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Hacia un
Nuevo Modelo
de Iglesia
Propuesta-Provocación
Apóstoles de la Palabra
— México 2006 —
www.padreamatulli.net
1
Diseño y edición de interiores
Jorge Luis Zarazúa Campa, fmap
Tel. (01 55) 5665 5379 * Fax: (01 55 5665 4793)
jorgeluiszarazua@prodigy.net.mx
Diseño de Portada:
Efraín Bragado Ángel
Ventas e informes:
edicionesapostoles@hotmail.com
2
Introducción General
3
Frente a esta realidad, es urgente pensar en un Nuevo Modelo
de Iglesia, dejando a un lado el pesimismo, la rutina y la inercia. Es
tiempo de empezar a ver más allá, a soñar con algo diferente y a dar
pasos concretos. Es tiempo de enfrentar con seriedad el problema
de nuestras masas católicas alejadas y empezar a ensayar algo, para
que también ellas puedan participar plenamente del gran banquete
que Dios tiene preparado para su Pueblo, superando el bache de la
así llamada Religiosidad Popular, que muchas veces raya en el pa-
ganismo.
Lo que a continuación se presenta, es una simple “propuesta —
provocación”, una invitación a pensar en un nuevo modelo de Igle-
sia, más adecuado a los tiempos actuales y con más fidelidad a la
Palabra de Dios y a la auténtica Tradición de la Iglesia. ¿Que podrá
haber riesgos? Claro que sí.
De hecho, hasta la fecha, al dar a conocer a unas cuantas per-
sonas estos escritos según iban saliendo (Tuve un sueño, 2002; Co-
munidades “Palabra y Vida”, 2003; Y las masas católicas ¿qué?,
2004; El Sacramento de la Reconciliación, 2004), no tuve ningún
comentario de parte de la gente más preparada teológicamente. Lo
único que escuché por medio de terceras personas, fue la recomen-
dación a no publicar nada para evitar problemas, una opinión total-
mente contraria al sentir de la gente sencilla, que, al leer los mismos
escritos, se llenaba de alegría y esperanza.
Pues bien, para alentar esta esperanza, doy a conocer a un pú-
blico más amplio mis inquietudes, convencido de que algo se va a
lograr, por lo menos remover un poco las aguas estancadas. Y ven-
ga lo que venga, por amor al Pueblo de Dios, a quien estoy llamado
a servir.
“Por amor de Sión no callaré,
por amor de Jerusalén no descansaré,
hasta que despunte la aurora de su justicia
y su salvación llamee como antorcha” (Is 62, 1).
4
Presentación
a la Segunda Edición
5
dos los medios posibles, hasta el visiteo de casa en casa, abordando
a todos uno por uno.
¿Y nosotros? Nada. Al toque de la campana, cada quien de-
cida si quiere o no acercarse al templo. Algo raro nos está pasando:
mientras todas las demás organizaciones religiosas están tratando
de aumentar su membresía, utilizando todos los medios posibles,
nosotros ni nos preocupamos de cuidar y retener a los miembros
que ya tenemos. ¿Por qué? Por falta de organización y estructuras
adecuadas. Y de todos modos seguimos bautizando y casando por la
Iglesia, como si no pasara nada a nuestro alrededor, sabiendo que
muchos, por no estar debidamente atendidos, algún día nos van a
dejar para ir a engrosar las filas de algún grupo proselitista.
Es urgente tomar conciencia de que ya no vivimos en un régi-
men de cristiandad y por lo tanto es necesario pensar en un nuevo
paradigma o modelo de Iglesia, capaz de formar a verdaderos cató-
licos, realmente convencidos de su identidad y preparados para re-
sistir ante el embate de los antivalores que presenta la sociedad y la
acción demoledora de los grupos proselitistas. Es el momento del
valor y la creatividad.
No tenemos que olvidarnos de que la Iglesia, con todas sus
instituciones, está en función de la misión. Primero la misión y des-
pués las instituciones. Las instituciones a servicio de la misión y no
viceversa. Cuando un sistema ya no sirve para llevar adelante la
misión, sino que la estorba, significa que ya caducó y por lo tanto
hay que cambiarlo, buscando uno nuevo. Pues bien, al darnos cuen-
ta que con el sistema actual una gran cantidad de feligreses queda
sin una debida atención pastoral, ¿qué estamos esperando para con-
cluir que es tiempo de pensar en algo nuevo, capaz de responder a
las necesidades actuales? ¿Qué entendemos por “vino nuevo en odres
nuevos”? (Mt 9,17). ¿Tan difícil nos resulta discernir los “signos de
los tiempos”? (Mt 16,3).
¿Hasta cuándo seguiremos con el cuento de que “no nos da-
mos abasto” o seguiremos echando la culpa de todo a los nuevos
tiempos, impregnados de secularismo, hedonismo y un montón de
ismos más? Si otras organizaciones religiosas avanzan, ¿por qué no
podemos avanzar también nosotros? ¿Por qué continuamente hay
católicos que dejan la Iglesia? Evidentemente, hay algo que no está
funcionando en el sistema eclesial, un sistema que es urgente adap-
tar a los tiempos actuales.
6
Desde antes del Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965),
ha habido distintas iniciativas, para poner a la Iglesia en grado de
responder a los retos que se le presentan hoy en día en orden a la
realización de su misión. Pues bien, llegó el momento de empezar a
vislumbrar algún proyecto, que abarque todo el ser y quehacer de la
Iglesia, un proyecto global de reestructuración eclesial a la luz del
dato revelado y la historia de la Iglesia, eliminando sobreestructuras
obsoletas, inútiles o dañinas, que le impiden marchar con agilidad y
seguridad. Ya contamos con muchas piezas nuevas; nos falta el dise-
ño general, un diseño que esté en sintonía con el proyecto del Fun-
dador y los tiempos actuales y al mismo tiempo dé sentido a cada
detalle.
De otra manera, lo dejamos todo a la improvisación y a las
teorías y gustos personales, que no tienen nada que ver con los au-
ténticos intereses del Reino, sin contar con un punto de referencia
preciso y seguro. Ojalá que a nivel general se empiece a entrar pron-
to en esta nueva perspectiva, con miras a fortalecer el papel de la
Iglesia y relanzar la misión, no olvidando el eterno principio “Salus
animarum suprema lex”.
Confío en que estas páginas puedan representar para mu-
chos un estímulo para pensar y actuar, sumándose a nuestra causa,
que consiste precisamente en ir vislumbrando un nuevo modelo de
Iglesia, en la cual todo católico tenga la oportunidad de vivir su fe
en plenitud, seguridad y dignidad, sin que nadie se sienta abandona-
do por falta de organización o estructuras adecuadas.
El nuevo título del libro, “Hacia un Nuevo Modelo de Igle-
sia”, nos parece más adecuado para expresar su contenido y al mis-
mo tiempo cumplir con su cometido de “provocar” la reflexión y la
acción, especialmente de parte de los que tienen mayor prepara-
ción y responsabilidad.
México, D.F., a 18 de febrero de 2006.
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8
Primera Parte
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10
Capítulo 1
Situación Alarmante
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Para justificar esta toma de posición, ¿presentan alguna razón
de tipo teológico? Ninguna. Les parece algo lógico y nada más, como
parte de una visión ecuménica acerca de las relaciones entre los
distintos productores de bienes espirituales, eliminando todo tipo
de distinción entre verdadero y falso, ortodoxia y heterodoxia, re-
velación divina o invento humano.
Según ellos, algo es algo. En lugar de quedarse sin ninguna guía
espiritual, es mejor que el católico alejado sea atendido por otros
pastores, sin fijarse en los contenidos religiosos y morales que pre-
sentan, si son conformes o están en contra de la doctrina católica.
Un total relativismo religioso y moral. ¡Y se consideran teólogos y
pastoralistas católicos!
En lugar de hacer investigaciones de campo, es decir con la
gente católica diseminada en los centros y en las periferias de las
grandes metrópolis, en las ciudades, los pueblitos, el campo y las
sierras, con sus distintas clases sociales, para conocer la realidad
del pueblo católico y buscar la manera de enfrentarla con valentía,
prefieren divagar en el mundo de los conceptos o inebriarse con los
avance del ecumenismo, considerado como la panacea de todos los
problemas eclesiales. Para ellos, todo lo que huele a masas y apolo-
gética es signo de atraso teológico y mental. Sufren de agorafobia e
irenismo.
Definitivamente, el futuro del mundo católico, según ellos, es-
taría en pequeños grupos de gente bien concientizada, que viviera
su fe en paz ecuménica en medio de otros grupos no católicos, como
si la actitud agresiva y conquistadora de los grupos proselitistas
fuera una reacción natural a otra actitud igualmente agresiva y con-
quistadora de los católicos. Algo totalmente irreal, inventado para
justificar la propia falta de compromiso con la evangelización de las
masas, considerada como algo totalmente imposible.
En el fondo, ¿de qué se trata? De un pretexto y nada más para
justificar la propia falta de imaginación creativa, aunada a un evi-
dente espíritu de inercia y deseo de seguir conservando los propios
privilegios. Claro, si queremos seguir con el mismo ritmo y estilo de
vida que tenemos actualmente, estamos destinados al fracaso en el
campo de la evangelización de las masas, teniendo en cuenta el espí-
ritu de creatividad y agresividad de los grupos proselitistas.
Pero eso no es el chiste. Si queremos enfrentar con seriedad el
problema de la evangelización de nuestras masas católicas alejadas,
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tenemos que poner todo sobre la mesa y ver si de veras podemos o
no podemos, cambiando lo que hay que cambiar y luchando con
todas nuestras fuerzas para alcanzar la meta. En realidad, de eso se
trata. Los que van a preparar los planes de batalla, no tienen que ser
los fracasados, los indolentes, los cobardes o los traidores, sino los
valientes, los leales y los decididos.
Primero se salieron con el cuento de que no había que tocar la
religiosidad popular, puesto que representa un camino de salva-
ción, igualmente válido como cualquier otro. Una vez constatado
que no resiste frente al embate de los grupos proselitistas, ahora se
salen con otro cuento aún más desastroso, afirmando que nosotros
no nos damos abasto para atender a nuestra gente y que por lo tanto
no hay que ver como un problema la presencia de los grupos prose-
litistas, sino como una ayuda necesaria y providencial.
Según esa manera de ver las cosas, la comunidad estaría en
función de los pastores y no los pastores en función de la comuni-
dad, lo que bíblicamente es un absurdo. Es suficiente ver la vida de
las primeras comunidades cristianas, cuando todo estaba en fun-
ción de la misión y para cada necesidad de la comunidad se estable-
cían ministerios adecuados para hacerles frente.
Sería como si un pastor, al no poder atender personalmente a
todas las ovejas, por su gran cantidad, viera con buenos ojos la lle-
gada de los lobos, o un empresario que, al no poder llevar personal-
mente todos sus negocios, los echara a perder o viera con buenos
ojos que otros se los arrebataran, quedándose con lo que él perso-
nalmente pudiera atender.
Según este tipo de gente, lo único que tendríamos que hacer
nosotros católicos, sería observar el curso de los acontecimientos,
sin intervenir para no dar la impresión de ser intolerantes. Así que,
si los demás hacen todo lo posible para conquistar a nuestra gente,
están en su derecho de hacerlo y además representan una ayuda
para nosotros; si nosotros tratamos de preparar a nuestra gente de
manera tal que se integre más a la Iglesia y no se deje arrastrar por
los grupos proselitistas, somos unos fanáticos, intolerantes y atra-
sados. Según ellos, la fragmentación del catolicismo popular, engu-
llido por los grupos proselitistas, sería un hecho ineludible, que no
podemos ni tenemos que contrastar por ninguna razón.
Pues bien, nosotros no estamos de acuerdo con esta visión de
la realidad y esta actitud frente a los acontecimientos, que nos pare-
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ce puro fatalismo y determinismo histórico. Nosotros estamos con-
vencidos de que podemos y tenemos que enfrentar con valor y de-
cisión el problema de la evangelización de nuestras masas alejadas,
confiando en Cristo y el papel único que tiene la Iglesia en orden a la
salvación del género humano.
Si ellos están acostumbrados al mundo de las ideas, sin un en-
trenamiento práctico para cimentarse con el mundo real de la evan-
gelización, es su problema. Así fueron educados en el seminario y
así siguen ahora, sin experiencia en inventar cosas para resolver el
problema de la evangelización de las masas. Por un lado, grandes
ideas y razonamientos que rayan en sofismas, y por el otro, pura
rutina sacramentaria, más cómoda y económicamente provechosa,
si se exceptúan algunas chispas especialmente en campo litúrgico.
Lo que les pedimos a esos señores (que no son todos los teólo-
gos, pastoralistas o agentes de pastoral, ¡conste!), es que no estor-
ben y nos dejen trabajar en paz, buscando la manera de evangelizar
y atender debidamente a nuestras masas alejadas. Es lo único que
les pedimos por el momento. Claro que no descartamos la posibili-
dad de una conversión. Lo que les deseamos de todo corazón.
Desde la calle:
Movimientos apostólicos y pueblo en general
No comparten la opinión de los que ven el asunto desde el
quinto piso. Es más: ni la conocen ni tienen la mínima sospecha de
que esto se pueda dar dentro de la Iglesia, y lo que es peor, de parte
de los responsables de su cuidado espiritual. No me imagino qué
pasaría el día en que el pueblo católico se enterara de esta manera
de pensar de muchos de sus pastores. Por lo menos quedaría fuerte-
mente escandalizado, para no decir profundamente decepcionado.
Al contrario, el pueblo católico tiene la convicción profunda
de que la Iglesia algo puede hacer y ya está haciendo para solucio-
nar el problema de la evangelización y atención pastoral de todos
sus miembros, sin acudir al auxilio de gente con doctrinas y prácti-
cas extrañas.
Esta convicción profunda del pueblo católico se manifiesta de
una manera especial en el esfuerzo que los movimientos apostóli-
cos y eclesiales están haciendo para dar la grande batalla de la evan-
gelización de las masas alejadas, rescatando a cuanta más gente sea
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posible de la ignorancia y el indiferentismo religioso mediante cur-
sillos, visitas domiciliarias y cuantas más iniciativas se les ocurren.
Donde más se nota el desaliento, la rutina y la inercia, es preci-
samente en el clero, que, mientras desprecia a las masas alejadas y
está dispuesto a dejarlas en manos de otros pastores, vive de ellas
repartiendo sacramentos al por mayor, sin hacer un verdadero es-
fuerzo por evangelizarlas y atenderlas debidamente. En lugar de
ver qué hacer para que lleguen a todos por lo menos las migajas del
Evangelio, se conforman con lo poco que hacen, descuidando lo
mucho que se podría hacer mediante el auxilio de otros
evangelizadores oportunamente preparados y remunerados.
Aquí precisamente está el meollo de todo el asunto: se quisiera
que los laicos trabajaran en la evangelización, pero sin una adecua-
da preparación, programada y costeada por la Iglesia, y una ade-
cuada remuneración. Que lo hagan todo “por amor a Dios”, así
nomás, espontáneamente y sin tocar las finanzas oficiales, que es-
tán destinadas a sostener el culto con sus ministros ordenados.
En este contexto, evidentemente, menos agentes de pastoral
haya y más se garantiza su adecuado sustento. Todo se ve teniendo
en cuenta la preparación y el sustento de los ministros oficiales. Es
lo primero que hay que salvar. ¿Y el bienestar espiritual del pueblo
católico? ¿Y el mandato misionero? Si hay tiempo y dinero. Que
esperen tiempos mejores o de plano busquen por otro lado.
Algo parecido está pasando con las religiosas: primero su se-
guridad económica, después la evangelización. Y visto que los cole-
gios garantizan mejor la seguridad económica, se vuelcan hacia la
educación, dejando a un lado la evangelización, que no garantiza
nada ni para el presente ni para el futuro.
Según mi opinión, aquí está la raíz de todo el problema: en la
crisis del clero y la vida consagrada, que representa la crisis de un
modelo eclesial agotado. Por lo tanto, urge plantearse el problema
de la evangelización de las masas católicas y del mundo pagano,
como estímulo para poner al descubierto las causas del actual es-
tancamiento que se nota en la Iglesia católica, camuflado por la
euforia de las visitas papales y la canonización de nuevos santos, y
empezar a vislumbrar alguna posible solución.
La misma acentuación del compromiso con los pobres, bus-
cando en primer lugar la transformación de las estructuras econó-
micas y políticas de la sociedad, en la mayoría de los casos es un
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reflejo del excesivo interés por lo material y la poca sensibilidad
por lo espiritual, en cuyo manejo su incompetencia es demasiado
evidente.
TAREA
1. ¿Es lo mismo pertenecer a la Iglesia Católica o a uno de los
grupos proselitistas, que están haciendo todo lo posible para
convencer a los católicos a cambiar de religión (testigos de
Jehová, adventistas del séptimo día, pentecostales, etc.)?
Sí No
2. ¿Cuáles diferencias encuentras entre la Iglesia Católica y los
grupos proselitistas?
Iglesia Católica:
Grupos proselitistas:
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sia) o son inducidos por los que pertenecen a los grupos prose-
litistas?
-Espontáneamente
-Son inducidos
7. ¿Cómo te sientes cuando llega algún miembro de los grupos
proselitistas para convencerte a cambiar de religión?
-Capaz, preparado bíblicamente y seguro.
-Impreparado, impotente, inseguro y miedoso.
8. ¿Cómo se sienten los que pertenecen a los grupos proselitistas
cuando van de casa en casa, para convencer a los católicos a
cambiar de religión?
-Capaces, preparados bíblicamente y seguros.
-Impreparados, impotentes, inseguros y miedosos.
9. Los que pertenecen a los grupos proselitistas, ¿están realmente
preparados en campo bíblico o se están aprovechando de ka
ignorancia de los católicos?
-Están realmente preparados.
-Se están aprovechando de la ignorancia de los católicos.
10. Tú ¿cómo te sientes ante esta situación?
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13. ¿Es posible enfrentar el problema del proselitismo religioso,
sin aportar ciertos cambios al interior de la Iglesia?
Sí No
Si la respuesta es negativa, ¿cuáles cambios sugieres?
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Capítulo 2
Palabra de Dios
¿Qué dice al respecto la Palabra de Dios, secundada por la Tra-
dición y la praxis bimilenaria de la Iglesia? Sin duda, no está de
acuerdo con los que ven las cosas desde el quinto piso.
Huesos secos
Un campo de huesos secos se presenta delante de los ojos del
profeta. Dios le pregunta: “Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos
huesos?”. Respuesta: “Señor Yahvé, tú lo sabes” (Ez 37, 3). Aquí
está la fe del profeta, que se basa, no en los cálculos humanos, sino
en el poder de Dios. Y viene el milagro: el profeta habla y los huesos
secos se juntan, recobran su carne y su espíritu y se transforman en
un ejército.
Explicación: “Hijo de hombre, estos huesos son toda la casa de
Israel. Ellos andan diciendo: Se han secado nuestros huesos, se ha
desvanecido nuestra esperanza, todo se ha acabado para nosotros.
Por eso profetiza. Les dirás: Así dice el Señor Yahvé: He aquí que yo
abro sus tumbas, pueblo mío: los haré salir de sus tumbas, pueblo
mío, y los llevaré de nuevo a la tierra de Israel. Entonces, sabrán
que yo soy Yahvé cuando abra sus tumbas y los haga salir, pueblo
mío. Infundiré mi espíritu en ustedes y vivirán; los estableceré en
su tierra y entonces sabrán que yo, Yahvé, lo digo y lo hago, oráculo
de Yahvé” (Ez 37, 11-14). Así, en un pueblo desterrado y desanima-
do, renace la esperanza por la fe en el poder de Dios, una fe centrada
en el profeta que en nombre de Dios habla sobre los huesos secos y
hace posible el milagro.
¿Qué estamos esperando para que esto se haga realidad entre
nosotros? Nuestras masas católicas, frente al avance de los grupos
proselitistas, se sienten desanimadas, frustradas, acomplejadas y
abandonadas. ¿Dónde están los profetas, capaces de reanimarlas en
nombre de Dios? Al contrario, los amigos del quinto piso vienen a
desanimarlas aún más con sus anuncios de mal agüero, asegurando
que no hay nada que hacer para que esos huesos secos puedan tener
vida dentro de la Iglesia. El único camino de salvación que les pro-
ponen, se encuentra fuera de la propia Iglesia. ¡Una auténtica locu-
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ra en campo bíblico y teológico! ¡Un evidente reconocimiento del
propio fracaso pastoral y de la propia falta de fe e imaginación
creativa! Una señal de alarma acerca de la actual situación de la
Iglesia, muy atenta, respetuosa y abierta hacia fuera y muy descui-
dada hacia adentro.
TAREA
1. ¿Ya conocías Ez 37,1-14?
Sí No
2. Copia lo que te parece más importante de los dos textos:
- Ez 37, :
20
- Mc 6, :
21
6. Con relación al futuro de las masas católicas, ¿cuál es tu
utopía (sueño, ideal, meta, deseo)?
22
Capítulo 3
En concreto,
¿Qué podemos hacer?
- Prácticas de piedad.
Es necesario aprovecharlas para evangelizar al pueblo católi-
co. ¿Cómo? Haciendo un uso abundante de la Palabra de Dios: Ro-
sario Bíblico, Vía crucis Bíblico, Posadas Bíblicas, Novenario de
difuntos Bíblico, etc. El enorme éxito que está teniendo este tipo de
folletos, es un claro reflejo de la gran sed de Dios, presente en el
pueblo católico.
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permitiendo y alentando el consumo de bebidas alcohólicas, distri-
buyendo sacramentos al por mayor, con escasa o nula preparación,
etc.
Aparte de esto, hay que ver cómo aprovecharlas para evange-
lizar, promoviendo algún concurso bíblico entre niños, adolescen-
tes, jóvenes y adultos, concurso de teatro, poesía, grupos de música
cristiana, concurso con disfraces de santos, concursos de coros,
carros alegóricos bíblicos o que representen al santo que se está
festejando. Es tiempo de empezar a desmitificar a los santos con sus
relativas imágenes, y todo esto en un contexto festivo y popular,
para poder llegar a las masas.
Si los agentes de pastoral empiezan a ver las fiestas religiosas
populares en una perspectiva de evangelización, no les faltarán ini-
ciativas para su imaginación creativa, propiciando un nuevo des-
pertar en el arte popular, especialmente en el teatro, la danza y la
música. Imagínense cuánto trabajo podrían tener los conjuntos de
música cristiana, si se aprovecharan oportunamente las fiestas reli-
giosas. Se podría dar origen a un nuevo género musical en campo
católico.
24
Solamente así garantizaremos su perseverancia, una vez reci-
bido el sacramento. Y puesto que la mayoría de los católicos acude
a la catequesis presacramental, ésta ofrece una oportunidad única
para fortalecer la fe del católico común y ponerlo en grado de resis-
tir frente a cualquier solicitación que le venga de parte de los grupos
proselitistas.
Si, al contrario, seguimos insistiendo en el aprendizaje de cier-
tas fórmulas como condición para tener acceso al sacramento, no
tenemos que extrañarnos si, una vez logrado el objetivo, ya no vuel-
ven. En realidad, las fórmulas no entusiasman a nadie. Se necesita,
antes que nada, crear entusiasmo entre los que acuden a la cateque-
sis presacramental, y con la Palabra de Dios se logra esto con cre-
ces, y después programar un verdadero entrenamiento para que,
los que acuden a la catequesis, se acostumbren a orar, a respetarse
y a vivir en comunidad como verdaderos discípulos de Cristo.
Es tiempo de acabar con una praxis, que está distorsionando el
sentido del sacramento, considerado como un rito y nada más, de-
legando a retiros y cursos de evangelización el verdadero encuen-
tro con Dios. Es tiempo de unir la evangelización con el sacramento,
reviviendo el papel del sacramento como instrumento y manifesta-
ción del propio encuentro con Dios.
- Primera Confesión
y Primera Comunión.
Antes que nada, hay que separar estos dos sacramentos para
que cada uno sea visto en su función específica y no uno en función
del otro. Que pasen por lo menos unos seis meses entre la Primera
Confesión y la Primera Comunión. Así uno se va entrenando a prac-
ticar el sacramento de la confesión y éste no quede oscurecido por
el de la comunión.
En la práctica, ¿qué estamos haciendo y qué proponemos?
Empezar con un breve curso sobre la Historia de la Salvación («Curso
Bíblico para Niños»), para que el niño se vaya familiarizando con la
Biblia. Sigue el curso de preparación para la Primera Confesión y
Primera Comunión («Pan de Vida»), buscando los textos directa-
mente en la Biblia para examinarlos, hacer las tareas y aprender de
memoria los más importantes.
En apéndice se presentan las oraciones más importantes, las
enseñanzas fundamentales y aquellos elementos que no fueron tra-
25
tados anteriormente, en forma de catecismo tradicional. Depende-
rá del párroco y el catequista seleccionar lo que considere conve-
niente para el estudio o el aprendizaje.
Se concluye con un cursillo de apologética («Soy Católico»),
donde se aclara el fundamento de la Iglesia Católica y se da respues-
ta a los principales ataques de los grupos proselitistas.
La experiencia enseña que, donde esto se está llevando a cabo,
los niños y adolescentes se sienten seguros en su fe y orgullosos de
ser católicos. Ya no tratan de escabullirse, cuando alguien los cues-
tiona en su fe. ¿Cómo será el catolicismo de aquí a 20 — 30 años,
cuando la mayoría de los católicos contará con este tipo de forma-
ción básica?
Después de haber hecho la Primera Comunión, los niños y los
adolescentes se siguen reuniendo como una pequeña comunidad
cristiana, con oración, canto, mesas redondas, reflexiones bíblicas,
vida de santos, etc. Todo depende del grado de fe y madurez cristia-
na de quienes los dirigen. El teatro bíblico y los juegos bíblicos se
han manifestado como óptimos medios de entretenimiento y al mis-
mo tiempo de profundización de la Palabra de Dios en esta etapa de
la vida cristiana. Para eso contamos con el folleto “Aprender la Bi-
blia Jugando”.
- Confirmación.
Se empieza con un curso bíblico («Historia de la Salvación.
Curso Bíblico Popular»), en que se profundizan los elementos ya
examinados en el curso anterior. Sigue el curso específico para la
Confirmación («Ven, Espíritu Santo»), dividido en tres partes: a)
Cristo, el único Salvador, b) Cristo, el único Señor, c) Cristo manda
su Espíritu. Cada parte se concluye con un retiro espiritual. Lo ideal
sería que el mismo sacramento se confiriera durante el último reti-
ro, en un clima de recogimiento y oración.
