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TESIS VI

JESUCRISTO, SALVADOR DE TODOS LOS HOMBRES

 La salvación que Dios otorga en Jesucristo.


 Salvación y redención.
 Diversas clases de interpretación de la redención: intercambio; expiación;
satisfacción; sustitución vicaria.
 Solo Jesús es el Cristo: la universalidad inclusiva de su obra salvadora.

La salvación que Dios otorga en Jesucristo. Cristología y soteriología Son


diferenciables, pero no separables. Ninguno de los dos polos existe sin el otro. No hay un
Hijo eterno de Dios que no sea redentor de los hombres en el tiempo. La correlación nos
permite llegar a conocer una desde la otra, aunque no deducir mecánicamente la una desde
la otra.

Salvación: La Biblia se ha servido de dos imágenes que remiten a dos situaciones


humanas fundamentales: la enfermedad y la esclavitud. La salvación es la salud, es decir, la
plenitud de vida; es también la libertad.

 Enfermedad: Reencontrar la salud es salvarse. El enfermo llama al médico su


salvador.
 Esclavitud: La liberación como el símbolo de la liberación de todo mal y el acceso a
la tierra prometida.

Dos connotaciones esenciales de la idea bíblica de salvación: una connotación negativa


como liberación de una angustia y una connotación positiva como concesión de un bien
decisivo. La salvación del hombre es el don de la plenitud de la vida en la libertad y el amor
que sólo puede venir de Dios, de la participación en su propia vida. Esta salvación está
simbolizada, inaugurada y dada por la resurrección de Cristo. Que nos ha sido dada ya en la
gracia y que sigue prometida en la gloria plenamente manifestada del Reino de Dios.

Plan divino de la salvación: La estructura de la salvación es esencialmente trinitaria.


La iniciativa está en el Padre, la realización histórica en el Hijo, y la personalización
subjetiva y la universalización es obra del Espíritu Santo. El dinamismo salvífico procede
siempre a Deo per Christum in Spiritum y lo vivimos volviéndonos per Christum in
Spiritum ad Patrem.
 Jesucristo como único mediador

Jesús quiere decir Yahveh salva. Jesús es nuestro salvador y nuestra salvación a la vez. Esta
salvación la realiza porque es mediador entre Dios y los hombres. (cf. 1Tim 2, 5-6) : Pues
hay un solo Dios, un solo mediador entre Dios y los hombres, un hombre, Jesucristo, que se
dio a sí mismo en rescate por todos nosotros. La fórmula es una variante de las primeras
confesiones de fe. El mediador es único como Dios es único y es objeto de confesión con la
misma categoría que Dios.

El mediador viene pues de Dios y está del lado de Dios y del lado de los hombres.
Esta doble solidaridad con Dios y con los hombres funda el status de mediador de Jesús.
(cf. Hb 9, 15; 12, 24): Cristo es el ―mediador de una nueva Alianza entre Dios y la
humanidad; una alianza mejor, fundada sobre mejores promesas. En referencia al
intercambio entre Dios y los hombres: Intercambio de riqueza de Cristo y de nuestra
pobreza, de su fuerza y nuestra debilidad, de su plenitud y nuestra nada, de su justicia y
nuestro pecado, de la bendición y la maldición.

El mediador no es un intermediario que permanece ajeno a los dos protagonistas que


pone en contacto, el mediador es solidario con ellos. Cristo no establece nunca separación
entre Dios y los hombres, realiza, en Él y para nosotros, la comunión inmediata entre Dios
y el hombre. Esto comporta la reciprocidad de dos movimientos: el descendente, que va de
Dios al hombre, y el ascendente, que va del hombre a Dios.

2. Salvación y redención

Podemos distinguir dos aspectos de la salvación que Cristo nos ofrece; Liberación o
Redención, se refiere a la justificación, al perdón de los pecados, al rescate que Jesús ha
obrado por nosotros, liberados, rescatados del poder del mal y de la muerte. Un aspecto de
la salvación.

La salvación además de la justificación y el perdón de los pecados es la


glorificación del hombre, lo que los Padres griegos llaman divinización del hombre. El Hijo
de Dios se hace hombre para que el hombre, en Él y por Él, pudiese llegar a ser Dios, es
decir, partícipe de la divinidad por adopción. De este modo, la salvación es un concepto
más amplio que el de redención o superación del pecado. La salvación es el don que Dios
hace de sí mismo en Jesucristo y en el Espíritu Santo, que nos permite la participación en su
vida trinitaria.
La redención, por otro lado, no debería ser vista como una reacción coyuntural de
Dios ante la deriva errática de la libertad bajo la influencia del poder del mal en una
dirección que no habría sido prevista por el creador. La redención es más bien el modo
concreto en el que el creador asume desde un principio la responsabilidad de su creación.
También hemos de recordar siempre que, de hecho, la misma Sagrada Escritura no conoce
una humanidad que no estuviera necesitada de ser redimida, liberada del pecado.

