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Sociología final Michael Focault.

Existen tres tipos de prohibiciones, el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o
los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder
del que quiere uno adueñarse. La oposición entre razón y locura, en la edad media, el loco su
palabra era considerada nula y sin valor.
¿Cómo van a poder compararse razonablemente la coacción de la verdad con separaciones como
esas, separaciones qué son arbitrarias desde el comienzo o que cuando menos se organizan en
torno a contingencias históricas, que no solo son modificables sino que están en perpetuo
desplazamiento; que están sostenidas por todo un sistema de instituciones que las imponen y las
acompañan en su vigencia y que finalmente no se ejercen sin coacción y sin cierta violencia? De los
tres grandes sistemas de exclusión que afectan al discurso, la palabra prohibida, la separación de
la locura y la voluntad de verdad.
De

SEXUALIDAD
A comienzos del siglo XVII, existía cierta franqueza, se tenía una tolerante familiaridad con lo
ilícito. Los códigos de lo grosero, de lo obsceno y de lo indecente, eran muy laxos. Con la llegada
de la burguesía victoriana, la sexualidad se muda, la familia conyugal la absorbe por entero en la
seriedad de la función reproductora. En torno al sexo, silencio. Dicta la ley de la pareja legítima y
procreadora. Se impone como modelo, reservándose el principio del secreto, existe un único lugar
de sexualidad reconocida la alcoba de los padres.
La decencia de las palabras blanquea los discursos. El estéril, si insiste recibirá la condición de tal y
deberá pagar las correspondientes sanciones. Todo lo que no forma parte de la nueva norma de la
sociedad es expulsado, negado y reducido al silencio. Tal seria la represión y lo que la distingue de
las prohibiciones que mantiene la simple ley penal, funciona como condena de desaparición pero
también como orden de silencio, afirmación de inexistencia. La hipocresía de nuestras sociedades
burguesas, forzada a algunas concesiones.
Las sexualidades ilegitimas sino las pueden reinscribir, en los circuitos de la producción al menos
en los de la ganancia. El burdel y el manicomio serán esos lugares de tolerancia, “las palabras y los
gestos, autorizados se intercambian al precio fuerte” todo esto bajo, discursos clandestinos.
En términos de represión las relaciones del sexo y el poder, si el sexo esta reprimido, es decir,
destinado a la prohibición, a la inexistencia, y al mutismo, el solo hecho de hablar de él, y de su
represión, posee un aire de trasgresión deliberada. Quien usa ese lenguaje se coloca fuera del
poder, hace tambalear la ley y anticipa un poco “la libertad futura”.
La afirmación de una sexualidad que nunca habría sido sometida con tanto rigor como en la edad
de la hipócrita burguesía, va aparejada al énfasis de un discurso destinado a decir la verdad sobre
el sexo, a modificar su economía en lo real, a subvertir la ley que lo rige, a cambiar su porvenir. El
enunciado de la opresión y la forma de la predicación se remiten el uno a la otra, recíprocamente
se refuerzan. ¿Por qué decimos que reprimidos?
Se trata de determinar, en su funcionamiento y razones de ser, el régimen de poder- saber- placer
que sostiene en nosotros al discursó sobre la sexualidad humana. De ahí el hecho de que el punto
esencial (al menos en primera instancia). El punto esencial es tomar en consideración el hecho de
que se habla de él, quienes lo hacen, los lugares y puntos de vista desde donde se habla, las
instituciones que a tal cosa incitan y que almacenan y difunden lo que se dice, en una palabra, el
“hecho discursivo” global, la “puesta en discurso” del sexo. El hecho de que el punto importante
será saber en qué formas, a través de que canales, deslizándose a lo largo de que discursos llega el
poder hasta las conductas más tenues y más individuales, que caminos le permiten alcanzar las
formas infrecuentes o apenas perceptibles del deseo, como infiltra y controla el placer cotidiana-
todo ello con efectos que pueden ser de rechazo, de bloqueo, de descalificación, pero también de
incitación, de intensificación, en suma: las “técnicas polimorfas del poder”. De ahí, el punto
importante no será determinar si esas producciones discursivas y esos efectos de poder conducen
a formular la verdad del sexo o, por el contrario, mentiras destinadas a ocultarla, sino aislar y
aprehender la “voluntad de saber” que al mismo tiempo les sirve de soporte y de instrumento. El
fin del siglo XVI la “puesta en discurso” del sexo, lejos de sufrir un proceso de restricción, ha
estado por el contrario sometida a un mecanismo incitación creciente. La voluntad de saber no se
ha detenido ante un tabú intocable sino que se ha encarnizado.

