Está en la página 1de 12

Una perspectiva general de la música

Tratado de musicología (España/Argentina)


© 1994 Josep Marc Laporta

«Por lo general, la pintura, la escultura


o el drama imitan la naturaleza, pero
¿qué imita la música?. Seguro que la
música está imitando la forma
en que el mundo cambia con el tiempo»
-Paul Sherman-

Adentrarnos en el vasto y amplio arte de la música necesita de un esmerado esfuerzo de


aproximación general. Es posible que al acercarnos a los sucesos, materias de estudio o
aspectos cotidianos desde una condicionada perspectiva perdamos gran parte de la
riqueza que internamente posee. Existen otros lados del dado que aunque no son tan
popularmente conocidos, resultan interesantes y útiles para una adecuada comprensión
global. Con la música sucede algo similar. Conocemos varios aspectos que son muy
importantes en su incidencia artística, pero muchas veces se nos escapan datos y valores
que también configuran su expresión. Pero en este tratado, no pretendo cumplir con la
exigencia de aportar todas y cada una de las perspectivas que configuran la música, mas
bien propongo hacer una genérica aproximación al tema central desde distintos caminos.
La finalidad de ello será: proporcionarnos una mejor comprensión de la tensión a la que
está sujeta la música. Tensión entre el beneficio y la manipulación.

1- Alguien la quiso definir

Durante siglos, multitud de autores, filósofos y pensadores han aportado excelentes


frases y máximas supremas con la intención de definir la música. Dichas descripciones
han acercado la magnitud de este arte a los libros de historia y a los anales del arte. No
obstante, y a pesar de tantos proyectos y ensayos en explicar lo inexplicable, pareciera
como si el arte musical fuera indescriptible.

Es indudable que el acercamiento a la música desde las distintas disciplinas humanas


proporcionarán dispares perspectivas sobre su incidencia e importancia. Posiblemente el
físico se acercará observando los atributos objetivos del hecho sonoro en sí mismo,
definiéndolas de acuerdo a relaciones estructurales y organizativas de los sonidos. Por
su parte, el psicólogo se fijará en cómo estos atributos físicos y objetivos del sonido
actúan en el músico y en el receptor. El antropólogo, buscará los orígenes de la música
en cada cultura, definiéndola en un concepto universal; a lo que el sociólogo concretará
los roles de la música en la sociedad, describiéndola en virtud de su significado social.
Sin duda el filósofo comparará la música con el lenguaje, con la comunicación y con las
demás artes, estableciendo un criterio estético entre todas. Pero el matemático
establecerá rigurosamente el orden temperado y tonal, buscando los atributos numéricos
de la música. No obstante el poeta será menos aritmético y buscará palabras y
sentimientos que descubran la espiritualidad del arte musical.

Encontrar una sola manera de acercarse al tema puede resultar extremadamente difícil, y
definirla en una frase casi imposible. Realmente, la definición en si misma muchas
veces se puede convertir en un corsé para una plena comprensión. Pero a pesar de ello,
la definición es una propuesta de comprensión. Una propuesta que acercará más o
menos la esencia básica de la música, pero que indudablemente nos proporcionará
nuevos detalles de ella.

El poeta francés Henri Rousseau define la música como¨el arte de agrupar los sonidos
de forma agradable al oído¨, mientras que para Abraham Moles es ¨ un conjunto de
sonidos que no debe ser percibido como resultado del azar¨. Si el filósofo alemán Arthur
Schopenhauer afirma que ¨la música expresa lo que hay de esencial en el mundo¨, su
aseveración no dista demasiado de la tesis del poeta Charles Baudelaire: ¨la música nos
habla de nosotros mismos y nos explica el poema de nuestra vida; se incorpora a
nosotros mismos y nos lleva a fundirnos con ella¨.

Por su parte el novelista español Pío Baroja asevera: la música es un arte que está fuera
de los límites de la razón¨, a lo que Felix Mendelssohn en su tiempo afirmó:¨este es un
arte más preciso que la palabra y querer explicarlo con palabras es oscurecer su sentido
genuino¨. Tal vez Beethoven pudiera complacernos con su pensamiento:¨la música es
una revelación más alta que ninguna filosofía¨, aunque es posible que el filósofo alemán
F. W. Nietzsche no estuviera del todo de acuerdo: ¨la música emancipa el espíritu, da
alas al pensamiento. ¨Se es filósofo en la medida que se es músico¨. No obstante, su
compatriota G. W. Hegel aportaría su especificación: ¨la música sería el lenguaje ideal
de la filosofía si se pudiera pensar con sonidos en vez de pensar con palabras¨.

Si el concepto filosófico ha rondado en la definitiva descripción , la evocación poética


también se expresa, especialmente en Robert Schumann: ¨La música es el efluvio de una
mente hermosa¨. Y el compositor Von Weber determina: ¨El arte musical es el amor
mismo¨. A lo que el poeta norteamericano Henry Longfellow sugiere:¨La música es el
lenguaje de los ángeles¨, y el historiador inglés Gordon Childe apunta: ¨Este arte es una
profecía de lo que la vida ha de ser, el arco iris de la promesa que pasó de la vista al
oído¨. Pero tal vez el más rapsoda sea el escritor alemán Jean Paul Richter que define:
¨La música es la poesía del sonido¨, aunque el violinista y compositor Louis Spohr
sintetiza por los mismos cauces: ¨La música es la consagración del sonido¨.

