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UNIVERSIDAD SIMÓN BOLÍVAR

MAESTRÍA EN PSICOLOGÍA
BIOPSICOLOGÍA DEL ESTRÉS

PAPEL MODULADOR DE LOS ESTILOS INTERACTIVOS EN LA


EJECUCIÓN DE COMPORTAMIENTOS INSTRUMENTALES DE RIESGO O DE
PREVENCIÓN RELACIONADOS CON EL ESTRÉS

LUIS A. MERCHÁN S.
MARZO DE 2012
FORMULACIÓN DEL PROBLEMA

La introducción del concepto de estrés como fenómeno susceptible de ser estudiado


por la psicología, se produjo a partir de la primera guerra mundial (Lazarus y Folkman,
1986) cuando los países involucrados comenzaron a interesarse por ciertos rasgos de
comportamiento que aparecían en los soldados, y, aunque este interés inicial estuvo
motivado fundamentalmente por la búsqueda de mecanismos para aumentar la
“productividad” en las situaciones bélicas, fue el punto de partida para posteriores
investigaciones que se gestaron en torno a otros planos de la vida del ser humano.
En este transcurrir histórico a través del cual el estrés pasó a formar parte del objeto
de estudio de la psicología, también fue evolucionando la explicación teórica del concepto.
Fue así como se ofrecieron diferentes planteamientos acerca del alcance de su significado.
De esta manera, el concepto de estrés, que había tenido su origen en la física y en la
ingeniería, pasó al bagaje conceptual de la fisiología desde la cual, arrastrado por la ola
experimentalista heredada del positivismo, fue introducido en la investigación
psicofisiológica, pero conservando siempre el énfasis en los procesos orgánicos
(endocrinos, neurológicos, cardiovasculares) involucrados.
Dentro de este mismo camino experimentalista, al inicio del siglo XX, fue
avanzando el estudio del estrés en la psicología como disciplina científica independiente
que pretendía apoyar sus explicaciones en la suficiente base empírica que le permitiera
conservar este status de ciencia al estilo empirista, en este caso liderada fundamentalmente
por el conductismo.
En este contexto, aparecieron los primeros estudios sobre el estrés y las primeras
definiciones que inicialmente tuvieron dos tendencias: las que lo consideraban como
respuesta del hombre a los estímulos ambientales y las que lo explicaban desde los eventos
o factores ambientales estresantes (estímulos). Dos de los investigadores que son
presentados por Lazarus (1986) como representantes de estas tendencias son: Selye (1936)
y Wolf (1953).
Según Lazarus y Folkman (1986):
... Selye utilizó el término estrés en un sentido muy especial, definiendo con él un
conjunto coordinado de reacciones fisiológicas ante cualquier forma de estímulo
nocivo (incluidas las amenazas psicológicas)... En efecto el estrés no era una
demanda ambiental (a la cual Selye llamó estímulo estresor), sino un grupo
universal de reacciones orgánicas y de procesos originados como respuesta a tal
demanda” (p. 26).
El propio Selye (1975) en su obra Tensión sin Angustia, ofrece la definición de
estrés (tensión), basando su explicación en los conceptos de inespecificidad y adaptación,
expresando que los agentes externos a los que el sujeto está expuesto producen no sólo
acciones específicas, sino también inespecíficas relacionadas con el aumento de la
necesidad de realizar funciones de adaptación, y por eso, en la de restablecer la normalidad.
Desde este punto de vista, el estrés para Selye es “... la respuesta inespecífica del cuerpo
ante cualquier exigencia que le sea formulada” (p. 25).
En el campo de la medicina, Wolf (1950, citado por Lazarus y Folkman, 1986), se
refirió al estrés como:
... aquél estado que se produce en un ser viviente, como resultado de la interacción
del organismo con estímulos o circunstancias nocivas; es un estado dinámico del
organismo, no un estímulo, ataque, carga, símbolo, peso, ni aspecto alguno del
entorno interno, externo, social ni de cualquier otra clase (p. 27).

