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Encontrar una sola manera de acercarse al tema puede resultar extremadamente difícil, y
definirla en una frase casi imposible. Realmente, la definición en si misma muchas
veces se puede convertir en un corsé para una plena comprensión. Pero a pesar de ello,
la definición es una propuesta de comprensión. Una propuesta que acercará más o
menos la esencia básica de la música, pero que indudablemente nos proporcionará
nuevos detalles de ella.
El poeta francés Henri Rousseau define la música como¨el arte de agrupar los sonidos
de forma agradable al oído¨, mientras que para Abraham Moles es ¨ un conjunto de
sonidos que no debe ser percibido como resultado del azar¨. Si el filósofo alemán Arthur
Schopenhauer afirma que ¨la música expresa lo que hay de esencial en el mundo¨, su
aseveración no dista demasiado de la tesis del poeta Charles Baudelaire: ¨la música nos
habla de nosotros mismos y nos explica el poema de nuestra vida; se incorpora a
nosotros mismos y nos lleva a fundirnos con ella¨.
Por su parte el novelista español Pío Baroja asevera: la música es un arte que está fuera
de los límites de la razón¨, a lo que Felix Mendelssohn en su tiempo afirmó:¨este es un
arte más preciso que la palabra y querer explicarlo con palabras es oscurecer su sentido
genuino¨. Tal vez Beethoven pudiera complacernos con su pensamiento:¨la música es
una revelación más alta que ninguna filosofía¨, aunque es posible que el filósofo alemán
F. W. Nietzsche no estuviera del todo de acuerdo: ¨la música emancipa el espíritu, da
alas al pensamiento. ¨Se es filósofo en la medida que se es músico¨. No obstante, su
compatriota G. W. Hegel aportaría su especificación: ¨la música sería el lenguaje ideal
de la filosofía si se pudiera pensar con sonidos en vez de pensar con palabras¨.
En otra cultura, en la India, se admitió como dogma que toda gran divinidad había
inventado un instrumento musical propio. Es decir, cada dios tenía un instrumento que
le pertenecía, que habría creado o inspirado. También fue aceptado que cada nota
musical de su escala significaba una asociación de ideas con cada escalafón de la
jerarquía civil. Cuanto más alto era el grado social, más aguda sería la nota, hasta llegar
a la divinidad. Es por ello que las religiones hindús otorgan a los tañedores capacidad de
acercarse a las divinidades, o sea, mediar entre el oficiante y el dios venerado, lo cual
hizo considerar a la música como el arte divinizador.
Por su parte, en el Africa ¨negra¨, la música es una rica confluencia de razas y culturas.
Las tribus nómadas o seminómadas utilizaron una música primitiva con una simplicidad
muy elemental: el ritmo. El tam-tam del tambor no solo manifiesta una manera de
expresión del continente, sino que además es una distinción entre las diferentes tribus.
Cada comunidad lo utiliza como si fuera un lenguaje distintivo entre ellas, otorgándole
una singular expresión para sus relaciones festivas, religiosas y de intercomunicación.
Además del ritmo, el canto es una las características de sus pueblos. En él se mezclan
una especie de grito o gemido gutural y una melodía simplista. Ello, junto al
movimiento rítmico, produce una uniformidad de comportamiento social: bailando,
saltando, invocando o expresándose interrelacionalmente.
Haciendo un salto hacia otra época, en las antiguas tribus Indias de Ontario y el río
Rojo, habían ciertos individuos que eran al mismo tiempo hechiceros, sacerdotes,
profetas y maestros de música. Poseían amplios conocimientos de las virtudes curativas
de las plantas y las raíces, aplicándolas solamente cuando hacían los encantamientos
mientras que sonaban los cantos especiales, los cuales, según ellos, acababan de dar
eficacia al ritual. Esos cantos eran exclusiva propiedad de los hechiceros y nadie los
podía utilizar, pues eran los que otorgaban el poder de sanar.
