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PETRO - FRANCIA

POR CAMINOS DE UTOPÍA

Juan Guillermo Gómez García

LOGO
EL ALEPH
Petro y Francia
© El Aleph
2022

ISBN:

Edición: Juan Camilo Dávila Rodríguez


Comuna Flora Tristán

Centro de Pensamiento y Diálogo Político


(CEDIPO)
Calle 38 No. 16-45, Bogotá D.C.

Foto portada:
El Colombiano de Medellín, junio 20 de 2022

Impreso en Colombia
Contenido

Presentación. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Dos palabras para empezar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
PRIMERA PARTE
Petro y la política colombiana contemporánea. . . . . . . . . 13
I. Petro y el Frente Nacional. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14
II. Petro y Gaitán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
III. Petro y Uribe Vélez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24
IV. Petro y Petro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32
Paro Nacional: para la juventud todas las formas
de liderazgo tradicional están agotadas. . . . . . . . . . . . . . 39
I. Sobre la revolución cultural de la nación
colombiana. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
II. Todas las formas de liderazgo en Colombia
están agotadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
III. Y en nuestras calles ¿qué de la educación? . . . . . 44
IV. Un país convulsionado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
V. Sobre la primera línea. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54
VI. Sobre la crisis de la juventud contemporánea . . . 56
La paz: prioridad humana. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
Palabras de un joven universitario detenido en las
marchas del Paro Nacional. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69

5
SEGUNDA PARTE

Petro y los demás. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87


El eclipse de la era uribista. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
La lucha por la presidencia ¿una lucha a muerte?. . . . . . 83
Y ¿si matan a Petro…?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
Un posible socialismo en Colombia y Francia Márquez . 95
La “Pequeña paloma de la paz”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
El triunfo de la incertidumbre. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
El (amenazante) triunfo del irracionalismo. . . . . . . . . . . 109
Rodolfo Hernández. No Futuro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113
Tres párrafos sobre “la traición de los
intelectuales” y la campaña presidencial. . . . . . . . . . . . . 117
El Archivo literario y de las culturas nacionales. . . . . . . 123
Dos palabras de uno de los editores sobre este libro. . . . 125

6
Presentación

A l profesor Juan Guillermo Gómez García puede califi-


cársele sin ningún resquemor como un intelectual de
izquierda, un abogado y filósofo que más allá de cumplir las
tareas propias de un catedrático universitario, se ocupa en
pensar, cuestionar, reñir con cuanta cosa le parece injusta,
diseccionar las lacras de la sociedad con pulso de cirujano
experto, a fin de denunciar a sus responsables. Pero además
para plantear soluciones.
Ante la avalancha neoliberal que amenaza aplastarnos,
no sólo económica sino culturalmente, quizás lo más grave
que puede ocurrirnos, hacen falta voces autorizadas desde la
academia y la ciencia social que nos adviertan de los abismos
en ciernes y pongan en duda las verdades reveladas con las
que quieren dominarnos. Es entonces cuando hombres como
el profesor Juan Guillermo resultan tan necesarios. Nos en-
orgullece tenerlo en CEPDIPO.
Aquí funge como miembro de su junta directiva y como re-
sulta apenas lógico esperar de él, nos obsequia con el produc-
to de su meditación crítica en torno al contexto colombiano.
Esta vez hemos decidido publicar sus escritos acerca de
las candidaturas y elección de Gustavo Petro y Francia Már-
quez a la Presidencia y Vicepresidencia de la República. En

7
ellos nos lleva de la mano desde el Frente Nacional, que nos
revela muchos más largo de lo que creíamos, hasta la victoria
electoral del Pacto Histórico, un hecho que adquiere dimen-
siones históricas trascendentales. El análisis del uribismo y
el paro nacional enmarcan su visión del momento.
El Centro de Pensamiento y Diálogo Político inicia con
este aporte a la cultura política colombiana, una nueva etapa
en materia de investigaciones y publicaciones. Confiamos en
que este primer paso sea el inicio de una larga marcha hacia
el conocimiento de nuestras realidades. Más que pregonar
e imponer una visión del mundo y el país, nuestro interés
apunta a despertar en los lectores el afán por pensar. Cree-
mos que las reflexiones del profesor Juan Guillermo contri-
buyen a eso.

Gabriel Ángel
Director Académico CEPDIPO

8
Dos palabras para empezar

A l calor de la campaña presidencial y bajo diversos pre-


textos fui elaborando estos textos, destinados (era la ilu-
sión) a ejercer alguna opinión a favor de la fórmula inédita
Petro- Francia. Fue el novelista y editor Alfonso Carvajal el
secreto instigador, en realidad, de estas páginas. El ambiente
caldeado, la atroz campaña sucia contra el Pacto Histórico y
la emergencia de un sujeto de la dimensión de Rodolfo Her-
nández (una especie de trastornado hitlercito bumangués) se
confabularon para dar rienda suelta a estas opiniones.
Con la victoria electoral de Gustavo Petro y Francia Már-
quez Colombia entra a una era sin precedentes históricos.
Los sueños aplazados por tantos años, mejor dicho, por tan-
tas décadas ignominiosas, se empezaron a cumplir a partir
de los resultados electorales del pasado 19 de junio. Colombia
salió a respaldar un proyecto de cambio profundo. Salieron
las juventudes decididas, las comunidades más lejanas y po-
bres del país, salieron estos más de once millones de votantes
para atajar a los herederos de los herederos de los herederos
del vasallaje colonial.
El anhelo de paz y de justicia social y cultural son la raíz
en que descansa ese cambio y la razón de este cúmulo de en-
sayos, conferencias y artículos de opinión. Hoy nos mueven la
fe en el futuro diferenciado de una Colombia tan lacerada y

9
Juan Guillermo Gómez García

la obligación de luchar organizadamente, en cada uno de sus


lugares, a que esto sea una utopía hecha realidad.

*****
Este pequeño volumen es la compilación azarosa de ensa-
yos académicos, conferencias y artículos de opinión hechos en
estos meses, apenas justados por razones de gentileza para el
público lector. Otros son inéditos, fantasmas que empezaron
a quedar en archivo virtual y se dan a luz pública por vez
primera. Hay inevitables reiteraciones, repeticiones discul-
pables. Me repito en ocasiones (vicio que ya Swift achacaba a
la edad), pero creo no repetir a otros.

JGGG
Medellín
25 de junio 2022

10
PRIMERA PARTE
Petro y la política colombiana
contemporánea1

L a campaña presidencial del candidato del Pacto Históri-


co, Gustavo Petro Urrego, quizá no tenga antecedentes
recientes y sus peripecias van a la par del tremendo destino
que de ello se pronostica. La llegada de Petro al poder marca-
ría un antes y después de la larga historia política colombia-
na, al menos desde la instauración del Frente Nacional largo
(1958-¿2002?). La llegada eventual de Petro al poder presi-
dencial sería un quiebre deseado, al menos en los papeles, de
aquello que pide y clama Colombia, tras los años agrios de
los dos periodos presidenciales, autoritarios y de derechas,
de Álvaro Uribe Vélez y sobre todo de esa versión decadente
de su deplorable pupilo, Iván Duque Márquez. No es poco lo
que se espera de Petro, tanto desde las izquierdas como des-
de las derechas. Del llamado centro no se sabe qué esperar,
pues este carece de ideas propias: todas son prestadas de un
magma indescifrable, lleno de ambivalencias oportunistas,
titubeos de cartilla e indecisiones de salón que es lo mismo
que no pensar. Estas figuras de museo de cera son sombras
hechizas, sonámbulos de profesión.
Son muchos los pasados para superar por el Pacto His-
tórico, porque son muchos los pasados que permanecen inal-

1 Este artículo corresponde al último capítulo del libro colectivo Las elecciones que
pueden cambiar la historia de Colombia (2022), Bogotá: Controversia Editorial.

13
Juan Guillermo Gómez García

terados durante décadas e incluso siglos. La presidencia de


Petro debe abrir un orificio a fondo, o mejor, debe penetrar
muchos pozos de nuestra nacionalidad que han quedado como
aguas estancadas, pútridas. Pozos que subyacen por debajo
de capas tectónicas, por ahora inamovibles, pero que amena-
zan con sacudir de muchos modos las capas subyacentes y de
perenne calma chicha. Son inexploradas y semiconscientes.
Una nacionalidad consiste en esa composición de diversos es-
tratos históricos, que sostienen, hasta cierto punto estable,
la superficie que semeja a un lago cristalino sin alteracio-
nes. Pero todos saben, y el último Paro Nacional es solo un
sacudón menor, que hay algo muy malo, muy turbio, muy
explosivo por debajo de esa deseada estabilidad institucional,
que hay algo muy grave y profundo que ocultan los medios de
comunicación y algo muy terrible que tratan de estrangular
las instituciones de control, la justicia y los órganos repre-
sivos militares y policivos. Esta represión o estos aparatos
de represión no bastan para ocultar la verdad de esos pozos,
la explosiva marejada que precisa una reconducción firme y
consciente, con apoyo de las masas conscientes institucional-
mente dirigidas, y no como hasta ahora, bajo el falso atajo de
una “huida hacia adelante”.

I. Petro y el Frente Nacional

La llegada de Petro al poder, como afirmamos, podría sig-


nificar un corte, largamente aplazado y muy deseado, de
las huellas hasta ahora indelebles del Frente Nacional, ese
pacto entre las élites liberal-conservadoras realizado al hilo
de unas conversaciones para echar abajo al general Gustavo
Rojas Pinilla, por la simple razón que ya no se comportaba
como el títere sumiso al que le habían prestado, a modo de
alquiler condicionado, la casa presidencial, mientras resol-

14
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

vían entre ellos las ciegas disputas políticas que había ori-
ginado la Violencia2. Rojas Pinilla venía como pacificador e
intermediario a dirimir esas disputas ciegas, que ponía en
entredicho no solo el régimen constitucional, sino sobre todo
el régimen político, los puestos y el sistema clientelar, que les
había quedado nuevamente libre tras el asesinato de Jorge
Eliécer Gaitán. Dicho de un modo más explícito, la presiden-
cia brutal de Laureano Gómez, que pregonaba una cruzada
franquista contra liberales, comunistas, masones, judíos (ha-
bía llegado a la Presidencia en 1950 porque los liberales no se
presentaron a elecciones debido a la falta absoluta de garan-
tías políticas), se había convertido en un dolor de cabeza para
todos, y solo un general con garra y simpatías podía culminar
buenamente lo que había empezado como una campaña de
terror desmesurada.
Todos los lectores de Gabriel García Márquez (entre los
cuales se encuentra Petro) han leído los relatos de terror par-
tidista de los fervorosos enviados de Laureano Gómez a las
lejanas provincias para arrasar a sus enemigos políticos libe-
rales y quedarse con sus propiedades en sentido colonial: ha-
ciendas, tiendas y mujeres. Sabemos también por la amplia
historiografía (que no cabe aquí resumir ni de modo somero)
que el régimen laureanista puso en manos de sus copartida-
rios miles de revólveres “Smith & Wesson del especial” (re-
mito solo al extraordinario libro de Mary Roldán A sangre y
fuego) para eliminar físicamente a los liberales y, por ende,
sospechosos de comunistas y, por ende, aliados de Stalin. El

2 Son ya clásicos La violencia en Colombia, de Germán Guzmán Campos, Orlando


Fals Borda y Eduardo Umaña Luna (2 tomos, Taurus, 2005). Violencia, conflicto
y política en Colombia, de Paul Oquist (IEC, 1978). Bandoleros, gamonales y
campesinos, de Gonzalo Sánchez y Donny Meertens (Aguilar, 2006). Colombia:
violencia y democracia, de Jaime Arocha (coord.) (CEV, 1995). A sangre y fuego:
la violencia en Antioquia, de Mary Roldán (ICAH, 2003).

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Juan Guillermo Gómez García

marco del fanatismo anticomunista de la Guerra Fría, que


había declarado Winston Churchill (el mismo gran manda-
tario que había llamado a su pueblo poco antes a defenderse
de los alemanes “con sudor, sangre y lágrimas”), fue inter-
pretado de forma evangélica por el dilecto discípulo de San
Ignacio. Colombia se convirtió en los años siguientes, como
escribió el historiador Eric Hobsbawn, “en el cementerio de
Suramérica”.
Rojas Pinilla, que había sido encaramado a la Presidencia
sin un tiro y por virtud del desconcierto ilímite del fanatismo
laureanista, pronto dejó de ser el mandadero de los libera-
les y conservadores que lo habían trepado a la Presidencia.
Insumiso, dio un giro hacia el populismo militarista domi-
nante de un Perón (que también era un amigazo de Franco)
y postuló sus propias metas de gobierno. Estas no eran tan
fanáticas como las de Laureano Gómez, pero en muchos pun-
tos algo más acordes con la sociedad de masas que reclamaba
un cambio o al menos un viraje, luego de la desaparición de
su ídolo de inconmensurable talla y nunca del todo llorado
como se lo merece, el Negro Gaitán. Rojas no era Gaitán, pero
tampoco era Laureano Gómez. Era un militar con sus ideas
prestadas, como ya se dijo, pero más acorde con los profun-
dos sentimientos sociales que exigía una sociedad que expe-
rimentaba dramáticas necesidades y operaciones culturales
muy profundas (su lema gubernamental fue el cacofónico
“Pueblo-Fuerzas Armadas”). La transición de millones de co-
lombianos del campo a la ciudad (un examen que inició entre
nosotros un Orlando Fals Borda con su libro Campesinos de
los Andes)3 fue decisiva en esas décadas: ya no se podía gober-

3 Para el conjunto de América Latina se tienen las obras de referencia Consider-


aciones sociológicas del desarrollo económico de América Latina, de José Me-
dina Echavarría (Hachette Solar, 1964), y Política y sociedad en una época de

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PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

nar del mismo modo que en el marco heredado de la cultura


semiseñorial dominante. Ya no eran los modales de los socios
del Jockey Club, como lo retrató autoirónicamente en esos
años uno de ellos, Alfonso López Michelsen, en su novela Los
elegidos (1953), los que persuadían a las masas urbanas y
los que seguían como antaño con sumisión borreguil. Se pre-
cisaba más que simples anacronismos semiseñoriales para
gobernar ahora a las masas, así sea que estas estuvieran
desorientadas nuevamente al desaparecer Gaitán. Rojas era
una figura de recambio, nada tonto, y su hija María Eugenia
Rojas podría ser al cabo una Evita en el corazón de los Andes.
Rojas Pinilla cayó sin muchos forcejeos (el 10 de mayo de
1957) no tanto por los actos de corrupción (¿quién en verdad
cae por esas “pequeñeces” del poder presidencial en Colom-
bia?), sino porque desafió políticamente a su modo a la oli-
garquía bipartidista, que se aprestó a restaurar sus derechos
hereditarios del poder político. Para las élites bipartidistas,
la Tercera Fuerza rojista les resultaba sencillamente intra-
gable. Se sumaron a ello los estúpidos y criminales asesina-
tos de estudiantes en las calles y de los espectadores en la
Plaza de Toros por chiflar a la hija del general. Pero, aunque
esas muertes eran “pequeñeces” comparadas con las sangrías
multitudinarias y los desplazamientos de que por millones
eran víctimas los colombianos del campo, cayó Rojas, como
había subido, por golpes de opinión de los de arriba, esta vez
no tan burdamente orquestado. A la dictadura de Rojas se
le marcó con un estigma indeleble, no sin antes rehacerse la
legitimidad histórica de la élite del poder tradicional.
La élite bipartidista reinventó, mejor dicho, sacó del cajón
de sastre de la vieja historia española (del canovismo propia-
transición: de la sociedad tradicional a la sociedad de masas, de Gino Germani
(Paidós, 1968).

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Juan Guillermo Gómez García

mente dicho)4, la figura de la alternancia política; inventó ma-


gistralmente, como dicen sus corifeos de ayer y hoy, el Frente
Nacional5. Este fue un pacto político entre las élites bipar-
tidistas, un acuerdo entre el caballero comendador Alberto
Lleras Camargo y el caballero comendador Laureano Gómez
para reconducir el curso de las aguas a su cauce natural o,
como dijo el caballero comendador Álvaro Gómez Hurtado,
hijo del caballero comendador expresidente, se trató “del sa-
grado derecho a la continuidad” (conferencia de septiembre
de 1957, recogida en La Universidad ante la nación). Tam-
poco esa grandilocuente expresión era propia, pues era una
expresión de júbilo con que saludó el filósofo José Ortega y
Gasset el triunfo de Franco sobre los republicanos. Así que el
Frente Nacional ya tenía legendarios y sólidos antecedentes
de la Madre Patria de la época alfonsina y hasta una filosofía
de la historia perennis (lo contrario de la filosofía de la histo-
ria ilustrada) en pleno siglo XX de Stalin y Hitler.
Romper el continuum del continuum del Frente Nacional
largo (pues no fue otra cosa el Frente Nacional que la restau-
ración de la vieja oligarquía política depurada) es una tarea
histórica del Pacto Histórico, en otros términos, su primera
tarea es cumplir un sueño aplazado (el sueño gaitanista) de
dar un rumbo a la política colombiana con un sacudón a fon-
do, que nunca Colombia, a diferencia de las otras democra-
cias latinoamericanas (como México, Venezuela, Argentina,
Bolivia, Chile, etc.)6, ha experimentado. Colombia precisa de-

4 Sobre Cánovas del Castillo, cfr. La España liberal (1868-1917). Política y sociedad,
de Manuel Suárez Cortina. (Editorial Síntesis, 2006).
5 Este júbilo histórico va de El Frente Nacional: su origen y desarrollo, de Camilo
Vázquez Carrizosa (Pro Patria, 1971), a ‘El origen del Frente Nacional y el gobi-
erno de la Junta Militar’, de Gabriel Silva Luján (NHC, Planeta, 1998).
6 La novela La región más trasparente, de Carlos Fuentes (1958), es un espejo
magnífico de esa honda remoción de las bases históricas del México del siglo XIX

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PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

jar atrás el Frente Nacional largo, sus vicios políticos clien-


telares, sus tradicionales capas dominantes (centralistas y
en la provincia), sus prácticas militaristas y autoritarias, sus
prejuicios sociales, sus malas mañas culturales inveteradas.

II. Petro y Gaitán

Petro puede proclamarse o aparecer como un heredero de


Jorge Eliécer Gaitán y en ello no solo hay un gesto de oportu-
nismo populista. En Petro se revive para muchos colombia-
nos del común la figura de Gaitán, de ese héroe que cayó un
mediodía abaleado en el centro de la capital el 9 de abril de
1948, y cuya muerte simboliza la desgracia popular de todo
un país. La vida, la presencia y la muerte de Gaitán todavía
laten en las capas semiprofundas de la nación colombiana, y
sus gestos, discursos, osadías y hasta equívocos ideológicos
son como un patrimonio inextinguible de la Colombia moder-
na, a cuyo patrimonio simbólico no pueden renunciar ni el
candidato Petro ni la estrategia política y electoral del Pacto
Histórico. Gaitán es símbolo de la nacionalidad colombiana,
no solo por su asesinato aleve, sino que su asesinato (hasta
hoy sus ejecutores intelectuales se mantienen en la más im-
penetrable penumbra) fue perpetrado contra un hombre del
pueblo que por sus virtudes personales, su trayectoria políti-
ca y su legado histórico ha desafiado a toda la clase política
tradicional, a sus oligarquías, que desde la Independencia

(del porfirismo), que dio un giro decisivo al siglo XX, y por lo cual explica la obra
de López Obrador hasta hoy. Ese déficit revolucionario es una insuperada tara
histórica de Colombia hasta hoy y ello explica, comparativamente, novelas como
Los elegidos, de López Michelsen (1953), o El día del odio, de Osorio Lizarazo
(1953), es decir, expresan simbólicamente una estructura social y política fósil y
sordamente polarizada. El Frente Nacional largo solo ha prolongado, al extremo,
esa situación.

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Juan Guillermo Gómez García

han monopolizado el poder casi sin excepción (salvo la figura


del general José María Melo)7.
Gaitán fue un enorme desafío para la oligarquía, es decir,
para las capas sociales y políticas altas que habían monopo-
lizado y abusado del poder, de los fuertes hilos y complejas
redes de parentesco, amistad, complicidad, negocios y tretas
que configuraron lo que Gaitán mismo llamó “el país político”.
El “país político” no era una categoría sociológica ennoblecida
por la sociología de las élites (un Gaetano Mosca o un Robert
Michels), pero era al menos una aproximación llamativa y
muy atractiva para la gente del común, que se veía atracada
por los privilegiados cada vez que salía a primera horas de la
mañana a la calle con hambre a trabajar, con el vestido raído
y la esperanza muerta, y regresaba con hambre a dormir tras
once horas de trabajo, con el mismo vestido raído y la espe-
ranza más que muerta. Esa era la gente que oía a Gaitán,
extasiada en las plazas públicas, que leía todo lo que se decía
de él en los diarios y en la radio, que observaba como ilusio-
nada esa trayectoria que tocaba con la punta de los dedos el
palacio presidencial.
7 Se ha querido decir que en Colombia la oligarquía es un fantasma, que es un
mito histórico. Lo contrario: se puede documentar esa persistencia de oligarquía
de la Colonia a la época de Gaitán. Lo que ha habido es pereza y cobardía de los
historiadores para documentar esa oscura, pero cierta tradición oligárquica. La
tesis de maestría de Juan David Restrepo Zapata, Élites políticas, espacios de
sociabilidad y redes de poder en el ámbito liberal, 1930-1945 (UNAL, 2021),
documenta ampliamente y traza la trayectoria de los miembros de la elevada
clase social, política y económica, que compartían orígenes familiares comunes
(casi siempre remitidos a funcionarios coloniales), educación elevada, dueños de
haciendas y negocios propios y nexos en clubes, periódicos, academias literarias,
etc. Este origen, nexos y redes de poder eran propios de Olaya Herrera, López
Pumarejo, Gabriel Turbay, Carlos Lozano y Lozano, Carlos Arango Vélez, Alfonso
Araújo Gaviria, Aníbal Badel Buelvas, Pedro María Carreño, entre otros muchos
más. Así que la denuncia de Gaitán de esa oligarquía o elites de poder tradicio-
nal, que monopolizaba el “país político”, no era un cuento de hadas tomado de
sus fantasías de plebeyo en ascenso.

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PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

Toda esa gente esperaba de Gaitán no solo vestimenta,


comida, casa, sino dignidad. Era la dignidad reivindicada de
un pueblo al que “nunca le toca” (título de la novela humo-
rística de Álvaro Salom Becerra). Nacido en el seno de una
familia humilde, que se había visto degradada en el proceso
de urbanización de Bogotá, Gaitán era el hijo de un vendedor
de libros de viejo y una maestra de escuela. Con sensatez, el
padre (figura severa como la del Periquillo sarniento) quería
para su hijo una profesión artesanal, mientras su madre, una
profesional, que fuera un “doctor”. Educado en el colegio libe-
ral Simón Araújo, ya desde muy temprano atrajo la atención
por su juicio y capacidades a las directivas (como no muy lejos
de allí los jesuitas también se admiraban de otro vástago del
pueblo, Laureno Gómez, que se sentaba en las aulas del San
Ignacio), y pronto saltó a la vida pública, al apoyar la campaña
del general Benjamín Herrera a la Presidencia. A diferencia
de Laureano, que estudió Ingeniería, Gaitán estudió Derecho,
se involucró en las lides partidistas (Laureano, por supuesto,
en el Partido Conservador) y los dos se destacaron como
grandes oradores en ciernes.
Culminado sus estudios en la Universidad Nacional (lo
que era una excepción para un niño de su modesta clase so-
cial), estudió en Italia una especialidad en el derecho penal,
bajo Enrique Ferri, quien había sido uno de los padres de la
criminalística positivista y ya adepto de Mussolini. Al regre-
so a Colombia, es nombrado parlamentario por Cundinamar-
ca (área campesina en que disputaba sus votos con el Partido
Comunista) y protagonizó su resonante denuncia por el cri-
men de las bananeras en 1929. Así, Gaitán estuvo en el cora-
zón del levantamiento obrero más resonante de los años 20,
al lado de los movimientos indígenas del Cauca, de los obre-
ros de la USO y de los campesinos de Juan de la Cruz Varela.