La consideración del estado dinámico del estrés hecha por Wolf , representa un
avance desde el punto de vista de la búsqueda por ofrecer explicaciones que fueran menos
rígidas y limitadas a las explicaciones desde el estímulo, o desde la respuesta, pues al
considerar esta dimensión, se deja abierta la posibilidad de la interacción y la mutua
influencia.
En esta línea, comenzaron a aparecer explicaciones menos reduccionistas,
pasándose progresivamente de definiciones basadas en las consecuencias del estímulo sobre
lo que ocurre en el organismo, a otras que dieron los primeros pasos por introducir en las
explicaciones las variables mediadoras entre el estímulo y la respuesta, es decir, la
mediación del sujeto o el procesamiento que hace de la información que proviene del medio
antes de emitir sus respuestas.
Se abrió así paulatinamente la discusión y elaboración teórica desde otras
disciplinas tales como la sociología, en la que se relacionó el estrés con nociones como
anomia, aislamiento, impotencia y falta de sentido como variables psicosociales influyentes
y dignas de tomar en cuenta en las explicaciones sobre el fenómeno del estrés y sus
implicaciones sociales.
Igualmente, dentro de la misma psicología, las orientaciones derivadas de la
psiquiatría y la psicopatología, comenzaron a introducir conceptos de índole dinámica, que
daban cuenta de procesos internos del sujeto. Sin embargo, se dio énfasis al conjunto de
síntomas presentados por el sujeto frente a la imposibilidad de gratificación de los
impulsos, utilizándose el término ansiedad en lugar de estrés.
Son ejemplos de algunas investigaciones desde las disciplinas mencionadas
anteriormente los citados por Lazarus y Folkman (1986) tales como: los trabajos de
Smelser (1963) sobre la conducta colectiva (pánico, tumultos, otros,), los estudios de
Mechanic (1978) sobre el afrontamiento por parte de los estudiantes del estrés que
representa realizar exámenes, los estudios de Radloff y Helmreich (1968) sobre los efectos
del estrés como resultado de trabajar y vivir bajo las aguas y los estudios de Kahn, Wolfe,
Quinn, Snoek y Rosental (1964).
Paralelo a estos avances en el estudio del estrés, se fue consolidando también la
psicología cognitiva la cual aportó hallazgos importantes en torno a la mediación cognitiva
del sujeto, formulándose conceptos como el de cognición, metacognición, e interesándose
por los procesos representacionales y de aprendizaje, poniendo el énfasis en el papel del
sujeto.
Han sido también importantes los trabajos de Bandura (1980) en torno a los
mecanismos autorreguladores de la actividad del sujeto, así como los conceptos de
autoeficacia percibida y expectativa de resultados los cuales describen variables mediadoras
importantes en la actividad del sujeto frente a los eventos ambientales.
En este panorama, fue ofrecida por Lazarus y Folkman (1986) una explicación del
estrés que toma en cuenta estos procesos mediacionales en las formas a través de las cuales
el sujeto hace frente a los eventos percibidos como estresantes.
Así, Lazarus y Folkman (1986), desde una perspectiva denominada por ellos
relacional, expresan que “... el estrés psicológico es una relación particular entre el
individuo y el entorno que es evaluado por éste como amenazante o desbordante de sus
recursos y que pone en peligro su bienestar” (p43). Nótese en la definición que el autor
utiliza el término estrés psicológico, lo que, según él, deja clara la delimitación del proceso
y de la explicación sobre él dentro del campo de lo cognitivo, emocional y conductual
como factores constitutivos de la dimensión psicológica.
Para Lazarus y Folkman (1986) toda explicación del estrés debe apoyarse en la
consideración de las diferencias individuales, pues no sólo el individuo utiliza diferentes
mecanismos que le permiten percibir como estresante para él una determinada situación,
sino que las estrategias de afrontamiento de esas situaciones (percibidas de modo diferente
por cada sujeto), también son variables.
En este panorama histórico acerca de las definiciones de estrés, se puede observar la
tendencia a englobar el fenómeno en tres orientaciones diferenciadas: por un lado, están
aquellas explicaciones que consideran el estrés como un estímulo, en segundo lugar
aparecen las explicación que conciben el estrés como respuesta, y finalmente, se pueden
mencionar aquellas definiciones que tratan de considerar la relación que existe entre los
estímulos ambientales y las respuestas del individuo, pero dando prevalencia a uno u otro
factor.
Las orientaciones que conciben el estrés como respuesta son aquellas derivadas de
la biología, la fisiología y la medicina, aunque su origen parece remontarse a la física. En
este caso, se da la relevancia a las reacciones del individuo ante la presencia de situaciones
consideradas estresantes. En este grupo entran autores como Selye (1953), para quien la
manera en que el organismo responde a los estímulos percibidos, las defensas puestas en
práctica y las reacciones que genera, son las que describen la naturaleza del estrés. Sin
embargo, existen autores que critican estas orientaciones, puesto que consideran que las
respuestas no pueden ser evaluadas sin hacer referencia a los estímulos que las producen
(Bravo y otros, 1988; Del Grosso, 1989; Lazarus y Folkman, 1986).
Por su lado, las explicaciones del estrés como estímulo, asumen, de entrada, que
ciertas situaciones son en sí mismas estresoras, dejando de lado la consideración de las
diferencias individuales y socioambientales implícitas en la valoración de las situaciones.
Es decir, que se descuida el hecho de que deben conjugarse una serie de factores, tanto
personales como ambientales, para que un evento ambiental específico adquiera el poder de
afectar un organismo. (Bravo y otros, 1988; Lazarus y Folkman, 1986).
El tercer grupo de orientaciones, aunque intenta explicar el estrés desde un enfoque
relacional en el que interactúan elementos inherentes al sujeto con los provenientes de las
situaciones ambientales, tienden a dar prevalencia a un factor, que en la mayoría de los
casos es considerado el elemento psicológico, el cual se hace coincidir casi exclusivamente
o preponderantemente con lo que sus representantes denominan procesos mediacionales o
cognitivos. En este grupo entran los autores de orientación cognitiva, para quienes es la
evaluación que el sujeto hace de las situaciones ambientales como estresoras lo que
configura tanto al estrés como a los estilos generados para su afrontamiento.
Los aportes de Lazarus, se pueden incluir en esta línea, pues él en un intento por
criticar las definiciones anteriores, ofreció su propuesta de tipo relacional. Sin embargo,
Lazarus, como la mayoría de los estudiosos cognitivos, en su afán por delimitar los
procesos por los cuales se evalúa una situación como estresante, deja de lado las
dimensiones sensibles que en la realidad configuran el dato objetivo que define y
caracteriza al estrés.
Es decir, tal como expresa Ritter (1997), refiriéndose a este asunto:
Lazarus, como la mayoría de los autores cognitivos coinciden en que la respuesta de
estrés… sólo ocurre en situaciones estimulativas que son concebidas por el sujeto
como amenazantes, concibiéndose el estrés, como un fenómeno subjetivo,
cognoscitivo o psicológico, sólo en cuanto a sus factores causales. Se concentra
entonces el estudio y la explicación psicológica del estrés en las cogniciones
subjetivas, hasta el punto de darse una disociación entre éstas y las amenazas
objetivas de la situación.

De todo lo anterior, se puede deducir que no ha existido una definición satisfactoria


al estrés, sino que a lo largo del tiempo se han ofrecido explicaciones desde diferentes
teorías, disciplinas y enfoques que han más bien, en muchos casos, oscurecido tanto su
comprensión como las formas de abordarlo, puesto que no ha existido consenso en cuál es
el dato o los elementos objetivos característicos que permitan delimitar una condición del
individuo como estrés o como producto de él. Esto conduce a la conclusión de que siendo
la psicología una ciencia, es preciso que dé respuestas que en general tiendan a reducir o a
eliminar la ambigüedad y que ofrezcan planteamientos ajustados a la necesidad de
encuadrar el dato objetivo que da cuenta de los fenómenos como el estrés.
Lo anterior cobra relevancia cuando las explicaciones ofrecidas hasta ahora, han
propiciado la aparición de errores conceptuales y categoriales (Ritter 1997) y a la
generación de pseudoproblemas en torno al estrés. Según esta autora:

Alrededor de este evento psicológico encontramos posiciones divergentes que


engendran innumerables conceptos y criterios irreconciliables con respecto a la
naturaleza de los hechos, su etiología y a los procesos de recolección y análisis de
datos. Se insiste en dividirlo en tres componentes diferentes: fisiológico, cognitivo
y conductual los cuales en realidad no son mutuamente excluyentes; esta
separación arbitraria ha restado al concepto objetividad, valor heurístico y
aplicabilidad” (p. 138)
En este sentido, pareciera que el camino a seguir es una metodología de explicación
que valiéndose de las investigaciones surgidas desde el análisis experimental de la conducta
que apoyan la relación existente entre la aparición de estados biológicos alterados con la
presencia de circunstancias ecológicas y socioculturales que las propician dentro del marco
de las interacciones del sujeto. Desde este punto de vista, la dimensión psicológica adquiere
la forma de la interacción continua entre la conducta y las variables organísmicas y
ambientales.
Lo anterior, se fundamenta en la concepción del individuo como un todo biológico
que se comporta en unas situaciones ambientales específicas. Tal como expresa Ribes
(1990):
El organismo es un todo estructurado con base en su herencia y experiencias
individuales frente a un medio que le es característico… esta experiencia
idiosincrásica. Que no constituye otra cosa más que la dimensión psicológica de su
práctica como individuo, es indispensable para examinar las condiciones
particulares que lo distinguen en su funcionamiento biológico de otros organismos
coespecíficos (p. 17)

En este contexto, el estrés cobra la forma de un fenómeno con una especificidad


biológica que se define por las alteraciones orgánicas, biológicas alteradas, que no tienen
como agente causal la presencia de agentes patógenos externos o factores hereditarios, sino
que se debe a situaciones en las que el sujeto ha aprendido a desplegar comportamientos
característicos. (Ritter, 1997).
De esta manera, lo psicológico asume una dimensión crítica delimitable en la forma
que adquieren las interacciones individuales del organismo frente a las exigencias de un
medio que presenta también unas características contingenciales específicas, y de cuya
interacción se derivan estados fisiológicos particulares.
A partir de todo lo anterior, Díaz, Feliciani y Guillén (1998) basándose en lo
descrito por Ritter (1997) y Ribes (1990), definen el estrés como:
Alteraciones fisiológicas discriminadas y reportadas por el sujeto –que se
presentan ante cambios en el ambiente-, moduladas por contingencias y/o
concurrentes a conductas –competencias funcionales presentes- determinadas por
la historia interactiva del individuo (p. 22).

Tomando como punto de partida la definición anterior, Merchán (2007), formuló la


siguiente definición:

El estrés es una condición individual e idiosincrática representada por alteraciones


orgánicas/fisiológicas discriminadas y verbalizadas por el sujeto que aparecen en
relación con cambios ambientales particulares, que están estrechamente ligadas a
comportamientos actuales que ocurren frente a esos cambios (competencias
funcionales presentes) y que están modulados por la historia interactiva del sujeto
(estilos interactivos y competencias funcionales pasadas).

Al analizar la definición anterior, es preciso aclarar que, de acuerdo con Ribes


(1990) la historia interactiva del individuo no determinaría las alteraciones fisiológicas,
pues ella es un elemento modulador, es decir, que facilita o interfiere en los
comportamientos actuales del individuo y dado que dichas alteraciones dependen del
comportamiento presente, entonces estarían siendo moduladas y no determinadas por la
historia interactiva.
Esta historia interactiva estaría conformada por los estilos interactivos y las
competencias funcionales pasadas.
Para entender con mayor claridad esta última idea y la relación de la mencionada
historia interactiva del individuo con la salud, y en especial con el estrés, a continuación se
presenta una breve exposición de las nociones fundamentales del modelo psicológico de la
salud de Ribes (1990). Esto es necesario además, para ir perfilando desde allí la relación
entre los llamados estilos interactivos y los comportamientos instrumentales de riesgo o de
prevención relacionados con el estrés, considerando que ambos constituyen elementos de
dicho modelo.
Delimitación del Modelo Psicológico de la Salud
Dentro del marco de la medicina conductual, surge el modelo psicológico de Ribes
(1990). Este autor a partir de sus trabajos desarrollados en el Laboratorio de conducta de la
Universidad Autónoma de Barcelona junto a Ramón Bayés en la década de los 80
desarrolló una propuesta teórica que postula que existe una conexión entre las dimensiones
biológica y social, que está representada por el comportamiento, el cual constituye el
elemento psicológico de esta relación. El hombre es esencialmente unidad, plantea Ribes, y
desde este supuesto, no es posible escindirlo en dimensiones separadas.
Lo anterior significa que, según Ribes (1990), asumiendo que “… las alteraciones
biológicas definitorias de la enfermedad no pueden desvincularse, en su génesis y
manifestaciones, de las circunstancias ecológicas y socioculturales que delimitan su ámbito
propiciador” (p. 16), es posible recurrir a la delimitación analítica y metodológica de los
aspectos biológicos y social para llegar a explicar “… la factibilidad de un modelo que
describe específicamente el papel de los factores psicológicos en la regulación, por así
decirlo, del estado de salud” (p. 16).
Los modelos médico- biológico y social, por sí solos no pueden explicar el
fenómeno de la salud, puesto que ambos corresponden a niveles explicativos de
dimensiones diferentes. Esto hace necesario la delimitación de un eje integrador común que
permita insertase y vincularse la viabilidad de ambos modelos “… para plantear prácticas
de prevención, curación y rehabilitación” (Ribes 1990, p. 17).
La propuesta de Ribes (1990), es, entonces, no la de eliminar los modelos biológico
y sociocultural, sino resaltar que el modelo psicológico constituye un “… modelo de
interfase indispensable para relacionar variables de dos niveles lógicos inconmensurables
(el biológico y el sociocultural” (p. 21). La función conceptual del modelo es orientar las
acciones y prácticas en la prevención, curación, rehabilitación de las enfermedades, puesto
que es posible postular que dichas actuaciones “… implican la participación del individuo
actuando” (p. 20).
Esto implica, que el ser humano sólo puede concebirse y entenderse desde la
reflexión sobre su actividad y práctica integrales. Es decir que el organismo constituye una
unidad biológica que se configura a partir de su herencia y experiencia individual en un
medio que le es característico, lo cual constituye su realidad idiosincrásica, que no es otra
cosa que la dimensión psicológica de su práctica como individuo. Esto representa el
elemento indispensable para examinar las condiciones distintivas que lo diferencian en su
funcionamiento biológico de otras especies.
El elemento psicológico, queda definido entonces, por el comportamiento, que no es
otra cosa que la práctica continua de un organismo biológico dentro de unas condiciones
ambientales (sociales y culturales) que le son características.
Por otro lado, la funcionalidad y estructuración de ese medio ambiente como un
“ambiente práctico”, obedece a razones históricas de tipo sociocultural. Por esta razón,
dependiendo de su organización y condiciones particulares, se desarrollan diferentes formas
de bienestar o malestar de los individuos en su calidad de organismos vivos.
Para Ribes (1990), la influencia decisiva del ambiente sociocultural debe ser
entendida como mediada a través de la práctica de los individuos. Es decir, es el propio ser
humano quien permite la influencia de las variables macroscópicas (culturales, sociales,
etc.) sobre su funcionamiento biológico, pues éste es la representación práctica de los
sistemas que conforman los sistemas de relación social a los que modulan o modifican, ya
sea desde la realidad inmediata como de la referida a períodos históricos determinados.
(Ribes y López, 1985).
Desde lo anterior, Ribes (1990) formuló los postulados fundamentales de su Modelo
Psicológico de la salud:

1. La descripción psicológica del continuo salud-enfermedad corresponde a la


dimensión individualizada de las variables que tienen lugar en la interacción
entre los factores biológicos del organismo y aquellos que constituyen la acción
funcional de las reacciones socioculturales.
2. Cuando se analizan en un modelo psicológico, los factores biológicos y
socioculturales no tienen representación en la forma de categorías
correspondientes a las de sus disciplinas originales.
3. Los factores biológicos se representan como la condición misma de existencia
del individuo práctico y de las reacciones biológicas integradas a su actividad.
4. Los factores socioculturales se representan como las formas particulares que
caracterizan a un individuo en su interrelación con las situaciones de su medio
con base en su historia personal (p.19).

Estos son los supuestos que delimitan el modelo psicológico de la salud


enfermedad, lo que como ya se ha dicho, está verificado en la práctica continua del
organismo que se desenvuelve en un medio sociocultural específico y desde un sustrato
biológico particular.
Por otro lado, la dimensión psicológica de la salud, representada por el flujo
constante de interacciones del individuo con su medio ambiente, está definida por tres
factores fundamentales (Ribes 1990):

1. La forma en que el comportamiento participa en la modulación de los estados


biológicos, en la medida en que regula el contacto del organismo con las
variables funcionales del medio ambiente.
2. Las competencias que definen la efectividad del individuo para interactuar con
una diversidad de situaciones que directa o indirectamente afectan el estado de
salud.
3. Las maneras consistentes que tipifican a un individuo en su contacto inicial con
situaciones que pueden afectar potencialmente su condición biológica. (p. 20)

Factores del proceso psicológico de la salud y el análisis del estrés


A partir del Modelo Psicológico de la Salud formulado por Ribes (1990), se pueden
establecer criterios de aplicación de los supuestos teóricos fundamentales para entender los
mecanismos de adquisición y mantenimiento del estrés como problema de salud, visto
como la alteración de estados fisiológicos, donde interactúan factores de tipo fisiológico,
ambiental y psicológico.
Según Ribes (1990), en el proceso de mantenimiento, recuperación o pérdida de la
salud biológica, los elementos anteriores, se despliegan en tres factores fundamentales.
Tales factores son descritos de manera general en este apartado, mencionando los
elementos que los conforman, y estableciendo los criterios a partir de los cuales el estrés
puede ser explicado a través de ellos.

La Historia Interactiva del Individuo:


Constituye la historia psicológica del individuo y representa el modo como éste se
ha comportado en su pasado con respecto a las diferentes situaciones y sobre la base de
las relaciones establecidas en esas situaciones. Esta historia psicológica del individuo
debe ser entendida como “… la disposición de un individuo a interactuar con una
situación presente, en un momento dado, con base en sus formas y modos de interacción
previos inmediatos, funcionalmente pertinentes a dicha situación…” (Ribes, 1990, p. 24)
Al explicar este concepto, Ribes advierte que la historia interactiva pasada de un
individuo no debe ser confundida con un fenómeno de causalidad a distancia ni una
memoria que se reactiva automáticamente. Esta historia representa un factor que interfiere
o facilita la aparición de determinadas conductas, pero no es el factor decisivo o
determinante para que dichas conductas sean pertinentes funcionalmente en una situación
específica, pues esto se deriva de las relaciones y características definitorias de cada
situación.
Los resultados de diversas investigaciones en el campo del análisis experimental,
ofrecen datos suficientes como para establecer de entrada que el estrés involucra la
presencia de estados orgánicos alterados adquiridos por condicionamiento (clásico u
operante) en la historia del sujeto (Brady y Harris, 1983, en Honig y Staddon; Fester y
Perrot, 1988).
Siguiendo a Ritter (1997), igualmente, se puede decir que también hay evidencias
de que en estudios de aprendizaje en los que se ha empleado estimulación aversiva, han
aparecido, de manera frecuente, alteraciones biológicas que han hecho a los organismos
más susceptibles de presentar patologías biológicas, así como han hecho que los
individuos sean más proclives al condicionamiento selectivo de reacciones orgánicas.
Todo lo anterior conduce a considerar que, en gran parte, el estrés podría ser
explicado, aludiendo a los factores proporcionados por la historia interactiva del
individuo.
La historia interactiva puede ser explicada desde dos dimensiones separadas, las
cuales son:

