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Principe Roto

Cosa Nostra Libro uno


R.G. Angel
Esta es una obra de ficción. Los nombres, los personajes, los lugares y los acontecimientos son
producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia, y cualquier parecido con personas
reales, vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o sitios es pura coincidencia.

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Corrección de Edurne H
SINOPSIS

El amor puede ser su salvación...o su perdición...


Cassie
Hartfield Manor es como yo: maldita y no deseada.
Aceptar un trabajo allí como ama de llaves interna es mi única opción.
Nadie quiere contratar a la hija de unos infames asesinos en serie.
Pero mi nuevo jefe...me fascina. Envuelto en sombras, oculta su dolor
tras unos modales bestiales, y me atrae como ningún otro.
Cree que es irredimible. Imperdonable.
Ahora no puedo evitar pensar, ¿quién mejor que la hija de los monstruos
para amar a una bestia?
Luca
Lo tuve todo y lo perdí.
Fui príncipe de la mafia. Ahora soy un recluso alcohólico y cargado de
culpabilidad. Con cicatrices, roto y solo.
Entonces la conocí.
Cassie es como el sol, ilumina mi oscuridad. Ella me hace querer vivir
de nuevo.
Pero mi mundo no es lugar para una inocente como ella. Es demasiado
peligroso.
Yo soy demasiado peligroso.
Porque no importa cuánto la necesite, nunca dejaré que mi redención sea
a costa de su alma…
Contents

PRÓLOGO

CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12

CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14

CAPÍTULO 15

CAPÍTULO 16

CAPÍTULO 17

CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19

CAPÍTULO 20

CAPÍTULO 21

CAPÍTULO 22

CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24

CAPÍTULO 25

EPÍLOGO

PRÓXIMO LIBRO

Sobre la Autora
PRÓLOGO

N
eumáticos chirriando, miedo, gritos y dolor...mucho dolor. Un dolor
que pensé que era el peor que había experimentado, hasta que abrí
los ojos y miré en su oscura mirada sin pestañear.
Me di cuenta, mientras caía lentamente en la inconsciencia, al mirar
fijamente sus ojos sin vida y sus cuerpos destrozados, que estaban muertos,
que me los habían arrebatado. No podía moverme, no podía hablar, no
podía respirar. Lo único que mi mente podía gritar era: “Por favor, déjame
morir con ellos”.
Debería haber sabido que no debía esperar ningún indulto de la vida:
ahora era el momento de vivir en mi infierno, mi purgatorio...mi penitencia.
CAPÍTULO 1

Cassie

D
icen que todo el mundo quiere ser famoso y salir en las portadas de
los periódicos. Que cualquier prensa es buena prensa, ¡pero eso es
una auténtica mierda!
La prensa no había sido más que una maldición para mí y para mi
hermano pequeño, Jude. Éramos Cassandra y Jude West, los hijos de los
Asesinos de Rivertown.
Esta gente...Mis padres habían utilizado su pequeña empresa de
inversiones para malversar los fondos de jubilación de más de quince mil
personas en diez años, y también habían asesinado a treinta y dos ancianos
en un intento de cubrir sus huellas.
Mi rostro, medio oculto tras mi alborotada melena pelirroja, al salir del
tribunal durante el juicio, llegó a aparecer en la primera página de nuestro
periódico comarcal y desde ese día quise desaparecer. No iba a ir al tribunal
a apoyarlos. Fui allí…,no estaba segura por qué iba allí.
Quizá una parte de mí esperaba que tuvieran la decencia de pedir perdón
a Jude y a mí por destrozarnos la vida y convertirnos en parias, porque el
estigma que llevábamos era una pesada cruz que cargar.
Dejé escapar un suspiro de alivio cuando mi padre fue
condenado a cadena perpetua sin libertad condicional y mi madre a
cuarenta años. Yo estaba allí para asegurarme que toda esta pesadilla
terminara por fin y ellos acabaran sus vidas entre rejas.
No pasé por alto las miradas que me dirigían las familias de las
víctimas, cada vez que me sentaba al fondo de la sala. La gente no se creía
que la hija veinteañera de esos dos sociópatas no supiera que algo iba mal, e
incluso si realmente no tenía idea, no podía evitar sentirme culpable. ¿Me
había perdido algo? ¿Hubo señales?
Cuando salí del tribunal, tras el veredicto, miré el reloj y gemí. Solo
tenía una tarde con Jude a la semana y este último día de juicio me había
robado dos horas preciosas.
Habían pasado cuatro meses desde que mi vida (nuestra vida) se
convirtió en un infierno. No teníamos otra familia y los servicios sociales
declararon que yo no estaba capacitada para cuidar de mi hermano y no
podía negarlo. Estaba sin blanca, había tenido que abandonar la escuela de
enfermería y ahora dormía en el incómodo futón de nuestra vieja criada,
una de las únicas personas que me mostraba un poco de compasión.
Me apresuré a coger el autobús. Tenía que llegar pronto al Hogar, ya que
las visitas terminaban a las cinco de la tarde.
Ver a mi hermanito solo una tarde a la semana me estaba destrozando.
Lo echaba mucho de menos y estaba muy preocupada, solo tenía diez años,
era demasiado joven para tener que lidiar con todo esto.
Nadie debería lidiar con todo esto.
Cuando llegué, Amy, la trabajadora social que llevaba el caso de Jude,
se paseaba frente a la puerta.
—Pensé que no llegarías —dijo, empujándome hacia la sala de visitas.
—Lo sé —jadeé sin aliento—. Gracias por esperar. Me dedicó una
pequeña sonrisa.
—Te mereces que alguien te dé un respiro —dijo con suavidad,
haciendo que se me llenaran los ojos de lágrimas.
Últimamente no estaba acostumbrada a la amabilidad. Había tenido
suerte cuando le habían asignado el caso de mi hermano. Habíamos estado
en el mismo instituto, aunque ella estaba en el último curso cuando yo
entré, y eso había creado una especie de afinidad que agradecía
enormemente.
Abrió un poco la puerta lateral y habló con alguien, la puerta se abrió
más y mi hermano entró corriendo.
—¡Cassie! —gritó, corriendo a mis brazos.
Lo abracé con fuerza. Era tan bajito y frágil. Tendría diez años, pero no
aparentaba más de siete. Sin embargo, era mi hombrecito. Nuestros padres
siempre habían estado emocionalmente distantes. Siempre habíamos sido
Jude y yo.
—Lo siento. No quería llegar tarde —le dije, acariciando suavemente su
pelo rubio oscuro.
Él me rodeó con sus brazos y alzó la vista, mirándome con sus grandes y
tristes ojos verdes, demasiado cansados para un niño de su edad.
—¿Estamos bien ahora? —preguntó en voz baja. Asentí con la cabeza.
—Sí, lo estamos. No van a volver —Fruncí el ceño, fijándome en el
pequeño moratón que tenía en la mandíbula—. ¿Qué es eso? — pregunté,
pasándole los dedos por encima.
—Nada —Se encogió de hombros—. Me caí.
Miré a Amy, que nos miraba con tanta tristeza que me partió aún más el
corazón. Tenía que sacarlo de aquí.
—Te llevaré a casa tan pronto como pueda, hombrecito. Te juro que te
llevaré.
—Lo sé, Cassie. No pasa nada. Estoy bien aquí.
No, no lo estás. Es miserable, pero intentas ser fuerte por mí, cuando no
deberías tener que hacerlo, pensé.
—Lo sé, pero echo de menos tenerte conmigo, así que quiero que
vuelvas cuanto antes. —Forcé una sonrisa que esperaba pareciera genuina
—. Quién se supone me va a ayudar a probar brownies ahora, ¿eh?
Asintió con la cabeza.
—Sí, soy una especie de experto.
Solté una risa. —Sí, lo eres.
Amy suspiró.
—Lo siento, chicos, pero Jude tiene que volver ya.
Levanté la vista y la vi muy cabizbaja. Estaba segura que sentía
debilidad por Jude, pero, ¿quién no?
—Nos vemos la semana que viene y alguna vez podremos chatear por
vídeo esta semana —dije antes de lanzar una rápida mirada a Amy, que
asintió. Ella hacía eso todas las semanas por nosotros, utilizando su propio
teléfono para que Jude y yo pudiéramos hablar durante unos minutos.
Aquella mujer era realmente un regalo del cielo. Al menos nos ayudaba a
mejorar un poco aquella horrible situación.
—Te quiero hasta la luna y de vuelta —dijo, abrazándome de nuevo con
fuerza.
—Te quiero hasta el sol y de vuelta —respondí, besándole la coronilla,
sintiendo ya el ardor de mis lágrimas no derramadas en el fondo de mis
ojos.
Cuando se fue, Amy se volvió hacia mí.
—¿Qué ha pasado realmente? —pregunté, sabiendo perfectamente que
el moratón de Jude no había sido causado por un accidente.
Suspiró, sacudiendo la cabeza.
—Los niños han sido duros con él —admitió a regañadientes. —Ser
pariente de...—Hizo una mueca de dolor—. Es una pesada cruz que llevar.
—Lo sé. Pienso cambiarnos el nombre apenas pueda recuperarlo.
Me senté en una de las incómodas sillas naranjas que bordeaban la sala
de visitas.
Sabía que tenía que irme. No tenía por qué seguir aquí, el centro estaba
cerrado al público, pero necesitaba unos minutos.
Unos minutos con alguien que me mirara, no como cómplice de los
monstruos que eran mis padres, sino como una de sus víctimas.
—No estoy convencida de que llegue ese día —admití, y decirlo en voz
alta me dolió más de lo previsto.
—Así que se negaron a aceptarte de nuevo, ¿eh? —preguntó ella,
viniendo a sentarse a mi lado, agarrando mi mano entre las suyas.
Asentí.
—Sí, aunque no puedo culparles. Al hospital le costaba justificar mi
presencia allí y en la escuela de enfermería me echaron. —Me encogí de
hombros—. ¿Qué sentido tenía que trabajara allí?
—Podemos luchar contra su decisión, ya lo sabes. Lo he investigado y
no tenían motivos para despedirte.
Sacudí la cabeza.
—¿Qué sentido tiene? Nadie me quiere allí. Los alumnos me miran
como si fuera un monstruo, y los profesores también. Y aunque me
aceptasen, necesito formación hospitalaria y ningún hospital me la ofrecerá.
—Sí. —Asintió con resignación —. ¿Y tu situación de vida?
—Todavía en cuclillas en el futón de la Sra. Broussard. —Nunca había
estado más agradecida en mi vida. La señora Broussard llevaba trabajando
para mis padres desde que yo tenía cinco años y, cuando todo se fue a la
mierda, había sido la única que me había ofrecido la mano amiga que
necesitaba desesperadamente, a pesar de los consejos de sus propios hijos
—. Tengo que devolverle su espacio y dejar de comerme su comida. —Miré
al cielo—. Nadie está dispuesto a contratarme en esta ciudad, pero...—Miré
hacia la puerta que comunicaba con la vivienda que ocupaba mi hermano
pequeño—. No puedo irme, me necesita.
—Te acuerdas de la Sra. Lebowitz, ¿no?
La miré confusa ante su cambio de tema.
—¿La orientadora profesional del instituto? Ella asintió.
—Se jubiló, pero sé que trabaja a tiempo parcial para la agencia de
trabajo temporal que hay junto a la farmacia. —Amy se encogió de
hombros—. Siempre tuvo debilidad por sus antiguos alumnos.
¿Por qué no vas a verla?
La Sra. Lebowitz era una señora mayor, una hippy excéntrica, pero
siempre había visto más de lo que parecía. Ya entonces sabía que yo era la
que cuidaba de Jude. Fue ella quien me sugirió que estudiara enfermería,
tras ver mi naturaleza bondadosa.
—Me gusta. Merece la pena intentarlo. —Miré mi reloj, ya había pasado
mucho de la hora y no necesitaba que Amy se metiera en problemas y le
quitaran a Jude de su cuidado por su relación conmigo—. ¿Y qué pasa con
Jude y sus moratones?
—No te preocupes, lo he trasladado a una habitación con niños más
pequeños. Ya está bien. —Respondió a mis pensamientos no expresados.
Le lancé una mirada de agradecimiento.
—Necesito irme ya. Tengo que coger el autobús.
—Déjame llevarte a casa, por favor.
Asentí con la cabeza. El viaje en autobús hasta casa de la señora
Broussard iba a durar más de cuarenta y cinco minutos, y tenía que admitir
que, después del agotador día que había tenido, estaba más que agradecida
de aceptarlo.
—¿Por qué eres tan amable conmigo? —le pregunté a Amy mientras
emprendíamos el camino—. No es que no te esté eternamente agradecida,
pero...
Se encogió de hombros.
—Llámalo empatía. Te he visto antes en el hospital, te preocupabas de
verdad por los pacientes, ¿y la forma en que tu hermano habla de ti? Eres
todo su mundo. He visto a mucha gente mezquina y despiadada en mi
trabajo y tú no eres una de ellas. Eres cariñosa y afectuosa y, obviamente,
no eras consciente de las monstruosidades de tus padres. —No te mereces
que te traten como lo hacen, así que si puedo aliviar un poco esta
injusticia...lo haré.
Aparté la mirada, parpadeando. Sus palabras me daban esperanza. Quizá
los demás también se dieran cuenta. Quizá los demás me darían un respiro y
me ayudarían a recuperar a Jude.
Sí, mañana sería otro día y cambiarían las tornas, sin importar los
sacrificios.
Por Jude.
CAPÍTULO 2

Cassie

M
e desperté con el zumbido de la señora Broussard en la pequeña
cocina y el olor a café recién hecho.
Me incorporé y me estremecí al sentir el dolor de espalda que
me habían dejado los barrotes metálicos del delgado futón. Sin embargo,
nunca diría nada, ella me había dado cobijo cuando todos me habían dado la
espalda. Ella había sido mi salvadora.
—Ma Cherie. —Sonrió, poniendo un plato en la encimera para mí—.
Hice un poco más para ti. —Sus ojos ambarinos estaban tristes a pesar del
brillo de su sonrisa.
—¿Qué haría yo sin ti? —pregunté, frotándome los ojos y caminando
descalza en pijama de franela, para luego sentarme en un taburete.
—Estarás bien, Cherie. Eres una buena persona, siempre lo has sido. La
vida te dará la vuelta, ya lo verás.
—Espero que tengas razón —dije, dando un mordisco a la tostada
francesa —. Hoy voy a la agencia de trabajo temporal de la ciudad. Si Dios,
el karma o lo que sea que ande por ahí alguna vez ha querido concederme
un favor, hoy es el día.
—Puedo hablar con Camille.
Negué con la cabeza. Camille era médico auxiliar en el Hospital
Central y no era muy amiga mía ni de los problemas en los que creía que
estaba metiendo a su madre.
Pero no podía culparla. Su madre había trabajado incansablemente para
mi familia, que no la trataba mejor que a un mueble. Había trabajado tan
duro solo para comprarse este minúsculo apartamento en un complejo para
mayores de cincuenta años, y ahora yo vivía de sus escasos ingresos.
No era mejor que una sanguijuela, pero eso iba a acabar hoy.
Conseguiría un trabajo como fuera.
—Eso no es necesario. Vamos a ver cómo va hoy.
Amy me había asegurado que tan pronto tuviera un trabajo estable, un
lugar donde vivir lo bastante grande para tener a Jude y unos ahorrillos,
haría todo lo que estuviera en su mano para que me lo llevara y, una vez que
lo tuviera de vuelta, nos iríamos, cambiaríamos de nombre y empezaríamos
de cero. Solo nosotros dos.
La señora Broussard miró el reloj.
—¿Quieres que te lleve? Tengo un poco de tiempo.
Sonreí, pero negué con la cabeza, con la boca llena de tostada. — Estoy
bien, no te preocupes.
Ladeó la cabeza.
—Tengo derecho a preocuparme por ti, Cassie. Te he visto crecer.
Cogí el periódico de la encimera y ella apoyó su dorada mano sobre la
mía.
—Quizás no deberías, Cherie. Suspiré.
—Créeme, no hay nada que puedan decir que no haya leído ya antes.
Dudó un segundo antes de levantar la mano con un suspiro.
—De esto no va a salir nada bueno —dijo derrotada, antes de darse la
vuelta y meter el plato en el pequeño lavavajillas de la encimera.
Me alegré de que no me estuviera mirando porque no pude evitar hacer
una mueca de dolor al leer el título de la primera página.
Monstruos de Riverside: ¡encarcelados de por vida! El título principal
aparecía en letras negras, pero, en lugar de una foto de ellos, era yo la que
aparecía en la portada del Riverside Herald, de pie, sola en la escalinata del
juzgado, con mi rebelde melena pelirroja ondeando alrededor de mi rostro.
Tenía un aspecto sombrío, derrotado, y así es como estaba. Mi vida había
dado un giro a peor, pero no estaba derrotada por su sentencia. No, eso
había sido lo único bueno de todo aquello.
Mis padres siempre habían sido terroristas emocionales, utilizándome a
mí y posteriormente a Jude para sus horribles planes. Había sido duro
descubrir en el juicio que Jude había sido concebido por inseminación, no
porque se murieran por tener otro hijo, sino porque yo había ido creciendo y
ya no parecía tan mona y, por tanto, ya no inspiraba tanta confianza como
él.
Lo que siempre había tomado como nada más que falta de instinto
paternal y una ajetreada vida laboral había sido, en realidad, mucho peor de
lo que jamás hubiera imaginado. Habíamos sido juguetes, accesorios, nada
más.
Esperaba que Jude nunca descubriera que no había sido más que un
medio para un fin. Una carta añadida a la mesa, sin ningún sentimiento de
por medio.
También esperaba amarle lo suficiente como para compensar todas las
cicatrices que le habían infligido los monstruos que nos habían puesto en
este mundo.
Me forzé a sonreír al encontrar los ojos preocupados de la señora
Broussard y metí el plato en el lavavajillas, antes de ir a rebuscar en las dos
pequeñas maletas que me habían permitido llevar conmigo.
Rezaba por tener algo adecuado para ir a ver a la Sra. Lebowitz porque,
cuando salí de casa, había esperado volver en algún momento. No había
esperado que todo durara tanto.
Cuando el FBI se presentó en nuestra casa, me alegré de que Jude
estuviera en el colegio. Decenas de agentes se apoderaron del lugar,
pusieron la casa patas arriba y me informaron que la casa estaba ahora bajo
embargo de Asset.
Nadie quería contarme lo sucedido y, aunque sospechaba que mis padres
podían haber malversado dinero, nunca habría imaginado el verdadero
horror.
Al cabo de un momento se me acercó un agente, un hombre grande y
aterrador, y me ladró que tenía treinta minutos para empaquetar lo que mi
hermano y yo necesitaríamos durante unas semanas.
Hice dos maletas para mí y una para Jude tan rápido como pude, bajo su
atenta mirada. ¿Esperaba que ocultara algo? ¿Creía que estaba implicada en
lo que habían hecho mis padres?
El agente me condujo hacia su gran todoterreno negro.
—¿Puedo llevarme mi coche? —había preguntado, señalando el Toyota
que mis padres me habían comprado a principios de año. No había sido un
regalo de corazón, simplemente necesitaban que yo hiciera de chófer de
Jude y realizara todas las compras que a ellos les molestaba hacer.
Sacudió la cabeza.
—No, todos los bienes propiedad de Martha y John West están ahora
embargados por el gobierno federal de los Estados Unidos. — Abrió la
puerta trasera del coche—. ¿Dónde te vas a alojar?
Me quedé helada en ese momento. ¿Dónde iba a quedarme? Había
estado tan ocupada con la escuela de enfermería y cuidando de Jude,
compensando todas las carencias de mis padres, que, en realidad, no tenía
amigos, al menos nadie lo bastante cercano como para ofrecerme un lugar
donde quedarme.
—Se quedará conmigo, ¿verdad, Cassie?
Me había dado la vuelta y solté un pequeño sollozo de alivio sin
lágrimas cuando la señora Broussard vino hacia mí ya vestida para
marcharse.
—Necesito ir a recoger a Jude...
—Jude West será recogido por los servicios sociales. —El agente
intentó coger la maleta que hice para Jude.
Apreté con fuerza la empuñadura y di un paso atrás.
—Tengo que hablar con él, se asustará. Por favor, señor. Es solo un niño
—supliqué, con la voz quebrada al pensar en mi hermano pequeño asustado
y solo.
Me miró un segundo y suspiró.
—Los servicios sociales irán al colegio en los próximos treinta minutos
más o menos, puedes ir a esperar allí.
Y me fui con la señora Broussard, jurándole a mi aterrorizado hermanito
que iba a arreglarlo todo pronto, pero ya llevaba cuatro meses y no estaba ni
un paso más cerca de recuperarlo.
Los bienes seguían congelados y todas las pertenencias de mis padres
iban a ser vendidas para pagar las indemnizaciones concedidas a las
familias de las víctimas. Me importaban un bledo la casa, los coches y las
cuentas bancarias, no quería nada. Nunca me plantearía disfrutar de nada de
lo que adquirieron literalmente con la sangre de otras personas, pero me
habría encantado poder ir a buscar más ropa y otras cosas para Jude y para
mí.
Suspiré, rebusqué entre la ropa y me decidí por unos vaqueros oscuros y
una camisa verde de manga larga, con la esperanza que me quedara lo
bastante profesional.
—¡Hasta luego! —gritó la señora Broussard detrás de la puerta del baño
cuando me metí en la ducha.
Una vez que se hubo marchado, finalmente pude olvidar mi fuerte
fachada y lloré mientras el agua tibia golpeaba mi rostro, con mis lágrimas
mezclándose con la misma. Ni siquiera intenté contener mis sollozos
mientras más y más lágrimas corrían lentamente.
Lloré por mi hermano pequeño y por los abusos de los que no pude
protegerle. Era el niño más adorable, con un corazón tan grande que no
cabía en el mundo, y solo podía imaginar cómo le estaba afectando el odio
recibido.
Yo misma lo pasaba mal... amenazas de muerte, insultos, ostracismo.
Era una cruz pesada de llevar para mí, no podía ni empezar a comprender lo
pesada que podía ser para él.
Cuando el agua se enfrió y se me secaron las lágrimas, salí de la ducha,
me recogí el pelo rebelde y me maquillé por primera vez en meses.
No me sentía ni remotamente preparada para enfrentarme al mundo,
menos hoy con mi cara apareciendo en todos los periódicos de esta ciudad,
pero algunas cosas eran más importantes que mi propia comodidad, como
era recuperar a mi hermano y salir de Riverside.
Miré mi cuenta bancaria y, a pesar de mis escasos ahorros, decidí
permitirme un Uber por una vez. No creía que pudiera enfrentarme a las
miradas curiosas, enfadadas y sentenciosas de los transeúntes que aún se
preguntaban si yo había participado con mis padres.
Cuando llegué a la agencia, me alegró ver que el mostrador de la señora
Lebowitz estaba cerca de la puerta y que, salvo por la joven rubia que había
detrás del otro mostrador, la agencia estaba vacía.
No había cambiado nada desde el instituto, con su cabello canoso a
media espalda, su vaporoso vestido bohemio y sus amables ojos marrones.
Casi podía oler su perfume de pachulí desde detrás de la puerta.
Cuando entré, los ojos de la joven se agrandaron. Era obvio que sabía
quién era yo con tan solo una mirada. Ahora era una celebridad local...Bien
por mí.
La Sra. Lebowitz levantó la vista y me sonrió. Hacía tiempo que no me
ocurría y me sentí muy bien.
—¡Señorita West! —Sonrió, aplaudiendo, haciendo que sus numerosos
brazaletes repicaran con ese sonido tan familiar que me recordaba al
instituto—. ¿Qué te trae por aquí?
Me alisé la camisa, tratando de darme cierta presencia.
—Buenos días, señora Lebowitz, cuánto tiempo sin verla.
—Por favor, llámame Patty, hace mucho que terminó la escuela.
Señaló el asiento frente al suyo—¿Qué puedo hacer por ti?
Me senté y suspiré. No estaba segura de si debía fingir. Siempre había
sido tan perspicaz con los alumnos, quizá eso era lo que la hacía tan buena
en su trabajo.
—Necesito un trabajo. Ella asintió.
—Sí, claro. —Empezó a teclear en su ordenador mientras yo miraba a la
otra mujer.
Ya ni siquiera fingía no escuchar. Había dejado el teléfono descolgado y
nos miraba fijamente, con el codo apoyado en el escritorio y la barbilla en
la mano.
La Sra. Lebowitz miró la pantalla durante lo que me pareció una
eternidad antes de volverse hacia mí, y su anterior sonrisa genuina fue
sustituida por una falsa, que nunca antes había visto en su rostro.
—Ummm, sabes, Cassie, no es la mejor época del año y los trabajos son
bastante escasos estos días. —Ah, sí, ya veía por dónde iba eso.
—Aceptaré cualquier cosa. —Sí, no estaba por encima de la mendicidad
en este punto—. Usted sabe que no hice absolutamente nada malo —dije
con desesperación.
—¡Claro que sí! —Jadeó, apoyando la mano en el pecho—. Fuiste una
de las alumnas más sensatas y cariñosas que he conocido.
Sacudió la cabeza —No entiendo cómo gente como ellos tenían una hija
como tú.
—Necesito salvar a Jude. La gente es antipática conmigo y no importa,
pero él...—Fruncí los labios y negué con la cabeza. No era el momento de
echarme a llorar—. Solo necesito dinero, rápido.
Ladeó la cabeza y sus ojos se llenaron de tristeza.
—Cassie...
—Siempre está Hartfield Manor —intervino la otra mujer, haciendo que
la señora Lebowitz se pusiera tensa.
Giró la cabeza lentamente y miró a la rubia. Creo que nunca había visto
a Patty Lebowitz mirar a nadie con desprecio.
—No creo que esa sea la solución, Karin. ¿Por qué no vuelves a tu
trabajo?
Fruncí el ceño, aún más intrigada ahora.
—¿Qué es Hartfield Manor? —pregunté, mirando directamente a Karin.
Se volvió hacia mí agitando su cabello rubio por encima del hombro
como diciendo un “que te jodan” silencioso hacia Patty, pero estaba
demasiado desesperada por conseguir un trabajo como para preocuparme en
ese momento.
—Es un trabajo de asistenta a tiempo completo —respondió con una voz
demasiado dulce para ser sincera. No estaba intentando ayudarme, no
realmente, pero mi necesidad de dinero superaba cualquier señal de alarma
que sonara en mi cabeza.
—De acuerdo...—miré hacia la señora Lebowitz, quien estaba lanzando
dagas a Karin—. No puedo decir que tenga mucha experiencia en el campo.
He ido a la escuela de enfermería dos de mis tres años, pero...—Hice una
mueca—. Además, soy Cassie West, no estoy segura que nadie...
Hizo un gesto despectivo con la mano y se burló.
—Están desesperados. Aceptarán a cualquiera que les enviemos. Es
cuatro veces el salario medio por hora de una institutriz. —Se encogió de
hombros—. Dijiste que necesitabas dinero rápido, así que pensé...
—No pensaste en nada, Karin, solo en tu comisión —soltó Patty antes
de volverse hacia mí—. Escucha, Cassie, cariño. —Suspiró—. Este trabajo
no es para ti. No sé quién será el dueño, pero las siete amas de llaves que
enviamos renunciaron en menos de seis semanas. Siete, Cassie.
Me mordí el labio inferior, era cierto que no tenía buena pinta, pero al
mismo tiempo...
—¿Cuál es el sueldo?
—Cassie...—La Sra. Lebowitz se interrumpió cansada, probablemente
sabiendo que me había perdido.
—Por favor. —Se me quebró la voz.
Suspiró derrotada. —Mil quinientos dólares a la semana.
—¿Mil quinientos dólares a la semana? —grité. Con esa cantidad de
dinero podría asegurarme un lugar y ahorros suficientes para recuperar a
Jude en unos cuatro a seis meses.
Amy me había prometido que una vez que me asegurara un apartamento
de dos dormitorios, un trabajo estable y ahorros suficientes para garantizar
la seguridad financiera en caso de un inconveniente, que estimábamos en
unos diez mil, podría recuperar a Jude.
La ciudad era cara, pero el suburbio estaba bien, y estaba lo
suficientemente lejos de Riverside para que pudiéramos empezar de cero.
Sin embargo, necesitaba dinero y mucho. Este trabajo podría ser mi
salvación.
—Lo acepto. Puedo trabajar todos los días excepto los jueves por la
tarde. —Era el único día que podía ver a Jude.
La sonrisa de Karin se ensanchó.
—Excelente. Haré la llamada.
—Por favor, Cassie, no estoy segura de que esta sea la mejor jugada...
—¿Tienes algo más que ofrecerme? —pregunté un poco más fría de lo
que pretendía. Estaba claro que no era el trabajo ideal, pero era un montón
de dinero y, si la zorra rubia tenía razón, estaban lo bastante desesperados
como para que no les importara que yo fuera la hija de los monstruos de
Riverside.
Ella negó con la cabeza.
—El hombre es malo. Las otras candidatas estaban aterrorizadas. Me
encogí de hombros.
—Al menos salieron vivas, es más de lo que mis padres le hicieron a la
gente. Y, en serio, ¿con la forma en que me criaron? Fueron mezquinos,
fríos, despectivos. Estoy lo suficientemente preparada y desesperada para
lidiar con un viejo horrible —¿Cómo se llama el tirano?
Se reclinó en su silla, sabiendo que había perdido la batalla.
—Nos contrató un consorcio con sede en la ciudad. —Sacudió la cabeza
—. Las otras mujeres nunca se quedaron el tiempo suficiente para
conocerlo y...—Se encogió de hombros—. Francamente, supongo que es un
accionista viejo y medio loco que quieren mantener oculto.
Hice una mueca.
—Es una imagen encantadora.
—Me gustaría que lo reconsideraras, Cassie. Negué con la cabeza.
—No puedo, esto es demasiado importante.
Asintió antes de volverse hacia Karin, que acababa de colgar.
—Te han aprobado librar el jueves por la tarde. También tienes los
domingos. Te esperan mañana a las nueve en punto.
Asentí con la cabeza. Era antes de lo que esperaba, pero cuanto antes
empezara, mejor sería.
—Patty te imprimirá la dirección y la descripción del trabajo.
Intenta no salir corriendo.
Perra. —Haré lo que pueda.
La señora Lebowitz perdió toda jovialidad mientras imprimía los
documentos y tomaba mis datos, incluida una copia de mi carné de conducir
y mi número de la seguridad social para preparar todo el papeleo.
—Estaré bien —le dije una vez que terminamos—. No es para siempre.
Me dedicó una pequeña sonrisa.
—Es solo que, eres una chica muy dulce, Cassie, y he oído que este
hombre es una fiera.
Me encogí de hombros.
—¿Quién mejor que la hija de unos monstruos para tratar con una
bestia? —Cogí la carpeta y hojeé rápidamente la interminable lista de
obligaciones antes de mirar la dirección —. ¿Ridgepoint? —no pude evitar
preguntar.
Ni siquiera sabía que hubiera casas tan altas. Estaba en las montañas,
lejos de todo. Era un pequeño problema, ya que tardaría unos treinta
minutos en volver a la ciudad para ver a Jude.
—Eso está lejos...—admití, de repente ya no tan segura.
—Tienes acceso a un coche —se apresuró a explicar Karin, al ver que
mi determinación flaqueaba—. Puedes cogerlo siempre que lo necesites.
Respiré hondo.
—Bien, no hay problema. Le diré a mi amiga que me lleve por la
mañana. —Miré a Karin—. Gracias por tu ayuda —añadí con bastante
desgana, sabiendo que sus acciones habían sido impulsadas por una
cuantiosa comisión y nada más.
—Seguiré buscándote otra cosa —continuó obstinadamente la señora
Lebowitz—. Tan pronto encuentre algo adecuado, te llamaré.
Podría haberle dicho que no se molestara, que apenas recuperara a mi
hermano me iría de esta ciudad para siempre y no volvería a mirar atrás,
pero era una mujer encantadora y no quería preocuparla más de lo que ya
estaba.
—Perfecto, sí, hagámoslo. Hasta pronto.
—¡Llámame si necesitas algo! —gritó justo cuando la puerta se cerraba
tras de mí. Me despedí de ella con la mano y caminé mucho más ligera
hacia la parada del autobús, con la carpeta sujeta contra el pecho.
Tenía un trabajo, con un sueldo astronómico y sin gastos de
manutención. ¡Era casi demasiado bueno para ser verdad! ¿Y si el hombre
era una bestia? La Sra. Lebowitz se había equivocado, la niña inocente que
había sido antes de la detención de mis padres había muerto y desaparecido.
Ya no era tan blanda. Había recibido tanto odio en los últimos meses...Era
suficiente para insensibilizarme y hacerme tan fuerte como necesitaba ser.
Me burlé internamente. ¡Adelante, bestia, esta chica puede soportarlo!
CAPÍTULO 3

Cassie

—No estoy segura de que esto me guste, Cassie. —La señora Broussard
se inclinó hacia delante en su asiento e hizo una mueca, mirando la austera
verja metálica negra y el enorme muro gris cubierto de musgo.
La finca era tan grande que apenas podíamos distinguir la oscura
mansión victoriana de estilo gótico al final del camino de grava.
Se veía tan austera y poco atractiva como la puerta y el hombre que
vivía en ella.
—No pasa nada, solo es un anciano. —No le había contado toda la
historia, que no sabía quién era mi jefe, ni que siete mujeres habían huido,
pateando y gritando de la casa.
—Puedes quedarte conmigo más tiempo. No hay prisa —insistió ella.
Pero no podía. Claro que no podía. No podía seguir siendo un peso para
ella y que la gente la tratara mal solo porque me mostrara amabilidad.
También tenía que seguir adelante y hacer lo que pudiera por Jude ahora,
antes que perdiera la poca inocencia que le quedaba.
—Estoy bien. Es una oportunidad para mí. —Esperaba que mi sonrisa
pareciera genuina mientras alcanzaba el picaporte de la puerta—. Será
mejor que toque el timbre antes que sea demasiado tarde.
Apenas toqué el timbre, la cámara fijada a la pared se volvió hacia mí.
—¿Sí?
—Soy Cassie West. Estoy aquí para...
—Por favor, cojan sus pertenencias y diríjanse a la entrada, les
acompañarán dentro. —La voz era joven, aguda, autoritaria. Por alguna
razón, no era el tipo de voz que esperaba.
Me volví hacia el coche y la señora Broussard, que seguía mirándome
con curiosidad.
—Mi amiga me ha traído... —comenté.
—Su amiga no puede entrar en el recinto, solo usted. Coja sus
pertenencias y diríjase a la puerta lateral. —La orden en su voz no dejaba
lugar a discusión.
—Por supuesto. —Me volví hacia el coche con una sonrisa en la cara.
Abrí la puerta del copiloto y me incliné hacia dentro.
—Ahora voy a coger las maletas y voy a ir andando, ¿vale? Frunció el
ceño.
—Está lejos, Cassie, y tus maletas no son pequeñas. Suspiré. Tenía que
ser sincera con ella.
—Son muy estrictos con la seguridad, y no quieren dejarte entrar.
Frunció el ceño.
—¿Por qué no? Sacudí la cabeza.
—No importa. Necesito este trabajo y si son estrictos con la seguridad,
¿quién puede culparles?
Suspiró rendida.
—Prométeme volver si pasa algo. No me importa que pienses
tontamente que eres un peso para mí. No lo eres.
—Lo prometo. Te llamaré.
Cogí mis dos maletas del maletero y las llevé rodando hasta la pequeña
puerta lateral, que se abrió en el instante que me detuve frente a ella.
Me di la vuelta y saludé a la señora Broussard antes de hacer rodar mis
maletas sobre los guijarros blancos. Agradecí llevar zapatos planos porque
el largo camino y los guijarros que se atascaban en las ruedas de las maletas
me dificultaban mucho tirar de ellas.
Cuando llegué a las escaleras de piedra gris y a las puertas negras, era
un desastre sudoroso y sin aliento.
Llamé al timbre y la puerta se abrió inmediatamente por un hombre
mayor de cabello gris, y traje negro.
¿Me estaba esperando detrás de la puerta?
—Señorita West. —Se movió de su sitio en la puerta, invitándome a
pasar con un gesto de la mano—. Deje las maletas en el vestíbulo, se las
llevarán a su habitación.
Este hombre parecía bastante más mayor que el que había respondido en
la puerta.
—Le haré un recorrido y le recordaré algunas normas que ya debería
conocer. Recuérdelas.
—De acuerdo, pero siempre puedo volver a preguntarle, ¿no? — Ese
hombre era un engreído, pero tener una red de seguridad, por fina que fuera,
era mejor que nada.
—No, no estoy trabajando aquí. Me pusieron aquí porque
parecía...difícil encontrar una nueva ama de llaves. Me iré en cuanto
terminemos.
Parecía complacido con eso y no podía culparlo si el interior de la casa,
que era simplemente deprimente, reflejaba a las personas que vivían en ella.
Si no estuviera desesperada, yo también me iría. Se parecía demasiado a
una película de terror para mi gusto, pero la desesperación era algo curioso,
te hacía desdeñar muchas cosas.
¡Jude te necesita para conseguir ese sueldo de 6.000 dólares al mes!
Suspiré. —Bien, estoy lista para beber de tus palabras —. Me lanzó una
mirada de soslayo, pero siguió caminando.
—Eres libre de entrar en cualquier habitación de la planta baja y del
primer piso. Las habitaciones a las que no debes acceder están cerradas. Sin
embargo...—Dejó de caminar y se volvió hacia mí—, nunca debes subir al
segundo piso bajo ninguna circunstancia. —Si antes me parecía severo, no
era nada comparado con el aspecto que tenía ahora.
—¿Por qué? ¿Qué hay en el segundo piso? —pregunté, lanzando una
mirada curiosa hacia la escalera de madera oscura cubierta de moqueta roja.
—Nada que te interese. —La oscura advertencia en su voz me hizo
temblar—. Continuemos. —Me hizo un gesto para que avanzara.
Entramos en una cocina que, a pesar de ser espaciosa, era más pequeña
de lo que había previsto para una casa tan grande. Tenía un aire hogareño
que no se reflejaba en los pasillos y en un par de habitaciones que me había
señalado.
La cocina era cuadrada, con una isla en el centro y una mesa rectangular
de madera con seis sillas.
Era una cocina preciosa, , con un frigorífico americano gigantesco, dos
hornos, una cocina de seis fogones y más armarios de madera que ahora
mismo no podría contar, pero me gustaba la sensación que daba esta cocina.
Era cálida, con azulejos blancos y amarillos a prueba de salpicaduras con un
dibujo de girasoles rodeando todo el lado izquierdo. Las enormes ventanas
que daban a un jardín gigantesco aportaban mucha luz a la habitación.
—Es una cocina preciosa —comenté, sabiendo que disfrutaría pasando
tiempo en esta estancia.
El hombre mayor asintió.
—Cierto. —Señaló a la izquierda, a la puerta junto a la nevera—.
Por aquí tiene la despensa, el lavadero y la puerta del jardín. Por favor,
mire lo que necesite, las entregas de comida vienen el mismo día que el
equipo de limpieza: los martes y los viernes.
—Así que no tenemos mucho contacto con el exterior. —Era realmente
extraño ver lo solitario que podía ser este anciano —. ¿Hay algún otro
personal interno?
—El personal de seguridad, sí. No es algo que esté en libertad de
discutir con usted.
Fruncí el ceño. ¿Personal de seguridad?
—No he visto a nadie. Se enderezó.
—Y así es como debe ser. Otra regla fundamental que hay que respetar,
no interactúes con el amo a no ser que él lo haga contigo. No hagas de tu
presencia una molestia, y no interactúes con él ni con ninguno de sus
miembros de seguridad.
—¿Y quién es el amo? —Decir esta palabra era difícil, sonaba como si
acabara de entrar en algún tipo de espectáculo victoriano —.
¿Necesita alguna atención en particular? ¿Médica o de otro tipo?
El mayordomo o lo que sea...Llamémosle “Jim el Engreído” me miró
críticamente.
—De nuevo, esto no es algo que corresponda a su función. Está aquí
para garantizar el buen funcionamiento de la casa. Que el equipo de
limpieza haga su trabajo, que la casa esté abastecida de comida, que, si
alguien viene a la propiedad, te ocupes de ellos y de cualquier petición que
te hagan a través del HCS.
¿Era tonto o lo hacía a propósito? —¿HCS? Suspiró. —¿Has leído el
dosier que te han dado?
—Sí, pero fue ayer y...—Era mi turno de suspirar. Dame un respiro,
hombre.
—Sistema de comunicación doméstico. —Señaló la pantalla que había
en la pared junto a la entrada—. Cualquier tarea solicitada que no esté
prescrita en su horario diario típico estará disponible aquí. Hay otra en la
primera planta. Funciona en ambos sentidos. Si necesitas algo o si hay una
emergencia, puedes ponerte en contacto con el amo, que te responderá si
procede. Por favor, utiliza el sistema solo si es absolutamente necesario. No
moleste, no hable con el amo ni con el personal de seguridad si no es
directamente —repitió.
¿Como en 1683? Asentí con la cabeza. ¿Podría ser más raro?
—¿Es el amo? —Síp, era raro decirlo—. ¿Sabe que necesito los jueves
por la tarde libres?
—Sí, esto ha sido aprobado. —Me hizo un gesto para que saliera de la
cocina—. Por favor, continuemos la visita. Tendré que irme pronto, es un
largo viaje de vuelta a la ciudad.
Lo seguí en silencio hasta una habitación, que parecía ser en parte
biblioteca, y en parte comedor.
—Eres libre de leer cualquier libro que desees —dijo, probablemente
notando mis ojos clavados en las estanterías del suelo al techo llenas de
libros—. Pero solo cuando la puerta no esté cerrada y fuera del horario de
comedor. —Miró su reloj—. Harás la comida y servirás la cena a las ocho
en punto de la tarde. Ni a las siete y media, ni a las ocho y media. Una vez
servida la cena —señaló el interruptor rojo a su izquierda—, encenderás
este interruptor antes de salir de la habitación. Informará al amo que la cena
está servida y encenderá una luz fuera de la puerta. No podrá volver a entrar
en la habitación hasta que la luz vuelva a apagarse.
Asentí, preguntándome por qué el secreto era tan crucial.
—Tendrá que cocinar para cuatro. Las otras porciones se guardarán en
la cocina para los guardias de seguridad, por si desean comer. —Volvió a
mirar el reloj—. El almuerzo debe servirse a la una en punto.
—Déjeme adivinar, ni las doce y media, ni la una y media. —No estaba
segura por qué intentaba hacer humor con un hombre que muy
probablemente estaba muerto por dentro.
Quizá por eso soporta esta casa pensé, observando la habitación una
vez más. Todo era oscuro, la madera, los muebles. Todo era caro y viejo,
pero tan...carente de vida.
El engreído Jim ignoró mi comentario, saliendo ya de la habitación.
—Venga al primer piso, por favor.
Subimos por la enorme escalera, y no pude evitar mirar hacia arriba
cuando llegamos al primer piso, con la curiosidad hundiendo sus garras en
mi cerebro.
La escalera que subía al segundo piso era completamente idéntica a la
que acababa de tomar. No estaba segura de lo que esperaba después de una
interdicción tan ominosa. ¿Dragones?
¿Perros rabiosos tal vez?
Jim se aclaró la garganta y atrajo mi atención hacia él.
Estaba de pie frente a una puerta donde descansaban mis maletas,
mirando hacia la escalera.
—Le aconsejo que no lo haga, esto es lo que les costó el puesto a
algunas de sus predecesoras.
—No iba a hacerlo.
—Ajá. —Hizo un gesto hacia la puerta—. Esta es su habitación. Ahora
debo marcharme. No se espera que trabaje hasta la hora de la cena. Por
favor, asegúrese de seguir las normas, tenga en cuenta el HCS y no debería
haber ningún problema. —Inclinó la cabeza—. Buenos días.
Se dio la vuelta y me dejó allí, frente a la puerta cerrada. Parecía ansioso
por marcharse, algo que tampoco podía reprocharle.
Cuando abrí la puerta de mi dormitorio, me sorprendió lo que encontré.
Era como entrar en otra casa.
Esperaba muebles oscuros, paredes oscuras...básicamente una celda de
monja.
Pero esta habitación era luminosa. Dos grandes ventanales daban a los
jardines. Las paredes y los muebles eran de color crema, las cortinas y
colcha de color melocotón, así como un cómodo sillón a un lado de la
habitación, frente a una chimenea.
La habitación no era excesivamente grande, pero sí fresca y limpia, y
estaba unida a un pequeño vestidor y a un cuarto de baño a
Juego, de mármol blanco y azulejos de color melocotón.
Dejé que mi mano recorriera la bañera de patas de garra que había en
medio de la habitación y luego la ducha gigante, lo bastante grande para dos
personas.
Metí las maletas en la habitación antes de sentarme en el mullido
colchón, mirando por la ventana.
Decidí que no sería tan malo si cumplía las normas, y que en unos meses
podría recuperar a Jude.
Pero la pregunta que no podía dejar escapar era, ¿quién demonios era el
amo de esta casa?
CAPÍTULO 4

Luca

I
gnoré los chirridos de mi puerta, mirando por la ventana el deteriorado
cenador del jardín. Era extraño que las cosas se estropearan tan rápido
por falta de mantenimiento.
Dejé escapar una risa sin humor, acariciándome con el índice las
cicatrices de la mejilla izquierda. No solo ocurría con los objetos, yo
también estaba deteriorado.
La puerta se abrió y suspiré. Solo Dom se atrevería a entrar sin
invitación.
—Por favor, siéntete como en casa —dije con fuerte sarcasmo, sin
molestarme en darme la vuelta.
—¿Le enviaste un mensaje para darle las gracias?
—¿Pediste mi opinión cuando le diste la mejor habitación de invitados?
Dom suspiró y escuché el sonido del cuero cuando tomó asiento frente a
mi escritorio. Había venido para quedarse. A la mierda. Tomé un sorbo de
mi whisky escocés Macallan Millennium 50 años. Antes no era un gran
bebedor, pero las cosas habían cambiado. Al menos ahora era un borracho
con buen gusto.
—Esta casa tiene catorce habitaciones, Luca. Solo tú y yo vivimos aquí.
¿Cuántos huéspedes hemos tenido en veintisiete meses? Ah, es verdad.
Cero. Entonces, discúlpame por tratar de hacerlo mejor para ella. No
queremos que esta corra.
—¿Por qué no? Tenerte cerca ya es demasiado, ¿y ahora quieres que
charle con la chica?
—Parece agradable.
Sí, lo parecía, joven y refrescante, pero también atormentada. Sabía
quién era, la hija de los monstruos de Riverside, y quizá eso la desesperara
lo suficiente como para quedarse un tiempo. Mi tío estaba harto de tener
que contratar gente.
Suspiré y finalmente me giré en la silla, encontrándome a mi antiguo
mejor amigo y actual jefe de seguridad detallándome críticamente, pero
también con una preocupación que no conseguía ocultar por mucho que
quisiera, y eso me agravaba. No merecía ni quería su preocupación.
—Estoy ocupado.
—¿Estás ocupado haciendo qué? —Miró fijamente mi mesa vacía
—. ¿Tragándote el odio y la autocompasión?
—No olvides la autodestrucción —añadí, dando un gran sorbo a mi
bebida—. Es un trabajo a tiempo completo.
Se inclinó hacia delante.
—Son las diez de la mañana, Luca. —Cogió mi vaso—. ¿No es un poco
pronto para destrozarte el hígado?
Gruñí, apartando la mano de él.
—Es mi cuerpo, y mi vida. Haré lo que me salga de los cojones. Eres mi
jefe de seguridad, no mi hermano ni mi amigo. Recuerda. Tu. Lugar —
solté.
El dolor brillando en sus ojos oscuros se sumaba al agonizante peso de
la culpa que ya cargaba cada día.
—Solíamos serlo —respondió casi con nostalgia.
—Las cosas cambian, la gente cambia. —El Señor sabía que yo lo había
hecho. No era ni remotamente el hombre que había sido y me gustaba que
fuera así. Pasé de ser el aterrador, guapísimo y adulado Gianluca Montanari,
subjefe de la familia mafiosa más poderosa de la Costa Este, quizá incluso
del país, a la ruina clínica, alcohólica y bestial de un hombre, basura
humana que deseaba que cada uno de sus respiraciones fuera la última.
Suspiró, poniéndose de pie.
—Creo que iré a darle las gracias si tú no lo haces. Enarqué una ceja.
—¿Y debería importarme por qué? —Me mofé con una sonrisa burlona
—. ¿Está Domenico colado por Blancanieves? —suspiré, sacudiendo la
cabeza en fingido arrepentimiento—. Si es tan inocente como parece, dudo
mucho que sea para ti. Tus perversiones son...difíciles de digerir —añadí,
sonriendo a mi bebida y acabándomela de un trago.
Su anterior preocupación y dolor se convirtieron en ira.
—¡Mangia merda e muori! —ladró.
Su anterior preocupación y dolor se convirtieron en ira.
—¡Mangia merda e muori! —ladró.
Come mierda y muere...qué original. Alcancé la botella que había en el
suelo y llené mi vaso.
—Estoy en ello. Adiós.
Se dio la vuelta y salió de la habitación, dando un buen portazo, por si
no sabía lo enfadado que lo había puesto.
Últimamente siempre era así. En realidad, había sido así durante los
últimos años. Pelear con Dom era mucho más fácil que reconocer el alcance
de mis cagadas.

