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Mundo Andino y huellas de la utopía

Danilo Sánchez Lihón,  José Pablo Quevedo

El 12 de octubre del año 1492, cerca a las dos de la madrugada, a la luz de la luna, Rodrigo
de Triana desde su puesto de vigía de la carabela la “Pinta”, avizoró “una cabeza blanca de
arena” y dio el grito de “Tierra”, hecho que fue seguido por disparos de cañón de las naves
“Santa María”, comandada por el Almirante Cristóbal Colón, y la “Niña” bajo el mando de
Vicente Yáñez Pinzón. La expedición de tres carabelas, que había partido del Puerto de
Palos, España 75 días antes, llegaban así a lo que hoy es América, tocando la isla de
Guanahaní, del archipiélago de las Bahamas, territorio que Colón denominó El Salvador.

El día anterior se había avistado sobre las aguas del océano una caña, un palo labrado y,
después, una rama de espino cargado de frutos; vestigios que a la tripulación les hizo
abrigar la esperanza de que estuvieran próximos a alguna costa. Incluso en la medianoche
el Almirante pareció divisar una luz en el horizonte. Llamó a sus tripulantes, rezaron un
Salve y dieron gracias a Dios.

Después del grito de Rodrigo de Triana –quien debía recibir por su anuncio una pensión
vitalicia de 10,000 maravedíes, fijada por los Reyes Católicos, pero que nunca pudo cobrar
ese estipendio porque Colón adujo haberla divisado primero– las naves arriaron las velas y
se quedaron al pairo esperando que amaneciera. Dentro de ellas hubo fiesta y regocijo. Al
alborear se acercaron en dos lanchas a tierra a tomar posesión. Colón y algunos tripulantes
iban en una y los hermanos Pinzón en la otra, portando banderas españolas desplegadas.
Saltaron a tierra y cayeron de rodillas, besándola y llorando de alegría, mientras una
multitud de nativos de rostro bondadoso, completamente desnudos, de piel cobriza, (“del
color de los canarios”, anotó Colón en su Diario) altos de estatura, cabellos lacios
recortados a la altura de las orejas, con los ojos extasiados por lo que veían, de facciones
muy agraciadas, según anotó Colón, los contemplaban con asombro. De este modo la
aventura humana más extraordinaria de todos los tiempos, sólo superada en su
trascendencia por el tránsito terrenal de Jesús de Nazareth, alcanzaba su punto culminante.

Diversas denominaciones ha tenido la conmemoración de este suceso. Desde la visión


eurocentrista, de “Descubrimiento de América” o “Día de la Hispanidad”, hasta la
denominación conciliadora adoptada a partir del Quinto Centenario de la efeméride, cual es
“Encuentro de Dos Mundos y Dos Culturas”. En Capulí, Vallejo y su Tierra hemos
convenido en llamarlo “Resistencia Cultural y vigencia de la utopía”.

En las líneas que siguen reproduzco una de las cuatro conversaciones que he sostenido con
José Pablo Quevedo, poeta peruano quien hace 30 años reside en Alemania, donde ha
afianzado su identidad andina. Él ha sido profesor de filosofía de la Universidad de
Humboldt, casa de estudios de la cual fueron alumnos Karl Marx y Albert Einstein, ha
fundado el grupo de estudios y actividades culturales Melopoefant y es autor de diversas
obras, entra las cuales se incluyen varios libros de poesía.

1. Vigencia del mundo andino Danilo Sánchez Lihón:

El mundo andino existe no solo como presencia asombrosa en lo geográfico y natural sino
como una epopeya sobrecogedora en lo vital, cultural y ético, que no se lo ha podido
destruir, abolir ni exterminar pese a que ello fue propósito e intención de la corona española
poderosísima en la época de la colonia, instituyendo como política de estado lo que
denominó “destrucción de idolatrías”. Pero tanto o más que ello es que ha sobrevivido a la
actitud de las sociedad criolla en la época republicana que la ha tratado con despiadada
crueldad, y sobrevive a las actuales políticas de dominación y enajenación de identidades
que ejercen las metrópolis de poder del mundo occidental, con medios e instrumentos
subliminales ya sea a través de la política económica neoliberal, que agarrota y expolia a las
poblaciones principalmente rurales, ya sea a través de los medios de comunicación, o ya sea
con la globalización asfixiante en todo orden de cosas. La supervivencia del mundo andino
ante estos acosos solo puede ser explicada por la fortaleza de su inmensa identidad, su
consustanciación profunda con la naturaleza y por su consistente escala de valores, tan
enraizados y profundos, que por más que se ha intentado arrancarla a pedazos dicho mundo
pervive y seguirá existiendo, incluso a pedacitos. El despojo y coerción infames con que se
lo ha tratado, la horrenda miseria de que es víctima, la inmisericorde explotación, no han
podido hasta ahora destruirla. Si ha sido así –como dice un huayno ayacuchano– “ya ni la
muerte podrá matarla”.