Al mismo tiempo, durante el transcurso de la preparación, to-
dos los domingos y fiestas de guardar se tiene que acudir a la cele-
bración eucarística o al encuentro de oración (en caso que no se
cuente con celebración eucarística), se tiene que practicar alguna
obra de misericordia corporal y espiritual, participar en algunas
jornadas vocacionales, etc., y todo esto bien comprobado mediante
testimonios e informes por escrito.
26
De una vez por todas tenemos que olvidarnos de la praxis ac-
tual, según la cual basta saberse de memoria algunas nociones de
doctrina cristiana para tener acceso a los sacramentos. Pues bien,
no basta saber, hay que practicar. Teoría y práctica. Buenas inten-
ciones y hechos concretos. Mente, corazón y vida. Conocimiento y
experiencia. Esta es la vida cristiana. Es un caminar, no un simple
saber. Y en este proceso intervienen los sacramentos para sellar un
camino recorrido y marcar el rumbo a seguir para el futuro.
Para completar la formación, antes de la recepción del sacra-
mento de la Confirmación, es oportuno afianzar más la propia iden-
tidad como católico, con otro curso de apologética (La Iglesia Cató-
lica y las Sectas: preguntas y respuestas), más amplio y completo
que el primero.
- Matrimonio.
En lugar de seguir con alguna plática genérica y masiva acerca
de los contenidos de la fe, ¿no es mejor que una pareja de católicos
bien integrados a la comunidad parroquial se encargue de su prepa-
ración? En realidad, no se trata de transmitirles puros conocimien-
tos doctrinales, sino de ayudarlos a crecer como seres humanos e
hijos de Dios, a la luz de la Palabra de Dios y de la sana psicología,
dando amplio espacio al diálogo entre los mismos novios. Es lo que
pretendemos mediante el folleto “Un pacto de Amor”.
Además, ¿por qué no exigir un retiro espiritual como prepara-
ción inmediata para la recepción de este sacramento? ¿No será para
evitar protestas de parte de algunos inconformes, con el riesgo de
ver disminuir el número de los matrimonios religiosos con relativa
disminución de los ingresos económicos?
Imagínense qué sucedería el día en que todos los que quisieran
casarse por la Iglesia tuvieran que asistir a un retiro espiritual de
unos dos o tres días. ¡Cuántos agentes de pastoral tendrían trabajo
de sobra con su relativa remuneración, permitiendo, además, un
uso más abundante y constante de las casas de retiro y en general de
las instalaciones de la Iglesia!
27
nistrativo y funcional, sino como un espacio donde madurar como
seres humanos e hijos de Dios.
Aquí está la clave de todo y la razón del fracaso de cierto tipo
de comunidad, impuesto desde arriba en función de una ideología o
sencillamente de la parroquia. No. El objetivo de la pequeña comu-
nidad cristiana consiste en procurar el bien de sus miembros a to-
dos los niveles. La verdadera comunidad cristiana es una palestra,
en que uno se entrena a vivir como hijo de Dios, y al mismo tiempo
representa un remanso de paz en que se aprende a saborear los fru-
tos de una vida según el plan de Dios.
En la pequeña comunidad cristiana uno encuentra la oportuni-
dad de desahogarse, abrirse y pedir ayuda. Al mismo tiempo, tiene
la oportunidad de compartir, aprender y prestar ayuda. Se llora con
quien llora y se ríe con quien ríe. Se ora el uno por el otro. Se hace
realidad la doctrina del Cuerpo Místico de Cristo.
Claro que, una vez fortalecido en la comunidad, cada uno po-
drá ofrecer un mejor servicio a la parroquia o a la Iglesia en general,
según la propia disponibilidad y el don recibido. (Ver AMATULLI
VALENTE, FLAVIANO, Comunidades “Palabra y Vida”, Ediciones
Apóstoles de la Palabra, México 2006).
- Catequesis personalizada.
Se necesita un encuentro personal entre el creyente y el aleja-
do. Más que una doctrina, lo que despertará el interés en el alejado
será la esperanza de encontrar una respuesta a las propias inquietu-
des de superación y felicidad. De ahí la importancia del diálogo per-
sonal y el testimonio de vida.
El problema es: “¿Cómo acercar a tanta gente alejada? ¿Por
dónde empezar?” Es que no tenemos experiencia en este tipo de
apostolado.
28
- Preparación para papás y padrinos del bautismo
Lo mismo que para los novios. En casa; si es posible, con la
participación de todos los miembros de la familia. Se trata de palpar
la realidad que se vive en aquel hogar y tratar de ayudar a todos a
dar un paso en adelante con ocasión del nacimiento de un nuevo
miembro de la familia y su inserción en la comunidad eclesial.
Mediante estos encuentros en un clima de familia, es fácil dar
inicio a una relación de amistad, cuyas consecuencias son imprede-
cibles. Los lazos se van estrechando siempre más, hasta volverse
compadres y llegar a compartir los mismos ideales y la misma vida
cristiana. Para eso tenemos el folleto “Hijos de Dios y Herederos de
la Gloria”, en el cual se conjugan oportunamente la Palabra de Dios
y algunas dinámicas de terapia familiar.
29
cunstancia para acercarse a nuestra gente y conquistarla. ¿Por qué
no lo hacemos nosotros? ¿Quiénes? Los laicos más comprometidos,
oportunamente preparados y entrenados para este ministerio. Para
este ministerio, se puede aprovechar la celebración del Novenario
de Difuntos ((Ver AMATULLI VALENTE, FLAVIANO, Novenario de
Difuntos, Ediciones Apóstoles de la Palabra, México 2006).
- Visitas domiciliarias.
Algo se está haciendo en este aspecto, pero muy poco y sin un
adecuado entrenamiento. Por lo general, no se visitan las casas de
los que no son católicos. ¿Por qué? Por no sentirse preparados para
entablar un diálogo con este tipo de personas. ¿Y qué pasa? Que, de
todos modos, los católicos alejados presentan las mismas dudas y
las mismas objeciones de los que ya se salieron de la Iglesia. ¿Qué
hacer, entonces? Prepararse adecuadamente para realizar las visi-
tas domiciliarias, estando capacitados para dialogar con todo tipo
de gente: creyente y no creyente, católica o no católica. No se pue-
de ir a la guerra, sin estar debidamente entrenados.
Además, para que las visitas domiciliarias sean provechosas,
es oportuno programar los temas a tratar y llevar un control de los
hogares que se están visitando con la gente que asiste a las charlas,
hasta no lograr su completa integración a la vida parroquial. Claro
que no todos aceptan las visitas con sus relativas enseñanzas. Y,
entre los que aceptan, un porcentaje muy bajo llega a una verdadera
conversión. De todos modos, se le hace la lucha. Algo es algo. Mejor
poco que nada. Lo que importa, es avanzar.
Una reflexión: ¿Qué sería de la Iglesia el día en que los sacer-
dotes, los diáconos permanentes, los seminaristas, las religiosas y
demás agentes de pastoral empezaran a hacer las visitas domicilia-
rias? Empezarían a bajar del quinto piso y a ver las cosas de una
manera muy diferente. Sería el inicio de la grande revolución en la
Iglesia, el rompimiento del paradigma actual para dar inicio a un
nuevo paradigma.
- Misiones populares.
Con otro estilo, evidentemente, y con gente preparada para el
caso, los misioneros parroquiales precisamente, en misión perma-
nente. Podrían abarcar un barrio, una ciudad o parte de ella. Según
las necesidades concretas, podrían participar solamente los misio-
30
neros del mismo territorio u otros de los territorios cercanos. Todo
un estilo nuevo que hay que inventar e implantar dentro de la Igle-
sia con espíritu de optimismo y creatividad.
31
- Ambientes.
Campesinos, estudiantes, empleados, políticos, migrantes, en-
fermos, etc.
- Personas.
Niños, adolescentes, jóvenes, adultos y tercera edad.
- Preparación.
No basta invitar a la gente a evangelizar. Hay que prepararla
primero. No hay que olvidarse del refrán latino: “Nemo dat quod
non habet” (nadie da lo que no tiene). Primero prepararla y después
enviarla. ¿Cómo prepararla? Mediante cursos a nivel parroquial e
interparroquial, escuelas de evangelización y catequesis, institutos
de teología para laicos, programas de teología a distancia, etc.
Lo importante es que puedan contar con algún tipo de forma-
ción sistemática. En este aspecto, los apóstoles de la Palabra tene-
mos a disposición de los agentes de pastoral y los misioneros
parroquiales dos iniciativas muy concretas: curso de evangeliza-
ción y catequesis y curso de teología a distancia, algo que ya se está
practicando en nuestros centros de evangelización, abiertos para
todos, y se puede fácilmente implantar en cualquier lugar.
32
Una vez llevado a cabo el proceso de formación y maduración
en la fe según su carisma y estilo propio, estarán en grado de ofrecer
a la parroquia y a la diócesis un servicio más efectivo, de una mane-
ra especial a favor de los más alejados.
33
Claro, primero hay que seleccionarlos, prepararlos debidamen-
te, acompañarlos y darles un verdadero status dentro de la Iglesia.
No se trata de tomarlos así nomás y darles algún encargo, con la
posibilidad de despedirlos en cualquier momento, a veces sin darles
ni las gracias.
Aquí está el punctum dolens (el punto que duele). Y para no
enfrentar este problema con seriedad y sentido de responsabilidad,
se prefiere trabajar a solas, abandonando a su destino a cantidades
enormes de católicos, bajo cualquier pretexto.
34
- Papel de la parroquia territorial
Coordinar fuerzas. Comunidad de comunidades, no iguales,
sino diferentes, cada una según su carisma y estilo propio. Las co-
munidades eclesiales de base como una opción entre tantas. Unidad
en la diversidad.
Con un párroco, no dictador, sino coordinador. Que todo se
haga en libertad y respeto. Un verdadero taller de humanismo, civi-
lidad y ejercicio de la fe.
TAREA
1. Según tu opinión, ¿cuáles son las dificultades más grandes para
echar andar este programa?
35
5. ¿Es importante atender a los enfermos y a los moribundos?
Sí No
¿Por qué?
36
OBJECIONES
37
para tomar conciencia del problema y tratar de enfrentarlo seria-
mente. Una vez aclarado que no es correcto abandonar las masas
católicas en las manos de los grupos proselitistas o la no creencia,
no faltarán iniciativas para enfrentar con seriedad el problema de la
evangelización de nuestras masas católicas, creando una nueva
manera de ser Iglesia.
Teniendo en cuenta esto, todas las iniciativas prácticas que se
presentan aquí, son simples sugerencias o intentos para dar res-
puesta a las distintas problemáticas que se presentan en el campo de
la evangelización de las masas. Y no se olvide que es siempre la
misión la que define el ritmo y el estilo de Iglesia para cada tiempo y
cada lugar.
38
6.- Y después, ¿qué?
Supongamos que algún día lográramos evangelizar nuestras
masas alejadas. Y después, ¿qué? ¿Estaríamos en grado de aten-
derlas debidamente, teniendo en cuenta la escasez de ministros
ordenados de que disponemos actualmente? ¿No sería injusto
evangelizarlas y después dejarlas sin una adecuada atención pas-
toral, especialmente por lo que se refiere al sacramento de la re-
conciliación y a la celebración eucarística?
Respuesta: la evangelización de las masas sin duda aportará
nuevas vocaciones para el ministerio ordenado. De todos modos, el
pertenecer a la Iglesia Católica representa una enorme ventaja con
relación a la pertenencia a otras organizaciones religiosas. ¿O acaso
un ministro de los grupos proselitistas puede dar más que cualquier
agente de pastoral católico no ordenado?
Posiblemente esta duda está a la base de la actitud permisiva
con relación al fenómeno del proselitismo sectario.
39
CONCLUSIÓN
- Cambio epocal
La situación actual de la Iglesia y el mundo entero nos dan a
entender que nos encontramos frente a un cambio epocal, no
generacional como estábamos acostumbrados antes. En el mundo
profano se habla de nueva era, con matices muy diferentes. En nues-
tro caso, al hablar de cambio epocal, queremos subrayar el hecho
que, frente a la nueva situación que se ha ido creando, se necesita
una verdadera reestructuración al interior de la Iglesia, que la libe-
re de cargas inútiles y la ponga en grado de vivir el Evangelio en
plenitud y lanzarse a la misión.
En realidad, para eso está la Iglesia. Desde el momento en que
40
se nota que no puede cumplir con este cometido, hay que pensar
seriamente en cambios profundos, que le permitan retomar aliento
y ponerse en grado de responder a su vocación original con relación
a sus miembros y a la sociedad entera.
Estas podrían ser algunas líneas de acción, que podrían desen-
cadenar en la Iglesia un proceso de renovación general:
- Comunión y participación.
Menos clericalismo con acaparamiento de bienes y funciones
en orden a la vida de la Iglesia y más protagonismo del laicado.
Misma dignidad para todos los miembros del Pueblo de Dios, fun-
dada en el mismo bautismo y la presencia del mismo Espíritu, evi-
tando cualquier tipo de discriminación.
- Cuidado de la fe.
Debido al acoso constante de parte de otros productores de
bienes espirituales, será necesario de parte de los pastores de la
Iglesia tener un cuidado especial para que el rebaño no se desvíe,
cayendo en el indiferentismo religioso, el sincretismo o el abando-
no de la fe. Respeto y diálogo con todos, sí; complejo de inferiori-
dad y abandono del rebaño en manos de otros pastores, no.
- Misión.
La Iglesia es misionera por naturaleza. En consecuencia, por
ninguna razón, el aprecio que tiene por otras expresiones culturales
y religiosas, le tiene que impedir el cumplimiento de su misión fun-
damental, que consiste en “anunciar el Evangelio a toda criatura”
(Mc 16, 15).
41
- Creatividad.
Frente a los enormes retos que hoy en día presenta la evange-
lización, es necesario fomentar a todos los niveles el espíritu de
búsqueda y creatividad. Solamente así es posible salir del bache, en
que nos encontramos con relación a las enormes masas católicas
abandonadas, y avanzar, como sucede con cualquier tipo de empre-
sa u organización de tipo cultural o religiosa. En este aspecto, los
grupos disidentes nos dan ejemplo.
Por lo tanto, no hay que tener miedo a la competencia entre un
método y otro, una línea pastoral y otra, un tipo de espiritualidad y
otro. En la Iglesia Católica hay cabida para todos y para todo, siem-
pre que no se salga de la recta doctrina.
Ya no es tiempo de autoritarismos o represión. Ya el texto
único no tiene sentido. En la sana competencia se ve lo que vale y lo
que no vale, lo que sirve y lo que no sirve. El ipse dixit (lo dijo él) de
por sí no dice nada, a menos que la experiencia no lo confirme con
su eficacia práctica. En realidad, el principio de autoridad de por sí
no resuelve los problemas. Al contrario, su abuso puede complicar-
los, en lugar de resolverlos.
- Grito de alarma
Estas breves reflexiones acerca de la suerte de nuestras masas
de creyentes quieren representar un grito de alarma para la con-
ciencia de los responsables de la Iglesia y todo el pueblo de Dios.
Que no se dejen engañar por los futurólogos sin fe. Que se vuelva a
la perspectiva correcta, centrada en la fe.
O seguirá aumentando el éxodo silencioso de nuestras masas
hacia nuevas propuestas religiosas, cuyos méritos son exaltados con
todos los medios posibles por los grupos proselitistas en un afán sin
precedente por conquistar a cuanta más gente se le presente en su
camino. Un día la Historia nos pedirá cuenta, por haber echado a
perder masas enormes de católicos, que costaron sudores y sangre
a millares y millares de misioneros y pastores de almas, que para
atraerlas hacia el redil y cuidarlas no escatimaron ni tiempo ni es-
fuerzo.
42
TAREA
1. ¿Qué prefieres entre estas dos posibilidades?
- Lo mejor es exigir más preparación y compromiso para acu-
dir a los sacramentos, aunque se prevea que algunos estarán
inconformes y se alejarán más de la Iglesia.
- Para que todos sigan recibiendo los sacramentos, aunque
desconozcan su significado y valor, es mejor poner pocos re-
quisitos.
2. Teniendo en cuenta la situación concreta en que se encuentra
tu ambiente, ¿es posible el diálogo ecuménico e interreligioso?
Sí No
3. Para frenar la salida de los católicos hacia los grupos proselitis-
tas, ¿qué puede ayudar: el diálogo ecuménico e interreligioso
o la apologética?
-Diálogo ecuménico e interreligioso
-Apologética
¿Por qué?
43
8. ¿Qué piensas hacer para que la Biblia se vuelva en tu libro de
cabecera y en el libro de todo creyente?
44
Segunda Parte
PARÁBOLAS
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46
1. La Guerra de los Girasoles
Cuando a cada invasor se le ofrecía un girasol
Había una vez un rey tan bueno, tan bueno, tan bueno, que no
se cansaba de hablar de paz, amor y comprensión.
- Si todos somos hijos del mismo Padre Dios – solía repetir sin
descanso -, ¿por qué no hacemos el esfuerzo por comprendernos,
amarnos y ayudarnos entre todos? Entre nosotros la única ley que
tiene que existir, tiene que ser la ley del amor.
Su grande aspiración era construir un reino de paz, amor y
comprensión, donde no hubiera violencia ni atropello alguno, sino
puro amor y respeto entre todos.
- Y si alguien intenta hacerme algún daño – preguntó en alguna
ocasión un ciudadano de la calle -, ¿cómo tengo que reaccionar?
- Con amor - contestó el rey -, todo y siempre con amor.
- ¿Y si alguien me amenaza con una espada?
- Entrégale un girasol – volvió a contestar el anciano rey-. Con
el amor, todo se vence.
En realidad, en aquella región había muchos girasoles. Por lo
tanto, a nadie le resultaba difícil conseguir algún girasol, para cum-
plir con la orden del rey, en caso de surgir alguna dificultad. Y así,
poco a poco, en el Reino de los Girasoles fue desapareciendo el ejér-
cito, la guardia nacional y la policía. Hasta los tribunales salieron
sobrando.
- Cosas de otros tiempos – contestaban los funcionarios rea-
les, cuando alguien se quejaba por algún atropello recibido o algún
problema que se presentara.
Pareciera que con la nueva ley todo iba a cambiar en el Reino
de los Girasoles, haciendo revivir la mítica Edad de Oro, cuando en
el mundo había solamente gente buena y no existía ningún tipo de
maldad. Pero no fue así. En realidad, las cosas, en lugar de mejorar,
fueron empeorando cada día más. En lugar de haber más paz, armo-
nía y comprensión entre todos, aumentaron los robos y los asesina-
tos, sin que ninguna autoridad se percatara de ello ni interviniera
47
mínimamente. Ya nadie se preocupaba por saber si algo era bueno o
malo, debido o indebido. Todo era lo mismo, a la insignia del gira-
sol.
Y así se llegó al caos más completo, tanto que, hasta la fecha,
cuando se habla de aquellos tiempos, se habla de la época más triste
y desastrosa en la historia de aquel país. Fíjense que en aquellos
años por suma desgracia el Reino de los Girasoles sufrió una grande
invasión de parte de los pueblos vecinos y llegó a perder más de la
mitad del territorio nacional, sin que nadie opusiera resistencia al-
guna, limitándose todos a ofrecer girasoles a cualquier invasor ar-
mado que se les presentara.
Afortunadamente, el día menos pensado, cuando parecía que
ya todo estaba perdido, en el Reino de los Girasoles surgió alguien,
que, arriesgando su propia vida, lanzó el grito: “Girasol con girasol
y espada con espada”. No obstante la apatía general, un puñado de
valientes patriotas siguió su ejemplo, dándose a la ardua tarea de
parar a los invasores, reconquistar los territorios perdidos y devol-
ver el orden en el país. Así empezó una nueva época en la historia
del Reino de los Girasoles, llamada la “Época de los realistas”, en
oposición a la época anterior, llamada la “Época de los soñadores”.
48
2. La Sabiduría de Dios
El día en que todo el pueblo tuvo acceso a ella
49
un paquete lleno de Sabiduría de Dios, que por lo general se guarda-
ba en el hogar como recuerdo del acontecimiento.
Con eso se había creado en el pueblo la convicción general
de que solamente algunos eran dignos y estaban capacitados para
alimentarse directamente de la Sabiduría de Dios. Se hablaba de
casos en que alguien quiso alimentarse de ella por su propia cuenta
y, en lugar de mejorar, se había enfermado más, hasta provocar en
el pueblo verdaderas epidemias. Problema de dosis, incompeten-
cia, indisciplina o quién sabe qué.
Por suma desgracia, parecía que los mismos guardianes del
Valle de la Salud se alimentaban muy poco del sagrado alimento. De
hecho, padecían de los mismos males que padecían los demás ciu-
dadanos, por lo cual muchos empezaban a dudar acerca de la bon-
dad de dicho alimento, su origen divino y eficacia en orden a reme-
diar los males y conseguir la salud.
Se preguntaban: “Si es cierto todo lo que nos dicen las auto-
ridades del pueblo, ¿por qué entonces nosotros seguimos con las
mismas enfermedades? ¿Por qué los pueblos vecinos, que no cuen-
tan con un alimento tan especial, se ven más saludables que noso-
tros y no se cansan de invitarnos a adoptar su tipo de alimentación
y su estilo de vida?”
El desconcierto fue tan grande que mucha gente, movida por
la curiosidad y deseosa de una vida mejor, empezó a emigrar hacia
los territorios cercanos en busca de alivio para sus males y prospe-
ridad. El éxodo de la población fue tan grande, que las mismas auto-
ridades del Pueblo de Dios empezaron a cuestionarse y a preocu-
parse seriamente, no entendiendo el secreto de un éxito tan rotun-
do de parte de los pueblos vecinos.
Hasta que no lograron resolver el enigma: los pueblos veci-
nos se alimentaban precisamente de la Sabiduría de Dios. “¿Cómo
es posible esto? – Se preguntaban intrigados los jefes del pueblo,
encargados de distribuir el sagrado alimento-. ¿Acaso el sagrado
alimento no está bajo nuestro cuidado? ¿Cómo, pues, a los demás
pueblos les llega la Sabiduría de Dios?”. Por fin descubrieron que
los pueblos vecinos, conocedores del valioso tesoro presente en el
Pueblo de Dios, habían hecho un túnel bajo tierra hasta llegar al
Valle de la Salud y alcanzar la Sabiduría de Dios, alimentándose de
ella abundantemente.
50
Esto provocó un revuelo entre todos, ciudadanos y autori-
dades. Mientras algunos encargados seguían con sus explicaciones
acerca del sagrado alimento, otros empezaron a repartirlo a manos
llenas, organizando por todo lado “cocinas y comedores popula-
res”, adonde todos, sin distinción alguna, acudían para alimentarse
de la Sabiduría de Dios, lo que pronto causó una mejoría general
entre toda la gente.
Al constatar este hecho, pronto se reunieron las autoridades
del pueblo y emanaron el siguiente decreto: “Sabiduría de Dios para
todos y Sabiduría de Dios para todo. Todo con la Sabiduría de Dios
y nada sin la Sabiduría de Dios”. Desde entonces una nueva etapa
empezó en la historia del Pueblo de Dios.
51
3. Títulos y Títulos
Cuando los maestros se la pasaban
en puras fiestas de graduación
52
- ¿No ven que somos tan pocos, que apenas nos damos abasto
para las tareas de administración y graduación? ¿Cómo podemos
encargarnos de la enseñanza? De hoy en adelante, que sean los mis-
mos papás o tutores que transmitan a las nuevas generaciones los
conocimientos que necesitan para una vida sana y un trabajo ho-
nesto.
- Y para los títulos, ¿cómo vamos a hacer?
- No se preocupen. Nadie quedará sin título. A cambio de una
módica recompensa, cada ciudadano tendrá derecho a recibir de
parte de la universidad Luz de las Naciones el título que necesite, sin
la obligación de poner pie en ninguna escuela oficial. Todo se hará
confiando en la buena fe y sinceridad de los interesados, sus papás,
tutores o gente voluntaria, autorizada para todo tipo de enseñanza.
A todos la solución del problema les pareció realmente genial,
permitiendo a cualquier ciudadano conseguir cualquier título, sin
esfuerzo alguno ni gasto de parte del erario público. Certificado de
primaria, tanto; certificado de secundaria, tanto; certificado de ba-
chillerato, tanto; y así adelante hasta los grados universitarios más
altos.
Así en poco tiempo el Reino El Edén se llenó de médicos, inge-
nieros, técnicos en computación, contadores, licenciados, etc., sin
ninguna preparación o con un conocimiento muy elemental acerca
de su oficio o profesión. Prácticamente, a nivel popular, se regresó
a la edad de la piedra: brujos y curanderos por todo lado, trueque,
aumento espantoso de mortandad infantil, reducción notable del
promedio de vida... un verdadero desastre. ¿Y la universidad Luz
de las Naciones? Seguía preparando a gente muy ilustrada, metida
en asuntos administrativos del sistema educativo y dedicada a or-
ganizar fiestas de graduación.
Frente a un fracaso tan rotundo del sistema educativo que se
había implantado en el Reino El Edén, mucha gente, realmente de-
seosa de aprender algo, empezó a emigrar hacia los reinos cercanos,
sin preocuparse de títulos ni nada por el estilo. A su regreso, pronto
se volvían en grandes personalidades entre la gente, haciendo alar-
de de conocimientos y habilidades, que deslumbraban al pueblo en
general, sumido en la más espantosa ignorancia.
Como dice el refrán: “En el mundo de los ciegos, el tuerto es
rey”. Naturalmente hacían todo lo posible para no tener ningún con-
tacto con los verdaderos maestros, que habían estudiado en la uni-
53
versidad Luz de las Naciones. Cada vez que los encontraban en su
camino, les sacaban la vuelta.
Al principio la gente no entendía el motivo de tanta decadencia
y confusión en el Reino El Edén. Hasta que alguien les abrió los ojos
y les hizo ver que todo el sistema educativo estaba mal, puesto que,
lo que vale en la vida, no es el título, sino lo que uno realmente sabe
y puede realizar.
No fue fácil para los maestros, ya acostumbrados al nuevo es-
tilo de vida, reconocer su error y regresar a su papel original de ser
verdaderos maestros y guías del pueblo, preocupados del progreso
real de cada alumno y no solamente de entregarle un título y organi-
zarle la fiesta de graduación.
