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MAESTRÍA EN PSICOLOGÍA
BIOPSICOLOGÍA DEL ESTRÉS
LUIS A. MERCHÁN S.
MARZO DE 2012
FORMULACIÓN DEL PROBLEMA
La consideración del estado dinámico del estrés hecha por Wolf , representa un
avance desde el punto de vista de la búsqueda por ofrecer explicaciones que fueran menos
rígidas y limitadas a las explicaciones desde el estímulo, o desde la respuesta, pues al
considerar esta dimensión, se deja abierta la posibilidad de la interacción y la mutua
influencia.
En esta línea, comenzaron a aparecer explicaciones menos reduccionistas,
pasándose progresivamente de definiciones basadas en las consecuencias del estímulo sobre
lo que ocurre en el organismo, a otras que dieron los primeros pasos por introducir en las
explicaciones las variables mediadoras entre el estímulo y la respuesta, es decir, la
mediación del sujeto o el procesamiento que hace de la información que proviene del medio
antes de emitir sus respuestas.
Se abrió así paulatinamente la discusión y elaboración teórica desde otras
disciplinas tales como la sociología, en la que se relacionó el estrés con nociones como
anomia, aislamiento, impotencia y falta de sentido como variables psicosociales influyentes
y dignas de tomar en cuenta en las explicaciones sobre el fenómeno del estrés y sus
implicaciones sociales.
Igualmente, dentro de la misma psicología, las orientaciones derivadas de la
psiquiatría y la psicopatología, comenzaron a introducir conceptos de índole dinámica, que
daban cuenta de procesos internos del sujeto. Sin embargo, se dio énfasis al conjunto de
síntomas presentados por el sujeto frente a la imposibilidad de gratificación de los
impulsos, utilizándose el término ansiedad en lugar de estrés.
Son ejemplos de algunas investigaciones desde las disciplinas mencionadas
anteriormente los citados por Lazarus y Folkman (1986) tales como: los trabajos de
Smelser (1963) sobre la conducta colectiva (pánico, tumultos, otros,), los estudios de
Mechanic (1978) sobre el afrontamiento por parte de los estudiantes del estrés que
representa realizar exámenes, los estudios de Radloff y Helmreich (1968) sobre los efectos
del estrés como resultado de trabajar y vivir bajo las aguas y los estudios de Kahn, Wolfe,
Quinn, Snoek y Rosental (1964).
Paralelo a estos avances en el estudio del estrés, se fue consolidando también la
psicología cognitiva la cual aportó hallazgos importantes en torno a la mediación cognitiva
del sujeto, formulándose conceptos como el de cognición, metacognición, e interesándose
por los procesos representacionales y de aprendizaje, poniendo el énfasis en el papel del
sujeto.
Han sido también importantes los trabajos de Bandura (1980) en torno a los
mecanismos autorreguladores de la actividad del sujeto, así como los conceptos de
autoeficacia percibida y expectativa de resultados los cuales describen variables mediadoras
importantes en la actividad del sujeto frente a los eventos ambientales.
En este panorama, fue ofrecida por Lazarus y Folkman (1986) una explicación del
estrés que toma en cuenta estos procesos mediacionales en las formas a través de las cuales
el sujeto hace frente a los eventos percibidos como estresantes.
Así, Lazarus y Folkman (1986), desde una perspectiva denominada por ellos
relacional, expresan que “... el estrés psicológico es una relación particular entre el
individuo y el entorno que es evaluado por éste como amenazante o desbordante de sus
recursos y que pone en peligro su bienestar” (p43). Nótese en la definición que el autor
utiliza el término estrés psicológico, lo que, según él, deja clara la delimitación del proceso
y de la explicación sobre él dentro del campo de lo cognitivo, emocional y conductual
como factores constitutivos de la dimensión psicológica.
Para Lazarus y Folkman (1986) toda explicación del estrés debe apoyarse en la
consideración de las diferencias individuales, pues no sólo el individuo utiliza diferentes
mecanismos que le permiten percibir como estresante para él una determinada situación,
sino que las estrategias de afrontamiento de esas situaciones (percibidas de modo diferente
por cada sujeto), también son variables.
En este panorama histórico acerca de las definiciones de estrés, se puede observar la
tendencia a englobar el fenómeno en tres orientaciones diferenciadas: por un lado, están
aquellas explicaciones que consideran el estrés como un estímulo, en segundo lugar
aparecen las explicación que conciben el estrés como respuesta, y finalmente, se pueden
mencionar aquellas definiciones que tratan de considerar la relación que existe entre los
estímulos ambientales y las respuestas del individuo, pero dando prevalencia a uno u otro
factor.
