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Suely Rolnik
¿Cuá ntos seres he de buscar siempre en el otro ser que me habita las realidades
de las contradicciones? ¿Cuá ntas alegrías y dolores ha ofrecido mi cuerpo, que se
abre como una gigantesca coliflor, al otro ser que es secreto dentro de mi yo?
Dentro de mi vientre vive un pá jaro, dentro de mi pecho, un leó n. Este camina de
un lado a otro incesantemente. El pá jaro grazna y llora y es sacrificado. El huevo
sigue envolviéndolo, como una mortaja, pero ya es el principio del otro pá jaro
que nace inmediatamente después de la muerte. Ni siquiera hay un intervalo. Es
la fiesta de la vida y la muerte entrelazadas. 1
Los pá jaros y los leones nos habitan, dice Ligia, son nuestro cuerpo-bestia.
Cuerpo vibrante, sensible a los efectos del movimiento agitado de los flujos ambientales
que nos atraviesan. Cuerpo-ovo, en el que germinan estados intensos desconocidos
provocados por las nuevas composiciones que los flujos, moviéndose aquí y allá , van
haciendo y deshaciendo. De vez en cuando, la germinació n aumenta hasta tal punto que el
cuerpo ya no puede expresarse en su figura actual. Es el desasosiego: el animal grazna,
grita y acaba siendo sacrificado; su forma se ha convertido en mortaja. Si nos dejamos
llevar, es el comienzo de otro cuerpo que nace inmediatamente después de la muerte.
Pero, ¿por qué exactamente tendríamos que dejarnos llevar? Por la tensió n
entre la figura actual del cuerpo-animal que insiste por la fuerza de la costumbre y los
estados intensivos que se producen irreversiblemente en él, exigiendo la creació n de una
nueva figura. Dejarse llevar por la fiesta de la vida y la muerte entrelazadas: lo trá gico. La
medida en que se logra habitar esta tensió n2, puede ser un criterio para distinguir los
modos de subjetivació n. Un criterio ético, porque se basa en la expansió n de la vida, ya que
tiene lugar en la producció n de diferencias y su afirmació n en nuevas formas de existencia.
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bestia y, dejá ndose llevar por la agonía de sus gemidos, se entrega al festín de sacrificio.
Entonces, como una gigantesca coliflor, se abre su cuerpo-huevo, del que, junto a su obra,
nacerá otro yo, hasta entonces larvado.
El arte es, pues, una reserva ecoló gica de las especies invisibles que pueblan
nuestro cuerpo-animal en su generosa vida germinativa; una fuente de valor para afrontar
lo trá gico. Segú n los contextos histó ricos, varía el grado de permeabilidad entre esta
reserva de heterogeneidad y el resto del planeta, el grado en que el planeta respira su aire.
En el mundo contemporá neo, nos enfrentamos a una situació n paradó jica. Por
un lado, el arte es un dominio bien delimitado, que produce la impresió n en el resto del
planeta de un cierto desvanecimiento del cuerpo vibratorio. Se establece un tipo de
subjetividad que tiende a ignorar los estados intensivos y a orientarse só lo por la
dimensió n formal. El hecho de que el mercado se haya convertido en el principal, si no el
ú nico, dispositivo de reconocimiento social contribuye a ello. Las subjetividades tienden a
orientarse cada vez má s sobre la base de este reconocimiento y, por tanto, de las formas
que se suponen valoradas, y cada vez menos sobre la base de la eficacia de las formas
como vehículos de las diferencias que se presentan. En la constitució n de este modo de
subjetivació n menos experimental y má s mercadoló gico, participan especialmente los
monopolios mediá ticos. En sus arterias electró nicas, las imá genes de formas de existencia
glamurosas navegan por todo el planeta, aparentemente planeando de forma inamovible
sobre las turbulencias de los vivos. La seducció n de estas figuras moviliza una bú squeda
frenética de identificació n, que siempre fracasa y vuelve a empezar, ya que se trata de
montajes imaginarios.
Pero, por otro lado, nuestro cuerpo-bestia espera má s que nunca: con las
nuevas tecnologías de la comunicació n y la informació n, cada individuo está
permanentemente habitado por flujos de todo el planeta, lo que multiplica las
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Con Relational Objects, su ú ltimo trabajo, Lygia se acerca todo lo posible a este
punto. Pequeñ as bolsas de plá stico o de tela, llenas de aire, agua, arena o espuma de
poliestireno; tubos de goma, tubos de cartó n, pañ os, calcetines, conchas, miel, y tantos
otros objetos inesperados está n repartidos por el espacio poético que creó en una de las
habitaciones de su apartamento, que llamó su oficina. Son los elementos de un ritual de
iniciació n que desarrolla en "sesiones" perió dicas con cada destinatario.