Pero al fin recapacitaron y acordaron todos juntos que cada
maestro, salido de la universidad Luz de las Naciones, se dedicaría a
preparar y asesorar a diez instructores, que a su vez harían lo mis-
mo con otros diez, hasta que en el Reino El Edén no hubiera elemen-
tos suficientes para cubrir todas las plaza del sistema educativo,
desde los primeros pasos en el camino del saber hasta las carreras
profesionales más elevadas.
Desde entonces en el Reino El Edén todos tuvieron acceso a la
enseñanza, recibiendo cada uno el título que realmente le corres-
pondía. Y así el Reino El Edén volvió a progresar hasta alcanzar y
rebasar el antiguo esplendor.
54
4. El Reino de la Pluma
Cuando se resolvían todos los problemas
mediante documentos
Había una vez un pastor. Su pasión eran las ovejas. Las conocía
a todas una por una y las llamaba por su nombre. Cuando se le per-
día alguna, no descansaba hasta encontrarla, y cuando la encontra-
ba, invitaba a vecinos y amigos y organizaba una gran fiesta. Estaba
loco por sus ovejas.
Las cuidaba más que a la niña de sus ojos. Las llevaba a los
mejores pastos, cerca de los arroyos. A las más débiles las cargaba
sobre sus hombros, curaba a las heridas y se desvelaba por atender
a las enfermas. Las acariciaba y mimaba. Las ovejas eran todo para
él.
Cuando se dio cuenta de que ya no las podía atender personal-
mente con el mismo cuidado, porque su número iba aumentando
cada día más, se rodeó de otros pastores y les enseñó con el ejemplo
y la palabra cómo cuidar a las ovejas. Hasta que un día, en un en-
frentamiento con los lobos rapaces, perdió la vida.
Pastores y ovejas lo lloraron amargamente. Pero no se desani-
maron. Recordando su ejemplo y su palabra, siguieron adelante hasta
abarcar toda la región y formar un reino, llamado “Reino de los
Pastores”, cuyo emblema era el cayado y cuya Carta Magna unas
cuantas frases, que resumían todas las enseñazas del Pastor y esta-
ban centradas en el precepto del amor.
Fueron años maravillosos para el “Reino de los Pastores” o
“Reino del Cayado” o “Reino del Amor”, como solían llamarlo la
gente de las comarcas vecinas. Su fama llegó a extenderse hasta los
confines de la tierra. No había nadie en el mundo, que no hubiera
oído mencionar su nombre o visto en algún libro su emblema, un
enorme cayado que se elevaba hacia el cielo azul en una extensa
pradera, tapizada de ovejas.
Pasaron los años y las cosas fueron cambiando. Los herederos
de los antiguos pastores poco a poco empezaron a sufrir el embate
de las costumbres de los pueblos vecinos, construyéndose mansio-
55
nes e instalándose en ellas, en lugar de seguir acompañando a las
ovejas de un lugar a otro en busca de alimento.
Así empezó la decadencia del “Reino de los Pastores”. Por todo
lado se veían ovejas errantes, enfermas y hambrientas, fácil presa
de los lobos rapaces. De vez en cuando se podía ver uno que otro
rebaño, guiado por algún pastor a sueldo o dueño de las ovejas, en
una continua lucha por defenderse de los lobos y cuidar a las ovejas.
De todos modos, contando cada ciudadano con grandes canti-
dades de rebaños, no le resultaba difícil conseguir la leche y la carne
para alimentarse y la piel para cubrirse. Y con eso se sentían felices.
Cuando surgía algún problema, se reunían los principales del reino
y estipulaban documentos para preservar el orden y garantizar la
paz.
Con el pasar de los años surgieron montones de documentos,
cuya interpretación exigía la presencia de “expertos en documen-
tos”, que se volvieron en los verdaderos árbitros del reino. Se llegó
al extremo de cambiar el mismo nombre del reino. En lugar de se-
guir llamándose “Reino de los Pastores”, se llamó “Reino de la Plu-
ma”, cuyo emblema era una pluma gigantesca, que surgía de un cá-
lamo rodeado de libros.
Fueron años difíciles para el antiguo “Reino de los Pastores”.
Por un lado había dueños, bien vestidos y alimentados, y por el otro
ovejas desnutridas y enfermas, que daban lástima al sólo verlas.
Muchas empezaban a emigrar hacia las comarcas vecinas, induci-
das por pastores astutos, deseosos de acabar con el antiguo “Reino
de los Pastores”, cuya gloria nunca había dejado de despertar envi-
dia.
Ante una situación tan lamentable, no faltaron ciudadanos va-
lientes, que se dieran a la ardua tarea de buscar las causas de tanta
decadencia, hasta que un día se toparon con la Carta Magna, que
tanto lustro había dado a sus ancestros. Desde entonces su único
propósito fue luchar hasta no hacer de la Carta Magna la ley funda-
mental del reino, retomar las antiguas costumbres y restablecer el
antiguo nombre, “Reino de los Pastores”, en lugar de “Reino de la
Pluma”, que tanto daño había causado a la nación por la manía de
resolver cualquier problema mediante documentos.
Y el “Reino de los Pastores” volvió a su antiguo esplendor,
siguiendo el ejemplo y las enseñanzas del Pastor, que dio la vida por
las ovejas.
56
5. Enfermedades
que nunca se curan
Cuando el doctor da a cada enfermo lo que le pide
57
De todos modos, no obstante el enorme prestigio de que goza-
ban los doctores, las autoridades, para garantizar un mejor servicio
en campo sanitario y asegurar un mayor respeto hacia una institu-
ción de por sí tan benemérita y aceptada por el pueblo, publicaron
una ley, que obligaba a todos los aspirantes a doctores a prepararse
en las universidades y a ser todos vegetarianos.
Con eso, su prestigio se elevó a tal grado que los doctores se
volvieron en unos seres totalmente superiores al común de los mor-
tales por sus modales más refinados, su lenguaje más apropiado y su
apariencia con un tinte de ascetismo a causa su sistema alimenticio.
No faltaba quien se postrara a su paso y les pidiera que les tocara la
cabeza, convencidos de que con eso podía recobrar la salud perdida
o asegurar la protección del cielo.
Desgraciadamente todo eso duró poco tiempo. De hecho, pron-
to la gente empezó a decepcionarse de los doctores, al escasear su
número por la cantidad de requisitos que se exigían para acceder a
tal profesión y al notar una cierta incompetencia de su parte, y has-
ta fobia, en todos los asuntos relacionados con la carne, perjudican-
do grandemente la salud del pueblo. A veces daban la impresión de
que para ellos la carne representara el enemigo número uno a com-
batir. Al mismo tiempo, empezaron a circular habladurías acerca de
algunos doctores, cuyo platillo preferido era a base de carne.
La situación fue empeorando a tal grado que solamente algún
grupo selecto de la población podía gozar de una verdadera aten-
ción médica, mientras la gran mayoría de la población quedaba
desprotegida, casi completamente al margen del sistema sanitario.
Cuando uno tenía algún malestar, acudía al doctor y le decía: “Doc-
tor, tengo esto y esto. Quiero que me recete esta medicina”. Y el
doctor, sin averiguar nada a causa de la prisa, recetaba lo que el
paciente le pedía. Por eso la gente nunca se curaba, volviéndose
crónicas muchas enfermedades.
Frente a esta situación tan desoladora, algunos decidieron bus-
car alivio acudiendo a los doctores de los pueblos vecinos, mientras
otros decidieron regresar a las antiguas costumbres de los brujos y
curanderos, los adivinos o echadores de cartas. Cada quien empezó
a buscar la salud como pudo, al verse desplomar casi por completo
el sistema sanitario oficial, mientras por otro lado aumentaba el
riesgo de enfermarse cada día más a causa de la vida sedentaria que
se llevaba, la pérdida de los antiguos valores y el contagio de extra-
ñas enfermedades, debido al fenómeno de la globalización.
58
Lo peor del caso fue que todo esto les parecía como algo nor-
mal sea a las autoridades que al pueblo en general, puesto que poco
a poco se fueron acostumbrando a vivir en esta situación y por lo
tanto a nadie se le ocurría ni siquiera soñar con algo diferente. Le
echaban a culpa de todo a la escasez de los doctores, a la degenera-
ción de las costumbres y a tantas otras causas más. Prácticamente
todos se habían resignado a vivir en esta situación, sin hacer nada
por cambiarla. Los ciudadanos más piadosos llegaron a convencer-
se de que sencillamente se trataba de un designio de Dios.
Pasaron los años y por fin alguien empezó a pensar en la posi-
bilidad de un nuevo sistema sanitario, logrando que otros siguieran
su ejemplo, hasta que la inconformidad se volvió ley. Muchos se
dedicaron estudiar desde la raíz el problema de la salud pública
hasta no encontrar la solución y lograr un cambio de la ley, no obs-
tante las múltiples resistencias de los ambientes más conservado-
res: para los especialistas, preparación universitaria y régimen ali-
menticio vegetariano; para todos los demás doctores, solamente el
juramento de Hipócrates y mucho entrenamiento práctico para tra-
tar las enfermedades más comunes.
Así se regresó a la antigua praxis, cuando cada ciudadano go-
zaba de una atención médica personalizada, contando además con
el apoyo de toda la familia y toda la comunidad. Teniendo en cuenta
los nuevos tiempos, poco a poco se fue estableciendo un sistema de
prevención de las enfermedades a base de cuidados higiénicos, de-
porte y vacunación, un sistema de curación contando con todos los
adelantos de la ciencia y un sistema de rehabilitación en caso de
traumas causados por algún accidente.
Y con eso la situación del pueblo empezó a mejorar notable-
mente, alcanzando niveles de salud nunca sospechados anterior-
mente, no obstante los peligros representados por el nuevo tipo de
sociedad, esencialmente sedentaria y globalizada.
59
6. El Reino de la Paz
Cuando se puso de moda el chaleco antibalas.
60
entrenados para hacer frente a los invasores y garantizar la paz en
todo el territorio nacional”.
Lo que se logró sin mayores dificultades. En realidad, una vez
que los altos mandos militares, descubrieron el secreto del éxito,
que estaban teniendo los invasores, no les resultó difícil neutralizar
su acción, utilizando la siguiente estrategia:
1.- Rastrear palmo a palmo todo el territorio nacional, en busca
de invasores.
2.- Una vez encontrados, hacerlos inofensivos, quitándoles el dis-
fraz y regalándoles un espejo.
En realidad, los invasores, al no contar con ningún apoyo de
parte de la gente del lugar, se sintieron perdidos y fácilmente opta-
ban por rendirse una vez descubiertos. Después, al mirarse en el
espejo, poco a poco se fueron convenciendo de que no eran tan
perfectos y diferentes, como iban pregonando. Y se fueron volvien-
do en mansos corderos, respetando a todos y siendo respetados por
todos. Y la paz volvió al “Reino de la Paz”.
TAREA
1.- Presenta el significado de cada parábola:
1)
2)
3)
61
4)
5)
6)
¿Por qué?
62
Tercera Parte
TUVE UN SUEÑO
63
64
Presentación
Viví la génesis de este libro tan particular y he seguido paso a
paso cada una de sus etapas. Me deleité leyendo el manuscrito y
escuchándolo en la voz del Padre Amatulli. Lo he disfrutado tam-
bién durante la corrección y la diagramación.
Yo mismo he soñado a partir de su ritmo, cadencia y contorno,
y mis sueños están tejidos de la misma sustancia.
¿Cómo clasificarlo? ¿Novela corta? ¿Cuento? ¿Apuntes preli-
minares para un guión cinematográfico? Quien sabe.
Se trata de algo muy intenso, conformado por cinco “sueños”.*
El hilo conductor es la posibilidad de un mundo diferente y de una
comunidad eclesial distinta, más acorde con el Evangelio.
La perspectiva es la de un misionero, involucrado completa-
mente en un apostolado de frontera, que hace ya muchos años deci-
dió recorrer los caminos del mundo como un peregrino del Evange-
lio de nuestro Señor Jesucristo.
A partir de ahora parece decidido a ser un cuenta cuentos, un
tejedor de sueños, un juglar que sueña, narra, entusiasma, despierta
sueños, comparte ideales... y desconcierta.
Es el sueño de un nuevo modelo de Iglesia, puesto que el mo-
delo vigente parece que haya caducado. Se trata, pues de un cambio
de paradigma. Es el llamado a una verdadera revolución en la Igle-
sia.
Se propone un modelo en el que el papel del Obispo de Roma
no sea tan avasallador y se haga realidad la Colegialidad Episcopal,
tan querida por los Padres Conciliares, que intervinieron en el Con-
cilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965).
65
Pero también se señalan nuevos rumbos para los discípulos de
Cristo, en la perspectiva de la Misión, encomendada por Jesús en el
Evangelio.
Desde esta óptica, los problemas que aquejan a la Iglesia pue-
den tener solución. Algunas propuestas son sumamente atrevidas y
necesarias: el celibato opcional y, por tanto, la existencia de sacer-
dotes casados, la elección de los Obispos con la participación de
todo el Pueblo de Dios, una nueva manera de administrar los sacra-
mentos, reservándolos para los católicos practicantes, suspensión
del bautismo a los niños...
Evidentemente, para que este nuevo modelo se haga realidad
es indispensable el diálogo y, por tanto, la creación de canales ade-
cuados para que este diálogo sea posible. Lo que no puede olvidarse
es que en este nuevo modelo de Iglesia, los laicos tienen un papel
relevante, al estilo de la Iglesia que nos presenta el Nuevo Testa-
mento.
66
bro a hombro el rostro de la Iglesia del tercer milenio. Y todo me-
diante el diálogo y la corresponsabilidad, conscientes de que todos
somos discípulos de Cristo y miembros de la Iglesia, iguales en dig-
nidad, pero cada uno prestando un servicio distinto.
Espero que leyendo estos sueños, tú también te atrevas a so-
ñar. No importa sí no estás completamente de acuerdo con lo que
aquí se propone. Lo importante es que tú también te decidas a decir
tu palabra, mediante el teatro, el cuento, la novela, la poesía, el
ensayo literario, el artículo periodístico o el guión cinematográfico,
televisivo o radiofónico.
Sueña y déjanos conocer tu sueño.
67
Ya no se verían curas
celebrar hasta diez misas de difuntos
una tras otra, como un tiroteo de metralleta.
De todos modos,
ya muchas costumbres seculares habrían cambiado
y la gran revolución estaría en acto.
68
1.- La Iglesia:
¿Hacia dónde Vamos?
Sueños locos
Como saben, los sueños son locos. Hay algo de verdad, algo de
imaginación y algo totalmente irreal. A veces expresan también lo
que se encuentra reprimido en el subconsciente, según lo que afir-
man los sicólogos.
De todos modos, he aquí “mi sueño”, así como lo recuerdo.
Aclaro que estoy por cumplir mis 64 años de edad y creo que estoy
afectado por una ligera forma de arteriosclerosis. Así que posible-
mente “mi sueño” era mucho más amplio y algo diferente de lo que
recuerdo.
Hay partes que han sido reconstruidas, otras omitidas... Bue-
no, cada uno tome y piense lo que quiera. En el fondo, se trata de un
sueño. ¿Por qué darle demasiada importancia?
Cónclave
Me encontraba acostado en una carreta, como cuando era niño
e iba al campo con mi papá y mi hermano Vicente. A un cierto mo-
mento, el conductor me habló, diciéndome que me levantara, pues-
to que ya habíamos llegado.
Me encontraba en las afueras de Roma y una discreta multitud
me esperaba ansiosa. Sin muchas explicaciones, me llevaron al Va-
ticano, donde estaba por abrirse el cónclave.
De buenas a primeras, resulto electo Papa.
—Un momento— le contesté al encargado de solicitar mi acep-
tación—. Antes de aceptar, quiero saber si de veras ustedes están
dispuestos a ayudarme o se van a lavar las manos y me van a dejar
solo, como ha sucedido tantas veces en el pasado. En este caso, a
ver qué hacen ustedes, yo no acepto.
Consistorio
No recuerdo qué pasó ni cuánto tiempo demoró el forcejeo. Lo
que recuerdo es que, vestido como siempre con mis huaraches y mi
suéter, me encuentro en un salón, como cuando imparto alguna con-
69
ferencia. Solamente que en este caso estoy hablando a los Señores
Cardenales, sin nada escrito en las manos, como es mi costumbre.
—My friends— empiezo (esto tal vez se debe al hecho que tuve
este sueño en Denver, Colorado, USA, el 7 de mayo de 2002)—,
como ustedes saben, no soy un gran teólogo ni un gran organizador.
Soy un misionero. Así que lo que más me preocupa es la misión,
aquella misión que Jesús encomendó a los apóstoles, antes de subir
al cielo, y que ahora incumbe llevar a cabo a cada uno de nosotros
de una manera especial.
Ahora bien, con toda franqueza, digan qué opinan acerca de
este tema tan importante y qué podemos hacer para relanzar la mi-
sión. Quiero cosas prácticas. Ya les dije que no soy ni un gran teólo-
go ni un filósofo ni un gran organizador.
Así que no me vayan a pedir encíclicas o cosas por el estilo. No
soy bueno para la pluma. Lo que se ha escrito hasta la fecha, es ya
suficiente para arrancar. En la marcha, iremos viendo si se necesita
alguna aclaración o rectificación.
Como les decía, quiero cosas prácticas para relanzar la misión,
cosas sencillas que hagan fermentar toda la Iglesia y ¿por qué no?,
toda la sociedad.
Ustedes saben cómo van las cosas. Si queremos mejorarlas, no
nos queda más que la fuerza del Evangelio. Para eso estamos noso-
tros. Con toda humildad, pero al mismo tiempo con toda autoridad
(acuérdense que somos los sucesores de los apóstoles) y confiando
totalmente en el poder de Dios, que nos acompaña continuamente,
tenemos que repetir aquellas palabras que el apóstol Pedro dirigió
al tullido: “No tengo ni oro ni plata. Lo que tengo te lo doy: En el
nombre de Jesús, levántate y anda” (Hech 3,6).
Sí, mis queridos hermanos, esto tenemos que hacer: invocar el
poder de Jesús resucitado, como hizo San Pedro en aquella ocasión,
y van a ver como esta humanidad decaída se va a levantar, empe-
zando por nuestra Iglesia. ¿O no creen ustedes que esto sea posible?
Entonces, ¿dónde está nuestra fe?
70
Todo les parecía irreal, fuera de toda expectativa. Algo como un
sueño. Claro que era todo un sueño: un sueño en el sueño.
Por fin un cardenal norteamericano rompió el hielo:
—My Brothers—, empezó con cierta turbación, pero al mismo
tiempo con decisión —. Nuestro hermano, el obispo de Roma y su-
cesor de Pedro, habló. Ahora nos toca a nosotros.
Y dirigiéndose a mí directamente, siguió en un lenguaje muy
pintoresco, entre inglés, italiano y latín. Habló de disminución alar-
mante de vocaciones sacerdotales, escándalos provocados por sa-
cerdotes con problemas sexuales y puntualmente aprovechados por
los enemigos gratuitos de siempre, cierta oposición al interior de la
misma Iglesia por su doctrina acerca del matrimonio, el control de
la natalidad y en general el problema de la sexualidad, para con-
cluir:
—Holy Father, frente a todo esto, muchas veces he sido tenta-
do a renunciar y retirarme en un monasterio o en un pueblito apar-
tado como simple párroco. En distintas ocasiones, comenté esto
con el Señor Nuncio Apostólico, que me animó a seguir adelante
hasta cumplir los 75 años, según las normas establecidas.
Así que sigo adelante sin entusiasmo, en el más grande desam-
paro y en la más grande incertidumbre, sin saber qué aconsejar a los
que se acercan a mí en busca de orientación.
Aquí la cinta se me borró. Tengo la impresión que siguió ha-
blando un buen rato más entre uno que otro aplauso de parte de sus
colegas norteamericanos, que entendían más su mentalidad y su
lenguaje, salpicado de un humor y unos chistes misteriosos para
muchos.
Colegialidad episcopal
Al principio, quedamos todos sin palabras, como petrificados,
hasta que se me ocurrió esbozar un aplauso, que pronto se volvió en
71
una marea de gritos, aplausos, palmadas en las espaldas, abrazos...
que hizo cimbrar la sala del Consistorio.
—Bueno. Se hará el Concilio —concluí en forma solemne—,
aunque esta idea nunca se me había ocurrido antes. Ni modo. Esta
es la Colegialidad episcopal y la vamos a poner en práctica hasta las
últimas consecuencias.
Otros cardenales intervinieron en la conversación, dando su-
gerencias concretas para despertar al pueblo católico de su pasivi-
dad y hacerlo más consciente acerca de su dignidad como pueblo de
Dios.
El proselitismo religioso
—Es tiempo de poner cada cosa en su lugar —afirmó un carde-
nal de una de las más grandes ciudades de América Latina—. Es in-
útil que sigamos hablando de Ecumenismo entre nosotros, cuando
nos encontramos frente al más descarado proselitismo religioso. Es
necesario insistir en nuestra identidad como católicos, para hacer
frente a esta enorme avalancha de sectas, que están confundiendo y
destruyendo gran parte de nuestras comunidades católicas. Es ne-
cesario que en todos los seminarios y centros de estudio católicos
se implante la Apologética, que enseña a enfrentar con realismo el
problema del proselitismo religioso.
—No para pelear —añadió otro cardenal de Portugal—, sino
para fortalecer la fe del católico frente a la ola de desprestigio le-
vantada por nuestros enemigos de siempre.
No faltó quien mencionó la necesidad de hacer frente a la nue-
va Leyenda Negra, que están creando muchos medios masivos de
comunicación, manejados por gente anticatólica y sin escrúpulo.
-Es tiempo — subrayó un cardenal latinoamericano -, de hacer
algo para levantar los ánimos de nuestro pueblo católico, que se
siente sumido en la más grande desesperanza frente al avance de las
sectas. Es tiempo de darle seguridad y dignidad, aumentar su
autoestima.
72
—Hermanos, es tiempo de nombrar una comisión para redac-
tar un documento, que vamos a dar a conocer al pueblo católico,
que está ansioso de saber cuál será el rumbo que va a llevar la Iglesia
en los próximos años. El documento va a empezar con estas pala-
bras: “Pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros...” (Hech 15,28).
—Como el documento del primer Concilio de Jerusalén —inte-
rrumpió un cardenal—.
—Precisamente, y aclaro que lo vamos a firmar todos, empe-
zando por mí. Así que veamos quiénes pueden formar parte de esta
comisión.
—Que sea un documento breve y claro, para que todos lo pue-
dan entender con facilidad— comentó otro cardenal.
—Algo que fácilmente pueda ser publicado por entero en los
periódicos y transmitido por radio y televisión —añadió otro.
—¿Cómo se llamará el próximo Concilio? —preguntó un car-
denal africano—.
Después de unos momentos de reflexión y mientras todas las
miradas se apuntaban sobre mí, declaré en forma solemne:
—El próximo Concilio se llamará: “Concilio Ecuménico de Je-
rusalén”.
—¡Viva el Papa!, —gritaron todos, completamente sorprendi-
dos por una decisión tan inesperada.
—¿Y la guerra entre israelíes y palestinos? —preguntó un car-
denal.
—¿Y el problema de la seguridad? —añadió otro.
—Ni modo. Acuda al Concilio el que pueda. Será el Concilio de
los valientes. Así podremos conocer más de cerca la realidad de la
guerra, la pobreza y la incomodidad. Además, quien quita que la
celebración del próximo Concilio ayude a resolver más pronto los
problemas de Oriente Medio y a restablecer la paz en una región tan
conflictiva y sufrida.
—Esto puede ayudar también a restablecer la unidad con los
hermanos ortodoxos— contestó un cardenal, entre la euforia gene-
ral.
Para preparar el documento, se solicitó la presencia de algu-
nos obispos y sacerdotes que trabajan en el Vaticano y algunos lai-
cos expertos en asuntos de comunicación.
73
Comentarios de la Prensa
Contando con su valiosa experiencia en estos asuntos, pronto
salió el documento, que en pocos minutos dio la vuelta al mundo,
despertando por todas partes el más grande entusiasmo y poniendo
al mundo católico en una grande efervescencia.
Los titulares de los periódicos y los noticieros de radio y tele-
visión se hicieron eco del júbilo general ante un acontecimiento tan
importante y tan oportuno para la Iglesia Católica y la humanidad
entera.
“Concilio Ecuménico de Jerusalén: La Iglesia vuelve a sus orí-
genes”; “El Papa de los huaraches abre puertas y ventanas”; “Eufo-
ria Católica: más identidad y más apertura”, etc.
Todos los comentaristas eran unánimes en subrayar la nove-
dad del estilo que se estaba imprimiendo a la Iglesia, hablando de
Colegialidad episcopal, confianza en los destinos de la Iglesia, forta-
lecimiento interno y nuevas perspectivas para el diálogo ecuméni-
co.
Entre los intelectuales tuvo mucha resonancia una entrevista,
concedida por un famoso teólogo a un semanario católico muy co-
nocido. El título de la entrevista era: “Una Iglesia siempre joven” y
hablaba de un agotamiento del actual modelo de Iglesia, manejado
desde hace siglos, en busca de un nuevo modelo, menos centraliza-
do y autoritario y más carismático y variado, al estilo de los prime-
ros siglos del cristianismo.
—“Es necesario —afirmaba el teólogo— regresar a la simplici-
dad evangélica, definiendo aquellos valores básicos que pueden dar
sentido a la vida del cristiano en el mundo de hoy, y luchar para que
se vuelvan en patrimonio común para todo católico. Hay que seña-
lar a los católicos comprometidos un camino sencillo para poder
vivir siempre en paz con Dios, consigo mismos y los hermanos. Hay
que liberar el Evangelio de tantas añadiduras, que, en lugar de ha-
cerlo más inteligible, lo ocultan más y lo alejan más de nuestra vida”.
Otro teólogo subrayó el papel fundamental de la Biblia en la
vida del creyente y de la Iglesia en general. “Primero la Biblia y
después el catecismo —afirmó con énfasis en un programa de ra-
dio—. Y todo esto, empezando desde la preparación a la Primera
Comunión”.
74
Comisiones preparatorias
Hecho esto, se empezó a pensar en una clausura del Consisto-
rio, en espera de que los acontecimientos fueran madurando para
tomar otras medidas según la necesidad. El cardenal secretario de
Estado se hizo intérprete del sentir común de los miembros de la
asamblea:
—Hermanos, Dios nos ha concedido presenciar un aconteci-
miento de gracia sin precedentes. Con esto volvemos al espíritu de
los orígenes de nuestra fe. De seguir así, no me extrañaría que yo
fuera el primero en quedar sin trabajo. (Una risa general, acompa-
ñada por algunos aplausos, mientras yo le hacía señas para que si-
guiera adelante y que no se preocupara demasiado por la posibili-
dad de perder su empleo).