Sin embargo, hay algo que toca a la clase intelectual y artística cual es que hace algunas
décadas había una actitud de adhesión y fervor plenos por dicho universo. Pero, de un
tiempo a esta parte hay una corriente de olvido, desestimación y desapego respecto al
mundo andino. Décadas atrás dicha realidad era valorada y tomada en cuenta sobre manera;
se apreciaba y cultivaba lo andino en el arte, al contrario de lo que ocurre ahora en que se
ha encumbrado y enquistado en los medios de comunicación y en los organismos e
instituciones que reciben los mejores estipendios una corriente ostensible de rechazo de lo
andino y ancestral peruano.

Pero, refiriéndonos más bien a quienes trabajamos en el campo de la cultura, ¿no


debiéramos en el presente y futuro encontrar formas de hacer valer más y mejor la
presencia del mundo andino para iluminar y fortalecer nuestras vidas a fin de que ellas
alcancen mayor plenitud?
José Pablo Quevedo:

Es una anotación precisa y profunda la que haces, que saca el mismo lecho del río a la
superficie. El mundo andino, por sí, ya es trascendente porque es original y real dentro de
los universos culturales existentes. Y este mundo diverso ha permanecido históricamente
independiente de otros referentes, llámense Europa, Asia, África u Oceanía, que recién con
la llegada de los españoles, hace un poco más de 500 años, se entra en relación.

El mundo andino, desvinculado de todos esos otros ámbitos, ha hecho y sigue haciendo
grandes aportes a la humanidad, a la cual ha contribuido con elementos positivos
extraordinarios, los cuales ahora dentro de juicios modernos se vienen investigando y
valorando cada vez más. La conquista europea en cambio le hizo daño y desmembró a este
mundo, dejando como resultado que muchos elementos materiales y espirituales se
dispersaran y quedaran inutilizados, como por ejemplo el empleo de los sistemas de
terrazas en los terrenos de gran pendiente o inclinación; o el cuidado y atención que se
dedicaba a las zonas ecológicas en donde tenían la posibilidad de sembrar diferentes tipos
de plantas; también la construcción de los reservorios y formas de canalización de las aguas
que constituían obras de ingeniería verdaderamente maravillosas, las cuales admira el
investigador acucioso. En estos sistemas de ecología natural, se patentiza la capacidad del
hombre andino para hacer producir la tierra en calidades diferentes de plantas con sabia
orientación, muy distinta a la tecnología actual que manipula sobre una serie de elementos
pero con una intención comercial con la cual se envenena y contamina el medio ambiente.
Para poner un caso, es lo que ocurre con la papa que utiliza ahora necroma, que actúa sobre
su buena apariencia, presentándonos a primera vista un producto muy bonito, el mismo que
para ponerlo en el mercado requiere la utilización de pesticidas que envenenan los
diferentes sembríos aledaños. Esa variedad de papa es como si se perfilara una dama de
nariz helénica, que se arroga despreciar a los otros tipos de papas, pero todo ello por
imagen y no por su contenido. El mundo andino privilegió más bien el valor alimenticio y
hasta ahora ha conservado dichos productos en una excelente calidad nutritiva.