Sacudí la cabeza y miré el portátil cerrado, sobre la mesa...mi ventana al


mundo y a Cassandra West. Llevaba aquí tres días y había sido la única que
había seguido las normas, y tenía que admitir que su cocina era deliciosa.
Puse los ojos en blanco. ¡Vete a la mierda, Dom!
Abrí el portátil e inicié sesión en el HCS.
“Gracias por las comidas, estaban deliciosas. Especialmente la tarta de
fresa”.
Dejé que mi dedo planeara sobre el botón de enviar. ¿Debería hacerlo?
Le habían pagado por ello, y con creces, debía añadir. ¿Por qué tenía que
darle las gracias por algo que era literalmente su trabajo? Llevé el dedo al
botón de borrar, pero no pude pulsarlo.
Puse los ojos en blanco y pulsé “Enviar” antes de pensármelo mejor.
¿Por qué había escuchado a Dom?
La respuesta llegó casi de inmediato, como si hubiera estado esperando
frente a la pantalla. Quizá se aburría.
Gracias. No estaba segura de lo que te gustaría. Me alegro que la hayas
disfrutado. Estoy preparando la lista de la compra, ¿hay algo más que te
gustaría comer?
Negué con la cabeza. El antiguo Luca habría respondido “tu coño” en
un instante y habría visto adónde nos llevaba eso...que estaba seguro habría
sido a ella, desnuda y mojada, sobre la mesa de la cocina y a mí
devorándola como si fuera mi última comida.
Mi polla se agitó y miré hacia abajo, sorprendido. Hacía tiempo que mi
polla no salía de su prolongado coma. Normalmente estaba con respiración
asistida, igual que yo, sin sentir nada excepto mi constante odio hacia mí
mismo. Eso era lo que pasaba cuando eras un auténtico muerto viviente.
Cualquier cosa, no me importa.
Oh, de acuerdo. Tienes una casa preciosa y los jardines son increíbles.
He estado explorando.
Lo sabía, por supuesto, no había nada en esta finca de lo que yo no
estuviera al tanto.
Suspiré y me levanté, tambaleándome un poco. No iba a charlar con
ella. Apenas soportaba las charlas con Dom, no iba a charlar con Astraea,
diosa de la inocencia.
Me rasqué la barba al girarme hacia la ventana y, por primera vez, me
fijé en mi reflejo. Había quitado todos los espejos a los que tenía acceso, no
necesitaba que me recordaran en quién me había convertido. ¿Cuánto hacía
que no me miraba? ¿Seis meses? ¿Un año? No estaba seguro, pero no era lo
suficiente.
La barba y el cabello largo no ocultaban quién era, lo que había hecho.
Llevaba mi vergüenza, mis pecados en la piel, y no había forma de
olvidarlo, ni de superarlo… aunque tampoco quería hacerlo.
Arabella. Se me estrujó el corazón al sentir una oleada de náuseas.
¿Fue el alcohol o la culpa? No estaba seguro, probablemente un poco de
ambas cosas.
Mi teléfono sonó sobre el escritorio. Había olvidado apagarlo después
de pedir una caja de whisky.
“Envío a Savio”. Supuse que ignorar a mi tío durante seis semanas había
sido forzarlo.
Jódeme.
Savio, mi estúpido primo, recién autoproclamado subjefe de la familia.
El músculo perfecto de mi tío. Siempre había sido envidioso, celoso y
colérico, como el resto de nosotros, pero era demasiado estúpido para ir a
por lo que quería.
Tras mi accidente, que me dejó incapacitado en más de un sentido, y el
asesinato de mi padre unos meses más tarde, mi tío Benny se puso al frente
de la Famiglia y a mí me daba igual quién se hiciera cargo. Toda la famiglia
podría haber desaparecido por lo que a mi respectaba. Savio era ahora el
subjefe y un grano en mi puto culo.
Yo no lidiaría con toda su falsa solicitud y su mierda de estilo Hallmark.
“El tiempo cura todas las heridas, Gianluca”, “Son inmortales en tus
recuerdos”... Vuélame la tapa de los sesos y ahórrame más discursos.
Cogí el teléfono y llamé a mi tío.
—Sabía que ese mensaje llamaría tu atención —anunció con gravedad.
—¿Qué quieres? No me gusta que me amenacen.
—¿Te tomas la visita de tu primo como una amenaza? —Soltó
una risita baja —. Eso no es muy amable.
—No soy amable. ¿Qué quieres? Tengo cosas que hacer. —Beber hasta
dormirme.
—¿Es esa forma de hablarle a tu tío? —preguntó, con frialdad,
matizando su tono.
Sabía que quería decir, “¿Es esa una forma de hablar con tu jefe?” Pero
no podía porque, pasara lo que pasara, yo seguía siendo el heredero
legítimo. Podía ir hasta allí y echarlo del trono si quería, pero no me
importaba, ni siquiera un poco. Podía quedárselo.
Simplemente suspiré. No iba a entretenerle ni a él ni a su ego. Iba a
esperar a que dijera lo que tenía que decir.
—Solo quería recordarte que no la asustes. Hemos tocado fondo con
esta. Apenas es adulta. Si esta huye, no enviaré más a Stewart. Tendrás que
valerte por ti mismo —me advirtió.
¿De verdad creía que me importaba? —Entendido.
De repente escuché música de fondo durante un par de segundos y supe
que no estaba en las oficinas habituales de Montanari, sino en las del club
de striptease. Puse los ojos en blanco, aquello era el tío Benny
normalmente.
—¿Algo más?
—La famiglia se reunirá la semana que viene. Sería bueno que te
unieras.
Tuve que reírme. No era divertido, sino oscuro, frío y roto, como yo.
—¡Dios, no se me ocurre nada peor! No y finjamos que lo hice. —
Sacudí la cabeza. La mitad de la familia me odiaba, la otra mitad me
compadecía.
—Al menos piénsalo, figlio.
Quería decirle que yo no era su hijo, que era huérfano, en gran parte por
mi propia mano.
Volví a suspirar. Parecía ser mi única forma de comunicación estos días.
—No lo haré. Y por favor, llama solo cuando sea importante.
Adiós.
Colgué antes que intentara seguir parloteando inútilmente.
Salí de mi despacho y caminé descalzo hasta mi habitación. Ni siquiera
estaba seguro de por qué me molestaba en salir de mi habitación durante el
día. Di unos pasos y me detuve. Fruncí el ceño, caminé suavemente hacia el
lado de las escaleras y escuché.
Estaba tarareando. No reconocí la melodía, pero me pareció una canción
de cuna, dulce, suave, reconfortante, como probablemente era esta
mujercita de voz dulce.
Sabía que había aceptado el trabajo por desesperación. Estaba seguro
que después de que la séptima zorra entrometida abandonara el lugar, estaba
acabado, tardé semanas en encontrar un sustituto y entonces apareció ella.
Ella no pertenecía a este lugar, en mitad de fantasmas, dolor y culpa,
pero aquí estaba, reavivando una chispa de vida que no estaba seguro de
merecer.
No seas absurdo. Si te viera, huiría. Como hizo la número tres...¿o fue
la cuatro? Sacudí la cabeza. Dom había estado seguro que había sido mi
actitud feroz la que la había hecho huir y no mi aspecto bestial. Yo no
estaba tan seguro y no me importaba, esta casa no era para los débiles de
corazón.
Dime, Cassandra West, ¿has venido para quedarte?
CAPÍTULO 5

Cassie

U
na cosa era cierta, esperaba lo peor de este trabajo, y en realidad me
había sorprendido gratamente.
Era cierto que me sentía inmensamente sola en esta gran casa,
pero al menos no era el infierno que la señora Lebowitz estaba convencida
que era, y la había llamado para decírselo. También había llamado a la Sra.
Broussard para tranquilizarla y tener algún contacto humano.
Realmente parecía que esta casa funcionaba en un plano diferente.
Había visto al personal de seguridad desde lejos, en el jardín, mientras
recorrían el recinto. También había visto a uno de ellos por la casa un par de
veces, pero de refilón. Solo sabía que era alto y musculoso, moreno y con
perilla.
Incluso me había alegrado cuando vi llegar el coche del personal de
limpieza el martes, pensando que podríamos estrechar lazos y charlar,
siendo ambas parte del personal de la casa, pero eso también había sido un
error.
Las cuatro mujeres llegaron y se pusieron a trabajar. Si no fuera por los
rápidos saludos, me habría creído invisible. Eran eficientes, se movían con
precisión militar, habían hecho toda la casa, incluido mi dormitorio, en
menos de cuatro horas.
Pero hoy estaba contenta. Iba a ver a Jude y no tendría que enfrentarme
a la gente, ya que me habían permitido coger el coche del personal, un
bonito Chevrolet Spark.
Echaba mucho de menos a mi hermano y, a pesar de las pequeñas
llamadas que Amy nos ayudaba a colar aquí y allá, vivía para esas tardes de
jueves.
Estaba lista para irme, con mi bolso al hombro, pero me detuve ante el
HCS. Esa había sido la única regla que había roto. Le estaba enviando un
mensaje a él, el misterioso propietario de esta lúgubre casa. No me había
contestado desde la primera vez y, sin embargo, seguía mandándole
mensajes. No sabía muy bien el por qué. Cuanto más lo hacía, menos creía
que me respondería, y, sin embargo, lo esperaba. Me sentía tan sola que
cualquier tipo de conexión, incluso a través de una pantalla, sería
bienvenida.
Todavía no me había dicho que dejara de molestarlo, así que una parte
de mí pensó que le gustaba recibir mis mensajes aleatorios y eso me hizo
sonreír, sobre todo porque el día anterior lo había molestado durante un par
de horas, diciéndole que me encantaría rehacer su jardín y que la jardinería
siempre había sido una de mis pasiones.
Voy a ver a mi hermano. ¿Necesitas que te traiga algo?
Aparecieron los dos tics, recibdo y leído. Esperé un minuto.
Me voy a la tienda de golosinas a comprar mi peso en caramelos y me
los comeré descaradamente en mi habitación. ¿Quieres? El doble tic
apareció sin respuesta. Vale, está bien. Elegiré por ti. Volveré sobre las
seis. También traeré comida para llevar, así no tendré que cocinar.
Todos los pensamientos sobre la mansión aislada y el dueño ermitaño se
desvanecieron cuando aparqué en el Hogar donde se alojaba Jude.
—Tienes buen aspecto —anunció Amy al venir a buscarme a la
recepción.
Asentí.
—Ahora tengo trabajo. Me pagan muy bien. Pronto podré conseguir
tener a Jude.
—Sí, te ayudaré. Tu hermano siempre habla muy bien de ti. Cada vez
que habla de ti, a mí y a los demás trabajadores sociales nos queda claro
que siempre has sido una madre para él. —Sonrió—. No creo que
recuperarlo sea un problema, una vez que puedas demostrar autonomía
económica.
Me dirigió a la sala de visitas y me señaló una de las sillas de plástico.
Eché un vistazo a la sala, con sus paredes blancas, los carteles que
pertenecían más a una sala de espera de los ochenta que a este lugar, las
sillas de plástico naranja neón, convencida que habían sido creadas para
incomodarte tanto que no te dieran la bienvenida.
—¿Crees que podré sacarlo pronto? Me dedicó una pequeña sonrisa.
—Lo solicité, pero ya sabes. Mientras las autoridades no lo autoricen
totalmente...
—Pero...—Sacudí la cabeza, respirando hondo. No podía descargar mi
frustración con Amy, ella había estado de nuestro lado desde el principio.
Me había dicho que su principal objetivo era mantener a nuestra familia
unida y a Jude en el sistema el menor tiempo posible—. Me dijeron que
estaba limpia, incluso se disculparon. —Cosa que yo sabía que no era
común.
Ella asintió.
—Sí, lo hicieron. Es obvio que no hiciste nada, pero la burocracia... —
Puso los ojos en blanco—. Una vez que el informe llegue a la mesa de mi
jefe, te prometo que se lo haré llegar al juez de familia con carácter
prioritario para que tengas más derechos. —Me sonrió—. Aunque tengo
que admitir que supervisar tu visita es lo mejor de mis días. Tanto amor.
El corazón se me estrujó dolorosamente en el pecho. Jude era la persona
que más quería en el mundo.
—Volvemos enseguida —dijo antes de desaparecer tras la puerta.
Me acerqué a la puerta, no quería perder ni un segundo más con Jude
sentándome al final de la mesa.
Nada más entrar, su cara se llenó del mismo regocijo que seguro que
reflejaba mi cara al verlo.
Corrió hacia mí y me abrazó con fuerza.
—¿Cómo estás, colega? —le pregunté, pasando la mano por su sedoso
cabello.
Levantó la vista, sin dejar de rodearme con los brazos, y estudié su
rostro. El moratón de la semana pasada había desaparecido y no tenía
ninguna marca nueva.
—Estoy bien, aquí no se está tan mal. La escuela va bien.
Estamos haciendo un volcán en ciencias.
—¿Ah sí? —pregunté, tratando de poner toda la emoción que podía en
mi declaración. Debería haber sido yo quien le ayudara con sus
experimentos científicos. No, debería haber sido el trabajo de tus padres,
ya sabes, los asesinos sociópatas.
Asintió, soltándome por fin, y me incliné para besarle la coronilla.
—¿Cómo va el trabajo? —preguntó mientras nos sentábamos uno al
lado del otro. No era una pregunta que debiera preocupar a un niño de diez
años, pero él sabía lo que significaba para nosotros un buen trabajo.
—Es bueno, realmente bueno. —Al menos no tan malo como pensaba
—. ¡Oh, te he traído algo que te va a encantar! —Eché mano de mi bolso y
recuperé los tres libros que había cogido prestados de la biblioteca de la
casa. Podría comprarle muchos libros cuando cobrara mi sueldo. ¡Mil
quinientos dólares a la semana! Aún me costaba creerlo—. Los cogí
prestados del trabajo, te traeré otros la semana que viene.
—¡Genial! —Los cogió con impaciencia y los repasó rápidamente.
Se me llenaron los ojos de lágrimas. Jude siempre se contentaba con tan
poco. Era el mejor niño que había.
Levanté la vista y parpadeé para contener las lágrimas. Solo tenía un par
de horas con él, no podía malgastarlas llorando.
—¿Sabías que el signo del infinito se llama lemniscata? — preguntó,
apoyando la mano encima de los libros.
—No, no lo sabía, pero ahora sí. Gracias.
Jude sonreía. A mi hermano le encantaban las palabras y todo lo que
tuviera que ver con ellas. Los médicos habían dicho que estaba dentro del
espectro autista, en un nivel muy bajo, pero el uso de palabras y los juegos
de palabras eran su mecanismo de supervivencia. Mis padres se habían
enfadado con él cuando descubrieron que mi hermano estaba “roto”. Era
raro viniendo de asesinos sociópatas.
Respiré hondo, intentando ahuyentar los pensamientos sobre mis padres.
No quería que arruinaran ni un minuto más de mi vida.
—Entonces, ¿a qué quieres jugar hoy? —le pregunté, mirando las
pequeñas estanterías marrones contra la pared que contenían juegos de
mesa muy usados.
—¿Scrabble?
Sonreí y asentí. ¿Qué niño de diez años elegiría el Scrabble? Mi
hermano pequeño, amante de las palabras.
Jugamos durante más de una hora, mientras lo escuchaba hablar de sus
nuevos amigos y del colegio. En cierto modo, era bueno saber que no era
tan desgraciado como me temía.
Amy se quedó sentada en silencio, jugando con su teléfono.
Y una vez más, mi tiempo con Jude terminó mucho antes de lo que
esperaba. El tiempo siempre pasaba volando cuando estaba con él.
Siempre era tan difícil dejarlo ir, teniendo que poner mi cara de valiente.
Lo echaba tanto de menos.
—Te quiero, Cassie. Gracias por los libros —dijo abrazándome. Le besé
la parte superior de la cabeza.
—Yo también te quiero, bicho Jude. Pórtate bien, ¿vale?
Me dedicó una amplia sonrisa, mostrándome el adorable hueco entre sus
dientes delanteros, antes de desaparecer en la sala de estar.
Volví a sentarme, dejando por un momento de lado mis bravatas.
—Te lo prometo, está bien —dijo Amy tranquilizándome, acercándose a
mí y apretándome el hombro—. No digo que no te eche de menos, porque
sería mentira, pero está bien.
Asentí.
—Está acostumbrado a contentarse con poco. Nuestros padres nunca
nos quisieron, nunca nos mimaron. —Suspiré—. Jude no debería estar
acostumbrado a eso.
—Lo estás compensando con creces.
—Eso espero.
—Entonces, tu trabajo...
La miré interrogante. Sonaba tentativa, incómoda...tan poco habitual en
ella.
—¿Sí?
—La Sra. Lebowitz me dijo que trabajas como ama de llaves en
Hartfield Manor.
Fruncí el ceño.
—Declaré eso a los servicios sociales...Me dijeron que buscara trabajo,
¿este trabajo no es adecuado?
—¡No, no, lo es! —se apresuró a decir, levantando las manos en señal
de rendición—. No te lo pido como trabajadora social, sino más bien como
amiga preocupada.
¿Amiga? Me pareció un poco exagerado, pero hizo tanto por nosotros
que no pude decir nada.
—Vale...—interrumpí, poniéndome de pie y cruzando los brazos sobre
el pecho.
—Es que hay muchos rumores sobre el lugar. No sé hasta qué punto son
ciertos, pero...—Se encogió de hombros—. Estoy preocupada por ti.
Puse los ojos en blanco. Me sentía como si estuviera discutiendo de
nuevo sobre demonios y fantasmas con la señora Broussard.
—¿Qué has oído? —Para ser justos, quería saberlo porque aún quería
averiguar quién era mi recluido patrón.
—Mafia —dijo, con las mejillas enrojecidas por lo absurdo de sus
palabras.
—¿Mafia? —repetí. Vale, eso no me lo esperaba. Hizo una mueca de
dolor.
—Eso es lo que se ha dicho siempre y ¿conoces el Reststop?
Asentí con la cabeza. El Reststop era una pequeña cafetería panorámica
que había a un lado de la carretera, cuando subías a la cima de Ridgepoint.
Era precioso. El Reststop era de cristal y ofrecía unas vistas impresionantes
de la montaña y del lago.
—El dueño dice que solía ver coches negros caros con los cristales
tintados subiendo por allí y, un par de veces, hombres parados en el café,
vestidos con trajes de diseño y con gafas de sol.
—Sacudió la cabeza—. No puedes decirme que eso no es raro.
—No —admití—. Pero las palabras clave aquí son “solía”. — Suspiré
—. Solo llevo allí una semana pero no hay nada que decir, el sitio es
aburridísimo. —Esto tampoco tenía sentido, ya que el primer día me
desperté con un acuerdo de confidencialidad sobre la mesa de la cocina que
debía firmar y dejar junto a su almuerzo de ese día.
—Sí. —Hizo un gesto despectivo con la mano—. Probablemente sean
historias estúpidas.
—Sí. —Probablemente. Miré mi reloj—. Tengo que volver, necesito
hacer unas compras y tengo bastante camino.
Me acompañó a la puerta en silencio.
—Te llamaré para hablar con Jude esta semana.
—Gracias, Amy, de verdad.
Mientras paraba en la pizzería a recoger la cena y en la tienda de
golosinas, usando el dinero para gastos menores que había para mí en la
casa, no podía dejar de pensar en lo que me había dicho Amy.
Tal vez era verdad, tal vez mi jefe era un viejo mafioso. Eso explicaría
la seguridad de la casa. Solo esperaba que, si era cierto, no me impidiera
recuperar a Jude.
Volví a la casa vacía y tranquila y metí las pizzas en el horno para que se
calentaran, mientras me comía un número bastante insano de dulces.
No estaba segura de qué tipo de pizza le gustaría, así que le preparé un
plato con varias, e incluso le di dos porciones de mi favorita, de piña y
jamón. Esperaba que no se enfadara por la cena, técnicamente no debía
proporcionarle comida ni los jueves ni los domingos.
Dejé la comida en la habitación, pero solo después de pulsar el botón
para llamarle a cenar me di cuenta de que había dejado el libro que estaba
leyendo en la mesa auxiliar.
Suspiré y me apresuré a entrar en la cocina para cenar. Eché un vistazo a
la cocina, pensando una vez más en lo que Amy me había dicho sobre esta
casa.
Era cierto que, a pesar de esta luminosa cocina decorada con girasoles y
de mi dormitorio, todas las habitaciones en las que había estado eran
oscuridad y penumbra, los jardines estaban dolorosamente vacíos y el
cenador del centro desconchado y podrido. Pero todo esto significaba que
era una vieja casa familiar descuidada, no mafia.
Puse los ojos en blanco. Yo era Cassie, la experta en mafia. ¿Qué era
una casa de la mafia? Había visto El Padrino demasiadas veces.
Terminé mi segundo trozo de pizza y me di cuenta de que el kilo de
dulces que había comido antes había sido un error.
Ah, más para los de seguridad, supongo.
Volví al salón y me sorprendió ver la luz ya apagada. Nunca había
comido tan rápido.
Entré y me detuve apenas cerré la puerta tras de mí. La atmósfera de la
habitación era pesada, el estómago se me llenó de plomo... No estaba sola.
—No acepto ladrones en mi casa.
Jadeé, volviéndome hacia la voz profunda y grave. Apenas podía
distinguirlo en las sombras, entre la chimenea y las estanterías, pero era alto
y ancho, y llevaba una sudadera negra con capucha, que le hacía formar
parte de dichas sombras.
Di un paso instintivo hacia delante.
—¡Quédate donde estás! —ordenó fríamente, haciendo que el corazón
me retumbara en el pecho de miedo y aprensión. No podía permitirme huir
y, sin embargo, la necesidad de hacerlo era casi abrumadora.
Di un pequeño paso atrás.
—Devuelve lo que robaste. Negué con la cabeza.
—Yo no he robado nada.
—Los libros —continuó, con un tono uniforme y a la vez tan frío que
me cortó como un cuchillo.
—¿Qué libros? —Ahora estaba tan ansiosa que apenas podía pensar.
Sentía que un sudor frío se me formaba en la nuca y me recorría la
columna. Era un nivel de ansiedad que no había sentido desde aquel día con
el FBI.
—Hoy, te fuiste con tres libros. ¿Dónde están?
—Me dijeron que podía utilizar la biblioteca como quisiera. —Me volví
hacia la mesa y el ejemplar de El corredor de cometas había desaparecido.
—Usar no significa robar, vender o... Voy a tener que despedirte.
A pesar del miedo que sentía ahora al enfrentarme a esta sombra
aterradora, no era nada comparado con la desesperación que me producía la
idea de perder este trabajo. No era una opción, era mi única solución rápida
para recuperar a Jude.
—No, por favor, señor. Necesito este trabajo. —Odié cómo mi voz se
quebraba mientras mis ojos se llenaban de lágrimas —. Yo no robé esos
libros, solo los tomé prestados. Verá, mi hermano pequeño está en los
servicios sociales y le encanta leer. Está obsesionado con las palabras y
estos libros estaban en inglés antiguo. Me los devolverá el jueves que viene
y ya no le llevaré ninguno más. —Solté un sollozo y
Señor, fue vergonzoso. —No soy una ladrona.
—Lo llevas en la sangre.
Ah, él sabía quién era yo, y era un imbécil gigante.
Su comentario dañino de alguna manera cambió mi miedo a ira. Eso
había sido un golpe bajo mezquino.
—¿Entonces estoy despedida? —pregunté, cruzando los brazos sobre el
pecho.
Permaneció en silencio durante un rato, limitándose a ser una sombra
fantasmal en un rincón.
—Deja de romper las reglas.
—¿Incluso enviarte mensajes? —Lo intenté.
—Especialmente enviarme mensajes. Pensé que mi falta de respuesta
demostraría mi falta de interés. —Se dio la vuelta para marcharse.
—Espera, ¿me devuelves el libro? Se detuvo, dándome la espalda.
—No, este libro es mío.
Era un ejemplar muy conocido de El corredor de la cometa, un libro
corriente. No tenía nada de especial.
—Pero yo estaba...
—He dicho que no —respondió antes de salir de la habitación.
¡Idiota!
Pero ahora sabía que el dueño no era ni viejo ni frágil. No había podido
ver mucho de él, pero parecía alto y ancho, e incluso en la oscuridad su voz
grave y rasposa era la misma que escuché el primer día y aquella era una
voz realmente atractiva.
Puse los ojos en blanco. Realmente no tenía tiempo para encontrar a
nadie atractivo, y menos al ermitaño, un hombre evidentemente dañado y
que firmaba mis cheques.
CAPÍTULO 6

Luca

N
o pretendía interactuar con ella. Solo quería verla sin una pantalla,
con mis propios ojos, y sus ojos abiertos y sorprendidos, su nariz
de botón cubierta de pecas que me había perdido en la pantalla la
hacían parecer mucho más joven de lo que pensaba.
Me arrepentí de haberla reprendido por saltarse las normas porque, por
mucho que odiara admitirlo, estos dos últimos días habían sido aburridos
sin sus mensajes aleatorios. Había sido exasperante y, sin embargo, dejé que
mis dedos rozaran el teclado.
No estaba seguro del motivo por el que le había dicho que no lo hiciera.
No lo había dicho en serio, pero ella me había puesto en un aprieto y...
—Discúlpate.
Levanté la cabeza y vi a Dom apoyado en el marco de la puerta de mi
despacho. Por muy injusto y cruel que fuera con él, siempre volvía. No
estaba seguro de merecer tanta lealtad.
—¿Qué?
Entró, observando mis dedos apoyados en el teclado. No había mucho
que Dom echara de menos, y eso lo convertía tanto en un aliado fantástico
como en un enemigo despiadado.
—La chica. —Hizo un gesto con la cabeza hacia el jardín, donde supuse
que estaba —. Discúlpate con ella.
—¿Por qué iba a hacerlo? —me burlé.
Me dedicó una media sonrisa, robándome un caramelo del tarro que me
había traído.
—Porque fuiste un grano en el culo épico con ella.
—¡Puedo ser mucho peor!
Dom arqueó una ceja y soltó una breve carcajada.
—¿Ese es realmente tu argumento? Me encogí de hombros en silencio.
—Sé que puedes ser peor, diablos, me he llevado la peor parte, pero ella
no lo sabe. Y la llamaste mala semilla, mentirosa y ladrona en la misma
frase. Eso es mucho para asimilar.
—¿Escuchaste la conversación? —pregunté despacio, sin creer que lo
hubiera hecho. Dom sabía cuánto valoraba mi intimidad, tanto como él la
suya.
Resopló.
—¡Puedes apostar tu culo a que sí! Esta casa es mortalmente aburrida.
Ha sido el entretenimiento del año hasta ahora.
—Eres bienvenido a irte si quieres. Nadie te ha pedido que estés aquí.
Sacudió la cabeza, cogiendo otro caramelo de mi tarro.
—No, pero estoy donde me necesitan, donde debo estar, a tu lado,
hermano, lo veas o no —añadió, cogiendo otro caramelo.
Apreté los dientes.
—La próxima vez que cojas uno sin pedir permiso, te corto la mano.
—Discúlpate, Luca. Suspiré. —Bien.
—¿Bien?
Asentí con la cabeza. —Ajá.
—¡Pero tú nunca cedes!
Me recosté en mi asiento. —Lo haré si... Dom gruñó.
—Debería haberlo sabido.
—Si vas a la reunión de la famiglia la semana que viene. — Dio un paso
atrás.
—¿La famiglia? ¿Por qué? Creía que no querías involucrarte más.
Negué con la cabeza.
—No quiero, pero Benny me llamó para invitarme. Creo que era su
forma de asegurarse de que no acudiría. Y, por eso, necesito que vayas.
Dom se pasó la mano por su pelo negro y apartó la mirada.
—Solo soy un soldado, Luca. No me corresponde estar en una reunión
con la famiglia.
—Perteneces a donde yo diga que perteneces. —Puede que yo fuera una
ruina, pero era Gianluca Montanari, Príncipe de la Mafia, y lo que yo decía
era ley, sin importar lo que Benny o los otros quisieran. Solo Matteo
Genovese podría y probablemente no le importaría lo suficiente.
Dom suspiró.
—Bien, iré. —Hizo un gesto con la cabeza hacia el ordenador —. Ahora
discúlpate.
Suspiré y me volví hacia el portátil.
—Iba a hacerlo de todos modos. Dom soltó una risita.
—¿Sí? Habría ido a la reunión sin tus disculpas. —Se dio la vuelta y
salió de la habitación.
Imbécil.
Volví a mirar la pantalla.
La próxima vez que pongas piña en una pizza serás despedida.
Esto es un crimen contra la naturaleza.
Pulsé “enviar” antes de pensármelo mejor.
En la pantalla apareció el aviso de haber visto mi mensaje, pero no
respondió de inmediato. Volví a releerlo e hice una mueca de disgusto, tenía
que trabajar en mis disculpas.
¿Por qué lo harías? Quieres que te dejen morir solo, ¿no? La voz de mi
padre resonó. Se parecía bastante a las palabras que me había dicho cuando
desperté del coma de cinco semanas.
“Deseaba que hubieras muerto junto a ellas, para no tener que volver a
ver tu cara de asesino”, espetó en cuanto hube recobrado el conocimiento.
No supe por qué en aquel momento, mi memoria estaba confusa, pero
una vez que recordé... me estremecí. Le di toda la razón.
Un “ping” me devolvió a la realidad, ella había respondido, trayendo un
pequeño resquicio de euforia del que no estaba seguro si tendría cabida en
mi vida.
La piña es una incomprendida. ¿La has probado?
Una pequeña sonrisa se formó en la comisura de mis labios.
¿Cómo era posible que me hiciera sonreír? Hacía tanto tiempo que eso
no sucedía.
No necesito probarlo para saber que no va conmigo. Estoy de acuerdo
en no estar de acuerdo.
Me burlé. Ella había lanzado ese fuego, y me gustó.
Luego le bajaré unos libros a tu hermano.
¿Por qué?
—Buena pregunta —susurré a la pantalla.
Gracias. Añadió unos segundos después.
Miré por la ventana, hacia el decrépito cenador, antes de volverme de
nuevo hacia el ordenador.
¿Te gustaría cuidar del jardín?
¿De verdad? ¡Me encantaría!
Negué con la cabeza, hacía falta tan poco con ella. No podía imaginar lo
que habría hecho falta con Francesca para excitarla tanto. Diamantes...
habrían hecho falta diamantes.
Cogí el teléfono y llamé a la empresa que teníamos contratada, para
pedirles que vinieran a hacer lo que les pidiera el ama de llaves.
Sabía que le gustaba pasear por el jardín. Dom y los otros chicos de
seguridad la veían allí a menudo. Era una florista, eso estaba claro. También
por eso sospechaba que le gustaba tanto la cocina. Era la decoración de mi
madre, mi madre... Se me estrujó el corazón al recordarla con dolor.
Me levanté y me dirigí a la barra. Ya había estado sobrio demasiado
tiempo. Era hora de adormecer el dolor y los recuerdos. Después de
servirme una dosis triple de whisky, miré el espejo cubierto por una sábana
blanca. Todos los espejos de la casa habían sido tapados o retirados...
bueno, excepto el de las habitaciones en las que yo no iba a entrar.
Había intentado conservarlos durante un tiempo, un recordatorio
adicional de mis pecados y crímenes. Cada vez que miraba mi rostro
destrozado, me recordaba las vidas que había arrebatado.
Tres cicatrices marcaban mi rostro. Rastreé la principal, que iba desde la
sien izquierda hasta la barbilla, bajando por el lateral de la boca en un
mohín perpetuo. Qué apropiada. La segunda me atravesaba el ojo izquierdo,
me cortaba las cejas en dos y bajaba hasta la mandíbula. Estas dos cicatrices
se unían en medio de mi mejilla formando una X roja y furiosa. El médico
dijo que fue un milagro no perder el ojo. Un milagro, como si lo mereciera.
El trozo de cristal me había dañado un poco la córnea, pero solo me había
reducido la visión en este ojo, obligándome a llevar gafas.
La tercera me atravesó la parte delantera de la oreja izquierda y bajaba
por el lateral del cuello, a escasos dos centímetros de la arteria carótida, otro
milagro, según dijeron. Para mí no era más que una maldición.
Respiré hondo antes de dar un gran sorbo a mi bebida. Suspiré al notar
el calor en el estómago. Con unos tragos más, el dolor habría desaparecido,
al igual que mis remordimientos y todo lo que los rodeaba. Estaba
impaciente por sentir el adormecimiento del alcohol, y odiaba cada mañana
en la que estaba lo suficientemente lúcido como para sentirlo todo de
nuevo.
Rellené mi copa y me dirigí a la sala lateral, la biblioteca principal, para
elegir algunos libros para el niño, antes de estar demasiado borracho y no
poder elegir algo apropiado para su edad. O quizá no debería, quizá tendría
que saber lo jodida que era la vida. Naces, vives con dolor y, si tienes
suerte, mueres pronto.
Negué con la cabeza, el chico estaba en un centro de asistencia social y
sus padres eran asesinos en serie. Ya sabía lo jodida que era la vida.
Cogí tres libros y miré el ejemplar maltratado de El corredor de la
cometa que me había llevado. No estaba seguro de cómo este libro había
logrado aparecer cerca de sus pisos. Lo había leído muchas veces y odiaba
que ella pudiera verlo, que tuviera una visión de mi mente.
Suspiré y lo puse en la parte superior de la pila antes de tomar la
escalera trasera y dejar los libros frente a la puerta de su dormitorio.
Respiré hondo, por imposible que fuera, podía olerla, era una mezcla de
melocotón y lavanda, dos aromas que yo no habría juntado y que, sin
embargo, combinaban bien.
Era tan diferente del abrumador perfume caro de Francesca y mil veces
más atractivo.
Sacudí la cabeza, realmente no debería ir allí. Primero, porque no
merecía indultos y segundo, ¿quién querría estar con una bestia?
Volví a mi despacho, cogí mi vaso y me senté detrás de mi escritorio
justo a tiempo para ver aparecer un mensaje.
Disculpa aceptada.
¿Qué iba a hacer con ella?
CAPÍTULO 7

Luca

N
o estaba seguro de cómo había sucedido exactamente, bueno, sí, en
realidad sabía cómo había sucedido. Lo que no entendía era cómo y
por qué había permitido que sucediera. Las charlas diarias con la
fogosa mujer que cuidaba de mi casa.
En realidad, era decente, mejor de lo que yo esperaba. Se presentó y la
contrataron por desesperación de ambas partes y, aun así, consiguió
sorprenderme. Cumplía las normas... casi siempre. Cocinaba bien, mantenía
la casa ordenada.
El jueves volvió con los libros que le había dejado a su hermano y otra
pizza, esta vez sin piña. También me trajo un libro y algunos dulces más.
Era algo tan infantil, ¿quién le traía caramelos a un hombre adulto? Aquella
mujer lo hacía y, contra todo pronóstico, me hacía sonreír, algo que aún me
resultaba tan desconocido que me sentí raro cuando utilicé músculos que
hacía tiempo no empleaba.
El libro se titulaba El Recluso y no pude evitar reírme de ello.
Realmente tenía un sentido del humor diferente.
¿Disfrutó con el libro?
No, me resulta demasiado familiar para disfrutarlo. No lo he leído.
Mentiroso. No me gustan mucho los libros. Eso no era una mentira
completa. Al menos no había sido un gran lector antes.
Estaba demasiado ocupado matando gente, follándome mujeres y
consiguiendo todo lo que quería, cuando quería. Pero, desde que decidí
exiliarme en medio de la nada, leer, beber y revolcarme en el odio a mí
mismo habían sido mis únicos pasatiempos.
¿Cuántos años tienes?
Solté una carcajada sorprendida.
Esa pregunta es aleatoria.
No, realmente no. Tú lo sabes todo de mí y yo no sé nada de ti.
Torcí la boca hacia un lado. Sabía que nunca podría pasar nada entre
nosotros, por tantas razones que me habría llevado una eternidad
enumerarlas todas, pero, al mismo tiempo, no me sentía inclinado a hacerle
saber cuánto mayor que ella era yo.
Siguiente pregunta.
*Suspiro pesado* Bien. ¿Por qué has leído El corredor de cometas
tantas veces? Es un libro tan deprimente.
Joder, tenía que ir directa a las tripas. Gruñí.
Tengo 32 años.
Voy a cumplir veintiún años el mes que viene, respondió, como si se lo
hubiera preguntado. Lo sabía todo sobre Cassandra West, incluso que le
resultaba imposible pedir ayuda, para cualquier cosa. Supongo que se debía
a que había sido criada por unos padres emocionalmente maltratadores, al
menos, yo creía que solo emocionalmente. La mano se me cerró en un puño
sobre el escritorio, casi involuntariamente.
Aquella chica no tenía la menor idea de lo que había hecho cuando
había comenzado a chatear conmigo a través del anonimato de las pantallas.
Diablos, yo ni siquiera sabía lo que había empezado hasta que sentí oleadas
de protección por aquella mujer, apenas salida de la adolescencia.
Me volví hacia la glorieta. A la tonta se le había metido en la cabeza
repararlo y había estado trabajando en él unas cuantas horas todos los días,
y yo iba en plena noche con una linterna para arreglar lo que ella había
intentado hacer.
Ni siquiera estaba seguro de por qué lo hacía, habría sido mejor que ella
fracasara. Al menos así se daría cuenta que no vale la pena salvarlo todo.
Cada noche me juraba a mí mismo que había terminado de ayudarla, y cada
noche volvía como un tonto.
El jardinero volverá la semana que viene para plantar algunas de las
flores que encargué. ¿Quieres que te enseñe lo que tenemos y dónde he
pensado plantarlas?
Negué con la cabeza. Quería verme, eso estaba claro, pero no podía, ni
ahora ni nunca.
Tan solo por el hecho de saber quién era y por qué estaba aquí, podría
poner su vida en peligro.
No te mientas, Luca. No querrás ver la cara de horror que pondrá
cuando te vea.
Una cara que antes hacía que humedecieran sus bragas, ahora hacía que
las mujeres retrocedieran y desviaran la mirada.
Eso sucedió la primera vez que vi a Francesca después del accidente.
Ella siempre había sido una zorra superficial, de todos modos... Me encerré
en mí mismo y ella lo utilizó como excusa para romper nuestro
compromiso, aunque me contaron que Savio y ella habían sido más que
amigos, cosa que no me había molestado en absoluto. Savio podía quedarse
con la serpiente venenosa que era.
Haz lo que quieras, seguro que todo estará bien.
¿Estás seguro? No estaré aquí para siempre. Tendrás que vivir con
ello.
Ah sí, había olvidado estos días que ella no sería una presencia
permanente. No debería importarme, era solo una empleada doméstica.
Apenas llevaba aquí dos semanas y, sin embargo, esperaba con impaciencia
sus pensamientos aleatorios y su cháchara sin sentido. Era una distracción
agradable de mis discusiones con Dom, o las tediosas llamadas de mi tío
que debía sufrir de vez en cuando.
No sabía quién era ni lo que había hecho, y eso me hacía sentir bien.
Aunque no mereciera ese pequeño respiro, lo aprovecharía cada vez que
pudiera.
No importa, estará bien. Los dejaría morir una vez que ella se hubiera
ido de todos modos.
Jude me envió un mensaje esta mañana. Le encantan los libros que le
prestaste.
Bien, parece único en su clase, tu hermano.
Es el mejor. Aunque creo que todo el mundo dice eso de los suyos.
¿Tienes hermanos?
Se acabó. Sus preguntas eran demasiado profundas y yo no estaba lo
suficientemente borracho como para pensar en Arabella. Porque había sido
la mejor hermana pequeña, la mejor humana que existía, y yo la había
matado.
No le respondí. Nunca me molestaba en decirle cuando había terminado.
Simplemente dejaba de responder y ella normalmente se daba cuenta por sí
misma, pero nunca me guardaba rencor. Qué extraño.
Me levanté, cogí la botella de whisky sin abrir y arrastré el culo hasta mi
dormitorio, dispuesto a emborracharme por otro día.

Llegué caminando, o más bien arrastrándome, a mi oficina, con la madre de


todas las resacas. No debería haber vuelto a beber después de haber
vomitado la noche anterior, y, sin embargo, lo hice. Pensar en Arabella me
había revuelto las tripas. Lógicamente, incluso en mi nublado cerebro, sabía
que Cassie no lo sabía. No lo había hecho para torturarme y, sin embargo,
no podía evitar sentirme furioso con ella por esa razón.
Entré en mi despacho y encontré a Dom sentado en mi mesa.
Que mierda.
—¿Qué crees que estás haciendo? —ladré a Dom e hice una mueca por
la banda de mariachis en mi cerebro.
Se levantó despacio, como si no acabara de ganarse una bala en el
cráneo. No podías entrar en el despacho de un Capo pensando que podías
hacer lo que te diera la gana. Eso era una sentencia de muerte.
¿Pero eres un Capo? Más bien una ruina humana.
—Te estaba esperando. —Se encogió de hombros—. Fui a tu habitación
y llamé cuatro veces. Supuse que estabas en coma inducido por el alcohol, o
muerto. Pensé que esperarte aquí era igual de bueno. —Señaló el ordenador
con el pulgar—. Me compré zapatos nuevos.
Entrecerré los ojos.
—No pareces disgustado por mi posible desaparición. Siento
decepcionarte.
Suspiró.
—No voy a malgastar mi tiempo ni mi pena en algo que tú te empeñas
en hacer. ¿Quieres morir? He terminado de intentar detenerte.
No podía negar que, a pesar de todo, sus palabras me escocían.
Finalmente se estaba dando por vencido conmigo.
—Y no vuelvas a tocar mis cosas, ¿entendido? Usa tu puto portátil para
comprarte los zapatos o para ver porno, joder.
—El porno era un consejo para ti, hermano. Creo que necesitas depurar
el disco duro. Te ayudará con tu estado de ánimo.
Caminé alrededor de mi escritorio y me senté en mi sillón. Hice una
mueca. El asiento aún estaba caliente. Miré la pantalla y suspiré aliviado. Al
menos no lo había dejado abierto en esa página porno como la última vez.
—¿Cuándo has vuelto? —pregunté, aún con menos ganas de cháchara
que antes.
—Esta mañana, la fiesta duró más de lo que había previsto.
—Oh, ¿hubo una fiesta? Qué bonito. —No pude evitar una mueca de
desprecio.
Puso los ojos en blanco, pero se sentó en la silla frente a mi escritorio.
—Ya, yo encajaba allí —dijo con gran sarcasmo —. Todos me miraban
como si fuera un bicho, y creo que a tu tío le dio un ataque cuando le dije
que me habías enviado tú. —Sacudió la cabeza. —Y luego estaba Savio
mirando desde el fondo de la sala y metiéndole la lengua hasta la garganta a
Francesca cada vez que podía... —Se detuvo y apartó la mirada.
—Ah. —Francesca, mi antigua prometida quien tan rápidamente me
había dejado tirado tras el accidente. Algo que debería haberme dolido, pero
me había aliviado al verla alejarse y, aunque debería haberme molestado
que mi primo me la arrebatara tan pronto como me dejó, no pareció
importarme, ni siquiera un poco—. No estoy seguro que mereciera
semejante castigo en vida.
Dom esbozó una media sonrisa.
—Es una buena pieza. —Estaba de acuerdo.
—¿Qué más?
—Enzo me hizo compañía en la pared del fondo. Éramos los alhelíes de
la noche. Fue agradable, aunque creo que perdí mi cofia en el camino de
vuelta.
Puse los ojos en blanco. El seco sentido del humor de Dom era más
fuerte cuando estaba irritado.
—¿Cómo está? —Mi preocupación era auténtica por una vez. Enzo era
todo aquello de lo que su padre y su hermano carecían. Era sensible y
bondadoso, totalmente condenado al ostracismo, aunque no parecía
importarle demasiado. Lo veían como a un idiota por su tartamudez, pero
yo sabía que el chico era más inteligente que el crédito que le daban.
—Ya sabes …siempre igual. Te echa de menos. Asentí con la cabeza.
—Es un buen chico. ¿De qué se habló? ¿Qué justificaba una reunión
familiar?
—Tu tío quiere someter a votación la revocación de algunas decisiones
de tu padre.
Me incliné hacia delante, apoyando los brazos en el escritorio, que logró
atravesar la niebla del alcohol.
—¿A qué te refieres?
—Los negocios legales. Tu tío no está muy por la labor de invertir en
eso. Quiere hacer crecer la otra parte.
Fruncí el ceño, pero guardé silencio, invitándolo a continuar.
—Se está preparando para aumentar el lado de las drogas y las armas
tomando algunos de los territorios albaneses.
—¿Los albaneses? ¿No están protegidos por los rusos? Dom se encogió
de hombros.
Suspiré, pasando mis manos por mi rostro. Había una razón por la que
mi padre había sido nombrado jefe de la famiglia a pesar de que Benny era
mayor... Benny era un idiota impulsivo.
—Va a empezar una guerra. —Por suerte, no me importaba lo suficiente
como para intervenir.
Dom volvió a encogerse de hombros.
—Lo están sometiendo a votación. Si los demás están de acuerdo con él,
tendrán la guerra que se merecen.
Me rasqué mi desordenada barba de montañés, asintiendo.
Se aclaró la garganta y supe que no me iba a gustar lo que venía a
continuación.
—¿Sí?
—Matteo Genovese quiere verte. —Lo anunció como si fuera una
amenaza y, para ser justos, probablemente lo fuera. Matteo Genovese no te
quería ver sin ninguna razón.
—Genovese puede irse a la mierda —gruñí. Dom resopló.
—Me encantaría oírte decirle eso. Ni siquiera el todopoderoso Luca
Montanari se saldría con la suya.
—Puf. ¿Qué va a hacer? ¿Matarme? —Podría en realidad, podría
hacerlo delante de todos y saldría impune.
Matteo Genovese, era un rey entre los hombres... literalmente. Él fue
originalmente enviado a los Estados Unidos hace dieciocho años como un
dignatario por las familias italianas para supervisarnos a nosotros, las
familias americanas. Estaba aquí para asegurarse que siguiéramos las reglas
básicas de las familias originales, pero no se entrometía en las disputas
familiares, no le importaba quién vivía o moría. Estaba por encima de las
leyes, por encima de nuestras leyes. Era el Hombre de Hojalata, un rey
cruel de ojos azules tan pálidos como el hielo que rodeaba su corazón, y
mataba con una cierta trivialidad que incomodaba hasta al más violento.
Nadie enfadaba o faltaba al respeto a Genovese y salía con todos los
dientes... o dedos, pero ya había pasado el punto de preocuparme. La
mayoría de los días acogería la muerte como una bendición, un indulto, ¿y
la tortura que podría infligirme? No sería la primera y simplemente sería
dolor físico, nada tan horrendo como el dolor mental que sentía
constantemente.
Suspiré. ¿La muerte? ¿Cómo de dulce sería? Dom ladeó la cabeza.
—¿Por qué no te metes una bala en el cerebro y acabas de una vez? —
Sus palabras fueron duras, pero el aleteo de sus fosas nasales, la mandíbula
apretada y la silenciosa desesperación de sus ojos demostraban que no lo
decía en serio.
Casi inconscientemente, recorrí mi tatuaje de iniciación sobre la
camiseta negra y tracé de memoria el rosario envuelto alrededor de la daga
en mi pecho con una sola palabra encima, “Omertà” . El rosario
representaba a Dios, la ironía no me resultaba ajena, pero, de algún modo, a
pesar de todo, una pequeña parte de mí seguía creyendo que había un Dios
ahí arriba, un Dios vengador con la misión de castigarme a cada paso por
haber enviado a casa, demasiado pronto, a dos de sus ángeles más
extraordinarios. Y sabía que, si había una mínima posibilidad de volver a
verlos, el suicidio me la arrebataría para siempre.
Sacudí la cabeza. —No lo llamaré.
Dom negó con la cabeza.
—Dijo que intentó llamarte varias veces. Luca, los dos sabemos que
Matteo no llama para charlar.
Me estaba irritando. Dom estaba actuando como un padre, me sentía
reprendido y me molestaba.
—Como ya he dicho —pronuncié las palabras despacio, uniformemente
—. Matteo Genovese puede. Irse. Jodidamente. A la mierda.
Había sido más que cruel conmigo después del accidente, algo que
debería esperar basándome en su apodo de “Rey Cruel” y, aun así...
Mi padre había escogido repudiarme, a pesar de ser su único heredero.
Prefería perder el control de la famiglia antes que permitirme dirigirla, pero
Matteo se negó por una razón que seguía siendo un misterio, y, tres semanas
después, mi padre fue asesinado en un atentado en su restaurante favorito,
matándolo a él, al Capo de la Costa Este y a sus dos Consigliere.
Una vez que mi padre hubo desaparecido, para mi alivio debo admitirlo,
solicité que mi título, Capo de la Famiglia Montanari, fuera transferido
permanentemente a mi tío. Una formalidad en realidad, nadie me quería...
Joder, yo no me quería, pero de nuevo el jodido Genovese, la espina clavada
en mi costado, se negó, afirmando que no estaba en el mejor estado mental
para traspasar mi título de forma permanente y que volvería a tratar el tema
más adelante.
Tal vez estaba listo para dejarme ir ahora... No, por supuesto que no. Era
un maldito sádico.
—Gracias por el mensaje.
Dom asintió, poniéndose de pie, comprendiendo que lo estaba echando.
—No vas a llamarlo, ¿verdad? — Resoplé. —Por supuesto que no.
Suspiró, mirando al cielo.
—No podrás evitarlo para siempre.
Le dediqué una sonrisa burlona.
—Mira cómo lo intento.
—Cuanto más le hagas esperar, más se enfadará —continuó Dom.
—Si quisiera lecciones de vida, Domenico, llamaría a alguien, a
cualquiera... menos a ti. —Ya estaba de mal humor cuando me desperté y
después todo este estúpido drama familiar y Matteo... Dom necesitaba
dejarme en paz con toda su preocupación y sabias palabras—. No eres mi
consigliere. Eres el hijo de...
Su cara se transformó de cansancio a pura ira.
—No me jodas, Montanari. —Me señaló con un dedo acusador
—. Lo entiendo, estás herido, te odias, pero no hagas que yo también te
odie, y si lo dices, no habrá vuelta atrás.
Debería haberlo dicho, de verdad, debería haberlo hecho. Eres el hijo de
un violador en serie. Pero no podía porque, a pesar de todo, tenerlo aquí
hacía que apestara menos. Su inquebrantable lealtad significaba mucho más
para mí de lo que estaba dispuesto a admitirle a él, e incluso a mí mismo.
—Solo vete, Dom —dije sombríamente—. Me ocuparé de Matteo de la
forma que crea conveniente.
Dom asintió.
—Como quieras. Ambos sabemos lo productivo que es evitar tus
problemas. Nunca te habría considerado un cobarde y, sin embargo, aquí
estamos.
Ni siquiera me dio tiempo a procesar sus palabras y ya se había ido, y
mi humor pasó de malo a absolutamente horrendo en cero coma tres
segundos.
Que se jodan todos.
CAPÍTULO 8

Cassie

C
ena conmigo esta noche.
Leí el mensaje cuatro veces. En efecto, habíamos estado
hablando a diario, pero aquel era un gran paso que no esperaba.
Decidí cocinar algo especial y utilizar el cuaderno que encontré en un
armario de la cocina. Estaba todo escrito en italiano, un idioma que no
hablaba. Parecía ser un libro de recetas familiar. Tenía manchas de comida,
algunos borrones y manchas de ensayos y errores. Era un trabajo hecho con
amor.
—Manzo Braciole, eso es —murmuré, dando mentalmente las gracias a
Google Translate por ayudarme.
Tardé más de tres horas en prepararlo, pero el olor divino, impregnado
en la cocina, mereció la pena.
Mientras la comida se cocinaba a fuego lento, subí a vestirme para la
cena.
A pesar de ser una simple petición para cenar, probablemente nacida de
su soledad, no podía evitar las mariposas en el estómago al hablar por fin
con él en persona.
Llevábamos diez días intercambiando mensajes a diario y había sido
encantador. Me hacía reír y disfrutaba de nuestras conversaciones: el
anonimato de la pantalla me facilitaba mucho las cosas, y sospechaba que a
él le sucedía lo mismo. Por eso me sorprendió tanto su invitación. Pensé
que nunca querría conocerme, al menos en persona, pero aquí estábamos.
Me costó contener las mariposas que causaban estragos en mi estómago,
mientras me ponía mi vestido de verano de lunares verdes. Aún era
principios de primavera y hacía demasiado frío para llevar este tipo de ropa,
pero era lo único decente que podía ponerme.
No, esto no es una cita, Cassie.
Pero mi corazón acelerado y mi anticipación parecían creer lo contrario.
Cogí mi chaqueta blanca y dejé mi rostro libre de maquillaje, excepto
por un poco de brillo rosa. No quería arriesgarme del todo por si me
equivocaba por completo.
Que lo estás, se burló la voz de la razón.
Bajé las escaleras y preparé la mesa para dos. No muy cerca como para
resultar demasiado acogedor, pero tampoco demasiado lejos.
Puse una vela en el centro y me lo replanteé unas cinco veces,
poniéndola y quitándola cada vez que traía algo a la mesa.
Estaba así de nerviosa, dándole vueltas a cada detalle.
Era mi primera cita. Gruñí ante mis propios pensamientos.
¿Cómo podía ser una cita? Ni siquiera conocía a ese hombre.
Puse la comida en la mesa, mientras mi corazón empezaba a latir cada
vez más rápido ante la idea de compartir una comida con él. Sentía que me
iba a dar un ataque de pánico solo de pensarlo.
Pulsé el botón rojo antes de tener la oportunidad de recapacitar y respiré
hondo.
Te ha invitado, Cassie, quiere que estés allí.
—¿Qué estás haciendo aquí? —ladró con frialdad mirando de mí a la
mesa puesta para dos.
O a lo mejor no...
—Yo... ¿qué? —fruncí el ceño, dando un paso atrás hacia la puerta.
—Ya conoce las reglas, Srta. West. No hay muchas.
—T-tú me pediste que cenara contigo.
—No hice tal cosa —respondió él, permaneciendo en los confines de la
oscuridad—. ¿Es por eso que te disfrazaste?
—Yo… —Quise morir en ese momento, esperando que la lujosa
alfombra burdeos se abriera y me tragara entera, llevándose consigo mi
vergüenza.
—Señor, lo siento, el mensaje... —Cállate, Cassie, y vete ya—. Lo
siento —repetí, dándome la vuelta y alejándome a toda prisa.
—¡Detente! —me ordenó justo cuando me acercaba al pomo. Me quedé
inmóvil, con la mano en la puerta.
Suspiró.
—Ya que has hecho todo esto, vamos a comer.
Sentí que la luz se atenuaba detrás de mí y me giré lentamente como si
me enfrentara a un animal rabioso, y una parte de mí estaba segura que así
era.
Estaba sentado en un extremo de la mesa, con la capucha levantada,
apenas iluminado por la chimenea.
Tenía la cabeza inclinada hacia abajo, lo que me impedía ver su rostro.
Parecía aún más imponente así, con sus manos fuertes y anchas apretadas
en puños.
Di unos pasos cuidadosos y me senté en el otro extremo de la mesa,
intentando calmar mi corazón ante su rechazo.
Abrí la boca para insistir en que había recibido una invitación a cenar,
pero volví a cerrarla. Parecía estar ya de muy mal humor.
Di un bocado, la carne se deshizo en mi boca, en una explosión de
placer. Esta comida era increíble.
Oí su tenedor repiquetear con fuerza en el plato. Levanté la vista y
fruncí el ceño.
—¿Quién te ha enviado? —gruñó por lo bajo, amenazador.
Apoyé los cubiertos suavemente en mi plato.
—¿Perdón?
—Dije, ¿Quién. Te. Envió? —repitió más alto, con su voz tan fría que
temblé.
Dejé que mis ojos descendieran hasta sus manos cerradas en puños tan
apretados que sus nudillos estaban blancos como hueso.
—Señor, yo...
—¿Quién? —rugió, dando un manotazo en la mesa, haciendo volar su
plato y haciéndolo añicos contra la pared.
Retrocedí tanto que me caí de la silla.
Se levantó enérgicamente y su silla se volcó hacia atrás. Se arrastró
hacia mí lentamente, como un depredador jugando con su presa, mientras
yo me arrastraba sobre manos y rodillas, sin dejar de mirarlo con mis ojos
llorosos.
El corazón me latía tan fuerte que apenas podía oírlo por encima de los
sonidos ensordecedores de mis oídos. No creía haber estado más asustada
en mi vida.
—¿Fue Benny? ¿Para espiarme? O no, déjame adivinar, ¿Matteo para
jugar algún juego enfermizo? Me conoce mejor de lo que pensaba. Se
imaginó qué tipo de chica podría hacerme vibrar, incluso si yo mismo no lo
sabía.
¿Yo lo hacía vibrar? No estaba segura de lo que quería decir. Ahora
estaba contra la pared, retrocediendo sobre mí misma, dejando escapar un
sollozo.
—¿Pensabas que tu puta estratagema iba a funcionar? ¿Qué ibas a
hacer? ¿Ofrecerte a chupármela para curarme? —Su tono burlón parecía
veneno—. ¿Tienes una boca mágica, niña? ¿La han probado para asegurarse
que la chupas bien?
—No tengo ninguna estratagema. Por favor, señor, tiene que creerme. —
Sentí que la bilis subía por mi garganta mientras se cernía sobre mí, con el
rostro aún en la oscuridad. ¿Iba a morir?
—¿La invitación a cenar, la receta de mi madre? —Hablaba con los
dientes apretados, su cuerpo temblaba de rabia e indignación, al igual que el
mío de puro terror.
Se inclinó más hacia mí y se quitó la capucha de un manotazo.
No fueron sus cicatrices lo que me hizo retroceder, sino la expresión de
su rostro. Una mezcla de ira y desesperación que jamás había visto.
—¿Es eso lo que querías ver? —rugió, acercándose tanto que pude oler
el alcohol en su aliento —. ¿A la bestia?
—N-no, yo... yo...
—¡Luca, detente! —ordenó una voz masculina detrás de él—. Yo le
pedí que bajara a cenar, no fue ningún truco.
Luca se enderezó y se dio la vuelta lentamente. Levanté las rodillas y
apoyé la frente en ellas, ahora sollozando aún más libremente, tanto de
miedo como de alivio por la interrupción del otro hombre.
—¿Qué has dicho? —preguntó Luca, con una extraña calma en la voz.
—¡Joder, Luca! Ella no te engañó. Fui yo. Yo organicé la cena.
Ella...
Escuché un portazo y luego silencio.
—Ey, Cassandra. Mírame. —La voz era grave pero suave,
tranquilizadora.
Levanté la vista tímidamente hacia el hombre agachado frente a mí. Sus
ojos oscuros eran amables, a pesar de la dureza de sus rasgos, pómulos
afilados, y nariz predominantemente romana.
Dejé que mis ojos recorrieran su traje y retrocedí cuando me fijé en su
funda de hombro y el arma que guardaba en ella.
Miró hacia abajo y se cerró la chaqueta.
—Cassandra, no te haré daño, te lo juro. —Levantó las manos en señal
de rendición.
Sacudí la cabeza y resoplé.
—Me voy. —Sollocé antes de limpiarme bajo los ojos con el dorso de la
mano—. ¡No puedo quedarme aquí, es malvado! Es una bestia. —grité,
esperando que pudiera oírme.
—Cassandra... —intentó de nuevo, acercándose a mí tímidamente,
apoyando su cálida mano en mi rodilla.
Le di un codazo.
—N-no, me voy. Esto no es por lo que firmé. No me merezco esto. —
Me levanté torpemente, apoyando la espalda contra la pared, con todo el
cuerpo aún tembloroso por las secuelas del terror que me causó el tal Luca.
El hombre alzó de nuevo sus manos en señal de resignación.
—Por favor, es tarde. No tienes coche, no puedes irte esta noche.
Cálmate y respira, ¿de acuerdo? Si todavía quieres irte por la mañana...
—¡Quiero irme! —respondí, frunciendo el ceño. Asintió con un suspiro.
—De acuerdo, entonces yo mismo te llevaré al pueblo por la mañana, te
lo prometo.
Ahora lo estudiaba con más detenimiento. Era alto, pero más esbelto que
Luca, al menos eso me pareció por lo que vi de él. Compartían algunos
rasgos similares, ojos oscuros, cabello oscuro, piel aceitunada.
Pero donde Luca había sido un terrorífico hombre de la montaña, de
larga cabellera, barba descuidada y aspecto salvaje, este hombre se
mantenía bien arreglado. Llevaba un corte de pelo clásico, más corto por los
lados y un poco más largo por arriba, y una perilla bien recortada.
—¿Quién eres? —pregunté, odiando lo débil que sonaba mi voz.
Después de todo lo que había pasado, me había mantenido firme. Ahora no
quería parecer débil.
El hombre te encontró sollozando en el rincón de una habitación,
Cassie, no hay necesidad de fingir ahora.
—Oh, sí, lo siento. —Me dedicó una tímida sonrisa—. Me llamo
Domenico, pero puedes llamarme Dom. Soy el jefe de seguridad de Luca.
Ah, las armas a ambos lados de su pecho tenían sentido ahora, pero,
¿para qué necesitaba seguridad el loco psicópata de la montaña?
Asentí en silencio.
—¿Por qué no vienes conmigo?
Miré el plato roto en el suelo, la salsa de tomate que manchaba la pared
y el suelo, de un color tan parecido a la sangre.
—Necesito limpiar. —¿Por qué me molestaba siquiera? Iba a
marcharme mañana y a no volver jamás.
Dio un par de pasos lentos hacia mí.
—No. Ahora vendrás conmigo y tomaremos una copa y charlaremos,
¿de acuerdo?
Lo miré en silencio.
—Te juro que estás a salvo conmigo, Cassandra. No te haré daño.
Me pareció una completa locura. Acababa de conocer a aquel hombre y,
sin embargo, le creía.
—Llámame Cassie.
—Cassie, ¿qué quieres beber?
—Yo... no bebo. Aún no tengo veintiún años. Los cumpliré dentro de un
par de semanas.
Él sonrió al oír eso. —¿Sigues las normas? Me encogí de hombros sin
compromiso.
—Ah, creo que está bien saltarse las normas después de la noche que
has pasado. —Abrió la puerta y me hizo un gesto para que saliera.
Lo seguí en silencio hasta la cocina, con la mente todavía en blanco por
lo que había sucedido esta noche. El hombre de las cicatrices, Luca...
Estaba tan furioso y tan radicalmente destruido.
—Toma asiento. —Señaló la pequeña mesa de la cocina—.
Vuelvo enseguida.
Me senté y respiré hondo un par de veces. Me gustaba aquella cocina.
Me ayudaba a sentirme mejor.
Cuando Dom volvió con dos copas, yo ya había vuelto más o menos a la
normalidad.
—Chardonnay para ti —dijo con una sonrisa en sus delgados labios,
deslizando la copa delante de mí—. Creo que es la mejor manera de
empezar.
Tomé un sorbo, era fresco y agradable.
—Me gusta.
—Me lo imaginaba —asintió.
Bebió un sorbo de su bebida ámbar en el vaso.
—¿Por qué hiciste eso? —pregunté. Suspiró, recostándose en su silla.
—Pensé que lo ayudaría —admitió.
—¿Ayudarlo?
—Luca... —Sacudió la cabeza—. Antes no era así. Él... —Dom hizo una
mueca de dolor—. Cambió y ya nunca habla con nadie, excepto conmigo y
algún contacto obligatorio, pero contigo... lo disfrutaba y pensé... Lo siento.
Bajé la mirada hacia mi vaso, trazando el anillo con el dedo.
—Yo también disfrutaba de nuestras charlas. Me gustaba —admití,
manteniendo la mirada baja.
Levanté la vista cuando permaneció en silencio. Miraba hacia otro lado,
con el rostro tenso.
—¿Quién es? ¿Luca? ¿Quién necesita un despliegue de seguridad como
ese?
Sacudió la cabeza antes de volver a mirar hacia mí.
—No puedo decírtelo. —Parecía sinceramente apesadumbrado por ello
—. No es mi secreto para contarlo.
Me encogí de hombros.
—No importa. Me iré por la mañana. —Hice lo posible por no parecer
derrotada. Me gustaba trabajar aquí, aunque a veces me sintiera sola. Me
pagaban bien y estaba tranquila, pero el terror que había sentido esta
noche... No podría superarlo.
Asintió con un suspiro cansado.
—Desearía de verdad que no lo hicieras, pero lo comprendo. —Miró en
su chaqueta y sacó una pequeña tarjeta blanca con un número impreso y
nada más—. Es mi número. Cuando estés lista para irte mañana, mándame
un mensaje y nos vemos en la entrada para llevarte donde quieras.
Bajé la mirada hacia la tarjeta sobre la mesa.
—Ya... Tendría que volver con la señora Broussard. Sabía que ella se
alegraría de tenerme de vuelta, tenía un gran corazón, pero era un paso atrás
y una responsabilidad que no necesitaba.
Dejé escapar un suspiro mientras Dom terminaba su bebida de un trago
y se levantaba.
—Tengo que ir al puesto de seguridad junto a la puerta para el cambio
de seguridad, pero, si necesitas algo, llámame, ¿vale? O ven a mi
habitación, segunda planta, tercera puerta a la izquierda. Volveré en una
hora o así.
—No se me permite subir.
Me dedicó una pequeña sonrisa.
—¿A quién le importa? Te vas, ¿recuerdas?
—Sí... Cierto. —¿Mi voz sonaba tan insegura como lo hacía a mis
oídos?
—No es demasiado tarde para cambiar de opinión. Luca, sin importar
qué, no te habría hecho daño. Ha cambiado, pero eso... — Sacudió la
cabeza—. Simplemente no lo haría. Que pases buena noche, Cassie.
Se marchó antes de darme la oportunidad de contestar, y me quedé en la
mesa de la cocina un rato más, terminando mi copa de vino. Miré mi copa,
ahora vacía. Decidí que me gustaba el vino y el suave calor que se instalaba
en mi pecho después de beberlo.
Me levanté y fui al lavadero a buscar los productos de limpieza. Sabía
que Dom había dicho que lo dejara, pero la sola idea que la salsa de tomate
se filtrara por el viejo suelo de madera, o manchara permanentemente el
caro papel pintado de tonos dorado y verde musgo me preocupaba
probablemente más de la cuenta.
Fui a la sala con una aprensión asentándose en mi estómago. ¿Y si
estaba ahí detrás? Apoyé la mano en el picaporte y respiré hondo.
Cuando entré encontré la mesa tal y como la habíamos dejado. La vela
sobre la mesa... Puse los ojos en blanco ante mi propia estupidez. ¿Pensé
que era una cita? Sí, una cita con el solitario dueño de la mansión. Estúpida.
Sacudí la cabeza y me detuve junto a la pared, el plato roto y la comida
habían desaparecido. Si no fuera por la mancha húmeda en el suelo y la
decoloración apenas visible en el papel pintado, era como si no hubiera
pasado nada.
Miré a mi alrededor. Incluso su silla estaba en su sitio. Si solo supiera lo
que hice para que se volviera loco, tal vez...
No lo hagas, Cassie. No defiendas su comportamiento. No cometas los
mismos errores que antes. Las bestias serán bestias y los monstruos
seguirán siendo monstruos.
Jude. Jude era mi objetivo y nada más importaba.
CAPÍTULO 9