Antes que nada, agradezcamos a Dios una gracia tan grande y
pidámosle con fe que nos acompañe en una tarea tan importante y
trascendental, que pesa sobre nuestros hombros, a veces bastante
fatigados.
No se olviden de estar continuamente en contacto con la comi-
sión o las comisiones, que se van a hacer cargo de la preparación del
magno acontecimiento.
Habló de aspectos logísticos, doctrinales y pastorales, y del
aspecto económico, “que no hay que sobrevaluar ni tampoco mini-
mizar, tratándose de un acontecimiento que sale fuera de las pers-
pectivas normales de la Iglesia”.
Reformas inmediatas
A un cierto momento un anciano cardenal, lo interrumpió:
—Como siempre, una vez terminada la fiesta, que cada quien
regrese a su lugar con la rutina de siempre. A mí me falta un año para
dimitir como arzobispo residencial. Posiblemente, cuando se abra
el Concilio, ya estaré muerto y enterrado. ¿Qué me importa todo
esto que Usted está diciendo? Hasta siento ganas de dimitir hoy
mismo, para que alguien más joven tome mi lugar y dé seguimiento
a todo este proceso que estamos empezando y que va a culminar
con el Concilio.
Un coro de aprobación acompañó el sentir del anciano carde-
nal. De hecho un buen porcentaje de cardenales se encontraba en la
misma situación.
75
Otro cardenal se dirigió directamente a mí y me preguntó:
—¿Cuándo se empezarán a dar las reformas que Usted quiere
promover dentro de la Iglesia?
Yo le contesté de inmediato, ante el estupor de todos:
—Hoy mismo se empezarán a dar estas reformas. No hay que
esperar ningún Concilio para empezar el cambio en la Iglesia. Hoy,
hoy, hoy. —Repetí con insistencia y algo exaltado—. ¿O no nos en-
tendemos?
—¿Qué tipo de cambios podemos empezar a realizar hoy mis-
mo?
—Cualquier tipo de cambio que tenga que ver con la misión.
—¿Cambios de tipo pastoral?
—Claro. No se metan en asuntos doctrinales. Esto es más com-
plicado y lo vamos a ver en el Concilio, si será necesario abordar
este aspecto.
—¿Podemos decidir el asunto de los sacerdotes casados?
—Claro. Todo depende de la Conferencia Episcopal local, de
su manera peculiar de ver las cosas. Si todos los obispos de una
región están de acuerdo en algo, ¿qué más queremos?
—¿Entonces habrá distintas disciplinas al respecto, según las
decisiones de las diferentes conferencias episcopales?
—Claro que sí.
—Y esto, ¿no puede representar un peligro con el tiempo? ¿No
se puede crear una Iglesia en espíritu de competitividad entre las
diferentes conferencias episcopales?
—¿Qué hay de malo en todo esto? ¿No pasa lo mismo en otros
aspectos de tipo disciplinario o pastoral? Si en una región se pueden
resolver los problemas pastorales mediante la actual disciplina de
presbíteros célibes, que sigan. Sin embargo, donde esto no es posi-
ble, que cambien la disciplina al respecto, introduciendo la posibili-
dad de sacerdotes casados. Acuérdense del antiguo principio: “In
necesariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas”. Y acuér-
dense también del otro principio fundamental, que tiene que regir
la actividad de toda la Iglesia: “Salus animarum suprema lex”.
—Esto me pone los pelos de punta, pensando en los cambios
tremendos que podrán darse en la Iglesia en poco tiempo y en la
posibilidad de que muchos aspirantes al sacerdocio se vayan a for-
mar en regiones donde se permita el sacerdocio casado.
76
—¿Y cuál es el problema? Acuérdense: donde hay libertad, hay
creatividad y, donde hay creatividad, hay progreso. Por favor, no
hagamos del celibato el eje fundamental del ser y quehacer de la
Iglesia. Sin duda se trata de un grande valor y un don que Dios con-
cede a ciertas personas. Pues bien, en un clima de libertad, se verá
quiénes lo tienen y quiénes no lo tienen. Pero al mismo tiempo, no
hagamos depender de este don la atención pastoral del pueblo cató-
lico, que sin duda representa una responsabilidad ineludible para
nosotros los pastores de la Iglesia y un derecho de parte del rebaño
que nos ha sido confiado.
Sínodos
—¿No sería conveniente que como preparación al Concilio Ecu-
ménico, se realizaran primero sínodos diocesanos, regionales y con-
tinentales?— sugirió un cardenal de Asia.
—Perfecto. A ver, llamen a los expertos de la Curia para que
preparen un documento, parecido al que hicieron el otro día: breve,
sencillo y claro. Como siempre, lo vamos a firmar todos. Y que sea
enviado de inmediato a los nuncios apostólicos para que lo hagan
llegar a todos los obispos, superiores mayores y dirigentes de los
movimientos laicales. Que todos nos sintamos comprometidos en
esta tarea.
77
—¿No sería bueno enviarlo también a los representantes de las
Iglesias hermanas?
—Claro. En el fondo, se trata de relanzar la Misión. Cualquiera
nos puede dar sugerencias al respecto.
De inmediato otro cardenal tomó la palabra en nombre de un
grupo de colegas:
—¿Podemos abordar también el asunto del nombramiento de
los obispos?
—Claro. Si en algún lugar los miembros de la Conferencia
Episcopal están de acuerdo en aportar algunos cambios con rela-
ción a la praxis actual, que se proceda. Yo insistiría en estos dos
criterios fundamentales: sana doctrina y experiencia pastoral. Que-
remos obispos que sean verdaderos apóstoles. Excelencia pastoral,
más que excelencia académica. Si se juntan los dos aspectos, mejor:
excelencia académica y excelencia pastoral.
-¿No sería conveniente que desde un principio a un obispo se
le asignara un determinado período, por ejemplo diez años, de ser-
vicio a una diócesis? Después podría haber un año sabático para
descansar o participar en algún curso de aggiornamento (puesta al
día). Una vez cargadas las pilas, podría ponerse a disposición de la
Conferencia Episcopal para lo que se ofrezca (por ejemplo, presidir
o trabajar en las comisiones episcopales) y la Santa Sede para un
servicio más amplio o sencillamente ser cambiado de diócesis. Así
se evita el peligro de tener obispos residenciales, que se encuentran
casi siempre fuera de su diócesis para desempeñar cargos asignados
por la Conferencia Episcopal o la Santa Sede. Por otro lado, gober-
nar una diócesis por treinta o cuarenta años, me parece demasiado
problemático, con el riesgo de caer en la rutina, echando a perder lo
que se logró en los primeros años.
-Que todo esto se vea en las distintas Conferencias Episcopales.
Una vez llegados los canonistas de la curia y los expertos en
comunicación, les expliqué el asunto en pocas palabras, dándoles
toda la tarde para preparar el documento. Y continué:
—Hermanos, ya que estamos bastante cansados del trabajo que
hemos realizado en estos días. Ahora démonos un agasajo. ¿Qué les
parece esta sugerencia? Mientras los expertos preparan el docu-
mento, ¿por qué no salimos de la Ciudad para descansar un poco en
algún lugar en las afueras de Roma?
78
Paseo
De inmediato se formaron unos corrillos para definir los deta-
lles de la fiesta de despedida, en un clima de hermandad y sano es-
parcimiento.
—Que esté cerca de una pizzería— comentó un cardenal.
—Sí, cerca de una pizzería—, añadieron los demás.
Unos minutos después ya estábamos de viaje, mientras los ex-
pertos se quemaban las pestañas con los artículos del Derecho Ca-
nónico.
Una tarde encantadora entre chistes, recuerdos de los años
mozos en las distintas universidades de la Ciudad Eterna, promesas
de seguir en contacto por Internet...
Nadie se fijó que entre aquellos alegres ancianitos se encon-
traba el Papa en persona. Es que aún no me lograban identificar
(apenas una vez había aparecido en público, saludando a la gente
desde la fachada de la Basílica de San Pedro).
A las altas horas de la noche, poco a poco cada uno fue toman-
do su rumbo para descansar unas horas antes de concluir el Consis-
torio y emprender cada quien el viaje de regreso a sus comunida-
des. Nos despedíamos una y otra vez para volver a juntarnos por
grupitos y contar el último chiste. Es como si quisiéramos parar el
tiempo, para que el sueño no terminara nunca.
El día siguiente regresamos todos a la Asamblea. Los expertos
habían hecho un buen trabajo. Bastaron unos cuantos retoques y a
firmar todos. Algo inolvidable. Se respiraba aire de Pentecostés.
Un cardenal sugirió:
- ¿Por qué no hacemos lo mismo con los documentos oficiales,
que emiten la Santa Sede y las Conferencias Episcopales?
- Habría que hacer documentos para los obispos y los teólogos
y documentos para el pueblo en general — aclaró otro cardenal.
- ¡Cuántos cambios tenemos que hacer para ponernos al día!
Una tarea de nunca acabar — concluí - . Ni modo. En estos asuntos
nada es definitivo. Lo importante es no cerrarse a la voz del Espíri-
tu, que continuamente nos cuestiona.
79
Despedida
Antes de clausurar definitivamente el Consistorio, me permití
hacer una breve alocución:
—Hermanos, estamos al final de esta experiencia, tan enrique-
cedora para todos. Sin embargo, antes de separarnos, quiero que
sepan ustedes, y que quede entre nosotros, que no es mi intención
seguir en este cargo toda la vida. Quiero ser un papa de transición,
como el papa Juan XXIII, ya beato. Si no muero antes, es mi firme
intención dimitir puntualmente a los 75 años de edad, es decir de
aquí a tres años, abriendo yo mismo el Cónclave, de donde saldrá el
nuevo sucesor de Pedro. En realidad, no es lo mismo abrir caminos
que gobernar. A cada quien lo suyo. Yo me conozco bastante bien a
mí mismo y sé hasta dónde puedo llegar. Así que no me pidan más de
lo que no pueda dar. Lo que tenemos que hacer ahora, es fijarnos en
aquellos elementos del episcopado bien empapados en este nuevo
estilo de gobierno, para que los pueda nombrar cardenales y así
estar en condiciones de tomar las riendas de la Iglesia.
—Y Usted ¿qué piensa hacer, una vez renunciado al cargo de
Obispo de Roma? ¿Se va a recluir en un monasterio? —preguntó un
cardenal.
—Ni pensarlo. Estoy seguro que me moriría de inmediato. Lo
que pienso hacer, es regresar con mis inditos de la sierra de Oaxaca,
México, donde empecé mi aventura como misionero y pasar con
ellos los últimos años de mi vida. Es que cuando a uno le entra el
gusanito de la misión, nunca se le quita, hasta la muerte.
Un cierto velo de tristeza cubrió el rostro de muchos cardena-
les, que al despedirse no dejaban de expresarme todo su cariño y
espíritu de solidaridad.
Cuando todos los cardenales se fueron y quedé solo con el se-
cretario de Estado, éste me preguntó:
—¿No le parece que nos estamos embarcando en una aventu-
ra?
—Claro que sí. Todo lo que tiene que ver con el Espíritu es
siempre una aventura. No se le olvide nunca.
¿Cuánto tiempo duró todo esto? ¿Una hora? ¿Dos horas? ¿Tres
horas? ¿O un solo instante, como afirman algunos expertos? El he-
cho es que todo lo demás se quedó borroso en mi memoria.
80
Sínodos
A un cierto momento me encuentro en un sínodo africano ¿na-
cional, regional o continental? Quien sabe. Me entero de asuntos
totalmente desconocidos para mí, como el del matrimonio consue-
tudinario. Se insiste en la necesidad de una liturgia más conforme al
sentir del pueblo africano, con ritmos, danzas y tradiciones propias
del pueblo. También se nota mucha preocupación por el fenómeno
de las sectas y el sincretismo religioso.
En un sínodo norteamericano, por primera vez en la historia
de la Iglesia, se intenta enfrentar con seriedad el problema de la
evangelización, rebasando el nivel puramente exhortativo de los
documentos oficiales y entrando en todos los detalles de una verda-
dera planificación pastoral de gran envergadura, haciendo un abun-
dante uso de los medios masivos de comunicación e invirtiendo una
enorme cantidad de recursos humanos y económicos.
“Cuidado con la Iglesia Católica— fue el comentario del más
prestigioso periódico de Estados Unidos—. El gigante adormecido
empieza a despertar”. Y otro periódico añadía: “La organización
pastoral de la Iglesia Católica se apresta a ser la más grande empresa
a escala mundial”. Era tanto el entusiasmo que estaba despertando,
que ya se hablaba de ramificaciones de dicha organización a nivel
continental y mundial.
—Es tiempo de modernizarnos —afirmaba el dirigente de un
Movimiento Apostólico Laical—. No podemos seguir como antes, a
la buena de Dios. Si para tener éxito en cualquier cosa, tenemos que
programarnos, ¿por qué no tenemos que hacer lo mismo en la Igle-
sia, por lo que se refiere a la evangelización?
Alguien me preguntó cómo veía esta mezcla entre Dios y el
dólar, la confianza en el poder de la Palabra y la confianza en la
organización. Mi respuesta fue muy sencilla:
—Acuérdense que somos “católicos”. ¿De dónde viene la pala-
bra «católico»? Del griego Kata holon, que quiere decir «según el
todo». Así que es propio de nosotros católicos abarcar todo, sin
excluir nada, y poniendo cada cosa en su lugar: Dios y el hombre, el
don de Dios y la colaboración del hombre, lo antiguo y lo nuevo... Si
fuera de la Iglesia hay algo bueno, ¿por qué no aprovecharlo? Por lo
tanto, estoy completamente de acuerdo en que se utilicen todos los
medios posibles y se monte la mejor organización posible para
relanzar la misión, que representa la razón fundamental de nuestro
existir como Iglesia.
81
Al mismo tiempo un grupo de teólogos bastantes serios empe-
zaron a debatir el asunto de la moral sexual para ver qué hay de
definitivo en la legislación actual y que hay de provisional. Algunos
opinaban que, en las relaciones conyugales (lo que realmente pre-
ocupa a nosotros como creyentes), en caso de necesidad, por ejem-
plo cuando uno de los cónyuges está afectado por el sida, se podría
permitir el uso del condón, la práctica del onanismo u otro método
que no fuera en ningún modo abortivo.
Mi opinión al respecto (aclaro que no soy experto en la mate-
ria) fue muy sencilla:
- Estudien bien el asunto y envíen todo a Roma, puesto que se
trata de un problema que tiene muchas implicaciones de orden doc-
trinal. Allá veremos. Posiblemente en el mismo Concilio se podría
tratar el tema y buscar alguna solución.
En otro sínodo asiático, se insistía en recrear una teología ca-
tólica conforme a la idiosincrasia local. Altos vuelos pindáricos,
que me dejaban sin entender casi nada. Por otro lado, todos sabían
que soy un misionero, metido de un momento a otro a la cabeza de
la Iglesia, con una preparación cultural común. Por eso nadie me
exigía que entendiera todo lo que ellos decían
Lo que más me llamaba la atención era la conciencia general de
estar viviendo un momento excepcional en la historia de su pueblo,
en la que todos están llamados a intervenir como actores.
—Los misioneros nos trajeron el Evangelio, enfrascado entre
muchos elementos culturales extraños a nuestra manera de ser—
decía un anciano sacerdote chino—. Ahora toca a nosotros liberarlo
de toda esta sobreestructura para recrear un cristianismo a nuestra
medida.
Lo que más me impactó fue el entusiasmo, manifestado en un
sínodo latinoamericano, no recuerdo a qué nivel. Se insistía en la
necesidad de que interviniera toda la Iglesia en la elección de los
obispos: consejos parroquiales, dirigentes de las asociaciones y los
movimientos apostólicos, religiosas, clero, obispos de la región,
conferencia episcopal nacional y Santa Sede. Al mismo tiempo, se
debatía la cuestión de los diáconos casados, que pudieran pasar,
después de unos diez años de servicio y a petición del pueblo, de
permanentes a transitorios, para resolver el grave problema de la
escasez de sacerdotes. También en este caso, se consideraba deter-
minante la opinión de todas las fuerzas vivas de la Iglesia local: cle-
ro, vida consagrada y laicado comprometido.
82
—En realidad, —afirmaba un famoso teólogo que trabajaba des-
de hacía mucho tiempo en la periferia de una grande ciudad— no es
lo mismo realizar la Celebración de la Eucaristía que la Celebración
de la Palabra, en la que se distribuye la comunión. La Celebración
de la Eucaristía corresponde a la esencia propia del catolicismo des-
de sus orígenes. Una de las tareas fundamentales de cada pastor de
la Iglesia consiste precisamente en reunir y alimentar la comunidad
cristiana alrededor de la Eucaristía, centro y culmen del ser y que-
hacer de toda la vida de la Iglesia. Ahora bien, cuanto más tiempo
una comunidad cristiana queda sin la celebración de la Eucaristía,
tanto más se va protestantizando, es decir, se va acostumbrando a
una manera de ser que no es propiamente católica, sino protestan-
te.
Y concluía de una manera enfática:
—Tratándose de algo esencial para la vida de la Iglesia, ningún
obstáculo tiene que impedir a cada comunidad contar con los mi-
nistros idóneos para la celebración eucarística, teniendo presente
su propia realidad.
Espíritu de comprensión
Evidentemente, no todo era euforia, besos y abrazos. No falta-
ban momentos de alta tensión. Lo bueno era que, terminados los
debates, todos se volvían como mansos corderos, especialmente al
momento de celebrar la Eucaristía, presidida siempre por un servi-
dor, cuando estaba presente.
En distintas ocasiones noté grupitos de gente, que practicaba
la corrección fraterna y la revisión de vida. Posiblemente se trataba
de gente de la misma parroquia o diócesis, que buscaba la manera
de “cargar las pilas” para que su intervención fuera más eficaz.
Llevado por este nuevo estilo, que se iba creando en los distin-
tos sínodos, yo mismo empecé a practicarlo con mis colaboradores
más allegados. Esto sirvió para impregnar de espiritualidad toda
nuestra actividad, que muchas veces se parecía más bien a la direc-
ción y administración de una transnacional. No faltó alguien que
habló de regreso a la Iglesia de los Hechos de los Apóstoles.
Todo era iniciativa, apertura y entusiasmo, entre uno que otro
chisme, golpe bajo o verdadera calumnia. Era como si se hubiera
abierto una válvula de escape y saliera todo lo que durante largo
tiempo hubiera quedado reprimido. Muchos se preguntaban: “Si
83
esto está sucediendo en los sínodos, ¿qué será en el Concilio? Se ve
que el Espíritu está soplando fuerte”.
Ecumenismo
Frente a esta realidad, muchos hermanos separados se pre-
guntaban: “Si esta es la Iglesia Católica, ¿qué nos impide pensar en
una pronta reconciliación? ¿No será ésta una hora de gracia, que no
tenemos que desperdiciar?”
Y empezaron a llover las solicitudes para participar en los
sínodos y después en el Concilio. La pregunta era: “¿Participarán
como simples observadores o como miembros activos de los mis-
mos”? Respuesta: “Esto se verá después. Por mientras participen
en las comisiones, opinen, busquen todos juntos la respuesta a los
enormes desafíos, que se presentan a la fe en el mundo de hoy. Lo
demás vendrá después. No vayamos a vendarnos la cabeza antes
que llegue la pedrada”.
Otro problema: —¿Quiénes podrán participar totalmente en la
Eucaristía?
—Respuesta: Los que creen en la Eucaristía como nosotros ca-
tólicos y de hecho están luchando por la completa unidad querida
por Cristo bajo la guía de Pedro y los apóstoles con sus sucesores.
Los ministros válidamente ordenados pueden concelebrar con los
ministros católicos. Poco a poco la unidad de los corazones y sacra-
mental llevará a la unidad completa. Es un camino de reconcilia-
ción. Que nadie hable de regreso o cosas por el estilo. Hablemos
más bien de reconciliación. Es más conforme al dato bíblico e histó-
rico.
Concilio
Acerca del Concilio no recuerdo casi nada. Lástima que se me
borró la cinta casi por completo, precisamente en el momento cul-
minante.
Lo único que recuerdo es que la mayoría de los participantes
era de Oriente en una gran variedad de ritos, razas y vestuarios.
¿Será que, para sanar la grande herida, se hará necesario regresar a
celebrar en Oriente los Concilios Ecuménicos, como sucedió en el
primer milenio de la historia de la Iglesia?
84
TAREA
1. ¿Cómo ves la idea de un Concilio Ecuménico?
Buena Mala
¿Por qué?
85
86
2.- La Unidad
entre Los Cristianos:
¿Una Utopía?
Complejo de soñador
Quién sabe cómo se me ocurrió contar mi sueño a un amigo
muy íntimo, con la recomendación de no contarlo a nadie. Es como
si lo hubiera empujado a contarlo a todos. Fíjense que llegó al desca-
ro de meterlo en el Internet.
Bastaron pocos días para que todos se enteraran de mi sueño.
Para algunos yo estaba de plano completamente chiflado, soñando
con cosas totalmente irreales; para otros se trataba de un sueño
premonitor. “De aquí a cincuenta años —me decía un amigo teólo-
go—, todo esto será realidad”.
De todos modos, para mí se había vuelto en una verdadera
pesadilla. Cada vez que salía de la casa, tenía el temor que alguien
fuera a burlarse de mí: “Ahí viene el soñador”; “Disculpe: ¿cuándo
llegará el fin del mundo?”; “¿Qué soñó esta noche?”; “¿De cuál fuma
usted?”, y cosas por el estilo.
87
mundo, en las antiguas comunidades cristianas que en las nuevas.
Es que algo ya no funciona.
Y concluía:
—No nos vaya a pasar lo que pasó en la Edad Media: mientras
la Iglesia estaba preocupada por sanar la herida del Cisma de Orien-
te, no se fijó en los nuevos problemas que se estaban suscitando,
hasta que la situación explotó en la Reforma Protestante. Que por
lo menos una vez logremos llegar a tiempo
Otros sencillamente me comparaban con Julio Verne.
—Así son las cosas —comentaba un columnista de la sección
religiosa—. Primero hay que soñar para después realizar. No se pue-
de llegar a la luna o a las profundidades del mar, sin haber primero
soñado con ello, como pasó con Julio Verne. Lo peor que le puede
suceder a un ser humano, es impedirle soñar. Es como ponerlo en la
antesala de la locura.
Debido a todos estos comentarios, muchos me consideraban
como una especie de “enviado secreto del Vaticano”. Con mucha
frecuencia me invitaban a impartir conferencias o asistir a congre-
sos, sínodos diocesanos, etc. No se resignaban a ser tachados de
retrógradas. Querían estar sobre la cresta de la ola, ser progresistas,
estar a la moda. Y la moda del momento era “soñar”. Por eso todos
querían soñar con el nuevo tipo de Iglesia, hasta afirmar verdade-
ras barbaridades.
No faltaron personas de renombre, que querían asociarse a mi
misión, haciéndome preguntas confidenciales acerca de sueldos,
contactos con personalidades de altura... Al darse cuenta de que el
mío no era más que un simple sueño, se alejaban decepcionados o
fastidiados por mi terquedad y egoísmo, al no querer compartir con
otros mi nueva posición de notoriedad y privilegio.
Así que me pasaba largos días entre encuentros eclesiales, con-
gresos y entrevistas en mi papel de “enviado secreto del Vaticano”.
Una experiencia interesante y algo riesgosa por tener que jugar un
papel irreal y ajeno a mi manera de ser. De todos modos, esto me dio
la oportunidad de medir el alcance del sentido profético de mi sue-
ño.
Asamblea ecuménica
Hasta que volví a soñar en un papel muy diferente del anterior,
como conferencista en una asamblea ecuménica de altura, con la
88
participación de los altos jerarcas del mundo católico, ortodoxo,
anglicano y luterano. El mismo Papa (¿León XIV o XV?) estaba pre-
sente, acompañado por un buen número de obispos, llegados de los
cinco continentes.
De buenas a primeras, me encuentro frente a todos con el mi-
crófono en la mano, en un ambiente sumamente tenso. Parece que
todos tienen el dedo apuntado contra el Papa.
Realmente no sé qué hacer. Me gustaría con toda el alma poder
defender al Papa en una circunstancia tan delicada. Pero siento que
no puedo. Quisiera escapar, despertar del sueño, hacer algo para
evadir una responsabilidad tan densa de consecuencias.
Por fin, tengo que soltar la lengua y empiezo:
—A decir la verdad, mi especialidad no es el ecumenismo, sino
la apologética. De todos modos, si quieren una opinión sincera de
mi parte acerca del tema que están tratando, hela aquí con toda
sencillez, aunque estoy seguro de que con esto voy a decepcionar a
muchos.
Según mi manera de ver las cosas, el obstáculo principal que
impide el avance del ecumenismo, no es la doctrina del primado
pontificio, sino el ejercicio del mismo, que se parece más a un poder
que a un ministerio, es decir “servicio”.
Fíjense en la misma manera como ustedes están dispuestos en
esta asamblea: allá arriba está el Papa solo, en un trono; y aquí abajo
todos ustedes, cada uno en su silla como si fueran seminaristas o
peregrinos en visita a la tumba de San Pedro.
Pues bien, ¿es esto el Colegio Apostólico? ¿Es así como Pedro
se relacionaba con los demás apóstoles? ¿Fue esta la voluntad de
Cristo al establecer el primado de Pedro?
No, hermanos; estamos muy lejos de entender y vivir la doc-
trina de la Colegialidad episcopal. Aquí estamos frente a un grande
desequilibrio, que ha ido desfigurando cada día más el rostro de la
Iglesia a lo largo de la historia.
Siguiendo con esta dinámica, se multiplican los desequilibrios:
el obispo se aísla del presbítero, el presbítero se aísla de los demás
ministros de la Iglesia, y estos del pueblo.
Más que pastores de la Iglesia, parecen reyes, príncipes o caci-
ques, cada quien tratando de manejar las cosas a su antojo.
89
Se ve que le había dado al clavo. De hecho, a medida que iba
aclarando mi punto de vista, notaba que los rostros de los presentes
se iban serenando. Hasta que volteé hacia el Papa y lo vi con la
cabeza totalmente sumida entre los hombros y el rostro cubierto
con las manos.
