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Para ese momento y en los términos de epoca, 1900, era necesario homogenizar y
establecer la nación en apogeo y se señalaba la existencia de la República del Perú
desde siempre, olvidando que es un abstracto jurídico en continua construcción. En
ese discurso, la única posibilidad de narración de un proceso histórico de
dimensiones como la independencia era tan sólo desde la capital de este país que,
para ese momento, era inexistente tanto en la realidad histórica -porque se termina
de construir como república mucho después de 1821- como en el imaginario ahora
nacional: la gente poco o nada sabía de lo que iba a devenir lo que vivía.
Prácticamente como nosotros ahora que no sabemos muy bien los cambios que se
están dando y se opta socialmente por lo conocido, por la continuidad.
Ya solo este esquema resulta vitalizador para la comprensión del proceso separatista,
emancipador e independentista de la hoy república del Perú. Si eso se combina con
las nuevas cuanto interesantes percepciones de cultura política tal como Peralta las
establece, podemos entender cómo y por qué se expanden las ideas insurgentes por
todo el territorio hispanoamericano. Las ideas fluyen en la misma medida que fluye
la gente y en sociedades orales y ágrafas como las nuestras, poco se teoriza pero
mucho se piensa, se conversa y sobre todo se actúa.
Por eso, resaltan las ideas que se trabajan en este texto. La gente de la intendencia
de Trujillo y de las zonas bajo su influencia, como toda aquella que participa de la
familia americana de la monarquía española, está viviendo enfáticamente los
procesos en su entorno en la vuelta del siglo XVIII al XIX y por supuesto, la
independencia: son activos comerciantes que se mueven por un mercado interno
virreinal. Un mercado no percibido pero presente y vital, no quizás bajo el sentido
capitalista, pero donde la circulación de productos es enorme, está presente un
volumen considerable de mano de obra y donde las ideas corren rápidamente.
En todo caso, es muy interesante pensar a don Luis José de Orbegoso y Moncada.
Perteneciente a la “nobleza” trujillana, no sabemos lo que piensa pero si que tiene
dos brazos económicos uno por la costa y sierra de Lambayeque pero el otro,
particularmente en Huamalíes. Desde aquí, dos aristas de reflexion: primero, la
relación de Orbegoso con los indios de la costa y sierra trujillana -incluso con
Ninavilca más al sur- pero luego porque, curiosamente, Huamalíes fue la zona a
donde llegaron Castelli y Belgrano. ¿Tendrá alguna relación con este noble converso
liberal? Sólo Díaz Pretell lo puede responder.
Si vemos a los de arriba, hoy sabemos incluso por experiencia directa por lo que se
vive, que los de abajo son los más importantes. El problema del no pago de tributos,
la ruptura del orden burocrático eclesial- regular... ¿cuanto de los problemas de
Huambos o Chota en 1815 se podría deber a la presencia quizás indirecta de Castelli
en la zona para 1814?. Interesante el trabajo de Diéguez que, al mencionar
coyunturalmente a Otuzco, me recuerda su interés por Huamachuco y me hace
preguntarme por las relaciones y ordenamiento trujillano al otro lado de la cordillera;
probablemente esta ciudad y su espacio habían recuperado su otrora importancia
prehispánica, el punto de entrada a la selva.
Crucemos la información, los indios por la sierra hacia la ceja de selva y además, la
sierra como el escape posible a los eventos. Por la costa, todos se la juegan por los
independentistas; como digo, no es una casualidad que primero San Martín y luego
Bolívar intenten llegar o lleguen a Trujillo. Indios y criollos emergentes están
dispuestos a izar la bandera republicana (aún no creada). Incluso con la publicación
del cuestionario de las Cortes de Cádiz de 1812, Castañeda hace notar la importancia
visible de la población indígena en la etapa. Aunque la pregunta es si por indígena o
por sector popular, en realidad.
Claro que el problema del norte es como entendemos a los indios desde lo que
normalmente se maneja en la historia del Perú. Porque son indios blancos. Bajo
nuestro esquema biologicista aún vigente, indio solo es el que tiene la piel cobriza.
Pero estamos ante indios blancos; españoles y descendientes, que se establecieron
en la zonas alejadas pero de buena tierra y que simplemente tomaron las
costumbres locales nativas para sobrevivir aunque ciertamente las mestizaron en
algo con las suyas. Los blancos de las sierras norteñas del Perú no son los criollos
chapetones capitalinos, urbanos y limeños; baste ver a los quechuahablantes
huanuqueños de pelo rubio, mejillas rosadas y ojos verdes y azules.
Una simple y rápida revisión del texto como la realizada, nos permite matizar desde
ya los discursos sobre la independencia para unos concedida, conseguida o
concebida, como magistralmente resumen Contreras y Glave; concertada como
también señala Glave, o quizás más bien, en lo que viene trabajando Martínez, una
independencia inevitable. En todo caso, fuera cual fuera la situación, las regiones en
ese momento, la gente que vivía bajo las intendencias, partidos, capitanías,
audiencias y virreinatos de la monarquía hispánica tomaron decisiones familiares y
colectivas desde su comunidad, sus pueblos, sus países. Y por tanto, bajo esta
posición, es posible afirmar totalmente que Trujillo fue la capital de la independencia
del Perú.