El autor de ¨El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha¨, Miguel de Cervantes,


también trató de encontrar una adecuada aproximación literaria y espiritual: ¨la música
compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu¨. Junto a
él, el escritor J. Wassermann, pareciera discurrir por las mismas sendas al exclamar
que¨la música es el paraíso del alma¨. A lo que el vigoroso Richard Wagner certificaría:
¨este arte de las artes expresa lo eterno y lo ideal¨. Mientras que en su tiempo, el filósofo
griego Platón aseguró:¨La música no fue dada a los hombres solamente para agradar sus
sentidos, sino más bien para aliviar las cargas de sus almas¨. Pero tal vez es el poeta
inglés Joseph Addison quien parece sintetizar mejor el espíritu de este arte: ¨La música
es un reflejo del cielo en la tierra¨.

Realmente todas las descripciones catalogadas tienen su parte de acierto. Es difícil, y


por otro lado muy particular, encontrar una definición absoluta, pero pese a las
dificultades podemos concretar que este arte de las artes tiene mucho de excelente,
notable de sublime, bastante de comunicativo, algo de filosofía, considerable de
espiritual, variado en introspección y máximo de divino. Decidirse por una de ellas es
casi imposible, pero, a pesar de ello, sí que podemos atisbar la inmensa ascendencia e
implacable influencia en la historia.
2- Breve mirada al pasado más lejano

En la época antigua (incluso en ciertas civilizaciones primitivas de nuestros días), la


música constituía la esencia de la más alta sabiduría social. Ser tañedor significaba
gozar de las más espléndidas atenciones y su oficio era considerado muchas veces como
el sonido de los dioses. Ya en la arcaica cultura maya, así como en las posteriores azteca
e incaica, la música estaba indisolublemente unida al baile para la relación con los
dioses. Los instrumentos, que eran básicamente de percusión (exceptuando el caracol),
tenían la finalidad de mover a la danza, produciendo muchas veces una hipnosis
colectiva. Cuando sonaba la música y danzaban, la función principal de ésta consistía en
que los bailarines y los espectadores alcanzaran una comunión mística con el propio
dios.

En la China milenaria se reproducen las mismas coordenadas generales. Este arte se


convierte en centro social y espiritual. En el Memorial de Ritos de esta cultura, aparece
una singular doctrina que a través de la música acerca la humanidad a las divinidades:
¨los sonidos claros y sencillos representan el cielo; los amplios y fuertes representan la
tierra¨. La descripción es más extensa, pero esta reseña es suficiente para mostrar los
principios ideológicos y místicos de aquella civilización. Hasta tal punto deseaban
explicar con la música la divinidad y la humanidad que hasta los laúdes chinos y
orientales describen la caja de resonancia con dos nombres: el cielo y la tierra. La
abovedada era el cielo, la plana la tierra. Observándolo desde otra perspectiva, la música
era el lenguaje de los dioses y de los hombres. Incluso tocar en ciertos trastes era -y
sigue siendo- símbolo místico de música terrenal o celestial.

En otra cultura, en la India, se admitió como dogma que toda gran divinidad había
inventado un instrumento musical propio. Es decir, cada dios tenía un instrumento que
le pertenecía, que habría creado o inspirado. También fue aceptado que cada nota
musical de su escala significaba una asociación de ideas con cada escalafón de la
jerarquía civil. Cuanto más alto era el grado social, más aguda sería la nota, hasta llegar
a la divinidad. Es por ello que las religiones hindús otorgan a los tañedores capacidad de
acercarse a las divinidades, o sea, mediar entre el oficiante y el dios venerado, lo cual
hizo considerar a la música como el arte divinizador.

Por su parte, en el Africa ¨negra¨, la música es una rica confluencia de razas y culturas.
Las tribus nómadas o seminómadas utilizaron una música primitiva con una simplicidad
muy elemental: el ritmo. El tam-tam del tambor no solo manifiesta una manera de
expresión del continente, sino que además es una distinción entre las diferentes tribus.
Cada comunidad lo utiliza como si fuera un lenguaje distintivo entre ellas, otorgándole
una singular expresión para sus relaciones festivas, religiosas y de intercomunicación.
Además del ritmo, el canto es una las características de sus pueblos. En él se mezclan
una especie de grito o gemido gutural y una melodía simplista. Ello, junto al
movimiento rítmico, produce una uniformidad de comportamiento social: bailando,
saltando, invocando o expresándose interrelacionalmente.

Haciendo un salto hacia otra época, en las antiguas tribus Indias de Ontario y el río
Rojo, habían ciertos individuos que eran al mismo tiempo hechiceros, sacerdotes,
profetas y maestros de música. Poseían amplios conocimientos de las virtudes curativas
de las plantas y las raíces, aplicándolas solamente cuando hacían los encantamientos
mientras que sonaban los cantos especiales, los cuales, según ellos, acababan de dar
eficacia al ritual. Esos cantos eran exclusiva propiedad de los hechiceros y nadie los
podía utilizar, pues eran los que otorgaban el poder de sanar.

