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MeTooMX y el rechazo

Pedro Salazar Ugarte

Dime lo que paso con nuestro 
amor que se marchó: yo te quiero tener, 
y o te quiero tener , yo te
quiero tener (x4)
Jadiel (“Tu rechazo” canción)

I. No me digas que no

Rechazar es “forzar a algo o alguien a que retroceda”. También significa “resistir al


enemigo, obligándolo a retroceder”. O bien: “Contradecir lo que alguien expresa o no
admitir lo que propone u ofrece”. Asimismo, rechazar es “denegar algo que se pide”.
Todos estos son significados del Diccionario de la Real Academia Española. Pero,
coloquialmente –me parece- podemos decir que rechazar, en su significado más nítido
se traduce en decirle a algo o a alguien: ¡no! Por la razón que sea -porque no lo quiero
o porque no te quiero-, rechazar es negarle a alguien su pretensión. En esa medida el
rechazo es una expresión de poder: es la capacidad de alguien para impedir que otra
persona haga algo que pretendía realizar.

Es fácil imaginar la frustración potencial que, por el otro lado, resiente quien sí
pretende o quiere que algo suceda. Su propósito –sea el que sea-, en contra de su
intención, no surtirá el efecto deseado. La imposibilidad de satisfacer ese deseo
provocará en la persona rechazada sentimientos que pueden ir desde la resignación
hasta la tristeza, pasando por la decepción y llegando, en el extremo, a la ira. Eso lo
podemos aprender de los manuales de psicología pero también en nuestra experiencia
vital. No nos gusta que nos rechacen.

II. Pensar desde las masculinidades.

El argumento medular de este texto es simple y pretende mirar el tema del acoso
sexual desde una perspectiva distinta a los enfoques feministas que tanto debate han

1
suscitado en todo el mundo en los años recientes. En México –por ejemplo- la
publicación del libro ACOSO ¿Denuncia legítima o victimización? de Marta Lamas (FCE,
2018) ha dividido las opiniones del pensamiento feminista hasta extremos casi de
fractura. Si bien algunos hombres han opinado tímidamente sobre el tema, la
discusión pública ha sido principalmente entre mujeres y ha oscilado entre lo que
algunas llaman moralismo punitivo hasta posturas netamente liberales. De ambas
posiciones extremas y de la multiplicidad de posturas intermedias se desprenden
propuestas de acciones, normas y políticas muy diversas. El debate es por demás
interesante pero no será el eje articulador de este ensayo.

Lo que sostendré en este texto es que una forma complementaria de mirar el tema –
también propuesta y desarrollada desde el pensamiento feminista- reside en la
manera de entender las masculinidades y, en particular, en la forma en la que los
hombres lidian con el rechazo. Advierto que, para efectos de la argumentación, he
optado por simplificar el mundo social en dos direcciones: el contexto de relaciones
heterosexuales en las que el acoso proviene desde los hombres a las mujeres 1. Además
utilizo como contexto de reflexión el movimiento #MeToo en su versión mexicana que
tuvo particularidades dignas de ser ponderadas.

III. #MeTooMx

En marzo de 2019 estalló en las redes sociales mexicanas la versión vernácula del
movimiento #MeToo En concreto, el 22 de marzo de 2019, Ana González -
comunicadora política- publicó en su cuenta de Twitter que el escritor Herson Barona
“ha golpeado, manipulado, gaslighteado, embarazado y abandonado (en más de una
ocasión) a más de 10 mujeres”. 2 Especificó que la agresión no había sido en contra de

1 Esta decisión no es del todo arbitraria. La encuesta Nacional de Victimización y Percepción de


Seguridad Pública (ENVIPE), que se publica cada año desde 2011 indica en su edición de 2017, que
aproximadamente el 87.87% de las víctimas de violación mayores de 18 años en el país fueron mujeres,
como lo fueron el 89% de las víctimas del resto de los delitos sexuales que se contabilizaron en esa
encuesta, que son hostigamiento, manoseos, exhibicionismo y los intentos de violación. Tomo los datos
del interesante artículo de Estefanía Vela #Metoo en México publicado en Nexos
(http://www.nexos.com.mx/?p=36297).
2 https://www.nytimes.com/es/2019/03/28/metoo-mexico/

2
ella, sin embargo, era una muestra de apoyo hacia una amiga cercana quien sí había
sido agredida por el escritor. Así desató un movimiento –que tal vez fue más un
momento- de exposición pública de presuntos o reales abusos –acosos,
hostigamientos, violaciones- sexuales de hombres en contra de mujeres pero también
de señalamientos, extrapolaciones y denuncias sin pruebas de mujeres anónimas en
contra de hombres concretos.

En efecto, a partir de esa primera denuncia –o testimonio como las llamarían después-
, una serie de mujeres comenzaron a apoyar y a señalar al mismo escritor –que por
cierto no era un personaje particularmente conocido- y a otros más. Al día siguiente,
se creó en Twitter el hashtag y la cuenta #MeTooEscritoresMexicanos, en donde se
comenzaron a publicar diversas acusaciones de acoso en contra de distintos escritores.
Posteriormente se fueron creando otras cuentas en diversos ámbitos: músicos, poetas,
abogados, académicos, activistas, periodistas, creativos, fotógrafos, empresarios,
políticos, etc. El movimiento estalló y se convirtió en el centro del debate público –
sobre todo en redes sociales- durante varios días.

El núcleo de la justificación –que pasó a ser defensa- del movimiento puede leerse en
los siguientes párrafos de un desplegado público que, bajo el título “Nosotras les
creemos”, difundió un grupo de mujeres de la organización defensora de los Derechos
Humanos, FUNDAR, el 3 de abril de 2019:

“Nuestro reconocimiento a la valentía de las denunciantes... Como


feministas solo podemos solidarizarnos con el movimiento #MetooMéxico
por ser una lucha que visibiliza y cuestiona los privilegios de la
masculinidad hegemónica y las distintas formas de opresión a las cuales,
como mujeres, estamos sometidas en todos los espacios de nuestra vida...

