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Trabajo Práctico N° 1

Número de matrícula: 39521

Blanco, Benjamín – DNI: 44.962.062

E-mail: benjaminblancodirusso@gmail.com

Facultad de Humanidades – Literatura y cultura Españolas I – UNMDP

Análisis de dos poemas: soneto XXXVIII de Garcilaso de la Vega y “Alma,

buscarte has de mí” de Teresa de Ávila

Los dos textos poéticos que a continuación serán objeto de un análisis crítico y

contrastivo, el soneto XXXVIII de Garcilaso de la Vega y “Alma, buscarte has de mí”, de

Teresa de Ávila, fueron producidos durante el período histórico español conocido como Siglo

de Oro, por lo que ya puede advertirse que ambos comparten (sin tener en cuenta sus diferencias

más importantes) ciertos rasgos renacentistas que los emparentan, como la idealización de la

amada o el sujeto amado (ideal del amor cortés), el tema amoroso presentado tanto como dicha

al igual que como desgracia (correspondido y no correspondido, respectivamente), la filosofía

estoica de refrenar el deseo y anteponer ante él la razón (conflicto), un léxico sencillo y tópicos

como el locus amoenus, entre otros.

Como se mencionó previamente, el primer poema a analizar pertenece al poeta toledano

Garcilaso de la Vega. El texto, como indica su nombre, es un soneto, ya que se adecúa a aquel

molde estrófico: posee 14 versos endecasílabos de arte mayor de rima consonante (de estructura

ABBA-ABBA-CDC-DCD), organizados en dos estrofas de cuatro versos (es decir, cuartetos)

y dos estrofas de tres versos (tercetos). Analizando sus aspectos formales más en profundidad,

puede verse que el soneto posee seis sinalefas, es decir, la reunión “en una sílaba rítmica” de
“dos o más vocales pertenecientes a palabras distintas” (Leuci: 2), por ejemplo, en el siguiente

verso: “que/ vién/do/me/ do es/toy y/ en/ lo/ que he an/da/do”. Asimismo, en el séptimo verso

del texto, se halla una diéresis, es decir, la separación de las vocales de un diptongo: “si/ me/

qui/e/ro/ tor/nar/ pa/ra/ hui/ros”.

La construcción de un yo lírico masculino en el poema se observa en los verbos

conjugados en primera persona del singular masculino, como, por ejemplo, en los del primer

verso: “Estoy continuo en lágrimas bañado”. Es en ese verso, además, que ya puede notarse el

tema amoroso del soneto, que está también presente en las demás palabras y versos que

construyen el campo semántico de un amor no correspondido, y las consecuencias dolorosas

que este le trae al sujeto de la enunciación. Como dice Correa, “La irrupción de un amor

pasional que no puede hallar correspondencia produce […] desesperación atormentada […],

melancolía […], resignación […] y […] deseo de extinción.” (319) en el alma del poeta, aunque

sería mejor hablar, en este caso, del yo lírico. Este sujeto está atravesado y conflictuado por un

amor no correspondido, quien es el destinatario de su enunciado, a quien acusa de ser el motivo

o la causa de su estado entristecido: “y más me duele el no osar deciros / que he llegado por

vos a tal estado”. El género de este es ambiguo, ya que no hay rasgos de género, pero se intuye

que por ser masculino el yo lírico, su destinatario es, en este caso, una mujer. Por lo tanto,

siguiendo esta línea argumentativa, se está hablando del amor no correspondido entre un

hombre, quien es el que se expresa, y su destinataria, es decir, aquella mujer que lo rechaza.