Volviendo a la antigüedad y a un entorno más occidental, en Egipto, los intérpretes eran


realmente los benefactores de la sociedad. Sus melodías proporcionaban al pueblo la
ocasión de reencontrarse con lo superior, con lo infinito, y en definitiva, con ellos
mismos. En la corte faraónica todo tañedor tenía derecho a solicitar comida y goces
eróticos antes y después de sus largas interpretaciones, al tiempo que eran considerados
como miembros de primer orden. Sus condiciones de trabajo distaban mucho de
cualquier otro egipcio, y nunca podían ser relegados a otro servicio menos valorado, aún
cuando tuvieran enfermedades o no pudieran interpretar por cualquier mutilación o
deficiencia posterior. Con ello, se significaba al músico, relacionando su actividad con
la espiritualidad de su música. Los sacerdotes egipcios también participaban
musicalmente pues cantaban cuatro veces al día: al salir el sol, al mediodía, al ponerse
el sol, y en la noche.

En el pueblo hebreo, muchas de las connotaciones de orden y correlación social de la


organización levítica, tienen como inmediata referencia lo que Moisés pudo conocer en
la corte de Faraón y que posteriormente podría haber transmitido. Aspectos como que
los cantores fueran jefes de las familias de los levitas o la estructura funcional,
concuerdan exactamente con el sistema egipcio. En la corte faraónica, los intérpretes
eran los principales de las familias más nobles y las tareas eran repartidas por grupos
rotativos, al tiempo que la enseñanza era transmitida por medio de maestros y
directores. Más tarde, los hebreos dispusieron en parecidas coordenadas. No obstante,
otros aspectos son diametralmente opuestos. Algunos de ellos, y más evidentes, son la
dedicación y limpieza en el ministerio. Mientras los tañedores egipcios disponían de
total libertad para estar en todos los lugares donde Faraón se hallara, los cantores levitas
tenían restringidos sus accesos al lugar Santísimo y a cualquier contacto físico con el
sacerdocio. Si para el israelita, ministrar en el tabernáculo o en el templo significaba
previamente preparación de espíritu y limpieza de manos y pies, para el egipcio, los
ropajes excepcionales y una actividad musical ociosa y subliminal le convertía en el
centro de la religiosidad. Pero tanto en un caso como en otro, aunque con amplias
diferencias, la música formaba parte ineludible del acercamiento popular a la divinidad
además de ser una célula básica en la comunicación social. Siglos después, en la
deportación, tres jóvenes hebreos conocerían la música babilónica, cuando en el relato
de la adoración de la estatua de oro son ordenados por Nabuconodosor a postrarse al
¨son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de
todo instrumento de música¨. Sadrac, Mesac y Abed-nego no consienten y son echados
en un horno de fuego ardiendo saliendo ilesos por la protección de un ángel (Dan. 3).

En la Grecia de ¨los siete sabios y de los mil artistas¨, la música se convirtió


rápidamente en una de las artes de mayor crecimiento y belleza. Interseccionada con
otras, su acción se desarrolló desde la vertiente literaria, poética y lírica, hasta en
representaciones trágicas, plásticas y de comedia popular. Generalmente, la cultura
helénica es valorada en la historia por la capacidad de popularizar la música. Tal fue ese
saber hacer, que curiosamente la música vocal, ya fuera en solistas o masas de conjunto,
antecedió a la instrumental en su desarrollo social. Ello fue debido al auge de la tragedia
griega, que inmortalizó loas y danzas cantadas que reunían el triple aspecto de celebrar
ceremonias oficiales, disfrutar el festejo popular y ofrendar acción de gracias a la
divinidad.

Los griegos atribuían a la música toda clase de virtudes y un maravilloso poder sobre las
almas. Podríamos aseverar que ellos fueron los primeros musicoterapeutas, ya que son
innumerables los escritos realizados por Pitágoras (s. VI a. J.C.), Sócrates (470-399 a
J.C.), Platón (427-348 a. J.C.), o Aristóteles (384-322 a J.C.), que notifican la influencia
de la música que ellos conocían. En este sentido, sus filósofos habían analizado
minuciosamente la expresión y el carácter moral de cada modo. Al dórico lo
consideraban austero y modesto; el frigio, animoso y combativo, el lidio místico, etc.
De esta manera determinaban que cierta música estimulaba al valor, a la acción, a la
sobriedad, a la elevación, o a la moderación. En otro orden social, en Atenas se exigía
que para que un general fuera respetado debía manejar con una mano la espada y con la
otra la lira.

Ya bajo el imperio romano los primeros cristianos post-bíblicos cantaron, aunque es


posible que en ciertos lugares les resultara casi imposible. Al ser perseguidos, muchas
veces tuvieron que ocultar las manifestaciones audibles de sus prácticas espirituales;
pues sin duda, las canciones los habrían delatado. Pero a pesar de ello, en absoluto
olvidaron sus himnos componiendo incluso nuevos cantos. En el año 112, Plinio el
Joven (62-114), en carta dirigida al emperador Trajano pidiéndole instrucciones sobre el
grado de rigor con que debía llevar la persecución a los cristianos en su provincia de
Bitinia, los describe como gente sin culpa, aunque adeptos a una superstición que
consistía en ¨reunirse en días señalados antes del amanecer y repetir antifonalmente un
himno en alabanza a Cristo, como si fuera Dios¨.

