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Mapa de las costas del mar del sur.

(Detalle)
Siglo XVI. AGN, Catálogo de mapas e ilustraciones, número de pieza: 5227,
clasificación: 979/1132

Boletín del Archivo General de la Nación


7a época, núm. 3, enero-marzo 2010
Boletín del Archivo General de la Nación
Coordinación editorial
Miguel Ángel Quemain Sáenz

Asistencia Editorial
Alberto Álvarez, Elizabeth Zamudio, Elvia Alaniz,
Israel Reséndiz, Erika Gutiérrez y Héctor Gómez.

Diseño y formación
Elisa Cruz Cabello

Imagen de portada: Mapa de las costas del mar del sur (detalle). AGN, Catálogo de
mapas e ilustraciones, número de pieza: 5227, clasificación: 979/1132.

Legajos. Boletín del Archivo General de la Nación, séptima época, año 1, número
3, enero-marzo de 2010, es una publicación trimestral de la Secretaría de
Gobernación a través del Archivo General de la Nación.

Eduardo Molina y Albañiles, s/n,


Col. Penitenciaría Ampliación,
Delegación Venustiano Carranza,
C.P. 15350, México, D.F.
Tel. 5133 99 00, Exts. 19325, 19324 y 19330; fax 5789 5296.
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Página web: www.agn.gob.mx

Editor responsable: Marco Antonio Silva Martínez

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Nacional del Derecho de Autor

Licitud de título y licitud de contenido en trámite.

ISSN-0185-1926

Legajos. Boletín del Archivo General de la Nación se terminó de imprimir en diciembre


de 2009 en Letra Impresa GH, S.A. de C.V.
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Lic. Fernando Francisco Gómez Mont Urueta


Secretario

Dra. Blanca Heredia Rubio


Comisionada para el Desarrollo Político

Archivo General de la Nación

Dra. Aurora Gómez Galvarriato Freer


Directora General

Mtro. Miguel Ángel Quemain Sáenz


Director de Publicaciones y Difusión

Mtro. Marco Antonio Silva Martínez


Jefe del Departamento de Publicaciones
Índice

EDITORIAL 9

GALERÍAS

Encuentro con los Sentimientos de la Nación 13

Los Sentimientos de la Nación 15


Carlos Herrejón Peredo

Unidad y diversidad en la revolución novohispana. 33


Notas sobre un problema epistemológico
Luis Fernando Granados

Panorama económico de la última Nueva España 47


Luis Jáuregui

De bancos y fracasos: tres ejemplos para 75


el caso mexicano, 1774-1837
Roxana Alvarez Nieves

Reforma y justicia tras la Revolución: El homicidio en 99


la ciudad de México en los años treinta
Saydi Núñez Cetina

PORTALES

El documento electrónico en la sociedad de 121


la información
Alejandro Delgado Gómez

El archivo de concentración del INAH 153


Martha Elizabeth Pérez Martínez
Archivo histórico de la SEP 159
Alberto Rodríguez García

RESEÑAS

Fideicomiso Archivos Plutarco Elías Calles 167


y Fernando Torreblanca,
Boletín. Fotografía cristera
Por Elvia Alaniz Ontiveros

Yolanda Muñoz González, 169


La literatura de resistencia de las mujeres ainu
Por Héctor Gómez García

Verónica Montes de Oca Zavala (coord.), 172


Historias detenidas en el tiempo.
El fenómeno migratorio desde la mirada de
la vejez en Guanajuato
Por José Guillermo Tovar Jiménez

DOCUMENTOS DEL ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN

Discurso inaugural del Congreso de Chilpancingo, 177


pronunciado por José María Morelos y Pavón, 1813

Acta de elección de Morelos como Generalísimo, 1813 189

Biblioteca del Archivo General de la Nación 196

Convocatoria 197

Guía para la presentación de originales 198


EDITORIAL

E n su séptima época, el Boletín del Archivo General de la Nación ha iniciado una


reestructuración para mejorar la calidad de su alcance y contenido. Como se
ha podido apreciar en los dos números anteriores, parte del cambio ha sido
el nuevo diseño de las portadas y la palabra Legajos agregada al título. Más
importante aún ha sido la formación de un consejo editorial integrado por
prestigiados académicos, con el que la revista comenzará a trabajar a partir
del siguiente número.
Legajos. Boletín del Archivo General de la Nación (LBAGN), este atado de
papeles de carácter histórico y archivístico, busca renovarse para recuperar
la función que desde 1930 ha jugado como vínculo entre el AGN y la
investigación histórica y archivística.
Uno de nuestros propósitos es colocar a LBAGN dentro de las publicaciones
periódicas de excelencia en México. Es por ello que la revista comenzará a
seleccionar sus materiales a partir de un proceso de dictaminación anónima.
Asimismo, estamos trabajando en darle a la revista una mayor difusión.
Invitamos a nuestros lectores a enviarnos sus manuscritos, asegurándoles
que serán revisados con esmero, prontitud, y profesionalismo.
La presente edición contiene tres de las ponencias presentadas en el
encuentro académico con los Sentimientos de la Nación, el 11 de septiembre
de 2009 en el AGN: “Los Sentimientos de la Nación”, “Unidad y diversidad
en la revolución novohispana. Notas sobre un problema epistemológico”
y “Panorama económico de la última Nueva España”. También dentro de
la sección GALERÍAS se incluyen “De bancos y fracasos: tres ejemplos para
el caso mexicano, 1774-1837”, “Reforma y justicia tras la Revolución: el
homicidio en la ciudad de México en los años treinta”.
En PORTALES está la ponencia “El documento electrónico en la sociedad
de la información”, presentada en la 4ª Reunión de Archivos del Gobierno
Federal; así como los textos “Archivo de concentración del INAH” y
“Archivo histórico de la SEP”. En DOCUMENTOS DEL AGN se reproducen
fragmentos del Discurso inaugural del Congreso de Chilpancingo y el Acta
de elección de Morelos como Generalísimo.
Con la edición de este número iniciamos en este 2010 los festejos del
inicio del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución
mexicana. Es una pequeña muestra de la enorme riqueza y del significado
trascendente que guarda este repositorio, que es casa de la memoria y lugar
de encuentro fundamental para entender nuestro pasado, tan presente hoy
entre nosotros.
GALERÍAS
ENCUENTRO CON LOS SENTIMIENTOS DE LA NACIÓN

Como parte de los festejos para conmemorar el Bicentenario de la Inde-


pendencia de México, el 11 de septiembre de 2009 se realizó en la cúpula
del Archivo General de la Nación un encuentro académico con los Senti-
mientos de la Nación donde tomaron parte historiadores y especialistas que
han investigado en torno del documento rubricado por Morelos en 1813 y
de la época en que fue producido ese manuscrito de alcances legislativos y
estadistas.
Pensamiento insurgente, economía de guerra, unidad y diversidad novo-
hispanas, la manera de novelar la historia e incluso el estudio de la estatura
de Morelos en relación con las condiciones de vida hacia fines del siglo
XVIII y principios del XIX fueron temas de reflexión y análisis tanto para
los ponentes como para el público que asistió al encuentro dividido en
dos mesas de trabajo: “Causas y consecuencias económicas de la guerra de
Independencia”, que moderó Enrique Florescano y “Morelos, Hidalgo y la
insurgencia”, moderada por Erika Pani.
Además, del 11 de septiembre al 23 de octubre de 2009, el documento
Sentimientos de la Nación se exhibió por primera vez en el AGN para que pu-
dieran conocer directamente su contenido tanto los grupos de estudiantes
de escuelas primarias y secundarias –cuyas visitas guiadas se programaron
previamente–, como los investigadores que acuden con regularidad al re-
cinto. En total fueron más de dos mil personas las que apreciaron esta joya
documental.
En el número 2 de Legajos. Boletín del Archivo General de la Nación se publi-
caron dos de las ponencias presentadas en el encuentro: “Estatura y condi-
ciones de vida en tiempos de Morelos”, de Amílcar Challú e “Implicaciones
políticas de la acuñación de moneda de plata en México, 1811-1856”, de
Alejandra Irigoin.
Ahora se ponen a consideración de los lectores los textos: “Los Senti-

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 13


mientos de la Nación”, de Carlos Herrejón Peredo, “Unidad y diversidad
en la revolución novohispana. Notas sobre un problema epistemológico”,
de Luis Fernando Granados y “Panorama económico de la última Nueva
España”, de Luis Jáuregui.

14 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


LOS SENTIMIENTOS DE LA NACIÓN
Carlos Herrejón Peredo*

Los Sentimientos de la Nación representan el término de una etapa y al mismo


tiempo el inicio de otra en la empresa de definir, desde el caudillaje de
Morelos y de manera concisa, los propósitos y el programa del movimiento
insurgente, así como del nuevo Estado nación que pretendía gestarse.
En ese sentido los Sentimientos recapitulan, corrigen y reformulan
propuestas y declaraciones principalmente de Hidalgo, de Rayón y de
las Cortes de Cádiz, así como del propio Morelos, quien por otra parte,
incorpora por primera vez reclamos del pueblo percibidos por él a lo largo
de su vida y no considerados hasta entonces. Morelos deseaba que tales
puntos, los reelaborados y los innovados, fuesen la guía en las deliberaciones
del congreso por él convocado, y que finalmente formasen parte de la
constitución.
Los Sentimientos se expresan en 23 artículos, que se pueden agrupar en
ocho rubros:

I. Independencia, soberanía, división de poderes y gobierno liberal: 1,


5, 6, 11.
II. Vocales o diputados, tiempo y dotación: 7, 8.
III. Religión e Iglesia: intolerancia, sustento de ministros, supresión de
Inquisición, culto guadalupano: 2, 3, 4, 19.
IV. Orientación de leyes: conforme a equidad, universalidad, participación
de sabios: 12, 13, 14.
V. Derechos del hombre: libertad, igualdad, propiedad, seguridad,
resistencia a la opresión: 15, 17, 18, 11.
VI. Restricciones a extranjeros: los que ya están, no tengan empleos
públicos; admitir sólo artesanos instructores; puertos nacionales

* El Colegio de Michoacán; peredoch@colmich.edu.mx

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 15


abiertos sólo a naciones amigas, que no se internen; tropas
extranjeras, sólo en ayuda, pero lejos de la Junta; que la nación no
haga expediciones ultramarinas: 9, 10, 16, 20, 21.
VII. Impuestos: 22, 16.
VIII. Celebraciones: la Guadalupana, Hidalgo y Allende: 19, 23.1

El Sentimiento más innovador es el 12, al apuntar hacia la equidad


socioeconómica, mediante la moderación de la opulencia y la indigencia
aumentando los salarios de los pobres. Ningún caudillo o constitución
alguna lo había considerado, tampoco el Congreso de Anáhuac, ni ninguna
constitución del siglo XIX. Hasta la Constitución de 1917 se tomó en cuenta.
Nunca está por demás recordarlo textualmente:

Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro
Congreso deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen
la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que
mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto.2

También llama la atención otro de los artículos que se enderezaba a


orientar la elaboración de las normas constitucionales, es el 14 que indica la
participación de sabios:

Que para dictar una ley se haga junta de sabios en el número posible, para que
proceda con más acierto3

En otras palabras, según Morelos, las buenas leyes no son cosa de sólo
número de votantes, sino de calidad de contenido que proviene, más que
de mera información, de sabiduría.
De los puntos reelaborados, el primer Sentimiento, relativo a la
Independencia, retoma el objetivo primordial de Hidalgo y corrige el de
Allende y Rayón que pretendían se siguiera invocando a Fernando VII. El

1 Ernesto Lemoine Villicaña, Morelos. Su vida revolucionaria a través de sus escritos y de otros testimonios
de la época, México, UNAM, 1965, pp. 370-373.
2 Idem.
3 Idem.

16 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


congreso asumió este primer Sentimiento en la declaración de Independencia
del 6 de noviembre de 1813.
Otros Sentimientos se refieren a los principios de soberanía, derechos
humanos, división de poderes y representación democrática: provienen de
Hidalgo, de Rayón y de Cádiz; principios que Morelos corrige o enuncia a su
modo, y que en general asumiría y precisaría la constitución de Apatzingán.
En cuanto a varios Sentimientos relativos a religión e Iglesia, es de advertir
la supresión de la Inquisición implicada en el 3, puesto que era una ‘planta
no plantada por el Padre celestial’. También es de advertir la moderación
del fuero y de las percepciones del clero. Mas por otra parte es notoria
la intolerancia religiosa del 2, explicable por la mentalidad reinante, que
suponía la unidad religiosa como indispensable para la unidad política.
Tal intolerancia va de la mano con los artículos relativos a restricciones
frente a extranjeros, cinco en total, demasiados, al grado que parece
obsesión, mas por otra parte Morelos también pretendía preservar con esto
la Independencia y la seguridad del congreso, pues era consciente de las
ambiciones de otros países.
Es de subrayar el Sentimiento 22 relativo a la moderación y simplificación
en las cargas fiscales. La constitución asignaría al congreso la facultad de
establecer las contribuciones, pero sin reiterar el Sentimiento estampado por
Morelos, que a la letra dice:

Que se quite la infinidad de tributos, pechos e imposiciones que nos agobian y


se señale a cada individuo un cinco por ciento de semillas y demás efectos o otra
carga igual, ligera, que no oprima tanto, como la alcabala, el estanco, el tributo y
otros; pues con esta ligera contribución y la buena administración de los bienes
confiscados al enemigo, podrá llevarse el peso de la guerra y honorarios de
empleados.4

Morelos hubo de preparar los 23 Sentimientos días antes del 14 de septiembre,


fecha en que los presentó, mediante Rosains, al congreso que se instalaba
en Chilpancingo. Andrés Quintana Roo muchos años después diría que
la víspera de esa instalación Morelos le comunicó verbalmente lo que iba

4 Idem.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 17


Litografía del cura de Carácuaro

Autor: Thierry Frères en: Iconographie des contemporains des portraits des personnes (1789-1820), 1832.

a presentar al día siguiente. Es muy probable que entonces formulara la


redacción final.
Ciertamente la construcción de los Sentimientos venía desde tiempo
atrás y tiene en Morelos tres momentos capitales: primero, el bando de El
Aguacatillo 17 de noviembre, 1810; segundo, las anotaciones que estando
en Tehuacán, hizo el 7 de noviembre de 1812, a los Elementos de Constitución
elaborados por Rayón entre abril y mayo de ese año; y finalmente, triunfador
en Oaxaca, el bando de 29 de enero de 1813.
El bando del Aguacatillo, publicado a nombre de Hidalgo, contiene
nueve disposiciones: la igualdad de nombre de todos los americanos, la
abolición de la esclavitud, del tributo y de las cajas de comunidad, así como
del estanco de la pólvora; el mantenimiento del estanco de tabacos y de las
alcabalas para sostener la tropa; la cancelación de deudas de americanos
a europeos; la libertad condicionada de reos; y la ocupación de empleos
públicos para americanos.5
Es importante señalar que otras autoridades puestas por Hidalgo, como
Anzorena en Valladolid, y otros comisionados, como Rayón, también

5 Ibid., pp. 162-163.

18 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


publicaron bandos a nombre de Hidalgo.6 Este mismo ya en Guadalajara
directamente publicó bandos semejantes.7 Hay puntos en común en todos,
como la supresión del tributo y de la esclavitud; pero al mismo tiempo
diferencias. Los bandos de Anzorena, Rayón y Morelos, bien que contengan
indicaciones básicas de Hidalgo, conllevan también interpretación y
adaptaciones que cada uno hizo. En este sentido un punto peculiar en el
bando de Morelos era la cancelación de deudas.
Bien sabido es que Ignacio Rayón en agosto de 1811 convocó a varios
guerrilleros para votar los miembros de una junta que coordinara el
movimiento y ostentara su legitimidad. El propio Rayón resultó presidente.
Morelos lo reconoció, pero desde un principio objetó que la junta se cubriera
con el nombre de Fernando VII, puesto que se pretendía la Independencia,
a lo que Rayón contestó que sólo era un provisional recurso estratégico.
De tal manera cuando Rayón elaboró los Elementos de nuestra Constitución,
por abril o mayo de 1812, reiteró el fernandismo, pero al mismo tiempo
formuló una serie de 38 artículos.8 En ellos resuenan los bandos de Hidalgo
y de sus comisionados, por lo que Morelos llegaría a decir que los Elementos
“con poca diferencia son los mismos que conferenciamos con el señor
Hidalgo”. Pero esto no es exacto, pues de los 38 artículos únicamente unos
nueve corresponden realmente al pensamiento de Hidalgo, expresado en
los bandos, en otros documentos y en la declaración del propio Morelos
sobre la conversación con Hidalgo de Charo a Indaparapeo.
Hay que reconocer entonces que unos 17 artículos de los Elementos
son inventiva de Rayón en torno del carácter y funcionamiento de la junta
que había establecido y otros órganos. Sucedía más bien que a Morelos
le incomodaban las pretensiones excesivas de Rayón en cuanto a sentirse
heredero privilegiado de Hidalgo.
Como sea, Morelos, una vez que recibió los Elementos, tardíamente por
cierto, se dio a la tarea de anotarlos el 7 de noviembre de 1812, estando
6 Bando de José María Anzorena, 19 de octubre de 1810, en Moisés Guzmán Pérez, Miguel
Hidalgo y el gobierno insurgente en Valladolid, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de
Hidalgo, 2003, pp. 243-244; Bando de Ignacio Rayón, 23 de octubre de 1810, en Lemoine, op.
cit., pp. 158-160.
7 Bandos de Hidalgo, en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de
la guerra de Independencia de México de 1898 a 1821, México, José María Sandoval, 1878, t. II, pp.
243-244; 256; Lucas Alamán, Historia de México, México, Jus, 1942, t. II, p. 395.
8 Lemoine, op. cit., pp. 219-227.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 19


en Tehuacán. Lo hizo en dos versiones muy parecidas. En total son ocho
anotaciones. Resumo: lo principal es la reiterada exclusión de Fernando
VII; por otra parte, la insistencia en que la organización de la insurgencia
habría de hacerse por provincias u obispados: Rayón establece un sólo
Protector Nacional; Morelos demanda que tenga funciones de juez, y sean
varios, uno por cada provincia. Otra: la elección del generalísimo no se
define territorialmente en Rayón; Morelos precisa: sea electo por cada
provincia; y finalmente, la moderación en los nombramientos militares de
rango superior.9
En otras palabras, la independencia, la administración suficiente de
justicia y una crítica a Rayón, que al igual que Hidalgo, era pródigo en otorgar
altos grados. Mas no deja de llamar la atención que Morelos no señaló la
ausencia en los Elementos de la abolición del tributo ni la disminución de
otras cargas fiscales.
Pasemos al bando de Oaxaca, enero de 1813, que Morelos autoriza al
inicio diciendo que es la junta, a la que también llama congreso, la que dicta las
providencias del bando, que son 17. Pero la realidad es que el bando de Oaxaca
no sigue la línea de los Elementos de Rayón, sino la del bando de El Aguacatillo
del propio Morelos. Lo que pasa es que Morelos ya era vocal de la junta desde
mediados de 1812, y desde entonces hasta la disolución de la misma, por mayo
de 1813, los vocales ejercían poderes absolutos cada uno en su demarcación.
En consecuencia Morelos, disponiendo conforme a su criterio, reitera ocho
de las nueve disposiciones de El Aguacatillo, sólo excluye una, la relativa a
liberación de reos, inocentes o culpables. Recordemos que ésta había sido
estrategia de Hidalgo. Y Morelos la siguió al parecer poco, pues se contraponía,
en cuanto a los reos culpables, a sus principios de justicia. Ciertamente el
bando de Oaxaca no se aboca a la preocupación de Morelos por la suficiente
administración de justicia; pero sí se distingue por abordar dos asuntos: uno,
el servicio militar: “se alistará en cada pueblo la mitad de los hombres capaces
de tomar las armas”, mismos que se entrenarán semanalmente. El otro punto
es la seguridad, expresada en tono de exhortación paternal:

Se manda a todos y a cada uno, guarden la seguridad de sus personas y las de sus
prójimos, prohibiendo los desafíos, provocaciones y pendencias, encargándoles
9 Ibid., pp. 227-228.

20 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


se vean todos como hermanos, para que puedan andar por las calles y caminos,
seguros de sus personas y bienes.10

Para los casos en que esta exhortación no funcionaba, la orden de Morelos


para reprimir la delincuencia del robo era tajante y temible. No se encuentra
en este bando, sino en orden a Valerio Trujano del 30 de septiembre de
1812:

Las continuas quejas que he tenido de los soldados de este rumbo no me


permiten ya dilatar más tiempo el castigo para contener sus desbarros, que tanto
entorpecen nuestra conquista.
En esta atención, procederá usted contra el que se deslizare en perjudicar al
prójimo, especialmente en materia de robo o saqueo; y sea quien fuere, aunque
resulte ser mi padre, lo mandará usted encapillar y disponer con los sacramentos,
despachándolo arcabuceado dentro de tres horas, si el robo pasare de un peso,
y si no llegare al valor de un peso, me lo remitirá para despacharlo a presidio; y
si resultaren muchos los contraventores, los diezmará usted, remitiéndome los
novenos en cuerda para el mismo fin de presidio.
Hará usted saber este superior decreto a todos los capitanes de las compañías
de esa división que actualmente manda, para que celen y no sean ellos los
primeros que incurran en el delito; y también se les publicará por bando a todos
los soldados que componen esa división, sean del regimiento que fueren. Y de
haberlo así cumplido, me dará el correspondiente aviso.11

De tal manera, además de los bandos y de las anotaciones consignadas, hay


otra serie de disposiciones en el desarrollo del pensamiento de Morelos, que
en verdad frecuentemente no sólo correspondía a él, sino al círculo de sus
colaboradores inmediatos. El análisis emprendido sobre los bandos de El
Aguacatillo y las anotaciones a los Elementos de Rayón muestran momentos
capitales en ese desarrollo.
Los Sentimientos de la Nación se hallan al término de ese proceso y tienen
otro contexto. Reasumieron la mayor parte de las disposiciones de esos
bandos, retomaron de los Elementos de Rayón, pero siempre modificándolos,
10 Ibid., pp. 264-266.
11 Hernández, Colección, t. IV, p. 487.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 21


y sobre todo innovaron en la orientación que deberían seguir las leyes sobre
equidad y sabiduría.
Pero sucede que al parecer hay otros Sentimientos no estampados en los
23 dichos. Dijimos que el 13 de septiembre, víspera de su presentación al
congreso, Morelos tuvo una conversación con Quintana en que sin leer le
comunicó lo que quería decir:

Soy Siervo de la Nación,

porque ésta asume la más grande, legítima e inviolable de las soberanías;

quiero que tenga un gobierno dimanado del pueblo y sostenido por el pueblo;

que rompa todos los lazos que le sujetan, y acepte y considere a España como
hermana y nunca más como dominadora de América.

Quiero que hagamos la declaración que no hay otra nobleza que la de la virtud,
el saber, el patriotismo y la caridad;

que todos somos iguales, pues del mismo origen procedemos;

que no haya privilegios ni abolengos;

que no es racional ni humano, ni debido, que haya esclavos, pues el color de la


cara no cambia el del corazón ni el del pensamiento;

que se eduque a los hijos del labrador y del barretero como a los del rico
hacendado;

que todo el que se queje con justicia, tenga un tribunal que lo escuche, lo ampare
y lo defienda contra el fuerte y arbitrario;

que se declare que lo nuestro ya es nuestro y para nuestros hijos;

que tengan una fe, una causa y una bandera bajo la cual todos juremos morir,

22 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Ignacio L. Rayón

Niceto de Zamacois, Historia de Méjico, vol. 9, Barcelona-Méjico, Impresor Juan de la Fuente Parres, 1888, p.
387. AGN, Biblioteca

antes que verla oprimida, como lo está ahora, y que cuando ya sea libre, estemos
listos para defenderla…12

Como se puede advertir, la mayor parte de estos puntos se hallan, aunque


formulados de manera diversa, en los Sentimientos, los cuales sin embargo
contienen muchos que no están en el recuerdo de Quintana. Pero en éste
destacan dos que no se hallan en los que firmó el caudillo: el relativo a la
igualdad en oportunidades de educación y el referente a la disponibilidad
de la administración de justicia. Este segundo corresponde a reiteradas
solicitudes de Morelos. El de la educación, bien pudo ser, atento su sentido
de equidad, aunque no tenemos mayores antecedentes.
Después de los Sentimientos de la Nación el congreso asumió la formulación
de los documentos guías del movimiento, entre ellos, la declaración de
independencia y el Decreto Constitucional. De tal manera se ha dicho que los
Sentimientos expresan el pensamiento de Morelos en su fase culminante. Sin
embargo, hay otro documento simultáneo, indispensable en el pensamiento
político de Morelos y de cuantos comulgaban con él.

12 Luis González et al., El Congreso de Anáhuac 1813, México, Cámara de Senadores, 1963, p. 14.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 23


Me refiero al Reglamento del Congreso, expedido por el caudillo casi
en vísperas de la instalación, esto es, el 11 de septiembre. Este Reglamento,
que consta de 59 artículos, fue el instrumento jurídico que los diputados
hubieron de tener presente desde entonces hasta que despojaron a Morelos
del Poder Ejecutivo. Fue en realidad, junto con los Sentimientos, una especie
de preconstitución que tuvo vigencia mientras Morelos mantuvo el poder.
He aquí algunas palabras de la introducción y algunos de sus artículos:

[…] convencido finalmente de que la perfección de los gobiernos no puede


ser obra de la arbitrariedad y de que es nulo, intruso e ilegítimo todo el que no
se deriva de la fuente pura del pueblo, hallé ser de suma importancia mandar,
como lo verifiqué, se nombrasen en los lugares libres electores parroquiales
que reunidos a principios del presente mes en este pueblo, procediesen como
poderhabientes de la Nación, a la elección de diputados por sus respectivas
provincias, en quienes se reconociese el depósito legítimo de la Soberanía y
el verdadero poder que debe regirnos y encaminarnos a la justa conquista de
nuestra libertad.13

Sin embargo, la elección de diputados sólo pudo hacerse así en dos


provincias: Tecpan y Oaxaca: José Manuel Herrera y José María Murguía,
respectivamente. Además, como era necesario integrar a los miembros de la
antigua Junta de Zitácuaro, que habían sido electos en junta de jefes locales,
quedaron automáticamente como diputados del nuevo Congreso: Ignacio
Rayón, por Guadalajara; José Sixto Berdusco por Michoacán; y José María
Liceaga por Guanajuato. Y para las provincias restantes, el Reglamento de
Morelos establece:

9. No siendo en la actualidad asequible que la forma de estas elecciones sea


tan perfecta que concurra en ellas con sus votos todos y cada uno de los
ciudadanos, exceptos de las tachas que inhabilitan para esto, es indispensable
ocurrir a nombramientos que suplan la imposibilidad de usar de sus derechos
en que la opresión tiene todavía una parte de la Nación.

