una llave
de doble filo.
Si cree que lo que le digo es verdad, tendrá que enfrentarse a una realidad
mucho más oscura y aterradora, en la que es capaz de cometer sus propios actos
monstruosos.
Ese zarcillo de miedo se enrosca con más fuerza y ella se rodea la cintura con
un brazo mientras lucha desafiante contra sus dudas. Luego, mirando las calaveras
blanqueadas por el sol, dice:
—¿Dónde están los cuernos?
—Tal vez nos está jodiendo.
Me mira con una buena dosis de desprecio.
—Aquí hay algo más —dice, enguantándose la mano—. Empieza a buscar.
—¿Te refieres a esto? —No puedo evitar la sonrisa de suficiencia que curva mis
labios mientras me hago a un lado para revelar el símbolo.

95
8
PIEDRA FILOSOFAL

96 Kallum

E
l símbolo de la piedra filosofal está grabado en la dura arcilla de la pared
del barranco.
La acusación en la mirada rasgada de Halen es adorable.
—Realmente disfrutas haciendo eso.
—No tengo mucho más para entretenerme.
—Me dejas divagar —sacude la cabeza—, perdiendo el tiempo.
Me encojo de hombros.
—Estabas en racha. Toma... —Extiendo la mano mientras ella cruza los huesos
escaldados para ayudarla a ponerse a mi lado—. Puede que tengas razón en que este
es su primer sitio.
—Qué tal. —Se acerca para inspeccionar el símbolo alquímico. La piedra
filosofal se representa como un círculo dentro de un triángulo, dentro de un círculo
más grande.
—En la primera escena del crimen, pensamos que las pupilas de los ojos
disecados estaban colocadas para apuntar a la cicuta. Pero miraban más allá, a su
lugar sagrado, su principio. —Miro alrededor del barranco—. Este lugar contiene sus
respuestas. Por eso usó limón para ocultar el camino aquí.
Si lo expuso quitando la cicuta, tiene planeado algo diabólico. Mientras mi
mirada se posa en Halen, la inquietud se arrastra bajo mi carne.
—Aquí es donde tomó una decisión. —Apoyo el brazo en la pared de arcilla
mientras me inclino sobre ella—. Sentado aquí en este barranco, meditando
pensamientos filosóficos.
Me mira de reojo.
—¿La gente realmente hace eso?
—¿Tú no? —Le doy mi sonrisa ardiente.
Volviendo su atención al símbolo, acerca su cámara y captura unas cuantas
fotos.
—No si puedo evitarlo.
Bajo las bromas, que reconozco que me divierten, se esconde una pizca de
verdad en sus palabras. Reflexionar sobre la vida para Halen sería un pasatiempo
tortuosamente cruel. Así lo demuestra el modo en que intenta ocultar todos los
recuerdos de su dolor y su angustia bajo el verso tatuado en su piel, justo encima de
97 la cicatriz que le recuerda su pérdida.
—Tal vez sólo necesitas algo estimulante para agitar tu alma.
Estoy tan cerca de ella que oigo su respiración entrecortada. Veo cómo intenta
deliberadamente no parpadear para mostrar el efecto que tiene en ella su mente
meditadora. La imagino entre la luz danzante del fuego, una diosa etérea con una
corona de huesos, su cuerpo hermoso y reluciente con mi sangre, y siento el tempo
furioso de su corazón.
Sé que ella también está pensando en ese momento.
Si me inclinara ahora mismo, con un rápido movimiento de cabeza, podría
saborearla. Con sus defensas bajas, la seducción de robar dentro de su alma y avivar
más las llamas es un pulso exigente en mis venas.
Algo febril destella en su mirada color avellana antes de decir:
—El principio y el fin. —Se endereza y se aleja del símbolo y de mí—. Si aquí
es donde empezó, entonces aquí pasó algo. Una persona no decide de repente
inmortalizarse con una sabiduría ancestral. Hubo algún incidente incitador, un
detonante...
—El nacimiento de la tragedia.
Halen se vuelve hacia mí, con la frente arrugada por el pensamiento.
—¿Qué?
Con los hombros apoyados en la pared, cruzo los brazos.
—La primera obra de Nietzsche, El nacimiento de la tragedia. Donde sostenía,
rotundamente, que las tragedias griegas clásicas se originaban en la unión de los
aspectos apolíneo y dionisíaco. Aquí es donde planteó el argumento de abandonar el
pensamiento socrático, y dedicarnos a las filosofías de Dionisio.
—Eso se alinea con el propio lugar de origen del delincuente —dice, y estoy
más que impresionado con su deducción—. Por ejemplo, por qué el delincuente
conectó con Nietzsche en lugar de con otro filósofo. Porque, para ser honesta, a partir
de mis largas noches de investigación, había otros métodos que el delincuente podría
haber invocado y que parecían más iluminados.
Es jodidamente trágico que estemos teniendo esta conversación en un
barranco de muerte rancia. Escuchar al pequeño Halen ahondar en filosofía esotérica
me está poniendo la polla dura.
—Es el arte —digo, y me froto la nuca. Ante sus rasgos dibujados, aclaro—: El
alma del artista. La obsesión de Nietzsche. Otras teorías más sólidas que incorporan
98 la Tradición Hermética, el Chamanismo, el Hombre Primordial, etcétera, son más
fundamentales, pero son menos... estimulantes para el alma.
Una rápida brisa le lanza mechones de cabello a la cara, despertando mi deseo
de quitárselos de los ojos para demostrar mi punto de vista.
—Nietzsche se basa en esas mismas creencias fundamentales —continúo—, y
afirma que, en la tragedia griega, Apolo es necesario para proporcionar a la
humanidad alivio a nuestro sufrimiento. —Me alejo de la pared y cierro la brecha que
nos separa, donde agarro su barbilla y le levanto la cara, luego le rozo suavemente el
cabello por detrás de la oreja—. Aunque Dioniso nos despierta, nos enciende, con
pasión y éxtasis, eso solo no puede sofocar nuestro inmenso sufrimiento. Es la unidad
de ambos, la unidad primordial, donde alcanzamos la locura divina y somos capaces
de trascender más allá de nuestro dolor.
Su boca se entreabre y me atrevo a pasarle el pulgar por el labio inferior, un
deseo perverso provocado por la unidad que podemos lograr juntos.
—Ya lo has dicho antes. —El más leve temblor se filtra en su voz.
Asiento lentamente.
—Vale la pena repetirlo, porque esto es lo que tu perpetrador ve en ti, dulzura.
Te envidian esto, tu hermoso y exquisito sufrimiento. —Con gran pesar, la suelto,
dejando caer mi mano—. No hay mayor destrucción que la de uno mismo. Y, por tanto,
no hay catalizador más poderoso para esgrimir en la creación alquímica. La
destrucción no es un fin.
—Es un comienzo —me dice, y mi corazón se acelera al ritmo entrecortado del
suyo.
Una sonrisa inclina la comisura de mis labios.
—Prestas atención. Todo un estudiante atento.
—No, sólo te gusta oírte hablar, así que hablas mucho.
—Hmm. —Me meto las manos en los bolsillos, conteniendo oscuros impulsos—
. Hay un montón de sonidos que prefiero oír y que sólo tu encantadora voz puede
emitir.
Agarra su cámara, con los ojos clavados en mí.
—La cadena de nuestra puerta sigue rota —dice de repente.
Cambio de postura.
—Eso no hizo mucho para mantenernos separados antes.
—Y tampoco una silla bajo el pomo de la puerta. —Traga saliva—. Mantienes
tu palabra, eso dices. Prométeme que no cruzarás el umbral de esa puerta, Kallum.

99 Respiro hondo, saboreando el dulce aroma de la madreselva en su ansiosa


petición. Asintiendo una vez, digo:
—No cruzaré el umbral de esa puerta.
Me sostiene la mirada un instante más antes de parpadear y apartar la vista.
—Gracias.
Antes de que encuentre una excusa para escapar, cambio de tema.
—Me he dado cuenta de que estás aquí, trabajando en la escena, en lugar de
en una celda. Eso debe significar que encontraste una forma de eludir el sistema.
Su sonrisa dibujada es cómplice.
—Nadie quiere creer que una mujer sea capaz de algo tan horrible —dice—.
Es más cómodo creer que cometí un error. No tener que buscar una salida cuando los
prejuicios del sistema te dan vía libre.
—Muy cierto. —Me paso la mano por la boca—. Pero Alister todavía piensa que
está persiguiendo a dos asesinos.
—Como he dicho, soy prudente con lo que le digo hasta que haya pruebas
verificables. —Una pizca de cautela aparece en sus ojos—. Y aún no estoy convencida
de que no estemos persiguiendo a dos asesinos.
La incertidumbre en su declaración me hace preguntarme qué demonios
persigue su mente. No la subestimo. He sido testigo de los horribles actos de los que
es capaz, y son impresionantes. Su arte debería ser tan venerado como temido.
—De cualquier manera, este símbolo es una prueba física de algo. —Con un
suspiro, escribe un texto en su teléfono, supongo que a Alister—. Necesito una forma
de explicar todo esto en el perfil que el grupo de trabajo realmente pueda usar.
Mientras los sonidos de la escena penetran en nuestro capullo sagrado, dirijo
una mirada intencionada a la piedra filosofal. Está tallada, no marcada, como los
demás símbolos del sauce.
—Tu hombre desea ser un dios, en esencia, un creador. Como el arte nace de
la tragedia, del sufrimiento, de la destrucción, un acto de violencia dará a luz a la
creación. —Miro hacia el borde del barranco, hacia donde el bosquecillo de cicutas
yace desnudo—. Ya sea mediante un sacrificio masivo de sus hombres superiores, o
canibalizando aquello que envidia —me fijo en sus ojos— sólo la mente del creador
conoce su diseño. Pero puedes estar segura de que su diseño incorporará la cicuta,
de un modo u otro.
—Eso es útil. —Se quita los guantes y se los mete en el bolsillo trasero,
habiendo terminado con la escena—. Debería buscar una enfermedad mental. La

100 forma en que el delincuente ha asociado ilusoriamente las conexiones, encontrando


significados ocultos y ulteriores en todo... Otro psicólogo haría el perfil de una
enfermedad mental.
—Pero no estás de acuerdo.
—Está todo demasiado unido —dice, sacudiendo la cabeza—. Las piezas
encajan perfectamente. A veces, cuando intento pensar en ello desde la distancia, me
parece demasiado inmenso. Y entonces... no quiero pensar en nada.
Con una larga exhalación, se pasa una mano por la frente.
—La tragedia es la clave aquí. No la enfermedad mental. Aunque, por el
método del delincuente y su disociación con la humanidad, podría haber algún inicio
ahora. Pero... —Echa un vistazo al barranco, a la muerte, a la mutilación—. Hay una
ira aquí. Si este es su arte, es un arte violento. La emoción en este abismo rabia.
Su afirmación me eriza la piel. Una sensación inquietante que se hace más
evidente con sus palabras, lo que he sentido desde que entré por primera vez en el
barranco.
—Todo se enlaza —digo, acercándome—. Siempre.
—Lo sé, me lo has dicho. Sincronicidad.
—Cuando trabajas en una escena, las piezas no se materializan. Siempre
estuvieron ahí, esperando a que vieras la conexión. Nada es complicado hasta que lo
hacemos así.
—Tal vez eso sea cierto para una persona con un coeficiente intelectual
ridículo.
Me río inesperadamente, luego inclino la cabeza mientras la estudio, viendo
brillar la más pequeña chispa de su personalidad a través de las grietas. Halen está
tan bellamente rota que me duele el pecho de solo pensar en ella.
A pesar del espantoso paisaje que nos rodea, o tal vez debido a él, ella me
cautiva aún más. Podría matarme o redimirme con una sola orden, y aún no tiene ni
idea del poder que ejerce.
—Como quieran definirlo los paganos del grupo de trabajo, comprenderán
que su diseño será trascendente. Su obra maestra divina. Incluso este vertedero es
una obra de arte. La atmósfera macabra. La representación de la angustia tan
horripilante. Los sentimientos de abatida impotencia que evoca. Es un atisbo de lo
que lo hace vulnerable.
Un destello de cruda vulnerabilidad se registra en sus rasgos, pero lo disimula
rápidamente mientras se desplaza para mirar los sigilos de mi mano.

101 —Agradecería alguna intervención mágica para encontrar a las víctimas.


Su insinuación no pasa desapercibida. Sigue creyendo que me estoy
guardando algo.
—El subconsciente te lleva a la respuesta, y cuando de repente hace clic,
parece magia. —Paso la yema del pulgar sobre un sigilo—. Pero en realidad, tu mente
lo ha sabido todo el tiempo. No cuestiones el diseño, Halen. El universo nunca
comparte sus secretos. Sólo confía en el curso.
Bebo la sombra del asombro tras el juicio de su expresión. Es la obra de arte
más hermosa, una obra maestra en sí misma.
—Es demasiado cómodo —dice—. Todos los detalles, las asociaciones. Ningún
caso se conecta tan fácilmente.
—Pues imagínate lo difícil que sería si no tuvieras a tu propio experto en
ocultismo a tu servicio. —Le doy toda la potencia de mi sonrisa que hace caer las
bragas—. En todos los sentidos en que tu sucia mentecita podría exigir ser atendida.
Deberías aprovecharte de mí.
Se le escapa una carcajada, el dulce tintineo de su cadencia se apodera de mi
organismo como un potente afrodisíaco, y juro por cualquier ente superior que
aceche en el cielo que mi maldito corazón está a punto de estallar.
Si puedo ganarme su risa, entonces puedo ganarme su confianza.
Otra ráfaga de viento se cuela por el barranco y le pasa el cabello por los ojos,
interrumpiendo el momento, y se coloca los mechones rebeldes detrás de la oreja.
—Maldita sea, necesito cortarme el cabello —murmura.
—No —es todo lo que digo, avivando una brasa encendida en medio de su
mirada mientras levanta la vista hacia mí.
—Halen, toma. —Devyn se acerca desde su zona para entregarle una cinta para
el cabello—. Usa esto.
Halen acepta el regalo.
—Gracias. La mía se rompió de alguna manera. —La mirada acusadora que me
dirige es sólo ligeramente molesta.
—Entonces, ¿tenemos pruebas de que todo esto... —Devyn agita una mano
hacia los restos en descomposición— ¿está conectado al mismo delincuente? Porque
el agente Alister está en camino.
Una vez recogido el cabello, Halen señala el símbolo en la pared del barranco.

102
—Lo sabemos. Pero todo lo que confirma es lo que ya sabemos. No sé a dónde
nos lleva. —Levanta un dedo y deja su cuaderno—. Ah, y está esto.
Después de localizar un palo, Halen lo utiliza para sondear uno de los
cadáveres de ciervo.
—Las marcas de mordeduras en el omóplato parecen ser humanas. Encontré
algunos ciervos más frescos entre los restos con marcas de dientes similares.
Su mirada se cruza con la mía, y el conocimiento de lo que esto significa pasa
entre nosotros. En la primera escena del crimen se encontró un ciervo que había sido
despedazado por un humano.
Alister está escribiendo en su teléfono mientras se acerca.
—Muéstrame el símbolo.
Mientras Halen transmite el significado de la piedra filosofal a Alister, el
detective Riddick se acerca al grupo. De repente este barranco está demasiado lleno.
—¿Llegaron los moldes 3D de las marcas de mordeduras de ciervo en la
primera escena con alguna información definitiva? —Halen le pregunta a Alister.
Mirando fijamente al ciervo mutilado que Halen señaló, sacude la cabeza.
—No coincide. De todas formas era una posibilidad remota. Es una ciencia
desaparecida.
—Atrapó a Ted Bundy —digo.
Halen me lanza una mirada de advertencia.
—¿Podrían usarse los moldes para compararlos con las huellas dentales en el
ciervo? Para confirmar que es la misma persona.
Esto atrae toda la atención de Alister, que la mira directamente.
—¿Qué estás tratando de decir, St. James?
Percibo la vacilación de Halen y veo el momento en que casi retrocede.
Entonces levanta la barbilla para mirar a Alister a los ojos y el fuego cobra vida.
—Alguien ha estado cazando y desgarrando a estos ciervos... —me mira
brevemente—, ¿cómo se dice?
—Sparagmos —proporciono.
—Que es un sacrificio sagrado, y uno que el delincuente obviamente ha estado
practicando durante años, según los rangos de descomposición en su tumba abierta.
—Se muerde el labio inferior, entonces—: Hay potencialmente un centenar de ciervos
aquí. Despedazados. A todos les faltan pieles y cuernos. Objetos sagrados utilizados
103 en rituales dionisíacos.
—Escúpelo de una puta vez, St. James —suelta Alister.
Se me ponen los cabellos de punta y doy un paso adelante, pero Devyn me
agarra del brazo. Es Riddick quien inclina el pecho al entrar junto a Halen.
—La víctima de la escena del crimen de Harbinger tenía cuernos implantados
en la cabeza. —Hace una pausa para que sus palabras calen—. Nunca se ha planteado
la cuestión de si los lugareños desaparecidos son realmente víctimas... o no. Quizá
cuando desaparecieron hace cinco años, no querían ser encontrados.
La implicación ahoga el aire del barranco.
Las escuelas del misterio siguen. Las sociedades secretas protegen los
secretos. La pequeña Halen ha mantenido en secreto sus teorías conspirativas. Y
mientras mira a su alrededor ansiosa, aún no está segura de su teoría, pero eso es lo
que ella hace: desafiar la norma.
Alister se aparta el dobladillo de la americana mientras apoya las manos en las
caderas.
—Esta gente está perdiendo partes de su cuerpo por todo el maldito pantano.
Por lo que a mí respecta, cualquiera que sea forzado o sacrificado voluntariamente
para convertirse en la cena mística de alguien es una víctima. ¿Entendido?
Halen mantiene su mirada severa un segundo más, luego asiente.
—Entendido, señor.
—Si escucho siquiera un susurro de esto en los medios... —Deja que su
amenaza se desvanezca con la siguiente ráfaga de viento—. Quiero un perfil
actualizado que incluya esta escena antes de que acabe el día.
Se da la vuelta para marcharse, pero entonces dice:
—Según la agente Rana, la cicuta fue probablemente asaltada por el segundo
sospechoso, tu asesino de Harbinger. Ponte con ella en esto. Será mejor que tu perfil
lo refleje antes de la rueda de prensa de mañana.
Mientras se aleja en dirección a los agentes que cubren la escena con cinta de
precaución, Devyn golpea el hombro de Halen de manera conspirativa.
—Maldita sea. Realmente te metes en la piel de los federales.
Halen expulsa un suspiro prolongado.
—Es un talento.
—Uno que respeto. —Devyn recoge su bolsa, pero luego se detiene. La deja

104 caer a una roca—. Mira, aprecio lo que estás haciendo, girando teorías, tratando de
ayudar. Por eso he presionado para tenerte aquí. —Se toca brevemente la frente,
pensativa—. Pero deberías saber que son víctimas, Halen. No se fueron sin más, ni se
unieron a una secta. Sin decir nada durante cinco años. Mi hermano no decidió un día
levantarse e irse, sin llamada, sin contacto futuro. Se lo llevaron. Alguien se lo llevó.
Él no me haría daño de esa manera. Estábamos unidos... estamos unidos —corrige—.
Somos gemelos. Tan cercanos como dos personas pueden ser. Así que lo sé.
En una muestra de consuelo, Halen toca el brazo de Devyn.
—Lo siento mucho. No quise insinuar...
—Lo sé. Pero por eso te lo digo ahora. —La sonrisa de Devyn es tensa, llena del
tipo de dolor resentido que uno trata de enmascarar a diario—. Ahora, voy a
sumergirme en lo pútrido de esta escena. Si encuentro algo importante, te lo haré
saber.
Mientras Halen ve alejarse a Devyn, se rodea la cintura con los brazos.
—Oh, Dios mío. No tenía ni idea.
—No podrías haberlo hecho. —Riddick se coloca junto a Halen—. Dev
mantiene las cosas cerca del chaleco. Se mudó aquí cuando Colter desapareció, se
unió al departamento para ayudar a buscarlo. Incluso cuando la investigación se
estancó y se convirtió en un caso sin resolver, se quedó.
Halen vuelve los ojos inquisitivos hacia el detective.
—¿Hay alguna coincidencia de las partes de los cuerpos con el hermano de
Devyn?
Riddick niega con la cabeza.
—No lo creo. Pero no dejará de buscar hasta que lo encuentre vivo.
—¿Hay alguien ahí fuera a quien estés buscando? —Halen pregunta.
—¿Yo? No. Soy un lobo solitario. —La encantadora sonrisa que le ofrece
incendia mi compostura. Se lame los labios al más puro estilo depredador—. Pero
podría estar buscando en otra parte.
Esquivando con pericia su avance, Halen desvía la mirada hacia los restos de
un ciervo y levanta la cámara.
—Sigo sintiéndome como una idiota. Debería haber sido más sensible.
—No, no deberías. —Hablo, mi atención se centra en Halen—. Tu teoría es
sólida. Cuando se trata de la familia, la gente es parcial y voluntariamente ignorante.
Se niegan a ver la verdad de lo peligrosos que pueden ser sus seres queridos.

105
Halen me mira a través de la espesa franja de sus pestañas, con su cámara entre
nosotros como si pudiera capturar mi imagen, y me doy cuenta de que he dicho
demasiado. En lugar de disimular mi incomodidad, sostengo su mirada penetrante,
sin inmutarme, dejando que el silencio se convierta en una intensidad crepitante.
Entonces extiendo la mano y presiono su dedo sobre el botón del obturador.
Un grito agudo cruje contra las paredes del barranco, cortando el momento y
desviando toda la atención hacia el otro lado del desfiladero.
Riddick maldice.
—¿Qué hace aquí? —Sin más explicaciones, corre hacia donde se está
formando rápidamente un grupo.
—Oh, Dios. Creo que el Detective Emmons acaba de caer por el barranco. —
Halen arranca en esa dirección.
Se produce una oleada de caos cuando la gente se agolpa para ofrecer ayuda
al detective herido. Alister ordena que envíen una ambulancia a la entrada del
pantano más cercana y luego ordena a uno de los uniformados locales que le ate una
ligadura alrededor del muslo. Riddick levanta la cabeza de Emmons para apoyarla en
su pierna y le coloca el amplio sombrero de detective en la cabeza.
La sangre brota de un corte sobre la rótula del detective. Emmons grita de
dolor por la presión y percibo un fuerte olor a alcohol.
—Cristo, Emmons. —Riddick entrega a Emmons a Devyn y toma uno de los
botiquines de la instalación de suministros—. Todo el mundo, atrás. Puede cancelar
la ambulancia, agente Alister. Es sólo una herida superficial.
Me quedo atrás, cerca de Halen, mientras Devyn ayuda a Riddick a entregarle
los materiales necesarios para desinfectar y suturar la herida de Emmons.
A medida que la urgencia de la situación disminuye y el lugar se despeja, Halen
permanece, su atención centrada en Riddick.
—Eres muy bueno en eso —dice, viéndolo insertar la aguja y coser con
perfecta precisión.
Cuando Emmons intenta apartarlo, Devyn le agarra la mano.
—Por suerte, está demasiado borracho para sentir mucho.
—Se siente mucho —murmura Halen en voz demasiado baja para que nadie
más lo oiga.
Riddick mira a Halen.
—Fui paramédico en una época. Aprendes a hacer muchas cosas bajo presión
y en condiciones desfavorables.

106 Devyn suelta un notable suspiro.


—El funeral de Jake fue hoy —dice refiriéndose al hermano de Emmons—. Está
en mal estado.
Halen tapa la lente de la cámara, luego baja la voz para hablar con Devyn.
—¿El cuerpo fue liberado para el entierro?
Devyn sacude la cabeza.
—No, pero la familia celebró un servicio de todos modos. —Frunce el ceño—.
No querían prolongarlo... más.
Halen asiente con la cabeza y vuelve a concentrarse en Riddick, que está
cosiendo la herida.
—¿Por qué vendría aquí el detective Emmons?
El detective gime.
—Estoy aquí, maldita sea —dice, con el habla ligeramente arrastrada—. Y no
me voy a ir.
Devyn lo consuela.
—Intentaría trabajar en el caso —responde, con un tono defensivo en sus
palabras—. Si fuera el funeral de mi hermano.
Una nube oscura surca el cielo para ocultar los escasos rayos de luz,
advirtiendo de una fuerte tormenta que se cierne en el horizonte.
Después de que el detective Emmons es declarado intoxicado pero estable,
Halen empieza a subir hasta la cima del barranco. La sigo y llego a la árida arboleda
cuando empiezan a caer gotas de lluvia que golpean ligeramente su equipo.
Comprueba brevemente su teléfono antes de empezar a guardar el trípode y
el equipo.
Le doy el maletín, sujetándolo por un extremo para que se vea obligada a
mirarme.
—Sabías que hay tres especies de la polilla de la muerte.
—El agente Hernández está esperando en la entrada. —Me quita la funda del
trípode de la mano—. No voy a quedar atrapado en el aguacero de nuevo.
Va a echarse la bolsa al hombro, y yo reclamo la correa para llevar el equipo
por ella.
Mientras salimos del pantano húmedo, dice:
—Saltaste al Harbinger por el bosquecillo de cicutas. Porque Alister quiere

107
enlazar una conexión allí.
—Sí.
—Es aterrador que empiece a entender tu línea de pensamiento. —Me mira
con una ceja arqueada—. Nunca se determinó ninguna correlación entre las especies,
o las víctimas, para el caso.
—Quizá no si mantienes el caso aislado —digo, ganándome una mirada
fulminante de ella—. Átropos, Láquesis y Estigia. —Recito las especies mientras
vadeo por el agua del pantano junto a ella—. Todas del mito griego. Todas asociadas
con la muerte.
—No —dice rotundamente—. No voy a discutir los detalles del asesino de
Harbinger contigo, Kallum.
—¿Por qué? ¿Hay algo más que prefieras que hagamos durante los próximos
veinte minutos? —Me acerco más a ella—. Siempre estoy abierto a sugerencias.
Halen vuelve la mirada al frente.
Discutir los detalles significa que se verá obligada a pensar en las víctimas, en
su creencia de que soy el asesino. Sobre Wellington, y los recuerdos que está
reprimiendo.
—Sé que probablemente intentaste incluir tus conocimientos en tu perfil —
digo, sin intentar ocultar mi deliberada provocación—. Donde fue rechazado, o
ignorado. Nadie lo entenderá como yo, Halen. Desahógate conmigo.
Sacude la cabeza.
—Atropos es una de las Parcas. Era la Moira que cortaba los hilos de la vida y
traía la muerte. Lachesis medía los hilos. Y Estigia es el río de los muertos.
—Pero el género Acherontia atropos se derivó primero...
—Del río Aqueronte —dice, deteniéndose para girar en mi dirección—. Que
denota el inframundo. Sí, ya lo sé. Gracias, profesor, pero he investigado. En esencia,
no son las etiquetas de las Parcas las que explican por qué las polillas Acherontia se
consideran presagios de muerte.
Su mirada acalorada y sensual se estrecha hacia mí, y podría comérmela viva
ahora mismo.
—Tus amplios conocimientos sobre la polilla no son incriminatorios en absoluto
—entona con la dosis perfecta de sarcasmo.
Freno mi sonrisa.
—Me encerraste seis meses. Tuve tiempo de sobra para investigar.

108 —¿Qué es lo que te mueres por decirme que crees que no sé, Kallum?
Me humedezco los labios y doy un paso en su dirección.
—A la polilla le atraen las cosas dulces. —Mi mirada se arrastra sobre ella
mientras inspiro profundamente para atraerla a mis pulmones—. Le encantan las cosas
dulces.
No dice nada, pero noto cómo su trago recorre su garganta.
—Pueden imitar a una abeja melífera para invadir las colmenas sin ser
detectadas. Como imitan el olor de las abejas, se mimetizan, y si son descubiertas, la
polilla tiene esta gruesa epidermis para protegerse de las picaduras. —Dejo que los
sonidos del pantano llenen el silencio antes de decir—: Tiene una piel muy gruesa
para protegerse del dolor.
—Y la polilla es nocturna. Rara vez se ve porque aparece tarde en la noche. Pía
si está irritada y le gusta poner huevos en la belladona. —Ajusta el asa de su bolso y
exhala—. ¿Qué pretendes con todo esto?
—Sólo que me parece interesante, pequeña Halen, que estés mucho más
conectada a la polilla que yo en atributos.
Su mirada se estrecha aún más.
—Nunca sé si intentas decirme algo o desviarme de una pista.
Miro en dirección al barranco.
—Has captado algo ahí atrás —digo.
—Estás demasiado pendiente de mí —acusa—. Deberías estar centrado en el
caso.
—¿Ahora quién se desvía?
Haciendo caso omiso de mi comentario, avanza de nuevo en dirección a la
salida del pantano.
—Si el sospechoso está utilizando al Harbinger en su provecho, entonces sí, he
considerado que ha tenido que investigar el caso, para aprender lo que yo sé. Y al
hacerlo, el Harbinger podría convertirse en parte del engaño del Superhombre,
incluso en parte de su camino hacia la ascensión.
Se me dibuja una sonrisa en la boca.
—Debería dejar de burlarme de la psicología —digo, mirándola de reojo. Pero
no es la psicología, ni la elaboración de perfiles, ni nada de eso: es ella. Ella es la
vidente—. Si el delincuente cree lo que tú y piensa que yo soy el verdadero asesino,
eso me convierte en un mal presagio para el Superhombre. Deberías usarme a tu
109 favor.
Expulsa un suspiro.
—Todo este pueblo es un mal presagio. Sólo eres una cosa maligna más.
—Eso da un poco de miedo —le digo. Y ante la expresión de duda que se forma
en su rostro, añado—: Puede que yo sea el único en quien puedes confiar, dulzura.
Caminamos en silencio por el pantano y siento la presión de los profundos
pensamientos de Halen. Antes de llegar al sendero que nos llevará hasta donde nos
espera el todoterreno negro, Halen vuelve su mirada hacia mí.
—Para que conste, tienes más atributos de la polilla que yo, Kallum.
—Hmm. Me encantan las cosas dulces. —Le envío un guiño.
9
EKSTASIS

