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Introducción
Como se puede deducir de la cita anterior, los ataques de los ilustrados no van
dirigidos contra la fe católica ni los dogmas pues se trata de hombres creyentes, van
dirigidos contra las autoridades y la exigencia de un cambio de actitud respecto de la
vivencia moral que tenían ellos.
Es con Carlos III, ya en la segunda mitad del siglo XVIII, que la política
borbónica en materia eclesiástica experimentaría un nuevo ajuste al buscar subordinar
la Iglesia al Estado. Las diferentes medidas dictadas contra el clero secular y regular
“tuvieron por finalidad otorgar al estado un mayor campo de acción y poder de control
sobre el cuerpo eclesiástico.” (Guibovich 1993, p. 2). Así, podemos resumir la política
de Carlos III en cuatro objetivos principales: control del Estado sobre la Iglesia, mejorar
la disciplina de las órdenes, mejorar la calidad del Alto Clero y depurar las
manifestaciones externas de la religiosidad.
Así, se entiende la razón de la poca instrucción que recibían los religiosos, esta
estaba limitada a la filosofía escolástica. Unido a esto, se puede ver como los
ilustrados criticaban la falta de vocación de muchos de los curas y frailes. Para los
ilustrados el bajo nivel de instrucción de los curas traía como consecuencia que la
religión se nutriera de supersticiones; por ello, se criticaban las procesiones y el culto a
los santos (imágenes) y reliquias por convertirse en una suerte de piedad tonta y
grosera.
Una última crítica contra los religiosos, aunque no tan común como las
anteriores, era la cuestión del celibato. Bajo la idea de que el aumento de la población
contribuiría a la prosperidad de España (es importante recordar que se criticaba el
número excesivo de religiosos que distraía del trabajo a los jóvenes españoles) se
cuestiona que muchos jóvenes dejasen de formar una familia por abrazar el
sacerdocio. Sarrailh afirma al respecto que “una manera de atacar el celibato
eclesiástico consistía en celebrar las alegrías y los encantos del matrimonio.” (1957, p.
647).
2 Pedro de Campomanes fue uno de los representantes del pensamiento ilustrado español. En 1760 fue
nombrado ministro de Hacienda de España. Respecto a la situación de la Iglesia, escribió Tratado de la
regalía de la amortización (1765), en donde señala lo perjuicios que causan a la economía española la
propiedad inmobiliaria de la iglesia.
propios de las actitudes eclesiales, todo ello sin afectar la fe católica. También, es
importante señalar que, además de agudas críticas, los ilustrados proponían una
reforma que concordase con las ciencias modernas y la nueva filosofía. Se pedía un
retomo a la Iglesia Primitiva, teniendo como base una vuelta a la Biblia (Ley del
Evangelio), donde reinara la humildad, la caridad y la fraternidad.
Por ello, los libros que se imprimían en los dominios de la monarquía española
eran sometidos a una doble censura: La primera, era hecha por el Consejo de Castilla,
esta institución otorgaba la licencia de impresión que era requisito para la publicación
del libro; la segunda censura, corría a cargo de la Inquisición, ésta también realizaba
esa censura con respecto a las obras que se publicaban en el extranjero y que
ingresaban a los territorios de Castilla y Aragón.
Así, a pesar de las censuras provenientes del Estado y del Santo Oficio, circuló
en el Perú un variado conjunto de obras literarias prohibidas expresamente por la
legislación. Con ello, la imagen de una cultura colonial controlada resulta cuestionable.
El segundo canal de difusión para las ideas ilustradas vendría a ser el plan de
estudios de San Carlos, que fue reformado de acuerdo con las nuevas exigencias
ilustradas de Toribio Rodriguez de Mendoza3. San Carlos fue fundado en 1771 para
suplir las necesidades de educación creadas ante la expulsión de los jesuitas en 1767.
3 El propulsor de las reformas fue Toribio Rodríguez de Mendoza, quien tuvo una carrera ascendente
dentro del Convictorio. En diciembre de 1771, siendo estudiante del Seminario de Santo Toribio es
nombrado profesor de Filosofía y Teología. En 1785 estando en Trujillo es designado por el nuevo Virrey
Croix como vicerrector, finalmente en 1786 es nombrado Rector del Convictorio.
