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SCI CTP IRH

SOCIEDAD COLOMBIANA DE INGENIEROS


COMISIÓN TÉCNICA PERMANENTE DE INGENIERÍA DE RECURSOS HÍDRICOS
XXIV SEMINARIO NACIONAL DE HIDRÁULICA E HIDROLOGÍA
Barranquilla, 20 AL 24 DE SEPTIEMBRE, 2021

¿Quo vadis, ecohidrología? Los controles múltiples de la


dinámica de los hidrosistemas de tierras bajas en Colombia: el
caso de Ayapel en la Mojana.
Álvaro Wills Toro
Facultad de Ingeniería Universidad de Antioquia Grupos GAIA y Geolimna, alvaro.wills@udea.edu.co

RESUMEN:

Como el personaje de Molière, que súbitamente se entera de que toda su vida ha estado hablando en
prosa, diversos estudiosos, practicantes e investigadores se dan cuenta de que han estado haciendo
ecohidrología sin saberlo. El centauro de Hölderlin ha estado habitando nuestros hogares y jardines
y hoy lo miramos con ojos sorprendidos. Algunos sostienen desde hace décadas que la ciencia
hidrológica es estrictamente una disciplina biogeofísica. Que las interacciones y retroalimentaciones
entre procesos hidrológicos y biológicos (y sociales) son pan de cada día desde mucho antes de que
el pan se inventara avanzado el neolítico. Desde el surgimiento de la vida en la tierra, ella
transformó el medio que le dio origen: cubrió de vida vegetal y animal los continentes, los arropó de
bosques sedientos y sudorosos, que se apropiaron en ciclos locales intracontinentales una porción
no desdeñable del caudal hídrico circulante en el planeta. En los inventarios recientes de humedales
en el país, los humedales de tierras bajas representan la mayor extensión, y albergan ofertas
alimentarias y expresiones culturales singulares, pero no se ha destacado su importancia regional en
los flujos de humedad mediados por las extensas formaciones vegetales (herbáceas y arbustivas)
que en ellos prolifera estacionalmente. Entre los humedales de llanuras de inundación, la Depresión
Momposina es objeto de interés por los impactos severos de un periodo invernal extraordinario
ocurrido diez años atrás, y el despliegue de una minería ilegal devastadora. La cultura anfibia Zenú
hizo ecohidrología práctica durante más de un milenio, enfrentando las amenazas y oportunidades
que representan las inundaciones. Dos de sus mayores ciénagas (Zapatosa y Ayapel) están cobijadas
por la designación como sitio Ramsar y la figura legal de Distritos de manejo integrado. No
obstante, persiste una progresiva degradación de las formas tradicionales de adaptación al
hidrosistema. La imagen emblemática del hombre-hicotea hace crisis ante eventos inéditos en su
historia cultural. Queremos discutir los requerimientos de una ecohidrología orgánica de la región,
que incorpore y aproveche los saberes adaptativos locales vigentes o extintos. El estudio de caso es
la ciénaga de Ayapel en el subsistema de la Mojana.

PALABRAS CLAVE: ecohidrología; ciénagas; cultura anfibia; humedales de llanura de


inundación; ecosistemas acuáticos. Ayapel.

ABSTRACT:

Like Moliere's character, who suddenly learns that he has been speaking in prose all his life, several
scholars, practitioners and researchers have realized that they have been doing ecohydrology
without knowing it. Hölderlin’s centaur has been inhabiting our homes and gardens, yettoday we
look at him with surprised eyes. Some have held for decades that hydrological science is strictly a
biogeophysical discipline; that interactions and feedbacks between hydrological and biological (and
social) processes have been a daily occurrence since long before days started being counted. Since
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the emergence of life on Earth, she transformed the environment that gave rise to it: she covered the
continents with plant and animal life, sheltered them with thirsty and sweaty forests, which then
appropriated, in local intracontinental cycles, a not inconsiderable portion of the circulating water
flow on the planet. In recent wetland inventories in the country, lowland wetlands represent their
largest extent, and host unique foods and cultural expressions, but their regional importance in
moisture flows mediated by extensive plant formations (herbaceous and shrubby) that proliferate
seasonally has not been highlighted. Among floodplain wetlands, the Momposina Depression is a
subject of interest because of the severe impacts of an extraordinary rainy season ten years ago, and
the appearance of devastating illegal mining. Zenu amphibious culture did practical ecohydrology
for more than a millennium, facing the threats and opportunities posed by floods.Two of the largest
swamps (Zapatosa and Ayapel) in this area are under the designation of Ramsar sites and the legal
figure of Integrated Management Districts. However, there is still aprogressive degradation of
traditional forms of adaptation to the hydrosystem. The emblematic image of the “turtle man” is in
crisis before such unprecedented events in its cultural history. We want to discuss the requirements
of an organic ecohydrology of the region, which would incorporate and take advantage of current or
extinct local adaptive knowledge. The case study is the Ayapel swamp in the Mojana subsystem.

Key words: ecohydrology; swamp; amphibious culture; floodplain wetlands; aquatic


ecosystems. Ayapel.

INTRODUCCIÓN

Quo vadis es una expresión latina que da nombre a una vieja y entretenida novela de Enrique
Zienkiewics, donde los superhéroes del cristianismo primitivo enfrentan la represión neroniana.
«Quo vadis, Domine» («¿Adónde vas, Señor?») es la pregunta que le hace el apóstol Pedro a la
súbita aparición de Jesús, cuando huía de Roma para ponerse a salvo de la persecución de los
cristianos por orden del emperador. A nosotros se nos aparece la ecohidrología como una
oportunidad de entendimiento y manejo de sistemas complejos, donde los procesos geofísicos
embebidos en el ciclo hidrológico y la dinámica de los ecosistemas se articulan en interacciones de
doble dirección.

