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Por C.P. Hallihan
El objetivo de este artículo es proporcionar antecedentes
históricos sin entrar en el terreno de la evaluación,
la crítica textual o la discusión del canon bíblico.
Primero, el griego
Aunque el latín fue el idioma predominante en las iglesias de Occidente
desde mediados del siglo III hasta la Reforma, esto no fue así antes del
250 d. C., aproximadamente. En el principio, predicadores cuyo idioma
era el griego proclamaron el evangelio y continuaron usando ese idioma
en sus escritos. Ireneo (130-200 d. C.) predicó en Lyon en latín y en
alguna lengua vernácula celta local, sin embargo, solía argumentar en
griego sobre las herejías. Su carta a la iglesia de Lyon, referente a sus
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mártires, la hizo en griego. Cuando Clemente escribió desde Roma a los
Corintios (95 d. C.), utilizó el griego. El Pastor de Hermas se elaboró en
griego. En el siglo III, Justino y Tatiano se dirigieron a los romanos en
griego. Hasta el siglo III, el griego fue el idioma de las inscripciones
cristianas en Roma, ¡incluso los epitafios originales de los obispos
fueron escritos en griego! Los escasos restos de la literatura de Roma
están en griego, y durante dos siglos no fue notoria la necesidad de una
versión latina, ni en Roma ni en Italia en general.
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Cipriano, obispo de Cartago, martirizado en el año 258 d. C., cita
abundantemente un texto en latín que debió ser una Biblia completa,
al considerar la amplitud de las citas. Las versiones latinas antiguas
empezaron a circular por el norte de África, Italia, Galia y España,
únicas y divergentes entre sí en su mayoría, lo que más tarde produjo
la muy citada observación de Jerónimo, “que existían tantas versiones
como manuscritos del latín antiguo.” 2
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Italia
La primera versión latina del Antiguo Testamento siguió utilizándose,
por lo general sin cambios en el norte de África, pero no en Italia,
donde la tosquedad “provinciana” de la versión era sin duda muy evi-
dente y ofensiva. Los obispos italianos también estaban familiarizados
con los textos griegos y se dieron cuenta de la necesidad de revisarla
para un uso más aceptable en sus congregaciones. En esa época, el
idioma latín era de uso general, aunque no exclusivo, en los escritos
cristianos. Al parecer, durante el siglo IV se hizo en el norte de Ita-
lia una revisión definitiva del Antiguo Testamento en latín, utilizando
manuscritos griegos y tomando en cuenta las necesidades de la iglesia,
Jerónimo en su estudio
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por lo cual la llamaron Ítala. Agustín la recomendó de manera feha-
ciente por su precisión y claridad. Aun así, le hicieron otras revisiones
para su uso individual y local y le introdujeron más cambios. Tal vez
por eso Agustín decía que “cualquiera que en los primeros tiempos
del cristianismo llegaba a tener un manuscrito griego y creía poseer
un buen conocimiento del griego y del latín, se aventuraba a traducir-
lo.” 3 Los escribas también añadían detalles a la narración a partir de
pasajes paralelos y cambiaban las formas de expresión por otras con
las que estaban familiarizados. Luego vino la mezcla de estas versiones
revisadas, lo que produjo un deterioro mayor del texto. A finales del
siglo IV, la Biblia en latín y los Evangelios en particular se encontraban
en un estado muy deficiente, tanto como para requerir un serio llama-
do de atención sobre esa versión de las Escrituras.
Un monasterio
enclavado en las
montañas cercanas
al valle del Jordán
ofrece un entorno
similar al que habría
servido a Jerónimo
ara ntinuar su
trabajo en
la Vulgata.
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Jerónimo
En el 382 d. C. el obispo de Roma, ya con el título de papa, era Dámaso
y su secretario, Eusebio Sofronis Hieronymus, mejor conocido como
Jerónimo. Este nombre, más que ningún otro, se asocia a la Biblia lati-
na y en particular al título de Vulgata latina. La palabra «vulgata» es
simplemente vulgatus, en latín, la cual significa común o generalmente
conocido, y que en relación con las Escrituras siempre se refería al texto
generalmente recibido o aceptado. La frase Vulgata latina está unida al
uso histórico, no obstante parece irónico que cuando Jerónimo usaba la
palabra «vulgata» se refería al Antiguo Testamento en griego, la Sep-
tuaginta, y que fuera el Concilio de Trento, 1.200 años más tarde, el que
confundiendo el uso de Jerónimo uniera estrechamente esa palabra a la
Biblia latina.
