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Ciencia y sociedad
Hablemos de metas
Para obtener mayores frutos de la
ciencia y la tecnología en el país
se requiere definir metas específicas
Mario AJ Mariscotti
Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales
Esta nota reproduce, adaptada al medio escrito, la cuarta Conferencia de Navidad del
Centro Cultural Borges, ‘Ciencia y tecnología en la Argentina: ¿hablemos de metas?’,
pronunciada por el autor el 18 de diciembre de 2008.
L
a Argentina es un país con tradición científica y bue-
nos investigadores. Su patrimonio científico-tecno-
lógico incluye antecedentes valiosos que merecen
ser tenidos en cuenta a la hora de reflexionar sobre el futu-
ro. Entre otros, la formidable escuela científica de Bernardo
Houssay y sus discípulos en el área biomédica, que continúa
dando frutos, incluyendo logros en biotecnología aplicada
al agro y a la salud; el desarrollo de la matemática a partir
de Julio Rey Pastor y otros compatriotas suyos que se esta-
blecieron en el país en la década de 1930; el impulso de la
física debido a Enrique Gaviola y Guido Beck una década
después, seguido de la dedicación y el compromiso de José
Antonio Balseiro en Bariloche y del notable grupo de profe-
sores liderado por Juan J Giambiagi en la Facultad de
Ciencias Exactas y Naturales de la UBA; la experiencia en
energía atómica, sin duda de singular valor en más de un
aspecto, entre otros, por haber dado origen a la empresa
INVAP y a desarrollos tecnológicos que sorprende que pue-
dan tener lugar en la Argentina.
En el país existen algunos centenares de grupos de inves-
tigación científica competitivos internacionalmente y algu-
nos excelentes grupos tecnológicos, tanto en entidades
públicas como privadas. En lo institucional, la Argentina
acompañó tempranamente la tendencia mundial de posgue-
rra con la creación, hace unas cinco décadas, de media dece-
na de organismos estatales de ciencia y tecnología, y desde
hace algo más de una década el país cuenta con instrumen-
tos de promoción, tanto en el sector público como en el pri-
vado, que han permitido mejorar el financiamiento de la
investigación básica y tecnológica, pública y privada.
Lógicamente este recuento no alcanza para extinguir el
deseo de hacer más y mejor. Se mantiene vivo el anhelo de
ver a la Argentina iniciar un proceso de crecimiento con-
tinuado y sustentable motorizado por el uso inteligente de
los frutos del conocimiento. La mayoría de los indicadores
de ciencia y tecnología muestran que el país está aún muy
atrasado con respecto al mundo desarrollado. ¿Será una
utopía ambicionar más? No lo creo. A pesar de ciertos pro-
gresos en la última década, la Argentina debe aún mejorar
mucho para disminuir la brecha que la separa de los paí-
ses que usan la ciencia para ganar competitividad.
Superar esta brecha requerirá importantes inversiones,
pero no todo lo que falta hacer depende del dinero. Algunas
falencias actuales, que le restan eficiencia al sistema, son de
naturaleza organizativa y, por lo tanto, se pueden abordar
sin necesidad de recursos adicionales. Dos problemas hasta
ahora en buena medida soslayados merecen, a mi modo de
ver, particular atención. Uno es la falta de poder de deci-
sión, que torna estériles muchos esfuerzos de funcionarios
con responsabilidades institucionales en el sistema. El otro
problema es la ausencia de lo que llamaré metas trascenden-
tes en la mayoría de los planes de las instituciones públicas
de ciencia y tecnología. Ambos impactan negativamente en
el desempeño de nuestro sistema científico. En lo que sigue
me referiré principalmente al segundo.
El significado de las palabras meta y trascendente, en este
contexto, merece una explicación. Usamos la palabra meta
en el sentido de resultado medible que se pretende alcanzar en
determinado tiempo, y trascendente para indicar que se trata
de resultados cuyo interés trasciende el de la propia institución.
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Una meta no es la simple expresión de un deseo; y una meta
que no trascienda los intereses de la propia institución no
cumple con lo que se espera de un organismo público, creado
para atender determinado tipo de inquietud de la sociedad.
La práctica de definir metas trascendentes para los
organismos del sistema científico-tecnológico es casi
inexistente. Podemos citar algunas excepciones, como el
programa de la Comisión Nacional de Energía Atómica
de hace unas décadas que obtuvo el dominio del ciclo de
combustible nuclear. Pero lo habitual es enunciar meras
intenciones de mejorar tal cosa o aumentar tal otra, sin
decir cuándo ni cuánto se van a mejorar o aumentar. De
este modo las intenciones se tornan vacías de compro-
miso con respecto a los resultados. Tampoco es suficien-
te enunciar metas cuantitativas si estas solo se refieren a
cuestiones de funcionamiento interno, sin relación
explícita con los objetivos superiores de la institución.