Las orientaciones que conciben el estrés como respuesta son aquellas derivadas de
la biología, la fisiología y la medicina, aunque su origen parece remontarse a la física. En
este caso, se da la relevancia a las reacciones del individuo ante la presencia de situaciones
consideradas estresantes. En este grupo entran autores como Selye (1953), para quien la
manera en que el organismo responde a los estímulos percibidos, las defensas puestas en
práctica y las reacciones que genera, son las que describen la naturaleza del estrés. Sin
embargo, existen autores que critican estas orientaciones, puesto que consideran que las
respuestas no pueden ser evaluadas sin hacer referencia a los estímulos que las producen
(Bravo y otros, 1988; Del Grosso, 1989; Lazarus y Folkman, 1986).
Por su lado, las explicaciones del estrés como estímulo, asumen, de entrada, que
ciertas situaciones son en sí mismas estresoras, dejando de lado la consideración de las
diferencias individuales y socioambientales implícitas en la valoración de las situaciones.
Es decir, que se descuida el hecho de que deben conjugarse una serie de factores, tanto
personales como ambientales, para que un evento ambiental específico adquiera el poder de
afectar un organismo. (Bravo y otros, 1988; Lazarus y Folkman, 1986).
El tercer grupo de orientaciones, aunque intenta explicar el estrés desde un enfoque
relacional en el que interactúan elementos inherentes al sujeto con los provenientes de las
situaciones ambientales, tienden a dar prevalencia a un factor, que en la mayoría de los
casos es considerado el elemento psicológico, el cual se hace coincidir casi exclusivamente
o preponderantemente con lo que sus representantes denominan procesos mediacionales o
cognitivos. En este grupo entran los autores de orientación cognitiva, para quienes es la
evaluación que el sujeto hace de las situaciones ambientales como estresoras lo que
configura tanto al estrés como a los estilos generados para su afrontamiento.
Los aportes de Lazarus, se pueden incluir en esta línea, pues él en un intento por
criticar las definiciones anteriores, ofreció su propuesta de tipo relacional. Sin embargo,
Lazarus, como la mayoría de los estudiosos cognitivos, en su afán por delimitar los
procesos por los cuales se evalúa una situación como estresante, deja de lado las
dimensiones sensibles que en la realidad configuran el dato objetivo que define y
caracteriza al estrés.
Es decir, tal como expresa Ritter (1997), refiriéndose a este asunto:
Lazarus, como la mayoría de los autores cognitivos coinciden en que la respuesta de
estrés… sólo ocurre en situaciones estimulativas que son concebidas por el sujeto
como amenazantes, concibiéndose el estrés, como un fenómeno subjetivo,
cognoscitivo o psicológico, sólo en cuanto a sus factores causales. Se concentra
entonces el estudio y la explicación psicológica del estrés en las cogniciones
subjetivas, hasta el punto de darse una disociación entre éstas y las amenazas
objetivas de la situación.
Estilos interactivos
Constituyen la manera consistente e idiosincrática en que el individuo se comporta
en una situación al interactuar por primera vez con ella. Existen dos criterios que regulan
la interacción del sujeto con la situación, según Ribes (1990) son:
a) Por un lado, si la situación no establece los criterios de actuación del sujeto de
manera explícita y clara, entonces sus estilos interactivos particulares
estructurarán de modo preponderante la manera cómo se comportará el individuo,
y no el qué conductas particulares mostrará en esa situación.
b) Si la situación impone criterios más o menos preciso de actuación, es decir
establece qué se espera del comportamiento del individuo, éste ajustará sus
conductas a los requerimientos exigidos por la situación.
De acuerdo a esto, el estilo interactivo implica dos niveles de especificidad: uno
relacionado con la situación interactiva, lo que representa las características
contingenciales, y otro referido a la función particular que explicita la interacción como
estilo de cada individuo.
Todo lo anterior significa que los criterios de análisis básicos desde los cuales se
pueden entender los mecanismos funcionales de los estilos interactivos, son los siguientes:
Su naturaleza funcional, dado que son formas de interacción, dependen de las
características o estructura contingencial de las situaciones, las cuales especifican
las posibilidades de actuación del individuo con las consecuencias, señales y
condiciones disposicionales, señalando en cada situación, distintas dependencias
de estos factores con respecto a la conducta del individuo.
La función que describe el estilo interactivo, puede ser entendida desde la noción de
consistencia interactiva, lo que significa que el estilo es una forma de actuar
desplegada en una forma interactiva consistente, es decir, que ante cada arreglo
contingencial el individuo mostrará un estilo específico en términos de la función
que describe su conducta relativa a las variaciones paramétricas de este arreglo.
El concepto de estilo interactivo debe entenderse como modos individuales de
enfrentar las situaciones, siendo el elemento definitorio la forma en que la persona
se relaciona con dichas situaciones.
El que la interacción del individuo siga o no modulada por las características del
estilo interactivo dependerá de los requisitos de efectividad que establece la
situación contingencial y del ajuste relativo que logra este individuo mediante una
competencia desarrollada a partir del contacto inicial que caracteriza sus estilos.