Leguía, sostiene que junto a Rodríguez de Mendoza se encontraron Mariano
Rivera y José Ignacio Moreno, como fieles colaboradores para la realización de la
reforma del plan de estudios. En el área de Filosofía los cambios que se implantaron
no fueron sustanciales, simplemente se les dejó libertad en la elección de la corriente
filosófica. Curiosamente esto los alejó del conocimiento de Aristóteles y su Escolástica.
Sin embargo, los cambios que más nos interesan son los que se produjeron en el área
de la jurisprudencia, ya que se implantaron los cursos de Derecho Natural y de
Gentes, así como el curso de Derecho Constitucional, pero, bajo el nombre de
Filosofía Moral. (1922, p. 40 – 41).
Vidaurre no fue ajeno a estas reformas, llevando en San Carlos los cursos de
Derecho Civil, Canónico, Natural y de Gentes, así como Matemáticas y Filosofía; Esta
misma información es repetida por su hijo Pedro de Vidaurre en la biografía que
presentó en el periódico "La Bolsa de Lima" entre abril y mayo de 1841 y que
constituye el primer estudio sobre nuestro personaje. Allí, Vidaurre consigna que
estudió bajo los auspicios de Vivar, Moreno, Morales y Rodríguez. (1929, p. 161) Por
otro lado, Lolmann, también menciona que, al ser interrogado en relación con sus
blasfemias, dice que fue colegial carolino en 1789 y 1790 y que fue recién en 1796
incorporado en el Colegio de Abogados (1950, p.206)
En este tercer punto, se presenta las obras que concitan nuestra atención, El
Plan del Perú y las Cartas americanas y cómo desde su lectura se puede observar
cuál era el pensamiento ilustrado que tenía Vidaurre sobre la relación Iglesia – Estado.
Sobre El Plan del Perú el mismo Vidaurre dice que lo escribió en 11 días
(1810) a pedido del ministro de Gracia y Justicia Don Nicolás Maria de Sierra,
agregando que "[...] lo había hecho para comprometer la compasión de aquel
funcionario." (Vidaurre, 1971, p. 14) ¿Esto significaría que Vidaurre desarrolló en esta
obra un discurso "dirigido" y que, por tanto, no nos serviría analizar el pensamiento
ilustrado peruano de la época? No, ya que las mismas preocupaciones que Vidaurre
apuntó en El Plan del Perú siguieron presentes en sus escritos posteriores.
Como en las Cartas americanas, sin embargo, ¿las cartas fueron escritas con
el propósito de ser publicadas o fue solo al cabo de los años que Vidaurre creyó
conveniente publicarlas? Trataremos de ensayar una respuesta: en el prólogo de la
obra Vidaurre nos da a entender que habría comenzado a escribir las cartas en 1814,
cosa que siguió haciendo con velado entusiasmo: "En el secreto de mi gabinete
continué escribiendo sobre hechos todos ciertos, sobre máximas políticas y sobre
puntos dudosos de la escritura. Fue mi designio únicamente distraerme de las penas
que abatían mi espíritu […]. [A pesar de ello, afirma:] Jamás pensé que se publicasen
[…] [Sin embargo], el bien que puede resultar a la patria me obliga hoy a darlas a la
prensa" (Vidaurre 1973:5).
Tanto el Plan del Perú como las Cartas Americanas son el fiel testimonio del
pensamiento de Vidaurre ya que nacieron libres de toda censura, pues para 1814 la
Inquisición había perdido el poder y control de antaño. Asimismo, muchas de las
cartas se escribieron en el extranjero y no fueron publicadas hasta 1820, cuando la
Inquisición estaba extinguida.
Yo necesito especular todas las cosas y combinarlas para darles crédito [...].
[Sin embargo, ante el misterio de la eucaristía él manifiesta]: No hallo misterio
que declarase Jesu Cristo [sic] de un modo más expreso que el de la eucaristía
[...] Respeto los misterios: mis luces no alcanzan a estos arcanos [...] Donde
acaban sus fuerzas [de la razón] me rindo y exclamo: Hay una distancia infinita
entre Dios y el hombre (Vidaurre 1973: 42-43).
