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El poder del amor y el coraje:

Una historia de valentía y amor frente a una pérdida inimaginable

Por:
José Ignacio Núñez Schlaefli
Prologo
En una tranquila ciudad de la Edad Media, había una casa humilde, era el hogar de una
pequeña familia trabajadora de un hombre, su esposa y su hija.

La familia trabajaba sin cesar para labrar sus tierras, sin pedir mucho más de lo que
necesitaban. Un fatídico día, un rey brutal y codicioso visitó el pueblo.

Decidió tomar a una mujer, y su mirada cayó en la única hija de la familia.

Su padre luchó por la libertad de su hija, pero no era rival para los guardias de la corte real.
No importa cuánto luchara, el rey se llevó a la niña, dejando a su familia en un estado de
dolor.

La familia se mantuvo unida en su dolor, pero la niña se había ido, y no tenían forma de
recuperarla. ¿Cómo podían, cuando eran impotentes para hacer frente a un gobernante tan
poderoso? Estaban resignados al hecho de que nunca volverían a ver a su hija.

A pesar de la tristeza, la desesperanza y la resignación, el padre fue al rescate de su hija sin


importar lo que enfrentara, luego de escalar el palacio y encontrarse con su hija para salir
del castillo, al escapar los persiguieron el rey y sus guardias, así que el padre llevó a su hija
a un acantilado y mirándola a los ojos desesperado le dijo que se iba a sacrificar para
salvarla y así fue que el amor de un padre logró llevar sana y salva a su adorada niña a casa
con su madre.

El acto de valentía y desinterés del padre nunca será olvidado. Fue un testimonio del poder
del amor de los padres y de lo lejos que llegarán para proteger a sus hijos.
Lamentablemente, este amor también le costó la vida al padre.

Capitulo I
El sol acababa de comenzar a salir, la luz del amanecer se arrastraba lentamente sobre el
pueblo mientras los pájaros cantaban y los animales se agitaban. La familia se despertó y se
puso a trabajar, cada miembro asumió sus tareas a medida que avanzaba en su día. El padre
había sido agricultor toda su vida, y su esposa y sus dos hijas, de catorce y dieciséis años, lo
ayudaron lo mejor que pudieron.

Trabajaban duro, atendiendo a los animales y los cultivos, con el padre siempre
empujándolos a hacer lo mejor posible. Hicieron esto día tras día, ganándose la vida lenta y
constantemente y disfrutando de la compañía del otro.

Pero todo eso estaba a punto de cambiar.

Una nube oscura y opresiva colgaba del cielo, cuya vista provocó un escalofrío en la
columna vertebral de la familia. Habían oído historias del rey ogro, rumores de su crueldad
y tiranía, pero nunca habían soñado que vendría a su pueblo.

El padre reunió rápidamente a sus hijas y esposa, advirtiéndoles del peligro que estaba a
punto de caer sobre ellas. Su hija menor, la de catorce años, temblaba de miedo, aunque la
otra valientemente levantó la barbilla en desafío.

Los guardias de la corte del rey pronto llegaron, sus caballos al galope por los campos. El
padre se paró frente a sus hijas, protegiéndolas de la vista de las espadas de los hombres.
Trató de razonar con los hombres, pero fueron inflexibles en su demanda. El rey había
venido a tomar una novia y quería una de las hijas de la familia.

El padre suplicó, negándose a darles lo que querían. Pero al final, no tuvo poder contra los
guardias de la corte y se vieron obligados a ceder a la demanda del rey. El rey ogro se llevó
a la hija de catorce años y la familia se quedó llorando al ver cómo se la llevaban.

El padre y la madre se quedaron despiertos hasta altas horas de la noche, hablando de su


hija y preocupándose por su bienestar. El padre estaba decidido a recuperarla, declarando
que haría cualquier cosa para salvar a su hija de las garras del rey ogro.

La luz de la luna llenaba el salón de la casa de los padres, una luz fría y triste, como si
alguien hubiera abierto una ventana al alma. El padre, un joven encorvado, se sentaba en un
sillón cerca de la ventana con los ojos cerrados, pero sus labios se movían como si estuviera
rezando. La madre, una mujer de edad madura, estaba sentada en el sofá a su lado, con los
ojos fijos en el fuego que ardía en la chimenea.

Ambos habían estado sentados ahí durante horas, en silencio, sin pronunciar una palabra.
Sus inquietas mentes, sin embargo, estaban llenas del mismo pensamiento: su hija, su
delicada y preciosa hija, la única luz en su vida. Ella había sido tomada de su hogar,
secuestrada por un Rey despiadado. ¿Por qué le habían hecho esto? Estas eran las preguntas
que ambos se hacían una y otra vez, sin llegar a ninguna conclusión.

Finalmente, el padre abrió los ojos y miró a su esposa.

"Necesitamos hacer algo", dijo con la voz temblorosa.

"¿Qué podemos hacer?", Preguntó la mujer con lágrimas en los ojos.