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Juan Guillermo Gómez García

Gaitán se retiró en 1933 del Partido Liberal para fundar la


Unir, acaso porque entiende que el liberalismo en el mundo
es una fuerza desfalleciente, pero retorna a él, luego de un es-
truendoso fracaso electoral, en el marco del Frente Popular,
una alianza entre liberales y comunistas para defenderse de
las amenazas nazi-fascistas.
Su paso por la alcaldía de Bogotá se recuerda no por sus
logros (por ejemplo, contratar al urbanista vienés Karl Brun-
ner para diseñar Teusaquillo, lugar que va a ser de su resi-
dencia), sino por su caída no menos estrepitosa por presión de
los taxistas de Bogotá. Los diez años siguientes lo van distan-
ciando cada vez más de los jerarcas del Partido Liberal, Ló-
pez Pumarejo y Santos, distanciamiento que termina en una
abierta disputa por la Presidencia en 1946. Derrotado por
Ospina Pérez, sin embargo, se hace dueño de las riendas del
Partido Liberal, en el entendido de la gran obra que esperaba
realizar. Sus denuncias contra la oligarquía y el amor de las
masas crecen de forma simultánea, y para nadie es un secre-
to que será el próximo presidente de Colombia. Tres balazos
disparados por un anónimo hombre de la calle, que fue des-
pedazado en seguida por la multitud y dio origen al Bogotazo,
acabaron con esa noble ambición y con el deseo vehemente de
una multitud que ese día ni los siguientes se supo detener.
Fue El día del odio, para recurrir a otro título de la mejor no-
vela que se ha escrito sobre el 9 de abril, escrita también por
uno de sus mejores biógrafos, José Antonio Osorio Lizarazo.
Tras la muerte de Gaitán y las muy confusas horas que
le siguieron, cuya apasionante crónica tenemos en ‘Mataron
a Gaitán’, de Herbert Braun, es difícil sacar algo en limpio,
aparte de que los primeros conatos de reconciliación entre el
presidente Ospina Pérez y los liberales pronto se rompen y
que es Laureano Gómez, en realidad, el beneficiario político

22
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

de ese asesinato, al ser coronado al año siguiente como el


peor presidente de la historia del país. Así, el considerado
enemigo más acérrimo de Gaitán (en realidad solo el contrin-
cante público más visible del Monstruo) obtuvo los dividendos
a su favor de una ilógica, cuyas intrincadas operaciones no
caben en una cabeza en que funcionen coherentemente dos
neuronas (hagan sinapsis, como nos lo diría Rodolfo Llinás).
Pero no hubo sinapsis, ni en ese momento, ni en los años
siguientes (misterio para Llinás).
Así que a la presidencia de Petro le corresponde no solo
elevar nuevamente a Gaitán en la dignidad política que le
cabe en la sufrida historia de Colombia, sino hacer la sinapsis
de esos vacíos históricos, de esos abruptos sobresaltos a los
vacíos y mortales giros. Ese misterio es otro de los pozos o
puntos ciegos de la nacionalidad colombiana contemporánea.
Un socavón tétrico que debe ser removido de su mudez, para
que nos expliquen a los colombianos del presente, a los mi-
llones de jóvenes que viven hacinados en barrios populares,
marginados en los pueblos y abandonados en las veredas, que
son los bisnietos, nietos e hijos de la violencia y los desplaza-
mientos de más de medio siglo, por qué no les han dicho nada
de ello, por qué no saben encontrar y hallar sus raíces más
profundas y dolorosas en ese trauma constitutivo de nuestra
Colombia de hoy. Porque son justamente las raíces más vivas
de nuestra época contemporánea, las raíces profundas y os-
curas del dolor que vemos en los rostros de nuestros bisabue-
los (cuando los vemos en las fotos desteñidas), de las abue-
las (que prefieren la mayoría callar) y de nuestros padres,
muchos de quienes ya olvidaron o quieren o precisan olvidar
esa cadena de sucesos, que quieran o no, hoy nos condenan,
no solo a estar en esta marginalidad ignominiosa, sino a no
tener memoria de ella. Esta especie de psicoanálisis social es

23
Juan Guillermo Gómez García

un deber, un trabajo arduo para Petro y el Pacto Histórico,


para rehacer la historia de rapacidad, odios, mendacidad, os-
curidad que nos persigue. Olvidar, decía Nietzsche, es preci-
so para seguir viviendo, pero no dijo olvidarlo todo, en todas
sus conjugaciones gramaticales.

III. Petro y Uribe Vélez

Petro ha sido la figura más controversial del papel histórico


de Uribe Vélez en el curso del ya agobiante siglo XXI. No fue
su complemento necesario, o la otra cara de la misma mo-
neda, sino el político necesario para contrarrestar el poder
omnímodo que le confirió la población colombiana, por una
suerte de malabarismo truculento, en sus dos periodos pre-
sidenciales. Petro no ha tenido, ni de lejos, los medios ni la
favorabilidad exquisita que encumbraron al exmandatario,
oriundo de Salgar, ni menos los astros se han alineado a su
favor por suerte del destino de la pequeña Colombia. Petro
no ha logrado torcer esa suerte advenediza, anidada en los
más bajos fondos de la sociedad patria, que se sintió amena-
zada y en peligro inminente por las guerrillas de las FARC.
Petro, a diferencia de Uribe Vélez, ha tenido que remar a
contracorriente, imponerse en mil adversidades propias del
oficio político y propias de un pasado que se identifica con la
guerrilla, con la subversión, con el socialismo y el castrocha-
vismo, todas chapas superinconvenientes para quien aspira
a la Presidencia de Colombia, luego de esa malhadada (exito-
sísima) contra las FARC, contra el superodiado secretariado
de las FARC.
Ni Piedad Córdoba, ni Carlos Gaviria, ni Iván Cepeda,
ni Robledo, ni Clara López Obregón, ni Claudia López (hoy
alcaldesa de Bogotá con certificado triple A de curso superior

24
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

de antiterrorismo y rompehuelgas), ni los juristas Rodrigo


Uprimny o Juan Carlos Henao, ni los periodistas Fernando
Garavito o Daniel Coronell (el sensacionalista ‘Matarife’ es
solo un subproducto tardío de la campaña antiuribista), ni
las mismas madres de Soacha (que denunciaron con tanta
dignidad y valor los falsos positivos), ni los comediantes Tola
y Maruja, lograron concitar una atención y un interés más
decidido como Petro en los debates públicos contra la figura
del popular y ultraderechista mandatario Uribe Vélez. Nin-
guna de ellos por separado y quizá todos juntos pudieron ha-
cer más mella o trataron de socavar la legitimidad de las an-
danzas presidenciales, de sus vínculos con los paramilitares,
de la red de corrupción y el tejido de mentiras, blasfemias
y persecuciones que lograron, al fin, abrir un boquete en la
“política de seguridad democrática”. Hoy, incluso, sigue sien-
do un misterio la razón por la que la Corte Constitucional se
atravesó en las ambiciones del tercer periodo presidencial.
Como suele suceder en estos casos, nada tiene que ver con
una decisión en derecho. Lo cierto es que, de un momento a
otro, Uribe Vélez se quedó sin su segunda reelección, con la
manos atadas para aspirar nuevamente a la Presidencia en
cuerpo propio, y de este modo tuvo que escoger entre sus más
cercanos adeptos el peor, el más mediocre y, en el fondo, el
más malvado, para que lo representara para el periodo presi-
dencial que hoy toca un ocaso oscuro y malévolo.
Petro logró, quizá sin exagerar, lo que los otros no logra-
ron ni han podido conseguir, a saber, mantenerse con una
tenacidad pública casi inalterable en su férrea oposición
antiuribista, pese a las vicisitudes, persecuciones y mar de
insultos en que se trató de opacar su imagen y liquidar su
carrera a la Presidencia. Por eso Petro se presenta hoy, en el
2022, como el candidato presidencial más sólido, que puntea

25
Juan Guillermo Gómez García

hace meses las encuestas sin que nadie le llegue al tobillo,


rompiendo todos los pronósticos adversos (que son además
los deseos de la mayoría de quienes hablan en los medios de
comunicación sobre ello: de la W a Blue Radio, de Semana a
RCN), y sin dejarse tentar por un triunfalismo precipitado,
para no caer en lo que la sociología mertoniana llama “la pro-
fecía autocumplida”. Porque la virtud descansa en no bajar
la guardia, en saber que el enemigo político, el uribismo pa-
rapetado en mil oscuros rincones, lo esperan para darle en la
mula, para hacerle la zancadilla evangélica, en una lucha sin
cuartel, feroz, cargada de mendacidad y odios pagados. Des-
pués de todo fue y ha sido Petro el Intruso al establishment.
El Indeseable de El Nogal.
Petro debió enfrentar y confrontar, y ahora debe derrotar
al fin en las urnas, a Uribe Vélez, el mandatario con mayor
popularidad del Frente Nacional largo y su último exponen-
te, con todos los vicios clientelares y las políticas antidemo-
cráticas abiertamente aplaudidas, aun por quienes se ven
defraudados por ellas. Porque Uribe Vélez no solo gozó de
una luna de miel por obra de la persecución de las FARC,
sino que esa luna de miel, pese a estar agriada desde hace
años, se rehace de sus descalabros y sigue manteniendo un
apoyo al alza, aun en el entendido que ya carece del fervor
que encumbró su figura a las grandes ligas de la reacción
de la política continental. Porque Uribe Vélez logró conjugar
una ecuación afortunada, que equiparaba la derrota de las
FARC con el mesianismo personalista del exgobernador de
Antioquia. Su figura, casi ignorada de la opinión pública, im-
plosionó desde las entrañas de la incertidumbre y el miedo,
en un instante muy preciso de la campaña de ese año 2002, a
saber, el instante fatídico en que, con titubeos, Horacio Serpa
(que llevaba con mucho la cabeza de las preferencias en los

26
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

votantes) se atrevió a decir exactamente lo que no se querían


oír en ninguna de sus conjugaciones: continuar el proceso de
paz con las FARC, luego del “chasco” de las conversaciones de
paz del Caguán. En adelante, quizá hasta hoy, fue la guerra,
no la paz, la consigna que deseaba escuchar el pasajero del
transporte público, harto de tanto diálogo estéril y promesa
de treguas incumplidas.
Chasco o fracaso, esta ruptura gravitó y aún sigue gravi-
tando en una opinión, incluso culta y de izquierda, que con-
tinúa insistiendo que este fue un momento de inflexión del
prestigio de las FARC y que se precisa poner en un contexto
histórico comprensivo de las razones que llevaron a este es-
tado de incertidumbre, incertidumbre que fue capitalizada a
favor de la reacción colombiana. En este sentido, la batalla
por las versiones o relatos de la guerra fue desfavorable a
los propósitos políticos de las FARC, a cuya incomprensión
podríamos atribuir, en gran medida, los fracasos en las urnas
luego del Acuerdo de Paz.
En adelante, la opinión pública colombiana se ocupa con
demasiado exceso de la carrera| de éxitos y de triunfos (rea-
les o simulados) de la “política de seguridad democrática”.
Hasta un académico de Oxford (sin duda el menos relevante),
el profesor Malcolm Deas, la calificó como el proyecto político
más promisorio de América Latina para el siglo XXI, que sal-
vó a Colombia de una catástrofe comunista. Tras la voz au-
torizada del académico inglés se escondía el temor y animad-
versión contra otra carrera continental, a saber, el proyecto
de Hugo Chávez Frías, es decir, contra la consolidación del
llamado “socialismo del siglo XXI”. Así que, solapadamente,
la “política de seguridad democrática” era una réplica decidi-
da y oportuna contra el proyecto chavista, que hacía furor no
solo en Venezuela, sino que empezaba a tener grandes reper-

27
Juan Guillermo Gómez García

cusiones en todo el continente. Este éxito de Chávez fue tam-


bién la clave del éxito de Uribe Vélez y sin el que no puede lle-
gar a entenderse el “uribismo” de ninguna manera (como no
se podría entender el nazismo sin la revolución bolchevique).
No fue solo una lucha nacional contra la FARC la clave de
Uribe Vélez, sino una lucha frontal contra un modelo inusita-
damente innovador, a saber, hacer una revolución socialista
con la Constitución en la mano, a la sombra del Libertador8.
Chávez había recabado las bases de la nacionalidad cultural
de Venezuela, hurgado en el subsuelo y sacado no solo pe-
tróleo, sino a Bolívar, a Ezequiel Zamora, a Maisant, como
tres raíces de vigorosa savia para su proyecto nacionalista
antiyanqui. Chávez lograba así la combinación de elementos
novedosos, escuchados por la izquierda del mundo como una
audacia genial (quizá se puedan rastrear solo algunos de es-
tos elementos de un socialismo autóctono no leninista en el
peruano José Carlos Mariátegui en los años 20, o en Julius
Nyerere, de Tanzania, en los años 60).
Nuestro mandatario, por el contrario, produjo una reac-
ción simplificada, una consigna eficaz de capataz: “Cortar la
cabeza ponzoñosa de la guerrilla”, y hablar en toda ocasión
al tiempo del peligro chavista. Así Uribe Vélez dio en la tecla
de un nacionalismo empobrecido y regresivo. De modo pues
que Uribe Vélez no necesitó pensar mucho, ni precisó diseñar
un programa muy novedoso, como lo afirmó Deas, sino sim-
plemente reaccionar al son de los tambores de guerra de la
opinión pública colombiana contra las FARC y la amenaza a
la estabilidad de la región, bajo el dominio de la OEA. Pero
en Uribe Vélez hubo algo más: un factor personal, una herida

8 La trayectoria de la iridiscente osadía ideológica de Chávez se puede leer en La


Carta de Jamaica 200 años después, de Juan Guillermo Gómez García (Ediciones
B, 2015).

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PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

familiar que deseaba vengar. Asimiló su dolor personal con


el dolor de las miles de víctimas de las guerrillas. Reaccionó,
pues, oportunamente, con un ocasionalismo de feria ganade-
ra, de un modo persistente, terco, empecinado y furioso, con
la herida de su padre asesinado (esto parece también hacer
parte del mitologema) a manos de los subversivos farianos.
Pero asesinado o no el padre de Uribe Vélez por los “fa-
cinerosos narcotraficantes” de las FARC, lo cierto es que la
lucha contra estas fue su símbolo de lucha, su razón última
de existir, su nota de orgullo de Pecos Bill. Era un guerrero
el caballista paisa, con figura menuda, que vociferaba más
que hablaba, que se le oía repetir “la FAR”, con un acento
inconfundible (y estudiado), que contó, para sus éxitos, con
la asesoría militar, logística y mediática del Plan Colombia9.
Sus operaciones (que le dieron el lustre propagandístico), el
Plan Patriota contra el Mono Jojoy (que solo fue abatido
en el 2010 en la Operación Sodoma) y la Operación Orión,
en la Comuna Trece de Medellín, marcaron la ruta político-
militar de sus ochos años en la Casa de Nariño. Todos los
colombianos veían con un pasmo en su televisor cómo el ge-
neral Mario Montoya en vivo cargaba costalados de dinero
en fajos para repartir, cual Pablo Escobar revisited, a los
pandilleros que se acercaban a cobrar parte del botín por
su complicidad en esta masacre contra la población civil.
¡Nada que llenó de mayor entusiasmo al corazón grande de
los colombianos!
Contra esta monstruosidad, que apenas están desentra-
ñando la JEP y la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad,

9 Acaso sea un registro inolvidable (ya olvidado, no obstante), cuando en un pro-


grama de History Channel fue consagrado Uribe Vélez como ‘El Gran Colombia-
no’ (junio del 2013), por encima de Bolívar, Gaitán y García Márquez. Dirigió el
programa el historiador Eduardo Domínguez.

29
Juan Guillermo Gómez García

luego de años de silencio institucional y oficioso (de universi-


dades, jueces, tribunales internacionales, Comunidad Euro-
pea, iglesias), Petro representó un papel trascendental. Trató
de ir a las entrañas de esta cruzada uribista y encontrar que
tras ella estaban las huellas de Pablo Escobar, de los carteles
de la droga y el ascenso del paramilitarismo (con el merce-
nario israelí Yair Klein a la cabeza)10. Uribe Vélez no luchó
con valentía como un Quijote solitario, sin respaldo de sus
Sancho Panzas paramilitares. Con Uribe Vélez, heredero de
Escobar y Carlos Castaño, Colombia disfrutó los encantos del
infierno, un Walpurgis colombiano, los excesos de violencia y
revanchismo social indiscriminados. En esa noche agria (que
no ha concluido del todo), se confundieron y alteraron los sig-
nos de dos asuntos en realidad contradictorios. Al tratar de
detener la acción de las FARC, de su furia marxista-leninista
en armas, se dio aliento a una restauración reaccionaria, a
la furia paramilitar. En la práctica fue una sola operación,
aunque no era en esencia la misma.
El motivo que llevaba a la lucha anti-FARC podría muy
bien aprovecharse para escoger el camino de la restauración
de los principios de la democracia y los derechos humanos
de la Constitución del 91. Uribe Vélez hizo incompatible la
lucha antisubversiva con la Constitución. Prefirió una salida
brutal a la lucha frontal, no deseó humanizar esa lucha sino
mancharla con odios y lágrimas. Uribe Vélez no implantó un
nuevo orden, sino impuso una reacción con todos sus viejos
vicios: fortaleció la clase señorial dominante territorial de dé-

10 García Márquez había escrito un artículo, que no se divulgó en Colombia, so-


bre esa presencia paramilitar, que tuvo su origen más directo con Turbay Ayala
(nuestro Pinochet con corbatín) y que publicó, lo recuerdo (pues lo leí en el avión
de Madrid a Düsseldorf esa primavera de 1989), en El País de España. Al mismo
tiempo yo lloraba desgarrado en mis manos con El general en su laberinto.

30
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

cadas, alentó el sistema corrupto-clientelar (con dineros del


narcotráfico), que fue la sombra protectora de esa élite degra-
dada, y dio rienda suelta a la brutalidad paramilitar-militar-
policiaca que siempre los había acompañado. La tradicional
inviolabilidad de la propiedad privada, consagrada por el Có-
digo Civil, fue reforzada por la expansión de la gran propiedad
agraria y las licencias de explotación a empresas extrajeras
de la riqueza del subsuelo nacional. Detener una revolución
(aun la leninista) no es necesariamente instaurar una contra-
rrevolución. Toda contrarrevolución es ilegítima. Como fue la
fascista, como fue la nazi, como lo fueron las dictaduras del
Cono Sur. Como fue la “política de seguridad democrática”.
Nunca sospechó que la subversión era enemiga de esas lacras
históricas y que se la podía combatir, con las ideas, la mente y
el corazón, con un ideario liberal-humanista. 
Cuando en esa lucha Uribe Vélez predicó la persecución
del “enemigo” malo, fueron muchos los “buenos” colombianos
que pagaron por esa sed de venganza. Primero, el enemigo
fueron las FARC, luego, la subversión, luego, las izquierdas,
luego, el chavismo, luego, los que no están conmigo, luego, los
que no son furibundos partidarios uribistas. En esa selectiva
operación de exterminio, fracasaron la democracia, la ley y el
orden constitucional. Pues al cabo, los defensores de la Cons-
titución y las leyes y los principios liberales fueron al igual
declarados enemigos a muerte de Uribe Vélez. Se los asimiló
a las FARC, se justificó todo contra ese heterogéneo y cada
vez más difuso campo a cielo abierto de “enemigos”. Fue la
nube negra que ensombreció a millones por un tiempo exce-
sivamente dilatado. Salvar una democracia liberal-burguesa
se tradujo en una operación reaccionaria en toda regla. Su
resultado fue adverso a lo que predicaba, a saber, imponer un
régimen dictatorial personalista, una antidemocracia. Y, al

31
Juan Guillermo Gómez García

cabo, ¿no fueron el Estado de derecho colombiano y el orden


jurídico internacional los que lograron sentar a la mesa a las
FARC y firmar con el secretariado (previa consulta con sus
bases) el Acuerdo de Paz? ¿Se necesitaba tanta descomunal
sevicia, sin excedente de moral, para lograr por los medios
consagrados lo que se deseaba a toda costa por la improbable
fuerza providencial? ¿En qué punto de nuestra historia del
siglo XXI se confundió el excedente moral de la Constitución
con el desaforado personalismo mezquino?

IV. Petro y Petro

Gustavo Petro Urrego (nacido en 1959) escribió, como parte


de su campaña presidencial, sus memorias (éxito en ventas),
Una vida, muchas vidas (Editorial Planeta). El libro, de 340
páginas, escrito con llaneza y hasta en un tono familiar (con
ráfagas de confesiones sentimentales), resulta una radiogra-
fía de una existencia de un colombiano hecho a pulso, al calor
de la agitada y tortuosa historia social y política del país en los
siglos XX y XXI. Petro parece ser ese hijo del pueblo anónimo,
casi destinado a pasar de agache, criado en la hostil y muy
conservadora ciudad de Zipaquirá, estudiante, como García
Márquez, de una institución lasallista, a la que califica en va-
rias ocasiones de “franquista”. Hijo de una clase media baja
o popular, como Gaitán, Petro también conoció el barrio Las
Cruces, y allí empezó a descifrar el denso andamiaje social y
cultural de un país semibarroco, con esas distancias sociales
odiosas, pesadas, que como cruz irredenta lleva a cuestas y
en forma resignada la mayoría de la población. A Petro, como
a García Márquez, lo marcó la pobreza, la discriminación, la
soledad de esa naturaleza paramuna, triste, que sabe discri-
minar a los ricos de los pobres, a los poderosos de las clases
que jamás van a decidir su destino secular.