Luca

M
e desperté sin resaca por primera vez en... En realidad, no
recordaba la última vez que me había pasado.
Mi ira del día anterior había sido tan abrumadora y agotadora
que no había necesitado adormecer los recuerdos con alcohol.
Odiaba pensar que me había mentido durante la cena. La había puesto
en un pedestal, pero me había decepcionado, y luego había probado un
bocado de la comida y sentí como si mi madre hubiera estado en la cocina,
y simplemente enloquecí.
Sentí la traición ante el truco de aquella mujer, el dolor del recuerdo de
la última vez que mi madre cocinó aquella comida. Casi podía escuchar la
risa de Arabella y, durante unos minutos, tan solo unos minutos, odié a
Cassie por haberme convertido en alguien como ella, por haber expuesto mi
dolor tan descaradamente delante de ella.
Actué como un loco, aterrorizándola. Una vez que Dom interrumpió mi
trance, me fui y comprobé el sistema de comunicaciones, y Dom había
dicho la verdad, él había sido quien la había engañado para cenar conmigo.
Volví abajo, pero dudé. Me había enfurecido tanto que le había mostrado
mi rostro y ella había jadeado. Ese rechazo había sido como echar leña al
fuego a mi rabia, de alguna manera esperaba más de ella.
Una vez más calmado volví al salón, inseguro de lo que encontraría y de
lo que podría decir. Agradecí que Dom hubiera detenido lo que estuviera a
punto de hacerle o decirle.
El salón estaba vacío. Miré el rincón donde se había acobardado y me
invadió una nueva oleada de culpa... Como si necesitara más culpabilidad
en mi vida.
Limpié el desaguisado que había provocado, como si eso pudiera borrar
también el desastre que había provocado con ella esta noche.
Esperé un rato en la sala, con la esperanza de que viniera a limpiar. Tal
vez podría disculparme de alguna manera, pero ella no regresó, y me di por
vencido después de un tiempo, sin estar seguro cómo podría mejorarlo.
Después de despertarme más o menos normal esta mañana, cogí una
barrita de cereales y una botella de agua de mi habitación y subí por las
escaleras de atrás hasta el gimnasio de la casa. Hacía tiempo que estaba
demasiado borracho para visitarlo, pero hoy quería utilizar toda esa energía
y rabia contra un saco de boxeo en lugar de arremeter contra la chica. Me
sorprendió bastante que por la noche no fuera a hacer las maletas.
Encontré a Dom sentado en un banco, levantando pesas.
Estaba furioso con él por lo que había pasado. Al fin y al cabo, todo era
culpa suya, no tenía derecho a engañarme como lo hizo.
Le fruncí el ceño en silencio, sin saber por dónde empezar. Se levantó y
volvió a colocar las pesas en el soporte.
Puso los ojos en blanco ante mi mirada.
—Voy a volver a levantarlo en un minuto, adelante. — Le señalé con un
dedo acusador.
—¡No tenías derecho a hacer lo que hiciste! — Él asintió.
—Estoy de acuerdo. No me di cuenta que... —Cogió su camiseta del
suelo y se la puso—. No importa, tengo que prepararme.
—No, termina lo que estabas diciendo. Y esta mañana no tienes trabajo.
—No, pero tengo que llevar a Cassie a la ciudad. Se marcha.
Debería sentirme aliviado y, sin embargo, la extraña punzada en medio
del pecho me decía lo contrario.
Fruncí el ceño.
—¿Qué quieres decir con “marcharse”? Soltó una carcajada sin humor.
—¿Creías que esa pobre chica se iba a quedar después del miedo que le
causaste?
La traición porque se la llevara fue muy fuerte, aunque no estuviera
justificada. Quería devolverle el golpe.
—Ah, y tú lo sabes todo sobre instigar miedos en las pobres mujeres,
¿verdad?
Era un golpe bajo y lo sabía. Fue mi reacción instintiva, excepto que yo
era el insensible y el estúpido.
Buscó su botella de agua en el suelo y bebió un trago.
—Érase una vez un mafioso con ética, con moral. Por eso eras tan
respetado y te peleabas a diario con tu padre, y por eso todos te admiraban,
yo incluido. Pero verás, cuanto más intentaba convencerla que se quedara,
cuanto más le hablaba de como eras antes, más me daba cuenta que tal vez
nunca volverías a ser ese hombre.
Ah, él también me estaba abandonando, justo cuando necesitaba que me
dijera que fuera a verla. Cuando necesitaba que me convenciera que podía
conseguir algo de su perdón.
—¿Qué ocurrió para que pensaras que ella era buena para mí? — Hice
una mueca—. ¿No fue por eso que hiciste esa estupidez?
Dom asintió.
—Es verdad. Sigo pensando que es buena para ti, pero olvidé una parte
crucial.
Crucé los brazos sobre el pecho. —¿Cuál?
—Tú no eres bueno para ella.
Resoplé. Sabía que ya no era bueno para nadie. ¿Cómo me llamaba mi
padre? Veneno, sí eso era y, sin embargo, a pesar de todo, estaba decidido a
hacer que se quedara.
Su teléfono vibró en el bolsillo de su pantalón corto. Lo cogió y suspiró
tras leer el mensaje. —Estará lista en unos minutos. Tengo que ducharme.
—Iré a hablar con ella. —No estaba seguro de dónde había salido eso.
Apenas se me daba bien hablar con ella a través del ordenador...
¿Por qué pensé...?
Dom se dio la vuelta para subir las escaleras, pero no se me escapó la
sonrisa de su cara justo cuando me daba la espalda.
—¡Ha sido tu plan todo el tiempo! —exclamé tras él, de algún modo
impresionado.
Siguió subiendo, pero se detuvo justo al llegar arriba.
—Eres el jefe, averígualo tú —replicó antes de desaparecer por el
pasillo.
—Imbécil —refunfuñé, pero subí las escaleras delanteras hasta su
habitación antes de tener la oportunidad de pensarlo demasiado y admitirme
a mí mismo que era mejor para ella, y en extensión para mí, que se
marchara y nunca mirara atrás.
Respiré hondo cuando me planté frente a su puerta, con la aprensión en
la boca del estómago tan nueva como inquietante.
Yo era … bueno, o solía ser, Gianluca Montanari, intrépido y adulado
subjefe. Nunca había sentido aprensión, los hombres como yo nunca la
sentíamos, porque siempre conseguíamos lo que queríamos.
Nunca había temido ni obtenido una negativa y, sin embargo, eso era
exactamente lo que esperaba de la feroz joven que había tras aquella puerta.
Me subí la capucha y llamé. Sabía que con mi capucha negra de gran
tamaño me parecía más a la muerte que otra cosa, y en retrospectiva, era
exactamente lo que era.
—¡Adelante!
Abrí la puerta y entré.
—Lo siento —comencé a mirar su maleta, con una camisa verde
brillante en la mano—. Haré la maleta en un... —Se detuvo al levantar la
vista y verme allí de pie—. ¿Qué haces aquí? —Su tono se volvió frío y
cauteloso.
Tampoco podría culparla por eso, no había sido más que un pagano para
ella.
Sacudió la cabeza cuando no le contesté, metiendo la camisa en la
maleta.
—No te preocupes, ya me voy. Iré a espiar a otra persona.
Ya, me lo merecía.
—Lo siento. —Las palabras me resultaron extrañas en la boca.
Nunca había sido el tipo de hombre que se disculpa por nada.
—¿Qué? —preguntó, sin dejar de recoger la ropa doblada de la pequeña
pila que tenía sobre la cama para meterla en la maleta.
—¿Podrías parar un momento? Por favor. —Esa tampoco había sido una
palabra que usara a menudo. No pedía, ordenaba.
Volvió a dejar lentamente la camisa que sujetaba sobre la cama y me
miró con recelo, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Lo siento —repetí, con mi vista de ella ligeramente ensombrecida por
mi capucha —. Ayer no fue el mejor de mis días, y luego pensé que me
mentías. —Sacudí la cabeza—. No llevo bien las mentiras y luego
cocinaste... —tragué saliva penosamente en torno a la sempiterna bola de
dolor y culpabilidad en mi garganta—. Cocinaste la receta favorita de mi
madre... tal y como ella lo hacía y... — Suspiré.
—No hice nada malo —dijo con voz queda —. No tenías derecho a
gritarme y asustarme como lo hiciste. —Sacudió la cabeza—. Ya no me
siento segura aquí. No puedo evitar preguntarme qué será lo próximo que
haré que provocará tu ira y qué podría pasarme si Dom no está aquí para
detenerte. —Su voz se quebró un poco al pronunciar la última palabra.
Joder, había aterrorizado a esta pobre mujer. También me irritaba
irracionalmente que viera a Dom como su protector y a mí como la bestia.
—Nunca te haría daño. —Y era verdad. Tenía un código moral, nunca
lastimaba a las mujeres.
¿No? ¿Qué hay de tu madre y tu hermana? No solo las lastimaste, las
mataste. La voz de mi padre se levantaba de su puta tumba para
perseguirme.
—¿Cómo podría saber eso?
—Yo te lo aseguro. —Suspiré. Por sus brazos cruzados y la obstinada
sacudida de su barbilla, me di cuenta que estaba perdiendo el debate. Hora
del segundo paso, negociar. Sabía lo que más quería, solo tenía que dárselo.
—Escucha, necesito a alguien y tú eres la menos... objetora hasta ahora.
—Objetora, esa era una forma de decirlo. Más bien tentadora.
—Bien... —se interrumpió.
—Quédate hasta el verano y... —¿Y qué, idiota? No lo habías pensado
bien, ¿verdad? Recorrí su habitación y mis ojos se detuvieron en el
portarretratos de su mesita de noche, en el que aparecían ella y su hermano
pequeño—. Te ayudaré a recuperar a tu hermano.
Su cara se iluminó y supe que había acertado.
—¿Jude? ¿Jude?
—Conozco gente, tengo contactos. —Esa era una forma de decirlo. ¿En
serio? Yo era el dueño de la ciudad—. Si te quedas hasta entonces, me
aseguraré de que tengas trabajo, un lugar donde vivir y un buen juez que
firme los papeles. Te lo prometo. —Podría hacerlo tan fácilmente, al menos
solía hacerlo. Seguro que tres meses no era el fin del mundo para conseguir
todo lo que quería.
—¿Cómo sé que puedo fiarme de tus palabras?
Era una pregunta justa, ella no me conocía. Puede que estuviera
desesperada, pero no era estúpida, y eso me hizo respetarla mucho más de
lo que ya la respetaba.
—Porque nunca hago promesas que no tenga intención de cumplir.
Porque creo que respetar una promesa dada es cuestión de honor y, lo creas
o no, lo mío es el honor.
Me miró en silencio, con los labios fruncidos.
—Quítate la capucha.
Me sorprendió su petición. —¿Qué?
—Quítate la capucha —repitió despacio—. Me gusta mirar a la gente
cuando hablamos, sobre todo cuando se comprometen.
Cerré las manos en puños. Había tanta luz en su habitación y por la
forma en que me miró el día anterior...
—No creo que sea una buena idea.
—¿Por qué no?
Iba a obligarme a decirlo.
—Vi tu reacción ayer. ¿Por qué te obligas a mirar a la bestia? —Me
costó admitir que su respingo del día anterior me hirió. Sabía que parecía
una bestia, pero de algún modo su reacción consiguió herirme, cuando creía
que estaba por encima de todo.
Sacudió la cabeza.
—No fue tu rostro lo que me hizo estremecerme, fue la mirada asesina
de tus ojos.
Me costaba creerla, había oído a Francesca hablar a mis espaldas. Era la
mayor cazafortunas que existía y aun así había dicho que no podía casarse
conmigo por mi aspecto.
—Por favor. —La dulzura de su voz me sorprendió porque no la
merecía.
Dejé de respirar por completo cuando llevé la mano hacia arriba y bajé
la capucha lentamente, dejando al descubierto mi rostro bajo el implacable
sol de la mañana.
La miré a los ojos, preparado para ver cómo se estremecía, cómo fruncía
la boca o incluso cómo apartaba la mirada, como hacían muchos... todos
esos sutiles signos de repugnancia que la gente suele mostrar sin querer.
Sorprendentemente, no hubo ninguno de ellos en su rostro mientras me
miraba, detallando mi cara con un escrutinio que me cohibió.
—No tienes nada que ocultar —dijo con suavidad—. Lo único bestial en
ti es tu actitud.
Dejé escapar el aliento que estaba conteniendo. Por imposible que
pareciera, no parecía turbada ni molesta por mis cicatrices. Era como si
pudiera ver más allá de ellas, ver al Luca que solía ser.
—¿Cómo te llamas? —preguntó ahora, parecía más receptiva, ahora sus
brazos estaban relajados a sus costados y la tensión de sus hombros había
desaparecido visiblemente. ¿Era realmente posible que no le importara?
—Sabes cómo me llamo, Luca —respondí bruscamente. Había
compartido más de lo que esperaba al negociar con ella y mostrarle mi
rostro. Ella era parte del personal y, sin embargo, aquí, en esta habitación,
parecía tener todo el poder.
Ella negó con la cabeza.
—No, me refiero a tu nombre completo.
Sabía que apenas se lo dijera, se apresuraría a buscar en Google y
descubriría mis pecados, y entonces, aunque las cicatrices no le hubieran
repugnado, el resto sí lo haría, pero se lo debía y quizá también fuera lo
mejor, si le desagradaba y se mantenía alejada. No estaba seguro de qué
tenía, pero me inquietaba y no me gustaba.
—Gianluca Montanari —respondí con firmeza en mi voz. Había
terminado por ahora—. Házmelo saber si decides quedarte. —Y la dejé,
cerrando la puerta suavemente tras de mí.

Esperé en mi despacho durante una hora, mirando fijamente el HCS,


preguntándome por qué tardaría tanto en decidirse.
Esperé con cierta inquietud, relajándome cuando no salió ningún
vehículo en los treinta minutos siguientes, pero, cuanto más tiempo pasaba,
más me angustiaba y, en cierto modo, más me irritaba.
¡Le había hecho una oferta increíble! El tipo de oferta que nunca hacía.
Era una tonta por pensárselo demasiado.
Respiré hondo, tratando de mantener a raya la irritación, estaba
comprobado que gritarle no sería la forma correcta de actuar.
¿Estaba en línea ahora? ¿Leyendo sobre todos mis pecados? ¿Por eso
tardaba tanto? Estaba obligada a irse después de todo lo que había leído. Yo
era un monstruo por dentro y por fuera.
Me levanté. Me había cansado de esperar como un cachorro enamorado
delante de una pantalla un mensaje que tal vez nunca llegaría.
Caminé por el pasillo hasta la habitación de Arabella y, como cada vez
que entraba, mi muerto corazón se contraía en mi pecho.
La habitación había permanecido intacta. Todo estaba donde debía estar.
Observé el brillante papel pintado de flores, la colcha de flores y todos los
animales de peluche de su cama.
Me senté a los pies de la cama y miré el unicornio rosa de peluche, que
descansaba sobre su almohada. Había sido un regalo de Navidad y le
gustaba tanto que dormía con él todas las noches.
Agarré el unicornio y lo apoyé contra mi pecho. La echaba tanto de
menos.
Oí crujir el suelo en el pasillo, pero era demasiado sutil y ligero para ser
Dom. Sabía que era ella. Debería haberle impedido entrar y, sin embargo,
no lo hice. Apreté al unicornio contra mi pecho.
—No puedes estar aquí —dije, dándole la espalda.
—Creo que eso ya lo hemos superado —replicó ella con suavidad.
Asentí con la cabeza. Sí, ya habíamos pasado eso, habíamos pasado
tantas barreras que nunca quise que ella cruzara. Estúpida, hermosa y
valiente chica.
Al menos no huyó asqueada o aterrorizada.
—Así que eres de la mafia.
Estuve a punto de reírme. Que lo soltara tan a la ligera, como si no fuera
para tanto.
—Así que eres la hija de los monstruos —repliqué con el mismo tono.
—Lo soy.
—Soy mafioso. O al menos lo era —respondí, no dispuesto a entrar en
detalles.
Ella dio un par de pasos dentro de la habitación, pero me mantuve de
espaldas a ella, no dispuesto a encontrarme con sus ojos todavía... sin saber
lo que reflejaría su rostro.
Aquella mujer era fácil de leer, todo lo que sentía se reflejaba en su
rostro. Era tan diferente a las mujeres con las que solía estar, tan diferente a
Francesca.
—Esta era su habitación … Arabella.
—Lo siento.
No fingió desconocer de qué le hablaba y agradecí su sinceridad.
—¿Es ella?
La miré a ella y la foto que estaba contemplando. Era la última gran foto
real de Arabella, en la boda de Carter. Estaba junto a la novia, Nazalie. Tan
orgullosa de haber sido la niña de las flores aquel día.
Asentí.
Cogió el marco con cuidado y vino a sentarse a mi lado en la cama.
—Era una niña muy bonita —dijo, pasando suavemente el índice por la
cara sonriente de mi hermana.
—Era un ángel. —Volví a dejar el unicornio en la cama, pero no me
volví hacia ella. Mejor que solo viera mi perfil bueno.
—Háblame de ella.
Una vez más, le lancé una mirada sorprendido. La mayoría de la gente
intentaba relacionarse contigo, contándote su propia experiencia dolorosa,
pensando que eso ayudaría, pero ella no lo hacía.
¿Por qué? Porque, voluntariamente o no, estaban desviando la atención
de ti hacia ellos, pero, una vez más, Cassandra no era así.
—Bella estaba llena de luz y risas. Podía sacarle una sonrisa a
cualquiera, ¡y me refiero a cualquiera realmente! —sacudí la cabeza con
una risita baja—. Incluso a Genovese, el hombre más frío y despiadado de
nuestras filas. Cuando Arabella se dirigía a él con su sonrisa, se derretía.
—Así parecía ser. —Sonrió al ver la foto —. Con solo ver su sonrisa en
una foto ya me hace sonreír.
Levanté la mano para apoyarla sobre ella en el marco, pero me lo pensé
mejor y volví a apoyarla en la rodilla. No tenía derecho a hacer eso. No
tenía derecho a tocarla.
—Le encantaban las flores, como puedes ver. —Hice un gesto alrededor
de la habitación antes de señalar la foto—. Aquí se casaron mis amigos
Carter y Nazalie y Bella era su niña de las flores. Eso le alegró el día.
—¿Conseguiste hacer amigos a pesar de tu encantadora personalidad?
Se estaba burlando de mí y, joder, me calentaba el pecho... y otros
lugares.
Levantó la vista y me guiñó un ojo y mi corazón muerto saltó en mi
pecho, su sonrisa era como un desfibrilador metafórico creado solo para mí.
Era peligrosa, aterradora, tentadora, hipnotizadora... todo en uno.
Ella era las puertas de un cielo que no me estaba permitido buscar, no se
me permitía alcanzar. Ella era mi maldito castigo.
Los pecadores como yo no merecían mujeres como ella.
—Te sorprenderías.
—No tanto en realidad —respondió evasiva, y no pude evitar
preguntarme qué clase de basura encontraría en Internet.
—La maté —añadí, con mi voz quebrándose bajo el peso de esa verdad
inmutable. Veía sus cuerpos sin vida pasar ante mis ojos cada vez que
intentaba conciliar el sueño. Era una de las razones por las que bebía tanto,
porque era mejor estar demasiado borracho como para pensar.
Ella apoyó el portarretratos sobre la cama, y posó su mano sobre la mía.
Era más valiente que yo.
—Fue un accidente.
Miré su mano sobre la mía. Era tan fina, tan pequeña y delicada y
contrastaba con el corazón de leona que poseía.
—Les quité la vida, soy responsable —añadí con obstinación. Al
parecer estaba borracho. No recordaba gran cosa de aquella noche.
Recordaba la pelea con mi padre, el champán, y luego nada hasta que abrí
los ojos en un estado de dolor tan intenso que nunca pensé que pudiera
sentirme peor, pero me equivoqué. El dolor que sentí cuando vi sus cuerpos
destrozados y sin vida me mató.
Me estremecí involuntariamente y ella me apretó la mano en señal de
consuelo.
Estuvimos sentados así unos minutos, uno al lado del otro, con su mano
sobre la mía. Me sentía incómodo en aquella postura, pero no me atrevía a
moverme, demasiado asustado porque retirara su mano y su reconfortante
toque.
—¿Por qué no me ayudas a construir el jardín? —preguntó, retirando la
mano.
—¿Perdona? —me volví hacia ella, sorprendido por el giro que habían
tomado sus pensamientos.
—Sé que ya me estás ayudando a arreglar la glorieta.
—¿Cómo lo sabes? —No la insultaría con una mentira. Dejó escapar
una pequeña carcajada.
—Porque sé lo mal que se me da, aunque me estoy esforzando, y
entonces por la mañana bajo y veo que está bien.
—¿Tal vez sea el hada de los cenadores?
Tomarle el pelo era tan fácil, aunque sonara a cliché. Me sentía mucho
más ligero con ella.
—¿Así quieres que te llame? —se burló ella. Ella se encogió de
hombros—. Puedo, si quieres.
Negué con la cabeza, ensanchando mi sonrisa.
—Ayúdame a construir un bonito jardín lleno de flores, una oda a
Arabella. ¿Qué me dices?
Me levanté y me acerqué a la ventana para contemplar el despoblado
jardín.
—No lo sé.
—¿Por qué? ¿Tienes cosas mejores que hacer?
Me encogí de hombros. Pasar demasiado tiempo con ella no sería bueno,
ni para ella ni para mí. Había conseguido hacerme sentir tantas cosas en tan
poco tiempo.
No podía profundizar más con esta chica. Estaba prohibido por muchas
razones, una de ellas por ser perfecta, pura, amable. Ella venía de un
infierno, no merecía volver a entrar.
—¿Así que te quedas? —pregunté, todavía de espaldas al jardín. Me
resultaba más fácil parecer profesional cuando le daba la espalda.
Sus hermosos ojos, sus pecas y su dulce rostro tendían a hacerme
olvidar lo mucho que merecía mi penitencia.
—Lo haré —respondió con cuidado, probablemente notando el cambio
en mi tono —. Sin embargo, con una condición más.
Suspiré. —Esto no es una negociación.
—Por supuesto que lo es.
—¿Qué quieres? —respondí un poco más bruscamente de lo que
pretendía.
—Quiero que me ayudes al menos dos veces en el jardín, y si no es lo
tuyo, no te lo volveré a pedir.
—¿Eso es todo? —Podría ofrecer algo más, tal vez una cena en los
confines de la biblioteca.
—Y un televisor. Echo de menos Netflix.
Tuve que reírme de aquello, era tan inesperado.
—Hecho —respondí, antes de darme cuenta que había aceptado todo,
incluido el trabajo del jardín.
—Muy bien. Hasta luego, Sr. Montanari.
—Llámame Luca —dije, un tanto mortificado por haberlo hecho.
¿Qué diablos...?
Me di la vuelta, mirándola con los ojos muy abiertos. Tenía que ser una
hechicera, no había otra forma.
La contemplé entrecerrando los ojos. Apenas conocía a esta chica.
Llevaba aquí tres semanas. ¿Es que me sentía tan solo que...?
Sonrió tan alegremente que no me atreví a decirle que había cambiado
de opinión.
—Muy bien, Luca. Hasta pronto. —Se arremolinó y se fue antes de
tener la oportunidad de decir alguna estupidez y arruinar el progreso que
acabábamos de hacer. Chica lista.
Sacudí la cabeza. Cassandra West era una fuerza a tener en cuenta y una
parte de mí solo quería rendirse a su pureza, antes de arriesgarme a
mancharla con mi oscuridad.
CAPÍTULO 10

Cassie

M
e quedé de pie junto al lecho de flores, mirando todos los bulbos
que tenía que plantar. Puede que me hubiera pasado con el
pedido, pero esperaba contar con la ayuda de Luca y, aunque
había cumplido con su promesa del televisor, ya que cuando ayer regresé de
la visita a mi hermano me encontré con una pantalla plana gigante colgada
en la pared frente a mi cama y un post-it con el nombre de usuario de
Netflix, él aún tenía que cumplir su promesa de ayudarme con el jardín.
Miré el reloj una vez más y suspiré. Luca llegaba veinte minutos tarde.
Siempre podía pedirle ayuda a Dom, pero no me parecía bien.
Me arrodillé, alcanzando el primer ramo de tulipanes rojos, cuando lo vi
salir de la casa por la puerta trasera, vestido de negro.
Me apoyé en las rodillas, esperando a que me alcanzara. No podía negar
que, a pesar de todo, aquel hombre era una fuerza de la naturaleza, con más
de metro ochenta, ancho y rebosante de poder. Llevaba vaqueros negros,
botas de combate y una sudadera negra con la capucha bajada.
Mis ojos se posaron en su rostro y en su ceño fruncido. Inclinaba
ligeramente la cabeza hacia un lado, y sospeché que era una forma
inconsciente de ocultar el lado cicatrizado de su rostro.
Algo que esperaba que dejaría de hacer una vez que me conociera y
supiera lo irrelevantes que eran para mí sus cicatrices.
Se detuvo frente al parterre, mirándome, claramente molesto por acudir,
pero lo había hecho.
Bajé la mirada, apretando los labios para ocultar mi sonrisa ante un
hombre adulto haciendo pucheros.
—Tenemos que empezar primero con los tulipanes rojos y amarillos. —
Señalé con mi pala el gran contenedor que tenía a mi lado—. Yo me
encargo de este lado, tú puedes empezar aquí con el amarillo. —Señalé a mi
izquierda. Me incliné hacia atrás y cogí una caja metálica azul—. He
preparado una cajita con lo que necesitarás.
Cogió la caja y se acomodó en el lado que le indiqué. Aún no había
dicho ni una palabra y estaba claramente hosco y molesto por estar aquí.
Estaba convencida de que esperaba que su conducta me afectara hasta
que le dijera que podía irse. Ah, le esperaba una sorpresa. Haber sido criada
por mis horribles padres tenía una ventaja: las malas actitudes de los demás
rara vez me afectaban.
—Puedes mirar como lo hago yo si lo necesitas, y luego hacer lo mismo
y...
—Sé plantar flores. Ya lo he hecho antes —respondió bruscamente,
frunciendo aún más el ceño ante la caja que acababa de darle.
Me encogí de hombros.
—De acuerdo —respondí, lo más amistosamente que pude. Estaba con
la segunda planta cuando volvió a hablar.
—¿Cómo sabías que vendría?
Levanté la vista hacia él. Estaba mirando los guantes de jardinería de
hombre que había puesto en su caja.
—Porque dijiste que lo harías— respondí, retirándome un mechón de
pelo de la frente con la muñeca doblada.
—Lo sé, pero después de lo que pasó... —Se encogió de hombros
—. Estaba un poco más dudoso.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, pero volví al trabajo. Me resultaba
más fácil hablar con él si estaba ocupada.
—Bueno, tras desmoronarse el asunto con tus padres, todo el mundo te
dio la espalda, hasta el punto que acabaste durmiendo en el sofá del piso de
una habitación de tu antigua criada.
Me sorprendió y me incomodó un poco la cantidad de información que
este hombre tenía sobre mí, pero, al mismo tiempo, no debería haberme
sorprendido. Después de todo, era mafioso.
—No tenía muchos amigos —admití, y con no muchos me refería a
ninguno—. Con la vida que llevaban mis padres, era madre de Jude la
mayor parte del tiempo, así que con Jude, la escuela y todo eso, mi vida
social pasó a un segundo plano.
—Aun así, nadie te ofreció ayuda.
—La Sra. Broussard lo hizo, me ofreció un hogar. —Puse un tulipán en
el suelo—. Y mi prima en Calgary me ofreció su casa.
—¿Tienes familia?
Sabía lo que no decía. Su expediente no mostraba ninguna.
—Sí. Bueno, India es mi prima segunda. Es encantadora y me pidió que
me mudara con ella. Hubiera sido más fácil ir a un lugar donde nadie me
conociera o me odiara por asociación, pero...
—¿Pero?
Lo miré, pero él también estaba concentrado en su tarea. Agradecí no
estar bajo su escrutadora y oscura mirada, con la cual parecía ver hasta lo
más profundo de mi alma.
—Era imposible dejar atrás a Jude. Los servicios sociales me dijeron
que India tardaría una eternidad en conseguir la custodia y aun así es muy
joven, soltera y está en un país extranjero, así que dije que no. No me
importan el odio y las dificultades, mientras esté aquí para Jude.
—Tiene suerte de tenerte.
¿Había nostalgia en su voz? Recordaba la forma en que se sentó en la
habitación de su hermana, sosteniendo el unicornio contra su
pecho como si fuera un salvavidas. Había perdido una parte de él
cuando ella murió, y no podía ni imaginar su dolor. La idea de perder a Jude
me ponía físicamente enferma.
Sentía su pérdida hasta el alma.
—Tengo suerte de tenerlo. Es único, en más de un sentido.
Luca asintió y cogió un tulipán, contorsionando extrañamente el cuerpo
para agarrarlo, como si sufriera.
Estaba a punto de preguntárselo cuando continuó.
—¿Así que le gusta leer?
—¿A Jude? Sí, le encanta. Es más que eso, para serte sincera. Está
obsesionado con las palabras, siempre lo ha estado.
—¿Por qué?
Me encogí de hombros.
—No estoy segura, pero empezó siendo muy pequeño. Lo creas o no,
sabía leer antes de los cuatro años. —Solté una risita—. Como sabes, mis
padres no eran muy dados a la paternidad y yo no estaba lo bastante
disponible para leer cuentos, así que, ya imaginas, lo hizo él solo. Su
psicólogo lo llama hiperlexia. A veces les pasa a los niños con trastornos de
espectro.
Luca asintió y me alegré que no preguntara más sobre el hecho de que
Jude estuviera afectado por un trastorno autista.
—Nuestros padres lo consideraban imperfecto, yo lo considero un
regalo.
Luca me miró, con sus cejas arqueadas y sorprendido.
—Eres sabia más allá de tu edad —dijo pensativo.
Solté una carcajada sorprendida. —No soy tan joven.
—Pero demasiado joven —replicó, cogiendo torpemente otro bulbo de
tulipán.
No respondí a su comentario porque estaba segura que hablaba consigo
mismo más que conmigo.
—¿A qué dedicas tus días? Nunca te veo por aquí.
Me miró en silencio antes de volver a concentrarse en su tarea.
—Vamos, estás haciendo todas esas preguntas. Es justo que yo también
te haga algunas.
Sacudió la cabeza, sin levantar la vista.
—Sabes que, si no quieres responder a mis preguntas, puedes no
hacerlo. Nadie te obliga.
No pude evitar sentirme un poco desinflada ante su desplante. No lo
había dicho como una puñalada, sino simplemente como una broma.
Suspiré, volviendo a mis bulbos de tulipán.
—Beber y revolcarme en la autocompasión —dijo al cabo de un rato.
—¿Perdona? —No estaba segura de lo que había dicho. Suspiró.
—Me preguntaste qué hacía todo el día. Beber y revolcarme en la
autocompasión.
—Oh, —. Eso sospechaba. Solo que no esperaba que lo admitiera.
—¿Te sorprende? —preguntó levantando la vista.
—Me sorprende que me hayas dicho la verdad.
—No te mentiré, Cassandra —dijo con tal seguridad que me hizo
estremecer, su voz grave resonó en lo más profundo de mis huesos—.
Prefiero no contestar a mentir.
Le sonreí alegremente.
—Me gusta eso. A mí me pasa lo mismo. Las mentiras son demasiado
difíciles de mantener, demasiado para recordar. Diciendo la verdad, nunca
temo ser incoherente. No hay nada más inamovible que la verdad.
Me miró de un modo que me incomodó, como si no estuviera seguro de
que yo fuera real.
—Sí, no podría haberlo dicho mejor.
Se retorció de nuevo para alcanzar una bombilla.
—¿Te duele algo? —Estuve a punto de graduarme en la escuela de
enfermería, tal vez podría ayudarlo.
—¿Qué?
Señalé la caja con los bulbos. —¿Estás cogiendo de forma rara los
bulbos, ¿te duele algo?
—Ah, no. Es... —Se rascó la mandíbula barbuda con la mano
enguantada, dejándose un poco de tierra sobre la barba—. Te estoy dando
mi buen perfil. No debería someterte a la abyecta visión de mi destrozado
rostro.
—Oh.
Asintió.
—Si quieres podemos cambiar de sitio, puede que sea más fácil para
ambos.
No, no quería cambiar de sitio. Quería que me mostrara su cara
libremente, incluido su lado izquierdo. No me molestaban las cicatrices,
incluso me parecían atractivas. Había visto en Google el aspecto que tenía
antes del accidente, elegante y poderoso, con un asombroso parecido con
aquel vampiro moreno de Buffy Cazavampiros, pero las cicatrices no le
restaban nada de atractivo, por mucho que creyera o le hicieran creer lo
contrario.
—No, no lo creo. Me gusta estar aquí y de hecho estoy disfrutando de la
vista. —Me sonrojé ante mis palabras. Yo no era una mujer atrevida, nunca
piropeaba a los hombres ni coqueteaba. Demonios, ni siquiera sabía cómo
hacerlo.
Sus cejas se fruncieron confusas. Probablemente intentaba averiguar si
estaba loca o si era una mentirosa. No era ninguna de las dos cosas, sus
cicatrices eran llamativas, pero no le quitaban su belleza robusta y
masculina, al menos no para mí.
Me acerqué a él más lentamente y me quité los guantes de jardinería.
Levanté la mano y le retiré la tierra de la barbuda mejilla.
Se tensó como si mi contacto lo convirtiera en piedra.
Alcé la otra mano y rocé suavemente con las yemas de los dedos su
mejilla llena de cicatrices, apenas con un toque, y a pesar de su estado de
congelación, vi que sus pupilas se dilataban. Le gustó que lo tocara.
Su pequeña reacción me hizo envalentonarme de algún modo y recorrí
las cicatrices con el índice. Tracé la que descendía en línea casi recta desde
el lado hasta su frente, bajando por la comisura de sus ojos, la comisura de
su boca hasta su barbilla. Torcía la comisura de sus labios en un pequeño
mohín.
—Las cicatrices no son feas —susurré en voz baja, preocupada por si
rompía el hechizo y se alejaba, refugiándose en su caparazón de odio a sí
mismo —. Eres atractivo. Me gustan tus dos aspectos. —Mantuve mis ojos
fijos en los suyos, demostrándole que mis palabras no eran más que la
verdad. No lo decía por lástima, sino por la atracción que sentía por él, a
pesar de saber lo equivocado e inútil que era sentir algo por un hombre
como él.
—No tienes que decir eso —susurró, pero permaneció inmóvil,
dejándome trazar todas las cicatrices.
—Sé que no. Pero lo digo en serio, cada palabra. Por favor, no me
ocultes tu rostro.
No me di cuenta que se había movido hasta que me rozó suavemente
con los dedos la comisura del labio inferior. Se había quitado los guantes
mientras yo estaba absorta con su rostro, y parecía tan hipnotizado como
yo.
Su rostro se suavizó y, por una vez, vi lo vulnerable que era aquel
hombre.
—Me lo pones muy difícil —susurró tan bajo que no estaba segura de si
lo había dicho para que yo lo oyera.
—¿Qué? —respondí sin aliento, mientras me rozaba lentamente el labio
inferior con sus dedos.
—Mantenerme alejado de ti.
—¿Y si no quiero que lo hagas?
—Entonces eres tan tonta como yo.
Abrí la boca para responder, cuando Dom y otro guardia doblaron la
esquina.
Nos sobresaltamos como si nos hubiera alcanzado un rayo, el momento
se había esfumado definitivamente.
Luca se levantó mucho más rápido y con más gracia de lo que un
hombre de su tamaño debería ser capaz.
—Creo que la jardinería no es para mí —comenzó, quitándose la tierra
de los vaqueros, evitando mis ojos—. Te buscaré ayuda para el jardín. —
Miró a Dom y al otro hombre que nos observaba con curioso interés—.
¿Puedo ayudaros en algo? —les ladró.
Dom sacudió la cabeza, pero sus ojos ya no estaban puestos en Luca.
Estaban puestos en mí. Se mostraban interrogantes, especulativos... Bajé la
mirada con incomodidad.
—Entonces sigue, no te pago por mirar.
Seguí mirando hacia abajo, como si el bulbo que tenía en la mano fuera
lo más fascinante del mundo.
Vi los pies de Luca volviéndose hacia mí y levanté la vista,
encontrándome con sus ojos. Su rostro volvía a ser duro, sus ojos casi
acusadores, como si estuviera enfadado conmigo por mirar a través de las
grietas de sus muros. Podía construirme y destruirme con una sola mirada,
una sola palabra... Su poder sobre mí era a la vez excitante y aterrador.
—Esto no volverá a pasar.
—¿Qué cosa? La jardinería o... —¿O qué? ¿Lo que acabábamos de
compartir? Era una intimidad que aún no había experimentado. Había sido
diferente, significativo, aunque no pudiera ponerle nombre.
—Ambas cosas, todo —respondió secamente, antes de alisarse las
mangas y retirarse de nuevo a la casa.

Aunque en realidad no esperaba que me hablara durante el resto del día, me


sentí decepcionada por su silencio.
En este caso, sabía que su silencio decía mucho. Tenía miedo, de qué, no
estaba segura.
Trabajar sola en el jardín hoy había sido difícil. Estaba dolorida y
cansada, además de decepcionada por la reacción de Luca, así que después
de cenar me retiré a ver la tele.
Me di una ducha caliente para intentar aliviar mis músculos, y me
acomodé encima de la cama con un bol gigante de palomitas.
Estaba a punto de empezar el espectáculo cuando oí un suave golpe en
mi puerta.
El corazón me dio un vuelco al pensar que Luca vendría a mi
habitación.
—Adelante —llamé, sentándome más recta en la cama.
No pude evitar el pequeño pellizco de decepción que sentí al ver a Dom
entrar en la habitación. Solo esperaba que no se me notara en la cara.
—Ah, perdona que no sea a quien quieres ver.
Bueno, tal vez se notaba. Eso no era bueno, me gustaba Dom. Era una
persona tan dulce y gentil.
—No, solo me sorprende ver a alguien. —Me señalé el pijama de
franela cubierto de pasteles—. La verdad es que no voy vestida para recibir
visitas.
Pareció ruborizarse un poco, pero no podía estar segura bajo la tenue
luz.
—Sí, lo siento, pero todavía es pronto. Pensé... —Se aclaró la garganta e
hizo un gesto con el pulgar hacia la puerta—. Me voy. Podemos hablar por
la mañana.
—No. —Me incorporé en la cama, casi tirando las palomitas al suelo.
Siempre estaba tan sola aquí, que ansiaba un poco de compañía. Me senté
con las piernas cruzadas en medio de la cama y señalé la silla color
melocotón que había junto a ella—. Siéntate por favor, me gusta tu
compañía.
Entró y sonrió aliviado.
—A mí también.
—Entonces, ¿en qué puedo ayudarte? —pregunté después que se
sentara. Se veía tan... extraño en esta habitación.
Aquí, todo era ligero y delicado y él era un hombre grande, todo moreno
de traje negro, la diferencia entre él y la decoración era sorprendente.
Se reclinó en la silla y sonrió. La sonrisa de Dom era tan despreocupada,
tan encantadora. ¿Cómo era posible que Luca y él fueran tan diferentes?
—En realidad, es más bien en lo que te puedo ayudar yo.
—¿Sí?
—Luca me pidió que te ayudara con el jardín.
—Oh. —No pude evitar la poderosa decepción que me invadió con sus
palabras. De algún modo, una parte de mí esperaba que Luca recapacitara y
viniera al día siguiente a los jardines—. No tienes por qué. Puedo
arreglármelas. Tienes suficiente trabajo, estoy segura.
Me dedicó una media sonrisa y una mirada de reojo que parecía decir,
“Veo a través de tu mierda".
—No me importa. Aquí me muero de aburrimiento la mayor parte del
tiempo. Como ves nunca tenemos visitas y la seguridad es como Fort Knox,
así que ya ves... —Se encogió de hombros—. Hacer un poco de jardinería
será una distracción bienvenida.
—¿Tú también eres de la mafia? —solté de sopetón. Me paralicé con los
ojos muy abiertos, ¿qué demonios me pasaba?
Dejó escapar una carcajada sorprendido.
—¿De verdad me acabas de preguntar eso?
—¿Qué? —sacudí la cabeza—. No... sí... ¿Quizá? —Gemí. Soltó una
risa, sacudiendo la cabeza.
—Sí, lo soy. Bueno... —Ladeó la cabeza—. Supongo que se puede decir
que estoy de permiso. Soy la seguridad de Luca.
Asentí en silencio. Si Luca estaba fuera de permiso, él también lo
estaba. Tenía sentido.
—¿Qué estás viendo? —preguntó, moviendo la cabeza hacia la pantalla,
que estaba en pausa en un partido de baloncesto.
Agradecí el cambio de tema. Me preocupaba haber hecho las
cosas aún más incómodas.
—0ne Tree Hill. —Me acomodé en la cama, con la espalda apoyada en
el cabecero.
—¿Es buena?
—Solo voy por el tercer episodio hasta ahora... Se avecina mucho drama
adolescente.
Asintió con la cabeza. —Ah, el drama adolescente... es de lo mejor.
Me reí y le tendí el bol de palomitas, en una invitación silenciosa a que
se quedara a verla.
Después de un episodio, lo vi retorcerse en la silla, era pequeña y
estrecha. Era cómoda para mí, que medía uno sesenta, pero no para él, que
medía metro ochenta y cuatro.
Me deslicé hacia un lado y palmeé el espacio a mi lado.
—Estarás más cómodo aquí.
Levantó las cejas sorprendido, cuando me di cuenta de lo que había
dicho. Dios, sonaba como un sórdido acercamiento.
—No. Lo digo de forma amigable. Solo... —Sentí que me ardían las
mejillas por el aplastante peso de mi incomodidad—. No soy buena en esto.
Yo … —Sacudí la cabeza. Cierra el pico, Cassie. Eres una estúpida que
invitó a un mafioso adulto a estar en tu cama contigo, ¿qué esperabas?
Respiré hondo. —No estarás intentando salir conmigo, ¿verdad?
—¡Dios, no! —soltó con un retroceso, como si el pensamiento en sí
fuera repulsivo.
Bueno, no importaba que yo sintiera lo mismo, su rechazo extremo
escocía.
—Vale, entonces no hay problema, ¿no?
Me miró en silencio durante unos segundos, como si intentara descifrar
algo antes de asentir.
Se quitó la chaqueta, se descalzó los zapatos negros de vestir y se sentó
conmigo encima de la cama, antes de coger el bol de palomitas y apoyarlo
en su regazo.
—Sabes, por si te sirve de algo, aunque quisiera salir contigo o
acostarme contigo... Dios no lo permita.
Vale, pinchazo número dos. —¿Sí? Sacudió la cabeza.
—Mis sentimientos o intenciones no deberían importar. Esta invitación,
aquí mismo, no me da ningún derecho sobre ti. ¿Lo entiendes?
Lo miré a la cara, sorprendida por la intensidad de sus palabras. Me
estaba mirando, con el cuerpo tenso, con las cejas ligeramente fruncidas por
la determinación, los ojos oscuros brillando con un fuego justiciero que no
esperaba en esta situación.
—¿Bien?
—No importa lo que puedas decir o hacer (conscientemente o no), eso
nunca le da a un hombre ningún derecho sobre ti o tu cuerpo. Tienes que
recordarlo, siempre.
La intensidad de sus palabras me hizo estremecer. ¿Habría sido testigo
de algo? No, no quería pensar en eso.
—Lo sé.
Dejó escapar un suspiro.
—Genial. Ahora ya está arreglado. Veamos a qué drama adolescente nos
enfrentamos.
Asentí, todavía un poco inquieta por su discurso serio y por la fuerza de
su rechazo.
—¿Eres gay? —le pregunté a mitad del episodio. Jadeé ante mi propio
comentario mientras él se atragantaba con las palomitas. Acababa de
pensarlo e hice una mueca. Necesitaba controlar mi boca. No era cualquiera
y, francamente, eso no estaba bien.
—¿Perdona? —preguntó, con la voz ronca tras el ataque de tos que
acababa de sufrir.
—No importa. —Hice un gesto despectivo con la mano—.
Vamos a ver el episodio.
—No soy gay —respondió un rato después.
—No importaría que lo fueras —respondí con sinceridad, aún
demasiado avergonzada por mi pregunta como para mirarlo.
Puso el programa en pausa y me preparé para lo que vendría.
—Lo sé. Pero me pregunto qué te ha hecho decir que lo sabías... desde
el punto de vista científico.
Aunque podía oír la sonrisa en su voz, seguía sintiéndome incómoda.
Parecía que había perdido el pequeño filtro que tenía desde que me mudé
aquí.
—Es que... —Señor, llévame ahora—. Bueno, sé que no soy la mujer
más hermosa del mundo ni nada por el estilo, pero soy la única mujer que
hay, y a ti parecía repugnarte la idea. Pensé... —Me encogí de hombros—.
No sé qué pensé.
Lo miré de reojo mientras volvía a poner en marcha el aparato.
Se metió en la boca unos cuantos granos dulces y salados, con los ojos
fijos en el televisor, aunque yo sabía que lo había perturbado.
Dejó escapar un suspiro.
—Todos tenemos cicatrices, hermosa chica —dijo, volviéndose hacia mí
con una sonrisa triste, casi melancólica—. Algunas están en el exterior, en
tu piel como una armadura, una prueba de tu lucha. Pero otras, las más
crueles y destructivas de todas, son internas y crecen, supuran y... —Se
detuvo de repente y dejó escapar un tembloroso suspiro—. Eres increíble,
eres perfecta, y siento un fuerte vínculo contigo que me resulta desconocido
e inquietante. Siento como si fueras familia y, una vez más, todo esto es
nuevo para mí. Agradece que no sea romántico, agradece que lo único que
quiero de ti, es tu amistad y tu confianza.
—¿Agradecida? —pregunté, con las mejillas encendidas por la
amabilidad de sus palabras. No era ninguna locura, yo sentía lo mismo
desde el primer día y ahora me alegraba de tener un amigo. Había estado
demasiado tiempo sola.
Asintió con la cabeza. —Sí, de lo contrario Luca me habría matado.
—¿Por qué? —Mi corazón se aceleró. ¿Era posible que sintiera
algopormí?—Oh,espera.¿Esporquenoapruebala confraternización entre
el personal?
Dom soltó una carcajada.
—Sí, seguro, digamos que es eso.
Abrí la boca para preguntar algo más, pero negué con la cabeza.
¿Qué sentido tenía?
Acabábamos de empezar a acomodarnos para volver a ver el programa
cuando habló.
—Solo... —empezó.
—¿Solo qué? Respiró hondo.
—Te vi en el jardín con Luca.
No estaba segura que me gustara cómo empezaba el tema. —Bien...
—Simplemente... —sacudió la cabeza—. Luca es una persona increíble,
o solía serlo. Creo que aún lo es, bajo todo el dolor y la culpa y cualquier
otra cosa que sienta. —Me dio una palmadita en la pierna. Lo vi replegarse
en su caparazón—. Sé paciente con él, sé indulgente. Él lo vale.
Lo miré con cierto asombro. Era un verdadero amigo, él también lo veía.
No estaba loca... la conexión que tenía con Luca. Puede que fuera joven e
inexperta, pero sabía que era algo especial. La forma en que me perdía en
sus oscuros orbes, la forma en que un simple roce le hacía estremecerse, eso
tenía que ser especial.
—Lo prometo.
Asintió y eso fue todo.
Vimos un par de episodios más, o al menos eso me pareció, porque me
quedé dormida, con la cabeza apoyada en el hombro de Dom, sin sentirme
sola por primera vez desde que el FBI puso mi vida patas arriba.
CAPÍTULO 11

Luca

H
abían pasado tres días desde el incidente en el jardín, cuando ella
me había descolocado. Cuando me tocó, no quise retroceder, sino
todo lo contrario. Quería inclinarme hacia ella, buscar su consuelo,
ese que no merecía.
Sus caricias calmaron mi dolor, mi angustia. Quería más, y nunca había
querido más; nunca había sentido la necesidad de nadie, y menos de una
mujer, y, sin embargo, sus dedos sobre mi piel... Me sentí redimido y la
ansiaba.
Me había sacudido hasta la médula, y lo único que pude hacer fue huir y
esconderme, esperando que esa debilidad desapareciera, pero no era así.
Luché contra eso, luché contra ella, hasta que ya no pude más, hasta que
me planté en esta cocina, viéndola amasar algo de pasta con un delantal
amarillo que había sido de mi madre.
—Huele a naranja y canela.
Se paralizó al escuchar mi voz, y aquello me ralló de mala manera.
Últimamente se estaba haciendo muy amiga de Dom. Eran como dos
guisantes en una vaina y eso me molestaba mucho más de lo que me
importaba admitir.
Dejó de amasar y se dio la vuelta lentamente, se limpió las manos en el
delantal y me miró con recelo. Tampoco podía culparla por ello: había sido
el hombre de peor humor siempre que había estado con ella.
Había contemplado la posibilidad de volver a bajar con una sudadera
extra grande, para ocultar mi rostro de ella y del mundo, pero quería ponerla
a prueba, ver su reacción antes de ponerse en guardia, y también quería
demostrarle a mi manera que empezaba a confiarle quién era yo.
Casi sonreí cuando vi en su rostro una apreciación ante mi camiseta
negra ajustada y mis vaqueros. No solía ser vanidoso, al menos ya no. Pero
había trabajado mucho en mi físico durante mi autoexilio. Le agradó la
vista, extrañamente era como si ella, a diferencia de los demás, pudiera ver
más allá de las cicatrices y el dolor, para ver al hombre que yo solía ser.
—Sí, estoy haciendo cassatelle siciliana con ricotta. Dom dijo que es su
favorito.
Sentí un pellizco de celos al oír hablar de Dom. ¿Estaba interesada en
él? Se iba a decepcionar. ¿Dom y ella? Era imposible.
—Horneando su favorito. Eso está bien. —Me alegré de lo neutra que
sonaba mi voz a pesar de la agitación de emociones al verla así, en la
cocina, con el delantal de mi madre. Espero que se haya atragantado con
uno.
Asentí, preguntándome si ella podría ver los celos que sentía en mi
rostro.
—¿Necesitas algo?
Suspiré. Estaba siendo profesional y quería que se mostrara conmigo
como lo hacía con Dom.
—No, la verdad es que no. —Me senté en el taburete frente a la barra
del desayuno, frente a ella—. ¿Te molesto?
—¡No! Claro que no. Es tu casa. Puedes hacer lo que te parezca.
Vale, no era la respuesta que esperaba. Hubiera preferido que dijera que
quería mi compañía, pero era un comienzo.
Se dio la vuelta de nuevo, trabajando en su cassatelle.
—¿De dónde has sacado la receta? Huele muy bien.
—Yo... Ummm. —parecía reacia a contestar.
Dejé que mis ojos se desviaran de la encimera para encontrar el
cuaderno de mi madre a un lado.
—Está bien. Puedes usar las recetas de mi madre. A Dom siempre le
encantó su cocina. —Respiré hondo—. Puedes usarla también para mis
comidas.
Me lanzó una mirada entrecerrada y llena de dudas por encima del
hombro, haciéndome reír.
—Juro que no volveré a estallar... al menos no por la comida. — Soltó
una risita baja y se dio la vuelta con su bandeja de masa, poniéndola en la
encimera frente a mí.
—¿Cuál es tu postre favorito? —me preguntó, y en ese momento supe
que me había perdonado... otra vez. ¿Cuántas veces lo haría?
—Brownies red velvet con nueces.
Levantó la vista de su tarea de rellenar la masa.
—¿Qué?
Se encogió de hombros.
—Nada. Es que me parece muy dulce.
—Soy un hombre dulce —bromeé.
Resopló, pero sus labios se curvaron y sentí que había ganado.
Era una locura el poder que esa mujercita tenía sobre mí, sin intentarlo
siquiera. Por muy oscuros que fueran mis pensamientos, por muy huraño
que estuviera, estar a su lado me hacía sentir mejor. Bromeaba, sonreía...
respiraba. Ella me aterraba.
Me quedé un rato más con ella, situándome en una especie de paz al
verla cocinar y escucharla divagar. Me había dado cuenta de que tendía a
divagar cuando estaba nerviosa y yo la estaba poniendo así. Solo esperaba
que fuera en el buen sentido, el mejor sentido. Como ella me ponía nervioso
a mí.
—Sabes, creo que podemos detener todas las normas en torno a las
comidas. Ya sabes quién soy. —Intenté parecer tranquilo mientras el
corazón se aceleraba en mi pecho.
Asintió y levantó la vista, encontrándose con mis ojos con una sonrisa
brillante, que me hizo sentir como un superhéroe.
—Me encantaría... Pero esta noche no. Tengo planes.
Me desinflé un poco y me molestó. Quería saber cuáles eran sus planes,
pero no tenía derecho a preguntarle... Aunque no podía ser tan emocionante,
¿verdad? Estaba atrapada aquí conmigo en medio de la nada. A los guardias
se les había ordenado que se mantuvieran alejados de ella, a no ser que
hubiera un peligro inmediato.
—Claro. —Asentí.
—¿Mañana? —Volvió a sonreír. Joder, cómo me gustaba esa sonrisa—.
Traeré pizza del pueblo. ¿Qué te parece?
Ah, sí, había olvidado que era su visita semanal con su hermano.
—¿Sin piña?
Se rio.
—Sin piña —confirmó.
Mi euforia se apagó de inmediato cuando añadió.
—Le preguntaré a Dom qué tipo de pizza quiere que traiga.
—Sí, claro. —Dom se unirá a nosotros sobre mi cadáver, chica fogosa.
En la cena somos tú y yo. Me puse en pie—. Me tengo que ir. ¿Nos vemos
luego?
Ella asintió.
—¡Sí, claro! Te dejaré unas cassatelles en esta caja —dijo, señalando la
caja de metal cubierta de rosas que había sobre el mostrador—. ¿Me dirás
qué te parecen?
—Absolutamente, pero si tengo que basarme en el olor hasta ahora...
Seguro que serán divinos.
Me alegré que no me preguntara qué iba a hacer porque, a decir
verdad... no tenía idea. Dom estaba trabajando con los nuevos guardias y ya
no me apetecía tanto beber, sobre todo gracias al rayo de sol que cuidaba de
mi casa.
Decidí utilizar mi tiempo para ser productivo en lugar de
autodestructivo por una vez, e investigué la situación de Cassie y la de
su hermano. Quizá podría ayudar... Quizá podría convertirme en el héroe
que quería ser para ella.
Me sobresalté cuando oí el timbre de la cena. ¿Cuánto tiempo había
estado concentrado en lo que hacía?
Miré mi bloc de notas y todos los nombres que había anotado y a los que
tenía que llamar para ayudar en la situación de Cassie.
Me decepcioné un poco cuando encontré la biblioteca vacía, excepto por
la increíble comida que me esperaba en la mesa.
No pude evitar sonreír cuando me senté a la mesa y me fijé en la cajita
de metal rosa con un Post-it encima.
Creo que están deliciosos. Ya me dirás qué te parecen. 😉
Estaba convencido de que estarían deliciosos porque era una buena
cocinera y porque los había hecho ella. Eso ya los hacía mucho mejor.
Comí rápidamente. Ahora tenía una razón para buscarla a pesar de sus
planes para esta noche. Sospechaba que estos planes eran con Dom, lo cual
no me gustaba mucho, o algunas llamadas de Skype con su amiga, lo cual
no me molestaba .
Llevé mi plato y mi caja a la cocina, pero ella no estaba allí. Me detuve
en medio de la vacía cocina y me di cuenta de que la calidez que había
sentido allí esta tarde era únicamente por ella. Ahora solo era una
habitación vacía, llena de recuerdos dolorosos.
Cogí otra cassatelle y subí las escaleras. La puerta de su habitación
estaba entreabierta y me detuve al oír su risa, tan despreocupada, tan
encantadora. Sonreí. Me encantaba oírla reír. Mi sonrisa se congeló en mi
cara cuando oí reír a Dom, y mi humor dio un giro oscuro casi de
inmediato.
Nunca había sentido celos, ni siquiera cuando Francesca me dejó por
Savio. Nunca me había importado tanto nadie como para sentir celos. Era
algo desconocido y tan inquietante que lo odiaba.
Llamé a la puerta, haciendo todo lo posible por refrenar mi mal genio y
mis crecientes ganas de dejar inconsciente a Dom de un puñetazo.
—¡Adelante!
Entré en la habitación, dispuesto a echarle la bronca por algo... cualquier
cosa en realidad para que se fuera de esta habitación, pero lo que vi me pilló
desprevenido. Solo pude quedarme allí, con la boca ligeramente abierta
como un idiota.
Estaban los dos con batas rosas a juego en su cama, rodeados de
palomitas y otros dulces. Los dos llevaban diademas rosas y una extraña
máscara verde en la cara, como una especie de tratamiento facial.
—¿Cosa c’è di sbagliato in te, stronzo3? —pregunté a mi jefe de
seguridad, que en aquel momento parecía más una fea mujer de gran
tamaño que el frío asesino mafioso que se suponía que era.
Los labios de Dom se torcieron. —Vamos a tener una noche de chicas.
—Ah. —Asentí—. ¿Finalmente te ha crecido una vagina? Era de
esperar.
Cassie puso los ojos en blanco y dio una palmada juguetona en el brazo
de Dom. Envidiaba la familiaridad que había surgido entre ellos.
—Dom me compró una cesta de spa para animarme, después de las
malas noticias que recibí de los servicios sociales. —Sonrió—. Era para
dos, así que lo invité a unirse.
Fruncí el ceño.
—¿Qué malas noticias? —pregunté bruscamente. Cada vez estaba más
molesto. No solo lo buscaba durante su tiempo libre, sino que además
confiaba en él.
Nunca había envidiado a Dom, supongo que hay una primera vez para
todo.
Hizo un gesto despectivo con la mano. —No te preocupes, está bien.
Quiero preocuparme por eso, pensé, pero me callé. Dom me miraba
como si fuera un experimento científico, analizando cada palabra, cada
movimiento... Lo odiaba.
—¿Quieres unirte a nosotros? —preguntó y aplacó mi irritación, al saber
que no quería pasar tiempo a solas con Dom.
¿Unirme a ti, a solas? Sí, por supuesto. ¿Unirme a ti y la Barbie Dom?
Paso. Sacudí la cabeza.
—No, solo quería decirte que las cassatelles estaban deliciosas. Sonrió,
apoyando la mano en su corazón.
—¡Gracias! Me alegro mucho de que te hayan gustado. La próxima vez
te haré los brownies con nueces que te gustan.
Eso me calentó el pecho más de lo que podría decir.
Le sonreí y eso también me pareció extraño. ¿Cuánto hacía que no
sonreía de verdad?
Me volví hacia Dom.
—También me alegro de haberte pillado. ¿Entrenamos mañana?
¿A las ocho?
La sonrisa de Dom se ensanchó, sabía por qué quería entrenar. Bueno,
buena suerte, imbécil. Puedes pensar que soy un alcohólico fuera de forma,
pero puedo pelear sucio.
—Nos vemos luego, chicas.