110 Halen

T
odo tiene una anatomía. Los humanos tenemos esa necesidad inherente
de descomponer incluso los objetos más mundanos para explicar su
existencia. Por ejemplo, el espacio vacío entre la llama y la mecha de una
vela se llama zona oscura. El vacío que atrae la mirada a pesar de la llama luminosa.
Creo que está en nuestra naturaleza buscar el aspecto más oscuro. Nuestro
deseo de llenar ese espacio negativo.
O tal vez sea nuestro primitivo sistema de alerta; el hermoso y danzante
parpadeo arderá si nos acercamos demasiado.
Desafiante, paso el dedo por la llama de la vela. El agua que tengo en la mano
por haberme estrujado el cabello húmedo chisporrotea en el fuego.
Después de que la tormenta dejara sin electricidad al hotel, Iris proporcionó
velas a todos los huéspedes. Oí más de un gemido en el vestíbulo de los equipos de
prensa que necesitaban cargar sus equipos.
Me echo el cabello recién lavado por encima del hombro, me siento en la
esquina de la cama y meto la compresa innecesaria en el bolso. Mi flujo era ligero, y
desde entonces casi ha cesado. Cuanto más pienso en lo que me dijo el Dr. Floris,
sobre cómo las hormonas y el estrés pueden provocar hemorragias, más lógico me
parece que simplemente haya sufrido una alteración temporal de mi sistema.
Ahora necesito una respuesta lógica a lo que ocurrió durante el ritual, por qué
tengo dos conjuntos de recuerdos. Siempre hay una explicación racional para lo
inexplicable. Esta es la esencia de lo que hago.
Observo la portátil que hay sobre la consola y luego miro las cajas alineadas a
lo largo de la pared. Aubrey ha enviado los archivos de mi caso a un almacén que he
alquilado temporalmente. Tengo una copia del caso Harbinger en un archivo zip, pero
lo que no podía almacenarse, me lo traje al hotel.
No esperaba que CrimeTech liberara mis archivos tan rápido, pero como las
noticias están zumbando con el nuevo asesinato de Harbinger, es probable que no
quieran tratar con los federales. No porque sea lo correcto.
Me hundo en el suelo y atraigo hacia mí una caja de plástico. Aprovecho la
suave luz de las velas para rebuscar en su contenido hasta desenterrar mi viejo
teléfono.
Un aleteo ansioso cobra vida en mi pecho. He escuchado la grabación tantas
111 veces que me la sé de memoria. Por eso, cuando Kallum me dijo que volviera a
escuchar nuestro primer encuentro, no sentí la necesidad de hacerlo: no iba a
descubrir nada nuevo.
Queda suficiente batería para encender el aparato. Como si rascara una herida
cicatrizada, pulso Play en el archivo de audio y la voz grave de Kallum se desliza sobre
mi piel.
—Eres una pequeña cosa intrigante.
Como hace tantos meses, los finos cabellos de mi nuca se levantan.
Escucho las idas y venidas mientras me hace preguntas aleatorias sobre mi
trabajo. Entonces:
—¿Me tienes miedo?
Pulso Pausa.
He pasado suficiente tiempo con Kallum para saber cómo le gusta intimidar.
Utiliza su aspecto llamativo, su inteligencia, incluso el miedo para disuadir a la gente.
Y eso es exactamente lo que supuse que estaba haciendo en ese momento, cuando
me hizo una pregunta tan chocante.
Al reanudar la grabación, me oigo culpar al clima de Nueva Inglaterra de mis
temblores. Luego comenta cómo me ve, a la deriva por debajo del radar, intentando
pasar desapercibida.
—...aquí estás tú, el único con credenciales reales e impresionantes, el único que
puede reconstruir lo que pasó aquí, y no has dicho ni una palabra.
Puedo sentirlo, muy cerca, como estaba aquel día. Respirándome. Su mirada
ártica penetrándome y sacudiendo mis defensas.
—Me gustaría saber qué pensamientos callas, qué te preocupa tanto que pueda
deslizarse por esos labios temblorosos.
Presiono pausar.
Un escalofrío me recorre los músculos y me froto el antebrazo para ahuyentar
el frío. Mis dedos rastrean las cicatrices bajo la camiseta de manga larga, sin dejar de
pensar en el accidente.
Situando nuestra conversación en otro contexto, por supuesto que puedo oír un
significado alternativo en sus palabras. Hay un millón de maneras diferentes de
percibir sus oscuros comentarios. Así es como opera Kallum.
La luz de las velas rebota en las paredes, proyectando sombras espeluznantes
112 sobre la habitación mientras la lluvia golpea la ventana. Recuerdo que cuando era
pequeña me daba mucho miedo la oscuridad, y mi madre me explicaba
tranquilizadora que los monstruos que veía en los rincones oscuros eran solo mi
imaginación.
No recuerdo el color de su blusa cuando me lo dijo, ni cómo llevaba el cabello,
pero recuerdo el aroma de su loción de albaricoque, y ese recuerdo me tranquiliza
ahora como lo hacía entonces.
La psicología dedica mucho tiempo a la memoria.
La verdad es que nadie recuerda su pasado con exactitud. Por eso la gente
discute y se pelea con amigos, hijos, cónyuges. Una persona recuerda un asunto de
una manera y la otra persona de otra completamente distinta.
Ambos tienen razón.
Y también están equivocados.
Da miedo pensar que no puedes confiar en tu propio pasado.
Como la mente no está hecha para retener todos los recuerdos, son los más
dañinos los que obsesionan a nuestro cerebro, que nunca nos deja olvidar. Esos
recuerdos dolorosos definen y dan forma a nuestra existencia. Luego están los
recuerdos tan demoledores que la psique tiene que purgarlos o arriesgarse a sufrir
daños irreparables. Es un mecanismo de defensa.
La mente construye y altera los recuerdos para protegernos.
Y Kallum entiende todo esto. Sabe cómo retorcer y manipular para hacerme
cuestionar el tejido de mi realidad. Por eso estoy sentada en el suelo de mi habitación,
escuchando nuestra conversación y cuestionándome mi propia mente.
Tomo mi maletín y saco la cámara. Reviso las imágenes del barranco,
entumecida ante la visión de la mutilación animal. Años de analizar la más baja
depravación de la naturaleza humana han insensibilizado una gran parte de mi
empatía. Dejo de revisar cuando la imagen de Kallum se cristaliza en la pequeña
pantalla.
Mientras estudiaba este caso, me encontré con una frase de Nietzsche que me
resonó: No hay superficies bellas sin una profundidad terrible.
No pretendo entender la filosofía. Ni siquiera me gusta mucho. Pero lo que se
capta en esta foto es la razón por la que nos esforzamos más allá de nuestra limitada
capacidad para captar una comprensión más elevada y profunda de nuestra
existencia.
Hay una terrible profundidad tras la belleza de Kallum, un espeso alquitrán
113 adherido a su alma, una oscuridad agonizante que mancha su mente. En este
parpadeo de un momento en el que su verdad fue capturada, somos iguales. Estamos
unidos por nuestro trágico sufrimiento.
Tal vez eso es todo lo que necesito entender.
—Maldita sea. —Guardo la cámara, dejo caer el teléfono en la caja y cierro la
tapa.
Me estoy desmoronando.
No importa cómo intente rechazar a Kallum, se escabulle de cada una de mis
defensas. Cuando me mira, mira dentro de mí. Me ve de una forma que nadie más lo
ha hecho nunca, y es embriagador, ser vista de verdad.
Todos mis recuerdos de Jackson y yo juntos están sellados herméticamente,
metidos en una caja como mis viejos expedientes. A buen recaudo, fuera de la vista.
De vez en cuando, siento la tentación de abrir la tapa y sacar alguno, pero no lo hago.
No puedo. Porque mientras él esté ahí, con esa versión de mí, todo puede permanecer
intacto, impoluto.
Mi vida con él no era perfecta, pero era segura. Había amor, confianza y
felicidad.
Sin complicaciones.
Hasta que no lo fue.
No estoy segura de si alguna vez fui realmente esa versión de mí misma... o,
como la belleza que sólo se ve en la superficie, la verdad de mí sólo estaba sumergida
en la oscura y terrible profundidad.
Para ello, Kallum me reta.
Hay algo inquietante que me retuerce los huesos, que me encoge como los
espeluznantes árboles del pantano cada vez que él está cerca. El anhelo de rasgar su
ropa y estar piel con piel con él es una enfermedad que infecta mi alma. Temo esa
pérdida de control sobre mi mente... mi cuerpo.
Miro el candado roto que cuelga del marco de la puerta que da a la habitación
de Kallum. La que rompió cuando abrió la puerta con el hombro mientras yo estaba
muerta de sueño.
Dios, y quiere que confíe en él.
Cómo puedo confiar en el diablo que se aprovecha de mí en cada oportunidad
con un brillo maligno en sus hermosos ojos engañosos y su sonrisa letal. Toda su
personalidad te atrae, te desarma, hasta que te das cuenta demasiado tarde de que
114 estás enredada en su red.
Anoche sentí que los hilos de gasa me atrapaban mientras él me miraba a través
de la lluvia que caía, con su expresión angustiada tan convincente mientras suplicaba
que le creyera.
No sé si este pueblo me pone en peligro o no, pero sí me puso en peligro aquel
primer día en que Kallum se acercó a mí, cuando me puso el cebo y me atrapó en su
trampa.
Y estaba en peligro hoy en el barranco, cuando se convirtió en un sin esfuerzo
con él, fue tan fácil como respirar.
Enamorarme de un hombre en el que nunca podré confiar...
Ese es el verdadero peligro.
Mi teléfono vibra sobre el escritorio, distrayéndome afortunadamente de mis
pensamientos en espiral. Lo tomo y veo el nombre en la pantalla.
—Sr. Wheeler —digo, mi sorpresa por su llamada anulando la etiqueta básica—
. Hola. ¿En qué puedo ayudarle?
—Señorita St. James, me alegro de que haya contestado. ¿Ha tenido la
oportunidad de comprobar su correo electrónico ya?
Por reflejo, miro mi portátil.
—Todavía no. El caso actual ha sido muy ajetreado.
—He visto las noticias. —Su tono es compasivo—. Mire, no le quitaré mucho
tiempo, pero quería ponerme en contacto con usted sobre el expediente que solicitó.
El expediente juvenil de Kallum.
El corazón se me sube a la garganta.
—Claro, sí. Gracias, gracias. ¿Ha habido algún progreso?
Me acerco a mi portátil y despierto la pantalla, con la impaciencia atenazando
mis nervios mientras espero a que se conecte la Wi-Fi, sólo para recordar que se ha
ido la luz.
—Mierda —siseo.
—¿Va todo bien?
—Hemos tenido tormentas aquí. Hay un apagón. —Mientras me acomodo el
cabello mojado sobre el hombro, suena un trueno bajo que corrobora mi afirmación—
. Puedo comprobar el correo electrónico de mi teléfono cuando terminemos la
llamada.

115
—No quiero crearle ilusiones —dice—. No he podido acceder al archivo
juvenil, pero lo que he podido descubrir podría interesarle. Hay un informe de
incidente enterrado sobre el padre fallecido, Malcolm Locke. Fue hospitalizado justo
alrededor de la fecha del informe juvenil. Puede que no tenga nada que ver, pero me
pareció que valía la pena mencionarlo para sus propios fines de investigación. —Un
largo silencio llena la línea antes de decir—: Incluso obtener acceso a esta
información fue difícil.
La forma en que dice acceso me hace creer que la información no fue adquirida
legalmente.
—Le agradezco sinceramente su insistencia en este asunto —le digo.
—Claro. No es mucho, debo añadir. Aparentemente, la familia Locke tiene
suficiente dinero para mantener sus secretos enterrados y bien sellados.
Resoplo burlona.
—Soy consciente de ello. Llevo meses intentando contactar con la Sra. Locke.
Vive fuera del país y no responde a ninguna petición.
—Las madres pueden ser... desafiantes —dice, como si hablara por
experiencia—. Seguiré trabajando con el juez Carter para que me conceda acceso al
expediente y la mantendré informada. Buena suerte en su caso.
—De nuevo, se lo agradezco. Gracias, Sr. Wheeler —le digo, y termino la
llamada.
Hay un momento ponderado en el que miro fijamente la pantalla del teléfono,
dudando si abrir el correo electrónico.
A lo largo de los últimos seis meses, me había formado una firme opinión sobre
el chico malo del mundo académico. Puedo admitir que estaba obsesionada con
demostrar que era un asesino, que se escondía a la vista de todos, seguro de que
nunca lo atraparían mientras se burlaba de los que consideraba menos inteligentes.
Que, cuando se trataba de Kallum, resultaba ser todo el mundo.
Mi pulgar se cierne sobre el archivo adjunto mientras escudriño las líneas del
correo electrónico en las que destaca una frase.
...el paciente sufrió daños en el oculus...
Bajo el teléfono y miro fijamente la llama parpadeante de la vela, mirando hacia
la zona oscura.
Una vez que abra ese archivo, nunca podré desconocer esto sobre Kallum.
Ahora mismo, es una vaga sugerencia, una especulación.
No tengo que preguntarme si Kallum es capaz o no de cometer semejante

116
delito. Cuando era adolescente, le diagnosticaron un breve trastorno psicótico con
tendencias violentas. La pregunta más aterradora es: ¿saber la verdad cambiará lo
que siento por él?
La respuesta susurra desde los recovecos más oscuros de mi alma. Como un
fino pergamino que arde, mi determinación se convierte en cenizas.
Borro el correo electrónico.
La lluvia golpea contra la ventana, la tormenta aumenta su fuerza, y siento que
el vacío de la habitación me engulle.
Dejo el teléfono sobre la mesa y me acerco a la puerta. Toco la cadena rota, mi
pecho arde al sentir su presencia que puedo percibir justo al otro lado de la madera.
La desesperación me hace un nudo en las entrañas y suelto la cadena.
Echo un vistazo a la silla al pasar junto a ella y apago la vela.
La oscuridad me oprime la piel mientras me quito la ropa y me deslizo entre las
sábanas frescas.
Una respiración temblorosa para llenar mis pulmones, luego meto la mano bajo
las sábanas y toco el sigilo en el interior de mi muslo. Trazo las líneas curvas de la piel
levantada y dañada. El tierno dolor resuena como una invocación por todo mi cuerpo,
mi corazón late tan ferozmente en mi pecho que sé que él puede sentirlo.
Apenas se me han cerrado los ojos de sueño cuando oigo el chirrido de la
puerta al abrirse.
Con la respiración entrecortada, siento a Kallum antes de atreverme a abrir los
ojos.
Es la sombra que se arrastra desde la esquina. El monstruo debajo de mi cama.
Oculto por la oscuridad, se detiene en el umbral, con su promesa de no cruzarlo
reflejada en el destello ardiente y desafiante de sus ojos chocantes. La cruda
intensidad de su expresión acerada me clava en la cama, su mirada es como un
contacto físico, como fuego lamiéndome la carne.
Mientras un relámpago ilumina la habitación, mi mirada recorre los valles y
relieves de su pecho desnudo, cartografiando la tinta oscura que cubre su piel. El
cráneo de ciervo sombreado en un dramático trabajo en negro, las astas que se
ramifican por sus hombros y cuello. Se me corta la respiración al trazar la esbelta
definición de sus tensos músculos, que se hace más evidente cuando apoya las palmas
de las manos a ambos lados del marco de la puerta. Un hermoso dios que apenas
puede contener al demonio que lleva dentro.
Mi corazón se desgarra en la jaula de mi pecho cuando mi mirada se ve atraída
por los seductores surcos en forma de V cortados en diagonal a lo largo de sus

117 músculos abdominales y la visión de su erección justo debajo.


Su deseo es una fuerza enloquecedora y destructiva que amenaza con
devorarme si se desata. Si le permito cruzar ese umbral, cualquier fuerza de voluntad
que haya mantenido se hará añicos.
Estaré perdida por él.
Kallum echa un vistazo a la silla abandonada en la mesa y sus labios se curvan
salvajemente. Su hambre animal me llega desde lo más profundo de su ser, un
atrevimiento a negar que siento ese deseo perverso de rendirme.
Respiro entrecortadamente y me empujo contra el cabecero, dejando que la
sábana se deslice hasta mi cintura y deje al descubierto mis pechos. Hace un
movimiento hacia delante, pero levanto la mano. Kallum se detiene, contenido por mi
orden silenciosa.
Una tensa quietud invade la habitación, zumbando en la frecuencia más alta. La
vibración recorre mi sangre, una corriente entre nosotros en la que, si uno de los dos
pronuncia una palabra, el hechizo se romperá.
La tensión surge entre nosotros y nos reta a ceder o a negarnos a nosotros
mismos. La agonía de esa negación es un dolor vacío en mi interior. La necesidad de
arrastrar mis uñas por su piel y enroscarme entre sus huesos es un picor tan profundo
que siento que se me clava bajo los músculos.
La intensidad con la que me observa hace que el latido sea más profundo, el
dolor vacío que suplica ser llenado. Ni siquiera tiene que tocarme; ya está marcado
en mi carne. No me ha abandonado desde el momento en que entró en mí durante el
ritual. Un dios oscuro al que puedo llamar sólo con mi deseo.
Estoy conectada a él de una forma que desafía la lógica. Es primitivo y
aterrador, y debería escapar ahora antes de que no pueda escapar de él nunca más,
pero estoy atrapada en la seductora atracción de sus ojos, indefensa mientras
obedezco la orden de arrastrar la sábana por todo mi cuerpo y exponerle cada marca
y herida.
Bebe mi miedo como un néctar dulce, lame mis heridas y mi dolor como una
bestia hambrienta. Mientras la tormenta arrecia fuera de estos muros, él me admira,
desnuda y vulnerable, como si fuera la criatura más hermosa del universo para él.
No hay burlas, ni insinuaciones. Sólo lujuria absoluta y carnal. El poder de
corromper, de ser corrompida y seducida en su frenesí.
Enloquecer de placer.

118
Las palabras que susurró mientras me seducía en una danza hedonista. Y cedí,
igual que ahora cedo a la seducción, al señuelo hacia un momento de puro y
decadente olvido.
Ekstasis.
Una forma de éxtasis tan trascendente, que te sientes como fuera de ti misma.
Un placer depravado tan libertinamente perverso, que se apodera de tu cuerpo, de
tu mente. De tu alma.
Los deseos básicos se experimentan en la oscuridad, donde nos sentimos a
salvo escondidos. Pero no puedo esconderme de Kallum. Fingir que esto es algún
sueño sórdido.
Nunca he estado más despierta.
Kallum amplía su postura. Sin avergonzarse, se agarra a la parte superior del
marco de la puerta y levanta la barbilla, mirándome fijamente y empujando las
caderas, con su erección dura como una roca empalando el aire.
La adrenalina recorre mis venas, las cavidades de mi corazón arden por la
fuerza.
Lo siento en mi vientre. El dolor punzante y necesitado que me hace caer de
rodillas. Estoy atada al vaivén de sus caderas, a la lasciva visión de su polla erecta e
hinchada follando el aire.
La sábana me araña las rodillas cuando separo los muslos. La gravedad me
oprime la columna vertebral y muevo las caderas al ritmo de las suyas.
Kallum se estira contra el marco de la puerta, las marcadas venas de sus
antebrazos son una estética tentadora. El tambor de la lluvia es una canción, el trueno
es su banda sonora. Es dueño del relámpago que ilumina su cuerpo para revelar la
poesía inscrita en su piel, convirtiéndose en una pieza de su arte.
Pero es la forma frenética en que su mirada se endurece sobre mí, una amenaza
de desgarrar los lazos superficiales y aniquilar a su presa. Su lucha por contenerse es
tan erótica, el control que poseo sobre él es una droga.
Y estoy drogada, deslizándome bajo un trance de otro mundo en el que no
albergo vergüenza alguna mientras me dejo dominar por la lujuria indómita y sin
adulterar. Mi cabello húmedo, una maraña salvaje, cae sobre mis hombros como a él
le gusta mientras toco mi cuerpo. Con los ojos clavados en las ardientes brasas de los
suyos, me paso las manos por los pechos, me pellizco los pezones. Me araño con las
uñas las mordeduras y los moretones que sus dientes han dejado en mi piel y que
descienden hasta mis muslos. Mientras tanto, los empujones de Kallum se intensifican,

119
sus movimientos vulgares me llevan más allá de mi límite.
Es una fiebre bajo mi piel, cocinando mi sangre y quemando la infección. Hasta
que todo lo que puedo sentir son sus manos tocándome, su boca saboreándome. Su
polla empujando dentro de mí.
Siguiendo la orden dominante de sus ojos oscuros, deslizo un dedo sobre mi
clítoris y casi estallo ante la sensación eléctrica y candente que recorre mi cuerpo al
ritmo del relámpago. El fuego se agita en mi vientre mientras muevo los dedos y
ondulo las caderas al ritmo del suyo, peligrosamente a punto de romperme.
Atormentada por los escalofríos, me esfuerzo por mantener los ojos abiertos y
fijos en él. Es más que la lasciva y lujuriosa visión de Kallum; es el embriagador
embeleso, la libertad de perderme en el placer lo que me mantiene cautiva.
Nada fuera de esta habitación es real.
Estoy pegada a su cuerpo, soy parte de él, mientras me folla con los ojos. El
brillo enloquecido de sus ojos se apodera de mí y su polla salta, sus caderas se
mueven más deprisa con cada puñalada desesperada por envainarse.
Kallum siente lo que yo siento. Y es embriagador, cómo no tiene que tocarse a
sí mismo, cómo está tan cerca de romperse sólo con mirarme. Mi placer desgarra su
resistencia. Pero es la conexión visceral y aterradora que siento con él lo que me
permite experimentar lo que él siente: la dolorosa necesidad de conectar, el deseo
hambriento que nunca se sacia.
Se siente como morir.
Caigo sobre la cama, con el brazo estirado y los dedos enroscados en la
sábana. Mis caderas se empujan contra la cama, mis dedos resbalan por la excitación,
mi espalda sube y baja mientras presiono para que el dolor palpitante penetre más
profundamente y me aferro a esa dulce explosión que recorre cada célula de mi
cuerpo.
La euforia chamusca los bordes hasta que el fuego me envuelve y ardo en
llamas.
Kallum enseña los dientes y aprieta todos sus músculos. El vaivén de sus
caderas aumenta, sus músculos se flexionan tensos. Nunca se toca mientras empuja
las caderas con frenesí enloquecido, con los músculos del vientre contraídos, la polla
tan jodidamente dura que puedo sentir su pulso caliente contra mis paredes internas
cuando suelta un gemido y una gruesa cinta de eyaculación brota a chorros, el
espectáculo erótico me lleva al límite con él.
Me extasío en su abrazo, respiro entrecortadamente para llenar mis pulmones
ardientes, mi cuerpo se balancea sobre un filo de navaja mientras desciendo
lentamente. No le he quitado los ojos de encima, y ahora lo observo, atrapada por la

120 hipnotizante forma en que Kallum suelta el marco de la puerta, sus hombros y su
pecho elevándose con cada furiosa inhalación.
Se moja los labios y luego mira al suelo con una sonrisa desafiante curvando la
boca, como si afirmara que, después de todo, le he permitido cruzar el umbral.
Me pongo de rodillas, agarro la camiseta y la tiro al suelo para cubrir el
desastre. Le sostengo la mirada, agotando las fuerzas que me quedan para impedir
que Kallum entre.
El tintineo de la lluvia llena el tenso silencio, la tormenta se debilita.
Sin mediar palabra, se inclina y se agarra al lateral de la puerta.
Contengo la respiración hasta que la puerta se cierra.
Me acurruco entre las sábanas, con la respiración todavía desgarrándome el
pecho, mi estado mental cuestionable, y me llevo la mano al colgante del cuello en
busca de consuelo, sólo para recordar que ya no está ahí.
No estoy segura de qué me asusta más: Hasta qué punto estoy permitiendo que
Kallum entre en mí, o como el diamante que me falta en el cuello, la culpa que ya no
siento.
Un momento robado en la oscuridad, un momento en el que le ofrecí a Kallum
una parte de mí, y él no sólo aceptó un trozo: metió la mano y me robó todo.
Ya no hay escapatoria.
Me atrae su espacio negativo, el deseo de tocar su parte más oscura es
demasiado seductor a pesar de la hermosa llama que sé que me hará cenizas.
Kallum es mi zona oscura.
10
CONEXIÓN

121 Kallum

M
ientras el crepúsculo se instala en la ciudad, hago girar el anillo de
plata alrededor de mi pulgar una... dos... tres veces.
Es un impulso más que una compulsión, el deseo de sentirse
completo, entero. Como todo lo que viene de tres en tres es perfecto en su totalidad.
Omne trium perfectum.
Una verdad en la que he creído sin falta hasta mi pequeño y sexy duende.
No existe un número que pueda equipararse a la satisfacción total y absoluta
cuando se trata de Halen. Puedo retorcer mi anillo hasta el infinito y aún me quedaría
con ganas de más.
Como quedó patente en la sesión de tortura de anoche.
Oh, pero qué dulce y delicioso dolor.
El autocontrol del que me valí para salir de su habitación fue la maldita fuerza
de voluntad de los dioses. Me convirtió en una bestia salvaje, peligrosamente a punto
de faltar a mi palabra y tomarla una y otra vez hasta que ambos nos arruináramos en
una felicidad perfecta y jodidamente depravada.
La imagen de ella abierta de par en par, tocándose, con el cabello tan salvaje
como su lujuria mientras se entregaba a nuestra pasión está grabada a fuego en mi
maldita alma. Habría cambiado lo que queda de esa alma por el mismísimo diablo
para saborearla en ese momento.
Pero mientras me mantenía atrapado en la intensidad de su mirada, invocando
un poder que sólo ella puede ejercer, me sentía malditamente sumiso a todas sus
órdenes. Una vez le dije a Halen que no tenía ni idea de cuánto poder poseía, y
anoche, desveló una esquina de su arsenal.
Ahora, el anhelo de verla completamente desatada me araña el cartílago y la
carne desde dentro.
Como consecuencia, he estado distraído, fuera de juego. Después de que
Halen convenciera a Alister para que enviara un equipo de agentes en su búsqueda
para procesar la mansión gótica, comenzó el registro completo de la biblioteca de
Landry, que sólo descubrió sus huellas dactilares y ADN para el grupo de trabajo, y
nada más que las mismas conexiones que confirman que Landry fue cómplice y peón

122 del delincuente.


Sé lo que Halen está buscando. En el barranco, bailó alrededor de la teoría de
que los lugareños desaparecidos en realidad nunca desaparecieron. Encontrar
pruebas que apoyen esta teoría resultará difícil sin las propias víctimas.
La expedición fue vigilada por más agentes de los necesarios, creo, para
mantener una barrera de seguridad entre nosotros, no confiando en quedarse a solas
conmigo. Un riesgo que corrió y que acumuló la ira de Alister por las horas de trabajo
malgastadas. Como resultado, la petición de Halen de interrogar a las familias de las
víctimas fue denegada.
En algún momento, toda búsqueda, ya sea externa o interna, se topa con lo que
parece un callejón sin salida. Un punto en el que la búsqueda se estanca, no hay más
respuestas y nos vemos obligados a aceptar la derrota o a dejarnos consumir por
nuestra obsesión.
Pero también es el momento en que se producen los grandes avances.
Mientras todas las miradas se centran en la búsqueda de las treinta y dos
víctimas, nadie se fija en la propia persecución del sospechoso.
Esta persona tiene una agenda, una que lleva días estancada, y puedo sentir la
ansiosa energía que rodea a la ciudad mientras recorremos las calles desgastadas
por el tiempo.
El Superhombre está listo para forzar su propio avance.
Cada día que pasa, esta persona es una amenaza creciente para Halen y su
secreto, el secreto por el que he sacrificado mi maldita libertad para mantenerlo
enterrado.
Como no puedo permitir que el autor sea capturado y detenido con este
conocimiento, la única opción es asegurarme de que no lo sea. Hacer lo que Halen
aún no está preparada para hacer.
Es hora de que el Superhombre ascienda y se reúna con su creador.
Para ella, yo puedo ser el villano.
Desde el asiento del copiloto, Halen expulsa un audible suspiro mientras mira
su teléfono, encendiendo la pantalla para iluminar el interior del todoterreno.
Atreviéndome a romper el silencio entre nosotros, digo:
—¿Malas noticias?
Duda unos segundos antes de ceder.
—El agente Alister denegó mi solicitud de comparación del molde de

123 mordedura para los restos del ciervo en el barranco.


Fuera de lugar, el agente Hernández habla.
—No necesitas su permiso. Estás con los locales. Puedes hacerles tus propias
peticiones de laboratorio.
Sorprendida por su repentina sugerencia, Halen mira fijamente al agente.
—Gracias, agente Hernández, pero ese no es todo el problema. El laboratorio
está bloqueado, sólo procesa pruebas urgentes y sensibles al tiempo. El agente
Alister es la autoridad en eso, por desgracia.
Me siento hacia delante para estar más cerca de ella.
—Puede que no sea un contratiempo. Deberías presionar para que un
laboratorio externo haga las pruebas de todos modos.
Se remueve en su asiento para mirarme, sus delicadas facciones se arrugan
ante la insinuación. Sentí su cautela en el barranco; sé que está cuestionando algo más
que a las víctimas.
—No ha habido ninguna prueba que sugiera que el sospechoso está en las
fuerzas del orden —dice tajante.
—Pero es alguien de este pueblo —ofrece Hernández, continuando con su
actitud servicial.
Enarco una ceja, divertido.
—Tiene razón, y es un lugar ideal para esconderse en un pueblo pequeño.
—También es una de las más obvias por ese motivo —rebate—. Esta es una
comunidad muy unida. Ya oíste lo que dijo Devyn sobre su hermano. Si alguien
sospechara de uno de los suyos, serían los primeros en actuar. —Da una mirada
cansada por la ventanilla del vehículo en marcha—. No dejarían que el dolor
continuara.
Oigo la tierna verdad que se esconde tras sus palabras, su propia experiencia
con ese dolor que se filtra para empañar su perspectiva. Está más atenta que nadie en
el caso y tiene a sus sospechosos en mente, pero no quiere revelarlos. Especialmente
a mí. Sigo siendo una variable desconocida.
—En las comunidades pequeñas —dice Hernández—, el delincuente no tiene
por qué pertenecer a las fuerzas del orden para tener acceso al departamento. Un
cónyuge, un hermano, otro pariente o un amigo... En los pueblos pequeños confían
los unos en los otros.
Mientras observo el reflejo de Halen en la ventanilla del acompañante, veo el
124 profundo pliegue que se forma entre sus cejas. Algo más se está enconando en sus
pensamientos.
—¿Qué es?
—Nada. —Sacude la cabeza—. Yo sólo... le di algo al laboratorio para que
probaran. Probablemente debería pedirlo de vuelta. —Su mirada se fija en la mía en
el reflejo.
El núcleo de culpa que registro en sus ojos la delata. Halen les dio las pruebas
del ritual. No necesita decirlo; la forma en que se tira del labio inferior lo confirma.
Me siento y me acomodo las manos detrás de la cabeza.
—Bueno, si es alguien que tiene acceso al laboratorio, entonces hay una
abundancia de mi ADN a su disposición.
Ese cuchillo de trinchar debería aparecer pronto.
—No dejaré que eso ocurra —dice Halen, con tono resuelto.
Inclino la cabeza, por primera vez sin palabras. La pequeña Halen,
defendiendo a su diablo. Creo que el infierno se congeló.
Mi lúgubre sonrisa parece genuina.
—No estoy preocupado por mí, dulzura.
Aparta su mirada de la mía en la ventana.
Independientemente de quién sea el autor o de su nivel de acceso, no estaré
libre mucho tiempo. Como probablemente me han pintado como el hechicero de la
alegoría, soy una amenaza para el superhombre. Pero en lugar de la amenaza de
volver a los hombres superiores contra Zaratustra como en la parábola, soy una
amenaza de volver a Halen contra el sospechoso. Esta persona quiere que desconfíe
de mí para poder aislarla.
Esta persona también es persistente. Tienen una paciencia infinita y años de
práctica tratando de obtener una filosofía antigua.
Y ha fracasado.
Todo un barranco lleno de sus esfuerzos en descomposición.
Entonces llega la pequeña Halen, pura pena y emociones exacerbadas, su
hermoso sufrimiento un canto de sirena para los Rausch. Un éxtasis totalmente
trascendente.
Debería saberlo, yo mismo experimenté su divinidad.
El Superhombre la quiere. Soy un obstáculo en el camino.

125 Lástima por ellos, mi obsesión es mucho más profunda.


El agente Hernández dirige el todoterreno hacia el estacionamiento del
departamento de policía, haciendo que Halen levante la vista de su teléfono.
—¿Por qué estamos aquí?
El agente expulsa un suspiro, cansado de su deber de chófer.
—La rueda de prensa.
—Mierda —murmura Halen—. Me olvidé de eso.
—El agente Alister me dijo que te recordara que no montaras una escena. —
Hernández aparca el vehículo y le lanza una mirada comedida en señal de
advertencia—. No tienes que responder a ninguna pregunta.
—¿Te dio la misma orden para mí? —Le digo.
Dirige una mirada al asiento trasero, poniendo su mejor cara de agente
intimidatorio.
—Dijo que mantuviéramos al sociópata contenido.
Mi sonrisa no se encuentra con mis ojos duros.
—Tomo nota.
Halen se echa el cabello por encima del hombro y hace una trenza con el
grueso mechón, asegurando el extremo con la goma del cabello.
—Acabemos con esto.
Sigo a Halen mientras avanza entre furgonetas de prensa y autos patrulla hacia
el edificio. En la entrada, paso por encima de su hombro y agarro el picaporte,
atrapándola entre mi cuerpo y la puerta de cristal.
—No puedes evitar para siempre lo que pasó anoche —le susurro al oído.
Pone su mano sobre la mía y abre la puerta.
—Oh, pero lo intentaré.
Una sonrisa burlona curva mis labios. La evasión es una táctica débil cuando
nuestras defensas se fracturan.
Mi pequeña Halen se está agrietando.
El sonido de voces apagadas nos guía hacia las puertas dobles de la sala de
conferencias. Halen se desliza sigilosamente, intentando pasar desapercibida
mientras localiza un lugar junto a la pared del fondo.

126
El agente Alister está sentado en una silla metálica en la parte delantera de la
sala, acompañado por dos de sus agentes principales, y el detective Riddick para
representar al departamento local, presentando un esfuerzo conjunto sobre el caso
para los medios de comunicación.
La habitación está congestionada con demasiados cuerpos. La presión del calor
corporal hace que los ventiladores de las ventanas funcionen a toda potencia. El batir
de las aspas se mezcla con el clic del obturador de las cámaras digitales.
Incluso desde el fondo, veo las caras tristes y abatidas que salpican a la
multitud. Los ojos enrojecidos y llorosos. La brizna de esperanza en los labios
temblorosos que posan para las cámaras. Los moqueos y lloriqueos exagerados que
se escenifican para las entrevistas.
La visión tira de algún hilo oscuro dentro de mí, y un penacho de resentimiento
se eleva como los humos nocivos del barranco.
Lo que Hernández dijo en el todoterreno ronda mis pensamientos mientras
absorbo el hedor saturado de la sala de conferencias.
La cosa es así: la sociopatía y el afecto superficial no son una receta para la
naturaleza siniestra. Los malditos melodramáticos que lloran incontrolablemente son
la preocupación más apremiante. A puerta cerrada, sus sentimientos empáticos
desaparecen de repente. Puf. Todo un espectáculo para ganar simpatía por razones
egoístas.
Esa gente es mucho más peligrosa que el sociópata medio.
Puede que no derrame una lágrima en tu funeral, pero eso es porque entiendo
que hemos nacido para morir. Es un propósito, el único propósito, que todos
compartimos. ¿De qué sirve llorar un desenlace inevitable? Entristecerse por ello es
ridículo y, francamente, artificioso.
Tal vez eso en sí mismo me convierte en un sociópata. No me molestan las
etiquetas.
Pero tampoco soy yo quien va a utilizar tu muerte como un programa de
financiación en línea para poder comprar un billete para un crucero.
Un agudo chirrido de retroalimentación sale de los altavoces y Alister toca el
micrófono. Una vez que concluye las actualizaciones del grupo de trabajo, abre la sala
a las preguntas de la prensa.
Un periodista en primera fila da el pistoletazo de salida.
—Agente especial Alister, se rumorea que la criminóloga que fue atacada en
una de las escenas del crimen fue despedida. ¿Puede confirmarlo?

127
A mi lado, Halen se eriza de inquietud. Alister parece aún menos dispuesto a
permitir esta línea de interrogatorio, pero hace una declaración directa.
—La doctora St. James fue liberada de su puesto en CrimeTech por razones
desconocidas para el FBI.
El mismo periodista sigue.
—Pero la Dra. St. James sigue trabajando en el caso, ¿es correcto?
Alister se frota la nuca antes de responder, mirando primero al detective
Riddick.
—El departamento local ha contratado sus servicios expertos como consultora.
Otra mano se levanta, y Alister llama al reportero.
—¿Está la Dra. St. James aquí para responder a las preguntas sobre el ataque?
Meto la cabeza cerca de Halen.
—Eres legendaria, dulzura.
—Firmé un acuerdo de confidencialidad —susurra.
—Así que no reveles nada.
Suelta un suspiro de fastidio.
—No tengo tanta práctica como algunos en el arte de la oscuridad críptica.
Me tapo la boca con la mano para disimular una sonrisa burlona.
Alister intenta desviar la pregunta.
—Los detalles del ataque a la Dra. St. James son confidenciales en este
momento. —Señala a un periodista para que avance con las preguntas.
Este joven y entusiasta reportero va directo a la fuente. Se vuelve hacia el fondo
de la sala y señala a Halen.
—Dra. St. James, ¿el hombre que le atacó estaba metido en prácticas ocultistas?
Mira a su alrededor mientras todos los ojos se posan en ella.
—Pido disculpas, pero no puedo responder preguntas sobre el ataque o mi
atacante.
Su desaire no disuade al periodista.
—¿Puede hablar más alto, por favor? Además, ¿puede ofrecer alguna pista
sobre lo que usted y su compañero han descubierto acerca de los autores de los
crímenes?