32
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

Petro se presenta (pues lo es) en su libro como el hijo


de una clase social anónima, al que solo pudieron redimir
la inteligencia, el tesón en los estudios, la terquedad de sa-
lir adelante gracias a sus calificaciones sobresalientes (por
mérito propio en un sistema educacional tan ambiguo y dis-
criminatorio), sus primeros compromisos en la lucha política
barrial en el grupo Bolívar 83, sus estudios de economía en
la Universidad Externado de Colombia. Pero fue su salto al
vacío al comprometerse con el M-19 y su larga permanencia
en esa guerrilla (de tan resonante popularidad) el factor de-
terminante de su existencia política. La guerrilla del M-19,
que Petro insiste en llamar Ejército, de cuño bolivariano, le
confiere, pues, su seña de identidad, la dura escuela determi-
nante en su ya larga vida pública.
Más que sus acciones de organización, articulación y com-
bate, Petro subraya o cree subrayar como especial su papel
en el proceso de paz que celebra el M-19 en las montañas del
Cauca. Su papel lo ve como determinante en un momento
decisivo y tal vez inusitado: poder persuadir a Carlos Pizarro,
quien estaba empeñado en proseguir la guerra, aliado a Ja-
cobo Arenas (conformaban la Coordinadora Nacional Guerri-
llera con el ELN y el EPL), a dar el paso hacia a la paz. Petro
marca, según su testimonio, la diferencia en ese momento
en que Pizarro, de temple guerrerista, accede a la propuesta
de Rafael Pardo de negociar por separado. Es decir, Petro se
siente pieza clave en el cambio de postura de Pizarro, al des-
vincularse de los compromisos con las FARC y negociar con
el gobierno de Virgilio Barco, firma que se logró concretar en
la Ciudadela de Paz, vereda de Santo Domingo, en Toribío,
Cauca (el 10 de enero de 1989). Petro quiere resaltar así su
papel nada secundario, acaso para contrarrestar la versión
casi oficial de ese proceso dada por Eduardo Pizarro en cam-

33
Juan Guillermo Gómez García

biar el futuro: Historia de los procesos de paz en Colombia


(1981-2016. Debate, 2017), en que no se lo menciona ni en
las solapas.
En sus memorias, Petro se explaya en los sucesos tras
el proceso de paz, en su semiexilio como funcionario diplo-
mático en Bélgica, en sus estudios en medio ambiente en la
Universidad de Lovaina, en su papel como congresista, en su
tarea turbulenta como alcalde de Bogotá, en su última cam-
paña presidencial, en la que, contra todo pronóstico, llegó a la
segunda vuelta y sacó una votación histórica en la izquierda
colombiana de 7.500.000 votos y triplicó así la votación de
Carlos Gaviria como candidato del Polo Democrático contra
Uribe Vélez, en el 2006. Pero no solo las memorias de Petro
ofrecen la trayectoria de una vida de sacrificios y adversida-
des de toda índole (que debería sopesarse en profundidad his-
tórica y calidad intelectual con ese legado de la presidencia
de Juan Manuel Santos La batalla por la paz, es decir, de un
hijo de los privilegios heredados y los tapetes rojos a su paso
de oligarca con estrella), sino expone su programa de gobier-
no, traza, pues, los puntos neurálgicos de su plan de desarro-
llo social, económico y político como presidente 2022-2026.
En su libro, Petro no promete socialismo. No promete ser
continuador de Chávez, ni de Maduro, ni de Castro, como lo
predican falazmente y a sabiendas de sus mentiras Uribe
Vélez y Duque. Como lo predican falazmente y a sabiendas
Fajardo, Gaviria, Peñalosa y todos los demás candidatos pre-
sidenciales. Petro, en Una vida, muchas vidas, en realidad,
no promete nada, no es un especulador de ilusiones, no solo
porque sabe que el margen de acción de su gobierno va a es-
tar condicionado por el desastre social, económico y político
del gobierno de Duque, o porque astutamente desea tran-
quilizar los mercados internacionales y nacionales, o porque

34
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

trata así de mitigar la imagen negra que de él ha construido


el uribismo y sus adláteres, sino por razones que podemos
calificar de honestidad política. Petro solo quiere predicar con
su vida, tal como nos la ofrece en estas páginas, como dijimos
de fácil lectura y sin pretensiones intelectuales más allá de
las del promedio de un universitario colombiano (que en rea-
lidad no es exigente), con su vida, su acción pública, con sus
conocimientos y experiencia adquiridos a pulso y hoy por hoy
nada improvisados.
Así que Petro no promete ni un socialismo ni paraísos ar-
tificiales en su libro de memorias. Son sus páginas como la
otra cara de la moneda que lo ha caracterizado; se muestra
con una modestia sopesada, que no solo no reconocerán sus
enemigos políticos, sino que acaso no seducirá a sus segui-
dores más fieles. Dicho de otro modo, el Petro de Una vida,
muchas vidas se expone en un perfil que no le es el más re-
conocible y familiar, a saber, el del debate parlamentario in-
contenible, el contrincante público que deja sin respuesta a
los impotentes periodistas, el soberbio administrador público
que parece sabérselas todas y actúa en consonancia. No es un
perfil humano, como se suele decir, pues estos también son
atributos humanos, pero en estas páginas autobiográficas
más cercano quizá a la gente.
Petro no promete socialismo ni se rige por una doctrina
social, o económica o política trillada o probada. Expone su
credo por sus acciones, en especial en la alcaldía de Bogotá,
pese a que esta sufrió grandes reveses (como el fracaso del
proyecto del metro subterráneo, que Santos hundió). Más que
por sus resonantes debates contra el paramilitarismo, Petro
prefiere ser recordado porque su figura de futuro presidente
se adivine tras un teatro de sombras chino. Estas sombras
semivisibles las expone en sus políticas sociales y medioam-

35
Juan Guillermo Gómez García

bientales de la Bogotá Humana. La política humana, ver-


daderamente humana de su alcaldía, con los pobres, con los
indigentes del Cartucho, con las prostitutas (ecos válidos del
populismo rojista y la teología de la liberación), es uno de los
resortes más potentes de sus propuestas, para amplificarlas
a toda la nación. Asimismo, su política medioambiental, la
protección de las aguas en medio del dramático e inminente
cambio climático, que aplicó en Bogotá, es extremadamen-
te llamativa. Su propuesta para sustituir la explotación de
hidrocarburos y materiales fósiles (esto lo enfatiza para di-
ferenciarse del modelo extractivista que no logró superar
chavismo-madurismo) es oportuna, una exigencia mundial
inaplazable y quizá muy problemática. Todo estará en el
cómo y con qué.
Para diferenciar el modelo de país de Petro del “castro-
chavismo” del que se le acusa, también es importante resaltar
su propuesta agraria. En ella se procura crear las condiciones
para que exista una soberanía alimentaria, y no depender de
las importaciones, como sucede en Venezuela, víctima de la
llamada enfermedad holandesa.
Como exguerrillero del M-19, Petro solo tiene duros re-
proches contra las FARC y no reconoce (lo que es signo o de
oportunismo político o de convicción personal, con efectos
similares) la importancia del Acuerdo de Paz como un pa-
trimonio político insoslayable. Soslaya en estas páginas sus
contenidos y la importancia trascendental de esos Acuerdos,
tan maltratados por las derechas y el Centro de la Desespe-
ranza (por el mismo Humberto de la Calle, que fue uno de
sus gestores), para el Pacto Histórico. Petro reprocha a las
FARC (por sus nexos con el narcotráfico y por el dogmatismo
doctrinario leninista, que le granjearon tantos odios en las
comunidades rurales), pero no reconoce el paso trascendental

36
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

que dieron, casi inimaginable para una guerrilla, de origen


justamente leninista, al sentarse a la mesa, a dialogar por
años y terminar por firmar unos Acuerdos de esa naturaleza
sin antecedentes históricos. Al evadir, en sus memorias, un
análisis de los contenidos del Acuerdo de Paz, en particular
de la Reforma Rural Integral, la Reforma Política y la Justi-
cia Transicional, y, sobre todo, al no hacer una denuncia ex-
presa de los ataques abiertos e incumplimientos del gobierno
Duque a los mismos, incurre en una omisión clamorosa, una
omisión impolítica.
En este punto, Petro parece carecer de grandeza, de vi-
sión histórica trascendental. Porque el Acuerdo de Paz no es
obra solo de Santos, del secretariado de las extintas FARC,
sino que son unos acuerdos a los que llegó, en realidad, el
pueblo colombiano para el pueblo colombiano, sin importar
el fracaso del plebiscito11. No solo pese sino tras el fracasado
referendo se lograron imponer sin vuelta atrás los Acuerdos
de La Habana-Teatro Colón, y por ello, por esas y muchas ra-
zones más que saben el mismo Petro, su equipo más cercano
y los millones de votantes por el cambio del Pacto Histórico,
se debe reorientar esa postura, que parece no estar muy muy
muy lejos de la agresiva y oportunista y malévola postura del
actual mandatario. Del exguerrillero Petro, del memorialis-
ta Petro, que se reclama como una pieza imprescindible, en
el momento exacto en el lugar exacto, en la concertación del
proceso de paz entre Pizarro y Rafael Pardo (como ventrílo-
cuo de una voz iluminada inspiradora de la elocuencia que
facilitó el primer acuerdo de paz con las guerrillas e incluso

11 Solo las imbecilidades mediáticas del gerente de la campaña por el No, Juan
Carlos Vélez, al revelar públicamente y con candidez sin antecedentes la trama
de fake news (calumnias, canalladas, infamias a borbotones) lograron salvar en
parte del naufragio total el Titanic-Acuerdos, en días de pavorosa incertidumbre.

37
Juan Guillermo Gómez García

el mismo que redactó el documento madre, que reza ‘Convo-


camos a todos los grupos alzados en armas y a toda la Nación
a aportar de manera definida sus esfuerzos para el logro de
la paz...’)12, se espera como presidente que dé pasos conse-
cuentes para lograr, luego de décadas, la paz completa, la paz
generosa, la paz para el futuro sin más.

12 Una vida, muchas vidas. Pág. 158. Petro a su altura presidencial, no puede des-
conocer en sus juicios anti-FARC documentos de gran trascendencia como las
cartas y diarios de Manuel Malandar Vélez y Jacobo Arenas, Un pueblo en resis-
tencia, ni menos Cese al fuego de Jacobo Arenas, precedido por una filosofía de
la historia de la revolución colombiana del siglo XX.

38
Paro Nacional: para la juventud todas
las formas de liderazgo tradicional
están agotadas13

I. Sobre la revolución cultural de la nación


colombiana14

El pasado Paro Nacional, que nos brindó la ocasión de obser-


var y admirar el despliegue de una nueva manera de lucha
callejera, la Primera Línea (gracias a su performance siglo
XXI y a su mismo errático ideario de resistencia juvenil),
también nos entreabrió una perspectiva, si no inédita, lo su-
ficientemente significativa, que debe dar lugar a un debate
presidencial. Se tumbaron estatuas como un modo de protes-
ta, pero se refutaron también las huellas de una nacionalidad
cultural anacrónica y extraviada en los papeles oficiales. Las
víctimas más sonadas fueron las estatuas de los victimarios
de las poblaciones indígenas durante la conquista española.
La caída de la estatua de Gonzalo Jiménez de Quesada en el
centro de Bogotá, al frente del Colegio Nuestra Señora del

13 Este artículo corresponde a una reescritura del capítulo “Sobre el Paro Nacio-
nal y la educación en Colombia”, del libro colectivo ¿Por qué estalló Colombia?
(2021), Bogotá: Controversia Editorial.
14 Sobre la formación político-cultural de las naciones europeas, cabe citar de Otto
Bauer La cuestión de las nacionalidades y la social democracia (Akal, 2020), de
Anthony D. Smith Nacionalismo y modernidad (Istmo, 2000), de Helmut Berding
Nationales Bewusstsein und kollektive Identität (Suhrkamp, 1994) y, quizá el más
divulgado entre nosotros, de Benedict Anderson Comunidades imaginadas: re-
flexiones sobre el origen de la difusión del nacionalismo (FCE, 2016).

39
Juan Guillermo Gómez García

Rosario, por oleadas de manifestantes15, y la de Sebastián


de Belalcázar (fundador de Quito y nombrado adelantado y
propietario vitalicio de Popayán en 1540), en Cali, por los in-
dígenas misaks, se convirtieron en noticia nacional, o, como
se dice ahora, en tendencia, en las semanas siguientes, en
todos los medios y las redes sociales. Así pues, que una rei-
vindicación histórica centenaria, que tenía que ver con la dis-
cusión sobre la nacionalidad multicultural sofocada, emergía
en medio de un paro convocado semanas atrás, muy conven-
cionalmente por las centrales obreras: quería retomar el hilo
perdido de quinientos años de soledad.
En efecto, el Paro Nacional no fue solo una manifestación
multitudinaria, que desbordó en mucho las anteriores expre-
siones del descontento del país (quizá la más significativa
y tenaz del Frente Nacional largo), sino un clamor desde lo
más hondo de los desclasados, sobreexplotados, hambrientos
y sin empleo ni expectativas, que veían de frente su situación
miserable, pero no renunciaban a refundar las bases de una
nacionalidad en su laberinto más amargo. Colombia se hacía
consciente en esas marchas estruendosas y alegres de que
la había engañado este presidente, los anteriores, el Frente
Nacional (para los que tienen conciencia de ello), las oligar-
quías, como decía Gaitán, desde la Independencia hasta hoy.
Allí había una intuición profunda, no desacertada (pues es
guiada por multitudes rebeldes y en procura generosa de una
mejor patria grande), de que se requería mucho más de un
próximo presidente, de una nueva clase dirigente, del papel
de los de abajo en los planes, programas y sueños de gobier-
no municipal, departamental, nacional. Querían e intuían las
15 Esta estatua reubicada hace unos años, había sido donada por Francisco Franco a
Laureano Gómez en el proyecto imperialista restaurativo de la hispanidad en los
años cincuenta. Por ello lo que se echó abajo fue, más bien, la pertinaz tarea del
franquismo criollo de persistir en modelar la nación bajo los cánones coloniales.

40
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

multitudes en marcha más reclamos en profundidad, y es esto


lo que debe traducirse en planes, no solo económicos y sociales
(que aquí se dictan desde hace décadas, desde Carlos Lleras
Restrepo, al menos, por la banca multilateral), sino en sueños
colectivos de escala inédita y osadía colectiva liberadora.
Ya no bastaba para los protestantes que Duque cayera,
ni que el Ministro de Hacienda cayera, por mediocres y co-
rruptos, por haber defraudado a la nación. Se quería rehacer
un lenguaje colectivo, un abecé de la historia nacional, de
la Independencia hasta el presente, de hacer locuaz en esas
voces callejeras (a las que quiso acallar al demoler, en un
solo fin de semana, el Monumento a los Héroes, en la Auto-
pista con 80, esta aventajada del neofranquismo que es la ac-
tual alcaldesa) la nueva gramática y la nueva semiótica, que
tradujeran ese nuevo evangelio de la ciudadanía del común.
Pero el Monumento a los Héroes del pasado, con la figura de
Bolívar, y el Monumento a los Héroes de hoy siguen en pie
en el imaginario de los manifestantes actuales y de mañana.
Este Monumento y los que se erigirán pronto siguen en pie
en una línea de continuidad imaginada, que se rehace des-
de los pozos ocultos y vivos de la nación: en el palenquero
Benkos Biohó, en Agualongo, en José María Melo, en Uribe
Uribe, en Juan de la Cruz Varela, en María Cano, en Quintín
Lame, en Torres Giraldo, en Gaitán, en Camilo Torres… y
mil más, en un multifacético tapiz nacional, que se rehace y
se revive en cada una de las luchas obreras, sindicales, cam-
pesinas, indígenas, barriales, estudiantiles, de la comunidad
LGBT, cuyas lecciones de vida, esperanza, paz y justicia no
figuran ni en los registros documentales de la Academia de
Historia, ni en el Archivo General de la Nación (hoy el Museo
de la Desmemoria se encarga de rematar a las víctimas del
conflicto desapareciendo archivos enteros), ni cuyo lenguaje

41
Juan Guillermo Gómez García

en rebeldía han recogido ni el Caro y Cuervo ni la Academia


de la Lengua, ni la misma universidad, apertrechada en un
facilismo apoltronado16. Sus figuras y luchas son malinter-
pretadas, acalladas, estranguladas por las instituciones, de
la Constitución al Q’hubo.
Hoy Colombia requiere un diálogo nacional abierto, mul-
ticultural, diverso, en cada rincón de nuestra geografía y en
cada momento que la precedió; hacerse consciente, gracias a
esas voces silenciadas, que precisan un nuevo lenguaje, unas
nuevas formas de gobernar y, sobre todo, de hablar, escu-
char, danzar, interpelar, saber silenciar a tiempo17. Aquí y
ahora los mudos van a hablar, los paralíticos (mentales), a
caminar, correr, dar la vuelta al mundo de sus ideas, de sus
frustraciones, de ese desentierro de taras, temores, inhibicio-

16 Acaso la imagen más notable del arribismo acomodaticio de la universidad co-


lombiana lo ejemplifica la compra de sofás italianos, escandalosamente costo-
sos, para el despacho rectoral de la Universidad Nacional en el 2012, por Ignacio
Mantilla Prada.
17 Una institución que podría asumir, coordinar y orientar esta inmensa y prioritaria
tarea sería un Archivo Literario de la Nación (ALN), que, a diferencia del Archivo
General de la Nación (AGN), se encargara de la recolección, ordenamiento, en
orden temporal y regional, de los autores y obras individuales o colectivas de la
poesía, la literatura en general, la ciencia, las artes, incluida la producción cien-
tífica, filosófica, ensayística, además de su divulgación, promoción y publicación
sistemática. Su modelo podría ser el Deutsches Literaturarchiv (Marbach, Ale-
mania) y estaría articulado a los Ministerios de Cultura, Educación y de las TIC.
Este Archivo tendría como primera tarea repatriar el archivo de García Márquez,
vendido por sus hijos a la Austin Texas University, entre otros dispersos por el
mundo. Su centro sería la lengua o lenguas, en lo que ello implica para la con-
solidación de una cultura nacional. “Si no hay acuerdo en el uso de la lengua,
entonces lo que se dice no es lo que se quiere decir; si lo que se dice no es lo
que se quiere decir, entonces no se pueden realizar las obras; si las obras no se
realizan, entonces no progresan la moral y el arte; si la moral y el arte no progre-
san, entonces tampoco progresa la justicia; si la justicia no se cumple, entonces
la nación no sabe dónde tiene que poner sus manos y sus pies. Por consiguiente,
¡no se puede aceptar arbitrariedad en el uso de la lengua! Y esto es lo más im-
portante” (Confucio).

42
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

nes, para exponerlos, sin tapujos y cortapisas, en la mesa, en


el patio, en la esquina, en la clase, en la plaza pública, en los
medios y redes sociales. Una epifanía, se podría pensar; sí,
una epifanía de carne, hueso y sangre de millones y millones.

II. Todas las formas de liderazgo en Colombia


están agotadas

Todas las formas de liderazgo tradicional en Colombia, para


la juventud en rebeldía, están agotadas. Se ha venido repi-
tiendo con insistencia, y ya de modo cliché, que los jóvenes
descreen de todas las instituciones políticas, de las eleccio-
nes, de los parlamentarios y en general de lo político. Hasta
lo dijo en una ocasión solemne, que quedó en el olvido, el pre-
precandidato presidencial Juan Carlos Echeverri (exministro
de hacienda y exgerente de Ecopetrol), con la intención, se
podría entrever, para que los jóvenes descreídos y profunda-
mente escépticos no salgan a votar el próximo año las pre-
sidenciales a favor de la democracia que usufructúan los de
siempre. Así que también este aserto de la desilusión de los
jóvenes por las instituciones políticas tiene su más y su me-
nos. Pero sí, hay una gran crisis por decepción y rabia de la
juventud que clama por un nuevo sistema político y una nue-
va sociedad y no solo exige una nueva cara en la presidencia.
También se ha insistido que el paro está asociado a la
grave crisis económica, al empobrecimiento brutal de milla-
res y millares de jóvenes que han experimentado en forma
adversa el sistema monopolista y acaparador de la economía
nacional, con efecto del empobrecimiento y desempleo sin
precedentes, particularmente en la juventud de las grandes
ciudades. Estos hijos y nietos de los desplazados de las vio-
lencias saben ya lo que es un ministro de Hacienda funesto.

43
Juan Guillermo Gómez García

Este empobrecimiento y desarraigo, según se ha documen-


tado, fueron devastadores en Cali, foco del estallido de esta
primea fase del paro. Solo en un año, se duplicaron la pobre-
za y vulnerabilidad extrema en la juventud en la capital del
Valle: de 450.000 jóvenes a más de 900.000. Si se agrega que
(siguiendo al exministro pre-pre-candidato presidencial) que
la reforma fiscal de Carrasquilla estaba destinada a sustraer
el 52% de los ahorros de la clase media para mitigar el hueco
de las finanzas públicas, en verdad fue poco y tímido lo que
vimos en las calles los anteriores meses.
La juventud no identifica la crisis del parlamentarismo
con la necesidad de rehacer la Constitución de 1991 ni las
protestas buscan solo tumbar a Duque. Tampoco confían con
que caiga la inútil y no menos perversa Vicepresidenta, ni
el inútil y no menos perverso ministro de defensa ni este u
otro ministro de hacienda, porque sabe que estas son figura
de recambio del mismo rancio ajedrez político. La crisis es
más profunda. Es una crisis cultural, una crisis socio-cultu-
ral más propiamente dicho. Crisis de la institución familiar
(patriarcalismo), de las iglesias (dogmatismo), del sistema
escolar y educativo (¿estudiar para qué y para quién?), crisis
múltiple que carcome los valores más decisivos de la acción
social y la decisión política, que no logra integrarlos (estos
sistemas e instituciones) en un todo funcional y articularlos
con un grado de cohesión eficaz en beneficio de la paz, la li-
bertad y la solidaridad de la nación.

III. Y en nuestras calles ¿qué de la educación?

Durante los meses de abril a junio del 2021, en un fenómeno


sin precedentes, largas marchas nutridas de jóvenes y multi-
tudes incontables colmaron, en todo el país, calles, avenidas,
plazas, parques. El eco se hizo sentir en veredas y sitios aban-

44
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

donados de la geografía nacional, como un solo grito de pro-


testa incontenible. Las redes sociales atendieron a un llama-
do por una ciudadanía alterna y desde abajo que se conmovía
día y noche al hilo de imágenes, sonidos y voces múltiples y
multitudinarias. La autoridad de Iván Duque parecía desmo-
ronarse desde adentro, sin sostén, de modo que de ella quedó
apenas una borrosa imagen de la institución presidencial. En
las calles el clamor contra la violencia oficial y sobre todo con-
tra un estado insostenible de ignominia y abandono no daba
tregua. En los días anteriores al Paro convocado para el 26 de
abril, el gobierno y los medios de comunicación se encargaron
de sembrar un manto de temor entre la población, acudien-
do al vacío expediente de la pandemia y el posible contagio
masivo que iban a desatar las manifestaciones. Hasta un Tri-
bunal Superior “hizo el oso”, al declarar antilegal la salida al
día siguiente a marchar por razones de salud pública. Nada
de esto bastó para que ya en la madrugada se empezaran a
ver millares y millares en las calles y que, al día siguiente,
espantados, millones se chocaran contra las escenas de terror
de la represión oficial en la azotada ciudad de Cali.
Policías atrincherados apuntando y disparando a la po-
blación inerme, a grupos de jóvenes y estudiantes, se convir-
tieron en imágenes que se transmitían y retransmitían, por
los medios digitales alternativos, sin poder las autoridades
tapar con un dedo las masacres y violaciones de los derechos
humanos en una medida que hasta el día de hoy no ha sido
esclarecida. Detenciones arbitrarias, desapariciones forzo-
sas, agentes secretos camuflados de francotiradores y grupos
paramilitares fueron el modus operandi regular (modus ope-
randi esquizoide de guerra fría), de modo que una Comisión
de Derechos Humanos de la OEA, en un acto que no se co-
nocía desde los macabros años de Julio César Turbay Ayala

45
Juan Guillermo Gómez García

(nuestro Pinochet con corbatín), se vio obligada a hacer re-


clamos y advertencias sobre estas flagrantes violaciones a los
manifestantes y en general a la población más joven y pobre
del país.
En medio de ello surgió un fenómeno novedoso e inespe-
rado, la primera línea. Esta emergió en las grandes ciudades,
con contenidos y expresiones similares, pero diferenciadas
unas de otras. Con atuendos y consignas inéditos, las juven-
tudes de la primera línea irrumpieron en la opinión pública,
como una eclosión desde el fondo de la sociedad marginal,
desde los barrios donde poco antes los mataban igual, sin
que nadie se enterara, para decir no solo “aquí estamos” sino
tenemos mucho porqué pelear. Desde esas voces anónimas,
que delataban un origen social plebeyo (e incluso “delincuen-
cial”), se escuchaba sus consignas que eran originales y otras
aprendidas del medio ambiente en resistencia. La primera
línea se puso al lado de los demás grupos, de sindicalistas,
obreros, estudiantes, desocupados, partidos de izquierda,
profesores del magisterio, rebeldes de todos los pelambres po-
líticos. Fue un fenómeno político, social y sobre todo cultural
novedoso, llamativo, distintivo. La primera línea (o primeras
líneas) es ostensiblemente visible, desafiante, acaso estram-
bótica. Estigmatizada y violentada por la fuerza pública, por
los medios de comunicación, por el empresariado en bloque se
ganó la simpatía de los marchantes, de una opinión pública
subalterna y que se rehacía al hilo de su epopeya citadina.
La novedad también retomaba las consignas y propósitos
aplazados desde los paros anteriores, desde el 2011 al 2018.
La MANE contra Santos, reiteremos, había logrado aclima-
tar una propuesta a favor de la gratuidad de las universida-
des públicas, y el paro de finales del 2018, que hizo despertar
a Duque de su luna de miel presidencial, tocaba la raíz de

46
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

los problemas inaplazable de la educación superior colom-


biana. El clímax se produjo en las discusiones sobre el déficit
acumulado de las universidades públicas por décadas. Estas
exigencias se reciclaron, si cabe el símil, en el paro último y
“Matrícula Cero” fue le desiderátum que condensaba todo
este malestar acumulado.
“Matrícula Cero”, parece resumir ese ideal de cambio
educativo de esta movilización inédita, según el reconocido
investigador Alejandro Álvarez18. La “Matrícula Cero” con-
traía un ideal o, más bien, el sentido implícito de una obliga-
ción social y estatal que había sido aplazada por irresponsa-
bilidad a favor de status quo. La exigencia de gratuidad en la
universidad era menos un sentimiento de revancha que un
impulso propio de una democratización de los bienes cultu-
rales y educativos rezagados por décadas. Ante el derrumbe
en la confianza y credibilidad de las instituciones sociales,
familia, autoridad escolar, policiaca, religiosa, política y la
repulsa a los medios de comunicación del gran capital, pare-
cía abrirse una ventana de luz de esperanza en esa consigna
de la “Matrícula Cero”: educarse se presenta como una sali-
da a la asfixia y el sentimiento de “no futuro” (esto vale como
desesperanza distópica) para los marchantes, para la prime-
ra línea. Bajo este lema o slogan, se ponía de presente que
las fuentes de cohesión e integración social o nacional (no
conformista o evasiva), se encuentran obturados. La desin-
tegración moral y el vacío emocional a la orden del día. Este
lema es pues un principio esperanza, una salida a la esqui-
zofasia generalizada, ese síntoma del estado esquizofrénico
dominante y que nos recuerda la nítida frase de Lacan al
describir este fenómeno: “Pero hay que asombrar al mundo

18 Autor de Ciencias sociales, escuela y nación (EAE; Saarbrücken, 2011), entrevis-


tado para esta reseña.