Durante mucho tiempo, uno de los privilegios característicos del poder soberano fue el derecho de
vida y muerte. El soberano se encuentra expuesto en su existencia misma: una especie de derecho
de réplica. Cuando está amenazado por sus enemigos exteriores, puede entonces hacer la guerra
legítimamente y pedir a sus súbditos que tomen parte en la defensa del Estado, sin “proponerse
directamente su muerte”, ejerce sobre ellos un derecho “indirecto” de vida y muerte. Pero si es
uno de sus súbditos el que se levanta contra él, entonces el soberano puede ejercer sobre su vida
un poder directo, lo matara. Así entendido, el derecho de vida y muerte ya no es un privilegio
absoluto: está condicionado por la defensa del soberano y su propia supervivencia. El derecho de
vida y muerte, tanto en esa forma moderna, relativa y limitada, como en su antigua forma
absoluta, es un derecho disimétrico. El soberano no ejerce su derecho sobre la vida sino poniendo
en acción su derecho de matar, o reteniéndolo; no indica su poder sobre la vida sino en virtud de
la muerte que puede exigir, el derecho que se formula como “de vida y muerte” es en realidad el
derecho de hacer morir o de dejar vivir.
Un poder destinado a producir fuerzas, a hacerlas crecer y ordenarlas más que a obstaculizarlas,
doblegarlas o destruirlas. A partir de entonces el derecho de muerte tendió a desplazarse o al
menos a apoyarse en las exigencias de un poder que administra la vida, y a conformarse a lo que
reclaman dichas exigencias. Esa muerte, que se fundaba en el derecho del soberano a defenderse
o a exigir ser defendido, apareció como el simple envés del derecho que posee el cuerpo social de
asegurar su vida, mantenerla y desarrollarla. Sin embargo, las guerras sangrientas del siglo XIX y
formidable poder de muerte, parece ahora como el complemento de un poder que se ejerce
positivamente sobre la vida, que procura administrarla, aumentarla, multiplicarla, ejercer sobre
ella controles precisos y regulaciones generales. Las guerras ya no se hacen en nombre del
soberano al que hay que defender, se hacen en nombre de la existencia de todos, se educa a
poblaciones enteras para que se maten mutuamente en nombre de la necesidad que tienen de
vivir. Las matanzas han llegado a ser vitales. Fue en tanto que gerentes de la vida y la
supervivencia, de los cuerpos y la raza, como tantos regímenes pudieron hacer tantas guerras,
haciendo matar a tantos hombres. Y el poder de exponer a una población a una muerte general es
el envés del poder de garantizar a otra su existencia.
El principio de poder matar para poder vivir, que sostenía la táctica de los combates, se ha vuelto
principió de estrategia entre Estados. Desde que el poder asumió como función administrar la
vida, no fue el nacimiento de sentimientos humanitarios lo que hizo cada vez más difícil la
aplicación de la pena de muerte, sino la razón de ser del poder y la lógica de su ejercicio. ¿Cómo
puede un poder ejercer en el acto de matar sus más altas prerrogativas, si su papel mayor es
asegurar, reforzar, sostener, multiplicar la vida y ponerla en orden? Para semejante poder la
ejecución capital es a la vez el límite, el escándalo y la contradicción. Se mata legítimamente a
quienes significan para los demás una especie de peligro biológico. Podría decirse que el viejo
derecho de hacer morir o dejar vivir fue remplazado por el poder de hacer vivir o de rechazar hacia
la muerte.
Ese poder sobre la vida se desarrolló desde el siglo XVII en dos formas principales, no son
antitéticas, más bien constituyen dos polos de desarrollo enlazados por todo un haz intermedio de
relaciones. Uno de los polos, al parecer el primero en formarse, fue centrado en el cuerpo como
maquina: su educación, el aumento de sus aptitudes, el arrancamiento de sus fuerzas, el
crecimiento paralelo de su utilidad y su docilidad, su integración en sistemas de control eficaces y
económicos, todo ello quedo asegurado por procedimientos de poder característicos de las
disciplinas: anatomopolitica del cuerpo humano. El segundo, formado algo más tarde, hacia
mediados del siglo XVIII, fue centrado en el cuerpo- especie, en el cuerpo transido por la mecánica
de lo viviente y que sirve de soporte a los procesos biológicos: la proliferación, los nacimientos y la
mortalidad, el nivel de salud, la duración de la vida y la longevidad, con todas las condiciones que
pueden hacerlos variar, todos esos problemas los toma a su cargo una serie de intervenciones y
controles reguladores: una biopolitica de la población. Las disciplinas del cuerpo y las regulaciones
de la población constituyen los dos polos alrededor de los cuales se desarrolló la organización del
poder sobre la vida.