Los griegos atribuían a la música toda clase de virtudes y un maravilloso poder sobre las
almas. Podríamos aseverar que ellos fueron los primeros musicoterapeutas, ya que son
innumerables los escritos realizados por Pitágoras (s. VI a. J.C.), Sócrates (470-399 a
J.C.), Platón (427-348 a. J.C.), o Aristóteles (384-322 a J.C.), que notifican la influencia
de la música que ellos conocían. En este sentido, sus filósofos habían analizado
minuciosamente la expresión y el carácter moral de cada modo. Al dórico lo
consideraban austero y modesto; el frigio, animoso y combativo, el lidio místico, etc.
De esta manera determinaban que cierta música estimulaba al valor, a la acción, a la
sobriedad, a la elevación, o a la moderación. En otro orden social, en Atenas se exigía
que para que un general fuera respetado debía manejar con una mano la espada y con la
otra la lira.
El imperio romano, también fortaleció la música como insignia de sus acciones bélicas.
El mismo Nerón se vanagloriaba de cantar como nadie, dándose un título de gloria y
llegando a competir con notables músicos profesionales en concursos de canto. En
Roma, este arte creció en fama. Los coros adquirían popularidad y se ponían al servicio
del culto, unas veces, y al servicio del teatro, otras. Tal fue la incidencia del arte, que la
cítara o lira pasó a formar parte del símbolo de una nación.
3- Un viaje medieval
Si en el mundo antiguo la influencia de la música significa una gran experiencia para los
sentidos, en las sociedades occidentales posteriores, con los avances teóricos,
instrumentales y sociales, adquiere una gran relevancia. La homofonía o el canto
melódico puramente lineal fue, de manera general, la manera de interpretar música en la
historia antigua. Pero entre los siglos IV y VI, el conocido canto llano o gregoriano
emergió con fuerza en una etapa donde el imperio romano se desmembraba. Eran
tiempos de grandes invasiones, de guerras, de saqueos, de crímenes, de derrumbamiento
del mundo antiguo. A pesar de estos cataclismos, unos cantos diferentes a los anteriores
parecían elevarse como cantos de paz y esperanza. Muy probablemente inspirados en
los cantos de la sinagoga judía e influidos por una combinación de los sistemas modales
griegos, su luminosa sencillez y dulce emoción rápidamente se extendieron por toda la
cristiandad. En sus inicios, no se utilizaban instrumentos para acompañar el canto, pues
eran melodías que se movían con ritmo libre y suelta vocalización. Ante tal belleza, el
pueblo acudía embelesado a los lugares de audición. Los templos se convirtieron en
centros de paz y recogimiento. Y poco a poco el canto gregoriano fue creando un nuevo
paso en la estética y experiencia musical.
Pero siglos más tarde, un hecho importante cambia el desarrollo estético y social de este
arte. La incipiente polifonía trastocaría totalmente el conocimiento musical y las
posibilidades de ésta. Si la música anterior al siglo IX era totalmente monódica, a partir
de entonces empieza un avance nunca antes sospechado. Tal vez de manera natural
emergió la polifonía como una necesidad de expresión colectiva. Es muy posible que el
canto popular fuera la espoleta que descubriera la dualidad sonora. Podría haber sido
fácilmente la repetición a destiempo de una melodía, o una segunda voz paralela a la
principal. Estos sencillísimos procedimientos de la polifonía popular encontraron, al
principio, muchas resistencias entre los teóricos, pues los juzgaban contrarios a la
doctrina grecolatina. Pero poco a poco, la música y el pueblo impusieron su desarrollo
socializador y este arte empezó una imparable transformación. Hasta entonces, los
cantos se escribían en un antiquísimo sistema rudimentario de notación y no fue hasta el
siglo XI cuando se situaron las notas sobre una pauta de varias líneas con el uso de la
clave, elementos básicos de toda la anotación posterior. El honor de esta invención suele
atribuirse a Guido d´Arezzo (990-1050).