47
Juan Guillermo Gómez García

para ser el cargador maldito de barbanela y de sin cama se


hace toñate”.
En la simpleza de la consigna o del deseo entrevisto de
un mejor mañana de “Matrícula Cero”, está la fortaleza sim-
plificada de una dialéctica de la negatividad: la negación del
estado de constante vejamen de la condición humana y vio-
lación de hecho de todos los derechos fundamentales que se
experimentan a diario en sus barrios, en su existencia mar-
ginal y sórdida. “Matrícula Cero” parece responder, de tajo
y sin ambigüedades, a la irresponsabilidad histórica de un
Estado clientelista y una sociedad de estructura clasista-ra-
cista (que velan solo por el mantenimiento de sus privilegios
políticos y sus prejuicios sociales dogmáticos y demagógicos
anti-democráticos), los pone en tela de juicio. El argumento
de que “Matrícula Cero” es un imposible fiscal y de que choca
contra el régimen legal ya estatuido hace décadas (la Ley 715
de 1992) es comprensible y realista, pero es un argumento no
solo simple sino en realidad falaz. “Matrícula Cero” parece
una abstracta manera de ver el asunto educativo, una inge-
nua petición desproporcionada en sus exigencias inmediatas,
como lo fueron las consignas resonantes de 1789: “libertad,
igualdad y fraternidad”, tan ahistóricas como pudieron ser
juzgadas (por conservadores como Edmund Burke o De Mais-
tre), pero que dieron aliento a una fe por la marcha en ascen-
so de la humanidad, por la dignidad del género humano.
“Matrícula Cero” hace un eco insólito y a la vez oportuno
a una reflexión escrita hace treinta y cinco años, inspirada
por la Reforma de Córdoba19, y que dice así: “El respeto a

19 El historiador argentino José Luis Romero, en su discurso “Universidad y demo-


cracia” (1946), resalta: “Fue la Reforma Universitaria del año ’18 la que infundió
a la Universidad el ímpetu renovador que la arrancó de su culpable indiferencia
frente a los problemas del país. Desde entonces, ningún auténtico universitario

48
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

la autonomía universitaria y a la libertad de enseñanza son


las primera condiciones para esbozar un ‘sistema educativo’
adecuado a la tarea y función de la Universidad en una so-
ciedad democrática, es decir, un sistema educativo que ponga
el acento no en el lucro, sino en la preparación eficiente –no
en la producción de cartones– de los diversos profesionales
que requiere la sociedad. Este sistema educativo no será po-
sible mientras la sociedad y las instituciones que la rigen no
abandonen los supuestos dogmáticos de sus concepciones de
una vida social y cultural, mientras se conciba a la univer-
sidad y a los colegios que preparan al ingreso a ella como
Clubs o ‘tierra de misiones’ –o como las dos cosas a la vez.
Tan solo entonces cabrá hablar de una relación entre la Uni-
versidad [en general de un sistema educativo] y la sociedad,
y tan solo entonces será oportuno proyectar una Universidad
eficaz, con ethos universitario, en la que los estudiantes y los
profesores colaboren y diriman entre sí las inevitables dis-
cordias de toda agrupación social, en la que no solamente se
produzca efectivamente ciencia, sino que dé ejemplo de paz,
solidaridad social y libertad”20.
Solo acaso de este modo podamos hacernos más y más
dueños de nuestro destino histórico-cultural, de superar o
mitigar los hondos, perversos y lacerantes prejuicios social-
raciales-patriarcales (madre de todos los crímenes y vicios)
y ganar así en “paz, solidaridad y libertad”, en palabras del
gran maestro americano Gutiérrez Girardot.

pudo creer que cumplía sus deberes —la totalidad de sus deberes— si se mante-
nía al margen de las inquietudes sociales y políticas que conmovían a la nación.
Acaso algunos siguieron creyéndolo por algún tiempo. Pero, poco a poco fue
despertando su conciencia política, y el número de los convencidos de la trascen-
dental misión de la Universidad en la vida pública ha crecido como para permitir
esta unanimidad que ha revelado en las duras jornadas de los últimos tiempos”.
20 Argumentos 14/17. “Universidad y Sociedad”. Bogotá, 1986. Rafael Gutiérrez Gi-
rardot. Pág. 74.

49
Juan Guillermo Gómez García

“Matrícula Cero” es un clamor inquebrantable por una


Nueva Colombia.

IV. Un país convulsionado

Volvamos sobre el asunto. Todas las formas de liderazgo


tradicional en Colombia, para la juventud en rebeldía, es-
tán agotadas. Se ha venido repitiendo con insistencia, y ya
a modo de cliché, que los jóvenes descreen de todas las insti-
tuciones políticas, sociales y culturales que han heredado y
que desean dar un salto de tigre hacia adelante contra todo
y contra todos. Los jóvenes (que son todos los que todavía
asumen y toman en serio y con responsabilidad su destino
como ciudadanos) desconfían de todo: ante todo del ambiente
político viciado, del clientelismo electoral a cielo abierto, de
la coerción que viven en los comicios, en que pagan favores y
compran y venden el votico, de los parlamentarios, del pre-
sidente y sus ministros, de los alcaldes y gobernadores y en
general de las instituciones públicas.
Los jóvenes en general no saben la significación histórica
ni han leído la Constitución del 1991 y no recaban en ella los
posibles derechos inalienables que como ciudadanos puedan
demandar, a favor de sus libertades públicas (por esto luchó
el gran jurista Carlos Gaviria). Estos comprenden, por ejem-
plo, el poder meter su cacho de marihuana sin que lo jodan
los tombos, disponer como mujer de su derecho a abortar,
bajo seguridad hospitalaria (y no temer ser acusada por el
medico sapo que la denuncia ante la fiscalía), besarse hombre
con hombre y mujer con mujeres en calles y colegios sin que
les hagan bullyng, y decidir sobre su posible eutanasia o la
de los suyos, con la misma razón que le asiste el derecho de
respirar a pulmón propio.

50
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

Quizá la manifestación más reciente de esa desilusión por


la significación de la vida democrática del país y la descon-
fianza en las instituciones públicas, que son la resistencia
contra este deplorable mandato presidencial, es el resultado
catastrófico de la contienda para los Consejos municipales
de Juventud, que tuvo lugar en diciembre pasado. Resulta
un fiel reflejo la participación de los jóvenes para estos cuer-
pos deliberativos de representación popular. De los más de
doce millones de posibles participantes, de 14 a 28 años que
estipula la ley estatutaria (o sea de rango constitucional),
solo depositaron su voto un millón doscientos mil, y de ellos
casi trescientos mil fueron anulados. Así que el resultado es
que apenas un ocho por ciento de los jóvenes depositaron su
papeleta de votación, casi la mayoría alentados por los más
anacrónicos y corruptos partidos tradicionales en Colombia,
a saber, el Partido Liberal, el Conservador, la U, Cambio Ra-
dical y Centro Democrático.
Ese descreimiento no es reciente y los jóvenes profunda-
mente escépticos de la vida de la nación colombiana no son de
generación espontánea. La gran crisis por decepción y rabia
de la juventud, que clama por un nuevo sistema político y una
nueva sociedad, viene desde hace décadas y quizá esa decep-
ción acumulada la podemos relacionar con el llamado Frente
Nacional (1958), que fue un pacto entre las oligarquías libe-
ral-conservadoras, en cuya cabeza estuvieron Alberto Lleras
Camargo y Laureano Gómez, para cerrar el breve ciclo del
régimen militar de Gustavo Rojas Pinilla, y así asegurarse
un continuismo de los mismos con las mismas a perpetuidad.
Así, pues, que el descontento público contra las oligarquías
de los mismos con las mismas, es un asunto de larga dura-
ción, cuyos cambios han sido solo de matices discursivos (de
liberalismo pro-Alianza para el Progreso al neoliberalismo

51
Juan Guillermo Gómez García

gavirista), caras recién afeitadas (como la del monaguillo de


Salgar) y retoques de emergencia (Plan Colombia).
También se ha insistido en que ese decepción multitu-
dinaria y plebeya, cuya última expresión fue el épico Paro
Nacional del año pasado, está asociado a la grave crisis eco-
nómica, al empobrecimiento brutal de millares y millares de
jóvenes que han experimentado en forma adversa el sistema
monopolista y acaparador de la economía nacional, con un
efecto en el empobrecimiento y el desempleo sin precedentes,
particularmente en la juventud de las grandes ciudades. Es-
tos hijos y nietos de los desplazados de las violencias saben
ya lo que es un ministro de Hacienda funesto. Este empo-
brecimiento y desarraigo, según se ha documentado, fueron
devastadores en Cali, foco del estallido de esta primea fase
del paro. Solo en un año, se duplicaron la pobreza y la vulne-
rabilidad extrema entre la juventud de la capital del Valle: de
450.000 jóvenes a más de 900.000. Si se agrega que (siguien-
do al exministro pre-precandidato presidencial) la reforma
fiscal de Carrasquilla estaba destinada a sustraer el 52 por
ciento de los ahorros de la clase media para mitigar el hueco
de las finanzas públicas, en verdad fue poco y tímido lo que
vimos en las calles los anteriores meses. Estos desastres so-
ciales se acumulan de modo exponencial, el riesgo de un co-
lapso por hambruna, se agudiza con la escalada de los precios
de la canasta familiar, dramático; la escasez de alimentos y
las alarmas de que sigan subiendo inconteniblemente, es no-
ticia de todos los días sin que se haga nada (medidas de shock
inmediatas) para no comprometer el empeño del régimen de
Casa de Nariño en su desesperada carrera para garantizar al
candidato presidencial que “diga Uribe”.
Hace unos años el sociólogo francés Alain Tourain diag-
nosticó esta crisis cultural como resultado de una globaliza-

52
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

ción de hondas raíces. Llegó a hablar de una sociedad pos-in-


dustrial sustituida por los capitales especulativos financieros
a gran escala, que vacían de contenido aquello que había sido
propio de las sociedades occidentales caracterizadas por la
lucha de clases. Tras la crisis del 2012 se abría un enorme
foso sin fondo ni orillas. La alusión a esta crisis europea, solo
sirve de pivote o de referente, solo para advertir que la crisis
colombiana está asociada a la desvergonzada (impúdica) acu-
mulación de capitales financieros en nuestro país, sin haber
consolidado un verdadero capitalismo industrial. Esto quizá
pueda explicar el tipo de lucha de clases tan asimétrica que
experimentó la sociedad colombiana, desde los años veinte
hasta los setenta (cuando se inició la masacre del sindicalis-
mo) y que hoy se expresa esa lucha no por agentes de clase
identificados sino por sujetos muy diversos y heterogéneos.
Este tipo de situación hace muy rica, difusa y creativa la
emergencia callejera, las marchas multicolores que, en for-
mas puntuales y episódicas, no nos han defraudado. Del todo.
Las marchas de la MANE, del año 2011, con su “partici-
pación incidente, deliberativa y altamente cualificada”, su-
peró la visión convencional de las luchas estudiantiles y ade-
lantó una agenda para la universidad pública, la educación
nacional y el destino de la nación. El verdadero “conejo” del
gobierno de turno de Juan Manuel Santos, de posponer la
reforma sustancial, se contrajo en sustituir a la ministra de
educación mala (maría Fernanda Campo) por otra peor (Gina
Parody), quien impuso, con vaselina el programa “Ser Pilo
Paga”. Las marchas no menos multitudinarias del 10 de oc-
tubre al 16 de diciembre del 2018 contra el presidente Duque,
organizadas por el Frente Amplio por la defensa de la Educa-
ción Pública, rebosaron con una alegría y diversidad sin pre-
cedentes las calles, las avenidas, los parques de las grandes

53
Juan Guillermo Gómez García

ciudades colombianas. Todos los estamentos universitarios


se pasearon en esa ocasión: hasta vi alguna vez al exrector
de la Universidad de Antioquia, Alberto Uribe Correa, hacer
gala de democracia participativa en unos de esas gloriosas
jornadas. El detonante fue el déficit acumulado por deudas e
infraestructura de la universidad pública (15 billones) que no
estuvo contemplado en el presupuesto de ese año.
Del Paro Nacional, que ya cumple un año de haberse ge-
nerado, pero que lo sentimos en nuestra conciencia como si
fuera ayer y deseamos muchos que se prosiga, con su vigor
renovado mañana. En este Paro hubo de todo, fue una oleada
de incontenible fuerza telúrica social, nacida de la represión
social de la pandemia y expresión libre desafiante a todos los
peligros colaterales.

V. Sobre la primera línea

Pero resumamos. Durante los meses de abril a junio del 2021,


en un fenómeno sin precedentes, largas marchas nutridas de
jóvenes y multitudes incontables colmaron, en todo el país,
calles, avenidas, plazas, parques. El llamado al Paro no podía
ser más convencional como inusualmente inconvincente: un
anuncio radial de una central sindical, cuyo nombre no rela-
cionaba la ciudadanía en general con un festival democráti-
co de tal envergadura. Pero ese eco semi-oscuro, que venía
como las canciones de la Voz de Colombia (como de los años
setenta) se hizo sentir en veredas y sitios abandonados de
la geografía nacional, traducido en un solo grito de protesta
incontenible. Las redes sociales atendieron a un llamado por
una ciudadanía alterna y desde abajo, que se conmovía día y
noche al hilo de imágenes, sonidos y voces múltiples y multi-
tudinarias.

54
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

Fue la primera línea la que puso un tono diferencial al


descontento; ilustró jovial y valientemente, con su rabia y su
performance callejero, la crisis profunda de la nación colom-
biana y de su sistema educativo, en todos sus niveles y moda-
lidades, y dejó en el aire de esta tormenta la sensación de la
vaciedad de todos los contenidos educativos y sus pedagogías
desiertas, mientras el profesorado universitario, aletargado
en sus presupuestos cómodos (burocráticos y, por tanto, au-
toritarios), ha resultado ser el último de la fila. Estos gladia-
dores callejeros de primera fila, se batieron con la osadía y
autoridad que solo les confería la categoría de la indignación
de los desadaptados, que como nuevos Saint-Just revividos
(ese gran revolucionario en cuya primera actuación pública
demandó cortar la cabeza al rey Luis XVI), sentían arder la
sangre contra un presidente que condenaban como un traidor
de los colombianos, un enemigo extranjero, un asesino que
había hecho un daño inmenso a la nación. Para él no había
piedad, para él ni para sus cómplices, estuvieran dónde es-
tuvieran.
De ese espíritu de ira vindicativa, surgió un fenómeno no-
vedoso e inesperado: la primera línea. Esta emergió en las
grandes ciudades, con contenidos y expresiones similares,
pero diferenciadas unas de otras. Con atuendos y consig-
nas inéditos, las juventudes de la primera línea irrumpieron
en la opinión pública como una eclosión desde el fondo de
la sociedad marginal, desde los barrios donde poco antes los
mataban igual, sin que nadie se enterara, para decir no solo
“aquí estamos”, sino tenemos mucho por qué pelear. Desde
esas voces anónimas, que delataban un origen social plebeyo
(e, incluso, delictivo), se escuchaban sus consignas, que eran
originales y otras aprendidas del medio ambiente en resis-
tencia. La primera línea se puso al lado de los demás grupos,

55
Juan Guillermo Gómez García

de sindicalistas, obreros, estudiantes, desocupados, partidos


de izquierda, profesores del magisterio, rebeldes de todos los
pelambres políticos. Fue un fenómeno político, social y, sobre
todo, cultural, novedoso, llamativo, distintivo.

VI. Sobre la crisis de la juventud contemporánea

Hay algo indoblegable en cada uno de nosotros. Es como la


huella de nuestra identidad y hacemos de ello, en cada oca-
sión, frente a nuestros padres, madres, amigos, amigas, no-
vios o novias, maestros, profesores, líderes barriales y capos
de esquina (los alias Fico), un ser diferente. Único. Hay una
exigencia de superación en cada momento crítico de nuestra
juventud, que no es solo un momento de transición de la exis-
tencia sino el espacio de tiempo en que decidimos conscien-
temente sobre nuestro destino secular. El momento trascen-
dente bajo las tensiones entre el simple vivir y la conciencia
de no traicionarnos a nosotros como un ser intransferible.
Esa experiencia interior de tensiones internas de la ju-
ventud en encrucijada podemos advertirla, como un síntoma
de nuestra época de psicosis de fin de mundo, en Las tribula-
ciones del estudiante Törless (1906) del escritor austriaco Ro-
bert Musil. Esta pequeña obra maestra describe el ambiente
psico-social de brutales crueldades y aberraciones sexuales
alucinatorias de los jóvenes cadetes de una escuela militar
(Musil fue internado en la escuela militar de Eisenstadt), que
anticipa visionariamente los campos de concentración nazis.
La gran civilización europea, que va a ser devorada poco des-
pués por las dos Guerras mundiales, parece encontrar en los
muros de esta institución educativo-militar (destinada a las
altas clases sociales del Imperio austro-húngaro) una réplica
en escala micro de un infierno moral.

56
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

En ella se concentran todos los vicios abiertos y sobre


todo simulados, desde la indulgencia paternal hasta la tortu-
ra psico-física, que tienen, en la figura del andrógino Basini,
la ocasión para descargar toda la neurosis, el odio y el auto-
odio, como síntoma patológico de época. La degradación a la
que Reitling y Beineberg someten al Basini, por su supuesta
indignidad (había robado a un interno para pagar una deuda
a otro interno), parece no tener techo. En la oscura y lóbre-
ga buhardilla de la gran edificación escolar, el cadete Basini,
mitad hombre y mitad hembra, es sojuzgado, convertido en
un esclavo a placer por sus compañeros. Este es invitado, en
las noches de placer obseso, a desnudarse y leer “… en voz
alta libros de historia: de Roma y de sus emperadores, de
los Borgia, de Timur Chan”. Luego se le reprendía por sus
faltas morales como pecador, se le obligaba a tirarse desnu-
do al piso, y se le mandaba a que ladrara, indicándole con
detalle cómo hacerlo. Primero casi en forma inaudible, como
un perro que se despierta. En otras ocasiones a que gruñera
como un cerdo, pues en la convicción budista de Beineberg,
Basini, había sido en otra vida este animal, y se lo repetía con
tal encanto para convencerse de la situación de superar esa
alimaña que llevaba adentro. Era pinchado, además con una
aguja, pero no para enterrársela del todo, sino con cauta dosi-
ficación para observar qué reacciones manifestaba el cuerpo
del desgraciado-salvado.
El estudiante Törless descubre, por su parte, una sensua-
lidad secreta en Basini, de quien se deja seducir, bajo “… un
aliento cálido, enloquecedor, una suave y voluptuosa coque-
tería”. A esa experiencia iniciática homosexual se sigue en
un proceso de madurez que se precipita en el juzgamiento
público del tránsfuga torturado Basini, que es condenado por
indigno del Instituto educativo. La honradez con que asume

57
Juan Guillermo Gómez García

la defensa de su compañero víctima está cargada de toda una


ambivalencia insuperable en el instante en que debe sobrepo-
nerse a toda autoridad. Es el instante de liberación de Töre-
less de la morbosa figura de Basini, de la idiotez malévola
de Reitlin y Beineberg, del Instituto y sus autoridades ini-
cuas, de la excesiva protección paternal/maternal. Estas son
las cargas culturales tradicionales que se debatían en su ser
joven que solo logran ser superadas por virtud de una cons-
ciencia dispuesta a no dejarse rebajar hasta el fango de una
existencia sin valores. La degradación del ambiente institu-
cional (hasta llega a soñar una noche con Kant para guiar su
conciencia: nuestro modelo regional es la madre Laura) cons-
tituye la ocasión de la resistencia del joven que logra abrirse
paso con una decisión heroica cognitiva. Lo expresa así: “Sí,
hay pensamientos vivos y pensamientos muertos. El pensa-
miento que se mueve en la superficie de nuestro ser y que en
cualquier momento puede referirse al hilo de la causalidad,
no tiene por qué ser vivo. Un pensamiento que se nos da de
esa manera es algo indiferente, impersonal, como un hombre
que marcha en una columna de soldados. Un pensamiento...,
que acaso ya desde mucho tiempo atrás se nos metió en el ce-
rebro, llegará a ser un pensamiento vivo sólo en el momento
en que lo anime algo que ya no es pensamiento, algo que ya
no es lógico, de manera tal que sentimos su verdad más allá
de toda justificación intelectual, como un ancla que desgarra
carne viva, sangrante... Un elevado conocimiento está sólo
a medias en el círculo luminoso del intelecto; la otra mitad
tiene sus raíces en el oscuro suelo de lo más recóndito; de
suerte que un gran conocimiento es ante todo un estado de
ánimo y sólo en su punta más exterior está el pensamiento,
como una flor”.

*****

58
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

La relación que tenemos con ese pasado inmediato, como


adolescente que nos abocamos a decisiones no menos extre-
mas que el joven Törless, es la de la estimación de una época
conclusa. Solo de ese modo daríamos el salto del tigre como
acción decidida. Una especie de juicio final al Frente nacio-
nal largo en que dejamos atrás sus horrores, sus padecimien-
tos, las múltiples cargas negativas, no sin ser severamente
juzgados sus actores principales. Una justicia conveniente-
mente practicada sobre una actualidad decidida y sin falsas
indulgencias. Un correctivo planteado a un pasado que se ha
prolongado innecesariamente (muy innecesariamente) en el
tiempo, en que la historia no solo se practica como una cien-
cia universitaria (lo presupone) sino como una rememoración
colectiva, que exige mucho más de cada uno de nosotros.
Solo los jóvenes (en el sentido que hemos hablado, no
solo como grupo etario), solo estos jóvenes decididos darán la
vuelta a esta continua ruleta rusa, que contiene en el carga-
dor seis proyectiles mortales. Humillación, hambre, desem-
pleo, desesperanza, indignidad y esclavismo. Tenemos ante
sí no solo una elección presidencial, la posibilidad de ver unos
rostros más humanos que nos gobiernen, sino enviar por vez
primera en nuestras existencias la nueva gramática de la
lengua del poder. Solo en ese gesto de rebeldía incendiaria
podrá forjarse ese vocabulario renovado, cuyos signos se irán
rehaciendo al cabo para no dejar que los muertos sigan en-
terrando a los muertos, en su mudez sin memoria, sino los
vivos nos llenos de valor y motivos inéditos. Nada que no sea
imposible.

