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Trujillo, Capital de la independencia.

Susana Aldana Rivera

Cuando fue la presentación en Lima, me interesó rescatar más que la información


del libro, el título y la construcción del mismo. En este libro se reflejan dos lecturas
posibles: una del pasado y la otra del presente. Y opte por reflexionar sobre el
presente, cómo por la construcción de un metarelato histórico nacional fundado
desde algunos nombres y fechas, simplemente se había obviado que los procesos
históricos son vividos por todo hombre y mujer que vive ese momento dado y no
sólo por los limeños, los capitalinos y los “peruanos” en abstracto. Una reivindicación
constantemente presente en las provincias y el interior del Perú siempre a la busca
de la identidad pero que en Lima ni se toma en cuenta.

Para ese momento y en los términos de epoca, 1900, era necesario homogenizar y
establecer la nación en apogeo y se señalaba la existencia de la República del Perú
desde siempre, olvidando que es un abstracto jurídico en continua construcción. En
ese discurso, la única posibilidad de narración de un proceso histórico de
dimensiones como la independencia era tan sólo desde la capital de este país que,
para ese momento, era inexistente tanto en la realidad histórica -porque se termina
de construir como república mucho después de 1821- como en el imaginario ahora
nacional: la gente poco o nada sabía de lo que iba a devenir lo que vivía.
Prácticamente como nosotros ahora que no sabemos muy bien los cambios que se
están dando y se opta socialmente por lo conocido, por la continuidad.

Desde esta visión el libro, Trujillo, Capital de la independencia, resulta sumamente


interesante porque establece la vitalidad, cotidiana y continua, de la región del hoy
norte peruano, capitaneado por Trujillo, en ese momento capital de la intendencia
del mismo nombre y cuya influencia sobrepasaba largamente los marcos de ese
espacio; por eso, prefiero hablar de una gran región que abarcaba el norte del Perú y
el sur de Ecuador.

Si reflexionamos sobre la información del pasado presentado en el libro, se ve que la


actividad mercantil fue fundamental para la definición y redefinición de la región: en
ella, el intercambio fue siempre importante primero, como dones y contradones -no
muy bien conocida- y luego redimensionada por los españoles con su sistema de
mercado, elementos que potenciaron una rica cuan compleja fusión cultural que
sustentó redes humano- mercantiles construidas sobre nodos parentales y
económicos. Redes que no sólo se hicieron por tierra y de muy largo aliento y
territorio sino también por mar, cruzando el subcontinente y llegando al Caribe, la
meca mercantil del norte y el gran norte sudamericano.

Un lugar donde se cruzaban los intereses de los circuitos comerciales tradicionales


de Lima a España que amarraban en Panamá y Cartagena, como demuestra Suárez,
pero también los construidos de nuevo cuño, con nuevos agentes sociales, desde
nuevos puntos urbanos- regionales, con muchos reinos no-españoles y que confluían
en ese espacio. La vitalidad humana y económica del Caribe es sorprendente en la
época y no resulta alejada del Perú, al menos del norte peruano: las relaciones
socio-económicas son tan fuertes y tan diversas tanto de ida como de vuelta de ese
hub caribeño que se puede afirmar que Bolívar en estas tierras trujillanas y peruanas
no fue una casualidad -como tampoco la de San Martin, dicho sea de paso, solo que
el eje es menos visible pero está presente a la espera de ser trabajado.

Ya solo este esquema resulta vitalizador para la comprensión del proceso separatista,
emancipador e independentista de la hoy república del Perú. Si eso se combina con
las nuevas cuanto interesantes percepciones de cultura política tal como Peralta las
establece, podemos entender cómo y por qué se expanden las ideas insurgentes por
todo el territorio hispanoamericano. Las ideas fluyen en la misma medida que fluye
la gente y en sociedades orales y ágrafas como las nuestras, poco se teoriza pero
mucho se piensa, se conversa y sobre todo se actúa.

Por eso, resaltan las ideas que se trabajan en este texto. La gente de la intendencia
de Trujillo y de las zonas bajo su influencia, como toda aquella que participa de la
familia americana de la monarquía española, está viviendo enfáticamente los
procesos en su entorno en la vuelta del siglo XVIII al XIX y por supuesto, la
independencia: son activos comerciantes que se mueven por un mercado interno
virreinal. Un mercado no percibido pero presente y vital, no quizás bajo el sentido
capitalista, pero donde la circulación de productos es enorme, está presente un
volumen considerable de mano de obra y donde las ideas corren rápidamente.

Ideas que Coronado y Montoya puntualizan: el primero, Coronado, siguiendo la


perspectiva de la historia conceptual, nos va desenvolviendo las múltiples
acepciones que va tomando el concepto de patria. Mientras que Montoya discurre
sobre las ideas de la soberanía y el territorio en el marco de los intereses norteños y
el accionar capitalino peruano de José de la Riva-Aguero. Chigne demuestra
trabajando puntualmente los hechos históricos de la indepedencia de Trujillo en sus
los clásicos momentos de 1808 a 1815, de 1815 a 1820 y posteriormente de aquí a
1824: las ideas que se manejan para la historia del Perú también cala en la
intendencia.