Estilos interactivos
Constituyen la manera consistente e idiosincrática en que el individuo se comporta
en una situación al interactuar por primera vez con ella. Existen dos criterios que regulan
la interacción del sujeto con la situación, según Ribes (1990) son:
a) Por un lado, si la situación no establece los criterios de actuación del sujeto de
manera explícita y clara, entonces sus estilos interactivos particulares
estructurarán de modo preponderante la manera cómo se comportará el individuo,
y no el qué conductas particulares mostrará en esa situación.
b) Si la situación impone criterios más o menos preciso de actuación, es decir
establece qué se espera del comportamiento del individuo, éste ajustará sus
conductas a los requerimientos exigidos por la situación.
De acuerdo a esto, el estilo interactivo implica dos niveles de especificidad: uno
relacionado con la situación interactiva, lo que representa las características
contingenciales, y otro referido a la función particular que explicita la interacción como
estilo de cada individuo.
Todo lo anterior significa que los criterios de análisis básicos desde los cuales se
pueden entender los mecanismos funcionales de los estilos interactivos, son los siguientes:
 Su naturaleza funcional, dado que son formas de interacción, dependen de las
características o estructura contingencial de las situaciones, las cuales especifican
las posibilidades de actuación del individuo con las consecuencias, señales y
condiciones disposicionales, señalando en cada situación, distintas dependencias
de estos factores con respecto a la conducta del individuo.
 La función que describe el estilo interactivo, puede ser entendida desde la noción de
consistencia interactiva, lo que significa que el estilo es una forma de actuar
desplegada en una forma interactiva consistente, es decir, que ante cada arreglo
contingencial el individuo mostrará un estilo específico en términos de la función
que describe su conducta relativa a las variaciones paramétricas de este arreglo.
 El concepto de estilo interactivo debe entenderse como modos individuales de
enfrentar las situaciones, siendo el elemento definitorio la forma en que la persona
se relaciona con dichas situaciones.
 El que la interacción del individuo siga o no modulada por las características del
estilo interactivo dependerá de los requisitos de efectividad que establece la
situación contingencial y del ajuste relativo que logra este individuo mediante una
competencia desarrollada a partir del contacto inicial que caracteriza sus estilos.
Ribes y Sánchez (1990), considerando que la estructura de las situaciones son
organizaciones de contingencias entre objetos, acontecimientos y personas, señalaron doce
tipos de arreglos contingenciales ante los que los individuos pueden desarrollar estilos
idiosincráticos (siempre y cuando no se establezcan criterios predeterminados de
efectividad para la interacción). Esto arreglos contingenciales son los siguientes:

1. Toma de decisiones: posibilidad de emitir una sola respuesta ante


contingencias que implican estímulos competitivos o inciertos en el tiempo.
2. Tolerancia a la ambigüedad: propiedades funcionales antagónicas y/o
diferentes entre la señal y la suplementación, imposibilidad de discriminar la
relación contingencia-no contingencia, o irrelevancia de la señal con respecto
a la contingencia.
3. Tolerancia a la frustración: mantenimiento de la ejecución bajo condiciones no
señaladas de interferencia, disminución, pérdida o demora de las
consecuencias.
4. Logro: mantenimiento u opción de ejecuciones bajo condiciones señaladas de
requisito creciente o mayor requisito de respuesta relativa o absoluta.
5. Flexibilidad al cambio: cambios de respuesta ante un número finito de
contingencias no señaladas o señaladas inespecíficamente en alternación o al
azar.
6. Tendencia a la transgresión: tendencia de responder ante señales de no
responder.
7. Curiosidad: diversificación de respuestas y estímulos ante contingencias
presentes que no lo requieren, o preferencia por contingencias variables.
8. Tendencia al riesgo: opción por contingencias señaladas con probabilidades
reales o aparentes de consecuencias de mayor valor y/o pérdida contingente
asociadas, ante contingencias alternativas de constancia relativa.
9. Dependencia de señales: ajuste de respuesta a señales repetitivas o eventuales
que son redundantes a la contingencia, y efectos en la ejecución estable
cuando se retiran las señales sin que se cambien los criterios de administración
de las consecuencias.
10. Responsividad a nuevas contingencias y señales: efectos en la respuesta ante
nuevas señales frente a la misma contingencia o ante nuevas contingencias
cuando se mantienen las mismas señales.
11. Impulsividad- no impulsividad: correspondencia de las respuestas a las
condiciones disposicionales (señalamiento y consecuencias) en una situación
cuyos componentes contingenciales no son funcionalmente homogéneos.
12. Reducción de conflicto: respuesta ante señales concurrentes opuestas o ante
opciones de respuesta que implican consecuencias concurrentes opuestas o
competitivas. (Ribes y Sánchez, en Ribes, 1990, p. 80-81)

Estos arreglos contingenciales, de acuerdo a lo expuesto por Ribes en su modelo,


podrían corresponder con características funcionales de las situaciones a partir de los cuales
se produce el estrés. Esto permite concluir que los estilos interactivos del individuo ante
dichas situaciones podrían ser predictores de la manera en que determinadas situaciones
estresantes potencialmente o en el momento actual, mediarían las reacciones biológicas
desencadenantes de un mayor o menor grado de vulnerabilidad a enfermedades y agentes
patógenos.
Para entender como se verifica la acción de los arreglos contingenciales en la
práctica, y su posible influencia en la generación del estrés, se presenta a continuación una
breve descripción de los mecanismos de las situaciones y de los estilos interactivos
correspondientes a los 6 de ellos que de acuerdo al análisis realizado sobre el modelo
podrían representar mayor relación con las conductas de estrés.

1. Toma de decisiones:

Con respecto a la toma de decisiones, pareciera que lo explicado por Ribes (1990),
se refiere a la conducta específica generada ante la presencia de situaciones de múltiples
alternativas. Lo que puede entenderse como aquellos eventos en los que el individuo “…
debe decidir ejecutar o no una conducta dentro de un período de tiempo apropiado teniendo
dos o más alternativas competitivas…” (Díaz, Feliciani y Guillén, 1998).
Lo anterior se refiere a aquella ocasión en que el individuo se encuentra ante dos o
más situaciones simultáneas, o frente a otra que presenta dos o más condiciones
simultáneas que pueden ser: a) incompatibles física, temporal o normativamente, b)
imprevisibles física, temporal o normativamente, ó c) que demandan una opción y el sujeto
percibe tal demanda, no la percibe, o percibe una demanda inexistente.
De acuerdo a Ribes (1993), el estilo interactivo que opera en estas situaciones donde
hay más de una opción de respuesta es el descrito como: “oportuno” o “inoportuno”, pues
la decisión puede ser definida como un problema de oportunidad temporal de la respuesta.
En este caso, cuando un individuo da su respuesta fuera del tiempo exigido por el arreglo
de la situación, puede decirse que actuó incorrectamente, por lo que su comportamiento
puede ser catalogado como inefectivo. Por esta razón, el estilo “inoportuno”, podría estar
asociado al estrés.