59
La paz: prioridad humana21

La pregunta planteada sobre las condiciones del Acuer-


do de Paz, un acuerdo ampliado y definitivo con los diver-
sos grupos armados que enfrentan al Estado colombiano
hace décadas, resulta alarmantemente actual. Parece que
la pregunta desea desplazar los acentos, no propiamente de
los procedimientos, sino también en miras al agotamiento de
los mecanismos, ensayos de acierto y error, que están sobre
las mesas de negociadores desde al menos la presidencia de
Belisario Betancur. El país parece caracterizarse no solo por
ser “el cementerio de Suramérica”, como lo escribió ese buen
conocedor de nuestra realidad nacional, el historiador Erich
Hobsbawn, sino que al cabo nos hemos convertido también en
el país de los expertos per se en temas de paz.
Considero que la condición indispensable para sentarse
a hablar de paz, es primero ponernos de acuerdo entre los
negociadores, de lado y lado, por las razones de fondo para
hablar y desear la paz. Si la paz es un negocio, o incluso un
buen negocio, no valdría entonces reunirnos y dejaríamos
este asunto peregrino a FENALCO y a los gran cacaos del
GEA. Pero la paz no es un negocio, es, como diría el filósofo

21 Texto adaptado de la intervención en un encuentro realizado por la Unidad Espe-


cial de Paz de la Universidad de Antioquia. Edificio de Extensión Universidad de
Antioquia, marzo de 2022.

61
Juan Guillermo Gómez García

Kant, “una disposición y una capacidad del género humano


de mejoramiento” colectivo, un giro inevitable “en la marcha
de los acontecimientos ocurridos hasta ahora”. Dicho en bre-
ves palabras, un ideal de la naturaleza humana y su libertad
más preciada.
De este modo, y en el entendido que pertenezcamos al gé-
nero humano, hablar de la paz es hablar del fondo político
filosófico que informa nuestro estatuto constitucional. Porque
al menos desde Kant se elevó a consideración filosófica la paz
como fundamento de la sociabilidad política interior y como
postulado insoslayable de las relaciones internacionales, en
vista de las consecuencias del constitucionalismo de la Revo-
lución francesa (1789). La paz se postuló como resultado no
solo necesario práctico sino como derivado de la naturaleza
histórica de los hombres, que en el suceder de las épocas sa-
can las consecuencias positivas de la paz social e internacio-
nal. El hombre que perfecciona sus facultades morales en el
curso de las generaciones, está en la disposición de reconocer
que los fracasos ocurridos en el curso de la historia no solo
pueden sino tienen que ser enmendados y se logrará colmar
y solidificar las metas anheladas por la experiencia negativa
múltiple de una colectividad nacional sacrificada.
El ideal de la paz era una novedad, para la época de Kant,
en que desde hace siglos las grandes potencias europeas, de
Rusia a Inglaterra, de Francia a los Estados italianos, solo
sabían gobernar y gobernarse por las guerras. El ideal de la
paz era también la promesa sublime, la gran alegría mani-
fiesta en el poema sin par de Hölderlin, la “Fiesta de la paz”,
en que convoca a la misma mesa de la confraternidad a los
dioses, a los hombres y a todas las épocas, al Oriente y el
Occidente, para que se abracen y compartan el ritual de una
nueva comunión universal. Atrevimiento desproporcionado,

62
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

que late tras las guerras napoleónicas, ante el peligro inmi-


nente ya de una conflagración mundial, con todos su inmen-
sos dolores e irreparables odios entre los humanos.
Contemporáneo a Kant y Hölderlin, el pensador reaccio-
nario francés Joseph De Maistre escribía: “Dios está siem-
pre con los batallones”. Era también el Dios de los Ejércitos
quien movía la pluma de su discípulo español Donoso Cortés
(confesor de la reina María Cristina): “No he podido nunca
comprender a aquellos hombres que lanzan anatemas con-
tra la guerra. Este prejuicio es contrario a la filosofía y a
la religión y aquellos que lo lanzan ni son filósofos ni son
cristianos”.
Luego de los desastres de las dos guerras mundiales (que
asolaron lo mejor de Europa), luego de los desastres de la
Guerra fría (que asolaron primordialmente a los países lla-
mados del Tercer mundo) y de las guerras periféricas tras la
caída del muro de Berlín, estamos en condiciones de recono-
cer y aceptar que el mundo y notros deseamos la paz, tanto
los que se lleguen a estimarse como filósofos y aun aquellos
que sean cristianos.
En efecto, hoy no compartimos la idea de que Dios bendice
los batallones ni como ciudadanos creemos que nos equivoca-
mos al rechazar la guerra que se libra en este país como “una
regresión total” de la historia colombiana. Bajo el designio
sagrado de exterminio mutuo se hizo la Violencia colombia-
na, y bajo el signo sagrado del exterminio mutuo se libró la
guerra de (y contra las) guerrillas.
Creo no equivocarme al desear subrayar que la paz es una
construcción colectiva y que el poder cerrar este ciclo (casi)
interminablemente desesperante (como sometido a la férula
del “eterno retorno de lo mismo”) de la violencia armada en

63
Juan Guillermo Gómez García

Colombia, demanda condiciones de clima político favorable,


de estrategia de negociación adecuada y creativa, de experti-
cia probada en terreno, de innovación de propuestas consis-
tentes, de voluntad multilateral de sentarse a dialogar, de
tratar de no repetir los errores del pasado, de buscar consoli-
dar los logros del presente (el Acuerdo de Paz existente entre
el gobierno de Juan Manuel Santos y las extintas FARC-EP),
de garantizar a los actuales firmantes y los venideros que no
se les hará conejo, que no habrá un presidente como el actual
que prometió hacerlos trizas.
Todo ellos son condiciones, para mí, más bien técnicas y
estratégicas (es lo obvio) para lograr atraer a los nuevos acto-
res del conflicto, desde el ELN, pero también las disidencias
de las FARC (que hoy se mueven como en treinta frentes) y
otros actores armados sumamente poderosos. Actores muy
difíciles y diversos de conjugar en una misma ocasión, de es-
pacio y tiempo. Pero lo que me resulta indispensable, fun-
damental, es el arraigo del concepto filosófico político para
la paz, es decir, la aclimatación en las más profundas comu-
nidades de nuestra nación para creer que la paz es más be-
néfica que la guerra, que el cese al fuego multilateral traerá
más beneficios que los que ofrecía el Dios de la guerra a sus
batallones elegidos, a su capricho.
Esto significa, en otros términos, culminar la “teología po-
lítica” que informa la acción bélica de los combatientes que
sostiene que la “guerra es divina” y “es la ley del mundo”. El
dogmatismo que rige esa teología política a conveniencia (su
relación es de amigo/enemigo), que divide los hombres entre
buenos (“los buenos somos más”) y los malos, no solo es una
falacia de la peor política propagandística, sino la garantía
de una perpetuación de las hostilidades sin garantías para
ninguna de las partes.

64
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

La llamada degradación del conflicto, que todos los ana-


listas constatan y prevén para el próximo futuro, está con-
dicionada en su sustancia por ese dogmatismo que reclama
para sí las indulgencias sacramentales, la bendición política,
el respaldo institucional y el aplauso público. ¿Por qué la gue-
rra perpetua en lugar de la paz como resultado deseable de
un esfuerzo colectivo? No es necesario el juego siniestro de
“desenmascarar a los enemigos solapados de la paz”, pues
en esa partida cada uno tiene ya las cartas marcadas. ¿Qué
hacer? Un influencer no tendría reparo en decir “se trata de
un problema de cambio de chip” (con lo escasos que están hoy
en día). Una ONG apostaría por los consabidos “talleres de
paz” (con una analogía mecánica). REDEPAZ “un alto al fue-
go bilateral y cese de hostilidades”. El Alto Comisionado de
paz exigiría “un previo deponer las armas al actor, rendirse,
declararse culpables, soltar a los secuestrados…”.
Nosotros sabemos que todas y otras respuestas simila-
res, tienen su sentido y alcance, sus limitaciones y sus peros.
Cada una de ellas aportan un gramo, pero no logran llegar
al peso específico para producir la intención colectiva, gre-
mial, militar, partidista, académica, pedagógica de desper-
tar el sentimiento general de transformación de ese supremo
ideal kantiano: una condición profunda humana, en medio
del Estado de emergencia (Carl Schmitt), es decir, el Estado
de excepción en que vimos sumidos durante este Frente Na-
cional largo.
No basta con decir que la paz es un derecho fundamen-
tal y señalar el artículo constitucional que lo consagra, si se
acompaña este decir y este señalar con la demanda a largo
y corto plazo de justificarse en el deseo de eliminar física,
moral y jurídicamente al enemigo. La superación de la men-
talidad del Estado de emergencia (o de psicosis de guerra) es

65
Juan Guillermo Gómez García

una condición previa para sentarse a dialogar bajo el signo de


la paz, es decir, “una disposición y una capacidad del género
humano de mejoramiento” colectivo, un giro inevitable “en la
marcha de los acontecimientos ocurridos hasta ahora”. Siem-
pre y en cada momento este momento de paz está maduro.
Es oportuno.
Ante el pathos destructor, pienso siempre en el breve tex-
to La Paz de Ernst Jünger, escrito hacia 1942/43. El curtido
guerrero de la Primera Guerra mundial, a quien por su he-
roísmo inaudito, le fue otorgada la Medalla Pour l’Merité,
la más alta distinción de la dinastía de los Hohenzollern,
autor de la más emblemática novela de esa guerra, Tempes-
tades de acero, y luego activo miembro paramilitar contra la
República de Weimar, así pues este mismo Jünger también
escribió, hastiado de la violencia, ese bellísimo texto a favor
de la paz.
Allí dice que hace falta más virtudes humanas para la
paz que para la guerra. La guerra, que por primera vez ha-
bía unificado a la humanidad en el horror, se trocaba en una
segunda oportunidad para reconciliarse en la paz. El fruto
futuro de la paz creció en el seno de la guerra y de este fuego
maldito se impuso la concordia a los hombres de las próximas
generaciones. “El fruto verdadero podrá brotar únicamente
del bien común de los seres humanos, de su núcleo mejor, de
su estrato más noble, no egoísta”. Todo aquel que ha sacrifi-
cado mucho, su fortuna, bienestar y salud, por la defensa de
sí y de los suyos (que “se dio todo entero”), puede trocar su an-
helo de venganza por su abrazo de confraternidad. La hazaña
prodigiosa que acompañó sus gestos y actos heroicos alivia la
carga pesada de dejar las armas, y ceder ante el impulso que
lo precedió. Lo que estaba en juego no era el matar y morir,
sino algo realmente decisivo: la entrega, el sacrificio auténti-

66
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

co “… el cual da flores y frutos en un lugar más elevado que


el mundo del odio”.

*****
Si es preciso y hay una condición esencial y primordial
para sentarse a retomar los diálogos de la paz, y restablecer
la confianza luego de una guerra sin fin (cuyo combustible es
el narcotráfico y solo al servicio de las mafias de todo tipo),
es reconsiderar con toda seriedad el alcance de los múltiples
y persistentes incumplimientos del Acuerdo de Paz y el reco-
nocimiento de la afectación a los guerrilleros de la base que
dejaron las armas. ¿Cómo ha afectado tan hondamente este
incumplimiento, que vale llamar engaño y traición institu-
cional del Estado colombiano, en la vida del diario vivir de
una tropa ya sin armas, pero que había sido formada ideoló-
gicamente bajo la doctrina del marxismo-leninismo y militar-
mente, estratégica y tácticamente, bajo la consigna de triunfo
o muerte, y que sostuvo hasta el final el ¿mitologema? de una
toma del poder inminente (sobre todo tras el fracaso de los
diálogos de El Caguán), y que ahora mismo se debate entre
un papeleo incomprensible para mendigar algunos pesos del
gobierno, por compromisos pactados? ¿Cómo explicar que de
los casi doce mil reincorporados y firmantes del Acuerdo de
Paz, solo algo de dos mil estén en los ETCR, y los demás su-
fran una diáspora desesperanzadora?
Esta es una pregunta que implica un juicio y una inves-
tigación seria y sobre todo un compromiso estatal para en-
mendar el camino y de este modo tratar de persuadir a las
guerrillas existentes (pues no vale de tildarlas solo de narco-
traficantes), para sentarse a la misma mesa, pactar sobre lo
que exige el pueblo colombiano y hacer renacer la esperanza
de una “fiesta de la paz”. Mientras no se aclare, hasta sus

67
Juan Guillermo Gómez García

últimas consecuencias, el enorme traumatismo que ha signi-


ficado este engaño institucionalizado y se ponga a luz estos
miles de testimonios de los firmantes-víctimas del Acuerdo
de Paz (sus asesinados que superan ampliamente los 300) y
sobre todo se publicite a la opinión pública sus consecuencias
negativas y la perseverancia de los exguerrilleros apostados
por la paz, no creo se genere el clima adecuado para volverse
a sentar a diálogos. Esta es una tragedia colectiva real cuya
discusión debe presidir, con la sinceridad y compromiso del
próximo gobierno, la mesa sin doble fondo en que no oculta
un cálculo especulativo político. No se puede seguir defor-
mando lo que ha significado este proceso, en todos sus múlti-
ples aspectos y muy diversas consecuencias adversas. Solo en
ese momento podemos recitar con Jünger que todo ha valido
la pena, pues el sacrificio auténtico dio “… las flores y frutos
en un lugar más elevado que el mundo del odio”.

68
Palabras de un joven universitario
detenido en las marchas del
Paro Nacional

Sr. Juez

Se me acusa de haber marchado en las calles, como otros


miles y miles de estudiantes y obreros, pobres como yo, y que
no tenía derecho de hacerlo. Si esto es un delito creo que,
cuanto menos, deben indicarme exactamente a cuál de los de-
litos corresponde mi conducta en el código penal. Estoy arres-
tado hace días sin poder comparecer ante una autoridad com-
petente y no veo en esta audiencia tampoco nada de justicia.
Invoco ante ustedes justicia, señor juez y señor fiscal. Nada
de cuanto he hecho va contra la ley penal ni la moral pública.
No veo en mi detención sino un acto de venganza de las auto-
ridades policiacas y penitenciarias. No estoy ante unos jueces
sino ante unos enemigos y debería callar porque no confío en
su justicia arbitraria. Pero, sin embargo, protesto por este
acto de venganza, así sea unos pocos instantes de viva voz y
mientras me callan por medio de este escrito.

No soy leguleyo ni estudié leyes lo que no falta para sa-


ber dónde acaba la ley y donde es la violencia institucional
la que se hace cargo de lo demás. Ser estudiante marchante
no es solo ya un indicio de culpabilidad de cien delitos sino
la prueba reina para ser golpeado, encerrado, maltratado y
silenciado en esta sala. Todos los esfuerzos que haga yo o mi

69
Juan Guillermo Gómez García

abogado serán en vano y no me devolverán los maltratos de


que he sido víctima. No solo soy inocente sino impotente. En
esta sala no se juzga a todos por igual, repito, no creo en mi
acto criminal y solo sostengo que hay una venganza solo por
marchar. No he estado nunca armado y he escogido un cami-
no erróneo al confiar en ustedes.

Todo esto no es más que un engaño del poder que arrastra


a miles de nosotros, como pobres estudiantes y pobres obre-
ros, a la misma comedia, al teatro que escenifica los podero-
sos frente a los débiles. Ustedes arrastran a miles de nosotros
a una justicia sin rostro, sin alma; nos llevan a un matadero
que sacrifica primero nuestros derechos elementales, luego
nuestra dignidad con los peores de los tratos y luego hasta
nuestra vida. Ustedes no comprenden, o se hacen los ciegos y
sordos, ante nuestros sufrimientos y la de nuestros familia-
res, madres y hermanos, amigos, hijos, novias. Ustedes nos
arruinan la reputación y destruyen nuestras esperanzas de
un mejor mañana. Con este régimen del terror policiaco y
carcelario, matan la Colombia mejor. Nos acusan en estas
bancas que sentimos como sillas eléctricas, como atados y si-
lenciados por una mordaza.
Esto es, si quieren, como una revuelta de los esclavos de
Colombia, pero no para destruir sino para construir todo de
nuevo, desde las bases de la justicia, el amor, la comprensión,
la equidad y la vida común. Son millones más los que estamos
en estos socavones, en esta otra orilla de los desempleados,
sobrexplotados, proletarios. Hay una línea divisoria nítida
entre el Palacio de gobierno (una pocilga llena de marranos),
los brutales gremios de Fedegán, Asobancaria, Fenalco, Ca-
racol, RCN, Semana (que se escribe con esvástica) y nosotros.
Ustedes señores jueces, son los instrumentos de la vengan-
za contra los pobres, los empobrecidos de esta pandemia, los

70
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

miserables de ahora y de siempre. Por eso marchamos en


las calles, por esos protestamos, por eso alzamos la voz de
la indignación: contra los grandes y poderosos e intocables
poseedores que no bajan a las calles ni si quiera, por cobardía
y comodidad, a decirnos que somos unos envidiosos, llenos de
rencor. Para eso los tienen a ustedes, para inocularnos, por
medio de esta audiencia de legalización de la detención, el
antídoto contra el perro rabioso.
Somos los esclavos de ustedes y nos tratan como sus escla-
vos. Pero no estamos pintados en la pared, y a veces hasta ha-
blamos y hasta marchamos y hasta somos capaces de decirles
algunas verdades que nos cuestan la vida. Sí señores, aquí
hay una guerra, una guerra social que ustedes tienen contra
nosotros, una violencia a diario, con sus salarios de mierda y
con sus abusos en toda línea. Sabemos lo esclavos de Colom-
bia, que con un mes de salario de nosotros no alcanza para
una invitación a almorzar en sus clubes. Sentimos todos los
días la humillación de ir en el transporte público de mierda,
mientras los vemos pasar en sus camionetas blindadas, sin
sufrir el cosquilleo, el toquecito, los malos olores, las esperas
para que pase el bus, cuando pasa a reventar. No esperamos
de ustedes clemencia, que nunca en doscientos años de inde-
pendencia la han tenido; por eso salí esta vez, a romper no
vidrios sino el silencio infamante. Claro ustedes no escuchan,
ni sienten sino por sus bolsillos, sus cuentas en Panamá. Por-
que el exministro Carrasquilla no sabrá cuanto costaba una
docena de huevos, pero seguro que sí el metro cuadrado en
Boca Ratón. Porque aquí hay millones de pobres, millones
de gente con hambre desde que nace hasta que se muere, y
ustedes nos llaman vándalos, ladrones, pillos. Viéndolo bien
así, señor juez, usted es solo un opaco y gris empleado de esos
magnates y el verdugo de este pobre estudiante, que no ha

71
Juan Guillermo Gómez García

dejado de decir lo que tenía que decir. Me mandó a callar. Ca-


llé porque me muelen luego a palo, pero aquí decidí escribirle
a esos esclavos, a un estudiantado y un proletariado, que se
cansó de la guerra que nos hacen.
No somos animales salvajes, solo hombres desesperados,
pero aun con alma. Somos los que desde las cuatro de la ma-
ñana nos bañamos en sudor para ustedes; a los que tímidos e
hipócritamente les decimos, buenos días doctor, mientras lo
que deseamos es gritarles “no sea hijueputa”. Pero nos calla-
mos, nos inclinamos, y ustedes se comen el cuento de nues-
tra humildad, de nuestra humillación a cada instante. Hasta
soportamos la palmadita cómplice, como otra patada en el
trasero.
Así que la guerra la hacen ustedes todos los días contra
nosotros; una guerra de explotación, de violencia, de humi-
llaciones. Pero no crea usted juez, que no sabemos por qué
marchamos, pero también por qué nos detienen. Tan frescos
todos, nosotros a la cana y usted a cobrar un salario de buró-
crata cómplice
Pero no crean: marchamos por nosotros y nuestra Colom-
bia desangrada. Sabemos que los de arriba (la oligarquía la
llamaba el negro Gaitán) solo se preocupa por las calificado-
ras de riesgo, mientras nosotros nos preocupamos porque de
noche no llueva tanto para que la gotera nos deje dormir, por
comprar el huevo del desayuno que es la única proteína del
día, cómo saltarnos las bardas de Transmilenio a la madru-
gada, no por malosos, sino porque no tenemos como pagarlo,
porque no se nos caigan los zapatos, pues tenemos las medias
rotas, por hacernos un préstamo al corrientazo (“se lo pago,
en la quincena, mano”), porque definitivamente no tengo
para pagar el pin para presentarme a la Nacho (sin pensar

72
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

que mi hermano está embargado por el Icetex), por mil cosas


más que no aburro de contar para que no se pongan a llorar.
Sr. Juez. No se compadezca.
Nosotros tenemos cómo hacernos valer por nuestros me-
dios. También sabremos protestar tras las rejas. Los de arri-
ba sabrán utilizar sus saqueos a nosotros, y nosotros no te-
memos a que nos despojen de la conciencia, de la libertad,
de la dignidad, que tiene un valor impagable y un precio que
ustedes jamás podrán comprarnos.

73
SEGUNDA PARTE
El eclipse de la era uribista22

U ribe Vélez emerge en el turbulento panorama de la vida


nacional al comenzar en siglo XXI, tras el fracaso de los
diálogos de El Caguán. La nación colombiana sumida en la
incertidumbre y desconcertada por dos presidencias desas-
trosas, las de Ernesto Samper y Andrés Pastrana, encuentra
en el enérgico político antioqueño un mesías lleno de prome-
sas. La promesa de la derrota de las FARC, una portentosa
organización armada que se entendía como la Big Brother de
la subversión comunista en un mundo sin un muro de Berlín,
fue el destino manifiesto de un exgobernador muy cuestiona-
do, pero admirado por las Convivir.
El mesías antioqueño, que afectaba su voz y seducía por
el abuso de sus diminutivos siniestros, se elevó como un ele-
mento adorado en el cielo despejado para la mayoría de los
colombianos que le giró un cheque de confianza sin fondos.
La comunidad colombiana parecía así revivir en medio de es-
peranzas inéditas, llena de euforia vengativa y cohesionada
al son de los tambores de guerra que prometían, ya no bienes
como casa, carro y beca, sino la cabeza del secretariado faria-
no, de Marulanda Vélez para abajo.
La lucha se presentó bajo el signo de lucha a muerte entre
titanes, uno encarnado en la figura menuda del hacendado
paisa, y el otro camuflado en la selva impenetrable, de bar-

22 Este texto corresponde a una reescritura del artículo publicado en el portal Las 2
Orillas, “El eclipse de la era uribista”, mayo 23 de 2022.

