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La radicalidad de la reforma puede ser mejor apreciada si se considera que 71 por ciento de las

tierras de cultivo bajo riego, que habían sido de propiedad privada, fueron expropiadas y
adjudicadas; lo propio ocurrió con 92 por ciento de las tierras de cultivo de secano
(dependientes de las lluvias) y 57 por ciento de los pastos naturales.2 El porcentaje de
beneficiarios, sin embargo, no fue tan espectacular: alrededor de una cuarta parte de familias
rurales (370 mil).3

La cooperativizarían de las haciendas y de las SAIS fue un fracaso. La mayor parte de


cooperativas, desprovistas de personal técnico y gerencial, difuminadas las jerarquías internas
que requiere el manejo de empresas complejas y tironeadas por intereses contradictorios de
los trabajadores, que al mismo tiempo eran propietarios y asalariados, sucumbieron y fueron
parceladas en unidades familiares por los propios asociados. La mayor parte de las SAIS, por su
lado sucumbieron asimismo al mal manejo empresarial y al asedio campesino, tanto interno
como externo, para diluirse en las comunidades campesinas circundantes y también en
parcelas familiares. Factores externos coadyuvaron a este desenlace: a partir de 1975 se
manifestó una aguda crisis económica que perduraría hasta comienzos de la década de 1990

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