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Los dos textos poéticos que a continuación serán objeto de un análisis crítico y
Teresa de Ávila, fueron producidos durante el período histórico español conocido como Siglo
de Oro, por lo que ya puede advertirse que ambos comparten (sin tener en cuenta sus diferencias
más importantes) ciertos rasgos renacentistas que los emparentan, como la idealización de la
amada o el sujeto amado (ideal del amor cortés), el tema amoroso presentado tanto como dicha
estoica de refrenar el deseo y anteponer ante él la razón (conflicto), un léxico sencillo y tópicos
Garcilaso de la Vega. El texto, como indica su nombre, es un soneto, ya que se adecúa a aquel
molde estrófico: posee 14 versos endecasílabos de arte mayor de rima consonante (de estructura
y dos estrofas de tres versos (tercetos). Analizando sus aspectos formales más en profundidad,
puede verse que el soneto posee seis sinalefas, es decir, la reunión “en una sílaba rítmica” de
“dos o más vocales pertenecientes a palabras distintas” (Leuci: 2), por ejemplo, en el siguiente
verso: “que/ vién/do/me/ do es/toy y/ en/ lo/ que he an/da/do”. Asimismo, en el séptimo verso
del texto, se halla una diéresis, es decir, la separación de las vocales de un diptongo: “si/ me/
conjugados en primera persona del singular masculino, como, por ejemplo, en los del primer
verso: “Estoy continuo en lágrimas bañado”. Es en ese verso, además, que ya puede notarse el
tema amoroso del soneto, que está también presente en las demás palabras y versos que
que este le trae al sujeto de la enunciación. Como dice Correa, “La irrupción de un amor
pasional que no puede hallar correspondencia produce […] desesperación atormentada […],
melancolía […], resignación […] y […] deseo de extinción.” (319) en el alma del poeta, aunque
sería mejor hablar, en este caso, del yo lírico. Este sujeto está atravesado y conflictuado por un
o la causa de su estado entristecido: “y más me duele el no osar deciros / que he llegado por
vos a tal estado”. El género de este es ambiguo, ya que no hay rasgos de género, pero se intuye
que por ser masculino el yo lírico, su destinatario es, en este caso, una mujer. Por lo tanto,
siguiendo esta línea argumentativa, se está hablando del amor no correspondido entre un
hombre, quien es el que se expresa, y su destinataria, es decir, aquella mujer que lo rechaza.
Esta temática está presente en las del Renacimiento, junto a otra que es igual de importante y
que se encuentra también en el poema, la del amor como estado de armonía que genera un
conflicto, entre seguir ese deseo y concretarlo, o anteponer ante él la razón y abstenerlo, como
se ve en los últimos dos versos del segundo cuarteto: “si me quiero tornar para huiros, /
desmayo, viendo atrás lo que he dejado”. Correa dice que “La curación puede efectuarse […]
haciendo que el amante se retire gradualmente de la persona amada.” (1982: 321), pero es
probable que regrese, desesperanzado, y se siga lamentando sobre lo que ha perdido (campo
semántico del dolor): “[…] me falta ya la lumbre / de la esperanza, con que andar solía / por la
oscura región de vuestro olvido”. Ese último verso es un punto interesante, ya que muestra
cómo la imagen de la destinataria sigue, aún en el final del texto, construida únicamente en
base a lo que él dice de ella. No es la imagen física, sin embargo, la que aparece, sino la de sus
acciones. En ningún momento de todo el texto se menciona su apariencia, pero sí que durante
el soneto el yo lírico hace explícita mención a los estados que ella lo llevó, echándole la culpa
recíproco, tal enajenación lleva a la rebeldía y a la indignación.” (Correa 1982: 321), e incluso
es capaz de llevar todo un paso más allá. En los versos “y si quiero subir a la alta cumbre, / a
cada paso espántanme en la vía / ejemplos tristes de los que han caído”, esa "alta cumbre"
podría ser tomada tanto como una metáfora para el corazón de ella (en la que se encuentran
quienes, como él, no lograron amarla), como, literalmente, la cumbre de la que él podría llegar
a suicidarse de no concretar su deseo. Y es que, en definitiva, el “mundo del amor” está, como
dice Correa, relacionado con un “paisaje peligroso y extraño” (319) que genera rechazo, pero
En primer lugar, es importante aclarar que el texto no se asemeja de manera formal y exacta a
ninguna estructura compositiva. No obstante, podría ser válido asemejarlo a una quintilla con
irregularidades, porque está compuesto por un pareado inicial seguido de tres quintillas y es de
arte menor, es decir, octosilábico. Sus temas son, como los del villancico, el amor y la religión.