77
Juan Guillermo Gómez García

bados rufianes desalmados. Desde el modestísimo tendero de


esquina hasta las juntas directivas del especulador sector fi-
nanciero se comieron el cuento del montañerito fabulador (un
San Antoñito carrasquillano revivido), para mayor Gloria de
la Nación en peligro supremo.
La lucha fue a muerte, y así como Uribe Vélez se armó con
los dineros y la estrategia del Plan Colombia, las FARC mul-
tiplicaron los frentes de guerra, como lo venía haciendo desde
el Mono Jojoy, quien reclutó solo en el frente oriental cerca de
doce mil en el año posterior a los desdichados diálogos con el
inútil hijo del inútil Misael Pastrana Borrero. Fue una lucha
homérica, aunque con héroes y villanos construidos por la
prosa empobrecida y la verba tóxica de la prensa local.
Esta lucha decidida y sin tregua contra las FARC, que
fue el símbolo mesiánico del todopoderoso mandatario de los
colombianos, era la fuente y razón de su poder y la razón
de sus desvelos como padre putativo de la nación. “Trabajar,
trabajar, trabajar” fue su lema laboral. “Cortarle la cabeza a
la serpiente de las FARs”, su grito de combate. Su laboriosa
heroicidad tocaba la más honda conciencia del huérfano psí-
quico que era el compatriota sin guía; sus ademanes autorita-
rios, la razón de la admiración casi histérica de que gozó (sin
merecerlo), mientras la organización guerrillera, que caía
cada vez más en el descrédito y el odio popular aumentaba,
se sometía a la misma lógica del combate a muerte y donde
todo vale. Tal vez nunca antes las FARC había encontrado
un motivo más fuerte de su lucha subversiva y así recreaba el
mitologema organizativo del inminente triunfo revoluciona-
rio, mientras combatía no sin valor, contra todos los molinos
de viento que se cruzaran por el tortuoso camino.
La lógica guerrera que elevaba a Uribe Vélez al cielo es-
peranzador de millones de millones de colombianos durante

78
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

su dos mandatos presidenciales, operaba en sentido inver-


so para un guerrilla revolucionaria que se parecía cada vez
más una secta de rebeldes desalmados (esto era el remanente
que se recreó en el subconsciente colombiano) y no alcanzó a
medir las enormes consecuencias de carecer de una organi-
zación partidista, como antes lo había sido el Partido Comu-
nista, que orientaba políticamente su accionar militar. Los
excesos de uno legitimaban los excesos de la otra, y entre
ambos alimentaban la sed de venganza con una convicción
sin fisuras. La fuerza de la “seguridad democrática” (que con-
tenía una contradicción irresoluble: “los litros de sangre” no
se avenían al texto constitucional) garantizó y estimuló a su
enemigo mortal a proceder con las reglas contrahechas, en
una aventura bélica desafortunada, mírese hoy por donde se
le mire.
Los errores y crímenes de guerra ensombrecieron el cielo
de Colombia, de lado y lado; los miles y miles de falsos posi-
tivos como táctica militar de terror y extermino del Estado
bajo Uribe Vélez y el bombazo que acabó con la iglesia en
Bojayá con cientos de víctimas civiles (niños, mujeres, cam-
pesinos que allí se refugiaban), por las FARC, marcan la piel
de los recuerdos más tristes y la irreparable pérdida inútil de
esas vidas sacrificadas por el infernal mandato de una épi-
ca contrahecha. Esta tragedia que sobrevive en el imagina-
rio colombiano, hay que advertir, solo contiene una parte de
verdad, que solo se puede replantear bajo la consideración
de la asimetría de los acontecimientos de guerra. Los falsos
positivos no fueron un error de guerra o una indeseable con-
secuencia de la “lógica” del conflicto armado (con su crueldad
inherente): fue política militar, orden presidencial que se sos-
tuvo en el tiempo, y que tocó hasta los más bajos fondos de la
guerra, mientras que Bojayá es más bien un episodio sórdido,

79
Juan Guillermo Gómez García

indeseado, un trágico error de guerra, que nunca se debería


haber producido.
El proceso de paz y la final firma atropellada de los Acuer-
dos del Colón fueron el principio del fin de la era uribista, la
herida lenta pero mortal del mesías de pies de fango de Uribe
Vélez. La comunidad imaginada de una Colombia cohesiva
y entusiasta por un presidente que sin charreteras velaba
todos los días y las noches (sin descanso dominical) por sus
hijos amados y mataba más bandidos que todos los unifor-
mados de cuatro soles, ese hombre providencial (Colombia se
volvió bi-teísta: tenía dos dioses, el de la Biblia y el de Palacio
de Nariño), se quedó sin qué hacer tras el Acuerdo de Paz.
Mejor dicho, solo les quedó a Uribe Vélez y a su banda
del Centro Democrático buscar hacerlos trizas, mientras las
extintas FARC-EP se disponían a transitar a una legalidad
que no solo les ha sido mezquina, sino que ha fracturado, por
dentro e irreparablemente, la anterior portentosa y temidísi-
ma organización guerrillera. Mientras pues Uribe Vélez te-
mía, no sin razones de intuición profunda, que su ocaso como
mesías salvador tenía los días contados, tras el Acuerdo, las
FARC daban un paso sobre un abismo inédito al organizar-
se como partido legal y someterse a la lógica implacable del
mundo electoral, donde “les ha ido como a perro en misa”.
Esta debacle en las urnas obliga hoy al Partido Comunes re-
plantearse como organización partidista y redefinir su rumbo
entre un partido convencional del sistema partidista demo-
liberal, o tomar el atajo hacia una organización de tipo social-
demócrata, o ser una organización formadora de cuadros de
tipo leninista.
Uribe Vélez, con su empeño de negar la legitimidad del
Acuerdo de Paz, y el hoy Partido Comunes, que opera fiel-

80
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

mente bajo las reglas impuestas por el mismo Acuerdo (se so-
meten a la justicia de la JEP, por ejemplo), pero sin las uñas
de los fusiles, comparten el mismo destino al cabo. El proto-
hombre que quiso encarnar las ilusiones perdidas de la comu-
nidad colombiana, y los miembros de las extintas FARC, se
ven en un callejón sin salida. La irreparable fractura interna
del Partido Comunes, expresión de la división irresuelta de
los antiguos miembros del Secretariado, es la expresión no
solo de una transición traumática a la legalidad turbia, sino
de la misma pérdida de fuerza cohesiva que los había mante-
nido unido en armas por más de cinco décadas.
Cinco años de legalidad hizo (o así parece para muchos)
más mella que cincuenta años de lucha subversiva por el mo-
tivo que su razón de ser era la toma del poder bajo un mo-
delo marxista-leninista de insurrección de masas. Acaso el
texto fundacional de Jacobo Arenas, Diario de la resistencia
de Marquetalia (1965) estuvo a la base su lucha armada y
sus propuestas de paz, simultáneamente. Guerra y paz pa-
recían dos caras de una moneda que no alcanzaban a definir
su marco de circulación. Hoy esos temibles tiburones de mar
abierto se encuentran como en una pecera propia de cultivo
de comestibles tilapias.
Los antiguos enemigos irreconciliables y que se justifica-
ron el uno contra la otra, comparten la derrota política en las
urnas, el fin de una era histórica de enorme trascendencia
para Colombia. Hoy más que nunca hay más preguntas que
respuestas para el partido Comunes, entre el férreo afán de
mantenerse como unidad orgánica partidista, mientras ve en
los territorios desangrar a sus líderes y peligrar sus unidades
productivas, y las sacudidas que sus divisiones internas no
parece tocar a su final. El mantenimiento de Comunes (una
organización partidista estructurada y con canales de jerar-

81
Juan Guillermo Gómez García

quías estatutariamente articulados) es un asunto de empeño


y fe política, un desafío del día a día y casi una proeza su
sobrevivencia.
La muy posible y muy deseable derrota en las urnas del
uribismo en este 2022, parece una fábula (si no fuera por el
dolor inmenso que ha dejado esta guerra civil sin concluir)
que tiene una moraleja al azar: todas las formas de lucha
bajo la doctrina anti-comunista del enemigo interno están
política y moralmente desuetas, y todas las formas subversi-
vas armadas (el asalto a los imaginarios Palacio de Invierno)
requieren de una revisión histórico-materialista a fondo, sin
desvirtuar la materia humana que lo pudo inspirar.
La desesperada guerra sucia del Estado colombiano, de la
campaña de Fico, del gran empresariado colombiano contra
el triunfo de Gustavo Petro-Francia Márquez solo hace recor-
dar la idea popular de que nunca araña más el gato que en
sus estertores moribundos. Olvidan estos, en sus gárgaras de
espanto, que la psicosis de guerra que presidió a Uribe Vélez
y fue su motivo dominante, es ahora un arma de doble filo, la
estocada final contra sí mismos y a favor del merecido futuro
diferenciado del Pacto Histórico. Su eclipse trasnochado.

82
La lucha por la presidencia
¿una lucha a muerte?23

C omo una lucha a muerte, sin resquicio de error: así se


vive el actual debate por la presidencia de la República.
Como dos gladiadores, en un ring de boxeo, se imaginan los
votantes a Petro y Fico, los dos principales aspirantes a man-
dar el país durante los próximos cuatro años desde la Casa de
Nariño. Petro y Fico son representaciones de polos políticos,
pero no del todo de la complejidad social que subyace a sus
propuestas. Nunca antes, quizá, desde la confrontación Ospi-
na Pérez y Gaitán, se habían confrontado tan radicalmente
dos imágenes de país. La polarización se extrema en la me-
dida en que pasan las semanas que nos separan del decisivo
29 de mayo. Pero es un desacierto pensar que polarización y
rivalidad partidista, que es la esencia de la contienda pública
y la vida democrática, significa guerra sucia, “fake news”.
Los grandes medios de comunicación hacen su agosto
(para informar y sobre todo desinformar las veinticuatro ho-
ras del día), mientras las redes sociales (que se volvieron tan
necesarias como el cepillo de dientes desde el Paro nacional
del 2021) se contraponen desde las márgenes y logran ge-
nerar una opinión contra-hegemónica. Pero también en las
calles, en los parques (por descuidados que estén), en los ba-
res y en las conversaciones de mesa familiar, se recrea este

23 Este texto corresponde al artículo publicado en el portal Las 2 Orillas, “La lucha
por la presidencia ¿una lucha a muerte?”, mayo 04 de 2022.

83
Juan Guillermo Gómez García

espectáculo público, como una lucha a muerte, sin resquicio


de error.
Esta lucha por la presidencia es, en efecto, la más deci-
siva desde los inicios del Frente Nacional. Pase lo que suce-
da, marca ya un antes y un después en la historia política
contemporánea de Colombia. No es esto, me parece, solo una
frase bombástica, sino una percepción afirmada en el interés
y compromiso de todos contra todos (todas contra todas), sin
tregua ni medias tintas, que solo delata una madurez de la
sociedad colombiana. Por paradójico que suene, gane el que
gane se va a ver en una situación límite, pues va a tener que
soportar una opinión pública irritada (¿cómo puede ser de
otra manera?) que respira en su nuca y que estará por tan-
to bajo ese ojo de Polifemo cuya mirada no podrá evadir. El
próximo presidente debe ser un equilibrista, que camina por
una cuerda floja a metros y metros del suelo, sin un colchón
que lo resguarde en su caída. El espectáculo de la vida polí-
tica se parecerá a ese equilibrista en medio de una embarca-
ción en la tormenta, en busca de un puerto firme en medio de
océano sin orillas. De principio a fin.
No tendrán las actuaciones y las omisiones del próximo
presidente un efecto teflón, efecto mágico-culinario que pro-
tegió los períodos presidenciales de Uribe Vélez y que le sir-
vió para firmar cheques sin fondos, durante ocho años. Para
su prestigio por dos décadas y su actual desprestigio, en ba-
rrena. No. El próximo presidente debe actuar como un jefe de
Estado, no como un chef con recetas para comensales privi-
legiados. Presidir la nación sin odios ni la retórica nefasta de
ser un salvador soberano que divide la nación entre amigos
y enemigos; de hacer de la política una dialéctica destructiva
de amigo a enemigo. El cáncer de la doctrina del “enemigo
interno”, que nos gobernó desde la declaratoria de la Guerra

84
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

fría (la guerra más prolongada y que más muertos ha puesto


para los países tercermundistas), y que nos rige, en toda re-
gla y sin enmiendas, desde la Alianza para el Progreso, debe
extirparse y restituirse un lenguaje de paz.
En la fiesta de la paz se convida a la mesa, sin artificios,
a los dioses, a los hombres y a los amigos y enemigos, por
igual. Sin distintivos, a los vivos que queremos o malquere-
mos como a los muertos que nos duelen y que no deseamos
volver a sepultar sin las honras fúnebres merecidas. Cena
pública, abierta a todas y todas, amistosa, bajo los auspicios
de la confraternidad, la cooperación, la reconciliación des-
pués de tantos dolores, de tantos sufrimientos colectivos y
sin una razón de ser.
“La insociable sociabilidad” con que Kant caracterizaba
la sociedad burguesa moderna, también contenía ya esa re-
conciliación en una “paz perpetua”. Esta paz no era el fin del
conflicto, sino el reconocimiento de que la reconciliación sub-
yacía en la base del conflicto. Una especie de comunión secu-
lar. O como se escribió de una manera propia de un poeta de
la talla de Hölderlin: “La reconciliación está ya en la propia
discordia y todo cuanto está dividido se unirá de nuevo. Las
venas se separan y vuelven al corazón, y todo es única, eterna
y ardiente vida”.
Lo que llamamos lucha a muerte por el poder presidencial
es solo el abrebocas (o debe entenderse como esto) de una
ocasión a la reconciliación de todos con todos y de todas con
todas, de abajo hacia arriba, sin héroes en conserva, ni malos
sacados de la manga, con un espíritu joven y jovial, llenos de
esperanza, esperanza que fulgura en la comunidad colombia-
na, y que vive y perdura en cada uno de nosotros y nosotras.

85
Petro y los demás

D esde las elecciones al Congreso del pasado 27 de marzo,


se acentúa la tendencia, que va siendo norma de este
debate de cara a las presidenciales, que Petro propone y los
demás candidatos y candidatas entran en confusión. Cada
vez más parece ser cierto que hay solo dos candidatos a la
presidencia de Colombia: Gustavo Petro y los demás. El pri-
mero, que tiene una agenda programática que expone a la
opinión pública, en plazas, debates radiales y foros de campa-
ña, y los demás, que tratan de refutar al paso las propuestas
del candidato del Pacto Histórico. La presencia y popularidad
de Petro, que encabeza desde hace muchos meses todas las
encuestas de intención de voto, se ve pues como una amenaza
pública y hay en el ambiente la sensación de un desespero
que solo quiere ser contrarrestado con una rotunda negativa
a los planteamientos de Petro, en cualquiera de sus temáti-
cas planteadas.
Cuando Petro habla de reforma pensional, todos los can-
didatos, los expertos y hasta el presidente Duque intervienen
para desdecir a Petro y sembrar las dudas no solo sobre la
inviabilidad de la propuesta, sino que ella nos llevaría a un
debacle económico y social comparable al de la Venezuela de
Maduro. Cuando Petro plantea la liquidación o, al menos,
una discusión a fondo del Icetex, la candidata Ingrid Betan-
cur, recuerda que es una institución que fue creada por su
padre (olvidó decir que fue bajo el siniestro gobierno de Lau-
reano Gómez y para beneficio de los estudiantes de la Uni-

87
Juan Guillermo Gómez García

versidad de los Andes), y que por tanto es sagrada y por ende


intocable. Es decir, la defensora del usurero Banco-Icetex no
entra a discutir que son miles y miles de jóvenes colombianos
endeudados, con cartera vigente y reportados en centrales de
riesgo (imposibilitados de hecho para obtener empleo). Cuan-
do Petro propone replantear la política de la explotación de
las energías fósiles, que son inviables medio-ambientalmen-
te, todos los demás candidatos salen a contradecirlo, lo re-
futan por ser una propuesta incoherente y desastrosa para
la macro-economía, que esta propuesta es imposible porque
ECOPETROL es patrimonio intangible de los colombianos,
bla, bla, bla.
Pero no son solo los demás candidatos y candidatas, sino
los medios de comunicación, los gremios empresariales y has-
ta prestigiosos académicos y escritores (Kalmanovitz o Facio-
lince) corean al unísono, con una orquestación sospechosa-
mente coincidente, que Petro es populista, que delira y que
nos llevará a un abismo impredecible. Así a las propuestas de
Petro, que es el único que propone y los demás se confunden,
les sigue unas contrapropuestas sacadas del bolsillo, ocasio-
nalistas, tergiversando no solo lo que dice Petro sino acom-
pañando las contrapropuestas con epítetos y señalamientos
abiertamente mendaces. Los señalamientos auto-defensivos
corroboran que los demás no tienen agenda autónoma, pro-
puestas vivas, vuelo propio. En otras palabras, los demás
candidatos y candidatas no debaten por sí mismos, no pueden
debatir ni rebatir con argumentos de altura las propuestas
de Petro, y esta impotencia (que no es menos eficaz) es lo que
resulta a la postre, con el fin de confundir a los votantes. Des-
concertarlos, dejar el asunto debatido en el limbo.
Vistas las candidaturas presidenciales, bajo la lupa de
ideas políticas, no solo hay dos candidatos, Petro y los de-

88
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

más, sino que los demás no tiene identidad propia. Así que
hoy existe solo un candidato presidencial. Los demás, som-
bras platónicas. La sustancia viene de Petro, mientras las
sombras se declaran anti-petristas. Lo único que parece vi-
vificarlos es amangualarse para detener la carrera de Petro
a la Casa de Nariño, presentarlo como un peligro público,
un enemigo de la nación. De este modo y revisados los deba-
tes hasta el momento, Petro resulta Petro y todos los demás
candidatos y candidatas se declaran anti-petristas. Petro no
precisa declararse ni anti-fiquista, anti-ingridista, anti-ser-
giofajardista, anti-rodolfohernandista, porque sencillamente
Petro es Petro y los demás … lo que sus sombras presumen
representar. Lleguen o no lleguen los y las demás a la presi-
dencia, sus votantes solo sabrán que votaron contra Petro por
ser precisamente Petro, sin saber qué proponen sus candida-
tos votados como candidatos con voz prestada.
No parece ser menos necesario para los demás candidatos
tener voz propia, tener pues una agenda presidencial, hacer
propuestas para una nueva Colombia. Nunca antes parece
ser más útil desvirtuar todas las propuestas del candidato
Petro, por provenir de Petro. Sus propuestas deben ser des-
cartadas, desnaturalizadas, presentado como un enemigo de
la nación, un peligro público y hasta un Anti-Cristo. Cual-
quiera sea sus palabras, a estas les lloverán piedras, lodo y
mierda. Esto se llama en retórica clásica un argumento ad
hominem que consiste en la falacia de negar el argumento
por provenir de quién proviene, por causas de odio personal:
por su pasado guerrillero, por sus inclinaciones castro-cha-
vistas, por su descalabro como alcalde de Bogotá… De allí
proviene quizá la crítica, incluso de entre los seguidores de
Petro, de que últimamente este habla mucho, de más. Pero
¿qué quieren o esperan? si es el único que habla de verdad.

89
Juan Guillermo Gómez García

Nada parece ser más insano y deplorable en esta campa-


ña, en que se decide una posible y muy deseable transforma-
ción de las costumbres políticas (casi inamovibles desde el
Pacto de Frente Nacional), pero sobre todo en que se precisa
revertir las condiciones de miseria de la mayoría de la po-
blación colombiana, sumida en el hambre, el desempleo y la
desesperación. Reversión profunda muy parecida a una re-
volución político-social-cultural. El ambiente de raponeo de
propuestas y de intransigencia dogmática es ambiente que
degrada y envilece, deprime y siembra de temor a los votan-
tes para las elecciones que se vienen encima, buscando que el
ciudadano carezca de la libertad de decidir con claridad, con
esperanza, con fe alegre en el futuro de nuestra nación tan
lacerada.

*****
La polémica desatada por una visita a una cárcel de Juan
Fernando Petro, hermano del candidato del Pacto Histórico,
reitera y reaviva y confirma esta campaña sucia de desin-
formación y oportunismo de una derecha desesperada y sin
escrúpulos. Este tipo de episodios, que por reiterados no son
menos sucios e hipócritas, será la nota común de esta pri-
mera vuelta y de la segunda vuelta, si llegara a ocurrir, y
de la presidencia de Petro, antes de su posesión y durante
todo instante de sus cuatro años de mandato. Los instintos
degradados de la democracia colombiana no tendrán límites
y sería un optimismo ingenuo pensar que hemos llegado a
los fondos de la mala fe pública. Pero los hijos de nuestros
hijos podrán confirmar o no, pese a todo, que no defraudamos
en las esperanzas de la gran transformación, al votar por la
fórmula inédita Petro-Francia y que no fue un cálculo egoísta
acompañarlos en sus enormes tareas regeneradoras.

90
Y ¿si matan a Petro…?24

D esde hace unos meses rueda de boca en boca la idea (no


lejana ni improbable) que maten al candidato presiden-
cial Gustavo Petro. Hoy mismo salió un artículo de prensa
hablando de un posible segundo Bogotazo si matan a Petro.
A Jorge Eliécer Gaitán lo mató un hombre humilde que fue
linchado casi enseguida por una multitud enardecida deseo-
sa de venganza. Le había dado tres tiros de revólver, al salir
de su oficina en la carrera Séptima con la Jiménez, y todos
los esfuerzos por conservarle la vida fueron en vano. Murió a
pocas cuadras, en el Hospital Central hacia la una de tarde,
mientras la muchedumbre de la ciudad que lo había visto na-
cer, crecer y convertirse en un gigante, incendiaba el centro
capitalino. “Mataron a Gaitán” fue la consigna que de boca
en boca se fue expandiendo como una hoguera incontenible,
llevando consigo una ira popular desatada, una sed de ven-
ganza que al parecer no se ha saciado, justo ahora cuando se
asocia el muy probable asesinato de Petro con el magnicidio
del último gran caudillo de la vida pública colombiana.
Acaso ese medio día fue el más dramático de nuestra vida
política y nunca antes ni después (contada la huida cobar-
de de Laureano Gómez de su potestad como presidente de
la República), el país se sintió al filo de un abismo sin fondo.
La conmoción pública fue indescriptible y los cimientos del

24 Este texto corresponde al artículo publicado en el portal Las 2 Orillas, “¿Y si


matan a Petro?”, mayo 10 de 2022.

91
Juan Guillermo Gómez García

Palacio presidencial (Ospina Pérez temblaba, mientras su


mujer, la matrona paisa Berta Hernández, se disfrazaba de
hombre para salir por alguna ventana trasera) solo lograron
mantenerse a medias por la pusilánime transacción de media
docena de jerarcas liberales, más acorbardados que el primer
mandatario. Hasta se tomaron los gaitanistas la Emisora
Nacional que fue lo que más le preocupó.
La ciudad ardía y en los campos la chispa de la discordia
liberal-conservadora se elevaba a los cielos. Al amanecer del
día siguiente, en la fría Bogotá, la familia sacó el cadáver
del caudillo, por el cual se destrozaban tantos contra tantos,
por la puerta de atrás del Hospital, en una zorra, custodiada
por sus más allegados familiares y más íntimos amigos, para
sepultarlo en su casa de Teusaquillo (casa cuyo apoyo presu-
puestal fue negado por Uribe Vélez).
La muerte de Gaitán sigue presente en el imaginario
nacional y las consecuencias de su asesinato están vivas en
cada tiro que se dispara para acabar la vida de un opositor
político. Del 9 de abril de 1948 a hoy ha corrido mucha sangre
por los ríos de Colombia. Son miles y miles, quizá millones
mal contados, los que han perdido su vida, sus familias, sus
propiedades (por pequeñas que sean), sus trabajos, hasta su
dignidad por la vorágine de los odios políticos, de las disputas
partidistas, de las ciegas confrontaciones desde hace tantas
décadas que parece una historia inventada por nuestros ene-
migos.
La hipótesis, la conjetura y el temor del asesinato de Pe-
tro por sus seguidores; el deseo, la necesidad y el plan del ase-
sinato de Petro por sus enemigos políticos está en el tapete de
la escena pública a semanas de la elección presidencial. Debe
haber casas de apuestas no solo por su muerte sino por el

92
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

modo de ejecutarlo. Están ya feriando su cabeza, y deben pa-


gar más que por la del extraditado Otoniel. La sensación de
muerte, de asesinato, de exterminio ronda al candidato Pe-
tro. Le pisan sus talones. No a Fico ni Fajardo ni Ingrid, etc.,
porque dicho la verdad ellos no están ni amenazados ni nadie
están haciendo vaca por esas cabezas sin nervio político.
“En Alemania lo que está de moda es la guerra y no la
paz”, decía el gran Max Weber, tras culminar la Primera
Guerra mundial, que dejó exhausta a Europa. Con mayor ra-
zón podemos decir que en Colombia está de moda la muerte
y no la vida, al menos del 9 de abril de 1948 a hoy. El asesi-
nato de Petro, con que tantas gentes sueñan y tantos otros
desean y planean, está de moda. ¿Será otro 9 de abril? No.
No va a ver otro 9 de abril de 1948, por la sencilla razón que
la historia no se repite (los que se repiten son los historiado-
res). No va a haber otro 9 de abril, en caso del inimaginable
asesinato de Petro, pero sí consecuencias desastrosas para el
país. Para el Pacto Histórico y sus millones de votantes. En
primer lugar. Una magna frustración masiva. Pero también
para los matones y sus planes que son desmentidos desde Pa-
lacio Presidencial. Por razones que se irán generando desde
su tumba, si la hipótesis se da. En este hipotético y macabro
caso, no saldrán las muchedumbres a destruir el centro de
Bogotá, pues estas no tienen las armas. Las armas letales las
tienen los otros y no habrá un segundo Bogotazo, como hay
en estos días el Otonielazo que prende el país a su manera y
con sus intereses mafiosos.
Petro puede ser silenciado como fueron silenciados Galán,
Pizarro, Bernardo Jaramillo, Manuel Cepeda y cinco mil in-
tegrantes de la UP. Con toda impunidad. La hora de la paz no
ha sonado en nuestra vida nacional y el coro de la concordia
está lejos de escucharse en una Colombia incendiada por los

93
Juan Guillermo Gómez García

odios partidistas, por los más oscuros intereses de los más


poderosos que no quieren perder su poder. Que temen que
esto cambie a mejor.
Petro no es Gaitán. El candidato presidencial Petro no es
el candidato presidencial Gaitán. El funesto año 1948 no es
el funesto año 2022. Petro aprendió mucho de Gaitán y en él
late, más de lo imaginado, mucho del ideario y sobre todo del
carácter y temple público del caudillo de multitudes que de-
cía de sí: “Yo no soy un hombre, soy un pueblo”. El pueblo de
Gaitán no es, y no es posible que sea, el de Petro. Duque no es
Ospina Pérez ni tiene una mujer con pantalones, como quedó
en el imaginario conservador del país. Setenta y cuatro años
no pasan en vano en una comunidad nacional. Las transfor-
maciones han sido profundas, aunque el hilo de la violencia
partidista parezca la cabuya del ahorcado, dura, gris, espe-
luznante. Y si matan a Petro… Vivirá.