3. Diversas clases de interpretación de la redención.

Dimensión descendente y dimensión ascendente de la mediación. La multiplicidad


de metáforas y de categorías utilizadas en el Nuevo Testamento sobre la redención
(salvación, remisión, justificación, perdón, reconciliación, redención, rescate, mediación,
liberación, adopción, participación en la naturaleza divina, expiación, sacrificio...) abre
camino a interpretaciones variadas. Esta variedad muestra cómo no se puede encerrar en un
único lenguaje la riqueza del misterio cristiano de la salvación; expresan la trascendencia
de la realidad apuntada. Puede resultar empobrecedor el intento de acotar la riqueza de la
obra salvadora en un término exclusivamente. Sería necesario mantener la diversidad, así la
gran diversidad de matices que favorece su comprensión. La Escritura no se decanta por un
término único y excluyente debido, ciertamente, a la trascendentalidad del hecho y su
profundo significado.

En esta rica diversidad de categorías se inscribe el doble movimiento descrito en la


mediación. Uno que va de Dios al hombre y otro que asciende del hombre a Dios; ambos a
través de la humanidad de Jesús. El movimiento descendente tiene prioridad lógica porque
la salvación tiene su fuente en Dios y, prioridad cronológica, porque estas categorías fueron
más empleadas en la Iglesia antigua. En el resto de las religiones, la primera dimensión es
la ascendente, el intento de ganarse el favor de Dios. En cambio, en el cristianismo la
dimensión descendente es prioritaria: El amor está no en que nosotros hayamos amado a
Dios, sino en que Él nos amó primero y nos entregó a su Hijo como propiciación por
nuestros pecados.

Categorías de la dimensión descendente

Intercambio o divinización: Expresa el don de la vida plena de Dios en la adopción


filial que hace de nosotros hijos en el Hijo, que recibimos con el nuevo nacimiento en el
bautismo. Padres griegos: la divinización partiendo de la concepción del hombre como
imagen y semejanza divina, que según un proceso dinámico debe concluir en la visión de
Dios, cuando seamos semejantes a Él. En este sentido la Encarnación del Verbo es el centro
de esta comunión entre Dios y el hombre. En ella se realiza un admirable intercambio: el
eterno asume lo temporal para hacernos partícipes de su misma condición.

Sustitución vicaria: Escritura y Tradición afirman que Cristo ha padecido y ha


muerto por nosotros. El Salvador tomó sobre sí la carga y las consecuencias del pecado, le
hizo pecado por nosotros (cf. 2 Co 5, 21). La idea de sustitución aparece ya en la figura del
Siervo de Yahveh: Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él
soportó el castigo que nos trae la paz. (cf. Is 53, 4). El Siervo sustituyó a Israel cargando
sobre sí el peso de sus pecados. Pablo indica el valor eficaz de la sustitución: “Uno murió
por todos, todos por tanto murieron”. En (cf. Mc 10, 45) dar la vida en rescate por muchos
que encontramos en boca del mismo Jesús, tiene este mismo sentido de sustitución. La
sustitución expresa: nuestra incapacidad para reencontrar la amistad divina, romper la
maldición del pecado y de la muerte, y el amor generoso de Dios en el Hijo que se sumerge
en nuestro pecado, padece sus consecuencias y lo destruye desde dentro, en cuanto que es
negación y desamor a Dios, en su amor y afirmación de Dios y del prójimo.

En la actualidad se intenta repensar esta categoría desde el término solidaridad.


Como apertura constitutiva de la persona humana a la relación con los otros. Dios nos une
al Hijo hecho hombre, solidario con nosotros en cuanto hombre, de modo que su muerte y
resurrección es nuestra muerte y resurrección. Esta palabra resulta insuficiente para
describir la acción de Cristo, no es un mortal más, es el Hijo de Dios, y en este punto es
necesaria la categoría de sustitución para alcanzar la total hondura del acontecimiento
redentor.

Salvación por revelación: Jesús es el revelador del Padre. Es aquel que nos hace
conocer a Dios con un conocimiento existencial y que incluye el amor. La vida eterna es
que te conozcan a ti el único Dios verdadero y a aquel que tú has enviado. Igualmente el
que ve a Jesús, ve al Padre. Somos seres de conocimiento y amor por lo que nuestra
salvación no puede realizarse al margen del conocimiento y el amor.