Las metas trascendentes de una institución son aque-
llas que se vinculan con las razones que justifican la pro-
pia existencia de esta. Asegurar el patrimonio minero
argentino, lograr la autosuficiencia en determinado
campo, liderar un esfuerzo internacional en una disciplina
científica, asegurar la sustentabilidad del medio ambiente
o resolver objetivos estratégicos en el área de salud pueden
ser ejemplos de metas trascendentes si se formulan en fun-
ción de indicadores que definan plazos y resultados espe-
rables. Adoptar la práctica de enunciar este tipo de metas
puede rendir beneficios suficientemente importantes
como para justificar el esfuerzo de cambiar el estado de
laissez faire actual. Afortunadamente se están realizando
algunas acciones positivas en este sentido en el marco del
Programa de Evaluación Institucional del Ministerio de
Ciencia y Tecnología. Enunciar metas obliga a una refle-
xión seria sobre lo que se supone que la institución debe
hacer. También obliga a pensar en una hoja de ruta, o sea,
un plan de acciones referidas a etapas parciales y a prever
las necesidades de cada etapa. En adición, hace que todos
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los miembros de la organización sepan qué se espera de
cada uno, lo cual permite un trabajo colectivo coherente,
obviamente fundamental para obtener buenos resultados.
Finalmente, la exigencia de tener que rendir cuentas actúa
como incentivo natural para lograr el éxito.
Funcionar sin metas es un proceso muy deficiente; se
dilapida tiempo y recursos, y los resultados, si los hay, son
pobres. Uno de los ejemplos más dramáticos de esto es lo
ocurrido con la Ley de Educación 24.195 de 1993. En vir-
tud de su artículo 61, ella dio lugar a un extraordinario
incremento del presupuesto de educación, el cual casi se
duplicó en menos de un lustro. Este hecho excepcional
dio, sin embargo, muy pocos frutos. La ley es un conjun-
to de muy buenas ideas e intenciones, pero salvo el conte-
nido de ese artículo, que es muy preciso acerca del incre-
mento presupuestario que debe efectuarse anualmente, no
establece una sola meta trascendente. La ley se promulgó
pero nadie quedó responsable de lograr resultados medi-
bles en plazos establecidos. El enorme esfuerzo que la
sociedad argentina hizo a favor de una de sus causas más
prioritarias quedó en gran medida frustrado.
La reticencia a definir metas reconoce, por lo menos,
dos causas. Primero, ¿para qué comprometerse si nadie lo
exige? Poner por escrito los resultados a alcanzar conlleva
el riesgo de exponerse a quedar mal. Rendir cuentas siem-
pre es incómodo. La segunda causa tiene que ver con el
problema señalado antes acerca de la falta de poder de
decisión de los funcionarios. El responsable de un progra-
ma sabe que su gestión estará sujeta a la intervención de
instancias administrativas sobre las que no tiene control,
a cargo de funcionarios que carecen de motivo para
inquietarse si los plazos del programa se alargan. ¿Puede
alguien comprometerse a cuenta de lo que hagan otros
que no dependen de uno? La poca autonomía y poder de
decisión de funcionarios a cargo de instituciones es un
problema y debiera ser abordado lo antes posible.
Es útil reflexionar sobre una diferencia que existe entre
los dos grandes protagonistas del sector de ciencia y tecno-
logía: los grupos de investigación, cuya actividad se rige
por proyectos, y las instituciones que albergan y dan sopor-
te a esos grupos, que se rigen por sus planes ‘estratégicos’
(para usar el injustificado adjetivo de moda). La actividad
de los grupos de investigación se caracteriza por ser finan-
ciada mediante instrumentos competitivos y funciona rela-
tivamente bien porque la propia naturaleza de un proyec-
to implica metas precisas, con definición de objetivos, eta-
pas, recursos y tiempos. A cambio de la financiación y de
una relativa autonomía de decisión, los responsables del
proyecto se comprometen a cumplir con los objetivos en el
tiempo previsto y con los recursos acordados, es decir, a
rendir cuentas; además, asumen el riesgo del descrédito y
de no obtener nueva financiación si fallan.
Las instituciones necesariamente funcionan de otra
forma. Estas y sus recursos humanos son elementos del sis-
tema que requieren mucha mayor estabilidad que la de un
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proyecto individual de duración limitada. La continuidad de
las instituciones y de sus recursos humanos se debe medir en
décadas. Sin embargo, esto no justifica que las instituciones
no se comprometan, como hacen los investigadores con sus
proyectos, con metas, con objetivos institucionales precisos,
etapas intermedias, cronogramas y recursos. Se podrá argu-
mentar que se trata de un problema general en el país, lo que
es cierto, y que, por lo tanto, no se puede solucionar en el
nivel sectorial, pero esto último ya no es tan cierto. Basta
saber para qué se creó la institución para definir sus metas.
Permítanme concluir estas reflexiones con un ejemplo
con el único objeto de ilustrar el proceso nada trivial aso-
ciado con la definición de metas trascendentes.