94
Un posible socialismo en Colombia y
Francia Márquez25

L a discusión sobre un posible socialismo se ha venido


aplazando en Colombia, por razones de una polarización
falsificada en la actual contienda electoral. La expresión o
concepto socialismo está no solo lejos de aclararse, sino que
todo parece confabularse para sumir el asunto en una discu-
sión entre cantineros enardecidos. La palabra socialismo se
rodea de mil fantasmas que es mejor, en estas circunstan-
cias, evitar ser acribillado o perder los estribos ante tanta
jactancia descabellada. El primer y acaso el predilecto lugar
común con que se asocia el socialismo es a la miseria real,
presunta y propagandísticamente exagerada en que vive
Venezuela.
Sus inmigrantes a nuestro país son tratados como ejem-
plo y, de paso, con todos los calificativos propios de parias (en
esto la alcaldesa Claudia López ha roto todos los paradigmas
de la insolidaridad), sin olvidar que el gobierno de Duque se
ha querido beneficiar, con su diplomacia canalla, de esas ma-
sas desafortunadas y los grandes medios las presentan en ge-
neral como delincuentes “extranjeros” (en realidad, son com-
patriotas si atendemos el hecho histórico de que fue Bolívar
quien nos dio la Independencia, nuestro nombre como nación
soberana y nuestro primer marco constitucional).

25 Este texto corresponde al artículo publicado en el portal Las 2 Orillas, “¿De qué
trata el ‘socialismo’ que llegará con Francia Márquez?”, mayo 19 de 2022.

95
Juan Guillermo Gómez García

El imaginario malintencionado del socialismo venezola-


no predispone a muchos compatriotas para temer el socialis-
mo, aborrecerlo y desear de todo corazón que nuestro país no
caiga en la trampa mortal del fracaso monumental de Hugo
Chávez y su sucesor Nicolás Maduro. Hay varias razones
para ello. La lucha contra las FARC, en la presidencia de Uri-
be Vélez con su violenta doctrina de “seguridad democrática”,
y ahora la contienda electoral, en que puntea la fórmula de
izquierda Gustavo Petro-Francia Márquez, han asegurado
esa interpretación sesgada y mendaz del socialismo y todo lo
que se le parezca.
Esta caricatura sesgada del socialismo (o propiamente di-
cho, el socialismo del siglo XXI) olvida o quiere olvidar que
Chávez llegó a la presidencia bajo un ideario constitucional
democrático, que rehízo la imagen histórica del Libertador
Simón Bolívar con una audacia y riqueza sin paragón y que
fue llorado a su muerte como un líder amado.
Ese relato torpe del socialismo olvida también que Lula
da Silva en Brasil, Rafael Correa en el Ecuador, Evo Morales
en Bolivia, solo para citar tres ejemplos recurrentes, gober-
naron democráticamente a sus naciones, con una voluntad
de cambio social significativo y una dignidad soberana para
países, desafiando la tradicional dependencia vergonzosa a
los Estados Unidos.
Cualquier historiador (y cualquier hombre medianamen-
te informado) sabe que el socialismo es el resultado de una
inevitable confrontación de clases y que está destinado a
superarlas a favor del hombre explotado, en el marco de la
sociedad de masas como consecuencia de la Revolución in-
dustrial en el siglo XIX y XX. Cualquier historiador del siglo
XIX y XX puede (y debe) indicar que la historia del socialismo

96
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

es de una rica fecundidad que toca la raíz de los problemas


contemporáneos más acuciantes.
Antes de Marx tuvimos los socialismos utópicos, con
Saint-Simon o Fourier o Cabet, que idearon un retorno a la
naturaleza, una igualdad colectiva y una imagen de sociedad
solidaria e igualitaria entre hombres y mujeres (José María
Melo, nuestro único presidente indígena fue lector de estos
pensadores franceses); solo poco después e inspirado en estas
lecturas, Marx supo valorar como una proeza estas imágenes
que integró tempranamente en sus escritos parisino de 1844,
que un año antes Flora Tristán había expuesto magistral-
mente en la Unión Obrera.
Con Marx tuvimos el Manifiesto comunista (1848) que ha-
cía eco a las luchas que en ese instante libraba el proletariado
parisino contra la Monarquía parasitaria de Louis Philippe y
la oligarquía financiera. El proletariado fracasó, pero sus lu-
chas prosiguieron. Le siguió la Comuna de París (1870), que
también fracasó. Pero estos grandes esfuerzos desembocan
en el gran epos revolucionario de Lenin en la Rusia de 1917.
A la historia del socialismo pertenece igualmente el populis-
mo ruso (Herzen descubre la obshina o comunidad campesina
de los mujik) y los anarquismos que pueden ser tenidos como
descendientes legítimos del utopismo socialista y la discusión
con el marxismo de la Primera Internacional (1864).
Estas variantes del socialismo (los “caminos de utopía”,
los llama Martin Buber) han inspirado tanto los kibutz en
Israel como las comunidades hippies de los sesenta y setenta.
No menos al gran pensador peruano José Carlos Mariátegui
(iluminó al Che Guevara) quien dio vida política a la comu-
nidad indígena de los ayllú, así como Julius Neyere, Modino
Keita, Léopold Sédar y Kwame Nkrumah, herederos y expo-

97
Juan Guillermo Gómez García

nentes de un socialismo africano creativo, de hondas raíces


nacionales y vigentes en sus alcances potenciales al nuestro
presente.
*****
La discusión sobre un posible y deseable socialismo en
Colombia tiene en la figura de Francia Márquez una razón
actualizada. Francia Márquez condensa esa larga y fecunda
historia de los movimientos libertarios y los socialismos, des-
de la nostalgia de Rousseau de retornar a la naturaleza hasta
los diagnósticos del materialismo expuesto con tanta belleza
profunda por Flora Tristán y el movimiento de Nyerere que
libertó su natal Tanzania del dominio británico. La vida y el
obrar de Francia Márquez despiertan esos sueños de libertad
y esas acciones de rebeldía y sus ojos vuelven a lo más valioso
y digno de nuestra (tan inmerecidamente sufrida) Colombia.
Su fuerza combativa brota de esa fuente vital de justicia so-
cial y solidaridad comunitaria, atrayendo a su alrededor a los
millones de compatriotas que se identifican con ella y le dan
el perfil portentoso de su actual figura presidencial.
Francia Márquez rompe el estereotipo de la mujer des-
tinada a obedecer a los ricos y poderosos, a ser la figura de
glamur que pasea por el Club Nogal, con la docilidad y el
afecto servil de un perrito de aguas. Ella más bien irrumpe
en una sociedad clasista y racista, centralista y jerárquica, en
un medio político corrupto hasta las entrañas más profundas,
y se rebela con una dignidad que hace temblar y llenar de
ira mal disimulada a hombres y mujeres que la preferirían
frívola, afectada, sumisa.
Su discurso contestatario es disruptivo, como es vigorosa
su voz y sus ademanes, adquiridos en su larga experiencia
como lideresa y como estudiosa de su medio territorial y na-

98
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

cional. La desenvoltura de sus posiciones y la firmeza franca


de sus afirmaciones son inequívocas, hondas en sus repercu-
siones.
Francia Márquez habla de sí como la representante del
país olvidado, de la nación marginada, habla por todos aque-
llos y aquellas que la desean restablecer en sus fundamentos
humanos. Por esto sus opositores de la derecha y ultradere-
cha y de los clubes sociales (todos son de una lobería indes-
criptible) la quieren silenciar, pero no saben cómo contrade-
cirla o rebatir sus poderosos argumentos llenos de verdad,
valor y novedad.
Niega Francia Márquez, con toda razón, ser descendien-
tes de esclavos, porque dice “nosotros eramos libres antes”
como “somos libres ahora”: su historia es la historia de la
libertad. Esta historia es la de la trata de la esclavitud que
significó tantos sufrimientos e injusticias a millones de afri-
canos lanzados a la playas y campos americanos, pero es so-
bre todo la historia de hoy, en sus territorios enclavados en
los más profundo, con sus libertades comunitarias, sus traba-
jos ancestrales, en el mazamorreo, la agricultura, el pequeño
comercio.
Reclama para sí y para las comunidades colombianas
en similar condición a la suya, justicia, pero sobre todo una
representación digna. Así ha logrado poner la historia de la
libertad y la resistencia en el primer plano del debate nacio-
nal. Visibilizarla con insistencia, sacarla de la oscuridad a la
que la habíamos arrinconada culpablemente. La historia de
Francia Márquez es la historia de multitudes sujetas al mal-
trato y al olvido colectivos, madres comunitarias con el dolor
de sus hijos muertos y desaparecidos, que lloran en silencio.
Hoy, esas comunidades invisibles se entienden representa-

99
Juan Guillermo Gómez García

das en la hija de Suárez (Cauca), y con ella a la cabeza, recla-


man y exigen una posición de poder en el corazón del poder
político. Una voz vivaz para un socialismo vivaz. Llega Fran-
cia como un rayo de luz reivindicativa a los sobre-explotados,
sobre-humillados y sobre-desesperanzados.
No podemos seguir permitiendo que la barbarie haga en-
mudecer nuestra boca ni que la violencia aprisione nuestros
deseos de libertad. Las grandes esperanzas de un cambio de-
penden de esa voluntad colectiva invocada por Francia Már-
quez y no es hora de temores ni vacilaciones.
La lucha apenas comienza y los feroces enemigos están
también dispuestos a liquidarla. Los instintos degradados de
la democracia colombiana no tendrán límites (del 9 de abril a
hoy) y sería un optimismo ingenuo pensar que hemos llegado
a los fondos de la mala fe pública. Pero los hijos de nuestros
hijos podrán confirmar o no, pese a todo, que no defraudamos
en las esperanzas de la gran transformación, al votar por la
fórmula inédita Petro-Francia y que no fue un cálculo egoísta
acompañarlos en sus enormes tareas regeneradoras.

100
La “Pequeña paloma de la paz”

P ocos días después de darse el inicio de la invasión a Ucra-


nia, tuvo lugar en Berlín una manifestación multitudi-
naria (entre cien mil a quinientos mil, conforme los canales
informativos) en que se revivió la canción “Pequeña paloma
de la paz”. El epicentro de la gran concentración pacifista
fue la Puerta de Brandemburgo (coronada por una cuadri-
ga al mando de la diosa Victoria), hoy símbolo de la unidad
alemana y que carga detrás suyo las huellas de los grandes
conflictos de la historia europea, desde la invasión napoleó-
nica de 1806, las dos Guerras mundiales, la Guerra fría y la
reunificación germana a la caída del Muro de Berlín. Hoy
se convierte así nuevamente en una nueva y renovada re-
simbolización de una Europa en medio de una guerra que
amenaza una nueva y definitiva tercera guerra, en el mundo
globalizado.
La voz unificada era una bella y conmovedora manifesta-
ción menos contra la invasión a Ucrania puntualmente que
una oda a la paz mundial. Esta manifestación por la paz no
es casual, sino el resultado de generaciones para dominar
el instinto de un pueblo como sellado, desde su remoto ori-
gen (esto es el relato nazi) por su temple guerrero: los ale-
manes descendientes pro omni aeternitate de Odín. Desde
el fin de la Segunda Guerra mundial el Estado alemán se
empeñó (aun contando con el disimulado autoritarismo de
Adenauer) en crear un clima de humanismo pacifista. Esto
implicó al sistema educativo, a las familias, a las iglesias, en

101
Juan Guillermo Gómez García

gran parte, para que de generación en generación tuvieran


en mente los horrores del Holocausto y no se pudiera repetir
esa historia.
Tuve la ocasión de ver la película “La Lista de Schindler”
con amigos alemanes. Era el estreno. Estos no podían con-
tener las lágrimas en la sala de cine. No era sólo vergüenza
por ese pasado ominoso sino una expresión de aquello que se
había internalizado desde su infancia. El hitlerianismo había
sido poco a poco desterrado de sus espíritus.
Hoy nos enfrentamos a una catástrofe, sin dimensiones
posibles de calcular. Se trata de una reconfiguración del or-
den mundial tras el desmantelamiento de la Unión Soviética,
hace unas tres décadas. No es solo Putin, Biden, la Unión
Europea, la OTAN, China, Irán. Suponer que esta reconfigu-
ración geopolítica es un salto de tigre sobre las sombras de la
Revolución francesa, la revolución industrial y el socialismo
(y el nihilismo que las secunda como la muerte de dios), es
una opinión trivial condicionada. La pandemia y esta guerra
en Ucrania son un paso más firme hacia el siglo XXI. Lo nue-
vo rehecho sobre el tapiz viejo de la historia de la modernidad
como presupuesto para repensar el peligro presente. La faz
de la muerte universal que nos amenaza.
Nada de este trasfondo histórico e histórico-filosófico con-
tiene la columna de hoy en “El Espectador” (7 de marzo 2021)
de Héctor Abad Faciolince “El petrismo es putinismo”. Tomar
partido en esta tensión mundial de un modo tan parroquial
y oportunista del autor de El olvido que seremos es solo una
necia invitación a la mayor confusión: es la traición de los in-
telectuales. Es sencillamente una estéril pérdida de tiempo.
Es la renuncia a la fidelidad en la búsqueda de la verdad, en
torno a la que gira el esfuerzo supremo de la vida intelectual,

102
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

aquella que justamente debe ser antídoto a la violencia au-


toritaria de la que fue víctima su padre. Esa columna, otra
vergüenza menor más.

103
El triunfo de la incertidumbre26

E l pasado domingo 29 de mayo triunfó la incertidumbre.


En forma oportunista Federico Gutiérrez, el derrotado
de la jornada electoral, se adjudicó el triunfo y se subió en el
vagón de Rodolfo Hernández. El candidato de las maquina-
rias uribistas, que solo ganó en un solo departamento (en su
Antioquia natal) de los treinta y dos que tiene el país, sacó
pecho y se presentó, con la quijada rota, como la fórmula
vicepresidencial de hecho del extravagante político santan-
dereano.
Su cheque de cinco millones de votantes lo endosó sin más
sin consultar a nadie, pues se trataba de derrotar a Petro el
19 de junio como única salida desesperada de la derecha/ ul-
traderecha. Así la derrota estruendosa del Uribismo se quiso
maquillar (como un occiso en un ataúd) como el triunfo de la
derecha sin más. Así pues, el perdedor, sumados los votos de
Fico y Rodolfo, confirmó solo el autoritarismo continuista de
nuestro desgraciado Siglo XXI.
Rodolfo Hernández, el candidato, no de ideas claras y dis-
tintas, pero sí de frases aptas para TikTok, prefabricó una
campaña que rompió los esquemas comunicacionales, hasta
ese momento sin antecedentes. La figura cliché del santande-
reano frentero, su modalidad de un autoritarismo que no es
ajeno a la Colombia que se había arrojado a los brazos mesiá-

26 Este texto corresponde al artículo publicado en el portal Las 2 Orillas, “La incer-
tidumbre, gran ganadora de la primera vuelta”, junio 06 de 2022.

105
Juan Guillermo Gómez García

nicos del fabulador antioqueño por décadas. Rodolfo Hernán-


dez es la reencarnación de Uribe Vélez; su ocasional sucesor.
Si Antioquia se mostró rechazada en este 29 de mayo por
el resto del país, ahora los santandereanos (que desde el siglo
antepasado no tenían ese protagonismo político) seguidores
del no-proyecto político del Ingeniero celebran en sus calles
su estrella naciente. Así pues, lo que ningún analista polí-
tico había previsto, con conciencia anticipativa, a saber, la
emergencia de las regiones olvidadas y arrinconadas en la
trastienda del negocio público, se sacudieron en la primera
vuelta a la presidencia. Así, las regiones fueron las verdade-
ras protagonistas y de alguna manera las ganadoras.
El pauperismo intelectual y la carencia de programa pre-
sidencial (en realidad no tiene ni lo precisa) de Rodolfo Her-
nández se puso de manifiesto con su primera intervención
como candidato a segunda vuelta. La forma atropellada de
un textico mal leído en una cocina industrial, delató el nivel
del ingeniero (semi analfabeto). El contenido fue deprimen-
te y más propio para aspirar a un concejo municipal de su
ciudad natal. Torpe, es el calificativo más justo. La simpleza
amañada es sencillamente autoritarismo, una grotesca ma-
nera de rebajar los asuntos más graves a un bazar de cachi-
vaches usados. Es el nivel de mercado de las pulgas de ideas.
Y, como se dice en el argot corriente, ya en el desayuno sin
huevo se adivina la calidad del almuerzo sin proteínas.
Hoy muchos jóvenes de esa región del Oriente colombiano
celebran, con alguna justificación, ese triunfo del hechicero
salido de la nada, jóvenes de todos los departamentos de la
geografía oriental, desde allí a la Amazonía, que ven en Ro-
dolfo Hernández un cambio. Pero habría que advertirles de
ante mano que esa alegría es efímera y que cuando salgan

106
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

a protestar serán enviados/as por la mano ultraderechista a


casita, donde mamá estará confinada a los servicios domésti-
cos, como lo señala su modernizador programa presidencial.
El país votó por un oportunista suertudo, sin otro crite-
rio que su descompostura populachera, con un lenguaje que
el mismo insiste, de “simpleza, simpleza, simpleza”. Es la
simpleza que linda con la pobreza extrema cognitiva y la in-
capacidad plena de articular propuestas de país que precisa
Colombia. Las frases de cajón más comunes acompañan al
exalcalde de Bucaramanga, cuestionado por corrupción y po-
litiquería, que son justamente las banderas contra las que
anuncia gobernar a Colombia.
Rodolfo Hernández pone la campaña de Petro en vilo y le
exige al curtido personaje altamente capacitado, Gustavo Pe-
tro, una reinvención de la campaña del Pacto Histórico. Los
dos y medio millones de votos de ventaja de Petro no son ren-
ta suficiente para asegurar la presidencia, pero la desilusión
y el desconcierto debe traducirse en un activismo organizado
y la responsabilidad recae ahora en sus más cercanos aseso-
res para conquistar esas franjas de votantes seducidos por
el cariz neo-fascistoide (de un Bolsonaro andino que declara
abiertamente su admiración por el “pensador y filósofo” Adolf
Hitler) con todas sus funestas secuelas.
La estrategia de la campaña del Pacto Histórico para
derrotar a Fico fue eficaz y allanó el camino del ingeniero
lenguaraz (nadie sabe para quien trabaja) y ahora debe en-
focarse en derrotarlo en los debates que prometen ser deci-
sivos. Las redes que tanto se han puesto al servicio de una
ciudadanía polarizada argumentalmente es lo que se precisa,
no la violencia armada. Nada parece más necesario en este
instante que movilizar a la ciudadanía, sacar a la calle mul-

107
Juan Guillermo Gómez García

titudinaria las propuestas y volver a arrancar en medio de


los tropiezos que se vinieron encima, sin esperarlo en esta
escala.
Tiene razón el humorista hispanizante Daniel Samper Pi-
zano al escribir “no pueden seguir las gentes en el fondo del
aljibe”. Pozo, como se dice en Colombia, con el agregado que
ese pozo será mucho más profundo, muchísimo más fétido
en que estamos. Inmensamente más, con Rodolfo Hernández.

108
El (amenazante) triunfo
del irracionalismo27

S e le diagnóstica a Rodolfo Hernández una gran pertur-


bación psicológica. El profesor Andrés Ibáñez de la Uni-
versidad Nacional habla de “trastorno de personalidad psi-
cótica”. Sus síntomas son: miente con facilidad y descaro,
camufla su personalidad narcisista bajo una imagen bona-
chona y bondadosa, seduce y convence a cualquier precio,
acusa a otros de cosas malas que él mismo hace, no muestra
signos de auténtico arrepentimiento ni culpa, ve a las perso-
nas como objetos para manipular, es impulsivo y violento en
todas las formas.
Todos estos síntomas que forman el cuadro psicopático
de Rodolfo Hernández y que los medios se recrean en presen-
tar como un asunto folclórico y causa de su éxito electoral,
para encubrirle todos sus desmanes autoritarios, genera, no
obstante, la pregunta decisiva, a saber, ¿cómo esa personali-
dad trastornada logró casi seis millones de votos (en primera
vuelta) y genera una euforia favorable, aun en los mercados
bursátiles? Si el diagnóstico del profesor Andrés Ibáñez es
acertado (y los colombianos debemos temer que sí) debemos
concluir que nuestro próximo potencial presidente Rodolfo
Hernández, un clon de Duterte (el violento mandatario filipi-
no), es una amenaza devastadora.

27 Este texto corresponde al artículo publicado en el portal Las 2 Orillas, “¿En qué
se parecen el ingeniero Hernández y el temible Duterte?”, junio 03 de 2022.

109
Juan Guillermo Gómez García

Pero la pregunta es, repetimos, cómo a una personalidad


autoritaria extravagante se le celebre que dé una bofetada a
un concejal mientras era alcalde de la capital santandereana;
que anuncie cerrar la UIS, la más importante universidad de
esa región, y lotear sus terrenos; que admire al “pensador y
filósofo” Adolf Hitler; que mande a las mujeres a mantequiar,
por su naturaleza biológica; que tenga al aventurero asesor
Beccassino que le aconsejó que la clave era hacer payasadas
en TikTok, que sabe hacer, y no argumentar en debates pú-
blicos, que claro no tiene idea de hacer; que amenace desde
ya a los congresistas, no por corruptos, sino aquellos que no le
sigan sus rabietas; que anuncie que su primera medida será
decretar la conmoción interior que es una especie de auto-
golpe de Estado, que nunca se ha ensayado desde 1991, para
hacer lo que le salga de sus pelotas; que haya intelectuales
harapientos como William Ospina que promuevan esa alter-
nativa como “cambio”; que esté imputado por corrupción y
abandere desvergonzadamente la lucha anticorrupción; que
sus casas de intereses social se caigan y se auto-gloríe como
empresario exitoso; que exija bajar los sueldos de los profe-
sores de doce a nueve meses, porque confunde receso para
preparar clases e investigar con vagancia; que haya pues cien
o mil razones para no tomarlo en serio y que no es sino la peor
alternativa posible para la lacerada Colombia.
En 1936, tras el triunfo y la carrera violenta de Hitler en
el poder, se publicó un libro icónico “Estudios sobre autoridad
y familia” que agrupaba una serie de investigaciones sobre
las profundas y diversas raíces del autoritarismo en la so-
ciedad alemana. Sus autores fueron Max Hokheimer, Erich
Fromm, Herbert Marcuse, entre otros. Era una obra colecti-
va, fragmentaria y por su puesto en progreso. La pregunta
que subyacía a estos intelectuales judío-alemanes en el exilio

110
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

(la obra fue publicada en París) era la razón o razones de la


caída de la República de Weimar (el primer sistema consti-
tucional liberal en la historia de Alemania) y el ascenso de
Hitler al poder; el salto al vacío pues de la racionalidad jurí-
dica a la demencia nazi. ¿Qué hizo posible el triunfo en urnas
del cabo Hitler, un hombrecito que capitalizó la inestabili-
dad republicana liberal, a favor de un proyecto nacionalista
abiertamente violento y demagógicamente autoritario? ¿Por
qué pues la población popular y obrera no supo prever las
consecuencias de la ira revanchista de un país que se sentía
traicionado por el Tratado de Versalles y estaba sumido en
las peores condiciones de hambre, devaluación, desempleo y
falta de orgullo patrio?
Las respuestas fueron múltiples y muchas remitían a
las tradiciones autoritarias del luteranismo y concluían con
los efectos de los medios de comunicación emergentes, como
pilares de ese desastre para la humanidad europea, mírese
por donde se mire. El temor por el comunismo usurero (la
leyenda de la puñalada en la espalda: Dolchstolsslegende) fue
la llave que supo manipular el “salvador” Führer: judíos y
comunistas como traidores enemigos de la Pacha Mama ger-
mana. Las conclusiones provisionales de esos estudios siguen
siendo una matriz investigativa de actualidad que indaga por
el potencial agresivo de las sociedades capitalistas y su irra-
cionalismo político/social sustancial.
En Colombia no hay judíos o casi no hay (digámoslo como
imaginario colectivo), pero Petro es, para muchos, el temor
guerrillero comunista y el camino directo a volver a Colombia
una segunda Venezuela chavista. Nada de esto es verdade-
ro (los medios de comunicación lo saben tanto como lo sabe
la Embajada norteamericana) y lo paradójico es que Petro-
Francia son hoy por hoy los garantes de la estabilidad insti-

111
Juan Guillermo Gómez García

tucional (no el continuismo desvergonzado de la era uribista)


y enarbolan la Constitución de 1991 como estatuto de los in-
cumplidos derechos sociales de la nación.