La vieja potencia de la muerte, en la cual se simbolizada el poder soberano, se halla ahora
cuidadosamente recubierta por la administración de los cuerpos y la gestión calculadora de la vida.
Desarrollo rápido durante la edad clásica de diversas disciplinas- escuelas, colegios, cuarteles,
talleres; aparición también, en el campo de las prácticas políticas y las observaciones económicas,
de los problemas de natalidad, longevidad, salud pública, vivienda, migración, explosión, pues, de
técnicas diversas y numerosas para obtener la sujeción de los cuerpos y el control de las
poblaciones. “Era de un BIO-PODER”.
Ese bio-poder fue, a no dudarlo, un elemento indispensable en el desarrollo del capitalismo, este
no pudo afirmarse sino al precio de la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de
producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los procesos económicos.
Requirió métodos de poder capaces de aumentar las fuerzas, las aptitudes y la vida en general, sin
por ellos tornarlas más difíciles de dominar; si el desarrollo de los grandes aparatos de Estado,
como instituciones de poder, aseguraron el mantenimiento de las relaciones de producción, los
rudimentos de anatomo y biopolitica, inventados en el siglo XVIII como técnicas de poder
presentes en todos los niveles del cuerpo social y utilizadas por instituciones muy diversas (la
familia, el ejército, la escuela, la policía, la medicina individual o la administración de
colectividades), actuaron en el terreno de los procesos económicos, de su desarrollo, de las
fuerzas involucradas en ellos y que los sostienen, operaron también como factores de segregación
y jerarquización sociales, incidiendo en las fuerzas respectivas de unos y otros, garantizando
relaciones de dominación y efectos de hegemonía, el ajuste entre la acumulación de los hombres y
la del capital, la articulación entre el crecimiento de los grupos humanos y la expansión de las
fuerzas productivas y la repartición diferencial de la ganancia, en parte fueron posibles gracias al
ejercicio del bio-poder en sus formas y procedimientos múltiples. La invasión del cuerpo viviente,
su valorización y la gestión distributiva de sus fuerzas fueron en ese momento indispensables.
Dio al poder su acceso al cuerpo, “biopolitica”. La ley funciona siempre más como una norma, y
que la institución judicial se integra cada vez más en un continuo de aparatos (médicos,
administrativos, etc.) cuyas funciones son sobre todo reguladoras. Una sociedad normalizadora,
fue el efecto histórico de una tecnología de poder centrada en la vida.
La importancia adquirida por el sexo, dos ejes. Por un lado, depende de las disciplinas del cuerpo,
adiestramiento, intensificación y distribución de las fuerzas, ajuste y economía de las energías. Por
el otro, participa de la regulación de las poblaciones, por todos los efectos globales que induce.
Se inserta simultáneamente en ambos registros, da lugar a vigilancias infinitesimales, a controles
de todos los instantes, a arreglos espaciales de una meticulosidad extrema, a exámenes médicos o
psicológicos indefinidos, a todo un micropoder sobre el cuerpo, pero también da lugar a medidas
masivas, a estimaciones estadísticas, a intervenciones que apuntan al cuerpo social entero o a
grupos tomados en conjunto. El sexo, es a un tiempo, acceso a la vida del cuerpo y a la vida de la
especie.
Es utilizado como matriz de las disciplinas y principio de las regulaciones. Por ello, en el siglo XIX, la
sexualidad es perseguida hasta en el más íntimo detalle.
Se la persigue hasta los primeros años de la infancia, pasa a ser la cifra de la individualidad, a la
vez lo que permite analizarla y torna posible amaestrarla. Pero también se convierte en tema de
operaciones políticas, de intervenciones económicas (mediante incitaciones o frenos a la
procreación.) de uno a otro polo de esta tecnología del sexo se escalona toda una serie de tácticas
diversas que en proporciones variadas combinan el objetivo de las disciplinas del cuerpo y el de la
regulación de las poblaciones. La importancia de las cuatro grandes líneas de ataque a lo largo de
las cuales avanzo la policía del sexo desde hace siglos.