Redención: significa liberación o rescate. La presencia de este término en el NT es


una herencia del Antiguo Testamento, Dios es redentor de un pueblo que se ha adquirido
por la creación y por la Alianza, y lo ha rescatado de la situación de esclavitud en Egipto. A
lo largo de la vida de Jesucristo podemos ver el combate doloroso sostenido por Cristo
contra las fuerzas del demonio, la muerte y el pecado, que culmina en la victoria de la
resurrección. La vida de Cristo ha sido el precio de nuestra salvación, lo que indica lo
mucho que Cristo nos valoraba. Pero no hay que indagar a quién se ha pagado, es alargar la
metáfora más allá de lo pertinente.

Liberación: De la redención a la liberación existe un matiz que es diferencia real en


la medida en que el primer término evoca ante todo el estado de esclavitud anterior,
mientras que el segundo evoca el status nuevo positivo de libertad, fruto de la salvación.
Jesús es la libertad misma, nuestra liberación. Agustín, como restauración de la libertad
herida por el pecado gracias al ejercicio soberano de la libertad de Cristo.

Justicia de Dios: A la condena de los hombres esclavos por el pecado, incapaces de


justificarse ni por la ley ni por ninguna obra humana, Dios responde justificándolos en
virtud de la redención cumplida en Cristo. La justicia no es una condena al pecador sino lo
que le hace justo, mediante su fe, que es don de la gracia.

Categorías de la dimensión ascendente

Expiación: Presente en la revelación bíblica podemos distinguir un doble contexto:


Cultual: Se trata de un rito de purificación que permite al pueblo acercarse al Dios Santo.
Dentro de los cultos expiatorios, la celebración principal es el gran día de la expiación o
fiesta del Kippur (cf. Lv 16) en la que el propiciatorio, lugar de la presencia de Dios, es
rociado con la sangre de los sacrificios en expiación por los pecados de Israel. Es
significativo el texto de (cf. Hb 9, 22-28) donde se aplica este tema de la expiación a Cristo
y (cf. Rm 3, 25) en el que Jesús es llamado instrumento de propiciación.

Fuera del ámbito cultual, que enriquece la perspectiva: Se trata de la intercesión y


petición de perdón que encontramos en diversos pasajes veterotestamentarios de Moisés,
Aarón y los levitas a favor del pueblo. Estas dos dimensiones en la persona de Jesús se
aúnan, en su muerte Dios desvela el modo real por el que el hombre puede acercarse a Él: a
través del don del Hijo que entregándose a los hombres los conduce a la comunión con el
Padre. Que Cristo expía por nosotros significa que Él nos da su vida de Hijo como potencia
destructora del pecado, recreadora de nuestra relación con Dios y generadora de una
existencia filial participada de la suya.

Satisfacción: El término remite al orden jurídico: cumplir un deber, pagar una


deuda, hacer algo como condición para lograr otra cosa, obtener un permiso o un perdón.
No encontramos este vocablo en la Escritura, fue introducido por Tertuliano. Ha sido objeto
de estudio en la soteriología, a veces desde una comprensión demasiado cuantitativa, casi
comercial de la salvación. La satisfacción no es una exigencia de la justicia de Dios que
reclama al hombre como condición previa de su perdón, sino una exigencia de la dignidad y
del amor del hombre subsiguientes a la experiencia del amor y del perdón recibidos de
Dios. Reparar es amar en verdad, es hacer del pecado y el mal un trampolín para amar más.

Sacrificio: En el Antiguo Testamento el sacrificio es objeto de una pedagogía de


purificación, en la persona, en su corazón. En Cristo manifiesta su realidad más honda: es
don de consentimiento y amor que el hombre hace de sí mismo a Dios, un don ordenado a
su paso. Inaugurado por el misterio pascual de Jesús que es el retorno al Padre. Se trata de
un sacrifico existencial. Hebreos: Cristo es, a la vez, sumo sacerdote y la víctima ofrecida.

Reconciliación: asocia los dos aspectos de la mediación de Cristo, descendente y


ascendente. Toda reconciliación es necesariamente bilateral, aunque la iniciativa viene
completamente de Dios, que nos reconcilia en Cristo. Jesús nos da la reconciliación por
parte del Padre; Él hace posible, incluso, que nos reconciliemos entre nosotros. Del lado de
los hombres, Jesús inaugura el movimiento de retorno al Padre y nos da la posibilidad de
realizarlo. El anuncio evangélico es un anuncio de reconciliación.