como dice Kristeva, “Teresa de Ávila […] vive y escribe sobre una experiencia extravagante,
llamada mística” (298). Profundizando en sus aspectos formales, el poema presenta una sola
sinalefa, en el verso “que/ si/ te/ ves/ te hol/ga/rás”, y una sola diéresis, en “Fuis/te/ por/ a/mor/
cri/a/da”.
conjugados en primera persona del singular (con la presencia, además, del pronombre personal
“yo”, en el verso “Que yo sé que te hallarás”), de los cuales ninguno tiene marca de género,
por lo que podría tratarse de un sujeto de género ambiguo. No obstante, como la autora del
de aquel entonces que no explicitó ese rasgo, podría asumirse que el yo es femenino. Otra razón
sería su destinatario, quien aquí también es una amada, referida como “Alma”, que, a diferencia
del poema del poeta toledano, sí es descrita de manera un poco más idealizada y concreta, como
se ve en el siguiente ejemplo: “Fuiste por amor criada / hermosa, bella […]”. El yo lírico se
halla, durante todo el poema, en un estado de armonía y de reafirmación con su amor, dando
un recorrido por dos etapas distintas diferenciadas por dos diferentes campos semánticos, que
se yuxtapone con la estructura del tipo de composición y que “[…] recuerda […] a lo que santa
Teresa tanto buscó: rodear lo divino” (Hernández Villalba: 27). Primero, el pareado inicial que
introduce al sujeto y su destinataria: “Alma, buscarte has en Mí, / y a Mí buscarme has en ti”.
Nótese cómo, ya desde el comienzo del texto, puede percibirse ese tópico renacentista
recurrente conocido como locus amoenus, en el que se idealiza y construye un lugar idílico y
perfecto (aún más claro en los versos veintitrés y veinticuatro), que, en este caso, no es tanto
un lugar físico al que literalmente se llega, sino un estado de conciencia que comparten el yo
lírico y su “Alma”, parecido a “ese estado que su religión describe como extático, al que yo
calificaría de regresión, […] otra versión del «sentimiento oceánico»” (Kristeva: 301).
Avanzando en el poema, en las estrofas dos, tres y cuatro (versos tres al diecisiete), se encuentra
un campo semántico relacionado a describir a la amada como algo pintado y retratado en las
entrañas del sujeto, que no es extraño si se interpreta a esa “Alma” como el alma literal del yo
lírico, a la que puede estar refiriéndose para hablar, de manera soslayada, sobre sí misma:
“Fuiste por amor criada […] / en mis entrañas pintada, […] // Que yo sé que te hallarás / en mi
pecho retratada, / y tan al vivo sacada, / que si te ves te holgarás, / viéndote tan bien pintada”.
En las dos estrofas siguientes (versos dieciocho al veintisiete), el campo semántico cambia, y
se acerca más a uno relacionado con el mencionado locus amoenus y verbos como “hallarás”,
Mí, […] / a mí buscarme has en ti. // Porque tú eres mi aposento, eres mi casa y morada, / y así
coincidencia el amplio uso de monosílabos en el texto, ya que estos son “[…] la manifestación
sonora del balbuceo que demuestra cierta imposibilidad de decir la experiencia vivida […]”
(Hernández Villalba: 27). El sujeto podría estar refiriéndose, al hablarle al destinatario, a algo
más que no sea su alma ni sí misma, quizás, Dios. Como dice Kristeva, la poeta (que, en este
caso, sería mejor hablar de yo lírico) “encuentra su identificación con lo divino en el centro de
su Castillo interior […] y […] no es la menor paradoja de este Dios el hecho de que sólo se
pueda hallarlo en el fondo del alma […]” (2010: 301), de manera un tanto metonímica. Por
último, en los últimos cuatro versos, cerrando el poema, el sujeto refuerza estas dos líneas
bastará sólo llamarme, / que a ti iré sin tardarme / y a mí buscarme has en ti”, ya que podría
estar hablándole tanto a su alma, como a Dios. Sea como sea, ambos habitan y anidan en ella,
con amor.
amoroso, si bien este último es tratado de maneras distintas. Mientras que el yo lírico del soneto
tal estado suyo, el sujeto de Ávila está en armonía y es uno con su amada en un lugar que
comúnmente no lo sería (sí misma), le habla directamente y le agradece, adulándola y
reconfortándola.
Bibliografía