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La declaración "amarás a tu prójimo como a ti mismo" no es un comando para

amarse a sí mismo. Es natural y normal quererse a sí mismo, es nuestra


posición predeterminada. No hay falta de amor propio en nuestro mundo. El
mandamiento "amarás a tu prójimo como a ti mismo", esencialmente nos está
diciendo que tratemos a otras personas, así como nos tratamos a nosotros
mismos. La escritura nunca nos manda a amarnos a nosotros mismos; se da
por sentado que ya lo hacemos. De hecho, las personas en su estado no
regenerado se aman demasiado a sí mismos; ese es nuestro problema.

En la parábola de Jesús del buen samaritano, sólo hubo uno que demostró ser
un verdadero prójimo para el hombre en necesidad: El samaritano (Lucas
10:30-37). Hubo otros dos, un sacerdote y un levita, que se negaron a ayudar
al hombre necesitado. Su fracaso para demostrar amor al hombre herido, no
fue porque ellos a sí mismos se amaban muy poco; fue el resultado de amarse
a sí mismos demasiado y, por tanto, poner sus intereses en primer lugar. El
samaritano demostró un verdadero amor, dio de su tiempo, recursos y dinero
sin pensar en sí mismo. Su enfoque era externo, no interno. Jesús presentó esta
historia como una ilustración de lo que significa amar al prójimo como a uno
mismo (Lucas 10:25-29).

Tenemos que quitar nuestros ojos de nosotros mismos y cuidar de otros. La


madurez cristiana lo exige. "Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes
bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él
mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo
de los otros" (Filipenses 2:3-4). Según este pasaje, amar a los demás requiere
de humildad, además de valorar a las personas, y hacer un esfuerzo consciente
para poner en primer lugar los intereses de los demás. Cualquier cosa menos
que esto es egoísta y vano, y cae por debajo de la norma de Cristo.

¿Qué dice en Filipenses 2 3?


3 Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien, con
humildad, aestimando cada uno a los demás como superiores a sí mismo; 4 no
mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los
otros.
Debemos amarnos a nosotros mismos. Es normal hacerlo. Y no vamos a ser
capaces de amar a otras personas si no lo hacemos. El pecado de amor propio
es cuando el amor por nosotros mismos es excesivo y exclusivo. Es pecado
cuando nos amamos a nosotros mismos más que a otros, y sobre todo más que
a Dios. Este es el más feo de todos los pecados. Es el peor de los pecados.

“Habrá hombres amadores de sí mismos” (II Timoteo 3:2).

I. Primero, el amor propio es el peor pecado de todos porque es el primero en la lista de


pecados hoy en día.

“También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque
habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos,
desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores,
intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados,
amadores de los deleites más que de Dios” (II Timoteo 3:1-4).

Estos pecados malvados son la causa de la terrible ferocidad de nuestros días. El amor
propio aparece en primer lugar, mostrando su gran papel en el espíritu de nuestra época.
Pero también aparece en primer lugar porque es la causa de todos estos otros pecados.

¿Cómo puede el amor a algo llevar a tal fiereza? Eso es porque la persona que se ama a sí
mismo por encima de todos los demás hará casi cualquier cosa para complacerse a sí
mismo, aunque sea a costa de perjudicar a otros. Él amará las cosas que le agradan. Y
aborrecerá las cosas que le desagradan. Por ejemplo, el segundo pecado, “avaros”, podría
ser traducido como “amadores de la plata [dinero]”. “Aborrecedores de lo bueno” también
puede ser traducido, “no aman lo bueno”. Y esta lista termina donde empezó – “amadores
de los deleites más que de Dios”. Todos estos pecados están motivados por el pecado de
amor propio.

El pecado de amor propio es el pecado de egoísmo. Es el pecado que está en su ley y todo
lo demás toma un segundo lugar. Toma cualquier pecador en la Biblia, y se puede ver
fácilmente cómo el egoísmo jugó un papel clave en su caída. Considera cómo el
pecaminoso amor propio de Caín lo llevó a matar a su hermano. La Biblia dice, hablando
de la actitud de Dios hacia Caín:

“Pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y
decayó su semblante” (Génesis 4:5).
Caín se sintió ofendido de que Dios respetara la ofrenda de Abel pero no la suya. Caín le
ofreció a Dios la obra de sus manos. Estaba orgulloso de lo que había hecho. Por otro lado,
Abel fue a Dios como un humilde pecador y trajo un sacrificio de sangre por su pecado.
Cuando Dios rechazó la ofrenda de Caín, se sintió irrespetado por Dios. Y su amor propio
era tan grande que no iba a admitir su pecado. Él no podía aceptar una vista inferior de sí
mismo. Él prefirió matar a su hermano que humillar su corazón y perder la autoestima.

Considera la gente en el tiempo de Noé.

“Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de
los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5).

¿Cuáles fueron los pensamientos de estas personas, que era de continuo solamente el mal?
Sus pensamientos eran sólo sobre ellos mismos, sus propias vidas. No tenían pensamientos
de Dios. Eran egoístas y estaban llenos de amor propio.

Considera la gente que construyó la Torre de Babel. Su motivación en construir la torre era
completamente de amor propio. Ellos dijeron: “Hagámonos un nombre” (Génesis 11:4).
Ellos no estaban interesados en exaltar el nombre de Dios al hacer un nombre para ellos
mismos. ¿Y estás más preocupado por hacer un nombre para ti mismo que el nombre de
Dios sea glorificado? ¿Es tu motivación en la vida promoverte a ti mismo o promover la
gloria de Dios?

Contrasta el pecado del amor propio con el verdadero amor del Cristiano. El amor propio
del pecador es impaciente con éxito y es a veces mezquino. El amor del Cristiano “es
sufrido, es benigno”. El amor propio del pecador se preocupa en gratificarse a sí mismo. El
amor del Cristiano “no tiene envidia”. El amor propio del pecador está lleno de orgullo. El
amor del Cristiano “no es jactancioso, no se envanece”. El amor propio del pecador se
ocupa de sí mismo. El amor del Cristiano “no busca lo suyo”. El lema del Apóstol Pablo
fue: “No yo, sino Cristo” (Gálatas 2:20). Pero el tuyo en efecto es: “No Cristo, sino yo”.

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