Monsieur Jourdain, el Burgués gentilhombre de Molière, es una especie de mafioso o nuevo rico
de la Francia de Luis XIV, en el siglo XVII. Se rodea de una corte de afanosos instructores (en
música, danza, filosofía y otras). Cierto día hace un descubrimiento sorprendente:
“JOURDAIN.- ¿Conque no hay más que prosa o verso?
FILÓSOFO.- Nada más. Y todo lo que no está en prosa está en verso; y todo lo que no está en verso, está
en prosa.
JOURDAIN.- Y cuando uno habla, ¿en qué habla?
FILÓSOFO.- En prosa.
JOURDAIN.- ¡Cómo! Cuando yo le digo a Nicolasa «Tráeme las zapatillas» o «dame el gorro de dormir»,
¿hablo en prosa?
FILÓSOFO.- Sí, señor.
JOURDAIN.- ¡Por vida de Dios! ¡Más de cuarenta años que hablo en prosa sin saberlo! No sé cómo
pagaros esta lección...” Molière (Le Bourgeois gentilhomme, 1670)

Ecohidrología es uno de esos neologismos creado para desafiar tradicionales fronteras


disciplinares, reales o imaginarias. De manera similar surgió la ecohidráulica, operando en
general sobre escalas menores. Las dos disciplinas en alianza, hidrología y ecología, no
estuvieron en realidad tajantemente separadas. Los comienzos de la ciencia hidrológica se
suelen situar en el renacimiento europeo, cuando Palissy, Perrault y Halley establecieron
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colectivamente el ciclo hidrológico (Eagleson, 1991). Pero muy pronto, fueron las demandas de
aprovechamiento de los recursos hidráulicos vinculadas a la revolución industrial y al
crecimiento poblacional, las que estimularon el desarrollo de métodos para que la ingeniería
estuviera en capacidad de diseñar sistemas de suministro de agua a las ciudades, de generación
de energía, de riego o control de inundaciones. Este enfoque, esencialmente pragmático, de la
hidrología aplicada o de hidrología de ingeniería, dominó ampliamente el trabajo durante varios
siglos. Enfrentaron problemas concretos como el cálculo de balances hídricos a largo plazo o la
estimación de probabilidades de eventos extremos, como sequías e inundaciones. Para ello se
ampararon en las ciencias básicas de la ingeniería, incluyendo mecánica del continuo,
estadística o termodinámica. Tiempo después, los hidrólogos tendrían que aceptar, con cierto
rencor, que la hidrología era algo más que mecánica de fluidos (Sivapalan, 2017). Ello, en
buena medida llevó a que, por ejemplo, “los planes de gestión del riesgo de inundaciones
incluyeran primordialmente medidas de ingeniería convencionales. Estas medidas suelen recibir
el nombre de ingeniería “dura” o infraestructura “gris”. Algunos ejemplos son los terraplenes,
las presas, los diques y los canales para controlar las inundaciones” (Banco Mundial, 2017) que
se adoptaron sin consideraciones ambientales, y sin situar los proyectos en el marco
biogeofísico de las cuencas y ríos intervenidos. A pesar de grandes esfuerzos destinados a
soportar tecnológicamente la elección de “los parámetros de diseño” de estas y otras obras de
infraestructura, muchos hidrólogos percibieron, a finales del siglo pasado, que la hidrología
merecía un nicho independiente en el conjunto de las ciencias geofísicas. Un estudio
memorable, que conserva su vigencia, promovido por el National Research Counsil NRC de
Estados Unidos, dio una mirada profunda de la situación y señaló diversas rutas y oportunidades
para el desarrollo autónomo de la hidrología. (NRC, 1991; Eagleson, 1991).