Reconocemos que la violencia de género es un problema público


estructural... Por ello creemos que ningún contacto de carácter sexual –

3
físico, verbal, visual- que no haya sido consensuado, debe ser tolerado o
minimizado. Nosotras les creemos, compañeras.

En un contexto de violencia estructural contra las mujeres como lo hay en


México, es una violencia adicional exigir a las mujeres que denuncian
romper el anonimato y usar las vías legales existentes, cuando el sistema
judicial actual no garantiza el acceso a la justicia para las víctimas, sino que
las revictimiza y no resuelve sus casos, permitiendo que la violencia siga
replicándose día a día desde las instituciones.

El movimiento de denuncia social #MetooMx debe ser escuchado para que


se generen las medidas necesarias urgentes para prevenir y sancionar el
acoso en cualquier espacio...”.

Una lectura entrelíneas de este posicionamiento permite identificar las principales


objeciones que habían realizado los críticos del movimiento: a) el carácter anónimo de
las denuncias; b) el señalamiento directo a los presuntos acosadores; c) el no recurrir
a las vías institucionales para presentar los casos. La discusión fue álgida e intensa
porque –creo- en el fondo, en virtud del anonimato, estaba en disputa la credibilidad
de las denunciantes y de sus denuncias. Para algunas personas el anonimato era la
poderosa razón sine qua non para que las voces de las víctimas se escucharan; para
otros era el poderoso instrumento desde el que podían cometerse atropellos y proferir
denuncias falsas. Lo paradójico es que ambas cosas eran ciertas: la protección del
anonimato seguramente permitió que mujeres dijeran lo que nunca se habían atrevido
a denunciar pero también sirvió para desvirtuar dichos y hechos que dañaron
nombres y reputaciones.

El debate no ha quedado zanjado pero, lo cierto es que, en los hechos, el movimiento


comenzó a bajar de intensidad cuando un conocido músico mexicano, Armando Vega
Gil, publicó en su cuenta de Twitter un mensaje con el siguiente encabezado: “No se
culpe a nadie de mi muerte: es un suicidio, una decisión voluntaria, libre y personal”.

4
El bajista de Botellita de Jerez se quitó la vida después de que una denuncia o testimonio
anónimo lo acusó en la cuenta #MetooMúsicosMexicanos de haber abusado, años atrás,
de una menor de edad de 13 años. En el texto de su mensaje de despedida –en el que
negaba categóricamente los hechos- dejó una frase críptica pero sugerente: “Esta
batalla es complicada pues los hombres, los machos, somos criaturas de nuestros
tiempos”. Lo encontraron colgando de un árbol dentro de su domicilio.

Las reacciones a esa decisión personalísima atizaron la polarización. Algunos –sobre


todo varones pero no solo- acusaron al movimiento de haber provocado la muerte del
músico; otras –sobre todo mujeres, pero no solo- interpretaron el suicidio como una
prueba de culpabilidad. En medio, otras voces sin importar su género, ponderaron la
magnitud de lo sucedido más allá de los hechos concretos intentando dimensionar los
ecos de un movimiento cargado de dolores muy profundos. Por ejemplo, la poeta,
María Rivera, sintetizó lo sucedido con las siguientes palabras:

“El anonimato posibilitó que se colaran francas venganzas... La tabula rasa


sobre las denuncias, terminó banalizando casos de violencias graves y
ocasionó que el testimonio de mujeres verdaderamente agredidas fuera
desestimado como ‘chismes’ (...). El primero de abril 3 el músico Armando
Vega Gil se quitó la vida como ‘una radical declaración de inocencia’. El
discurso de odio que muchas mujeres mostraron ese día trágico, hundió al
#Me too mexicano en las aguas del descrédito y a los pocos días
#metoomusicamx se retiró del movimiento dejando claro que en este caso
la utilización del escrache, como herramienta política de colectivos
feministas, fue usada de manera irresponsable: no buscó la visibilización
de la experiencia de las mujeres víctimas de violencia, ni conferirles poder
(ni apoyo) de enunciación, acompañamiento, sino crear una herramienta
punitiva, un inmenso hateparade dedicado a varones4”.

3 Nótese que el desplegado de FUNDAR se publicó dos días después de este triste acontecimiento.
4 Rivera, M., “Sí, nos están matando”, en Confabulario, El Universal, 13 de abril de 2019.

5
Esa interpretación no está exenta de polémicas pero me parece que recoge parte del
saldo del movimiento: denuncias verdaderas y necesarias opacadas por un método
que terminó por desvirtuarlas y relativizarlas. Pero también es cierto que, más allá
del momentum y sus tragedias y polémicas, como escribió Gabriela Warkentin, en un
país como México:

“... el #MeToo y su razón siguen tan vigentes (y urgentes) como nunca... La


lucha por la eliminación de la violencia de género debe continuar. DEBE
CONTINUAR, con mayúsculas. En un país en que diario se asesina a
mujeres, en que el sistema de impartición de justicia es inexistente y
alimenta al infinito la impunidad, en que la revictimización es narrativa de
uso (y de cambio), en que ir al ministerio público es una tortura, en que la
inequidad de género es marca de la casa, en que el porcentaje más grande
de mujeres violentadas ni siquiera tiene acceso así a las redes sociales, en
que muy pocas gozan del uso de herramientas conceptuales para reconocer
y nombrar la violencia; en este país debe continuar la lucha.”

