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El arte y el crimen

Todo poder se ejerce sobre la sensibilidad de los hombres, es decir, sobre su pensamiento,
su placer y dolor, su alegría y sufrimiento, su bien y su mal, su forma de vivir. Así nace la
moral, que es pura dominación.

Nada es más poderoso que el arte, que silenciosamente y sin la demagogia estúpida del
político en la plaza pública, moldea, gobierna, deforma y destruye la sensibilidad humana
y, con ello, su moral, su deseo.

Por su propia naturaleza, el arte trabaja con mayor intensidad que cualquier otra actividad
humana sobre los sentidos del hombre, sus pensamientos, sus deseos, despertándolos,
guiándolos, excitándolos, extasiándolos, confundiéndolos, desordenándolos. El arte es al
mismo tiempo la razón y la locura humanas.

El arte es el instrumento más eficiente para labrar y producir, deformar y transformar la


moral de los hombres, su justicia y su injusticia. El artista arrea los rebaños de hombres de
un lado a otro, dándoles un nuevo destino al deseo y a la sensibilidad. Ningún poder se
tendría sin la imposición de las grandes catedrales, los templos, los frescos, los teatros, la
música y los mitos. Realmente estos son los verdaderos gobernantes ante los que sin darnos
cuenta nos rendimos. La obra de arte es el verdadero gobernante de este mundo. Cuando un
pueblo quiere dominar a otro, cuando quiere imponer su verdad, lo primero que hace es
cambiarle sus templos, derribar sus estatuas, borrar sus canciones. El arte también es un
látigo para someter. Eso lo saben muy bien los cristianos.

Aunque el crimen está ligado a la ley, pues es su negación, esta no agota su naturaleza. La
esencia del crimen es sobretodo el engaño, la estafa, la mentira, la manipulación, el ardid
para la satisfacción ilícita del beneficio propio, el interés del criminal. Estas son todas
operaciones de la inteligencia y así el criminal tiene que ser brillante, mucho más que la ley
y la policía, de otra forma fracasaría fácilmente, no alcanzaría a robarse un mendrugo de
pan cuando ya estaría preso. El crimen es crimen organizado, una burla de la ley y no su
mera transgresión. En eso se distingue del simple delito.

El gran criminal es el Ulises de la Odisea, el gran mentiroso y manipulador de las leyes y


las costumbres. Estas son las virtudes del crimen, virtudes heroicas, por lo demás. Desde
sus primeros momentos la poesía ha mostrado gran asombro por el engaño, la trampa, la
mentira, la manipulación, la picardía, acaso como un niño que se reconoce con misterio en
el espejo. Se cree que los poetas también dicen muchas mentiras.

El crimen, al igual que las invenciones de la fantasía, rompe los límites de lo que el hombre
mismo es, de lo que hace, de lo que puede hacer, de lo que quiere hacer, de lo que debe
hacer. Al igual que el arte, el crimen transforma la naturaleza de los hombres, crea en la
sociedad un nuevo camino, un nuevo hábito y con ello una nueva ley. El crimen, como el
arte, es una fuerza que refresca y pone en movimiento los deseos de los pueblos, contrario a
lo que usualmente se cree, es decir, que el crimen es la destrucción de la sociedad. Muchas
de las cosas que hoy se disfrutan son producto de la piratería y la exportación ilegal. Sin el
narcotráfico, hoy nadie lucharía por la libertad y despenalización del consumo. Así es como
el crimen transforma los deseos de la sociedad.

El gran asombro que suscita en las artes el crimen, tal como aquí se lo comprende, descansa
hasta cierto punto sobre el hecho de que es un oficio que al igual que aquellas se ejecuta
primordialmente con signos. El criminal es un gran inventor de historias, un mentiroso, un
actor nato. Domina con gran maestría las palabras para engañar y los disfraces para
ocultarse. El asombro que produce es semejante al del relato verosímil o la interpretación
dramática impecable. Además, siempre se disfruta viendo a la autoridad fracasar. El
crimen en sí mismo es un acontecimiento estético, no solo moral o jurídico. El órgano del
crimen es la imaginación.

El arte transforma el juicio moral, la condena, en asombro y maravilla. El arte es un


constante elogio del crimen. Pero esto solo es así porque es un constante elogio del mal.
Todo elogio, sea dicho de paso, es elogio del mal y solo el mal es elogiable.

Las inclinaciones de los artistas hacia el crimen y hacia el criminal son una manifestación
de su inagotable capacidad de asombro, pues hasta en las moscas y gusanos, en ladrones y
pordioseros se encuentran con la belleza.

Son el teatro, las canciones, los poemas y los relatos los que le han permitido a una nueva
generación de hombres reconocer la belleza de los crímenes de los hombres de
generaciones pasadas, de superar los juicios que crearon las leyes, los jueces y los policías.
Es así como el arte transforma y da un nuevo aire, un nuevo curso, a la moral, inevitable en
los hombres, pues todos siempre tienen un bien y un mal.

Todo lo que toca el arte se transforma en un objeto misterioso. Esto hizo el cine del siglo
XX con los mercenarios del viejo oeste del XIX, la literatura inglesa con los piratas de
diversas naciones y épocas anteriores, el drama policiaco con el ladrón y el asesino. De la
misma forma las artes de hoy, y ya desde hace rato, vienen transformando al estafador, al
espía, al mafioso, al sicario y al pandillero en elemento literario, en una materia ya no
moral y jurídica, sino poética. Unos lo hacen con virtud y otros sin ella. En cualquier caso,
todos aman a Vito Corleone.

El arte se muestra, entonces, con respecto al crimen y al criminal como un deseo de


comprender, una forma de liberar el alma de todo inútil resentimiento, una superación de
ciertos sentimientos morales de hombres anteriores. Transforma la perspectiva. Muestra
que incluso el mal esconde el bien, es decir, que detrás de los grandes vicios están también
las grandes virtudes. Las destrezas que se necesitan para lo uno son las mismas que para lo
otro; el que puede alcanzar los más altos propósitos humanos es también el que puede caer
más bajo.

Con respecto al criminal, el arte es todo lo contrario a un tribunal y una cárcel. Tanto la una
como la otra reducen al hombre a su crimen, lo encierran en él. El arte lleva a cabo el
movimiento contrario: no dice como el juez que este individuo es un criminal, sino que este
criminal es un individuo, un verdadero carácter singular. Por eso en las artes el criminal se
enamora, sufre, ríe, desea una cosa y la otra, se contradice, tiene propósitos, intereses,
valores, vive; su humanidad es redimida. El arte nos recuerda que el criminal no es esa
creación abstracta de las leyes y la moral, un malo, sino que es un hombre o una mujer con
un origen y una voluntad. Si el juicio moral, el tribunal, encarcela y humilla, el arte libera y
elogia.

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