El imperio romano, también fortaleció la música como insignia de sus acciones bélicas.
El mismo Nerón se vanagloriaba de cantar como nadie, dándose un título de gloria y
llegando a competir con notables músicos profesionales en concursos de canto. En
Roma, este arte creció en fama. Los coros adquirían popularidad y se ponían al servicio
del culto, unas veces, y al servicio del teatro, otras. Tal fue la incidencia del arte, que la
cítara o lira pasó a formar parte del símbolo de una nación.

3- Un viaje medieval

Si en el mundo antiguo la influencia de la música significa una gran experiencia para los
sentidos, en las sociedades occidentales posteriores, con los avances teóricos,
instrumentales y sociales, adquiere una gran relevancia. La homofonía o el canto
melódico puramente lineal fue, de manera general, la manera de interpretar música en la
historia antigua. Pero entre los siglos IV y VI, el conocido canto llano o gregoriano
emergió con fuerza en una etapa donde el imperio romano se desmembraba. Eran
tiempos de grandes invasiones, de guerras, de saqueos, de crímenes, de derrumbamiento
del mundo antiguo. A pesar de estos cataclismos, unos cantos diferentes a los anteriores
parecían elevarse como cantos de paz y esperanza. Muy probablemente inspirados en
los cantos de la sinagoga judía e influidos por una combinación de los sistemas modales
griegos, su luminosa sencillez y dulce emoción rápidamente se extendieron por toda la
cristiandad. En sus inicios, no se utilizaban instrumentos para acompañar el canto, pues
eran melodías que se movían con ritmo libre y suelta vocalización. Ante tal belleza, el
pueblo acudía embelesado a los lugares de audición. Los templos se convirtieron en
centros de paz y recogimiento. Y poco a poco el canto gregoriano fue creando un nuevo
paso en la estética y experiencia musical.

En la Edad Media, al igual que en la Edad Antigua, la música se presentó y evolucionó


bajo un doble aspecto: el religioso y el profano. El arte musical en su función profana se
adentró en una nueva forma: la manifestación típica, o sea el folklore popular. Ya fuera
denominados como trovadores, troubadours, trouvères y troveros en los países latinos, o
por los minnesinger y meistersinger en la tierras germánicas, los poetas-músicos
abundaron, creando ellos mismos sus propias líricas y canciones ciertamente muy
refinadas. Esta revolución del arte produjo expresiones poéticas y musicales muy
variadas. El juglar empezaba su recital tañendo un ritornelo en su vihuela, y
seguidamente cantaba, acompañándose con algunas notas sostenidas en este
instrumento. Entre medio introducía un nuevo ritornelo y volvía a la interpretación
cantada. Todo ello dio paso a nuevas modalidades artísticas basadas en el tipo de estrofa
métrica empleada: el lay, el rondó, la balada, el virelai... Los meses más benignos por la
temperatura estaban destinados a sus primarias giras artísticas. Los trovadores o los
juglares iban de pueblo en pueblo cantando sus canciones de amor (con un curioso
¨culto a las damas¨), o costumbristas, que, acompañadas de las danzas, permitían revivir
en las gentes una nueva posibilidad artística y vivencial.

Por su parte, la producción de música culta depende de un sistema de organización


totalmente feudal: la música es un objeto que se utiliza para solemnidades civiles y
religiosas, para el mero recreo auditivo o para complejos rituales cortesanos, como los
bailes. Los músicos son unos lacayos, que aunque están especializados y son
distinguidos, su estatus no es esencialmente muy diferente al de un buen maestro o
cocinero, a quienes se le paga correctamente por su trabajo cotidiano, alojándose en las
dependencias de la servidumbre.

Pero siglos más tarde, un hecho importante cambia el desarrollo estético y social de este
arte. La incipiente polifonía trastocaría totalmente el conocimiento musical y las
posibilidades de ésta. Si la música anterior al siglo IX era totalmente monódica, a partir
de entonces empieza un avance nunca antes sospechado. Tal vez de manera natural
emergió la polifonía como una necesidad de expresión colectiva. Es muy posible que el
canto popular fuera la espoleta que descubriera la dualidad sonora. Podría haber sido
fácilmente la repetición a destiempo de una melodía, o una segunda voz paralela a la
principal. Estos sencillísimos procedimientos de la polifonía popular encontraron, al
principio, muchas resistencias entre los teóricos, pues los juzgaban contrarios a la
doctrina grecolatina. Pero poco a poco, la música y el pueblo impusieron su desarrollo
socializador y este arte empezó una imparable transformación. Hasta entonces, los
cantos se escribían en un antiquísimo sistema rudimentario de notación y no fue hasta el
siglo XI cuando se situaron las notas sobre una pauta de varias líneas con el uso de la
clave, elementos básicos de toda la anotación posterior. El honor de esta invención suele
atribuirse a Guido d´Arezzo (990-1050).