13 Lemoine, op. cit., pp. 355-363; véase también AGN, Actas de Independencia y Constituciones de
México, exp. 2, “Exposición de motivos sobre el Reglamento de las sesiones del Congreso de
Chilpancingo, 1813; http://www.agn.gob.mx/independencia/documentos.html

24 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


10. En su consecuencia, señalaré ciudadanos ilustrados, fieles y laboriosos,
que entren a llenar los vacíos que debe dejar en la composición del cuerpo
soberano el motivo expuesto en el artículo anterior.
11. Estos suplentes serán amovibles a discreción de las provincias en cuyo
nombre representan, pero se tendrá por propietario a aquel cuya provincia
confirmase tácita o expresamente su interina elección.14

De tal manera, Morelos designó a tres: Carlos María Bustamante por México;
José María Cos por Veracruz; y Andrés Quintana Roo por Puebla.
En cuanto al camino para elaborar las leyes y sus iniciativas, el Reglamento
de Morelos establece:

18. Deben preceder discusiones y debates públicos a las determinaciones legales


del Congreso, de modo que no se resolverá ningún asunto hasta que oído
el voto de todos los vocales, resulte aprobado por la mayoría la materia
discutida.
19. Todo vocal está autorizado para proponer proyectos de ley.
27. El Generalísimo de las armas, como que ha de adquirir en sus expediciones
los más amplios conocimientos locales, carácter de los habitantes y
necesidades de la Nación, tendrá la iniciativa de aquellas leyes que juzgue
convenientes al público beneficio.15

Consciente Morelos de la necesaria unidad y estabilidad del mando militar


para el éxito de la guerra, así como del deslinde de poderes, determina:

44. Consiguientemente ningún vocal tendrá mando militar ni la menor


intervención en asuntos de guerra.
45. Durará el Poder Ejecutivo en la persona del Generalísimo todo el tiempo
que éste sea apto para su desempeño […]
46. El Generalísimo que reasuma el Poder Ejecutivo obrará con total
independencia en este ramo, conferirá y quitará graduaciones, honores y
distinciones, sin más limitación que la de dar cuenta al Congreso.

14 Idem.
15 Idem.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 25


47. Éste facilitará al Generalísimo cuantos subsidios pida de gente o de dinero
para la continuación de la guerra.16

Bastan estos artículos para advertir que la representación en el congreso


estaba fuertemente condicionada por la guerra, de manera que se abría
la puerta a los nombramientos directos, cosa de la que luego el propio
congreso abusaría. Por otra parte lo más notable es el peso que tiene el
Poder Ejecutivo particularmente en materia militar y presupuestal, lo
cual contrastará con la constitución de Apatzingán, que en plena guerra
estableció un Ejecutivo débil frente a un Legislativo fuerte.
En conclusión, los Sentimientos de la Nación y el Reglamento del Congreso
forman parte de un proceso en que las demandas de diversos grupos,
percibidas y expresadas por el caudillo del sur, así como las disposiciones
de Hidalgo, las propuestas de Rayón y otros, son eslabones indispensables
para su adecuada comprensión. Y si quisiéramos quedarnos con algo, no
olvidemos el número 12 sobre justicia social y el 14 sobre la sabiduría
que ha de preceder y acompañar la elaboración de leyes, complementado
con el artículo 18 del Reglamento sobre debates públicos. Sin embargo,
Morelos expresaba especial sensibilidad hacia la sabiduría y la justicia. Dijo
en efecto:

No es mi intento proceder por la fuerza y el capricho, sino por la recta razón


discernida por los sabios, a cuyo recto dictamen siempre me he sujetado y
sujetaré hasta llegar a la presencia del Supremo Juez.17
Es necesario usar de algún sufrimiento, porque es tiempo de sufrir: Lo que
no sufriría yo jamás es una injusticia.18

Sentimientos de la Nación19

1° Que la América es libre e independiente de España y de toda otra Nación,


Gobierno o Monarquía, y que así se sancione dando al mundo las razones.

16 Idem.
17 Ibid., p. 291.
18 Ibid., p. 275.
19 Texto en Lemoine, Morelos, pp. 370-373. Por mi parte entre corchetes pongo la relación con

26 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


[Semejante al Elemento 4 de Rayón: “La América es libre e independiente
de toda otra nación”, pero diverso del 5 del mismo: “La Soberanía dimana
inmediatamente del pueblo, reside en la persona del señor don Fernando
VII, y su ejercicio en el Supremo Consejo Nacional Americano”.]

2° Que la religión católica sea la única sin tolerancia de otra.

[Igual al Elemento 1 de Rayón]

3° Que todos sus ministros se sustenten de todos y solos los diezmos y primicias, y el
pueblo no tenga que pagar más obvenciones que las de su devoción y ofrenda.

[Diverso al Elemento 2 de Rayón: “Sus ministros por ahora continuarán


dotados como hasta aquí”; y al punto 4 del bando de Oaxaca del propio
Morelos: “Que se quiten todas las pensiones, dejando sólo los tabacos y
alcabalas para sostener la guerra y los diezmos y derechos parroquiales para
sostención del clero”.]

4° Que el dogma sea sostenido por la jerarquía de la Iglesia, que son el Papa, los
obispos y los curas, porque se debe arrancar toda planta que Dios no plantó:
Omnis plantatio quam non plantavit Pater meus calestis erradicabitur. Mat.
Cap. XV.

[Diverso al Elemento 3 de Rayón: “El dogma será sostenido por la vigilancia


del Tribunal de la Fe, cuyo reglamento, conforme al sano espíritu de
la disciplina, pondrá distantes a sus individuos de la influencia en las
autoridades constituidas y de los excesos del despotismo”.]

5° Que la Soberanía dimana inmediatamente del pueblo, el que sólo quiere depositarla
en el Supremo Congreso Nacional Americano, compuesto de representantes de
las provincias en igualdad de números.

otros documentos; véase también AGN, Actas de Independencia y Constituciones de México, Colección
de Documentos del Congreso de Chilpancingo, Manuscrito Cárdenas, vol. 1, ff. 33-34v; http://www.agn.
gob.mx/independencia/documentos.html

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 27


[Diverso al Elemento 5 de Rayón: “La Soberanía dimana inmediatamente del
pueblo, reside en la persona del señor don Fernando VII, y su ejercicio en
el Supremo Consejo Nacional Americano”; y en parte semejante y en parte
diverso al punto 1 del bando de Oaxaca: “Por ausencia y cautividad del
Rey don Fernando VII, ha recaído, como debía, el gobierno, en la Nación
Americana, la que instaló una Junta de individuos naturales del reino, en
quien residiese el ejercicio de la Soberanía”.]

6° Que los Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial estén divididos en los cuerpos
compatibles para ejercerlos.

[Diverso al Elemento 21 de Rayón]

7° Que funcionarán cuatro años los vocales, turnándose, saliendo los más antiguos
para que ocupen el lugar los nuevos electos.

[Semejante al Elemento 8 de Rayón: “Las funciones de cada vocal durarán


cinco años; el más antiguo hará de Presidente y el más moderno de Secretario,
en actos reservados o que comprenden toda la Nación”.]

8° La dotación de los vocales será una congrua suficiente y no superflua, y no pasará


por ahora de 8,000 pesos.

[Diverso al Elemento 13 de Rayón: “Las circunstancias, rentas y demás


condiciones de los vocales que lo sean y hayan sido, queda reservado para
cuando se formalice la Constitución particular de la Junta, quedando sí,
como punto irrevocable, la rigorosa alternativa de las providencias”.]

9° Que los empleos sólo los americanos los obtengan.

[Semejante al punto 9 del bando de El Aguacatillo: “Que las plazas y empleos


estarán entre nosotros y no los pueden obtener los europeos, aunque estén
indultados”; al Elemento 28 de Rayón: “Se declaran vacantes los destinos de
los europeos, sean de la clase que fuesen, e igualmente los de aquellos que
de un modo público e incontestable hayan influido en sostener la causa

28 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


de nuestros enemigos”; y al punto 2 del bando de Oaxaca: “Que ningún
europeo quede gobernando en el reino”.]

10° Que no se admitan extranjeros, si no son artesanos capaces de instruir y libres


de toda sospecha.

11° Que los estados mudan costumbres y, por consiguiente, la Patria no será del
todo libre y nuestra mientras no se reforme el Gobierno, abatiendo el tiránico,
substituyendo el liberal, e igualmente echando fuera de nuestro suelo al enemigo
español, que tanto se ha declarado contra nuestra Patria.

12° Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso
deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia
y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus
costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto.

13° Que las leyes generales comprendan a todos, sin excepción de cuerpos privilegiados;
y que éstos sólo lo sean en cuanto al uso de su ministerio.

14° Que para dictar una ley se haga junta de sabios en el número posible, para que
proceda con más acierto y exonere de algunos cargos que pudieran resultarles.

15° Que la esclavitud se proscriba para siempre y lo mismo la distinción de castas,


quedando todos iguales, y sólo distinguirá a un americano de otro el vicio y la
virtud.

[Semejante al punto 1 del bando de El Aguacatilllo: “a excepción de los


europeos, todos los demás habitantes no se nombrarán en calidad de indios,
mulatos ni otras castas, sino todos generalmente americanos. Nadie pagará
tributo, ni habrá esclavos en lo sucesivo, y todos los que los tengan serán
castigados”; al Elemento 24 de Rayón: “Queda enteramente proscripta la
esclavitud”; .y al punto 10 del bando de Oaxaca: “Que quede abolida la
hermosísima jerigonza de calidades indio, mulato o mestizo, tente en el aire,
etcétera, y sólo se distinga la regional, nombrándolos todos generalmente
americanos, con cuyo epíteto nos distinguimos del inglés, francés, o más bien

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 29


del europeo que nos perjudica, del africano y del asiático que ocupan las otras
partes del mundo”.]

16° Que nuestros puertos se franqueen a las naciones extranjeras amigas, pero que
éstas no se internen al reino por más amigas que sean, y sólo habrá puertos
señalados para el efecto, prohibiendo el desembarque en todos los demás, señalando
el diez por ciento.

[Semejante al Elemento 26 de Rayón: “Nuestros puertos serán francos a las


naciones extranjeras, con aquellas limitaciones que aseguren la pureza del
dogma”.]

17° Que a cada uno se le guarden sus propiedades y respete en su casa como en un
asilo sagrado, señalando penas a los infractores.

[Semejante al Elemento 31 de Rayón: “Cada uno se respetará en su casa


como en un asilo sagrado; y se administrará con las ampliaciones [y]
restricciones que ofrezcan las circunstancias, la célebre Ley Corpus habeas de
la Inglaterra”.]

18° Que en la nueva legislación no se admita la tortura.

[Muy semejante al Elemento 32 de Rayón: “Queda proscripta como bárbara


la tortura, sin que pueda lo contrario aun admitirse a discusión”.]

19° Que en la misma se establezca por Ley Constitucional la celebración del día 12
de diciembre en todos los pueblos, dedicado a la Patrona de nuestra Libertad,
María Santísima de Guadalupe, encargando a todos los pueblos la devoción
mensal.

[Semejante al Elemento 33 de Rayón: “Los días 16 de septiembre en que se


proclama nuestra feliz independencia, el 29 de septiembre y 31 de julio,
cumpleaños de nuestros Generalísimos Hidalgo y Allende, y el 12 de diciembre,
consagrado a nuestra amabilísima Protectora, Nuestra Señora de Guadalupe,
serán solemnizados como los más augustos de nuestra Nación.”]

30 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


20° Que las tropas extranjeras o de otro reino no pisen nuestro suelo, y si fuere en
ayuda, no estarán donde la Suprema Junta.

21° Que no se hagan expediciones fuera de los límites del reino, especialmente
ultramarinas; pero [se autorizan las] que no son de esta clase [para] propagar
la fe a nuestros hermanos de Tierradentro.

22° Que se quite la infinidad de tributos, pechos e imposiciones que nos agobian
y se señale a cada individuo un cinco por ciento de semillas y demás efectos o
otra carga igual, ligera, que no oprima tanto, como la Alcabala, el Estanco, el
Tributo y otros; pues con esta ligera contribución y la buena administración de
los bienes confiscados al enemigo, podrá llevarse el peso de la guerra y honorarios
de empleados.

[Semejante al punto 2 del bando de El Aguacatillo: “Nadie pagará tributo”;


y a los puntos 3, 4, 5, 6 y 16 del bando de Oaxaca: “Que se quiten todas
las pensiones, dejando sólo los tabacos y alcabalas para sostener la guerra
y los diezmos y derechos parroquiales para sostención del clero. Que, a
consecuencia, nadie pagase tributo, como uno de los predicados en santa
libertad. Que los naturales de los pueblos sean dueños de sus tierras [y]
rentas, sin el fraude de entrada en las Cajas. Que éstos puedan entrar en
constitución, los que sean aptos para ello. Y que éstos puedan comerciar lo
mismo que los demás, y que por esta igualdad y rebaja de pensiones, entren
como los demás a la contribución de alcabalas, pues que por ellos se bajó al
cuatro por ciento, por aliviarlos en cuanto sea posible”.]

Chilpancingo, 14 de septiembre de 1813. José María Morelos [rúbrica].

23° Que igualmente se solemnice el día 16 de septiembre todos los años, como el día
aniversario en que se levantó la voz de la Independencia y nuestra santa Libertad
comenzó, pues en ese día fue en el que se desplegaron los labios de la Nación para
reclamar sus derechos con espada en mano para ser oída; recordando siempre el
mérito del grande héroe, el señor don Miguel Hidalgo y su compañero don Ignacio
Allende.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 31


[Semejante al Elemento 33 de Rayón: “Los días 16 de septiembre en que se
proclama nuestra feliz independencia, el 29 de septiembre y 31 de julio,
cumpleaños de nuestros Generalísimos Hidalgo y Allende, y el 12 de
diciembre, consagrado a nuestra amabilísima Protectora, Nuestra Señora
de Guadalupe, serán solemnizados como los más augustos de nuestra
Nación”.]

Respuestas en 21 de noviembre de 1813. Y por tanto, quedan abolidas éstas,


quedando siempre sujetos al parecer de S.A.S.

32 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


UNIDAD Y DIVERSIDAD EN LA REVOLUCIÓN NOVOHISPANA.
NOTAS SOBRE UN PROBLEMA EPISTEMOLÓGICO1

Luis Fernando Granados*

Q uien se acerque a estas líneas debe tener presente, antes que nada, que
han sido escritas desde las lumbreras de una imaginaria plaza (de toros)
historiográfica; esto es, a gran distancia de donde efectivamente se produce
el conocimiento de la independencia novohispana, y por ende tienen que
tomarse con un grano de sal. (Lo poco que aprendí en la licenciatura, aun a
pesar de haber tomado clases con Ernesto Lemoine, no puede considerarse
como un verdadero antecedente.) El enfoque asumido en estas páginas, sin
embargo, no es enteramente caprichoso. Es más bien resultado de haberme
aproximado al estudio de la revolución de Independencia con algún
conocimiento del fenómeno de la movilización popular decimonónica –con
cierto conocimiento pero con mucho interés.2
Desde eso que se conoce como la “participación popular” en la revuelta
independentista, así, quisiera pensar un problema que asalta a cualquiera que
aborda el estudio de la guerra de Independencia, sobre todo en las décadas
recientes –digamos desde la publicación del libro de Hugh Hamill–, y desde
la historiografía profesional, o sea el pequeño mundo de las universidades.3
Es un problema óptico, por decirlo de algún modo: la creciente vaguedad con
que los historiadores percibimos los últimos diez, doce años del virreinato de
la Nueva España; la sensación de que el objeto de estudio mismo ha perdido
definición al punto que ya no sabemos bien a bien de qué estamos hablando.

* Center for Latin American Studies, University of Chicago; granados@uchicago.edu

1 Quiero agradecer a Aurora Gómez Galvarriato la invitación a participar en la reunión


“Encuentro con los Sentimientos de la Nación” en el Archivo General de la Nación, 11 de
septiembre, 2009. Éste es básicamente el texto que preparé para la ocasión –y que debí leer ahí,
en lugar de haber “platicado” las ideas aquí expuestas.
2 Luis Fernando Granados, Sueñan las piedras: Alzamiento ocurrido en la ciudad de México, 14, 15 y 16
de septiembre, 1847, México, Ediciones Era-INAH, 2003.
3 Hugh M. Hamill, The Hidalgo Revolt: Prelude to Mexican Independence, Gainsville, University of
Florida Press, 1966.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 33


[…] ni todos los americanos fueron En ese mundo feliz que
patriotas ni todos los gachupines, era la historia patria, en cam-
colonialistas; porque el futuro liberal bio, una formulación de este
no anidó invariablemente en el campo género hubiera resultado en-
americano ni el conservadurismo fue teramente absurda. El sintag-
patrimonio exclusivo del antiguo ma guerra de independencia era
régimen […] obvio en su sentido y en su di-
mensión. Indicaba, en primer
lugar, la centralidad del conflicto bélico; en segundo término, su unicidad y,
por último, la certeza de su propósito. Aquello había sido una sola guerra
de la que había resultado la Independencia de México, incluso si el primer
rostro del país soberano había sido una monarquía. Asimismo, los bandos y
la identidad social de los antagonistas de esta guerra estaban perfectamente
definidos: por un lado, los gachupines que querían conservar la dominación
colonial; por el otro, los patriotas americanos que aspiraban a que México
se (re)incorporara al concierto de las naciones. La guerra había sido el arte-
facto o trámite necesario para que se realizara lo que debía ocurrir, puesto
que la nación mexicana –fraguada ya en el posclásico tardío, ya durante los
siglos coloniales– era una entidad indudable que exigía su lugar bajo el sol.
Hoy sabemos, o por lo menos pretendemos saber, que esa historia no
tiene nada que ver con lo que pasó en Nueva España entre 1808 y 1824.
Por principio de cuentas, porque no había en la Norteamérica española
nada que se le pareciera a la nación decimonónica y, mucho menos, a la
patria vigesímica; pero también porque ni todos los americanos fueron
patriotas ni todos los gachupines, colonialistas; porque el futuro liberal no
anidó invariablemente en el campo americano ni el conservadurismo fue
patrimonio exclusivo del antiguo régimen; porque el resultado del conflicto
no estaba predestinado; porque algunas regiones se mantuvieron al margen
del conflicto mientras que en otras la violencia se amorcilló (o se hizo
endémica, si se prefiere una imagen no taurina); porque Nueva España no
era una colonia en el sentido decimonónico o contemporáneo del término;
etcétera, etcétera.4

4 Evidentemente, es imposible –y sería ocioso– citar la vasta literatura que ha re-examinado


la transición del antiguo régimen a la revolución en los últimos decenios. Entre otros trabajos
capitales para entender el proceso, lo mismo desde el punto de vista ideológico que político-

34 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


En el ámbito que me es más familiar (el de las clases populares
preindustriales), la transformación de las vieja certezas es, si acaso, todavía
más radical: entre otras cosas, ahora sabemos que el “pueblo” era en realidad
un conjunto de grupos sociales más o menos corporativos organizados
por una cultura política tridentina o barroca;5 que el lenguaje rebelde
del “pueblo” era mesiánico antes que jacobino; 6 que un abismo político
separaba a las clases populares de los dirigentes de uno y otro bando, por
más que compartieran el mismo imaginario, y que los seguidores de Miguel
Hidalgo en el otoño de 1810 estaban genuinamente convencidos de pelear
por la libertad de Fernando VII.7 En suma, que el Pípila y el Niño Artillero
no son más que tropos cursis y demagógicos sin ninguna relación con la
experiencia sensible de los trabajadores novohispanos. Bueno, en realidad
parece que ya ni siquiera es apropiado el uso del término trabajadores, porque
–al contrario que los historiadores de hasta los años setenta– ahora estamos
convencidos de que la segmentación clasista en Nueva España era menos
importante que la pseudo-étnica institucional.
El resultado de esta vasta operación revisionista es que, mientras que
ya nadie entre los historiadores profesionales se cree el cuento de que aquí
hubo una sola revolución de Independencia, las explicaciones parciales se
han multiplicado casi al infinito. Para algunos, lo que importa resaltar es la
revolución social de los campesinos del Bajío o el intento de restauración

social, véanse Brian R. Hamnett, Roots of Insurgency: Mexican Regions, 1750-1824, Cambridge,
Cambridge University Press, 1986; John Tutino, From Insurrection to Revolution in Mexico: Social
Basis of Agrarian Violence, 1750-1940, Princeton, N. J., Princeton University Press, 1986; David
Brading, The First America: The Spanish Monarchy, Creole Patriots and the Liberal State, 1492-1867
(Cambridge: Cambridge University Press, 1991); Virginia Guedea, En busca de un gobierno alterno:
Los guadalupes de México, México, UNAM-Instituto de Investigaciones Históricas, 1992, así como
los ensayos reunidos en The Independence of Mexico and the Creation of the New Nation, compilación
de Jaime E. Rodríguez O, Los Ángeles-Irvine, University of California, UCLA Latin American
Center Publications-Mexico/Chicago Program, 1989.
5 Marialba Pastor, Cuerpos sociales, cuerpos sacrificiales, México, FCE/UNAM, 2004. Para un sumario
plástico –y borbónico– de la cuestión, véase Alfredo Ávila, En nombre de la nación: La formación del
gobierno representativo en México, 1808-1824, Mexico, Taurus-Centro de Investigación y Docencia
Económicas, 2002, cap. 1.
6 Véase, entre otros artículos de su autoría, Eric Van Young, “Millennium on the Northern
Marches: The Mad Messiah of Durango and Popular Rebellion in Mexico, 1800-1815”,
Comparative Studies in Society and History 28: 3 (1986), pp. 285-413.
7 Marco Antonio Landavazo, La máscara de Fernando VII: Discurso e imaginario monárquicos en una
época de crisis: Nueva España, 1808-1822, México, El Colegio de México, Centro de Estudios
Históricos-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo-El Colegio de Michoacán,
2001.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 35


cultural de los indios mesoamericanos.8 Para otros, la verdadera materia de
esta historia es la revolución política de los criollos, el gran debate trasatlántico
acerca de la noción de soberanía,9 el modo en que algunas instituciones
contrainsurgentes (los famosos ayuntamientos gaditanos) sentaron las
bases institucionales del nuevo Estado,10 o –en fin– la revolución nacional
de Iturbide.11 Unos pocos todavía piensan que el meollo de la cuestión fue
el colapso de la economía minera, aunque la mayoría prefiere describir lo
sucedido como el surgimiento de una nueva cultura política.12
De este modo, quien se acerca a la historiografía en la actualidad tiene
una oferta interpretativa nunca antes vista. Como vivimos en una economía
de mercado, parecería que esto es algo plausible, pues la diversidad de
productos en los anaqueles confrma –nos aseguran– la libertad del lector-
consumidor de historia independentista. Me parece, sin embargo, que éste
no es el caso, aunque no porque los temas se hayan multiplicado o porque
las herramientas conceptuales sean o parezcan novedosas. Es que, para
usar un lugar común, hoy sabemos mucho más acerca de los árboles que
conforman el bosque, pero ya no somos capaces de percibir el bosque en su
conjunto. Dicho de otro modo, la multiplicación de explicaciones parciales
ha conseguido poner en crisis el paradigma historiográfico nacionalista-
liberal (priísta) pero ha sido incapaz de generar un nuevo horizonte
explicativo que lo sustituya.
Una de las causas inmediatas de esta deficiencia es el modo en que la
historiografía ha incorporado la noción de cultura política: con una pavorosa
falta de conocimiento y de rigor. Salvo honrosas excepciones, la mayor parte
8 John Tutino, “The Revolution in the Mexican Independence: Insurgency and the Renegotiation
of Property, Production, and Patriarchy in the Bajío, 1800-1855”, Hispanic American Historical
Review 78: 3 (1998): 367-418; Eric Van Young, The Other Rebellion: Popular Violence, Ideology and the
Mexican War for Independence, 1810-1821 (Stanford [Cal.], Stanford University Press, 2001).
9 José M. Portillo Valdés, Crisis atlántica: Autonomía e independencia en la crisis de la monarquía hispana
(Madrid, M. Pons, 2006).
10 Antonio Annino, “The Ballot, Land and Sovereignty: Cadiz and the Origins of Mexican
Local Government, 1812-1820”, en Elections Before Democracy: The History of Elections in Europe
and Latin America, Eduardo Posada-Carbó (comp.), (Basingstoke [Hampshire]-Nueva Cork,
Macmillan Press-St. Martin’s Press, 1996), pp. 61-86.
11 Timothy E. Anna, The Mexican Empire of Iturbide (Lincoln: University of Nebraska Press,
1990); Jaime del Arenal, Un modo de ser libres: Independencia y constitución en México (1816-1822)
(Zamora, El Colegio de Michoacán, 2002).
12 Como la literatura en este punto es cada vez más abundante, mencionaré sólo el trabajo
paradigmático de esta tradición: François-Xavier Guerra, Modernidad e independencias: Ensayos sobre
las revoluciones hispánicas (Madrid-México, Mapfre-FCE, 1993).