Varias circunstancias acompañaban al fin del milenio que exigían aportes sustanciales desde
esta renovada disciplina. La conciencia ambiental en auge no se contentaba con los
procedimientos destinados a la identificación y mitigación de los impactos ambientales de
grandes obras de infraestructura hídrica. La preocupación no solo se centraba en los problemas
locales o meramente regionales. El distanciamiento proporcionado por la mirada privilegiada de
astronautas y satélites, desde la década del 60, nos permitió constatar la singularidad de nuestro
planeta en el sistema solar. Y reconocer que esa singularidad es el resultado interactivo de la
vida con los procesos de orden geofísico. Ya el concepto de biosfera, propuesto por Suess y
desarrollado por Vernadski, nos empujaba a entender la vida planetaria como entidad expansiva
surgida “en buena parte de los lugares de encuentro entre una litosfera sólida, una hidrosfera
líquida y una atmósfera gaseosa” y que esa porción del planeta habitada por los seres vivos ha
sido además “manifiestamente organizada por ellos” (Margalef, 1997). La concepción de la
tierra como entidad funcional unificada se resume hoy en la imagen de GAIA, propugnada por
James Lovelock (1982). La lucidez de estas aproximaciones nos informa dolorosamente,
además, de las desmesuradas tensiones que el ser humano ha infligido sobre la biosfera. Entre
otras condiciones del llamado Antropoceno, el hombre es hoy parte integral e inseparable (no
siempre benéfica) del ciclo hidrológico, el ciclo biogeoquímico más importante del planeta,
sobre el cual se activan todos los demás. El análisis de esa situación exigió entonces dar paso a
una hidrología global que afrontara el ciclo hidrológico del planeta más bien que a escala de
cuenca. (Eagleson,1986). Hoy se le reconoce a la hidrología su nicho junto a las demás ciencias
del planeta tierra. (Sivapalan, 2017). Antes de ello, hubo diversas vertientes de investigación,
que asumieron rumbos alternas a la visión ingenieril de la hidrología. Desde que Horton separó
y etiquetó los componentes del ciclo del agua en infiltración, evaporación, intercepción,
transpiración, escorrentía, etc, ya se tenía conciencia del papel activo de la vegetación en
muchos de ellos. La hidrología forestal hizo grandes esfuerzos en entender la función específica
de la vegetación en los balances hídricos y en evaluar las consecuencias asociadas a la
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deforestación y a los cambios en el uso de la tierra. Los programas a largo plazo de cuencas
experimentales como Coweeta dan testimonio de ello (Bonell, 2002). Finalmente, la conciencia
del cambio climático, de la pérdida de especies y ecosistemas, y en general del cambio global,
llevó a pensar la crisis ambiental desde la ciencia biosférica, que en palabras de Margalef no es
más que un sinónimo de ecología global. De esas ciencias portentosas, la ecohidrología no sería
más que "la subdisciplina compartida por las ciencias ecológicas e hidrológicas que se ocupa de
los efectos de los procesos hidrológicos en la distribución, estructura y función de los
ecosistemas, y de los efectos de los procesos bióticos en los elementos del ciclo del agua”
definición propuesta por Nuttle (2002), y que sintetiza aquella de Rodriguez-Iturbe (2000). Aquí
es preciso reconocer que la ingeniería ha prestado su animoso concurso aportando las
herramientas de su especialidad, como el diseño y la operación de sistemas de captura de
información ambiental, sus métodos de procesamiento de grandes bases de información y sus
refinadas técnicas de simulación numérica.

Podemos afirmar que la limnología, como capítulo de la ecología, es ciencia que se alimenta
necesariamente de las disciplinas físicas y geofísicas (hidro-climatología, hidrodinámica y
geomorfología). Desarrollada inicialmente como ciencia de los lagos, “oceanografía de lagos”,
recibió de su primer mentor, François-Alphonse Forel, el rigor de la caracterización geofísica de
la masa acuosa, su cubeta y su entorno. Cualquiera de los manuales clásicos dedica amplios
capítulos a esas disciplinas en el esfuerzo de caracterizar la estructura y dinámica del biotopo
particular del cuerpo de agua, sea lago, rio o humedal (Hutchinson, 1957; Margalef, 1984). Por
ello, sus investigadores y practicantes, incluso los más ceñidos a estudiar “la biología del
ecosistema” valoran francamente el concurso y apoyo esencial de las ciencias físicas y
geofísicas. No tiene, en general, ninguna barrera disciplinar. Desde el entorno viscoso y
turbulento que envuelve los organismos de escala microscópica, hasta los procesos de
estratificación y mezcla de grandes lagos, sometidos a estímulos mecánicos y térmicos, son
muchos los aspectos del clima acuático que han sido abordados exitosamente en más de un siglo
de trabajo conjunto entre las ciencias físicas y biológicas (Vogel, 1994; Imberger y Marti,
2017).

Aquí concluimos la introducción que quiere acoger el concepto de centauro de Friedrich


Hölderlin, que no es sólo el de espíritu del río “en tanto que se hace camino y frontera, con
fuerza, sobre la tierra originariamente sin rutas y creciendo hacia lo alto”. Los centauros son
además “originariamente los amos de las ciencias de la naturaleza”. Algunos, que se denominan
hoy “ecobiogeometeoquímicoclimohidrólogos”, llevan la hibridación de este centauro a
extremos abrumadores, y hasta tienen una lista de twiteros auto-denominada “egohidrología”
llena de humor y alegría contagiosa. Sin embargo, no es suficiente. Los graves problemas de
convivencia de las sociedades humanas con el agua, exigen una perspectiva social y cultural,
que atienda las particulares visiones de las poblaciones locales en su proceso de adaptación a un
medio complejo y en franca transformación. Ello ha llevado a avizorar otros campos
interdisciplinarios como la sociohidrología, pero esa es otra historia.

La ecohidrología goza hoy de excelente salud y caluroso acogimiento (Mackay, 2019). La


producción bibliográfica crece desaforadamente. Queda para el estudioso el reto de internarse
cautelosamente dentro de la torre de Babel de la producción científica, donde la más modesta
exploración del estado del arte en cualquier tópico especializado exige técnicas de ingeniería de
datos. Hoy podemos celebrar la disposición de biólogos, antropólogos e ingenieros, a establecer
enriquecedoras rutas de retroalimentación y trabajo conjunto, en redes como REDECOHH, o en
escenarios como el que alberga este simposio. Así pues, vemos que hoy en nuestro país se
enuncian y abordan, desde la base de conocimiento de la ecohidrología, y quizá desde la
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sociohidrología, los siguientes problemas:

a) Definición de rondas hídricas


b) Control de inundaciones en tierras bajas
c) Definición de “caudal ecológico” o caudal ambiental.
d) Evaluación de impacto ambiental de centrales hidroeléctricas
e) Delimitación y gestión de humedales.
f) Evaluación del papel hidroclimático de las formaciones vegetales
g) Gestión de pesquerías.