Ribes y Sánchez (1990), considerando que la estructura de las situaciones son
organizaciones de contingencias entre objetos, acontecimientos y personas, señalaron doce
tipos de arreglos contingenciales ante los que los individuos pueden desarrollar estilos
idiosincráticos (siempre y cuando no se establezcan criterios predeterminados de
efectividad para la interacción). Esto arreglos contingenciales son los siguientes:
1. Toma de decisiones:
Con respecto a la toma de decisiones, pareciera que lo explicado por Ribes (1990),
se refiere a la conducta específica generada ante la presencia de situaciones de múltiples
alternativas. Lo que puede entenderse como aquellos eventos en los que el individuo “…
debe decidir ejecutar o no una conducta dentro de un período de tiempo apropiado teniendo
dos o más alternativas competitivas…” (Díaz, Feliciani y Guillén, 1998).
Lo anterior se refiere a aquella ocasión en que el individuo se encuentra ante dos o
más situaciones simultáneas, o frente a otra que presenta dos o más condiciones
simultáneas que pueden ser: a) incompatibles física, temporal o normativamente, b)
imprevisibles física, temporal o normativamente, ó c) que demandan una opción y el sujeto
percibe tal demanda, no la percibe, o percibe una demanda inexistente.
De acuerdo a Ribes (1993), el estilo interactivo que opera en estas situaciones donde
hay más de una opción de respuesta es el descrito como: “oportuno” o “inoportuno”, pues
la decisión puede ser definida como un problema de oportunidad temporal de la respuesta.
En este caso, cuando un individuo da su respuesta fuera del tiempo exigido por el arreglo
de la situación, puede decirse que actuó incorrectamente, por lo que su comportamiento
puede ser catalogado como inefectivo. Por esta razón, el estilo “inoportuno”, podría estar
asociado al estrés.
2. Tolerancia a la ambigüedad
3. Tolerancia a la frustración
4. Tendencia al riesgo
En este caso, la propuesta parece indicar que el individuo estaría frente a situaciones
con doble alternativa para elegir. Una de estas alternativas, presenta contingencias
señaladas con probabilidades aparentes o reales de consecuencias con mayor valor, o posee
pérdidas contingentes asociadas (de riesgo), y la otra posee contingencias de constancia
relativa (seguras).
Las circunstancias en las que se producen estos arreglos contingenciales probables,
son llamadas situaciones de riesgo, y las respuestas dadas a este tipo de situaciones son
denominadas tendencia al riesgo. En estas situaciones los estilos interactivos que pueden
desplegarse son: “alta tendencia al riesgo” y “baja tendencia al riesgo”.
En ellas pueden ocurrir que una persona se enfrente a condiciones que cree le
ofrecen estabilidad (en cuanto a la probabilidad y cantidad de consecuencias a su actuación)
y, al mismo tiempo, a condiciones que reconoce como variables e impredecibles pero que
aparentan mayores consecuencias, se decide por estas últimas cuando le parecen ventajosas
en: a) probabilidad, b) cantidad o magnitud, o c) en probabilidad/magnitud, aún sabiendo
que hay probabilidades de pérdida de tipo inmediato o mediato.
En términos del estrés, una persona con un estilo de “alta tendencia al riesgo”,
optará por elegir el segundo tipo de alternativas, lo que podría generarle estrés a causa de la
impredictibilidad de las contingencias, mientras que aquel sujeto que presente baja
tendencia al riesgo, escogería la opción más segura.
5. Reducción de conflicto
6. Impulsividad- no impulsividad
En este caso, el estilo pareciera estar asociado a situaciones en las que no sólo están
presentes los requerimientos relacionados con la respuesta esperada y las consecuencias
previstas, sino que existen reacciones del individuo que no son consistentes con las
indicaciones que definen la respuesta. Estas reacciones se consideran operaciones o factores
disposicionales del individuo y están presentes en cualquier tipo de situación en la que éste
se maneje, es decir, formando parte de sus estilos estables de actuación.
Si las conductas del individuo en una situación particular están reguladas
básicamente por esas operaciones disposicionales, se estará en presencia de respuestas
impulsivas, las cuales definen el estilo interactivo “impulsivo”. Pero si ese individuo actúa
conforme a las indicaciones y/o consecuencias de la situación, emitirá conductas
enmarcadas en el estilo “no impulsivo”.
En términos de estrés, pareciera que presenta mayores niveles la persona del estilo
no impulsivo puesto que sus respuesta implican una mayor exposición a los requerimientos
situacionales exigentes y a las consecuencias aversivas derivadas de la “represión” de los
estados disposicionales que le permitirían drenar las respuestas emocionales o fisiológicas
presentes. Mientras que el impulsivo (a pesar de tener que trabajar ciertos déficits, tales
como la asertividad en habilidades sociales), estaría menos sometido a las características de
la situación.
REFERENCIAS