El joven tomó una profunda respiración y se levantó. "Voy a salvar a nuestra hija", dijo con
una firmeza aún sorprendente en su voz. "Iré a buscarla, pase lo que pase. No permitiré
sufrir a manos de aquel que la ha tomado".

La mujer le miró con una mezcla de miedo y esperanza. "Pero", dijo, "¿cómo harás eso?
¿Cómo sabrás adónde ir?"

"La encontraré", dijo el padre con un tono de absoluta certeza. "Estoy seguro de que ese
malvado rey la tiene en su frio y tenebroso palacio. Voy a encontrar el camino a su
fortaleza, y la rescataré de sus garras".

La madre se levantó y se acercó a él. La abrazó con fuerza, como si él fuera a partir en ese
mismo momento.

"Prométeme que volverás", dijo.

"Te lo prometo", dijo el padre, mirando fijamente a su esposa. "Volveré con nuestra hija".

Con estas palabras, el padre y la madre se separaron. A partir de ese momento, el padre
emprendió su búsqueda. Se fue en busca de su hija, sin descanso, sin temor y determinado a
salvarla de las garras del malvado rey.

Mientras el joven se alejaba, la madre se quedó mirando, con lágrimas en los ojos. Su
corazón se llenaba de tristeza al pensar en todos los peligros a los cuales se enfrentaba el
padre, pero su amor estaba lleno de esperanza. Sabía que nada podía detener al hombre que
amaba de hacer lo que él juró: salvar a su hija.
Su resolución y determinación eran tales que le dieron una inmensa fuerza. Él se había
transformado en el héroe que ella siempre había querido tener, y aunque su viaje era
peligroso, estaba segura de que él volvería con su hija.

Poco a poco, el padre llegó cerca del palacio del malvado rey. Lo que encontró allí lo llenó
de asombro. Nunca había visto un lugar tan hermoso. Era como si estuviera en un cuento de
hadas, lleno de torres y jardines, de puentes y a lo lejos se podían apreciar las montañas y
los bosques. Sin embargo, su corazón estaba lleno de temor. El rey que vivía allí era muy
poderoso, y el padre sabía que debía cuidarse.

Después de un par de días de investigación, el padre descubrió la ubicación exacta de la


princesa. Estaba recluida en la más alta torre del castillo, custodiada por una docena de
guardias armados. Él intentó atacar de noche, pero los guardias estaban demasiado alertas.
Finalmente, tuvo una idea.

Un día, cuando el rey salió de la ciudad, el padre aprovechó la oportunidad y entró al


castillo. Escalando las paredes con gran cuidado, llegó a la torre más alta, donde encontró a
su preciosa hija llorando en su celda. Él la abrazó con fuerza, prometiéndole que estarían
fuera pronto.

A medida que el padre escalaba la alta torre, iban pasando las horas y de pronto oscureció y
el Rey regresó a su palacio. Mientras padre e hija esperaban al día siguiente para escapar, la
niña, le habló a su padre de los días en el castillo: de los guardias y de la crueldad del rey,
pero también de la amabilidad de los sirvientes y de un guardia en particular, que la había
ayudado a superar todo. La idea de estar un día más separada de su familia la llenaba de
una tristeza insoportable, pero sabía que tenía que ser fuerte.

Él la ayudó a empacar sus cosas y juntos al día siguiente salieron silenciosamente del
castillo. Cuando finalmente llegaron a la seguridad del bosque, colapsaron en los brazos del
otro, ambos llorando de alivio.

Habían sido valientes y habían salido a salvo. Se abrazaron fuertemente, sabiendo que su
acto de valentía había valido la pena.

Sin embargo, mientras más se alejaban del castillo, el padre y la hija se veían seguidos por
el ejército del rey y sus guardias. El padre sabía que él solo no podría detener la amenaza,
así que tuvo una idea. El sol asomaba por el horizonte, él llevó a su hija al borde de un
acantilado alto, donde nadie podía seguirlos.
Tomó las manos de su hija en las suyas y la miró a los ojos. "Hija mía", dijo, "no puedo
protegerte por más tiempo. El ejército del rey es demasiado fuerte, y yo no soy más que un
hombre. Debo hacer el último sacrificio para garantizar tu seguridad. La niña, sabiendo lo
que su padre estaba a punto de hacer, comenzó a sollozar incontrolablemente. Ella le
suplicó que se quedara, pero él negó con la cabeza y dijo: "Mi amor, debo hacer esto. Debo
protegerte cueste lo que cueste."

Entonces, La miró por última vez y con un grito desgarrador, el padre se arrojó desde el
precipicio, sacrificándose por su hija.

Al ver que su padre había muerto, la princesa se quedó paralizada. Pero entonces, de la
nada, algo maravilloso sucedió. Una enorme águila de alas doradas surgió del cielo y la
llevó al lugar más seguro.

El águila llevó a la princesa de vuelta a su casa, donde la madre la estaba esperando. Al ver
a su hija segura, la madre se derrumbó en llanto.

El padre había logrado lo que él había prometido. Él había salvado a su hija de las garras
del malvado rey. Y con el último aliento de su vida, había demostrado el verdadero
significado del amor.

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