La médula de ese reclamo es completamente atendible. Pero la pregunta que sigue en


el aire es cuál es la mejor manera de encauzar la batalla en contra de la violencia de
género. Queda claro que existe un déficit institucional severo que inhibe las denuncias
formales y genera profunda desconfianza por parte de las víctimas. En ese contexto
las denuncias no se presentan y los hechos quedan impunes. Es cierto que algunas
organizaciones e instituciones –como la Universidad Nacional Autónoma de México 5-
en tiempos recientes han creado protocolos, procedimientos e instancias para atender
los casos de violencias de género que a su interior se presentan. Pero este esfuerzo –
además de ser relativamente reciente- no se ha generalizado y, sobre todo, no ha
impactado en la manera en la que operan las instituciones estatales encargadas de
impartir justicia. Por lo mismo, en esta sensible materia la impunidad es la regla y –
creo- que el movimiento #MeTooMx no puede entenderse sin ese telón de fondo.

5 El texto de Mónica González Contró presentado en este seminario da cuenta de ello.

6
Es cierto que existen un marco normativo en la materia –al que me referiré más
adelante- pero convive con una profunda desconfianza en las instituciones como el
desplegado de FUNDAR y las reflexiones de Warkentin atinadamente denuncian. Esa
desconfianza, además, tiene sedimento en una cultura patriarcal que no es exclusiva
de México pero que es muy mexicana. Ante eso tiene mucho sentido la siguiente
reflexión de Emiliano Mongue 6:

A los hombres, el movimiento #MeTooMx “se nos ha convertido en un


sentimiento de admiración, vergüenza y enojo. La admiración, obviamente,
no está dirigida hacia nosotros. La vergüenza y el enojo, en cambio, sí que
lo están, pues se tratan de una vergüenza y un enojo causados por y
dirigidos contra la educación que hemos recibido, por y contra las
conductas que hemos reproducido consciente o inconscientemente y por y
contra todas esas situaciones en las que hemos tolerado, cuando no
aplaudido, el machismo, la misoginia y las diversas formas de violencia que
buscan aprovecharse, someter, humillar, utilizar, usufructuar, cosificar,
reducir o nulificar a nuestras parejas, amigas, compañeras de trabajo o
conocidas.

Insisto, esto también nos toca hacerlo ahora: es el momento de que,


mientras las mujeres aceleran, los hombres frenemos en seco, aceptemos
que somos victimarios por socialización, aprovechemos este momento para
descubrir qué tan dañados estamos quienes hemos hecho daño —aún sin
habernos dado cuenta— y tratemos de dimensionar hasta qué punto el
machismo también nos ha lastimado, destruyendo nuestra propia
masculinidad”.

Esta reflexión será el eje que me servirá para hilvanar el resto de este ensayo.
Comenzaré por reproducir textualmente algunas denuncias-testimonios del
#MeTooMx en las que el rechazo fue el disparador de la violencia en contra de las

6 Mongue E., “Me Too: lo que nos toca hacer a los hombres”, El País, 12 de abril de 2019.

7
personas –en todos los casos mujeres- que denuncian a personas –en todos los casos
hombres- violentas. Tomé la decisión –debo confesar, difícil- de omitir los nombres de
los varones acusados porque la congruencia con mis convicciones se inclinó hacia la
presunción de inocencia que, según creo, también debe prevalecer en estas lides sobre
todo si las denuncias provienen desde el anonimato.

IV. El rechazo como resorte: recortes de #MeTooMx

“Quiero hacer una denuncia anónima: cuando estudiaba letras hispánicas


fui a ver una ponencia en la que estaba A; toda la conferencia me miró
disimuladamente, al terminar me invitó a tomar un café y a platicar de
cosas de la carrera, yo decliné pero el insistió, después de volver a
rechazarlo, molesto, me dijo que era mi problema no querer
comprometerme con la causa (según quería que habláramos de luchas
sociales). Años después, en el propedéutico de la maestría, me acerqué a
preguntarle por unas referencias bibliográficas y me reclamó que ahora sí
quería su atención y me recordó que antes lo había rechazado, me trato muy
desdeñosamente durante el curso y me negó un material que yo necesitaba.
No me imagino qué hubiera pasado si hubiera accedido a salir con él. “

“Después de un año de acoso, gracias a terapia, tomé fuerza le comuniqué


mi enojo e incomodidad, le dejé claro que no iba a suceder nada entre
nosotros. Paró, pero empezó su venganza... Me sustituyó de espacios, me
acusó de complot, me difamó con otras organizaciones. Terminé
renunciando. Tiempo después supe de más casos, en los que había distintos
grados de violencia y mismo modus operandi.

8
Las víctimas de B nos juntamos para acompañarnos y denunciar. Pero el
trauma -irreversible en muchas, una tenía sólo 16 años- y el miedo siguen
vigentes. No lo hicimos. Hoy hago pública esta historia porque no quiero
que continúe. dice dedicarse a la defensa de derechos humanos, a través de
B que acompaña a víctimas de violencia y feminicidio; la realidad es que es
violento y acosador. Espero que más se atrevan a contarlo”

“Comparto esta denuncia anónima que corresponde a personas de Cráter


invertido. C (lo conocen como C) no sabe tomar un NO como respuesta.
Navega con bandera de aliado intelectual. Varias hemos sido las acosadas
por él; finge ser un buen amigo pero cuando le dejas claro que no quieres
algo más que amistad, te deja de hablar y manipula psicológicamente.
Además, este (sic) persona apoya a Haza, quien en repetidas ocasiones ha
sido acusado de violar y golpear mujeres. Otras personas de Cráter
invertido también apoyan a C y crearon un taller de masculinidades o
‘círculos de apoyo’ para fingir que trabajan en sus toxicidades pero
realmente no es así. Es importante que la gente sepa qué clase de espacio
no seguro es Cráter invertido. básicamente son machos de izquierda.”