Llegué a la sala de entrenamiento solo unos minutos antes que Dom bajara
con una sonrisa de comemierda en la cara.
Sabía que estaba cabreado por lo de anoche y lo disfrutaba. Relajé mi
cuello y entré en el cuadrilátero, preparándome.
—¿Ni siquiera un poco de cháchara? —preguntó, y su sonrisa se volvió
burlona.
—Pensé que ya habías charlado bastante durante tu noche de chicas.
Dom negó con la cabeza.
—Hace mucho que no nos enfrentamos. Lo echaba de menos. — Se
quitó la camisa, rodando los hombros.
Fruncí el ceño y miré el tatuaje de su pecho, igual al mío... La daga, el
rosario y el juramento que nos unía. Nuestra marca, nuestra lealtad a
nuestra sangre, nuestro legado, nuestro compromiso. Nuestro lema era
Honor, Protección, Conquista, honrar nuestros votos, proteger nuestra
sangre, conquistar a nuestros enemigos.
—Creo que es hora de que vayas de visita al Rectory, para aliviar un
poco la presión. —El Rectory era un club sexual de alto nivel y muy caro,
pero también el único del estado que contaba con profesionales capaces de
hacer frente a las preferencias sexuales de Dom.
—¿El Rectory? —Asintió—. Quizá, pero ¿es por mi bien o quieres que
te deje a solas con ella? —Soltó una risita—. Puedes pedirlo. Puede que te
conceda el deseo.
—Cazzo. —siseé mientras mi codo salía en un solo movimiento,
golpeándolo justo en la cuenca del ojo.
—Mierda —gruñó, dando un paso atrás y llevándose la mano al ojo—.
Estás jugando sucio, Montanari.
—¿Y tú no? —pregunté, adoptando una postura de combate, con las
manos en puños, protegiéndome la cara de las represalias—. Acaparándola,
ejerciendo de perfecto y dulce caballero. —Lancé un jab. Él esquivó hacia
la izquierda, adoptando finalmente una postura de combate. Iba en serio y él
lo sabía—. ¿Sabe lo que eres?
Suspiró.
—¿Quién puede decir que no soy ese tipo?
Lanzó un puñetazo y lo detuve con el antebrazo. Apreté los dientes
mientras el dolor del golpe me subía por el brazo, directo a la cabeza.
Estaba más fuera de forma de lo que había previsto.
—No la quiero así, y ella no me ve así.
La forma en que enfatizó la palabra “me" hizo que mi corazón saltara en
mi pecho como un estúpido adolescente. ¿Quería decir que ella me veía así?
No me jodas, tenía problemas.
—¿Qué está pasando? —pregunté mientras nos rodeábamos, ambos
reacios a lanzar otro puñetazo.
—¿Qué quieres decir? Su vida se ha ido a la mierda, tienes que ser más
específico.
Aquí estaba, molestándome otra vez. Sabía exactamente lo que quería
decir.
Hice una finta con un gancho de izquierda y le di un puñetazo con la
derecha.
—Deja de hacer el gilipollas.
Se rio, frotándose la mandíbula.
—Eres tan fácil de irritar.
Lo era, y todo gracias a ella. Antes siempre se me había dado bien
mantener todo muy cerca del corazón, pero ella era como una herida abierta
que dejaba salir todos los sentimientos.
—Domenico... —Le advertí. Puso los ojos en blanco.
—Está relacionado con el FBI. La han incluido en la lista de "personas
de interés" por los asesinatos de sus padres, pensando que sabía más de lo
que decía.
Dejé de moverme.
—Esto es estúpido, esta mujer no haría daño ni a una mosca.
—¡Obviamente! Y el FBI también lo sabe, pero la burocracia se está
tomando su tiempo y, mientras no sea oficialmente eliminada de la lista por
un juez, no puede sacar a su hermano pequeño. Tiene que estar supervisada
en cada visita porque hay riesgo de fuga, y le está pasando factura porque es
interminable.
—¿Por qué no me lo dijiste? Podría haber ayudado.
—¿Por qué no le preguntaste cómo estaba, en lugar de hacer pucheros
como un niño de cinco años? ¿Es porque cuando te tocó te hizo sentir algo
en el corazón y en los pantalones?
—¡Cazzo! —Lancé un puñetazo que él esquivó y me dio justo en el
riñón.
—¡Joder! —gruñí, sujetándome el costado, y casi me doblo en dos
intentando recuperar el aliento.
—Hemos terminado —anunció Dom ominosamente, bajándose del ring
y cogiendo una botella de agua—. La próxima vez que quieras hacer de
sparring, recuerda que he estado entrenando todos los días, mientras tú has
estado remojando tus órganos en alcohol durante los últimos años, ¿de
acuerdo?
Le lancé una mirada fulminante, haciéndolo reír.
Se limpió la cara con una toalla y me miró mientras me frotaba el
costado, que seguía ardiendo como una perra. Su cara cambió de burlona a
seria.
—Además, la próxima vez, en vez de comportarte como un estúpido
cavernícola alfa, háblame, tío.
Fruncí el ceño, sin saber dónde quería llegar.
—Aunque no pienses así de mí, eres mi mejor amigo. Mi hermano en
todos los sentidos, menos en sangre. Casi todo el mundo me lo ha ofrecido
todo para que me fuera de tu lado y me uniera al suyo, pero he preferido
quedarme con tu culo arrepentido, enfadado y suicida, antes que buscar otra
cosa.
Respiró hondo y salí del ring, caminando hacia él, con la emoción
agolpándose en mi garganta, haciéndome difícil tragar saliva. No era algo
que hiciéramos en la famiglia, mostrar nuestros sentimientos. Los
sentimientos eran una debilidad, luchábamos con todas nuestras fuerzas
para no tenerlos, y, si el cielo nos prohibía tener sentimientos, luchábamos
como bestias para ocultarlos al mundo.
—Cassie es única. La he visto devolviéndote a la vida, y me mataré
antes de intentar arrebatarte eso, pero, si no te mueves, otro lo hará porque
ella es especial, esa mujer …es joven, sí, ¿desconocedora de nuestro
mundo, de nuestras costumbres? Sin duda. Pero es valiente, fuerte y leal.
Ella puede manejarlo, ella puede manejarte. Es un jodido unicornio,
hermano.
Ahora estaba frente a Dom e hice algo que nunca pensé que haría. Lo
abracé.
—Gracias por quedarte conmigo. Me has salvado la vida — admití de
muy mala gana.
—Ti voglio bene —afirmó, devolviéndome el abrazo.
Me sorprendió que Dom admitiera que me quería, y yo también a él, con
el mismo amor fraternal que él me daba, y, a pesar de todo, no podía
decírselo.
Así que le dije lo siguiente mejor...
—Io ti proteggerò sempre. —Siempre te protegeré. Era la única forma
de corresponderle y, por la forma en que me abrazó, supe que lo había
entendido.
CAPÍTULO 12

Cassie

M
e disponía a salir para ir a ver a mi hermano cuando Luca
apareció en la cocina.
—¿Estás bien? —pregunté, echándome el bolso al hombro.
Ladeó una ceja.
—Buenas tardes a ti también.
Me sonrojé, aquello era descortés y me alegré de verle, volviendo a
sentir ese vértigo en la boca del estómago. Me gustó que ya no intentara
ocultar su rostro, y me mirara de frente.
—Lo siento. No esperaba verte. ¿Puedo ayudarte en algo? Sacudió la
cabeza.
—No, sé que vas a la ciudad y me preguntaba si podrías traer la cena.
—Pensé... —me detuve y negué con la cabeza. El día anterior habíamos
quedado para comer pizza, pero quizá era su forma de venir a hablar
conmigo y a mí me gustaba verlo, hablar con él. ¿Por qué lo cuestionaba?
—Por supuesto, traeré pizza.
Se acercó a mí hasta apoyarse en la isla de la cocina. Podía verlo por el
rabillo del ojo. Pude sentir el calor de su cuerpo, oler su sutil fragancia.
Cerré los ojos y ni siquiera me di cuenta que me inclinaba hacia él,
respirando hondo.
—¿Estás bien?
Me incorporé de un tirón y me sonrojé tanto que sentí que me ardía la
cara.
—Sí, seguro. Bien.
—Si tú lo dices.
Asentí con la cabeza, evitando sus ojos mientras podía oír la sonrisa en
su voz. No lo había engañado, claro que no.
Me aclaré la garganta.
—¿Está Dom por aquí? —Me volví hacia él y no me extrañó que se
tensara, que frunciera sus labios. ¿Estaba celoso? No, eso era ridículo.
Había visto el tipo de chicas con las que él salía antes de todo esto, yo ni
siquiera era un punto en el radar de este hombre.
—No, siento decepcionarte, está en la ciudad durante todo el día. Algo
que olvidó mencionar anoche.
—Ah. —Hice un gesto despectivo con la mano—. No, no pasa nada. Es
que hoy recibiremos más flores y no puedo esperar más si quiero llegar a
tiempo a ver a Jude y...
—Yo me ocuparé de ellos. —Asintió.
—¿Estás seguro?
Puso los ojos en blanco. Disfrutaba de esa pequeña jocosidad en él,
aunque fuera escasa.
—De acuerdo. —Cogí la tarta que había horneado de la encimera
—Puedes tenerlas preparadas junto al atrio. Se supone que el tiempo
aguantará unos días. —Moví la cabeza en dirección al jardín
—Asegúrate de que hoy solo entregue flores rosas. Hemos encargado
rosas, azaleas, begonias... —Suspiré, no tenía por qué aburrirle con todos
los detalles.
—No te preocupes. Estoy seguro que puedo manejarlo. —Enterró las
manos en los bolsillos de sus vaqueros—. Las flores rosas eran las favoritas
de Arabella.
Finalmente lo miré con una pequeña sonrisa, ya desaparecida la
vergüenza de antes.
—Sé que lo eran. Y púrpuras —señalé al otro lado del jardín—.
Este jardín es una oda a ella.
Apartó la mirada y, a pesar de la barba, pude ver cómo se le movía la
mandíbula. ¿Lo había ofendido al hacer eso? Pensé que le haría feliz.
—¿Luca? —Volví a dejar la tarta sobre la encimera, moviéndome de un
pie a otro con incomodidad —. Puedo cambiarlo, siento haber pensado...
Me miró, su rostro era un torbellino de emociones.
—Gracias.
Dejé escapar un suspiro. —¿Qué?
Sacudió la cabeza hacia mi plan sobre la mesa.
—Esto significa más de lo que crees. Eres única, Cassandra West.
Hice un gesto con la mano, con el pecho caldeado por los elogios. No
era algo a lo que estuviera acostumbrada con los padres que había tenido.
Volví a coger la tarta, atrayendo su atención hacia él.
—¿Feliz cumpleaños? —leyó en él. Dejé escapar una risita.
—Sí, ya sé que es un poco triste hacer tu propia tarta de cumpleaños,
pero... —Me encogí de hombros.
Él se aquietó.
—¿Es tu... cumpleaños?
—Sí. No.
Ladeó la cabeza. —Bien...
—No. —Me reí—. Mi cumpleaños es el domingo, pero no es para tanto,
¿sabes? Mis padres nunca han celebrado nuestros cumpleaños. Nunca
consideraron nuestro nacimiento como un logro por nuestra parte.
—Encantador.
Resoplé. —Claro. En fin, siempre somos él y yo para los cumpleaños y
como solo puedo verle los jueves por la tarde, lo celebramos hoy.
Asintió.
—Bien, entonces haremos algo el domingo. Tú, yo y... Dom.
Mi pecho se acaloró ante la atención. Se suponía que este hombre era
una bestia aterradora y, sin embargo, estaba mostrando mucha más atención
de la que mis padres jamás me habían mostrado.
—Luca, no. No tienes que hacerlo.
—Sé que no. Quiero. Vamos, todos necesitamos una pequeña
celebración. El domingo es una promesa.
Sonreí y asentí con la cabeza. Recordé lo que había dicho, él no hacía
promesas a la ligera y, de alguna manera, me emocioné por mi cumpleaños
por primera vez en mucho tiempo.
—Oh, dejé algunos libros nuevos para tu hermano en la consola junto a
la puerta. Nos vemos esta noche.
—Por supuesto. Gracias de nuevo.
Lo vi salir de la cocina y dejé que mis ojos recorrieran su trasero. Puede
que fuera inocente, pero no era una santa, y el culo de este hombre en
vaqueros ajustados era una obra de arte.
Fruncí el ceño cuando aparqué delante de la casa de acogida y me encontré
a Jude y Amy esperándome delante de la puerta.
Jude llevaba puesta su chaqueta, sonreía de oreja a oreja y rebotaba de
emoción.
—¿Está todo bien? —pregunté saliendo del coche, con el corazón ya
acelerado.
—¡Cassie! —gritó, corriendo hacia mí y lanzándose sobre mí,
haciéndome resoplar mientras todo el aire salía de mis pulmones—.
¡Podemos salir!
Le devolví el abrazo y lancé una mirada interrogante hacia Amy.
Esperaba que no lo hubiera entendido mal, nos rompería el corazón a los
dos.
Me sonrió y asintió.
—Sí, puedes sacarlo esta tarde. Solo tienes que traerlo de vuelta a las
cinco —dijo, acercándose a nosotros.
—¿Cómo? —sacudí la cabeza—. Sabes qué, no importa cómo.
Puedo sacarlo a pasear.
Jude me soltó y se volvió hacia Amy. —Gracias —. Le guiñó un ojo
antes de volver a mirarme.
—¿Significa que todo este lío ha quedado atrás? —Me refería al interés
del FBI por mí, pero no quería preocupar a Jude más de lo que ya estaba.
Se encogió de hombros.
—No del todo. Está en camino, pero la burocracia es interminable. Sin
embargo, mi jefe dijo que un juez federal, Martin, había dado el visto bueno
al asunto ante el distrito. —Se encogió de hombros—. No sé qué ha pasado
aquí, pero disfrútalo, se acabaron las visitas supervisadas.
Miré al cielo y parpadeé para contener las lágrimas mientras mi corazón
se hinchaba de gratitud por el hombre roto y marcado, estaba segura de que
era el origen de este pequeño milagro.
—Lo traeré a las cinco. —Miré a Jude —. Entonces, ¿qué quieres hacer?
Se encogió de hombros. —Cualquier cosa, no me importa.
—De acuerdo. —Abrí la puerta trasera del coche y esperé a que se
abrochara el cinturón.
Me senté en el asiento del conductor y me encontré con sus ojos en el
retrovisor.
—¿Qué te parece si te llevo a la librería para que elijas unos libros y
luego nos vamos a tomar un chocolate caliente y una magdalena al
Starbucks?
—¿Podemos ir a la tienda de cómics en su lugar? Me encantan los libros
que me regala tu jefe.
—¿En serio? —pregunté, dándome la vuelta en el asiento y mirando la
pequeña pila de libros que había colocado en el asiento de al lado.
Asintió, pasando los dedos por la cubierta de cuero burdeos del libro que
tenía encima.
—Sí, tendrás que recoger los otros cuando me lleves de vuelta.
Asentí y me volví para arrancar el coche. Solo tenía unas horas con él y
tenía que aprovecharlas.
—Le darás las gracias de mi parte, ¿verdad, Cassie?
—Por supuesto, lo haré. Lo hago todas las semanas.
Después que Jude hojeara durante más de treinta minutos y
compráramos tres cómics, nos acomodamos en una mesa en la parte trasera
del Starbucks local, y me alegré de no haber recibido las miradas de odio
que tuve durante el juicio de nuestros padres.
Miré a mi hermano mientras seguía su ritual de partir su magdalena de
chocolate en trocitos antes de comérselos. A pesar de las palabras
tranquilizadoras de Amy, no podía evitar la oleada de preocupación que se
instalaba en mí cada vez que lo miraba, y lo pequeño que era para su edad,
lo pálido y delicado.
—¿Cómo estás, pequeñajo, de verdad? —le pregunté mientras cogía uno
de los trocitos de magdalena de su plato.
—Estoy bien, Cassie. —Se encogió de hombros—. Al principio el
centro no estaba bien. Los chicos eran malos, pero ahora estoy con los más
jóvenes, y los dos malos ya se han ido. —Me dedicó una pequeña sonrisa.
Eso era algo que ocurría con los niños maltratados y abandonados
emocionalmente, se conformaban con todo y eso era mucho menos de lo
que merecían. Pero eso no le ocurriría a Jude, yo le daría todo lo que se
merecía.
—Te sacaré pronto.
—Sí, lo sé. Amy dijo que tienes un buen trabajo. ¿Cuándo crees que
podremos ir a casa?
—No podemos volver a casa, Jude. La casa... —Me detuve, sin
saber cómo podía decirle que lo único que nos quedaba de nuestras
vidas eran las cuatro cajas de cartón que ahora estaban guardadas en el
apartamento de la señora Broussard. ¿Cómo podía decirle que todo, y me
refería a todo, incluida su bicicleta, había sido confiscada y vendida para
pagar la indemnización de las víctimas?
—No me refiero a la casa, sino a estar en casa, contigo. —Se encogió de
hombros—. Dondequiera que esté, es tu casa, Cassie.
Respiré hondo, intentando contener las lágrimas ante sus palabras. Mi
hermano era mucho más sabio para su edad, y su amor por mí, igual que mi
amor por él, era realmente lo que me hacía seguir adelante.
—Para el verano debería estar bien. Mi jefe me está ayudando a
recuperarte. —Yo creía a Luca, de verdad, porque, a pesar de todo lo que
sabía de él, podía ver que era un hombre de honor, y la clase de lealtad que
Dom le tenía no era algo que se pudiera comprar. Se lo había ganado.
—Me gusta tu jefe.
Tuve que reírme. Casi podía imaginarme un encuentro entre Luca y
Jude, eso sería para los libros de historia.
—No conoces a mi jefe.
—Eso no es verdad.
Me tensé un momento, no estaba segura de que me gustara la idea que
Luca fuera a ver a mi hermano a mis espaldas. —¿De acuerdo?
—Los libros que me ofrece, los escoge muy bien. —Asintió para sí,
como si tuviera un debate interno—. Me gusta —repitió.
Me recosté en la silla.
—Es un buen hombre. —Y lo era, aunque él mismo no pudiera verlo.
¿Lo que hizo por mí? Permitirme ver a Jude yo sola... no tenía precio.
Casi podía imaginármelo, Jude mudándose a la casa conmigo. Era una
visión tonta, por supuesto. Solo era un trabajo que tenía allí, no estaba
construyendo una vida, y, sin embargo, no podía dejar de pensar en lo
mucho que le gustaría la casa a Jude, sobre todo la biblioteca.
—Me escribió.
—¿Él … qué?
—Luca, me dejó una nota en el primer libro y le contesté.
—¿Y me lo ocultaste? —Estaba más sorprendida que enfadada.
El Asperger de Jude le hacía muy difícil ocultar las cosas.
—Está respondiendo a mis preguntas —respondió. —Algo que en
realidad no estás haciendo tú.
Ouch, eso dolió y, sin embargo, era justo.
—Solo estoy tratando de protegerte.
—Lo sé, pero no tienes por qué y me gusta hablar con él.
Me moría por leer sus cartas, pero no lo haría. A Jude le costaba mucho
crear relaciones y si lo conseguía a través de cartas … ¿Quién era yo para
impedirlo? No le traicionaría y, si Luca le ayudaba de alguna manera, tenía
que aceptarlo.
—Puedes leer sus cartas si quieres —dijo, cogiéndome por sorpresa
mientras le llevaba de vuelta al Hogar.
—Está bien, Jude. Tienes derecho a tener una amistad con Luca.
—Lo sé, pero está bien si quieres. Iré a buscar los libros a mi habitación.
Esperé un total de ocho segundos después que entrara antes de coger la
pila de libros del asiento trasero.
La carta estaba doblada por la mitad justo en la portada del primero.
Chico,
Me alegro que hayas decidido seguir escribiendo y me enorgullece que
te defiendas. Ser pequeño no es un problema, sino una ventaja. Deja que la
gente te subestime, te servirá de algo, créeme.
Sé que te lo estás cuestionando todo, pero a veces no hay forma de
explicarlo. No puedo decirte por qué tus padres hicieron lo que hicieron.
Qué les hizo ser así o si alguna vez se sentirán culpables, pero sé algo de lo
que estoy convencido. Lo que ellos son no es lo que te hace a ti. Lo que
ellos hicieron no te define.
Mira a tu hermana, tan feroz, fuerte y valiente. Tus padres no son ni la
mitad de mujer que ella. Lee este libro y comprueba que lo que te define no
es de dónde vienes, sino quién quieres ser.
Me gustaría decirte que las cosas son más fáciles cuando creces, que
puedes distinguir al villano solo por su capa negra, y al bueno con su
estrella de sheriff, pero esto no es la vida y lo siento chaval. De verdad que
lo siento.
Puedes ser un villano con buenas intenciones y honor, y puedes ser un
buen hombre que resbala a la primera dificultad.
Tracé las palabras con el pulgar. Un villano con buenas intenciones, eso
era Luca, estaba segura. Tenía un buen corazón por mucho que intentara
luchar contra él. ¿Cómo iba a resistirme a él?
¿Impedirme a mí misma clavar un alfiler por él?
Levanté la vista y vi que Jude y Amy se acercaban al coche con una
bolsa. Volví a meter la carta en el libro.
—Aquí están los libros —intervino Jude, tendiéndome la bolsa.
Cambié los libros de una bolsa a la otra. —Gracias. Olvidé que había
hecho una tarta de cumpleaños y... —Miré a Amy—. ¿Tal vez puedas
llevarla y compartirla? —Miré a Jude y le guiñé un ojo—. Es de red velvet.
Amy asintió con entusiasmo.
—Nunca diremos que no a la tarta.
—Perfecto. —Me incliné para besar la cabeza de Jude—. Te llamaré el
sábado. Te quiero.
—¡Yo también te quiero!
Esperé a que volvieran al edificio antes de ir a recoger la pizza.
Cuando llegué a la propiedad, llovía a cántaros y estaba preocupada por
los bulbos que me habían entregado hoy.
Dejé la pizza sobre la mesa de la cocina y salí corriendo para ver a Luca,
que, calado hasta los huesos, corría dentro del invernadero con los bulbos.
Me sentí culpable.
—¡No, está bien, déjalo! —grité—. Iré yo y lo haré.
Luca me hizo un gesto para que me quedara mientras terminaba.
Me apresuré a entrar en el lavadero y le esperé junto a la puerta con una
toalla grande.
Cuando Luca volvió, estaba temblando. Cogió la toalla e intentó secarse.
—No funcionará así. Será mejor que vayas a cambiarte de ropa.
—Sí, ahora vuelvo.
—Gracias —dije antes que saliera de la cocina. Hizo un gesto con la
mano.
—No ha sido nada, he tardado cinco minutos. Negué con la cabeza.
—Sí, gracias por eso, pero también por mi hermano. Sé que fuiste tú. —
Caminé hacia él—. No sabes lo que significa para mí.
Me miró, con sus ojos indescriptibles.
—Me alegro de haber podido ayudar.
No estaba segura de lo que se apoderó de mí, tal vez fuera lo sexy que
parecía todo mojado, su ropa pegada a la piel, mostrando sus
impresionantes músculos.
Me acerqué a él, poniéndome de puntillas, y sujeté su rostro,
atrayéndolo hacia mí, uniendo mis labios a los suyos en un casto beso.
Se quedó inmóvil cuando mis labios tocaron los suyos y no se movió
hasta que rompí el beso.
—Gracias —dije de nuevo, ruborizándome ante la locura de mis actos.
Carraspeó, dio un paso atrás, y otro como si escapara de un animal
salvaje.
Lo miré, a la vez mortificada por mis acciones y dolida por el rechazo,
antes de dar media vuelta y correr escaleras arriba hacia la seguridad de mi
dormitorio.
Dios, ¿qué me había pasado?
CAPÍTULO 13

Cassie

R
espiré hondo y volví a mirarme en el espejo, intentando asentar el
estómago.
Una cena de cumpleaños entre amigos. Eso es todo lo que era y,
sin embargo, no podía calmar mis nervios.
Había encargado un vestido nuevo para la ocasión, y me había peinado y
maquillado aún mejor que para el baile de graduación.
No estaba segura de lo que iba a pasar, pero sería la primera vez que lo
viera después del beso del jueves por la noche. Había sido casto y motivado
por la gratitud, al menos eso me decía a mí misma.
Entonces, ¿por qué te has esforzado tanto?, se burló de mí una vocecita.
No me había dicho nada. Me había mandado un par de mensajes el
viernes para decirme que iba a pedir la cena para el cumpleaños, y también
que bajara a las ocho de la tarde, pero, después de eso, silencio absoluto .
Sacudí la cabeza y bajé corriendo las escaleras antes de poder cambiar
de opinión.
En la pequeña biblioteca había una pancarta que decía “Felices 21”
sobre la chimenea. También había algo de comida y una pequeña tarta sobre
la mesa, así como una botella de champán y un par de regalos envueltos en
papel de plata al fondo de la mesa.
Dom estaba apoyado en la chimenea con unos vaqueros azul claro y un
jersey de cuello en V color crema que, tenía que admitir, le quedaba
increíble con su piel aceitunada.
—¿Hola? —suspiré, ¿por qué sonaba como una pregunta? Es que me
había pillado por sorpresa la ausencia de Luca. Quizá aún estaba en modo
preparación. Había llegado un poco pronto.
—¡Cumpleañera! —sonrió Dom antes de acercarse a mí y abrazarme—.
¿Qué se siente al poder beber? —preguntó una vez que me soltó.
Me encogí de hombros.
—Te he conseguido lo mejor que hay. Lo haremos con responsabilidad
—añadió con una sonrisa pícara.
Miré a mi alrededor una vez más, como si Luca fuera a aparecer en un
rincón oscuro.
—¿Dónde está Luca?
—Ah, sí. Se ha quedado atascado. —Se rascó la nuca, visiblemente
incómodo—. Me dijo que te pidiera disculpas y que te deseara un feliz
cumpleaños.
Decir que estaba ofendida y dolida era quedarse corto. Nunca había
tomado a Luca Montanari por una persona evasiva, y él me había dado su
palabra.
Sacudí la cabeza mientras la ira me llenaba el pecho, tan caliente como
el carbón. Ni siquiera se había molestado en enviarme una nota él mismo.
—No. —Di media vuelta y salí de la habitación.
Dom me cogió de la muñeca justo cuando estaba a punto de subir las
escaleras.
—¿A dónde vas?
—Voy a verlo. —Le di un empujoncito a mi muñeca, pero Dom la
mantuvo flojamente agarrada—. Quiero que me diga cara a cara por qué no
mantiene su palabra, por qué me hizo una promesa que no va a cumplir y
por qué un besito tan estúpido es tan...
—¿Te besó? —preguntó Dom, con los ojos muy abiertos por la sorpresa.
Me sonrojé de vergüenza. No quería admitirlo y, de algún modo, pensé
que Luca le habría dicho por qué evitaba la fiesta, para evitar el
enfrentamiento con la niña estúpida, encaprichada del lobo feroz.
—No, yo lo besé. —Sacudí la cabeza—. Realmente no es esa la
cuestión.
—No creo que subir sea una buena idea. —Hizo un gesto con la cabeza
hacia lo alto de la escalera—. Iré a hablar con él.
—No, no lo harás. Iré de una forma u otra. A menos que pienses
retenerme —repliqué, mirando su mano, que aún rodeaba mi muñeca.
Bajó la mirada y me soltó el brazo inmediatamente.
—¡No, claro que no! Nunca te tocaría de un modo que te incomodara.
Lo dijo con mucha más vehemencia y convicción de lo que la situación
requería, pero era todo lo que yo necesitaba.
—Bien entonces. Iré a verlo y ¡que me eche si quiere! —Giré sobre mis
talones y subí las escaleras, contenta que Dom solo me cubriera las espaldas
y no pudiera ver lo preocupada que estaba por enfrentarme a Luca.
¿Me trataría con amabilidad? ¿O volvería a ser la bestia que había sido
al principio? Yo era la que había sido rechazada después de aquel beso, yo
era la que debía ocultar y curar los tajos que causó en mi apenas existente
confianza, no al revés.
Entré en su despacho y lo encontré vacío. Me di la vuelta y miré por el
largo pasillo.
—¿Cuál es su habitación? Dom suspiró.
—Creo que es una idea terrible. — Asentí con la cabeza.
—Tu preocupación está debidamente anotada y cuando las cosas me
exploten en la cara, serás libre de darme un gran “te lo dije”.
Sacudió la cabeza.
—Esto no es lo que quiero. Me encanta tenerte aquí. Es solo que no
quiero...
—¿Qué habitación, Dom? —Solté. Dios, cómo había cambiado en las
últimas semanas. Si hace un par de meses me hubieras dicho que le exigiría
cosas a un mafioso con dos pistolas, te habría dicho que habías perdido la
cabeza, y ,sin embargo, aquí estábamos.
Miró al cielo y dijo algo en italiano que no entendí, antes de señalar una
puerta a la izquierda.
Asentí y seguí la indicación, apretando mis temblorosas manos en
puños.
Respiré hondo antes de llamar bruscamente a la puerta. Al no obtener
respuesta, golpeé más fuerte.
—Luca. ¿Sr. Montanari? —No estaba segura de que me permitiera
llamarlo Luca nunca más—. Necesito hablar con usted.
Esperé unos segundos y gruñí.
—Bien. —Abrí la puerta y lo primero que me sorprendió, aparte de la
oscuridad, fue el olor. Olor a enfermedad, no el penetrante olor a vómito,
sino olor a sudor, a fiebre...
Encendí las luces. —¿Qué...?
Corrí a la cama y encontré a Luca, temblando y con aspecto ceniciento,
con el pelo oscuro pegado al sudor en la frente.
Llevé mi mano a su frente y siseé.
—¡Está ardiendo! —Miré a Dom, ahora apoyado en la puerta cerrada,
con cara de preocupación.
—¿Sabías que estaba así?
Dom frunció los labios y asintió una vez. Sacudí la cabeza.
—Increíble. —Retiré las mantas y Luca gimió.
Su pecho era llamativo y estaba surcado por tres furiosas cicatrices
rojas, como si lo hubiera mutilado un oso, pero ni siquiera tuve la
oportunidad de entretenerme al fijarme en las manchas húmedas alrededor
de su cuerpo, probablemente causadas por su fuerte sudoración.
—Necesitamos llamar a un médico. —Cogí su muñeca y miré mi reloj
—. ¡Su corazón está demasiado acelerado, Dom! ¿Cuánto tiempo lleva
enfermo?
—Un par de días —respondió, de muy mala gana.
Eso explicaba su silencio, pero al mismo tiempo me enfurecía saber que
había dejado que su estado empeorara tanto.
—¡Necesitamos un médico, llama a uno, ahora! —ordené.
—No, doctor... —susurró Luca. Dom se acercó.
—No quiere un médico, por muchas razones, y no podemos negociar
sobre eso. Llama a un médico ahora y toda la familia sabrá que está débil.
Esto causará más problemas de los que te imaginas.
Sabía que cuando decía familia se refería a la Mafia.
—Estúpida mafia —refunfuñé.
Dom me dedicó una sonrisa sin humor.
—No tienes ni idea. ¿Puedes hacer algo?
Mi corazón empezó a bombear más rápido en mi pecho. Solo era una
estudiante de enfermería, no lo sabía todo, pero ¿qué otra opción tenía?
Tenía que salvarlo.
—Puedo intentarlo. —Negué con la cabeza—. ¿Alguien puede
conseguirme medicinas? ¿Un termómetro? ¿Cualquier cosa?
—Puedo conseguir lo que quieras.
—¿Incluso medicamentos con receta? —pregunté dudosa. —Sabes que
no me permiten presc...
—Cualquier cosa, Cassie. Solo dímelo.
—Vale, toma nota. —Señalé el bloc de notas y el bolígrafo que había
sobre la mesilla de Luca—. Un termómetro, un estetoscopio, co-amoxiclav
por vía intravenosa, paracetamol, aspirina, un poco de cloruro sódico al
0,45% y otro al 0,9% y un gotero de algún tipo, un oxímetro, oxígeno... por
si acaso. Solo eso por ahora y vuelve tan pronto le hayas dado la lista a
alguien, ¿vale?
Salió corriendo y pude volver a concentrarme en Luca.
Intenté asentarlo un poco sobre las almohadas, pero era un peso muerto
y pesaba demasiado. —¿Por qué eres tan testarudo? Necesitas un médico.
Solo soy enfermera.
Dom volvió sin aliento.
—Luciano está en marcha. Dije que era para ti, que estabas enferma.
Volverá en treinta minutos.
Hice un gesto con la mano.
—Hay que bajarle la fiebre inmediatamente.
—Bien, ¿qué necesitas?
—Tengo que meterlo en un baño frío, lo odiará, pero es la única
manera... —Miré su cara, su piel pálida, y su respiración agitada—. Para ser
justos, está tan fuera de sí que dudo se dé cuenta. ¿Puedes llevarlo al baño?
Asintió, subiéndose las mangas antes de quitarse la funda y dejarla al
final de la cama. —Comencemos con el baño. —Señaló el cuarto de baño
—. Estaremos allí enseguida.
Me apresuré a entrar en el enorme cuarto de baño de mármol blanco y
empecé a llenar la bañera tamaño jacuzzi que tenía en un rincón de la
habitación.
—Sabes, creo que todo el apartamento de la señora Broussard podría
caber en este cuarto de baño —dije mientras Dom arrastraba a un Luca
apenas consciente.
—Joder —gruñó Dom, ajustando su agarre alrededor de la cintura de
Luca—, pesa más de lo que parece.
Puse los ojos en blanco.
—El hombre mide cerca de un metro noventa. ¿Qué esperabas?
—Yo mido uno noventa —respondió Dom con un guiño.
—Felicidades, tú ganas. —Me aclaré la garganta—. Yo …um …
necesito quitarle el pijama empapado.
—De acuerdo. —Tiró del brazo de Luca más fuerte alrededor de su
cuello—. Lo tengo.
Respiré hondo, agachándome. Solo es un paciente, Cassie. Has hecho
esto cientos de veces, no es nada más. Excepto que yo no sentía nada por
mis pacientes. No besaba a mis pacientes. No se me hacía un nudo en el
estómago cuando pensaba en ellos.
Le bajé los pantalones, haciendo todo lo posible por evitar mirarle la
polla, lo que me resultó imposible, incluso blanda era grande.
Me levanté rápidamente, esperando que mis mejillas no estuvieran tan
rojas como creía.
—Ayúdame a meterlo en el agua.
Mientras lo bajábamos al agua, empezó a sacudirse y a gemir. Abrió los
ojos y me miró.
—Tesorina —graznó antes de volver a cerrar los ojos.
—¿Qué ha sido eso? — Dom negó con la cabeza.
—No lo sé.
—Quédate con él un rato, por favor. Asegúrate que no se ahogue.
—¿A dónde vas? —preguntó Dom mientras colocaba el brazo a la
espalda de Luca para sostenerlo.
—Voy a abrir la ventana para refrescar el aire y cambiar la cama.
Vuelvo enseguida.
Abrí la ventana y el aroma a aire fresco que percibí hizo que
comprendiera lo mal que olía aquella habitación. ¿Por qué había dejado que
empeorara tanto? ¿No podía mostrar ninguna debilidad? ¿Solo estaba
enfermo o era algo más? Algo mucho más aterrador.
¿Realmente quería morir? No quería pensar que fuera así, pero cuando
me mudé estaba bastante anclado en el proceso de autodestrucción. Creí
que estaba mejor, creí que le estaba ayudando, pero tal vez era lo que quería
ver.
Negué con la cabeza mientras movía las armas de Dom con cuidado
antes de desnudar la cama.
¿Así era mi vida ahora? ¿Estar rodeada de armas? ¿Arreglar a mafiosos
enfermos? Sacudí la cabeza. No era un mafioso cualquiera. Era Luca y, a
pesar de todo, veía su luz brillar a través de las grietas y quería ver más.
Cambié su cama y rebusqué en los cajones de su cómoda para buscar un
pantalón de pijama. No necesitábamos que pasara calor.
—Bien, creo que ya está todo bien —le dije a Dom, entrando en el baño
un poco sin aliento.
—Oye, tómate un segundo. No tienes que apurarte tanto.
—En realidad sí, ha dejado que esto se ponga muy mal. Podría morirse.
Yo solo... —Miré a Luca y a pesar de seguir fuera de sí parecía menos
sonrojado—. Necesita recuperarse.
Dom asintió en silencio.
—De acuerdo. —Presioné el botón para vaciar la bañera—.
Simplemente sujétalo. Necesito secarlo. —Estaba satisfecha de lo
mecánicamente que podía hacerlo, y, ahora que había pasado el shock
inicial al ver su cuerpo desnudo en todo su esplendor, por fin podía
concentrarme en secarlo.
Una vez que terminamos y lo acomodamos de nuevo en la cama, dejé
escapar un pequeño suspiro aliviada mientras tocaba su frente. Seguía
caliente, pero no tan demencial como antes.
—La fiebre ha bajado por ahora, pero tenemos que actuar rápido.
¿Podrías ir a comprobar si tenemos todo lo que necesitamos?
Dom hizo dos viajes para llevarlo todo arriba y me di cuenta que
haciendo todo eso ni siquiera le faltaba el aire. Era una locura lo en forma
que estaba ese hombre.
Le pedí a Dom que ayudara a Luca a incorporarse y, a pesar de mi
formación básica con el estetoscopio, pude comprobar al instante que tenía
una infección torácica grave. La respiración sibilante y crepitante era
inconfundible.
—Bien, como sospechaba, es una infección torácica grave. Incluso
sospecho que es neumonía. —Sacudí la cabeza. Había sido tan imprudente
con su salud. Era un hombre idiota y autodestructivo.
Dom se limitó a apoyarse contra la pared, con el rostro adusto. Estaba
realmente preocupado por Luca, y una vez más me di cuenta que su
relación debía de ser mucho más que guardaespaldas y jefe. Habían sido
amigos en otro tiempo.
—Se pondrá bien. Voy a curarlo —dije, con mucha más seguridad de la
que sentía. Ni siquiera había terminado la carrera de enfermería y, aunque
cuidaba a muchos pacientes en el hospital, nunca lo había hecho sola y
menos sin supervisión. Sin embargo, estaba haciendo promesas estúpidas
que no estaba segura de poder cumplir.
—Si alguien puede hacerlo, eres tú.
No, tendría que ser un médico de urgencias con la formación adecuada,
y en un hospital de verdad, pensé con amargura mientras colocaba el
oxímetro en el dedo de Luca, antes de ponerle la vía intravenosa con el
suero, e inyectarle el antibiótico directamente en la bolsa.
Miré la lectura del oxímetro. Su oxígeno estaba por debajo de los 90.
Sin duda era preocupante. Le tomé la temperatura y seguía en 39... Señor,
¿cómo de alta debió ser antes?
—Sabes que no soy una experta, ¿verdad? —le dije a Dom cuando
terminé de acomodar a Luca. Lo tapé con una sábana fina. Tenía que tener
cuidado de no sobrecalentarlo.
Sacudió la cabeza hacia el goteo.
—A mí me lo pareces.
Dejé escapar una carcajada cansada mientras me sentaba en la silla junto
a la cama de Luca. —Solo era una estudiante de enfermería. Si no mejora
en las próximas veinticuatro horas, llamaremos a un médico, ¿vale?
Se pasó una mano por la cara. —No le gustará. Me encogí de hombros.
—Prefiero que esté enfadado conmigo a que esté muerto, así que lo
acepto. Ya puedes irte a descansar. Yo vigilaré esta noche.
Dom me miró con sus ojos oscuros, de una forma que parecía ver en lo
más profundo de mi alma.
—Lo besaste, ¿eh?
Puse los ojos en blanco, maldiciéndome mentalmente por abrir la
bocaza.
—No significó nada.
—Claro que no. ¿Quieres saber por qué te lo confío a ti más que a
cualquier otro médico o enfermera? Porque no es el miedo o el deber lo que
te impulsa a curarlo. Te preocupas por él profundamente.
Abrí la boca para negarlo, pero él levantó la mano.
—No te molestes, Cassie. Eres muy fácil de leer, y prefiero que seas
sincera, ¿vale? Ahora no es momento de jugar.
—Él es Mafia —respondí. Dom asintió. —Yo también.
—Sí, lo sé, pero... —Pero, ¿qué, niña tonta?
—Pero no te estás enamorando de mí, y es la diferencia fundamental.
Sacudí la cabeza. —Es mucho mayor que yo, y está roto y es
autodestructivo y... —Me detuve.
—¿Y?
—Solo soy yo. —Era una respuesta bastante floja, pero esperaba que
transmitiera lo que sentía. Solo era una chica corriente, inexperta, apenas
salida de la adolescencia. Una chica que creía saber mucho, pero que era
más ingenua de lo que yo creía. Una chica... No lo suficiente para alguien
como él.
Dom ladeó la cabeza.
—Lo dices como si fuera algo malo. Me encogí de hombros.
Él suspiró. —¿Puedo traerte algo?
—Sí, por favor. ¿Podrías prepararme un termo de café y traerme la caja
de galletas que tengo en la encimera de la cocina?
—Claro, enseguida subo.
Una vez que Dom me lo trajo todo, cogí un libro de la mesilla de
Luca y volví a acomodarme en el asiento, poniendo el despertador para
que sonara cada hora.
Pasaron tres días hasta que empecé a preocuparme un poco menos. La
fiebre había desaparecido por completo y parecía un poco más despierto y
alerta, aunque hablaba casi siempre en italiano.
Al cuarto día, estuvo despierto un poco más y conseguí darle de comer
un poco de caldo y unas tostadas, sin embargo, no tenía mucho sentido y
seguía hablando mucho en italiano.
—Mia piccola guaritrice, non lasciarmi innamorare di te. Spezzerebbe i
nostri cuori. Ci farebbe male a entrambi —había murmurado al terminar de
comer.
—Seguro, de acuerdo.
Sonrió y asintió con la cabeza, como si le hubiera dado la respuesta
correcta antes de volver a dormirse.
—Duerme mucho.
Me sobresalté, girando la cabeza enérgicamente.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí de pie? —pregunté a Dom, que estaba
apoyado en el marco de la puerta.
—No mucho. No quería interrumpir. Solté una risa.
—No hay nada que interrumpir, está diciendo tonterías italianas.
—Tonterías, sí. —Miró su reloj y frunció el ceño—. ¿No se supone que
tienes que ir a ver a tu hermano?
Sacudí la cabeza.
—He llamado a Amy, la asistente social. No puedo dejar a Luca todavía.
Quiero decir, que está estable, pero prefiero quedarme aquí. Tendré una
videollamada con Jude con mi portátil.
—Eso es muy amable de tu parte, pero no tienes que hacer eso. Ya has
ido más allá por él. ¿Cuánto tiempo has dejado su habitación en los últimos
días? Para duchas y siestas rápidas. Necesitas un descanso.
Asentí con la cabeza. No lo negaría, mi cara reflejaba mi falta de sueño.
—Realmente está mejorando. Te prometo que, si sigue así, mañana
saldré.
—Le salvaste la vida —insistió Dom—. Sin ti... —Sacudió la cabeza y
su nuez de Adán se balanceó, mientras tragaba saliva.
Una vez más pude ver que su relación era mucho más que jefe y
guardaespaldas. Luca era su familia. Vi el amor en sus ojos, era un poco
como yo miraba a Jude.
—Estoy seguro de que al final habrías ido en contra de sus órdenes.
—Reacomodé las cubiertas de Luca—. Pero sí, tienes razón. Es
demasiado testarudo para su propio bien.
Dom puso los ojos en blanco. —Dijo la sartén al cazo.
Lo miré, cruzando los ojos y sacando la lengua a un lado.
—Caliente.
Solté una risita. —Lo sé.
Suspiró. —Escucha. Debo ir a la ciudad un rato. Necesitamos más
antibióticos y he olvidado encargar la comida esta semana.
¿Necesitas algo?
Me encogí de hombros.
—Bueno, si pasas por la tienda de dulces... —me interrumpí. Tenía tanta
suerte de tener un buen metabolismo porque, con todos los dulces que
comía, debería tener cinco veces mi talla.
—Eso está hecho. —Miró hacia Luca una vez más—. Bien, volveré
pronto.
Fui al baño y mojé un paño.
—Sabes que tienes suerte de tener gente que te quiere y se preocupa por
ti tan profundamente —susurré, mientras le pasaba suavemente el paño por
la cara.
Bajé las escaleras, me preparé un sándwich y subí algo de comida para
él también, luego me acomodé en el asiento junto a su cama.
Llamé al teléfono de Amy.
—Hola. —Sonreí al ver la cara de mi hermano en la pantalla—.
Lamento haberme perdido nuestra reunión semanal, pequeñajo. De verdad
que lo siento.
Hizo un gesto con la mano.
—No pasa nada, Cassie. Tengo mucho trabajo escolar. Aún no terminé
los libros que me trajiste la semana pasada. ¿Cómo está Luca? Amy dijo
que estaba enfermo.
Asentí.
—Sí, pero ahora está mejorando. Me asustó. —No estaba segura por qué
le había confesado eso a mi hermano pequeño, pero de alguna manera tenía
que decírselo a alguien.
Aquella noche había pasado mucho miedo. Me había alegrado de que mi
entrenamiento se hubiera apoderado de mí, pero me había asustado tanto
que muriera y la razón que había detrás era igual de aterradora. Me
importaba mucho Gianluca Montanari, el jefe mafioso roto y en el exilio...
No le auguraba nada bueno y, desde luego, no un final feliz para mí.
—Eres la mejor, Cassie. Siempre me has curado. —Su sonrisa se
ensanchó.
Ladeé la cabeza mientras me invadía una oleada de ternura. Había sido
la madre de Jude en muchos sentidos, limpiando sus heridas cuando se caía
o cuidándolo cuando se resfriaba.
—Tienes razón. Soy una superhéroe.
—¡Superheroína! Eres mi Mujer Maravilla.
Me reí. —¿Vaya, Mujer Maravilla? Menudo cumplido. —Señalé mi
cabello rojo—. Pensé que sería más una Viuda Negra o una Mística.
—No, ambas tienen un lado oscuro, pero tú no. Eres buena como Diana.
—Te quiero, hermanito.
Seguimos hablando durante unos minutos, sobre sus deberes del colegio
y los libros que le había regalado Luca. Jude era ahora adicto a Arsene
Lupin, el caballero ladrón... un ladrón con moral y un código.
Sí, deja que Luca comparta eso con mi hermano.
Le prometí a mi hermano que la semana próxima le llevaría a tomar el
helado más grande de la historia para compensarle, aunque no parecía tan
molesto. Tenía sus libros, era feliz.
—Siento haberte asustado —oí decir a una voz tan pronto cerré el
portátil.
Salté de mi silla, casi estrellándola contra el suelo.
—¡Jesús!
—No del todo, aunque casi lo conozco.
—No tiene gracia —refunfuñé mientras mi corazón empezaba a
calmarse.
—¿Ni siquiera un poco?
Lo fulminé con la mirada, negando con la cabeza.
—Bien. —Se sentó en la cama, haciendo una mueca de dolor. Me
acerqué a la cama.
—Inclínate —le dije, rodeándole el torso con los brazos y tirando de él
hacia mí para poder ajustarle las almohadas y que se sentara más
cómodamente.
Sin embargo, esta vez fue incómodo, ya que él estaba consciente y yo
tenía la barbilla apoyada en su hombro. Le sentí girar un poco la cabeza y
sentí un leve roce en mi cabello. ¿Acababa de besarme en el pelo? No, eso
era estúpido.
Negué con la cabeza, ayudándole contra la almohada antes de ajustarle
la funda alrededor de la cintura.
—¿Cómo te encuentras?
—Como si me hubiera atropellado un camión. Fruncí los labios.
—Sí, bueno, espero que te sirva de lección y no vuelvas a hacer algo tan
estúpido.
—No pensé que sería tan malo.
—Sí, bueno... Me has asustado, Luca, de verdad.
—Lo siento, lo último que quiero es asustarte. Nunca quiero que me
tengas miedo.
—¿No tengo miedo de ti sino por ti? Parece que es mi manera por
defecto.
Sonrió mientras su estómago gruñía.
—Tengo un poco de comida para ti. Intenta tomarla, ¿vale? —Le puse la
bandeja con un bocadillo de mantequilla de cacahuete y mermelada, y una
botella de zumo de manzana.
Me miró con una ceja arqueada.
—¿Ahora soy un niño de cinco años? Puse los ojos en blanco.
—Necesitas el azúcar. Come, y tómate los antibióticos —añadí, dándole
dos pastillas—. Tendrás que tomarlos al menos una semana más.
—Sí, jefa.
Suspiré, sentándome de nuevo en la silla mientras él comía, y dejé que
mis ojos se perdieran en su pecho desnudo, y, en particular, en el tatuaje que
tenía allí.
Mi inspección se vio interrumpida cuando sus dedos la rozaron.
Levanté la vista y me encontré con sus ojos antes de apartar la mirada,
bastante avergonzada por haber sido sorprendida in fraganti.
—Este es el tatuaje de la famiglia —dijo, sin dejar de trazarlo con los
dedos—. Todos lo tenemos, o una variante. Todo depende de la familia a la
que pertenezcas. Este es el tatuaje de la familia de la Costa Este. —Suspiró
y dejó caer la mano sobre la cama—. Fue cuando hice la prueba final de
lealtad. Normalmente te lo haces entre los dieciséis y los dieciocho, pero,
qué quieres que te diga, siempre he sido precoz. —Lo dijo en broma, pero
la amargura de su voz era inconfundible—. Lástima que estas estúpidas
cicatrices no me lo hayan quitado. Hubiera sido lo único bueno.
—¿Se supone que tienes que contarme todo eso? —pregunté
suavemente, inclinándome hacia delante en la silla para prestarle toda mi
atención. Quería saberlo, por supuesto, pero no, si le creaba problemas.
Se encogió de hombros.
—Realmente no me importa. Me salvaste la vida, me cuidaste, me
lavaste la polla... Te ganaste mi confianza.
Me ruboricé al oír hablar de su polla.
—¡Dom estaba allí cuando te bañé! No fue nada inapropiado. — Dejó
escapar una risita.
—Oye, solo estoy bromeando, pero todo sea por decir... Ahora estás en
mi círculo de confianza. Todo lo que quieras saber puedes preguntarlo.
Asentí con la cabeza. —Bien, gracias.
—Necesito ir al baño.
—¡Oh! Sí, por supuesto, déjame ayudarte.
—Yo me encargo.
Dejé escapar un suspiro de alivio cuando Dom entró en la habitación.
—¿Estás seguro? —pregunté.
—Sí, el idiota ya se ha despertado y tú apenas has dormido ni comido en
los últimos cuatro días. Ve a comer algo y acuéstate... Puede que te haya
dejado un regalito en la mesa de la cocina.
Me alegré. Nunca nadie me había comprado regalos, no sin tener algo
más en mente.
Miré a Luca, que me guiñó un ojo.
—Sí, ve tú. A Dom le encanta verme la polla, en realidad es más un
favor que otra cosa.
Dom resopló, pero se acercó a la cama.
—Si que pareces cansada, Cassie —añadió Luca, completamente serio,
con la preocupación grabada en el entrecejo—. Hasta luego.
—Sí, nos vemos luego. —Me volví hacia Dom—. Cuida de él.
—Siempre —respondió, justo antes que saliera de la habitación.
Quería ir a ver mi regalo, pero, de repente la adrenalina y la ansiedad de
los últimos días se desvanecieron, para dejar solo una poderosa sensación
de cansancio, y apenas llegué a mi dormitorio antes de hundirme en el
olvido.
CAPÍTULO 14

