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SOMOS IGLESIA, SOMOS FAMILIA

Hechos 2: 43. “Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y


señales eran hechas por los apóstoles.  44Todos los que habían creído
estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; 45y vendían sus
propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de
cada uno.  46Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el
pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de
corazón,  47alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el
Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.”
Como resultado de la predicación de Pedro, cuando lleno del Espíritu Santo
habló a una multitud de aproximadamente tres mil personas, vemos en
primer lugar que el Espíritu les dio convicción de pecado y los llevó a
arrepentirse de sus pecados y reconocer a Jesús como Señor para su
salvación.

Lo segundo que vemos es que los creyentes de ese tiempo vieron la


necesidad de formar una comunidad. Nuestra fe, no es una fe solitaria.
Las personas que escucharon la predicación de Pedro no regresaron a sus
casas solas. Tampoco empezaron a transitar el camino de la fe por su
propia cuenta. Sino que fueron añadidas al grupo de creyentes y formaron
una comunidad. Esa comunidad se llamó Iglesia (griego Ekklesía).

Una comunidad es el conjunto de personas que están juntas y que tienen en


común ciertos elementos. Esta comunidad cristiana tenía en común que
habían reconocido a Jesús como Señor y Salvador, Jesús era su todo.
Tenían en común su fe. Tenían en común el hambre y la sed por Dios. Y
todo tenían en común la necesidad de relacionarse con sus semejantes.

La Iglesia es esa comunidad en la cual nos relacionamos con otras personas


iguales a nosotros. Personas con las que tenemos mucho en común.

Dios nos creó como seres relacionales. Nos creó para relacionarnos con Él
en primer lugar, y para relacionarnos con nuestros semejantes.

Cada uno de nosotros debe reconocer la importancia de pertenecer a una


comunidad, mediante la cual podamos experimentar el amor de Dios a
través de los demás.

I. ERES LLAMADO A PERTENECER, NO SÓLO A CREER.


Nos creó para vivir en comunidad, para la comunidad, para la comunión y
para tener una familia, y no podemos cumplir los propósitos de dios por sí
solos.
Aunque nuestra relación con Cristo es personal, la intención de Dios no es
que sea privada. En la familia de Dios estamos conectados con todos los
demás creyentes, y nos pertenecemos mutuamente por la eternidad.

Romanos 12: 5. “así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo,


y todos miembros los unos de los otros”

Para que los órganos de tu cuerpo cumplan su propósito, deben estar


conectados al cuerpo. Lo mismo es cierto en tu caso, como parte del cuerpo
de Cristo. Dios te creó para desempeñar un papel específico, pero si no te
vinculas a una iglesia viva y local, te perderás el segundo propósito de tu
vida. Descubrirás tu papel en la vida mediante tu relación con los demás.

Fuera del cuerpo, los órganos se secan y mueren. No pueden sobrevivir


solos; nosotros tampoco. Desvinculado y sin la fuente de vida que brinda el
cuerpo local, tu vida espiritual se marchitará y dejará de existir.

Efesios 4: 16. “de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí
por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad
propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en
amor.”

1. Ser una familia eclesiástica te permite identificar como creyente


genuino. No puedo decir que sigo a Cristo si no tengo ningún compromiso
con otro grupo específico de discípulos. Jesús dijo: Juan 13: 35 “De este
modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los
otros”.

2. Ser una familia eclesiástica te aparta del aislamiento egocéntrico. La


iglesia local es el salón de clases donde aprendes a vivir en la familia de
Dios. Es el laboratorio donde se practica el amor comprensivo y sin
egoísmo. Como miembro participante podrás aprender a interesarte en los
demás y a conocer la experiencia de otros.

La comunión bíblica consiste en estar tan comprometidos con los demás


como lo estamos con Jesucristo. Dios espera que entreguemos nuestra vida
unos por otros. Muchos cristianos conocen el versículo de Juan 3:16 pero
se olvidan de 1º Juan 3:16. “En esto conocemos lo que es el amor; en que
Jesucristo entregó su vida por nosotros. Así también nosotros debemos
entregar la vida por nuestros hermanos”
3. Ser una familia eclesiástica te ayuda a mantenerte en forma
espiritualmente. No podrás madurar si sólo asistes a los cultos de
adoración y eres un espectador pasivo. Sólo podemos mantenernos
espiritualmente en forma si participamos en toda la vida de una
congregación local. La Biblia declara: Efesios 4: 16 “de quien todo el
cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se
ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su
crecimiento para ir edificándose en amor.”
Puede parecer más fácil ser santo cuando no hay nadie a nuestro alrededor
que pueda frustrar nuestras preferencias, pero esta santidad es falsa y no
verificable. El aislamiento genera engaño: es fácil engañarse creyendo que
somos maduros si no nos comparamos con otros. La verdadera madurez se
demuestra en las relaciones.

a) El Cuerpo de Cristo te necesita. Dios tiene un papel exclusivo


para que lo desempeñes en su familia. Es tu “ministerio”, y para
desempeñarlo Dios te ha dado dones.