36 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


de los historiadores no sabemos lo que estamos diciendo cuando decimos
cultura, pero igual se nos llena la boca, más o menos del mismo modo en
que los historiadores de una generación anterior decían científico para hablar
de su trabajo sin saber mucho del modo en que trabajan las ciencias de
verdad. En particular pienso en la recurrente confusión entre cultura como
(la) categoría estructurante de la antropología y cultura como sinónimo
decimonónico de “artes, filosofía y letras”, de la que han resultado una
gran cantidad de estudios que intentan plantear problemas antropológicos
haciendo preguntas artísticas, filosóficas o literarias.13
Una segunda causa de la cacofonía interpretativa de nuestros días tiene
que ver con el modo en que tendemos a entender la diversidad y la relatividad
del conocimiento histórico. Es tanta nuestra reticencia a restablecer el
orden epistemológico tomista que hemos optado por igualar el valor de
las explicaciones casi hasta el extremo y por lo tanto estamos incapacitados
para construir una interpretación general, comprehensiva, que discierna un
Zeitgeist a la manera de Burckhardt.14 La parcelación del conocimiento tiene
por efecto no sólo la coexistencia de interpretaciones en última instancia
incompatibles; también vuelve más difícil cualquier esfuerzo por vincular
los diversos ámbitos de la vida social. Y así, por ejemplo, lo que sabemos
de la vida rural novohispana tardocolonial –el viejo debate acerca de la
polarización y el “éxito” de la reforma neoclásica– parece influir muy poco
en la manera en que comprendemos las discusiones intelectuales de las que
surgieron los grandes manifiestos de la época.15
Lo que quiero decir, en plata y aunque suene autoritario, es que no
todos los problemas tienen la misma importancia ni todos los aspectos de la
época tienen la misma capacidad de explicar la fractura del imperio español,
la creación del Estado mexicano, el rediseño de la sociedad a imagen y
13 Dado que no me propongo picar un pleito, compárese el modo en que Keith Michael Baker
entiende cultura política y la manera en que Clifford Geertz examinó un problema análogo:
Keith Michael Baker, Inventing the French Revolution: Essays on French Political Culture in the Eighteenth
Century, Nueva York, Cambridge University Press, 1990, y Negara Clifford Geertz, The Theatre
State in Nineteenth-Century Bali, Princeton, N. J., Princeton University Press, 1980.
14 Véase Jacob Burkhardt, Del paganismo al cristianismo: La época de Constantino el Grande, traducción
de Eugenio Imaz, México, FCE, 1853, 1996.
15 Eric Van Young, “Los ricos se vuelven más ricos y los pobres más pobres: Salarios reales
y estándares populares de vida a fines de la colonia en México”, en La crisis del orden colonial:
Estructura agraria y rebeliones populares de la Nueva España, 1750-1821, México, Alianza Editorial,
1992, pp. 51-123.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 37


semejanza del dios liberal, o el colapso del complejo económico argentífero.
Y aunque es obvio que cada quien es libre de estudiar lo que le de la gana,
creo que es insensato apreciar todos los temas y los enfoques de la misma
manera –y por lo pronto rehuir todo esfuerzo de dilucidar el carácter general
del periodo, el gran tema que deberíamos estar pensando.
Otro modo de plantear el problema es que hemos tendido a ver cada
una de estas “revoluciones” –la de los criollos y la de los campesinos, la de
los clérigos y la de los capitanes, la de los ayuntamientos y los diputados–
como fenómenos hasta cierto punto desconectados entre sí, como historias
paralelas, porque estamos todavía atrapados por las reglas aristotélicas, o
sea que asumimos que una cosa no puede ser dos cosas al mismo tiempo.
Esto implica que, aunque es inevitable advertir la compleja causalidad
de casi todos los aspectos de la época, y aunque está de moda apreciar la
multiplicidad, en realidad no sabemos muy bien qué hacer con ella. Si los
campesinos que siguieron a Hidalgo, por ejemplo, tenían una cultura “de
antiguo régimen”, entonces no podemos concederles que su movimiento
tuviera un carácter anticolonial y revolucionario –y viceversa.
Como es evidente, estos problemas no son exclusivos de la historiografía
sobre la Independencia; en realidad parecería que la multiplicación de
enfoques y la incapacidad para generar explicaciones generales es un signo
de los tiempos, al menos respecto de acontecimientos que han sido objeto de
grandes debates político-académicos como las revoluciones francesa y rusa.
Y es todavía más evidente que yo no soy la persona indicada para reorganizar
las piezas del rompecabezas de modo que el nuevo conocimiento se articule
de modo coherente.
Con todo, quisiera insistir que el precio de perder de vista el bosque
y contentarnos con la fragmentación interpretativa es demasiado alto,
historiográfica lo mismo que políticamente. Para la disciplina es una mala
solución porque nos impide valorar correctamente los nuevos y los viejos
estudios. Aunque sea una obviedad, conviene recordar que el único modo
de apreciar cabalmente una obra historiográfica es situarla en un contexto
más amplio, y hoy hay demasiadas explicaciones parciales que no terminan
por reconciliarse entre sí. (Pienso por ejemplo en la poca atención que se
concede a la política francesa en América debido en parte a que hemos dado
por sentado el carácter autonómico de los movimientos que devendrían

38 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Entender la coyuntura
independentista como un proceso insurgentes.) Y más allá de la
equivale a renunciar a las disciplina es una pésima solución
determinaciones simples y aceptar, porque la falta de un nuevo
por el contrario, el papel de la paradigma garantiza la vida del
incertidumbre, lo sobredeterminado viejo modo nacionalista-liberal de
y el azar. entender la constitución de patria,
y ya conocemos los efectos nefastos del culto a los héroes. Evidencia de
este peligro es el modo en que, más allá de las universidades, se entiende el
revisionismo: como un pueril ejercicio de descubrirles defectos a los héroes,
sin cuestionar la existencia misma de héroes ni entender que los procesos
sociales no son resultado de “buenas” o “malas” personalidades.
¿Es posible, sin embargo, rearticular una visión de conjunto del
periodo, que dé cuenta de su diversidad y no obstante permita comprender
su sentido general sin caer en las simplificaciones del pasado? Creo que la
respuesta puede ser afirmativa si, por una parte, recuperamos la noción de
proceso como clave analítica de la coyuntura independentista y, por la otra,
intentamos no perder de vista los aspectos militares de la guerra y el carácter
popular del conflicto. Dos énfasis temáticos y un recurso metodológico,
en otras palabras, pueden ayudarnos a restablecer la unidad epistemológica
de la época de la independencia y destacar así uno de sus rasgos principales:
la efectiva subversión del orden simbólico y material imperante en Nueva
España hasta principios del siglo XIX. Que aquello sí fue una revolución, en
otras palabras, tanto o más radical que la estadounidense y la francesa y casi
tanto como la haitiana.
1. Es paradójico que los historiadores seamos tan proclives a pensar
la sociedad en términos estáticos y el devenir de manera mecánica. En el
debate sobre si el ayuntamiento de México buscaba o no la independencia
en 1808, o sobre si el plan de Iguala era autonomista o no, tenemos buenos
ejemplos de esta pulsión esencialista. El meollo del problema está en el uso
del verbo buscar y sobre todo del verbo ser. Ambos prestan poca atención al
hecho en que todo acto social es causa y consecuencia de una experiencia
que nunca está predeterminada de manera absoluta y, más aún, que las
acciones que siguen puntualmente un plan (previo, por supuesto) son la
excepción antes que la regla. De este modo se olvida que el aprendizaje
es un elemento central de todo fenómeno social. Lynn Hunt lo ha dicho

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 39


a propósito de la revolución francesa: por pensar demasiado en las causas
y en las consecuencias de la revolución, el proceso revolucionario en sí
mismo –la dimensión creativa de la propia revolución– ha tendido a ser
menospreciado.16
La afición por la biografía (con pretensiones sicológicas, peor aún) ha
sido especialmente responsable de esta deformación: un efecto de andar
especulando si la vida de Morelos antes de 1810 anuncia de algún modo el
contenido de los Sentimientos de la Nación es que tendemos a pasar por alto su
proceso de aprendizaje a partir de ese año, o sea el efecto catalizador de la
insurrección del Bajío en la conciencia del cura vallisoletano. Pero ni infancia
es destino ni la sociedad es mera suma de los individuos que la componen.
Las personas como las sociedades –o las clases, en la expresión célebre de
E. P. Thompson– se hacen en el conflicto, el diálogo y la interacción, y
todo lo más que puede percibirse en el pasado de los actos son tendencias y
posibilidades, no resultados necesarios, como ya lo decía Luis Villoro hace
medio siglo. (Y mucho mejor argumentado, por supuesto.)17
El punto es quizá más fácil de aprehender cuando se considera la
Independencia en dimensión continental. Si las “naciones latinoamericanas”
no estaban constituidas en 1808 ni se empeñaron durante más de una década
en alcanzar la independencia,18 eso no quiere decir que muchos de los actores
hubieran efectivamente decidido que la independencia podía ser y sería su
objetivo en el curso de los conflictos políticos y militares de esos años. El
proceso mismo tiene que ser entendido como fuente de un aprendizaje, como
generador de una experiencia que a su vez propició el pensamiento de nuevas
posibilidades para las diversas regiones americanas. O sea, como quien dice,
que la independencia se pensó, gestó y realizó en el curso de la revolución
independentista –más o menos del modo en que la abolición del feudalismo
en Francia no fue la mera aplicación de una teoría o un deseo preexistentes

16 Lynn Hunt, Politics, Culture, and Class in the French Revolution (Berkeley: University of California
Press, 1984), pp. 1-16.
17 Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia (México: Conaculta, [1953] 2002),
71-76. Véase E. P. Thompson, “Eighteen-Century English Century Society: Class Struggle
Without Class”, Social History 4 (1978), pp. 133-165.
18 Brian R. Hamnett, “Process and Pattern: A Re-Examination of the Ibero-American
Independence Movements, 1808-1826”, Journal of Latin American Studies 29: 2 (1997), pp. 279-
238; Jeremy Adelman, Sovereingty and Revolution in the Iberian Atlantic (Princeton [N. J.], Princeton
University Press, 2006).

40 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


sino consecuencia de un “diálogo”, a menudo de sordos, entre campesinos y
legisladores.19 (O como en el Santo Domingo francés, donde la guerra social y
política no devino conflicto independentista sino muy tarde, más de diez años
después de iniciada la insurrección en la planicie del Norte.)20
2. Entender la coyuntura independentista como un proceso equivale a
renunciar a las determinaciones simples y aceptar, por el contrario, el papel
de la incertidumbre, lo sobredeterminado y el azar. (He aquí otro problema
para los historiadores: ¿cómo podemos dar cuenta de lo aleatorio si estamos
convencidos de que nuestra tarea es explicar la racionalidad –como necesidad
hegeliana– del pasado?) Lo contingente es constitutivo de todo fenómeno
social, pero es particularmente notorio en el caso de la guerra, de cualquier
guerra. Aquí de nuevo nuestro inconsciente estructuralista parece haber
producido un absurdo: la reacción en contra de la historia político-militar
del pasado nos ha llevado a desestimar la guerra, no sólo como expresión
de la política, sino como fenómeno social en sí mismo. Perdón si sueno
melodramático, pero me parece un tanto impúdico haber marginado a los
muertos producidos por la guerra de Independencia –reales, apestosos,
insepultos– con el argumento de que la historia militar suele ser simplona
analíticamente (por más que esto haya sido cierto alguna vez).
Un ejemplo de lo problemático que resulta convertir a la guerra en mero
telón de fondo de la explicación histórica es lo que sabemos y decimos
a propósito de la campaña de Hidalgo a fines de octubre y principios de
noviembre de 1810. Una lectura apresurada de Tutino parecería afirmar
que el “ejército” de Hidalgo no tomó la ciudad de México y fue derrotado
en Aculco porque las estructuras sociales de los pueblos corporativos
mesoamericanos no padecían el mismo desgaste institucional que el
crecimiento desigual del último tercio del siglo XVIII había generado en las
comunidades informales de arrendatarios (mestizos y laboríos antes que
indios pueblerinos) del Bajío.
¿De verdad? ¿Y no será más bien que la incertidumbre militar que
percibieron López y sus amigos el 31 de octubre de 1810 los impulsó a
dirigirse a Querétaro, objetivo que se creían sería más fácil de alcanzar, sin
19 John Markoff, The Abolition of Feudalism: Peasants, Lords, and Legislators in the French Revolution
(University Park, Pennsylvania State University Press, 1996).
20 Laurent Dubois, Avengers of the New World: The Story of the Haitian Revolution (Cambridge [Ma.],
Belknap Press, 2004), pp. 252-253 esp.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 41


saber que las milicias potosinas no estaban entre las tropas acantonadas en la
ciudad de México sino que avanzaban hacia el sur desde Guanajuato?21 Si
la retirada de Cuajimalpa fue un error táctico, la batalla (perdida) en Aculco
tiene entonces que considerarse un acontecimiento más significativo que
la supuesta duda existencial que asaltó al señor cura Periñón luego de la
carnicería. (Tutino además está hablando de las condiciones que permitieron
el implante de la insurgencia en el largo plazo, no de las circunstancias que
hicieron posible las insurrecciones en el otoño de 1810. Pero eso es otro
asunto.)22 Y, por otra parte, cuando uno compara lo que pasó en el monte
de las Cruces con lo ocurrido en la batalla de Calderón tres meses después,
es imposible “explicar” los resultados contradictorios de ambas batallas
sólo como un efecto de la constitución social de los “ejércitos” rebeldes o
su falta de preparación militar –no se diga el valor de los soldados realistas
o la militancia de la Virgen de los Remedios–, pues, grosso modo, los
antagonistas en ambos casos eran los mismos y sin embargo el resultado de
los encuentros militares fueron categóricamente distintos.
Entender que la de Independencia fue efectivamente una guerra ya
ha producido buenos resultados historiográficos; aunque me parece que
éstos son insuficientes porque han tendido a privilegiar el estudio de las
estructuras político-administrativas producidas por el conflicto bélico en las
zonas ocupadas por los realistas.23 Trabajos como el de Clément Thibaud
sobre Nueva Granada, por el contrario, muestran que el estudio social
de los ejércitos insurgentes, si no de las batallas, puede tener importantes
consecuencias para comprender el resultado de la guerra. Y cuando Thibaud
arguye que la Colombia bolivariana se hizo en la guerra, a la hora de la
guerra, creo que estamos de nuevo ante un planteamiento de privilegiar lo
procesal sobre lo causal a la antigua.24
3. Uno de los propósitos de Thibaud era precisamente dar cuenta de la
21 Hamill, op. cit., 126. Haber transformado al benemérito cura de Dolores en “López” y
“Periñón” es una de las muchas virtudes de Jorge Ibargüengoita, Los pasos de López (México,
Océano, 1982).
22 John Tutino, “Broken Sovereignty, Popular Insurgency, and Mexican Independence: The
Guerra de Independencias, 1808-1821,” versión revisada de una ponencia presentada en el
coloquio México, 1808-1821, El Colegio de México, 8-10 de noviembre, 2007.
23 Por ejemplo, y de manera destacada, Juan Ortiz Escamilla, Guerra y gobierno: Los pueblos y la
independencia de México (Sevilla, Universidad de Sevilla, 1997).
24 Clément Thibaud, Républiques en armes: Les armées de Bolívar dans les guerres d’indépendance du
Venezuela et de la Colombie (Rennes, Presses Universitaires de Rennes, [2003] 2006).

42 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


militancia independentista de los soldados de Bolívar: no sólo de los generales
sino, en particular, de los oficiales que sobrevivieron la década y media de
violencia social en el norte de América del Sur. Esta presencia de soldados
más o menos comunes y corrientes ha sido desde siempre asunto de capital
importancia para la historiografía, pues para nadie ha sido un secreto –y es
uno de los grandes problemas historiográficos– que la independencia de
América Latina, quizá tanto como la revolución francesa y quizá más que la
revolución estadounidense, se caracterizó por la presencia activa en la esfera
pública de miles de personas que hasta entonces no habían participado en la
toma de decisiones a escala regional y “nacional”.
Como los países latinoamericanos han sido durante dos siglos notoria-
mente oligárquicos, y como –al mismo tiempo– el carácter popular y de-
mocrático de los regímenes estadounidense y francés parece indudable, es
hasta cierto punto comprensible que, casi desde el momento mismo de la
Independencia, la “participación” de los trabajadores y los marginados en
las gestas que nos dieron patria haya sido planteada en términos un tanto
patologizantes: ¿qué podemos decir acerca de esa presencia manifiesta toda
vez que el “pueblo” no consiguió tomar el poder? o ¿cómo explicar que
el lenguaje de la libertad, los derechos humanos, la soberanía popular y la
democracia no haya producido en América Latina sociedades como las de
Francia y Estados Unidos?, son en efecto las preguntas más habituales cuan-
do se estudia la movilización de los pobres y los desposeídos en estos años.
Ignoro si algún día podremos dejar de concebir la movilización popular
en otros términos: parece tan obvio que el “pueblo” estadounidense se
emancipó en 1776 –ergo su prosperidad actual– y tan de sentido común que,
por el contrario, la historia de México desde 1821 ha sido una sucesión de
fracasos emancipadores –ergo la catástrofe en la que vivimos actualmente–,
que es difícil imaginar otra forma de pensar la historia moderna de ambos
países. Para pensar la historia del “pueblo” novohispano de otra manera
sería necesario abandonar varios presupuestos metahistóricos que son en
buena medida responsables de esta imagen deformada de la “participación”
popular. Es una tarea que ningún historiador en lo individual realizará, eso
es seguro, pues implica una mutación de nuestra imagen colectiva y una
modificación de los estereotipos mundiales.
Con todo, una manera de avanzar en esa dirección es comparar la

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 43


revolución novohispana con, por ejemplo, la revolución francesa. También
en el caso francés es posible encontrar una importante movilización
del “pueblo” aunque (ya) no del modo en que los grandes historiadores
decimonónicos –Michelet sobre todo y más tarde los apóstoles de la
mal llamada historiografía ortodoxa– la concibieron:25 en lugar de una
nación constituida que consiguió afirmar sus derechos, hoy se sabe que
particularmente los campesinos se involucraron en la revolución en sus
propios términos, sin compartir del todo las ideas de sus representantes,
contaminando con nociones “tradicionalistas” los proyectos ilustrados de
sus dirigentes, y así con cierta autonomía política. Sus triunfos no fueron
tan espectaculares como la toma de la Bastilla nos hizo creer alguna vez,
pero de ninguna manera puede suponerse que fueron meros espejismos o
artefactos simplemente “culturales”.26
Del mismo modo, la movilización desde abajo fue uno de los rasgos
más notorios de la revolución en Nueva España; a tal grado, de hecho,
que la incapacidad de las élites patriotas para someter al “pueblo” a sus
designios es la principal diferencia entre las revoluciones autonómicas de
Buenos Aires o Caracas y el conflicto que precipitaron los conspiradores
de Querétaro. Eso no quiere decir, naturalmente, que la revolución en su
conjunto –del verano de 1808 a los tratados de Córdoba, pasando por la
aventura de los diputados novohispanos en Cádiz y la obra constitucional
de Apatzingán– pueda tenerse como un epifenómeno de los alzamientos
campesinos; ni, mucho menos, que sea posible encontrar una unidad
discursiva entre los proyectos de la dirigencia insurgente, los abogados de la
Constitución de 1812 y los “bandidos sociales” (más bandidos que sociales)
que tanto contribuyeron a mantener al virreinato en la zozobra.
Es nada más que la inversión del orden establecido implícita en la
movilización campesina parece dar el tono al periodo en su conjunto;
inversión del orden en todos sus aspectos y modalidades, por más que sus
resultados tangibles no puedan compararse con iconos de la modernidad

25 Sobre la historia de la historiografía de la revolución francesa, véase Stephen L. Kaplan,


Farewell, Revolution: The Historians’ Feud, France, 1789-1989 (Ithaca [N. Y.], Cornell University
Press, [1993] 1996).
26 Markoff, op. cit., passim; Peter M. Jones, The Peasantry in the French Revolution (Cambridge:
Cambridge University Press, 1988); Anthony Crubaugh, “Local Justice and Rural Society in the
French Revolution”, Journal of Social History 34: 2 (2000), pp. 327-350.

44 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


occidental como la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano o la constitución estadounidense de 1787. De que había algo
profundamente subversivo en la guerra popular dan cuenta, por ejemplo, la
elevación del bandido Marroquín a la condición de asistente de Hidalgo y
sobre todo la habilidad de muchos campesinos del Bajío para convertirse en
propietarios –de hecho si no de jure– en el curso del conflicto. Y si pensamos
en la conversión de un ranchero de ascendencia africana en generalísimo
del imperio mexicano y más tarde presidente de la república (Guerrero), o
en la rapidez, casi compulsiva, con que realistas e insurgentes abolieron el
tributo de indios y pardos en 1810, parecería que estamos efectivamente
frente a un mismo fenómeno de transformación social –incluso si ésta no
se manifestó en una reforma agraria explícita o en la cabal supresión de la
desigualdad de fortunas.
De todas las instancias de cambio social efectivo —o sea concreto y
no proclamado–, puede que la más enfática sean los Sentimientos de la
Nación: un brillante manifiesto escrito por un cura de pueblo, seguramente
mulato, que no hubiera debido alcanzar notoriedad más allá de la tierra
caliente michoacana si no es porque la movilización de miles de personas
pobres y marginadas lo pusieron ante la posibilidad de pensar y decir
cosas inimaginables todavía a principios del siglo XIX. Incluso más que la
vertiginosa carrera de ese artillero que todavía en su adolescencia hablaba
francés con acento y en menos de veinte años se alzó hasta ser emperador
de los franceses, me parece que la transformación del Morelos pueblerino e
insignificante en el gran comandante insurgente y legislador de 1813 indica
la magnitud de los cambios experimentados en el virreinato a partir de
1808 –o, lo que es lo mismo, el modo en que la guerra popular impuso un
aprendizaje político a los letrados de todo signo (quienes, a su vez, pudieron
significar de nuevos modos las palabras ilustradas que andaban en el aire
desde el final del siglo XVIII).
Movilización popular, subversión del orden establecido, la incertidumbre
y el azar consustancial a la guerra –pero todo pian pianito, que aquí no valen
las fantasías estalinistas de reinventar una sociedad en una década–: si acaso
es cierto que estos tres rasgos están entre los más significativos de la década
larga de 1810, entonces puede que una parte del problema del bosque y los
árboles al que me refería más arriba sea en realidad un problema semántico.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 45


Que es un error, en breve, haber creído que lo que define al periodo es la
Independencia de México, cuando que lo fundamental es la insurgencia; la
insurgencia de los pueblos y los curas, de los indios y los diputados, las
regiones y los escritores antes que la de ese Estado-nacional que primero se
llamó Imperio Mexicano y luego Estados Unidos Mexicanos. La insurgencia
de Hidalgo, Morelos, Rayón, Matamoros, Guerrero y Mina, por supuesto,
aunque más bien la insurgencia de los “soldados” de Hidalgo y de Morelos,
de los bandidos disfrazados de guerrilleros, de los guerrilleros a carta cabal.
Pero también otras formas de insurgencia que no siempre se entienden
de ese modo: la irrupción de las castas en la vida política, los delirios
de fray Servando, la irreverencia del Pensador Mexicano, la momentánea
arrogancia de los léperos en la década de 1820, y aún la fragmentación de
las repúblicas de indios desde fines del siglo XVIII, sobre todo si es cierto
que esos conflictos fueron una disputa generacional.
En conjunto, todas esas formas de rebeldía –que es el nombre actual
de la insurgencia– pusieron de cabeza un orden social y cultural que hoy,
curiosamente, nos resulta de hecho inimaginable: un orden donde la
desigualdad estaba cabalmente asumida, donde no era necesario ni siquiera
dar atole con el dedo a los “de abajo”. La frase célebre del virrey Croix,
lo sabemos bien, no refleja sino la inseguridad arrogante de una cierta
camarilla gobernante, pero tampoco es enteramente risible: en aquel
mundo subvertido por las insurgencias de principios del siglo XIX los
“prietos” y los “jodidos” –los pobres, los trabajadores– tenían un lugar
claramente asignado e indudablemente marginal. En apenas una década
de conflicto bélico e ideológico ese discurso se esfumó por completo; no
sólo perdió legitimidad. Si las prácticas que auspiciaba no desaparecieron
del todo –no han desaparecido hasta hoy– eso no puede significar que las
transformaciones reales y los derechos percibidos hayan sido enteramente
irrelevantes. A veces la hipocresía –la hipocresía igualitaria y democrática
del México independiente– es también un triunfo.

46 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


PANORAMA ECONÓMICO DE LA ÚLTIMA NUEVA ESPAÑA

Luis Jáuregui*

A inicios del siglo XIX, Nueva España vivía en un aparente esplendor


económico y cultural que resultó de las reformas borbónicas. Se considera
“aparente” porque en realidad los últimos años previos a las guerras de in-
dependencia experimentaron las consecuencias de cambios en la estrategia
imperial que fueron orientados a maximizar el crecimiento económico de
la metrópoli a costa de beneficiar a unos cuantos y generar fuertes desigual-
dades. El asunto era tan evidente que fue comentado en la época por el
científico viajero Alejandro de Humboldt en su muy popular Ensayo político
de la Nueva España.
Según los conteos de almas realizados en aquella época como parte de
la estrategia imperial de mayor control sobre los habitantes del imperio, la
población de Nueva España en 1803 era de 5.1 millones de personas (6.1
millones en 1810), un notorio aumento de un millón de habitantes con
respecto a la década anterior. Étnicamente, la población se distribuía de la
siguiente manera:

Composición de la población de Nueva España


por grupos étnicos, 1810

Absoluto Porcentaje
Total 6 122 345 100
Indios 3 676 281 59
Castas 1 338 706 22
Españoles y criollos 1 097 928 18
Fuente: Malvido (2006:123-144).

* Luis Jáuregui, director general del Instituto Mora; ljauregui@mora.edu.mx

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 47


La mayoría de la población novohispana se hallaba asentada en la intenden-
cia de México (26%); la seguía muy de lejos la de Guadalajara con 8.4% de
los habitantes. En la península de Yucatán había medio millón de personas
y en el extenso norte se contaban apenas poco menos de 350 mil personas
“civilizadas”.
Hacia fines del siglo XVIII e inicios del XIX Nueva España era una so-
ciedad equilibrada en términos de género y, según los análisis de los datos
estadísticos de la época, 60% de la población era menor de 25 años. La
mayor parte de esta demografía era de raza india pero crecía con fuerza
el grupo denominado “castas” (mestizos) magistralmente descrito por los
cuadros de la época.
La estructura de clases consistía de un grupo extremadamente rico y
poderoso de españoles y criollos que si bien en ocasiones se quejaba de
algunas políticas específicas de la corona, era el principal beneficiario del
sistema colonial. Al lado de otros grupos, la élite novohispana residía en
las ciudades, villas y reales de minas, aunque tenían propiedades rurales.
Esta clase se relacionaba con el centro de poder, formaba parte de redes
económicas, políticas y sociales a nivel virreinal e imperial y contaba con la
información necesaria para generar grandes ganancias a costa del resto de
la población.
Debajo de esta clase había un grupo de personas no totalmente pobres
pero que no contaban con acceso al capital ni a las relaciones de los más
acaudalados. Este conglomerado de rancheros, curas, pequeños comercian-
tes, arrieros, artesanos, profesionistas y los miembros más acomodados de
las comunidades indígenas, se hallaban muy vulnerables ante las crisis eco-
nómicas y políticas.
El estrato más bajo de la sociedad novohispana consistía de campe-
sinos indígenas, mestizos, trabajadores de haciendas y grupos marginales
urbanos, donde también se hallaban algunos españoles y criollos. Como
muestran los datos, el grueso de la población novohispana en vísperas de
la guerra de independencia era indígena. A pesar de la imagen que se tiene
de que vivían aislados y sólo ocupados de, por ejemplo, el ciclo agrícola, en
realidad los pueblos remotos mantenían relaciones con la cultura política
dominante, la estructura de clases y la economía novohispana.
Aunque había muchas excepciones, los indios vivían en lo que se cono-

48 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Representación de los mestizos a finales del siglo XVIII o principios del siglo XIX

http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Mestizo.jpg

cía como “pueblos” o “repúblicas de indios” divididas en pueblos mayores


(cabecera) y menores (sujetos). Ahí desarrollaban sus actividades religiosas
y políticas. El sostenimiento de sus vidas se basaba en el trabajo en las
propiedades comunales, en actividades complementarias –principalmente
manufactureras, financiadas por los comerciantes– y en prestar sus servi-
cios en alguna hacienda o para algún arrendatario de tierras. Los indios de
los pueblos eran gobernados por sus propias autoridades electas por ellos
mismos desde hacía cuando menos dos siglos. Había también un manda-
tario nombrado por la corona; este personaje era el subdelegado, apoyado
por sus tenientes en los pueblos que lo requirieran. Una parte de la vida del
indígena en los pueblos transcurría entre pleitos con otros indígenas o con
quienes arrendaban las tierras del común y no pagaban su renta. En última
instancia, estos pleitos los dirimían las autoridades virreinales o incluso las
de España, pues los indios (hombres y mujeres) eran muy hábiles al mo-
mento de defender sus intereses. También cuidaban con celo su cultura y
tradiciones, situación que debió tornarse muy compleja en aquellos años
ante el crecimiento demográfico y el cambio económico, evidente en la po-

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 49


lítica de la corona en exceso apegada a los intereses de unos cuantos grupos
privilegiados y cada vez más descuidada en el manejo de sus relaciones con
indios y castas.
Los indígenas novohispanos se percataban de la forma en que el sis-
tema político y económico, ejercido por agentes locales de la corona, be-
neficiaba a miembros específicos de la élite económica colonial. Y si bien
la corona controlaba a sus funcionarios, con frecuencia miraba para otro
lado cuando buscaban fuentes locales de ingreso adicional. Un caso de esto
era cuando el funcionario local, él mismo comerciante o coludido con otros,
adelantaba capital o productos a los indios y a las castas, una actividad cono-
cida como “habilitación”, “repartimiento” o “avío”, a cambio del derecho
exclusivo de adquirir sus producciones agrícolas y manufactureras (princi-
palmente textiles). Una queja común de los indios y los campesinos era que
recibían un precio reducido por sus producciones, o que pagaban precios
excesivos por los bienes que recibían a cambio. Este sistema de crédito,
controlado por los ricos comerciantes de las ciudades de México, Veracruz y
Guadalajara, en ocasiones alcanzaba dimensiones internacionales, cuando se
trataba de productos como el valioso tinte de la grana cochinilla.
Los poco más de 4 mil pueblos de indios en Nueva España poseían
grandes extensiones de tierra, conocidas como “de comunidad” y “de co-
fradía”, cuyas producciones generaban recursos importantes para sus habi-
tantes. Otro agravio de muchas comunidades indígenas resultaba del hecho
que desde las últimas décadas del siglo XVIII las autoridades las habían obli-
gado a invertir tales recursos en actividades “más productivas”, tales como
prestarle a la corona para la atención de sus urgencias bélicas.
Por otro lado, si bien más controlada, la población en las ciudades tam-
bién mostraba creciente descontento en los primeros años del siglo, en par-
te como resultado de las reformas urbanas de finales del siglo XVIII. En la
ciudad de México, los mandatarios novohispanos se habían empeñado en
embellecerla a costa de impuestos muy elevados y en contra de las dispo-
siciones de la propia corona. Este “embellecimiento urbano”, que también
incluyó algunas obras de sanidad, resultó empero benéfico para una parte, la
más céntrica, de la ciudad; lo mismo sucedió en el caso de Guadalajara. Lo
que más destaca de estas reformas fue la habilitación de espacios públicos
–baños, cafés, teatros, fuentes de provisión de agua– donde la población

50 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


intercambiaba ideas, algunas en contra del régimen. Al respecto, vale co-
mentar que no sólo los más pobres se vieron afectados por las medidas del
gobierno virreinal, pues muchos criollos guardaban resentimiento en contra
de los peninsulares que desde hacía varios años llegaron a ocupar cargos en
el gobierno, Iglesia y ejército novohispanos, desplazando a los nativos de
estas oportunidades de ingreso y prestigio.
No era la primera ocasión que la población novohispana sentía agravio
en contra de las autoridades del espacio colonial. Prácticamente durante
los trescientos años previos había habido algún tipo de descontento, muy
similar al que se observa en la primera década de los años ochocientos. Por
lo mismo, no puede afirmarse que este descontento fuera el origen exclu-
sivo de la rebelión insurgente de 1810; fueron muchos elementos, de los
cuales el que más destaca es sin duda la crisis de orden político en la propia
metrópoli.