Luca

P
asaron otros cuatro días hasta que volví a ser yo mismo... bueno, una
versión golpeada y dolorida de mí mismo, pero al menos funcionaba.
Había estado a punto de morir, lo sabía, y también sabía que ya
no había vuelta atrás en lo que respectaba a Cassie West.
Me había salvado la vida con creces y, a pesar de que todo se acumulaba
en mi contra, me daba cuenta de que realmente se preocupaba por mí... Qué
milagro para mí, pero qué maldición para ella.
Había querido mantenerla a raya, impedir que penetrara en mis muros,
pero nunca tuve ninguna posibilidad. Había demasiada bondad, demasiada
luz en ella, para que no debilitara la oscuridad que me rodeaba.
Ella había sido un faro de esperanza con todas sus palabras amables,
todas las caricias gentiles y toda la fuerza sosegada que presencié durante
los pocos momentos de lucidez durante mi enfermedad. Lo había
significado todo.
Después de una ducha, que me cansó mucho más de lo debido, caminé
por la casa, buscando a Dom.
Estaba un tanto raro desde que sucedió todo, andaba de puntillas a mi
alrededor... actuando como si necesitara que me trataran con cuidado;
odiaba eso.
Lo encontré en la sala de juegos jugando al billar solo.
—¿Para esto te pago?
Puso los ojos en blanco, pero se apoyó en la mesa de billar y metió dos
bolas de un solo tiro.
—En realidad, todavía no estoy en horario de trabajo —respondió,
dando la vuelta a la mesa, evaluando su siguiente movimiento—. Me alegra
ver que vuelves a ser encantador.
—Quiero entrenar.
Dom levantó la vista, sorprendido.
—¿Entrenar? ¿Con quién?
Alcé las cejas, sorprendido por la pregunta.
—¿Es una pregunta trampa?
—Bueno, debe de ser con Cassie porque jodidamente no soy yo.
Había un tipo de entrenamiento que ansiaba hacer con Cassie, que
implicaba mucha menos ropa y mucho más placer que mi habitual sesión de
entrenamiento con Dom.
—¿Por qué demonios no? Dom se echó a reír.
—No te ofendas, Luca, pero a mí me gusta al menos tener un pequeño
desafío. Vuelve cuando puedas estar de pie más de unos minutos sin
apoyarte en la pared como un paciente geriátrico.
Me levanté de un salto, ni siquiera me había dado cuenta de que me
había apoyado en la pared.
—Necesito desahogarme —admití—. Estar encerrado en una habitación
y una cama durante una semana realmente me ha afectado.
—Oh, sí, estoy seguro de que la enfermera te ha molestado. —Dom
cogió un taco de billar y me lo lanzó—. Juega conmigo.
Mis labios esbozaron una media sonrisa. —No, eso fue una ventaja.
Asintió con la cabeza, con cara de preocupación mientras acomodaba las
bolas de billar.
—¿Qué ocurre?
Sacudió la cabeza. —Nada.
—Dom... —solté suspirando.
—Hablabas mucho cuando estabas con fiebre.
—¿Lo hice? —pregunté, mientras se me formaba un sudor frío en la
nuca.
Él asintió.
—La mayoría de las veces en italiano, pero...
Aquello era un alivio. No necesitaba que Cassie se diera cuenta de lo
jodido que estaba.
—Hablaste con tu madre y con tu hermana.
Respiré hondo y bajé la vista a la mesa, acomodándome a la pausa,
haciendo todo lo posible por evitar los ojos de Dom. Las había visto cuando
estaba en el peor de mis estados, cuando sospechaba que mi vida solo
pendía de un hilo. Las había visto a ambas en un hermoso jardín, donde me
habían dicho que no había sido culpa mía, que no había hecho nada malo y
que tenía que seguir adelante y ser feliz. Ellas querían que fuera feliz y
querido, y verme así les estaba rompiendo el corazón.
—Sí... —carraspeé, antes de aclararme la garganta bajo el peso de la
emoción, al recordar aquella ilusión que había parecido demasiado real...
Quizá había sido real—. Necesito una copa.
—Cassie dijo que no. Los antibióticos que estás tomando son demasiado
fuertes. Tendrás que esperar unos días más. No me hagas llamarla.
Fruncí el ceño, nadie me decía que no, nadie me ordenaba nada.
—Cassandra West no es mi jefa. Dom resopló.
—¡Claro que no! —Se volvió hacia mí con una mueca burlona—. Mia
piccola guaritrice, accarezzami il cazzo per favore. —Se burló con voz
aguda.
—¡Nunca le pedí que me acariciara la polla! Dom volvió a reír.
—No, pero los dos sabemos que querías.
Sacudí la cabeza. Pero sí recordaba haberla llamado "mi pequeña
sanadora".
—No te romperá el corazón, Luca. — Hice un tiro y mandé mi bola
dentro.
—No, no lo hará. Ya no tengo nada que romper. Dom me dedicó una
sonrisa cómplice.
—Los dos sabemos que eso no es cierto. He visto que no es cierto.
Agradecí la rápida llamada a la puerta. Cualquier cosa era mejor que un
cara a cara con Dom.
—¿Sí?
Cassie abrió la puerta y se le iluminó el rostro cuando me miró. Me
encantaba cómo reaccionaba ante mí, porque cada vez que sus ojos verdes
se posaban en mí, el corazón me daba un brinco en el pecho.
—Tienes buen aspecto —dijo, con su habitual sonrisa brillante. Asentí,
devolviéndole la sonrisa.
—Gracias a ti.
Hizo un gesto despreocupado con la mano, volviéndose de un adorable
tono rosado ante el cumplido.
—¿Hay algo que pueda hacer por ti? —pregunté, mientras ella seguía
mirándome en silencio.
Parpadeó rápidamente.
—¿Qué? Ah, sí.
Me complacía ver cómo reaccionaba ante mí. Se sentía realmente
atraída por mí, a pesar de todo... Era una auténtica maravilla.
—Tu amigo Matteo ha venido a verte.
Dejé escapar una burla, volviéndome hacia Dom. ¡Esa había sido buena!
Cuando noté que Dom se tensaba y palidecía un poco, me di cuenta de
que no era una broma que habrían planeado, era verdad.
—¿Lo has conocido? —pregunté, tratando de mantener la voz lo más
fría posible. Que Cassie conociera a Genovese era probablemente una de
mis peores pesadillas.
Ella asintió, aparentemente ajena a la masa plomiza que se había
formado tanto en mi estómago como en el de Dom.
—Sí, es un hombre encantador. Está en la cocina.
Asentí. Matteo Genovese había invadido mi espacio, algo que no me
agradaba.
—Perfecto, genial, iré a verle. ¿Por qué no vas con Dom? —Vete a
cualquier sitio lo más lejos posible de Matteo Genovese y quédate
encerrada hasta que abandone la propiedad.
—Sí —continuó Dom—. Me has privado de las bondades de la tele
mientras te ocupabas de este. Quiero saber quién se hizo el test de
embarazo. Apuesto por Brooke.
Me miró a mí y a Dom varias veces, sin creérselo.
—Cassie... por favor —continué. Dejó escapar un suspiro resignado.
—Bien. —Se volvió hacia Dom—. Y es seguramente Hayley quien está
embarazada.
Esperé a que subieran antes de respirar hondo y entrar en la cocina para
enfrentarme a mi perdición. Matteo nunca salía de la ciudad y ¿que
condujera más de una hora para venir aquí? No significaba nada bueno.
Lo encontré sentado en la isla de la cocina con un vaso de leche y un
brownie de nueces y red velvet -mi brownie de nueces y velvet-, como si
fuera su sitio, a pesar de su aspecto de maldito Capo.
—Me dijo que era tu favorito —me dijo, sin levantar la vista del plato.
Lo estudié, vestido con su traje de diseño, y su cabello oscuro peinado a
la perfección. Para ser justos, desde que conocía a Matteo
Genovese, nunca había visto otra cosa que no fuera la imagen de la
perfección.
Giró lentamente la cabeza hacia mí, sus ojos fríos y carentes de emoción
me estudiaron mientras terminaba su bocado.
Sus ojos siempre habían sido inquietantes y, después de años sin verlos,
me costó acostumbrarme de nuevo. La mayoría de nosotros teníamos los
ojos marrones, pero los suyos eran del azul más claro que jamás había visto.
Incluso circulaba una historia en nuestros círculos según la cual, sus ojos
solo reflejaban el color del hielo que sustituía a su corazón... era el rey
cruel.
—Gianluca. Estás vivo.
Permanecí en silencio, sin saber muy bien a dónde quería llegar con esta
declaración.
Suspiró, limpiándose las manos en la servilleta de papel que Cassie le
había dado. La anfitriona perfecta.
—Estoy francamente un poco decepcionado. Esperaba que estuvieras
muerto o moribundo, porque no veo ninguna otra razón para que no
contestes a mis llamadas y no respondas al mensaje que tu cachorro trajo de
vuelta a casa. La única otra razón sería pura estupidez y esperaba un poco
más de ti.
—He estado ocupado.
—¿Follándote a la asistenta? —Ladeó la cabeza como si estuviera
meditando la idea—. Casi podría perdonarte si fuera ese el caso.
—No. La. Toques —gruñí, con las fosas nasales encendidas—.
Ella no tiene nada que ver con nada.
Sus labios se curvaron en una sonrisa maliciosa, le había mostrado lo
que quería ver.
—Necesitamos hablar. —Se levantó.
Asentí, dándome la vuelta y alejándome, en una silenciosa invitación a
que me siguiera al despacho.
—¿Quieres una copa? —pregunté, mientras me servía un vaso de
whisky. No importaban las instrucciones de Cassie, era obligado para la
conversación que iba a tener lugar.
Sacudió la cabeza y tomó asiento sin invitación. Le había ofrecido una
copa por cortesía, Mateo rara vez bebía en público.
—Así que... —lanzó una mirada aburrida a su alrededor—. Tú... el
príncipe mafioso roto, escondido en su mansión en medio de la nada. —Me
señaló el largo cabello y la barba—. Convirtiéndote en un salvaje...
Resoplé.
—¿Así me llaman? ¿Príncipe roto?
—Creo que es bastante apropiado, en realidad. Eres un niño petulante
que huyó de su responsabilidad porque resultó herido.
Apreté los dientes con tanta fuerza que me sorprendió que no se me
rompieran. ¿Cómo podía no entenderlo? Ese hombre era un psicópata.
—Quise renunciar a mi puesto, y mi padre estuvo de acuerdo.
—Y yo me negué —añadió, como si estuviera bien que él decidiera por
mí. Él tenía el poder de hacerlo, y aun así no lo hizo bien.
—Pero dijiste que me dejarías tranquilo. Asintió.
—Lo hice, pero creo que he sido más que paciente. Ahora está
encargando flores, enviando a tu consigliere a reuniones de famiglia.
—Dom no es mi cons...
—¿Pensabas que pidiendo favores al tribunal federal no volverías a mí?
Por favor, Gianluca, no eres tan estúpido.
—Estaba cobrandome una deuda.
—Así que lo hiciste —Giró el anillo de sello que llevaba en el dedo
anular derecho. El anillo tenía grabado el símbolo de Trinacria, un anillo
poco común, uno que le habían dado como símbolo de su autoridad. Matteo
Genovese era el único que podía llevarlo en Estados Unidos, era nuestro
jefe, nuestro comandante, juez y verdugo. Había sido enviado aquí cuando
solo tenía quince años para gobernarnos a todos. Era nuestro Capo dei capi
y nos gobernaba con puño de hierro.
Uno que era a la vez temido y venerado... El problema conmigo, lo que
le agravaba más que nada, era que yo ya no tenía nada que perder, ningún
punto de presión.
Miré hacia la puerta cerrada de mi despacho. Al menos solía hacerlo.
Durante dos años, aquel hombre había perdido su poder sobre mí, pero lo
había recuperado y era evidente que lo sabía.
Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y me tensé. Aún podía
decidir que yo no merecía la pena y pegarme un tiro en la cabeza.
Sacó una larga caja de terciopelo negro.
—Ya que venía, recogí esto de la joyería Lucía. Es una preciosa pieza
hecha a medida... diamantes... platino... 14.000 dólares, ¿no? Qué gesto tan
considerado para alguien que no te importa especialmente.
Entrecerré los ojos hasta convertirlos en rendijas, ese cabrón lo sabía
todo incluso antes de haber puesto un pie en esta casa. —¿A quién tienes?
Se rio.
—A todos. —Sacudió la cabeza—. ¿Pensaste que te dejaría marchar y
lamentarte en tu rincón sin vigilarte de cerca? Bueno... —Negó con la
cabeza—. Debería decir que todos menos tu consigliere... Ese es
molestamente fiel.
—Él no es mi consigliere y yo no soy el Capo... Matteo golpeó el
escritorio con la mano.
—¡Suficiente! —gritó.
Me detuve, sobresaltado. Matteo tenía un carácter tan tranquilo como
colérico. Lo había visto degollar a un traidor y limpiar el cuchillo en la
camisa del tipo con la misma cara de aburrimiento que cuando iba a la
iglesia.
—Podría hacerte la vida muy, muy difícil, Gianluca. No me pongas a
prueba —soltó con frialdad, y si algo sabía de Matteo era que nunca
profería amenazas vacías—. Pero, también podría hacértela mucho más
fácil.
Me recosté en el asiento. —¿Más fácil?
—Sabes lo que hice por ti cuando tenías catorce años, lo que te
conseguí.
Me puse rígido, era un secreto que yo no quería que se supiera.
—Eso hace tiempo que pasó, Matteo, y te lo he devuelto multiplicado
por diez.
Asintió.
—Sí, lo hiciste, pero aun así no tenía por qué estar de acuerdo.
Entonces fue arriesgado. Yo era nuevo, pero me puse de tu parte.
—No gratuitamente —le recordé—. ¿Qué pretendes con esto?
—Sabes que no puedes casarte con quien quieras, ¿verdad? Como Capo
debes casarte dentro de las cinque famiglie, pero te ayudaré a casarte con
ella.
Mi corazón saltó ante la idea de tener a Cassie.
—No, ella se merece algo mejor. Quiero mantenerla fuera de esto.
—¿En serio? —Miró la caja de regalo que había sobre mi mesa—. Es
demasiado tarde, lo sabes, ¿verdad? Sabe demasiado, no tiene escapatoria.
Te aseguraste de ello.
—Ella no sabe nada.
—¿Es eso cierto, Gianluca? —Se pasó el índice por el labio inferior—.
Ya sabes cómo trato a los mentirosos. —Hizo una mueca —. Me disgustaría
tener que torturarla solo para asegurarme, pero si es lo que quieres...
—No la lastimes. Todo lo que ella sabe era mi derecho compartirlo.
—No le haré daño... si no me obligas a hacerlo. —Se rio—. Quiero
decir que podría hacerle daño solo por verte sangrar, pero ella me gusta.
Que el Señor se apiade de ella, ser del agrado de Matteo Genovese
sonaba casi como una maldición. Igual que lo son tus sentimientos por ella,
se burló la estúpida vocecita sádica de mi cabeza.
—Cuando entres en razón y te la folles, dale un anillo y que termine su
formación de enfermera. Necesitamos más sanadores en la famiglia.
Sacudí la cabeza.
—Le están haciendo la vida imposible al simplón.
—Enzo no es un simplón. ¿Por qué te importa?
—A mí no, pero a ti sí —se burló.
—¿Qué es lo que quieres?
—Tienes que ocupar tu lugar y me importan una mierda tus pequeñas
turbulencias internas. Tú eres el Capo y se lo vas a arrebatar a ese loco de
mierda que se cree inteligente.
Me encogí de hombros. —Sácalo. Puso los ojos en blanco.
—Eso es poco sofisticado y no puedo... hasta que su idiotez provoque la
guerra real que ya se avecina, tengo las manos atadas. Benny es demasiado,
demasiado llamativo, demasiado pagado de sí mismo. —Sacó un sobre
blanco del bolsillo—. El gordo cabrón está organizando un baile de
máscaras para su sesenta cumpleaños, el próximo viernes... Un baile de
máscaras propio de una chica de dieciséis años con gusto por lo teatral.
Tenía que admitir que me sorprendía que ni Benny ni Savio me
informaran de su estúpida fiesta. Se habían esforzado tanto en fingir que les
importaba, en fingir que me querían dentro de la famiglia en lugar de a dos
metros bajo tierra... Así que, el que ni siquiera me enviaran una invitación,
me hizo saltar todas las alarmas.
Matteo deslizó el sobre hacia mí.
—Es un nombre falso. Ve con tu chica. Envía a tu cachorro. Realmente
no me importa. Tienes que ver lo que está haciendo y tienes que pararlo. He
sido más que paciente contigo, Gianluca. Te he dado más libertad de acción
de la que nunca le he dado a nadie. No hagas que me arrepienta de haber
apostado por ti. —Se levantó, arreglándose la corbata y los puños—. Será
mejor que vayas o que envíes a alguien, y espero que recuperes tu puesto
muy pronto, Gianluca. Nunca se me ha conocido por mi paciencia o
indulgencia.
Ese era el eufemismo del año.
—No me hagas volver aquí, no te gustará si lo hago... y a ella tampoco.
Apreté las manos contra el escritorio, tratando de contener la rabia.
Enfrentarme a Matteo era una forma de hacer que lloviera fuego del
infierno sobre mí, sobre ella, y no era algo que hubiera deseado.
Le hice un gesto cortante con la cabeza.
—Oh y una cosa más antes de irme... La próxima vez que te llame, más
vale que me contestes o me llames enseguida, porque te juro que no te va a
gustar el resultado.
—Cosa segura.
—Me alegro de que nos entendamos. La verdad es que no me apetece
ensuciarme las manos.
Eso era una mentira descarada, Matteo vivía para el caos y el dolor. Su
nombre era más que apropiado. Matteo significaba regalo de los Dioses y él
realmente se creía nuestro Dios, nuestro rey... nuestro puto rey psicótico.
—Dale las gracias a la chica por el brownie. Me alegro de tenerla en la
famiglia.
Permanecí en silencio mientras me abandonaba en el despacho.
La había cagado en proporciones épicas.
Había querido proteger a Cassie, mantenerla justo en la frontera entre el
mundo normal y el mío. La quería cerca, pero me importaba lo suficiente
como para no querer maldecirla conmigo, y, a pesar de todos mis esfuerzos,
a pesar de todos mis intentos de no caer, la había arrastrado conmigo.
Pasé la mano por la caja del collar hecho a medida que había encargado
para ella. Debería haberlo sabido, pero quería que tuviera algo especial por
su cumpleaños, algo significativo que expresara lo que sentía por ella, sin
que ella supiera realmente lo que significaba.
Debería haber tenido en cuenta que Matteo era tan listo como astuto.
Ahora ella estaba en su radar y no había mucho que yo pudiera hacer.
Dale lo que quiere a cambio de su libertad. Quiere que vuelvas a la
cima. Se la dará. No es como si realmente le importara. Ella es solo un
medio para un fin, afirmaba mi voz de la razón, y ahí estaba esa estúpida
vocecita que salía de mi destrozado corazón. Tal vez no quiera ser libre, tal
vez quiera quedarse aquí... contigo.
Me recosté en el asiento y cerré los ojos, cansadamente.
¿Cómo voy a salvarte, Cassie West? Y lo que es más importante, ¿acaso
quieres que te salven?
CAPÍTULO 15

Cassie

C
lavé la pala un poco más fuerte de lo necesario en la tierra. Aún
estaba un poco enfadada por lo que había pasado el día anterior,
aunque no tenía motivos para estarlo.
Luca me había dicho que confiaba en mí, que ahora estaba en su círculo
de confianza, y me mandó a mi habitación como a una niña, tan pronto
apareció uno de sus colegas.
Sacudí la cabeza, poniendo el bulbo en el suelo. Sabía que era novata en
todo esto de la mafia, pero, aun así.
Aquel hombre había sido encantador. Bueno, era cierto que casi me
muero de un infarto cuando me había dado la vuelta y me lo había
encontrado allí, de pie en la cocina.
Matteo, dijo que se llamaba, y era una auténtica obra de arte. Creo que
nunca en mi vida había visto a un hombre tan hermoso. Su rostro era
perfecto, impecable... con una nariz recta, una mandíbula bien definida y
unos labios que harían llorar a las chicas, y unos ojos de un azul tan claro
que casi parecían irreales, sobre su piel bronceada y su cabello negro.
Y su acento, dulce Señor, ¡ten piedad! ¿Cómo es que los mafiosos eran
tan atractivos? ¿No se suponía que todos debían ser bajos, gordos y calvos?
Suspiré al pensar en Luca y en el beso que le había dado.
—¿Por qué estás tan melancólica?
Me giré y vi a Dom a mi lado, con los brazos cruzados sobre el pecho.
—¿Realmente quieres fastidiarme? Tengo una pala, ya sabes. Levantó
las manos rindiéndose.
—Qué miedo...
—Sí. —Me apoyé sobre los talones para verlo mejor—. ¿En qué puedo
ayudarte?
—Te voy a llevar fuera.
—¿Llevarme fuera? En plan... —Me pasé el pulgar por el cuello de
forma cortante.
Puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.
—No, solo te saco a ti, lo juro... — suspiró—. Te voy a llevar a un baile
de máscaras, en la ciudad.
Me levanté, ajustándome la gorra en la cabeza.
—¿Baile de máscaras? ¿Por qué? ¿Cuándo?
—Sí, ya sabes... un baile con máscaras. — Era mi turno de poner los
ojos en blanco.
—Sé lo que es una mascarada, Dom. Es solo que parece tan... aleatorio.
Se encogió de hombros.
—¿Por qué no? Es divertido y llevas mucho tiempo encerrada en esta
casa, ¿y antes de esto? ¿Alguna vez hiciste algo divertido como eso? Seguro
que no asistías a fiestas cuando ibas al instituto.
Tenía razón. Sonaba divertido y yo nunca había estado en una fiesta de
verdad, salvo en las que organizaban mis padres asesinos y en las que tenía
que interpretar el papel de su hija perfecta.
—No tengo nada que ponerme para ello. —Tendría que gastar más de
mis ahorros y eso no me entusiasmaba demasiado—.
¿Cuándo es?
—El próximo viernes y no te preocupes por no tener nada que ponerte,
te tengo cubierta, Boo.
—¿Boo? —pregunté, arqueando una ceja. Ladeó la cabeza.
—Estaba probando algo nuevo... ¿No?
Sacudí la cabeza con una risa sorprendida.
—No, desde luego que no.
—Entonces, ¿la mascarada? ¿Sí?
Realmente quería ir, pero no quería que Luca pensara que tenía una
relación romántica con Dom. Era estúpido incluso sentir preocupación
porque Luca no me había mostrado interés, al menos no de forma romántica
pero...
—¿Le parece bien a Luca?
Dom sonrió alegremente como si yo acabara de hacerle la pregunta más
interesante que jamás hubiera oído. Asintió con la cabeza.
—Sí, dijo que mientras no toque lo que no me pertenece, no pasa nada.
Si no, perderé la mano.
—¿Qué pertenece a quién? Dom soltó una risa.
—Hablando de Luca, me preguntó si podías ir a verlo a su despacho.
El corazón me dio un brinco en el pecho, pero intenté contener mi
excitación, ante la idea que me solicitara. Podía ser por trabajo, claro, pero
me hacía ilusión, pasara lo que pasara.
Asentí con la cabeza.
—Bien, ahora voy.
—¡No corras demasiado! No quisiera que resbalaras y te cayeras
—gritó tras de mí.
Seguí andando, pero le enseñé el dedo corazón y entré en casa, seguida
de su estridente carcajada... ¡Idiota!
Respiré hondo cuando llegué al segundo piso y llamé a la puerta de
Luca.
—Adelante.
Abrí la puerta y mi estómago dio un vuelco cuando me miró a los ojos y
sonrió. Me había dado cuenta de que era una sonrisa suave y agradable, que
solo me dedicaba a mí.
No pude evitar devolverle la sonrisa, sin darme cuenta que no hacía ni
cinco minutos estaba enfadada con él.
—¿Querías verme?
Señaló la silla al otro lado de su escritorio.
—Sí, quería hablar de lo que pasó ayer. Asentí y tomé asiento.
—Matteo Genovese es... —Desvió la mirada y se rascó la barba—. Es
peligroso, muy peligroso.
No lo parecía. —Es muy guapo. Luca resopló.
—Es el tipo de hombre que te desangra cuando se despierta y desayuna
junto a tu cadáver. Te mantuve alejada para protegerte... no porque no
confíe en ti, porque lo hago, más de lo que jamás he confiado en una mujer.
Yo solo... —Suspiró—. Solo quiero que sepas que no quise lastimarte.
—...no me lastimaste. —Mentirosa.
Abrió el cajón y sacó una larga caja rectangular negra.
—Te lo compré por tu cumpleaños, pero, obviamente las cosas no
salieron como esperaba, aquí la tienes. Feliz cumpleaños atrasado.
No sabía lo que contenía la caja, pero tuve que parpadear para contener
las lágrimas, ante la intensidad de las emociones que despertaba en mí un
regalo de Luca.
—No es mucho —añadió rápidamente, deslizando la caja hacia mí.
Dejé escapar un suspiro tembloroso, cogí la caja y la abrí lentamente.
Dentro encontré un collar de plata hecho de formas
geométricas, pentágonos y líneas, enlazadas con flores de cristal. Era
absolutamente hermoso y único.
—Me encanta... —susurré, rozándolo con los dedos. Levanté la vista—.
Muchas gracias.
Me miró con una expresión tan parecida al cariño, tanto que el corazón
me volvió a dar un brinco en el pecho.
—Así que… ummm… Dom me invitó a un baile de máscaras.
¿Te parece bien?
Frunció el ceño. —¿Por qué no iba a parecermelo?
Mi estómago se hundió ante la tristeza que me causó su aceptación.
¿Qué esperaba? No era más que una ingenua tonta. Él se preocupaba por
mí, pero de la misma manera que Dom y probablemente también era por
eso por lo que había estado distante desde que lo había besado.
No quería tener que rechazar abiertamente a la dulce idiota.
Asentí con resignación. Había dejado de esperar más. Era poderoso,
maduro, educado y, sobre todo, estaba profundamente roto. Necesitaba algo
más que yo.
Me levanté. —Gracias de nuevo por el collar.
—No me preocupa Dom porque no toca lo que no le pertenece.
Me detuve con la mano en el picaporte y giré la cabeza para mirarlo.
—¿Ya quién pertenezco yo?—pregunté, con el corazón empezando a
galopar como un mustang en mi pecho.
Se reclinó en su asiento, apoyó la mano en los labios y me miró con sus
penetrantes ojos oscuros, como si pudiera ver a través de mí.
—Que tengas un buen día, Cassie.
A pesar de esquivar la respuesta, no pude evitar sonreír cuando salí de
su despacho, apretando la caja contra mi pecho. Puede que no me reclamara
con sus palabras, pero sus ojos sí lo hacían y por ahora era suficiente.
Cuando volví a casa el jueves, después de mi salida semanal con Jude,
encontré una caja negra de un famoso diseñador frente a la puerta de mi
habitación, así como una bolsa con varias cajas más pequeñas.
Llevé las cajas a mi habitación y encontré el vestido más hermoso de
todos. Era un vestido de noche verde esmeralda, largo hasta el suelo y con
un solo hombro. La parte superior estaba bordada con finas flores doradas y
caía en una relajada línea A desde la cintura, con una abertura tan alta que
pensé que sería indecente cuando me lo pusiera.
La primera caja de la bolsa contenía zapatos dorados y verdes
exactamente de mi talla, la segunda un chal dorado y la última una máscara
veneciana dorada adornada con ligeras líneas esmeralda, que creaban un
hermoso e intrincado diseño.
Dom se había superado a sí mismo. Todo era tan maravilloso y estaba
tan bien coordinado. Recorrí el vestido con los dedos y decidí probármelo
enseguida.
Me despojé de mi ropa y me puse el vestido. Una vez cerrada la
cremallera lateral, me giré para mirarme al espejo y me quedé sorprendida
por lo impresionante que me quedaba el vestido, el perfecto contraste de
colores entre mi piel lechosa y mi cabello pelirrojo. Pasé las manos por la
cintura recortada y el vuelo de la falda. Me quedaba perfecto.
No pude evitar sonrojarme un poco al ver que Dom se había fijado en
mi cuerpo... Saqué el móvil para hacerme una foto, pero me llegó un
mensaje de Dom.
¿Puedes venir a mi habitación?
Fruncí el ceño. Sabía dónde estaba su habitación, pero nunca había
estado allí.
Claro, estaré allí en cinco minutos.
Me quité el vestido con cuidado y lo guardé en el armario antes de ir a
ver a Dom.
—Entra —dijo, después de llamar a la puerta.
—¿Estás... bien? —pregunté. En realidad, era una pregunta estúpida.
Dom estaba en la cama a las seis de la tarde, con el cuello cubierto de un
ligero sarpullido. Estaba claro que no se encontraba bien.
Suspiró, negando con la cabeza.
—No, bueno, ahora estoy bien, pero ya sabes que soy alérgico al
marisco, ¿no?
Asentí en silencio, estudiándolo, con mi formación de enfermera
tomando el control.
—Pedí comida china y puede que no tuviera cuidado. Se me disparó la
alergia y si no llega a ser porque Luca me trajo la EpiPen… —Sacudió la
cabeza.
Corrí a su lado y miré su sarpullido.
—Ha debido de ser realmente fuerte —confirmé, mientras bajaba un
poco el cubrecama y notaba que el sarpullido le corría también por el
pecho.
Suspiró.
—Sí, es bastante común. —La mayoría de las reacciones alérgicas
graves y la reacción al EpiPen tenían tendencia a provocar malestar
estomacal. Comprendí lo que no decía.
Me encogí de hombros.
—No pasa nada, Dom, habrá otras fiestas. —Me alegré de que mi voz
no transmitiera la decepción que sentía. Me había hecho ilusión ir a algún
sitio por una vez y parecer una princesa.
— Por supuesto que no, Luca te va a llevar —dijo sacudiendo la cabeza.
No pude evitar la emoción que me invadió antes de desinflarme cuando
la realidad se me vino encima porque, uno, no sería justo obligar al
ermitaño de Luca a hacer algo tan trivial, y dos, sería bastante despiadado
utilizar a Dom como una pieza reemplazable.
—No está bien...
—Me parece justo, él es quien lo ha organizado todo —añadió,
interrumpiéndome.
Arqueé las cejas, sorprendida.
—¿Luca lo hizo? —No era algo que me hubiera esperado. Asintió con la
cabeza.
—Sí, pensó que necesitabas un poco de distracción por todo lo que está
pasando en tu vida, por todas tus responsabilidades. Él eligió el vestido...
todo.
—¿Luca? ¿Gianluca Montanari hizo eso?
Dom soltó una risita, pero sonaba cansada. Casi había olvidado cómo
podía afectarle esta mala reacción alérgica.
—Sorprendente, ¿verdad? Debes de gustarle mucho. — Me sonrojé de
placer.
—Yo, no, solo está siendo amable.
Dom me miró con una sonrisa cómplice en la cara.
—Claro, sí... debe de ser eso. Los jefes de la mafia suelen ser conocidos
por su carácter amable y bondadoso.
Puse los ojos en blanco.
—No estoy segura que dejarte aquí sea inteligente.
—No te ofendas, Cassie, pero soy un hombre de treinta y dos años.
Estoy bastante seguro que puedo manejarme bien.
Crucé los brazos sobre el pecho.
—¿Como hiciste cuando Luca estuvo enfermo?
—¡Oye! —apoyó la mano en el pecho en señal de fingida ofensa
—. Primero, eso fue culpa de él, no mía. Y segundo... —torció la boca
hacia un lado—. Vale, no tengo un segundo, pero solo es una tarde.
Volverás antes que me dé cuenta.
Suspiré. —Sí, pero Luca...
—¿Qué pasa con Luca?
—¿Estás seguro de que está bien para participar? No quiero que haga
algo que no le entusiasme. Lleva más de dos años sin salir. No estoy
segura... —No estoy segura de merecer el esfuerzo, añadí para mis adentros,
pero sabía que enfadaría a Dom si decía eso. Él era mi animador personal.
—¿Entre tú y yo? Asentí con la cabeza.
—No creo que él mismo se dé cuenta, pero probablemente ahora mismo
esté dando gracias al cielo por tener esta oportunidad.
Solté una pequeña carcajada.
—Espero que sea verdad... Yo... —Respiré hondo—. Él me gusta.
—¿Ah, sí? Vaya... Esa es información totalmente nueva. Puse los ojos
en blanco, era un fuerte sarcasmo.
—No, quiero decir que él me gusta. —Sí, volvía a ser una niña de
séptimo curso.
Dom me miró en silencio, como si yo tuviera pocas luces.
—¿Pensaste que eras discreta con eso? — De repente, el pánico se
apoderó de mí.
—¿Crees que lo sabe? —Si lo supiera, juro que no podría volver a
mirarlo a los ojos.
Dom resopló.
—Debería, normalmente lo haría, pero está tan atrapado en su odio a sí
mismo que no creo que se dé cuenta que la gente puede ver más allá de eso.
—Respiró hondo y se acomodó un poco más en su pila de almohadas—.
Vete ya. Necesito mi sueño reparador.
—De acuerdo, pero llámame si necesitas algo, por favor.
—¡Honor de explorador! —Prometió, levantando la mano en un saludo
a lo Star Trek.
—Así no es como se hace. Eso es un saludo Vulcano.
Se encogió de hombros. —Lo es en Italia.
Entrecerré los ojos con desconfianza.
—No, no lo es, no soy tan despistada.
—¡Ah! —me guiñó un ojo. —Mereció la pena intentarlo. Sacudí la
cabeza. —Nos vemos el sábado.
—Diviértete y, si te sirve de algo, creo que a Luca también le gustas...
Quizá deberías pasarle una nota en clase y preguntarle si le gustas tú —
añadió Dom mientras yo llegaba a la puerta.
No pude evitar que cientos de mariposas revolotearan en mi estómago al
pensarlo, pero me di la vuelta para fulminar a Dom con la mirada.
—Luca tiene razón, realmente eres un gilipollas.
Salí de la habitación seguida por la estridente carcajada de Dom y, sin
embargo, a pesar de lo preocupada que estaba por él, no podía evitar la
sensación de nerviosismo por gustarle a Luca y pasar la velada con él en el
baile, bailar con él...
Sí, mañana no podía llegar lo suficientemente rápido.
CAPÍTULO 16

Cassie

T
eníamos que salir a las seis y cuanto más tiempo pasaba, más
nerviosa me ponía. Había preparado mi bolso de viaje a primera
hora de la mañana y me había visto unas tres horas de tutoriales de
YouTube sobre cómo maquillarme y peinarme, pero cuando ahora me
miraba en el espejo, me alegraba de decir que no había sido en vano.
Me hice un look sofisticado. Me ahumé los ojos, haciéndolos aún más
verdes, y me pinté los labios de un rojo intenso, poniendo el acento en mi
boca respingona y creando un contraste con mi piel de porcelana.
Me recogí el cabello en una trenza asimétrica y dejé sueltos algunos
rizos naturales para suavizar el conjunto.
Sonreí a mi reflejo, subí la mano y rocé el collar que Luca me había
regalado por mi cumpleaños.
Hoy me sentía hermosa. Parecía una mujer segura de sí misma, alguien
lo bastante hermosa como para haber atraído la atención de Gianluca
Montanari incluso antes de que su vida se fuera al infierno... Incluso antes
de considerarse arruinado.
Un golpe en la puerta me devolvió a la realidad.
—Ya voy. —Respiré hondo, cogí mi bolso de viaje y abrí la puerta.
No pude contener el grito ahogado que se me escapó al ver a Luca frente
a mí. Había visto fotos suyas antes del accidente, pero no le hacían justicia.
Se había cortado su larga melena negra, no de forma demasiado corta y
conservadora, sino lo bastante larga para enroscarse en el cuello de su
camisa de esmoquin. También se había afeitado la barba, lo que hacía más
llamativas sus cicatrices, pero también revelaba su afilada mandíbula y su
fuerte mentón.
Era una fuerza a tener en cuenta y cuando me miraba así, como si
quisiera comerme viva... no tenía ninguna posibilidad.
—Estás impresionante —susurré aturdida, asimilando su poderosa
presencia en su esmoquin perfectamente confeccionado.
Su boca se curvó en una suave sonrisa.
—Me has robado la frase.
Me sonrojé vivamente, sin darme cuenta de que había dicho esas
palabras en voz alta.
—Cassie, sei più bella di mille stelle.
Ni siquiera sabía lo que había dicho y, sin embargo, estaba sintiendo
cosas en mis partes femeninas, también era una sensación nueva, pero
bastante recurrente a su lado.
Ladeé la cabeza cuando extendió la mano para coger mi bolso.
—Eres más hermosa que mil estrellas —tradujo.
—Oh, gracias. —Me sonrojé de nuevo, bajando la mirada a mis pies—.
Es el vestido.
Negó con la cabeza, extendiendo el codo como un caballero para que lo
aceptara.
—No, el vestido no importa, cualquier vestido te quedaría precioso.
Brillas como la más brillante de las estrellas.
Le devolví la sonrisa, sin saber muy bien qué decirle. Tomé su brazo y
bajé las escaleras en silencio, disfrutando de su fuerte presencia y su aroma
amaderado.
Entramos en la limusina más lujosa que había visto nunca, ni siquiera en
las películas.
—Trevor nos dejará en el baile y llevará nuestro equipaje a las
habitaciones —dijo, mientras se sentaba frente a mí en el vehículo.
—De acuerdo —asentí—. ¿Dónde nos alojamos?
—En el Gran Hotel. Tenemos habitaciones una al lado de la otra...
¿Te parece bien?
—Claro, sí. —¿Entonces por qué me había decepcionado un poco la
idea de las dos habitaciones? Miré la caja negra que tenía a su lado en el
asiento—. ¿Qué es eso?
—Mi máscara. ¿Quieres...?
—¡La máscara! —jadeé, tocándome la cara desnuda. Me la había dejado
en la cama junto con el chal—. ¡Para el coche!
Luca dio un golpecito en la ventanilla cerrada y el coche se detuvo, justo
cuando su teléfono comenzó a sonar.
Lo sacó del bolsillo y vi el nombre de Matteo parpadear en la pantalla.
Miré por la ventanilla, acabábamos de salir de la verja de hierro.
Rechazó la llamada. ―De acuerdo, daremos la vuelta —dijo justo
cuando el teléfono volvió a sonar.
—No, quédate aquí y habla con él. —Hice un gesto con la cabeza hacia
su teléfono—. Haré que el guardia me lleve con el carrito de golf y me
espere. Volveré dentro de diez minutos.
Suspiró, bajando la vista hacia su teléfono.
—Bien, date prisa. —Contestó—. Pronto.
Salí del coche y le hice un gesto al guardia de seguridad.
—Lo siento. Olvidé algo en la casa, ¿podría llevarme de vuelta?
—Por supuesto, señorita.
Me quité los zapatos al llegar a la casa. —Vuelvo enseguida. —Puse los
zapatos en el asiento y subí corriendo las escaleras hasta mi habitación.
Cogí el chal y la máscara y me disponía a bajar las escaleras cuando
escuché un crujido en el piso de arriba.
Fruncí el ceño y subí al segundo piso, tan silenciosamente como pude
mientras la aprensión y el miedo se mezclaban. Debería haber llamado a
seguridad y no haber subido sola, pero estaba preocupada por Dom.
Encontré a Dom en el despacho de Luca revisando sus cosas,
aparentemente en buen estado, y la decepción que sentí por su traición a
Luca era abrumadora.
―¿Ni siquiera estabas enfermo? ―pregunté, con la voz temblorosa a
causa de la tristeza que sentía.
Se quedó inmóvil, con una carpeta en la mano, mirándome como un
ciervo asustado.
―¿Qué haces aquí? Te he visto salir.
Enarqué una ceja. ―¿Qué hago yo aquí? ―Hice un gesto hacia el
despacho―. Estás traicionando a Luca.
Levantó las manos en señal de resignación.
—No, Cassie, te juro que lo hago para ayudar a Luca. Nunca lo
traicionaría.
―Tengo que decírselo. ―Me di la vuelta, dispuesta a marcharme.
—No, no lo hagas, por favor, te lo ruego. —La urgencia de su tono me
hizo volverme de nuevo hacia él —. Cassie, me conoces, sabes que me
preocupo... por ti, por él.
—Dom, no puedo traicionarlo. Sacudió la cabeza.
—Por favor, solo hasta mañana. Cuando vuelvas te lo contaré todo, y, si
aún quieres decírselo, no te lo impediré.
—¿Lo prometes?
—Te lo prometo, Cassie. —Asintió con la cabeza.
Suspiré y miré el reloj de pared. Ya había pasado la cuenta de los diez
minutos.
—No diré nada... No hagas que me arrepienta.
—No lo harás.
Sacudí la cabeza. —¿Mañana?
—Sí, mañana.
—Bien.
—¡Además estás absolutamente impresionante! —gritó tras de mí
mientras bajaba las escaleras.
Cuando llegué al coche sin aliento, pude ver que Luca no estaba de tan
buen humor como antes de la llamada.
Tan pronto como volví a sentarme en el coche, Luca golpeó la mampara,
y el vehículo se puso en marcha de nuevo.
―Lo siento, he tardado más de lo debido —me disculpé mientras
fruncía el ceño por la ventanilla.
Se volvió hacia mí y dejó escapar un suspiro.
―No, Cassie, no tiene nada que ver contigo. ―Dejó escapar una
pequeña sonrisa que parecía forzada, pero lo intentó―. Es Matteo, siendo
Matteo. —Hizo un gesto displicente con la mano.
―Vale... Háblame de la mascarada. ―Intenté entablar conversación y
convencerme de hacer lo correcto ocultando el secreto de Dom.
Él puso los ojos en blanco.
―Es una fiesta de cumpleaños ostentosa y exagerada.
—Oh. ―No esperaba que fuera tan indiferente al respecto—.
Sabes que si no quieres ir...
Sacudió la cabeza.
―No, sí quiero, aunque solo sea por verte con este vestido, pero...
—Suspiró, recostándose en su asiento—. Dejé ir esta faceta de mi vida
hace más de dos años y no tenía tantas ganas de volver. Pero...
—Levantó la mano, sabiendo que me ofrecería a volver atrás—. Tenía
que hacerlo, hoy o mañana... Se me ha acabado el tiempo. —Era tan
críptico que quise presionar, preguntarle por qué se le había acabado el
tiempo, pero no me correspondía.
—Rara vez he estado en la ciudad, ¿sabes? —Sonreí, recordando mi
último viaje allí―. Llevé a Jude apenas un par de semanas antes que
nuestras vidas ardieran en llamas. Fue el mejor día de mi vida. Le vuelven
loco los musicales, pero nuestros padres no creían que encajara con la idea
de un chico y ya sabes —hice un gesto desdeñoso con la mano—. Eran
demasiados problemas para lo que valíamos. Así que organicé un día
sorpresa para ese cumpleaños. Cogimos el tren a la ciudad y fuimos a una
representación vespertina de El Mago de 0z. Luego lo llevé al Palacio de los
Donuts, donde estoy segura de que comió su peso corporal en donuts y
durmió el coma de azúcar en el viaje de vuelta. —Sonreí al recordar su
cabecita recostada en mi hombro.
—¿Nunca has visitado la ciudad?
—En realidad, no. —Negué con la cabeza.
Se frotó la barbilla como hacía cada vez que pensaba.
—Un día te la enseñaré.
Asentí y aparté la mirada, mientras mis mejillas enrojecían de placer
ante la idea de que me llevara de visita.
Permanecimos un rato en cómodo silencio y me animé al ver las luces
de la ciudad en el horizonte.
—Casi hemos llegado —confirmó Luca, pero su voz transmitía una
cautela que yo no comprendía del todo, pero con la que podía empatizar.
—Todavía no me has enseñado tu máscara. —Señalé la caja, intentando
sacarle de sus pensamientos.
Sonrió, viendo a través de mí, pero me siguió el juego.
—Ah, sí, me parece muy apropiada. —La sacó de la caja y se la puso
delante de la cara.
La máscara era aterradora y tuve que hacer todo lo posible para
mantener la cara plana. La máscara tenía forma de calavera y estaba
diseñada para ser una pieza llamativa para un baile de máscaras. La cara de
la máscara estaba pintada de blanco y con láminas doradas, y unos cristales
le daban un efecto envejecido, para conseguir un aspecto envejecido. Solo
se veían sus oscuros ojos, su boca sensual y su fuerte barbilla.
—Es un demone —dijo, quitándoselo.
—Es aterrador —asentí.
—Igual que yo.
Me encogí de hombros.
—Quizá para otros, pero no para mí. Sacudió la cabeza.
—No, para ti no ...para ti nunca.
Quise preguntarle qué quería decir con eso, pero el vehículo se detuvo y
me di cuenta de que nos encontrábamos frente a una casa majestuosa. Había
unas cuantas personas vestidas de noche subiendo las escaleras.
Luca suspiró, apretándose la máscara alrededor de su rostro.
—Bien, hora de ponerse la máscara. Solo unas cuantas normas. Fruncí
el ceño mientras me ponía la máscara.
—¿Normas? —Pensé que estábamos aquí para divertirnos, las reglas no
predecían nada divertido... ni nada seguro—. ¿Es... peligroso?
Ya no podía verle la cara, pero frunció los labios mientras sus hombros
se tensaban.
—No, conmigo estarás a salvo, siempre.
La seguridad de su voz hizo que me relajara e, incluso sin esas palabras,
la había sentido con él después de nuestro accidentado comienzo. Luca
Montanari me hacía sentir segura.
―Me siento segura contigo ―admití. No estaba convencida si eran las
máscaras o qué, pero era más fácil decir las cosas cuando nos ocultábamos
de ese modo.
Sus ojos se acaloraron mientras me estudiaba.
―Quédate a mi lado toda la noche, ¿de acuerdo? Asentí con la cabeza.
―Si alguien te saca a bailar, te niegas —añadió con seriedad.
―Pero me encantaría bailar.
―Y para eso estoy aquí.
De algún modo, no podía imaginármelo como un tipo bailarín, mi
hombre roto y colérico... Seguía olvidandome de que tuvo una vida antes de
todo esto y, basándome en las pequeñas cosas que encontré en internet, era
bastante ajetreada.
―Seguro, me quedaré contigo.
Luca salió del coche extendiendo la mano para ayudarme a salir. Apenas
salí, me agarró la mano y entrelazó nuestros dedos, enviando un destello
electrizante por mi brazo y por mi espina dorsal.
¿Era algo normal? Nunca había sentido algo así con ningún hombre.
Sospechaba que era solo cosa de Luca.
Subimos las escaleras de la casa y el simple hecho de entrar en el
vestíbulo fue como entrar en otro mundo. Era como entrar en una especie
de palacio de techos altos, mármol blanco y tonos dorados. Todo era
excesivamente lujoso.
Luca nos detuvo frente a un mostrador de seguridad y extendió su
tarjeta.
―Sr. Benetti, bienvenido a la fiesta.
Miré de reojo a Luca, que inclinó la cabeza. ¿A qué venía ese nombre
falso?
Se dio la vuelta y entramos en un enorme salón de baile, parecido más a
una especie de carnaval que a otra cosa.
La fiesta ya estaba en pleno apogeo, Luca nos había hecho llegar tarde a
propósito. Había mujeres vestidas de pájaros en altas jaulas doradas,
bufones a los lados y un hombre vestido de rey sentado en un trono dorado
al final de la sala.
―Esto es...
—¿Ostentoso? ¿Vulgar? ¿Ridículo? ¿Narcisista?
—Estaba a punto de decir increíble. ―Me reí.
—Sí... eso también. —Su mano apretó la mía y levanté la vista, antes de
seguir sus ojos hacia un grupo de tres hombres, que lucían unos extraños
tatuajes cruzados en el cuello.
—¿Quieres bailar?
Asentí una vez, al tiempo que me llevaba a la pista de baile y me hacía
girar.
Jadeé, agarrándome a sus grandes hombros mientras nos balanceábamos
al ritmo de la música. No esperaba que bailara tan bien, siendo tan grande y
ancho, y, sin embargo, era Luca Montanari... Sospechaba que no había
mucho que aquel hombre no pudiera hacer si se lo proponía.
Cuanto más bailábamos, más estrechamente me abrazaba, y podía sentir
los latidos de su corazón contra mi pecho.
—Me gustas, Luca Montanari —susurré a mi pesar ,y su paso vaciló
levemente, la única prueba de haberme oído.
Cuando terminó la canción volvió a agarrarme de la mano.
—¿Quieres ver algo interesante? Asentí.
—Ven conmigo. —Primero nos detuvimos en el bufé para tomar algo e
intercambió unas palabras en italiano con un hombre que llevaba una
máscara de bufón. Cuando se volvió hacia mí e inclinó la cabeza, reconocí
los gélidos ojos azules de Matteo Genovese.
—¿Va todo bien? —pregunté a Luca mientras me arrastraba a una
esquina más oscura.
—No estoy seguro —admitió con sinceridad antes de hacer girar un
aplique de la pared, y un pequeño panel situado justo a mi lado se deslizó
hasta abrirse.
—Cómo...
—Ven, rápido —susurró, tirando de mí y volviendo a cerrar el panel.
Estuvimos a oscuras unos segundos antes de que sacara su teléfono y
encendiera la linterna.
Volvió a cogerme de la mano y tiró de mí hacia unas escaleras.
—¿Cómo sabes esto?
—Esta fue mi casa, conozco todos sus secretos.
Perdí un paso por la sorpresa, pero Luca me sostuvo.
—¡Dios, gracias! Podría haberme hecho daño.
—Siempre te protegeré.
Abrí la boca, pero volví a cerrarla. Esta promesa era tan ominosa y el
efecto que tenía en mi mente y cuerpo era... inquietante en el mejor de los
casos.
—¿Pensé que Hartfield era tu hogar?
—Así es —confirmó, abriendo una puerta y haciéndome un gesto para
que pasara primero.
Me llevó a un pequeño mirador en el primer piso, medio oculto por la
decoración, que me ofrecía una vista completa del salón de baile.
—¡Esto es increíble!
Luca presionó detrás de mí, apoyando sus manos junto a las mías en la
barandilla, atrapándome entre sus brazos, con su cálido pecho contra mi
espalda.
Me estremecí, pero no me atreví a moverme. Su tenue fragancia, el calor
de su cuerpo, su fuerte presencia... todo era tan embriagador.
—¿Cómo es que no vives aquí?
—Nunca me gustó esta casa. Vivía en un apartamento en el centro. Este
no es mi hogar. Mi madre y Arabella tampoco eran fans de él. Hartfield era
su hogar.
Me recosté contra él, dejando caer un poco la cabeza hacia atrás,
apoyándola en su hombro.
―Me encanta Hartfield.
Luca se inclinó un poco, rozándome el cuello con los labios.
—No puedo dejar de pensar en ello. —Me estremecí al sentir su cálido
aliento en mi cuello, su fuerte cuerpo contra mi espalda... la intimidad del
momento.
—¿Qué? —pregunté sin aliento.
—El beso... el que no debiste darme y ahora tengo marcado en mi
pecho. —Sus labios rozaron mi mentón―. Huiste antes de que pudiera
recuperarme.
—¿Y si hubiera esperado?
Levantó la mano y giró mi cabeza hacia un lado. Apenas lo miré a los
ojos, se inclinó y me besó. Fue duro, contundente. Me mordió el labio
inferior, exigiendo acceso a mi boca, y me rendí encantada.
Tan pronto le di acceso, su lengua se deslizó en mi boca, acariciando,
saboreando, dominando. Sentía cómo mi excitación aumentaba y, si aquel
hombre podía hacer eso con un solo beso, no me imaginaba lo que sería
tenerlo dándome placer en mi cama y, de repente, nada me apetecía más que
aquel hombre, esa fuerza puramente salvaje, fuera el primero.
Me estremecí y gemí en su boca.
Luca gruñó, comenzando a besarme el cuello mientras su mano ascendía
por la abertura de mi vestido, tocando mi muslo desnudo hasta llegar al
borde de mi ropa interior. Rozó la tela con el pulgar mientras me mordía
ligeramente el cuello.
Levanté el brazo, pasándolo por detrás de él y envolviéndolo detrás de
su cuello, mientras separaba ligeramente las piernas, invitándolo a tocarme
como ambos deseábamos.
—Cassie... —Su tono era de advertencia, pero no me importó. Estaba
embriagada de él y quería más, aunque no tuviéramos futuro, ni
oportunidad... aunque no hubiera un mañana, lo quería. Tenía derecho a ser
egoísta por una vez.
Incliné un poco la cadera hacia atrás, presionando a su polla cada vez
más dura.
Volvió a gruñir cuando sus dedos se deslizaron bajo el borde de mi ropa
interior hasta rozar mi núcleo caliente, la constatación de lo excitada que
me ponía, de lo mucho que lo deseaba.
Abrí un poco más las piernas, sin importarme si eso me ponía necesitada
y deseosa, solo quería sus dedos sobre mí, dentro de mí, liberando la
abrumadora presión que se había instalado en mi bajo vientre.
—Estás empapada —susurró contra mi oído antes de pellizcarme el
lóbulo lo bastante fuerte como para provocarme una pequeña punzada de
dolor que, extrañamente, no hizo sino aumentar mi placer, mientras rozaba
mi abertura con sus dedos.
—Siempre por ti —admití y era verdad. Me había tocado pensando en él
la mayoría de las veces.
Apretó el pulgar contra mi clítoris mientras deslizaba el dedo corazón
dentro de mí. Jadeé y me apreté alrededor de su dedo.
Siseó, presionando su polla, ahora completamente erecta, contra mi
espalda.
—Estás tan apretada...
—Luca... —susurré, suspirando lujuriosamente.
Cerré los ojos y me apoyé más en él mientras introducía un segundo
dedo, haciéndome sentir tan llena. Apretó la palma de la mano contra mi
clítoris, mientras bombeaba sus dedos dentro de mí más rápido, más fuerte.
Sentí que me corría como nunca lo había hecho y, cuando llegué al
orgasmo, sentí como si cayera por un precipicio. Olvidé a la gente que
bailaba y hablaba justo debajo de mí, olvidé las responsabilidades, la
imposibilidad de mi relación con Luca, incluso olvidé mi nombre.
Luca pegó sus labios a los míos y me besó profundamente,
amortiguando el grito provocado por mi estremecedor orgasmo.
Sentí como si mis piernas fueran de gelatina y agradecí que Luca me
rodeara la cintura con un brazo para mantenerme en pie.
Abrí los ojos justo a tiempo para ver cómo se llevaba los dos dedos a la
boca, chupándose los hasta dejarlos limpios.
Sus ojos se oscurecieron aún más, mientras sacó los dedos de su boca.
—Sabes lo bastante bien como para comértelo —susurró apreciativamente
antes de lamerse el labio inferior.
—¿Por qué no lo haces entonces? —No podía creer lo descarada que
sonaba y, sin embargo, lo deseaba.
—Cassie, si lo hacemos ahora. —Sacudió la cabeza―. No habrá vuelta
atrás.
—No quiero vuelta atrás.
Me besó de nuevo, mucho más suavemente que antes.
—Vamos entonces.
Me cogió de la mano y me llevó escaleras abajo, y lo seguí en un
aturdimiento post-orgásmico.
Luca se detuvo justo cuando nos acercábamos al panel secreto,
empujándome tras él.
—Te dije que fueras a revisar la cocina, ¿tan estúpido eres, hermanito?
—oí escupir a un hombre.
Me asomé por encima de su hombro y vi a un hombre grande, con una
máscara de bufón, que se cernía amenazador sobre un hombre más pequeño
y dolorosamente delgado.
—No S-s-s-avio, yo s-s-solo...
—No tengo siete horas para desperdiciarlas en una puta respuesta. Haz
lo que se te pide estupido.
—¡Basta! —ladró Luca.
Los dos hombres se giraron a la vez. El pequeño sonrió, el grande lo
fulminó con la mirada.
—Gianluca, no sabía que estarías aquí.
—¿Cómo ibas a saberlo, Saviolino? Mi invitación debió perderse en el
correo — añadió con voz firme, irguiéndose aún más.
—¿Disfrutando de la fiesta?
—Fue... cuando menos informativa.
—¿A quién escondes?
—No es asunto tuyo. Ahora ve, Savio, a comprobar la cocina.
—¿Qué? ―Se burló―. No voy a hacer eso.
—Recuerda con quién estás hablando, Savio. —La amenaza en la voz
de Luca no era ni siquiera apenas velada.
El tal Savio,quien me caía francamente mal,se marchó refunfuñando y
yo me deslicé junto a Luca, sonriéndole al hombre más pequeño.
—No de-deberías haber he-hecho eso.
—¿Por qué? Tu hermano es un cazzo.
—P-puedo defen-dederme —añadió, irritado.
—Lo sé —replicó Luca―. Pero me encanta darle a tu hermano un poco
de su propia medicina. —Me atrajo a su lado―. Esta es mi amiga, Cassie.
¿Amiga? Cierto, era una forma de decirlo.
Luca me miró. —Este es mi primo favorito, Enzo.
—Encantada de conocerte, Enzo.
—Igualmente, C-Cassie. — Luca me apretó la mano.
—Tenemos que irnos, pero mándame un mensaje, ¿vale? No dejes que
te intimiden.
—T-te fuiste hace d-dos años. — Sacudió la cabeza —. P-puedo
ocuparme.
Luca suspiró al ver a su primo marcharse, mezclándose con la multitud.
—¿Quieres quedarte? —pregunté, con la secreta esperanza que se
negara.
Sacudió la cabeza.
—He visto todo lo que tenía que ver y tengo otros planes.
Me arrastró a través de la multitud y fuera de la casa hasta la limusina.
Tan pronto ordenó al conductor ponerse en marcha, se quitó la máscara
y la mía antes de tirar de mí hacia él.
―¿Dónde estábamos? ―preguntó, con los ojos clavados en mis labios.
Volví a sentirme valiente y lo besé mientras rodeaba mi cintura y
profundizaba nuestro beso. Aquel hombre me besaba como si yo fuera lo
que necesitaba para respirar, como si fuera su oasis en medio de un desierto,
y no quería que parara nunca.
Cuando el vehículo se detuvo frente al hotel, suspiró, reajustándose la
polla en los pantalones.
Cogiéndome de la mano, se dirigió al mostrador VIP y tomó las tarjetas
de nuestras dos habitaciones, antes de tirar de mí hacia el ascensor.
Lo seguí mecánicamente, con la aprensión luchando ahora contra mi
lujuria. Iba a perder mi virginidad esta noche con un jefe mafioso doce años
mayor que yo... Nunca habría pensado que ocurriría así, pero no cambiaría
nada.
Utilizó una de las tarjetas para acceder a la habitación. Me fijé en mi
bolso morado sobre la silla, pero no tuve ni siquiera la oportunidad de hacer
o decir nada cuando se inclinó y, levantándome en volandas, me llevó a la
cama al estilo nupcial.
—Ahora eres mía —dijo en voz baja, poniéndome en medio de la cama.
—Sí, lo soy.
Gruñó, dejando que sus ojos recorrieran mi cuerpo. —Buena chica.
Me excité aún más con sus palabras y apreté las piernas, intentando
crear la fricción que ansiaba.
Él sonrió al ver eso y disfruté de su lado arrogante.
Me descalzó y tiró de la cremallera lateral de mi vestido, antes de
bajármelo.
—Levanta las caderas — ordenó e hice lo que me pedía, retirándome el
vestido y tirándolo al suelo.
El vestido no estaba adaptado para llevar sujetador de modo que ahora
estaba tumbada en la cama con tan solo mi tanga, mi respiración errática y
mi cuerpo en llamas bajo su mirada ardiente.
—Estás impresionante, Cassandra ―dijo, despojándose de la chaqueta,
los zapatos y la pajarita, pero sin apartar los ojos de mi cuerpo―. Eres una
sirena, a la que seguiré con gusto hasta la muerte.
―Se quitó la camisa y se arrastró sobre mí en la cama.
Se inclinó y me lamió un pezón. Siseé, arqueando la espalda.
—Te gusta, ¿verdad? —preguntó, lamiéndome el otro pezón antes de
llevárselo a la boca y chuparlo.
Todo aquello era nuevo para mí y temía morir de demasiado placer.
¿Sería posible?
Su boca caliente y húmeda era el paraíso.
—Luca. Oh, Luca.
—Acabamos de empezar, anima mia.
Siguió besándome el estómago sin detenerse hasta llegar a mi coño
cubierto de seda.
Levanté las caderas instintivamente para que volviera a besar mi centro.
Soltó una carcajada ahogada, visiblemente tan ebrio de deseo como yo.
―Ansiosa por mi boca, ¿eh?
Asentí, y mis caderas se levantaron por sí solas. Enganchó los dedos
índice a cada lado de mis bragas.
―No te preocupes, voy a devorarte bien tu dulce coñito.
Debería haberme avergonzado por sus palabras soeces y, sin embargo,
parecía humedecerme más si cabe.
Una vez sin tanga, abrí las piernas, ya no había vergüenza, ni timidez.
Necesitaba su boca en mí.
Me abrió más, apoyando mis piernas a cada lado de sus anchos
hombros, y presionó su lengua caliente sobre mi coño, lamiendo lentamente
mi abertura.
Jadeé, agarrando la colcha con los puños apretados, mientras él
empezaba a darme besos con la boca abierta en el coño.
—Joder, Cassie, qué bien sabes. ¿Cómo sacaba tu ex novio la cabeza de
entre tus muslos?
—Yo no, ellos nunca...
—¿Nunca te han comido, anima mia? Sacudí la cabeza.
—Qué lástima, no saben lo que se han perdido —añadió, antes de
desaparecer entre mis piernas con renovado ardor. Utilizaba su lengua, sus
labios, sus dedos, y lo único que yo podía hacer era sujetarme con fuerza e
intentar no desmayarme ante un placer tan intenso.
Me corrí, gritando su nombre. Si muriera ahora, moriría como una mujer
feliz.
Luca me besó tiernamente la cara interna de los muslos antes de
levantarse, con sus labios brillantes por mi excitación, el pelo revuelto por
mis piernas y dedos.
No me quitaba los ojos de encima mientras se desabrochaba el cinturón
y la cremallera, sacando su dura polla.
Mis ojos se agrandaron y él me dedicó una orgullosa sonrisa masculina,
disfrutando de mi reacción ante el tamaño de su polla.
—Esto es lo que me estás haciendo. Estoy duro por ti... todo el tiempo.
Se puso encima de mí y me besó profundamente. Podía saborearme en
su lengua y era deliciosamente perverso.
—No veo la hora de follarte —susurró contra mis labios, mientras
frotaba su polla arriba y abajo por mi hendidura, lubricándola.
Tenía que decírselo, era muy grande y nunca lo había hecho antes. Tenía
que saber que era mi primera vez.
—Nunca había hecho esto antes —susurré, antes de besarle el cuello.
Me mordió la bola del hombro.
—¿Tener sexo con tu jefe mafioso mucho mayorque tú?
—No, sexo... en absoluto.
Se quedó inmóvil, con su polla presionando suavemente mi entrada.
—¿Estás diciendo...? —frunció el ceño como si eso no tuviera sentido.
—Soy virgen.
―¡Dio mio! ―En un segundo su cuerpo había desaparecido y él
intentaba meter de nuevo su dura polla en los pantalones―.
¡Deberías haberlo dicho! —ladró acusadoramente.
—¿Qué? Luca. ¿Qué? —Mi cerebro aún estaba ralentizado por la niebla
de placer de los orgasmos que me había dado―. Luca, está bien. Quiero
que seas el primero. —Me incorporé y me acerqué a él.
Sacudió la cabeza y dio un paso atrás.
—¡No quiero eso! No, no puedo hacerlo. —Se dio la vuelta y salió de la
habitación sin mirar atrás.
Miré a mi alrededor, completamente perdida, y mi corazón se rompió en
mil pedazos bajo la fuerza de su rechazo, y entonces, por primera vez desde
que todo se fue a la mierda en mi vida, me permití llorar.
CAPÍTULO 17