128
Halen se aparta de la pared de bloques y se coloca un mechón de cabello suelto
detrás de la oreja.
—Que conste que el profesor Locke y yo no somos compañeros —corrige.
—¿Pero están colaborando estrechamente?
Me devuelve la mirada y arqueo una ceja.
—Los dos trabajamos tan incansablemente como todos los profesionales en
este caso —responde—. Es un trabajo de equipo.
—Muy diplomático —digo en tono bajo.
Otro reportero se levanta y pasa por alto al agente Alister para hablar con
Halen.
—Doctora St. James, ¿la trajo el departamento local por los casos anteriores del
asesino de Harbinger en los que ha trabajado?
Entonces vacila:
—Ya estaba en el lugar, así que fue una cuestión de conveniencia adquirir mis
servicios. El grupo operativo necesita todos los recursos que pueda conseguir.
—¿Son los limitados recursos la razón por la que el FBI no ha podido detener a
los autores?
Halen parpadea ante los rápidos flashes de la cámara.
—No, eso no es...
—¿Qué puede decirnos sobre la escena del crimen de Harbinger? ¿Es el mismo
asesino?
—No puedo hablar de los detalles del caso —se limita a decir.
El mismo desvío que una vez usó conmigo. Eficaz, pero la dura hendidura entre
las cejas fruncidas de Alister transmite que no está impresionado.
—Nos vamos. —La agarro de la muñeca y la remolco hacia las puertas mientras
siguen las incesantes preguntas.
—Dra. St. James, ¿puede ponernos al día sobre lo que el grupo de trabajo ha
descubierto recientemente en la escena de un crimen? —pregunta una mujer—. ¿Qué
puede significar esta nueva evidencia?
Los pasos de Halen vacilan, y su mirada se dirige a Alister en el frente de la
habitación.
—No he tenido conocimiento de ninguna prueba descubierta en la escena más
reciente.
129 —¿Está confirmando que hay una nueva escena del crimen, entonces? ¿Ha
habido otro asesinato?
Alister hace un intento de estrangular las preguntas.
—La Dra. St. James es psicóloga y sólo puede hablar en relación con las teorías
del comportamiento, no con los hechos del caso.
Nadie se traga esas patrañas. Especialmente no Halen como sus ojos se
estrechan en el agente.
Un audaz reportero corta por lo sano la turbia tensión.
—Agente Alister, entonces, ¿cuáles son las características que está buscando
del mutilador de Hollow's Row? ¿En qué áreas está buscando pistas sobre el
sospechoso?
Alister agita la mano.
—Cualquier pista es confidencial, así como cualquier perfil de sospechoso.
El mismo reportero se dirige a Halen.
—Dra. St. James, se rumorea que los desaparecidos de la ciudad están siendo
investigados como sospechosos. ¿Están las víctimas incluidas en los perfiles?
Alister mira fijamente a Halen a través de la ronda de flashes de cámara que
captan la animosidad entre los dos miembros del grupo de trabajo.
Halen da una respuesta al reportero.
—De momento, el grupo de trabajo sólo está investigando a los locales
desaparecidos en relación con el sospechoso. Aprender todo lo que podamos sobre
las víctimas puede llevarnos a un sospechoso con el que todos estaban relacionados,
eso es todo.
A pesar de su intento de reorientar la hipótesis, los periodistas se aferran al
jugoso hilo y lanzan más preguntas en el mismo sentido.
El chirrido de la silla de Alister emite a través de los altavoces, llamando la
atención de la sala mientras se levanta.
—El FBI está investigando todas las pistas posibles y considerando todos los
ángulos para detener a los autores y encontrar a las víctimas. Gracias por su tiempo.
Con esto concluye la reunión.
Mientras los reporteros y periodistas siguen exigiendo respuestas, Halen
ignora su aluvión de preguntas y se dirige hacia el otro lado de la sala, con Alister en
su punto de mira.
Le rodeo la cintura con un brazo y tiro de ella hasta que se detiene.
130 —No va a pasar aquí.
—Nos está ocultando información —dice.
—La conseguiremos pronto.
El agente Hernández utiliza su corpulencia para abrirse paso entre la multitud
y guío a Halen detrás de él hasta que salimos al pasillo. Nos dirijo más abajo para
escapar de los miembros de la prensa que nos siguen.
Halen se libera de mi agarre.
—¿A dónde vamos?
Miro a Hernández.
—¿Qué es lo que quieres? —Exijo—. ¿Reconocimiento? ¿Alabanza? ¿Nombre
en los periódicos?
Sus rasgos se dibujan, pero sabe exactamente de qué estoy hablando.
—Quiero trabajar en el caso —dice—. Quiero saber lo que ustedes saben sobre
las escenas del crimen.
Asiento lentamente.
—Si impides que alguien entre en esta sala —señalo la sala de interrogatorios—
, tienes un trato.
Halen fuerza una risa burlona.
—Cuidado con hacer tratos con el diablo, agente.
Después de obtener la confirmación del agente con un firme movimiento de
cabeza, le digo:
—Llama a tus amigos federales y averigua cuáles son esas pruebas
confidenciales. —Luego agarro a mi pequeña musa y la arrastro a la habitación.
Halen intenta apartarse, pero no la dejo escapar.
Cuando cierro la puerta, la agarro con las manos, le atrapo la cara y la aprieto
contra la pared, donde reclamo su boca con la mía. Me trago sus gritos de protesta y
la beso con el hambre que me corroe el estómago. La beso hasta dejarla sin aliento,
hasta que el sabor de su miedo se debilita bajo su anhelo.
Me separo y digo:
—Tienes que mantenerte alejada de Alister.
Respira hondo, con el pecho agitado.
—Pero necesitamos saber...

131 —Sí lo sabemos —digo, cortándola—. En menos de cinco minutos, el agente


Hernández llamará a esa puerta y nos dirá que se ha recuperado el cuchillo de
trinchar.
Su trago se arrastra por la garganta. El brillo ansioso de sus ojos color avellana
revela que sabe que es la verdad. En cuanto saquen las huellas y el ADN del cuchillo,
vendrán por mí.
—Así que en los cinco minutos que tengo contigo —digo, enrollando el mechón
blanco alrededor de mi dedo—, no voy a desperdiciar ni uno hablando.
—Estás faltando a tu palabra... —Se interrumpe.
Me relamo los labios y sonrío.
—Dije que no entraría en tu habitación. No prometí no entrar en ningún otro
sitio. —Mi mirada recorre su cuerpo para dejar claro mi punto de vista.
Presiona sus palmas contra mi pecho.
—No puedo dejar que me hagas esto. —El dolor grabado en su rostro es tan
hermoso, que me da una punzada en el pecho—. Todavía no...
Agarro sus mejillas entre mis manos e inclino su cara hacia mí.
—Cuanto más nos niegues, más dolor nos infligirás. —Mis palabras caen sobre
sus labios en una acalorada afirmación—. Es el equilibrio de dos poderes, la unión de
Apolo y Dioniso. Separarlos es cruel y tortuoso, y sólo sirve para hacernos sufrir. —
Rozo con mis labios los suyos en un tierno gesto, ganándome un seductor escalofrío—
. Entrégate a nosotros, Halen. Deja que te enseñe cómo.
Su respiración tiembla más allá de sus labios, su angustia abrasa mi garganta.
—Estoy aterrorizada.
En los confines de la poco iluminada sala de interrogatorios, le paso el cabello
trenzado por encima del hombro y le quito la liga. Introduzco la cinta tejida en su
bolsillo antes de agarrarla por la cintura y alzarla en mis brazos. A continuación, le
doy un sensual beso en la boca.
Sus gemidos guturales me hacen vibrar, me encienden y me vuelven loco
mientras me enreda los dedos en el cabello. La aprieto más contra mí, desquiciado al
sentir cómo profundiza el beso, cómo su lengua se desliza sobre la mía para reclamar
su territorio, cómo sus muslos se cierran en torno a mis caderas.
Bebo su miedo y su angustia y me rindo, un demonio que pide más.
La llevo hasta el centro de la mesa, me siento en el borde y dejo que Halen se
siente a horcajadas sobre mí, con los brazos enlazados alrededor de mi cuello.
132 —Mierda. Necesito probarte. —Le bajo camisa del hombro y deslizo la boca
por su piel, besando con necesidad la marca que le he dejado en la piel.
—No quiero quererte —confiesa, con la voz cruda.
—Lo sé —digo, y aprieto mi frente contra la suya, con la respiración
entrelazada. Con urgente convicción, la beso hasta desbordarme de deseo, hasta que
ya no puedo sentir su conflicto en el beso—. Ódiame después. Diablos, incluso dejaré
que me pegues en la cara. Pero ahora mismo, te quiero sentada en ella.
Sujetándola contra mí, le niego cualquier otro debate. Le doy la vuelta y la
coloco de espaldas a la superficie de la mesa, donde me cierno sobre ella. Introduzco
la mano entre los dos y le desabrocho el cierre de los vaqueros.
Me atrae hacia ella y sella su boca sobre la mía en un beso brutal. Maldita sea,
se entrega con tanta fuerza que casi me succiona el alma a través del beso. Me muerde
el labio, arrancándome una pizca de sangre que se funde en una mezcla de placer y
dolor tan encantadora, que me pierdo en ella mientras nuestros movimientos se
vuelven frenéticos, la necesidad insoportable.
Nuestros planetas por fin se alinean de una maldita vez, la conexión de dos
cuerpos celestes, y esa rara sensación de armonía es trascendental.
Agarro la banda a ambos lados de sus suaves caderas y le bajo los vaqueros
por los muslos. Con un gruñido, me levanto y se los bajo hasta el final, luego agarro
la fina tela de las bragas y la rasgo, dejándola al descubierto. Le levanto las rodillas y
le separo los muslos para colocarla donde quiero.
Su cuerpo se estremece cuando desciendo entre sus muslos, adorador, salvaje,
incapaz de detenerme al ver su excitación reluciente.
—Te adoro deam.
—¿Qué estás diciendo? —pregunta, con voz inestable.
Una sonrisa socarrona me tuerce la boca.
—En latín significa... —Muerdo el carnoso montículo sobre su dulce coño antes
de levantar la mirada hacia la suya—. Voy a comértelo todo. —Luego reclamo lo que
es mío, lamiendo una dura costura por la hendidura de sus labios resbaladizos.
No pierdo tiempo devorando a mi musa y succiono su clítoris en el hueco de mi
boca, amando la respiración entrecortada que se le escapa, la forma en que su vientre
se agita sin control. Rodeo sus piernas con los antebrazos y aprieto el interior de sus
muslos mientras mi lengua se adentra en el cálido centro de su coño perfecto.

133 Saboreo su dulce sabor. La sensación del sigilo en relieve caliente bajo mis
dedos. La forma en que arquea la espalda, con las manos en mi cabello. Le acaricio el
clítoris con la lengua, mordisqueo sus suaves labios, y mi hambre se agita ante el leve
rastro de sangre metálica que aún persiste.
—Rómpete para mí —susurro sobre su carne.
La necesidad de estar dentro de ella y sellar la conexión es un demonio que me
araña los huesos. Sus uñas me desgarran el cuero cabelludo, el dolor me satisface
cuando siento que pierde el control. Cierro la boca sobre ella y me deleito con su
placer mientras se corre. Su orgasmo le desgarra el cuerpo y lanza un suave grito.
Levanto la mano y le tapo la boca. Una maldición sale de mi mandíbula
apretada cuando sus dientes se hunden en la red de mi mano.
Suenan tres golpes rápidos en la puerta y gruño en señal de protesta.
—Oh, Dios... —Halen se aferra a mi mano, sus uñas se clavan en el dorso.
Con gran esfuerzo, me separo y me cierno sobre ella.
—La próxima vez, no pararé hasta que grites mi nombre, dulzura.
La agarro con las manos por la cintura y la bajo de la mesa, donde me pongo
en cuclillas y le deslizo los vaqueros por las piernas, luego me levanto y le doy un
tierno beso en los labios.
—Se acabó el tiempo.
Su mirada se funde con la mía.
—Tienes coartada —dice.
No está hablando de la débil coartada que orquesté la noche del ritual dejando
mi monitor de tobillo en la habitación del hotel.
Ladeo la cabeza, dándome cuenta de que está dispuesta a confesar que
estuvimos juntos.
—No durante toda la noche —le digo.
Y ahí, en el fondo de sus grandes ojos color avellana, está el atisbo de la duda.
Vuelven a llamar y el agente Hernández anuncia su entrada. Nos mira
rápidamente y se aclara la garganta.
—Se ha recuperado un cuchillo en el lugar de los restos de los ciervos. Eso es
lo que el agente Alister está tratando de mantener fuera de la prensa hasta que haya
sido procesado. No quiere asustar al sospechoso.
Me paso los dedos por el cabello revuelto de donde Halen me arañó.

134
No tengo que decir en voz alta lo que Halen y yo sabemos.
No hay posibilidad de que el delincuente se asuste. El descubrimiento del
cuchillo fue todo diseño del Superhombre.
—Hay más —dice Hernández—. ¿Los cuernos que le quitaron a la víctima en la
escena del crimen del coto de caza? También aparecieron en el barranco.
—Bueno, eso es conveniente —digo.
Halen me empuja.
—Gracias, agente Hernández. —Se detiene en la puerta, mira hacia atrás una
vez—. Tenemos que irnos.
Nos cruzamos con agentes apostados a lo largo de los pasillos que mantienen
a los miembros de la prensa en una zona del edificio. Un denso velo de silencio
desciende cuando entramos en el estacionamiento. El cielo se ha oscurecido y la
tranquilidad del atardecer oculta el caos que se desatará cuando amanezca.
Cuando Hernández abre el todoterreno, Halen se detiene en seco.
—Maldita sea —respira—. Olvidé algo en la sala de interrogatorios.
Me inclino cerca de su oído.
—Tengo tus bragas en mi bolsillo.
La mirada incrédula que me lanza es bonita.
—Mi teléfono, Kallum. Se me habrá caído de los vaqueros.
Miro hacia el edificio.
—Iré contigo.
—No. —Levanta una mano—. Sólo... seré más rápida por mi cuenta si no te
sientes tentado a desviarte. —Un bonito rubor tiñe sus mejillas—. Espera aquí con el
agente Hernández.
Veo a Halen alejarse de mí, sus pasos apresurados, la impresión de su teléfono
perfilada en el bolsillo trasero.
Hago girar el anillo alrededor de mi pulgar. Una... dos... tres veces.
El tres es el número divino. Por eso el Superhombre hace referencia a este
número en los rituales. Tres pares de treinta y tres ojos en tres árboles. Tres símbolos
para el camino de la ascensión. Tres tributos para dominar y obtener su objetivo.
Siempre son tres.
Sin embargo, el fallo evidente de su diseño es el primer símbolo, la piedra
filosofal, la que destaca.

135
Uno es un enigma. Fuerte en su singularidad, pero vulnerable por la misma
razón.
Igual que mi pequeña Halen ahora mismo.
Hernández se pone a mi lado, con los brazos cruzados.
—No vas a escucharla, ¿verdad?
Deslizo una mirada hacia el agente.
—¿Qué te parece?
11
VIOLENCIA EN LAS ESTRELLAS

136 Halen

L
a rueda de prensa ha terminado, pero el grupo de trabajo aún no ha
reanudado su actividad, como demuestran los pasillos vacíos del
departamento forense. Los agentes de servicio están apostados en el lado
opuesto del edificio para atender a los medios de comunicación, lo que me deja un
breve margen de tiempo.
Mis pasos resuenan en las paredes de ladrillo, demasiado fuertes en la quietud.
Me doy cuenta de que lo que estoy a punto de hacer responderá a esa
aterradora pregunta: Saber la verdad sobre Kallum no cambiará lo que siento.
Una vez acusé a Kallum de no tener alma para vender. Pero la verdad siempre
ha sido que la desalmada soy yo. Cuando perdí a mi familia, mis padres, Jackson,
nuestro bebé, mi alma murió con ellos.
Las flechas de la pared me guían por un camino de ida que yo misma inicié.
Porque una vez que lo hago, no hay vuelta atrás.
Sin embargo, no me centro en lo que la mayoría de los que resuelven crímenes
se centran. ADN. Fibras. Huellas dactilares. Pruebas contundentes que no pueden ser
refutadas en un tribunal.
Encuentro pruebas en el comportamiento.
Y el comportamiento del autor que colocó el cuchillo de trinchar en el barranco,
en un lugar sagrado para el Superhombre, dice que Kallum no es quien cometió el
asesinato del Harbinger.
Al menos, no éste.
Por una vez, estoy de acuerdo con Kallum. La cornamenta y el cuchillo
descubiertos juntos es la evidencia más convenientemente recuperada que he
presenciado. Bien podrían haber sido envueltos para regalo.
Las pruebas contundentes y objetivas pueden utilizarse mal. Incluso pueden
falsificarse. Por eso a veces tenemos que mirar más allá de lo que podemos tocar y
ver como un hecho. Tenemos que cuestionar las propias pruebas.
Lo que sé es que, en algún momento entre el momento en que guardé el
cuchillo en mi bolso y la caja fuerte de mi habitación de hotel, el cuchillo fue sustraído.
Alguien tenía un propósito para él, y el único propósito lógico es incriminarme a mí o
a Kallum.

137 Estoy cediendo a su forma de pensar, que es aterradora por sí sola, pero
también es la única explicación. Y como tengo una coartada casi hermética,
incriminar a Kallum para apartarlo del caso, de mí, es el único otro motivo lógico.
Todavía puedo sentir la quemadura persistente del toque de Kallum. Aún lo
saboreo en mis labios. Me entregué completamente a él y, esta vez, no tengo ningún
ritual que altere mi mente para echarle la culpa. Hay un hilo de incertidumbre en
torno a mi corazón, que se tensa cuando la vocecita de mi conciencia me susurra que
estoy actuando por emoción y no por razón.
Al igual que anoche tomé la decisión consciente de borrar ese correo
electrónico, de permanecer en la oscuridad sobre el pasado de Kallum, estoy
enredada en su red, anhelando la mordedura venenosa que cerrará el mundo y su
dolor.
La lucha por negar lo que me hace sentir, la inexplicable conexión que
compartimos se ha desangrado por mis venas.
Ya no resbalo por el borde, he saltado directamente al abismo.
Tener a Kallum encerrado por asesinato ha sido mi obsesión desde que me
atrapó por primera vez en su mirada enfrentada. Todo lo que tengo que hacer para
escapar es mirar hacia otro lado cuando lleguen las pruebas y arresten a Kallum. Todo
lo que tengo que hacer es no hablar, no darle una coartada...
Y será eliminado de mi vida.
Lo más aterrador es lo vacía que me hace sentir esa revelación.
Kallum no puede ser encerrado así, con pruebas falsas, sin demostrar que es
realmente culpable. Nunca me libraré de él si eso sucede.
Me acerco al momento de no retorno mientras doblo la esquina con pasos
persistentes hacia el laboratorio.
Estoy a punto de quebrantar la ley para proteger a Kallum Locke.
El maldito diablo es dueño de mi alma, después de todo.
—Quizá después de esto me comprometa —murmuro en voz baja, y la
constatación me golpea con rotunda claridad.
El hospital.
Después del ataque de Landry, la única vez que recuerdo que mi bolsa no
estuvo en mi poder fue cuando me ingresaron en urgencias. Tuvo que ser guardada
en la recepción.

138
La convicción acelera mis pasos hasta que me encuentro ante la entrada
principal del laboratorio forense. A través de la mampara de cristal, veo los estantes
de pruebas, pero mi bolsa de lona no es visible.
Mi mirada se posa en el carro que hay en medio de la sala. El cuchillo de
trinchar está metido en una bolsa y colocado encima como prioridad.
Miro hacia la cámara de seguridad, el ojo de burbuja me clava donde estoy.
El insoportable interrogatorio al que me someterán palidecerá drásticamente
en comparación con los anteriores. Confío mucho en mis recuerdos recientes, lo que
me obligará a reconciliarme muy pronto con los recuerdos que he estado evitando.
Pero una vez que ese cuchillo sea procesado, será casi imposible convencer a
Alister y a los oficiales de que las pruebas fueron plantadas.
Dentro de un sistema viciado, a veces hay que saltarse las normas.
Pruebo el pomo de la puerta, no me sorprende encontrarla cerrada.
—Mierda.
Mientras observo la zona de oficinas, me pregunto cuánta razón tiene
Hernández sobre las ciudades pequeñas y la confianza.
Saco el teléfono del bolsillo trasero, enciendo la linterna de la cámara y busco
en el primer escritorio un juego extra de llaves del laboratorio. No encuentro nada y
cierro el cajón con una maldición. Controlo mis nervios y busco rápidamente en los
otros tres escritorios, sintiendo la urgencia del tiempo limitado.
Un crujido de estática suena en el pasillo y me agacho debajo de un escritorio.
Un agente local habla por su radio de hombro mientras atraviesa el sector forense.
De pie, miro directamente a través del pasillo a la oficina oscura. La que Alister
está utilizando para dirigir el grupo de trabajo.
Antes de que pueda pensarlo mejor, me pongo en marcha en esa dirección.
Rodeo con la mano la fría manilla de la puerta y la giro. Una sensación de alivio me
inunda cuando el pestillo cede con un suave chasquido.
Entro en la habitación, mis pasos vacilan inmediatamente cuando Alister
levanta la vista de la pantalla de su portátil.
—Halen. ¿Qué estás haciendo aquí?
Apago apresuradamente la linterna y me guardo el teléfono en el bolsillo.
—Siento molestar —digo, lanzando una mirada a las persianas cerradas de la
mampara de cristal—. Necesito hablar con usted, señor. Pero... es tarde. Le pido

139
disculpas. Volveré mañana.
—No. Quédate. —Se levanta del sillón de cuero y mi mirada se dirige hacia
donde desliza su llavero en el bolsillo delantero—. Creo que deberías ver esto.
Algo en sus ojos vacíos activa una alarma interna y se me revuelve el estómago.
Agarro el pomo de la puerta.
—Creo que debería esperar...
—Esto es importante. Cierra la puerta, St. James.
La orden autoritaria me produce aprensión. Cierro la puerta con cuidado y doy
dos pasos hacia el despacho, curiosa por saber qué más me ha ocultado sobre el caso.
—¿Se descubrió algo importante en el barranco? —Cruzo los brazos, retándolo
a que lo niegue.
Su sonrisa no llega a sus ojos afilados.
—No puedes evitarlo, ¿verdad?
Mi cabeza se inclina hacia atrás.
—¿Perdón?
Se frota la nuca con un movimiento agitado.
—La forma en que te metes bajo mi piel.
Mi pecho se estremece en señal de advertencia.
—Tal vez debería buscar a alguien...
—Somos los únicos aquí, Halen. —Alister inclina su portátil hacia mí—. Es el
momento perfecto para que tengamos una discusión privada, ya que estoy seguro de
que no quieres explicar esto públicamente.
En la pantalla aparecen imágenes de la sala de interrogatorios. Estoy de
espaldas sobre la mesa. Kallum me quita los vaqueros, luego abre mis piernas...
Desvío la mirada.
—Oh, no te hagas la ofendida —dice Alister, y oigo el juicio en su voz—. No
eres el tipo de chica que se ofende, Halen.
Rodea el escritorio y yo doy un paso atrás por reflejo.
—Es realmente tarde, Alister —digo, asegurándome de usar su nombre con
tanta sorna como él usa el mío—. Y esto es inapropiado.
—Inapropiado. —Se ríe burlonamente y luego se limpia la boca con una
mano—. Tú planeaste lo que pasó antes en la reunión de prensa —dice, con un tono
cargado de acusación.

140
Sacudo la cabeza contra el estruendo de mi alarma interior y observo el arnés
de su pistola colgado del respaldo de la silla del escritorio.
—Hice lo que pude para disuadir las preguntas.
—Parece que hay una fuga. —Con otro paso más cerca, se agolpa en mi espacio
personal—. Alguien está dando información a los medios. Y creo que es el alguien
que quería sabotear esa conferencia.
Se me erizan los vellos del cuerpo, me doy la vuelta y corro hacia la puerta. Me
agarra del brazo y me tira con fuerza hacia atrás. Me agarro al escritorio y apoyo los
talones de las manos en el borde afilado.
Alister afloja el nudo de su corbata azul, sus rasgos recortados por las sombras.
Cuando se acerca, con expresión de repulsión, me echo la mano a la espalda en busca
de un arma.
—No hagas eso —me advierte. Con movimientos rápidos, me rodea las
muñecas con las manos y me pega los antebrazos al pecho—. Sólo estamos teniendo
una conversación informal. Parece que eso te gusta. Ser informal con los colegas.
La lucha en mi interior se detiene al instante. Es físicamente más grande y fuerte
que yo. No puedo luchar contra él. Reservo mi energía y respiro lenta y
pausadamente para controlar mi acelerado ritmo cardíaco.
—No te preocupes —dice, con el aliento caliente contra mi mejilla—. Borré las
imágenes del sistema del departamento. Tengo la única copia.
No es un favor.
Chantaje.
Es cierto que la mayoría de las personas que se dedican a hacer cumplir la ley
lo hacen por el deseo de ayudar a los demás, por la necesidad de hacer el bien. Pero
también hay quienes se dedican a ello porque ansían el poder, el control, la
dominación. Irónicamente, las mismas características que los violadores.
Tener una placa no te eleva por encima de la naturaleza humana.
Ahora mismo, Alister me está mirando como si fuera una molestia
insubordinada a la que hay que dominar.
Quiere demostrarme que es mucho más fuerte que yo, castigarme por su
fracaso.
La adrenalina entra a raudales en mi torrente sanguíneo. Las cavernas de mi
corazón palpitan con furia. La lucha o la huida me recorren el cuerpo.
Mis músculos se tensan contra su agarre mientras empuja lascivamente su
erección contra mi vientre.

141
—Sé que te gusta esto. —Me suelta una de las muñecas para poder seguir su
mano hasta mi trasero. Se me revuelve el estómago—. De la misma forma que te gusta
causar drama en el grupo de trabajo... en las ruedas de prensa. Te encanta ser una
chica mala.
Trago la espesa bilis que recubre mi garganta.
—Supongo que la palabra, no, no significa nada para ti.
Con los ojos oscurecidos, sonríe.
—No cuando te paseas por mi despacho sin bragas. —Sus palabras son
hostiles—. Eres una maldita provocadora, Halen, y estoy deseando desahogarme un
poco por haber quedado como un maldito idiota durante la reunión.
Su mano me agarra con fuerza por la nuca y mi lucha cobra vida.
—Tú te pusiste en ridículo. —Le araño la cara, apuntando a sus ojos. Mis uñas
rasgan su mejilla.
Un rugido sale de su garganta antes de empujarme hacia delante. Me rodea el
cuello con las manos, me retuerce y me empuja contra el escritorio. Golpeo el
contenido, tirando su portátil y los objetos al suelo. Intento agarra la Glock que llevo
en el arnés, pero está fuera de mi alcance. Le doy una patada y lo golpeo con el pie
en el estómago, pero no es suficiente.
De la boca de Alister se escapan obscenidades mientras busca por debajo el
broche de mis vaqueros y lo abre de un tirón. Con el antebrazo apoyado en mi
espalda, me tira de los vaqueros y el corazón me da un vuelco en los oídos. El rugido
de mi sangre acalla todos los sonidos. Mi visión vacila.
El miedo paralizante de estar atrapada me atenaza tan ferozmente, que rompo
la desesperación impotente y arremeto contra la oscuridad que se cierra a mi
alrededor. El olor del aire fresco del otoño asalta mis sentidos. El brumoso resplandor
de las farolas se funde con la oscuridad y siento que manos me aprietan la garganta.
Grito, pero el sonido queda amortiguado por una tosca palma que me tapa la
boca.
Las sensaciones son intensas. Más allá del ataque de Alister, un montaje de
violencia parpadea a través de mi visión. A diferencia del ritual, no hay consuelo por
Kallum para ahuyentar las imágenes aterradoras. Un recuerdo se dispara desde las
profundidades de mi subconsciente y me desgarra el alma.
El flashback se proyecta en el momento actual mientras Alister me sujeta contra
el escritorio, sus crueles palabras se deslizan a mi alrededor mientras me agarra de
la ropa.

142 —Así es como lo quieres, puta. —El estridente sonido de una cremallera
abriéndose enhebra mis músculos, el miedo una fuerza viva dentro de mi cuerpo.
Entonces, una voz siniestra surge de las trincheras de mi mente.
Te enseñaré, puta.
Las dos voces se superponen, estirando los límites de mi cordura. Antes de que
mi cerebro se haga añicos, el peso del cuerpo de Alister desaparece de repente. El
barullo de un forcejeo choca contra el zumbido de mis oídos.
Me tiemblan las piernas, apoyo las palmas de las manos en la superficie del
escritorio, respiro profundamente y me pongo de pie. Cuando me giro para mirar a
mi atacante, me encuentro con la intensidad de los ojos ardientes de Kallum.
Es sólo un momento, un segundo suspendido en el que confirma que estoy
bien, y luego su letal y única atención se centra en el hombre que tiene en sus garras.
Kallum empuja la espalda de Alister contra la pared, y su puño lo persigue mientras
golpea con los nudillos entintados la cara de Alister.
Asestados con implacable furia, los golpes no cesan. Kallum desata un torrente
de golpes sobre Alister, perdiéndose en la violencia. Es un demonio hecho de ira, su
brutalidad administrada con cada gota enfurecida de su puño. El sonido húmedo y
enfermizo de los puñetazos ensangrentados impregna la habitación.
El brillo en los ojos de Kallum dice que va a destruir a Alister y que se va a
deleitar con esa carnicería destructiva.
Kallum tira al agente al suelo, enviándole una ronda de patadas a la caja
torácica, antes de colocarse a horcajadas sobre su torso y dejar caer los puños en un
castigo implacable.
Y sé que va a matarlo.
La desesperación me araña las entrañas. Intento entrar en la refriega para
evitar lo que está a punto de ocurrir, y unos brazos me sujetan la cintura. El agente
Hernández me aparta de la refriega mientras un agente se apresura a entrar en
escena.
—Kallum. Para.
Con el puño ensangrentado en alto, los ojos de Kallum encuentran los míos más
allá de la niebla de furia el tiempo suficiente para que pueda llegar hasta él. Entonces,
unas esposas se cierran alrededor de su muñeca. Kallum es puesto de pie y arrojado
contra la pared, donde el agente le encadena las muñecas.
Contemplo atónita cómo Alister se tambalea al ponerse de pie y escupe un
reguero de sangre al suelo. Vuelve los ojos enfurecidos hacia Kallum, enviando su
puño al estómago de Kallum. Luego mira a Hernández.

143 —Retenlo —ordena al agente.


Con la cara manchada e hinchada de manchas rojas, Alister me localiza a
continuación.
—Haré que te retiren del caso. Me aseguraré de ello.
Levanto la barbilla en señal de desafío, conteniendo a duras penas la rabia
interior que quiere terminar lo que Kallum empezó.
Alister me clava una mirada desafiante que traduce: mi palabra contra la tuya.
Me quito de encima a Hernández. Luego, pasando por alto a Alister, me acerco
a Kallum.
—Llamaré a tu abogado. No digas nada ahí dentro.
—Conozco mis derechos. No es mi primera vez, dulzura —dice. La sonrisa que
esboza choca con la brutalidad que aún veo hervir a fuego lento en sus
profundidades—. No confíes en nadie, Halen. En nadie. Ve al hotel y quédate allí.
Estaré afuera por la mañana.
—Creo que estás demasiado confiado en eso —le digo.
—Ya veremos.
El agente Hernández escolta a Kallum fuera de la habitación, enviándome
primero una mirada cautelosa por encima del hombro.
—Sácala de una puta vez de esta oficina —ordena Alister al policía local antes
de recoger el arnés de su pistola y seguir al agente Hernández.
Un escalofrío me envuelve, la adrenalina sigue haciendo estragos en mi
organismo. Me aparto el cabello de la cara, con la respiración entrecortada. En medio
del caos, algo se abrió dentro de mí. Vi más. Sentí más.
Y la única persona que puede responder a mis preguntas acaba de ser detenida
por agredir a un agente federal.
El agente de uniforme me toca suavemente el hombro y me saca de mis
pensamientos. Me sobresalto. Es el mismo policía que vi antes patrullando por el
pasillo.
—Lo siento —me dice—. ¿Se encuentra bien?
Temblorosa, echo un vistazo a mi ropa desaliñada. El dobladillo roto de mi
camiseta. Los vaqueros desabrochados. Lucho contra la mezcla nociva de vergüenza
y rabia que sube hasta estrangularme la voz.
144 —Creo que necesito un segundo para... —Tiro del cierre de mis pantalones. La
cremallera está rota.
Con la boca apretada, el agente asiente. Cuando se vuelve para ofrecerme
intimidad, me abrocho rápidamente los vaqueros y dejo caer las llaves en el suelo.
—Si necesitas hacer un informe del incidente o algo... —Se interrumpe, con
tono inseguro.
Me meto las llaves de Alister en el bolsillo.
—No. Ahora no —digo—. Pero necesito ir al baño. Para arreglarme.
Parece aliviado de no tener que ser él quien emita un informe contra un agente
federal.
Una vez que el oficial me ha escoltado fuera del baño, miro por el pasillo y veo
que se llevan a Kallum a la sala de espera.
—Gracias. —Cruzo los brazos sobre el torso y me detengo frente a la puerta.
La cautela dibuja con fuerza los rasgos del oficial. Echa un vistazo al
departamento vacío, como si dudara si dejarme sola o no.
—Estaré bien —le tranquilizo.
Vuelve a inspeccionar el estado de mi ropa. Su instinto le dice que ha ocurrido
algo más que una pelea entre un asesor y un agente, y yo soy ese algo, pero ya no
puede hacer nada.
Espero a verlo atravesar las puertas dobles antes de exhalar un suspiro
adolorido.
Me toco el estómago, notando el tierno hematoma ahora que la adrenalina ha
empezado a disminuir. Antes de que esto acabe, tendré la última palabra con el
agente Wren Alister.
Ahora mismo, tengo que asegurarme de que Kallum no será acusado de dos
delitos por la mañana.
Me alejo del aseo y voy directamente al laboratorio forense. Pruebo tres llaves
antes de conseguir acceder, luego busco en los estantes mi bolsa de lona.
—Vamos... ¿Dónde está?
Al no encontrarla en ninguno de los estantes de pruebas, desisto de la
búsqueda y recojo el cuchillo embolsado del carro y lo deslizo bajo mi camiseta. Me
meto el dobladillo roto en los vaqueros mientras me dirijo al despacho de Alister.

