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RECUERDOS DE LA EDITORIAL PROGRESO 

por Alejandro Rozado

Carta al poeta Francisco Pérez Romo, en la que se conversa sobre una pasión afín: los libros en
español de la antigua editorial soviética.

Estimado Paco:
 
Te escribo por este aún inusual medio para mí, con el fin de saludarte y comentarte que
he leído con gusto un par más de artículos tuyos de El Occidental (o mejor, El Accidental,
pues es de veras un accidente que lo compre en domingo: a veces se agota y otras
tantas de plano se me olvida por la falta de costumbre).
 
         El primero de éstos fue el dedicado a la narrativa soviética. Me hiciste recordar la
noveleta de Sholojov, El destino de un hombre, que por ahí tengo en mi apilada
biblioteca; se trata de una edición popular de la editorial Progreso que hace honor a su
nombre. El héroe de la URSS hecho personaje hecho escritor hecho relato
cinematográfico hecho director de cine llamado Bondarchuk hecho también -si mal no
recuerdo- actor principal del filme de excelente factura y narración. El personaje Sokolov
= el novelista Sholojov = el actor y cineasta Bondarchuk. Novela y filme en blanco y
negro, como todo lo hecho sobre la Gran Guerra Patria. Difícilmente encontraremos esa
triple identidad en la narrativa del siglo XX, salvo quizá en El extranjero (Camus =
Visconti = Mastroiani).
 
         Eran libros baratos y con frecuencia bellamente editados los de Progreso; tenerlos
en las manos era toda una experiencia olfativa de la madera siberiana convertida en
papel acremado de insuperable calidad y tersura al tacto. Desde las primeras
manipulaciones del ejemplar, Progreso fue una invitación ineludible a la lectura. Puedo
decirte que caminé la ciudad de México con las obras escogidas de Marx y Engels en una
edición impecable que heredé de mi padre y que fue la envidia de mis camaradas; y
cómo no recordar la novela Qué hacer, de N.G. Chernisevsky, escrita en el siglo XIX por
un simpatizante del movimiento narodniki (populista) y que en la tercera página -antes
de los créditos y la portadilla- aparecía la fotografía olorosa a tinta y bosque del autor
con su monóculo y una piocha que presagiaba a la de Trotsky... En fin, recordar es morir.
 
         Recordar es morir, volver a morir para el pueblo judío. Tu artículo “Una palabra, un
cadáver” comienza con los dibujos de la sobreviviente de Auschwitz, y no termina ni con
el siguiente artículo. No puede terminar ya. Aunque es sorprendente nuestra evasión
posmoderna: ahora que fui a Chapingo a hablar sobre “Octavio Paz, Poesía, Historia y
Decadencia”, hubo colegas que ponderaban los avances científicos como prueba
irrefutable de que la decadencia no existe. Mi respuesta fue: no se olviden que el
progreso científico ha sido en los cuarentas el exterminio científico. Pero no hacen caso:
necesitan olvidar, pues no quieren ver que mueren al recordarlo. Por cierto, ¿conoces el
poema “Auschwitz” de León Felipe? Fue uno de mis primeros memorables, cuando dice
“¡Esos poetas infernales: Dante, Blake, Rimbaud! ¡Que hablen más bajo, que griten más
bajo, que se callen! Hoy cualquier habitante de esta tierra sabe más del infierno que esos
tres poetas juntos...”, etc., etc.
 
         Te saludo con todo mi reconocimiento, Alejandro .
 
                                                          
25-agosto-2002.              
 

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