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La Muerte De Dios Como Paso Necesario Para Aspirar Al Superhombre

Bairon Cordon

La célebre frase de Nietzsche “Dios ha muerto y sus deicidas” es comúnmente divulgada por
redes sociales y centrándose normal y superficialmente solo en el contenido meramente teológico
que esta puede significar. Sin embargo, de esta afirmación se desprenden reflexiones cuanto
menos interesantes y de gran relevancia. Así, abordaré en este escrito cómo “la muerte de Dios”
representa una apropiación del hombre sobre el mundo. Para ello centraré mis argumentos en que
la crisis de Dios representa una crisis en los valores individuales que se refleja en la búsqueda de
validez para sus creencias en los postulados científicos y filosóficos; también mostraré cómo esto
se refleja en el ámbito social al perder, el individuo, el sentido de la vida y/o se pierdan valores
morales predeterminados y "universales". Para finalizar terminaré exponiendo … Me basaré en
el prólogo del texto Así habló Zaratustra, de Nietzsche, para mostrar cómo la afirmación de que
Dios ha muerto representa más de lo que esta directamente dice y es un paso necesario y primero
para aspirar al superhombre.

Comenzando con esto, entonces, debemos comenzar con el parágrafo 125 de La gaya ciencia y
más específicamente a las palabras del loco:

"¿Dónde está Dios? Os lo voy a decir. Le hemos matado; vosotros y yo, todos nosotros
somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo pudimos vaciar el mar?
¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hemos hecho después de
desprender a la tierra de la caverna de su sol? ¿Dónde la conducen ahora sus
movimientos? ¿Ahora la llevan los nuestros? ¿Es que caemos sin cesar? ¿Vamos hacia
adelante, hacia atrás, hacia algún lado, erramos en todas direcciones? ¿Hay todavía un
arriba y un abajo? ¿Flotamos en una nada infinita? ¿Nos persigue el vacío con su aliento?
¿No sentimos frio? ¿No veis de continuo acercarse la noche, cada vez más cerrada?
¿Necesitamos encender las linternas antes del mediodía? ¿No oís el rumor de sepultureros
que entierran a Dios? ¿No percibimos aún nada de la descomposición divina?... Los
dioses también se descomponen. ¡Dios ha muerto! ¡Dios permanece muerto! ¡Y nosotros
le dimos muerte! ¿Cómo consolarnos, nosotros asesinos entre asesinos? Lo más sagrado,
lo más poderoso que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro
cuchillo. ¿Quién borrará esa mancha de sangre? ¿Qué agua servirá para purificarnos?
¿Qué expiaciones, qué ceremonias sagradas tendremos que inventar? La grandeza de este
acto, ¿no es demasiado grande para nosotros? ¿Tendremos que convertirnos en dioses o al
menos que parecer dignos de los dioses? Jamás hubo acción más grandiosa, y los que
nazcan después de nosotros pertenecerán, a causa de ella, a una historia más elevada que
lo fue nunca historia alguna (Nietzsche, 2003).

Se nos presenta un anuncio bastante impactante, o que debería serlo, y que poca
relevancia es rescatada en la reacción de sus oyentes. La muestra de Dios es un acontecimiento
importante, y luego el loco terminará por notar que es un hecho que se está llevando a cabo, que
ha llegado muy pronto. Sin embargo, la llamada profecía del loco refleja en sus detalles finales
un detalle a destacar: “jamás hubo acción más grandiosa, y los que nazcan después de nosotros
pertenecerán, a causa de ella, a una historia más elevada que lo fue nunca historia alguna”
(Nietzsche, 2003). Resalto esto último porque la muerte de Dios trae consigo un conjunto de
cambios que dejan al hombre en la deriva, sin mar por dónde navegar, sin horizonte para
orientarse, sin el sentido de la luz de los días, y aun así algo debe hacer el ser humano para suplir
tal necesidad y resolver esta urgencia. ¿Qué haremos, entonces, si Dios muere y nuestra vida se
desliga de todo el sentido divino? Una parte a la respuesta de nos adelanta en este mismo escrito,
¿acaso el hombre deberá convertirse en divinidad para tomar el papel de Dios?