Supongamos que se trata de formular una meta que satis-
faga el anhelo de que la Argentina aumente significativa-
mente su capacidad de producir bienes y servicios con alto
contenido tecnológico. Un indicador posible, en términos
del cual expresar esta meta, es el gasto del sector privado
en investigación y desarrollo relativo a su facturación, es
decir, el cociente entre investigación y desarrollo como
numerador y ventas como denominador (I & D / V).
La elección del valor del indicador es lo más compro-
metido del proceso, pues se trata de una decisión emi-
nentemente arbitraria en la cual influyen las condiciones
personales de quienes intervienen, entre ellas su capaci-
dad de anticipar el futuro, de ejercer liderazgo visionario,
de saber lograr consensos, de poseer cierto espíritu de
aventura, de ser optimista, de ser prudente, etcétera.
En la Argentina la relación I & D / V es 0,3%, unas diez
veces menos que el promedio de las vigentes en las nacio-
nes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (OCDE). Supongamos que la meta elegida es
alcanzar en diez años el 60% del nivel actual de la OCDE,
o sea, una relación I & D / V del 2%. Los protagonistas de
este cambio deberán ser empresas eminentemente tecno-
lógicas a las que caracterizaremos (también arbitrariamen-
te) como empresas que invierten por lo menos el 10% de
su facturación en investigación y desarrollo.
Actualmente el gasto anual en este rubro del sector
industrial argentino es del orden de 200 millones de dóla-
res. El total de ventas es de aproximadamente 60.000 millo-
nes de la misma moneda. Es fácil ver que para alcanzar el
índice de I & D / V del 2% sería necesario que las empresas
tecnológicas definidas en el párrafo anterior agreguen unos
12.500 millones de dólares al total de ventas de su sector.
Esto significaría una inversión en investigación y desarrollo
de 1250 millones por parte de esas empresas.
Una hipótesis razonable sería que el 50% de esa inver-
sión se destinase a salarios y que dos tercios de los salarios
correspondan a tecnólogos de nivel no inferior al de inves-
tigador independiente. Si el gasto por tecnólogo fuera de
100.000 dólares por año, se necesitarían alrededor de cua-
tro mil personas con esa calificación en diez años.
Para disponer de ese personal es necesario crear escue-
las de ingenierías avanzadas (como el Instituto Tecnoló-
CienciaEntrevista
y sociedad
gico de Massachussets, la Universidad de Stanford y el
Northern Institute of Technology Management de
Hamburgo), que no existen hoy en la Argentina, y formar,
en promedio, ochocientos de estos profesionales por año
(suponiendo cinco años de formación).
El costo estimado de un programa de formación para
cumplir con esta meta asciende a 220 millones de dóla-
res por año. Estos profesionales serían una condición
necesaria, pero no suficiente, para alcanzar la meta. Sería
también necesario asegurar que, una vez formados,
encuentren empleo en empresas locales. Una alternativa
superadora sería que, a la vez de capacitarse como tecnó-
logos en áreas de vanguardia, se formaran como empre-
sarios, y desarrollaran la vocación y el talento para crear
sus propias empresas al graduarse. Suponiendo que esta
fuera una solución apropiada para satisfacer la meta
planteada en este ejemplo, como es fácil advertir, para
completar el proceso se requiere aún ajustar innumera-
bles detalles de planificación y tomar numerosas decisio-
nes. Como hemos procurado mostrar con este ejemplo,
la tarea de enunciar metas trascendentes y desarrollar un
plan de acción asociado con ellas no es simple. Requiere
compromiso y esfuerzo, pero todo parece indicar que
este debe ser el camino para obtener mayores frutos de la
ciencia y tecnología en el país.
En este trabajo nos hemos focalizado en el problema
particular –pero a nuestro modo de ver importante– de la
ausencia de metas trascendentes en los planes de nues-
tras instituciones de ciencia y tecnología, mal llamados
‘estratégicos’ pues, justamente, lo que está ausente son
los objetivos estratégicos de la institución, los que ella se
compromete a alcanzar de acuerdo con indicadores espe-
cíficos que permitan medir su cumplimiento. Este tipo
de compromiso es esencial para el progreso de las organi-
zaciones y el mejoramiento del sistema. Las entidades
deben presentar sus planes todos los años, pero no se ven
obligadas a que el contenido de estos sea sustantivo.
Sería deseable que estos documentos fueran mucho más
breves de lo que suelen ser, y que se centren en los gran-
des objetivos buscados y los principales resultados a
alcanzar. Sería asimismo deseable que existieran meca-
nismos de incentivos, de suerte que no dé lo mismo cum-
plir que incumplir las metas comprometidas.CH
El autor agradece los valiosos comentarios de Daniel R Bes,
Francisco de la Cruz y Arturo López Dávalos.
Mario AJ Mariscotti
Doctor en física, UBA.
Profesor titular, UBA.
Miembro titular, Academia Nacional de
Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
mariscot@mail.retina.ar
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