145
Me arrodillo, le doy la vuelta a su portátil y exhalo un suspiro tenso. Alister
sigue conectado a la red del departamento. Borro las imágenes de Kallum y mías en
la sala de interrogatorios y abro los registros de seguridad. Mis dedos se ciernen
temblorosos sobre las teclas mientras se libra una batalla interna.
Eliminar las imágenes de seguridad borrará cualquier evidencia del ataque de
Alister contra mí. Realmente será mi palabra contra la suya.
Me miro los dedos, inspeccionando las células epiteliales que hay bajo mis
uñas por haberle arañado la cara. Puede que haya suficiente ADN, pero ¿será prueba
suficiente para enfrentarse a un agente federal?
—Maldita sea. —Empujo la sensación de malestar hacia lo más profundo de mi
estómago y procedo a borrar todo rastro mío del edificio después de la conferencia.
Luego tiro las llaves de Alister al suelo al salir.
Con Cada paso que me acerca a la salida, con el antebrazo sujeto a la cintura
para ocultar el cuchillo, me despojo de una capa de culpa. Cualquier vergüenza que
pudiera haber albergado por violar mi moral, Alister la remedió en el momento en
que intentó violarme.
El aire fresco de la noche es una sacudida para mi sistema, haciéndome sentir
como si todo lo que ocurrió dentro del edificio hubiera sucedido hace toda una vida,
a otra persona.
La visión del agente Hernández junto al todoterreno del FBI detiene mis pasos.
—Tienes que quedarte con Kallum —le digo—. Estás a cargo de vigilarlo.
Endereza sus gruesos hombros.
—Necesito quedarme con usted, Dra. St. James. Le prometí que no la perdería
de vista. —La lúgubre certeza grabada en su expresión dice más de lo que expresa.
Sabe lo que pasó en esa oficina.
—¿Kallum te lo hizo prometer?
Se encoge de hombros.
—Me ofrecí.
Asiento lentamente.
—De acuerdo. Vámonos.
Cuando abre el todoterreno con el llavero, abro la puerta del acompañante y
meto rápidamente el arma embolsada debajo del asiento. Subo a la cabina y sujeto el
cinturón de seguridad.
Hernández se desliza detrás del volante, lanzándome una mirada preocupada.

146 —¿Estás bien?


—No ha pasado nada —hago fuerza para cortarlo—. Kallum lo detuvo.
Un tenso momento de silencio pesa en el aire del interior, pero,
afortunadamente, el agente arranca el vehículo sin insistir en el tema.
—No sé a ti —digo, tratando de reprimir el persistente temblor en mi voz—,
pero ver a un probable asesino en serie golpear a un idiota demente casi hasta la
muerte me hace desear chocolate y cafeína.
Me asomo y veo una leve sonrisa en su boca. Mientras Hernández conduce
hacia la cafetería, saco el móvil y busco a Charles Crosby, el abogado que me acosó
en el estrado durante el juicio de Kallum.
Kallum dijo que encarnamos la violencia de las estrellas.
Sus palabras me envuelven, evocando a la vez consuelo y miedo. Kallum
encarna la violencia de una maldita supernova, y más vale que Alister rece para que
fracase en su intento de liberarlo.
INTERLUDIO
Kallum
147
E
l fuerte ruido de la puerta de la celda al abrirse me revuelve las vísceras.
Mis músculos se tensan alrededor de mis huesos.
Entonces la Agente Especial Wren Alister entra en la habitación.
Nuestras miradas se cruzan y una sonrisa lenta y amenazadora se dibuja en mi
rostro.
12
SUPERHOMBRE

148 Halen

U
na película enfermiza se asienta sobre Hollow's Row, empalagosa y
espesa, como el anillo de sirope que queda en la mesa de la cafetería.
La noche tiene una textura táctil, granulosa. Me cubre la piel y me
inquieta, como un picor que se me clava en la carne.
Puede que las tormentas hayan pasado, pero la engañosa calma mantiene una
peligrosa carga en el aire.
No estoy segura de estar preparada para lo que se está gestando justo debajo.
Mientras trabajas en el caso con Kallum y te adentras en los fascinantes
entresijos de su mente, es muy fácil pasar por alto la inestable corriente que fluye por
debajo de su fría conducta. Pero está ahí, hirviendo a fuego lento, volátil, una
corriente lo bastante fuerte como para arrastrarte.
Una sombra araña su hermoso revestimiento, esa parte explosiva que siempre
está a un latido de detonar.
Esta noche, ha bajado el velo, permitiéndome echar un breve vistazo a esta
faceta suya, un recordatorio de la brutalidad de la que es capaz. No es tan simple
como borrar un correo electrónico para evitar la verdad.
Y aunque la visión de Kallum casi matando a golpes a Alister debería
perturbarme, y, sí, lo hace, lo más aterrador es lo mucho que deseaba que lo hiciera.
El agente Hernández se sienta frente a mí en la mesa, a dos puestos de distancia
de donde nos sentamos Kallum y yo el primer día que se incorporó al caso. Puedo
oler la rodaja de limón enganchada en el vaso de agua que tiene delante, y el aroma
despierta una reacción visceral, un dolor que me roza abrasivamente las costillas,
aunque no lo bastante profundo como para satisfacer el picor.
—Mirarlo no hará que suene —dice Hernández, refiriéndose al teléfono que he
estado mirando distraídamente.
Esbozo una media sonrisa, agradecida por la interrupción de mis inquietantes
pensamientos. Ya he dejado tres mensajes de voz al abogado de Kallum. Con el
ridículo anticipo que seguramente exige, Charles Crosby debería contestar al
maldito teléfono.
Porque, mientras miro por la ventana del restaurante el todoterreno aparcado,
vigilando con doble obsesión el vehículo con las pruebas robadas escondidas bajo el
asiento, no me queda mucho tiempo para montar una defensa. El laboratorio

149 informará pronto de la desaparición del cuchillo de trinchar, y entonces la tranquila


ilusión se hará añicos.
Tabitha, la camarera, se acerca con nuestro pedido, flexiono la mano para
ahuyentar el persistente temblor y alzo la mano para aceptar el vaso de café para
llevar.
—Gracias —le digo.
No responde nada, impasible, mientras coloca un plato de desayuno ante el
agente. Cuando se aleja, se detiene para mirar atrás y captar mi mirada.
Suena mi móvil. Sobresaltada, me separo de sus ojos para coger la llamada.
Contesto con la respiración agitada.
—Sr. Crosby, gracias por devolverme el mensaje.
—Sí, bueno —dice—, sinceramente me sorprendió saber de usted, Srta. St.
James.
Me levanto de la cabina y señalo hacia la entrada de la cafetería, con el café en
la mano.
—Voy a salir para hablar. —Hernández asiente una vez, sin levantar la vista de
su plato de huevos con tocino.
Atravieso la puerta de la cafetería y acojo con satisfacción el aire fresco de la
noche, un bálsamo calmante para mis pulmones inflamados.
—Dígame —dice Crosby—, ¿en qué se ha metido mi cliente?
Mientras me lanzo a los detalles difíciles, camino por la acera, encontrando en
las grietas del hormigón un extraño consuelo. El espantoso entramado de esta ciudad
se apodera de sus habitantes, descomponiendo la estructura como los restos óseos
en descomposición del barranco. Kallum vio una obra de arte en la macabra
destrucción, y me pregunto si eso difiere en algo de cómo veo yo las escenas del
crimen.
Miro al cielo nocturno, al círculo oscuro que parece rodear la pálida luna en un
inquietante preludio, y oigo a Kallum susurrándome al oído, llamándome su diosa de
la luna.
Me sacudo la punzada fantasma de su contacto.
—Entonces, Sr. Crosby. ¿Cuál es su consejo? —Digo para concluir.
—Halen, siento mucho lo que te ha pasado. —Crosby, por una vez, no suena
condescendiente, y trago saliva sin sentir dolor en la garganta—. Presentarás cargos,
¿verdad? También puedo representarte en este asunto.
—Yo... um... —La búsqueda de palabras deja mi voz entrecortada—. ¿No es eso

150
un conflicto de intereses?
—Al contrario, que mi cliente acudiera en tu ayuda juega a su favor —dice con
franqueza—. Y, por supuesto, hay que procesar a ese agente del FBI.
Ah, ahí está el abogado que recuerdo.
—Bien. Sí, quiero presentar cargos. Utilicé mi equipo para recoger y embolsar
las pruebas que tenía en mi persona, como células de piel raspadas de debajo de las
uñas. Embolsé mi ropa y me cambié en el hotel, donde conseguí hacer fotos de
arañazos y marcas recientes.
—Muy bien. Bien —dice, y lo oigo tomar nota—. Mi cliente ha sido detenido
por presunta agresión a un agente federal. ¿Pero ya ha sido procesado?
Sacudo la cabeza por costumbre.
—No estoy segura, pero creo que no.
Realiza otra nota.
—De acuerdo, bien. Repasemos algunos detalles antes de que llegue a la
ciudad mañana.
Una repentina ráfaga de viento me despeina la cara. Con un suspiro de
frustración, dejo el vaso de papel en la acera y rebusco en el bolsillo la cinta del
cabello. Me echo el teléfono al hombro mientras me recojo el cabello en una coleta
baja, mis dedos frotan la cinta en busca de la costura... y mis movimientos se detienen.
—Necesito que alguien de confianza vigile a Kallum —dice Crosby—. Por
favor, no lo dejes hablar. El Sr. Locke tiene la mala costumbre de... hablar.
Pero apenas escucho mientras noto la costura hecha a mano a lo largo del hilo.
Me suelto el cabello, acerco la banda para el cabello y le doy la vuelta, examinando
el intrincado dibujo del hilo, la precisión de las puntadas. La técnica impecable.
La voz de Crosby zumba monótona en el fondo de mis pensamientos. Siento un
cosquilleo en el pecho cuando la conciencia me inunda demasiado deprisa.
Recojo mi café y salgo de la acera a la calle vacía, girándome para mirar por la
calle oscura hacia el edificio de la policía, donde hay aparcado un Honda plateado.
El conductor al volante enciende las luces largas del auto.
—Sr. Crosby, tendré que volver a llamarlo.
Termino la llamada y me guardo el teléfono en el bolsillo, mis pies ya se
mueven en dirección al auto. El pulso frenético de mi corazón se agita en mis venas.
La cinta del cabello que envuelve mi muñeca está caliente contra la quemadura de la
cuerda.

151
El sonido de la puerta de un auto al abrirse resuena en la oscuridad y Devyn
aparece junto al vehículo. Pasa los antebrazos por la ventanilla abierta del auto,
interponiendo la puerta entre nosotras.
Su sonrisa es suave, acogedora, me hace sentir a gusto. Incluso segura. De la
misma forma que me hizo sentir bienvenida aquel primer día en la escena del crimen
ritual.
Devyn lanza una mirada a la comisaría.
—He oído que el chico malo se metió en problemas.
—Esa es su reputación. —Me quito la cinta del cabello de la muñeca—. ¿Cómo
te enteraste de que lo habían encerrado?
Se encoge de hombros.
—Este pueblo tiene ojos y oídos.
Mi mente se remonta al momento en que Devyn citó el proverbio en la primera
escena. Los árboles tienen ojos y los campos oídos.
Extiendo la mano y le tiendo la cinta del cabello.
—Quédatela. —Me hace señas para que la deje—. Yo las hago, así que tengo
un montón.
—Insisto en que la aceptes, Devyn.
Su cabeza se inclina inquisitivamente ante la nota aguda de mi tono.
—¿Se está poniendo demasiado intenso? —La ligereza de su personalidad se
desvanece. Acepta la cinta y la mira brevemente antes de cruzar su mirada con la
mía—. Empezaba a preocuparme que no me vieras nunca.
El calor del vaso en mi mano hace poco por disminuir el escalofrío que me
recorre la piel. Un malestar me revuelve el estómago.
—Ahora te veo.
—No estoy tan segura. Nadie nos ve de verdad, ¿cierto? —Se agacha y pulsa
un botón, abriendo el maletero del auto—. Es como lo que dijiste en el barranco, cómo
nadie quiere creer que una mujer es capaz de cosas horribles.
—No quiero creerlo —digo, sin disimular la súplica que destila mi voz.
Su sonrisa decae.
—Igual que tú te niegas a creer lo que has hecho, Halen —dice,
presumiblemente refiriéndose a lo que oyó la noche del ritual de Kallum, su
insistencia en que fui yo quien asesinó al profesor Wellington.
—Eso es diferente.

152 Sus bonitos rasgos se relajan en una expresión amable.


—Creo que somos más afines de lo que crees. —Se da la vuelta y se dirige a la
parte trasera del auto—. Nos desprecian tan fácilmente a diario. Podemos enfadarnos
por ello o... —saca mi bolsa de lona del maletero y se echa la correa al hombro—,
podemos aprovechar la oportunidad que nos brinda ese desprecio.
El vaso de café pesa más en mi mano mientras miro mi bolso, el que le confié a
ella. La comprensión de lo que Devyn ha hecho... de lo que es capaz de hacer, se
hunde por completo.
Tomo un sorbo de café fortificante, necesito la cafeína, el calor reconfortante,
la familiaridad mientras miro fijamente a mi amiga, la mujer que creía conocer.
Todavía la conozco.
El sudor me recorre la frente mientras peino mentalmente mis recuerdos. Veo
a Devyn alineando sus herramientas en la escena del crimen. Un tic obsesivo-
compulsivo que yo consideraba organizado y competente. La recuerdo en la fiesta,
sin cuestionar su afirmación de que vigilaba a los jóvenes. Sin embargo, es donde
Kallum me llevó para desatar el frenesí, una razón más lógica para que Devyn
estuviera allí, alimentando ese mismo deseo.
Devyn tiene acceso a los archivos del crimen. Ella tendría acceso al caso de
Harbinger, los detalles, para montar la escena del crimen.
La vi aparcada frente al hotel el día después de que me atacaran. Supuse que
se había llevado el cuchillo al hospital, pero no le habría resultado difícil, un miembro
de confianza de la comunidad, una amiga del dueño de la posada, acceder a mi
habitación.
Pasé por alto los marcadores obvios. Desde el primer día, ella fue la primera
en la escena del crimen. Señaló la conexión filosófica. Tiene acceso al laboratorio
forense. Pudo haber manipulado pruebas en cualquier momento, como transferir la
fibra de la cuerda a la escena del crimen de Harbinger.
Todo lo cual debería haber notado, si no fuera por mi obsesión con Kallum.
Devyn no se ha estado escondiendo de mí en absoluto.
—¿Por eso haces esto? —le pregunto, necesitando que me diga la verdad—.
¿Porque te sientes invisible, poco apreciada? ¿Despreciada?
Devyn suelta una carcajada burlona antes de tirar mi bolsa al asiento trasero.
—La psicología sería sencilla si ese fuera el caso, ¿eh? Pero no. —Sacude
ligeramente la cabeza—. No es tan sencillo, amiga.
Cuando se acerca a mí, el disfraz se desvanece.

153 —Realmente pensé que lo había estropeado el primer día —dice, con una
tenue sonrisa—. Dios, con esa estúpida cita de Chaucer. Pero fui sincera cuando dije
que odiaba leerlo. Todo lo que te he contado era para que me vieras, para establecer
una conexión, pero él se interponía. Aunque, supongo, que sin él, nunca podría
haberte visto realmente, Halen.
Por segunda vez esta noche, me siento violada.
—Nos has observado —la acuso.
—Has invadido mi terreno ritual. —Arquea una ceja acusadora.
—No soy cualquier... vínculo con alguna locura divina, Devyn. —Paso
alrededor de la puerta del auto para pararme frente a ella—. Dios, Kallum está loco.
Usó todas esas tonterías a su favor para seducirme. Puede que incluso me haya lavado
el cerebro. Por eso te confié las pruebas, para que intentaras ayudarme a entender
con lógica lo que ocurrió durante el ritual. Pero nada de eso... no es real. Lo que es
real es que me preocupo por ti, y quiero ayudar...
—Ayudarás, Halen —interrumpe—. Ya hiciste mucho.
Mis labios se afinan, la frustración abrasa mi paciencia.
—Destrozaste a un ciervo —digo despacio, sobriamente, intentando
racionalizar con ella—. Devyn. Un ciervo. Destrozado. Con tus propias manos y
dientes.
—En pleno frenesí —explica con indiferencia—. La verdad es que no me
acordé de inmediato cuando los cazadores encontraron el lugar de mi ritual. Tuve que
asegurarme de ser la primera en llegar al lugar para eliminar cualquier prueba. Alejé
a Emmons del ciervo, pero tú no lo dejaste pasar. ¿Moldes de dientes? ¿En serio? —
Suspira incrédula—. No tuve más remedio que estropear los moldes y contaminar la
muestra de saliva. Me dejaste muy pocas opciones. —Apoya una mano en la cadera—
. Al menos voy a ofrecerte algo.
Una sensación de malestar me sube la bilis por el esófago.
—Has matado a gente, Devyn. —Le sostengo la mirada, intentando establecer
una conexión ahora mismo—. Mataste a Landry, y al hermano de Emmons...
—No. —Levanta un dedo—. No, no lo hice. No soy una asesina. Leroy se
sacrificó. Esa era su vocación. Y Jake ya estaba muerto. No he quitado una sola vida.
—Su mirada oscura atrapa la mía—. ¿Puedes decir lo mismo?
Sus palabras tienen un peso amenazador, la implicación no se dirige a
Wellington, sino a las vidas perdidas durante el accidente de auto. En el que yo
conducía.
Una grieta atraviesa mis defensas y sacudo la cabeza.
154 —Eso es bajo.
—Así es la vida. Cruel, injusta. Llena de secretos, y tú tienes muchos secretos.
Le tiendo la mano.
—De los que te habría hablado —le digo con sinceridad—. Pero ni yo misma
entiendo lo que está pasando, Devyn. Estoy perdida, confusa. Pero... podemos
resolver todo esto juntas.
Suelta un suspiro y mira nuestras manos entrelazadas.
—Quizá hace unos años —dice, apretando con su mano la mía para
tranquilizarme—, eso habría sido posible. —Su mirada se eleva para captar la mía y
una dureza desciende por sus rasgos.
Un dolor sordo me quema el pecho. Dejo caer su mano y me alejo.
—¿Para qué es la cicuta, Devyn? —Si lo que Kallum cree es cierto, que Devyn
me quiere en lugar de las víctimas, entonces al menos hay una posibilidad de que
pueda razonar con ella aquí.
—¿Dónde está el cuchillo, Halen? —Responde, ladeando la cabeza. El miedo
me eriza la piel. Si sabe lo de las pruebas desaparecidas, puede que el agente Alister
también lo sepa.
—Es cierto —dice—. No sigues las normas, pero esperas que los demás lo
hagan.
Vuelvo la vista hacia la cafetería, esperando ver al agente Hernández cruzar la
puerta, y un resplandor nebuloso surge del interior fluorescente. Las farolas
parpadean con demasiada intensidad y, cuando inclino la cabeza, unos diseños
multicolores surcan la noche.
—Podrías... —Devyn dice, siguiendo mi línea de visión—. Podrías gritar.
Tienes un teléfono en el bolsillo trasero. Podrías pedir ayuda, o simplemente correr.
No te perseguiré.
—No huiré. —A donde Devyn quiera llevarme, ahí es donde encontraré a las
víctimas.
Cuando Kallum me contó por primera vez su teoría del Superhombre, que yo
estaba en peligro, una parte de mí se sintió entusiasmada. Sabiendo que podía
ponerles un cebo. Y es por eso por lo que Kallum no se ha ido de mi lado. Sintió eso
dentro de mí. No temía al sospechoso, temía que me arriesgara para atraer al
Superhombre.
Por fin, un sacrificio digno.
A través de mi visión borrosa, su rostro se difumina y parpadeo con fuerza. Me
155 toco la frente mientras me tambaleo hacia un lado, el repentino mareo me acelera el
ritmo cardíaco.
Levanto el vaso de café y la realidad me oprime los pulmones.
—¿Por qué no...?
—¿Te llevo? —dice, con las cejas enarcadas—. ¿Robarte en mitad de la noche
como un bruto? ¿Atacarte y forzarme sobre ti como ese bastardo de Alister?
Mi mirada perdida se dirige a la suya y sus rasgos reflejan su tono compasivo.
—Sí, sé lo que intentó hacer —dice—. La elección es el arma más poderosa que
tenemos, Halen. Como mujer, lo sabes. No te voy a quitar la posibilidad de elegir.
Mi risa es entrecortada.
—No me estás quitando mi elección, pero me drogaste. ¿Ves la lógica
defectuosa ahí?
Su expresión se suaviza.
—Está hecho para relajarte. No alterar tu toma de decisiones. Necesitarás estar
relajada para lo que suceda a continuación.
Hago un esfuerzo para tragar saliva.
—Podrías haber acudido a mí —digo—. Hablar conmigo. Eres mi amiga,
Devyn.
—Lo sé, Halen. Y me habrías psicoanalizado, y tratado de hacerme ver la
lógica. Pero esto no es sobre lo correcto e incorrecto. El bien y el mal. Esto es mucho
más grande que toda esa mierda básica.
Mi equilibrio se tambalea y me tiende la mano para estabilizarme. Me agarro a
su hombro y encuentro el suave marrón de sus ojos.
—Entonces, ¿en qué quedamos?
Alarga la mano y atrapa el mechón de cabello blanco que enmarca mi cara.
Admira el mechón, tocándome el cabello como haría Kallum, antes de enroscármelo
detrás de la oreja.
—Vendrás conmigo —me dice con seguridad—. ¿Quieres saber cómo lo sé?
Exhalo un suspiro, odiando la capa de dolor que me envuelve por haberla
perdido.
—Por eso mismo. —Melancolía toca su sonrisa, afectada, sincera—. ¿Cuánto
tiempo antes de que el dolor golpea por la mañana? ¿Un minuto? ¿Ni siquiera treinta
segundos? ¿Cuánto tiempo de respiro tienes antes de recordar toda la muerte, la
pérdida...?
156 Un violento dolor me desgarra el pecho y me roba el aliento. La punzante
presión se acumula detrás de mis senos paranasales y una lágrima recorre mi mejilla.
Lanzo un grito ahogado, con los labios temblorosos.
—Que te jodan, Devyn.
—No soy tu enemiga, Halen. —Me toca la cara y me pasa el pulgar por la mejilla
para limpiar el rastro de lágrimas—. La memoria es tu enemiga. Intentar
conscientemente curarte del dolor es peor. Mucho peor. Yo puedo ayudarte a olvidar
el dolor. Es más fácil simplemente... dejarlo ir.
Me invade una oleada de vértigo y me alejo de su contacto. Con el café en la
mano, digo:
—He luchado cada maldito día para no ceder... —Me detengo para recuperar
el aliento—. No hay salida fácil.
Siempre quedan heridas y dolor tras la muerte.
Siempre queda alguien que sufre la pérdida.
Aprieta los labios con fuerza.
—Sólo ascendemos a través del dolor y el sufrimiento —dice—. Por eso eres
tú, Halen. Toma mi mano.
Me limpio la cara, mareada, mientras se me escapa una carcajada.
—¿Por qué iba a hacer eso?
—Porque hay mucho que quieres saber, que tienes que saber. Y, donde él
simplemente colgaba respuestas fuera de tu alcance, yo te las daré libremente.
Me fijo en su mirada.
—Todo tiene un precio.
—Pero es el precio para resolver tu misterio.
Miro hacia el edificio de la policía, donde Kallum está encerrado entre sus
paredes.
Vine a esta ciudad para encontrar a las víctimas perdidas. Pero quedé atrapada
en una telaraña, enredada en un misterio mayor, y desde entonces soy yo quien está
perdida.
Un zumbido cálido recorre mis venas. La aceptación es consuelo.
—Qué queda por perder.
Mientras nadie registre los vehículos del FBI, el intento de Devyn de inculpar a

157
Kallum por el asesinato de Harbinger se verá frustrado. Si yo no salgo de esta, sé que
Kallum lo hará. Crosby llegará a la ciudad mañana. Y Kallum siempre encuentra una
manera de ser más listo que todos.
Porque ya sé lo que viene después.
Me llevo el vaso de café a los labios. Sosteniendo los profundos ojos de Devyn
sobre el borde, bebo.
—Buena chica. —Devyn extiende su mano—. Es hora de irse.
Las luces brillan más mientras mis pupilas se dilatan. Los sonidos son más
fuertes. Devyn está más hermosa de lo que nunca la he visto, una sirena que me atrae
con su voz angelical.
Deslizo mi mano en la suya.
—Llévame con ellos.
13
GENIO CREATIVO

158 Kallum

D
e todas las deidades del panteón griego, Dioniso era el único dios que
exigía un ritual violento en su culto. El desgarro de animales y humanos
alimentaba un deseo innato y primario, creando un vínculo con el
propio dios.
Algunos estudiosos teorizaron que esta violencia no sólo era aceptable, sino
esencial para equilibrar nuestra carne y nuestro espíritu, nuestra carnalidad y nuestra
esencia.
Jung expuso esta teoría con su hipótesis de que equilibrar la totalidad de los
opuestos dentro de uno mismo era liberarse, elevarse. Lo más cerca que uno puede
estar de alcanzar la divinidad. Si no te vuelves loco en el proceso.
Una empresa verdaderamente desalentadora, como lamentó Nietzsche en sus
propias palabras:
—Emprendí algo que no todos pueden emprender: descendí a las profundidades,
ahondé en los cimientos. —Su angustiosa búsqueda en el abismo de su psique, donde
la psicosis reclamó su mente.
Y donde todos los demás han fracasado aparentemente, el sospechoso de
Hollow's Row se ha propuesto triunfar, alcanzar la inalcanzable sabiduría primordial.
Seguir los pasos de los grandes de los últimos tres milenios. Volverse trascendente y
ascender al plano más elevado de la conciencia humana.
Un camino marcado por el dolor más hondo, el sufrimiento más profundo. El
destino al que sólo se llega rompiendo, de la forma más violenta, nuestros propios
cimientos.
Me miro la mano. La sangre seca se acumula en los pliegues de mis nudillos.
La piel está partida sobre el hueso. Una mezcla chillona de moretones rojos y violetas
envuelve la carne. Bajo el músculo y el cartílago se agudiza un dolor palpitante. La
carne acuchillada de mis palmas escuece y exige que sienta el dolor.
Y aun así, no hay dolor físico que pueda rivalizar con la angustia que me
desgarró en el momento en que oí gritar a Halen.
Miguel de Unamuno escribió: La conciencia es una enfermedad.
Flexiono la mano, encendiendo el dolor. Negar esta parte intrínsecamente
salvaje de nosotros mismos es negar nuestra propia existencia, nuestra conciencia,
permitir que la enfermedad se cuele por las rendijas de nuestra mente y nos pudra
por dentro.
159 La paz y la violencia no pueden residir simultáneamente; una es siempre la
respuesta a la otra.
A pesar de lo que mi dulce musa afirma que quiere, mi dolorosa aflicción es
saber exactamente lo que Halen necesita, y no es bueno.
Cuando quise que viera al hombre, vio al diablo en mí, y sin embargo no es eso
lo que teme.
La cruda realidad es que una moral y unas acciones tan limitadas sólo pueden
desembocar en violencia.
Como el Agente Alister demostró esta noche. Con su apretado barniz en el FBI.
Respetando las reglas. Haciendo cumplir la ley. Haciendo el bien. Es un hombre de
alta moral. Lucha contra el mal en el mundo.
Y cuando esas restricciones se rompen, se convierte en ese mismo mal. No
estoy aquí para ser su juez o jurado. Ya ha fracasado según los estándares del mundo.
Pero al sucumbir a su debilidad, cometió un grave error conmigo.
Por eso, seré su verdugo.
El agente me mira desde el otro lado de la celda, iluminada con luz
fluorescente. Con los brazos tensos a los lados, tiene un paño ensangrentado en una
mano. Con la camisa de vestir rota por el cuello, su pálida piel está cubierta de
moretones morados provocados por mi puño y arañazos de las uñas de Halen. Tiene
la nariz rota; una costura de color rojo oscuro le atraviesa el puente.
De pie ante el catre, contemplo su rostro destrozado, con la boca torcida por la
satisfacción. Me duelen los nudillos con un calor palpitante cuando aprieto los puños,
y me aferro al dolor, dejo que me aplaste, que me arraigue donde estoy mientras el
deseo de cometer una carnicería recorre las células de mi cuerpo.
La necesidad de acabar conmigo está grabada en el hueco de sus ojos. Con el
ego herido y el orgullo destruido, no puede salir de esta celda y dejarme en pie.
Antes incluso de entrar en el edificio, saboreé el miedo de Halen, un golpe tan
acre que el regusto amargo del clavo aún se aferra a la parte posterior de mi garganta.
Eso por sí solo es una violación por la que debe sufrir.
La ira resuena en mi interior, y vuelvo a ver a Halen, sus manos sujetándola,
desgarrándole la ropa, y sé que antes de salir de esta habitación, pintaré las paredes
blanquecinas de rojo con su sangre.
—Quieres acabar esto como los hombres —le digo, avivando la llama
menguante de su ego dañado—. Sin autoridades ni reglas. Sin entrevistas de mierda
ni papeleo. Sólo un hombre primitivo enfrentándose al otro.
Como respuesta, escupe un chorro de saliva ensangrentada al suelo.
160 Mi sonrisa torcida se estira. En el pasado me he burlado de la psicología, en
gran parte por el absurdo intento de Jung de incorporar la alquimia a sus teorías
psicológicas.
Sin embargo, después de mucho reflexionar, me he dado cuenta de que la
psicología no es muy diferente de la filosofía en algunos aspectos. Según el propio
arquitecto de la magia del caos, Peter Carroll, cuando se elimina el simbolismo y la
terminología, todos los métodos de magia son fundamentalmente los mismos.
Creer en nuestra voluntad manifiesta nuestros deseos.
En el fondo, la psique es una bestia primitiva.
Nuestra naturaleza es consumir, crear. Odiar y amar. Sentir pasión y obsesión.
La totalidad, el equilibrio. La muerte debe existir para que pueda existir la vida.
No hay nada más primario que nuestro deseo de amor y nuestra inevitabilidad
de destruirlo.
Todas nuestras encantadoras cosas malas y bellas se derivan de la violencia.
—Las únicas personas que saben lo que pasó en esa oficina somos tú, yo y
Halen. —Su nombre es una navaja arrastrada por mis huesos. Está ahí fuera, ahora
mismo, donde no puedo protegerla.
Gracias a él.
Reprimo la furia que vibra en mis malditos tendones y digo:
—Y los únicos que sabemos lo que va a pasar en esta celda somos tú y yo,
Alister.
—Lo único que está a punto de pasar es que te envíen de vuelta al maldito
psiquiátrico al que perteneces. ¿Y Halen? —Da un atrevido paso adelante—. Esa perra
está fuera de mi caso. —La repugnancia le enrosca el labio superior mientras me mira
a través de sus párpados hinchados—. Espero que fuera un buen polvo que valiera tu
libertad, Locke.
La rabia es un hierro candente clavado bajo mi carne. Alister se vuelve hacia la
puerta de la celda y agarra el picaporte.
—¿Qué pasa, Alister? ¿Las normas del FBI te han ablandado? —Mi risita es
burlona—. Maldita sea, tal vez me follé coño equivocado. —Me desabrocho el botón
superior de la camisa, abro el resto y tiro la prenda arrugada al suelo de cemento.
Sus hombros se tensan, el golpe le ha dado de lleno en su frágil ego. Cuando
se gira para mirarme, todo fingimiento desaparece de sus endurecidas facciones. Su
mirada absorbe la calavera de ciervo tatuada en mi pecho, y un destello de
incertidumbre se registra tras su férrea fachada.

