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La entrada en el Colegio de la Guerra Akodo fue un orgullo para sus padres, pero sólo porque
había dos hermanos mayores que serían los futuros jefes de la familia, mientras que ella tenía
algo más de libertad en aquel sentido. La institución era muy competitiva, por lo que su
fascinación por el arte de la guerra se fue incrementando, y el querer demostrar que era mejor
que otros. Eso la proporcionó el beneplácito de sus maestros y el desagrado de algún alumno, no
hasta el punto de ser un enemigo mortal, pero si resentimiento.
En uno de los años llegó un joven estratega Cangrejo, y allí la rivalidad se disparó, porque
ambos eran los mejores de entre los alumnos. Las partidas entre ellos terminaban en tablas, o se
decidían por la mínima: estaban igualadísimos. Y para el Torneo anual fueron avanzando
rondas, rondas y rondas… llegando a la final. La noche antes los dos se encontraron en la
misma sale de entrenamiento, se miraron y se dejaron llevar por la pasión en sus corazones e
hicieron el amor una, dos, tres veces. Sin palabras, se retiraron…
A la mañana siguiente llegó la hora de la final: Hitomi se encontraba algo alterada, y no estaba
segura de ganar. Todavía recordaba las fuertes manos de él acariciándolo como si no hubiera un
mañana, y la costaba concentrarse. No obstante, el Cangrejo no apareció. Se esperó, y se esperó,
e incluso se fue a buscarle a su habitación, pero ésta se encontraba vacía, y lo único extraño era
que en el brasero había un pergamino prácticamente quemado, y sólo se sabía que había sido
enviado de tierras Cangrejo. La gente del clan rumoreó que el Cangrejo sabía que iba a perder y
por eso huyó, por lo que casi para todo el mundo fue una victoria.
No para Hitomi.
En cuanto tuvo la oportunidad pidió permiso para visitar tierras Cangrejo. La gente pensó que
buscaba encontrar allí inspiración para nuevas tácticas y estrategias, y así era… pero una parte
de ella pensaba en el Cangrejo, por haber sido su amante por una noche como por haberse
marchado sin competir en la final. Tuvo que ir con cuidado, porque no quería dar la impresión
de ser una muchacha joven e impetuosa buscando a su amor lejano, y había rígidas directrices
militares. Le gustó lo organizados que estaban los soldados, pero lo que vio en la Muralla era
espantoso. Los Cangrejos luchaban con determinación, y los enemigos no pensaban en su
integridad física, y eran mortíferos, porque no eran otros guerreros de otros clanes, sino que
eran monstruos sacados de pesadillas.
Hitomi buscaba a Tagehiro, pero no lograba dar con él y tampoco tenía papeles para moverse
sin más ni más por tierras de otro clan… ella recordaba que él hablaba con nostalgia de su casa,
y ella estaba ahora en el mejor lugar para preguntar y esperar su llegada. Incluso había rondado
por las afueras de su casa, de modo siempre se pasaba por allí tuviera o no un recado en las
inmediaciones.
Llegó un día donde un samurái León de cierto renombre propuso entrar a las Tierras Sombrías
con el permiso de sus anfitriones, y si no fuera por las dosis de bravuconería y que gente de
otros clanes lo tomó como un desafío Hitomi no tuvo otro remedio que ir. Los Cangrejos se
encogieron de hombros, les vendieron jade suficiente y les dieron un guía, corriendo el rumor de
que los Cangrejo usaban a sus guías para llevar a los visitantes menos experimentados por
lugares menos problemáticos para que pudieran volver orgullosos y comprar una orejas de
trasgo con que impresionar a otros. Y ese rumor jugó en contra del grupo porque en un
momento dado, tras dos horas de marcha el samurái que había propuesto la “excursión” lideró
un pequeño motín porque sólo habían encontrado tierras yermas y algunos huesos. Algunos
ronin del grupo pusieron mala cara, pero el León se impuso y el itinerario varió con fatales
resultados.
Cerca de una zona pantanosa fueron emboscados por un grupo numerosos de trolls, que mataron
al guía y condujeron al grupo al peor de los caos, y en ese momento Hitomi recordó que la
sorpresa podía decidir una batalla. Ella no se paralizó, pero no se comportó como una heroína
sino que de primeras un troll que blandía un hueso enorme a modo de cachiporra que de no ser
por el yelmo la hubiera abierto la cabeza. Despertó con dolor, encontrándose en una especie de
cueva, descubriendo que un ronin la había salvado, un ronin que había formado parte de la
Grulla. Con dificultades volvieron hacia la Muralla, topando por el camino con varios
supervivientes… en total eran un tercio, y la mayoría eran los ronin, gente dura y experimentada
que estaban dolidos por compañeros perdidos y en sus miradas era evidente que pensaban que
los samurái de los clanes eran los culpables de aquella debacle, y en realidad Hitomi estaba de
acuerdo con ellos.
Hitomi no volvió a las Tierras Sombrías. Luchar en la Muralla era muy distinto a luchar contra
otros clanes o bandidos lo que fuera, pero luchar en el terreno enemigo era una experiencia
incluso peor.
Y llegó la temida noticia: Tagehiro había desaparecido en una batalla masiva donde los
Cangrejo se habían impuesto a duras penas a un ataque de de Moto Tsume y una horda de
monstruosidades, y él se encontraba entre las bajas. Hitomi movió Roma con Santiago y se
trasladó a la zona – lo que la hizo contraer una deuda con un oficial Hida – donde buscó entre
los heridos sin identificar. Allí estaba, muy herido pero estable y con la nota de que no tenía la
Mancha. Con el ojo abierto – el otro estaba cerrado por una herida – sonrió y dijo.
- Si vienes a por tu partida, la tendrás…