Al notar esto, me desorienté por completo. Traté de seguir
adelante, balbuceando algunas palabras, hasta que se me cayó el
micrófono de las manos entre las risas de no pocos asistentes, acom-
pañada de una que otra carcajada. Estaba perdido. Sabiendo que
estaba soñando, hice todo el esfuerzo posible para despertar. Nun-
ca había tenido una pesadilla tan horrible.
Y sin embargo, el sueño siguió. Miré hacia el Papa y noté que
me hacía señas de acercármele. Miré a un lado y a otro para ver si
había algún monseñor o secretario que pudiera auxiliarme, y nada.
Entonces empecé a moverme hacia el Papa como un autómata
o un fantasma. Fueron momentos de angustia extrema: yo y el Papa
cara a cara, en una circunstancia tan desagradable, y en una actitud
tan poco cristiana, como de verdugo frente a su víctima.
Cuando ya estuve cerca de él, me puse de rodillas, en espera de
alguna orden. Me parecía que al Papa le estaban dando unas tre-
mendas convulsiones. Por fin apartó las manos de la cara: estaba
hecho un mar de lágrimas.
Me hizo señas de levantarme. Él mismo se empezó a levantar
de su asiento, apoyándose en mi persona. Y poco a poco los dos nos
movimos hacia la asamblea, tambaleando. Un silencio sepulcral se
apoderó de toda la asamblea. Todas las miradas estaban apuntadas
hacia el Papa, que parecía desecho bajo el peso de los años y la carga
de la historia.
A un cierto momento, recobrando todas sus fuerzas, se incor-
poró, me hizo señas de quedarme ahí, avanzó unos pasos más ade-
lante, hacia la asamblea, abrió los brazos y balbuceó entre lágrimas
y sollozos: “Perdón, hermanos, perdón; he pecado”.
En un instante, todos los presentes se levantaron y explotaron
en un aplauso irrefrenable. Por todos lados se oían gritos de “Viva el
Papa”, “Viva el sucesor de Pedro”... Nadie quería quedarse sin abra-
zarlo, borrando con este gesto siglos de historia y abriendo una nue-
va página en las relaciones entre el Papa y los miembros de la Asam-
blea, impregnada del más puro espíritu cristiano.
90
Pasaron algunos minutos (¿días? ¿años?) y la Asamblea reanu-
dó sus trabajos, en otro clima y perspectiva. En la mesa directiva se
encontraban siempre el Papa, rodeado por algunos patriarcas orto-
doxos, un obispo luterano, otro anglicano (algunos los llamaban
“patriarcas y cardenales in pectore”) y alguna otra personalidad del
mundo cristiano.
El patriarca de Moscú nunca se le despegaba. Parecía que tenía
muchos asuntos que tratar con el obispo de Roma. Y el Papa asentía
siempre con la cabeza. Una que otra vez aclaraba algún asunto, que
puntualmente el patriarca anotaba en una libreta.
La Santa Misión
A un cierto momento el Papa tomó la palabra:
-No nos olvidemos, hermanos, que nuestra prioridad absoluta
es la misión. Todo tiene que estar enfocado a la misión, ¿Recuerdan
aquellas palabras, que pronunció Jesús el jueves santo, en víspera
de su pasión? “Oh Padre, que todos sean uno... para que el mundo
crea que tú me has enviado” (Jn 17,21)?
En la Iglesia, todo tiene sentido relacionado con la misión y sin
la perspectiva de la misión nada tiene sentido. Así que, al hablar de
unidad, estamos despejando el camino a la misión, eliminando uno
de los más grandes obstáculos que se le oponen, que consiste en el
escándalo de la división.
Sí, hermanos, hagamos el esfuerzo por salir de aquí completa-
mente reconciliados y sacramentalmente unidos en la celebración
eucarística. Lo demás vendrá después, poco a poco con el auxilio de
los peritos. Claro, si alguien no comparte la fe común en la Eucaris-
tía, que espere, hasta no aclarar este aspecto tan importante de la fe
cristiana.
Un fuerte aplauso selló la intervención papal. Todos estaban
de acuerdo con su manera de ver y manejar los asuntos.
Apologética y Ecumenismo
En un descanso, se me acercaron algunos obispos no católicos
para intercambiar conmigo algunas opiniones:
—Fíjese, padre, que su intervención nos sacó completamente
de quicio —empezó un obispo luterano—. Nadie se imaginaba que
un apologista como usted se iba a salir con lo que dijo.
91
—Es que no existe ninguna oposición entre el Ecumenismo y la
Apologética. El Ecumenismo es para buscar la unidad perdida y la
Apologética es para evitar que siga habiendo más divisiones. Yo
creo que por no haberse entendido esto, se ha dejado al pueblo ca-
tólico, y en general a todos los miembros de las Iglesias Históricas,
indefensos ante la agresión sistemática de las sectas de origen cris-
tiano y los nuevos movimientos religiosos, que son una mezcla en-
tre cristianismo, religiones orientales, sicología, esoterismo, etc.
—Lo que estamos viendo con la Nueva Era—, añadió un obispo
anglicano.
—Precisamente. Todos hablan de religión, todos tratan de dar
testimonio acerca de la eficacia del nuevo credo para dar sentido a
la propia vida, arrastrando tras de sí a muchísima gente, mientras
nosotros nos quedamos callados, dizque para no ofender. Nos he-
mos vuelto perros mudos, cobardes...
—¿Qué hay que hacer entonces frente a esta dura realidad?
—Primero fortalecernos interiormente como Iglesia y como
auténticos discípulos de Cristo y después nos vamos al ataque con
el Evangelio en la mano. ¿O creen ustedes que el Evangelio no nos
puede dar la pauta para que el hombre de hoy encuentre la respues-
ta que espera a los grandes interrogantes que se le presentan?
—Es cierto —comentó un obispo ortodoxo—. Nos faltan aga-
llas. Nos parecemos a un club de viejitos, que mientras revivimos
antiguas gestas gloriosas, no tenemos la fuerza ni para dar un paso
en adelante.
Casi todos estaban de acuerdo con esta nueva manera de ver
las cosas, expresando con toda franqueza su punto de vista:
—Necesitamos ser más realistas.
—Y más aventados.
—Y más confiados en nuestro papel como embajadores de Cris-
to, el hijo de Dios hecho hombre y salvador del mundo, en una so-
ciedad tan sedienta de valores, que den sentido a la vida.
92
Rueda de Prensa
Mientras el Papa y los altos jerarcas de las distintas Iglesias se
reunían para programar las actividades sucesivas, un servidor con
algunos miembros de la Asamblea fuimos invitados a una rueda de
prensa. Como siempre, los periodistas se salieron del huacal, ha-
ciendo preguntas que no tenían nada que ver con la misión propia
de la Iglesia y el tipo de encuentro que se estaba realizando.
De todos modos, algunas preguntas tuvieron el mérito de esti-
mular la reflexión común sobre aspectos focales de la vida de la
Iglesia. Un periodista preguntó:
—¿Cómo explican ustedes la situación religiosa en Polonia,
que, con la caída del comunismo y la llegada de la democracia y la
libertad, se ha ido deteriorando cada día más?
La pregunta nos tomó a todos de sorpresa. Así que nadie se
atrevía a aventurar alguna explicación plausible acerca de un fenó-
meno bastante común en la Iglesia: grande capacidad de resistencia
en los momentos de persecución y extrema debilidad cuando hay
bienestar y arrecian las tentaciones del placer y el poder.
Por fin, todas las miradas se dirigieron hacia mí, invitándome
a romper el hielo:
—Bueno —empecé con cierta turbación—. No se trata de un
problema sencillo. En cierta manera para Polonia la Iglesia Católica
representa como una madre, a la que acuden los hijos de una mane-
ra especial cuando hay problemas. Apenas las cosas empiezan a cam-
biar, fácilmente se olvidan de ella, convencidos de que nunca les
faltará su protección en caso de volverse a presentar algún peligro.
En muchas familias sucede lo mismo.
—Es que nosotros católicos —añadió un teólogo— estamos
acostumbrados a cerrar filas cuando nos amenaza un peligro co-
mún, encontrando en la fe la fuerza para resistir. Cuando al contra-
rio, no existe ninguna amenaza externa bien definida, fácilmente
nos dispersamos, confundiendo la apertura y el respeto para con
todos con la ingenuidad y prestando atención a cualquier canto de
sirena, que nos proponga caminos más fáciles y placenteros.
—Según mi opinión, —concluyó otro miembro de la Asamblea—
el problema fundamental para nosotros católicos consiste en bus-
car la manera de conciliar la fe con la modernidad. Estamos acos-
tumbrados a vivir nuestra fe en una situación de renuncia y sufri-
93
miento; tenemos que aprender a vivirla también en una situación de
bienestar y disfrute, con una vida de calidad. Ya asimilamos las som-
bras y los rigores del Viernes Santo; ahora nos falta asimilar las
luces y los gozos de la Resurrección. Un enorme reto para el futuro
de la Iglesia, si quiere volverse en protagonista en la construcción
del nuevo mundo que se perfila.
—Un reto enorme también para nosotros ortodoxos, que esta-
mos saliendo de un largo invierno bajo la égida del totalitarismo
comunista —comentó un obispo ortodoxo—. Si queremos hacer fren-
te a la modernidad o postmodernidad, como la llaman ahora, nece-
sitamos muchos cambios. Tenemos que dar el paso de una cultura
de tipo campesina a una cultura de tipo industrial, en un clima de
libre competencia y total libertad, que muchas veces se vuelve en
auténtico libertinaje, con fenómenos tan complejos como son la
corrupción, las mafias, la prostitución organizada, la drogadicción,
el más descarado proselitismo religioso y tantas otras cosas que nos
sacan completamente de quicio. Hermanos, les confieso con toda
sinceridad que anhelo la unidad con toda el alma, porque estoy con-
vencido de que todos vamos a salir ganando, al realizar una obra tan
sagrada y necesaria para el fortalecimiento de la herencia de Cristo.
Sí, nosotros necesitamos su apoyo para poder enfrentar con éxito
toda esta problemática, que se nos vino encima de un momento a
otro, con el derrumbe del comunismo.
—Y nosotros occidentales necesitamos aprender de ustedes
los grandes valores de la espiritualidad. Muchas veces nos sentimos
asfixiados, metidos hasta el copete en todo un mundo de organiza-
ción e ideologías —concluía un obispo católico.
Se habló también de una posible visita del Papa a distintas co-
munidades ortodoxas, más sensibles al problema de la unidad.
—No nos vaya a pasar —comentaba un obispo ortodoxo— que,
mientras a nivel político se están logrando grandes avances hacia la
unificación, en el campo religioso nos quedemos rezagados. Que no
nos vayan a acusar de representar un obstáculo para el entendi-
miento y la colaboración entre los pueblos. Sería un duro golpe para
el cristianismo y la religión en general.
—Si seguimos con nuestras querellas teológicas e históricas —
concluía un obispo católico—, corremos el riesgo de que otros to-
men nuestro lugar mediante mensajes religiosos de dudosa proce-
dencia. Es urgente que nos unamos y hagamos oír nuestra voz clara
94
y decidida acerca de las grandes causas que afectan a la humanidad:
la paz, la justicia, la dignidad del ser humano, la ecología y el destino
terrenal y eterno del hombre. Y todo esto a la luz del Evangelio. Aún
hay mucha gente que confía en nosotros y espera de nosotros una
palabra y un gesto clarificador. No la decepcionemos.
Apenas estábamos para abordar el tema de la globalización,
cuando el Papa y los representantes de las distintas iglesias salieron
de la reunión y se dirigieron directamente a la prensa. Estaban
desbordantes de alegría. Tomó la palabra el patriarca de Moscú:
—Gaudium magnum anuntio Vobis —exordió en un latín bas-
tante inteligible, aunque con marcado acento oriental—: El Papa irá
a Moscú.
Los mismos periodistas casi no creían a sus oídos. Lo que unos
días antes parecía imposible, ya era una realidad. Un verdadero
milagro, “el milagro del amor”, comentaban muchos.
Después el sueño se me paró de golpe. El bendito despertador
vino a recordarme que la vida no es puro sueño y que, solamente
enfrentando con sentido de responsabilidad la realidad de cada día,
se pueden transformar los sueños en realidad.
TAREA
1. ¿Qué quiere decir que primero hay que soñar para después rea-
lizar?
95
4. ¿En qué sentido la unidad entre los cristianos puede ayudar a
los:
-Católicos?
-Ortodoxos?
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3.- Sacramentos
Y Vida Cristiana
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Al momento no le di mucha importancia por su radicalidad.
Pero después la idea siguió haciendo mella en mi mente, hasta dar
origen al “sueño”que voy a relatar y que tuve en Évora (Portugal)
unos días después.
Toma de conciencia
Todo empezó en un sencillo programa radiofónico, en que al-
guien preguntó por teléfono por qué no se deja de bautizar a los
niños, para poner un poco de orden en la Iglesia Católica.
—En realidad, —afirmó— la mayoría de los católicos entran en
un templo dos veces en toda la vida: la primera vez para el bautismo
y la segunda para el funeral y las dos veces llegan cargados por
otros, no con sus propios pies ni por su libre voluntad. ¿Es suficien-
te esto para que alguien sea considerado católico? Por eso el catoli-
cismo está tan devaluado.
De inmediato un evangélico aprovechó la oportunidad para
dar su “testimonio” acerca de su nueva experiencia religiosa:
—Antes yo era católico. Nunca iba a la iglesia. No rezaba ni
conocía la Palabra de Dios, me emborrachaba seguido, me peleaba
con la gente... era un verdadero desastre. Hasta que conocí la Pala-
bra de Dios mediante un hermano, que fue a visitarme en mi casa.
Pues bien, desde entonces mi vida cambió por completo. Casi todos
los días voy al culto, estudio la Biblia, me porto bien con todos y
pago puntualmente el diezmo. Después de esta experiencia, me he
convencido de que el catolicismo no sirve para nada.
Un católico practicante le contestó, acusándolo de no haber
sido nunca católico, desatando con esto un montón de protestas.
—Entonces, si no era católico, ¿qué era? ¿Budista, musulmán
o ateo? Claro que era católico, como la mayoría de los católicos.
Para evitar que se encendieran los ánimos y se creara una mala
impresión entre los oyentes, opté por atender las llamadas fuera del
aire, mientras se pasaba la publicidad. Ahí pude darme cuenta de
que entre los católicos existe una enorme confusión acerca de su
identidad.
Una señora así manifestó su inconformidad con la opinión del
católico practicante:
—Si no soy católica ¿qué soy entonces? ¿Acaso soy un animal?
Claro que en mi pueblo todos somos católicos.
98
Otra anciana que se creía muy piadosa, reclamaba su derecho
a ser considerada católica por su devoción al santo patrono del pue-
blo:
—Ningún año falto a la fiesta patronal, siendo presidenta de la
cofradía de la Virgen de los Remedios. Si no soy católica yo, ¿quién
entonces es católico en mi pueblo? Lo de la misa, la confesión y la
comunión son puras tonterías, que no sirven para nada. Pura moda
de ahora.
Y otra señora, muy joven por cierto, quiso cortar por lo sano:
—Nosotros somos católicos de hueso colorado, porque segui-
mos la costumbre de nuestros antepasados. Si ahora hay algunos
que quieren estudiar la Biblia y abandonar las antiguas costumbres,
es su problema. Que hagan sus templos aparte y allá hagan todo lo
que quieran. Que a nosotros nos dejen en paz con nuestras imágenes
y nuestras fiestas.
Terminada la publicidad y entrando al aire, quise cambiar de
tema, pero no fue posible. El católico comprometido de antes retomó
la palabra:
—El problema es que la gran mayoría de los católicos descono-
ce su identidad y no tiene sentido de pertenencia. Por eso, una vez
que la sociedad se abre hacia el pluralismo religioso, cada quien con
facilidad acepta cualquier creencia. Teniendo presente esta nueva
realidad, veo muy bien la posibilidad de suspender la praxis actual
de bautizar a los niños y dar inicio a una nueva legislación al respec-
to.
A este punto, nuestro programa logró la máxima audiencia, un
rating nunca logrado anteriormente. Parecía que todos los radioes-
cuchas se hubieran concentrado en nuestra señal. Se saturaron las
líneas telefónicas. Tuvo que intervenir el director de programa-
ción:
—Amables radioescuchas, por lo visto, se trata de un tema que
está despertando el máximo interés en todo el público en general,
pertenezca o no a la Iglesia Católica. ¿Qué les parece si durante toda
la próxima semana nos abocamos al tema del bautismo de los niños
para sondear la opinión de los católicos sobre este asunto?
Y dirigiéndose a mí directamente, me preguntó si estaba dis-
puesto a dirigir el programa, teniendo en cuenta las distintas reac-
ciones que pudieran surgir, no siempre agradables. Acepté de inme-
diato:
99
—¡Qué bueno que el pueblo católico empieza a tomar concien-
cia acerca de una problemática, que afecta profundamente la vida
de la Iglesia! Me siento muy honrado de dirigir el debate sobre un
asunto de tanta importancia para la vida de la Iglesia.
—Siendo sacerdote, —continuó el director de programación—
¿no corre el riesgo de tener algún problema con la jerarquía ecle-
siástica?
—¿Por qué? En la Iglesia hay más libertad de expresión de la
que usted se puede imaginar.
—Disculpe mi ignorancia. El bautismo de los niños ¿no es un
dogma en la Iglesia Católica?
—No. Es una simple praxis, como alguien del público mencio-
nó anteriormente. Una vez que cambian las circunstancias concre-
tas que le dieron origen, puede cambiar.
—Así que, según su opinión, ¿es posible que algún día cambie
la praxis actual de bautizar a los niños?
—Claro que sí.
—¡Qué bueno! De otra manera, nuestro debate radiofónico se
quedaría en pura especulación, sin ninguna posibilidad de influir en
la vida concreta de la Iglesia. ¡Qué bueno que aclaró este aspecto!
Así que... amables radioescuchas, lunes próximo a las 7 de la tarde
sintonicen con nuestra señal y empezará la grande aventura. Aquí,
como de costumbre, en la cabina habrá expertos y simpatizantes de
uno y otro bando. Todos podrán intervenir, presentando su punto
de vista. Por mientras, vayan pensando en los pro y contra de la
praxis actual de bautizar a los niños. Estoy seguro de que todo esto
servirá para crear entre los católicos (aclaro que yo soy católico,
aunque poco practicante a causa de mi profesión que me absorbe
por completo) un mayor interés por las cosas de la Iglesia. ¿Qué le
parece, Padre?
—Claro que sí. En la medida en que se toma en cuenta la opi-
nión del pueblo católico, en la misma medida aumentarán su interés
y su participación en las cosas de la Iglesia. Como pasa en la política.
En la medida en que se respeta el voto, en la misma medida la gente
acude a votar. De otra manera, ¿para qué votar?
El director parecía eufórico por la nueva iniciativa que de una
manera tan inesperada ponía su estación de radio al centro de la
atención general. Mencionó los grandes logros que por este medio
había tenido en el pasado: el nuevo hospital, el tele bachillerato, el
100
campo deportivo... Nunca se había imaginado llegar a incursionar
en el campo religioso con tanto éxito. Parecía que con este progra-
ma iba a infligir un duro golpe a la competencia.
—Así que... lunes próximo, todos al pendiente de nuestro nue-
vo programa “Bautismo de los niños, Sí; bautismo de los niños,
No”.
Era viernes. Nunca me habría imaginado en qué lío me acaba-
ba de meter con mis declaraciones. Toda la ciudad estaba alarmada
por el asunto del bautismo de los niños. El día siguiente (sábado)
distintos periódicos me solicitaron una entrevista sobre el tema.
Nadie quería quedar atrás en un asunto que se había vuelto tan po-
pular: la conveniencia o menos de seguir bautizando a los niños.
Catecumenado
Ni modo. Estaba metido en el lío y tenía que hacerle frente a
como diera lugar. Ya no había manera de zafarme. Sin quererlo, ya
me encontraba en el ojo del huracán. Son cosas que pasan en la vida
pocas veces y en el momento menos esperado. Así que pronto em-
pecé a dar vueltas en mi mente para tener algo seguro que decir en el
encuentro con los periodistas.
En efecto, para evitar repetir lo mismo a cada periodista, esta-
blecí una hora para la rueda de prensa, en la que iban a participar los
responsables de los medios de comunicación masiva, escritos y
hablados. De hecho, nadie faltó a la invitación. Hasta el canal
televisivo y la prensa amarillista de la ciudad hicieron su aparición.
Todos estaban interesados en informar a su público acerca de la
novedad del momento: si convenía o no seguir con la costumbre de
bautizar a los niños.
Todos los periodistas estaban muy ansiosos de no dejarse es-
capar ningún detalle de lo que se iba a tratar, buscando algo que
pudiera llamar más la atención del público, prestarse a distintas
interpretaciones o se pudiera aprovechar para suscitar algún es-
cándalo. Por eso traté de ser muy cauteloso en mi manera de expre-
sarme. Hasta preparé por escrito un boletín de prensa que entregué
a cada reportero.
En pocas palabras sugerí restablecer la antigua praxis del
catecumenado. En lugar de realizar el bautismo todo de una vez, en
una misma ceremonia, se tendría que hacerlo por etapas. A cada
etapa tenía que corresponder una determinada catequesis con un
101
determinado compromiso. Este compromiso tenía que ser personal
tratándose de adultos y, tratándose de niños, tenía que ser de parte
de los padres y padrinos. De todos modos, tratándose de niños, la
etapa conclusiva tendría que corresponder a lo que en la actual
praxis es la Primera Comunión y, tratándose de adultos, que por su
libre voluntad solicitaran el bautismo, tendría que realizarse no an-
tes de los quince años.
Como era de preverse, todo esto cayó como una bomba, sea en
el campo eclesial que en el campo profano. Desde la noche del sába-
do y por todo el domingo siguiente no se hablaba más que del
catecumenado, una palabra desconocida por la mayoría de la gente,
que iba a dar al traste con siglos y siglos de tradición católica.
El canal televisivo, en su noticiario de la noche, fue el que lan-
zó el grito de alarma: “Tiempos difíciles se acercan para la feligre-
sía católica: o católicos comprometidos o nada” y trató de explicar
el problema del catecumenado. Se veía claramente que el mismo
reportero no había entendido casi nada. Lo único que logró fue alar-
mar más a la gente acerca de un peligro inminente, que amenazaba
al pueblo católico: el catecumenado.
El pueblo en general, católico y no católico, pronto se pegó a
los aparatos de radio para tratar de entender algo más acerca del
asunto. Muchos empezaban a llamar directamente a los locutores
de radio.
—Por favor ¿nos pueden explicar quién es exactamente este
catecumenado, de dónde viene, qué hace y qué quiere de nosotros?
—¿Existe algún consejo o alguna receta para defenderse del
catecumenado?
Evidentemente, cada uno, tomado por sorpresa, trató de ex-
plicar las cosas a su manera, asegurando mayores luces en progra-
mas sucesivos. Muchos se pasaron la noche sin conciliar el sueño,
pensando:
—No bastan los problemas que ya tenemos. Ahora, hasta la
Iglesia nos quiere crear problemas con este catecumenado.
—Posiblemente los curas inventaron esto para ganar más di-
nero.
—Ya somos pocos los que acudimos a la iglesia. Si ahora se
salen con el catecumenado, sin duda los católicos iremos disminu-
yendo siempre más.
102
El domingo algunos periódicos, para evitar problemas, publi-
caron por entero el boletín de prensa, tratando de añadir alguna
explicación, cada uno según su ideología. “Por fin el gigante ador-
mecido empieza a despertar”, rezaba el encabezado, a ocho colum-
nas y en primera plana de uno de los más importantes periódicos de
la región. Subrayaba las grandes dificultades presentes en el catoli-
cismo a causa del mal testimonio ofrecido por muchos feligreses,
que por su conducta parecen verdaderos paganos. El articulista,
muy inclinado a favor de la iniciativa, concluía sus reflexiones:
—Ojalá que con este cambio, el catolicismo empiece a despe-
gar. Para tiempos nuevos, nuevas ideas y nueva organización, como
dijo Jesús: “Vino nuevo en odres nuevos”.
Otro periódico se manifestó totalmente contrario a la iniciati-
va. Su encabezado en primera plana, a cuatro columnas, rezaba:
“Reaparece el integrismo católico: el catecumenado”. Hablaba de
una grave amenaza para la paz en el campo religioso con el resurgi-
miento de un catolicismo militante. Conclusión:
—Dejemos al mundo como está. Que todos los niños sigan bau-
tizándose como antes y cuando sean adultos, cada uno escoja la
religión que más le agrade. ¿Qué es esta discriminación, en el mismo
catolicismo, entre catecúmenos y bautizados? O todos hijos o todos
entenados.
Como era de esperarse, aquel domingo aumentó sobremanera
el aflujo de los feligreses a las misas y a las celebraciones de la Pala-
bra. Algunos curas, que no estaban al tanto del asunto, quedaron
sorprendidos. Al preguntar a los feligreses la causa de tanto alboro-
to, más se sorprendieron:
—El catecumenado —contestó alguien.
—¿Qué catecumenado?
—Que ya no se van a bautizar los niños.
—¿¡!?
—Es lo que están diciendo por radio.
—También salió en el periódico.
—Queremos una explicación. ¿Por qué ya no quieren bautizar
a los niños?
Tomados por sorpresa, los curas por lo general trataron de
calmar los ánimos:
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—No se preocupen —contestó alguien—. Todo seguirá como
antes. Lo del catecumenado es la idea de algún teólogo y nada más.
Siempre en la Iglesia ha habido y habrá mentes calenturientas.
—¿El catecumenado? Una experiencia de la Iglesia primitiva y
ya. Posiblemente se tratará de apretar un poco más las tuercas en la
preparación para los sacramentos.
—Se trata de una posibilidad muy remota. Primero se tiene
que discutir entre los sacerdotes, después entre los obispos y sola-
mente después el Papa podrá tomar una decisión al respecto. Por lo
tanto, no se alarmen. Si habrá algún cambio, lo que yo dudo, yo se lo
voy a comunicar.
Conclusión: por el simple anuncio de un cambio tan radical
dentro de la Iglesia con relación al bautismo de los niños, muchos
padres se apresuraron a bautizar a sus hijos. ¿Por qué?
—Por lo de las dudas. No vaya a suceder que de veras cambie el
sistema y tengamos que ir más seguido a la Iglesia para poder bauti-
zar a nuestros hijos.
—Mejor aprovechar ahora que esperar, arriesgando con que-
dar con los niños sin bautizar.
Un periódico llegó a definir la situación como “La última y
más grande barata bautismal”.