La presencia de prohombres regionales es importantísimo. Más allá de las acciones y


la participación individual suponen intereses regionales que comparten aunque no
sean conscientes de ello: el norteño se constituye en este momento y tiene una
forma de ver el accionar del comercio, de la razón aplicada y de la ciencia. Hipólito
Unánue y Faustino Sánchez Carrión no son excepciones a la regla, su accionar y
pensamiento se enmarca en el de muchos otros jóvenes de época; como demuestra
Betancurt, la historia los potencia y son magníficos legisladores y ordenadores de la
etapa republicana inicial y reflejan el sentir y el accionar de una generación.
Interesante el tema educativo y nos preguntamos con Quiroz, ¿será que el Colegio
Seminario fue como el Convictorio de San Carlos un semillero de revolucionarios?
¿Cuál fue la educación de esta generación de próceres y prohombres de la
independencia trujillana? ¿Sólo hay pequeñas escuelas de primeras letras? Mucho
falta para saber lo que la gente estudiaba en el momento. Pero quizás más peso
tenían los saberes y los pensamientos construidos en la interacción humana.

En todo caso, es muy interesante pensar a don Luis José de Orbegoso y Moncada.
Perteneciente a la “nobleza” trujillana, no sabemos lo que piensa pero si que tiene
dos brazos económicos uno por la costa y sierra de Lambayeque pero el otro,
particularmente en Huamalíes. Desde aquí, dos aristas de reflexion: primero, la
relación de Orbegoso con los indios de la costa y sierra trujillana -incluso con
Ninavilca más al sur- pero luego porque, curiosamente, Huamalíes fue la zona a
donde llegaron Castelli y Belgrano. ¿Tendrá alguna relación con este noble converso
liberal? Sólo Díaz Pretell lo puede responder.

Si vemos a los de arriba, hoy sabemos incluso por experiencia directa por lo que se
vive, que los de abajo son los más importantes. El problema del no pago de tributos,
la ruptura del orden burocrático eclesial- regular... ¿cuanto de los problemas de
Huambos o Chota en 1815 se podría deber a la presencia quizás indirecta de Castelli
en la zona para 1814?. Interesante el trabajo de Diéguez que, al mencionar
coyunturalmente a Otuzco, me recuerda su interés por Huamachuco y me hace
preguntarme por las relaciones y ordenamiento trujillano al otro lado de la cordillera;
probablemente esta ciudad y su espacio habían recuperado su otrora importancia
prehispánica, el punto de entrada a la selva.

Crucemos la información, los indios por la sierra hacia la ceja de selva y además, la
sierra como el escape posible a los eventos. Por la costa, todos se la juegan por los
independentistas; como digo, no es una casualidad que primero San Martín y luego
Bolívar intenten llegar o lleguen a Trujillo. Indios y criollos emergentes están
dispuestos a izar la bandera republicana (aún no creada). Incluso con la publicación
del cuestionario de las Cortes de Cádiz de 1812, Castañeda hace notar la importancia
visible de la población indígena en la etapa. Aunque la pregunta es si por indígena o
por sector popular, en realidad.

La afirmación puede comenzar a ser desbrozada a partir de las posiciones de


Quesada: los soldados son la carne de cañón de las batallas pero suelen provenir de
sectores sociales populares y tienen que comer, vestirse, curarse y abrigarse. Quizás
el famoso Hospital de Guadalupe desaparecido recién en los años de 1970 se
constituyó gracias a que el pueblo de Guadalupe se convirtió en el reducto del
ejército patriota -que se ubicó físicamente en los términos del Santuario. La vida
cotidiana de una ciudad en guerra o sitiada por la guerra.

Claro que el problema del norte es como entendemos a los indios desde lo que
normalmente se maneja en la historia del Perú. Porque son indios blancos. Bajo
nuestro esquema biologicista aún vigente, indio solo es el que tiene la piel cobriza.
Pero estamos ante indios blancos; españoles y descendientes, que se establecieron
en la zonas alejadas pero de buena tierra y que simplemente tomaron las
costumbres locales nativas para sobrevivir aunque ciertamente las mestizaron en
algo con las suyas. Los blancos de las sierras norteñas del Perú no son los criollos
chapetones capitalinos, urbanos y limeños; baste ver a los quechuahablantes
huanuqueños de pelo rubio, mejillas rosadas y ojos verdes y azules.

Una simple y rápida revisión del texto como la realizada, nos permite matizar desde
ya los discursos sobre la independencia para unos concedida, conseguida o
concebida, como magistralmente resumen Contreras y Glave; concertada como
también señala Glave, o quizás más bien, en lo que viene trabajando Martínez, una
independencia inevitable. En todo caso, fuera cual fuera la situación, las regiones en
ese momento, la gente que vivía bajo las intendencias, partidos, capitanías,
audiencias y virreinatos de la monarquía hispánica tomaron decisiones familiares y
colectivas desde su comunidad, sus pueblos, sus países. Y por tanto, bajo esta
posición, es posible afirmar totalmente que Trujillo fue la capital de la independencia
del Perú.

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