Cassie

M
e desperté a las cinco de la mañana, reseca y con un dolor de
cabeza de muerte. Pero no me sorprendía. Esa noche había
llorado durante horas, literalmente hasta quedarme dormida, y
probablemente dejé de llorar cuando ya no me quedaban lágrimas.
El rechazo me había herido profundamente, y me mortificaba tener que
enfrentarme a Luca hoy.
Negué con la cabeza. No, no podía hacerlo. Necesitaría unos días antes
de volver a verlo.
Me levanté, cogí una botella de agua de la mini nevera, me la bebí de
golpe antes de meterme una ducha caliente y ponerme un jersey rojo de
gran tamaño y unos leggings negros, sintiéndome un poco más yo misma, a
pesar del profundo corte que me había causado su rechazo.
Hice la maleta, doblé su chaqueta con cuidado, dejándola junto con sus
zapatos delante de la puerta de su habitación antes de bajar en el ascensor.
Agradecí que el hotel estuviera lo bastante cerca de la estación y tomé
un tren de vuelta a Riverstown antes de las siete de la mañana.
Le envié un mensaje a Dom para que fuera a recogerme, necesitábamos
hablar de todos modos, y un paseo en coche parecía ser la mejor manera.
La verdad es que me sorprendió encontrarlo allí, había esperado que me
evitara.
―¿Por qué no volviste con Luca? ―preguntó, mientras arrancaba el
coche.
Lo fulminé con la mirada.
―¿Sabe que estás aquí? ¿Qué ha pasado? ¿La ha cagado?
―Creo que tienes que dar algunas explicaciones ―dije, ignorando su
pregunta.
Suspiró. ―Sí... no sé por dónde empezar.
―¿Tu viste al menos una reacción alérgica?―pregunté. Si la erupción
había sido fingida, era impresionante.
―Técnicamente, sí.
―¿Técnicamente?
―Tuve una reacción alérgica, pero no fue del todo un accidente. — Me
retorcí en el asiento, mirándolo con horror.
―¿Te has envenenado? ―pregunté, apenas dando crédito a mis propias
palabras―. ¿Quién hace eso?
Suspiró. ―Suena mucho peor de lo que es en realidad.
―¿Lo es?
―Todavía es súper temprano. ¿Qué te parece si paramos a tomar un
café y una magdalena de vuelta, y entonces te lo explico todo?
Mi estómago gruñó, pidiendo comida.
―¡Bien! Un café y una magdalena para llevar, y tú y yo aparcamos en
algún sitio y charlamos en el coche, ¿trato hecho?
Paramos en el autoservicio y pedimos un café con leche de vainilla y un
brownie de Nutella para mí, y un café solo y una magdalena integral de
plátano para él. ¡Puaj, qué asco!
Recorrimos un trecho, tomamos una carretera secundaria y aparcamos
en un tranquilo aparcamiento del sendero de montaña. Era un día lluvioso,
algo que los excursionistas habituales no disfrutaban especialmente.
―¿Y qué hay de tu intento de suicidio? Dom puso los ojos en blanco.
―No fue un intento de suicidio. Sabía exactamente lo que estaba
haciendo. No es la primera vez que tengo una reacción alérgica a propósito.
―¿Por qué alguien...? ―me detuve, agitando la mano
desdeñosamente―. ¿Sabes qué? Ahora mismo no viene al caso. ¿Por qué lo
hiciste esta vez?
Tomó un sorbo de café.
―Por dos razones. Una, Luca está claramente enamorado de ti y sabía
que le estaba matando enviarte al baile conmigo, así que pensé que, si le
daba un empujoncito, quizá dejaría de ser un gallina y actuaría en
consecuencia... lo cual, basándome en tu pronto regreso y en el par de
mensajes que recibí de él, fue contraproducente.
―Evidentemente ―respondí, aún mortificada al recordar cómo me
había rechazado segundos antes de hacerme el amor―. ¿Cuál es la segunda
razón?
―Creo que alguien quiere a Luca muerto.
Me quedé helada. De todas las cosas que esperaba oír, esa no era una de
ellas. Como si nada, el móvil de Dom sonó y el nombre de Luca parpadeó
en la pantalla.
―Tengo que cogerlo. ―Lo puso en altavoz―. Hola.
―¿Sabes dónde está? ―preguntó Luca, con la voz entrecortada por la
preocupación.
Casi me habría sentido mal por irme así, si mi mortificación de la noche
anterior no estuviera tan reciente.
―Conmigo, en el coche, de vuelta a la mansión... Estás en altavoz
―añadió rápidamente.
―¿Cassie?
El corazón se me estrujó en el pecho al oír su voz cálida y profunda
diciendo mi nombre.
―¿Sí?
―¿Qué ha pasado?
Miré el teléfono con el ceño fruncido, ¿estabaloco? ¿No recordaba la
humillación de anoche?
―Me levanté temprano y no quise perder el día. Decidí volver al
trabajo.
Luca permaneció en silencio tanto tiempo que casi pensé que había
colgado.
―Ya veo ―respondió finalmente.
¿En serio?
―Bien, estoy de regreso, discutiremos más cuando llegue a casa.
No, no lo discutiremos.
―Eso no será necesario.
―Creo que sí.
―Yo le aseguro, señor, que no lo es. Suspiró cansado.
―Cassandra... ―dijo en tono de advertencia.
―Señor... ―respondí con el mismo tono.
―Te veré cuando llegue.―Y sonó mucho más como una amenaza que
como una promesa.
La línea se cortó.
―Eso estuvo bien, y no fue nada incómodo. ―Dom suspiró,
guardándose el teléfono en el bolsillo.
―¿Crees que alguien quiere a Luca muerto? Dom asintió bruscamente.
―Aún no tengo pruebas y por eso necesitaba a Luca lejos. Quería mirar
en sus papeles, y todo eso porque... ―Se reclinó en su asiento, cerrando los
ojos―. Luca nunca bebía demasiado en público, y especialmente cuando
iba en coche con su familia. Aquella noche sí que se peleó con su padre. No
se suponía que Gianna y Arabella estuvieran en un coche con él, a pesar que
lo conozco mejor que eso. Simplemente no cuadra. Y se ha estado
ahogando en su dolor y autocompasión durante tanto tiempo, pasando todos
los días
borracho. No contaba con el estado de ánimo adecuado para pensar que
todo fuera cierto. Además, su padre había muerto en un tiroteo en un lugar
en el que ni siquiera debería haber estado. ―Dom levantó las manos
exasperado―. Resulta tan obvio y nadie dice nada, y luego Luca se lo
entregó todo a Benny y Savio y actúan todos...
―Se volvió hacia mí―. Creo que es un trabajo desde dentro y se lo
demostraré.
Asentí con la cabeza. De todas formas, no me gustaban las vibraciones
que me había transmitido el imbécil de Savio anoche.
―Benny siempre tuvo una megalomanía al más alto nivel. Ninguno de
ellos es de lo más brillante, definitivamente tienen más fuerza muscular que
cerebro, pero... ―Golpeó el volante con frustración―. Has devuelto a Luca
a la vida, está más receptivo, bebe mucho menos. Vuelve a interesarse por
las cosas de la famiglia. Si tengo razón y Benny y Savio están detrás,
volverán a por él y quiero pruebas, para acabar con ellos antes de que
acaben con él.
No pude evitar el pellizco de felicidad que sentí al saber que podía haber
sido parte de la recuperación de Luca, a pesar de lo ocurrido anoche.
―Puedes, ya sabes. ―chasqueé los dedos.
―¿Qué significa...? ―Imitó mi gesto―. ¿Qué significa?
―Ya sabes... hacerlos desaparecer.
―Oh, ya veo... ―asintió―. ¿Con los pies en hormigón en el fondo del
océano? ¿O más bien en los cimientos de un edificio en construcción, o
incluso en el viejo escenario de enterrarlos en medio del bosque?
El muy cabrón se estaba burlando de mí. Crucé los brazos sobre el
pecho y le fulminé con la mirada.
―¡Olvídalo!
―No, no, es interesante. ―Ahora sonreía sinceramente―. ¿Con qué
referencias estamos trabajando? ¿Los Soprano? ¿El Padrino? No me digas
McMafia, eso es insultante.
Le levanté el dedo medio, haciéndolo reír.
―No, ya me gustaría. ―Soltó un suspiro―. Pero hay reglas que todos
debemos cumplir. No puedo llevarme a uno de mi famiglia sin pruebas e
incluso entonces necesitaré la aprobación del consejo, que básicamente es
Matteo Genovese.
Hice una mueca.
―Exacto. Luca es el favorito de Genovese, pero aun así... ―Ladeó la
cabeza―. Y yo estoy lejos de ser uno de sus favoritos. Me ve como a un
cachorro irritante en el mejor de los casos.
―Entonces, ¿qué vamos a hacer?
―¿Nosotros? ―preguntó, arqueando las cejas con incredulidad,
mientras una pequeña sonrisa se dibujaba en un costado de su rostro.
―Sí, nosotros. No voy a dejarte en esto solo, y no arriesgaré la vida de
Luca si puedo evitarlo.
Dom me agarró la mano y me la apretó.
―Él no querrá que te pongas en peligro.
―Y yo sé que me mantendrás a salvo.
Asintió con la cabeza. ―Sí, por supuesto que lo haré.
―¿Qué necesitas?
―No sé qué ha hecho para enfadarte, pero necesito que le perdones. No
puedo permitir que vuelva a ser un huraño alcohólico.
―No estoy enfadada con él. Es solo... ―me sonrojé con
incomodidad―. No ha hecho nada malo..., en realidad no. Es que... hablaré
con él.
―Perfecto, vamos.
―¿Pero encontraste algo anoche? ―pregunté, mientras daba la vuelta al
coche.
―Un poco, pero no tanto como pensaba. ―Su voz estaba tensa por la
frustración―. Luca parece querer olvidarlo todo, pero he encontrado
algunas fotos de la escena, y no hay marcas de frenos en la carretera... ―Se
encogió de hombros―. No lo sé, pero ¿no crees que intentarías frenar si
perdieras el control del coche? Y hay... fui a la ciudad y me colé en el
hospital, hay cosas raras en su expediente... los números de página no están
como deberían... tienen colores diferentes... distinta letra para un mismo
médico...
Fruncí el ceño.
―Pequeñas cosas, pero suficientes para que te lo cuestiones todo. Dom
me lanzó una rápida mirada de reojo, llena de alivio.
―¡Exactamente! Me alegro de que estemos de acuerdo.
―Lo resolveremos. ¿Has intentado hablar con el médico o el policía a
cargo?
Suspiró.
―Lo intenté... El médico murió en el incendio de una casa un par de
meses después del accidente, y al policía le dispararon siete veces en el
pecho en un allanamiento de morada, una semana después.
―Ya veo... Podría ser una coincidencia ―dije, sin llegar a creérmelo―.
Pero... a mí me parece que se trata más bien de atar cabos sueltos.
―Sí.
―¿Por qué no se lo dices? Se va a enfadar cuando se entere.
Dom se encogió de hombros. ―Podría, pero ha estado tan hundido en la
desesperanza... No creerá que él no es el culpable, al menos no ahora.
―Bien, ya se nos ocurrirá algo.
Cuando llegamos a la casa, Luca nos estaba esperando, con los brazos
cruzados sobre el pecho mientras miraba el coche.
Dom puso los ojos en blanco. ―Niña, papi está jodidamente furioso.
―¿Por qué?
Dom soltó una risita.
―Eres tan despistada que resultas entrañable. Apenas el coche se
detuvo, Luca me abrió la puerta.
―Cassie.
Fruncí el ceño al oír la frialdad de su voz.
―Luca ―respondí, saliendo del coche. Luca miró a Dom.
―Pensé que ambos volvíais a casa andando. Tardasteis... ―Miró su
reloj―. Más de una hora en volver.
Dom se encogió de hombros.
―Nos detuvimos en el bosque para echar un polvo rápido, pero esta
tardó mucho en correrse.
Miré a Dom, con la boca abierta y asombrada, mientras oía un gruñido
grave procedente de Luca.
¿De verdad hacían eso los hombres? Miré a Luca... Parecía dispuesto a
matar a Dom. Aunque no tenía sentido, ya que anoche me dejó toda caliente
y deseosa en la cama.
Dom se rio.
―Funciona siempre. Hasta luego. ―Me lanzó una última mirada antes
de subir las escaleras, silbando.
―Cassie ―empezó Luca, con una voz mucho más suave ahora, tan
suave que casi parecía una caricia sobre mi piel.
Asentí con la cabeza.
―Tenemos que hablar, lo sé. ¿Adónde?
Luca pareció sorprendido por mi aceptación y, para ser sincera, si no
hubiera sido por mi charla con Dom, me habría escondido para lamerme las
heridas.
―¿La biblioteca? ―sugirió, haciéndome un gesto para que subiera las
escaleras.
Asentí y lo seguí en silencio hasta allí.
―Cassie, lo de anoche, yo lo siento ―empezó apenas cerró la puerta
tras nosotros.
Me di la vuelta. Tenía un aspecto tan delicioso con su camiseta negra
ajustada, estirándose sobre su ancho pecho y sus gruesos brazos, las manos
metidas en los bolsillos de sus vaqueros azul claro.
Quería preguntarle si sentía haberme dejado abatida y deseosa sobre la
cama, o si sentía haberme tocado. En cualquier caso, me escocería.
―No te disculpes. ―Hice un gesto con la mano, intentando sonar
distante a pesar de la vergüenza y el rechazo que aún me estrujaban
dolorosamente el corazón.
Luca frunció el ceño.
―No hay nada que lamentar. No has hecho nada malo. ―Quise decir
eso... más que nada―. Todos tenemos derecho a cambiar de opinión. No
tenías todas las cartas en la mano. No sabías de mi... condición de virgen.
―Sentí el calor del rubor subir a mis mejillas, ser pelirroja con una piel tan
pálida no me ayudaba a parecer estoica.
Frunció el ceño y cruzó los brazos sobre el pecho. ¿Se estaba
enfadando?
―A muchos hombres no les gustan las mujeres inexpertas. Lo entiendo,
de verdad. ―O al menos lo intento con todas mis fuerzas.
―Bueno, a ver si lo he entendido. ¿Crees que hui porque eres virgen, y
eso hizo que te deseara menos?
Me encogí de hombros.
―Cassie, eso me hizo desearte más. Arqueé una ceja con incredulidad.
―Huiste muy rápido. ―Negué con la cabeza―. De todos modos, no
importa. No hay sangre, no hay falta. Estamos bien.
Se quedó allí estudiándome, como si sus ojos oscuros pudieran ver
directamente dentro de mi alma, y mi cuerpo se estremeció ante su
intensidad.
―Me convertí en oscuridad para proteger la luz, Cassie. Soy todo
oscuridad y no merecías ser mancillada, no por mí. Esa parte de ti no me
pertenece.
―Es mía para darla, Luca. Yo decido a quién quiero darle esa parte de
mí. ―Respiré hondo.
―No sabes lo que dices. Odias a tus padres por la gente que mataron.
¿A cuántas personas hirieron? ¿A cinco? ¿A diez?
Fruncí los labios con irritación, sabía que no era un ángel...
―¿Qué quieres decir?
―¡He matado al menos a cinco veces ese número con mis propias
manos! ―Me mostró las manos para enfatizar―. Y he ordenado muchas
más. Mis manos están cubiertas por un río de sangre.
―¿Eran mala gente?
―¿Qué? ―Arqueó las cejas, mi pregunta le sorprendió.
―¿Eran malas personas? Pareció pensarlo.
―Sí, pero eso no es realmente la cuestión, ¿verdad?
―En realidad sí lo es. Mis padres mataron a ancianos indefensos por
codicia. Mis padres son monstruos. Tu mataste asesinos, mentirosos y gente
con las manos ya manchadas de sangre.
Sacudió la cabeza.
―No me conviertas en el héroe de esta historia, Cassandra. Me reí de
eso.
―No eres un héroe, no soy una ilusa. Puede que no conozca esta vida,
pero sé lo suficiente. Eres un villano ―asentí―. Pero un villano siempre
puede ser el héroe en la historia de alguien... Igual que el héroe puede ser el
villano en la historia de otro alguien. Todo es cuestión de perspectiva.
Dejó escapar un suspiro cansado.
―Cassie...
―Está bien, lo entiendo, lo prometo. No estoy enfadada. No hay nada
de anoche que tengas que expiar, pero...
―¿Pero qué? ―me animó―. Pregunta cualquier cosa.
―Me gustaría mucho que pudiéramos volver a lo de antes, hacer como
si no hubiera pasado nada ―pregunté amablemente―. Estoy demasiado
avergonzada, y me gustaría olvidar, por favor.
Apartó la mirada un segundo, como si no quisiera que viera cómo le
hacía sentir.
Finalmente, volvió a mirarme, con su plácida máscara habitual.
―Sí, me parece prudente. ¿Amigos? Asentí con la cabeza.
―Por supuesto. ―Forcé una sonrisa―. Nos vemos luego, ¿de acuerdo?
Asintió, moviéndose de su sitio frente a la puerta.
―Sí, más tarde.
CAPÍTULO 18

Luca

H
abían pasado cuatro días desde la fiesta en mi antigua casa y, a
pesar de todo, solo el final de la noche era lo que me inquietaba.
No tenía muchas ganas de ir allí, de ver la casa en la que vivían
mis padres, lugar al que llevaba de regreso a mi familia cuando los maté.
Pero Dom tenía su alergia y yo sabía que no podía echarme atrás. Me
había comprometido con Matteo y sabía que Cassie estaba deseando salir
una noche y, de algún modo, la sola idea de decepcionarla me inquietaba
mucho más de lo debido.
Ella había hecho que la experiencia fuera mucho mejor de lo que podría
haber sido. Ella no lo sabía, pero había sido mi ancla esa noche. Odiaba
cómo mi tío había transformado la casa. Odiaba verlo sentado como un puto
rey, mirando a sus súbditos. Odiaba ver a hombres con tatuajes de águilas
en el cuello. Los putos Bajrak de la mafia albanesa invitados a una fiesta de
la famiglia, cuando por fin habíamos conseguido pactar una escabrosa
tregua con los rusos.
Me había sentido a punto de explotar toda la noche, mi tío era mucho
más tonto de lo que había pensado en un principio, pero entonces sentí su
pequeña mano en la mía y todo dejó de... doler. No había planeado lo que le
hice en el secreto mirador, pero aquella mujer me insufló tanta vida y fuego
que no pude contenerme. Tenía que tocarla, poseerla.
No importaba lo que le prometiera, no podía olvidar su sabor, la
suavidad de su piel, cómo sus gemidos habían resonado hasta mi alma.
Me había estado masturbando todas las noches desde entonces, pero este
deseo seguía ardiendo dentro de mí.
Podría haber dicho que todo estaba olvidado y perdonado, pero había
puesto una especie de barrera entre nosotros, la relación fácil se había
esfumado. Se mostraba más reservada y odiaba eso.
Aunque no podía culparla, lo que había hecho estaba mal, muy mal.
Bueno, al menos sería como ella lo veía... como un rechazo.
Si tan solo supiera que alejarme de ella, tan hermosa y tan receptiva a
mis caricias, había sido lo más difícil que he tenido que hacer.
Pero cuando admitió que era virgen, la parte caballerosa de mí había
asomado su fea cabeza. No tenía derecho a tomar algo que no podía
pertenecerme.
Me moría por ser su primero, su último, y su único. Necesitaba ser
merecedor de esta parte de ella, de este pedacito de su historia que me
perteneciera, pero no lo era. Era un pecador con las manos manchadas de
sangre.
Ella no sabía que Matteo nos había atado a la famiglia, pero tenía la
certeza de que podía concederle la libertad. Podía ver lo desesperado que
estaba Matteo por que ocupara mi lugar.
Lo haría por ella. Daría un paso adelante y ocuparía mi trono en el
infierno, si él prometiera dejarla en paz y no maldecirla a una vida con
nosotros. Lo haría.
―Tu primo Savio está aquí.
Levanté la vista, sobresaltado, y la encontré delante de mi despacho.
Hice una mueca. ―¿Es él?
―Sí, está esperando delante de la puerta. Necesitaba encontrarte, pero
no sabía dónde estabas. ―Sonrió tímidamente.
Me recosté en la silla y una sonrisa se dibujó en mis labios. Aquella
mujer conseguía hacerme feliz incluso cuando ya no lo creía posible.
―También me estaba escondiendo muy bien. Apuesto a que nunca
habrías esperado encontrarme aquí, en mi despacho —bromeé, siguiéndole
el juego.
―No.
―¿Y cuánto tardaste en encontrarme?
―Veinte minutos hasta ahora. — Solté una carcajada sorprendido.
―Esa es mi chica ―dije, recuperando la sobriedad casi de inmediato.
Me dirigió una mirada suave y una sonrisa amable. No le extrañó que la
llamara así y le gustó. Si supiera cuánto me gustaba llamarla mía.
―Te dejo que te ocupes de él. Estaré en mi habitación viendo mi
programa. No te ofendas, pero no soy fan suya.
―¿De quién? Creo que es el único que es fan de sí mismo.
Me serví un vaso de whisky antes de llamar al guardia y pedirle que
acompañara a Savio a mi despacho.
Necesitaría un trago para enfrentarme a ese imbécil narcisista. Llamó a
mi puerta.
―Adelante.
Entró y todo lo que iba a decir murió en mi garganta. No había venido
solo, había traído a Francesca con él...
Francesca Morena... mi ex prometida y su actual pareja. Ella no debería
estar aquí por muchas razones. La primera, porque era una zorra
oportunista, impulsada por el dinero... una perfecta esposa mafiosa, pero en
la que no se podía confiar en el mundo de los negocios.
―Francesca, ¿a qué debo el disgusto? ―Di un sorbo, sin ofrecerles
asiento ni bebida. No eran bienvenidos y me importaba un bledo el decoro.
Se acercó a mi mesa, contoneando las caderas a cada paso. Llevaba un
look de secretaria sexy, falda lápiz negra, blusa transparente roja,
pintalabios a juego y el cabello largo y oscuro recogido en una coleta alta y
lisa.
Solía provocarme cosas, y mi polla respondía a su belleza. Mi oscuridad
se alimentaba de la suya, pero ya no.
―Mi sei mancato, Gianni, tesoro ―resopló con su voz sexy,
inclinándose hacia delante sobre mi escritorio, intentando mostrarme su
amplio escote... Qué pérdida de tiempo.
―¿Me has extrañado? ―pregunté, arqueando una ceja ―. Lástima que
yo no pueda decir lo mismo.
Dejó escapar una carcajada, apoyando su mano perfectamente cuidada
sobre su pecho. —Gianni, vamos.
Apreté los dientes.
―Soy Luca o Gianluca. No Gianni. ―Miré a Savio—. ¿Puedes ponerle
una correa a tu novia?
Savio hizo saltar su chicle. Llevaba el pelo con raya a un lado y casi le
brillaba de todo el producto que llevaba. La camisa medio abierta, la gruesa
cadena de oro y su corno portafortuna de oro, el colgante en forma de
guindilla descansando sobre el vello de su pecho... Parecía un cliché
andante de la cultura cursi italiana. Este colgante normalmente se llevaba
como signo de virilidad... como un protector de tu esperma. Joder, no podía
pensar en ninguna mujer medianamente cuerda que deseara el esperma de
aquel desecho de la costa de Jersey.
―Ella no es mía, hace lo que le da la gana ―respondió, con sus ojos
bajando hasta su culo—. Solo nos divertimos un poco.
Como si fuera a meter la polla en cualquier agujero en el que hubiera
estado... Prefiero cortármela.
―Ya veo... ―asentí—. ¿Qué quieres?
Finalmente cedió y se sentó pesadamente en el asiento al otro lado de mi
escritorio, Francesca seguía apoyada seductoramente contra el lateral de mi
escritorio... Si pensaba que había siquiera una posibilidad en el infierno de
que volviera a tocarla, ya se estaba buscando otra cosa.
―Así que decidiste salir de tu hermetismo. ―Empezó a reventar el
chicle otra vez.
―¿Qué te importa? Puedo hacer lo que me plazca.
Se encogió de hombros, pasándose la mano por el pelo engominado.
Vale, Travolta, baja el volumen de los 70. —Me gusta saber lo que pasa en
mi ciudad.
Soltó una carcajada sorprendida.
―¿Tu ciudad?
Frunció el ceño como si no viera en qué se había equivocado.
―Soy el Capo, Savio. Pareces olvidarlo.
―No, no lo eres, renunciaste a tu título.
―No oficialmente. Lo retiraré cuando me apetezca.
―Si te apetece... ―insistió.
―No, cuando me plazca. Y puede que sea más bien pronto que tarde.
―¿Has informado a mi padre? Ladeé la cabeza.
―¿Por qué iba a hacerlo? Solo estoy recuperando algo que le presté por
un tiempo.
―Te deseo suerte para recuperarlo.
―No necesito suerte, Savio. Tengo todo el poder.
―¿Es por la zorra pelirroja? ―preguntó, lamiéndose el labio inferior de
un modo que me revolvió el estómago. Savio no era conocido por aceptar
un no por respuesta en lo que a mujeres se refería. Para él, un “no” no era
más que una sugerencia.
―¿Qué pelirroja?
―¿Tu criada? ―continuó, inclinándose hacia delante en su asiento—.
Papá dice que es solo una niña... pero es a la que llevaste al baile, ¿no?
Él no tenía idea si había sido ella o no. Enzo no me había delatado. Era
un buen chico.
―¿Y si lo es?
―No te habría tomado por un hombre que deseara niñitas
―intervino Francesca con aire enfurruñado—. Pensé que eras un
hombre de buen gusto ―añadió, apoyando la mano en la cadera.
―No siento ninguna atracción por ella. ―Miré a Francesca a los ojos
—. Ni por cualquiera.
Savio volvió a lamerse los labios y supe lo que ese cabrón estaba
pensando. Si sabía lo que yo sentía por Cassie, haría todo lo posible por
llevársela. Si ella estaba en su radar, la pobre chica estaba jodida y yo
tendría que matarlo con mis propias manos, sin importar las consecuencias.
Savio era tres años más joven que yo, pero siempre había tenido un
estúpido complejo de inferioridad respecto a mí. No solo quería ser como
yo, quería ser yo, y eso siempre incluía lo que yo tenía o lo que yo
codiciaba.
Y Cassandra West era el premio final. Para mí, ella lo era todo.
―¿Puedo invitarla a salir? Está un poco plana, pero es tan bajita y
pequeñita. ―Se mordió el labio inferior—. Apuesto a que su coño es el más
apretado que jamás probaré.
Necesité toda mi fuerza de voluntad para no saltar por encima de mi
mesa, y apuñalarlo en el cuello con mi abrecartas.
―¿Con lo pequeña que es tu polla? ―Hice una mueca—. No estoy
seguro de que algo pueda sentirse apretado.
Francesca soltó una risita en voz baja. Los dos sabíamos que era verdad.
Lo que Savio no tenía en los pantalones, lo compensaba con ego.
Savio frunció el ceño.
Suspiré, agitando mi mano hacia la puerta.
―Como quieras, invítala a salir, pero primero consúltalo con Dom.
Creo que esos dos tienen algo entre manos.
―¿Lo elegirás a él en su lugar?
―¿De verdad me estás preguntando eso? Por supuesto, lo haría,
siempre.
―Cazzo ―murmuró—. ¿Me estás diciendo que la niña tiene algo con
Dom? ¿Domenico Romano?
Le hice un gesto seco con la cabeza.
―Uhm ... ―Savio asintió—. Bueno, definitivamente ahora es más
atractiva. ¿Esa chica puede lidiar con las perversiones de Dom? Mmm,
mmm, mmm. Quiero un pedazo de ese culo.
Volví a encogerme de hombros.
―Pregúntale. ―Me impresionó lo plácida que sonaba mi voz—.
Si está de acuerdo, haz lo que quieras.
Francesca le lanzó una mirada victoriosa.
―Te dije que era una estupidez, Luca nunca podría caer tan bajo como
conformarse con esa insignificante chica.
Savio se levantó.
―Voy a ver a mi hombre, Dom ―dijo.
¿Su hombre? Le esperaba una jodida llamada de atención. Dom odiaba a
Savio incluso más que yo.
―¿Y tal vez los tres podamos irnos de fiesta más tarde? He visto un
club de striptease junto a la interestatal. Quizá podamos divertirnos
―continuó, frotándose las manos con excitación.
No pude evitar hacer una mueca al pensarlo. Había pasado por ese lugar,
parecía una ETS con paredes. No, gracias.
Francesca deslizó su mano por mi brazo, rastrillando suavemente sus
uñas contra mi cuello.
―No creo que Luca pueda ir. Estará muy ocupado conmigo esta noche.
Me volví hacia ella.
―¿Qué te parece un no? Francesca, déjame que te lo aclare. Hay un
cero por ciento de posibilidades de que vuelva a tocarte. Eras un objetivo,
un cuerpo con el que tenía que conformarme para satisfacer a mi padre,
pero como tú misma dijiste cuando estuve en el hospital, ahora soy una
bestia y puedo hacer lo que me dé la gana y tú, cariño, no estás en la lista.
―Vamos, Luca. Te conocí antes del infierno, cuando eras el rey, antes
de la oscuridad.
―Sí, lo hiciste, y te fuiste. Y tengo que admitir que estoy muy
agradecido por eso.
Sacudió la cabeza.
―Es por la chica, ¿no?
―Ya he dicho...
Puso los ojos en blanco.
―Oh, al diablo con lo que dijiste. ―Ella dio un paso atrás—. Te
conozco, Luca, y no soy tan estúpida como tu primo. Veo la cara que pones
cuando hablas de ella. Puede que sea de Dom, pero tú la quieres.
Me giré para ver que Savio se había ido y entonces me di cuenta de dos
cosas. Una, que aunque quisiera liberarla, Cassie estaba ahora en el radar de
todo el mundo, porque yo era tan suave como un elefante en una cacharrería
y, en segundo lugar, hacía mucho, mucho tiempo que había dejado de
preocuparme por ella. Cassie se preocupó por mí a pesar de mi oscuridad,
me siguió hasta allí, cogió mi mano, y me costaría demasiado dejarla
marchar.
Salí del despacho y seguí la voz de Savio hasta el primer piso. Le diría
que se fuera a la mierda, que la chica no era suya para tocarla.
Se me paró el corazón cuando lo encontré apoyado en el marco de la
puerta de Cassie, hablando con ella dentro.
Ese hombre iba a morir.
Bajé disparado las escaleras, listo para matarlo. ¿Cómo se atrevía a
invadir la intimidad de mi chica? La conocía lo suficiente, nunca le habría
abierto la puerta de esa manera.
―Que me jodan de lado, tenías razón. Eso me paró en seco.
―Normalmente la tengo, ¿por qué esta vez?
Señaló el dormitorio y cuando miré dentro vi a Cassie y a Dom en su
cama, ambos apoyados contra el cabecero, con los brazos de él alrededor de
los hombros de ella, y la cabeza de ella apoyada en él.
Sabía que lo suyo era platónico y, sin embargo, no pude evitar sentir una
punzada de envidia. Envidiaba lo fácil que le resultaba a él estrechar lazos
con ella, a pesar de todos sus traumas y cicatrices, y lo fácil que ella
confiaba en él a pesar de lo aterrador que era.
―Dom tiene la tarde libre. ―Me volví hacia Savio, ignorando a
Francesca—. Puede hacer lo que le plazca.
―Y con quien le plazca ―añadió Dom con énfasis, acercando a Cassie
a él. Sabía que solo estaba siguiéndole el juego, mandando a Savio a la
mierda, pero una parte de mí aún quería matarlo por reclamar lo que era
mío, aunque todo fuera fingido.
Además, no es tuya, me recordó mi conciencia. Todavía no, pero pronto.
Algo andaba mal con Cassie. Podía verlo en la forma en que evitaba mis
ojos. No estaba seguro de qué era, pero lo sentía y deseaba
desesperadamente un momento a solas con ella para hablar.
―Quería preguntarte si te apetecía ir a tomar algo.
Dom me miró de reojo, y yo le hice un pequeño gesto con la cabeza,
algo que Savio pasó por alto, pero no Francesca. No, no lo hizo, porque ella
lo sabía. Lo sabía todo.
Dom asintió.
―Seguro. Conozco un bar estupendo, vamos. ―Besó a Cassie una vez
más en la frente y se levantó.
―Hay chicas calientes en el bar, ¿verdad?
Puse los ojos en blanco, mientras Dom se reía entre dientes.
―Las más calientes, hermano, excepto tú, nena ―añadió llamando la
atención de Cassie.
Suspiré, señalando a Francesca.
―Llévatela, por favor.
―Luca... ―empezó ella con su molesto quejido.
Sacudí la cabeza.
―No, no te escucho. Quiero que te vayas. ―Miré fijamente a Savio—.
Será mejor que te la lleves contigo y te asegures de que no vuelva nunca.
¿Entendido?
Savio chasqueó los dedos a Francesca antes de señalar la escalera.
Ella lo fulminó con la mirada, pero empezó a bajarla.
―¿No vienes? ―preguntó Savio, cuando él y Dom llegaron al final de
la escalera.
―Te veré allí. Necesito hablar con Cassandra un minuto.
―Pero...
―Nos encontrará allí ―ladró Dom, cortándolo—. Vámonos antes de
que cambie de opinión.
Esperé a que desaparecieran escaleras abajo antes de cerrar la puerta y
girarme hacia Cassie.
Estaba erguida, al otro lado de la cama, con los brazos cruzados sobre el
pecho, claramente a la defensiva y no tenía idea de por qué.
¿Era por Francesca? ¿Estaba celosa?
―Sabes que no significa nada …Francesca y yo...
―Quería discutir el trato que hicimos.
Di un paso atrás sorprendido y apoyé la espalda contra la puerta. ¿Qué
trato? —¿El acuerdo?
―Dijiste que si me quedaba hasta el verano, me ayudarías a irme y a
recuperar a mi hermano.
Asentí con la cabeza.
―Sí... ―dije con cautela.
―Necesito saber si es principio o final del verano... El principio sería lo
mejor.
Me quedé completamente desconcertado, el principio del verano era
dentro de un mes. La sola idea de su marcha me causaba un dolor agudo.
—No.
―¿No?
Sacudí la cabeza.
―Qué ha pasado, Cassie, cuéntamelo. Ella negó con la cabeza.
―¿Cuándo será?
Suspiré.
―Pensé... ―me detuve. ¿Qué pensaste, Luca? ¿Que se quedaría contigo
para siempre, sabiendo quién eres y lo que hiciste? ¿Fue criada por
monstruos que la descuidaron toda su vida y pasó por todo eso, hizo todos
los sacrificios para salvar a su hermano, solo para atar su vida con una
bestia?
Tenía sentido y darme cuenta me dolió más de lo que debería.
Me quería, le gustaba, pero ni de lejos era lo que yo sentía por ella.
―¿De verdad quieres irte? ―le pregunté, sin poder disimular el tinte de
desesperación en mi voz.
―Yo …―Se detuvo y sacudió la cabeza.
Algo había pasado, de eso no cabía duda, pero ahora no era relevante.
Estábamos llegando al final del camino por lo que se veía. Dom, Matteo, y
ahora Francesca sabían lo mucho que me interesaba esta chica. Parecía que
la única persona que no lo sabía fuera ella. Era cuestión de tiempo que
alguien más descubriera lo que significaba para mí, y si realmente quería
ofrecerle una opción, era ahora o nunca.
Pronto estaría unida a mí, lo quisiera o no. Suspiré.
―Bien, puedes irte. ―Era lo correcto, así que ¿por qué me dolía tanto?
―¿Qué? ―Ella arqueó las cejas, sorprendida—. Hicimos un trato, yo...
―Y voy a cumplir ese acuerdo. ―Asentí—. Mi abogado en la ciudad
ha estado trabajando en este acuerdo. Puedes marcharte hoy mismo. Si
decides irte, preferiría que lo hicieras hoy. Llévate el
coche. Llamaré al abogado y te enviaré el número por mensaje de texto.
Llámalo y elige tus opciones, también te ayudará a solicitar la custodia de
tu hermano. Él ya está trabajando en ello, para ser honesto.
―¿Por qué me obligas a irme hoy? Me encogí de hombros.
―¿Por qué no? Mañana no me dolerá menos verte marchar. Ella frunció
el ceño.
―¿Te dolerá?
Me quedé callado, ¿cómo podía estar tan ciega esta mujer?
―Te oí hablar con ellos en tu despacho. Subí para asegurarme de que
estuvieras bien... ―Desvió la mirada—. Les dijiste que yo no te importaba..
Eso era todo. Cómo era tan fácil para esta chica creerse las mentiras,
pero no podía creerse la verdad que yo le mostraba.
―La verdad, Cassie, es que estaba luchando por tu lugar en este mundo
con todo lo que tenía. Intentaba tomar una decisión por ti, una decisión que
no tenía derecho a tomar. —Le dediqué una pequeña sonrisa—. Quería ser
desinteresado, ahorrarte esta vida que, por mucho que quiera protegerte de
ella, te manchará. Pero, fingir, mantenerte a distancia, no tomar lo que tan
generosamente me ofrecías, me hizo miserable y creo que a ti también te
hizo un poco desdichada.
―Luca... ―susurró ella, dando un tímido paso adelante.
Levanté la mano para detenerla. No podíamos seguir jugando a
este juego. Este ir y venir era peligroso para ella y para mí.
Tenía que establecer este ultimátum ahora, aunque no quisiera.
—Así que ya puedes irte, tendrás todo lo que te prometí. Seguirás con tu
vida y a veces pensarás en mí o no... Consigue esa vida encantadora,
tranquila y blanca que te mereces. —Me detuve para respirar hondo. Podía
imaginármela, esa encantadora vida blanca para ella. No se merecía menos,
pero el dolor que despertó en mí oprimió mis pulmones como una prensa de
acero.
―O puedes quedarte aquí, conmigo, pero no como mi ama de llaves o
lo que sea, sino como mía. —Solo decir las palabras aliviaba el dolor—.
Pero tienes que saber que, si me eliges, no hay vuelta atrás, Cassie. Una vez
dentro, no hay salida. Recuperaré a tu hermano, se mudará con nosotros y
construiremos nuestras vidas. Debo volver a mi posición. Volveré a ser el
Capo, y, si por algún milagro decides quedarte, caminarás en la oscuridad
conmigo, tomándome de la mano y manteniendo el camino iluminado con
tu bondad. Serás la vocecita de la razón en mi oído cuando la oscuridad me
engulla, serás... tú.
―¿Por qué? ―preguntó, rodeándose con los brazos como si necesitara
ese consuelo.
―¿Por qué, qué?
―¿Por qué debería quedarme?
Le dediqué una sonrisita cansada.
―Tú sabes por qué. Claro que lo sabes. Y es que en esta vida no
sabemos cuánto futuro nos queda. Fui testigo de ello en primera fila,
cuando me llevé por delante el futuro de dos personas a las que quería más
que a mi vida. Lo que se fue, se fue, y en mi trabajo nada está garantizado,
el futuro aún menos y anhelo tenerte en él. ¿Es justo? En absoluto. ¿Te
mereces algo mejor? Sin duda. Pero, Cassie, ánima mía, solo eres tú.
—¿Qué significa? ¿Anima mia? —preguntó ella, con su voz en un suave
susurro.
Suspiré, abriendo la puerta.
—Te lo diré. Si decides quedarte lo haré. Pero, piénsatelo bien, porque
por mucho que quiera retenerte, se acabó el mentir. Esta vida no es un
cuento de hadas y no soy un príncipe azul, y será un compromiso del que no
podrás alejarte sin más.
―¿Adónde vas?
Solté una risita sin humor.
―Voy a emborracharme muchísimo con Dom y el aspirante a Tony
Manero, y cuando vuelva a casa, o estarás aquí o no estarás, pero sea como
sea, Cassandra West, nunca me arrepentiré de haberte conocido. Porque me
demostraste que incluso un pecador como yo podía amar, que a pesar de
todo no estaba muerto por dentro, que mi corazón aún podía sentir, y solo
por eso todo había merecido la pena.
CAPÍTULO 19

Cassie

E
staba tumbada en la cama, mirando cómo las sombras de la luna
jugaban en el techo. Alcé la mano, y tracé el collar que Luca me
había regalado.
Me daba una salida, todo lo que quería. Prometió que recuperaría a Jude
y yo sabía que sus palabras eran inflexibles, pero también me pidió que me
quedara, y, cuando me miró, bajando la guardia, supe que estaba perdida, y
aunque aún no había estado preparada para admitirlo ante mí misma,
dejarme amar por un hombre como él me aterraba.
Quería dejarlo a él y a esta vida atrás. Él tenía razón, yo había querido
una vida tranquila y sabía que nunca la tendría estando con el Capo de la
mafia. No era una experta y Dom también tenía razón, mis referencias
mafiosas se limitaban a la trilogía de El Padrino y a un par de temporadas
de Los Soprano, pero no era idiota. Sabía que había mucha sangre,
violencia y muerte.
Incluso había marcado el número del abogado tan pronto como Luca me
lo envió por mensaje, pero, por mucho que hubiera querido pulsar enviar,
no pude, porque la idea de alejarme y no volver a verlo nunca, de no sentir
nunca lo que sentía por él, me aterraba mucho más que formar parte de este
mundo del que no sabía nada, aunque sí había algo de lo que estaba segura.
Sabía que estaría con
Luca y que él me mantendría segura, que estaría ahí para mí, y para
Jude, y esto era suficiente para tomar la decisión que sentía que era la
correcta para mí.
La conmoción del piso de abajo interrumpió mis pensamientos. Sin
pensarlo, salí de la cama y corrí escaleras abajo, pero me detuve a mitad de
camino.
Luca estaba allí, con Dom y Savio, y Dom de alguna manera trataba de
mantenerlo erguido.
Los tres hombres se volvieron hacia mí, y la sorpresa en el rostro de
Luca se transformó en algo que me hizo estremecer, cuando sus ojos
oscuros recorrieron mi cuerpo.
En ese momento me di cuenta de que no me había molestado en
ponerme la bata, y que la camiseta de tirantes y los pantaloncitos cortos con
los que había dormido no dejaban mucho a la imaginación.
Estaba a punto de excusarme y volver corriendo a la habitación, con la
esperanza de morirme de mortificación antes de volver a ver a aquellos
hombres, cuando me fijé en la sangre que goteaba de la ceja derecha de
Luca, y en las manchas de sangre de su costado izquierdo. Me apresuré a
bajar, olvidando de repente mi vergüenza.
―Estás herido ―susurré, poniéndome delante de él.
―No es mi sangre ―respondió sombríamente.
Asentí, agarrándolo de la mano y llevándolo a la cocina.
―Siéntate. —Señalé una silla antes de sacar el botiquín de debajo del
lavabo.
Luca no se resistió y se sentó.
―¿Debería saber qué ha pasado? ―le pregunté cuando me dio su
camisa.
―No tienes que hacer eso ―me llamó mientras entraba en el lavandero
—. Solo es una camisa.
―No es solo una camisa, es tu camisa favorita. Dame un minuto.
―La empapé en agua y bicarbonato y, cuando volví a entrar, vi que
tenía los ojos ligeramente vidriosos y parecía menos dueño de sí mismo.
―¿Está …está borracho? ―pregunté a los chicos que estaban junto a la
puerta de la cocina. Dom parecía protector, Savio especulador.
―No, no lo estoy, pero me estaba acercando. ―Suspiró mientras yo
acercaba una silla para sentarme frente a él.
Le lancé a Dom una mirada interrogante. Dom puso los ojos en blanco.
―Nuestro hombre tiene mal genio y un tipo le ha molestado.
―Ya veo. ―Miré a Luca y negué con la cabeza—. Te has puesto en
plan cavernícola.
Siseó cuando presioné suavemente la bola de algodón empapada en
desinfectante, justo encima de su frente.
―¿Por qué te quedaste? ―susurró, mientras limpiaba el corte.
Seguí trabajando en silencio. No quería compartir mis sentimientos
delante de testigos.
Atrapó mi muñeca, manteniendo sus ojos fijos en los míos.
―Te quedaste ―continuó, como si apenas pudiera creerlo—. Después
de todo lo que te dije, después del compromiso que impone, después de
darte una salida... Te quedaste. ―No se me escapó el anhelo en su voz y en
sus ojos.
Me metí entre sus piernas abiertas y miré su pecho lleno de cicatrices.
Estaba demasiado asustada para mirarlo.
Tracé una de sus cicatrices en su pecho con el índice.
―Por ti, Luca Montanari, una y mil veces ―susurré. Era una cita de su
libro favorito y sabía que lo entendería. Pasaría todas las pruebas por él.
Su mano apretó mi muñeca.
―¡Fuera! ―ladró.
Levanté la vista, sobresaltada, y vi que miraba a Dom y Savio, que
estaban detrás de nosotros.
―Vivo aquí ―empezó Dom.
―No, esta noche no ―contestó, mirándolos fijamente—. No me
importa dónde vayas, pero quiero que te vayas. ―Él me atrajo más cerca,
deslizando su mano debajo de mi top y apoyando una mano posesiva en mi
estómago—. Esta noche reclamo lo que es mío ―dijo, mirándome con
tanto ardor en sus ojos, que mi corazón empezó a martillearme en el pecho.
Savio empezó a decir algo, pero Dom le dijo algo en italiano, tras lo
cual oí cerrarse la puerta y la habitación quedó completamente en silencio,
salvo por el ruidoso reloj de pie del vestíbulo y mi agitada respiración.
Luca seguía mirándome en silencio, rozándome el estómago con el
pulgar.
―No me atreví a albergar la esperanza que te quedaras —admitió
entrecortadamente, tan afectado como yo por el fragor del momento, el aire
entre nosotros crepitando con nuestro deseo.
―No podría dejarte. ―Ti amo, mia bella bestia ―dije, esperando no
estar destrozando su idioma.
Su rostro se iluminó y tiró de mí hasta colocarme a horcajadas sobre su
asiento, con el vientre presionado contra su creciente erección.
―Oírte hablar en italiano... ―Se interrumpió, tiró de mí hacia delante,
besándome el cuello ―. Te amo, mi corazón, mi alma. —Rozó con los
dedos el collar que me había comprado—. Cuando te lo regalé, dije que era
solo porque me pareció hermoso, pero es de serotonina, porque la
serotonina es la fuente de tu felicidad y tu bienestar. Tú eres mi serotonina,
Cassie, me haces más feliz de lo que creí que podría llegar a ser. Más de lo
que merezco.
Sujeté su rostro y lo besé, pero él no tardó en agarrarme la nuca y tomar
el control del beso. Me mordisqueó el labio inferior, con la fuerza suficiente
para hacerme jadear, e invadió mi boca con su lengua, saboreándome como
si fuera un hombre sediento, encontrando un oasis en medio del desierto.
Sus labios eran exigentes, firmes, apasionados, el beso era tan ardiente que
todo mi cuerpo se sintió arder bajo los placeres sensuales que un simple
beso suyo provocaba en mí.
Gemí en su boca, balanceando las caderas contra su dura polla. El sabor
del bourbon en su lengua, su rudo aroma almizclado y sus fuertes manos
apretándome aún más contra él, me mareaban con una lujuria abrumadora
por mi príncipe mafioso.
Luca rompió el beso y me miró a los ojos, mientras respirábamos
entrecortadamente. Me alegré de estar sentada sobre él, porque la pasión de
su beso me había convertido en papilla y no estaba segura de que mis
piernas hubieran podido sostenerme.
Mantuvo sus ojos clavados en los míos mientras cogía los finos tirantes
de mi camiseta y tiraba de ellos hacia abajo, hasta que el trozo de tela rosa
se amontonó en mi cintura. Mis pezones estaban duros y exigían atención
bajo el ardor de sus ojos. Ya había estado desnuda ante él y, una vez más, a
pesar de mi inexperiencia y de la luz brillante de la cocina, no me sentía
cohibida, no con él. Me miraba como si fuera un tesoro, un sueño que
acababa de realizar, y la fuerza de su deseo era muy transparente por la
forma en que sus manos se tensaban casi dolorosamente sobre mis caderas,
por la forma en que su lengua se deslizaba fuera de su boca para lamerse el
labio inferior como si ya pudiera imaginar mi pezón erecto en su boca. Sus
ojos marrones parecían negros ahora, revelando su voraz deseo sexual por
mí.
Bajé la mirada cuando apartó las manos de mis caderas y las subió
lentamente. Una sobre mi costado, la otra arrastrada suavemente sobre mi
vientre liso y plano, la visión en sí era insoportablemente erótica, sus manos
fuertes y grandes subiendo por mi esbelto cuerpo. Su piel más oscura, era
una diferencia asombrosa con la piel de alabastro y sin manchas de mi
abdomen.
Se detuvo cuando ambas manos se posaron en mis pechos y los presionó
suavemente.
Siseé y volví a mover las caderas contra él. Ahora estaba completamente
mojada y no me cabía duda de que él podía sentir mi excitación a través de
sus pantalones, pero yo estaba demasiado perdida en mi delirante necesidad
de sus caricias como para preocuparme.
Rozó mis pezones con las yemas de sus dedos, antes de apretar mis
pechos con un poco más de fuerza.
Dejé escapar un gemido fuerte y lujurioso mientras cerraba los ojos,
arqueando la espalda, ofreciéndole mi pecho, invitándolo en silencio a
hacer algo... cualquier cosa. No estaba segura de lo que quería, lo que
necesitaba, pero sabía que era a él... de todo... él, él, él.
Se metió uno de mis pezones en la boca y dejé escapar un grito de alivio
al sentir su boca y su lengua calientes sobre mi cuerpo.
―Te amo. ―Exhalé en un suspiro.
Gruñó, soltándome el pezón antes de lamérmelo con la parte plana de la
lengua en rápida sucesión.
―Yo también te amo, más que a mi vida ―dijo, y su voz casi sonaba
dolida.
En un instante, me levantó de su regazo y me llevó escaleras arriba.
Lo miré, tenía la mandíbula apretada y las cejas marcadas en un gesto de
absoluta concentración. Parecía un hombre con una misión.
Rocé su mandíbula con mi mano.
―Te deseo.
Me miró y frunció el ceño.
―No tanto como te deseo yo a ti. Hago todo lo que puedo para contener
a la bestia, pero... ―Soltó otro gruñido.
Me di cuenta de que estábamos en su habitación cuando me tumbó en
medio de la cama y se levantó, recorriendo mi cuerpo con la mirada.
―Aún no puedo creer que seas mía ―susurró, sobre todo para sí
mismo, antes de llevarse la mano al cinturón.
Lo miré, hipnotizada por su movimiento mientras se quitaba los zapatos
de una patada y se despojaba de sus pantalones y del bóxer, dejando al
descubierto su dura polla apuntando con rabia hacia su estómago.
No era una experta, y, aunque su polla no era de un tamaño gigantesco
como para echarte a correr en la otra dirección, era larga y gruesa, y no
pude evitar que la pequeña oleada de ansiedad despertara mi lujuria al
pensar en su gran polla entrando en mi pequeño y virginal cuerpo.
Los duros rasgos de Luca se suavizaron.
―Todo va a salir bien, tesoro.
Ese hombre podía leerme como un libro abierto.
―Seré suave ―añadió, antes de agarrarme los pantaloncillos y
bajármelos, dejándome jadeante y deseosa sobre su cama.
―Confío en ti.
Se arrastró por la cama y se arrodilló junto a mis caderas, separando mis
piernas y mirando mi húmedo coño.
Una vez más me sorprendió mi falta de pudor al abrirme tan
descaradamente ante él, mostrándole la parte más íntima de mi cuerpo y lo
que su mero roce y beso habían provocado.
Se lamió los labios con deseo, mientras me acariciaba el abdomen con la
mano antes de acariciarme el coño posesivamente.
Levanté las caderas instintivamente, mientras dejaba escapar un gemido
estrangulado.
—Me estás volviendo loca. —Quería que cesara el dolor, esa presión en
el bajo vientre. Quería correrme—. Luca, por favor.
Comenzó a acariciarme despacio, recorriendo mi coño de arriba abajo
con la punta de sus dedos. Me agarré al cubrecama, abriendo las piernas al
máximo, sin preocuparme de nada más que de sus caricias.
Sus dedos me abrieron los labios inferiores y presionó el clítoris con el
pulgar. Me acarició el coño con dedos expertos.
―¿Es esto lo que quieres? ―preguntó, deslizando un dedo
profundamente en mí.
―A ti, te quiero... a ti entero.
Me introdujo el dedo lentamente antes de añadir un segundo,
estirándome deliciosamente. Aumentó el ritmo mientras me frotaba el
clítoris con más fuerza.
—Tan apretado, tan húmedo... Todo mío.
Su declaración posesiva me llevó al límite, y llegué al orgasmo con la
misma fuerza que cuando me hizo correrme con su lengua después del
baile.
Apenas había bajado del subidón que me provocó cuando se tumbó a mi
lado, apoderándose de mis labios en un beso apasionado y enérgico.
―Dime que eres mía ―ordenó contra mis labios antes de volver a
besarme.
―Sí, tuya, siempre ―respondí cuando rompió el beso, permitiéndonos
a ambos recuperar el aliento.
El calor de su poderoso cuerpo sobre el mío, la fuerza de sus caricias, y
los graves gruñidos salvajes de su garganta me hacían sentir como si
estuviera ardiendo. Envolví mis brazos alrededor de sus hombros, tirando
de él más cerca. Quería más de su peso sobre mí, lo quería dentro de mí.
Pasé mi lengua por sus labios, su garganta, saboreándolo, explorándolo.
Estaba tan perdida en él.
Empujé mis caderas hacia arriba en un movimiento desesperado, y él
pareció finalmente dispuesto a concederme mi deseo, ya que utilizó su
mano para abrirme más ampliamente mientras se movía, acomodándose
entre mis piernas, y un nuevo torrente de humedad me llenó cuando sentí su
polla rozar mis pliegues.
Rodeó su polla con la mano y me pasó la punta por la raja, mientras
murmuraba palabras en italiano que yo no entendía, pero que encendían mi
ardiente pasión.
Se detuvo un segundo y me miró fijamente, antes de introducirme la
punta. Jadeé ante la intrusión.
Me besó los labios.
―Dolerá, tesorina. Iré despacio. No te muevas, apenas tengo control.
―Su voz reflejaba el hambre primitiva que podía ver en sus ojos.
―Está bien. Quiero todo de ti.
Me dio un beso sensual y dominante que me dejó sin aliento mientras
empujaba lentamente, centímetro tras centímetro.
Me tensé al sentir un pequeño dolor y él se detuvo de inmediato,
rozando la suave barrera de mi virginidad.
Me miró, su rostro era una máscarade completa lujuria impulsada por la
necesidad de estar completamente dentro de mí.
Asentí con la cabeza y empujó hacia delante, introduciendo sus últimos
centímetros en mí de una vez.
El mordisco de dolor fue inmediato y mi cuerpo se tensó, abriendo la
boca en un grito silencioso.
Parpadeé mientras él permanecía inmóvil dentro de mí, esperando a que
mi cuerpo se relajara.
―Lo siento, tesorina―susurró, besándo me los párpados—. Mejorará
en un tiempo, te lo prometo.
Abrí los ojos y deslicé mis manos por su espalda, con el dolor y el ardor
sustituidos por una incómoda plenitud, que no me importaba sabiendo que
era él quien estaba dentro de mí.
—Ya me siento bastante bien ahora —dije sinceramente—. Me encanta
tenerte dentro de mí.
―¿Todos mis veinte centímetros? ―preguntó con una sonrisa
masculina totalmente suya.
―Todos tus veinte centímetros. ―Besé el costado de su cuello—. Ya
puedes moverte. Ya estoy bien.
Luca empezó a moverse con embestidas cortas y superficiales,
permitiéndome acostumbrarme a su intrusión. Besó mi cuello, arrastrando
su mano hacia arriba hasta llegar a mi pecho y atrapar mi pezón erecto entre
sus dedos.
Me agarré a su hombro y mordí su cuello. Gruñó, intensificando sus
embestidas. Subí las piernas, apoyando los talones en la parte superior de su
trasero.
—Más fuerte —solté con un grito ahogado.
Aceleró el ritmo y embistió con más fuerza, más profundamente, y todo
lo que le importaba eran mis gemidos, mezclados con sus gruñidos de
placer, el sonido rítmico de su carne contra la mía, el marco de la cama
golpeando la pared con cada potente embestida. Me estaba poseyendo,
dominando, haciéndome suya por completo y no deseaba que terminara
nunca.
―Estoy cerca —gruñó renuente—. Acaríciate, quiero que ordeñes mi
polla cuando me corra.
Sus sucias palabras me excitaron aún más, y siseó cuando apreté mis
paredes contra su polla.
Me llevé la mano al clítoris cuando sus embestidas se volvieron erráticas
y un solo roce fue suficiente para hacerme llegar al orgasmo, mientras se
corría gritando mi nombre.
Cuando terminó, cayó pesadamente sobre mí y, a pesar de la
incomodidad que su peso podría haberme causado, no quise que se moviera.
Lo rodeé con mis brazos y piernas y besé su cuello.
—Te amo, Luca. Suspiró satisfecho.
—Creo que nunca me acostumbraré a que digas esas palabras, Cassie.
Me cuesta creer que alguien como tú pueda amar a alguien como yo. —
Besó la parte superior de mi cabeza antes de separarse de mí, lo que me
hizo sentir su pérdida.
—Quédate —susurré, tratando de atraerlo de nuevo sobre mí. Dejó
escapar una pequeña risa cansada.
―Tenemos toda la noche, tenemos toda la vida, amore. Ahora vuelvo.
Lo vi entrar en su cuarto de baño y volver con un paño húmedo.
Miré entre mis piernas para ver su fluido y el mío saliendo de mi cuerpo,
así como un poco de sangre en la parte interna de mi muslo.
Me sonrojé, cerrando las piernas, aquello era demasiado íntimo.
Me ducharía rápidamente.
Luca puso los ojos en blanco mientras se arrodillaba en la cama.
―Cassie ―dijo con un tono de advertencia mientras me separaba las
piernas con las manos—. Eres mía, Cassandra. Mía para cuidarte, mía para
protegerte, mía para amarte ―dijo con fiereza mientras presionaba el paño
caliente contra mi carne dolorida.
Dejé de forcejear. Se sentía tan bien en mí, su toque suave, cariñoso.
―No tienes por qué hacerlo.
Me sonrió suavemente y se tumbó de lado, frente a mí.
―Sí, lo es. Es mi prerrogativa, mi privilegio como tu hombre cuidarte.
Me incliné hacia delante y lo besé en los labios.
―Y lo haces muy bien.
Su sonrisa se ensanchó cuando retiró el paño de entre mis piernas y se
tumbó boca arriba, atrayéndome hacia él hasta que mi cabeza descansó
contra su pecho.
Dejé escapar un bostezo mientras le rodeaba su pecho con mi brazo.
―Duerme, mi amor ―susurró, rozando con el pulgar la curva de mi
culo.
―Sujétame en tus brazos.
―Siempre, aquí es donde perteneces ―respondió, y me dormí al ritmo
de su respiración.
CAPÍTULO 20

