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El Arte y El Crimen
El Arte y El Crimen
Todo poder se ejerce sobre la sensibilidad de los hombres, es decir, sobre su pensamiento,
su placer y dolor, su alegría y sufrimiento, su bien y su mal, su forma de vivir. Así nace la
moral, que es pura dominación.
Nada es más poderoso que el arte, que silenciosamente y sin la demagogia estúpida del
político en la plaza pública, moldea, gobierna, deforma y destruye la sensibilidad humana
y, con ello, su moral, su deseo.
Por su propia naturaleza, el arte trabaja con mayor intensidad que cualquier otra actividad
humana sobre los sentidos del hombre, sus pensamientos, sus deseos, despertándolos,
guiándolos, excitándolos, extasiándolos, confundiéndolos, desordenándolos. El arte es al
mismo tiempo la razón y la locura humanas.
Aunque el crimen está ligado a la ley, pues es su negación, esta no agota su naturaleza. La
esencia del crimen es sobretodo el engaño, la estafa, la mentira, la manipulación, el ardid
para la satisfacción ilícita del beneficio propio, el interés del criminal. Estas son todas
operaciones de la inteligencia y así el criminal tiene que ser brillante, mucho más que la ley
y la policía, de otra forma fracasaría fácilmente, no alcanzaría a robarse un mendrugo de
pan cuando ya estaría preso. El crimen es crimen organizado, una burla de la ley y no su
mera transgresión. En eso se distingue del simple delito.
El crimen, al igual que las invenciones de la fantasía, rompe los límites de lo que el hombre
mismo es, de lo que hace, de lo que puede hacer, de lo que quiere hacer, de lo que debe
hacer. Al igual que el arte, el crimen transforma la naturaleza de los hombres, crea en la
sociedad un nuevo camino, un nuevo hábito y con ello una nueva ley. El crimen, como el
arte, es una fuerza que refresca y pone en movimiento los deseos de los pueblos, contrario a
lo que usualmente se cree, es decir, que el crimen es la destrucción de la sociedad. Muchas
de las cosas que hoy se disfrutan son producto de la piratería y la exportación ilegal. Sin el
narcotráfico, hoy nadie lucharía por la libertad y despenalización del consumo. Así es como
el crimen transforma los deseos de la sociedad.
El gran asombro que suscita en las artes el crimen, tal como aquí se lo comprende, descansa
hasta cierto punto sobre el hecho de que es un oficio que al igual que aquellas se ejecuta
primordialmente con signos. El criminal es un gran inventor de historias, un mentiroso, un
actor nato. Domina con gran maestría las palabras para engañar y los disfraces para
ocultarse. El asombro que produce es semejante al del relato verosímil o la interpretación
dramática impecable. Además, siempre se disfruta viendo a la autoridad fracasar. El
crimen en sí mismo es un acontecimiento estético, no solo moral o jurídico. El órgano del
crimen es la imaginación.
Las inclinaciones de los artistas hacia el crimen y hacia el criminal son una manifestación
de su inagotable capacidad de asombro, pues hasta en las moscas y gusanos, en ladrones y
pordioseros se encuentran con la belleza.
Son el teatro, las canciones, los poemas y los relatos los que le han permitido a una nueva
generación de hombres reconocer la belleza de los crímenes de los hombres de
generaciones pasadas, de superar los juicios que crearon las leyes, los jueces y los policías.
Es así como el arte transforma y da un nuevo aire, un nuevo curso, a la moral, inevitable en
los hombres, pues todos siempre tienen un bien y un mal.
Todo lo que toca el arte se transforma en un objeto misterioso. Esto hizo el cine del siglo
XX con los mercenarios del viejo oeste del XIX, la literatura inglesa con los piratas de
diversas naciones y épocas anteriores, el drama policiaco con el ladrón y el asesino. De la
misma forma las artes de hoy, y ya desde hace rato, vienen transformando al estafador, al
espía, al mafioso, al sicario y al pandillero en elemento literario, en una materia ya no
moral y jurídica, sino poética. Unos lo hacen con virtud y otros sin ella. En cualquier caso,
todos aman a Vito Corleone.
Con respecto al criminal, el arte es todo lo contrario a un tribunal y una cárcel. Tanto la una
como la otra reducen al hombre a su crimen, lo encierran en él. El arte lleva a cabo el
movimiento contrario: no dice como el juez que este individuo es un criminal, sino que este
criminal es un individuo, un verdadero carácter singular. Por eso en las artes el criminal se
enamora, sufre, ríe, desea una cosa y la otra, se contradice, tiene propósitos, intereses,
valores, vive; su humanidad es redimida. El arte nos recuerda que el criminal no es esa
creación abstracta de las leyes y la moral, un malo, sino que es un hombre o una mujer con
un origen y una voluntad. Si el juicio moral, el tribunal, encarcela y humilla, el arte libera y
elogia.