2. Tolerancia a la ambigüedad

Con relación a la tolerancia a la ambigüedad, lo propuesto por Ribes (1990) en el


contexto del estrés, estaría relacionado con aquel tipo de situaciones cuyas señales y
consecuencias son independientes, cambiantes, imprevisibles, o hasta antagónicas. En estas
situaciones, existe una demanda que no es correspondiente con las consecuencias de la
conducta que se emite, lo cual se debe a que ambas: a) son independientes, b) son
cambiantes, c) se vuelven antagónicas o d) se vuelven imprevisibles.
En este contexto, los eventos son denominados situaciones ambiguas. Las
respuestas emitidas ante este tipo de situaciones son llamadas respuestas de tolerancia a la
ambigüedad, y los estilos interactivos que se despliegan son: “alta tolerancia a la
ambigüedad” caracterizado por el mantenimiento de un mismo comportamiento durante la
situación ambigua por períodos prolongados de tiempo; y “baja tolerancia a la
ambigüedad”, el cual implica cambiar con rapidez la conducta realizada ante estímulos
discriminativos confusos.

3. Tolerancia a la frustración

En este caso, al analizar la propuesta de Ribes, se estaría en presencia de situaciones


en las que el individuo se encuentra con condiciones no señaladas de interferencia,
disminución, pérdida o demora de las consecuencias. Tales situaciones podrían etiquetarse
como frustrantes y en ellas las actividades desplegadas por el sujeto obtienen, como
resultado de sus conductas, una consecuencia que: a) es menor que lo esperado, b) se
demora, c) no se otorga, d) se le retira sin razón, e) requiere de una ejecución mayor para
obtenerla o f) se le impide desarrollar la conducta.
Frente a este tipo de situaciones las conductas ejecutadas representan respuestas que
pueden ser catalogadas como de “alta tolerancia a la frustración” y de “baja tolerancia a
la frustración”. En el primer caso, la persona mantiene su comportamiento ante las
condiciones por un período prolongado pese a las consecuencias que obtienen, mientras que
en el segundo, el individuo ejecutará otro tipo de actividad, escapando de la situación por el
tipo de consecuencias que obtiene. Esto permite inferir que las personas del segundo caso,
generan mayor estrés.

4. Tendencia al riesgo

En este caso, la propuesta parece indicar que el individuo estaría frente a situaciones
con doble alternativa para elegir. Una de estas alternativas, presenta contingencias
señaladas con probabilidades aparentes o reales de consecuencias con mayor valor, o posee
pérdidas contingentes asociadas (de riesgo), y la otra posee contingencias de constancia
relativa (seguras).
Las circunstancias en las que se producen estos arreglos contingenciales probables,
son llamadas situaciones de riesgo, y las respuestas dadas a este tipo de situaciones son
denominadas tendencia al riesgo. En estas situaciones los estilos interactivos que pueden
desplegarse son: “alta tendencia al riesgo” y “baja tendencia al riesgo”.
En ellas pueden ocurrir que una persona se enfrente a condiciones que cree le
ofrecen estabilidad (en cuanto a la probabilidad y cantidad de consecuencias a su actuación)
y, al mismo tiempo, a condiciones que reconoce como variables e impredecibles pero que
aparentan mayores consecuencias, se decide por estas últimas cuando le parecen ventajosas
en: a) probabilidad, b) cantidad o magnitud, o c) en probabilidad/magnitud, aún sabiendo
que hay probabilidades de pérdida de tipo inmediato o mediato.
En términos del estrés, una persona con un estilo de “alta tendencia al riesgo”,
optará por elegir el segundo tipo de alternativas, lo que podría generarle estrés a causa de la
impredictibilidad de las contingencias, mientras que aquel sujeto que presente baja
tendencia al riesgo, escogería la opción más segura.

5. Reducción de conflicto

En este caso de acuerdo al análisis de la propuesta de Ribes (1990), pareciera que


las situaciones representativas, las cuales podrían denominarse conflictivas, lo son porque
el individuo se halla expuesto a indicaciones, consecuencias y/o indicaciones y
consecuencias simultáneas y competitivas, opuestas entre ellas, pero en las que
necesariamente se debe emitir una respuesta.
Aquí se pueden describir dos estilos interactivos: “facilidad para resolver
conflictos” y “dificultad para resolver conflictos”. En ambos casos, el criterio de
delimitación del estilo, es el tiempo que la persona invierte en resolver el conflicto,
considerando que a mayor tiempo, mayor dificultad.
El estilo más asociado al estrés pareciera ser el de dificultad para resolver
conflictos, debido a que ofrece la posibilidad de mantenerse más tiempo en la situación
conflictiva, lo que implicaría además la existencia de comportamientos inefectivos.

6. Impulsividad- no impulsividad

En este caso, el estilo pareciera estar asociado a situaciones en las que no sólo están
presentes los requerimientos relacionados con la respuesta esperada y las consecuencias
previstas, sino que existen reacciones del individuo que no son consistentes con las
indicaciones que definen la respuesta. Estas reacciones se consideran operaciones o factores
disposicionales del individuo y están presentes en cualquier tipo de situación en la que éste
se maneje, es decir, formando parte de sus estilos estables de actuación.
Si las conductas del individuo en una situación particular están reguladas
básicamente por esas operaciones disposicionales, se estará en presencia de respuestas
impulsivas, las cuales definen el estilo interactivo “impulsivo”. Pero si ese individuo actúa
conforme a las indicaciones y/o consecuencias de la situación, emitirá conductas
enmarcadas en el estilo “no impulsivo”.
En términos de estrés, pareciera que presenta mayores niveles la persona del estilo
no impulsivo puesto que sus respuesta implican una mayor exposición a los requerimientos
situacionales exigentes y a las consecuencias aversivas derivadas de la “represión” de los
estados disposicionales que le permitirían drenar las respuestas emocionales o fisiológicas
presentes. Mientras que el impulsivo (a pesar de tener que trabajar ciertos déficits, tales
como la asertividad en habilidades sociales), estaría menos sometido a las características de
la situación.