En la literatura también el mundo andino alcanzó formas muy elaboradas, que abarcan no
solo la lírica sino también la épica, el teatro, la crónica histórica, fundamentando su
quehacer en la oralidad a través de los mitos, leyendas y cuentos populares que se han
conservado hasta el presente. Ahora se aduce que el lenguaje escrito es el de la civilización
más avanzada, frente al lenguaje oral, pero yo creo que no. Reconocer que la escritura es un
estadio avanzado para la humanidad es un concepto occidental, y esto es relativo porque
hay muchos textos escritos que son puras mentiras y deformación donde no prevalece la
verdad. Por eso, no podemos decir que toda historia por estar escrita es una historia
verdadera.
2. Un mundo conscientemente construido

Danilo Sánchez Lihón:

Ahora bien, el mundo andino es construido, cultivado y decantado pacientemente hasta en


su aparente primitivismo y naturalidad, como ocurre en el aspecto que has señalado: el del
lenguaje en el sentido de la oralidad. Alcanzó en la mayoría de sus expresiones un
refinamiento aparentemente natural pero muy vasto y profundo en lo esencial, como ocurre
en el plano del lenguaje, que elaboró concientemente, con serenidad y armonía. Quiero
decir con esto que dicha cultura es el resultado de un proceso muy arduo de elaboración,
perfeccionamiento y sutileza; que no surgió por generación espontánea ni casualmente, sino
que es un producto cultural (que abarca lo educativo, científico, artístico, religioso, moral)
prolijo y sutil, que supone una visión muy vasta, profunda, original y refinada de las cosas.
Quizá por eso pervive, porque no es endeble ni bárbara, no es su estado el de una expresión
ingenua ni silvestre. Su conformación y estructura se enraíza totalmente con la realidad
natural, geográfica, ambiental y hasta cósmica.

Su aparente naturalidad es arte, producto de una elaborada decantación, de una


acumulación muy quintaesenciada de experiencia y pensamiento, que por el hecho de no
haber quedado registrada en escritura pareciera no existir, ni tener valor; ello se debe a que
tenemos el defecto muy europeo de que si no existe registro en código de escritura entonces
no válido, es nulo, no existe, razón por la cual es muy importante esta especie de
revalorización de la oralidad que acabas de hacer. Observemos lo siguiente: en la ciencia
incaica no hay escritura, situación que ha motivado una injusta apreciación que se resume
en el prejuicio de creer que los antiguos peruanos no tuvieron ciencia siendo dicho
conocimiento, en manos de los incas, el más avanzado del mundo en todo orden de cosas:
en ingeniería hidráulica, agrícola, construcción de edificios, industrialización de alimentos,
medicinas, ingeniería genética, a tal punto de haber procesado cromosómicamente frutos
como la papa, la cual a partir de ser un tubérculo venenoso lo trasformaron científicamente
en uno de los principales alimentos de la humanidad actual, distinta a la ciencia occidental
que como has referido más bien daña y pervierte, en este caso la papa, quitándole sus
valores nutritivos.

Además, los Incas no es que desconocieran la escritura sino que, analizando el peligro que
ella encerraba, la descartaron por deformar la realidad, desligando las ideas de la realidad y
la vida natural, con el consecuente peligro de la enajenación del conocimiento. Hay
registros que ubican en la época del Inca Túpac Cauri cuando ocurre este rechazo de la
escritura a fin de evitar que la ciencia se volviese oscura, críptica, no se confrontase con la
vida y se volviera propiedad de unos pocos, como ha ocurrido con la ciencia occidental.
Los Incas desestimaron la escritura en aras de la vida auténtica, para mantenerla
incorruptible y evitar lo que acontece ahora que se la antepone a los problemas reales.
Ahora bien, cabe señalar que al advertir estos hechos no se trata de preconizar la vuelta al
pasado, sino ser concientes de estos hechos y encontrar una debida orientación a los
diversos elementos culturales a fin de solucionar los problemas del presente. El mundo
andino viene a ser pues una acumulación de experiencias, una manera de conceptuar la vida
que corrigió a tiempo deformaciones a fin de no perder espontaneidad y correspondencia
con la vida. Ese frescor, esa manera resuelta y coherente de insertarse con el mundo natural,
vendría a ser un gran aporte con el cual cotejar nuestra realidad presente.