112
Rodolfo Hernández. No Futuro

E ntre 1986-1988 dirigió Víctor Gaviria “Rodrigo D. No fu-


turo”, una película escabrosa y desesperanzadora sobre
las comunas populares de una Medellín azotada por la plaga
de la cultura de las mafias del narco-tráfico. La película fue
presentada en 1990 en el Festival de Cannes, en medio de un
auditorio perplejo. Tuve ocasión de programarla un año des-
pués en una semana del cine colombiano, en la Brotfabrik de
Bonn-Beuel, donde tampoco los espectadores lograban seguir
el argumento de un joven de veinte años que, contra todas las
adversidades a cuestas, se empecinaba por cumplir su deseo
de convertirse en artista punk. La última escena muestra a
Rodrigo D. (protagonizado por Ramiro Meneses) lanzarse al
vacío desde la torre de Coltejer, símbolo de la pujanza y orgu-
llo del empuje industrial antioqueño.
El país joven colombiano (hay hoy más de doce millones)
sueña, al igual que Rodrigo D., en cumplir sus deseos más
íntimos. Pero igual que Rodrigo D. choca con una realidad
absurda y sórdida que, como una muralla inmensa, obstru-
ye sus caminos de utopía. Colombia es un país paradisíaco,
dicen nuestros compatriotas, y asocian a ese paraíso las bon-
dades de su riqueza natural (que está en peligro de ser arra-
sada por la explotación de materiales fósiles, la minería legal
e ilegal, los cultivos de coca y amapola y la tala de árboles)
y su diversidad cultural (que apenas se conoce sin estudiar
su historia política, social y cultural que fue cercenada del
pensum escolar).

113
Juan Guillermo Gómez García

Colombia es así un país con una riqueza natural en emi-


nente peligro de desertización y con una patente carencia de
conciencia histórica. Carece así de historia conscientemente
adquirida por la lectura y la discusión pública de sus signifi-
cados y de memoria/as colectiva/as activa/as construidas en
múltiples foros (de la mesa familiar a las asambleas estu-
diantiles universitarias).
De este modo, el joven colombiano, en general el joven
de barriadas populares y en búsqueda de su identidad como
agente social activo (que colme sus sueños electivos) hace del
rebusque de sí mismo una odisea personal desesperada, en
medio de un entorno familiar hostil, una vida barrial anó-
mica y unos referentes culturales divergentes, en que no lo-
gra diferenciar los contenidos tradicionales de la cultura (los
indígenas, afros e hispánicos) de las apuestas de la cultura
de masas, en la era de los Influencers. Esto genera anomia,
opresión, confusión y violencia, de muchos orígenes y conse-
cuencias inéditas.
Casi la mitad de los colombianos, tan orgullosos de ser
hijos de esta nación libertada por las tropas al mando de Bo-
lívar, en la Batalla de Boyacá del 7 de agosto de 1819, no
acertaron a responder correctamente, en una encuesta que se
hizo en ocasión del bicentenario del Grito de Independencia
(en julio del 2010), de qué imperio nos habíamos liberado en
esa ocasión. Es de temer, en el entretanto, que ese desconoci-
miento se haya agravado. Esto hizo posible que poco después,
en un concurso de History Channel, se haya elegido por voto
de los televidentes, a Álvaro Uribe Vélez como el personaje
más importante de la historia de nuestro país, por encima de
Bolívar (que murió como ciudadano colombiano) o de García
Márquez.

114
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

Los jóvenes colombianos no saben (hasta es posible que


no deseen ni quieran saber) quién fue Laureano Gómez y
su papel determinante en los orígenes de nuestra violencia
política, social y cultural contemporánea. Laureano Gómez
fue presidente de Colombia en 1950, tras el asesinato el 9 de
abril de 1948 de Gaitán, líder liberal de izquierda. No saben
que solo en su primer año de mandato (y casi único al frente
del poder), Laureano Gómez fue responsable de dejar tendi-
dos (“muñecos”, “les dio piso”) ese año a cincuenta mil com-
patriotas que se despedazaban, unos a otros, por ser liberales
o ser conservadores. Récord de asesinatos políticos en 365
días, nunca antes superado. La misión salvadora de Laurea-
no Gómez fue exactamente la misma que la de Uribe Vélez, a
saber, dejar la patria colombiana limpia del mal comunista.
Por eso la tarea de dejar sin historia a sus jóvenes, que
significa dejar sin futuro lo mejor de la nación colombiana, ha
sido cumplida a cabalidad por los ministerios de educación y
cultura en este siglo XXI. Cercenar de tajo la historia y la me-
moria del país, es garantizar el dominio desvergonzado de los
dirigentes políticos de siempre, de la clase dominante (“oli-
gárquica”, como acusaba Gaitán), que se perpetúa en cada
generación con todas las mañas, las corruptelas, las cliente-
las, en un eterno retorno de lo mismo.
Una nación no es una tabula rasa. No debe serlo, y su
principio de esperanza nace de esa acción valerosa de la ju-
ventud de tumbar las estatuas de nuestras plazas públicas,
que presenciamos en el último Paro nacional. Al tumbar la
estatua del fundador de Bogotá, Jiménez Quesada, en la pla-
zoleta de la Universidad del Rosario, se derribó también a la
dictadura sátrapa de Laureano Gómez que la había recibido
como regalo del dictador español Francisco Franco.

115
Juan Guillermo Gómez García

Al derribar la estatua de Jiménez de Quesada, se hizo


un acto creativo de reconstrucción utópica, de derribar (no
propiamente el pasado hispánico) sino sobre todo a los que se
empeñan a dirigirnos con los patrones culturales y políticos
de los chapetones. Se derribó a su vez con Laureano Gómez
y al mismo fantasma de Uribe Vélez, heredero insigne del
“Monstruo” (así se le llamaba a Laureano Gómez), que nos
persigue y aterroriza en las noches de insomnio, sin amane-
cer, desde ese trágico 9 de abril.
Este año fue ocasión de cortar esa soga del ahorcado que
nos apremia y aprieta, que nos amenazaba con seguir apre-
tándose con el ingeniero ocasionalista, que emerge de manera
sorpresiva como una estrella negra en el firmamento colom-
biano. Rodolfo Hernández, con signos manifiestos de pertur-
baciones psico-patológicos según especialistas. “Los caminos
de la vida… no son como yo pensaba, como los imaginaba,
no son como yo creía…”, reza un vallenato muy conocido. Es
la ocasión de que nos apropiemos de esos caminos tortuosos,
por los que transitaba hasta su auto-exterminio Rodrigo D.
Apropiándonos de ellos, voluntariamente y con nuestro voto
por Petro-Francia: como caminos de utopía. Colombia con fu-
turo…

116
Tres párrafos sobre “la traición de los
intelectuales” y la campaña presidencial

L a agitada y aun exacerbada campaña presidencial, pero


sobre todo la polarización que, en forma inevitable e in-
soslayable, se agudizó casi hasta el paroxismo colectivo en
la segunda vuelta, removieron las aguas estancadas de una
intelectualidad nacional cada vez más insustancial y dis-
tante de las realidades nacionales. En el río revuelto de las
opiniones a favor o en contra de los dos candidatos, Petro o
Rodolfo Hernández, y tras un reconocimiento de su adhesión
apostando a su ganador, la postura más controversial fue, sin
duda, la de William Ospina.
El autor de la “franja amarilla” (un semi ensayo errático
que cayó en su momento como anillo al dedo en un mundo
sin Muro de Berlín y una Constitución confusa) pareció estar
atacado de un paludismo neuronal, muy representativo de
esa capa de personajes públicos, conocidos o auto-reconocidos
como “intelectuales”, que se atribuyen o se les atribuye (esta
es la gracia) un poder directivo espiritual sobre una nación
sin rumbo.
Recordó recientemente en alguna columna de El Espec-
tador Cristian Garavito, el origen de la constelación de si-
tuaciones en que emerge el concepto de intelectual, entre el
conocidísimo caso Dreyfus (final del siglo XIX francés) y el
ascenso de la siniestra ola hitleriana, como una figura contro-
versial que se hace digno y/o se degrada en el debate público.

117
Juan Guillermo Gómez García

Intelectual es, en efecto, no ya el clásico erudito u hombre


de letras, el sabio universitario o pensador excelso sembrado
entre su selecta biblioteca de clásicos y distinguido por sus
iguales como un hombre de excepción (aquí lo simulaba ana-
crónicamente un Nicolás Gómez Dávila), sino más bien un
agitador profesional en el mundo de la opinión pública, por
su naturaleza en constante debate. Crítico, polémico, incómo-
do… Genialmente incómodos como fueron Sarmiento, Mon-
talvo, González Prada, Mariátegui, Vargas Vila, Martínez
Estrada, Marta Traba… entre cien más de nuestra tradición
continental latinoamericana.
La mención del sociólogo Karl Mannheim en la colum-
na comentada es más que oportuna, un necesario referente
para ir situando a nuestros intelectuales criollos, también y
no menos afectados por la barahúnda de acontecimientos na-
cionales, que reclaman y exigen un esclarecimiento “en tiem-
po real” de esto y aquello. La diferencia entre los momentos
críticos en que escribe el sociólogo de la cultura (discípulo de
Max Weber) y hoy no se resuelve con decir que eso sucedió
hace un siglo y en un lugar muy lejano. La actualidad de la
discusión sobre este fenómeno de resonancia universal salta
a la vista: la violenta polarización del debate público que es
también parte de la democratización compulsiva de la socie-
dad de masas y sobre todo de los medios diversificados con
que hoy contamos para hacer la vida cotidiana, segunda piel
de nuestra naturaleza como seres sociales en constante áni-
mo deliberativo.
El peligro latente es comparativo. Sucumbir al ocasio-
nalismo del día a día que no nos permite discernir entre lo
importante y lo sensacional, lo decisivo de lo pasajero; más
aún, que no importa discernir, decantar, ni se precisa de ese
ejercicio analítico-dialéctico. Conformismo aturdidor, al cabo.

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PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

El caso de William Ospina al adherirse sin pudor alguno


al bufonesco autoritario Rodolfo Hernández, no es solo sínto-
ma, sino a la vez funesta consecuencia de un intelectual sin
intelectualidad activa. Nada que produzca asombro, como lo
expresó en otra columna reciente de El Espectador la poetiza
Piedad Bonnet. El oportunismo es parte del intelectual, des-
de que se desvinculó de las instituciones que le eran propias:
Estado, iglesia, ejército, universidad. Lo fue, en forma para-
digmática, ya el romántico Friedrich Schlegel. Se hace va-
cilante, inquieto, sobresaltado. O muy acomodado, trepador.
El anterior Paro nacional puso a prueba a nuestra inte-
lectual inane nacional. Fue la última de la fila. No solo no se
le vio por allí, sino que no tuvo nada qué decir, nada qué pro-
testar, nada qué controvertir seriamente. Mute por el foro.
Pero hay mucho por decir, controvertir, afirmar, soñar….
Poetizar. Calló por conveniencia y estratégicamente, no se
exhibió sencillamente porque la gente del Paro no da puestos,
no estimula sus egos para mandarlos con pasajes y viáticos
a las Ferias del Libro de Madrid, Guadalajara o Frankfort,
por demás. Dicho de manera técnica: estos novelistas no son
hijos de sus obras literarias sino de la publicidad del mercado
del libro de escala.
Los casos de Héctor Abad Faciolince (un autor otoñal hace
al menos quince años) o de Salomón Kalmanovitz (investiga-
dor de una sola pieza: su referencial historia de la economía
colombiana escrita en los tiempos de María Moñitos) son par-
te de ese espectáculo de sombras chinescas de una intelec-
tualidad que palidece cuando sale a la calle en la agitación
protestataria, oye hablar de socialismo (palabra desterrada
de su mariano diccionario político de bolsillo), o sencillamen-
te lee el programa de Petro- Francia para cambiar el país. Da
hasta hartera mencionar, así sea de paso, en esta traición de

119
Juan Guillermo Gómez García

los intelectuales, los casos de Juan Gabriel Vásquez o Santia-


go Gamboa, que me ponen a bostezar y sobre todo amenaza
su mención el sistema operativo de mi computador con un
virus letal.
A mí, personalmente, me dan ganas de darles un cosco-
rronazo en la testa (no como el que el dio el soberbio señorito
Vargas Lleras a su guardaespaldas, como si nos encontrá-
ramos en su hacienda del siglo XVII), sino darles una sacu-
dida de ideas nuevas para refrescar sus espíritus mustios.
Ponerlos a leer y releer los Manuscritos del 44 de Marx, por
ejemplo.
Pero ya no vale enmendar a estos crepusculares ídolos de
barro. Hay una inmensa juventud ansiosa que nos enseña
con su anhelo utópico (Mannheim habla de la juventud como
“sentido de trascendencia”) y que estamos en el deber de en-
señarles a su vez. Y no menos.
Por su parte, los nombres del presidente de la Comisión
de Esclarecimiento de la Verdad y provincial de la Compa-
ñía de Jesús, el padre Francisco de Roux, y el del historiador
Darío Acevedo Carmona, director de Centro Nacional de Me-
moria Histórica, profesor de historia de la Universidad Na-
cional y especialista en temas sindicales y del socialismo en
Colombia, reclaman unas breves palabras de conclusión, por
los dos extremos que representan en la recta final del deplo-
rable mandato presidencial de Iván Duque.
La entrega del Informe final de la CEV a la comunidad
nacional e internacional marca un hito de gran trascendencia
para las víctimas del conflicto, cuya sola contabilidad causa
un estremecimiento para la ciudadanía colombiana y un foco
de gran interés para el mundo académico global. La firmeza
moral con que se entregó el voluminoso Informe, no exenta de

120
PETRO - FRANCIA POR CAMINOS DE UTOPÍA

feroces detractores, reafirmó el compromiso moral, político y


académico con que obró este ente estatal creado en el marco
del Acuerdo de Paz. El padre de Roux, en representación de
los comisionados, alza la voz de la conciencia nacional y se
sigue preguntando ¿cómo llegamos a estos extremos y tantos
guardaron silencio cómplice? La metodología y los resultados
estarán sujetos a todo tipo de debates. Los caminos que se
abren son inéditos y debemos exigirnos ponerlos al orden
del día en todo momento. La dura realidad del conflicto ar-
mado obligó a esta conclusión abierta, que por su naturaleza
es parcial y en construcción colectiva. La verdad, como se ha
dicho, es múltiple, pero no doble. La verdad duele, también
se dice como adagio popular, y sobre todo duele a los negacio-
nistas del conflicto, para quienes la verdad histórica es una
muy incómoda y despreciable piedra en el zapato de sus con-
veniencias políticas.
El caso de Darío Acevedo Carmona es lamentable; un
vergonzoso exponente del negacionismo que recibe órdenes
desde la cúpula de gobierno y repite con todas sus letras la
cartilla que su mentor, José Obdulio Gaviria (primo muy cer-
cano del capo medellinense), venía urdiendo desde los años
ochenta, bajo el amparo del Instituto de Estudios Liberales
de Antioquia. Darío Acevedo Carmona no solo repite, sino
que empobrece argumentalmente a su patrón intelectual y
padrino político, autor de los libros, Somos todo lo que di-
cen de nosotros, pero peor (1997) y Sofismas del terrorismo
en Colombia (2005). El profesor Acevedo Carmona en su alto
cargo de director del CNMH traicionó su profesión de histo-
riador y su trayectoria académica, su dignidad profesoral y
sobre todo traicionó a las millones de víctimas colombianas
(principalmente a las víctimas del genocidio de la UP), sin
atenuantes de ninguna clase. Hasta el momento, que sepa,

121
Juan Guillermo Gómez García

no ha habido una verdadera discusión pública amplia (aparte


de algún pronunciamiento de sus colegas al iniciar su nefasta
administración al frente del Centro) sobre una actuación pú-
blica que nos hace enrojecer, de la cabeza a los pies, a todos
sus colegas (bueno, a casi casi todos).
Por eso nos llena de grandes esperanzas y confianza el
nombramiento de Aurora Vergara Figueroa como nueva di-
rectora de CNMH, quien debe revertir esta política degrada-
da del director saliente y reasumir el legado de Gonzalo Sán-
chez y repotenciar las inmensas tareas inéditas para resarcir
a las víctimas de tanto dolor y olvido.

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El Archivo literario y de las
culturas nacionales

U na propuesta a un nuevo Presidente y a una nueva Vi-


cepresidenta:
El Archivo literario y de las culturas nacionales tiene la
misión de reconstruir, preservar, conservar, documentar,
archivar, clasificar, divulgar, difundir, editar e investigar el
gran patrimonio de la nación colombiana, en todas sus di-
mensiones. Esta enorme y vasta tarea es y será una obra
colectiva en progreso. Tiene el propósito de ser eje de las
discusiones que permitan saber de mejor manera de dónde
venimos, qué somos y qué nos proponemos hacer para “vivir
sabroso”. Las voces, las miles y miles de voces son convocadas
desde la mesa familiar a los recintos académicos para que,
en un diálogo abierto, franco, podamos rememorar nuestras
historias, las conocidas y sobre todo las por conocer, y com-
partirlas de forma fraterna y entre amigos colombianos y la-
tinoamericanos. Esta comunidad existente encuentra una o
muchas puertas posibles en la Colombia por renacer.
Este proyecto magno (generoso y utópico) se concibe como
ente central y descentralizador a la vez. Debe integrar (lo que
significa a la vez preservar en su naturaleza) los institutos,
academias, centros, “logias” que han asumido estas mismas
tareas y bajo la misión de fortalecer desde esas dinámicas
altruistas el legado de nuestros antepasados y la vibra de
nuestras generaciones nuevas. Lo presiden la presidencia

123
Juan Guillermo Gómez García

y la vicepresidencia en cabeza de Gustavo Petro y Francia


Márquez.
Este centro es una institución nacional y una rumba co-
lectiva. Una fiesta de la cultura y su proyección hacia cada
una de las regiones, hacia cada uno de los voluntarios y com-
prometidos artistas, creadores, poetas, literatos, académicos,
científicos de nuestra patria magna. Centro de confluencia y
de reproducción, de colegaje, de estudiantes y desparchados,
animados en rehacer la nación (las diversas naciones colom-
bianas), de hacerla vivible, posible de la más bella y posible
manera. Entre todos y todas lo hacemos todo. Colombia, hija
de Colón, de los muiscas (y de centenares de etnias que resis-
ten), de la esclavitud de las naciones africanas, del mestizaje
colonial, del federalismo del siglo XIX, del lopismo y de Gai-
tán. Hijos del Acuerdo de Paz, del gran Paro nacional pasado
(que es hijo de los mil paros que lo antecedieron) y del triunfo
del Pacto Histórico del pasado 19 de junio.
Entre sus primeras y prioritarias tareas está la de repa-
triar los archivos de Gabriel García Márquez, hoy en manos
norteamericanas, y adquirir los de los hombres de letras que
nos han distinguido como nación “culta” (a Bogotá se la llamó
alguna vez la Atenas suramericana), pero a la vez darse a la
misión de recabar lo que llamaba Fals Borda “los baúles” de
las casas pobres de provincia que preservan, sin dimensionar
su importancia colectiva, la memoria y la vida más íntima de
la nación colombiana.

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Dos palabras de uno de los editores
sobre este libro

E l libro del profesor Juan Guillermo Gómez, que hoy tengo


la oportunidad de editar, sirve de aporte a la discusión
pública nacional, una discusión pública que ha caído en ban-
carrota, como en bancarrota ha caído la figura del intelectual
en la vida pública latinoamericana. Se dice hoy a los profeso-
res universitarios que no opinen por fuera de sus especialida-
des académicas, que escriban y piensen científicamente, de
manera objetiva, como si los mismos no perteneciesen a una
comunidad nacional, no fueran parte de una historia.
Este libro, tiene una ocasión: el pensamiento en medio de
un nuevo panorama social y político en Colombia. Pero aún
más allá, el pensamiento libre en medio de una intelectuali-
dad comprometida con partidos y mercados. Como anuncia el
autor en las palabras liminares de este libro, los textos aquí
recogidos fueron concebidos al calor de los acontecimientos
políticos y sociales. Pero este ocasionalismo tiene también
otra cara: la pedagogía en historia nacional tan necesaria
para comprender el momento político, único e impensable,
que vive hoy nuestra nación.
De esta manera, este libro tiene una doble significación.
La primera, crear una opinión pública en un país que cedió a
la intriga de los medios; la segunda, en revelar la esperanza
utópica de muchas y muchos en un país en que nos habíamos
habituado a la desesperanza, la marginalidad y el miedo.

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Juan Guillermo Gómez García

Dentro de las opiniones aquí expuestas, hay una que a


juicio propio es interesante retomar, a saber, la comparación
entre Petro y Gaitán. Si bien Petro no es Gaitán porque la
historia no se repite, porque las condiciones no son las mis-
mas, es cierto que Petro nos enseñó a las nuevas generacio-
nes lo que es un líder político con ideas expuestas en plaza
pública, que logra lo más importante en política que es iden-
tificación. Petro renovó para nosotros un discurso que las éli-
tes mataron en ese trágico 9 de abril de 1948. Petro le mostró
a la juventud un camino que nunca le dijeron que existía y la
juventud respondió a él.
Pero a diferencia de Gaitán, Petro sí llegó a la presidencia.
Llegó sano y salvo, con una afectación que no supera una tos
a consecuencia de sus cientos de discursos en plaza pública.
Esto significa, que incluso antes de la posesión, Petro logró
revolucionar el sistema desde adentro, desde las normas y
formas democráticas. A esto nos invita este libro del profesor
Juan Guillermo, a pensar lo que significa Petro-Francia den-
tro de nuestra historia nacional y nuestra tradición política.
Dentro de esta historia nacional irrumpe Francia Már-
quez, para poner de cabeza la historia de los historiadores,
para poner en primer plano a los afros, a los indígenas, a los
LGTBIQ+, a las mujeres, a todos los excluidos de la “Nueva
Historia de Colombia”. Francia, sin duda, nos invita a cons-
truir una Verdadera Nueva Historia de Colombia, una histo-
ria de la cultura desde la diversidad.
A pensar estos temas nos invita esta compilación de ensa-
yos del profesor Juan Guillermo Gómez García. A pensar un
nuevo país sin olvidad la historia que nos antecede, a transi-
tar a un amanecer (como nos dice el músico Edson Velandia),
luego de la horrible noche.
Juan Camilo Dávila Rodríguez.

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