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CARTA AL PADRE LLANO

Querido Padre Llano:

A título personal, motivado por la admiración y el respeto que siento


por Su Reverencia, quiero expresarle mi perplejidad por el artículo
publicado el pasado domingo 1 de julio en el diario EL TIEMPO,
titulado “Me duele la Iglesia”.

Estoy convencido de su recta intención, también, de la necesidad de


llevar a cabo una renovación permanente de nuestra Iglesia. Me
pregunto, sin embargo, si el medio y el modo utilizados para
invitarnos a la reflexión hayan sido los más adecuados y oportunos.

Me pregunto, incluso, si algunas de las inquietudes planteadas por


Su Reverencia hagan justicia a los múltiples esfuerzos y
transformaciones que el Papa, la Santa Sede y la Iglesia colombiana
han realizado para proclamar el mensaje de Cristo con mayor
apertura al mundo y coherencia evangélica. ¿Dónde están las
actuales excomuniones?¿Donde la oposición a la ciencia?¿Donde el
estilo esotérico y señorial?

La Iglesia Católica, en las últimas cinco décadas, ha demostrado


querer establecer con el mundo un diálogo abierto y fructífero. Ha
dado prueba de su compromiso con la causa de los más pobres y
desfavorecidos. Lejana a moralísimos retrógrados, ha querido
acercarse a todos los hombre y mujeres, sea cual sea su condición
de vida, para alentarlos en el camino del encuentro con Jesucristo.

La Iglesia colombiana, por su parte, ha intervenido e interviene


activamente en la esfera pública sobre temas de gran importancia
para el bien común de la Nación, ha trabajado activamente por la
reconciliación, la paz y la justicia social….
Pero nada menciona usted de todo esto en su columna. Presenta,
por el contrario, tal vez sin quererlo, la imagen de una Iglesia que
vive “cerrada sobre sí misma y de espaldas a la realidad”.

Quisiera invitarlo, querido Padre, a contemplar la Iglesia en


su realidad plena. Salga usted de su convento y de sus ideas
teológicas preconcebidas. Visite las diócesis, las parroquias, las
familias, los grupos de jóvenes, los movimientos y las misiones.
Escuche las verdaderas inquietudes de los fieles, sencillos y
piadosos, y no sólo los requerimientos de esa élite de teólogos
veteranos y quejumbrosos. Contemplará así, la imagen auténtica de
una Iglesia que, a pesar de los pesares, se mantiene viva, alegre,
joven, comprometida con su misión.

Si lo que pide a la Iglesia es apertura, comience por usted mismo.

Estoy seguro que, con este método práctico, muchas de sus


actuales inquietudes quedaran resueltas. Podrá así, ayudar a otros a
resolver sus posibles dudas de fe e interrogantes de vida... más que
a profundizarlos.

A mí la Iglesia no me duele. Por el contrario, me regocija, me colma,


me llena de esperanza. Creo en ella, Una, Santa, Católica y
Apostólica, con todas las fuerzas de mi alma y espero poder servirla
siempre con fidelidad y coherencia, perseverando -como usted-
hasta el final de mi vida.

Cuente siempre, querido Padre, con mi oración, admiración y


fraterna estima en el Señor,

P. Pedro F. Mercado Cepeda


Secretario Adjunto del Episcopado

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