1800-1808: Las condiciones físicas y financieras

La Nueva España inició el siglo XIX con condiciones económicas desfa-


vorables respecto al resto del mundo noratlántico de aquellos años. En el
ámbito de la tecnología, los escasos adelantos se dieron, por una parte, en la
actividad minera, como consecuencia de una política de la corona española
de fomentar a este sector que aportaba fuertes impuestos al Estado. Años
antes, en las minas de Real del Monte y otras se había intentado resolver el
problema más urgente –el desagüe de las minas– mediante la aplicación de
una máquina europea de columna de agua; incluso se llegó a pensar en la
fabricación local de dicha tecnología. Según Humboldt, la idea fracasó por
el temor de los mineros a que se elevaran sus gastos y consecuentemente
se redujeran sus beneficios. De hecho, el sabio alemán señala que muchos
mineros estaban conscientes de lo atrasado de su tecnología, pero tales in-
novaciones eran inaplicables en un pueblo que, según él, no gustaba de las
novedades. En Guanajuato, cuya mina La Valenciana era la más productiva
del espacio colonial, se aplicó con éxito la pólvora para abrir los grandes
tiros por la vía de la explosiones subterráneas. Así, la manera como daban
ganancias las pocas pero muy grandes minas era principalmente a través del
empleo de la mano de obra.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 51


Aparato para desaguar minas

AGN, Catálogo de mapas, planos e ilustraciones, Minería, vol. 36, exp. 5, cuad. 2, f. 14.

Un sector muy destacado eran las manufacturas textiles de algodón que,


principalmente desde Puebla, eran distribuidas hacia el interior del virrei-
nato. Se fabricaban a través del sistema de trabajo a domicilio, financiado
por los grandes comerciantes/capitalistas del espacio colonial. Los gremios
tenían solamente una importancia relativa. Con nulas innovaciones tecnoló-
gicas, el trabajo textil novohispano se orientó a abastecer el mercado nacio-
nal en tiempos de fuerte competencia con telas extranjeras, mercado que se
vio articulado por la demanda generada por la minería y la expansión de las
ciudades. Si bien los grandes centros productores fueron la ciudad de Méxi-
co, Puebla, Guadalajara y Oaxaca, debe destacarse la zona del Bajío que, en
parte gracias a la minería, para inicios del siglo XIX contaba ya con una red
de caminos y capitales que multiplicaron la presencia de obrajes y tejedores
individuales que combinaban su labor agrícola con el ancestral oficio del
trabajo manual del algodón y la lana. A diferencia de Puebla, el Bajío pro-
ducía casi en igual proporción telas de algodón y de lana, dependiendo de la
disponibilidad de materia prima.

52 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Son contados los casos de innovaciones tecnológicas en la Nueva Es-
paña de la primera década del siglo XIX: alguna mina utilizó técnicas nove-
dosas de desagüe; otro obraje en la ciudad de México aplicaba estampados
con instrumentos especializados y costosos; la construcción de caminos y
puentes hacía uso de algunas mejoras. En general, el progreso tecnológico
era escaso por lo que los otros factores de la producción se desempeñaban
con muy baja productividad respecto a la de países como Francia, Inglaterra
y Estados Unidos, que producían con las últimas novedades en términos de
máquinas y productos químicos, así como en un ambiente de mayor liber-
tad económica. Esto se agravaba ante el hecho de que desde 1789 Nueva
España había ingresado a un esquema de libre comercio relativo y en 1797,
debido a las dificultades bélicas de España en el continente europeo, se ha-
bía declarado el comercio con naciones neutrales al conflicto. Esta apertura,
particularmente fuerte después de la paz de Amiens y de nuevo incremen-
tada después de 1807, así como el relativo progreso tecnológico de otras
naciones atlánticas, dio como resultado que en muy poco tiempo el espacio
colonial novohispano se viera inundado de productos extranjeros.
Los primeros años del siglo XIX muestran una economía que viene en
deterioro desde las últimas décadas del siglo anterior. En las zonas más
productivas el crecimiento poblacional mermó tanto las condiciones agrí-
colas como manufactureras. En el Bajío y en la provincia de Guadalajara
las tierras comenzaron a ser dedicadas más al cultivo de productos que
demandaba la creciente población urbana, con detrimento de la siembra del
maíz que cada vez más se cultivaba en tierras de bajo rendimiento. Estas
siembras las realizaban para su subsistencia los indios, mestizos, mulatos y
algunos españoles pobres. Como ello no les alcanzaba debían prestar ser-
vicio al trabajo de la hacienda y como aun esto era insuficiente, debían de-
dicar largas horas a la manufactura de textiles de algodón, encargada a sus
domicilios por los ricos mercaderes/financieros. Conforme se fue abriendo
la economía novohispana, estos textiles debieron competir cada vez más
con sus similares, más baratos, provenientes de Cataluña y otras partes de
Europa y Estados Unidos.
Como resultado de la escasez de moneda y de instituciones financieras,
en los primeros años del siglo XIX muchas de las relaciones entre los agen-
tes económicos novohispanos involucraban algún tipo de crédito o deuda.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 53


Aunque ilegal, el repartimiento de mercancías era una forma de crédito. Los
trabajadores de las haciendas debían a la tienda de raya; los grandes mer-
caderes de la ciudad de México, Guadalajara y Veracruz proporcionaban a
crédito mercancías domésticas e importadas a comerciantes locales que a su
vez vendían al consumidor utilizando alguna forma de crédito.
Aunque sin duda no fue la primera vez, en los años previos a la rebelión
de Independencia las relaciones entre consumidores/deudores y tenderos/
acreedores se hicieron cada vez más tensas, particularmente como resultado
del incremento de los precios de productos agrícolas que en parte se explica
por la crisis agrícola de 1808-1810. Al parecer resultado de un adelanta-
miento de las lluvias, lo que provocó un periodo pluvial más corto, el alza
de los precios fue una causa del empobrecimiento en el campo; de mayor
delincuencia e incluso de crecidas tensiones sociales y odio indígena hacia
los gachupines y hacia los blancos en general. Esta situación, no inusitada
en el periodo colonial, ponía de cualquier forma nerviosas a las autoridades
virreinales en momentos de dificultades políticas e internacionales a nivel
imperial.
Desde la perspectiva de la población no indígena, los años previos al
inicio de la revuelta del padre Hidalgo muestran en el Bajío, sede de la
“segunda elite” -después de la radicada en la ciudad de México-, una polari-
zación social motivada por el progreso minero de finales del siglo XVIII. El
incremento de esta actividad, que de cualquier modo presentaba elevados
riesgos, llevó a ricos peninsulares y criollos a adquirir las mejores tierras de
cultivo en amplias zonas del Bajío y Valladolid. Esta situación no sólo pro-
vocó el desplazamiento de las clases sociales indígenas y castas hacia tierras
más improductivas; también generó una “elite marginal”, como la de San
Miguel el Grande donde vivían los hermanos Aldama y la familia Allende.
Una parte de esta “elite marginal” se vio afectada por la cédula de consoli-
dación de vales reales de 1804. Esta disposición de la corona española preten-
dió que la Iglesia de Nueva España cobrara los capitales que tenía prestados
a diversas unidades de producción y recolectara los dineros que destinaba a
capellanías y obras pías y los aplicara al mercado de deudas de la corona a fin
de evitar la fluctuación del precio de los llamados “vales reales”.
La consolidación de vales reales intensificó aún más la crisis económica
que vivía el virreinato. Disminuyó la disponibilidad de crédito para el traba-

54 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


jo de muchas unidades de producción, sobre todo en la agricultura; muchas
actividades quebraron o tuvieron que trabajar en condiciones muy preca-
rias, se hizo casi imposible el establecimiento de nuevas empresas. Como
se obligaba a la Iglesia a prestarle a la corona los fondos que tenía para el
sostenimiento de curas y capellanes, éstos se vieron reducidos a la miseria y
con ello cayeron en la pobreza sus entenados, muchos de ellos huérfanos,
viudas, ancianos y pobres.
Las personas que le debían a la Iglesia por préstamos contraídos con
anterioridad, la mayoría de ellos para el trabajo de minas, haciendas, ran-
chos y obrajes, debieron pagar sus deudas, y como no tenían el efectivo
para ello perdieron sus patrimonios por la vía de la venta o del embargo.
Hombres ricos como el marqués de San Miguel de Aguayo cayeron en
bancarrota; el rico comerciante Gabriel de Yermo debió pagar una fuerte
cantidad que si bien no lo llevó a la quiebra, años después, con la escasez de
fondos crediticios, lo enfrentó a fuertes dificultades financieras.
La aplicación del decreto de consolidación de vales reales fue uno de
muchos motivos de la insurrección del padre Hidalgo, pues se venía a su-
mar a una serie de exacciones que sufría la Nueva España desde los últimos
años del siglo XVIII. De manera injusta, pues no se consideraba la capacidad
de pago de las personas, se cobraban los dineros de la consolidación; mien-
tras los colectores se conducían con prepotencia y falta de consideración.
La consolidación de vales reales generó muchas protestas por parte de
diversos sectores de la población novohispana. Son conocidas las represen-
taciones del obispo de Michoacán Manuel Abad y Queipo, quien defendió
la postura de labradores y comerciantes; del corregidor de Querétaro, Mi-
guel Domínguez, quien apoyó a los mineros, y de los regidores del ayunta-
miento de México, Francisco Primo Verdad y Juan Francisco de Azcárate,
que defendieron a esta corporación y que, ante la abdicación del monarca
en 1808, propusieron un plan autonomista para el virreinato. Los auto-
res de estos escritos tuvieron destinos diversos. Abad y Queipo, amigo del
cura Hidalgo, desaprobó su levantamiento en contra del orden colonial y
años después fue acérrimo defensor de la corona. Miguel Domínguez fue
removido de su cargo pero fue restituido gracias a una orden real. Los dos
regidores del ayuntamiento de México se enfrentaron en 1808 al golpe de
Estado de Gabriel de Yermo en contra del virrey Iturrigaray (coludido con

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 55


los autonomistas por conveniencia política). El resultado de este aconte-
cimiento fue la remoción de Iturrigaray y la prisión de los dos regidores.
Aunque el virreinato de Nueva España fue el que más aportó para la con-
solidación, la cantidad no fue suficiente para hacer frente a las deudas de la
corona ante banqueros europeos. Empero, ello no fue obstáculo para que
continuara el despojo del ahorro de aquella economía. En 1803, España
firmó con Napoleón el tratado de subsidios, mediante el cual debía aportar
una cantidad anual. Este compromiso fue “triangulado” con la tesorería de
México, de forma que a fin de cuentas el tratado fue pagado por las teso-
rerías mexicanas. Este mal negocio de la corona española significó no sólo
su bancarrota, sino una exportación neta de capitales del virreinato con
impactos en su capacidad económica futura.
En vista de que el virreinato novohispano dependía fuertemente de insu-
mos importados, particularmente para la actividad minera, y que los puertos
españoles estaban bloqueados, en la primera década del siglo XIX se debió
recurrir cada vez más al llamado “comercio neutral”. Surgido de los años de
las guerras imperiales en los últimos años del siglo XVIII, el comercio neutral
fue una excelente oportunidad de negocios para un grupo de empresarios
españoles de entre los que destaca sin duda la Casa Gordon y Murphy. Con
el privilegio otorgado por la corona, estos empresarios se enriquecieron de
manera considerable mediante la contratación de barcos, sobre todo norte-
americanos, para la exportación de los caudales acopiados por la consolida-
ción, el transporte de productos novohispanos exportados por el puerto de
Veracruz (plata, cochinilla, azúcar) y la importación de una miríada de bie-
nes extranjeros baratos. En materia de número de barcos y valor de las mer-
cancías, el comercio neutral fue particularmente intenso después de 1808.
Entre muchos otros, el comercio neutral de finales de la primera década
del siglo XIX fue un elemento importante para determinar las condiciones
económicas de México en las décadas posteriores.

El impacto inicial de la guerra de Independencia

El padre Hidalgo, al igual que Allende y Aldama, formaba parte de esa “élite
marginal” que desde varios años venía padeciendo grandes dificultades y
frustraciones económicas. Esto contrastaba con las familias más ricas del

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Bajío, terratenientes beneficiados por la acumulación de fortunas generadas
en el comercio y la minería. Un ejemplo de las dificultades que enfrentaron
estas “élites marginales” fue precisamente el del padre Hidalgo, quien du-
rante algunos meses vio embargada su única hacienda por no poder pagar
las deudas generadas por la consolidación de 1804.
La insurrección de Hidalgo se planeó para diciembre de 1810, cuando se
hubiera levantado la cosecha de aquel año. Sin embargo, como fue descu-
bierta la conspiración, el cura de Dolores optó por adelantar su llamado a la
revuelta en contra de los españoles y a favor del rey cautivo y la Iglesia. Del
primer alzamiento en el pueblo de Dolores, los aun pocos rebeldes se des-
plazaron a San Miguel, donde iniciaron el saqueo de haciendas. A su llegada
a Celaya, cuando fracasaron las conversaciones para la entrega pacífica de la
plaza, los insurrectos entraron y capturaron aquella ciudad. Las élites locales
no pudieron combatir a los rebeldes pero tampoco las apoyaron.
Con rapidez, el movimiento de Hidalgo se extendió por el Bajío, llegó
a Guanajuato y saqueó la Alhóndiga de Granaditas, donde el intendente
Riaño se había guarecido con los españoles y caudales de la región. Con
el saqueo de fuertes cantidades de plata y asesinato de muchos hombres
ricos se resquebrajó el sistema crediticio que sostenía a la actividad minera,
agrícola e industrial. Igual de grave fue que con la rebelión se cortó el abas-
tecimiento norteño de muchos insumos que utilizaba la rica zona del Bajío.
En pocas semanas los obrajes de Querétaro se vieron desabastecidos de la
lana proveniente del norte novohispano. Hacia la otra dirección, el abaste-
cimiento de dinero, víveres y manufacturas a ciudades lejanas como Saltillo,
Monterrey, Durango o Chihuahua se vio también interrumpido. Las dimen-
siones del saqueo a todo tipo de unidades económicas se incrementaron
cuando a finales de octubre otros pueblos de Guanajuato, Michoacán, la
zona de Toluca y hasta Puebla y Veracruz se unieron al movimiento.
El colapso minero del Bajío y otras zonas se dio durante prácticamente
todo el periodo de la guerra de Independencia. Una causa fue precisamente
este levantamiento. Otra de las razones se debió a un problema que hoy lla-
maríamos “estructural” pues la actividad minera dependía del favor del go-
bierno, en especial de la provisión de azogue, tan importante para convertir
el óxido de plata en metal. El sistema de apoyos que recibía la actividad
minera de la corona se vio fuertemente vulnerado por la descomposición

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 57


social, su efecto sobre los caminos y transportes así como sobre el financia-
miento del Estado español.
En octubre de 1810 los insurgentes marcharon hacia Valladolid, donde
cundía el pánico ante la noticia de que no sólo saqueaban sino que también
ejecutaban gachupines; fue así que algunos distinguidos europeos salieron
de la ciudad con rumbo a la capital virreinal. Entre estos se hallaba el obispo
Abad y Queipo quien, con no pocas dificultades, llegó a su destino.
A la llegada de los insurgentes se entablaron pláticas con los represen-
tantes del ayuntamiento. Éstos apuntaron que en la ciudad vivían españoles
casados con criollas, pero la respuesta fue que todos serían arrestados. A
mediados del mes los rebeldes ingresaron en la ciudad y, con el pesar de los
jefes de la insurrección, la tropa se dio al saqueo e incendio de varias casas.
El efecto económico de estas acciones fue el abandono y pobreza de la ciu-
dad, el cual duró hasta después de consumada la Independencia.
Otras partes de las zonas de guerra experimentaron un fuerte colap-
so económico. En el caso de la intendencia de Valladolid ninguna ciudad
escapó a las ocupaciones de insurgentes que saqueaban y quemaban, y de
realistas que llegaron para destruir como castigo por unirse a la causa re-
belde. El asunto fue más grave en el campo, incluso después que terminara
la rebelión de Hidalgo. Y es que lo que los ejércitos guerrilleros no destru-
yeron, los realistas lo arrasaron al buscar comida, caballos, armas; dejando
destruida tras su marcha toda posibilidad de que el enemigo pudiera apro-
vechar aquellas tierras. En el caso de la intendencia vallisoletana, múltiples
fuentes judiciales de años posteriores a la guerra muestran cómo se redujo
o eliminó toda posibilidad de recuperar la actividad económica: animales,
semillas, obras de irrigación, herramientas, libros de cuentas, cercos, moli-
nos, etcétera.; todo sufrió merma o fue completamente destruido. Cuando
se restableció una aparente normalidad, muchos propietarios habían aban-
donado sus tierras, dejándolas a aparceros y arrendatarios, que las dedicaron
fundamentalmente a su propia subsistencia. Esta situación contrasta con lo
que sucedió en la provincia de Guadalajara, donde prevalecieron las grandes
unidades familiares agrícolas.
No todas las unidades de producción fueron destruidas. En los años
previos a la insurrección, las grandes haciendas del norte, tan cercanas
como la zona de León y San Luis Potosí, no mostraron la explotación ge-

58 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


neralizada que se dio en el caso del Bajío central. Muchas personas con-
tinuaban viviendo adentro de estas grandes haciendas, recibían su pago y
sus raciones semanales de maíz. Cuando Hidalgo, después de su triunfo en
el Monte de las Cruces y su decisión de no entrar en la ciudad de México,
marchó hacia Querétaro, los milicianos de estas haciendas norteñas, sobre
todo de San Luis Potosí, fueron los que infligieron la primera derrota a las
tropas insurgentes.
El fracaso de Aculco determinó la marcha hacia Guadalajara, donde
desde inicios de la insurrección se venía gestando un apoyo importante a la
causa. Esto respondía a que, pese a que antes de la insurrección la situación
de Guadalajara era similar a la del Bajío, se venía dando una cuestión que
la hacía única: en la intendencia de Nueva Galicia había muchos pueblos,
terratenientes y haciendas con grandes poblaciones residentes. Ambas ins-
tituciones se disputaban recursos cada vez más escasos, lo que llevó a la
comercialización tanto de estos como de la mano de obra de los pueblos.
Parte de esta mano de obra se desplazó a la ciudad de Guadalajara para de-
dicarse a las labores artesanales. La inestabilidad económica que representa-
ba este cambio, y viejos litigios de tierras entre haciendas y pueblos fueron
campo fértil para la insurrección.
Pesa a que fue en Guadalajara donde Hidalgo propuso las reformas so-
ciales más destacadas y que ingresó en la ciudad con fuerte apoyo, pronto
fue traicionado y en lugar de mantener la legalidad, permitió que la turba
también se diera al saqueo. Como ya se tenía una idea de lo que los rebeldes
eran capaces, muchas familias españolas huyeron hacia el puerto de San
Blas. Aun así, la falta de colaboración por parte de la población tapatía fue
la ocasión para que Hidalgo realizara el mayor número de ejecuciones.
La falta de un plan militar significó la derrota de los insurgentes en la
batalla de Calderón, en enero de 1811. Además, las plazas ganadas por las
tropas rebeldes se perdían por falta de previsión sobre cómo mantener tales
posiciones. Después de la derrota en Guadalajara, un buen número de tro-
pas rebeldes se dispersó y los caudillos se desplazaron a Zacatecas.
El ayuntamiento de esta ciudad contaba con elementos adeptos a la
insurgencia. Sin embargo, el principal apoyo que hallaron los insurgentes
consistió, como en otras partes, de operarios de las minas, artesanos –que
de tiempo atrás venían enfrentándose a periodos de desempleo– y vagos.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 59


En el campo, que en una parte de la intendencia experimentaba una si-
tuación similar a la del Bajío, la insurgencia también recibió cierto apoyo,
pero en general puede afirmarse que, debido a la falta de organización del
movimiento, la deserción fue alta y la mayoría de las poblaciones que iban
siendo ocupadas pronto quedaron expuestas a las fuerzas realistas. Puede
afirmarse que en Zacatecas el declinante movimiento de Hidalgo no logró
desmantelar las estructuras que impuso el dominio español. En pocos me-
ses, penisulares y criollos zacatecanos regresaron para consolidar aún más
la élite local.
En parte gracias a su postura ambigua frente a la insurgencia, Zacatecas
no experimentó la catástrofe minera que se vio en el Bajío. La producción
se detuvo los meses que los insurgentes ocuparon esa zona, pero cuando
ésta regresó a manos realistas la situación se normalizó y, más importante,
no experimentó la destrucción de sus sistemas de crédito y producción; a lo
más hubo problemas de abasto de insumos mineros provocados por la inse-
guridad de las comunicaciones. Así, aunque no con las dimensiones previas
a la guerra, tanto las minas cercanas a la capital como las más alejadas en
las zonas de Fresnillo y Sombrerete continuaron produciendo durante el
periodo. Un elemento importante para el estímulo de la producción zacate-
cana fue el establecimiento de la Casa de Moneda local, lo que facilitaba la
conversión de las barras de plata en moneda.
Las condiciones favorables de la minería zacatecana continuaron y en
1819 las autoridades de la intendencia se mostraban optimistas respecto
a la recuperación de la agricultura y el comercio. Cierto es que se nota un
decaimiento en los años de 1820 y 1821, pero la recuperación vino después
para no decaer en los siguientes lustros. Una prueba palpable de que Zaca-
tecas mantenía una economía próspera fue la gran cantidad de recursos que
obtuvo su tesorería; recursos que, contra los deseos de las autoridades en la
ciudad de México, fueron destinados a la formación de milicias locales y al
apoyo a las provincias del norte lejano.

Ciudades y caminos

Los años que van de 1810 a 1821 no fueron estrictamente de devastación


económica pero sí lo suficientemente graves como para determinar las di-

60 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


fíciles condiciones materiales de las primeras décadas del México indepen-
diente. En el ámbito de la agricultura, la situación fue despareja. El Bajío y
occidente experimentaron fuertes pérdidas de cosechas, con el consecuente
desabasto e incremento en precios. En el sur, específicamente Oaxaca, aun-
que también en Puebla y Valladolid, todavía en 1814-1815 continuaban las
difíciles condiciones de producción como resultado del saqueo, abandono
de unidades de producción por parte de empresarios y trabajadores, así
como las dificultades de comercio y transporte. Por otro lado, aunque para
1818 se había logrado la pacificación de una parte importante del virreinato,
el llamado “jardín de la Nueva España” (Michoacán) continuaba siendo una
tierra “arruinada” donde los precios alcanzaban magnitudes estratosféricas.
La tierra caliente de esta provincia, misma que vio nacer el Plan de Apatzin-
gán, mostraba en 1820 una situación de destrucción.
Las ciudades del centro de México fueron afectadas fuertemente por la
difícil situación económica. El efecto, sin embargo, no fue igual en todas,
aunque un elemento importante a señalar es que, ante la inseguridad, una
parte de la población del campo se desplazó hacia los centros urbanos, lo
que provocó dificultades para su abasto. Igualmente, las tropas realistas in-
cendiaban ranchos y otras unidades en pos de una estrategia de “congregar”
en las ciudades o pueblos a los insurrectos.
Si bien los insurgentes no llegaron a la ciudad de México, las tropas
comandadas por los Villagrán en la zona de Huichapan, Osorno desde el
oriente, el padre Cañas desde Querétaro, Villa del Carbón, Tepexi del Río,
Chapa de Mota y Xilotepec, y Morelos en el sur, interceptaban víveres y pla-
ta destinados a la urbe. Artículos tan necesarios como carbón, aves, zacate,
verduras, leña, panocha y miel ya no eran provistos por los indios porque
los hacendados ya no hacían tratos con ellos, o lo hacían a precios muy
reducidos. Los antiguos monopolios de la carne, producto muy consumido
en la ciudad de México, pronto se vieron rebasados por tratantes individua-
les que además abastecían animales enfermos. En general se dio un acapa-
ramiento de productos e incluso no faltaron las confiscaciones militares de
lo que ingresaba en la ciudad. Inútilmente, las autoridades virreinales y de
la ciudad dictaron bandos para reforzar garitas y disciplinar a los soldados
y policías. La epidemia de 1813 en muchos sentidos se debió a la escasa
alimentación de las clases más necesitadas.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 61


La ciudad de Guadalajara no sufrió el desabasto de la capital virreinal, a
juzgar por el comportamiento de los precios de la carne. Y no obstante que
años antes la ciudad de occidente venía experimentando un fuerte repunte
en la demanda por el crecimiento demográfico, éste fue atendido de manera
muy eficaz por las producciones ampliadas de su hinterland agrario. Por otro
lado, después de 1812 Guadalajara vivió un fuerte proceso de mercantili-
zación de su espacio con motivo de la llegada de los “panameños”, comer-
ciantes sudamericanos que trajeron capitales y modificaron el panorama
económico del occidente novohispano. No menos importante fue el repun-
te de la importancia del puerto de San Blas como resultado de la ocupación
de Acapulco por parte de las tropas de Morelos entre 1812 y 1815.
Una explicación de la caída en la producción que provocó la guerra de
Independencia es la que se encuentra en la insurrección de los brazos que
trabajaban el campo, las minas y las manufacturas. Después, sobre todo en
las zonas más fértiles del Bajío y Michoacán, la crisis se dio por la “movili-
zación” que se hizo de estos mismos brazos para apuntalar el esfuerzo con-
trainsurgente. Debe considerarse también que en algunas partes de Nueva
España, específicamente la zona de la Huasteca, la sequía continuó hasta
1811. Grave como era todo esto, en la coyuntura quizá lo haya sido más la
interrupción del comercio por la inseguridad de los caminos.
Los insurgentes que pretendían derrocar al gobierno de Nueva España se
enfrentaban militarmente a un enemigo muy poderoso. Por ello recurrían a
grandes números de rebeldes. Sin embargo, cuando no era posible movilizar
a un gran contingente de hombres, como ocurrió en el caso del actual estado
de Morelos y en Oaxaca, se recurría a la guerra de guerrillas. Ante el poder de
las tropas realistas, Morelos recurrió a este tipo de lucha, que continuó con
otros caudillos hasta finales de la década. El comercio, el cobro de impuestos
y el correo se vieron reducidos por las guerrillas, el bandidaje –tan común
desde años atrás–, la ocupación de haciendas y ranchos, y la utilización de
las mejores bestias de carga para actividades militares. La inseguridad de los
caminos provocó que tanto militares como insurgentes “vendieran” protec-
ción al mejor postor; por ejemplo, se tiene testimonio que los comerciantes
de Veracruz pagaban sumas exorbitantes para ganar salvoconducto a sus
mercancías. El costo de tal transacción excluía a los pequeños y medianos
comerciantes que por lo general funcionaban con crédito.

