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Secuencia didáctica 9 • 5to grado • El cuento

El Gigante Amarillo
Establecidos desde tiempos inmemorables vivían esparcidos por las montañas los
integrantes de una tribu. Era gente pacífica; cultivaban la tierra con métodos muy rústicos,
pero vivían en armonía, paz y amor.

A veces cazaban, generalmente en invierno, para proveerse de carne.


Gozaban de salud lo que le permitía ser alegres, con un gran sentido de responsabilidad y
buen humor. Muchas veces se reunían todas las familias. Comían juntos frutas y un buen
asado; luego cantaban y bailaban. Eran felices. No tenían malos vicios, pues solamente a los
mayores se les permitía tomar café fuerte y fumar.

Así transcurrieron los años. Un buen día divisaron que en el gran valle se encendían unas
luces que fueron aumentando en el transcurso de los meses. Ellos sabían que allá abajo
vivían muchas familias y que al lugar le llamaban la gran ciudad; pero no querían su amistad
porque una vez bajaron de las altas montañas tres de sus hombres jóvenes y fuertes, mas no
regresaron. Y pasó mucho tiempo.

Una noche, más que sorprendidos quedaron atónitos, pues entre las luces se divisaba un
enorme bulto amarillo que al moverse parecía que echaba fuego por un agujero.
– Es un gran gigante – dijo el jefe de la tribu, hombre muy anciano.
– ¿Nuestros enemigos querrán atacarnos? – preguntó uno de los más jóvenes.
– Pues nos defenderemos – dijo firmemente un hombre fuerte de seis pies de estatura.
– ¡Nada de imprudencias! – replicó el jefe –. Esperemos para ver lo que pasa.

Al otro día continuaron sus labores como siempre; pero el tema principal de sus
conversaciones era el gigante de la noche anterior.

Pasó la tarde y llegó la noche tendiendo su manto oscuro, luego apareció la brillante Luna.
Se encendieron como siempre las luces de la Gran Ciudad y al instante apareció un Gigante
Amarillo, como le llamaron y en esta oportunidad creyeron ver su enorme boca echando
fuego. Esa noche las mujeres y los niños estaban muy atemorizados, pero los hombres se
mantenían alerta haciendo guardia por turnos.

Ya era muy de madrugada. Cantaron los gallos. Amaneció. Y cuando el Sol calentaba
todas las cosas con primoroso encanto y los hombres trabajaban la tierra, sorpresivamente
oyeron una gran explosión. Todos corrieron y se reunieron con el Jefe anciano.
– Ahora sí van a atacar – dijo el hombre de seis pies –. ¡Tenemos que pelear!
– ¡Silencio! – Dijo enérgicamente el Jefe – Prudencia. Esperemos a ver qué pasa.
– No podemos esperar, el primero siempre puede dar dos veces. ¿Nos quedaremos aquí
sin hacer nada?
–¡No! – Respondieron los demás.
– No podemos seguir así – Continuó diciendo –. Debemos bajar al valle. Terminar de una
vez. O la guerra o la paz.

El Jefe anciano comprendió que realmente no podía con la rebeldía y el valor de los más
jóvenes. Levantó su mano y dijo serenamente:
– Bien, bajemos al valle.
–Padre usted es nuestro Jefe y debe quedarse para cuidar de los nuestros.

Y así bajaron la loma, primero tan rápido como se lo permitieran sus fuertes piernas;
luego sigilosamente a medida que se acercaban. Iban armados con rústicas palas, picos y
troncos. A la entrada de la ciudad se encontraron con dos muchachos.
–¿Dónde está el gigante? – preguntó el que dirigía el grupo.
–¿Gigante? – respondió risueño y sorprendido el muchacho rubio, gordo y pecoso.
–Sí, lo hemos visto de noche y es amarillo. Vivimos en las montañas – les dijeron
señalándolas con el índice.

– Además, ¿qué fue esa explosión que oímos esta mañana? ¿No fue cosa del Gigante?
–¡Ah! Sí dijo el mayor. Vengan, ya sé. Yo mismo los llevaré.
El muchacho iba delante al lado del jefe, los otros detrás. Caminaban en silencio. Iban
por el medio de la calle, pero la gente los miraba con naturalidad. Se desviaron hacia la
izquierda. Llegaron. Allí otro grupo de hombres con picos, palas, cubos y carretillas
trabajaban en la construcción de una casa de diez pisos.

–Tío Juan – dijo el muchacho – aquí, estos hombres que han bajado de las montañas
vienen por el Gigante Amarillo.
Luego, sonriendo, les dijo:
– Aquí lo tienen. Ya los gigantes no existen; esto es sencillamente una grúa.
– ¿Una grúa? – dijeron los hombres a coro.
–Sí, es una grúa – repitió el tío Juan.

Empezó a explicarles su uso y sus ventajas; les informó de los adelantos de la ciencia y de
la técnica.

Desde entonces los hombres que viven en las montañas, no importa la altura, bajan muy a
menudo y se interesan vivamente en lo que la Gran Ciudad llama civilización.

FIN.

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