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Jerónimo, con su erudición y dedicación, podía parecer el hombre
ideal para el trabajo, pero su naturaleza áspera y vehemente, su hos-
tilidad hacia todo lo que estuviera en desacuerdo con Roma,4 su celo
y ardiente deseo de promulgación del monacato, la mariolatría, las
reliquias y los santos difuntos, ofrecen otra perspectiva.
El Pentateuco de
Ashburnham:
Un bello ejemplo
de anus rit latin
ilustrado de principios
del siglo VII.
Originalmente contenía
todo el Pentateuco,
pero ahora falta
Deuteronomio.
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de su vida. Con la intención de seguir revisando el Antiguo Testamento,
elaboró otra versión de los Salmos utilizando la Septuaginta y la Hexa-
pla de Orígenes. Este “Salterio Galicano” se sigue utilizando en la Vul-
gata actual. Al hacer esto, Jerónimo se convenció de que debía apartarse
de la versión Septuaginta y trabajar a partir de los textos hebreos. Es
posible que Jerónimo fuera el primero en utilizar la expresión “hebraica
veritas” para referirse a este retorno a la lengua original.
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textual y canónica.
De Jerónimo a la imprenta
La aceptación de la obra de Jerónimo fue muy lenta y el latín antiguo
y el nuevo estuvieron en las iglesias occidentales durante 300 años. En
Oriente sucedían otras cosas. Galia adoptó la obra de Jerónimo en el
siglo V, pero el latín antiguo prevaleció en Bretaña y África, y ya en
el siglo VI solo África se mantenía utilizándolo. El manuscrito más
importante que se conserva del Texto latino de Jerónimo, el Codex
Amiatinus de Florencia, se copió en realidad a principios del siglo
VIII en Wearmouth o Jarrow, en el noreste de Inglaterra. En el 731
Beda se refiere a la Biblia de Jerónimo como “la conocida”.
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ta se usaba en toda Europa occidental mediante copias manuscritas.
La llamaban la Biblia de Jerónimo, pero pocas copias, si es que alguna,
coincidían con la elaborada en Belén en el año 405. Destacan algunos
intentos de ordenar el texto bíblico: Casiodoro en la Italia meridional
del siglo VI; Alcuino de York con el patrocinio de Carlomagno en el
año 800; Teodolfo de Orleans por la misma época. En el siglo XIII,
un grupo de eruditos de París efectuó una revisión que resultó en la
separación de la Biblia en capítulos, por primera vez, y además se con-
virtió en la base de las primeras ediciones impresas. Para nosotros, el
fruto más destacado de la tradición bíblica latina medieval es el uso
que Wycliffe hizo del texto en latín para producir una Biblia en inglés,
que aun cuando fue la versión de una versión inestable, además de su
destacada obra bíblica en Inglaterra, aceleró la Reforma.
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presor o la Biblia de Mazarino, por el famoso ejemplar de la biblioteca
del cardenal Mazarino. Requirió seis años realizar la composición de
1.300 páginas tipográficas, publicadas en dos volúmenes y dos impre-
siones. Fue casi una réplica del estilo manuscrito a dos columnas por
página que se perfeccionó en las copias de los siglos pasados. ¿Con-
tribuiría esta Biblia a la estabilidad del texto impreso?
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La primera sesión del Concilio de Trento, el instrumento de la Con-
trarreforma, se celebró el 13 de diciembre de 1545. El credo de Nicea
se estableció formalmente como el fundamento de la fe cristiana el 4
de febrero de 1546 y luego el concilio procedió a la cuestión de la auto-
ridad, el texto y la interpretación de las Sagradas Escrituras. Hubo una
variedad considerable de opiniones sobre el valor comparativo de las
lenguas originales y los textos en latín. Se afirmó la autoridad única de
la versión antigua y vulgata (latina), pero no se dio ninguna base para
ello y no se proporcionó ningún texto definido. Aun así, se previó la
impresión de una edición de la Vulgata corregida y revisada.
Clemente VIII.
Este fue el mismo
papa que se negó a
conceder a Enrique
VIII su divorcio de
Catalina de Aragón.