62 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Una solución al problema de la inseguridad en los caminos fue el estable-
cimiento de convoyes. Si bien este sistema funcionó, se sabe que los comer-
ciantes jarochos continuaron pagando a los rebeldes para poder ingresar o
extraer mercancías del puerto de Veracruz. Por otro lado, aparte de su costo,
el sistema de convoyes tuvo consecuencias sobre la economía novohispana
pues, aparte del efecto que eventualmente pudieran haber tenido las incur-
siones insurgentes posteriores a 1815, todo lo que no formaba parte de uno
de estos grandes grupos de mulas y carretas era confiscado por el coman-
dante en turno. La mercancía capturada de forma ilegal era comerciada al
interior del espacio colonial, lo que llevó al surgimiento de un nuevo grupo,
“el militar mercader”, lo que en algunos casos significó un estímulo a las eco-
nomías locales. Caso de ejemplo fue el surgimiento de ferias ilegales donde
se vendían estas mercancías, como las que aparecieron en Puebla y Orizaba,
o la “conversión” experimentada en Querétaro, que pasó de la fabricación
de telas a la confección de uniformes. Fue común que durante la guerra es-
tos y otros productos fueran regularmente abastecidos a los campamentos
insurgentes y realistas.
A pesar de esto último, puede afirmarse que en general la situación de
guerra que se vivía en el centro de Nueva España, en la zona que ahora es
el estado de Guerrero, en la Huasteca, y en el sur afectaba la economía de
las ciudades, pues se redujo considerablemente la llegada de productos a
estos centros de consumo. La ciudad de México era el mercado de consumo
más grande de Nueva España, exigía grandes cantidades de alimentos, más
aun como resultado de las corrientes migratorias ocasionadas por la guerra.
La capital virreinal se abastecía de todas las regiones e incluso del exterior,
pero el abasto más ponderado venía de sus zonas aledañas, regenteadas por
comerciantes y abastecedores de gran poder económico y político. Princi-
palmente por esta razón, la guerra de Independencia hizo evidente la vulne-
rabilidad de este espacio urbano.
Aunque nunca cayeron en manos de los insurgentes, las ciudades de
México y Puebla se vieron afectadas por la conflagración. La escasez provo-
cada por aspectos institucionales como la especulación y la concentración
de la actividad comercial, la interrupción de los caminos y el repunte en la
demanda por la migración hacia las ciudades, provocaron una incontrolable
alza de precios que, al menos en el caso del maíz y el trigo, se venía a agre-

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 63


gar a una tendencia creciente desde finales del siglo XVIII. Para el resto del
espacio colonial, los precios de los productos comportan un crecimiento
que podría entenderse en parte como resultado de la guerra y su impacto
sobre las zonas agrícolas y la producción del producto “líder”: el maíz. Este
periodo de precios altos no es, empero, particular de Nueva España toda
vez que al parecer el precio de los alimentos mostró un repunte importante
en todas las economías atlánticas de la época.

Minería

Por la razón que fuera, el aumento de los precios impactó fuertemente a la


minería, la principal actividad exportadora de Nueva España, en tanto que
hizo poco redituable la explotación de yacimientos de baja ley, de los cuales
había muchos en Nueva España. Grave como era esto, no fue el peor golpe
que sufrió la minería en el periodo. Lo que más afectó a esta actividad fue la
desorganización del capital y del trabajo. En el caso del capital, el efecto se
dio por el colapso del sistema de crédito; en palabras llanas, los dueños del
capital perdieron la confianza de que la actividad minera rindiera utilidades.
En el caso del factor trabajo, los que no se unieron al levantamiento hu-
yeron de la violencia o fueron reclutados por los dueños de las minas para
combatir a los insurgentes.
Tal y como sucedió con otras actividades económicas, y a pesar de los
problemas señalados, la minería novohispana se sostuvo durante los años
de la guerra de Independencia, aunque en menor escala que antes. Se die-
ron los casos de Taxco y Zacatecas, cuyas actividades mineras no se vieron
afectadas por la insurgencia. Lo mismo sucedió en los minerales norteños
de Cosalá y Durango. En los primeros dos casos, la actividad productiva se
redujo como consecuencia de los costos; en los segundos, la situación per-
maneció como antes de la guerra, aunque es seguro obtuvieran sus insumos
por la vía del contrabando. Otra de las razones por las que la minería se
sostuvo durante la guerra se debió a la labor de buscones y regatones que,
en una escala pequeña, trabajaban y comerciaban con el mineral.
En los siglos anteriores, la minería novohispana creció en parte por el
llamado sistema de “rescates”. La conformación de esta forma de crédito,
realizada por grandes comerciantes de la ciudad de México con sus agentes

64 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


en los reales mineros, se dio en parte por el monopolio de amonedación que
durante dos siglos y medio ejerció la Casa de Moneda de la ciudad de Méxi-
co. Así, a cambio de plata en lingotes, la ceca de México proporcionaba mo-
neda fraccionaria de plata a los mineros y comerciantes grandes y pequeños.
A pesar de este mecanismo, en Nueva España siempre escaseó este tipo de
moneda. Es probable que la persona común realizara transacciones por la
vía del trueque, como sucedía en las haciendas y otras unidades, donde un
trabajador intercambiaba su mano de obra por productos. En los pueblos,
villas y ciudades, si la persona acudía a alguna tienda, que en la época se
llamaban “pulperías”, utilizaba los llamados “tlacos”, seudo monedas (de
cuero o madera) expedidas por la propia pulpería o por un conjunto de ellas
como medio para facilitar la venta de sus productos.
El problema de la escasez de moneda se agravó después del inicio de
la insurrección de 1810. Fue por este motivo que varias ciudades del espa-
cio colonial solicitaron la apertura de casas de moneda locales. Con o sin
anuencia de las autoridades, entre 1811 y 1814 se abrieron casas de moneda
en Chihuahua, Durango, Sombrerete, Guadalajara y Zacatecas.
En vista de que la Casa de Moneda de México perdió autoridad sobre
estos establecimientos, presentó diversas quejas aduciendo no sólo que los
mineros se verían perjudicados al recibir menos moneda por sus extraccio-
nes, sino que la medida de crear cecas provinciales fortalecería el poder de
los grupos económicos regionales. Pero la moneda fraccionaria era impres-
cindible para el comercio y ello justificaba la postura de las provincias que la
solicitaron para sus transacciones; los bandos insurgentes también empren-
dieron una política de fabricación de monedas, el gobierno virreinal acuñó
unas cuantas monedas de cobre, e incluso no faltó quien recurriera a la muy
lucrativa falsificación y acuñación clandestina. Yucatán, que por no contar
con minas desde hacía muchos años recibía de la ciudad de México una can-
tidad en plata denominada “situado”, planeó la fabricación de moneda de
cobre. Ante el fracaso del proyecto, se procedió al comercio exterior como
forma de obtener dinero contante.
La apertura de casas de moneda provinciales respondió también a la
necesidad que tenían los grupos económicos locales de reducir la hege-
monía de la ciudad de México. Sin embargo, cuando terminó la etapa más
violenta de la guerra, en 1816 y 1817 se clausuraron las casas de moneda

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 65


locales con el pretexto de que las monedas fabricadas eran defectuosas.
Sólo se dejó abierta la Casa de Moneda de Durango, debido a la distancia
que la separaba de la capital. Aun así, debido a la escasez de insumos, no se
pudo solucionar el problema de la falta de moneda en ésta y otras regiones
norteñas, por lo que continuó disminuyendo la producción y consecuente-
mente la actividad mercantil.
Las monedas de las casas provinciales eran, efectivamente, imperfec-
tas, pero contenían más plata que las fabricadas en la casa de México. Fue
por esta razón que estas acuñaciones fueron demandadas por el comercio
exterior. De hecho, las monedas fabricadas en estos ingenios fueron casi
todas extraídas del espacio colonial. Este numerario sirvió para dotar de
insumos a la minería provincial, que pronto descubrió que para proveerse
de azogue y otros productos era innecesario, costoso e inseguro el sistema
de importación por el puerto de Veracruz. Fue por tal motivo que se diseñó
el transporte de insumos mineros desde Veracruz a Altamira y de ahí a San
Luis Potosí, desde donde se distribuía al norte y occidente del virreinato.
Aun así, el costo del azogue se incrementó considerablemente, en particular
con motivo de la enorme distancia que debía recorrer, a la escasez de mulas
y a la muerte de muchos arrieros provocada por la epidemia de 1813 en
Altamira y Tampico.

Comercio exterior

Aunque la ruta de introducción de azogue y otros productos por Altamira


hacia San Luis era legal, la extracción de plata por este conducto se consi-
deraba contrabando. De hecho, según la ley sólo se podía extraer metal por
el puerto de Veracruz. Se sabe, sin embargo, que mucha plata en lingotes
salió por puertos como Altamira o Tampico. Esto resulta de una caracte-
rística del sistema imperial que se venía agravando desde finales del siglo
XVIII y que consistía en leyes e instituciones sumamente rígidas que hacían
muy onerosa la actividad del comercio exterior y, consecuentemente, muy
atractivo el contrabando.
Aun así, las cifras oficiales muestran que durante la guerra de Indepen-
dencia, después de 1812, el comercio exterior por Veracruz se mantenía
como en los primeros años de la década de 1790. Sin embargo, los datos

66 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


del comercio exterior deben compararse con el tamaño de la economía.
Aunque no se tiene toda la imagen (mucho menos cifras), se puede afirmar
que en los últimos diez años de la dominación española el comercio exterior
representó una proporción mayor de la economía, si bien no porque crecie-
ra sino porque se redujo la actividad económica.
Deben comentarse, empero, los componentes del comercio exterior du-
rante la guerra de Independencia. Las cifras oficiales, que sólo registran el
movimiento por Veracruz, muestran que después de un largo periodo de
superávit comercial, en los últimos seis años de la dominación española
la balanza comercial novohispana mostró un déficit. Las importaciones se
incrementaron sustancialmente. Éstas casi siempre provinieron de España,
desde donde los europeos más que la propia metrópoli, introdujeron todo
tipo de mercancías al territorio novohispano. La introducción de produc-
tos al espacio colonial también creció por el comercio neutral y la reex-
portación, legal a partir de 1808, originada en otros puertos americanos,
particularmente La Habana. Por su parte, desde Veracruz disminuyeron las
únicas exportaciones novohispanas, plata y grana cochinilla, sin duda por
el contrabando pero también por la apertura de otros puertos al comercio
exterior. Tal fue el caso de Tampico, que se legalizó en 1817.
La apertura de la aduana tampiqueña fue muy impugnada por el consu-
lado de Veracruz, que obtenía grandes ganancias de la disposición de que
toda mercancía que llegara a costas novohispanas debía pasar primero por
el puerto de Veracruz. Tal situación había sido precisamente uno de los re-
clamos, casi autonomistas respecto a Madrid y la ciudad de México, del gru-
po político de la península de Yucatán, sobre todo del puerto de Campeche.
En 1814, este grupo elaboró y aprobó su propio reglamento de comercio
que permitía la importación de lo que más requería (por ejemplo, harina), así
como de un conjunto de productos extranjeros enviados desde La Habana.
El reglamento yucateco fue aprobado por la corona española en 1817.
El resultado de la apertura de Tampico, así como el reglamento de co-
mercio yucateco, fueron causas del enorme incremento en el contrabando.
Esta situación fue impugnada por el consulado de Veracruz, que reiterada-
mente había advertido sobre las consecuencias de legalizar más puertos de
entrada a Nueva España. La queja del consulado respondía a las medidas
adoptadas por las autoridades virreinales que permitieron la llegada de bar-

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 67


cos no españoles a muchos puertos americanos, excepto Veracruz. El con-
sulado del puerto no estaba en contra del comercio libre, pues observaba
la enorme escasez de productos que en esos años experimentaba el espacio
colonial; lo que deseaba era ser partícipe de dicho comercio
Además de las quejas de la corporación, un hecho era incontestable: la
población novohispana con recursos se había acostumbrado a las manufac-
turas europeas y norteamericanas: telas, papel, hierro, licores, especias, et-
cétera, aunque el grueso de la población, la más pobre, vivía de sus propias
producciones o adquiría productos desechados por las clases pudientes.
Ante este hecho, y dada la imposibilidad de establecer mínimas medidas
de control, las autoridades metropolitanas y virreinales, sin considerar los
efectos económicos, permitieron la entrada de cualquier producto extranje-
ro; de ahí que se aceptara el comercio neutral (que repuntó en 1817-1818 y
1820) o de plano que mirara para el otro lado.

El erario novohispano

Los años de la guerra de Independencia novohispana presenciaron un cam-


bio legal que condicionó en muchos sentidos su economía, reformas que
en muchas ocasiones se dieron sólo en el papel, pero que en otras llegaron
a aplicarse. Esta afirmación es particularmente certera para el caso de la
fiscalidad. Casi desde el inicio del periodo aquí estudiado, ésta se fue cons-
truyendo con la idea liberal de que todos los habitantes pagaran los mismos
impuestos.
Los primeros indicios de que la situación tributaria novohispana se mo-
dificaría se dieron en el ámbito del tributo, el impuesto que pagaban indios,
castas y mulatos. Justo antes de que iniciara la rebelión de Hidalgo en 1810,
el virrey Venegas, por cuestiones políticas más que distributivas, ordenó la
eliminación del tributo de indios; si bien poco tiempo después lo extendió a
los otros dos grupos sociales. En la misma disposición se determinó que los
indios pagarían la alcabala, un impuesto del que se hallaban exentos desde
su creación a finales del siglo XVI. En 1815, con el restablecimiento del go-
bierno absolutista en España, volvió a aparecer el “tributo de indios”. Con
ese nombre fue definitivamente eliminado en 1820, cuando de nuevo entró
en vigencia el liberalismo de la Constitución de 1812.

68 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Las medidas del virrey Venegas no fueron obstáculo para que se diera el
levantamiento del padre Hidalgo. Si se considera que tanto el cura de Dolo-
res como Morelos pretendían reducir la presión fiscal que experimentaba la
sociedad novohispana desde finales del siglo XVIII, resulta lógico el decreto
de abolición del tributo y la esclavitud publicado por Hidalgo un mes des-
pués del grito de Dolores. En este mismo decreto se señala la necesidad de
eliminar la alcabala, pero por las atenciones de la guerra sólo se redujo y se
aplicó a todos por igual. También se eliminaban los monopolios que, como
en el caso del tabaco, vendían un producto caro y malo.
Lo más importante del decreto de Hidalgo es que apuntaba al principio
de igualdad fiscal; es decir, que todos debían pagar impuestos. La novedad
es que las cargas debían ser menores a las aplicadas por el oprobioso siste-
ma fiscal virreinal. En 1811 la Junta de Zitácuaro buscó establecer un plan
general de impuestos, idénticos a los que desde siempre aplicara la real ha-
cienda, pero eliminando o reduciendo los más injustos y pesados para la po-
blación pobre. Por supuesto, las realidades de la guerra hicieron imposible
el logro de este ideal insurgente. En cambio, el gobierno rebelde sobrevivió
hasta 1814 con las llamadas “fincas nacionales”, haciendas y ranchos con-
fiscados a los enemigos (españoles o criollos). Estas tierras fueron adminis-
tradas de manera directa o por arrendamiento con el objeto de hacerlas pro-
ductivas. Como se requerían hombres para trabajar las tierras, se recurrió al
arrendamiento e incluso a la utilización de presidiarios. En cualquier caso,
la administración de las fincas nacionales fue muy productiva para las arcas
insurgentes, lo que demuestra que, al menos hasta la muerte de Morelos a
fines de 1815, los rebeldes lograron establecer un gobierno con sus propios
medios económicos e incluso hasta con un sistema fiscal en ciernes.
Entretanto, en los últimos años de la dominación española la hacienda del
rey pasó por momentos difíciles. El año de 1809 fue el de mayor recaudación
bruta en la historia de la real hacienda de Nueva España. A partir de entonces
los ingresos se redujeron considerablemente hasta llegar a ser un tercio de lo
que fueron en aquel año. Y es que el centro del virreinato, la zona que más
contribuía al erario, fue escenario de la parte más violenta de la guerra; cuan-
do esta etapa terminó, sufrió numerosas incursiones guerrilleras, inseguridad
en sus caminos y un relajamiento generalizado en el pago de los impuestos.
Este último aspecto en parte se explica por el llamado Plan Calleja.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 69


Desde fines de 1810 el movimiento insurgente se había extendido a
provincias como Puebla, Oaxaca y Veracruz. El ejército virreinal pronto
mostró su incapacidad para defender tan diversas posiciones, para despla-
zarse con facilidad y para defenderse de las emboscadas en los caminos.
Fue entonces que a mediados de 1811 el comandante militar, Felix Calleja,
planeó que los pueblos, villas y ranchos formaran sus propios “cuerpos de
patriotas”. Estas milicias requerían de dinero para salarios, armas y caballos.
El recurso se generó con la creación de impuestos extraordinarios (en dine-
ro y en especie) al interior de cada localidad. Ante este nuevo gravamen, la
población evadió el pago de impuestos destinados para el centro virreinal
o imperial. En el nivel provincial, el Plan Calleja y en general la inseguridad
para personas y valores que se generó en los caminos del espacio virreinal
fueron la excusa para que las autoridades locales y provinciales dejaran de
enviar sus excedentes a la ciudad de México o a las tesorerías deficitarias.
La caída de los ingresos del erario novohispano resultaba grave pues de
las tesorerías mexicanas dependían en buena parte las posesiones españolas
en el Caribe, la península de Yucatán y el extenso norte que colindaba con
los Estados Unidos, entonces en guerra con Gran Bretaña, pero a partir
de 1815 fortalecidos y con ambiciones de expansión territorial. Para hacer
frente a estos gastos y a las necesidades de la metrópoli que entre 1808 y
1814 se hallaba invadida por Napoleón, las autoridades virreinales se vieron
obligadas a aplicar nuevos impuestos generales para la población. Por una
parte, se incrementaron las tasas de alcabala; primero en 1811, después en
1816. Ambas alzas proporcionaron recursos que sin duda fueron insuficien-
tes y generaron enorme descontento entre la población.
Ante la disminución de ingresos y el aumento de los gastos, sobre todo
militares, las autoridades virreinales debieron recurrir a pedir prestado hacia
el interior del espacio colonial. El expediente no era nuevo: cuando un es-
tado se halla en urgencias, la forma más rápida de conseguir dinero es pedir
prestado a los ricos (y a veces hasta a los pobres) del país gobernado. En los
meses inmediatamente posteriores al inicio de la rebelión, se recolectaron
préstamos para socorrer a la península en su lucha contra el ejército francés.
Las solicitudes procedentes de España siempre eran urgentes y conminaban
a los novohispanos a hacer acopio de sus riquezas, a deshacerse de lo super-
fluo, a asociarse para el acopio de la mayor cantidad de recursos. A pesar del

70 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


duro golpe que significó la Real Cédula de Consolidación de Vales Reales,
se utilizó a la iglesia para la obtención de estos recursos extraordinarios. Fue
este apoyo el que en parte permitió que la Real Hacienda de Nueva España
echara mano de “ahorros” de los novohispanos, como lo eran las cajas de
comunidad de los indios, los montepíos civiles, los recursos de los ayunta-
mientos, las herencias en litigio, etcétera.
Además de la Iglesia, los consulados de México, Veracruz y Guadalajara,
el Tribunal de Minería, hacendados y burócratas fueron aliados importantes
en la labor de obtener recursos prestados ya fuera para la península, hasta
1811, ya para el propio virreinato. Estos miembros de la élite novohispana
se organizaban en cuerpos ad hoc que decidían cómo se obtendría el prés-
tamo entre la población, sobre todo de los grandes centros mercantiles,
y cuáles serían los impuestos que serían hipotecados para el pago de los
réditos. Tal situación hizo crisis en los últimos años del periodo colonial
pues las autoridades hacendarias dejaron de pagar los réditos, lo que no sólo
provocó descontento, sino el temor de los capitalistas de que sus riquezas
se vieran aún más reducidas. Esto fue un motivo más para la fuerte fuga de
capitales ocurrida en aquellos años, que en muchos sentidos limitó la recu-
peración económica de las décadas posteriores. Los miembros de la clase
alta que permanecieron en el virreinato pronto se unirían al movimiento de
Iturbide, el que consumó la Independencia en 1821.
En 1813 el nuevo virrey, Félix María Calleja, comunicaba a las autorida-
des en España que el erario se hallaba totalmente exhausto, en deuda y sin
crédito. Esta situación resultaba, decía el virrey, de la interrupción de los
caminos, de la paralización de la agricultura, la industria, el comercio y las
minas. Además, la ciudad de México no contaba con los recursos de la Casa
de Moneda pues se habían abierto establecimientos de este tipo en otras zo-
nas del virreinato. Fue en ese momento tan difícil para Nueva España que
en el nivel imperial se implementaron las reformas emanadas de la Consti-
tución de 1812. Destacan en este sentido las reformas fiscales, específica-
mente la contribución directa de noviembre de 1813 que en Nueva España
se denominó “contribución extraordinaria de guerra”. Este gravamen, muy
parecido al impuesto sobre la renta de hoy en día, fue recibido con beneplá-
cito por las autoridades virreinales que vieron la oportunidad de mejorar la
condición del tesoro. Sin embargo, muchos ayuntamientos y diputaciones

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 71


provinciales, entonces representantes de los contribuyentes novohispanos,
rechazaron la nueva carga con el argumento de que sólo las cortes en Espa-
ña, y no el virrey en Nueva España (figura política que había desaparecido
de la legislación liberal) podían aplicar impuestos a la población.
El problema resolvió al caer el régimen liberal en España. La restaura-
ción del absolutismo en 1814 permitió al virrey Calleja aplicar, con nombre
distinto, las contribuciones directas. En 1816-1817 prácticamente todas las
regiones novohispanas pagaron contribuciones directas, pero no fueron su-
ficientes para aliviar la penuria del erario. Lo que sí se puede afirmar es que
para cuando México se independizó la población ya conocía los impues-
tos directos y su idea liberal de igualdad, uniformidad y proporcionalidad.
Que por cuestiones recaudatorias se tergiversara este ideal, es un hecho
común en sociedades tan desiguales como la novohispana y posteriormente
la mexicana.
En todo caso, la aplicación de un impuesto nuevo que venía a agregarse
a las sobretasas de alcabala y a otras cargas generales y locales, generó mu-
cho descontento entre toda la población. En 1810 se rebelaron los campesi-
nos, indios y mestizos pobres. En el transcurso de esa década, la población
se educó en una incipiente democracia, tuvo mayor conciencia de las opor-
tunidades que brindaba su propio espacio regional y debió reconocer que
los más desposeídos tenían reclamos y que en ocasiones los expresaban con
violencia. Por otro lado, la militarización del espacio colonial, imputable
en buena medida al Plan Calleja, dio forma a los cuerpos que, pocos años
después, llevarían a la consumación de la Independencia.
Después de once años de guerra, México inició su vida independiente
en condiciones económicas muy desfavorables. La nueva nación heredó un
territorio enorme: la antigua Nueva España con las provincias internas del
norte, la península de Yucatán y, por algunos meses, la capitanía de Gua-
temala. En más de cuatro millones de kilómetros cuadrados se asentaba
una población reducida y concentrada en la zona central del país. Después
de once años de guerra civil, la economía se basaba fundamentalmente en
la agricultura de subsistencia, con grandes extensiones ganaderas de baja
productividad. La minería, otrora gran generadora de divisas, requería fuer-
tes inversiones para rescatarla del abandono. En general, la nueva nación
contaba con pocos capitales con qué echar a andar esta y otras actividades

72 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


económicas. De frente a tales condiciones, el clima institucional y la defensa
de los derechos de propiedad era poco propicio para el crecimiento eco-
nómico, amén de que grupos regionales reclamaban las posiciones logradas
durante la guerra, las naciones europeas no reconocían la Independencia del
nuevo país y España amenazaba con la reconquista.

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74 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


DE BANCOS Y FRACASOS:
TRES EJEMPLOS PARA EL CASO MEXICANO, 1774-1837

Roxana Alvarez Nieves*

Los estudios sobre las instituciones financieras en América Latina se han


intensificado desde las dos últimas décadas del siglo XX, abarcando temas
referentes a proyectos bancarios, el establecimiento de bancos comerciales,
la constitución de bancos centrales y estudios comparativos y regionales.1
Sin embargo, las investigaciones sobre el caso mexicano tienen la particula-
ridad de centrarse en estudios de caso2 que nos revelan sólo un fragmento
de la historia financiera, y si bien las obras de compilación han aportado
información abundante, han revelado más sobre la segunda mitad del siglo
XIX y las primeras décadas del XX3, pero aún falta mucho para lograr un
entendimiento pleno sobre las características específicas de aquellas ins-
tituciones que, a lo largo de los distintos momentos históricos, forjaron
nuestro sistema financiero.
Esta ausencia de trabajos que versen sobre los últimos años de la colonia
y los primeros de la era independiente, creemos, se debe a que la historio-
grafía económica contemporánea ha responsabilizado de muchos males a la
Independencia y al legado de la estructura virreinal.4 Sin embargo, el funcio-
namiento propio de la economía novohispana nos permite observar ciertas
particularidades y problemas; pues si bien se trataba de una economía de

* Maestra en historia, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM; gmarquez@colmex.mx

1 Cabe resaltar los trabajos de Marichal y Tedde (coords.) La formación de los bancos centrales en
España… y de Cerutti y Marichal (comps.), La banca regional en México, 1870-1930.
2 Veáse Eduardo Flores Clair, El Banco de Avío minero novohispano…; David A. Brading, Mineros
y comerciantes en el México borbónico (1763-1810); Linda I. Colón, Los orígenes de la burguesía y el
banco de Avio; Robert A. Potash, El Banco de Avío de México: el fomento de la industria 1821-1846;
Tenenbaum, Bárbara, México en la época de los agiotistas, 1821-1857; Enrique Covarrubias (2000)
La Moneda de cobre en México, 1760-1842…
3 Véase José Manuel Quijano, La banca pasado y presente, problemas financieros mexicanos; Ludlow
y Marichal, Banca y poder en México (1800-1925); Ludlow y Marichal, La Banca en México 1820-
1920.
4 John Coatsworth, Los orígenes del atraso…; Carlos Marichal, La bancarrota del virreinato…

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 75


antiguo régimen capaz de mantener a la propia metrópoli en tiempos de
guerra, de enviar situados5 al resto de las colonias y posesiones americanas
para su defensa y de proveer la plata y cobre necesarios para abastecer el
sistema monetario imperial, cierto es que la Nueva España tenía una serie
de problemas estructurales que hacían de su riqueza ‘aparente’ un recurso
casi ‘exclusivo’ de la dinámica imperial.
Es decir, la Nueva España, a partir de la implementación de las refor-
mas borbónicas, había conseguido convertirse en la principal fuente de re-
cursos para la corona española; logrando enviar más remesas que todas las
posesiones americanas en su conjunto. La renta de tabaco no sólo poseía
la fábrica más grande de todo el imperio, empleando a poco más de 10,000
operarios, sino que los recursos fiscales provenientes de este monopolio
estatal superaban 30% de los ingresos brutos de la hacienda virreinal. Su-
mado a esto, la eficiente maquinaria fiscal de la corona, profesionalizó a una
clase burócrata que haría del cobro de impuestos una fuente de recursos
casi inagotable lo que permitiría, a lo largo de casi medio siglo, la extracción
de poco más de 30 millones de pesos provenientes de la Nueva España.6
La dinámica económica impuesta por el imperio español se puso a prue-
ba tras la invasión napoleónica. La guerra iniciada en 1808 desarticuló el
funcionamiento de los circuitos novohispanos y si bien en un primer mo-
mento el Consulado de Comerciantes, el Tribunal de Minería, el clero y las
redes peninsulares trataron de socorrer a la corona, la ayuda no fue suficien-
te, sumado a que la coyuntura política permitió que la clase criolla, margi-
nada en el acceso a puestos burocráticos y económicos estratégicos, luchara
por su cota de poder. La desarticulación de la estructura colonial rompió
con el eficiente sistema de extracción de recursos novohispano, hecho que
supuso una identificación por parte del grueso de la población india, mesti-
za y criolla dado que vieron el final del imperio como la culminación de un
largo proceso de explotación y extracción de recursos.7
Sin embargo, es innegable que el fin de la dominación imperial no
supuso la culminación del antiguo régimen. Algunos de los mecanismos
5 Los situados eran los recursos que la Nueva España enviaba al resto de las colonias del imperio
español, las remesas eran los envíos que se realizaban a la península. Estas transferencias eran de
una sola vía ya que los recursos salían sin contar con alguna partida de ingresos.
6 Carlos Marichal, La bancarrota del virreinato…, pp. 15-29.
7 El Fanal del Imperio Mexicano, pp. 286-288, 304-306 y 343-344.