El siglo de las ¨Luces¨ aportó importantes novedades para este arte. El filósofo Jean-
Jacques Rousseau (1712-1778) publica en 1767 su Diccionaire de Musique, en el que
define por primera vez la música como el ¨lenguaje del sentimiento¨. Surgirá el piano
como el instrumento básico de las futuras músicas, siendo el punto de referencia para la
instrumentación. Por su parte, los viejos maestros del clasicismo se integrarán en los
últimos años de su vida a un mercado de trabajo guiado por las normas de la oferta y de
la demanda, características del liberalismo económico y del estado burgués. Haydn, por
ejemplo, termina su vida viviendo de la venta de las partituras y de los derechos de
ejecución de sus obras a través de las editoriales; al contrario que Beethoven, que aún
dependerá del mecenazgo de los nobles alemanes. Realmente el romanticismo convierte
al músico en un profesional liberal, que ya no debe contentar a un señor, sino a un
público o un mercado de consumo mucho más amplio y diversificado. El romanticismo
también provoca una diversificación de las disciplinas musicales, que antes del siglo
XIX eran absolutamente interdependientes. La pedagogía musical se hace
separadamente de la composición. El intérprete se especializa independientemente del
compositor y aparece el crítico musical. Todas estas parcelas provocarán nuevas
expectativas que facilitarán una música más dependiente de los movimientos del
mercado artístico.
Ya cerca del siglo XX, los grandes genios de la composición habrán creado sus grandes
obras: misas, cantatas, sinfonías, oratorios, lieds, oberturas, óperas y sonatas,
embelleciendo muchas de las relaciones humanas y dotándolas de nuevas formas de
expresión musical. El público, que cada vez es más versado y entendido, asistirá a
conciertos, disfrutando de este arte en la intimidad. En el siglo XIX es habitual que las
clases bienestantes posean algún instrumento, mientras que la mayoría de los
ciudadanos disfrutan de la emoción de la música, la brillantez estilística y la perfección
técnica.
Durante un periodo de más de tres siglos, alrededor de diez millones de personas de raza
negra fueron transportadas en barco del Oeste de Africa al Caribe y a los territorios
norteamericanos. El canto de los inmigrados, que se fomentaba en las plantaciones, era
un estímulo para el arduo trabajo y el ánimo mutuo. Pronto los esclavos empezaron a
crear sus propias composiciones influenciadas, en parte, por sus propias melodías
africanas y, por otra, por los cantos de los blancos, especialmente los himnos
metodistas. Esa compleja fusión provocó que aparecieran nuevas formas de expresión
musical. Sus inflexiones guturales con sílabas extendidas, síncopas, contratiempos y
desafinaciones microtonales, unidas a la esencia de la música europea fueron aportando
nuevos estilos que darían una amplia innovación a la estética artística.
Las canciones espirituales negras denotaban una fuerza, frescura y sentimiento que se
distanciaron excepcionalmente de lo conocido. Las melodías expresaban con bastante
exactitud lo que sus corazones sentían, y poco a poco las comunidades de
afrocamericanos empezaron a experimentar con sus voces e instrumentos multitud de
variaciones. La identificación con el cristianismo produjo la incorporación de nuevos
modelos musicales. Los himnos metodistas, especialmente de Isaac Watts (1674-1748)
se utilizaron como base para los espirituales, aunque también muchas composiciones
tuvieron como referencia las sencillas melodías de los ejercicios de estudio para piano.
Más tarde, las síncopas y las desafinaciones microtonales encontraron en los
instrumentos de viento de las bandas militares nuevas posibilidades estéticas.
Ya en las postrimerías del siglo XIX y especialmente en los dos primeros decenios del
XX, el ragtime, el blues, el jazz, y el soul empezarían a emerger y a consolidarse.
Especialmente el jazz provocaría una gran revolución armónica que más tarde influiría
prácticamente en todos los estilos musicales. Lo cierto es que el jazz entró en la historia
por una pequeña puerta, la del entretenimiento del pueblo más humilde. Realmente, le
hubiera sido imposible adentrarse por medio de la llamada música seria, pues su
extravagancia armónica, rítmica y melódica hubiera provocado insalvables reacciones
entre las élites. Pero su imprevisto impacto sonoro hizo que la música culta y la popular
incluyeran sus tesis musicales a las nuevas composiciones. Y no solo ello, sino que a
raíz de su esencia neocreativa, sucesivamente se generarían nuevos estilos que, al
mismo tiempo, provocarían nuevas fusiones entre ellos. Todas esas novedosas y
vivenciales experiencias musicales que por medio de la transculturalidad y el paso de
los siglos XVIII y XIX se formarían, en realidad se manifestarán como una nueva
plataforma para el avance de la música. Definitivamente nunca más existirá la distinción
entre música sacra, versada o clásica y el sencillo folklore del pueblo, sino que se abren
nuevas puertas a los estilos, formas académicas, experimentación artística y definitiva
participación popular.
