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Pasé casi toda mi infancia en Uruguay y viajé a París por primera vez en
1952, a los doce años de edad. Cursé quinto año en la escuela Chauvot, en
la calle Louis David. Mi padre, aunque argentino, era cónsul del Uruguay en
Reims. Se trataba de un título honorífico que el presidente colorado de la
época, don Luis Battle Berres, otorgaba a los exiliados de dictaduras
latinoamericanas. ¡Cuán menos numerosos eran los exiliados de aquella
época! Cautivados por la cultura, los exiliados políticos se convertían en
pintores o escritores: era una manera de cantar su país que los medios
cultivados del mundo preferían a los actos terroristas. (Copi, Río de la Plata,
París, agosto de 1984. Publicado en: Obras. Tomo I, Traducción de Edgardo
Dobry, Editorial Anagrama, Barcelona, 2010).
Un soneto bien rimado me valió, a los diez años, una bicicleta, antes de que
mi hermano Jorge descubriera que había plagiado dos versos de García
Lorca. (Copi, Río de la Plata, 1984; 2010)
Lo primero que le di fue un lápiz. Copi dibujó toda la vida, eso fue lo primero.
Creo que tenía dos años, estábamos en Córdoba y él decía “pipi, pipi”; yo
creí que quería hacer pis, pero era que estaba dibujando los pichones que
estaban sobre la ventana. Ese fue el primer dibujo y nunca dejó, era lo que
más le gustaba. Después hacía obritas de teatro con sus hermanos y escribir
vino un poco después, pero nunca dijo “quiero ser escritor”. (“Una visita
inoportuna”, entrevista Georgina “China” Botana, madre de Copi, realizada
por Guille Bravo, publicada en el Suplemento Soy, Página 12, 15 de octubre
de 2010)
He vivido en Buenos Aires entre 1955 y 1962, entre los quince y los veintidós
años; para mí el recuerdo de esa ciudad está estrechamente ligado al de mi
padre, muerto hace tres años. Temo sentir una nostalgia demasiado aguda,
demasiado argentina, que arruinaría la estancia. (Copi, Río de la Plata, 1984;
2010)