Si la Edad Media se caracterizó por la creación de algunos géneros musicales


permitiendo una paulatina transformación teórica y social, el Renacimiento (s. XV y
XVI) aportó una variante muy significativa: el descubrimiento de la belleza de la vida,
en contraste con la oscura y rígida cultura católico-romana, y el hallazgo del valor
emocional de la música. No olvidemos que mientras desde la antigüedad era
considerado como el arte relacional de los dioses, entre los tratadistas, la música aún se
consideraba como una ciencia matemática. En esos momentos lo emocional adquiere
una nueva dimensión: la introspección sonora incide en los afectos del alma humana, en
sus pasiones, en sus anhelos. De esta manera, el pueblo toma cierta iniciativa como arte
espontáneo creando nuevos fórums de expresión, mientras que los eruditos quieren
limitar el arte a sus reglas y conceptos tradicionales. Es entonces, cuando poco a poco
empieza a generarse el concepto de ars nova en contraposición de la ars antigua, y
aparecen los madrigales, los villancicos y la chanson francesa, además de la
emancipación de la música instrumental como género dotado de características propias.
La ars nova supone la derogación de los conceptos antiguos contribuyendo a la
emancipación teórica y práctica de la música. La dualidad sonora o diatonismo fue
transformándose por el cromatismo. La imitación sonora conforma el contrapunto más
creativo. Y el reconocimiento del compás binario es admitido junto al popular ternario.
Pero especialmente, y junto a ello, esta es la época donde se empieza a manifiestar con
mayor profusión la distinción entre arte sacro y profano, proporcionando nuevos
avances estéticos y éticos.

Lentamente la polifonía se constituyó en una práctica rica y compleja hasta llegar al


contrapunto y la fuga. Sus polifonistas empezaron a generar nuevas composiciones, más
completas y especializadas. Las masas populares disfrutan de la especialización de la
música, y ésta se renueva de su constante milenaria, como arte profano y divino. Su
eficacia e incidencia no solo es religiosa, mágica, terapéutica, halagadora, socializable y
militar, es el arte-concierto. Esta nueva actividad convierte la música en disfrute
organizado y en una nueva realidad unificadora. Los ejecutantes son admirados por su
virtuosismo, y los oyentes adquieren una nueva dimensión de importancia y relevancia
social. El director de orquesta es también compositor de la mayoría de la música que se
ejecuta, y debe, en uso de su profesión, cambiar constantemente el repertorio e instruir
en la práctica a aquellos miembros de palacio que lo soliciten. Los músicos son al
mismo tiempo compositores, arreglistas, instrumentistas, y pedagogos, ya sea en la corte
como al frente de las escuelas y cantorías eclesiásticas. Pero para el pueblo, los recitales
musicales empiezan a ser una nueva posibilidad para el cultivo del espíritu, donde no
solo los templos serán los únicos centros de activación espiritual organizada. Esta nueva
perspectiva hace que el individuo sitúe la música en un lugar aún más predominante. Ya
no son solo las puras e instintivas reacciones emocionales al arte musical, sino que
empiezan a generarse nuevas posibilidades comunicativas que repercuten directamente
en el oyente. Lo emocional, místico y espiritual se transforma lentamente en un
embrionario hedonismo artístico-espiritual.

4- Los orígenes de nuestra música

La variedad de géneros musicales y el aumento de ofertas artísticas brindan la


posibilidad de escoger el tipo de ¨religión¨ para satisfacer las necesidades pseudo-
espirituales. Junto a ello, el apogeo de la música vocal y la creciente especialización
instrumental resulta en beneficio del espacio sonoro. Poco a poco la ópera, las cantatas y
los conciertos ofrecen nuevas sensaciones estéticas. Por su parte, la Iglesia católico-
romana continua su actividad religiosa y de inercia artística. Mientras tanto, la
burguesía, como público, empieza a compartir su atención entre los templos y las salas
de concierto, disfrutando de nuevas experiencias artísticas.

Otro de los hechos trascendentes es la renovación que la reforma luterana otorga. La


revisión y vivencia espiritual otorga al canto un nuevo lugar para los fieles. Si antes la
música se había oficiado solo y exclusivamente desde las directrices papales y el clero,
ahora se empieza a compartir con el pueblo llano, apoyando las nuevas vivencias
espirituales. Sin duda, el arte protestante resultará menos misticista y más humano, o
dicho de otro modo, acercará con mayor contextualidad los eventos divinos. Este avance
estético será determinante en el aspecto religioso, pues en el futuro provocará que la
música sea un vínculo básico en la expresión relacional y espiritual del cristiano.

Pero volvamos por un momento a la ópera. Ya reseñé que la música escénica es


antiquísima. Anteriormente vimos, en referencia al pueblo helénico, la gran importancia
que se le concedió. También la civilización romana aplicó la música al teatro; y
posteriormente en el Renacimiento, la música formaba parte de los espectáculos
teatrales. Pero la ópera produjo una verdadera revolución por el hecho de crear para sí
un estilo propio: el de la monodia acompañada. Si antes, en la polifonía, todas las voces
conviven en igualdad de importancia, en la ópera, la melodía aparece destacada,
mientras que las demás la sostienen, ya sea vocalmente o instrumentalmente. Realmente
aparece la armonía basada en acordes, destacando la sencillez de la voz principal. A
partir del siglo XVII, cuando la ópera consagra su andadura, ya cautiva al público
burgués. Después, en los siglos XVI y XVII, su nítida belleza proporcionará al gran
público el disfrute de las más variadas historias sociales con elegantes escenarios,
música orquestal, movimientos escénicos y excelentes vestuarios.