Competencias Funcionales pasadas

Según Ribes (1990), la competencia funcional es la capacidad o aptitud conductual


de una persona desplegada ante los requerimientos de una situación determinada.
Constituyen acciones oportunas y adecuadas ante situaciones en las que se definen
problemas a resolver o logros a obtener. Es decir, las competencias funcionales están
conformadas por las acciones necesarias y requeridas en diferentes situaciones que exigen
de destrezas o habilidades determinadas para lograr resultados específicos.
Estas competencias comprenden:
a) El comportamiento del sujeto
b) La situación, que constituye el conjunto o campo de contingencias, y sus
requerimientos
c) Los resultados y consecuencias
Por otro lado, la disponibilidad de una competencia no constituye un evento en sí
mismo, sino la posibilidad, identificada históricamente, de producir cambios en objetos,
eventos o acciones en función de ocurrencias pasadas (Ribes, 1990a; Ribes y Sánchez, en
Ribes, 1990b).
Con respecto al origen e historia de las conductas de estrés, han existido
básicamente dos tipos de respuesta: una que las consideran innatas o connaturales al
hombre puesto que podrían asociarse al instinto de supervivencia, y otra, que argumenta
que las respuestas de estrés son aprendidas.
En la primera postura, se encuentran autores tales como Teutsch, Ch y Teutsch, J.
(en Bensabat, 1987) para quienes el ser humano está predispuesto genéticamente al estrés, y
que el código genético, determina no solamente los aspectos físicos, sino también la actitud
y la conducta. En esta misma línea, Enríquez (1997), afirma que desde su aparición el
hombre ha tenido manifestaciones conductuales de estrés, no obstante, a través del tiempo,
los cambios socioculturales, la tecnología, la organización familiar, los valores y
costumbres, han desencadenado cambios en la manera de afrontarlo.
Desde la segunda postura, algunos estudiosos del aprendizaje, tales como Coriano y
otros (1994), hacen énfasis en los aspectos conductuales cuando definen el estrés, se
refieren a que existe el condicionamiento clásico de estas respuestas a estímulos
inicialmente neutrales que, frecuentemente, conducen a la generación de estrategias poco
efectivas para reducir la tensión.
Otros autores (Bayés y Ribes, 1989; Labrador, 1992), opinan que la posibilidad de
disponer de habilidades o competencias eficaces para hacer frente a las situaciones de estrés
dependerá de: a) si se ha tenido la oportunidad de aprender las conductas apropiadas en el
pasado, y b) si la emisión de dichas conductas ha sido reforzada. Esto quiere decir, que el
aprendizaje verificado en edades tempranas es importante para el desarrollo de patrones de
afrontamiento de los cuales dependerá la manera en la que se active el organismo.
En este mismo sentido, Labrador (1992), expresa que las conductas emitidas en el
pasado ante determinadas situaciones pueden ser de varios tipos, incluso frente a un mismo
estresor. Si estas respuestas son eficaces, obtendrán consecuencias positivas, pudiendo ser
reforzadas positivamente. Pero, por otro lado, si son efectivas en la interrupción o evitación
del estímulo, también podrán incrementar su probabilidad de aparición futura, siendo
reforzadas negativamente. Finalmente, los resultados que consistan en la obtención de
estimulación aversiva o en la pérdida de consecuencias positivas, podrán implicar el castigo
de la conducta ejecutada.
Por su parte Coriano y otros (1994) expresan que las conductas de estrés en casi la
totalidad de los casos se refuerzan negativamente, debido a que suelen tener como objetivo
la eliminación de la estimulación aversiva que propicia la activación del organismo; de
modo que, ante situaciones estresantes nuevas y similares, es probable que aparezcan
conductas funcionalmente semejantes a ellas.
Desde todo lo anterior, es posible decir que las competencias funcionales pasadas
tienen una función moduladora sobre la conducta que el individuo emitirá ante las
situaciones que discrimine como estresantes. Es decir, representan un elemento que facilita
o interfiere en las respuestas que se den ante dichas situaciones. En el primer caso, la
facilitación ocurre mientras haya correspondencia entre los elementos de las situaciones,
las conductas y las consecuencias pasadas y presentes; y, en el segundo, la interferencia
ocurrirá cuando las competencias requeridas no estén en relación con las que posee el
sujeto.

A. Competencias Funcionales presentes


Este aspecto puede ser entendido desde la noción de capacidad conductual, la cual
puede ser concebida como la disponibilidad de competencias funcionales y
específicamente se refiere a la funcionalidad “… adquirida en interacciones pasadas por
ciertas formas de comportamiento ante determinadas situaciones Contingenciales, con
base en las consecuencias que han tenido lugar…” (Ribes 1990, p. 27).
A partir de lo anterior, puede decirse entonces que toda competencia funcional es
capacidad en la medida en que es pertinente a las exigencias o requerimientos de una
nueva situación, y en tanto que el hecho de haber actuado de una forma determinada en
ocasiones anteriores facilita una nueva interacción que se regula por criterios de
efectividad equivalentes.
Todo esto significa también que se deben considerar los siguientes aspectos en el
análisis de las competencias funcionales:
a) Los requerimientos de la situación como campo de contingencias, lo que significa
evaluar las consecuencias que se generan para el individuo a partir de su actuación
en un momento determinado y qué cambios ocurrirán en el ambiente a partir de
dicha actuación.
b) Aquellos factores que delimitan o configuran el contexto de la interacción y que
son identificables en primer lugar como características de la situación (las
características físicas, el tipo de escenario, las personas que propician la
interacción sin participar en ella, etc.), y, en segundo lugar, como condiciones
biológicas momentáneas del individuo, tales como: sueño, alimentación, fatiga,
enfermedad, etc.
c) La historia de competencias pertinente, la cual se refiere a la capacidad del
individuo para interactuar con las situaciones a partir de su experiencia
particular.
Como puede destacarse de lo anterior, el comportamiento, como interacción,
constituye el elemento que subyace a las competencias funcionales, siendo, según Ribes el
factor que modula los efectos del ambiente sobre el organismo, lo que lo convierte en el
factor fundamental en la adquisición de los procesos de estrés. En este sentido, Ritter
(1997) expresa que son las competencias funcionales del presente las que determinarán las
respuestas biológicas que serán condicionadas a circunstancias particulares.
Según Labrador (1992), existen diferentes aspectos que influirán sobre la
posibilidad de que un individuo emita alguna conducta de estrés, entre los cuales se
cuentan: las demandas reales del ambiente o la situación, la discriminación que el sujeto
hace de esa situación, y los recursos, habilidades o repertorios con los que cuenta para
enfrentarse a ellas. En tal sentido, un individuo al discriminar un evento como aversivo o
amenazante (aún cuando no lo sea en un sentido primario sino debido a su experiencia),
puede autoproducir la situación de estrés, lo que ocurre de manera similar cuando se
expone directamente a ella.
Según este autor, los comportamientos motores básicos ante las situaciones
discriminadas como estresantes pueden ser de evitación y pasividad, escape o
enfrentamiento y ataque. Estas últimas implican una gran activación fisiológica con una
liberación importante de recursos necesarios para que el individuo pueda ejecutar sus
conductas. La activación fisiológica generada, es en gran parte innecesaria y el aumento de
la energía movilizada trae como consecuencias básicas: el desgaste del organismo y la
acumulación de productos no utilizados por el organismo, tales como triglicéridos,
colesterol, entre otros, lo que puede favorecer el desarrollo de trastornos fisiológicos.