José Pablo Quevedo:

Es una fascinación poder entender todos aquellos espacios donde se mueve el poblador
andino. Fascinación porque así yo puedo entender los diferentes niveles de visión y
percepción de la vida que tienen estos hombres, la agudeza de recepción dimensional que
tienen hasta perderse en los increíbles horizontes, en los abismos y en las llanuras de los
ignoto. Siento como si yo mismo estuviera allí, condensando un pentagrama de voces y
sonidos diferentes que se juntan y se pierden, otras que bajan y se elevan. Me parece que
allí estuviera condensada la música de Johann Sebastian Bach introducida a través de los
diferentes sonidos de flautas, oigo la grandiosidad de los tonos de esas flautas sobre la
inmensidad de las montañas, y las veo llegar hasta los rigores de las zonas frías donde el
hombre andino ha llegado a dominar ese medio arisco, desafiando a estos territorios
inclementes con sabiduría y entereza. Esto me da a entender que en el futuro, frente a
cambios violentos que puedan ocurrir en nuestro planeta, este hombre está adaptado a todos
los rigores, a todos los espacios, que tiene en sí una energía centrífuga. Me enseña acerca
de su resistencia no solamente espiritual, sino corporal, pues ello demuestra la posibilidad
de adaptación a lo diferente y difícil para lo cual ideó e hizo práctica cotidiana una
organización cuyo principio era la solidaridad.

3. Himno de la solidaridad y el colectivismo

Danilo Sánchez Lihón:

Precisamente, con ser tan estupendas y portentosas las obras materiales que se hicieron
aquí, es sin embargo la solidaridad el aporte mas importante del mundo andino a la cultura
universal, aquel sentido colectivista del hombre en el Tahuantinsuyo, aquella hermosa
epopeya que es la comunidad humana, no solo la familiar, vecinal o regional, sino la del
hombre como totalidad, es decir la utopía ya realizada de desayunar un día todos los
hombre juntos ¡Qué extraordinario que nuestra cultura sea representativa de lo que es la
solidaridad como un valor supremo, porque aquí como en ningún otro lugar del planeta se
la practicó como política de estado y también como actitud cívica, natural y cotidiana de la
gente.

No había hombres buenos y otros malos. Unos bendecidos y otros condenados, unos
ungidos y otros rechazados. Esa utopía aquí ha sido pan del día. Sería interesante rastrear
¿cómo es que se ideó, implanto y cultivó aquello? ¿Qué fue lo que inspiró e hizo posible
para que surgiera, creciera y se estableciera aquí de manera tan propia, fuerte y luminosa la
reciprocidad y comunión humana? ¿Qué condiciones se dieron para que prosperara aquella
virtud tan difícil de brotar, crecer y fructificar? Tanto es así que a los cronistas de la
conquista lo que más les impresionó en su encuentro con las diversas manifestaciones que
veían a su paso, son los bienes y edificios que tenían un fin social como fueron tambos,
puentes y caminos, los terrenos de cultivo y las obras de ingeniería dedicadas al bienestar
de la población, además de no encontrar aquí ni un solo mendigo, ni un solo esclavo, ni una
sola meretriz; nadie que se quedara un día de hambre, desprotegido o en soledad, en el
sentido de abandono o desolación.

Nadie aquí era un desposeído o un desheredado de la tierra. Todo ellos fue gracias a una
avanzada concepción filosófica, mística y religiosa del mundo y de la vida, gracias a un
hondo trabajo de reflexión y praxis social bien conducidas. Porque, ¿cuánto costó a Europa,
por ejemplo, la concepción de los Derechos Humanos? Ríos de sangre, pues de ese color se
tiñó el rió Sena en los días de la Revolución Francesa. Aquí, ¿fue logro de los amautas?
¿Qué características y claves secretas tenía entonces la educación incaica para garantizar
dicho orden? Valores como la solidaridad y el actuar de manera colectiva, entre una y otra
persona, entre uno y otro grupo social, entre una y otra región, el reconocerse y ser
hermanos en todo, y ello hacerlo el eje de la organización social es un prodigio cultural sin
ningún parangón en la cultura universal. Surge entonces inatajable la inquietud: ¿Como
hacer ahora para recuperar un hecho tan significativo y sorprendente como es el
colectivismo andino? Dichas huellas que están en nuestra propia genética ¿cómo hacer para
continuarlas y darlas esplendor?