ECOHIDROLOGÍA EN RÍOS Y HUMEDALES DE LLANURAS DE INUNDACIÓN

Quizá no fue un azar el hecho de que el primer artículo científico que empleó el neologismo
ecohidrología fuese un estudio sobre lo que ha venido a llamarse humedales (Nuttle, 2002). El
artículo de Ingram (1987) estudia las condiciones hidrológicas de los sistemas de turberas
escocesas, en las cuales el nivel freático se presenta a ras del suelo. Allí emplea balances hídricos y
las teorías físicas de percolación (Dupuit-Forchheimer), a través de las distintas capas del suelo. Sin
embargo, hoy puede parecernos que la ecohidrología aplicada a humedales es una especie de
pleonasmo. El texto ya clásico de Mitsh y Gosselink, (2000) hace de la hidrología uno de los rasgos
que dan identidad funcional a cualquier humedal. Aunque, como dicen estos autores, se pueden
destacar algunos rasgos distintivos de un humedal, como la presencia de agua estancada durante la
estación de crecimiento (en zonas templadas), o unas condiciones particulares de los suelos, o bien
la presencia de especies vegetales que muestran adaptación o tolerancia a los suelos saturados o
incluso a una sumergencia prolongada, no es sencilla ni unánime una definición precisa (ibid., pag
25). Precisan además que los humedales suelen situarse a lo largo de un gradiente entre las
márgenes de tierras altas bien definidas y sistemas de aguas profundas, que pueden ser ríos, lagos o
el propio océano. Los lagos de llanuras de inundación, abundantes en nuestro país y usualmente
designados como ciénagas, se resisten al tratamiento usual de la limnología, sesgado hacia la
condición relativamente estable en su volumen, profundidad y extensión superficial de los lagos
alpinos que fueron tradicionalmente objeto de estudio de esta disciplina (Junk y Wantzen, 2003).
Las ciénagas admiten y se benefician de muchos de los esquemas de análisis, conceptos y teorías
aplicados a los lagos someros. Pero la caja de herramientas que provee la limnología clásica era
insuficiente para apropiarse de lo esencial de su funcionamiento. Ya nos señalaba Forbes, en su
artículo “El lago como un microcosmos” (1887) las condiciones que controlan la productividad de
los lagos fluviales:
“La cantidad y variedad de vida animal contenida en ellos, así como en las corrientes relacionadas con
ellos, es extremadamente variable, dependiendo principalmente de la frecuencia, extensión y duración
de los desbordamientos. Este es, de hecho, el rasgo característico y peculiar de la vida en estas aguas.
Tal vez no haya mejor ilustración de los métodos por los cuales el sistema flexible de la vida orgánica
se adapta, sin lesiones, a condiciones que fluctúan amplia y rápidamente. Cada vez que las aguas del
río permanecen durante mucho tiempo mucho más allá de sus orillas, los criaderos de peces y otros
animales se amplían inmensamente, y sus suministros de alimentos aumentan en el grado
correspondiente”.

En Colombia, los humedales de llanuras de inundación dominan ampliamente, en cuanto a su


cobertura espacial, al aprovisionamiento de las poblaciones locales, y a los riesgos que enfrentan por
diversas tensiones antrópicas. Los aportes pioneros de Sioli, y Welcomme (1979) revelaron la
singularidad ecológica de los ríos y sus llanuras de inundación en múltiples sistemas de zonas
tropicales y templadas. El concepto de pulso de inundación (CPI), propuesto por Junk y otros, ha sido
sometido a revisión y complementación desde entonces (Junk y Wantzen, 2003,; Neiff, 1990, 2003,
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2005) y engloba un conjunto amplio de influencias del patrón temporal de los atributos hidrológicos
sobre la estructura y funcionamiento de los ecosistemas terrestres y acuáticos que los flujos de agua
ponen en interacción:

“La secuencia regular de inundaciones y sequías (pulso de inundación) es la fuerza directriz en el sistema río-
llanura de inundación. La llanura de inundación es considerada como una parte integral del sistema que se acopla y
se desacopla periódicamente del río patrón a través de la zona de transición acuático-terrestre (ATTZ). […] El pulsar
predecible favorece la adaptación de los organismos e incrementa la producción primaria y la eficiencia en el uso de
nutrientes”. (Junk y Wantzen, 2003)