Solidaridad redentora: El pecado desfiguró al hombre, le hizo perder la relación de


semejanza con Dios. Para devolver al hombre su dignidad, Dios acepta en su Hijo la
semejanza con los hombres pecadores. Sólo este medio era eficaz, transformar su efectiva
situación infundiéndoles el amor. El sacrificio de Cristo consistió en hacer perfecta esta
naturaleza imperfecta. Así Cristo lleva a su más alta perfección su docilidad hacia Dios y su
solidaridad con los hombres pecadores.

Desarrollo histórico de la reflexión teológica de la salvación.

Santos Padres: Los padres orientales buscan más explicar el acontecimiento


salvador de Jesús a través de la divinización, mientras que en los padres latinos se centra
más en la justificación por el acento antropológico que se da a la salvación, como liberación
y justificación del pecado original.

Época medieval: Prevalece la visión de Agustín y Tomás sobre Cristo mediador en


su humanidad. La gracia creada liberando al hombre del pecado, lo transforma y hace capaz
de acoger el amor de Dios y corresponder a él. Esa gracia es participación de la gracia
propia de Cristo como cabeza. Doble efecto: renovación del ser creado y perdón de los
pecados.
San Anselmo y la reforma: Iniciada por san Anselmo y llevada hasta sus últimas
consecuencias por Lutero: la salvación deriva sobre todo de la muerte en cruz de Cristo,
donde soporta el castigo que merecen nuestros pecados, como si fueran suyos. En virtud de
su unión esponsal con los hombres hay un intercambio o traslado de nuestros pecados a Él
y de su justicia a nosotros.

Lutero ve la salvación, ante todo, como justificación del pecador, por la imputación
al hombre de la justicia de Cristo con el perdón de los pecados. El hombre recibe así el
Evangelio como la buena noticia de que sus pecados han sido cubiertos y no le son
imputados; su injusticia ha sido sustituida por la justicia de Cristo.

4. Solo Jesús es el Cristo: la unicidad y universalidad inclusiva de su obra salvadora

La verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta


por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación.
(DV 2) El concilio se apoya en la Sagrada Escritura que proclama a Jesucristo como
plenitud de la verdad; por eso, es necesario reiterar el carácter definitivo y completo de la
revelación y la obra salvífica de Jesucristo.

Teologías del pluralismo religioso, que partiendo del presupuesto filosófico de que
la verdad acerca de Dios no puede ser acogida y manifestada en su globalidad y plenitud
por ninguna religión histórica, considera la revelación de Jesucristo como complementaria a
la presente en otras religiones. Se sostiene que Jesús es una figura histórica particular y
finita que reveló lo divino de manera no exclusiva. Sería uno de los tantos rostros que
habría asumido el Logos en el curso del tiempo para comunicarse salvíficamente.

La declaración Dominus Iesus señala que es contrario a la fe católica introducir


cualquier separación entre el Verbo y Jesucristo: Jesús es el Verbo encarnado. Es aquí
donde radica la razón fundamental. La unión personal de la humanidad de Jesús con el
Logos, impide cualquier afirmación de una unión que no sea indisoluble. Las repercusiones
de esta postura en el campo de la soteriología son enormes, de aquí que la declaración
afirme que «es contrario a la fe católica introducir una separación entre la acción salvífica
del Logos en cuanto tal y la del Verbo hecho carne. El punto central que permite afirmar la
unicidad y universalidad de la salvación del misterio de Cristo es la Encarnación del Logos.

En cuanto a la cuestión de si las otras religiones pueden ser caminos de salvación en


cuanto tales, es necesario afirmar que hay una presencia universal, preencarnativa, de
Cristo en el mundo y una acción del Espíritu Santo previa a la venida del Hijo. Ellas fundan
la real grandeza de muchas expresiones e instituciones religiosas. Pero una vez que el Hijo
se ha encarnado y el Espíritu ha sido derramado, no pueden ser, en cuanto tales,
reconocidas como suficientes y autónomas frente a Cristo. Esto equivaldría a negar el
carácter escatológico de Cristo. La especificidad e irrepetibilidad de la revelación divina de
Jesucristo se funda en que sólo en su persona se da la autocomunicación del Dios trino.

La salvación individual está resuelta en el Nuevo Testamento: En Dios no hay


acepción de personas, sino que en toda nación el que teme a Dios y practica la justicia le es
acepto (cf. Hch 10, 34) y reafirmado en el CV II: Cristo ha muerto por todos. Debemos
mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo
Dios conocida, se asocien a este misterio pascual. (GS 22)

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