José Pablo Quevedo:

En el mundo andino existían tres principios básicos, los mismos que se repetían en la
educación y la moral de los hombres de aquella época, contenidos que eran fundamentales
para la vida. En el mundo moderno existen también principios, pero que son ambivalentes
aunque estén escritos. Y lo peor es que no se practican. Hay una profusión de leyes,
normas, cánones pero esos mandatos no son respetados ni siquiera por los que los
dictaminan. Estas historias escritas, en cierto sentido sucumben en el pantano de su propia
formalidad. Pero la tradición oral del mundo andino y su moral sí tienen un valor
permanente, porque su base son los vínculos cotidianos, el trabajo, la tierra, y las relaciones
sociales efectivas. En la comunidad todos se respetan, se crea para todos, la riqueza social y
material y ella es distribuida entre los comuneros. Entre ellos, incluso lo vemos ahora, se
hablan abiertamente, trazan objetivos para llegar a un convencimiento general, tienen los
ojos y los oídos atentos para los acuerdos, se discute de una forma democrática lo que se va
a impulsar en base a la participación, a la cooperación solidaria para alcanzar los bienes que
van a servir para el conjunto social. Entonces con tal proceso el valor de la solidaridad
existe, es efectivo y vital.

La educación de la solidaridad es un principio básico en el cual el primer precepto, después


del trabajo, es que se tiene que ayudarse en primer lugar a los débiles y esto constituye una
práctica ineludible en el mundo andino. Hay comunidades, incluso ahora en la selva
peruana, cuyos miembros y dirigentes primeramente ayudan a los niños y las mujeres y los
bienes que se producen se reparten por igual. Los más débiles son los primeros que son
alimentados y reciben la riqueza de lo producido. Los más fuertes proveen a los niños,
viudas y enfermos de una ayuda necesaria.

También, cuando se trabaja en una comunidad, en una obra colectiva, siempre se hacen las
pausas necesarias, el descanso indispensable o el tiempo de reposo. Y, como lo han
investigado muchos antropólogos, allí se mastica la coca que es un símbolo de amistad, de
relación fraterna de los seres humanos frente al trabajo y de identidad con la tierra y la
naturaleza, hechos que marcan el ritmo necesario de la obra que se viene cumpliendo.
Incluso, donde la coca sirve como ofrenda para impulsar algo bueno y útil. Es saboreando
la coca que se conversa, que se establece un diálogo cotidiano, que se enlaza con la
tradición y la historia, sirviendo y estando presente en la construcción de un bien común.

Lo que podría resultar para muchos como un “anacronismo”, el trabajo comunitario es un


desafío para el mundo moderno en proceso de “globalización”, que ha instaurado como
doctrina el individualismo egoísta y deshumanizador. Tampoco el mundo contemporáneo
se puede explicar cómo ese “anacronismo” todavía subsiste. Sin embargo lo admira. Y hay
algunos que se acercan a sus fuentes para extasiarse y sentir su energía y vitalidad. El
mundo andino con sus características elementales de vida, sigue siendo un referente
importante, una forma de existencia humana que permite a un grupo y a una comunidad
mantenerse en una situación digna frente a las adversidades y el carácter deshumanizador
que lamentablemente signa al mundo moderno.

4. El mundo nuevo y la utopía irrenunciable


Danilo Sánchez Lihón:

Ahora bien, ¿cómo hacer para que dicha realidad, que se mantiene en una situación
innegable de pobreza material, y de riesgo incluso de supervivencia, pueda revertir dicha
situación? ¿Cómo hacerla una alternativa viable en el marco de la globalización? ¿Cómo
hacer para que las desventajas del mundo andino, frente al sistema, se torne en algo que
pudieran ser más bien aspectos promisorios? No olvidemos, de otro lado, que el mundo
andino, además de ser cuna y ámbito de valores, es espacio y tiempo donde vibra y es
latente la utopía, ámbito esencial en nuestra cultura, que la guía y orienta, utopía que aquí
no es gratuita, no es delirio, éxtasis o alucinación, evanescente o etérea, que flota dislocada
en el aire, sin ninguna relación con la realidad, sino que es consustancial al hombre, es de
vida o muerte; telúrica, terrígena e inherente a las relaciones efectivas de trabajo.