“D, maestro del #CEDART de Chihuahua y de la Facultad de Filosofía y


Letras de la #UACH, me acosó cuando yo tenía 17 años y el (sic) 37, me
escribía todos los días, me hablaba por teléfono a mi casa y me contaba sus
sueños eróticos. Yo creí que me gustaba, pero luego me dí cuenta de que no
quería seguir en esa situación y le dije que dejara de hacerlo. Él me puso
una mala calificación y me empezó a tratar mal en clases. Esto pasó hace 10
años, desde entonces lo tengo bloqueado en redes sociales. Durante estos
años he escuchado muchos casos en los que él se “enamora” de sus

9
alumnas, ya sean de bachillerato o de la universidad, y mantiene relaciones
secretas con ellas hasta que se entera su esposa. Yo era menor de edad y eso
no lo hizo cuestionarse su comportamiento, es un riesgo que siga dando
clases.”

“Yo tengo una historia de acoso de E Durante mese en el ITAM me escribía


que fuéramos por un café y me decía que era su alumna más guapa. Me
escribía borracho cuando estaba casado y lo bloqueé. Inventó una cuenta
en twitter falsa y me decía que era mi admirador secreto hasta que lo
descubrí que era él y lo bloqueé también. Me daba horror que me
preguntaba si quería besarlo a pesar de que ya le había dicho muchas veces
que no me sentía cómoda. Me daba mucho asco porque era un profesor y
escritor que admiraba mucho.

No tengo bronca con publicar esto, solo por favor no usen mi nombre.
Felicitaciones por su labor!”

“Quiero denunciar también a F que me quiso drogar, me manoseó y ofreció


dinero para coger conmigo, como me negué estuvo mandándome mensajes
hostigándome y tachándome de ‘fresa’ y ‘cotizada’ porque me negué a sus
propuestas. Sus mensajes continuaron hasta que tuve que bloquearlo.”

“Estoy aterrada al escribir esto de manera anónima pero G, si bien no es


periodista, es fotógrafo. Acosador que por su edad y status dentro del
mundo del arte y la fotografía se siente intocable. Un ser perverso que

10
establece contacto escrito o verbal con sus víctimas, mujeres jóvenes a las
que envuelve con labia y atenciones. Después, les ofrece llevarlas a viajar
por el mundo, enseñarles fotografía o revisar portafolio y cuando sus
deseos no son complacidos, las bloquea de todos los círculos artísticos y
gubernamentales a los que tiene acceso. Si no accedes a sus órdenes, te dice
eres una mojigata, que eres malagradecida y que no tienes talento. Tomé
un taller con él y más tarde trató de acosarme. Le dije que haría una
denuncia penal y se burló diciendo “a ver a quién le creen”.

A otra de mis amigas la citó para ofrecerle trabajo, y fotografió bajo su falda
con el celular. La persiguió durante un par de meses con invitaciones a
cenar y como ella no lo aceptó le dijo que no tenía futuro”.

“Me sumo a la denuncia pública de H quien me persiguió de manera digital


y en persona, para intentar seducirme a toda costa y a pesar que desde un
inicio le dije que no y rechacé salir con él. Me increpó en espacios públicos
ostentando tener más dominio del arte y de la retórica, intentando
humillarme frente a diversas personas.

Lo mismo lo replicó en un grupo de facebook intentando difamarme


mientras yo preguntaba por un perro xoloescuincle en adopción.

Afirmó calumnias sobre mí. Dijo que yo era mentirosa y manipuladora,


que abundaba en recursos, que no era mexicana, que quería verles la cara
en el grupo para conseguir a un perro de raza imperial regalado para
después maltratarlo y no cuidarlo, etcétera. La situación fue absurda y fue
causada por el rechazo que tuve hacia él y por el cual se quedó años
después todavía molesto.

11
Comenzó chismes sobre mí. Me acosaba en facebook, siempre intentando
obviar que él es más inteligente que yo, metiéndose en conversaciones que
no le correspondían; hasta que decidí bloquearlo.”

“Denuncio al Doctor I, profesor de la Escuela Superior de Cómputo


(ESCOM) del Instituto Politécnico Nacional. Tomé con él Matemáticas
Avanzadas y comenzó a decirme que andaba mal, que fuera por asesorías
con él a su cubículo o iba a reprobar. Como yo si tenía problemas accedí,
pero como ya estaba con él comenzó a decirme que yo era muy guapa y que
podía yo tener en la vida todo lo que quisiera. Que podía pasar y esta y
otras materias porque él tenía mucha influencia en la academia y en la
escuela. Después trato de besarme pero no me dejé y entonces comenzó a
gritarme que era una tonta, que nunca iba a pasar esa materia, que la iba a
reprobar que él se iba a encargar de que ningún profesor que diera esa
materia me aprobara nunca. Efectivamente sucedió eso. Reprobé y también
el recursamiento. Cuando traté de acercarme a algún profesor para que me
ayudara a estudiar me dijo ‘no, yo no quiero meterme en problemas con I’.
Al final tuve que abandonar la escuela porque por reglamento no pude
pasarla en las oportunidades que me dan. Hasta la fecha me siento
impotente debido al poder que puede llegar a tener alguien así en una
escuela y truncar así la vida de las personas. Sé que ha hecho lo mismo con
otras chicas pero no se han atrevido a denunciar públicamente por miedo.
Lo recuerdo y aún me da asco.”

12
“J, UAM Azcapotzalco, imparte clases en diseño industrial. En una entrega,
mientras le mostraba el modelo que había realizado, me pidió que me
agachara en repetidas ocasiones, yo no podía hacerlo porque había sufrido
un accidente en el que me había lastimado la espalda y el cuello, cuando
decidí intentar agacharme para mostrar cómo se utilizaba el proyecto, me
sostuve la blusa la blusa con las manos para evitar que se bajara, tomó mis
manos, las quitó e intentó descaradamente ver debajo de mi blusa. Me
asusté y sólo le dije que no podía agacharme porque me dolía el cuerpo y
sólo se burló de mí.