Cada una fue una manera de componer las técnicas disciplinarias con los procedimientos
reguladores. La sexualidad precoz, desde el siglo XVIII hasta fines del XIX, fue presentada como
una amenaza epidémica capaz de comprometer no solo la futura salud de los adultos sino también
el porvenir de la sociedad y de la especie entera; la histerización de las mujeres que exigió una
medicalización minuciosa de su cuerpo y su sexo; control de los nacimientos y la psiquiatrizacion.
De una manera general, en la unión del “cuerpo” y la “población”, el sexo se convirtió en blanco
central para un poder organizado alrededor de la administración de la vida y no de la amenaza de
muerte.
La sexualidad, lejos de haber sido reprimida en la sociedad contemporánea, es en cambio
permanentemente suscitada. En esas diferentes estrategias la idea “del sexo” es erigida por el
dispositivo de sexualidad; y en las cuatros grandes formas: la histeria, el onanismo, el fetichismo y
el coito interrumpido, hace aparecer al sexo como sometido al juego del todo y la parte, del
principio y la carencia, de la ausencia y la presencia, del exceso y la deficiencia, de la función y el
instinto, de la finalidad y el sentido, de la realidad y el placer. Así se formó poco a poco al armazón
de una teoría general del sexo.
RACISMO
El racismo de Estado y las condiciones que permitieron su existencia, En la teoría clásica, el
derecho de vida y muerte era uno de los atributos fundamentales de la soberanía.
Qué significa tener derecho de vida y muerte? Decir que el soberano tiene este derecho equivale
en cierto sentido a decir que puede hacer morir o dejar vivir. En todo caso significa que la vida y la
muerte no forman parte de esos fenómenos naturales, inmediatos, de algún modo originarios o
radicales, que parecen ser extraños al campo del poder político. El sujeto no es sujeto de derecho
ni vivo" ni muerto. Desde el punto de vista de la vida y de la muerte, el sujeto es simplemente
neutro y sólo gracias al soberano tiene derecho de estar vivo o estar muerto. Sea como fuere, la
vida y la muerte de los sujetos se vuelven derechos sólo por efecto de la voluntad soberana.
El derecho de vida y muerte sólo se ejercen forma desequilibrada, siempre del lado de la muerte.
El efecto del poder soberano sobre la vida sólo se ejerce desde el momento en que el soberano
puede matar. Es decir que el derecho de matar contiene efectivamente en sí la esencia misma del
derecho de vida y muerte: el soberano ejerce su derecho sobre la vida desde el momento en que
puede matar. En él no hay, por tanto, simetría real. Se trata más bien del derecho de hacer morir o
dejar vivir. Y esto introduce una fuerte asimetría.
La transformación del viejo derecho de la soberanía, no anulo. Esta transformación, obviamente,
no se cumplió imprevistamente y de una vez. Podemos percatarnos de ella siguiendo las
modificaciones que intervinieron en la teoría del derecho.
La pregunta relativa al derecho de vida y muerte es puesta ya por los juristas del siglo xvii y sobre
todo del xviii, de esta forma: "Cuando individuos singulares se reúnen para constituir un soberano,
para delegar en un soberano un poder absoluto sobre ellos, y estipulan un contrato social, ¿por
qué lo hacen? Seguramente incitados por el peligro y la necesidad. Por tanto lo hacen para
proteger su propia vida. Entonces, si hacen un soberano, es para poder vivir. Pero, en estas
condiciones, ¿puede la vida entrar a formar parte de los derechos del soberano? ¿Es la vida la que
funda el derecho del soberano, o bien el soberano puede exigir a sus súbditos el derecho de
ejercer sobre ellos el poder de vida y muerte, el poder de matarlos? La vida, en la medida en que
fue la razón primera, originaria y fundamental del contrato, ¿no debería acaso estar excluida del
contrato?
En los siglos xvii y xviii, aparecen técnicas de poder centradas especialmente en el cuerpo
individual. Procedimientos mediante los cuales se aseguraba la distribución espacial de los cuerpos
individuales (su separación, su alineamiento, su subdivisión y su vigilancia) y la organización -
alrededor de estos cuerpos-. Se trata, de todas las técnicas gracias a las cuales se cuidaba a los
cuerpos y se procuraba aumentar su fuerza útil a través del trabajo, el adiestramiento, etc.