76 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


operativos propios del funcionamiento colonial permanecieron inmunes al
cambio. En este sentido, la Independencia, y el cambio político y econó-
mico que supuso, no hizo otra cosa que revelar los problemas estructurales
presentes en la relación metrópoli-colonia.8 Como señala el historiador En-
rique Covarrubias:

[…] la guerra de independencia en México no representó ningún parteaguas


y si el clímax de algunos problemas centrales que se arrastraban desde medio
siglo atrás y que todavía permanecerían [sin solución por] bastante tiempo en el
periodo independiente…9

En este sentido, la guerra de Independencia no fue la culpable de nada, pero


sí la responsable de todo; esto es, una vez desarticulado el aparato imperial-
colonial la realidad económica se mostró de forma efectiva, y esta realidad
poco parecía reflejar aquellas riquezas descritas por el barón de Humboldt.
En el presente trabajo intentaremos analizar, muy brevemente, uno de
estos problemas: el monetario, desde la perspectiva bancaria. Para entender
este problema, es preciso recordar que desde los inicios de la época colonial
el reino de la Nueva España careció de medios de pago de baja denomina-
ción; el peso de plata rara vez encontraba en un campesino o en un indígena
a su tenedor. La economía monetaria virreinal era sumamente excluyente
y sólo proveía de ‘dinero’ a los círculos económicos de clase media y alta.
El peso de plata tenía un valor de ocho reales y muchas veces cada real era
efectivo, pues debido a la falta de circulante los tenedores del ‘peso duro’
se veían en la necesidad de cortarlo en ocho trozos para poder realizar sus
transacciones cotidianas de compras al menudeo. Esta política monetaria
excluyente es explicada por Romano señalando que el Consulado de Co-
merciantes fue el principal opositor a la emisión de moneda menuda de baja
denominación ya que la posesión de dinero por parte de las clases bajas de
la población, supondría su incursión formal al mercado y por ende partici-
parían en la repartición de las riquezas.10

8 Probablemente el concepto más claro para referirse a esta relación sea el de metrópoli-
submetrópoli. Véase Carlos Marichal, La bancarrota del virreinato…
9 José E. Covarrubias, La moneda de cobre en México, 1760-1842, p. 5
10 Romano Ruggiero, Mecanismo y elementos del sistema económico colonial americano… p. 194.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 77


Modelos de las monedas de 1 real, 1 ½ real, ¼ de real y 1 8 de real de cada uno, 1817

AGN, Casa de Moneda, vol. 346, exp. 3 f. 1

Al tiempo, la administración real no veía mayor problema en la escasez de


medios de pago puesto que la exclusiva acuñación de plata y oro suponía
una generación continua de recursos vía el pago de derechos por concepto
de amonedación y la extracción del quinto real. Sumado a esto, el propio
mercado generó los medios de cambio necesarios: los tlacos. Éstos eran
representaciones de cambio de ínfimo valor intrínseco –muchas veces se
trataba de trozos de madera, cuero, cartón o jabón– y eran expedidos por
los tenderos o pulperos.
Es innegable que siempre estuvo latente esta preocupación por la falta de
numerario, lo cual motivó el surgimiento de planes y propuestas encaminadas
a resolver el problema. Estas ideas no sólo implicaban la necesidad de emitir
moneda menuda, sino también la generación de mecanismos encaminados a
proporcionar los recursos necesarios para el fomento de algunas actividades.11
A lo largo de este trabajo comentaremos, brevemente, tres experimen-
tos encaminados a la solución de los problemas monetarios. En primer lu-
11 Para observar las discusiones y propuestas de la época, consúltese: El Fanal del Imperio
Mexicano, México, 1822.

78 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


gar describiremos el surgimiento de una institución de ‘fomento’: Banco de
Avío Minero. En segundo término, detallaremos la solución que intentó dar
a este problema el primer Imperio mexicano, para concluir con la fundación
del Banco de Amortización de la Moneda de Cobre.

El Banco de Avío Minero novohispano

Esta institución tuvo su origen en la formulación de diversas propuestas,


realizadas a lo largo durante casi tres décadas encaminadas al auxilio de la
minería, que había sido el principal sector generador de riquezas en la Nue-
va España. La producción de plata no sólo servía para acuñar la moneda de
la colonia, sino también la del imperio en su conjunto. Sumado a esto, la
minería suponía una serie de encadenamientos generadores de riqueza: de
la acuñación se desprendían pesos de plata para la corona debido al pago
de derechos, y se obtenía la moneda para la realización de las transacciones,
el pago de impuestos, la compra de mercancías al extranjero, las compras
nacionales al mayoreo y las compras ‘suntuosas’ de las clases poderosas.
Como podemos observar, se trataba de un sector clave en la dinámica
imperial. Empero, aun con todas sus bondades y riquezas, la minería tenía
un gran obstáculo: su capitalización. La inversión en el ramo implicaba la
utilización de cuantiosas fortunas, sumado a esto, la dinámica propia del
sector haría del intermediarismo una condición para su funcionamiento.
Estos intermediarios de la minería eran los grandes mercaderes, quienes
fungían de aviadores de minas, es decir, proporcionaban al minero los ca-
pitales necesarios para el beneficio de los metales a costa de parte de la
producción, o de otra forma cobraban un tasa de interés bastante elevada.
Además, estos comerciantes participaban en el sector mediante ‘la comi-
sión’, esto es, recogían el metal en barras de las minas y lo llevaban a la ceca
capitalina a cambio de un porcentaje del metal amonedado.
Estos mecanismos no hacían otra cosa que reducir las ganancias para
el minero quien, en muchas ocasiones, terminaba entregando su mina al
mercader debido a la falta de liquidez para cumplir con sus compromisos.
Aunado a este intermediarismo un problema más se sumaba al sector: el
abastecimiento de azogue. El mercurio era un recurso necesario para el be-
neficio de los metales, pero debido al monopolio comercial que el imperio

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 79


impuso sobre la colonia, la obtención de esta materia prima en el sector
implicaba grandes costos y muchas veces la demanda no era suficiente para
atender los requerimientos de la colonia, eventos que deprimían aún más
los ingresos netos de los mineros.
Todos estos problemas estuvieron latentes por más de cien años, pero la
segunda mitad de siglo XVIII también supuso una crisis en el sector, debido
a la inundación de las minas dado que las técnicas de ‘malacate’ y ‘noria’ no
permitían combatir este problema con eficiencia y la construcción de cana-
les verticales, la técnica más funcional, representaba una inversión muerta
para el minero. Tampoco hay que olvidar la importancia del sector, y no
sólo como fuente de recursos y riqueza, sino como demandante de la mano
de obra. Humboldt calculaba que la mano de obra empleada en el sector
superaba los 30,000 trabajadores. Por estos motivos, el gremio minero co-
menzó a elevar sus quejas al rey. Al ver que no había una intención clara
por remendar las condiciones precarias del sector, los mineros comenzaron
a realizar una serie de propuestas concisas, encaminadas a resolver las difi-
cultades por las que se atravesaba.
De esta elaboración de propuestas, se desprendió la creación del Banco
de Avío Minero. Para lograr el establecimiento de esta institución, fueron
necesarias siete propuestas previas, todas ellas encaminadas al fomento del
sector, elaboradas entre 1744 y 1774 (ver cuadro 1). El primero de estos
proyectos fue elaborado en 1744, por Domingo Reborato y Solar, minero
de Sombrerete, Zacatecas. Esta propuesta formulaba la creación de una
compañía refaccionaria que tendría un capital de 2,000,000 de pesos, obte-
nidos mediante la venta de 4,000 acciones, siendo el socio mayoritario de la
compañía el rey, quien participaría con 200 acciones. Éstas serían compra-
das por el monarca en especie, es decir, entregaría el equivalente a 100,000
pesos en azogue. El autor de esta propuesta señalaba que debido a que cada
acción tendría un costo de 500 pesos su compra sería accesible para “ricos y
pobres”, afirmación sumamente cuestionables pues, como hemos señalado,
la clase baja de la población muchas veces ni siquiera contaba con un peso
duro de plata –ocho reales– para la realización de sus transacciones. Si bien
el proyecto de Reborato fue aprobado en lo general por las autoridades co-
loniales, éstas decidieron consultar a Francisco Sánchez de Tagle y Manuel
de Aldaco –reconocidos aviadores de minas– sobre el particular y, como

80 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Cuadro 1. Trayectoria del Banco de Avío

Año Propuesta Inconvenientes


Los aviadores de minas y
1744 Compañía refaccionaria ‘mercaderes de plata’ se oponen
a la propuesta.
El gobierno incautó los recursos
1747 Compañía por acciones que constituirían el fondo dotal
de la institución.
La corona se opone a los
1748 Compañía por acciones privilegios que la compañía
otorgaba a los mineros.
Compañía General Los mineros se oponen a que la
ca. 1760 Refaccionaria compañía sea administrada por
el Consulado de Comerciantes.
Compañía para la Los problemas al interior del
1771 explotación de las minas Consulado
impiden la
de Comerciantes
formación (se alega
de Sonora y Sinaloa competencia desleal)
Compañía y fomento La corona alega una falta de
1771 a la instrucción de los claridad y propósitos en el
mineros proyecto.

1772 Establecimiento de ocho Se propone el incremento de las


alcabalas para la obtención de
bancos refaccionarios los recursos requeridos.
Se autoriza su creación por
decreto real, cédula de julio
Tribunal de Minería y de 1776. El banco quiebra por
1774 Banco de Avío Minero el incumplimiento de pagos
por parte de sus clientes y
se denuncia al tribunal por
corrupción.
Elaboración propia con datos de Eduardo Flores Clair (2001).

es de intuirse, ambos ‘mercaderes de plata’ negaron su apoyo al proyecto,


señalando que la compañía no sería beneficiosa para la hacienda pública.
Debido a esto, el proyecto no se concretó.12
Tres años más tarde, en 1747, José Herboso, representante de los mine-
ros de Potosí, elevó su propuesta: el establecimiento de una compañía por

12 Eduardo Flores Clair, El Banco de Avío novohispano…, pp. 22-23.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 81


acciones. La creación de ésta se realizaría bajo lo auspicios de la corona.
Los recursos requeridos provendrían de los derechos que el rey cobraba a
los introductores de plata en la Casa de Moneda. Los montos que la coro-
na aportaría serían el equivalente a 2.6 reales por cada marco de plata. Si
bien en un primer momento la Casa de Moneda comenzó a recaudar estos
recursos con la finalidad de constituir el fondo dotal de la compañía, el
gobierno terminó incautándolos debido a la “penuria del estado”. El ‘pre-
mio de consolación’ para los mineros de Potosí fue el establecimiento de
una sucursal del Banco de San Carlos –principal institución bancaria de la
metrópoli–, pero como es de esperarse esta sucursal no tendría como fin
el fomento, sino el otorgamiento de crédito a los mineros a costas de un
premio considerable.
En 1748, José Alejandro de Bustamante, minero de la región de Pachuca
y Real del Monte, presentó un nuevo proyecto. Bustamante sugería el esta-
blecimiento de una compañía con un capital de 5,000,000 de pesos dividido
en 10,000 acciones; el precio de cada acción sería de 500 pesos. Los incenti-
vos que otorgaría esta compañía a sus accionistas sería el pago de un premio
por la compra y tenencia de las acciones, pagándoles 5% sobre el capital
invertido durante los dos primeros años y a partir del tercero, la institución
estaría en posibilidades de realizar un balance y distribuir ganancias entre
sus asociados. Debido a la experiencia de Potosí, Bustamante señaló que
“por ningún pretexto” el rey podría hacer uso de los fondos de la compa-
ñía. Este proyecto también suponía que la compañía actuara como ‘banco
de rescate’ para lo cual sería necesario que la Casa de Moneda donara un
real por cada marco de plata amonedado en un plazo de 10 años. También
se solicitaba que la corona entregara el azogue a la compañía a un precio
preferencial, esto con la finalidad de que la empresa revendiera el mercurio
a sus asociados al precio de mercado, así se obtendría una ganancia consi-
derable para incrementar el fondo dotal de la negociación. Los funcionarios
de la corona se opusieron a la propuesta debido a “todos los privilegios”
que Bustamante solicitaba.13 Finalmente la propuesta fue desechada y tras la
muerte de José Alejandro, sus ideas también fueron enterradas.
Poco más de diez años después fue publicada la obra Comentarios a las
Ordenanzas de Minería de Francisco Xavier Gamboa. El texto evidenciaba los
13 Ibid., p. 25.

82 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


obstáculos y factores adversos a los que debían de enfrentarse constante-
mente los mineros;14 se exponía el estado general que guardaban las minas
y los vacíos jurídicos a los que se enfrentaban los empresarios del sector.
El balance general de la obra apuntaba hacia la necesidad de un mayor
fomento de esta industria con la finalidad de acrecentar las riquezas que se
desprendían de este sector. La propuesta de fondo de este texto consistía en
la organización de una compañía general refaccionaria que apoyara la inver-
sión y la reducción del riesgo en el sector. La innovación de este proyecto
radicaba en el supuesto de que al diversificar las inversiones –la compañía
tendría un elevado número de socios– el riesgo se nulificaba pues si un
inversionista quebraba, otro obtendría utilidades. Situación que haría de la
compañía un negocio sumamente rentable.
Sin embargo, y como ya era costumbre en la formulación de estos pro-
yectos, la intervención y apoyo de la corona se planteaba como indispen-
sable. Al tiempo, Gamboa consideraba que la complejidad para emprender
esta negociación no radicaría en la obtención de capitales, sino en la exis-
tencia de garantías que incentivaran a los posibles inversionistas. Para resol-
ver el problema, el autor decidió convocar a los miembros del Consulado
de Comerciantes, con la finalidad de que asumieran la administración de los
caudales de la compañía.
Para la capitalización de la negociación Gamboa consideró que serían
necesarios 4,000,000 de pesos que se obtendrían mediante la venta de 500
acciones con un valor de 8,000 pesos cada una.15 En este punto vale dete-
nernos y hablar del elevado precio de cada acción, pues si 500 pesos era
un precio poco accesible 8,000 era una cifra bastante considerable. Con
este capital, por ejemplo, se podía adquirir una finca rústica de excelentes
dimensiones y recursos para la época. Sin embargo, vista en su propio con-
texto, esta propuesta no resultaba ilógica, ya que se había incorporado a
los mercaderes en el negocio por lo que el precio de la acción lo único que
hacía era ratificar el carácter de ‘ricos socios’ que el autor había impuesto a
través del ‘consejo de administración’. Para rematar este proyecto, se res-
tringió el otorgamiento de caudales mediante condiciones administrativas
sumamente excluyentes. Para ser acreedor a un préstamo, el minero ten-
14 Ibid., p. 27.
15 Ibid., p. 29.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 83


drían que presentar un estado detallado de sus minas, el cual debería ser
expedido por los ‘justicias’ o ‘diputados’ de minería locales, es decir, por los
mismos mercaderes. Los beneficiarios de los avíos tendrían que pagar un
interés de 10% anual sobre el monto obtenido, tasa de interés sumamente
elevada si recordamos que la ‘media’ en el mercado era de 5%.
Para lograr garantías en el pago de los préstamos, los mineros quedarían
obligados a presentar, o manifestar, toda la plata producida. Basándonos en
todas las condiciones y trabas impuestas, podemos afirmar que este proyec-
to no estaba dirigido a los pequeños mineros. Por el contrario, intentaba
consolidar las redes de poder que los mercaderes habían forjado alrededor
de la minería. Si bien no hay detalle sobre las razones que obstaculizaron el
establecimiento de esta empresa, pensamos que la oposición a la propuesta
pudo haber surgido del propio gremio minero, dadas todas las atribuciones
que se le otorgaban al Consulado de Comerciantes, institución asociada a
la sangría del sector.
En 1771, año enmarcado por los descubrimientos de minas de oro en
Sonora y Sinaloa, el visitador José de Gálvez elevó al rey un proyecto cuya
finalidad era la formación de una compañía que explotara dichas vetas. La
administración de esta negociación, al igual que en el proyecto anterior,
estaría a cargo del Consulado de Comerciantes. Se pedía que la corona re-
dujera los gravámenes del oro hasta en un 25%, y que otorgara un precio
preferencial sobre el azogue. Sin embargo, las mismas disputas e intereses al
interior del consulado no permitieron que la propuesta llegara a más, ya que
muchos mercaderes que controlaban la región se opusieron a que nuevos
competidores los desplazaran de sus zonas de influencia y poder.
En este mismo año, Miguel Pacheco Solís, corregidor de Tlancalan, envió
al rey un largo discurso elaborado alrededor de la necesidad de instrucción
para el gremio minero. La propuesta de Pacheco pretendía comprometer a
la corona en la tarea de profesionalizar a la clase minera. Solís proponía que
se difundiera entre el gremio una bibliografía mínima sobre el particular con
el fin de ilustrar a los mineros sobre su oficio y las técnicas más apropiadas
para la extracción. Esta propuesta llegó acompañada de un proyecto para
la formación de una compañía, sin embargo la poca claridad en el mismo,
así como la ambigüedad de muchas de sus propuestas no permitieron que
se llevara a la práctica.

84 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Monedas, 1813

AGN, Casa de Moneda, vol. 121, exp. 1 f.31

Un año más tarde, en 1772, Juan Bautista de Artaza, vecino de Guadala-


jara, propuso establecer ocho bancos para fomentar a la industria minera.
Sin embargo, su propuesta resultaba sumamente costosa pues para su ca-
pitalización se proponía un incremento en el cobro de alcabalas.16 Si bien
desconocemos los motivos que imposibilitaron el establecimiento de estos
bancos, es posible que las razones obedecieran a las formas de capitaliza-
ción de esta compañía, pues un incremento en los impuestos no era viable
para la época.
Finalmente, después de casi 30 años, en 1774, Juan Lucas de Lassaga
y Joaquín Velázquez realizaron un estudio general sobre el estado de las
minas y sugirieron el establecimiento de “un cuerpo con las características
del Consulado de Comerciantes, el cual organizaría al gremio minero”. Los

16 Ibid., p. 35.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 85


autores encontraron que el principal problema del sector radicaba en los
aviadores de minas –otorgantes de préstamos a réditos elevados–; la única
forma de erradicar este ‘mal’ sería el establecimiento de una institución que
les proporcionara los fondos necesarios para realizar sus inversiones.17
La propuesta, al igual que en los casos anteriores, enfatizaba la partici-
pación de la corona en la constitución del dotal. Pero a diferencia de otros
proyectos, se establecía que todos los fondos proviniesen del propio gremio
minero, por lo que las autoridades coloniales sólo tendrían que recaudar-
los. Así, por real cédula de 1 de julio de 1776, la corona autorizó que los
mineros se agruparan en un “tribunal” y que constituyera un fondo dotal
que sirviera para prestar auxilios a esta actividad. Como culminación del
proyecto, el 22 de mayo de 1783, se expidieron las Ordenanzas de Minería,
cuerpo legislativo que regularía la actividad minera colonial. En el título XVI
de éstas se estipulaba la creación del Banco de Avío de Minas.18
En suma, hubieron de transcurrir 30 años y siete proyectos, para que
el banco fuera una realidad. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes
de presentarse las irregularidades en el funcionamiento de esta institución.
Para empezar, los requisitos que debían cumplir los solicitantes eran excesi-
vos: comprobar la propiedad, entregar un estado de las minas, cuantificar la
riqueza de la mina, justificar la petición de caudales, etc. Esta restricción en
el acceso a créditos, convirtió al banco en una institución beneficiaria de los
mineros ‘ricos’, pero los ‘pobres’, aquéllos que eran víctimas del interme-
diarismo y que no tenían acceso al capital, continuaron sin contar con una
fuente de financiamiento ni con un cuerpo que los respaldara.19
Por otra parte, la institución fue presa de la corrupción y los malos
manejos. Muchas veces se otorgaban créditos a discrecionalidad –sin las
garantías debidas–, por lo que los deudores comenzaron a incumplir con
sus pagos y, debido a un vacío legal, el banco no pudo embargar las minas
ni los metales de sus clientes y hacia 1789 se encontraba quebrado.20
Las ordenanzas no sólo dotaron de un tribunal al sector minero, sino que
este cuerpo legislativo permitió que los empresarios del sector se agremiaran,

17 Ibid., pp. 36-37.


18 Ibid., pp. 38-39.
19 Ibid., pp. 43-69
20 Ibid., pp. 73-120

86 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


organizaran y contaran con una institución que les otorgara un poder signi-
ficativo en el orden colonial. Es innegable que el tribunal promovió el des-
cubrimiento de minas y la aplicación de nuevas técnicas en el beneficio de
los metales, sumado a que se construyó el Palacio de Minería, edificio que
mostraba el poder, riqueza e importancia de este gremio en la Nueva Espa-
ña y en el imperio español.21 Sin embargo, este tribunal no fue incluyente y
no se puede considerar representante del sector minero en su totalidad, ya
que sus integrantes no incluían todo el espacio minero, sino sólo a un redu-
cido número de empresarios que contaban con un caudal considerable y con
una posición privilegiada al interior del orden colonial.

La emisión de papel moneda de Iturbide

Si bien en Banco de Avío Minero no logró su cometido en cuanto al otorga-


miento de créditos al gremio, cierto es que en el imaginario siempre estuvo
presente la necesidad de contar con una institución financiera propia –ya fue-
ra para un sector o para la nación–, que al tiempo de otorgar financiamiento
resolviera, en alguna medida, el problema de la escasez de medios de pago.
Una vez consumada la Independencia, la nueva clase política continuó ela-
borando propuestas y el año de 1822 fue clave en este sentido, pues se
elaboraron dos proyectos bancarios. El primero de ellos fue obra de Severo
Maldonado, cuyo plan estaba inserto en su Pacto Social y Propuesta de Consti-
tución, donde el autor plantea la constitución de un Banco Nacional que, al
tiempo de utilizar los bienes del clero, las tierras ociosas y otorgar financia-
miento, tendría la facultad de emitir una moneda de ínfimo valor intrínseco,
muy similar a los tlacos. Con esta emisión, señalaba el autor, la economía
contaría con los medios de pago suficientes para que las transacciones co-
tidianas se realizaran sin problemas, sumado a que permitiría hacer sujetos
fiscales a las clases menos favorecidas mediante el cobro de bajas tasas de
exacción que serían pagadas con estas monedas de ‘calamina’.22 Si bien el
plan de Maldonado no llegó a concretarse, sí marcó un precedente intere-
sante en cuanto a la política monetaria de la época.

21 Ibid., pp. 127-131


22 El Fanal del Imperio Mexicano, 1822.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 87


Cuadro 2. Proyectos Imperiales

Año/Autor Proyecto Propuesta


Emisión de moneda
fiduciaria de baja
denominación.
Establecimiento de
sucursales “recaudadoras
1822 Banco Nacional de impuestos” en todo el
Severo Maldonado territorio.
Otorgamiento de créditos
y aceptación de depósitos.
Compra y venta de tierras
para el fomento de la
agricultura.
Emisión de papel moneda,
“hare-buenos”.
Atribuciones fiscales para
1822 fungir como Tesorería
Francisco de Paula y Gran Banco del
Imperio Mexicano
General.
Actividades de banco
Tamariz privado –depósitos,
créditos, hipotecas.
Negociador de la deuda
interna y externa.