El concepto debe enmarcarse en las teorías que constituyen pilares fundamentales de la ecología,
la evolución y la sucesión, las cuales, una vez aceptadas, exigen reconocer que “ni las especies pueden
permanecer sin evolucionar ni los ecosistemas sin manifestar sus tendencias al cambio” (Margalef,
1993), y lo harán inmersos en la historia geofísica a largo plazo y en los patrones cíclicos a corto
plazo. Los niveles de influencia van desde la activación de procesos biogeoquímicos, la
determinación de fluctuaciones de poblaciones y comunidades hasta la diferenciación y adaptación
evolutiva de organismos. Ello implica diversas escalas, intensidades y complejidades del tipo y grado
de dependencia. El hidroperíodo, que representa el patrón estacional típico de las principales variables
hidrológicas y ha sido calificado como la “rúbrica hidrológica” del humedal (Mitsh y Gosselink,
2000), es el resultado del balance entre influjos y salidas sobre la geomorfología local o regional y
las condiciones sub-superficiales. Tiene influencia definida sobre los grados de conectividad y
transporte entre diferentes sectores o parches del sistema. El pulso de inundación puede ser
monomodal o polimodal, predecible o impredecible, y con alta o baja amplitud. Zalewski, el zar de
la ecohidrología de la UNESCO, sitúa la teoría del pulso como un escalón ganado en el camino hacia
la síntesis ecohidrológica (Zalewzki et al, 1997). Aquel se ha convertido en el marco básico de análisis
de la dinámica de muchos hidrosistemas de llanuras de inundación, sobre todo en los grandes ríos
tropicales (Amazonas, Orinoco, Paraguay, Paraná, etc.). El conocimiento de estos sistemas en nuestro
país se ha venido enriqueciendo notablemente en los últimos años. Dos hitos relevantes en esos
esfuerzos merecen destacarse. El “Estudio ecológico de una laguna de desborde del río Metica”,
premiado en el III concurso nacional de ecología en 1987 y publicado en 1989, fue probablemente el
primer estudio sistemático de un sistema sometido al pulso de inundación, cuya lectura sigue siendo
enriquecedora (Galvis et al, 1989). El texto “Colombia Anfibia”, promovido y publicado por el
Instituto von Humboldt, provee un maravilloso esfuerzo de síntesis y difusión de conocimientos sobre
los humedales de nuestro país (Jaramillo et al, 2015).

LA DEPRESIÓN MOMPOSINA Y LA MOJANA.

A los que somos habitantes urbanos de la Colombia montañosa se nos dificulta hacernos a una
imagen coherente de la Depresión Momposina. Ese territorio, conformado por la confluencia de los
ríos Magdalena, Cauca, Cesar, San Jorge y Nechí, está fragmentado entre los departamentos de
Bolívar, Magdalena, Sucre, Córdoba y Antioquia, cobijado por varias corporaciones ambientales
(Carsucre, Corpomojana, CVS, CSB, Corpamag y Corantioquia), es un desafío ante quien quiere
aprehender su geografía física y humana y emprender políticas de gestión y ordenamiento
territorial. Dentro de ella, La Mojana es el sector situado al occidente del río Cauca y el brazo de
Loba y al oriente de las sabanas de los departamentos de Córdoba y de Sucre. No tenemos para
describirla la experiencia íntima del lugareño, pescador o chofer de yonson, del vaquero en el
verano o del cultivador de arroz. No hemos sido cazadores de patos y ponches ni galapagueros con
chuzo tanteando la hicotea que estiva en los playones. Leemos de la Mojana, que es “un cenagal
situado entre el San Jorge y el Cauca” o “un país de leyenda dentro de la costa atlántica de
Colombia, una región cenagosa, enmarañada en la que sólo a grandes trechos se sorprende un atisbo
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de sol” (García Márquez, 1954). Se asemeja a “la tierra misma en el momento de emerger al
comienzo de la creación”, como dice Levi Strauss de parajes similares. El visitante en verano se
siente en “un valle en el que casi nunca sopla un airecito; el agua llena de cocodrilos, la atmósfera
llena de mosquitos” como relata Humboldt en su diario, al despuntar el siglo XIX (Humboldt,
1800). Quizá la hayamos sobrevolado en avioneta o ultraliviano, recorrido en verano sus caminos
polvorientos en mototaxi y navegado algunos de sus torrenciales ríos y caños en invierno. O bien,
desde nuestra casa, la habremos explorado a través de Google-Earth. En tiempos de subienda
habremos visto que sus bocachicos y bagres llegan a nuestras plazas de mercado, aunque no con la
profusión de varias décadas atrás. Pero, sin duda, hemos tenido noticia de su existencia cuando la
inundación ha producido desplazamientos masivos de la población y pérdidas cuantiosas de
cosechas y animales y afectaciones severas de la infraestructura de viviendas y carreteras. Otros
visitantes del siglo XIX nos dejaron su esfuerzo de descripción:

“Cuando el Cauca recibe el tributo de las aguas del San Jorge, ha recibido ya una parte del mismo Magdalena
y luego se confunde enteramente con éste. Esto da a entender que existe algún entretejimiento de los
brazuelos respectivos de cada río; lo que sucede a causa de la poca resistencia de las tierras que forman las
paredes de los cauces, y de la falta casi absoluta de declive” (Luis Striffler, 1886).

Según Eliseo Reclus (Figura 1), “allí comienza la región de los pantanos, de los caños entrelazados,
de las corrientes alternativamente directas o trastornadas que constituyen el delta interior del
Magdalena, del Cauca, del San Jorge y del Cesar” (Reclus, 1893. p. 314).

Figura 1. Esquema del “delta interior” que conforma la depresión Momposina, por Eliseo Reclus.
.
Como unidad del paisaje, la Depresión Momposina se presenta como una cuenca sedimentaria de
aproximadamente 24.650 km², con un complejo entramado de ciénagas, caños, diques y playones.
Caracterizada como una especie de singularidad geológica dentro de la cuenca Magdalena, su
origen se asocia a los cambios milenarios del nivel del océano y la interacción tectónica entre las
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placas Caribe y Suramericana. Un enorme graben se está hundiendo, rellenando, inclinando,
deformando y fracturando. Se ha formado allí un sistema fluvial anastomosado y avulsivo,
desarrollado como respuesta al hundimiento progresivo de una cuenca transtensiva. La topología y
el alineamiento vertical y horizontal de ríos y caños se encuentra controlado por bloques
microtectónicos delimitados por fallas que indican una subsidencia diferencial, con un hundimiento
mayor de los bloques S y W en el área. Los cuerpos y cursos de agua presentan un corrimiento
hacia al SW de la región, producto de esta subsidencia diferencial (Herrera et al, 2001; Martínez y
López, 2005; Restrepo et al, 2020).