Incluso –como la papa– este es un aporte que le hemos dado a Europa: la metáfora del
mundo nuevo nació aquí, entre nosotros, de fundar algo distinto a las calamidades,
persecuciones y pestes que era lo mas frecuente que ocurriera en el viejo continente,
incluyendo el oscurantismo, la nigromancia, la hechicería, que ahora tratan de endilgárnosla
a nosotros. No creamos eso, el nuestro ha sido siempre un mundo de alborada, de saludo
matinal al sol, de ofrenda a los apus. Los nativos eran seres sin taras ni dobleces, tanto que
al ver esto el europeo vuelve a soñar aquí en un mundo nuevo. Nos toca entonces
reivindicar la utopía y luchar porque sus valores sean vigentes y se forje con ella un mundo
mejor.

Como cultura estamos signados por el compromiso de idear siempre un mundo mejor,
elemento que está inserto en nuestra genética histórica y biológica e implícito en nuestro ser
cultural. Somos un sueño de nosotros mismos que abarca a todos los demás, en donde
incluimos a los europeos, escépticos y decepcionados de ellos mismos, que aquí volvieron a
soñar en un mundo redimido. El nuestro es, por lo menos, el ámbito de la ilusión y tierra
del anhelo por forjar un mundo nuevo. Fuimos un mundo que ahora parece un sueño, pero
las huellas han quedado, están en nosotros mismos, se trata de hacerlas evidentes y
seguirlas; tenemos siquiera esa orla en la frente de lo que fuimos en contraste a este mundo
protervo que se ha instalado ahora pero que es un deber volverlo a redimir. Por eso, es
válido recordar aquella esencia, el de la utopía, como comparación y reto frente a ese orden
actual inícuo y nefasto que ha instaurado el sistema de la usura, la usurpación y el despojo,
representada en la corrupción generalizada que brota por doquier, como una pus no de un
país determinado sino como característica general del sistema capitalista.

José Pablo Quevedo:


En ese sentido, la labor de las comunidades nativas de costa, sierra y selva debe ser una
lucha por su reconocimiento, por establecer su soberanía y su propio desarrollo económico,
descentralizado y evitando toda contaminación burocrática. Este camino no debe estar
fraccionado sino que debe seguir un proceso de integración que no sea solamente la lucha
de una comunidad sino de un frente de regiones a fin de que la comunidades sean
reconocidas e impulsen planes de desarrollo, para que esos poderes locales pasen a ser
poderes regionales y tengan trascendencia en el plano nacional e internacional. Tú conoces
los problemas que emanan de la centralización, que es como un pulpo económico que
parasita sobre las regiones. Es necesario que estas regiones vayan adquiriendo una
determinada organización y poder, una consistencia programática al mismo tiempo que
favoreciendo su integración y de esta manera su radio de acción ya no sea solamente a nivel
local sino que se adecue a un más alto nivel para que abarque zonas de mayor influencia e
irradie su vigor sobre todo el macizo andino con aquella cultura de la esperanza. Creo en
esa utopía, como una alternativa trazada entre sueño y realidad, es que en las diversas
regiones se vaya izando la bandera del arco iris y que mediante ellas se pueda enseñar al
hombre a ser más humanos y solidarios.

El mundo andino en tal sentido debe elevar su conciencia, su impulso de lucha, hasta llegar
a ser gobierno, cual sería un bello objetivo que integre a muchos intelectuales, reviviendo
un sueño que una vez fue realidad y después vivió un tiempo de opresión pero que bajo
nuevas condiciones se vitaliza y se concreta en una nueva vida. Entonces, la lucha por ese
Estado social, por ese mundo de cooperación, es una tarea nuestra en donde lo primero por
hacer es aprender de ese mundo, de sus comuneros, de apoyarlos en resolver sus problemas
con el orden occidental. Y en la medida en que nosotros mismos nos acerquemos a las
comunidades fraternalmente para conocer más de su pensamiento, de su obra, de su
tradición, de su literatura, en la medida que lo hagamos directamente recogeremos el legado
valioso de su historia y de su cultura. Tenemos que acercarnos a ellos, ya no a la manera del
conquistador, sino como el hermano que aprende y que aporta a una obra que la
reconocemos trascendental. Tenemos que trabajar y cooperar. Esa es nuestra tarea en el
tiempo presente y futuro, para forjarnos nosotros mismos una patria que sea hermosa como
una espada en el aire

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