Posteriormente aparecerá en escena el clasicismo (s. XVI al XVIII) y el barroco (s.


XVII y principios del XVIII). Estos conceptos, aunque fueron acuñados más tarde,
explican con bastante precisión los movimientos musicales de esos siglos. El barroco, se
mostró como una tendencia musical opuesta al clásico, que amparado en líneas
musicales muy decorativas y tumultuosas se expresó en una sensibilidad ampulosa y
floreada. Bach y Vivaldi, aunque pertenecientes al periodo clásico, son dos de los
exponentes de esta tendencia. Por su parte, el clasicismo es una definición que intenta
describir unas músicas que aparecen desde finales del siglo XVI hasta fines del XVIII,
que otorgan un esquema más formal y más o menos aceptado. Su forma acostumbra a
ser más esquemática y regia, huyendo de la emotividad de otras expresiones musicales,
resistiendo muy bien el paso del tiempo. Haydn y Mozart forman parte sobresaliente de
este concepto. La última tendencia es el romanticismo (finales s. XVIII y s. XIX). Su
descripción, implica una subordinación a un tema literario o pictórico, siendo muy
imaginativo, novelesco y romántico; aportando a la música un apasionamiento
emocional. Beethoven, Mendelssohn, Chopin, Liszt, Schumann y Wagner son algunos
de los destacados compositores del romanticismo.

El siglo de las ¨Luces¨ aportó importantes novedades para este arte. El filósofo Jean-
Jacques Rousseau (1712-1778) publica en 1767 su Diccionaire de Musique, en el que
define por primera vez la música como el ¨lenguaje del sentimiento¨. Surgirá el piano
como el instrumento básico de las futuras músicas, siendo el punto de referencia para la
instrumentación. Por su parte, los viejos maestros del clasicismo se integrarán en los
últimos años de su vida a un mercado de trabajo guiado por las normas de la oferta y de
la demanda, características del liberalismo económico y del estado burgués. Haydn, por
ejemplo, termina su vida viviendo de la venta de las partituras y de los derechos de
ejecución de sus obras a través de las editoriales; al contrario que Beethoven, que aún
dependerá del mecenazgo de los nobles alemanes. Realmente el romanticismo convierte
al músico en un profesional liberal, que ya no debe contentar a un señor, sino a un
público o un mercado de consumo mucho más amplio y diversificado. El romanticismo
también provoca una diversificación de las disciplinas musicales, que antes del siglo
XIX eran absolutamente interdependientes. La pedagogía musical se hace
separadamente de la composición. El intérprete se especializa independientemente del
compositor y aparece el crítico musical. Todas estas parcelas provocarán nuevas
expectativas que facilitarán una música más dependiente de los movimientos del
mercado artístico.

Ya cerca del siglo XX, los grandes genios de la composición habrán creado sus grandes
obras: misas, cantatas, sinfonías, oratorios, lieds, oberturas, óperas y sonatas,
embelleciendo muchas de las relaciones humanas y dotándolas de nuevas formas de
expresión musical. El público, que cada vez es más versado y entendido, asistirá a
conciertos, disfrutando de este arte en la intimidad. En el siglo XIX es habitual que las
clases bienestantes posean algún instrumento, mientras que la mayoría de los
ciudadanos disfrutan de la emoción de la música, la brillantez estilística y la perfección
técnica.

5- A las puertas de una revolución musical

Durante un periodo de más de tres siglos, alrededor de diez millones de personas de raza
negra fueron transportadas en barco del Oeste de Africa al Caribe y a los territorios
norteamericanos. El canto de los inmigrados, que se fomentaba en las plantaciones, era
un estímulo para el arduo trabajo y el ánimo mutuo. Pronto los esclavos empezaron a
crear sus propias composiciones influenciadas, en parte, por sus propias melodías
africanas y, por otra, por los cantos de los blancos, especialmente los himnos
metodistas. Esa compleja fusión provocó que aparecieran nuevas formas de expresión
musical. Sus inflexiones guturales con sílabas extendidas, síncopas, contratiempos y
desafinaciones microtonales, unidas a la esencia de la música europea fueron aportando
nuevos estilos que darían una amplia innovación a la estética artística.

Las canciones espirituales negras denotaban una fuerza, frescura y sentimiento que se
distanciaron excepcionalmente de lo conocido. Las melodías expresaban con bastante
exactitud lo que sus corazones sentían, y poco a poco las comunidades de
afrocamericanos empezaron a experimentar con sus voces e instrumentos multitud de
variaciones. La identificación con el cristianismo produjo la incorporación de nuevos
modelos musicales. Los himnos metodistas, especialmente de Isaac Watts (1674-1748)
se utilizaron como base para los espirituales, aunque también muchas composiciones
tuvieron como referencia las sencillas melodías de los ejercicios de estudio para piano.
Más tarde, las síncopas y las desafinaciones microtonales encontraron en los
instrumentos de viento de las bandas militares nuevas posibilidades estéticas.