Para Vidaurre la solución ante el dogma es simplemente "creerlo". Es decir,
que en este campo la fe debía dominar a la razón: “Dirá usted que esto es muy oscuro
[los dogmas] […] ¿Y hemos de entenderlo todo? No hay otro remedio que creerlo, o
renunciar a Jesu Cristo [sic]." (Vidaurre, 1973, p. 45).
En las dos citas anteriores se pueden observar como la premisa que tiene
Vidaurre por delante es el respeto a la fe, no busca atacarla sino su objetivo esta en la
iglesia como institución. Existe un respeto a los dogmas y a la presencia de Dios en el
actual del hombre. Bajo ninguna circunstancia emite juicio alguno sobre estos temas.
Sin embargo, Vidaurre matiza esta posición, ya que, en otras de sus Cartas
americanas, como las referidas a la Eucaristía (Vidaurre: 1973: 42), Contestación
(Vidaurre 1973: 44) Continuación de la Carta anterior (Vidaurre 1973: 293) en la que
trata sobre la muerte de su hija, desarrolla la idea que solo entiende por la fe aquello
sin lo cual no podría salvarse. Ejemplo de esto lo encontramos en el convencimiento
de Vidaurre de la santidad de la vida de Jesucristo: "¿Y en tantas ansiedades y
aflicciones habrá algo que me consuele? Sí, la santidad de la vida de Jesu Cristo
[sic]." (Vidaurre 1973: 298)
Jamás sacerdotes pulsarán mis respetos más allá de la razón dirigida por la fe.
Son para mí hombres sujetos a pasiones. Sé muy bien cuando abusan de la
imbecilidad e ignorancia de los pueblos [¿acaso por qué era un ilustrado?].
Estoy muy distante de presumir que formen en el estado un cuerpo distinto y
superior a las leyes (Vidaurre, 1973, p. 149-150).
Para Vidaurre, los sacerdotes, no son personas distintas, que al haber recibido
el sacramento del Orden Sacerdotal se tornan en seres especiales. Él puede ver que
están sujetos a los instintos a las pasiones que llevan día a día cada ser humano. Los
sacerdotes podrán ser sujetos de respeto, pero, no por ello se distinguen del resto de
personas.
Del mismo modo, Vidaurre critica la existencia y calidad de vida que se llevan
en los monasterios. Las críticas se orientan a que no existe la vida común ni la
fraternidad, en lugar de esto reinaban los bandos:
Ningún lugar puede contener tanta especie de lascivias. Fomentan entre si las
pasiones más violentas que se satisfacen aquel momento [...] Se halagan, se
irritan, se dividen, se unen, y tienen con más actividad los transportes que se
observan entre ambos sexos. Un crecido número de domésticas esclavas o
libres se introducen en aquellas detestables máximas [...] Ricamente vestidas,
ociosas respiran la sensualidad en los ojos y movimientos [...] Gomorra era
sombra respecto de los conventos grandes de Lima.” (Vidaurre, 1971, p. 68).
En el capítulo VIII del Plan del Perú titulado Religiones de hombres y mujeres,
encontramos la idea que podría estar resumiendo las críticas de Vidaurre en tomo al
comportamiento de los religiosos:
Así, tanto Vidaurre como los ilustrados peninsulares consideran a los religiosos
como raza parásita y dañosa.
Otra crítica común de los ilustrados españoles concernía al bajo nivel cultural
del clero, lo que traía consigo que la religión se llenara de supersticiones. En el
discurso de Vidaurre notamos que esta crítica está ausente, limitándose a plantear que
se estudie Escritura, Teología dogmática, Moral y Cánones para la obtención de un
curato. El tema de las supersticiones también es poco tratado. Vidaurre, a diferencia
de los ilustrados españoles, no lo relaciona con el bajo nivel cultural de los religiosos
sino con sus ansias de riqueza. Al respecto nos dice: "En el púlpito solo se oyen las
voces aterrorizando con el infierno, el fuego, los demonios a los que no pagan bien los
diezmos y primicias [...]” (Vidaurre, 1971, p. 40-41).
Así, los cambios que se presentan a lo largo del texto Plan del Perú, Vidaurre
presenta una serie de preceptos relacionados con el estado eclesiástico. Nosotros
creemos que estos preceptos no buscaron destruir el poder de la Iglesia, ya que, por el