No a la simulación
De un momento a otro me encuentro en la Pontificia Facultad
Teológica de Milán (Venegono Inferiore, Varese, Italia), ya no como
seminarista, sino como sacerdote y anciano misionero. Estoy im-
partiendo una conferencia, que deja a todos altamente sorprendi-
dos. Pensaban encontrarse frente a un misionero, que les iba a ha-
blar de los inditos del continente americano, solicitando alguna ayuda
para llevar adelante ciertas obras sociales, como es costumbre en-
tre los misioneros, y de pronto se encuentran ante un “pastoralista”
que cuestiona radicalmente la manera de llevar adelante la evan-
gelización en el continente americano, en el continente europeo y
en el resto del mundo.
—Es tiempo de poner el dedo sobre la llaga —grité a un cierto
momento—. Basta de auto engaños. Que se sepa de una vez que,
cuando hablamos de paganos, no podemos pensar solamente en
África y Asia, como si aquí no hubiera paganos. Aquí hay también
104
paganos, auténticos paganos. Y no estoy refiriéndome solamente a
los que se proclaman ateos o agnósticos o que no están bautizados.
Me atrevería a decir que aquí la mayoría de los bautizados son au-
ténticos paganos. ¿Se han preguntado alguna vez qué idea tienen
acerca de Dios, la Trinidad y Jesucristo como verdadero Dios y
verdadero hombre, y único salvador del mundo?
Fui interrumpido por un coro de aplausos, acompañado tam-
bién por algún chiflido. Había de todo entre el público: sacerdotes,
seminaristas, laicos comprometidos y gente popof, que había llega-
do para dar su limosna al misionero, sin entender ni papa de lo que
es la fe católica, orgullosa por pertenecer a un pueblo católico y
ayudar a las misiones.
Todos se veían exaltados, por uno u otro motivo, manifestán-
dose en pro o en contra de lo que acababan de escuchar. Pude dis-
tinguir solamente algunos comentarios:
—Por fin alguien habla claro.
—Esta es la verdadera misión.
—Adelante.
—Silencio.
—Siga, Padre.
Proseguí:
—Para muchos ¿en qué consiste ser católicos? Bautizar a sus
hijos, acudir a misa de vez en cuando, encomendarse a Dios (¿cuál
Dios?), participar o asistir a una procesión, casarse por la Iglesia...
A propósito de las imágenes, la mayoría de los católicos ¿qué pien-
san acerca de ellas? ¿No se han dado cuenta de que muchos tienen
un concepto pagano de ellas? ¿Por qué de una vez no se habla claro
acerca de las imágenes? A ver ¿qué opinan ustedes acerca de este
asunto?
—Es peligroso aclarar al pueblo en general el sentido de las
imágenes —contestó uno de los oyentes—. Muchos tienen un con-
cepto mágico de las imágenes y no falta gente que llega a pensar que
se trata de verdaderas divinidades, al estilo pagano. Si se les presen-
ta el concepto católico de imagen, o lo rechazan rotundamente o se
sienten decepcionados por haber sido engañados por tanto tiempo.
—Por eso los grupos proselitistas insisten tanto en el tema de
las imágenes —siguió otro de los presentes.
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—¿Qué me importa a mí lo que digan los que no son católicos?
—contraatacó un católico a la antigüita—Yo creo en las imágenes y
basta. Si ellos no creen, es su problema.
Con dificultad logré restablecer el orden. Y continué:
—¿Han pensado alguna vez en el asunto de los matrimonios
mixtos? Generalmente la parte católica se cambia de religión, cuan-
do se trata de casarse con gente que pertenece a grupos proselitis-
tas, como son los testigos de Jehová, los pentecostales, los
adventistas del séptimo Día, etc. Y ¿qué pasa cuando una mujer
católica se casa con un musulmán? Normalmente va a parar en al-
gún lugar de África o Asia, compartiendo al hombre con tres o cua-
tro esposas más y obligada a cambiar de religión.
—No siempre sucede esto —interrumpió un líder del diálogo
interreligioso.
—¡Faltaría más! El problema es: ¿Por qué devaluar tanto el
sentido del bautismo y el matrimonio cristiano, permitiendo con
tanta facilidad matrimonios, que de antemano se sabe que van a
fracasar?
—Lo mismo pasa entre católicos. Muchos matrimonios fraca-
san.
—Claro que fracasan. ¿Por qué? Porque se celebran así nomás,
a la ligera, como si se tratara de una ceremonia y nada más. Los más
listos o los que tienen más dinero, logran su anulación, con la posi-
bilidad de volver a casarse por la Iglesia y hacer otra payasada,
mientras la mayoría queda amarrada por algo que en su momento
no entendió plenamente. ¿Han pensado en la gran cantidad de sa-
crilegios que se cometen continuamente, consintiendo el sacramen-
to del matrimonio a gente que de por sí ni frecuenta la Iglesia ni
piensa frecuentarla en el futuro? ¿Cuál es el sentido de la confesión,
que hacen antes de casarse? ¿Hay acusa de los pecados, arrepenti-
miento y propósito de enmienda? ¿O todo esto se vuelve en pura
farsa? Y de todos modos se les da la comunión. ¿Cómo llaman uste-
des a todo eso?
Volvieron los gritos con el alboroto de antes:
—¡Sacrilegio!
—¡Payasada!
—¡Teatro!
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—Pura simulación —seguí a manera de conclusión—. Se sabe
que los papás no van a cumplir con el compromiso de educar a los
hijos en la fe católica, puesto que ellos mismos ni conocen ni practi-
can la fe. Y de todos modos se sigue bautizando a sus hijos. Se sabe
que la mayoría de los católicos, al hacer la Primera Comunión, con-
firmarse o casarse por la Iglesia, ya no vuelven. Y se les sigue admi-
nistrando estos sacramentos. Se sabe que tantos católicos nunca
frecuentaron la Iglesia y hasta lucharon en contra de ella. Y de to-
dos modos, antes de morir (a veces se espera el momento en que
pierden la conciencia) se les imparte el sacramento de la Unción de
los Enfermos. Y todo esto ¿para qué? Para seguir apantallando que
“aquí todos somos católicos”.
—¿Qué hacer entonces? —gritó alguien.
—No seguir dando las perlas a los cochinos. Cortar por lo sano.
Y hablé del proyecto del catecumenado en la Iglesia. Hubo
pros y contras. Mucha hesitación. Al terminar el evento, nadie se
acordó de darme ni un centavo para el pasaje. ¡Cómo hubiera sido
diferente, si hubiera hablado de niños pobres, hambre, guerrillas o
ecología! Será para otra vez.
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fundida. Entonces ¿son ciertas algunas acusaciones que nos hacen
los testigos de Jehová? El asunto está muy gordo.
—Le agradezco, padre, la claridad de sus planteamientos. Des-
de hace tiempo iba pensando en lo mismo, pero nunca me atreví a
compartirlo con los demás miembros del presbiterio. Estoy con-
vencido de que es inmoral seguir bautizando a los niños, y en gene-
ral seguir administrando los sacramentos, cuando se sabe que no
habrá ninguna preocupación para que sigan creciendo en la fe. Me
parece una forma de paternidad irresponsable.
—Soy un joven sacerdote. Desde hace algunos años le estoy
siguiendo la pista. Al principio, como muchos de mis compañeros,
lo había etiquetado como un fanático conservador. Con el pasar del
tiempo me fui dando cuenta de que es todo lo contrario. Sus
cuestionamientos miran hacia cambios muy profundos en la Igle-
sia. Adelante.
—Me acaba de escribir un amigo de Italia acerca de la confe-
rencia que impartió en el Seminario Mayor de Milán. Sus plantea-
mientos me han impactado muchísimo. Lo invito a venir a impartir
una conferencia en mi seminario para profundizar el mismo tema.
Me comprometo a llenarle el auditorio del seminario. ¿Será posi-
ble? ¿Cuándo? Espero una pronta respuesta. Existe mucha inquie-
tud acerca de esta misma problemática.
—Soy un cura cuarentón. Sinceramente, sus planteamientos
me asustan. Prácticamente tendría que haber un cambio radical en
la manera de llevar adelante mi acción pastoral. Me estoy dando
cuenta de que estoy sembrando en el mar. Misas, bautismos, cere-
monias de quince años, matrimonios... tanto trabajo con gente que
vive al margen de la fe. Ahora empiezo a preguntarme si conviene
seguir adelante así o más bien es más sensato dar un giro de ciento
ochenta grados en mi acción pastoral. ¡Ahora entiendo porqué nun-
ca se habla de esas cosas en los encuentros que tenemos los curas a
nivel de parroquia, decanato o diócesis! Claro, ponen en peligro
nuestras finanzas y exigen más compromiso.
Evidentemente no faltaron las críticas y los ataques:
—Sin duda, a nivel pueblerino su propuesta ha causado un gran-
de revuelo. ¿No sería mejor elevar el tono del debate a nivel teoló-
gico, antes de asustar al pueblo con propuestas apocalípticas?
—Es fácil hablar de cambios radicales. La pregunta es: ¿Son
factibles? ¿No corremos el riesgo de que el remedio sea peor que la
enfermedad?
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Algo interesante noté en todo el asunto: la ausencia de los gran-
des “teólogos”. ¿Miedo a bajar del quinto piso y pisar un terreno
resbaladizo? ¿Miedo a lo desconocido? ¿Intento de descalificar todo
el asunto con el silencio? ¿Política del miedo? ¿Política del aves-
truz?
El gran reto
Pasaron los días (¿los meses? ¿los años?) y por fin alguien lan-
zó el gran reto: un diálogo abierto sobre el asunto del restableci-
miento del catecumenado dentro de la Iglesia con la participación
de los mejores teólogos del momento. El gran reto fue dado a cono-
cer por todos los medios de comunicación masiva: periódicos, ra-
dio, televisión... volantes. Todos estaban invitados a participar con
encuestas, ponencias o preguntas. La convocatoria terminaba con
estas palabras: “llegó el tiempo de tomarse cada quien su propia
responsabilidad. Mañana no se vayan a quejar si algo les molesta. Es
el momento de hacer oír la propia voz. Habla hoy o calla para siem-
pre”.
Y llegó el gran día. Un enorme salón repleto de millares y mi-
llares de gente. Un montón de reporteros. Gente común y gente
culta. Religiosas, seminaristas, sacerdotes y obispos. Había aire de
fiesta y gran expectativa. Algo realmente importante estaba por
suceder. Micrófonos por todos lados. En la tarima estaba un servi-
dor con algunos «expertos» en distintas áreas, todos preocupados
por sacar a la Iglesia católica del gran «impasse» en que se encuen-
tra: seguir o no con la era constantiniana, pensar o no en un nuevo
modelo de Iglesia. Algo histórico. Oportunidades que pocas veces
se presentan. El moderador dio inicio al encuentro:
—Damas y caballeros, católicos comprometidos y católicos
simpatizantes, laicos, religiosas, presbíteros, obispos, creyentes y
no creyentes. Llegó el gran día. La historia se encuentra en una en-
crucijada. Todos, en una manera o en otra nos veremos afectados
por lo que hoy vamos a tratar aquí y el jurado va a decidir después a
puertas cerradas. Así que adelante. Primero vamos a escuchar la
opinión de los expertos que se encuentran frente a ustedes, y des-
pués daremos la palabra al público en general. Adelante.
109
en la eficacia del sacramento, poniendo en tela de juicio la doctrina
del ex opere operato. Para usted sería lo mismo ser un pagano a
secas que ser un bautizado que desconozca los contenidos de la fe y
viva como pagano. Pues bien, se trata de un error, puesto que el
sacramento de por sí es válido y en cierta manera de por sí actúa en
el interior del hombre.
—Bueno. Como he repetido en distintas ocasiones, no soy un
gran teólogo ni me interesan mucho sus reflexiones, demasiado ale-
jadas de la realidad. Aquí el problema es: “¿Conviene o no seguir
con el actual modelo de Iglesia, estructurado esencialmente en un
régimen de cristiandad? ¿No es posible pensar en un nuevo modelo
de Iglesia, reestructurado en un mundo plural, al estilo de los pri-
meros siglos del cristianismo?”
—¿Tiene conciencia usted de lo que está diciendo? —arreció
otro teólogo de mayor altura— ¿No se da cuenta de los enormes
problemas que esto suscitaría al interior de la misma Iglesia? ¿Cree
usted que los “paganos bautizados” aceptarían fácilmente ser rele-
gados a un nivel de segunda categoría?
—Claro que estoy consciente. Y no me extrañaría que estos
cambios causaran dentro de la Iglesia un tal revuelo que se llegara
hasta el martirio de parte de los ministros más celosos de su misión
como profetas y pastores. Siempre sucedió esto en el pasado y se-
guirá sucediendo en el futuro. ¿Nunca usted oyó hablar del “Marti-
rio” de sacerdotes, que tuvieron el valor de enfrentarse a los políti-
cos corruptos, a las mafias o a cualquier otro tipo de injusticia? El
martirio representa la perspectiva normal en la vida del auténtico
discípulo de Cristo. Por lo tanto, solamente poniéndose en esta pers-
pectiva el apóstol podrá cumplir cabalmente con su misión. De otra
manera buscará siempre el acomodo, hasta que se vuelva ley. Y es
lo que está sucediendo actualmente en la Iglesia. La sal ya no tiene
sabor. Se prefiere el rito al anuncio, la rutina al fervor, confundido
muchas veces con el fanatismo, y el museo a la plaza. Es tiempo de
cambiar. Es tiempo de que la fe se vuelva noticia y haga historia,
incidiendo en lo más vivo y profundo del ser humano y la sociedad
entera. Es tiempo de hacer del encuentro con Dios un acontecimien-
to.
Como es fácil de suponer, en pocos minutos el ambiente se
volvió tenso. Ya se hablaba de “martirio”, oposición radical entre
los auténticos discípulos de Cristo y los cobardes, que hacen de la
religión su modus vivendi, una manera como cualquier otra para
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resolver el problema del pan de cada día. Qué bueno que alguien
pidió la palabra y bajó el tono del debate:
—Disculpen, señores, aún no logro entender de qué estamos
hablando, cuáles son los cambios concretos que se quieren aportar
a la actual disciplina de la Iglesia con relación a los sacramentos.
¿Nos pueden aclarar esto, por favor?
Otra vez todas las miradas se dirigieron hacia mí. Empecé:
—No queremos ningún tipo de simulación. Que los sacramen-
tos adquieran en la vida del discípulo de Cristo el papel que les co-
rresponde como signos y alimento de la fe. Por lo tanto, no hay que
administrar los sacramentos nunca, ni en fin de vida, a gente que no
tiene conciencia de lo que representa para la vivencia de la fe. Ha-
ciendo esto, podemos poner las bases para llevar el Evangelio a los
alejados, sean o no bautizados, tratando de hacerlos discípulos de
Cristo. Sacramentos para los practicantes y para los demás un pro-
ceso de conversión.
—Óptimo el propósito —comentó un pastoralista muy conoci-
do —, pero ¿qué pasos hay que dar para realizar un cambio tan tras-
cendental al interior de la Iglesia?
—He aquí algunas sugerencias concretas —contesté de inme-
diato:
1. Suspender la práctica de administrar el bautismo a los niños.
2. En su lugar, empezar un proceso catecumenal, con ritos espe-
ciales para los niños y compromisos especiales para los papás
y padrinos.
3. Si todo marcha bien, a los siete-ocho años, se completa el pro-
ceso, echándole el agua al niño y ungiéndolo con crisma, des-
pués de haber participado en la catequesis y en los encuentros
de oración reservados para ellos.
4. Con el bautismo, el niño es admitido a participar en la Santa
Misa, sin comulgar, y entra a formar parte de una pequeña
comunidad cristiana guiada por algún adulto, donde sigue vi-
viendo y profundizando la fe.
5. Cuando se ve conveniente, el neófito es admitido a la confe-
sión y a la comunión (9-10) años.
6. De inmediato, entra en la comunidad de los que se preparan
para la confirmación (15 años). Aquí aprende a madurar en la
fe. Teoría y práctica.
111
—Creo que será mejor poner la confirmación en el lugar de la
Primera Comunión —aclaró el teólogo de renombre.
—No hay problema. Se trata de detalles, que poco a poco hay
que ir afinando.
—Esto sería para los niños que reciben el bautismo bajo la res-
ponsabilidad de sus padres y padrinos —intervino alguien del públi-
co—. ¿Qué se haría con los niños que no cuentan con el apoyo de sus
padres?
—Apenas toman la decisión de ser cristianos, dan inicio al ca-
mino catecumenal, siempre integrados en una comunidad, guiada
por cristianos comprometidos. Evidentemente no participan de la
santa Misa, sino en un encuentro de oración aparte o participan
solamente en la primera parte de la santa Misa. Reciben el bautismo
no antes de los 15 años, a menos que no haya peligro de muerte,
como sucede con los niños antes de llegar al uso de razón.
—¿Por qué habría que esperar tanto tiempo para recibir el bau-
tismo? —preguntó una religiosa— ¿No basta la fe de la Iglesia para
bautizar a un niño?
—Una cosa es la validez del bautismo y otra cosa la convenien-
cia. En realidad, el bautismo es algo serio. Si nadie se hace cargo de
cuidar y hacer crecer el germen de la fe que se siembra en el corazón
del niño, existe el peligro de que con el tiempo se eche a perder,
teniendo en cuenta de una manera especial el fenómeno del proseli-
tismo religioso. Por eso, es mejor esperar hasta que no haya garan-
tías suficientes para pensar que esto no vaya a suceder. Basta ver la
experiencia de la Iglesia primitiva. Al principio, cuando se conver-
tía un adulto, se bautizaba con toda la familia (Hech 16,31). Sin em-
bargo, una vez que empezaron las persecuciones, se dejó esta cos-
tumbre, para no meter en problemas a gente que no había aceptado
a Cristo libremente. Una vez que cambian las circunstancias, se tie-
ne que cambiar la norma.
—Como pasa en la sociedad —agregó un abogado presente en
el público—. Hasta que uno no llegue a la mayoría de edad, queda
bajo la responsabilidad de sus padres o de algún tutor, que en el caso
del bautismo sería el padrino o la madrina. Después puede actuar
bajo su propia responsabilidad. En la Iglesia habría la ventaja de
llegar a la mayoría de edad a los 15 años en lugar de los 18 ó 21 años,
como se acostumbra en la sociedad civil.
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—Si esto se lleva a cabo, bajará notablemente el número de los
católicos en todo el mundo —opinó alguien del público.
—Más fácilmente algunos cambiarán de religión —opinó otro.
—¿Qué se haría con la gran cantidad de católicos no practican-
tes y de toda la gente que se quedaría sin bautizar? —preguntó una
catequista.
—Se trataría de organizar para ellos una verdadera acción mi-
sionera, luchando por acercarlos a Cristo y a la Iglesia, mediante un
proceso catecumenal.
—Con relación al matrimonio, ¿cómo habría que comportar-
se? —siguió el catequista, muy interesado en el asunto.
—Nada de misa, confesión y comunión. Solamente una cele-
bración de la Palabra. Lo mismo por lo que se refiere a la prepara-
ción para bien morir y consiguiente funeral: pura celebración de la
Palabra.
—En el fondo, si se trata de personas realmente alejadas, ni se
darán cuenta de la diferencia —opinó un sacerdote.
—De esta manera —confirmó otro—, se respetarán más los sa-
cramentos y se abrirá la puerta a una verdadera acción misionera
también en los países de tradición católica.
—Conclusión —comentó un periodista, muy conocido en el
mundo de la televisión—: globalización también en la Iglesia Católi-
ca. Nada de países católicos y países de misión. Toda la Iglesia en
estado de misión, en todas partes.
Aplauso general. Una que otra sonrisa. Cierto nerviosismo.
Manos levantadas por todos lados. Muchos piden la palabra:
—Disculpe la indiscreción: Usted ¿pertenece al Movimiento
Neocatecumenal?—, preguntó un reportero.
—No es un Movimiento —aclaró alguien—, sino un Camino.
—No. No pertenezco a ese Movimiento o Camino.
—Se trata de algo muy difícil para la mayoría de los católicos.
Es muy absorbente. No deja espacio para la política, la actividad
deportiva o humanitaria. Yo pertenezco a una ONG (Organización
no gubernamental). Si se estableciera como obligatorio este tipo de
catecumenado, muchos quedaríamos para siempre marginados de
la Iglesia.
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—El Camino Neocatecumenal es algo particular en la Iglesia,
uno de tantos. No es el único camino para llegar a ser verdaderos
discípulos de Cristo.
—¿Cómo se haría entonces?
—La jerarquía de la Iglesia establecería los pasos a seguir con
sus contenidos, sea en el caso de los niños que de los adultos. Des-
pués, en la práctica, habría muchas maneras de dar estos pasos,
bajo la directa responsabilidad de la jerarquía o injertados en algún
Movimiento Eclesial.
—Todo esto —opinó un anciano párroco— me parece utópico.
De todos modos, si se llevara a cabo, creo que muchos de nosotros
quedaríamos sin trabajo.
—Como también quedarían sin trabajo —añadió otro párro-
co— muchos miembros de los tribunales eclesiásticos, encargados
de juzgar acerca de la validez de muchos matrimonios religiosos
fracasados.
—De hecho —comentó otro presbítero— normalmente estos
problemas surgen entre católicos no practicantes.
Objeción de conciencia
Se levantó el Padre José, un párroco muy conocido en la re-
gión por su compromiso con los pobres y sus realizaciones en cam-
po social. Para muchos presbíteros era un ejemplo a seguir por su
desprendimiento personal, su fuerte espiritualidad y su impacto en
la sociedad. Parecía un volcán en erupción. De inmediato fue ro-
deado por los reporteros con sus micrófonos y sus cámaras
televisivas.
—Señores, ya me conocen. Según muchos de ustedes, soy un
hombre de éxito. Mis realizaciones hablan claro a mi favor. Sin
embargo, reflexionando sobre lo que se acaba de tratar aquí, me
doy cuenta de que soy un auténtico fracaso como sacerdote. En
realidad, ¿en qué ha consistido mi éxito hasta la fecha? En construir
el templo con sus anexos, el asilo de ancianos, el albergue para los
drogadictos, todas obras sociales. ¿Y la evangelización? Me he de-
dicado a bautizar, confesar y casar a gente con una vivencia cristia-
na muy raquítica y dudosa. Muchos de ellos ya no son católicos y
ahora no se cansan de fastidiarme con el cuento de siempre: “Cuan-
do era católico, era borracho, etc., etc.” Me siento realmente frus-
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trado, pensando en todo esto. He trabajado en vano. Tengo la im-
presión de haber sembrado en el mar.
Un coro de protestas se levantó de entre el público. En reali-
dad, sus palabras cayeron sobre los oyentes como un balde de agua
fría. Muchos pensaron que estaba atravesando un momento de cri-
sis.
—Calma, señores —siguió P. José—. Quiero aclarar que me sien-
to frustrado, pero no deprimido. En mi diccionario no existe la pala-
bra “depresión”. De hoy en adelante, voy a cambiar de rumbo. Bas-
ta de administrar sacramentos a gente no-practicante. Que
respinguen. Seré inflexible. Y también, basta con las obras sociales.
Dejaré todo en manos del Consejo de Administración. Yo me dedi-
caré sólo a lo mío: oración y predicación de la palabra de Dios, como
hicieron los apóstoles al nombrar a los siete diáconos (Hech 6,4).
En pocas palabras, me dedicaré totalmente a la evangelización.
El público estaba altamente sorprendido. La mayoría no logra-
ba entender el motivo de un cambio tan radical, con el riesgo de
echar a perder una labor que le había costado tantos sacrificios y
que tanto prestigio había traído a la Iglesia.
Alguien gritó:
—No puede haber evangelización sin promoción humana.
—Claro —contestó P. José—. El problema es: ¿Qué tipo de pro-
moción humana tiene que realizar la Iglesia como tal? ¿La educa-
ción? ¿La salud? No, señores. Se trata de pura suplencia y emergen-
cia. Su manera propia de promover al hombre es la evangelización.
Para la Iglesia evangelizar es promover al hombre. Lo demás lo pue-
de hacer el Estado o la sociedad civil
—Si se pone en este plan —opinó un joven presbítero—, su pa-
rroquia se volverá un desastre, con un montón de protestas por
todos lados.
—No hay problema. Renuncio a la parroquia y me dedico sola-
mente a la evangelización.
—Y para vivir, ¿qué hará?
—No pienso que me voy a morir de hambre. No faltará alguien
que me invite a comer en su casa o me regale alguna ropa usada.
Protestas y señales de aprobación:
—Así tienen que vivir los sacerdotes.
115
—Basta de carros último modelo.
—Viva el P. José.
—¿Dónde está la confianza en Dios?
Tomó la palabra un diácono permanente casado.
—Posiblemente no soy el más indicado para hablar en este
momento. De todos modos, voy a decir con toda claridad lo que
pienso acerca de este asunto, aunque mi párroco —y miró hacia
cierto lugar— no esté de acuerdo con mi manera de pensar y posi-
blemente me despida. Creo que aquí está el grande obstáculo para la
evangelización: la falta de confianza en la Providencia y el amor al
dinero. Todos empiezan bien: sacerdotes, religiosas, diáconos...
Mucho entusiasmo, mucha ilusión. Pero después viene el demonio,
que mete el gusano en la cabeza: “¿Cómo asegurar el futuro?” y se
lanzan a las misas, las fiestas patronales, las rifas, las kermesses y
los sacramentos al por mayor. Las religiosas se lanzan a los colegios
y demás obras sociales. ¿Y la evangelización? ¿Y el espíritu misio-
nero? Adiós. No hay tiempo. Y el pueblo se queda abandonado,
frío, débil frente a otras propuestas religiosas y decepcionado de su
Iglesia. Pues bien, no podemos seguir así. Se necesita un cambio
urgente en la Iglesia. Por mi parte siento que no debo, no puedo y no
quiero seguir así. Por lo tanto, me asocio al P. José.
—Yo también —gritó otro diácono permanente casado.
—Yo también.
—Yo también.
Unas treinta personas se pararon, entre presbíteros, diáconos
permanentes y religiosas. Por todos lados se oían señales de protes-
tas o de aprobación. Por fin, el P. José retomó la palabra:
—Señores, no se alboroten. Nadie está obligado a seguir nues-
tro ejemplo. Cada quien actúe según su conciencia.
—¿Entonces ustedes se declaran objetores de conciencia? —
preguntó un periodista.
—Precisamente... objetores de conciencia.
—¡Qué vergüenza! —protestó una señora popof— ¡Hasta qué
punto ha llegado la Iglesia!