Pero este proyecto no fue el único. En ese mismo año, Francisco de Paula y
Tamariz envió una propuesta al congreso que suponía la creación del Gran
Banco del Imperio Mexicano con amplias facultades: por un lado, fungiría
como la Tesorería General del Imperio, en sus sucursales se realizaría el
pago de todas las contribuciones a la nación; por otro lado, tendría el privi-
legio de la emisión fiduciaria, planteada en el proyecto como la creación de
‘haré-buenos’, en última instancia papel moneda. Estas atribuciones permiti-
rían que esta institución se convirtiera en el ancla de las finanzas públicas.23
Cabe mencionar que en ambos proyectos los “bancos nacionales” tam-
bién fueron concebidos para satisfacer al mercado de crédito mediante la
realización de actividades privadas. Es decir, ambos autores señalaban que
a ellos podría acudir el público en general para la realización de depósitos,

23 Francisco de Paula y Tamaríz, Proyecto sobre un establecimiento de papel moneda, 1822.

88 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


la concertación de créditos, la apertura de cuentas y la hipoteca de sus pro-
piedades. Como se puede observar se trata de ideas muy novedosas para
la época, no sólo por la introducción de los instrumentos fiduciarios, sino
también por su propuesta de satisfacer tanto a los requerimientos financie-
ros y fiscales del imperio, como las necesidades crediticias de la población.
Si bien, al igual que en el caso de Maldonado, la propuesta de Tamariz
no se concretó como estaba proyectada, sí implicó consecuencias impor-
tantes en la vida económica del imperio. El martes 31 de diciembre de 1822
se publicó en la Gaceta Imperial de México el bando que, con fecha 20 del
mismo mes, autorizó la emisión de 4,000,000 de pesos en papel moneda
que sólo circularían durante 1823.24
Este decreto imperial de emisión, contenía catorce artículos referentes a
las formas de circulación y operación del instrumento fiduciario. Entre los
principales puntos se estipulaba que serían emitidos 2,000,000 de pesos en
billetes de 1 peso, 1,000,000 de pesos en billetes de 2 pesos y un millón más
en billetes de 10 pesos. Se estableció que el papel sólo sería válido en las
transacciones que superaran el monto de tres pesos, realizando el pago en
una tercera parte en papel moneda y las dos partes restantes en metálico, al
tiempo que se hacía obligatorio el uso del papel pues, mediante el estable-
cimiento de la ley del tercio, “todas las transacciones en el imperio” debían
realizarse bajo las formas sancionadas en el decreto. Lo anterior sin excep-
ción alguna, sobre el entendido de que aquella persona que no respetara la
ley, o no aceptara el papel, sería acreedora a una sanción administrativa. Lo
mismo ocurriría en el caso de los falsificadores.25
La circulación de este papel moneda comenzó en el mismo mes de di-
ciembre y para la supervisión de todos los asuntos relacionados con este ins-
trumento se designó a un comisionado “encargado de la distribución y buen
giro del papel”, recayendo este cargo en Mariano Larraguibel, quién comen-
zó sus actividades enviando comunicados a todas las tesorerías, intendencias,
departamentos, rentas y oficinas del Imperio.26 La eficacia de la puesta en
marcha de este experimento se puede observar a través de las contestacio-

24 Gaceta del Gobierno Imperial de México, t. II, núm. 152, pp. 1140-1142.
25 Idem.
26 AGN, Hacienda Pública-Casa de Moneda, vol. 41, exp. 24 s/f, extractos #12 e Ibid., vol. 170,
exp. 1.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 89


nes a los comunicados del comisionado, llegando incluso a constatarse que
el propio Consulado de Comerciantes de la Ciudad de México acató, sin
reparo, lo estipulado en el decreto.27
El papel moneda creado durante el imperio circuló sin mayores com-
plicaciones hasta abril de 1823, operando en casi la totalidad de las inten-
dencias del país, incluidas las de Chihuahua, Puebla, Durango, Guadalajara,
Zacatecas, Veracruz, Yucatán, Morelos, San Luis Potosí, Oaxaca e incluso
Guatemala.28 A través de diversos comunicados se puede observar el éxito
de esta emisión, mediante constantes solicitudes para el envió de más billetes
pues se alegaba que “lo enviado se había consumido en la circulación”.29
Los motivos que llevaron a la cesación de la circulación de este ins-
trumento, sostenemos, se desprendieron del cambio político: la caída del
imperio. Ya que el estudio sobre este tema no nos indica la existencia de
problemas operativos ligados a la circulación de los billetes creados. Por el
contrario, nuestras investigaciones revelan que el papel moneda fue suma-
mente exitoso como sustituto perfecto de la moneda acuñada al momento
de la realización cotidiana de las transacciones.30
El final de este primer experimento de emisión sucedió en abril de 1823,
cuando el Supremo Poder Ejecutivo dictó una orden para, por un lado, la
cesación de la circulación del papel de Iturbide, y por otro, la emisión de
un nuevo papel moneda que sirviera para amortizar los ‘antiguos’ billetes.
Esta nueva emisión de papel moneda, la segunda en la historia del país, se
realizó en bulas canceladas y su circulación, al igual que en el caso de los
billetes imperiales, fue muy exitosa. El único cambio de fondo que tuvieron
ambas emisiones fue que la de bulas redujo su ley de aplicación, esto es, el
papel moneda ahora sería efectivo para el sexto del valor de las transaccio-
nes y las cinco partes restantes debían ser pagadas con numerario.31
Si bien estas emisiones se enmarcan en el inicio y final del imperio mexica-
no, y su justificación obedeció a la ‘imperiosa necesidad de recursos’ por parte
del erario público, creemos necesario enfatizar su buen funcionamiento. Au-

27 Ibid., exp. 24 s/f, extracto #12.


28 Roxana Alvarez, “Primer experimento de emisión de papel moneda en México…”, pp.
96-105.
29 AGN, Hacienda Pública-Casa de Moneda, vol. 41, Exp. 24 s/f, varios extractos.
30 R. Alvarez, op. cit.
31 Gaceta del Gobierno Supremo de México, t. I, núm. 51, p. 192.

90 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


nado a esto, es interesante observar que la emisión fue producto de un largo
debate sobre la necesidad de establecer una institución bancaria que sirviera
de soporte a las finanzas del Estado.32 Pero estas inquietudes y propuestas
bancarias no concluyeron con la emisión y, casi 20 años más tarde, llevarían
al establecimiento del Banco de Amortización de la Moneda de Cobre.

El Banco de Amortización de Moneda de Cobre

Esta institución financiera, a diferencia del Banco de Avío de Minas, no


respondió en teoría a un problema de crédito o financiamiento, sino que
atendía a la operación de una ‘amortización’, acción que realizaba el Estado
para recoger una moneda de la circulación e introducir una nueva. Este nue-
vo establecimiento bancario se fundó en 1837, sin embargo, los problemas
que intentaba resolver databan de décadas anteriores. El problema central a
resolver por parte de esta institución, era la escasez de moneda fraccionaria,
mediante el combate a los llamados ‘monederos falsos’, moneda de cobre
falsificada.33
La moneda de cobre, si bien fue un medio de circulación bastante efi-
ciente en España –donde se le denominada ‘moneda de vellón’– en la Nue-
va España su aplicación nunca fue efectiva, por un lado, como hemos seña-
lado, debido a la oposición del Consulado de Comerciantes a que las capas
bajas de la población tuvieran un acceso ‘monetarizado’ al mercado, y por
el otro, a que el cobre extraído de la colonia era enviado al imperio para que
se utilizara en la acuñación de esta moneda de vellón. Un problema más
radicaba en la figura de la Casa de Moneda, institución concebida como
generadora de recursos. Esta imagen de la ceca capitalina implicaba que
una emisión de moneda de ínfimo valor intrínseco se tradujera en costos
de acuñación elevados que serían absorbidos por la Corona, situación nada
conveniente en la dinámica metrópli-submetrópoli.
Sin embargo, la necesidad de moneda menuda llevó a varias emisiones
entre ellas, la de Calleja en 1814, la de Iturbide en 1823 y la ejecutiva en
1829.34 Estas monedas circulaban comúnmente en los mercados al menu-

32 R. Alvarez, op. cit., pp. 129-132.


33 José E. Covarrubias, op. cit., pp. 5-13.
34 Ibid., pp. 15-33.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 91


Estampa con nueve troqueles o formas de cuñas de metal
utilizados para falsificar moneda, 1733

AGN, Criminal, vol. 535, f. 58.

deo, pero el problema de la falsificación había degenerado el valor de estas


monedas casi hasta equipararlas con el de los tlacos.
Estos problemas eran claros para la administración y la solución se
planteó de forma clara en 1837, año en que se proyectó la creación de un
Banco de Amortización cuya tarea principal sería recoger la moneda de
cobre desgastada, vieja y falsificada y canjearla por una nueva emisión con
cuño seguro. Esto es, se planeaba que el banco emitiera una nueva mo-
neda con más candados de seguridad para evitar su falsificación al tiempo
que, por medio de la amortización, este cuño fraccionario recuperaría su
valor y por lo tanto, las transacciones menudas se podrían realizar de una
manera ‘formal’ y sin pérdidas para los consumidores.
En el excelente trabajo del historiador Enrique Covarrubias podemos

92 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


observar los problemas, las ideas, las alternativas y las soluciones que el
gobierno intentó implementar por medio de esta institución. Sin embargo,
y como ya había sucedido en el caso del Banco de Avío de Minas, el obje-
tivo bancario no se reflejó en sus prácticas. En realidad lo que se pretendió
conseguir con el establecimiento de este banco fue la instauración de una
institución garante para la concertación de un préstamo que había sido ne-
gociado en Inglaterra y cuya condición era, justamente, que siendo ‘ajena al
Estado’ administrara los fondos y respaldara la deuda.35
Como es de esperarse los objetivos del banco La facultad emisora con-
templada en sus lineamientos nunca se utilizó ni la misión ‘amortizadora’ se
realizó. Si bien en un primer momento la institución acopió la vieja moneda
de cobre, su canje nunca se hizo efectivo. Una vez conseguido el préstamo
concertado, el banco suspendió sus labores, por lo que el cambio de la mo-
neda y la emisión un cuño fuerte de cobre, jamás fueron una realidad.36

Conclusiones

Hemos intentado mostrar, por un lado, que la necesidad de establecer una


institución bancaria siempre estuvo presente en el ideario público y privado,
y por otro, que la guerra de Independencia no fue un acontecimiento que
supusiera grandes implicaciones en este ámbito. En lo tocante a este segun-
do punto, las experiencias analizadas nos permiten ver que el enfrentamien-
to armado no fue un suceso generador de problemas, más bien se trató de
la subida del telón del verdadero escenario económico que guardaba el país.
En este sentido, los problemas estructurales que se hicieron evidentes a
partir de la guerra, ya estaban presentes en el orden colonial. Lo que había
sucedido es que la maquinaria imperial había sobrellevado muchas de estas
complicaciones que no afectaban la estructura económica de la corona.
Sin embargo, los recursos de la Nueva España no daban para más; si
bien no simpatizamos con la idea que justifica el atraso decimonónico con
la extracción de recursos durante la etapa colonial, es un hecho que a prin-
cipios del siglo XIX la carga fiscal, la salida de plata, el poco desarrollo del

35 Ibid., pp. 133-174.


36 Idem.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 93


mercado interno y las redes de poder al interior de la Nueva España ya no
podrían soportar más cargas. La Independencia y las políticas aplicadas por
los nuevos gobiernos no pudieron resolver todos los problemas.
La desarticulación del aparato fiscal colonial también supuso un freno
importante, pues por más de un siglo se había profesionalizado una clase
burócrata que, independientemente del destino de los recursos, sabía ha-
cer su trabajo y fiscalizar de una forma casi ‘perfecta’ a los habitantes de
la colonia. Este aparato desapareció y es comprensible que la nueva clase
recaudadora de impuestos tardara años en lograr su profesionalización, casi
hasta bien entrado el porfiriato.
Respecto al primer punto planteado en estas conclusiones, esto es, a la
necesidad de instituciones financieras, podemos observar que los proyectos
de bancos y emisión estaban basados en propuestas novedosas, cuyos fines
eran legítimos. Sin embargo, en la práctica, las propuestas vieron desvirtua-
dos sus fines y limitados los alcances. En el caso del Banco de Avío Minero,
la corrupción dentro del tribunal y la discrecionalidad con que fueron ma-
nejados los créditos terminaron con la quiebra de esta institución. Además,
este banco nunca cumplió eficientemente con la tarea de proporcionar re-
cursos a ‘todos los mineros’, para fomentar este sector.
En el caso del papel moneda y los proyectos bancarios que acompaña-
ron a este experimento, la historia es un poco distinta. En primer lugar, la
elaboración de proyectos tan ambiciosos, como los de Maldonado y Tama-
riz, nos permiten observar que la necesidad de establecimiento de una insti-
tución bancaria estaba presente en el imaginario de la época. Lo cual derivó
en diversas propuestas novedosas encaminadas a resolver las necesidades
financieras del Estado.
En segundo lugar, debemos enfatizar que los billetes de Iturbide y el
papel moneda creado por el Supremo Poder Ejecutivo constituyeron ex-
perimentos exitosos, no sólo por lo temprano de su aplicación, en un con-
texto de economía con patrón metálico ‘rígido’, sino por el componente
moderno que le atribuye el haber concebido una emisión fiduciaria en papel
y no en moneda. Esto es, la acuñación de moneda menuda hubiera sido in-
teresante, pero comprensible, dado que en España la moneda de vellón re-
presentaba un ejemplo a seguir. Sin embargo, la innovación que representa
la introducción de un instrumento fiduciario en la circulación en épocas tan

94 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


tempranas, y en ausencia de una institución bancaria que respaldara dichas
emisiones, es de suma particularidad.
Finalmente, en el caso del Banco de Amortización de la Moneda de
Cobre, podemos observar una trayectoria muy similar a la que tuvo el Ban-
co de Avío Minero. Esta suerte de convergencia en la problemática del
funcionamiento de estas instituciones nos permite observar dos problemas.
El primero tiene que ver con los proyectos en su origen, esto es, proba-
blemente la eficiencia de una institución financiera dependa en esencia del
buen planteamiento original de la propuesta, es decir de su viabilidad y
objetivos. En segundo lugar, estas experiencias nos reflejan la dificultad
que existe en la conducción de una institución financiera. Esto es, aunque la
propuesta sea válida, si no se cuenta con una dirección adecuada al interior
de la institución, los objetivos no podrán cumplirse. Debido a la compleji-
dad que conlleva el análisis de los proyectos y la creación de instituciones
financieras, creemos que el tema se encuentra lejos de estar agotado. Por el
contrario consideramos que la historiografía sobre este tópico aún está en
construcción, por lo que esperamos que los estudios de tipo comparativo se
incrementen, pues seguramente arrojaran nuevas luces sobre este tema.

Fuentes consultadas

Archivos

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Hemerografía

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98 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


R EFORMA Y JUSTICIA TRAS LA R EVOLUCIÓN: EL HOMICIDIO EN LA
CIUDAD DE M ÉXICO EN LOS AÑOS TREINTA1

Saydi Núñez Cetina*

El 2 de septiembre de 1930, Sara Chávez dio dos balazos al capitán Jesús


Acosta con quien había cultivado relaciones amorosas desde hacía cuatro
años. En su declaración ante el Ministerio Público afirmó que el día del
suceso:

Llamé a Jesús para que me pagara los 1050 pesos que me debía desde hacía un
año. A las 3 de la tarde me visitó en casa y lo recibí en la rec[á]mara pues no me
sentía bien, había estado un poco enferma […]. Al llegar, puso en el tocador una
pequeña bolsa con sesenta pesos como abono del adeudo y me dijo que tenía
que irse porque debía salir a cobrar un dinero que le debían. Yo le dije que no se
fuera, que se quedara para platicar, pero [é]l insistió en marcharse. Yo le reclamé
que últimamente no tenía mucho tiempo para m[í] y que sentía que ya no me
quería. Le dije que siempre tenía mucha prisa y en los últimos meses ya casi no
hablábamos, que necesitaba el dinero en su totalidad y ya no quería más excu-
sas. Él me dijo que no tenía más, que había perdido en el juego. Enseguida se
generó un disgusto entre los dos y nos hicimos de palabras. Él trató de irse, pero
yo intenté detenerlo y me dijo que si no lo dejaba ir me mataría. Corrí hacia el
comedor y tom[é] del mueble la pistola que guardaba por mi seguridad, regresé
a la habitación y desde el umbral de la puerta le disparé. Al caer, Jesús me decía
algo que no entendía, intenté moverlo para ver si continuaba con vida, pero no
lo hice porque escuch[é] que afuera decían que no lo tocara. En ese momento
le dije a un muchacho que llamara a un gendarme.2

* Estudiante del doctorado en antropología en el CIESAS, D.F.; sacenuce@hotmail.com

1 Una primera versión de este texto fue presentada en el 53 Congreso Internacional de


Americanistas, ciudad de México, 20-24 de julio de 2009.
2 AGN, TSJDF, v. 2473, exp. 486725, f. 17.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 99


El juez de la Primera Corte Penal sentenció a Sara Chávez por homicidio
a la pena de ocho años de segregación. Asimismo, como importe de la re-
paración del daño, se le condenó a pagarle a la viuda del capitán Acosta y a
sus hijos la pensión alimenticia por el tiempo que probablemente hubiera
vivido la víctima. En la apelación ante el Tribunal Superior de Justicia del
Distrito Federal, Sara y su defensor alegaron que al cometer el homicidio,
ésta “no tenía uso normal de sus facultades mentales porque se encontraba
en el segundo día de su menstruación, que padecía un acceso de locura pro-
ducto de una enfermedad “propia de su sexo”: histeria”; y ello: “me llevó
a dar muerte a un hombre por quien hubiera dado la vida, pues no fue el
dinero mi motivación, realmente sentía por él una pasión amorosa violentí-
sima”.3 No obstante, el tribunal confirmó la sentencia de la Primera Corte
y Sara Chávez fue recluida en la Penitenciaría de la ciudad de México. El 8
de noviembre de 1932, con motivo de la conmemoración de la Revolución
mexicana, a Sara Chávez Cisneros le fue otorgado el indulto por el presi-
dente Abelardo L. Rodríguez.4
¿Cómo actuó la justicia revolucionaria frente a un caso como el de Sara
Chávez? ¿Qué tipo de atenuantes y agravantes se tuvieron en cuenta en su
proceso? ¿Fue su castigo distinto a aquellos aplicados antes de la Revolu-
ción? ¿A qué tipo de recursos legales acudió para disminuir su condena?
Las respuestas a estas inquietudes no sólo ofrecen un panorama acerca del
delito y el castigo en la posrevolución, también nos permiten reflexionar en
torno de los cambios en la ley y la práctica jurídica en el México posrevolu-
cionario. Una etapa trascendental en la historia del país (1920-1940), donde
el proceso de institucionalización del Estado tuvo alcances significativos en
la construcción de la nación revolucionaria. En esa construcción, la ley y la
justicia jugaron un papel importante porque además terminaron por definir
los derroteros del sistema judicial a lo largo del siglo XX.
En este ensayo, intento responder las interrogantes para reflexionar so-
bre la reforma jurídica de esa etapa en México, a partir del examen de los
códigos penales de 1871, 1929 y 1931, así como de algunos expedientes
sobre homicidio hallados en el fondo Tribunal Superior de Justicia del Distrito

3 Ibid., ff. 20-25.


4 AHDF, Cárceles, v. 134, partida 171, f. 13.

100 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Federal (TSJDF) resguardado en el Archivo General de la Nación y que ac-
tualmente está siendo catalogado.5

Revolución y reforma penal (1929)

Con la promulgación de la Constitución el 5 de febrero de 1917 se inició la


etapa de reconfiguración de un Estado capaz de consolidar y reglamentar
el proceso de transformación que había experimentado el país al pasar del
México porfiriano al revolucionario. La necesidad de organizar el poder
del Estado, inspirado en los principios constitucionales, implicó una serie
de consideraciones y enfrentar hechos controvertidos entre 1920 y 1940
que, sin lugar a dudas, marcaron significativamente la historia de México
en el siglo XX.6 En efecto, tras la lucha armada entre 1910 y 1920, la labor
más importante para los gobiernos posrevolucionarios fue precisamente
recoger los restos diseminados a lo largo y ancho de la nación para organi-
zar con ellos un poder central fuerte y, con su ayuda, empezar una rápida
modernización del país.
En este sentido, la construcción de un sistema de dominación que con-
solidara el triunfo del grupo revolucionario y evitara repetir las crisis del
pasado fue la tarea más urgente después de 1917. México, en tanto que co-
munidad, buscaba una vez más el camino de una reafirmación nacional tras
de un período que a la mayoría de sus componentes debió parecer demasia-
do violento, caótico, y sobre todo, largo.7 La trayectoria de ese camino y el
proceso de institucionalización del Estado revolucionario implicaron entre,
otros aspectos, plantear una nueva dinámica acerca de la económica, la polí-
tica y la sociedad para incorporar los principios sintetizados en la Constitu-
ción. Así, la reforma agraria, la reforma laboral, la creación de organizacio-
nes populares, el énfasis en la educación y otros elementos, contribuyeron
a dar un contenido real a las consignas oficialistas, que proclamaban como
objetivo la construcción de una democracia de trabajadores.8

5 Quiero agradecer la valiosa colaboración de Alberto Álvarez Ferrusquía, así como del equipo
de catalogación del AGN, especialmente a Inés Ortiz Caballero, Mariana Jiménez Muciño y
David Guzmán Pérez por su ayuda y sugerencias en la exploración del fondo TSJDF.
6 Javier Garciadiego, “La Revolución”, p. 230
7 Matute, Historia de la Revolución mexicana…, p. 193.
8 Meyer, 2004, pp. 79-80.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 101


Pero el programa gubernamental revolucionario no culminaba allí, era
necesario modificar las leyes, que bajo los principios de la Carta Magna se
convertirían en el instrumento para afianzar el poder, el derecho y la justi-
cia. Por ello, el Estado también se abocó a sustituir el Código Penal vigente
–creado en 1871– y que por los cambios políticos y sociales ya no respondía
a las necesidades del país. A pesar de que una comisión revisora se había
encargado de diseñar un proyecto de reforma entre 1903 y 1912, por la
inestabilidad política y necesidad de ajustar las reformas a las nuevas condi-
ciones, la codificación penal sólo fue posible entre 1929 y 1931, cuando el
proceso de institucionalización se estaba consolidando.9
Desde este ángulo, los cambios en la legislación penal sintetizados fun-
damentalmente en los códigos penales de 1929 y 1931 para el distrito y
territorios federales sobre delitos del fuero común y para toda la república
en materia de fuero federal, conllevaron una serie de transformaciones en
las competencias y funciones del sistema de impartición de justicia. En el
seno de la reforma se hallaba la intención de simplificar los procedimientos
penales, la eficaz reparación de daños, la individualización de las penas, una
menor dependencia de normas éticas abstractas (“casuismo”) y un mayor
grado de decisión de los jueces en nombre de la “protección social”.10
Ejemplo de esos cambios, fue el tratamiento en el delito de homicidio que
en el Código Penal de 1871 se había castigado con una pena promedio de 12
años de prisión y en la codificación de 1929 se aplicaba entre ocho y 15
años de segregación.11 Una de las mayores modificaciones en la nueva le-
gislación fue la supresión de la pena de muerte, pues a diferencia del códi-
go de 1871 donde los varones acusados de homicidio calificado se hacían
merecedores a la pena capital, en el código de 1929, a quien cometiera
un homicidio con premeditación, alevosía y ventaja se le condenaba a un
máximo de veinte años de relegación.12 Tal supresión suscitó un debate en

9 Elisa Speckman, “Los jueces, el honor y la muerte”, pp. 1411-1466.


10 Buffington, 2001, Criminales y ciudadanos en el México moderno, p. 184.
11 La segregación consistía en la privación de la libertad por más de un año, sin exceder de veinte
y en dos periodos: el primero consistía en incomunicación parcial diurna e incomunicación
nocturna en por lo menos un octavo de la condena y por la buena conducta que mostrara el
reo de acuerdo con el reglamento del penal. En el segundo, el reo no estaba incomunicado
pero permanecía recluido hasta que se cumpliera la condena; en ambos periodos el trabajo era
obligatorio (C.P., arts. 105-113).
12 La relegación se llevaba a cabo en colonias penales que se establecían en islas o en lugares

102 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


el que se emitieron opiniones encontradas. Por un lado, especialistas que
favorecían la medida señalando que obedecía a las tendencias más moder-
nas del derecho, beneficiaba el respeto a la vida humana y formaba parte
del proceso “de transformación del pueblo mexicano; y por otro, quienes
se oponían con el argumento de que para ciertos criminales sólo la pena
de muerte podía constituir un castigo ejemplar.13
La comisión técnica nombrada para redactar el nuevo instrumento de
1929 fue dirigida por José Almaraz y proponía que se debía preservar dicha
pena para los criminales natos o incorregibles, quienes debían ser elimina-
dos de la sociedad, a diferencia de los delincuentes ocasionales, que sí tenían
posibilidad de regenerarse. Almaraz, inspirado en la escuela positivista, pre-
tendía incorporar los principios de dicha corriente como instrumento para
la “defensa social”; sin embargo, por solicitud del presidente Emilio Portes
Gil, la legislación del veintinueve conservó el espíritu liberal del código de
Martínez de Castro, bajo los preceptos de igualdad ante la ley prevista en
la Constitución de 1917. Por ello, prevalecieron las opiniones favorables,
pues el propio Portes Gil consideró que en numerosas ocasiones se había
aplicado la pena capital con el propósito de “reprimir la comisión de nuevos
delitos y los resultados habían sido contraproducentes; […] parece […] que
el ejemplo del ajusticiado ha servido para engrandecerlo a los ojos de los
demás”.14
El nuevo Código Penal entró en vigor el 15 de diciembre de 1929. Sara
Chávez fue juzgada bajo esta legislación y en su favor existían atenuantes
que le permitieron reducir la pena, pues el juez podía considerar entre otros
aspectos el sexo, la edad, educación y posición social de los acusados. Era la
viuda de un general que combatió en la Revolución, tenía 34 años de edad,
con instrucción; pertenecía a la clase media y tenía hábitos de moralidad
personal, familiar y social reconocidos. Por las circunstancias del delito,
Sara Chávez hubiera sido sentenciada a la máxima pena bajo el código de
Martínez de Castro (1871), pues tanto a las mujeres como a las personas

de difícil comunicación con el resto del país y nunca sería inferior a un año. También era
obligatorio el trabajo bajo custodia inmediata. En las colonias penales se permitía que
continuaran residiendo los reos con sus familiares y con otras personas en los términos
que estableciera la ley (C.P., arts. 114-119).
13 José A. Ceniceros, Evolución del Derecho Mexicano (1912-1942), p. 9.
14 Ibid., p. 12.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 103


mayores de setenta años, se les aplicaba una sentencia de veinte años por
homicidio calificado. No obstante, la Corte consideró que la confesión cir-
cunstanciada y su franco arrepentimiento eran importantes para atenuar su
castigo.
La prerrogativa de los jueces de considerar el máximo y mínimo para ad-
judicar la sanción parecía clara en el código de 1929, pues no sólo reflejaba
la influencia positivista orientada más hacia el delincuente que al delito; si
no que pretendía individualizar la pena basada en el nivel de amenaza que
presentara un criminal. Los redactores del código estaban convencidos de
que el crimen no surgía a partir de la voluntad individual sino de las carac-
terísticas orgánicas y sociales, es decir, del temperamento y personalidad de
los delincuentes que podían ser modificados por la herencia y el ambiente.15
A pesar de que los exámenes psiquiátricos demostraron que Sara Chávez
sufría de hiperemotividad, una especie de extrema sensibilidad durante su
ciclo menstrual, locura ocasional, esto no la eximió de responsabilidad y
por tanto, de su estado peligroso. Había cometido un acto sancionado por
el código para la defensa social y por tanto era penalmente responsable del
homicidio. Según la legislación, la noción de “estado peligroso”, a partir de
la teoría de la defensa social, permitía someter a los delincuentes a un tra-
tamiento especial de redención. Por ello, el juez estimó que los ocho años
de relegación ayudarían a que Sara Chávez dominara la pasión que la indujo
a delinquir con hábitos de orden, moralidad y trabajo que podría adquirir
en prisión.
Pero otra parte de su sanción era la reparación del daño, en otras pala-
bras, la obligación del responsable de hacer la restauración e indemnización
correspondiente.16 En el código se incorporó una sofisticada clasificación
de indemnizaciones y procedimientos para la obtención de la reparación del
daño y como en el caso de Chávez el juez consideró que había perjudicado a
la familia de la víctima, se acudió a dicha taxonomía para asignar la pensión
alimenticia por el tiempo que, según los peritos demógrafos, pudo vivir
Acosta. La gravedad de ello, radicó en que la pensión estimada superaba las
capacidades económicas de Sara y más aún estando en la cárcel. Para su for-
tuna, en 1932, gracias al decreto de indulto que favoreció alrededor de 800
15 E. Speckman, “Los jueces, el honor y la muerte…”, p. 1420.
16 C.P., art. 291.