Ayapel

Figura 2. Sistema de humedales de la Depresión Momposina (Jaramillo et al, 2015)

Según nuestro interés podemos caracterizar este territorio como un hidrosistema, o un gran humedal,
un delta interior, o quizá una posible unidad administrativa o cultural. Hidráulicamente, es un ámbito
de retención hídrica y sedimentación, formado por un control macrohidráulico que regula las
variaciones en los niveles base locales, situado unos 15 Km aguas abajo de Magangué entre Tenerife
y Tacamocho. Para que se formara esta gran batea, en la antesala del nivel base final de la cuenca
Magdalena-Cauca (el océano), se requirió de la actividad de fallas y plegamientos para cerrar el
acceso directo del Cauca al mar Caribe. Hidrológicamente, la Depresión Momposina es un sistema
que modula drásticamente las intensidades y ritmos de los flujos hídricos provenientes de las cuencas
andinas, a través del almacenamiento en las ciénagas y de los amplios y recurrentes derrames desde
los ríos y caños. Devuelve a la atmósfera, por evapotranspiración una cantidad no desdeñable de lo
que recibe. Sus cuerpos de agua permanentes son resultado todos del trabajo fluvial. Estas ciénagas
tienen nombre propio, y aparecen en los mapas y los libros de geografía. Las mayores profundidades
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se encuentran a lo largo de los antiguos ríos que les cedieron sus lechos. Pero hay un incontable
número, anónimo, de otras que tienen cada año una vida fugaz de pocos meses. La imagen clásica de
estas llanuras de inundación, aunque ha variado sensiblemente, fue inicialmente bastante negativa.
Para los geógrafos del siglo XIX que participaron en la comisión corográfica de Agustín Codazzi:

La sección de las ciénagas es la mas inútil i la mas perniciosa de las del Estado, pues mide como 20
miriámetros cuadrados casi perdidos para el hombre, si esceptuamos los peces que se alimentan en
ella. Casi toda paralela al Magdalena, debe su formacion a los derrames de este rio o a los caños que
no alcanzan a salir de las vegas aluviales de él para rendirle sus aguas directamente. Estas ciénagas i
pantanos están a veces interrumpidos por masas de bosque que se estienden a lo largo de los esteros i
los caños, los cuales se inundan durante las aguas, i luego quedan en seco merced a la accion del sol,
formando las vegas llamadas playones, que se cubren despues de pastos abundantes i sirven de refujio
i solaz a los ganados durante el verano por su frescura i calidad.
Mas si el ganadero aplaude la formacion de esos prados siempre verdes, la jeneralidad de los
habitantes no puede ménos que sufrir las consecuencias de la fermentacion del cieno recargado de
yerbas que se pudren, i de los despojos vejetales i animales acarreados por las aguas i depositados en
esos pantanos sometidos por lo ménos a una temperatura de 35º centígrados. La evaporacion rápida
levanta nieblas i emanaciones insalubres que, arrastradas por los vientos, cobijan las llanuras
estendidas del pié de la serranía, i llevan por doquiera las fiebres pertinaces que por lo comun causan
la muerte al forastero que baja de las tierras altas. (Pérez, 1863 p. 576)

En los años 70 se concibieron grandes proyectos de “adecuación de tierras” que habrían de


convertir a la Mojana en la despensa de Colombia, irrigando riqueza y bienestar sobre sus
habitantes. Da la impresión de que ella fuera, para los planificadores, un “espacio creado por
primera vez por la ciencia y la tecnología modernas y para ser moldeado por ellas” (Lahiri, 2019).
Para los que comparten esa visión, parafraseando a la distinguida geógrafa, sus elementos
constitutivos, el agua que corre por sus ríos y caños o reposa en las ciénagas, se convierte de repente
en “recurso hídrico”, y sus excesos o carencias se interpretan inmediatamente como restricciones al
“desarrollo”. Afortunadamente, las iniciativas recientes, tanto de planificación y ordenamiento
territorial como de gestión del riesgo de desastres reconocen la necesidad de incorporar las visiones,
conocimientos y expectativas de los pobladores locales. Un precedente generoso de esa mirada se
encuentra en la imagen del poblador típico como hombre-hicotea, propuesta por Orlando Fals Borda
en su síntesis histórica y cultural de la sociedad rural costeña (Fals Borda, 1980). Ese hombre sabe
enfrentar lo que otros ven como “estorbos que se derivan de los dos extremos evolutivos del río”
como dice Luis Striffler a finales del siglo XIX.