Segunda mitad del siglo siguiente aparece una tecnología no disciplinaria del poder. A diferencia
de la disciplina que inviste el cuerpo, la nueva técnica de poder disciplinario se aplica a la vida de
los hombres. La nueva tecnología se dirige a la multiplicidad de hombres, pero no en tanto ésta se
resuelve en cuerpos, sino en tanto constituye una masa global, recubierta por procesos de
conjunto que son específicos de la vida, como el nacimiento, la muerte, la producción, la
enfermedad. Tras una primera toma de poder sobre el cuerpo que se efectuó según la
individualización, tenemos una segunda toma de poder que procede en el sentido de la
masificación. Se efectúa no en dirección al hombre-cuerpo, sino en dirección al hombre-especie.
(Biopolitica de la especie humana).
¿De qué trata la nueva tecnología del poder, la biopolitica, el biopoder que están por instalarse? lo
que formó los primeros objetos de saber y los primeros objetivos de control de la biopolitica,
fueron esos procesos -como la proporción de los nacimientos y los decesos, la tasa de
reproducción, la fecundidad de la población- que, en la segunda mitad del siglo xviii, estaban,
como es notorio, en conexión con todo un conjunto de problemas económicos y políticos.
Las epidemias, como las causas más frecuentes de decesos, sino más bien como factores
permanentes (y así son tratadas) de reducción de fuerzas, de energías, de disminución del tiempo
de trabajo. En definitiva, son consideradas en términos de costos económicos, ya por la falta de
producción, ya por los costos que las curas puedan comportar.
Estos son los fenómenos que, hacia fines del siglo xviii, empiezan a ser tomados en consideración y
que llevarán después a la instauración de una medicina cuya función principal será la de la higiene
pública. Esto se llevará a cabo a través de organismos que coordinan y centralizan las curas
médicas, hacen circular información, normalizan el saber, hacen campañas para difundir la higiene
y trabajan por la medicalización de la población. Los problemas fundamentales que esa medicina
deberá afrontar son los de la reproducción, de la natalidad y de la morbilidad.
Otro campo de intervención de la biopolitica está formado por todo un conjunto de fenómenos,
algunos universales y otros accidentales, Desde comienzos de siglo XIX, en la época de la
industrialización, seguros, ahorro individual y colectivo, seguridad social.
En esta nueva tecnología del poder, en cambio, no se trabaja exactamente ni con la sociedad (el
cuerpo social definido por los juristas) ni con el individuo-cuerpo. La biopolitica trabaja con la
Población. Más precisamente: con la población como problema biológico y como problema de
poder. Se trata siempre de fenómenos colectivos, que aparecen con sus efectos económicos y
políticos.
La soberanía hacía morir o dejaba vivir. Ahora en cambio aparece un poder de regulación,
consistente en hacer vivir y dejar morir. La muerte se ubica entonces en una relación de
exterioridad respecto del poder: es lo que sucede fuera de su capacidad de acción, es aquello
sobre lo cual no puede actuar sino global o estadísticamente.
Dos series: la serie cuerpo-organismo-disciplina-instituciones; y la serie población-procesos
biológicos-mecanismos reguladores-Estado. Por un lado un conjunto orgánico institucional: la
órgano-disciplina de la institución; por el otro un conjunto biológico y estatal: la bio-regulación a
través del Estado.
Hay una especie de control policial espontáneo ejercido mediante la disposición espacial misma de
la ciudad. Hay después una serie de mecanismos reguladores, que conciernen a la población en
tanto tal y que permiten o inducen determinados comportamientos, por ejemplo, el del ahorro, el
alquiler de la vivienda o eventualmente su adquisición. Se trata además de mecanismos ligados
con los sistemas de seguro sobre enfermedades o sobre la vejez; con las reglas de higiene
destinadas a garantizar la longevidad óptima de la población; con las presiones que la misma
organización de la ciudad ejerce sobre la sexualidad, por ende sobre la procreación y la higiene de
las familias; con las curas destinadas a los niños, con la escolaridad. Como ven, tenemos
mecanismos disciplinarios y mecanismos reguladores.