161 —Cuando aparezcas mañana —le digo, provocándolo aún más—, de lo único
que se hablará es de la paliza que te dio un maldito profesor de filosofía. —Me toco la
estrella del caos que tengo tatuada en el hombro, siento el latido del tambor
rebotando contra mi caja torácica, la resonante demanda de carnicería. En un alarde
de insulto, abro los brazos de par en par—. No tengo ni un rasguño.
Aprieta los molares contra su débil intento de control.
—Los susurros circularán entonces —continúo—. Sobre cómo el agente asno
intentó violar...
—Cierra la puta boca —gruñe, la furia encendiendo su mecha corta.
A los monstruos no les gusta que les muestren su reflejo.
Con una mueca de complicidad, rebusco en mi bolsillo y saco la lengüeta de
los vaqueros de Halen. La levanto y aprieto con el dedo la lengüeta rota.
La expresión indignada de Alister vacila, la evidencia de su ataque a ella se
mantiene entre nosotros.
La puerta se golpea con tres fuertes golpes. Rompiendo su mirada fija, desvío
la mía hacia la puerta. La visión del agente Hernández a través del cristal hace que mi
corazón se sobresalte.
—¿Dónde está Halen? —grito.
Alister extiende la mano detrás de él para abrir la puerta, sin apartar los ojos
de mí.
—¿Qué necesita, agente?
Hernández mira entre Alister y yo, sus rasgos se contorsionan en confusión
cuando sus ojos vuelven a posarse en mí, sin camiseta.
—Ha desaparecido —anuncia—. No puedo encontrar a Halen, ni hablar con ella
por teléfono.
Me dirijo hacia la puerta antes de que la última palabra salga de su boca. Alister
pone la mano sobre la Glock que lleva sujeta al arnés del pecho, como advertencia
no verbal. Mis pasos se detienen, con todos los músculos del cuerpo tensos y a punto
de estallar.
—Probablemente esté fuera metiéndose en más problemas —le dice Alister al
agente—. Pon a la agente Rana y al equipo en ello. No quiero que me molesten.
Mis ojos se entrecierran en él. No está preocupado por su seguridad, ni cree
que pueda conducir al sospechoso. Quiere que despejen el departamento. Nos
quiere solos.
162 Conteniendo una sonrisa sombría, desplazo mi mirada más allá de su hombro
hacia Hernández, que se cierne en la puerta.
—Encuentra a Devyn —le ordeno con la mandíbula apretada—. Ella nos
ayudará a localizar a Halen. Vete ya.
Con una última mirada insegura entre Alister y yo, Hernández asiente y se
marcha.
Alister merodea en la puerta como una burla. Arroja el pañuelo ensangrentado
al suelo y gira el tiempo suficiente para quitarse el arnés y dejarlo fuera de la celda.
Luego cierra y bloquea la puerta, encerrándonos dentro. Coloca la llave en el alféizar,
bajo la ventana de cristal.
Otra burla.
—Está en peligro. —La afilada lengüeta de los vaqueros muerde la palma de
mi mano que tengo en un puño.
—Y envié a todos los oficiales y agentes a buscarla —dice—. Nadie me acusará
de no tomarme en serio un asunto concerniente a una asesora.
Paso la lengua por la superficie lisa de mis dientes, una llama de malicia lame
mis vísceras. A Alister le conviene que Halen simplemente desaparezca.
Y maldita sea, mi pequeña Halen aprovechó la primera oportunidad que tuvo
para ponerse justo en el camino del Superhombre. Su maldita lógica y su equivocada
creencia en el bien supremo...
Sujetando la lengüeta de la cremallera entre los dedos de la mano izquierda,
presiono el borde roto de la pinza contra mi pectoral derecho, rompiendo la piel. Tajo
una línea en mi carne opuesta al sigilo de mi derecha, el símbolo de mi musa.
La repulsión que se apodera de la cara del agente me anima y arrastro el latón
en diagonal para completar el símbolo, una línea de latín pronunciada en voz baja
mientras cargo el sigilo.
—Eres un maldito enfermo y retorcido —dice Alister.
Lamo la sangre de la lengüeta de latón, mis ojos se clavan en los suyos. La
sangre es el medio más potente. El sacrificio de sangre es la forma más concentrada
de magia negra.
Sólo necesito un sacrificio.
—Me voy de esta celda. —Doy un paso decidido hacia él—. Primero voy a
joderte, Alister, luego tomaré esa llave —señalo con la cabeza el cristal de la puerta
de la celda—, y me iré de aquí.
163 Una sonrisa cruel se dibuja en su boca partida mientras se afloja la corbata del
cuello.
—Ahora que no estoy de espaldas, me gustaría verte intentarlo, idiota
arrogante.
Mis fosas nasales se encienden y aprieto los dientes cuando la imagen tangible
de él forzando a Halen contra la superficie del escritorio se vuelve caliente y vil.
Quiero el fuego. Hago señas a las llamas, permito que el fuego carbonice los
fragmentos restantes de mi alma condenada a la resina y me lleve hasta las entrañas
del mismísimo infierno.
Puede que aún albergue una relación detestable con el filósofo loco, pero
respeto su intrépida búsqueda de la locura divina, donde contempló su terror en las
profundidades.
Me reuniré con él allí esta noche.
Con el acto de puro salvajismo bestial que estoy a punto de desatar sobre
Alister, esas puertas del infierno se abrirán de par en par.
Con el pecho agitado, dejo que Alister dé el primer golpe. Me da un puñetazo
directo en el costado. El dolor ilumina mis órganos. Su puño impacta en mi mandíbula.
Escupo el sabor a cobre de mi boca, dirigiéndole una mueca sangrienta.
Una niebla roja cubre mi visión y doy la bienvenida a la fuerza destructiva del
caos.
Hay que encarnar la destrucción para crear, y estoy a punto de crear una
maldita obra maestra.
14
SACERDOTISA GERARAI

164 Halen

L
as luces guiñan contra mis párpados cerrados. A veces soy capaz de abrir
los ojos con dificultad para ver el resplandor de las farolas a través de un
parabrisas borroso, pero no estoy segura de cuánto tiempo ha pasado
realmente. Lucho por moverme, como si mi cuerpo estuviera sumergido bajo una
sustancia espesa, atrapada en un terror nocturno del que no puedo despertar.
Es como intentar respirar a través de celofán cuando por fin salgo a tomar aire.
Soy consciente de que me han drogado. Rohypnol o alguna otra droga hipnótica,
aunque no es lo bastante fuerte como para ahogar el dolor mientras vuelvo a
sumergirme, a la deriva bajo un mar de recuerdos provocados por las luces
parpadeantes.
El sabor metálico de la sangre me llena la boca. La presión aumenta en mis
sienes. Me arde el antebrazo. Las estridentes luces azules y rojas me lastiman las
cuencas de los ojos, compitiendo con el ulular furioso de una sirena. Perezosa, miro
hacia atrás y veo a Jackson. Pero como si me golpeara la fuerza de un maremoto, sé
inmediatamente que se ha ido. No hay una lenta progresión más allá de la negación.
No hay esperanza a la que aferrarse. Sus ojos que no ven se clavan en los míos y sé
que nunca volverá a verme.
Mi primer impulso es llamar a gritos a mi madre, oír su voz tranquilizadora,
sentir su abrazo reconfortante. Entonces estalla el recuerdo de haberla perdido unos
meses antes, implosionando todo mi mundo en un agujero negro.
Sufro la pérdida sola.
Y rezo para que la culpa me mate.
El parpadeo de la luz contra mis ojos se hace más fuerte. Veo la llama de la vela
bailando en mi habitación, la sombra de Kallum acechando en la esquina y, a pesar
del miedo que despierta su presencia, el calor toca mi fría piel y luego me envuelve
el calor. El azul y el rojo estroboscópicos se desvanecen, sustituidos por un sol tan
brillante que levanto el brazo para protegerme de la luz.
Un tamborileo rítmico y pesado vibra contra mi cráneo. El ritmo aumenta,
pulsando dentro de la cavidad hueca de mi pecho. Mi corazón se sincroniza con el
furioso tamborileo, atrayéndome fuera del vacío, y cuando mis ojos por fin se abren
para asimilar el mundo despierto, quiero que vuelva el olvido.
Un círculo de fuego arde en medio de la oscuridad. Las llamas se elevan
alrededor, proyectando sombras oscuras sobre las paredes. A través del humo que
perfora mi visión, distingo la boca dentada de una cueva, la abertura amplia y

165 parcialmente expandida a lo largo del techo para revelar un cielo estrellado.
Eso no está bien, entona mi voz interior. No hay cuevas en Hollow's Row ni en
los pueblos de alrededor.
La neblina de drogas que envuelve mi mente se debilita lo suficiente para
permitirme ponerme de rodillas. Me toco la cara, el estómago, los muslos, evaluando
mi cuerpo. La ansiedad se apodera de mi pecho cuando descubro que me han quitado
la ropa. Cada palpación se topa con una sensación de entumecimiento y hormigueo
al restablecerse la circulación sanguínea. Tengo la boca seca y trago saliva para no
sentir el asqueroso sabor que me cubre la lengua.
A medida que mi visión se aclara más, las sombras oscuras se agudizan. Las
formas se distinguen y las siluetas emergen entre las llamas ondulantes, y mi
respiración se entrecorta al ver unos cuernos blancos como huesos que se ramifican
sobre el fuego crepitante.
Entonces oigo los gemidos guturales. Los sonidos enfermizos e incorpóreos
resuenan en las paredes de la cueva.
Los hombres más elevados.
Las víctimas.
Se acercan al círculo de fuego. Las sombras y la luz resaltan los rasgos
grotescamente mutilados de sus rostros. Ojos cosidos, gruesas puntadas negras rajan
sus párpados descoloridos, las cuencas cóncavas. Cuerpos desnudos, su piel
desnuda brilla por el sudor y la sangre. La piel leonada cubre los hombros de muchas
mujeres. Los hombres sólo llevan brazaletes y están excitados, erectos. Sus
movimientos son inconexos y ejecutan una danza inquietante al ritmo creciente de un
tambor arcaico tocado por un hombre en la sombra.
No son sólo figuras terroríficas, ni víctimas, ni fotos de archivos. A pesar de sus
rasgos estropeados, reconozco a Roni Elsher y Vince Lipton. Dos de las víctimas que
estudié para entrevistar a sus familias.
Son personas.
Personas que tenían vidas. Familias y carreras.
Todavía aturdida, intento mantener este pensamiento en el centro mientras una
oleada de náuseas se abate sobre mí al ver su horripilante presencia. Toco la tierra
fría para calmarme. Antes del fuego, se han tallado símbolos en la tierra dura para
rodear el círculo mágico.
Y me doy cuenta, mientras el pánico me recorre las entrañas, de que estoy en
el centro.
Esta es una versión del infierno.
166 Y Devyn es su diosa.
Sin miedo, atraviesa ilesa las llamas para entrar en el círculo. Adornada
únicamente con un collar de hueso, una falda de gasa y brazaletes de la misma tela
mantiene la cabeza alta. Las astas espinosas de su cabeza llegan hasta el techo de la
cueva. Es una sacerdotisa dionisíaca, y todas las malvadas fantasías del inframundo
cobran vida.
Esta es su réplica de los Misterios Dionisíacos para apoyar su delirio.
Puedo llegar a ella.
Tengo que llegar a ella.
A pesar del calor del fuego perimetral, siento un escalofrío en la piel cuando
Devyn se acerca. Inhalo una bocanada de aire y hundo los dedos en el suelo para
sentir el frescor de la tierra, algo real y tangible a lo que aferrarme.
—Estoy aquí —me susurro. Cierro los ojos y aprieto la tierra—. Estoy aquí.
Estoy aquí...
Encuentro la cicatriz en mi brazo, trazo las palabras tatuadas sobre la carne
arruinada. Las recito una y otra vez. Uno debe cultivar su propio jardín.
El jardín es este momento en el tiempo.
Y yo, dentro de ella, es lo único sobre lo que tengo control.
El pánico se apodera de mis sentidos, pero sólo un poco. La droga que recorre
mi organismo me hace sentir tan incorpórea como los gemidos.
La consumidora presencia de Devyn se acerca y me veo obligado a abrir los
ojos. Mi mirada recorre su cuerpo desnudo. En su mano derecha sostiene un thyrsus,
el bastón del dios enroscado en hiedra. En la izquierda lleva un cáliz de plata grabado
con estrellas, lunas y otros símbolos que soy incapaz de distinguir.
Bebe del calíz y un hilo rojo le cae por la comisura de los labios. Cuando me
mira, sus pupilas se dilatan. No solo está ebria, sino también drogada.
—¿Qué me has dado? —pregunto, con la voz ronca y el estómago revuelto por
la necesidad de deshacerme del contenido.
Su telón de fondo de llamas y manada desfigurada contribuye a su aspecto
etéreo.
—Una pequeña muestra de éxtasis —dice Devyn, su persona totalmente
absorta en un estado frenético mientras se balancea—. Para alcanzar nuestro cenit,
tenemos que someternos al ekstasis.
167 Devyn chasquea los dedos y una mujer con cuernos leonados y la piel oscura y
desnuda decorada con símbolos rojos atraviesa el fuego. Lleva la corona de hiedra,
hueso y cuernos de leonados, la que Kallum diseñó para que yo la llevara en su ritual,
la que le di a Devyn junto con las demás pruebas.
Mirando más allá del hombro de la mujer, veo los mismos símbolos en la pared
que están marcados en su piel... y luego el ciervo sin vida justo debajo.
Cuando Devyn le ofrece el cáliz, me doy cuenta de que no está lleno de vino.
Y el ciervo no es el sacrificio principal de esta noche.
Tras entregarle el bastón a la mujer, Devyn se hunde frente a mí y, sujetándome
la cara entre las palmas de las manos, empieza a mecernos al rítmico tamborileo.
—No los mires —susurra—. Mantén tus ojos en mí.
Con el cuerpo expuesto y la piel cubierta de carne de gallina, me rindo a sus
movimientos, dejando que balancee nuestros cuerpos mientras intento encontrarla a
través de nuestro estado inducido por las drogas.
—Devyn, por favor escúchame...
—El acto de sparagmos era algo más que representar la destrucción y el
renacimiento del dios —dice, cortándome en seco, su voz tan inmaterial como nuestro
paisaje—. Es un rito sagrado para invocar al dios en el animal. —Apoya su frente en
la mía, íntima, reconfortante—. Desgarrar y comer la carne cruda es estar en
comunión con el dios, invitarlo a entrar. Al consumir el animal, nos convertimos en
uno con Dioniso.
Se separa, su boca se estira en una sonrisa cautivadora, y mi corazón se
estremece al verla.
No hay mayor destrucción que la de uno mismo. Y, por tanto, no hay catalizador
más poderoso para esgrimir en la creación alquímica.
—La destrucción no es un final —susurro, las palabras de Kallum caen de mis
labios—, es un principio.
Sus ojos oscuros brillan intensamente a la luz del fuego.
—Exactamente.
La pérdida que siento esculpe un vacío en mi interior. Cruzo los brazos sobre
el pecho, sintiendo el crudo dolor del luto mientras me cubro los pechos.
Me había cerrado a mis amigos, a mis colegas, a todos los que formaban parte
de mi vida, porque no quería volver a sentir el dolor de la pérdida. Entonces Kallum
voló mis barreras de par en par. Pero Devyn... abrió un pasaje dentro de mí, una
pequeña cinta de esperanza.
168 —No quiero perderte —le digo.
—No lo harás. —Me acaricia la mejilla—. Estaremos conectadas para siempre.
Dos mitades hechas un todo a través de la unidad primordial.
Me toma de las manos y me pone de pie. Me tambaleo antes de que me ayude
a recuperar el equilibrio, y luego se vuelve hacia la mujer que sostiene la corona de
hueso y hiedra.
Devyn levanta la corona y la mantiene en alto antes de colocármela en la
cabeza, desenredándome el cabello de los tallos mientras me pasa los mechones por
los hombros desnudos. Siento el peso de la cornamenta como si reviviera una
pesadilla.
Mi mente da vueltas mientras vuelvo a inclinar el rostro hacia el cielo abierto,
tratando de precisar nuestra ubicación.
Por la mañana, dondequiera que esté este lugar, las secuelas serán la escena
de un crimen. Habrá pruebas de la gente que estuvo aquí, de los objetos que
manipularon, de las sustancias que se filtraron al suelo.
Cuando miro a mi alrededor para asimilar el lugar, lo veo a través de los ojos
de un perfilador. Observo el comportamiento, leo los motivos y las acciones en una
parte abstracta de mí que desglosa cada movimiento y objeto más allá de su
propósito.
Veo el arte macabro, la violencia, el horror. Veo el movimiento de la tierra bajo
sus pisotones. Veo el bastón sostenido en reverencia. Veo la naturaleza esencial de
Devyn. Veo las llamas parpadeantes elevándose. Las espinas de los cuernos. Mi ropa
desechada en un montón.
Veo la salida.
Los gemidos se hacen más fuertes, convirtiéndose en una canción inquietante
con el ritmo cada vez más intenso de los tambores. Si puedo abrirme paso hasta una
sola persona... Una pequeña medida de duda es todo lo que se necesita para detener
esto.
Giro en círculos y me sorprendo a mí misma con una oleada de vértigo mientras
miro fijamente más allá del fuego, tratando de aferrarme a una cara familiar.
Los cuerpos agitados y girando bailan y se manosean en un despliegue de
libertinaje. Estas personas no tienen ojos, ni oídos, ni lengua, pero están absortas en
todas las sensaciones de la carne, utilizando sus cuerpos para tocar y seducir. Actos
hedonistas tan bajos y depravados mientras se entregan a su deseo, me siento febril
ante la lasciva visión.

169 —Vince Lipton —digo, con voz temblorosa. Luego, más alto—: Sr. Lipton... —El
hombre que identifico por su expediente no responde a su nombre. Con una
cornamenta casi tan grande como la de Landry, es un hombre corpulento, en plena
actuación vulgar mientras se la mete sin piedad a una mujer de rodillas, con gruñidos
ásperos que se elevan sobre el tamborileo.
—¿Realmente viniste aquí voluntariamente para salvarlos? —La pregunta de
Devyn es susurrada cerca de mi oído. Se mueve detrás de mí y envuelve sus brazos
alrededor de mi cintura—. O, en el fondo, ¿eres tú la que quiere ser salvada?
La insinuación de sus palabras me revuelve el estómago cuando sus palmas se
deslizan por mi vientre. Indignada, la sujeto, con mis sucias uñas clavadas en el dorso
de sus manos.
—No creo en nada de esto —le digo.
—No tienes que hacerlo. —Me suelta entonces, moviéndose para colocarse
frente a mí—. Los ciervos no creían, pero eran un recipiente puro para el dios. Y tú,
Halen, eres el recipiente más puro.
Cuando la sacerdotisa levanta la barbilla, gira las palmas hacia arriba,
entregándose al bajo rítmico que impregna el aire. Una sensación de frío punza mi
carne, el vacío una entidad física invadiendo mi alma.
Bajo a la tierra, con las rodillas hundidas en el frío suelo, y busco la marca en
mi carne. Mi mano se desliza entre mis muslos y mis dedos trazan delicadamente el
sigilo. Igual que había hecho antes, perdida en la oscuridad, a la deriva en un estado
vulnerable, temerosa de mis sentimientos... busco una conexión con el hombre que
me asusta, que me desafía. Llamarle igual que hice en ese momento. Mi conexión con
Kallum es tangible, más real que mi miedo, y mi dolor es una llamada hacia él.
Kallum puede sentirme.
Y el hecho de que crea esto destroza todas mis defensas lógicas.
Alargo la mano para quitarme el collar y Devyn me rodea la muñeca.
—Ya basta de indulgencia —dice, tirando de mí para ponerme de pie—. He
sido paciente demasiado tiempo.
—Devyn, si haces esto... no cambiará nada. Seguirás siendo la misma. Lo que
sea que estés sufriendo, lo que sea que estés tratando de curar, no se curará a través
de mí.
—Nosotras —subraya. Sus ojos adquieren un tono furioso, y esa ira revela un
fallo en su fachada, aunque sólo sea por un instante, antes de volver a disfrazarse—.
Somos el camino. Cuando te vi bailar en casa de los Lipton, contemplé tu profundo
sufrimiento. Estabas ya tan cerca de la iluminación, de experimentar la trascendencia

170 de Rausch... Me quedé asombrada.


Trago más allá del dolor crudo.
—Lo que viste fue a mí siendo seducida por Kallum. Lo que experimenté con él
no tiene nada que ver con nada de esto... —Echo un vistazo al frenesí de sexo y
delirio—. Esto es monstruoso, Devyn. Lo que le has hecho a esta gente es monstruoso.
Sus ojos oscuros brillan con la luz del fuego.
—Los he liberado.
—Los has mutilado. —Le agarro la mano—. Esto no puede ser lo que querías, lo
que imaginabas. Me niego a creerlo. —Mientras permanezco clavada en su mirada,
un pequeño destello de esperanza brota en mi interior—. ¿Qué te ha pasado?
Lo que me permitió ver dentro de ella en el barranco era real. No puede ser
todo parte de su máscara. En el momento en que Kallum dijo que el sitio era un atisbo
de lo que hacía vulnerable al Superhombre, sentí la verdad en sus palabras.
Tragedia.
Reconocí ese dolor fatal dentro de ella en ese mismo momento.
Y ahora mismo, tengo que ir a la yugular.
—¿Dónde está Colter? —Exijo, agarrando su mano con más fuerza—. ¿Dónde
está tu hermano? ¿Mutilaste a tu propio gemelo, a tu propia carne y sangre por tu
vanidad?
Se libera de mi agarre y me da una bofetada con la palma de la mano.
Con la cabeza inclinada hacia un lado, siento el ardor de su angustia. Me
concentro en ese dolor y permito que me haga más sobria.
De repente, la mano de Devyn me agarra la garganta con fuerza. Me hiere la
piel con las uñas y me acerca la cara a la suya. Por un segundo, vislumbro detrás de
la perfecta y hermosa máscara que lleva. En el ritmo acelerado de un golpe de
tambor, veo el dolor, la pena oculta tras las drogas en sus ojos brillantes.
—¿Crees que me importa un carajo un dios antiguo o sus descerebrados
seguidores? —sisea. Sacude la cabeza y se ríe sin aliento—. Quería darte todas las
respuestas, Halen. Pero... —Me suelta la garganta lenta y deliberadamente—. Creo
que deberías morir con tu misterio.
Tan rápido como me abro paso hasta ella, me cierra el paso. Es una maestra.
Un escalofrío recorre mi piel desnuda y, mientras Devyn retrocede, tiende la
mano a la mujer que sostiene el cáliz. Sus ojos permanecen fijos en mi rostro mientras
se lleva la copa a la boca y vacía el contenido.

171
Cuando deja caer la copa a la tierra, sus ojos están vidriosos, sus rasgos flojos.
Se ha ido.
Devyn levanta los brazos, el fuego parece quebrarse y elevarse más a su orden.
—Lo tomaré libremente o por la fuerza, pero lo tomaré, Halen.
—¿Qué pasó con la elección? —le pregunto.
—Ya has hecho la tuya. Ahora estás aquí. Al menos te han dado una. —Se gira
hacia sus devotos súbditos—. Escúchenme —grita—. Renunciamos voluntariamente a
nuestras posesiones mundanas, a nuestras vidas mundanas. Una prueba de nuestra
devoción.
Los cornudos que rodean el círculo de fuego gimen y se golpean el pecho en
respuesta.
Devyn gira sobre sí misma, con los brazos extendidos.
—Y tú conoces la palabra —grita, con un tono de voz alto que se hace oír por
encima del tamborileo—. Amo a los que no buscan primero detrás de las estrellas una
razón para hundirse y ser un sacrificio, sino que se sacrifican por la tierra, para que
la tierra se convierta un día en el Übermensch 3.
Reconozco el pasaje recitado de Así habló Zaratustra. Devyn utiliza la
palabrería, tergiversando el significado, para controlar a sus humanos superiores.
—El Hombre Primordial se sacrifica, liberándose de las ataduras mundanas,
para renacer, para recrearse —dice, sus ojos vidriosos se posan en mí—. Este es el
camino hacia nuestra inmortalidad divina.
Empujo hacia delante, mirándola fijamente a sus ojos inyectados en sangre
mientras busco en mi memoria un pasaje que combata el suyo, cualquier palabra
intencionada que pueda utilizar para llegar a esta gente.

3 Übersmensch: Palabra en alemán que significa superhombre, el alemán era la lengua natal de Nietzsche
—Zaratustra dijo: Este es mi camino, ¿dónde está el tuyo? —grito—, así respondí
a los que me preguntaban por el camino, porque el camino, eso no existe.
Me giro para mirar a las víctimas, esas personas que han sido engañadas,
siguiéndolas literalmente a ciegas, ofreciendo trozos de sí mismas para alcanzar la
equivocada sabiduría de Devyn.
—¿Esto es lo que creen? —les pregunto—. Nietzsche lo definió tan
condenadamente claro que no hay fórmula ni camino que seguir, que cada uno debe
172 buscar su propio camino. Pero ustedes han seguido el suyo. Se han sacrificado por su
camino. ¿No ven la lógica fallida en eso?
Los gemidos espeluznantes ascienden más alto, las llamas estallan contra el
oscuro abismo de este infierno. Los hombres superiores caen de rodillas en frenética
adoración a su sacerdotisa. Están demasiado lejos, perdidos en la depravación
mientras follan y adoran, se someten a su voluntad.
—No tienes ni idea de lo que han sufrido para estar aquí —dice Devyn.
Luego, con una sonrisa desafiante, inclina la cabeza. Los oscuros mechones de
su cabello se derraman sobre sus hombros desnudos mientras mueve las caderas al
ritmo del tamborileo. Su cuerpo gira, sucumbiendo a la droga en su organismo, sus
movimientos se vuelven frenéticos, y una banda de miedo me oprime el pecho ante
su poderosa visión.
Se toca la cornamenta que lleva en el cuero cabelludo, acariciando el hueso
mientras baila más cerca de mí.
—Nietzsche era un misógino —dice—. Superhombre. Una traducción ridícula.
Prefiero Supermujer. Como las Ménades, las malditas seguidoras del dios mismo eran
de hecho mujeres. Es lógico que un hombre intente reescribir la historia para su
propia vanidad. —Me escupe la palabra y sus ojos oscuros se posan en mi piel
desnuda—. Su perfil estaba equivocado en eso, perfiladora. Mi vanidad no tiene
cabida aquí.
—Baila conmigo —me insta, agarrándome por la cintura y atrayéndome hacia
el centro del anillo de fuego.
El humo se enrosca hacia el techo abierto de la caverna, y yo sigo la estela
ondulante, con la ansiedad de una garra que se constriñe alrededor de mis pulmones
mientras respiro el aire ahumado.
Mientras Devyn me induce a un baile eróticamente sensual, recuerdo el ritual
en el que Kallum intentó hacer lo mismo, atrayéndome al frenesí.
—Donde ellos tienen algunos —dice Devyn, moviendo lánguidamente la
cabeza hacia sus hombres más altos—, tú tienes todos los aspectos del Übermensch,
Halen. Al principio, te envidiaba eso. Tu conexión con el dolor primordial. Pero
entonces, cada camino es único, tal como dijiste. Y entonces ahí estabas tú, en medio
de mi terreno ritual, mi respuesta. —Sus ojos brillan ferozmente en el resplandor del
fuego—. Mi camino.
Coloca sus antebrazos sobre mis hombros, sus ojos lánguidos, su cuerpo
meciéndose en ondas seductoras. Por un breve instante, cedo a su deseo, dejándome
llevar por su abrazo, intentando conectar con ella, donde pueda razonar con ella...

173 Me detengo, inmóvil.


La última debilidad del Superhombre siempre fue su humanidad, lo que
necesitaba cortar para ascender completamente. He estado intentando alcanzar la
humanidad de Devyn... pero eso ya no es posible. Ha logrado ocultarla bajo las
drogas y su engaño.
Desgarrada por saber que ya he fracasado, el punto de dolor es darme cuenta
de que tengo que entregarla así a las autoridades.
Su cuerpo se detiene mientras me mira profundamente a los ojos.
—Te ofrezco el indulto eterno de tu sufrimiento. Incluso te he liberado del vil
hechicero, el malvado pharmakeus 4. He hecho que por fin cumpla la condena que
sabes que se merece. Te estoy dando todo lo que querías.
Me apoya la cara entre las palmas de las manos. Mientras sus ojos vidriosos
rastrean mi rostro, le permito que me dé un tierno beso en los labios, abrazando el
dolor que nos une, antes de separarme.
—Devyn —le digo, deslizando los dedos por sus suaves rasgos—. Te prometo
que voy a conseguirte la ayuda que necesitas. Voy a estar allí. No te abandonaré.
Su expresión se tuerce, una mezcla de incertidumbre y aturdimiento que me
da la ventaja para girar sobre ella y darle un codazo en el costado. De rodillas, me
arrastro hacia el perímetro del círculo y paso los dedos por uno de los símbolos
alquímicos.
—No —grita Devyn.
Cae de rodillas a mi lado, su naturaleza obsesivo-compulsiva se dispara al ver
el símbolo medio borrado. Mientras ella intenta arreglar la marca, yo araño la tierra
y le arrojo la suciedad a los ojos.
Suelta un grito furioso y estridente que activa a la manada.

4 Pharmakeus: En griego, Preparador de medicamentos, drogas o venenos; hechicero, mago.


—Mierda. —La empujo y me lanzo hacia el seto de llamas más bajo. Parpadeo
con fuerza, despejando la vista de los trazadores que se desprenden de las chispas
mientras miro a mi alrededor, a los hombres y mujeres ciegos que se dirigen hacia el
centro del círculo.
La mujer que sujeta el bastón de Devyn hace un lento movimiento hacia mí, y
me agacho, agarro la larga varita por la base y se la arrebato. Corro hacia el fuego,
contengo la respiración cuando llego al muro de llamas y me lanzo al otro lado, donde

174 mis ropas yacen amontonadas.


Con la respiración entrecortada y los pulmones abrasados por el humo, ato la
camisa alrededor del extremo del asta.
—Vamos... —Una vez asegurada, clavo el bastón en las llamas. Mi camisa se
prende por el fuego.
La macabra manada me invade por todas partes y la desorientación me corroe
la mente. Levanto la mano, me quito el collar y lo arrojo al suelo. Recobro el equilibrio,
agarro el bastón con ambas manos y trazo un arco en el aire.
Mis atacantes no pueden ver el fuego, pero pueden oír el chasquido abrasador,
sentir el calor. Utilizo el fuego para hacerlos retroceder mientras me escondo a lo
largo de la pared. Sus gemidos compiten con el zumbido de mis oídos, e intento no
mirar sus ojos cosidos, no sentir ni siquiera una pizca de compasión que me frene.
El enorme Vince Lipton cierra los brazos, haciendo un movimiento de agarre,
mientras se lanza con fuerza hacia mí. Le clavo el fuego en el pecho, deteniéndolo y
arrancándole un rugido furioso.
Mientras me abro paso hacia la boca de la cueva, Devyn se pone al frente de la
multitud.
Alrededor de su cuello lleva la cadena de hueso, y desengancha una esbelta y
puntiaguda cornamenta del collar y se dirige hacia mí.
Aprieto el bastón y la luz de la llama la ilumina mientras se acerca.
—No quiero hacerte daño...
—El deseo es poderoso, Halen. —Lanza el hueso en forma de garra por el aire,
obligándome a retroceder—. Quiero desgarrarte y hurgar en tus profundidades. Mi
deseo es más fuerte de lo que jamás será el tuyo.
Al sostener su mirada feroz, al ver siquiera una pizca de lo que queda de la
mujer que conozco, tomo una decisión.
Dejo caer el bastón y corro.
Llego hasta la abertura, donde la pálida luz de la luna se cuela para mostrarme
la salida, y siento que su mano me agarra del cabello antes de empujarme hacia atrás.
Me golpeo el hombro contra el suelo. El dolor me recorre los huesos.
Devyn se abalanza sobre mí, con un brillo salvaje en sus ojos oscuros. Bloqueo
su golpe con el antebrazo y mantengo el arma a la vista mientras ella arremete.
Una mirada fría y abatida pasa por su rostro antes de desgarrar la carne de mi
brazo, saliendo con piel y sangre entre los dientes.
175 Un grito ahogado sale de mi pecho. Con la adrenalina corriendo por mis venas,
el dolor no es lo que enciende mi rabia. La furia desgarra un camino destructivo a
través de mi razón al ver la tinta dañada. La lucha cobra vida y clavo mis uñas en su
garganta, apretando su tráquea hasta que la oigo resollar.
Hago palanca y hago rodar su cuerpo, me subo a su pecho y le agarro la
muñeca. Con los ojos desorbitados, Devyn grita y se niega a soltar la cornamenta
cuando se la arranco de las manos.
Una leve sonrisa se dibuja en su boca.
—Es un cambio delicado —dice con voz ronca—. Es como caminar por la
cuerda floja sobre un abismo. La decisión de tomar una vida o sacrificar la propia...
Con el arma apretada en el puño, miro fijamente su rostro, la sangre que cubre
su boca. Mi corazón se agita en ráfagas contra la pared de mis costillas. Veo la afilada
punta de la cornamenta atravesándole el cuello; lo veo tan claro... igual que apuñalé
a Landry en la yugular.
Podría matarla.
Se siente tan fácil...
Con esa conciencia, otra visión lucha por el dominio, sumergiéndome más allá
de las profundidades. Las horripilantes imágenes se agitaron desde el abismo cuando
Alister me mantuvo atrapada, el rostro ensangrentado de un hombre emergiendo
para apoderarse de mi mente.
El peso de la barra de hierro sostenida en mi mano.
No.
No soy una asesina.
—Eso es —dice Devyn—. Déjalo entrar. Ahí está la respuesta, Halen. La ves.
Libero el doloroso aliento atrapado en mis pulmones y grito, arremetiendo
contra las imágenes que destrozan mi mente. Levanto la cornamenta, con la mira
puesta en su cuello, y suelto un grito.
Lanzo el arma.
Devyn reacciona en el momento en que me rindo. Me empuja fuera de su pecho
y ordena a su manada.
—Tómenla.
Me agito mientras me agarran de brazos y piernas, pero mi lucha se ha
agotado. Me levantan por los aires y me arrastran de vuelta al círculo interior del

176
anillo de fuego. El ritmo del tambor se reanuda y la inquietante cacofonía de gemidos
y lamentos llena la oscura caverna.
Caigo al suelo, con la espalda aplastada contra la tierra, los brazos y las piernas
estirados. Se me levanta el pecho al intentar respirar un aire que no esté contaminado
por el humo y lucho en vano contra las manos atadas a mis extremidades que me
inmovilizan en el suelo.
Perdida toda voluntad de luchar, cierro los ojos contra el fuego y los cuerpos
agitados. Me aíslo del dolor. Dejo que la droga adormezca mis sentidos.
Un dolor agudo me atraviesa el hombro. Mis ojos se abren forzosamente, veo a
Devyn tallando la punta del hueso para extraer sangre. Me muerdo el labio, los brazos
braceandos contra su brutal agarre, un grito atrapado en la base de la garganta.
Entonces siento el suave tanteo de sus labios y su lengua sobre la herida.
Mi cabeza se balancea con el efecto, mi visión se nubla.
Me hunde los dientes en el hombro. El pinchazo es casi orgásmico, una
respuesta al dolor constante y sordo que me invade.
Estoy a punto de ser despedazada y devorada.
Mi sistema entra en shock. Hurgo bajo la superficie de mi conciencia, buscando
una escapatoria, rindiéndome al apagón...
Y un chillido estridente invade la oscuridad.
Una red de terror envuelve mi cuerpo al oír el agudo chirrido de la polilla de
la muerte. Un sonido distinto que solo he oído mientras cazaba obsesivamente a un
asesino.
El Harbinger.
15
PRESAGIO DE CATÁSTROFE