Y se salió.
Con ella un buen grupo de personas abandonó la asamblea.
Por fin tomó la palabra el moderador:
116
—Cálmense, señores. Ya nos dimos cuenta de los distintos pun-
tos de vista. Ahora toca al jurado tomar la decisión.
Se levantaron unas treinta personas entre obispos, sacerdo-
tes, religiosas y laicos comprometidos y se encerraron en un cuarto
para tomar la grande decisión. Entre tanto se formaron corrillos
por todos lados, comentando los acontecimientos que acababan de
presenciar. Muchos discutían acerca de la legitimidad de la obje-
ción de conciencia dentro de la Iglesia.
—¿Adónde va a parar, entonces, la obediencia? —se pregunta-
ban algunos.
Otros estaban totalmente de acuerdo:
—La objeción de conciencia es legítima y necesaria dentro y
fuera de la Iglesia. ¡Pobres curas y monjas, si se les obliga a actuar
contra conciencia!
—La objeción de conciencia es la primera forma de profetismo
en la Iglesia. Estar en contra de la objeción de conciencia es estar en
contra del ABC del profetismo, una forma más de dictadura.
—Entonces habría curas para evangelizar y curas para...
—¿Para qué? —preguntó uno.
—Para vivir del presupuesto —contestó otro.
—¡Nunca me había imaginado que se llegaría hasta este punto!
—comentó una religiosa muy piadosa—. ¡Pobre Iglesia! Hay qué
orar mucho.
—Sí —contestó otra— hay que orar mucho para que esto siga
adelante y se logre un verdadero cambio en la Iglesia.
Conclusión
Por fin, se abrió la puerta y salieron los miembros del jurado,
exactamente como se ve en las películas. El moderador dio la pala-
bra al presidente del jurado, que se acercó a los micrófonos de la
prensa y leyó las conclusiones:
117
los demás, hay que limitarse a la celebración de la Palabra.
3. Se admite la objeción de conciencia.
TAREA
1. Por lo general, los católicos ¿tienen una idea clara acerca de su
identidad?
Sí No
2. ¿Cuál es la identidad del católico?
118
7. Según tu experiencia personal, cuando un agente de pastoral
quiere hacer las cosas según la voluntad de Dios, por lo general
¿cómo es visto de parte de los que no quieren cambiar de acti-
tud?
Bien Mal
¿Por qué?
119
120
4. ANÁLISIS DE LA
REALIDAD ECLESIAL:
el valor de mirarse en el espejo.
INTRODUCCIÓN
El huracán
Me despierto sobresaltado y empapado de sudor. Miro el re-
loj: son las seis de la mañana del 10 de julio de 2005 en la ciudad de
México. El huracán Emily está en su apogeo, sembrando a su paso
pánico y destrucción. Prendo el radio para enterarme de las prime-
ras noticias: ya entró en territorio mexicano. Qué bueno que ya con
anticipación Protección Civil había puesto en guardia a toda la po-
blación acerca de los daños, que este fenómeno natural podía cau-
sar, y de las precauciones, que habría que tomar para hacerle frente
en la mejor manera posible.
No obstante todo, ya se habla de daños considerables a las
viviendas, a los medios de comunicación y a las personas. Hay heri-
dos que deben ser llevados a los hospitales, hay algunos desapareci-
dos y muchísima gente traumatizada, que también hay que atender
sicológicamente. Todo el mundo está al pendiente de lo que ocurre
en el sureste de México, en un clima de solidaridad que rebasa las
fronteras. La radio, la televisión y los periódicos no hablan más que
del huracán Emily y del esfuerzo que toda la sociedad está haciendo
para aminorar sus consecuencias.
121
En el caso concreto que estoy por relatar, es muy probable que
al origen de todo están el huracán Emily y las primeras reacciones a
un artículo que publiqué hace poco acerca de la suerte de las masas
católicas, que se encuentran completamente desprotegidas y están
siendo fagocitadas por los grupos proselitistas, algo que, desde hace
algún tiempo, «no deja de quitarme el sueño».
Evidentemente me resulta imposible relatar el sueño así como
lo viví. Hay demasiados huecos que llenar para darle sentido pleno.
Es como si tratara de unir las puntas de un montón de icebergs,
diseminados en un inmenso océano en agitación. Ni modo. Haré
todo lo posible para salvar lo que me queda de un sueño gigantesco,
que me ha provocado enormes satisfacciones pero, al mismo tiem-
po, unas terribles pesadillas.
Y ¿para qué esperar más? De una vez entremos en el vivo de la
historia «soñada».
122
Capítulo 1
Un reto:
La evangelización de los católicos
Un grupo de sacerdotes y seminaristas nos encontramos fren-
te al televisor a la hora del noticiero. No se habla más que del hura-
cán Emily, un acontecimiento que acapara todas las preocupacio-
nes de las autoridades y del pueblo en general. Nosotros estamos
particularmente preocupados por contar con apóstoles de la Pala-
bra en los estados de Yucatán y Quintana Roo, los más afectados
por el tremendo siniestro natural.
A un cierto momento aparece el Papa Benedicto XVI leyendo
un documento. Se trata de unos cuantos segundos. El locutor expli-
ca que el Papa acaba de confiar al cardenal prefecto de la Congrega-
ción para la Evangelización de los Católicos la encomienda de pro-
curar con todos los medios posibles la evangelización de todo el
pueblo católico.
La noticia cae como un rayo a cielo sereno.
–¿Evangelización de los católicos? –comenta un seminarista
–. Sin duda, se tratará de un error. Seguramente se tratará de la
Congregación para la Evangelización de los Pueblos, es decir de los
paganos.
–Así son los locutores – añade otro –: cuando no entienden,
componen.
–No es cierto. – intervengo –. Yo escuché muy bien. El Papa
habló de la evangelización de los Católicos.
–Imposible. Es que no existe esta Congregación – insiste el
seminarista que tomó la palabra primero.
–Y ¿cuál es el problema? – replico –. Se ve que este Papa la
acaba de instituir.
El día siguiente los periódicos aclaran que efectivamente se
trata de la Congregación para la Evangelización de los Católicos,
123
«una iniciativa del nuevo Papa que mira a ubicar la Iglesia Católica
en el nuevo contexto histórico, que se ha ido perfilando a raíz de los
cambios trascendentales que se han ido dando en los últimos dece-
nios» (comentario de un analista de la sección religiosa).
En el fondo se trata de instrumentar una serie de estrategias
que den consistencia a la iniciativa del Papa Juan Pablo II acerca de
la Nueva Evangelización, «un grande proyecto que quedó en puras
generalidades, sin nunca aterrizar en acciones concretas» (comen-
tario de un profesor del seminario). Algunos no están de acuerdo
con esta manera de ver las cosas. Es como si se quisiera rebajar la
grande figura del Papa recién fallecido. Para otros la iniciativa de
Benedicto XVI está totalmente en sintonía con la línea marcada por
su predecesor, «al querer dar seguimiento a una de sus más grandes
intuiciones» (comentario del Sr. Arzobispo).
Algo que me llama la atención en el documento pontificio es su
extrema brevedad (apenas tres cuartillas) y la insistencia en la ne-
cesidad de poner como base del nuevo plan de pastoral «un exhaus-
tivo análisis de nuestra realidad eclesial». Muchos ni se percatan de
estos detalles. No faltan seminaristas y sacerdotes que se sienten
totalmente decepcionados frente a un documento tan fuera de lo
común, sea por el contenido que por la forma. Sin duda, se espera-
ban algo más acorde a su fama de grande teólogo.
Realidad eclesial
De un momento para otro me veo en la Villa del Carmen de
Catemaco, en el estado mexicano de Veracruz, durante un encuen-
tro eclesial. Antiguas escenas vuelven a presentarse delante de mis
ojos, relacionadas con la formulación del primer plan de pastoral.
Una confusión de fechas, contenidos y personajes.
Toma la palabra el Vicario de Pastoral:
–Antes que nada se trata de hacer un buen análisis de la reali-
dad. Solamente así será posible una verdadera evangelización, que
tenga presente al hombre concreto, sumido en la más espantosa
pobreza, sin fuentes de trabajo, a la merced de caciques explotado-
res, cuya única salida es migrar hacia el vecino país del norte, entre
peligros y riesgos de todo tipo, cazados como si fueran venados. Y
una vez llegados allá, ¿qué les espera? Humillación y explotación,
sin ningún tipo de garantías, acorralados y sacados del país como
perros, cuando ya no les queda nada por exprimir.
124
–Esto ya lo vimos la otra vez – interrumpe el P. Toño.
–Bueno. Ahora se trata de retomar lo que ya vimos la otra vez,
teniendo en cuenta los posibles cambios que se hayan dado en los
últimos años, cambios que sin duda han ido empeorando la situa-
ción. Como ya se dieron cuenta, en esta región ya se cerraron casi
todas las fábricas de puros. Pobre gente, sin fuentes de trabajo y sin
futuro. Es aquí donde se tiene que levantar la voz profética de la
Iglesia, denunciando tantas injusticias, que están a la vista de todos.
Es tiempo de gritar nuestra inconformidad contra las estructuras
injustas, que rigen nuestra sociedad y están oprimiendo a nuestro
pueblo. Es tiempo de ir pensando en un nuevo proyecto de socie-
dad, asumiendo como propia la causa de los más desprotegidos y
rechazando todo compromiso con los poderosos de este mundo, los
verdaderos asesinos del pueblo como un día asesinaron al mismo
Jesús.
–Párale, por favor – insiste el P. Toño –. Ya estamos cansados
de tanta demagogia. ¿Qué tienen que ver los ricos con la muerte de
Cristo? ¿Nunca oyó hablar de los pecados de toda la humanidad
como la causa de la muerte de Cristo?
Teología de la Liberación
Una vez más salen a relucir los postulados de la Teología de la
Liberación. Parecen los últimos estertores antes de la muerte. In-
tervienen unos cuantos presbíteros, religiosas y laicos comprome-
tidos en lo social, manejando un discurso ya agotado, hecho de pu-
ras quejas y sin propuestas concretas.
Cuando parece que ya esgrimieron todos sus argumentos, toma
la palabra el rector del seminario:
–¿No se dan cuenta de que ya pasó a la historia la Teología de
la Liberación? Hizo lo que pudo y ya. Tuvo el mérito de bajar la
teología de las nubes a la tierra, al tomar en cuenta al hombre con-
creto y de una manera especial a las masas populares oprimidas.
Pero al mismo tiempo cometió el grave error de emparentarse o por
lo menos juguetear demasiado con el marxismo, considerando como
realidad solamente lo económico, lo político y lo social y descui-
dando lo espiritual, que es lo que más nos interesa a nosotros como
Iglesia.
–Además, por su misma inspiración marxista, –interviene un
servidor –muchos seguidores de dicha teología se involucraron en
125
las guerrillas, causando enormes daños al pueblo que pretendieron
ayudar. Según ellos, era necesario involucrarse en los procesos his-
tóricos y no se dieron cuenta de que la historia estaba cambiando.
La santa alianza
–¿Qué nos dice acerca del acuerdo que hubo entre el Papa
Juan Pablo II y Ronald Reagan, el presidente de los Estados Unidos
de Norteamérica, lo que se llamó «la santa alianza»? – rebate el
vicario de pastoral, como si sacara un as de la manga, convencido
de que con esa revelación iba a destruir todas las argumentaciones
en su contra. –Por eso la Teología de la Liberación fue tan atacada
por el Vaticano.
–Y ¿cuál es el problema? Esta es la historia, éstos son los pro-
cesos históricos en los cuales hay que involucrarse. A Reagan le
preocupaba el problema de América Latina; a Juan Pablo II le pre-
ocupaba Polonia. Llegan a un acuerdo y la historia cambia. El Papa
interviene en América Latina, pacificando la región al detener la
Teología de la Liberación, uno de los más grandes soportes de las
guerrillas, y Reagan interviene en los asuntos europeos, dando su
espaldarazo a la causa de Solidarnosc (Solidaridad) en Polonia, lo
que causó el derrumbe del sistema soviético. Con esto tiene que ver
el famoso Escudo Nuclear o la Guerra de las Galaxias, de lo que
tanto se habló en aquellos años.
–Esto no quiere decir que el Vaticano atacó la Teología de la
Liberación por motivos políticos –aclara el rector del seminario –.
No. Sus razones fueron esencialmente teológicas.
El Reino de Dios
–¿En qué quedamos, entonces, con el legado de Cristo y los
profetas en su lucha a favor de la justicia y la causa de los pobres? –
insiste el vicario de pastoral.
–El objetivo fundamental de toda la acción de Cristo y los pro-
fetas fue el establecimiento de una relación correcta entre Dios y el
hombre. De ahí viene todo lo demás. En realidad, nunca Jesús in-
tentó levantar al pueblo contra el imperio romano, lo que estaba en
las expectativas del pueblo judío. Por eso, no lo reconocieron como
Mesías.
126
–Y ¿qué tal su predicación encaminada al establecimiento del
Reino de Dios?
–Para ustedes, hablar del Reino de Dios quiere decir hablar de
los valores puramente humanos, como son la justicia, la dignidad, el
respeto mutuo, la economía, la política, etc., excluyendo los valo-
res estrictamente espirituales o dándoles poca importancia. Sería
como hablar del Reino de Dios, sin Dios. De hecho, las comunida-
des, en las que más se ha manejado este tipo de teología, se han
distinguido por su compromiso en el campo social y político y su
poco interés por lo espiritual.
Proselitismo religioso
–Hasta provocar en el pueblo una verdadera «asfixia espiri-
tual» –remata el rector del seminario –, lo que ha dejado sin defen-
sa al católico, volviéndolo en fácil presa de los grupos religiosos
proselitistas. Es suficiente ver lo que está pasando en la diócesis de
San Cristóbal de Las Casas: prohibido cualquier movimiento apos-
tólico, sólo comunidades eclesiales de base, pura política, intole-
rancia, fanatismo... unos 25 curas, dizque «liberadores», que lo único
que saben hacer es reprimir a los que no piensan como ellos. ¿Con
qué resultado? Que más del 50% de la población ya no es católica.
¡Qué bueno que poco a poco muchos seguidores de esta corriente
pseudo-teológica están recapacitando y dejando su radicalismo.
El vicario de pastoral, con su grupo de seguidores, manifiesta
su completa insatisfacción acerca del rumbo que están tomando las
cosas:
–Si vamos a seguir así, es mejor que dejemos las cosas como
están, en lugar de enfrascarnos en polémicas estériles. Ya contamos
con un buen plan de pastoral. ¿Qué más necesitamos?
–Como era de preverse, reapareció el fundamentalismo cató-
lico cuando ya parecía muerto y enterrado para siempre – añade
uno de sus acólitos.
–Es que ustedes están demasiado atrasados. No leen los docu-
mentos de la Iglesia. ¿No se han dado cuenta de los enormes avan-
ces que desde el Concilio se han dado en el terreno ecuménico? –
remata uno de los más fanáticos seguidores de la Teología de la
Liberación.
Una vez más me toca a mí tomar la palabra:
127
–Los documentos de la Iglesia son como las recetas de los doc-
tores. Para cada enfermedad, su receta. No podemos aplicar la re-
ceta ecuménica para el caso del proselitismo religioso, que mira no
a unir al pueblo cristiano, sino a dividirlo más. En el caso del prose-
litismo religioso, que tanto está afectando a nuestras masas católi-
cas especialmente en América Latina, se necesita poner en marcha
un plan de fortalecimiento y preservación de la fe mediante las nor-
mas de una sana apologética.
–¿No se dieron cuenta de que la apologética ya pasó de moda?
– rebate un profesor del seminario, recién regresado de Roma, que
en el fondo es el verdadero líder de la Teología de la Liberación. –
Ya es tiempo de diálogo, comprensión y amor entre todos.
–¿Cómo que la apologética ya pasó de moda? Se ve que usted
vive en un mundo imaginario. Trate de bajar al mundo real y verá
que es muy diferente de lo que se imagina. Por lo tanto, mientras
haya ataques contra la fe, tiene que haber apologética, es decir,
defensa de la fe.
–Ya pasó el tiempo de las cruzadas. Ya vivimos en otros tiem-
pos, de mayor apertura, tolerancia y libertad. ¿Qué es eso de «de-
fensa de la fe»? La fe se vive, no se defiende. Cada quien busque a
Dios como pueda. En el fondo, todos buscamos al mismo Dios y
todos los caminos llevan a Dios.
–No creía que usted, que parece tan preparado teológicamente
y es profesor del seminario, hubiera llegado tan lejos. Por eso, su
parroquia está tan perdida. ¿Recuerda lo que le dije cuando empezó
a juguetear con aquel cura dizque ortodoxo, llegado de Francia o
quién sabe de dónde? Ahora ya está construyendo su templo
parroquial, contando con el apoyo del «Departamento Ecuméni-
co», que usted mismo formó y entrenó para el diálogo. Por lo que se
sabe, algunos de sus miembros ya se integraron a la nueva parro-
quia, hablan mal del catolicismo y están haciendo un fuerte proseli-
tismo a favor de la nueva manera de vivir la fe cristiana. Hasta ase-
gura el dichoso cura ortodoxo que pronto lo van a nombrar obispo.
–Efectivamente este cura me está sacando las canas – confiesa
con un velo de tristeza el profesor del seminario –. Al principio,
parecía tan humilde, amable y atento, y ahora se volvió intrigante,
irrespetuoso y chocante como nadie. Ni modo. Así son las cosas.
Uno trata de seguir las normas de la Iglesia y a la mera hora se mete
en un montón de problemas que uno nunca se imaginaba.
128
–Hay que entender que una cosa es la situación en los ambien-
tes con mayoría protestante y otra cosa es la situación en los am-
bientes con mayoría católica, como el nuestro. Los señores que lle-
gan aquí de otros países que no son católicos, no buscan el
ecumenismo, sino el proselitismo, es decir, la conquista de nuestra
gente, para compensar las pérdidas que están teniendo en sus paí-
ses. No hay que olvidarse que todas las iglesias históricas están en
crisis. Entonces, para ellos el ecumenismo es un puro pretexto para
acercarse a uno y envolverlo. Y lo peor del caso es cuando el mismo
pastor de la comunidad cae en la trampa y se vuelve en anzuelo para
que caigan otros.
–Es que yo me llevo bien con los pastores de otros grupos
religiosos. De vez en cuando, me reúno con ellos. Nos respetamos
mutuamente. En el fondo, ¿no es esto lo que Cristo nos enseñó?
–No sea ingenuo. Fíjese que el lobo no se come al pastor, sino
a las ovejas. Si esos señores se ufanan de ser sus amigos, no es por el
respeto que le tienen, sino para debilitar las defensas de los católi-
cos y enredarlos. ¿Se ha fijado alguna vez en la labor que están ha-
ciendo para robarle «sus» ovejas? Y usted tan campante, conside-
rándolos como sus «amigos» y haciendo propaganda en su favor.
¿O acaso usted prefiere su amistad al cuidado de las ovejas? Por
otro lado, si usted quiere ser realmente ecuménico, ¿por qué se
manifiesta tan cerrado e intolerante hacia los que manejamos la
apologética, que mira a fortalecer la fe del católico? ¿Acaso noso-
tros no merecemos el mismo respeto, que según ustedes merecen
los que no son católicos y están tratando de confundir y conquistar
a nuestros hermanos católicos más débiles?
129
–Sinceramente – reconoce el profesor del seminario – nunca
había visto las cosas de esa manera. Por otro lado, esa manera de
ver las cosas me intriga más. Me pregunto: «Si es cierto todo eso,
entonces ¿cómo hay que interpretar la actitud del Papa Juan Pablo
II con relación a los que tienen otras creencias?»
–Antes que nada, hay que fijarse en el hecho que nunca el Papa
Juan Pablo II tuvo algún encuentro con este tipo de gente que cono-
cemos nosotros, que lo único que buscan es conquistar a los católi-
cos. Después hay que distinguir entre lo que realmente el Papa Juan
Pablo II pretendía con esos gestos tan inusuales y lo que la gente
entendió o quiso entender. Estoy convencido de que a un cierto
momento el Papa Juan Pablo II quedó preso de su propia imagen.
Al escuchar esto, toda la asamblea queda como sacudida, en
espera de alguna aclaración, que dé respuesta a muchos
interrogantes acerca de la figura del sumo pontífice, recién falleci-
do. El rector del seminario rompe el hielo:
–Disculpe: ¿qué quiere decir usted al afirmar que el Papa Juan
Pablo II quedó preso de su propia imagen?
–Desde un principio el Papa Juan Pablo II manejó un doble
lenguaje: uno para la masa en general, hecha de católicos practican-
tes y no practicantes, cristianos y no cristianos, creyentes y no cre-
yentes, y el otro para el interior de la Iglesia, especialmente para los
pastores y los feligreses católicos más comprometidos. Dos discur-
sos muy diferentes: el primero «políticamente correcto», más abier-
to y lleno de esperanzas, manejando las grandes utopías de la huma-
nidad, como son la paz mundial, la unidad, la tolerancia, el diálogo y
la comprensión entre todos; el segundo, más matizado y preciso, a
veces incómodo y hasta molesto, debido a las mismas exigencias
del Evangelio. Y ¿qué pasó en la práctica? Que los mismos miem-
bros de la Iglesia más comprometidos se fueron con la finta: en lu-
gar de fijarse más en el segundo tipo de discurso, más conforme al
Evangelio, se quedaron con el primero, más vago y susceptible de
las interpretaciones más variadas, y de ahí cada uno sacó las con-
clusiones que más le convenían, comportándose en campo teológi-
co como cualquier profano, al imaginarse una Iglesia y una doctri-
na, totalmente nuevas, desconectadas de dos mil años de historia.
–Bueno – pregunta el rector del seminario –, ¿qué tiene que
ver todo eso con lo que estamos tratando?
130
–Claro que tiene que ver. En un mundo tan convulsionado y a
la zaga, Juan Pablo II poco a poco fue descubriendo su vocación y
misión de líder mundial y se lanzó a esta tarea, creando la imagen de
un Papa diferente, preocupado no tanto por la misión de la Iglesia
Católica cuanto por los intereses de la humanidad entera, luchando
por sanar heridas, derribar barreras y crear puentes a todos los
niveles, un hombre superior a las partes, confiable y comprometido
con las verdaderas causas de la humanidad. Pues bien, en esta pers-
pectiva desentonaba la problemática de las sectas o del proselitis-
mo religioso y no la abordó públicamente. Cuidó su imagen, hasta
volverse preso de ella.
–¿Cómo se explica, entonces, el documento «Dominus Iesus»,
que vino a aclarar toda la confusión que, según su opinión, se había
originado a causa de la imagen que poco a poco todo mundo se fue
creando acerca del Papa?
–Se trató de un documento tardío, que llegó cuando las cosas
ya se habían complicado demasiado, hasta considerar el
ecumenismo y el diálogo interreligioso como la nueva carta magna
de la Iglesia Católica, a la luz de la cual habría que redefinir su papel
en el mundo de hoy. De hecho, aunque el documento «Dominus
Iesus» presentara la doctrina clásica de la Iglesia Católica, fue re-
chazado en muchos ambientes católicos, hasta por sedicentes teó-
logos, sin hablar del malestar que creó en los ambientes no católi-
cos, que se consideraban «ecuménicos». Muchos no se resignaban
a ver ese documento como algo salido de la mente y del corazón de
Juan Pablo II. Lo veían más bien como un documento espurio, de-
bido a una especie de chantaje de parte del cardenal Ratzinger, apro-
vechándose de las graves dificultades en que se encontraba el Papa
a causa de su salud muy deteriorada: «Si quieres que siga en el car-
go, cuidándote el changarrito, me tienes que firmar este documen-
to».
–Y el Papa ¿qué?
–No obstante todas las interpretaciones que se estaban dando,
siguió cuidando su imagen, haciendo una defensa muy débil del do-
cumento. En esto se vio como muchos llegaron hasta idolatrar a
Juan Pablo II, sin conocerlo en su profunda realidad, viendo en él
más bien la encarnación de sus deseos e ideales, que no siempre
coincidían con los deseos e ideales de Juan Pablo II, y en definitiva
del mismo Evangelio.
131
Me doy cuenta de que esta visión acerca del Papa Juan Pablo
II desconcierta a muchos. Ya no saben qué pensar acerca de un
personaje, que durante años ha sido un líder indiscutible a nivel
mundial, elevando la figura papal a niveles que no se habían visto
durante siglos.
Pregunta un seminarista:
–¿Hizo bien o hizo mal el Papa Juan Pablo II al comportarse de
esa manera?
–Solamente él y Dios lo saben. En realidad, se trató de un pro-
blema que él tuvo que enfrentar a solas, delante de Dios, a nivel de
conciencia. Tuvo que escoger como prioritario entre el papel de
líder mundial y el otro como jefe de la Iglesia Católica. Y se inclinó
por el primero, logrando éxitos impresionantes a favor de toda la
humanidad. De hecho, con su enorme perspicacia política, causó el
derrumbe del sistema soviético y logró evitar el enfrentamiento
entre el mundo musulmán y el mundo cristiano (llamado «choque o
enfrentamiento de civilizaciones»), que se perfilaba desde hacía tiem-
po por motivos históricos y que estaba por volverse realidad a cau-
sa de la actitud irresponsable de Bush y Bin Laden, ambos movidos
por intereses personales e imperialistas.
–Y todo esto, a fin de cuentas ¿no favoreció a la Iglesia Católi-
ca? – pregunta otro seminarista.
–Desgraciadamente, no. Al contrario, con su actitud de extre-
ma apertura hacia los demás grupos religiosos, debilitó las defensas
de los católicos, que, con suma facilidad e ingenuidad y sin contar
con una preparación específica al respecto, establecieron relacio-
nes amistosas con gentes de otras creencias, hasta quedar cautiva-
dos por los nuevos credos y aceptarlos sin pestañear. Dicho de otra
manera, el Papa Juan Pablo II no supo, no quiso o no pudo capitali-
zar para la Iglesia Católica el enorme caudal de simpatía y prestigio,
que había logrado para sí mismo.
Un laico comprometido, teniendo en cuenta todo lo anterior,
así resume la figura de Juan Pablo II: fue como un grande artista,
investigador o estadista, que, por estar metido en su papel específi-
co en beneficio de la humanidad, descuidó su propia familia. Prefi-
rió el bien común a los propios intereses particulares.
–Como me está pasando a mí – comenta otro laico comprome-
tido –, que, por estar tan metido en los asuntos de la Iglesia, descui-
132
do los deberes de mi hogar, hasta arriesgar con echar a perder mi
matrimonio.