LA CIÉNAGA DE AYAPEL

Para el observador, turista o investigador, situado en el atrio de la iglesia, la ciénaga de Ayapel es


un extenso lago que se pierde en el horizonte, donde borrosamente se aprecia el cerro Corcovado,
allá lejos, en la serranía de San Lucas (Figura 3). La ciénaga de Ayapel se sitúa hidrológicamente en
la cuenca del río San Jorge, en aquella porción de tierras bajas donde se sobrepone el cono del
Cauca, y se establece una red de canales que se bifurcan y luego se reúnen y entre sus diques se
encuentran depresiones de diversos tamaños y formas. El esquema hidrológico simple nos anuncia
un sistema de almacenamiento somero, entrelazado con múltiples caños y ciénagas menores,
alimentado por una cuenca propia de aproximadamente 1.500 km2, y regulado por las condiciones
morfológicas e hidráulicas en la conexión con el río San Jorge y por aportes esporádicos desde el
río Cauca. Al sur y oriente se encuentran las cuencas de los caños Quebradona, Escobillas y Barro.
Al oriente se encuentra la cuenca del caño Muñoz. La morfología local define una extensa variedad
de hábitats, cuya conectividad cambia estacionalmente. Hacia el sur y sur-occidente las últimas
formaciones de colinas definen cuerpos de agua digitados con laderas de mayor pendiente. Las
laderas de las ciénagas Paticos, Hoyo de los Bagres y Escobillitas son relativamente escarpadas y
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presentan una clara digitación que se manifiesta en tortuosas bahías. El ciclo hidrológico local, con
periodo anual, comprende una fase de aguas bajas confinadas al cauce principal y a los lagos
permanentes y una fase de aguas altas en que ríos, caños y ciénagas se derraman sobre la llanura
cubriendo extensas áreas en el paisaje aluvial. Los aportes principales se derivan de la lluvia en la
propia cuenca, y luego están los intercambios bidireccionales con el río San Jorge, que además se
constituye en control hidráulico que regula los flujos de salida por el caño Viloria, hacia la zona
central de la Mojana. Finalmente, se encuentran los aportes desde el río Cauca, que existieron desde
tiempos históricos a través del caño Barro, pero se han incrementado en frecuencia y magnitud en
las últimas décadas, los cuales además dependen de los diques artesanales construidos desde los
años 50 del siglo pasado. Se estima que la cultura Zenú realizó intervenciones estructurales sobre el
sistema de caños y cubetas de la Depresión Momposina con propósitos agrícolas y explotación de
fauna terrestre y acuícola en más de 600.000 hectáreas (Plazas et al, 1993). En la época de la
conquista, cuando las primeras incursiones de los hermanos Pedro y Alonso de Heredia, el esquema
de aprovechamiento anfibio del territorio había desaparecido. La ciénaga y los terrenos de régimen
fluctuante que la circundan proporcionan hábitat a una gama amplia de organismos vegetales y
animales. Ello constituye una oferta rica de recursos de diferente tipo que los pobladores
aprovechan con diversas estrategias.

Figura 3. Ciénaga de Ayapel. Adaptado de Dahl et al, 1963

Diversos acercamientos se pueden hacer desde la ecohidrología. Aquí restringiremos nuestra


atención a considerar las implicaciones funcionales de la hidrología sobre las dinámicas ecológicas
en el marco del concepto de pulso de inundación. Para las comunidades bióticas, incluyendo las
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sociedades humanas, surge la pregunta esencial: ¿Es la inundación una perturbación, un problema,
una amenaza? ¿O es una oportunidad? En la traza de niveles históricos se pueden inferir distintos
comportamientos (Figura 4). Se muestran allí imágenes que destacan las amplias variaciones en la
cobertura acuática. En primer lugar, hay un componente cíclico indudable, con ciclo anual, que se
caracteriza bajo el concepto de hidroperíodo (Welcomme y Halls, 2004). Este está conformado por
los atributos de itinerario (¿cuándo suceden los mínimos, los máximos, los períodos de ascenso y
descenso?); amplitud (¿cuál es el cambio total en niveles, volúmenes y áreas inundadas en un año
dado?), duración (¿cuánto tiempo permanece inundada cada franja altitudinal?); tasa de cambio
(¿qué tan rápido se expande o contrae la masa acuosa?); la continuidad, que indica si existen
interrupciones en el ritmo de avance de la inundación; y finalmente la suavidad que es un indicador
de las fluctuaciones a corto plazo (Figura 5).

Figura 4. Traza de niveles en la ciénaga de Ayapel y manchas de inundación en algunos


momentos, en el periodo 1991-2012.

En la condición de promedios multianuales, la ciénaga varía típicamente el área de su espejo de


agua entre 70 y 135 km2. La franja comprendida entre los dos extremos es uno de los elementos
estructurales y funcionales más importantes y se denomina zona de transición acuático-terrestre
(ZTAT). Es una zona donde la vegetación herbácea, relevante en la productividad primaria del
sistema, está sometida a una sucesión truncada, con diferentes poblaciones de gramíneas en el
periodo húmedo y en el período seco. La vegetación arbórea y arbustiva se escalona en distintas
franjas altitudinales acorde con la frecuencia e intensidad de la sumergencia. En el itinerario típico,
los mínimos suceden, muy estrechamente en torno al primero de abril. El período de ascenso rápido
se presenta entre abril y junio. Entre julio y noviembre hay una relativa meseta con diferentes
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fluctuaciones. Y finalmente el descenso presenta a partir de mediados de noviembre.

Se presume que los organismos se acoplan o dependen de ese itinerario para activar, modular o
suspender procesos vitales. Quizá la manifestación más elocuente de acoplamiento biológico a ese
itinerario corresponda a la subienda. Además, se han encontrado notables correlaciones entre la
amplitud de la inundación anual con la abundancia en la oferta pesquera. Los cambios en
profundidad media y área superficial suponen respuestas diferentes en la estructura térmica y los
procesos de mezcla vertical y circulaciones horizontales, la resuspensión de sedimentos y por tanto
la disponibilidad de luz para los procesos fotosintéticos. Se han encontrado diversas correlaciones
entre los atributos del hidroperíodo y las respuestas de otras comunidades biológicas como el
fitoplancton y zooplancton.