104 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


reos del país, fue puesta en libertad; pero el pago de tal indemnización no lo
pudo evitar, pues el código era muy claro en estos casos. A pesar de ello, la
gracia del perdón otorgado por el presidente de la República en los festejos
de la Revolución, significó para ella que se le había hecho justicia.17
No ocurrió lo mismo en el caso de Hesiquio Álvarez Celedón quien
después de haber mantenido relaciones ilícitas con Ester Navarro durante
año y medio, y sintiéndose engañado por una mujer casada, decidió asesi-
narla. El 30 de diciembre de 1932, la Segunda Corte Penal lo sentenció a
diez años de segregación y aunque éste apeló ante el Tribunal, la pena le fue
disminuida sólo en 18 meses. ¿Por qué? Las circunstancias y los agravantes
del delito señalados en el código y considerados por el juez.
Los hechos ocurrieron así. Hesiquio, originario de Uruapan, Guanajua-
to, a sus veinte años se había enamorado de Ester, quien tenía cuarenta y
le había asegurado ser viuda; pero pronto el joven advirtió que no era así,
y cegado por los celos sintió que aquélla lo abandonaría. Decepcionado se
entregó de lleno a la bebida. El día de la tragedia, como de costumbre, Ester
había ido a buscarlo al escritorio de Santo Domingo donde trabajaba como
mecanógrafo, pero esta vez para dar por terminada su relación, ya que su
esposo se había enterado de sus andanzas y además ella había dejado de
querer a su amante. Ester regresaría temprano a su casa mientras Hesiquio
ahogaba el dolor en una botella de vino. Esa noche, lleno de ira y excitado
por el licor, se dirigió a su escritorio y tomó la pistola calibre 22 con cachas
blancas de cilindro que José Mendoza le había empeñado días antes. Ira-
cundo, se fue a casa de la señora Navarro y tocó la puerta. Ester salió y al
divisar el árbol que estaba cerca de la entrada, vio deslizarse a Hesiquio con
el arma. Al verla, éste le descargó cuatro balazos y luego lanzó con fuerza
la pistola hacia la cabeza de la victima ocasionándole una herida más. Ester
fue llevada al Hospital Juárez y días después, tras rendir declaración en la
séptima delegación, falleció.18
El delito de Álvarez Celedón fue cometido durante la vigencia del có-

17 Decreto de indulto de septiembre de 1932. “Los reos en cuyo proceso hubiere transcurrido el
término que fija la fracción VIII del artículo 20 constitucional, sin que hasta el 15 de septiembre
de 1932 hubieran sido fallados y que de haberlo sido podrían disfrutar de los beneficios de esta
ley, tan luego como queden a disposición del Ejecutivo podrán gozar de las prerrogativas de
la misma”.
18 AGN, TSJDF, v. 2493, exp. 490222, ff. 3-6.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 105


digo Almaraz (1929) y según el juez se trataba de un homicidio intencional
aunque se demostró que no había ocurrido con premeditación ni alevosía
o ventaja. La pena asignada en la legislación era de ocho a trece años de
segregación; pero si lo hubiera cometido por motivos depravados, con bru-
tal ferocidad; dando tormento a la víctima u obrando con ensañamiento o
crueldad, se imponía una pena de quince a veinte años de relegación.19
La calificación del delito dependía de las circunstancias atenuantes y agra-
vantes, que, de acuerdo con la clasificación definida en el código de 1929, se
dividían en cuatro clases según la mayor o menor influencia que tenían en
la temibilidad del delincuente. El valor de cada una de estas circunstancias
era de: una unidad para las de primera clase; dos unidades para la segunda,
tres para la tercera y cuatro para la cuarta clase. Por ejemplo, en el homicidio
calificado, las agravantes de cuarta clase contemplaban: a) cometer el delito
por retribución dada o prometida y por mandato de otro; b) ejecutarlo por
medio de incendio, explosión, inundación o veneno; c) por circunstancias
que añadieran ignominia, crueldad o rencor demostrados por la conducta
reprobable hacia el ofendido, hacia sus parientes o hacia las personas pre-
sentes; y d) cometerlo auxiliado de otras personas con o sin armas.20
La pena para el homicidio intencional de Hesiquio Álvarez Celedón au-
mentó por el agravante de primera clase, pues ejecutó el hecho contra una
persona faltando a la consideración debida por su edad o por su sexo, En
este caso, atentó contra una mujer. No obstante, a su favor existían ate-
nuantes de segunda y cuarta clase. Álvarez se había presentado espontánea-
mente ante la autoridad y confesó el acto, cometió el delito movido por el
engaño de Ester y acreditó buena conducta anterior; en otras palabras, era
un delincuente ocasional. En aquellos casos no previstos por la ley, la deci-
sión quedaba al arbitrio del juez quien debía tomar en consideración entre
otros aspectos: el tamaño del daño, la posibilidad de preverlo o evitarlo;
si el delito se pudo evitar con reflexión y conocimientos especializados; el
sexo, la edad, educación y posición social de los acusados, su reincidencia y
si tuvieron tiempo para obrar con la reflexión y cuidados necesarios.
El código de Almaraz (1929) también precisaba aspectos como la par-

19 C.P., 1929, arts. 985-991.


20 Ibid., arts. 963 y ss.

106 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


ticipación delictuosa: autores, cómplices y encubridores;21 los grados del
delito intencional: delito consumado y tentativa o connato.22 En este sen-
tido, se incrementaron las facultades de los jueces al permitirles tomar en
cuenta condiciones de los delincuentes no consideradas en el texto de este
instrumento jurídico y en consecuencia, aumentar las penas o ajustarlas de
acuerdo con las particularidades del infractor. Así, los atenuantes y agravan-
tes de cuatro clases ayudaron en parte a subsanar esto.
A diferencia de la legislación de 1871, donde la sentencia era emitida
por el Jurado Popular, tras la Revolución se le concedió mayor espacio a los
jueces sobre las circunstancias del delincuente, permitiéndoles contemplar
penas máximas y mínimas. En el código de 1929, los jueces atendieron a
los atenuantes y agravantes con la oportunidad de considerar circunstancias
no contempladas en el código (Speckman, 2006:1421-1422).23 En efecto, la
desaparición del Jurado Popular para delitos comunes fue otra de las innova-
ciones de la reforma. La comisión redactora del nuevo código también dis-
cutió la pertinencia o no de mantener a esta institución, ya que en el último
año habían causado controversia las absoluciones concedidas a homicidas
confesos. Para algunos especialistas, el jurado era necesario porque expre-
saba la sensibilidad del pueblo, en cambio otros consideraban que las penas
solicitadas para ciertos delitos resultaban excesivas. Finalmente, se optó por
acudir al “arbitrio judicial” con jueces profesionalizados.24
Esto significó que, en el ramo criminal y para los delitos más penados,
una justicia profesional colegiada (integrada por tres jueces) sustituyó a una
justicia mixta (ciudadana y profesional, pues los jurados estaban integrados
por un juez profesional y nueve ciudadanos). Se terminó así con la división
entre jueces de hecho (legos, ciudadanos) y jueces de derecho (profesiona-
les), pues los jueces de las cortes, formados como abogados y pagados por
el Estado, fungían como jueces de hecho (estaban encargados de apreciar la
existencia del hecho y el lugar, tiempo y circunstancia en que se cometía, por
tanto, les tocaba apreciar las pruebas ofrecidas) y jueces de derecho eran los
responsables de determinar la disposición legal aplicable al hecho juzgado.25
21 Ibid., art. 36,
22 Ibid., art. 20.
23 E. Speckman, “Los jueces, el honor y la muerte…”, pp. 1421-1422.
24 Ibid., pp. 1422-1423; Odette María Rojas Sosa, “El caso de ‘la fiera humana’; 1929…”, p. 236.
25 E. Speckman, “Las cortes penales: razones y diseño institucional…”, pp. 1-22.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 107


Sin embargo, en algunos casos, este “arbitrio judicial” más que aclarar,
generó una serie de confusiones y ambigüedades que en el asunto de Álva-
rez Celedón, terminó por constatar la complejidad y el carácter transicional
que tendría el código de 1929. El 23 de febrero de 1933, cuando ya había
entrado en vigor el Código penal de 1931, que estuvo vigente hasta el 2002,
el padre de Hesiquio, como su abogado defensor, solicitó la apelación de la
sentencia ante el TSJDF. En su alegato expresaba como agravio que el juez
no había contemplado las circunstancias atenuantes de embriaguez del pro-
cesado ni tampoco el hecho de que era la primera vez que delinquía. Lo que
no había advertido es que el código de 1929 no consideraba como atenuan-
te el delinquir por vez primera y por consiguiente la Corte no podía tener en
cuenta esta circunstancia. Por otra parte, la embriaguez no era un atenuante
sino un excluyente de responsabilidad penal, y solamente se admitía cuando
la ingestión de substancias enervantes o tóxicas hubiera sido de manera
accidental e involuntaria.26 En el caso de su hijo, se había demostrado que
estuvo embriagándose con sus amigos toda la tarde y que además lo hizo de
manera consciente y voluntaria.
El delito que cometió Álvarez ocurrió durante la vigencia del Código
Penal expedido en septiembre de 1929 y como tal fue juzgado con ese ins-
trumento. Pero al resolver la apelación, el Tribunal se ciñó al nuevo código
de procedimientos penales, que entró en vigor en 1931. En sentido estricto,
el código que debía aplicarse era el código Almaraz (1929), sin embargo, la
sala contempló las circunstancias del nuevo y éstas favorecieron en parte
el caso de Hesiquio, pues su pena fue disminuida a ocho años y seis meses
de prisión. A diferencia de Sara Chávez, éste no fue indultado, pero fue
absuelto de la reparación del daño debido a que la familia no interpuso la
demanda respectiva.

Hacia una nueva legislación, el código de 1931

Si bien el código de 1929 había contribuido a transformar los procedimien-


tos para la aplicación de la ley y la justicia, parece claro que por su orien-
tación positivista presentó muchas contradicciones y dificultades para el

26 C. P., 1929, art. 45.

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ejercicio de las garantías constitucionales y de una justicia expedita.27 La
comisión redactora, esta vez nombrada por el presidente Pascual Ortiz Ru-
bio y dirigida por el penalista José Ángel Ceniceros, presentó una propuesta
para superar los obstáculos del código Almaraz. El 14 de agosto de 1931,
el nuevo código penal entró en vigor y con él se pretendió: “Eliminar los
residuos de sistemas feudales […], y hacer leyes claras, prácticas y sencillas,
que no exageraran el academicismo”. Adaptar las leyes a las necesidades
y las aspiraciones reales (biológicas, económicas, sociales y políticas)”, no
sujetando “servilmente la ley a la realidad actual y a la fuerza de los hechos y
de las costumbres imperantes, porque eso sería fomentar el estancamiento,
el retraso y el retroceso, sino hacer de la legislación una fuerza viva y una
orientación de progreso social” (Anaya Monroy, 1956: 797-798).28
En la exposición de motivos, los redactores enfatizaban en la posición
ecléctica y pragmática que debía asumir la nueva codificación con el fin de
eliminar los problemas clásicos de la metafísica, es decir, -el origen de la
vida, fundamento de la existencia, libre albedrío, etc.,- y ocuparse mejor de
los instrumentos, métodos y acciones. Para estos juristas, era necesario pro-
curar la economía del pensamiento, la investigación de los problemas parti-
culares, y preferir las teorías precisas y claras a los enigmas insolubles, que
se orientaban hacia todo aquello que pretende aumentar el poder humano
de acción sobre el mundo. “Se trataba de escapar del dogmatismo unilateral
o del sectarismo estrecho de una escuela o de un sistema”.29
De acuerdo con Luis Garrido, tanto las críticas certeras, sobre el código
de 1929, como las infundadas inclinaron al gobierno a sustituirlo por otro de
27 Luis Garrido, “La política y la folosfía en el Código Penal de 1931”, p. 257.
28 Fernando Anaya Monroy, “El código penal de 1931y la realidad mexicana”, pp. 797-798
29 Exposición de motivos, Código Penal de 1931. El debate giró en torno del predominio de
los postulados de una u otra escuela en la concepción del delito y los delincuentes; en otras
palabras, en la nueva legislación no debían primar los principios de la escuela positivista de
derecho basados en la idea de que la tendencia a la criminalidad surgía de anomalías orgánicas,
que a mayor malformación corresponde mayor predisposición al crimen y mayor peligrosidad;
por tanto era necesaria mayor defensa de la sociedad y una actitud más drástica por parte de sus
jueces. O las ideas de la Escuela liberal de derecho la cual defendía el libre albedrío postulando
que todos los hombres tenían la misma posibilidad de elegir su camino u optar entre el bien y el
mal. El delincuente era visto como el individuo que de forma libre, consciente y voluntaria elegía
el camino del crimen y al hacerlo, rompía el acuerdo originario, “el pacto social”, cometiendo
una falta contra la comunidad en general la cual tenía derecho a castigar al transgresor; debían
ser juzgados con igualdad jurídica, sin distinción de clase y raza, y por tanto, se debía dar origen
a un sistema de justicia basado en el delito cometido y no en las características fisiológicas de
los delincuentes.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 109


orientación más moderna, principalmente con respecto al procedimiento arit-
mético de las penas y de sus grados, pues “era necesario derribar de nuestra ley
la mecánica mensuradora que, como dice Jiménez de Asúa, transforma al juez
en un autómata y por ese motivo no era posible volver al Código de 1871”.30
Desde este ángulo, delitos como el homicidio calificado fueron sancio-
nados con prisión de veinte a cuarenta años. Al homicidio simple inten-
cional se le imponían de ocho a veinte años de prisión; pero si el delito
se cometía en riña, se aplicaban de cuatro a doce años de cárcel; y si era
un homicidio ocasionado en un duelo, correspondía una sanción de dos
a ocho años. Para fijar la pena de un homicidio en riña se debía tomar en
cuenta el carácter de provocador o provocado, así como la mayor o menor
importancia de la provocación. Si en la comisión del delito se comprobaba
la participación de tres o más personas, todos debían ser juzgados por ho-
micidio simple. Si la víctima recibía una o varias lesiones mortales pero no
se comprobaba quién o quiénes las infirieron, a todos se les aplicaría una
sanción de tres a nueve años de prisión.
Así, en diciembre de 1934 cuando el Juez Mixto de Primera Instancia
de Coyoacán emitió sentencia en contra de Juan Cárdenas María por el
homicidio de Pedro Nava, estimó que de acuerdo con las circunstancias del
hecho, la sentencia sería de 4 años de prisión porque Juan había cometido
un homicidio en riña siendo éste el provocado. Además, tuvo en cuenta las
circunstancias exteriores de ejecución y las peculiaridades del delincuente.
En palabras del Juez de Primera Instancia de Coyoacán:

[…] Como queda comprobado en el proceso de instrucción en el cual varios testigos, entre
ellos el sub-delegado del pueblo, de los hechos y hasta los presenciales, aseguran que el
acusado es honrado, trabajador y enemigo de la ebriedad y la pendencia, […] acreditando
la reseña e informes respectivos que no ha tenido ingresos anteriores. Además, el acusado
es analfabeta, tiene veinte años de edad, es de humilde condición social y asegura que se
expresa difícilmente en castellano por hablar el otomí, siendo originario de San Miguel
Acambay, Edo. México. Teniendo en cuenta lo anterior se considera justo imponerle san-
ción de cuatro años de prisión en calidad de retención hasta la mitad más de su duración y
con derecho a libertad preparatoria.31
30 (Garrido, 1933: 258-259).
31 AGN, TSJDF, vol. 2665, exp. 551351, f. 56-58.

110 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Lo que no estaba claro era el móvil del crimen y por ello, en la apelación
que solicitó el defensor de Cárdenas ante el TSJDF el 30 de julio de 1935,
se lograron esclarecer los hechos que confirmaron la sentencia. Serían las
tres de la tarde del 4 de noviembre de 1933, cuando Juan Cárdenas terminó
de vender la leche en el pueblo de Topilejo y se dirigió a la cantina de don
Cleto Martínez para comprar unos cigarrillos. Al salir del establecimiento,
vio que se acercaban tres hombres en estado de ebriedad de los cuales
reconoció a uno de ellos. Se trataba de Andrés Reza, quien en compañía
de su primo Pedro Nava y Encarnación Villarreal, buscaban pleito. Pedro
Nava, en actitud desafiante, pidió a Cárdenas le invitara un litro de pulque,
según éste, estaba seguro que traía dinero; pero Juan se negó y le dijo que
no estaba acostumbrado a robar al prójimo. Nava se molestó aún más y
cuando Juan intentó subir a su caballo, éste lanzó un golpe con la mano
para tratar de derribarlo. Cárdenas se defendió, pero como era más fuerte
su contendor, no tuvo más remedio que sacar su pistola y dispararle. Pedro
Nava se logró incorporar y dio algunos pasos para caer muerto dos metros
más adelante. Mientras tanto, Juan Cárdenas sin saber que había asesinado
a su oponente, se fue en su caballo para ser aprehendido más adelante por
el subdelegado de Topilejo.32
A la declaración ante el juez, Juan llegó brutalmente golpeado por los
familiares del occiso, pero no se atrevió a denunciar el hecho por temor a
sus amenazas. Ante las evidencias, el juzgado consideró que se trataba de
una fuerte riña entre los involucrados, pero más tarde se comprobó con el
dictamen pericial que la contienda no le pudo haber ocasionado tales lesio-
nes al acusado. Los hechos no fueron claros hasta que se hicieron los careos
necesarios y se descubrió que antes de llegar al juzgado, los hermanos de
Nava tomaron la justicia por su propia cuenta. Por su parte, en la sanción
impuesta a Juan Cárdenas María de cuatro años de retención hasta la mitad
más de su duración, se le otorgó el derecho a la libertad preparatoria; es
decir, en menos de dos años, por su buen comportamiento y su capacidad
para controlar la pasión que lo llevó a delinquir, quedaría libre.
Sin duda, el código de 1931 concedió un mayor margen de decisión a los
jueces sin atender a valores preestablecidos; en vez de ello, se les permitió

32 Ibid., f. 23.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 111


elegir entre los límites establecidos por la ley para la aplicación de las penas
teniendo en cuenta: 1) la naturaleza de la acción u omisión de los medios
empleados para ejecutarla y la extensión del daño o peligro; 2) la edad, la
educación, ilustración, costumbres y conducta precedente, los motivos que
lo llevaron a delinquir y sus condiciones económicas; 3) la situación espe-
cial en que se encontraba en el momento de la comisión del delito, antece-
dentes y condiciones personales que pudieran comprobarse, así como sus
vínculos de parentesco, de amistad u otras relaciones sociales, la calidad de
las personas ofendidas y las circunstancias de tiempo, lugar y ocasión que
demostraran su grado de temibilidad. Los jueces también podían declarar
a los reos sujetos a la vigilancia de la policía y prohibirles ir a determinado
lugar, por ejemplo, trasladarse a otro municipio, distrito o estado, y más
aún, residir en él.
En el caso de Juan Cárdenas, parecía que la decisión de los magistrados
de la Sexta Sala del TSJDF, licenciados Norberto L. de la Rosa, Platón
Herrera Ostos y Luis G. Corona, le favoreció. No sólo por las buenas reco-
mendaciones de sus conocidos, sino quizás porque además representaba a
aquel grupo social a quien la Revolución le había hecho justicia.
A diferencia de José Gan Tang, ciudadano chino que en 1936 asesinó
con premeditación, alevosía y ventaja a su patrón Juan Chi Chang y a quien
la Quinta Corte Penal sentenció con todas las agravantes del caso a la pena
de 15 años de prisión. En efecto, cansado de la persecución que le hacía su
antiguo jefe Chic Chang, dueño del café “Juan Chic”, ubicado en el número
89 de la calle República de Argentina. José decidió comprar una pistola
marca “Thump” para acabar con la vida de quien lo había maltratado y
generaba intrigas que le impedían emplearse en otros establecimientos de
la zona. Carlos Díaz de León, uno de los testigos que estuvo en el lugar del
incidente declaró ante el Ministerio Público que:

[…] faltando diez minutos para las dieciocho horas del día 22 de enero del
presente año [1936], encontrándome en el interior del Café Chic, en uno de los
gabinetes acompañado de Ismael Barrera Contreras y Adalberto Vázquez, me di
cuenta cuando el acusado, el cual hoy sé que se llama José Gan Tang, se acercó
al propietario Juan Chic Chang y le hizo varios disparos por la espalda y a que-
ma ropa en el preciso momento en que éste servía el café con la mano izquierda.

112 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Inmediatamente saqué mi pistola para detener al culpable, pero este se echó a
correr en dirección al cine Alarcón, ubicado por la calle de Pino Suárez, frente al
cual lo alcancé quitándole la pistola con la que hizo los disparos allí […]33

En la indagatoria, José Gan Tang señaló que hacía como seis años conocía
a la víctima y que trabajó con él cinco años atrás hasta que tuvieron un dis-
gusto por el maltrato que éste le daba. Desde entonces, el dueño del café
se dedicó a propagar chismes que deterioraron la imagen del acusado ante
su comunidad. Más tarde, cuando el juez pidió a Gan Tang que ampliara su
declaración, por medio de un intérprete dijo que:

La pistola con la que quité la vida a Juan Chic la compr[é] desde hace un año
en una armería ubicada en una casa de la calle Pino Suárez, con el objeto de
defenderme porque él era mi enemigo. […] me maltrataba mucho, se burlaba,
me empujaba y regañaba s[ó]lo para fastidiarme, un día lleg[ó] hasta picarme las
nalgas[…] y desde entonces dejé de trabajar con él. Cuando sabía que estaba
trabajando para otras personas mandaba a alguno de sus amigos a averiguar
d[ó]nde trabajaba y una vez lo sabía, intrigaba para que me trataran mal mis
patrones. […] el día del incidente, yo estaba observándolo desde la ventana y
cuando Chic Chang se aproximó a la puerta del negocio, al primer reservado del
café, yo entr[é], saqu[é] la pistola que llevaba en la bolsa derecha del pantalón y
dispar[é] toda la carga.34

Para emitir el veredicto, el juez encontró que José llevaba diez años resi-
diendo en el país legalmente. Había llegado de Cantón, China en la época
en que tras la Revolución, la migración de asiáticos a México decreció y
después de que el Congreso emitió un decreto estipulando que las tiendas
chinas debían contratar un empleado oriental por cada nueve trabajadores
mexicanos (Gómez Izquierdo, 1991). Con 36 años de edad, era soltero y
budista, comerciante y vivía en la calle de José María Vértiz. Al calificar el
delito, el juzgado señaló que sin duda se trataba de un homicidio calificado
pero que por “los atenuantes de responsabilidad como la confesión del reo,
su incultura y falta de educación, su buena conducta anterior y particular-
33 AGN, TSJDF, v. 5142, exp. 413/1936, f. 2
34 Ibid., f. 12.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 113


mente su mentalidad oriental, en la que el concepto del bien y del mal tiene
raíces y manifestaciones inexplicables en nuestro medio, se le debía aplicar
una pena de 15 años de prisión”.35
Aunque los redactores del Código de 1931 no hablaron de determinis-
mo, enfatizaron en modificar la premisa: “no hay hombres sino criminales”,
por la de “no hay criminales sino hombres”. Basados en los postulados de
la escuela clásica, consideraban que el criminal era un individuo absoluta-
mente igual a aquél que no había delinquido, pues el delito por antisocial y
negativo que fuera, terminaba siendo un producto humano.36 No obstante,
pareciera que estas premisas no se reflejaron en el caso de José Gan Tang,
pues cuando su defensor apeló la sentencia por considerar que la pena era
exagerada y pidió se redujera al mínimo en vista de la sinceridad de la con-
fesión así como estimar que obró impulsado por las ofensas de la victima,
el Tribunal invocó el arbitrio judicial aduciendo que: “El agravio del de-
fensor no podía ser admitido ya que la ley concedía al juzgador la facultad
de señalar la pena dentro del máximu y mínimu fijado en la misma. Por lo
demás, se habían contemplado todas las circunstancias que concurrieron en
el proceso y por lo tanto, era la pena que justamente correspondía”. ¿Habrá
incidido en esta decisión, los prejuicios en torno a los chinos o la sinofobia
difundida en México tras la Revolución?
A pesar de todo José Gan Tang, fue absuelto del pago de la reparación
del daño en vista de que no fue determinado el monto del perjuicio que
ocasionó. En este sentido, a diferencia del código de 1871 sobre la respon-
sabilidad civil, los redactores del de 1931 señalaron que la reparación del
daño no solamente protegía también a la victima del delito –lo que la hizo
humana y moderna en este renglón– simplificando el procedimiento, sino
que hacía más efectiva la multa y por lo tanto garantizaba la compensación
del daño formando entre la civil y la penal, una sanción pecuniaria.37
Con todo, en el código quedó inscrito que el delito estaba determinado
por factores biológicos, psicológicos y sociales que se encontraban más allá de
la voluntad humana.38 Que el delito era un hecho contingente, resultante
de fuerzas sociales y la pena era un mal necesario, justificada por la inti-

35 Ibid., f. 39.
36 C. P., 1931, art. 7.
37 Ibid., art. 29.

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midación, la ejemplaridad, la expiación, pero fundamentalmente por la
conservación del orden social.

Reflexiones finales

Tras la Revolución, la ley y la justicia cobraron significado por la necesidad


de controlar el delito, definir las sanciones o los procedimientos hacia una
justicia expedita; pero también porque fue una forma de organizar, recons-
truir y mantener el poder en el proceso de institucionalización del Estado.
Por ello, la legislación penal de los años veinte y treinta introdujo una serie
de cambios importantes que incidieron en la práctica de la justicia y en la
construcción de la nación revolucionaria; no obstante, fue claro que en
la codificación prevaleció en esencia la estructura y el espíritu liberal del
código de 1871.
Por otra parte, del examen anterior se desprende que, más allá de las
modificaciones en la justicia penal, en el sentido de aumento de penas, ti-
pologías, supresión de la pena capital y desaparición del jurado popular, un
aspecto que se destaca de manera significativa es la ampliación del arbitrio
judicial o mayor capacidad de decisión de los jueces sobre las penas. Con
lo cual se puede sugerir que un mayor grado de arbitrio permitía un sistema
penal más sensible y por ello capaz de apuntalar la legitimidad del Estado
posrevolucionario.
Como en el caso del homicida Juan Cárdenas María o el de Sara Chávez
Cisneros, la justicia discrecional “paternalista” se expresaba como solución
ideal a los complejos y contradictorios problemas de legitimación genera-
dos por una sociedad heterogénea. En la práctica, tal como señala Robert
Buffington, el aumento del arbitrio formalizó la modalidad paternalista de
las relaciones Estado-ciudadanos, la cual maduraría con la consolidación del
gobierno de Lázaro Cárdenas y su Estado “papá” a fines de los años treinta.
Desde ese ángulo, otro aspecto que acompaña tal aseveración, fue la con-
sideración por parte de las comisiones de suprimir la pena de muerte, con lo
cual se redujo la capacidad “legal” de represión y castigo por parte del Estado.
Los redactores estaban seguros que la readaptación social del delincuente se
38 Ceniceros, José A.,“La escuela positivista y su influencia en la legislación penal mexicana”,
pp. 201-202.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 115


lograría introduciendo diversos recursos que en cantidad y calidad pudieran
emplearse para restaurar la personalidad del delincuente. Con un sistema
penitenciario óptimo y una buena educación, la pena de muerte era inne-
cesaria.
Finalmente, es importante señalar que a través de las voces de los ac-
tores de estos procesos, es decir, jueces, defensores y acusados podemos
percibir en menor o mayor medida, la influencia que la Revolución tuvo
en la conciencia, en la cultura y la manera en que quedó en el imaginario
colectivo cuando los acusados apelaron al indulto, como en el caso de
Chávez; cuando el juez consideró las peculiaridades de Cárdenas o de Ál-
varez y asimismo cuando la corte señaló que por sus condiciones, la pena
era adecuada para el chino. Con todo, recurrieron a un lenguaje común
para buscar, de una u otra manera, la legitimidad de la Revolución cuya
promesa era la de una justicia social para todos los ciudadanos.

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Siglas

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