Ya en las postrimerías del siglo XIX y especialmente en los dos primeros decenios del
XX, el ragtime, el blues, el jazz, y el soul empezarían a emerger y a consolidarse.
Especialmente el jazz provocaría una gran revolución armónica que más tarde influiría
prácticamente en todos los estilos musicales. Lo cierto es que el jazz entró en la historia
por una pequeña puerta, la del entretenimiento del pueblo más humilde. Realmente, le
hubiera sido imposible adentrarse por medio de la llamada música seria, pues su
extravagancia armónica, rítmica y melódica hubiera provocado insalvables reacciones
entre las élites. Pero su imprevisto impacto sonoro hizo que la música culta y la popular
incluyeran sus tesis musicales a las nuevas composiciones. Y no solo ello, sino que a
raíz de su esencia neocreativa, sucesivamente se generarían nuevos estilos que, al
mismo tiempo, provocarían nuevas fusiones entre ellos. Todas esas novedosas y
vivenciales experiencias musicales que por medio de la transculturalidad y el paso de
los siglos XVIII y XIX se formarían, en realidad se manifestarán como una nueva
plataforma para el avance de la música. Definitivamente nunca más existirá la distinción
entre música sacra, versada o clásica y el sencillo folklore del pueblo, sino que se abren
nuevas puertas a los estilos, formas académicas, experimentación artística y definitiva
participación popular.

Por su parte, la historia de la música clásica occidental parece acelerarse en los


postreros años del siglo XIX. Destacan compositores de nivel como Dvorak (1841-
1904), la escuela rusa con Tchaikovski (1840-1893), Mahler (1860-1911), mientras que
el siglo XX es una época de continua metamorfosis. Se emancipa la disonancia y se
desarrollan nuevos conceptos de música impresionista. Los futuros avances de la música
clásica y, especialmente, moderna quedan definidos por una respuesta de Guiraud a su
alumno Debusy (1862-1918): ¨Es bonito, no lo niego. Pero es absurdo teóricamente. No
hay teoría: basta escuchar. El placer es la regla¨.

6- En plena revolución

Sin lugar a dudas, el siglo XX es la época donde la música da el salto definitivo hacia la
mayor comprensión de su belleza. A principios de siglo la música es algo terriblemente
serio. Su lugar honorable entre las artes se debía por expresar solo sentimientos nobles y
elevados. La música que tuviera objetivos tan ¨intrascendentes¨ como comunicar alegría
y buen humor era simplemente música ligera. Tan solo los valses del vienés Johann
Straus (1825-1899) parecían dar a la música otra perspectiva más lúdica.

No obstante, en base a las trasformaciones de los siglos anteriores y a la incorporación


del jazz como dinamizador, aparecen flamantes estilos que marcarán nuevas tendencias
estéticas y provocarán que las masas disfruten y conozcan el arte en primera persona.
Junto a los conceptos de música clásica, música militar, música profana o música sacra,
se acuñarán originales términos como música concreta, música moderna, música
electrónica o música de baile. A través de una constante mutación, en distintas
sociedades occidentales se gestarán novedosos y dispares géneros que mayoritariamente
tendrán una referencia directa al baile. Especialmente en el periodo inmediato a las dos
guerras mundiales se dio una época de danzomanía donde el ballet alcanzó la mayor
fama. Además de ciertos estilos o formas que desde el siglo anterior estaban
estrechamente unidos a la danza, como los valses, la zarabanda, la ballarda, el chotis, el
bolero, la polca y distintos folklores populares, se manifestarán nuevas formas
musicales que centrarán su expresión en la facilidad de ser bailables: el twist, el boogie
woogie, el rhythm&blues, el tango, la samba, la bossa nova, etc.

Por su parte, el arte religioso continúa su función espiritual. Mientras la música


católico-romana centra su desarrollo musical en la Misa, el arte protestante provoca
nuevas expresiones. Junto a los himnos y salmos, surge un relevante concepto: el
gospel. Aún considerándose como música folk o popular, esta expresión distanciará de
los espirituales negros y de los formales himnos metodistas creando su propia esencia.
Los predicadores estadounidenses de principio de siglo tuvieron como máxima
prioridad ¨implantar el evangelio (gospel) en los corazones de la gente¨, por ello, en las
reuniones de anuncio de las buenas nuevas en los templos y al aire libre (camp
meetings), empezaron a incorporarse cantantes, cuartetos o coros del evangelio. Incluso
algunos predicadores eran al mismo tiempo solistas que cantaban antes y después de sus
propios mensajes evangelísticos. Más tarde, muchos de los excelentes cantantes de
música gospel serán pastores o primas voces que, al frente de sus propios coros de
iglesia, destacarán por la calidad manifiesta. Gran parte de los solistas que aparecerían
posteriormente sobresalieron cuando aún eran niños, como Sam Cooke (1940-) o Aretha
Franklin (1942-). Pero tal vez la figura capital de la música gospel fue Mahalia Jackson
(1911-1972); la calidez de su voz sería generalmente muy imitada dinamizando el
movimiento artístico. Después, con el pasar de los años, esta forma musico-espiritual se
irá transformando en un sello social de identidad evangélica, una expresión artística del
ala izquierda del protestantismo que, especialmente en la sociedad estadounidense, se
introducirá plenamente en los circuitos seculares y comerciales de la discografía.