La población local ha desarrollado múltiples ajustes en sus prácticas productivas y en su devenir


vital. Pesca, ganadería, agricultura, turismo, transporte, y cacería, son las principales actividades
económicas, dependientes sensiblemente de la estacionalidad hidrológica. La llamada ganadería
trashumante, por ejemplo, se beneficia de la humedad remanente en la ZTAT durante los períodos
de verano y su oferta de forraje, trasladando los hatos ganaderos desde las tierras altas y las sabanas.

600 Desbordes del rio Cauca


Aguas altas
intermitentes
fluctuación

500
Rango

Duración
sequía
EVT déficit hídrico
Volumen Millones de m3

400
Tasa llenado

Tasa vaciado

300
Duración
sumergencia
centroide
amplitud

200

100

Mínimo anual
0
01/01/2004
19/02/2004
08/04/2004
27/05/2004
15/07/2004
02/09/2004
21/10/2004
09/12/2004
27/01/2005
17/03/2005
05/05/2005
23/06/2005
11/08/2005
29/09/2005
17/11/2005
05/01/2006
23/02/2006
13/04/2006
01/06/2006
20/07/2006
07/09/2006
26/10/2006
14/12/2006
01/02/2007
22/03/2007
10/05/2007
28/06/2007
16/08/2007
04/10/2007
22/11/2007
10/01/2008
28/02/2008
17/04/2008
05/06/2008
24/07/2008
11/09/2008
30/10/2008
18/12/2008
05/02/2009
26/03/2009
14/05/2009
02/07/2009
20/08/2009
08/10/2009
26/11/2009
14/01/2010
04/03/2010
22/04/2010
10/06/2010
29/07/2010
16/09/2010
04/11/2010
23/12/2010

Figura 5 Elementos de caracterización del hidroperíodo en la ciénaga de Ayapel en el período


2004 a 2012)

Pero quizá la mayor preocupación respecto al futuro de la ciénaga y su oferta natural está en las
fluctuaciones extremas asociadas a los masivos derrames del río Cauca. A ello se suma la
explotación aurífera formal o informal, legal o ilegal, en los aluviones de la zona sur. Por ejemplo,
la inundación de 2010-2012, provocó una muerte masiva de árboles en la zona ribereña y litoral. La
vegetación de ribera (robles, higos, guamos, guaraperos, ceibas) que soportan adecuadamente
periodos cortos de inundación, sucumbió a la prolongada inmersión (más de dos años).
El mangle de agua dulce (Symeria panniculata), que soporta inundación permanente pero es
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sensible a la depositación de sedimentos (Junk, 1997), se vio severamente diezmado. Esta especie
desempeña un papel esencial en el desarrollo de sitios de refugio y proporciona arquitectura
esencial para el desarrollo de perifiton en sus raíces. Se presentó una alteración de los ciclos
reproductivos de las principales especies ícticas. La subienda no se presentó en los últimos dos años
durante la creciente. Los extraordinarios aportes de sedimentos asociados al laboreo minero
conllevan severa disminución de la capacidad productiva en la ciénaga por las altas turbiedades que
restringen severamente la profundidad de la zona fótica. La alta turbiedad (sólidos suspendidos)
afecta además la fisiología de los organismos residentes. Además, se presumen variaciones, aun no
documentadas, en la capacidad del vaso y en las conductividades hidráulicas de los caños. Así
mismo, se estableció una ruptura del ciclo de propagación de especies de gramíneas acuáticas
(churri churri y canutillo) que requieren del periodo seco para su adecuada germinación. Estas
especies desempeñan un papel trófico esencial en la dinámica productiva. No sólo constituyen
forraje para mamíferos acuáticos y algunos peces, sino que propician el desarrollo de perifiton en
sus raíces adventicias. Hubo también una significativa disminución de la oferta alimentaria y
accesibilidad para las aves acuáticas locales y migratorias. Las altas profundidades y la ausencia del
vaciado y desconexión de los zapales y charcas perimetrales disminuye las oportunidades de
captura por las zancudas (coyongo, pato cucharo, etc.).

Pero sin duda, el problema de mayor gravedad fue la afectación de los asentamientos humanos,
pérdidas de cosechas que produjeron desplazamiento de pobladores de sus viviendas y áreas de
supervivencia. Las que han sido llamadas culturas anfibias, están adaptadas a los cambios regulares,
pero son sin duda vulnerables a los episodios de inundación extraordinaria y a las tendencias en los
extremos hidrológicos asociadas al cambio climático. Desde los tiempos de abundancia de pesca
casi legendaria hace medio siglo hasta la situación de la última década, con una oferta
sensiblemente disminuida, las relaciones entre los ritmos y tendencias en la cultura y la naturaleza
son enormemente complejas y conflictivas.

Hoy en día la ciénaga de Ayapel se encuentra en una encrucijada que los instrumentos de gestión y
la dudosa eficacia de la acción institucional no han resuelto. Ni la declaratoria del DRMI (distrito
regional de manejo integrado) ni la designación como sitio RAMSAR han logrado detener la
pérdida progresiva de su diversidad, su potencial productividad, ni la cantidad y calidad de su oferta
pesquera. Un entendimiento profundo de esta realidad compleja hará posible orientar las políticas
de manejo y preservación de los valores y servicios ecosistémicos, culturales y económicos del
sistema cienaguero de Ayapel.

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