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PRINCIPIO Y FUNDAMENTO 3 (INDIFERENCIA IGNACIANA) - DE LA ELEVACIÓN Y DIRECCIÓN


DEL CORAZÓN A DIOS [EJERCICIOS ESPIRITUALES, CAP. 3]

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1. Antes de realizar una obra exterior, primero eleva tu corazón a Dios.
En cualquier cosa buena que hicieres o dijeres acuérdate de que sin su gracia no puedes hacer ni
decir nada bueno, y si algo hicieres o dijeres, no lo tengas en mucho, antes te reputarás
sinceramente por siervo inútil1.
Porque cualquier presunción del corazón por mínima que sea ofende los ojos de la divina
majestad.
Ojalá pudieses emplear santamente con Dios siquiera un solo día entero, o media hora.
Mas, ¡ay!, eres muy inestable y distraído, aun donde debieras ser más devoto.
2. Al terminar cualquiera obra o la recitación de tus preces, da gracias a Dios de lo bueno
que has hecho y pide perdón con lágrimas de las negligencias en que has incurrido.
Sirve en gran manera para lavar las culpas el pedir humildemente perdón de ellas delante de Dios
y de sus santos ángeles.
A cada hora, di la salutación angélica, u otra oración que fácilmente te recoja en la presencia de
Dios y con más presteza te enfervorice.
«El que no está conmigo está contra mí, y el que no allega conmigo, desparrama», vagueando en las
cosas exteriores.
Porque el tal es más propenso al mal y más flaco para resistir, porque dejó sus cosas interiores y a
Dios.
3. Los nombres de Jesús y María estén con frecuencia en tus labios, siempre en tu corazón,
para tu consuelo.
Al fin reconocerás cuánto te aprovechó el amor interno de Cristo.
También has de invocar con reverencia y honrar los nombres de los santos.
La experiencia maravillosa de las personas devotas da fe de la verdad de las palabras santas.
No dejes de recitar algunas preces especiales, cuando se celebra alguna fiesta en la Iglesia santa.
El hombre triste y afligido acude a sus más fieles amigos.
Tú, pues, acude humildemente a los Santos de Dios y con gran confianza manifiéstales en la
oración tus necesidades.
Porque aunque ahora están en grande gloria, en otro tiempo vivieron sujetos a nuestras miserias.
Por lo cual ahora que están llenos de la divina caridad saben con más plenitud compadecerse de
los afligidos.
Ya estés en tu recogimiento, ya salgas fuera, ten siempre tu alma en tus manos.
Y Dios esté siempre en tu corazón, ya te sucedan cosas tristes, porque, según lo del Salmista: (Sal
119, 1) «clamé a mi Dios al ser atribulado y oyó mi oración»; ya sean alegres, porque Él mismo es el

1
Lc 17, 10

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que alegra nuestra juventud2, Él es en quien hemos de gozarnos sinceramente, según aquello:
«alegraos los justos y regocijaos en el Señor» (Sal 31, 11). Porque no hay verdadero regocijo sin Él.
Por lo cual dijo la Santísima Virgen: «Y mi espíritu se regocijó en Dios mi Salvador» (Lc 1, 47). Y el
salmista: «tórname la alegría de su salud y robustéceme con tu principal espíritu» (Sal 50, 34).
Acuérdate, pues, si verdaderamente quieres gozarte, de gozarte en el Señor3.
Ni te olvides del propósito que haces en este día, porque por desgracia fenece muy pronto con la
negligencia.
Pon tus ojos sobre tus caminos4, porque en todas partes hay asechanzas del maligno enemigo, para
cautivar las almas que andan vagueando por sus senderos.


¡Ave María y adelante!

2
Sal 42, 4
3
Filp 4, 4
4
Ag 1, 5

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