Conforme iba pasando la revisión de mi proyecto me hizo comentarios


fuera de lugar los cuáles cada vez me incomodaban más. Al final terminó
mi entrega tomándome por la cintura acorralándome contra los
restiradores diciéndome ‘Tú sabes que yo tengo muchos contactos y
quisiera ayudarte a que tu proyecto salga de la escuela’ grité y le dije que
no me interesaba, después me dijo que entonces no le interesaba a él mi
proyecto, que quería algo nuevo para una semana después cuando ya
estábamos a dos semanas de terminar el curso. La siguiente clase intenté
hablar con él sobre sus razones para no aceptar mi proyecto y me respondió
‘si no haces lo que yo quiero, date por reprobada’. Me salí de la materia.

También acosaba a otras compañeras y les pedía que lo acompañaran a su


camioneta o diciéndoles que las invitaba al cine.”

Podemos leer entre líneas un mensaje como el siguiente: no soportamos que nos digan
que ¡no!, porque quien lo hace pretende imponer su voluntad sobre la nuestra y ello
debe tener consecuencias.

V. Masculinidades: poder y fragilidad al mismo tiempo.

13
Propongo como premisa de trabajo dar crédito a estas denuncias/testimonios. Sobre
todo como las he consignado, sin nombres de denunciantes y denunciados. Todas
tienen varios comunes denominadores dentro de los que destaca el acoso y la violencia
que éste significa pero el que he querido subrayar es el rechazo como detonador del
acoso. Los hombres señalados no soportaron que las mujeres que los señalan les
dijeran en algún momento que ¡no!. En los siguientes párrafos me aventuro a sostener
que, más allá de las personalidades singulares de cada uno y de sus vivencias e
historias particulares, la reacción ante el rechazo también tiene que ver con un sustrato
cultural compartido que tiene asidero en un modelo de masculinidad aprendido. Una
modelo de masculinidad que no es único –los expertos explican y distinguen en
múltiples masculinidades 7- pero que en su caso es muy similar porque son varones
educados de clase media-alta, empoderados nacidos o crecidos en México. País de
machos.

Por lo anterior para estos casos concretos es particularmente relevante el punto de


vista de Michael Kaufman sobre las masculinidades en general. Para Kaufman,
“Individualmente mucho de lo que nosotros asociamos con la masculinidad gira sobre
la capacidad del hombre para ejercer poder y control8”. Lo interesante es que, desde
su punto de vista, “existe en la vida de los hombres una extraña combinación de poder
y privilegio, dolor y carencia de poder 9”. De hecho, “...el reconocimiento de tal dolor
es un medio para poder entender mejor a los hombres y el carácter complejo de las
formas dominantes de la masculinidad” 10. El punto medular de la tesis tiene que ver
con los roles y modelos que la masculinidad impone a los varones y que los mismos
tienen que satisfacer para lograr satisfacción personal y reconocimiento social. Con
palabras de Kaufman:

7 Como afirma Kaufman: “...el patriarcado no solo es un sistema de poder de los hombres sobre las
mujeres sino de jerarquías de poder entre distintos grupos de hombres y también de diferentes
masculinidades”, Kaufman, M., “Las experiencias contradictorias del poder entre los hombres” Isis
internacional, Edición de las mujeres No. 24, 1997pp. 66-67.
8Ibid, p. 63.
9 Ibidem
10 Ibid, p. 64.

14
“Los hombres hacemos muchas cosas para tener el tipo de poder que
asociamos con la masculinidad: tenemos que lograr un buen desempeño y
conservar el control. Tenemos que vencer, estar encima de las cosas y dar
órdenes. Tenemos que mantener una coraza dura, proveer y lograr
objetivos. Mientras tanto, aprendemos a eliminar nuestros sentimientos, a
esconder nuestras emociones y a suprimir nuestras necesidades. 11”

De ahí el dolor que cruza a la masculinidad. Ese dolor inspira temor –que suele
expresarse en homofobia, según éste y otros autores- porque se tiene que ser hombre
o macho para cumplir con lo que se debe ser. De hecho, la combinación de poder,
dolor y temor podrían explicar buena parte de la violencia contra las mujeres y contra
lo que Nancy Fraser denomina “sexualidades despreciadas 12”. En el fondo prevalece
una infravaloración de lo femenino en abstracto y de las mujeres en concreto y una
tendencia a ejercer poder cotidiano sobre ellas: “La equiparación de `poder con
masculinidad es un concepto que ha evolucionado a través de los siglos, y ha
conformado y ha justificado a su vez la dominación de los hombres sobre las mujeres
en la vida real y su mayor valoración sobre ellas 13”. No es difícil deducir que, en esa
construcción cultural, la capacidad de conquistar mujeres y de afirmar una sexualidad
heterosexual tienen un lugar destacado. Por eso el tema del rechazo adquiere
relevancia. Para el macho dominante, que ha construido una identidad a partir del
modelo de masculinidad que se le ha impuesto socialmente, el “¡no!” que proviene de
un ser al que considera inferior y subordinado es simplemente intolerable. Se trata de
el ejercicio de un derecho/poder que pretende limitar e imponerse al poder de varón
dominante. La amalgama de dolor y frustración provocada por rechazo puede
expresarse en diversas formas de violencia.

11 Ibid., p. 70
12 Cfr.: Fraser, N., “¿De la redistribución al reconocimiento? Dilemas en torno a la justicia en una época
‘postsocialista’” en Iustitia Interrupta: reflexiones críticas sobre la posición ‘postsocialista’, Siglo del
Hombre editores y Universidad de los Andes, Bogotá, 1997.
13 Kaufman, M., “Las experiencias contradictorias del poder entre los hombres” Isis internacional, cit., p.

68.