177 Halen

L
os hombres más elevados con cuernos chillan en respuesta al ruido
ensordecedor. El tamborileo se detiene bruscamente. Se hace un tenso
silencio antes de que el latido de mi corazón retumbe en mis oídos.
Entonces vuelve a sonar el chirrido, cada vez más fuerte.
Devyn se levanta, sus manos sujetando mis hombros, mientras sigue el sonido
hasta la boca de la cueva. En su estado drogado, se balancea con movimientos
aletargados mientras busca el origen de la perturbación.
Las manos sujetas a mi cuerpo se aflojan, los horribles gemidos y quejidos
aumentan hasta que los hombres se ven obligados a taparse los mutilados oídos.
Aprovecho la interrupción y me tumbo boca abajo. Mis dedos arañan la tierra en un
intento de escapar, y mi mirada sigue la de Devyn a través de las llamas hasta la
oscura silueta perfilada por el cielo brumoso y las estrellas.
Una figura se yergue en medio de la noche.
Cuando se adentra en el resplandor de la hoguera, se me corta la respiración.
Su rostro se tiñe de rojo oscuro para representar una calavera. Su pecho desnudo
resplandece en el vibrante resplandor, con la piel bañada en sangre, mientras le
sangra un corte reciente en el pecho. Es el legendario portador de la muerte devuelta
a la vida.
Vendí mi alma a un hermoso demonio. Y ese demonio ha venido a cobrar.
La amenaza del olvido oscurece mi visión mientras observo cómo el Harbinger
se adentra en la cueva. La alarma espesa el aire, el terror se enrosca en gruesos
zarcillos con el humo.
—No eres real —dice Devyn, arrastrando las palabras. Golpea el aire, como si
pudiera disipar una visión. Cuanto más se acerca, más corpóreo se vuelve.
—Huyan... —grita Devyn—. Huyan del falso profeta. No escuchen sus palabras
de corrupción.
La presencia del Harbinger incita el miedo en los hombres superiores. Un mal
presagio, una fatalidad para sabotear el ritual del Superhombre. Sus gritos se elevan
por encima del persistente chirrido de la polilla.
El frenesí del caos se transforma en una huida a ciegas hacia el interior de la
caverna. Los miembros rezagados de los seguidores de Devyn tropiezan y manotean
178 mientras abandonan a su sacerdotisa para escapar.
Devyn se levanta y me planta un pie descalzo en la parte baja de la espalda.
Cuando su mirada chocante me encuentra a través de las llamas, me siento atraída
por él. Es la belleza, la muerte y la destrucción, y está aquí, el Harbinger de Hollow's
Row.
Kallum vino por mí.
Con la barrera de llamas crepitando entre ellos, Devyn se planta frente a su
intruso.
—Tú eres él —dice—. Te veo. Te has revelado para enfrentarte a mí. —
Reconozco las palabras de Devyn tomadas de la carta del Harbinger que ella misma
escribió.
Sin negar la acusación, Kallum saca tranquilamente un dispositivo del bolsillo
de sus vaqueros negros y, de repente, el chirrido se silencia. Mientras estrecha la
mirada hacia Devyn, dice:
—¿Ahora parezco una polilla?
El pie de Devyn golpea contra la base de mi columna.
—Veo tus alas —dice, desorientada al perder el equilibrio—. Te daré la
ofrenda, Harbinger. Una que podemos compartir.
Se agacha y me clava las uñas en el cabello. Agarrándome por las raíces, me
arrastra hasta colocarme frente a ella y me rodea los hombros con un brazo. Con la
otra mano empuña el asta afilada y me aprieta el pico contra el cuello.
La sonrisa de Kallum es mortal, los huecos rojos como la sangre alrededor de
sus ojos están vacíos.
—Ella no es tuya para ofrecerla.
—El Harbinger no está aquí para detenerte —le digo, intentando jugar con su
ilusión.
—Tú eres mi camino. —Me agarra con más fuerza—. Ella es mi camino —dice
desafiándolo, clavando la punta en mi piel—. Me he sacrificado. He caminado por el
abismo. He logrado lo que ningún otro pudo. Ni siquiera tú, demonio del destino.
Una crueldad calculadora se enciende tras la mirada de Kallum, tan impactante
y letal como los rasgos endurecidos de la calavera que enmascara su rostro. Un
escalofrío me envuelve, la presión del frío más amarga que la tumba que nos rodea.
—Incluso el más sabio de ustedes no es más que un conflicto y un híbrido de
179 planta y fantasma —dice Kallum, pronunciando un pasaje de la alegoría que Devyn
ha tergiversado para su delirio—. ¡Contemplen, les enseño al Übermensch! El hombre
es una cuerda tendida entre el animal y el Übermensch, una cuerda sobre un abismo.
—Da un atrevido paso hacia el fuego—. Lo que es amable en el hombre es que es un
ir y venir.
El agarre de Devyn a mi alrededor se debilita. Víctima del hechizo que sólo
Kallum puede lanzar, se estremece. Todo mi cuerpo encendido por el dolor y la
conmoción es una carga demasiado pesada para mantenerme de pie. Devyn retira su
brazo, dejando que me desplome en el suelo.
Atravesando el fuego, Kallum enseña los dientes.
—Sumergirse, sacerdotisa —dice, con un tono tan ardiente como las llamas—.
Sumergirse es el sacrificio de uno mismo. Ya te he dicho antes... —estira la mano y le
toca un lado de la cara, con ternura, casi con pesar—, con qué facilidad se puede
malinterpretar la filosofía.
Acerco el brazo herido al cuerpo e inclino la cara hacia arriba, captando un
instante en el que la claridad brilla en los ojos de Devyn. La esperanza cuelga de un
aliento frágil, donde estoy demasiado asustada para respirar.
Devyn me sigue hasta el suelo de la cueva, con los brazos extendidos, la cabeza
inclinada y las puntas de las astas clavadas en la tierra.
—He fracasado —murmura contra la tierra.
El alivio llena las adoloridas cavidades de mi corazón, inspiro una bocanada de
aire ahumado y dejo que mi cabeza descanse en el suelo. No estoy segura de lo que
esto significa para Devyn. Una vez que la detengan, no tendré acceso a ella. Necesita
ayuda; ayuda psicológica profunda. No en una celda.
Luchando contra la resaca que me arrastra hacia abajo, veo cómo Kallum se
deja caer sobre sus rodillas frente a Devyn y agarra la espina dorsal de su mano
extendida, deslizándola lejos de ella mientras él enrosca los dedos alrededor del
arma.
Devyn me mira, la luz se pierde en sus ojos, un mensaje transmitido sólo entre
nosotras, y mi corazón retumba. Siento el cambio volátil en el aire, oigo el eco de los
tambores en mis oídos.
Un grito rompe el indulto cuando Devyn se eleva en un arco agudo. Los picos
curvados de su cornamenta golpean a Kallum en el pecho, haciéndolo perder el
equilibrio. Ella ataca, tratando de empalar su cuerpo.
El forcejeo termina con Kallum rodeando el cuello de Devyn con un brazo, con
180 la cara de ella sujeta por la palma de su mano. Veo el hueso con picos en su otra
mano... y el miedo me atenaza por dentro.
—Sabes cosas que no deberías —le dice Kallum al oído mientras levanta el
arma—. No puedo permitir que sigas siendo una amenaza para ella.
—No... —digo, con la voz ronca, pero mi orden llega a Kallum y su ataque se
detiene en un santiamén—. Kallum. No lo hagas. —Mis ojos buscan los suyos más allá
de los huecos oscuros—. Nunca te perdonaré. Sólo... déjala ir.
Un gruñido resuena en lo más profundo de su pecho antes de arrojar a Devyn
a un lado. La sacerdotisa se tambalea y se pone de pie. No mira atrás mientras huye
de la escena.
Mi vista se desvanece, sigo a Devyn hasta la entrada de la cueva, esperando a
que cruce hacia la noche para dejar que mi cabeza caiga a tierra.
Entonces suplico que la inconsciencia me reclame.
Los brazos de la muerte rodean mi cuerpo y me pliego en su sólido abrazo. Me
lleva a través de la oscura cavidad de la cueva, descendiendo más profundamente en
la oscuridad. Cuando mis ojos se adaptan a la ausencia de la luz del fuego, distingo
una cadena de luces blancas.
Una cruda realidad me invade, trayéndome una dosis de realidad. No estamos
en una cueva.
El techo está iluminado por raíles. Unas vigas guía bordean las paredes y,
debajo, unos raíles recorren el suelo del túnel de un pozo minero.
Una capa de lucidez se abre paso, liberando mi mente en cierta medida del
hipnótico que recorre mi sistema.
Alargo la mano y toco la cara de Kallum, trazo los huecos perfilados del cráneo.
Palpo la sangre seca. El monstruo que se alimenta de mi dolor, mi daimonion
personificado, presentado como el asesino que he cazado obsesivamente.
—El villano se convierte en héroe —digo, con voz débil.
Sus ojos cautivadores encuentran los míos y me mira, su sonrisa ardiente y
sobrecogedora es un dolor insoportable que me atenaza el corazón.
—Dulzura, soy tu maldito demonio.

181
16
CAÓTICO

182 Kallum

L
a luz de las velas despierta las oscuras sombras de la biblioteca de la
mansión. Enciendo la última vela de la chimenea y dejo caer la cerilla
sobre la leña.
La débil llama amenaza con extinguirse, pero justo cuando la cinta azul de la
llama se apaga, la leña prende fuego. El crepitar de la yesca me trae a la mente la
imagen del círculo ritual en llamas y bajo la mirada hacia Halen.
Está sentada ante el gigantesco hogar de ladrillo, con las rodillas pegadas al
pecho. Una manta raída le cubre los hombros. Tiene un vaso de agua en la mano. Su
mirada está fija en las tenues llamas, pero sus ojos están vacíos, sin ver.
Diría que está en estado de shock si no supiera que ha soportado cosas mucho
peores.
Me agacho a su lado y le quito el vaso de la mano. Sin protestar y sin decir
palabra, me permite rodearme el cuello con su brazo. Luego la levanto en brazos y su
cuerpo se acurruca fácilmente contra mi pecho, sin preocuparse por la sangre
apelmazada mientras la llevo al cuarto de baño.
—Me resisto a dejar la única habitación que está despejada —digo—, pero
como los forenses procesaron la casa, confío en que sea mayormente sanitaria.
—No me molesta. —Su tono roza la apatía.
Me resisto a separar mis brazos de su cuerpo envuelto en una manta. Sin
embargo, está herida y necesita tratamiento. Lo que ocupa sus pensamientos no es el
shock ni la apatía, ni sus heridas, ni siquiera los restos de la droga en su organismo.
Es la mujer a la que ha liberado.
Había que tomar una decisión antes de traerla aquí. Si ir directamente a la
ciudad y anunciar a Devyn como la autora de todo.
—No hay urgencia —había dicho Halen—. Vine aquí para resolver un misterio, y
ese misterio está resuelto. En cuanto haga un informe, irán por Devyn.
El fuerte conflicto que aún percibo en su interior es una batalla que necesita
tiempo para librar.
¿Cómo se mide el bien y el mal?
Devyn era su amiga, alguien en quien confiaba. Alister sirve a la justicia, una

183
figura de autoridad a respetar.
Soy el demonio que seduce y corrompe.
Cuando faltaban menos de tres horas para el amanecer, la llevé a un lugar
donde pudiera escuchar sus pensamientos. Tiene que evaluar la línea que separa lo
bueno de lo malo, lo correcto de lo incorrecto, o trazar la suya propia.
La coloco en el taburete del tocador, en el centro de la habitación de mármol,
y sólo la dejo el tiempo suficiente para recoger los suministros. ¿Una cosa buena de
la casa de un acaparador? Tiene más de lo que uno necesita.
Mientras pongo una vela sobre el tocador, me dice:
—Descubriste el pozo de la mina el primer día que estuvimos aquí. —No es
exactamente una acusación.
—Técnicamente —digo, destapando el desinfectante—, sólo descubrí la mina
en un mapa. Encontré el acceso al sótano de la mina esta mañana mientras tú y el
equipo de federales catalogaban la biblioteca.
Asiente distraídamente. Todavía está parcialmente bajo la influencia del
Rohypnol que Devyn utilizó para someterla, pero su mente lógica no puede dejar de
analizar, de procesar.
El software de cartografía digital que utiliza el FBI para buscar en la ciudad y
sus alrededores no incorpora las antiguas minas que fueron selladas hace casi cien
años. Un pozo de la mina que conduce justo a la mansión de Landry, y que puede
verse en los viejos mapas de la biblioteca. Una forma conveniente de permanecer
oculto durante años. Devyn tenía su propia cueva de meditación para ella y sus
hombres superiores.
—Sabías dónde encontrarlos —dice refiriéndose a las víctimas, la acusación
más asertiva en su voz ahora.
—Sabía dónde buscar —admito—. Potencialmente.
—Estabas prolongando el caso.
—Sí. —Dejo el alcohol en el suelo y apoyo las manos en sus muslos—. Y no me
sentiré mal por eso. Por querer estar contigo, por tener más tiempo. Esas personas
están perdidas, pero no necesitan ser encontradas, Halen. Lo sabías en el barranco.
Busca en mi cara, tratando de ver más allá de la máscara de un asesino en su
búsqueda de la verdad.
—¿Sabías que era Devyn?

184
Dudo.
—No. No estaba seguro. Sospechaba de todos en este pueblo, como estoy
seguro de que tú también.
Baja la cabeza y se envuelve los hombros con la manta.
—Descubrirlo antes no habría cambiado el resultado.
—Lógicamente, probablemente no. —Agarro el paño—. Pero habrías evitado
una conexión más profunda con ella, ese sentimiento de traición.
Mira hacia otro lado, tratando de no sentir el dolor.
—Ya basta.
Acepto. Me pongo de pie, me dirijo a la bañera de patas de garra y giro la
manivela de latón. El agua brota del grifo y mojo el paño antes de accionar la palanca
de la ducha y cerrar la cortina opaca.
Cuando me arrodillo ante ella en el taburete, le digo:
—Dame tu brazo.
Halen se demora, apartándose el cabello de la cara, antes de ceder por fin.
—No estoy rota —dice, sacando el brazo de debajo de la manta—. No necesitas
coserme de nuevo.
Sus palabras calan más hondo que cualquier herida física, su ira es una mezcla
de arrepentimiento y humildad. Se permitió confiar y fue traicionada, pero se culpa a
sí misma.
—No quiero curarte —digo, tomando su muñeca con la mano, un loco seducido
por la sensación de la quemadura de la cuerda en su delicada piel—. Mi motivación
para curar tu herida es totalmente egoísta.
El vapor espesa la habitación, la luz tenue y parpadeante de la llama de la vela
suaviza la oscuridad entre nosotros.
Su trago se arrastra por la fina columna de su garganta mientras estiro su brazo.
Mi mirada se posa en el tajo desgarrado en su carne. Las dos primeras palabras del
tatuaje han sido arrancadas, destruidas.
Una quemadura más ardiente que las llamas abrasadoras del inframundo me
enrosca las entrañas.
—No era... ella misma. —La dureza en su tono templa sus palabras destinadas
a disuadir mi furia en escalada contra la mujer con la que Halen todavía se siente
unida.
—Intentó comerte —le recuerdo, encontrando sus ojos avellana en medio de la
tenue iluminación—. Devyn es inteligente. A pesar del hecho de que puedo tener una
185 pizca de respeto por su devoción a los maestros y no a los trucos, ella tomó la decisión
de malinterpretar descaradamente un dogma por sus propias razones egoístas.
—Kallum...
Tomo su cansado uso de mi nombre como una petición para dejar el asunto.
—Hmm. —Con delicada presión, empiezo a limpiar su herida. Por ahora, le
daré el tiempo que necesita para encontrar su equilibrio. Pero mi clemencia es
temporal.
Halen me exigió que perdonara la vida a Alister en su despacho, y obedecí sin
rechistar, a pesar de que estuve a segundos de arrancarle del pecho su corazón aún
palpitante. No podría vivir consigo misma si acabara con Devyn, así que, por mi musa,
dejé vivir a la sacerdotisa. La dejé huir en la noche, llevándose nuestros secretos con
ella. Sigue siendo una amenaza.
Todo lo que mi musa me pide, lo hago de buena gana. Al fin y al cabo, así es
como funciona una musa. Debemos rendirnos a ella, nuestra fuerza de inspiración
encarnada, nuestra intuición guía.
Pero llegará un momento en que no pueda rendirme. Cuando la petición sea
demasiado alta, el único sacrificio que no podré hacer.
Mientras sus pensamientos se agitan, manteniendo su mente ocupada, uso el
paño húmedo para desinfectar la carne arrancada. Luego esterilizo la aguja en la
llama de la vela antes de enhebrar el ojo y prepararme para suturar la herida.
Cuando la aguja atraviesa su piel, levanto los ojos para medir su respuesta al
dolor. Su mirada se clava en la mía.
—Daño nervioso —explica—. Del accidente de auto. No siento mucho. Hay...
Apoyo los dedos en la parte interna de su antebrazo mientras suturo. Al igual
que el tejido cicatrizado que embota sus sentidos, quiere silenciar su dolor
emocional. Devyn fue por el dolor dañando la armadura que Halen utiliza para
proteger sus heridas psicológicas de sí misma.
Su creciente deseo de sustituir esa herida por dolor físico prácticamente me
estrangula, y tengo que apretar los dientes para no cumplir la orden.
—Recibí un correo electrónico —dice Halen, bendiciéndome con una
distracción—. Había solicitado una copia de tu expediente juvenil.
Con la aguja sobre el brazo, acerco mi mirada a la suya.
—No leí el correo electrónico —dice—. Lo borré.
Dejo que el silencio se extienda mientras comienzo la segunda puntada.
Halen respira con fuerza y su antebrazo se tensa.

186 —Dijiste en el barranco que la familia es voluntariamente ignorante, que se


niega a ver lo peligrosos que pueden ser los seres queridos...
—Mis ojos los heredé de mi padre —digo tirando del hilo—. Heterocromía, un
rasgo heredado. No hay nada interesante que aprender aquí, pequeña Halen. Sólo
una historia poco original sobre un bastardo con expectativas imposibles. Cuando le
diagnosticaron cáncer de páncreas, me sentí aliviado, sabiendo que no estaría mucho
más tiempo. Que mi madre tendría paz, que yo estaría libre de sus constantes
presiones para lograr, para ser él. Pero entonces me di cuenta... —Detengo mis
acciones para mirar su hermoso rostro—. Cada vez que me miraba en el espejo, eran
sus ojos los que me devolvían la mirada.
El chorro de la ducha zumba en la silenciosa quietud de la habitación antes de
que ella diga:
—¿Cómo de peligroso era?
Bajo la mirada y comienzo la última puntada.
—Lo bastante peligroso como para no querer que pudiera ver a mi madre en
sus últimos días... días pasados en un vacío tóxico de su autodesprecio y sus viles
reprimendas. Tan peligroso que le saqué los ojos con su bolígrafo de oro de
veinticuatro quilates para que lo enterraran sin ellos y no tuviera que volver a verlo
en el espejo.
Ato la puntada y me inclino para romper el hilo con los dientes, depositando un
beso sobre los puntos negros antes de levantarme.
Mete el brazo bajo la manta.
—Gracias —dice, y sus palabras adquieren un significado más profundo ante
la verdad que le ofrezco.
Asiento una vez.
—Te lo dije, dulzura. Todo lo que tienes que hacer es pedirlo. No hay necesidad
de malgastar recursos.
Pero lo hizo, y sus acciones hablan mucho más alto que sus palabras. A pesar
de su obsesión por demostrar que soy su asesino en serie, borró pruebas
potencialmente condenatorias para reafirmar sus teorías.
Y quiere que yo lo sepa.
—De acuerdo —dice—. Ahora cuéntame todo lo demás.
Así que lo hago. Le digo lo que necesita oír para establecer las conexiones,

187
para unir las piezas mentalmente y ver la imagen completa del rompecabezas. La
grabadora digital que me llevé del departamento de policía, grabando el sonido de
los altavoces de la sala de conferencias para utilizarlo como el chirrido de la polilla.
Aunque el monitor de tobillo es resistente al agua, no es impermeable. Una
diferencia decisiva que resultará beneficiosa cuando el agente Hernández tenga que
inspeccionar la pulsera que dejé en la celda de detención por su mal funcionamiento,
para determinar que una caminata de un día por las espesas aguas de un pantano
provocó un cortocircuito en el receptor al quedar sumergido.
Como el ritual de ascensión requiere un cierto nivel de intoxicación, sabía que
en el estado de embriaguez de Devyn, su delirio no sería difícil de manipular. He
tenido un poco de práctica en eso con el Dr. Torres.
Halen se toma un momento para procesar lo que le digo:
—¿Cómo sabías... que... —asiente con la cabeza, indicando la calavera
ensangrentada que usé para representar a la polilla de la muerte—, funcionaría con
Devyn?
—Tú —le digo con sinceridad—. Me dijiste que el Superhombre incorporaría
al Harbinger a su engaño. —Le quito la manta del hombro para inspeccionar el corte.
La visión de la marca del mordisco aviva una brasa de furia en mi pecho.
—Muestre a la gente un reflejo de lo que teme —le digo—, y cuestionará sus
convicciones.
Asiente lentamente.
—No pasa nada —dice, intentando cubrir la marca. Sujeto la manta y la obligo
a mirarme a los ojos—. No es tan profunda.
De mala gana, suelto la manta. El deseo de hincarle el diente y desfigurar la
marca es un demonio que palpita bajo mi carne.
—Casi matas a un hombre a golpes —dice, cambiando de tema—, y yo casi te
dejo. Son mis convicciones las que son cuestionables.
—Por hacerte daño. —Levanto la barbilla, sin ocultar la rabia que aún me
produce el recuerdo—. Y siempre seré ese hombre, Halen. El que derramará sangre
por ti. Debería haberle arrancado las entrañas y dejado que Devyn se las diera de
comer a sus secuaces. Si eso me convierte en un monstruo, no tengo dudas al
respecto. Puede que haya asaltado el castillo y tomado a la princesa en mis brazos,
pero no soy el caballero de brillante armadura. —Con fuerza, empujo mis manos más
allá de la manta y toco su cintura—. De hecho, destruiría a ese cabrón para robarme
a la chica.
Se humedece los labios y sigo el recorrido de su lengua por la boca como una

188 bestia hambrienta.


—Yo tampoco —confiesa, deteniendo mi respiración—. No soy una santa. Robé
el arma del crimen. Robé el cuchillo, Kallum.
La razón por la que volvió al edificio de la policía para empezar. Asiento con la
cabeza.
—Aún estás a tiempo de devolverlo.
Con el labio entre los dientes, sacude la cabeza.
—No tengo ningún dilema en ese sentido —me responde.
Se me encienden las fosas nasales, su confesión despierta la tentación de
hacerle cosas muy, muy malas, de demostrarle exactamente que las normas no se
aplican a nosotros.
Me quita la mano de la cintura y me la estrecha entre las suyas. Sus dedos tocan
suavemente los moretones, recorriendo la piel agrietada de mis nudillos por encima
de los sellos de tinta.
—Realmente lo habrías matado.
Mi mandíbula se tensa.
—Tú no lo querías muerto.
—No —dice acariciando la carne estropeada. Me levanta la mano y me besa los
nudillos con ternura. Cuando su mirada se dirige a la mía, sus ojos se arremolinan con
un calor fundido—. Quería que sufriera. Luego lo quería muerto.
El abismo que nos separa se desvanece... y ella está tan cerca que puedo
saborearla en mis labios, sentirla enredada en mis huesos. La quiero por completo,
sin secretos entre nosotros.
Halen me mide cuidadosamente.
—Para empezar, omitiste cómo lograste escapar de la celda de detención.
Libero una respiración forzada.
—Gané una apuesta —digo, retirando la mano de su cintura para sacar la llave
del bolsillo y sostenerla en alto. Los ojos de Halen rastrean los moretones en mi
mandíbula causados por el puño de Alister—. El único problema ahora es, qué hacer
con la llave una vez que esté de vuelta dentro de la celda.
Su mirada sostiene la mía y no vacila. —Trágatela.
Un escalofrío recorre mis venas y enrosco mis dedos en los suyos.

189
Ahí está mi musa oscura.
Me meto la llave en el bolsillo y dejo que una sonrisa malvada curve mis labios.
La sangre seca me aprieta las facciones y estoy seguro de que la calavera tiene un
aspecto diabólico. Halen me lo confirma cuando extiende la mano y me pasa los
dedos por la mejilla.
—Me lo quitaré. —Cuando voy a levantarme, me sujeta del brazo.
—Espera. —Mira el paño y me tiende la mano. Con el ceño fruncido, coloco el
paño húmedo en su palma.
Me arrodillo ante ella, con los brazos apoyados en la otra mano, absorto en la
luz parpadeante que se proyecta sobre sus rasgos etéreos. Ahí es donde siempre la
encontraré, en el parpadeo. Todas las necesidades caóticas y maliciosas de mi
naturaleza se paralizan cuando ella me atrapa con su luz, aunque sea por un instante.
Lleva el paño a la zona medial de mi mejilla y me barre ligeramente la piel,
retirando una capa del cráneo para encontrar al hombre que hay debajo. Repite la
acción con movimientos suaves, siguiendo los contornos de mi cara mientras limpia
la sangre.
—Lo que Devyn dijo allí... —Se detiene. Luego, cuando sus ojos se funden con
los míos a través del pesado vapor que aísla la habitación, su mano se detiene—. Tú
no eres el asesino Harbinger.
Mi mirada se clava en la suya, inquebrantable.
No expreso ninguna confirmación. Dejo que lea la respuesta en mis ojos.
El silencio nos suspende entre la luz danzante de las velas, una corriente
cargada lo único que anima mi corazón que amenaza con dejar de latir, mierda.
El paño cae al suelo de mármol para romper el hechizo. Sin apartar los ojos de
los míos, Halen presiona con las yemas de los dedos el sigilo recién tallado en mi
pecho. Con cautela, recorre los profundos cortes.
—¿Esto fue para mí?
—Sí.
—¿Cómo es que eres la persona más inteligente que conozco y sin embargo
crees en el poder de los sigilos?
La excitante sensación de que explore mi carne abierta despierta un deseo
perverso de que se arrastre bajo mi piel.
—Física cuántica —le digo simplemente. Cuando no se inmuta, y no percibo
confusión ni rechazo, continúo—: Cambia tu forma de ver el mundo. Cuando dejas de
verlo como algo meramente material, la capacidad, o el poder, de invocar una
190 creencia surge de forma natural. Si deseas una cosa lo suficiente, estás dispuesto a
suplicar por ella, morir por ella, matar por ella... —nuestras miradas chocan—,
entonces tu única limitación para dominar la causalidad es lo lejos que estás dispuesto
a llegar para poseer esa cosa.
Sus ojos rastrean la cornamenta del ciervo entintado mientras sus dedos
tantean mi piel acuchillada, su tacto se vuelve más enérgico. Arrastra las uñas sobre
la carne para profundizar en la herida y extraer sangre fresca. El corazón me roza el
cartílago cuando se lleva un dedo manchado de sangre a la boca y desliza la punta
entre los labios.
Mi maldito cuerpo se enciende. La sangre retumba en mis oídos, silenciando el
sonido de la ducha. Mi corazón es una bestia salvaje que sacude la jaula de mi pecho
mientras mi visión se oscurece en los bordes y se estrecha hasta convertirse en un
pequeño agujero, atrapándola depredadoramente en el centro.
Mientras se toca los puntos del brazo con esos mismos dedos ensangrentados,
dice:
—Me dijiste que Voltaire es el filósofo que habrías elegido para mí.
Mis manos se agarran a ambos lados del taburete, reteniéndome.
Se fija en la piel estropeada de su tatuaje, en el hilo negro cosido en su carne,
antes de levantar la mirada.
—Pero y si tú eres el filósofo que quiero marcado en mi piel, Kallum.
Cualquier restricción que mantuviera se hace añicos.
La tengo en mis brazos al mismo tiempo que ella se baja del taburete para
llevarme al suelo. Se sienta a horcajadas sobre mis muslos, con la boca pegada a la
mía. Respondo a su beso frenético con una necesidad voraz y codiciosa, antes de que
cualquier pensamiento sensato pueda abrirse paso.
Giro la cabeza y lanzo una dura maldición, atrapando su cara entre mis palmas.
—Estás drogada, Halen. No puedo...
—Es un requisito del ritualista, del vidente. ¿Verdad? Estar intoxicado. —Sus
palabras acaloradas caen a mi boca mientras sus dedos buscan de nuevo el sigilo, y
me pongo como una roca al oír a mi pequeña Halen usar terminología de magia
sexual.
Arrastro mi pulgar sobre su labio inferior, embelesado por ella.
—Carajo, qué hermosa eres. —Ese momento en la biblioteca, por supuesto ella
ya había hecho su investigación—. Eres la única que me sorprende.
191 La llamé, y aun así, nunca la vi venir.
—Tal vez... —Hace una pausa para pellizcarme el pulgar—. Sólo quiero oírte
hablar de cosas. Das mucho cuando te dejo hablar.
Un anhelo salvaje destroza mi contención.
—He terminado de hablar.
Traga saliva con fuerza, la súplica de su mirada líquida despelleja el alquitrán
negro de mi alma.
—Entonces desátame, Kallum. Ábreme. No quiero seguir ciega. Quiero ver.
—Maldita sea —murmuro. Su aroma me penetra los pulmones, el vapor de la
ducha infunde las notas afrodisíacas del ylang-ylang en mis putos poros, y estoy casi
drogado con ella. Se retuerce sobre mí en busca de fricción, haciendo que mi
fracturado control sea inexistente.
Le rodeo la espalda con un brazo y la levanto contra mí, apartando la manta.
—A la mierda —digo mientras la llevo a la ducha—. Yo tampoco soy un maldito
santo.
17
BRUJERÍA DEL ALMA