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todos como no poco erudito, tomó el asunto en sus manos y en 1590
publicó su propia edición fiel, legal y autorizada de la Vulgata. Su
erudición al parecer lo abandonó, pues en esa versión se encontraron,
según algunos conteos, alrededor de tres mil de las alteraciones más
torpes y arbitrarias. Sixto murió unos meses después y todo se detuvo.
En el reinado del penúltimo papa, Clemente VIII, se elaboró y publicó
una revisión drástica del texto Sixtino impresa por Aldo Manucio,
nieto del famoso fundador de la imprenta Aldina.
Aldo Manucio.
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En 1582 se publicó el Nuevo Testamento de Reims, la versión inglesa
de la Vulgata para la Iglesia católica romana, mucho antes que el texto
de Sixto-Clemente. El Antiguo Testamento de esa versión se imprimió
en Douai en 1609 y es posible que usara como fuente la impresión de
Aldo de 1592. El obispo Challoner modificó y modernizó esta Biblia
en 1749 y ajustó el texto adecuadamente a la edición de Clemente. Esta
fue la traducción de la Vulgata al inglés utilizada durante los próximos
doscientos años.
Repaso
No se puede dudar ni negar la enorme influencia de las Escrituras
en latín en el mundo occidental, donde durante más de mil años fue
“la Biblia”, aunque solo se trataba de una versión. La lengua latina no
puede compararse con el hebreo y el griego, de modo que todas las
traducciones que se hacen a partir de ella son doblemente defectuosas.
Es cierto que todos los textos bíblicos anteriores al uso generalizado
de la imprenta estaban sujetos a los problemas del copiado a mano,
pero los textos latinos aún más debido a su propia popularidad. Los
libros hablan de la Vetus latina, la Ítala, la Jerónima (de Jerónimo, en
el año 405) y la Vulgata como si hubiera existido solamente un texto
de cada una de ellas, cuando en realidad hubo muchos y ninguno era
estable. En consecuencia, la interrogante perenne era: “¿cuál entre
todos los textos?”
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En una avería en la carretera, un mecánico podría encontrar un
problema escondido debajo del vehículo ayudado con una barra,
un espejo y una linterna. En este sentido, el conjunto de textos en
latín, utilizado con buen criterio y responsabilidad, nos deja ver al-
gunos rincones insospechados de la historia de las Escrituras, a los
que de otra forma no tendríamos acceso ¡y cómo nos alegramos por
eso! Tomemos como ejemplo la Biblia de Belén: aunque ofrece una
“visión retrospectiva” tranquilizadora del texto hebreo del siglo IV,
ni eso ni su correcta traducción la convierten en una autoridad sobre
el tema. Del mismo modo que el mecánico no estará tranquilo hasta
que ingrese el vehículo en un taller bien equipado, nosotros siempre
buscaremos más y mejor ayuda, como la que creemos que el Señor nos
concedió al sacar a la luz el Texto Masorético del Antiguo Testamento
y el Texto Recibido del Nuevo Testamento, los cuales sirvieron para
sellar la Reforma. Como vimos en el último párrafo, ni siquiera la im-
prenta aportó estabilidad en el corto plazo a las Escrituras en latín.
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Sin embargo, más allá de las cuestiones del texto y del canon, re-
cordemos que las versiones latinas dejaron su huella, tanto en
nuestro idioma como en nuestros pensamientos y en la forma de
expresarlos. Los reformadores más notables estaban familiarizados
con estas versiones y de ellas extrajeron su primer conocimiento
de la verdad divina. Directa o indirectamente, las Escrituras en latín
fueron la fuente de todas las versiones vernáculas de Europa Occiden-
tal hasta la Reforma y a pesar de su oscuro pasado y de sus evidentes
problemas, Dios las utilizó en la preservación de Su Palabra e incluso
en la transmisión del Evangelio, hasta que Él nos proveyó algo mejor.
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Referencias
1. F.F. Bruce hace un comentario interesante: nunca hubo una Biblia vernácula en las len-
guas bereberes del norte de África. ¿Fue esto un factor en la casi completa desaparición
del Evangelio en esa zona? Véase F.F. Bruce, The Books and the Parchments, 3a. ed. (Old
Tappan, NJ, EE: Fleming H. Revell Co., 1984), p. 202.
5. Se cree que utilizó un popular “texto occidental” europeo, con correcciones “alejandri-
nas”. Este tema es para otro momento y lugar.
6. De Complutum, en España.
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l Publicar y distribuir las Sagradas Escrituras
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