15
En síntesis, aunque no exista una sola masculinidad y existan relaciones de poder
también entre las diferentes masculinidades, lo que parece innegable es que –por una
construcción cultural centenariamente asentada- ser hombre conlleva privilegios y
poder relativo sobre las mujeres. Con las palabras de Josep-Vincent Márques:

“Ser varón en la sociedad patriarcal, es ser importante. Ese atributo se


presenta con un doble sentido: por una parte, muy evidente, ser varón es
ser importante porque las mujeres no lo son; en otro aspecto ser varón es
ser muy importante porque comunica con lo importante, ya que todo lo
importante es definido como masculino 14”.

Esa también es una tesis sostenida por Kaufman y, como hemos visto, en su teoría ese
poder está acompañado de dolor. En el caso de Márques el sentimiento de importancia
tiene una contracara distinta pero en cierto sentido equivalente: angustia. En la teoría
de Josep-Vincent Márques, mientras hay valores en propiedad’ que, por su condición y
circunstancia se sienten seguros de su masculinidad porque han logrado apropiarse
satisfactoriamente de el ‘modelo-imagen’ socialmente impuesto; pero hay también
varones en precario –que son la mayoría- y que perciben “como una agresión que las
mujeres aparezcan hoy en campos reservados antes a ellos, porque eso (los) priva de
señas de identidad masculina de la que se muestran hambrientos” 15. Ese varón en
precario “puede ser un sujeto traumáticamente conflictivo con las mujeres” 16. Si el
varón en propiedad “no necesita vencer a las mujeres, porque ya es importante y da por
sentado que las mujeres no lo son 17”; el varón en precario, “necesita convencerse en
cada terreno y en cada momento de su superioridad sobre cada mujer” 18.

Si bien, tanto para Kaufman como para Márques, el patriarcado no solo es un


problema para las mujeres porque también conlleva dolor y/o para los hombres, ésta

14 Josep-Vincent Márques ,“Varón y Patriarcado” en Isis Internacional, Ediciones de las mujeres No. 24,
1997, p. 19.
15 Ibid., p. 24.
16 Ibidem.
17 Ibidem.
18 Ibidem.

16
no es una buena noticia para las primeras. El poder de los hombres sobre las mujeres
persiste y como el dolor masculino puede provenir de su incapacidad para satisfacer
sus expectativas de dominación sobre lo femenino; ante la frustración, deviene el
acoso, el hostigamiento y, en el extremo, la violencia física 19. De nuevo creo que el
mirador del rechazo es interesante: resulta que un ser considerado inferior –una mujer
deseada- desafía el poder masculino denegándole lo que pretende.

Otro autor que aporta tesis complementarias y relevantes para el argumento central
de este trabajo es R. W. Connell. Desde su perspectiva, la masculinidad “es, al mismo
tiempo, la posición en las relaciones de género, las prácticas por las cuáles los hombres
y las mujeres se comprometen con esa posición de género y los efectos de estas
prácticas en la experiencia corporal, en la personalidad y en la cultura 20”. Desde su
punto de vista, como ya se ha sostenido, “la masculinidad solo existe en contraste con
la femineidad 21” y la estructura de género se basa en modelo que tiene tres
dimensiones: poder, relaciones de producción y cathexis.

En confirmación de las tesis de los otros autores citados, la dimensión del poder se
expresa en una relación de “subordinación de las mujeres y dominación de los
hombres” que “persiste a pesar las resistencias de diversa índole que ahora articula el
feminismo y que representan continuas dificultades para el poder patriarcal 22”. La
dimensión de las relaciones de producción es muy importante y va más allá de la
desigualdad salarial porque lo que existe es ‘un proceso de acumulación de género’ a
favor de los varones. Y la tercera dimensión, la Cathexis es particularmente relevante
para nuestro propósito porque Connell coloca al deseo sexual como un elemento
estructural de su teoría. Su propuesta es recuperar el deseo en “términos freudianos,

19 Con palabras Josep-Vicent Marqués: “...un individuo varón puede ser potencialmente más o menos
agresivo; pero, en primer lugar, se le educará fomentando su agresividad y en segundo lugar,
independientemente de la mayor o menor agresividad que haya alcanzado, será tratado como si
realmente tuviese la agresividad que la sociedad le atribuye al prototipo masculino. Josep-Vincent
Márques,“Varón y Patriarcado”, op. cit., p. 18.
20 Connell, R.W., “La organización social de la masculinidad”, Isis Internacional, Ediciones de las

mujeres, No. 24, 1997, p. 35.

21 Ibid., p. 32.
22 Ibid., p. 37.

17
como energía emocional ligada a un objeto 23” (o a un sujeto) y valorar su peso en las
relaciones de género.

Me parece que esta tercera dimensión no solo se articula con las otras sino que ayuda
a entender el peso del rechazo sobre la identidad de un varón (en propiedad pero sobre
todo en precario, para usar las categorías de Márques) construida a partir del modelo-
imagen de la masculinidad. De ahí que el rechazo puede ser un disparador de las
actitudes violentas. O mejor dicho, la incapacidad emocional de los hombres –
construida socialmente a través de las exigencias a la masculinidad- para aceptar y
respetar el rechazo puede ser fuente de las mismas. Como sostiene, Connell:

“El género dominante es, abrumadoramente, el que sostiene y usa los


medios de violencia (...). Muchos miembros del grupo privilegiado usan la
violencia para sostener su dominación. La intimidación a las mujeres se
produce desde el silbido en la calle, el acoso en la oficina, la violación y el
ataque doméstico, llegando asesinato por el dueño patriarcal de la mujer,
como en algunos casos de maridos separados” 24.

Este último ejemplo es muy emblemático del significado y las reacciones que puede
producir el rechazo en una sociedad patriarcal con un modelo-imagen de
masculinidad como el que prevalece en países como México. No se trata de una tesis
que pretenda justificar las violencias sino de una aproximación que, de manera sin
duda parcial, podría servir para repensar las estrategias normativas, de política
pública y de cambio cultural para enfrentar el problema de las violencias de género.