Esta temática está presente en las del Renacimiento, junto a otra que es igual de importante y

que se encuentra también en el poema, la del amor como estado de armonía que genera un

conflicto, entre seguir ese deseo y concretarlo, o anteponer ante él la razón y abstenerlo, como

se ve en los últimos dos versos del segundo cuarteto: “si me quiero tornar para huiros, /

desmayo, viendo atrás lo que he dejado”. Correa dice que “La curación puede efectuarse […]

haciendo que el amante se retire gradualmente de la persona amada.” (1982: 321), pero es
probable que regrese, desesperanzado, y se siga lamentando sobre lo que ha perdido (campo

semántico del dolor): “[…] me falta ya la lumbre / de la esperanza, con que andar solía / por la

oscura región de vuestro olvido”. Ese último verso es un punto interesante, ya que muestra

cómo la imagen de la destinataria sigue, aún en el final del texto, construida únicamente en

base a lo que él dice de ella. No es la imagen física, sin embargo, la que aparece, sino la de sus

acciones. En ningún momento de todo el texto se menciona su apariencia, pero sí que durante

el soneto el yo lírico hace explícita mención a los estados que ella lo llevó, echándole la culpa

y mostrándose reacio a contextualizar más allá de lo que él siente. “Cuando el amor no es

recíproco, tal enajenación lleva a la rebeldía y a la indignación.” (Correa 1982: 321), e incluso

es capaz de llevar todo un paso más allá. En los versos “y si quiero subir a la alta cumbre, / a

cada paso espántanme en la vía / ejemplos tristes de los que han caído”, esa "alta cumbre"

podría ser tomada tanto como una metáfora para el corazón de ella (en la que se encuentran

quienes, como él, no lograron amarla), como, literalmente, la cumbre de la que él podría llegar

a suicidarse de no concretar su deseo. Y es que, en definitiva, el “mundo del amor” está, como

dice Correa, relacionado con un “paisaje peligroso y extraño” (319) que genera rechazo, pero

también conflicto, en los sentimientos del amante.

Por su parte, el poema “Alma, buscarte has de mí”, de Teresa de Ávila, es

diametralmente opuesto al de Garcilaso, si bien ambos tienen rasgos y características en común.

En primer lugar, es importante aclarar que el texto no se asemeja de manera formal y exacta a

ninguna estructura compositiva. No obstante, podría ser válido asemejarlo a una quintilla con

irregularidades, porque está compuesto por un pareado inicial seguido de tres quintillas y es de

arte menor, es decir, octosilábico. Sus temas son, como los del villancico, el amor y la religión.

Aunque en vez de religión, debería hablarse de un tema místico o místico-amoroso, porque

como dice Kristeva, “Teresa de Ávila […] vive y escribe sobre una experiencia extravagante,

llamada mística” (298). Profundizando en sus aspectos formales, el poema presenta una sola
sinalefa, en el verso “que/ si/ te/ ves/ te hol/ga/rás”, y una sola diéresis, en “Fuis/te/ por/ a/mor/

cri/a/da”.

El yo lírico, como en el soneto de Garcilaso, es posible construirlo gracias a los verbos

conjugados en primera persona del singular (con la presencia, además, del pronombre personal

“yo”, en el verso “Que yo sé que te hallarás”), de los cuales ninguno tiene marca de género,

por lo que podría tratarse de un sujeto de género ambiguo. No obstante, como la autora del

poema es de género femenino, y probablemente para evitar la censura de la sociedad misógina

de aquel entonces que no explicitó ese rasgo, podría asumirse que el yo es femenino. Otra razón

sería su destinatario, quien aquí también es una amada, referida como “Alma”, que, a diferencia

del poema del poeta toledano, sí es descrita de manera un poco más idealizada y concreta, como

se ve en el siguiente ejemplo: “Fuiste por amor criada / hermosa, bella […]”. El yo lírico se

halla, durante todo el poema, en un estado de armonía y de reafirmación con su amor, dando

un recorrido por dos etapas distintas diferenciadas por dos diferentes campos semánticos, que

se yuxtapone con la estructura del tipo de composición y que “[…] recuerda […] a lo que santa

Teresa tanto buscó: rodear lo divino” (Hernández Villalba: 27). Primero, el pareado inicial que

introduce al sujeto y su destinataria: “Alma, buscarte has en Mí, / y a Mí buscarme has en ti”.