B. Modulación de los estados biológicos


Según Ribes (1990), uno de los hallazgos más importantes del análisis experimental
de la conducta es que “… las condiciones biológicas del organismo, pueden ser afectadas
diferencialmente, dependiendo de la manera en que el individuo actúa frente a las
contingencias de una situación determinada” (p. 28). Y, aunque este hallazgo, según el
autor, en el fondo no tiene nada de extraordinario, su aparición ha permitido romper con
las concepciones tradicionales derivadas de la medicina psicosomática que consideraban
la influencia de factores psicológicos, vistos como acontecimientos no espaciales, sobre el
sistema nervioso y a través de él, sobre los demás subsistemas biológicos.
Desde lo anterior, se postula, entonces, que es el comportamiento objetivo, que
constituye la dimensión psicológica y que se despliega ante una multitud de situaciones
con características contingenciales identificables el que modula las formas de reacción
biológica del propio individuo.
Es decir, cuando un individuo actúa en una situación, no lo hace distanciado o
separado de su cuerpo, pues el comportamiento es la dimensión funcional del cuerpo en
su interacción con el ambiente, lo que se fundamenta a su vez en la concepción del
hombre como una unidad integral, como un todo inseparable. Y es justamente su
comportamiento el que regula diferencialmente las propiedades funcionales de los
factores del medio ambiente en su acción sobre el organismo.
Es así como, en el caso del estrés las alteraciones fisiológicas que lo definen, están
influidas por la interacción del individuo con las situaciones y eventos contingenciales,
Esta influencia, se explica en primer lugar por lo expuesto por Ribes y López (1985), en
cuanto que cuando el individuo, organizado en sistemas biológicos, interactúa con los
cambios del entorno, modifica la probabilidad de la conducta en cuanto a su dimensión
relevante (intensidad, frecuencia, etc.).
De esta manera, el organismo y el entorno se afectan recíprocamente, puesto que
los aspectos fisiológicos desencadenados influyen también en las respuestas dirigidas al
medio externo o interno por la alteración del organismo, el cual al mismo tiempo, se ve
afectado por el comportamiento.
Por razones de espacio no es posible desarrollar todas las fases de las patologías
biológicas resaltadas por el modelo de Ribes. Sin embargo, para ser fieles a la idea de este
trabajo, es preciso mencionar lo que el autor denomina:

Disponibilidad y emisión de conductas instrumentales Preventivas o de Riesgo.


Las conductas instrumentales se pueden definir como las acciones de los individuos
que de manera directa o indirecta incrementan o disminuyen la probabilidad de contraer
una enfermedad. Ellas constituyen aquéllos factores que hacen que sea mayor o menor el
riesgo de desarrollar una enfermedad biológica.
El efecto de estas conductas puede dirigirse a contraer una enfermedad o a empeorar
un estado patológico existente, o tener el efecto contrario de disminuir el riesgo de
enfermedad o contribuir con la detención de su progreso o con su eliminación total. En
definitiva ellas representan las conductas efectivas específicas para prevenir o aumentar los
riesgos del contacto con agentes físico-químicos y biológicos desencadenantes de
patologías biológicas.
De acuerdo a lo anterior, se puede decir que las conductas instrumentales reflejan
los aspectos vinculados al entrenamiento en prácticas de salud de los individuos, así como
los aspectos culturales que facilitan o interfieren con dichas prácticas.
Las conductas instrumentales pueden clasificarse en dos tipos: a) conductas
productoras de patología directas, y b) conductas productoras de patología indirectas. Las
primeras se refieren a aquellas que producen el contacto con el agente patógeno, ya sea éste
alguno causante de lesiones (como en los accidentes de trabajo) o algún otro de tipo
infeccioso o de otro tipo que afecta de modo directo los órganos y tejidos del organismo
(como en las enfermedades de transmisión sexual).
Las segundas, por otro lado, son aquellas que sin desencadenar contactos
específicos con agentes dañinos o patógenos, aumentan la vulnerabilidad del organismo
ante la acción de estos agentes (por ejemplo: las prácticas alimentarias inadecuadas, el
abuso de la automedicación, el consumo de alcohol o tabaquismo). En este último grupo
entran también muchas otras prácticas relacionadas directa o de manera indirecta con la
salud (falta de recreación, hábitos de sueño inadecuado, falta de higiene postural, etc.).
La promoción de estas conductas, se ve afectada por múltiples factores. Por ejemplo
en el caso de las conductas indirectas, el hecho de que no tienen en la mayoría de los casos
consecuencias inmediatas y específicas sobre la salud dificulta su entrenamiento. Y en el
caso de las directas, aunque son más fáciles de adiestrar, se encuentran interferidas por
factores asociados a la naturaleza de las prácticas culturales vinculadas (por ejemplo, el uso
del condón en la transmisión de enfermedades venéreas) y por condiciones objetivas de los
modos de vida desde el punto de vista social (bienestar económico y físico).
A partir de todo lo dicho, se plantea como una posible pregunta de investigación la
siguiente:
¿Cómo puede ser explicado el papel modulador de los estilos interactivos del
individuo adquiridos en su historia de aprendizaje sobre la disponibilidad y emisión de
comportamientos de riesgo o de prevención relacionados con el estrés?

REFERENCIAS

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Caracas: una aproximación desde el modelo psicológico de la salud. Trabajo de
Grado de licenciatura no publicado. Universidad Central de Venezuela, Caracas.

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en análisis conductual. Maestría en análisis conductual. Universidad Central de
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México: Trillas.

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