1° Corintios 12: 4. “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu


es el mismo.”

b) Compartirás la misión de Cristo en el mundo. Cuando Jesús


caminó sobre esta tierra, Dios obró mediante el cuerpo físico de Cristo;
hoy usa su cuerpo espiritual. La iglesia es el instrumento de Dios sobre la
tierra.

c) La familia eclesiástica evitará que te apartes. Nadie es inmune a


la tentación. Dadas las circunstancias apropiadas, tú como yo podríamos
ser capaces de cometer cualquier pecado. Como Dios sabe eso, nos ha
asignado como individuos la responsabilidad de cuidarnos mutuamente. La
Biblia dice:

Hebreos 3. 13. “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de


vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios
vivo;  13  antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se
dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del
pecado”

II. LA UNIDAD DE LA IGLESIA.


Resulta imposible pensar que un cuerpo funcione cuando sus miembros no
están unidos y relacionados entre sí. La Biblia nos llama a vivir en unidad
con otros creyentes, ya que esto hace que el cuerpo funcione correctamente
y alcance la madurez, es decir, la estatura de Cristo Jesús.

Primero, el cuerpo debe estar unido a la cabeza, Cristo es la cabeza de la


Iglesia. Él está en primer lugar. Si decimos que somos la Iglesia es porque
Jesús es la prioridad. Jesús es el que por medio de Su Palabra y por medio
del Espíritu Santo nos guía en cuanto a todo lo que debemos hacer.
Después, cada parte del cuerpo debe estar relacionada entre sí con las
demás. Cuando las partes de un todo están unidas crecen con igualdad. Así
debe suceder en la Iglesia, todos los miembros deben crecer en madurez al
mismo tiempo.

La unidad entre los creyentes debe ser cultivada. No sucede porque sí, no
es casualidad. El Apóstol Pablo le dice a la iglesia de Éfeso que se esfuerce
por mantener la unidad que da el Espíritu Santo: Efesios 4: 3. “solícitos en
guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”

La Iglesia debe caracterizarse por la unidad de quienes la conforman. No


fuimos llamados a dividir el cuerpo de Cristo, sino a trabajar y esforzarnos
por mantener al Espíritu Santo en el cuerpo de tal manera que Su presencia
se evidencie en la unidad.

1. Cultivar la vida en comunidad requiere sinceridad. Debes estar lo


suficientemente interesado para decir la verdad fraternalmente, incluso
cuando prefieras pasar por alto un problema o no tratar un asunto espinoso.
Gálatas 6: 1-2. “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta,
vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre,
considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.  2  sobre
llevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo.”
La franqueza no debe ser una licencia para decir lo que a uno se le antoja,
dondequiera y cuando quiera. Eso es impertinencia.
1 Timoteo 5: 1-2. “No reprendas al anciano, sino exhórtale como a padre;
a los más jóvenes, como a hermanos;  2  a las ancianas, como a madres; a
las jovencitas, como a hermanas, con toda pureza”
2. Cultiva la vida en comunidad requiere humildad. Nada destruye la
comunión tan rápido como la arrogancia, la autocomplacencia y el orgullo
empedernido. El orgullo erige murallas entre las personas; la humildad
construye puentes. La humildad es como el aceite que suaviza las
relaciones y lima las asperezas. Por eso la Biblia dice en 1 Pedro 5: 5.
“Revístanse todos de humildad en su trato mutuo”. La vestimenta
apropiada para la comunión es una actitud de humildad.
Podemos desarrollar la humildad de manera práctica: reconociendo
nuestras debilidades, siendo tolerantes con las debilidades de otros, estando
dispuestos a ser corregidos y destacando lo que hacen los demás.
La humildad no es pensar menos de sí mismo sino pensar menos en ti
mismo. Humildad es pensar más en los demás. Las personas humildes se
interesan tanto en servir a otros, que no piensan en sí mismas.