Todos acompañan su comentario con risas y palmadas, al es-
tar enterados de su gran equilibrio como padre de familia, esposo y
católico practicante. De todos modos, esta reflexión nos pone a to-
dos a recapacitar, puesto que esta actitud sigue representando un
peligro real para los pastores de la Iglesia, que en muchas ocasio-
nes, para seguir el ejemplo del gran Juan Pablo II, no dejan de me-
terse en todo, menos en lo que es su misión específica, que consiste
en guiar al pueblo de Dios, y además sin contar con la preparación y
el carisma del Papa, recién fallecido.
Por fin el rector del seminario trata de explicitar una intuición
que se está haciendo presente en la mente de muchos:
–Creo que con un Juan Pablo II ya tenemos bastante. No vaya
a pasar ahora que todos queramos imitar su ejemplo, metiéndonos
demasiado en los asuntos políticos, económicos y sociales, y des-
cuidando nuestro papel específico como pastores o miembros com-
prometidos de la Iglesia. Si no entendemos esto, corremos el riesgo
de defraudar tantas esperanzas, cifradas en nosotros como deposi-
tarios y heraldos de un mensaje que va más allá de lo efímero de este
mundo. En este aspecto, creo que habría mucho que reflexionar de
parte de los obispos y presbíteros, que a veces se la pasan metidos
en todo, excepto en lo propio, que es el anuncio del Evangelio, que
representa nuestra manera propia de intervenir en la búsqueda del
bien común.
Toca la campana. Es hora de tomar el café. Todos se disper-
san, comentando en corrillos lo sucedido. Parece que el encuentro
empezó bien. Estamos pisando tierra firme, avocándonos a lo nues-
tro. Solamente un detalle ensombrece el clima de satisfacción gene-
ral: los «liberadores» poco a poco se retiran para planear, como de
costumbre, alguna «estrategia» para boicotear, desviar o manipu-
lar el encuentro con el objetivo de llevar el agua a su molino.
133
Capítulo 2
¿Cuál rumbo?
Benedicto XVI
Como pasa en los sueños, de un momento a otro me encuentro
en un escenario totalmente distinto, delante de las cámaras
televisivas y acompañado de algunos teólogos de peso. Los perio-
distas quieren una respuesta clara acerca del rumbo que va a tomar
la Iglesia con el nuevo Papa. Quieren saber si habrá adelantos, re-
trocesos o estancamiento.
–Todo depende del aspecto que se quiere considerar – contes-
ta el decano de la facultad de teología, acostumbrado a esquivar las
estocadas de los periodistas.
–Queremos saber si el nuevo Pontífice seguirá reuniendo a
multitudes de jóvenes, como ha sucedido con el Papa Juan Pablo II
–aclara un reportero.
–¿Cuál será la posición del Papa acerca del pluralismo religio-
so? En este aspecto, ¿no existe un peligro real de retroceso? –pre-
gunta otro.
–¿Es cierto que con el nuevo Papa la Iglesia entrará en un in-
vernadero? – insiste un tercero.
Todos están ansiosos de conocer la línea de pensamiento de
Benedicto XVI. Los pocos ejemplares de sus obras, que se encon-
traban en las librerías al momento de su elección, se esfumaron en
un instante. Ahora se están haciendo reimpresiones a todo vapor. A
todos les interesa saber qué pasará con la Iglesia Católica bajo la
guía del nuevo timonel.
Los teólogos tratan de balbucear alguna respuesta a cada pre-
gunta. En realidad, nadie sabe a ciencia cierta cuál será el programa
de Benedicto XVI. Posiblemente ni el mismo Pontífice aún lo tiene
claro en su mente.
–En realidad – comenta el decano de la facultad de teología –
, no es lo mismo ser cardenal que ser Papa. Una cosa es ver la reali-
dad desde un dicasterio romano y otra cosa es verla desde la cáte-
dra de Pedro.
134
–¿Cómo explica usted la celeridad en la elección de Benedicto
XVI? – insiste un periodista.
–Según mi opinión, la pronta elección de Benedicto XVI obe-
dece a dos preocupaciones fundamentales de los señores cardena-
les: confirmar su gestión anterior como encargado de salvaguardar
la pureza de la fe y privilegiar el compromiso pastoral al interior de
la Iglesia con relación a cualquier otro compromiso ad extra.
–En otras palabras – comenta el periodista –, primero poner
orden en la casa y después preocuparse por los asuntos del barrio.
–Así es.
–En concreto, según ustedes que están muy metidos en estas
cosas, –insiste el periodista –¿qué habría que hacer para poner or-
den en la casa?
El decano de la facultad de teología pasa la palabra al profesor
de pastoral.
Reinventar la Iglesia
De su larga disertación recuerdo apenas unos conceptos bási-
cos. Habla de «desmitificar» instituciones y personajes, «explorar
posibilidades», «ensayar métodos» y resucitar dentro de la Iglesia
«el auténtico espíritu misionero, que fue la gloria de nuestros
ancestros». Concluye su intervención de una manera enfática: «Hay
que reinventar la Iglesia. Como el Evangelio se encarnó en el mun-
do greco–romano, ahora se tiene que encarnar en el mundo con-
temporáneo, sin perder su fuerza y su sabor».
–¿Cómo será posible realizar una tarea, realmente titánica,
como la que usted propone? – le pregunta un periodista en nombre
de todos.
–Con el aporte de todos los miembros de la Iglesia, manejando
oportunamente los conceptos de comunión y participación – con-
testa el catedrático –. Para eso están los sínodos diocesanos, que
están teniendo lugar en todas las diócesis del mundo por disposi-
ción de la Santa Sede.
No faltan periodistas a la antigüita que se escandalizan y lan-
zan el grito al cielo ante afirmaciones tan provocadoras. Al día si-
guiente los periódicos se hacen eco de esta situación: «La Iglesia
Católica a la deriva», es el título en primera plana del diario de ma-
yor circulación. Habla de teorías descabelladas acerca del futuro de
135
la Iglesia, «olvidando que se trata de una institución eterna, que
nadie ni nadie podrá nunca cambiar ni en los más mínimos deta-
lles». En el mismo diario otro comentarista presenta la línea opues-
ta, poniendo en guardia contra el peligro del «integrismo y el
fundamentalismo católico, que siempre han estado en asecho y que
hoy en día pueden tener unos momentos de gloria».
Otros diarios ven con buenos ojos el nuevo rumbo que está
tomando la Iglesia. «Ahora sí, o cambiar, adecuándose a los tiem-
pos actuales, o desaparecer – comenta un periodista experto en
asuntos eclesiales –. Es tiempo de despertar y mirar alrededor. To-
dos avanzan, mientras la Iglesia Católica retrocede. Fíjense en las
estadísticas. Necesitamos menos palabrería, menos demagogia y
más gestos concretos, que lleguen al corazón del hombre moderno
y lo lleven hacia Dios. Ojalá que con Benedicto XVI la Iglesia Cató-
lica logre tomar el rumbo correcto, que marcará la historia del futu-
ro. No importa si se tratará de reinventar la Iglesia, reestructurarla
o sencillamente de actualizarla. Lo que importa es que esté en grado
de cumplir con su misión de vivir y anunciar el Evangelio a todo el
mundo, según el mandato de su divino Fundador. Si ante esta pers-
pectiva algunos se escandalizan o asustan, es su problema. Noso-
tros, como creyentes y ciudadanos de este mundo, vemos con sim-
patía el esfuerzo que está haciendo el Papa Benedicto XVI, al querer
poner al día la Iglesia, partiendo precisamente de una toma de con-
ciencia de la realidad eclesial, que no es tan halagadora como qui-
siéramos».
136
- Sin duda, el Concilio Ecuménico Vaticano II no nos ayuda a
resolver la gran cantidad de problemas, que aquejan a la Iglesia de
hoy. En realidad, se trata de situaciones muy diferentes. En concre-
to, lo que intentó hacer el Concilio Ecuménico Vaticano II fue una
puesta al día (aggiornamento) de la Iglesia, teniendo en cuenta de
una manera especial su actitud ante los movimientos políticos, so-
ciales y culturales del pasado, que muchas veces fueron de incom-
prensión y rechazo. Su objetivo fue ponerse en paz consigo misma,
aclarándose su papel con relación a sociedad en un espíritu de ser-
vicio, diálogo y extrema apertura. Esta nueva manera de situarse
frente a la sociedad en general, y especialmente frente a los que
tuvieran otro tipo de creencias, fue dictada de una manera especial
por la necesidad de unir a todos los creyentes y a la gente de buena
voluntad ante la amenaza del totalitarismo y el ateismo militante,
representados por el marxismo y el mundo comunista, sin tener en
cuenta el hecho que dentro del mismo mundo cristiano había fuer-
zas disgregadoras, animadas por un activismo sin precedentes. Así
que, mientras nosotros hablábamos de diálogo y comprensión, los
grupos proselitistas seguían conquistando a nuestros feligreses, sin
que nadie moviera un solo dedo para ayudarlos a salir del apuro. Lo
peor del caso fue cuando, no obstante la caída del mundo comunis-
ta, se siguió con la misma línea de acción, sin cambiar de perspecti-
va, no obstante los grandes reveses que estábamos teniendo a causa
de la agresividad de los grupos proselitistas.
- Entonces, usted ¿ve necesario un nuevo Concilio Ecuméni-
co?
- En cierta manera, sí. En realidad, se trata de empezar a ver las
cosas de una manera diferente, teniendo en cuenta la realidad con-
creta en que estamos viviendo, muy diferente de la situación en que
se encontraba la Iglesia hace cuarenta años. Según mi opinión, con
el Concilio Ecuménico Vaticano II y el Papa Juan Pablo II se cierra
una época histórica y se empieza a vislumbrar una nueva, que exige
un nuevo modelo de Iglesia, algo totalmente ausente en la perspec-
tiva anterior. En concreto, se trata de corregir ciertas desviacio-
nes, causadas por una mala interpretación y aplicación de los prin-
cipios sobre el Ecumenismo y el Diálogo Interreligioso, y buscar
caminos concretos para reestructurar el aparato pastoral de la Igle-
sia, para ponerla en condiciones de atender debidamente a todos
los bautizados y cumplir con el mandato de Cristo de anunciar el
Evangelio a toda criatura (Mc 16, 15).
137
- Entonces, usted ¿ve como urgente la convocación de un nue-
vo Concilio Ecuménico?
- No tanto. En realidad, ni los papas ni los concilios hacen mi-
lagros. No son como una varita mágica, que todo lo resuelve en un
abrir y cerrar de ojos. Un concilio representa la culminación de
todo un proceso de reflexión teológica y experimentación pastoral,
que lleva a una toma de decisiones que van a marcar el futuro de la
Iglesia. Más atinados sean los análisis que se hagan y más atinadas
resultan las decisiones que se toman, con más provecho para toda la
Iglesia.
- ¿Qué habría que hacer, entonces?
- Reflexionar y ensayar nuevos métodos pastorales, para ir
dibujando un nuevo rostro de Iglesia, más acorde a su misión en el
momento actual, como portadora de un mensaje y una salvación
que van más allá de todo horizonte humano y temporal.
Veo que el reportero empieza a dar signos de insatisfacción
por el rumbo que está llevando la entrevista. Posiblemente se espe-
raba algo más sensacional, que pudiera despertar una cierta polé-
mica al interior de la Iglesia. Al no encontrar lo que esperaba, trata
de cambiar de tema, haciendo preguntas sobre los candidatos presi-
denciales, los curas pederastas y tantas otras cosas que no vienen al
caso. Conclusión: no sale nada al aire, como si nunca hubiera habi-
do entrevista alguna. Será para otra vez, cuando haya algo más sa-
broso para ciertos paladares, acostumbrados a bebidas demasiado
fuertes y comidas muy picosas.
Pensar la pastoral
Como pasa en los sueños, otra vez hay cambio de escenario.
Esta vez me encuentro en mi pueblo natal, que es Conversano, pro-
vincia de Bari (Italia). En el contexto del sínodo diocesano, estoy
invitado a presentar una ponencia sobre el tema «PENSAR LA PASTO-
RAL». Ya sé que todo lo que digo será visto como algo extraño, ajeno
a su realidad. Repetirán la frase de siempre: «Se trata de teología
latinoamericana; nuestra realidad es muy diferente». Ni modo. Lo
mismo me pasa en México y los demás países del continente ameri-
cano. Al no encontrar argumentos válidos para menoscabar el va-
lor de mi postura o rechazarla, se salen con el cuento de que tengo
una mentalidad «europea».
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Contrariamente a lo acostumbrado, me veo frente a una in-
mensa asamblea de participantes, mientras leo unas hojas con toda
la formalidad del caso. En realidad, se trata de una conferencia ma-
gistral. Exordio invitando a todos los presentes a ponerse en una
actitud activa frente a la realidad, como actores, desterrando de
nuestros ambientes toda actitud pasiva, «sin ilusiones ni chispas, en
una rutina sin fin». Hago notar como normalmente en la Iglesia los
más capacitados se dedican a la reflexión teológica, no a la pastoral,
volviéndose «más amigos de los libros que de la gente».
«Se trata de una actitud frente a la vida – insisto –, encamina-
da a superar toda pereza mental y a arriesgar personalmente, no de
enviar gente al matadero; recorrer un camino, no de enseñarlo a
otros y quedarse mirando; pensar y experimentar con el riesgo de
equivocarse». «Pensar la pastoral significa desentrañar la realidad,
buscando la verdad de las cosas, ir más allá de las apariencias, llegar
al fondo de los problemas, las situaciones y los acontecimientos, no
dar nada por descontado, practicar la duda sistemática, no tener
miedo a ir contracorriente, aprender a cimentarse con la realidad,
aceptar ser anticonformista y estar dispuestos a enfrentarse al os-
tracismo».
«En el momento actual, es preciso pasar de un estado de som-
nolencia y apatía general a un estado de lucidez y acción, de un
estado de inconciencia a un estado de conciencia para examinar la
realidad eclesial desde todas las perspectivas posibles y tratar de
descifrar todas sus deficiencias y todas sus potencialidades. Sola-
mente así será posible dar un salto de calidad en nuestro quehacer
eclesial, a la altura de los tiempos en que nos tocó vivir y en plena
sintonía con sus exigencias».
Esto supone una suficiente seguridad interior, que le permite a
uno «dejarse cuestionar y estimular por la realidad y volverse más
agresivo hacia ella, buscando su transformación». Cuando, al con-
trario, no hay ideas claras acerca del quehacer eclesial, surge el
miedo al cambio y «refugiarse en la costumbre se vuelve ley».
–Ahora bien – concluyo mi ponencia –, esta será la tarea del
sínodo que estamos iniciando: poner las bases para construir un
nuevo tipo de Iglesia, más evangélica, más libre de ataduras secula-
res y más idónea para cumplir con su misión en el nuevo tipo de
sociedad, que apenas estamos vislumbrando. Para lograr esto, es
extremadamente necesario dejar la actitud del avestruz, que escon-
de su cabeza bajo la arena para no ver la realidad, y tomar la actitud
139
del explorador o el investigador, cuya única preocupación es des-
cubrir nuevas posibilidades y nuevos caminos. Solamente hacien-
do esto, es posible garantizar la salida de un buen plan de pastoral,
que sea concreto y factible. De otra manera, nos quedaremos en el
puro mundo de los propósitos o los deseos, como ha sucedido mu-
chas veces en el pasado.
Un débil aplauso acompaña mis últimas palabras, un aplauso
de compromiso, más que de convicción. Veo que el ambiente es
esencialmente hostil, feliz en su mundo, cerrado al cuestionamiento
y acostumbrado a echar la culpa de todos los males «a los tiempos
difíciles en que nos ha tocado vivir». Mi manera de ver las cosas
incomoda a casi todos los presentes, con excepción de algunas per-
sonas poco metidas en los asuntos de la Iglesia, que posiblemente se
dejan fascinar más por la envoltura que por el contenido, casi com-
pletamente ajeno a su experiencia personal.
Al empezar la sesión de preguntas, nadie pide la palabra. Cuan-
do parece que ya vamos a concluir el evento, un sacerdote cuaren-
tón con modales de intelectual se levanta y hace un breve comenta-
rio a la ponencia, invitando a todos a ser más respetuosos, toleran-
tes y comprensivos especialmente con los más débiles, evitando ser
agresivos e impositivos.
–De otra manera –concluye –, se corre el riesgo de conseguir
un resultado totalmente contrario al que se pretende.
Se ve claramente que no le gustó nada mi manera de ver las
cosas. Contesto aclarando mi posición al respecto:
–Aquí no se trata de imponer nada a nadie, sino simplemente
de presentar una manera diferente de ver las cosas, en un espíritu
de sinceridad y radicalidad evangélica, más allá de cualquier con-
formismo. Que si todo esto, en lugar de estimular, molesta a ciertas
personas, encontrando en mis palabras algún reproche para su vida,
hecha de pura rutina y privada de todo ideal, será su problema.
De inmediato, un cura anciano toma la palabra:
–¿A qué se refiere usted, cuando habla de pura rutina? ¿Sabe
usted que mis múltiples compromisos no me dejan ni un momento
para respirar?
–Aquí precisamente está el problema: trabajar sin pensar. ¿Ha
reflexionado usted alguna vez en qué consiste su trabajo pastoral?
En ofrecer a los feligreses puros satisfactores, sin preocuparse de
darles lo que realmente los puede ayudar a crecer en la fe. ¿Con qué
140
resultado? Que hasta los católicos, que se consideran más practi-
cantes, a la mera hora carecen de los elementos más elementales de
la vida cristiana, como son el gusto por la Palabra de Dios, la prácti-
ca de la oración y el deseo de una vida santa. En su mayoría parecen
paganos bautizados, confirmados y casados por la Iglesia, con una
vida totalmente al margen de los valores cristianos.
–¿Qué habría que hacer, entonces?
–Aprender a pensar la pastoral, como acabo de expresar en mi
charla. En lugar de permitir que otros llenen nuestra agenda, somos
nosotros quienes tenemos que llenarla, organizando nuestras acti-
vidades y sin perder de vista nuestra tarea evangelizadora.
–Esta es pura utopía –grita alguien de entre el público.
–Y ¿cuál es el problema? –le contesto –. Si ésta es mi utopía,
¿cuál es la suya?
–Yo no tengo ninguna utopía – replica la misma voz en tono
sarcástico.
–Entonces, es mejor que se vaya a vender pepitas por la calle –
concluyo.
Un nutrido aplauso sella la conclusión del evento. Se ve que
mis palabras están haciendo mella en la mente y el corazón de un
buen número de presentes. No falta gente que me pide un autógra-
fo. No todo está perdido. Cuando parece que estoy sembrando en el
mar, no falta alguien que queda cuestionado por mis palabras y
empieza a ver las cosas de otra manera.
Un breve artículo, que sale el día siguiente en el periódico lo-
cal, así expresa el sentido de mi presencia en mi pueblo natal al
arrancar las labores del sínodo diocesano: «La misión rebota. ¿Quién
se hubiera imaginado que un hijo de nuestra tierra, misionero en
América Latina desde hace unos cuarenta años, ahora nos viniera a
dar una lección de aggiornamento (puesta al día), invitándonos a
cambios tan radicales en un terreno tan complicado como es la pas-
toral? No cabe duda que también en el campo eclesial el fenómeno
de la globalización es ya un hecho».
Alguien me enseña el artículo y pide mi opinión al respecto.
–La globalización – comento –¡un verdadero problema! No es
que yo sea globalifóbico. Es que en realidad la globalización tiene
aspectos muy contrastantes. En algunos casos puede representar
un estímulo y en otros puede engendrar confusión y desaliento. Y
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como siempre, los más débiles son los que pagan el pato. Ojalá que
en este caso no pase lo mismo.
–Creo que no. En realidad, aunque su postura sea bastante
provocadora, de todos modos no va a causar ninguna tragedia, ni en
los jóvenes ni en los más ancianos. Aquí todos estamos curados de
espanto, acostumbrados a tomar las cosas cum grano salis, como
decían los antiguos romanos, o con sano humorismo, como prefie-
ren los ingleses. Tomamos lo que nos interesa y dejamos a un lado lo
que nos parece demasiado raro, difícil, arriesgado o inaplicable.
Lluvia de ideas
De un momento a otro regreso al escenario de la Villa del Car-
men de Catemaco, Veracruz. Me encuentro en el mismo salón con
unos doscientos delegados al sínodo entre presbíteros, religiosas y
laicos. Se trata de calendarizar los trabajos que van a culminar con
la formulación del nuevo plan de pastoral. Habla un experto en el
asunto, encargado de la coordinación general.
–Lo que tenemos que hacer en esta primera etapa, es tratar de
tomar conciencia de nuestra realidad eclesial así como es, sin mie-
dos ni tapujos. Es el momento de ver lo que somos, con qué conta-
mos y qué podemos hacer en concreto para cumplir con nuestra
misión evangelizadora en esta porción de la Iglesia, que es la dióce-
sis de San Andrés Tuxtla, Veracruz.
–Como siempre – añade otro miembro de la mesa directiva–,
usaremos el método del «ver, juzgar y actuar». Ver nuestra realidad
como Iglesia, reflexionar sobre nuestras fallas y la manera de elimi-
narlas, y actuar para crear un nuevo rostro de Iglesia, más atractivo
y capaz de dar esperanza al hombre de hoy. Solamente una Iglesia
renovada interiormente podrá lanzarse con entusiasmo a la tarea
evangelizadora.
Muchos intervienen para aclarar la finalidad del sínodo y las
distintas etapas que hay que establecer para llevarlo a cabo. Se ha-
bla de fortalezas y debilidades, estructuras de evangelización, hue-
cos que hay que llenar para adecuar la Iglesia a las necesidades del
mundo actual, etc.
142
Hacia un catolicismo
con seguridad y dignidad
Retoma la palabra el coordinador general:
–Vino nuevo en odres nuevos. Aquí está todo el asunto. Tene-
mos que tomar conciencia del hecho que estamos entrando en una
nueva época histórica. Ya no vivimos como al tiempo de la abuelita,
cuando toda la población era católica. Entonces, había pocos peli-
gros para la fe. De hecho nadie se cambiaba de religión. Ahora las
cosas son diferentes. Muchos se dedican a cuestionar a nuestra gen-
te, por radio, televisión y todo tipo de propaganda. No dejan de
visitar a nuestra gente de casa en casa, invitándola a cambiar de
religión. En esta situación, es urgente ver qué tenemos que hacer
para pasar de un catolicismo de tradición a un catolicismo de con-
vicción, sin perder las masas. Ya no podemos seguir perdiendo gen-
te todos los días con el pretexto de que no nos damos abasto. Si
seguimos así, poco a poco nos vamos a quedar sin nada. Es urgente
dar un salto de calidad en nuestro quehacer eclesial, para estar a la
altura de los tiempos actuales y estar en condiciones de hacer frente
a los nuevos retos que cada día se nos van presentando. No pode-
mos seguir actuando como si no existiera el fenómeno del proseli-
tismo religioso, que está teniendo un enorme éxito en nuestros am-
bientes.
–En esta situación – interviene el encargado de la catequesis –
, veo extremadamente importante utilizar una serie de estrategias,
encaminadas a fortalecer la fe del pueblo católico de tal manera que
ya no se sienta acomplejado ante los demás grupos religiosos. En
realidad, actualmente lo que está pasando es que, no obstante que
somos mayoría católica, en la práctica nos sentimos acomplejados
frente a una minoría no católica, a causa de su mayor conocimiento
de la Palabra de Dios, su mayor compromiso cristiano y su extraor-
dinario empuje misionero, que muchas veces raya en el fanatismo.
Es tiempo de empezar a tomar más en serio el factor espiritual y
elevar nuestra manera de vivir la fe. Solamente así el católico podrá
salir de su complejo de inferioridad ante los demás grupos religio-
sos y crecer en autoestima y seguridad. Que no vaya a pasar que
alguien, para dar un paso adelante en su camino hacia Dios o en
general hacia la vivencia de los valores espirituales, se sienta empu-
jado a seguir otros caminos en grupos no católicos o no cristianos,
como por ejemplo en el budismo, o en la amplia gama de posibilida-
143
des que ofrece el New Age, como son el esoterismo, el ocultismo y
tantos otros ismos más.
–O sencillamente –concluye un laico comprometido–, por falta
de una verdadera educación en la fe, se deje llevar por un cierto
espíritu de autosuficiencia, que lo empuja a vivir como si Dios no
existiera, lo que es conocido como ateísmo práctico o indiferentis-
mo religioso.
Asociaciones
y movimientos apostólicos
Cuando parece que todo está marchando sobre ruedas, algu-
nos manifiestan su inconformidad con los trabajos del sínodo. Es
que se sienten seguros en el camino que están siguiendo y les parece
incorrecto dejar algo seguro por algo incierto. Delante de mis ojos
aparecen muchas caras de personas conocidas en distintos países y
en distintas épocas de mi vida. Fíjense que aparecen caras hasta de
compañeros de seminario. Ni modo. Así son los sueños.
–Sería como si quisiéramos dejar a un lado un tesoro, descu-
bierto por gracia de Dios y adquirido a costa de tantos sacrificios,
para volver a buscar otro, supuestamente más precioso, sin contar
con ninguna garantía – confiesa con toda sinceridad el dirigente de
un movimiento apostólico, muy cuestionado en el ambiente –. Una
vez que uno ya cuenta con un camino, ya experimentado y seguro,
¿para qué buscar más?
–Yo, por ejemplo – sigue otro miembro del mismo movimien-
to apostólico –, antes vivía como un pagano bautizado. Práctica-
mente vivía como si Dios no existiera. Una vida sin sentido. Hasta
que encontré al hermano que acaba de hablar y mi vida cambió. En
efecto, la vida cristiana no es una filosofía o un conjunto de nocio-
nes, que se aprenden en los libros, sino un encuentro con Dios, que
se profundiza cada día más, viviendo en una comunidad bajo la guía
de personas experimentadas, que ya recorrieron el camino y que
por lo tanto están capacitadas para enseñarlo a otros.
De por sí los miembros de este movimiento ya están fichados,
por contar con un método muy peculiar de formación y seguimien-
to, totalmente hermético, bajo la guía de presbíteros propios, con
misas reservadas para ellos y tantas cosas raras. Ante esta postura,
el ambiente explota.
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–Así que a ustedes nos les interesa nada lo que estamos hacien-
do nosotros – rebate un párroco –, por contar con su propio cami-
no de vida cristiana. Si todos pensáramos lo