192 Kallum

E
mpujo la cortina de la ducha y casi la arranco de la barra. Sin molestarme
en quitarme los pantalones, me meto en la bañera con Halen en brazos.
Sus quejidos guturales me llevan a apretarla contra la losa de mármol,
aprisionando su cuerpo contra el mío.
Devoro su boca como un animal hambriento, cada deseo salaz arrancado de mi
ser por el suave tacto de sus sensuales labios. Necesita que ahuyente la oscuridad, y
yo soy el demonio para hacerlo. Me tragaré toda la oscuridad por ella.
Apoya las palmas de las manos en mi pecho y las pasea reverentemente por
los duros planos musculares, limpiándome la piel mientras el calor del chorro de agua
limpia la sangre que nos separa.
Me separo de ella para alzarme sobre ella, extendiendo la mano sobre su piel
resbaladiza, rayando el carmesí entre el valle de sus pechos en una venerable
búsqueda por memorizar cada hermoso y tentador centímetro de ella.
Y la vislumbro en mi mente, con las manos cubiertas de sangre, salpicada de
gotas en la cara, bañada por la pálida luz de la luna: una musa que se me entrega para
despertar mi alma muerta.
Nunca había deseado nada ni a nadie tanto como la deseaba a ella en aquel
momento, y nunca dejé de hacerlo. Cada día que la esperaba, mi hambre aumentaba.
Ahora la deseo con la misma intensidad, hasta el punto de que tengo que controlarme
antes de consumirla en un ataque de gula.
Da un tirón del cinturón que me ciñe a la cintura y le sujeto la mano.
—De ninguna manera, dulzura —le susurro mientras atrapo sus muñecas y
empujo sus brazos por encima de la cabeza—. Déjame usar mi magia y quemar esa
droga de tus venas, luego te juro que te follaré hasta que literalmente veas a Dios.
Si no puedo hacer que mi musa comulgue con un poder superior, entonces no
soy digno de ella.
Su mirada se clava en la mía, una corriente ardiente que afirma su propia
promesa de romperme.
—El rito consiste en excitar repetidamente al vidente ritualista —dice,
arqueando la espalda hasta que me veo obligado a soltarle una de las muñecas y
acariciar su pecho perfecto—, para llevarlo al agotamiento sexual... sin llegar nunca
193 al orgasmo. —Se lame los labios en una burla pecaminosa—. ¿Vas a excitarme hasta
casi matarme, Kallum?
Sonrío contra su boca.
—Pequeña diablilla, si te niego la satisfacción durante mucho tiempo, seguro
que antes me mata esa tortura. —Bajo para meterme su pezón en la boca, chupando
hasta que suelta un grito estrangulado, y luego me trago ese precioso sonido con un
beso exigente.
—La lucidez erotocomatosa es sólo un método —le digo mientras la agarro por
un lado de la cara, arrastrando el pulgar por sus labios húmedos—. Prefiero mucho
más la práctica en la que te agoto llevándote al orgasmo una y otra vez.
Un estado entre la consciencia y el sueño, inducido para provocar un trance.
Se intensifica cuando el vidente contempla un sigilo durante el rito. Sin embargo, sea
cual sea la práctica elegida, es la intensidad del acto lo que conjura la magia, tomando
lo que está presente en la mente consciente en el momento del orgasmo y llegando
muy lejos en el subconsciente.
Una llama de esperanza se aviva ante la posibilidad de que tal estado pueda
suscitar su memoria latente.
En un conflicto de espejos, Halen me toca la cara, viendo hasta mi núcleo.
—No importa —dice, con un tono penosamente frágil—. Lo que sea que esté en
el pasado... déjalo ahí.
El poderoso golpe de su melancolía me provoca un dolor crudo en la garganta.
Durante nuestro ritual, pude saborear por igual su deseo y su vacilación mientras
luchaba contra su mente racional por el control. Sentir a Halen entregarse a nosotros
ahora, aquí, en este momento del tiempo, es como la dosis más pura de afrodisíaco
inyectada en mi torrente sanguíneo.
Su mirada color avellana me hace señas para que abandone mi persecución
para traerla de vuelta.
Ahora está aquí conmigo.
—Estoy a tu merced, dulce Halen. —Me sumerjo y saboreo sus labios, luego
me encuentro con sus ojos mientras le imploro—: Destrúyeme.
Y maldita sea, es una tortura divina como lo hace.
Me ahogo bajo el torrente de sus emociones exacerbadas mientras me roba el
aliento con un beso sensual, su cuerpo se funde con el mío a la perfección. Mis manos
cartografían su cuerpo, explorándolo con agresiva deliberación para conocer cada
curva y cada plano.
194 Le rocío el cuello con la boca y saco la lengua para saborear su piel. El agua
apenas diluye la embriagadora mezcla de Halen y sangre, y me sume en una lujuria
salvaje que despierta al hedonista que llevo dentro. Beso y acaricio con ternura,
acompañando cada movimiento de mi lengua con un mordisco y un rasguño de mis
dientes para equilibrar el límite entre el placer y el dolor.
Me pasa las uñas por los omóplatos, invocando al demonio a mi superficie. Le
doy un tiron en el cabello e inclino la cabeza hacia atrás bajo el chorro de agua, lo
que me permite clavarle los dientes en el cuello y darme un festín como un demonio
de la noche. Mi objetivo es marcarla como mía y anular la huella de su hombro.
Levanto el trasero del mármol, deslizo la palma de la mano por la parte
posterior de su muslo y acerco su pierna a mi rodilla vestida de vaqueros, abriéndola
para mí. Primero trazo el sello sobre su piel sensible, con la polla a punto de desgarrar
los límites de mis pantalones de dolorosa necesidad, antes de meter la mano entre
sus muslos y pasar los dedos por su clítoris. Casi pierdo la cordura al sentir su
excitación resbaladiza a pesar del agua que cae sobre su cuerpo.
Un gemido entrecortado se le atrapa en la garganta. Sus músculos se tensan
mientras mueve las caderas con ondulaciones de necesidad para acelerar mis
caricias, y cuando me deslizo dentro de ella y siento el apretado pulso de su coño
alrededor de mis dedos, suelto un profundo gruñido contra el hueco de su hombro.
Halen mueve las caderas al compás de mi ritmo, follándome los dedos con
desenfreno y matándome de placer al verla. Se separa de la pared de la ducha y me
rodea el cuello con los brazos, sin importarle los puntos ni el dolor. Me lame el sigilo
grabado en el pecho, saboreando mi sangre y desatando en mí una depravación
desde el rincón más bajo de mi alma.
El impulso primario de saborearla en mi lengua se levanta caliente y violento
para hacerme caer de rodillas.
A través de la brumosa cortina, la luz de las velas baña su reluciente cuerpo
mientras me arrodillo ante mi diosa y rodeo con mi boca su dulce coño.
Me mete los dedos en el cabello mojado y tira de las raíces para provocarme
un poco de dolor, lo que despierta un hambre bestial de sentir cómo me desgarra.
Sus gemidos caen libremente de sus labios mientras succiono su clítoris en mi
boca. Suelto un gemido áspero contra su carne sensible, salvaje, mientras la llevo al
límite, una y otra vez, hasta que se retuerce de un dolor delicioso, tan delirantemente
embriagador, que me emborracho de ella. Sus muslos me aprietan con fuerza
mientras me doy un festín, follándola con la lengua mientras mi maldita polla palpita
con furia palpitante por sentirla enfundada a mi alrededor. Continúo consumiendo su
sabor sacarino, llevándola al borde del clímax antes de luchar contra mi propio deseo

195
animal y obligarme a aflojar el ritmo.
No me detengo hasta que sus gritos de liberación tensan mi piel en un dolor
caliente. No paro hasta que su cuerpo tiembla y se siente tan salvaje como yo. No paro
hasta que el agua de la ducha empieza a salir fría.
Cuando se le doblan las rodillas y ya no puede sostenerse en pie, la recojo en
brazos y la arrastro hasta la biblioteca, nuestros cuerpos empapados dejan un rastro
de agua sobre la madera.
Me despojo de los pantalones empapados antes de extender la manta en el
suelo, frente al hogar de la chimenea, y luego la tumbo en el centro, donde merodeo
sobre su cuerpo húmedo como una bestia salvaje a la caza de su presa. Y sus ojos me
clavan, atrapándome sobre ella.
—Me ataste a un árbol durante el ritual porque crees que soy peligrosa —dice,
el pecho subiendo con sus rápidas inhalaciones—. Capaz de hacerte daño.
Le toco un lado de la cara y miro fijamente el brillo de sus ojos, que reflejan el
fuego ardiente. En mi periferia, vislumbro el atizador, un objeto no muy distinto del
que la vi blandir para mutilar el rostro de mi adversario.
—Lastímame o fóllame, Halen. Quiero todo de ti. Cada pedacito de tu dulce
tortura. —Cierro la brecha que nos separa y beso sus labios con ternura antes de
morderle el labio inferior para poder tragarme su gemido entrecortado.
Al levantarme, digo:
—Dime qué quieres.
Su trago es forzado.
—Dejarme llevar —dice.
—Puedes soltarte. —Le acaricio la mejilla—. Puedes perderte, Halen. Te
prometo que te encontraré. Siempre te traeré de vuelta, dulzura.
Para demostrar mi juramento, me pongo de rodillas y agarro mis vaqueros
desechados. Saco el cinturón de cuero de las trabillas. Sin dejar de mirarla, envuelvo
hábilmente una de mis muñecas con el cuero mojado y coloco el extremo del cinturón
en su mano.
Halen se levanta sobre un codo y agarra el cuero con la mano. Un rastro de
miedo relampaguea en sus ojos, regalándome una bocanada de su tentadora
madreselva y clavo, antes de tirar del cinturón para acercarme. La incertidumbre que
siento en ella se ve sustituida por un anhelo cuando me aprieta las muñecas,
despertando al monstruo desviado que llevo dentro.
Me pone las palmas de las manos en el pecho y me guía para que me tumbe.
Es la cosa más hermosa que he visto en mi vida mientras me monta. A horcajadas

196 sobre mis caderas, me pasa los brazos por encima de la cabeza, una orden silenciosa
para que mantenga las muñecas atadas.
Su boca se apoya en mi oreja.
—No volví a ponerme el collar porque siempre te he pertenecido —susurra, y
mi maldito corazón se desboca ante su confesión—. Igual que el sigilo de mi muslo
siempre estuvo ahí, esperando a que lo descubrieras, a que yo lo viera.
El calor carnal abrasa mi maldita sangre, mis venas tamborilean con el feroz
latido de mi corazón, sus palabras me matan.
Si muero esta noche en sus manos, saborearé cada brutal y perverso segundo
de esa dulce muerte.
Cuando se arquea hacia atrás, mi polla se vuelve impaciente y codiciosa al
sentir su coño resbaladizo a lo largo de mi dureza. Se inclina lo suficiente para
arrancarme un suspiro entre los dientes apretados, lo que hace que su boca esboce
una sonrisa ladina que se adueña de todo mi ser.
Subo mis caderas contra ella, recompensado con la salaz visión de sus pechos
perfectamente ligeros rebotando.
—Haz que te tema, nena.
Alarga la mano por encima de mi cabeza y recoge el vaso de agua. Vierte el
contenido sobre la madera, lo rompe y coge un trozo de cristal. Me hipnotiza mientras
inspecciona metódicamente el trozo en busca de astillas y luego me recorre el pecho
con la suave yema del dedo. Su necesitado coño rechina contra mí todo el tiempo,
buscando fricción.
El deseo de saber qué es lo que desea tanto que está a punto de marcarlo en
mi carne me está sacando de mis casillas.
Como la llama blanca ardiendo al máximo grado, estamos en un estado
combustible de cambio, nuestra ardiente alquimia transforma nuestros elementos en
un elixir para abrasarnos juntos. El dolor y el placer chocan, la energía se intercambia
y se calienta hasta fundirse para purificar nuestras almas.
Sus labios se posan en los míos, sellando una promesa a través de su tierno
beso, justo antes de atravesar mi carne con el cristal. Mis músculos se tensan cuando
marca una figura en la piel de mi esternón, justo encima del cráneo del ciervo.
La mordedura del dolor es puro éxtasis erótico, y ella nunca ha estado tan
seductora como ahora. Su cuerpo se ilumina a la luz del fuego, el mechón blanco
enmarca un lado de su cara y me desafía a enrollar su cabello alrededor de mi puño
y tirar de ella contra mí.

197 Mis muñecas se flexionan contra las ataduras de cuero al pensarlo, y cuando
baja hasta mi pecho y lame la sangre de mi piel, soy un hombre poseído, dispuesto a
romper mis ataduras y follarla hasta que grite mi nombre.
Mientras Halen lava la sangre, levanta la mirada para atraparme, con un
aspecto tan jodidamente sexy que aprieto la mandíbula, encontrando la voluntad para
contenerme. Y cuando acerca su boca a la mía, dándome su eufórico sabor mezclado
con mi sangre, envuelve misericordiosamente la cabeza de mi polla con su dulce
coño.
Gimo contra su boca.
—Halen, estoy a segundos de masticar este cinturón...
Me besa con más fuerza y se hunde alrededor de mi erección dura como una
roca, provocando una maldición acalorada en mi boca al sentir su calor apretado
envolviéndome hasta la base. Es jodidamente perfecta, diseñada por los mismos
dioses, hecha solo para mí.
Luchando contra la necesidad de agarrarla por las caderas y penetrarla como
una bestia depravada, mantengo los nudillos pegados al suelo, impulsando mis
caderas hacia arriba para encontrarme con cada giro sexy de las suyas.
Y estoy perdido en ella, embelesado. No puedo apartar los ojos de ella
mientras me cabalga, moviendo las caderas con pericia, con los ojos cerrados y el
cabello cayéndole sobre los hombros en ondas salvajes.
Dios, tan malditamente hermosa y mía.
Me lleva con ella mientras cede a su deseo, suspiros jadeantes, sus manos
recorren mi pecho, sus uñas arañan mi piel para provocar el dolor prometido. Sus
dedos manchan mi piel con la sangre acumulada, el ardor de los cortes frescos
provoca una necesidad indomable de fundir ese dolor carnal con la angustia que
siempre siento bajo su superficie.
Para llevarnos a cotas catastróficas, para oír cantar mi nombre de su boca
pecadora y conjurar una fuerza de destrucción propia que me desquicie por
completo.
Halen me mece dentro de ella con ondulaciones sensualmente lentas,
destrozando cualquier nivel sensato de control. Juro que se está infundiendo bajo mi
carne, atada a mis tendones. Sigo sus movimientos, un eco de mi otra mitad, para
encontrarme con ella en ese plano superior.
—¿Confías en mí? —Las palabras me dejan sin aliento.
Sus movimientos se ralentizan mientras me mira a los ojos, la pregunta tiende
un puente entre nosotros, mi aprensión se hace tangible y aumenta hasta que ella
198 asiente levemente, susurrando un simple
—Sí.
Su deseo de confiar en mí debería ser suficiente.
Sin embargo, la forma enloquecedora en que ansío tenerla fundida a mi maldita
alma me atenaza por completo, y llevo mis brazos anillados por encima de su cabeza
y atrapo la parte baja de su espalda, impulsándome contra su pecho.
—Estamos a punto de averiguarlo —digo, robándole la boca en un beso
ardiente para quemar los últimos restos de mi control.
Con las muñecas atadas, tiro de sus caderas contra mí, metiéndome dentro de
ella con la desesperación de arruinarnos a los dos. Sus gemidos se agolpan en su
pecho, cayendo y enredándose con los míos a cada embestida. Arquea la espalda
cuando la penetro desde abajo, con los muslos abiertos contra mí, la polla clavándose
en su estrecho canal hasta que sus paredes palpitan a mi alrededor, al borde del
orgasmo.
Se echa encima de mí al ritmo de mi furia, su piel se calienta contra la mía al
mismo ritmo que las llamas del fuego.
—Maldita sea... tan jodidamente hermosa, me matas. —Le lamo el pecho,
rozando con los dientes el capullo, y me encanta cómo se estremece entre mis brazos.
—Kallum... —Su voz es una súplica entre respiraciones entrecortadas, y yo
empujo con más fuerza, mi cuerpo exigiendo sus gritos. Está a punto de romperse.
—Todavía no, dulzura... —Mi voz es de grava mientras le niego lo que ambos
anhelamos.
Con las manos enroscadas en el cabello que se derrama por el centro de sus
hombros, tiro de su cabeza hacia atrás y dejo caer mi frente sobre su pecho, buscando
el tambor frenético de su corazón. Formo la idea de ella desde la parte más violenta
de mí, consciente del peligroso trueque que le ofrezco.
Pero mi hermosa musa era mucho más de lo que podía soñar.
Cuando estuvo a punto de caer al vacío, usé mi propia sangre para cargar el
primer sello en su hombro. Un maldito sello hermético, encerrándola a cal y canto.
Pero es lo que necesitaba en ese momento, después de que su mente se negara a
aceptar una realidad tan horrible. La amenaza de que su estado mental se
desmoronara era clara. Así que tomé la decisión de perderla para salvarla.
Lo más desinteresado que he sido nunca.
Pero casi nos condeno a los dos.
199 Cuando nuestra naturaleza caótica amenaza con destruirnos, necesitamos un
chivo expiatorio.
Hay un intercambio, hay que equilibrar la balanza.
Yo sería ese sacrificio. Albergaría la oscuridad por ella. Me comería ese dolor
para evitar su destrucción.
—Somos las notas altas y bajas —susurro a través de su cuello, fundiéndome
con ella e invocando la oscura chispa de creación entre nosotros que sólo puede
alcanzarse a través de la violencia.
Y entonces la propia violencia se vuelve hermosa. Es casi demasiado hermosa,
como mirar fijamente la llama más caliente de una brasa, casi insoportablemente
inefable.
Si me mata a cambio, espero que cree algo igual de encantador.
Saco una muñeca del cinturón y le paso la correa por el cuello. Recojo la correa
con un puño y le aprieto la garganta. Sus llamativos ojos se abren de par en par, sus
emociones me estrangulan los pulmones mientras jadea en busca de oxígeno,
cerrándome la garganta.
Respira, le digo mentalmente, permitiéndole respirar una sola vez antes de
apretarle la correa.
—Confía en mí —susurro sobre sus labios, su miedo y su angustia ahogan mi
maldita garganta.
Halen no sujeta el cinturón. Sus uñas se clavan en mis hombros, sus paredes
internas se aprietan con fuerza hasta casi nivelarme, pero su mirada permanece fija
en la mía.
Me pierdo en sus ojos mientras me la follo, con una mano empuñando la correa
de cuero y la otra sujeta a su hombro por detrás, forzándola contra mí con la
despiadada necesidad de hundirme más dentro de ella, ofreciéndole mi despiadada
ofrenda para doblegar a mi encantadora musa.
Está en la chispa que se enciende en sus ojos, la belleza en el caos, la armonía,
la melodía, la brasa ardiente que soy incapaz de definir y que sólo veo en su mirada
plateada. El bálsamo para su alma enferma.
Paz.
La paz es el equilibrio de la violencia.
Una no puede existir sin la otra.

200 Una es la respuesta a la otra.


Mientras Halen se hunde, la asfixia la arrastra bajo la conciencia, la entrega a
su paz abruma sus sentidos y la serenidad la invade con tanta fuerza que casi me
sumerge con ella. Me mantengo firme, dejando que la corriente arrastre a mi musa.
Sus pestañas húmedas brillan mientras las lágrimas se acumulan bajo sus
párpados cerrados. La necesidad de saborear sus dulces lágrimas me desgarra con
una fuerza aniquiladora, y vuelvo a ahogarme con la correa, robándole toda
esperanza de un último suspiro... y las lágrimas se derraman, recorriendo sus mejillas
en tentadores y brillantes riachuelos.
La sostengo allí, suspendida entre el sueño y la vigilia, el cielo y el infierno,
maravillado por las lágrimas que salpican su rostro. Tan hermosa y serena, con rasgos
de una perfección sobrenatural. Beso sus labios con delicadeza antes de lamer el
salado sendero de lágrimas, saboreándolas en su piel y lamiéndola como el demonio
que soy. Murmuro un canto en latín, mi voto de encontrarla siempre en la oscuridad.
Entonces suelto la correa.
Jadea al mismo tiempo que yo empujo profundamente, destrozándola por
dentro.
—Oh, Dios... Kallum... —grita mientras sus paredes internas se aprietan a mi
alrededor, tan malditamente apretadas, que su orgasmo la lleva al límite.
—Así es, dulzura —gimo y me introduzco dentro de ella con una exigencia
brutal, mis dedos se clavan en sus muslos para hacerla caer contra mí con más
fuerza—. Comulga conmigo, tu maldito dios.
Somos divinidad.
Una respuesta que he estado buscando toda mi maldita vida, encontrada justo
aquí, en su dulce abrazo. El maldito diablo tendría que salir de las entrañas del
infierno para arrebatármela ahora.
Su clímax va in crescendo, su cuerpo tiembla en mis brazos mientras le doy
implacables embestidas para destruirnos en el más puro estado de éxtasis. La
liberación de su dolor es tan jodidamente exquisita que me expulsa del abismo.
Cuando empieza a bajar, sus caderas aún se retuercen contra mí en un
desesperado deseo de fricción, su humedad es un conducto que enciende mi alma
oscura, la rodeo con mis brazos y me agito dentro de su coño palpitante. Mis músculos
arden mientras arranca mi orgasmo de lo más profundo de mí, mi polla de acero
palpitando con mi inminente liberación.
—Mierda... —gimo—. Maldita sea, me encanta tu dulce y perfecto coño. —
Arrastro los dedos por su espalda, sintiendo las tentadoras rozaduras en su piel de

201 donde la até al árbol. Entierro la boca en la suave unión de su cuello y su hombro, un
gruñido es arrancado de la base de mi pecho mientras hundo los dientes en su carne.
El dulce sabor de la sangre me lleva a las profundidades, ese golpe puro de
satisfacción ilusoria que sólo capto por un momento fugaz, pero que es el puto paraíso
cuando me corro, derramándome profundamente dentro de ella, meciendo sus
caderas para follarla aún más profundo y tomar todo de mí.
Me duele la piel, el fuego de mi pecho se reduce a cenizas mientras acaricio su
espalda con suaves movimientos, inhalando su dulce y adictivo aroma.
Sus dedos se enroscan en mi cabello mientras su lánguido cuerpo descansa a
mi alrededor.
—Podría quedarme aquí —dice, apretándome el corazón.
Aprieto mis brazos alrededor de ella.
—Nunca dejaré que te vayas.
Una prórroga en la que la beso lenta y tiernamente con un anhelo
enloquecedor, mi apetito por ella es insaciable. Luego la tomo de nuevo con un
hambre voraz.
Me la follo hasta que se deshace en mis brazos y nos convertimos en una
maraña de partes corporales que luchan por fundirse, desvaneciéndose la una en la
otra. Dejo que se rompa contra mí una y otra vez, consumiendo sus gritos jadeantes,
desnudando mi alma ante ella y dejando que su fuego me limpie de una forma que
ningún canon filosófico podría jamás.
Sigo dentro de ella cuando el cansancio se apodera de su cuerpo y se duerme
profundamente. La estrecho contra mí un rato más, memorizando la sensación de su
piel contra la mía, el sonido de sus pequeñas respiraciones. Acaricio el sigilo de su
muslo, incapaz de borrar de mi mente el deseo que siento por ella.
Esta es mi debilidad.
Nunca fui capaz de dejarla marchar.
Reacio a retirar mi brazo de Halen y dejarla así, le doy un suave beso en la
frente. Pero hay asuntos pendientes y una celda a la que debo volver.
Aprovechando la luz menguante de las velas, me miro en el espejo y recorro
con los dedos el sello que ella grabó en mi carne, con una sonrisa diabólica
retorciéndose en mis labios. Mi diosa lunar me marcó con su media luna celestial.
Apago la llama y luego arrojo el paño ensangrentado junto con el resto de las
provisiones usadas a la chimenea, eliminando todo rastro de la mansión. Como si el
Harbinger nunca hubiera existido.
La hora más oscura se cierne en el horizonte, un recordatorio de que aún
202 quedan cosas por hacer antes de que amanezca. Siempre es más oscuro antes del
amanecer, una llamada a encender la más negra de las magias.
18
SELLO HERMÉTICO

203 Halen

E
l amanecer sobre Hollow's Row ofrece menos claridad a la luz. La ciudad
permanece en una sombra oscura, sus verdades más profundas ocultas
bajo un velo de aguas turbias de pantano y rostros enmascarados.
El fuego de la fosa se apagó después de que Kallum desapareciera en la noche.
Me desperté en una habitación fría y vacía, con el cuerpo extrañamente descansado
y recuperado tras un sueño corto pero intenso al que no me había permitido sucumbir
desde antes del accidente.
La parte predominantemente racional de mí lo atribuye a la droga que me
administraron, pero hay una verdad que ya no puedo negar y que pone en tela de
juicio esa afirmación. Hay otra parte de mí que se desbloqueó anoche con Kallum, un
lado en el que los pensamientos y deseos más profundos y oscuros salieron a la luz.
Dejarme llevar, perderme por él... la entrega de no sólo confiarle mi cuerpo
sino también mi mente, he cambiado. Irrevocablemente.
No hay lugar de mi cuerpo que no haya sufrido alguna herida. Piel y músculos
heridos, cortes y rasguños, y la mayoría de los daños los recibí del contacto de
Kallum.
¿Cuál de sus caricias fue la primera que puso en marcha este rumbo? ¿Fue el
roce de su mano con la mía en la sala del tribunal? ¿Cuándo su mano rodeó mi muñeca
en la mesa de visitas? ¿O hay algún otro momento en el tiempo que aún permanece
oculto en el que el fuego infernal de su contacto me marcó como suya?
El efecto mariposa afirma que un pequeño cambio, aparentemente
insignificante, puede funcionar como catalizador de resultados extremos. Pero el
resultado sólo es posible si las condiciones de partida son lo suficientemente
sensibles como para afectar a ese cambio.
Mis condiciones de partida eran más que frágiles, presentando el catalizador
perfecto para que un hombre del caos desbaratara mi rumbo.
Puede que nunca desentierre toda la verdad de la noche en que Kallum cree
que chocamos por primera vez. Una de las preguntas que me afligen ahora es si
puedo aceptarlo o no.
Mientras intento mirar a través de la vidriera de la biblioteca, me meto la
esquina de la manta bajo el brazo y luego me toco los hilos gruesos cosidos en el
tejido de la cicatriz, la única prueba de que lo de anoche fue real. Todos los artículos
que aportaban alguna prueba han desaparecido, igual que él.

204 Kallum es un experto en su campo. De hecho, es experto en muchas cosas. Pero


su habilidad con la aguja para curar heridas es bastante escasa.
Ninguna persona puede ser perfecta en todos los ámbitos, sea cual sea su nivel
de perfeccionismo.
Sigo tanteando los antiestéticos puntos cruzados de mi brazo, mi mente sigue
una estela de pensamientos mientras me enfrento a una serie de realidades que aún
están por llegar.
Un fuerte ruido reverbera por toda la mansión anunciando la llegada de
agentes federales antes de que se infiltren en la biblioteca. Me aborda uno de los
agentes que parece estar al mando, me interroga sobre mi estado y me insta a
responder a un aluvión de preguntas.
Para cuando el agente Hernández entra en la biblioteca por un pasillo detrás
de la estantería con incrustaciones, estoy preparada para enfrentarme al menos a una
de esas realidades.
—Dra. St. James, ¿se encuentra bien? —pregunta Hernández, con las facciones
entrecortadas por profundas líneas que resaltan su falta de sueño y su estado de
estrés. Su mirada se dirige a mi cuello, donde las tenues rayas rojas del cinturón de
Kallum marcan mi piel.
Antes de que presente una respuesta, Hernández se vuelve hacia el agente que
la interroga y dice:
—Debe recibir atención médica antes de someterse a cualquier interrogatorio.
Enarco una ceja ante su tono autoritario. El otro agente solo asiente una vez
antes de empezar a dirigir un equipo para barrer la biblioteca.
Me subo más la desgastada manta mientras veo salir a una fila de agentes
especiales del pasillo oculto tras la librería. Al parecer, hay más de un punto de
acceso al pozo de la mina.
—Estoy bien —le aseguro a Hernández—. Devyn Childs es la perpetradora.
Digo su nombre rápidamente, como si me arrancara una tirita o me quitara los
puntos de golpe.
Asiente con seguridad.
—El equipo es consciente de ello.
El corazón me golpea con fuerza contra el pecho mientras la confusión dibuja
mis facciones. La estantería se abre aún más y más agentes entran en la biblioteca con
las armas desenfundadas. Llevan equipo táctico y uno de ellos habla por un auricular.
—Cinco más recuperados, señor.

205 —¿Qué está pasando? —Exijo.


El agente Hernández me conduce a un rincón privado de la biblioteca, donde
se quita la chaqueta del FBI y me la pone sobre los hombros.
Me envuelvo con la chaqueta por encima de la manta.
—Gracias.
—Haré que te traigan ropa. —Recupera su teléfono y envía un mensaje de
texto.
—¿Estaría fuera de lo posible tomar un café?
Su boca se tuerce como si fuera a sonreír.
—Probablemente puedo hacer que eso suceda.
—Gracias. ¿Cómo me encontraste? —pregunto.
Se toca el auricular en la oreja y mira hacia otro lado.
—La Dra. St. James se ha recuperado. —Después de un tiempo, responde—: Sí,
señora. La llevaré.
Se pasa una mano por el cabello revuelto. Luego, observando mi cuerpo
envuelto en una manta, dice:
—Cuando no pude localizarte, hice que rastrearan tu teléfono. La última
ubicación era cerca de la cafetería. Lo localicé detrás del edificio de la HRPD.
Una red de ansiedad me envuelve y respiro entre la opresión de mi pecho.
Continúa:
—Como estabas desaparecida, tuve que buscar en tu dispositivo...
—Está bien —le digo, sabiendo lo que está a punto de revelar.
Su rostro se endurece.
—La última aplicación a la que accedí contenía una grabación parcial de una
conversación con Childs. Envié un pequeño fragmento a la unidad especial —dice
Hernández, confirmando mi suposición—. La consideraron una persona de interés y
emitieron una orden de búsqueda y captura contra ella y contra ti. Pero desde hace
una hora, se ha emitido una orden de arresto contra ella.
Aparto la mirada del agente. En aquella conversación se dijeron cosas, cosas
personales, que no quería que oyeran los demás. Sin embargo, en cuanto me di
cuenta de que me habían drogado, tuve la previsión y la capacidad de empezar a
grabar a Devyn, por si no conseguía volver.
Hernández me toca el hombro, atrayendo mi atención hacia la preocupación
206 grabada en su rostro.
—Halen, ¿qué te pasó ahí afuera?
—No me hizo daño —digo, intentando controlar mi expresión facial.
—Tienes puntos —dice, con tono grave—. Obviamente estás herida. Veo las
heridas...
—Ella me liberó. Me dejó ir. —La mentira cae fácilmente de mis labios.
Mientes muy bonito.
Por el profundo surco marcado entre sus cejas, veo que no está del todo
convencido, pero la urgencia de la situación que nos rodea permite que la
conversación termine aquí. Los agentes están embolsando todo lo que tienen a la
vista, revolviendo la biblioteca en busca de puntos de acceso ocultos y de Devyn.
—Bien. De acuerdo —concede Hernández—. Pero van a querer respuestas,
Halen.
Ellos. Alister, quiere decir. Mi estómago se revuelve ante la idea de ser
interrogada por él.
—Bien. Lo sé. Puedo manejarlo.
Llega una paramédico con ropa en la mano, y acepto agradecida los pantalones
de correr y la sudadera limpios. Insiste en examinar mis heridas y se niega a que me
vista sola en el baño hasta que lo haya hecho. Me aplica una crema desinfectante para
los puntos.
—¿Te lo has hecho tú? —me pregunta la paramédico, con las cejas alzadas
mientras aplica la crema sobre el hilo negro.
Miro la herida.
—¿No lo parece?
Sonríe, rechazando mi tono simplista. He aprendido mucho del tiempo que
pasé con Kallum, por ejemplo, a responder preguntas sin responderlas.
—Tienes que tratar esto y suturarlo bien —me dice.
Cuando vuelvo a la biblioteca, le entrego la chaqueta a Hernández y me
recompensa con un café.
—Bendito seas —le digo, destapando el vaso.
—Es negro.
—Ahora mismo es la salvación. —Bebo unos sorbos y mi organismo agradece
la cafeína. Luego, mientras disfruto de la cafeína, me preparo para otra dura verdad—

207
. ¿Por qué se aumentó la sospecha y prioridad sobre Devyn?
Sus ojos marrones se cruzan con los míos con cierta cautela.
—Una de las víctimas fue recuperada en el centro de la ciudad hace poco más
de una hora —dice—. Lo encontraron deambulando por Main Street, desnudo,
aparentemente en estado de shock o bajo los efectos de alguna sustancia. Después
de que lo detuvieran, una unidad utilizó sabuesos para rastrear su olor hasta la mina.
—Hace un gesto con la cabeza hacia la estantería y suelta un suspiro—. Nunca he visto
nada parecido a lo que hay ahí abajo. Hay todo un hábitat subterráneo o algo así.
Intento mentalmente conectar las piezas de anoche con lo que Hernández está
diciendo ahora. Dejé que Devyn me llevara con la esperanza de poder ayudar a las
víctimas. No estoy segura de que ese sea el resultado, pero al menos algunos podrían
recibir esa ayuda.
—¿Y se encontraron más? —Como me mira con curiosidad, añado—: Uno de
los agentes dijo que se habían recuperado cinco más. Supongo que se refería a las...
víctimas. —Me cuesta usar esa palabra para describirlas, la imagen perturbadora de
las personas que vi anoche choca con esa terminología.
Hernández confirma que se han encontrado a seis de los treinta y dos lugareños
desaparecidos. Todos han sido internados en un ala protegida del hospital local para
someterse a pruebas médicas, tratamiento y evaluación psicológica.
—Debería llevarte de vuelta al hotel —dice Hernández, girándose para
guiarme a través del laberinto de agentes y analistas forenses—. Te daré algo de
tiempo para que te refresques si es necesario antes de que tenga que llevarte.
Mientras le sigo fuera de la biblioteca, hago la pregunta obvia.
—¿Dónde está Kallum?
No mira hacia atrás.
—Con su abogado —dice, distraído por un mensaje en la pantalla de su
teléfono—. Tratando de salir de la detención.
Detecto un deje de tensión en su tono, y suena mi alarma interior. Desde el
momento en que el agente Hernández entró en la biblioteca, he percibido su
ansiedad. Se está desarrollando una situación muy tensa y angustiosa, sí, pero hay
algo que está ocultando.
—¿Cómo están respondiendo los lugareños a las noticias de Devyn? —Le
pregunto. Ella es uno de ellos, un local. Una amiga, parte del sistema que los protege.
Los sentimientos de traición a menudo se presentan como negación al principio, y
luego ira. Las cosas alrededor de Hollow's Row pueden volverse más volátiles.
Sacude la cabeza.
208 —No estoy seguro —responde mientras se reúne con otro agente especial
delante de un todoterreno negro y acepta las llaves, confirmando que su vehículo
quedó a la entrada de los campos de exterminio cuando comenzó la búsqueda.
Como Hernández no ha mencionado el cuchillo de trinchar robado y
almacenado en una bolsa de pruebas que se descubrió en su todoterreno, me siento
segura al confiar en que sigue allí. Estoy dividida entre mis sentimientos de alivio y
culpa por ese hecho. Lo que no siento es culpa por haber robado el arma que Devyn
intentó usar para inculpar a Kallum. Sin embargo, incluso haciendo lo que
inherentemente creemos que es correcto todavía causa una disonancia cognitiva que
resulta en dolor.
Kallum dijo que los villanos tienen un motivo, y ese motivo es virtuoso. Al
menos, en la mente del villano, ese motivo parece virtuoso. Lo que yo creo es que hay
un motivo para todos los actos, sean buenos o malos. Creo que Devyn tiene su propio
motivo.
Ahí hay una respuesta, una que ahonda en el meollo de la cuestión.
La vi a través de la oscuridad, sus ojos destellando con la luz del fuego, cuando
nuestras miradas se conectaron en ese último momento.
Vine aquí para encontrar a la gente perdida de este pueblo.
Lo que vi en los ojos de Devyn en ese único segundo reafirmó mi propio motivo.
Devyn es la persona perdida que estaba destinada a encontrar.
Mientras el todoterreno serpentea por las estrechas calles del centro,
acercándonos a la plaza del pueblo, por costumbre busco mi teléfono, sólo para
murmurar una maldición.
Hernández me mira. Luego mete la mano en su americana y saca un aparato.
—Toma —me dice, entregándome el teléfono.
Sorprendida y un poco recelosa, lo miro fijamente a través del interior antes de
aceptar el teléfono.
—Al parecer, soy una mala influencia para usted, agente. ¿Subvirtiendo
procedimientos?
—Han pasado muchas cosas en poco tiempo —dice, soltando un tenso
suspiro—. Ha habido algunos cambios con los altos mandos, y hasta que no sepa
exactamente a quién estoy informando, no hay razón para confiscar tu dispositivo. Lo
que se dice en esa grabación es privado para ti, y tú decides quién lo sabe.
Agarro el teléfono y le ofrezco una sonrisa de agradecimiento. Antes dijo que
209 había enviado un clip al grupo de trabajo. Hernández envió selectivamente una
sección de la conversación que mantenía en privado los detalles del ataque de Alister
contra mí.
—Gracias.
Asiente una vez, aclarándose la garganta para disipar el sentimiento.
Me muevo en el asiento del copiloto y el material rasposo de la sudadera roza
las puntadas, enganchándose en el algodón para aislar mis pensamientos. Me toco el
brazo, sintiendo el descuidado cosido de las puntadas a través de la manga.
Antes de llegar a nuestro destino, me inclino hacia el agente.
—Hernández —le digo, con tono serio.
Me mira brevemente.
—Gael —me dice, ofreciéndome su nombre de pila.
Sonrío con desgana.
—Gael, aquí hay algo malo.
Hace un sonido de diversión.
—Sí, hay muchas cosas mal aquí.
—Los locales no deberían estar trabajando en el caso. De hecho, creo...
—Que Childs no está actuando sola —dice razonando.
—Sí —digo simplemente—. Y si sigo en este caso, creo que deberíamos
guardarnos nuestras teorías por ahora.
Devyn no podía haberlo hecho todo sola. Debía tener a alguien dentro que la
ayudara. Había demasiadas cosas a las que acceder, controlar y modificar en el
departamento forense como para que una sola persona pudiera supervisarlas.
Luego había más de treinta personas con intervenciones entre semi graves
extirpación de ojos; lenguas parcialmente seccionadas, que necesitaban observación
médica. La persona que disecara los ojos, que extirpara las lenguas, debería tener
algún tipo de formación y experiencia médica. Necesitarían acceso a agentes
coagulantes de la sangre. Posiblemente analgésicos, más que el vino de su dios y
tinturas de éxtasis para sus rituales.
Hay que responder al por qué Devyn está haciendo esto, pero también al cómo.
Hay alguien más involucrado.
—Sí, estoy de acuerdo —dice el agente, sin ofrecer nada más mientras se
centra en la carretera que tiene por delante.