Cassie

M
e desperté deliciosamente dolorida por haber hecho el amor con
Luca. Me había poseído una vez más durante la noche y, como
estaba un poco menos perdida en mi lujuria, le aseguré que
tomaba la píldora, aunque a él no pareció importarle cuando soltó un
suspiro de satisfacción una vez estuvo completamente encajado dentro de
mí.
Me removí en la cama y me envolví en la sábana. Sabía que Luca se
había ido sin tan siquiera abrir los ojos y echaba de menos su calor corporal
terriblemente. ¿Era posible estar tan compenetrada con alguien después de
una sola noche?
Al fin abrí los ojos e intenté ver el reloj de la mesilla de Luca. Me
incorporé de un salto, era mucho más tarde de lo que había previsto y hacía
años que no me despertaba tan tarde.
Tesorina. Ven a la biblioteca. Tengo una sorpresa para ti.
Suspiré, me levanté de la cama e hice una mueca dolorida.
Cogí mis pantalones cortos y mi camiseta del suelo antes de dirigirme al
primer piso, a mi habitación, rezando a Dios para no encontrarme con Dom
por el camino.
Anoche lo echamos y sabía que iba a burlarse de mí todo el año si me
veía hacer el camino de la vergüenza hasta mi dormitorio.
Me di una ducha caliente que hizo maravillas con mis músculos
doloridos, antes de vestirme con unos leggings y una camisa de vestir roja a
cuadros.
Me quedé helada cuando llegué a la biblioteca y escuché una risita
familiar procedente del resquicio de la puerta.
El corazón me dio un vuelco, no me lo podía creer. Volví a escuchar la
risita.
―¿Jude? ―pregunté con incredulidad, abriendo la puerta.
Estaba tumbado boca abajo frente a la chimenea, leyendo un libro,
mientras Luca estaba sentado en su sillón de cuero mirándolo con una
pequeña sonrisa.
Jude levantó la cabeza al oír mi voz.
―¡Cassie! ―Saltó de su sitio en el suelo y corrió hacia mí,
envolviéndome en su habitual y aplastante abrazo.
―¿Cómo? ―pregunté, devolviéndole el abrazo—. ¿Cómo? ―volví a
preguntar, levantando la vista hacia Luca, quien nos miraba desde su sitio,
con una expresión melancólica en su rostro.
―He estado trabajando en esto durante un tiempo. ―Se levantó y
caminó hacia nosotros—. Es solo por un día ―añadió rápidamente—.
Quería que viniera para tu cumpleaños, pero me puse enfermo y...
—Se encogió de hombros—. Feliz cumpleaños atrasado.
―Esta casa es increíble, Cassie. Luca me la ha enseñado. Me encanta.
Jude me sonrió y fue como volver a tener a mi despreocupado hermano
pequeño.
Aparté su flequillo crecido de sus ojos cuando cortó el abrazo.
―¿Cuánto tiempo llevas aquí?
―Alrededor de dos horas, pero Luca dijo que habías trabajado mucho y
estabas cansada, así que te dejamos dormir ―añadió antes de ir a recoger su
libro del suelo.
Miré a Luca mientras mis mejillas se teñían de rojo.
―¿Cómo estás? ―me preguntó, y supe exactamente a qué se refería.
―Perfectamente ―respondí, con las mejillas aún más encendidas.
Me dedicó una sonrisa de lado llena de orgullo masculino y no pude
evitar sacudir la cabeza ante la tontería del momento.
―Jude me estaba diciendo lo mucho que le gustaría vivir aquí
―continuó Luca, acercándose a mí y rozándome tiernamente la mejilla
con el dorso de la mano.
Me volví hacia Jude, quien nos estudiaba pensativo.
―¿Te gustaría vivir aquí? ¿Con Luca y Dom?
―¿Es Luca tu novio?
―Sí, ¿Luca es tu novio? ―me giré para ver a Dom apoyado en el marco
de la puerta, con una sonrisa burlona en la cara—. ¿Qué? ―preguntó,
levantando las manos—. Necesito asegurarme de que me han echado de
casa por una buena razón.
Hice una mueca al recordar que Luca lo había echado a la calle la noche
anterior. Envié una mirada de impotencia a Luca, que se encogió de
hombros.
―También me gustaría oír esa respuesta. Suspiré, concentrándome de
nuevo en Jude.
―Sí, lo es.
Luca me cogió la mano y entrelazó nuestros dedos.
―¿Te parece bien? ―pregunté con aprensión. A Jude no se le daban
bien los cambios ni la gente nueva, y el hecho de estar con Luca y
trasladarlo aquí eran grandes cambios.
Jude apoyó el libro en el regazo, estudiando a Luca en silencio.
Finalmente asintió.
―Sí, está bien. Me gusta Luca. ―Volvió a bajar la vista hacia su libro
—. Además, ha dicho que me regalará su biblioteca y me comprará un perro
si me mudo.
Miré a Luca con las cejas arqueadas. Me guiñó un ojo.
— Nunca dije que estuviera por encima del soborno. — Me reí,
apoyándome en él.
―¿Cuándo me mudo? ―preguntó Jude, sin apartar los ojos del libro
que estaba leyendo.
―Dentro de unos días iremos a Nueva York a ver a un abogado.
Trabajaremos tan rápido como podamos —le dijo Luca.
―Nos vamos a Nueva York.
―Sí, quiero que conozcas a mis amigos, que veas que hay una vida
fuera de... ―Hizo un gesto despectivo con la mano.
―Eso fue idea mía ―intervino Dom.
Luca lo fulminó con la mirada, pero fruncí el ceño. Si Dom lo había
sugerido, tenía que haber un motivo.
Luca se inclinó y me besó los labios.
―¿Por qué no te quedas con tu hermano un rato? Necesito trabajar un
poco. —Miró hacia Jude—. Tu hermano me dijo lo mucho que le gustaban
las hamburguesas, Devlin nos traerá comida rápida para almorzar.
Asentí, tomando asiento frente a Jude, sabiendo que mientras estuviera
absorto en su libro no lo interrumpiría, pero no me importaba. Me
encantaba tal y como era.
―¿Qué tal la velada? Increíble, seguro ―se burló Dom, viniendo a
sentarse a mi lado.
Levanté la vista hacia él y me miró con un sugerente movimiento de
cejas.
Puse los ojos en blanco, pero guardé silencio.
―Tengo que admitir que me molestó un poco que me enviaran con el
tonto del pueblo, pero, cuando vi a Luca bajar esta mañana silbando y con
ese ímpetu en su caminar, supe que estaba curado de su caso de bolas
azules, haciendo que mi noche en el coche casi valiera la pena.
Rápidamente, miré a mi hermano que tarareaba para sí mismo, había
desaparecido por completo.
―¿Nueva York? ¿Por qué?
Era el turno de Dom de mirar a su alrededor.
―Creo que estamos acercándonos. Hay un cabo suelto que no ha
desaparecido. El primer médico, está en Nueva York —susurró.
—Bien...
—Luca tendrá que ir a ver a Matteo o a Benny. No te llevará allí.
—Y se lo agradezco.
—El hospital está contratando. Necesito que vayas a la entrevista,
dirígete a su oficina como un intento exagerado de conseguir el trabajo.
—Bien, ¿y cómo entrarás?
—Causas alboroto, los distraes. Y yo consigo entrar en el despacho
mientras el subnormal intenta calmarte.
—¿Qué buscas? Dom, han pasado dos años. — Se encogió de hombros.
—Detalles de cuentas... cualquier cosa. El dinero deja huellas.
―Bien, lo que sea que ayude. ―Señalé a mi hermano—. Él estará bien
aquí, ¿verdad? A pesar de todo.
―¿Te refieres a nuestras vidas? Asentí con la cabeza.
―No creo que esté hecho para eso. Dom miró a Jude.
―Te sorprendería lo mucho que puede hacer una mente inteligente, y
esta... Es aterradoramente inteligente.
―Lo es.
―Pero no, Luca no dejará que esta vida lo manche, a menos que él
quiera. Luca es un protector, no importa lo que piense de sí mismo. No
dejará que nada lo toque a él o a ti... Y lo mismo se aplica a mí.
Le dediqué una cálida sonrisa.
―Lo sé, eres como el hermano mayor que nunca tuve.
―Ajá ...¿Significa que tengo que tener la charla con Luca? ―Dom se
apoyó el índice en la barbilla—. Ya sabes, trátala bien o te disparo en las
rodillas.
Puse los ojos en blanco.
―Me gustaría ver cómo lo intentas.
Luca volvió poco después, y cada vez que sus ojos se clavaban en mí,
sentía un pequeño escalofrío recorriendo mi espina dorsal.
―Acabo de hablar con el abogado. Iremos el martes, para darle tiempo
a que nos preparen todos los papeles.
―Perfecto, gracias.
Luca se acercó a nosotros, colocándose al lado de Jude.
―¿Eh, Jude?
Jude siguió leyendo como si nadie hubiera hablado. Eché un vistazo al
lomo del libro, otra vez Arsène Lupin. Estaba en su propio mundo, nada lo
distraería ahora.
Luca apoyó una suave mano en su hombro, sobresaltándolo. Jude
parpadeó y miró a Luca.
Luca le sonrió.
―La comida llegará pronto. ¿Por qué no vas con Dom a la gran
biblioteca de arriba y coges algunos libros para llevarte?
Ese plan funcionó, porque Jude se levantó de un salto de su asiento y
cerró el libro con un sonoro golpe.
―¿Hay una biblioteca grande? ―Miró a Luca con los ojos muy
abiertos.
Me encantaba que mi hermano no mirara a Luca de otra manera. Al
principio me había preocupado cuando imaginé este encuentro. Luca era
alto, musculoso y, además de las cicatrices, tenía un aire peligroso.
No estaba segura de cómo reaccionaría mi hermano ante él, era torpe
con los extraños en el mejor de los casos... Y, sin embargo, Jude lo había
aceptado de inmediato.
Dom negó con la cabeza. ―Otra vez me echan ―murmuró, pero la
sonrisa de su cara demostraba que no le importaba lo más mínimo.
―¿Puedo llevarme el libro que quiera? ―preguntó Jude como si no se
lo pudiera creer.
Luca le alborotó el pelo.
―Claro, el que quieras. ―Miró a Dom y le dijo algo en italiano. Dom
asintió y se levantó.
―Vamos, Jude, demos un poco de intimidad a los tortolitos.
Los vi marcharse y cerré la puerta tras ellos, antes de volverme hacia
Luca, quien me miraba con tanta intimidad que mi estómago se agitó.
―Necesito aprender italiano.
Asintió, acercándose a mí y deteniéndose a un suspiro.
―Yo te enseñaré. ―Apoyó las manos en mis caderas—. Disfruto
enseñándote. Además, no te ocultaré nada, solo tienes que preguntar.
―¿Qué acabas de decirle a Dom?
Luca se inclinó y me rozó el pómulo con los labios.
―Le dije que mantuviera a tu hermano alejado de los estantes
superiores, esos no son libros para él. Pero son libros que tú y yo podemos
explorar.
Mis pezones se endurecieron ante los pensamientos lujuriosos que
entraban en mi cabeza ante su proximidad.
Luca acortó la pequeña distancia que nos separaba y tiró de mí hacia él,
apoyando las manos en mi trasero.
―¿Cómo te sientes hoy?
―Bien, un poco dolorida, pero no me importa. — Luca me rozó la
concha de la oreja con los labios.
―Todavía me sientes muy dentro de ti, ¿verdad?
―Sí ―admití, apretando los muslos.
Luca besó un lado de mi rostro antes de apartarse con desgana.
—Hoy te mudas a mi habitación. Hay espacio suficiente en mi vestidor.
—Suena mucho como una orden. — Frunció el ceño.
—No pretendo que lo sea, pero creía que habías entendido que ahora
eres mía, y que tengo la intención de compartir tu espacio vital y compartir
mi cama todas las noches. No hay otra alternativa.
Odiaba admitirlo, y probablemente la feminista que había en mí gritaba
de indignación, pero su actitud alfa y dominante me emocionaba de un
modo que jamás habría imaginado.
Apoyé las manos en su camisa, sobre sus pectorales, y froté suavemente.
—Por supuesto que lo haré. Sonrió. ―Brava.
―Gracias por lo de Jude, significa mucho para mí. ―Lo miré—.
Tú, luchando por él, significa más de lo que puedo expresar.
―No hay nada que no haría por ti, Cassandra, excepto tal vez dejarte ir.
Hiciste un trato con la bestia ahora, y yo me quedo contigo.
Me puse de puntillas y le besé el cuello.
―Eso está bien, porque no me voy a ir a ninguna parte, te guste o no.
―¿Se supone que es una amenaza? ―preguntó, arqueando una ceja con
diversión.
Negué con la cabeza.
―No, es un juramento.
El resto del día fue como un sueño. Le enseñé el jardín a Jude y lo vi
jugar al ajedrez contra Dom y Luca. Los aplastó a los dos y, en lugar de
sentirse molestos al haber sido derrotados por un niño de diez años, los
hombres se sintieron orgullosos de él.
Ahora podía imaginar nuestra vida aquí. La familia que pronto
construiríamos y no podía esperar a que esta vida comenzara, porque
confiaba en que Luca mantendría la oscuridad alejada.
Podría haber sido un villano en su propia narrativa, pero no lo era, no en
mi historia.
No, Luca Montanari era mi héroe.
CAPÍTULO 21

Luca

D
ecir que estaba feliz era quedarse corto. Nunca habría pensado que
fuera posible, incluso antes del accidente, antes de no merecer nada
más que penitencia, nunca hubiera pensado que mereciera un
regalo tan preciado como Cassandra West.
La amorosa, suave, indulgente y amable Cassandra West. Era el polo
opuesto a mí y, sin embargo, me complementaba perfectamente.
Una vez le dije a Carter que nunca había hecho nada para merecer una
buena mujer y, sin embargo, tenía la mejor de ellas.
Me despertaba cada mañana esperando que su lado de la cama estuviera
vacío, para darme cuenta de que todo había sido un truco jugado por mi
cerebro aturdido por el alcohol, para torturarme un poco más, pero no, cada
vez que abría los ojos por la mañana la veía, profundamente dormida a mi
lado, con sus hermosos labios rosados ligeramente abiertos, y cada mañana
daba las gracias a quien me escuchaba, por haberme hecho este regalo
impagable.
―No te importa, ¿verdad? ―le pregunté, después de acomodar las
maletas en la habitación del hotel neoyorquino—. Puedo llevarte si quieres
―añadí bastante a regañadientes. No me entusiasmaba mucho la idea de
que conociera a Benny, pero tampoco quería que pensara que quería
mantenerla oculta.
Se volvió hacia mí y arrugó la nariz en una mueca adorable.
―Si se parece en algo a tu primo Savio, prefiero pasar... sin ofender.
Me reí de eso.
―De tal palo, tal astilla. No te culpo. ―Señalé la puerta—. Y tú podrás
pasar algún tiempo con Dom y vosotras, chicas podréis hacer lo que
queráis. Ir de compras y esas cosas.
Puso los ojos en blanco.
―Voy a buscar un vestido para la cena.
―No tardaré, te lo prometo, y luego tú y yo podremos divertirnos un
poco antes de ir a casa de Carter.
Se volvió hacia mí, repentinamente seria de nuevo.
―¿Cómo te sientes al volver a ver a tu amigo, después de tanto tiempo?
Esta mujer realmente podía matarme, veía a través de mí, a pesar de
todo. Sabía que debía tranquilizarla, decirle que no me incomodaba. Yo era
el Capo, se suponía que nada debía afectarme (al menos no públicamente),
pero ella era mi Cassie, la mujer a la que juré respetar y con la que juré
mantenerme firme. No iba a ser mi padre ni ningún otro hombre del grupo.
No podía ser vulnerable, pero con ella lo iba a ser porque ella se merecía al
verdadero Luca.
―Estoy nervioso ―admití—. Y, sobre todo, avergonzado, no he sido
amable. Ha intentado una y otra vez estar a mi lado y rechacé cualquier
intento. Simplemente lo descarté de mi vida... A excepción de Dom, Carter
era mi único amigo y sé que a él le ocurría lo mismo.
Ella asintió.
―Sí, pero la verdadera amistad puede resurgir de todo eso. Y estuvieron
encantados de invitarnos a cenar esta noche. ―Me cogió la mano y me besó
el dorso—. Estaré aquí para ti, todo el tiempo.
Apreté su mano, era mi ancla.
Me resistía a separarme de ella, aunque fuera por poco tiempo, pero
tenía que ver a Benny.
Ahora que Cassie había decidido ser mía, necesitaría el apoyo de
Matteo, y para conseguirlo tenía que recuperar mi lugar, que a tenor de lo
que había presenciado, estaba más que demorado.
Respiré hondo y me detuve en la puerta trasera de Effeuillage, el club de
striptease que teníamos en los límites de la zona marginal de la ciudad. No
le avisé a Benny de la visita, quería darle una sorpresa.
Había pensado que ponerle un nombre francés a un club de striptease le
daría algo de clase, pero no había engañado a nadie. Seguía siendo un club
de mala muerte y con bailarinas pasadas de moda.
Cuando intenté abrir la puerta trasera, un guardia vestido de negro se
interpuso en mi camino.
―Prohibido el paso.
―Vengo a ver a Benny.
El guardia permaneció frente a la puerta, con el ceño cada vez más
fruncido.
―¿Sabes quién soy? ―Tuve que darle al tipo la oportunidad de
recapacitar antes de romperle una pierna—. Soy Luca Montanari.
―A menos que el Capo me diga que te deje entrar, no te voy a dejar
pasar.
Solté una risita.
―Bien, el Capo te está diciendo que le dejes entrar. Yo soy el Capo.
El tipo me dedicó una media sonrisa.
―Claro que lo eres.
Sí, ese tipo quería morir, pero tenía suerte de que hoy no tuviera tiempo
de empezar una pelea.
Cogí el teléfono y marqué el número de Benny.
―¿Dónde estás? ―pregunté apenas me contestó.
―¿Gianluca? Estoy en el club.
―Tu matón... ―miré al tipo que estaba delante de la puerta—.
¿Cómo te llamas?
―Fabrizio.
―Fabrizio no me deja entrar. Dice que el Capo se lo ordenó...
Irónico, ¿no crees?
Al cabo de un par de minutos, abrió la puerta Benny sin aliento. Hacía
más de un año que no lo veía y Señor, parecía aún más bajo y gordo que en
mis recuerdos... Podría ser el doble de Danny Devito.
Me reí por lo bajo. Era una broma que Dom apreciaría más tarde.
―¡Ma cazzo! ―Le ladró al guardia—. ¡Es mi sobrino!
―Y el Capo de la Famiglia ―añadí con calma.
―No realmente, ¡pero no debería haberte detenido! Eres de la familia
―añadió, con su espeso bigote moviéndose hacia un lado, en clara señal de
su nerviosismo.
Fruncí el ceño. ―Sí, Benny, realmente.
Se limpió las manos húmedas en la camisa negra y me hizo pasar.
Hice una mueca nada más entrar, dando gracias a Dios por no haberme
traído a Cassie conmigo. Este antro olía a alcohol barato y a sexo.
Sacudí la cabeza y seguí a Benny hasta su despacho.
―¿Por qué has venido? ―preguntó en cuanto cerró la puerta tras de sí.
Miré por las ventanas unidireccionales de su despacho hacia el
escenario, donde una stripper de pechos caídos y tanga se movía para un
puñado de clientes, bajo una luz roja poco favorecedora.
Me encogí de hombros, sin apartar los ojos de la habitación. Me
mantuve de espaldas a él a propósito, necesitaba que le recordaran su lugar.
―Hace tiempo que me pides que venga. ¿No lo decías en serio?
―¡Claro que sí! Gianluca, eres mi sobrino.
Finalmente, me di la vuelta, metiendo las manos en los bolsillos del traje
pantalón.
―Parece que hay un malentendido entre las filas. La gente parece creer
que tú eres el Capo.
Las fosas nasales de Benny se encendieron. ―Lo soy.
―Eres el Capo en funciones. Una palabra de diferencia cierto... pero
con un significado totalmente diferente.
―Savio dijo que ahora tienes una chica. ―Ladeó la cabeza—. Me
alegro por ti. Creía que esas cicatrices lo impedirían.
―No parece que le molesten. ―Y por la forma en que siempre las
besaba, me atrevía a pensar que las quería tanto como a mí.
―A toda mujer le importaría, Gianluca, si dice que no, miente.
―Pero todos mentimos, ¿verdad, tío Benny?
Puso la mano sobre el escritorio y golpeó los dedos en rápida sucesión.
―¿Qué pasa? ¿Estás recuperando tu asiento? ¿Es lo que ella quiere que
hagas? ―Negó con la cabeza—. No querías este puesto, no te conformes de
nuevo con un estilo de vida cargado de odio por una mujer.
―No lo hago por una mujer.
―¿Pero lo estás haciendo? ¿Y tu promesa? Me señalé el pecho.
―¿Y mi promesa? ¿Y la tuya? La que me hiciste de defender nuestros
valores y hacer lo mejor para la familia.
Golpeó el escritorio con el puño.
―¡Siempre he hecho lo mejor para la familia! Estoy haciendo cosas que
tu padre estaría demasiado asustado de hacer.
―¿Demasiado asustado o demasiado cuerdo? Benny negó con la
cabeza.
―¿Es eso? Ahora que el hombre está muerto defenderás sus acciones.
No he olvidado lo mucho que os peleabais, por todo.
Suspiré. Este hombre estaba demasiado metido en su propio culo, como
para ver la verdad sobre sus acciones.
―Tengo seguidores, ya sabes. Las cosas no serán tan fáciles como
crees.
Me sorprendió su atrevimiento; mi tío solía ladrar y no morder, y
enviaba a perros más grandes a librar sus batallas, como si fuera una niña
asustada.
—¿Me estás amenazando?
—No, Luca —murmuró.
Ah, retrocedía. Eso era más propio de Benny.
—Me cediste tu sitio, me lo merezco. Esto es mío —continuó, casi
gimoteando.
Miré el reloj.
—He venido por cortesía, reunión familiar y toda esa mierda. — Suspiré
—. Nos vemos luego.
―¡Luca! ―me llamó al abrir la puerta—. ¿Qué vas a hacer? ―gritó,
mientras yo seguía saliendo de su miserable club.
Al final dejaría que se lo quedara, que fuera el rey de su sórdido reino,
mientras se mantuviera alejado de mí y no se acercara a mi mujer.
Mi teléfono emitió un pitido cuando llegué al callejón exterior del club.
Respiré hondo. ¿Quién iba a pensar que disfrutaría del olor de un callejón
de la ciudad? Para ser justos, todo era mejor que el penetrante olor de este
club.
Suspiré, miré las fotos de mi pantalla y fruncí el ceño. Joder, mi día de
enfrentamientos estaba lejos de terminar, y estaba seguro que este lo
disfrutaría mucho menos.
Cuando volví a entrar en mi habitación, un poco de mi oscuro humor se
desvaneció al ver a Cassie allí de pie, con una gran sonrisa en la cara,
visiblemente muy feliz de verme.
Y, a pesar de mi enfado, no pude evitar devolverle la sonrisa, esta mujer
me poseía.
―He encontrado un vestido para esta noche. Es muy bonito.
―Me cogió la mano y se puso de puntillas para darme un casto beso.
―No, así no ―le contesté, acercándola más a mí y profundizando el
beso, dejándonos a los dos con ganas y jadeando. Quería hacerle el amor
ahora mismo, pero tenía una cuenta pendiente y no podía esperar.
―¿Dónde está Dom?
―Está en su habitación. ―Señaló la puerta—. Creo que lo he matado
con tanta compra.
Asentí, viéndola guardar las bolsas.
―¿Has pasado una buena tarde? ¿Has hecho algo interesante? — Su
paso vaciló y se dio la vuelta, con un leve matiz en el rostro.
―No, la verdad es que no.
Suspiré. Era una mentirosa terrible, ¿y el hecho de que me mintiera?
Me rompió un poco el corazón.
―Voy a ver a Dom, pero vuelvo enseguida para ducharme y
prepararme.
―¿Está todo bien? ¿Funcionaron las cosas con tu tío?
―Sí. —Asentí.
―Te espero, podemos ducharnos juntos. Ahorra un poco de agua. ―Se
sonrojó tan profundamente que hizo que mi corazón se estrujara en mi
pecho por todo el amor que sentía por ella. Todavía no estaba acostumbrada
a coquetear conmigo, a pedir lo que quería.
―No, adelante ―le dije, un poco más bruscamente de lo que debía.
Estaba más molesto con ella de lo que había previsto.
Se echó hacia atrás y bajó la mirada, tratando de ocultar su dolor por mi
rechazo.
Debería haberlo dejado así, eso es lo que debería haber hecho un Capo,
pero, sentía debilidad por ella, y no importaba lo que hiciera... por aterrador
que fuera darme cuenta, no creía que hubiera un pecado que ella pudiera
cometer que yo no perdonara.
―Tesorina, si me meto en esta ducha contigo, no habrá cena en casa de
Carter. Te follaré de todas las formas posibles hasta que ninguno de los dos
pueda moverse.
―Oh. —Me miró de reojo—. Quizá... quizá me gustaría.
Gruñí, mirando al cielo.
―Me estás matando. Ahora vuelvo ―añadí, dándome la vuelta y
saliendo de la habitación, antes de tener la oportunidad de reconsiderar mi
elección.
Llamé a la puerta de Dom y, apenas me abrió, le di un puñetazo tan
fuerte que estaba seguro que tendría los nudillos magullados.
Cayó al suelo con un gruñido doloroso. Aproveché para entrar y cerrar
la puerta tras de mí.
―¡Qué coño, Luca! ―gritó, sentándose en el suelo, levantando la mano
y tocándose la ceja izquierda reventada. Se miró los dedos cubiertos de
sangre.
―Eso es por mentirme, puto gilipollas, y por hacer que ella también me
mienta.
Dom permaneció sentado en el suelo, pero cogió la toalla que había
sobre la cama, y se la apretó en la ceja.
―¿Qué? ¿Nada que decir? ―pregunté burlonamente—. ¿Creíste que
era tan estúpido, amico? Es una mentirosa terrible y tú... —resoplé—. Hoy
estabas demasiado feliz de quedarte atrás. Y sé lo leal que es, la única
persona por la que mentiría, serías tú.
―¿Cómo te has enterado? ―Hizo una mueca de dolor, apretándose un
poco más la toalla contra la ceja.
Resoplé.
―Por favor, dame más crédito. Hice que te siguieran. ¿Qué hiciste en el
hospital con mi mujer?
―Es complicado.
―¡Entonces no lo compliques! ―Le señalé con un dedo acusador
—. ¡Hiciste que mintiera por ti!
―Oh, vete a la mierda, Gianluca. Esa chica te es leal hasta la médula.
La única persona por la que mentiría no soy yo... ¡eres tú!
―¿La única razón por la que me mintió es por mí? ―Asentí, frunciendo
los labios—. Debes pensar que soy un tipo especialmente estúpido.
Suspiró.
―Todo empezó la noche del baile. Yo no, bueno, no... tuve una reacción
alérgica, pero me la provoqué a propósito.
Arqueé las cejas, sorprendido, no me lo esperaba.
―Cassie me pilló y quería correr a contarte la verdad, así que tuve que
involucrarla, y, una vez que le dije lo que sospechaba, quiso ayudarme y no
aceptó un no por respuesta.
―¿Ayudarte a hacer qué?
―Demostrar que no tuviste un accidente esa noche, que fue
intencionado. Demostrar que no estabas borracho y que esas muertes no
recaigan sobre tu conciencia.
Aquella revelación tuvo el efecto de recibir un puñetazo en el estómago.
Me senté pesadamente en la silla de su habitación, mirándolo como si fuera
otra persona.
―Crees que... ―me detuve. No podía creer que fuera posible.
¿Podría borrar esta marca negra de mi agenda? —No. ―Sacudí la
cabeza—. Nadie habría hecho nunca daño a Arabella ni a mi madre.
―Correcto. ―Asintió ―. Pero, como probablemente recuerdes, se
suponía que no debían estar allí aquella noche. Se suponía que se
marcharían pronto a la finca, pero tuviste aquella gran pelea con tu padre y
tu madre decidió quedarse. Se suponía que tú y tu padre estabais en el
coche, no ellas.
Apoyé los antebrazos en los muslos y bajé la mirada hacia las manos
que durante años había creído cubiertas de la sangre de mi familia.
―¿Quién haría eso?
―Ya sabes quién, Luca. Quiso el puesto desde que tengo uso de razón.
Negué con la cabeza, sin dejar de mirarme las manos.
―Benny y Savio son idiotas. Espesos y evidentes, nunca habrían
conseguido hacer algo así.
―A menos que tuvieran ayuda.
Levanté la vista.
―¿Quién?
―¿Los armenios? ―Dom se encogió de hombros—. Quizá hicieron un
trato con ellos, son lo bastante estúpidos.
Ladeé la cabeza, reflexionando. No, era imposible.
―¿Por qué has ido hoy al hospital?
―La letra de tu expediente médico era diferente, el color de las páginas
no encajaba. Cassie encontró algunas cosas inusuales en él, así que fuimos
allí. Ella fue la distracción y yo irrumpí en la sala de archivos.
―Ya veo... A ver si lo entiendo. Involucraste a mi mujer en un posible
complot de asesinato contra mí, poniéndola en peligro.
Dom hizo una mueca.
―Bueno, suena mal cuando lo dices así.
―¿Sabes por qué? ¡Porque jodidamente lo es! ―grité. La sola idea de
que hirieran a Cassie me causaba tanto dolor que apenas podía respirar.
―Luca...
Levanté un dedo para detenerlo.
―Su participación termina ahora, ¿entendido?
Domasintió,teniendoalmenosladecenciadeparecer avergonzado.
―¿Encontraste pruebas? ―Por favor, di que sí.
―Algunas, no tantas como me gustaría.
Me levanté, enderezándome los pantalones.
―Mañana concertaré una cita con Matteo, le contarás todo lo que sepas
y seguiremos a partir de ahí, ¿entendido?
―Sí. ―Se levantó también e hizo una mueca cuando vio su reflejo en el
espejo.
―¡Y tú la mantienes al margen! No la pongas más en peligro
innecesario o juro por Dios... ―No necesitaba terminar esa amenaza—. Te
veré por la mañana.
―Yo también la quiero, ¿sabes? ―dijo Dom, cuando llegué a la puerta
—. No como tú, pero sí profundamente.
Giré la cabeza hacia un lado, manteniendo la mano en la empuñadura.
―Sé que lo haces. Es la única razón por la que sigues en pie.
Cuando volví a entrar en la habitación, Cassie estaba envuelta en una
toalla, recién duchada y secándose el pelo.
Me miró interrogante en el espejo, siguiéndome silenciosamente con la
mirada, hasta que llegué al cuarto de baño.
La miré a los ojos en el espejo y le sonreí. —Ti amo —vocalicé.
Sus hombros se hundieron de alivio. —Yo también. ―Me contestó y, de
repente, estábamos bien.
Me sequé con la toalla después de mi ducha rápida y entré en el
dormitorio con la toalla alrededor de la cintura, y el brillo lujurioso que
apareció en sus ojos me hizo sentir como un superhéroe. Todavía no podía
creer que la mereciera.
―¿Me subes la cremallera? ―preguntó, volviéndose hacia el espejo.
Me coloqué detrás de ella y le rocé la columna con los nudillos,
haciéndola estremecerse.
―Tu piel es tan suave ―susurré ,antes de inclinarme para besarle la
nuca. Me encantaba cuando llevaba el cabello recogido, su cuello era tan
bonito y delicado.
Aspiró cuando rocé con mis labios la columna de su cuello. Me asomé
al espejo y vi que sus pezones estaban erectos de deseo.
―Esta noche ―le prometí, o advertí mientras le subía la cremallera—.
Estás impresionante ―le dije ,mientras estudiaba su vestidito de cóctel
negro y plateado que llevaba con el collar que le había regalado. No se lo
quitaba y eso me alegraba más de lo debido.
Giró sobre sí misma y apoyó su manita en mi mejilla llena de cicatrices.
―Siempre dices lo mismo ―se burló con una sonrisa.
La rodeé con mis brazos y la besé.
―Porque siempre es verdad. Puso los ojos en blanco.
―¿Incluso cuando me acabo de despertar con pijama extra grande?
Porque entonces también lo dices.
―¡Especialmente cuando te despiertas con pijama extra grande!
Significa que puedo quitármelo y comerme ese dulce coñito mío.
Soltó una carcajada sorprendida mientras se sonrojaba. Ahora era mi
juego favorito. Cuántas veces al día podía hacer que mi mujer se sonrojara.
―¿Tu coñito?
―¡Por supuesto! No pienso compartirlo ni devolverlo. Es mío —me
burlé.
Me acarició la mejilla y pude ver todo su amor allí mismo, en sus
impresionantes ojos verdes. Moriría por ti, quería prometer.
―Sí, es tuyo ―confirmó, antes de zafarse de mi agarre—. Ahora
prepárese, señor Montanari, que ya vamos con retraso.
Cuando se sentó en el coche para ir a casa de Carter, a las afueras de la
ciudad, la cogí de la mano.
―Sé que me has mentido ―le dije lo más suavemente que pude, para
demostrarle que en realidad no estaba enfadado.
Se tensó y me miró de reojo.
―Dom me contó la verdad, sobre la investigación que estabais
haciendo. Solo pensar que estuvieras en peligro. —Negué con la cabeza.
―No te enojes con Dom, ¡fue mi idea involucrarme! ― Por supuesto,
deja que ella lo defienda.
―Puede que sí, pero él sabe lo peligroso que es nuestro mundo.
Debería haberlo sabido.
―Quería ayudarte.
Me llevé su mano a los labios y la besé.
―Y lo hiciste, pero ahora, por favor, no te involucres. Necesito que
estés sana y salva, ¿vale? No puedo investigar y preocuparme por ti al
mismo tiempo.
―De acuerdo ―dijo derrotada.
―Mañana iré a ver a Matteo después de la cita con el abogado y te lo
contaré todo.
―¿Lo prometes?
―Lo juro.
Sonrió, deslizándose más cerca de mí y apoyando la cabeza en mi
hombro.
―Me alegro de no tener que guardar más el secreto. Odio ocultarte
algo.
Giré la cabeza y le besé la frente.
―Y además se te da muy mal.
―Está bien. Prefiero ser así.
―Yo también.
Cuando aparcamos frente a la mansión de Carter, la aprensión cesó.
Solté un suspiro agitado.
―Todo va a salir bien―me animó Cassie, apretándome suavemente el
muslo.
Solté una carcajada sin humor.
―Señor, debes pensar que soy un bicho raro. Primero, me asusté en el
baile y ahora, aquí. ―Sacudí la cabeza—. Debo parecer un niño asustado.
―No, veo a un hombre fuerte que empieza a cicatrizar e intenta
recuperar su vida. Esto no es fácil, y estoy muy orgullosa de ti.
Asentí con la cabeza. ―Vamos.
Nada más llegar a la gran puerta de madera, un mayordomo nos hizo
pasar a un pequeño comedor.
Nazalie sonrió alegremente cuando nos vio, y Carter tenía su habitual
ceño fruncido, aunque eso no significaba nada con él.
Nazalie corrió hacia mí y me abrazó.
―Oh, Luca, qué alegría volver a verte.
Le devolví el abrazo con torpeza, negándome a soltar la mano de Cassie.
Carter se acercó a nosotros y le dedicó una leve sonrisa a Cassie, antes
de volverse hacia mí.
―Luca, se te ha echado de menos. ―Sabía que a Carter King no le
gustaban mucho las muestras de emoción, al menos con nadie que no fuera
la mujer de curvas situada a su lado, y pensé que quizá fuera por eso por lo
que habíamos sido amigos durante tanto tiempo, éramos iguales.
Acerqué a Cassie a mí.
―Esta es Cassie, es mi... ―me detuve, sin saber cómo decirlo.
¿Novia? No era suficiente. ¿Prometida? Un poco presuntuoso.
Sinceramente, solo podía pensar en mía. Ella era mía... lo era todo para mí.
Carter asintió.
―Lo entiendo. ―Se volvió hacia Nazalie y le dedicó una suave sonrisa
—. Ella simplemente lo es.
―Sí. —Miré a Cassie—. Simplemente lo es.
Me volví hacia Nazalie y mis ojos se clavaron en su vientre hinchado.
—¿No es el mismo que hace dos años?
Se rio, apoyando una mano protectora sobre su barriga.
—En realidad, este es el bebé número tres. Leo y Connor duermen
arriba.
―¡Jesús! ¿Tres? Carter sonrió.
―¿Qué quieres que te diga? Realmente quería una niña y me costó tres
intentos. ―Me guiñó un ojo—. Además, seamos sinceros, disfruto bastante
haciéndolas.
―¡Carter! ―jadeó Nazalie, dándole una palmada juguetona en el brazo.
La atrajo hacia sí y besó su coronilla.
―También me encanta ver crecer a mis bebés dentro de ella.
Mis ojos conectaron instantáneamente con el vientre plano de Cassie, sí,
definitivamente podía ver el atractivo. Me moría de ganas de ver a mi
Cassie gestando a nuestro bebé, esa pequeña parte de nosotros. Mi
cavernícola interior estaba sobreexcitado ante la idea de fecundarla... Pero
todavía no, era muy joven. Teníamos todo el tiempo del mundo.
La cena fue mucho mejor de lo que esperaba y fue como volver a la
rutina. A pesar de los dos años que habían pasado, era como si nunca
hubiéramos perdido el contacto.
Nazalie y Cassie conectaron de inmediato, y pude ver que Carter
también le tomaba cariño, ¿cómo no iba a hacerlo? Cassie era un ángel
disfrazado.
Después de cenar, Nazalie llevó a Cassie a dar una vuelta por la casa,
mientras yo seguía a Carter a su despacho para tomar una copa.
―¿Así que has vuelto? ―preguntó Carter tras extenderme un vaso de
bourbon.
Asentí, tomando un sorbo.
―Eso es bueno porque tu tío no es el mejor gobernando esta ciudad.
―Lo sé y me haré cargo, pero seguiré en la finca. A Cassie le encanta.
―Y tú amas a Cassie ―terminó para mí.
―Más que mi vida.
―Es algo catártico, ¿no crees? Encontrar a la persona.
―Es aterrador. Carter echó a reír.
―Sí, pero de la mejor manera posible. Ella me da una razón para seguir
adelante.
―Lo siento ―admití finalmente, aunque con renuencia.
―No lo sientas. Hiciste lo que necesitabas hacer por ti mismo. Me
alegra ver que has llegado al otro lado.
―Cassie me ayudó mucho. Ella lo acepta todo, lo bueno y lo malo.
―Así es como sabes que has encontrado a la elegida.
―Temo que un día se despierte y se vaya, decida que es demasiado y se
marche.
Carter suspiró.
―Ese miedo, yo también lo tengo, y en realidad nunca desaparece. Más
de dos años con este matrimonio, tres hijos después, y algunas mañanas
todavía me despierto asombrado de tenerla a mi lado.
―Voy a casarme con ella.
―Sé que lo harás. ―Sacudió la cabeza—. Me alegro que hayas vuelto,
Luca, te hemos echado de menos... No por mí, pero tú lo sabes.
Me reí.
―Dicho sea de paso y para que conste, yo tampoco te eché de menos.
―No lo habría soñado. ―Y así como así, volvimos a nuestra antigua
amistad.
CAPÍTULO 22

Cassie

M
e limpié nerviosamente las manos en los pantalones, mientras
Luca y yo esperábamos a que aquel abogado de familia tan
importante nos pasara a su despacho.
Luca me cogió la mano y me besó el dorso.
—Todo va a salir bien.
Forcé una sonrisa. —Sí, lo sé, es que... Jude, ya sabes. Asintió.
—Sí, y prometí que lo recuperaríamos lo antes posible, y ya sabes que
siempre cumplo mi palabra.
—Sí, lo sé y confío en ti, pero esto... —señalé la puerta del abogado—.
Pase lo que pase, mucho de esto escapa a tu control.
Me dedicó una sonrisa pícara que hizo temblar mis partes femeninas.
—Es bonito que pienses así tesorina, por ahora voy a utilizar la vía
legal, pero si no funciona... —Se encogió de hombros—. De un modo u
otro, recuperaremos a nuestro chico.
Nuestro chico... Eran pequeñas cosas como esa las que me hacían
amarlo aún más.
—Srta. West, Sr. Montanari. El Sr. Gutsberg les está esperando.
Entramos en la oficina más grande que jamás había visto, con todo un
panel de ventanas al fondo que ofrecía una vista privilegiada de la ciudad.
Miré a Luca. ¿Cuánto le pagaba a ese abogado?
El abogado se levantó y señaló los asientos situados frente a su mesa.
—Sr. Montanari, qué placer verle de nuevo. Por favor, tome asiento.
Srta. West. —Hizo una leve inclinación de cabeza antes de sentarse en su
escritorio, frente a un montón de papeles.
—Siento la demora, pero tengo excelentes noticias. He estado al
teléfono con el Tribunal del Distrito de Familia y francamente, Srta. West,
su abogado hizo un trabajo muy pobre en este caso.
—Yo, um … no tenía abogado. —Me removí en la silla, sintiendo de
repente que había defraudado a mi hermano—. No hice nada malo y no
tenía dinero, así que...
Luca me cogió la mano y la apretó.
—No importa, ¿qué pasa?
—Un par de personas se ofrecieron a acoger temporalmente a tu
hermano. Una tal Sra. Broussard y una pariente lejana... ¿India Cassidy?
Asentí con la cabeza.
—Sí, India es mi prima de Vancouver y la señora Broussard era nuestra
antigua criada. Yo me quedaba con ella.
El abogado apoyó los brazos en el escritorio y me miró.
—Todo eso para decir que te descartaron como sospechosa muy al
comienzo de la investigación. Sospecho que algo de desidia y falta de
colaboración han tenido que ver en este desaguisado, pero deberían haberte
entregado a tu hermano hace semanas.
No, no podía ser tan fácil. No tendría tanta suerte.
—Significa que puedo...
—¿Recuperarlo? —El abogado sonrió—. ¡Sí, desde luego! Cometieron
un error y están agilizando el procedimiento. Mi ayudante estará pendiente
a diario, pero sospecho que podrá recoger a su hermano en los próximos
días.
—Oh, esto es... Esto es... —Me llevé una mano temblorosa a la boca, y
el alivio me hizo llorar.
El abogado sonrió.
—Lo comprendo y de nada.
Luca volvió a apretarme la mano.
—¿Cómo hacemos lo de la adopción? Giré la cabeza hacia él.
—¿Quieres que adoptemos un niño?
Me dedicó una sonrisa burlona.—Ahora no, prefiero que trabajemos
para intentar tener uno.
Me sonrojé de mortificación al verlo decir eso delante de un
desconocido.
—Me gustaría adoptar a tu hermano, quitarle el estigma que le causa su
nombre.
—Ya veo...¿Porque Montanari no viene con estigmas preconcebidos,
no?
Se rio.
—Sí, así es, pero al menos viene con el tipo de estigma que lo
mantendrá a salvo pase lo que pase.
Me volví hacia el abogado.
—¿Es factible?
El hombre canoso asintió.
—Bueno, sí, es factible, pero el problema es que sus padres siguen vivos
y, aunque estén en la cárcel, siguen teniendo la patria potestad. La única
manera que funcione es que...
—¿Ellos mueran? —Luca comentó.
—Oh, por el amor de Dios —murmuré. A veces olvidaba que mi
hombre era mafioso.
El abogado ni siquiera se inmutó. Me preguntaba con qué frecuencia
trataba con hombres como Luca.
—No, lo más sencillo sería que renunciasen en su totalidad a la patria
potestad en favor de usted o... —Hizo un gesto hacia mí—. La Srta. West.
Así podrías iniciar el proceso de adopción de Jude West.
—¿Te parece bien? —me preguntó Luca.
—Sí, pero... —Suspiré—. Como sabes, mis padres son muy malas
personas. Si saben que nos hará la vida más fácil, no lo harán.
Luca me sonrió, tenía un filo depredador que nunca había visto antes,
era el Capo Luca frente a mí.
—Oh, lo harán, confía en mí. —Se volvió de nuevo hacia el abogado—.
Inicia todo el papeleo, lo haremos pronto.
—Perfecto. Empezaré con ello. —Se volvió hacia mí y me acercó una
pila de documentos—. Por favor, firma el acuerdo de tutela. Podré finalizar
la liberación de tu hermano en un día o dos.
Firmé todo, aún me costaba creer que la pesadilla estuviera terminando.
Cuando llegamos a la calle, esperando el coche, no pude contener más
mi felicidad y tiré de Luca en un abrazo.
Me devolvió el abrazo con una risilla sorprendido.
—¿Por qué haces eso?
—Por Jude, por mí, por todo.
—Te mereces todo y más, tesorina.
—¿Y qué pasa con la maldición de mi apellido? —pregunté burlon,
amientras él me miraba con una sonrisa divertida ¿También vas a
adoptarme?
Resopló, estrechando su agarre alrededor de mi cintura.
—No, contigo me casaré, por supuesto.
Me quedé de piedra. Lo había dicho como si fuera lo más natural, como
si fuera evidente y no la bomba que era.
Le seguí entumecida hasta el interior del coche.
—¿Estás conmocionada?
Me giré hacia él en el asiento.
—Acabas, acabas de decir eso. — Asintió con la cabeza.
—Lo dije. Dije que eras mía, Cassie. Creí que sabías lo que significaba.
—Sí, no, quiero decir, ¿era una proposición?
—¡Enabsoluto! Dame más crédito, tesorina. Cuandotelo proponga, lo
sabrás.
—¿Qué hacemos ahora? Suspiró, mirando su reloj.
—Tengo que ir a ver a Matteo con Dom para...
—Vale. Estarás bien, ¿verdad?
—Por supuesto. No te dejaré por mucho tiempo. Tal vez podrías
reservar un masaje.
—Buena idea. —No me apetecía mucho que me dieran un masaje, pero
no quería que se preocupara por mí.
—Todo está bien, tesorina. Te lo prometo. —Me cogió la mano y me
besó el dorso—. Disfrutémoslo, las cosas van bien. Esta noche te llevo a
cenar a Vignaiolo. ¿Qué te parece?
—¿No es ese restaurante súper famoso con una lista de espera de varios
meses?
—Lo es.
—¿Cómo se consigue una mesa? — Se encogió de hombros.
—La ventaja de ser el dueño, supongo.
—Oh... —Sabía que Luca era poderoso, rico y aterrador, pero aún no
había lidiado realmente con esta faceta suya. Estaba segura de que me
costaría un poco acostumbrarme, pero lo amaba lo suficiente como para
hacer frente a todo lo que se avecinaba.
Cuando volvimos al hotel, fuimos a la habitación de Dom en lugar de a
la nuestra, Dom estaba hablando con un guardia que había visto por la
propiedad unas cuantas veces.
Dom se volvió hacia mí y me guiñó un ojo.
—¿Cómo van las cosas, princesa?
Sacudí la cabeza con una pequeña sonrisa.
—Las cosas van bien.
Asintió antes de mirar a Luca.
—Sergio cuidará de Cassie mientras hacemos nuestras cosas, ya se lo
han comunicado. Es bueno.
—Sergio —lo llamó Luca con su voz de jefe. El fornido joven se volvió
hacia él.
—Jefe.
—Vas a cuidarla como si te fuera la vida en ello, ¿entendido? —Su voz
era tranquila, pero la frialdad que había detrás era aterradora.
—Por supuesto, jefe, ella está a salvo conmigo.
—Bien, bien. —Luca asintió—. Porque verás, la proteges como si fuera
tu vida porque es exactamente lo que es. Si algo... lo que sea le pasa a ella,
tú mueres. ¿Entiendes eso también?
El tipo palideció.
—Está de broma —solté de sopetón. No necesitaba que aquel tipo
estuviera aterrorizado todo el tiempo.
Luca me miró como si hubiera perdido la cabeza.
—No estoy bromeando, desde luego.
Me volví hacia Dom, que sacudió la cabeza y me dijo.
—No bromea.
De acuerdo entonces...
Luca suspiró y volvió a mirar el reloj.
—Será mejor que nos vayamos. Matteo no se lleva bien con la gente que
llega tarde.
Matteo nunca se lleva bien con nadie —resopló Dom.
—Solo un minuto —dijo Luca a los chicos mientras entraba en la
habitación conmigo.
Me atrajo hacia él hasta que su frente estuvo contra la mía.
—No te muevas, ¿vale? —me pidió con la ansiedad que le embargaba.
—Sí, claro. —Le apoyé la mano en el pecho, sobre el corazón—.
¿Por qué estás tan preocupado?
Me picoteó los labios.
—Porque te amo, y porque mi corazón vive en tu pecho, y odio dejarte
sola en la ciudad con alguien que no seamos Dom o yo.
Rodeé su cintura con mis brazos.
—Estaré bien. Me quedaré aquí. Me daré un masaje y un tratamiento
facial y todo eso, y luego, cuando vuelvas, cerraremos la puerta y nos
divertiremos durante unas horas.
Sonrió, y el brillo travieso de sus ojos hizo que mi estómago saltara.
—Te tomo la palabra.
—Espero que sí.
Luca me soltó y se dirigió a la puerta.
—Sergio estará delante de la puerta. Ábrele y, si necesitas algo,
pregúntale.
—Bien, te amo.
Su rostro cambió de decidido a tierno.
—No creo que me canse nunca de oírte decir eso.
—Bueno, entonces está bien, porque no pienso parar nunca de decirlo.
—Yo también te amo. Solté una risita.
—Lo sé.
—Furbetta—murmuró antes de dejarme atrás.
Ahora que se había ido, ya no tenía que ocultar mi ansiedad. Me
preocupaba que hablara con Matteo. No sabía mucho de él, pero, por lo que
Dom me había contado, no era un hombre agradable.
Solo esperaba que creyera a Luca y a Dom y se enfrentara a cualquier
otro peligro que se cerniera sobre él.
Decidí seguir el consejo de Luca y reservé un masaje. También
aproveché el tiempo para llamar a Amy y pedirle hablar un rato con Jude.
Estaba tan contento como yo de venir a vivir a la finca. Era cierto lo que
había dicho Luca, por fin la suerte nos estaba sonriendo.
Acababa de prepararme un bocadillo cuando Sergio llamó a la puerta.
Miré el reloj, la masajista había llegado un poco pronto.
Abrí la puerta y me encontré con Savio sin aliento.
—¿Dónde está Sergio?
—Bajó con Dom —dijo con pánico—. Tienes que venir conmigo ahora.
Luca está herido, es grave.
Mi corazón se detuvo, mi respiración se detuvo, todo se detuvo como si
el tiempo se detuviera por completo. Aquellas palabras eran las más
aterradoras que jamás había oído.
—Vamos. —Empecé a seguirlo por el pasillo hacia los ascensores, con
la mente a mil por hora, pero, de repente, no me pareció bien. ¿Por qué no
venía Dom a recogerme?
Aminoré el paso, decidida a ponerlo a prueba.
—¿Cómo lo hirieron en la oficina de Carter?
—No estoy seguro, allí le esperaba un tirador solitario —añadió,
pulsando el botón del ascensor.
¡Mentiroso! Dejé de caminar.
—Lo siento, mi bolso, lo necesito. —Me di la vuelta y volví corriendo
hacia la habitación, lo suficientemente rápido como para que no notara que
estaba huyendo.
Una vez estuviera la puerta cerrada tras de mí, podría llamar a Luca y…
Justo cuando iba a entrar en la habitación, un brazo me rodeó el cuello
con tanta fuerza que me cortó el suministro de aire.
—Me pregunto, ¿en qué me he equivocado? —me susurró Savio al oído.
Jadeé al sentir el pinchazo de una aguja en el cuello y todo se oscureció.
CAPÍTULO 23