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propia Ligia, a estas alturas incomprendida y marginada por el arte, la que aparece con un
respuesta: se había convertido en psicoterapeuta. Los pocos críticos que en su momento
aú n se aventuran a pensar en su obra tienden a aceptar sin rechistar esta explicació n, que,
por cierto, en general, no iba acompañ ada de un reconocimiento del mérito terapéutico de
su obra. Así se establece la interpretació n oficial de la obra de Lygia Clark post-chute.
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Ligia nunca ocultó su preferencia por los límites, ciertamente por esa mayor
versatilidad en el ir y venir entre el animal y el hombre. Con este tipo de receptor, Ligia
obtenía má s fácilmente el efecto que deseaba de sus Objetos Relacionales, sin tener que
aburrirse con la monotonía de la neurosis, ni agotarse con los terrores de la psicosis. Estas
cosas, propias de la clínica, le pesaban mucho: en numerosas cartas se queja de sentirse
impregnada de lo que ocurre en las sesiones, totalmente agotada. Hasta el punto de que
acabó dejando de practicarlos, unos añ os después de haber empezado y mucho antes de
morir: en 1984, escribió a Guy Brett que consideraba este trabajo agotado, que ya no le
interesaba porque ya dominaba su concepto, que, segú n ella, eran varios10.
Creo que Lygia dijo que era terapeuta, incluyéndose a sí misma, como
respuesta a la sordera ambiental que se constituyó en torno a su obra, una situació n
diametralmente opuesta al éxito que había conocido en los añ os 50 y 60: no podemos
olvidar que el momento en que Lygia da la patada radicalizadora, es exactamente cuando
su prestigio alcanza el apogeo, a escala internacional. 11 Probablemente fue cuando se
sintió má s sostenida que pudo dar este peligroso salto en el trapecio de la creació n. Pero
fue demasiado lejos, y la red de arte que subyacía en su trapecio desapareció : para el
medio artístico, salvo raras excepciones, su obra dejó de tener sentido. A través de esta
explicació n, en mi opinió n, Ligia quiso crear otra red de apoyo de sentido para sus
propuestas, esta vez en el psicoaná lisis -que, por cierto, nunca consiguió -.
No he cambiado el arte por el psicoaná lisis. Sucede que en todas mis investigaciones terminé haciendo lo que hago, que no es
psicoaná lisis. Desde que pedí la participació n del espectador, que fue en el añ o 59, a partir de entonces todo mi trabajo ha
exigido la participació n del espectador; mi trabajo siempre se ha realizado para que el otro experimente, no só lo para mi
propia experiencia. 12
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Dado que Lygia se situó al margen del arte de su tiempo, su obra indica nuevas
direcciones para el arte, revitalizando su poder de contaminació n. La artista como
proponente de condiciones para que el receptor se deje embarcar en el desmantelamiento
de las formas -incluidas las suyas- a favor de nuevas composiciones de fuerzas que su
cuerpo vibrante vivirá en el tiempo.
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1 Lygia Clark, carta a Má rio Pedrosa, 1967; en Sonia Lins, Artes, 1996.
2 cf. Paulo Cesar Lopes, Pragmá tica del deseo. Aproximaciones a una teoría de la clínica en Félix Guattari y
Gilles Deleuze. Tesis de Maestría, Post-Grado en Psicología Clínica, PUC/SP. Sã o Paulo, 1996.
4 "1964: Caminando", en Lygia Clark. Col. Arte Contemporá neo Brasileñ o. Funarte, Río de Janeiro, 1980; p. 26.
5 La memoria del cuerpo. París, U.E.R. de Sciences Humaines Cliniques, Sorbona, Universidad de París VII,
1978. 6 "A radical Lygia Clark", entrevista a Wilson Coutinho para Jornal do Brasil. Río de Janeiro, 15 de
diciembre de 1980.
7 Véase la nota 2.
8 Carta a Hélio Oiticica, 26/10/1968, en Lygia Clark y Hélio Oiticica. Funarte, Río de Janeiro, 1987(?). 9
Véase la nota 2.
10 Carta del 31/08/1984.
11 En 1963, exposició n en Nueva York, en la Galería Louis Alexandre, y sala especial en la 7ª Bienal de São
Paulo; en 1965, exposició n en Londres, en la Galería Signals; en 1968, sala especial en la 34ª Bienal de Venecia.
13 Carta a Mme. Karlicow, con quien Lygia desarrolló una obra de relajació n, s/d. 14
Véase la nota 2.
15 "1965: Sobre la magia del objeto", en Lygia Clark. Col. Arte Contemporá neo Brasileñ o. Funarte, Río de Janeiro,
1980; p. 28.