6- En plena revolución
Sin lugar a dudas, el siglo XX es la época donde la música da el salto definitivo hacia la
mayor comprensión de su belleza. A principios de siglo la música es algo terriblemente
serio. Su lugar honorable entre las artes se debía por expresar solo sentimientos nobles y
elevados. La música que tuviera objetivos tan ¨intrascendentes¨ como comunicar alegría
y buen humor era simplemente música ligera. Tan solo los valses del vienés Johann
Straus (1825-1899) parecían dar a la música otra perspectiva más lúdica.
Desde los años veinte a los primeros cincuenta del siglo XX la industria musical dirigió
sus productos a un auditorio familiar; los discos llegaban al público por medio del
fonógrafo o, básicamente, de la única radio familiar. Para ser popular, una canción debía
trascender todas las diferencias existentes entre los oyentes. Tenía que atraer a todas las
edades, clases, razas y religiones, a los dos sexos, a todos los modos de ser, culturas y
valores. Pero al superarse la segunda postguerra mundial es cuando la industria
comienza a considerar a los jóvenes como unidades económicas independientes y
empieza a ofrecerles objetos de consumo, sobre todo música. Debido al desarrollo del
rhythm&blues y su creciente popularidad aparece en escena un nuevo género: el rock
and roll. Aunque heredero del country&western y del rhythm&blues, su belleza se
mostrará como una de las estéticas más contundentes de la música con una impactante
influencia en las masas. ¨¡Escucha, es nuestra música! ¡La han escrito para nosotros!¨,
exclamó Bob Dylan (1941-) al oir por primera vez, en la radio, a Buddy Holly (1925-
1981), el primer mito entre los mitos del rock. Dylan aún se llamaba Robert
Zimmerman y era un niño, pero acababa de definir el rock. Posteriormente, Elvis Aaron
Presley (1935-1977) se convertirá en su más genuina personificación y desde entonces
la indocilidad y sublevación juvenil tuvo letra y música. Pero también la música pop
aparece hacia los años cincuenta en una inicial dependencia de rock, dominando en la
siguiente década. Nacida como parte de una contracultura y movimiento de masas,
musicalmente se entronca con la tradición coral inglesa que cuida al máximo las
melodías y escribe letras ¨inofensivas¨ para el establishment de la época. The Beatles
(1961-1970) se configurarán como los máximos exponentes del pop proporcionando
revolucionarias novedades estéticas y sociales.
Junto a ellos y/o a partir de ellos, aparecen nuevas formas y tendencias musicales que, a
la par se unirán entre sí para ofrecer más posibilidades de ocio para los sentidos.
Nomenclaturas como reggae, pop-rock, rock sinfónico, heavy, disco, tecno pop, punk
rock, rap o new age, se incorporarán al ya amplio escenario musical. Por su parte, el
cine tomará para sí este arte creando una nueva forma de expresión que hará llorar,
sonreír y emocionarse con el fondo musical de las bandas sonoras. En otro aspecto, las
voces e instrumentos musicales se distanciarán del puritanismo clásico y surgirán otras
maneras de interpretación, además de la amplificación electrónica y las distintas
adaptaciones técnicas y sonoras de los instrumentos.
Ya en el siglo XXI, la música navega por nuevos caminos: internet, con nuevos
formatos digitales y es un bien público, aunque perseguido. El nuevo siglo comenzó con
la fuerza de la música pirateada, un arte que corre por los hogares con la facilidad de
una llamada telefónica. Es el arte de masas más masificado: una propuesta para el
espíritu, para el ocio y el hedonismo humano. La postmodernidad está en su pleno
apogeo.