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El rey burgués

Rubén Darío

¡Amigo! El cielo está opaco, el aire frío, el día triste. Un cuento alegre… así como para
distraer las brumosas y grises melancolías, helo aquí:
Había en una ciudad inmensa y brillante un rey muy poderoso, que tenía trajes
caprichosos y ricos, esclavas desnudas, blancas y negras, caballos de largas crines, armas
flamantísimas, galgos rápidos, y monteros con cuernos de bronce que llenaban el viento
con sus fanfarrias. ¿Era un rey poeta? No, amigo mío: era el Rey Burgués.
Era muy aficionado a las artes el soberano, y favorecía con gran largueza a sus músicos, a
sus hacedores de ditirambos, pintores, escultores, boticarios, barberos y maestros de
esgrima.
Cuando iba a la floresta, junto al corzo o jabalí herido y sangriento, hacía improvisar a sus
profesores de retórica, canciones alusivas; los criados llenaban las copas del vino de oro
que hierve, y las mujeres batían palmas con movimientos rítmicos y gallardos. Era un rey
sol, en su Babilonia llena de músicas, de carcajadas y de ruido de festín. Cuando se
hastiaba de la ciudad bullente, iba de caza atronando el bosque con sus tropeles; y hacía
salir de sus nidos a las aves asustadas, y el vocerío repercutía en lo más escondido de las
cavernas. Los perros de patas elásticas iban rompiendo la maleza en la carrera, y los
cazadores inclinados sobre el pescuezo de los caballos, hacían ondear los mantos
purpúreos y llevaban las caras encendidas y las cabelleras al viento.

Caupolicán

Es algo formidable que vió la vieja raza:


Robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
Salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
Blandiera el brazo de Hércules, ó el brazo de Sansón.

Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,


Pudiera tal guerrero, de Aráuco en la región,
Lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,
Desjarretar un toro, ó estrangular un león.

Anduvo, anduvo, anduvo. Le vió la luz del día,


Le vió la tarde pálida, le vió la noche fría,
Y siempre el tronco de árbol á cuestas del titán.
El fardo

Allá lejos, en la línea, como trazada por un lápiz azul, que separa las aguas y los cielos, se
iba hundiendo el sol, con sus polvos de oro y sus torbellinos de chispas purpuradas, como
un gran disco de hierro candente. Ya el muelle fiscal iba quedando en quietud; los
guardias pasaban de un punto a otro, las gorras metidas hasta las cejas, dando aquí y allá
sus vistazos. Inmóvil el enorme brazo de los pescantes, los jornaleros se encaminaban a
las casas. El agua murmuraba debajo del muelle, y el húmedo viento salado, que sopla de
mar afuera a la hora en que la noche sube, mantenía las lanchas cercanas en un continuo
cabeceo.

Todos los lancheros se habían ido ya; solamente el viejo tío Lucas, que por la mañana se
estropeara un pie al subir una barrica a un carretón, y que, aunque cojín cojeando, había
trabajado todo el día, estaba sentado en una piedra y, con la pipa en la boca, veía triste el
mar.

La ninfa

En el castillo que últimamente acaba de adquirir Lesbia, esta actriz caprichosa y


endiablada que tanto ha dado que decir al mundo por sus extravagancias, nos hallábamos
a la mesa hasta seis amigos. Presidía nuestra Aspasia, quien a la sazón se entretenía en
chupar como niña golosa un terrón de azúcar húmedo, blanco entre las yemas
sonrosadas. Era la hora del chartreuse. Se veía en los cristales de la mesa como una
disolución de piedras preciosas, y la luz de los candelabros se descomponía en las copas
medio vacías, donde quedaba algode la púrpura del borgoña, del oro hirviente del
champaña, de las líquidas esmeraldas de la menta.
Publicacion de Azul Ruben Dario

Azul… es un libro de cuentos y poemas del poeta nicaragüense Rubén Darío, considerada
una de las obras más relevantes del modernismo hispánico. Se publicó por primera vez en
Valparaíso (Chile) el 30 de julio de 1888, durante la estancia del poeta en este país.
Los poemas y cuentos que componen el libro fueron en su mayor parte escritos por Rubén
Darío en Chile, país en el que permaneció entre 1886 y 1889.
En el modernismo el color azul y el cisne blanco eran el símbolo del movimiento. En su
primera edición, la obra llevaba un prólogo de su amigo chileno Eduardo de la Barra
(quien junto a su amigo Eduardo Poirier ayudaron a que Darío concretara la publicación)
con un epígrafe de Víctor Hugo, poeta muy admirado por Darío, que dice así: «L’art c’est
l’azur». Según explica en esta obra, el azul era para él «el color del ensueño, el color del
arte, un color helénico y homérico, color oceánico y de firmamento infinito».
En los relatos, Darío inserta con frecuencia temas y motivos de la mitología griega, pero
también de los cuentos de hadas. Aparecen personajes como Mab, la reina de las hadas, o
Puck, el duende de El sueño de una noche de verano, de William Shakespeare. A pesar de
que predomina este ambiente de ensueño, destaca por su estética próxima al
Naturalismo, el relato «El fardo», que relata la muerte de un joven trabajador portuario.
La denuncia de la injusticia social no es ajena a estos cuentos: está presente también en el
relato «La canción del oro», en el que un pobre poeta bohemio entona un amargo himno
al oro (que vale aquí como metonimia del dinero).

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