210 Miro fijamente el teléfono y paso el pulgar por la grieta que cubre la esquina.
Enciendo la pantalla y pulso el icono de mi correo electrónico, extrañamente
desconectada de la realidad y necesitada de algo parecido a mi rutina.
El correo electrónico que aparece en la parte superior de mi aplicación no
ofrece ningún consuelo. Hago clic en el mensaje del Dr. Torres y escaneo la carta,
leyendo dos veces la última frase de la breve misiva:
Hay algo imperativo que debe saber sobre su cargo, Dra. St. James. Póngase en
contacto conmigo de inmediato.
Exhalo un suspiro y atenúo la pantalla.
—¿Cómo puede tener acceso a Internet? —murmuro para mis adentros. Lo
último que había sabido del psiquiatra jefe de la institución Briar, el doctor Torres, es
que había sido internado en su propio psiquiátrico tras sufrir un episodio psicótico.
Miro fijamente la pantalla oscurecida del teléfono y siento surgir una pizca de
curiosidad aprensiva, pero la reprimo con la misma rapidez. La duda es una emoción
peligrosa. Sea lo que sea lo que el Dr. Torres tenga que decirme sobre Kallum, tendrá
que esperar. Hoy no tengo tiempo para tantos delirantes.
Tomo un largo trago de café, y mientras sostengo el vaso entre las palmas de
las manos, disfrutando el calor, un repentino recuerdo de la noche anterior se cruza
en mi visión.
—Mierda. —Me toco la frente—. Tabitha. La camarera de la cafetería. —Miro a
Hernández—. Ella es la que me dio el café. Estaba mezclado con algo. Puede que no
esté involucrada directamente... pero hay que interrogarla.
Mi interior zumba al pensar que la camarera podría saber cómo localizar a
Devyn.
Hernández ya está sacando su teléfono.
—Haré que la recojan para interrogarla. —Pero se detiene, enviándome una
mirada cautelosa—. A menos que debamos interrogarla nosotros.
Me tomo un momento para pensar y miro la ciudad por la ventana. Me echo el
cabello enmarañado por encima del hombro y rozo con los dedos las marcas
sensibilizadas del cuero a lo largo del cuello.
—Quiero participar en la búsqueda de Devyn —digo, admitiendo la verdad.
Quiero buscarla yo misma—. Mi experiencia en comportamiento será necesaria si la
detienen en un estado similar al de la víctima de la ciudad.
Su silencio tira de los hilos de inquietud que me atenazan el pecho.
211 —Pero no quiero que tu ni nadie me reprenda por mis decisiones, agente
Hernández. Tampoco quiero pasar por la aprobación del agente Alister. —Exhalo un
largo suspiro—. Sin embargo, no tengo elección en este asunto. Así que adelante,
hazle la llamada.
Decir el nombre de Alister y la palabra aprobación en la misma frase aumenta
mi presión arterial. Una vez que hable con Charles Crosby, me ocuparé de lo que
suceda después.
Cuando el agente se detiene en una señal de alto, me mira con ojos oscuros.
—No tendrás problemas para seguir en el caso —me asegura Hernández—.
Alister ya no está a cargo del grupo de trabajo.
—Agente, dígame qué está pasando —le exijo.
El todoterreno da un bandazo y Hernández dice:
—Hay otra escena del crimen.
La gravedad se desvanece, dejándome suspendida en un violento latido.
—Llévame allí.

La cinta amarilla de la escena del crimen marca el perímetro del parque en el


centro de la ciudad. El pequeño puente de madera donde Kallum me besó y juró no
dejarme marchar nunca se extiende sobre un arroyo serpenteante que desemboca
en un riachuelo pantanoso. Una banda de cinta de precaución envuelve un reloj de
poste de estilo gótico situado en la parte delantera de la plaza urbana, y debajo de la
esfera del reloj cuelga un cartel de No entrar, que designa el lugar como escena del
crimen.
El terreno verde brillante del parque choca con la oscura energía que bulle en
el aire. Por primera vez en días, el sol se asoma entre las nubes de tormenta para
iluminar el macabro trasfondo de esta pintoresca ciudad.
El agente Hernández me presta su cordón del FBI para permitirme el acceso a
la escena. En este momento, a ninguno de los dos nos preocupa el protocolo ni que
nos reprendan por subvertir el procedimiento.
A medida que nos acercamos a la atracción principal, en el centro de la zona
común, mi respiración se entrecorta ante la escalofriante visión de una víctima
masculina decapitada colgada entre los troncos de dos antiguos y nudosos sauces
negros, con la cabeza apoyada a los pies.

212 Los árboles se encuentran a la derecha del puente, cerca del arroyo. Las ramas
del sauce han sido apartadas para mostrar a la víctima. Reconozco la técnica tejida y
palmeada con la que han sujetado las muñecas.
Una polilla atrapada en una telaraña.
¿Dónde está la araña?
Me detengo a poca distancia para contemplar la espeluznante exhibición. Cada
horrible detalle capturado en réplica a las escenas del crimen del Harbinger, a
excepción de una desviación horripilante.
La piel y los músculos de la cara de la víctima han sido desollados hasta dejar
al descubierto el cráneo. Lo que queda es una burda y extrema representación de la
polilla de la muerte.
Miro fijamente las cuencas oculares vacías del cráneo y el corazón se me
desgarra en la caja torácica mientras el agente Hernández se mueve a mi lado.
—¿Quién identificó el cuerpo? —pregunto, mi voz irreconocible para mis
propios oídos.
—La agente especial Rana —responde Hernández—. Todavía hay que hacer
pruebas de ADN para una identificación concluyente, pero yo diría que por ahora es
bastante concluyente. —El agente aparta la mirada, incapaz de contemplar la
mutilación durante mucho tiempo—. Su placa del FBI estaba en su persona, y se
identificó un tatuaje de banda tribal en su bíceps.
Asiento lentamente, absorbiendo sus palabras junto con la sangrienta escena.
El traje negro estándar podría ser cualquier traje negro, pero la corbata azul pálido
que cuelga suelta alrededor del cuello cortado es la misma que llevaba Alister ayer.
Sólo que ahora está manchada de sangre.
—La agente Rana ha sido puesta temporalmente a cargo del grupo operativo
—continúa Hernández, señalando con la cabeza a una mujer de cabello oscuro y traje
cerca de la escena—. Pensé... pensé que esto sería demasiado después de todo lo
que has pasado.
—No pienses por mí —digo bruscamente.
Inclina la cabeza y se pasa una mano por la boca, asintiendo.
—Sí, tienes razón.
Cruzo los brazos sobre el pecho.
—No quise decirlo tan duramente.
—Es una situación dura —razona.
Los técnicos forenses se arremolinan alrededor del cuerpo de Alister,
213 documentando la mutilación, catalogando los detalles. Por costumbre, busco en la
escena, esperando encontrar a Devyn. Una sensación de malestar me revuelve el
estómago y parpadeo varias veces para despejar la niebla que persiste en mi visión.
Desde este punto de vista, puedo distinguir una fractura en el puente del hueso
nasal del cráneo de la víctima. El cráneo de Alister, me corrijo internamente. ¿Dónde
están los ojos, la carne?
Un malestar se apodera de mis entrañas al pensar que se trataba de una
contramedida para deshacerse de las marcas de arañazos hechas por mis uñas.
Doy un paso en dirección al cadáver y el agente me agarra del brazo.
—Espera. Toma esto —me dice, y me pone un par de guantes de látex en la
mano.
—Gracias. —Me coloco los guantes y camino deliberadamente hacia el hombre
que me atacó la noche anterior. Cada célula de mi cuerpo vibra, me duelen los dientes
por el escalofrío que infecta mis huesos.
Un agarre como el de un tornillo de banco retuerce mis vísceras cuando llego
al borde de la escena. No estoy segura de lo que busco hasta que mi mirada se posa
en él, obligándome a acercarme a pesar de la estridente advertencia que hace correr
la sangre hasta mis oídos en un rugido ensordecedor.
Con la respiración agitada atrapada en mis pulmones, miro fijamente, sin
pestañear, la marca profundamente marcada en la frente del cráneo. Reconozco el
símbolo alquímico de un triángulo dentro de un círculo.
La piedra filosofal.
Un pesado tamborileo surge del abismo de mi mente para acallar el caos que
me rodea, y no puedo apartar la mirada del símbolo. Puedo sentirlo tan cerca. Bajo
mi piel, dentro de mi médula. Sus palabras acaloradas susurran en mi oído:
Siempre seré ese hombre, Halen. El que derramará sangre por ti.
Anoche, mientras le limpiaba la sangre de la cara, sangre que ahora sé que no
era suya, le dije a Kallum que quería que Alister pagara, que sufriera. Le dije que lo
quería muerto.
Kallum amenazó con grabar sus iniciales en los huesos de Alister si volvía a
tocarme.
Y cumplió su promesa.

214
A pesar de que la escena está deliberadamente ideada para imitar a un asesino
en serie, la piedra filosofal bien podrían ser las putas iniciales de Kallum.
—Está loco —susurro para mis adentros—. Está realmente loco.
Una sacudida de conciencia me golpea con fuerza y mi cabeza se balancea con
el efecto. Apoyo la palma de la mano en el árbol y Hernández me ayuda a apartarme
cuando la agente Rana le ordena que me retire del lugar.
—Vamos —dice Hernández, instándome a alejarme—. Te llevaré al hotel.
—Estoy bien —digo, endureciendo mi tono con convicción mientras me
estabilizo. Levanto una mano y miro hacia el puente—. ¿Ha identificado el forense la
hora de la muerte?
—Halen, podemos investigar esa información más tarde.
—Lo necesito ahora —le digo, con la desesperación filtrándose en mi
resolución.
Hernández resopla impaciente.
—No hay hora definitiva todavía, no —confirma—. Esto es todo lo que sabemos.
La vigilancia de la comisaría fue borrada. Se supone que Childs, o un cómplice como
otro Landry, lo hizo para cubrir sus huellas después de llevarse las pruebas
incriminatorias. El cuchillo del laboratorio fue tomado. Posiblemente justo antes de
ser secuestrado por Childs.
Yo. Yo soy la cómplice.
—La teoría es justo ahora que Alister se interpuso. Era el único en el
departamento... mientras todas las unidades estaban fuera...
—Buscándome —digo, rellenando la pausa.
—Y Childs —dice—. Este es el trabajo, Halen. Todos conocemos el riesgo. Pero
la teoría de trabajo es que el Harbinger y Childs están juntos en esto, que cualquiera
de ellos podría haber hecho esto. —Asiente con la cabeza hacia el cuerpo, con el
disgusto evidente en sus duras facciones.
—Eso es absurdo —me oigo decir.
Suelta una carcajada socarrona.
—Lo absurdo encaja bien en esta ciudad. No hay imágenes de Alister saliendo
del departamento —dice Hernández, y un micro destello de incertidumbre se registra
en su rostro antes de disimular su expresión—. Ahora mismo se están sacando todas
las grabaciones de la ciudad para peinarlas, para buscar a ese puto psicópata de
Harbinger.
Un sudor frío me cubre la piel y, de repente, la sudadera es demasiado gruesa.
215 La cinta del cuello me aprieta demasiado la garganta. Mi antebrazo se inflama con una
sensación punzante, como si mis terminaciones nerviosas hubieran cobrado vida. Me
froto la manga con el impulso destructivo de arrancar los puntos y eliminar su marca
de mi carne.
Kallum destruyó las pruebas en la mansión cuando lo quemó todo. La única
prenda de ropa que llevaba, sus vaqueros, se aseguró de que estuvieran limpios para
corromper el ADN... la sangre que corrió entre nuestros cuerpos cuando lo toqué, lo
besé.
Le hice el amor.
Me acuesto con un asesino trastornado.
Y en última instancia, este es mi castigo.
Esto es lo que merezco. Él es lo que merezco. Tuve una vida hermosa, con un
hombre maravilloso y una habitación de bebé decorada, antes de que me la
arrancaran en un vil atraco. La vida, la cruel ladrona.
Ahora soy el juguete de un asesino. Soy su obsesión.
Me doy la vuelta y me dirijo hacia el puente. El agente Hernández intenta
detenerme y le digo:
—Solo... necesito un minuto.
Cuando llego a la orilla del arroyo, me arrodillo y me quito los guantes de las
manos. El aire no tiene temperatura, mis pulmones se entumecen mientras respiro
para calmar mi corazón desbocado, mi sangre corriendo demasiado rápido por mis
arterias.
Sumerjo las manos en el arroyo, buscando el agua fría para calmar aún más el
fuego que me abrasa la piel. Cuando subo las palmas para salpicarme la cara, me
detengo, con la respiración entrecortada por una exhalación que nunca llegará.
El sol de la mañana hace brillar un pequeño objeto dorado enclavado en la
orilla del arroyo. Me sacudo las manos mojadas, me limpio los pantalones con la
palma y recojo un guante desechado antes de sacar el objeto del arroyo y darle la
vuelta para inspeccionarlo.
Entre el látex y mis dedos hay un gemelo de oro.
El tambor golpea con un estruendo atronador, atravesándome con una fuerza
violenta. Una llamarada me envuelve el pecho, el fuego abrasa los bordes de mi visión
cada vez más oscura. Atravieso un agujero de gusano en el tiempo y pierdo toda
gravedad.
Aprieto el objeto con el puño y cierro los ojos contra las imágenes que invaden
mi mente, tratando de cerrar el vínculo, pero se precipita como un maremoto.
216 La escena del crimen de Cambridge cubre mi visión como un fino velo, y lo
atravieso con la mano hasta llegar a los recuerdos que destellan con luminoso
resplandor, disipando el velo que envuelve mi mente.
El ruido blanco infecta mis tímpanos mientras el ritmo del tambor se intensifica,
tan abrumador que tiemblo, jadeando en busca de aire para llenar mis órganos
ardientes.
El asalto mental golpea con fuerza despiadada, implacable.
Y la presa se rompe.
La imagen borrosa que me ha estado atormentando desde el ritual con Kallum
se agudiza y queda perfectamente enfocada. Los bordes brillantes de las iniciales
grabadas en un gemelo de oro vibran contra mis retinas y se marcan en la parte
posterior de mis párpados.
Abro los ojos de golpe.
Y entonces, con un diluvio, todos los recuerdos latentes que mantenía a raya se
desbordan a la vez. Apoyo la palma de la mano en la hierba, respiro y una carcajada
enloquecida sale de mi boca con cada inhalación.
—Kallum...
Me pongo de pie, con la energía fluyendo por mis venas como una descarga
de adrenalina inyectada directamente en mi corazón.
Mi mirada recorre a los curiosos reunidos más allá de la cinta de precaución y
se posa primero en Charles Crosby, cerca del reloj de posta, y después en el
llamativo hombre enfundado en un traje completamente negro.
Cuando encuentro a Kallum entre la multitud, sus ojos me encuentran.
Oigo sus palabras susurradas de la noche en que chocamos por primera vez:
Respira.
—Estoy respirando.
Me dirijo hacia el agente Hernández, que está hablando con el agente al
mando. Levanto el gemelo.
—Creo que esto debe ir en el traje de ese cabrón —digo, dejando caer el
objeto en su palma enguantada.
Sus rasgos se dibujan en una mezcla de confusión y preocupación.
—Oye, ¿estás bien...?

217 —Sí —digo, llevándome el cabello por encima de los hombros como le gusta a
Kallum—. Nunca mejor.
La agente Rana se pone delante de mí.
—Dra. St. James, necesito que haga una declaración. El grupo de trabajo
requiere un relato completo de los hechos de anoche. Le pido que venga conmigo
ahora mismo.
La miro a los ojos oscuros y arqueo una ceja.
—¿Estoy en problemas?
Sus bonitos rasgos no delatan nada.
—¿Por qué cree que estarías en problemas?
Hago una mueca de decepción ante su evidente táctica.
Su boca se frunce en una fina línea.
—Por ahora no —responde.
—Bien. Entonces tan pronto como termine de ser completamente inapropiada
con el consultor experto, vendré a hacer una declaración. —Viendo que fui
contratado por los locales a petición de Devyn, es dudoso que los locales o los
federales quieran que siga en el caso.
La rodeo y me dirijo hacia Kallum, con pasos seguros por primera vez en
meses.
Siempre he dicho: cuestiona todo.
Mira más allá de lo que puedes ver y tocar, incluso de la razón. Y de alguna
manera, perdí eso de vista.
Siempre ha habido otra explicación de por qué los asesinatos del Harbinger
cesaron hace seis meses, cuando Kallum fue encarcelado. Una que nadie pensaría en
cuestionar, la evidencia oculta tan perfectamente a la intemperie.
Cuando se informó de la nueva escena del crimen del Harbinger en Hollow's
Row, Kallum nunca sospechó de nadie más que del sospechoso Superhombre. Eso es
porque sabía que el asesino Harbinger no podía estar en esta ciudad.
Kallum lo sabía... porque el asesino Harbinger está muerto.
Mientras me abro paso entre la multitud congregada fuera del perímetro de la
escena del crimen, me cruzo con los equipos de los medios de comunicación y llega
a mis oídos un reportaje en directo de uno de los periodistas:
218 —En este momento, se alega que el Agente Especial Wren Alister se ha
convertido en la última víctima del infame asesino Harbinger. El asesino ha avanzado
en su técnica. Ya no se conforma con representar un cráneo en sus víctimas, el asesino
ha evolucionado a una representación más horripilante de la polilla, quitando la carne
para revelar el cráneo de la víctima a semejanza de la polilla de la muerte...
Cuando me acerco a Kallum, su abogado se vuelve para dirigirse a mí, y Kallum
casi gruñe:
—Vete.
Crosby fulmina con la mirada a su cliente, pero saca obedientemente su
teléfono y se marcha, dejándonos frente a frente, separados sólo por unos metros.
—Bésame —le ordeno.
Kallum ladea la cabeza, con la mirada entrecerrada. Sin embargo, se come la
distancia que nos separa y me agarra por la nuca, aplastando su boca contra la mía.
Me derrito sobre él, saboreando el gusto de su demanda, antes de separarme.
El golpe seco de mi palma contra su cara llama la atención.
Con la cabeza inclinada hacia un lado, Kallum esboza una sonrisa perversa.
Con el pulgar, se limpia la gota de sangre del labio mientras se vuelve hacia mí.
—Ahora —digo, soltando una respiración temblorosa—, cuando te pregunten
dónde te hiciste ese moretón, avisale a tu abogado para que diga que es de cuando
te pegué ayer por intentar la misma mierda.
Luego me pongo de puntillas y le rodeo el cuello con los brazos, atrayéndolo
hacia mí. Lo beso con fuerza, llena de anhelo, saboreando el aroma de la sangre
mientras el fuego líquido me recorre las venas. Sólo vacilo un instante antes de que
él corresponda a la urgencia de mi beso.
Kallum levanta la cabeza y me mira fijamente a los ojos.
—¿Y si te pregunto por esto ahora mismo? —dice, con una burla oculta bajo su
tono gutural.
Me relamo los labios.
—Ahora... ahora he cambiado de opinión.
Una brasa ardiente se enciende tras su mirada oscura y me acaricia la
mandíbula con el pulgar.
—Ahí estás, dulzura —me dice, con su voz áspera golpeando abrasivamente mi
piel como un pedernal para encender una llama.
—Lo recuerdo —digo—. Lo recuerdo todo.

219 Toma mi cara entre sus palmas acuchilladas y me echa la cabeza hacia atrás,
sellando su boca sobre la mía en un beso devastador. Saboreo la sangre, la carnicería
y la pasión; lo saboreo a él, al hombre que guardó mi secreto. Que fue encarcelado
por mí, y que sigue guardando mi secreto, para protegerme.
Cuando se separa un poco, su mirada cautivadora recorre mis rasgos, mi piel
crepita bajo su contacto electrizante.
—Mía —susurra en mis labios.
Un escalofrío me recorre el cuerpo mientras parpadeo hacia él, con la visión
cristalina, el sordo dolor de corazón siempre presente en el centro de mi pecho
aliviado por su deseo.
—Esa es tu obra maestra —digo, refiriéndome al agente desollado que aparece
en la escena detrás de nosotros.
Me besa los labios con ternura antes de sonreírme.
—Qué puedo decir. Tú me inspiras, mi musa oscura.
—Soy tuya, Kallum. De verdad —digo, sabiendo que, llegado el momento,
tendré que volver a romper las reglas para protegernos. Pero es lo que le debo.
La fe consiste en creer lo que la razón no puede.
El verso de Voltaire me llega como una verdad. Con los brazos enlazados
alrededor del cuello de Kallum, me paso un dedo por el antebrazo, sintiendo la
herida, la cicatriz, la tinta, los puntos. Las capas de una vida de tragedia y dolor.
La noche que conocí a Kallum Locke, él fue testigo de una violencia nacida
dentro de mí, una que me ha costado hasta ahora reconciliar por fin, aceptar.
Cuando luchas contra monstruos, corres el riesgo de convertirte tú mismo en
uno.
Pero hace falta un monstruo para cazar monstruos.
Aquella noche, acabé con una vida. Apagué esa vida con una venganza que me
había infectado desde el momento más oscuro de mi existencia. Y cuando mi mente
se fracturó y no pude hacer frente a mi realidad, un profesor de filosofía y practicante
de las artes oscuras prometió que podría ayudarme a olvidar.
Kallum me baja los brazos y entrelaza sus dedos con los míos.
—Hay una conspiración flotando alrededor de que la sacerdotisa y el
Harbinger están trabajando juntos.
Su uso de la palabra conspiración golpea una cuerda dentro de mí, y sé lo que

220
viene después.
—Nosotros tenemos que encontrar a Devyn.
Una llamativa sonrisa sesga su boca ante mi nosotros inclusivo.
—Siempre estoy a tus órdenes, dulce Halen.
La personificación de mi profundo dolor vino a mí en forma de un hermoso
diablo de chocantes ojos azules y verdes y sonrisa ardiente y cautivadora.
Convoqué a este demonio. Le pedí que expulsara mi pena y mi dolor, que
cobijara mi oscuridad, que desviara mi vergüenza. Que me hiciera abstracta. Tan
abstracta que ya no me reconociera.
Y ha esperado pacientemente a que la fractura se cure.
Somos las notas altas y bajas, una locura y un genio que fomentan la armonía.
Alquimia y magia, o lógica y psicología. La respuesta a la pregunta es menos
importante que la fusión que crea algo oscuramente bello que sólo nos pertenece a
nosotros.
Con Kallum, puedo enfrentarme a mis traumas con una paz sanadora... o con
una barra de hierro.
Alister era un monstruo, y si Kallum no lo hubiera destruido, yo lo habría hecho.
No puedo juzgarlo más por su acto monstruoso de lo que puedo culpar a la mujer que
llevo dentro por el suyo hace seis meses.
Maté al Harbinger.
Y lo mataría de nuevo.
Epilogo
SINCRONIZACIÓN

Halen: Hace Seis Meses


221

E
l gemelo de oro descansa en la palma de mi mano enguantada.
No cualquier gemelo: uno personalizado, con la insignia de la
universidad.
Reconozco el escudo y las iniciales griegas, porque mi padre
tenía un par similar que mi madre le había regalado por su aniversario. Y la insignia
de la universidad es del colegio donde se conocieron en Cambridge.
A sólo veinte minutos de la escena del crimen Harbinger donde estoy
trabajando actualmente.
El corazón me retumba en el pecho, respiro agitada y me toco el colgante de
diamantes del cuello en busca de consuelo. Echo un vistazo a los demás asistentes
sociales.
Con mucho tacto, le envío un mensaje a Aubrey: Voy a entregar mi informe de
campo temprano, luego me tomaré el resto de la tarde libre.
Inmediatamente aparecen tres puntos y siento el impulso de guardarme el
teléfono en el bolsillo. Pero espero su respuesta: ¿Significa esto que realmente vas a
dormir, Halen?
Miro fijamente la pantalla, con los párpados repentinamente pesados. Envío
una simple palabra como respuesta: Sí.
Desde que llegó el informe del último asesinato hace unos días, he estado
trabajando obsesivamente en la escena del crimen. Hace otros tantos días que no
duermo... pero el miedo a pasar por alto una prueba, a que se acabe el tiempo, no me
permite perder ni un momento de sueño.
El gemelo apretado en mi puño casi me escalda la palma. La prueba que avala
mi sacrificio. Dormiré cuando atrapen al asesino Harbinger.
Debería embolsar las pruebas. Debería entregarlas ahora mismo. Pero cuando
abro la mano y miro de nuevo la cara frontal dorada con las iniciales P y W, hay una
energía, una corriente que me atrae, y sé que una vez que entregue las pruebas, se
me irá literalmente de las manos.
Aunque parezca una locura, este pequeño enlace me ha dado esperanzas por
primera vez. Contra toda lógica y razón, es como si mis padres me enviaran una señal,
indicándome la dirección que debo seguir.
¿Cómo explicar si no la relación entre su alma mater y este caso?

222
Hoy es el aniversario de mis padres.
¿Coincidencia o destino?
La verdad, no creo en ninguno de los dos, y hasta este momento, no creía que
el asesino Harbinger cometiera un error.
En lo que sí creo es en la evolución de los criminales, y si de hecho el asesino
está evolucionando, si cometió un error tan grave... Entonces no hay mucho tiempo
para atraparlo.
Una vez que los funcionarios pasen por todos los procedimientos burocráticos,
solicitando una entrevista, obteniendo órdenes judiciales para su domicilio y lugar de
trabajo, este delincuente habrá desaparecido.
Tengo una ligera reputación de eludir los procedimientos, de no atenerme
demasiado bien a las políticas. Pero, como le he recordado al director de mi división
en CrimeTech, ¿no es por eso por lo que me contrataron inicialmente? ¿Para resolver
los casos más extraños que requieren que alguien piense con originalidad y actúe al
margen de las directrices? A veces, tenemos que mirar más allá de lo que podemos
ver y tocar e incluso razonar. Tenemos que cuestionarlo todo, incluso las normas.
Conozco al delincuente mejor que él mismo. He estudiado sus escenas, he
seguido sus pasos. Sé que una vez que le ponga los ojos encima, podré discernir si
este gemelo pertenece al perpetrador o no.
Sólo quiero ver al asesino Harbinger con mis propios ojos.
Nunca había sentido este nivel de convicción, y confío en mis instintos. Tomada
la decisión, guardo el gemelo y conduzco los veinte minutos que me separan de
Cambridge.
Mientras aparco al otro lado de la calle de la universidad, en un complejo de
apartamentos comunitarios, me siento al volante e intento recordar todo el trayecto
hasta aquí. Faltan partes. Me sacudo la desconcertante sensación. La falta de sueño
puede ser peligrosa, lo sé, pero estoy tan cerca...
La obsesión puede ser igual de peligrosa, y si no encuentro a este tipo, temo
más lo que eso pueda hacer a mi estado mental.
Cierro las puertas y deslizo las llaves entre las tablillas de los dedos para
usarlas como arma. No llevo armas de fuego, y he venido aquí completamente
vulnerable.
Una voz interior entona que es exactamente por eso por lo que estoy aquí, esta
obsesión por perseguir a un asesino en serie, alguna necesidad enfermiza de buscar
el peligro, algo que me distraiga de la constante enfermedad del corazón que me
mantuvo en cama durante un mes seguido.

223 Entonces el Harbinger volvió a matar por tercera vez, elevando el caso a la
categoría de asesino en serie.
Y me enterré en la caza.
Una razón para seguir respirando.
Las farolas del patio de la universidad me guían hacia una entrada lateral del
centro de estudiantes, donde hay un tablón de anuncios acristalado que anuncia una
conferencia que tendrá lugar esta noche.
No puede ser tan fácil...
Recorro con el dedo la lista de altavoces y me detengo al encontrar el nombre
con las iniciales que coinciden con las del gemelo que llevo en el bolsillo.
—Ahí está...
Localizo la sala de conferencias, me cuelo dentro y me sitúo al fondo del
auditorio, donde espero hasta que mi objetivo es anunciado en el estrado. Estoy a
punto de tomar mi teléfono para hacer una foto, pero lo apago para asegurarme de
que no me van a sacar.
No puedo quitarle los ojos de encima.
Es él, tiene que ser él.
Mientras lo escucho hablar, observo todas las características de un narcisista,
lo cual no es revelador por sí solo. Muchas de las principales autoridades en
esoterismo occidental y ocultismo en el mundo académico tienen egos descomunales
y muestran cierto grado de psicopatía. Mi trabajo me exige saber quiénes son estos
nombres y estudiarlos a partir de sus conocimientos.
Pero es la primera vez que oigo hablar del Sr. P.W.
Se ha mantenido bien escondido.
Algo más es notable en él: está ebrio. Arrastrando las palabras, balanceándose.
En cuanto lo pienso, sus ojos se cruzan con los míos desde el otro lado del
pasillo, y una pizca de miedo me recorre la piel, haciéndome estremecer.
Atravieso las puertas y encuentro un rincón oscuro en el exterior del edificio,
donde respiro tranquilamente para calmarme.
Esto es una imprudencia.
Mi precipitado comportamiento está a punto no sólo de exponerme al
sospechoso, sino de ahuyentarlo. Borracho o no, ha eludido a las autoridades todo
este tiempo, y su aspecto exterior podría ser parte de su artimaña.

224
Hice lo que vine a hacer. Lo encontré. Tenemos un sospechoso.
Mientras apoyo la espalda contra la pared de ladrillo, cierro los ojos sólo un
segundo, pero cuando vuelvo a abrirlos, la noche se ha vuelto más oscura.
Mierda.
Vuelvo por el patio cuando lo veo salir del edificio con un vaso en la mano.
A pesar del peligro, o quizá debido a él, lo sigo.
Sólo quiero observar. Conseguir pruebas más concretas. Al menos, eso es de
lo que me convenzo mientras la obsesiva necesidad de observarlo me recorre por
dentro, anulando toda lógica.
Se dirige al estacionamiento, donde se detiene ante un auto negro.
—Hijo de puta... —maldice, y luego estrella el vaso contra el asfalto. Por reflejo,
me sobresalto. Se agacha para inspeccionar una rueda pinchada del vehículo—. Ese
maldito idiota.
Mientras lo veo abrir y registrar el maletero, me invade una sensación
inquietante. Algo no va bien; lo noto en el aire, un zumbido que me eriza la piel. Se
me eriza el vello de la nuca. La advertencia recorre mi cuerpo e, instintivamente, me
doy la vuelta y me dirijo en dirección contraria.
Acabo de llegar al borde del estacionamiento cuando su voz me llama.
—¡Eh! ¿Me estás siguiendo?
No miro atrás. Camino más deprisa. Sus pesadas pisadas suenan detrás de mí
y aprieto las llaves con más fuerza entre los dedos.
—¿Quién te envió? —gruñe, su voz ahora demasiado cerca—. ¿Te envió esa
zorra?
La ira se apodera de mis entrañas, saco las pruebas del bolsillo delantero y me
giro para mirarlo a la cara.
—Esto sí —digo, con la voz temblorosa por la adrenalina—. Cometiste un error
y te encontré. Te encontré. —Me trago el dolor—. Sé quién eres.
Agarra una llave de cruz con la mano derecha. Me mira con los ojos
entrecerrados y se quita la máscara de la cara. Entonces una sonrisa oscura curva su
boca en una mueca siniestra.
El asesino Harbinger avanza sobre mí.
Lo que ocurra a continuación atormentará mis pesadillas, cambiará mi rumbo.
Me cambiará.

225 Su mano me rodea la garganta. El pánico me recorre el cuerpo. El tiempo muta,


se ralentiza, se congela hasta detenerse. Y durante el parpadeo más lento de mi vida,
capto las crueles facciones del profesor Percy Wellington. Es la última cara que veo
antes de que el mundo se vuelva negro.

La trilogía de la serie Hollow's Row, termina en Lovely Wicked Things,


próximamente.
Acerca de la Autora

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D
esde muy pequeña, Trisha Wolfe soñaba con mundos y personajes
ficticios y se la acusaba de hablar sola. Hoy vive en Carolina del Sur con
su familia y escribe a tiempo completo, utilizando sus mundos de ficción
como excusa para seguir hablando sola. Mantente al día sobre futuros lanzamientos
en TrishaWolfe.com
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