Por otro lado, mediante sus efectos de procreación, la sexualidad se inscribe y adquiere eficacia en
amplios procesos biológicos que no conciernen al cuerpo del individuo, sino a aquella unidad
múltiple constituida por la población. Por lo tanto depende de la disciplina, pero también de la
regulación. La medicina es un poder-saber que actúa a un tiempo sobre el cuerpo y sobre la
población, sobre el organismo y sobre los procesos biológicos, que tendrá efectos disciplinarios y
efectos de regulación.
El poder ejercido en el poder atómico es capaz de suprimir la vida. En consecuencia, de suprimirse
a sí mismo como poder de asegurar la vida. De modo que, o tal poder es un poder soberano que
utiliza la bomba atómica, y entonces ya no puede ser un biopoder, es decir poder asegurar la vida
como fue a partir del siglo xix; o bien ya no tenemos el exceso del derecho soberano sobre el
biopoder, sino el exceso del biopoder sobre el derecho soberano. Este aparece cuando técnica y
políticamente se le suministra al hombre la posibilidad no sólo de organizar la vida, sino sobre
todo de hacer proliferar la vida, de fabricar materia viviente y seres monstruosos, de producir, en
los extremos, virus incontrolables y universalmente destructores. Y en esta formidable extensión
del biopoder está la posibilidad de sobrepasar toda soberanía humana.
Ahora en una tecnología de poder que tiene como objeto y como objetivo la vida (creo que éste es
uno de los rasgos fundamentales de la tecnología de poder desde el siglo XIX). ¿Cómo se ejercen el
derecho de matar y la función homicida, si es verdad que el poder soberano retrocede cada vez
más y el biopoder, disciplinario o regulador, avanza siempre más? Si es verdad que el fin es el de
potenciar la vida (prolongar su duración, multiplicar su probabilidad, evitar los accidentes,
compensarlos déficit), ¿cómo es posible que un poder político mate, reivindique la muerte, exija la
muerte, haga matar, dé orden de matar, exponga a la muerte no sólo a sus enemigos sino a sus
ciudadanos? Un poder que consiste en hacer vivir, ¿cómo puede dejar morir? En un sistema
político centrado sobre el biopoder, ¿cómo es posible ejercer el poder de la muerte, cómo ejercer
la función de la muerte? Aquí interviene el racismo.
El racismo es un modo de establecer una cesura en un ámbito que se presenta como un ámbito
biológico. Es esto, a grandes rasgos, lo que permitirá al poder tratar a una población como una
mezcla de razas o -más exactamente-subdividir la especie en subgrupos que, en rigor, forman las
razas. Son éstas las primeras funciones del racismo: fragmentar (desequilibrar), introducir cesuras
en ese continúan biológico que el biopoder inviste.
Es decir, un poder que tiene derecho de vida y muerte, si quiere funcionar con los instrumentos,
los mecanismos y la tecnología de la normalización, debe pasar por el racismo. A fines del siglo xix
tenemos entonces un racismo de guerra que resulta nuevo y se hace necesario, creo, porque un
biopoder, cuando quiere hacer la guerra, no puede articular la voluntad de destruir al adversario
con el riesgo que asume en el matar mismo justamente aquello que debe, por definición,
proteger, organizar, multiplicar la vida.
Nazis.
En realidad, el socialismo no criticó el tema del biopoder desarrollado a fines del siglo xviii y en el
xix, e incluso lo retomó y desarrolló. El socialismo habrá por cierto modificado algunos puntos,
pero no lo reexaminó en sus fundamentos yen su modo de funcionamiento. Me parece, en
definitiva, que el socialismo retomó, tal cual, la idea según la cual la sociedad, o el Estado, o lo que
debe sustituir al Estado, tiene la función de gestionar la vida, de organizaría, de multiplicarla, de
compensar los imprevistos, de considerar y delimitar las probabilidades o posibilidades biológicas.
Nos encontramos en un Estado socialista que debe ejercer el derecho de matar o de eliminar, o el
derecho de desacreditar. Y así, de manera natural, reencontramos el racismo, y no sólo el racismo
propiamente étnico, sino el racismo evolucionista también, el racismo biológico, funcionando a
pleno régimen, en Estados socialistas como la, Unión Soviética, a propósito de los enfermos
mentales, de los criminales, de los adversarios políticos. Esto porque para un pensamiento'
socialista, ligado con los temas del biopoder, el racismo fue el único modo de concebir alguna
razón para poder matar al adversario.

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