Nótese cómo, ya desde el comienzo del texto, puede percibirse ese tópico renacentista

recurrente conocido como locus amoenus, en el que se idealiza y construye un lugar idílico y

perfecto (aún más claro en los versos veintitrés y veinticuatro), que, en este caso, no es tanto

un lugar físico al que literalmente se llega, sino un estado de conciencia que comparten el yo

lírico y su “Alma”, parecido a “ese estado que su religión describe como extático, al que yo

calificaría de regresión, […] otra versión del «sentimiento oceánico»” (Kristeva: 301).

Avanzando en el poema, en las estrofas dos, tres y cuatro (versos tres al diecisiete), se encuentra

un campo semántico relacionado a describir a la amada como algo pintado y retratado en las

entrañas del sujeto, que no es extraño si se interpreta a esa “Alma” como el alma literal del yo
lírico, a la que puede estar refiriéndose para hablar, de manera soslayada, sobre sí misma:

“Fuiste por amor criada […] / en mis entrañas pintada, […] // Que yo sé que te hallarás / en mi

pecho retratada, / y tan al vivo sacada, / que si te ves te holgarás, / viéndote tan bien pintada”.

En las dos estrofas siguientes (versos dieciocho al veintisiete), el campo semántico cambia, y

se acerca más a uno relacionado con el mencionado locus amoenus y verbos como “hallarás”,

“andes”, “hallarme” y “buscarme”, entre otros: “Y si acaso no supieres dónde / me hallarás a

Mí, […] / a mí buscarme has en ti. // Porque tú eres mi aposento, eres mi casa y morada, / y así

llamo en cualquier tiempo, / si hallo en tu pensamiento / estar la puerta cerrada”. No es

coincidencia el amplio uso de monosílabos en el texto, ya que estos son “[…] la manifestación

sonora del balbuceo que demuestra cierta imposibilidad de decir la experiencia vivida […]”

(Hernández Villalba: 27). El sujeto podría estar refiriéndose, al hablarle al destinatario, a algo

más que no sea su alma ni sí misma, quizás, Dios. Como dice Kristeva, la poeta (que, en este

caso, sería mejor hablar de yo lírico) “encuentra su identificación con lo divino en el centro de

su Castillo interior […] y […] no es la menor paradoja de este Dios el hecho de que sólo se

pueda hallarlo en el fondo del alma […]” (2010: 301), de manera un tanto metonímica. Por

último, en los últimos cuatro versos, cerrando el poema, el sujeto refuerza estas dos líneas

argumentativas, expresando: “Fuera de ti no hay buscarme, / porque para hallarme a mí, /

bastará sólo llamarme, / que a ti iré sin tardarme / y a mí buscarme has en ti”, ya que podría

estar hablándole tanto a su alma, como a Dios. Sea como sea, ambos habitan y anidan en ella,

con amor.

En conclusión, el soneto XXXVIII de Garcilaso de la Vega y “Alma, buscarte has de

mí”, de Teresa de Ávila, comparten rasgos renacentistas, formales y temáticos, como el

amoroso, si bien este último es tratado de maneras distintas. Mientras que el yo lírico del soneto

está atormentado y perjudicado por su amor no correspondido, reprochándole ser la causa de

tal estado suyo, el sujeto de Ávila está en armonía y es uno con su amada en un lugar que
comúnmente no lo sería (sí misma), le habla directamente y le agradece, adulándola y

reconfortándola.

Bibliografía

Leuci, Verónica (2023). Introducción al análisis poético.


Correa, Gustavo (2016). Garcilaso y la mitología. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de
Cervantes.
Hernández Villalba, Afhit (2011). “Misticismo y poesía: elementos retóricos que conforman la
estética mística”. Revista de El Colegio de San Luis, núm. 2, vol. I, julio-diciembre 2011. 10-34.
Kristeva, Julia (2010). “La pasión según Teresa de Ávila”. En Quaderns de la Mediterránea.
De la Vega, Garcilaso (1995). “Soneto XXXVIII”. En Garcilaso de la Vega: Obra poética.
Barcelona: Editorial Crítica.
De Ávila, Teresa. “Alma, buscarte has de mí”. En Teresa de Ávila - Corpus de poemas.

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