Luca


¿Te das cuenta de lo ridículo que suena? —preguntó Matteo,
recostándose en su sillón de cuero negro mientras jugaba con su
Zippo.
El despacho de Matteo era como él y su alma... todo muebles negros y
de cristal. Su escritorio era imponente, y su sillón tan grande que más bien
parecía un cómodo trono.
Me incliné hacia delante en mi asiento.
—¿Me estás diciendo que no crees que Benny fuera capaz de matar para
ser Capo?
Matteo se echó a reír.
—Oh no, Benny es totalmente capaz de matar por esto. Pero él y el
idiota de su hijo... —Sacudió la cabeza—. No son lo bastante buenos ni
inteligentes para salirse con la suya en algo así.
—Tal vez los armenios estuvieran involucrados. Al parecer ahora es su
putita.
Matteo puso los ojos en blanco.
—Los armenios son unos oportunistas, no se habrían molestado con tu
tío antes de que se convirtiera en el Capo. —Suspiró—. ¿Qué pruebas
tienes?
Dom estaba a punto de contestar cuando mi teléfono vibró. Miré y vi el
nombre de Enzo. Fruncí el ceño. El chico odiaba hablar por teléfono por
razones obvias, que me llamara no auguraba nada bueno.
—¿Enzo?
Matteo me lanzó una mirada incrédula, como si no pudiera creer que
estuviera respondiendo a una llamada en su presencia.
—L-l-luca. C-creo que S-savio y mi p-padre han hecho algo m- malo.
—¿Qué han hecho?
—C-c-cassie.
Salté de mi asiento e hice un gesto a Dom para que se levantara.
—¿Estás en casa?
—Sí.
—Bien. Dom va a recogerte. Quédate ahí. —Colgué—. Enzo ha dicho
que su padre tiene a Cassie.
Dom palideció mientras sus manos se cerraban en un puño.
—Está muerto —gruñó.
A veces olvidaba lo importante que era también para él.
—Lleva a Enzo al hotel. Nos encontraremos allí.
—¿Nosotros? —preguntó Matteo cuando Dom se fue—. Sabes que no
puedo meterme, Gianluca, esto es algo que pasa con tu propia familia.
Sacudí la cabeza.
—¿Pero y si lo derribo? ¿Me juzgarán?
—Lo harán.
—¡Pero él la tiene! La amo…
—No es tu esposa, Gianluca, no la has reclamado oficialmente como
tuya. Para la famiglia, no es más que una civil sin ataduras, que sabe
demasiado sobre nosotros. Benny no será juzgado con demasiada dureza
por su precipitación.
—Ella no es nada, pero para mí lo es todo. ¿Sabes siquiera lo que es el
amor?
Inclinó la boca con disgusto.
—¡Dios, no! Doy gracias a Dios todos los días por protegerme de
semejante maldición.
—Tal vez deberías agradecerselo a tu falta de corazón. Matteo
reflexionó sobre ello.
—Sí, eso también.
No estaba por encima de rogarle, no por ella.
—Ayúdame y daré un paso al frente, volveré a tomar asiento y seré un
buen Capo.
Matteo me miró con su sonrisa sádica.
—Me temo que esta vez no será suficiente. — Entendí el mensaje
subyacente. Quería negociar.
—¿Qué quieres?
—Quiero un favor.
Asentí, cada minuto perdido era un riesgo para su vida.
—Te daré lo que sea. Ayúdame a salvarla.
—¿Cualquier cosa? —El brillo de sus ojos me inquietó—. No hagas
promesas que no puedas cumplir.
—Mientras no sea Cassie o nuestros futuros hijos, lo que sea. — Matteo
emitió un sonido de disgusto.
—¿Niños? ¡Señor, no! ¿Quién querría voluntariamente a esos parásitos?
Dios, guarda tu descendencia. —Se estremeció fingidamente al pensarlo—.
No, algún día te pediré algo y tendrás que decir que sí, sea lo que sea, y
ahora da un paso al frente. A partir de este momento vuelves a ser el Capo.
—Bien, sí, lo que sea.
—Giuro.
—Lo giuro sulla mia vita, sul mio nome, e sul mio sangue9. Se levantó
con un movimiento de cabeza. —Vámonos.
Cuando llegamos al hotel, Sergio estaba en mi habitación, con la cara
hinchada y sangrando.
—¿Cómo? —le ladré, sin importarme que estuviera medio muerto.
—No esperaba que Savio... —Graznó antes de apoyarse contra la pared,
sujetándose la cabeza—. Creo que tengo una conmoción cerebral.
—Tendrás suerte si es lo único que tienes. —Exploré la habitación y me
detuve en la barra, junto a la cocina americana—. Tú y yo hablaremos
cuando la recupere.
Me volví hacia Matteo, mostrándole el collar que le había comprado a
Cassie y la nota que decía simplemente:
“Renuncia y recupérala”
—Voy a matarlo —anuncié. Matteo negó con la cabeza.
—No, no lo harás, no lo conviertas en un mártir. No empieces una
guerra dentro de la famiglia. Ya se encargarán de él.
En ese momento llegó Dom con Enzo.
—L-l-luca, no fui y-y-yo —dijo mirando a su alrededor con los ojos
muy abiertos y las grandes gafas apoyadas precariamente en su fina nariz.
Cualquier otro día habría sido paciente con él, amable. Enzo era un buen
chico y tenía suficiente mierda de su propio padre y hermano.
—Enzo, lo sé, pero tienes que elegir un bando ahora. ¿Dónde están?
Miró a su alrededor inseguro, lanzando una mirada de preocupación
hacia Matteo. Sabía algo, pero también se sentía culpable. Sabía que, pasara
lo que pasara, no acabaría bien.
—¡Mírame! —solté.
Enzo se volvió hacia mí, sorprendido por mi tono.
—Olvídate de Matteo, él no puede ayudarte ahora. Soy la peor pesadilla
en esta habitación. Ahora elige, y elige bien. O te pones del lado de tu padre
y de tu hermano, que siempre tienen ganas de humillarte, o te pones del
lado de tu Capo. —Me señale a mí mismo—. Y su consigliere. —Señalé a
Dom, que me miró con clara sorpresa.
Por supuesto, él sería mi consigliere, no había hombre en el mundo en
quien confiara más que en él.
—Vaya... —Matteo puso los ojos en blanco—. Ese es otro giro
argumental que nunca vi venir. Eres tan impredecible. Un verdadero
hombre misterioso.
—E-estoy c-contigo, L-luca. Siempre.
Le hice un gesto brusco con la cabeza. Si no hablaba ahora, juro por
Dios que también acabaría con él.
—Mi p-p-padre tiene un a-almacén s-secreto en los m-muelles.
—¿Dirección? —demandó Dom.
Enzo sacó una libretita de su bolsillo interior y se la tendió a Dom.
—P-p-primera página.
Dom abrió la libreta y me miró.
—Parece de fiar. —Hizo un gesto con la cabeza hacia Enzo—. Tú
también vienes.
Cuando llegamos al almacén, me sentía como un depredador enjaulado,
inquieto y hambriento, listo para saltar y matar.
Tan pronto el vehículo se detuvo, salí corriendo y me lancé hacia la
puerta, dispuesto a entrar a toda pastilla.
Estaba llegando a la puerta trasera cuando alguien me agarró del brazo
para detenerme.
Gruñí, arremolinándome para encarar a Matteo.
—Detente, no te dejes llevar por tus emociones. Tomémonos un minuto.
Bajé la mirada hacia su mano, que agarraba mi antebrazo.
—Ten cuidado, Genovese, la gente pensará que te importa. — Resopló.
—Difícilmente, pero al final te convencí a ti, un Capo medio decente,
para que dieras un paso al frente, y no es para que te maten o te exilien
ahora.
—Prioridades, ¿no? —pregunté burlonamente.
—Siempre. —Miró hacia la puerta—. Entraré yo primero, dame un
minuto y sígueme... y no olvides tu promesa.
Volví a mirar a Dom, que se encogió de hombros, y a Enzo, acurrucado
en la pared.
—Tú quédate aquí, Enzo, ¿de acuerdo? —Intenté que mi voz sonara
más suave que antes.
Asintió, con cara de agradecimiento.
—Bien, vamos.
Matteo sacó su Beretta del soporte derecho y le colocó el silenciador
que llevaba en el bolsillo.
Lo miré con las cejas arqueadas. ¿Quién iba por ahí con un silenciador
en el bolsillo?
—¿Qué? Siempre estoy preparado. —Disparó a la cerradura de la puerta
con un suave ruido sordo.
—Voy a matarlos —murmuré a Dom apenas entró Matteo.
—Lo sé.
Dom y yo cogimos nuestras armas y caminamos detrás de Matteo.
Estaba claro que utilizaban este almacén para muchas cosas cuestionables,
según nuestras reglas familiares.
Caminamos en silencio siguiendo una luz tenue y oímos voces apagadas
en la distancia.
Dom me dio un toque en el brazo y movió la cabeza hacia la izquierda.
Miré y vi una caja con letras rusas. Podía apostar a que eran armas.
Benny traficaba armas con los rusos o los armenios... Ese hombre era aún
más estúpido de lo que pensaba... o quizá no, se llevó el premio cuando me
robó a mi mujer.
—No debiste llevártela, Benny, eso no fue inteligente —dijo Matteo con
voz severa.
—Lo hice por nosotros, Matteo. Ella sabe demasiado.
Salí de detrás de una estantería y me coloqué junto a Matteo, con Dom
al otro lado.
Benny se tensó cuando miré a mi alrededor y encontré a Cassie en una
silla en medio de la habitación, con los brazos atados a la espalda y los
tobillos sujetos a las patas de la silla. Tenía la cabeza gacha y la barbilla
pegada al pecho. Su hermoso cabello pelirrojo caía como un velo sobre su
rostro, ocultando lo que yo más deseaba ver.
Savio se colocó detrás de ella, con su arma demasiado cerca para mi
gusto.
—¿Estás tomando partido, Matteo? —preguntó Benny, con evidente
frustración—. ¿Qué ha pasado con el simple papel de observador? Que yo
sepa, no he infringido ninguna norma. No ha sido reclamada.
Matteo se encogió de hombros.
—Y yo solo estoy aquí... simplemente observando.
—No te preocupes, Gianluca, quizá la drogué un poco más de lo
conveniente, pero por ahora respira —se mofó Savio. No se me escapó el
tácito “por ahora”.
Disfrutaré matándote.
—Te llevaste lo que era mío —le dije a Benny, tratando de refrenar mi
ira.
—Por favor, Luca, es solo una chica, una criada a la que le contaste
todo, sin hacerle jurar por la famiglia. No nos gustan los cabos sueltos.
Estoy arreglando tus errores.
—¿Por eso mataste a mi familia? — Benny dio un paso atrás,
sorprendido.
—¿De qué estás hablando?
—¿Mi madre y mi hermana? ¿Qué monstruo hace algo así? — Sacudió
la cabeza.
—¡Esto es una locura! No tienes pruebas. No soy un cualquiera,
Gianluca. Soy el Capo. —rugió, con el arma temblando en su mano.
—Capo en funciones, Benny. Ahora ya no. He recuperado mi papel.
Nunca debí cedértelo.
Benny miró a Matteo, con la cara tan roja que casi parecía morada.
—Sí, es el Capo.
—Y tengo pruebas.
—¡No puedes tener pruebas! —ladró—. ¡No se suponía que estarían
allí! Estaban allí por tu culpa. ¡Tú las mataste!
Me golpeó como una tonelada de ladrillos. Acababa de admitir de algún
modo que había provocado el accidente con la intención de matarnos a mi
padre y a mí. Fue él quien mató a mi familia, a las dos almas más
bondadosas del mundo en un juego de poder, y yo levanté la mano,
apuntándole a la cara con mi arma.
—Me lo pensaría dos veces —advirtió Savio, colocándose detrás de
Cassie y levantando su arma hacia un lado de su cabeza.
—¿Dónde está tu lealtad? —escupió Benny a Matteo.
—¿Qué lealtad te debo? —frunció el ceño, claramente molesto por el
arrebato de Benny.
Benny le dedicó una sonrisa malévola.
—Hermano, hermano, ¿dónde estás? Estoy a tu lado —cantó.
No tuve tiempo de darme cuenta de lo que ocurría hasta que noté por el
rabillo del ojo la pistola de Matteo, y Benny cayó pesadamente al suelo, con
un disparo limpio justo en medio de la frente.
Entonces escuché amartillar un arma, un disparo en el costado y sentí
que moría.
CAPÍTULO 24

Cassie

¿
Ruido? ¿Agua? ¿Dolor? Todo al mismo tiempo. Sentía la boca tan
seca como si tuviera bolas de algodón dentro de ella.
Gemí suavemente, tratando de moverme, pero mis brazos estaban
atascados y de repente escuché un estruendo ensordecedor, seguido
rápidamente por un segundo estruendo.
Me sacudí hacia atrás en la silla, gimiendo por el dolor que sentía en la
cabeza y en el cuerpo.
—Cassie, mi amore, abre los ojos.
—¿Luca? —Intenté hablar, pero tenía la garganta tan seca como si
hubiera tragado arena.
—Cassie, por favor.
No conocía tanta desesperación en su voz.
Hice todo lo posible por abrir los ojos, pero veía un poco borroso. Solo
podía ver la forma de Luca arrodillado frente a mí, mientras sus manos
tocaban mis piernas.
—Me siento rara. —¿Por qué me sentía rara? ¿Por qué no recordaba
nada después de la cita con el abogado?
—¿Luca?
—Sí, tesorina. Estoy aquí y no volveré a perderte de vista.
Sentí que alguie ntiraba de mis manos y giré la cabeza, sobresaltada.
Dom me dedicó una rápida sonrisa antes de desatarme las manos.
Levanté la vista y vi a Matteo de pie detrás de Luca, y todo volvió como
una ola. Savio, la aguja.
—¡Savio me secuestró!
Ahora podía ver el rostro de Luca con más claridad y la preocupación en
su rostro, el ceño profundamente fruncido entre sus cejas, la fina línea de
sus labios.
—Lo hizo, cielo.
Matteo se acercó a Luca, regio con su traje oscuro. Me observó
críticamente y le tendió una botella de agua a Luca, antes de decir algo en
italiano.
Luca le respondió con dureza antes de volverse hacia mí.
—Bebe, te ayudará con los efectos secundarios de los fármacos —dijo
Luca con suavidad, aún arrodillado frente a mí.
Asentí con la cabeza, intentando coger la botella, pero la mano me
temblaba demasiado.
Luca me llevó el agua a los labios y bebí con avidez, el agua fría hizo
maravillas en mi dolorida garganta. No me había dado cuenta de que me la
había bebido toda hasta que Luca tiró la botella y habló por encima de mi
hombro.
—¿Puedes traer otra? Y dile a Enzo lo que ha pasado.
Matteo seguía mirándome, la intensidad de sus ojos me incomodó.
—No lo hicieron solos, lo sabes, ¿verdad? Todo el asunto... fue
demasiado bien ejecutado. —Habló en beneficio de Luca.
Luca suspiró.
—Lo sé, pero eso es un problema para otro momento.
Matteo asintió antes de sacar un pañuelo del bolsillo blanco de su traje
gris oscuro y tendérselo a Luca.
Luca me limpió la mejilla con tanta suavidad que casi me hizo llorar.
Este gran hombre siempre era tan tierno conmigo.
—¿Sangre? —jadeé cuando dobló la tela para guardársela en el bolsillo.
No me sentía herida.
Luca me acunó el otro lado de la cara con su gran mano.
—No es tuya, tesorina. —Sus ojos se desviaron hacia su costado.
Seguí su mirada y me estremecí. Había visto muertos en el hospital,
pero este era diferente. Savio yacía en el suelo a mi lado, con el ojo
izquierdo muerto mirándome fijamente, mientras el otro había desaparecido
por completo a causa de una herida de bala, y su sangre ensuciaba
lentamente el suelo de cemento.
—Oh, Luca... —Mis ojos se desviaron hacia el cuerpo un poco más allá,
al de Benny muerto—. ¿Vas a tener problemas?
Todo su rostro se transformó con tanta ternura.
—Oh, anima mia —soltó una risita cansada—. Te han drogado,
secuestrado y casi matado, ¿y te preocupas por mí?
—Por supuesto. —Fruncí el ceño, ¿por qué estaba tan sorprendido? —
Te quiero.
Matteo se aclaró la garganta.
—Siento interrumpir el momento más conmovedor de la historia
—empezó, claramente sin lamentarlo en absoluto—. Pero tenemos que
movernos ya. No puede estar aquí cuando llegue el equipo, y dejarme al
niño a mí.
—¿Chico? ¿Qué chico?
Matteo me lanzó una mirada exasperada.
—Nada que te incumba y solo para apaciguar tu mente. Gianluca no
mató a nadie. Yo me cargué a este —dijo señalando al tío de Luca.
—Y yo maté a Savio —dijo Dom, volviendo con otra botella de agua—.
No podía dejar que nadie hiciera daño a mi colega de OTH, ¿verdad? —Me
dedicó una de sus sonrisas pícaras, intentando ocultar el miedo real que
acababa de sentir.
—No quiero ni saber lo que eso significa —refunfuñó Matteo—.
Cogedla, tomad el coche y marchaos.
Luca me alzó y me cargó en brazos.
—¿Qué te dijo Matteo? —pregunté, mientras le rodeaba el cuello con
los brazos.
—¿Cuándo? —preguntó antes de besarme la sien y suspirar aliviado.
—Cuando te dio el agua. — Luca puso los ojos en blanco.
—Matteo es un poco anticuado. Decía que un Capo no se arrodillaba
ante nadie.
—Ya veo...
—Le contesté que no me arrodillaría ante nadie, incluido él, pero que la
mujer que guarda mi corazón y mi alma hecha jirones, era una excepción a
la regla.
Le dediqué una pequeña sonrisa y apoyé la cabeza en el pliegue de su
cuello, sintiendo su cálida piel, su ligera barba incipiente, oliendo su
embriagador aroma, nunca me había sentido más segura que entre sus
brazos.
Durante todo el trayecto hasta el hotel me dormí una y otra vez.
—Voy a pedir algo de comida para ti y café. Ahora te ayudo a ducharte,
¿de acuerdo?
Llamó al servicio de catering y me acompañó lentamente al cuarto de
baño.
Abrió el agua de la gigantesca ducha mural y, mientras el lujoso cuarto
de baño empezaba a empañarse ligeramente, me quitó la ropa y la suya con
precisión casi militar, metiéndome con él en la ducha, enjabonándome con
un jabón de olor a lilas y lavándome luego el cabello con tanta ternura.
Me apoyé en su espalda mientras me masajeaba el cuero cabelludo.
—Eres tan bueno cuidándome —susurré, sintiéndome tan relajada a
pesar de todo.
—Tú también sabes cuidarme, lo nuestro es una alianza, Cassie.
—Me dio la vuelta para que pudiera mirarlo—. Somos tú y yo. —Me
besó la punta de la nariz.
—Siempre.
Me enjuagó el cabello y me hizo sentar en el asiento de la ducha,
mientras se lavaba rápidamente.
Una vez hubo terminado, me secó con una toalla y me ayudó a ponerme
el pijama antes de ocuparse de sí mismo y, una vez vestido, me cogió en
brazos y me llevó a la cama.
—Luca, ya estoy bien. No soy una inválida.
—Te secuestraron y drogaron, mi amor. Déjame cuidarte. — Suspiré,
pero cedí. Sabía que lo hacía tanto por él como por mí. Me metió en la
cama y acomodó las mantas a mi alrededor.
—Vuelvo enseguida.
Me relajé contra las mullidas almohadas cuando Luca trajo un carrito
lleno de comida. —No estaba seguro de lo que querías.
—Luca... —repliqué, antes de decidirme por el plato de huevos
revueltos con tostadas.
Se sentó en el cómodo sillón color crema al otro lado de la cama y me
miró, con un vaso de whisky en la mano.
—Cásate conmigo —soltó, cuando llevaba la mitad del plato. Casi me
atraganto con la tostada.
—¿Qué?
—Cásate conmigo, mañana... solo, cásate conmigo.
—¿Es una proposición? Asintió con la cabeza.
—Por supuesto que me casaré contigo, Luca Montanari, pero...
—sacudí la cabeza—. No podemos casarnos ahora mismo. Esto es una
locura, apenas nos conocemos.
—Sí, podemos. He solicitado una licencia esta mañana. —Se inclinó
hacia delante en su asiento—. Te conozco, sé todo lo que me importa.
Cásate conmigo... mañana por la mañana. No quiero irme de Nueva York
sin ti como esposa.
—Luca, es el miedo a perderme hablando. Yo... Sacudió la cabeza.
—Siempre temo perderte, tesorina. Estés o no en peligro. Eres mi gran
amor, mi único amor. Eres mi oportunidad de ser feliz y me di cuenta de
ello hace mucho tiempo. Pero aparté estos sentimientos, los enterré porque
no debería haberte deseado y por lo que siento por ti... joder, mujer, me
asusta de un modo que apenas puedo comprender. Te mereces un cuento de
hadas, y, este amor que compartimos, cariño, no es el cuento de hadas que
quieres o con el que sueñas.
—Tú eres mi Príncipe Luca, la armadura oscura no me asusta.
—Estoy de vuelta en la cima de la cadena alimentaria. Soy de la Mafia,
es oscura, y sucia. No podré contártelo todo y habrá cosas que oirás, que
verás que no te gustarán, con las que no estarás de acuerdo, pero tendré que
hacerlas igualmente. Seré la oscuridad que rodea tu brillante luz. Pero juro
nunca sofocarla, nunca.
—Deja que tu oscuridad abrace mi luz, Luca Montanari. No me asusto
fácilmente. ¿Por qué no podemos hacer nuestro propio cuento de hadas, tú y
yo? No tiene que ser Disney. Solo necesitamos ser nosotros.
—Podemos tener tu boda de cuento de hadas más tarde si quieres,
cuando quieras, donde quieras, pero, por ahora, dame eso. Cassie, te lo
ruego, cásate conmigo.
—No quiero una boda de cuento de hadas, ni ahora ni nunca. Y sí,
aunque sea una locura, me casaré contigo mañana mismo.
La cara de Luca se iluminó como la de un niño la mañana de Navidad y,
solo por eso, supe que había tomado la decisión correcta.
—Hazme el amor, Luca Montanari —dije una vez que retiró la comida
de mi regazo.
Se quedó inmóvil un segundo, y sus ojos se iluminaron con un brillo
lujurioso.
—Te han lastimado, tesorina. No estoy seguro...
—Pero yo sí. —Me quité la parte de arriba del pijama, dejándole a la
vista mis pezones erectos—. Mi mente está despejada ahora y ansío tus
manos sobre mi piel.
Los ojos de Luca recorrieron mi pecho, y su rostro pasó de la indecisión
al puro deseo. Aún me costaba creer el poder que tenía sobre aquel hombre.
Lo mucho que me deseaba.
Se quitó el pijama y su magnífico cuerpo y su polla semidura hicieron
que se me agitara el estómago y se me apretara la vagina, al pensar en esa
enorme polla dentro de mí.
Retiré la sábana y levanté las caderas en una invitación silenciosa a que
me quitara el pijama. Sabía cuánto disfrutaba desnudándome.
Gruñó de satisfacción y enganchó los dedos en el lateral de mis
pantalones, bajándomelos lentamente antes de tirarlos al otro lado de la
habitación.
Se sentó a horcajadas sobre mis piernas y me miró como un depredador
listo para atacar, buscando la parte más vulnerable. Si tan solo supiera que
todas mis partes eran vulnerables bajo su mirada oscura y ardiente.
—La mia bellissima fidanzata. —Sonrió, rozándome suavemente los
pezones con los dedos.
Sentía que la piel me ardía.
Se inclinó para lamerme uno de los pezones mientras un hilo de
humedad se asentaba entre mis muslos.
Rozó con sus labios mi clavícula, la curva de mi garganta.
—Voy a tatuarte con mis labios —murmuró, antes de pellizcarme la
mandíbula.
Intenté apretar las piernas, buscando la fricción que me moría por sentir.
—¿Qué quieres? —exigió, alternando lametones, mordisquitos y
succiones en mi piel.
—A ti —solté jadeando—. Dentro de mí.
Se tumbó a mi lado, sin interrumpir las caricias que me estaban
volviendo loca.
—¿Dentro de ti? —preguntó, dejando que su gran mano recorriera mi
vientre—. ¿Aquí? —preguntó, ahuecando mi coño en un gesto posesivo.
—Sí —murmuré, levantando las caderas y separando más las piernas,
dándole acceso total a su mano.
Luca succionó mi pecho mientras sus dedos separaban mis pliegues,
tocando mi humedad.
Me penetró con un dedo, y gemí, levantando las caderas una vez más,
queriendo su dedo más profundo... Quería más, solo más.
Dejó que mi pezón saliera de su boca de un pop.
—Siempre tan húmeda para mí, tan ardiente y dispuesta.
—Siempre para ti.
—Solo para mí. —No debería disfrutar de la oscura posesividad con la
que ordenaba eso y, sin embargo, lo hacía. Llevaba mi deseo al límite de la
locura.
Asentí, cerrando los ojos.
—Solo para ti. —Dejé que mi mano vagara a ciegas hasta rodear su
polla dura como el acero.
Apreté, haciéndolo sisear y empujar en mi mano.
—También eres mía.
—Sí, soy tuya. Siempre y para siempre.
—Hazme el amor.
Luca retiró el dedo y se lo metió en la boca mientras se acomodaba entre
mis piernas, sin romper el contacto visual.
—Sabes a mi ambrosía personal, tesorina —dijo mientras empujaba sus
caderas lentamente, frotando su polla contra mi empapado ardor.
—Pronto tendré que probar el tuyo. —Abrí más las piernas y volví a
balancear las caderas.
Luca levantó las caderas, agarró su polla y entró en mí con una lentitud
agonizante, sin dejar de mirarme, hasta que estuvo completamente sentado
dentro de mí.
Apoyé los talones sobre su culo y me agarré a sus hombros.
Me hizo el amor dulce y suavemente, con embestidas largas, lentas y
profundas, que sentí hasta el corazón.
Me besó, me acarició y murmuró muchas palabras de amor, tanto en
inglés como en italiano, con cada embiste.
Lo sentía crecer dentro de mí, estaba cerca. Echó la cabeza hacia atrás,
llevando su mano hacia abajo y acarició mi clítoris con la yema del pulgar,
llevándome al límite.
Cuando mis músculos internos se apretaron alrededor de su cuerpo, gritó
mi nombre y se liberó dentro de mí.
Cayó pesadamente a un lado, dejándome vacía, pero, casi
inmediatamente, me atrajo hacia el calor de sus brazos.
Apoyé la cabeza en su pecho, escuchando su respiración agitada y los
latidos de su corazón.
—Te amo, Luca —susurré, rodeando su torso con el brazo. Sus brazos
me rodearon con fuerza.
—Lo eres todo para mí —respondió melancólico, antes de besarme la
coronilla.
Me quedé dormida, saciada, feliz y sintiéndome segura en los brazos del
hombre que amaba, arrullada por el ritmo de los fuertes latidos de su
corazón.
Y supe sin lugar a dudas que, a pesar de todo lo que la vida nos
deparara, Luca Montanari y yo seríamos para siempre.
CAPÍTULO 25

Luca

M
e desperté al amanecer y miré a mi prometida dormida en la cama
a mi lado.
—Prometida —susurré, dejando que mis ojos recorrieran su
esbelto cuello y su hermoso cabello a la escasa luz del sol naciente que se
filtraba por el hueco de la pesada cortina.
Me costaba creer que, después de todo lo que había hecho, de todo lo
que había pasado conmigo o por mi culpa, estuviera preparada para ser
oficialmente mía.
Me arrastré fuera de la cama con tanto cuidado como pude, me aseguré
que las cortinas estuvieran perfectamente cerradas y salí de la habitación,
dispuesto a ponerme en pie de guerra para hacer todo lo posible antes de
que despertara y pudiera replantearse algo.
No lo hará, te ama, me repetí. Llamé a Dom.
—¿Quién ha muerto? —murmuró somnoliento al teléfono.
—Tú, si no estás en mi habitación en los próximos cinco minutos. Dom
entró en chándal y camiseta, con una mirada sombría.
—Qué demonios —gruñó—. Sabes que con toda la mierda con la que
ayudé a Genovese a lidiar, apenas he dormido. Pero ya sabes que como
consigliere tuyo... —suspiró.
—Tu eres mi consigliere. ¿Alguna vez pensaste que elegiría a otro?
Dom me miró con incredulidad.
—No puede ser. Soy el hijo de un simple made man, no es como suele
hacerse.
Negué con la cabeza.
—Y, sin embargo, lo eres. Se lo dije a Matteo, esta confirmado. No hay
hombre en quien confíe más que en ti, Domenico. Te confío mi vida y,
sobre todo, te confío la suya. No solo eres mi seguridad, eres mi mejor
amigo.
Dom se aclaró la garganta y apartó la mirada.
—¿Qué necesitas?
—Me caso hoy.
—¿Te casas? —Dom se volvió hacia mí—. ¿Lo sabe ella? ¿Me estás
pidiendo su mano?
Le hice un gesto con el dedo corazón.
—Necesito que me ayudes. Soltó una risita.
—Por supuesto. ¿Qué necesitas?
—Ve a nuestra joyería habitual y recoge el anillo de compromiso que he
encargado. Pídele que te dé la alianza a juego y un anillo de platino para mí.
—¿Te has hecho un anillo de compromiso?
Asentí con la cabeza. —Hace unas semanas, cuando fui a Nueva York.
Supe que era ella desde el momento en que la vi aparecer en mi pantalla.
—Yo también lo sé desde hace tiempo. —Se frotó la cara—. ¿Qué más
necesitas?
—Necesito que vayas a ver a Matteo y le digas que tiene que venir al
Ayuntamiento esta tarde con otro miembro del consejo. Necesito que sean
testigos.
—¿Matteo? ¿En serio? —Hizo una mueca—. Pasé cuatro horas con ese
tipo después de que te marchases, suficiente para toda la vida.
Suspiré.
—Dom, por favor.
—Si. —Se frotó la barba incipiente—. ¿Qué crees que significó todo lo
de ayer? ¿Por qué nos ayudó Matteo?
No quería que Dom se preocupara, darle a Matteo una promesa en
blanco como lo hice fue estúpido más allá de la creencia, pero nació de una
desesperación que Dom no podía entender.
—Matteo quería que volviera a la cima, ayudarme a conseguir a Cassie
era la única manera. Si hubiera muerto... —No pude contener el escalofrío
que me recorrió la espalda, y la oleada de náuseas que me golpeó el
estómago con solo pensarlo.
Dom también palideció y cerró la mano sobre el mostrador. Sabía que la
idea de perder a Cassie le resultaba tan insondable como a mí.
—Si ella hubiera muerto, no habría sobrevivido yo.
—Y yo los habría matado a todos —añadió Dom en tono sombrío.
Asentí, lanzando una mirada hacia el dormitorio donde mi mujer seguía
durmiendo. Los dos moriríamos por ella y ese pensamiento me tranquilizó
de algún modo.
—Voy a ocuparme de Genovese. ¿Algo más? Negué con la cabeza.
—No, Cassie no quiere un gran alboroto. Dom me dedicó una pequeña
sonrisa.
—No esperaba menos de ella. Lo suyo es la sencillez.
—Aún no puedo creer que me eligiera a mí —admití. Dom resopló.
—Yo tampoco puedo, esa mujer está clínicamente loca.
Le lancé una mirada fulminante. —Cazzo.
Se rio por lo bajo, sacudiendo la cabeza.
—No te estás viendo con claridad, nunca lo hiciste. Ella te ve a ti, a
quien realmente eres, y sí, no eres fácil, pero eres un buen hombre, el mejor
de los hombres. ¿De verdad creías que te seguiría en lo más profundo del
desespero si alguna vez dudara de ti, Luca? —Me dedicó una pequeña
sonrisa—. Ha hecho la elección correcta. No creo que pueda encontrar a
nadie tan dedicado como tú.
Fue mi turno para que se me formara un nudo de emoción en la
garganta.
—Será mejor que te vayas ya, esta boda no se hará sola. Tengo que
llamar a Carter ahora. Tengo que cobrar unos cuantos favores.
Dom miró el reloj de la habitación. —Son las seis y media.
Me encogí de hombros. —Tienen dos bebés, estoy bastante seguro de
que están levantados.
—Bien, me prepararé y me iré. Volveré en las próximas horas con los
anillos.
Dom se volvió hacia la puerta, dio un paso, pero se detuvo antes de
volverse de nuevo.
—¿Qué crees que quiso decir Benny cuando cantó?
Ah, eso, yo me preguntaba lo mismo, pero eso también era un problema
para otro momento. ¿Sabía Benny lo que hice? ¿A quién maté en nombre de
la hermandad?
—Eran palabras desesperadas de un hombre desesperado, tratando de
engatusarnos para ganar tiempo. —Hice un gesto displicente con la mano
—. Ya tengo suficientes cosas de las que ocuparme. Aquello fue irrelevante.
Dom asintió.
—Sí, creo que tienes razón. —Pero le conocía lo suficiente como para
saber que no lo olvidaría.
Apenas Dom se fue, llamé a Carter y, como había previsto, ya estaba
despierto, con el sonido de un niño lloriqueando de fondo.
—Sea lo que sea, Luca, tendrá que esperar —dijo a modo de saludo.
—Me voy a casar y necesito tu ayuda.
Carter guardó silencio unos segundos.
—¿Y tenías que decirlo ahora? Enhorabuena.
—Me caso hoy.
—Oh. —Carter se rio—. ¿Temes que cambie de opinión? No puedo
culparte.
Puse los ojos en blanco. ¿Por qué estaba rodeado de gilipollas?
Porque eres gilipollas, respondió la vocecita burlona.
Carter suspiró.
—¿Qué necesitas?
—Tú como mi testigo, tu esposa para ayudar a la mía, y el acceso a
King’s Mall.
—Un segundo... —La línea se silenció cuando se puso en silencio—.
Nazalie dice que sí.
Antes me habría burlado infinitamente de él por eso, pero ahora lo sabía
mejor gracias a lo que dijo Cassie.
—Perfecto. ¿Cuándo puedes estar aquí?
—¿Un par de horas?
—Hasta luego.
Pedí el desayuno para Cassie y se lo llevé rodando a la habitación. Abrí
la cortina hasta la mitad y la miré en la cama, con el corazón apretándoseme
casi dolorosamente en el pecho. ¿Se iría alguna vez esta sensación? ¿Me
acostumbraría algún día a tenerla? Lo dudaba.
Me senté cuidadosamente a su lado y rocé con mis labios su pómulo,
recorriendo su mejilla hasta su cuello.
Suspiró complacida.
—Tenga cuidado, Sr. Montanari. Podría pedir este tipo de despertador
cada mañana.
Me reí contra su cuello.
—Lo que mi reina quiera, mi reina lo conseguirá. —Me moví de mi
lugar en su cuello y me encontré con sus ojos verdes aún somnolientos—.
Te he traído el desayuno. —Sonreí—. La futura
novia necesita comer y prepararse porque su equipo nupcial llegará en
breve.
Parpadeó en silencio y, de repente, me quedé paralizado por el miedo.
¿Se habría olvidado de lo de ayer? ¿Le habrían jugado una mala pasada las
drogas? Y lo más aterrador de todo, ¿habría cambiado de opinión?
—¿Cassie? —Señor, ¿mi voz sonaba tan asustada como creía?
—Pensé que solo era una boda rápida. No hace falta que te compliques,
lo único que me importa es que me caso contigo.
Solté una risita aliviado.
—Tesorina, es tanto para mí como para ti. Es la única que tendremos...
Compláceme.
Sacudió la cabeza con una sonrisita pícara en la cara.
—Te amo, mi dulce bestia. — Le picoteé los labios.
—Dulce solo para ti, bellissima.
Me di una ducha rápida mientras ella desayunaba, y volví al salón para
darle un poco de intimidad. La emoción del día empezaba a afectarme.
Dom fue el primero en regresar.
—Matteo fue un engreído con lo de la boda. Dijo que te dijera “otro giro
argumental que nunca vio venir” pero que estará allí a la una con Romero.
—Ser un capullo es el modo por defecto de Matteo. Dom ladeó la
cabeza.
—Pensé que era un asesino psicópata.
—Eso también. —Cogí el anillo de compromiso y lo miré. Era tan
hermoso como me lo había imaginado. El anillo era de platino, engastado
con diamantes negros y esmeraldas en la base, y un diamante rojo redondo,
en el centro.
—¿Es una...?
—Rosa roja, sí. —Lo confirmé—. Un recuerdo de nuestro jardín.
—Mira quién es el romántico.
—Vaffanculo. —Cerré la caja de terciopelo rojo y miré hacia nuestro
dormitorio—. Carter llegará en cualquier momento, que pase, por favor.
Solo necesito un segundo con mi prometida.
Entré en el dormitorio y, cuando la ducha dejó de funcionar, esperé a
que se abriera la puerta y me arrodillé con la caja del anillo abierta delante
de mí.
Salió con el cabello mojado recogido en un moño apretado, vestida con
unos leggings negros y una camisa roja de franela.
Sus ojos se agrandaron ante la posición.
—¿Luca? Le sonreí.
—Sé que ya has aceptado, pero quería hacer esto bien. Cassandra West,
te lo vuelvo a pedir. ¿Te casas conmigo hoy?
Se echó a reír y corrió hacia mí.
—Por supuesto.
Me levanté y le puse el anillo en el dedo.
—¿Una rosa? Luca, es tan hermosa.
—Lo mandé hacer especialmente para nosotros. —Pasé mi pulgar sobre
los diamantes negros—. Mis ojos. —Luego las esmeraldas—. Tus ojos. —
Y, finalmente, el diamante rojo—. Mi amor eterno por ti... todo nacido en
un jardín.
Me tomó el rostro y tiró de mí para besarme profundamente. Yo no era
de los que cedían el dominio, pero por ella lo haría.
Una vez que rompimos el beso, ambos sin aliento, me cogió la mano,
entrelazó nuestros dedos y se dirigió al salón.
—¡Me caso! —sonrió a Dom, mostrándole su anillo.
—¡Bien! ¿Quién es el bastardo afortunado?
—¡Imbécil! —murmuré, mientras Cassie ponía los ojos en blanco. Soltó
mi mano y se acercó a él, abrazándolo.
—En realidad tengo algo que preguntarte. ¿Me entregarías y serías mi
testigo? Excepto Luca y Jude, eres la persona que más me importa y
significaría mucho para mí.
Dom apartó la mirada, sus ojos llevaban el brillo de las lágrimas no
derramadas.
—No estoy llorando, tú estás llorando.
—Nunca dije que estuvieras llorando—replicó Cassie con suavidad.
Dom moqueó. —Cállate.
Fue el momento en que Carter y Nazalie aparecieron. Nazalie abrazó a
Cassie.
—Me alegro mucho por ti. —Se volvió hacia mí—. Te dije que algún
día tú también conseguirías esa felicidad.
Asentí, lo recordaba. Me lo había dicho el día de su boda.
—Y yo te dije que no había hecho nada para merecerlo.
—Es lo que pasa con el amor, Luca, no siempre es algo que mereces. Es
un regalo. Solo tienes que ser lo suficientemente valiente como para
aprovecharlo. —Carter acercó a Nazalie a él y besó la parte superior de su
cabeza.
—No es que quiera ser pesado, pero tengo que robarles a la futura novia
si queremos llegar a tiempo al Ayuntamiento.
—Voy contigo —intervino Dom—. Soy la dama de honor.
Le lancé una mirada agradecido, sabiendo que me aportaría tranquilidad
estando con Cassie.
—Lo veré pronto, señor Montanari. —Cassie me sonrió, antes de
picotearme los labios con un casto beso.
La miré marcharse, tratando de sofocar la oleada de ansiedad que me
producía verla perderse de vista.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Carter en cuanto nos quedamos solos.
Me volví hacia él.
—¿Qué quieres decir?
—Amas a la mujer, eso está claro, pero ¿por qué casarse ahora?
Hace dos días no estaba en tus planes.
—Siempre estuvo en mis planes, pero ayer casi la pierdo y fue suficiente
para darme cuenta que esperar un día más sería perder el tiempo. La quiero
como esposa, así que para qué esperar. El tiempo es precioso, y jodidamente
corto, Carter.
Asintió con la cabeza.
—Buena respuesta. —Miró su reloj—. Bien, es hora de ir a buscarte un
traje. No voy a faltar a mis obligaciones de padrino y dejar que te cases con
aspecto de un vagabundo.
Elegí un traje de tres piezas azul oscuro con camisa blanca y corbata a
juego. Nos detuvimos en el club de caballeros de Carter para tomar una
copa de bourbon caro y un buen puro, su versión de una despedida de
soltero expréss, antes de ducharme allí y ponerme el traje.
Llegamos al Ayuntamiento al mismo tiempo que Matteo y Romero
salían del coche.
—Matteo. —Incliné mi cabeza hacia él—. Romero. —Mantuve el
contacto visual, retándole a que me desafiara. Romero era un miembro
mayor del consejo, probablemente era la razón por la que Matteo lo eligió
como testigo. Nadie dudaría de las palabras de Romero y él era demasiado
viejo para guardar ningún tipo de rencor mezquino.
—Luca Montanari. Me alegro de verte. No esperaba que tus nupcias
fueran la primera vez que nos volviéramos a ver —dijo Romero, ladeando
la cabeza—. ¿Puedo suponer que se está gestando un heredero?
Ah, sí, los embarazos habían sido el motivo número uno de las bodas
forzadas en la familia, y me había follado a Cassie a pelo desde la primera
vez, sin saber que tomaba la píldora.
—No, imposible —dije evasivamente. Era bastante cierto y esto
reforzaría la posición de Cassie como mi esposa.
Romero se rio entre dientes.
—El mensaje es claro. Nos vemos allí. Tengo que ver a un juez un
minuto o dos.
Matteo se rio una vez que Romero estuvo fuera del alcance de nuestro
oído.
—Mejor que crea que la has dejado embarazada a que sepa lo nenaza
que eres. Lo comprendo.
—No, de verdad que no.
Levantó las manos en señal de rendición, con una sonrisa burlona en el
rostro.
—No, yo no, y viéndote a ti te lo agradezco aún más.
—Entonces, qué hacemos con ... ya sabes.
Matteo miró al frente, enterrando las manos en los bolsillos de su traje
pantalón negro.
—Benny y Savio han sido asesinados por los albaneses. Intentaron
robarles. —Matteo se encogió de hombros—. Los traidores mueren. El
chico está libre, y ahora trabaja para mí. Todo un avance. Es lo bastante
agradecido como para mantener la boca cerrada.
—Gracias. —Asentí.
—No lo hice para salvar tu corazón sangrante.
Miré a Carter, que esperaba al final de la escalera, sabiendo que no
debía escuchar a escondidas esta conversación.
—Pero, todavía tenemos que averiguar qué...
—Cásate, Luca. Disfruta de tu mujer y de tu nueva vida durante un
tiempo. Embarázala, asegúrate de que el perro callejero que estás adoptando
siga las reglas, y luego ven a verme, ya nos ocuparemos de eso entonces.
Por ahora, tengo mucho que limpiar. ¿Capisce?
—Entendido.
Matteo asintió, lanzándome una mirada de reojo.
—Ve a casarte, Gianluca, eres una novia tan ruborizada. —Subió las
escaleras despacio, riéndose de su propia broma.
Subí las escaleras tras él y me uní a Carter.
—¿Está todo bien? Suspiré asintiendo.
—Tan bien como siempre.
Carter movió la cabeza hacia las puertas.
—Vámonos. Nazalie acaba de mandarme un mensaje, llegarán en
cualquier momento.
Mi estómago se contrajo de anticipación ante la idea de casarme. Carter
y yo entramos en la sala donde ya esperaba el empleado.
Matteo y Romero estaban sentados al fondo.
Un par de minutos después, Nazalie entró en la sala. Me guiñó un ojo y
se sentó en primera fila. Entonces se abrió la puerta, y se me cortó la
respiración mientras el corazón me daba un vuelco.
Mi ángel entró vestida con un sencillo y vaporoso vestido de seda color
crema, con escote en V y mangas de encaje color crema con rosas rojas.
Llevaba el cabello recogido en un intrincado peinado con algunas rosas
rojas. Su belleza era impresionante. Vi un flash por el rabillo del ojo, pero
no me importó. Nada que no fuera un incidente nuclear podría hacerme
apartar los ojos de la mujer más hermosa que había visto nunca.
Me sonrió tan intensamente, con sus ojos brillantes de lágrimas no
derramadas, que casi me mata.
Quería caer de rodillas y darle las gracias una vez más por salvarme, por
amar a la bestia y hacerla humana una vez más.
Por devolverme a la vida cuando creía que todas las esperanzas estaban
perdidas... por ser simplemente ella.
Se detuvo a mi lado y se volvió hacia mí.
Dom retiró su mano de su brazo y la puso sobre la mía.
—No la cagues, idiota —susurró burlón, antes de ir a colocarse al lado
de Cassie.
Acerqué su mano y la besé.
—Cassandra, estás tan hermosa. —Sabía que podía oír el asombro en mi
voz y verlo en mi rostro.
Se sonrojó, mirando nuestras manos.
—Tú también estás bastante elegante.
El secretario procedió con la ceremonia y yo me limité a repetir mi parte
como un buen chico, mientras me perdía en los ojos de mi ahora esposa.
Cassie tendría que jurar lealtad a Matteo justo después de la ceremonia.
Repetiría las palabras del juramento que yo había hecho hacía casi veinte
años. Ella besaría su anillo, y sería inducida como mi esposa.
—Si no le importa, me gustaría decir unas palabras —le dije al
empleado.
—Umm, sí, pero hay otros...
—Cinco minutos —ordené.
—Sí, claro —murmuró, dándose cuenta de que no había sido una
petición.
—Cassandra Montanari, mi alma, mi vida, mi corazón. Desde el
principio no ha sido fácil. Nuestro amor se desarrolló en las circunstancias
más improbables. Te enamoraste del hombre más improbable. Te
convertiste en mi todo, Cassie, mi amor. Me haces más fuerte y me has
ayudado a no perder la cabeza. Has hecho que esta vida sea hermosa, me
has dado un propósito, ser el hombre que te merezca cada día... —Levanté
la mano, acunando su mejilla—. Doy gracias a Dios por ti, por tu amor, y
me aseguraré de ser digno de él incluso en el momento más oscuro.
Ella moqueó. —Prometí no llorar, pero no sé qué más decir salvo:
Lo giuro su Dio e sulla famiglia. Il mio cuore, il mio amore e la mia
lealtà sono tuoi. 0ra e per sempre. Faccio questo giuramento col sangue,
nel silenzio della notte, e sotto la luce delle stelle e lo splendore della luna.
Tutti i tuoi segreti saranno miei, tutti i tuoi peccati saranno miei, tutto il tuo
dolore sarà mio. Sono tuo completamente.
Respiré hondo y miré a Dom por encima del hombro. Ella no acababa
de prestar el juramento general de lealtad. No, aquí, en medio de la
habitación y en un italiano bastante digno, me había entregado su vida,
convirtiéndonos en uno solo.
Dom sonrió y asintió con la cabeza en un gesto de “de nada”. Ese era el
regalo más hermoso que me podían haber hecho.
—Cassie, sabes lo que acabas de...
Se puso de puntillas y me besó los labios para detenerme.
—Lo juro por Dios y por la familia. Mi corazón, mi amor y mi lealtad
son tuyos. Ahora y para siempre. Hago este juramento con sangre, en el
silencio de la noche y bajo la luz de las estrellas y el esplendor de la luna.
Todos tus secretos serán míos, todos tus pecados serán míos, todo tu dolor
será mío. Soy tuya por completo.
—Repitió el juramento en inglés—. Sé lo que he prometido, Luca, y me
rindo a ti, en todos los sentidos.
Eso envió un mensaje a mi polla mientras un flash de ella de rodillas se
instalaba en mi cerebro. No era el momento ni el lugar.
La besé demasiado profundamente para la ocasión, pero no me importó.
Era la Sra. Montanari y, por primera vez en lo que me pareció una
eternidad, estaba deseando ver qué me deparaba el futuro.
¿Quién iba a pensar que haría falta una pelirroja feroz para salvar a la
bestia?
EPÍLOGO

Cassie

S
eis meses después
Me acomodé un poco más en la tumbona y, a pesar del protector
solar PSF 50 y la enorme sombrilla que me proporcionaban sombra,
notaba cómo mi pálida piel se calentaba.
Me ajusté las gafas de sol y oteé el mar azul de las Bahamas, buscando a
mi marido.
Tuvimos que retrasar nuestra luna de miel por un tiempo. Primero,
porque Luca tenía mucho que limpiar y queríamos asegurarnos de que Jude
estuviera completamente instalado en Hartfield, antes de dejarlo con Dom.
Luca había conseguido que nuestros padres cedieran la patria potestad, y
a mí no me había importado cómo lo había hecho. La adopción había
finalizado hacía poco más de un mes, y Jude estaba tan feliz como yo de
dejar atrás el apellido West y convertirse en un Montanari.
Mi hermano adoraba a Luca y a Dom y a ninguno de los dos parecían
importarles sus pequeñas manías y TOC. Si no los había querido entonces,
ahora lo haría.
A Jude le encantaban la casa, la biblioteca y el colegio privado al que le
había apuntado Luca.
Perdí el hilo de mis pensamientos cuando mi marido salió del agua en
bañador negro, con el cabello negro mojado y rizado, el pecho musculoso y
bronceado cubierto de gotas de agua que quise borrar a besos.
Luca nos había alquilado una villa durante dos semanas, con acceso a
una playa semiprivada, y vi cómo los vecinos miraban a Luca. Con su
enorme cuerpo y sus llamativas cicatrices, era aterrador, pero para mí no lo
era, y no lo había sido desde aquella noche en la biblioteca.
Cuando lo miraba, lo único que sentía era amor, paz y una buena dosis
de lujuria.
Luca se inclinó sobre mí y me besó, enviando unas gotitas de agua
felizmente refrescantes sobre mi piel.
—¿Cómo está nuestro chico? —preguntó, sentándose en la tumbona
frente a mí.
—¿Cuál?
Se rio entre dientes.
—Dijo que Dom le está enseñando a pelear y también dijo que tenemos
que dejar de llamarlo y mimarlo. —Le sonreí—. Tú también le has estado
llamando a mis espaldas, ¿verdad?
Se encogió de hombros.
—Estoy preocupado. Todavía es muy joven.
—Dom se porta muy bien con él, y se divierten. Luca gruñó.
—El chico tiene once años, no necesita diversión. Necesita estructura.
Me reí de eso. —Mírate, siendo la estricta figura paterna.
—Te gusta eso, ¿verdad?
—Sí, tal vez puedas castigarme a mí también.
—No me presiones, mujer... —Se acercó y me pasó la mano por la
pierna—. O te juro que te cojo aquí mismo y les doy un espectáculo a los
vecinos.
Solté una carcajada jadeante, acalorándome demasiado bajo su contacto,
casi olvidando lo que quería decirle.
—¿Disfrutas siendo padre? —le pregunté. Frunció el ceño.
—Sí, ya te lo he dicho, me encanta Jude, es un niño tan fácil de criar.
Asentí con la cabeza.
—Está bien, te quedan unos siete meses de entrenamiento.
—Es agradable... —Se congeló, sus ojos se posaron en mi estómago—.
¿Siete meses?
—Ajá.
—¿Significa que...
—¿Estamos embarazados? —Me apoyé la mano en el vientre.
Luca cayó de rodillas junto a mi silla y me besó el estómago antes de
besarme.
—Nuestro bebé... tesorina. —Me volvió a besar la barriga, haciéndome
estremecerme.
—Vas a ser el mejor padre, Luca. Estoy deseando verte con nuestro bebé
en brazos.
—Te voy a querer mucho, bebé —dijo, acariciándome la barriga—. Sé
buena con mamá, ¿vale?
Apoyé mi mano en su cabello, acariciándolo suavemente. Giró la cabeza
para mirarme.
—Estoy deseando ver cómo crece tu cuerpo para acoger a nuestro bebé.
Solo de pensar en ti como madre. Os mantendré a salvo, a ambos.
—Lo sé, mi amor. Nunca he tenido dudas.
Chillé cuando Luca se levantó, cogiéndome en brazos.
—Luca, ¿qué estás haciendo?
—Voy a hacer el amor con mi futura mamá. ¿Tienes algún problema con
eso? —preguntó, ya caminando hacia la casa.
—No, claro que no. No me canso de ti —me reí.
—Lo mismo digo. Gracias de nuevo por salvarme, bellissima. — Subí la
mano, acunando su mejilla.
—Gracias por dejarme salvarte, mi bestia. Gruñó, haciéndome soltar
una risita.
—Despertaste a la bestia, Sra. Montanari, ahora es el momento de pagar.
Y pagué felizmente el precio aquella noche, mientras me hacía el amor
insaciablemente en nuestra cama.
Luca Montanari, jefe de la Mafia, bestia, hombre insensible para
algunos. Marido, amante, amigo y padre para otros. Una contradicción de
hombre, pero sobre todo... mío.
PRÓXIMO LIBRO

Caballero retorcido

D
om
Los pecados del padre son los pecados de los hijos.
Llevo años intentando expiar los crímenes del monstruo que me
creó, del monstruo que corre por mi sangre. Soy indigno de amor, de
compasión... de comprensión.
Hice las paces con esta vida de penitencia mientras cazaba a la rata que
envenenaba las filas de la Famiglia. Al menos eso era cierto hasta que ella
entró en mi vida. India McKenna, una contradicción viviente y habladora
encarnada en una diosa.
Cuando me mira, sus ojos esmeralda llenos de ternura se asemejan a mi
oportunidad de redención.
Perdí mi alma hace muchos años, pero esta mujer hace que quiera
recuperarla...
¿Seré lo bastante valiente para alcanzarla?
India
Dejé Calgary para alejarme del dolor, para sanar mi corazón y mi vida.
Lo que no esperaba era conocer a Domenico Romano, un criminal
profesional con un corazón de oro y una mirada capaz de hacer caer de
rodillas a cualquier mujer. Un hombre como nunca había conocido. Un
hombre tan empeñado en mantener las distancias, en hacerme creer que es
malvado a pesar de la bondad que sigo viendo brotar de él.
Este hombre está tan lleno de secretos, de dudas y remordimientos, que,
a medida que intentó ayudarle a pesar de sí mismo, me voy enamorando de
él...
¿Seré lo bastante valiente para salvarnos a los dos?
Sobre la Autora

Además de ser una autora de éxito internacional, soy abogada, viajera,


adicta al café y aficionada al queso.
Cuando no estoy ocupada haciendo todo mi caos de abogada o
escribiendo Romance Contemporáneo con corazón, calor y un poco de
oscuridad, héroes alfa y heroínas fuertes y porque estoy viviendo en la
lluviosa (pero hermosa) Gran Bretaña, sobre todo disfruto de actividades de
interior como leer, ver TV, jugar con mis locos perritos. Espero que mis
historias te hagan soñar y te traigan tanta alegría como me trajeron a mí al
escribirlas.
Espero que disfrutes.

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