Después de todo, si es cierto -como se ha venido afirmando y como también sostienen


Michel Kimmel y Michael Messner- la masculinidad es una construcción social 25;
entonces, está históricamente determinada y es contingente. De la misma manera que

23 Ibid., p. 38.
24 Ibidem.
25 Kimmel M., Messner, M., Men’s Lives, EEUU, Allyn and Bacon, 1995.

18
la moral positiva en una sociedad, las masculinidades –los connotados culturales de
lo que debe significa ser hombre- pueden transformarse. Por eso las masculinidades
no son idénticas en todas sociedades y tiene sentido imaginar políticas que, en paralelo
a las que sancionan socialmente –como el movimiento #Metoo- o jurídicamente al
acoso y al hostigamiento con la finalidad de derrotar la impunidad, estén orientadas
a la transformación y superación de las condiciones culturales que podrían ser su
causa.

6. Un marco normativo que privilegia la punición sobre la prevención.

En México existe un marco normativo que, desde la Constitución y la ratificación de


convenciones internacionales –como la convención Belem Do Pará- promete igualdad
entre hombres y mujeres. De hecho, existen una Ley General de Acceso a las Mujeres
a una Vida libre de Violencia, una Ley General para la Igualdad entre mujeres y
hombres y diversos artículos en la Ley Federal del Trabajo –así como disposiciones
penales de algunos estados- que sancionan el acoso y el hostigamiento sexual. Estas
formas de violencia, en el artículo 13 de la primera de las leyes mencionadas, se
definen de la siguiente manera:

“El hostigamiento sexual es el ejercicio del poder, en una relación de


subordinación real de la víctima frente al agresor en los ámbitos laboral y/o
escolar. Se expresa en conductas verbales, físicas o ambas, relacionadas con
la sexualidad de connotación lasciva.

El acoso sexual es una forma de violencia en la que, si bien no existe la


subordinación, hay un ejercicio abusivo de poder que conlleva a un estado
de indefensión y de riesgo para la víctima, independientemente de que se
realice en uno o varios eventos.”

El enfoque que prevalece en el marco normativo mexicano para combatir estas


prácticas es primordialmente punitivo. Lo cual es problemático, al menos por dos

19
razones: a) porque atiende los fenómenos cuándo éstos ya se verificaron y; b) porque
enfrenta las causas sociales y culturales que subyacen al fenómeno. A ello se suma el
alto índice de impunidad que proviene de la indolencia e incapacidad de las
autoridades que se traduce en una profunda desconfianza hacia las instituciones que
ya ha sido aludida en este ensayo cuándo citamos las posturas de FUNDAR y Gabriela
Warkentin ante el #MeTooMx.

Vale la pena reproducir algunas de las normas vigentes que no provienen de la


materia penal, que por definición es punitiva, sino de la ley general antes citada y de
la legislación laboral del ámbito federal, para confirmar el enfoque de las mismas.

Veamos, primero, otros dos artículos de la Ley General de Acceso a las Mujeres a una
Vida libre de Violencia:

“ARTÍCULO 14. Las entidades federativas y el Distrito Federal, en función


de sus atribuciones, tomarán en consideración:
(...)
II. Fortalecer el marco penal y civil para asegurar la sanción a quienes
hostigan y acosan;
III. Promover y difundir en la sociedad que el hostigamiento sexual y
el acoso sexual son delitos, y
IV. Diseñar programas que brinden servicios reeducativos integrales
para víctimas y agresores.”

“ARTÍCULO 15.- Para efectos del hostigamiento o el acoso sexual, los tres
órdenes de gobierno deberán:
(...)

III. Crear procedimientos administrativos claros y precisos en las escuelas


y los centros laborales, para sancionar estos ilícitos e inhibir su comisión.
(...)

20
VII. Implementar sanciones administrativas para los superiores jerárquicos
del hostigador o acosador cuando sean omisos en recibir y/o dar curso a
una queja.”

Ahora algunas disposiciones de la Ley Federal del Trabajo en estas materias:

“Artículo 47.- Son causas de rescisión de la relación de trabajo, sin


responsabilidad para el patrón:
(...)

VIII. Cometer el trabajador actos inmorales o de hostigamiento y/o acoso


sexual contra cualquier persona en el establecimiento o lugar de trabajo;”

“Artículo 51.- Son causas de rescisión de la relación de trabajo, sin


responsabilidad para el trabajador:
(...)

II. Incurrir el patrón, sus familiares o cualquiera de sus representantes,


dentro del servicio, en faltas de probidad u honradez, actos de violencia,
amenazas, injurias, hostigamiento y/o acoso sexual, malos tratamientos u
otros análogos, en contra del trabajador, cónyuge, padres, hijos o
hermanos;”

“Artículo 133.- Queda prohibido a los patrones o a sus representantes:

XII. Realizar actos de hostigamiento y/o acoso sexual contra cualquier


persona en el lugar de trabajo;

XIII. Permitir o tolerar actos de hostigamiento y/o acoso sexual en el centro


de trabajo;”

21
Por las razones que ya he adelantado –desconfianza hacia las instituciones, indolencia
de las autoridades, impunidad como regla- estas normas son poco eficaces. La
respuesta obvia ante esta situación es que deben fortalecerse las capacidades
institucionales en todos los órdenes de gobierno y debe recuperarse la confianza
ciudadana -en este caso sobre todo de las mujeres- hacia las mismas, para que se
presenten las denuncias y se impongan las sanciones. Pero me parece que también
debe complementarse el enfoque para diversificar las estrategias que permitan no solo
sancionar los casos de acoso y hostigamiento cuando sucedan sino, sobre todo,
prevenir su materialización atendiendo a las causas profundas del problema. El
enfoque de las masculinidades que nos ha ocupado en este trabajo debería tener un
papel protagónico en esa estrategia.