3. Cultivar la vida en comunidad requiere amabilidad. La cortesía o


amabilidad consiste en respetar nuestras diferencias, tener consideración
por los sentimientos de otras personas y ser tolerantes con las que nos
molestan.

Romanos 15: 2. “Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es


bueno, para edificación.”
En todas las iglesias, y en cualquier grupo pequeño, habrá siempre por lo
menos una persona “difícil”, a veces más de una. Éstas pueden tener
necesidades emocionales especiales, profundas inseguridades, costumbres
irritantes o hábitos sociales no desarrollados. Podríamos llamarlas personas
NGE: que “necesitan gracia extra”.
Dios puso a tales personas en medio de nosotros tanto para nuestro
beneficio como para el de ellas. Son una oportunidad para el crecimiento y
poner a prueba la comunión: ¿Las amamos como hermanos y hermanas y
las tratemos con dignidad?

4. Cultivar la vida en comunidad requiere confidencialidad. Para que


las personas sean sinceras y expresen sus más profundas penas, necesidades
y errores, se requiere una condición: una atmósfera segura que las haga
sentirse cálidamente aceptadas y donde puedan desahogarse con confianza.
La confidencialidad no implica permanecer en silencio si nuestro hermano
o hermana peca. Significa que lo que se expresa dentro del grupo no sale
afuera de él, que el grupo tratará el asunto internamente y
nadie saldrá a contar chismes.
Proverbios 16: 28. “El hombre perverso levanta contienda, Y el chismoso
aparta a los mejores amigos.”

5. La vida en comunidad requiere contacto frecuente. Debes tener


contacto frecuente y regular con tu grupo para construir una comunión
genuina.
Hebreos 10: 25. “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por
costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se
acerca.”
Debemos desarrollar el hábito de reunirnos. Un hábito es algo que hacemos
con frecuencia y regularidad, no ocasionalmente. Debemos pasar tiempo
juntos (mucho tiempo) para construir relaciones sólidas. Por eso, la
comunión es tan superficial en muchas iglesias justamente porque no
pasamos suficiente tiempo juntos, y cuando nos reunimos, por lo general
pasamos ese tiempo escuchando hablar a una sola persona.
La comunidad no se construye sobre la conveniencia (“Nos reuniremos
cuando nos parezca”), sino que se apoya en la convicción de que la
comunidad es necesaria para la salud espiritual. Si deseas cultiva una
comunión verdadera, eso implicará reunirte incluso cuando no tengas
ganas, porque estás convencido de que es importante. ¡Los primeros
cristianos se reunían todos los días!

Hechos 2: 46. “Y perseverando unánimes cada día en el templo, y


partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de
corazón”

III. REFLEJAMOS SU PODER.

Cada uno de nosotros somos la Iglesia. Dios ha hecho de cada uno de


nosotros Su templo. El Espíritu Santo habita en cada uno de nosotros para
que seamos un reflejo de Su poder. “¿Acaso no saben que ustedes son un
templo de Dios, y que el Espíritu de Dios vive en ustedes?” 1 Corintios
3:16 TLA.

Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón nos enciende en un


fuego que nos consume y nos ayuda a mantenernos cerca de Jesús.
Mientras permanezcamos en la unidad el fuego seguirá encendido. Pero si
nos alejamos, poco a poco la llama se irá apagando.

Ciertamente la Iglesia debe moverse en poder para extender el Reino de los


cielos. Si vemos a la Iglesia en el libro de Hechos nos daremos cuenta de
que, sin lugar a duda vieron y experimentaron el poder del Espíritu Santo
obrando en cada una de sus reuniones. Esta Iglesia ardía en el fuego del
Espíritu Santo. Y muchos otros se unieron al calor de la comunidad para
arder junto a ellos.

Cuando vivimos según el diseño de Dios, es decir, siendo Su Iglesia,


relacionándonos los unos con los otros, el Espíritu Santo hará maravillas a
través de nosotros. Permitiendo, de esa manera, que aquellos que están
viviendo lejos de Dios, sumidos en la tristeza y la soledad experimenten el
amor, la bondad y la fidelidad de Dios.

¡Qué muchos más se acerquen a nosotros para arder en Amor por Dios!

Hemos llegado al final de este plan de lectura. Nos alegra mucho saber que
somos la Iglesia de Dios y que contamos contigo para seguir extendiendo el
Reino de los cielos aquí en la tierra.

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