La muerte de Dios trae consigo la caída de la Ética reinante y de las leyes morales que
esta constituía, es decir, las leyes divinas. El mundo y las acciones humanas pierden su telos
fundamental, basado en la divinidad. El hombre mismo no responde ya a un castigo superior y
cae en la ilusión de ser autónomo. Sin embargo, esto solo se reflejará en la manipulación que
ejerce sobre el mundo a través de las creencias, métodos y técnicas empirista que la ciencia le
brinda. El ser humano se apropia del mundo, haciéndolo y manejándolo como suyo, además de
apartarse, una vez más, de este mismo. Si bien desde las creencias cristianas ya se evidencia una
forma de ver el mundo como algo aparte y al ser humano como superior a los animales y a la
naturaleza en general, seguía estando bajo la vigilancia y restricciones de unas leyes dadas por un
ser superior y supremo. Los límites para la apropiación del hombre sobre el mundo como único
manipulador supremo se opacan con la muerte de Dios. Y el ser humano encuentra en los
postulados de la ciencia y de la filosofía una salida y fundamento para esto.
Ciertamente el ser humano enfrenta primero una crisis de sus creencias individuales antes
de optar por aceptar los postulados filosóficos y científicos. El origen del mundo se ve
transgredido con la pérdida del fundamento divino y los sujetos se ven abrumados por las
impresiones que el caos de la naturaleza les brinda. No obstante, aunque el hombre se vio
forzado a ir en paralelo con estos postulados modernos, tal crisis individual también se refleja en
lo social debido a la caída del sistema moral religioso. Con esto último el hombre queda viviendo
una vida sin propósito o en donde el bien y el mal es algo que debe determinar por el mismo.
Esta crisis social atenta contra la misma voluntad del hombre de vivir.

No obstante, una vez expuesto estas problemáticas a las cuales el hombre se enfrenta con
la muerte de Dios, pasaré a mostrar cómo esto mismo es un primer paso para llegar al
superhombre. Para esto, analicemos, primero, las siguientes palabras de Zaratustra al llegar a la
primera ciudad que llega luego de bajar de la montaña:

Yo os enseño el superhombre. El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis
hecho para superarlo? (…) El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra
voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra! ¡Yo os conjuro, hermanos míos,
permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas
sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no. Son despreciadores de la vida, son
moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá
desaparezcan! En otro tiempo el delito contra Dios era el máximo delito, pero Dios ha
muerto y con él han muerto también esos delincuentes. ¡Ahora lo más horrible es
delinquir contra la tierra y apreciar las entrañas de lo inescrutable más que el sentido de la
tierra! (…) (Nietzsche, 2016).

El superhombre responde a la autenticidad de sí mismo, y más adelante Zaratustra que


esto es, también, no ser parte del rebaño (Nietzsche, 2016). Es el sentido de la tierra, y esta
mención nos sirve para notar cómo la muerte de Dios propicia a dicho fin. Para mencionarlo con
palabras más sencillas respecto a cómo la muerte de Dios supone un paso para llegar al
superhombre:

¿Es que esas primeras consecuencias, contra lo que debía esperase, no nos parecen tristes
y sombrías, sino que, al revés, se nos presentan como una especie de luz nueva, difícil de
describir, como una especie de dicha, de alivio, de serenidad, de aliento, de aurora?...
Efectivamente, nosotros los filósofos, los espíritus libres, ante la nueva de que el Dios
antiguo ha muerto, nos sentimos iluminados por una nueva aurora; nuestro corazón se
desborda de gratitud, de asombro, de expectación y curiosidad, el horizonte nos parece
libre otra vez, aun suponiendo que no aparezca claro; nuestras naves pueden darse de
nuevo a la vela y bogar hacia el peligro: vuelven a ser lícitos todos los azares del que
busca el conocimiento; el mar, nuestra alta mar, se abre de nuevo a nosotros, y tal vez no
tuvimos jamás un mar tan ancho (Nietzsche, 2003).

Ese ambiente propicio en donde tenemos un mar ancho que podemos navegar y poder
abrir nuestra curiosidad a la voluntad de nuestra autenticidad es el terreno necesario para aspirar
al superhombre. La muerte de Dios se muestra, así, como un suceso necesario en el camino
todavía muy difícil de llegar al superhombre.

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