En el caso de México –a pesar del enfoque predominantemente punitivo del marco


normativo vigente que ya se ha evidenciado- existen asideros legales para diseñar
políticas públicas en esa dirección. Por ejemplo, Ley General de Acceso a las Mujeres
a una Vida libre de Violencia, en la fracción I del artículo 14 ya citado, también señala
que las entidades de la federación deben: “... establecer las políticas públicas que
garanticen el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia en sus relaciones
laborales y/o de docencia”.

Por su parte, el artículo 34 de la Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres
contempla lo siguiente:

“Artículo 34. Para los efectos de lo previsto en el artículo anterior, las


autoridades correspondientes garantizarán el principio de igualdad
sustantiva entre mujeres y hombres en el ámbito del empleo, así como el
derecho fundamental a la no discriminación de aquellas en las ofertas
laborales, en la formación y promoción profesional, en las condiciones de
trabajo, incluidas las retributivas, y en la afiliación y participación en las
organizaciones sindicales, empresariales o en cualquier organización cuyos

22
miembros ejerzan una profesión concreta, para lo cual desarrollarán las
siguientes acciones:
(...)

XII. Promover condiciones de trabajo que eviten el acoso sexual y su


prevención por medio de la elaboración y difusión de códigos de buenas
prácticas, campañas informativas o acciones de formación, y (...)”

Si bien se trata de normas muy generales tienen una inclinación hacia una dirección
que escapa de lo punitivo y se enfoca en lo preventivo. Desde mi perspectiva, por las
razones que he expuesto en este ensayo, esa es la dirección correcta pero la estrategia
debe ser mucho más ambiciosa que la que estas normas delinean. Lo que se necesita
es una política de Estado, de largo alcance, que involucre a los diversos sectores de la
sociedad –de manera muy destacada al sector educativo y mediático- para detonar
una transformación cultural. El reto es derrotar al paradigma de las masculinidades
dominante inoculando el empoderamiento de los varones, relativizando su
importancia para desmontar sus privilegios y, a través de ello, extirpar el dolor y la
angustia social –para ellos y para las mujeres- que este modelo cultural provoca. El
principal obstáculo que este desafío enfrenta es que somos los propios varones y
nuestros privilegios.

7. Una conclusión: #MeTooMx el dolor como lección.

Detrás, durante y tras el movimiento #MeTooMx hay una poderosa estela de dolor. El
dolor de las víctimas de acoso, hostigamiento y violaciones que no habían encontrado
un espacio, un medio, un momento para denunciar la violencia sufrida. Se trata de un
dolor sordo que estalló haciendo mucho ruido. Ese estruendo sacudió a una sociedad
–al menos a su clase digitalizada e informada- hasta ahora indolente o ignara del dolor
acumulado por muchas mujeres que padecieron en silencio las expresiones de poder
impune de muchos hombres.

23
Pero éstos –aún culpables cuándo lo sean- también han padecido el dolor causado por
sus propias acciones. Los que actuaron por incapacidad para asimilar y aceptar el
derecho de una mujer a decir “¡NO!” que está detrás del rechazo, han tenido que sufrir
el dolor de encarar públicamente sus propias dolencias y carencias; empezando por la
incapacidad para comprender que el poder que ejercieron está anclado en la
inseguridad que les provoca su masculinidad frustrada. Varones en propiedad o varones
en precario, no importa: su pretendida superioridad solo es reflejo de un miedo
profundo a lo femenino.

Temo que #MeTooMx también pudo causar legítimo dolor a quienes pudieron ser
acusados en falso o que fueron señalados por tomar decisiones o establecer relaciones
que –desde la incapacidad también de algunas mujeres para asimilar el rechazo-
fueron ventiladas como actos de acoso u hostigamiento sin serlo. Ese dolor fue
provocado por el dolor que provoca la impunidad que condujo al anonimato pero
también fue un dolor injusto. Lo mismo vale para el dolor que provocaron las
denuncias o testimonios públicos a los seres queridos de las personas acusadas. Esto
último vale para las personas cercanas a los denunciados acosadores –que
seguramente fueron la mayoría- y para los acusados inocentes –que ojalá hayan sido
los menos. Reconocer en tu amigo, hermano, padre, pareja, maestro, etc., a un
acosador que menosprecia a los mujeres –seas varón o mujer- no ha de ser fácil. Ese
dolor también tiene que ser tomado en cuenta porque ilustra el impacto del dolor
principal –el de las víctimas- en la sociedad que lo ha hecho posible.

Por eso pienso que el reto para esta generación es convertir ese dolor en bienestar para
todas y todos. Lograrlo no será posible si miramos el problema como una sumatoria
de fenómenos aislados. La responsabilidad de los acosadores y hostigadores es
individual y así debe ser señalada y sancionada pero el origen del problema es cultural
y social y así debe ser atendido. En ello la responsabilidad de las instituciones –
estatales, gubernamentales, sociales, económicas- es crucial. De lo que se trata es de
desmontar una estructura patriarcal que en ellas está incrustada y que es sostenida

24
por varones que en ellas han encontrado una fuente de poder que podrá ser doloroso
pero que es poder al fin y al cabo.

Aprender que detrás del rechazo existe un derecho humano fundamentalísimo –el de
decidir de manera libre y autónoma con quién se quiere o no se quiere compartir una
experiencia lato senso o estricto senso sexual- y que, como tal, debe ser respetado es una
lección que los varones deben entender desde pequeños y para ello es necesaria una
estrategia de profunda transformación cultural en nuestras sociedades. Convertir la
cultura del macho mexicano en una cultura de varones respetuosos implica desmontar
una estructura de prejuicios, poderes y desigualdades sedimentada a lo largo de
generaciones. No será fácil pero no es imposible.

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