En el implacable avance de este arte los cambios tecnológicos transformarán


definitivamente los hábitos musicales. La música se empezará a escuchar por medio de
los gramófonos, emisoras de radio, y más tarde, por la televisión, reproductores de
audio y sistemas electrónicos. Los ciudadanos tomarán el pulso a las nuevas
posibilidades de consumición: unos la escucharán en el hogar, otros ya podrán disfrutar
de ella en el automóvil, mientras que para la mayoría se hará imprescindible asistir a
actividades musicales totalmente lúdicas. Consecuentemente aparecerá la cultura de
masas y, también, el movimiento pop como forma de contracultura que provocará
nuevas manifestaciones artísticas.

Desde los años veinte a los primeros cincuenta del siglo XX la industria musical dirigió
sus productos a un auditorio familiar; los discos llegaban al público por medio del
fonógrafo o, básicamente, de la única radio familiar. Para ser popular, una canción debía
trascender todas las diferencias existentes entre los oyentes. Tenía que atraer a todas las
edades, clases, razas y religiones, a los dos sexos, a todos los modos de ser, culturas y
valores. Pero al superarse la segunda postguerra mundial es cuando la industria
comienza a considerar a los jóvenes como unidades económicas independientes y
empieza a ofrecerles objetos de consumo, sobre todo música. Debido al desarrollo del
rhythm&blues y su creciente popularidad aparece en escena un nuevo género: el rock
and roll. Aunque heredero del country&western y del rhythm&blues, su belleza se
mostrará como una de las estéticas más contundentes de la música con una impactante
influencia en las masas. ¨¡Escucha, es nuestra música! ¡La han escrito para nosotros!¨,
exclamó Bob Dylan (1941-) al oir por primera vez, en la radio, a Buddy Holly (1925-
1981), el primer mito entre los mitos del rock. Dylan aún se llamaba Robert
Zimmerman y era un niño, pero acababa de definir el rock. Posteriormente, Elvis Aaron
Presley (1935-1977) se convertirá en su más genuina personificación y desde entonces
la indocilidad y sublevación juvenil tuvo letra y música. Pero también la música pop
aparece hacia los años cincuenta en una inicial dependencia de rock, dominando en la
siguiente década. Nacida como parte de una contracultura y movimiento de masas,
musicalmente se entronca con la tradición coral inglesa que cuida al máximo las
melodías y escribe letras ¨inofensivas¨ para el establishment de la época. The Beatles
(1961-1970) se configurarán como los máximos exponentes del pop proporcionando
revolucionarias novedades estéticas y sociales.

Junto a ellos y/o a partir de ellos, aparecen nuevas formas y tendencias musicales que, a
la par se unirán entre sí para ofrecer más posibilidades de ocio para los sentidos.
Nomenclaturas como reggae, pop-rock, rock sinfónico, heavy, disco, tecno pop, punk
rock, rap o new age, se incorporarán al ya amplio escenario musical. Por su parte, el
cine tomará para sí este arte creando una nueva forma de expresión que hará llorar,
sonreír y emocionarse con el fondo musical de las bandas sonoras. En otro aspecto, las
voces e instrumentos musicales se distanciarán del puritanismo clásico y surgirán otras
maneras de interpretación, además de la amplificación electrónica y las distintas
adaptaciones técnicas y sonoras de los instrumentos.

Debido en gran parte a la socialización del arte, el monopolio musical de la burguesía se


empieza a resquebrajar definitivamente, y la música -clásica o moderna- ya pertenece al
pueblo; pero sobre todo también es propiedad de las compañías productoras que bajo los
impulsos del mercado de consumo se convierten en administradoras de los gustos,
necesidades y conveniencias artísticas de la aldea global. La música clásica alcanza su
máximo esplendor sonoro al reproducirse en distintos sistemas electrónicos, con
cantantes, instrumentistas y directores de orquesta convertidos en estrellas mundiales.
Es el arte de consumo para una parte de los pueblos de la tierra: los del primer mundo.
Las revoluciones sociales y culturales la utilizarán para dinamizar sus propuestas. Los
jóvenes de cada generación la tomarán como arma de embate revitalizando géneros,
conceptos, formas y contenidos, mientras que su influencia se manifestará en todos los
ordenes de la sociedad. Las modas musicales otorgarán nuevas maneras de satisfacción,
y los conciertos alcanzarán la mayoría de edad al mutarse en mil escenarios: en
reducidas salas, en colosales templos del arte, en auditorios al aire libre, en teatros, en
bares suburbiales, en estadios, en templos religiosos, en discotecas, en cafés, en salas de
baile, en valles idílicos o en domicilios privados.

Ya en el siglo XXI, la música navega por nuevos caminos: internet, con nuevos
formatos digitales y es un bien público, aunque perseguido. El nuevo siglo comenzó con
la fuerza de la música pirateada, un arte que corre por los hogares con la facilidad de
una llamada telefónica. Es el arte de masas más masificado: una propuesta para el
espíritu, para el ocio y el hedonismo humano. La postmodernidad está en su pleno
apogeo.

Sin duda, la incidencia de la música en las sociedades humanas ha provocado


innumerables momentos de beneficio sensorial y espiritual. Su participación ha
traspasado las fronteras de culturas, razas, pueblos y creencias, pero también ha
atravesado las fronteras de las emociones y de la racionalidad. Es en este estadio donde
la historia ha ejercido como notaria de infinidades cambios; y es en ese lugar donde hay
nuevos músicos-consumidores: una nueva manera de entender la música.

También podría gustarte